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Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (6)” (POR ALFASCORPII)

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6

Comencé la semana completamente segura de mí misma, convencida de mi nueva identidad y condición, conocedora de mis defectos y virtudes, así como de mis armas para alcanzar mis objetivos.

En el terreno laboral descubrí que con palabras amables, y trato menos severo que el que la antigua Lucía solía dispensar, también se podían conseguir las cosas; explicando, cuando fuese necesario, cada decisión tomada con sólidos argumentos que podían ayudar a mis subordinados a entender cada una de mis decisiones para, finalmente, compartirlas e implicarse con ellas. En el caso de los hombres, esto era más fácil, un ligero coqueteo o una simple mirada mantenida un poco más de lo normal, y acababan dándome la razón en cualquier cosa totalmente convencidos de ello. En el caso de las mujeres, no tenía ninguna bajo mi mando directo, pero quise acercarme más a todos los entresijos del trabajo, por lo que empecé a relacionarme con gente de escalas inferiores, entre las que había mujeres algo mayores que yo, y alguna de mi edad bastante simpáticas, con las que empecé a quedar todos los días para el café de media mañana en la cafetería de la planta baja.

Desde la pequeña reunión del viernes anterior, los tres jefes de sección me trataban con más familiaridad, y se esforzaban por agradarme. Sabía que me desnudaban con la mirada, y la verdad es que eso me encantaba. Me excitaba la idea de ser la protagonista de sus fantasías, por lo que, de vez en cuando, les regalaba alguna vista de mi escote o meneo de culito. Era un “inocente” juego que me divertía, porque sabía que ni ellos ni yo haríamos nada más.

Con quien tenía que tener cierto cuidado era con Gerardo, el Director General. Debía perpetuar el perfecto equilibrio que Lucía siempre había logrado mantener. Cualquier gesto fuera de la relación profesional podía ser interpretado por él como un signo de aceptación de sus insinuaciones, y aunque reconozco que no me desagradaba en absoluto, es más, le encontraba cierto atractivo, no podía poner en riesgo mi trabajo, carrera y futuro, por lo que seguí manteniéndole a raya con amabilidad.

El martes, después de la jornada laboral, decidí volver al hospital. Tenía mucho que contar sobre lo vivido y los cambios en mi interior, y puesto que no podía sincerarme con nadie sin que quisiera ponerme una camisa de fuerza, el durmiente cuerpo de Antonio me serviría para desahogarme con la sensación de que había alguien escuchándome.

Cuando llegué a la habitación, mi plan de sinceridad quedó completamente desbaratado. Antonio tenía visita, un jovencito de 19 años al que conocía perfectamente.

– Hola – le saludé sintiendo un vuelco en el corazón.

– Hola – contestó el chico levantándose de su asiento ante mi entrada.

Se trataba de Pedro, un querido amigo de mi vida anterior al accidente. El chico era hijo de una amiga de mi madre, una amiga que tuvo a Pedro siendo muy joven y que se quedó sola con el niño cuando el padre se lavó las manos y desapareció del mapa. Alicia, así se llamaba ella, había pasado mucho tiempo en mi casa, y a pesar de que Pedro era siete años menor que yo, entablamos amistad desde el primer momento. No en vano, en la práctica, nos habíamos criado juntos y éramos casi como hermanos.

Sentí una pequeña punzada de dolor nostálgico al encontrarle allí, pero pude disimular el sentimiento esbozando una amplia sonrisa, y el dolor se suavizó ante el pensamiento de que mi amigo no me había abandonado.

– ¿Vienes a ver a Antonio? – me preguntó mirándome de arriba abajo con el descaro de la juventud -. Nunca te había visto por aquí.

– Sí, claro – contesté-. Soy Lucía… compañera del trabajo.

– Encantado, Lucía – me dijo dándome dos besos que le correspondí con cortesía -. Yo soy Pedro, un amigo.

Al acercarse a mí, mis sentidos de mujer se agudizaron. Percibí su fresca fragancia mezclada con su propio olor, y me resultó muy agradable. Mis ojos lo contemplaron como si fuera la primera vez, y ante mi nueva perspectiva, vi en él un atractivo que como hombre jamás habría percibido, pero que ahora me resultaba muy marcado. Se parecía mucho a su madre, y ante mis ojos de mujer se presentaba tan sexy como ante mis anteriores ojos de hombre se había presentado su madre. Y es que, en esa atracción, se basaba el mayor secreto de mi vida anterior: con 18 años me había desvirgado con la amiga de mi madre, Alicia, la madre de mi amigo.

El estreno de mi vida sexual no fue algo premeditado, surgió una tarde en la que fui a buscar a Pedro a su casa para llevarle al cine como habría hecho con un hermano menor. Pero no estaba, se había ido con sus abuelos a pasar la tarde en la finca de estos. En su lugar, estaba Alicia, su madre, una bella mujer de 32 años que estaba sola y aburrida. De aquello ya habían pasado ocho años, pero lo recordaba como si fuera ayer. Me invitó a un refresco para que le hiciese compañía durante un rato, y charlamos, pero yo tenía las hormonas revolucionadas, y Alicia era una guapa mujer de cabello castaño y ojos color miel, con un bonito cuerpo y unos sensuales labios que no podía dejar de mirar, así que mi erección se hizo tan evidente que la madre de Pedro reparó en ella. En mi memoria se grabó a fuego el cómo se relamió al ver mi abultado pantalón, y con un simple “Me apetece un caramelo”, se arrodilló ante mí, me bajó los pantalones y calzoncillos y me hizo la mejor mamada que me hicieron jamás. Degustó mi verga como si realmente fuese un caramelo, y cuando me corrí dentro de su boca animado por ella misma, bebió mi leche como si fuera el más delicioso elixir. Después, se desnudó ante mí, mostrándome la belleza de un cuerpo femenino “en directo” por primera vez. Mi juventud, su sensualidad y el morbo de desvirgarme con una amiga de mi madre, no permitieron que mi erección declinase por completo, por lo que me montó hasta que consiguió que mi polla volviese a estar completamente dura dentro de ella para alcanzar un orgasmo en el que la acompañé llenándola nuevamente con mi leche.

Y así me desvirgué, corriéndome en la boca de la amiga de mi madre y follándome a la madre de mi amigo, y aunque aquello jamás se repitió, el erótico recuerdo fue imborrable, y la sensación de traición a Pedro, también.

– ¿Habías venido ya a ver a Antonio? – me preguntó Pedro sacándome de mis recuerdos.

– Sí – contesté sonriéndole-. Antonio… también es mi amigo.

Y así comenzamos una distendida charla que consiguió hacerme olvidar el verdadero motivo por el que había ido al hospital. Pedro me contó historias vividas con su amigo, historias vividas conmigo, pero que contadas por él resultaban más graciosas y enternecedoras, mostrándome que realmente sentía a Antonio como si fuera su hermano mayor. Me sentí muy cómoda, y aunque ahora la diferencia de edad entre nosotros se había incrementado hasta los once años (ya que Lucía tenía 30), y teóricamente nos acabábamos de conocer, realmente conocía a aquel chico desde toda la vida, y él cogió confianza conmigo enseguida. Tal fue así, que le di mi número de teléfono para que me avisara si se enteraba de algún cambio en la situación de Antonio.

Salimos juntos del hospital, y me ofrecí para llevarle a casa en coche, a lo que él aceptó encantado por ir conmigo y por ahorrarse más de una hora de transporte público.

– Tienes un coche de tía buena – me dijo al ver el Mini Cooper de color crema.

– ¿Ah, sí? – le dije pillada de improvisto.

– Por supuesto. Tengo la teoría de que las dueñas o conductoras de este modelo de coche son todo tías buenas.

– Curiosa teoría – le contesté sintiendo un cosquilleo.

– Y tú la acabas de confirmar – me espetó con una encandiladora sonrisa y el descaro de su juventud.

Su desparpajo y el inesperado piropo me hicieron sonreír.

De camino a su casa se me ocurrió una idea, ahora tenía la oportunidad de dedicarles unas palabras a mis padres sin tener que pasar por el trago de enfrentarme a ellos. Le pedí un favor, que me acompañase un momento a mi casa para que les diese a los padres de Antonio una carta de mi parte. Pedro era buena persona, y accedió a hacerme el favor, además, su casa quedaba a tan sólo una parada de metro de la mía.

En casa le ofrecí un refresco y le pedí que me esperase en el salón mientras buscaba la carta, aunque en realidad tenía que escribirla. Encendí el aire acondicionado, dejé la chaqueta del traje sobre una silla, y allí le dejé esperando mientras me encerraba en el despacho.

Enfrentarme al papel en blanco fue horroroso, había tanto que quería decir, pero que no podía… Tras unos momentos de duda, finalmente me di cuenta de que sólo podía decirles que les quería sin revelarles que era su hijo quien realmente lo había escrito:

Estimados señores,

Mi nombre es Lucía, Subdirectora de Operaciones de la empresa en la que trabaja Antonio. Querría expresarles el más profundo mensaje de apoyo en estos difíciles momentos en nombre de la empresa, pero no me limitaré a eso.

Sé que mis palabras, de poco consuelo pueden servirles, y aunque podría transmitirles el valor que su hijo tiene para la empresa, siendo un gran profesional altamente cualificado, responsable y comprometido con su trabajo, he tenido la fortuna de conocerle personalmente y entablar amistad con él, por lo que creo que es mejor que les transmita los sentimientos que, en confianza, Antonio me ha revelado.

Se siente muy orgulloso de su origen y de sus padres. No hay palabras para describir el agradecimiento que siente por la educación recibida y los valores que sus padres le han aportado. Si fuera él quien escribiera estas líneas, tal y como le conozco, estoy segura de que les diría que les quiere y les echa de menos…

Al llegar a este punto, los ojos se me llenaron de lágrimas, y no pude continuar. Dejé pasar unos momentos para recomponerme, pero cuando ya estaba lista para continuar escribiendo, me di cuenta de que no tenía más que decir; sólo quería decirles cuánto les quería y echaba de menos, y sobre todo, decirles que estaba bien y que había empezado una nueva vida… aunque esto era inviable. Por mucho que fuese yo quien escribiera, mis padres sólo leerían la carta como las palabras de una extraña; incluso la letra que ahora salía de mi puño no se parecía a la de su hijo…

Decidí desechar la carta. Para mis padres no tendría ningún sentido, así que la tiré a la papelera, aunque sí que sirvió como cierto desahogo para mí.

De pronto recordé que tenía a Pedro esperándome en el salón, sería un poco embarazoso decirle que no tenía ninguna carta para que le entregase a los padres de Antonio, así que decidí que le diría que había estado buscando la carta por todo el despacho y que incluso la había buscado en mi ordenador personal, pero que estaba claro que me la había dejado en el trabajo. Sería extraño, pero Pedro era un buen chico y seguramente no se molestaría; además, le había ahorrado más de una hora de metro con varios transbordos.

Salí del despacho y encontré a Pedro sentado en el sofá frente a mí. Me acerqué a él percibiendo el claqueteo de mis tacones sobre la tarima del suelo marcándole un ritmo cadencioso a mis caderas, un vaivén del que el joven no perdió detalle:

– Perdona por haberte hecho esperar – le dije.

– No importa, algo me dice que va a merecer la pena – me dijo mirándome de arriba abajo con descaro.

– ¿Cómo? – le pregunté sorprendida.

– No traes ninguna carta en las manos…

Sentí cómo me ruborizaba, y entonces me percaté del imponente abultamiento en su entrepierna. ¿Qué locas fantasías se había imaginado?.

– Con una burda excusa – contestó el reducto de masculinidad que quedaba en mí-. te has llevado a casa a un chico once años más joven que tú y le has hecho esperar. ¿Crees que es una loca fantasía?, ¿qué habrías pensado tú en su lugar?.

La patente erección que adivinaba bajo su pantalón despertó mi libido. Las hormonas femeninas agudizaron mis sentidos, haciendo que a pesar de la distancia que nos separaba, la fresca fragancia que desprendía mi amigo se me hiciera irresistiblemente atrayente. Mis ojos percibieron con mayor claridad su atractivo físico, estudiando sus agraciadas facciones y escaneando las proporciones de su cuerpo. Sentí cómo se me endurecían los pezones bajo la blusa y el suave sujetador, el calor y la humedad se hicieron patentes en mi sexo, y los labios se me quedaron tan secos que tuve que humedecerlos con la punta de mi lengua. Le deseé, le deseé tanto que quería comérmelo enterito, como el dulce bollito que era ante mi perspectiva.

– No, no es una carta lo que voy a darte – le dije respondiendo más a mis deseos que a él mismo.

Entonces vinieron a mí los recuerdos de aquella tarde de ocho años atrás, cuando había vivido una situación parecida, sólo que en aquella ocasión yo era un chico, y la madre de aquel que yo ahora deseaba me había regalado un recuerdo imborrable para toda la vida. El destino había hecho una extraña jugada, y ahora se me presentaba la oportunidad de saldar la “deuda” que tenía con Pedro. En ese momento era yo la sexy mujer madura, y mi amigo, el inexperto jovencito, aunque no tanto como yo lo había sido en aquel entonces, puesto que él ya había tenido un par de breves encuentros.

Aquel paquete de su entrepierna era como un imán para mí. Me parecía increíble el gusto que había adquirido por esa parte de la anatomía masculina, teniendo en cuenta que yo misma había sido un hombre en una vida anterior, aunque en ese momento, esa vida se me antojaba tan lejana como la prehistoria. Me arrodillé ante él y, situándome entre sus piernas, acaricié esa protuberancia que despertaba la insaciable hembra que latía en mi interior; él suspiró.

Desabroché el pantalón corto que llevaba y, con su ayuda, tiré de él y del calzoncillo para dejarle desnudo de cintura para abajo. Su polla se presentó ante mí erecta, apuntando hacia el techo, con una cabeza gruesa y rosada y un tronco largo y grueso también, surcado de venas que lo adornaban. Era una polla joven, desafiante y vigorosa, una deliciosa tentación que estaba dispuesta a degustar. La sostuve con una mano y me acerqué a ella para que mi cálido aliento incidiese sobre la sensible piel de su glande.

– Uuuffff – suspiró Pedro.

Le miré a los ojos, y en ellos vi el reflejo de su excitación y expectación, incluso percibí incredulidad. A pesar de haberse imaginado esa situación mientras me esperaba, realmente no tenía esperanzas de que tuviese lugar. Acababa de conocer a una, en sus propias palabras, “tía buena” mayor que él, y ésta se le había llevado a su casa para que descubriese lo que era echar un polvo con una mujer de verdad, no como el par de chiquillas medio borrachas con las que hasta el momento se había acostado para terminar con sendas corridas rápidas.

Mis jugosos labios se posaron sobre su glande, y lo envolvieron como si fuera un delicioso caramelo. Volví a oírle suspirar, y tocando la punta con la lengua, percibí el salado gusto de una gota de lubricación. Succioné y bajé mi cabeza lentamente introduciéndome su polla en la boca, recorriendo todo su tronco hasta que tocó mi garganta. Aún me quedaba una porción por engullir, pero mi cavidad bucal no daba para más. Pedro suspiraba con fuerza, le gustaba cómo me había tragado su falo, así que hice un poco más de fuerza de succión, envolviendo el duro músculo con mis carrillos paladar y lengua, teniéndolo completamente aprisionado.

Tener una verga en la boca y oír gemir al macho, tenía en mí un efecto que jamás habría imaginado. Me sentía poderosa, dueña de aquel duro músculo y del hombre que lo portaba, pudiendo hacer o deshacer a mi voluntad, teniéndolo dominado por el placer que era capaz de proporcionarle. Era una sensación grandiosa y terriblemente excitante, se me hacía el coñito agua. Hasta el momento, sólo había disfrutado de la experiencia de hacer una mamada en una ocasión, descubriendo que la práctica me gustaba, y ahora no sólo había corroborado que me gustaba, ¡sino que me encantaba!. El hecho de que fuese la polla de mi antiguo amigo le daba un especial morbo, pero el ingrediente fundamental que aderezaba mi lujuria de mujer consistía en que se tratara de un apetecible jovencito recién salido de la adolescencia, al que le quedaría un recuerdo imborrable de Lucía, como a mí me había quedado el recuerdo de Alicia, su madre.

Paladeé el gusto de su sensible piel, y pude sentir cómo ese joven músculo latía dentro de mi boca. Lo deslicé entre mis labios chupándolo con la satisfacción de oír cómo Pedro gruñía mientras los latidos de su miembro se aceleraban al igual que su respiración. Me lo saqué dejando únicamente la redonda cabeza dentro de mi boca para darle unas chupaditas con las que sentir su forma y suavidad entre mis labios, ¡cómo me gustaba!. En aquel momento, mis carnosos labios me parecieron creados para esa función, para proporcionar placer con ellos. Los deslicé con suaves y cortas caricias por su glande, como si comiese un helado, haciendo que la gruesa cabeza entrase en mi boca mientras los labios rodeaban su cuello para volver a deslizarse entre ellos y llegar a besar la puntita. Después, volvía a empujarla hacia dentro y mi lengua la recibía acariciándole el frenillo para sentir su leve rugosidad. En agradecimiento, mi golosina me regaló un par de gotas más de elixir que impregnaron con su salado sabor mi lengua.

Apenas había empezado con mi trabajito oral, y ya tenía el tanga empapado de pura excitación, mi coño pedía follárselo, pero estaba disfrutando tanto del manjar que quise apurarlo un poco más.

Hice que el tronco de esa joven verga siguiese al glande invadiendo mi boca y estirando su piel con mis labios. Cuando todo cuanto me cabía estuvo dentro, succioné con fuerza levantando la cabeza para tirar de ella con la succión mientras salía lentamente. La glotonería se estaba apoderando de mí, y en cuanto me la sacase por completo, cedería a ella y me comería esa polla con voracidad aumentando el ritmo. Pero Pedro fue más rápido que yo. La verdadera mamada estaba comenzando, sólo le había dado lo que a mí me parecían unas leves chupaditas, pero, al parecer, la cosa se me daba muy bien, el chico era joven y le tenía hiperexcitado, de tal modo que cuando la verga estaba a mitad de recorrido saliendo de mi boca, la sentí palpitar con violencia. El chico gruñó, y no tuve tiempo más que para sentir cómo un chorro de líquido caliente me llenaba la boca al chocar a presión contra mi paladar. El sabor a semen me inundó, sintiendo incluso su aroma en lo más recóndito de mi olfato. Era un sabor salado, agridulce, con reminiscencias metálicas, que me agradó. Pero no pude contenerlo para recrearme en su sabor y textura, porque un segundo chorro de hirviente leche me saturó la cavidad bucal obligándome a tragar la primera oleada casi al instante. La lefa se deslizó por mi garganta, arrastrando consigo su sabor. Era densa, y tuve la sensación de estar tragando una ostra, salvo que cuando se traga una ostra, ésta pasa y ya está. Sin embargo, tragar ese esperma sirvió para que mi boca volviese a estar llena del sabor de la segunda eyaculación, y me supo deliciosa. La polla siguió latiendo con pequeños espasmos que me obligaron a seguir tragando la cálida leche hasta que, finalmente, cesaron y pude sacármela de la boca sin perder una sola gota del exquisito manjar que acababa de descubrir. Tragué los restos que quedaban en mi lengua degustando el dulce néctar obtenido como premio al placer que había dado a aquel chico que me miraba con satisfacción e incredulidad.

Entre los recuerdos de Lucía no encontré nada semejante, nunca había probado lo que yo acababa de probar. Por supuesto que había practicado el sexo oral, pero nunca había llegado hasta el límite de hacer una felación completa, y mucho menos se había dejado sorprender con una corrida repentina en su boca. A pesar de haber sido un hombre, yo había pecado de inexperiencia e ingenuidad. Pensé que un chico tan atractivo como Pedro ya habría tenido bastantes experiencias con chicas de su edad, pero no había sido así, y su juventud y mi efecto sobre él le habían provocado una eyaculación bastante precoz. Pero yo no me arrepentía en absoluto. Me había encantado e hiperexcitado el que se corriera dentro de mi boca, la sensación de cómo entraba en erupción dentro de ella… Y a la nueva Lucía le había gustado el sabor y textura del orgasmo masculino más de lo que podría confesar.

Con los dedos limpié los restos de semen diluidos con mi saliva que habían quedado en las comisuras de mis labios, y me incorporé mirando a Pedro, cuyo enrojecido y brillante miembro había mermado algo en volumen, pero manteniéndose aún erguido.

– Rápida corrida y rápida recuperación – pensé esbozando una sonrisa-, ¡qué loca juventud!.

Mi conejito quería ahora su zanahoria, y ésta ya estaba casi a punto para volver a ser devorada.

– Joder, siento haberme corrido sin avisar – me dijo atropelladamente-. Pero es que eres… Y nunca me habían… ¡Uf, ha sido increíble!.

– No ha pasado nada que no quisiera que ocurriese – le contesté-. Quítate la camiseta – terminé ordenándole.

Obedeció sin rechistar, y se quedó observando cómo yo me quitaba los zapatos y me desnudaba lentamente ante él, recreándome en su cara de fascinación al contemplar mi cuerpo desnudo. Su verga recuperó el vigor inmediatamente:

– Eres una diosa – me dijo.

Me encantó el piropo, pero ya no podía reprimir más mi deseo.

La historia se repetía, e igual que hizo su madre conmigo ocho años atrás, me coloqué a horcajadas sobre él sujetando su polla con una mano, y ésta se embadurnó con mi zumo de mujer. Pedro no se había visto nunca en una situación parecida, y se dejó hacer asumiendo mi mayor edad y experiencia.

Me fui sentando lentamente sobre sus muslos, dejando que su mástil se abriera paso entre los jugosos pliegues de mi coño, sintiendo el agradable cosquilleo de su piel deslizándose por la estrecha abertura, dilatándola para acoplarse a su grosor hasta que estuvo bien sujeta y pude soltarla con la mano. Probé mi sabor llevándome los dedos a la boca y contemplé cómo Pedro apretaba los dientes mientras mi cuerpo envainaba su estoque. Seguí dejándome caer, hasta que toda su polla estuvo dentro de mí y su punta presionó mis profundidades produciéndome un cálido placer que me hizo gemir:

– Uuuuummmmm…

Por fin me había ensartado. La mamada con delicioso final que le había hecho me había puesto tan cachonda, que a pesar de que su polla era bastante gruesa, se deslizó por mi vagina con facilidad haciéndome sentir llena de hombre.

Mi joven montura apenas se podía mover, pero respondió a sus instintos cogiéndome por el culo para apretármelo mientras su cara se hundía entre mis pechos para ahogar un “Ooooooohhhhh” de satisfacción aumentando mi placer.

Comencé con un suave movimiento de caderas atrás y adelante, disfrutando de la dureza del músculo que me llenaba, sintiendo cómo presionaba mi abdomen por dentro mientras mi clítoris se friccionaba con su vello púbico y mi culito se restregaba contra sus muslos con sus manos apretando mis nalgas.

– Mmmmm… -gemía de gusto.

Llevado por la placentera cabalgada que le estaba dando, Pedro subió por mis glúteos, caderas y cintura con sus manos, recorriendo mis curvas como si fuese un objeto sagrado que reverenciar, produciéndome descargas eléctricas de placer que me obligaban a arquear la espalda y apretar mis muslos atenazando sus caderas. Atrapó uno de mis pechos con la boca, llenándosela con su voluptuosidad para mamar vorazmente de él, comiéndoselo con el innato instinto que hizo arder mi pezón arrancándome un grito:

– ¡Aaaauuuuummmmm!.

El chico se sorprendió, y pensando que me había hecho daño soltó el pecho y me miró azorado.

– ¡Lo siento! –dijo casi sin aliento-, me he dejado llevar…

Clavé mis rodillas en el sofá y me levanté sacándome casi toda su polla del coño. Miré su rostro sonrojado por la excitación y la vergüenza, con su boca abierta por la sorpresa, y por un instante tuve un extraño sentimiento que aún no había experimentado: me pareció tan joven, tan inocente y tierno, tan completamente a mi merced, que me embargó un desconcertante sentimiento maternal.

Seguro que pensaba que había metido la pata y que su fantasía ya había concluido; que me levantaría y le dejaría con el calentón y la vergüenza. Pero nada más lejos de la realidad. Me había encantado cómo había mamado de mi teta, y el grito que su inexperiencia había interpretado de dolor, realmente lo era, pero de un doloroso y exquisito placer, así que la ardiente hembra que llevaba dentro le dio un codazo a ese fugaz sentimiento maternal. Cogí su atractivo rostro entre mis manos y me lancé hacia aquella boca abierta para acoplar en ella mis labios e invadirla con la lengua hasta casi tocar su campanilla.

Pedro recibió el inesperado beso respondiendo con una suave lengua que se enredó con la mía en un excitante primer beso. A pesar de haberle realizado una felación con la que me había “obligado” a tragarme su leche, y de haber empezado a echar un polvo, era la primera vez que nos besábamos, y la pasión nos envolvió a ambos.

Me dejé caer sobre su inhiesta verga con todo mi peso, y ésta me penetró con tal contundencia que ambos gemimos al unísono en la boca del otro. Ya no me bastaba con sentir su dureza dentro de mí estimulando mis entrañas, necesitaba follármelo con violencia, empalarme en él, clavarme su verga hasta hacerme perder la consciencia…

Sentía mis paredes internas palpitando y estrujando casi con crueldad su miembro, pidiéndome que volviera a medir su longitud obligándole a recorrer cada milímetro de mi gruta, desde la entrada hasta el cálido y profundo interior. Volví a levantar las caderas haciendo que se deslizase estimulando los músculos de mi vagina con su grosor, y cuando estaba a punto de salirse, me ensarté a fondo hasta que me clítoris vibró golpeando su pubis, y su glande se incrustó contra mis profundidades, haciéndome ver las estrellas con un grito que me obligó a despegar mi boca de la suya y arquear la espalda.

Mis pechos quedaron nuevamente al alcance de su boca y, tratando de abarcarlos con las manos, Pedro los estrujó para hundir su cara en ellos y comérselos como dos melones maduros. Succionó mis puntiagudos pezones transmitiendo descargas eléctricas que se propagaron por todo mi cuerpo hasta alcanzar mi clítoris con un maravilloso cosquilleo. Volví a levantarme, liberando mis senos de su boca para volver a ofrecérselos con una profunda penetración que me volvió loca. Y mamó, mamó con glotonería, como si quisiera obtener de mí la maternal leche que yo no podía ofrecerle, arrancándome nuevos gritos de dolor y placer que licuaban mi coño convirtiéndolo en una cueva inundada. Y subí, y bajé, y gemí, y grité.

Me follé a aquel muchacho sabiendo que yo era su dueña y que siempre me recordaría como su primer polvo con una mujer de verdad, porque en eso me había convertido, en una ardiente y lujuriosa mujer que disfrutaba del sexo en toda su extensión. Se me había brindado la oportunidad de tener un envidiable físico capaz de incendiar los deseos de cuantos me rodearan, y lo estaba aprovechando para mi deleite y el de mis parejas.

Seguí clavándome esa joven polla, disfrutando de cada penetración con las placenteras sensaciones que me causaba entrando y saliendo de mí con rítmicos empellones, enloqueciendo con la forma en que mi examigo se comía mis tetazas cada vez que su glande me taladraba presionándome las entrañas, hasta que noté que él ya no podía soportar más mi cabalgada y le permití darse el gusto de marcarme el ritmo.

Me agarró del culo con fuerza, y me apretó contra sus caderas empujando con ellas. Era algo torpe por su inexperiencia, puesto que la única postura que hasta ese momento había practicado había sido estando él encima de la chica, pero yo ya estaba tan a punto, y el morbo de follármelo era tal, que el placer siguió aumentando en mí con los cortos empujones que fusionaban nuestras pelvis. Hasta que con un último apretón con el que su glande me presionó tanto que casi me saca el estómago por la boca, sentí cómo se derramaba dentro de mí ese cálido y denso fluido que antes había atravesado mi garganta. La sensación de su corrida abrasándome por dentro fue muy placentera, pero no consiguió desembocar en mi orgasmo, por lo que volví a tomar la iniciativa y yo misma intensifiqué la sensación saltando rápidamente sobre su polla hasta conseguir que me corriera justo después de que su verga diera el último estertor antes de empezar a languidecer.

Finalmente, aunque inicialmente no me lo había propuesto, conseguí alcanzar todos mis objetivos: por un lado me había follado a un atractivo jovencito que se me había antojado como un caramelo; por otro lado, había disfrutado de la novedosa experiencia de tener una polla llenándome la boca con su leche; por otro, también había satisfecho el morbo de echar un polvo con alguien que ya había conocido siendo Antonio y, por último, di por saldada la deuda que sentía hacia Pedro por haber tenido sexo con su madre; sin olvidar que había disfrutado como una hembra en celo de todo el proceso para llegar a un ansiado orgasmo. Estaba muy satisfecha conmigo misma. En aquel momento, me habría tirado sobre el sofá para fumarme un relajante cigarrillo, pero ni tenía el cigarrillo por no ser fumadora salvo en ocasiones puntuales, ni la compañía de mi eventual pareja debía prolongarse por más tiempo, por lo que me vestí pidiéndole a Pedro que hiciera lo mismo, y amablemente le pedí que me dejara a solas recordándole que me llamara si sabía de algún cambio en la situación de Antonio.

Cuando mi última conquista se marchó, a falta del cigarrillo que me apetecía, cogí un trozo de chocolate de la cocina y me tumbé sobre el sofá para degustarlo recordando con una sonrisa la inesperada y excitante sorpresa que mi paladar había descubierto. En sólo una semana como mujer, distintos hombres y de distintas edades se habían derretido en todos y cada uno de mis agujeros como aquel trozo de chocolate se derretía en mi boca… Era tan satisfactorio, que llegué a la conclusión de que me encantaba ser mujer.

CONTINUARÁ…

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alfascorpii1978@outlook.es


Relato erótico: “Di por culo a la puta de mi cuñada y a mi mujer 2” (POR GOLFO)

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Sé que no me creeréis o al menos os resultará raro, pero os tengo que confesar que tener a ambas hermanas desnudas en mi cama, me cortó. Aunque había disfrutado del culo de Nuria con anterioridad, para mi mujer esa iba a ser la primera vez. Para ella, yo la estaba haciendo un favor porque, desconociendo lo ocurrido durante el congreso, seguía pensando que odiaba a su hermanita.
Me diréis que tener a una rubia preciosa y a una morena espectacular pegadas a mi cuerpo, debería haberme hecho reaccionar pero un tanto abochornado, reconozco que no. Aterrorizado por dicha circunstancia, mi pene se negó a reaccionar. Flácido y encogido hasta su mínima expresión, no reaccionó a las caricias de Inés.
Muerta de risa, mi esposa le soltó a Nuria:
-Te juro que mi marido es una fiera en la cama, ¡No se le ocurre!
No pudiéndole confesar que conocía en carnes propias, mi maestría entre las sabanas, se unió a su risa, diciendo:
-¡Déjame probar!
Sin pedir mi opinión, tomó mi verga con su mano sustituyendo a la de Inés, la cual la soltó para que Nuria pudiera seguir. Entonces con una sonrisa en sus labios, la contempló brevemente como quien observa algo que largo tiempo estuvo vedado pero que necesita, para acto seguido inclinar su cabeza y mimándola  como a un bebé, empezó a darle besos a mi extensión con una ternura que me dejó helado. Poco a poco, mi cuerpo fue reaccionando mientras ella se afanaba en reactivar mi maltrecho miembro.
Pidiendo su aprobación, miré a mi esposa y descubrí en su mirada una extraña excitación:
“¡Le pone cachonda que su hermana me la mame!”, pensé.
Su tácito permiso fue lo que necesitaba mi falo para ponerse erecto y ya luciendo como en las mejores ocasiones, erguido esperó el siguiente paso de mi cuñada. Nuria al comprobar el éxito de sus besos, sonrió y lentamente se lo fue introduciendo en su boca. La parsimonia que uso para embutírselo hasta el fondo, me permitió sentir la tersura de sus labios recorriendo mi extensión.
-¡Bésame!- pedí a mi mujer.
Inés, al escucharme se lanzó sobre mí y con una urgencia que me dejó sorprendido, buscó el consuelo de mis labios mientras su hermana me estaba dando una mamada de campeonato a pocos centímetros de ella. Viendo su grado de excitación, llevé mi mano a su entrepierna para descubrir que su sexo estaba completamente empapado y convencido de que necesitaba mis caricias, me apoderé de su clítoris con mis dedos.
-¡Dios!- gimió para acto seguido berrear como una cierva en celo al sentir mis yemas sobre su botón.
La calentura de Inés se incrementó de sobremanera cuando le introduje un dedo en su abertura y ya completamente desbocada, se zafó de mis toqueteos y colocándose a horcajadas sobre mi cara, puso su sexo en mi boca para que se lo comiera.  Al entrar mi lengua en contacto con los pliegues de su vulva, mi querida y fiel esposa se creyó morir y a voz en grito me pidió que no parara mientras azuzaba a mi cuñada diciendo:
-¡Demuéstrale a mi marido que sabes mamarla!
Estimulada por las palabras de su hermana, Nuria incrementó el ritmo y la profundidad de su mamada, incrustándose mi miembro hasta el fondo de su garganta. Os juro que creí estar en el paraíso al tener el coño de mi esposa en la boca mientras mi cuñada me daba tamaña felación y ya totalmente verraco, usé mi lengua como si fuera mi pene para penetrar con ella el estrecho conducto que tenía a mi disposición. Metiendo y sacando ese húmedo apéndice conseguí que Inés llegara al orgasmo pegando un alarido.
-¡Me corro!- gritó derramando su flujo por mi cara.
Queriendo prolongar su éxtasis, me dediqué a absorber el manantial que brotaba de entre sus piernas pero reconozco que fui incapaz porque cuanto más lo intentaba mayor era el caudal que salía de su sexo. Mis maniobras, si bien no pudieron secar el rio en el que se había convertido su vulva, provocaron que mi mujer enlazara un orgasmo con el siguiente hasta que dándose por vencida, se dejó caer sobre la cama.
Liberado de la obligación de seguir satisfaciendo a Inés, me concentré en Nuria y llevando mi mano a su cabeza, empecé a acariciarle el pelo mientras le decía:
-¡Mi cuñadita no sabe ni  hacer una mamada!
La reacción de la muchacha no se hizo esperar y elevando el ritmo de su boca, lo convirtió en infernal mientras con una de sus manos, me acariciaba los testículos. Supe que el hecho de no haber eyaculado aún se debía a que con anterioridad a su llegada, le había hecho el amor a mi mujer pero achacándolo a su falta de pericia, le susurré:
-Si no puedes, ¡Pídele ayuda a tu hermana!
Habiendo sido aludida, Inés se incorporó y acercándose a donde la morena se afanaba en busca de mi placer, se juntó a ella diciendo:
-¡Dejemos seco a esta bocazas!- tras lo cual su boca se unió a la de Nuria y entre las dos, empezaron a competir en cuál de las dos absorbía mayor extensión de mi miembro.
Mirando hacia mis pies, la visión de esas dos melenas maniobrando como locas en búsqueda de un premio fuel bruta y completamente absorto, comprendí que de ese día en adelante se abría ante mí un futuro lleno de placer. Si nunca habéis conocido la sensación que dos bocas y cuatro manos se dediquen a exprimir vuestro miembro, es algo que os aconsejo:
“¡No hay nada tan maravilloso ni tan excitante!”
La ayuda que prestó mi mujer a mi cuñada no tardó en conseguir su objetivo y percibiendo los primeros síntomas, le avisé que me iba a correr. Entonces esas dos hicieron algo que me terminó de convencer de que mi destino iba a ser halagüeño, uniendo sus bocas en un beso cogiendo entre medias a mi glande,  esperaron que explotara para así compartir como buenas hermanas mi simiente. Las oleadas de semen que brotaron de mi pene fueron engullidas por ambas ante mi atenta mirada y solo cuando confirmaron que ya habían dejado secos mis huevos, se dedicaron a base de lamidas a limpiar mi miembro.
Sus carantoñas no cesaron cuando ya habían retirado cualquier resto de semen sino que las prolongaron con el propósito firme de reanimar mi pene. Lo creáis o no, ¡Lo consiguieron! Y entonces mi mujer me susurró al oído:
-¡Necesito que te la folles!- y bajando aún más la voz, dijo: -Sé que nunca te has llevado bien con ella, pero Nuria lo necesita.
Viendo mi disposición cogió mi miembro entre sus manos y llamando a su hermana, la ayudó a empalarse con él. La lentitud con la que se empaló, me permitió notar cada uno de sus pliegues; percibir como fue desapareciendo mi pene en su interior y como mi capullo rozaba la pared de su vagina, llenándola por completo.
No sé si al verla así abierta de piernas con mi sexo en su interior, despertó en Inés el amor de hermana y la quiso ayudar a completar su sueño o por el contrario fue algo demasiado atrayente para desperdiciarlo, pero lo cierto fue que simultáneamente al inicio de los movimientos de las caderas de mi cuñada, mi mujer se adueñó del clítoris de su hermana y empezó a masturbarla frenéticamente.
-¡No es posible!, seguid así ¡soy vuestra puta! -, gritó Nuria, increíblemente excitada por nuestros dobles manejos y acelerando su loco cabalgar, buscó el fundirse con nosotros antes que su interior explotara en brutales sacudidas de placer.
Con su respiración totalmente entrecortada y el corazón latiendo desenfrenadamente, gemía pidiéndonos que continuáramos, mientras su vulva se derretía por el calor y sus manos pellizcaban sus pezones en busca de un plus de excitación. Pero fue cuando Inés incrementó sus manejos, metiendo uno de sus dedos en el ojete de la morena cuando estalló retorciéndose como posesa.
Mi mujer al verla agotada y exhausta, creyó que debía ratificar totalmente su disposición a compartirme con ella y con un extraño fulgor en sus ojos, me preguntó viendo que mi pene seguía erecto:
-¿Te sientes con ganas de darla por culo?
Al oírme decir que sí, metió dos dedos en el coño de la morena y recogiendo parte de su flujo, empezó a embadurnar el esfínter de su hermana. Confieso que todavía no me puedo creer lo rápido que aceptó mi esposa a Nuria como partenaire sexual pero lo cierto es que viendo que su entrada trasera seguía tensa:
¡Usó su lengua para relajarla!
Mi cuñada al notar tan poco fraternal caricia por parte de la que era de su sangre, como una perturbada, le pidió que siguiera pero entonces llamándome a su lado, Inés me dijo:
-¡Dale fuerte!- y no satisfecha con ello, se cambió de sitio y poniendo su coño en la boca de su hermanita, le ordenó: -¡Cómeme!
Nuria no se lo pensó dos veces y poniéndose a cuatro patas abrió las piernas de Inés para hundir a continuación su lengua hasta el fondo del sexo de mi mujer. La temperatura de la escena iba subiendo por momentos. Desde mi posición, pude percibir como del fondo del coño de la zorra de mi esposa fluía sin control un riachuelo que discurría por sus piernas, yendo a morir sobre las sábanas. Aproveché ese instante para  nuevamente desflorar la maravilla de culo de mi cuñada y abriendo sus nalgas, de un solo golpe la penetré analmente.
Nuria se quedó paralizada al sentir que le rompía el culo. Había supuesto que iba a revelarse a mi agresión por no tenerlo suficientemente relajado, pero en contra de mi previsión, esperó pacientemente a que yo marcara el ritmo. Mi mujer cabreada al sentir que su hermana había dejado de comerle el coño, tirándole del pelo llevó su boca nuevamente hasta su sexo mientras me decía:
-¡Fóllate a la puta!.
No sé si fue que al no reaccionar Nuria al insulto, me terminó de convencer pero lo cierto es que dándole un azote en las nalgas, empecé a mover mi pene en su interior de sus intestinos.
-Agg…-gimió al notar que sus músculos eran forzados por los movimientos de mi extensión en su trasero.
Hice caso omiso a ambas mujeres, la posesión de ese ansiado trasero me espoleó y acelerando mis penetraciones tiré de su negra melena, mientras seguía castigando sus cachetes con mi mano. La presión de su esfínter se fue relajando facilitando que mi cuñada se fuera acostumbrando a sentir mi verga en su interior. Paulatinamente, el dolor fue dando paso al placer, hasta que completamente rendida a mi acoso, clavando las uñas en el colchón reanudó la mamada a Inés. Ésta al sentir la lengua de su amada hermana hurgando en su clítoris, me miró buscando mi aceptación.
-Está bien-, al escuchar que no me importaba que fuera su boca quien la hiciera gozar, mordiéndose los labios y cerrando los ojos, se puso a disfrutar sin sentir celos de mi montura.
La guarra estaba a punto de correrse y al constatarlo, me pidió que no parara. Obedeciendo a mi instinto, mordí su cuello coincidiendo con el orgasmo mutuo de mis dos mujeres. Cabreado por no haber conseguido desahogarme, continué acuchillando su cuerpo con mi sexo, prolongando su clímax más allá de lo razonable hasta que mi verga explotó anegando el culo de Nuria con mi semen, mientras su dueña caía desplomada sobre la cama.
Satisfechos y exhaustos permanecimos unos minutos sin decir nada, hasta que rompiendo el silencio, Inés me dijo al oído:
-No te quejarás, ¡Le has roto el culo a mi pobre hermanita!
Soltando una carcajada, las abracé a las dos.
Nuestros primeros días como un trio.
Si cuando me enteré de las intenciones de Nuria de convencer a su hermana de que me compartiera con ella, había supuesto que iba a ser imposible, ya conseguido, reconozco que creí que iba a durar más bien poco y que de alguna forma iba a  afectar a la estabilidad de mi matrimonio. Pero contra todo pronóstico, me equivoqué por que las dos hermanas demostraron que no solo eran capaces de olvidarse de sentir celos una de la otra sino que descubrieron que podían conseguir entre ellas un placer distinto al que yo podía darles.
Si os preguntáis cuando me enteré, es sencillo:
¡Desde la primera mañana que amanecimos juntos!
Después de pasarnos toda la noche follando, al día siguiente, estaba agotado, pero la cercanía de mis dos mujeres me excitó y nada más despertarme, me levanté al baño con ganas de liberar mi vejiga, pero también tratando de calmarme. Al volver me quedé extasiado al observarlas. Eran dos hembras de bandera, diferentes, pero no se le podía negar que eran las dos bellas. Inés, la mayor, era con creces la que prefería y no solo por ser mi verdadera esposa sino porque a ella me unía además de la atracción física el amor. Lo me cabía en la cabeza  era que hubiese cedido ante su hermana. Nuria, en cambio, era más delgada con cara de no haber roto un plato. Con unos enormes pechos  que te invitan a besarlos, se había revelado como una fiera en la cama.
Sin haberlo planeado y aún somnolienta, mi cuñada abrió los ojos sorprendiéndose de ver que yo que estaba despierto.
Buenos días-, me empezó a decir cuando cerrándole la boca con un beso le dije: –Quiero verte haciéndole el amor a Inés-.
Me sonrió al escucharme, y dándose la vuelta, se concentró en la mujer que tenía a su lado. Sus pequeñas manos, comenzaron a recorrer el cuerpo desnudo y aun dormido de mi esposa. Me encantó ser el convidado de piedra de sus maniobras. Cogiendo uno de sus pechos con las manos, empezó a acariciarlo mientras la otra seguía soñando. Sin poderlo evitar y creyendo quizás que era yo quien lo hacía, sus pezones se erizaron al sentir la lengua de su hermana recorriéndolos. Poco a poco se fue calentando e inconscientemente entreabrió sus piernas facilitando la labor a la morena. Desde mi privilegiado puesto de observación vi como esta le separó los labios y acercando su boca se apoderó de su clítoris. Mi mujer recibió las caricias con un gemido, mientras se despertaba. La muchacha al notarlo, usó su dedo para penetrarla mientras seguía mordisqueando el botón del placer. Al abrir sus ojos, me vio mirándola mientras que su hermana la poseía.
Disfruta-, le dije tranquilizándola, pasando mi mano por un pecho,-me encanta ver cómo te hace el amor.
Un poco cortada, se concentró en sus sensaciones. Estaba siendo acariciada por nosotros dos, pero alucinada se dio cuenta que le gustaba la forma en que su consanguínea le estaba haciendo el sexo oral. Nunca se lo habían hecho con tanta delicadeza, meditó al notar que le metía el segundo dedo. Algo que no había sentido nunca empezó a florecer en su interior y con un jadeo presionó a su cabeza, exigiéndole que la liberara para acto seguido girarse  en la cama y cogiendo mi miembro ya totalmente erecto por lo que estaba viendo, empezó a acariciarlo con su lengua.
Una descarga eléctrica surgió de mi entrepierna. Me enloqueció la forma en la que su boca fue engullendo mi miembro. Con una lentitud exasperante, sus labios recorrían la piel de mi sexo, mientras su lengua jugaba con mi glande. Decidido a que mi mujer fuera la primera en correrse, separando sus piernas puse la cabeza de mi pene en la entrada de cueva y aunque ella me pedía entre gemidos que la penetrara no lo hice. Al contrario usando mi glande, me dediqué a minar su resistencia, jugando con su clítoris mientras mi cuñada, sin dejar de acariciar a su dueña y buscando su propio placer se masturbaba. Los gemidos y jadeos mutuos las retroalimentaba, y el olor a hembra caliente recorrió la habitación.
Paulatinamente, las dos hermanas fueron cayendo en el placer, sus cuerpos se retorcían entre sí.
Hazme el amor-, me exigió mi esposa.
La fuerza de su orden me hizo comprender su urgencia pero percatándome que debía permitir que llegaran al orgasmo ellas dos solas, me levanté de la cama y le dije:
-Me pediste que te permitiera compartirme con tu hermana. ¡Ahora te lo pido Yo! Si quieres que siga siendo el hombre de ambas, tú debes de ser la mujer de los dos.
Comprendiendo mis razones y dominada por la lujuria, decidió complacerme y llamando a su hermana, la besó. No sé si fue mi orden o que ya abducida por el deseo no pudo evitarlo, pero la realidad es que comportándose como una autentica lesbiana, obvió que la lengua que ese mujer  era su hermana y metiendo dos dedos en su interior, buscó darle placer.
-¡Dios!- gritó la Nuria mordiéndose sus labios de gozo.
Olvidándose las dos de mi presencia, se convirtieron en amantes. Mi esposa cogiendo uno de los pechos de su hermana, sacó su lengua y con delicadeza fue recorriendo su negra areola mientras seguía follándola con los dedos.Su acción dejó a Nuria sin aliento, jadeando con los ojos cerrados. Conociendo la excitación que corroía a su hermana le dio  en un nuevo beso, esta vez mucho más largo.
Fue entonces cuando decidí incrementar la temperatura de esa escena y abriendo el cajón de la mesilla, saqué el consolador con el que jugaba con mi esposa y dándoselo a ella, le dije:
-Fóllatela.
Sin más dilación, Inés enterró el aparato en la vagina de Nuria. La morena gruñó al sentirse clavada. Cerró los ojos y apoyó su cabeza en la almohada, para disfrutar de esa penetración.
-Méteselo más hondo- le exigí.
Mi mujer no necesitó que le dijera nada más, cumpliendo mis deseos sacó y hundió el consolador con fuerza en el interior de mi cuñada. Esta al sentirlo, culeó haciéndole saber que estaba a punto de correrse. Sus gemidos se convirtieron en aullidos cuando tomando de nuevo el consolador, le imprimió un ritmo fuerte y rápido. Su amada víctima intentó seguir el compás al que estaba sometida. Pero cuando mi mujer, atrapando con una mano un pezón lo retorció con tal fuerza que Nuria empezó a retorcerse y gritar mientras alcanzaba un tremendo orgasmo. Tras lo cual de bruces sobre el colchón.
Fue entonces cuando Inés mirándome me dijo:
-Ahora ¡Fóllame!
Como había cumplido con creces mis deseos, decidí complacerla y cogiendo mi pene lo acerqué a su vulva. Mi esposa me rogó que me diera prisa por lo que de un solo arreón, se lo introduje hasta el fondo. Excitada como estaba, su coño me recibió empapado.
Éramos dos máquinas perfectamente coordinadas, a cada uno de los movimientos de mis caderas, ella respondía pidiéndome el siguiente mientras intentaba introducirse aún más mi lanza en su interior. Nuria que se había quedado momentáneamente satisfecha, volvió a sentir furor uterino y sin pedir permiso colocó sus labios inferiores al alcance de la boca de su hermana.
Ésta fue incapaz de negarse y sin pensar se apropió con su lengua del apetecible clítoris que tenía a centímetros de su cara. Y la morena en agradecimiento se dedicó en cuerpo y alma a conseguir que la mujer que tanto placer le estaba dando recibiera parte de lo que ella misma estaba sintiendo.
El olor a sexo ya hacía tiempo que había inundado la habitación, cuando escuché que se avecinaba como un tifón el clímax de Inés. Aceleré el ritmo de mis ataques al sentir que un río de ardiente lava, manaba del interior de mi esposa. Ella en cuanto notó ese incremento en la cadencia con la que era salvajemente apuñalada su vagina, se convirtió en una posesa, y llorando me rogaba que me derramase dentro de ella.
Su completa entrega hizo que me calentase aún más si cabe y agarrando la cara, le mordí sus labios mientras mi pene se solazaba en su interior. Siguiendo el ritmo de mi galope, sus pechos rebotaban en un compás sincronizado con el movimiento de su cuerpo. De esa forma, los tres nos fuimos acercando al orgasmo hasta que explotando dentro del coño de mi mujer, di el banderazo de salida para que mis dos mujeres se corrieran. Dando gritos y berreando de placer, una tras otra obtuvieron su recompensa y ya agotados, nos dejamos caer sobre las sábanas.
Llevábamos diez minutos reponiendo fuerzas, cuando vi que Inés se levantaba y desde la puerta del baño, nos dijo con una sonrisa en sus labios:
-¿Nadie quiere ducharse conmigo?
Ni que decir tiene que tanto Nuria como yo, corrimos a unirnos a ella bajo la ducha. Una vez allí, volvimos a hacer el amor con mayor frenesí y solo el hecho de que teníamos que irnos a trabajar, impidió que nos pasáramos todo el día renovando una y otra vez nuestros tácitos votos de ser los tres, los integrantes de ese incestuoso trio.
Ya vestidos, desayunamos y cuando con tristeza, Nuria y yo nos marchábamos a la oficina, mi esposa nos despidió dándonos un beso a cada uno en la boca, diciendo:
-Trabajad y ganad dinero que vuestra hembra se ocupara de gastarlo.
Soltando una carcajada, le di un azote y pegándola a mi cuerpo, susurré en su oído:
-Ya que vas de compras, piensa en algo con lo que disfrutemos los tres.
-Eso haré- respondió entendiendo mis intenciones. 
Ya en el coche, Nuria me hizo una confidencia:
-Te juro que nunca pensé cuando te propuse obligar a mi hermana a que te compartiera conmigo que esto iba a ocurrir….
-¿A qué te refieres?
Cuidando sus palabras, me contestó:
-A que nuestro acuerdo se hiciera extensivo a todos. Te reconozco que nunca pensé que acostarme contigo incluyera a Inés.
Intentando comprender su supuesta queja, le pregunté si acaso se arrepentía de lo ocurrido.  Poniendo una expresión picara, respondió:
-¡Para nada! ¡Me ha encantado! Pero aun así todavía no me lo creo- y muerta de risa, me dijo:-Pensaba que mi hermana era una mujer chapada a la antigua y ha resultado, ¡Todavía más puta que yo!
Satisfecho por su respuesta, la besé mientras pensaba que o mucho me equivocaba o esa tarde, Inés volvería a sorprenderla.
Durante todo el día, no pude quitarme de la cabeza que nos tendría preparado mi esposa cuando volviéramos a casa y por eso me encabronó que cuando estaba a punto de salir de la oficina, mi jefe me llamara desde Estados Unidos. Sabiendo que me podía tomar una o dos horas, tuve que decirle a mi cuñada, que no me esperara y que se fuera adelantando.
Tal y como había previsto, la conferencia se alargó en demasía y por eso eran cerca de las diez, cuando por fin entré en casa. Nada más verme, Inés me dijo si quería una cerveza y pidiéndome que me sentara en el salón, me dijo que nuestra nueva criada en seguida me la traería,
-¿Tenemos una chacha nueva?- pregunté divertido.
-Sí, espero que te guste- respondió mientras salía de la habitación.
No tardé en ver su nueva adquisición. Entrando con la cerveza, llegó Nuria ataviada con un uniforme de sirvienta puta. Siguiéndole el juego, esperé que estuviera a mi lado para acariciar su culo por debajo del escueto vestido. No me sorprendió hallar que bajo la minifalda, la morena no trajese ropa interior y disfrutando de sus nalgas desnudas, las masajeé mientras ella me servía la bebida sin inmutarse y solo cuando ya había terminado, volteándose me dijo:
-La señora me avisó de que su marido tenía las manos muy largas pero nada me dijo de que también tenía un trabuco entre las piernas- tras lo cual, dejando la bandeja sobre la mesa, se agachó y me desabrochó la bragueta.
Acababa de meterse mi falo en la boca, cuando escuché un ruido y al mirar hacia ese lugar, de pronto vi aparecer a mi esposa en picardías. Os juro que me sorprendió verla aparecer así pero aún mas cuando acercándose a donde estábamos, me dijo:
-¿Quieres ver que he comprado?- y sin darme tiempo a responder sacó de una bolsa un arnés.
Al ver el tamaño del pene que tenía adosado, me reí y mientras Nuria me estaba haciendo una mamada, le pregunté:
-¿Qué esperas a estrenarlo?
 Por el brillo de sus ojos, supe que era lo que le apetecía hacer y sin tener que insistirle, vi que se lo empezaba a poner. Fue entonces cuando me percaté que era doble porque antes de colocárselo, se tuvo que incrustar un pene de tamaño natural en su propia vagina.
-¡Es casi de tu tamaño!- me dijo masturbándose un poco para que entrara bien.
Mientras tanto, entre mis piernas su hermana se afanaba en la felación y por eso, no fue consciente de lo que se le avecinaba hasta que con él ya colocado, mi esposa puso la cabeza del enorme bicho entre los labios de su vulva.
-¡Dios! ¡Es gigantesco!- chilló al sentir que con solo meterle el glande, su sexo se ensanchaba para recibir su tamaño.
-No te quejes y sigue mamando- le ordené presionando su boca contra mi pene.
Afortunadamente para Nuria, su hermana se apiado de ella y retirando el tremendo falo, cogió un bote de vaselina y  se puso se puso a embadurnar el aparato que iba a usar. Al hacerlo y necesitar de las dos manos, me apiadé de su víctima. Su grosor debía de doblar al mío y por eso asustado pero interesado, me deshice de su boca y me levanté a ver desde cerca como narices la vagina de esa cría iba absorber semejante atrocidad.
Mi ausencia le permitió a mi cuñada observarlo por primera vez. Con los ojos abiertos de par en par, se quedó alucinada al saber que iba a ser usada con él, pero en vez de cabrearse e irse, hizo su culo  mientras pedía a mi esposa que tuviese cuidado.
“Es una pasada”, pensé al ver que Inés volvía a  posar ese enorme glande en la entrada de la morena, “¡Es demasiado grande!”.
No tardé en comprobar que me había equivocado. Mi señora ni siquiera preguntó si estaba dispuesta y cogiendo a su hermana por sus caderas, lentamente, lo fue introduciendo mientras Nuria no dejaba de gritar.  Realmente me sorprendió no solo que entrara la cabeza sino que al cabo de menos de un minuto, Inés consiguiera meterlo por completo ese portento en el coño de mi cuñada. Contra lo que había previsto, el sexo de la morena había sido de absorberlo y cuando ya se hubo acostumbrado, se giró para decirle que podía empezar.  
La sensación de  tener la completa sumisión de su víctima, desbordó Inés que obviando toda prudencia empezó a cabalgar sobre la muchacha. Fue acojonante, comportándose como un jinete avezado imprimió a su cabalgar de un ritmo endiablado mientras Nuria no paraba de gritar. Reconozco que no creí que fuera capaz de soportarlo pero cuando estaba a punto de intervenir, incomprensiblemente mi cuñada se puso a berrear de placer. Chillando con toda la fuerza de sus pulmones, la morena pidió a su hermana que continuara mientras llevando su mano a la entrepierna se empezaba a masturbar.
Su entrega hizo desaparecer mis reparos y colocándome detrás de mi esposa, me apoderé de sus pechos mientras le preguntaba qué era lo que quería que hiciera.
-Fóllame- contestó.
Excitado como pocas veces, llevé mi propio pene hasta su sexo y de un solo golpe de caderas, se lo introduje hasta el fondo. El chocho de mi esposa me recibió empapado, mi polla no tuvo problema en encajarse hasta el fondo de su vagina e imitando a Inés, me sincronicé con ella de forma que cuando sacaba el arnés del coño de su hermana, yo le metía a ella toda mi extensión en su interior.  Esa postura la terminó de volver loca y azotando el trasero de su víctima, me pidió que hiciera lo propio con el suyo.
El brutal tren que montamos, fue demasiado para los tres y casi al mismo tiempo, nos corrimos sobre la alfombra. La primera fue mi mujer que, desplomándose agotada sobre la morena, le incrustó dolorosamente el siniestro arnés mientras su sexo era machaconamente golpeado por mi pene. Nuria, al sentir su estrecho conducto totalmente ocupado, gimió desconsoladamente mientras sus piernas se empapaban de placer. Y por último, yo sin poder retener mi eyaculación por más tiempo, me derramé en la vagina de mi esposa esparciendo mi simiente mientras pegaba gritos de placer.
Ese fue el inicio de una noche en la que nos dedicamos sin pausa a disfrutar cada uno de los otros dos y en la cual de alguna manera, salí indemne porque fui el único que no sintió en sus propias carnes la acción de tan siniestro arnés. En cambio, ninguno los agujeros de mis dos mujeres se escapó de sentir la agresión de ese trabuco de plástico y así, sus bocas, sus culos y sus sexos a lo largo de esa velada sufrieron alternativamente la acción de ese aparato.
Lo único que os puedo asegurar es que a partir de ese  día, tuve a dos mujeres dispuestas a cumplir cualquier fantasía que se me ocurriera…..
 
