Quantcast
Channel: PORNOGRAFO AFICIONADO
Viewing all 7983 articles
Browse latest View live

Relato erótico: “Mi tía, su transformación en puta y su amiga 2” (POR GOLFO)

$
0
0
Cuarto episodio de  LAS ENORMES TETAS Y EL CULO DE MI TÍA, LA POLICÍA.
Al día siguiente cuando me desperté después de una noche llena de pasión, descubrí que mi tía no estaba en la cama. Al mirar el reloj y ver que eran más de las diez, comprendí que nos había dejado dormir y que se había ido a correr, tal y como  hacía todas las mañanas. Junto a mí, Laura, su ayudante seguía profundamente dormida.
No queriendo perturbar su sueño, me levanté y me fui a preparar el desayuno. Ya en la cocina me puse a pensar en lo ocurrido la noche anterior y en como la actuación de un ex novio, nos había puesto en bandeja a esa espectacular rubia. El muy cretino al montarle un espectáculo, había provocado la reacción violenta de Andrea y por alguna razón que todavía no alcanzaba a comprender, Laura había visto en su jefa, no solo a una amiga sino a alguien a quien aferrarse. El resto fue consecuencia de eso, una vez en nuestra casa se había dejado llevar y había terminado compartiendo cama con nosotros dos, sin importarle que fuéramos tía y sobrino.
 
“Tiene que ser bisexual desde antes”, me dije al analizar la facilidad con la que había permitido que una mujer le hiciera el amor.
Estudiando en mayor profundidad la reacción de esa rubia, caí en la cuenta que había algo que no cuadraba. Era como si esa mujer hubiera cedido voluntariamente el control de su vida dejándolo en otras manos. Aunque no tenía duda  que  gran parte de su voluntad se la había entregado a Andrea, no estaba seguro de cuál era el papel que Laura me tenía asignado.
No tardé en conocerlo porque estaba sirviéndome un café cuando la vi en por la puerta, todavía desnuda.
-¿Puedo pasar?- preguntó sin atreverse a entrar.
Su absurda pregunta me dejó intrigado pero fue al darle permiso cuando me confirmó que esa hembra necesitaba sentirse protegida:
-No tienes idea del susto que me pegué al despertar y ver que no estabais. Pensé que os había decepcionado.
La tristeza que rezumaba su confesión era muestra clara de la urgencia que tenía por ser aceptada. Comprendiéndolo, le contesté:
-Para nada, princesa. Andrea ha salido  a correr y yo te vi tan dormida  que no quise molestarte.
-Ah- suspiró aliviada y cayendo entonces que estaba en pelotas, preguntó con tono lastimero: -¿Me podrías dejar una camisa? No encuentro mi ropa, tu tía debe haberla echado a lavar.
Muerto de risa, respondí que por supuesto pero que era una pena que se tapara porque así, desnuda, la encontraba fascinante. Mi contestación era solo una broma pero cuando le entregué lo que me había pedido, me preguntó:
-Entonces, ¿Me la pongo? ¿O prefieres que siga en pelota?
Tardé unos segundos en asimilar que estaba esperando que mi resolución y al terminarlo de entender, soltando una carcajada, me acerqué a ella y se la puse yo mismo.
-Gracias- dijo mientras dos pequeños bultos bajo la tela, delataban que por alguna razón estaba excitada.
Al percatarme de ello, decidí confirmar mis sospechas y tras coger una tijeras de un cajón, me senté en una silla y la llamé diciendo:
-Ven, preciosa.
La rubia se acercó de inmediato a donde estaba y quedándose quieta esperó a ver que deseaba. La sumisión que demostraba, me permitió coger la camiseta y dándole un par de cortes, abrirla por delante para acto seguido hacer un nudo, de forma que sus pechos quedaban al aire. Satisfecho, le regale un pellizco en uno de sus pezones, diciendo:
-Me gusta verte las tetas, putita.
Mi dura frase, lejos de molestarla, la hizo sonreír y entornando sus ojos, me preguntó si sabía  que quería ella de desayuno. Su  coqueteo fortaleció  mi impresión de que Laura deseaba sentirse usada y tratando de averiguar sus límites, señalé mi entrepierna diciendo:
-¡Claro!, zorrita, ¡Desayuna!
La alegría que demostró al arrodillarse a mis pies y bajarme el calzoncillo para liberar mi miembro, me hizo saber que me había quedado corto y que esa policía era una sumisa en potencia. Laura, sin esperar ninguna otra orden, se apoderó con sus manos de mi miembro.
-Con la boca-
-Sí, amo-, me respondió sacando su lengua, y recorriendo sensualmente toda mi extensión.
Al escuchar como se había referido a mí ya no me quedo ninguna duda y  cogiéndola del pelo, forcé su garganta al introducir mi pene por completo dentro de ella. La rubia que deseaba ese trato,  se lo sacó lentamente para acto seguido volvérselo a meter, y repitiendo la operación consiguió hacerme sentir que la estaba penetrando en vez de estar recibiendo una mamada. Que esa mujer era fogosa ya lo sabía pero que era tan experta mamando fue una novedad pero aún más que mientras usaba la garganta como un coño, esa mujer rozando su sexo contra uno de mis pies, se masturbara en silencio.
Totalmente concentrada en su labor, su cara era todo lujuria. Con los ojos cerrados, parecía estar concentrada en disfrutar de la sensación de ser usada oralmente.
-¿Te gusta que te manden?- pregunté.
-Sí- reconoció con satisfacción.
Su respuesta me hizo recapacitar sobre su verdadera personalidad. Aunque la conocía muy poco, Andrea me había contado lo servicial que era con ella. Entonces me percaté que de algún modo esa vena sumisa había estado siempre presente en su vida y que habiéndolo descubierto, mi tía y yo nos aprovecharíamos de ello.
Mientras planeaba mis siguientes pasos, la rubia seguía buscando mi placer.  Acariciándole la cabeza, dejé que incrementara el ritmo.  Me encantó, la forma tan sensual con la que se lo metía. Usando una técnica desconocida por mí, Laura ladeaba su cabeza para que mi glande rebotase en sus mofletes por dentro, antes de incrustárselo.
La propia excitación por sentirse esclava la hizo correrse antes de tiempo, pero aunque su cuerpo se estaba viendo asolado por el placer en ningún momento dejó de masturbarme. Su clímax fue la gota que faltaba para derramar mi vaso y explotando dentro de su boca, me corrí. Al sentir mi semen contra su paladar, profundizó  su mamada, estimulando mis testículos con las manos para prolongar mi orgasmo.
-¡Dios! ¡Qué rico!-,  dijo feliz al sacar mi maltrecho pene de su boca.
Su lujuria me dio la idea y levantándola del suelo, le ordené:
-Date prisa que nos vamos de compras…
Un uniforme de criada para Laura.
Según mis cálculos tenía apenas media hora para que Andrea volviera de su paseo pero justo cuando salíamos por la puerta, me llamó diciendo que se había encontrado con unos amigos y que no llegaría antes de comer. Al oírla, me alegré porque me daba tiempo de preparar adecuadamente su sorpresa pero antes de colgar, le pregunté qué quería que hiciera con su ayudante:
-Fóllatela, tantas veces quieras-contestó.
Aunque había supuesto su permiso, que me lo diera me alegro porque así no podía luego quejarse y azuzando a nuestra nueva amante, la saqué de la casa rumbo a una tienda que conocía. Ya en la calle, Laura me preguntó dónde íbamos y sabiendo que le iba a gustar, contesté:
-A un sex shop. A comprarte un uniforme y unos cuantos juguetes.
No pudo evitar que una sonrisa iluminara su cara y más cuando le conté mi plan.
-¿No se enfadará tu tía?
-Para nada- respondí- estará encantada de estrenarse como dominante contigo.
La seguridad con la que le respondí, la tranquilizó y afortunadamente para mi bolsillo, no solo estuvo de acuerdo con cada una de nuestras compras sino que incluso las pagó de su bolsillo. 
Para no haceros el cuento largo,  una vez en ese local, elegimos un sensual disfraz de criada, un antifaz, un par de consoladores, una fusta e incluso un arnés doble con el que Andrea se la tiraría.
-Tienes suerte. No has tenido que comprar esposas- en tono jocoso, le solté aludiendo al oficio de ambas.
Para entonces, Laura estaba hecha un flan. Todo su cuerpo tiritaba de emoción por las ganas de recibir a su jefa, vestida de esa forma. Al retornar al apartamento, quiso que la usara aún antes de cerrar la puerta, pero yo tenía otros planes y sacudiéndome de su abrazo, la obligué a irse a vestir con la ropa que habíamos comprado.
No tardó en volver y cuando lo hizo, le ordené que me modelara:
¡Estaba preciosa vestida así!
Satisfecho, observé que su belleza quedaba realzada en ese uniforme de raso negro. Totalmente ajustado, sus pechos parecían a punto de salir de su encierro y si a eso le añadíamos, la diminuta minifalda y las medías de encaje, no me quedó más remedio que admitir que la cría estaba buenísima. Mi propio pene me traicionó bajo mi pantalón.
El morbo de pensar en lo que diría mi tía cuando descubriera que en su ausencia había descubierto que su ayudante, era una sumisa y que para colmo habiéndola aceptado así, la había ataviado con ropa que fuero acuerdo a su nueva condición, me excitó. Reconozco que estuve a un tris, de estrenar su indumentaria pero pensando en Andrea, decidí esperar y que fuera ella quien lo hiciera.
El único lujo que me di fue llamarla a mi lado y bajándole las bragas de encaje, embutirle dos consoladores, uno en su coño y otro en su culo. No os podéis imaginar el grito de alegría que Laura, la comisario de policía, pegó cuando descubrió teniéndolos dentro que se manejaban a control remoto. Encendiéndolos a tope, le ordené que ordenara la casa mientras yo me iba a estudiar. Aun así y desde mi habitación, escuché los gemidos callados con los que la mujer reaccionaba al placer que estaba sintiendo. Descojonado, pensé:
“Cuando llegue mi tía, esta zorra estará en celo”.
Mi tía aparece y se lleva una sorpresa.
Tal y como planeé, la pobre de Laura estaba que se subía por las paredes. Habiéndole prohibido que se corriera, sentía su cuerpo en ebullición y encima al acercarse la vuelta de su jefa, incrementaba aún más su turbación. Incapaz de soportar más esa tortura, se acercó a mi cuarto pidiendo que la liberara. Os confieso que me encantó verla entrar y postrarse a mis pies, rogando que le permitiera llegar al orgasmo.
Aunque me dio pena, me comporté por primera vez como un siniestro amo y despidiéndola de malos modos, le contesté:
-Ni se te ocurra correrte. Debes tener el coño y el culo ardiendo  cuando llegue tu dueña.
Casi llorando y aceptando su destino, salió de mi habitación con paso tembloroso. Afortunadamente para ella, Andrea no tardó en llegar. Nada más escuchar que metía las llaves en la puerta, me levanté a contemplar su reacción. Como anticipé, mi tía se vio sorprendida cuando su amiga la recibió vestida de criada.  Sin saber a qué atenerse, me miró. Supe que tenía que hacer y por eso le ordené a Laura que la descalzase. La rubia al escucharme se arrodilló ante su jefa y tratando de ser aceptada, le quitó los zapatos ante la perplejidad de la recién llegada.
-¿Y esto?- muerta de risa, preguntó.
-Ayer sin saberlo, adoptaste a una cachorrita sin dueño- respondí- Laura me ha pedido que consintamos en ser sus amos.
Soltando una carcajada, dejó su bolso en una silla y dirigiéndose a su nueva sumisa, le soltó:
-Vengo cansada, así que prepárame un baño.
Laura no pudo retener su sonrisa al asumir que la había aceptado y en silencio, se fue a cumplir su cometido. Aprovechando su ausencia, le expliqué a Andrea cómo me había enterado de la condición de Laura. No dijo nada al respecto hasta que le expliqué que la había mantenido calentita con dos consoladores incrustados hasta que ella apareciera, entonces y con tono de guasa, quiso averiguar donde estaban los límites:
-Eso lo tendremos que averiguar con la práctica, pero ahora te aconsejo que goces de esta oportunidad y te des un baño.
-¡Eso haré!- me contestó dejándome solo.
Como no tenía otra cosa que hacer, me metí en internet a averiguar lo más posible sobre dominación y por eso la media hora que tardaron en salir, pasó volando. Estaba enfrascado leyendo una web de BSDM, cuando escuché que mi tía me llamaba desde el salón. Al llegar, observé que mi tía  llevaba únicamente un coqueto picardías de encaje de color negro y que arrodillada a sus pies, estaba Laura.
Al verme entrar, me pidió que me sentara y quería que viera pero no participara. Aceptando de inmediato su sugerencia, me senté en una silla. Satisfecha se dio la vuelta y empezó a explicar a su sumisa las reglas básicas, diciendo:
-Gatita, quiero que sepas que acepto ser tu dueña. Te dominaré y enseñaré tu nueva vida, en la que encontrarás seguridad y felicidad.
-Lo sé, ama- dijo interrumpiéndola.
Le dio una suave bofetada por cortar su discurso, tras lo cual, encendiendo una vela, le explicó:
-Como es tu primera vez, si te sientes mal o quieres que paré, dime “apaga la vela” y pararé. No vale decir “no quiero seguir” o “para, por favor” porque sería desobedecerme y tendría que castigarte. ¿Has comprendido?, gatita.
-Sí, ama- respondió con un brillo en los ojos que no me pasó desapercibido. Se notaba que Laura deseaba que empezara pero no se atrevió a decirlo.
Su dueña, entonces la obligó a levantarse y mientras la colocaba de pie junto a ella, le dijo:
-Para ser una buena putita, tendrás que esforzarte. Harás siempre lo que yo te diga- y sacando una fusta, prosiguió diciendo: -Los castigos son imprescindibles para enseñarte. Cuando hagas algo mal, recibirás una reprimenda.
Habiéndola aleccionado, le ordenó que se desnudara lentamente porque quería disfrutarla.  Asumiendo que era un examen, Laura se fue desabrochando el uniforme mientras trataba de descubrir, si le gustaba a su ama lo que estaba haciendo.
-Date prisa, gatita- Andrea le gritó.
Su ya sumisa obedeció quitándose el resto de la ropa mientras no perdíamos ojo del sensual modo en que lo hacía. Os reconozco que yo al menos me excité al contemplar a la rubia en pelotas. En cambio, Andrea al ver que ya estaba desnuda, se puso a su lado y con gesto displicente, le alzó la cara mientras le decía:
-Voy a examinarte como el ganado que eres- tras lo cual, sopesó sus pechos como si intentara averiguar el peso.
Laura emitió un suspiro al sentir un duro pellizco en sus pezones.
-No están mal pero los he visto mejores– le informó con desgana su nueva dueña.
 
La rubia como pidiéndome ayuda, me miró preocupada por la falta de entusiasmo que mostraba Andrea. Al no recibirla, se quedó callada mientras mi tía seguía valorándola como mercancía.
Tomándose su tiempo, con los dedos recorrió la distancia entre los senos y el ombligo su sumisa. Sus maniobras habían comenzado a afectar a Laura. Me dí cuenta de ello al observar que su respiración se agitaba y que sus areolas se  habían contraído.
“Está excitada”, pensé desde mi asiento.
Para entonces la mano de mi tía acercaba a su sexo. La rubia pensando que  así facilitaba la tarea, abrió sus piernas, pero entonces sintió un azote en su trasero.
-No te he dicho que te muevas- le recriminó con tono duro su jefa y dando por terminada su exploración, le dijo:- Apóyate sobre la mesa y separa tus nalgas.
La muchacha obedeció de inmediato, dejando que mi tía observara su ojete dilatado por haber llevado durante horas un consolador incrustado en él.  Fue entonces cuando mientras le metía un dedo en su entrada trasera, le dijo:
-Repite conmigo: Soy su gatita y haré lo que usted  quiera.
Con enorme alegría Laura repitió:                
-Soy su gatita y haré lo que quiera.
Satisfecha por su respuesta, Andrea preguntó sin dejar de mover sus yemas en el interior de su sumisa a modo de premio:
-¿Te gusta ser mi gatita?
-Sí, ama. Me encanta ser su gatita y haré lo que usted quiera.
Siguiendo la lección, mi tía le obligo a tumbarse en la mesa boca arriba y llamándome a su lado, le dijo a su sumisa:
-No digas nada y no te muevas. Tienes prohibido excitarte.
Tras lo cual, me pidió que la ayudara a ponerla cachonda. No tuve que ser muy inteligente para comprender su juego. Andrea quería que la rubia le desobedeciese para así tener un motivo para aplicarle un castigo. Aceptando mi papel, comencé a darle besos y lengüetazos por todo el cuerpo mientras su dueña le decía al oído:
-Verdad que te apetece que esta noche te ponga a cuatro patas y mientras mi sobrino te folla, yo meta la lengua en tu coño y saboreé lo puta que eres.
-Si, ama. Me apetece.
-Te estás poniendo bruta y te lo he prohibido- le recriminó pegándole un duro azote en uno de sus muslos.
Al haberla cogido desprevenida, la rubia pegó un chillido pero rápidamente se repuso diciendo:
-Lo siento, ama. No volverá a ocurrir.
La respuesta le satisfizo y pegándole un último azote, le preguntó:
-¿Quién eres?
-Soy su gatita y haré lo que usted quiera.
Entonces, pegándole un mordisco en los labios, la besó diciendo:
-Estoy orgullosa de ti. Ahora disfruta- tras lo cual, la levantó de la mesa y llevándola hasta su cama, me miró y dijo:-¡Hazla gozar! ¡Se lo ha ganado!
Sin llegarme a creer todavía mi suerte,  decidí comprobar hasta donde llegaba mi función y cogiendo a Laura la puse a cuatro patas encima de las sábanas. La visión de ese espectáculo de mujer esperando se usada, me excitó pero recordando a mi tía, le pregunté:
-¿Te parece que me la folle mientras esta puta te chupa el coño?
Andrea descojonada, se tumbó en la cabecera de la cama y separando las rodillas, puso al alcance de la boca de la rubia su coño. Laura comprendió de inmediato lo que querían sus amos y sacando la lengua, comenzó a recorrer con ella los pliegues de su dueña. Valorando su estricta obediencia, me permití cogí mi pene y se lo metí hasta el fondo.
Como estaba sobre calentada, no me sorprendió encontrarme su chocho encharcado. Decidido a usar mi nuevo poder,  empecé a cabalgarla mientras le ordenaba que usara sus dedos para dar placer a su jefa. La rubia quizás estimulada al sentir mi miembro en su interior pegó un grito y con mayor énfasis, reanudó la comida de coño.
-¡Me encanta ver cómo te la follas a nuestra gatita!- aulló Andrea y para profundizar en la sumisión de su ayudante, me pidió que quería ver como azotaba su culo.
Complaciendo a mi tía y con un sonoro azote, azucé el ritmo de la rubia. Laura al sentir mi dulce caricia en su nalga, aceleró la velocidad con la que degustaba el sexo de su ama. El ruido que hacía mi pene al entrar y salir del chocho de nuestra sumisa me convenció de que esa mujer estaba disfrutando del duro trato y soltándole otra nalgada, le prohibí correrse antes que su dueña.
-No lo haré, ¡Amo!-chilló dominada por la pasión.
Los gemidos de Andrea me revelaron que no iba a tardar en tener un orgasmo y deseando que Laura fallara, aceleré el compás de mis penetraciones. Como en ese momento yo estaba ejerciendo de amo, me tocaría a mi aplicar el castigo y por eso, con mayor rapidez, acuchillé su interior con mi estoque. Afortunadamente para la rubia, mi tía no pudo más y pegando un aullido, se corrió sobre las sabanas.
“Otra vez será”, me dije sabiendo que tendría que esperar otra ocasión para ejercer de estricto dueño de esa muchacha.
Laura al percatarse y saborear el éxtasis de su dueña, se dejó llevar por la tensión acumulada y moviendo su culo, se corrió mientras  recogía con su lengua el flujo que brotaba del sexo de Andrea.
Fue entonces cuando la hermana de mi madre, completamente dominada por el deseo, se levantó y quitando de un empujón a su sumisa, me pidió que me tumbara. Con mi polla tiesa, obedecí. Mi entrega, satisfizo a mi tía que poniéndose a horcajadas, se empaló lentamente con mi miembro. La lentitud con la que embutió mi pene en su interior, me permitió sentir como se abría camino entre sus pliegues.
-¡Me encanta!- aulló al notar que la rellenaba por completo.
Para entonces, Laura pidió permiso a su dueña para chuparle los pechos. Al escuchar que se lo daba, se abalanzó sobre ellos. Al sentir los labios de la sumisa en sus pezones, dio inicio a un desbocado galope sobre mi polla. Ensartándose sin parar,  mi tía  buscó nuevamente su placer.
Al ver sus pezones rebotando arriba y abajo al ritmo de su cabalgar, me terminó de excitar y cogiendo a Andrea, la cambié de postura y poniéndola a cuatro patas,  la ensarté con fiereza y usándola como montura, imprimí a mis caderas un ritmo brutal.
-¡Sigue! ¡No pares!- berreó mi tía.
Esas palabras me azuzaron y acelerando el compás de mis caderas al límite, machaqué su interior con mi verga. Ya notaba los primeros síntomas de mi orgasmo cuando, al levantar la cara, vi a Laura masturbándose en un rincón del colchón. El morbo de saber que le excitaba ver cómo me follaba a mi tía, me terminó de desbordar y pegando un grito, eyaculé en el interior del sexo de  su dueña. Agotado me dejé caer sobre la cama con Andrea a mi lado.
Durante largo tiempo, estuvimos descansando del esfuerzo. Una vez repuestos, nos íbamos a levantar cuando de pronto vimos entrar a Laura con un regalo:
-¿Es para mí?- preguntó mi tía.
-Sí, ama. Su sobrino lo compró esta mañana.
La curiosidad es la perdición de toda mujer y por eso, rápidamente lo abrió para descubrir en su interior, el arnés doble que habíamos adquirido en el sex shop. Guiñándome un ojo me dio las gracias y mientras se colocaba el artilugio, sonriendo, le soltó:
-¿Te gustaría que tu ama te tomara por detrás?
Con sus ojos inyectados de deseo, Laura respondió que sí. Al oír Andrea su respuesta, soltó una carcajada y acercándose a ella, le dijo:

-¡Te va a doler!
La rubia, sonriendo le contestó:
-Soy su gatita y haré lo que usted quiera.

Relato erótico: ” Historias de Hermanas 2, Una Noche en casa” (POR KAISER)

$
0
0
Historias de Hermanas
 
 

Alexandra se ve radiante, alegre y activa. Se le ve llena de energía y sin las ojeras de antes a causa de los abusos y los problemas en su antigua casa. El responsable de este cambio es su hijo, Javier. En las noches ambos dan rienda suelta a su pasión, Alexandra lo disfruta como nunca, su hijo también se esmera en complacer a su madre. Mónica, solo guarda silencio, ella sabe lo que sucede y mientras su hermana tiene sexo con Javier, en la otra habitación ella tiene sexo con Ricardo.

 
Por las tardes Alexandra va a buscar a su hijo, como Ricardo ahora esta en clases de deportes ambos quedan solos en las tardes y Javier se muestra muy ansioso y ella tiene problemas en controlarlo, prueban de todo e incluso Alexandra se atreve a probar el sexo anal, esto tras espiar en una ocasión a Mónica y Ricardo.
 
Si bien para Mónica era algo sumamente obvio lo que sucedía, nunca se atrevió a preguntarle o a hablarle del tema, esto para no incomodarla mientras que Alexandra no dice nada por vergüenza, para ella esto es aun algo nuevo, algo tabú.
 
El sábado por la tarde Ricardo y Javier pidieron permiso para ir a la casa de unos amigos, van a hacer una pequeña fiesta y los invitaron, pero van a quedarse a dormir allá. Mónica llama a la madre del muchacho para saber si es cierto y bajo que condiciones, luego de conversar por un rato finalmente les dan permiso. Ellos salieron a jugar fútbol y Mónica les avisa que lleguen temprano para ir a dejarlos donde su amigo. “Al parecer esta noche estaremos solas, podríamos ir al cine” propone Mónica, “buena idea hace tiempo que no voy a ver una buena película”.
 
Cerca de las 8 los van a dejar, “pórtense bien los dos” les dice Alexandra, luego ambas van al centro comercial donde aprovechan de ver alguna película y descansar un rato. Algunos tipos que están ahí se les acercan, todos universitarios y menores que ambas, Mónica les coquetea un poco pero Alexandra no esta de humor, “al parecer extrañas a alguien” le dice Mónica, Alexandra se hace la desentendida ante el comentario.
 
Ya de noche regresaron a la casa, “quieres una copa, tengo un buen vino guardado por aquí”, Alexandra acepta y se instalan en el living. “No recuerdo que algunas vez saliéramos juntas a alguna parte”, “tienes razón, excepto por el matrimonio de la tía Cristina”, “ah bueno, pero éramos niñas aun, teníamos como 14 años” dice Alexandra, “yo siempre me acuerdo, fue muy especial”, “¿y por que tan especial?”, Mónica sonríe antes de responder, “en esa fiesta me desvirgaron”, Alexandra la mira y mueve la cabeza.
 
“Y dime, ¿como es Javier en la cama?” le lanza Mónica de forma directa, Alexandra se atora con el vino, “no se de que me hablas, como puedes insinuar algo así” le responde pero sin mirarla fijamente. “Alexandra, eres mi hermana menor y yo no soy estupida, sabes bien que yo hago lo mismo con Ricardo”. Hay un momentáneo silencio entre ambas, “se que es difícil de entender o de asimilar, pero mírate, te ves muy bien, animada muy distinta a como llegaste”.
 

Alexandra levanta la mirada, “pero es incesto, a veces yo creo que le hago un daño a mi hijo al tener sexo con él”, “tonterías, no eres la primera ni la ultima, además él te quiere mucho, es una relación que va más allá de lo meramente carnal”. “¿Cómo llegaste a tener sexo con Javier?”, “fue tras el paseo que hicimos al camping, ese día te”, “Ya entiendo, me viste con Ricardo, hacia días que no teníamos relaciones como estabas tu en la casa, tenia miedo que nos descubrieras y pensaras mal”, “esa noche me acosté con Javier, en realidad no me explico aun como fue que llegamos a eso” los ojos de Alexandra brillan al recordar lo sucedido, Mónica sonríe tímidamente.

 
“Fue intenso o no, fue apasionado, te sentiste plena como mujer, satisfecha”, Mónica le describe exactamente lo que Alexandra sintió esa noche. “¿Y tu como llegaste a tener relaciones con Ricardo?”. Mónica bebe un poco y empieza a recordar.
 
“Vivíamos en hogar diferente, un departamento más pequeño, Ricardo tenia poco mas de nueve años y yo aun estudiaba y trabajaba de prostituta para pagar mis estudios, tener que comer y donde vivir”, Alexandra pone una cara de asombro, “así es, me dedicaba a la prostitucion a Ricardo lo dejaba al cuidado de una vecina y yo volvía a la casa de noche o de madrugada, él era el que me daba fuerza para aguantar todo ello”, Mónica hace una pausa y se acomoda en el sofá, “como era un hogar pequeño dormíamos juntos y siempre nos duchábamos juntos, así que él me veía desnuda, nunca se hizo problema por ello, solo le pedía que no lo comentara con nadie más, a esa edad ellos aun no ven el sexo como algo morboso”.
 
Alexandra escucha con atención a su hermana. “Ricardo a veces me miraba fijamente, me preguntaba si era normal que mis pechos fueran tan grandes o por que no tenia pene, cosas normales en un chico de su edad, a veces cuando nos bañábamos juntos me tocaba pero de forma inocente sin nada morboso, aunque a mi me hacia sobresaltarme un poco”. Alexandra llena las copas de vino y Mónica prosigue.
 
“Una tarde él salio a jugar con sus amigos, jugaban en un patio, nunca lo dejaba salir a la calle, en ese instante aproveche de masturbarme un rato, me sentía tensa y eso me ayudaba mucho a descargarme, lo hacia en el dormitorio que compartíamos, me abrí la blusa y me subí la falda y me hice una paja usando mis dedos y un consolador que me regalo uno de mis clientes, era voyerista y le gustaba mirarme, me regalo varios en realidad. Luego de unos minutos me corrí, limpie, guarde todo y me arregle la ropa, seguí con mis cosas con normalidad”.
 

Mónica respira hondo, como tomando aliento y sigue con su historia. “En la tarde cuando Ricardo regreso lo encontré distinto, actuaba de forma extraña, no me miraba a los ojos, le pregunte si le ocurría algo, pero me dijo que no, sabia que me mentía, pero no quise insistirle y lo deje así. Pasaron unos días y lo notaba igual, seguía siendo cariñoso pero actuaba de forma diferente, cuando nos duchábamos me miraba distinto, ponía más atención a mi cuerpo, me ponía nerviosa, en sus ojos notaba algo extraño, un destello diferente, así que una noche le insistí y le pregunte que le sucedía, si le había pasado algo con la vecina, en el colegio, mi peor miedo era que alguien le hubiera dicho a lo que me dedicaba”.

 
“¿Y bien, que ocurrió?” le pregunta Alexandra. “Cuando termine de hablar guardo silencio por un instante, entonces me dijo que el otro día volvió a la casa a buscar su gorra y me vio en la cama, semidesnuda, me vio cuando me tocaba mi cuerpo y metía mis dedos en mi cuerpo y después usaba una cosa extraña, larga y de color rojo, se quedo desconcertado y me espió hasta que acabe y después me espió un par de veces más en los días siguientes, no entendía lo que hacia o el por que yo lo hacía y que se sintió extraño al verme, sintió que su pene se puso duro y erecto, no sabia si eso era algo bueno o malo, lo que él sentía”. Alexandra ya se imagina el rostro de su hermana en ese momento.
 
“Ricardo clavo sus ojos en mi, esperaba, ansiaba una respuesta, que le dijera algo, una explicación”, “¿Qué hiciste, que le dijiste?”, “por unos instantes lo pensé, primero en una mentira, pero después me arrepentí, a la larga seria peor, luego pensé en decirle que era algo sin importancia, pero dejarlo con la duda podría llevarlo a peguntarle a alguien más y al final seria peor que mentirle, así que opte por la verdad”, “¿La verdad?”, “así es, la verdad. Le dije que me pusiera atención, y le conté todo, que era lo que yo hacia en la cama, por que lo hacia y lo que significaba, le explique el por que él se sentía excitado y su cuerpo o su pene reaccionaba de esa forma”, “¿Qué te dijo Ricardo?”, “me escucho atentamente, cada palabra que le decía, me preguntaba algunas cosas si acaso era normal cuando frotaba su miembro este reaccionara así y le explique eso también, te confieso que fue el momento más difícil hasta ese instante fue hablarle de sexo a mi hijo, pensé que no tendría que hacerlo aun, pero en vista de las circunstancias era lo mejor”.
 
Mónica bebe de su copa, Alexandra la mira fijamente, “¿Qué ocurrió después?”, “hubo un silencio, como si Ricardo estuviera asimilando todo lo que le dije, le pregunte si estaba bien y me dijo que si, que se sentía más tranquilo ahora. Para mi eso fue un alivio, como si me hubiera sacado una tonelada de encima, recogí los platos y me puse a lavar la loza cuando Ricardo se me acerco, me dijo que me quería pedir algo, si podía verme de nuevo masturbándome”. Alexandra pone una cara de sorpresa similar a la de su hermana. “Los platos casi se me cayeron, esto me tomo completamente por sorpresa, pero a pesar que pensé en decirle que no, no pude, algo me detuvo, me sentí extraña como Ricardo, me sentí excitada”, “¿y que le dijiste al final?”, “algún día, le respondí, y con eso él se quedo feliz y fue a ver televisión”.
 

“Desde ese momento todo cambio, Ricardo me veía con otros ojos y en más de una ocasión lo sorprendí cuando estaba sola en la casa y me quería hacer una paja, pero nunca lo castigue por ello, se convirtió en una especie de juego, él trataba de espiarme y yo lo descubría, nuestros baños tampoco fueron lo mismo, él se mostraba ansioso por verme desnuda, miraba con insistencia mis pechos, mi sexo a veces me abrazaba y ponía sus pequeñas manos en mi cuerpo, comencé a excitarme con ello, lo dejaba que me enjabonara y el sentir sus delicadas manos en mi me ponía muy caliente, pero a la vez sentía una vergüenza horrible por ello”, “así como me siento yo a veces”, “exactamente, cuando dormíamos juntos él se pegaba a mi cuerpo, ponía sus manos en mis pechos y a veces sentía como él se frotaba conmigo, en más de una ocasión me hice una paja con él durmiendo a mi lado, fueron los mejores orgasmos que había tenido hasta entonces”.

 
“¿En que momento decidiste llegar, más lejos con tu hijo?”, Mónica respira hondo otra ves, “fue en su cumpleaños, cuando cumplió los diez, tenia algo de dinero extra y le hice una pequeña fiesta, con sus amigos y compañeros de curso, estaba más feliz que nunca, le regale un videojuego portátil que tanto quería y una pelota de fútbol, su sonrisa me hacia llorar de felicidad, se divirtió, comió torta y jugo hasta cansarse con sus amigos, otras mamas también estaban ahí, lo hicimos en el patio ya que en la casa no había espacio. Cerca de las 8 de la noche quedamos solos finalmente, él me ayudo a ordenar y lavar la loza, cuando me di cuenta que estaba todo sucio le dije que se fuera a bañar, pero él me dijo que lo haría solo si yo iba también, así que nos duchamos juntos, en realidad yo lo necesitaba”.
 
Alexandra la escucha expectante. “Había algo extraño en ese momento, podía sentirlo, como si yo esperara o ansiara algo y en ese momento ocurrió, me miro fijamente como si juntara valor para algo, me dijo, o me recordó más bien, que yo le había dicho que algún día me masturbaría frente a él y ahora me cobraba la palabra”. Ambas guardan silencio un instante. “Le dije que si, que lo haría, sentí un escalofrió en mi cuerpo, pero me sentí tan bien y tan excitada. El agua tibia de la ducha seguía cayendo, me apoye en la pared y separe mis piernas, Ricardo miraba mi coño atentamente, entonces comencé, cerré mis ojos y empecé a acariciarme mis pechos, mis pezones se pusieron duros casi de inmediato, me los masajeaba y apretaba ligeramente, me sentía ardiendo estaba terriblemente caliente, abrí mis ojos y me encontré con los de mi hijo, tenia su mirada clavada en mi, sentía que me devoraba con la vista”.
 
“Descendí mis manos por mi cuerpo hasta llegar a mi entrepierna, cuando roce mi clítoris con mis dedos deje escapar un gemido, Ricardo se sobresalto, pero siguió mirando, metí mis dedos lentamente en mi sexo, me estrujaba mis pechos y lamía mis pezones mientras frotaba mi coño, hundí mis dedos en el y Ricardo lo veía todo, eso era lo que más me excitaba”, Alexandra aprieta sus muslos, la excitación la alcanza a ella también. “Estuve así por unos instantes, me masturbaba como loca, frotaba mis senos, mi coño y mi hijo me miraba casi sin pestañear, yo gemía y me retorcía ahí mismo, apoye mis pechos en la pared y me incline un poco mostrándole mi coño me masturbe con más fuerza, en especial cuando vi su pene totalmente erecto, eso me derritió por completo, mis gemidos ya no los podía controlar, de hecho ni siquiera controlaba mi cuerpo, Ricardo tenia mi coño frente a sus ojos y observaba mis dedos hundidos en el”.
 

“En ese momento ya no pude más, me volví hacia Ricardo y lo bese, fue un beso ardiente y apasionado, le dije que cruzara su lengua con la mía y así lo hizo, fue un beso largo y lleno de pasión, tome sus manos y las lleve a mis pechos, le dije que los tocara, en realidad le dije que me tocara por donde quisiera, que yo era suya ahora y él así lo hizo, masajeo mis pechos, mis nalgas y froto mi coño, le enseñe como debía hacerlo, donde presionar y le pedí que besara mis pechos, que los chupara y lamiera como si se tratara de un helado, fue muy obediente, lamía mis pezones, me los chupaba, sentía su inexperta lengua sobre ellos, guié una mano hasta mi sexo y le dije que metiera sus dedos ahí, al principio lo vio como algo extraño, pero lo hizo. Ricardo se hinco en la tina y yo separe ampliamente mis piernas y apoye una en un borde, así él veía mi coño completamente expuesto”. Alexandra presiona fuertemente sus muslos bajo su falda, una enorme calentura la invade al escuchar el relato de su hermana.

 
“Tímidamente tocaba mi sexo, ya lo tenia mojado no solo por el agua, en un comienzo metió un dedo, pero igual me excito, le dije que lo metiera y sacara con fuerza, me dijo que sentía mi sexo envolviéndoselo luego metió otro más, me lo hacia con fuerza los sentía recorriéndome, yo gemía y gemía sin parar, me sobaba mis senos y sentía casi convulsiones por el placer, era el mejor sexo de mi vida hasta ese instante y mi hijo me lo daba. Como pude en medio de mis gemidos le dije que usara su boca, que me encantaba que usara su boca en mi, no necesite más y de pronto sentí su lengua paseándose por mi coño, me lo devoraba de una forma única, increíble, punteaba mi coño con su lengua, me chupaba mi sexo y mi clítoris, yo me retorcía, casi me caí al moverme tanto pero él no paraba, no me daba tregua, yo no quería que parara en todo caso, quería que siguiera, que me lo diera todo”. La respiración de ambas mujeres se vuelve entrecortada, están muy excitadas por todo esto, pero Mónica continua.
 
“Me tomo trabajo hacerlo detenerse un instante, pero le dije que sacara una caja detrás de un mueble, él me obedeció y saco una caja de plástico, me la entrego extrañado sin entender, la abrí y saque un consolador, uno rojo, el mismo que vio usando el otro día, lo chupe y lo lamí con ganas, él me miraba entre excitado y sorprendido, luego lo puse contra mi coño y me lo metí, Ricardo no sabia que hacer, entonces le dije que me follara con el, que me lo metiera de la forma en que uso sus dedos, Ricardo lo sujeto con ambas manos y lo empujo en mi sexo y después lo saco, al cabo de un instante lo hacia más rápido y más fuerte, me estremecía por completo, me metí un dedo en el culo y mi hijo me seguía follando con aquel consolador, fue increíble”.
 

La boca se le hace agua a Alexandra. “Fueron unos minutos que me parecieron una eternidad, me follaba sin parar y lo disfrutaba, disfrutaba hacerme gemir y darme placer, pero decidí que era hora que él lo hiciera directamente. Saque el consolador y le dije que se pusiera de pie frente a mi, tome su miembro, delgado y muy erecto, y lo lleve hasta mi coño, le dije que empujara con toda su fuerza y sentí como me penetraba, su rostro reflejaba el placer que sentía al hacérmelo, lo bese de nuevo y él me abrazo con fuerza para penetrarme mejor, le dije que arremetiera contra mi, que me lo hiciera rítmicamente igual como lo hacia con sus dedos y el juguete, pronto tomo el ritmo y me empezó a follar”.

 
“¿Cómo lo hizo?” pregunta Alexandra, “fue, maravilloso, si bien era su primera vez el solo hecho que mi hijo me follaba con pasión y que yo era su primera mujer, la que lo hacia hombre me excitaba, él me besaba, lamía mis pechos y se cargaba contra mi, sentía su joven miembro moverse en mi sexo, yo estaba totalmente entregada a Ricardo”. Alexandra entiende completamente lo que Mónica le dice.
 
“Me puse en cuatro dentro de la tina y él me sujetaba de las caderas, me follaba con fuerza, se empeñaba en seguir cogiendo aun si ya estaba algo cansado, me decía que yo era increíble, que me amaba y que no me dejaría nunca, sus palabras solo me excitaban más aun. Le dije que se pusiera de pie frente a mi, que si él me había hecho sexo oral yo le haría lo mismo, tome otro consolador y lo fije en el borde de la tina y me empale sobre el mismo, así mientras se la mamaba a Ricardo me seguía dando placer con un juguete, nunca antes me había sentido tan caliente hasta ese instante, Ricardo se deleitaba mientras con mi boca acariciaba su miembro, le tomaba sus testículos, lo chupaba y lo lamía, su sabor me enloquecía, pero a Ricardo le pedí algo más”.
 
Alexandra esta expectante al escuchar a su hermana, “le dije que me lo hiciera por el culo, Ricardo me miro muy sorprendido”, Alexandra casi no puede creer lo que oye. “Mi hijo rápidamente reacciono, yo me incline un poco y él veía el consolador bien metido en mi sexo, separe mis nalgas y le dije que me penetrara por ahí, se lo chupe bien para lubricarle su miembro, luego me lo empezó a meter, lo sentía abrirse paso, presionaba con fuerza hasta que lo recibir por completo, comencé a moverme sintiendo a ambos dentro de mi, aquel consolador en mi sexo y el miembro de mi hijo en el culo, él no paraba de decirme que mi culo era increíble y que me lo haría por ahí todo el tiempo, yo solo le pedía que continuara, que me follara sin detenerse, que me complaciera y que no me diera tregua, fue la mejor cogida de mi vida hasta ese instante”.
 
“Cuando él se corrió dentro de mi sentí una avalancha de sensaciones recorriendo mi cuerpo, él se quedo sentado y yo me acerque a él, se la chupe hasta que sentí el sabor de su semen en mi boca, juntos nos fuimos al dormitorio y nos tiramos en la cama, exhaustos. Ricardo me abrazaba y me decía que era la mejor mama del mundo, que me amaba y que me lo haría todos los días, yo solo le dije que me había hecho muy feliz y que descansara, se pego a mi y al cabo de unos instantes se durmió”. Alexandra luce desconcertada y muy excitada, “¿Cómo siguieron las cosas después?”.
 
“Me acosaba a cada momento, quería hacérmelo a cada instante, me tomo un tiempo pero conseguí controlarlo, enseñarle que hay momentos y momentos, pero fue increíble, y hasta ahora lo seguimos haciendo, ahora ya tiene 15 años y es un muchacho lleno de vigor, es más intenso ahora, pero igual es un placer enorme tener sexo con él, me conoce y sabe bien como prenderme”. Ambas se miran fijamente, Alexandra esta visiblemente excitada, el brillo de sus ojos la delata.
 
“Me serviré otra copa” le dice a su hermana, se pone de pie y trata de abrir una botella que esta en la mesa, pero le faltan fuerza, el relato de Mónica la dejo hirviendo, ahora más que nunca desearía que Javier estuviera aquí. Cuando consigue abrir la botella el pulso le tiembla, en ese momento Mónica la toma de las caderas apoya sus pechos en la espalda de su hermana y le da un sutil beso en el cuello, “estas caliente, igual yo, probemos algo nuevo entre nosotras” le dice de forma insinuante al oído, Alexandra cierra sus ojos y casi se derrite ante estas palabras y el beso que Mónica le da.
 
Mónica se vuelve insistente, la besa en el cuello y sube sus manos y presiona los pechos de Alexandra por encima del vestido, busca sus labios para besarla, pero su hermana opone algo de resistencia, “espera, espera, esto no es correcto”, Mónica la mira a los ojos, “¿y por que no es correcto?”, “somos hermanas”, la respuesta de Alexandra la hace reír, Mónica la toma del rostro, “yo soy madre soltera y tu a punto de divorciarte, ambas tenemos sexo con nuestros hijos, define que es correcto a estas alturas”, Alexandra no sabe que responderle y Mónica le sella los labios con los suyos.
 
Finalmente Alexandra cede y le devuelve el beso, las lenguas de ambas se entrecruzan, Alexandra abraza a su hermana y Mónica mete su pierna derecha entre las piernas de su hermana y le frota el coño con la rodilla. Sus pechos se rozan entre si, ellas continúan besándose y Mónica se muestra más activa, ella ya tiene experiencia con otras mujeres.
 
Alexandra se va dejando llevar por su hermana, los besos y las caricias de Mónica la hacen excitarse. De un solo tirón Mónica le abre el vestido y le aparta el sostén, le chupa los pezones y le pasa su lengua por los pechos, Alexandra carga a Mónica contra ellos y pronto siente una mano metiéndose entre sus muslos y frotando su entrepierna. Mónica empuja a su hermana sobre la mesa y le separa las piernas, Alexandra esta expectante, Mónica le sube el vestido y pronto siente la lengua de su hermana pasando por su sexo, Alexandra se retuerce sobre la mesa, Mónica pasa su lengua por sus tersos muslos y presiona sobre su coño, le aparta el calzón y desliza su lengua de arriba abajo haciendo gemir a su hermana, Mónica sigue haciéndole sexo oral a Alexandra la cual esta entregada a ella, la masturba con sus dedos y pasa sus pezones sobre el clítoris haciéndola gemir aun más.
 
Mónica desaparece un instante, pero antes que Alexandra pueda moverse demasiado ella regresa, “¡ahora te haré gritar!” le dice al oído, Mónica se desnuda por completo y pone a Alexandra de estomago sobre la mesa con su culo y su sexo bien a la vista. Ella mira a Mónica y la ve con un consolador atado a su cintura, “¿te gusta verdad?”. Antes que Alexandra reaccione Mónica la penetra, su hermana se estremece al sentir el miembro de látex hundiéndose en su coño, “solo relájate” le dice al oído. Ambas se besan mientras cogen, Mónica la penetra incansablemente y a Alexandra le gusta estar así, siendo follada de esa manera, Mónica le toma sus pechos y se los masajea mientras mueve sus caderas para coger a su hermana menor, hacia tiempo que no se follaba a otra mujer.
 
Sobre el sofá continua la acción, Alexandra esta desnuda y le hace una mamada al juguete de Mónica, lo chupa, lo lame y se lo pasa entre sus pechos, “Javier debe disfrutar de una mamada de esas”, pero Alexandra no responde, tiene su boca ocupada. Alexandra se empala de nuevo, se monta sobre su hermana dándole la espalda, sube y baja metiéndose el consolador en su sexo, los gemidos de ambas llenan el living, Mónica hace que su hermana se recueste sobre ella, le frota sus pechos e intercambian besos y lamidas, para Alexandra es su primera relación lesbica.
 
Sobre la alfombra se montan haciendo un 69, se devoran sus coños y usan hábilmente sus dedos la una sobre la otra. Alexandra le devuelve el favor a su hermana, ella recoge un consolador y lo usa en Mónica sin dudarlo, lo mueve dentro del coño, lo retuerce, lo agita y Mónica gime y se queja, le gusta que se lo haga así, todo acompañado de una activa lengua que se pasea por los labios de la vagina y sobre el clítoris, se meten los dedos en el culo, no dejan agujero que no se penetran con sus dedos, con sus lenguas o con algún juguete, en medio de sus gemidos Alexandra dice que le gustaría que Javier las viera así, Mónica también cree lo mismo, con Ricardo de observador.
 
Mónica y Alexandra cruzan sus piernas entre ellas y hacen tocarse sus coños entre si, entonces Mónica sujeta las piernas de su hermana y presiona sobre ella, a Alexandra le toma instante tomar el ritmo y hace lo mismo. El roce de sus sexos las hace delirar, sus gemidos son más fuertes que nunca y se dan con todo sobre la alfombra. Las sensaciones entre ambas son irresistibles al entrar en contacto partes tan sensibles entre si, Alexandra se ve totalmente rebasada por ellas, su respiración se hace entre cortada y el placer le provoca toda clase espasmos, ella ya no da más al igual que Mónica y solo se detienen cuando un profundo orgasmo las invade.
 

Ambas se miran las caras, “vez que no había nada de malo” le dice Mónica, Alexandra se ríe, “lo mejor que me pudo haber pasado fue venir a vivir a contigo”. Dejando todo botado en el living se van al dormitorio de Mónica, donde se pasan el resto de la noche conociéndose mejor.

“Simona: mi ángel custodio” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

$
0
0


Sinopsis:

Desde tiempos inmemoriales, las Îngerul păzitor han aterrorizado y maravillado por igual a la gente de los Balcanes. En lo más profundo de esas tierras, sus campesinos sueñan con ser elegidos por esos bellos y crueles seres como sus protegidos, pero temen aún más que esas bellezas escojan a un conocido.
Han pasado milenios, pero la leyenda de las ángeles custodio sigue vigente hoy en Rumanía, no así en Madrid. Desconociendo su existencia, Alberto nada puede hacer por evitar que una de esas arpías se adueñe de su casa.
En este libro, Fernando Neira nos describe como uno de esos ángeles custodios aparece en la vida de nuestro protagonista y entrando como la criada, gracias a su sexualidad desaforada y a la leche que producen sus pechos, consigue convertirse en su amante.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO .

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B07KX84SVZ

Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y los  primeros capítulos:

 
INTRODUCCIÓN.
Para poder explicar como una leyenda medieval se inmiscuyó en mi vida, tengo que empezar por contaros la conversación que tuve mientras tomaba unas copas con un amigo. En ella, Manuel comentó que sabía que me había dejado tirado mi criada y me preguntó si andaba buscando otra.
―Estoy desesperado, mi casa parece una pocilga― reconocí y abriéndome de par en par, le expliqué hasta donde llegaba la basura y el desorden de mi antiguamente inmaculado hogar.
Al escuchar mi respuesta, contestó que tenía la solución a todos mis males y sin dar mucha importancia a lo que iba a decir, me soltó:
― ¿Tienes alguna preferencia en especial?
Conociendo que para las mentes bien pensantes Manuel era un pervertido, comprendí que esa pregunta tenía trampa y por eso le respondí en plan gallego:
― ¿Por qué lo preguntas?
Captando al instante mis suspicacias, con una sonrisa replicó:
―Te lo digo porque ayer mi chacha me comentó si sabía de algún trabajo para una compatriota que acaba de llegar a Madrid. Me aseguró que la conoce desde hace años y que pondría la mano en el fuego por ella. Por lo visto es una muchacha trabajadora que ha tenido mala suerte en la vida.
No tuve que exprimirme el cerebro para comprender que esa respuesta era incompleta y sabiendo que Manuel se andaba follando a su empleada, me imaginé que iban por ahí los tiros:
― ¿No la has contratado porque Dana no está dispuesta a compartir a su jefe?
Soltando una carcajada, ese golfo me soltó:
― ¡Mira que eres cabrón! No es eso.
Con la mosca detrás de la oreja, insistí:
―Entonces debe ser fea como un mandril.
Viendo que me tomaba a guasa esa conversación, mi amigo haciéndose el indignado, respondió:
―Al contrario, por lo que he visto en fotos, Simona es una monada. Calculo que debe de tener unos veinte años.
«Será capullo, no quiere soltar prenda de lo que le pasa», pensé mientras llamaba al camarero y pedía otro ron. Habiendo atendido lo realmente urgente, comenté entre risas:
―Conociendo lo polla floja que eres, algún defecto debe tener. No creo que sea por el nombre tan feo― y ya totalmente de cachondeo, pregunté: ― ¿Es un travesti?
―No lo creo― negó airadamente: –Hasta donde yo sé, los hombres son incapaces de tener hijos.
Involuntariamente se le había escapado el verdadero problema:
¡La chavala tenía un bebé!
Como comprenderéis al enterarme, directamente rechacé la sugerencia de Manuel, pero entonces ese cabronazo me recordó un favor que me había hecho y que sin su ayuda hubiera terminado con seguridad entre rejas. No hizo falta que insistiera porque había captado su nada sutil indirecta y por eso acepté a regañadientes que esa rumana pasara un mes a prueba en mi casa.
―Estoy seguro de que no te arrepentirás― comentó al oír mi claudicación: ―Si es la mitad de eficiente que su hermana, nunca tendrás quejas de su comportamiento.
El tono con el que pronunció “eficiente” me reveló que se había guardado una carta y por ello, directamente le pedí que me dijera quien era su hermana.
― ¡Quién va a ser! Dana, ¡mi porno-chacha!

CAPÍTULO 1

Al día siguiente amanecí con una resaca de mil diablos, producto de las innumerables copas que Manuel me invitó para resarcirme por el favor que le hacía al contratar a la hermanita de su amante. Por ello os tengo que reconocer que no me acordaba que había quedado con él que esa cría podía entrar a trabajar en mi chalé desde el día siguiente.
― ¿Quién será a estas horas? ― exclamé cabreado al retumbar en mis oídos el sonido del timbre y mirando mi reloj, vi que eran las ocho de la mañana.
Cabreado por recibir esa intempestiva visita un sábado, me puse una bata y salí a ver quién era. Al otear a través de la mirilla y descubrir a una mujercita que llevaba a cuestas tanto su maleta como un cochecito de niño, recordé que había quedado.
«Mierda, ¡debe ser la tal Simona!», exclamé mentalmente mientras la dejaba entrar.
Al verla en persona, esa cría me pareció todavía más jovencita y quizás por ello, me dio ternura escuchar que con una voz suave me decía:
―Disculpe, no quise despertarlo, pero Don Manuel insistió en que viniera a esta hora.
―No hay problema― contesté y acordándome de los antepasados femeninos de mi amigo porque, a buen seguro, ese cabrón lo había hecho aposta para cogerme en mitad de la resaca, pedí a la joven que se sentara para explicarle sus funciones en esa casa.
«Es una niña», pensé al observarla cogiendo el carro y demás bártulos rumbo al salón, «no creo que tenga los dieciocho».
Una vez sentada, el miedo que manaba de sus ojos y su postura afianzaron esa idea y por eso lo primero que hice fue preguntarle por su edad.
―Acabo de cumplir los diecinueve― respondió y viendo en mi semblante que no la creía, sacó su pasaporte y señalando su fecha de nacimiento, me dijo: ―Lea, no miento.
No queriendo meter la pata y contratar a una menor, cogí sus papeles y verifiqué que decía la verdad, tras lo cual ya más tranquilo, le expliqué cuanto le iba a pagar y sus libranzas. La sorpresa que leí en su cara me alertó que iba bien y reconozco que pensé que la muchacha creía que el sueldo iba a ser mayor.
En ese momento decidí ser inflexible respecto al salario, pero, entonces con lágrimas en los ojos, me rogó que la dejara seguir en la casa los días que librara porque no tenía donde ir y dejando claro sus motivos, recalcó:
―Según Don Manuel, puedo tener a mi hijo conmigo. Se lo digo porque apenas tiene tres meses y le sigo amamantando.
Al mencionar que todavía le daba el pecho, no pude evitar mirar a su escote y os confieso que la visión del rotundo canalillo que se podía ver entre sus tetas me gustó y más afectado de lo que me hubiese gustado estar, respondí que no había problema mientras en mi mente se formaba un huracán al pensar en cómo sabría su leche.
―Muchas gracias― contestó llorando a moco tendido: ―Le juro que es muy bueno y casi no llora.
Que se pusiera la venda antes de la herida, me avisó que inevitablemente mi vida se vería afectada por los berridos del chaval, pero era tanto el terror destilaba por sus poros al no tener un sitio donde criar a su niño que obvié los inconvenientes y pasé a enseñarle el resto de la casa.
Como no podía ser de otra forma, comencé por la cocina y tras mostrarle donde estaba cada cosa, le señalé el cuarto de la criada. Por su cara, supe que algo no le cuadraba y no queriendo perder el tiempo directamente le pedí que se explicara:
―La habitación es perfecta, pero creía que… tendría que dormir más cerca de usted por si me necesita por la noche.
No tuve que rebanarme los sesos para adivinar que esa morenita creía que entre sus ocupaciones estaría el calentar mi cama como hacía su hermana con la de mi amigo. Tan cortado me dejó que supusiera que iba a ser también mi porno―chacha que solamente pude decirle que de necesitarla ya la llamaría.
Os juro que aluciné cuando creí leer en su rostro una pequeña decepción y asumiendo que la había malinterpretado, la llevé escaleras arriba rumbo a mi cuarto. Al entrar en mi cuarto y mientras trataba de disimular el cabreo que tenía porque me hubiera tomado por un cerdo, la cría empezó a temblar muerta de miedo al ver mi cama.
Nuevamente asumí que Simona daba por sentado que iba a aprovecharme de ella y por eso me di prisa en enseñarle donde se guardaba mi ropa para acto seguido mostrarle mi baño.
«Menudo infierno de vida debe de haber tenido para que admita en convertirse en la amante de su empleador con tal de huir», sentencié dejándola pasar antes.
Al entrar, la rumanita no pudo reprimir su sorpresa al ver el jacuzzi y exclamó:
― ¡Es enorme! ¡Nunca había visto una bañera tan grande!
Reconozco que antes de entrar en la tienda, yo tampoco y que, al ver expuesta esa enormidad entre otras muchas, me enamoré de ella. Me gustó tanto que pasando por alto su precio y el hecho que era un lujo que no necesitaba, la compré. Quizás el orgullo que sentía por ese aparato me hizo vanagloriarme en exceso y me dediqué a exponer cómo funcionaba.
Simona siguió atenta mis instrucciones y al terminar únicamente me preguntó:
― ¿A qué hora se levanta para tenerle el baño listo?
Sin saber que decir, contesté:
―De lunes a viernes sobre las siete de la mañana.
Luciendo una sonrisa de oreja a oreja y con una determinación en su voz que me dejó acojonado, me soltó:
―Cuando se levante, encontrará que Simona le tiene todo preparado.
No sé por qué, pero algo me hizo intuir que no era solo el baño a lo que se refería y no queriendo ahondar en el tema, le pedí que me preparara el desayuno mientras aprovechaba para darme una ducha. Nuevamente, surgió una duda en su mente y creyendo que era sobre qué desayunaba, le dije que improvisara pero que solía almorzar fuerte.
Mi sorpresa fue cuando, bajando su mirada, susurró muerta de vergüenza:
―Ya que no me ha dado un uniforme, me imagino que desea que limpie la casa como mi hermana.
Desconociendo a qué se refería, di por sentado que era en ropa de calle y no dando mayor importancia al tema, le expliqué que tenía un traje de sirvienta en el armario de su habitación, pero que si se sentía más cómoda llevando un vestido normal podía usarlo. Fue entonces realmente cuando comprendí el aberrante trato que soportaba su hermana porque con tono asustado me preguntó:
― ¿Entonces no debo ir desnuda?
Confieso que me indignó esa pregunta y queriendo resolver de una vez sus dudas, la cogí del brazo y sentándola sobre la cama, la solté:
―No te he contratado para seas mi puta sino para que limpies la casa y me cocines. ¡Nada más! Si necesito una mujer, la busco o la pago. ¿Te ha quedado claro?
Al escuchar mi bronca, los ojos de la mujercita se llenaron de lágrimas y sin poder retener su llanto, dijo:
―No comprendo. En mi región si una mujer entra a servir en casa de un soltero, se sobreentiende que debe satisfacerlo en todos los sentidos…― y antes que pudiese responderla, levantándose se abrió el vestido diciendo: ― Soy una mujer bella y sé que por eso me ha contratado. Dana me contó que usted insistió en ver mi foto para aceptar.
La furia con la que exhibía esos pechos llenos de leché no fue óbice para que durante unos segundos los recorriera con mi vista mientras contestaba:
― ¡Tápate! ¡No soy tan hijo de puta para aprovecharme de ti así! Si quieres trabajar en esta casa: ¡Hazte a la idea! ¡Tienes prohibido pensar siquiera en acostarte conmigo!
Tras lo cual, la eché del cuarto y lleno de ira, llamé a Manuel y le expliqué lo que había ocurrido. El tipo escuchó mi bronca en silencio y esperó a que terminara para, muerto de risa, soltarme:
―Te apuesto una cena a que antes de una semana, Simona se ha metido en tu cama.
Que en vez de disculparse tuviera el descaro de dudar de mi moralidad, terminó de sacarme de las casillas y sin pensar en lo que hacía, contesté:
―Acepto.

CAPÍTULO 2

No pasó mucho tiempo para que me diera cuenta del lío en que me había metido porque nada más colgar, decidí darme esa ducha y mientras lo hacía, el recuerdo de los rosados pezones de la rumana volvió a mi mente.
¡Hasta ese momento nunca había visto los pechos de una lactante!
Por eso y a pesar de que intentaba no hacerlo, no podía dejar de pensar en ellos, en sus aureolas sobredimensionadas, en las venas azules que las circuncidaban, en la leche que los mantenía tan hinchados, pero sobre todo en su sabor.
«Estoy siendo un bruto, esa niña seguro que viene huyendo de un maltratador», me dije mientras de trataba de borrar de mi mente esa obsesión.
Lo malo fue que para entonces era consiente que ante un ataque de mi parte esa criatura no pondría inconveniente en darme a probar y al saber que ese blanco manjar estaba a mi disposición con solo pedirlo, me afectó y entre mis piernas, nació un apetito salvaje que no pude contener.
«¡Ni se te ocurra!», me repitió continuamente el enano sabiondo que todos tenemos, ese al que yo llamo conciencia y otros llaman escrúpulos: «¡Tú no eres Manuel!».
Aun así, al salir del baño para secarme, mi verga lucía una erección, muestra clara de mi fracaso. Creyendo que era cuestión de tiempo que se me bajara, decidí vestirme e ir a desayunar.
Al entrar a la cocina, fui consciente que iba a resultar imposible que bajo mi pantalón todo volviera a la tranquilidad porque Simona me había hecho caso parcialmente y aunque se había metido las ubres dentro del vestido gris que llevaba, no había subido la cremallera hasta arriba dejando a mi vista gran parte de su busto.
«¡Ese par de tetas se merecen un diez!», valoré impresionado al observarlas de reojo y no era para menos porque haciendo caso omiso de las leyes de la gravedad, esas dos moles se mantenían firmes y con sus pezones mirando hacía el techo.
Mientras me ponía el café, la rumanita no dejó de mirarme a los ojos de muy mal genio. Se notaba que estaba cabreada por lo que le había dicho.
«No lo comprendo, debería estar contenta por librarla de esas “labores” y tenerse que ocupar solamente de la casa».
Como no retiraba su mirada, decidí preguntar el motivo de su enfado y aunque había especulado con todo tipo de respuestas, jamás me esperé que me soltara:
― ¡Cómo no voy a estar molesta! Me ha quedado claro que no piensa usar sus derechos sobre mí y también que piensa satisfacer sus necesidades fuera de casa. Pero… ¿y qué pasa conmigo?… Cómo ya le he dicho, soy una mujer ardiente y tengo mis propias urgencias.
Casi me atraganto con el café al escuchar sus palabras. ¡La chacha me estaba echando en cara no solo que no me aliviara con ella, sino que por mi culpa se iba a quedar sin su ración de sexo! Durante unos segundos no supe que contestar hasta que pensando que era una especie de broma, se me ocurrió preguntar qué necesitaba aplacar sus urgencias.
Sé que parece una locura, pero no tuvo que pensárselo mucho para responder:
―Piense que llevo sin sentir una caricia desde que tenía seis meses de embarazo… ― y mientras seguía alucinado su razonamiento, Simona hizo sus cálculos para acto seguido continuar diciendo: ―…creo que si durante una semana, me folla cuatro o cinco veces al día, luego con que jodamos antes y después de su trabajo me conformo.
La seriedad de su tono me hizo saber que iba en serio y que realmente se creía en su derecho de exigirme que aparte del salario, le pagara con carne. Sé que cualquier otro hubiese visto el cielo, pero no comprendo todavía porque en vez de abalanzarme sobre ella y darle gusto contra la mesa donde estaba sentada, balbuceé aterrorizado:
―Deja que lo piense. Lo que me pides es mucho esfuerzo.
Luciendo una sonrisa y mientras se acomodaba en el tablero, me replicó de buen humor al haber ganado una batalla:
―No se lo piense mucho. En mi país, las mujeres somos medio brujas y si no me contesta rápido, tendré que hechizarle.
El descaro de su respuesta, sumado a que, con el cambio de postura, uno de sus pezones se le había escapado del escote y me apuntaba a la cara, hicieron que por primera vez temiera el perder la apuesta. Me consta que lo hizo a propósito para que se incrementara mi turbación, pero sabiéndolo, aun así, consiguió que la presión que ejercía mi miembro sobre el calzón se volviera insoportable.
«Está zorra me pone cachondo», no pude dejar de reconocer mientras me colocaba el paquete.
Hoy pasado el tiempo, reconozco que fue un error porque mi movimiento no le pasó inadvertido y sin pedir mi opinión ni mi permiso, con un extraño brillo en los ojos se arrodilló ante mí diciendo:
―Deje que le ayude.
Sin darme tiempo a reaccionar, esa mujercita usó sus manos para acomodar mi verga al otro lado, al tiempo que aprovechaba para dar un buen meneo a mi erección. Peor que el roce de sus dedos fue admirar sus dos pechos fuera de su vestido y que producto quizás de su propia excitación de sus pezones manaron involuntariamente unas gotas de leche materna.
«¡No puede ser!», exclamé en silencio al tiempo que, contrariando mis órdenes, mi instinto obligaba a una de mis yemas a recoger un poco de ese alimento para acto seguido, llevarlo a mi boca.
Simona, lejos de enfadarse por acto reflejo, se mordió los labios y gimiendo de deseo, me rogó que mamara de ella diciendo:
―Ayúdeme a vaciarlos. ¡Con mi hijo no es suficiente!
Durante unos segundos combatí la tentación, pero no me pude contener cuando incorporándose, ese engendro del demonio depositó directamente su leche en mis labios. El sabor dulce de sus senos invadió mis papilas y olvidando cualquier recato, me lancé a ordeñar a esa vaca lechera.
Las tetas de la rumana al verse estimuladas por mi lengua se convirtieron en un par de grifos y antes que me diera cuenta, esa muchachita estaba repartiendo la producción de sus aureolas sobre mi boca abierta. Muerta de risa, usó sus manos para apuntar a mi garganta los hilillos que brotaban de sus senos para que no se desperdiciara nada.
Desconozco cuanto tiempo me estuvo dando de beber, lo único que os puedo asegurar que, a pesar de mis esfuerzos, no pude tragar la cantidad de líquido que me brindó y por ello cuando de pronto, retiró esas espitas de mi boca, mi cara estaba completamente empapada con su leche.
Afianzando su nueva victoria y con ello mi segunda derrota, se guardó los pechos dentro de su ropa y mientras su lengua recorría mis húmedas mejillas, me soltó:
―Si quiere más, tendrá que follarme― y aprovechando que desde su cuarto el niño empezó a protestar, terminó diciendo antes de dejarme solo: ― Piénselo, pero mientras lo hace, recuerde lo que se pierde…

CAPÍTULO 3

«¿Por qué lo he hecho? ¿Cómo es posible que me haya dejado engatusar así?», mascullé entre dientes mientras subía uno a uno los escalones hacia mi cuarto.
Si mi actitud me tenía confuso, la de Simona me tenía perplejo porque era algo incomprensible según mi escala de valores. Cuando llegó a mi casa, había pensado que me tenía terror. Luego al oír el trato que sufría su hermana, creí que su nerviosismo era producto por suponer que su destino era servirme como objeto sexual. Pero en ese instante estaba seguro de que si su cuerpo temblaba no era de miedo sino de deseo y que cuando me enterneció verla casi llorando al ver mi cama, lo que en realidad le ocurría era que esa guarra estaba excitada.
«¿Qué clase de mujer actúa así y más cuando acaba de tener un hijo?», me pregunté rememorando sus exigencias, «¡No me parece ni medio normal»!
La certeza que la situación iba a empeorar y que su acoso pondría a prueba mi moralidad, no mejoró las cosas. Interiormente estaba acojonado por cómo actuaria si nuevamente ponía esas dos ubres a mi alcance.
«Esa mujercita engaña a primera vista. Parece incapaz de romper un plato y resulta que es un zorrón desorejado que aprovecha su físico para manipular a su antojo a todos», sentencié molesto.
Seguía torturándome con ello, cuando mi móvil vibró sobre la cama. Al ver que quien me llamaba era Manuel, reconozco que pensé que ese capullo se había enterado de lo cerca que estaba de ganar la apuesta y quería restregármelo.
― ¿Qué quieres? ― fue mi gélido saludo. Ese cerdo era el culpable de mis males, si no llega a ser por él, no conocería a Simona y no me vería torturado por ella.
Curiosamente, mi amigo parecía asustado y bajando la voz como si temiera que alguien le escuchara, me dijo que necesitaba verme y que me invitaba a comer. Su tono me dejó preocupado y a pesar de estar cabreado, decidí aceptar y nos citamos en un restaurante a mitad del camino entre nuestras casas.
―No tardes, necesito hablar contigo, pero no se lo digas a nadie― murmuró dándome a entender que no le contara a mi chacha a quién iba a ver.
La urgencia que parecía tener y mi propia necesidad de salir corriendo de casa para no estar cerca de esa bruja con aspecto de niña, me hicieron darme prisa y recogiendo la cartera, salí de mi cuarto rumbo al garaje.
Al pasar frente a la cocina, vi que la rumana estaba dando de mamar a su bebé. La tierna imagen provocó que ralentizara mi paso y fue cuando descubrí que el retoño era una niña por el color rosa de su ropa. No me preguntéis porqué, pero al enterarme de su sexo me pareció todavía más terrible la actitud de su madre.
«¡Menudo ejemplo!», medité mientras informaba a esa mujer que no iba a comer en casa.
Su respuesta me indignó porque entornando los ojos y con voz dulce, se rio diciendo:
―Después del desayuno que le he dado, dudo mucho que tenga hambre hasta la cena.
El descaro con el que recordó mi desliz y su alegría al hacerlo, me terminaron de cabrear y hecho un basilisco, salí del que antiguamente era mi tranquilo hogar.
«Me da igual que sea madre soltera, cuando vuelva ¡la pongo de patitas en la calle!» murmuré mientras encendía mi Audi y salía rechinando ruedas rumbo a la cita.
Durante el trayecto, su recuerdo me estuvo martirizando e increíblemente al repasar lo ocurrido, llegué a la conclusión que era un tema de choque de culturas y que a buen seguro desde la óptica de la educación que esa jovencita recibió, su actuación era correcta.
«Al no tener donde caerse muerta ni pareja con la que compartir los gastos, esa jovencita ha visto en mí alguien a quién seducir para que se ocupe de su hija», concluí menos enfadado al vislumbrar un motivo loable en su conducta.
«Entregándose a mí, quiere asegurarle un futuro», rematé perdonando sin darme cuenta su ninfomanía.
Hoy sé que ese análisis no solo era incompleto, sino que me consta que era totalmente erróneo, pero en ese momento me sirvió y como para entonces había llegado a mi destino, aparqué el coche en el estacionamiento y entré en el local buscando a Manuel.
Lo encontré junto a la barra con una copa en la mano. Que estuviera bebiendo tan temprano, me extrañó, pero aún más que tras saludarle, yo mismo le imitara pidiendo un whisky al camarero.
Ya con mi vaso en la mano, quise saber qué era eso tan urgente que quería contarme. Lo que no me esperaba es que me pidiera antes que pasáramos al saloncito que había reservado. Al preguntarle el porqué de tanto secretismo, contestó:
―Nunca sabes quién puede oírte.
Mirando a nuestro alrededor, solo estaba el empleado del restaurante, pero no queriendo insistir me quedé en silencio hasta que llegamos a la mesa.
― ¿Qué coño te ocurre? ― solté al ver que había cerrado la puerta del saloncito para que nadie pudiera escuchar nuestra conversación.
Mi conocido, completamente nervioso, se sentó a mi lado y casi susurrando, me pidió perdón por haberme convencido de contratar a Simona.
― ¡No te entiendo! Se supone que estabas encantado de haber conseguido un trabajo para la hermanita de tu amante― respondí furioso.
―Te juro que no quería, pero ¡Dana me obligó!
Que intentase escurrir el bulto echando la culpa a su chacha, me molestó y de muy mala leche, le exigí que se explicara. Avergonzado, Manuel tuvo que beberse un buen trago de su cubata antes de contestar:
―Esa puta me amenazó con no darme de mamar si no conseguía meter al demonio en tu casa.
Qué reconociera su adicción a los pechos de su criada de primeras despertó todas mis sospechas porque, además de ser raro, era exactamente lo que me estaba pasando y con un grito nacido de la desesperación, le pedí que me contara como había él contratado a su chacha.
―Me la recomendó un amigo.
Su respuesta me dejó tan alucinado como preocupado y por eso, me vi en la obligación de preguntar:
― ¿Dana acababa de tener un hijo?
―Una hija, ¡esas malditas arpías solo tienen hijas! ― la perturbada expresión de su cara incrementó mi intranquilidad.
Por eso le pedí que se serenara y me narrara el primer día de Dana en su casa.
―Joder, Alberto, ¡tú me conoces! ― dijo anticipando su fracaso― siempre he sido un golfo y por eso desde el primer momento me vi prendado de los pechos de esa morena. ¡Imagínate mi excitación cuando se quejó de que le dolían y me rogó que la ayudara a vaciarlos!
«¡Es casi un calco de mi actitud esta mañana!», me dije asustado al verme por primera vez como la víctima de una conspiración cuyo alcance no podía ni intuir.
Manuel, totalmente destrozado, se abrió de par en par y me reconoció que la que teóricamente era su criada, en realidad era algo más que su amante:
―Me da vergüenza decírtelo, pero es Dana quien manda en casa. Lo creas o no, si quiero salir con un amigo, tengo que dejarla satisfecha sexualmente con anterioridad y eso ¡no resulta fácil! Ese demonio me exige que me la folle hasta cuatro veces al día para estar medianamente contenta.
Ni siquiera dudé de la veracidad de sus palabras porque esa misma mañana Simona me había dejado claro que esas eran sus pretensiones.
― ¡Su hermana es igual! ― confesé asumiendo que por alguna razón tanto ella como Dana eran unas ninfómanas. ―La mía me ha echado en cara que es una mujer joven y que necesita mucho sexo para estar feliz.
No acaba de terminar de hablar cuando se me encendieron todas las alarmas al darme cuenta de que había usado un posesivo para referirme a “mi” rumana. Si ya eso de por sí me perturbó, la gota que provocó que un estremecimiento recorriera mi cuerpo fue el escuchar a mi amigo, decir aterrorizado:
― ¡No te la habrás tirado!
―No― respondí sin confesar que lo que si había hecho era disfrutar del néctar de sus pechos.
Manuel respiró aliviado y cogiendo mi mano entre las suyas, me aconsejó que nunca lo hiciera porque las mujeres de su especie eran una droga que con una única vez te volvía adicto.
―Sé que es una locura, pero necesito ordeñar a Dana mañana y noche si quiero llevar una vida mínimamente normal.
Fue entonces cuando caí en que al menos esa mujer llevaba cinco años conviviendo con él y me parecía inconcebible que siguiera dando pecho a su hija.
―Por las crías no te preocupes, esas brujas utilizan su leche para controlar a sus parejas. ¡A quien da de mamar es a mí! La abuela se hizo cargo de la niña al mes de estar en casa y contigo los planes deben ser los mismos― contestó cuando le recriminé ese aspecto.
Por muy excitante que fuera el tomar directamente de su fuente la leche materna, me parecía una locura pensara que era una sustancia psicotrópica. De ser así el 99,99% de la gente sería adicto a la de vaca y al menos el 60% de los humanos a la de su madre.
«Nunca he oído algo así», pensé compadeciéndome de Manuel, «al menos, habría miles de estudios sobre como desenganchar a los niños de las tetas».
Sabiendo que era absurdo, deseé indagar en la relación que mantenía con su criada para ver si eso me aclaraba la desesperación que veía en mi amigo y por eso directamente, le pregunté si al menos era feliz.
Ni siquiera se lo pensó al contestar:
― ¡Mucho! ¡Jamás pensé en que podría existir algo igual! Esa zorra me mima y me cuida como ninguna otra mujer en mi vida. Según ella, las mujeres de su aldea están genéticamente obligadas a complacer en todos los sentidos a sus hombres… pero ¡ese no es el problema!
―No te sigo, si dices que eres feliz con ella. ¿Qué cojones te ocurre?
Me quedé alucinado cuando su enajenación le hizo responder:
―Sé que no me crees, pero debes echarla de tu vida antes que te atrape como a mí― y todavía fue peor cuando casi llorando, me soltó: ―No son humanas. ¡Son súcubos!
Confieso que al oírle referirse a esas rumanas con el nombre que la mitología da a un tipo de demonios que bajo la apariencia de una mujer seducen a los hombres, me pareció que desvariaba. Simona podía ser muchas cosas, pero las tetas que me había dado a disfrutar eran las de una mujer y no las de un demonio medieval.
Convencido que sufría una crisis paranoica y que producto de ella estaba desvariando, no quise discutir con él y dejando que soltara todo lo que tenía adentro, le pregunté:
― ¿Cómo has llegado a esa conclusión?
Manuel en esta ocasión se tomó unos segundos para acomodar sus ideas y tras unos momentos, me respondió:
―Esa zorra no ha envejecido ni un día. Sigue igual que hace cinco años. Cuando le he preguntado por ello, Dana siempre esquiva la pregunta apuntando a sus genes. No me mires así, sé que no es suficiente, pero… ¿no te parece extraño que, al preguntarle por la gente de su aldea, parece que no existieran varones en ella? Esa bruja siempre se refiere a mujeres.
Durante unos minutos, siguió dando vuelta al asunto hasta que ya casi al final soltó:
― ¿Te sabes el apellido de Simona?
―La verdad es que no lo recuerdo― reconocí porque era algo en lo que no me fijé cuando repasé su edad.
―Se apellidan Îngerul păzitor, ¿Tienes idea de que significa en rumano? ― por mi expresión supo que no y dotando a su voz de una grandilocuencia irreal, continuó: ― ¡Ángel custodio! Esas putas se consideran a ellas mismas como nuestras protectoras.
Dando por sentado que definitivamente estaba trastornado, dejé que se terminara esa y otras dos copas antes de inventando una cita, dejarle rumiando solo su desesperación.
Y ya frente al volante recordé que, según el catecismo católico, un ángel custodio es aquel que acompaña al hombre durante ¡toda la vida!…
.

Relato erótico: ” Mi tía me regala otra fantasía: Una PONY GIRL” (POR GOLFO)

$
0
0
QUINTO episodio de  LAS ENORMES TETAS Y EL CULO DE MI TÍA, LA POLICÍA.
Mi estancia en casa de mi tía ya iba por un mes. Lo que en un principio había visto como un castigo, resultó a la larga ser la mejor experiencia de mi vida. Como os comenté en los pasados episodios, descubrí en esa estricta policía a una maravillosa mujer, necesitada de cariño y de sexo. Convertido ya en su amante y gracias a una casualidad, Laura, su ayudante en la comisaría se nos muestras como en realidad era. Aprovechando su vena sumisa, esa rubia se nos entrega en cuerpo y alma, pasando a formar parte de nuestra “unión”.
En este relato os voy a narrar su claudicación y como afectó tanto a mi tía como a mí.
Como descubrí un nuevo aspecto de mi tía.
Estaba todavía en la universidad cuando leí un mensaje de mi tía donde me pedía que pasara por el sex-shop a recoger unas películas que había reservado. Acostumbrado a que Andrea se inspirara en el porno para posteriormente ponerlo en práctica con Laura, no me extrañó su petición y por eso, al terminar mis clases me dirigí directamente hasta ese local.
Como tantas veces, Manuel ya tenía preparado su pedido pero lo que no me esperaba es que junto con las películas, mi tía hubiese comprado una serie de artilugios para el adiestramiento de una pony girl. La sorpresa de enterarme de la nueva fantasía que Andrea quería poner en práctica con nuestra sumisa se incrementó cuando el encargado del sex-shop, se ofreció a enseñarme como se usaban. Sin saber cómo se proponía explicarme, acepté y fue entonces cuando llamando a María, una de sus empleadas, me pidió que le acompañara a la parte trasera del local.
Una vez allí, con tono autoritario, le dijo a la muchacha:
-Nuestro cliente desea una demostración del uso de los aditamentos de una pony girl.
La morena debía de estar acostumbrada a servir como modelo porque sin quejarse, se desnudó frente a mí en silencio. Os juro que ver cómo esa cría con aspecto aniñado  se iba despojando de su ropa, me calentó pero mas cuando una vez en pelotas, se acercó a su jefe y en silencio, dejó que le pusiera en la cabeza un arnes con antifaz y una mordaza como bocado. Habiéndoselo ajustado me llamó y me dijo:
-En estas argollas es donde se colocan las riendas, pero ten cuidado al montarla porque, con la máscara puesta, no ve.
La tal María tenía los pezones erectos anticipando lo que iba a suceder.
-Al suelo- ordenó el encargado.
La morena se arrodilló y separando sus nalgas con las manos, puso su ojete a disposición de su domador. Manuel, guiñándome un ojo, me explicó cogiendo un plugin anal adosado a una cola:
-Es importante que tu sumisa se sienta como una yegua y que mejor que ponerle una cola- tras lo cual le incrustó en el culo el aparato.
-Ahh- gimió su empleada al sentir que su trasero absorbía el pene de plástico.
Mi notorio desconcierto se incrementó al observar a ese sujeto montar sobre la espalda de la chavala y cogiendo con una mano las riendas, usó la otra para con una fusta azuzarla en el trasero. Su montura reaccionó al instante y gateando empezó a dar vueltas por la habitación siguiendo los dictados de su amo.
-¿Qué te parece?- preguntó Manuel con una sonrisa.
La visión de esa morena siendo la yegua de su jefe, me  terminó de calentar y solo pude despedirme de ellos, deseando que llegara esa noche para hacer uso de semejantes artilugios. No había cerrado la puerta cuando escuché que mi conocido le decía:
-Ya que estás, voy a hacer uso de ti.
Sonreí y con esa imagen, salí rumbo a casa.
Como tantas tardes entre semana, fui el primero en llegar porque el horario de Andrea y de Laura las impedía hacerlo antes. Su trabajo como agentes del orden se solía prolongar hasta las nueve de la noche y por eso una vez allí, me preparé un bocadillo y mientras las esperaba, me fui a estudiar.
Debían de ser las ocho y media cuando las vi entrar. Laura, tal y como como la habíamos aleccionado, me saludó y tras lo cual se fue a cambiar para ponerse el uniforme de criada.  Una vez solos, Andrea me preguntó si había cumplido con su encargo:
-Sí, tía- respondí- pasé por el sex-shop y recogí la mercancía.
Satisfecha me pidió que se lo enseñara. Siguiendo sus instrucciones, cogí la bolsa y le expliqué el uso de los distintos aditamentos. El semblante de mi tía mostró síntomas inequívocos de estar excitada al escuchar de mi boca como se colocaban esos aditamentos y su función. Esperó a que terminara y volviéndolos a meter en la bolsa, me soltó:
-Menuda sorpresa le vamos a dar- en ese instante no llegué a comprender hasta qué grado y quién se iba a ver sorprendido esa noche.
Siguiendo el guion que teníamos establecido, en cuando Laura terminó de vestirse, nos preparó la cena y avisándonos, nos pidió que pasáramos a la mesa. Al observarla trayendo nuestras viandas, no pude dejar de afirmar lo guapísima que se la veía. Dotada por la naturaleza de unas buenas tetas, el uniforme que llevaba magnificaba su volumen y eso junto con su exigua minifalda, hacían de la rubia un ejemplar de bandera.
Andrea, mi tía, debió pensar lo mismo porque cuando su sumisa se acercó a servirle, le pegó un azote mientras le decía:
-Gatita, cada día estás más rica.
-Gracias, ama- respondió luciendo una sonrisa.
La complicidad que mostraba ese par, me hizo alegrarme deseando terminar de cenar y dar vuelo a la fantasía de Andrea. Aprovechando cuando se acercó a mí, llevé mi mano a sus muslos y subiendo por sus piernas, acaricié el sexo desnudo de la mujer mientras le decía:
-¿Cómo te ha ido el día?
La chavala separando sus rodillas, favoreció mi intrusión y mientras mis dedos ya se habían apoderado de su clítoris, me contestó:
-Muy bien pero me he pasado todo el día soñando en llegar a casa para servirles.
Su respuesta me satisfizo y recreándome en mi dominio, metí un par de yemas en su interior. Mi tía al observar mis maniobras, soltando una carcajada, me soltó:
-Deja de jugar con la puta y ponte a cenar. Tendrás tiempo de usarla esta noche.
El reproche silencioso que leí en el rostro de Laura, me confirmó que aunque era una sumisa innata aún tenía mucho que aprender. No quise descubrir ante los ojos de su jefa su error porque eso supondría un castigo y eso retrasaría el saber lo que le tenía preparado, pero dándole un pellizco en uno de sus pezones, le hice conocer que me había percatado de su desliz.
El resto de la cena transcurrió sin novedad. Andrea aprovechó ese tiempo para informarme que el ex novio de nuestra sumisa le había puesto una demanda por agresión.
-¿Te preocupa?- pregunté.
-La verdad que no. Tengo testigos de que ese capullo empezó la pelea y ningún juez va a condenar a unas damiselas en peligro por defenderse.
“¿Damiselas en peligro? ¡Mis huevos!” pensé al conocer en mi propia carne la brutalidad de mi tía y su experiencia en artes marciales. Ese idiota había creído que impondría su fuerza bruta pero se encontró humillado y apaleado por su teórica víctima y con la nariz rota.
Al terminar, mi tía se levantó y cogiéndome del brazo, me llevó al salón. Una vez allí, me rogó que pusiera una de las películas mientras Laura la descalzaba. Obedeciendo, encendí el DVD y sentándome a su lado, observé como la rubia cumplía con su obligación.
Con auténtica adoración despojó a su jefa de los zapatos para a continuación darle un suave masaje en los pies. Viendo su cara, comprendí sus palabras cuando una mañana me explicó que para ella era un placer obedecer a mi tía. La vena sumisa de esa mujer le hacía disfrutar de esa humillación y mas aún cuando ya acabado el masaje, su perversa jefa le obligaba a comerle el chumino.
-La gatita se está convirtiendo en una experta- me dijo al oído mientras la rubia daba buena cuenta de su coño.
Asumiendo que en cuanto se corriera, mi tía le iba a exigir que me hiciera una mamada, ni siquiera contesté y me puse a ver el filme. Tal y como ya sabía de antemano, la película tenía una mierda de argumento. La protagonista era una psiquiatra que tenía entre sus pacientes a un siniestro tipo aficionado a las pony girl. El meollo del argumento iba sobre cómo la doctora sin quererlo se iba interesando en ese mundo mientras su cliente le narraba sus experiencias.
-¡Dios! ¡Que morbo!- escuché que Andrea decía entre dientes al ver que la colocación del bocado en la boca de una de la actrices.
Totalmente descolocada por lo que estaba viendo, azuzó a su sumisa para que se diera prisa. Laura al sentir las manos de su jefa presionándole la cabeza contra su sexo, incrementó la velocidad de sus lametazos.
-¡Sigue puta!- chilló mientras en la tele, la protagonista era obligada a demostrar sus actitudes como yegua.
Sin saber cual de las dos visiones me excitaba más, o mi tía convulsionando de placer a mi lado o la mujer trotando bajo la mirada atenta de su amo, deseé que la rubia terminara con Andrea para liberar la tensión que ya se acumulaba en mi entrepierna.
-¡Me corro!- aulló mi tía en voz en grito al sentir que su cuerpo se rendía a un gigantesco orgasmo.
Los gemidos de mi tía me obligaron a actuar y mientras en la pantalla, “la doctorcita” era enculada por su jinete, decidí sacar mi pene de su encierro. Fue entonces cuando saltándose la norma habitual de nuestras noches, mi tía desplazó a su sumisa al ver que se acercaba a cumplir con su obligada felación y sustituyéndola ella en su misión, le dijo:
-Mira atenta la tele, que tendrás que repetirlo en cuanto acabe con mi sobrino.
 Y sin más prolegómeno, sentí los labios de mi tía abrirse y engullir mi miembro. La pericia de Andrea era por mi conocida pero en esa ocasión, sobrepasó con creces a lo que me tenía acostumbrado y con impresionante fervor, usó su garganta como si de su sexo se tratara mientras Laura permanecía atenta a lo que ocurría en la película. La velocidad y la profundidad que imprimió a su boca hizo que, antes de tiempo, mi verga explosionara contra su paladar.
-¡Me gusta que me la mames!- casi gritando agradecí a la hermana pequeña de mi madre.
 Andrea, saboreó hasta la última gota de mi semen antes levantarse y decirme:
-Hoy, vas a disfrutar- y dirigiéndose a nuestra sumisa, ordenó: -Acompáñame, gatita.
La rubia sumisamente siguió a su dueña a través del pasillo. Su mirada me advirtió de que por alguna causa, no le apetecía el papel que le tenía reservado. Al escuchar a través de la puerta las quejas de la chavala, se confirmaron mis pensamientos:
-He dicho que lo hagas- oí que le gritaba mi tía.
El sonido de un sonoro bofetón resonó en el apartamento, tras lo cual se hizo el silencio.
“Como se pasa” pensé compadeciéndome de la pobre Laura.
Al cabo de cinco minutos, oí que la puerta se abría y al levantar la mirada, me quedé estupefacto al ver que a la rubia y a mi tía saliendo, pero en contra de lo que había previsto, la que iba disfrazada como pony girl era ¡MI TÍA!. Tras ella, nuestra sumisa la seguía con el gesto desencajado con una fusta en su mano.  Todavía no me había repuesto de la sorpresa cuando escuché que la chavala me decía:
-Amo, le traigo a su potrilla para que la monte.
Como comprenderéis eso había que verlo y levantándome del sofá, me acerqué a admirar a Andrea vestida de esa guisa. Mas excitado de lo que me hubiera gustado de mostrar observé que le había obligado a la rubia a colocarle todos los aditamentos que recogí esa tarde. Revisando su colocación, apreté los enganches, la mordaza e introduje un poco mas el plugin anal con la cola en su trasero, tras lo cual, sentándome nuevamente, ordené a la sumisa que me enseñara como su jefa trotaba:
-No puedo hacerle eso- respondió casi llorando.
Cabreado cogí su fusta y di un azote a la montura mientras le decía:
-O la domas o tendré que castigarte.
Mostrando una inaudita tristeza, agarró las riendas de su jefa y la llevó de paseo por la habitación. El dolor reflejado en sus ojos despertó mi lado mas perverso y cogiendo una pinzas que solíamos usar en ella, le ordené:
-¡Pónselas!
Al oír mi orden, cayó postrada a mis pies y berreando como una magdalena, me pidió que la castigara a ella pero dejara en paz a Andrea.
-Trae tus esposas- indignado respondí  mientras yo mismo colocaba las pinzas en los pezones de mi tía.
Incapaz de quejarse por la mordaza, descubrí en los ojos de Andrea la satisfacción de cómo se iban desarrollando los acontecimientos y regalándole un fustazo, esperé a que Laura regresara metiendo dos dedos dentro de su coño. La humedad que descubrí en sus pliegues, me confirmó que estaba caliente y buscando su aprobación, le susurré en su oído:
-Voy a castigar a la gatita y luego vengo a domarte.
Con lágrimas en los ojos, la rubia volvió y sin emitir disculpa alguna, me dio las esposas, diciendo:
-Castígueme, Amo.
Deliberadamente no respondí y cogiéndola del pelo, la llevé hasta uno de los radiadores de la casa y allí le inmovilicé las muñecas, tras lo cual le dije:
-Sabes qué debo hacerlo.
-Sí- respondió la gatita justo antes de recibir el primer azote en su trasero.
La satisfacción con la que recibió mi dura caricia, me enervó y queriendo que realmente fuera un castigo, le di una docena a cada cual más fuerte. El dolor que sintió no consiguió quitar la sonrisa de su cara y ya francamente indignado, fui por todos los instrumentos que usábamos con ella. Sin esperar otra cosa que su rápida rendición le puse una pinzas con peso en los pezones, le incrusté en su culo un gigantesco pene de caballo y aun así no conseguí sacar de su garganta queja alguna.
Desesperado por demostrarle mi enfado, cogí un látigo y empecé a fustigarla con él. Llevaba unos cinco latigazos cuando llorando me pidió que continuara. El placer que descubrí en su voz, lejos de calmarme, me terminó de cabrear y dándome por vencido, le separé las piernas y le metí otro dildo a la máxima potencia en el coño.
“No puede ser” pensé y cayendo en la cuenta de que lo que realmente le perturbaba era ver a su ama siendo usada, decidí concentrarme en mi tía.
Andrea que había permanecido inmóvil durante todo ese tiempo al verme llegar, movió la colita que tenía en su culo demostrando su alegría. Después de la frustración que suponía no haber sido capaz de hacer claudicar a la rubia, probé fortuna con la morena. Lo primero que hice fue quitarle la mordaza porque quería oir su reacción.
La hermana de mi madre al notar que liberaba su boca, me dijo con voz sumisa:
-Amo, soy su potrilla y haré lo que usted quiera.
A propósito había usado la misma frase con la que Gatita se dirigía a nosotros. Alucinado todavía de  que se comportara de ese modo la hermana de mi madre, me desnudé mientras ella me miraba con deseo no reprimido. Ya en pelotas, la obligué a ponerse a cuatro patas y me monté en su espalda.
-Llévame de paseo, potrilla.
La reacción de mi tía no se hizo esperar y pegando un relincho, me llevó por la habitación siguiendo mis indicaciones mientras Laura seguía atenta nuestros pasos.  La obediencia que mostró Andrea me permitió atreverme a darle un azote, exigiéndole que acelerara el trote. Mi querida familiar pegó un gemido cargado de deseo al notar en su piel la nalgada.
-¿Te gusta?- pregunté.
-Sí, a su potrilla le encanta sentir el peso de su amo.
Su respuesta me satisfizo y premiando su fidelidad, le regalé otro par de azotes.
-¡Pégueme a mí! ¡No a ella!- gritó desde el otro lado del cuarto la rubia.
Fue entonces cuando comprendí que Laura no soportaba ver azotada a su jefa y llevando a mi montura a su lado, le dije:
-Eres una gatita muy mala y por eso tendré que castigar a tu amada.
Mi tía sin esperar a que diera otra orden, se puso en posición de castigo y me rogó:
-Amo, enseñe a Gatita a mantenerse callada.