….¡Y MI IMAGINACIÓN ES INAGOTABLE!

Relato erótico: “Mis ex me cambiaron la vida 3” (POR AMORBOSO)

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-¿Aceptas, el qué?

-Que me castigues después de follarme.

-¿Por qué lo aceptas?

-Porque en estos días me he dado cuenta de que te preocupas por mí, me cuidas, me enseñas… Aunque seas duro conmigo. He recibido más atención de ti en una semana que en toda mi vida de la gente que me ha rodeado.

-Me haces dudar, pero de momento tienes pendiente la otra parte del castigo. Ahora cenaremos e irás a dormir al pajar. Mañana hablaremos.

Después de cenar, la llevé al pajar para que durmiese.

El sábado por la mañana, le quité la cadena, la hice vestirse con la ropa con la que había venido y nos fuimos con la motocicleta al pueblo, a visitar “la tienda de Juan”, un vendedor ambulante que recorre los pueblos con una furgoneta cargada de las cosas más diversas y en cuyos costados aparece ese nombre. Allí le compre ropa para trabajar en el campo, más ajustada a su cuerpo, consistente en unas batas y un conjunto de camisa y pantalón de faena, eligiendo ella entre los pocos modelos que disponía y pidiendo mí opinión cuando se los probaba. También compré algunas cosas que necesitaba y volvimos a casa.

Al volver estaba contenta. Cuando le pregunté el porqué, me dijo que era porque nunca había ido con alguien a comprarse algo, que de pequeña, la ropa se la compraba su madre y que de mayor le daba el dinero para que se la comprase ella. El ir de compras hoy, le había hecho mucha ilusión.

Se arrodilló ante mí y puso la mano en mi cinturón.

-¿Quieres que te haga una mamada?

Casi reviento el pantalón de lo dura que se me puso. Asentí con la cabeza. Soltó mi cinturón con calma, sacándolo de las trabillas.

-Para luego. –Me dijo, mientras lo dejaba a un lado.

Soltó el botón de la cintura y bajó la cremallera, todo ello con una calma que me exacerbaba. Me bajó el pantalón hasta los tobillos, ayudándome a quitarlo totalmente. Me bajó el calzoncillo, haciendo la misma operación. Se levantó desabrochando mi camisa y me la quitó.

Cuando estuve totalmente desnudo, volvió a arrodillarse, cogió mi polla con una mano y empezó a lamer mis huevos, mientras me pajeaba despacio. Luego, fue subiendo y bajando recorriendo mi polla con la lengua para dejarla bien empapada de saliva.

Siguió dando lametazos al borde del glande y recogiendo las gotas de líquido que salían por la punta. Cuando más desesperado estaba, metió el glande en su boca, presionándolo contra el paladar con su lengua, y haciendo un pequeño movimiento de entrada y salida para frotarlo bien. Ya iba a correrme, cuando se detuvo.

-¡Sigue, que me tienes a punto!

Sin decir nada, me llevó hasta un sofá que hay a un lado y me hizo recostar. Se subió encima, me hizo abrir las piernas y se colocó en medio, volviendo a empezar el tratamiento.

No tardó tanto tiempo en llegar a meterse la polla entera en la boca. Le entraba toda entera, mientras que yo la sentía presionada como en un estrecho coño.

La sacaba casi por completo y la metía entera en la boca de nuevo, haciendo un movimiento de succión que me volvía loco, quería correrme, pero el ritmo era demasiado lento. Sin embargo, una de las veces, cuando la tenía entera dentro de su boca, me acarició los huevos y presionó el perineo, a la vez que hacía algún movimiento con la lengua, que me hizo correrme como una fuente.

Ella se tragó todo, y me la estuvo chupando un rato más para dejarla bien limpia.

-Me gusta el sabor de tu esperma. El de mi novio y sus amigos era asqueroso.

-Gracias.

Volvió a chuparla mientras cogía mis huevos con su mano, hasta que me la puso dura otra vez. Me senté en el sofá, la hice incorporarse, la fui desnudando hasta que no quedó una sola prenda encima, la acosté sobre el sofá para clavársela en el coño. Mi intención era que se sintiese usada, como cuando estaba con su novio. Pensaba que me iba a costar penetrarla, pero la verdad es que estaba totalmente encharcada.

Mi polla entró con suavidad. La sensación que me produjo fue como si la hubiese metido en una funda de seda. Entraba hasta que mi pelvis chocaba con la suya, la sacaba totalmente y recorría toda su raja, volvía a meterla de nuevo hasta dentro en una serie de movimientos constantes y lentos.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Gemía constantemente.

Estuve largo rato con estos movimientos. Cuando me sentí muy excitado y preparado, aceleré, procurando no excitarla mucho más a ella, hasta que volví a sentir mi orgasmo, con el tiempo justo de tener una abundante corrida sobre su vientre.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAH. ¡Qué gusto me has dado! Ahora pasa a la mesa para recibir tu parte.

Me miró con cara de disgusto. Se le notaba que la había dejado a las puertas, pero me hizo caso, tomó el cinturón y me lo pasó, luego se colocó sobre la mesa para recibir el castigo. Yo cambié el cinturón por la paleta y empecé:

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Uno

Me acerqué. Mi dedo recorrió su raja desde el clítoris al ano, con vuelta para frotar un momento su clítoris antes de separarme.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Gemía.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Dos.

Nuevamente volví a realizar el recorrido, solo que esta vez, mi dedo medio, entró en su coño, frotando la zona de su punto G, para retirarlo a la vez que lo hacía yo.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Gemía más.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Tres

Alternaba los golpes a ambos lados del culo. Ensalivé bien mi dedo índice y se lo fui metiendo por el ano, mientras el dedo medio volvía a su coño.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Su gemido era más agudo.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Cuaaaaagggtro

Repasé otra vez su raja, volviendo a su clítoris.

-OOOOOOOOOOOOOOHHHH –Empezó a gritar.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Ciiiinco

Puse mi índice sobre su clítoris, mu pulgar dentro de su coño y el dedo medio de la otra mano, previamente mojado en saliva, en su ano, empezando un rápido frotamiento de todas las partes. No sé si llegó al minuto antes de que empezase a gritar.

-OOOOOOOOOOOOOOOOOOHHHHH

-ME CORROOOOOOO. NO PAREEEESSS

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH

Su orgasmo fue largo y extenuante, hasta el punto que se le soltaron las manos del otro lado de la mesa y tuve que sujetarla para que no cayese al suelo.

Tal y como estaba, la llevé al pajar, le puse la cadena y le eché por encima el saco que había sido su vestido hasta entonces. Luego le acerqué los libros, le di pomada y volví a mí trabajo, le llevé un plato de comida a medio día y otro por la noche.

Al día siguiente, a pesar de ser domingo, fue día normal para nosotros, labores de casa, del campo, de los animales, desayuno, estudios, comida, explicaciones, estudios, preguntas y cena.

La hice recoger la mesa a ella y limpiarlo todo. Cuando terminó, vino hacia mí vestida con una de las nuevas batas, a por nuevas órdenes y le dije:

-Desnúdate y ponte sobre la mesa en posición de castigo.

En silencio, hizo lo ordenado, mientras yo tomaba una botella de aceite y me desnudaba también. Cuando ambos estuvimos preparados, embadurné mi dedo medio en aceite y se lo fui metiendo por el culo. Entraba con suavidad. Le eché abundante aceite, así como en mi polla, que estaba dura solamente de pensar lo que le iba a hacer.

La coloqué a la entrada de su ano y presioné. Pareció que me la absorbía. Me entró toda. Estuve enculándola largo rato. Cuando el aceite se absorbía, echaba más, pero seguía dándole sin parar. Ella resoplaba, haciendo presión con el anillo del culo y creo que hasta se corrió alguna vez Cuando ya no pude más, se la clavé hasta el fondo y descargué mis cojones dentro.

Luego tomé la paleta e hice lo mismo que el día anterior, le di los cinco golpes intercalando masturbaciones, hasta que con el quinto, se corrió. La llevé al pajar con su bata y cadena, donde la dejé.

El resto de la semana ya no durmió en cama. Todas las noches la usaba por un agujero u otro, todas las noches recibía su castigo y su orgasmo, para terminar durmiendo en el pajar. Le compré anticonceptivos para evitar embarazos y no fue necesario pegarle por los estudios, pues me demostró que dominaba todas las materias perfectamente. Le obligué, aunque no tuve que hacer mucho esfuerzo, a aprender a pedir las cosas “por favor” y a dar las gracias por todo. En ese tiempo también le creció el pelo lo suficiente como para empezar a peinarse.

Mi amigo Paco insistió mucho en follarla, tanto a mí como a ella, yo negaba, diciendo que, mientras ella no lo aceptase, no se lo consentiría. Al final, fue Vero la que me propuso una solución intermedia. El día que venía Paco, yo la follaría en la mesa y él podría hacerse una paja mirando. Y así lo hicimos. Paco empezó a ir al mercado dos veces por semana. Venía un poco antes, entrábamos en casa, mandaba desnudar a Vero y ponerse en posición de castigo y la enculaba la mayor parte de las veces, otras la follaba por el coño y las menos me hacía una mamada, todo esto hasta que nos corríamos los dos.

Después, Paco podía contemplar alucinado el castigo y orgasmo de Vero, mientras se hacía una segunda paja. Al terminar y lavarnos todos, él marchaba contento al mercado mientras nosotros seguíamos con nuestras labores

En el mes de septiembre se hicieron pruebas de recuperación para los suspendidos, y la llevé hasta el colegio para que se presentase. Fuimos un día antes y nos alojamos en un hotel. Pasamos por un gran almacén para comprarle un vestido y unos zapatos, donde disfrutó mucho haciéndome un pase de modelos, hasta elegir el que más nos gustó. La llevé un centro de peluquería y estética para que la dejasen bien guapa. Cuando salió me dejó sin habla por lo preciosa que estaba. Le habían dejado un corte muy bien adaptado a su pelo corto, con los ojos perfilados, labios pintados en rojo, al igual que las uñas. Se había puesto su nuevo vestido y los zapatos y quedaba espectacular.

Al día siguiente fue el examen y unos días después, cuando volvimos a por los resultados, me dio la alegría de que aprobó todas las asignaturas

Como premio, le quité la cadena para siempre. Creo que su madre también se alegró cuando la llamé el día que fuimos a recoger las notas para decírselo.

Vino a visitarnos el fin de semana siguiente. Vero se acercó al coche y dijo:

-Por favor, mamá, ¿me dejas que meta tu maleta? –Al tiempo se la cogía para meterse en la casa y dejándola con cara de tonta.

Yo la miraba divertido porque ella no sabía qué hacer ni decir. Al final dijo:

-La verdad es que no me esperaba esto. En tres meses has conseguido lo que nadie ha podido en años.

-Ella lo tenía dentro. Solo había que sacárselo.

Como era ya medio día, comimos los tres tranquilamente. Luego, en la sobremesa, Silvia estuvo comentando sobre los cotilleos de la ciudad, hasta que decidimos ir al río para darnos uno de los últimos baños del final del verano.

Silvia y yo nos metimos desnudos, pero Vero quedó de pie en la orilla, esperando a que le dijese qué hacer.

-Desnúdate y ven con nosotros. –Le dije

Y ella lo hizo. Su madre volvió a quedarse muda. Estuvimos largo rato jugando en el agua, para salirnos después y secarnos al sol de última hora sobre las piedras.

Cuando llegó la noche y terminamos la cena, pedí a Silvia que se sentase en el sofá, le acerqué una copa de vino, mandé a Vero limpiar y recoger, ante la estupefacción de su madre, que no se creía lo que estaba viendo.

Cuanto terminó, le indiqué que preparase el aceite (que ya era especial para estos usos) y se colocase en posición de castigo. Obediente, dejó el aceite sobre la mesa y se quitó la camisa y pantalón de trabajo que llevaba ese día, quedando totalmente desnuda y colocándose en posición.

Me acerqué, tomé el aceite y procedí a lubricar bien su ano. Silvia miraba extrañada, imagino que no se creía que iba a hacer lo que mis actos indicaban. Me saqué la polla, la embadurné con la mano y se le metí directamente. Le entraba sin problemas desde hacía tiempo.

-¡PPPPero! ¿Qué estás haciendo? ¡Deja a mi hija inmediatamente! ¡Serás hijo de puta! –Dijo Silvia levantándose y agarrando mi brazo.

-Lo mismo que todos los días y con lo que he conseguido los resultados que has visto. Si te parece mal, puedes llevártela ahora mismo a tu casa. –Le respondí, poniendo mi cara más seria y la voz y mirada más duras que pude.

Puso cara de susto y se apartó… Me la estuve follando como lo hacía habitualmente, despacio. Ella gemía de gusto, sobre todo cuando metía mi mano bajo su cuerpo y frotaba su clítoris.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMM.

-SIIIII.

Mientras entraba y salía de su culo, pude ver que Silvia, que se había ido colocando a un lado, movía las piernas en un claro gesto de frotar su propio clítoris.

Como siempre, Vero se corrió un par de veces, antes de forzarle un último orgasmo al tiempo que me corría en su culo.

Cuando me bajó la erección, tomé la paleta y empecé la sesión de castigo.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Uno

-¡Pero! ¿Qué haces, mal nacido? –Dijo al tiempo que sujetaba mi mano que portaba la paleta.

Giré rápidamente sobre mí y le solté una bofetada con la otra mano mientras seguía el impulso que la lanzó sobre el sofá, donde se quedó llorando.

Volví a Vero y como siempre, mi dedo recorrió su raja desde el clítoris al ano, en una caricia profunda, que resultó excitante tanto para la hija y que llamó la atención de la madre.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Se le oía a la hija.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Dos.

La alternancia de golpes y caricias, con la consiguiente excitación de la hija, hicieron que Silvia prestase atención y que su mirada, fija en el culo y mis gestos, denotase una gran excitación.

Cuando acabé con el quinto azote y la última caricia, que le hizo alcanzar un nuevo y más fuerte orgasmo que nunca había disfrutado, y que la dejó agotada, procedí a darle la pomada en la zona lastimada, mientras emitía suaves gemidos. Yo estaba nuevamente empalmado, pues el tener a Silvia mirando, nos había excitado en sobremanera a ambos. La prueba era que, cuando acabé con la crema, pasé mi dedo por su coño, encontrándolo muy mojado, que era normal, pero me confirmó que también se había excitado mucho el hecho de tener el clítoris duro y sobresaliendo entre los labios.

-Vete a dormir y no te toques. –Le dije. Y marchó a dormir al pajar.

-¿A dónde va? –Preguntó la madre.

-Ella duerme en el pajar. Es su lugar de castigo por dejarse follar. Ahora te toca a ti. ¿Qué vas a hacer? Mi cama, el coche o la habitación de arriba.

-La verdad es que no sé qué me pasa. Aunque me haya salido la vena de madre, la verdad es que me ha excitado mucho todo esto. He llegado a correrme sin necesidad de tocarme, y ahora estoy chorreado. Creo que es lo que he buscado toda la vida sin encontrarlo. ¿Estarías dispuesto a hacer lo mismo conmigo?

-¿Estás dispuesta a obedecerme en todo y aceptar todo lo que quiera hacer contigo?

-Me pongo en tus manos para que hagas lo que quieras.

-Lo primero que quiero es tu culo.

-Tuyo es, si quieres.

-Desnúdate y colócate sobre la mesa en posición de castigo.

Tuve que explicarle cual era esa posición. Se desnudó y se colocó en la posición. Separé un poco sus piernas para pasar un dedo por su coño. Comprobé que soltaba flujo como si estuviese orgasmando.

Tomé la paleta y le solté cuatro fuertes golpes, deteniéndome al observar que las propias contracciones pélvicas la iban a llevar al orgasmo.

Cuando vio que no seguía me dijo.

-¿Por qué te paras? Sigue, por favor.

-No. Mañana hablaremos de esto. No quiero que me preguntes ni me digas lo que tengo que hacer. Por el momento, tengo pensada otra cosa para ti. Esta noche dormirás en el pajar, como tu hija, y mañana tendrás un buen entrenamiento.

La acompañé al pajar y, ante la extrañeza de la hija, le puse la cadena al cuello y sujeté sus muñecas con una cuerda al collar por la parte de la nuca. Como vi que se frotaba los muslos, busqué un palo y le até las piernas a él, a la altura de las rodillas para que las mantuviese separadas.

-Esta noche, duermes aquí y tú Vero, échale algo por encima y ven conmigo a la casa. –Les dije.

Esa noche, íbamos a dormir Vero y yo juntos, más que nada para que no tuviesen la tentación de hacer llegar al orgasmo a Silvia.

Nos fuimos a la casa Vero y yo, pasamos por la ducha y nos acostamos en mi cama.

-Hazme una buena mamada. –Le dije.- pero esta vez será, sin castigo, por tanto puedes negarte si quieres.

No dijo nada. Se agarró a mi polla como si fuese un clavo donde sujetarse y empezó a pajearme con suavidad. Para poder hacerlo mejor, se puso de rodillas a mi lado, con la cabeza en mi polla y el culo en pompa a mi alcance. Al tiempo que pasaba su lengua recorriendo mi polla, yo paseaba mi dedo recorriendo su coño.

-MMMMMMMMMMM.

Un corto gemido me indicó que le estaba gustando. Me dediqué al juego de que: cuando ella chupaba mi polla, yo le metía primero uno y luego dos dedos en el coño, y cuando la lamía yo pasaba el dedo por toda su raja. Si se dedicaba a mi glande, yo me dedicaba a su clítoris.

-MMMMMMMMMMMM. PPPFFFFFFFFFFFSSSSSSSSSSSS.

-AAAAAAAAAAAA

Nuestras expresiones eran de todo tipo. Cuando estaba lo bastante excitado y ella a punto de correrse, la hice acostarse boca arriba, me coloqué entre sus piernas y la froté bien por su raja, hasta que la punta quedó enganchada en su coño y la fui metiendo poco a poco.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA. SSSIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII.

Poco a poco, los gemidos de ambos fueron subiendo de tono y frecuencia, hasta que por fin, a ella le sobre vino un fuerte orgasmo, momento en el que me dejé llevar para conseguir el mío.

-SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. Me corrrroooooo. No pareeees. Siiiiiii.

-Y yo también. Prepárate a recibir toda mi carga. OOOOOOOOOOOOOOOOOOOHHHHH. Me corro yo tambiéeeeen.

Tras unos minutos de relax, fuimos a lavarnos y nos acostamos a dormir. Vero se situó en borde del colchón y allí durmió toda la noche.

Cuando me levanté por la mañana Vero no se enteró, fui a realizar mis labores habituales, encontrándome que Silvia también dormía, pero que se despertó con los ruidos y movimientos de los animales. Cuando terminé con ellos, me acerqué a ella.

-¿Qué tal has pasado la noche?

-Bien, pero me estoy orinando. ¿Puedes soltarme un momento?

No sé si ya se le había escapado algo de orina o era que se había excitado nuevamente, pero el coño le brillaba en ese momento.

-No, pero puedes mear en la regata.

Inicialmente, todo el local era establo, pero al no tener tantos animales, utilicé una parte para almacenar la paja y hierba para los animales. Por aquí, los establos tienen un canalillo que los recorre de un extremo a otro, al que llamamos regata, para recoger los líquidos de los animales y sacarlos fuera.

La ayudé a levantarse tirando de la cadena y la medio arrastré hasta colocarla sobre ella y le dije:

-Mea ahora o tendrás que hacértelo encima después.

Se puso roja y le costó un rato. La estuve amenazando con arrojarla con las vacas para no manchar la paja y regalándole insultos varios hasta que empezó a soltar un tímido chorrito, que poco a poco fue creciendo hasta convertirse en una buena meada.

Cuando terminó la dejé en equilibrio precario y fui a por un cubo de agua, que lancé contra su coño para lavarlo. No se cayó porque estuve rápido en sujetar la cadena.

Luego la dejé en el sitio donde había dormido y me fui a la casa.

Vero se había levantado y estaba preparando el desayuno.

-MMM ¡Qué grata sorpresa, y huele muy bien! Pensaba que no sabías cocinar.

-Es la primera vez. Espero que me haya salido bueno. He hecho lo mismo que haces tú.

Cuando lo probé, no dejé de alabar lo bien que le había salido, sin comentar que estaba algo soso.

Cuando llegué al pueblo, además del lavamanos antiguo, también encontré una jarra y cánulas para lavativas. Que limpié y restauré, pues la goma estaba totalmente estropeada.

Llené la jarra de agua y pedí a Vero que me acompañase a ver a su madre.

Cuando llegamos, entregué todo a Vero y tomé a Silvia por un pié, arrastrándola de nuevo a la regata. Acerqué las dos banquetas utilizadas para ordeñar a mano (normalmente es con máquina) y le coloqué un pie encada una de ellas.

Quedó acostada como en la camilla de un ginecólogo. En esa posición, metí la cánula por su ano, pedí a Vero que la levantase bien alta y abrí la espita. Silvia estaba totalmente roja, pero su coño decía que siguiese adelante.

Pasé un dedo por su raja y le di dos vueltas sobre el clítoris, soltando un grito de placer.

-OOOOOOOOOOOOOOOhhhh

-¡Pero qué puta eres, Silvia! –Le dije

-SSIIIII. Pero tú has conseguido que me guste.

Cuando hubo entrado toda el agua, le dije que la aguantase, si no quería tener que bebérsela después. Hizo lo que pudo y pidió que la dejase soltarla.

Cuando me pareció, la cogí y la hice girar para ponerla en cuclillas sobre la regata.

-Ahora puedes soltar todo.

Fue de lo más bochornoso para ella, soltó gases, agua y mezcla de heces, junto con un olor inaguantable. La vi llorar de vergüenza, pero también correrse al final. Después de lavarla, la dejamos allí nuevamente.

Durante el día, no le hice mucho caso. Solamente pasaba de vez en cuando para frotar su raja sin entrar en el interior, para mantenerla cachonda, mientras ella pedía a gritos que la follase.

-Cabrón, ¿Cuándo me vas a follar? ¿Para qué me tienes aquí? …

No le hacía ni caso. Por la tarde vino Paco, sin esperarlo, mientras repasábamos lecciones. Se acercó ya con la polla fuera y empalmado.

-¡Pero Paco! ¿Dónde vas así? ¿No ves que vas a sonrojar a la niña?

-Déjate de tonterías, que vengo más salido que la punta de un pico. Venga, vamos a la mesa y empezad ya.

-¿Qué te ha pasado para venir así, en ese estado? –Le dije riéndome, pues no era la primera vez.

-Que este fin de semana hubo baile en el pueblo y estuve bailando con una prima de mi mujer que me puso como una moto.

-Pues lo siento, Paco, pero hoy no te vas a hacer una paja viéndonos follar.

-¿Por qué? No me jodas, Jóse, que no es el momento de bromas.

-Anda, vamos al pajar, que si quieres correrte tendrás que hacerlo allí. –Dije mientras nos poníamos en marcha.

-Joder, Jóse, No seas cabrón. Mira cómo la llevo.

Protestó durante todo el camino hasta el pajar, pero cuando entramos, primero se quedó parado, mirando a Silvia, que encadenada, desnuda y con las piernas abiertas, también lo miraba a él, con la polla fuera (de buen tamaño y gorda como un brazo) y empalmado.

-Joder, Jóse, ¿Qué has hecho? ¿La has secuestrado? ¿En qué lío te has metido?

-En ninguno, es un regalo para ti. –Le dije mientras me acercaba a Silvia y soltaba su cadena y todas las sujeciones.

-Tu turno, puta, haz una buena mamada a mi amigo.

Paco, que se había acercado y bajado la erección, se quedó alucinado cuando Silvia cogió su polla y se metió el glande en la boca y lo pajeó ligeramente. Rápidamente alcanzó su máxima erección y se la tuvo que sacar de la boca para no desgarrársela por su grosor. Estuvo lamiéndola en lo que pudo.

-Bájale los pantalones y quítaselos, y tú, dije a Vero, tráeme la paleta. –Cada una se puso a lo suyo.

Cuando llegó Vero con la paleta, pedí a Paco que se acostase sobre la paja y a Silvia que se metiese la polla en el coño y lo cabalgase, cosa que ambos hicieron rápidamente.

Cuando Silvia intentó meterse la gorda polla de Paco, se dio cuenta de que iba a resultar difícil

Empezó apoyando solo la punta y presionando para que entrase.

-Es demasiado gruesa y larga. No me va a caber.

-Insiste. –Le dije- Haz fuerza hasta que la tengas toda dentro.

-No puedo, es muy gruesa… ¡AAAAAAAAAAYYYYYYYY!

Mientras hablaba, apoyé las manos en sus hombros e hice presión hacia abajo, obligándola a que le entrase completamente.

-AAAAAAHHHH Déjame. Me duele mucho. Me va a reventar.

-Calla y aguanta, puta, verás cómo te va a gustar. –Le dije mientras mantenía la presión para que se acostumbrase –El juego es el siguiente: Te vas a follar a mi amigo Paco, pero lo harás acostada sobre él, pecho contra pecho, y moviendo las caderas atrás y adelante. Si levantas el cuerpo o te detienes, recibirás un correazo en la espalda o donde caiga, que te dará tu propia hija. –Esto lo dije soltando con una mano mi cinturón y pasándoselo a Vero- Mientras, yo me encargaré de azotar tu culo.

La empujé hacia adelante hasta que quedó sobre el pecho de Paco. Como no se movía, hice una señal a Vero para que se preparase.

-¡Empieza a moverte! –Dije haciendo señal a Vero para que le diese un golpe en la espada.

-PLASSS.

-¡AAAAAAAAAYYYYYYYY!

Echo el culo hacia atrás despacio, hasta casi sacar totalmente la polla de su interior, para luego metérsela al mismo ritmo hasta llegar a entrar toda. En esa posición tenía que estar recibiendo una tremenda presión, además de un fuerte roce sobre su clítoris. Y no digamos Paco, que bufaba como una locomotora y solamente era el primer movimiento. Cuando la tenía toda dentro, previa señal a Vero para que estuviese preparada, le di un fuerte golpe con la paleta en uno de los cachetes del culo. Como esperaba, gritó y se enderezó.

-ZASSSSS.

-¡AAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYY!

-PLASSSSS.

-¡UAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYYYYYY!

El correazo de Vero se adelantó por un instante a las manos de Paco, que la atrajo fuertemente hacia él, para evitarle nuevos golpes, pero no reanudó el movimiento, sino que llevó la mano a su culo.

-PLASSS.

-¡AAAAAAAAYYYYYYYYY!

Nuevo correazo a mi señal. Nuevo grito y por fin se dio por enterada, moviendo su culo con más agilidad.

Cada vez que se metía la polla hasta adentro, yo le daba con la paleta en el culo, alternando las posiciones. La escena se convirtió en un concierto de golpes y gemidos.

-Bufffffffffffffff. –Soltaba Paco.

-MMMMMMMMMM. –Silvia

-ZASSSS. – Mi paleta en su culo.

Y, cuando algún golpe era muy fuerte y se paraba o cuando alcanzaba alguno de los muchos orgasmos que tuvo y se detenía mucho tiempo, se oía el

-PLASSSSS – de Vero.

Los golpes hacían que Silvia contrajese los músculos de la pelvis, lo que repercutía en la presión sobre la polla de Paco. Se corrió a los escasamente quince segundos, pero era tal la excitación que traía y la que le había subido con el morbo de la situación, que ni siquiera se le bajó lo más mínimo.

Por su parte, Silvia estaba sometida a mis deseos, los golpes la excitaban, el roce del clítoris con la polla de Paco la ponían a 100 y la excitación sin calmar adecuadamente de los dos últimos días, hicieron el que casi seguido a Paco, tuviese otro orgasmo.

Silvia movía su culo con rapidez, lo que hacía que no siempre acertase a dar el golpe con toda la polla dentro, por eso, aproximadamente a los cinco minutos y varios orgasmos más de Silvia, Paco volvió a correrse, saliéndose del coño al bajarle algo la erección.

Le dije a Silvia que levantase el culo y a Vero que le chupase la polla hasta ponérsela dura otra vez, mientras, yo le iría dando golpes en el culo con la pala mientras ella los contaba.

Coloqué a todos como quería y Vero se puso a chuparle la polla Paco, mientras gotas se semen y flujo de su madre caían del coño a su cara y sobre la polla. Yo me preparé y…

-ZASSSSS.

-UFFFF. Uno.

No eran muy fuertes, por la cantidad de golpes que llevaba, pero sí que pasé el dedo por su raja para darle pequeños toques en el clítoris y hacer que cayesen gotas más gruesas sobre la polla de Paco y que Vero se las tragase.

-ZASSSSS.

-UFFFF. Dos.

Vero ya tenía la polla de Paco en condiciones. Su calentura debía de ser muy alta.

-ZASSSSS.

-UFFFF. Tres.

Yo le decía por señas a Vero que siguiese, mientras seguía calentando a Silvia. Paco solo bufaba y se dejaba hacer

-ZASSSSS.

-UFFFF. Cuatro.

-ZASSSSS.

-UFFFF. Cinco.

-Ahora vuelve a meterte la polla y sigue follándolo hasta que se vuelva a correr.

Siguió moviéndose sobre él durante unos veinte minutos más y tres orgasmos, mientras yo seguía dándole con la paleta. Al cabo de ese tiempo, Paco se corrió por fin, y los dejé separarse.

-Uffff. Tengo el coño en carne viva, pero volvería a empezar de nuevo.

-Ahí tienes a Paco. Pónsela dura otra vez y sigue. –Le dije.- Y tu Vero, chúpamela hasta que me corra.

Vero, que pensaba que la estaba dejando en segundo plano, según me confesó después, bajó mis pantalones y calzoncillos y empezó a lamer. Primero mis huevos, mientras me pajeaba suavemente, luego, un recorrido con la lengua a lo largo de mi polla, en su máximo esplendor desde hacía rato, llenándola bien de saliva, para luego meterse la punta y succionar sobre el glande, mientras lo recorría alrededor con su lengua.

No tardé mucho en correrme. Los huevos me dolían de tanto rato empalmado. A los pocos minutos de disfrutar de la excitante sensación y vista, de meterse la polla hasta la garganta sacarla llena de babas, le avisé

-OOOOOOOOH Me voy a correeeeeeer. ME CORROOOOOO.

Ella, no solo no se apartó, sino que todavía se metió más adentro mi polla para que descargase directamente a su estómago.

Por su parte, Paco había conseguido una nueva erección y se estaba follando a Silvia machacando su coño sin piedad. Mientras ella gemía medio ida después de tantos orgasmos.

-MMMMMMMM. OOOOOOOO.

Vero y yo nos quedamos mirando.

-PLAS, PLAS, PLAS… -Se oían los rápidos choques de pelvis, entre los gemidos de uno y otra.

-OOOOOOOOOOOO Qué gusto me das, puta.

-SIIIII Dame más. Siii. Me estas reventando de placer. Cómo me llena tu polla.

-Estoy apunto otra vez.

-Espera. Yo también lo estoy. Quiero que te corras en mi bocAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH. MMMMMMM. SIIIIIIIIIIIII.

Paco saco la polla y se movió para llevarla a la boca de Silvia, la cual, lo hizo girar para tumbarlo y metérsela directamente hasta la garganta. Lo agarró de los huevos y, mientras se los masajeaba, le chupaba la polla con lentas entradas y salidas haciendo el recorrido del glande de su garganta a sus labios.

– Me voy a correeeee. Me corroooooo.

Ella se metió toda la polla en la boca hasta el fondo, recogiendo toda su corrida, y lamiéndosela hasta dejarla totalmente limpia.

Paco se fue satisfecho y nosotros cenamos y nos fuimos a descansar. Esa noche dormimos los tres en mi cama

-El lunes, cuando llegó la hora de marchar, Silvia me dijo:

-¿Te pudo pedir un favor?

-Sí, claro, ¿qué quieres?

-Quiero quedarme contigo toda la semana.

-Por mí, no hay inconveniente. Pero… No se preocupará alguien si no apareces.

-Necesito hacer unas llamadas de teléfono y ya podré quedarme.

Se duchó, vistió y la llevé hasta la torre de los guardabosques que era uno de los lugares con cobertura de teléfono. Nada más subir, sacó su teléfono se apoyó en la ventana echando el culo hacia atrás, con el cuerpo en ángulo recto, en clara provocación hacia mí, mientras buscaba el número en su agenda. La primer llamada a su hermana…

Yo me acerqué por detrás, levanté su falda y empecé a acariciar su coño.

-… Si, chica, ha sido un fin de semana alucinante. Jóse me ha hecho disfrutar como nadie, por eso he deci… ¡Por favor, Jóse, por el coño no, que lo tengo muy irritado, mejor por el culo! … como te decía, he decidido quedarme esta semana… Que no, que no me obliga, no te puedes imaginar lo que ha sido. Cuando vuelva te cuento…

Yo me desentendí de la conversación y me puse a mojar mis dedos en saliva para ir metiéndolos por el culo para dilatarlo. Inicié con el dedo medio. Mojado en mi boca, lo coloqué apoyado en su ano, presionando levemente y soltando, añadí un buen churretón de saliva que cayó un poco más arriba del punto de unión y que la fui metiendo con el mismo dedo.

-…. AAAAAAGGGGG. … nada, que me está dilatando el culo…

Cuando entraba con suavidad, añadí el dedo índice, seguido de otro churretón, y así fui dilatando hasta que calculé que podía metérsela, entonces, coloqué la punta, nuevo churretón y se la metí, dejándola un momento para que terminase de dilatar.

-Ufffffffffff, … que me la acaba de meter…

Cuando empecé a moverme despacio, metiendo hasta el fondo para sacar poco a poco para que se acostumbrase, mientras con mi mano acariciaba su clítoris por encima de los labios. La oí decir…

-MMMMMMM Si, Vero estAAAAAAAAHHH. Muy bieeeeen. Siii. Estudiaaaaaa mmmmmmmmuchoooooo oooyeee, queee nnnnnnnnnnnnoooo te llamaré aaaaaaaaaaaahhhhhh sta que vuelvaaaaaaaa. …. Siiiii, queeee teee cuelgooo, queeee nooooo meeee cooonnceeeentroo000 AAAAAAAAAHHHHHh ¡Que gusto!

Y colgó.

-MMMMMMMM ¡Qué culo tan estrecho tienes! –Le decía mientras me movía lentamente

-Dame más. Quiero más. – me decía ella.

Y le hice caso. Empecé a follarle el culo con fuerza.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH. –Gritaba ella.

-Me voy a correeeer. Frótame más el clítoris. Siiiii. Siiii. Me corroo.

Cuando ella alcanzó su orgasmo, no me pude contener y solté lo que me quedaba en los huevos, dentro de su culo.

De nuevo nos relajamos en el suelo, hasta que ella se recuperó y siguió con las llamadas. Peso a eso ya no presté atención.

Al bajar, llegaban los guardias forestales, que nos habían vuelto a ver desde lejos, pero simplemente nos saludamos y ellos me lanzaron un guiño.

-¿Por qué no os pasáis por casa cuando acabe vuestro trabajo para relajaros un poco?

-Sí, gracias, mañana nos pasaremos, en cuanto terminemos.

Y así volvimos a la casa para lavarnos, comer algo y descansar. Ella se acostó y estuvo durmiendo hasta el día siguiente. Vero y yo comenzamos con los estudios del nuevo curso, cambiando ligeramente el plan, ya que ahora tocaba aclarar primero los conceptos y que luego los estudiase. A tal efecto, establecí que, por la mañana leeríamos las lecciones, le explicaría los conceptos que no entendiese, por la tarde los estudiaría y al anochecer le preguntaría sobre lo estudiado.

El martes fue una jornada caótica. A las 8 de la mañana, ya estaba Paco en casa, mostrándome dos cajas de viagra y deseoso de empezar una nueva orgía. También en ese momento se despertó Silvia y aprovechamos, junto con Vero, que llevaba ya un rato conmigo, para desayunar todos juntos.

Les expliqué el plan con Vero y que todo estaba supeditado a él. Pedí a Paco que me fuese adelantando las tareas con los animales y el huerto para yo poder dedicarme a Vero y poder empezar antes. Durante dos o tres horas estuvimos con las lecciones de Vero, que resultaron relativamente fáciles. Sobre las once o poco más, varias voces en la calle llamaron mi atención, eran la pareja de guardabosques, Paco y Silvia, hablando, por lo que la dejé estudiando y salí con ellos.

-… De verdad que es increíble, no os lo podéis imaginar… ¡Ah! Hola Jóse, les estaba contando el gusto que da follarse a Silvia.

-Algo me imaginaba, al ver el bulto que llevan ya en los pantalones. Vamos al pajar, que esta puta no merece ser follada en otro sitio.

Cuando llegamos, la hice desnudarse, arrodillarse en el suelo y puse a los tres delante de ella.

-Quítales los pantalones y hazles una buena mamada.

No lo dudó. Fue desabrochando, bajando y quitando los pantalones uno a uno, dejando al aire sus ya enhiestas y duras pollas, para volver al primero, pajearlo mientras le lamía los huevos. Cuando los tuvo bien ensalivados, pasó al segundo, y después al tercero. Nuevamente volvió al primero, que era Paco, para lamer su polla y meter el glande en la boca. Por los gemidos, imagino que les seguía dando con la lengua.

-MMMMMMMMMMM –Soltaba Paco.

Al momento, pasó al segundo, Manuel, aplicando el mismo tratamiento.

-Jodeeeer. Qué boquita tiene.

Luego al tercero, Jorge.

-UUUFFFFFFFFFFFF. Si sigues mucho así, no sé si podré aguantar.

Tanto Manuel como Jorge eran dos agentes jóvenes, recién ingresados en el cuerpo el año anterior, de unos 25 ó 26 años.

Silvia volvió al primero y se metió la polla entera, iniciando una mamada profunda, ayudada por los empujones que daba Paco a su cabeza para que le entrase bien. Yo indiqué a Manuel y Jorge que se colocasen uno a cada lado y que Silvia los fuese pajeando. Las toses, arcadas y babas que soltaba Silvia, estaban excitando más si cabe a los dos guardabosques, poco o nada acostumbrados a la escena.

Cuando decidió cambiar de polla, pasó a Manuel, ocupando Paco su lugar.

Manuel era más comedido y dejaba que Silvia se la metiera hasta donde quisiera, pero para eso estaba Paco al lado, que tomó la mano de él, la puso en la cabeza de ella y le ayudó en los primeros movimientos. Luego fue él quien la ayudaba. Sus pollas, sin ser muy grandes, tenían un grosor y longitud algo mayor de lo normal, lo que Silvia agradecía después de meterse el pollón de Paco.

Cuando pasó a Jorge, no necesitó ninguna indicación. Directamente comenzó a follarle la boca a toda velocidad. Me fijé que los muslos de ella estaban brillantes, señal de que el trato que recibía la estaba calentando.

-Joderrr. Estoy a punto. Me voy a correr. AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH.

Pese a tener toda la polla dentro de la boca, algo escurrió por la comisura de sus labios. Cuando terminó de soltar leche, se la sacó, la recogió con el dedo y se la llevó a la boca de nuevo, para volver a meterse la polla y dejarla limpia.

De nuevo a Paco y luego a Manuel, mientras Jorge se pajeaba para ponérsela dura otra vez. Manuel tampoco aguantó mucho, terminando también con una abundante corrida, de la que no se le escapó ni una gota.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH. Toma lecha, puta. –Decía mientras se corría.

Paco, todo un experto ya, la hizo acostarse bocarriba sobre la paja con intención de follarla por el coño. Antes le hice ponerse aceite lubricante en la polla para que no se le irritase. Se la clavó de golpe.

-AAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGG. Animal. Métela más despacio, que es demasiado gorda. –Dijo al principio, pero cuando empezó a moverse despacio.

-SIIIIII. Sigue. Sigueee. Maaasss.

Jorge, con la polla casi lista, se colocó sobre su pecho y se la metió en la boca para que terminase de ponérsela dura, mientras Manuel se masturbaba para conseguir el mismo efecto.

Paco machacaba el coño de Silvia sin piedad, ella gritaba de placer…

-SIIIII. SIGUEEEEE. NO PAREEEES. MEVIENE. MEVIENE. MEVIENE. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH.

Eso no frenó a Paco, que pasaba del placer de ella. Tuve que intervenir, pues Jorge y Manuel estaban ya en forma (maravillosa juventud) y le hice parar para que ella se repusiese de su orgasmo para ponerse a cuatro patas, con Manuel bajo ella, Jorge a su boca y Paco por el culo, con una nueva rociada de lubricante al culo, polla de Paco y de Manuel.

-AAAAAYYYYYYYY. Por favor, Paco, más despacio y espera a que dilate, que eres un animal. –Dijo Silvia cuando Paco empezó a empujar su ano.

Poco a poco, la polla de Paco pasó por el ano hasta entrar completamente.

-Joder, Paco, vaya pollón que tienes. Me vas a echar la polla fuera del coño. –Dijo Manuel.

Después de las anteriores corridas, los jóvenes aguantaron bien. Paco, que imagino que se habría metido ya una viagra o más, también aguantaba. Durante más de veinte minutos, no se oía más que los bufidos de los hombres y los gemidos de Silvia, acallados por la polla de Jorge.

-FFFF FFFF FFFFF

-MMMMMM MMMMM MMMM

Primero se corrió Jorge en la boca de Silvia, clavándosela bien adentro y sujetando la cabeza, hasta vaciarse. Mientras le limpiaba la polla, Manuel se corrió en su coño, que al terminar, se entretuvo acariciándole el clítoris, y Silvia alcanzó su placer cuando sintió que sus intestinos se llenaban con la corrida de Paco.

A partir de aquí, fueron repitiendo todos, hasta tres veces Paco y una más los guardias forestales. Utilizaron todos sus agujeros y se corrió tantas veces que, con la última corrida de Paco, pidió que la dejasen descansar.

Como ya era la hora de comer, fuimos a la casa y mientras, se iban duchando preparé una comida ligera, de la que dimos cuenta los cinco. Al terminar, Vero recogió la mesa y mandé a Silvia quitarse la bata que se había puesto después de la ducha y que se colocase en posición de castigo.

Le apliqué los correspondientes cinco golpes con la paleta, volviendo a quedar sus muslos brillantes y las pollas tiesas de nuevo. Denegué la petición de follarla otra vez por parte de los hombres y los despedí hasta que quisieran.

Paco dijo: ”Hasta mañana”

Los guardias: “¿Podemos venir mañana con los compañeros del otro turno?”

Agradezco vuestras valoraciones y comentarios.

Relato erótico: “De profesion canguro 09” (POR JANIS)

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                                                       Noche de ópera.

 
 
—    Así que te vas a Londres, hermanita – le dijo su hermano, apurando el café de su desayuno.
—    Sólo por tres días – sonrió Tamara, agitando una mano.
—    Van a ver museos – bufó Fanny, de mal talante.
—    Bueno, ya sabes, es un viaje de estudios. No vamos a ver exactamente museos, sino que nos llevan a distintos sitios donde atienden a niños, como el centro materno Kemland Duster, o el hospital universitario. También visitaremos Magic Mushroom, la mayor guardería de Inglaterra, y otros lugares por el estilo – explicó Tamara por enésima vez.
—    ¿Y dónde os alojaréis? – quiso saber su hermano.
—    En un albergue cercano a Chessington Park.
—    Buen lugar para salir de juerga – remachó Gerard.
—    ¿Y? – el tono de Tamara subió un octavo. – Ya tengo 18 años. ¿sabes? Conduzco mi propio coche, me gano mi propio dinero, y estudio además…
—    Vale, vale – se avino su hermano, levantando las manos como si se rindiese. – Sólo hacía el tonto. Compréndeme, nunca has salido por ahí sola. Se me hace un poquito cuesta arriba.
—    Pues ya es hora. Además, Gerard, iremos acompañados por un par de profesores. Se trata de unas visitas laborales, no de juerga de fin de curso.
—    Ya – refunfuñó Fanny.
Su bella cuñada no estaba muy de acuerdo con ese plan. En una palabra, se sentía celosa, aunque sabía que Tamara no tenía ninguna relación con la gente de su curso. Pero, últimamente, se había vuelto posesiva. Necesitaba a Tamara cerca de ella, a mano para meterla en su cama a la menor ocasión.
Ocultando su sonrisa de satisfacción, Tamara acabó de desayunar, y, tras coger sus libros, se subió a su Skoda Citigo para ir al centro Akson, donde asistía al curso avanzado de Puericultora. Había tenido que dejar a todos sus clientes entre semana y tan sólo quedarse con algunos niños los fines de semana, pero aún así se mantenía ocupada.
La verdad es que no existía ningún viaje de estudios a Londres, y, como decía su hermano, pensaba irse de juerga a la capital. Es sí, era una juerga de las refinadas, cultural y social. La habían invitado a un estreno en la ópera. ¡Nada menos que en la Royal Opera, en Coven Garden!
¿Cómo decir que no a una cosa así? Acudir con traje de noche, junto con la alta sociedad londinense y parte de la aristocracia inglesa, a un estreno de ópera era algo que no podría repetir en su vida.
Se enfrascó en sus clases durante toda la mañana, mirando de reojo a sus compañeros. Bufff, menuda farsa. ¿Ir de viaje de estudios con aquellos chicos y chicas? Ni pensarlo. A pesar del escaso nivel social de su hermano y familia, Tamara ganaba bastante dinero que no declaraba, pues no le era posible. Tenía muchas “donaciones” que debía guardar en casa para que el fisco no metiera las narices. Así que, lentamente, Tamara estaba convirtiéndose en toda una esnob. Sus compañeros de clase, chicas en su mayoría, la verdad, pues sólo había tres hombres en su curso, eran mayores que ella. Universitarias sin trabajo, amas de casa que buscaban un trabajo complementario, o jóvenes esposas aburridas en busca de algún aliciente.
No había trabado amistad con ninguna de ellas, desde el comienzo del curso. Ninguna la atraía, ni como posible amante, ni como amiga. Así que se limitaba a acudir a clase, hacer sus tareas, y procurar retomar su trabajo a la menor oportunidad.
Fue durante una tarde en casa de los Kiggson, ocupándose del pequeño Stan, cuando conoció a Marion. Eleonor, la señora Kiggson, había invitado a la nueva esposa de lord Arthur J. Bekseld a tomar el té. Lady Marion Bekseld resultó ser una mujer dinámica y muy versada en artes, de una treintena de años. Reemplazaba a la segunda esposa del lord, que se había separado de él por incompatibilidad de caracteres. El esposo, un rico mujeriego empedernido, le doblaba casi la edad a su nueva esposa, pero se mantenía aún en plena forma.
Lady Bekseld no dejó de lanzarle miradas sesgadas desde el mismo momento en que Eleonor las presentó. Tamara jugaba con Stan en el extremo del salón, intentando que se comiera una papilla de frutas. Las incesantes miradas de Lady Bekseld la ponían nerviosa. La mujer llevaba el cabello caoba recogido en un elaborado moño y vestía un traje de chaqueta y falda tubular muy elegante. Tomaba la taza del té con todo el protocolo necesario, dedo meñique levantado, y no cruzó las piernas ni una sola vez. Se notaba que había sido instruida en un colegio para señoritas.
Se decía que pertenecía a la nobleza menor, y que había vivido todo el tiempo con su anciano padre, impartiendo clases a señoritas. Pero Tamara podía ver el hambre en sus oscuras pupilas, cada vez que la miraba. Poseía un perfil clásico, digno de aparecer acuñado en una moneda de una libra. Nariz agresiva y algo afilada, barbilla adelantada, gruesos labios en una boca grande y simpática, y unos ojos negros, grandes y algo rasgados.
Llegó un momento en que, con una excusa, se llevó al pequeño del salón, sólo para recuperar la tranquilidad.
Al día siguiente, recibió una llamada de un número que no conocía. Se trataba de ella, de Lady Bekseld, asombrosamente.
—    Espero que no te importe que la señora Kiggson me haya dado tu número.
—    No, está bien – respondió Tamara, deleitándose en aquella voz perfectamente modulada y con una dicción académica. — ¿Qué desea, Lady Bekseld?
—    Oh, por favor, querida, Lady Marion es mucho mejor. No me envejezcas prematuramente – el tono fue jocoso, pero contenido. – Me gustaría invitarte a tomar el té, digamos, ¿mañana?
Tamara repasó mentalmente sus compromisos. Podía modificarlos fácilmente.
—    Sí, por supuesto será un placer – acabó respondiendo. – Pero…
—    Oh, el motivo es puramente social, querida. No tengo hijos con los que puedas ayudarme. Pero Eleonor me ha hablado espléndidamente de ti y me gustaría conocerte. ¿Quién sabe? Puede que decida quedarme en buen estado si nos entendemos.
Tamara no supo decir si hablaba en serio o no.
—    Está bien, Lady Marion. Allí estaré.
—    Me alegro muchísimo. Aún no conozco a nadie aquí y, en confianza, la familia de mi esposo es muy aburrida – el restringido resoplido de Lady Marion la hizo sonreír.
Cuando colgó, Tamara repasó, una a una, las implicaciones que aquella invitación traería. Estaba dispuesta a aceptarlas todas y eso la hizo sonreír, traviesa.
Al día siguiente, Tamara subió a la colina Rubbert, la zona más cara y elegante de Derby, donde se ubicaba la casa familiar de los Bekseld. Una madura doncella, con acento latino, la hizo pasar hasta una coqueta salita del ala del segundo piso. Lady Bekseld la esperaba allí, vestida con una blusa marfil, un jersey rosa echado sobre los hombros, y un pantalón blanco que delineaba sus piernas, esta vez cruzadas.
Con una sonrisa, se levantó, besó a Tamara en las mejillas, como si fuesen amigas de toda la vida, y la hizo sentarse a su izquierda, compartiendo el mismo diván. Sirvió té para las dos y le ofreció un dulce de suave nata.
—    ¿Sabes? Pensaba vivir en Londres cuando me casé con Arthur – le confesóLady Marion, de repente. – Tiene un buen apartamento en Maple Street. Pero estaba más interesado en sus caballerizas que en la vida social, así que nos venimos a Derby.
—    Las caballerizas Bekseld son famosas, Lady Marion – indicó Tamara.
—    Sí, lo sé, por eso no protesté. Pero aquí, querida, languidezco, en esta casa solariega, con estos familiares tan… — no completó la palabra que tenía en mente, pero aún así, Tamara la entendió. – Así que, cuando te vi, me recordaste a mis alumnas, y sentí un franco interés por tu persona.
—    Muchas gracias, señora, pero… no soy nada especial. Sólo soy una chica que hace de nanny para pagarse los estudios.
—    Pero me han dicho que era muy buena como niñera – alzó un dedo Lady Marion.
—    Bueno, los niños se me dan bien – se encogió de hombros Tamara.
—    ¿Qué estudias?
—    Puericultura.
—    Era de esperar – se rió la señora y Tamara se dio cuenta del sutil maquillaje que llevaba, apenas unas pinceladas para resaltar sus rasgos. — ¿Qué hay de tu familia?
Y sin saber por qué, Tamara se lo contó todo, desde el accidente de sus padres, a vivir con su hermano en Derby. Le contó cómo se sentía, qué echaba de menos, qué había descubierto viviendo en el interior del país, y, por último, su especial amistad con su cuñada. No contó nada de la relación que mantenían, pero no hizo falta. Lady Marion la atrapó al vuelo.
A partir de aquel momento, las dos mujeres compartieron sus pensamientos, su forma de ver la vida, sus particulares filosofías, y, como no, sus gustos más secretos y recónditos. Claro que no sucedió en la misma tarde, pero al cabo de dos o tres sesiones de té, se lo habían contado ya todo.
A poco que Lady Marion le tiró de la lengua, Tamara admitió mantener relaciones no sólo con su cuñada Fanny, sino con algunas señoras maduras de lo más respetable. Lady Marion pareció entenderlo perfectamente, y, a su vez, le contó su aprendizaje lésbico en el internado para señoritas. Era algo de lo más normal entre aquellos muros, algo que venía haciéndose desde al menos doscientos años. Las chicas allí recluidas se solazaban entre ellas, lejos de la tentación de los hombres y de la posibilidad de un embarazo. Se mantenían puras para sus futuros compromisos sociales, y, al mismo tiempo, aprendían sobre el amor, la morbosidad, y la lujuria, sin peligro alguno.
Claro estaba que eso condicionaba ciertamente a muchas de ellas. En su caso, la mantuvo célibe cuando se ocupó de su viejo padre en vez de buscar un marido. Ahora, a la muerte del viejo, tuvo la suerte de conocer a lord Beksield, lo que la ayudó a consolidar fortuna y posición, pero sólo era una cuestión de interés. Su vida amorosa y sexual había tomado, desde hace tiempo, otro camino, en compañía de chicas jóvenes y curiosas que acogía como alumnas.
Sólo con aquellas horas de conversación, de picantes confesiones, y risueños intercambios de chismes locales, Tamara regresaba a casa muy excitada, y prendida de deseo por aquella mujer. Debía tumbarse en su lecho y masturbarse largamente para calmar su lujuria e imaginación.
Lady Marion aún no la había tocado, a pesar de la entrega y deseo de Tamara. Sólo hablaba y hablaba, haciendo que su mente se liberara y viajara a mundos imposibles, a situaciones que la señora le exponía con todo detalle. Entonces, un día, sin previo aviso, le dijo que tenía invitaciones para el Royal Opera y que su marido no quería ni escuchar hablar del asunto. ¿Qué le parecía si la acompañaba al estreno, las dos solas?
Bueno, era como si Santa Claus descendiera y te preguntara si habías sido bueno… ¿contestarías que no lo habías sido?
De ahí había surgido la idea de un viaje de estudios a Londres. Su hermano no preguntaría nada más, ni debía pedir permiso para ausentarse de casa, ni para viajar. Ya era mayor de edad. Sólo quería acompañar a lady Marion a la ópera, por encima de cualquier otra cosa.
Tamara se compró un traje de noche, rojo cereza, con una larga apertura en un costado, y unos zapatos a juego, gastándose algo más de novecientas libras, pero no le importó. Tenía que estar lo más guapa posible para lady Marion.
Se dieron cita en la estación de Derby, el viernes tras el almuerzo. Subieron a un tren de cercanías y se sentaron en un departamento vacío. El tren llevaba poca gente, más bien vendría lleno de regreso, trayendo a todo aquel que estuviera trabajando o estudiando en la capital. Charlaron y tomaron té que la señora traía en un elegante termo. Tamara se enteró que dormirían en el Mandarín Oriental de Hyde Park, uno de los hoteles más lujosos de Londres, con vistas al parque real y a Knightsdridge. ¡Compartirían una habitación para las dos! Desde luego, estaba entusiasmada con la aventura.
Un taxi las llevó desde la estación al hotel y Tamara se quedó muda con la habitación, y eso que era una de las más normalitas del hotel. Por la ventana, entre cortinajes ocres y amarillos, se veía la espesura y algunos caminos de Hyde Park. Una gran cama, donde cabían, al menos, tres personas, surgía de un cabezal con dosel, a juego con las cortinas. Una mesita auxiliar, de estilo victoriano, se adosaba a la pared, con una silla de alto respaldar al lado. Dos cómodos sillones, en tono vino tinto, completaban el mobiliario. Más allá, un baño espacioso, con ducha de mampara redonda, y armarios de mimbre blanco.
—    ¡Joder! ¡Aquí podría vivir perfectamente! – exclamó Tamara, saltando sobre la cama.
—    Esa boca, niña – la reprendió lady Marion.
—    Disculpe.
—    Si quieres refrescarte, hazlo. Vamos a salir de compras.
—    ¿De compras?
—    Claro, Piccadilly está ahí, a continuación – sonrió la señora, señalando a su espalda.
Lady Marion la arrastró hasta Piccadilly Circus en un frenético recorrido, de tienda en tienda. Entraron en Lillywhites, bucearon entre los percheros y estantes de HMV, rastrearon ofertas en Virgin Megastore, y, finalmente cenaron en la terraza de un pub, junto al London Pavilion.
Cuando regresaron al hotel, ambas estaban cansadísimas, rotas por la caminata y el trajín. Se ducharon por turnos y se metieron en la gran cama. Lady Marion la acunó en sus brazos y, tras un beso de buenas noches, se durmieron inmediatamente.
* * * * * * * * *
Al día siguiente, tras desayunar en el hotel, salieron a recorrer los caminos de Hyde Park y los vecinos jardines de Kensington, hasta la hora del almuerzo que tomaron en una encantadora taberna bajo el puente de Chelsea.
Tras esto, regresaron al hotel, donde Lady Marion la dejó echando una siestecita sobre la cama, mientras que la señora acudía a Southwark a atender ciertos asuntos de familia. Regresó dos horas antes del estreno. Tamara ya la esperaba duchada y envuelta en una gran y mullida toalla. La señora la recompensó con un fugaz beso y se excusó por haber tardado tanto. Desapareció en el interior del cuarto de baño. Mientras tanto, Tamara se arreglaba el pelo ante la pequeña cómoda con espejo.
Una hora más tarde, Lady Marion llamaba a recepción para que le pidieran un taxi, mientras devoraba con los ojos la figura de la joven. Tamara estaba de pie ante ella, posando frente el espejo, enfundada en el vertiginoso vestido rojo que había traído. Una pierna pálida y perfecta, puesta de relieve por el zapato de alto tacón, se mostraba en todo su esplendor a través de la larga raja del vestido. La tela se pegaba obscenamente a su esbelto cuerpo. La mujer se preguntó si llevaría ropa interior bajo aquel vestido, porque no se señalaba absolutamente nada. Inconscientemente, Lady Marion se relamió.
Se echaron por encima unos abrigos rutilantes, propiedad de lady Marion, y descendieron al vestíbulo, para salir a la calle, donde un taxi las esperaba, pacientemente. Tenían el tiempo justo para llegar al coctel de bienvenida del teatro real, donde los que eran algo en la sociedad, podían lucirse a placer.
Una vez allí, entre toda aquella gente vestida de gala, de esmóquines y pajaritas, de barbillas levantadas, y otras poses hedonistas, Tamara se sintió algo atribulada, al menos, hasta que la dama empezó a presentarla como su última pupila.
Sonaba tan convincente en boca de Lady Marion… ¡Una pupila! ¡Su alumna!
Y Tamara sonrió y estrechó manos; sonrió e hizo dignas reverencias cuando fue necesario. Lady Marion la felicitó por ello, y las copas de champán aparecían en su mano como por arte de magia. Tamara se dejó llevar por aquel momento mágico y único en su vida, sintiendo que la felicidad anidaba en su pecho.
Un carillón la sacó de su sueño. Sonaba dulcemente pero, a la vez, insistente.
—    Debemos entrar, querida, la función va a comenzar – musitó Lady Marion en su oído, tomándola del brazo.
Un hombre vestido de valet victoriano se les acercó, y tras una inclinación de cabeza, les dijo:
—    Señoras, permítanme que las lleve a su palco.
—    ¿Palco? ¿Tiene un palco? – abrió desmesuradamente los ojos Tamara.
—    Por supuesto. Pertenece a mi familia desde hace más de cien años – sonrió la dama.
—    Vaya…
El susodicho palco no era muy grande y era uno de los más alejados del escenario, pero seguía siendo un palco privado, con sus cortinajes y sus mullidos asientos de terciopelo rojo. La puerta de acceso se encontraba detrás de un exquisito biombo de madera de cerezo, recubierto de la misma tapicería que había en las paredes, lo que le hacía prácticamente invisible. Un cómodo diván se encontraba pegado a la pared, así como una mesita baja con silenciosas ruedas.
—    Tráiganos una botella de champán Ruissier, por favor – le pidió la dama al valet, deslizando un billete de diez libras en su mano. – Ah, y un par de refrescos también, por favor.
—    Sí, Madame.
—    Es precioso – musitó Tamara, mirando el anfiteatro, de pie y una mano apoyada en el murete de la balconada del palco.
—    Sí que lo es. A pesar de haber reconstruido el teatro varias veces, se ha intentado mantener el escenario y el anfiteatro lo más parecido al original – explicó Lady Marion, colocándose a su lado.
Abajo, el público iba llenando las dos vertientes de asientos, entre carraspeos, arrastre de zapatos, cuchicheos, y saludos. Las damas llevaban las manos ocupadas con libretos, diminutos bolsos, o bien anteojos de los más dispares estilos.
—    No te preocupes, hay anteojos debajo de los asientos – le dijo Lady Marion, adivinando su preocupación. – Vamos, siéntate.
Las dos tomaron asiento en las sillas dispuestas contra el muro norte, o sea la esquina más abierta del palco, desde la cual se podía ver el escenario casi al completo, salvo una pequeña porción del extremo este. Las sillas, más bien pequeños sillones, estaban alineados oblicuamente para que un espectador no molestara al otro. Lady Marion ocupó el que quedaba contra la pared y Tamara el siguiente, quedando delante de su posible “mentora”.
Otros dos sillones se encontraban a su lado, completando el número máximo de espectadores del palco. El valet llamó a la puerta y entró, portando una gran bandeja de acero sobre la cual temblaba un cubo de hielo con una botella en su interior, y un par de latas de refresco más comerciales. Lo dispuso todo sobre la mesita rodante que llevó al lado de la dama, apartando uno de los sillones. Cabeceo respetuosamente y se retiró en silencio.
Lady Marion abrió la botella y sirvió un par de copas, al mismo tiempo que las luces del teatro se apagaban. Un minuto después, cuando se aquietaron las toses y murmullos del público, se pudo escuchar el golpeteó de la baqueta del director sobre su atril, y la orquesta inició la obra suavemente. El telón se alzó y los primeros cantantes y actores salieron a escena.
Tamara aplaudió, emocionada por asistir a su primera ópera, aunque fuera una obra difícil como Los pescadores de perlas, de Georges Bizet. Sin embargo, y a pesar de consultar el libreto, poco después empezó a perderse entre los dúos de tenores y barítonos y las intervenciones de un potente coro.
—    ¿Qué te está pareciendo, Tamara? – le preguntó Lady Marion, inclinándose sobre ella.
—    Un tanto lioso, milady.
—    No te preocupes, a veces suele aburrirme también – le confesó la señora, acariciándole el pelo en la penumbra.
—    Pero, de todas maneras, es fantástico. No sólo la ópera en sí es el espectáculo, ¿no?
—    Así es, jovencita. Este mundo es un sutil caleidoscopio, lleno de brillos y espejos rutilantes – le dijo la dama, justo al oído, antes de lamer suavemente su lóbulo.
Tamara se estremeció, pues llevaba casi dos días esperando el momento que la dama eligiera para tocarla. Bueno, realmente eran más de dos días, más bien tres semanas repletas de una tremenda tensión sexual que acababa llevándose a casa. Pero parecía que la espera había terminado.
Dejó que su espalda se recostara más sobre el respaldar y entrecerró los ojos, más atenta a las suaves caricias que procedían de atrás, que al escenario de delante. Por otro lado, la sinfonía mecía todas sus fibras interiores en un continuo crescendo, como si armonizara totalmente con aquellos finos dedos que acariciaban su nuca y cuello.
La cálida punta de lengua seguía haciendo diabluras en su oreja, descendiendo en ocasiones por la línea de su maxilar. En un momento dado, la dama se lanzó a su cuello, cual vampiresa ansiosa, para sorber la suave piel y marcar su territorio dulcemente. Tamara gimió con la caricia, alzando una mano y acariciando la mejilla de Lady Marion.
—    Te noto muy receptiva, Tamara – susurró la señora.
—    Lo que estoy es muy cachonda – contestó Tamara. – Tanto que creo que me he puesto a gotear.
—    Es el único momento en que me gustan las palabras soeces, mi querida flor. Cuanto más vulgar seas, más me excitaras…
—    Puedo ser… muy… muy guarra, milady – dijo entre un suspiro la rubita, notando como aquellos dedos bajaban lentamente hasta el escote de su vestido.
—    Eso espero, putilla, porque me he contenido hasta este momento, esperando la ocasión de realizar una de mis fantasías: poseer una de mis alumnas en la ópera. Y por Dios que estoy dispuesta a hacerlo ahora mismo…
Los dedos de Lady Marion se deslizaron bajo el sutil tejido, comprobando que no había sujetador alguno que contuviera los medianos senos de Tamara. El tierno pezón se endureció al mínimo contacto, irguiéndose como un mágico hito. Los dedos de la señora se atarearon inmediatamente en él, pellizcándolo, manoseándolo, hundiéndolo en la carne, y haciendo que el estremecimiento se repitiera en el cuerpo de Tamara.
—    Oh, mi señora – balbuceó la rubita, acariciando el dorso de la mano que exploraba sus senos, y luchando con la otra para no llevarla entre sus apretados muslos. Sabía que no debía tocarse, pero lo necesitaba urgentemente.
—    Tranquila… no te muevas demasiado… aquí nuestras siluetas son visibles. Déjame que te explore, sin prisas…
Las dos manos de Lady Marion se apoderaron de sus tetas, ésta vez por encima del vestido. Las comprimió y aplastó, como si estuviera moldeando la joven carne. Tamara encogía el torso cuanto podía cada vez que aquellas manos apretaban con fuerza. Estaba ardiendo como si tuviera fiebre y sentía la boca muy seca. Con un gemido, se lo dijo a la señora, quien, con una perversa sonrisa, llenó las copas y le dio de beber.
El champán estaba fresquísimo y lo trasegaba como si fuese agua, aunque era totalmente consciente de que estaba cada vez más achispada. Se rió con esa idea… ¿Qué más daba? Estaba enloquecida por el deseo de que la señora abusara totalmente de ella, que la arrastrara por el más abyecto fango del vicio, que la humillara…
—    Ven al diván – le susurró la dama, tomándola de la mano y poniéndola en pie. – Allí no nos verá nadie.
Nada más sentarse en el mullido asiento, las caderas de ambas bien juntas, la mano de la dama se deslizó por la pierna de Tamara que quedaba al aire. La recorrió lentamente, acariciando la sedosa media y ascendiendo hacia su objetivo final. Tamara introdujo su nariz en el hueco del cuello de la señora, conmovida por aquella caricia. Gimió contra la fragante piel al sentir los dedos sobre su entrepierna.
Lady Marion enredó sus dedos en la minúscula prenda íntima que se había puesto la chica, un tanga de talle alto, tan estrecho que apenas cubría el pubis. Pasó las uñas suavemente por éste, totalmente depilado, y sonrió. La enloquecían aquellos coñitos lampiños y delicados, expositores de la mayor inocencia para ella.
Su dedo corazón bajó más, notando la humedad que se desbordaba de la joven vulva. Tamara no la había mentido, estaba realmente muy excitada. Eso la animó a buscar su boca en la oscuridad. Tamara la recibió con intensa alegría, entregándole su lengua. Ambas se entregaron a un dulce juego bucal, lento y suave, sin prisas. Desde luego, la joven sabía besar, utilizando su lengua muy hábilmente.
Tamara, a medida que atrapaba la lengua de su mentora y la succionaba con pasión, se había abierto de piernas completamente, para que aquella mano que la estaba trastornando no tuviera problemas de acceso. Sus caderas comenzaron a moverse, a girar y contraerse, a bailotear de forma obscena, a medida que el placer se adueñaba de ella.
—    M-me voy… a correr… señora – musitó contra los labios femeninos.
—    Lo sé, putilla… tu coño me está apretando el dedo como si fuese una boca… córrete, Tamara, córrete para mí…
Las palabras de su mentora acabaron por detonar su lujuria y, con un largo gemido, se dejó caer en los brazos de la más sublime sensación que un ser humano pudiera experimentar. Posó una mano sobre la de su mentora, para apretar su coñito en el lugar idóneo para ella, para alargar un segundo más el orgasmo, mientras que la boca de la señora aspiraba sus quejidos amorosos.
—    Oh, milady – suspiró Tamara, fundida en los brazos de la señora, tras recuperarse.
—    ¿Estás bien?
—    En el cielo, señora.
—    Pues es hora de que bajes al suelo, cariño. ¡Hala, de rodillas!
Lady Marion la empujó hasta quedar arrodillada en el suelo, entre las piernas abiertas de la señora. La rubita la miró a los ojos, apenas visibles en las sombras, y dejó que los dedos peinaran su cabello.
—    Vas a comerte mi coño, ¿verdad? Todo, todito – le susurró.
—    Oh, sí, señora… tengo mucha hambre – sonrió Tamara.
Las manos de la chica remangaron el largo vestido de Lady Marion, dejando asomar las medias oscuras que volvían casi invisibles sus piernas, y finalmente, la franja de carne pálida, surcada por la lengüeta del liguero. Se inclinó sobre la entrepierna de la señora, aspirando el aroma que impregnaba la prenda íntima, tan negra como las medias.
—    Quítamelas – musitó Lady Marion.
Tamara no se lo hizo repetir. En cuanto la señora cerró sus muslos, deslizó la prenda interior piernas abajo hasta sacarla por completo, dejándola olvidada en un extremo del diván. Tamara separó aquellos macizos muslos con las manos y se le pasó por la cabeza, como un relámpago, encender la luz de su móvil para admirar aquel coño. Deseaba contemplarlo en toda su magnificencia, regodearse en la visión de la voluptuosidad que tocaba. Era un coño rollizo, de labios mayores abultados, y los menores debían ser largos, pues al tacto parecían ocultar la entrada a la vagina. Los abrió con los dedos de una mano mientras que la otra jugueteaba con el corto vello que coronaba aquella maravillosa gruta.
Hundió su lengua con ansias, repasando los labios en diversas pasadas que culminaban sobre el inflamado clítoris. Lady Marion crispó todo su cuerpo y exhaló un dulce quejido de gozo. Sus dedos se hundieron en el dorado cabello de su pupila, tironeando de su cabeza a placer. Tamara, con los ojos bien cerrados, intentaba profundizar todo lo posible con su lengua. De vez en cuando, aspiraba el clítoris con fuerza, haciendo que su señora casi se levantase del diván, con los ojos girados al techo.
Cuando le metió el pulgar en el coño, Lady Marion se corrió entre pequeños saltitos que sus nalgas dieron sobre la aterciopelada superficie.
—    Aaah, querida, qué bien lo has hecho – musitó tras una pausa. Tamara aún seguía arrodillada, pero ahora descansaba la mejilla sobre uno de los muslos de la señora.
—    ¿Le ha gustado, señora?
—    Mucho, criatura… en verdad tienes un don para devorar entrepiernas – sonrió en la oscuridad.
—    Gracias, milady. ¿Quiere que siga?
—    Ahora prefiero una copa de champán.
Tamara se puso en pie y sirvió dos copas. Una vez sentada a su lado, la señora brindó silenciosamente con la chica. Comenzó el aria del barítono y se dejaron mecer por sus trinos y notas altas, y por la vorágine de los violines al terminar.
—    Tenemos que adecentarnos. Se acerca el descanso del entreacto – le dijo al oído la señora. – Después tendremos otra hora para gozar como locas…
Tamara se rió.
* * * * * * * * *
Permanecieron silenciosas en el taxi que las llevaba de vuelta al hotel. Sus mejillas estaban encendidas y sus ojos brillaban, pero no se sentían en absoluto satisfechas. Todo aquel manoseo y goce en la oscuridad las había enardecido aún más. Lo que deseaban era contemplarse, la una a la otra, desnudarse a la luz de una lamparita, de unas velas… visionar el cuerpo deseado, y acariciar hasta el último rincón. Deseaban yacer sobre una cama, envueltas por sus propias caricias incontroladas, y poder mirarse a los ojos cuando llegara el clímax.
Nada más llegar a la habitación, se despojaron de los altos tacones y se subieron a la gran cama, entre risas. De rodillas, se abrazaron, se miraron a los ojos, y comenzaron a besarse sin pausa. La saliva llenaba sus bocas, se derramaba por sus comisuras a medida que la pasión las consumía.
Tamara se decidió la primera y quitó el vestido de la señora por encima de su cabeza, dejándola tan sólo con una preciosa combinación negra, de seda. En respuesta, Lady Marion desanudó los rojos tirantes, dejando que el escote del vestido de Tamara se abatiera, revelando los desnudos senos.
A continuación, la señora tiró del cuerpo de la joven, dejándola tumbada de espaldas sobre la cama, la cabeza apoyada contra sus piernas dobladas. De esa forma, las manos de Lady Marion se apoderaron de los enhiestos pezones de la chiquilla. La señora era una experta en atormentar pechos, hasta el punto de hacer gozar a más de una de sus amantes tan sólo dedicándose a esa zona, y Tamara tuvo la dicha de comprobarlo.
El cuello de la joven se movía, llevando la cabeza de un lado a otro, mientras la señora amasaba sus senos con fuerza para luego tironear del pezón con fuerza, como si así el pecho volviera a su sitio tras la presión. Jamás había tenido los pezones tan duros y erguidos. Los senos estaban enrojecidos, con marcas de dedos que se pondrían cárdenas al día siguiente, pero, en aquel momento, a las dos les daba igual. Eran auténticas fieras sexuales.
Tamara tenía el vuelo del vestido en la cintura, dejando sus abiertas piernas al aire. Las bandas elásticas de sus medias se habían aflojado, haciendo que el tejido resbalara de sus muslos. Instintivamente, llevó una mano a la entrepierna, acariciando su vulva sobre la tela de su prenda íntima. Lady Marion observó este movimiento y abandonó los torturados senos. Posó una mano sobre la rodilla izquierda de la rubia, para abrir aún más sus piernas, y deslizó el dedo índice de su otra mano sobre el tanga.
Tamara, con un quejido, apartó la prenda para que la señora pudiera tocar su sexo sin trabas. Automáticamente, el dedo de Lady Marion se posó sobre el sensible clítoris de la chica, haciéndola botar. Aprovechó la inclinación de la señora para destaparle un seno de la tenue combinación y llevárselo a la boca, totalmente embravecida.
Los pechos de Lady Marion eran pesados, en forma de pera, y con un grueso pezón oscuro, del que se apoderó ávidamente. Lo mordisqueó suavemente, convirtiendo el pecho en una ubre que colgaba sobre ella. Hubiera deseado que la señora estuviera embarazada y poder lactar de ella. Por su parte, la señora gemía y bamboleaba sus pechos, sin dejar de friccionar el coñito sin vello. Del clítoris a la vagina, y viceversa.
 Sin poder resistirlo más, Tamara elevó los brazos, atrapando la nuca de la señora y tirando de ella. Bajó su cabeza hasta encajarla entre sus piernas, indicándole, sin palabras, que adoptara una posición ideal, un sesenta y nueve.
Lady Marion no se hizo rogar, su lengua se encargó del chorreante coño que tenía delante, al mismo tiempo que se ponía de rodillas y colocaba sus caderas sobre el rostro de su pupila. Tamara cambió el pecho de la señora por su coño, admirando, por primera vez, el perfecto rombo que había formado con el vello del pubis. Sonrió, abrió con sus dedos la vagina, y recogió, con la lengua, dos perlas de humor que amenazaban con caer sobre su barbilla.
Poco tardaron en ondular, las dos, las caderas, electrizadas por las lenguas insaciables. Lady Marion suspiraba fuertemente, como si resoplara a cada movimiento de su pelvis. Tamara, en cambio, había entrado en una espiral de suaves quejidos ininterrumpidos, a metida que sus caderas se agitaban en espasmos cada vez más bruscos.
Ambas se corrían como golfas rematadas, pero ninguna quería abandonar el coño de la otra, empalmando pequeños orgasmos que se sucedían cada medio minuto.
Lady Marion fue la primera en rodar a un lado, jadeando, necesitada de un descanso. Tamara se quedó en el mismo sitio, relamiendo los jugos que le corrían por toda la cara. Sonrió cuando la señora alargó la mano para apresar la suya.
—    ¡Me vas a matar, putilla! Nadie me había comido tanto tiempo el coño…
—    Nunca me había corrido tres veces seguidas, sin parar – se encogió de hombros Tamara.
—    Dios, somos perras – se rió la señora.
—    Yo siempre me siento como una perra.
—    Entonces, me has contagiado – bromeó Lady Marion.
—    ¿Quiere que la contagie un poco más? – preguntó Tamara, alzándose sobre un codo y mirándola.
—    ¿Qué pretendes?
—    Verla desnuda, señora, del todo – dijo, avanzando a cuatro patas hasta ella y tironeando de su negro y corto camisón.
También la despojó de las medias y del liguero, y luego se desnudó ella misma. Colocó a su señora arrodillada y la cabeza sobre las sábanas, el culo respingón y provocativamente alzado. Entonces, hundió el rostro en la gran raja del culo, apoderándose del esfínter y aspirando su acre olor cuando consiguió abrirlo.
Lady Marion agitaba su trasero en el aire, mientras sus dedos se aferraban como garfios a la prenda de la cama. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta, babeando y gimiendo sin cesar.
Cuando los dedos de la rubita la penetraron, tanto por su ano como por la vagina, y antes de caer en el más puro paroxismo, la señora se hizo la firme promesa de encontrar una forma para mantener a aquella ninfa en su vida, aunque le costase el divorcio.
 
 
 
                                                                       Continuará…
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 

Relato erótico: “Enséñame Tía” (POR LEONNELA)