La intención de Andrea era doble, por una parte quería disfrutar ella de un castigo y por otra parte, hacer sufrir a su sumisa. Dominado por el morbo que me daba el tratar a mi tía de un modo rudo, cogí la fusta y le pegué un primer golpe.
-Sigue, por favor- me imploró mientras con sus manos separaba los cachetes de su culo.
Con el segundo fustazo fueron dos gemidos los que oí, el de Andrea al notar en sus carnes el cuero y el de Laura al observar a su jefa siendo objeto del castigo. El morbo que sentí, me hizo repetir una y otra vez mi acción mientras las dos mujeres se retorcían de placer.
“¡Serán putas!” exclamé mentalmente al advertir lo cerca que estaban del orgasmo.
Solo paré cuando me percaté del color rojo amoratado del culo de Andrea y liberando a Laura, le exigí que calmara ese escozor. No tuve que repetírselo porque en cuanto se vio liberada se lanzó a lamer las adoloridas nalgas de mi tía.
-Ama, deje le yo le cure.
La calentura de la hermana de mi madre se vio magnificada por las caricias de su ayudante y antes de que me diera cuenta, se dio la vuelta en el suelo y metiendo su cabeza entre las piernas de la rubia, buscó con verdadera sed el flujo que manaba de su cueva.
Ese estupendo sesenta y nueve despertó de nuevo mi lujuria y yendo a donde nadie me había invitado, saqué del culo de Laura el enorme aparato y lo sustituí con mi polla. La diferencia de tamaño provocó que nuestra sumisa ni se diera cuenta del modo brutal con la que la penetré y cogiendo desde el principio un ritmo atroz, martilleé sus intestinos con mi estoque en busca de mi placer.
No llevaba ni medio minuto acuchillando su trasero cuando sentí que la boca de mi tía había cambiado de objetivo y lamía sin pudor mis huevos. Esa doble estimulación hizo que mi cuerpo no aguantara más y pegando un berrido, rellené de semen el trasero de nuestra sumisa.
Fue entonces cuando mi tía aprovechó para levantarnos del suelo y llevarnos a la habitación. Ya en la cama las dos mujeres se empezaron a reir. Al preguntarles de que se reían, Laura me contestó:
-Me aposté con Andrea a que eras incapaz de darle una buena tunda…
-Y como vez perdió- le interrumpió su jefa- Yo sabía que eras en temas sexuales un cerdo y que aprovecharías cualquier oportunidad para devolverme la paliza.
Me quedé impresionado del montaje que habían elaborado para comprobar si yo era capaza de ejercer de dominante con ella pero tras pensarlo unos instantes, les solté:
-¡Sois un par de zorras!.
-No, sobrino- respondió mi tía: -Somos tus perras, ¡Tus perras policías!
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 

Relato erótico: “Destructo III No hagamos esperar al infierno” (POR VIERI32)

$
0
0

I. Año 1368

La Luna no era más que una pálida y delgada línea en un cielo negro atiborrado de estrellas. La brisa era fría, pero aquello no aminoró el espíritu de los miles de jinetes que se agolpaban al frente de la capital del reino de Xin, expectantes a la orden de entrar y asaltar el castillo del emperador. Levantaban la mirada y veían, más allá de las altas murallas que protegían la ciudad, cómo grandes volutas de humo ascendían por el aire para dibujar figuras informes en el cielo ennegrecido.

El último bastión del viejo imperio, Ciudad del Jan, una dinastía dominada por soberanos mongoles, pronto caería bajo el fuego y aquella sola imagen encendía los corazones de los guerreros.

El comandante de la legión invasora, Syaoran, cabalgaba al frente de la fila de jinetes. Su armadura lamelar, al igual que el de sus hombres, era de un negro oscuro e intimidante; se retiró el yelmo de penacho rojo y echó un vistazo a la gigantesca muralla. Desde que amaneciera hasta que el sol se ocultara, el sitio había sido férreamente defendido por los vasallos del emperador, con arqueros, lanceros y hasta arrojándoles acero fundido. Ahora no quedaba nadie y tenía la sospecha de que se habían resguardado en el castillo, en el centro mismo de Ciudad de Jan.

La muralla tenía al menos diez hombres de altura y rodeaba por completo la capital, una suerte de anillo de apariencia infranqueable; pero una súbita ola de orgullo lo invadió al reconocer que pronto rendiría frutos su estrategia de enviar infiltrados que escalasen las murallas en tanto atacaban con catapultas.

Pronto, pensó, las puertas se abrirían y pondrían fin a la dinastía mongola.

Luego se giró sobre su montura y vio a su ejército expectante. Eran casi diez mil hombres. Se impresionó al comprobar la disciplina de sus exhaustos guerreros ordenados en largas columnas que se extendían por las llanuras; los más alejados parecían más bien manchas sobre la hierba plateada.

El agua y la comida habían escaseado durante los últimos días de su viaje, pero con la toma de la ciudad vendría un festín. Recordó cómo los mongoles solían no solo llevarse las provisiones sino también a las mujeres antes de arrasar las ciudades xin; meneó la cabeza para quitarse los recuerdos amargos, por más que tuviera sus ansias de venganza, daría muestras de civilización a su enemigo… si es que decidían rendirse.

La gigantesca puerta principal chirrió y un par de golpes se oyeron desde adentro. Cuando un grupo de infiltrados consiguieron abrirla de par en par, otros sostenían de los brazos a un asustado hombre vestido con un deel azulado cruzado por una faja dorada. Luego de postrarse en el suelo, se presentó como un enviado diplomático de parte del emperador; esperaba pactar un cese a las hostilidades. Había mujeres y niños en Ciudad del Jan.

El comandante se mantuvo inmutable y esperó un tiempo antes de pronunciarse. Podría hacer caso omiso a las súplicas y dirigir a su ejército para adentrarse en las angostas calles de la ciudad, aplastando al enviado bajo las líneas de jinetes, pero Syaoran lo sorprendió.

—Hemos venido por la cabeza de vuestro emperador. Puedes decirles a las mujeres de la ciudad que estarán a salvo, a menos que yo encuentre una muy bonita.

El enviado dio un respingo al oír aquello y se estremeció al imaginar cómo Toghon Temur, el emperador mongol, era ejecutado por aquellos “salvajes y piojosos rebeldes”. Intentó convencerlo de que desistiera, pero el comandante volvió a interceder.

—Los hombres de tu emperador han luchado bien. Si se rinden, les perdonaré la vida.

—¿Y perdonar la vida de mi emperador? ¿No es más importante tenerlo vivo para que predique vuestra victoria por todo el reino?

—No solté la teta ayer. No dejaré que reúna fuerzas en otras tierras — Syaoran se inclinó sobre su montura y fijó su mirada en el aterrorizado diplomático—. Su cuello probará el acero de mi sable. Hemos venido hasta aquí como una rebelión del pueblo xin y pretendemos irnos como una nueva dinastía. Solo lo conseguiremos cuando ate su cabeza en la grupa de mi caballo y la presente a mi señor.

El enviado tragó saliva; no había forma de convencerlo.

—Me temo que mi emperador no se rendirá y peleará hasta el último de sus hombres.

Syaoran levantó su arma, cuya hoja refulgía bajo la luna como una línea luminosa.

—¡Wu huang wangsui!

Sus guerreros rugieron eufóricos al escuchar el grito de guerra xin. “¡Diez mil años para el nuevo emperador!”; tanto él como la caballería galopó rumbo la ciudad, elevando al aire gritos de júbilo. El diplomático se lanzó hacia un lado para evitar ser pisoteado.

Tras el comandante iban cabalgando los portaestandartes, elevando al aire las banderas de colores dorado y carmesí del nuevo orden xin. Eran llamativos los penachos rojos agitándose sobre sus yelmos; como una ola de fuego que flameaba en las calles; después de todo, eran conocido como el ejército del Turbante Rojo.

Las angostas calles se encontraban despobladas y los ciudadanos se habían resguardado en sus hogares, apenas asomándose por las ventanas para ver aquellos estandartes agitándose. Ya no había guardias mongoles defendiendo la ciudad y por un momento los rugidos de los guerreros superaron el golpear de las herraduras contra el empedrado.

El castillo del emperador estaba erigido sobre un terreno elevado, protegido por murallas. A su alrededor se extendían gigantescos jardines, aunque en algunas zonas el fuego crepitaba. No había señal de sus vasallos a la vista. El comandante levantó el puño para que los que lo seguían detuvieran a sus caballos; los demás imitaron el gesto para que la orden recorriera toda la caballería. Había que recuperar el aliento; al frente estaba el castillo y la imagen del mismo también siendo invadido por el fuego les volvió a inyectar de confianza.

—¡Mensajeros! —gritó.

Los guerreros esperaban con ansias la orden de abalanzarse para cortar la cabeza del emperador. Aproximadamente eran seiscientos los pasos que los separaban del castillo y aunque la victoria pareciera estar al caer, aún había toda una fortaleza en la que adentrarse y en donde probablemente se resguardaban los últimos de los vasallos. Se erigía altísima y arriba asomaban contados arqueros. Pero los jinetes xin estaban imbuidos de valor; tamborileaban sus lanzas, contaban sus flechas antes de guardarlas de nuevo en su carcaj, sacudían sus hombros para que el frío no entumeciera los músculos.

Los mensajeros se habían abierto paso entre los jinetes y avisaron al comandante acerca del imprevisto contratiempo: las catapultas debían ser desarmadas para atravesar las calles, y ahora avanzaban lentas a través de Ciudad de Jan.

El comandante gruñó. De todas formas, ya tenía el castillo rodeado y el emperador no escaparía.

—Montad un puesto de guardia. Atacaremos al amanecer.

Un guerrero frunció el ceño y tensó las riendas de su caballo. No tenía muchas nociones sobre la milicia, pero sabía que había una disposición de hombres con rangos y que, tal vez, lo mejor sería quedarse callado.

No obstante, tragó saliva y se armó de valor.

—Solo quedan arqueros defendiendo el lugar —dijo con voz firme, y algunos jinetes giraron la cabeza para verlo—. Podemos embestir mientras nuestros propios arqueros nos cubren.

El comandante fulminó con la mirada al joven. Había campesinos entre sus soldados y lo sabía; no todos estaban educados como debieran. Pero necesitaban de activos de guerra y en la nueva dinastía que pretendía alzarse no escatimaron en detalles. Si sabían levantar picas, iban al frente. Si sabían montar caballos, los entrenarían rápidamente en el arte de disparar desde sus monturas.

Lo vio detenidamente. Se veía fuerte y en su rostro había sangre seca desperdigada, prueba de que había participado en las batallas. Su sable, sujetado por el fajín de su armadura, también estaba teñida de rojo. “Pero es un campesino”, concluyó el comandante. Lo miró a los ojos; los tenía de color miel, de un amarillo tan luminoso que parecía un lobo.

—¿Cómo te llamas?

El guerrero sonrió, revelando dientes ensangrentados.

—Wezen.

—Al amanecer vendrán las catapultas para abrirnos el camino. Y cuando lleguen, mandaré a que te azoten la espalda hasta que aprendas a respetar a tus superiores.

Carcajadas poblaron el lugar. En cambio, los labios de Wezen se convirtieron en una delgada línea en su rostro pálido. Quién querría varazos. Mujeres, flores y vino de arroz, eso era lo que debían esperarlo luego de la victoria, pensó.

—Tienes valor, soldado —continuó el comandante—. ¿De dónde eres?

—Tangut —dijo; inmediatamente se corrigió—. De los reinos Xi Xia.

Syaoran enarcó una ceja. Se trataba una ciudad del reino Xin, ya inexistente, avasallada y destruida por los antepasados del emperador mongol. Entonces entendió los motivos del joven de seguir el asedio. Cómo no comprenderlo si él mismo también se movía por deseos de revancha. Desenvainó su sable que refulgía bajo la Luna y apuntó al extenso jardín del castillo, en una gran zona que aún no había sido alcanzada por el fuego, y luego miró al atrevido guerrero.

—¿Sabrás marcar el terreno para las catapultas?

—Claro que sí.

Un jinete dio un coscorrón fuerte al yelmo de Wezen. Este se giró y notó que su amigo, Zhao, estaba allí, con la armadura también empañada de sangre además de una mirada fulminante. En la caballería el trato era completamente distinto al que Wezen acostumbraba en las campiñas.

—Quiero decir… ¡S-sí, comandante!

Syaoran cerró los ojos, tratando de apaciguar su ira. La paciencia no era una de sus dotes, pero cómo iba a perder los estribos cuando la victoria ya estaba saboreándose. Cuando los abrió, calmo, asintió al joven.

Wezen hinchó el pecho, orgulloso. Ignoró los repentinos latidos frenéticos de su corazón y espoleó su montura, abriéndose paso entre los jinetes y adentrándose en los jardines, todo un terreno peligroso en el que podría ser víctima de los flechazos enemigos.

Los arqueros a lo alto del muro tensaron sus cuerdas y lanzaron al menos una decena de flechas al jinete que se acercaba. Las saetas apenas eran visibles debido a la oscuridad de la noche, pero los silbidos eran inconfundibles. Wezen se inclinó hacia adelante y elevó su escudo para protegerse, pero de reojo notó que las saetas se clavaban mucho más delante de él. Entonces supo que las flechas tenían un límite de distancia y él aún podía avanzar más; lo que fuera para marcar la línea donde las catapultas pudieran ser instaladas sin temer a los arqueros.

“No lo conseguirá”, pensó más de uno. “Lo mandó a una muerte segura”, sonrió otro. Su amigo, en cambio, apretaba los dientes. Se inclinó sobre su montura como un halcón que desea levantar vuelo, cuánto deseaba romper fila para acompañarlo. Vino a su mente la hermana de Wezen y apretó los puños. Cómo ese necio se atrevía a hacerlo, pensó; arriesgar su promesa de volver de una pieza. “Sobrevive”, susurró para sí. “Por Xue”.

El caballo relinchó al recibir un flechazo en el muslo y Wezen se giró sobre la montura; había llegado al límite, allí donde los arcos enemigos podían hacerle daño. Alargó el brazo y, torciendo la saeta, se la retiró de la pierna del animal. Volvió a galope tendido mientras se hacía con la lanza que colgaba en su espalda, sujeta por correas.

Marcó un tajo al suelo.

Zhao, a lo lejos, cerró los ojos y suspiró entre el murmullo aprobativo de los guerreros. Su amigo lo había conseguido.

Wezen detuvo al animal para apaciguarlo. Miró la fortaleza, allá a lo lejos, allá a lo alto, a los arqueros. Cuánto había deseado y soñado ese momento. Casi un siglo de sometimiento extranjero sobre el reino Xin terminaría esa noche y, sobre todo, las heridas provocadas a su familia tendrían venganza.

Bajó de su caballo y se plantó firme sobre la línea que había marcado. De la grupa del animal descosió los emblemas dorado y carmesí de la nueva dinastía. A lo lejos, su comandante apretaba los dientes pensando en que debería doblar la dosis de varazos cuando llegara al amanecer.

El guerrero enlazó los emblemas en la base de su lanza. Levantó el arma sobre su cabeza, haciéndola girar, y los pedazos de tela flamearon al viento. Revelándoles los dientes de su sonrisa, clavó la punta de la lanza en el suelo marcado.

—¡Oíd, perros! ¡Diez mil años para el nuevo emperador!

Enervados, los enemigos lanzaron una descarga incontable de flechas, pero ninguna alcanzó a Wezen. Tras él, todos los jinetes estallaron en gritos de júbilo mientras más saetas surcaban los cielos para clavarse en el suelo, pero lejos del confianzudo guerrero.

Wezen se giró para ver a sus camaradas. Volvió a gritar, levantando el puño al aire, pero era ensordecedor el sonido de victoria que atronaba la ciudad, así como las flechas cortando el aire, que ni él mismo se pudo oír.

Cuando montó de nuevo, se presentó ante su comandante. El griterío era imparable y el joven tenía la culpa de ello. Tuvo que alzar la voz para que su superior, cruzado de brazos, le oyera.

—¿Lo de los varazos sigue en pie, comandante?

—¿Qué varazos? Hoy comienza una nueva dinastía, Wezen. Preséntate en mi tienda para el mediodía.

El guerrero asintió. Observó de nuevo para ver aquel castillo. Cuando llegaran las catapultas todo aquello estaría convertido en un montón de escombros pedregosos. Y él era parte de ese hito.

“Una nueva dinastía”, pensó. Acarició a su animal, que apenas podía mantenerse tranquilo, tal vez por el griterío, tal vez por la herida. “Hoy comienza una nueva historia”.

II. Año 2332

Varias hembras aladas paseaban por un campo amplio de color del barro, aunque en diversas secciones ya asomaban brotes verdes y zonas floreadas. Con rastrillos, palas y escardillos en mano, las floricultoras de la legión de ángeles trabajaban el terreno que en un futuro sería la Floresta del Sol, un nuevo jardín de ocio de los Campos Elíseos, ubicado en las afueras de Paraisópolis.

Destacaba en el centro del terreno una hembra de alas finas, larga cabellera ensortijada y cobriza, además de unos llamativos ojos atigrados. Clavó una pala en el suelo y se frotó la frente sudorosa. Ondina, la líder de las jardineras, se encontraba cansada y con la túnica sucia de barro, pero sonrió al tener una panorámica del lugar; poco a poco el campo de tierra iba quedando hermoseado tras intensos días de trabajo.

Era una Virtud, rango angelical destinado a la protección de la naturaleza y fuertemente relacionadas a las flores. Solo esperaba que la reciente declaración de guerra contra el Segador no trajera ninguna batalla allí y destruyera el campo. Se estremecía solo de pensarlo.

Spica, otra Virtud, llegó para interrumpir sus cavilaciones. Tan sucia y cansada como ella, tiró su rastrillo al suelo y levantó tanto alas como manos al aire.

—¡Libre por hoy! —chilló—. Hablé con las otras y nos iremos al lago. ¿Te vienes?

Ondina meneó la cabeza.

—Tengo un asunto pendiente.

Y desclavó la pala de la tierra para seguir trabajando. Spica sospechó cuál era el asunto, por lo que fue inevitable sonreír por lo bajo, mordiéndose la punta de la lengua.

—Asunto… ¿pendiente?

Ondina frunció el ceño.

—Eso he dicho. ¿Qué te pasa?

—Nada. Pues no te tardes. Te estaré guardando un espacio en el lago.

—Antes de irte, ¿me traes unas bolsas de semillas? —agarró las bolsillas de cuero que pendían de su cinturón—. Ya se me están acabando.

Spica sonrió con los labios apretados. Las semillas estaban en la otra punta de la floresta, en la caseta de herramientas que habían construido. Estaba cansada y ya ni quería usar sus alas. Además, el sol aún golpeaba con fuerza y un baño en el lago era lo único que se priorizaba en su mente.

—¿No podrías continuar mañana?

Ondina la fulminó con la mirada.

—No.

—¡Ah! —Spica dio un respingo—. Está bien. Tú mandas …

Se giró en búsqueda de las “condenadas semillas”, como las pensó. Por más que fueran del mismo rango era notoria la dedicación de Ondina, no por nada era considerada la líder de las Virtudes. El jardín y su mantenimiento eran su vida y dedicación hasta un punto, según sus subordinadas, desmedido. “Algún día tiene que darse un respiro, por los dioses”, se quejó Spica, rascándose la frente. “Y a nosotras también”.

Poco a poco, ángel tras ángel, Ondina se había convertido en la única Virtud presente en medio del terreno que poco a poco se teñía por una luz ocre propia del atardecer. Cerró los ojos e imaginó el mismo campo ahora repleto de flores coloridas y paseos de árboles erigiéndose para todos lados. Levantó una mano al aire y casi pudo sentir esos pétalos imaginarios flotando en el aire y colándose entre sus dedos.

Un ángel descendió tras Ondina sin que esta se percatara de su presencia, absorta en sus imaginaciones como estaba. El arquero Próxima era fácilmente reconocible por las plumas de puntas rojizas de sus alas, además de llevar su arco cruzado en la espalda. Se lo retiró y lo lanzó a un lado, agarrando de paso el rastrillo que Spica había echado.

Empezó a trabajar la tierra, silbando una canción que solía escuchar en las noches del coro.

Ondina dio un respingo cuando lo oyó. Se giró para verlo y habló en tono quejumbroso.

—¡Ah! Tú. Deberías saludar, ¿no te enseña la Serafín los buenos modales?

—Intenté venir temprano —se excusó el arquero—. Pero me temo que tuve que quedarme para discutir los pormenores de mi misión. Lo siento, Ondina.

Pero Ondina hizo caso omiso a las disculpas. Frunció el ceño y continuó con su labor.

—¿Cuándo te marchas?

—Mañana al amanecer.

—Deberías prepararte entonces. Pierdes el tiempo aquí.

—Me gusta ayudar en la jardinería —se acercó a la Virtud y llevó sus dedos a la cintura femenina, deslizándolos por la tela de la túnica hasta que se introdujeron dentro de una de las bolsillas que pendían del cinturón—. Es relajante.

Ondina se estremeció al sentirlo, pero lo disimuló como pudo. Próxima sacó unas semillas y las desperdigó sobre la tierra.

—Cuida dónde pones esos dedos —amenazó altiva.

—Y me gusta estar contigo —asintió, volviendo a pasar el rastrillo.

Aquello fue un golpe bajo para la hembra. A ella también le agradaba su presencia. Más de lo que hubiera deseado. Apretujó sus labios y torció las puntas de sus alas porque ya no podía sostener su acto. Estaba preocupada. Todo el día lo estuvo. Abrazó la pala contra sus pechos y se giró para verlo.

—Si tanto te gusta estar a mi lado —ladeó el rostro, incapaz de mirarlo a los ojos—. ¿Por qué tienes que alejarte? Quédate. Dile a la Serafín que no deseas esa misión.

—Y si me quedo —sonrió el arquero, llevando la pala sobre uno de sus hombros, señalándose el pecho con el pulgar—. ¿Quién salvará los Campos Elíseos de las garras del Inframundo?

—¡Hmm! —gruñó ella—. ¿Ahora te crees un gran héroe? Que no se te suban los humos a la cabeza, los espectros del Inframundo no perdonan.

Había advertencia en sus palabras, una clara preocupación en su tono. La hembra se fijó en Próxima, pero este ahora echaba un vistazo a los alrededores, escabulléndose de las reprimendas y advertencias.

—Por los dioses —suspiró Próxima—. Este lugar es horrible.

—¡Ah!

—Pero lo conseguirás —asintió. Y luego se fijó en ella—. Siempre lo consigues.

—¿Quiénes irán contigo?

—Uno es Pólux. El otro…

—¿Pólux? —la hembra arrugó la nariz—. ¿Por qué no enviarán a otro guerrero como tú? El Inframundo es un lugar peligroso, ¿y deciden enviar a un bibliotecario? Un ángel gordo y perezoso, además.

Próxima rio. Tenía razón, Pólux podría ser de todo menos un guerrero. Aun así, lo defendió.

—Pólux será un gran aliado. Pero es cierto que yo preferiría tener de compañía a cierta Virtud, es la más hermosa que han visto mis ojos, no sé si la habrás visto por aquí —y al oír las palabras, las mejillas de la hembra ardieron—. Pero, a falta de ti, creo que el ángel más sabio de la legión será un gran compañero de viajes.

Ondina calló incapaz de librarse del sonrojo. Próxima siempre fue bueno con las palabras. Volvió a trabajar la tierra, pero esta vez el arquero se acercó no para meter la mano en las bolsas de semilla, sino para abrazarla por detrás y buscar consolarla.

—Te preocupas demasiado, Ondina.

—¿Lo hago? Es una misión suicida. Si la Serafín tanto desea hacerlo, ¿por qué no va ella?

—Es la líder ahora. Tiene asuntos más importantes.

—¿Y yo? ¿Acaso no tengo importancia alguna para ti?

Cayó un beso en el cuello de la hembra que hizo que por dentro su cabeza diera vueltas y vueltas. Siempre era avasallante sentir el tacto del amante; para seres como los ángeles a quienes se les había negado y arrancado esos placeres del cuerpo todo era vivido con más intensidad.

—Lo hago por ti.

—No —Ondina meneó la cabeza—. Lo haces por la legión. Yo entiendo. ¡Pero…! Llámame egoísta si quieres, deseo que te quedes —torció las puntas de sus alas cuando su amante la mordisqueó—. ¡Ah! ¡Próxima!…

El guerrero la tomó de la mano y levantó vuelo, aunque la hembra no deseaba volar ni apartarse de la tierra que trabajaba. Pero había un riachuelo en las inmediaciones y la llevaría a trompicones si fuera necesario.

—¡Aún tengo trabajo que hacer! —protestó la Virtud, tirando de la mano, pero el arquero no la soltaría fácilmente.

—La Floresta puede esperar. Yo no.

—¡Hmm! —gruñó, dejándose llevar.

El agua del río les llegaba por encima de la cintura, empapando sus túnicas y adhiriéndolas en el cuerpo; arriba, la luna arrojaba un destello plateado sobre el agua de modo que los amantes no perdían el detalle del otro. Ondina desnudó al guerrero, quien se giró para darle la espalda. La hembra deseaba tocarlo, aunque se contuvo porque aún no era el momento, además tenía la manía de arañarlo si esta se excitaba en exceso; meneó la cabeza para apartar el deseo carnal y empezó a lavar las alas del arquero.

Próxima quiso girarse para verla a los ojos, pero ella lo sujetó para limpiarle el barro de las plumas.

—Quieto. Y cuéntame, ¿es verdad lo que cuentan de Curasán y Celes? —la hembra encorvó las alas, había oído los rumores de parte de sus pupilas, pero quería confirmarlo con un testigo como Próxima—. Tú los has visto, ¿no es así?

—Fue una sorpresa —asintió, recordando la noche que la Querubín huyó de los Campos Elíseos—. Se tomaron de la mano delante de la luna. Frente a todos los guerreros. Los guardianes de la Querubín son amantes.

—¿Y cómo reaccionaron los demás? —preguntó curiosa, aunque realmente quería saber qué dirían “los demás” si se enterasen que la Virtud y el arquero también eran pareja.

Próxima se giró y la tomó de las manos, imitando a Curasán y Celes.

—No sabría decirte. No me fijé en la reacción de los otros. Pero, ¿cómo te sientes tú ahora mismo?

La hembra sonrió con los labios apretados. Se sentía bien, demasiado bien. La sangre hervía y las hormigas inexistentes poblaban su vientre. Claro que, para su pesar, la culpa por hacer algo prohibido siempre asomaba.

Miró hacia la orilla, allí donde varias flores crecían entre los hierbajos. Levantó su mano y, con un movimiento grácil de dedos, dichas flores empezaron a elevarse y dirigirse al río, desafiando la corriente de aire y la propia gravedad. Revoloteaban entre la pareja; era un espectáculo colorido que hechizó al arquero.

Ondina reía y cogió al vuelo varios pétalos.

—Estas servirán —asintió divertida.

—Estaría bien aprender eso —dijo Próxima moviendo torpemente los dedos, como esperando levantar las flores.

—¡Bueno! Y a mí me gustaría invocar rastrillos y palas, como cuando vosotros los guerreros invocáis vuestras armas. Pero eres un ángel guerrero y yo una Virtud. La guerra no es lo mío y la naturaleza no es lo tuyo.

Formó una pulsera de pétalos y la cerró en la muñeca de su amante.

—No te pediré que me prometas que volverás. Yo sé. Volverás a mí, guerrero.

—¿Segura? Tal vez me agrade el Inframundo y decida asentarme. Es decir, ¿qué me espera a mi vuelta?

Corrían los ángeles desnudos sobre la hierba de los Campos Elíseos, perdidos en la oscuridad plateada por la luna que ahora asomaba tímida tras las nubes, única testigo de la unión clandestina de los amantes. Ondina se abalanzó sobre Próxima, abrazándolo con brazos, alas y piernas, uniendo sus labios con fruición; el tacto era desinhibido; la mente apenas sabía cómo moverse, cómo actuar, pero era como si el cuerpo se activara y tomara las riendas de la situación.

Una larga estela de pétalos los persiguió desde el lago y danzaba alrededor de los amantes. A Ondina le hacía gracia cómo Próxima las miraba con recelo, como si fueran espías; no lo tranquilizaba por más que se gastara con explicaciones de que las flores la seguían a ella porque era su guardiana y cuando esta experimentaba felicidad, toda la flora respondía a su manera.

El guerrero, entorpecido por tener a Ondina atenazándolo, cayó tropezado sobre la hierba. Ella reía, pero al arquero le sonrojó aquello; uno de los ángeles más letales de los Campos Elíseos tropezándose por los prados tal querubín. Hizo acopio para olvidarse de los pétalos espías y, mientras la Virtud se acomodaba sobre él, palpó suavemente aquellos pechos orgullosos por donde algunas gotas de agua trazaban caminos.

Acercó sus labios y degustó los pezones con delicadeza porque había aprendido con el tiempo que Ondina no toleraba la brusquedad. La lengua dibujaba círculos alrededor de la aureola y luego incitaba al pezón a despertar. Cerró los ojos y se deleitó de los gemidos de su pareja.

La jardinera intentaba ofrecer los pechos, empujándose contra su amante, pero a la vez su espalda se arqueaba cuando los dedos del arquero se recreaban en las redondeces de su trasero; sus alas se torcían de placer y sus manos empuñaban la hierba debido a la intensidad con la que vivía todo.

Cuando unieron los cuerpos todo se les volvió más intenso. Se preguntaron para sí mismos, como otras tantas veces, si realmente tenía sentido que los dioses les prohibieran aquello. Esa estrechez húmeda que abrigaba el sexo del varón, esa plenitud, el sentirse llena y unida, que vivía ella dentro de sí cada vez que la penetraba. En ese instante que todo se desbordaba en un intenso orgasmo no cabía dudas de por qué Lucifer se reveló en los inicios de los tiempos. Más que deseos de libertad, tal vez, pensaban los amantes, el ángel caído habría experimentado el amor y con ello despertó el deseo del cuerpo.

Exhausta, Ondina se arrimó sobre el arquero.

—Volveré —dijo él, enredando los dedos entre la cabellera mojada de su amante—. Y cuando regrese, te tomaré de la mano frente a todos.

—Nos colgarán —rio Ondina—. A ver qué cara pondrá Irisiel cuando vea a su estudiante predilecto unido a una jardinera…

—Pues a mí me gustaría ver la cara que pondrá Spica —y la hembra carcajeó por el comentario al imaginar a su mejor amiga boquiabierta.

—Y pasearemos de la mano por la Floresta del Sol —Ondina asintió—. Yo misma haré un sendero de tierra rodeado de árboles y flores. Para los dos. Para más ángeles amantes.

Próxima cerró los ojos e imaginó todo aquello. En su mente los caminos de tierra serpenteaban por la floresta y cientos de parejas recorrían sus senderos entre el revoloteo de plumas y hojas de los más variopintos colores. Sonrió al entender, por fin, por qué Ondina ponía tanto empeño en trabajar el jardín.

—Ya veo. Entonces me apresuraré en volver.

Pólux bajó por las escaleras de la Gran Biblioteca conforme su rostro se torcía por la fuerte luz del sol. De una peculiar calvicie y una prominente barriga que demostraba su excesivo gusto por la bebida, el sabio ángel de rango Potestad levantó la mano e invocó su libro de apuntes, todo un grueso compendio de conocimientos adquiridos a través de los siglos.

Creados por los dioses para proteger los conocimientos, la Potestad usó el libro invocado para taparse los ojos del sol.

Se ajustó el fajín de su túnica y echó la mirada para atrás; definitivamente, pensó, extrañaría su lugar de trabajo; a saber cuánto tiempo estaría afuera en la misión que le había encomendado la Serafín Irisiel. Pero a la vez lo deseaba; salir de aquella suerte de claustro, de aquel gigantesco salón repleto de estanterías y libros varios que los ángeles de la legión utilizaban ya sea para adquirir sabiduría o como simple pasatiempo.

Si bien viajar al Inframundo no era precisamente una idea que le causara tranquilidad, se hacía inevitable sentir algo de orgullo al haber sido encomendado con semejante misión en unas tierras cuyo paso para los ángeles estaba prohibido.

Aprovecharía para recabar toda información acerca de aquel temible lugar, asintió decidido.

—¡Maestro!

Un grupo de Potestades salió de la Gran Biblioteca. Destacaba Naos por su aspecto larguirucho y su rostro de facciones igualmente alargadas; se trataba de uno de sus subordinados más fieles. Si bien todos compartían el mismo rango angelical que Pólux, era inevitable para ellos referirse a este como su superior; fue idea de él la de crear la Gran Biblioteca en los inicios de los tiempos, en medio mismo de la ciudadela de Paraisópolis.

—Me temo que estaré fuera por unos días —dijo Pólux.

—Lo sabemos, Maestro —Naos se acercó con un objeto en las manos, enrollado por una tela blanca.

—¿Y esto?

Se lo entregó y el maestro descubrió la tela para revelar el regalo. Pólux silbó largamente mientras torcía las puntas de sus alas.

—Es del viñedo de Spica —Naos esbozó una gran sonrisa—. Es un encargo especial.

Pólux miró para ambos lados de la calle. Había un montón de ángeles yendo y viniendo por las calles de Paraisópolis, pero no les prestaban atención. Mejor así. Su fama de ángel bebedor no era desconocida en los Campos Elíseos, pero deseaba mantener cierta privacidad. Agarró la botella de vino y la ocultó tras su fajín.

—¿Encargo especial? ¿Acaso ya lo sabéis? —preguntó Pólux.

—Los rumores corren rápido, Maestro.

—Hmm —asintió Pólux—. Mantened la biblioteca ordenada durante mi ausencia.

—Pero hay algo que me tiene curioso, Maestro —dijo otra Potestad—. Si se topa con un espectro del Inframundo, ¿acaso va a darle librazos a la cabeza hasta que muera?

Sus estudiantes carcajearon estruendosamente, aunque Pólux se estremeció de imaginarse haciendo algo como aquello.

—Si sucede lo peor, me temo que tendré que hacer un gran sacrificio y reventarle la botella de vino en la cabeza.

Más de un ángel detuvo su rutina y miró a ese grupo de sabias Potestades riendo sonoramente en la entrada a la Gran Biblioteca. Era usual verlos siempre de buen humor y tratarse con camaradería.

—De todos los ángeles de la legión, usted es el menos adecuado para esta misión, Maestro.

Ahora las risas fueron menos pronunciadas porque era una verdad incómoda. Las Potestades no estaban hechas para la batalla. Pólux ni siquiera sabía manejar un arma, tal vez una daga, como mucho, pero desde luego insuficiente para una misión al Inframundo.

—Estarás bien resguardado, eso sí —dijo uno—. Tu compañero es nada más y nada menos que Próxima.

Ahora todos asentían entre murmullos. Probablemente, luego de los Serafines, Próxima era uno de los guerreros más respetados de los Campos Elíseos. El alumno más audaz de la Serafín Irisiel era una excelente garantía de seguridad para una misión tan peligrosa.

—Pero tu otro compañero —Naos frunció el ceño—, no me inspira mucha confianza…

—No seas agorero —interrumpió Pólux—. No puede ser tan malo. Si Irisiel lo eligió, tendrá sus razones.

—La Serafín puede equivocarse —devolvió Naos—. Ya ves. Te eligió a ti.

De nuevo los estruendos de las carcajadas rebotaban por las callejuelas. El ambiente de despedida fue grato y entre amigos. Con sendos abrazos se despidieron de Pólux con la esperanza de verlo más temprano que tarde. El robusto ángel se ajustó su fajín y les sonrió, antes de girarse y perderse en las calles de Paraisópolis.

—Pero, realmente —insistió Naos a sus compañeros—. De todos los ángeles que Irisiel podría haber elegido para acompañar a Pólux y Próxima, ¿ha tenido que nombrar justamente a ese?

—No puede ser tan malo —dijo otro—. ¿O sí?

Varias hembras se encontraban apelotonadas en un rincón de la cala del Río Aqueronte, tras unos arbustos. Estaban nerviosas, pero a la vez emocionadas ante lo que contemplaban. Celes y Curasán, los guardianes de la Querubín, charlaban amenamente a orillas del río. Jamás hubieran creído que dos ángeles de la legión pudieran ser pareja, tal y como los mortales lo hacían en el reino humano. Ni bien pudieran, escribirían una canción acerca de aquel romance prohibido. Después de todo, como miembros del coro angelical, no se podía esperar menos. A ellas, todo les inspiraba letras de canciones.

Suspiraron en el preciso momento que Curasán tomó de la mano de Celes. Quién diría que el ángel más torpe de los Campos Elíseos luciera tan galán, iluminado especialmente por un haz de luz del sol mientras el viento mecía su corta cabellera. Sonreía y desde luego afectaba a Celes quien, enrojecida, no sabía dónde mirar.

Enrojecimiento que, súbitamente, invadió a varias de las hembras que espiaban. Una incluso llegó a suspirar mientras torcía las puntas de sus alas.

Curasán elevó la mano de su amante y la besó.

—Esas arpías curiosas —dijo él—. Nos están mirando desde lo lejos, ¿no es así?

Celes se encontraba nerviosa y le costaba concentrarse. Era la segunda vez en toda su vida que demostrara su afecto en público. La primera fue ante la legión de guerreros, pero ahora ante sus amigas más cercanas. Por más que el amor hacia Curasán lo sintiera reconfortante, no podía quitarse el hecho de que, al fin y al cabo, era algo innatural en los ángeles.

—Ah, Curasán —respondió al fin—. No las llames así. Son mis amigas.

—Pues que no espíen.

Celes meneó la cabeza para enfocarse. Había un par de asuntos mucho más importantes. La primera, ella misma debía bajar al reino de los humanos para ir junto a su protegida. Su “pequeña hermana”, como la llamaba. Y lo haría en compañía de las cantantes del coro angelical que aún estaban en los Campos Elíseos, quienes deseaban ir junto a su maestra Zadekiel. Las guiaría el Dominio Sirio, uno de los pocos Dominios al servicio de la Serafín Irisiel.

—Recuerda —dijo Celes, acariciando la mejilla de su amante—. Te estaremos esperando. Eres su guardián. Su hermano. Y tú… tú me perteneces, ¿no es así? —hizo una pausa porque se emocionaba con sus propias palabras—. Prométeme que volverás vivo.

—No podría volver muerto.

Aquello era el otro asunto que la tenía en ascuas. Si bien la Serafín Irisiel los había liberado, ahora los separaría. Celes bajaría al reino de los mortales para cuidar de su protegida, mientras que Curasán tendría una misión peligrosa: adentrarse, junto con otros dos compañeros, en las desconocidas y prohibidas tierras del Inframundo.

Pero él tenía confianza. En sí mismo. En sus dos compañeros: Próxima, el habilidoso arquero, y Pólux, la Potestad más sabia de los Campos Elíseos.

Celes se apartó, ofuscada ante el desenfado con el que se tomaba su amante todo aquello.

—¡Tengo mis razones para preocuparme! ¿Qué será de tu protegida si pereces? ¿Qué será…? ¡Ah! Ríete si quieres, pero, ¿qué será de mí?

—Y de mis otras amantes —Curasán se acarició la barbilla—. Mi muerte traerá mucha desesperanza, ahora que lo pienso.

—¡Necio!

Se abalanzó para abrazarlo. Y su amante correspondió, esta vez le invadió una súbita emoción al percibir en su pecho el llanto ahogado de Celes. Por más que fuera probablemente el más torpe de los Campos Elíseos supo comprender que no había lugar para bromas. Al menos, no en ese preciso instante.

—Volveré —susurró, acariciándole la cabellera—. Y cuando regrese, se lo diremos a Perla.

—Hmm —gruñó suavemente ella, asintiendo conforme hundía más su rostro en el pecho del joven.

—Me pregunto qué dirá…

—Trastabillará palabras por horas, seguro —rio la hembra.

Un ángel plateado descendió en la playa, entre el grupo de las cantoras espías y la pareja de amantes. Las hembras del coro respingaron al reconocer al mismísimo Dominio Sirio, con aquel llamativo y enorme mandoble cruzado en su espalda, y rápidamente se acercaron, unas aleteando, otras dando presurosas zancadas. Pero absolutamente todas miraban curiosas la despedida de los ángeles amantes.

Cuando el ángel plateado notó a todas las hembras tras él, les asintió.

—¿Estáis todas? Es momento —dijo él—. Dependiendo de dónde caigamos, podríamos llegar junto a Zadekiel en cuestión de pocos minutos o cuestión de dos días, como mucho.

Celes se apartó al oírle, pero cuánto deseaba unos segundos más al lado de su pareja. Dos de sus amigas se acercaron y acariciaron sus alas para, lentamente, llevarla de la mano al río Aqueronte. “Ve”, susurró Curasán, animándola. Cuando todas pisaron el agua en la orilla, Celes se giró y reveló sus ojos humedecidos.

—¡Curasán! ¡No lo olvides! Te estaremos esperando.

—No podría olvidarlo, no dejas de repetirlo —se palpó la cintura, buscando algo en su cinturón—. Oye, espera, Celes…

Levantó un papel de lino enrollado y se la lanzó.

—Entrégasela a la enana —le guiñó el ojo—. Y aguántate las ganas, curiosa, es solo para ella.

Sus amigas tomaron de su mano al ver que el Dominio Sirio ya entraba al agua. Al grito de “¡Vamos!”, se adentraron en el río. Tomadas de las manos, todas las hembras desaparecieron entre chillidos y risas, dejando sobre la superficie las espumas informes sobre el agua. Curasán dobló las puntas de sus alas; cuánto deseaba estar en ese grupo, cuánto deseaba ver de nuevo a su protegida y rodearla con sus brazos.

Pero él comprendía que era el guardián. Y como tal, tenía sus responsabilidades.

Silenciosa como una brisa, Irisiel descendió en la orilla, detrás de Curasán que miraba melancólicamente el río. La Serafín lo había visto todo desde la distancia. Era inevitable sentirse, en cierta manera, culpable por estar separando a la pareja de amantes. Pero era lo que tenía que hacerse. No podía dejar que Curasán y Celes dieran el mal ejemplo en la legión e incitaran a los demás ángeles a romper una promesa sagrada de servidumbre exclusivo para los hacedores, por más que estos estuvieran desaparecidos.

—Curasán —dijo apenas; su voz se perdía en el murmullo del viento.

El ángel no se giró para verla. Irisiel apretó los labios; de seguro estaba molesto con ella por ser la causante de la separación.

—Puedes estar todo lo enojado que quieras, pero lo hago porque creo que es lo adecuado para la legión. Y, sobre todo, por el bien de Perla. Porque tú eres uno de los pocos ángeles que puede cumplir con la misión.

No hubo respuesta. Solo el húmedo viento meciendo las alas del joven ángel.

—Pero te prometo —la hembra ladeó el rostro y apretó los dientes—. Te prometo que, si todo sale bien, podrás reunirte con Celes. Si esto es lo que te hace feliz, no me entrometeré. Pero, por favor… ¿Cómo te demuestro que no lo hago por caprichosa? ¡Eres el guardián de Perla, maldita sea, hoy más que nunca necesitas ser su escudo! ¡Háblame al menos!

Curasán lentamente se giró y vio a la Serafín. Sonrió e Irisiel se estremeció. No podía negar que el muchacho tenía su encanto. Era torpe, claro, pero irradiaba un aura que era capaz de tranquilizarla aún pese al clima de guerra que se olía en los Campos Elíseos. Tal vez fue el destino lo que hizo que criara a la Querubín, porque cuando veía sus ojos, veía un poco de Perla. Veía un poco de esperanza. De que todo saldría bien.

“Ojalá”, pensó ella, devolviéndole la sonrisa. “Ojalá muchos fueran como él”.

—Esto… —Curasán achinó los ojos y se limpió los oídos—. ¿Desde cuándo estás ahí?

III. Año 1368

Cuando el sol estaba en lo alto del cielo, cientos de jinetes en formación partieron rumbo al diezmado castillo; las murallas se habían convertido en escombros pedregosos y desnivelados que ya no protegían los salones del emperador mongol. El polvo, acuchillado por haces de luz, había menguado y la visibilidad no era perfecta. Pero los guerreros xin, al ver a sus enemigos, levantaron los sables al aire que refulgían como líneas doradas al sol. Los casquetazos hacían temblar el suelo y pronto se llenó de rugidos de guerra cuando se dio el encontronazo contra los vasallos del derrocado emperador, quienes contaban con una disminuida caballería protegiendo los salones.

Iban y venían los sablazos durante el violento cruce entre las líneas enemigas; gotas de sangre se desparramaban por los aires y caían sobre la hierba del jardín. Wezen se adentró en medio del tumulto, como una lanza en medio del fuego, repartiendo tanto sablazo como podía dar. Recibió un inesperado corte en un hombro, pero el enemigo rápidamente cayó de su montura, con un flechazo atravesándole el yelmo. Wezen giró la cabeza y sonrió al ver a Zhao, arco en ristre, atento a él.

—¡Gracias, Zhao! ¿¡A cuántos mataste ya!?

Zhao no lo escuchó debido al griterío, pero entendió por los movimientos de labios.

—¡Recuerda a Xue!

Wezen tampoco oyó, pero entendió.

—¡Lo hago!

Recibió un martilleo de sable contra su yelmo, de parte de algún enemigo, aunque otros de sus compañeros entraron para embestirlo. A Wezen la cabeza le daba vueltas, pero no era momento de mostrar debilidad. Estaba en medio de una batalla y era hora de reclamar venganza. Espoleó su montura y siguió adentrándose entre los enemigos.

Se agachó al ver venir a uno y atizó un tajo bajo el brazo para que este cayera cercenado. Sintió sangre caer de su frente y saboreó el gusto amargo en sus labios; aquello pareció inyectarle de más vigor y consiguió deshacerse de otro con un rápido sablazo. Escupió un cuajo de sangre en el preciso instante que cortó el cuello de un enemigo más; era un auténtico carnicero y sentía que podría hacerlo durante horas.

Detuvo su montura al haber atravesado las diezmadas líneas enemigas. Vino la repentina quietud. Eso era todo. Al frente tenía las escaleras que daban el acceso a los salones del emperador. Se giró y vio con satisfacción cómo sus compañeros lo seguían y derribaban a cuanto se les atravesara. Los que caían eran rápidamente rematados por las picas para que no volvieran a levantarse.

Los gritos de guerra fueron disminuyendo de intensidad en el jardín para dar paso al griterío de júbilo, un grito que se repetía hasta el hartazgo. “¡Diez mil años para el nuevo emperador, diez mil, diez mil!”; pronto la noticia correría por todos los rincones del reino de los Xin: la batalla en Ciudad de Jan había terminado.

Zhao se abrió paso hasta llegar junto a Wezen y notó con espanto cómo la armadura de este estaba bañada de sangre. Pasó su mano por la pechera de su amigo y luego se restregó en su propio rostro el líquido viscoso, causando una mueca graciosa en Wezen. Lo hacía para aparentar ante los superiores, de que también había participado de la batalla como uno más.

—Mataste a uno, Zhao. Lo vi con mis propios ojos.

—Buda lo vio mejor —se excusó con un ademán—. Fue para protegerte.

Wezen lo tomó del hombro y sacudió, riéndose. Intentó quitarle el yelmo, para bromear, pero a su amigo le aterrorizaba que le vieran la calva y los demás sospecharan de su religión. Un budista no mataba, al menos no hasta que fuera necesario, y alguien con ideales tan diferentes a los de ellos no sería visto con buenos ojos en la caballería xin.

—Este Buda del que hablas… —Wezen frunció el ceño al fijarse mejor en Zhao; su armadura no tenía ningún rasguño—. ¿También atrapa las flechas y te escuda de los golpes?

—No. Solo estoy atento en el campo de batalla.

Wezen enarcó una ceja. Lo sintió como un regaño.

—No mientas, ¿Buda no castiga los mentirosos? Tú estás huyendo de la lucha.

—¿Huir? Me gustaría, pero no puedo —se encogió de hombros—. Te sigo donde vas. Y solo vas allá donde hay problemas.

El ejército había acampado en las afueras de la ciudad y el clima de festejo era notorio. La brisa se había vuelto aún más fría, pero ahora arrastraba un olor a carne asada que agradaba. Wezen y Zhao cabalgaban hacia al centro del sitio, por un camino de tierra que serpenteaba entre las tiendas, rumbo a la yurta del comandante. El estómago del guerrero protestó varias veces cuando reconoció el olor a carne de cordero, pero se recompuso pensando que en la tienda principal de seguro lo invitarían a algo.

Miró a Zhao y este ni se inmutaba.

—¿Tienes hambre, Zhao?

—No. ¿Y tú?

Abrió los ojos cuanto pudo y señaló con ambos brazos el campamento. El olor era embriagador para cualquier hombre y en serio no comprendía cómo ese budista era capaz de resistir semejante tentación.

—Pero, ¿tú qué crees?

—Estoy seguro que el comandante te invitará algo. Lo has impresionado.

Wezen asintió. Aunque Zhao aún no había terminado.

—O, por el contrario, podría darte los varazos que amenazó darte. Tal vez todo esto no sea sino una mentira para que vayas directo a la boca del lobo.

—La boca del lobo…. Ah, ya veo. ¡Eres un gran amigo! Me pregunto si ese Buda será capaz de evitar que me mee en tu desayuno…

—Sí sé que nadie te salvará de los varazos… —sonrió y lo miró divertido—. Amigo.

Desmontaron al llegar a la tienda principal, armada sobre una carreta de gran tamaño y vigilada por dos soldados. Zhao se arrodilló sobre la hierba y cerró los ojos. Wezen creyó oírle decir “Te estaré esperando”. Se había olvidado de nuevo sobre el asunto de las formalidades militares. Solo él estaba invitado, no el budista. Se dirigió a la tienda y uno de los guardias intentó interrumpir el paso, aunque el otro reconoció al joven y le indicó, con un cabeceo, que entrara a la yurta.

Agachó la cabeza para pasar bajo el dintel. El olor del cordero volvió a invadir sus pulmones. Se preguntó por un momento si lo que le había dicho el budista era verdad; tal vez se divertirían azotándolo mientras comían y bebían. Meneó la cabeza porque la sola imagen era aterradora.

Luego levantó la mirada y vio al comandante sentado en un asiento mullido, siendo masajeado por dos esclavas tan pálidas como la nieve; se encontraba con el torso desnudo, repleto de cicatrices; la cabeza echada hacia adelante y, ahora sin casco, podía verle las trenzas de su cabellera balanceándose.

Wezen se inclinó como saludo, ahora con más dudas asaltándole la cabeza. Tal vez ese hombre era algo más que un comandante.

—Comandante Syaoran, he venido. Como ordenó.

De un movimiento de brazo, el hombre apartó a una esclava y levantó la mirada.

—Ha venido el guerrero Xi Xia —Luego miró a una de sus esclavas y ordenó algo.

Mientras una muchacha acariciaba el pecho del comandante, la otra se hizo con una botella de vino de arroz y destapó la cera para servirle en una taza al joven guerrero. Este no dudó en tomarlo con ambas manos. La bebida quemó su garganta y gruñó; era más fuerte de lo que recordaba. Recordó que Zhao ya probó del mismo, en las campiñas de Xi´an. “Sabe a pis de caballo”, dijo en ese entonces, y el guerrero sonrió al terminarse la bebida.

—El emperador mongol no se encontraba en la ciudad —Syaoran elevó su propia taza—. Todo fue una trampa bien elaborada para hacernos perder el tiempo. Pero a falta de su cabeza, los sesos de su enviado diplomático y las ruinas de su castillo servirán como tributo.

Bebió de un trago y miró al joven.

—Es extraño que nombres tierras que ya no existen. ¿Cuál es tu historia?

—Mi abuelo. Era arquitecto y servía al rey Xi Xia.

Wezen respondió luchando contra un repentino mareo que causaba la bebida. Miró a la joven esclava, arrodillada a su lado, quien se sorprendió del color amarillento de los ojos del xin; él, en cambio, se deleitó de la vista de sus apetitosos senos y luego de la fina mata de vello recortada sobre la atractiva carne de su sexo… y le sonrió de lado.

—Mi abuelo también servía como vasallo del rey Xi Xia. Aunque no era arquitecto, sí sirvió como uno de sus escuderos.

Wezen lo miró con asombro. Entonces los antepasados del comandante también habían servido al mismo reino que los suyos. No había duda de por qué lo mandó llamar.

—¿Tienes familia, Wezen?

—Tengo una hermana, comandante. Vive en Congli, con mi tío… Eso es en la frontera. Al oeste.

—Queda lejos, pero lo conoceré. Nuestro ejército pertenece a la Sociedad del Loto Blanco y nos consideramos la mano derecha del emperador. Por decisión suya, deberé llevar mil hombres a la frontera con Transoxiana, al oeste. El resto del ejército volverá a Nankín a la espera de nuevas órdenes. Me gustaría llevarte como miembro de mi caballería.

—¿Transoxiana? —Para llegar allí debían pasar por Congli, por lo que sintió un cosquilleo en el pecho al saber que volvería a ver a Xue luego de año y medio de estar separados—. Puede confiar en mí, comandante.

—Lo sé. Quien honra a sus antepasados me merece la confianza. Por eso te pedí venir aquí.

—¿Qué sucede en Transoxiana, mi señor?

—Esperamos encontrarnos con unos emisarios de Occidente. De Rusia —el comandante bebió otra vez de su copa; su voz apenas se mantenía firme y ya arrastraba algunas palabras—. Hace años que nuestro emperador está en contacto con ellos. Serán aliados importantes… si los encontramos vivos.

Wezen desconocía de otros reinos, pero sí relacionaba las tierras del Occidente con algo.

—Cristianos.

—Hmm —gruñó el comandante, haciendo un ademán—. Son aliados. Musulmanes, cristianos, incluso ese amigo tuyo, el budista —Wezen dio un respingo al oír aquello. Definitivamente, al comandante no se le escapaban detalles—. ¿Qué importa cuando hay un enemigo en común? Los mongoles también asolan su reino.

Imprevistamente la esclava mordió el pezón de Syaoran, quien respingó. Su cabeza daba vueltas y vueltas, pero consiguió sonreírle a la joven, cuya mano se escondía bajo su pantalón en buscaba despertar la virilidad del hombre. Pronto se sentó sobre su regazo para encontrarse rodeada por los fuertes brazos del comandante.

Wezen notó cómo la segunda esclava se le despedía con una reverencia para unirse al dúo. El guerrero apretó los labios, decepcionado; esperaba que ella se le ofreciera. La muchacha abrazó a su amo por detrás, presionando sus nimios pechos contra su espalda, en tanto que este saboreaba de la boca de la otra joven.

Syaoran se apartó suavemente y fijó la mirada en Wezen.

—Si tienes hambre, llévate cuanto quieras.

El sol se ocultaba y teñía el horizonte poblado de lejanas colinas. En las afueras del campamento, Wezen ajustó la bolsa de la grupa de su caballo, cargada de bebidas y algo de carne asada, y montó de un enérgico brinco. Zhao lo esperaba más adelante, sobre su montura y conversando con un par de soldados. Era extraño verlo charlar con otros hombres; de seguro, pensó, se ganó algo de admiración en los demás por cómo se desenvolvió en el campo de batalla.

—Toma —Wezen le acercó un odre con vino—. Para calentar el cuerpo. Nos esperan tierras frías, Zhao. Y peligrosas. Quién sabe si aún hay mongoles acechando. ¡Pero …! Pero luego se nos abrirán de brazos las tierras más cálidas que te podrás imaginar.

—¿El desierto de Gobi?

—No —rio, no era ese tipo de calidez al que se refería, sino a algo más hogareño—. Volvemos a Congli.

—Ya veo. Xue estará feliz de verte.

Y él estaba de acuerdo. Avanzó unos pasos más, mirando las lejanas colinas por las que tendrían que buscar un camino rumbo a casa. Se inclinó ligeramente hacia adelante sobre su montura, como si quisiera partir cuanto antes. Acarició a su caballo, animándolo porque pronto afrontarían una larga travesía.

Mientras una fría brisa mecía la aparente infinitas extensiones de hierba, se giró para ver a su amigo.

—¿Qué sucede, Zhao? ¡Vamos! —elevó la mano, levantando el pulgar y cortando el gigantesco sol naranja—. Ya sabes lo que dicen. No hagamos esperar al infierno.

IV. Año 2332

En los lejanos límites de los Campos Elíseos, hacia el norte de Paraisópolis, cruzaba el gran Río Lete que delimitaba el fin del reino de los ángeles además de marcar, con una gigantesca bruma neblinosa, los inicios de un reino oscuro y desconocido para ellos. De una altura considerable, el grisáceo muro humeante del Inframundo no permitía el acceso a nadie.

Solo en los inicios de los tiempos, cuando Lucifer se recluyó allí con sus huestes además de sus dragones, los dioses permitieron a un ejército de ángeles adentrarse para darle caza. Pero hacía milenios de aquello y muchos guerreros de aquel entonces ya no se encontraban vivos.

Amontonados al borde una colina, varios ángeles se habían agrupado para despedir a los tres elegidos por la Serafín Irisiel, quienes estaban de pie frente al muro de niebla, fascinados. Fue la propia Serafina quien se abrió paso en el grupo para quedar al frente y hablar con sus elegidos una última vez.

—Cuidaos los unos a los otros —dijo la Serafín, y los tres ángeles se giraron para verla.

Próxima se fijó en el grupo y se sorprendió de ver a Ondina quien, como líder de las jardineras, se ofreció para desearle suerte a los tres enviados con regalos florales. Pulseras de pétalos flotaron en el aire y se cerraron en las muñecas de los tres elegidos al son de los movimientos de dedos de la hembra. El arquero sonrió de lado y la Virtud le devolvió la sonrisa.

Algunas Potestades también fueron. Naos estaba al frente, de brazos cruzados, totalmente preocupado por su maestro. Pólux le guiñó el ojo y su alumno asintió serio, incapaz de librarse de la inquietud que lo acosaba.

—Un mundo desconocido y prohibido les espera—continuó la Serafín—. Supongo que cada uno de ustedes hizo sus investigaciones sobre el Inframundo.

Próxima recordó que no dejó de consultar con la propia Serafín sobre qué peligros podría encontrar allí. Ya sabía, en menor medida, qué esperar de los espectros, así como de las bestias que pululaban en aquel reino. Pólux cerró los ojos y recordó sus noches en vela; cómo no iba a investigar sobre lo que pudiera. Incluso charló varias veces con los pocos guerreros que habían hecho incursiones hacía milenios. En su mente, ciudades y castillos se erigían bajo la oscuridad. Curasán, por otro lado, sonrió con los labios apretados. La verdad es que no se le había ocurrido investigar de alguna manera.

Cuánto le gustaría a la Serafín enviar todo un ejército al Inframundo, pero el enemigo era cauto e inteligente. Si ya fue por sí solo capaz de manipular al Serafín Rigel y a toda su legión de guerreros, cómo no iba a poder hacerlo con los demás. Sabía que no debía llamar la atención y solo debía enviar un grupo reducido.

Siguió hablando no solo para los tres, sino para tranquilizar a los ángeles que habían ido allí para despedirse.

—Os elegí a los tres porque confío en vosotros. Próxima, mi mano derecha. Pólux, mi sabio consejero. Y Curasán… —hizo una pausa y sonrió al joven ángel mientras algunas risillas cómplices se oyeron tras la Serafín—. Curasán, tú eres el ángel más noble de la legión.

El muchacho se rascó la frente, tratando de ocultar su sonrojo. Era la primera vez en milenios que la Serafín le regalaba un elogio como aquel. A pesar de que esa mañana, en la cala del Aqueronte, la hembra se abalanzó sobre por él para arrancarle varias plumas de sus alas, ahora sentía que sus palabras venían cargadas de sinceridad y admiración.

—Os adentraréis en las tierras prohibidas porque hay una amenaza que busca dividirnos con el miedo como arma principal. Os encontraréis con dificultades y probablemente el horror os espere, pero cuando sintáis que nada vale la pena, cuando sintáis que el miedo os presione el pecho, recordad que estás allí frente a frente contra un enemigo no porque odiéis al que tenéis adelante, sino porque amáis lo que habéis dejado atrás. ¡Así que extended las alas, mostradles que los ángeles abrazarán a todos aquellos que busquen la paz y el conocimiento, pero darán caza sin tregua a todo aquel que amenace nuestro reino! ¡Brillad allá en las tierras donde no alcanza la luz! ¡Llevad la esperanza en las tierras donde no la conocen!

Invocó un arco dorado en una mano y una saeta entre los dedos de la otra. Relucían con intensidad y los que estaban cerca admiraron aquello con largos suspiros y silbidos. Irisiel vio el arma detenidamente, rememorando aquella lejana guerra contra las huestes de Lucifer. Los dioses se lo habían regalado para cazar a los dragones, caballería por excelencia del ángel renegado, y había rendido con creces la confianza que depositaron en ella.

Ahora sería su turno de cederla, pero no sin antes hacer un último disparo. Tensó la cuerda hasta la oreja y apuntó al frente, allí en esa muralla de neblina en apariencia inexpugnable.

—¡Cazad al Segador y ponedle fin a la amenaza! ¡Id, mis elegidos! ¡Yo os nombro los Ángeles de la Luz!

La flecha salió disparada, generando un violento torbellino a su paso, levantando pedazos de piedrecillas al aire, atravesando y partiendo en dos el muro de niebla, revelando el sendero pedregoso y en apariencia infinita que conducía al Inframundo.

La legión elevó gritos de júbilo al aire que luego se convirtieron en rugidos que parecían inyectar de confianza y valor a los tres enviados. Mientras la Serafín lanzaba el arco dorado hacia Próxima para que este lo cogiera al vuelo, Pólux hinchó el pecho con orgullo. Fue un discurso motivador y propio de una guerrera tan distinta como lo era la Serafín, quien lejos de ensalzar la fuerza de los ángeles buscaba resquicio de valor en sus corazones.

—No te decepcionaremos, Serafín —dijo la Potestad.

—Volveremos, Maestra —respondió Próxima, ajustándose el arco dorado en la espalda.

Pero cuando el arquero volvió la mirada para observar el camino abierto, notó sorprendido que Curasán ya se adentraba con pasos firmes y decididos.

El guardián se giró, levantando la mano con el pulgar elevado. Los demás lo vitorearon porque el mensaje para el oscuro Inframundo y sus huestes estaba más que claro: en el reino de los ángeles no había amenaza que temer. La Serafina sonrió conmovida, en tanto que Pólux lo regañó por apurarse. Próxima, por su parte, apuró el paso para alcanzarlo.

Realmente había esperanzas, pensó la Serafina, viendo a sus tres elegidos.

—¿Y bien? ¡Vámonos! —ordenó Curasán—. No hagamos esperar al Infierno.

Continuará.

Nota del autor: Pido enormes disculpas por la tardanza. Espero que aún haya alguien interesado en la serie… China tuvo varios nombres en la antigüedad, generalmente asociada a la dinastía imperante. En la época ambientada ya adoptaba el nombre de una antigua dinastía: “Xin” o “Quin”, aunque la dinastía imperante en ese entonces se denominaba “Yuan”, regida por mongoles. Gobernaban en Ciudad del Jan, hoy Beijing.

En Europa era mayormente conocida como Catay. Transoxiana, por otro lado, se situaba principalmente en Afganistán.

Relato erótico: “La casa en la playa.” (POR SAULILLO77)

$
0
0

LA CASA EN LA PLAYA.

Depresión post vacacional, así lo llaman ahora, es esa sensación de hastío y sopor al regresar de unas vacaciones, lo que toda la vida se ha llamado volver a tu mierda de vida, pero la gente se afana en ponerle nombres a las cosas para sentirse mejor, supongo, a mi no me ayuda. Me estoy volviendo loco, y no es por que tenga que volver a una vida rutinaria y normal en todos los aspectos, si no por el hecho de que todos a mi alrededor se comportan de forma natural, como si no hubiera pasado nada en estos 3 meses de vacaciones que me he pasado en la casa de la playa con la familia, es como si un gran dinosaurio se hubiera paseado por el centro del salón y solo yo pareciera haberlo visto, cuando trato de hablar de ello, me evitan, se hacen los locos o directamente me ignoran.

Me llamo Samuel, aunque desde cierta trilogía sobre un anillo me llaman Sam de vez en cuando, tengo 19 años, voy camino de empezar la universidad. Físicamente soy como sacado del molde de la normalidad, 1,80, 72 kilos, pelo oscuro, algo largo y ensortijado, rostro típico con una mandíbula marcada y cuerpo con tendencia a coger peso, por lo que siempre estoy cuidando lo que como no perder la figura, que pese al esfuerzo, no es nada del otro mundo. Soy un chico tranquilo, aletargado, y mucha gente podría decir que un soso, me cuesta hacer amigos o desenvolverme con otras personas, tímido y poco dado a salirme del tiesto. Describir a la gente es algo que no termino de dominar, incluso yo no soy una excepción, iré usando símiles conocidos para que podáis hacernos una idea, en mi caso, alguna vez me han dicho que me parezco a Matt Damon, pero con los ojos marrones más ordinarios posibles.

No soy virgen por que a una amiga mía del colegio, algo descocada, se le metió entre ceja y ceja que yo fuera su acompañante en la fiesta de graduación, y esa noche vi las estrellas por primera vez con una mujer, era bajita, con granos y un pelo castaño recogido casi siempre, con un kilo o dos de más. No fui el 1º que entró en ella pero fui “de lo menos decepcionante”, esas fueron sus palabras, después de aquello quedamos 2 o 3 veces pero perdimos el contacto.

Mi vida es de lo más aburrida, y en gran parte se debe a mi padre, Roberto, es un hombre adusto, taimado, serio y cuadriculado hasta decir basta, con aspecto cansado y un físico que vio muchos mejores tiempos, 1,78 y 85 kilos con barriga prominente, algo de chepa de pasarse horas trabajando sentado y el pelo blanco, donde le queda, su símil seria Bruce Willis, rechoncho y sin atreverse a afeitarse la cabeza pese a la caída del cabello. Ronda los 50 años y se ha pasado desde los 17 trabajando en una empresa de la cual ya es socio, y que ayudó a convertir en una gran compañía nacional de abogados, juristas y notarios, lo que ha ayudado a que mi familia tenga una vida holgada económicamente, no somos millonarios pero tenemos más que la mayoría. Eso si, mi padre hace que sudes para ganarte con esfuerzo lo que deseas, al menos a mi. Siendo una forma educacional muy válida, a mí ya me resulta cansado, es una reválida constante desde los 8 años que quise un juguete y me pasé 1 mes limpiando la casa de Madrid donde vivíamos desde que tengo memoria. A partir de entonces, el dinero para la escuela, la ropa, los caprichos y los favores, todo tenia un precio para mi padre, siempre encontraba algo que tuviera que hacer para ganarme lo que quería o necesitaba, y lo peor es que nunca parece suficiente, su mirada siembre me juzga, pero creo que no tiene otra, o al menos yo no se la he llegado a ver, jamás se ha puesto violento o enfadado, no es ese tipo de hombre, apenas bebe alcohol y dejó de fumar, algo que no mejoró su carácter, no le hacia falta, imponía un respeto sepulcral con su mirada y sabia hacerse respetar sin alzar la voz ni levantar la mano a nadie.

Todo ello se compensa con mi madre, Carmen, un persona exageradamente servicial, algunos dirán que una mujer florero, se desvive por hacer feliz a los demás y está totalmente dominada por mi padre, pero siempre encuentra la manera de suavizar las cosas, es dulce y atenta, es casi una niña de 7 años pero con 41. La diferencia de edad entre mis padres era de agradecer por tener diferentes formas de pensar. Mucho se dijo sobre que se casaron de penalti por mi hermana mayor, mi madre tenía 18 años recién cumplidos cuando se casaron y no llegaron a los 8 meses juntos cuando nació mi hermana. En este caso tengo que decir que mi padre fue listo, pese a su edad es una mujer bella, o eso me dicen mis amigos, y viendo fotos suyas de joven, más. Puedo sentir a algunos hombres como al verla la devoran con los ojos, cosa que muy a mi pesar he usado para hacer amistades, ningún chico decía que no a venir a mi casa si estaba ella, se los metía en el bolsillo con meriendas y juegos inocentes, tan dulce y cándida que no se daba cuenta de su efecto en los chicos. Es de 1,70 de altura y no llegará a los 67 kilos, estilizada y elegante, con la cara fina y agradable, ojos negros y una espesa melena morena, hasta la cintura, pechos erguidos aunque discretos y caderas anchas debido a parirnos a mi hermana mayor y a mi de forma natural, una figura que quedaba de escándalo con los vestidos que solía llevar, siempre recatada y sin enseñar nada, pero no hacia falta para saber que era una preciosidad. Me recuerda mucho a Mary-Louise Parker, con el pelo liso y la piel menos blanca.

Lo mejor de mi vida es mi hermana mayor, Marta, tiene 23 años y está terminando la universidad, es el rayo de sol que se cuela en mitad de las nubes de tormenta gris que es mi vida, sin saber muy bien por qué, o de donde lo aprendió, es alegre, dicharachera, cariñosa y atrevida. La envidio por que tengo la sensación de que a ella mi padre siempre la ha tratado de forma menos severa, le han permitido cosas a cambio de nada, un móvil o pagarla el piso de estudiantes, cosas por las que yo tendría que dejarme el alma, pero a la vez la adoro, es imposible no hacerlo, es de esas mujeres que te llegan al alma con su forma inocente y desprendía de ver la vida. Su aspecto físico es el de una versión joven de mi madre, misma altura y cuerpo, aunque sus caderas son menos voluptuosas, y diría que más pecho, o al menos mejor colocado por la edad, sus ojos tiran hacia la miel en una mezcla del negro de mi madre y el marrón de mi padre, que la queda genial. Lleva el pelo hasta los hombros siempre cuidado con lacas para darle un efecto ondulado y mojado. Pese a que le gusta llevar vestidos, ya que muchos los comparten mi madre y ella al tener la misma talla, también le gusta llevar alguna vez vaqueros ajustados, camisetas desgastadas y zapatillas en vez de tacones. Por lo demás, si las ves juntas parecen hermana mayor y menor, no madre e hija, creo que la magia del maquillaje ayuda en eso a mi madre, pero no creo que use demasiado. Podría usar a la misma actriz que usé con mi madre para definirla, pero diré que, por su nariz y juventud, tiene más de Anne Hathaway.

Una vez hechas las presentaciones iniciales, vamos a intentar explicar el por qué de mi frustración actual. Todo comenzó al acabar mi curso de bachillerato a finales de junio, tanto mi hermana como yo habíamos terminado nuestros estudios, yo sobresalientes para variar, otra cosa seria una decepción en mi casa, y mi hermana logró sacar el curso de su carrera, no es raro que eligiera ciencias sociales. Ambos pretendíamos que, esta vez si, por fin, nuestro padre nos dejara unas vacaciones a nuestro aire, como jóvenes que éramos queríamos ir a comernos el mundo, pero de nuevo se impuso su criterio, no había otra, así que iríamos a la casa en la playa a la afueras de Valencia que teníamos como residencia, a la que íbamos año tras año, y no solo iríamos 1 mes como solíamos hacer, no, nos íbamos a pasar los 3 meses de vacaciones allí por un “merecido descanso” que le dieron a mi padre. Algo que parece bueno, pero que no lo es, por que después de 10 años haciendo lo mismo, los días en casa haciendo trabajos de mis estudios, ir a la playa 2 o 3 veces a la playa a la semana, y si había suerte salíamos a comer a algún restaurante, mi padre entendía unas vacaciones como descanso, y no como diversión. Yo tenia ganas de ir con mis pocos amigos a una casa de un familiar en Ibiza, fue nombrar esa ciudad y a mi padre casi le estalla la cabeza, un “no” rotundo salió de sus labios, y ya no había nada que hacer, incluso a mi hermana, que tenia una idea parecida, pero para irse a un crucero, le negó toda opción. Así que me resigné a pasar otras tristes y repetitivas vacaciones con mi familia en la playa, al menos tendría a Marta para sobrellevar el aburrimiento.

Según se iba acercando las fechas para irnos, pasó lo que siempre pasa en estas cosas, a mi padre no le hacia gracia que se nos unieran “chupopteros”, así que los días eran una disputa constante sobre gente que teníamos la esperanza de llevar para hacer más ameno esas vacaciones, y mi padre rechazándolos, cual tenista, pero ocurrió el milagro. Mi tía Sara, la hermana menor de mi madre, se divorció de su marido, un capullo del que no merece la pena hablar, y mi madre, siempre tan servicial y atenta, la invitó a que se viniera con nosotros en las vacaciones para despejarse. Supongo que los años de matrimonio ayudaron a convencer a mi padre de que la dejara venirse, y según dijo que si, mi hermana entró a cuchillo y dijo que si la tía se venia, ella también quería llevarse a una amiga, creo que la dijo que si sin pensarlo, y un nombre sonó en el aire, Sonia, su mejor amiga, otra cabra loca como mi hermana, pero mucho más adulta y atrevida en su forma de ser. Fue cuando mi hermana le dijo que seria injusto que yo fuera solo, (por esos detalles la quería), por efecto dominó me dejó llevar a un amigo. Yo solo tengo 3, o al menos 3 que pasen el filtro de mi padre, y a todos les hacia ilusión pasarse las vacaciones conmigo, aunque visto ahora, creo que no era yo, y si mi cariñosa madre y mi hermana soltera, las que les atraían. Pude llevarme a Jaime, una elección difícil, pero simple ya que los otros 2 se iban a Ibiza con mi plan de vacaciones original. Jaime es un vecino de mi misma edad que venia de buena familia, y que guardaba unas apariencias de chico formal, serio y educado, pero en realidad fumaba marihuana, era un egocéntrico manipulador y un capullo integral cuando nadie le oía, pero yo no podía permitirme alejar a mis amigos.

De golpe esas tediosas vacaciones se habían convertido en casi lo más atrevido y prometedor que haría en mi vida, no era mucho, pero mi padre solo iba de la casa a la playa, y viceversa, y eso cuando no se perdía haciendo visitas a vecinos, el resto del tiempo podríamos pasarlo los demás lejos de su halo de sobriedad.

Mi tía Sara se mudó a nuestra casa unos días antes de salir, por lo visto su ya ex marido lo estaba llevando muy mal, al llegar a casa yo solo vi bolsas y maletas, tardé unos minutos en colocarlo todo en su nuevo cuarto y luego presentarme en el salón, a mi tía la había visto 2 veces en mi vida, a mi padre no le gustaba su forma de ser, (nada raro), pero creo que era como trasformaba a mi madre, juntas se alejaban mucho del canon de seriedad y cortesía que le gustaba a él. La última vez que vi a Sara tendría 12 años, y solo recuerdo regalos que me traía, me encantaban por que eran gratis, no tenía que trabajar por ellos. Al verla en el salón me sonrojé, era tan diferente y tan extravagante que me quedé mirándola más de lo aconsejable, tiene 33 años, es rubia platino, teñida, iba con un pintalabios rojo pasión adornando unos labios finos y apetecibles, rostro similar al de mi madre pero sin notarse la edad. Vestía un traje de cuero rojo tan ajustado que sonaba al caminar o sentarse, con un chaqueta de vestir del mismo color, cerrada y realzándola, dejando claro que la rama familiar de mi madre cría bellezas, pero esta era diferente, por que no solo lo era, si no que lo mostraba, un amplio escote que hacia rebosar 2 senos turgentes rozados por la cabellera rubia, con unas caderas estrechas que aún así tenían la piel del la tela tirante. Nada más verla un nombre me golpeó la cabeza, Patricia Conde, era casi un calco. Con los tacones era de mi altura, y al acercarse me cogió la cara con sus manos para darme una lluvia de besos que me dejó la cara marcada de carmín, con una sonrisa hipnótica, al verme tan embobado al mirarla, me sacudía saludándome.

-SARA: ¿y este grandullón quien es?

-CARMEN: no seas boba……es Samuel.

-SARA: ¿no me digas……..?, ¡es imposible!, la última vez que le vi no me llegaba ni al ombligo, ¡y mírale ahora, esta hecho todo un hombre! – al decirlo dejó caer su mano, resbalando por mi pecho, y con solo eso sentí mi miembro moverse.

-YO: yo……si…….es que……- si normalmente me cuesta expresarme, aquella mujer me había desmontado.

-ROBERTO: no incomodes al chico.

-SARA: no incomodo nada, solo estoy saludando – mi padre ya iba a replicar pero mi madre le cogió del brazo con gesto tierno, y calmó su temple.

-YO: encantado…..de saludarte – logré juntar valor y mirarla a los ojos unos segundos, eran de un oscuro penetrante, tras unas gafas de diseño que le daban un aire aun más arrebatador.

-SARA: espero no importunar con mi presencia, solo quiero pasar pagina.

-CARMEN: no digas tonterías, nos lo vamos a pasar genial de nuevo juntas – al decirlo ambas se cogieron de la mano y rieron de forma histriónica, los dientes de mi padre rechinaron, solo por eso merecía la pena tener a mi tía allí.

La instalamos en el cuarto de invitados y esperamos a mi hermana para cenar, no recordaba una cena más alegre jamás, ni en mi cumpleaños, entre mi hermana y mi tía lograron arrancar a mi madre de la fachada de sobriedad, y juro que vi algo similar a una sonrisa en mi padre con algún comentario. Después de cenar nos quedamos charlando, no quería que aquello acabara nunca, me sentía un rebelde escuchándolas hablar, era emocionante, y no podía apartar la vista de mi tía, fue tan evidente que cruzamos las mirada unas cuantas veces, y en vez de fingir no darse cuenta, como cuando mi madre o mi hermana me pillaban mirándolas, sonreía y me apretaba con su mano en el brazo. Se hizo tarde, y ayudé a mi tía, a petición suya, a organizar su cuarto por la cantidad de cosas que traía, más que unos días parecía que se venia a vivir, tardé 1 hora en colocarlo todo, hubiera tardado menos si ella no estuviera por allí, su sola presencia me erizaba la piel, y al acabar me dio un abrazo, algo libio y suave, pero me llevó al paraíso, eran tan poco habitual los gestos de cariño en mi casa que la apreté tan fuerte que gimió con una sonrisa, y no se separó de mi hasta que me di cuenta de que casi la tenia en vilo en el aire.

-YO: lo….lo siento……..no……- al soltarla sus pechos votaron ante mi y me quedé mirándolos otra vez, me puso un dedo en la barbilla para alzarme al vista.

-SARA: no pasa nada, se agradece un buen abrazo, parece que lo necesitabas.

-YO: es que…mi padre……..ya sabes……

-SARA: ya, es un buen hombre, pero….- se acercó a susurrarme al oído – …es un poco estirado – la sola idea de reírse de mi padre me puso colorado, o fue que sus labios me rozaran la mejilla, ya no lo sabia.

-YO: un….un poco – se me debió notar en la cara mi propia sorpresa al decirlo.

-SARA: jajaja no pasa nada, será nuestro secreto, pero me tienes que hacer un favor…. – alarmado por la bronca que me podía caer por faltarle al respeto a mi padre, asentí con la cabeza -…estos tacones me están matando, necesito un buen masaje y tú tienes buenas manos.

-YO: yo……no sé…..dar masajes.

-SARA: tranquilo, yo te enseño – me cogió de la mano y me arrastró a la cama donde se dejó caer con cierta elegancia, me senté a su lado tratando de disimular que no miraba la parte baja de su falda, puso sus pies en mi muslo y se sacó los zapatos con los dedos, soltando un bufido de placer.

-YO: ¿que hago?

-SARA: poner las manos en lo pies es un comienzo…..- su forma de hablar y moverse era como si yo fuera tonto, pero no lo soy, era ella quien me retraía, su fragancia a rosas me llenaba la nariz y el movimiento de sus dedos de los pies me recordaba a un oleaje suave.

Rocé sus pies con mis dedos y al poco me cogió de las manos y me fue adiestrando, hasta que se recostó de gusto sobre la cama disfrutando de aquel masaje. Descuido o no, podía verla serpentear sobre el somier, y la falda se abría lo justo como para dejarme ver la cara interna de sus muslos. Al rato se puso en pie y me dio un sonoro y largo beso en la frente como agradecimiento, regalándome un 1º plano de su escote, y se metió en el baño desprendiendo un contoneo dulce mientras se quitaba la chaqueta y veía la figura marcada bajo el cuero. No es que fuera más guapa, o tuviera mejores curvas que nadie, es que no había visto a nadie ser tan abierta conmigo, nadie salvo Marta.

Me fui directo a mi cuarto y me hice la mejor paja de mi vida, y no andaría lejos de lo que sentí al practicar sexo, la tenia tan dura y grande como nunca la había visto, en 4 sacudidas mal dadas me vacié, o eso creía, por que no se me bajó el empalme y me tuve que hacer otra. Para que engañar, me pasé la noche entera soñando con follarme a mi tía, y el hecho de saber que pasaríamos 3 meses en la misma casa no ayudaba a disipar esa idea de mi cabeza.

Los siguientes días hasta irnos de vacaciones solo confirmaron que aquello no fue fugaz, mi tía era así de abierta, no creo que pensara en mi de forma sexual, simplemente se mostraba tal como era, y eso enfurecía a mi padre a la vez que me absorbía a mi, en 3 dais ya había logrado que mi madre sonriera más que en los últimos 10 años de matrimonio, y mi hermana se sumaba a esa ola creciente de diversión. Antes de partir mi padre ya se arrepentía.

La mañana del viaje fue algo caótica, Marta me pidió que recogiera a Sonia, su amiga, en mi motocicleta, que me había pagado yo trabajando por las tardes en un bar junto con el remolque para llevarla en el coche a la playa. Las cosas de Sonia ya estaban en nuestra casa, pero la noche anterior se fue a “dormir” a casa de un “amigo”, por lo que sabia era un pobre diablo que se la tiraba cuando ella quería. Al ir a recogerla y verme me saludó como siempre, dando saltos a gritos como si no la viera, el “amigo” estaba detrás con ojos llenos de tristeza, seguro de que Sonia se iba 3 meses, no la tendría cerca y que ella no le iba a esperar siendo una niña buena. Al llegar se estaban dando el lote con lengua delante de mí, a modo de despedida. Pude ver como Sonia seguía igual, pelo largo hasta el trasero, color caoba, liso y suelto, con la cara llena de pecas bonitas y nariz respingona, ojos verdes esmeralda y tez blanca. Su cuerpo era el pecado, de 1,65, a ella le gusta alardear de sus pechos, según algún sujetador que me he “encontrado” suyo en el baño de mi casa cuando se quedaba a dormir, tenia una 110 y la copa más grande que se podía encontrar en las tiendas juveniles, eran como melones maduros, tenia el culo firme y bien puesto por su edad, pero a mi nunca me gustó como le quedaba por que sobresalían unas cartucheras prominentes, escuchaba en casa que no le vendría mal perder unos kilos, pero no puedo a decir de donde, era voluptuosa y rebosante, pero no le sobraba nada, kelly brook es la mujer que más se le acerca físicamente.

Dejó al chico aún con los ojos cerrados del sabor de su lengua y se montó en la moto detrás de mi como paquete, del saltó que pegó sentí sus senos ondular en mi espalda y se agarró a mi torso gritando como una loca. El camino fue difícil por tener que centrarme en lo que tenia delante y no detrás, pero al llegar a casa y aparcar me dio uno de sus típicos besos en el cuello, tengo cosquillas ahí, me conocía demasiado bien, siempre lo hacia y me gustaba, para que negarlo.

-SONIA: ¡vamos, que se nos hace tarde, verás que bien nos lo vamos a pasar!

-YO: eso espero, me alegro de que puedas venir.

-SONIA: y yo de poder ir, me voy a beber hasta los charcos ….- era capaz, una vez tras otra la he visto borracha.

-YO: ten cuidado con lo que dices, mi padre puede………

-SONIA: a tu padre que le den por culo, yo me voy a divertir, y no va a quedar un solo tío allí que no me folle – le encantaba ser así de brusca por que me hacia ruborizarme, aunque, como con el alcohol, tampoco es que no fuera capaz.

Al subir ya estabamos todos, Jaime, al vivir en el mismo bloque, ya se encontraba en mi casa siendo objeto de alabanzas por parte de mi padre, por su exquisita educación, tenia ganas de gritar que era un fumeta y un estúpido, pero no ganaría nada con ello, quedaría como un descortés a ojos de mi padre, perdería a uno de mis pocos amigos y encima me quedaría sin compañía para las vacaciones. Jaime era guapo, todas lo decían, pelo castaño claro, con media melena que se engominaba para dar la sensación de chico refinado, ojos azul oscuro, una incipiente barba descuidada, y rostro casi angelical, su cuerpo era bastante esmirriado, flaco, con 1,82 de altura no llegaba a los 65 kilos, brazos y piernas esqueléticos con tendencia a arrastrar los pies. Cuando salió una película romántica de un diario, todas le decían que se parecía a Ryan Gosling, yo bromeaba que quizá si engordaba 10 kilos.

-JAIME: menos mal que habéis llegado bien, temía que os hubiera pasado algo – sonreía mirando a Sonia, no a mi, pero sus palabras siempre eran educadas en presencia de otros.

-YO: todo bien, no voy a estropear el viaje.

-SONIA: ¿donde está Marta?

-CARMEN: en su cuarto tratando de elegir que ropa llevar – Sonia salió disparada para ayudarla en tan ardua tarea.

-SARA: ¿y este chico quien es? – saludó como siempre, acercándose a dar unos besos, Jaime sonrío por dentro al verla, con un traje amplio de estampados y con un generoso escote.

-JAIME: encantado de conocerla señorita, soy Jaime amigo de Sam – le cogió la mano y se la besó cual caballero.

-SARA: ¿señorita?, que educado, muchas gracias, yo soy su tía, Sara.