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_Hijo, reacciona!  o pensaré que  la vida en el extranjero te ha cambiado, qué es eso de quedarse impávido en lugar de abrazar a tu tía!! señaló mi madre, haciendo más notorio mi desconcierto.
_Madre, como dices eso! mi tía  sabe cuánto la adoro!! solo que la noto tan linda que.. . bueno más bien las noto preciosas  a las dos, dije corrigiendo la metida de pata que estuve a punto de cometer, cautivado  por la exquisita madurez de mi tía Amanda.
Los años no la habían cambiado, a sus casi cuarenta se la veía más mujer, pero no menos hermosa, más llena en carnes pero con la misma gracia en su silueta, incluso diría que más radiante, sí, a esa edad las mujeres se endiosan, se elevan y elevan todo lo que encuentran a su paso…
_Tanto tiempo desde tu viaje Leo,  parece mentira que de nuevo estas aquí, ven acá  muchacho _ murmuró mi tía  mientras tomaba la iniciativa en abrazarme.
Esta vez pude reaccionar a la altura,  besé sus mejillas sonrosadas y la ceñí fuertemente, hasta casi hacerle faltar el aire, nos quedamos varios segundos apretados  ante la mirada emocionada de mi madre, que jamás percibió la inquietud  que desde chico me provocaba la cercanía de su hermana…
Varios años especializándome fuera del país cobraron el precio de no verla,  de vivir  sin perderme en sus traviesos ojos claros, joder!!  sin rozarla, sin sentir el volumen de sus senos en mi tórax  y la maravillosa sensación de su vientre en mi entrepierna, es gracioso pero siendo ya un hombre de 24 años, mi sangre volvió a hervir como si el tiempo no hubiera pasado, como si aún fuera el muchachito que sucumbía a su mirada, aquel que se deleitaba recordando, la noche en que en un arranque de hombría le supliqué: enséñame tía!!!
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Me permito hacer un alto, para contar esta historia desde sus inicios.
Todo empezó años atrás, justo después  de la separación  de mis padres, desatada en plena época juvenil y aunque debo reconocer que  pese a que no  di muestra de que me afectaran significativamente los cambios, aquella crisis familiar me golpeó profundamente, sentía un vacío  que de ninguna forma era llenado por las visitas esporádicas de mi padre, ni por las actitudes neuróticas de mi madre. Todo ello sumado  a mi encierro  emocional y a las presiones propias de la edad, incidieron en que me  convirtiera  en un muchacho vulnerable, tímido, que enfrentaba sus temores como bien podía.
En aquella época vivir con mi madre era una verdadera travesía, la pobre siempre tuvo un carácter de a perro que empeoró con los años, lo atribuyo al hecho de que  me tuvo siendo muy joven y supongo que el asumir responsabilidades a temprana edad, le cambio la vida para mal. Mi inesperada  venida al mundo le robó  la oportunidad  de  aplicar para una beca  en el extranjero, sumiéndose a cambio  en una vida conyugal  mediocre que acabó con sus sueños. Sé que no es mi culpa que se jodiera la vida, pero sin duda sus frustraciones  estaban jodiendo la mía.
 Afortunadamente Amanda, la hermana menor de mi madre vivía prácticamente con nosotros; ella ocupaba un departamento contiguo al nuestro, puesto que mi abuelo al ser sus únicas hijas, les había heredado en vida la edificación, con el fin de mantenerlas unidas,  brindándoles  comodidad e  independencia. La idea del viejo dio resultado, tanto que era frecuente que se la pasaran juntas, y no solo eso, sino que a falta de la presencia de mi padre, mi tía llego a convertirse  en un apoyo incondicional para nosotros.
Contrario a mi madre, mi tía era una mujer descomplicada,  en aquel tiempo tenia de 33 años; con una hija de 10  a cuestas y un trabajo de maesta parvularia, parecía no necesitar nada más para ser feliz, nada excepto algún  escarceo amoroso, que supongo lo tenía de manera discreta pues que recuerde, no acostumbraba llevar novios a casa.
 Quizá por su naturaleza dulce  y su   manera  simple de ver la vida, se me hacía relativamente fácil abrirme con ella, ya que en lugar de  censurarme como mi madre,  me animaba a ser más osado ante cualquier reto, y entre las muchas cosas que debo agradecerle es haberme estimulado a vencer mi timidez.
La adoraba, era mi defensora nata, infinidad de veces me salvo de los regaños maternos y no solo eso, sino que siendo relativamente joven me comprendía más que cualquier otro miembro de mi familia, convirtiéndose en alguien muy especial para mí, más aun cuando sin proponérselo, fue precisamente ella quien despertó mis curiosidades sexuales.
Mi tía Amanda era  hermosa, bueno, de hecho aún lo es,  no  una belleza despampanante, pero tiene un particular encanto que me hacía pasar  horas contemplándola. Cielos!! Cuánto me gustaban sus dulces ojos claros y su sonrisa traviesa,  pero si algo verdaderamente la hacía atractiva, eran las formas generosas que se adivinaban bajo las faldas a medio muslo, y el par de blancos senos que alegraban  su escote.
Por si eso fuera poco, era encantadoramente imprudente, solía bromear con el  tema de los agarrones a las novias, intuyo que lo hacía intencionalmente pues le divertían  mis evasivas y  no cabe duda que disfrutaba sofocándome con su clásico: Leonardo ya?…o sigues en la lista de espera? afortunadamente nadie entendía que con esa pregunta ella intentaba averiguar si ya había dejado de ser virgen, evento que para mí parecía alargarse dolorosamente.
Sé que no lo hacía con la intención de provocarme, es más creo que para ella pasaban desapercibidas mis miradas  inquietas  y el placer que me generaba con el más sutil roce de su cuerpo,  mucho menos podría intuir, que se había convertido en  la mujer de mis sueños, de mis húmedos sueños…
Una tarde  mientras mi madre y  mi tía Amanda  platicaban en el porche,  a pocos metros yo me aburría jugando a la pelota a con Pamela, mi primita,  esa mocosa era una latosa, pero que más daba sino hacer monerías hasta agotarla para que se cansara de ser mi sombra, en esas estaba corriendo de un lado al otro, cuando alcancé a escuchar parte de la conversación de las mujeres.
_Luisa que exageración!! Que leo sea tímido y no haya tenido novia no significa que sea gay!!
_Baja la voz!!! No quiero que nos escuche, ayer hablé con su maestra, me comentó que Leonardo tiene dificultades de integración, al parecer ha sufrido vejaciones en varias oportunidades e incluso sus compañeros se mofan de él acusándolo de ser gay
_Joder!! criaturas malparidas!!
_Según su orientadora pudiera desencadenar en una crisis depresiva, por lo que recomendó  profundizar el dialogo  e incluso consider la posibilidad de buscar ayuda psicológica
_Pobre mi Leo, las que debe estar pasando…
_Amanda, tú crees que de verdad Leonardo…sea homosexual?
_Estee…supongo que no Luisa,… Leo es un chico introvertido, y ya sabes cómo los muchachos con su perfil son víctimas de acoso
_El cielo te oiga, creo no soportaría…
_Qué es lo que no soportarías? que tenga una orientación sexual diferente? vamos hermana, que criterios más absurdos, lo que debería preocuparte es su estado emocional y  por ultimo!!!  si Leo es gay pues al menos deberíamos hacerle sentir nuestro apoyo, no crees?
No pude seguir escuchando, me sentía herido en mi amor propio, menoscabado en mi integridad, no tenía ni tengo ningún tipo de discriminación , es más pienso que todos somos libres de emparejarnos con quien se nos de la real gana,  pero a esa edad fue doloroso asimilar que alguien pudiera tan solo dudar de mi hombría.
Aparté bruscamente a Pamelita y en mi intento de huir  maltraté su indefenso cuerpecito; el lloriqueo de la chiquilla alertó a Amanda, pero no me detuve, era mayor mi necesidad de estar solo.
Me encerré en mi habitación, eran  demasiados  líos,  demasiados miedos, demasiados fantasmas que me atormentaban como para contener las lágrimas que  amenazaban con desbordarse por mis lacrimales.
Los hombres no lloran!!…los hombres no lloran!!! Me repetía a mí mismo, mientras encrespaba los puños  contra la pared, tratando de agredirme físicamente para reprimir mi  rabia; pero era tan grande la impotencia  y la necesidad desahogarme que no pude resistir más y me tumbé sobre la cama sollozando.
Hubiera querido que nadie me viera así, pero para mí pesar o  más bien para mi fortuna,  Amanda  se había percatado de mi estado y había ido tras de mí.
_Que sucede Leo …que tienes?
_Nada, no pasa nada respondí, limpiándome la nariz en el antebrazo
_Nada?? Me abres la puerta a regañadientes, te tiras en la cama, estás  llorando y no pasa nada??
_Nada en lo que puedas ayudarme…
No hizo más preguntas, pero  se sentó a mi lado deslizando cariñosamente sus dedos en mi cabello. Desde que era un niño solía hacer eso para consolarme, pero  Amanda no asimilaba que yo ya era un hombrecito y que a esas alturas había otro tipo de inquietudes que ella despertaba.
_Ven cielo, recuéstate aquí…murmuró señalando su regazo
Le miré a los ojos  y luego bajé la vista a su piernas, al estar sentada la falda se le había subido mostrando los muslos más bonitos que había visto, demoré unos segundos en apartar la vista de aquel maravilloso espacio de su cuerpo que normalmente me era vedado y extrañamente  algo dentro de mí se agitó.
Me instó a recostarme sobre sus piernas, muchas veces cuando era más chico, me había dormido en su regazo, sin sentir ese cosquilleo que ahora se esparcía en mis genitales, y sin ser consciente de mi estado de fascinación ella continúo acariciando dulcemente mi cabello.
_Tranquilo chiquito…todo estará bien…
Quise gritarle que ya no era un niño, que me había convertido en un hombre, en un hombre con los huevos en su sitio, que me excitaba con el solo rasquetear de sus uñas en mi cabeza, pero no podía darme el lujo de arruinar mi mejor momento con ella y  callé…callé una vez más…
Cuánto poder tenía esa mujer sobre mí, en cuestión de segundo me hizo olvidar toda mi rabia, y me elevó a  otra dimensión, elevó mi alma, mis deseos, joder!!  elevó por completo mi miembro…
Era maravilloso  lo que estaba viviendo, tenía mi rostro a unos centímetros de su pubis y hasta mi nariz llegaba un aroma hasta ese momento desconocido, olía a mujer, olía a coño. Respiré intensamente, esto no era comparable a pajearme pesando en ella, la tenía para mí, aunque tristemente lo único que podía hacer, era exhalar profundamente intentado calentar su sexo con mi aliento; estaba en la gloria, pero más rápido que tarde, su voz distrajo mis ensoñaciones
_Leo, nos escuchaste verdad?
Asentí con la cabeza
_Porque nunca me dijiste… sabes que yo te apoyaría en todo
_No soy gay!…si es lo que quieres saber
_Me tiene sin cuidado que lo seas o no, más bien me refería a…
_No lo soy!!.. Me asustan las chicas…me..me ponen nervioso…pero no soy gay!!!
_ok cielo ok,  pero explícame cómo te sientes? déjame ayudarte
_No lo sé tía, es que a veces no sé qué decir, me trabo y todos se burlan
_Ohh amor…sé que no me vas a creer lo que voy a decir,  pero es un etapa normal, poco a poco  vas a ir superando tus miedos…por cierto  conmigo estas muy a gusto y también soy una chica  no?
_Sí tía, una chica …muy hermosa dije casi asombrándome de mi osadía
_Jajaja mira nada más que bien galanteas…así que te parezco hermosa Leo?
_Si, tía…eres la más linda de todas, respondí algo más seguro
_Jajaja por eso eres mi consentido!! respondió estampándome un beso en la mejilla y por cierto… que es lo que más te gusta de mí, pequeño?
La contemple unos segundos, probablemente no se hubiera oído bien que respondiera tus tetas, tus piernas o tu culo, así que con una media sonrisa respondí:
_Tus ojos tía los tienes dulces y hermosos
_Vaya! pensé que dirías otra cosa, pero  es bueno saber que mi sobrinito es un encanto
_Otras cosas … también..ttambien las tienes lindas …dije a medio trabar
_Mmmm ya me di  cuenta …no has dejado de mirármelas, tendré que coser un botón más en mi blusa respondió sonriente
_Lo siento pero, es que… nadie las tiene como tu…
_Mi bien no exageres, tus compañeras deben tenerlos hermosos
_Sip, pero los tuyos son grandes, y siempre están despiertos
_Despiertos? como es eso?
_O sea que siempre están con las puntas de pie
_Ahh los pezones…
_Si,  los pezones, y se notan a través de la ropa… porqué siempre los traes levantados?
_Jajaja querido  hay cosas que es mejor no responder…Leo, nunca has visto unos? digo.. desnudos?
_Estee..no..bueno sí.. pero en la compu
La mirada de mi tía se volvió extraña, yo era un muchacho inseguro, pero no tonto y pude notar cierto brillo especial en sus ojos, no sé si le cautivó mi inocencia, o si quería ponerme una prueba de fuego para que demostrara mi hombría, lo cierto es que me hizo un ademán para que me levantara de su regazo. 
Me situé  frente a ella y para mi total asombro,  zafó tres botones  de su blusa mostrando  sus senos sujetos por un brasier blanco.
Clavé mi mirada en ellos, eran grandes y turgentes, varias pequitas oscuras salpicaban su piel blanca, y la media copa permitía  avizorar  una aureola sonrosada; llevó sus dedos hacia ellos y con el índice los alzó ligeramente por encima del sujetador de forma que pude ver sus pezones endurecidos. Aquel espectáculo fue suficiente para sentir como mi pene dentro del pantalón se revolvía furioso, increíblemente tenía para mí los pechos de mi tía Amanda al desnudo, que más podría pedir.
Una lava ardiente recorría por mi cuerpo y comencé a transpirar copiosamente,   mucho más cuando saliéndose de toda lógica, mi tía murmuró:
_Quieres tocarlos?
Creí haber entendido mal, ni en mi mejor paja imaginé aquello,  pero Amanda sin esperar una respuesta, tomó mis manos y las colocó sobre sus senos dejándome sentir su calor. Aquello era el paraíso, palpaba sus tetas algodonadas  que respondían a mi tacto hinchando sus pezones oscuros, mientras en el centro de mi cuerpo se  levantaba airosa mi hombría.
Un ligero suspiro de mi tía me hizo buscar sus ojos, y justo en el momento en que nuestras pupilas habrían de encontrarse, ella volvió a gemir entrecerrando sus párpados. Aquello me supo a gloria, tan solo con mis caricias había hecho gemir a una mujer, a una mujer hermosa.
 Continué apretando sus pezones haciéndola estremecer, al punto de que sus mejillas se sonrojaron, pero recuperando un poco la cordura, se apartó de mí susurrando:
_Ahora ya sabes, cómo son los pechos de una mujer…
Le sonreí agradecido, la experiencia duró escasos segundos, pero era lo más sexual que había tenido en mi vida, ni que decir que ni bien salió de mi habitación llevé mis manos a mi bragueta.
 A partir de aquel  día nuestra relación tomó otros tintes, la deseaba más que nunca y ella aunque fingía  no notarlo, sé que disfrutaba perturbándome; sin embargo pasaron un par de semanas para que  volviéramos a extralimitarnos.
Teníamos  la costumbre de hacer cenas compartidas, al menos los fines de semana. En esa ocasión mamá y ella se turnaban el quehacer, mientras yo entretenía a Pamela, lo cual me permitía admirarla con tranquilidad. Se había duchado y su cabello  húmedo caía sobre su torso  transparentando la blusita blanca  que develaba sus pezones oscuros. Giró para tomar algo de la alacena y  pude notar que su pantalón de estrellas azules  se le metía deliciosamente en la cola, joder que era preciosa, aun enfundada en su pijama. Devoré sus posaderas buscando las marcas de sus braguitas, pero evidentemente no las usaba puesto que a más de no notarse ningún elástico, se  dibujaba perfectamente su coñito, demás está decir que hasta el hambre se me quitó.
Pese a ello, la cena transcurrió con la normalidad del caso; al terminar mi madre llevó a su habitación a mi prima a ver películas, mientras mi tía terminaba de arreglar la cocina.
_Anda Leo, ayúdame, que  con los codos en la mesa no resultas de provecho;  yo enjabono y tú enjuagas  la vajilla
_Claro tía… lo que digas
No sé qué pasó por mi cabeza, ni de donde agarré valor, seguro fue efecto de haber fantaseado toda la cena con  su pijama de estrellas, lo cierto es que  al pasar junto a ella,  me pegué más de la cuenta y rocé su trasero con mi miembro, ella no dijo nada, solo se hizo ligeramente hacia adelante y volteó a verme desconcertada
_Lo..lo siento.. es que… la cocina es demasiado chica dije nerviosamente
Debí sonar estúpido porque ella soltó una carcajada alegando:
_Chica? Por favor Leo, aquí hay espacio para un batallón!!
_Es que casi tropiezo _mentí _ pero igual…. lo lamento
_Mmmm de verdad lo lamentas muchacho?
_…Estee… si… si claro…
_Amor, en la vida no hay que arrepentirse de lo que se hace, todo puede dar lugar a algo bueno dijo acercándose lentamente hasta casi rozarme con sus tetas
Verla tan resuelta, tan deliciosamente provocativa, ocasionó que mi respiración empezara a agitarse y los colores se me subieran al rostro
_Te gusta Leo? te gusta que este tan cerca?
_Ohh tía…me gusta..me gusta demasiado…
_Asi?  o más cerca, chiquito? dijo aplastándolas contra mi pecho
_Más tía…maas….todo lo cerca que quieras…respondí en medio de un suspiro
_Estás temblando mi bien…te asusta  tocarme?
Ya no respondí, ella había abierto un camino que yo no estaba dispuesto a desaprovechar, y dejando mis miedos en el lavadero, torpemente introduje mis manos dentro de su blusa
Ascendí por su cintura lentamente, hasta llegar a sus senos, no podía creérmelo, nuevamente acariciaba las tetas de mi tía, otra vez esos pezones oscuros estaban entre mis dedos, pero ésta vez no me iba conformar con estrujárselas, esta vez quería probarlas, atraparlas con mis labios…
Casi con desesperación, le levanté la blusa  y antes de que pudiera detenerme, acerqué mi boca a sus pezones, mientras ella susurraba:
_Espera Leo espera…ahhh…tu madre..puede entrar tu madre..ahhh
_No tía.. no me dejes así otra vez…no, por favor…supliqué
_Mi bien ve…ve a tu habitación…ve que ya te alcanzo
_Lo prometes tía? de verdad vas a ir…dije lamiendo sus pezones
_Ahhh….sí..sí.. le diré a tu madre que …que te voy a ayudar en las tareas…ahhh
Me desprendí de sus preciosos senos, y corrí a mi habitación a esperarla, cada dos minutos sacaba la cabeza por la puerta ansiando verla llegar,  hasta que al fin las luces del pasillo se apagaron lo que me hizo suponer que se acercaba.
Bastó oír sus pasos para que mi pene se enderezara, no tenía claro lo que iba a pasar, pero sabía que sería una noche inolvidable para mí
Me arrimé contra el espaldar procurando que no notara que temblaba como una hoja, ella se acomodó a los pies de la cama
_Siempre la tienes así? pregunto señalando la erección que se dibujaba en mi pantaloneta
Algo avergonzado respondí:
_Siempre..siempre que pienso en ti
_Y eso   es muy seguido Leo?
_Sí…todos los días, se levanta por ti …
_Mmmm y que haces para que se te baje pilluelo?
_La toco… la toco mucho
_.Amor dime algo…  aun eres virgen verdad?
_Sí, ssi  tía, pero me gustaría dejar de serlo…
_No comas ansias amor, ya tendrás una novia
_Y si tú…
_ Ay cielo, esto más complejo de lo que parece, coño!!! sé que nos hemos toqueteado un par de veces pero no dejo de ser tu tía
_Eso significa que estás… confundida?
Sí, Leonardo tanto como tú
_Yo no estoy confundido Amanda, sé lo que quiero, sé lo que me gustaría contigo…
_Oh mi chiquito..a que te estoy induciendo
A nada tía a nada que yo no quiera
_Es que…
_Por favor, no pienses en nada, solo enséñame tía..enséñame a ser hombre…
Me miró con esos ojazos claros y hermosos llenos de  infinita ternura,  me besó la frente y nos quedamos unos segundos abrazados
Con mi rostro en medio de sus tetas sentía el palpitar de su corazón, el mío también bombeaba fuerte al igual que mi miembro encerrado en mi pijama. Tras unos segundos ella fue quien rompió el silencio:
Leo que parte de mi cuerpo te gusta más?
_Tus senos tía, tus senos, más cuando andas por la casa sin sujetador
_Lo supuse, siempre me los miras…has soñado con tocarlos?
_Si tía, todas las noches…
_Con besarlos?
Siempre …siempre
_Y has imaginado poner entre ellos tu…
_Ohhhh tía….tía…gemí apretando mis puños
Sus insinuaciones ocasionaron una corriente en  mis testículos y queriendo retener la sensación de goce pase mi mano por mi entrepierna cerrando los ojos con fuerza
Al abrirlos, una imagen de ensueños  hirió mis pupilas, la tenía frente a mí, se había despojado de su blusa y su cabellera castaña caí sobre sus pechos desnudos, su escueta cintura adornada por un pequeño ombligo atraía la mirada  una cuarta más abajo en donde brillaba el  tatuaje de una mariposa con las ala abiertas… así era ella una mariposa de alas abiertas, una mariposa de fuego que jugaba con mis ganas…                                                                            
Decidida me despojó de  la pijama, sus yemas  acariciaron  la rugosidad de mis testículos, haciéndome erizar; mi pene en total erección segregaba los primeros líquidos que junto a su saliva formaron el bálsamo que permitía que su tetas  se mecieran desde la base hasta el prepucio en una magnifica paja. Creí que eso era demasiado para mí, pero el mundo se me vino encima cuando su lengua inicio la estimulación de mi glande, para continuar engullendo mi miembro, hasta casi chocar contra mis huevos, joder!! , hubiera querido hundírsela por horas pero bastó que mi pene desapareciera en su boca un par de veces, para darme cuenta que no necesitaba nada más para correrme.
Fuertes contracciones en la base de mi miembro me anunciaron que era inminente mi llegada, mi explosión atravesó en segundos la extensión de mi pene, estremeciendo todo mi cuerpo, y un chorro blanquecino se desparramó por sus comisuras…me había corrido…me había corrido en su boca!!
_Ahhh..lo siento…todo fue tan..tan.. rápido
_No te preocupes amor ya irás tomando práctica, murmuró terminando de limpiarme con una servilleta de papel
_Gracias ..fue increíble…. solo me siento mal de que no pudiera aguantar para responderte
_En verdad crees que no puedes responderme? ….Ven acá muchacho
Sentí sus labios por primera vez en un beso apasionado y mientras nuestras lenguas se agasajaban condujo mis manos a sus tetas, los suaves masajes  y la estimulación de los pezones la excitaba
_Asii. Amor…sigue…vas bien
Yo no respondía solo disfrutaba oyéndola gemir
_Ahhh… ahora bésalos amor, succiónalos fuerte …duroo …
Perdí la noción del tiempo entre sus tetas, y solo  dejé de chupar sus pezones  cuando ella separando sus muslos me invito a descubrí sus genitales.
Casi temblando metí mi mano por la fina tela de su pantalón, eso fue como entrar al paraíso;  una ligera vellosidad en su pubis me  incitó a descender hacia sus labios, hallándolos  maravillosamente húmedos
Al menor movimiento de mis dedos, Amanda se estremecía, lo que me hizo deducir que si quería complacerla no debía sacar mi mano de allí.
_Amor….toca ahí!!!!. justo ahí!!!!
_Es tu clítoris?
_Sí cielo, siiii, muévelo…
_Así está bien?  Más rápido?
_Sí amor, sí… de izquierda a derecha…sigue…siguee
De un tirón retiré su pantalón pijama, y halándome   de los cabellos me atrajo a su sexo.
No cabe duda que el instinto lo lleva uno en la piel, bueno en éste caso en la lengua, pues con ella le di todo el placer que quería darle con mi sexo, y mientras me comía cada pliegue de su vagina, acariciaba su trasero divino
Su respiración empezó acelerarse, y sus movimientos de pelvis se hicieron  más bruscos llegando incluso a golpearme el rostro; un gemido profundo acompañado de  continuos estremecimientos me dejaron la satisfacción de saber que ella también se corrió…
Se recostó en mi pecho y nos volvimos a llenar de besos,  pero la vocecita inoportuna de Pamela al otro lado de la puerta nos hizo espabilar
_Mamaaa..mamá..abre!
_Ya linda, ya, dame un segundo, respondió mientras buscaba su pijama
Inmediatamente nos vestimos armé un regadero de libros en la cama y Amanda se levantó a abrir la puerta
_Mamaaá
_Qué pasa chiquita porque tanto escándalo?
Es que mi tía Luisa ya se durmió y quiero estar  con ustedes… que hacían?
_Ah…enseñaba a Leo a hacer sus tareas amor, respondió dedicándome un guiño de ojos
_Y por qué mejor no vemos una peli?
_Porque ya es hora de irnos a la cama nena, ya es tarde
 _Mañana no hay clases y Leo puede venir con nosotras
Siempre he dicho que mi primita era una latosa pero aquella noche me provocó caerle a besos por tan esplendida idea
_Cierto tía aún es temprano, podríamos…
_Mmmm nada de  eso ya es hora de  dormir muchachos, Pame ve  a recoger tus juguetes
La chiquilla salió corriendo en dirección a la habitación de mi madre, lo cual dio oportunidad para que mi tía y yo nos despidiéramos
_De verdad no puedo ir con ustedes? insistí
_Y como para qué? respondió algo coqueta
_Estee.. pues digamos que me pareció buena la idea de Pame
_Mmmm pues en vista de que mañana es domingo, podría dejar que la acompañes un rato
_Y tu estarás?
_No Leo, prefiero descansar
_Ahhh ya veo,  entonces… creo que mejor me quedo              
_Jajaja tan rápido se te quitaron las ganas de ver películas? O en realidad tenías otras intenciones pilluelo?
Sintiéndome descubierto le regalé una sonrisa
_En realidad lo que me importa es estar contigo…
_Mmmmm pues da la casualidad de que aún no tengo sueño
_Genial!!!Dame dos segundos y voy contigo, solo me pongo las zapatillas
_No cielo, debo recostar a Pamela…si aún estás despierto cuando apague las luces, podríamos charlar un rato…
_ Claro tía,  estaré pendiente, por nada del mundo me dormiría esta noche
Ella sonrió,  pese a que supongo que no le faltaban pretendientes, intuyo que le gustaba provocar mis estados de euforia, y no solo eso, sino que además se complacía en ser la causante de que poco a poco mi timidez empezara a quedar en el limbo.
Ya había transcurrido casi una hora, desde que se fueron a su departamento, desde el ventanal de la sala pude notar cuando las lámparas  se apagaron quedando una tenue luz que provenía de la habitación de mi tía, mi corazón latió  emocionado  y antes de escapar por la puerta trasera, di una vuelta  por la habitación de mi madre que afortunadamente dormía con placidez.
Como acordamos, mi tía había dejado la puerta principal abierta, y llegar a su recámara fue cuestión de andar a con algo cuidado debido a la escasa iluminación; pero pese a mis precauciones no pude evitar dar un tropezón contra una mesilla que traqueteó como si se desbaratara
_Auchh!!! mierdaa!!!!! Proferí, agarrándome la canilla y dando un par de brincos
_Que pasó amor?’ que bullicio es ese?
_Nada importante tía, choqué contra esa mesa
_Ay cielo! es mi culpa, debí dejar al menos una luz encendida
_Tranquila, ya está pasando
_Ven amor, en mi velador tengo un ungüento, ya verás que en breve te pasa el dolor
Entramos a su habitación me recosté en la cama y  pese a que ya casi no sentía ninguna molestia, dejé que me mimara con sus cuidados
_Aun Duele mucho?
_No tía, nada más un poquito
_Sigo?
_Sii…un poco más…
Sus manos inquietas empezaron a desplazarse desde la rodilla hacia el muslo, provocándome más de un estremecimiento, mucho más cuando sus finos dedos avanzaron hasta llegar a hurgar  la zona cercana a mis ingles
_Te gusta?
_Ohhh tía…sii…
 _Dime cuánto te gusta, dímelo
_Me gusta…me gusta demasiado…me excitas tanto
_Lo suficiente como para ponértela…dura?
_Dura…muy dura… nadie me la pone así, nadie me la pone como tu…
Sonrió complacida, y esta vez agarró de lleno mi miembro que ya estaba en total acción, aquello era fabuloso,  sentía que tenía la fuerza de un toro concentrada en mis genitales, y Amanda no paraba de tocármela.
Sabía lo que vendría en breve si ella no dejaba de acariciarme, pero esta vez no estaba dispuesto a pasar la vergüenza de correrme en segundos, así que la tumbé en la cama, y fui yo quien se dio el lujo de besarla.
Retiré la blusita de tirantes, y divagué por su cuello, las dulces caricias abrían  los espacios de su cuerpo, y allí entre sus sábana, saboreé cada pliegue, cada curva  y cada planicie de su cuerpo; pero mi sexo apretujado dentro de la bermuda clamaba por la oportunidad de penetrarla.
Terminamos de desnudarnos, y fue ella quien separó sus muslos  ofreciéndome  su sexo totalmente abierto e increíblemente húmedo; sin poder resistir más roce  con mi miembro sus labios, que parecían acoplarse a la suavidad de mis movimientos.
Fue difícil contenerme, sentía una imperiosa necesidad de hundirme en su sexo, y sujetando mi pene de la base, lo acomodé en la entrada desplazándome en su interior.
Que deliciosa sensación, nada es comparable a la humedad de una mujer, a  sentir como tu carne va abriendo paso, en ese túnel maravilloso que cede a la presión que ejerce tu verga, nada se compara a verla contorsionarse de placer mientras pronuncia tu nombre Joder!! con solo hundírsela un par de veces sentí que quería correrme.
_Amor ahhh aguanta mi vida…usa tus dedos …usa tus dedos!!!
Verla tan deseosa, despertó mi imperiosa necesidad de complacerla, y haciendo caso de sus clamores, usé mis dedos para estimular su clítoris mientras la atacaba con fuerza…
_Asiiii Leooo, asiii, duro amor… duroooo!!!
Gruesas gotas de sudor se formaban en mi frente, mientras estoicamente resistia las ganas de dejarme ir, ella suspicazmente giró su cuerpo, y sentándose sobre mí, dio rienda suelta a sus ganas de follar.
Su cabellera castaña, se agitaba sobre sus hombros, siguiendo el ritmo de sus senos que bricoteaban en cada metida, hasta que los espasmos de su vulva y sus líquidos regándose en mi pubis, liberaron también mi urgencia de correrme.
Se dejó caer sobre mi cuerpo; la sensación de haber compartido un orgasmo nos dejó plenamente felices, sin ganas de decirnos nada, pero totalmente felices.
Aquella fue mi primera experiencia sexual, después vinieron  otras, quizá mejores, quizá más intensas, pero ninguna con tanto candor, ninguna que me excitara tanto recordar y ninguna que  se marcara tanto en mi memoria….
Amanda fue un ángel en mi vida, que no solo me abrió las puertas de su cuerpo para el goce, sino que me enseñó a enfrentar la vida como todo un varón. Lamentablemente muestro tiempo juntos no duró más que unos pocos meses, pues al término de mi bachillerato, el sueño de mi madre de estudiar en el extranjero se le hizo realidad a través de mí, y pese a que yo tuve ciertas dudas en decidirme por esa opción, ambas  me impulsaron a aprovechar esa oportunidad.
No quiero recordar la despedida, tan solo decir que en la última noche juntos, me marcó con sus besos, y en la mañana después un  triste adiós, agarré un avión que me alejó de ella durante años.
Los primeros meses extrañaba mi país, mi familia, los amigos, hasta la comida ecuatoriana y la extrañaba a ella sobre todo a ella, pero el tiempo cura todo y en esos años de preparación académicamente, nuevos vientos llegaron a mi vida y nuevos amores me devolvieron la sonrisa. Aunque nunca perdimos contacto, Amanda pasó a ser parte de mis más hermosos recuerdos, y como es lógico, tanto para ella como para mí, la vida continuó…
El tiempo pasó, mi sueño de graduarme llegó a feliz término y trabajé un par de años antes de decirme a volver a mi país; es innegable que pese a estar en una buena situación,  llega un momento en que las llamadas, los mensajes, los videos no son suficientes, y yo necesitaba ver a mi familia, abrazarla, sentirla, así que decidí que ya era tiempo de regresar.
El reencuentro fue emotivo, el abrazo cálido de mi madre me hizo sentir que todo recuerdo triste estaba olvidado. Después volteé hacia mi tía, estaba radiante, tan hermosa como la recordaba, quizá algo más redondeada en carnes pero igual de bella, me quedé unos segundos contemplándola, quizá comparándola con la imagen que en mi mente guardaba de ella, pero la voz de mi madre me sacó de mis ensoñaciones
_Hijo, reacciona!  o pensaré que  la vida en el extranjero te ha cambiado, que es eso de quedarse impávido en lugar de abrazar a tu tía!!
_Madre como dices eso! mi tía  sabe cuánto la adoro!! solo que la noto tan linda que… bueno más bien las noto lindas a las dos dije intentando corregir mi metida de pata
_Tanto tiempo desde tu viaje Leo,  parece mentira que de nuevo estas aquí, ven acá  muchacho señalo mi tía tomando la iniciativa en abrazarme
Besé sus mejillas y la ceñí con fuerza hasta hacerle  faltar el aire, la apreté aún  más  contra mi cuerpo y nos quedamos varios segundos juntos, los suficientes como para que el recuerdo de su piel  inesperadamente volviera a inquietarme. Luego tratando de recuperar el control la sujeté por la cintura dando vueltas con ella
_Jajaja muchacho loco  aquiétate!!! que terminaremos rodando por el piso
Ante sus súplicas me detuve  y mirándole a los ojos susurré:
_Te juro que nada me gustaría más que eso…
_Qué dices?
_.Que nada me gustaría más que  terminemos rodando por el piso…
Amanda percibió mi doble intención, y se quedó estupefacta, joder!! que  yo ya no era el jovenzuelo timorato que se hizo hombre en sus brazos; había vivido, había recorrido mundo y era bueno que ella tenga claras las cosas.
Un toqueteo en mi espalda me hizo girar para ver de quien se trataba
_Y a mí no me vas a saludar primo?
_Pamelita!!!! Mira que grande estas, ven acá princesa!!
Abracé a mi prima con ternura, atrás habían  quedado los tiempos en que la pequeña de trenzas rubias y vocecita chillona jugaba a ser mi sombra, ahora era una jovencita hermosa como tía Amanda; no cabía duda que las mujeres de mi familia había sido bendecidas con un encanto particular.
Se me colgó del cuello emocionada
­Te extrañe tanto primo!!!
_Muuuy comprensible, de seguro no tenías a quien robarle monedas, le dije en son de broma mientras la abrazaba fuertemente
_Jajaja verdad!!, además no tenía a quien perseguir todo el día, quien me compre golosinas, y quien me lleve a pasear, ahhh y quien juegue a la pelota conmigo!!
_Jajaja pequeña, tan lindos recuerdos. Te extrañe linda, las extrañe demasiado.
Volver a adaptarme  a mi familia fue relativamente fácil, mi madre con los años se había vuelto más afectiva, mi prima  se había convertido en una jovencita encantadora, solo mi tía parecía no haber cambiado seguía siendo para mis ojos increíblemente sexy.
Como decía, nada parecía haber cambiado, continuaban viviendo en la misma edificación,  compartiendo las cenas de fin de semana, mi tía seguía cocinando delicioso y usando las delgadas pijamas sin sujetador  y para no variar sus tetas seguían volviéndome loco.
Honestamente yo creí que ese capítulo de nuestras vidas se había cerrado, pero el hecho de mudarme con mi madre una temporada, hasta encontrar mi propio espacio hizo que forzosamente volviera a tenerla cerca, y todas las emociones que  antes de volver a verla, creí dormidas, empezaron a despertar, solo que esta vez yo estaba dispuesto a torcer el destino a mi favor.
Los primeros días fue imposible estar a solas con ella, pues a más de tomarme unas merecidas vacaciones, me la pasé de visita en casa de otros familiares, sin embargo no perdía oportunidad de mandarle al menos algún mensaje, que le mostrara que pensaba en ella.
Cuando todo empezó a normalizarse, empezamos a compartir las cenas, Pamela solía pedir que les relate  episodios de mi vida, así que varias noches nos quedamos los cuatro charlando amenamente después de cenar. Una de esas ocasiones, mi madre debido al cansancio se despidió  temprano y Pamela siendo que era fin de semana salió a distraerse con sus amigas, quedándome al fin a solas con tía Amanda.
_Amanda…Amanda…sigues tan hermosa como antes, señalé acariciando los nudillos de su pequeña mano
_Gracias querido, veo que sigues siendo gentil respondió retirándola con suavidad
_Necesitaba hablar contigo a solas, todos estos días ha sido casi imposible tener un minuto de paz
­_Es cierto Leo, pero entiéndelas están emocionadas de tenerte de nuevo en casa
_Y a ti Amanda, también te emociona verme?, porque la verdad te siento algo distante
_Que dices Leonardo, por supuesto que estoy feliz!!, eres mi sobrino y sabes bien que te extrañamos
_Preferiría que hablaras en singular, el te extrañé me gusta más que el te extrañamos
_Jajaja que dices muchacho acaso no significa lo mismo?
_No tía, de ninguna manera y sabes bien a lo que me refiero
_No, no sé a qué te refieres exactamente, pero en fin, ya hablaremos en otro momento creo que es mejor ir a descansar
_Huyendo no solucionas nada Amanda, tenemos una charla pendiente
_Será en otro momento ahora yo…tengo algo de cansancio
_Cansancio, miedo o nerviosismo tía? porque casi te veo temblar murmuré volviendo a sujetar su mano entre la mía
_Leo si te refieres a…
_Si tía, justamente a eso, a lo que un día tu y yo sentimos, a lo que vivimos, a nuestra historia
 _Ya no tiene caso Leo, las circunstancias han cambiado
_Lo único que sé, es que estás casi temblando y eso me hace pensar que aun sientes algo por mí; no creo equivocarme Amanda, tus pezones se han levantado… creo que ellos si me han extrañado
_Leo… yo…
_No digas nada mujer
_Por favor escúchame…
_Ya no la dejé hablar, mis labios se unieron a los suyos y ella poco a poco respondió a mis besos abriendo la boca, permitiendo que nuestras lenguas se vuelvan a encontrar. Nos besamos intensamente, y luego tomándola de la mano la arrastré a mi habitación
Me quité la camisa y le arranqué el brasier; sus tetas aunque menos altivas, seguían  siendo hermosas,  al punto que se me antojaba agarrarle de las caderas y penetrarla hasta cansarme, pero preferí llenarla de besos  y estremecerla con caricias. Al son de comernos a besos, la atraje hacia mí y paso a paso la orillé hasta rodar por la cama, ella abrió sus piernas entrelazándolas a mi espalda, lo cual me permitió hacerle sentir a través de la ropa toda la potencia de mi miembro.
 Mientras nuestros cuerpos tibios se restregaban buscando más acoplamiento, abrí la boca sobre sus senos, chupandolos con ansias. Sus tetas en mi rostro me excitaban tanto que no paraba de comérselas, de morder y lamer sus  pezones, volteaba  de una a otra haciendo que gima de placer; la verdad es que me gustaba tanto  incitarle que hubiera podido pasar horas allí, pero el resto de su cuerpo también pedía ser atendido.
Entre beso y beso nos liberamos del resto de la ropa, ávidamente tomé el camino de su  abdomen hacia la pelvis, aspirando el suave  olor de su pubis que se hallaba cubierto por una finísima alfombra de vellos, descendí mi lengua unos centímetros hasta los pliegues de sus labios, y sediento de ella bebí los líquidos que empapaban su coño. Amanda respondía a mis requerimientos abriéndose toda, y buscando  desesperadamente la inserción de mi miembro.
Mientras lengüeteaba sobre su clítoris, la penetré con mis dedos, su sexo mojado facilitaba el movimiento circular con el que estimulaba su vagina en constantes meneos de entrada y salida. Ella deliraba en mi brazos y eso me generaba aún más placer.
_Te gusta amor te gusta lo que te hago?
_Ohh Leo..Leo.. me gusta ahhh
_Cuánto linda….cuánto te gusta?
_Mucho.. demasiado… dámela… dámela de una vez
_Claro que te la doy  mi vida  si me encanta follarte, solo quiero que me la pidas como se debe
_Joder!!! que me la metas!!! fóllame!! folla a tu putilla
_Así mamita así…date vuelta que  te voy a dar  lo que te hace falta
Nuestras frases se volvían fuertes pero ambos parecíamos disfrutar liberándonos, era  nuestro reencuentro y no se nos antojaba el sexo dulce de antes, queríamos sexo crudo. Coger…tirar… follar…
Ella misma se puso en cuatro ofreciéndome sus entrañas, y yo enloquecido la agarré de las pechos mientras me juntaba a su trasero. No resistí más las ganas de tenerla y  ubicando mi pene en su entrada  me desplacé lentamente por su abertura.
Amanda gimió mientras la prolongación de mi pene llegaba a lo más profundo, luego placer mucho placer. Los movimientos de nuestros cuerpos amándose desenfrenados, nos llevaban a otra dimensión en la que yo procuraba resistir a muerte para satisfacerla. 
Empujé mi cadera sin detenerme, con furia, arremetiendo contra aquel sexo cálido que ahorcaba mi pene produciéndome infinitas sensaciones de placer, hasta que en total agotamiento Amanda  dejó caer su pecho en  la cama, mientras convulsionaba y gemia enloquecida. Nada podía satisfacerme más que su linda carita orgásmica.
 Tumbándome junto a ella volví a comerle la boca y  descendiendo  por su espalda  eché mano a su trasero; luego de unos cuantos morreos, mi tía se ubicó entre mis muslos, y se dio a la insuperable tarea de comérmela, sus labios carnosos se ajustaban al grosor de mi miembro succionando mi glande y tragando buena parte de mi instrumento. Era un encanto verla tan engolosinada, subía y bajaba acelerando y luego disminuía la intensidad para volver a atacar. No pude más,  el impacto de sus ojos fijos en los mios mientras me la chupaba, fue el detonante que hizo que  llegara no solo a eyacular sino a expulsar parte hasta de mi alma…
Después de unos minutos de descansar abrazados, nuestros cuerpos buscaron más caricias. Nuevamente  me deleité en sus genitales solo que esta vez,  agité mi lengua desde las comisuras de sus labios  hasta bordear su orificio mas intimo
Sus gemidos se incrementaban a medida que mi lengua estimulaba sus pliegues. El suave masaje en su clítoris le hacia abrirse permitendo que uno de mis dedos iniciera el juego de inserción en su esfínter, pero pese a estar muy excitada tensaba sus glúteos impidiendo mayores avances.
_Ohhh Leo.…duele…ahhhh…duele…
_Amor tranquila ..solo relájate…
_ Leo…no lo sabes pero..es que nadie ha estado ahí…
_Tranqula amor ..confia en mi, iremos despacio
_Ahhh…no..no estoy…muy segura..i
_Tía,  hace unos años tu me enseñaste a amar, ahora deja que sea yo   quien te enseñe…
Mis ultimas palabras terminaron de convencerla,  la conduje suave sin presionarla; acaricié su cabello, su espalda, su  trasero, volviendo una y otra vez a su boca que respondia con desenfrenados besos profundos; pero fue la  estimulación de sus senos, el punto máximo de calentura que la hizo ceder a  mis deseos de ponerse en cuatro.
Me ubiqué tras de sus caderas, hundiendo mi rostro en su cola; lubriqué su esfínter, masajeándolo con mis dedos, que a medida que ella se cedía se iban introduciendo en su interior. Continué estimulándola hasta que ella misma botando su cuerpo hacia atrás logró que mi miembro tomara posición.
Sin dejar de acariciar su clítoris, empujé la pelvis penetrándola con suavidad, abriéndome paso en sus estrechas paredes, ella gemía y a medida que me deslizaba en su interior, sus estremecimientos se hacían mas briosos y mis ataques más salvajes,  al punto de que fundidos en un vaiven de sensaciones explotamos en un orgasmo incomparable.
Agotada recostó su cabeza en mi pecho y yo respondi acariciándole la mejilla. Despues de unos minutos de quedarnos en silencio Amanda musitó:
_Leo esto es una locura
_Sí, una locura hermosa
_Hermosa pero igual  debemos dejarla
_No digas nada  mujer, porqué te gusta complicar las cosas? nos gustamos, nos deseamos, ponle el nombre que quieras, amor, pasión deseo, ganas, lo que sea; pero me gusta estar contigo
_Leo no sigas, sabes que tengo razon, ademas  hay algo que tú no sabes
_Por favor  Amanda no arruines el momento
_Es que …yo..yo…salgo con alguien entiendes? Sé que debi decirlo antes
No esperaba aquella confidencia, pero no perdí el aplomo y traté de minimizar lo que había escuchado
_Es lógico Amanda, si eres encantadora; de hecho también yo salí con otras mujeres, pero aún podemos intentarlo…
_Hombre, como dices eso!! Se te olvida que soy tu tía, tu tía!!! ….además,  llevo más de un año con él, es un hombre que me ha dado paz, quizá no la pasión que tú me ofreces, pero a mi edad busco tranquilidad, busco algo más que sexo, un hogar y eso es algo que jamás tendré contigo…
_Tía yo por ti…
_No amor, no digas nada, no es tu  culpa, son las circunstancias. Sé que mis acciones de hoy contradicen lo que digo y te pido disculpas  por ello pero…
_Tía, escúchame!!
_Leo no más… solo déjame, dejame ser ser feliz…a mi modo…
Su última frase  me partió el alma y la abracé. Un día me fui de su lado y  había llegado el momento en que la deje irse del mío.
  Terminó de vestirse, me miró dulcemente con esos ojazos claros y hermosos, y vi en ellos la sombra de su amor maternal
_Te quiero sobrinito
Le besé la frente y la volví a abrazar; en ese momento comprendí que nuestro afecto filial trascendía al deseo, aun así,  con la voz casi entrecortada susurré:
_Volveré a tenerte?
Dudó unos segundos que para mí fueron la luz  de la esperanza y en voz casi inaudible respondió:
_Sin preguntas Leo…sin preguntas…
Que significaba aquello? No lo sé…solo el tiempo da las respuestas…
Después de que salió de mi habitación subí a la terraza, el aire frio de la noche dispersaba mis pensamientos; llevaba cerca de una hora allí, cuando el portón principal se abrió, dando paso a la delgada silueta de Pamela. 
_Que horas son estas de llegar niña!!
_Ay primo!!!! ni siquiera es la media noche…daba una vuelta con unas amigas. Y tú, qué haces ahí?
_Contando estrellas dije burlonamente
_Jajaja vas a necesitar ayuda…ya te alcanzo
Subió a prisa los  graderíos y me estampó un beso en la mejilla
_Y a más de contar estrellas en que pensabas?
_Meditaba nena, meditaba  en mi vida, en  los asuntos que tengo pendientes; ya sabes cosas de adultos
_Mmmm pero se te nota algo triste
_No linda, no es tristeza, quizá solo es algo de nostalgia; la verdad es que soy un tipo realmente afortunado
_Ah sí? Y se puede saber porque?
_Porque la vida me ha permitido vivir cosas, que otros hombres  no tienen  oportunidad de disfrutarlas ni en sueños
_Mmmm eso tiene relación con una mujer cierto?
_Jajaja eres muy lista y demasiado curiosa
_Debió ser hermosa
_Bueno, pues sí, siempre he tenido la suerte de que se me crucen mujeres hermosas
_Jajaja Leo que humilde eres!!! Oye….y yo ….yo te parezco hermosa?
Aquella pregunta me desconcertó  porque  fue lanzada con una mirada  profunda e intensa
_Sí Pame, eres preciosa, siempre he dicho que las mujeres de mi familia son bellísimas, respondí evitando un comentario inadecuado.
_O sea que te parezco bonita, insistió de forma traviesa
_Mucho, mucho, pero… ya es hora de ir a dormir pequeña, respondí acariciando su mejilla
_Sí, tienes razón, buenas noches Leo
Se acercó lentamente, y al despedirse, en lugar de besar mi mejilla, depositó un suave beso en  mis labios
La sostuve de los hombros, buscando en sus ojos una explicación a la inapropiada caricia, pero sus labios se abrieron tan solo para confundirme más 
_Leo, no solo tú eres afortunado, las mujeres de ésta familia, también lo somos….
Me estremecí sin saber qué interpretar,  y en ese bendito momento en que nuestras pupilas se encontraron, me percaté que al igual que tía Amanda, Pamela tenía los ojos dulces y la sonrisa traviesa…
FIN
 
 PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

Relato erótico: “Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas 3”.(POR SIGMA)

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IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 3.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer  Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Un elegante automóvil blanco se detuvo frente a Muñequita en la entrada del lujoso hotel donde ella y el equipo de Scorpius se hospedaban, la joven llevaba unos ajustadísimos pantalones negros y unos botines a juego con altos tacones, así como una blusa de tirantes sin mangas color azul cielo. Se abrió la ventana eléctrica y la pelirroja saludo alegre a Jill Castro.
– Hola Jill.
– Hola Paty, sube por favor.
– Claro. Gracias por pasar por mi -agradeció mientras se sentaba en el asiento del pasajero y cerraba la puerta.
– Oh, no es problema, pensé que al estar de visita en la ciudad esto te ayudaría.
– Que amable, gracias. ¡Oye, te pusiste las zapatillas! -exclamó entusiasmada la pelirroja.
– Si… aun me parecen muy altas pero admito que son cómodas ¿Como me veo?
Muñequita la miró de arriba a abajo, pensando en lo diferente que lucía la asistente al no llevar esos serios y aburridos trajes sastre.
–  ¡Te ves espectacular! -dijo Patricia sin exagerar y sonriendo, pero en sus ojos relampagueaba la lujuria para la que X la había condicionado por tanto tiempo.
El negro cabello de la asistente que siempre estaba recogido en una severa cola de caballo ahora estaba suelto, llegaba a sus hombros y se curvaba hacía afuera de forma juvenil. La piel de Jill era muy blanca aunque no tanto como la de Paty, se había maquillado de forma sutil y natural, pues a pesar de tener casi cuarenta años aun se veía fresca y atractiva.
Llevaba una blusa color violeta de manga larga que hacía juego con las zapatillas y tenía un discreto escote.
– Mmm… se ve que tiene buenas tetas… -pensó la pelirroja mientras Jill estaba concentrada manejando. Llevaba una falda negra de buen corte que resaltaba sus muslos y caderas a pesar de llegar abajo de la rodilla. El toque final de las zapatillas de Scorpius le ponía una deliciosa aura de sensualidad al de otro modo formal atuendo. Un bello triángulo de metal reposaba sobre el empeine de la asistente y de este partían varias delgadas tiras de piel que como una telaraña encerraban sus cuidados pies hasta subir entrecruzadas y atarse finalmente en los tobillos de la trigueña.
– Sabe vestirse, pero aun es muy formal… cambiaremos eso…
Tras recoger a una ya madura y agradable rubia llegaron a un pequeño restaurante italiano, donde comieron diversos platillos típicos, luego empezaron a platicar mientras tomaban unas copas de vino tinto hasta ponerse algo mareadas, después usando su simpatía Muñequita averiguó que Jill era divorciada y tenía dos hijos adolescentes. Toda información le serviría para sus objetivos.
Tras platicar de su vida como camarera y luego asistente de Scorpius, omitiendo claro ciertos detalles, la rubia, llamada Sophie, empezó a ponerse al día con su amiga. Hablaba sin parar apenas dejando espacio para hacer algún comentario.
– Dios… parece un perico… -pensó Paty mientras tomaba de su bolso un pequeño control remoto, para discretamente poner su otra mano sobre el cubierto muslo de Jill aprovechando la protección de la mesa y su mantel a cuadros.
De inmediato la trigueña de ojos miel se volvió para mirarla con asombro y enojo, pero en ese instante que Muñequita deslizó su palma por el muslo de la asistente de forma sugestiva, con su otra mano oprimió un botón en el control y una melodía lenta y seductora empezó a sonar a un volumen ultrasónico.
– ¿Pero que está haciendooooohh… -el pensamiento de Jill se convirtió en un gemido bajo y placentero al sentir como sus nervios se encendían con la caricia de una forma que jamás había experimentado.
– ¿Estás bien Jill? -le dijo Sophie al verla entrecerrar los ojos.
– ¿Eh?… si… solamente tuve un… escalofrío -respondió la trigueña mirando de reojo a la sonriente pelirroja que miraba atenta a la rubia, pero no apartaba la mano de su esbelto muslo.
– Bueno, como te decía…
La rubia siguió hablando pero la asistente de Ivanka ya no le ponía atención, lo único que notaba era la tibia y constante caricia en su muslo.
Varias veces pensó en apartar esa mano, pero el placer que le causaba su tacto hacía que olvidara esa idea.
– Aaahhh… ¿Por que le… permito esto? -pensaba mientras fingía escuchar a su amiga y nadie en el local parecía darse cuenta- Ooohh… que bien… se siente…
Jill trataba de concentrarse en lo que decía su amiga, como si fuera un cable de salvación, pero la constante caricia de la pelirroja la aturdía, y cada vez que la miraba, la joven le sonreía con calidez y descaro.
– …no estás de acuerdo Paty? -decía la rubia sobre la importancia de la moda.
– Oh si… definitivamente creo que nuestra forma de vestir puede cambiar la percepción que tienen los demás -opinó Muñequita mientras bajo la mesa su mano empezaba a jalar la falda de la trigueña, dejando expuestas sus rodillas y cada vez más de sus tersos y cremosos muslos.
Discretamente Jill introdujo su mano y logró detener la de la atrevida pelirroja, tratando de lanzarle una mirada amenazadora.
– La prenda correcta nos puede hacer sentir tan sensuales… ¿Verdad Jill? -continuó Patricia mientras activaba un botón de su control y en un rápido movimiento lograba introducir su mano para acariciar el interior de los muslos de la madurita trigueña.
– Nnnnnhhh… –    apenas logró gruñir cuando los nervios de sus muslos le mandaron un latigazo de electricidad a la vagina, sus ojos se cerraron, su cuerpo se tensó y sus pies se pusieron deliciosamente de punta dentro de sus sandalias de tacón.
– Jill… ¿Te sientes bien? -le dijo preocupada Sophie.
– Si… si Sophie… sólo fue un mareo… -dijo la asistente, confundida por las contradictorias sensaciones que la asaltaban.
– Deberías tomar otra copa… eso te ayudará -le dijo la pelirroja mientras servía más vino.
– Yo no… -trató de negarse Jill pero la linda sonrisa que le ofreció la joven le causó otro rico espasmo de placer que nubló su mente.
– Mmm… de acuerdo… una más… -dijo al tomar la llena y estilizada copa, disfrutando las nuevas sensaciones.
La rubia siguió parloteando mientras Jill fingía escucharla y aceptaba una tras otra las copas que le servía Paty, disfrutando en secreto de las caricias de la joven en sus muslos.
Para entonces, entre caricia y caricia, Muñequita le había subido la falda hasta dejar expuesta una parte de sus pantaletas. Eran negras y muy modestas.
– Eres muy bella y joven para usar ropa de ancianas, deberías usar prendas más provocativas -le susurró Paty a la trigueña- puedo ayudarte con eso.
En ese momento Patricia introdujo su mano en las pantaletas de la mareada mujer y empezó a acariciar lentamente en círculos su clítoris con dos dedos. La música aumentó de ritmo y volumen.
Jill se agarró a los lados de su silla y se mordió los labios al sentir como sus propios muslos se separaban ante el tacto de la jovencita, dándole más espacio para complacerla.
– ¿Otro mareo Jill? Ya son varios…
– Tienes razón, será mejor irnos a descansar… -susurró mientras entrecerraba los ojos de placer y Muñequita le sonreía de forma coqueta.
Después de pagar la cuenta se dirigieron al auto. El vino, el aire fresco de la noche, la excitación y una sensual melodía en la distancia se combinaron para poner a Jill extrañamente eufórica.
– Oh… que bien me siento… que extraño… -pensaba mientras caminaban muy juntas, riendo y bromeando- sin duda Paty es aun más persuasiva de lo que pensé.
Entonces Muñequita, que caminaba abrazando a la trigueña de su esbelta cintura introdujo su mano de largas uñas pintadas de negro en la parte trasera de la falda para apoderarse de su firme nalguita.  Luego empezó a acariciar ambas lentamente, la mano se sentía como fuego contra su fría piel, pero pronto empezó a ponerse tibia.
– Mmm… detente Paty… te lo ruego… Sophie se va a dar cuenta -susurró Jill al oído de la pelirroja, mientras la distraída rubia seguía hablando de intrascendencias- y… me estás enloqueciendo…
– Bueno… ya que me lo pides tan sumisamente…  -respondió Patricia antes de liberar la tersa carne bajo su dominio, pero entonces se apoderó de las discretas pantaletas desde atrás, usando sus dedos unió lo huecos para las piernas, convirtiéndolas en una improvisada tanga que forzó a introducirse entre las nalgas de la trigueña, para luego empezar a moverlas atrás y adelante, lentamente, una y otra vez, masturbándola lánguidamente con la prenda, haciéndola arquear ligeramente la espalda.
– Es mucho mejor así ¿No? Más libre… -le dijo muy quedo y con voz ronca.
– Aaahh… ¿Pero donde… dejé ese… auto? -pensaba Jill a punto de perder el control.
Finalmente llegaron al automóvil blanco y la trigueña se vio libre, sintiéndose a la vez aliviada decepcionada y frustrada.
Subieron rápidamente y se pusieron en marcha, en todo el camino Jill evitó mirar a la pelirroja y esta a su vez sonrió durante todo el viaje, luego de dejar a Sophie en su casa y ya en dirección al hotel Paty puso descaradamente su mano en el muslo de la asistente de Ivanka mientras manejaba, de repente acariciando, de repente apretando, siempre sin dejar de platicar de lo bien que se había pasado la velada a su lado.
– Debemos repetirlo… – le dijo cuando llegaron al hotel de la joven.
– Oh… no se si debamos… -empezó a decir la asistente de Ivanka.
– Bueno… no decidas aun… piénsalo -le susurró la joven antes de darle un profundo beso en los labios que tuvo una calurosa aunque inesperada bienvenida en la boca de la trigueña que cerró los ojos confundida.
– Mmm…´
– Te propongo algo –dijo la pelirroja mientras se apartaba de la trigueña que se quedó con los ojos cerrados.
– ¿Nnnmmm?
– Si lo disfrutaste, la próxima semana ponte de nuevo las zapatillas que te di, con eso sabré tu respuesta -dijo finalmente Patricia para salir a corriendo del auto, dejando a Jill mareada, confundida y excitada como no lo había estado en mucho tiempo.
Extrañeza y curiosidad transmitían los periódicos días después cuando docenas de fotos mostraban a la normalmente formal heredera Ivanka luciendo todo tipo de minifaldas que mostraban sus largas piernas. Siempre de buen gusto, pero siempre a la mitad del muslo, incluso en fiestas formales.
– No se que me pasa… -pensaba algo extrañada- Me gusta vestir así de vez en cuando pero esto es demasiado.
Hasta su padre la había reprendido pues en la última reunión los clientes le habían puesto más atención a sus esbeltos muslos que a los números del negocio.
Y el calzado que usaba no ayudaba a ser discreta. Casi todas las zapatillas eran de la colección de Ivanka y algunas de Scorpius: de pulsera al tobillo, botines, sandalias, cerradas, de punta redondeada o puntiagudas, botas o de tipo gladiador, pero todas tenían tacón alto.
Había intentado varias veces ponerse algo más cómodo, pero era como una obsesión compulsiva, debía ponerse las zapatillas de la lista de Scorpius sin falta, por algo le había pedido su opinión, de hecho la necesitaba, se sentía perdida sin su consejo.
– Tengo que hacer algo -susurró al pensar en lo peor: llevaba días masturbándose cada noche, siempre calzada con sus tacones y siempre el placer era abrumador.
– Quizás me estoy volviendo… adicta al sexo… -pensó aterrada ante la idea- Dios… ojala que me equivoque.
En ese momento Ivanka miró sus piernas, llevaba un femenino minivestido negro con mangas cortas, que apenas llegaba a la mitad de sus muslos, pero aun se veía bastante formal para trabajar… apenas.
Ese día se había puesto unas zapatillas de charol puntiagudas de tacón de aguja con varias pulseras sujetando sus tobillos.
– ¿Por qué ya no soporto faldas largas? ¿O pantalones? ¿Tengo un problema psicológico? -pensaba casi angustiada mientras trataba de avanzar con su trabajo- ¿Y que me pasa con los tacones? Esto es absurdo… mejor me pongo a trabajar.
A la hora de la salida Ivanka se acercó a su asistente Jill pero también parecía algo pensativa así que se despidió con amabilidad y se fue de la oficina.
Esa tarde la rubia llego a su elegante residencia para encontrarse con que su esposo no estaba en casa, le dejó una nota avisando que tenía una cena de negocios y llegaría tarde.
– Bah… justo necesitaba un poco de desahogo y este tonto no está… -pensó molesta, pero casi al instante se arrepintió- ¿Qué me pasa? Nunca había pensado así de Jared ¿Tan urgida estoy?
Sacudiendo la cabeza se dirigió a la alcoba y empezó a cambiarse, pero no terminó, como en otras ocasiones se quedó únicamente vestida con su elegante lencería negra y sus zapatillas de charol, estudiándose en el espejo.
– Mmm… mis piernas se ven… hermosas… ¿Para que quiero cubrir estas maravillas? -pensó mientras deslizaba las manos por sus muslos y caderas.
Miraba intensamente sus piernas en el espejo, mientras pensaba que debía lucirlas, que eran muy bellas y largas para ocultarlas.
– Mmm… que suerte haberlas heredado de mamá… -dijo para si misma mientras posaba en el espejo.
Entonces empezó a escuchar una melodía en la distancia, algo sensual y atrevido que la invitaba a bailar.
– Si… me gusta… -pensó al empezar a bailar lentamente ante el espejo, poniendo la punta de un pie entaconado frente al otro y moviendo las caderas, sus manos alborotando su cabello tras la cabeza.
Siguiendo el ritmo subió un pie a la cama y entrecerró los ojos mientras su mano se introducía en sus pantaletas y se masturbaba lenta y deliciosamente.
– Aaahhh… aaahhh… -pronto empezó a gemir. En el fondo de su mente gritaba que eso no estaba bien, que no era ella misma, que ya eran varias las ocasiones en que bailaba así, como provocando a un invisible auditorio. Pero la ardiente lujuria que sentía borraba cualquier otra idea y nublaba su razón. Ondulando su cuerpo rítmicamente se fue moviendo por la habitación mientras seguía masturbándose sin poder controlarse.
– ¡Aaahhh… siii… que bien…! -decía ya en voz alta mientras se acariciaba más y más rápido la entrepierna a la vez que arqueaba su espalda y se sostenía del tocador con la otra mano. Su rostro contraído por el placer mirando al techo, completamente perdida en las exquisitas sensaciones que la tenían atrapada.
– ¡Oooohhhh…! -gritó finalmente al alcanzar el éxtasis y perder el sentido, cayendo lentamente sobre la mullida alfombra. A lo lejos la música se detuvo y una camioneta arrancó en la obscuridad.
Vincent estaba preocupado, llevaba días analizando el caso de la profesora Fox, el primer caso de desaparición relacionado con el ballet, y lo que descubrió era perturbador.
Tras meses de estar desaparecida, una llamada anónima había guiado al FBI a una vieja casona en el campo, donde encontraron a la mujer encadenada y a su captor muerto al parecer por propia mano, quizás al verse acorralado, un caso claro y simple.
– Es demasiado simple… -pensaba el ex MI6- ese hombre era un perfecto chivo expiatorio, antecedentes de violencia y problemas mentales.
El hombre revisó una foto, en ella aparecía una cama con grilletes y un muro que mostraba siniestra ropa fetichista colgada, sobre el tocador estaban unas zapatillas rojas de ballet.
– No tiene ningún sentido, ese calzado no encaja con las perversiones del sospechoso -dijo para si mismo- simplemente lo tomaron como otra locura de una mente enferma.
Vincent se frotó los ojos con cansancio, sabía que se estaba acercando a algo.
– ¿Pero a qué? -pensó mientras apagaba la luz de su estudio para irse a dormir.
 
Una semana había pasado desde la última reunión de Ivanka con Scorpius y la rubia ya estaba ansiosa por volverlo a ver. Esperaba sentada en su escritorio sin poder concentrarse, pensando por un lado en la reunión creativa y por el otro en el extraño placer que le daba usar tacones altos mientras se acariciaba.
– Será un proyecto genial -pensaba mientras deslizaba las manos por sus muslos expuestos- ¿Por que no llega Scorpius?
Llevaba una falda blanca que llegaba a diez centímetros arriba de la rodilla, pero que al sentarse ella jalaba de los lados, subiéndola y dejando expuestas sus largas piernas, cubriendo apenas sus pantaletas de encaje blancas, así se sentía más cómoda y relajada. También llevaba una elegante blusa blanca de manga larga semitransparente con un sostén blanco a juego y en sus pies, de la lista de Scorpius, usaba unas zapatillas blancas puntiagudas de tacón de aguja y un delgada correa en el empeine.
– Señora Trump… el señor Scorpius ya llegó -sonó en el intercomunicador.
– Que pase de inmediato Jill, gracias…
Scorpius entró calmadamente y tras saludar a la empresaria se sentó.
– Me alegra que haya llegado, debemos empezar -dijo sonriente la rubia.
– Estoy de acuerdo, hay que aprovechar el tiempo -respondió con una sonrisa sardónica el hombre al sacar un control remoto de su bolsillo y oprimir un botón- y recuerde, sólo puede susurrar.
Una melodía rápida y vivaz resonó en la cabeza de Ivanka y al instante se levantó como un resorte de su sillón, moviéndose ondulando sus caderas se giró y tras apoyar las palmas en la pared siguió moviendo su cintura, piernas y caderas sin poder controlarse.
– ¿Qué estoy haciendo?… socorro… -trató de gritar inútilmente, mientras lograba girar su cabeza para ver a Scorpius sonriendo al observarla.
– Veo que va muy bien, ya es muy sensible a las zapatillas…
– ¿Que? -chilló la heredera sin entender.
– Recuerda Ivanka -le ordenó calmadamente Scorpius.
De nuevo la rubia se sintió abrumada por los horribles recuerdos que habían estado bloqueados y ahora la hacían sentir vértigo y terror.
– No… no… es una pesadilla… -susurró mientras se sentaba en un sofá del despacho y apoyando la manos levantaba sus piernas muy alto, luciéndolas involuntariamente para su captor, uno a la vez sus tacones apuntaban al techo a la vez que su rostro.
– En absoluto Ivanka, es tu destino, ya casi eres mía -le dijo el hombre mientras la levantaba siguiendo el ritmo, luego la hizo darse la vuelta y atrapó sus manos con los grilletes en la espalda.
– No… auxilio… ayuda… -susurró patéticamente.
– Bien es hora de ponernos serios, tenemos mucho trabajo. Debemos eliminar un obstáculo.
– Aaahhh… -gimió la mujer ante el indeseado placer que estaba sintiendo al inclinar su torso y  rozar con sus nalgas la erección de Scorpius.
El hombre aprovecho ese instante para introducir una mordaza negra de goma de forma fálica entre los rosados y sensuales labios de la empresaria, para de inmediato fijarla atándola en su nuca, sometiendo así su boca a su voluntad.
– Nnnn… nnnn… mmm… -gruñó lo más que pudo sin levantar la voz.
– Se que esto no es necesario, pero para mi es un símbolo de mi poder sobre ti.
– Mmmmm… mmm… -la rubia solamente podía seguir bailando sensualmente ante él a pesar de la humillación.
– Bien, sigamos esclava… hoy daremos un gran paso… creo que es hora de que te alejes de tu esposo…
– Nnnn… nnnn…  -gruñó mientras sacudía la cabeza negándose vigorosamente.
– ¿No? Ya veremos… ¡Baila! -le ordenó mientras oprimía un botón en su control y una nueva melodía, rápida y martilleante asaltaba sus sentidos.
– Mmmmm… mmmm… -gimió complacida Ivanka con los ojos entrecerrados.
– Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnn… nnn… nnnn… -negó de nuevo ella, pero con menos fuerza.
 – Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnn… nnnn…
– Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnnnn… nnnnnn… –la mujer sentía que su resistencia se debilitaba.
– Je je je, me encanta que te resistas, eso solamente hará más exquisito mi dominio sobre ti… veamos… – Scorpius oprimió un botón del control y un tono agudo hizo que todo se pusiera borroso para la rubia.
Cuando recuperó el sentido vio en el reloj de la pared que apenas habían pasado cinco minutos pero ella seguía bailando sobre sus altos tacones ante el misterioso diseñador.
Se movía alrededor de su captor sentado en el sillón ejecutivo de ella, ondulando su cuerpo, frotando sus respingadas nalgas o sus firmes senos contra su rostro o sus manos.
– Nnnn… nnnn… -seguía negando con la cabeza la rubia, hasta que Scorpius la sujetó de la cintura y la hizo sentarse de espaldas en su regazo, a lo que ella respondió involuntariamente moviendo sus caderas en círculos contra el erecto miembro debajo de ella.
– Nnnngggg… -trató de dar un gritito ante lo indefenso de su situación.
– Bien… volvamos a intentarlo -dijo el diseñador mientras guiaba el esbelto cuerpo para darse más placer-  Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnn…
– Acéptalo.
– Nnnnn…
– Obedecerás… -dijo ya impaciente mientras oprimía un botón del control.
– Rrrrrrrggggg… -gruñó al cerrar los ojos por el explosivo placer que sintió en su vagina, algo había cobrado vida enloquecedoramente dentro de ella.
– ¡Nooooo… Scorpius puso algo en mi sexo…! -pensaba desesperada al sentir como un consolador se movía y vibraba vigorosamente dentro de ella.
– Nnnnnn… nnnn… -siguió sacudiendo la cabeza, pero más por el placer que la invadía que por un esfuerzo de resistir.
Su cuerpo por otro lado seguía moviéndose ahora más rápido, masturbando a su agresor con sus nalgas aun sin desearlo.
– Mmm… muy bien Ivanka… sigue así…
– Nnnnnn… nnnn… nn… mmm… mmm… -sus gruñidos se fueron convirtiendo en guturales gemidos de placer.
– Mmmm… mmmmm… mmmm…
– Vamos, acéptalo lindura…  tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnn… -logró negar una vez más reuniendo los jirones de su voluntad.
– Disfruta y acéptalo… -dijo Scorpius sonriendo antes ese desesperado desafío. Simplemente metió la mano bajo la falda y las pantaletas de la rubia y empezó a masturbarla lujuriosamente mientras ella aun bailaba sentada en su regazo, sus dedos parecían bailar sobre su hinchado clítoris a ritmo con la música.
– Nn… nn…
– Acéptalo -le ordenó mientras empezaba a masturbarla a ritmo frenético, su otra mano se metía bajo el discreto escote y su brassier para empezar a pellizcar sus pezones duros e hinchados.
– Nn…
– Serás mía Ivanka… no te resistas… -le dijo Scorpius con voz gutural mientras usaba su control para aumentar el volumen de la música a un nivel ensordecedor para la rubia.
Finalmente el cuerpo entero de Ivanka se tensó, se arqueó su espalda, sus piernas se abrieron en V lo más que pudo, sus pies completamente forzados a estar de punta y su cabeza se apoyó en el hombro de la persona tras él, lo miró desesperada y a la vez complacida al llegar al indeseado pero exquisito orgasmo, sus pupilas completamente dilatadas por el deseo.
Sus ojos se entornaron y expuso su garganta de forma totalmente vulnerable y entregada.
– Mmmmmmnnnnn… –sollozó deliciosamente la empresaria a la vez que su captor la sujetó de la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos, compartiendo su éxtasis y permitiéndole apropiarse de parte de su debilitado espíritu gracias al poder de las zapatillas.
– Aaahhggg… -gimió a su vez el hombre al alcanzar también el orgasmo.
Tras recuperarse, Scorpius acomodó a la todavía jadeante rubia de lado en su regazo como una niña consentida sentada en las piernas de papá.
Luego de mirarla detenidamente unos segundos sonrió satisfecho: su cabeza reclinada de lado, su mirada como en trance, su piel brillante de sudor, sus maravillosos muslos pegados a él disfrutando su calor sin darse cuenta.
– De nuevo preciosidad: tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad… –empezó a susurrarle al oído a la indefensa rubia.
– Mmhhjjj…-respondió apenas en un jadeo la mujer.
– ¿Lo aceptas? –preguntó sonriente Scorpius al verla ceder al fin.
– Mmmmhhhjjj… -volvió a aceptar ella, esta vez volteando a verlo a los ojos y asintiendo levemente al hacerlo.
Emocionado el hombre desabrochó la mordaza en la nuca de la mujer y liberó sus sensuales labios de su control.
– Dilo… -le ordenó mientras la sujetaba del cuello con una mano y con la otra le daba una sonora nalgada que la hizo estremecerse al responder.
– Mi… mi esposo es un obstáculo… me impide… desarrollarme… necesito mi li… libertad… –dijo con voz ronca tras humedecerse los labios.
– Dilo de nuevo.
– Mi esposo es un obstáculo… me impide desarrollarme… necesito mi libertad…
– Otra vez…
– Mi esposo es un obstáculo… me impide desarrollarme… necesito mi libertad…
El hombre de la cola de caballo besó a Ivanka en los labios de forma profunda, húmeda y ella respondió con entusiasmo sin saber por que, pero disfrutándolo intensamente.
– Muy bien, que buena chica… y aun tenemos tiempo para algunos pequeños condicionamientos más.
– No… no más… por favor… -rogó la adormilada mujer mientras el diseñador se levantaba y la colocaba cuidadosamente en el sillón ejecutivo.
– Oh, no te preocupes encanto… lo vas a disfrutar… y mucho –le dijo Scorpius mientras le quitaba las pantaletas a la rubia, causándole otro pequeño orgasmo a su hipersensibilizado cuerpo al deslizarlas por sus piernas.
– Ooooohhhhhh…
Tras desabrocharse los pantalones el hombre usó la prenda para limpiar su aun duro miembro del semen y secar algo de la humedad en su ropa para luego volver a ponérselas a la vulnerable mujer, causándole un escalofrío de placer al hacerlo.
– Mmm…
– Excelente, avanzamos mucho hoy, con que añada algunos condicionamientos más estarás lista para una pequeña salida educativa. Hay mucho que debes aprender… esclava.
Un rato después Scorpius ya se había marchado e Ivanka empezaba a analizar las nuevas propuestas que había traído el diseñador, sin recordar muy bien de que habían platicado en su visita.
– Vaya, esto puede tener mucho éxito, tal vez… -pensaba mientras deslizaba la mano por su expuesto muslo- ¿Eeehh? ¿Qué es esto? Dios… estoy tan húmeda… las pantaletas están empapadas ¿Qué me pasa? Quizás fue por la presencia de Scorpius…
La linda rubia siguió deslizando su mano por sus muslos mientras pensaba en lo que eso podía significar, y la respuesta le pareció completamente excitante, en minutos sus manos se movían frenéticas sobre su propio cuerpo, dejándose llevar por la lujuria magnificada que había sido condicionada a sentir…
– Aaaaahhhhh… -se escuchó fuera de la oficina haciendo que Jill volteara con curiosidad hacia la puerta, no muy segura de lo que había escuchado, en sus pies, que se habían puesto ligeramente de punta sin que se diera cuenta, llevaba de nuevo los altos tacones violeta que Paty le regaló.
Habían quedado de verse de nuevo esa noche…
CONTINUARÁ
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Relato erótico: “Donde nacen las esclavas I” (POR XELLA)

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¡RING! ¡RING!
 
– ¿Dígame? – Respondió Sofía.
 
– ¡Lo hemos conseguido! – Se oyó al otro lado del teléfono.
 
– ¿En serio? ¿Donde estás?
 
– Yendo a la oficina, llegaré en media hora.
 
– Yo estoy a 10 minutos, te espero allí. – Sofía colgó el teléfono. Una sonrisa enorme adornaba su rostro, llevaba mucho tiempo detrás de esa noticia.
 
Sofía Di Salvo era una joven reportera de una canal de televisión. No llevaba mucho tiempo trabajando y no la tenían muy en cuenta, pero confiaba que gracias a este reportaje, sería capaz de hacerse un nombre. La chica era una belleza mediterránea, no era muy alta pero tenía unas curvas muy bien definidas. Morena de piel y de cabello, sus ojos verdes le daban una mirada felina que encandilaba a cualquiera, nunca se había aprovechado de sus encantos físicos para hacerse un lugar en su trabajo, pero estaba claro que eso siempre ayudaba, sin ir más lejos, Tomás, su jefe, la tenía en palmito, dándole un trato algo mejor que al resto de sus compañeros, lo que provocaba a veces las envidias del resto.
 
Tomás Sandoval llegó al despacho con la cara congestionada y sudando, estaba claro que se había dado toda la prisa que podía. Era un hombre casi llegando a los sesenta, con el pelo y la barba blanca y un sobrepeso que hacía notar la buena vida que había llevado desde hacía bastante tiempo. Había sido director general de todo el canal de televisión, pero un pequeño accidente durante la cobertura de la boda real le había hecho perder el status y la confianza de los que gozaba, dejándole relegado a la dirección de los reportajes de investigación. Tomás necesitaba que el reportaje triunfase tanto como Sofía.
 
– ¿Cómo lo conseguiste? ¡Llevábamos meses detrás de ellos! – Preguntó Sofía nada más verle, lanzándose a darle un abrazo.
 
– Me llamaron ellos, me dijeron que éramos demasiado insistentes y que con tal de que les dejásemos en paz, nos dejarían hacer el reportaje.
 
– ¡Es genial! – Sofía estaba exaltada, dando brincos por toda la oficina. – ¡Pero el reportaje es mío! No irás a enviar a ningún otro, ¿Verdad?
 
– Sofía… Sabes que es peligroso…
 
– ¿Peligroso? ¡Claro que es peligroso! ¡Por eso mismo! Sabes perfectamente que sin riesgo no hay gloria… Si esto sale bien…
 
– Pero… Sofía…
 
– No hay más que hablar. – Dijo Sofía, zanjando la conversación. – Sabes perfectamente que esto es tuyo y mío, los dos hemos dado todo durante meses para conseguirlo, no vamos a permitir que ahora venga otro a llevarse la fama.
 
– Está bien, pero ten cuidado.
 
– ¿Cuándo puedo empezar?
 
– Mañana a las 8:00. Te recogerá un coche en la esquina de la calle Silva. Han impuesto varias condiciones, y una de ellas es que irás todo el trayecto con los ojos vendados… No son tontos Sofía, no van a permitir que se muestre más de lo que quieren que veamos… Y además han pedido que sólo vaya una persona, así que tendrás que hacerte cargo de la cámara… ¿Estás segura de que quieres hacerlo tú?
 
– ¿Quieres dejar ese tema? Por supuesto que quiero hacerlo yo. No me pasará nada. Mañana a las 8:00 estaré allí con la cámara y el microfono. Hemos conseguido que Xella Corp nos abra sus puertas y no vamos a desaprovecharlo…
 
——
 
Sofía estaba impaciente. Había llegado con media hora de antelación, no quería que nada saliese mal. La noche había sido horrible, casi no había dormido debido a los nervios… Y no era para menos, iba a pasar un día completo dentro de una coorporación de la que se sospechaba que tenía negocios algo turbios… Se la relacionaba con la trata de blancas y la esclavitud… Había estado repasando mentalmente todo lo que tenía que llevar, las preguntas que debería hacer, los riesgos que podría correr… Y allí estaba, de pie, sola, en medio de la calle, sin saber lo que le iba a esperar.
 
Se había puesto una falda de tubo a medio muslo, que marcaba perfectamente sus caderas, acompañada de una blusa blanca con algo de escote y unos zapatos con algo de tacón, pero nada exagerado. Habría preferido ir algo más cómoda, pero iba a salir en cámara en algunos planos y debía estar presentable.
 
Había cogido una pequeña cámara de mano para realizar la entrevista, que no pesase mucho pero que le diese la suficiente versatilidad y calidad de video, ya que tenía que hacer ella misma todas las grabaciones. Llevaba un pequeño trípode para poder ponerla fija cuando tuviese que aparecer ella también en el plano.
 
De repente un coche se paró frente a ella. Era un coche grande, negro, con las lunas tintadas… Se quedó paralizada, miró el reloj y vió que eran las 8 en punto. La puerta trasera se abrió automáticamente, se asomó y vió un hombre vestido con un traje negro y gafas de sol.
 
– ¿H-Hola? – Preguntó Sofía.
 
– ¿Sofía Di Salvo? – Preguntó el hombre.
 
– Si.
 
– Adelante.
 
Sofía entró en el coche, sentandose algo incómoda al lado del hombre trajeado.
 
– Como comprenderá, tendremos que tomar ciertas medidas de seguridad. – Dijo el hombre, mostrándole a Sofía una venda para los ojos.
 
– De acuerdo. – Asintió Sofía.
 
– Si me permite…
 
El hombre le ajustó la venda a los ojos. En cuanto comprobó que no podía ver nada, el chófer arrancó. No volvieron a hablar en el resto del camino.
 
El viaje duró casi una hora, aunque la mujer tenía la impresión de que habían estado un tiempo dando vueltas para que no pudiese orientarse por el tiempo recorrido.
 
Cuando le destaparon los ojos, el coche estaba aparcado dentro de un garaje. Salieron de él y se dirigieron a un ascesor.
 
– A partir de aquí continúa usted sola. Suba al piso 15 y habrá alguien esperándola.
 
– Gracias.
 
El ascensor subió los 15 pisos a bastante velocidad. Cuando abrió las puertas apareció ante ella un amplio vestíbulo blanco, vacío salvo por alguna planta y algún extintor. En el medio del vestíbulo, otro hombre también trajeado estaba de espaldas hablando por teléfono.
 
– No se preocupe, no habrá problema… Si… Será avisado a su debido tiempo… De acuerdo… Tengo que dejarle señor S… – Dijo al ver a Sofía – Tengo una reunión importante y no quiero posponerla… Si… Tendrá noticias nuestras. – Colgó.
 
– Buenos días, señorita Sofía. -Saludó amable el hombre.
 
– Buenos días.
 
– Soy Marcelo Delgado y voy a ser su guía durante el resto del día.
 
– Buenos días Marcelo. No… No me había imaginado que esto sería así… – Dijo Sofía, admirando el vestíbulo.
 
– ¿Qué esperaba? ¿Mazmorras y celdas? ja ja ja
 
– Ja ja ja. – Sofía rió por la ocurrencia del hombre, la verdad es que se le había pasado por la cabeza, pero ahora se daba cuenta de que era algo absurdo.
 
– No se preocupe, de esas también tenemos, más tarde podrá verlas para su reportaje. – La cortó Marcelo, sonriendo.
 
La risa de Sofía se cortó. Lo había dicho con tanta sinceridad que no podía ser otra cosa que una broma…
 
– ¿Que prefiere? ¿Hacer la entrevista en un despacho o mientras damos una vuelta por el edificio?
 
– Creo… Creo que prefiero dar una vuelta por el edificio.
 
– De acuerdo, veamos las instalaciones entonces.
 
Sofía asintió, preparando la cámara.
 
– Si le parece, comenzamos con la entrevista, ¿De acuerdo?
 
– De acuerdo, dispare.
 
– ¿Que actividades se realizan en su corporación?
 
– Nuestra corporación tiene muchos frentes abiertos en muchos campos. Tenemos una filial farmacéutica, acciones en periódicos, bancos, secciones de informática, I + D…
 
– ¿Y que me dice de las acusaciones que hay sobre la esclavización de mujeres?
 
– Bueno, sobre eso le puedo decir que está equivocada. – “Claro, que me vas a decir” pensó Sofía. – Aquí no sólo esclavizamos mujeres.
 
La manera tan directa de reconocerlo dejó a Sofía helada. No pensaba una confesión tan directa.
 
– Bueno, hemos llegado a la primera parada. – Dijo Marcelo, parándose ante una puerta y abriendola. – Tiene ante sí la sala de investigación.
 
Una sala enorme se mostraba ante Sofía. Estaba llena de ordenadores y en ella se encontraban varias personas pululándo de uno a otro.
 
– ¿Q-Qué es esto? – Preguntó con cautela.
 
– En esta sala controlamos la vida de todos nuestros objetivos. Vemos la viabilidad de la captura y los métodos más indicados para llevarla a cabo. El cliente puede exigir ciertas condiciones, que la víctima sea humillada, que sea entrenada en el lesbianismo, sumisión, que sea domada por la fuerza, por hipnosis, lavado de cerebro, cirugía… Infinidad de variables que hacen cada captura un mundo. Aquí es donde todo empieza a gestarse.
 
Sofía tenía la boca abierta, no llegaba creerse lo que aquél hombre le estaba contando. Se paseó por la sala, observando los ordenadores, viendo alguna de las fichas que había en las pantallas.
 
 
Rosana Talavante.
Edad: 21 años
Color de pelo: Negro
Color de ojos: Verdes
Color de piel: Morena
Raza: Caucásica
 
Cliente: Eduardo López, su profesor de matemáticas.
Especificaciones del trabajo: Rosana debe ser instruída en la sumisión y la servidumbre. Está destinada a ser sirvienta. El cliente pide que su culo esté bien entrenado para ser usado.
 
Lorena Fernández.
Edad: 17 años
Color de pelo: Negro
Color de ojos: Marrones
Color de piel: Negra
Raza: Negra
 
Cliente: Juan Carlos Escudero, empresario.
Especificaciones del trabajo: El cliente ve todos los días al objetivo antes de que entre al instituto. La quiere como regalo a su esposa. Debe ser instruída como mascota, así como proveerla de experiencia en complacer a su nueva ama.
 
Francisco Gandiano.
Edad: 25 años
Color de pelo: Castaño
Color de ojos: Marrones
Color de piel: Blanca
Raza: Caucásica
 
Cliente: Domingo Benavente, su jefe.
Especificaciones del trabajo: El cliente está harto de la actitud. Pide que se transforme a la captura en una mujer completa y se modifique su comportamiento para convertirla en una Bimbo.
 
Sofía dejó de leer, había tenido bastante ¿Cómo era posible algo así?
 
– Veo que está interesada en algunos de nuestros casos… – Comentó Marcelo, situándose tras ella. – Casualmente podrá ver alguna de éstas capturas, que ya están en nuestras instalaciones.
 
– ¿Cómo se realizan los encargos? – Preguntó Sofía.
 
– Bueno, siempre hay oídos dispuestos a escuchar a alguien dispuesto a pedir. No espere ver nuestro teléfono en las guías amarillas señorita.
 
– Ya supongo… ¿Y ya está? Hacen la petición, estudian a la víctima, la capturan y la esclavizan…
 
– Es algo más complicado que eso… Si quiere acompañarme se lo mostraré.
 
Sofía salió de la sala tras él, mientras escuchaba sus explicaciones.
 
– Tenemos dos tipos de trabajo, de campo e interno. El trabajo de campo consiste en doblegar la voluntad de la víctima en su propio terreno, usando los medios necesarios. El trabajo interno se realiza aquí directamente. Una misma captura puede comenzarse fuera y acabarse aquí, hacerse el proceso completo fuera o realizar un secuestro y realizar el proceso completo aquí.
 
Se paró frente a una puerta, abriéndola.
 
Una hilera de jaulas a cada lado de la sala se mostraba antre Sofía. En cada una de las jaulas había una mujer desnuda, arrodillada, puesto que las jaulas no eran más altas que su cadera.
 
– ¿Pero qué? – Balbuceo Sofía.
 
– Estas son las habitaciones de nuestras capturas. En estas jaulas descansan y se alimentan. También tenemos celdas, pero se encuentran en otra planta.
 
La cámara de Sofía no perdía detalle. Recorrió cada rincón de la habitación, grabando a las mujeres que se encontraban en cada una de las jaulas.
 
Sofía se acercó a una de las jaulas. Una joven algo rellenita, morena estaba acurrucada en un rincón, durmiendo. Estaba encadenada por el cuello a través de un collar de perro. “Miranda, 22 años. Caracteristicas: Sumisión, disciplina, oral, anal extremo, lavabo.”
 
– ¿Lavabo? – Preguntó la mujer.
 
– Se trata de un entrenamiento en el que se acostumbra a la captura a ser un lavabo personal. Se encargará de asear con su lengua a su amo, o a ejercer físicamente de lavabo con su boca.
 
Un acceso de nauseas atacó a Sofía.
 
– ¿Que es esto? – Preguntó señalando un armatoste que había al lado de la jaula. El aparato acababa en una polla de plástico que colgaba del interior.
 
– Es el sistema por el que se suministra agua a las capturas. Para extraer el agua deben realizar una mamada correctamente al “grifo”, si quieren beber deben mamar… Además, es un método perfecto si tenemos que añadir algún fármaco para predisponer la mente del sujeto, o hacer que se sienta bien cada vez que tenga una polla en la boca. Matamos dos pájaros de un tiro.
 
Mientras se lo explicaba, una chica un par de jaulas más a la derecha se puso de rodillas frente a esa “polla-grifo” y, haciendo una perfecta mamada comenzó a beber agua. Sofía grabó todo el proceso con la cámara. “Esto es una salvajada” pensó, “Pero con este reportaje mi carrera va a subir como la espuma”.
 
– Si no se colocan en la posición correcta no sale el agua. – Comentó Marcelo, sacándola de sus ensoñaciones. – Además, dependiendo de las exigencias para cada captura podemos modificar las condiciones. Podemos poner una polla y que la tenga que tener introducida en el culo o en el coño, o en los dos. Así se acostumbrará perfectamente a su nueva labor y terminará deseando hacerlo.
 
Sofía estaba en estado de shock, ¿Cómo se podía hacer eso a una persona? Y además, con la sangre fría que demostraba ese hombre, contándolo de manera tan abierta…
 
– Si quieres podemos pasar a la siguiente sala. – Sugirió el hombre.
 
– De acuerdo. – Dijo Sofía, que ya había visto suficiente de aquella sala.
 
Andaron un par de minutos a lo largo del pasillo hasta llegar a su nuevo destino.
 
– Esta es una sala de disciplina. Aquí están Rosana y Lorena, las chicas que has visto en las fichas.
 
Abrió la puerta y se encontró con otra sala enorme. Había varias personas, pero se distinguía perfectamente cuáles eran los amos y cuales los esclavos. Tres hombres y tres mujeres estaban instruyendo a otras tantas chicas y, efectivamente, entre ellas estaban Lorena y Rosana.
 
Rosana se encontraba de rodillas, con la cara pegada en el suelo y las manos abriéndose las nalgas, mientras uno de los amos, un negro imponente, la penetraba el culo con violencia. Sofía recordó como en su ficha, aclaraba que debía entrenar esa parte de su cuerpo…
 
Enfocó la cámara en primer lugar a la cara de la chica. Tenía los ojos cerrados y la boca entre abierta, con la respiración agitada. Después enfocóa la polla del hombre, viendo como entraba y salía del culo de la chica. Al verlo, el hombre sacó completamente la polla, para que pudiese filmar el enorme agujero en que se había convertido el ojete de la esclava, agitó su herramienta azotando con ella las nalgas que tenía enfrente, y volvió a introducir de un empellón su polla, haciendo que a la esclava se le escapase un gemido.
 
– Esa es la posición de ofrecimiento. – Aclaró Marcelo. – La hembra ofrece sus agujeros para el uso libre de su amo. En esta sala se entrena la disciplina de las esclavas.
 
Tres esclavas estaban de rodillas, con la espalda recta y la cabeza agachada. Las manos en las rodillas.
 
– Esa es la posición de espera. Hasta que reciban otra orden deben permanecer así, sumisas.
 
La otra esclava, estaba lamiendo las botas de una de las amas. Lo hacía a conciencia, sin olvidarse de ningún rincón, incluídas la suela y el tacón. Cuando el ama pensaba que había cometido algún erroe, o que no lo estaba haciendo correctamente, lanzaba un rápido fustazo a las nalgas de la chica, con lo qie conseguía que se aplicase todavía más.
 
Y por último estaba Lorena. La joven rubia estaba atareada dándo placer a una de las amas. Ésta estaba abierta de piernas en una silla, manejando con sus manos la cabeza de la esclava, dirigiendola hacia su culo o hacia su coño, según lo que desease en el momento.
 
El negro que estaba sodomizando a Rosana sacó la polla de su culo e, inmediatamente, esta se arrodilló ante él para recibir y tragarse su corrida. Después se encargó de dejar reluciente el enorme falo negro que tenía delante y volvió a ocupar su posición. En unos segundos, el siguiente de los hombres estaba ocupando el lugar del negro, sodomizando a la joven morena.
 
– ¿Has visto lo bien entrenada que está? Las esclavas saben que deben dejar limpios a sus amos después de que las usen, si no quieren recibir un fuerte castigo…
 
Sofía no sabía como podía aguantarlo… Los tres hombres tenían una herramienta considerable y no estaban teniendo ningún tipo de consideración con la chica… Ella intentó probar el sexo anal una vez… Él novio que tenía le estaba insistiendo mucho, pero cuando llegó el momento el dolor que la recorrió entera nada más tener el glande dentro la hizo parar. Nunca lo volvió a intentar, así que podía suponer por lo que estaba pasando aquella pobre chica.
 
– ¿Quieres que continuemos nuestro “tour”? – La dijo Marcelo.
 
– S-si… – Contestó Sofía, sin apartar los ojos de aquella chica. Grabó una última toma de la sala, y acompañó a Marcelo por el pasillo.
 
La siguiente sala que visitaron fué la sala de perforación.
 
– He procurado venir a esta sala en un momento en el que estuviese ocupada. Espero que le guste el espectáculo. – Marcelo tenía una sonrisa en la boca mientras pronunciaba esas palabras.
 
En la sala, un sillón parecido al de un ginecólogo pero con correas era ocupado por una mujer madura. Rondaría los cuarenta, cabello rubio a mechas, buen cuerpo y unas grandes tetas. Por supuesto, estaba desnuda. En la boca tenía un ball-gag que le impedía hablar. La mujer les dedicó una mirada asustada. Al lado del sillón, un hombre estaba de pie al lado de una mesita con instrumental.
 
– Esta preciosidad es Maria Dolores. Fué su hijastro el que nos encargó que la esclavizaramos. Parece ser que su padre, después de morir su madre, volvió a casarse con esta perra. Hace poco murió tambien el padre, y esta mujer quería quedarse con toda la herencia… Lo que no podía sospechar es que su hijastro contactaría con nosotros… Y parece ser que quiere que le coloquemos algunos adornos.
 
Sofía dió varias vueltas alrededor de la mujer, grabando sin perder detalle. Maria Dolores estaba completamente abierta de patas, con los pies en alto y su coño completamente expuesto.
 
– ¿Que le váis a hacer, Marcos?. – Preguntó Marcelo, dirigiendose al hombre que había en la sala.
 
– De todo. – Dijo el tal Marcos. – El cliente quiere los pezones y los labios del coño anillados y además, un tatuaje en la nalga izquierda que indique que es de su propiedad.
 
– ¡Estupendo! ¿Ha visto Sofía? Va a poder ver anillados y tatuajes. Irá genial en su reportaje.
 
– Eh… Sí… – Sofía estaba algo abrumada por el entusiasmo de Marcelo.
 
Marcos comenzó con su tarea. El proceso era bastante duro. Tras desinfectar los pezones de la esclava y calentar una varilla larga de acero, estiró el primer pezon con unas pequeñas tenazas y, de un golpe, lo atravesó. La mujer intentaba revolverse, pero era inutil. Un pequeño arito de oro fué colocado inmediatamente.
 
El mismo proceso fue utilizado para el siguente pezón y para las perforaciones del coño. En éste, pusieron tres aritos en cada uno de los labios.
 
– Esto se suele hacer para cerrar el coño con pequeños candados, enganchados en cada par de aritos. Es una manera de demostrar que es una esclava y es tu propiedad. Nada entrará en ese coño si su amo no quiere. – Explicaba Marcelo.
 
La mujer había dejado de luchar hacía rato ya. Se había dado cuenta de que era inutil, y ahora, debido al dolor, estaba exhausta. No le costó trabajo a Marcos manipularla para darle la vuelta y volverla a amarrar. Preparando los instrumentos necesarios, se dispuso a comenzar con el tatuaje. Tres eslavones de cadena fueron tatuados, acompañados de las palabras “Property of Daniel”. Así se dejaba clara la condición de la mujer.
 
Sofía había grabado todo. Estaba convencida de la calidad de su reporataje, pero lo que estaba viendo en ese lugar… Era terrible… No entendía como alguien podía ser capaz de hacer esas salvajadas…
 
– ¿Preparada para la siguiente sala?
 
– P-Por supuesto. – Sofía hizo de tripas corazón… Todo sea por su reportaje…
 
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El cambio de mi vida: De auditora a puta (POR GOLFO Y VIRGEN JAROCHA)

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Antes de nada, la foto que ilustra este relato es REAL. Patricia existe, es la autora que me ayudó en este relato. Solo esta foto es suya el resto es de una modelo. Se mantendrá subida solo el tiempo que ella quiera,  podeis escribirla a la cuenta que ha abierto para responderos:

virgenjarocha@hotmail.com
 
Nunca debí iniciar ese juego. Me pareció fácil provocar a ese hombre, negando la existencia de sus poderes y ahora estoy en sus manos.  Antes de explicaros lo que me pasó y como caí en las manos de ese tipo, quiero presentarme. Me llamo Patricia y soy una chava mexicana que habiéndome reído, desde niña, de la gente que creía en facultades paranormales, llegué  una desdichada tarde a una conferencia que daba él con unas amigas.
Todavía recuerdo el recelo con el que escuché su discurso donde no solo aceptaba que hubiese personas superdotadas capaces de manipular la mente de los demás sino que casi al final de su conferencia, reconoció ante el público que el mismo poseía ese poder. Ahora me arrepiento pero ante semejante insensatez fui incapaz de reprimir una carcajada al oírlo.
-Parece que entre el público tenemos una escéptica- respondió bastante enfadado- ¿Puede pasar al estrado?
Confiada en la inexistencia de esos poderes, subí los cuatro escalones riéndome.  En mi fuero interno estaba nerviosa pero fingiendo un aplomo que no sentía, me enfrenté con descaro a su presencia. Todavía recuerdo que ese día me había vestido con un vestido rojo con un escote que hacía las delicias de todos los que me miraban. Fernando no fue una excepción, al verme subir se me quedó mirando el canalillo como ya habían hecho mis compañeros de trabajo esa mañana.
-Se equivoca señorita si cree que soy un farsante- me dijo nada más llegar a su lado.
-Disculpe si no le creo- respondí con una sonrisa en mis labios y tratando de hacerme la dura, le pregunté si sabía lo que estaba pensando.
Mirándome con desprecio, me contestó:
-Pídame algo más difícil. Cuando subió, se fijó en el modo en que la miré y decidió que era igual que sus subordinados del departamento de auditoría.
Reconozco que me quedé perpleja de que supiera a que me dedicaba pero pensando que conocía a alguien de los que me acompañaban, di por sentado que ese cabrón había hecho trampa. Ya enfadada, me planté frente a él y le pedí que me dominara.
El muy cabrón soltó una carcajada y dirigiéndose a su audiencia, les preguntó:
-¿Desean una demostración?
Unánimemente, el gentío respondió que sí y entonces el orador se dio la vuelta y mirándome a los ojos, me soltó:
-Señorita, ¿Da su email personal al primero que se lo pida?
Indignada, contesté que no. Tras lo cual, destornillándose de risa, me preguntó:
-Entonces ¿Por qué me lo acaba de gritar?
-No lo he hecho- respondí ya francamente enojada.
-Me lo ha dado mentalmente- contestó luciendo una sonrisa- ¿virgenjarocha@hotmail.com no es el correo que usa para sus andanzas?