-JAIME: dígame que nos acompañará en este viaje, no podría soportar no poder seguir admirando su belleza – la carcajada general enterró la verdad oculta tras esa galantería.

-SARA: jajaja que amable, pues si, pero no te preocupes, no molestaré a los jóvenes – Jaime ya iba a soltar otra perla, le conocía demasiado bien.

-YO: Jaime, ¿me ayudas a enganchar el remolque y poner la moto? – me miró perdonándome la vida.

-JAIME: claro, como no – al bajar me iba dando golpecitos en la espalda y al llegar abajo me revolví.

-YO: ¡para ya, ¿no?!

-JAIME: que calladito te lo tenías, ¡vaya cuerpazo tiene tu tía!

-YO; no hables así de ella – era ira, pero no le faltaba razón.

-JAIME: solo digo la verdad, ¿y me voy a pasar 3 meses con ella, tu madre, tu hermana y con Sonia?, pufffff

-YO: ni que fueras a ligártelas – fue una chanza.

-JAIME: ya veremos……….¿te imaginas? jajajaja ¿a tu tía comiéndomela mientras lamo las tetas de Sonia? – fue grosero, pero no puedo decir que no se me hubiera ocurrido a mi antes.

-YO: deja de decir tonterías, como te pases de la raya te mando a casa.

-JAIME: me comportaré como un caballero, pero si me dan pie……..

-YO: no te lo darán – quise ser tajante, Jaime se había llevado a la cama a todas las que había querido, era mono y un cabrón, y por lo visto eso gusta a las chicas. Pero lo que quería decir era que deseaba que mi tía diera pie, si, pero a mí.

Ibamos a ser solo 4 en el viaje, y al final éramos 7, por suerte mi tía también conducía y tenía coche, así que nos dividimos en el de mi padre y el suyo. Obviamente todos quieran ir con mi tía, así que me tocó ir con mi padre y mi madre, mientras que a mi hermana, su amiga y Jaime fueron todos en el de Sara. Mi hermana me iba mandando mensajes de ánimo sabiendo la tortura que estaba pasando, 4 horas de viaje con mi padre en silencio, mi madre adormilada por unas pastillas contra el mareo, y un poco de música clásica de fondo. Me mandaba fotos de cómo se reían, y de las ocurrencias de Jaime o Sonia, fue una agonía hasta que llegamos a la entrada de la casa. Habíamos llegado más tarde que Sara, ya que mi padre no pasaba el limite de velocidad ni por error, y nos estaban esperando en la calle entre risas y diversión, al llegar no pude evitar ir a abrazar a mi hermana, que me acarició el pelo como solo ella sabia.

-MARTA: ¡ya estamos aquí!, no ha sido para tanto jajajaja

-YO: a la vuelta te vas tu con ellos – al alzar la vista vi a Jaime tonteando con Sara, mi tía, que se comportaba igual que conmigo, pero Jaime no era yo, él se aprovechaba, o lo haría, y eso me enfurecía.

-ROBERTO: subir a la calzada, que os van a atropellar, y un poco de calma – “siempre tan divertido, eh padre”, era un barrio residencial y no había un alma a medio día y pleno sol.

-CARMEN: pues aquí está, nuestro hogar los próximos 3 meses – señaló a un dúplex enorme que tenia delante.

Al entrar la casa entera olía a cerrado, abrieron todas las puertas y ventanas, un profundo olor a mar lo invadió todo. La casa estaba a medio kilometro de una playa no muy conocida, pero si limpia, estaba construida en una calle que era una curva del residencial, con la entrada principal a todas las casas en la parte interior, y que por la curva exterior tenían amplias parcelas con piscina, jardín, barbacoas y acceso a la playa. La casa eran 3 pisos, a todos se podían acceder desde fuera por unas escaleras de piedra por el exterior, que daban a los balcones de uno de los lados. Por dentro, el bajo era un amplio salón y cocina tipo americana, con un baño completo, el garaje y un porche orientado al mar, el 2º eran 3 habitaciones y otros 2 baños, con varios balcones, en el 3º piso otras 2 habitaciones con 1 baño, y una terraza de 10 metros cuadrados. La verdad es que si no fuera por lo aburrido que se me hacia aquello con mi padre, el lugar era paradisiaco, tenia un super mercado no muy lejos, un mercadillo cada 2 días o fiestas de pueblos cercanos cada semana, incluido un largo paseo marítimo lleno de restaurantes, chiringuitos, heladerías y tiendas de verano, el paseo terminaba en una macro discoteca que montaban en periodo estival, sin techo y con la música tan alta que se oía por las noches desde mi casa, mi padre la odiaba por que de jueves a domingo no le dejaban dormir.

Por no andar mucho escaleras abajo y arriba, los más adultos se quedaron con las habitaciones del 2º piso, una para mis padres y otra para mi tía, quedaba una libre pero preferimos dormir juntos todos arriba, por intimidad en una habitación las chicas y en otra nosotros, así que nos pasamos medio día instalándonos y moviendo camas, pero para la cena ya teníamos todo montado.

Salimos a comer a un restaurante cercano y pese a mi padre aquello iba bien, me divertía, me lo pasaba bien y me reía, luego dimos un largo paseo por la playa, mi tía se colgó del brazo de Jaime, que era tan encantador como repulsivo a mis ojos. Mi hermana se abrazó del mío, obligando a Sonia a cogerme del otro, por cortesía o por querer hacerme sentir bien, pero no por ello las aparté. Supongo que todos estabamos cansados, así que nos fuimos a dormir pronto a casa, allí Jaime me dejó ver media bolsa de marihuana, y se lío varios porros, fumándose uno en la terraza antes de acostarse.

A la mañana siguiente me desperté solo en la habitación, al mirar por la ventana vi a Jaime metido en la piscina, salpicando agua a mi tía y mi madre que andaban con unas limonadas por el borde de la piscina, iban con camisones frescos de verano, tan sencillas y tan guapas, sonriendo al mojarse los pies. Jaime era tan escuálido que parecía que iba a romperse, pero tenía esa capacidad de divertir a la gente que yo ansiaba y no tenia. Me puse el bañador y bajé corriendo para no perder el paso, pero mi padre me llamó en la terraza, estaba sentado con bermudas y una camisa abierta, me puse a su lado y me habló de la familia y de lo unida que debe estar, que tenia que ser responsable y cuidar de todos ya que él no podría vigilarnos a todos, bufé cansado, yo quería ir de vacaciones, no ser el perro guardián de nadie, pese a pensarlo me callé, asentí y le dije que no se preocupara.

Salté al agua con fuerza dando un susto a Jaime y empapando los pies de mi tía, que reía sin parar, al emerger, Jaime me cogió por detrás y trató de hundirme de nuevo al agua, pero era como si una hoja quisiera derribar a un árbol, le sacaba bastantes kilos.

-YO: ¿y mi hermana y Sonia?

-CARMEN: Sonia fue a comprar algo de pan esta mañana y ha hecho amigos……- “poco ha tardado” – … han ido a charlar con ellos un rato hasta la hora de comer.

-JAIME: ellas se lo pierden, ¿y si vamos a la playa?

-SARA: si, por favor, estoy ansiosa.

-CARMEN: no se, sin ellas………Roberto ¿que dices?

-ROBERTO: yo estoy de vacaciones, me quedaré un rato aquí y luego iré si me apetece – eso, en su idioma, era un no, se quedaría bebiendo alguna cerveza, o se daría un chapuzón en la piscina, quizá luego se quedara viendo la TV hasta la hora de comer.

-JAIME: pues estos 2 caballeros, si les parece bien, os van a llevar a la playa, mis señoras – hizo un reverencia hacia las sonrisas de mi madre y mi tía.

-SARA: pues vamos ya, que se hace tarde – se agachó para extender su mano y ayudarme a salir de la piscina, por un segundo estuve tentado de lanzarla al agua, pero no pude, quien si pudo fue Jaime, que tiró a mi madre al agua en idénticas circunstancias, me quedé blanco, y se hizo el silencio, hasta que mi madre salió del agua a carcajada limpia.

-CARMEN: ¡mira que eres bruto! jajajajajaja

-JAIME: jajaja lo siento, ¿está bien? No quería hacerla daño, pero no he podio resistirme – se le acercó rozándole la espalda y un brazo con cara de autentica preocupación, mi madre puso su cara de mala leche, o lo que es lo mismo, se mordió el labio, y zarandeo el dedo índice con una sonrisa amplia y tierna.

-SARA: a mi no me tires eh…….. – se agachó a decírmelo.

-YO: yo….yo…….yo es……es que….- me acarició la cara con dulcera.

-SARA: ¿vamos a la playa o no?, que necesito recuperar un tono de piel decente.

Jaime salió del agua con rapidez y ayudó a mi madre a salir, fue la 1º vez que vi en mi madre, algo más que a mi madre, el camisón amplio estaba pegado a su piel y me descubrí pensando que estaba buena. Ella, con inocencia, se escurrió el agua de los senos apretándoselos ante la mirada incisiva de Jaime, y se pasó las manos por la cabeza para apartar la melena negra húmeda de su cara.

-CARMEN: jo, mira como estoy……..

-JAIME: preciosa……- mi madre se sonrojó.

-YO: ¿nos vamos? – iracundo, cogí a mi madre de la mano y la separé de Jaime.

Mi madre y mi tía se fueron dentro y salieron a los minutos con todo el equipo, sombrilla, nevera, toallas y alfombrillas, dejamos móviles y todo lo de valor, los chicos solo íbamos con los bañadores, ellas con una camiseta ancha encima del bañador y sombreros de ala ancha de mimbre con gafas de sol. Fueron 20 minutos de paseo tranquilo en los que por pura física yo tenia que llevar la nevera, nadie más podía con ella, así que me retrasaba mientras Jaime iba haciendo sonreír a mi madre o mi tía. Al llegar no había mucha gente, eran apenas 50 metros de playa escondida entre unas rocas y un acantilado, no era privada pero tenia difícil acceso si no vivías cerca, así que estaban los vecinos de casi siempre, saludos de protocolo y clavé la sombrilla para crear algo de sombra en una playa a 40 grados, mi madre se metió debajo medio mareada ya por el sol, las pamemas que llevaban no servían de mucho, así que se las quitaron dejando caer sus melenas, el rubio platino de bote de mi tía brillaba, pero la espesa mata larga de cabello negro azabache de mi madre ondulaba grácilmente.

-JAIME: bueno, pues ya estamos aquí, ahora al agua.

-CARMEN: no, antes crema, que si no nos pasamos 2 semanas quemados sin poder salir.

-SARA: no es mala idea.

Mi madre me dio la vuelta cual maniquí y me echó de un bote grande de una bolsa que había llevado, me puso tanta crema que creía que se iba a terminar el bote, pero no, incluso dándome en la cara y hombros, cuando me di la vuelta mi tía hacia lo mismo con Jaime.

-JAIME: bien, ahora vosotras – ayudó a empezar a quitarse la camiseta ancha a Sara.

-CARMEN: no hace falta, ya nos la damos nosotras, vosotros id a jugar…..- “mi madre sigue pensando que tengo 13 años”, se cogió el dobladillo de su camiseta tratando de bajárselo, ¿la daba vergüenza desnudarse delante de mi, o de Jaime?, no lo sabia.

-SARA: no seas antigua mujer……- y se quitó su camiseta del todo, dejando su cuerpo al aire y el sol, apenas cubierto, por un biquini minúsculo, rojo, con poca tela en el culo y solo unos triángulos muy certeros en los pezones, se echó la melena a un lado y Jaime se apresuró a embadurnarla con cara de salido, mientras Sara me miraba con una medio sonrisa burlona.

-CARMEN: pues nada, échamela tú, hijo.

Siguió los pasos de su hermana y se quitó la camiseta, mi madre iba con un bañador de cuerpo entero azul marino, le pasaba como con los vestidos, no enseñaba nada, pero no hacia falta, se le marcaban los pezones bajo la tela, con el culo firme y duro. Se bajó los hombros del bañador sujetándose por los senos, aparté su melena con delicadeza y me dediqué a darle crema tratando de no parecer un baboso. Tenía la espalda tan suave y delicada que seguía pasando mi mano después de que la piel absorbiera la crema. Llegado un punto mi madre se dio la vuelta y me dio un beso en la mejilla mientras se colocaba los hombros del bañador usándome de biombo, vi sus mejillas coloradas del sol, luego se extendió crema por la cara, los brazos y las piernas, igual que hacia Sara ante nuestras miradas.

-JAIME: tengo que decir que para nada aparentan su edad, son 2 mujeres muy agraciadas.

-SARA: jajaja mira al don Juan.

-CARMEN: se agradece mucho viniendo de un chico tan joven y apuesto – ambas se sonrieron.

-JAIME: es un placer.

-YO: vamos al agua, ¡te echo una carrera! – quería alejarle de ellas.

Gané sin dificultad, y me metí en el agua queriendo perderme, el sabor a sal y el movimiento de las olas me envolvió y por un segundo me creí un pez, hasta que recordé que necesitaba aire, al salir Jaime cayó sobre mi de bruces, jugando hasta que se quedó a mi lado flotando.

-JAIME: ¿que coño haces?

-YO: ¿que?

-JAIME: no paras de joderme con tus tonterías, tengo a tu tía a punto de caramelo……..

-YO: tú alucinas.

-JAIME: eso crees, pero a esa me lo follo, te lo digo yo, dios, míralas como se mojan las piernas entrando lentamente en el agua……mira como se le mueven esas tetas a tu tía, ya la tengo como una piedra.

-YO: deja de hacer el tonto, si la asustas…….- me quedé congelado, “si la asustas se cerrará a mi”, iba a decir.

-JAIME: tú también te la quieres tirar eh………si te portas bien te dejaré que te la folles cuando termine con ella – quise replicarle de mil maneras, desde pegarle o decírselo a mi padre, pero no salió de mi boca nada, salvo un….

-YO: ¿como?

-JAIME: jajaja lo sabia, tú déjame a mi….ahora haz lo mismo que yo, pero con tu madre.

Se sumergió en el agua y le seguí, nadamos hasta ponernos detrás de ellas, que ya estaban a media cintura en el mar, nos acercamos con cuidado, Jaime asaltó a mi tía abrazándola por detrás y pegando su pelvis a su trasero, a un 1º grito de susto surgió otro de risas, fue cuando hice lo mismo con mi madre, ambas sonreían mientras se querían librar, pero las teníamos sujetas, a mi me costaba menos doblegar a mi madre, Jaime casi no podía con mi tía, pero al final la levantó en el aire y la hundió en el agua, hice lo mismo con un celo enorme de hacer daño a mi madre, que me miró sorprendida y riéndose, tapándose la nariz. Lo hicimos tantas veces, sacándolas del agua y volviendo a hundirlas, que ya estabamos casi con el agua por los hombros, en una de las salidas, vi como Jaime le tenia cogida una teta a Sara, que trataba de apartársela sin mucho esfuerzo, así que yo hice lo mismo y el cogí una teta a mi madre, fue como si un millón de agujas se clavaran en mi cerebro por atreverme a ello, me temí una reprimenda, pero solo encontré risas y miradas cómplices, sentí el pezón duro y firme bajo la tela húmeda de licra, y sin saber como, apretaba y soltaba masajeando, mientras la alzaba por el aire y la dejaba caer lo justo para darle con mi miembro en la cadera.

-SARA: ¡jajaja para ya, que me ahogo!

-JAIME: no hasta que me des un beso.

-SARA: jajaja que golfo eres, ¡para o me enfadaré! – la hundía otra vez, y si bien el agua lo cubría, la forma del levantarla indicaba que la otra mano estaba entre sus muslos por detrás.

-CARMEN: jajaja para Jaime, o la vas ha hacer daño.

-JAIME: solo pido un beso.

-SARA: esta bien, uno solo….- al decirlo la soltó y cuando recobró el aliento se acercó a Jaime, que ponía la mejilla, Sara fue a besarle allí, y Jaime se giró dándola un pico rápido, alejándose antes de recibir el impacto de un manotazo tibio.

-CARMEN: ¡jajajajaja que golfo!

-SARA: ¡será renacuajo!, ven aquí, que te voy a dar lo tuyo – le perseguía, Jaime fingió huir, pero se dejó atrapar, cuando le cogió Sara, le hico varias hundidas.

-YO: pobre Jaime – tan anonado estaba que llevaba 2 minutos con mi madre entre los brazos, cogiéndola una teta sin decir nada, y del movimiento del mar mi polla creció en su culo sin control, entre eso y que veía los pechos de Sara luchando por salir libres, mi madre lo notó.

-CARMEN: anda, déjame que la ayude – me cogió de la mano de su pecho y me apartó con delicadeza, acudiendo a ayudar a Sara.

Lo que se veía era a 2 maduras jugando con un crío, lo que sentía era a un cerdo ligándose a 2 mujeres. Mi madre empezó a buscarle cosquillas a Jaime, demasiado cerca del ombligo, y la pelvis.

-JAIEM: ¡¿que haces hay parado?, quítame a Sara de encima!

Acudí veloz, y ataqué por la espalda a Sara, que al sentir mi erección en su espalda se dejó llevar, la levanté sacándola del agua casi por completo, soltó un suspiro de asombro justo antes de que la dejarla caer, la di con mi verga en el culo hasta meterla entre su piel y la tela del bañador entre las nalgas, como no dijo nada, lo volví ha hacer, y esta vez la cogí una teta como había visto, y repetí la operación hasta que me cansé. Las risas de Sara solo eran tapadas por las de mi madre, que estaba asediada por Jaime, cara a cara, siendo hundida sin remisión en el agua, la tenia rodeada por la cintura mientras ella manoteaba fútilmente. Si Jaime estaba como yo, mi madre tenia que sentir su polla en el vientre, y no decía nada, solo reía y trataba de huir de una mirada directa a esos ojos azules de Jaime, que estaban inyectados en sangre, lo comprendí, Jaime iba a por todas, no solo a por mi tía, mi madre, Sonia, y hasta mi hermana estaban en peligro.

-SARA: no te preocupes, solo estamos jugando.

-YO: esto…..yo es que…..- se dio la vuelta rodeándome por el cuello con una mano, mientras se metía una teta dentro del biquini, sin ninguna celeridad, sentía mi miembro palpitar en su cadera y no podía dejar de mirar sus ojos profundos.

-SARA: ¿tú que? – me quedé blanco, y todavía más cuando me dio un beso dulce en la cara, tan cerca de mis labios que por un segundo creí que probaría su boca. Pero casi fue peor, tan largo y sentido que me ardía la cara allí donde sus labios se posaron.

Se alejó para ayudar a su hermana, y entre las dos agotaron a Jaime, yo solo pude alejarme y masturbarme en el mar, tenia miedo de que alguien me viera, pero no podía seguir así de empalmado al salir del agua, no hizo falta mucho para descargarme. Al regresar estaban saliendo ya del agua, Sara se colocaba el biquini totalmente descolocado, y mi madre se sacaba la goma del bañador del culo. “¿Que acabo de hacer a mi tía y a mi madre?, ¿y por que se han dejado?”, estaba tan excitado como confuso, así que salí tras ellos en silencio. Todos se reían, y nos tumbamos al sol, yo me quedé mirando la espalda de mi tía, se había desabrochado el biquini y se le veían los laterales de los senos, Jaime le dio otra capa de crema a cada mujer y me tiró el bote a la cara mientras le daba un masaje a mi madre con cautela.

-CARMEN: hacia mucho que no me divertía tanto.

-SARA: pues no queda nada hermana.

-JAIME: son muy duras de roer, voy a tener que esforzarme más.

-SARA: si…mucho más – le guiñó un ojo.

Busqué a mi madre con la mirada, pero estaba adormilada boca abajo, se había bajado de nuevo los hombros del biquini, Jaime estaba muy ocupado dándole una 3º capa de crema a Sara, que ronroneaba como una gata.

-YO: mama, ¿tú no tienes biquini? – “¿pero que haces?”

-CARMEN: si, tengo alguno, ¿por que?

-YO: nada, por que así te pondrás más morena, digo…..por enseñar más…..al sol…..quiero decir – Jaime me miró sorprendido, no más de lo que estaba yo.

-CARMEN: ¡pues si!, me traeré biquinis mejor, aunque están viejos, tendré que comprarme algunos.

-SARA: es que vas muy recatada, de verdad, ¡con el cuerpo que tienes!, te puedo dejar algunos.

-CARMEN: habló la otra….con los tuyos parecería una……..- se cayó a tiempo.

-JAIME: ¿y ahora que hacemos?

-CARMEN: vamos a casa a comer, y esta tarde nos vamos a un mercadillo que hay en el pueblo, cenamos y a casa.

-SARA: ¿a casa? Mujer vámonos de fiesta, algún chiringuito habrá……

-JAIME: eso es, Sara, muy buena idea.

Transcurrió tal como dijo mi madre, comimos, y mi padre se echó la sienta, mi hermana apareció con Sonia, y otros 3 tíos que habían conocido en el paseo marítimo, lo que se conocía como 3 chulos de playa, altos, guapos, bronceados y musculosos, casi siempre sin camisa. Nos acompañaron durante las compras, Jaime le regaló unos pareos transparentes a Sara mientras que mi madre se compró unos biquinis más juveniles y bonitos que los que tenía. Al cenar, Marta dijo que iban a salir con los chicos a tomar algo, y Sara se sumó al carro, tras ella Jaime, y tras Jaime yo, mi madre decidió quedarse con mi padre, por no dejarle solo tanto tiempo.

Jaime y yo, con unas bermudas y unas camisetas íbamos bien, mientras las chicas estaban con camisetas rotas a la moda, siempre con el biquini debajo por si acaso tocaba un baño, Marta iba con unos shorts vaqueros que llenaba y lucia un tipazo, mientras que Sonia escogió una mini falda elástica que la hacia vulgar, pero llamativa, con sus rebosantes senos asomando por un escote abrumador. Sara en cambio escogió un bañador largo y uno de los pareos nuevos a modo de falda, con un leve recogido en el pelo y tacones, eso le agraciaba. Acudimos a un chiringuito típico, con barra y música de fondo en la playa, Jaime siguió su acoso a Sara, yo ya no sabia quien jugaba con quien, y después de lo ocurrido en el mar me daba miendo acercarme a ella. Mi hermana se esforzaba por integrarme con los jóvenes, pero no bebo alcohol y si mi conversión es limitada de por si, más con chicos de playa, que poco o nada tienen en común conmigo, así que me alejaba a ver el mar, distinguía a unos chicos jugando alrededor de una hoguera, Sonia apreció por detrás de mi, dándome su beso en el cuello, apestaba a ron y tenia una copa vacía en la mano.

-SONIA: ¿que haces aquí tan solo?

-YO: no quiero aburrir a nadie.

-SONIA: has venido a divertirte, ¡mira donde estás!….. – señaló la fiesta y la oscuridad de la noche -…. no puedes quedarte aquí solo.

-YO: ¿y que hago?

-SONIA: vamos a bailar, anda……- me daba pánico, pero la bebida la insuflaba fuerzas, me arrastró a la pista.

Se movía como hacían todas, contoneando sus caderas sin seguir ningún ritmo, y jugando a acercarse a mí y separarse, sin duda la enviaba mi hermana para animarme, pero eso no evitaba que disfrutara del roce de su piel, o de sus piernas coronadas en la mini falda, casi sin querer me lo estaba pasando bien, sentía el roce de sus protuberantes pechos y su melena se mecía con cada gesto como una cascada de sangre, sus ojos verdes brillaban con las luces y su desinhibición natural era exponencialmente acrecentada por la bebida, me cogía las manos y se las ponía en la espalda, la nuca o la cadera, llegando a sentir su pelvis frotándose contra mi, tuve que agradecerle el esfuerzo y me separé de nuevo acalorado, como poco, otros chicos se ocuparon de que a Sonia no le faltara alcohol y compañía.

Vi como Jaime tonteaba con alguna otra chica mientras caía un porro tras otro, y como mi hermana estaba sentada en unas sillas charlando con unas chicas. Busqué a Sara con la mirada, preocupado, me costó verla, en la barra con 2 tíos rodeándola, sonreía con afabilidad pero leí pedir ayuda en su mirada, la invitaban a una copa a tras otra, así que al rato me pasé por allí, y fue ella la que saltó a mi encuentro.

-SARA: ¡aquí estás amor!, menos mal…- y me soltó otro beso peligrosamente cerca de los labios -…. ya está chicos, le encontré – la nube de moscones se disipó.

-YO: ¿que……..

-SARA: puffff que agotador es esto, no lo recordaba así, menos mal que has aparecido, otra copa más y termino en la cama de alguno de esos….- su aliento también olía a copas de más, se tambaleaba con los tacones y se me agarraba para sujetarse, tenia ese hipo tonto que se te pone y arrastraba las erres al hablar.

-YO: ¿harías el amor con uno de ellos?

-SARA: puf……amor, de eso ya he tenido con mi marido……..ex marido……hablo de follar salvajemente – al decirlo se apoyó en mi hombro y casi me provoca otra erección.

-YO: ¿pero tú…..

-SARA: soy mujer Samuel, y llevo mucho sin nadie que calme mi fuego, ¡oh dios!, y te aseguro que estoy ardiendo, a todas nos pasa, incluso a tu madre.

-YO: no, ella……- me cerró los labios con su dedo índice de forma torpe.

-SARA: shhhhh no seas bobo, ¿te crees que a tu madre le preocupa la soledad de tu padre?, Están follando ahora mismo, y como animales según me dice tu madre – casi exploto al oír eso.

-YO: ¡imposible!, son…….

-SARA: marido y mujer, y se la mete hasta el fondo, y si no me crees, ven.

Me cogió de la mano y me llevó hasta casa, no sin dificultades, la costaba andar y apuraba una copa entera al salir de la fiesta, que al llegar a casa, 10 minutos andando, estaba vacía. Fuimos a hurtadillas por detrás, subimos por la escalera y entramos en silencio, se quitó los tacones y fuimos al 2º piso, donde los ruidos empezaron a sonar, Sara iba envalentonada por la bebida y yo la ayudaba a no tropezar, con miedo a que hiciera ruido. Nos pegamos a la puerta y escuchaba a mi madre gritar poseída, Sara sonreía sin soltarme una mano, y cada grito apretaba más contra mis dedos, me llevó abajo de nuevo, y subimos por fuera asomados al balcón que daba a su cuarto, vimos a mi padre boca arriba desnudo, y mi madre montándolo como nunca creí posible, desnuda y con sus tetas vibrando al son del ritmo de sus caderas, no eran tan grandes como para botar, pero eran hipnóticas. Mi padre no hacia nada, estaba quieto mirando a su mujer gritando a pleno pulmón. Tan agachados estabamos para verlos, que tenia a mi tía delante de mí, acuclillada y yo rodeándola por detrás, con un brazo en su cintura, y su culo en mi verga, que estaba dura de ver a mi madre moverse.

-SARA: mira como rebota, la condenada esta gozando como una perra.

-YO: pero es mi madre……

-SARA: es una mujer, y necesita lo que todas, un polvo de vez en cuando.

-YO: parece que gozan – se me ocurrió decir.

-SARA: normal, según me dice tu madre, tu padre la tiene bien gorda…. – una revelación que me dejó pasmado – …algo hereditario por lo visto – tardé 20 segundos en entenderla.

-YO: ¿dices que yo?

-SARA: por lo que siento……… no vas mal armado, ¿eres virgen? – era como si no estuviéramos hablando de mi polla dura en su culo, sin apartar ninguno la vista del recital que estaban dando mis padres, aunque la verdad es que lo daba mi madre.

-YO: NO……..hubo una chica…..

-SARA: zorra afortunada.

-CARMEN: ¡OHHHH SI, OHHHHH SI, FOLLAME PAPÁ, FOLLAME! – era increíble como se movía, sus giros de cadera eran espectaculares, mi padre levantaba la mano para acariciarla un seno, pero se cansaba y la bajaba.

Mi madre se retorció en un alarido y se bajo de él, que la puso boca abajo ladeándola un poco y doblando una pierna, para penetrarla desde arriba, fue cuando vi la polla de mi padre, era oscura y parecía pesada, tenia un grosor considerable, y al metérselo varias veces obligó a mi madre a agarrarse a la pared, mi padre fue acelerando hasta gruñir como un cerdo y hacer temblar toda la cama, mi madre soltaba un gemido agudo con cada ida y cogía aire a la vuelta, soltaba soeces, inconcebibles para mi en sus labios, “mi padre la está matando”.

-SARA: dios………la está haciendo polvo jajajaja.

-YO: ¿que hago?

-SARA: con ellos nada, en cambio yo……… no se con quien, pero necesito sexo…… – cogió mi mano y la bajó entre sus muslos, sentía un calor abrasador por encima del bañador, y mientras mirábamos a mis padre fornicar, acariciaba el coño de mi tía.

Mi madre estaba berreando como una vulgar zorra, y mi padre sudaba a chorros, pasaron unos minutos interminables en que al final mi padre dio 4 fuertes embestidas y se dejó caer, su rabo hizo un arco hasta golpearse el vientre, flácido y brillante, mi madre se dio la vuelta buscándole con los labios por un rato, pero mi padre estaba agotado y se durmió, dejando a mi madre una cara mustia.

-YO: yo……

-SARA: ven.

Me llevó a la playa de nuevo, medio camino de la mano, al llegar estaba desierta, me desnudó sin más, y se puso a chupármela, casi me caigo al suelo, medio borracha en la oscuridad acertó de pleno, se me puso tan dura que me parecía que explotaría, sus manos en la base de mi miembro sujetaban la barra que engullía con unos labios tan carnosos que me hacían doblarme de placer, al sentir su lengua bufé, y a los 2 minutos me corrí en su boca.

-SARA: ¡no me jodas, y yo con este calentón!

-YO: yo…yo……….es que……….- me moría de vergüenza, me senté en la arena y me retraía hasta hacerme una bola, ella me acarició con ternura.

-SARA: no pasa nada…….anda…..ponte la ropa – obedecí cual cachorro.

Al regresar llamamos a la puerta para avisar, ayudé a Sara a llegar a su cuarto, por que le daba vueltas todo, la acosté y me quedé mirándola sin saber que hacer, según la dejé se durmió. Al rato me fui a mi cuarto, pasé media noche queriendo llorar, así que me levanté a beber algo, la casa estaba en silencio, hacia unas horas había escuchado ruido de puertas, quizá mi hermana y Sonia hubieran regresado, pero Jaime no estaba en mi cuarto, al ir a la cocina escuché sonidos de fondo en la terraza, me asomé para ver a Sonia en la piscina dándose el lote con un chico, y a Jaime con otra chica, con aspecto de ir tan borracha como los demás, no me creía la facilidad con la que Jaime la susurraba al oído, y la hacia abrirse de piernas mientras su mano se perdía por dentro de sus bragas, fue un alivio saber que Jaime al menos estaría ocupado con esa chica, y dejaría a mi tía en paz.

Regresé asqueado a mi cuarto, “ese podría haber sido yo si te hubieras quedado en la fiesta”, me tumbé, y a los minutos apareció Jaime sonriendo, no dijo nada y se acostó. Yo seguía sin poder dormir así que bajé al cuarto de mi tía, la puerta abierta que había dejado me dejó verla, ahora desnuda en la cama con la piel brillando con la luz de la noche, tenía el culo en pompa y un seno fuera de las mantas.

-MARTA: tú también les has oído, ¿no? – sobresaltado me di la vuelta y vi la figura de mi hermana en camisón.

-YO: yo no…….es que……….

-MARTA: siento si Sonia y Jaime te han despertado.

-YO: ah…no pasa nada…..¿cuando has vuelto?

-MARTA: he llegado con Sonia, pero me he ido a la cama mientras ella jugaba con ese tío, ahora está arriba durmiendo, dios, cuando está borracha Sonia ronca como un oso.

-YO: ¿no se lo ha follado? – se me escapó, era una pregunta sincera, pero Marta interpretó como una broma.

-MARTA: no, era un mierda, no lo veras más, pero yo estoy cansada y necesito dormir, con ella en mi cuarto es imposible.

-YO: yo también tengo sueño, pero no consigo cerrar los ojos

-MARTA: jajajaja como de críos, eres un vampiro, de noche no dormías y te ponías a mi regazo hecho un bola jajaja.

-YO: no me acuerdo……

-MARTA: yo si, tendrías 6 o 7 años, me gustaba acariciarte el pelo mientras te dormías, si quieres podemos probar.

Asentí perdido, no sabia que pensar, estaban pasando demasiadas cosas en poco tiempo, nos metimos en el cuarto libre del 2º piso y me tumbé en la cama, Marta se puso como un buda y dejó recostar mi cabeza en sus piernas, se pasó 1 hora jugando con mi pelo hasta que me dormí. Al despertar estaba solo en la cama, no sabía ni que hora era, al llamar a alguien solo contestó Sonia, que estaba despidiéndose de un tipo, en la puerta.

-YO: ¿quien era?

-SONIA: nadie………un chico que conocí ayer, nos quieren invitar a una fiesta.

-YO: ¿donde están todos?

-SONIA: tus padres y Jaime han ido a la playa con tu tía, tú hermana esta dándose una ducha, ¿que tal ayer? Me lo pasé genial pero te perdí la pista.

-YO: no sabría que decirte……- nunca mejor expresado.

-SONIA: déjate de ir de puntillas, ve y disfruta de lo que quieras, para eso son las vacaciones – se acercó de frente y me besó en el cuello haciéndome reír, antes de alejarse piso arriba.

Me di una ducha y desayuné, no sabia a donde ir así que esperé a mi hermana, que bajó envuelta en una toalla y secándose el pelo, Sonia estaba esperándola para salir de nuevo, me invitaron a ir con ellas, pero no hubo manera, me sentía tonto en compañía de aquellos chicos, así que me quedé en casa solo unas horas, hasta saqué los libros de texto de algunos trabajos que tenia que hacer, me fui abajo al salón ya que, pese al lujo, solo hay aire acondicionado allí, el resto de la casa dependía de la brisa del mar, y a determinadas horas era insoportable estar en los cuartos de los pisos superiores, al igual que a otras el aire y la falta de protección dejaba helada la casa. Pasadas unas horas escuché ruido en la puerta y por algún motivo me escondí.

-SARA: ¿HOLA? ¿HAY ALGUIEN EN CASA? – gritaba repetidamente.

-SEÑOR: vamos, necesito tomarte.

-SARA: espera que miro – repasó cada cuarto, todo menos los balcones, donde me encontraba.

Subieron a su cuarto y pude ver con cuidado como un tipo alto y fornido, de unos 40 años y demasiado bronceado, la seguía por el cuarto. Ya estaban desnudos cuando me “instalé”, Sara sonreía mientras se dejaba acariciar, la polla del tipo, con la luz de sol y totalmente dura, resaltaba, aunque tenía la impresión de que no era tan grande como la mía o la de mi padre. Mi tía se tumbó en la cama abriéndose de piernas, una leve mata de pelo moreno apareció, tumbó al hombre en la cama y comenzó una felación como la que me hizo a mi, pero duró más de 4 minutos, de hecho su polla pareció endurecerse hasta que Sara lo cabalgó, casi sentí su polla atravesar su coño, y el alarido de Sara lo denotó.

-SARA: ¡vamos imbécil, fóllame de una vez ¿o lo tengo que hacer yo todo?!

-SEÑOR: jajaja eres una guarra de cuidado, te voy a follar tanto que te vas a volver loca.

-SARA: ¡ohhhh si……..fóllame…………dios! – el hombre se movía y mi tía vibraba con él.

-SEÑOR: ¿sabes?, me encanta follarme a desconocidas

-SARA: ¡cállate y dame fuerte, ayer me quedé con ganas! – eso me dolió más que verla montando a otro.

Pasaron muchos minutos en que el hombre se deleitó con mi tía, cambiaron a la postura del perrito, y luego mi tía se recostó abierta de piernas con ángulo de 180º, dejándose perforar mientras se pellizcaba los pezones, el hombre no aguantó tanto y se corrió dentro de mi tía de forma salvaje, ella cogía su semen de dentro y lo lamía de sus dedos, mientras jugaban a acariciarse, yo terminé de vaciarme de la brutal paja que me había hecho.

-SEÑOR: dios, me vuelves loco.

-SARA: no ha estado mal, ahora vístete y vete.

-SEÑOR: dame un segundo y te haré gozar – la estaba chupando un pezón con habilidad.

-SARA: he dicho que te largues, puede venir alguien y verte, no quiero dar explicaciones.

El hombre la soltó una palmada en una teta y se fue jurando en palabras inaudibles, me pasé otra hora escondido, como me sentía, invisible, perdido. Me fui a la piscina y nadé un rato, apareció Sara con gesto serio y se sentó en la orilla con los pies en el agua, con un camisón azul claro y amplio.

-SARA: ¿que tal estás?

-YO: bien.

-SARA: oye………lo de ayer…..siento si……….es que estaba muy borracha, no me acuerdo de mucho, pero te debo una disculpa.

-YO: no pasó nada……

-SARA: no es nada personal, desde lo de mi ex ando algo……..estúpida.

-YO: te entiendo, no te preocupes.

-SARA: eres un sol de chico.

-YO: gracias…..pero ya soy un hombre, no un chico.

-SARA: claro que si – su sonrisa dulce me enamoraba a cada segundo, pero su tono fue condescendiente.

Mi madre y mi padre aparecieron por detrás saludando, y entraron en casa sin acercarse.

-SARA: no les digas nada a ellos, no se como se tomarían que bebiera de más.

-YO: descuida…..- el sonido de un chapuzón sonó detrás de mí y Jaime salió entre Sara y yo.

-JAIME: ¿que es lo que no quieres que sepan? – Sara me miró con gesto cómplice.

-YO: nada que te importe.

-SARA: eso, jajajajaja.

-JAIME: así que esas tenemos, eh…..- se acercó a Sara y la cogió por la cintura echándosela encima, cayendo los 2 al agua, de nuevo Jaime la tenia empapada entre sus brazos, y riéndose.

-SARA: ¡que manía tienes de tirarnos al agua! – se alejó unos pasos.

-JAIME: es que estáis preciosas con el pelo mojado, tú pareces una sirena – el camisón se empapó al instante pegándose a su piel y la parte baja flotaba subiéndose.

-SARA: eres un encanto…… – se volverían juntar.

-JAIME: ¿sabes que hacen las sirenas?, bucear……..- Sara soltó un grito corto al verse por el aire y hundirse en el agua por el empujón de Jaime, que luego al agarró dejándola bajo el agua unos segundos, mientras ponía su pelvis en su trasero –….. mira como la gusta.

-YO: suéltala, la vas a ahogar.

-JAIME: no, déjala así, quiero ver como reacciona, si sale riendo es mía, si no, que la den por culo y me busco a otra.

Esperé ansioso, los segundos parecían horas, Sara pataleaba y la sensación era de peligro, quería actuar pero también saber, Jaime se mostraba firme y casi pasado un minuto la soltó, Sara salió cogiendo aire en una bocanada enorme, y los 2 nos quedamos mirándola expectantes, se sujetó el pecho con una mano recuperando el aire, y miró a Jaime…….

-SARA: ¡eres un animal……..! – y le sonrió, Jaime casi salta de alegría, pero lo que hizo fue ir a por ella, que huyó a esconderse detrás de mí.

-JAIME: ¡ven aquí, sirena mía!

-SARA: ¡por favor, Samuel!, ayúdame…..- sus suplicas no escondían la broma, yo estaba perdido viendo como el camisón se le pegaba a los senos.

-JAIME: ¿y quien te ha dicho que él te protege?, ¿y no sea otro cazador de sirenas? – la pillé al vuelo, cogí a Sara, que se vio atrapada entre los dos, la sujeté de los brazos echándoselos hacia atrás mientras Jaime se pegaba a su pecho, de frente.

-SARA: jajaja que malos sois, 2 contra una, ¡ya podréis!

-JAIME: solo estamos jugando….. – la cogió de la nuca y la dobló por el estómago metiéndola bajo el agua, sentí su culo apretarse contra mi erección creciente, y luego Jaime se puso la cabeza de Sara entre la piernas, Sara estaba inmovilizada y moviéndose desesperada, la iba a soltar cuando Jaime me cogió del brazo – ….espera unos segundos, si te sonríe al salir te aseguro que te la follas tú también.

-YO: ayer me la chupó…… – Jaime se sorprendió –…. no duré casi nada, estaba borracha, dice que no se acuerda…….

-JAIME: ya…….está más necesitada que una monja……anda suéltala.

Lo hice y Sara sacó la cabeza de entre las piernas de Jaime, escupiendo agua, doblada con mi polla en su culo y la cabeza a poca distancia de la cintura de Jaime.

-SARA: ¡joder, casi me ahogáis! jajajaja – se giró y se apoyó en mi pecho para coger aire.

-YO: yo……- iba a disculparme cuando Sara saltó sobre mi, caí de espaldas y metí mi cabeza entre sus senos, me pilló desprevenido, no se apartaba y me tenia bajo el agua agarrado, vi como su cuerpo se movía, como una teta amenazaba con salírsele del escote, y como Jaime se colocaba detrás de ella, tratando de “ayudarme” sin perder la oportunidad de pegarse a ella, en tantos gestos que vi como su miembro se le salía de la pernera y se frotaba con los muslos de Sara.

Pasé un milenio allí debajo, hasta que me harté, quise subir pero no me dejaba, así que casi por instinto la mordí una teta, al salir al aire las risas eran dominantes, Sara se sujetaba el pecho, asombrada, y Jaime sonreía.

-SARA: ¡que bruto, me ha mordido……!

-YO: lo siento…..yo…….me ahogaba…y……- me dio un manotazo suave con su sonrisa picara.

-JAIME: me encanta jugar a esto.

-SARA: jaja y a mi, sois unos piratas muy duros, yo soy débil, una flor delicada……- sus susurros casi me conmueven, se pegó a mi pecho cual mujer desvalida y la abracé, me daba igual que mi polla se doblara por la presión de su cuerpo, y a ella igual. En un descuido trató de volver a asaltarme, pero esta vez la cogí de la cintura y la hundí de espaldas, me rodeó, con las piernas, y la vi manotear sobre mi pecho.

La tenia sujeta de la cintura y con una mano la hundía por el vientre, el pecho o el cuello, pasaron muchos segundos y sus gestos se volvían feroces, hasta que sentí un golpe en los testículos, del dolor la solté, y me doblé sobre mi mismo, Jaime se reía mientras Sara, esta vez, vomitaba agua, para luego sonreír.

-YO: ¡me has…….!

-SARA: tú me has mordido una teta………¡en el mar no hay normas, marinero!

Al ir eso, Jaime al atacó, literalmente, la cogió de las muñecas y la arrodilló hundiéndola en el agua, según la postura, la cara de Sara tenia que estar a la altura de su miembro, fue hábil y no la dejó respirar hasta que sin otro remedio tuvo que darle un mordisco a su pene, salió huyendo entre risas y la perseguí, fue cuando mi madre apareció en escena, con los brazos cruzados se reía al borde de la piscina, con el biquini de la playa puesto, de los nuevos más juveniles y atractivos, era naranja y de corte deportivo, con un pareo en la cintura.

-SARA: ¡por dios, hermana!, ayuda, yo sola no puedo con estos 2.

-CARMEN: déjenla muchachos….

-SARA: ¡no seas tonta, no quiero que paren, quiero ganar! – salió del agua mostrando medio seno y con el camisón tan levantado que se le vio un tanga color naranja, la cogió de la mano y la tiró al agua.

-CARMEN: ¡nooooooooo, el pareo!

-SARA: jajaja – se tiró al agua y emergió atacando a Jaime, era una lucha equilibrada, Jaime solo podía con ella, si ella lo permitía, y lo hacia.

-CARMEN: tú, ven aquí ……- nadó hasta mi y trató de hundirme, su pareo era largo, y mojado le impedía moverse, así que se lo quitó, dejándome ver a mi madre en su esplendor, esos biquinis diseñados para jovenzuelas le quedaban de escándalo, tenia menos pecho que mi tía, pero aun así era preciosa, ahora me daba cuenta, antes lo sabia, pero en ese momento me fijaba en ello.

Al atacarme la dejé ganar muchas veces, hasta que a la 5º la pillé de espaldas, y mi miembro la atravesó entre los muslos, metí mi mano entre sus piernas y la alcé tan alto que la saqué del agua, sonrió, la hundí he hice lo mismo que con Sara, la dejaba hundida mucho tiempo, tanto como quería, hasta que la dejaba salir, y como su hermana, sonreía y volvía a por más. Perdí la cuenta del número de veces que sentí sus senos y su culo sobre mi piel, y la de las veces que mi polla se rozaba con ella, se me salía por la pernera de lo dura que estaba, y aun así mi madre no paraba, yo menos.

-SARA: ahora vas a saber lo que es bueno – al girarme vi a Jaime salir del agua y a Sara atacarme, mientras soltaba a mi madre.

-CAMREN: ¡jajaja verás ahora!

Se lanzaron contra mi, no sabía que hacer y aprovecharon para hundirme, tanto tiempo que el agua estaba calmada y pude ver como medio labio del coño de mi tía se había salido del tanga, y como el biquini de mi madre se había movido tanto que se le veía medio pezón. Aquello era demasiado, logré coger impulso de un tirón levanté a las 2 del suelo, las apreté una contra la otra y las hundí a la vez, dejándolas entre mis piernas, mi madre estaba debajo y Sara de espaldas a mi a 4 patas bajo el agua, mi polla la rozaba la piel entre las nalgas, y el movimiento por querer salir no ayudaba, comencé de forma inconsciente a masturbarme contra ella, hasta que sentí la corriente eléctrica y me corrí encima de ellas bajo el agua, las solté asfixiado, y al emerger ambas escupían agua, y se reían, fueron a por mi, pero no podía más.

-YO: tiempo…………no puedo…..estoy muerto……

-CARMEN: ¡ohhh! con lo bien que nos lo estamos pasando……- “y yo”, pero no era solo físico, me sentía mal, avergonzado, ni mi madre ni mi tía parecieron darse cuenta de lo que había pasado.

-SARA: jajaja creo que por hoy hemos ganado hermanita – chocaron sus manos mientras se recolocaban todo.

-CARMEN: vamos a comer.

Era asombroso como Jaime había logrado ganarse tal confianza en menos de 2 días, en una situación normal jamás habría logrado meterle mano a esas mujeres, pero con un simple juego de hundirse que parecía tan inocente, podías cogerlas una teta o que te dieran un mordisco al pene, y que todo fuera normal.

Continuará………

Relato erótico: “las hijas de mis amigos no son lo que parece 3 FINAL” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

$
0
0


después de follar a Marta y María las hijas de mis amigos y convertirlas en mis putas mi amigo y yo queremos que sus amigas sean también para nosotros y nos las consigan así que las dije:

-iréis a la disco y haréis que vuestras amigas fumen yerba y se pongan de cubatas hasta el culo y chupen alguna poya. yo las grabare como a vosotras y serán para mí y para enrique. verdad enrique que estas deseando follarte a las amigas de estas guarras.
– por supuesto me contesto y darlas por el culo también.
– además zorras seguro que a vosotras os pone cachonda que la pervierta como a vosotras. verdad putas.
– eres un cabrón hijo puta, pero sabes que no podemos resistir a tu poya y nos gusta ser tus putas y nos pone cachondas que te folles a Helena y a Miriam. esas mosquitas muertas serán unas putas de cuidado como nosotras. verdad María.
– si Marta ya tengo el chocho mojado, deseando verlo como este cabrón las pervierte a las dos.
así que se efectuó el plan como estaba previsto María y Marta se maquearon y quedaron con Helena y Miriam también para ir a la disco yo las di unas bolsitas que tenía unos polvos de exhibicionista era una especie de droga de diseño que subía la libido solo tenían que echársela en la bebida y ellas harían el resto.
yo me acerque sin que me vieran mientras Marta y María dejaban caer los polvos en la bebida de sus amigas disimuladamente enseguida empezaron a tener calor y subirles unos calores por el cuerpo que las ponía cachondas perdidas. Marta la dio unos porros de María a cada una estaban que alucinaban Miriam y Helena estaban cachondas se la habían chupado hasta un muerto.
María dijo:
– veis esos tíos están deseando que le chuparas la poya.
Miriam y Helena se reían.
– has visto que buenos están no te los follarías- dijo María.
– hombre visto así- dijo Miriam y Helena
– tienes razón menuda polvazo le echaría.
Marta hablo con los tíos y se acercaron a Miriam y a Helena y empezaron a restregarse con Miriam y Helena las tías estaban a 100 y más con la droga y la yerba que se habían fumado ellos empezaron a sacarse la poyas ellas como idas empezaron a reírse:
– os gustaría chupar el biberón chicas.
– eso eso danos biberón.
y se las metieron en la boca ellas chupaban que parecía que se le iba la vida en ello.
– que rico biberón -decían las dos.
al final se corrieron en sus bocas tomar putas jajaja y se fueron ellos se tragaron toda la leche. yo grabe todo con la cámara allí y luego María y Marta sacaron a las chicas ya borrachas y petadas de porro y las llevaron a mi casa.
– bien chicas ya despejadas- dije yo- a partir d ahora me pertenecéis aquí el que manda soy yo y pobre de vosotras como no me obedezcáis. aquí están vuestros videos que l le enseñare a vuestros padres y verán lo zorra que sois. así que a partir de ahora sois mis putas como vuestras amigas Marta y María.
– ni de coña cabrón llamaremos a la policía.
-llamarla, pero cuando vean los videos chupando voluntariamente y drogadas no creo que os crean mucho y ya veríais vuestros padres lo que dirían.
– que quieres -dijeron ellas llorando.
– que seáis mis putas con el tiempo os encantara que os folle u os de por culo.
-jamás.
– haya vosotras si no mando el video a vuestros padres.
– espera accederemos.
– está loca -dijo Helena -que quieres que se lo diga a nuestros padres y no echen de casa o nos peguen una buena paliza y no nos dejen salir en un año.
– chicas en el fondo no es tan malo y gozareis como estas zorras- dije yo mirado a Marta y María- vamos todas desnudaos y chuparme la poya y chuparos entre vosotras.
ellas se quedaron en bolas mientras María la comía la chocha a a Miriam Helena y Marta me comían la poya a mí.
– en el fondo s gusta ser mi zorras verdad que si guarras decirme que sí.
– si cabrón- decían Marta y Helena- menuda poya gasta este hijo de puta.
– haber Helena- dije- yo que te la voy a meter en el chocho.
Helena se abrió y se la introduje toda hasta las bolas.
– ahahahaha cabrón me haces daño.
– tranquila guarra te acostumbraras a mi poya.
Helena era medio virgen, pero a mí no me importo me la folle hasta que no pude más ella ya no se quejaba y abría más las piernas para que la entrara.
– toda toma zorra toma zorra.
– Sissi mátame de gusto hijo puta me corrooooooooooooooo.
mientras Marta me comía el culo luego cogía a Miriam.
– haber zorra quiero tu culo.
– no por favor.
– nada de por favor zorra yo soy tu amo y te jodes. te enteras.
la preparé el culo y se lo lamí hasta que empecé a meterle los dedos después le introduje mi poya hasta los huevos ella grito:
– me haces daño.
pero yo no pare y seguí dándola por culo hasta que empezó a babear pidiéndome más `poya.
-me corro zorra en tu culooooooooooooo- y m corrí el deje el culo lleno de leche.
muchas veces vienen mis amigos a tomar algo mis otros amigos me refiero y llamo a mis guarras estas cuatro zorras que son mías y hacemos auténticas orgias. se han convertido en zorras de cuidado admiten hasta la doble penetración mientras se la comen a mis amigos y a mí y las follamos sus padres no sospechan nada para ellos siguen siendo sus buenas y bonitas hijas y estudiosas aunque las hijas de mis amigos no son lo que parece FIN

Relato erótico: “Mi tía y su amiga me mandaron a tomar por culo” (POR GOLFO)

$
0
0

 Sexto y último episodio de  LAS ENORMES TETAS Y EL CULO DE MI TÍA, LA POLICÍA.
Todavía hoy me arrepiento de lo que os voy a contar. Aunque han pasado años, reconozco que fui yo quien la pifió. Aunque estaba viviendo en un paraíso terrenal con dos bellezas a mi disposición, debido a la facilidad con la que bajaba mi bragueta, lo eché todo a perder.
Por el aquel entonces y quizás por mi juventud, no me di cuenta que, para Andrea y Laura, éramos una peculiar familia. Nuestra relación era importante y por eso no fueron capaces de perdonar mi desliz y me alejaron de su lado.
Reconozco que fui un gilipollas, un niñato que al tener un nuevo culo al que echar mano, me olvidé de lo que tenía en casa. De haber recapacitado antes, nunca me hubiera dejado llevar por mi lujuria.
El triste desenlace de nuestra efímera unión se produjo a raíz de una fiesta con la que mis dos amantes quisieron celebrar mi cumpleaños….
 
El inicio del fin.
Buceando en mis recuerdos, no me puedo creer lo idiota que fui. El sábado anterior a mi décimo noveno cumpleaños estaba todavía dormido cuando una mano recorriendo mi cuerpo me despertó. No tuve que abrir los ojos para saber que la dueña de esos dedos que me acariciaban era mi tía. La seguridad con la que iban bajando por mi pecho me reveló que era Andrea la que se había despertado.
“¡Dios como me gusta!”, pensé abriendo los ojos para descubrir que no me había equivocado y que era la morena quien me tocaba.
Mi tía al advertir que estaba despierto, incrementó sus caricias mientras me decía:
-Estoy cachonda.
Antes de que pudiera decir nada, se agachó entre mis piernas y  comenzó  a besarme con mayor énfasis. OS juro que creí estar en el cielo cuando abriendo sus labios, se puso a recorrer mi polla con su lengua. A base de profundos lametazos, elevó mi extensión hasta límites insospechados.
-Necesito follar- me dijo mientras  una de sus manos agarraba mi pene con fuerza y con la otra me acariciaba los testículos.
La puta de mi tía sonrió al ver que había conseguido mi atención y poniendo cara de zorrón, empezó a besarlo sin dejar de masturbarme lentamente. Haciéndose de rogar, jugueteó con mi miembro sin introducírselo en la boca. Era tanta mi urgencia por sentir sus labios que no pude evitar decirle:
-Cómetela.
-Tranquilo cariño- respondió dando otro lametón.
Mi erección era de campeonato. Todo mi ser anhelaba que esa mujer usara su boca y se metiera mi pene hasta el fondo de su garganta,  pero ella desoyendo mi súplica, siguió jugando con mi miembro sin llegárselo a introducir.
-No seas cabrona. ¡Hazlo ya!
Al escuchar mi ruego, abrió sus labios y se la metió en la boca. El ritmo lento de su mamada buscó el incrementar mi excitación. Haciendo breves pausas, levantaba su mirada para que fuera yo quien le pidiera que continuara.
-Lo necesito- imploré al sentir que afianzando su dominio sobre mí, esa zorra  abriendo su boca, se había olvidado de mi polla y se había centrado en mis huevos.
Disfrutando de mi entrega y sin dejar de masturbarme, se metió en la boca mis cojones. Una vez los había dejado bien impregnados de su saliva, me preguntó sino prefería que parara y nos fuéramos a correr por el Retiro.
-No me jodas- le solté  y cogiendo su melena, llevé  su cabeza contra mi pene.
Muerta de risa, permitió que toda mi extensión se encajara en su boca y disfrutando de su poder, dejó que su garganta la absorbiese por entero antes de empezar a sacar y a meter mi verga de su interior. Creí morir al advertir el modo con el que su boca la acogió con mimo y os confieso que estuve a punto de correrme cuando ella incrementó la velocidad con la que me estaba realizando la mamada.
 -¿Te gusta cómo te la mamo? ¡Sobrinito mío!- preguntó con su voz  claramente excitada.
-Sí, mi querida y zorrísima tía.
Mi insulto lejos de molestarla, la excitó y con los ojos inyectados de deseo, me soltó:
-Tranquilízate mientras despierto a Laura.
Aunque en un principio me encabronó el que no terminara la mamada, en cuanto la vi empezar a acariciar a la rubia que dormía a nuestro lado, se me pasó el enfado y me puse a observarla.
-¿Verdad que tiene unas tetas impresionantes?- me preguntó mientras sin esperar a que nuestra amante se despertara, metió uno de sus pezones en la boca.
La forma tan sensual con al que recorrió su areola, me hizo reaccionar y pidiéndola permiso me uní a ella acariciando el otro pecho mientras mis dedos se acercaban lentamente hasta el sexo de nuestra inerte víctima. Supe que se había despertado en cuanto separando sus rodillas dio vía libre a mis caricias. Al saberla consciente, Andrea pellizcó los pezones de Laura mientras le susurraba que era una guarra.  La rubia suspiró al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus areolas y abriendo sus ojos, gimió de deseo. Fue entonces cuando mi tía reinició su ataque separándome y agachándose entre sus piernas.
-Abre tus piernas, puta- le dijo. -Quiero que el cerdo de mi sobrino disfrute de cómo devoro tu coño.
Supe que la rubia se estaba excitando por momentos, al observar tanto sus pezones erectos como la humedad que estaba haciendo aparición en su sexo. Andrea al notarlo le obligó a separar aún más las rodillas y sacando la lengua empezó a recorrer sus pliegues.
-Ahhh- suspiró nuestra amante ya totalmente despierta.
Mi tía aceleró las caricias mientras torturaba los pezones con sus dedos. Laura, entregada a la lujuria apretaba sus manos mientras su jefa metía dos dedos en el interior de su  coño.
-¿Te gusta?, gatita- masculló al comprobar que la vulva de la mujer aceptaba con facilidad sus dos dedos.
-¡Mucho!- berreó totalmente dispuesta.
Andrea al oírla, se acomodó sobre la cama y sacando la lengua se puso a disfrutar de su coño. La nueva postura de la hermana de mi madre puso su culo a mi disposición y sin espera a que me pidiera que la tomara, acerqué mi miembro hasta su entrada. Andrea al sentir mi glande acariciando su vulva, gimió de deseo y sin dejar de lamer el sexo de su amada, me pidió que la follara.
Sin que me lo tuviera que repetir,  fui metiendo mi pene en su interior mientras ella daba buena cuenta del coño de la rubia.
-¡Me encanta mi amor!- gritó al experimentar mi intrusión.
El chillido de mi tía, curiosamente excitó a Laura y presionando con sus manos la cabeza de su jefa, forzó su mamada. Andrea al notarlo se concentró en el clítoris de la rubia mientras yo empezaba a follármela. Conociendo de antemano la voracidad de mi tía en el sexo y aunque su coño rezumaba de flujo, decidí incrementar su morbo diciendo:
-Muévete o tendré que buscarme a otra- mientras le daba un sonoro azote.
Mi ruda caricia le sirvió de acicate e incrementando la velocidad de sus caderas, me rogó que la tomara. Usando mi pene como un albañil usa una maza, demolí sus defensas con fieras penetraciones. Mi nuevo ímpetu provocó que Andrea disfrutara siendo poseída por un hombre mientras se comía el chocho de una mujer. Su doble función elevó la cota de su excitación y pegando un bufido, gritó:
-¡Me corro!
Su entrega fue la gota que derramó el vaso de la rubia, la cual, uniéndose a su jefa, sintió que su cuerpo se incendiaba y dando otro berrido, se derramó en la boca de su ama. Dejándome llevar, permití que mi pene sembrara de blanca simiente la vagina de mi tía.
Agotados nos tumbamos y con nuestras piernas entrelazadas, nos quedamos descansando durante unos minutos. La tranquila belleza de ese momento quedó hecha trizas cuando de pronto Laura se levantó y con cara desencajada, salió corriendo al baño.
-¿Qué le pasa?- pregunté al escuchar que vomitaba.
-Mejor que te lo diga ella- sonrió mi tía sin llegarme a contestar.
Su enigmática respuesta me puso los pelos de punta al comprender que el motivo de su indisposición matutina bien podía ser un embarazo. Mis peores augurios se vieron confirmados a su vuelta, porque al insistir y con una sonrisa en los labios, me dijo:
-Felicidades, papá.
La alegría con la que acogieron las dos mujeres la noticia contrastó con el susto que heló mi sangre. Con casi treinta años, ellas vieron natural e incluso deseable ese embarazo pero para mí, resultaba un bombazo de consecuencias imprevisibles.
-¿Cómo ha pasado?- pregunté todavía alelado.
Tras soltar una carcajada, mi tía contestó:
-¡Follando!- las risas de ambas solo consiguieron humillarme. Mi pregunta era retórica, lo que realmente quería decir era por qué no habían tomado precauciones.
“No puedo ser padre tan joven”, pensé realmente acojonado, “¡Qué coño voy a hacer!”
No estaba preparado para asumir esa responsabilidad pero disimulando mi terror, me acerqué a Laura y dándole un beso cariñoso, le dije:
-Vas a ser una madre preciosa.
La rubia sonriendo y sin ser consciente de mi angustia, contestó mientras se tocaba con genuina felicidad su panza:
-Espero que salga tan guapo como el padre.
Os juro que en ese momento lo que realmente me apetecía era salir corriendo pero sin hacer patente mis verdaderos pensamientos, bromeando respondí:
-Ahora solo falta que mi tía también se embarace y que su hijo juegue con el tuyo.
-Ojala sea verdad- soltó la hermana de mi madre envidiando el estado de nuestra amante.- No quiero ser una madre vieja.
Fue entonces cuando por primera vez caí en la cuenta de la diferencia de edad entre nosotros. Mientras ellas eran dos mujeres con su futuro y sus carreras encarriladas, yo era un puñetero crio recién salido de la adolescencia. Para terminarme de asustar, Andrea pasó su mano por mi entrepierna diciendo:
-Cariño, ¿Estás listo para intentar preñar a la puta de tu tía?
Para que os hagáis una idea de mis nervios basta que os reconozca que le resultó imposible hacer que mi pene se pusiera duro y eso que Laura acudió en su ayuda y entre las dos lo intentaron. Fue tanta su insistencia que al final las dos policías lo único que consiguieron fue ponerse ellas brutas. Mi gatillazo lejos de enfadarlas, las puso de buen humor y tomándome el pelo, la rubia me preguntó muerta de risa:
-¿Necesitas que vayamos a comprarte una caja de viagra?
-Vete a la mierda- respondí….
La actitud de las dos cambia cuando hacemos el amor.
Esa noche aunque seguía sin digerir la noticia al menos estaba más tranquilo. Me sentía como el reo al que acaban de condenar a muerte y sabiendo que no podía hacer nada por cambiar la sentencia, al menos se consolaba con el tiempo que le quedaba de vida. En claro contraste, mi tía y su amiga estaban felices y por eso decidieron que esa noche saldríamos a celebrarlo.
Sin quejarme accedí a acompañarlas aunque lo que realmente me apetecía era quedarme a llorar mi desgracia. Tal y como preví, la cena fue un martirio. Andrea y Laura se pasaron haciendo planes sobre lo que harían cuando naciera el bebé. Dejándome a un lado, parecía que ambas fueran a ser las madres del niño. Entre ellas, eligieron el nombre, el hospital donde nacería e incluso el color con el que pintarían la habitación de invitados.
“!Hay que joderse!”, mascullé entre dientes al oírlas.
La alegría de ambas era tal que llegaron a contagiarme con ella, pero cuando empezaron a plantearse a que colegio pensaban llevarlo, decidí que bastaba y les dije:  
-¿No os estáis pasando? ¡Faltan años para que tomemos esa decisión!
Como dos lobas cayeron sobre mí quejándose de mi actitud. No comprendían por qué les decía eso, la educación de un niño era un tema muy importante y tenían que estar seguras de su elección. Su rotunda reacción provocó mi retirada y sin intervenir más en la charla, deseé que terminara la puñetera cena.  Mi total derrota llegó cuando a los postres, oí a mi tía decir:
-Me parece increíble que vayamos a ser una familia. ¿Quién me iba a decir que al fin encontraría la felicidad con mi sobrino y mi mejor amiga?
-Yo, al menos nunca me lo hubiese planteado- contestó la rubia- pero pienso igual. Estoy encantada siendo vuestra mujer.
Al ver que esperaban que expusiera mis sentimientos, levantando mi copa, les dije:
-Quiero brindar  por vosotras y  por nuestros futuros hijos.
Nunca supuse que mi brindis supusiera tanto para mi tía. Sobre reaccionando a mis palabras y con lágrimas en los ojos, me soltó:
-Te amo y quiero tener un hijo contigo.  
Esa confesión por parte de Andrea me dejó helado y pensé por vez primera en cómo les informaríamos a mis padres de nuestra amoral e incestuosa relación.  Sabiendo que iban a poner el grito en el cielo cuando se enteraran de que había dejado embarazada a Laura, no me imaginaba lo que dirían cuando supieran que mi tía y yo éramos amantes.
-¡Nos van a matar en cuanto se enteren!- exclamé en voz alta sin darme cuenta.
Mi tía comprendió a lo que me refería y cogiéndome de la mano, me susurró:
-Déjame eso a mí. Mi hermana es muy moderna y comprenderá lo nuestro.
“Lo dudo”, en silencio, pensé pero no dije nada porque en ese instante llegó el camarero con la cuenta.
Ya en el coche, no tuve ganas de reiniciar la conversación y por eso me mantuve callado, mientras las dos mujeres decidían el que hacer:
-¿Nos vamos de copas?- preguntó Andrea.
Fue entonces cuando poniendo un puchero, Laura le recordó que ella no podía beber por su estado.
-Tienes razón. Vamos a casa- sentenció mi tía, dando un beso a nuestra amante.
 Nada más entrar en casa, mis dos mujeres me llevaron a empujones hasta la cama. Bromeando de buen humor, me dijeron que pensaban dejarme seco esa noche. Sabiendo que debía de seguir sus instrucciones, dejé que me tumbaran sobre las sábanas y como si fuera algo pactado, las vi desaparecer juntas hacía el baño.  Al cabo de un rato y cuando ya estaba desesperado por la espera, las vi aparecer desnudas por la puerta. Os juro que me quedé sin aliento al comprobar que no sabía cuál era más atractiva, si la rubia y traviesa Laura o la erótica y sensual Andrea.
Como tantas noches esperé que se reunieran conmigo. Con los tres en el colchón, mi tía me besó mientras su pubis contra mi sexo. Queriendo compartir también con la rubia, la besé uniendo sus labios a los nuestros. Olvidándome de todo,   acerqué mi lengua a los pechos casi juveniles de Laura y jugueteé con su pezón mientras imitándome cogió el otro seno entre sus manos y metiéndoselo entre los dientes, lo mordisqueó suavemente. Nuestra amante al sentir la doble estimulación sollozó de deseo diciendo:
-Soy vuestra.
Mi tía al oírla, nos dio sus propios pechos como ofrenda. La belleza de sus negras aureolas nos llevó a mamar de ellas sin esperar más instrucciones.. El gemido de placer que salió de su garganta, nos indujo a profundizar en las caricias.
-Tómame- rogó separando sus rodillas.
La excitación de la mujer me terminó de convencer y  acercando mi glande a su excitado orificio, me puse a jugar con su clítoris mientras le decía a nuestra amante que se ocupara de sus pechos. Andrea, con su cuerpo hirviendo de lujuria, me repitió que la tomara. La expresión de puta de su cara terminó con mis reparos y ya convencido, fui introduciendo mi extensión en su interior.
Mi tía molesta por la lentitud con la que iba rellenando su conducto,  por su virginidad perdida pero, reponiéndose rápidamente, violentó mi penetración con un movimiento de sus caderas. La humedad que envolvía mi verga facilitó mis maniobras y casi sin oposición la cabeza de mi sexo chocó contra la pared de su vagina. Andrea al sentirlo se corrió de inmediato y sin cortarse, me imploró que le siguiera haciendo el amor.
Laura, tan excitada como ella, se tumbó y llevando mi mano hasta su sexo, me rogó que la masturbara. Andrea al oírlo y no queriendo que nada me perturbara mientras la follaba, llevó sus dedos hasta el coño de la rubia y con una velocidad endiablada, torturó con ellos el clítoris de nuestra amante. Al observarlo,  incrementé al máximo el ritmo de mis embestidas.
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- gritó mi tía.
Su entrega fue la gota que derramó mi vaso y sin poder rechazar el placer que me dominaba, me corrí sembrando con mi simiente el interior de ella. La hermana de mi madre, al sentir que estaba eyaculando, nuevamente entre gritos, se corrió diciendo:
-¡Quiero que me hagas un hijo!
Agotado por el esfuerzo, me tumbé en la cama. Al verme,  Laura que estaba como una moto, aprovechó mi postura para acercar su sexo a mi cara. El olor a hembra hambrienta me cautivó y ya sin hacerme de rogar sacando la lengua, jugueteé con sus pliegues mientras me reponía. La rubia gimió al sentirlo y agachándose sobre mi cuerpo, usó su boca para hacer reaccionar a mi alicaído  pene. Disfrutando de su calentura, mordí su clítoris mientras le daba un azote.
-Ayúdame a levantarlo.
Andrea ya repuesta, se incorporó y acudió en su auxilio. Al notar que eran dos bocas las que alternativamente se engullían mi pene, me dio tanto morbo que actuando como un resorte, fue lo único que para erguirse a su máxima expresión.
La rubia, viendo que estaba ya preparado, le pidió con una sonrisa a mi tía que lo usara:
-¿Y tú?- preguntó Andrea pensando que era  el turno de Laura, se negó en un principio pero viendo su tozudez, cogiendo mi extensión entre sus manos, fue lentamente empalándose sin dejar de gemir.
La rubia viendo que su jefa estaba disfrutando, aprovechó para acercarse y poniendo sus pechos en mi boca, me dio de mamar. Nuevamente excitado, mamé de sus tetas mientras mi pene seguía campando por el sexo de la morena. La lujuria acumulada en mi cuerpo me dominó e incorporándome sin sacársela, le clavé repetidamente mi estoque hasta lo más profundo de su cuerpo. Andrea se vio desbordada por el placer y soltando un grito, se corrió por otra vez cayendo, con grandes gritos. Su orgasmo  me indujo a aumentar el ritmo de mis estocadas.
Para entonces, Laura hervía de deseo y en vez de pedirme que la tomara, cogió un consolador y se lo metió hasta el fondo de su vagina mientras chillaba:
-¡Dale un hermano a mi hijo!
Su grito hizo que levantara la mirada.  Al verla despatarrada con ese aparato incrustado, me dejé llevar y bañe con mi semen la vagina de mi tía. Agotado por el esfuerzo, caí sobre la cama mientras mi mente se quejaba del lio en el que me estaba metiendo.
 “Cuando se entere mi padre de lo que he hecho, me va a matar”.
 Por un error, mando todo a la mierda.
Sé que fue culpa mía pero también me costa el que de alguna forma, ellas en cierta manera fueron responsables de mi error. Viendo que estaba nervioso e irritable por el hecho de ser padre, se les ocurrió hacer una fiesta para celebrar mi cumpleaños y aprovechar a decirles a sus conocidos que Laura estaba embarazada.
A mí, la verdad es que no me hizo ni puta gracia la idea. Aunque en teoría yo era el homenajeado, en realidad iban a usar mi presencia para acabar con los rumores que corrían en la comisaria sobre su lesbianismo. Para ellas era más fácil de explicar que la rubia se había conseguido un yogurin a informarles que en realidad éramos un trio.
Esa noche y siguiendo el plan elaborado al pie de la letra, Laura me presentó a sus conocidos diciendo que yo era su novio. La reacción de los presentes fue diferente dependiendo de su sexo. Mientras los hombres se mostraron escandalizados que anduviera con un crio de diecinueve años recién cumplidos, sus compañeras se quedaron alucinadas por su suerte. Mi tía por su parte, se mantuvo en un segundo plano, actuando como anfitriona sin dejar que nadie se imaginara que además de la casa también compartía conmigo la cama.
En un momento dado en el que Laura estaba con dos de sus amigas, me acerqué a preguntarle si quería algo:
-Sabes que no puedo- respondió tocándose la barriga.
Las dos mujeres se quedaron alucinadas y Almudena, la mas valiente, se atrevió a preguntar:
-¿Estás embarazada?
Luciendo la mejor de sus sonrisas, contestó:
-Sí- y recalcando su alegría, les soltó: -Manuel, además de estar bueno, es una fiera. El no haber salido de su cama ha tenido consecuencias.
Totalmente cortado, me excusé y fui por una copa, mientras sentía las miradas de sus amigas clavadas en mi cuerpo. Todavía no me había alejado de ellas, cuando oí a la tal Almudena decir:
-No me extraña, teniendo a ese bombón, yo tampoco saldría de la cama.
Su burrada provocó la risa de todos los presente y mordiéndome un huevo, me bebí la copa de un golpe.  Apoyado en la barra y durante más de tres  horas tuve que soportar poniendo una sonrisa, las anécdotas de la comisaria. Laura  con su papel totalmente asumido, se comportó como una novia enamorada mientras sus compañeros no daban crédito a su transformación. 
Eran más de las dos de la madrugada, cuando con más copas de las necesarias, fui hacia el baño sin percatarme que tras de mí, Almudena me  seguía. Estaba a punto de entrar cuando me topé con ella.
-¿Quieres algo?
Antes de que me diera cuenta y sin cortarse por el hecho de que fuera el novio de Laura, se metió conmigo en el aseo.
-¿Qué haces?- pregunté al verla agacharse y desabrocharme el pantalon. 
-Ver si eres tan bueno como dice- respondió metiéndose de golpe mi pene en la garganta. 
Con mi juicio nublado por el alcohol y azuzado por el morbo, la levanté y girándola, la pegué

contra las baldosas del baño mientras le decía:

-Te equivocas zorra. Una puta como tú esta para ser usada- y sin pedirle su opinión, le levanté la falda.
Ese putón al ver mi violencia, se quedó paralizada y tras bajarle sus bragas, la penetré salvajemente. La mujer consiguió retener el grito al sentir su interior horadado por mi miembro. Si creyó que le resultaría fácil abusar de un joven, se equivocó y en contra de lo que había venido a buscar, se vio poseída con brutalidad. 
-¡No eres más que una zorra!- le solté acelerando el ritmo de mis incursiones.
El modo tan brutal con el que la traté,  en vez de repelerla, la excitó y berreando como en celo, me gritó que no parara.   No hacía falta que me lo pidiera porque necesitaba liberar mi tensión. Acuchillando repetidamente su interior con mi miembro, conseguí que esa puta se corriera. Abundando en su vergüenza, usé su culo como tambor y  siguiendo el compás de mis incursiones, le di repetidos azotes hasta que exploté en su interior.
Ya satisfecho, me puse a mear y al terminar le exigí que me lo limpiara con su lengua. Aunque nadie la había tratado nunca así, resultó que le gustó y obedeciéndome cual servil sumisa, se arrodilló y se introdujo mi miembro en su boca.
-Dame tu teléfono- le pedí tras haberle bajado los humos.
La mujer me lo dio sin rechistar y encantado, salí del baño. Desgraciadamente para mí, mi tía nos pilló saliendo y con los ojos, me llamó a su lado. En mi juvenil inconsciencia, no adiviné la que se me venía encima. Furiosa me llevó a nuestra habitación y allí me exigió que le contara lo sucedido.
Hoy en día, sé que “antes muerto que confeso” pero entonces me pareció gracioso explicarle lo que había sucedido. Reteniendo su ira, me soltó:
-Pensaba que eras diferente pero eres un cerdo como los demás.
Para no haceros el cuento largo y ahorraros las lindezas que salieron de su boca, solo deciros que llamó a Laura y entre las dos hicieron mi maleta. Por mucho que intenté pedirlas perdón, mostrando mi arrepentimiento, esa noche me echaron de su casa y no me quedó más remedio que volver con mis padres.
Durante semanas intenté que me perdonaran pero ni siquiera se dignaron a cogerme el teléfono y fue al cabo de varios meses, cuando durante una fiesta familiar, llegó con Laura y presentándosela a mis viejos como su novia, les informó que ambas estaban embarazadas.
Me creí morir e hice un último intento, pero despidiéndome con cajas destempladas, me dijo:
-He descubierto que una no se puede fiar de los hombres.
Actualmente, se han casado. Mis primos tienen diez años y nadie en la familia sabe que en realidad son hijos míos.  Aunque pensándolo bien, quizás mi madre sospeche algo porque no para de decirme “lo mucho que se parecen a mí”.
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “Los entresijos de una guerra 10” (POR HELENA)

$
0
0
<Contactos con la embajada británica, bueno, es fácil… la Francia Libre depende activamente de Inglaterra, no es ningún secreto>>. La idea de soltárselo fríamente y quedarme al descubierto ante alguien como Berg revoloteaba en una cabeza que yo apenas podía reconocer como mía. Aunque Berg – por mucho General que fuese – no tenía nada que ver con el tipo de gente que abundaba en las SS, no me convenía enemistarme con alguien que podía ejercer sobre Herman una influencia como la que él tenía. Y a él le ocurría lo mismo, así que aquello tenía que llegar a buen puerto.
Me paré a pensar. No importaba que me hubiese acorralado mejor que nadie, no podía confesarle a él lo que le había negado a mi propio marido. En una pequeña parte, porque era simple cuestión de principios. Y en otra gran parte, porque el muy cabrón estaba deseando pillarme en algo que le demostrase a Herman lo muy poco digna de confianza que era su querida esposa. Si Herman se daba en las narices con el hecho de que le había mentido descaradamente desde el mismo momento en que él me recibió en su propia casa, probablemente aquel hecho pesase infinitamente más que cualquier disculpa que yo pudiese aportar. De modo que de nuevo sólo me quedaba la opción de mentir. Mentir todo lo que pudiese aunque Berg tuviese claro que estaba mintiendo. Cualquier cosa menos la verdad.
-Bueno, ¿y qué ocurre con mi apellido de soltera? – Inquirí procurando que no me temblase la voz.
-¿Naciste el Alemania? – Preguntó con satisfacción.
-Claro. Nací en Berlín, luego mi padre dejó su trabajo y nos fuimos de la ciudad antes de que yo tuviese uso de razón – expliqué con mucha sangre fría y recitando una vez más la historia de la mujer que era desde que me había mudado a la residencia Scholz.
-¿En Berlín? Entonces tendría que haberme resultado muy fácil encontrar tu partida de nacimiento, por ejemplo – dijo levantando las cejas con un gesto que pretendía anticipar mi derrota -. Sin embargo, ¿por qué no puedo encontrar nada acerca de ti antes de que cursases tus estudios de francés?
< >, pensé. Pero ni por asomo se me ocurrió decirlo. Di un pequeño sorbo al café y me dispuse a soltar mi gran excusa. Estaba más tranquila de lo que esperaba. Pensaba que me daba absolutamente igual que supiese que mentía, no podía hacer nada más que llamarme mentirosa y negarse a acudir al encuentro que me había pedido que concertase. Si me sugería que se lo contaría a Herman, yo le sugeriría que quizás al mando alemán le interesaría que alguien revelase que el respetado General Berg cooperaba con las resistencias, y asunto arreglado. Él no sabía hasta dónde llegaban mis contactos, así que siempre me quedaba la opción de tirarme otro farol.
-En realidad, Kaestner no es el apellido de mi padre, Berg. Él era un profesor de Universidad que se negó a huir a otro país como sí lo hicieron la mayoría de sus compañeros. Pero no por ello dejaba de pertenecer a esa clase intelectual que auguró que el Reich sería la mayor desgracia política de Alemania, así que nos envió a mi hermano y a mí con mis tíos, temiendo que algo le pasase. Kaestner es el apellido del marido de mi tía. Yo no le conocí, murió cuando era una cría, pero me quedé su apellido sin protestar porque me dijeron que era cuestión de vida o muerte.
-Ya… ¿y cómo se llamaba tu padre? – Quiso saber.
-No pienso decírtelo – afirmé airosa -.Te lo diría de muy buena gana si no supiese por qué lo quieres. Mi padre está muerto. Sólo hizo lo que creía oportuno para proteger a sus hijos. Y hubiese sido más lógico que intentase sacarnos de Alemania, pero estaba al tanto de que no todos llegaban a cruzar la frontera. Tú debes de saber muy bien a cuánta gente se cargaron. Y eso que por entonces todavía no se había declarado la guerra, pero digamos que el Reich siempre apuntó maneras… quizás no era mi padre el que obró mal.
-Entonces tu padre tuvo suerte de que nadie sospechase que tenía amistades tan poco convenientes por aquella época, supongo… – admitió pensativo mientras ojeaba el contenido de una carpeta.
-Él no opinaba lo mismo, eran sus amigos y compartía sus ideas – sus ojos me enfocaron de repente para escrutarme con una circunstancial mueca de desdén y volver a centrarse en los papeles.
-Estuviste en París… – murmuró al cabo de unos instantes. Yo asentí mientras me terminaba el café –. Y supongo que sería un error por mi parte suponer que allí te relacionaste con gente que no perteneciese al estricto ámbito académico en el que te movías, ¿verdad? ¿Cómo llegaste allí, por cierto?
Suspiré con resignación fingiendo estar dolida.
-Pues me relacioné también con el panadero del barrio, con la verdulera y con el hombre que regentaba el ultramarinos. Pero supongo que ninguno de ellos tiene nada que ver con la resistencia, ¿o sí? Compruébalo también… Y llegué en tren, cuando Alemania todavía respetaba las fronteras y todo eso. El difunto marido de mi tía era de clase acomodada, así que su herencia le permitió darnos los estudios que mi hermano y yo quisimos.
Mi respuesta le arrancó una hipócrita y forzada risilla.
-Quizás lo compruebe… – admitió antes de rebuscar en el bolsillo de su chaqueta hasta sacar su tabaco, se tomó el tiempo necesario para encenderse un cigarrillo sin sobresaltos y continuó hablando -. Erika, ¿tú eres consciente de lo sospechoso que resulta todo lo que te rodea? Quiero confiar en ti, créeme. Pero desde que sabemos de la existencia de esos amigos de tu difunto padre que tienen influencia en las embajadas aliadas, parece como si cada vez que quiero encontrar un principio sólido a tu favor, sólo encontrase algo que huele todavía peor.
Pensé detenidamente en sus palabras. Llegué enseguida a la conclusión de que tenía razón, y en mi fuero interno podía admitirlo, pero no en voz alta.
-Quizás sólo sea tan sospechoso si se acoge la información con cierto prejuicio en mente – Berg resopló ante mi respuesta, parecía estar pensando lo que iba a decir pero yo seguí hablando con la plena convicción de levantarme y abandonar su despacho tan pronto como terminase mi discurso -. Lo único que pasa aquí es que mis padres no simpatizaban con el Reich. No provengo de una de esas familias que se lucraron o se siguen lucrando a la sombra del régimen. Mi padre jamás se codeó con militares, ni asistió a celebraciones organizadas por la burguesía nacionalsocialista. Y si yo no necesitase dinero en su momento, quizás nunca hubiese ido a parar a casa del difunto Coronel Scholz, pero…
Mi voz no tuvo más remedio que frenar en seco cuando unos firmes toques en la puerta interrumpieron la conversación. Berg me dedicó una fugaz mirada antes de indicar que quienquiera que fuese podía pasar, y ambos nos removimos incómodos en nuestro asiento al comprobar quién era.
-Berg, necesito que… – dijo la voz de Herman antes de apagarse a medida que reparaba en mi presencia. Tras examinarnos con curiosidad durante unos segundos, entró en el despacho cerrando la puerta a sus espaldas -. ¿Qué narices está ocurriendo aquí? – Exigió cabreado.
-Cálmate. La he llamado porque quería disculparme por comportarme de un modo tan grosero la otra noche, nada más… – informó Berg mientras cerraba la carpeta que tenía entre manos y la ponía a buen recaudo en algún cajón del escritorio -. ¿Qué querías? – Herman me miró incrédulo y desconfiado mientras se acercaba a la mesa -. Vamos Scholz, toma asiento, no tengo todo el día.
-Entonces no sé qué haces tomándote un café con mi mujer si tan escaso estás de tiempo – le dejó caer con evidente mal humor.
Me preguntaba si podría llegar a sospechar que Berg me habría rastreado. Asumí que no, y en el fondo jugaba a mi favor porque aunque de entrada se mostrase iracundo, acabaría viendo ese informe que Berg tenía sobre mí. Y quizás eso sembrase la duda.
-Herman, Berg sólo quería disculparse – insistí sumándome al hecho de quitarle importancia a nuestra reunión.
-Ve abajo y espérame junto a la entrada – me indicó molesto –, tengo que hablar con Berg.
-No. Insisto en que se quede, muchacho. Creí que confiabas plenamente en ella – azuzó el General.
-Son asuntos de trabajo – aclaró con gesto endurecido.
-¿Y? – Presionó Berg con una estudiada nota de inocencia en su voz -. Ojalá yo pudiese seguir consultando con mi Hiltrud, que Dios la tenga en la gloria, los pormenores de mis ocupaciones. Venga, ¿de qué se trata?
Herman se acercó al escritorio y arrojó una carpeta hacia Berg. Todo cuanto pude alcanzar a leer era: “Sachsenhausen”. Nada que me sirviese de ayuda.
-Léelo tú mismo – le espetó -. Vámonos, Erika. Mi chófer te llevará a casa.
Nadie añadió nada más. Herman abrió la puerta y la mantuvo abierta hasta que yo salí tras despedirme resignadamente. Él me siguió de cerca a través de los pasillos del edificio, recolectando respetuosos saludos a medida que caminábamos hacia la salida.
-No vuelvas a poner un pie fuera de casa mientras yo esté en el trabajo – me impuso antes de acercarse al coche para abrirme la puerta. Le miré encendida por aquella actitud.
-Resulta que paso cuatro horas al día con mi marido porque el resto del día estás trabajando o durmiendo. Y durante esas cuatro horas que paso contigo también tienes que comer, cenar, ducharte y terminar el trabajo que te llevas a casa. ¡Me río en tu cara de tu prohibición! – Le espeté antes de entrar en el coche y cerrar la puerta yo sola sin medir mi propia reacción.
Él abrió la puerta delantera del vehículo y se asomó ligeramente al interior.
-Lleve a mi mujer a casa – le ordenó al muchacho con uniforme que estaba al volante.
-¡No! – Repuse enérgicamente -. Todavía tengo que hacer algunas compras.
Herman me miró como si fuese a entrar en el coche y a amordazarme por la fuerza, pero finalmente relajó su gesto.
-Llévela a dónde ella le ordene – corrigió a regañadientes.
-Está bien, Comandante Scholz. ¿Le recojo aquí cuando termine? – Preguntó el muchacho con mucho respeto.
-No. Tengo que aclarar algunas cosas primero y luego ya pediré un coche de las oficinas para que me acerque a Sachsenhausen. Vaya allí cuando termine.
El conductor asintió y arrancó cuando Herman cerró de nuevo la puerta.
-Bueno, Sra. Scholz, encantado de conocerla. Me llamo Albert, pero puede llamarme Al. ¿A dónde la llevo?
-Lléveme a una pastelería – le pedí. No tenía que hacer ninguna compra. Sólo lo había dicho para llevarle la contraria a Herman y mostrarle que sus órdenes no le servirían de nada conmigo. Pero ahora que tenía un coche y un joven soldado que me llevaría a donde le pidiese, decidí que compraría un bizcocho para tomarme un chocolate con Rachel y Esther a media tarde -. Dígame, Al. ¿Mi marido le llama Al? – Quise saber por entablar conversación. Él se rió ante mi pregunta.
-No, Señora. Su marido no es un hombre de muchas palabras, como usted ya sabrá – miré hacia la calle para que “Al” no viese la cara de incredulidad que estaba poniendo -. Aunque es algo normal en hombres con tanta responsabilidad como la suya, ¿sabe? Yo le admiro mucho, porque personas como él son imprescindibles para la Nueva Alemania. La élite del poder militar y social. Estoy muy contento de trabajar para él.
-Ya veo… – murmuré.
-Quizás le parezca extraño que le admire tanto, porque para usted es alguien demasiado cercano. A las mujeres se les olvida rápidamente el mérito de sus maridos, por eso yo no quiero casarme – me informó con mucho desparpajo -. Mientras no haya compromiso de por medio seré un soldado bastante resultón para la mayoría de las mujeres, pero en cuanto me comprometa con alguna, no seré más que el chófer de un Comandante – me explicó sin que yo le pidiese nada. Parecía haberse propuesto hablar conmigo de todo lo que no podía hablar con Herman.
-Bueno, “Al”, póngase en mi lugar. No voy a pasarme el día pensando que duermo con un héroe de guerra, ni en lo importantísimo que es su trabajo. Y mucho menos le voy a llamar Comandante en nuestra casa, ¡como si eso me importase! – Al me fulminó con sus ojos a través del retrovisor. Debía haberle sentado como un tiro que yo menospreciase los méritos de su héroe particular, pero no me daba pena. Al era uno de esos alienados SS con la mollera llena de serrín -. Pero tiene razón en una cosa: no se case. A usted las caderas de su mujer comenzarán a parecerle enormes, su trasero perderá firmeza y cuando se dé cuenta, su cara tendrá unas arrugas que le recordarán al rostro de su abuela. Y todo eso sin mencionar cómo se le quedarán los pechos después de parir – le dije cruelmente.
-Caray Sra. Scholz, cualquiera diría que las cosas con el Comandante están un poco tirantes… – comentó con gracia.
-¿Con Herman? – Inquirí mientras encendía un cigarrillo -. No. Esas cosas son el día a día de un matrimonio, Al. Un buen día Herman le pedirá que le lleve hasta un burdel, o a casa de alguna ingenua muchacha a la que enrede. Una de ésas dispuesta a abrir las piernas para un Comandante – exageré deliberadamente sólo por ver la cara que ponía aquel infeliz mientras yo despellejaba a su mito.
-Por Dios, Señora. No diga esas cosas. El Comandante es un hombre de familia que a pesar de soportar un gran peso y desempeñar una ardua tarea para el Reich, la quiere a usted aunque le vea las caderas grandes y el trasero blando. Aunque no parece que sea el caso – matizó con cierto apuro.