Ya aterrada traté de negarlo pero todo el mundo se percató que mentía y por eso casi huyendo, volví a mi asiento. Hundida en la miseria, me senté mientras trataba de averiguar cómo era posible que ese sujeto conociera ese mail porque solo lo utilizaba en casa y para meterme en foros de sexo.
Sin darme cuenta del paso de los minutos, la conferencia terminó y entonces perdiendo la oportunidad de escapar, Fernando se acercó a mí, diciendo:
-Le pido perdón por si me he pasado pero es que llevo muy mal que la gente se ría de mis poderes.
Quise contestarle una fresca pero al mirarle a los ojos, no fui capaz y disculpando su falta de tacto, le dije que no pasaba nada. Ahora me doy cuenta que ese patán se aprovechó de su físico y consciente de que le había examinado a fondo, me preguntó si me molestaría que él me escribiera de vez en cuando. Ante mi cara de pavor, siguió diciendo:
-Patricia no tienes nada que temer. Yo vivo en Madrid y tú en Xalapa. Ya que no crees que tenga las facultades de las que hablo, los ocho mil kilómetros que no separan serán tu garantía.
Aturdida por lo sucedido pero sobre todo por qué me hubiese pillado intentando averiguar si el bulto que lucía bajo su pantalón era o no una erección, ni siquiera me digné a contestarle y cogiendo mi bolso, salí despavorida del lugar. Ya en mi carro, me di cuenta que me había llamado por mi nombre y todavía con más confusión en mi mente, me fui directamente a la cantinita, un bar de mi ciudad donde suelo ir a despejarme.
Nada más entrar, pedí al mesero una cerveza y con ella en la mano, me senté a recapacitar sobre ese extraño suceso. Ya en la mesa, traté de comprender como sabía tanto de mí e increíblemente empecé a pensar en él como hombre.
“Está bueno y nada más” me dije para convencerme que la atracción que sentía por ese desconocido no tenía nada de paranormal. Desgraciadamente bajo mis pantaletas, mi sexo opinaba diferente e intentando evitar que alguien me notara que estaba cachonda, cerré mis piernas. Fue un error porque al hacerlo y mis muslos apretar mis labios, sentí que me venía. “¡No puede ser”, exclamé mentalmente al notar los primeros síntomas del orgasmo y ya totalmente acalorada tuve que refrescar mi vulva con el frio de la botella de Corona.
Eso fue mi perdición, al sentir la dureza del cristal, me imaginé que era su pene y sentada en esa butaca mientras me tapaba con la falda, me masturbé pensando en ser suya. No me reconozco en la mujer que esa noche se corrió en público y menos en esa muchacha asustada que tratando de olvidar el placer que acababa de sentir, se lanzó a bailar y a coquetear con los presentes.
Afortunadamente, uno de los ejecutivos que estaban en ese lugar al verme tan “desenvuelta”, intentó aprovechar la feliz circunstancia y mientras hacía que bailaba conmigo, me tocó el trasero. Al notar su mano en mi nalga, se rompió el embrujo y sumida en el llanto, salí corriendo rumbo a mi departamento. Me avergüenza confesar que ya en la seguridad de sus paredes me tumbé en mi cama a llorar pero al hacerlo y buscar un motivo a mi actitud, volví a pensar en ese oscuro sujeto y nuevamente me volví a excitar.
Tratando de calmar la calentura que recorría mi entrepierna,  me fui a duchar. Bajo el chorro de la regadera, seguí pensando en ese tipo e involuntariamente, dejé que mis manos acariciaran mis pechos. Como si fuera una película, le vi desnudándome lentamente y separando mis rodillas, soñé que era él quien me estaba tocando. Al sentir mis yemas separando los pliegues de mi sexo y mis propios dedos dentro de mi vulva, comprendí que estaba perdida si en verdad ese hombre tenía los poderes de los que hablaba. Sin ser capaz de reprimir el deseo que me corroía, me apoderé de mi hinchado botón y jadeando bajo la ducha, me corrí por segunda vez en una hora.
Intento averiguar cosas de él y eso fue su entrada.
Después de una noche en vela, en la que apenas pude dormir, me dirigí más cansada de lo normal a las dependencias de gobierno donde trabajo. Una vez allí, me encerré en mi despacho y con la soledad que eso me confería, decidí descubrir como ese capullo había sabido mi nombre, mi mail y mi chamba. Alguien debía de habérselo contado y por eso lo primero que hice fue llamar a cada una de las amigas con las que había acudido a ese salón de conferencias.
Después de una hora, estaba totalmente confusa al haber recibido puras negativas. Ninguna de las chavas con las que fui aceptó ser ella la que hubiese hecho esas confidencias. Encabronada por minutos, colgué el teléfono a la última con el convencimiento de que mentían y olvidándome de la rutina, me puse a bucear en internet con la intención de averiguar algo más de ese hombre.
Desgraciadamente, la web tampoco me sirvió de nada. Lo único que encontré fue su biografía y varios artículos en los que le tachaban de farsante. Por lo visto Fernando Alcázar había sido un reputado catedrático de psicología de Universidad hasta que sus novedosas ideas sobre el comportamiento de masas habían provocado una dura polémica por lo que el rector de esa institución creyó conveniente cesarle. En ellas, Alcázar sostenía que solamente con televisión se podía manejar a un país a su antojo, nadie podría llevar la contraria al gobierno si utilizaba las técnicas que él proponía.
Su cese fue contestado por una gran mayoría de los estudiantes a su cargo y tras unos disturbios en lo que hubo hasta un muerto, el profesor decidió pedir una excedencia. Ya fuera de la universidad, empezó a dar conferencias y parecía ser que había creado un grupo de opinión que todo el mundo consideraba una secta. Había recibido  muchas denuncias por parte de las familias de sus adeptos. Según ellas, Fernando Alcázar no era más que un gurú que había lavado el cerebro a sus hijos. Lo cierto es que si leías sus ideales, parecía una panda de fanáticos antisistema.
Bastante desilusionada, decidí zanjar el asunto y olvidarme de ese sujeto. De forma que la rutina del trabajo y los problemas que me estaba causando una auditoria a la secretaria de seguridad pública, me hicieron aparcar en un rincón de mi mente a tan extraño individuo. Durante todo ese día, estuve francamente atareada y fue al terminar de trabajar cuando volví a pensar en él y en la rara excitación que me produjo.
Afortunadamente, de mi mente había desaparecido por completo dicha atracción y ya más relajada, me fui a tomar unas birras con un amigo. Como Alberto era un encanto, esa noche fue muy agradable y tras varias cervezas y unos tacos en “El Asador”, decidí volver a casa. Había estacionado mi carro en Ávila Camacho y por eso le dije a mi conocido que no hacía falta que me diera un aventón.
Iba tranquilamente caminando por sus aceras al no ser tarde, cuando de pronto vi bajar a ese tipo de un destartalado Malibú. Alucinada por encontrármelo en ese sitio, le pregunté si me estaba siguiendo. El sujeto me miró como si estuviera loca y bastante enfadado, contestó:
-Seño, a usted no la conozco-.
Me quedé aterrada, aunque estaba convencida que era él, su voz tenía un marcado acento chilango que para nada se parecía al tono duro que los españoles tienen al hablar. Creyendo que me estaba tomando el pelo, insistí:
-¿No es usted Fernando Alcázar?
-Se confunde. Mi nombre es Aurelio Valle.
Confusa y desconcertada, abrí mi auto y casi histérica, me metí en él. Durante unos minutos fui incapaz de arrancar. No me podía creer que me hubiese confundido pero el modo en que se había reído de mí al ver mi error, me hizo dudar. Os juro que llegué a pensar que todo era una broma. Con los nervios de punta, manejé hasta mi departamento y ya en él, me encerré. El sonido de los cerrojos me dio una tranquilidad ficticia que no tenía y acomodándome en el sofá del salón, me puse a ver la tele. En el canal de las estrellas, estaban pasando una telenovela y sin ganas de tragarme ese aburrimiento, decidí encender mi computadora.
Al abrir el Outlook, hallé que Alcázar me había escrito y con una mezcla de asombro, espanto y curiosidad, vi que era un archivo de video.  Nada más empezar, me encontré que era un primer plano de ese hombre donde se dirigía a mí, diciendo:
-Patricia, me he tomado el atrevimiento de contactar contigo de esta manera porque sigo creyendo que la escritura en menos personal y mas fría. Me imagino que ahora mismo tendrás dudas sobre si tengo o no poderes. ¿Verdad?
Para entonces, un sudor frio me recorría de arriba abajo. Estuve a punto de apagar pero algo me obligó a continuar.
-Siento que tenga que ser de esta forma. Me hubiese gustado que te hubiera acercado a mí con respeto pero teniendo en cuenta tu descortesía, tendrás que perdonar la mía. Cómo ya habrás descubierto, no solo eres incapaz de dejar de pensar en mí sino que estoy seguro que me estás empezando a ver en todas partes. Lo siento pero va a ir a peor, llegará el momento que todos los hombres con los que te encuentres tendrán mi cara.
El muy cabrón tomó un sorbo de agua para continuar:
-El castigo a tu osadía, consistirá también en que te vas a encontrar en un estado permanente de excitación y solamente masturbarte pensando en mí, podrá aliviar el escozor de tu entrepierna. Pero como no soy un ser perverso, si deseas que acabe, solo tienes que pedírmelo personalmente. Te espero en Madrid.
Tras lo cual, Fernando Alcázar me lanzó un beso a través de la pantalla. Indignada, cerré la computadora y fuera de mí, maldije a ese malnacido mientras me estremecía por la sentencia que escondían sus palabras.
“¿Quién narices se cree ese condenado para hablarme así?” pensé mientras me iba a la cama y tratando de convencerme de que había usado un doble para hacerme caer en una trampa, me reí de su amenaza. “Tengo que reconocer que se trabajó la broma”,  me dije buscando un sentido a lo ocurrido.
Esa excusa, me permitió dormir aunque en mitad de la noche, ese mentalista se introdujo en mi sueño y sin poderlo evitar me vi con él entre las sábanas:
-¡Estoy soñando!- exclamé en mi sueño al sentir sus manos acariciándome los pechos.
-¿Tú crees?- contestó muerto de risa mientras sus dedos se apoderaban de mis pezones.
Aunque era consciente que nada de eso era real, sentí un latigazo en mi entrepierna al notar su caricia. La forma tan sensual con la que me pellizcó mis aureolas, asoló mis defensas y convencida que no había ningún peligro en dejarme llevar por mi imaginación, sentí su lengua recorriendo los bordes de mis pechos mientras sus manos bajaban por mi espalda.  La temperatura de mi cuerpo subía por momentos. Ese tipejo era capaz de calentarme  a distancia con sus besos y yo los sentía tan reales que incluso me daba miedo. Rendida a sus encantos, gemí al sentir que sus dedos se hacían fuerte en mi trasero.
Traté de despertarme al sentir que si ese sueño se prolongaba iba a correrme:
-No quiero- grité temiendo que mi cabeza sería incapaz de pensar con claridad, si seguía tocándome.
– Patricia, ¡Relájate!- me soltó en voz baja ese Fernando irreal- soy parte de tu imaginación.
– Estoy nerviosa y tengo miedo- contesté.
– Lo sé, pero no tienes nada que temer –dijo sonriendo- ¡Estoy al otro lado del mundo!
Sus palabras no consiguieron tranquilizarme y por eso cuando separándome el pelo, Alcázar me mordió en la oreja,  me estremecí. Mi amante ficticio no se quedó ahí y bajando sus labios por mi cuello, lo recorrió lentamente, poniéndome cada vez más nerviosa pero también más excitada. Su mano había vuelto a apoderarse de mi pecho y lo acariciaba rozándolo con sus yemas. Fue entonces cuando puso mis manos en su cintura y me ordenó que le quitara la ropa.
Reconozco que obedecí y desbocada por la pasión, me mordí los labios al verle con el dorso descubierto. Apreciando mi calentura, me agarró y me sentó sobre él a horcajadas. Sin casi poder respirar, le miré pidiendo una tregua.
-Lo estas deseando- me soltó – Desde que me viste, deseas ser mía.
-¡No es cierto!- exclamé a la defensiva.
-Te voy a follar, putita- susurró a mi oído -¡Desnúdate para mí!
-¡No!- contesté con la voz pero mis manos desobedeciendo a mi mente, desabrocharon mi camisón y sacándomelo por la cabeza, me quedé en pelotas sobre el colchón.
Tragando saliva, esperé su siguiente paso. Fernando me miró  y cogiéndome de la cabeza,  acercó su boca a la mía mientras ponía su mano en mi pecho, ahora desnudo y con una sonrisa en sus labios, escuchó el gemido que salió de mi garganta.
-Tienes una tetas perfectas- dijo satisfecho de mi entrega mientras su lengua se volvía a apoderar de mi erecto pezón. Al verle bajar por mi cuerpo comprendí cual iba a ser su siguiente paso y por eso sabiéndolo estaba más nerviosa me ponía.
– Tranquila, vas a disfrutar como nunca- me soltó sabiendo de mis reparos.
– ¡Esto no es real!- exclamé al sentir noté una mano bajando por mi estómago mientras la otra me acariciaba los muslos. Al percatarme de que me estaba separando las rodillas, traté de evitarlo pero una orden directa suya evitó que las cerrara.
Fue  entonces cuando su mano derecha bajó por el ombligo y rozó el interior de mis muslos. Al sentirlo, temblé de placer y ya dominada por la excitación, quité todos mis reparos. Ese hombre, comprendió su victoria y separando con  sus yemas los pliegues de mi sexo, acarició mi humedad. Al  escuchar mi suspiro, sonrió y me hizo mirar a sus ojos mientras sus dedos  no dejaban de torturar mi clítoris.
Intenté morderle como un último intento de evitar sus caricias:
-No puedes hacer nada por evitarlo… -dijo muy seguro: -Lo quieras o no, ¡Vas a ser mía!
-Por favor, ¡No!
Seguía negando que estaba cachonda pero aun así separé mis muslos ofreciéndome por completo. Fernando Alcázar no se hizo de rogar y deslizándose por mi cuerpo, me besó los bordes de mis pliegues  mientras volvía a recoger mi botón entre sus dedos. Al escuchar mi nuevo gemido, se dejó de prolegómenos y lo acarició, sorbió y lamió todo el tiempo que quiso. Completamente excitada, comprendí que  no podría seguir aguantando mucho más. Al borde del colapso, moví mis caderas deseando que llegara. Fernando lo notó y acelerando el ritmo de su lengua, me llevó desbocada hacia mi primer orgasmo con su lengua mientras, avergonzada, me agarraba a las sábanas y trataba de que no lo notara.
-Tienes un conejito muy rico – me soltó relamiéndose los labios.
-¡Eres un cerdo!- contesté a ese hombre producto de mi imaginación
A modo de respuesta, Alcázar metió con suavidad dos dedos en mi coño,  provocando un nuevo suspiro y sin dejarme de mirar con una sonrisa en sus labios, me susurró:
-Aunque lo niegues, ¡Me deseas!-
Siendo cierto, no se lo podía confirmar por mucho que la humedad de mi entrepierna me traicionara. Asustada y deseosa, le vi incorporarse y cogiendo su pene entre sus manos, acercarlo a la entrada de mi chocho:
-¡Hijo de perra! ¡Ni se te ocurra!
Mi lenguaje soez y mi negativa espolearon su lujuria y colocando la punta de su enorme glande en la entrada de mi cueva, la forzó lentamente, de forma que pude sentir el paso de toda la piel de su tranca rozando mis adoloridos labios, mientras me llenaba.
¡Dios Mío!- aullé  al mismo tiempo que el magnífico pene chocaba con la pared de mi vagina.
No tardé en sentir sus huevos rebotando contra mi culo al ritmo de sus embestidas. Con mi coño convertido en un frontón, sollocé dominada por el placer. Mi captor, conocedor de mi total sumisión, siguió  apuñalando mi interior con su estoque. Mi orgasmo fue brutal, desgarrador al coincidir con el suyo. Su templado semen me quemó al sentirlo rellenando conducto. Cada una de las descargas con las que regó mi interior, me produjo un estertor y licuándome al sentirlo, chillé y lloré a los cuatro vientos mi placer.
Fue entonces cuando diciéndome: – ¡Hasta mañana! ¡Putita mía!- se despidió de mí, desapareciendo de mi lado.
Avergonzada por añorar su presencia, me desperté sola entre mis sabanas. No sé si lloré dando gracias porque todo había sido un sueño o del dolor que sentí al percatarme que nada había sido real.
Su dominio se extiende:
Sin haber casi descansado, me desperté ese viernes con la sensación de que mi vida estaba hecha pedazos. No podía dejar de pensar en él y aunque me doliera reconocerlo, estaba cachonda. Al recordar el sueño, mi entrepierna se llenó de humedad y con una mezcla de disgusto y de terror, terminé de vestirme combatiendo las ganas de masturbarme.
“¡No es posible!” exclamé al hacer la cama y ver en la sábana una enorme mancha de flujo que asemejaba una corrida. “¡Alcázar no ha estado aquí!”, me dije mientras la quitaba y la llevaba a la lavadora.
Temblando, desayuné mientras deseaba que todo quedara en una siniestra pesadilla producto de mi subconsciente.  Agarrando las llaves de mi carro, salí del departamento. Ya en el ascensor, me reí histérica de mis miedos y más confiada por la luz del día, salí al portal.
Pedro, el conserje, estaba limpiando los cristales. Al verme, me saludó como hacía todos los días pero al voltearme a devolverle el saludo, la cara que me sonreía  tras ese uniforme, no era la suya sino la de ese pérfido sujeto.
-¿Se encuentra bien Doña Patricia?- preguntó el portero extrañado de la cara de espanto con la que le miré.
No pude contestarle y saliendo a trompicones hacía el aparcamiento, me subí en mi coche. Hecha un mar de nervios, arranqué y hui despavorida de allí. Aal llegar a las dependencias de gobierno donde trabajaba, respiré aliviada al ver que mis compañeros seguían siendo ellos y que esa maldición todavía no me había afectado hasta esos extremos.
Tratando de conseguir ayuda, recordé que “Golfo”, un amigo de la web vivía en Madrid. “Quizás él sepa algo de ese maldito”, pensé ya que ese autor de relatos eróticos estaba bien conectado en la ciudad donde Fernando Alcázar, tenía su base. Y saltándome una norma auto impuesta que me prohibía usar mi mail personal en el trabajo, nada más acomodarme en mi silla, entré en Hotmail y le escribí pidiendo su auxilio.
“Golfo, ¡Necesito tu ayuda!” tecleé en el título, tras lo cual brevemente le expliqué que me ocurría y al acabar, le rogué que me averiguara si sabía de casos semejantes al mío o como combatirlo, tras lo cual le día al enviar. No había terminado de salir, cuando ya me había arrepentido:
-¡Va a creer que estoy loca!- maldije en silencio, pensando que de recibir yo un correo semejante, eso sería lo que pensaría.
Cómo no podía hacer nada más, decidí ponerme a trabajar y llamando a mi asistente, le pregunté si ya había llegado mi visita. Esa mañana había quedado con el Coronel Ramirez, un sujeto poco recomendable sobre el que tenía pocas dudas. Era un corrupto pero estaba bien relacionado.
-No, señora. Ha llamado que llega tarde.
Su retraso me permitió repasar el expediente. Ese militar tenía que aclarar una serie de gastos de difícil justificación pero aunque le había pillado, debía de andar con pies de plomo porque su padrino era el Secretario de Seguridad Pública del Estado. Conociendo que en estos casos había que nadar guardando la ropa, decidí que si ese hombre no podía justificar esos montos, haría  dos únicas copias del informe, una que se la mandaría a mi jefe y otra que guardaría bajo buen recaudo. Si de ese escrito se deducía una imputación, que fuera mi superior quien lo acusara. La política en México, además de sucia, es peligrosa.
Sobre las diez de la mañana, mi secretaria me avisó de su llegada y previendo problemas, le pedí que le llevara a una sala de reuniones. Antes de encontrarme con ese “servidor del orden” pedí a un subalterno que me acompañara. No quería quedarme a solas con él, no fuera a ser que aprovechara la oportunidad para amenazarme.
Al entrar en la habitación con Miguel, volvió por tercera vez la pesadilla. En vez del gordo seboso de Ramirez, era Fernando Alcázar el que estaba cómodamente sentado en una de las sillas.  Supe de quien se trataba al estar vestido de militar y fingiendo una tranquilidad que no tenía, me acomodé frente a él. Con un sudor frio recorriendo mi cuerpo, empecé a exigirle que me aclarara los dispendios de su departamento.
El sujeto francamente alterado, me soltó que él solo tenía que rendir cuentas a su superior y negando mi autoridad en ese asunto, se levantó encabronado y pegando un portazo, abandonó la sala. Respiré aliviada cuando lo hizo y mirando a mi ayudante, le pedí que hiciera un acta de lo sucedido, tras lo cual, le dejé haciéndolo y sin levantar sospechas me dirigí al baño.
Una vez encerrada en uno de sus compartimentos, me eché a llorar. No solo mis alucinaciones iban de mal en peor sino que con ansiedad recordé que mientras estaba con ese corrupto, me había excitado porque en vez del gordo quien me había devuelto la mirada era el maldito mentalista. Al cabo de un rato, volví a mi despacho completamente desmoralizada. Si tal y como había predicho ese hijo de perra, en pocos días solo vería su cara en los demás hombres, me sería imposible conservar un mínimo de cordura.
Al mirar mi email, Golfo me había respondido. Creyendo que podría ser importante, dejé todo a un lado y abrí su email.
-Querida Virgenjarocha- me contestaba. –Me sorprende que me preguntes si conozco a Fernando Alcázar. No recuerdas que hace más de dos meses, te envié un video con una de sus conferencias y a raíz de ello, hemos discutido sus teorías.
Al leerlo, un escalofrío recorrió mi espalda. Y sabiendo que mi amigo no ganaba nada mintiéndome, releí los correos que me había cruzado con él durante el último mes. Cada vez más aterrorizada, descubrí que durante los últimos treinta días, Golfo y yo habíamos polemizado sobre la verosimilitud de sus planteamientos ya que  Alcázar, antes de dejar la universidad, sostenía que se podía lavar el cerebro a gran escala a una multitud solo con imágenes subliminales.
Mis prejuicios me habían hecho negar esa posibilidad y por eso, Golfo me había estado mandando toda la información que pudo recopilar. Según el historial de mi computadora, había visualizado al menos dos docenas de sus conferencias.
-¡No me acuerdo!- exclamé totalmente confundida.
Pero lo que realmente me dejó aterrorizada fue mi último mail. En él, le decía a mi amigo que esa tarde iba a acudir a con una amigas a verlo in situ y muerta de risa, le informaba que pensaba desenmascararle.
-Ten cuidado. Ese tipo es un mal bicho- me había contestado mi amigo desde Madrid.
Para entonces, mi estado de nervios era tal que no podía seguir trabajando e inventándome que estaba enferma, volví a mi departamento. Nada más llegar, me tomé un tranquilizante y tumbándome en la cama, me quedé dormida hasta bien entrada la tarde. Al despertar, estaba hambrienta y como no tenía comida en casa, decidí irme a un restaurante. Os juro que al salir de la seguridad de mi hogar, temí que se volviera a reproducir la pesadilla pero al ver en la portería que era Pedro quien estaba leyendo el periódico y no ese maldito, respiré más serena.
-Lo único que necesitaba era descansar- pensé mientras salía a la calle.
Y en la acera, miré a mi alrededor. Nada parecía ir mal, los sujetos con los que me cruzaba eran personas anónimas con sus rostros y no la siniestra cara de ese jodido español. Con una alegría desbordante, entré al centro comercial de Las Américas y ya en él, me decidí por un Sanbor´s. como tenía hambre, pedí una arrachera con nopales y me puse a comer.  Recapacitando sobre lo ocurrido en los últimos dos días, comprendí que de no solucionarse, iba a tener que acudir a un psiquiatra.
-¡Me estoy volviendo loca!- exclamé en voz alta.
Al terminar, pagué la cuenta y como todavía eran las seis, decidí tomarme una cuba en una de las terrazas del centro comercial. Reconozco que la primera no me duró casi nada porque tratando de aguar mis penas en alcohol, me la bebí de un tirón. Ya con relajada por el Ron y mientras pedía al mesero que me trajese otra, me puse a mirar a mi alrededor. En una esquina descubrí que un bellezón de hombre me observaba. Al sentir su mirada, me entró una calentura brutal y obviando cualquier tipo de decoro, lo invité a mi mesa. Víctor no se hizo de rogar y acercándose a donde yo estaba, se sentó a mi lado. El sujeto resultó que además de estar bueno era un encanto y por eso tras otras dos cubas, lo invité a mi casa.
-¿Estas segura?- preguntó dotando a su voz de un tono pícaro: -Si voy, ¡Seré muy travieso!
-Eso espero- respondí pasando  mi mano por su entrepierna.
La dureza que hallé bajo su pantalón, me hizo suspirar de gusto anticipando el placer que iba a obtener. Mi acompañante, también excitado, pagó la cuenta y llevándome hasta su coche, me besó con pasión.  Afortunadamente, ese centro comercial estaba cerca porque de haber tardado dos minutos más, me lo hubiera tirado en mitad de la calle.
Nada más entrar a mi departamento, me lancé a su cuello y restregando mi seco contra su cuerpo, descubrí una verga enorme y dura.  Atenazada por los nervios, me agaché y desabroché su bragueta.  Su polla salió disparada como por un resorte y al verla tan rígida frente a mí, me relamí los labios al imaginarme cómo me sentiría con ella en mi boca.  Deleitándome de antemano con su sabor, me levanté y abriéndome el vestido, le ofrezco mis pechos.
Sonriendo, el desconocido rozó mis pezones con la punta de sus dedos y pegando un suspiró, observé a sus manos metiéndose por mi escote. Ya con sus dedos sopesando mis chichis, bajó su cara y besó mis pechos. Fue delicioso sentir su lengua lamiendo mi pezón. El gemido que salió de mi garganta, azuzó sus caricias y ya sin ningún recató, se puso a mamar alternando de un seno a otro.
Ya totalmente dominada por la lujuria, me quité las pantaletas y desesperada, le pedí que me follara.  Con mis niveles de excitación al máximo, me apoye contra la mesa del comedor y separando mis rodillas, sonreí al ver que cogía su pene entre las manos y acercándolo a mi sexo, se disponía a penetrarme.
El tipo colocó su polla a la entrada de mi coño, recreándose en esos últimos instantes previos y pegando un suave empujón, comenzó a penetrarme lentamente. Nunca había estado tan excitada y por eso al sentir ese enorme maromo abriéndose camino en mi interior, deseé que se diera prisa y rellenara mi estrecho conducto con su extensión. Viendo mi entrega, me la enterró por completo, lo que me hizo pegar un grito que tuve que ahogar mordiéndome el labio.
-¡Te gusta putita!- me dijo satisfecho.
Al mirarle, me quedé gélida al descubrir que era Fernando Alcázar el que me estaba follando. Mi primera reacción fue de rechazo y pegándole un empujón me zafé de su acoso. El sujetó creyó que era parte de un juego y atrayéndome nuevamente, volvió a meter su miembro en mi interior. Llorando le pedí que no siguiera pero él no solo no me hizo caso, sino que acelerando el movimiento de sus caderas, forzó mi sexo con salvajes penetraciones. Tratando de huir, le clavé mis uñas en su espalda.
Al sentirlo, sonrió y retorciendome el brazo, me dio la vuelta mientras me decía:
-¡Te gusta la violencia!- y sin hacer caso a mis suplicas, me separó las nalgas con sus manos y de un solo empujón, desfloró mi virginidad trasera. Aunque intenté protestar, el desconocido me embistió con su cuerpo, penetrándome. Mis gritos no se hicieron esperar. Sentía que me estaba rompiendo por dentro. El dolor era insoportable y por mucho que le imploré que parara, no lo hizo y como un energúmeno, empezó a moverse con su verga clavada en mi interior. Mi culo, mientras tanto, se resistía a ser invadido.
–Me encanta lo estrecho que lo tienes- me soltó sin compadecerse de mis lágrimas y tomándome de la cintura y buscó una mejor posición para seguir forzando mi culo.
Mis alaridos eran tales que para evitar que llamaran la atención de algún vecino, ese sujeto me tapó la boca con su mano mientras aceleraba el ritmo de sus penetraciones. Incapaz de soportar el dolor, pataleé tratando de escapar de ese suplicio. Pero entonces pegándome una dura nalgada, dijó con tono amenazador:
-¡Quédate quieta! ¡Puta!
Inmovilizada contra la mesa, no pude hacer nada ante su agresión por lo que cediendo, dejé de protestar y cerré los ojos mientras deseaba que todo pasara con rapidez. Sabiendo que no iba a hacer caso a mis suplicas, me quedé quieta. Mi agresor creyó ver en mi parálisis una aceptación que no existía e imprimiendo a su voz con el orgullo de un macho triunfante, me soltó:
–¿Te gusta cómo te rompo el culo?
Fui incapaz de responder porque el dolor me había dejado muda. Entonces, me obligó a abrir un poco más las piernas mientras seguía penetrándome sin para. Con mi ano ya totalmente destrozado, consiguió meterlo por completo y usándome con una tiranía atroz, tiró de mí clavando su estoque hasta el fondo.
¡Me duele!- grité
Como siempre, me ignoró y machacando sin cesar mi entrada trasera, buscó su placer. El dolor seguía siendo agudo y a lágrima viva, eché la culpa al mentalista de estar siendo sodomizada por ese sujeto. Mi triste situación se prolongó durante largos minutos mientras mi violador disfrutaba de mi desdicha. Supe que faltaba poco para que terminara esa torturo al sentir que me mordía el cuello. La explosión de su miembro no me cogió desprevenida y por eso al notar que eyaculaba en mi interior, recibí agradecida su semen.
Al terminar de eyacular, ese sucio tipo se limpió los restos de mierda que embadurnaban su verga con mis cortinas y con la satisfacción de haber cumplido como hombre, dejó mil pesos en la mesa, diciendo:
-Cuando quieras, ¡Repetimos! Ya sabes dónde encontrarme.
Asqueada, tardé una eternidad en moverme. Me sentía la puta que ese sujeto creía que era y llorando mi desgracia, me tomé una ducha en un vano intento de quitar la degradación que impregnaba todos mis poros. Al salir del baño, había decidido que no podía seguir viviendo así y aunque me resultara humillante, iría a ver a Fernando Alcázar a Madrid.
Mi encuentro con ese maldito:

Por una vez me sonrió la suerte y encontré un vuelo que partiendo de Veracruz, salía al día siguiente rumbo a la capital española. Por eso, me levanté temprano y con mi carro, me acerqué al aeropuerto
General Heriberto Jara. Las dos horas que tardé en llegar hasta esas instalaciones me sirvieron para hacerme una idea de mi desgracia y por eso no me sorprendió al estacionar en el parking, que todos los hombres con los que me cruzaba tuvieran la cara del maldito por el que iba a hacer más de ocho mil kilómetros.
El mesero, el portaequipajes e incluso el policía que me selló el pasaporte, todos lucían el mismo rostro. La belleza de sus facciones no aminoraban el odio que corroía mi cuerpo al contemplarlos y por eso recibí como una bendición que mi acompañante durante el vuelo, fuera una gorda. Al menos, al girarme, me encontraría con una mujer y no con el clon de ese capullo.
Ya en mi asiento, me puse a recordar la llamada que hice la noche anterior a mi amigo “Golfo”. Contando mi situación con todo lujo de detalles, le pedí ayuda para localizar al mentalista.
-No me será difícil, tengo un amigo en su secta- respondió y anticipándome que ese tipo era un verdadero hijo de perra, me preguntó si quería que él me acompañase a la entrevista.
-Te lo agradecería- le dije antes de echarme a llorar conmovida por su gentileza, tras lo cual y a duras penas pedí verle en su casa.
-¿No prefieres que te vea en el aeropuerto?
-No- respondí, explicándole que temía no ser capaz de reconocerle.
Asumiendo que tenía razón, me dio su dirección de tal forma que quedé con él, al día siguiente.
Nada más despegar me chuté un somnífero para no seguir sufriendo la angustia de verme rodeada de tantos Alcázares y por eso no me enteré nada del vuelo, hasta que aterricé en Barajas. Por el cambio horario, eran las seis de la mañana del domingo y debido al retraso de las maletas y a los pesados de la aduana española, agarré el taxi que me llevaría a Madrid, cerca de las ocho.
Para entonces, el no distinguir un hombre de otro me parecía hasta normal y por eso no me molestó dar la dirección al gemelo taxista de mi acosador. La ausencia de tráfico me permitió llegar a la casa de “Golfo” en quince minutos. Aunque había supuesto que mi conocido estaba montado en el dólar, por el modo tan desenvuelto con el que hablaba de dinero, aun así me sorprendió toparme con que vivía en una mansión. El enorme jardín y el tamaño de la casa debían de haberme advertido de que no era normal pero quizás debido al jet-lag del vuelo, tampoco caí cuando una rubia despampanante, me abrió la puerta.
Acomplejada por su belleza, fue entonces cuando me percaté que solo conocía su Nick de internet y bastante cortada, pregunté por “Golfo”. La muchacha sonrió y dejándome pasar, dijo:
-Me imagino que eres Patricia, has llegado ante de tiempo y el jefe todavía sigue en la cama. 
-No hay problema, espero- contesté sintiéndome una piltrafa por resultar una molestia al hombre que se había ofrecido a ayudarme sin pedirme nada a cambio.
La mujer cumpliendo como exquisita anfitriona, me llevó hasta un salón y antes de dejarme sola, preguntó si quería un café:
-Se lo ruego- contesté necesitada de cafeína en mis venas.
Al irse, me senté en un sofá a esperar pero al cabo de cinco minutos, decidí levantarme y chismear a mi alrededor. Reconozco que la curiosidad me pudo y tratando de averiguar algo sobre mi amigo, me puse a mirar unas fotos que había en una de las repisas. Eran imágenes tomadas a un grupo y con un escalofrío descubrí a mi captor en mitad de todas ellas. Se veía a la legua que los restante eran parte de su grupo y no solo por su lugar prominente sino por el modo en que le miraban.
Fue entonces cuando caí en que había conocido de la existencia de cabrón a través de “Golfo” y creyendo que me había metido en la boca del lobo sin saberlo, agarré mi bolso y me dirigí hacia la puerta. Desgraciadamente, en ese momento apareció ese sujeto. Sin saber si era mi supuesto amigo o el mentalista, me quedé paralizada y temblando pregunté:
-¿Eres Golfo?
-Sí- respondió muerto de risa- pero también me conoces por Fernando Alcáraz.  
Aterrorizada, traté de huir pero entonces, tomando asiento, me lo impidió diciendo con voz dulce:
-No tienes donde ir.
Sentí sus palabras como una sentencia de muerte y retrocediendo sobre mis pasos, me enfrenté a él pidiéndole explicaciones. Soltó una carcajada al oír mis reproches y señalando un hueco a su lado, me ordenó que le acompañara a desayunar. Juro que intenté desobedecer pero no pude llevar la contraria a esos ojos negros que me taladraban con la mirada.
-Querida Patricia. Espero que no lo hayas pasado muy mal pero como te dije en Xalapa, odio que alguien me lleve la contraria.
Cabreada y sacando fuerzas de mi interior, le pedí perdón por haber dudado de él para acto seguido exigirle que me liberara y me dejara volver a mi rutinaria vida. Riéndose de mí en mi cara, me  respondió:
-¿Perdonarte? No tengo nada que perdonar. Tenía razón cuando me dijiste que no tenía poderes.
-¿Entonces? ¡Porqué he sufrido estas alucinaciones!, ¡Porqué le veo en los rostros de todos con los que me topo!- contesté confusa.
Destornillándose de risa, soltó mientras ponía su mano en mi rodilla.
-Te he lavado el cerebro por medio de mis teorías. Cada vez que veías una de mis conferencias, quedaba impresa en tu mente la necesidad de servirme. Valiéndome de imágenes subliminales he dispuesto que seas mía.
Asustada e indignada por igual, le recordé su promesa:
-Me prometió que si le pedía perdón en persona, me dejaría en paz.
Frunciendo el ceño, me dio la razón pero poniendo una sonrisa de oreja a oreja, me propuso un trato:
-Durante los próximos diez minutos, me quedaré sentado frente a ti sin tocarte. Si luego quieres que te libere, lo haré encantado.
No creyéndome la suerte contesté sin pensar que aceptaba, pero nada más salir la conformidad de mi boca, me di cuenta que esa oferta escondía gato encerrado.
-¿En qué va a consistir?- pregunté sabiendo que habría una prueba.
-Vas a sentir placer- contestó tranquilamente y chasqueando los dedos, dijo: ¡A partir de ahora!
Como un huracán, me vi envuelta en un mar de sensaciones que naciendo de mis entrañas se extendió por todo mi cuerpo. Una a una, todas mis células explotaron en un clímax que me desarboló por completo. Sin ser capaz de asimilar tanto gozo, me vi lanzada a una vorágine que me llevó en volandas de un orgasmo a otro sin pausa. Convulsionando sobre la alfombra, sentí que moría y renacía un millar de veces antes de alcanzar un éxtasis, donde yo era suya y él era mío. Los diez minutos se alargaron hasta parecerme una eternidad y cuando habiendo transcurrido el periodo prometido fui echada de ese paraíso,  caí a sus pies diciendo:
-Por favor, “Golfo” quiero seguir siendo tuya.
Fernando Alcázar, mi supuesto amigo, se levantó de su asiento y ordenándome que lo siguiera, me llevó hasta su cama. Allí me hizo su feliz esclava y más obediente servidora. Desde entonces vivo entre sus brazos y aunque soy inmensamente dichosa, sigo añorando mi libertad perdida.
 
S

Relato erótico: “De perra en celo a ser una cachorrita a mi servicio” (POR GOLFO Y ELENA)

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Este y todos los relatos de esta serie que están por venir consisten en las vivencias reales de Elena, una pelirroja con mucho morbo que me ha pedido ayuda para plasmarlas en relatos. Si quereís contactar con la co-autora podéis hacerlo a su email:  pelirroja.con.curvas@gmail.com.

También quiero aclararos que, aunque no son fotos de ella, lo creáis o no la modelo se parece mucho a Elena. Solo deciros que en persona sus tetas y su cuerpo son todavía más impresionantes.

Capítulo 1

Como tantos otros días después de mi divorcio, esa mañana me había despertado solo en mi cama y siguiendo la rutina diaria me había metido a bañar. Bajo la ducha la erección matutina que lucía mi entrepierna se hizo todavía más dolorosa al recordarme la larga temporada que había permanecido a dieta.
«Joder, necesito una mujer», pensé mientras llevaba mi mano hasta mi pene. Cual adolescente empecé a imaginar que era una zorra la que me estaba pajeando. Era tal mi calentura que no tardé en correrme pero eso lejos de tranquilizarme, me cabreó al saber que eso tenía que cambiar y que tenía que buscar alguna alma caritativa que se apiadara de mí, convirtiéndose en mi amante.
Desesperado por mi soledad, me vestí y cual autómata salí a trabajar. El continuo colapso del tráfico de Madrid no hizo más que empeorar mi estado de ánimo y con un humor de mil demonios llegué a mi oficina.
«Menuda mierda de vida», susurré para mí al encender el ordenador de mi mesa mientras pensaba que a pesar de mi buena posición económica, me sentía un desgraciado.
Afortunadamente el día a día consiguió relegar mi angustia vital a un rincón de mi cerebro, rompiendo así la espiral autodestructiva en la que estaba inmerso. Eran cerca de las dos cuando decidí que ya estaba bien y que me merecía un descanso. Rutinariamente me despedí de mi secretaria y cogiendo el ascensor, salí de la oficina rumbo a la calle.
Acababa de pisar la acera cuando de repente vi a una estupenda pelirroja que caminaba dirección al portal del que acababa de salir. El profundo canalillo que lucía su escote me hizo fijarme en ella.
«Dios, ¡qué buena que está!», sentencié al girarme para verle el trasero.
Duro y grande era el complemento perfecto a los enormes pechos que me habían impactado y haciendo como si se me hubiese olvidado algo, volví a entrar al edificio tras ella.
«¿Trabajará aquí?», me pregunté mientras recreaba mi mirada en el sinuoso movimiento de ese culo.
La mujer ajena al examen del que estaba siendo objeto, llamó al ascensor sin fijarse en mí.
«¡La madre que la parió! ¡Quién la follara!», me dije al observar que esa treintañera además de tener un cuerpo cojonudo, era guapa.
Su belleza era atípica para una española. Su pelo rojo y su piel blanca la hacían más propia de un país nórdico. Por ello me sorprendió su acento madrileño cuando ya dentro del elevador, me preguntó a qué piso iba.
―Al sexto― contesté sin poder retirar la vista del lunar que lucía sobre su boca. La sensualidad de esa marca de nacimiento se veía magnificada por sus labios sensuales y por la calidez de su mirada.
Tratando de evitar que notara la atracción que sentía por ella, retiré mis ojos e hice como si leyera un whatsapp. No sé si se percató de algo pero justo cuando se bajaba en el segundo piso, se despidió diciendo:
―Hasta mañana― dando por sentado que íbamos a vernos frecuentemente.
Dando por sentado que ese bombón debía de trabajar en esa planta, dejé que el ascensor se cerrara para marcar al tercero. Una vez allí, salí corriendo escaleras abajo con la esperanza de ver en qué oficina se metía. El destino quiso que me diera tiempo y esperé a que se entrara para acercarme a ver la empresa en la que trabajaba.
“BLUE IMPORTACIONES. Horario de 9 a 20 h” ponía en la puerta.
Lo creáis o no, dejé para un mejor momento el almuerzo y volviendo a mi despacho, me puse a indagar sobre esa compañía. Encerrándome en mi cubículo, averigüé no solo que se dedicaba a traer productos de china sino también el nombre de esa diosa.
«Elena, se llama Elena», suspiré mientras releía su curriculum. Así me enteré que tenía treinta y seis años, que había estudiado en la complutense y que era madre de una hija.
«¡Qué putada! ¡Está casada!», maldije al enterarme que llevaba ya seis años fuera del mercado. Cabreado, cerré el ordenador y me fui a comer.
Ya en el restaurante, el recuerdo del vaivén al que se veían sometido esos dos melones cada vez que su dueña daba un paso, me hizo soñar con ser su amante. En mi mente me vi mordiendo sus ubres mientras ella no paraba de gemir, sin saber que desde ese momento esa mujer se convertiría en mi obsesión.
«Me ha puesto como una moto», reconocí con disgusto al sentir como bajo el pantalón, mi apetito crecía sin control.
Ya de vuelta a mi trabajo, me resultó imposible el concentrarme y viendo que no podía dar un palo al agua, tuve que encerrarme en el servicio para masturbarme y así poder aminorar mi calentura. Desgraciadamente, a pesar de las dos pajas que me hice en su honor, no podía quitármela de la cabeza y sin ser consciente de adonde me iba a llevar eso, decidí esperarla a la salida…

Capítulo 2

A las ocho menos diez ya estaba aguardando en la acera de enfrente su salida. No tenía ni puta idea de que iba a hacer, solo sabía que necesitaba verla otra vez. Ya habían pasado veinte minutos cuando la vi aparecer y disimulando frente a un escaparate, esperé a que tomara dirección al metro para seguirla.
Manteniendo una distancia prudencial, observé que se dirigía hacia uno de los andenes. Por la hora, casi no había usuarios en esa estación y no queriendo ser descubierto, aguardé en una esquina a que el tren llegara. Mientras esperábamos, un joven se le acercó y tras darle un buen repaso con la mirada, se colocó a su lado. Confieso que me extrañó que esa mujer no se quejara cuando el chaval se puso tan cerca pero creyendo que estaba viendo moros con trinchetes, me olvidé de eso hasta que vi que al entrar en el vagón, el muchacho le ponía la mano en el culo.
«¿Intervengo?», me pregunté al ver el osado manoseo en plan caballero andante.
Gracias a dios que todavía me lo estaba pensando porque esa pelirroja en vez de cruzarle la cara con una bofetada, pegó su pubis a la entrepierna de su agresor y ante mi sorpresa se puso a restregar su coño contra el bulto del chaval.
«¡No puede ser! ¡Se lo va a montar con ese desconocido!», exclamé mentalmente al notar que esa mujer estaba ansiosa de probar lo que se escondía bajo su pantalón.
Sentando al final del mismo vagón que la pareja, me quedé mirando como el chico empezaba a acariciarle los pechos mientras le susurraba que era una puta. A pesar que debía saber que tenía público, ese insulto excitó de sobre manera a la pelirroja. La mejor muestra de su calentura fue que llevando las manos a la bragueta del muchacho, sacó su pene del encierro y arrodillándose ante él se lo empezó a mamar.
«No me lo puedo creer que esto esté pasando», pensé al ver cómo esa mujer se introducía el pene del crío hasta el fondeo de la garganta y con envidia de él fui testigo de la maestría mamando de esa zorra.
Ya estaba lo suficientemente alucinado que fuera capaz de hacerle una felación en un lugar público cuando de improviso, esa pelirroja se levantó el vestido y separando con sus manos el tanga rojo que llevaba, de un solo golpe se incrustó el aparato de su amante en su interior.
―¿Te gusta?― escuché que le decía mientras ponía a su disposición sus pechos.
―¡Sí!― murmuró el aludido mientras correspondía al regalo mordiendo los pezones de la mujer.
La escena me calentó de sobre manera y mientras la calidez de su cueva envolvía el falo del muchacho, saqué mi verga y cual sucio voyeur, me puse a pajear. Ajenos a ser observados, vi que la tal Elena forzando el movimiento de sus caderas conseguí que ese estoque se clavara en su sexo a un ritmo infernal.
―¡Sigue follando!― aulló al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.
Fue impresionante ser coparticipe, del modo en que, berreando como cierva en celo, todo su cuerpo convulsionó sobre las rodillas del joven mientras no dejaba de gritar.
―¡Qué gusto!― chilló e incrementando mi alucine, se levantó del asiento y dándose la vuelta se encajó nuevamente ese pene en su vagina, dejando que fuera plenamente visibles para mí sus pechos rebotando arriba y abajo.
«Sabe que la estoy mirando», dije plenamente convencido al comprobar que se mordía los labios mientras fijaba sus ojos en mí.
Para entonces la propia lujuria del chaval le hizo pellizcar esos dos rosados pezones con dureza y la pelirroja en vez de quejarse, aulló complacida por el duro trato y desquiciada por entero, le rogó a voz en grito que continuara torturando sus areolas mientras desde mi asiento pajeaba yo mi sexo con un meneo endemoniado.
El crío complaciendo a su supuesta víctima, se los estrujó sin piedad mientras la mujer saltaba empalándose una y otra vez sobre su sexo. Comprendí que Elena se había corrido cuando echando la cabeza hacía atrás, besó los labios de ese desconocido y desmontando, se empezó a acomodar el vestido.
Una vez acicalada, se me quedó mirando y aprovechando que el metro había parado en la siguiente estación, con una sonrisa, se despidió de mí diciendo:
―Mañana te veo al gimnasio del edificio.
Sus palabras me dejaron tan acojonado que apenas tuve tiempo de cerrar mi bragueta, antes que el vagón se llenara de universitarios saliendo de clase.
Sintiéndome un vulgar pajillero, rehíce el camino y volví a mi oficina para recoger mi coche. La humillación que me acogotaba se incrementó al meterme en su interior y casi llorando, aceleré como un autómata rumbo a mi casa.
«¿Qué cojones pasa conmigo?», me pregunté muerto de vergüenza, «Elena debe de pensar que soy un degenerado».
Sé que parece ridículo y que la que realmente debía de sentirse abochornada era esa mujer, porque no en vano la había sorprendido dando rienda a su lujuria en mitad de un vagón del metro, pero lo cierto es que me repugnaba mi actuación y aunque esa zorra prácticamente me había invitado a seguirla al día siguiente, decidí que pasara lo que pasase no acudiría a la cita.

Para contactar con la coautora: pelirroja.con.curvas@gmail.com

Relato erótico: “Fin de semana de acampada” (POR DOCTORBP)

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Aunque ir de acampada no era el plan que más podía apetecerle, María tenía ganas de que llegara el fin de semana. Tenía muchas ganas de conocer a Ramón, el mejor amigo de su novio. Iñaki le había hablado mucho de él y, aunque se habían escrito algún que otro email, era la primera vez que se iban a ver en persona.

Iñaki y María llevaban varios meses saliendo. Durante ese tiempo habían fraguado una relación sólida, a pesar de todas las dudas y problemas iniciales. Aunque en ese tiempo María había coincidido alguna vez con algunas de las personas habituales en el entorno de Iñaki, nunca había sido más que un simple saludo y despedida sin nada entre medio que la hicieran sentirse parte de ese mundo. Y por eso ese fin de semana de acampada era tan importante para ambos.

Iñaki empezó aquella relación con muchas dudas. Él salía de una tormentosa relación cuando, por casualidad, conoció a María. Ella también se estaba recuperando de una difícil separación y no estaba en su mejor momento. De ahí que las dudas de él fueran tan inevitables. Y, en ese aspecto, Ramón, su mejor amigo, fue un buen apoyo gracias al cual Iñaki superó sus dudas y temores hasta llegar al momento en el que hacer irrumpir a María en su mundo, presentarla a sus amigos, le pareció buena idea.

Por su parte, ella estaba deseosa de que llegara ese día, de presentarse en sociedad. Maldecía que el evento finalmente fuera una acampada pero, dejando de lado sus gustos personales, lo importante era encajar en aquel mundo, ser una más y estaba convencida de que así sería.

Por su parte, Ramón sentía un cierto nerviosismo. Al igual que ella, tenía ganas de conocer a la novia de su amigo. La había visto en fotos y se habían escrito algún correo electrónico, pero ya tenía ganas de conocerla en persona y, ojalá, descubrir que Iñaki había encontrado una mujer que realmente valía la pena. Por otro lado, no podía evitar una cierta presión por intentar caer bien a María, por darle una buena impresión. Lo último que quería era que su mejor amigo se juntara con una mujer con la que no hubiera buen rollo. ¡Eso sería un desastre!

El lugar donde iban a acampar era un sitio bastante idílico: al aire libre, no en un camping típico, una amplia explanada rodeada de altos árboles con un riachuelo cercano. El lugar lo había descubierto Jorge, uno de los amigos de Iñaki, ya que aproximadamente a un kilómetro de distancia había una piscina donde había veraneado durante el mes de agosto que acababa de pasar.

Cuando Iñaki y María llegaron el viernes por la tarde ya había un grupo numeroso de los amigos de él.

-Mirad, os presento – indicó Iñaki una vez había finalizado de saludarse con todos.

Así, María fue conociendo en persona a los amigos de su novio, de cada uno de los cuales ya le había hablado Iñaki con anterioridad.

Sergio e Inés eran pareja y habían estudiado con Iñaki. La época universitaria hacía años que formaba parte del pasado así que la relación de amistad también había menguado. No obstante, cada cierto tiempo mantenían el contacto y aquella era una más que buena ocasión.

Pepe y Mariano no eran amigos directos de Iñaki. Los conoció a través de Sergio y era habitual que aparecieran cuando los antiguos compañeros de universidad quedaban para hacer cosas juntos. La acampada de ese fin de semana no era más que otro ejemplo.

Por último, Jorge y Jessica también eran pareja. Él formaba parte del círculo más habitual de amigos de Iñaki y hacía poco que había comenzado a salir con Jessica.

Mientras los 8 departían los unos con los otros llegó la última pareja, Cristian y Laia. Ambos, junto con Jorge, Ramón e Iñaki formaban el grupo de amistad más habitual. Los 5 eran amigos desde hacía años.

-Hola. Ya nos conocemos – advirtió María que recordaba una vez que coincidieron e Iñaki se los presentó.

-Sí, como para no recordarlo… – afirmó Laia demostrando las ganas que tenían todos (y ella en particular) de conocer a la nueva novia de su amigo.

-Espero que hoy Iñaki nos deje hablar contigo – bromeó Cristian recordando la otra vez que se vieron donde, tras las presentaciones, Iñaki y María desaparecieron en seguida.

-A eso he venido, a conoceros a todos – y María desplegó una bonita y sincera sonrisa que deslumbró a Cristian.

-Estupendo – le devolvió la sonrisa, fascinado.

Ataviada dialogando con unos y con otros dejó de impacientarse por la llegada del último integrante de la acampada.

Ramón conducía, a punto de alcanzar el destino, pensando en el importante momento de conocerla. Ya sabía que todos habían llegado y él era el último en llegar. Se puso nervioso imaginando el momento en que se la presentarían mientras todos los demás le mirarían habiéndola ya conocido. Era una tontería, pensó. Y se dispuso a concluir el poco trayecto que le quedaba para llegar a la zona de acampada.

-¡Ya era hora! – bromearon todos cuando salía del coche.

Ramón se sonrojó notando todas las miradas fijándose en él. Alzó la vista y divisó a todos sus colegas y a ella. La ignoró y se saludó con el resto.

-Te presento – indicó Iñaki tras saludarlo efusivamente – María, Ramón. Ramón, María.

Ambos se saludaron con los 2 besos habituales. Ramón se fijó en la amplísima sonrisa de la novia de su amigo contagiándole buen rollo. La sensación inicial no pudo ser más placentera.

-Bueno, por fin nos conocemos – rompió ella el hielo.

-Pues sí, ya era hora – y miró con complicidad a Iñaki como echándole la culpa por ello.

María notó la timidez de Ramón y sintió cierta simpatía, ternura por el mejor amigo de su novio. La primera impresión era buena, muy buena.

-Oye, tendríais que ir pensando en preparar las tiendas, que luego se hace tarde y no habrá luz suficiente – propuso Jorge que ya tenía su tienda colocada.

-Tienes razón – le apoyó Cristian – ¿Nos ponemos a ello? – le consultó a Ramón, con quien compartiría tienda de campaña junto con Laia.

-Vamos – le confirmó su amigo y se pusieron manos a la obra.

-Nosotros también tendríamos que montarla – le dijo Iñaki a María. – Vosotros aún no la habéis montado, ¿no? – le preguntó a Inés.

-No. Si queréis montamos primero la vuestra y luego nos ayudáis a montar la nuestra – le propuso.

-Perfecto – indicó María pensando que ella sería más un estorbo que otra cosa montando la tienda y le vendría bien un poco de ayuda.

Así, mientras Cristian, Laia y Ramón montaban una tienda, Iñaki, María, Sergio e Inés montaban primero una y luego otra.

-¿Vosotros no tenéis tienda? – le preguntó Jorge a Mariano.

-Sí, pero no tenemos problemas. Son de esas que las abres y se despliegan solas. Se montan en un momento.

-Pues entonces podríais ayudarnos recogiendo algo de leña para el fuego de esta noche – les propuso Jessica.

-¿Fuego para qué? – se extrañó Pepe – ¿No quedamos en que hoy cenaríamos bocadillos?

-Sí, pero estaría bien hacer un fueguecito para comernos los bocatas alrededor del fuego mientras charlamos un rato – intervino Jorge – Piensa que por la noche refresca.

-¡Bah! yo paso – concluyó Pepe.

-¿Mariano? – le preguntó Jorge.

-Ya me quedo a hacerle compañía. No se va a quedar solo… – utilizó a su amigo como excusa para no moverse.

-Sois unos mamones – concluyó Jorge con indignación, oculta en forma de broma.

Así, ambos se quedaron sentados mientras Jorge y Jessica se marchaban en busca de un poco de leña.

-¡Ay! – se quejó María al hacerse daño mientras intentaba fijar uno de los extremos de la tienda.

-¿Estás bien? – se preocupó Cristian.

-Sí, no es nada. Es que…

-Es que es muy delicadita – la cortó Iñaki bromeando.

-¿No te has traído algo de ropa más cómoda? – le preguntó Laia.

María llevaba unos tejanos ajustados que dibujaban el perfecto contorno de sus piernas. Muy bonitos, pero algo inapropiados para una acampada. Llevaba unos botines con los que no era demasiado cómodo caminar por la zona y una camiseta holgada, cómoda pero demasiado cara como para mancharse de resina.

-Es que no suelo ir mucho de acampada y… – se excusó.

-Tranquila, luego podemos mirar a ver si alguna te podemos dejar algo.

María se avergonzó. A pesar de las evidentes buenas intenciones de Laia, se sintió algo torpe y fuera de lugar. Sin duda la ropa que llevaba no estaba acorde a la situación, pero sólo el hecho de pensar en ponerse algo parecido a un chándal le hacía estremecerse. Se esforzó por adaptarse y continuó ayudando a montar la tienda lo mejor que pudo.

Mientras todos trabajaban montando tiendas o buscando leña, Pepe fue en busca de su material. Cuando María lo vio llegar con la cachimba se quiso morir. El artilugio era bastante grande y, aunque ella había visto alguna, no estaba acostumbrada a que alguien de su entorno se colocara con aquello. No le gustó.