Me reí de su idiotez en general. Un enclenque muchacho de no más de diecinueve años que se creía el no va más por estar en las SS y trabajar al lado del Comandante Scholz – aunque fuese llevándole en coche de casa al trabajo y del trabajo a casa -. Por un momento se me pasó por la cabeza que podría intentar sacarle algo acerca del campo de prisioneros, pero no hacía falta mucha conversación para caer en la cuenta de que Al no sabía ni la centésima parte de lo que yo sabía. La figura de Herman le tenía tan ciego que sería incapaz de mirar más allá de “su Comandante” aunque le acompañase a dar un paseo entre los prisioneros todas las mañanas.

-Eres un buen soldado, Al… – le dije a modo de reflexión mientras dejaba salir el humo por la ventanilla.
Él agradeció con orgullo mis palabras. Totalmente ajeno al hecho de que yo pensaba aquello basándome en la evidencia de que el pobre tenía una nula capacidad para pensar por sí mismo.
Cogí el bizcocho y dejé que Al me llevase a casa mientras hablaba todo el camino asumiendo que me importaba lo que me decía. Llegue a casa y dejé el bizcocho en la cocina. Le dije a Esther que lo cortase, que pusiese un par de trozos en una fuente para cuando Herman viniese a comer y que guardase el resto para nosotras. Esther me sonrió. Me había costado muchísimo más ganarme su confianza que la de la inexperta Rachel, pero finalmente lo había conseguido.
El poco tiempo que quedaba para que Herman llegase a casa pasó rápido, como casi siempre sucede cuando una no quiere que llegue el momento. Estaba nerviosa por lo que me diría sobre lo de Berg. Sabía que ya habría hablado con él, pero lo primero que haría al llegar a casa sería reclamar mi versión. Sin embargo me equivoqué – y mucho -. Herman atravesó la entrada de casa rojo de ira, con una enorme vena que parecía a punto de estallar bajo la piel de su frente y dando un portazo que hizo retumbar la piedra de la casa. Berg no podía haberle dicho nada de mí, porque no sabía nada con certeza y aunque andaba cerca, no tenía sentido que jugase con la estabilidad de uno de sus aliados más poderosos sin asegurarse previamente de que todo iba a salir cómo él quería y no de otra manera.
-Ven ahora mismo a la habitación – me dijo plantándose delante de mí antes de subir las escaleras.
Yo le seguí muerta de miedo. Había hecho algo malo, lo sabía, pero no sabía el qué y él tenía aquella violenta mirada de odio que me recordaba al hombre que había matado a Furhmann, y también tenía su pistola y la inquebrantable inmunidad de las SS. Entré en la habitación y él cerró la puerta a mis espaldas. Intenté calmarme. No era coherente que me hubiera pedido que fuese allí para matarme en nuestra habitación, pero su actitud me hacía temer mucho lo que sí pudiese ser capaz de hacer allí.
-¡¿Qué coño le has dicho a mi chófer?! – Me exigió con dureza.
-¿A Albert? – Reflexioné con cierta incredulidad -. No sé… – contesté vagamente.
Supongo que si no me lo hubiese preguntado de aquella manera hubiera sido capaz de repetir cada palabra de nuestra conversación, pero el hecho de que se pusiese así por una cosa tan insignificante me había dejado tan anonadada que ni siquiera recordaba de qué habíamos estado hablando.
-¡Escúchame! No sé cómo se llama ese imbécil, ni me importa. Pero jamás había pronunciado en mi presencia ni una sola palabra que no fuese necesaria. ¡Besaría mi culo y me limpiaría las botas con su lengua si se lo hubiera pedido antes de que tú te subieses al coche esta mañana!
Abrí los ojos con estupefacción. Simplemente, no podía creer lo que estaba escuchando.
-Perdona, ¿puedo saber por qué me gritas exactamente? ¿Es que acaso tu mayor admirador ya no quiere llevarte de paseo?
-¡¡No me jodas!! – Me gritó acercándose a mí con la mano levantada. Me cubrí la cabeza con los brazos al tiempo que retrocedía, pues hubiera jurado que nadie me iba a librar de aquella hostia. Pero no llegó. Apoyó la mano en su cadera como si le hubiese dado vergüenza haberla levantado hacia mí, cogió una profunda bocanada de aire y se dio la vuelta para caminar enervado por la habitación -. ¡Ese soldado me respetaba, Erika! ¡Contenía el aliento cada vez que yo entraba en el coche y ahora ha venido contándome no sé qué gilipolleces sobre tu trasero, tus arrugas, tus pechos y nuestro matrimonio! ¡¡Ha pasado de respetarme a hablarme de burdeles y de unas jovenzuelas que se benefician deliberadamente los soldados alemanes en sus noches de juerga!! – A mí no me parecía tan grave, pensé que le habría chocado la osadía de Al y que una vez se desahogase, comenzaría a calmarse. Pero el momento no parecía estar cerca -. ¡Me ha cuestionado! Me ha dicho que tú no me tenías respeto porque soy muy blando contigo. ¡¡Nunca!! ¡¡Jamás un soldado raso había cometido semejante atrevimiento!! Y todo porque a ti te ha dado la gana de decirle cuatro tonterías. Porque te crees que puedes ir por ahí mostrándome el mismo respeto que me muestras en casa sólo porque sabes que yo sí que te respeto. Y la gente que hay ahí fuera, querida… ¡esa gente no quiere un Comandante que permita que su mujer le comente a su chófer los pormenores de su matrimonio! Por tu puta culpa he tenido que entrar en cólera y decirle que estabas enfadada por motivos que a él no le incumbían, pero que ya te quitaría yo el cabreo con unas buenas hostias, Erika. ¡Porque eso es lo que quieren ahí fuera! ¡Prefieren escuchar que soy un sátrapa y un hijo de puta a escuchar cualquier otra cosa! Sólo así van a respetarme en lugar de cuestionarme…
-¿Yo no puedo decirle a tu chofer un par de gilipolleces sólo por ver la cara que pone, pero tú sí puedes decirle que me pegas para que se me pasen los cabreos? – Repetí atónita – ¡Que te jodan! ¿O debo decir; “que le jodan a usted, mi Comandante”? Porque quieres más respeto, ¿no? Me pregunto qué les dijiste cuando te casaste conmigo… ¿les dijiste que necesitabas una esposa porque no tenías a quien zurrar cuando llegases a casa? – Él me miró a punto de explotar y se llevó las manos a la cabeza al mismo tiempo que suspiraba.
-No entiendes nada, Erika… tú te quedas aquí todo el día sin tener ni puñetera idea de lo que está pasando fuera. Paseando a caballo, dando órdenes a tus empleados, esperando a tu marido y soñando con tener hijos… – dijo con una mezcla de ironía e hipocresía que me produjo náuseas -. Crees que todo va bien y que nada va a salir mal sólo porque tienes visados de embajadas aliadas, ¡bravo, querida! Yo sin embargo tengo que salir cada mañana a hacer cosas que marcarán mi vida para siempre, cosas por las que me detestarías, pero por las que seguramente me respetarías más.
-Vete a la mierda – le dije antes de largarme de la habitación.
Estaba hasta las narices de Herman, del Reich, de los prisioneros, de los soldados, de las resistencias aliadas, y de todo el mundo. Deseaba que los puñeteros americanos lo arrasaran todo de una jodida vez y borrasen Alemania del mapa sin importarme lo que aquello le produciría a nuestro orgullo. Orgullo, respeto, arrogancia, poder… eso era lo que había desencadenado aquella porquería de guerra. Y el imbécil de Herman no hacía más que ansiar más y más de todo aquello, aunque se sintiera ligeramente mal por tener que llevarse por delante a unos cuantos o a su propia mujer y entonces decidiese salvar a un puñado de prisioneros en su tiempo libre. O incluso tal vez hacía aquello porque en el fondo, desviar prisioneros a la otra parte del frente, era una forma muy atrevida de desafiar al Reich y verse como el grandísimo Comandante todopoderoso que podía hacer lo que le viniese en gana.
-¡Erika! – Me gritó desde las escaleras cuando yo casi llegaba al salón. No hice caso. Seguí caminando hacia la puerta de la entrada mientras escuchaba sus botas bajando las escaleras – Erika espera, ¿a dónde vas? – Quiso saber calmándose un poco.
Puede que de verdad le interesase a dónde iba, o quizás no quería que los soldados que vigilaban a los prisioneros viesen a la mujer del Comandante desafiando su autoridad. Sujeté el pomo de la puerta y le miré. Ya no parecía enfadado, pero yo seguía odiándole por todo lo que acababa de decirme.
-Voy a ir a las cuadras, voy a coger a Bisendorff, y voy a pasear y pasear hasta que tú te hayas ido a tu trabajo. Y si quieres impedir que lo haga, entonces sal y dame unas hostias. Así tus soldados verán lo respetable que es su Comandante – contesté tranquilamente de un modo desafiante.
Lo que ocurrió después fue que yo salí tranquilamente por la puerta sin que nada me lo impidiese, recorrí sin ninguna interrupción el camino que llevaba a las cuadras y, tras cambiarme en los nuevos vestuarios que Herman había habilitado para que no tuviésemos que entrar en casa con botas de montar ahora que la superficie de cuadras y pistas de tierra se habían multiplicado, cumplí tan bien con lo que había anunciado que Frank me miró aliviado cuando me vio reaparecer a lomos del caballo al final de la tarde, mientras los soldados llevaban a cabo el recuento de los empleados para llevárselos.
Cuando entré en casa, Rachel ya lucía también su raído uniforme con aquellas rayas que sólo se interrumpían en el espacio que rodeaba a una distintiva estrella de David. Me dirigí hacia ella y le ordené que me siguiese ante la impávida mirada de las demás. Me la llevé a la habitación donde se cambiaban de ropa y tras cerrar la puerta fui al grano.
-Rachel, ¿has oído algo en el campamento acerca de la Estación Z? ¿Sabes lo que es, o para qué sirve? – Quería preguntarle también acerca de lo de la “Solución Final”, pero algo me dijo en mi interior que con aquello sí que debía ceñirme a lo que Herman me había pedido.
-No, Señora Scholz. Nosotras nos pasamos el día aquí – me contestó con cautela. Quizás la decisión de mi voz le hiciese mostrarse más recatada de lo normal al darme una respuesta.
-¿Y en el campo? ¿No has escuchado nada al respecto durante la noche, o en las duchas? – Insistí tratando de mostrarme más amable. Ella negó exageradamente con la cabeza.
-No. Desde que su marido nos consiguió el permiso de trabajo nos separaron. Ya no tenemos contacto con la gente que trabaja dentro del campamento, y nosotros, los que trabajamos para ustedes, estamos aislados casi por completo. Ni siquiera utilizamos la misma puerta de entrada y salida que el resto.
Aquello me sorprendió muchísimo. Así que existía una radical segmentación de prisioneros dentro del propio campo. Pero, ¿por qué? Evidentemente, Rachel no podía contestarme a aquello, pero decidí probar suerte de todos modos.
-¿Por qué os separan? – Le pregunté de un modo reflexivo.
-Algunos hombres dicen que nos tratan mejor porque trabajamos para un Comandante. Por eso nos separan, para que los demás no nos vean y se rebelen. Aunque los últimos en llegar del trabajo de campo dijeron que allí no quedaba ni un prisionero capaz de alzar una pala por encima de sus hombros.
-¿Entonces para qué les quieren? – Inquirí al instante.
-Señora, no lo sé. Los últimos llegaron hace meses. Todo cambió con la nueva normativa de trabajo. Las zonas del campamento se redistribuyeron y el Comandante nos puso a nosotros bastante aislados del resto. Incluso de los que también trabajan fuera del campamento, pero en fábricas.
Se me ocurrían al menos una docena de preguntas más. Pero el silbato que reunía a los trabajadores de la casa y del jardín en el patio delantero sonó con fuerza en aquel preciso instante.
-Está bien. Ve con el resto y no comentes esto con nadie… – dije finalmente.
De todos modos, sabía que Rachel no podría darme una respuesta satisfactoria. Los prisioneros quizás fuesen los últimos en saber a ciencia cierta qué hacían con ellos exactamente. Todavía no podía mirarles sin evitar pensar en aquella conversación en la que Herman le confesaba al Mayor Krüger que el doctor de Sachsenhausen utilizaba prisioneros para llevar a cabo sus experimentos médicos. Si le preguntaba a Rachel, me diría que el doctor se limitaba a ponerles vacunas y a hacerles los chequeos médicos. Algo que, afortunadamente, para ella no era incierto, ya que pertenecía al grupo que Herman había blindado a base de sobornos y apellido.
-Estaré atenta a cualquier comentario de los soldados, Señora Scholz. Es lo único que puedo hacer para intentar saber algo de lo que pasa en el resto del campamento – se ofreció con buena voluntad.
-Gracias. Pero ten cuidado, no cometas ninguna tontería, ¿de acuerdo? – Ella asintió contenta ante la perspectiva de resultarme útil y volvió con las demás para someterse al recuento.
Cuando mis empleados se fueron me dirigí a la cocina y comí algo rápido para irme a dormir antes de que Herman llegase. Subí al dormitorio, cogí mi camisón y me encerré en el baño. Allí alargué una ducha todo lo que pude y salí despreocupadamente. Herman ya estaba en casa, lo sabía porque sus pesados y desganados pasos le precedieron antes de que le viese aparecer por las escaleras.
-Hola – dijo suavemente tras quedarse quieto en medio del pasillo. Quizás se estaba planteando si caminar hacia mí. Pero si algo así se le pasó por la cabeza, el altivo gesto con el que le rebasé para dirigirme a mi antigua habitación, le quitó las ganas.
-No hace falta que te vayas a la habitación que tenías al principio. Puedes quedarte en cualquiera de las principales. Son más cómodas y además, si tuvieses a bien pedírmelo, yo podría irme a otra – comentó con cierta nota de resentimiento.
-Estaré más cómoda en la habitación que nunca debí haber abandonado.
-Estupendo… – murmuró con exasperación antes de seguir su camino hacia el despacho mientras yo continuaba el mío hacia el lugar de la casa en el que se hallaban las habitaciones del servicio.
Tardé en dormirme. Pero finalmente lo hice y desperté en otro anodino día del verano del 42 que pasó sin pena ni gloria por mi vida. Los días siguientes también fueron más de lo mismo hasta que llegó la tarde en la que tenía que hacer mi visita semanal a Berlín.
Mi corazón dio un vuelco cuando no encontré respuesta alguna de mis superiores. Había creído que ante una posibilidad como la que les ofrecía de obtener respuestas de propios prisioneros de las SS no tardarían en ponerse en contacto conmigo. Sin embargo no había nada, ni en las taquillas, ni en ningún otro lugar. Pero entonces aquello también implicaba que habían recogido mi informe de la semana anterior. Sujeté mi bolso con fuerza hasta notar la pistola que había dentro y salí de allí lo más rápido que mis piernas me permitieron. Quizás no los hubiesen cogido mis superiores, opción que me produjo un ligero vahído al reparar en que en ese caso, Berg, Herman y el Mayor Krüger estaban en serio peligro. El hecho de que yo me refiriese a ellos con iniciales no sería suficiente si aquello caía en las manos equivocadas. También mencionaba sus labores o cargos militares. ¿Cuántos “Generales B.” podía haber en las oficinas centrales de las SS, o cuántos “Comandantes S.” había en la dirección de Sachsenhausen? Intenté calmarme mientras caminaba sin perder el paso. Si aquello hubiera sucedido, no tendría lógica que no les hubiera pasado nada en toda la semana. Las SS o la temible GESTAPO no eran cuerpos de seguridad a los que le gustase la idea de detener o vigilar a los posibles implicados en operaciones poco claras para intentar descubrir qué más había detrás de ellos. Si estábamos vivos significaba que ellos aún no sabían nada, estuviese donde estuviese mi informe de la semana anterior.
Regresé a casa con una inseguridad que rozaba la paranoia e imaginándome que detrás de las circunstanciales miradas de algunos viandantes se escondían sus acusaciones. Pero nadie me detuvo en mi regreso a la residencia Scholz y los soldados de Herman me saludaron respetuosamente cuando llegué. No parecían más alerta de lo normal, y se suponía que si las SS o la policía secreta estaban al tanto de mis actividades hubiesen empezado a estrechar el cerco intensificando la atención de aquellos soldados que me veían a diario.
Aquello me tuvo en vilo varios días. Todo parecía estar normal. Herman y yo seguíamos sin hablarnos y los soldados seguían deshaciéndose en reverencias cada vez que yo pasaba delante de ellos. Luego se dedicaban a beber de su petaca, a jugar a las cartas delante de los camiones o a dar vueltas alrededor de ellos. No hacían nada que no hubieran hecho en los meses que llevaban viniendo a casa. Sin embargo, nada servía para que me calmase. Si no había sucedido nada, ¿por qué no me habían contestado?
Pasó una semana entera y yo tenía que ir de nuevo a Berlín. Apenas había conseguido redactar algo decente, pero el eje central de aquel informe que iba a entregar era mi descontento por su falta de respuesta. Entré en el taller con más precaución de lo normal. Caminé despacio hasta que el ataque de tos de alguien me alertó y me obligó a esconderme detrás de unos bidones por acto reflejo. Deslicé la mano dentro del bolso, saqué la pistola y la empuñé mientras esperaba pacientemente alguna señal que me indicase algo más. El silencio que de vez en cuando sólo se interrumpía por algún suspiro o bostezo, me decía que quien quiera que fuese estaba solo. Tenía que ser algún enviado. Si aquello fuese una especie de redada por parte de las SS o la policía secreta, ya tendría al menos diez soldados apuntándome a la cabeza.
Me levanté despacio y caminé con seguridad hacia el lugar donde dejaba mis informes todas las semanas. De todos modos, yo tenía un arma y el factor sorpresa de presentarme con ella. Cuando me dejé ver delante de aquel extraño casi se me cae el arma. Era un sacerdote entrado en años que me miró con unos diminutos ojos azules y levantó las palmas de sus arrugadas manos en señal de total rendición.
-Creo que me han enviado a hablar con usted – titubeó -. Tiene mis órdenes ahí encima –añadió señalando con su cabeza hacia una cajonera.
Me acerqué allí sin dejar de apuntarle. Abrí la cartera de tela que había encima del mueble y tras apartar una biblia y un par de catecismos, encontré los documentos en los que constaba que el servicio secreto británico le había ordenado reunirse en aquel lugar conmigo para una operación de colaboración con el servicio secreto de la Francia Libre. Bajé la pistola y volví al lugar en el que me había escondido para coger mis cosas. En su cartera también tenía una copia de mis anteriores informes; el que detallaba el plan de Herman, Berg y Krüger, y el que pedía una entrevista para Berg con la esperanza de colaborar con ellos para enviarles prisioneros. Así que como no tenía que explicarle para qué estábamos allí, decidí hacerle la pregunta más obvia.
-¿Usted de verdad es cura? – El anciano se encogió de hombros mientras bajaba de nuevo los brazos.
-Iba a serlo hace años. Luego decidí que podía servir a Dios de otras muchas maneras y abandoné el seminario para ejercer como diplomático – supongo que mi cara reflejó mi sorpresa, porque se explicó sin que yo se lo pidiese -. Yo había cursado estudios de derecho y política, así que no me venía grande el puesto, señora… Estuve en Londres durante la Gran Guerra, y también estuve presente cuando se le obligó a los vencidos a firmar el tratado de Versalles. Después me quedé en Alsacia. Pedí protección a Gran Bretaña cuando Alemania conquistó el territorio, pero entonces mis antecedentes salieron a la luz en la embajada británica y me ofrecieron convertirme en sacerdote para colaborar con ellos. ¿Qué hay de usted? ¿Es la esposa del nieto de Scholz?
-¿Conocía al abuelo de mi marido? – Pregunté con incredulidad. Él se rió.
-¡Claro! Con él comenzó a despuntar la andadura militar de los Scholz, fue un héroe alemán de la Gran Guerra. También he oído hablar de su suegro. Ambos estarán retorciéndose en sus tumbas gracias a su marido, por lo que he podido leer en sus informes – comentó riéndose de sus propias palabras -. Bueno, me han dicho que tengo que reunirme con algunos amigos de su marido, ¿son de fiar?
-Sí. Los dos lo son – le informé -. El General Berg se muestra un poco receloso con todo esto, es de los que desconfía de su propia sombra y calcula al milímetro cada cosa que dice o hace. Pero con Krüger no tendrá ningún problema siempre que le prometa protección para él y su familia. Es un buen hombre.
-Pues no es fácil encontrar un “buen hombre” en las SS, si me permite que se lo diga – ambos nos reímos de su broma. No sé por qué aquel hombre me cayó bien. Supongo que es casi imposible desarrollar antipatía injustificada con un anciano sacerdote. Algo que seguramente habrían tenido muy en cuenta para ponerle allí. Encima el muy listillo hablaba alemán perfectamente y se notaba que tenía don de gentes. Casi sentía curiosidad por ver cuánto duraba Berg en reconocer que alguien así no podía jugársela -. Mire. Todavía no me han remitido documentación que me acredite como mediador de la embajada. No quiero estar en posesión de ese tipo de papeles si no es estrictamente necesario. Pero me la remitirán esta semana, y tiene que redactarme unas hojas para saber qué decir al respecto de usted y nuestros contactos en común, ¿tardaría mucho en hacerlo?
-No. La semana que viene las tendrá con el informe – él negó con la cabeza.
-No espere tanto. Soy el párroco de una pequeña iglesia de Potsdam, ¿podría llevármelo allí dentro de tres días? – Sopesé su petición y asentí sin darle muchas vueltas. Potsdam estaba cerca -. Fantástico. Venga a partir de las seis de la tarde, estaré esperándola en el confesionario con la citación para que usted le entregue al General, ¿le parece bien?
Asentí enseguida. De repente me pareció una estupidez que no tuviesen más gente como aquel sacerdote. Nadie sospecharía nunca que en una Iglesia se estaba produciendo un intercambio de información a espaldas del Reich. ¡Era cojonudo!
Me ofrecí para acompañarle a la estación de ferrocarriles. Quedaba un buen tramo, pero aprovechamos el camino para hablar sobre Berg, Herman, Krüger, y Hirsch. Tuve que decirle que de éste último no sabía apenas nada, salvo que estaba al mando del campo de concentración más pequeño de todo el territorio y que debía poner a los prisioneros en manos de una organización de ayuda humanitaria. De Berg, de Herman y de Krüger, le conté todo lo que sabía y le di mis opiniones personales. Aunque creo que desechó automáticamente la de Herman por razones obvias. Yo no era capaz de darle una valoración objetiva de él, así que me dejó intentarlo, pero me miró todo el rato con una media sonrisa que parecía indicarme que su mente estaba intentando hacerse una idea de Herman a partir de mi punto de vista emocionalmente contaminado. La posibilidad de que alguien viese en la amena charla de una mujer y un cura algún atisbo de traición militar era tan remota que llegué a olvidarme de por qué le contaba todo aquello.
Nos despedimos en la estación recordando una vez más que nos veríamos en tres días y volví a casa. Comí algo y fui a mi habitación para comenzar mi informe. No tenía que preocuparme por Herman porque no nos habíamos vuelto a hablar desde lo de las escaleras. Ahora nos evitábamos, y si tropezábamos, el sonido de nuestras respectivas respiraciones y movimientos era lo único que emitíamos. Reconozco que a veces flaqueaba y le echaba de menos, pero luego recordaba lo que me había dicho y la sangre me hervía de nuevo. Estaba harta de él, de sus subordinados, y de todo aquél que llevase una doble “s” rúnica en el cuello de su uniforme.
Terminé el informe antes de aquellos tres días que me había concedido, pero se lo llevé a la dirección que me había apuntado el día que habíamos quedado. Se interesó por mis cosas, me hizo un par de preguntas sobre los prisioneros que trabajaban en casa y sobre Herman. Yo no le había dicho nada de que estábamos atravesando la mayor crisis de nuestro matrimonio, así que le dije que todo iba bien y me despedí afectuosamente tras recoger el sobre para Berg. Incluso me dijo que podría encontrarle allí si algún día quería hablar. Quizás tuviese una verdadera vocación de cura, después de todo.
Mientras iba de camino a casa con aquel sobre a buen recaudo en mi bolso, me di cuenta de algo: había llegado el momento de imponer una tregua entre Herman y yo. Sin ella quizás pudiese darle el sobre para que se lo hiciese llegar a Berg, pero no sabría nada acerca de cómo había ido la “entrevista”.
Preferí no pensar demasiado en aquello. Ya se me ocurriría algo cuando él llegase. Mientras tanto, intenté distraerme durante el viaje y seguir con mi rutina de cada tarde al llegar a casa. Cuando los prisioneros se fueron me senté en la mesa de la cocina y comí algunas rebanadas de pan con mantequilla mientras echaba un vistazo a un periódico del día que anunciaba que el General norteamericano Eisenhower acababa de llegar a Inglaterra para dirigir las tropas estadounidenses que habían sido movilizadas a Gran Bretaña. No le di demasiada importancia a la noticia, supuse que estarían llegando oficiales a diario para organizar los efectivos de su ejército. Me terminé el pan con mantequilla, cerré el periódico y subí a ducharme.
Como siempre, Herman ya estaba en casa cuando salí del cuarto de baño. Había luz en su despacho de modo que fui a mi dormitorio a por el sobre que el cura me había entregado y me dirigí de nuevo allí. Llamé a la puerta con cierta inseguridad aunque no estaba cerrada del todo y podía verle perfectamente.
Herman levantó sus ojos de la superficie del escritorio y me miró fijamente durante algunos instantes.
-Pasa – dijo secamente.
Caminé hasta el escritorio y dejé el sobre encima de la mesa al tiempo que él cerraba la carpeta de piel cuyo contenido estaba mirando antes de que le interrumpiese.
-Es para Berg. Me lo ha dado la persona que me puso en contacto con la embajada para lo de los pasaportes – mentí ciñéndome a lo que el cura y yo habíamos acordado.
-Se lo daré mañana. ¿Algo más? – Inquirió sin dignarse a mirarme.
Mis ojos repararon en aquellos musculosos hombros que se veían bajo la fina camiseta interior de algodón sin mangas que suponía lo único que llevaba a parte de sus pantalones.

Su pecho seguía estando lejos del alcance de alguien que no practicase ejercicio físico diariamente, pero sus clavículas se marcaban más que la última vez que yo las había visto. Herman levantó la cara y me clavó aquella mirada de color azul intenso.

-¿Algo más? – Repitió con seriedad.
-No. Gracias – contesté con decisión antes de retirarme.
Esperaba que su voz me detuviese antes de que abandonase el despacho. O aún mejor, esperaba que él se levantase y lo hiciesen sus brazos. Pero mis fantasías me acompañaron incluso hasta la mitad del pasillo.
Aquella noche me metí en cama pensando en lo que acababa de ocurrir. Herman me había pedido explícitamente que abandonase su despacho. ¡Pero yo era su mujer! Se suponía que iba a ser yo la que tuviese que insistir en seguir con aquel enfado porque él querría hacer las paces a la menor oportunidad. Quizás esta vez iba en serio. A lo peor ya se había hartado tanto de mí que le daba igual mi actitud. Y encima aquello daba al traste con mis perspectivas de saber si el cura hacía entrar por el aro a Berg y éste accedía a colaborar mano a mano con los británicos. Bueno, siempre podía volver a aquella pequeña iglesia de Potsdam y pedirle que me pusiera al corriente.
Pero si llegaba a hacer aquello, entonces significaría que Herman no iba a hablarme tampoco durante el siguiente mes. No tenía ni idea de lo mal que estábamos hasta que me lo planteé de aquella manera. Herman siempre había sido el blando cuando yo me enfadaba. “Querida, ya he dicho que lo siento”, “Erika, ya está bien con todo esto”, “Te quiero Erika, ¿qué más necesitas?”… todo eso estaba a una abismal distancia del; “¿Algo más?” tan cortante y repelente con el que me invitó a dejarle en paz.
Me levanté de cama dispuesta a volver al despacho y exigirle una respuesta por su ajada conducta cuando yo era la única que tenía derecho a enfadarme. Todavía me ardía la sangre cuando me lo imaginaba diciéndole a Albert que a veces me merecía unas hostias. Y todo por mantener su reputación de nazi medio tarado.
Pero no llegué a la puerta. Recordé la cansada apariencia que tenía y decidí que no valía la pena ir a montarle una escena. Seguramente sólo empeoraría las cosas para él. Me metí en cama por segunda vez e intenté ponerme en su lugar.
Organizar un lugar en el que un médico representa un peligro potencial no podía ser fácil. Trabajar todos los días con listas interminables de bajas por cansancio y epidemias tampoco tenía que ser fácil. Ni tampoco saber que estás irrevocablemente ligado a un cuerpo de élite de locos que sirve a un Reich de enajenados mentales, y que no te queda más remedio que moverte diariamente entre ese tipo de gente aun sabiendo que estás a punto de jugársela delante de sus propias narices. ¡Joder! ¡Mi Her era un héroe! Y yo era la caprichosa mujer que nunca le brindaba un minuto de paz. La caprichosa mujer que él siempre intentaba mantener al margen por su propio bien y que siempre conseguía meter las narices. Ahora me sentía mal. Herman necesitaba aquella reputación de envarado Comandante. Quizás le pidiese perdón en otro momento por haberle dicho aquellas gilipolleces al idiota de Al. Después de todo, ése había sido el epicentro de todo. Pero mi orgullo me impidió hacerlo aquella noche aunque no dejaba de pensar en Herman. Le echaba tanto de menos, y él estaba sólo a unos cuantos metros de mí.
Empezaba a arrepentirme seriamente de todo aquel alarde de vanidad por mi parte mientras me imaginaba que la puerta de la habitación se abría lentamente en medio de la oscuridad. Yo no podía ver nada, pero sabía que era él porque no había nadie más en casa. Herman caminaba en silencio hasta mi cama y se sentaba al borde del colchón. No decía nada, sólo se inclinaba sobre mí y me besaba con extremo cuidado en una clara señal de lo que quería. Entonces yo rodeaba su cuello con mis dos manos y correspondía su beso con infinita avidez. Aunque en la estricta soledad en la que me hallaba lo único que podía hacer era conducirlas bajo las sábanas hasta mi pelvis y colar una de ellas bajo mi ropa interior para acariciar las inmediaciones de mi sexo como si fuese Herman quien lo hacía.
Así que en mi cabeza él seguía besándome sin mediar palabra mientras una de sus manos jugaba con mi clítoris. Sus dedos se hundían en mi sexo y lo arrastraban bajo sus yemas produciéndome una envolvente satisfacción que se complementaba con su aroma y con el calor de su cuerpo mientras yo flexionaba mis piernas imaginándome que era él quien las guiaba con sus manos. Sin embargo, procuraba no pensar en lo fácil que me resultaba moverme a mis anchas sin encontrar más roces que los de las sábanas.
Su cuerpo no pesaba ni un gramo, pero yo lo veía perfectamente, entreteniéndose sobre el mío después de desnudarse y desnudarme a mí. Veía incluso mis manos acariciando sus anchos hombros aunque yo sabía de sobra que mis manos estaban allí abajo, haciéndome en la intimidad de la oscura habitación lo que mi marido me hacía en el restringido ámbito de mis pensamientos.
Entonces me miraba con la misma decisión con la que me había mirado para pedirme que me fuese, pero esta vez yo podía ver que en realidad estaba deseando hacerme el amor y tiraba de su cabeza hacia mí para que volviese a besarme apasionadamente mientras yo le abría mis piernas para dejar que me penetrase. Aceleré el ritmo de mis dedos en el preciso instante en que me estremecí al pensar en su polla entrando en mi cuerpo hasta llegar a tocar el techo de aquel hueco en el que – según mi cerebro – había algo mucho más grande que mis dedos. Algo que las paredes de mi útero no lograban percibir por muy fuerte que cerrase los ojos y me repitiese que más allá de mis párpados él estaba sobre mí, empujando entre mis piernas con la aquella mezcla de énfasis y ternura que me sobrecogía.
Mis dedos masajeaban mi clítoris a un ritmo frenético mientras mi cabeza se aferraba a la cara de Herman y yo hurgaba tímidamente en la humedad de mi interior con la otra mano. Abrí la boca para coger aire, viendo en mi mente cómo Her hacía lo mismo al tiempo que aceleraba el vaivén de sus caderas. Entonces comenzaba a gemir como si no se estuviese dando cuenta y cerraba los ojos mientras buscaba mi cuello para esconder su cara cerca de él al mismo tiempo que la fuerza que ejercían sus músculos se intensificaba, haciendo que mis piernas se tensasen víctimas de estimulante abrazo de su cuerpo. Ambos nos retorcíamos entre nuestro propio sudor sin importarnos lo más mínimo. Yo le abarcaba con mis piernas notando cómo sus caderas se hundían endiabladamente entre las mías mientras las movía en busca de su sexo, cuyo roce en aquellos álgidos momentos lograba endurecer mis pezones bajo su pecho. Estaba a punto de empaparme con su orgasmo y pensarlo me excitaba. Entonces mi mente me mostró su cara cuando aquello ocurría y mi sexo comenzó a contraerse acompasadamente mientras Herman se enterraba en mí al mismo ritmo. Empujando hasta caer relajado sobre mi cuerpo y susurrarme que me quería.
Estuvo bien hasta que comencé a sentirme idiota por haberme masturbado pensando en mi marido – el mismo que estaba en otra habitación de la casa -. Al día siguiente le pediría perdón. Me dormí completamente convencida de que tenía que hacerlo.
Herman ya no estaba en casa cuando me desperté, así que mis disculpas tendrían que esperar hasta el mediodía. Invertí la mañana en banales actividades como ir al despacho de mi marido y rebuscar con la esperanza de encontrarme con algo interesante. Sin embargo la cosa estaba floja desde que había cambiado la contraseña de la caja fuerte. Mi alegría cuando me confesó que la contraseña era la fecha de nuestra boda me duró un suspiro. Debió cambiarla a la mañana siguiente porque nunca llegué a abrirla. Supongo que me conoce demasiado. Y seguramente sabe que he intentado abrirla con la fecha de nuestra boda desde que me lo dijo, pero no puedo decir nada que dé a entender que sé que ésa ya no es la combinación, porque entonces confirmaría sus sospechas.
Desgraciadamente para mí, era bueno manteniendo a buen recaudo la parte relativa a su trabajo que me quitaba el sueño. A la vista sólo se dejaba cosas como informes de lavandería, gastos de comedor, recibos de pagos por el suministro de mano de obra a las distintas empresas que se aprovechaban de la esclavización que las SS les ofrecían en bandeja, y poco más. Lo importante, aquellos papeles que hablaban de “Soluciones Finales”, estaba en aquel reducido espacio blindado. Ni siquiera archivaba ya los partes de bajas en los dossiers que tenía en las estanterías. Desde que era Comandante los debía guardar en su oficina de Sachsenhausen o en la caja fuerte, porque jamás volví a encontrar otro.
A mediodía puse la mesa en el salón. Hacía ya un mes que yo no comía con Herman, pero sería un gran paso para presentarle mis sinceras disculpas. Salí afuera y me encaminé hacia las cuadras para echar un ojo en el comedor. Eran casi trescientas personas y nunca daban el mínimo problema. Todavía me parecía increíble.
Herman tenía que estar a punto de llegar así que regresé a casa tras hacer una parada en la cuadra de Bisendorff para dedicarle algunas caricias, y salí de allí justo en el mismo instante en el que el coche de Herman llegaba. Quise saludar a Albert cuando el coche pasó a mi lado después de dejar a Herman en las escaleras, pero me quedé con la mano alzada mientras un joven fornido y rubio me devolvía respetuosamente el saludo desde el interior del vehículo. Albert era moreno y enclenque. No sé por qué, pero presentí que debía intentar enterarme de algo. Eché un vistazo alrededor y tuve la primera idea.
-¡Hola! – Exclamé amablemente dirigiéndome a los soldados que vigilaban a los prisioneros. Todos se enderezaron ante mi presencia y me saludaron al unísono -. ¿Saben si ése era el chófer de mi marido? – Les pregunté casualmente señalando hacia el coche que estaba saliendo por el enorme portalón de la casa.
-Sí, Señora – me confirmó respetuosamente uno de los soldados -. Es el nuevo chófer.
-¿El nuevo? – Repetí con cierta sorpresa – No sabía que le hubiesen cambiado el chófer…
-El otro sufrió un accidente con un arma… – dijo otro soldado.
-¿El chófer iba armado? – Inquirí tratando de desviar mi asombro hacia otro terreno. Las piernas me temblaban al suponer qué tipo de accidente había sufrido Albert, pero tenía que serenarme y actuar como la curiosa mujer de un Comandante.
-No llevan el arma en el cinturón, pero la llevan en la guantera del coche, son soldados también – me explicaron. Parecían contentos de poder saciar mi curiosidad –. Sin embargo parece ser que el percance fue con el arma del Comandante. Le ordenó que se la limpiase como cada semana y el muy torpe se pegó un tiro sin querer.
-¿En serio? ¡Vaya por Dios! ¡Qué desgracia! – Exclamé intentando comportarme como una de esas mujeres que de verdad no se darían cuenta de lo que le estaban contando -. ¿Y cuándo fue eso? Mi marido nunca me cuenta nada de su trabajo, pero debería haberme dicho eso… yo conocía a aquel muchacho… – les dije consternada.
-Pues hará cosa de un mes – me contestaron confirmándome lo que me imaginaba.
-Fue el día que la trajo a usted una mañana – dijo de sopetón uno de los soldados -. ¿Se acuerda que yo estaba fumando un cigarro cerca del portal y les vi pasar? – Asentí de un modo pensativo hacia el voluntarioso soldado -, imaginé que habría ido usted a ver al Comandante y que él la habría mandado de vuelta en su coche… y al día siguiente escuché que se había pegado un tiro en la cara por accidente. A veces estas cosas ocurren por muy familiarizado que uno esté con las armas, Señora… Quizás el Comandante no se lo dijo por ahorrarle una mala noticia.
-Claro… – acepté con sumisa resignación el buen criterio de Herman -. Teniendo en cuenta que le había visto aquella misma mañana, entiendo que mi marido no quisiera decirme nada… – añadí sin dar la mínima muestra de estar en desacuerdo con algo de lo que me habían dicho. Les mostré la mejor cara de una dócil esposa dedicada a su marido y me despedí de ellos disculpándome por la interrupción.
¡Desde luego que Herman no había querido contarme lo de Albert! ¡Faltaría más! Sin embargo tenía que controlar mi genio hasta entrar en casa. Mi lenguaje corporal tenía que indicar que yo estaba tranquila y serena, porque una noticia como aquella no tenía por qué alterarme de la forma que realmente lo estaba. El camino se me hizo interminable, pero finalmente entré en casa y me dirigí al salón. Herman estaba con su uniforme de verano de pie al lado de la mesa, mirando fijamente los platos mientras comía una manzana. Desvió la mirada hacia mí cuando entré en la estancia y se apartó hacia una ventana para cerrar las cortinas.
-¿Por qué pones la mesa para dos como si albergases la esperanza de comer conmigo y entras en el salón como si quisieras tirarme la vajilla a la cabeza? – Preguntó con irónica seriedad antes de dar un mordisco a su manzana.
Respiré un par de veces intentando calmarme y recordar todo lo que había pensado la noche anterior. Su vida no era fácil. Su trabajo no era fácil. Nada de lo que le rodeaba era fácil y seguro que la decisión de matar a Albert tampoco lo había sido. Pero si quería saberlo, tenía que calmarme o aquello terminaría en una acalorada discusión sin salida.
-¿Qué le pasó a Albert? – Dije lentamente.
-¿A quién? – Preguntó descolocado.
-A tu anterior chófer – le aclaré. Entonces su cara mostró un gesto de asombro como si acabase de recordarlo.
-Creo que sabes muy bien lo que le pasó a “Albert”, así que no sé para qué preguntas en realidad… – me contestó muy sereno.
-¿Por qué te lo quitaste de en medio? – Le exigí.
-Porque ya no me respetaba. Te lo dije – contestó fríamente.
-Eres un capullo ególatra, Herman – él se rió.
-Puede que sí – vaciló -. Pero no quiero entrar en eso. No obstante, sí que quiero hacer hincapié en que tú y yo no hemos vuelto a tener ningún problema desde que no tenemos trato. Sigamos así, ¿de acuerdo?
Sus palabras me dejaron blanca. No fui capaz de contestarle ni siquiera cuando recogió su plato y sus cubiertos y los dejó de nuevo en el mueble de la vajilla antes de subir a su despacho. Su aroma fue todo lo que me quedó de él cuando me rebasó cerca de la puerta. La crisis que yo misma había provocado se me había ido de las manos y esta vez Herman no quería saber nada de reconciliaciones. Estaba abatida y me sentía sola otra vez. Como si todo a mi alrededor se desmoronase imparablemente y nada pudiera evitarlo. Y conforme me iba dando cuenta de lo que aquello significaba, me sentía todavía peor.
Corrí escaleras arriba dispuesta a tragarme todo mi orgullo y mi dignidad. Golpeé la puerta entreabierta de su despacho y me colé en él mientras Herman suspiraba al verme entrar.
-¿Y ahora qué? – Me exigió molesto.
-Ahora quiero que me perdones y te juro por lo más sagrado que nunca jamás te faltaré al respeto – él se rió con incredulidad. Supuse que era una buena señal así que seguí hablando -. Seré una mujer completamente sumisa y amedrentada a ojos de todos Herman. Ya sabes… una de ésas que carga con el peso de la casa sin rechistar mientras su marido gobierna el mundo. No te daré más problemas…
-No quiero una mujer así – me interrumpió -. Aunque desde luego, ¡debí pensármelo dos veces antes de casarme contigo! – exclamó apesarado.
-¿Aceptas mis disculpas? – Insistí.
-No – dijo firmemente aplastando mi existencia con aquel inofensivo monosílabo -. Es mejor que sigamos como hasta ahora. Tengo demasiados problemas como para añadirme uno muy grande por simple placer. Así que gracias, querida. Valoro mucho tu gesto, pero sé cómo acabará todo esto de tu sumisión.
-No… no lo sabes… lo he pensado mucho… – imploré de una forma que sólo me quedaba arrodillarme para una humillación completa -. Seré una mujer muy respetuosa que jamás te llevará la contraria delante de nadie. Nunca te interrumpiré, ni desobedeceré tus órdenes, ni tampoco te cuestionaré nunca…
-Pues vaya una vida, Erika… – se burló cerrando su carpeta -. Mira, no sé qué mosca te ha picado ahora, pero lo mejor que puedes hacer es irte una buena temporada. ¿No quieres viajar? Quizás cuando regreses no tenga más remedio que perdonarte.
-No. No voy a ir a ningún sitio, ¿por qué quieres mandarme fuera?
-¿Lo ves? Tú no podrías practicar la obediencia ni aunque te encañonasen la sien – resopló sin ningún atisbo de esperanza.
-¿Cuando quieres que me vaya? – Pregunté sin pensar.
Él me miró sorprendido. Pero se mantuvo pensativo durante un par de minutos y me dio su respuesta.
-Te lo diré en una semana, ¿te parece bien? – Yo asentí sin darle más vueltas. ¿Qué más me daba dejarle un poco de espacio? Quizás yo también necesitase un descanso de todo aquello. Me acerqué a su silla para darle un beso, pero él me detuvo -. Lo siento, pero he dicho que “quizás” no tenga más remedio que perdonarte cuando hayas vuelto. Ni siquiera me creo que vayas a irte a ningún lugar – dijo con desdén.
-Está bien – acepté con un suspiro mientras me apartaba -. ¿Podrías decirme qué tal le va a Berg la entrevista?
-Sí, claro – afirmó sin ningún problema.
Fueron las últimas palabras que me dirigió en todo el día a parte de un sieso saludo cuando llegó que me hizo echarme atrás en mi decisión de volver a nuestra cama. Los días pasaron así, entre mis intentos de acercarme de nuevo a él a sabiendas de que tendría que irme cuando me lo pidiese. Pero pasó más de una semana y él no me decía nada. Yo ya había avisado en mis informes de que pronto tendría que hacer un viaje y que, por lo tanto, interrumpiría mis informaciones durante la duración del mismo, así que creí que tendría que recordárselo.
Pero a principios de julio me pidió que le acompañase al despacho cuando llegó, y tras servirse una copa me dijo que Berg había admitido que los ingleses estaban verdaderamente interesados en trabajar con ellos y que eran de fiar. Le habían prometido protección a cambio de los prisioneros y Berg mantendría contacto directo con el sacerdote para entregarle las listas de prisioneros que él haría llegar al otro lado a fin de que estuviesen al tanto de esa gente. Me había imaginado que sería yo la intermediaria que haría llegar aquellas listas, pero acababa de quedarme fuera de todo gracias al carisma del “Padre Palabras”.
Berg también quería disculparse sinceramente conmigo, así que había insistido en venir a cenar un día de aquella semana, pero Herman ya le había dicho que yo me iba de viaje. Enterarme así no me hizo demasiada gracia, y menos cuando encajé las piezas y deduje que lo que Herman estaba haciendo era sacarme de en medio por si algo salía mal. Aun así no dije nada. Me dispuse a llegar hasta el final y acepté lo mejor que pude la noticia de irme un mes a París. ¡Un mes! ¡Ni más ni menos! Y salía en un par de días.
Pregunté a Herman por la operación que iban a llevar a cabo con los prisioneros. Pero no quiso darme ningún detalle. En cambio, sí me dijo que tendría que llevar conmigo en todo momento los visados ingleses y franceses por si “los necesitaba”. Me pareció el eufemismo del siglo, pero no tuve más remedio que aceptar e irme a cama lo más rápido que pude para no llorar delante de él. Si me mandaba lejos con visados que me permitirían cruzar la frontera era porque sabía que había riesgos muy reales. ¿Y si algo le pasaba? ¿Qué me importaba a mí que mi suerte fuese distinta entonces? Mi vida era un caos incorregible que sólo adquiría cierta forma cuando estaba bien con Herman. Y él quería que me fuera.
Al día siguiente entregué un improvisado informe en Berlín donde exponía escuetos detalles de mi viaje. Tampoco podía decir mucho más o terminarían comprendiendo que Herman me quería en París para que pusiera pies en polvorosa si la cosa no resultaba. El resto de la tarde la dediqué a revisar el equipaje y a darme un homenaje culinario con mis cocineras a modo de despedida. Cuando Herman llegó a casa, yo ya tenía las maletas en la puerta y todo listo para salir al día siguiente a primera hora, tal y como él me había ordenado.
-¿Cenarás conmigo hoy? – Le pregunté con inseguridad. Aquello de comer juntos era algo que ya se nos había olvidado, aunque en aquella ocasión él aceptó sin reparo alguno.
Durante la cena me previno acerca de lo que tenía que hacer al llegar a París. Lo primero era registrarme en el hotel en el que había hecho la reserva con mi apellido de soltera. Si él llamaba al hotel y me decía que tenía que irme, entonces sólo tenía que coger lo imprescindible y seguir al pie de la letra las instrucciones que me diese. Me prometió una y mil veces que si eso ocurría nos encontraríamos de nuevo pero yo sabía que sus posibilidades eran mucho menores que las mías, por muy seguro de sí mismo que intentase aparentar.
-Pero nada va a salir mal. Está todo muy bien pensado, así que tú disfruta de París y en menos de lo que te imaginas tendrás que volver a casa – me dijo tras coger mi mano al terminarse el postre. ¡Claro! Por eso también habían estudiado al detalle las vías de escape, ¡porque todo iba a salir bien! Era una locura separarme de él en un momento así, pero ahora no tenía más remedio que hacerlo para demostrarle que yo podía obedecerle por una puñetera vez en mi vida -. Te quiero mucho – añadió sinceramente mientras me acariciaba la mejilla.
-Quiero dormir contigo – musité sujetando su mano con la mía. Herman se rió.
-Sé lo que estás pensando. No va a ser la última noche que podrías pasar conmigo – se burló dando en el clavo con lo que se me pasaba por la cabeza en aquel instante.
-Bueno, pero en cualquier caso, será la última en al menos un mes – alegué tratando de recomponerme.
-Entonces estaré encantado – aceptó sin darle más vueltas.
Aquella noche no atendió el trabajo que solía privarle de acostarse a la misma hora que yo, sino que vino a cama cuando yo lo hice. Eso quería decir que en el fondo, él también estaba preocupado por cuánto tiempo íbamos a pasar sin vernos. Cosa que no me alentaba demasiado.
-Erika, quiero decirte algo… – comentó en cama girándose hacia mí. Esperé pacientemente, pero él parecía no saber muy bien cómo arrancar -. Verás… yo tuve que deshacerme de aquel chófer porque el hecho de que no me respetase implicaría que tarde o temprano me cuestionase… y no puedo permitirme una cosa así cuando estoy metido en cosas tan “políticamente incorrectas”. La gente que me rodea en mi trabajo tiene que verme como a un icono incuestionable. Alguien con un carácter temible y de quien circulen rumores como que en Polonia maté a más gente en una avanzadilla que el batallón que venía detrás nuestra, que los prisioneros que trabajan en mis cuadras tienen que limpiar los cascos de los caballos con la lengua, o que no tengo respeto ni por mi propia familia. El apellido hace buena parte del trabajo… pero tú… ¡tú eres única desbaratándolo todo! – Hizo una pausa para que yo pudiera defenderme, pero no lo hice -. Siempre te enfadas, siempre quieres respuestas que no puedes tener. Te da igual todo, mientras que yo vivo aterrado por si te llegase a suceder algo…
Su voz era tenue. Me estaba llamando inconsciente, inoportuna, alocada y caprichosa de una manera asombrosamente delicada. Pero nunca me había tragado unas acusaciones con tanto gusto como en aquella ocasión.
-Lo siento – susurré incomprensiblemente calmada -. Lo siento muchísimo – repetí arrancándole una suave risa.
-¿Lo sientes? ¡Increíble! Lo sientes… está bien… – aceptó asombrado.
-¿Qué?
-Nada. Que me sorprende que no tengas un montón de preguntas que se te hayan ocurrido durante estas últimas semanas… – contestó encogiéndose de hombros -. No es que vaya a contestártelas, seguramente no pueda hacerlo por tu propia seguridad, ya lo sabes. Pero lo mínimo que me esperaba era un discurso por lo del chófer.
-Albert era un imbécil sin mollera con una devoción absoluta por ti – dije finalmente tras decidir que si no iba a contestarme a nada, no me merecía la pena perder el tiempo planteando mis preguntas -. Estaba enfadada contigo así que le dije que…
-No importa – me interrumpió -. No me caía bien. Me dijo que no pasaba nada si se te caían los pechos, que cualquier mujer joven de Berlín me los enseñaría si se lo pidiese el Comandante Scholz – al escuchar aquello no pude hacer otra cosa que defecarme mentalmente en los restos de Albert -. No tienes ni idea de cómo es esa gente, Erika… – añadió acercándose para besarme la frente.
Le miré con cierta pena al pensar que en unas horas estaría camino a París. Herman se quedó mirándome con una minúscula sonrisa y se fue acercando poco a poco hasta besar mis labios. Lo hizo con la misma delicadeza que yo tanto había echado de menos, guiando mi boca mientras nuestras lenguas se abrazaban igual que lo hacían nuestros cuerpos. Nunca volvería a enfadarme con él, estaba decidida a hacerlo con tal de no tener que irme a ningún sitio ni dormir en otra cama. Yo quería noches como aquella el resto de mi vida. En las que sus manos jugasen con mis pechos mientras me envolvían y me besaba tan apasionadamente que yo no podía evitar arrimar mi pelvis a la suya para sentir su sexo en alza.
Nos quitamos la ropa entre besos y caricias que evidenciaban que ambos habíamos estado ansiando aquel momento por separado, como si fuese la primera vez de un par de adolescentes que se muestran inseguros y deciden derrochar en preliminares. Aunque bien mirado, era otra de tantas primeras veces después de otra de tantas peleas. Supongo que no calibré bien lo que iba a ser una vida conyugal al lado de un oficial de las SS cuando decidí casarme. Así como tampoco tuve en cuenta lo poco que me gustaban los secretos de índole político-militar, ni el perfil de “mujer de oficial”. Pero cualquier cosa se compensaba cuando Herman me bajaba las bragas con aquella irrevocable decisión que me hacía abrirle las piernas tan pronto como terminaba con la ropa.
Luego se mostraba mucho más cauto cuando exploraba mi sexo con sus dedos. Aunque no me importó demasiado, porque también me lamía constantemente el busto y los pezones como si no hubiese dejado de pensar en ellos desde la última vez que los había tenido así. Incluso cuando me pidió que abandonase su despacho, en realidad quería tocármelos y mordérmelos por encima de la blusa. Pero tenía que mostrarse recto porque así es Her.
No sé por qué mi mente tergiversó la realidad de aquella pervertida manera, pero lo cierto era que si seguía pensando en aquella posibilidad podría llegar a correrme a muy corto plazo – mucho más corto del que en realidad tenía pensado -.
Agarré el miembro de Herman, que recibió mis manos completamente endurecido. Lo envolví y comencé a acariciarlo a través de toda aquella longitud que en el primer contacto siempre me parecía haberse dilatado un poco más. Luego jugueteaba con él detenidamente y la mayoría de las veces, volvía a parecerme del tamaño de siempre. Pero lo que sí que era invariable, era aquella cálida rigidez que siempre me hacía desearle desesperadamente.
Rodeé su cuello con mis brazos para que dejase mis pechos y me besase de nuevo mientras yo le procuraba un lugar de honor entre mis piernas. Quizás en otras circunstancias hubiera insistido más en demorarse allí donde quisiera, pero en aquella ocasión se colocó apresuradamente y entró en mi cuerpo sin que yo hubiese podido hacer nada por evitarlo en caso de que hubiese querido hacerlo. Y obviamente, no quería. Yo dejé que mi boca se deshiciera con la suya en un placentero alarido cuando entró, recordando lo diferente que era imaginarse todo aquello a sentirlo en mis propias carnes. Sujeté su cara y le miré mientras empujaba con sus caderas hacia mi interior sin detenerse. Forcejeó levemente para volver a besarme, pero a mí me excitaba ver aquella cara que había tenido que imaginarme, de modo que insistí un poco más y él se limitó a mirarme a los ojos sin apartar su mirada mientras seguía embistiendo contra mi cuerpo.
-La noche que fui a tu despacho a llevarte la citación de Berg, me toqué pensando en todo esto hasta que me corrí – le confesé en un hilo de voz que impregné con cierta nota de suciedad por simple diversión.
Herman sonrió mientras empujaba entre mis muslos con verdadero ahínco.
-Eres tonta – me susurró sin detenerse -. Te lo hubiera hecho yo mismo.
Su confesión sonó bastante más sincera. De hecho, dudo que se creyese lo que yo le había dicho. Quizás lo tomó como algo que se me ocurrió en aquel momento, porque no creo que aquella noche se le pasase por la cabeza algo así. Eso sólo me pasaba a mí, que me sorprendía el apetito sexual donde menos me lo esperaba, o de repente sentía el impulso de decirle cosas como las que acababa de decirle sólo por ver su reacción.
No sé en qué instante flaqueé, pero el caso es que su cara estaba de nuevo sobre la mía a punto de besarme. Yo quería mirarle más, pero tampoco le negué mi boca. También podía tocarle, olerle y sentirle sobre mi cuerpo. No necesitaba verle porque podía constatar su presencia de muchas otras formas, esta vez no tenía que autosatisfacerme pensando en él. Le tenía allí, ya lo estaba haciendo él, y lo hacía muy bien.
Comenzó a moverse deprisa. Me pasó uno de sus brazos por debajo de una de mis piernas y la elevó sujetándola tras la rodilla, haciendo que mi muslo quedase cerca de mi pecho. A mí me gustaba igual, así que le dejaba hacer por el placer de verle moldear mi cuerpo a su gusto y observar cómo perdía el control de sus propios movimientos. Estaba a punto de correrse, y me encantaba verle así, completamente desbocado en busca de nuestro placer. El estímulo que me producía me coaccionaba a acompañarle.
Me miró fugazmente, como si quisiera comprobar cómo iba yo. Pero lo hacía porque le gustaba mirarme. En el fondo sabía de sobra cómo iba yo, porque iba igual que él; de cabeza al orgasmo. Y así terminamos de manera totalmente inapelable. Con nuestros cuerpos envueltos en nuestras propias contracciones mientras nos recreábamos en la satisfactoria sensación de nuestro propio clímax sucediéndose al tiempo que veíamos el del otro y jadeábamos a trompicones para sobrevivir a otro indescriptible encuentro conyugal.
-Recuerda esto cuando estés en París – bromeó tras dejarse caer agotado.
Podía haber protestado, pero me limité a abrazarle en silencio y a besar su cara mientras esperaba que me eximiese de aquel agónico viaje. Y esperando me pasé buena parte de la noche hasta que me dormí.
A la mañana siguiente todavía mantenía cierta esperanza. La mantuve hasta que se despidió de mí y comprobé que no me detenía. Ya no había esperanza. Me quedaban más de dos días de viaje porque la mayoría de tramos de vía estaban cortados y tenía que hacer más de cinco trasbordos para llegar a París.
El París alemán me pareció un verdadero asco. Por más que paseaba por las calles en las que había pasado parte de mi vida, no lograba reconocerlas. La gente ya no canturreaba sus “bonjour” por doquier cada mañana. Primero te analizaban, y si te relacionaban con los ocupantes, no te daban ni la hora. Lejos quedaban los tiempos en los que cualquiera era bien recibido en la ciudad de la luz. Aunque supongo que mi nerviosismo también contribuía a una percepción ajada del lugar, pues me pasaba la mayor parte del día esperando en el hotel al lado del teléfono. Por fortuna, las noticias siempre eran buenas.
Con el paso de los días, conseguí que Herman me diese detalles de cómo iban las cosas con los prisioneros. No tenía por qué ocultarme eso, me lo había contado él mismo, así que cedió en ese aspecto – aunque no sin cierta insistencia por mi parte -. La peor semana de mi vida la pasé cuando me dijo que tenían todo listo para “empezar”. Yo solía mostrarme entera al teléfono, pero luego lloraba durante horas ante la desalentadora posibilidad de que las cosas no saliesen bien. Algo que sin embargo, no sucedió. Después de cuatro días de agotadora espera, Herman me dijo literalmente: “Querida, los primeros están al otro lado”. Respiré tranquila. Lo peor había pasado. Quería volver, pero me pidió encarecidamente que me quedase por lo menos una semana más. Supuse que sería el tiempo que ellos mismos se habían impuesto para cantar su particular victoria. Aunque luego debió parecerles un poco escaso, porque lo alargaron algo más.
Finalmente, tras mucho implorar, Herman me dejó volver a finales de julio. Las cosas habían salido bien y nadie había echado en falta a los prisioneros que ya eran libres en suelo británico, ni sospechaban nada de ninguno de ellos. De modo que abandoné París con las maletas llenas de chocolates y todo tipo de dulces para mis empleadas de la casa, y me subí al tren de vuelta. <>, pensé mientras abandonaba la ciudad.
Cogí tres ferrocarriles en un día y llegué justo a tiempo para coger el último tren que salía hacia Düsseldorf, aunque Herman me había dicho que esperase un día más en Verviers y cogiese el tren que iba a Manheim, como había hecho en el viaje de idaPero me parecía una idiotez desviarme tanto hacia el sur y encima perder la oportunidad de adelantar un tramo de camino durante el primer día, así que cogí el tren de Düsseldorf, llegué allí de noche y busqué la pensión más cercana a la estación para pasar las más de seis horas que me quedaban para reanudar el viaje.
Cuando llamé a Herman para comentarle el cambio de planes, a punto estuvo de gritarme. Me hablaba tenso, y creí que iba a soltarme de nuevo el mismo discurso de Düsseldorf y la base aérea que había cerca, pero no lo hizo. Sólo me dejó caer que ni siquiera había regresado y ya estaba desobedeciendo, pero gracias a Dios no dijo nada de Düsseldorf y su base aérea. Estaba obsesionado con los bombardeos aunque nosotros estábamos a salvo detrás de todo el cerco de medidas antiaéreas que protegía Berlín. Y en caso de hacerlo, un piloto no malgastaría sus proyectiles lanzándolos contra casas de campo situadas a una cierta distancia, teniendo la capital y a todos sus edificios estatales a tiro.
Me despedí de Herman después de hablar un rato y a pesar de que la cama dejaba mucho que desear, me dormí enseguida. Estaba descansando a pierna suelta cuando algo perturbó mi sueño. Abrí los ojos con cierta despreocupación, había un ruido muy molesto que lo invadía todo y todavía no era de día pero la estancia se iluminó de repente como si un rayo hubiese caído a poca distancia. Me levanté de cama para acercarme a la ventana, no podía creerme que hubiese una tormenta así a punto de llegar el mes de agosto. Y de hecho, no llovía.
Barajaba la posibilidad de estar ante una de ésas tormentas eléctricas sobre las que había leído algo cuando un estruendo hizo temblar la ventana. El estruendo era de la luz, pero había llegado con algunos segundos de retraso. Miré otra vez por la ventana, cayendo en la cuenta de que el cielo estaba siendo surcado por aviones que se dirigían a las afueras de la ciudad pasando sobre nuestras cabezas y abrí los ojos de par en par sin dar crédito a lo que veía, ¡¡estaban bombardeando la base aérea!!
Intenté vestirme rápidamente, me temblaba todo y de repente el ruido de los aviones era ensordecedor, volaban demasiado bajo y yo sentía que por mis venas avanzaba un miedo estremecedor y primario que hacía que todo sucediese mucho más rápido de lo normal. Estaba poniéndome los zapatos más cómodos que tenía cuando la mujer de la pensión llamó alocadamente a mi puerta, gritando que teníamos que salir a la calle inmediatamente. Cogí mis cosas. Dejé la maleta con mi ropa, pero me aferré a la que tenía los dulces para Rachel y las demás y quemé mis visados en el baño antes de largarme de allí. Si algo me pasaba, nadie encontraría documentación que pudiese meter en un apuro a Herman. Y si no me pasaba nada, me enviarían otros papeles. Pero la primera opción me asustaba mucho más.
Salí a la calle junto con los demás huéspedes, todos igual de asustados e histéricos. Había un matrimonio joven con un niño que no paraba de llorar. La mujer lloraba con él mientras el marido le tapaba los ojos al pequeño para que no viese el resplandor de las bombas cayendo a lo lejos, aunque cada vez más cerca de lo que parecía ser su objetivo en un principio.
La marabunta que se agolpaba en las calles iba en una dirección. Me uní a ellos sin saber a dónde se dirigía aquella caótica expedición que me arrastraba, pero no tenía más remedio que dejarme llevar porque no había manera de avanzar a contracorriente. El ruido de los aviones no cesaba, cada vez volaban más bajo, imperturbables a pesar del fuego antiaéreo que empezó a contraatacar enseguida haciendo que la gente gritase confusa. Calculé que habría andado unos doscientos metros desde que la gente que se agolpaba a mi alrededor me arrastraba con ella, pero entonces alcé la mirada y contemplé a pocos metros la torre del reloj de la estación de ferrocarriles. Estaba apenas a cincuenta metros de la pensión.
Comencé a llorar, no podía escuchar nada que no fuese gritos o llantos, y podía oler el miedo igual que lo huele un animal que sabe que va a morir. Me creí al borde de la locura cuando los gritos de la gente comenzaron a intensificarse tanto que yo también empecé a gritar porque creía que me iban a reventar los tímpanos. Hubiera caído de rodillas de no ser porque ahora la gente me apretaba mucho. No tenía espacio ni para respirar, y no sabía por qué nos habíamos apelotonado de aquella manera, porque apenas diez minutos antes todavía podíamos andar.
Un joven me agarró la muñeca y tiró de mí. Veía que me gritaba, pero no escuchaba lo que quería decirme, quería seguirle, pero no era capaz.
-¡¡La estación!! ¡¡Van a bombardear la estación!! – Escuché antes de que una brutal explosión hiciese retumbar cada nervio de mi cuerpo y algo me golpease para sumirme en un mundo sin conciencia.
Lo siguiente que recuerdo fue que me desperté en un lugar oscuro cuyo olor era nauseabundo, pero todo estaba en silencio. Levanté la cabeza torpemente. Me dolía a horrores y vomité en el acto. El cuerpo también me dolía. En particular un brazo, que tenía magullado, amoratado e hinchado. Había más gente tendida a mi lado, y había enfermeras que se ocupaban de ellos. No conocía a nadie. Me volví hacia el chico que tenía al lado y pregunté dónde estaba, pero no podía hablar. Carraspeé y lo intenté de nuevo, pero mi voz no salía. El muchacho me miró con miedo mientras yo empezaba a hacer todo lo que se suponía que tenía que hacer para emitir sonido, pero no lograba decir nada. Entonces él empezó a llamar a las enfermeras. Braceaba, movía los labios y me señalaba. Pero yo no escuchaba nada y seguía intentando gritar más fuerte a pesar de que la cabeza estaba a punto de estallarme, ¿por qué no me escuchaba? ¿Por qué no oía mi voz si dos enfermeras corrieron hacia mí tapándose los oídos? Una de ellas me tapó la boca enseguida mientras otra cogía algo en una cajonera y se apresuró a inyectarme algo en el brazo. Iba a darle una patada, pero ni siquiera logré ver cómo retiraba la aguja.
La segunda vez que me desperté, todo fue bastante menos traumático. Seguía doliéndome cada hueso del cuerpo, pero estaba en una habitación con paredes y techo, tenía una cama con sábanas, olía a fresco y mi brazo sucio y moribundo estaba orgullosamente envuelto en escayola. Invertí unos diez minutos en recordar qué me había pasado. Entonces recordé todo y miré a mi alrededor en busca de una ventana para ver dónde estaba. Mi sorpresa fue mayúscula cuando mis ojos encontraron a Herman durmiendo en un cutre sofá. Parecía cansado y por el modo en que colgaba su cabeza, hubiese apostado a que le dolería más que la mía cuando se despertase. Pero eso era imposible.
-Her… – susurré. Mi corazón dio un vuelco cuando no escuché nada y recordé lo de la otra vez – Herman – repetí con más fuerza, pero tampoco oí nada. Las lágrimas empezaron a caerme y cogí aire para intentarlo otra vez – ¡Herman, joder! – le llamé.
¡Y me oí a mí misma! ¡Acababa de escucharme! Él dio un salto en el sofá, como si le hubiera pegado un grito aunque yo sólo me había escuchado con un tono normal. Me miró con una sonrisa llena de preocupación y se levantó apresuradamente para inclinarse sobre mí.
-¡Tenías razón, Herman! – le dije -. Soy un desastre… casi no vuelvo a verte… lo siento – me disculpé mientras intentaba abrazarle con el único brazo con el que me era posible.
Yo hablaba normal, pero él me hacía gestos de silencio como si estuviera haciendo algo que le resultaba embarazoso. Al cabo de un rato una enfermera vino a cerrarnos la puerta con una cara de muy mala leche. No entendía, él me hablaba, pero yo no escuchaba. Cuando iba a decírselo me indicó que esperase un momento y desapareció. Estaba a punto de llamarle de nuevo cuando apareció con una hoja de papel. Se acercó a su chaqueta, cogió un bolígrafo y me escribió algo.
-No pasa nada. Te quiero – leí cuando me lo enseñó.
Iba a decirle que yo también le quería, pero me indicó que guardase silencio y que escribiese.
-¿Por qué coño no oigo nada? – Escribí.
Él se rió cuando lo leyó, pero yo sólo vi sus dientes sin el característico sonido de su risa. Escribió algo de nuevo y me pasó el papel.
-Porque una bomba estalló cerca de ti hace un par de días, pero se te pasará. ¿Lo recuerdas? – Yo asentí y él volvió a escribir algo -. Vine en cuanto supe lo del bombardeo. Me costó mucho encontrarte, no estabas en ninguna lista de supervivientes porque nadie pudo coger tus datos. Las enfermeras del hospital de campaña dijeron que al despertarte empezaste a gritar y te sedaron. Nos iremos a Berlín en cuanto puedas viajar, ¿de acuerdo?
Mis lágrimas empezaron a caer de nuevo mientras asentía y me imaginaba a Herman recorriendo los improvisados hospitales de campaña. Yo no era la única que había creído que jamás volvería a verle, pero sí que tenía claro que jamás volvería a separarme de él.

Mas relatos míos en:


http://www.todorelatos.com/perfil/1329651/
Sexy babe with amazing body oiled up and horny #70392489
 

Relato erótico: “Mi hermano me heredó a sus mujeres (Lis)” (POR GOLFO)

$
0
0

 

Para entender esta historia tengo que retrotraerme a hace quince años cuando mi padre echó de casa a mi hermano mayor por motivos más ideológicos que personales. Lo creáis o no, mi viejo un hombre curtido en las luchas intestinas dentro de un sindicato, no soportó que su teóricamente heredero no compartiera sus ideas y menos que simpatizara con un partido de derechas. Por aquel entonces, yo era un niño de apenas diez años mientras Alberto ya era un hombre de veinticinco que acabada la carrera se había puesto a trabajar en un banco.

Desde un principio a mi padre no le gustó que obviando sus consejos, aceptara una oferta de esa institución bancaria y con el tiempo la brecha entre ellos se incrementó cuando en aras de labrarse un futuro, mi hermano fundó una empresa ya que para él era una traición a todo por lo que había luchado:

-Tu hijo quiere ser empresario- un día mi madre le soltó creyendo que si era ella quien le daba la noticia, el cabreo de su marido sería menor.

-¡Estás de broma!- exclamó indignado -¡Nadie de mi sangre explotará a sus semejantes!

Por mucho que su esposa trató de sacarle de su error diciendo que a buen seguro Alberto sería un jefe con sensibilidad humana y que nunca abusaría de sus empleados, mi viejo no lo aceptó y no solo no volvió a dirigirle la palabra sino que le prohibió la entrada en su casa.

Todavía recuerdo el día en que Alberto se marchó porfiando de la cerrazón de nuestro viejo y de cómo mientras cerraba la puerta tras de sí le soltaba una amenaza, diciendo:

-Date por jodido, ¡pienso ser millonario! Y cuando lo sea, nadie confiará en un sindicalista con un hijo potentado.

En ese momento, ninguno le creímos y menos yo porque a esa edad, para mí un, rico era una especie de demonio con cuernos a los que combatía mi padre, el héroe de mi niñez. Afortunadamente para Alberto y desgraciadamente para mi viejo, su vaticinio fue verdad y al cabo de cinco años, vendió la punto com que había fundado por una suma tan elevada que le hizo entrar directamente entre los cien hombres más ricos de España.

No os podéis imaginar la vergüenza y la humillación que para mi padre supuso leer una entrevista publicada en El País, el periódico que llevaba veinte años leyendo por ser progresista, que Alberto se vanagloriaba de no comulgar con las ideas trasnochadas que su viejo le había intentado transmitir, para acto seguido hacer una defensa férrea de la propiedad privada.

-¡Tu hermano es un facha!- exclamó mi padre cuando le pregunté los motivos de su disgusto.

Tratando de averiguar que le había indignado tanto, a escondidas leí el artículo y sorprendentemente, descubrí que estaba de acuerdo con mi hermano. De esa forma, con quince años, fue la primera vez que me distancié del ídolo de mi niñez. Lo que más me impactó en ese diario fue cuando el reportero le pidió un consejo a los más jóvenes y Alberto contestó:

-Luchad vosotros mismos por vuestro futuro, trabajad, ganad dinero y no confiéis en aquellos que apoltronados en sus despachos os prometan que dedicaran su vida a defender vuestros derechos. ¡Es mentira! Solo con un patrimonio os podréis asegurar una holgada jubilación.

Era un indisimulado ataque a todo lo que representaba su figura y aunque coincidía con el análisis de Alberto, con los quince años que por entonces tenía, no me atreví a hacérselo extensivo a nadie de mi familia, no fuera a correr el mismo destino que mi hermano.

Como tenía vetado cualquier tipo de contacto con él, no fue hasta el día que cumplí dieciocho cuando me atreví a contestar a su llamada. A escondidas nos vimos en un restaurante y Alberto que tras felicitarme por mi cumpleaños, me dio un regalo que no pude ni quise rechazar.

“¡Me ofreció pagarme los estudios en una universidad americana!”

Supe que ese gesto se debía más a hacerle la puñeta a mi viejo que a un amor filial pero decidido a no perder esa oportunidad, lo acepté de buen grado. Fue él también quien me dio una excusa que usar para evitar el cabreo del viejo sindicalista:

-Dile que estudiando en la meca del capitalismo, podrás combatirlo mejor.

Como os habréis imaginado, a mi progenitor no le hizo ni pizca de gracia que el menor de sus retoños se fuese a estados unidos a estudiar pero temiendo el perder también al segundo de sus hijos, a regañadientes me dio su bendición. Eso sí, despidiéndome en el aeropuerto, me pidió:

-Pedro estudia los fallos de ese sistema opresor para que a tu vuelta, te enfrentes con ellos desde el sindicato.

Para desesperación del hombre que me dio la vida, no solo estudié psicología en ese país sino que tras granjearme una buena reputación desde el punto de vista académico, me quedé dando clases en esa misma universidad una asignatura sobre religiones africanas. Esta nueva traición le resultó más fácil de asimilar al auto convencerse que era una especie de quintacolumnista que estaba luchando contra el imperio desde dentro….

 

Con veinticinco años heredo de mi hermano su dinero, sus casas y mucho más…

Llevaba siete años residiendo en Boston cuando una llamada de una tal Susan me hizo tomar un vuelo hacía una remota isla del caribe al informarme de un accidente en que se había visto involucrado Alberto y que su vida corría peligro.

-Está muy grave y quiere verte- me comunicó casi llorando.

Viendo la  gravedad de su estado, no lo pensé dos veces y desde mi despacho, compré un billete para esa misma noche rumbo a Curaçao, una de las Antillas Holandesas. Las diez horas que tardé en aterrizar en Willenstad, su capital,  me dieron tiempo de analizar lo poco que sabía de la vida de Alberto durante los últimos años.

Huyendo de la fama que su dinero le había dado, mi hermano se recluyó en ese lugar dejando atrás familia, amigos y conocidos. Solo tenía constancia que seguía en la brecha y que como inversor a nivel internacional había conseguido un prestigio como tiburón en los negocios. Su nombre aparecía cada equis meses asociado a una OPA o a una adquisición de riesgo que tenía siempre como resultado el incremento de su fortuna.

Por eso cuando al cruzar el control de pasaporte me encontré cara a cara con un abogado y me dio la noticia de estaba en coma, quedé destrozado al comprender que si no se recuperaba jamás podría agradecerle en vida lo que había hecho por mí. En ese momento sabía que me había nombrado su heredero y que además de dinero, acciones y propiedades, Alberto me iba a legar mucho más.

Como es lógico, antes de entrar en los tecnicismos que ese hombre me empezó a plantear, le exigí que me llevara al hospital donde se estaba debatiendo contra la muerte. Al llegar allí, me recibieron en la puerta de su habitación un grupo de hombres que identifiqué como sacerdotes de algún rito antillano.

«¿Qué coño hacen aquí?», pensé al verles porque no en vano nuestros padres nos habían educado en un ateísmo militante.

Mi sorpresa se incrementó cuando el más anciano se acercó a mí y sin dirigirme la palabra, se arrodilló a mis pies mientras el resto entonaban una loa. Cómo especialista en ese tipo de religiones, distinguí claramente que el trato que me estaban concediendo era el que concederían a un alto dignatario de su confesión.

«¡Qué raro!», me dije y sin detenerme a averiguar el por qué entre a ver a Alberto.

Mi hermano estaba postrado en una cama con multitud de aparatos conectados que le mantenían con vida. Llevaba cinco minutos, sentado a su vera cuando un doctor hizo su aparición en el cuarto y tras preguntar qué relación me unía con su paciente, me explicó que su estado era irreversible y que solo estaban esperando mi permiso para desconectarlo.

Por los datos que me dio, supe que de nada servía prolongar su existencia pero no queriendo tomar esa decisión en ese momento, contesté que antes tenía que informarme más. Mi respuesta curiosamente alegró a ese sujeto, el cual haciéndome una confidencia, me soltó:

-Me parece bien que pida una segunda opinión, no me gustaría tener sobre mi conciencia la muerte de un hombre santo.

Que se refiriera a Alberto así me sorprendió porque lo que sabía de él no cuadraba con ese apelativo. Especulador, traficante, usurero, eran términos que definían mejor lo que conocía de mi hermano pero no queriendo contrariarle y menos en ese momento, me quedé callado y esperé a que se fuera para llamar  a esa habitación al abogado que me había recogido en el aeropuerto. Andrew en un principio se mostró retraído cuando le pregunté las razones por las que había una multitud rezando en el pasillo pero tras mucho insistir dijo:

-No debería ser yo quien se lo dijera pero su hermano lleva años anunciando su venida, señor Pedro.

El respeto  que demostró a decir mi nombre y el hecho que antepusiera el “señor” delante, me hizo estremecer al percatarme que escondía un temor supersticioso en mi presencia. Yo mismo había escrito un par de libros describiendo que el santo católico del que obtuve mi nombre, para una facción de los ritos antillanos era una especie de semidios, asociado siempre al paso a la otra dimensión como guardián de las llaves de acceso al cielo.

«No me lo puedo creer», exclamé interiormente al escuchar de su boca que los sacerdotes vudú, que permanecían orando fuera, eran miembros de una secta fundada por él y que tenían para colmo “YO ERA EL PROFETA QUE ESPERABAN”. Alucinado y acojonado al conocer el fanatismo que podían albergar los adeptos a esas creencias, estaba paralizado porque si decía algo que fuera contra su fe podía ocurrir un  altercado sangriento. Justo en ese momento, cuando por la buscaba una forma de  salir de ese enredo, entró por la puerta una mujer de raza negra francamente espectacular.

La recién llegada mandó a segundo plano ese problema al quedarme extasiado contemplando su belleza.

«¡Eso sí es una diosa!», me dije dando un rápido repaso a su metro setenta, a sus rotundos pechos y a su no menos atractivo trasero.

Pero entonces y para mi disgusto, ese monumento se arrodilló ante mí, diciendo:

-Señor Pedro, soy Susan. Una de sus sacerdotisas. Don Alberto me encargó que si le ocurría algo fuera yo la encargada de hacerle el traspaso de su obra.

Tras lo cual y mientras seguía tratando de analizar sus palabras, me hizo entrega de una caja sellada. Al abrirla, descubrí en su interior un video y temiendo las consecuencias de su contenido, pedí que me localizaran una habitación donde verlo a solas.

El abogado se puso de inmediato a cumplir mis deseos mientras la mujer comenzaba entonar una plegaria en honor del que consideraba su maestro. El dolor de su tono me informó que entre ellos dos había algo más pero no queriendo meter la pata, me abstuve de preguntar.

No habían pasado ni tres minutos cuando Andrew volvió y me explicó que el director de hospital me dejaba su despacho para que escuchara lo que mi hermano quería decirme. Reconozco en un principio que me extrañó que ese directivo me ofreciera su oficina pero cuando al salir del cuarto donde yacía Alberto me lo presentaron, leí en sus ojos la veneración de un adepto.

«También es miembro de la secta», sentencié y ya sin pudor, me hice dueño de su cubículo.

Cerrando la puerta, metí la cinta en el video y tomando asiento, lo encendí. La primera secuencia era una toma fija en la que mi hermano me decía:

-Pedro, si estás viendo esto, es que la he palmado o estoy a punto… por tanto quiero informarte que como heredero de todo lo mío también te corresponde llevar a cabo mi última venganza contra nuestro padre. Como sabes, el viejo nunca aceptó que me hiciera rico y por eso me echó de la familia. Desde entonces,  siempre he querido devolvérsela y fue un libro tuyo quien me dio la idea de cómo hacerlo. Leyendo tu estudio sobre las religiones antillanas, decidí fundar una propia para joder al ateo recalcitrante de nuestro viejo.

Os podréis imaginar mi sorpresa pero soltando una carcajada, Alberto prosiguió informándome de mi cometido:

-Me imagino que tu primera reacción será negarte pero te aviso que no puedes. Si no quieres tener en tu conciencia el suicidio en masa de mis adeptos, tendrás que ponerte al frente de mi iglesia- muerto de risa el capullo de mi hermano me avisó que los he aleccionado con mi llegada y que verían en esa negativa un castigo por no ser dignos.

«¡Será cabrón!» mascullé interiormente preocupado y escandalizado por igual al saber que esa amenaza era digna de tomarse en cuenta. Yo mismo había estudiado el caso de la Guayana donde casi un millar de miembros de la secta de un tal Jim Jones se quitaron la vida siguiendo las instrucciones de su jefe.

La certeza que iba en serio fue cuando a través del video, mi hermano se jactó que usando su fortuna había creado hospitales, escuelas y multitud de infraestructuras en esa isla, todo ello bajo el amparo de “la segunda venida de San Pedro”. Pero no fue hasta que vi una imagen del logo de su secta cuando caí en lo siniestro de su plan.

Sin pedirme permiso, mi hermano había usado mi cara para personificar a ese santo.

-¡Maldito seas!- grité aprovechando la soledad de esas paredes mientras se vanagloriaba de su obra en la televisión -¡Has creado un falso profeta!

Hundido en la miseria, fui testigo del modo que había afianzado la idea de mi supuesta santidad, creando el bien entre los más pobres del lugar uniéndolo a mi figura. Para terminar, Alberto me regaló con un reportaje de lo que los miembros de esa secta, pensaban de mí. Os juro que se me puso la piel de gallina al escuchar de los labios de esa gente que darían su vida por mí y que agradecían a mi hermano el haberles revelado mi existencia.

«¿Ahora qué hago?» me estaba preguntando cuando Susan llamando a la puerta me informó que mi hermano acababa de morir y que “mis fieles” necesitaban mi consuelo.

La noticia de su fallecimiento fue dolorosa aunque para mí era casi un desconocido. Paralizado por la responsabilidad de tanta gente, dejé que la mujer me llevara casi a rastras junto a su cadáver mientras a mi alrededor el grupo de seguidores de Alberto, lloraba desgañitando sus gargantas con gritos de pena.

Acercándome al fallecido, abracé su cuerpo al tiempo que intentaba poner en orden mis ideas.   Debí de dotar a mi abrazo de una fuerza desmedida porque como saliendo de la muerte, mi hermano se medio incorporó para volver a su posición original.

Sus adeptos vieron en ese acto reflejo una señal de dios y cayendo postrados a mis pies, comenzaron  a decir entre murmullos que Alberto había vuelto a despedirse de mí desde el más allá.

Solo el profundo conocimiento que tenía de esos ritos, impidió que les llevara la contraria y les dijera que ese supuesto milagro no tenía nada de sobrenatural y qué era producto de mi torpeza.

Sin ganas de representar un papel que odiaba, dejé que la negra llevara la voz cantante al decirla:

-Le serviste en vida, es justo que seas tú quien oficie su responso.

La mujer protestó diciendo que debía ser yo quien le despidiera de este mundo pero ante mi insistencia accedió y gracias a sus rezos, pude hacerme una idea de cuáles eran sus creencias. Tras ser testigo durante una hora de la ceremonia de su adiós, comprendí a grandes rasgos que la iglesia  fundada en mi nombre era un vulgar sincretismo de lo católico con los credos africanos traídos a ese continente por los esclavos.

Más tranquilo creyendo saber por dónde pisaba, al terminar pedí que me llevaran a un hotel. Mi deseo cayó como un obús entre los presentes y tuvo que ser Susan con lágrimas en los ojos, me preguntara que era lo que habían hecho mal para castigarlos sin mi presencia en la “casa de la segunda venida”.

Al darme cuenta de mi error, reculé y ejerciendo por vez primera como su sumo “pontífice”, dije que les había puesto únicamente una prueba y que me llevaran allí.

Mi entrada en la “casa de la segunda venida”

Apoltronado en el asiento de un Cadillac, Susan y un chofer me llevaron a través de los peores suburbios de Willenstad para que supiera de la pobreza que escondía Curaçao antes de dirigirse hacia nuestro destino. No tuve que ser un genio para comprender que lo hicieron a propósito para que valorara en su justa medida los esfuerzos de Alberto por mejorar el nivel de vida de las clases más desfavorecidas de esa pequeña urbe.

Nadie me tuvo que avisar que habíamos llegado allí porque de improviso entramos en una zona perfectamente diseñada, con aceras, agua corriente y luz eléctrica. Viendo desde un punto de vista imparcial, la obra de mi hermano me dejó apabullado porque parecía el paraíso de justicia social por el que tanto había peleado mi padre.

«Tiene gracia, Alberto se vengó haciendo realidad su sueño», me dije al ver el hospital y las diversas escuelas que surgían entre las pequeñas casas con las que estaba formado el barrio.

Fue la propia Susan la que con una sonrisa en su boca, me preguntó si estaba satisfecho del trabajo que habían realizado siguiendo mis instrucciones. No teniendo nada que ver en ello, me quedé callado y seguí observando. Todo a mi alrededor era idílico, no se veía basura ni pobreza ni hambre y contra mi voluntad tuve que admitir que me gustaba lo que estaba viendo.

“Si no fuera por lo de esa religión, hasta mi viejo estaría orgulloso”, pensé impresionado, “¡ha dado un giro a sus vidas!”.

Increíblemente satisfecho a pesar que sabía que el origen de toda su filantropía era una sutil venganza contra el izquierdismo militante que nos robó a nuestro padre y que en su lugar nos dio un líder sindical, disfruté de su obra y quizás por ello, no caí en que llegábamos a una especie de basílica que estaba unida a un palacio.

-Señor Pedro, hemos llegado a su humilde casa- me dijo sin segundas intenciones la morena mientras el chofer aparcaba el lujoso vehículo.

«¿Humilde? ¡Mis huevos!».

La edificación era tan ostentosa como fuera de lugar al estar construida siguiendo los cánones de las catedrales góticas.

«Menudo ególatra deben de pensar que soy», sentencié al descubrir mi rostro donde debía estar el rosetón.

Avergonzado por esa vidriera de diez metros de diámetro, me vi abordado por una multitud que con grandes aplausos me dio la bienvenida. Como si fuera un santón, traían a sus hijos y sus enfermos para que los bendijera. Sin saber qué hacer, fui posando mi cabeza sobre ellos, deseando que ninguno descubriera que era un farsante. Lo más curioso que imbuidos en una especie de éxtasis religioso varios de los presentes empezaron a gritar diciendo que sentían mejor gracias a ese gesto.

«Todo es producto de la sugestión», valoré al comprobar que esa sanación se multiplicaba a mi paso y que antes que terminara de cruzar el aparcamiento, eran más de cincuenta los que gritaban haber sido favorecidos con un milagro.

Aturdido y temiendo un tumulto, me despedí de los congregados desde la puerta que daba entrada al edificio donde en teoría tenía mi casa. Edificio que como no podía ser de otra forma se llamaba “El hogar de Pedro y de sus pobres”. Ya dentro de sus instalaciones y mientras seguía a Susan por los enormes pasillos, me quedé pensando en cómo deshacer ese entuerto.

«Si reconozco que es un engaño, las consecuencias serán catastróficas», pensé temiendo incluso por mi pellejo. “Alberto les ha convencido que soy una especie de salvador y si desenmascaro la verdad, su fanatismo puede volverse en mi contra».

Justo entonces advertí que la morena estaba esperándome ante una puerta. Al llegar, con una sonrisa, me informó que a partir de ahí eran mis habitaciones privadas y que solo yo y las sacerdotisas encargadas de mi bienestar podían cruzarla.

-¿Sacerdotisas? ¿Cuántas sois?

Guiñándome un ojo, por vez primera esa mujer se comportó coquetamente al decirme:

-Somos cinco las elegidas. Una por raza. Como nuestra misión es global, Alberto quiso representar de esa forma a la humanidad en su conjunto.

Sabiendo que ella era la representante de raza negra, supuse que no tardaría en conocer a las demás y haciendo recuento las fui enumerando mentalmente… negra, blanca, hindú, china e india americana.

Al traspasar la puerta, en su interior descubrí que al contrario que el resto, ese lugar rezumaba  buen gusto.   La estructura era de forma circular donde el centro era un salón enorme, del que salían una serie de habitaciones.

«Es lógico», pensé al contar seis puertas, «una para cada una de las sacerdotisas más la mía».

Creyendo a pis puntillas lo anterior, cuando  esa negrita me mostró la mía, me quedé impresionado al ver sus dimensiones pero sobre todo al observar la enormidad de la cama en la que se suponía que iba a dormir. Calculando su tamaño, supe ese colchón mediría al menos tres por tres. Mi extrañeza no le pasó desapercibida a Susan que sonriendo, se acercó a mí diciendo:      

-El mayor deber de una sacerdotisa es adorarle y sabiendo que en ocasiones seremos todas las que dormiremos aquí, había pensado que nos vendría bien esta cama.

Fue entonces cuando caí en que el papel de esas mujeres incluía el placer carnal porque al contrario que en el cristianismo, en los cultos vudús el sexo no era ningún tabú.

«¡Menuda cara la de mi hermano!», pensé al comprender que se había agenciado un harén totalmente entregado y que si tomaba a esa morena como ejemplo, el resto debía de ser igual de espectacular. La confirmación que estaba en lo cierto, vino cuando pegando su cuerpo al mío, Susan susurró en mi oído:

-Esta noche espero que me elija como su compañera de rezos- tras lo cual me dio un sensual mordisco en la oreja.

Mi pene se alzó como un resorte al tiempo que mi mano comenzaba a acariciar ese culo que me tenía obsesionado desde que lo había descubierto.

-Cuenta con ello- dije atrayéndola hacia mí.

La muchacha riendo se percató de mis siniestras intenciones y mientras  se escabullía desde la puerta, me informó:

-He dispuesto que tuvieran su baño preparado..