Mientras Pepe y Mariano fumaban con la cachimba, conversaban sobre el tema favorito de Pepe, quien dio una cátedra de conocimientos sobre drogas de todo tipo. Le encantaba hablar sobre su hobby preferido, demostrar sus conocimientos y hacerlos llegar a todo el mundo para hacerles descubrir el maravilloso mundo que él conocía.

-Pepe, ¿podrías ayudarme? – le cortó María que se estaba indignando con la actitud de los 2 hombres.

-Puedes llamarlo Pepillo – intervino Mariano – es como todo el mundo lo llama.

-Está bien. Pepillo, ¿podrías ayudarme? – insistió pidiendo ayuda para clavar un clavo de la tienda de Sergio e Inés.

-Deja, ya te ayudo yo – intervino Sergio, que se dio cuenta de la situación. Pepillo no movió un dedo.

Mientras Iñaki, María, Sergio e Inés terminaban de montar la tienda de los 2 últimos, Cristian, Laia y Ramón se pusieron con el fuego utilizando la leña que Jorge y Jessica habían traído. En ese momento, Pepillo y Mariano, que no paraban de reír y hacer tonterías, se dispusieron a montar sus tiendas individuales. Efectivamente, no tuvieron muchos problemas en montarlas con lo que en seguida estaban todos listos para cenar los bocatas que se habían traído preparados de casa alrededor de la agradable fogata que crepitaba ante ellos.

Durante la cena se fueron intercalando amenas conversaciones entre los diferentes integrantes del grupo. María y Ramón se sentaron uno al lado del otro y tuvieron ocasión de, por primera vez, mantener una conversación. Hablaron sobre ellos, sobre su punto en común, Iñaki, y sobre lo que iban a hacer el fin de semana. Fue una agradable conversación que no hizo más que confirmar los buenos augurios que ambos habían esperanzado desde que supieron que iban a conocerse.

Al día siguiente, sábado, se levantarían pronto para aprovechar el sol e ir a la piscina donde Jorge había veraneado y había conocido a Jessica así que algunos decidieron acostarse pronto. Los que optaron por quedarse un poco más fueron Sergio, Inés, Pepillo, Mariano y Jorge.

-Bueno, ¿qué te han parecido? – quiso saber Iñaki una vez en la intimidad de su tienda de campaña.

-Son todos muy majos – se sinceró María con su preciosa sonrisa – Ramón es un encanto – sonrió aún más – Los que son un poco…

-Sí, Mariano y Pepillo – sonrió con desgana – Son un poco… “especiales”. Hay que conocerlos.

-Ya, pero es que no han movido un dedo en toda la tarde y encima…

-Lo sé, lo sé.

Justo en ese momento empezaron a oírse una especie de golpes acompasados, con ritmo. Iñaki sonrió a su novia.

-Debe ser Pepillo… es que es un poco garrulillo…

-Lo que le faltaba – le cortó demostrando su cada vez mayor falta de interés por ese personaje.

-Eso suena a que ha sacado el cajón flamenco. Se lo lleva siempre a todos los sitios donde va. Eso y la maría… – sonrió con malicia a su novia.

-¡No quiero ni una broma con eso! – se indignó.

-Está bien… – prosiguió divertido – la marihuana, el costo, el chocolate, la cachimba y todo lo que tenga que ver con el mundo de la drogadicción. ¿Mejor?

-No me hace gracia. No me gusta. Con lo majos que parecen los otros…

-Ya, pero son amigos de Sergio y lo veo de higos a peras… Anda, ven aquí – y besó a su chica para tranquilizarla y darle las buenas noches.

Pero el beso no aplacó las malas sensaciones de María.

-Encima no voy a poder dormir con el follón que tienen ahí fuera… – concluyó por lo bajini.

Con el cajón el grupo se animó y la algarabía fue en aumento. Mientras Pepillo tocaba, el resto se iba pasando el porro que Mariano había liado. El intérprete usaba otra cachimba que se había preparado expresamente para fumar mientras tocaba.

Al día siguiente, como habían augurado, hizo un sol maravilloso con lo que el plan previsto siguió en pie. Irían a la piscina. Según Jorge podían ir en coche, pero no había ningún problema en ir andando. El encargado del recinto conocía a Jessica y estaba informado de que tal vez aparecería junto con unos amigos con lo que les dejó pasar de forma gratuita para alegría del grupo, de edades comprendidas entre los 25 y 30 años.

La piscina era grande y el recinto bastante amplio, con hamacas y grandes zonas con césped. No había mucha gente con lo que la jornada matutina en la piscina fue bastante agradable.

A lo largo de la mañana los 11 amigos se repartieron en diferentes grupos jugando a cartas, tomando el sol y charlando, haciendo el burro en el agua, jugando a sopapo… A última hora de la mañana las chicas estaban tumbadas en las hamacas tomando el sol cuando todos los chicos se encontraban en el agua.

María alzó la vista oculta tras sus caras gafas de sol y se fijó en los hombres. Habían salido del agua y se habían puesto uno al lado del otro al borde de la piscina. Antes de lanzarse al agua uno por uno haciendo alguna acrobacia aérea se fijó en cada uno de ellos.

Cristian era muy moreno, de estatura media y corpulento. Tenía algo de barriga y no era muy guapo. Tenía el pelo muy corto, casi rapado.

A su lado estaba Pepillo. Más bajito y gordo que Cristian. Era una pequeña bolita. Tenía media melena y bastante grasa en el estómago. Sumado a su afición por las drogas y su condición de garrulo, a María le provocó un repelús.

El siguiente era Jorge, algo más alto que Pepillo, pero bajo igualmente. También era moreno y mucho más corpulento que Cristian. Estaba fuerte aunque no fibrado. Tenía algo de barba que le daba un aspecto de dejadez que no le gustaba nada a María.

Su novio Iñaki era sin duda el que más destacaba del grupo. Alto y delgado, pero corpulento y fuerte. Era muy guapo y lo amaba con locura. Los rayos de sol incidían en su cuerpo salpicado de gotas de agua que resbalaban por su piel tostada. Le gustó mucho esa visión.

A su lado, su mejor amigo, Ramón. Blanco de piel, cosa que no le favorecía demasiado, era bastante del montón. Ni guapo, ni feo y de la misma altura que Jorge. No destacaba para bien ni para mal. Pero se notaba algo especial en él y eso le gustaba.

Mariano era rubio e, igual que Jorge, estaba fuerte aunque no fibrado, si bien no era tan corpulento. Era de estatura media y no demasiado guapo.

Por último, Sergio, castaño, era el único que estaba a la altura de Iñaki. Alto y completamente fibrado. En su cuerpo se podía apreciar cada uno de los músculos del hombre. María consideraba que estaba bueno, aunque, sin ser feo, no era todo lo guapo que a ella le gustaría.

Tras el repaso, cuando todos los chicos ya se encontraban en el agua, bajó la vista nuevamente y se concentró en la conversación que las chicas estaban manteniendo a su lado.

Estando dentro de la piscina, Mariano se alejó por unos instantes del grupo que chapoteaba en el agua y, disimuladamente, se fijó en las mujeres que hablaban tumbadas en las hamacas.

Primero se fijó en Jessica, recientemente novia de Jorge. No la conocía. No era especialmente guapa. Media melena, teñida de color caoba, y de rostro no muy agraciada. De cuerpo era bastante normal.

Junto a ella estaba Laia, la novia de Cristian. Aunque no la consideraba una amiga sí la conocía desde hacía tiempo de alguna otra vez que habían coincidido. Era bastante alta, rubia y fea. La altura disimulaba unas piernas mal hechas, pero lo compensaba con unos pechos bastante grandes.

Inés estaba muy buena. Delgadita, alta, aunque no tanto como Laia, con poco pecho, pero un rostro angelical. Era morena, aunque algo blanca de piel. El conjunto hacía muy buena pinta. La conocía desde hacía años y, aunque era su amiga al mismo tiempo que novia de su amigo Sergio, se la follaría sin dudarlo.

Por último quedaba la nueva, María, novia de Iñaki. Muy delgada, de estura media y una gran melena negra azabache. No era tan guapa como Inés, pero su sonrisa hacía el resto. Tenía unos pechos considerables para el pequeño cuerpo de la mujer y el bikini negro le sentaba de miedo. Mariano no pudo evitar una erección observando a la pija que acababa de girarse enseñándole, sin querer, el hermoso culo que tan poco tapaba la cara tela del bikini.

Aprovechando la hospitalidad del responsable de la piscina, el grupo se quedó a comer allí mismo. Así, a primera hora de la tarde, con la comida reposada, decidieron volver al lugar de la acampada. De camino, María y Ramón tuvieron una nueva ocasión para seguir intimando.

-¿Te lo estás pasando bien? – se preocupó él.

-Sí, mucho. Sois un grupo de amigos magnífico – le piropeó.

-Me alegro. Para mí es importante que la novia de mi mejor amigo sea una más. Bueno, más que una más. Ya me entiendes – y la miró intentando hacerla entender sin palabras que, por Iñaki, por ella y por él, era importante que entre los 2 hubiera buen rollo.

-Sí, te entiendo. Eres un cielo.

María sabía cómo era Ramón por lo que Iñaki le había contado, pero no pensó que al descubrirlo por ella misma fuera tan placentero. No era habitual encontrar a gente tan plana, todo bondad. Le pareció ser capaz de considerar a Ramón uno de sus mejores amigos tan sólo unas horas después de conocerlo. Sonrió.

Ramón estaba fascinado con María. No hacía falta que sonriera para pensar que Iñaki había encontrado una chica maravillosa, pero es que además sonreía y eso le hacía sentirse plenamente satisfecho.

-¿Y para esta tarde qué tenéis planificado? – preguntó María con ironía. Ramón se rió.

-Oye, que no tenemos todo planeado, eh – sin duda, se entendían bien – cada uno puede hacer lo que quiera, son sólo sugerencias – ella se rió – Además, precisamente ahora toca tarde libre – y sonrió provocando las risas de su nueva amiga.

-¿En serio?

-En serio – confirmó sin poder dejar de sonreír.

Efectivamente, para esa tarde tenían planificado hacer lo que cada uno le apeteciera. Mientras unos decidieron ir a dar una vuelta para ver los alrededores, otros pensaron en dirigirse al riachuelo. Mariano y Pepillo se quedarían en el campamento, fumando.

Mientras Laia, Iñaki, Sergio e Inés se preparaban para hacer de expedicionarios por el bosque que rodeaba la explanada en la que estaban acampados, Ramón, María, Cristian, Jorge y Jessica se preparaban para ir al riachuelo cercano.

-¿Quieres que miremos si te podemos dejar algo de ropa más cómoda? – insistió Laia, preocupada por María.

-No, de verdad, muchas gracias – a María le sabía fatal que tuvieran que prestarle algo. Además, seguía sin estar convencida de ponerse cualquier trapo que pudieran dejarle, por no decir el rechazo que sentía a compartir un trozo de tela que perteneciera a otra persona – Si vamos al río, tampoco hace falta mucha cosa.

-Puedes ponerte las chanclas de la piscina mejor – le aconsejó amablemente.

-Sí, no creo que el camino sea muy complicado. Está aquí al lado.

Mientras, Iñaki y Ramón, que ya estaban preparados, conversaban fuera de las tiendas.

-Bueno, ¿qué te parece? – se interesó Iñaki.

-Iñaki, me parece una tía de puta madre. De verdad – fue sincero.

-Ya sabes todas las dudas que tuve desde el principio, pero la verdad es que ahora no me arrepiento.

-¡Y como te arrepientas te doy 2 ostias!

-Gracias – sonrió.

-Lo único… que es un poco demasiado pija para mi gusto – indicó Ramón jocosamente.

-Sí, en eso tienes razón – y ambos rieron divertidos.

Dejando de reír, Iñaki pensó en su pareja. Era una mujer llena de virtudes y físicamente espectacular. Se sintió afortunado de haberla conocido y de que estuviera a su lado.

–¿Sabes? he encontrado a la mujer de mi vida – prosiguió la conversación.

-Me alegro, me alegro sinceramente – no mintió Ramón, lleno de regocijo.

Cuando todos terminaron de cambiarse, se marcharon cada grupo hacia su destino.

Jorge abría el paso al grupo del riachuelo ya que él ya lo conocía y se lo quería enseñar a Jessica. No obstante, no era muy complicado llegar puesto que estaba cerca y el sonido del agua llegaba claramente hasta el campamento.

-¡Uy! ¡ay! – María no paraba de quejarse cada vez que alguna hierba le pinchaba los pies ataviados con las chanclas.

-¿Estás bien? – se preocupó Ramón que sin la presencia de Iñaki se sentía responsable del bienestar de la mujer.

-Sí, es que me hago daño en los pies… – le confesó poniendo cara de pena.

Ramón no podía verla sufrir y se ofreció a llevarla en brazos, pero ella se negó rotundamente. Él insistió.

-Pues como te vuelva a oír quejándote tendrás que dejar que te lleve – le propuso.

Ella no dijo nada, sólo sonrió y prosiguió su camino pisando, sin querer, sobre una piedra y resbalándose. Del sobresalto volvió a emitir un sonido de queja y Ramón, sin decir nada, la alzó llevándola sobre sus brazos pasándolos bajo sus rodillas y hombros.

-¿Estás loco? – gritó divertida al verse sobre los brazos de su nuevo amigo.

-Estás sufriendo y eso no puede ser… – exageró pues el camino no era nada complicado.

Pero ahora el que sufría por aguantar el peso que estaba soportando era él. Ella se percató.

-Y ahora el que sufre eres tú. Anda, déjame que te vas a hacer daño.

-No… só… sólo si me prom… metes que… que te llevaré a coscole… tas – del esfuerzo le costaba hablar.

-Vale – aceptó sólo para que no hiciera el burro intentando llevarla en brazos.

Él la soltó y ella cumplió subiéndose a su espalda. Y en ese momento, Ramón sintió algo inesperado. Al notar los turgentes pechos de María entrar en contacto con su espalda se dio cuenta de la pedazo de hembra a la que estaba llevando encima suyo. Por primera vez pensó en ella como mujer y no como amiga o novia de un amigo y se puso nervioso. María estaba muy buena.

El riachuelo era precioso. Unos metros más arriba se podía ver una pequeña cascada por la que el agua se deslizaba entre las rocas llenas de musgo. Avanzaba con vehemencia por un sendero de piedras con poca profundidad hasta alcanzar la zona a la que había llegado el grupo donde el río era un poco más profundo.

-¿Nos metemos? – propuso Jorge.

-A eso hemos venido – afirmó con gracia Cristian mientras se deshacía de la ropa para quedarse únicamente con el bañador.

-Yo no he traído el bikini – protestó Jessica.

-Es igual, el agua no es muy profunda – observó Ramón – Te llegará por las rodillas.

Jessica pareció convencerse y, remangándose los pantalones, se introdujo poco a poco en el agua donde ya estaban los chicos. María parecía indecisa.

-¿No te metes? – se interesó Ramón.

-Es que no sé si me atrevo…

La verdad es que no le hacía mucha gracia meterse en aquella agua de aquel mundo salvaje que para ella era el bosque. Pero Ramón insistió ofreciéndole la mano para ayudarla. Dubitativa, finalmente accedió. Mientras Ramón la esperaba con el brazo extendido, María, que no quería mojarse la camiseta, se deshizo de la ropa para quedarse en bikini. En cuanto el hombre vio sus pechos volvió a recordar el estimulante contacto cuando la llevaba a caballito. Se ruborizó y no pudo evitar la evidente erección que no podía ocultar bajo el bañador en aquella postura.

Cuando María se adelantó para agarrar la mano que su amigo le ofrecía se sorprendió al ver el rostro desencajado y completamente rojo de Ramón. En un acto reflejó observó el abultadísimo paquete que contenía la más que evidente erección y se cortó.

-Me lo he pensado mejor. Creo que no me apetece meterme.

-Claro, claro… como quieras – la entendió perfectamente y se giró avergonzado, agachándose para sentarse en el río y disimular la empalmada.

María estaba descolocada. ¿Aquello lo había provocado ella? Deseaba de todo corazón que no, que todo fuera una casualidad, un momento de esos en los que los chicos dicen que es inevitable. Aunque no le gustó nada lo que acababa de suceder, no pudo evitar alegrarse porque gracias a ello había evitado meterse en el agua. No le apetecía nada pisar allí dentro, sin saber lo que se podía encontrar. Pensó en la posibilidad de que su pie entrara en contacto con un poco de musgo y tuvo un escalofrío. Sin duda el campo no era para ella.

Ramón, sentado aún en el agua, maldijo lo que acababa de suceder. Y temió las consecuencias que aquello podía acarrear. Todo había ido tan bien… y ahora una inesperada erección podía joderlo todo. Lo peor es que aquella empalmada la había provocado la novia de su mejor amigo. Cada vez que lo pensaba más se martirizaba pues no dejaba de pensar en su belleza y la polla cada vez se le ponía más tiesa. El glande golpeaba su barriga y empezaba a dolerle.

A la vuelta María y Ramón estuvieron en silencio, sin decir nada. Él no se ofreció a llevarla y ella se aguantó las ganas de protestar cada vez que algo golpeaba sus delicados pies de niña de ciudad. Por suerte, Cristian, Jorge y Jessica iban comentando la experiencia de meterse en el agua y lo bonito que era el riachuelo. Suficiente para que el silencio de los otros 2 pasara inadvertido.

-¿Quieres una caladita? – le ofreció Pepillo cuando llegaron al campamento.

-No estoy de humor – le cortó secamente María.

-¿Qué te pasa? – inquirió Mariano sorprendido por la actitud de la, hasta ahora, dulce novia de Iñaki.

-Nada, es que me he destrozado los pies – mintió.

En cuanto el grupo que faltaba regresó, María se dirigió a su novio.

-Iñaki, tengo un problema.

-¿Qué te pasa? – se preocupó.

Ramón se fijó cómo María se había dirigido directamente a Iñaki en cuanto éste había llegado del interior del bosque para charlar con él a solas. Se le puso un nudo en la garganta y a punto estuvo de soltar alguna lágrima. ¿Era posible que le estuviera contando lo ocurrido? ¿Cómo se lo iba a tomar su amigo?

-Me estoy meando – le soltó María a su novio.

-¿Y?

-Pues que no sé dónde mear – él sonrió.

-Mujer, pues te introduces un poco en el bosque, te bajas los pantalones y las bragas y… el resto ya sabes cómo va, ¿no? – bromeó.

-¡No seas idiota! Eso ya lo sé, pero me da cosa mear en el bosque.

-Tú tranquila, que yo vigilo que no se acerque nadie.

-No… – le puso cara de pena.

-¿Quieres que te acompañe? – se resignó.

-Bueno… – aceptó aún sin muchas ganas de tener que mear al aire libre.

Ramón se fijó cómo se alejaban hacia el bosque y se temió lo peor mientras Laia, Sergio e Inés explicaban al resto lo que habían visto. ¿Tal vez únicamente estaba llevándola a ver lo que ahora estaban explicando? Intentó convencerse de que era eso.

Iñaki y María tardaron un rato en volver. Aunque se moría de ganas y estuvieron un rato esperando, la delicada mujer fue incapaz de realizar la micción en el bosque.

Cuando estuvieron todos de vuelta en el campamento, las mujeres se dedicaron a preparar la carne mientras los hombres se repartían las tareas para preparar el fuego con el que después cocinarían la carne para cenar.

Pepillo, sin ninguna tarea como siempre, tuvo un detalle. Mientras sus amigos asaban la carne, se acercó al grupo de las chicas que ya habían terminado su tarea y mantenían una distendida conversación.

-¿Queréis algo para beber?

-Yo sí – dijo Laia – tráeme un quinto, por fa.

-¿Tú no quieres nada, María? – insistió Pepillo.

-No.

-¿Seguro? ¿No quieres un zumo? – persistió llamando la atención de Inés que alzó la vista y se quedó mirando a su amigo.

-Está bien. Tráeme un zumo. Gracias.

La actitud seca de María hacia Pepillo era evidente, pero ninguna le dio la mayor importancia.

Durante la cena alrededor del fuego, al igual que la noche anterior, se prodigaron las conversaciones entre unos y otros. Esta vez Ramón, más tranquilo al ver que aparentemente no había pasado nada grave, no se sentó junto a María. El que sí lo hizo fue Pepillo con quien mantuvo una agradable conversación.

Era la primera vez que María hablaba más de 2 frases seguidas con la pequeña bolita para descubrir que, sorprendentemente, no era un tío tan despreciable como aparentaba. Incluso se lo estaba pasando bien.

Al día siguiente tenían previsto desmontar las tiendas de campaña por la mañana para marchar sin prisas al mediodía. Aunque no se levantarían tan temprano como el sábado, algunos decidieron acostarse pronto. Esta vez se quedaron Inés, Pepillo, Mariano y María.

-¿Te quedas? – le preguntó un sorprendido Iñaki.

-Sí, un rato, no tengo sueño – le aclaró María.

-Está bien – y se despidió de ella con un beso – Cuídamela – se dirigió a Inés pensando que su novia no se quedaba muy a gusto con los otros 2.

-Descuida – sonrió Inés.

Mientras se dirigía a la tienda, Ramón no podía dejar de darle vueltas a la cabeza. Algo no iba bien. No era normal que María se quedara. A penas la conocía y no debía preocuparse si Iñaki no lo hacía, pero algo le decía que las cosas no iban bien. No sabía cómo, pero tal vez tenía que ver con lo sucedido en el río y por eso Iñaki no estaba preocupado, porque María no le había dicho nada. Aunque la teoría no tenía mucha lógica le sirvió para tranquilizarse y dejar de darle tantas vueltas al coco.

-¿Quieres un poco de agua? – le ofreció Pepillo a María.

-Sí, por favor – se lo agradeció, reseca.

Los cuatro estaban bastante distendidos, haciendo bromas y pasándolo bien. María estaba muy a gusto, excepcionalmente contenta. Se fijó en lo atento que era Pepillo que no dejaba de ofrecerle agua y comida y se preocupaba para que no tuviera frío o para averiguar si se lo estaba pasando bien. Se lo estaba pasando extraordinariamente bien y Pepillo era extraordinariamente gracioso. De repente, sintió una cierta afinidad por él, la pequeña bolita parecía más adorable que nunca y le gustó la sensación.

Cuando Mariano trajo la cachimba para dársela a Pepillo, María pensó que aquello rompería el buen rollo, pero extrañamente no le dio importancia. Incluso pensó que había sido una chiquillada rechazar a alguien tan amigable como Pepillo por esa tontería. Del mismo modo no le importó que empezara a tocar el cajón, un instrumento completamente alejado de sus gustos musicales e, incluso, sociales. Lo tocaba maravillosamente bien o, al menos, tuvo la sensación de que la música era fenomenalmente melódica.

-¿Quieres probar? – le sugirió Pepillo.

-Noooo… – contestó aturdida. Pero el chico no tuvo que insistir mucho para convencerla.

María se sentó sobre el cajón y tocó tan mal como supo, pues era la primera vez que lo hacía.

-Será mejor que te enseñe – convino el experto mientras los otros 2 se reían de lo mal que lo había hecho. María no pudo evitar sumarse a las carcajadas.

Pepillo se sentó en el cajón, justo detrás de ella abriendo las piernas para rodearla. Se acomodó juntándose a la mujer hasta notar cómo el paquete entraba en contacto con las prietas nalgas de la chica.

María lo único que notó fue la grasa de la flácida barriga apretándose contra su espalda, pero no le importó. Simplemente le pareció gracioso y dejó que su maestro la enseñara. El hombre extendió las manos hasta contactar con las suyas agarrándolas para acompasarlas al ritmo correcto. María pensó que era demasiado fácil, pero cuando lo intentó sola volvió a provocar las carcajadas de Inés y Mariano.

-Déjame que te ayude – insistió Pepillo que intentó arrimarse más a la chica acariciando sus brazos antes de alcanzar las manos.

-Venga, ahora mantén el ritmo con esta mano – le propuso cuando la había acompasado adecuadamente.

María se concentró en mantener el sencillo ritmo con la mano que Pepillo le había liberado. Mientras lo hacía notó la mano libre del chico acariciando su costado. Estaba lo suficientemente lúcida como para pensar en ello sin perder el ritmo que le había marcado. No le pareció bien esa caricia, pero por otro lado, no le importó pues consideró que era una bonita muestra de amor. La mano de Pepillo acarició todo el costado hasta introducirla por debajo de la camiseta palpándole la espalda. Era agradable que la sobaran mientras le enseñaban a tocar aquel curioso instrumento. Cuando Pepillo rodeó a la mujer con el brazo para manosearle la barriga, María dejó de golpear el cajón y se giró retirando la mano del avispado hombre. Aunque no le molestaba, no le parecía bien y menos delante de Inés y Mariano.

Continuaron así, tonteando unos y riendo otros, hasta que Cristian salió de su tienda para quejarse por el follón que estaban montando. Aunque lo dijo de buenas maneras, no había podido dormir en todo el rato y ya no aguantaba más. Los 4 no tuvieron más remedio que cerrar el chiringuito e irse a las tiendas.

-Toma – le ofreció Pepillo la botella de agua con la que la estaba hidratando todo el rato para que se la llevara a la tienda de campaña.

-Muchas gracias. Eres un cielo – y lo besó en la mejilla en un arrebato de ternura inusitado.

María comprobó como Iñaki estaba profundamente dormido e intentó hacer lo propio, pero en seguida se dio cuenta de que era imposible. Se levantó y salió de la tienda.

-¡Inés! – intentó llamar a la mujer acercándose lo más que pudo a su tienda para no despertar a nadie – ¡Inés! – insistió alzando la voz lo mínimo que pudo para no pasarse, pero suficiente para que ella la oyera.

-¿Qué quieres? – la sorprendió Pepe saliendo de su tienda individual.

-Es que… me estoy meando – se sinceró en voz baja sin pudor ante el hasta hace poco desconocido.

-Claro, si no paras de beber – espetó con gracia, manteniendo el mismo tono de voz que ella para no molestar a los que dormían.

-Pero si has sido tú que no has parado de darme agua – le replicó casi susurrando.

-Porque te estoy cuidando – sonrió provocando las risas de la mujer.

-¿Me acompañas a hacer pipi? Que no quiero ir sola…

Pepillo se hizo el interesante, pero finalmente accedió.

El hombre estaba de espaldas a María cuando ésta se bajó los pantalones y las bragas para agacharse y echar una larga meada, sin problemas. Llevaba horas meándose. Pepillo escuchaba atento el sonido del líquido fluyendo y golpeando con fiereza contra el suelo cuando María le habló.

-No tenemos papel.

-Pues tendrás que limpiarte con una hoja – bromeó.

María pensó que era buena idea, no le importaba, pero la lucidez que la encumbraba le hizo ver que no era una entendida y podía no ser muy higiénico, incluso peligroso. Pensó en posibles urticarias o infecciones y le pidió a Pepillo que fuera a buscar papel. Accedió de buena gana.

Cuando el hombre volvió raudo se encontró a María agachada en la misma postura como la había dejado. La chica no pareció sorprenderse ni hizo ademán de taparse, simplemente extendió la mano para que Pepillo le pasara el papel.

-Deja, deja, ya te limpio yo – probó fortuna.

-¡Sí, hombre! – se quejó ella.

-Que sí, ya te he dicho que te estaba cuidando. Déjame que te cuide – y se agachó sin esperar respuesta pasando el papel por la entrepierna de la mujer.

Ella no rechistó y él pudo notar el esponjoso contacto de los labios vaginales con sus dedos. El acto fue rápido para evitar posibles evasiones de la mujer que no parecía molesta. Pepillo se quedó mirando el papel manchado de orina y lleno de un viscoso líquido blanquecino.

-Aún no estoy limpia – le sugirió María despertando a Pepillo de su ensoñación observando el lubricado papel con el que la había limpiado.

Volvió a la carga con una nueva servilleta. Esta vez se recreó pasándola por el coño de la desinhibida María. En la tercera pasada, a través del papel, el dedo corazón de Pepillo recorrió cada rincón de la caliente raja. Ella consideró que ya estaba limpia y se levantó subiéndose primero las bragas y luego el ajustado pantalón para dirigirse de nuevo a las tiendas.

-Yo no tengo sueño – se quejó María.

-Yo tampoco. ¿Quieres que nos quedemos? – le propuso un seguro de sí mismo Pepillo.

-Vale – se alegró – pero mejor vámonos para no molestar a nadie – sugirió.

Mientras Pepillo recogía algunas cosas para llevarse, María se puso algo más cómoda. Se volvió a poner las chanclas y unos pantalones viejos de su novio. No le quedaban bien, pero lo prefería antes que la incomodidad de su ropa cara.

-Vamos, Pepillo, que te voy a enseñar un sitio – se refería al riachuelo donde habían estado por la tarde.

De camino, Pepillo no paraba de bromear haciendo reír continuamente a María que no se percató ni una sola vez de las hierbas, palos o piedras que entraban en contacto con sus desprotegidos pies.

Cuando llegaron a su destino María observó la extraordinaria belleza del lugar. No sabía si por la tarde no había sido capaz de captar aquella hermosura o era la iluminada noche por la luna la que confeccionaba semejante paisaje dándole el último matiz para hacer de aquel, un lugar de total riqueza.

-Ahora voy a mear yo – rompió el momento Pepillo, pero María se rió igualmente.

El hombre terminó de mear en el rio mientras ella lo ignoraba.

-¿Podrías sacudírmela? – le ofreció devolverle el favor.

María no sabía si se refería a limpiarle como él había hecho antes con ella o masturbarle. En cualquier caso se hizo la tonta, ignorándolo, pero sin sentirse molesta en ningún caso.

-Si lo hago por ti – María se interesó por aquella argumentación – Como antes te he limpiado yo, creo que lo normal es que te deje que me devuelvas el favor. Yo no desaprovecharía la oportunidad.

-Está bien – accedió divertida por aquella disección.

María se acercó a la espalda del bajito y grueso hombre y miró por encima de su hombro mientras le rodeaba con una mano buscando su pene. La barriga tapaba la visión de prácticamente todo el pito. Únicamente vio el descapullado glande y se guió por la mano de Pepillo que aún se la estaba agarrando. Le sustituyó en las labores y empezó a sacudirle el rabo, primero moviendo la mano arriba y abajo y luego adelante y atrás, cubriendo y descubriendo el, a la luz de la luna, iluminado glande.

Cuando María empezó a moverle la piel, Pepillo no pudo evitar la progresiva empalmada. Entre los dedos de la asilvestrada pija la polla empezó a crecer y endurecerse. María se agachó y rodeó al excitado garrulo para ver lo que tenía entre manos. Le gustó la verga de 10 centímetros del rollizo muchacho. Con la polla limpia y completamente tiesa, María se la sacudió un par de veces más hasta soltársela subiéndole los calzoncillos.

-Ya está. Ya la tienes limpia – aseveró.

-Bueno, pues ya tenemos una nueva tienda de campaña – bromeó observando el palo que se marcaba bajo su ropa interior.

Entre risas, María siguió la broma:

-Pues yo quiero dormir ahí – y le bajó nuevamente los bóxers provocando nuevas carcajadas de la pareja.

Pepillo aprovechó la ocasión para quedarse en bolas (a María no le importó en absoluto) e introducirse en el agua.

-Yo también quiero – afirmó la feliz mujer.

-¿Te vas a meter en el agua donde yo he meado?

-No me importa – concluyó mientras se descalzaba y se quitaba los anchos pantalones quedándose en bragas e introduciendo los pies en la fría agua.

Para calentarla, nunca mejor dicho, Pepillo frotó las estilizadas piernas de la congelada chica. Notó la piel de gallina de María y aprovechó para palparle los muslos a conciencia. Cuando introducía la mano por la parte interna y la alzaba acercándose a la entrepierna notaba el excesivo calor que la zona desprendía.

Tras unos minutos decidieron salir del agua con la percepción de que no había sido muy buena idea. Por suerte, Pepillo había traído una toalla que compartieron para secarse y entrar en calor. Cuando lo hicieron, ninguno de los 2 se vistió quedándose él desnudo y con el pene en reposo y ella en bragas y con la camiseta.

-¿Seguimos con las lecciones? – le propuso él indicándole el cajón que también había traído para que se sentara.

A ella le pareció una buena idea y se sentó dejando espacio para que él hiciera lo propio a su espalda. Nuevamente Pepillo se sentó abriendo las piernas para rodearla, arrimándose lo más que pudo. Ella volvió a sentir la grasa aplastándose contra ella, pero intentó intuir si el pito entraba en contacto con su culo. No lo apreció.

El hombre volvió a agarrar las manos de su alumna para instruirla marcándole el ritmo de la música. Cuando lo consiguió volvió a soltar la mano que mantenía un ritmo más sencillo para que ella lo mantuviera sin ayuda. Con la mano libre, Pepillo volvió a acariciar el costado de la pija hasta introducirla bajo la camiseta manoseándole la espalda. Al cabo de unos segundos la rodeó con el brazo y magreó el vientre plano de María. Se dedicó unos segundos a bajar lentamente hasta entrar en contacto con la tela de las braguitas y sin más dilación introdujo la mano en el bosque púbico hasta alcanzar el coño que manoseó a su antojo esta vez sin papel de por medio.

Bienestar era lo que María sentía golpeando el cajón sin sentido alguno del ritmo mientras el grueso dedo de Pepillo hurgaba en sus partes más íntimas. Él avispado hombre le había soltado las manos dejándola a su libre albedrío, despreocupándose por la lección de música y, con la otra mano, le magreaba, bajo la camiseta, uno de los senos que había liberado de su talla 95. En ese momento de puro éxtasis notó por fin la dura polla golpeando su espalda.

María dejó de aporrear aquella caja de madera y, echando una mano hacia atrás, acarició la erección de Pepillo.

-No sé lo que me pasa. Yo nunca he actuado así – dijo mientras le masajeaba la polla suavemente.

-Tú tranquila, lo que te pasa es normal, hazme caso – intentó tranquilizarla – ¿Tú te sientes bien? ¿estás a gusto?

-Mucho – terminó de convencerse mientras él la miraba, sonriendo, con prepotencia, como dando las instrucciones para lo que pasó a continuación.

Completamente desinhiba, convencida de lo que estaba haciendo y en un estado de dicha completo, María se giró para chuparle la polla a Pepillo, que sonreía satisfecho. La mujer tuvo que agacharse bastante para evitar la considerable barriga y alcanzar la sabrosa verga. Con el miembro en la boca, sacaba la lengua para llegar lo más lejos posible saboreando al máximo la gustosa picha. Las papilas gustativas de María parecían más sensibles que de costumbre y la mezcla de sabores la estaban deleitando.

Tenía la boca reseca y los esfuerzos por chupar lo máximo que podía aquel rico manjar provocaban que hilos de saliva reseca se aglutinaran entre su boca y la polla. Alejándose del pene para respirar, tuvo que usar una mano para retirar las blanquecinas tiras de saliva que quedaron haciendo de puente.

Pepillo le ofreció un poco más de agua, pero en vez de darle la botella la inclinó dejando caer la bebida sobre la sedienta boca abierta de la mujer. El agua se desbordó cayendo hasta mojar parte de la delicada camiseta de María. Guiándola, movió la fuente del apetecible líquido hacia su miembro viril para que ella continuara mamándosela. Al hacerlo, María cayó de rodillas, desollándoselas ligeramente. No le importó.

Tras unos minutos, la mujer se incorporó levantando sus magulladas rodillas para deshacerse de la onerosa camiseta tirándola al suelo, despreocupada. Ante la excitada visión del hombre apareció el sostén que tapaba únicamente la rotunda teta que no había sido liberada previamente de su copa. El pecho desnudo estaba firme. Pepillo se llevó una mano a la polla y se la meneó mientras se acercaba a la preciosa mujer para liberar el seno que seguía cubierto por el sostén.

Mientras la magreaba, sus labios se encontraron por primera vez. Una de las manos de Pepillo fue bajando lentamente por el desnudo cuerpo de María hasta alcanzar la única prenda que le quedaba. Retirando hacia un costado la tela, alcanzó el mojado coño de la pija, que se abrió de piernas facilitando la incursión del rechoncho hombrecillo.

Tras unos segundos de besos, caricias y masturbaciones, Pepillo volteó a la mujer, empujándola para que se pusiera a cuatro patas. Estiró la tela de las bragas aún más para separarlas de la abertura y acercó su durísima verga introduciéndosela hasta sentir la barriga chocando contra las nalgas de la perra que se estaba follando.

María se deshacía ante las acometidas de aquel garrulo. El coño lo tenía chorreando y sentía como cada vez que la grasa del hombre la empujaba más lubricaba. Los fluidos vaginales se deslizaban por sus abiertas piernas. Jamás había sentido nada parecido, un inmenso placer, una sensación de gloria total. Tuvo la impresión de que si cerraba los ojos se transportaría a otra dimensión en la que el amor era el único motor. Lo hizo, bajó los párpados mientras con una mano se apretaba uno de los pechos y la otra entraba en contacto con el clítoris, más sensible que nunca. Y el éxtasis se apoderó de ella llevándola a un orgasmo desconocido, de otro mundo, irreal.

Pepillo notó el temblor de piernas de María que perdió las fuerzas precipitándose contra el suelo. El hombre se despreocupó dejando que la pija se diera de bruces. Viéndola tirada sintió una oleada de placer al descubrir hasta dónde había caído una mujer que horas antes no era capaz de montar una tienda de campaña sin quejarse o vestirse con ropa que no estuviera de moda. Se agarró la polla y se masturbó contemplándola.

María se incorporó apoyando los delicados codos contra el suelo de tierra. Se estaba tocando los pezones mientras miraba con una sonrisa lasciva a la bolita que se pajeaba ante ella. Se levantó más, sin despegar el pompis de la sucia arena y alargó una mano para sustituir al chico en sus quehaceres. Lo masturbó hasta que Pepillo empezó a escupir leche. María sintió agradecimiento por aquella corrida, fruto del acto de gran amor que significaba.

Los 2 nuevos amigos recuperaron sus atuendos y se vistieron para volver a la acampada dejando atrás la mancha de semen en mitad del bosque.

Aunque María sabía que lo que había ocurrido no estaba bien, no sentía remordimientos, no había cabida para los malos rollos. Todo a su alrededor era magnífico, tenía un novio al que amaba con locura, había encajado perfectamente en su círculo de amistades y había disfrutado del polvo más placentero de su vida. La única conclusión factible era que lo anormal hubiera sido que no hubiera ocurrido nada de aquello, que no hubiera experimentado la profunda empatía que sentía por aquel extraño personaje con el que había compartido la noche. Incluso recordó el desagradable incidente con Ramón y se dio cuenta de que no tenía mayor importancia.

-Venga, María, levántate – le increpó dulcemente Iñaki al día siguiente. Pero estaba demasiado cansada -¿A qué hora os acostasteis? – preguntó pensando que las pocas horas dormidas eran la causa de aquella extraña pereza en su pareja.

Pero no recibió contestación. María se giró, ignorándolo. Se sentía tremendamente cansada, aunque el bienestar general que aún le duraba le permitía dormir sin mayores problemas a pesar de la algarabía que había fuera de la tienda.

El resto ya se había levantado y estaban preparando el regreso a casa. Algunos desmontando las tiendas, otros recogiendo cosas, otros equipando el coche, etc. Iñaki se resignó y salió fuera a ayudar al resto.

Al ver salir a Iñaki de la tienda sin María, Ramón se impacientó. Necesitaba quitarse aquel peso de encima y, sin pensar demasiado, entró en la tienda de su mejor amigo.

-¿María?

La chica, al escuchar la voz de Ramón, se giró, sonriendo y reconfortando al hombre que volvió a disfrutar de aquella sonrisa que no podía quitarse de la cabeza.

-¿Sí? ¿qué quieres? – le preguntó con la voz débil.

Ramón intentó excusarse por lo ocurrido la tarde anterior. Quería como fuera que las cosas volvieran a ser como antes del incidente y se jugó todas las cartas.

-La verdad es que, en aquel momento, no me sentó muy bien – le explicó la adormilada mujer – No sé, supongo que no me lo esperaba y me descolocó. Pero lo cierto es que anoche me di cuenta de que lo que pasó es una tontería. De hecho, me di cuenta de muchas cosas a las que normalmente le doy importancia y me amargan la existencia a las que, a partir de ahora, voy a intentar poner remedio.

Para alegría de Ramón, aquellas palabras demostraban que lo sucedido no iba a enturbiar ninguna relación de amistad. Es más, demostraban que aquella mujer era mucho más de lo que él había deseado. Se regocijó al comprobar que su mejor amigo había encontrado una gran mujer y se entristeció al comprobar que se había enamorado de ella.

Mientras Pepillo recogía sus cosas, Inés se acercó, prudente, a su lado.

-Lo has vuelto a hacer, ¿verdad? – le inquirió.

-¿Perdona? – se hizo el despistado.

-¿Anoche la drogaste? – él se rió.

-Sí, lo hice – confesó provocando un semblante cariacontecido en Inés a la vez que de cierta satisfacción por saber que estaba en lo cierto.

-Fue cuando le trajiste el zumo, ¿no? – él afirmó con la cabeza, sonriente – ¿Qué le metiste?

-Le vacié una cápsula de éxtasis. 120mg. sin apenas adulterar.

-¿Y fue todo bien? – se preocupó.

-¿Por quién me tomas? Estás hablando con un experto – sonrió orgulloso.

-¿Te la tiraste? – Pepillo le contestó con una siniestra sonrisa.

-Sabes lo mucho que disfruté aquella noche, guardo un muy buen recuerdo – se confesó – Espero que ella no tenga que esperar tanto como yo para que vuelvas a darle una dosis de MDMA y de… tú ya me entiendes.

Y se marchó dejando completamente satisfecho con aquellas palabras al hombre que la drogó para follársela hacía ya años, la primera noche que salieron de marcha con Sergio, el novio de ella y amigo de él.

A lo largo de la mañana, por fin, María se levantó provocando las bromas del grupo de amigos que, entre todos, desmontaron la última tienda que quedaba. Como habían planificado, al mediodía marcharon llegando a casa a una hora prudente. El fin de semana de acampada había concluido.

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Relato erótico: “jugando con una presentadora de TV atrevida 4 (POR COCHINITO FELIZ)

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El lunes avanzó con lentitud para Beatriz. Dejó el chat encendido todo el día y toda la noche, pero su Amo Alex no se ponía en contacto con ella.  Por los menos los pezones ya no le dolían y la piel de sus pechos se había recuperado después de que Silvia le
pusiera las pinzas japonesas. Se moría de ganas de que su admirador secreto se conectara, que le siguiera dándole órdenes, que la siguiera usando y humillando en público. Aquello era una fuente de vergüenza, placer y dolor como nunca pudo imaginar.