Cabreado por quedarme con las ganas de poseerla, me quité la chaqueta y depositándola sobre un sillón me dirigí hacia el baño. Al entrar me quedé paralizado al descubrir que en mitad del baño se hallaba otra mujer totalmente desnuda. Mi sorpresa se me debió notar en la cara porque malinterpretando mi gesto, la rubia se arrodilló a mis pies diciendo:

-Soy Lis. Como vendría cansado  del viaje, hemos pensado que le gustaría tener ayuda para bañarse, pero si le molesta mi presencia me voy.

«¡Joder con Alberto!», sentencié mentalmente mientras daba un rápido repaso a esa criatura, «¡Tenia un gusto exquisito!». Pequeña de estatura, la cría tenía unos pechos desproporcionados, eran enormes para su tamaño. Lo mismo ocurría con su estrecha cintura que daba paso a unas caderas descomunales y aun culo todavía más impresionante.

Mi silencio fue traducido por esa divinidad de mujer  erróneamente y creyendo que quería estar solo, hizo un amago por irse pero entonces la retuve diciendo:

-Quédate, por favor.

Lis sonrió al oír mi ruego y ya sin rastro de tristeza, su rostro mostró una dulzura tal que derribó de un plumazo todas mis dudas. Sabiendo que no estaba enfadado con ella, la mujer se pegó aun más a mí, permitiéndome comprobar que su cara llegaba a la altura de mi pecho.

«Debe medir uno cincuenta», pensé sonriendo, «¡es una pigmeo!».

Si se dio cuenta de lo que pensaba, no le demostró y llevando sus manos a mi camisa, me empezó a desabrochar los botones sin dejar de mirarme a la cara. La ternura y fascinación que leí en sus ojos, me hizo saber que de tanto adorarme como profeta, al verme en carne y hueso estaba nerviosa y excitada por igual.

Por mi parte, yo no podía dejar de alucinar con las enormes ubres con las que estaba dotada esa mujer e involuntariamente, llevé mi mano a uno de sus pechos. Al posar mis dedos sobre su seno, comprobé que era enorme y que había acertado al pensar que no solo era un efecto óptico por la desproporción con su estatura. Su pezón al notar la caricia de mis yemas, se encogió poniéndose duro al instante.

Su dueña debía estar acostumbrada a provocar esa reacción en los hombres porque luciendo una enorme sonrisa, dijo con voz grave:

-Desde niña, supe que iban a ser suyos.

Sus palabras me enternecieron y levantando su cabeza, deposité un suave beso en su boca. La muchacha al sentir mis labios, los abrió dejando que mi lengua jugara con la suya. Durante un minuto, nos estuvimos besando tiernamente hasta que separándose de mí me rogó que parara porque debía ayudarme en el baño y si seguía, le iba a resultar imposible no buscar el venerarme.

Reconozco que me pareció gracioso el modo en que esa cría se había referido al sexo, mezclando religión y placer. Suponiendo que era algo a lo que tendría que acostumbrarme,   lo cierto es que bajo mi pantalón, mi pene medio erecto es que le daba lo mismo.

Lis, dejándose llevar por ese fervor místico, me terminó de desnudar y después de hacerlo, me rogo que entrara en el jacuzzi.

-Deje que su sacerdotisa le mime- me soltó esa mujer al tiempo que agarrando una esponja comenzaba a enjabonar mi cuerpo.

El fervor con el que me trataba me recordó que para ella yo era casi un semidios. La confirmación que era así como me veía vino cuando la oí decir:

-Aunque Don Alberto me lo había dicho, nunca pensé que solo con su mirada usted me haría saber que había nacido para ser suya.

Asustado por la profundidad del amor sin límites que leí en sus ojos, no puse reparo cuando acomodándose a mi espalda, pegó su cuerpo desnudo al mío. Sin esperar mi permiso, comenzó a darme besos en el cuello mientras presionaba con sus pechos mi espalda. La tersura de esos dos moles junto con sus caricias, me hicieron retorcerme de placer.

-Sé que usted me ayudara a congraciarme con nuestros dioses- soltó excitada mientras  me enjabonaba la cabeza.

La sensualidad sin límite de sus dedos me indujo a darme la vuelta y llevando mi cara hasta sus pechos, metí uno de sus pezones en mi boca.  Mordisqueándolo con ligereza, empecé a mamar de esa monumental teta. Lis  no pudo reprender un gemido cuando sintió mis dientes jugando con su rosado botón. Azuzado por su entrega, llevé mi mano hasta su entrepierna y separando los pliegues de su sexo, me concentré en su clítoris.

-Use mi templo a su antojo- gimió descompuesta cuando experimentó los primeros síntomas del orgasmo.

Que se refiriera a su cuerpo como templo, me calentó y cogiéndolo esa gema entre mis dedos la acaricié mientras miraba como su dueña se derretía ante mi ataque.  Los aullidos de placer de esa rubia se hicieron aún más evidentes cuando profundizando en mis maniobras, apresuré la velocidad de los movimientos de mi mano. Tiritando entre mis brazos, esa cría me confesó:

-Su hermano me ha estado preparando para este momento. Siempre me dijo que sería usted quien me desvirgara.

-¿Eres virgen?- pregunté extrañado porque no me cuadraba. En mi mente me había hecho la idea que Alberto había  dado buen uso de su harén.

-Sí- me respondió llorando- me he mantenido pura para mi señor.

Esa revelación lejos de menguar mi lujuria la incrementó al saber que sería el primero en hoyar ese cuerpo pero temiendo resultar poco “profético”, decidí indagar en esa cuestión no fuera a meter la pata.

-Dime princesa, ¿qué más te dijo de mí?- pregunté sin dejar de acariciar su sexo.

Con la respiración entrecortada,  la muchacha se tomó unos segundos antes de contestar:

-Qué eras mi principio y mi fin. Que de tu mano, alcanzaría cotas de placer que nunca pude imaginar cuando introdujeras tu llave en el candado de mi templo.

Asumiendo que la llave de la que hablaba era mi pene y que el candado era su virginidad, supe que estaba dispuesta a ser tomada pero no queriendo anticipar los tiempos seguí torturando su sexo con mis caricias mientras asimilaba sus palabras.

– Quiero saber si estás preparada, cuéntame- insistí– ¿Cómo te dijo mi hermano que ocurriría?

Lis no pudo contestar porque en ese instante, el placer la alcanzó y sucumbiendo al maremoto que asolaba su cuerpo, se corrió dando gritos regando con su flujo mis dedos.

-¡Así!- gimió descompuesta- Usted me haría morir y resucitar entre sus brazos.  

La rubia tembló de gozo durante una eternidad hasta que con un semblante beatífico, sonrió diciendo:

-Gracias, Señor Pedro, por mostrarme el camino del placer. Mi deber ahora es devolverle los dones que me ha concedido.

Tras lo cual intentó llevar su boca hasta mi miembro, pero se lo impedí y sacándola del jacuzzi, la llevé hasta la cama mientras le decía:

-Todavía, no te he revelado los límites de mi amor. Túmbate sobre las sábanas para recibir mis enseñanzas.

Aprovechando sus dudas, la obligué a poner su cabeza  sobre la almohada y me puse a observarla. La belleza de esa mujer era impresionante pero aún mas era la necesidad que tenía de mí. Lis dominada por el lavado de cerebro al que sin duda Alberto la había sometido, tiritaba de deseo pero el miedo a fallarme la tenía paralizada. Yo, por mi parte, aproveché esa breve pausa para pensar en cómo tratarla. Aunque físicamente era una mujer madura y sus inmensos atributos eran una prueba, mentalmente era una niña.

Pensando en ello, comprendí que lo que verdaderamente me acojonaba era que la rubia que tenía enfrente, nunca  había sentido  las caricias de un hombre y que si quería que ese pedazo de hembra disfrutara realmente de su primer encuentro  debía de vencer sus miedos y por eso, valiéndome de mi supuesto ascendiente moral, le pregunté:

-¿Deseas ser mi sacerdotisa y servirme de por vida?-.

-Con toda el alma, nací para ser suya- contestó sumisamente llamándome a su lado.

Tengo que reconocer que me dio morbo su entrega y queriendo poseerla, me tumbé a su lado. Con ella a mi vera, acerqué sus labios a los míos mientras recorría con mis manos su tersa piel. Lis llevaba tantos años reservándose para recibir mis caricias que se mantuvo quieta sin moverse como temiendo que todo fuera un sueño y que el profeta que tanto adoraba y que en ese instante recorría sus pechos desapareciera al despertarse.

Su quietud me dio alas y bajando por su cuello, recogí uno de los pezones que decoraban sus pechos entre mis labios mientras su otro botón disfrutaba de la ternura de mis dedos. Los primeros suspiros de esa mujer  me dieron la confianza que necesitaba y ya envalentonado, descendí por su cuerpo en dirección a su sexo. Estaba a punto de alcanzar mi meta cuando el placer volvió a asolar sus neuronas  e involuntariamente, juntó sus rodillas.

Dando tiempo a que disfrutara, esperé unos segundos antes de susurrarla al oído:

-Enséñame el candado que tengo que abrir.

Aleccionada por sus creencias que mi palabra era ley, separó sus piernas y por ello  pude contemplar por primera vez su tesoro en plenitud. Depilado y sin rastro de vello que pudiera perturbar mi examen, ese coño era increíblemente apetecible.

«¡Qué buena está!», pensé dudando si lanzarme sobre ella o por el contrario seguir azuzando su lujuria.

Afortunadamente, la cordura prevaleció y sabiendo que requería, me deslicé hasta sus tobillos, para acto seguido con mi lengua ir recorriendo sus pantorrillas para calentarla aún más. De forma que dejando un surco de saliva sobre su piel, fui  testando sus sensaciones. Cuando notaba que se excitaba en demasía, paraba mi ascenso y en cambio cuando la sentía relajarse, aceleraba hacía la meta.

Estaba todavía por la mitad de sus muslos cuando advertí que Lis iba a correrse por tercera vez:

-Quiero ver cómo te masturbas pero tienes prohibido llegar antes que yo te lo diga- murmuré tiernamente a la cría. –Tócate para mí y te advierto que no admitiría una negativa. ¡Eres mía!

Mi orden causó el efecto esperado y Lis, al escuchar que la reclamaba como mi  propiedad, se retorció sobre la cama mientras obedecía. Dominada por un ansia hasta entonces desconocida para ella, separó los pliegues de su sexo y se comenzó a pajear como si le fuera la vida en ello. Satisfecho, recorrí la distancia que me separaba de su coño mientras con la respiración entrecortada y el sudor recorriendo su cuerpo, Lis esperaba mi permiso para correrse.

-Señor Pedro, su sierva no aguanta más- aulló al sentir mi lengua recorriendo su vulva.

-No es hora todavía- contesté prolongando sus tortura.

Sabiendo que de esa primera vez dependía en gran parte su fidelidad, debía someterla por completo. Por eso, tiernamente  tomé su clítoris entre mis dientes  y mientras me solazaba saboreándolo, con un dedo recorrí la entrada a su cueva. La rubita sollozó al notar mis mordiscos y tratando de no fallarme, reptó por las sábanas mientras intentaba no correrse

-No te he dado permiso de moverte- le solté sabiendo que su huida era producto de un miedo atroz a que no la considerara digna si lo hacía.

Al obedecer, no esperé y directamente metí mi lengua en su interior. Jugueteando con su himen aún intacto y sorbiendo el caudal de flujo que manaba de ese juvenil coño, logré profundizar en su deseo. Al comprobar que no podría aguantar porque ya se había convertido en un pequeño manantial, decidí liberarla.

-Puedes correrte- dije suavemente mientras mi lengua recogía su placer como si fuera un maná.

Al recibir mi permiso, explosionó en mi boca  y su placer de fue in crescendo hasta que gritando como posesa de desparramó sobre la cama.

-¡Rompa mi candado!- rugió descompuesta.

Accediendo a sus deseos, cogí mi pene entre mis manos y poniendo el glande en su entrada, la observé. En la cara de la sacerdotisa adiviné veneración pero sobretodo deseo. Por eso sin querer romper el encanto del momento, la penetré lentamente rompiendo su himen y consagrándola por fin como mi servidora. La rubia sollozó al sentir plena su vida al dedicarme su virginidad y abrazándome con sus piernas, me rogó que la llevara al cielo terrenal del que tanto le habían hablado.

Al no querer dañarla, hizo que al principio me moviera con cuidado, sacando y metiendo mi extensión de su coño mientras no dejaba de mamar el néctar de sus pechos. Lis que se había mantenido a la espera, imprimió a sus caderas un ligero ritmo que se fue incrementando a la par que mis penetraciones. Poco a poco la velocidad de nuestros cuerpos fue alcanzando una velocidad constante.

Su enésimo orgasmo fue el banderazo de salida para terminar de forzar su entrega y poniendo sus piernas sobre mis hombros, convertí mis penetraciones en fieras cuchilladas. La sacerdotisa aulló al notarlo y forzando mi incursión con sus piernas, se clavó hasta el fondo de sus entrañas mi pene erecto.

-¡Me muero!- bramó al experimentar que el placer retornaba con mayor intensidad y ya sin contarse, me pidió que la siguiera usando.

Su entrega y el conjunto de sensaciones que me dominaban me informaron que no iba a tardar mucho en derramar mi simiente en su interior. Asumiendo su cercanía,  le di la vuelta y colocándola de rodillas,  volví a penetrarla pero esta vez sin piedad. Esa nueva posición le hizo experimentar un éxtasis y gritando a voces su sumisión y entrega, se corrió dejándose caer sobre las sábanas. Como todavía seguía necesitado de ella, alargué su clímax con una monta desenfrenada hasta que explotando de placer, eyaculé esparciendo mi semilla en su fértil interior. Lis al notar su conducto lleno con mi semen, se retorció buscando que no se desperdiciara nada. Satisfecho al ver lo mucho que había gozado esa criatura,  me tumbé a su lado.

Abrazada a mí, descansó unos instantes. Ya parcialmente repuesta, me miró con devoción mientras me decía:

-Mi señor, nunca pensé que sería tan dichosa mi primera vez.

Estaba a punto de besarla cuando oí un ruido en la puerta, al levantar la mirada, me encontré a Susan mirándonos. En sus ojos leí una total adoración pero también un deje de envidia por no haber sido ella, el  objeto de mis caricias. No sabiendo que decir, le pedí que se acercara.

La negra malinterpretándome dejó caer su vestido al hacerlo y ya sentada en la cama, me besó mientras me preguntaba:

-¿Mi señor está muy cansado para aceptarme como su sierva ahora?

El descaro de esa morena me hizo reír y poniéndola entre los dos, devolví ese beso diciendo:

-Nunca estaré lo suficientemente cansado para servir a mi iglesia.

 

 

Relato erótico: “El usurpador” (POR RUN214)

$
0
0

Era noche cerrada cuando salió de su habitación en camiseta y pantalón de pijama. Le sorprendió ver una luz tenue y titilante iluminandovagamente el recibidor, al fondo del pasillo. Con sigilo atravesó el corredor hasta llegar a la puerta acristalada del salón de donde provenía la luz.

La tenue fuente lumínica no era otra cosa que la pantalla de televisión del salón que alguien visionaba a esas horas y cuyos haces luminosos no solo alumbraban la estancia sino que traspasaban la cristalera de la puerta que daba al recibidor.

Con una insana curiosidad empujó la puerta suavemente para poder meter la cabeza en el salón y ver quién estaba haciendo uso de la tele a esas horas.

La coronilla que sobresalía por encima del respaldo del sofá era claramente la de su padre y lo que estaba viendo le dejó entre pasmado y divertido. Unas imágenes de una adolescente retozando desnuda, besándose con un maromo que la penetraba.

Se le antojó demasiado joven para su padre con un coñete de pelo muy fino y unas tetitas aun muy tiernas incluso para el mozo que se la follaba.

Con una sonrisa pérfida volvió tras sus pasos, cerrando la puerta con sigilo y puso rumbo en dirección al baño ubicado frente a la puerta de su dormitorio, en mitad del pasillo, tal y como había sido su intención inicial. Antes de meterse dentro y encender la luz para orinar se fijó en la puerta del cuarto de sus padres al otro lado del pasillo. Estaba entreabierta y sin duda su madre estaría dentro durmiendo a pierna suelta.

-El idiota de mi padre prefiere meneársela con una niñata frente a la tele en vez de follar con su mujer. ¡Qué suerte tan mal aprovechada tienen algunos!

De repente una idea alocada cruzó como un rayo por su cabeza. Retrocedió un paso volviendo a plantarse en mitad del pasillo. Miró hacia el fondo del corredor fijando su vista en la puerta tras la cual dormía su madre y pensó en su padre meneándosela en solitario.

Inspiró una bocanada de aire y, con cautela y sigilo, dirigió sus pies descalzos hacia la entrada del dormitorio, empujó la puerta y se coló en el cuarto de sus padres plantándose a los pies de la cama nupcial. No sabía exactamente con qué propósito lo hacía. Se dijo a sí mismo que solo quería ver a su madre dormir y disfrutar, si era posible, del dibujo que sus tetas formarían en el fino salto de cama. O tal vez un pajote frente a su cara y correrse en su pelo.

Pero entonces, en medio de la penumbra y con la polla en la mano, pensó que podría meterse en la cama y, quizás, pegarse a ella sin que se diera cuenta, abrazarla desde atrás y notar su calor. El calor de sus tetas entre sus manos.

Rodeó la cama hasta el lado contrario al que ocupaba su madre, apartó las mantas y se detuvo un momento nervioso.

-Si se despierta, le puedo decir que no podía dormir y que solo quería abrazarla como cuando era pequeño.

Se metió en la cama con sumo cuidado y observó la tenue luz del pasillo a través de la puerta con los cinco sentidos en alerta. No había indicios de que su padre estuviera volviendo pero tenía el corazón a mil por hora.

Con suavidad se pegó a su espalda plegando su cuerpo al de ella. La erección al notar su culo contra sus ingles no se hizo esperar. La tela era lo suficientemente fina como para que Álvaro pudiese meter su polla entre las nalgas de su madre por encima de la prenda. Apoyó una mano en su cintura mientras se apretaba contra ella se manera muy sutil.

Las leves embestidas le proporcionaban tanto placer que pensó de nuevo en la paja que se estaba haciendo su padre frente a la tele. Pensar que el idiota lo prefería a esto. Él también se estaba pajeando pero lo hacía con el culo de su mujer.

La mano que tenía posada en la cadera de su madre comenzó a acariciar toda la extensión de su culo. Era una hembra hermosa. Cada vez exploraba más y más porción de su cuerpo hasta que le dio por intentar atrapar una teta. Y lo consiguió.

Tenía cogida la teta por encima de la tela. La excitación era tan grande que casi se corre de gusto ahí mismo de no ser porque la culpabilidad y sobretodo el miedo de ser descubierto por su padre hacían que fuese un manojo de nervios.

-¿Y si la sobo debajo del camisón? Si se despierta no sabrá que soy yo el que le mete mano con esta oscuridad. Si me dice que la deje en paz paro y me voy. Nadie sabrá que le he tocado las peras a mi madre.

Dicho y hecho. No solo le había bajado el tirante asomando una teta que sobaba como masa de pan sino que además había levantado la parte baja del camisón colando su polla junto a su culo. Solo las bragas impedían que su polla tuviera acceso a algo más íntimo. Lo mejor de todo era que su madre dormía como un lirón. Su respiración era honda y prolongada lo que indicaba un profundo y pesado sueño.

Era el día más feliz de su vida. Tanto que estaba a punto de llorar de placer. La sobada de teta junto a los leves empujoncitos de su polla contra su culo iban a terminar en una corrida muy placentera que no olvidaría jamás. Anda que no iba a hacerse pajas a costa de lo de hoy.

Entonces se oyó un carraspeo que casi le hace caerse de la cama. ¿Su padre?

Peor aún. Su madre acababa de despertarse y es que los leves empujoncitos de su polla no lo eran tanto como él pensaba.

-Mmmm, joder Martín. Si es que vienes muy tarde a la cama. Venga, vale, te dejo que me folles pero acaba pronto, hmmmm –dijo entre sueños– siempre igual.

Su madre se colocó boca arriba con las piernas levemente separadas. Escasos segundos después volvía a caer profundamente dormida tal y como su respiración rasposa demostraba.

Álvaro, atónito y todavía con la teta en la mano, no daba crédito. Se había pegado tal susto que casi se caga de miedo. Su madre se había despertado mientras le sobaba la teta y no se había dado cuenta de que era él y no su marido. Una risa floja asomó en su cara cuando la sangre volvió a circular por sus venas.

Miraba a su madre en la penumbra sin perder de vista la puerta. Ese era el momento adecuado para pirarse a su cuarto a hacerse una paja tal y como su padre estaba haciendo ahora en el salón. Tenía la boca seca y su respiración era tan agitada que iba a acabar con todo el aire de la casa.

Si lo dejaba aquí podría salir como un campeón. Tentar la suerte nunca trae buenas consecuencias y sobar el coño de su madre no es tentar a la suerte, es jugar a la ruleta rusa.

Dejó de pensarlo más y se desnudó por completo tirando la ropa al suelo. Su madre no se movió de su posición así que puso la mano sobre una teta, la amasó unos segundos y la fue deslizando hacia abajo cautelosamente. Cuando llego a la altura de sus bragas las palpó por encima y disfrutó de su mullido bulto.

Ante la inerte pasividad de su madre, Álvaro metió la mano bajo la prenda y exploró sus pliegues con deseo. Cerró los ojos y bendijo ese día por encima de todas las cosas.

Dios, no se lo podía creer. El coño de su madre. Le estaba sobando el coño a su madre. Y menudo coño tenía. Con esas tetazas y ese coño no entendía cómo el lerdo de su padre babeaba por un palo seco de tetitas a medio hacer.

Deslizó el dedo por la raja suavemente arriba y abajo, introdujo la yema entre sus pliegues y, en un momento dado, metió el dedo por completo, despacio.

La penetró digitalmente con cuidado sin poderse creer todavía lo que estaba pasando. Tomo aire de nuevo y decidió jugarse el todo por el todo asiendo sus bragas y tirando hacia abajo de ellas para sacárselas por los tobillos. Después se colocó sobre ella sintiendo su calor y la suavidad de su piel. Estaba en la gloria.

Su madre gemía vagamente cada vez que su hijo se movía sobre ella. Tampoco dio ninguna señal de que notara los sobeteos y mamadas a sus pezones de su hijo. Como tampoco se inmutó cuando la punta de la polla de Álvaro se colocó en la entrada de su coño.

Con muchos nervios y desacertada puntería consiguió meterla un poco. Después la fue penetrando poco a poco, con leves empujones, hasta quedar alojada por completo dentro de su coño.

Una vez dentro de su madre, el joven crápula mamó y sobo sus pezones antes de comenzar a entrar y salir de ella con suavidad y sigilo. Le hubiera gustado alargarlo hasta el infinito pero el miedo a ser descubierto por su padre follándose a su mujer le urgía a acabar cuanto antes.

Las prisas hacían volar sus manos que acariciaban y amasaban todo su cuerpo lo que hacía peligrar el estado de somnolencia de su madre que botaba en la cama de manera cada vez más frenética con cada empellón. Cada empujón era más fuerte que el anterior, cada lamida más húmeda y cada sobeteo más rudo.

Por fin las andanadas de placer no tardaron en llegar. Estaba empezando a correrse cuando, en plena efervescencia orgásmica, le metió un dedo por el culo y se puso a jugar con él metiéndolo y sacándolo al compás de su polla. Se corrió abundantemente. Su semen inundó el coño de su madre mientras éste se encargaba de llenar sus tetas de babas.

Cuando por fin todo acabó se quedó extenuado reposando su cabeza sobre el cuello de su madre intentando recuperar el resuello. Las pulsaciones de su madre eran lentas y regulares. Al parecer ni un terremoto hubiera sido capaz de sacarla de su sopor.

Poco a poco la sangre fue volviendo a su poco utilizado cerebro golpeándole con un jarro de fría realidad.

-Joder, ¿qué cojones he hecho? Acabo de tirarme a mi madre. Me la acabo de follar. Hostia puta, tiene mi semen dentro.

Se maldijo una y mil veces, cerró los ojos con fuerza y tomo una onda bocanada de aire. Con cautela comenzó a apartarse de ella levantando su cuerpo y deslizando su polla hacia afuera. Como si de un resorte se tratara, su madre salió de su duermevela y, al percatarse de la finalización del coito, se giró a su posición inicial dando la espalda a su hijo mientras balbuceaba algo inaudible posiblemente deseando las buenas noches.

Álvaro, tumbado boca arriba tras su madre y con todos sus sentidos arácnidos alerta esperó inmóvil cualquier señal de alarma. No se oía ni una mosca. Su padre tampoco daba señales de vida. Momento oportuno para salir cagando leches.

Aguardo unos segundos antes de deslizarse por el borde de la cama. Agarró su ropa en un revoltijo y se dispuso a abandonar la estancia. Asomó la cabeza al pasillo. No había moros en la costa. Salió con paso raudo hacia su dormitorio y al llegar a su puerta, se fijó en la tenue luz azulada proveniente del salón. Después volvió la mirada al dormitorio de su madre y sonrió.

-Qué curiosa es la vida de mis padres y sus hábitos. Pensar que acabo de follarme a mi madre y de correrme en su coño y ninguno de los dos se ha dado cuenta, absortos como están cada uno en sus propias miserias.

En estos pensamientos andaba cuando la tenue luz que iluminaba el pasillo desapareció, señal inequívoca de que la sesión de cine erótico nocturna había acabado. Entró en su cuarto con el máximo sigilo, dejó caer el ovillo de ropa al suelo, se metió en la cama y se durmió como una marmota en menos de dos minutos con una sonrisa de oreja a oreja.

– · –

A la mañana siguiente Álvaro se encontró a sus padres desayunando en la cocina. Mientras se sentaba con ellos, y se mezclaba en su conversación, estuvo atento a cualquier signo anormal en el comportamiento de ambos pero aparentemente todo iba como siempre.

Su padre había entrado a hurtadillas en su propia cama con actitud culpable por su paja nocturna a expensas de su mujer a la cual no quería despertar. Su madre, por otra parte, había tenido otra “típica noche sexual” con su marido cuyos lances no tenía intención de rememorar. Ninguno de los dos sospechaba nada de lo que realmente sucedió en su propio dormitorio.

Una vez superado el miedo, el hambre fue haciendo presa del muchacho que zampaba con avidez las tostadas de mantequilla y mermelada mientras su padre, con su típico adormecimiento mañanero, terminaba de apurar su café a pequeños sorbos.

Su madre se levantó de la mesa dispuesta a recogerla y su hijo no desaprovechó la ocasión para fijarse en su melonar y rememorar el buen rato de anoche amasándolo. Menuda hembra, vaya peras y, sobre todo, vaya follada.

Cuando su madre hubo limpiado la mesa y acabado de recoger parte de los utensilios se dispuso a abandonar la cocina.

-Voy a ducharme. Cuando acabéis de desayunar poned el lavavajillas –dijo antes de girarse hacia la puerta y salir por ella.

La puerta quedaba justo en frente de Álvaro que disfrutó de la vista de su culo mientras se alejaba a lo largo del pasillo, evocando feliz el momento que lo tuvo entre sus manos.

-¿Le estás mirando el culo a tu madre? –dijo su padre sin apartar la vista del café que sostenía por el asa a punto de beber.

Imprevisiblemente el tono que había tenido su padre durante el desayuno sonó áspero y provocador. El estómago de Álvaro se contrajo como si le hubiesen dado una descarga eléctrica. Bajó la vista de inmediato y la fijó en su propia taza de cola-cao temeroso de que su padre sospechara algo.

-¿Eh?, n…no, no, que va.

La mesa de la cocina era rectangular. Su padre estaba sentado en el lateral de su izquierda por lo que su mirada, fija en la pared que su padre tenía enfrente, no se cruzaba con la de su hijo.

-Yo diría que sí. Y tenías una sonrisa de bobalicón mientras lo hacías.

-Ah, es que… me estaba acordando de algo gracioso.

-¿De qué?

-Pues de… de…

Álvaro miraba a su padre de reojo mientras que éste, aun con la taza en la mano frente a su boca, no apartaba la mirada de la pared.

-Me estaba acordando de una vez que…

-Ayer fui tarde a la cama –interrumpió su padre en el mismo tono hosco–. Estuve viendo la tele hasta muy entrada la noche.

Se hizo un incómodo silencio. De repente Álvaro se encontró más pendiente de escuchar lo que su padre iba a decir que en continuar con su propia explicación inventada.

-Me extrañó que las mantas de mi lado de la cama estuvieran revueltas. Normalmente tu madre entra por su lado y se acurruca en un rincón sin apenas alterar las de mi parte –hizo una pausa para dar un sorbo a su café–. No le di importancia en ese momento.

De nuevo se hizo el silencio solamente interrumpido por el ruido de la ducha.

-Tampoco le di importancia en aquel momento al hecho de que mi lado de la cama estuviera caliente, como si alguien hubiera estado durmiendo allí antes de llegar yo.

Nuevo sorbo de café y nueva descarga estomacal. Álvaro cerró los ojos pensando en el predecible interrogatorio inquisitivo que se le venía encima. Bien, este era momento de mantener la calma y pensar en algo plausible. Negarlo todo, esa es siempre la mejor táctica. No hay pruebas, no hay crimen, no hay culpable.

-Pero ¿sabes qué? –continuó su padre– Esta mañana, al levantarme y poner los pies en la alfombra he visto las bragas de tu madre tiradas en el suelo.

Ahora sí miró a su hijo fijamente a los ojos, atravesándole como si fueran rayos laser.

-Junto a tus calzoncillos. Y eso sí ha empezado a tocarme los cojones –la última frase la pronunció escupiendo cada sílaba.

Álvaro abrió la boca atónito. ¿Cómo había podido ser tan tonto? No había pensado ni por un segundo que podía haber dejado tantas pruebas.

-Yo… yo…

-¿Qué has estado haciendo con tu madre, pequeño cabrón?

Oírle escupir las palabras de esa manera de los labios de su padre sonaba aterrador. Álvaro cerró los ojos unos segundos intentando pensar su próximo movimiento. Negarlo todo ya no era una opción.

En la cocina no se movía ni una mosca. El ruido del agua de la ducha flotaba en el ambiente mientras su progenitor permanecía mirándole colérico esperando una respuesta de su pequeño bastardo.

-A ver –dijo secándose la frente con la palma de la mano– deja que te explique.

Tragó saliva y por un segundo fue capaz de sostener la mirada de su padre.

-El caso es que ayer me levanté a mear y al salir al pasillo me extrañó ver la puerta de vuestro cuarto abierta. Vosotros siempre dormís con ella cerrada así que pensé en cerrarla yo mismo pero entonces, al llegar a ella, miré dentro de vuestro dormitorio y me fijé que en la cama solo estaba mamá durmiendo.

La mirada de Martín se endureció y Álvaro empezó a prepararse para recibir una buena hostia en cualquier momento.

-N…no sé porqué me acorde de cuando dormía en vuestra cama de pequeño, abrazado a mamá –de nuevo volvió a tragar saliva. Su padre permanecía atento. No sabía si estaba ganando tiempo o alargando la agonía–. Como tú no estabas me pareció buena idea hacer como en los viejos tiempos. Solo quería abrazarla, te lo juro y fue lo que hice, solo la abracé desde atrás, como cuando era niño.

Su padre levantó una ceja. Esa excusa barata se estaba ganando dos hostias más por cutre.

-Pero entonces mamá se puso boca arriba, abrió un poco las piernas y me pidió que la follara rápido, porque tenía sueño –se atragantó con su propio llanto, no se lo estaba creyendo ni él.

Sin embargo el comentario pilló a su padre por sorpresa y desarmó momentáneamente su rictus hostil. No era la primera vez que se había follado a su mujer así.

-Sé que mamá pensaba que eras tú quien estaba abrazándola y también sé que lo que tenía que haber hecho era largarme pero…

Miro a su padre con la intención de dar pena.

-Te juro que no hice nada. Solo seguí abrazándola para que no se diera cuenta de que era yo. Me dio mucha vergüenza que me descubriera.

-Ya, y entonces se te ocurrió meterle mano ¿no? Pequeño cabrón.

-No, mamá alargó su mano y la metió dentro de mi calzoncillo. Me cogió la polla y empezó a meneármela.

Martín puso los ojos como platos. Eso no se lo esperaba.

-¿Te la meneó?

-Yo no quería que eso pasase pero, nunca me habían tocado ahí, de esa manera. Joder papá te juro que iba a pararlo pero no sé qué me pasaba, no podía. Sé que suena mal pero era la primera vez que una chica me tocaba la polla. Me sentía fatal por mamá, de verdad, y no podía dejar de pensar en el daño que os estaba haciendo pero es que estoy tan desesperado por estar con una chica que… la dejé seguir pajeándome.

Daba la impresión de que su padre le estaba creyendo.

-Tu madre… ¿te la meneó?

-Lo hacía tan rápido que creía que iba a morirme de placer. Iba a pararla pero no podía. No podía o… no quería, lo siento.

Soy un inadaptado virgen al que nunca le ha tocado una chica –rompió a llorar como una nena–. Lo siento papá, lo juro. En ese momento no era yo, de verdad. No sabía lo que hacía, perdí el control.

Tomó aire y continuó con su relato.

-Después, cuando se quitó las bragas y me dijo que la follara de una vez para seguir durmiendo…

Su padre tragó saliva con tal fuerza que le crujieron varios músculos de la garganta.

-No debí hacerlo, los sé. No debí ponerme sobre ella, ni sobarle las tetas y tampoco debí métesela tal y como ella me pedía pero yo solo… solo quería que no sospechase y me descubriera. Joder, me acababa de hacer una paja y se me descubría me iba a matar. Lo hice solo por eso.

-¿¡Me estás diciendo que te pusiste sobre tu madre y le metiste la polla para que no se diera cuenta de que acababa de hacerte una paja!?

-Lo siento mucho. Siento habérsela metido. Siento haberme follado a mamá. Pero sobre todo siento mucho haberme corrido dentro de ella.

Martín volvió a abrir la boca con cara de asombro.

-¿Te has corrido dentro? ¿Dentro de tu madre? ¿En el coño?

Álvaro puso una cara de gatito inocente que venía a decir “sí a todo”. Su padre tenía la cara crispada. En cualquier momento su cabeza podía estallar como en las películas. Contuvo el aire durante varios largos segundos antes de soltarlo como si fuese una olla a presión. Después cerró los ojos con fuerza y se masajeó las sienes.

-Te pajea…, te la follas…, y tu semen…, tu semen… en el coño de tu madre. ¡Joder, qué asco!

Casi se oía hervir la sangre dentro de su cabeza. Necesitaba tiempo para asimilar todo lo que había oído de su hijo, tal vez uno o dos lustros. Su respiración era tan fuerte que las paredes se combaban con cada bocanada. El ruido de la ducha cesó y el silencio inundó la cocina de nuevo.

-Lo siento –dijo de nuevo.

Su padre continuaba masajeándose las sienes mientras Álvaro intentaba recomponer la compostura pero no demasiado. Dar lástima era uno de los mejores recursos de la humanidad delincuente y él necesitaba de todos y cada uno de ellos para sobrevivir otro día más.

Se oyó el ruido de una puerta abriéndose al final del pasillo. Su padre salió de su letargo de golpe, le miró a los ojos.

-Deja de llorar y límpiate la cara –ordenó su padre.

-¿Q…Qué vas a hacer?

-Nada. Y tú tampoco.

Álvaro parecía no entender cuáles eran las intenciones de su padre.

-Tu madre no se ha enterado de quien se la ha follado esta noche y así seguirá siendo. ¿Te enteras?

-Sí, sí, claro –empezaba a respirar aliviado.

-Si tu madre se entera de que ahora mismo, en este momento, está paseando tu semen metido en su coño por toda la casa…

-C…Claro, claro.

-No vuelvas a mi habitación, mantente lejos de tu madre y sobre todo, jamás, repito jamás vuelvas a ponerle una mano encima o te juro por dios que sales de esta casa derechito a tomar por culo.

-Sí, sí, te lo prometo. Te lo juro. No volverá a pasar.

Cuando su madre entro de nuevo en la cocina se dirigió hacia su esposo.

-Bueno, ¿qué? ¿Has acabado de desayunar, nos vamos?

-Claro mujer. Me limpio los dientes y ya estoy. ¿Terminas de recoger tú la mesa, no hijo?

-Sí, sí, la recojo yo –apuró a decir Álvaro.

Su madre le revolvió el pelo y le besó en la mejilla.

-Hay que ver qué hijo más formal y más bueno tenemos ¿eh, Martín?

Su marido tardo dos eternos segundos en devolver la sonrisa a su mujer que desapareció en cuanto esta apartó su vista de él.

– · –

Aquel día lo pasó más o menos angustiado. Lo que le había parecido un plan de huida perfecto había sido una puta mierda de escapada a la carrera. La mantas revueltas, las bragas de su madre en el suelo y lo peor, sus putos calzoncillos sobre la alfombra de su padre, ole sus cojones, premio al tonto del pueblo.

Ahora, de noche cerrada no conseguía pegar ojo. Se levantó de su cama y permaneció sentado en ella. Miro el reloj, más de media noche. Se puso en pie y caminó por la habitación. Al cabo de un rato decidió salir al pasillo. Tal y como esperaba, alguien estaba en el salón con la tele puesta, su padre.

En el otro lado del pasillo, la puerta del cuarto de sus padres volvía a estar entreabierta de nuevo. Se mordió el labio inferior y caminó hacia ella. La empujó y escudriñó dentro. Su madre dormía sola, otra vez.

Cerró los ojos y tomó aire. Ayer había cometido la mayor locura de su vida y casi le matan a hostias por ello. No volvería a pasar. Esta vez nadie se iba a dar cuenta de su paso por allí.

Ahora llevaba el pantalón del pijama como único atavío eliminando la posibilidad de que se le perdiera alguna prenda en medio de la oscuridad. Entró, se quitó el pantalón y lo dejó sobre la alfombra. Con cautela se metió en la cama recordándose mentalmente rehacer de nuevo las mantas de su lado tal y como estaban. Se pegó a su madre por detrás y sin preámbulos la abrazó y comenzó a sobarle las tetas y el culo.

Para su desesperación, su madre parecía no reaccionar. Su sueño era más pesado de lo que había imaginado. Se encogió de hombros e intentó sacarle las bragas desde atrás. Si no se giraba la iba a follar igual por detrás. Cuando se deshizo de ellas empezó a meterle la polla entre las piernas buscando su coño y fue entonces cuando ella se percató de su presencia.

-Mmmm, joder Martín, siempre igual. Es muy tarde y no estoy para fiestas, mmmm.

Álvaro la maldijo en silencio pero continuó su progresión. Había venido dispuesto a follarla y sabía que podía hacerlo sin pagar peaje a cambio.

-Mmm, venga, está bien, qué pesado eres, te dejo follarme pero acaba rápido.

Se giró y se colocó boca arriba con las piernas abiertas. Ahora sí. Eso era lo que Álvaro había esperado. Mientras ella aguardaba a que su marido la montara, él aprovechó para subir el camisón hasta el cuello y abrir un poco más sus piernas.

La oscuridad impedía que su madre pudiera ver la sonrisa de hiena de su hijo. Álvaro, como una alimaña que acecha a su presa en plena erección, sopesó la idea de lamer el coño desnudo que se encontraba acariciando.

Sonrió para sus adentros y se lanzó en busca de la negrura de su bosque. Acercó su lengua a los labios maternos, los besó y los recorrió con la punta de la lengua. Instantes después lamia con pasión abajo y arriba haciendo largas paradas en su clítoris

-Esta mamada me va a dar para muchas pajas –pensó.

Se entretuvo mucho rato lamiendo su coño. Le gustaba, lo deseaba. Después fue besando su vientre y su cuerpo hasta llegar a sus tetas. Las besó con ganas y se regodeó en sus pezones. Tanteó su coño con la punta de la polla hasta encontrar la entrada y la fue metiendo poco a poco. La saliva había lubricado la zona lo suficiente como para que se colara hasta dentro sin dificultad.

Cuando la metió hasta el fondo empezó un mete y saca suave. Con cuidado de no despertar más de lo necesario a su madre que continuaba adormilada aguantando que el pesado de su marido terminara de follarla.

No tardaría en correrse dentro. Después la desmontaría escurriéndose hacia un costado dando la espalda a su madre y esperando que ella hiciera lo mismo. En el momento en que la respiración de ella indicara que estaba profundamente dormida se deslizaría por el costado de la cama, arreglaría las mantas de su lado, cogería su pijama del suelo y adiós muy buenas. Hasta mañana.

Estaba en la gloria, era un genio. Se merecía lo que estaba haciendo. Cada vez estaba más cachondo y la corrida estaba a punto de llegar. Una de sus manos, que no paraba de sobar las tetas de su madre se coló bajo su culo tanteando la entrada de su ano. Jugueteó con él durante rato hasta que sintió una leve contracción involuntaria.

La suave follada se estaba convirtiendo en una batería de empujones que hacían botar las peras de su madre más de lo que sería prudente. Los vaivenes que le propinaba su hijo hacían que la mujer comenzara a emitir leves gemiditos por la compresión de su cuerpo. El dedo que Álvaro tenía metido en su culo lo había penetrado por completo y se lo estaba follando sin compasión. El ano de la mujer se contraía y expandía sin cesar.

Álvaro no fue consciente de lo que estaba pasando hasta que las manos de su madre se posaron en su espalda y le aprisionaron contra ella instándole a seguir follándola más fuerte.

Se asustó. No entraba en sus planes que su madre se despertara por completo. Ella solo tenía que dejarse follar en duermevela. En un primer momento el reflejo hizo que disminuyera su cadencia y la fuerza de los envites. Por desgracia para él la situación había llegado a un punto sin retorno.

Su madre le agarró del culo con más fuerza y lo empujó hacia ella, clavando sus uñas en él.

-No pares. Sigue, sigue, fuerte. Como antes.

Ya no había vuelta atrás. La única posibilidad era que ella se corriera y se quedara dormida con el polvo. La mala noticia era que él estaba a punto de correrse.

-Mierda –pensó–. No voy a aguantar con la polla dura hasta que ella se corra. Y encima papá está a punto de venir.

-No pares de follarme el culo con el dedo –instó su madre– mételo otra vez, sigue, sigue, más.

Esto no lo esperaba de su madre. Ella no era de esas. No importa, lo que fuera con tal de no caerse con todo el equipo.

Volvió a meter el dedo en el ano y acompasó sus embestidas a las de su polla contra su coño. Su madre continuaba amasando el culo de su hijo. Con cada embestida ella tiraba hacia sí de cada glúteo haciendo que el culo de su hijo se abriera. Para Álvaro esto era algo incómodo pero nada parecido a lo que sintió cuando el dedo de su madre se coló en su ano y empezó a follarlo igual que él hacía con el de ella.

Su madre utilizó la otra mano para agarrarle de las pelotas. Esto no era bueno, le daba demasiado placer, no aguantaría más.

-Córrete, joder, córrete –imploraba mentalmente Álvaro– por lo que más quieras córrete y duérmete. No voy a aguantar más.

Sus plegarias fueron oídas y su madre comenzó a alcanzar el éxtasis jadeando hondamente suspiros de placer mientras su hijo, descargaba chorros de semen dentro de su coño. En el momento culmen de la follada, su madre, empujó de la nuca de su hijo con una mano y le propinó un profundo y húmedo beso ahogando sus gemidos con él mientras le seguía metiendo un dedo por el culo.

Acabada la corrida, su madre se despatarró quedando su cuerpo inerte bajo el de él. Álvaro apoyo su cabeza en el cuello de su madre mientras recuperaba el resuello. Oía latir el corazón de su madre con fuerza. La muy puta se había puesto a mil con la follada y había terminado follándoselo a él por el culo donde aún seguía su dedo. Por lo menos tenía dentro hasta la tercera falange. Era una sensación extraña sentir el dedo de su madre en ese lugar tan íntimo. Al cabo de unos segundos notó como extraía el dedo de su ano y se preparó para descabalgarla y voltearse con rapidez para que no se diera cuenta de quién era él.

Sin embargo algo parecía no ir bien. Su madre había comenzado a palparle nerviosa la espalda, los hombros y por último el pelo de su cabeza.

-¿Qué coño…? –dijo su madre justo antes de estirar un brazo hacia la mesita de noche donde reposaba la lamparita.

Al hacerse la luz lo primero que vio Amparo Cigüelles Saavedra, natural de un pueblo católico de las profundidades de la castilla más conservadora, fue la cara de su hijo mirándola desde un palmo de distancia completamente horrorizado, casi tanto o más que ella.

El susto era tan mayúsculo que el primer instinto de gritar quedó reducido a un quejido sordo en su garganta. Se le había crispado la voz y el bloqueo mental no la dejaba pensar con la celeridad suficiente para llegar a comprender la situación.

Amparo miraba nerviosa a su alrededor sin llegar a adivinar qué estaba sucediendo. ¿Qué demonios hacía su hijo ahí? ¿Dónde estaba su marido? Pero sobre todo ¿Qué era exactamente lo que había ocurrido?

Álvaro no lo llevaba mejor. Se había quedado inmóvil. Incapaz de articular palabra ni de reaccionar ante la catástrofe que se le avecinaba. Ahora sí que la había cagado pero bien.

Hasta que no empezó a levantar su cuerpo y separarse de su madre, Amparo no fue consciente de su desnudez. Rápidamente se tapó sus melones que acababan de quedar al descubierto sintiendo un espasmo de vergüenza.

Álvaro aun continuaba con su dedo en el culo de su madre cuando sintió contraer su ano y lamento haberlo tenido ahí. Lo sacó con rapidez como si quemara. Amparo siguió con la mirada la trayectoria de la mano de su hijo hasta que éste la apoyó cerca de su hombro. Se fijó en el dedo corazón y tragó saliva entre la angustiada y el asco.

-¿Pero qué… qué haces aquí? ¿Qué ha pasado? ¿¡Dónde está tu padre!?

-Y…Yo, te puedo explicar.

A medida que Álvaro se levantaba tembloroso del cuerpo de su madre, ésta veía con más claridad lo que su cerrazón se resignaba a aceptar. La visión de sus pubis unidos formando un solo matojo negro bajo sus piernas hizo que Amparo, que no cesaba de parpadear incrédula, se mareara.

Cuando la polla de su hijo se deslizó por completo fuera de su coño pendulando todavía húmeda sobre los gruesos labios de su madre, Amparo sintió desfallecer. HABÍAN FOLLADO JUNTOS. Madre e hijo. ¿Pero, cómo coño había sido posible?

Se masajeó las sienes e intentó pensar con claridad. “Eran las tantas de la noche, ella estaba en su cuarto, esa era su cama y estaba durmiendo plácidamente”.

Pasaban los segundos y los engranajes de su cerebro continuaban girando lentamente hasta que se hizo la luz.

Álvaro estaba de pie en el suelo recogiendo el pantalón de su pijama cuando sobrevino la metamorfosis de su madre. Por fin ella había atado los pocos cabos sueltos que cabía unir.

-MALDITO HIJO DE PUTA. VIOLADOR, PERVERTIDO, MALNACIDO.

Álvaro paso del blanco al rojo y después otra vez al planco, parecía un cadáver con temblores. Su padre no tardaría en aparecer alarmado por el ruido. Se iba a cagar.

-¡Serás cabrón! ¡Me has violado, so cerdo!

-T…Te lo puedo explicar.

Intentó razonar con su madre pero ella había entrado en una crisis de rabia en la que solo blasfemaba y le insultaba. Al intentar acercarse a ella ésta comenzó a propinarle manotazos en la cabeza y espalda.

Lo único bueno era que toda la bronca de su madre había sido en susurros. Al parecer, tampoco ella quería que su marido se enterase de una escena tan indecorosa y vergonzante.

Amparo se tapaba la cara mientras se lamentaba.

-Te has follado a tu madre. A TU PROPIA MADRE. Y me has llenado el coño de… joddder, qué asco.

-Por favor mamá. Deja que te explique.

-Lárgate de aquí. Fuera. FUERAAAA.

El esfuerzo de gritar en susurros hacía que su cara se pusiese colorada y se le hincharan las venas del cuello. Álvaro no lo pensó más y salió del cuarto. Al pisar el pasillo se fijó en la ya típica tenue luz del salón. Su padre seguía pelándosela frente al televisor ajeno a él y a su madre.

Miró hacia atrás angustiado y vio a su madre colocándose las bragas.

-Menos mal –pensó–. A ver si se acuerda también de estirar un poco las mantas. Avanzó por el pasillo hasta alcanzar la puerta de su cuarto y entró en silencio. Se sentó en la cama y respiró hondo.

-La he cagado, joder. La he cagado pero bien. Mi madre está hecha un basilisco. Cuando se lo cuente a mi padre…

Se agarró de los huevos. Ya empezaban a dolerle. Seguro que le echan de casa, sería lo más probable. Por no hablar de la vergüenza pública si se enterasen fuera de la familia. Se tumbó en la cama y se hizo un ovillo.

-Todo lo hago mal –pensó–. Tenía que haberla follado más despacio. Mierda. Seguro que la cagué cuando le lamí el coño. La muy puta se puso como una perra por lo bien que se lo comí, será zorra. Y después cuando le metí el dedo por el culo, la muy putita terminó de ponerse a mil.

En breves instantes estaba rememorando el polvo. Y volvía a estar empalmado.

-¿Y si en vez del dedo por el culo le hubiese metido la polla?

Se tumbó boca arriba y se la empezó a menear.

– · –

Había dormido como un tronco. Se despertó en la misma posición que cuando se tumbó. Boca arriba y con el vientre lleno de lefa reseca.

Se sentó en la cama y puso los pies en el suelo. Recordó la imagen desnuda de su madre bajo su cuerpo y en ese momento pensó en su padre.

-Me va a matar.

Sacudió la cabeza y se levantó dispuesto a enfrentarse con ambos.

Al llegar a la cocina ambos padres estaban charlando de una manera que a él le pareció animosa. Buena señal.

Se sentó con miedo junto a su padre. Su madre quedaba enfrente de él pero ella no se dignaba a mirarle. Se concentró en hacer que desayunaba copiosamente como si no pasara nada. De vez en cuando lanzaba furtivas miradas al escote de su madre. La muy putita se había vestido hasta el cuello.

Su padre y ella parecían ignorarle lo que agradeció sobremanera. Cuando estaba a punto de acabar su desayuno su madre se levantó como hacía siempre. Después de recoger parcialmente la mesa salió de la cocina.

-Me voy a duchar –dijo ella–. El último que acabe de desayunar que termine de recoger.

Álvaro tuvo la tentación de mirarle el culo mientras se alejaba pero no se atrevió por temor a su padre. No pudo evitar rememorar cómo se lo había follado con el dedo mientras ella gemía de placer pidiendo más y más. Su padre le miraba con ojos escrutadores. Su cara le hacía sospechar que sabía algo.

-¿Estuviste ayer en mi cama, Álvaro?

Puso unos ojos como platos

-¿¡Qué!? ¿Por qué dices eso?

-Las mantas de mi lado de la cama estaban revueltas. Otra vez.

-Joder. A ver si ahora voy a ser yo el culpable siempre que tus mantas no estén como debieran.

-Solo te lo estoy preguntando.

-Estuve en mi cuarto estudiando hasta tarde, como siempre, y luego me metí en mi cama –dijo airado.

-Vale.

-Que la haya cagado una vez no quiere decir que sea un puto degenerado que solo piense en follarme a mi madre a la mínima oportunidad.

-Está bien.

-Bastante me castigo yo por haberlo hecho con mi propia madre –gemía como un gatito–. No puedo ni mirar a mis compañeros de la vergüenza que siento.

-Solo era una pregunta. Ya vale Álvaro.

Dejó caer la cuchara con hastío sobre la mesa.

-Me follé a mi madre una vez, sí. Lo reconozco. Soy un cerdo –miró a los ojos a su padre. El labio inferior le temblaba de rabia–. Lo que hice me hace sentir un ser horrible y no he vuelto a rondar tu cuarto. Deja de acusarme constantemente.

-Está bien, perdón –dijo poniendo una mano sobre su hombro– lo siento, tienes razón.

-Dejar de ser virgen ha sido una obsesión que me ha llevado a hacer algo horrible –mantenía la cabeza gacha–. Si pudiera volver atrás…

-Bueno, no pasa nada. Todo olvidado. Lo hecho, hecho está. No te tortures más y perdóname, no volveré a pensar mal de ti –dijo mientras se levantaba de la mesa, incómodo.

La actuación había sido convincente. Había conseguido que su padre se sintiera culpable.

Violador y mentiroso. Menudo fenómeno

Minutos después, se encontraba solo recogiendo la cocina cuando su madre entró por la puerta recién duchada. Se quedó bajo el marco de la puerta con la cara enfurecida.

-Acabo de ducharme –dijo su madre–. No sabes el asco que me ha dado limpiarme tu semen del coño.

Se giró de un brinco. El estómago se le cerró de golpe al ver a su madre.

-L…Lo siento, mamá. No sabía lo que hacía. Lo juro.

-Degenerado de mierda. Eso díselo a tu padre cuando se lo cuente

Abrió los ojos como platos. A tomar por culo su actuación de antes. Se la iba a cargar con todo el equipo. Juntó las manos frente a su cara como si estuviera orando.

-No se lo cuentes por favor, ¿Me dejas que te explique?

-¿Acaso quieres explicarme cómo me follaste, cabrón?

-Yo… yo me levanté a mear y vi vuestra puerta abierta. Como siempre dormís con ella cerrada me acerqué a vuestro cuarto a cerrarla pero al mirar dentro te vi sola en la cama y, no sé por qué, me acordé de cuando dormía con vosotros de pequeño.

Amparo lo miraba como si éste la creyera estúpida.

-Me metí en la cama y te abracé desde atrás como cuando era pequeño. Estuve abrazado a ti un buen rato. Me gustaba y me parecía bonito y tierno pero entonces tú te pusiste boca arriba y me dijiste que te follara y que lo hiciera rápido.

Amparo abrió los ojos y la boca estupefacta. Intentó decir algo pero Álvaro siguió hablando.

-Estabas medio dormida y sabía que pensabas que era papá. Así que me quedé quieto esperando que te volvieses a sumir en el sueño pero entonces, cuando me metiste la mano dentro del pijama y me cogiste la polla…

-¿Q…Qué? ¿Que hice qué?

-Me la empezaste a menear –hizo una pausa y puso cara triste–. Mamá, iba a pararlo pero…

-Ay Dios –dijo su madre.

-Yo nunca he estado con una chica. Nadie me ha tocado ahí y por eso se me puso dura enseguida. Me daba mucho corte decirte que era a mí y no papá a quien se la estabas pelando. Me daba vergüenza que descubrieras que se me había puesto bien dura con tu mano. Después… –se acercó a su madre un paso– me estaba gustando tanto que no me atreví a decir nada. Sé que hacía mal.

-¿T…Te la meneé? ¿Te meneé la polla? ¿Te hice una paja?

Amparo parpadeaba sin dar crédito a lo que oía. Comenzó a respirar agitadamente y a dar vueltas por la cocina con una mano en la frente y otra en el estómago.

-Tienes que entenderme. Estoy obsesionado con el sexo y tú estabas junto a mí, haciéndome una paja… –se calló como si fuera a decir algo terrible–. Te toqué una teta.

Su madre le miró angustiada.

-No sabía lo que hacía, lo juro. Después te sobé las dos y más tarde te metí la mano en las bragas. Te sobe el coño.

A Amparo se le encogió el estómago del asco imaginándose la escena.

-Pero… pero… cómo… ¿Por qué?

-Porque tú me lo pedías. Me decías “acaríciame”, “tócame aquí y aquí”, “fóllame rápido. Fóllame de una vez” y yo, yo… obedecía y… y… yo solo quería dejar de ser virgen. Por eso me puse encima de ti –las lagrimas de Álvaro inundaban sus ojos–. No sabes lo que supone ser el único de mis amigos que todavía no ha estado con una chica. Si tú supieras lo que es ser el único virgen de mis amigos, mamá. Si tú supieras.

Amparo sintió una punzada en su interior. Sabía muy bien lo que era eso. Conocía de primera mano el estigma auto-infligido de ser la única mujer que no ha conocido hombre. Apartó la mirada de su hijo y le dio la espalda. Una oleada de sensaciones contradictorias se arremolinaban en su mente.

Pajear a un adolescente con las hormonas a mil por hora y con una necesidad imperiosa de perder su virginidad era un coctel demasiado explosivo hasta para el más casto.

-Yo no sé follar pero cuando me puse encima, la polla entró casi sola, te lo juro –cerró los ojos evocando el momento–. Tu coño era tan suave y tan calentito. Estaba tan a gusto. Pero no sabía lo que hacía.

-¿Que no sabías? ¿¡Que no sabías!? ¡ME ESTABAS FOLLANDO! –respiraba con fuerza– Hasta me metiste un dedo por el culo. Me follaste el culo con tu dedo. Para no saber, parece que tienes demasiada experiencia.

-¡Porque tú me lo pediste! Yo no sé cómo se folla y tú no parabas de decirme cosas. Cuando me puse sobre ti me metiste un dedo por el culo. Pensé que eso debía ser normal así que cuando me lo pediste hice lo mismo. ¡Yo qué sabía!

Amparo abrió la boca atónita. Eso era cierto, recordaba haberle metido el dedo por el culo y follárselo mientras le pedía que se lo metiera a ella. Entre toda la nebulosa de recuerdos esa imagen aparecía con dolorosa nitidez.

Se llevó las manos a la cabeza de nuevo y masajeó sus sienes. Intentaba ordenar el batiburrillo de imágenes y recuerdos inconexos de su mente.

De repente sintió mucho calor. Al parecer, el malo de esta película no era tan malo ni el bueno era tan bueno. La escena de anoche había sido más vergonzante para ella de lo que imaginaba y su actitud en todo este asunto distaba mucho de ser el de una madre conservadora y casta.

-He incitado a mi hijo a la perversión y el incesto.

Su hijo la abrazó.

-Lo siento mamá, lo siento, de verdad. No he pegado ojo en toda la noche y me siento fatal. Soy un puto pervertido pajero.

-Está bien hijo, está bien –dijo como un autómata, intentando ordenar sus pensamientos–. Vamos a olvidarlo todo. No pasa nada.

-No me atrevo ni a salir a la calle de la vergüenza.

Amparo sintió una nueva punzada de dolor.

-No digas eso. Anda, límpiate las lágrimas de la cara y vete a tu cuarto a estudiar o a leer, o lo que quieras.

-Me odias. Me odias por ser un pervertido.

-No, hijo. Eso no. Ya te he dicho que no pasa nada. Venga, vamos a olvidarlo y no le contaremos a nadie lo que paso entre nosotros ayer, ¿vale?

Álvaro se separó de su madre extrañado.

-Y si quieres hacerte una paja… pues te haces una paja. Yo te guardaré el secreto y no le hablaré a nadie de tus cosas. Tú… tampoco le contarás a nadie lo nuestro, ¿verdad, verdad que sí?

Su madre no vio una respuesta tranquilizadora en el semblante de su hijo. Si se le ocurría hablar con alguien de lo sucedido se podría montar una muy gorda. Tomó aire y le puso las manos sobre sus hombros.

-Mira hijo, no he sido consciente de que estás en una edad muy delicada hasta ahora. No quiero que te martirices por lo que ha pasado. La culpa es mía y solo mía. A tu edad es normal estar obsesionado con ciertas cosas y yo lo único que he hecho ha sido distorsionar el rumbo natural de tu desarrollo sexual.

Álvaro estaba a punto de carcajearse pero aguantó el torrente de alegría mordiéndose los labios.

-Pajéate cuanto quieras, busca porno en internet o lee relatos guarros. Es normal que estés obsesionado con ello a tu edad.

Su hijo arqueó las cejas en un gesto de dolor.

-En realidad estaba obsesionado con dejar de ser virgen. Llevo mucho tiempo haciéndome un montón de pajas y con cada una me siento más desgraciado. Soy el único de mis amigos que no ha estado con una chica por eso ayer…

Se le crispó la voz.

-Joder mamá, sé que es duro para ti pero lo de ayer ha sido lo mejor que me ha pasado en mi vida. Por fin he follado con una mujer, aunque sea mi madre.

La abrazó con fuerza pegándola a su pecho. Amparo quedó un tanto descolocada por el abrazo de su hijo pero sobre todo porque su cuerpo junto al suyo evocaba dolorosamente el polvo de anoche cuando la copulaba.

-Cuando sentí tu mano acariciando mi polla fue como sentir la caricia de un ángel. Me diste tanto placer que no pude pararlo. Después, cuando me pediste que te lamiera tus tetas y noté que tus pezones estaban duros me alegré de que estuvieras tan excitada como yo.

-Ah… ¿S…Sí? ¿Estaba…?

-Sentía que te devolvía algo del placer que me proporcionabas. Joder, mamá, era capaz de hacerte disfrutar. Era capaz de hacer disfrutar a una mujer. Me sentía HOMBRE:

-Bueno… a ver…

-Cuando metía y sacaba la polla en tu coño notaba cómo jadeabas. Fue maravilloso.

Cogió la cara de su madre entre sus manos.

-¿Te gustaba, mamá, te gustaba cómo te la metía? Por favor, dime que lo hacía bien. Dime que ya sé follar.

-A ver, Álvaro… no sé si…

Éste no era el tipo de conversación que una madre mantiene con su hijo. No quería volver a tocar este tema, y menos después de descubrir que había sido ella la culpable del delito. La instigadora de una cópula incestuosa con su hijo. Se moría de la vergüenza y quería huir de allí.

Por otro lado, la deuda moral que tenía con su hijo no se reducía a una explicación y una disculpa. Por no hablar de la que se montaría si se iba de la lengua. ¿Cómo tratar este tema? ¿Cómo llevar este incidente con su hijo?

-¿Y tus tetas? –Continuaba su hijo– Mamá, son maravillosas. No me cansaba de lamerlas y de sentir tus pezones duros en mi lengua. Tan calentitas, tan suaves. ¿Te gustaba cómo te lamía? ¿Lo hacía bien?

-Bueno, eeh… sí, claro.

-Cuando movías la cadera arriba y abajo como queriendo que te metiera más la polla mientras te follaba era porque te gustaba ¿no?

-S…sí, por eso era, sí.

-Y cuando te metía el dedo por el culo, ¿era así cómo te gustaba? ¿Era así? ¿Lo hacía bien?

-Sí, ejem, lo hacías muy bien.

-¿De verdad?, ¿no lo hacía muy despacio? ¿No hubieras preferido que te hubiera taladrado el culo más rápido?

-B…Bueno, así estaba bien. Como lo hacías.

-Oye, ¿Y si te hubiese metido dos dedos? ¿Te gustaría más si te hubiera metido dos dedos por el culo y te lo hubiera follado deprisa?

-¡Álvaro, por favor! Ya está. Te he dicho que me lo hiciste bien

-¿En serio? Oye, dime la verdad, ¿eh? Si alguna vez vuelvo a estar con otra chica tengo que saber lo que hago bien y mal.

-L…Lo hiciste todo muy bien, Álvaro. No tienes que preocuparte por la siguiente vez. Ya sabes todo lo que hay que saber.

-Y dime, cuando te estabas corriendo y apretabas de mi culo hacia ti como intentando que te metiera más la polla ¿Era porque te gustaba que te la metiera hasta el fondo, o querías que te diera los pollazos con más fuerza?

Amparo no podía separarse del abrazo de su hijo que la aprisionaba contra su pecho. De repente hacía mucho calor en aquella cocina. ¿Cómo salir de ésta? ¿Cómo abordar todas las dudas de su vástago si eran todas de una bochornosa obscenidad?

-Cuando me estaba corriendo dentro de ti, dentro de tu coño, ¿hubieras preferido que te hubiera echado el semen fuera, en tu pubis, como en las películas porno?

-Eeh, bueno, no sé, creo que me da igual… dentro, supongo.

-Mi semen dentro, entiendo.

-Tu semen no. El de tu padre. Cuando creía que eras él.

-Ah, vale, el semen de papá dentro y el mío fuera.

-No, no, el tuyo no. Tu semen… bueno, es igual.

El sonido de unos pasos acercándose indicaba que su padre estaba a punto de entrar en la cocina. Álvaro liberó a su madre del abrazo de oso y retrocedió un paso.

-Gracias por haberme hecho un hombre. Gracias por ser mi madre.

Su madre fue a decir algo justo en el momento que su marido hacía acto de presencia.

-Bueno –dijo su esposo al entrar– ¿estás preparada, nos vamos?

-S…Sí, ya estoy, vámonos. Bueno, Álvaro –dijo dirigiéndose a si hijo– Nos vamos, pórtate bien.

Álvaro los vio salir por la puerta sin quitarle ojo al culo de su madre.

-Menudos pajotes me voy a hacer a tu costa, putita. –se dijo sonriendo–. De ahora en adelante cuando folles con papá te acordaras de mí y de nuestro polvo de la misma manera que papá no podrá evitar hacer lo mismo cada vez que te la cuele entre las piernas. Ambos sabéis que te he follado pero ninguno sabéis que lo sabe el otro.

.

.

.

Agradezco enormemente todo tipo de comentarios, incluso buenos.

Relato erótico: “Solo soy feliz cuando llueve” (POR VIERI32)

$
0
0
 

Era un frío Mayo cuando tuve que ir a la terminal de ómnibus, en donde debía recoger a una familiar que venía del interior del país. Era tanta la concurrencia en aquella ocasión que tuve que aparcar el coche muy lejos de dicha terminal, pues el estacionamiento del lugar colapsó.

Recuerdo perfectamente que una familia entera se había levantado de los asientos de la sala de espera número siete, cuando yo estaba de paso. Encontrar asiento en ese lugar y en esas fechas es un milagro, por lo que no dudé un segundo en aprovechar el momento.
Y fue cuando me senté que vi ese par de hojas arrugadas en el asiento a mi lado. Lo retiré antes de que un desconocido se sentara sobre él –a saber cuántas veces el pobre papel habrá sufrido esa rutina-. Cuando vi ese montón de palabras escritas a mano sentí la imperiosa necesidad de leerlo. Me mantuvo enganchado hasta el final, de hecho a mitad de la lectura apagué mi móvil para evitar interrupciones.
Así comenzaba:
—- A mi mejor amiga, Sofía.
Todo el día ha estado lloviendo y no puedo dejar de pensar en ti. Estoy segura, quiero creer que sí, que tú también sientes lo que yo. ¿Ese corazoncito que parece pedir piedad porque no aguanta sin compañía? ¿Esos labios pícaros que se niegan a humedecerse con otra cosa que no sea mi saliva? Esas manos que se niegan a olvidar el contorno que adopta mi cuerpo sobre el tuyo, los pliegues de mi sexo, de los secretos que ocultan mis susurros cuando te toco.
Dime, por favor, que anhelas eso tanto como yo. Porque siento que me muero, que me desgrano poro a poro con esta confesión, y que solo tú eres la que puede recomponerme. Dime, Sofía, que tú también estás temblando de alegría leyendo mis palabras, así como yo lo hago mientras las escribo.
He estado encerrada en mi habitación desde hace tiempo ya y no tengo otra alternativa que escribirte por este medio. Odio a mi padre, odio a la persona en la que se transforma cuando el olor a alcohol y cigarrillo infectan la casa. Su actitud, su prepotencia, su aroma. Cuando lo veo, me encierro y espero que todo termine rápido. Rezo para que un ángel me lleve de aquí.

Y me encierro también en mis memorias. En esa tarde en que nos conocimos a orillas del lago Ypacaraí, cuando yo observaba el tranquilizador paisaje con la arena escurriéndose entre los dedos de los pies desnudos. Te acercaste para preguntarme qué estaba mirando. Yo seguía observando y te respondí que me gustaba la vista. Me dijiste que mi respuesta no tenía sentido pues la vista era horrible, con una tormenta en ciernes, con los rayos y el viento frío amenazando. Yo te miré por primera vez, te vi los ojos miel, te vi ese lunarcito al lado de la naricita, mi amor, te vi esos hermosos labios pequeños, y te dije:
“Lo que pasa es que solo soy feliz cuando llueve”.
Dime que recuerdas cuando la lluvia se hizo presente, interrumpió nuestra charla acerca de nuestras comidas favoritas, y tuvimos que buscar cobijo. ¿Sentiste lo que yo? ¿Ese calorcito que nacía en mi vientre cuando, mojadas y sonrientes ambas, nos miramos? Me dijiste que todo era mi culpa por ser tan buena conversadora, que hacía rato deberíamos haber vuelto a nuestras casas.
La lluvia no paraba, y allí bajo una planta como improvisada sombrilla, hombro contra hombro, platicamos acerca de un montón de nimiedades y nos hicimos mejores amigas. Dijiste luego que íbamos a enfermarnos porque estábamos mojadas, que ya anochecía y que debíamos correr bajo la lluvia para regresar a nuestros hogares. Fue una corrida un poquito dolorosa porque mis sandalias se perdieron en el agua y tuve que emprender la marcha con los pies descalzos. Pero yo sonreía y te tomaba fuerte de la mano para que la pesada lluvia no me separara de ti.
Me dijiste que al día siguiente me esperarías a la orilla de lago para seguir platicando. Y yo pensaba en ese entonces, y lo sigo haciendo a día de hoy cuando te veo, que solo soy feliz cuando llueve.
Pasaron los días en el lago, pasaron los años y nunca dejamos de ser mejores amigas pese a algunas rencillas nimias –Ay, de las tonterías por las que nos enojamos-. Recuerdo cuando lloraste en mis pechos porque tu novio te quitó el virgo de manera cruel, tras una borrachera y noche olvidable. Yo te susurré al oído mientras te acariciaba el cabello: “Yo también perdí mi virginidad con un borracho”. Me miraste con esos ojos vidriosos, mi vida, con esa carita roja y esos labios carmesí. Y supiste que todos tenemos cruces que cargar, supiste que yo también tenía heridas en mi alma.

Dime, Sofía, que tú también crees que ese fue el día en que nos enamoramos. Cuando nos dimos cuenta que, tomadas de las manos, el mundo deja de existir, que la lluvia en tus ojos se borra, que el río en mis mejillas desaparece, que las heridas profundas –esas, con las que la vida nos castiga- se cicatrizan.

Aquella noche volvimos al lago en donde tanto tiempo pasamos como amigas. Querías rememorar cuando todo era más simple. Pero tú y yo sabíamos que nos sentíamos más que amigas, que la situación se había vuelto compleja y algo frágil.
Y tumbadas en la arena, te quité el jean, la ropita interior luego. Mis dedos separaron esos labios tuyos, mi lengua se enterró en tus secretos, mi dedito buscaba tu puntito. Tus gemidos y los míos se entrelazaban al ritmo del sonido de las pequeñas olas que describía el lago. Y a besos fui subiendo, pasando por esa fina mata de vellos, por ese ombligo, por tus pezones, por tu cuello… incluso hice una parada en ese lunarcito peculiar que tienes antes de besar la comisura de tus labios.
Esa noche no llovió, pero sí que hubo truenos y relámpagos en nuestros cuerpos. Sí hubo humedad en la unión de nuestras bocas, en tu entrepierna y en la mía, sí hubo, mi adorada Sofía. Me miraste –me mataste con esos ojitos-, me sonreíste y te mordiste la puntita de la lengua.
Curaste mi herida.
Recuerdo el sabor de tu piel, tus gemidos cuando mordí tus pezones rosados, la saliva que se me escapó de la comisura de los labios cuando tú me tocaste ahí como nadie nunca lo ha hecho. Dime que tú también has guardado esos recuerdos y que los resucitas cuando sientes que todo se viene para abajo.
¿Por qué volviste con él? ¿Por qué yo dejé de buscarte, de llamarte? ¿Por qué lo hicimos si somos las únicas que podemos curar esta tristeza, si yo misma he comprobado que no hay hombre que me haga sentir lo que tú? Dejé de ir al lago, sé que tú también. Cada vez que hablamos tratamos de evitar mencionar esa noche en que nos hicimos amantes. Dime, mi amor, que tú también odias esta línea que quiere separarnos y que parece aumentar con el paso del tiempo. Ayúdame a borrarla, porque siento que mi cuerpo no aguanta.
Hoy llueve y te recuerdo. Voy a dejar a ese novio con el que he estado para aparentar, para olvidar. Porque cuando él me toca, siento tus manos, cuando él me besa, siento tus labios. Cuando me hizo el amor en su coche, yo sentí las arenas de ese lago en mi piel. Perdón si mis letras se hacen un poquito ilegibles, pero es que siento que me desvanezco al confesarme.
Voy a dejar a ese padre que no es padre. Voy a borrar los ríos de mis mejillas y quiero borrar la lluvia en tus ojos, mi vida. Si mi plan ha salido como quise, tú estarás leyendo esto tras haber abierto el CD de música que te dejaré en tu mochila, entre los cuadernos de apuntes universitarios –casi rompí la cajita, por cierto, no creí que dos hoja serían tan difíciles de plegar-. Tengo miedo, perdóname, no sé cómo decirte esto teniendo tus ojos café mirando los míos. He practicado frente al espejo pero no pude aguantar la presión cuando te vi venir, ayer, con tu novio. He concluido que mis letras pueden hacer lo que yo no.
Te esperaré en la terminal de ómnibus. Si tú no vienes, me iré lejos. Si tú vienes, me quedaré para estar contigo. Dime, Sofía querida, que consolarás mis heridas y los secretos de mis letras. Dime que no las dejarás morir en su querer. Dime que me amas. Hazme recordar por qué soy feliz cuando llueve en el lago, cuando llueve en tus ojos y en mis mejillas. ¿Será porque al consolarlas, nos damos cuenta de que somos la una para la otra?
Recuérdame el sabor de tu lengua en mi sexo, recuérdame las palabras que me susurraste cuando, cansadas y sudadas, consumamos nuestro amor. Yo te recordaré cómo sabe tocar el cielo mientras enredo mis dedos entre los tuyos, te recordaré cómo mi boca te quema la tuya.
Y dime, mi amor, que tú también eres feliz cuando llueve.
Estaré esperando en la sala de espera número siete. Mi bus sale esta noche. Por favor, ven y dímelo todo.
Siempre tuya.
Alicia  —–
Recuerdo que guardé la carta en el bolsillo con las manos temblándome. Mi prima -que es la familiar a la que tenía que esperar- se había aparecido con un montón de bolsos y una sonrisa cándida. Está de más decir que yo estaba llorando como un maldito condenado. Cuando ella me vio en tan penosa situación, me levanté y agarré uno de sus bolsos. Le dije:
-Prima, estoy feliz de verte, es todo.
Eso era más fácil de explicar.
Al salir de la terminal contemplé el cielo nublado y no pude evitar recordar a esas dos chicas. Esbocé una sonrisa cuando una llovizna empezó a caer mientras cargaba el equipaje en mi coche. Cuando mi prima me preguntó si me estaba volviendo loco porque yo lagrimeaba y sonreía al mismo tiempo, le respondí:
-Lo que pasa es que solo soy feliz cuando llueve.
 
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com
 
 

Relato erótico: “Heredé a una diosa virgen.” (POR GOLFO)

$
0
0

Heredé a las mujeres de mi hermano 2. 
Esa mañana tardé unos instantes en recordar que me encontraba en el interior de la que iba a ser mi casa en el futuro si no renunciaba a la herencia. Al girarme descubrí que a mi lado, seguía durmiendo la diosa de raza negra con la que había retozado la noche anterior. Sacerdotisa de un culto creado por mi hermano, esa mujer era una de las cinco que había separado de su extenso rebaño para dármelas a mí. Haciendo memoria, recordé mi entrada a ese lugar y cómo Lis, una virgen rubia se me había entregado como ofrenda y cómo al terminar, su puesto había sido ocupado por esa morena.
No queriendo despertarla, me puse a estudiar su cuerpo desnudo. De día y bajo la luz del sol, Susan era todavía más impresionante. Alta y delgada, la naturaleza le había dotado con los pechos más perfectos que había visto. Grandes y duros, estaban terminados de embellecer con dos sabrosos pezones que al contemplarlos llamaban a ser mordidos.
«¡Que rica está!», sentencié mientras mi examen me hacía bajar la mirada por ella.
Sin gota de grasa, su estómago estaba tan marcado que no me cupo duda que esa belleza se mataba diariamente en el gimnasio. Siendo bello, era solo un anticipo a unas caderas que sin ser exageradas eran al menos sugerentes. Y qué decir de su coño… ¡Magnifico! Es el único adjetivo que le queda. Casi por completo depilado, solo sobrevivía al exterminio una pequeña franja de pelo púbico en forma de triángulo que señalaba sin lugar a confusión donde estaba ubicado el clítoris de esa morena. Durante la noche anterior, esa polígono me sirvió de orientación para comerme repetidamente el manjar que se escondía entre sus pliegues.
Al rememorar sus gritos y la pasión que demostró entre mis sábanas, avivé involuntariamente los rescoldos de la pasión y por eso entre mis piernas, mi pene comenzó a ponerse morcillón. Dudando entre despertarla o no, decidí no hacerlo y levantándome en silencio, preferí darme una ducha que hiciera bajar la temperatura que recorría ya mi piel.
«Me he puesto bruto solo con verla», mentalmente protesté mientras huía a puntillas de su lado pero por mucho que lo intenté, todavía no había salido del cuarto cuando esa cría desemperezándose sobre la cama me dijo:
-Mi señor, ¡tengo frío!
Su tono suave escondía una sensualidad brutal y por eso no pude negarme a volver a mi cama. La morena me recibió con una sonrisa al ver mi sexo ya erecto y antes que pudiera decir algo, se puso de rodillas y extendiendo su mano, lo cogió diciendo:
-¿Le importa que anticipe el desayuno?
«Esta niña me va a dejar seco», pensé al verla recorrer con su lengua mi extensión y lo certifiqué al sentir como jugaba con mi glande, con besos y lengüetazos mientras me acariciaba suavemente mis testículos. Susan estaba tan concentrada en su labor que no tuve que tocarla para que se fuera calentando de una manera constante. Desde mi posición vi endurecerse a las areolas de sus pechos mientras su dueña incrementaba la velocidad de su mamada. Sin llegar a comprender el por qué acredité que la calentura de esa mujer era incluso mayor que la mía y eso que todavía no había hecho nada por excitarla.
«¡No puede ser!», confundido exclamé en mi interior al escuchar sus jadeos.
Envolviendo con sus piernas una de las mías, comenzó a masturbarse rozando su coño contra ella mientras aceleraba el modo en que su boca buscaba mi placer. Parecía poseída por una extraña fijación y que la vida le iba en ello, costándole respirar, era tal su pavorosa necesidad que sin mediar mi permiso, las paredes de su garganta se abrieron para dar cobijo a mi pene. Centímetro a centímetro lo hundió en su interior hasta que sus labios rozaron la base de mi falo mientras su coño empapado no dejaba de restregarlo contra mi piel.
-Necesito sentirme su poder- chilló totalmente excitada.
Obligándome a sentarme sobre el colchón, la negrita se puso sobre mí y de un solo arreón empalarse.
-¡Dios mío!- gritó al sentir mi cabeza golpeando contra la pared de su vagina y antes que pudiera siquiera moverme, cayó derrotada retorciéndose sobre el colchón mientras no paraba su placer de fluir por mis piernas.
Alucinado comprendí que esa reacción y lo rápido en que se había corrido, no era natural. No queriendo cortar de plano su placer, me di el lujo de mover mis caderas iniciando un lento vaivén de mi pene en su chocho.
-¡No puede ser!- aulló al notar que su orgasmo se prolongaba sin pausa y que todas las células de su cuerpo hervían al ritmo en que mi verga entraba y salía de su interior. Las lágrimas que discurrían por sus mejillas y la expresión beatífica de su rostro confirmaron mis sospechas.
«¡Está condicionada!», me dije al asimilar que el gozo de la morena era excesivo y queriéndolo comprobar aceleré el ritmo de mis incursiones.
Al hacerlo, la muchacha cayó como en trance y licuándose por completo, su sexo comenzó a expulsar un geiser de flujo como si estuviera haciendo pis. Con sus ojos en blanco y su boca babeando, Susan colapsó ante mi mirada como nunca había visto antes, temblando y sacudiendo las sábanas con una violencia increíble. Asustado por el estado de la mujer, llamé en busca de ayuda.
De inmediato, Lis apareció por la puerta y al explicarle la situación, se echó a reír diciendo:
-El amor que siente por usted le ha llevado al éxtasis.
-No te comprendo- contesté: -¡Mírala! ¡Está sufriendo!
Muerta de risa, se acercó a la morena y recogiendo el liquidó que brotaba de su coño entre los dedos, me lo acercó diciendo:
-Su hermano nos avisó que esto ocurriría. Le llamaba “el embrujo de Pedro”.
-¡No entiendo!- insistí.
La rubia lamiendo los dedos impregnados con el flujo de la otra sacerdotisa, respondió:
-No se preocupe. Cuando usted nos regala su afecto, nuestros cuerpos funcionan como amplificadores de su amor y entramos en ebullición, hasta que nuestras vaginas reciben su regalo.
-¿Me estás diciendo que debo seguir “amándola” aunque esté es ese estado?- pregunté escandalizado.
-Sí, mi señor- murmuró mientras miraba con deseo mi pene todavía erecto: -¡Fóllese a esa puta y libérela de sus demonios!
La determinación y el anhelo que leí en su cara me hicieron actuar y separando las piernas de Susan, incrusté mi miembro en su interior.
-Hágala disfrutar- me dijo Lis acercándose a mi espalda. –Haga que sienta la comunión con nuestros dioses.
Todavía confuso, reinicié mi ataque sobre la negrita, metiendo y sacando mi falo, al tiempo que la rubia restregaba sus pechos contra mi cuerpo queriendo compartir el mismo placer de la muchacha.
-Su leche es el alimento de nuestras mentes- rugió ya excitada.
Sin tregua y azuzado por Lis, machaqué una y otra vez el empapado coño de la negrita sin resultado. Por mucho que buscaba correrme, me sentía incapaz a pensar que lo que realmente estaba haciendo era violarla. Su cuerpo inerte no me excitaba y ya cansado, traté de compensar eso cogiendo a la rubia y poniéndola sobre la morena.
-¿Qué va a hacer?- preguntó en absoluto enfadada la cría.
-Follaros a las dos- respondí y poniendo en práctica mi idea comencé a alternar de uno a otro coño sin esperar su aprobación.
Al observar el modo que las estupendas tetas de la cría rebotaban al compás con el que machacaba su sexo y la expresión de alegría de su rostro fueron la confirmación que iba en buen camino y no queriendo perderme ese momento con distracciones extras, exigí a la recién llegada que se pellizcara los rosados pezones que decoraban sus ubres.
Reemplazando un chocho rubio por uno negro y viceversa, me encontraba en el paraíso de cualquier hetero. Nadie en su sano juicio rechazaría hundir su verga en esos estrechos conductos sobre todo sabiendo lo buenas que estaban sus dueñas. Los gemidos que empezaron a surgir de la garganta de Lis me hicieron temer que el suceso se repitiera y por eso, incrementé aún más si cabe la velocidad de mis caderas.
-¡Me corro!- gritando me informó la rubia de la cercanía del placer.
-Te prohíbo que te corras antes que yo- chillé llevando mi ritmo al máximo.
Cambiando de objetivo cada tres incursiones, disfruté de ambas con un ardor cercano a la locura hasta que el cúmulo de sensaciones me hicieron explotar dentro del chocho de Lis. La joven al notar mi simiente se corrió y aullando de placer, me rogó que cambiara de sacerdotisa para que ambas recibieran su parte.
Como por arte de magia, la negrita despertó con un chillido al ser regada por mí y apretando los músculos de su coño, buscó ordeñar hasta la última gota de mis huevos, mientras se morreaba con la rubia. Esa imagen fue el detonante que me faltaba para caer agotado sobre ellas.
Las dos muchachas separándose, me recibieron entre sus brazos con risas y aprovechando mi tiempo de recuperación, me explicaron lo felices que se sentían al ser las elegidas para procrear mis hijos. Su confesión me dejó de piedra porque no cuadraba con la idea que tenía de mi futuro. Decidido a averiguar que otros planes me tenía reservado la tortuosa mente de mi hermano, directamente les pregunté:
-¿Qué parte de mi obra vais a llevar a cabo embarazadas?
Radiando alegría, contestaron al unísono:
-Nuestros hijos heredaran el paraíso y seremos recordadas como las esposas de Pedro.
«Si no me ando con cuidado, con estas, ¡sobre pueblo la tierra!», mascullé al saber que no eran solo dos, las mujeres a las que Alberto había otorgado tal misión.
Tras pensarlo detenidamente, decidí aparcar por el momento el problema y viendo que era tarde y que todavía no había desayunado, les pedí que me acompañaran a tomar algo. Al oírme, las dos se levantaron de un salto y cogiéndome de la mano, me obligaron a ir con ellas sin darme tiempo a ponerme algo.
-Estamos en pelotas- protesté pensando que no era correcto que el servicio nos viera desnudos. Al ver sus caras de sorpresa, recordé que solo yo y mis sacerdotisas teníamos permiso de entrar en esos aposentos por lo que ya sin reparos dejé que me condujeran hasta el comedor.
Una vez allí, me senté en una silla y mientras Lis iba a preparar algo de comer, pedí a Susan que me explicara qué era lo que había sentido. La negrita tomó asiento sobre mis rodillas y luciendo una sonrisa de oreja a oreja, contestó:
-Todo pasó como está narrado en el libro de su hermano- y elevando el tono en plan ceremonial, prosiguió diciendo: -Las elegidas al comulgar con su esposo se verán inmersas en un placer sin límite que dejándolas transpuestas, les permitirá disfrutar de un pedazo de cielo en la tierra…
Su explicación me reveló dos detalles: el primero era que esas cinco mujeres se consideraban mis esposas y el segundo todavía más importante:
«¡Alberto había dejado en papel todas sus enseñanzas!».
Esa revelación abrió un resquicio de esperanza para no meter la pata y echar por tierra no solo su “obra” sino la supervivencia de sus seguidores. En mi mente seguía presente su amenaza de que si no me hacía cargo de mi herencia, los adeptos de la secta verían en mi renuncia que les había fallado, abocándolos a un suicidio ritual. Como en teoría en esa “biblia”, Alberto solo había recogido mis pensamientos, decidí tantear el terreno y no levantar sus suspicacias diciendo:
-Al terminar de desayunar, me gustaría que entre vosotras dos me leyerais ese libro para poder explicaros en realidad su significado.
Fue entonces cuando me enteré de otra de las rutinas que tendría que aceptar si quería mantener la ficción de ser su anhelado profeta porque la morenita susurrando en mi oído, contestó:
-¿Le parece bien que lo hagamos mientras le damos el masaje previo a la audiencia pública de los sábados?
Su tono y la forma que restregó sus pechos contra el mío, me hizo saber la clase de “masaje” que me tenían preparado. Entre mis piernas, mi pene se alborotó a pesar del uso que esas dos le habían dado. Susan ratificó mis pensamientos al darse cuenta de mi erección porque poniéndose de rodillas y con una picardía que no me pasó desapercibida, besó mi glande mientras le decía:
-Pillín, tendrás que esperar a que termine tu dueño de desayunar…
Voy descubriendo los planes de Alberto.
Mientras terminaba el desayuno, solo podía pensar que en pocos minutos podría poner mis manos sobre los escritos de Alberto:
«Por fin conoceré en profundidad la religión que se ha inventado», pensé más inquieto de lo que se suponía que debía estar al ser un experto en esas clases de ritos.
Afortunadamente, mi espera no se prolongó en el tiempo porque nada más acabar con ese refrigerio las dos crías me llevaron a una especie de jacuzzi comunal ubicado en una de las alas del recinto. Confieso que no esperaba encontrar una piscina de tres por tres y menos que con esas dimensiones su contenido estuviese caliente.
«Me puedo acostumbrar a este lujo», sentencié cuando entre Liz y Susan me sumergieron entre la espuma.
Ellas habituadas a esas instalaciones me pidieron que posara mi cabeza en una almohada mientras preparaban el teórico masaje.
«¿Qué tendrán que preparar?», me pregunté acomodándome dentro.
La respuesta a mi pregunta fue menos satisfactoria de lo que me había imaginado al verlas volver portando unas especies de túnicas que me impedían seguir contemplando la belleza de sus cuerpos. No queriendo que notaran mi decepción cerré los ojos mientras mis dos esposas comenzaban a recitar su libro sagrado.
Desde el inicio comprendí que mi hermano no se había roto la mollera al escribirlo y que el capítulo inicial era una mezcla entre el Génesis Judío y las leyendas que habían llevado los esclavos a esas tierras desde su África natal.
«Puro sincretismo», confirmé defraudado por que me esperaba algo más original.
Asumiendo que para ellas esas palabras eran mías, decidí ocultar mi desilusión y me concentré en la ideología que manaba de sus páginas. Hasta en eso era una pobre imitación de los conceptos básicos de las grandes religiones, amor a los dioses, amor al prójimo… Ni hallé ningún concepto novedoso hasta que escuché recitar a Susan:
-Y a Pedro le ha sido encomendado crear una estirpe que como tribu sagrada se extenderá por la tierra y los príncipes de su sangre serán los encargados de regir la nueva sociedad…
«Mierda», pensé, «mi querido hermano ha convencido a estas mujeres que los hijos que engendre con ellas ¡dirigirán el mundo!». Que esa era la profecía quedó de manifiesto cuando Lis sustituyendo a la negrita en la lectura, declamó con alegría:
-Una vez instaurado el germen del paraíso terrenal, Pedro y sus esposas se retiraran a contemplar cómo los hijos del profeta instauran la ley allí donde exista su rebaño…
Alucinado comprendí que ese apartado podía ser interpretado de dos formas totalmente distintas. La primera y menos grave era que llegado el momento dejaría la cabeza de la iglesia y me jubilaría. Pero la que realmente me preocupó fue la otra: si se tomaba mi retirada como mi muerte, eso significaba que esas cinco elegidas se verían obligadas a acompañarme en ese viaje.
«Alberto, ¡eres un idiota! Ante una enfermedad o un accidente como el tuyo, has sentado las bases del suicidio de todas ellas», mentalmente maldije a mi hermano en silencio. «Te creías muy listo pero eras un cretino ignorante».
Francamente preocupado por esa revelación decidí que debía hacerme con un ejemplar de ese libro justo en el momento que escuchaba que alguien llegaba a la habitación. Al abrir los ojos me encontré con una morena que se acercaba vestida únicamente con un bikini de color blanco. Recordando que las sacerdotisas habían sido elegidas además de su físico por su raza, supe que era la hindú por sus rasgos.
Impresionantemente bella, con unos ojos oscuros profusamente maquillados, esa mujer era la encarnación de una diosa. Sé que se me debió notar en la cara que estaba complacido con ella porque se acercó hasta mí a paso lento sin parar de sonreír.
«¡Es imposible que algo así exista!», pensé apabullado por la perfección de sus facciones: «¡Es perfecta!».
Era absurdo buscarle un fallo. ¡Lo tenía todo! Altura, cuerpazo, grandes pechos, un culo que parecía esculpido… pero lo que realmente me impactó fueron sus gruesos labios y el tono grave de su voz cuando se me presentó:
-Amado mío, soy Alisha, tu esposa. Te llevo esperando desde que siendo una niña, Rambha me informó de mi destino.
«¿Rambha? ¿Qué tiene que ver la diosa hindú del amor en esta secta?», me pregunté totalmente confundido porque de ser cierto, la religión fundada por Alberto abarcaba todo tipo de creencias.
Os tengo que confesar que en ese momento estaba tan despistado que ser Susan quien me hiciera reaccionar diciendo:
-Alisha nos pidió que dejáramos que fuera ella quien te preparara para la audiencia. Ahora nosotras nos vamos para comprobar que todo está listo.
Tras lo cual, Liz y la negrita desaparecieron por la puerta dejándome solo con ese bellezón con el que no había cruzado todavía palabra. Adoptando una seguridad que no tenía quise averiguar cuál era el nexo entre el hinduismo y la iglesia de la “segunda venida” porque desde que ella entró en acción, empecé a sospechar que me había llevado una idea errónea de cual eran sus creencias. Por eso llamándola a mi lado, le pregunté donde había nacido para ver si su origen me podía revelar algo más.
-Amado, su servidora nació en Delhi hace veinticuatro años dentro de una familia chatria- contestó mientras se acercaba.
«Curioso, creí que era más joven», rumié extrañado porque a esa edad las mujeres de esa casta que ostenta el verdadero poder político en la India, suelen estar casadas. Estaba todavía meditando sobre ello cuando Aisha con el rubor coloreando sus mejillas se empezó a desnudar.
Fue entonces cuando caí en la cuenta que yo debía de ser el primero que la veía desnuda porque en su cultura estaba prohibido cualquier contacto con el sexo opuesto antes de casarse.
«Joder, ¡debe ser virgen!», exclamé mentalmente al percatarme que para ella debía de ser difícil ese trago.
Tratando de acomodar mis ideas, me quedé mirando cómo esa preciosidad se quitaba la parte superior de su bikini.
«¡No entiendo nada!», mascullé entre dientes sin ser capaz de dejar de admirar los hinchados pechos de esa mujer, «una hindú no se entregaría a un hombre sin haber boda por delante».
Tanteando el terreno y viendo que esa criatura estaba empezando a desprenderse de la braguita, le pedí que esperara y acercándola a mí, acaricié su pelo mientras le preguntaba al modo de su tierra, es decir con circunloquios:
-Esposa amada, antes de que sigas ¿qué fue lo que Rambha te dijo?
Más tranquila al comprender que no la iba a tomar en ese momento, involuntariamente se tapó sus senos con las manos al responder:
-La diosa se me presentó en sueños y me informó que estaba reservada para ser la compañera de un elegido que iba a ser su máximo representante en este mundo y para que pudiera reconocerle me habló que en su costado llevaría el mismo signo que yo grabado en la piel- y queriendo mostrar de qué hablaba, se dio la vuelta y me enseñó un pequeño tatuaje que llevaba en la parte de atrás de sus caderas.
No me costó reconocerlo porque a instancias de mi hermano durante una borrachera, me había convencido de hacérmelo.
«Hermano, ¡eres un cabrón!», proferí para mis adentros al recordar su insistencia en que fuera ese y no otro el dibujo que me grabara. «¡Tenías todo preparado para este día!».
-Aquí lo tienes- murmuré disgustado al saberme burlado.
La muchacha al verlo, olvidó toda su vergüenza y lanzándose sobre mí, me empezó a besar como una loca mientras me decía:
-Esposo amado, llevo diez años esperándote y tal como juré en nuestra boda, he mantenido intacto mi cuerpo para que tú lo tomaras.
«Hermanito, ¿qué otra sorpresa me tendrás preparada?», pensé mientras era objeto de toda clase de caricias por parte de esa hindú. La certeza que de algún extraño modo ella y yo llevábamos unidos según sus dioses una década me permitió tocar levemente uno de sus pechos mientras le decía:
-Tranquila, cariño. No es necesario formalizar ahora nuestra unión, podemos esperar todo el tiempo que necesites.
Aisha malinterpretó mis palabras y con lágrimas en los ojos, me rogó que no la hiciera esperar. Conociendo su total ausencia de experiencia, comprendí que esa primera vez era importante y por eso la tranquilicé con un beso mientras le preguntaba a qué hora era la audiencia pública.
-A la una de la tarde.
Mirando mi reloj, calculé que tenía casi tres horas para hacerlo bien y que esa cría con cuerpo de mujer disfrutara después de todo.
-Ven, cariño. Vamos a la cama.
Camino hacia mi cuarto, analicé la situación mientras la que llevaba diez años considerándose mi esposa, no dejaba de sonreír nerviosa al saber que al fin culminaría su espera. Mirándola de reojo, me resultó sencillo descubrir en sus ojos una mezcla de esperanza y de miedo que cuadraban a la perfección con lo que conocía de su cultura.
Para las hindúes el matrimonio no solo es sagrado sino que lo consideran como la razón de ser de su existencia. Sabiéndolo decidí que debía comportarme como un amante dulce y cariñoso al hacerla mía:
«Se lo merece. Lleva casi la mitad de su vida unida a alguien al que ni siquiera conocía», sentencié justo en el momento que llegamos a mi habitación.
Al entrar, me sorprendió observar la cama totalmente decorada con flores.
-¿Y esto?- pregunté.
Muerta de risa, la morenaza me respondió:
-Estaba escrito que mi marido me iba a traer aquí y por eso Liz y Susan la han preparado al estilo de mi país natal.
-¿Cómo qué estaba escrito?- alucinado la interrogué.
Aisha con una sonrisa de oreja a oreja, comenzó a recitar de memoria unos versículos de la famosa biblia.
-Pedro al encontrarse con la mujer esperanzada, la cogerá entre sus brazos y llevándola a su lecho conyugal, ofrecerá a los dioses su unión dejando como signo la pérdida de su niñez para que todos los creyentes lo vean y sepan que al igual que ella esperó, ellos deben confiar en sus promesas…
«¡Menudo hijo de puta!», solté en silencio maldiciendo la memoria de mi hermano. «Sabía que sería incapaz de abusar de ella y que la traería aquí».
Sintiéndome una marioneta en manos de un difunto, reconozco que se me quitaron las ganas de cumplir su profecía pero al mirar a esa mujer y ver su cara de felicidad, no pude menos que compadecerme de ella al saber que ella también era una víctima: «Pobre, toda su vida creyéndose especial y solo ha sido presa de una estafa».
Ajena a la cólera que me invadía, Aisha permanecía de pie junto a la cama. Casi desnuda y apenas cubierta por la parte de abajo del bikini, esa hindú apenas parecía tener los dieciocho.
«Parece una niña», maldije interiormente sintiéndome casi un pederasta.
-¿No le gusto a mi esposo?- preguntó al ver que no me abalanzaba sobre ella como hubieran hecho la mayoría de los mortales.
-Eres preciosa- contesté con el corazón constreñido por la responsabilidad. Aunque conocía su urgencia por entregarse por completo a su marido, eso no me aminoraba mi turbación y sabiendo que no podía dejar pasar más tiempo, la llamé a mi lado.
Mi llamado la tranquilizó y con paso incierto, se acercó a la cama. La sensualidad al andar me hizo desear ser el primero en disfrutar junto con ella de los placeres del sexo y reteniendo mis ganas, le pedí que se sentara junto a mí. Aisha, incapaz de mirarme a los ojos, se acomodó a mi lado casi temblando. Su nerviosismo quedó de manifiesto cuando le susurré dulcemente que era guapísima.
-¿De verdad me ve así?- preguntó mordiéndose los labios.
-Sí, eres maravillosa.
Al escuchar mi piropo como por arte de magia se le pusieron duros sus pezones haciéndome saber que con mi sola presencia esa morenita se estaba excitando. No queriendo asustarla pero sabiendo que debía de empezar su cortejo, pasé mi mano por uno de sus pechos a la vez que la besaba. La ternura con la que me apoderé de su boca disminuyó sus dudas y pegando su cuerpo contra el mío, susurró en mi oído:
-Siempre he sido tuya.
La lujuria de sus palabras me permitieron recrearme en sus pechos y con premeditada lentitud, fui acariciando sus areolas con mis yemas mientras le decía:
-Aunque nunca nos habíamos visto, sé que siempre he sido tuyo.
La alegría de sus ojos me informó que iba por buen camino y más cuando sin esperar a que se lo pidiera se quitó el coqueto tanga y se sentó sobre mis rodillas mientras me volvía a besar. Su belleza oriental y el tacto templado de su piel hicieron que mi pene se alzara presionando el interior su entrepierna. Ella al sentir esa presión sobre sus pliegues cerró los ojos creyendo que había llegado el momento de hacerla mía pero retrasándolo por la importancia que tenía, delicadamente la tumbé sobre las sábanas. Ya con ella en esa posición, me quedé embobado al contemplar su belleza tras lo cual decidí que debía esmerarme con ella. Por eso durante unos minutos que a Aisha le parecieron horas, me entretuve en acariciar su cuerpo, tocando cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos derribando una tras otras sus defensas hasta que conseguí llevarla a un estado tal de excitación que esa morena casi llorando me rogó con voz en grito que la desvirgara.
-Necesito ser por fin tu esposa.
Su necesidad y mi deseo de no decepcionarla me hicieron recapacitar y recomenzando desde el principio, la besé en el cuello mientras acariciaba sus pantorrillas rumbo a su sexo. El cuerpo de la hindú tembló al sentir mis dientes jugando con sus pechos, señal clara que se estaba excitando por lo que tiernamente me dispuse asaltar su último reducto.
-Separa un poco tus rodillas- ordené mientras me deslizaba rumbo a su sexo con mi lengua. Nada más tocar con la punta su clítoris, Aisha sintió que su cuerpo se encendía y temblando de placer, se vio inmersa en un brutal orgasmo. Todavía no satisfecho con ese éxito inicial, con mi lengua seguí recorriendo los pliegues de su sexo hasta que incapaz de contenerse la inexperta muchacha forzó el contacto de mi boca presionando sobre mi cabeza con sus manos.
Para entonces ya no me pude contener y olvidando mi propósito de ser tierno, llevé una de mis manos hasta su pecho pellizcándolo. La ruda caricia prolongó su éxtasis y gritando de placer, esa morena buscó mi pene con sus manos tratando que la tomara. Su disposición me permitió acercar mi glande a su entrada mientras ella, moviendo sus caderas, me pedía sin cesar que la hiciera mía.
-Tranquila, tenemos toda la vida por delante- la torturé con mi pene los pliegues de su coño sin metérsela.
-¡No aguanto más!- rugió pellizcándose los pezones.
Al verla tan sumida en la pasión, decidí llegado el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi extensión en su interior. Aisha gritó feliz al sentir su virginidad perdida y reponiéndose rápidamente, violentó mi penetración con un movimiento de sus caderas para acto seguido volver a correrse. La humedad inundó su cueva, facilitó mis maniobras y casi sin oposición, mi tallo entro por completo en su interior rellenándola por completo. Ella al notar la cabeza de mi sexo chocando una y otra vez contra la pared de su vagina, se sintió realizada y llorando de alegría me chilló:
-Mi señor: ¡Derrama tu semilla sobre el fértil lecho de tu sierva!
Sus palabras hicieron que todos las neuronas de mi cerebro me pidieran que acelerara la velocidad de mis movimientos pero el poco sentido común que me quedaba en lo más profundo mi mente me lo prohibió y por eso durante unos minutos seguí machacando con suavidad su cuerpo mientras ella no paraba de gozar. La lentitud de ese ataque llevó a un estado de locura a esa morena que olvidando que como debía comportarse una mujer de su etnia, clavó sus uñas en mi trasero mientras me exigía que incrementara el ritmo.
-¡No estoy preparada para tanto placer!- chilló ya descompuesta.
Asumiendo que no iba a poder aguantar más y queriendo que mi clímax coincidiera con su orgasmo, la agarré de los hombros y llevé al máximo la velocidad de mis embestidas.
-¡Diosa te estoy viendo!- gritó con su respiración entrecortada presa del mismo éxtasis que descubrí con las otras sacerdotisas.
Balbuceando en su hindi natal, mi recién estrenada esposa colapsó sobre las sabanas y como ya había experimentado esa situación con las otras dos, supe que debía de eyacular en su interior para liberarla. Por ello, llevé mis manos a sus tetas y estrujándolas con fiereza, busqué mi placer con mayor ahínco. Os juro que era impresionante verla con los ojos en blanco mientras su boca se llenaba de baba producto del placer casi místico que la tenía subyugada. Afortunadamente para los dos, sentí como se acumulaba en mis testículos mi simiente y dejándome llevar, eyaculé en su interior desperdigándola mientras la hindú no paraba de gritar.
Habiendo cumplido con mi destino, caí sobre ella y Aisha ya parcialmente repuesta, me recibió en sus brazos y llenándome con sus besos, tomó un poco el aíre para decirme:
-La espera mereció la pena- y señalando la mancha de sangre que nuestra pasión había dejado en la sábana, henchida de orgullo prosiguió diciendo: -Tus seguidores verán un signo de tu poder.
Tras lo cual y sin darme un minuto de pausa, se levantó y quitándola del colchón llamó a Susan y a Liz diciendo:
-Hermanas, es hora que enseñéis a la gente que espera mi tributo.
Las dos mujeres entraron y recogiendo esa tela con un respeto que me dejó anonadado, la doblaron y en total silencio salieron de la habitación. Desconociendo el papel que mi hermano había atribuido a la pérdida de la virginidad de Aisha, no me quedó más remedio que quedarme callado para que fueran los acontecimientos posteriores quienes me lo revelaran. Pero entonces, levantándose de la cama y cogiéndome de la mano, la morena me llevó hasta el balcón de la habitación y sin importarle que ambos siguiéramos desnudos, me sacó fuera para ver la ceremonia.
Os reconozco que no esperaba encontrarme frente a unas dos mil personas de origen hindú que al vernos salir, se pusieron a aplaudir y a gritar como locos.
-¿Qué pasa aquí?- pregunté
-Amado mío, ¡Hoy empieza formalmente tu reinado como esposo de Rambha!
La sorpresa al reconocer entre la multitud a unos brahmanes de una antigua secta combatida desde tiempo de los ingleses, que creían en la llegada de un profeta que se casaría con su princesa, el cual acumularía en su ser todo el poder político y religioso de la india, me hizo darme la vuelta y mirándola a los ojos preguntar:
-¿Quién eres en realidad?
Bajando su mirada, contestó:
-Soy Aisha Rambha, encarnación terrenal de la diosa.
La confirmación del origen regio de esa mujer no me hizo gracia porque eso significaba que el capullo de mi hermano había vuelto a vencer otra batalla, cerrando más si cabe el lazo sobre mi cuello. La morena malinterpretó mi semblante serio y creyendo que era producto de mi nueva responsabilidad, me dijo:
-Tu pueblo espera que se le muestre mi derrota y mi renacimiento como diosa ya desposada.
Que se refiriera a esa multitud como “mi pueblo” heló mi sangre y dejándome llevar como en una nube, fui testigo de cómo Susan y Lis mostraban a la gente las sábanas manchadas con la pérdida de su virginidad. La demostración de lo ocurrido entre las paredes de mi nueva casa puso en pie a la multitud que rompiendo y rasgando sus vestimentas, dejaron de manifiesto su satisfacción.
Todavía no me había repuesto de la sorpresa cuando Aisha murmuró en mi oído:
-¡Imagínate lo felices que los harás cuando me dejes embarazada!….

Relato erótico: Entresijos de una guerra 11 (POR HELENA)

$
0
0
asi tres meses después del bombardeo de Düsseldorfel doctor dijo que quizás fuese hora de retirar el aparatoso yeso. No pude evitar sonreír ilusionada al escucharlo, ¡se habían
terminado los días de dependencia! Dispuse mi mano en la posición que me indicó, dispuesta a aguantar estoicamente cualquier daño que pudiesen infligirme para liberarme de aquel armazón, pero no dolió lo más mínimo. Me lo habían enyesado cuando el brazo todavía estaba hinchado, así que ahora quedaba espacio suficiente entre el yeso y mi piel como para obrar con cierto margen.
Cuando vi mi brazo la ilusión se disolvió rápidamente. Era amorfo. Todavía tenía una hinchazón pronunciada en la zona circundante a lo que debía ser el punto exacto de la rotura, y la piel allí estaba roja y brillante. Un verdadero asco de brazo. El doctor lo miró y le indicó a la enfermera que me practicase un “vendaje de sujeción”.
-La zona todavía está un poco fresca. El vendaje le proporcionará cierta sujeción – me explicó.
-¿Y cuánto tiempo tendré que llevarlo?
-Quizás un mes o dos… depende de cómo evolucione a partir de ahora.
-¿Pero los huesos ya están? – Insistí en lo principal.
-Están. Pero el hecho de que le haya cambiado el yeso por la venda no quiere decir que pueda volver a hacer lo que hacía antes de romperse el brazo. La hinchazón localizada en estos puntos indica que la unión todavía no está completamente asentada – su pronóstico me obligó a hacer un mohín mientras la enfermera terminaba con el vendaje -. Tenga paciencia. Se rompió el cúbito y el radio, y lo cierto es que tiene muy buena pinta.
-Lo dirá usted en base a otras lesiones que haya visto, porque comparado con el otro brazo, no tiene buena pinta… – bromeé desganada por la prórroga de restricciones que había dictado el buen hombre.
-Sea paciente y no mueva demasiado el brazo o tendré que fijárselo de nuevo – me advirtió con más seriedad.
Se supone que ya debería estar curtida en eso de la paciencia, pero me repateaba la idea de que Herman tuviese que trocearme la carne una temporada más, o que las chicas de casa tuviesen que añadir a sus tareas la de ayudar a vestirse y a peinarse a la señora.
Mi gran desventura, sin embargo, fue para Herman algo así como un regalo de Navidad por adelantado. Cuando me vio con el vendaje al llegar a casa y me examinó el brazo no hacía más que sonreír. Cosa que me provocaba cierto cabreo porque seguramente estaba pensando que me lo tenía más que merecido por desatender sus “sabios consejos”. Pero cuando le pregunté por qué coño se reía de mí, su reacción me sorprendió.
-¡No me río de ti! Estoy echando cuentas… un mes o dos con esa venda con la que tampoco debes mover el brazo – dijo devolviendo mi lesionada extremidad al cabestrillo que el médico me había ordenado llevar -. ¿Sabes hasta cuándo tendrás que llevar eso como muy poco?
-Hasta finales de diciembre o principios de enero – contesté sin dudar. Yo también había hecho mis cábalas.
-Muy bien. ¿Y eso quiere decir…?
-Que tendrás que trocearme la cena de Nochebuena y la de Nochevie… – la palabra se me quedó a medias cuando vi a dónde quería llegar – ¡joder! ¡No tenemos que ir a la fiesta de los Walden! – Exclamé mucho más encariñada con mi nuevo vendaje de sujeción.
-Estoy deseando que llegue la invitación para rechazarla, querida – añadió Herman mientras se sentaba a la mesa.
Desde lo del bombardeo estaba mucho más tratable. Se mostraba paciente conmigo y habíamos recuperado aquello de comer y cenar juntos. Incluso desayunábamos juntos de vez en cuando. Alguna mañana que no me apetecía dar demasiado trabajo a las chicas, madrugaba con él y así me vestía mi marido. <> eso decían los votos del matrimonio, ¿no?
Herman me contó durante la cena que les habían llevado a los prisioneros de Krüger una mesa de pimpón. Pasaba mucho tiempo con los prisioneros de Krüger. Supongo que era porque el resto del campo le asqueaba y – según lo que me contaba – en aquel recodo destinado a la falsificación, las cosas eran muy distintas. Relataba con una triste y pensativa sonrisa cómo se habían jugado el tabaco con los prisioneros. En un principio decidieron tácitamente dejarles ganar, pero los pobres, temiendo las consecuencias de lo que les podía hacer un oficial enfadado, lo hacían todavía peor que ellos. De modo que ambas partes terminaron enzarzadas en un bucle de torpeza autoinducida.
-Tenías que ver su cara cuando les dije que me habían dejado ganar y que me tocaba a mí repartir mi tabaco. Todavía no se creen dónde están… – reflexionó con un suspiro.
<>, aquella frase activó un resorte en mi sesera mientras Her me pasaba el plato con mi cena debidamente troceada. ¿Y dónde se suponía que estaban?>> me pregunté inmediatamente. Porque hasta donde yo sabía, Sachsenhausen era un lugar que le desquiciaba. Y razones no le faltaban: las listas de bajas de un solo subcampo eran interminables, los doctores probaban sus avances médicos con los prisioneros y la industria se beneficiaba de la explotación de los mismos. Pero Berg había mediado interesadamente para que los prisioneros que Krüger había ido recogiendo por toda Alemania hubieran terminado allí, en un “campo atípico donde a uno no le peguen un tiro por ir a mear…”, él mismo lo había dicho. Pero entonces, ¿qué pasaba realmente en el resto del territorio? ¿Era Sachsenhausen un lugar mejor que los demás en términos generales, o sólo lo era para aquellos falsificadores de Krüger? Se me ocurrían multitud de respuestas a mis propias preguntas, pero seleccionar las válidas se me antojaba imposible. Yo sabía que en Sachenhausen había al menos dos grupos de prisioneros con preferencia sobre los demás, los de Krüger y nuestros empleados. Ahora bien, el resto era un entramado de hectáreas recién ampliado donde les habían dividido según su trabajo y en el que Herman tenía que implantar un plan que las SS llamaban en clave: “Solución Final”. ¿Y en qué demonios consistía ese plan para que Herman prefiriese hablarme de una operación de falsificación de divisas – que supuestamente era tan ultrasecreta que sólo los Comandantes estaban al tanto de que aquellos hombres estaban allí y ni siquiera podían meter las narices – en lugar de hablarme de lo que pasaba en el resto del campo? ¿La “Solución Final” era más secreta que la “Operación Krüger”? ¿Entonces por qué llevar una segunda operación secreta a un campo en el que se está llevando a cabo una gran operación secreta a mayor escala? No parecía un plan brillante aquello de concentrar las maniobras secretas en un solo lugar. Pero aquellos papeles que hablaban de la Solución Final no parecían solamente destinados a Sachsenhausen, estaban dirigidos a los “oficiales de campo”. Es decir, a ningún campo en especial.
-¿Erika? – Me llamó la voz de Herman como si fuese la enésima vez que mencionaba mi nombre en los dos últimos minutos -. No te habrán quedado secuelas en el oído, ¿verdad? – Negué con la cabeza. Lo de los oídos había sido una de las peores experiencias de mi vida y ahora me planteaba con cierto recelo la vejez y sus posibles sorderas, pero había recuperado por completo mi capacidad auditiva -. Entonces, ¿en qué pensabas? Te estaba hablando.
-Estaba pensando en la suerte que tienen esos hombres de Krüger – mentí -. Pero si os tomáis tantas confianzas, van a perderos el respeto… – comenté dejando que mi voz decayese hasta apagarse antes de mencionar lo que tendrían que hacer si les perdían aquel respeto que les hacía intocables.
Herman hizo una mueca de disgusto como si no le gustase lo que acababa de decir, pero el vendaje le causaba el mismo efecto que el yeso y todo cuanto hizo fue suspirar.
-Ningún otro prisionero sabe que están allí, y los soldados del campo tienen prohibida la entrada en esa área. Ellos y su opinión de nosotros están completamente aislados – me confesó con una mínima sonrisa que le había costado mostrar -. Krüger les trata de “usted”, y ellos le miran como si tuviese tres ojos. Les hemos dicho que podrán celebrar una fiesta por cada diez mil libras que pasen los controles de un banco suizo. Están completamente inmersos en su trabajo – dijo con un gesto que parecía esperanzador -. Nos han explicado que la mayoría de los ingleses no utilizan cartera. Llevan los billetes sujetos con un alfiler y enroscados en el bolsillo, de modo que cuando terminan de elaborarlos, los agujerean y se los meten en el bolsillo para que parezcan billetes de tránsito.
-¡Qué astutos! – reconocí asombrada.
-Sí. Sí que lo son. Krüger habla mucho con ellos, les ayuda a ajustar la maquinaria o a hacer pequeños cambios que se les ocurra para lograr una mayor calidad. De mí no se fían mucho… saben que soy un Comandante y creen que voy allí a recortar su estrecho margen de libertad.
-No sabía que Krüger entendía de máquinas… – comenté sin querer hacer hincapié en el temor que él le inspiraba a los prisioneros.
-¿No? Pues es ingeniero mecánico.
Aquello me sorprendió durante algunos segundos. Luego me imaginé a Krüger ataviado con ropa de calle, y lo cierto era que me encajaba bastante en el perfil. Herman también me dijo que estaban a punto de enviar el segundo grupo de prisioneros. Tenían pensado aprovechar las Navidades para ello y esta vez iban a intentar aumentar el número de personas que enviarían. Berg estaba al tanto de todos los movimientos que se coordinaban en las oficinas centrales y había ejercido alguna que otra discreta influencia para despejar un poco el camino hasta Breendonk. Les admiraba por aquello, pero no podía evitar temer lo que pudiese pasarles – sobre todo a él – por muy seguros de sí mismos que estuviesen.
No obstante, aquellas Navidades también sucedió algo que rivalizó con el desvío de prisioneros hacia suelo inglés en cuanto a importancia – aunque en un plano “familiar” -. Mi querida suegra regresó a aquella casa a mediados de diciembre con la intención de pasar aquellas fechas con nosotros. El bombardeo me había librado de los Walden a cambio de aguantar a la viuda, a Berta y a su institutriz, pero tenía que fingir una enorme alegría ya que Herman estaba deseando volver a ver a Berta.
Creí que quizás el hecho de que la viuda anunciase su regreso de un modo voluntario fuese un indicio de que no le desagradaría arreglar las cosas con su hijo. Pero en cuanto la vi bajarse altivamente del coche que las trajo supe que no olvidaba que Furhmann había terminado su pobre existencia en aquella misma entrada hacía ya dos años, y lo había hecho en circunstancias muy cuestionables y poco claras. Quizás Marie ya le hubiese dicho algo a estas alturas, o quizás ella no fuese tan idiota como aparentaba ser y siempre lo hubiera sabido, aunque – como todos en aquel mundo de apellidos elitistas – prefiriese jugar a interpretar su papel.
-Erika, hija – dijo dirigiéndose a mí antes que a su propio hijo. Y sí, llamándome “hija” para mi gran asombro -. Me alegro de ver que estás bien. Hemos estado muy preocupadas aunque siempre dijeses que te estabas recuperando perfectamente – continuó diciendo mientras acariciaba con suavidad los dedos que me asomaban al final del vendaje -. Sigo pensando que no debiste haber ido sola. Pero no lo repetiré más.
Bueno, era cierto que me había llamado un par de veces por semana desde que Herman le había dicho lo de Düsseldorf, y que – según me dijo él mismo – le reprochó encarecidamente que me hubiese dejado ir a París sola sin enviar a alguien de confianza conmigo. Pero no le di importancia ni lo achaqué a que le preocupase realmente mi estado. Ella sólo obraba en base a lo que la gente diría, por eso supuse que le había parecido algo inadmisible que Herman me dejase ir sola en tren y llevando mi propio equipaje, o no llamarme como si realmente le preocupasen los pormenores de mi recuperación.
Después del escueto saludo que le dedicó a Herman, entró en casa como si simplemente regresase tras haber ido a Berlín por alguno de sus recados e inmediatamente le indicó a una de las chicas que comenzase a llevar sus maletas a la habitación. Mis temores se confirmaron al ver la mirada que le dedicó a la sirvienta. No servía de nada cambiar sus inhumanos trajes rayados por ropa de servicio mientras les fuese obligatorio llevar aquellas estrellas que les identificaban como “judíos”. La gente como mi suegra jamás vería una persona bajo aquel símbolo. <> me dije a mí misma.
Con el devenir de los días mi inquietud se acrecentaba. La viuda se había propuesto salvaguardarme de cualquier amenaza que me rondase. Y aunque dicho de esta manera pudiese parecer que no tenía mucho que hacer, lo cierto es que estaba hasta arriba de trabajo porque para ella, toda criatura estigmatizada por el Reich era una amenaza. Así que no paraba de repetirme que era insultante que Herman me tuviese en aquellas condiciones – y “aquellas condiciones” no era más que el eufemismo del siglo para evitar decir “rodeada de judíos” -. Me alentaba para que me fuese a la casa de Berlín y me contaba que ella también había tenido sus “tira y afloja” con el difunto Coronel. Hablaba del matrimonio, del respeto conyugal y del derecho a rebelarme dentro de mi propia casa siempre que el asunto no trascendiese, por aquello de la opinión pública. Y yo aguantaba el tirón como podía mientras envidiaba a Berta, que – convertida ya en una jovencita – se mantenía ocupada de diversas maneras con tal de no estar mucho tiempo con su madre. Había entrado en aquella etapa en la que los adultos pasan de ser un modelo a seguir, a no tener ni idea de lo que ocurre a su alrededor y ser sólo un modelo de lo que uno no quiere ser, así que la rehuía con bastante eficacia.
Pero Berta acertaba con aquella actitud, ser como su madre probablemente no tuviese futuro. Como poco, estaba reñido con la evolución psicológica personal y social. Mi suegra era imbécil. Aunque debo decir que la muy puñetera conseguía hacerme sentir mal por pensar aquello, ya que se notaba que me daba aquellos consejos con el mayor de sus cariños.
Sin embargo las cosas dieron un giro cuando comenzó a dejar caer que le encantaría tener nietos. Herman y yo no habíamos vuelto a mencionar aquel tema desde que me había soltado que “yo me quedaba en casa soñando con tener hijos y que creía que todo iba a ir bien porque tenía visados extranjeros mientras que él estaba haciendo cosas que marcarían su existencia”. Era algo que habíamos apartado tácitamente porque sabíamos que, en el fondo, era mejor no plantearnos tal reto. Todos los doctores habían dicho lo mismo y probablemente el hecho de peregrinar por algunas consultas más no cambiase nada. Pero la viuda era ajena a todo aquello y sus comentarios no hacían más que incrementar nuestras ganas de perderla de vista.
-Siento terriblemente que tengas que soportar esto – se disculpó Herman mientras me ajustaba el camisón una de tantas noches en las que el tema predominante de la cena fue la imperiosa necesidad de bendecir nuestro matrimonio con hijos -. ¿Te dice algo durante el día? – Se interesó con cierto temor a lo que yo pudiese contestarle.
-¿De qué? ¿De los hijos, de los “empleados” o de la lección que Alemania le está dando al mundo entero? – Herman me miró extrañado cuando escuchó aquello.
-Los estadounidenses están bombardeando todas las bases aéreas de la Luftwaffe, Alemania está aguantando el tirón solamente de cara a la galería, pero las cosas empiezan a ir oficialmente mal en el mando… – me explicó bajando el tono de voz hasta hablar en un susurro -. Las SS van a incorporar gente de a pie, ya no hay tiempo para el entrenamiento. Están tan desesperados que se están creando unidades especiales para ciudadanos de territorios ocupados. Las SS, el cuerpo de seguridad creado para mostrar al mundo el potencial militar de la raza aria. Consecuentemente, algunos en la cúpula comienzan a discrepar, y el resultado es que ya no se entienden ni entre ellos – añadió con una resignada preocupación.
 Era lo que él quería, pero había que tener en cuenta ese odio visceral que le profesaba a los americanos, el hecho de que no dejaba de ser su país y también que eran nuestras propias vidas las que estaban a merced de todo aquello.
-Hoy no ha hablado mucho de nietos – le confesé -. Está muy enfadada porque ha escuchado en la radio que España y Portugal han firmado un pacto para no mostrarse partidarios con ningún bando. Dice que el Führer en un principio había recibido el visto bueno del Caudillo español aunque España no podía permitirse entrar en la guerra porque acababa de atravesar tres años de guerra civil.
-¿Pero qué más le da lo que diga España? Si lo único que consiguió el Führer hace un par de años fue que el Caudillo le mandase un lote de presos políticos que hizo durante la guerra civil.
-Es que a tu madre le parece que ese pacto ibérico es un visto bueno para quedar bien con los británicos y los americanos. Lo ve como una especie de traición aunque nunca hubiesen arrimado el hombro activamente – le aclaré mientras me sentaba en cama.
-¡Claro que lo es! – me confirmó Herman -. El mundo está empezando a darse cuenta de quien lleva las de ganar, ¡te lo he dicho! El Caudillo no tardará mucho antes de permitir que la flota inglesa se posicione en la costa mediterránea para iniciar una ofensiva más eficaz contra Italia.
Aquello me dejó ligeramente descolocada. Era el momento que había estado esperando, pero no había imaginado que me produciría tal conflicto de intereses. Las cosas iban “oficialmente mal” en el mando alemán. El mundo ya no nos veía como la fuerte potencia capaz de soportar el ataque de los Aliados y los países afines al pensamiento del Reich – independientemente de que hubiesen colaborado con él – comenzaban a retractarse de sus opiniones. Aquello era con toda probabilidad el comienzo del declive del Eje.
-¿De verdad está todo tan negro? – Reflexioné en voz alta. Herman me miró sin saber qué decirme mientras dejaba sus pantalones sobre el sillón que había al lado del armario -. Quiero decir… que creí que las cosas tardarían más. ¿Se supone que deberíamos prepararnos para dejar Alemania a corto plazo?
-No. No a corto plazo – contestó Herman metiéndose en cama -. Las cosas no están tan mal, pero empieza a ir mal – se corrigió.
-¿Y en el campo de prisioneros? ¿Cómo están las cosas allí? – Quise saber. Pero él me miró con cierta desconfianza -. Me refiero a cómo está el ánimo de la gente allí, los soldados tienen que saber cómo está la cosa.
-No, ¡claro que no saben cómo está la cosa! No te estoy hablando de información militar que se prefiere no divulgar a la prensa para no alertar a la población civil. Te estoy hablando de valoraciones de la oficina central que ni siquiera salen de allí porque desalentarían a los soldados – me explicó acomodándose a mi lado -. Pero no quieras saber cómo están las cosas en el campo. ¿Qué te ha dicho mi madre exactamente sobre los niños? – Preguntó volviendo convenientemente al tema principal.
-Nada. Sólo que no deja de preguntar por qué no llegan. Me paso el día fingiendo que el brazo me duele a horrores para echarme un rato en cama… – contesté sin mucho entusiasmo.
-¿Quieres que hable con ella? – Me propuso con cierta cautela -. En la cena de Nochebuena me puso tan de los nervios que estuve a punto de decirle que tú y yo jamás tendríamos un hijo.
 

Suspiré al recordarlo. Durante el postre de la cena de Navidad había insistido tanto que Herman se había levantado repentinamente para ir al despacho a tomarse una copa y fumarse un cigarro. Creí que aquello empeoraría notablemente la deteriorada relación que había entre ambos, pero lo único que la viuda dijo de la reacción de Herman fue: “Sé perfectamente lo que es estar casada con un puñetero oficial. Nunca tienen tiempo para nada.” Y después se aquello siguió con el postre como si nada hubiera pasado. Y lo preferí así. Lo preferí porque por un momento creí que me iba a decir que me buscase un amante de un rango más bajo, como ella había hecho. Fue Berta la que salió en defensa de su hermano; “entonces no le culpes, madre. Sabías en qué se iba a convertir y todos le alentasteis para que fuese como padre”, comentó con ponzoñosa ironía sin ni siquiera apartar la atención del postre. “Termina de comer y vete a la cama”, fue el último e inane cartucho que pudo permitirse la viuda antes de que el silencio volviese para quedarse hasta que todos nos retiramos.

-Dile lo que quieras. Es tu madre – respondí con desinterés.
-Pero no le diré nada que tú no quieras. Eres mi mujer – susurró acercándose para besarme la sien. Sopesé sus palabras y me encogí de hombros sin saber qué decir.
-¿Crees que sería mejor que supiese lo que pasa? – Herman me miró con dulzura y extendió una mano para acariciarme el pelo.
-No lo sé. Hace tiempo que no conozco a esa mujer… pero sé que seguramente esté armando una teoría que explique por qué no es abuela todavía y me ha dado a entender con algunos de sus comentarios que “cree saber” que las cosas no están bien entre nosotros y que carecemos de vida conyugal – aquello me hizo gracia porque a mí también me había intentado sonsacar finamente si era feliz allí. Pero a juzgar por la expresión de Herman, a él le mortificaban las teorías de su madre.
-¿Qué te ha dicho? – Quise saber.
-Se coló en mi despacho hace un par de días y me echó un sermón sobre lo que una buena mujer espera de su marido. Dice que no puedo tenerte aquí encerrada y rodeada de ésos parásitos que te están haciendo infeliz. Y además cree que te fuiste a París porque discutimos o algo de eso… no sé, me vuelve loco, Erika.
-Haz lo que veas. Total, se irá en unos días y probablemente tarde en volver…
-A menos que seamos padres – puntualizó él con una diversión que no alcanzaba a entender mientras me acercaba su cara para besarme.
-¿Cómo narices pretendes que seamos padres si ni siquiera tenemos vida conyugal? – Bromeé sujetando su cuello con mis manos.
Ambos nos reímos a la vez mientras él cogía suavemente mi brazo vendado.
-En serio, no sé de dónde se saca esas tonterías… – dijo poniendo el momificado apéndice cuidadosamente sobre el colchón – ¿te duele? – Preguntó con suavidad mientras recorría la venda con la mirada. Yo negué con la cabeza e intenté moverlo, pero él volvió a inmovilizarlo en el mismo sitio -. Supongo que te lo sacarán pronto y entonces volverás a ser el mismo torbellino de siempre… ¿qué será lo primero que hagas? ¿Echarle un pulso a un soldado, quizás? – Inquirió resignado.
Yo me reí de sus conjeturas y miré al techo para pensar en alguna idiotez mientras sus labios besaban mi cuello cariñosamente.
-No. Nada de pulsos, lo primero que haré cuando no tenga esta venda será ponerme a cuatro patas sobre cama para que me hagas eso que tu madre cree que no hacemos – pude sentir el calor de su risa produciendo un agradable cosquilleo sobre mi piel cuando dije aquello -. Aunque también podrías hacer eso ahora… – le invité moderando el tono hasta emitir la melosa vocecilla con la que me había acostumbrado a pedir mis caprichos durante los últimos meses de convalecencia.
Herman levantó su cara y me miró con una media sonrisa mientras desplazaba el brazo que rodeaba mi cintura, dejando que su mano reptase a través de mi muslo hasta dar con el bajo del camisón para elevarlo bajo las sábanas y rozar sin rodeos la parte baja de ropa interior. Poco a poco fue aumentando la presión en aquella zona al tiempo que la fila superior de sus dientes mordía su labio inferior tímidamente y yo comenzaba a demandar aire de una manera más profunda.
Poco a poco apartó el tejido y hundió sus dedos entre los labios de mi sexo al mismo tiempo que seguía amasando mi placer con el mismo tino que siempre había tenido. Acercó su cara a la mía y cuando yo preparaba mis labios para recibir los suyos, su mano se frenó y su rostro se detuvo sobre mi barbilla.
-La verdad es que hoy estoy muerto de cansancio… – se quejó débilmente antes de dejar caer su mandíbula inferior y morder mi mentón mientras yo intentaba retener una mueca de incredulidad.
Intuía que no hablaba en serio, pero nada de lo que le constituía el entorno que nos rodeaba aquellos días estaba siendo fácil, y durante los últimos meses, él había tenido que encargarse de todo en la cama. Siempre que yo quería tomar partido, él me recordaba que tenía un brazo en proceso de curación y me obligaba a dejarme hacer. Quizás mi comodidad me iba a pasar factura aquella noche.
Fue el cálido rastro de humedad que su lengua dejó al recorrer con sutileza el óvalo de mi cara el que me indicó que no iba a ser aquella noche.
-Pero lo he pesado mejor – susurró acomodándose parcialmente sobre mi cuerpo y reanudando el ritmo de sus dedos.
No tardó en deslizar un par de ellos a través del umbral cuyo perímetro recorrían una y otra vez haciendo que desease aquello. Abrí las piernas mientras su boca surcaba las inmediaciones de mi yugular y mi oreja, acariciando mi lóbulo con el aire que exhalaban sus labios y mordisqueando juguetonamente parte de mi piel entre algún que otro beso. Me gustaba el calor que desprendía cuando me hacía eso, porque a veces respiraba profundamente sobre mi cuello y la escalofriante sensación del aire que rozaba mi dermis para ir a parar a sus pulmones me excitaba de un modo desproporcionado. Sentía que quería respirarme, y yo hacía lo mismo con él. Hundía mi nariz en su pelo revuelto, aspiraba el incomparable aroma que siempre le acompañaba, y entonces temblaba al imaginarme inconscientemente que por alguna extraña razón, me veía en la tesitura de tener que identificarle por su olor. Temblaba porque sabía que nunca podría equivocarme si tuviese que hacerlo. No importaba entre cuántos hombres tuviese que buscarle, sabría exactamente cuándo mis manos se hundirían en su cabello y no en otro, de la misma manera que sabría al acercarme cuál era el matiz exacto del aroma de su cuerpo.

Bajé mi mano hasta su costado y me acomodé mejor, haciendo uso de un explícito lenguaje corporal para pedirle que remontase una de mis piernas y ocupase con sus caderas el espacio que había entre ellas. No hacía falta pronunciar ninguna palabra para que entendiese lo que quería, él llevó a cabo la maniobra que mi cuerpo le había demandado sin ninguna necesidad de interrumpir el beso que ahora ensamblaba nuestros labios salvaguardando la húmeda danza que mantenían nuestras lenguas.

Gemí con ahogado disgusto cuando su mano abandonó mi sexo para ir hasta mi hombro y retirar el tirante de mi camisón y mi sujetador hacia abajo con un movimiento que sincronizó perfectamente con la otra. Las rígidas copas de mi sostén se negaban a abandonar tan fácilmente su lugar, pero él enseguida las desplazó hacia abajo mientras se inclinaba sobre mí para apoyar su frente sobre mi busto. Sentí mis pechos brotando como si se hubiese derrumbado todo lo que los mantenía sujetos, a pesar de que la prenda mantenía su presión sobre mi contorno, aunque incapaz de sujetar los senos que ya habían caído en la dulce tortura de sus manos.
Cerré los ojos y relajé la cabeza sobre la almohada mientras su lengua disparaba mis pezones antes de que sus dientes los atrapasen a cortísimos intervalos de tiempo, luego succionaba la punta y seguía deleitándose en ellos como si nunca más fuese a tenerlos. Cómo lo conseguía seguía siendo un misterio en parte para mí, pero a aquellas alturas, yo casi siempre codiciaba avariciosamente cualquier roce de su erección. Y para ello, lo solía tener fácil. Moví mis caderas de arriba abajo, serpenteando con mi columna para acariciar con mi ropa interior la suya entre el mínimo hueco que su cuerpo dejaba bajo el mío y acrecentando la quemazón que me hacía apoyarme en mis omóplatos para intentar desesperadamente escurrirme todavía un poco más hacia él.
Levantó la vista y me miró a los ojos antes de dirigir sus pupilas hacia mi brazo. Sonreí con malicia, no podía decirme nada, no lo estaba utilizando.
-¿Por qué no te quitas la ropa? – Le susurré antes de que volviese a sus quehaceres.
Se desprendió enseguida de la camiseta y me dedicó un par de caricias antes de hacer lo mismo con las prendas inferiores. No estaba en el guión que yo había propuesto, pero también tomó mis muslos para juntar mis piernas delante de él y estirarlas hasta apoyarlas sobre uno de sus hombros. Sabía lo que iba a hacer, ya me había quitado las bragas con aquella abusiva nota dictatorial en otras ocasiones. Y la fracción de segundo que mi mente tardó en brindarme las imágenes anteriores, fue suficiente para que un trémulo cosquilleo recorriese mi cuerpo de norte a sur, acentuando el deseo que latía entre mis piernas cuando él comenzó a elevar la prenda hasta que llegó a la altura de su cabeza. La dejó caer a su espalda sin apartar sus ojos de mis nalgas y recorrió mis muslos con sus manos hasta acariciarlas antes de abrir mis piernas de nuevo y colocarlas a ambos lados de su cuerpo. Luego sujetó mi cintura con firmeza y me atrajo hacia su pelvis de manera que mis glúteos quedasen cómodamente apoyados sobre regazo.
Apoyé la parte alta de mi espalda en el colchón y me dejé llevar hasta sentir el suave y cálido primer contacto de mi sexo con el suyo. Esta tan firme como siempre, y yo anhelaba tenerlo dentro, pero él sólo me lo restregaba mientras sujetaba mis caderas con una mano y comenzaba a masajear mi clítoris con la otra. Me mordí el labio inferior y cerré los ojos para recrearme en lo mucho que me complacía aquello mientras intentaba frotar aquel duro garrote que los labios de mi sexo tenían el placer de besar.
-La tienes durísima, Her – murmuré entre gemidos. Él simplemente sonrió como si yo acabase de darme cuenta de algo obvio.
-Culpa tuya, querida – se burló sujetándome a su antojo hasta dejar que la punta de su miembro se posase osadamente sobre mi entrada.
Empujó tenuemente, entreteniéndose aparentemente complacido cuando comenzó a entrar lentamente. Ambos suspirábamos intensamente mientras nuestros cuerpos se iban fundiendo con paciencia. Yo desde mi colchón, y él en la lejanía, formando un delicioso ángulo recto con mi cuerpo que me dejaba más espacio del que tenía habitualmente. Pero sin renunciar al estimulante contacto visual para no desperdiciar el exuberante incentivo de vernos inmersos en nuestro mutuo recreo.
Dejó que sus manos cayesen hasta mi trasero y elevó desde allí mis caderas hasta que mi posición fue de su agrado para comenzar a moverse. Entraba y salía con pasmosa facilidad, mientras recorría mi cuerpo con sus ojos sin dejar de empujar una y otra vez entre mis piernas, y yo me movía con él. Procuraba imprimir a mi pelvis el mismo ritmo de sus embestidas, buscando que mi cuerpo tragase por completo al suyo en la medida de lo posible, para luego no dejar que se escapase más de lo que era necesario. Retándonos con la mirada a intentar propiciarnos más placer mientras rompíamos el silencio gimiendo al compás de nuestros cuerpos.
Me abandoné sobre la cama. Relajé mis piernas y dejé que él me sostuviese por completo mientras me arremetía cada vez más rápido, como si mi dejadez le excitase. Me abstraje completamente de todo lo que no fuera él, dedicándome únicamente a disfrutar de sus idas y venidas en el interior de mi cuerpo, en lo infinitamente bien que hacía que quisiera más. Deslicé mi mano hasta mi clítoris ante su atenta mirada y comencé a agraciarlo con suaves movimientos para obtener incluso más de lo que a cualquiera le bastaría. Pero Her, apartó mi mano sacando una de las suyas de mis nalgas para hacer lo que yo estaba haciendo. Casi nunca me deja que yo lo haga. Puede interpretarse como si fuese el colmo de la atención, pero yo prefiero pensar que es el colmo del egoísmo. Me gusta imaginarme que no quiere que nadie más me toque mientras él está dentro de mí, como si se retorciese en una infantil e infundada rabieta provocada por un gesto que hago sin que él me lo permita. Me excita la autoridad con la que retira mi mano. No quiere compartirme, ni siquiera conmigo misma. Me encanta que no me deje tocarme, y me encanta que me penetre de esa forma tan frenética y dulce mientras él se ocupa de hacerlo.
Pero aquello no duró demasiado, él se dejó caer sobre mí y coló sus brazos bajo mi espalda para elevarme con él hasta dejarme sentada sobre su cuerpo, e inmediatamente me demandó que me moviese, guiando mis movimientos con sus manos mientras él se entretenía besándome por todas partes.
Gemí descontroladamente cuando el gesto de su cara me indicó que estaba a punto. Me resulta absorbente la forma en la que parece desligarse de todo aunque no haga más que buscar mi piel con sus labios, es una mezcla de ternura y pasión que me seduce y casi siempre logra precipitar mi orgasmo antes que el suyo. Comencé a moverme rápidamente mientras él me besaba con esfuerzo al tiempo que me instaba a ensartarme una y otra vez su miembro, sin dejarme otra opción que la de galopar desbocada hacia un clímax que no tardó en llegar y que nos sacudió violentamente en medio del abrazo que nos mantenía unidos.
Me relajé al cabo de un instante, sujetándome agotada y satisfecha a su cuerpo mientras él me acariciaba los pechos antes de volver a colocar mi ropa sobre ellos.
-Te quiero mucho – ronroneó sobre mi esternón.
-Y yo a ti – contesté ipso facto mientras intentaba abarcar su espalda.
Después de aquella noche, que yo supiese, él optó por no decirle nada a su madre, puesto que ella siguió con sus estúpidos comentarios hasta el mismísimo día que se fueron. No me molestó en absoluto su decisión, le había dejado escoger y él había escogido ahorrarse una molestia. Seguramente yo hubiera hecho lo mismo.
El primer mes del año 1943 parecía discurrir tranquilamente después de que todo volviese a la normalidad en casa. Sin embargo, la última semana de enero fue algo agitada. Berg telefoneó a Herman una tarde de domingo cuando regresamos de dar un paseo en el que nos habíamos demorado más de lo normal.
Yo ya me había acostumbrado a precisar la atención de Herman a todas horas cuando aquella llamada de Berg hizo que aquélla recayese de nuevo en la insalubre guerra. Herman se sobresaltó durante los dos primeros minutos al teléfono, parecía no creerse lo que le estaban contando cuando yo entré en el salón con el libro que estaba leyendo y me encendí un cigarrillo para retomar la lectura cómodamente sentada en el gran sofá central. Siguió al teléfono un buen rato, hablando con Berg de alguna locura o algo similar. Algo que les había desencajado a ambos y que además, había sucedido en el frente ruso que a aquellas alturas se reducía a intentar no perder Stalingrado para que el Führer pudiese presumir de haber sacado algo de aquella idiotez de ofensiva. Aquello me tranquilizó. Si hablaban de Rusia, por lo menos no era nada que tuviese que ver con los prisioneros que habían enviado a Inglaterra con éxito una segunda vez.
Pero su conversación pareció volverse incómoda para Her, que – aunque yo fingía estar entretenida con mi libro y mis cigarrillos – empezó a abusar de frases cortas, monosílabos y muletillas antes de despedirse de Berg, quien seguramente intuyó por aquella escueta forma de expresarse que yo andaba cerca.
-El General Paulus ha solicitado al Führer permiso para capitular ante el ejército soviético. Dice que la situación en Stalingrado es insostenible – dejó caer de un modo taciturno mientras se servía una copa.
Yo le miré incrédula, recapacitando sobre lo que aquello significaba: ¿estábamos ante la primera rendición oficial de las tropas alemanas en un frente? ¿Cuánta guerra podía quedar después de algo así, en caso de que sucediese? Un escalofrío atravesó mi espalda e inmediatamente hice un gesto para encender la radio que había al lado del sofá.
-Déjalo – me pidió Herman sentándose a mi lado -. La noticia no ha salido del Gobierno Central. Han decidido callárselo para no minar los ánimos y porque el Führer le ha ordenado aguantar como pueda. No le importan las bajas. Simplemente, no quiere más capitulaciones en la Historia de Alemania.
No sabía qué decir ni qué hacer. Estaba de los nervios intentando controlar el torrente de ideas que se me venía a la cabeza mientras que Herman observar tranquilamente algún punto del espacio.
-Berg dice que Paulus no aguantará – continuó diciendo tras el primer trago -. Y cuando Stalingrado caiga, será para el resto del mundo, la primera patada oficial a la Nueva Alemania.
-Pero los rusos no rebasarán la frontera de momento. Todavía tienen que restablecer el orden en el territorio liberado, les llevará algún tiempo… – reflexioné.
Herman asintió vagamente. Pero me miró con seriedad y después de pensar durante un par de minutos, rompió su silencio.
-No importa. La caída de Paulus generará más desconcierto y división de opiniones en el mando. Las decisiones que resultan acertadas nunca se cuestionan, ¿pero y si no lo son? El Führer ya no será ese incuestionable conquistador tras su primera derrota oficial. Empezarán a cuestionarle, y Berg quiere aprovechar eso.
-¿Que Berg quiere hacer qué? – Inquirí con sorpresa.
-Berg sabe de sobra a qué sombra arrimarse. No le falta razón en eso de que el desencanto entre los oficiales será proporcional a las condiciones de la derrota oficial en Rusia. Nosotros no somos los únicos en desacuerdo con la política del Reich, pero a partir de ahora, seremos más – confesó con cierta preocupación.
-¿Y qué pretende con eso? – Me pregunté en voz alta -. No puede hacer que todos los campos de prisioneros desvíen gente hacia suelo aliado. Acabaría echándolo todo a perder.
-No sé lo que pretende. Pero las cosas empiezan a ponerse verdaderamente feas, Erika. Deberíamos empezar a preocuparnos seriamente por cómo abordar las posibles situaciones que puedan presentársenos a partir de ahora, querida – comentó con solemnidad mientras acariciaba mi mano.
Las “posibles situaciones que pudiesen presentarse” eran aquellas en las que tuviésemos que salir corriendo sin dejar rastro. Lo intuí en el mismo momento en que me lo comentó y lo confirmé a lo largo de los cuatro días siguientes, cuando él no hacía más que organizar nuestra posible huida. Sin embargo, en ningún medio de comunicación se habló de Stlingrado ni de Paulus hasta que la ciudad cayó con honores una semana después. Y si Berg esperaba que la cosa sembrase la duda entre los oficiales, entonces seguramente saltó de alegría cuando se hizo de dominio público que en la caída de Stalingrado había sido hecho prisionero el General que había pedido una rendición pacífica hacía seis días, y que solamente quedaban algunos batallones de laWehrmacht sitiados en puntos estratégicos que de nada les servían ya. Paulus fue el primer oficial alemán capturado por un ejército enemigo. Algo que, tras soportar tres años de desafiante guerra sin registrar una derrota, caló en el orgullo alemán como nada lo había hecho desde que el mundo conocía el Tercer Reich. Y por si fuera poco, un par de días después, los batallones que quedaban firmaron la rendición. Nadie lo decía, pero todos temían que aquello fuese el primer capítulo del final de la guerra. Y a nadie le agradaba que las cosas se hubieran torcido.
Pero aquello no sólo le supuso al Gobierno una acusada discrepancia dentro de la propia Alemania. Los Aliados también supieron aprovechar el golpe moral para incrementar sus bombardeos en cantidad y en potencia, llegando incluso a obligar al Führer a trasladarse durante unos días a su búnker en las montañas después de que un enorme ataque aéreo cayese sobre Berlín en marzo.
Herman no volvió a hablarme de Berg ni de nada que tuviese que ver con Sachsenhausen. Intenté sonsacarle algo, pero se mantuvo completamente hermético y sólo volvió a hablar de la guerra cuando, un par de días después del bombardeo de Berlín, se tomó una tarde libre y me llevó a pasear por una parte del bosque perteneciente a la zona de caza a la que yo no había ido nunca. Sabía que algo ocurría por su comportamiento, pero no me encajó el hecho de que él accediese a hablar sobre la guerra cuando le pregunté cómo estaban las cosas en Berlín. Entonces me dijo que Berg sabía de al menos diez oficiales que recelaban del Führer, pero sólo un par de ellos parecían ser de confianza. Se trataba de dos hombres que habían servido en las SS desde el principio, y con los que Herman había coincidido en la anexión de Polonia. También dijo que le costaba creer que uno de ellos pudiese llegar a dudar del mando, pero luego declaró que en Varsovia todos habían actuado como animales de guerra a los que habían liberado tras retener durante un largo tiempo, y yo tuve que esconder el gesto de mi cara mirando hacia otro lugar. Ya había escuchado demasiadas referencias a lo que quiera que hubiese pasado en Varsovia.
Creí que Herman había interpretado mi reacción de todos modos cuando su voz guardó silencio. Pero justo en ese momento, el repentino saludo de Frank proveniente de algún lugar del bosque me sobresaltó obligándome a buscarle inmediatamente con la mirada. Creí estar soñando cuando le vi salir de un agujero en el suelo, pero Herman se bajó de su caballo y se dirigió a él para preguntarle qué tal iba todo “allí abajo”.
-Bien, señor Scholz. Estaba todo tal y como su abuelo lo dejó. Apenas hemos tenido que hacer nada.
-Mejor, Frank – contestó Herman apoyando sus manos sobre las caderas mientras Frank emergía a la superficie. Luego se inclinó para echar un vistazo hacia el agujero y miró hacia mí -. ¿Por qué no bajas del caballo y te acercas, querida? Quiero enseñarte algo – me pidió cuando Frank se dirigió a donde yo estaba para ocuparse de los animales.
Hice lo que me pedía y me acerqué con cierta cautela adelantándome mentalmente a lo que quería enseñarme. Debí haberme imaginado que los Scholz tendrían, al menos, un búnker. Todas las familias mínimamente pudientes tenían su refugio, y nosotros éramos fuertemente pudientes e importantes.
-Mi abuelo lo mandó construir durante la Gran Guerra – me explicó -, pero nunca se usó de verdad. Mi abuela se encerró aquí con el servicio en una ocasión, cuando un avión fue derribado cerca de la parte delantera de la casa.
-¿De verdad crees que a nosotros podría resultarnos útil? Los últimos ataques de los ingleses y americanos han sido realizados con al menos trescientos aviones, Herman. Durante la Gran Guerra no había esa cantidad de aparatos por ataque. Y eso sin mencionar lo que han mejorado los sistemas y los explosivos desde entonces… – dije con preocupación.
-Lo sé. Pero no es exactamente un búnker antiaéreo. Mi abuelo lo hizo para que, aun siendo localizado, fuese impenetrable – le miré sorprendida cuando me dijo aquello, aunque apenas tuve tiempo para preguntarme el por qué de aquella desproporcionada construcción. Herman me invitó a descender con un gesto -. Podría resistir cualquier ataque directo, echemos un ojo.
Bajé por la escalerilla que había anexionada a la pared de hormigón y llegué a un húmedo suelo tras descender unas cuatro o cinco veces mi propia altura. Me hice a un lado para dejar que Herman recorriese delante de mí el angosto pasillo y le seguí hasta llegar a una enorme puerta metálica del grosor de mi antebrazo que estaba abierta y dejaba ver el interior de una habitación de cemento en la que trabajaban un par de prisioneros bajo una potente iluminación de techo. El mobiliario era el de un salón, había incluso alfombras en el suelo, y los empleados estaban desempolvando el tapizado del sofá.
-Mi abuela insistió en amueblarlo como si fuese una pequeña casa porque temía que tuviesen que pasar mucho tiempo aquí. La guerra la impresionaba mucho – comentó caminando hacia un estrecho pasillo indicándome que le siguiera -, así que me alegro de que no haya vivido para ver esta guerra – añadió con una nota de melancolía.
Recorrimos el corredor pasando entre las distintas puertas que se hallaban abiertas para facilitar la labor de los empleados. Había una angosta cocina, un baño de reducidas dimensiones y tres habitaciones. Sólo una contaba con una cama de matrimonio, un par de cómodas y armario. Las otras dos tenían literas individuales distribuidas a lo largo de las paredes. El espacio estaba realmente bien distribuido, y contra todo pronóstico, ni siquiera había humedad y había una buena ventilación. El refugio debía haber supuesto todo un reto de ingeniería en la época de su construcción. Pero claro, los Scholz podían pagarlo.
-De personas ajenas a la familia, solamente Berg sabe que “esto” existe en algún lugar de la finca. Pero ni siquiera él sabe dónde está situado – me reveló al final del pasillo -. Erika, las calles de Berlín comienzan a parecer las de Varsovia. Me encantaría que si te pidiese que no fueses por allí, lo hicieses. Aunque ni siquiera me molestaré en pedírtelo. Pero por lo menos, júrame que si consideras que hay algún peligro, cogerás a las mujeres de la casa y vendrás aquí.
-Me encantaría jurártelo, pero tendré que ensayar mucho el camino para no perderme en el bosque con las chicas… – dudé seriamente. Ni siquiera podía imaginarme en qué dirección habíamos estado caminando.
-No te preocupes. Ven – me pidió extendiéndome una mano.
Le di mi mano sin pensar y él deslizó la pared del fondo del corredor hacia un lado para salir a una galería subterránea de hormigón que discurría formando un ángulo de noventa grados con la puerta que, cerrada de nuevo, quedaba perfectamente camuflada entre dos pilares. Con la tenue luz que había allí, era totalmente imposible imaginarse que aquella pared se pudiese deslizar para dar acceso a un espacio habitable.
-Por ahí se llega a la orilla del río – me explicó señalando la dirección contraria a la que nosotros tomamos -, y por aquí al sótano de casa. Si alguien encontrase el corredor y lo siguiese, pensaría que es un camino de salida.
-¿Por qué tu abuelo… se molestó tanto? – Pregunté con gran curiosidad.
-Mi abuelo fue un héroe durante la Gran Guerra, partidario de luchar hasta el final y quitarse la vida antes que capitular. Siempre estaba hablando de invasiones por parte de los franceses, que según él, envidiaban y temían el potencial alemán como los pueblos débiles han recelado siempre de los fuertes. Así que cuando Alemania se rindió y Francia e Inglaterra nos desarmaron y nos obligaron a comprometernos a no armarnos de nuevo… imagínate cómo se sintió. Vivía completamente obcecado con las supuestas ansias de conquista de nuestros vecinos, por eso decidió conservar este “refugio”.
-¿Llegó a conocer al Führer? – Herman se rió ante mi pregunta.
-Sí. Cuando protagonizó aquel ridículo levantamiento en una cervecería en el 23. Le encantaba charlar con él, por supuesto. Lo preguntas porque estás pensando que tenían mucho en común, ¿verdad?
-Obcecado con las pretensiones de sus vecinos, acomplejado porque pertenece a un pueblo tan fuerte que todo el mundo quiere destruirle y partidario de morir matando… – recapitulé – Her… tu abuelo bien podría haber sido el Führer.
-Cierto. La edad le ganó la partida a la hora de dar la cara en política, pero no hace falta mencionar que fue uno de los primeros afiliados al partido nazi – confesó con resignación.
Caminamos en silencio hasta salir a una enclenque portezuela sita en la pared del sótano de la casa. No estaba propiamente camuflada con ningún ingenioso diseño, simplemente era tan pequeña que para atravesarla era imprescindible arrodillarse, y estaba situada en un lugar donde la luz casi no llegaba.
Salimos al sótano y observé cómo Herman volvía a cerrar la puerta mientras cavilaba con admiración sobre el secreto que me acababa de revelar. Todavía no podía creer que de verdad tuviese aquella opción de desaparecer de la faz de la Tierra sólo bajando al sótano.
-¿No regresamos? – pregunté cuando vi que Her tenía la intención de subir a casa.
-No. Frank tenía orden de devolver los caballos a las cuadras – me informó despreocupado.
-Oye… – musité con reparo – ¿esto es estrictamente necesario? ¿Crees de verdad que nos podría hacer falta?
Herman suspiró mientras se acariciaba la nuca con un ademán pensativo y retrocedió posiciones para acercarse a mí.
-Me gustaría decirte que no. Que los Aliados no van a sobrepasar la distancia que nos separa de Berlín y que, por lo tanto, ninguna de sus bombas llegará aquí. Pero sus escuadrones aéreos son cada vez más numerosos y nosotros cometemos auténticas barbaridades fuera de nuestro territorio. No veo por qué no iban a hacerlo ellos.
Contuve la respiración mientras él me besaba la coronilla tras rodearme con sus brazos y le seguí hasta el piso superior de la casa pensando en aquello que acababa de decirme.
Nunca he creído en ninguna fuerza superior más que en la vanidad y el egoísmo del hombre, por eso no puedo decir que rezase para que no tuviésemos que utilizar el refugio, pero sí deseé con todas mis fuerzas que aquello no ocurriese. Lo deseé cada uno de los días en los que se sucedió frenéticamente el resto del año. Cada vez que se anunciaba un nuevo ataque, o que Herman se recogía herméticamente sin querer hablarme de nada de lo que le preocupaba, dejándome la única opción de verle consumirse a solas con sus deberes de guerra mientras era incapaz de imaginarme qué demonios le atormentaba tanto en cada momento, o qué le hacía rescatar de vez en cuando algún atisbo de buen humor.
Con el paso del tiempo también comencé a sentirme inútil. Berg mantenía contacto con el cura que les ayudaba en todo lo que necesitaban, y nunca volvieron a contar conmigo después de aquella entrevista que les concerté a pesar de que yo sabía que seguían desviando a gente desde Sachsenhausen. Pero Herman dejó de hablarme de aquello poco a poco, hasta que un día a principios de verano me informó de que Krüger insistía en organizar una cena en casa para celebrar que, poco a poco, habían logrado hacer desaparecer a un millar de prisioneros de un país en guerra. Mi corazón se encogió al escucharlo. ¡Mil personas! Comencé a hacer cuentas, pero no lograba establecer una media coherente, ¿cómo lo habían hecho? ¿Habían aumentado el ritmo de salida o el número de prisioneros por viaje? ¿Y si alguien se percataba? Sería cada vez menos difícil que lo hicieran si seguían aumentando la escala de la operación. Pero intenté no mostrar mis inquietudes.
La cena nunca llegó a celebrarse por aquel motivo. Lo único que Herman me dijo fue que mil personas era insignificante comparado con el número de bajas de un solo mes. Sin embargo, la cena sí se celebró cuando se supo que Mussolini había sido derrocado a mediados de julio. Aquello suponía que perdíamos nuestro principal aliado, todo un motivo para una furtiva celebración en casa. Pero la alegría por aquello duró poco, Italia se sumió en una guerra civil que enfrentaba a quienes querían seguir apoyando el Reich y a quienes querían un cambio de política y de bando. Al final, las tropas alemanas fueron enviadas a Italia para acabar reponiendo a un castrado líder del fascismo en el gobierno antes de que terminase el año. Las cosas incluso empeoraron, ya que la operación de devolverle el mando, ponía a Mussolini a prestar un ilimitado apoyo y respeto al Reich, que obraba a sus anchas distribuyendo soldados alemanes por Italia como si se tratase de un nuevo país anexionado al territorio.
Yo por mi parte, seguía haciendo mi trabajo. Elaboraba informes cada vez más rutinarios que hablaban de un Comandante que se levantaba a primera hora de la mañana para ir a su trabajo, volvía para comer, regresaba a su trabajo y luego volvía de nuevo al caer la noche para cenar y encerrarse en su despacho un par de horas antes de irse a cama. Cada vez que entregaba uno de ésos informes, era inútil intentar no tener la sensación de que su vida se me escapaba por completo. ¿Qué sabía de Herman Scholz tras dos años de matrimonio? Todo lo que sabía ya lo había dicho, y también sabía que él se guardaba cuidadosamente para no dejarme saber más, ni para dejar una mínima pista a mi alcance. Pero no podía mencionarlo allí.
Pasaron meses enteros de creciente confusión, durante los cuales las continuas e inquietantes entradas y salidas de Herman se incrementaban o reducían según necesidades que me eran ajenas. Pero dejando aquello de lado, la situación a finales de año era completamente distinta. Resultaba increíble recordar en noviembre cómo habían sido las cosas en enero. Berlín acusaba la llegada de una cruenta guerra. Ya no había avisos, los Aliados habían abandonado los tímidos avisos de antaño para someter el territorio alemán a continuos bombardeos que causaban serios daños. La puerta de Brandenburgo había sido tocada en uno de sus pilares exteriores, un raid aéreo con más de mil aviones había arrasado calles enteras, parte del edificio de las oficinas de la Gestapo, y hasta una porción del de las SS se había visto tocado y Berlín se quedaba incomunicado al menos un par de veces al mes. Ir allí era cada vez más peligroso.
En diciembre las palabras de Herman se cumplieron. Yo no hubiese ido voluntariamente a refugiarme al búnker, pero Herman llegó un día mucho más tarde de lo normal y entró en casa casi sin aliento indicándome que corriese al refugio mientras subía las escaleras a toda prisa. Su actitud logró asustarme, pero los aviones se escuchaban a lo lejos, no había nada que indicase que aquella vez fuese a ser distinto.
-¡¿No me has oído?! ¡¡Vete al refugio de una puta vez!! – Me gritó desde el piso de arriba mientras yo le miraba incapaz de reaccionar.
-¿Y tú? – Logré preguntar finalmente.
-¡Yo tengo que llamar a Berg y luego ir a por Frank y su mujer! – Vociferó desde su despacho.
Subí las escaleras tras sus pasos y entré en el despacho para encontrarle prendido al teléfono. Apretó la mandíbula al verme, como si fuese a tirarme el aparato a la cabeza, pero Berg debió contestar en ese preciso instante porque pidió un segundo y tras dejar el auricular sobre la mesa se dirigió a mí.
-Por favor. Tienes que irte ahora – me pidió con preocupación -. ¡Los Aliados han descubierto que parte de las reservas de armamento se han desviado a los pueblos de las afueras, Erika! ¡Los bombardeos probablemente lleguen a Strausberg!
-¿Strausberg? – Repetí con incredulidad. Eso estaba a una media hora a caballo siguiendo el camino principal que pasaba por delante de la casa.
-Strausberg, Erika. ¡Strausberg! ¡¡Vete!! – Insistió –. Escucha, hablaré con Berg, no será más de un minuto. Luego saldré a por Frank y a por su mujer e iremos al refugio. No pongas el cierre a la puerta que da al paso subterráneo, yo lo haré cuando vayamos. La otra ya está cerrada – me explicó paso por paso mientras me dirigía hacia las escaleras al comprobar que yo no me había movido cuando me lo había pedido -. Estaré bien. Todos estaremos bien si actuamos con rapidez – añadió antes de besarme -. Y ahora corre. Te veré en unos diez minutos.
Bajé las escaleras con rapidez, me dirigí al sótano para ir directa al apartado rincón en el que se ubicaba el portillo y me abalancé sobré él sin apenas pensar. Lo atravesé con rapidez y corrí a través de aquel pasadizo oscuro, tropezando al menos un par de veces hasta que mis ojos se acostumbraron a aquella húmeda penumbra. Me quité los zapatos y traté de caminar aprisa en lugar de correr, era más seguro llegar de una pieza de aquella forma. Las yemas de los dedos se me habían dormido de tanto deslizarlas sobre las paredes para procurarme una segunda percepción del lugar en el que estaba a medida que iba andando, pero la angustia comenzó a embargarme cuando barajé la opción de haberme pasado la puerta deslizable en medio de aquella oscuridad. Sentía ganas de llorar, mis pies se hundían en el fango del suelo, debía estar ya cerca del río y aquella maldita puerta no había aparecido tras caminar lo que a mí me habían parecido horas. Tenía que volver atrás.
Me senté en aquel lodazal que había a mis pies e intenté respirar profundamente para calmarme. Estaba inspirando por quinta o sexta vez cuando el ruido de los aviones comenzó a acercarse paulatinamente. No se parecía a lo de Düsseldorf, nunca había vuelto a escuchar un avión tan cerca como aquella noche, pero sabía que aquellos también estaban muy cerca, y que la sensación de seguridad era sólo una ilusión acústica provocada por la tierra que me separaba de la superficie. Apreté mis manos sobre mis oídos para pensar con claridad, intentando desligarme de aquel zumbido que me producía taquicardias. Herman ya debía estar en los pasadizos con Frank y su mujer Agneta. Llegarían al búnker en cualquier momento y yo no estaría, quizás me creyese tan idiota como para estar fuera y saliese a buscarme. Un hombre vestido con uniforme de oficial en medio de un campo sobrevolado por aviones enemigos… demasiado fácil para los americanos.
El pasadizo se iluminó con una tenue luz al mismo tiempo que se escuchaba el primero de los estruendos que las bombas producían. Me levanté rápidamente y eché a correr asustada en dirección contraria. Tenía que impedir que ellos llegasen al refugio antes que yo. Tenía que encontrar esa puñetera puerta y quedarme donde Herman me había mandado. Pero el pasillo era interminable, las curvas y los ángulos de noventa grados se sucedían cada cortos tramos sin dejarme ver el final, y yo había recorrido todo aquello sumida en la penumbra. Estaba desorientada. No sabía ni dónde estaba, ni cuánto faltaba para llegar a dónde quería. El ruido de las explosiones era cada vez más continuado y decidí parar para apoyarme un solo minuto sobre la fría pared de hormigón en la que se condensaba la humedad para mirar a mi alrededor vencida por el cansancio.
-¡Herman! – Grité sin demasiadas esperanzas – ¡¡Herman!! – Repetí con más fuerza.
Mis piernas se relajaron dejándome resbalar sobre la pared hasta sentarme sobre la tierra cuando la voz de Herman me contestó. No podía creer que hubiese funcionado, pero él apareció al cabo de un instante vociferando mi nombre.
-Erika, querida, ¿qué haces aquí? ¿Te ocurre algo? – Inquirió preocupado acuclillándose ante mí mientras yo escondía mi cabeza tras mis manos, derrotada y aturdida por no poder distinguir dónde demonios me hallaba – Erika… – susurró cogiéndome las manos.
-Me he perdido… – musité apartando mis manos con rabia. No sé por qué, pero en aquel momento me sentí idiota. Él me había idiotizado por completo y la culpa era sólo mía.
-Bueno, no pasa nada… ya estamos aquí, te llevaremos al refugio y nos pondremos a salvo los cuatro… – dijo pacientemente tomando mis manos de nuevo y pasándolas sobre sus hombros para recogerme en brazos.
Frank y Agneta llegaron al punto en el que estábamos en el instante en el que mi marido cargaba conmigo para levantarme del suelo sin ningún esfuerzo a pesar de todo el peso que había perdido desde hacía algún tiempo. Les miré con cansancio por encima del hombro de Herman, también venía con ellos su pastor alemán. El perro que le habían regalado al Coronel y que la viuda no había querido en casa. Her me había contado aquella historia. El matrimonio me sonrió con respetuosa condescendencia, casi con lástima. Sabía lo que pensaba Agneta. Que yo era la típica señora acostumbrada a no hacer nada que se saliese de la vida de una señora y que ni siquiera era capaz de encontrar una jodida puerta. Pero se equivocaba… yo, sin ir más lejos, había asfixiado con mi propio cuerpo al difunto Coronel Scholz. Y si lo confesaba allí mismo, se reirían de mí y procurarían llevarme a cama lo antes posible. Como si fuese una niña con fiebre. Más dependiente que el propio perro que nos seguía intranquilo por el ruido del exterior.
-He recogido tus zapatos – murmuró Herman cerca de mi oído mientras caminábamos hacia delante -. Me tropecé con ellos a los pocos metros de entrar aquí, ¿por qué no encendiste la luz?
Tardé en responder. Lo que me faltaba para sentirme todavía más ridícula era aquella última pregunta de Herman.
-No contaba con el suelo embarrado, y tampoco me dijiste nunca dónde se encendía la luz de aquí. Cuando me trajiste estaba encendida… – le expliqué en voz baja para que nadie más nos escuchase.
-Es verdad. Lo siento. Debí traerte más de vez en cuando, la única vez que vinimos por aquí fuimos hablando todo el tiempo y aun así creí que no te supondría ningún problema recordar el camino casi un año después… Ha sido culpa mía, querida – se disculpó.
En realidad no lo había sido. Yo sabía que la culpa era mía y no dejaba de reprocharme el que me hubiese acomodado hasta un punto en el que me estaba llevando en brazos al lugar al que me había pedido que fuese. En otro tiempo, el número de la damisela en apuros hubiese sido sólo un oportuno truco que utilizaría a mi antojo, ahora era una verdadera damisela en apuros incapaz de sobreponerse a los problemas por sí misma. Suspiré con resignación y dejé caer mi cabeza sobre su hombro para no montar ninguna escena.
Llegamos al búnker tras caminar durante unos minutos más. Herman me dejó de pie con cuidado y abrió la puerta coincidiendo con lo que parecía ser un descanso en medio de los bombardeos.
-Parece que ya han cesado – comentó Agneta mientras entrábamos en el espacio amueblado.
-Puede que haya cesado la primera ronda. Pero por el número de aviones que se habían avistado, habrá por lo menos dos más durante la noche. Van a por los arsenales y no se andan con tonterías – informó Herman sin parecer muy preocupado por ello -. Prefiero que pasemos la noche aquí. La Luftwaffe intentará impedir más ataques y las baterías antiaéreas también harán su trabajo desde tierra. Eso supondrá algún que otro derribo y proyectiles desviados de su trayectoria. Y si ocurriera en Strausberg, podrían ir a parar peligrosamente cerca.
Nadie rebatió nada de lo que él dijo. Todos guardamos silencio y caminamos hacia la estancia con sofás mientras él revisaba las habitaciones y le ayudaba a Frank a dejar la bolsa que traía a su espalda. Iba a sentarme, pero reparé en toda la suciedad que acumulaba mi ropa y decidí no hacerlo.
-¿Quieren cenar algo? – Preguntó la mujer de Frank.
-¿Hay comida? – Inquirí con asombro.
-El señor ordenó abastecerlo todo hace meses. He tenido personal ocupándose semanalmente de que este lugar tuviese todo lo necesario para su uso siguiendo las indicaciones de su marido – me explicó Frank con una respetuosa entonación.
Frank parecía de los que comparten absolutamente todo con su mujer. ¡Fantástico! ¡La propia Agneta sabía más que yo!
-Bien. En cualquier caso yo no deseo cenar nada. Estoy agotada, creo que intentaré dormir algo mientras sea posible – contesté mostrando mi disposición de retirada.
Ambos me dieron las buenas noches a pesar de la utopía que aquello suponía, pero les agradecí el gesto y caminé hacia la habitación de cama doble. Herman estaba allí sacándose sus botas al borde de la cama. Su ropa estaba llena de barro, seguramente había sido por llevarme en brazos hasta allí.
-Hay ropa limpia aquí, he ordenado…
-Lo sé – dije interrumpiéndole -. Frank acaba de decírmelo.
Me miró frunciendo el ceño ligeramente al notar mi cortante tono de voz, pero no dijo nada. Se levantó y abandonó la estancia. Busqué la ropa de la que hablaba. Era la de los inviernos anteriores. No estaba muy gastada porque él insistía en renovar el armario para cada estación, una soberana tontería a la que yo también me había acostumbrado al disponer de dinero ilimitado. Sin embargo deseché la idea de coger uno de mis camisones y busqué entre su ropa unos calzones y una camisa de invierno. Si alguien me viese de aquella guisa, terminaría en un abrir y cerrar de ojos con la reputación social de los Scholz. Sin embargo, era lo más cómodo y abrigado para dormir bajo tierra durante una noche de bombardeo. Me metí en cama e intenté dormir. No fue difícil. Allí abajo no se escuchaba apenas nada, el suelo debía ser mucho más alto sobre el búnker, porque para bajar desde el bosque habíamos tenido que descender por una escalerilla casi interminable, y si se recorría el camino de vuelta al mismo nivel, terminabas en un sótano que sólo tenía la altura de un piso bajo tierra. No había sido casualidad que el chiflado abuelo de Herman escogiese aquel lugar para situar su búnker defensivo.
El sueño me había vencido mientras me preguntaba de nuevo cómo era posible que Her hubiese salido tan normal proviniendo del seno de aquella familia. Pero los ladridos del pastor alemán me despertaron pocas horas después. Me revolví en cama comprobando que Herman estaba a mi lado y me incorporé ligeramente.
-Están atacando de nuevo. El perro lo escucha muchísimo mejor que nosotros – me informó con pereza.
-No tenía tantas ganas de radiar el combate cuando llegó aquí con el rabo entre las piernas – comenté dejándome caer sobre la almohada de nuevo.
Herman se rió suavemente y se inclinó sobre mí en aquella oscuridad total. Cuando Frank logró que el perro se callase, pude escuchar el casi imperceptible ruido de los aviones.
-Estás preciosa con este atuendo – bromeó abarcando mi cintura -. Cuando me metí en cama creí que estaba soñando – añadió sin poder contener la risa.
-Vete a la mierda, Her – respondí molesta – ¿qué hora crees que será?
-Las tres de la madrugada como mucho.
-¿Vas a ir a trabajar mañana?
-No. Claro que no iré. Ya he informado de mi situación y de las medidas que pretendía tomar. Saldremos de aquí cuando lo considere seguro y entonces iré a la oficina central para retomar mis funciones.
“Sus funciones”. Suspiré mientras lo repetía mentalmente y sujeté el brazo que todavía abrazaba mi cintura.
-¿Y si no las retomas y nos largamos de aquí en cuanto salgamos?
-¿A dónde quieres ir? – Preguntó con infinita paciencia aunque sabía de antemano que rechazaría cualquier destino que no fuese la guerra que había en la superficie.
-A España – contesté cerrando los ojos e imaginándome bajo el sol de aquel país que recientemente nos había retirado el apoyo para declararse neutral -. Dicen que allí hace calor casi todo el año.
-No es verdad. Yo he estado en el norte y allí llueve más que aquí – dijo suavemente mientras se inclinaba hasta dejar sus labios sobre los míos.
-¡Eso sí que es una gilipollez! En París conocí a algunos españoles y todos decían que el sol no calienta en ninguna parte como en España.
-Querida, te digo que en España llueve a mares. Al menos en el norte – repitió con insistencia -. Cuando todo termine te lo mostraré, ¿de acuerdo?
-De acuerdo – acepté acomodándome para dormirme de nuevo.
Herman me abrazó en silencio y aquello fue lo último que recuerdo antes de dormirme por última vez aquella noche.
La primera noche en el refugio terminó cuando lo abandonamos a la mañana siguiente. Las trágicas consecuencias del bombardeo fueron radiadas durante todo el día, las pérdidas en armamento habían sido atroces, y Herman me confesó que en realidad habían sido mucho peores de lo que se decía en los medios. Íbamos de mal en peor, y si las cosas seguían degradándose a aquella velocidad, comenzaba a plantearme en serio la posibilidad de que todo terminase durante el año que estaba a punto de entrar.
No tardamos demasiado en regresar al búnker. Los intensos bombardeos que llegaron a alcanzar la inverosímil duración de dos horas ininterrumpidas sobre nuestra capital, nos obligaron a recibir 1944 bajo tierra, con la única compañía de Frank  y Agneta. Los Walden habían abandonado Berlín tras el verano y ni siquiera se pronunciaron para decir que su afamada fiesta de fin de año se suspendía por motivos evidentes. Se habían recogido a su casa de los Alpes, como habían ido haciendo casi todas las familias pudientes del territorio alemán sin ligaduras militares. Sólo nosotros quedábamos allí, no teníamos otra opción debido al rango de Herman.
Sospechaba que las cosas iban mal, pero supe que iban potencialmente peor de lo que Herman me contaba cuando éste le planteó a Frank la necesidad de enviar los mejores caballos a cuadras suizas durante una noche de bombardeos. Hablaron durante horas de las posibilidades que tenían y finalmente, a mediados de febrero del nuevo año, Frank comenzó a llevarse a los mejores caballos a unos establos con hectáreas de prado que habían sido adquiridas a su nombre cerca de un pequeño pueblo suizo. Evidentemente, Frank no había aportado ni un solo marco para comprar aquello, ni tampoco para comprar cada uno de los campeones que con tanto mimo habían salido de las ganaderías Scholz. Pero Herman le procuró toda la documentación para que no saliese a la luz que los caballos de los Scholz estaban siendo evacuados al extranjero. Las SS no tardarían en ponerle en el punto de mira por aquello.
Frank se ocupó de todo, viajó durante algunas temporadas siguiendo las instrucciones de Herman, y consiguió arreglarlo todo en Suiza para que se las apañasen sin él. De aquella forma sólo tenía que cruzar la frontera una vez cada dos meses.
Me despedí de Bisendorff una tarde-noche de principios de marzo. Recuerdo que le saqué a pasear y le hice galopar casi sin recoger sus riendas. Después lo llevé a su cuadra y lo cepillé durante casi una hora queriendo convencerme a mí misma de que sólo era una separación temporal. En el fondo, con cada caricia de mi mano que recorría su lomo negro como el azabache, sabía que era muy probable que nunca volviese a ver a aquel caballo, y aquello, inexplicablemente, me hacía sentir unas enormes ganas de llorar.
-Señora Scholz, no tiene por qué hacerlo. El señor ya le ha dicho que puede quedárselo aquí – dijo la pausada voz de Frank mientras yo estrechaba la enorme cabeza de Bisendorff contra mi pecho.
-¿Bromea? Bisendorff es el mejor, Frank – contesté apartándome de él para que le pusiese la cabezada –. Si se llevase a los mejores y no se llevase a éste, estaría haciendo la mitad del trabajo.
Observé conmovida a mi caballo mientras Frank le ponía la cabezada y le prendía la cuerda para llevárselo de allí. Mi amigo debía olerse algo, porque se mostró reacio a salir de la cuadra y no me sacaba sus vivarachos ojos de encima, buscando una última caricia al pasar por mi lado cuando se lo llevaron al camión. Tenían que llevarse a los caballos durante la noche y rellenar las cuadras con ejemplares corrientes que conseguían en cualquier sitio para no quedarse sin la excusa de la que Herman se valía para tener tantos empleados en casa.
-Le tomaré fotografías en su nueva cuadra cuando vaya la próxima vez. Verá que allí también estará perfectamente atendido – se ofreció Frank con muy buena voluntad.
Sonreí con agradecimiento mientras el camión abandonaba la casa, pero aquello no me consolaba en absoluto. No era solamente el caballo, era todo. Me creía a salvo en el palacete de los Scholz, escudada tras un apellido de peso que siempre había funcionado. Pero las cosas se estaban torciendo endiabladamente, era como si la guerra de la que tanto había oído hablar ya hubiese llegado de verdad. Herman estaba preparándolo todo para una posible retirada, y no teníamos ni la más remota idea de cuándo iba a suceder aquello, porque lo cierto era que podía suceder en cualquier momento.
Las cosas fueron un insulso devenir de cortantes sucesos a partir de aquel momento. Los prisioneros de Krüger habían estado a un paso de volver a ser deportados a sus respectivos campos de origen cuando la operación peligró. Afortunadamente, entre Berg y él consiguieron prorrogarla para falsificar también dólares americanos. Herman me dijo que sabían que los prisioneros se demoraban a propósito, o estropeaban tiradas enteras de billetes ante el conocimiento de su situación. Habían logrado entender que mientras desempeñasen aquel trabajo, eran lo suficientemente útiles como para permitirles aquellas condiciones y necesitaban seguir siéndolo, así que se mostraban más cautelosos que con la producción de la libra esterlina. Krüger lo sabía, por supuesto, pero les dejaba que se tomasen su tiempo dentro de unos límites admisibles por el mando superior.
También continuó el furtivo éxodo de prisioneros. Yo no sabía exactamente cuándo se producían los goteos, Herman se negaba a ser demasiado explícito  a la hora de dar detalles de aquella operación que yo misma había ayudado a poner en marcha. Pero sí me daba continuamente instrucciones que yo tenía que seguir en supuestos casos de emergencia, y a veces, mencionaba por casualidad que habían conseguido desviar otro grupo hacia Inglaterra.
Sin embargo las cosas cambiaron hacia el verano de 1944. Los Aliados comenzaron a atacar activamente el territorio ocupado en Francia hasta abrir una línea de seguridad para poder desembarcar un poderoso ejército en las costas francesas a principios de junio. La noticia fue acogida con gran revuelo, y no era para menos, después de todo, si se pensaba bien, los Aliados estaban pisando ya el mismo suelo que nosotros.
La operación trajo de cabeza a Herman. Se reunía con Berg en numerosas ocasiones o se reunían en lugares que no quería decirme con Krüger y Berg. Aquel puñetero e incesante desembarco que estaba comenzando a abrirse camino a través de nuestro territorio desde la costa oeste de Francia le apartó casi por completo de mí. Sobre todo cuando tuvieron que detener el traspaso de prisioneros a Breendonk cuando los ataques de los Aliados llegaron allí. Entonces su mundo pareció eclipsarse.
Se dirigió a mí amablemente sólo una vez en aquel verano. Cuando una noche cogió unas maletas después de llegar a casa y me pidió que le acompañase al refugio. Le pregunté al menos mil veces qué demonios ocurría, ya que ni siquiera había aviso de ataques ni bombardeos. Habían disminuido un poco desde que los Aliados se concentraban en avanzar por Francia.
No me contestó. Sólo me pidió una y otra vez que no hiciese preguntas y que me quedase en el refugio hasta que él me lo pidiese. Le miré con miedo. No por mí, sino por lo que le había llevado a pedirme que hiciera aquello y no quería decirme.
-Escúchame. Esta vez te hablo completamente en serio. Más de lo que nunca te he hablado – me avisó ya en el corredor que llevaba al búnker. Ahora me sabía de memoria cada detalle de aquel endiablado pasillo -. Quizás tengamos que largarnos de aquí mañana mismo – sus palabras me produjeron un escalofrío, pero intenté disimular y seguir escuchando -. Sé lo que vas a preguntarme, sé que quieres saber un montón de cosas y sé que me odias porque no puedo decírtelas. Lo único que debes saber es que la guerra no ha terminado, que no debes salir de aquí y que, sólo si es necesario, sabrás por qué te pido esto.
Intentar sonsacar algo más fue totalmente inútil. Repitió lo mismo una y otra vez hasta que llegamos al búnker y lo único que conseguí fue que se quedase a dormir allí. Aunque se fue al poco tiempo de creer que me había dormido.
Aquello me tenía al borde del ataque de nervios. No tenía ni idea de lo que ocurría y las horas allí abajo pasaban extremadamente lentas a pesar de tener de todo cuanto necesitaba. No sabía nada del exterior, sabía que no había ataques cerca porque no se escuchaba nada. Creí que podía ser que Berlín fuese duramente atacada, así que me armé de valor y abrí la puerta del pasillo para recorrerlo hasta el río. Me asomé a la orilla, pero el mortuorio silencio que reinaba aquel día de verano me pareció incluso inusual para el campo. No estaban atacando nada, entonces, ¿qué demonios hacía yo allí?
Aguanté un día bajo tierra, con la única excepción de mi salida hasta el río. Pero ante la imposibilidad de conciliar el sueño sin saber nada de Herman ni de lo que pasaba, me obligó a salir de madrugada. El corazón me latía aceleradamente, sabía que no debía hacer aquello, Herman me había prevenido más que nunca, y esta vez, hasta mi propia intuición me decía que me la estaba jugando de una manera muy bruta. Pero de todas formas lo hice. Salí de allí y caminé hasta el sótano de casa. Me costó abrir la portezuela y por un momento creí que Herman podía haberla atascado, pero luego caí en la cuenta de que si teníamos que huir y él tenía que venir a por mí, entonces hubiera sido una idiotez atascarla. Sólo estaba más dura de lo normal, él confiaba en mí, cosa que me hizo sentir todavía peor cuando me incorporé en el sótano y me dirigí hacia el primer piso.
La puerta que daba a la cocina se abrió sin más esfuerzo del normal, así que caminé hacia las escaleras tras quitarme los zapatos para no hacer ruido. Pretendía ver si Herman estaba en cama, pero la luz del salón llamó mi atención.
-Nadie sospecha de momento, pero si se nos relaciona con esto podemos darnos por muertos… – dijo de repente la voz de Berg desde la estancia. Mi mandíbula inferior se cayó en un gesto de disgustada sorpresa mientras me paraba en el pasillo.
-Tenemos que tener los ojos bien abiertos, eso es todo – apostilló Krüger mientras me acercaba a la puerta. No se percibía movimiento, así que supuse que debían estar sentados -. A la primera señal de que alguien sigue una pista que pueda conducirle a cualquiera de nosotros, tenemos que desaparecer – añadió.
-¿Quiénes se han largado ya? – Quiso saber Herman.
Berg recitó una lista de nombres y puntualizó que al menos un par de ellos habían sido ya detenidos mientras que no le había sido posible saber si el resto estaba fuera del territorio o no. ¿Qué demonios ocurría? ¿Se estaba fugando gente de las SS?
-No pueden relacionarnos, es prácticamente imposible… nosotras no nos implicamos tanto como los demás – dijo Herman con resentimiento -. ¿Pero qué cojones salió mal? ¡Ahora tendremos que detener a un puñado de gente que estaba de nuestra parte! ¡Nos quedaremos solos, joder!
-Cálmate. Nosotros siempre estuvimos solos – repuso Krüger -, sólo mostramos nuestras cartas cuando ellos se pusieron en contacto con Berg… sabían lo que iban a hacer, y aun así decidieron hacerlo, así que no van a revelar nombres… son de tanta confianza como tú o como yo…
-¿Y qué? Si hubiesen apuntado más bajo, probablemente hubiesen tenido más éxito. ¡El mando ya ha ordenado una criba de oficiales! ¡La Gestapo debe estar trabajando a toda máquina ahora mismo! – Insistió Herman.
-Basta – les pidió Berg -. Poned la radio, quizás se haga público algo más.
Aquello me extrañó. ¿Qué pretendía escuchar Berg a aquellas horas? Era cierto que se aportaban noticias de la guerra a cada hora, pero las de madrugada solían ser avances que luego se desplegaban en las horas de máxima audiencia.
Sin embargo, para mi sorpresa, la radio emitía un programa especial dedicado a una noticia que había impactado a toda Alemania menos a mí, que había permanecido bajo tierra voluntariamente. El Führer había sufrido un atentado contra su vida en su propio refugio. Los hechos habían tenido lugar durante una reunión con los oficiales de más alto rango y uno de ellos había introducido en la sala de reuniones un maletín cargado de explosivos, lo que destapaba el verdadero alcance de la traición. Él había salido ileso, pero había heridos y ya se auguraban duras represalias y castigos para los involucrados.
El mundo se me cayó encima de repente al comprender lo que pasaba. Herman tenía razón, iban a ir a por todos. Me faltaba el aire, ellos seguían hablando allí dentro, pero yo no podía oír nada más que mi propio corazón. Lo que habían hecho era firmar su sentencia de muerte. Era mucho más grave que nada de lo que hubiesen hecho antes, era imperdonable de cara al régimen, si les descubrían no tendrían tiempo para poner un pie fuera de Berlín, no iban a salir vivos de allí. Y si ellos no lo hacían, yo tampoco lo haría. Apoyé una mano en la pared y caminé taciturna hasta el umbral de la puerta sin importarme descubrir mi presencia.
-¿Habéis conspirado contra el Führer? – pregunté débilmente con mi garganta absolutamente seca y a punto de desmayarme ante lo que aquello suponía. Los tres me miraron impávidos al ser conscientes de mi hallazgo. Herman se levantó rápidamente y se dirigió hacia mí, pero su imagen se me dibujaba difuminada y borrosa. Comencé a sentirme mal, todo me daba vueltas y las piernas me temblaban ante el sinfín de maquiavélicos desenlaces que mi mente no paraba de barajar -. Estáis locos. Van a matarnos a todos… – balbuceé antes de desfallecer en brazos de Herman.
 
Mas relatos míos en:

http://www.todorelatos.com/perfil/1329651/
 
 

Relato erótico: “Aburridas” (POR XAVIA)

$
0
0

ABURRIDAS                      

 

No debería haberme dejado arrastrar por Bibi. No la culpo a ella, pues yo soy la responsable de mis actos, pero sin su participación nunca hubiera llegado a hacer lo que he hecho. Lo que estoy haciendo en este preciso momento. La cuestión no es si me agrada o desagrada. La cuestión es que no está bien, que es arriesgado, que estoy poniendo en riesgo mi vida personal, familiar, pero sobre todo, que si alguna vez llega a descubrirse, sería avergonzada públicamente y perdería mi estatus.

Pero Bibi tiene razón en un detalle. Nunca me había sentido tan viva como en este momento, notando el sabor amargo de la virilidad de un desconocido, oyendo palabras soeces que nunca le he permitido a ningún hombre.

Bibi es mi mejor amiga. Ambas somos socias del Club Social al que somos asiduas. Club al que vamos a jugar a pádel, al spa, a tomar una copa o, en familia, a comer algún fin de semana. Para ser socia hay que pagar una acción valorada en 9.000€ además de la cuota mensual que creo que ronda los 350€. No estoy segura pues la contabilidad familiar es cosa de Abel, mi marido. A mí solamente me preocupa disponer de dinero suficiente para mis necesidades, pues nunca he trabajado ni tengo pensado hacerlo.

Bibi, como otras socias del club, está en mi misma situación. Carlos, su marido, también es un empresario de éxito que ha dedicado buena parte de su vida a su carrera profesional. Aunque debo reconocerle al mío que se interesa por mí y los niños, tenemos cuatro, más de lo que lo hace el suyo. Tal vez sea debido a que Carlos es quince años mayor que ella, mientras Abel es de mi misma edad y tenemos gustos más parecidos. Tal vez sea por ello que nunca había sentido la necesidad de comportarme como lo estoy haciendo ahora.

Bibi sí. Se casó joven, a los veinticinco años, según ella enamorada, aunque yo no estoy tan segura. Al menos, su percepción de la palabra amor no concuerda exactamente con la mía. Tardaron en tener hijos, a pesar de que él insistía, pero ella se negaba a convertirse en madre tan pronto. Aún no. Yo siempre le decía que era lógico que él tuviera prisa pues ya había entrado en la cuarentena. Pero como en todos los aspectos de su vida, Bibi decidió cuando y cuántos. Solamente uno, una en su caso.

La conocí en el club, como a tantas otras, pero congeniamos enseguida. Me gustaba su manera de vivir la vida aunque nunca le permití que me arrastrara a juegos que me parecían peligrosos. Además, era una de las pocas mujeres que no se dedicaba a despellejar a las demás socias, algo común en nuestro ambiente. Vive y deja vivir, decía, aunque a mí me sonara a eslogan de partido de izquierdas.

Durante estos años nuestra relación ha sido siempre próxima, pero nunca tanto como lo ha sido el último lustro. Que nuestras hijas, en mi caso la segunda, hayan coincidido en el mismo equipo de hockey hierba y se hayan vuelto inseparables ha ayudado. Ha sido entonces cuando hemos tomado la confianza suficiente y he conocido a mi amiga en su faceta más íntima.

Como ella, yo también me he fijado siempre en los hombres, en los jóvenes sobre todo, pero teniendo una vida afectiva completa no te planteas nunca nada a pesar de recibir miradas, gestos e, incluso, invitaciones deshonestas. Las que han surgido las he despachado siempre con elegancia.

Bibi no. Su vida en pareja, específicamente en su vertiente sexual, no es, creo que nunca ha sido, tan satisfactoria como la mía, así que ella sí ha respondido a ciertos cantos de sirena, llegando a traspasar límites que yo nunca cruzaré. O eso pensaba.

No sé con cuantos hombres se ha acostado desde que se casó, pero puedo dar fe de seis casos, a parte del juego que nos traemos entre manos. Bueno, las manos no son lo que estamos utilizando más, todo hay que decirlo.

Lo que sí debo reconocerle es buen gusto y prudencia eligiendo a su juguete, así los llama ella. Aunque a mí me parecieran auténticas locuras.

Así, se lió con un monitor de tenis del propio club. Estuvo jugando con él unos meses, sin darle pie a nada más allá de un flirteo más o menos disimulado, hasta que éste dejó la entidad. Fue entonces cuando le ofreció una despedida de altura.

También relacionado con el club, estuvo acostándose con un camarero holandés que había venido a trabajar un verano para perfeccionar su español. Demasiado joven para ella, me dijo, pues siempre le han atraído hombres mayores, pero se jactaba de haberle enseñado muchas palabras en castellano que de otro modo no hubiera aprendido.

Conozco tres casos más de los que nunca vi al hombre pues no pertenecían a nuestro círculo, otra de sus normas, pues para una mujer guapa y exuberante como Bibi es bastante fácil seducir a quien se proponga.

Pero cometió la mayor locura con un joven árabe que trabajaba de jardinero en una empresa que el club contrató para una reforma de la zona infantil, donde nuestros hijos hacen cursos de tenis, hockey o lacrosse.

-Está bueno aquel moro.

-Ni se te ocurra. ¿Te has vuelto loca?

-No me he vuelto loca, ni se me ha ocurrido nada.

Y tanto que se te ha ocurrido pensé para mí. La confirmación llegó a la semana siguiente. Nunca me he acostado con uno, me confió con aquel destello que aparecía en sus ojos cuando estaba tramando una de sus travesuras. Dicen que también tienen buenas pollas, como los negros.

-¿Cómo puedes estar planteándote algo así? Si los moros ya son sucios por naturaleza, este además es un jardinero.

-¿A ti quién te ha dicho que los moros son sucios? ¿Sabes que su religión les obliga a ducharse dos veces diarias? Además, a las blancas nos ven como a putas. –No digas eso. –Así nos ven, ¿no te das cuenta que sus mujeres no pueden hacer nada, que disfrutar del sexo es de infieles? Seguro que nunca le han chupado la polla, gratis me refiero.

-Eres incorregible.

Tres días después me explicaba con todo lujo de detalles cuánto le había costado metérsela entera en la boca y como mugía el toro mientras le daba desde detrás. Como recompensa por los dos polvos que me ha echado, le he permitido correrse en mi garganta.

Hasta hace seis meses, esta había sido la mayor locura cometida por mi amiga.

***

Mira, me dijo Bibi mostrándome la pantalla de su móvil una tarde que estábamos tomando el cálido sol de junio en la piscina del club.

“Dama de clase alta aburrida ofrece sexo oral a hombres bien dotados”.

Al no reconocer el número de móvil anotado pregunté ¿quién es esta loca? Un movimiento de cejas y aquel brillo tan característico que iluminaba sus ojos avellana me dio la respuesta. ¿Te has vuelto completamente majara?

-¿No te da morbo?

-¿Morbo? ¿Cómo se te ha ocurrido semejante locura?

Había colgado el anuncio en una aplicación de las que sirven para ligar. No os diré cuál, pues tampoco la conocía, pero por lo que me explicó algunas están pensadas para buscar pareja e incluso relaciones estables, pero otras, como la que me mostraba, servían para la búsqueda de sexo sin compromiso.

-Llevo meses dándole vueltas a la idea y al final me he lanzado. Publiqué el anuncio ayer por la noche y ya he tenido 46 respuestas. No te imaginas lo caliente que me tiene. Esta mañana he violado a Carlos.

Insistí en que había perdido el juicio, pero conociéndola, tal vez solamente se trataba de otra manera de echarle sal y pimienta a su sexualidad. Como fantasía, reconocí que tenía su cosa, sobre todo si le había servido para incentivar su vida de pareja, pero obviamente, el juego iba más allá, mucho más allá.

-He seleccionado tres, de momento. -¿Cómo? –Por el tamaño de la polla –respondió.

Aunque mi amiga había entendido perfectamente que no le preguntaba por el método sino por cómo se le había ocurrido hacerlo, vi claramente que no iba a detenerse por más argumentos racionales que yo aportara. Los expuse de todos modos, que a saber con qué y quién se encontraba, en qué situaciones, tal vez peligrosas, apelando además a en qué te convierte eso.

-No será distinto a liarme con desconocidos, con un tío que me ha entrado hace un par de horas, además, esperará de mí una mamada y eso voy a ofrecerle, así que no te preocupes por mi seguridad.

-Pero quién sabe con qué te puedes encontrar –insistí.

-Si tanto te preocupa mi bienestar, ¿por qué no me acompañas?

-Ni hablar, habrase visto.

***

Se llamaba Mr28. O así se hacía llamar aquella monstruosidad oscura y venosa que me mostraba excitada en la pantalla del Iphone 6 que mi amiga se había comprado para disponer de una línea nueva que utilizaría solamente para esto. La foto del miembro era lo único que Bibi había solicitado a su juguete. Lo demás, físico, intelecto, situación, nivel económico, le importaba bien poco. Solamente quedaremos con él para chupársela y luego nos iremos.

-¿Quedaremos? ¿Desde cuándo he decidido acompañarte?

-Venga, acompáñame. Tú también te mueres por verla. He quedado esta tarde a las 6 en la tercera planta del parking del Hipercor de Meridiana.

-¿Pretendes que te acompañe hasta aquel barrio?

Tenía su lógica desplazarse a una zona de la ciudad que nadie de nuestro entorno frecuentara, pero una cosa era visitar un barrio medio y otra muy distinta hacerlo en uno de clase baja. Aunque no es el peor de Barcelona, eso se lo tuve que admitir.

Llegamos a las 6.10, Bibi nunca ha sido una persona puntual, aparcamos su Mercedes SLK en la misma planta, pero lejos del Opel Astra blanco de tres puertas en que nos esperaba. Suerte que había conducido ella, pues yo temblaba como una hoja. Como tuviéramos un problema, no sabría qué hacer ni qué decir. Ella, en cambio, estaba excitadísima.

En cuanto divisamos el coche, aparcamos a unos 50 metros de distancia. Como medida de precaución, además, subimos caminando a la segunda planta tomando una puerta que teníamos detrás de nuestro coche, para reaparecer en la tercera por el acceso más próximo al señor 28.

Un chico que aún no había cumplido los treinta años esperaba sentado en él. Estaba solo, aunque los cristales posteriores estaban tintados y no sabíamos si habría alguien más agazapado. Ese pensamiento me incomodó, pues el parking estaba bastante desierto y si decidían agredirnos, difícilmente tendríamos escapatoria.

Cuando el hombre nos vio dirigirnos hacia su coche sonrió ampliamente, sin quitarse las gafas de sol de espejo que supongo que buscaban hacerle pasar inadvertido. ¿Qué puede haber más llamativo que un hombre solo con gafas de sol en un sitio cerrado?

-Veo que iba en serio. Pensaba que no vendrías y resulta que aparecéis dos. Mejor dos que una –afirmó mirándonos de arriba abajo como si fuéramos dos trozos de carne. -¿Las dos sois damas aburridas?

-No, yo soy la dama aburrida. Ella solamente me acompaña –respondió Bibi altiva.

-Ah, tú eres la dama. Pues tu amiga también parece una dama, en este caso será la dama de compañía, ¿no? –apostilló altanero. Pero Bibi lo cortó, más brusca de lo que yo hubiera preferido.

-¿Y tú eres Mr28 centímetros? –preguntó mirándole directamente la entrepierna.

El chico, sin duda un niñato de extrarradio, sonrió envarado, al tiempo que se bajaba el pantalón de chándal blanco para mostrarnos aquella enormidad. Aún no estaba dura, pero en reposo asustaba.

-Bien, –continuó la maestra de ceremonias –tú y yo pasamos al asiento trasero mientras mi amiga se sentará en el delantero.

-Preferiría que me la chuparas arrodillada. Siempre he soñado con poner de rodillas a una zorra rica como tú.

-Eso aquí no podrá ser –respondió Bibi altiva mirando en derredor. –El vestido que llevo vale más de lo que cobras cada mes y no pienso mancharlo en este suelo asqueroso. Así que si quieres seguir adelante, será como yo he dicho. Si no, nos vamos.

-Está bien, tú mandas Dama Aburrida.

Abrió la puerta del coche para que Bibi entrara mientras él la secundaba. Yo lo rodeé para sentarme en el asiento del copiloto, pues no quería que el volante y los pedales me molestaran. Me giré, apoyándome en la puerta cerrada para gozar del espectáculo.

Mi amiga ocupaba el asiento de detrás de mí, así que el chico me quedaba en diagonal, por lo que tenía una panorámica perfecta de la acción. Mientras Bibi se recogía la melena rubia en una cola para que el cabello no le molestara, él alargó una mano y le sobó un pecho, preguntándole si eran naturales, a lo que mi amiga asintió. Supongo que quería que se las mostrara pero el vestido se desabrochaba por detrás, con cremallera, tenía asas anchas, y vi que ella no estaba por la labor.

Estiró los brazos para bajar el pantalón y el slip también blanco y apareció aquel trozo de virilidad que parecía haber crecido desde que nos lo había mostrado orgulloso fuera del coche. Bibi lo acarició, suavemente, recorriéndolo con lentitud, hasta llegar a sus testículos, inmensos, sopesándolos, para volver a ascender despacio.

-¿Qué te parece lo que tengo para ti?

-No está mal –respondió humedeciéndose los labios.

Bajó la cabeza sin dejar de mirarla ni un segundo hasta que sus labios besaron el glande, abriéndose tranquilos para degustar aquel manjar. Lo rodeó para ascender de nuevo, tomando carrerilla para bajar algún centímetro más. Ascendió de nuevo. Descendió un poco más. Así estuvo, con exasperante lentitud, un buen rato, hasta que llegó a engullir completamente aquel cilindro enhiesto. ¡Madre de Dios! ¿Cómo podía caberle tamaña monstruosidad en la boca?

Se la sacó, roja por el esfuerzo, y repitió el juego una segunda y una tercera vez. El chico resoplaba a la vez que alababa las excelentes dotes de mi amiga en un lenguaje bastante soez al que yo no estaba acostumbrada pero que parecía no molestar a mi compañera.

Bibi cambió, para lamer todo el miembro de la punta hasta la base, para finalizar en los depilados testículos del joven, donde se entretuvo un buen rato. Ascendió de nuevo, reanudando la felación a un ritmo exasperantemente lento. Estoy segura que sentía más placer ella que él.

El chico resoplaba, gemía, eso es niña rica, eso es, chupa, hasta que agarró la cola de Bibi tratando de dirigir el ritmo. Pero la experta felatriz no siguió sus indicaciones. Continuó a la velocidad con que había comenzado, sin modificar el vaivén, alternando succiones más o menos profundas, según su notable albedrío.

Hasta que el chico llegó a puerto. Bibi le masajeaba los testículos mientras él jadeaba estridente insultándola, sigue así zorra, la chupas de vicio puta rica, nunca ninguna furcia me la había chupado como tú, cuando las palabras dieron paso a un profundo gemido acompañado de intensos movimientos pélvicos.

Si ya estaba alucinada con la extraordinaria actuación de mi amiga, que no perdiera el compás a pesar de los envites del joven y que tragara sonoramente toda la semilla que sacudía aquel miembro, me dejó completamente perpleja. Más si cabe cuando aún tardó varios minutos en liberarla, despidiéndose de ella lamiéndola de arriba abajo, también los testículos, para volver a ascender hasta acabar besando el glande.

-¿Qué te ha parecido? –preguntó Bibi cuando ya estábamos en el coche de vuelta a nuestro barrio.

-Una locura.

-Va, dime la verdad. Seguro que te ha parecido excitante.

-Claro que me ha parecido excitante, pero no por ello deja de parecerme una auténtica locura.

-Ha sido bestial. Me he corrido. –No puede ser. –Te lo prometo. No ha sido un orgasmo típico, ya sabes, la explosión del clímax, pero desde que me la he metido en la boca hasta que he acabado, he sentido todo mi cuerpo vibrar. Buf, tienes que probarlo, te encantará.

-¿Yo? ¡Ni loca! –zanjé, pero no pude quitarme la imagen de los labios de mi amiga devorando extasiada aquel pene descomunal durante varios días. Incluso las dos veces que tuve relaciones con Abel durante la semana siguiente, revivía la imagen cada vez que cerraba los ojos llevándome a los orgasmos más intensos de mi vida.

***

-Mañana por la noche tenemos una cita.

-Sí, la cena con las del comité de apoyo a la escuela. No sabes la pereza que me da.

-No, me refiero a después, al acabar.

-¿Qué?

Había pasado más de un mes, cinco semanas exactamente, desde que habíamos ido al parking del Hipercor y el tema parecía haber decaído bastante a pesar de que los días posteriores solamente habláramos de ello. Pero comprendí que había vuelto a las andadas. Me mostró otra imagen de un pene, más oscuro que el anterior, pero también de tamaño considerable.

-Llevo empapada desde ayer por la noche. -¡Ese lenguaje! –De verdad, no te imaginas lo excitada que estoy, y encima esta semana Carlos está de viaje, así que tengo que consolarme sola.

-¡Bibi por favor! No me cuentes esas cosas.

Se rió de mí a carcajadas, negando haberse masturbado pues quería estar completamente despierta y receptiva a todas las sensaciones que el juego le proporcionara, pero estaba impaciente.

-No sabes el morbo que me da. Cenaremos con las monjas de la junta escolar, discutiendo la necesidad de dotar de una rígida educación a nuestras hijas y los valores cristianos que debemos contemplar, para tomarme de postre un buen trago de leche calentita de un mozo de almacén –sentenció sin dejar de reírse.

-Estás loca.

No hay mucho que contar de la cena, más allá de definirla como una reunión de más de dos horas en que las tres monjas, la directora de la escuela y dos maestras que la acompañaban, expusieron a las ocho madres de alumnas que formamos el comité de apoyo las nuevas directrices que pretendían aplicar en aras de encaminar a nuestras hijas en la dirección correcta. Estas charlas no suelen tener demasiada contestación por nuestra parte, pues, exceptuando un par de casos,  solemos asistir más por recibir la información que para proponer cambios.

En cuanto nos montamos en el Mercedes de Bibi, ésta envió un mensaje al afortunado. Después de un par de respuestas mutuas, anotó una dirección en el navegador. Once minutos nos separaban de una calle desconocida en un polígono industrial de Cornellà, un pueblo del extrarradio barcelonés en el que no recordaba haber puesto los pies nunca.

En este caso buscábamos un Seat Ibiza rojo. En cuanto lo divisamos, nos acercamos a él y aparcamos a su lado, siendo los dos únicos coches de una calle sombría que seguramente debía estar muy concurrida de día.

Avisé a mi amiga de la indiscreción que suponía que el individuo viera nuestro coche y pudiera anotar la matrícula, pero nos pareció mucho más arriesgado aparcar en una calle paralela y recorrer andando el desierto escenario.

El hombre superaba holgadamente los treinta años y no era nada atractivo. No veíamos su cuerpo ya que estaba sentado en su asiento pero era obvio que tenía sobrepeso. Con ambas ventanillas bajadas, comenzó una conversación escueta y directa. ¿Dama aburrida? ¿Cañón sideral?

A pesar de la ridiculez del seudónimo, el chico parecía educado, nada que ver con el bravucón de la primera vez. Nos disponíamos a entrar en su vehículo cuando nos pidió hacerlo en el de Bibi.

-Que me la chupe una dama de la nobleza me pone, pero que lo haga en su Mercedes es el súmum.

Bibi accedió, pues así cada vez que monte en él a partir de esta noche voy a excitarme recordando el momento, estás enferma, respondí. Ambas bajamos para que ellos pudieran pasar al asiento posterior, yo tomé la misma posición que la vez precedente y comenzó el espectáculo.

Si el hombre carecía de atractivo, su indumentaria, una bermuda estampada y una camiseta negra, empeoraban el conjunto, pero no estábamos allí para asistir a un pase de modelos. Nosotras, en cambio, sí vestíamos acorde a nuestra posición social y a la cita precedente.

Bibi siguió su ritual, anudarse el cabello antes de lanzarse a descubrir el tesoro oculto, mientras el afortunado esperaba impaciente. Tal como la foto nos había anunciado, era más oscura y menos venosa que la anterior. Estaba fláccida y los hinchados testículos tenían un tono morado debido al rasurado que se había aplicado hacía pocas horas.

Esta vez mi amiga no la acarició. En cambio, entonó un Ave María Purísima antes de introducírsela completamente en la boca que me hizo sonreír. Sin duda, estaba muy metida en su excitante papel. El aún moderado tamaño del miembro le permitió alojarla entera en su cavidad mientras sorbía sin ascender para notar como crecía en su interior. Lentamente fue subiendo, liberando otra monstruosidad mientras el chico gemía. Descendió, ascendió, descendió de nuevo para volver a ascender, con la misma lentitud que mostró cinco semanas atrás.

Yo también se lo haré así a Abel, me dije en ese momento. Ese pensamiento me excitó, endureciendo mis pezones y humedeciendo mi sexo. Bibi recorrió todo el pene, alternando paseos con la lengua que acababan en los testículos con sonoras succiones que elevaban la temperatura del habitáculo, así como los jadeos del paciente.

Aguantó menos que el primero pero también fue premiado con una prórroga de varios minutos cuando su simiente ya se alojaba en el estómago de mi amiga.

Un placer guapas, cuando queráis repetir, ya sabéis dónde encontrarme fue su despedida cuando hubo bajado del coche.

-No entiendo cómo puedes habérsela chupado a un gordo asqueroso como éste –fue mi pregunta cuando enfilábamos el camino de vuelta a casa.

-De asqueroso nada. Es la polla más sabrosa que me he comido nunca. –La miré sorprendida, definitivamente había perdido el juicio. –En serio. Sabía superbién. A polla, evidentemente, pero no desprendía aquel olor agrio, medio sucio de algunas. -¡Qué asco! Pensé. –Y el semen sabía dulzón. Tendría que haberle preguntado qué ha comido hoy.

***

A las dos semanas volvíamos a estar en danza. Varias veces la avisé de que se estaba precipitando, que estaba yendo demasiado lejos, pues una cosa era probar una fantasía y ponerla en práctica y otra bien distinta, aficionarse a un juego peligroso.

Pero no quiso escucharme. Definía las dos experiencias como las más placenteras de su vida, exageras, objeté, pero allí estábamos de nuevo, aparcadas delante del Ikea de Badalona un miércoles a las once de la noche esperando al propietario de un pene muy blanco, de pelo rubio, que Bibi mostraba anhelante en la pantalla de su Smartphone. Por primera vez en su vida, mi amiga había llegado primero a una cita.

A los diez minutos apareció una moto negra de gran cilindrada que se dirigió directamente a nuestro coche. Aparcó a nuestro lado y al quitarse el casco asomó un joven rubio, de pelo cortado a cepillo que era francamente guapo. Dudo que tuviera más de veinte años.

Hechas las presentaciones de rigor, entró en el Mercedes. Su juventud, sin duda, le llevó a comportarse de modo impetuoso. No esperó a que Bibi se anudara el cabello, desconocedor de que era uno de los pasos de la puesta en escena de la mujer. Se bajó el pantalón y el slip y se lanzó a sobar los pechos de mi amiga con ansiedad, tratando de desvestir la camiseta Vogue que los cubría. Ésta le detuvo, pidiéndole calma, pero estaba claro que él quería imponer sus reglas.

Afortunadamente para ambas, el crío aguantó muy poco, pues llegó a ponerse realmente desagradable con su insistencia en desnudarla. La verdad es que por un momento temí que la cosa acabara mal.

-Cerdo asqueroso –sentenció Bibi cuando ya estábamos solas en el coche. Asentí, confirmándole que había sufrido por ella. –Para colmo la tenía sucia. Sabía a orines. Quién lo diría con lo guapo que era.

La mala experiencia con el Príncipe Rubio, así se hacía llamar, atemperó las ansias de mi amiga que pareció aparcar el juego una temporada. Que llegara agosto y marchara a Creta y Tanzania ella, a Nueva Zelanda y Australia yo, también supuso un impasse.

***

La vuelta al cole, que era como irónicamente nos referíamos al mes de septiembre por razones obvias, nos tuvo ocupadas con varios actos públicos en representación de una organización benéfica con la que colaborábamos varias socias del club, así como con el inicio del curso escolar que también nos daba más trabajo del que solíamos tener durante el resto del año.

Así que el tema no volvió a surgir hasta mediados de octubre. Aunque debo reconocer que las tres experiencias vividas, sobre todo las dos primeras, habían hecho mella en mí mejorando mi vida de pareja, lo concebía como un juego superado. Una travesura en la que había participado no activamente que estaba en mis recuerdos y que me había permitido incorporar nuevas sensaciones a mi sexualidad.

Así que cuando Bibi me tendió el teléfono para mostrarme varias fotos mientras estábamos tomando una copa de vino blanco en la terraza del club, no entendí a qué se refería hasta que vi la primera imagen orgullosamente obscena. Oscura, imponente, provocativa. ¿Otra vez estás con eso? Su respuesta fue mostrarme tres imágenes más de otros tantos candidatos.

-Mañana jueves salimos juntas a cenar y como postre…

-Bibi, después de la última experiencia pensaba que lo habías dejado. Pasamos un mal rato.

-No tan malo, solamente si lo comparas con las dos anteriores que fueron la leche. –Rió a carcajadas por la metáfora con segundas utilizada. Negué con la cabeza, no tienes remedio, así que insistió: -No te imaginas cuánto lo echo de menos. Estos meses, para poder chupársela a Carlos, para excitarme, necesitaba pensar en ellos, en que estaba en el coche haciéndoselo a ellos, a cualquiera de los tres.

-Estás enferma.

De las cuatro fotos que me mostró, la elegida fue la segunda. Según afirmaba el anunciante, medía 30 centímetros. A saber, pero a Bibi la excitaba el mero hecho de tragarse el pene más grande de su vida. Ella utilizaba otra palabra que rima con olla.

A mí me agradó que su alias fuera Caballero, después de decenas de usuarios autodenominados con los epítetos más soeces que una pueda escuchar. No esperaba que lo fuera en el significado estricto del término, claro, pero tal vez, pensé, sea algo más que un miembro a un cuerpo pegado. En ese momento no era consciente de cuánto significaría para mí.

Esta vez el encuentro se produjo en pleno corazón de Montjuic, la pequeña pero emblemática montaña que limita la ciudad por el sur y que suele estar frecuentada por deportistas y familias de día, por amantes furtivos en coche cuando oscurece. Que el punto de encuentro fuera algo rebuscado y que tuviéramos que utilizar el navegador del teléfono, mostrándonos la ubicación donde aguardaba, para llegar a encontrarnos, no me tranquilizó lo más mínimo.

Nos esperaba en un Audi A6 antiguo. Era mayor que nosotras, unos diez años más le eché, tenía bigote y se peinaba el abundante cabello negro hacia un lado. Aunque Bibi quiso llevar la voz cantante como las otras veces, el hombre no se lo permitió.

-Si tú eres Dama Aburrida, ¿quién eres tú? –preguntó imperativo mirándome de pie apoyado en su coche.

-Soy la amiga que la acompaña pero no participo.

-Ya veo. –Me desnudaba con la mirada. –¿Y si quiero que participes?

Negué. Afortunadamente Bibi salió al rescate, ella sólo mira, para preguntar también arrogante que en qué coche quería hacerlo, además de conminarle a mostrarle los atributos pues de no ser el propietario de la imagen, nos íbamos.

El hombre mantuvo su pose altiva, fría, unos segundos, antes de añadir sin dejar de mirarnos:

-Vamos a dejar las cosas claras desde el principio. Aquí las normas las marco yo. Tú me la chuparás cómo y cuando yo diga. Y tú, participarás si yo lo ordeno. –Un escalofrío recorrió mi columna. –Estas son mis condiciones. Si no os gustan, podéis largaros ahora mismo.

Vámonos de aquí pensé pero no me atreví a decirlo en voz alta. La mirada de aquel hombre intimidaba. Bibi me escrutó por espacio de varios segundos, calibrando mi reacción supongo, pero tampoco respondió. Esperaba que pusiera el coche en marcha y abandonáramos el lugar pero en vez de eso, le devolvió la mirada, vidriosa, anhelante.

Si aún no estaba claro que habíamos claudicado, las manos del caballero abriéndose el pantalón para que asomara su miembro, arrogante, fue nuestra condena. Realmente era la mayor que había visto nunca, la más grande que Bibi iba a degustar.

-Salid del coche las dos –ordenó. Obedecí temblando, mientras mi compañera parecía un animal en celo. –No me la chuparás en ningún coche. Te arrodillarás en el suelo, aquí mismo. Si realmente eres tan buena felatriz como pregonas, deberías saber que una polla se chupa arrodillada. Como acto de pleitesía al macho.

Bibi miró el asfalto, sin duda preocupada por mancharse el vestido o rasgarse las medias. Al llegar al lado de mi amiga, el desconocido continuó usando el mismo tono imperativo y machista:

-A las zorras callejeras no les importa pelarse las rodillas, pero confirmando que realmente sois damas con clase, permitiré que utilices la chaqueta como cojín.

Mi amiga llevaba un vestido de una sola pieza hasta medio muslo, Sita Murt creo, con una torera a juego en tonos oscuros. Sin que él lo hubiera ordenado directamente se la quitó, doblándola, pero antes de que la soltara en el suelo y se arrodillara, el hombre se dirigió a mí.

-Ya que no vas a participar activamente, lo harás de modo pasivo. Quítate también la chaqueta que también servirá de cojín de la reina.

Yo vestía pantalón elástico negro Margot Blandt a juego con una blusa marfil de la misma diseñadora, cubierto por la chaqueta bolero a juego en el mismo color claro. Mi cerebro negaba pero mis manos no le obedecieron. Me la quité, la doblé como había hecho Bibi con la suya y se la tendí, esperando que la mía quedara encima para no ensuciarla.

-Cuando quieras –ordenó mirándola.

Mi amiga preparó el cojín, con mi chaqueta encima afortunadamente, se arrodilló y no dejó de mirar su postre ni un segundo mientras le bajaba los pantalones hasta las rodillas. Sacó la lengua para comenzar lamiéndola, la recorrió hasta los testículos que también cató, para volver al glande que engulló golosa. El miembro ya había adquirido un tamaño considerable cuando el hombre emitió el primer gemido de satisfacción, acompañado de otro mandato humillante:

-Que sea la última vez que apareces con un vestido hasta el cuello. Pareces una monja. Me gusta ver y sobar las tetas de la comepollas que tengo arrodillada. –Par continuar girándose hacia mí. –Por hoy me conformaré con las tuyas. Venga, ¿a qué esperas? Ábrete la blusa y enséñamelas.

-¿Cómo? –llegué a preguntar aturdida. Pero no reaccioné como esperaba, reaccioné como ordenaba él. Desabroché los seis botones de la blusa, me quité el cinturón Corsario a juego, y me desabroché los corchetes dorsales del sujetador mostrándole a aquel desconocido, a cualquiera que pasara por allí, algo que solamente había visto Abel desde hacía dieciséis años.

-Buenas tetas, operadas sin duda. Pero son perfectas. Es obvio que has pagado a un buen cirujano. Las tuyas, en cambio, -continuó mirando hacia la mujer arrodillada –no puedo verlas pero parecen naturales. –Había alargado la mano para sobarle una. -¿Lo son? –Sí, respondió abriendo un poco la boca. –No dejes de chupármela si no te lo ordeno.

Nunca me había sentido tan humillada en mi vida. Estábamos al aire libre, relativamente escondidas pero cualquiera que pasara con el coche podía vernos, arrodillada mi amiga, medio desnuda yo, aguantando el tono machista de un sátiro que disponía de nosotras como si fuéramos esclavas romanas.

La felación era cada vez más sonora. Por los esfuerzos de Bibi para alojar aquella enormidad, respirando, sorbiendo, llegando a tener alguna arcada incluso. Por los gemidos cada vez más continuados, acelerados, del desconocido. Agarró a Bibi del cabello con la mano derecha, yo te ayudo a tragártela entera, para empujar lenta pero sostenidamente su virilidad en la garganta de mi amiga, que se debatía entre salivar, respirar y alojar. A pesar de la tensión en la musculatura de mi compañera, completamente roja en la cara y el cuello, ni ella se retiró ni él retrocedió. Con la nariz de la pobre chica contra su pubis el desalmado aún fue capaz de proferir dos órdenes adornadas por sus jadeos. Aguanta, referido a Bibi, acércate, a mí. Di el paso, sin objeciones. Su mano libre, asió mis pechos, sobándolos, para emitir un profundo gemido, gutural, al inundar la garganta de mi pobre amiga.

La profundidad de la penetración y la fuerza del músculo percutor provocaron que varias arcadas la sacudieran pero aún hoy no entiendo cómo lo hizo para no desalojar aquel pene de su cuerpo. Fue el hombre el que lo retiró lentamente hasta dejar solamente el glande protegido. Cuando mi compañera se apartó para inhalar una profunda bocanada de aire, el caballero tuvo las santísimas narices de afeárselo. ¿Te he dicho que dejes de chupar? Bibi respondió rauda, chupando con desespero, como si acabara de comenzar.

Así estuvimos un rato, sobándome con ambas manos mientras mi amiga no se detenía. Entonces ordenó, límpiame los huevos que los tienes abandonados. Hasta que llegó el colofón de la noche.

-Eres realmente buena. De lo mejor que me he encontrado, pero no estoy satisfecho del todo. Tengo a dos zorritas a mi disposición y solamente trabaja una. -Hizo una pausa para mirarme fijamente, pero negué con la cabeza incapaz de llevarle la contraria. –Si queréis volver a verme debo irme a casa con dos mamadas. Ya que tu amiga no quiere colaborar, ¿serás capaz de exprimirme de nuevo? –Sí, respondió Bibi chupando con más ansia aún, si es que ello era posible.

Lo logró. Pero una amenaza quedó flotando en el aire. La próxima vez tú también participarás.

Llegué a casa temblando. Tiritaba, y no era frío lo que sentía mi cuerpo, pues ardía. Entré en el baño de invitados, ya que utilizar el de nuestra habitación podía despertar a mi marido que debía dormir plácidamente, tratando de lavarme la cara y serenarme. Como esté despierto, lo devoro, le confié a mi reflejo en el espejo, pero al abrirme la blusa deseché tal posibilidad. Dos puntos morados, dos dedos ajenos, mancillaban mi pecho derecho. Pobre, no debe verlo, lo que me sumió en el mayor de los desconsuelos posibles, por no poder consumar un acto que necesitaba, por el punzante sentimiento de culpa que me martirizaba.

***

Una semana después, Bibi me mostraba contenta un mensaje de Caballero acordando otra cita para el día siguiente, en el mismo sitio. Me negué, esta vez no vengo, no voy a dejarme sobar de nuevo, pero lo que me asustaba de verdad había sido su amenaza de obligarme a participar. Racionalmente, me dije, nunca ningún hombre te ha obligado a hacer nada contra tu voluntad y éste no va a ser el primero. Pero tenía serias dudas de poder controlar la parte irracional de mi mente, pues había sido incapaz de negarme a algo que no debí haber hecho.

Mi teléfono sonó a las 11.15 de la noche. Estaba en la cama leyendo al lado de mi marido cuando me sorprendió ver en la pantalla el número de Bibi. Respondí, alucinando con lo que me pedía mi amiga.

-Tienes que venir. -¿Ahora?, pregunté levantándome de la cama para que Abel no oyera nuestra conversación. –Sí, ahora. Si tú no estás no hay juego.

-Pues no hay juego. Si ya me parecía una locura, este caso me parece demencial. ¿Cómo puedes dejarte arrastrar de esta manera?

Insistió, pero Abel también se había levantado preocupado por mi amiga, no es nada cariño, así que corté la discusión con un escueto, no es buen momento. Pero me quedé muy preocupada, pues el comportamiento de mi amiga me descolocaba.

De vuelta a la cama, no pude concentrarme en la lectura. Mi mente era una concatenación de imágenes de penes variados engullidos por labios expertos, mientras la voz del autodenominado Caballero me ordenaba participar. Me excité como pocas veces, así que me giré hacia mi marido, colé la mano por debajo del fino nórdico de otoño Lexington hasta llegar a su virilidad. Me miró sorprendido, sonriendo a pesar de avisarme que estaba muy cansado, no te preocupes, esta noche sólo trabajaré yo.

Aparté ropa de cama y ropa de noche masculina para engullir el miembro que me había dado cuatro hijos. Lamí despacio, saboreando, sintiendo cada milímetro de aquel pene que había llevado al orgasmo tantas veces aunque nunca lo había hecho con la boca. Hoy llegaré hasta el final, me dije.

Abel, el sí se comportó como un caballero, me avisó varias veces que estaba a punto de eyacular, incluso llegó a agarrarme de la cabeza para apartarme, pero no se lo permití. Por segunda vez en mi vida un hombre descargaba en mi boca. La primera me había parecido asquerosa, fruto de la inexperiencia mutua de dos adolescentes. Ésta la degusté con ansia. Me levanté para pasar al baño a escupir su simiente, pero cuando iba a agacharme en la pila, me miré en el espejo y me atreví. No me gustó el sabor, ni en mi paladar ni en mi garganta, pero cuando noté como cruzaba mi tráquea, una leve sacudida recorrió todo mi cuerpo finalizando en mi sexo en un pinchazo parecido a un orgasmo.

Mi marido me miraba sorprendido cuando volví a su lado. ¿A qué ha venido esto? Me apetecía. Nunca me lo habías hecho. ¿Te ha gustado? Mucho. ¿Quieres que lo repitamos? ¿Ahora? No, tonto, en otra ocasión. Claro.

Aún hoy, casi dos meses después, soy incapaz de explicar por qué me dejé convencer. Bibi estuvo enfadadísima conmigo los días siguientes, pues no comprendía cómo podía haberla abandonado, indignada conmigo, cuando el que la había echado de su coche había sido el caballero negándole su juguete si yo no estaba presente. Argumenté con una amplia batería de razones pero no quiso escucharme. No solamente estaba mal lo que estábamos haciendo y podía tornarse peligroso, además me ponía en un brete que para el que no me sentía preparada. Y Abel no se lo merecía.

Pero ella esgrimió únicamente un argumento. Te excita tanto como a mí.

Tenía razón, por lo que prometí acompañarla con otro desconocido, pero no con Caballero, pues aquel hombre me intimidaba y no estaba segura de poder controlarlo, de poder controlarme.

Supe que me estaba engañando cuando quedó con el siguiente. Como otras veces, me mostró imágenes de miembros desconocidos, pero el instinto me avisó. Ha quedado con él. Algo que confirmé cuando dirigió el coche de nuevo a Montjuic. Pero no protesté.

El Audi A6 estaba aparcado en el mismo lugar sombrío. Cuando nos detuvimos a su lado, bajó la ventanilla confirmando que Bibi no venía sola. Sonrió satisfecho. Veo que la has convencido. Temblaba, tenía un nudo en el estómago y una parte de mí pedía salir corriendo. Pero cuando el hombre bajó del coche, esperando que nos uniéramos a él, no pude reprimir una intensa excitación.

Mi amiga se quitó la chaqueta, mostrando una blusa estampada que se desabrochó sin que él se lo ordenara. ¿Y tú? Me preguntó. También me despojé de la prenda exterior mostrando el sueter morado de cuello alto Yves Loic. Cuando nos ordenó arrodillarnos, Bibi obedeció como una autómata, pero fui capaz de aportar la poca dignidad que me quedaba para pedirle que en el suelo no, dentro del coche. Me miró largamente, retándome, hasta que asintió, te lo concedo por esta vez.

Afortunadamente los asientos posteriores de un Audi A6 son lo suficientemente amplios para que cupiéramos los tres con relativa comodidad. Que ambas fuéramos mujeres delgadas y que él no estuviera gordo, aunque tenía un poco de sobrepeso, lo facilitó. Mi amiga a la derecha, yo a la izquierda del hombre.

Dejamos chaquetas, blusas y sujetadores en el asiento delantero, mientras caballerosamente alababa nuestros atributos. Empezó acariciando los de Bibi, elogiando su forma y dureza. No has tenido hijos, ¿verdad? Una, pero no le di el pecho. Típico de niñas ricas, soltó con desprecio. ¿Y tú, tienes hijos? Cuatro. ¿Te operaste porque los amamantaste y se te cayeron las tetas o las tenías pequeñas y quisiste hacer feliz a tu marido? Los amamanté, respondí sumisa, incómoda por la alusión a mi esposo.

Chupa, ordenó a su derecha, mientras me utilizaba de asidero, sobándome sin compasión. Bibi obedeció ansiosa, desesperada diría yo, tanto que tuvo que ordenarle que se lo tomara con calma, ya no eres una cría de quince años.

-¿Cuántas pollas has chupado en tu vida? –me preguntó. No sé, respondí con un hilo de voz. –Cuéntalas. –Seis, fui capaz de contestar cuando mi cerebro completó la suma. –Me gusta el número siete, pero te gustará más a ti. Acaríciame los huevos.

Obedecí, mientras mi amiga daba lo mejor de sí misma. Le preguntó si la había echado de menos. Mucho, respondió jadeando sin abandonar su juguete. Sus testículos llenaban mi mano, calientes, pesados, mientras sus dedos pellizcaban mis pezones.

-¿Cuánto hace que no chupas una polla? –me preguntó. Dos días. -¿La de tu marido? –Asentí. -¿Cómo se llama? –Abel. -¿Cuánto hace que no chupas una polla distinta de la de Abel? –Diecisiete años. –Pues ya va siendo hora que cambiemos eso –sentenció mirándome a los ojos.

No fue mi cabeza la que tomó, ni empujó mi nuca. Fue la cola de Bibi la que asió para dejarle espacio a tu amiga. Nerviosa, incómoda por las alusiones a mi marido, pero terriblemente excitada, bajé la cabeza lentamente hasta que sentí el olor de aquel hombre. Me detuve un instante, pero el glande morado, el tronco húmedo, el miembro engreído me atraían como nunca me había atraído nada. Abrí la boca y noté su sabor, intenso. Cerré los ojos para intensificarlo. Y por primera vez en mi vida, cometí un acto abyecto, inusual en mí, del que temí arrepentirme en los días venideros.

Pero no me arrepiento. Mentiría si dijera lo contrario. A pesar de los titubeos iniciales, a los pocos segundos estaba chupando con todas mis ganas. ¿Qué imán escondía aquel pene, aquel hombre, capaz de convertirme en una fulana? Ni lo sé, ni lo comprendo. Pero cuánto más sucia me sentía, más excitada estaba. Suciedad que se tornó en estulticia, en obscena indecencia, cuando la lengua de Bibi apareció a escasos centímetros de mis labios lamiéndole la bolsa escrotal.

Sentí en ese instante el significado del pequeño orgasmo sostenido que mi amiga había descrito semanas atrás. No llegué al clímax, mis caderas no vibraron espasmódicas, pero nunca había sentido un hormigueo tan intenso en mi sexo.

No eyaculó en mi boca. Lo odié por ello. Prefirió detenerme para encajarla en la garganta de mi amiga, cuyo estómago recibió el premio. Como si fuera capaz  de leerme la mente, me tranquilizó. El próximo día mi semen será para ti. Hoy has dado un paso importante pero aún es pronto.

Quiso conocer nuestros nombres reales, el de nuestros maridos, así como el de nuestros hijos. Respondimos sumisas. También le dijimos dónde vivíamos, no quiero la dirección, solamente el barrio. Todo ello con aquel miembro orgulloso presidiendo la charla, desafiante, que Bibi primero y yo cuando lo ordenó, acariciamos sin descanso para que no perdiera vigor.

Se me hace tarde, anunció mirando el reloj metálico de pulsera, así que tú, Dama Aburrida, vacíame de nuevo antes de que os despida de mi coche. Diez minutos después lo abandonábamos silenciosas, Bibi con la garganta irritada, yo con los pechos inflamados.

***

En menos de una semana volvimos a quedar con el caballero del que desconocíamos el nombre. Involuntariamente había entrado en el juego de Bibi, sintiéndome más ansiosa que ella ante el nuevo encuentro.

No lo demostraba, claro, pero interiormente era así. Extrañamente, además, no habíamos comentado nada entre nosotras. Las cuatro veces anteriores nos habían dado tema de conversación, incluso de discusión, durante horas, mientras ahora éramos incapaces de comentar nada como si el secreto debiera circunscribirse al interior del Audi A6.

Pero no puedo negar que viví los seis días más excitada de mi vida. Suelo llevar salva-slips por una cuestión higiénica, pero era tal la cantidad de flujo que mi sexo desprendió aquellos días que tuve que sustituirlos por compresas.

Así que cuando nos recibió sentado en su altar me entregué tanto o más que mi amiga. No soy capaz de alojar aquella monstruosidad en mi garganta como ella sabe hacer, pero a ganas, a voluntad, no me iba a superar.

Otra vez quiso que se la chupáramos las dos simultáneamente, pero la que le lamía los testículos también debía subir por el tronco, ordenó. Cada minuto que pasaba me sentía más sucia, más inmoral, más puerca, más entusiasmada con el juguete que compartía con mi amiga. Sentí celos cuando noté que nuestro hombre se acercaba al orgasmo y era Bibi la que le estaba chupando el glande. Afortunadamente, el caballero nos ordenó cambiar de papeles.

No solo sentí una descarga eléctrica cuando su simiente inundó mi boca. Gemí feliz, sorbí ansiosa, dichosa por el premio recibido. Bibi recibió su jarabe media hora más tarde, mientras era yo la que trabajaba la entrepierna para aumentar el placer de nuestro dueño.

***

Volvimos a Montjuic, al Audi A6, dos veces más aquel mes de noviembre. La primera a media tarde de un lunes, cuando el sol otoñal aún no se había puesto. Temí ser vista por alguien pero ello no me impidió, no nos impidió, comportarnos como fulanas, bautizadas ambas en nuestra nueva religión.

La segunda vez me obligó a bajar del coche. Arrodillada en el suelo, afortunadamente aquella noche llevaba tejanos oscuros Gisèle Munch, vacié aquel apetitoso depósito mientras llenaba el mío. La puerta posterior abierta me resguardó de mirones pero no del frío. Por ello, nos citó en su piso la primera semana de diciembre.

Ante la dificultad por aparcar en las callejuelas del barrio de Horta, Bibi alojó el vehículo en un parking cercano a la dirección que nos había enviado, ansiosa por contentar a su nuevo macho. A nuestro macho. La previne ante la posibilidad que Carlos viera el cargo de la tarjeta de crédito en un lugar y a una hora inexplicable, pero no le importó. Necesitaba complacer a su compañero. Ese pensamiento, que no verbalizó con palabras, me llenó de celos como si de Abel se tratara.

Llamamos al timbre del cuarto piso, nos abrió vestido con un batín de cuadros para hacernos pasar a la sala de estar, más pequeña que el baño de mi habitación. Un sofá de dos plazas de sky marrón, una mesita de cristal con revistas y un mueble de caoba oscura eran todo el mobiliario del espacio. Por educación nos quedamos paradas cerca de la puerta, esperando ser invitadas a sentarnos, pero recibimos, en cambio, una reprimenda. ¿A qué esperáis?

Reaccionamos automáticamente desvistiendo la mitad superior de nuestro cuerpo, arrodillándonos ante nuestro brujo, hechizadas. Se sentó en el sofá, Bibi le abrió la bata, bajo la que no llevaba nada y nos lanzamos ambas hambrientas. Compartimos alimento unos minutos hasta que me ordenó entrar en la cocina y traerle una copa de coñac. Tardé en dar con el cristal y la bebida, pues una cocina no es mi hábitat natural, menos una ajena.

Cuando aparecí en la salita, Bibi tenía su virilidad alojada en la garganta mientras el Caballero la sujetaba de la cabeza para que no se moviera. Estaba completamente roja, pues parecía llevar unos segundos en aquella posición. Le tendí la bebida y le dio un trago largo.

-No hay mayor placer que degustar una copa de coñac con la polla completamente incrustada en la garganta de una buena zorra. –La saliva de mi amiga resbalaba por su barbilla, pero no se movía a pesar de emitir leves sonidos guturales. Dio un segundo sorbo, y sin soltar la copa, aflojó la presión sobre mi amiga. –Venga, ya estoy a punto. Tú zorrita, cómeme los huevos.

Obedecí sin dudarlo, a pesar de que era la primera vez que un hombre me llamaba de ese modo.

Durante un rato, como nos tenía acostumbradas, nos tuvo sentadas a su lado acariciándole esperando el segundo asalto. Así lo definía. Tranquila zorrita, parecía haberme bautizado, en unos minutos tú también tendrás tu medicina. Pero antes de ello, nos dio una orden de obligado cumplimiento para el siguiente día.

-No quiero volver a veros en pantalones. Las zorras visten provocativas. Ya sé que sois zorras con clase, pero la única diferencia entre vosotras y las de carretera es que vuestra ropa es más cara.

Lejos de molestarnos, de molestarme, el comentario me encendió más si cabe. Lo leyó en mis ojos, extraña capacidad la suya que me desarmaba completamente, así que no tuvo que darme la orden. Me arrodillé en el suelo, entre sus piernas, como sabía que él dictaba y trabajé para ganarme el premio. La variante vino cuando, sopesándome los pechos, me ordenó masturbarlo con ellos, que la pasta invertida por tu marido sirva para algo, pinchó. La posición impedía a Bibi lamerle los testículos, así que agarrándola del cabello la obligó a besarlo, con lengua, en un gesto que consideré más obsceno aún, para soltarla bruscamente obligándola a lamerle los pezones, fláccidos y velludos.

Pero igual como estaba haciendo yo, mi amiga cumplió sumisa.

***

No volvimos en diez días. Dos veces nos convocó, dos veces lo anuló, aumentando nuestra impaciencia, incrementando nuestra excitación. Sé que lo hizo adrede, pues de no haber sido así no nos hubiéramos comportado como las zorras que describía cuando cruzamos el umbral de su casa aquel 15 de diciembre.

Ambas nos quedamos paralizadas en el quicio de la puerta de la sala al encontrarnos con otro hombre. Pasad, no tengáis miedo, nos empujó tomándonos de la cintura.

-Si para vosotras yo soy un caballero, a mi amigo lo podéis llamar Gentilhombre. ¿Qué te parecen las dos zorras ricas?

-¡Joder! Están bien buenas –respondió con una voz desagradablemente ronca, mirándonos impúdicamente, desnudándonos con la mirada.

Aunque no protestamos, estábamos demasiado ansiosas por venir ni teníamos osadía para ello, el Caballero volvió a dejar claras las nuevas reglas del juego, que acatamos sin rechistar.

-La presencia de mi amigo no cambia nada. No tenéis de qué preocuparos pues sabéis de sobra que tengo polla para satisfaceros a las dos. –Esa frase humedeció mi sexo. –Pero como es de bien nacidos ser agradecido, reza el refrán, he pensado que tal vez os vendría bien un poco más de actividad pues a zorras como vosotras no es tan fácil teneros contentas. Además, aquí mi amigo también tiene sus necesidades.

Un mes antes, hubiera abandonado aquel piso diminuto de barrio obrero sin dudarlo. Bibi creo que también, aunque ella siempre había sido más proclive a aventuras sórdidas, pero la voz de Caballero, su magnetismo, nos tenía subyugadas.

-Cómo ves, son guapas y tienen clase. ¿Has visto con qué elegancia visten? ¿Con qué distinción se mueven? –Mientras él se había sentado en una butaca individual que no estaba el día anterior, el amigo había ocupado el sofá de dos plazas. –Pero es fachada. Arrodilladas son tan zorras como las baratas.

Comencé a temblar cuando nos ordenó desnudarnos. Ambas llevábamos falda con blusa o sueter, así que procedimos como de costumbre, solamente mostrando la mitad superior. Pero esta vez, también cambiaríamos eso. Fuera faldas. Mis piernas tenían serias dificultades para mantenerme de pie debido a los insistentes espasmos que mi sexo les enviaba. Al llevar panties, también nos los hizo quitar añadiendo otra instrucción a las normas que debíamos obedecer.

-No quiero volver a veros con medias de monja. El próximo día hasta medio muslo. Esto no es un convento. –El amigo rió la gracia, hambriento, no dejaba de sobarse el paquete por encima de la ropa. Era desagradablemente sucio, un viejo verde, descuidado y más gordo, aunque debía tener la misma edad que su compañero. -¿Qué te parecen? Puedes elegir a la que quieras aunque no tienen prisa y te dará tiempo de probarlas a las dos. Mientras te decides, -se giró hacia nosotras –servidnos un coñac a cada uno. La mujer de Abel sabe dónde encontrarlo.

Cuando entré en la cocina tuve que apoyarme en el mármol pues me costaba mantenerme de pie, la compostura hacía semanas que la había perdido. Bibi me miró, vidriosa, preguntándome con la mirada qué hacíamos, pero la respuesta era obvia, además de compartida. Quedarnos y tragar, nunca mejor dicho.

Cada una entregó un vaso a un hombre, yo entré primero así que se lo tendí a Caballero que estaba más lejos. Volvimos a quedar de pie en medio de la diminuta sala, vestidas solamente con un tanga y los zapatos, tal como nos habían ordenado.

-La rubia tiene una hija y su marido se llama Carlos. Tiene una empresa de 200 trabajadores y es mayor que nosotros. Se ve que le van maduros, así que tal vez deberías empezar por ahí. La chupa de vicio. Las dos la chupan de vicio –los celos iniciales se tornaron en orgullo, -pero esta se mete toda mi polla hasta la garganta. -¿En serio? –Cómo lo oyes. -¡Menuda zorra!

-La morena es más tímida. Está casada con otro jefazo de no sé qué multinacional y tiene cuatro hijos. -¿Cuatro? –Cuatro, ya sabes cómo son las pijas ricas, como los van a dejar en manos de niñeras, no se cortan. Por eso se operó las tetas, pagadas por su queridísimo Abel. No tiene la garganta de la amiga, pero creo que es más zorra que ella. –El cerdo babeaba, pero mi entrepierna no le iba a la zaga.

No me sentía como una esclava romana, hoy su trato hacia nosotras era más degradante que un mercado persa. Pero allí estábamos, de pie, aguantando improperios, ansiosas, sedientas, excitadas.

Hubiera aplaudido, vitoreado incluso, cuando Caballero me llamó a su vera. Pero mi pudor, el poco que me quedaba, me lo impidió. Bibi se acercó al amigo, desagradable, desaliñado, pero sabía que yo también pasaría por allí.

Fui más rápida que mi amiga desvistiendo a mi miembro, catándolo. Noté sus manos sobando mis pechos, que ofrecí orgullosa irguiéndolos, acercándolos a las expertas extremidades. Sorbí con deleite, con hambre, confirmando que yo era más zorra. La más zorra que nunca hayas conocido. Sin que me lo dijera bajé a sus testículos, huevos me dije a mí misma, llámales por su nombre de guerra, volví a su miembro, hasta que decidí premiarlo con mis pechos, mis tetas. Abracé su pene con ellas, su polla, y lo masturbé mirándolo extasiada. En sus ojos vi satisfacción, gozo, reconocimiento.

Cuando cerró los ojos miré a mi izquierda, donde Bibi engullía aquel miembro asqueroso. Lo había alojado completamente en su boca, este no le llegaba a la garganta, pero sorbía lentamente, llevando a aquel cerdo que la agarraba de la cola, al séptimo cielo. Pude apreciar que era un pene oscuro, ancho pero corto, porque en aquel momento se lo sacó de la boca para lamerle los huevos, casi negros. Entonces el hombre se levantó, súbitamente, chúpame la polla zorra, orden que Bibi obedeció atenta, mientras el hombre descargaba, eso es, bébetelo todo puta rica.

Giré la cabeza pues no quería que mi hombre se sintiera desatendido. Había abierto los ojos por lo que me sentí pillada en falta. Para compensarle, bajé la boca rápidamente y reanudé la felación con la mayor profesionalidad que fui capaz. Se corrió al poco rato sosteniéndome de los pechos, una mano en cada teta, apretando, agarrado a mis pezones.

-¿Qué te ha parecido tu zorra? –preguntó Caballero.

-¡La hostia! Nunca me la habían chupado así de bien.

-Pues viniendo de ti tiene mérito –rió jocoso, -con la de putas a las que has pagado.

-Ninguna puta le llega a la suela de los zapatos a esta dama –sonrió burlón, agarrándola de un pecho.

-Pues espera a probar a la madre de familia. Tampoco le va a la zaga.

El viejo verde resopló, mirándome famélico, como un depravado. Pero aún no me reclamó. Vació de un trago su vaso y pidió otro, así que Caballero nos lo ordenó, servidnos otra copa, damas. Ambas entramos en la cocina para atender su demanda cuando me sobrevino. Los espasmos en mi vagina no se habían detenido ni un momento, pero sería por la fricción en mis labios provocada al caminar, sería porque estaba tan desbocada que había perdido el norte, no lo sé, pero me corrí de pie agarrada al mármol de la cocina con tal intensidad que Bibi tuvo que sostenerme.

-¿En qué nos hemos convertido? –pregunté cuando recobré el aliento. Su mirada, esquiva, me desorientó.

Aunque no me apetecía, era obvio que ahora tocaba intercambio de parejas. Tendimos la bebida a cada uno según el nuevo orden, pero en vez de quedarnos de pie, Gentilhombre me invitó a sentarme a su lado. No me apetecía, pero bastó una mirada de Caballero para que obedeciera sumisa.

Me pasó un brazo por encima del hombro con el que me lo acariciaba, así como la nuca y el cabello, mientras sostenía la copa con la derecha, hasta que decidió que necesitaba las dos manos libres y me lo entregó para que yo lo sostuviera. Ahora, su mano acarició mis pechos, ¿cuánto te han costado?, no lo sé, los pagó mi marido, ¿Abel?, sí respondí mientras un pinchazo se me clavaba en las sienes, remordimientos, y otro en mi sexo, excitación. Bajó la mano a mi entrepierna, pero yo no las separé, eso no, pedí, así que cambió de objetivo. Después de detenerse en mis tetas, con un dedo ancho y arrugado recorrió mis labios. ¿Estos son los labios que me la van a chupar? Asentí. Entonces acercó su cara a la mía para besarme. No quería pero algo me paralizó. Sus labios chocaron con los míos, que no abrí pero fueron lamidos por su lengua. Sabía a alcohol. Me miró altivo, disgustado. ¿No quieres besarme? Negué con la cabeza, rogando para que Caballero no lo hubiera oído.

-Ya veo, no soy lo suficientemente bueno para ti. –Me pellizcó un pezón con saña, haciéndome daño, por lo que no pude evitar un quejido. –Pues ya va siendo hora que alguien te baje esos humos. No eres más que una zorra que se alimenta de polla, así que venga, ¿a qué esperas? Aliméntate –ordenó arrastrándome del cabello hacia su pubis.

No dudé. Me la metí en la boca para acabar lo antes posible, pero no conté con que se había corrido hacía menos de media hora. Después de un buen rato ensalivando aquel miembro corriente me ordenó arrodillarme a su lado en el sofá, como una perra con el culo en pompa y las tetas colgando. Primero me las sobó, hasta que cambió de objetivo. Después de acariciarme la nalga me soltó una nalgada. No me lo esperaba, así que detuve la felación, sorprendida, pero la segunda, más fuerte y sonora, me obligó a continuar. No sé cuantas me pegó, pero se reía y me llamaba perra, hasta que oí la voz de nuestro hombre, al rescate.

-Ayuda a tu amiga que es tarde y quiero acostarme. -Al momento, Bibi apareció a mi izquierda, arrodillada en el suelo, para lamerle los testículos y acelerar su orgasmo. -¿Qué te parece el juego? ¿Divino, eh?

Pero Gentilhombre ya no respondió. Bufaba como un toro, aunque físicamente me recordaba más a un hipopótamo, señal inequívoca de que estaba a punto de derramar su semilla en mi paladar.

***

-No quiero repetirlo.

La sentencia me dejó descolocada. Debería haber sido yo la que la pronunciara, pero había salido de los labios de Bibi, los mismos labios que nos habían llevado al acantilado por el que yo también sentía que nos estábamos despeñando.

Habíamos vuelto al apartamento de Horta y de nuevo nos habíamos comportado como perras calientes, esa era la definición con que Gentilhombre nos había definido esta segunda vez, ataviadas con medias hasta medio muslo, tanga y zapatos de tacón.

Aún sentadas en el coche de mi amiga, delante de mi casa, pasada la media noche de un 20 de diciembre.

Entré en casa, sucia, con la frase de mi compañera de travesuras taladrándome el cerebro. Tenía razón, me decía mientras el agua caliente de la ducha limpiaba los vestigios de mi depravación. Tiene razón, me repetí. Esta ha sido la última vez.

Pero sabía que me estaba engañando a mí misma.

El 24 por la mañana, vigilia de Navidad, sonó mi teléfono. Era Caballero, al que Bibi le había dado mi número, pues ella había decidido acabar con el juego. Le confirmé la decisión de mi amiga a la vez que yo también le comunicaba que no lo veríamos más.

-Me gustaría despedirme de ti. –No respondí, sorprendida por el tono amable, confidente, del hombre que siempre se había comportado como un señor feudal. –Creo que te lo mereces. Que nos lo merecemos ambos. Será una sola vez, la última, y te prometo que no te arrepentirás.

Negué, pero él también notó la poca seguridad de mi voz. Sólo será un vez más, te necesito. Mis piernas temblaron de nuevo, mi sexo se licuó. Sólo una vez, respondí. Te espero esta tarde en mi casa. ¿Hoy? Es Navidad, objeté. Considéralo un regalo que nos hacemos mutuamente.

A las cuatro de la tarde aparcaba el Mini Cooper que Abel me regaló para mi cumpleaños en el mismo parking que Bibi había utilizado. Subí hasta el cuarto piso ataviada con un abrigo largo para protegerme del frío, pues siguiendo sus instrucciones me había vestido como una buscona. Falda corta, tanto que no cubría la blonda de las medias, camiseta ceñida y sin sujetador.

Crucé la puerta del piso que había dejado entornada, el corto recibidor y entré en la sala donde me esperaba sentado en su trono, en bata. Quítate el abrigo. Me escrutó como al trozo de carne en que me había convertido un buen rato, hasta que me felicitó por mi disfraz, de fulana, especificó, pues hoy es un día especial, será un día especial.

No quiso que me desnudara. Acércate. Me arrodillé ante mi señor, abrí la bata y comencé el último contacto que iba a tener en mi vida con aquella maravilla. Era una despedida, así que di lo mejor de mí, esmerándome, recorriéndola, con la firme intención de dejar huella. Pero me detuvo poco antes de llegar al orgasmo.

Me quitó el top, amasó mis pechos, pellizcó mis pezones, mientras mis gemidos se tornaban jadeos, hasta que coló la mano entre mis piernas. Estás empapada. Cerré los ojos sintiendo la llegada de un orgasmo que me recorrería de arriba abajo, pero se detuvo. Lo miré sorprendida, turbada, rogando que continuara, pero me tomó de la mano levantándonos para llevarme a su habitación, cuya puerta también estaba entornada.

Reanudó las caricias a mi sexo mientras cruzábamos el umbral, sosteniéndome de la cintura para que no defallera. Me apoyó contra la pared, abrí las piernas tanto como pude, rogándole que acabara el trabajo. Y entonces lo noté. Una presencia.

Gentilhombre me miraba, sucio, sentado en un lado de la cama. No, suspiré, ¿qué hace él aquí? Traté de protestar, pero los dedos de mi hombre no me dejaban pensar. Otra vez el orgasmo estaba aquí. Pero de nuevo se detuvo.

¿Quieres correrte? Por favor. ¿Quieres correrte? Por favor, lo necesito. ¿Quieres correrte? Sí, necesito correrme, te lo ruego. Arrodíllate, ordenó sentándose en el filo de la cama. Chupé con ansia, con avidez, con gula, jadeando como una perra.

Noté claramente como Gentilhombre se movía, me rodeaba, me levantaba la diminuta falda y apartaba el tanga para colar su asquerosa mano entre mis piernas. Lo necesito, me repetí, necesito correrme, pero de nuevo, cuando me acercaba al orgasmo, aquellos dedos callosos me abandonaron. Un no lastimero surgió de mi interior, pero Caballero me tranquilizó. Ya llegas cariño.

No fue una mano la que me llevó a explotar, no fueron unos dedos. Un pene grueso y corto, casi negro, que había deglutido dos veces en mi vida, entró en mi sexo de una estocada. La polla que tenía en la boca chocó con mi campanilla, provocándome una arcada, pero gemí sonoramente como la perra que aquel viejo verde estaba montando. Fue un orgasmo abrasador, que no remitió pues dos miembros me perforaban, llevándome en volandas a un Paraíso desconocido para mí.

Cuando la semilla de Caballero cruzó mi garganta sentí el segundo clímax de aquel interminable orgasmo, coronado en el tercero cuando la simiente del invitado anegó mis entrañas. Me descabalgó pero no cambié de posición, arrodillada en el suelo, con las nalgas levantadas, incitadoras, y mi rostro alojado en la entrepierna de aquel hombre que me había descubierto un mundo desconocido.

¿Cómo había podido caer tan bajo? Me pregunté en un momento de lucidez, dejándome follar por aquel ser inmundo. Pero el pensamiento fue pasajero, pues leyéndome la mente de nuevo, Caballero no me dejó seguir por aquel derrotero.

-Chúpamela un poco que ahora seré yo el que te folle. Será mi regalo de Navidad.

Como no podía ser de otro modo, obedecí, insaciable. Si sentir aquella monstruosidad en la boca casi me llevaba al orgasmo, ¿cómo sería sentirla en mi vagina? El pensamiento me derritió, licuándome.

Cuando lo creyó oportuno, se retiró en la cama para sentarse mejor, me incorporó y me mandó encajarme. Ahora sabrás lo que es ser empalada.

En cuanto su polla cruzó mis labios comenzaron los espasmos, cuando su glande tocó mi matriz grité, con todas mis fuerzas, desbocada. Se movió despacio, para que aquella barra que me partía se acomodara al nuevo hábitat. Me agarré con fuerza a sus brazos, clavando mis uñas como si quisiera devolverle una milésima parte de la intensidad que me profanaba. Perdí el control de mis caderas, que se movían enajenadas, buscando escapar, tratando de no soltarse, incoherentes.

Los orgasmos volvían a sucederse descontrolados, uno solo o muchos consecutivos, soy incapaz de precisarlo, pero nunca había sentido nada igual. Fue tal la vehemencia del acto, que estuve cerca de perder el conocimiento. Cuando eyaculó, no inseminó mi matriz, anegó mi estómago, mis pulmones. Noté el sabor de aquel conocido néctar en mi propia garganta.

Caí derengada sobre la cama, cerrando las piernas pues mi vagina ardía, mis labios interiores y exteriores chillaban irritados. Pero no tuve descanso. Unas manos me tomaron de los tobillos, tirando de mi cuerpo hasta el límite de la cama, me abrieron las piernas y acomodaron una polla de nuevo, a pesar de mis débiles ruegos para detenerlo. Era más estrecha, pero era tal la irritación de la zona que noté puñales clavándose en ella.

Me dejé hacer, extasiada, mientras el cerdo asqueroso me llamaba zorra rica, puta barata, agarrándome los pechos con furia, pasando su sucia lengua por mi cara, buscando la mía. A penas noté su eyaculación, pero la oí. Si te he dejado preñada, no vengas a buscarme.

***

He dedicado los últimos quince días a mi familia. Se lo merecen, se lo debo. Hemos pasado unas felices fiestas, como cada año, esquiando en Baqueira, regalándonos deseos, repartiendo amor.

Pero hoy he vuelto a Horta. Arrodillada, devoro famélica mi depravación.

 

Protected by SafeCreative

 

 

Aquí os dejo el link del primer libro que he autopublicado en Amazon.es por si sentís curiosidad:

https://www.amazon.es/MUJERES-IMPERFECTAS-episodios-peculiaridades-imperfectas-ebook/dp/B01LTBHQQO/ref=pd_rhf_pe_p_img_1?ie=UTF8&psc=1&refRID=MCH244AYX1KW82XFC9S2

 


Relato erótico: La orquídea y el escorpión 6 (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0

Luego de la “justa” en que me tocó salir derrotada, volvimos a nuestro trabajo, teniendo que soportar el descontrolado frenesí de la colorada, quien no cabía en sí por el premio ganado.  El sabor amargo del semen seguía en mi boca como un humillante recordatorio de mi derrota.  La mujerona que hacía la limpieza llegó en un momento; agradecí estar en presencia de Loana: me sentía más protegida.  En efecto, la abominable bruja no se extralimitó en modo alguno en sus funciones sino que simplemente se dedicó a ubicar tres cuencos en el piso a unos cinco metros de donde nos hallábamos; luego de llenarlos con la inmunda mezcla que venía a cumplir función de almuerzo, se retiró.

              “Bueno… ¡a comer, perritas!” – conminó la voz de mando de Loana al tiempo que palmoteaba el aire.
              Interrumpimos nuestra labor y nos abalanzamos hacia nuestra “comida”.  Las otras dos me sacaron ventaja en la carrera y, por esta vez, no lo lamenté.   Sin embargo, ellas ya tenían incorporado que estaban cumpliendo una orden de Loana y, como tal, había que obedecerla.  Apoyando palmas y rodillas en el suelo, comenzamos cada una a deglutir aquella inmundicia y, por supuesto, me volvieron las arcadas.  Ellas comieron mucho más rápido que yo y eso, en realidad, pareció ser una bendición, porque una vez que limpiaron sus platos se abalanzaron a disputar el contenido del mío.  Ello me evitaba en parte el tener que tragar toda la comida y, de hecho, retiré un poco mi rostro al verme afortunadamente desplazada por las dos muchachas, pero Loana puso las cosas rápidamente en su lugar:
             “¡Ustedes dos ya comieron! –les espetó  -.  ¡Dejen comer a la perra nueva!”
             La orden impartida, por supuesto, tuvo un rápido efecto disuasorio.  Se apartaron y, a cuatro patas, regresaron al lugar de tareas, con lo cual yo me quedé sola ante mi cuenco y su desagradable contenido.  Acabé el mismo como pude y, a los efectos de no irritar a Loana ni tampoco a la mujer de la limpieza en caso de que regresase, limpié el plato con la lengua.  La jornada continuó sin mayores sobresaltos hasta que Loana dio por terminada la actividad en la piscina.  Se dirigió hacia la casa seguida por el cortejo de sus amistades y, por detrás, nosotras tres como siempre.  Antes de ingresar, nos recordó que siguiéramos con el trabajo y así lo hicimos.  Debo confesar que me intimidó la idea de quedarme afuera sólo acompañada por aquellas dos deleznables criaturas que, por cierto, me detestaban.  Traté de evitar sus ojos ponzoñosos mientras, a cuatro patas, regresaba a ocupar mi lugar frente a la notebook en la zona de la piscina.  Ellas volvieron a lo suyo y podía adivinar sus miradas de odio sobre mí, seguramente más liberada su saña al saberse no controladas por el ojo de Loana.

Nuestra actividad, no obstante, marchaba sin problemas hasta que cayeron al lugar nuevas aunque conocidas visitas: se trataba de Eli , la hermana menor de Loana, junto a su amiguita, que ya para entonces parecía inseparable.  Ambas lucían sendos bikinis y, por cierto, los lucían bien, pero más la niña Batista.  Una tercera chica alta, delgada y de largas piernas, aunque también adolescente, se les sumaba esta vez.  Justamente la tercera muchachita, a quien yo no había visto antes, portaba una botella de algún licor: las chicas ya parecían estar viviendo la previa de lo que sería la noche del sábado.  Se pasaron la botella una a la otra para beber del pico y luego se fueron zambullendo en la piscina.  Rieron, chapalearon, se tiraron agua… Luego fueron saliendo del agua una a una… Traté de mantenerme ajena a ellas y seguir concentrada en mi trabajo; de hecho parecían bastante entretenidas con su charla, sus bromas y su botella… De pronto me di cuenta de que alguien tenía su rostro pegado al mío… Di un respingo y al levantar la vista me encontré con la sonrisa picarona de Eli, acodada sobre la mesa y apoyado su rostro contra su puño.

           “¿Qué están haciendo, chicas?” – preguntó, en un tono que podía ser tanto de interés como de burla.
            Lo más sintéticamente que pude le expliqué la naturaleza del trabajo que hacíamos para Loana:
         “Ah… – dijo -.  Y supongo que si no lo hacés, mi hermana te va a castigar, ¿no?”
         Para ser una chiquilla de esa edad manejaba con mucha habilidad el uso de preguntas retóricas o bien capciosas.  Me puse blanca y asentí con la cabeza.
         “A ver qué estás haciendo…” – dijo, al tiempo que giraba la notebook hacia ella sin pedir permiso en absoluto.   Su rostro evidenció algo de desconcierto -.  No entiendo un carajo – anunció – . ¿Qué es todo esto?”
          Yo me sentí algo desorientada al tratar de explicarle.  El trabajo que estaba haciendo incluía mucho lenguaje técnico de nivel universitario y, como tal, no era fácil de explicar a una chiquilla adolescente.  Aun así, le hice escuetamente el mejor resumen que pude. Ignoro si mi explicación le interesó o no, pero apenas terminé de explicarle se puso a manipular el teclado de la notebook; yo ignoraba qué estaba haciendo y me preocupé.  Cuando giró otra vez lo notebook hacia mí, la pantalla lucía en el inicio… Me desesperé… Busqué con la vista en la parte inferior de la misma a ver si veía minimizado el archivo sobre el cual estaba trabajando, pero nada… Miré hacia la muchacha con incomprensión y angustia; sonreía despreocupadamente:
         “Continuá con eso – me dijo -.  Dale, yo no te molesto”
         Sentía que el mundo se me venía abajo: ¿era posible que aquella jovenzuela maleducada e impertinente me hubiese borrado los archivos?
          “No…no… no lo encuentro” – balbuceé.
           “¿Cómo que no lo encontrás?” – preguntó ella fingiendo mostrarse sorprendida.
          “No…no está…”
          “Aaaay! –  apoyó los dedos de su mano sobre la boca -.  ¿Lo habré eliminado por error?”
         Yo seguía buscando y rebuscando por todas partes; se me empezaron a caer algunas lágrimas… y la sonrisita que el rostro de Eli mostraba por debajo de su falsa lamentación me hacía pensar que mi búsqueda muy posiblemente fuera en vano…Yo no podía creerlo: aquella pendeja malcriada… ¡me había borrado todo!
           “Uuuuy – se seguía lamentando falsamente -… ¿Y ahora mi hermana se va a enojar?”

Yo estaba nerviosa… Mis lágrimas se mezclaban con la bronca que estaba mascullando… Por el tono burlón que ella exhibía, difícil era pensar que fuera a hacerse cargo y admitir ante su hermana lo que había hecho, sobre todo si se consideraba que, tal como parecía, lo había hecho adrede.  Empecé a temblar nerviosamente… A la vez trataba de ordenar mis pensamientos… Me vino a la cabeza que hacía cosa de dos horas había guardado una copia parcial por si las dudas… No me parecía que pudiera haber sido descubierta por Eli y no sería bueno buscar ese archivo y abrirlo en ese momento o, de lo contrario, era casi seguro que ella también lo eliminaría.  De todas formas y más allá de eso, no era poca cosa haber perdido mis últimas dos horas de trabajo; en ellas estaba condensado tal vez lo más jugoso y crucial de lo que venía haciendo.  Era rara la sensación: sentía el deseo de golpear a aquella arrogante jovencita pero, a la vez, una fuerza interior me detenía… Era la hermana de Loana: con eso estaba todo dicho… Y el influjo de esa orquídea que llevaba sobre el muslo así como del escorpión que lucía sobre el empeine me hacían abstenerme de cualquier forma de rebelión instintiva.  Sólo debía esperar ahora que se alejase para buscar el archivo guardado y retomar mi trabajo como si las dos últimas horas no hubieran existido… Eché un vistazo hacia las dos amiguitas de Eli y la noté divertidas, pero no eran sólo ellas: también en las dos sumisas que me acompañaban en la tarea advertí la misma expresión en sus rostros.  Claro… sabían bien que ellas no serían, en principio, foco de la ira de Loana en cuanto supiese lo ocurrido ya que la parte que faltaba ( las más importante) era, precisamente la que hacía yo.

          En un movimiento fugaz al cual no pude siquiera reaccionar, Eli se apoderó de la notebook, cerró la tapa y caminó hacia atrás, casi saltando, en dirección a la piscina; reía algo alocadamente y revoleaba los ojos.
           “Y si esto se cae al agua mi hermana también se va a enojar, ¿no?”
            Mi incredulidad aumentó conjuntamente con mi estupor.  ¡Maldita pendeja de mierda!… ¿Me había leído la mente?  ¿Habría supuesto que yo debía tener algo guardado en alguna parte del disco rígido?  Lo cierto era que, ahora, lucía su bonita figura en bikini de pie junto al borde de la piscina, a la vez que sus manos sostenían la notebook pendiendo por encima de ésta… Y estaba bien clara la latente amenaza de dejarla caer de un momento a otro…
          “¡Nooo!” –me salió un gritito que fue casi un quejido de dolor.
          “¿Perdón…?” – inquirió ella, frunciendo el ceño.
          De pronto me sentí como en falta.  Era extraño: la marca de mi nalga decía “propiedad de Loana Batista”, no de “la familia Batista”… Y, sin embargo, el parentesco que unía a esa chiquilla con mi dueña era suficiente como para hacerme sentir que cualquier intervención mía que objetase su voluntad constituía una abierta falta de respeto.
           Me arrodillé y bajé la cabeza avergonzada; de todos modos no podía callarme…
            “Le… ruego por favor… – comencé a balbucear – que no lo haga… ¡Por favor!”
            Mi tono era suplicante, sumiso y rebajado.  Espiando apenas por debajo de las cejas pude ver cómo la chica apoyaba una mano sobre su cintura, en tanto que con la otra seguía sosteniendo la notebook.
           “Me parece que le tenés miedito  a mi hermana, jeje… – se mofó la chica -. Hmmm… a ver… – adoptó una expresión pensativa -. ¿Qué podés hacer para convencerme de que no lo haga?”
           Mis ojos eran de desesperación… Yo lloriqueaba…
           “No… sé… pero… por  favor…”
          “¡Bueno! ¡Convenceme entonces!” – exclamó -.  Hasta ahora no veo que estés haciendo nada para que no la tire al agua…”
           Las amigas rieron.  Eli esperaba una actitud de mi parte… ¿qué podía ser para mí más humillante que la propia autodegradación?  Resignada, me arrastré por el piso prácticamente como un gusano… Llegué hasta donde ella estaba y, luego de besar sus pies, me dediqué a lamerlos… Rogaba que eso la complaciese…
          “Hmmm… eso está bien pero no es suficiente… ¿Qué más podés hacer por mí?”
           Me incorporé sobre mis rodillas nuevamente.
           “No sé… – respondí con un encogimiento de hombros; en eso recordé la meada con la que la chiquilla me había bañado la noche anterior -.  ¿No… tiene ganas de orinar, por ejemplo?”
           Eli revoleó los ojos como evaluando la propuesta…
           “Eso podría ser – dijo, blandiendo un dedo índice en el aire y asumiendo una postura totalmente histriónica – pero… la verdad es que no tengo ganas de hacer pis en este momento – miró hacia sus amigas -.  Chicas…¿alguna de ustedes quiere hacer pipí?”
           La morochita que la había acompañado en su visita nocturna volvió a abstenerse.  Yo no sabía si agradecer o lamentarme por ello, ya que su negativa implicaba para la chiquilla Batista tener que seguir buscando alternativas.
          “¡Yo sí tengo ganaaassssss!” – afirmó, entusiasta , la tercera muchacha, la de las piernas largas.
          “Ah… bien Sofi… – acordó Eli -.  Aprovechá que tenés baño cerca”
           La aludida echó un vistazo en derredor.
         “¡Aaaay taradaaaaa! – se quejó Eli – ¡Acá tenés un buen baño!”

Dicho eso, Eli me tomó con su mano libre por las mejillas y estrujó mi cara hasta obligarme a abrir la boca.  La chica a la que llamaban Sofi me miró y rió:

           “¡Ja!.. Es una joda, ¿no?”
           “¡Para nada! – negó enfáticamente Eli sin reírse en absoluto, aunque manteniendo siempre el tono burlón.  Tomó con una de sus manos mi rostro y estiró las mejillas de tal modo de abrir mi boca -.  Acá tenés un buen inodoro…”
          “Jajaja… No te la puedo creer…- seguía riendo Sofi – Y se lo traga?”
          “Obviooooo” – remarcó Eli…

           Sofi se puso en pie y se acercó hacia mí.  Mientras caminaba se quitó la parte de abajo del bikini sin ningún pudor.  Eli, que aún me tenía tomada por las mejillas, fue empujando mi cabeza hacia atrás hasta que perdí el equilibrio y caí de espaldas.  Antes de que pudiera asimilar nada, ya la claridad del día había desaparecido de mi vista siendo reemplazada por la humanidad de una adolescente hasta un momento antes totalmente desconocida y que estaba a punto de hacer pis en mí.

           “Abrí la boquita” – me ordenó Eli; la voz me llegó algo ahogada porque yo estaba prácticamente sofocada al haberse sentado Sofi sobre mi rostro.  Yo sabía que era eso o perder absolutamente todo lo que pudiera tener guardado en la notebook, así que, sumisamente y sin dignidad alguna, abrí la boca sin cuestionar absolutamente nada y, simplemente, dejé que el líquido entrara en mí.  Una vez más estaba bebiendo orina… y lo que es peor, estaba empezando a acostumbrarme, lo cual hablaba bien a las claras de que mi proceso de deshumanización estaba en marcha y dando sus frutos.
           Una vez que aquella adolescente despreocupada y de piernas largas hubo descargado su orina dentro de mí, se levantó de encima de mi rostro y abrigué la esperanza de que, al menos, tanta humillación tuviera como premio la devolución de la notebook.  Pero cuando dirigí la vista hacia Eli, noté que seguía de pie junto a la piscina, con la notebook  aún pendiendo amenazadoramente de su mano y sobre el agua… Mantenía un talante pensativo…
         “A ver… – decía -.  ¿Qué podés hacer para dejarme satisfecha a mí?”
         Fue entonces cuando caí en la cuenta de que haber bebido el pis de su amiga no contaba, para Eli, como forma de pago.  Una nueva humillación y una nueva frustración: había bebido el pis por nada…  De pronto el rostro de la chiquilla Batista destelló con picardía.
          “Hmmm… ya sé – miró hacia sus dos amigas -.  Yo no sé ustedes, chicas, pero… yo con todo esto me puse un poco caliente… Eso está bueno porque hoy es sábado y a la noche podemos hacer desastres, jaja… pero… ¿por qué no tener una buena previa?”
           Yo miraba desde el piso con incomprensión y, por cierto, sus amigas también lo hacían.  Eli, sin abandonar la notebook, se retiró del borde de la piscina y eso me produjo un cierto alivio, aunque aún no sabía qué se traía entre manos la niña malcriada.  Casi de un salto, se echó sobre una de las reposeras que antes ocuparan los jóvenes amigos de Loana.  Colocó la notebook por debajo de su cabeza a modo de almohada y se quitó la parte inferior del bikini, quedando expuesta con su sexo al aire.  Recogió sus piernas llevando las rodillas hacia su pecho y las separó:
           “Yo necesito una buena chupada de concha…” – anunció, echando la cabeza atrás y cerrando los ojos.
           Las dos amigas se miraron primero entre sí y luego a la niña Batista con sus ojos saliéndoseles de las órbitas.
           “¡Eli! – repuso la morochita -… ¡A mí nunca me hicieron eso! Ja…”
           “Y a mí tampoco” – se sumó Sofi.
            “Hmmmm… entonces, chicas, no saben lo que se están perdiendo… ¿No tienen ganas de probarlo?  Eso sí, les aviso que de este vicio no se vuelve, jaja”
            Las adolescentes no salían de su sorpresa y yo menos.
            “Pero… además… – apostilló la morocha, siempre al parecer algo más tímida y recatada… -, ¿vos estás hablando de dejarnos hacer… eso… por una mujer?”
            “Dicen que es lo mejor – explicó Eli -… porque solamente una mujer sabe bien cómo darte placer… Con los chicos está muuuy bueno cuando lo saben hacer… pero tengo ganas de ver si es verdad lo que dicen, jaja”
             Sofi fue, por supuesto, la primera que se subió a la propuesta.  Ya estaba sin la parte de abajo del bikini así que sólo tuvo que dejarse caer de espaldas contra la reposera contigua a la que utilizaba Eli… Se la notaba alegre y deseosa de experimentar lo que se venía.  La otra chica tardó un poco más, pero finalmente ocupó la tercera reposera.  Y así, los lugares que antes fueran ocupados por los tres muchachos a los cuales las otras dos sumisas y yo habíamos mamado la verga, eran ahora ocupados por tres adolescentes encendidas en hormonas  y deseosas de sentir placeres nuevos…  Eli me miró y señaló con un dedo índice hacia el expuesto tajito de su sexo…  No hizo falta que dijera nada…
            Andando sobre mis rodillas me dirigí hasta el extremo de la reposera sobre el que irían los pies y me trepé; repté con mi cuerpo hasta llegar a su vagina.  Lo que estaba por hacer era, por supuesto y una vez más, algo que no había hecho jamás en mi vida… Estaba por hundir mi cara en su sexo cuando me detuvo en seco su mano sobre mi frente:
           “Momentito – dijo secamente -.  Estuviste hasta hace hace un ratito tomándote el pis de esta guacha sucia… – señaló hacia Sofi y ambas rieron; no parecía haber insulto o degradación en sus palabras sino más bien algún código compartido entre chicas, entre amigas, como parte de una broma que ya se daba por sobreentendida.; luego se dirigió hacia las dos patéticas sumisas -, ¡Ustedes! – les llamó la atención -. ¡Lávenle la boca!”
        La orden fue como una lanza más en mi autoestima.  ¿No podía pedirme que lo hiciera yo misma?  ¿Tenían que ser justamente aquellos dos esperpentos que desde mi llegada sólo me miraban con odio quienes llevaran a cabo la orden?  Lo cierto era que, súbitamente, la chiquilla insolente parecía comportarse casi como nuestra dueña; la noche anterior había dicho que su hermana le prestaba “todo” pero yo no tomé en ese momento conciencia sobre las reales implicancias de sus dichos.
        No hacía falta mirarlas para imaginar que las dos serviles muchachas estarían saltando de alegría.  Una me tomó violentamente por mis cabellos y lisa y llanamente me arrancó la cabeza del montecito de Eli… La otra me aferró por un brazo y un hombro y así, entre ambas, prácticamente me arrastraron hasta la canilla más cercana.  Una de ellas la abrió y la otra llevó mi cabeza por los cabellos hasta colocarla debajo del chorro de agua.  Sin ninguna delicadeza me abrieron la boca con las manos y, luego, entraron en ella una y cien veces enjuagando mi lengua, mis encías, mi paladar… Introducían sus dedos tan profundo que, una vez más, experimenté arcadas… Les vi sus rostros; no puedo describir el placer que rezumaban, harto evidente en sendas sonrisas de oreja a oreja.  Cuando terminaron de lavarme la boca me arrastraron nuevamente y arrojaron prácticamente mi cara contra la vagina de Eli…

Y, esta vez sí, mi rostro se enterró en el sexo de la jovencita.  Saqué mi lengua afuera cuan larga pude y la llevé tan profundo como era posible.  Eli exhaló un profundo gemido de excitación y debo confesar que yo me excité también… Levantó una de sus piernas y la pasó por encima de mi hombro; se sacudía frenéticamente como si su cuerpo estuviese siendo recorrido por una descarga eléctrica… Yo cerré los ojos y me concentré en llevar mi lengua aún más profundo cuando parecía imposible… pero sin embargo, en la medida en que la excitación de la chiquilla aumentaba, su flor se abría más y más y eso me permitió ir cada vez más adentro… El rechazo que en un primer momento me generó el estar comiendo la conchita de una adolescente fue quedando atrás en la medida en que mis placeres se entregaban al hecho de que mi lengua estaba ingresando en el cuerpo de… la hermana de Loana… Saboreé sus fluidos cuanto pude sabiendo que debía, en sus genes, llevar la misma esencia del néctar de la diosa que era su hermana.  Me aferré con mis manos a sus caderas para tener mejor equilibrio y, sin pausa alguna, me dediqué a cogerla bien cogida con mi lengua… Ella se revolvía para todos lados y eso era lo que yo quería… Yo, por mi parte, estaba mojadísima y deseosa de jadear a viva voz pero mi situación me lo impedía.  Estaba decidida a hacerla acabar… Podía escuchar las risas y voces de aliento de las amigas de Eli y, por cierto, un acceso de vergüenza al no poder creer el espectáculo indecente que yo les estaba brindando… Aun así, no me detuve… Insistí con mi lengüita… hacia adentro, hacia afuera, hacia adentro, hacia afuera…  Eli lanzó lo que pareció ser un grito ahogado… un hilillo de voz débil pero sobreagudo, evidenciaba que el placer estaba haciendo colapsar su capacidad de emitir sonido… Manoteaba hacia los costados aferrando los bordes de la reposera… Luego ubicó ambas manos sobre mi cabeza y me llevó más adentro todavía, al punto de no dejarme respirar… Un mar de fluidos inundó mi boca al tiempo que el entrecortado aliento de la chiquilla daba lugar a una inhalación prolongada y casi silenciosa… Luego aflojó su presión sobre mi cabeza… Me hice hacia atrás a los efectos de poder volver a respirar… Eché un vistazo a Eli, que estaba casi desfalleciente sobre la reposera, su boca abierta tan grande era y sus ojos cerrados; toda ella estaba entregada al momento de placer extremo que acababa de experimentar…

           “Chicas… esto es… genial – dijo, una vez que recuperó el aliento…- ¡A la mierda los chicos! Jaja”
         “Jajaja… Pero, ¿tan bueno está?” – quiso saber Sofi alegremente.
         “No sabés, nena… – decía Eli con tono algo más relajado y recuperando su ritmo habitual; mantenía cerrados los ojos y apoyaba una de sus muñecas sobre la frente en clara señal de agotamiento -.  Lo mejor… ¡Girls power!, jajaja”
          Sofi parecía tan curiosa como entusiasmada ante la idea.  Reía con una mezcla de inocencia y lujuria difícil de traducir en palabras.

           “A ver… vení para acá” – me conminó.

           En ese momento me pregunté por qué tenía yo que satisfacer sexualmente a las tres.  Bien podrían haber metido en el asunto a las otras dos sumisas del mismo modo en que antes había ocurrido con la triple mamada de verga a los muchachos; pero parecía, sin embargo, que hubiera un cierto ensañamiento con “la nueva”, humillar a más no poder a la recién llegada…  El hecho fue que tuve que entrar con mi lengua también en el sexo de Sofi y luego en el de la chica restante.  Al momento de acometer tal acto me sentía, en principio, extenuada por haber dado placer a Eli… y, por otra parte, sentía que lo que venía era sólo el relleno… algo así como que el postre hubiera sido servido en primer lugar… Sin embargo, el hecho de que ninguna de las dos había recibido hasta el momento sexo oral le brindaba un atractivo extra a la cuestión.  Debo decir, aun así, que ninguna de las dos era virgen… Aun sin experiencia en el sexo oral estaba más que claro que todas (las tres) tenían sus conchitas estrenadas a pesar de la edad.  Sí se advertía que la de Eli tenía más uso que las de sus amigas, lo cual se evidenciaba en la estrechez de estas últimas, pero insisto: ninguna estaba sin desflorar.  Pero bueno: había algo en lo que sí eran vírgenes (por lo menos Sofi y la morocha) y ello era en los placeres de la lengua, razón por la cual entrar en ellas constituía también una experiencia nueva y gratificante.  Sofi se entregó muy suelta; lo disfrutó como una perra en celo y, a diferencia de Eli, gritó muchísimo: difícil era pensar que los alaridos que lanzaba no estuvieran siendo oídos desde la casa… a aun por los vecinos, por más lejos que estuviesen. La propia Eli la golpeó un par de veces en el brazo advirtiéndole al respecto.  En cuanto a la tercera chica, el trabajo fue más difícil de entrada porque se advertía el fuerte prejuicio y resistencia que tenía; ello también agregó un condimento atractivo, ya que fue muy excitante irla sacando de su renuencia y llevarla hacia el éxtasis del placer incontrolable… De manera inversa a lo que había ocurrido con Eli y con Sofi, ella llegó a empujar mi cabeza hacia atrás para tratar de que yo quitara mi lengua de allí; pero por otra parte se advertía que en su interior la resistencia estaba librando una lucha sin cuartel contra la entrega absoluta y mi misión era que ganase la segunda… Lo logré finalmente; la chica acabó con largas exhalaciones que, por momentos, se convirtieron en grititos no tan ahogados como los de Eli pero tampoco tan descontrolados como los de Sofi… Cada una con su estilo; cada mujer, un mundo… Y, por cierto, puedo asegurar, después de eso, que cada una tiene también su gusto: sabe distinto.
          Quedé de rodillas a un costado.  Súbitamente me asaltaron la culpa y la conciencia.  Yo, que jamás había hecho hasta ese día sexo oral a nadie, ahora no sólo le había mamado la verga a un tipo desconocido sino que, además, le había dado placer sexual (y cómo) a tres adolescentes… Las tres parecían estar en otro planeta: se las veía plácidas, sonrientes y satisfechas…
             Di por sentado que había hecho mi trabajo lo suficientemente bien como para recuperar la notebook; esperaba, por lo tanto, algún gesto de Eli en consecuencia.  De pronto, la chiquilla salió de su éxtasis y se puso en pie de un salto, no sin antes tomar la notebook… Para mi estupor, corrió hacia la piscina… Se paró en el borde y se giró hacia mí:

         “Querés esto, ¿no?” – preguntó.
             Pareció haber un destello de malicia burlona en los ojitos de la jovenzuela.  Yo, otra vez, estaba blanca de terror… Asentí con la cabeza, muy nerviosa…
               Eli se llevó la notebook hacia el pecho como abrazándola.
              “Vas a tener que venir por ella” – anunció, al mismo tiempo que iniciaba una carrera rodeando el perímetro de la piscina hasta quedar de pie y, una vez más, mirándome, pero desde el otro lado.
              Francamente ya no se sabían cuáles eran los límites de aquella nenita del demonio pero no había lugar para la vacilación ni la duda.  Obedeciendo prontamente, marché en cuatro patas siguiendo su mismo derrotero alrededor de la piscina y llegué a metro y medio de ella; tenía la notebook aún abrazada al pecho.  Amagó dármela pero cuando yo ya casi la tenía en mis manos, la apartó y, para mi estupor, la arrojó en dirección a la piscina.  Mis ojos aterrados siguieron el recorrido de la notebook en el aire pero, por fortuna, el tiro de Eli era lo suficientemente largo como para que fuera a caer al otro lado; allí, precisamente, fue atrapada al vuelo por Sofi.
              “¡Bien Sofiiiii!!! – le felicitó con algarabía Eli, al tiempo que aplaudía, en un gesto indudablemente aprendido de la hermana.
              Miré hacia Sofi con angustia y desesperación.  Ella, por el contrario, reía y lucía tranquila:

              “¿La querés? – me preguntó.

             Mi dignidad ya hacía rato que no existía.  A cuatro patas desanduve el camino antes recorrido en torno a la pileta y fui hacia donde Sofi se hallaba… No me sirvió de mucho llegar; la muchachita ni siquiera amagó dármela como había hecho Eli… Apenas estuve más o menos cerca, la arrojó volando por encima de la parte más profunda de la piscina y finalmente, en el otro extremo, fue apresada por la morocha.
          Las lágrimas me rodaban por las mejillas… Sofi y Eli reían alocadamente… Recorrí el camino de lajas en dirección a la chica que sostenía la notebook, pero por supuesto que cuando llegué se la arrojó a  Eli…  Así me tuvieron largo rato… como un perrito que busca atrapar una pelota que todos se arrojan entre sí… Y cada vez que llegaba muy cerca de una, rápidamente la notebook era lanzada en dirección a la otra… Alteraban el orden: a veces iba de Eli a Sofi, otras de Sofi a Eli… o bien de Eli a la morocha… Jugaban con mi desesperación y con mi imposibilidad de prever los próximos movimientos, además del hecho de que sabían bien el espanto que me provocaba ver volar tantas veces mi trabajo de horas por encima del agua… Yo estaba agotada y jadeando por el cansancio: mis rodillas no podían más por el contacto con las lajas… Hasta que ocurrió la catástrofe…  En un disparo de Eli hacia la chica morocha, ésta pareció capturar la notebook en el aire pero la misma dio varias vueltas en el aire mientras la chica manoteaba; un par de veces estuvo a punto de asirla pero no lo consiguió… y mis ojos, presos de una angustia indecible, tuvieron que ver cómo la notebook caía al agua y el logo de la manzanita iniciaba su camino hacia el fondo de la piscina…
          La chica que no había logrado retener la presa en sus manos ahogó un grito llevándose las manos a la boca, horrorizada ante lo que acababa de hacer.
          “¿Qué hacés, pelotuda? – le recriminaba Eli desde su sitio – ¿Qué tenés en las manos?”
         “No…no… no pude… ¡Se me escapó! – se lamentaba la morochita, sintiéndose culpable – . ¡Tu hermana nos va a matar!”
          “Te corrijo, amor – objetó Eli -. TE  va a matar…”
          Verdaderamente yo no podía determinar si la escena era actuada o natural.  Más aún, el tono de Eli no sonaba lo suficientemente preocupado y ello me hacía pensar que, quizás, hubiera arrojado la notebook muy violentamente de manera deliberada, especulando con que ocurriera lo que finalmente había ocurrido, es decir que la otra chica no pudiera capturarla.  También existía la posibilidad de que nada de lo sucedido estuviera en realidad en los planes de la chica Batista ni de nadie pero que, ahora que las cosas se habían dado de ese modo, la situación divertía y complacía a Eli de manera perversa.  Por su parte Sofi, desde  el otro lado de la piscina, se veía compungida y no menos horrorizada que la chica que había quedado en falta.
         En un acto casi reflejo, me arrojé al agua.  Nadé hacia lo profundo y no paré hasta dar con la notebook; una vez que la tuve en mis manos regresé a la superficie.  Me ubiqué a un costado de la piscina; las tres chicas se congregaron en torno a mí con aire aparentemente interesado aunque, repito, yo desconfiaba de Eli, quien parecía recargar todos sus gestos de una gran teatralidad.  El artefacto chorreaba agua por todas partes, como era obvio… Y yo, en mi desesperación, hice algo que tal vez fue peor: intenté encenderla… Luego de un breve amague, la notebook directamente murió… Había hecho cortocircuito…
          “Aaaay qué penaaaa – se lamentó Eli, en un tono que seguía sonando poco creíble -.  No funciona más, ¿no?”
           La chiquilla insolente bien sabía la respuesta.  Yo me sentía caer, morir… finalmente todo mi trabajo se había perdido… y no había posibilidad de rescatar nada.  Se me ocurrió, no obstante, que tal vez existiera alguna posibilidad de salvar el disco rígido; en mi ignorancia al respecto, no sabía si el necesariamente el mismo tenía que haberse quemado con el cortocircuito.  En todo caso, no tuve tiempo de hacer nada más porque, como si las circunstancias la hubiesen llamado, Loana se hizo presente en el lugar…
           “¿Qué está pasando acá? – rugió – ¿Por qué no está trabajando esta perra?  ¿Y ustedes qué hacen sin la parte de abajo del bikini?”
            El comentario de la diosa rubia hizo enrojecer especialmente a Sofi quien buscó cubrirse con sus manos, sobre todo si se consideraba que Loana había vuelto en compañía de sus amigos, de los cuales tres, vale recordarlo, eran varones.  En el caso de la chica morocha, era tal la angustia que la envolvía que ni siquiera atinó a cubrirse ni dio tampoco la impresión de sentir el más mínimo pudor; estaba, obviamente, shockeada y sobrepasada por la situación.  Eli, en tanto, ni siquiera acusó recibo de las palabras de su hermana.  Yo miré primero hacia Loana y luego, con desesperación, hacia las tres chiquillas adolescentes; esperaba, por supuesto, alguna confesión que me eximiera a mí de culpa, pero lo cierto era que la responsable de haber dejado caer la notebook al agua se mantenía casi inmóvil, con la vista baja hacia la piscina y sin atreverse a hablar.  Fue entonces cuando Eli hizo algo que, según como se lo viese, podría ser considerado como la más cabal demostración de lealtad que pudiera brindarse a una amiga… o bien como el acto más perverso que se podría cometer contra alguien, en este caso contra mí.
         “Ella dejó caer la notebook al agua” – dijo, dirigiendo un dedo acusador hacia mí…

Relato erótico: “las mil y una noches porno 3” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

$
0
0


Monté en aquella alfombra como sabe el lector y comencé a volar era maravilloso cuando de pronto divisé a dos mujeres indefensas y unos malvados quieren quitarle lo poco que tiene y abusar de ellas. así que me dirigí allí para ayudarlas cuando me vieron los ladrones huyeron despavoridos pensaron que era un mago volando en la alfombra.

ellas se asustaron les dije:
– tranquilizaos os he visto y he venido a ayudaros.
– Te estamos muy agradecidos extranjero. si nos es por ti nos hubieran robado y matado. venir con nosotras. os daremos de comer.
– gracias estoy hambriento.
así que me prepararon una buena comida de la que di buena cuenta.
– ahora viene el postre.
Yo creía que se refería algún dulce o algo por el estilo cuando las vi completamente desnudas que venían hacia mí.
– esto es el postre -se rieron.
joder como estaban. Menudas tías.
– relájate y déjanos a nosotras.
me desnudaron con una maestría que ni me entere y empezaron a comerme la poya joder como me la comían que gusto.
– te gusta extranjero.
– mucho.
ellas se llamaban Fátima y Jaztila.
– follanos -me dijeron -queremos tu verga en nuestros chochos y en nuestros culos.
así que cogí a Fátima y se la endiñé hasta los cojones.
-que gusto Jaztila me muero de gusto como folla este extranjero.
– hazla gozar extranjero haz que disfrute -me dijo- luego dámela a mí por el culo. la necesito.
así que después de follarme a Fátima se la endiñé a ella la cual se moría de gusto.
– más mas necesito esa verga que gusto como follas extranjero me corroooooooooooooo -dijo Jaztila.
luego me comieron la poya y al final me corrí en sus bocas.
– es una delicia tu leche- dijeron ellas.
después de follar ya relajado y bien comido me dijeron:
– que te trae por aquí extranjero nunca te hemos visto aquí. tú no eres de aquí.
le conté mi historia.
– no podemos ayudarte, pero si sigues ese camino encontraras un palacio del sultán allí esta una mujer muy bella llamada Sherezade y cuenta historias y sabe mucho. tal vez sepa cómo ayudarte.
las di las gracias y me subí en mi alfombra y me dirigí al palacio del sultán cuando llegué al palacio me tomaron por un mago.
– no soy un mago. quiero ver Sherezade.
– para que las queréis ver.
– busco su ayuda.
así que me presentaron a Sherezade que era tan bella como decían.
– que quieres extranjero de mí.
– oh bella Sherezade tú qué sabes mucho ayúdame -le expliqué mi historia.
– se lo que tienes que tienes que hacer, pero te puede costar la vida.
– y tú qué haces aquí bella Sherezade.
– cuento historias al sultán para que no mate a más mujeres ya que las odia por ser su esposa infiel.
– pero te puede matar a ti.
– nunca acabo de contársela siempre le dejo con la intriga y comienzo al día siguiente a narrar otra vez sabes en mi mundo.
– tú te casa con el sultán y sois felices.
– estas seguro.
– completamente.
– gracias extranjero me has dado muchos ánimos para seguir. vete al fin del mundo. el ojo que todo lo ve y lo sabe allí encontraras la respuesta donde está la cueva de alibaba y así poder devolver el tesoro y volver a tu mundo.
– gracias Sherezade serás feliz con el sultán y te amara muchísimo. ya lo veras. yo si fuera el sultán os amaría.
– estáis seguro.
– completamente sois bellísima.
– llevo mucho tiempo sin un hombre el sultán ahora duerme y se despierta por la noche. querríais amarme. lo necesito. solo cuento historias para él. nada mas, pero ni me toca así no puedo estar.
– tranquila yo os amare.
así desnudé a Sherezade y la empecé a besar ella tenía razón necesitaba un hombre no podía aguantar más la empecé a comer el coño la cual no pudo aguantar y se corrió.
– ahahahhaa esto es divino como lo echaba de menos.
– tranquila.
luego se la metí por el chocho y me la follé hasta mas no poder.
– ahahaha si no fuera porque amo al sultán me iría con vosotros extranjero como folláis.
luego la di por el culo y me chupo la poya hasta que me corrí.
– gracias extranjero lo necesitaba, pero esto ni una palabra.
– tranquila seréis felices ya lo veréis.
así que la deje y me subí a la alfombra y me despedí de ella y llamé al genio de la lampara si recuerda el lector me quedaba un deseo todavía.
– dime ya sabes que pedir tu último deseo.
– si quiero ir al fin del mundo a por el ojo que todo lo ve y lo sabe.
– jajajajajja -se rio el- tú sabes lo que dices el ojo está protegido y es dificilísimo cogerle.
– bueno tu llévame allí.
– bien vámonos.
se montó en la alfombra y dijo alfombra llevaos al fin del mundo así que fuimos subiendo y subiendo por los aires parece que esto nunca iba a acabar CONTINUARA

Relato erótico: “Gracias al padre, estuve con la hija y con la madre” (POR GOLFO)

$
0
0

La ausencia de papeles amontonados sobre la mesa de mi despacho, engaña. Un observador poco avispado, podría suponer falta de trabajo, todo lo contrario, significa que 14 de horas de jornada han conseguido su objetivo, y que no tengo nada pendiente.
Contento, cierro la puerta de mi despacho y me dirijo hacia el ascensor. Son la 9 de la noche de un viernes, por lo que tengo todo el fin de semana por delante.
El edificio esta vacío, hace muchas horas que la actividad frenética había desaparecido, solo quedaban los guardias de seguridad y algún ejecutivo despistado. Como de costumbre, no me crucé con nadie, mi coche resaltaba en el aparcamiento. En todo el sótano, no había otro.
El sonido de la alarma al desconectarse, me dio la bienvenida. Siguiendo el ritual de siempre, abrí el maletero para guardar mi maletín, me quité la chaqueta del traje, para que no se arrugara, y me metí en el coche.
El sonido del motor, la radio encendida, el aire acondicionado puesto, ya estaba listo para comerme la noche. Durante los últimos diez años, como si de un rito se tratara, se repetía todos los viernes, ducha, cenar con un amigo y cacería. Iríamos a una discoteca, nos emborracharíamos y si hay suerte terminaría compartiendo mis sabanas con alguna solitaria, como yo.
Las luces de la calle, iluminan la noche. Los vehículos, con los que me cruzo, estan repletos de jóvenes con ganas de juerga. Al parar en un semáforo, un golf antiguo totalmente tuneado quiso picarse conmigo. Sus ocupantes, que no pasaban los veinte, al ver a un encorbatado en un deportivo, debieron pensar en el desperdicio de caballos, una piltrafa conduciendo una bestia. No les hice caso, su juventud me hacia sentir viejo, quizás en otro momento hubiere acelerado, pero no tenias ganas. Necesitaba urgentemente un whisky.
Las terrazas de la castellana, por la hora, seguían vacías. Compañía era lo que me hacía falta, por lo que decidí no parar y seguir hacia mi casa.
Mi apartamento, lejos de representar para mí, el descanso del guerrero, me resultaba una jaula de oro, de la que debía de huir lo mas rápidamente posible, además había quedado con Fernando y con dos amigas suyas, por lo que tras un regaderazo rápido, salí con dirección al restaurante.
El portero de la entrada, sonrió al verme, me conocía, o mejor dicho conocía mis propinas, solícito me abrió la puerta, ya estaban esperándome en la mesa.
-Pedro, te presento a Lucía y a Patricia
Todo era perfecto, las dos mujeres, si es que se les podía llamar así ya que hace poco tiempo que habían dejado atrás la adolescencia, eran preciosas, su charla animada, y Fer, como siempre, era el típico ser, que aún en calzoncillos seguía siendo elegante y divertido.
No habíamos pedido el postre, cuando sin mediar palabra, apareció por la puerta, una mujer y me soltó un bofetón.
¡Cerdo!, no te bastó, con lo que me hiciste a mí, que ahora quieres hacerlo con mi hija-
Estaba paralizado, aunque la mujer me resultaba familiar, no la reconocía. Fernando se levantó a sujetar a la señora, y Lucía que resultó ser la hija, salió en su defensa.
Disculpe pero no tengo ni idea de quien eres-, fue lo único que salió de mi garganta.
Soy Flavia Gil, ¿No tendrás la desvergüenza de no reconocer lo que me hiciste?-, me contestó.
Flavia Gil, el nombre no me decía nada:
Señora, durante mi vida, he hecho muchas cosas, y no la recuerdo-, la sangre me empezó a hervir, estaba seguro que estaba loca, si hubiera hecho algo tan malo me acordaría.
¡Me destrozaste la vida!-, me contestó saliendo del brazo de su hija y de su amiga.
Fernando se echó a reír, como un poseso, lo ridículo de la situación, y su risa, me contagiaron.
– ¿Quien coño, es esa bruja?, me preguntó, – ya ni te acuerdas de quien te has tirado-.
Te juro, que no sé quien es.
Pues ella, si, y te tiene ganas-, me contestó descojonado, – y no de las que te gustaría, ¿te has fijado que piernas?.
No te rías, cabrón, que esa tía está loca-, respondí mas relajado, pero a la vez intrigado por su identidad.
Decidimos pagar la cuenta, nos habían truncado nuestros planes pero no íbamos a permitir que nos jodieran la noche, por lo que nos fuimos a un tugurio a seguir bebiendo.
Estaba sonando un timbre, en mi letargo alcoholizado, conseguí levantarme de la cama. Demasiadas copas, para ser digeridas. Mi cabeza me estallaba. Mareado, con ganas de vomitar, abrí la puerta. Cual no sería mi sorpresa, al encontrarme con Lucia:
-¿Qué es lo que quieres?-, atiné a decir.
-Quiero disculparme por mi madre-, en sus ojos se veía que había llorado,-nunca te ha perdonado. Ayer me contó lo que ocurrió-.
No la dejé terminar, salí corriendo al baño. Llegué a duras penas, demasiados Ballentines para mi cuerpo. Me lavé la cara. El espejo me devolvía una imagen detestable con mis ojos enrojecidos por el esfuerzo, tenía que dejar de beber tanto, decidí, sabiendo de antemano la falsedad de mi determinación.
Lucía estaba sentada en el salón. Ilógicamente había abrigado la esperanza, que al salir, ya no estuviera. Resignado le ofrecí un café. Ella aceptó, esta maniobra me daba tiempo para pensar. Mecánicamente puse la cafetera, mientras intentaba recordar cuando había conocido a su madre, pero sobretodo, que le había hecho. No lo conseguí.
-Toma-, le dije acercándole una taza,- perdona pero por mucho que intento acordarme, realmente no sé que le hice, o si le hice algo-.
-Hermenegildo Gil-, fue toda su contestación.
Me quedé paralizado, eso había sido hace mas de 15 años, yo era un economista recién egresado de la universidad, acababa de entrar a trabajar para la empresa de auditoria americana, de la que ahora soy socio, cuando descubrí un desfalco. Al hacerlo público a mis superiores, estos abrieron una investigación. A resultas de la cual, todos los indicios, señalaban al director financiero, pero no se pudo probar. El directivo fue despedido, y nada más. Su nombre era Hermenegildo Gil.
-Yo no tuve nada que ver-, le expliqué cual había sido mi actuación en ese caso, como me separaron de la averiguación, y que solo me informaron del resultado.
-Fue mi madre, quien te puso bajo la pista, ella era la secretaría de mi padre. No te lo perdona, pero sobretodo no se lo perdona-.
-¿Su secretaria?-, por eso me sonaba su cara,- ¡Es verdad!, ahora caigo que todo empezó por un papel traspapelado, que me entregaron. Pero no se pudo demostrar nada-.
-Mi padre era inocente, nunca pudo soportar la vergüenza del despido y se suicidó un año después-, me contestó llorando.
Nunca he podido soportar ver a una mujer llorando, como acto reflejo la abracé, tratando de consolarla. E hice una de las mayores tonterías de mi vida, le prometí que investigaría yo lo sucedido, y que intentaría descubrir al culpable.
Mientras la abrazaba, pude sentir sus pechos sobre mi torso desnudo. Su dureza juvenil, así como la suavidad de su piel, empezaron a hacer mella en mi ánimo, mi mano se deslizó por su cuerpo, recreándose en su cintura. Sentí la humedad de sus lágrimas, al pegar su rostro a mi cara, sus labios se fundieron con los míos, mientras la recostaba en el sofá. Descubrí que bajo el disfraz de niña, había una mujer apasionada, sus pezones respondieron rápidamente a mis caricias, su cuerpo se restregaba al mío, buscando la complicidad de los amantes. La despojé de su camisa, mis labios se apoderaron de su aureola y mis dedos acariciaban sus piernas. Éramos dos amantes sin control.
-¡No!-, se levantó de un salto,- ¡Mi madre me mataría!-.
-Lo siento, no quise aprovecharme-, contesté avergonzado, sabiendo en mi interior que era exactamente lo que había intentado Me había dejado llevar por mi excitación, aun sabiendo que no era lo correcto.
Se estaba vistiendo, cuando cometí la segunda tontería:
-Lucía, lo que te dije antes, sobre averiguar la verdad, es cierto. Fue hace mucho, pero en nuestros almacenes, debe de seguir estando toda la documentación-.
-Gracias, quizás, mi madre esté equivocada respecto a ti-, me contestó, dejándome solo en el apartamento.
Solo, con resaca y sobreexcitado. Por segunda vez, desde que estaba despierto entré en el servicio, solo que esta vez para darme un baño.
El agua de la bañera esta hirviendo, tuve que entrar con cuidado para no quemarme. No podía dejar de pensar en Lucia. En la casualidad de nuestro encuentro, en la reacción de su madre, y en esta mañana.
Cerré los ojos, dejando, como en la canción, volar mi imaginación. Me vi amándola, acariciándola, onanismo y ensoñación mezcladas. Sentí que el agua era su piel imaginaria, liquida y templada, que recorría mi cuerpo, mi mano era su sexo, besé sus labios mordiéndome los míos, nuestros éxtasis explotaron a la vez, dejando sus rastros flotando con forma de nata.
Al llegar a la oficina, solo me crucé con el vigilante, el cual extrañado me saludó, mientras se abrochaba la chaqueta, no estaba acostumbrado a que nadie trabajara un sábado, algo urgente, debió de pensar. Lo primero, que debía de hacer era localizar el expediente, y leer el resumen de la auditoria. Fue fácil, la compañía, una multinacional, seguía siendo cliente nuestro, por lo que todos los expedientes estaban a mano. Consistía en dos cajas, repletas de papeles. Por mi experiencia, rechacé lo accesorio, concentrándome en lo esencial. Al cabo de media hora, ya me había hecho una idea, la cantidad desfalcada era enorme, y el proceso de por el cual habían sustraído ese dinero había sido un elaborado método de robo hormiga, cada transacción realizada, no iba directamente al destinatario, sino que era transferida a una cuenta donde permanecía tres días, los intereses generados que operación a operación eran mínimos, sumados eran mas de veinte millones de dólares. Luego esa cantidad, desaparecía a través de cuentas bancarias en paraísos fiscales.
La investigación, en ese punto, se topó con el secreto bancario, imperante en los años 90, pero hoy en día, debido a las nuevas legislaciones, y sobretodo gracias a internet, había posibilidad de seguir husmeando. El volumen y la complejidad de la operación, me interesó, ya no pensaba en las dos mujeres, sino, en la posibilidad de hacerme con el pastel. Me enfrasqué en el tema, las horas pasaban y cada vez que resolvía un problema aparecía otro de mayor dificultad.
Quien lo hubiera diseñado y realizado, debía de ser un genio. Me faltaban claves de acceso, por primera vez en mi vida, hice algo ilegal, utilicé las de mis clientes para romper las barreras que me iba encontrando. Cada vez me era más claro el proceso. Todo terminaba en una cuenta en las islas Cayman, y sorpresa el titular, no era otra que Lucía.
Su padre era el culpable, lo había demostrado, pero no iba a comunicar mi hallazgo a nadie, y menos a ella, hasta tener la ventaja en mi mano.
Reuní toda la información en un pendrive, y usé la destructora de documentos de la oficina para que no quedara rastro. Las cajas de los expedientes las rellené con informes de otras auditorias de la compañía. Satisfecho y con la posibilidad de ser rico, salí de la oficina.
Eran ya las ocho de la tarde, mientras comía el primer alimento sólido del día, rumié los pasos a seguir, al menos el 50% de ese dinero debía de ser mio, y sabía como hacerlo.
Cogí mi teléfono y llamé a Lucia. Le informé que tenía información, pero que debía dársela primero a su madre, por lo que la esperaba a las nueve en mi casa, ella por su parte, no debía llegar antes de las diez.
Preparé los ultimos papeles, mientras esperaba a Flavia.
Llegó puntual a la cita. En su cara, se notaba el desprecio que sentía por mí. Venía vestida con un traje de chaqueta, que resaltaban sus formas.
No la dejé, ni sentarse.
-Su marido era un ladrón y usted lo sabe-.
Por segunda vez, en menos de 24 horas, me abofeteó. De un empujón la tiré al sofá, donde había estado retozando con su hija. Me senté encima de ella, de forma que la tenía dominada.
¿Qué va a hacer?-, me preguntó asustada.
Depende de tí, si te tranquilizas, te suelto-, con la cabeza asintió, por lo que la liberé,- he descubierto todo, y lo que es mas importante, donde escondió su dinero, si llegamos a un acuerdo, se lo digo-
¿Qué es lo que quiere?-, me preguntó.
Su actitud había cambiado, ya no era la hembra indignada, sino un ave de rapiña ansiosa hacerse con la presa. Eso me enfadó, esperaba de ella que negara el saberlo, pero por su actitud supe que había acertado.
Antes de nada, me voy a vengar de ti, no me gusta que me peguen las mujeres-, y desabrochándome la bragueta, me saqué mi miembro, que ya estaba sintiendo lo que le venia, – Tiene trabajo-, le dije señalándolo.
Sorprendida, se quedó con la boca abierta, cuando se dirigía hacia aquí, en lo ultimo que podía pensar era en que iba a hacerme una mamada, pero vencí sus reparos, obligándola a arrodillarse ante mí. Su boca se abrió, engullendo toda mi extensión. Ni corto ni perezoso, me terminé de quitar el pantalón, facilitando sus maniobras. Me excitaba la situación, una mujer arrodillada cumpliendo a regañadientes. Ella aceleró sus movimientos, cuando notó que me venía el orgasmo, e intentó zafarse para no tener que tragarse mi semen. Con las dos manos sobre su cabeza, lo evité, una arcada surgio de su garganta, pero no tuvo mas remedio que bebérselo todo. Una lagrima revelaba su humillación, pero eso no la salvó que prosiguiera con mi venganza.
-Vamos a mi habitación-, como una autómata me siguió, sabía que habían sido dos veces las que me había abofeteado, y dos veces las que yo iba a hacer uso de ella, – Desnúdate-, le dije mientras yo hacia lo mismo.
Tumbado en la cama, disfruté viendo su vergüenza, luego me reconocería que no había estado con un hombre, desde que murió su marido. La hice tumbarse a mi lado, y mientras la acariciaba, le expliqué mi acuerdo.
Son 20 millones, quiero la mitad. Como están a nombre de Lucía, me voy a casar con ella, y tu vas a ser mi puta, sin que ella lo sepa: Tengo todos los papeles preparados para que ella los firme, en cuanto llegue-.
No tengo nada que decir, pero tendrás que convencer a mi hija-, me contestó.
Mis maniobras la habían acelerado, de su sexo brotaba la humedad característica de la excitación. Sus pechos ligeramente caídos todavía eran apetecibles, sin delicadeza, los pellizqué , consiguiendo hacerla gemir por el dolor y el placer. Era una hembra en celo, sus manos asieron mi pene en busca de ser penetrada. La rechacé, quería probar su cueva, pero primero debía saborearla. Mi lengua se apoderó de su clítoris, mientras seguía torturando su pezones, su sabor era penetrante, lo cual me agradó, y usándola como ariete, me introduje en ella con movimientos rápidos. Estaba fuera de sí, con sus manos sujetaba mi cabeza, de la misma forma que yo le había enseñado minutos antes, buscando que profundizara en mis caricias. Un río de flujo cayo sobre mi boca demostrándome que estaba lista. Con mi mano, recogí parte de el, para usarlo. Le di la vuelta, abriendo sus nalgas, observé mi destino, y con dos dedos relajé su oposición.

-¿Qué vas a hacer?, me preguntó preocupada.
-¿Desvirgarte, preciosa?, y de una sola empujón, vencí toda oposición, ella sintió que un hierro le partía en dos, me pidió que parara, pero yo no le hice caso, y con mis manos abiertas, empecé a golpearle sus nalgas, exigiéndole que continuara. Nunca la habían usado de esa manera, tras un primer momento de dolor y de sorpresa se dejó llevar, sorprendida se dio cuenta que le gustaba, por lo que acomodándose a mi ritmo, me pidió que eternizara ese momento, que no frenara. Cuando no pude mas, me derramé en su interior.
– Déjalo ahí- , me pidió,-quiero seguir notándolo, mientras se relaja-.
No le había gustado, le había encantado.
No, tenemos que preparar todo, para que cuando llegué tu hija, no note nada-, le dije satisfecho y riendo mientras le acariciaba su cuerpo, -¿estas de acuerdo, suegrita?.
Claro que sí, Yernito.

Relato erótico: “Hacerle el amor a una diosa hecha mujer”(PUBLICADO POR JIHNM)

$
0
0

HACERLE EL AMOR A UNA DIOSA HECHA MUJER

El amor es hermoso, en especial cuando se entrega sin esperar que la respuesta a sus deseos sea inmediata.

Nada se compara con la dulce espera, de que se produzca el milagro de sentirse en el séptimo cielo, en brazos del ser que más adoras.

Me encontraba parado ante la puerta de los aposentos de la mujer más bella y hermosa que habían visto mis ojos y solo ansiaba que saliera para rendirle culto a su belleza y servirle en lo que me fuera posible, para su contento.

Se abrió la puerta y una sonrisa dibujada en su rostro fue su saludo.

Inicio su sexy caminar, con un movimiento de caderas que realmente parecía una bailarina de ballet dando su vuelta triunfal en aquella gran sala.

Su vestimenta era para hacerla lucir como la sensualidad en persona.

Una falda blanca de piel larga que solo dejaba ver sus gruesas pantorrillas, su falda se ceñía a su cuerpo, dejando a la imaginación un colosal trasero cuyas nalgas se dibujaban perfectamente en la piel que las cubría, mostrando unas sublimes  curvas que mostraban toda la voluptuosidad y sensualidad de un verdadero culo de ensueño para cualquier feliz mortal que tuviera la suerte de palparlo y acariciarlo.

Sus largas piernas solo se podían imaginar  y eran un espectáculo cuando estas se marcaban con toda grandeza en su falda al compás de unos pasos largos y seguros que le daban una elegancia soberbia al caminar.

Su blusa era blanca de vuelos anchos, adornada de bellos encajes adornados de flores de diferentes colores pastel, donde resaltaba un busto redondo y esplendido que se antojaba para verlo y soñar con esas divinas lolas que se mostraban orgullosas a pesar de estar presas por algo que  las hacia sobresaltar como queriendo escapar de su férreo carcelero.

Su color de piel es blanco con un ligero tinte a rosa, que al brillo de los rayos del sol se muestre un rasgo más de su increíble belleza, un pelo rubio que adorna su rostro y que se desborda sobre sus mejillas, haciendo que su cara angelical y todo su cuerpo tenga el porte de una verdadera Reyna.

Como un loco, no daba crédito, que estuviera al servicio de aquella diosa hecha mujer y que fuera el único mortal de mi género, que tuviera la dicha de estar tan cerca de ese monumento de mujer.

Voltio su vista hacia mí y con una risa que salía de su boca me dijo… toma y me lanzo una fotografía y remato con sarcasmo… para que tengas una buena noche, pero no te vayas a morir.

Tenía una pequeña dedicatoria…para ti, Claudia.

Algo que no pasaba desapercibido y que era parte innata de su personalidad es que tenía  una sensualidad extremadamente provocadora, al saberse  que tenía un cuerpo seductor y le gustaba lucirlo y me encontró como su víctima favorita para torturarme haciendo que mis deseos y mis ansias , alcanzaran un alto grado de pasión y ardor por ella.

Buscaba todas las formas de mantenerme en un estado de morbosidad y lujuria durante todas las horas que estaba a su servicio.

Viéndome de reojo, observo mi semblante y al hacer contacto con mis ojos,  dejo caer algo al suelo y se inclinó para recogerlo, exponiendo en su total dimensión su majestuoso trasero.

Tal visión me dejo extasiado y una enorme erección se comenzó a mostrar en el medio de mi entrepierna, y no la podía ocultar de ninguna forma.

Con una mirada picaresca dibujada en el rostro, se me acerco y me dijo…

Solo te di una foto de mi cara y mira cómo te has puesto y que tal si me tuvieras.

Y regreso por donde había entrado.

Me quede apostado nuevamente ante su puerta, esperando su llamado para saber con qué nueva tortura se aparecería en el futuro.

No paso mucho tiempo cuando escuche su voz llamándome para decirme…

Héctor, me duele la espalda y todo el cuerpo creo que necesito algo para relajarme.

¿Qué sabes tú de masajes, puedes darme uno?

Yo no creía lo que escuchaba y una respuesta llena de entusiasmo salió de mi boca.

¡Claro que si mi Reyna! , iré a buscar el aceite y las cremas.

Regrese con lo necesario, pero también agregue  una botella de la más rica miel que pude encontrar.

¿Aquí estoy Reyna mía, si quiere podemos empezar?

¿Héctor, quieres ayudarme a bajar el cierre de la falda?

Con la mano temblorosa, producto del miedo a cometer un error, procedí lentamente a realizar mi labor.

El cierre llego hasta su final y solo observe a Claudia que hacia enormes esfuerzos por bajar la falda, la cual  se aferraba de una manera muy obstinada por no desprenderse de aquel colosal trasero y que después de fuertes tirones cedió quedando ante mi vista unas preciosas nalgas que sin duda eran unas  de las mayores delicias que hombre alguno soñaría tener como su fantasía cumbre en su vida.

Estaban cubiertas por una seda brillante y al darse vuelta hacia mí, sentí que la tortura estaba llegando a volverse insoportable, porque era casi imposible mantener el control y no lanzarme sobre ella como un poseído o un devoto fiel, cuando tiene ante si a su diosa en carne y hueso

Su larga blusa me impedía una total visión y lentamente comenzó a desabotonarla uno por uno,

Al llegar al último se desprendió de la prenda y fue en ese momento que casi pierdo la cabeza por completo, ya que todo su cuerpo quedo ante mí vista solamente cubierto por una ropa interior tan exquisita y delicada de un color blanco satinado brillante que la hacía lucir extremadamente sexy y elegante.

Sus piernas eran grandiosas y perfectas, largas y gruesas y parecían dos hermosas columnas del más  fino mármol

Sus senos eran de un tamaño y un volumen que le quitaban el aliento a cualquiera y su vista me hacían sentir un deseo enorme como si con ellos pudiera calmar mi sed y  deseo por esa mujer.

Nuevamente su pícara sonrisa se reflejó en su rostro, al saberse la dueña y señora de aquella pobre alma, que su único aliento de vida, era suspirar por ella.

Busco con su vista la mesa donde recibiría el masaje y se extendió sobre ella acomodando su cara en una posición que le permitía obtener el mayor descanso y comodidad y al hacerlo también hizo una advertencia final…

Solo podrás masajear mi espalda, mis piernas mi estómago y mi cuello, ni se te ocurra tocar otra parte de mi cuerpo, podrás usar todas tus habilidades de cualquier tipo, pero no te atrevas a desobedecerme, sobre mi última advertencia.

¿Pero Claudia, Reyna mía, conozco una técnica especial con miel puedo usarla?

Has lo que quieras, pero has un buen trabajo, para quitarme esta molestia en el cuerpo.

Haciendo caso a su orden, inicie un trabajo de frotaciones  ligeras en sus piernas, su piel era tierna y delicada,  me parecía estar en la gloria tocando y acariciando ese monumento de mujer.

Recorría a todo su largo  esas deliciosas y bellas piernas y me esmeraba porque mi labor no me traicionara al asomar cualquier acto que estuviera fuera de mí accionar.

Lentamente pero con mucho control recorrí todo su cuerpo al que tenía derecho de tocar y ella de vez en cuando entre abría los ojos como vigilándome y al mismo tiempo para observar mi cara de deseo que se transpiraba a través de mi rostro.

Su sonrisa siempre estuvo en su boca y de vez en cuando su lengua humedecía sus labios como saboreando su victoria y conquista del que en ese momento era su víctima favorita.

En un momento cerro completamente sus ojos, y como que las frotaciones y caricias le provocaron un estado de completa calma y ante esa sensación en su cuerpo se sintió más relajada, un ligero sueño invadió su cuerpo,

Un sepulcral silencio invadía la habitación y solo se escuchaba la fuerte respiración de alguien que ha entrado en un proceso de sueño.

Con más libertad al no tener sus ojos sobre mí, busque la miel  y la derrame sobre su  toda su anatomía que estaba ante mí Incluso sobre su ropa interior que ese momento me impedía tener una visión completa de todo su cuerpo.

Esparcí la miel de una forma delicada y solo la llame para que se diera la vuelta para poder continuar con mi labor.

Se giró y mis ojos no podían creer lo que estaban viendo, un bestial y voluptuoso trasero se dejaba ver en toda su majestuosidad.

 Ahora era el momento de la verdad, si era capaz de controlar mi estado de locura y deseo por aquella diosa hecha mujer.

Volví hacer la misma operación anterior, y estaba lista para iniciar mi faena de calentamiento.

Me maraville ante la hermosura de su espalda y me dedique a sobarla y acariciarla en pequeños círculos, desplegaba mis manos sobre su cuello y acariciaba con mis dedos los lóbulos de sus orejas.

Seguidamente baje hasta sus piernas y tuve que separarlas para introducir mis dedos y mis manos en ese delicioso pasaje que se forma en de la unión de sus piernas y su pelvis y masajee  casi rozando, la gruta desconocida que me llevaría un día a conocer el mundo de mis mayores locuras y mis mayores sueños.

En ese momento escuche una fuerte respiración y supe que algo estaba pasando en el cuerpo de esa mujer.

Tome uno de sus pies y  acaricie sus planta, y en una forma de lo más amorosa empecé a devorar y chupar cada gota de miel que había en ellos, estaba totalmente concentrado en mi accionar cuando de repente escucho…

¡Que rico Héctor, sigue así por favor!

La orden se escuchó y había que obedecerla a más no poder.

Mis labios y mi lengua recorrieron sus rodillas y cada una fueron limpiadas de ese néctar que las cubría,

Sus deliciosos muslos quedaron para el final de esa posición,

 Y me desvié hasta su espalda, en la que utilizaría otra técnica que la iba a sorprender aún más.

Mi lengua y mis labios no se cansaban de repartir besos y mordiscos por doquier y en un momento mis mejillas se apretaron contra su piel en suaves caricias en la que todo mi rostro se apegaba a su  espalda, para restregarse por toda su piel.

En un momento llegue hasta sus caderas y me acorde de su advertencia.

Baje a sus muslos y a estos lo puedo asegurar que casi me los devore totalmente y mis labios y mi lengua tenían un solo objetivo, la piel de su entrepierna, puedo decir que la tenía abierta de par en par y mi lengua se daba el mayor de los gustos en ese lugar,

Nuevamente se escuchó su voz.

¡Héctor, aquí por favor!

Bajándose ella misma la sexi braga que cubría sus nalgas en más de la mitad.

En ese momento casi caigo fulminado por un infarto, el causante de todos mis sueños y desvelos se mostraba en todo su esplendor.

Sus glúteos eran de una textura y suavidad que daban ganas de apretarlos y acariciarlos y lo urgente que hice fue buscar nuevamente la botella de miel y derramar una buena cantidad sobre ellos.

Mi lengua la sentía como si estuviera en un profundo éxtasis, al degustar cada rincón de ese divino trasero, la miel casi se escurría por el apretado canal que formaban sus nalgas y tuve que entre abrirlo para que la miel llegara a todos los rincones más íntimos de esa mujer.

No pude desaprovechar ese momento y hundí mi cara para que mi lengua alcanzara  su círculo anal, y acariciarlo con mi punta,  tratando de introducirme con ella, hasta donde pudiera alcanzar.

En ese momento sentí como arqueaba su  espalda y pelvis para facilitarme la labor que estaba ejecutando.

Esta vez la sonrisa apareció en mi boca y quise averiguar si mis suposiciones estaban en lo correcto.

Introduje  mi dedo mayor y acaricie el centro de ese círculo y hacia pequeños intentos de entrar y solo se escuchaba una fuerte respiración, que me indicaba lo placentero que la hacían sentir mis atrevidas caricias.

Restregué nuevamente mi rostro por todo su trasero y nuevamente un prolongado lamento salió de su boca…huuummmmmmm

No me quise detener y nuevamente hundí mi rostro en el canal de sus nalgas, y con la ayuda de mis manos,  baje aún más sus bragas y mi lengua busco llegar hasta tocar los labios mayores de su concha  por lo que  mi lengua en un tenaz intento, logro llegar hasta conseguirlo.

Al primer roce mi Reyna, abrió aún más sus piernas lo que permitió que mi lengua jugara con mayor movilidad y profundidad en aquel delicioso y dulce túnel que al solo probarlo me estaba convirtiendo, en un total demente y perturbado, a causa de mis ansias y deseos que estuvieron  acumulados por tanto tiempo.

Sus gemidos iban en aumento y con más libertad, le desabroche el sostén y le pedí tiernamente que se girara y como una obediente gatita obedeció.

Descubrí mis lolas y su tamaño y redondez eran para perderse en ellas y solo las miraba y acariciaba, como no pudiendo creer que por fin serian mías y que en ellas encontraría el sustento que mi alma necesitaba para seguir soñando y suspirando en este plano terrenal.

Mis labios las mordisquearon con voracidad y mis manos las tomaban, apretaban y trataban de abarcarlas en su totalidad pero era inútil su volumen las hacían lucir grandiosas fue cuando mi lengua quiso saborear los pitones de sus aureolas que comenzaban a exponerse en su total belleza.

La punta de sus pezones era algo digno de verse, lucían erguidos y sobre todo muy orgullosos del efecto que causaban en mi persona.

Mi desesperación por ellas crecía a cada momento y mi rostro se acomodó en medio de ellas como  buscando un refugio donde calmar el ardor y deseo  que estaba sintiendo por esa mujer, en ese momento.

Pero en vez de calmarme, mis deseos subieron en intensidad  y fui a buscar directamente a la única que me podría saciar la pasión que sentía todo mi cuerpo y espíritu.

La vi media desnuda solo una tenue mata de vellos asomaban apenas a la vista, se miraba hinchada y enorme su triangulo era perfecto no cabía duda esa vagina era la razón de mi vida y mis mayores sueños y tenía que ser mía para sentirme completo.

Baje completamente su seda y me maraville ante la preciosidad y divinidad de la concha más seductora que hacía que mi vista no se apartara de ella, como tratando de dibujarla y guardarla en el lugar más exclusivo de mi cerebro.

Como el más dichoso espectador sobre la tierra, la contemple de pies a cabeza y en ese instante me di cuenta, que este era el momento para el cual me había preparado toda la vida, para poner en practica toda mi experiencia y todos mis recursos que tenía,

 Ahora era el día que se sabría la verdad, mi hombría estaba en juego y tenía que dar el todo por el todo, para que ese momento lo recordara toda la vida o se riera de mí de ahí en adelante.

Me acerque lentamente y bese su ombligo y poco a poco fui recorriendo su pelvis con mis labios y mis manos acompañaban la acción, acariciando y rozando cada lugar que mis labios besaban y también se anticipaban a palpar todos los lugares que próximamente serian degustados y acariciados, para causar el mayor deleite en esa divina mujer

El punto final de reunión estaba a la vista y mis dedos fueron los primeros en incursionar y buscaron los labios mayores de su entrada que se vislumbraba hermosa a mas no poder para luego separar  delicadamente unos labios que protegían a un pequeño botón, que se mostraba como una deliciosa cereza que estaba lista  esperando que un hambriento y sediento la chupara y mordiera e hiciera todo con ella.

Tome lo último que quedaba de la miel y la vertí sobre aquel solitario botón y me prepare para lo que siempre había deseado desde que la conocí por primera vez.

Delicadamente me acerque a ella y  suavemente coloque mi lengua  sobre aquella cereza y mi lengua comenzó a saborear un néctar tan delicioso que era una mezcla de lo más dulce con un sabor que me era inconfundible como ser la esencia misma de la mujer que es la Reyna de mi corazón.

El gusto y aroma que sentía, era como si estuviera degustando y saboreando el mejor banquete al que me hubieran invitado en toda mi vida.

Mi lengua actuaba como un lento remolino que giraba y giraba y después de vez en cuando, mis labios se unían para dar delicados mordiscos que hacían que mi Reyna abriera su boca para decirme en una forma suave y amorosa…

¿Papito lindo que haces conmigo?

Más rápido amor, más fuerte, así, así cariño.

Mi lengua era incansable, su momento había llegado y estaba preparada para arrancarle el orgasmo a como diera lugar, así tuviera que dar la vida en lograr su objetivo.

Las manos de mi Reyna empezaron por acariciarme el pelo y ante los giros de mi lengua, sentí como en una forma delicada pero firme me empezaba  a apretar contra su vulva y unos deliciosos sonidos anunciando sus momentos de mayor placer, se escucharon en toda la habitación.

¡Papito mío, mi amor,  Dios que placer así cariño, así mi amor!

¡Así, así!      sssssssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

 

Quiso apartarme de ella pero me negué a hacerlo y continúe con lo que estaba haciendo pero esta vez de forma muy lenta y suave.

Su primer orgasmo ya era una realidad, pero aún faltaba más.

Esta vez mi dedo mayor de mi mano izquierda sabía cuál era su misión y suavemente penetro esa gruta hasta sentir como las paredes lo recibían con una bienvenida de abrazos y caricias y una sensación de calidez lo rodeaba por doquier.

Estuve en ese juego amoroso, por más de diez minutos seguidamente mi mano derecha se apodero de mis tetas y dio inicio al segundo round.

Me agarro la mano, y ella misma la conducía a los lugares donde ella sentía más placer, seguí en esa deliciosa tarea por un rato más, esperando escuchar de nuevo su respiración y sus quejidos y decidí que tenía que cambiar de estrategia

Mi mano derecha se coló debajo de sus nalgas y localizo ese pequeño círculo y con su dedo índice dio principio a unas caricias circulares alrededor de él, levanto una pierna para facilitar la caricia y su pierna se abrió de tal forma que sus cantos de placer se volvieron a escuchar.

¡Héctor, Héctor, papito mío, me estas matando cariño, no pares por favor!

En el momento perfecto, mi dedo comenzó a incursionar en esa nueva senda y esta vez su reacción fue el doble de la anterior, trataba de incorporarse pero era vencida por las grandes olas de placer que recorrían su cuerpo en todas las direcciones.

El eco de sus lamentos, eran en mayor grado, lo único que esto quería decir, es que lo estaba gozando en cada rincón de su cuerpo y un nuevo orgasmo era inminente en cualquier momento.

¡Héctor mi vida, papito mío como me haces gozar!

Era ese el momento que esperaba y la penetración por los dos lados fue el momento final,

¡Así, así, papito mío,  mi  amorrrrr!

¡Mas, mas mas  sssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Temiendo  una tercera vez se colocó en posición fetal y la deje descansar.

Pasaron unos minutos, pero hay que decirlo, tenía los huevos todo hinchado y necesitaba depositar mi simiente dentro de esa Diosa, porque solo de esa manera podría saciar mi pasión y ardor que recorría todo mi cuerpo en ese momento, mi necesidad por esa mujer sentía que nunca podría ser saciada, pero era necesario descargarme aunque sea por ese momento.

Me acerque a ella y viendo el estado en que me encontraba se levantó de la mesa y me llevo hasta su cama, me empujo sobre ella y  caí de espaldas y como una tigresa se lanzó sobre mi

Dándome una enorme variedad de besos como si con ellos me diera las gracias y a su vez me demostraba que su corazón y su alma eran totalmente míos.

No se cansaba de besarme, pero de repente comenzó a bajar por todo mi pecho y se fue a buscar el objeto de sus deseos y empezó a jugar con él.

Me daba ligeros lengüetazos en la punta de mi glande y hacia círculos con su lengua para después besar mis huevos y subir su legua y labios saboreando todos sus contornos para luego erguirlo y tragarlo como si lo quisiera hacer desaparecer dentro de ella.

Su accionar duro minutos y en varias ocasiones estuve a punto de explotar y le rogué que me dejara hacerlo dentro de ella.

Se montó sobre mí y ella misma coloco la cabeza de mi glande en su entrada  y en una sola sentada estaba dentro de ella.

Se movía muy lento y yo en mi lujuria y ardor solo hacia palpitar mi verga dentro de ella y nuevamente acercaba sus labios para besarme y también acercaba mis tetas para que las besara.

 Tomaba mis manos para que se las acariciara y con un trabajo de pelvis en una perfecta sincronía con su esfínter, el placer que  estaba sintiendo era como si estuviera en la gloria o el mismo cielo.

No soportaba más, mi ansiedad y deseo estaba llegando a su límite,

El amor y la necesidad que sentía por mi Reyna  me hicieron anunciarle que mi clímax estaba próximo.

¡Claudia mi Reyna ya no puedo más, te adoro mi amor, tengo que explotar dentro de ti!

Mi Reyna me vio a los ojos adivinando lo que sentía en ese momento y aligero su movimiento en toda lo que ella podía hacerlo yo me aferre a ella y en un momento glorioso sentí como mi esperma salía a chorros dentro de ella, al mismo tiempo que ella me abrazaba como si en ello le fuera la vida, y solo pude sentir sus espasmos que me anunciaban que ella también me había acompañado en el profundo éxtasis que nos había unido para siempre desde ese día

                ELLA ERA MI DIOSA, ERA MI AMOR, ERA MI VIDA, NO NECESITABA MAS

EL MAÑANA YA NO IMPORTABA, MI FELICIDAD ESTABA ASEGURADA

Relato erótico: “La orquídea y el escorpión 7” (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0
 

Yo no salía de mi asombro.  Para cubrir a su amiga, la chiquilla Batista me había echado al incinerador sin ningún complejo y, a decir verdad, no parecía la expresión de su rostro rezumar sentimiento de culpa alguno.  Abrí los ojos y la boca enormes, presa tanto de la incredulidad como del terror; desde el piso, arrodillada como me hallaba, miré a Loana y pude ver que sus ojos estaban encendidos en furia, tanto que el color marrón parecía virar hacia el rojo: era como si estuviese a punto de estallar de un momento a otro.  Yo quería, por un lado, decir algo; sentía que necesitaba defenderme… y a la vez percibía que una invisible mordaza me tapaba la boca y me ataba la lengua: mi mutismo era el que correspondía a una criatura que se sentía infinitamente inferior ante la grandeza y altivez de Loana Batista, de pie ante mí y enfundada ahora en uno de sus clásicos vestidos cortísimos, en este caso de un color rosa fuerte al tono con sus sandalias.

            “¿Qué???” – rugió.
            “Sí… – explicó Eli -.  Nosotras le dijimos que no era conveniente trabajar tan cerca del borde de la piscina pero… es demasiado estúpida y no hizo caso”
           El rostro de Loana fue girando cada vez más hacia un tono que se condecía con el color del vestido que llevaba puesto.  Yo ardía de rabia y de impotencia; no podía creer que su hermana mintiera del modo en que lo hacía… Imposibilitada de hablar por fuerzas imposibles de definir, hice lo único que me salió como acto reflejo propio de mi condición de sumisa: me arrojé servilmente a los pies de la diosa rubia y besé su calzado para, inmediatamente, comenzar a lamerlo… Más que una declaración de inocencia, lo mío parecía un pedido de perdón… Loana me aplicó un puntapié en la boca que me echó hacia atrás.
            “¡Perra estúpida de mierda! – vociferaba -.  ¿Te confío la notebook para que hagas eso??? ¿Y qué va a pasar ahora con el trabajo que tengo que entregar el lunes???  ¡De rodillas, perra inmunda!!!”

Incorporándome desde el piso tras haber recibido el puntapié en mi rostro, me ubiqué de rodillas tal como me demandaba y, una vez que tuvo mi cara a tiro de su mano, me la cruzó violentamente con tres bofetadas.  Una vez más las sensaciones me encontraban: mi situación estaba lejos de ser alentadora, más bien todo lo contrario; y sin embargo, en ese momento fui conciente de lo mucho que extrañaba las bofetadas de Loana y de lo mucho que me excitaban… Luego de golpearme se giró sin decir palabra y, dándome la espalda, echó a andar en dirección a la casa… Las dos sumisas la siguieron, pero esta vez a una distancia algo mayor: parecían saber perfectamente cuándo no era conveniente acercarse en demasía a la diosa… Yo no sabía realmente qué hacer: su última orden había sido que me pusiera de rodillas y, si a ello le sumábamos que yo estaba en “falta”, se me ocurría pensar que debía permanecer allí a la espera de que regresase… Con muchísima vergüenza, mis ojos se encontraron con los de los amigos de Loana; la chica me miraba con una extraña mezcla de lástima y recriminación silenciosa… A los tres muchachos, en cambio, se los notaba absolutamente divertidos con el espectáculo que estaban presenciando.  Giré mi rostro hacia el resto: Eli seguía de pie al otro lado de la piscina y ni siquiera me miraba: parecía concentrada en revisarse las uñas de su mano derecha.  A las otras dos chicas se las veía más visiblemente compungidas, sobre todo a la morocha, cuya vista seguía clavada en un punto indefinido de la piscina…; estaba claro que sentía culpa… y yo abrigaba la esperanza de que fuera a soltar la verdad una vez que Loana regresase.

          “Bueno… de nada, ¿viste? – intervino Eli dirigiéndose claramente a la morochita -. ¿No me vas a decir gracias al menos?”
            La chica aludida seguía sin levantar la vista; movió la cabeza lateralmente:
           “Esto no está bien…” –  dijo, quedamente.
            “¡Aaay Belén!!! ¿Qué cambia? – preguntó la rubiecita con aire de fastidio -.  La notebook quedó inservible de todas formas… No vamos a arreglar nada diciendo lo que pasó… Al contrario, si mi hermana se entera, pueden prohibirte venir de visita de acá en más…¿no entendés, tonti?… En cambio, esta perra – me señaló – ya está acostumbrada a recibir castigos… y… uno más… ¿qué le va a hacer?”
             “Sí, en eso Eli tiene razón – intervino Sofi en tono apesadumbrado -.   Belu… no digas una palabra… Dejá todo así como está”
           Como si se tratara de un aquelarre en funciones, la conspiración en mi contra iba tomando forma… y yo, por supuesto, no contaba en absoluto.  Alguna remota esperanza me dejaba el hecho de que las chiquillas adolescentes estaban hablando en presencia de los amigos de Loana y quizás alguno de ellos se apiadase de mí… Sin embargo, la loquísima idea se me esfumó apenas hubo aparecido… ¿Contradecir a la propia hermana de Loana en su propia casa? Impensable… Y, por otra parte, la expresión divertida que yo había notado en ellos, particularmente en los tres varones, hablaba a las claras de que tampoco podían tener mucha intención de ayudarme en aquel terrible trance en el que me hallaba.
          Cuando regresó Loana traía en sus manos la fusta… Y temblé de la cabeza a los pies… Solté algo de pis, no sé si por el terror o por la excitación.  Tras ella venían las dos decadentes sumisas y pude ver la sonrisa demoníaca que brillaba en sus rostros; también les acompañaba la mucama, la misma que en otro momento trajera la notebook que ahora era el foco del problema: llevaba en sus manos una bandeja con algunos elementos que, estando yo arrodillada, no podía distinguir bien por quedar, en buena medida, fuera de mi campo visual.  Lo primero que hizo la encolerizada diosa rubia fue tomarme por los cabellos y levantarme casi en vilo para llevarme hacia la mesa de mármol; arrojó mi cuerpo prácticamente sobre la misma de tal modo que quedé doblada contra el borde con mi cola expuesta, desparramado mi abdomen sobre la superficie de la mesa.  La furia exacerbaba la habitual arrogancia de Loana; blandiendo su fusta en el aire la descargó una y otra vez sobre mis nalgas arrancando de mis labios hirientes quejidos de dolor.
          “¡Pedazo de estúpida! – rugía -.  Entre tantas estudiantes que hay en la facultad te tuve que elegir a vos, perra idiota… ¿Qué va a pasar con mi trabajo ahora?  ¿No entendés que para el lunes tiene que estar terminado y presentado?”
 

La fusta siguió cayendo sin piedad y Loana, fiel a su estilo, se ensañaba con una nalga por un rato para luego hacerlo con la otra.  La novedad fue que esta vez también alternó con mis piernas y hasta mi espalda; si antes había visto a la diosa rubia enfurecida, estaba bien claro que ahora lo estaba mucho más.  El dolor me hacía cerrar los ojos una y otra vez, pero en las pocas oportunidades en que logré entreabrirlos y mirar de reojo, alcancé a distinguir a las tres muchachitas que observaban la escena desde la zona de la piscina… En realidad, sólo dos observaban… La morochita, cuyo nombre era finalmente Belén, seguía sin levantar los ojos del agua y mantenía sus manos formando casi un único puño crispado contra el mentón; estaba bastante obvio que sentía una fuerte culpa y no quería mirar el castigo que me era infligido.  La que menos problema tenía en mirar era, por supuesto, Eli, quien lucía cruzada de brazos y con una expresión ciertamente fría e inexpresiva, bajo la cual podía vislumbrarse un atisbo de burla.  Sofi, por su parte, sí miraba, pero se notaba que, en buena medida, estaba también sufriendo con mi suerte, sobre todo si se consideraba que, con su silencio e incluso con su connivencia, había sido cómplice de la treta de Eli…

              No pude ver más porque una mano se depositó sobre mi nuca y me obligó a apoyar el rostro contra la mesa; alcancé a percibir que no era Loana sino que las dos muchachas deshumanizadas se habían puesto, una vez más, una a cada lado para sostenerme mientras era azotada.  Pude sentir las afiladas uñas de una de ellas recorriendo y acariciando el lóbulo de mi oreja con evidente sentido de burla, como así también su aliento y su boca babeante muy cerca de mi oído, mientras sus dientes dejaban escapar una pérfida risita.
           “Deberías aprender de tus dos compañeras que han estado trabajando duro y no han hecho ninguna estupidez… – continuaba reprendiéndome Loana a medida que seguía descargando la fusta sobre mí .
          Cuando dejó de golpearme quedé extenuada sobre el mármol; pude escuchar cómo Loana llamaba a la mucama y ésta, aparentemente, le alcanzaba algo que le había sido solicitado.  No supe qué fue pero de pronto algo me golpeó en la cara…  Abrí los ojos y descubrí un objeto que bailoteaba en el aire a escasos centímetros de mis ojos; una vez que logré precisarlo bien con la vista, noté que tenía una forma claramente fálica: dicho de otra forma, era un gran consolador…
            “Vas a tener esto metido en el culo de acá hasta la noche – dijo, imperativa, la diosa, mientras lo blandía en el aire casi como si se tratase de un arma -.  Ése va a ser el mejor recordatorio de lo que hiciste y, además, te va a hacer acordar todo el tiempo que tenés que trabajar duro para remendar tu error… Ya te dije, ese trabajo tiene que estar presentado el lunes… ¡Yo no puedo tener una mala nota!… Sepárenle las nalgas… ¡Ábranle bien el culo…”
            La orden final había sido, obviamente, para las dos chicas que me sostenían contra la mesa.  Apenas la recibieron, ambas saltaron hacia mi parte trasera y aferraron con fuerza mis nalgas tirando de ellas hacia afuera de tal modo de exponer mi orificio.
            “Lubríquenselo un poco” – ordenó Loana.
            Pude percibir claramente cómo una de ambas, o tal vez las dos, escupía dentro para, a continuación, comenzar a introducir un dedo.  Yo ya había pasado por la experiencia de recibir en mi ano el dedo de Loana pero eso no hacía que no doliera como si fuera la primera vez; el dedo entró y hurgueteó dentro mío, trazando círculos como para dilatar el orificio; al hacerlo, el dolor se incrementó porque la uña se me clavaba y yo sentía como que desgarraba mi interior.  Luego de haber dilatado lo suficiente mi orificio, sentí cómo se sumaba otro dedo y luego otro, mientras yo sólo podía emitir grititos que, al momento mismo de salir de mi garganta, ya eran ahogados por el dolor que estaba experimentando… Una vez que se hubieron cerciorado de que entraban tres dedos, retiraron los mismos sin ninguna delicadeza, lo cual me arrancó un alarido que, esta vez sí, se dejó oír… Así, el terreno ya estaba preparado para que Loana actuara con su objeto sobre mi retaguardia…
            La redondeada punta fue jugando en el orificio, describiendo círculos y empujando los plexos hacia afuera… Una vez que la resistencia pareció estar vencida. la rubia empujó la pieza dentro de mí sin más trámite.  El dolor realmente me quebró y, una vez más, un grito quedó ahogado en mi garganta… Y así, mi cola virgen fue penetrada ferozmente por un pene artificial que se abría camino dentro de ella sin detenerse en ningún momento ni dejar, sobre la marcha, de describir círculos… Pronto estuvo adentro en su totalidad y la sensación era que mi cola iba a estallar…  Loana tomó algo más que la mucama le alcanzó e instantes después me colocaba una especie de culote de cuero que, en lugar de ponerse por las piernas, se cerraba con cintas desde los costados; ajustó todas las hebillas al punto de ceñir la prenda hasta hacerme doler a causa del aprisionamiento a que me sometía… Al hacerlo, el consolador que tenía yo ensartado en el culo quedó perfectamente retenido, presionado e imposibilitado de volver a salir.  Luego de echar llave a sendos candados que pendían del culote sobre mi cintura, Loana me tomó por un hombro y me sacó de encima de la mesa de mármol para luego obligarme a ponerme a cuatro patas.  En ese momento levanté un poco la vista y mis ojos quedaron ante al magnetismo inescrutable del magnífico tatuaje de la orquídea.  Fue una perfecta forma de hacerme tomar conciencia acerca de cuál era mi lugar allí; que estaba donde merecía estar y no podía aspirar a estar en otro sitio… Si mi dueña elegía eso para mí, así debía ser…y si su hermana había decidido inculparme, era su hermana después de todo y, como tal, no cabía el más mínimo margen para el cuestionamiento  Con un rápido vistazo en derredor, atisbé los rostros de los amigos de Loana… los cuatro me miraban…, ante lo cual yo bajé los ojos con vergüenza y me encontré con la sobrecogedora imagen del escorpión tatuado en el pie de la diosa invencible…
 

Ella recogió algo que la mucama le alcanzó; avanzó unos pocos pasos hacia mí y juro que tuve la sensación de que el suelo temblaba bajo sus suelas.  Tomó mi mentón para hacerme levantar la cabeza y ello me permitió descubrir que lo que tenía en sus manos era la cadena de perro con la cual la noche anterior me llevara hacia lo que sería, casi, mi sitio de reclusión… No era nada alocado pensar que esta vez las cosas no serían diferentes… Calzó el mosquetón en la anilla de mi collar y tironeó hacia en dirección a sí misma provocándome una violenta sacudida; estrelló en mi rostro una nueva bofetada (la cuarta) y me sentí casi al borde del orgasmo… Luego se giró y, jalando la cadena, me arrastró prácticamente para llevarme a la zaga de sus pasos… Jaló con tanta violencia al abrir la marcha que me hizo perder el equilibrio, así que me recuperé tan rápido como pude para poder marchar detrás de ella sobre palmas y rodillas.  Pasé junto a sus amigos y uno, riendo desagradablemente, me propinó una cachetada en la nalga… Seguí el paso de mi diosa: otra opción no me quedaba por cierto… Caí varias veces de bruces al suelo y otras tantas tuve que levantarme, lo cual implicaba que, cada tanto, me encontraba arrastrándome o serpenteando sobre las lajas, el césped o (lo más doloroso) la granza…

         “Vamos estúpida… – me urgía Loana sin detener ni aminorar la marcha -.  Ya que no se puede curar tu estupidez, al menos vas a aprender a ser útil y no una estúpida inservible como sos ahora”
        Llegamos a nuestro destino, el cual no podía ser otro que mi “habitación”; ella se ladeó un poco para abrir la puerta con un golpe de sus caderas y luego me arrastró hacia el interior.  Me hizo poner de rodillas y de cara contra un rincón; en ese momento hundió su propia rodilla con fuerza entre mis omóplatos y me obligó a doblarme no sólo por el dolor sino también por el tipo de presión que hacía, ya que mantuvo la rodilla allí durante unos cuantos segundos.  Una vez que la retiró, me ordenó poner las manos a la espalda y se dedicó a atarlas entre sí con algo que yo no llegaba a ver.  Luego apoyó su mano sobre mi nuca y empujó mi cabeza hacia adelante hasta dejarme mirando el piso:
       “Así te vas a quedar por un buen rato… – anunció -.  Al menos hasta que yo decida otra cosa…”
       Y, taconeando sobre el piso de ladrillos, se alejó y dio un violento portazo… Yo quedé, una vez más, sola en el lugar, imposibilitada de moverme y sin siquiera atreverme a levantar la cabeza… ¿Qué pasaría si Loana se enteraba?  Ya para esa altura no era descabellado suponer que la rubia estuviese, de algún modo, al tanto de todo lo que sus sumisas hacían…  Me dolía todo y si bien cabría suponer que lo peor eran los fustazos que me habían sido propinados sobre cola y otras partes de mi cuerpo, hay que decir que lo que más me afectaba era esa cosa que Loana había enterrado en mi trasero…  Un cuerpo extraño presionando permanentemente y recordándome quién era ella y quién era yo… Me preocupaba sobremanera cuánto tiempo se suponía que debería yo permanecer así; por dos razones: en primer lugar, mis rodillas y mi cervical ya estaban dando señales de lo harto incómodo de la posición y yo no sabía verdaderamente durante cuánto tiempo sería capaz de mantenerla; en segundo lugar, tras la catástrofe de la notebook que acababa de ocurrir en la piscina,  se imponía como urgente retomar el trabajo lo antes posible a los efectos de que esuviese terminado para el lunes… ¿Pero cómo podía hacerlo estando yo inmovilizada y con las manos atadas?…
         No sé cuánto tiempo transcurrió; perdía toda noción temporal adentro de aquella habitación.  Me puse a pensar, de hecho, que aún no se habían cumplido veinticuatro horas desde mi llegada adentro de un baúl… y sin embargo parecía que llevaba un siglo allí… Cuando se volvió a abrir la puerta, reconocí el taconeo y el paso arrogante de Loana; ignoro si habría pasado una hora o dos desde que se había marchado.  Un arrastrar ahogado de manos y rodillas evidenció que venía en compañía de su habitual escolta de larvas indecentes…  Loana depositó algo sobre la mesita rodante…
         “Acá tenés otra notebook – anunció, algo más calmada pero aún furiosa -.  Más te vale que no me arruines otra más porque esta vez te juro que te echo de acá y no pisás más esta casa…”
 
La amenaza, en realidad, bien podría haber sido considerada una bendición para cualquier otra persona en mi misma situación… Eso, al menos, es lo que podría suponer el lector… Sin embargo y por muy extraño que pudiese parecer, en ese momento me produjo una intensa angustia… Loana sabía meter el dedo allí donde dolía (tanto en el sentido literal como en el figurativo) y la sola eventualidad de verme expulsada de allí, de ser desechada por ella, me puso tan mal que me hizo quedar al borde de las lágrimas… Ella sabía seguramente eso… y por eso me castigaba verbalmente con tal amenaza…  Me retiró las ligaduras de las muñecas y pude comprobar recién entonces que se trataba de cintas de cuero; no hizo en ningún momento nada que mostrara intención de quitarme el culote del mismo material y mucho menos el objeto que yo tenía instalado en mi culo.  Quedaba en claro, por tanto, que sólo me liberaba las manos a los efectos de que pudiese trabajar.  Volvió a recordarme con severidad mi imperiosa obligación de tener el trabajo ya listo y presentable para el lunes… y se retiró, seguida por las dos sumisas…
              El tiempo apremiaba; yo estaba dolorida por todas partes y me costaba desplazarme, aprisionadas como estaban mis caderas por aquella ceñidísima prenda y penetrado mi trasero de manera permanente por aquel pene artificial.  Aun así, urgía comenzar a trabajar lo antes posible para tratar de recuperar el tiempo perdido; los libros estaban allí y también los apuntes de las otras dos muchachas, con lo cual tuve que esforzar mi memoria lo más que pude como para comenzar a reconstruir los pasos que ya habían sido dados previamente; no tenía sentido seguirse lamentando por lo perdido.  Dos problemas graves me aquejaban: por un lado, el culote de cuero que me aprisionaba no me iba a permitir satisfacer mis necesidades fisiológicas en caso de que tuviese necesidad de hacerlo; por otra parte, la realidad era que yo estaba cansadísima, muerta de sueño por no haber prácticamente dormido durante la noche anterior  y agotada por el trato recibido durante ese día.  Aun así, junté voluntad de donde ya no la había y me dediqué con esmero a reconstruir el trabajo para Loana…
         Avancé bastante más de lo esperado en las siguientes dos horas.  Por suerte mi memoria se mantenía bastante bien a pesar del agotamiento.  Miré mi celular pero ni por asomo me iba a animar a utlizarlo… Había tres mensajes de Franco preguntando cómo estaba y qué estaba haciendo… e incluso un llamado perdido… No me detuve demasiado porque el trabajo urgía así que lo dejé en el piso y continué con lo mío… o mejor dicho con lo de Loana.  Cuando se abrió la puerta nuevamente ya era de noche… pensé en la mujer de la limpieza; con los sucesos del día casi me había olvidado de ella, lo cual parecía a todas luces increíble… Me arrebujé en mi lugar en un arrebato de miedo pero por suerte quien ingresó fue la esbelta enfermera de las interminables piernas.  Fiel a su estilo me sonrió al entrar; llevaba, como ya era habitual en ella, su bandeja repleta de elementos, la cual depositó sobre la mesita rodante.  Hizo rodar el mueble hacia donde yo me hallaba y, siempre con amabilidad, me hizo poner de pie y de cara a la pared apoyando las manos en ésta.
          Como siempre trabajó a mis espaldas, pero pude percibir el tintineo propio de un manojo de llaves.  Acto seguido pude ver por el rabillo del ojo cómo, primero de un lado y luego del otro, abría los candados que mantenían ajustadas las hebillas de mi culote de cuero.  La prenda dejó de ajustarme y un segundo después se soltaban las cintas que tanto me apretaban: fue como si la respiración y la circulación me volvieran; quedé liberada del culote.  Quedaba en claro que aquella mujer tenía, entre la servidumbre de la familia Batista, una cierta confianza o posición sobre el resto; de lo contrario, no se podía explicar que Loana hubiera depositado en sus manos las llaves de los candados.  Mi “liberación” obedecía, por supuesto, a una orden impartida por mi dueña… La enfermera llevó las manos a mi cola y comenzó, cuidadosamente, a retirar el consolador de mi ano… Sentí como si me sacaran de adentro el demonio mismo; mis plexos comenzaron a relajarse pero, por supuesto, iba a implicar un largo proceso después del tiempo que había estado aquella cosa alojada ahí dentro.  Aun cuando el pene artificial había sido reitrado, de algún modo era como si, incorpóreo o invisible, continuara en mi interior.  Justo en ese momento resonó la musiquilla de mi teléfono celular desde el piso… Eché una mirada por encima del hombro sin salir de mi posición y manteniendo las manos contra la pared; por la terminación del número que se leía… era Tamara…
            ¡Tamara! Mi amiga y compañera… ¿en qué andaría?  Parecía que hiciera años que no la veía… ¿Y para qué me estaría llamando?  Debo confesar que en algún momento se me cruzó la idea de contestar y decirle lo que estaba ocurriendo en aquella casa en que me encontraba, que avisara a mi familia, que buscara ayuda… Pero ese súbito sentimiento de rebeldía se fue tan rápidamente como llegó… Una marca en mi nalga me recordaba bien cuál era mi lugar, aun cuando no la viese…
            “Yo te diría que no contestes – intervino la enfermera como si hubiera leído mi fugaz intención -.  ELLA se entera de absolutamente todo…”
            Había remarcado de tal modo el pronombre “ella” que no se hacía necesario preguntar a quién se refería.  De todos modos, el comentario reavivó mi curiosidad al respecto.
             “¿Cómo es que… se entera?” – pregunté, tímidamente.
 

“¿No tuvo ella tu celular un buen rato en sus manos? – me repreguntó y de repente acudió a mi recuerdo la noche anterior, en la cual Loana había estado manipulando el teléfono en el local del tatuador.  De todos modos, la enfermera no esperó mi respuesta -… Seguramente te instaló un programa en tu teléfono… No lo podés ver porque está como invisible…pero ese programa hace que todo mensaje o llamado entrante vaya a parar también,simultáneamente, al celular de ella… Y del mismo modo cuando enviás mensajes o hacés llamados, también ella los recibe…”

           Así que eso era… Claro, no había sido entonces sólo para limpiar mi directorio que la rubia había tenido a mi celular bajo manipulación durante tanto rato.  Se había encargado, además, de dejarlo, de algún modo, vigilado y monitoreado…
          Entretanto, con la delicadeza habitual, la mujer que trabajaba a mis espaldas se dedicaba a tratar, untar y masajear las zonas de los tatuajes pero también los lugares en donde había recibido golpes.  Volví a ser inyectada en la cola; la última dosis según dijo… Cuando pareció que su labor estaba terminada, esperé que me diera instrucción de girarme o bien de volver a mi posición, pero no me dijo nada al respecto… Continuaba trabajando a mis espaldas… Me giré en un cierto ángulo hacia mi izquierda para ver qué clase de elementos manipulaba ahora… Para mi asombro, pero también para mi estupor, me encontré con que tenía entre sus dedos un objeto de forma semejante a un corcho, el cual a su vez iba unido con un cable a lo que parecía un pequeño cargador de batería o algo así (al menos ésa fue la imagen que me dio en ese momento): el artefacto estaba dotado de una antena, algunas perillas y un par de agujas indicadoras… Me puse pálida por el miedo… y no pude evitar preguntar:
            “¿Qué… es eso?”
            “Es un plug anal” – explicó ella -.  Loana quiere que lo tengas en el culo mientras estés acá”
            Un escalofrío me recorrió la espina dorsal y mis ojos estuvieron a punto de salirse de sus órbitas.
            “Pero… no entiendo… ¿qué es? ¿para qué sirve?”
             La mujer parecía manipular algunos controles y girar perillas con ojo experto.
            “Detecta la actividad de tu teléfono celular – explicó.  Señaló hacia un visor que aparecía en la parte frontal del artefacto -. ¿Ves esos números que aparecen ahí?  ¿Esas dos series de cifras?  Son los únicos dos números telefónicos  a los que te está permitido llamar o enviar mensajes… creo que son los de tus padres, ¿no? – yo estaba tan estupefacta que ni atiné a responder; de todas formas ella tampoco se quedó esperando a que lo hiciera, sino que siguió con la explicación -.  Bueno… la cuestión es así… en caso de que marques en el teclado de tu teléfono cualquier otro número que no sea ninguno de esos dos, una descarga eléctrica correrá a través de ese cable hasta tu culito… No te preocupes; no puede matarte… es una descarga de muy pequeño voltaje, aunque va aumentando y para detenerla tenés que apagar el celular en el cual marcaste el número prohibido…”
            Yo no podía dar crédito a lo que oía.  El corazón comenzó a palpitarme más rápido y la respiración se me hizo entrecortada… No podía ser real lo que acababa de exponer: tenía que ser algún truco para asustarme o que me portase bien.  Ella notó mi expresión de espanto:
          “No te preocupes – me acarició la cabeza como a un perrito -.  No va a pasar absolutamente nada porque vos no vas a usar el celular para algo que Loana no haya permitido, ¿ verdad?  No tengas miedo, linda… Sé lo que se siente porque todas hemos pasado por esto, creeme… Yo también he tenido un plug adentro de mi cola alguna vez… Pero bueno – sonrió -… hice las cosas bien y nada pasó… A ver… inclínate un poquito…”
 

La situación era tal que me costaba mucho procesar las palabras y las órdenes; estaba comenzando a apartarme un poco de la pared a los efectos de inclinarme como me pedía, cuando ella se detuvo, aparentemente pensativa…

           “Hmmm… esperá – me dijo -.  Yo diría que primero hagas tus necesidades… Hace rato que tenías puesto ese culote e imagino que tenés ganas…”
           La verdad era que mi vejiga ya estaba reclamando ser drenada.
           “Tengo… ganas de hacer pis” – admití, sin poder creer el grado de humillación que implicaba un anuncio muy simple.
           “¿Caquita no?” – preguntó, siempre con ese tono maternal que sonaba tan terriblemente humillante.
           Avergonzada ante la pregunta, negué con la cabeza.
           “Andá a hacer pis” – me conminó, dejando por un momento el plug sobre la mesita nuevamente.
           No se podía concebir tanta degradación; me empezaba a ver a mí misma tan patética como los dos esperpentos que siempre acompañaban a Loana.  Me giré y fui hacia donde estaba la palangana… Me hinqué sobre ella y miré hacia la pared; adivinaba los ojos de la enfermera sobre mí y no podía pensar en la posibilidad de orinar viéndola a la cara.  No me fue fácil: el pudor y los nervios hacían presa de mí, pero logré evacuar finalmente… Creo que por primera vez desde que tendría tal vez cuatro años, hacía pis con público…
           Cuando terminé, me incorporé y tomé de mi bolso el rollo de papel para higienizarme.
           “Yo te diría que también hagas caca” – insistió la enfermera, cuyas palabras, paradójicamente tan gentiles, entraban en mi dignidad como una lanza.
          “No… no tengo… ganas” – respondí con timidez.
           “Estuviste varias horas con esa  cosa adentro de la colita… En un momento más vas a tener esto – levantó otra vez el plug – y el agujerito te va a quedar ocupado hasta mañana en la mañana… ¿Qué pasa si te vienen ganas durante la noche?  Yo diría que hagas ahora, ricurita”
            Yo estaba abatida por la vergüenza.  Aquella mujer me estaba diciendo que defecara en su presencia.  ¿Se podía pensar en algo más humillante?  Parecía ser que en la finca de los Batista, siempre se podía encontrar algo más bajo… Pero había una realidad que yo ya había expuesto: yo no tenía ganas… Así que me mantuve firme en mi postura, no por una cuestión de actitud sino de sinceridad.
           “Es que… no puedo” – dije, con tono de lamentación.
            La enfermera asintió pensativa mientras se acariciaba el mentón. Luego se volvió hacia la bandeja que tenía sobre la mesita, la cual, por la cantidad de cosas que no paraba de sacar, parecía ya la galera de un mago… Pero no fue un conejo lo que sacó…
           “Una enemita te va a venir bien” – dijo sonriendo mientras me mostraba un objeto de goma con una terminación larga y puntuda.
            Una enema… ni siquiera recordaba haber recibido una en mi infancia… Y ahora, en edad de estudiante universitaria, aquella mujer estaba a punto de administrarme una.
            “Acercate” – me dijo.
            Avancé hacia ella y en cuanto me tuvo a tiro, me hizo una seña como para que me girase.
            “Inclinate y separá las nalgas” – fue la siguiente orden.
            Una vez que hice lo que me decía introdujo el extremo de la enema por mi orificio y accionó el fuelle a los efectos de arrojar el contenido líquido dentro de mi recto.
           “Ya está – anunció mientras retiraba la enema -.  Ahora a esperar un momentito.  Mantené cerrado el culito para que el líquido no se salga”
           Una instrucción humillante detrás de otra… En efecto apreté con mis manos ambas nalgas de tal manera de mantener lo más cerrado el orificio; no era tarea fácil ya que estaba muy dilatado por haber tenido instalado el pene artificial durante tanto tiempo.  Al cabo de un rato ella me dio orden de que soltara… Me incorporé y quedé de pie allí en la habitación, con la enfermera observándome, apoyada su cadera contra la mesita rodante y a la espera de que… mis intestinos dieran novedades…
Viewing all 7983 articles
Browse latest View live