Estaba escribiendo en el ordenador el martes a medio día, cuando por fin su Amo se puso en contacto con ella.
“Buenos dias, zorrita”
Beatriz notó como se le aceleraba el pulso al momento.
“Buenos días, Amo”
“El fin de semana pasado lo hiciste muy bien presentando las noticias. Fuiste muy sumisa y obediente, me gustó. Espero lo mismo, y más, el próximo fin de semana”
“Haré todo lo que quieras, Amo”
Mientras escribía, Beatriz sentía que era sincera con lo que tecleaba, era capaz de cualquier cosa, y aquello la excitaba más de lo que había vivido nunca.
“Bien, porque tengo planes para ti. Ya sabes que me encantan esos bodys negros que tienes. Ya te has puesto dos…pero queda el tercero…solo te lo he visto puesto una vez…seguro que sabes de cual te estoy hablando”
Beatriz cerró los ojos, de gusto y de pánico. Aquel tercer body era lo más indecente que  se había puesto nunca, comprado en un momento de calentura, fantaseando con la idea de ponérselo más que en ponérselo realmente. La única vez que se lo puso había sido todo un show. Toda la tela del body era simplemente un finísimo velo oscuro que se pega a su cuerpo, con algunos pequeños encajes negros en forma de arabescos que no ocultaban nada; apenas eran una excusa para disimular un poco los pezones. Aquello, e ir desnuda, era casi lo mismo. Todavía recordaba la única vez que se lo puso. Las miradas de su ayudante de cámara, del personal del estudio. Y lo mejor fueron luego los comentarios guarros e indecentes en los foros de mujeres guapas de televisión. Había cientos de capturas de fotos, y varios videos. Aquello hizo que su coño se inundara en sus propios jugos, sabiendo que su imagen casi pornográfica era vista y admirada por miles de hombre.
“Sí, Amo, se cual es”
“Perfecto. Pero quiero que vayas a tono con ese body. Así que esta tarde a la siguiente dirección, y preguntarás por Marcos. Él tiene instrucciones para ti. Las seguirás al pie de la letra. Ya hablaremos esta noche”.
Beatriz, con el corazón acelerado, anotó la dirección y se despidió de su Amo.
La cabeza le daba vueltas, entre excitada y nerviosa, ante la incertidumbre de lo  desconocido. ¿Debería seguir jugando a este juego tan peligroso? Pero ya casi no podía dar marcha atrás, menos después de los numeritos montados dando las noticias, después de dejar que su compañera Silvia la usara y la humillara, después de dejar que su jefe se la follara como a una perra en el camerino…no podía dar marcha atrás…no quería dar marcha atrás, porque en el fondo, todo aquello, su humillación, su entrega, el dolor….todo la excitaba y la daba un placer inmenso.
Así que no lo pensó mucho más. Se puso un tanga rojo a juego con el sujetador rojo que dejaba a la vista sus pezones y se puso una falda no muy larga. Se sentía excitada con  la situación desconocida que iba a vivir, y decidió ponerse una blusa suave y fina, lo suficiente para transparentar un poco sus pechos. Le gustaba como la tela rozaba ligeramente sus pezones. Cada vez le gustaba más exhibirlos.
Salió de su casa para cumplir con las instrucciones de su Amo.  Se montó en el coche y dejó que el GPS la fuera guiando. El coche avanzó por un barrio de las afueras de ciudad al que no solía ir nunca. Tenía que estar muy cerca, y llegó hasta la calle que buscaba. Aparcó en cuanto pudo y se puso las gafas de sol. No quería que la reconocieran, y se puso a caminar buscando el número. Menos mal que no se había vestido excesivamente provocativa porque habría desentonado allí.
Buscó el número 37, que era donde tenía que ir.
Primero pasó por un supermercado, luego por una tienda de animales, una agencia de viajes, un  negocio un poco estrafalario…No veía los números. Cuando llegó a un portal de una vivienda, vio que era el 39.
Se volvió. Pues entonces tenía que ser en el negocio raro…Miró la tienda, llena de dibujos en la cristalera, con un rótulo: Tattoo & Piercing.
Se mordió los labios, desesperada. Sí, su Amo la quería marcar de alguna manera. Se puso más nerviosa, pero su vagina seguía encharcada, y la sensación de nerviosismo la mataba de placer.
Abrió la puerta y entró.
No había ningún cliente, solo el dependiente. Un chico joven, de veintitantos años, con pinta de hippy, pelo largo y barba de dos días. Bastante atractivo, a pesar de todo, pensó Beatriz. El chico la miró con cara divertida, y le sonrió de manera insolente.
– ¿Sí, quieres algo?
– Verás, ¿es este el número 37?
– Si, pero la agencia de viajes es más atrás, por si te has equivocado.
– No, no me he equivocado, si este es el 37. Este es el sitio que me ha dicho mi…que me han dicho que venga…¿eres Marcos?
– Ah, una amiga de Alex….Te estaba esperando. Tú eras la de la tele el otro día, ¿verdad…zorrita?
Beatriz tragó saliva, enrojeciendo al momento, notando como otro desconocido también la humillaba…y la vergüenza que estaba pasando le encantaba.
– Si, Marcos.
– Bien, Alex me dijo que vendrías. Me dijo que tenía un encargo para ti. Ven conmigo…
– Pero, yo no se…
El chico la miró con cara de fingido disgusto.
– ¿No querrás disgustar a tu amo? Así que se obediente y sígueme.
Beatriz respiró profundamente. Su vida se le iba escapando de las manos poco a poco. Pero perder el control era tan excitante, que no quería parar.
– Si, Marcos.
El  chico abrió una puerta y entró una habitación pequeña, seguida de Beatriz. Parecía una extraña consulta médica.
El chico la miró con una sonrisa irónica y le habló con naturalidad.
– Quítate la blusa.
– Pero, es que….
Sin previo aviso, Marcos le dio un guantazo en la cara, y Beatriz se quedó sin habla, sorprendida, sin poder reaccionar.
– Mira, zorrita, las cosas las digo una vez, no me hagas repetirlas. Como no colabores, ahora mismo te vas, y luego le cuentas a tu amo lo que quieras, ¿me entiendes, esclava? Porque si estás aquí de parte de Alex es que eres su esclava, y que yo sepa, lo único que hace una buena esclava es obedecer a su amo.
Beatriz se mordió los labios desesperada. Sólo queda humillarse y entregarse a aquel muchacho que casi podía ser su hijo…pero empezaba a disfrutar de la sumisión, notando la adrenalina circulando alegre por su cuerpo. Bajó los ojos y contestó en voz baja.
– Lo siento, Marcos.
Mientras hablaba se fue quitando los botones de la blusa, notando como su vagina se iba humedeciendo. Un momento después, estaba en sujetador delante del chico, muriéndose de una vergüenza deliciosa al mostrar un sujetador tan sexy que no tapaba los pezones, y casi nada de los pechos; solo los sostenía, y poco más.
Marcos sonreía, disfrutando con lo que veía.
– Uhmm, que apropiado para venir aquí, Quítatelo.
Beatriz respiró aceleradamente. ¿Cómo podía estar haciendo esto? Era imposible, pero al mismo tiempo tan maravilloso. Con las manos buscó el broche de la espalda, y nerviosa lo soltó. Un segundo después sus pechos estaban completamente al aire, desafiantes, con los pezones oscuros y erectos. La vagina ya se le estaba poniendo a punto de caramelo.
Marcos, con manos expertas, se puso acariciar los pechos, notando su textura, su flexibilidad, jugó con los pezones y los acarició suavemente.
– Vaya, zorrita, parece que te gusta. Estás hecha una calienta pollas con los numeritos que montas en la tele.
Beatriz no decía nada, disfrutando de las manos del joven sobre su cuerpo, excitándose con las guarradas que le decía.
– En fin, los negocios son los negocios.
Marcos dejó de acariciarla.
– Tu Amo quiere marcarte, y para hacerlo más divertido lo va  a dejar al azar y en tus manos. Vamos a tirar una moneda, y si sale cara, te haré un tatuaje en el pecho con su nombre, y si sale cruz, te haré un piercing en los pezones. ¿Está claro, esclava?
Beatriz lo miró nerviosa. Aquello no podía estar pasando. Un tatuaje grabado en su piel era para siempre, y un piercing era algo que nunca se le había pasado por la cabeza. Pero ella ya cada vez controlaba menos su vida. Contestó antes de que la abofeteara otra vez.
– Si, Marcos.
El muchacho sacó una moneda del bolsillo y la puso en la mano insegura de Beatriz.
– Lánzala.
Beatriz suspiró, angustiada.  Le doy varias vueltas a la moneda en la mano, y por fin la lanzó al aire. La moneda cayó y rebotó un par de veces en el suelo.
Marcos miró la moneda.
– Cruz. Te han tocado dos preciosos anillos en tus pezones. Yo prefería hacértelo en el clítoris, pero tu amo piensa que se ve poco en la tele…al menos de momento.
Beatriz lo miró con los ojos abiertos. ¿Llevar dos anillos en los pezones? Pensó en cómo iba dar las noticias así, exhibiéndose con ellos, porque eso es lo que quería su amo. Aquello le desbordó el pánico y la vergüenza….pero sin poder evitar dejar de disfrutar del camino de destrucción de su personalidad, de entrega de su voluntad. ¿Y cuando fuera a la playa, a ella, que tanto le gustaba hacer topless? Aquello tendría muchas implicaciones en su vida. Todavía podía salir corriendo de allí, no obedecer, dejarlo todo, no seguir adelante…pero una parte dentro de ella decía que sí, que lo hiciera, y esa parte era cada vez más fuerte que el sentido común.
– Sí, Marcos, ¿qué hago?
– Túmbate boca arriba  en esta camilla.
Beatriz lo hizo, pensando en el dolor, en el mal trago que iba a pasar, mientras Marcos se ponía guantes quirúrgicos y cogía pinzas y agujas.
– Ahora relájate.
Marcos empezó a manosear uno de los pezones. Lo limpió y lo agarró con unas pinzas, haciendo que la punta del pezón erecto quedara bien accesible. Después clavó la aguja, en un movimiento rápido y decidido; Beatriz apretó los dientes y soltó un grito débil, sintiendo el pinchazo agudo, y luego el frío de algo metálico atravesando el pezón de parte a parte. Respiró hondo, mientras su cuerpo liberaba endorfinas para amortiguar el dolor.  Casi sin tiempo para darle tiempo a pensar, Marco cogió el otro pezón con los pinzas y lo atravesó con la aguja. Beatriz apretó los dientes con fuerza, pero no pudo evitar dar un grito largo y fuerte. Esta vez dolió más que la primera vez, porque Beatriz ya sabía lo que venía. De nuevo sintió el metal cruzando su pezón. Se mareó un poco.
– Ya está, me ha quedado perfecto. No te muevas.
Marco cogió unos alicates y apretó un poco los anillos de acero.
– Uhmmm, realmente estás preciosa. Espera un par de minutos a que se te pase el mal cuerpo.
Beatriz cerró los ojos. Al final, no había tan terriblemente doloroso como ella se temía.  El dolor  sordo estaría allí bastante tiempo, y sus pezones tardarían algunas semanas en curarse del todo, tendría que tomar antibióticos para prevenir infecciones… Pero su cabeza no dejaba de dar vueltas. ¿Pero que estaba haciendo? Aquello ya no era ponerse ropa más o menos sexy para un admirador, era modificar su cuerpo para su Amo. Notaba que había emprendido un camino sin retorno, sin saber todavía el final, pero tan excitante, que no quería dejar de recorrerlo.
– Siéntate en la camilla.
Beatriz lo hizo. Justo en frente, sin necesidad de moverse, tenía un espejo que cogía casi toda la pared.
Se quedó boquiabierta al mirarse. Sus pechos desnudos estaban tan espectaculares y hermosos como siempre; grandes y firmes,  inspirando el deseo de que se los cogieran y se los acariciaran. Pero ahora cada pezón oscuro estaba atravesado por un anillo de acero inoxidable brillante, grueso, y relativamente grande, de un centímetro de diámetro. Los extremos de cada anillo terminaban en dos bolitas de acero, juntas gracias a haberlas apretado con los alicates, situadas en la parte inferior de cada anillo. Sus pechos anillados tenían un nuevo aire de atrevimiento, de lujuria, de deseos perversos e inconfesables….los mismos que ella sentía. Eran como una declaración sin palabras de su nueva naturaleza de esclava, de sumisa obediente dispuesta a satisfacer las órdenes de su Amo.
Casi no había restos de sangre, solo irritación de la piel. Pero el dolor no se iba tan fácilmente. Marcos acarició los anillos ligeramente, comprobando que estaban en su sitio.
– Has quedado muy bien. Seguro que tu Amo se queda contento con el trabajo.
– Gracias, Marcos.
– No te pongas el sujetador. Es mejor que durante varios días la ropa los roce lo menos posible. Ven conmigo a la entrada.
Beatriz guardó el sujetador en su bolso y cogió la blusa. Se la fue a poner, pero decidió no hacerlo. Marco no le había dado permiso para ponérselo, y además le excitaba estar en la entrada con sus pechos desnudos…¿y si había alguien allí esperando a que saliera Marcos? De repente, tenía una necesidad imperiosa de exhibirse. Así que siguió al chico hasta la entrada.
Entre aliviada y decepcionada, vio que no había nadie. Marcos la miraba con cara divertida, viendo que Beatriz no se ponía la blusa.
– Bueno, zorrita, te tomas muy en serio esto de que nada toque tus anillos. Pero me tienes que pagar…son cien euros.
Beatriz, buscó en su bolso. Tenía solo 40 euros en billetes.
– No tengo mucho en efectivo, no sabía que iba a hacer esto. Pero tengo varias tarjetas…
Mientras hablaba sacó toda una colección de tarjetas de crédito. Pero Marcos negó con las manos.
– No, no, yo solo cobro en efectivo. Te tendré que cobrar parte en efectivo y parte en negro. Dame los cuarenta euros.
Beatriz se los dio, expectante. ¿Cómo que en negro? El joven se acercó y la agarró de la barbilla y la miró a los ojos, con una sonrisa de lujuria.
– Y ahora el resto me lo pagas en negro…
Beatriz tuvo solo un momento de duda, lo suficiente para que Marcos la abofeteara con fuerza. Marcos habló con dureza.
– Vamos, una esclava como tú sabe perfectamente lo que tienes que hacer. Me pagas con tu cuerpo. Desnúdate entera.
Beatriz sintió el pánico desbordándola, y el corazón empezó otra vez a latir desbocado…ahh, pero la excitación era tan intensa. Miró un momento a la puerta de cristal de la tienda, y al escaparate también de cristal, cubiertos por varios dibujos de tatuajes y letras de anuncio. La gente pasaba continuamente por delante. Cualquiera que se parase a mirar el escaparate fuera vería perfectamente lo que pasaba dentro. Aquello la excitó más, pero pensó en el morbo del riesgo, en el que entrara alguien, en que se parase alguien fuera, como si aquello fuera un escaparate del barrio rojo de Ámsterdam…y a pesar de todo, todavía se excitó más y más con lo que se imaginaba que podría ocurrir. Cada vez disfrutaba más humillándose, exhibiéndose y entregándose.
– Lo siento, Marcos. Ahora mismo te pago.
Sin decir nada más, se quitó la falda. Después se quitó el tanga, muerta de vergüenza y de agobio, mientras Marcos se la comía con la mirada, dejando su coño depilado a la vista.
El muchacho, siempre tan profesional, aprovechó para pasar una mano por su vagina, buscando su clítoris, y lo masajeó un poco.
– Uhmmm, grande y hacia fuera, te quedaría perfecto otro piercing. Ya lo hablaré con Alex más adelante.
Beatriz cerraba los ojos, estremeciéndose de placer con el tacto de los dedos acariciando su sexo, y disfrutando con lo que decía Marcos, llena de pánico por si entraba alguien…
Marcos la dejó de acariciar.
La miró, chasqueó los dedos y señaló el suelo. Sin que le dijera nada, Beatriz se arrodilló delante del muchacho, y fue desabrochando el cinturón y los botones del pantalón vaquero. Se los bajó hasta las rodillas. No llevaba calzoncillos, y la verga salió disparada en cuanto quedó libre. Cada vez le gustaba más su papel en su nueva vida, ser un objeto sexual para el disfrute de los demás. Con ansia se metió la polla en la boca, disfrutando su olor fuerte, la dureza extrema, el buen tamaño y grosor de aquella polla joven. El chico la agarraba del pelo, para poder metérsela en la boca bien hondo. La tuvo así varios minutos.
– Joder, zorrita, pero que bien lo haces. Además de una calienta pollas también eres una gran chupa pollas. Ponte a cuatro patas….
Beatriz se sacó la polla con cierto disgusto, todavía sin acabar de creerse lo que estaba haciendo allí a plena luz del día. Pero se puso a cuatro patas al  momento.
– Ponte mirando hacia el escaparate, zorrita….
Beatriz escuchó aterrada lo que decía, pero obedeció al momento. Con la luz de fuera, el cristal hacía a la vez un poco de espejo. Veía su imagen reflejada, su pelo corto rubio, su cara, su cuerpo desnudo… y sus pechos colgando, con los pezones perforados con los anillos plateados. Tenía que reconocer que estaba imponente. Y cualquiera que estuviera fuera también la vería así. Aquello la llenó de pánico…y de lujuria. Cualquiera vería lo zorra y puerca que era. La gente pasaba por delante; chicas solas, madres con niños, hombres, chicos jóvenes solos o pequeños grupos…Cerró los ojos un momento…No, no podía estar haciendo todo esto.
Pero reflejado en el cristal del escaparate vió que Marcos ya estaba colocado tras de él. Y un momento después sintió la polla apretando contra la entrada de su vagina  hambrienta de deseo, caliente y jugosa. Luego vio las dos manos del chico agarrando su cintura… Se abandonó a la sensación de aquella polla deliciosa penetrándola con decisión.
Marco la penetraba con brío, moviendo las caderas con movimientos bruscos, haciendo que su polla se fuera clavando con fuerza, cada vez más profundo en su coño. Con cada  envestida, los pechos de Beatriz rebotaban ligeramente, y el placer de su vagina llena era seguido al momento por el suave dolor de sus pezones perforados. Aquello era dolorosamente delicioso. Beatriz chorreaba de gusto, viéndose reflejada en el cristal, como si fuera ella la actriz de su propio número porno.  Deseaba que la usaran, deseaba que se la follaran sin piedad, deseaba que la exhibieran…
Cuando estaba ya al borde del orgasmo bestial que iba a tener, sucedió lo que temía y deseaba al mismo tiempo.  Un grupo de chicos, tres o cuatro, pasó por delante del escaparte. Uno de ellos miró hacia dentro y se quedó parado de golpe. La mirada sorprendida del chico atravesó el cristal y miró directamente a los ojos de la mujer que veía dentro desnuda a cuatro patas. Beatriz sintió morirse de pánico, de vergüenza…y de placer. El orgasmo empezó a crecer dentro de ella, listo para explotar en cualquier momento, sin que Marcos para de bombearla en ningún momento.
El  chico de fuera, parado, llamó a sus amigos. Al momento  aparecieron sus otros tres amigos que se habían pasado de largo. Todos se pegaron al cristal, con caras de asombro, de risas lujuriosas, de agradable sorpresa. Todos mirando a Beatriz a través del cristal; Beatriz, periodista, presentadora de televisión, a sus cuarenta años, desnuda, con sus pezones perforados, y siendo follada sin compasión.
Marcos seguía a lo suyo. Si se había dado cuenta que los miraban, o no lo sabía, o lo de daba igual.
Pero Beatriz se sentía realmente como una puta, degradada ante la mirada de los chicos, sin poder evitar aquello, y al mismos tiempo tan excitada que no quería que aquello acabara.  ¿Qué más podía ocurrir para excitarse más?
Como si le leyeran en el pensamiento, los chicos abrieron la puerta  y entraron todos dentro, entre risas y silbidos. Beatriz ya no podía ni pensar, entre lágrimas de frustración, pensando en lo poco que valía como persona, y una pequeña sonrisa de satisfacción por lo bien que se estaba comportando como una esclava sumisa.
Los chicos cerraron la puerta, dispuestos a disfrutar del show en directo.
– Joder, Marcos…vaya numerito que te estás montando con esta madurita.
– Eres un egoísta, tío, follando a lo grande sin avisar…
– Pero que perra tan buena te has buscado esta vez…seguro que es una de esas putas sumisas de tu amigo Alex.
–  Parece que hemos llegado en el momento oportuno, porque la puerca esta parece que se va a correr en cualquier momento.
Marco se rió en voz alta, negando con la cabeza, sin dejar de follarse a Beatriz ni un momento.
– Anda, dejadme que me corra a gusto…
Los chicos siguieron haciendo comentarios obscenos y silbando, jaleándolos. Beatriz se daba cuenta que para todos ellos, ella no era nada, ni una persona con una vida privada, con su trabajo, sus problemas, sus preocupaciones…no, no era nada, solo un  cuerpo, solo un coño que follar para que ellos se corrieran y disfrutaran…y le encantaba ser solo eso, aquello disparaba todavía más su deseo.
El primero de los chicos, el que se había dado cuenta de todo, tenía ganas de jugar.
– Déjame por lo menos que me folle su boquita.
Marco no estaba para muchas conversaciones, notando el placer que le mataba de gusto.
– Joder, haz lo que quieras, pero déjame en paaaaz….
El chico miró otra vez a Beatriz,  con los ojos vidriosos de deseo, y ella sostuvo un momento la mirada, pero luego la agachó, sabiendo que no tenía elección. El muchacho se desabrochó al momento el pantalón, se bajó los boxer, y se arrodilló delante de la cara de Beatriz.
– Seguro que a una zorra como tú, le encanta esto….
Beatriz abrió la boca, dispuesta a que otro agujero de su cuerpo estuviera lleno de polla. Eso era ella, así se sentía, solo como agujeros para dar placer. Seguro que no era la primera mujer que se  follaban en la tienda, ella era una más del montón. El chico le metió la polla ya tiesa en la boca, y Beatriz lamió, chupó, tragó…
Los otros amigos no paraban de jalearlos.
– Pero si están haciendo el trenecito….que bien engancha por delante y por detrás.
– Esta es de las más puercas que has tenido nunca, Marcos…joder con la cuarentona, que caliente está, no se cansa de tanta polla.
Cuanto más degradada se sentía Beatriz por lo que hacía, por los comentarios que escuchaba, más excitada se sentía. La polla de Marcos ya no podía más, y el muchacho apretó los dientes, y la penetró con violencia, bombeándola a toda velocidad, gruñendo de gusto en cuanto sintió que se estaba corriendo. Beatriz sentía el calor de su leche regándola por dentro. Le faltaba tan poquito para tener un orgasmo brutal…pero Marcos se la sacó, y ella se quedó desesperada chupando la polla que le llenaba la boca. No, no podían dejarla así…
– Pobrecita, parece que se ha quedado con las ganas.
– Pero eso se soluciona al momento.
Antes de que se diera cuenta, otro chico había ocupado la posición de Marcos, y una nueva polla dura e impaciente apretaba contra la entrada de su vagina, y al momento, entró entera, llenándola. Beatriz soltó un suspiro de alivio y de gusto.
– Pero que zorra…..solo quiere polla y más polla.
El chico de su boca estaba ya a punto. Beatriz sentía su polla rígida a punto de explotar, su glande hinchado entrando y saliendo de su boca con gula, y al momento, mientras el muchacho dejaba escapar un largo gemido, su boca se llenó de su leche pastosa y caliente. Beatriz fue tragando y chupando, mientras el joven seguía follándole la boca despacio, recreándose en el placer.  La polla nueva en su coño la taladraba sin piedad dándole un placer enorme, el dolor de los pezones anillados no se iba, pero se mezclaba con el placer, y la combinación era sencillamente maravillosa.
Los otros dos chicos que estaban mirando, también querían su porción de placer, así que se sacaron las pollas y empezaron a meneársela encima de la espalda de Beatriz, dispuestos a correrse por lo menos sobre ella.
Beatriz cerró los ojos, notando como el orgasmo llegaba en oleadas, una tras otras,  cada vez más grandes, y ella gemía con la boca llena, disfrutando de un placer tan intenso como no había tenido en su vida, todo su cuerpo estremeciéndose de gusto. Poco a poco el placer se fue apagando, y se quedó quieta, satisfecha, mientras el otro muchacho la embestía ahora con fuerza, y se corría también en su coño. Cuando pensaba que todo había terminado, de improviso, sintió también la leche caliente de los otros dos chicos que estaban de pié cayendo a chorros sobre su espalda, regándola de arriba abajo.
Unos momentos después, su boca y su coño se quedaron vacíos. Durante unos segundos nadie dijo nada. Beatriz no sabía que hacer, así que se quedó allí a cuatro patas, como si fuera un mueble más de la habitación, sin atreverse a hablar, ni a mirar ni a nada.
Los muchachos acabaron de vestirse. Es como si ella no estuviera allí, al menos como persona. Si, pensó Beatriz, realmente  no soy nada para ellos.
– Joder, Marcos, gracias por este rato tan bueno.
– Si viene otra vez por aquí esta zorra, avisa, que da gusto follársela.
– Si que da gusto encontrar una perra que le guste todo.
Beatriz seguía inmóvil. Nadie le habló a ella, nadie se preocupó por ella. Sí, se daba cuenta que para aquellos jóvenes, ella solo era una puta más a la que follarse. Nunca se había sentido tan degradada…y nunca se había sentido tan extrañamente feliz.
La puerta se abrió, y los chicos se fueron.
 El silencio seguía dentro de la tienda.
– Levántate, zorra.
Beatriz lo hizo, notando en dolor en las rodillas y los codos, con las embestidas de los chicos. La sensación de sumisión era tan grande que no se atrevía a mirar a Marcos. El muchacho le tiro la blusa.
– Mejor no te pongas el sujetador, solo la blusa.
Beatriz los hizo, notando como los pezones anillados  y doloridos se notaban a través de la tela. Al ponérsela notó como la tela de la espalda se manchaba con el semen que la cubría. La sensación era tremendamente desagradable.
Luego Marcos le lanzó la falda.
– No te pongas el tanga rojo…me lo quedo de recuerdo.
Beatriz no dijo nada, notando como el semen líquido le goteaba también de la vagina, formando un caminito que iba bajando lentamente por sus muslos. Se sentía sucia. Hasta un puta se limpiaría después de que se la follaran…pero ella era una esclava, menos que una puta. Así que se puso la falda y luego los zapatos y el bolso.
Pero no se fue. Se quedó allí quieta. Porque una esclava no tiene iniciativa, siempre espera órdenes.
Marcos la miraba satisfecho.
– Tienes buenas aptitudes para ser una buena esclava. Se ve que Alex está haciendo un buen trabajo contigo.
Beatriz sonrió agradecida.
– Gracias Marcos, por anillarme y por follarme tan bien con tus amigos.
No podía creerse lo que estaba diciendo.
– Espero que nos veamos algún otro día…me encantaría ponerte otro piercing en tu clítoris.
Beatriz sonrió otra vez. Se sentía atrevida y con ganas de seguir con aquel juego. Desde la puerta se volvió antes de salir.
– Y yo de pagarte…todo en negro.
Beatriz caminó hasta el coche, sintiendo sus muslos pringosos y húmedos mientras caminaba por la calle, siendo consciente de sus pezones perforados, mandando al caminar una pequeña señal de dolor a cada rebote de sus pechos. Sentía que todo el mundo la miraba, que todo el mundo notaba que iba llena de semen por su piel, por su vagina, por sus piernas, notaba que todo el mundo con el que se cruzaba notaba los anillos de sus pezones contra la blusa. Era una pesadilla caminar así hasta el coche, y a pesar de todo, la vergüenza era de lo más dulce que podía sentir. Notaba que ahora no era la misma persona que había entrado en la atienda. Ahora era capaz de aceptar cualquier orden sexual de alguien que la dominara.
Se montó en el coche y se fue hasta casa, con la mente como flotando en una nube, asimilando todo lo que había vivido. Cuando llegó, vio que el chat estaba encendido. Se seguía sintiendo sucia, con ganas de darse un buen baño. El semen se había secado, tenía los muslos pringosos hasta las rodillas. La blusa estaba para lavarla. La sensación era repugnante, pero le complacía estar así por orden de su Amo, que le había permitido tener una tarde única. No se limpió todavía y chateó con él.
“Hola zorrita”
“Hola Amo”
“¿Encontraste a Marcos?”
“Si, Amo. Se portó muy bien conmigo”
“Al final, ¿qué te hizo?”
“ Piercing en los pezones. Gracias por ponérmelos, Amo, son preciosos”
“¿Te cobró mucho?”
“Le pagué todo lo que me pidió…fue un buen precio, que yo pagué con gusto”
“Descansa estos días, zorrita. Espero que el dolor se baje un poco de aquí al sábado, cuando te toca dar la noticias otra vez”
“Amo…¿me podría duchar? Estoy llena de semen por toda partes…”
“Jajaja…este Marcos y sus amigos, son insaciables. Me gusta que me hayas pedido permiso. Es una buena cualidad en una esclava. Como premio, te dejaré que te duches….”
“Gracias, Amo”
“…que te duches mañana. Esta noche dormirás desnuda así”
Beatriz suspiró.
“Así lo haré. Gracias Amo”
El chat se desconectó.
Beatriz se desnudó, luchando contra el impulso de ducharse. Se tumbó en la cama, boca arriba, asqueada de si misma, pero poniendo a prueba su obediencia a su Amo. Lo último que recordó antes de quedarse dormida fue el dolor de sus pezones anillados.
(Continuará…)

 

Relato erótico: “Maquinas de placer 13” (POR MARTINA LEMMI)

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Esa noche marcó un antes y un después en la vida sexual de la pareja.  Laureen estaba, definitivamente, cambiada… y él también.  Las experiencias vividas más las morbosas escenas de sexo entre Luke Nolan y la émula de Laureen se conjugaron de tal modo que reactivaron la sexualidad del matrimonio; y la decisión de haber apartado a los Erobots de en medio contribuyó  a ello.  Mantuvieron, casi como un ritual, la costumbre de espiar desde la buhardilla al vecino y su androide mientras  Laureen masturbaba a Jack, pero a la vez fue también resurgiendo entre ellos el sexo compartido.  La cama matrimonial volvió a ser destinada a una actividad que no fuera dormir…, o discutir… Jack se sentía feliz, insólitamente feliz… y no cesaba de preguntarse cómo era posible que hubiese tenido todo el tiempo la clave de su felicidad tan encima de sus narices.
Existió, no obstante, un momento que casi provocó que Jack desistiera de continuar con cualquier plan erótico: fue cuando a Laureen se le ocurrió la descabellada idea de invitar a Luke Nolan y a la réplica de sí misma para que hicieran el amor sobre la cama del matrimonio.  La idea era terriblemente perversa y no sólo sorprendió a Jack que saliera de labios de su mujer sino que además le producía náuseas, por lo revulsiva, la posibilidad de ver a su odiado vecino moviéndose casi como amo y señor en su propia habitación.  De momento. Laureen y Jack no habían pasado de espiarles desde lejos, pero la alocada propuesta de su esposa excedía ahora cualquier límite… Como suele ocurrir en la mayoría de los matrimonios, la esposa terminaría ganando la pulseada y al esposo, aunque a regañadientes, no le quedaría otra que ceder ante la insistencia de ella.   Tuvo, por lo tanto, que pasar por la desagradable experiencia de ver a Luke entrar a su casa con una sonrisa de oreja a oreja y siendo acompañado por la réplica de su propia esposa, tan perfecta que no había forma de diferenciarlas al estar una junto a la otra.  Ambas, incluso, se sonrieron mutuamente y la cabeza de Jack, cada vez más pervertida, imaginó por un momento una escena erótica entre las dos… Pero no era para eso que se habían juntado…
La réplica de Laureen, con felina sensualidad sensualidad, se trepó al somier ubicándose a cuatro patas sobre el mismo; Luke la siguió y, de rodillas tras ella, le bajó calza y bragas.  A Jack el corazón le comenzó a latir a mayor intensidad, llegando incluso a temer por el mismo; era todo muy extraño: la escena resultaba insoportable a sus ojos y, sin embargo, deseaba que no se detuviesen.  Laureen, la real, le sonrió y le besó en la mejilla mientras le llevaba una mano a la entrepierna y le bajaba el cierre del pantalón; hurgó allí dentro y no paró hasta sacarle afuera su miembro.  Luke, entretanto, le acariciaba las nalgas a la otra Laureen de un modo tan lascivo que hasta provocó en Jack un acceso de furia que, con gran esfuerzo, logró contener: era como si por momentos olvidara que su esposa era la que le estaba acariciando su pene en tanto que la otra era sólo una máquina de placer.
En cuanto Luke arrancó el bombeo, la Laureen verdadera comenzó a masturbar a Jack a casi idéntico ritmo.  Era excitante y a la vez chocante ver a su vecino montando a su “esposa”, no sólo porque el robot fuera tan sobrecogedoramente idéntica a ella sino además porque Luke le ponía al acto una especie de rusticidad propia de quien se ha masturbado durante mucho tiempo para, finalmente, ver hacerse realidad sus sueños aun cuando fuera por medio de un androide.  Hasta los gemidos de Luke, que iban en aumento casi a la par de los de Jack, sonaban desencajados y carentes de clase; y sin embargo, ello excitaba tanto a Jack como a la verdadera Laureen…    Jack hirvió de odio cuando su vecino, luego de eyacular dentro de la Laureen replicada, le miró con esa mueca socarrona que tanto detestaba y que, ya para esa altura, se había reiterada en Luke.  Sentía deseos de ir hacia él y golpearlo, lo cual era a todas luces absurdo siendo que ellos mismos le habían invitado.   Laureen le besó el lóbulo de la oreja y ello, al menos de momento, aplacó su furia.
“Hmmm… ¿te gustó cómo me cogió?”- le susurró ella al oído.
La visita de Luke y su Ferobot fue, para Jack, un momento duro pero excitante y, al igual que venía ocurriendo con ese tipo de aditivos eróticos que en el último tiempo habían entrado en sus vidas, ayudó también a reavivar la llama del matrimonio y no sólo en el plano erótico.  De hecho, esa misma noche, el propio Jack quien invitó a su esposa a salir, cosa que hacía años que no hacía.  El rostro de ella se encendió ante la propuesta e, inmediatamente, entraron a debatir cuál sería el mejor destino posible para salir esa noche: por razones más que obvias, el parque Joy Town no estuvo entre las opciones, pero sí lo estuvieron el cine virtual, la montaña nevada artificial o el teatro, divertimento que, no por arcaico y anacrónico, dejaba de tener su encanto.
“Hmm, no sé… – decía ella, pensativa y sentada sobre la cama, mientras tamborileaba con los dedos contra su mejilla mientras mantenía una mano apoyada en su mentón -.  ¿Sabes qué? -; de pronto sus ojos se iluminaron como con luz propia -.  ¡Quiero ir al circo!”
Jack la miró; ella lucía una pícara sonrisa que exhibía toda su dentadura.
“¿Al circo?” – preguntó él, confundido.
“Sí…, ese circo del tal Goran…”
Jack sonrió y revoleó los ojos incrédulo.
“¿El Sade Circus?  ¿Estás hablando en serio…?”
“¡Sí! – dijo ella -.  ¿Y porrr qué no? Jaja… ése es el latiguillo clásico del tipo, ¿verdad?  Se lo he escuchado en alguna nota que le han hecho…”
Propuesta de esposa significa plan final, así que esa noche el matrimonio se sentó a las gradas del Sade Circus, pudiendo así comprobar Jack que las mismas se hallaban casi atestadas, lo cual le terminaba de confirmar que los rumores que le habían llegado acerca del franco renacer del circo de Goran eran ciertos.  Jack se alegró por ello, aunque no dejaba de sentirse algo inquieto una cierta inquietud al pensar en qué podría pasar si, llegado el caso, alguna de las asistentes de Goran elegía a Laureen para participar de alguno de los números.  Su esposa, de hecho, desconocía la intensidad y el carácter extremo del show: no había, por lo tanto, modo de prever su reacción… Apenas comenzado el espectáculo, Goran notó la presencia de Jack y, de hecho, le saludó con un asentimiento deferente al reconocerle.  Se comportó, de todos modos, como un caballero y, al parecer, se encargó de instruir a sus asistentes para que no recurrieran en ningún momento a la hermosa dama que acompañaba a Jack Reed.  Todo un gesto, desde luego…
Los números fueron pasando uno tras otro y Jack miraba todo el tiempo de reojo a Laureen ante el temor de que se sintiera demasiado impresionada o turbada ante lo que estaba presenciando; en ningún momento, sin embargo, su esposa dejó de mirar hacia la arena del circo ni dio muestras de incomodidad, sino que, por el contrario, lució todo el tiempo entusiasmada y excitada, aplaudiendo a rabiar cada acto.
Algunos de los números eran bastante semejantes o prácticamente iguales a los que Jack le había visto durante su visita anterior, pero en otros se advertía que Goran buscaba renovar cada tanto su show para seguir atrayendo visitantes de modo que éstos no se aburrieran y tuvieran interés en volver.  De todas formas, se notaba claramente que lo que más seducía a los asistentes era la adrenalina de no saber en qué momento les tocaría a ellos ser parte del show; de lo contrario no podía entenderse por qué tanta desesperación por ocupar las butacas de adelante, en las cuales había muchas más posibilidades de resultar elegidos por las asistentes de Goran…
Justamente fue una de ellas quien asumió un rol bastante diferente al que Jack le hubiera visto en su visita anterior, ya que Goran le adjudicó esta vez  un papel más protagónico.  En efecto, la pulposa y blonda jovencita enfundada en botas y corsé de latex eligió, en un momento, a un muchacho al azar de entre el público y lo convirtió prácticamente en su perro mientras Goran se entretenía en domesticar a una madura pero atractiva señora.  La asistente, súbitamente devenida en dominatriz, colocó al joven un collar y lo paseó a cuatro patas por toda la arena, llegando incluso a insertarle una canina cola artificial en el ano no sólo para beneplácito sino también para la generalizada carcajada de la concurrencia que disfrutaba a morir el ver cómo el joven era ridiculizado.  Jack, por su parte, espió de soslayo a Laureen y comprobó no sin sorpresa que su mujer era uno más entre todos los asistentes y, como tal, no paraba de reír y aplaudir… En un momento, sin embargo, la dominatriz tomó un látigo y, por primera vez, Jack notó que el rostro de su esposa cambiaba de color; la tomó de la mano a los efectos de calmarla.
“Tranquila… – le dijo -.  Es sólo un… entretenimiento”
El látigo cayó y restalló sobre el piso varias veces siempre muy cerca del muchacho pero nunca sobre él; Jack notó que la mano de su esposa se destensaba y que su rostro volvía a recuperar la calma.
“Como verrran, mi querrrido público… – voceó Goran en tono de arenga -; mi prrreciosa asistente Lidia ya tiene su perrro.  ¿No es justo que tenga también una perrra???”
“¿Y por qué noooo???” – atronó al unísono la concurrencia.
“Pues esta vez serrré yo mismo quien elija la perrra parrra Lidia…” – anunció Goran, siempre a viva voz y cargando a sus gestos y movimientos de histrionismo.
Rebuscó con la vista entre las filas de butacas, deteniéndose cada tanto en alguna dama que, al sentirse observada por él, se removía inquieta en su asiento ante la incertidumbre y la adrenalina del momento.  Todo era, desde ya, parte del juego de Goran, ya que luego de escudriñar de arriba abajo a alguna durante unos instantes, seguía caminando y posaba la vista en otra: le gustaba generar suspenso y nerviosismo.  En ningún momento, por supuesto, dedicó atención a Laureen, lo cual hablaba a las claras de que, por respeto a Jack, no tenía pensando incluirla en sus planes.  Parecía, de hecho, que Goran había asumido por propia cuenta el papel de elegir a la participante del número siguiente en lugar de delegarlo en sus asistentes, lo cual bien podía ser indicativo de que no confiaba del todo en que éstas hubieran entendido el mensaje.  Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue una absoluta sorpresa tanto para Goran como para Jack, quien, más que dar un respingo, prácticamente saltó en su butaca.
“¿Puedo participar?”
Jack giró la cabeza incrédulo, como si le acabaran de echar hielo encima: la pregunta había sido formulada por Laureen quien, luciendo una amplia sonrisa, levantaba su mano derecha con los cinco dedos extendidos del mismo modo que si fuera una estudiante ofreciéndose a responder una pregunta de un docente.  El propio Goran quedó petrificado y, aun detrás de la máscara que le cubría medio rostro, fue ostensible su expresión de azoramiento.  Confundido, lo primero que atinó a hacer fue mirar a Jack, seguramente en busca de aval.    Éste, turbado y sin asimilar aún la situación, echó un vistazo en derredor y comprobó que, como era lógico, no sólo era Goran quién les miraba sino que prácticamente todos los asistentes del circo, expectantes, tenían sus rostros girados hacia la pareja.  La presión era demasiado grande: su esposa se ofrecía voluntariamente para participar del número; ¿qué podía hacer él?  Manifestar una negativa en ese contexto era lo más parecido posible a hacer el ridículo… Con un leve asentimiento de cabeza, le dio el okey a Goran…
Recién entonces, cuando el artista del sado hubo contado con el silencioso asentimiento del marido, pareció envalentonarse y volver a ser Goran Korevic.
“¿Y porrr qué noooo???” – rugió, para delirio de la platea, que repitió a coro.
Lidia, la asistente que oficiaba como dómina, se dirigió sonriente y a paso resuelto hacia la fila de butacas en la que se hallaba ubicado el matrimonio llevando en sus manos un collar de cuero.  Ágilmente y aun a pesar de los finísimos tacos aguja de sus largas botas, subió a la carrera y casi a los saltitos los pocos escalones que mediaban entre la arena y la fila de butacas en la cual el matrimonio se hallaba ubicado.  Pasando frente a Jack casi como si éste no existiera, calzó el collar sobre el delicado y precioso cuello de Laureen en una imagen que resultó harto turbadora para su esposo, quien nunca había imaginado llegar a verla de esa forma.  Luego de ajustar el collar, la asistente calzó un mosquetón a la argolla del mismo y, jalando de una correa, llevó a Laureen hacia la arena del circo mientras la multitud deliraba y aullaba.
Una vez que la hubo conducido hasta el centro de la arena, otra asistente le alcanzó un látigo y, una vez más, Jack fue víctima de un estremecimiento: en un acto reflejo, se puso de pie.  La dómina, sin embargo, no dejó caer el látigo sobre su esposa sino que lo hizo chasquear un par de veces en el aire y luego en el piso a escasos centímetros de los pies de Laureen pero sin tocarla en absoluto.
“De rodillas, puta” – ordenó secamente, siendo la enérgica orden festejada por la muchedumbre al ser la misma potenciada por el sistema de sonido y por la envolvente acústica del domo.
 Sin ensayar objeción alguna, Laureen se arrodilló en el piso frente a su dominatriz sin que Jack pudiera aún dar crédito a lo que sus ojos veían.  Alguien le insultó desde atrás, conminándole a sentarse nuevamente, así que volvió a ocupar su lugar en la butaca, pero sin poder salir de su absorta perplejidad.  Goran, en tanto, había asumido un papel insólitamente secundario, mirando la escena desde un costado de la arena y dejando entrever una cierta sombra de preocupación en su semblante, por lo menos en la mitad del rostro que permanecía visible; cada tanto, echaba un vistazo en dirección a Jack.
Lidia, pérfidamente sonriente, levantó una pierna y llevó la suela de su bota hasta apoyarla sobre los labios de Laureen, quien lucía nerviosa pero a la vez extrañamente excitada…
“Pásale la lengua…” – le ordenó con la misma aspereza y tono imperativo que había exhibido antes.
Jack comenzó a sudar.  Temía que de un momento a otro Laureen, simplemente, se fuera a poner de pie y marcharse de allí.  Sin embargo, nada estuvo más lejos de eso; por el contrario, sin chistar ni objetar, ella sencillamente sacó su roja lengua por entre los labios y recorrió completa la suela de la bota, haciéndolo incluso varias veces aun cuando la orden no hubiera sido específica al respecto.  Una vez que lo hubo hecho, permaneció de rodillas mirando a la dama del circo.
“Muy bien, putita – le dijo ésta, volviendo a sonreír son satisfacción -.  Ahora, abre tu boquita…”
Una vez más, Laureen cumplió con lo que se le ordenaba.   El grado de obediencia que mostraba no dejaba de asombrar a Jack; no sólo no se advertía en ella signo alguno de rebeldía o resistencia sino que ni siquiera parecía mediar ningún lapso de duda o vacilación entre cada orden y su respectivo cumplimiento.  Al abrir Laureen la boca bien grande, la dómina introdujo el taco aguja de su bota hasta hacerlo prácticamente desaparecer por completo dentro de la misma.
“Chúpalo…” – le ordenó.
Al igual que ocurriera con las órdenes anteriores, Laureen obedeció sin amago de objeción alguna y comenzó a succionar el taco como si fuese un chupete o, mejor aún, un pene…  La escena era tan bizarra en sí misma que hasta daba vergüenza ajena a Jack el ver a su esposa asumir tan dócilmente una actitud tan degradante; hasta tenía, por momentos, necesidad de bajar la vista para no ver pero, a la larga, sin embargo, terminaba levantando nuevamente los ojos hacia la arena: era como tanto el mirar como el no mirar se hubieran convertido para él en necesidades.   La platea irrumpió una vez más en vítores, chiflidos y aplausos… Recién entonces Goran pasó a asumir algo más de protagonismo.
“Buenobuenobueno…- rugía, súbitamente enfervorizado y adoptando un estilo más acorde al que se le conocía habitualmente -… Parrrece que finalmente tenemos una auténtica perrra aquí, ¿verdad?  ¿Quierrren ustedes verrrla marrrcharrr como la perrra que es?”
“¿Y por qué noooo?” – respondió a coro la multitud, como no podía ser de otra manera.
Lidia jaló de la correa de tal modo que Laureen, tironeada por el cuello, se vio obligada a apoyar rápidamente las manos sobre el piso a los efectos de no caer de bruces; de ese modo, Lidia conseguía lo que quería: tenerla a cuatro patas.  De inmediato, otra asistente se dirigió, presta y alegremente, hacia el centro de la pista y, yendo por la retaguardia de Laureen, se encargó de dejarla muy rápidamente sin falda ni bragas.  Como si no fuera ya degradación suficiente, le insertó además, dentro del orificio anal, una imitación de cola de perro idéntica a la que un rato antes había llevado el muchacho al cual Lidia había sometido y degradado públicamente.  Jack se mordía el labio inferior y hundía las uñas contra sus rodillas; no podía creer lo que estaba viendo.  Una vez que Laureen tuvo su cola, la dómina jaló de la correa y la conminó a marcharle a la zaga, siempre, a cuatro patas.  Llevando así a su “perra”, Lidia caminó en semicírculo, recorriendo de manera perimetral el límite entre la arena y las butacas; al hacerlo, forzaba a Laureen a pasar bien cerca no sólo de los libidinosos y perversos ojos que la devoraban sino también de las irrespetuosas manos que, extendiéndose hacia ella, le tocaban la cola de perro o, incluso, le acariciaban a la pasada sus desnudas nalgas. Jovencitos, jovencitas, hombres y mujeres de edad madura: en general ninguno se privó de posarle al menos una mano encima mientras a Jack le latía el corazón con cada vez más fuerza y sus puños se crispaban hirviendo de furia…  Tenía, obviamente, ganas de levantarse de su butaca, tomarlos a todos a golpes y llevarse a su esposa de allí; pero se mantenía, por otra parte, a la espera de que fuera ella misma quien en algún momento acusase recibo ante tanta degradación y dijera “basta”.
Tal cosa, sin embargo, no ocurrió; la dómina terminó su recorrido por el perímetro de la arena con Laureen marchando siempre sumisamente por detrás de ella a cuatro patas.  Cuando la perversa dupla volvió al centro de la pista, Jack recaló en que durante el tiempo que había durado el paseo, dos de las asistentes de Goran habían montado allí una especie de cepo de madera, el cual parecía más preparado para contener una cintura de mujer que un cuello.  En efecto, la presunción de Jack quedó confirmada apenas un instante después, cuando ambas asistentes levantaron la parte superior de la estructura y Lidia, siempre llevando por la correa a Laureen, la obligó a ponerse en pie y luego a inclinarse de tal modo de pasar su vientre por encima del segmento inferior hasta calzar su cintura en la ranura.  Una vez que estuvo ubicada de esa forma, el segmento superior fue bajado hasta que Laureen quedó atrapada  casi como si estuviera cortada al medio.  Un cierto silencio de espera parecía haberse apoderado de los presentes ante el desconocimiento y expectativa por lo que se venía…
Goran se acercó al cepo e hizo nuevamente chasquear su látigo en el piso, provocándole un nuevo respingo a Laureen.  Una de las asistentes le alcanzó a la dómina un objeto que, a la distancia, Jack no logró reconocer.  Un instante después veía que Lidia se lo estaba calzando a la cintura y comprobó, estupefacto, que se trataba de un arnés equipado con un pene artificial…
“¿Querrréis verrr cómo Lidia coge a su perrra?” – preguntó Goran, cerrando un puño y ya recuperado definitivamente su espíritu eufórico.
“¿Y por qué nooo?” – rugió una vez más la muchedumbre, cada vez más excitada.
Atónito, Jack  tuvo que ver cómo Lidia, ubicándose por detrás de Laureen, se dedicaba a penetrarla con el dildo, haciéndolo al principio muy lenta y cadenciosamente de tal modo de ir haciéndole subir la temperatura no sólo a la joven esposa sino también al público asistente.  Luego fue acelerando el ritmo, con lo cual fue inevitable que los jadeos, entremezclándose con gemidos, comenzaran a salir de la garganta de Laureen de un modo cada vez más audible, lo cual Goran se encargó de hacer aun más notorio al acercarle un micrófono a la boca: de ese modo, los gemidos súper amplificados de Laureen invadieron el recinto sin que fuera posible sustraerse a la excitación que provocaban.   Jack intentó taparse los oídos para no oírla pero era inútil: los gemidos de su esposa al ser cogida le taladraban el cerebro.  Y mientras Lidia continuaba, de manera resuelta, con la penetración, el domo se convertía en una gigantesca caja de resonancia para los sonidos de placer que Laureen emitía… Jack, por supuesto, quería morir…
La cogida terminó con Laureen alcanzando un largo y sostenido orgasmo que dio lugar a un único grito que pareció interminable, mientras la enardecida multitud no paraba de aplaudir y de gritar  como modo de exteriorizar su calentura.  Jack estaba inmóvil y sin reacción en su butaca, ya para ese entonces absolutamente resignado a lo que viniera aun cuando quería pensar que el número había terminado… Se equivocó: faltaba algo más.  Liberando a Laureen del cepo que la aprisionaba por su cintura, Lidia la obligó a echarse de espaldas contra el piso.  Un “oooh” extendido bajó de las gradas cuando la dómina se quitó las pocas prendas que llevaba a única excepción de las botas.  Caminó hacia Laureen y se hincó en dirección a su rostro hasta prácticamente sentarse sobre el mismo.
“Abre tu boca, perra” – le ordenó…
Laureen, por supuesto, obedeció sin chistar y, una vez que lo hubo hecho, Lidia adoptó una expresión de relajación y, echando la cabeza hacia atrás, descargó su orina dentro de la boca de Laureen, quien simplemente sorbió y bebió…
El espectáculo no podía haber sido más degradante; las prácticas de ese tipo nunca habían pertenecido al mundo de Jack y mucho menos al de Laureen.  Y, sin embargo, había algo casi cruelmente excitante en todo aquello.  Era, por supuesto, el cierre para el número de Lidia, tras lo cual Laureen regresó a su butaca, ocupando su lugar junto a Jack.  La función del circo siguió y nuevos números fueron pasando, pero Jack prácticamente no los veía ni oía.  Su cabeza sólo estaba ocupada por lo que acababa de ocurrir y por su esposa, a quien no se atrevía a mirar al rostro aun cuando la tenía al lado.
“¿Cómo estás?” – preguntó, luego de un rato y siempre sin mirarla.
“¿Yo? – Laureen sonó extrañada – .  Muy bien…; estuvo muy bueno, muy excitante…”
Cuando el show concluyó y mientras la concurrencia se retiraba, Goran se acercó a Jack y a Laureen para saludarles personalmente.  Se advertía en tal gesto que tenía, tal vez, algo de culpa por lo ocurrido o que, al menos, se sentía confundido ya que era la propia Laureen quien se había prestado voluntariamente para el número de dominación.  Jack, de todas formas, buscó, dentro de lo que pudo, lucir tranquilo y como si nada hubiese pasado; de hecho, no hubo durante la charla referencias específicas al número de Laureen en sí, sino que más bien se habló sobre temas generales relacionados con el circo o con el show en sí.  Goran explicó, con algo de pesar en el tono de su voz, que había retirado las escenas de azotes o de dolor físico y, aunque no dio explicaciones puntuales al respecto, no era difícil entender el porqué.  El trauma provocado por aquel hilillo de sangre en la espalda de Carla Karlsten, sumado a toda la situación que, consecuentemente, se había desencadenado, debía operar seguramente para Goran como un fuerte límite.  No sería posible para él volver a hacer caer un látigo sobre la espalda de alguien sin que acudieran a su mente los recuerdos de aquella jornada fatídica que, de seguro, quería olvidar.  Sería por eso mismo que las escenas de dolor estrictamente físico habían cedido protagonismo, más bien, a las humillaciones psicológicas o sexuales, cuyo papel se había acentuado con respecto a shows anteriores.
Se despidieron cortésmente, mientras algunas adolescentes se acercaban para tomarse fotografías junto a Goran e incluso había quienes le pedían autógrafos: decididamente, su fama se había incrementado enormemente luego de que, durante días, la prensa se hiciera eco del “incidente Vanderbilt”.
Ya de regreso en casa, ambos esposos se sentaron a la cama; Jack estaba envuelto en un cierto mutismo y se advertía que no tenía demasiadas ganas de hablar sobre los sucesos del circo.  Laureen, contrariamente, parecía haber quedado muy impresionada y no cesaba de hacer comentarios o preguntas al respecto.
“Goran mencionó algo acerca del látigo…” – comenzó a decir.
“Ajá…”
“¿Antes… azotaban a los participantes?”
Jack se encogió de hombros.
“No he visto que lo hiciera en el circo, aunque sí infligir dolor de otras formas…”
“¿Y eso funciona?” – Laureen parecía a la vez curiosa y sorprendida.
“Hmm, no entiendo…”
“Me refiero a si hay quienes sienten placer ante el dolor…”
“Sí, de hecho los hay…”
“Tu jefa es una de esas personas, ¿no?”
Jack giró la vista hacia su esposa; no sabía si interpretar en la pregunta recriminación o, simplemente, curiosidad.
“Goran la azotó, ¿verdad? – insistió Laureen puntualizando algo más su interés -.  Y estuviste presente…”
“Sí… – respondió Jack luego de un momento de silencio -.  Eso sí lo vi; aunque me retiré…”
Tanto parquedad en la respuesta como el semblante adusto de él evidenciaban poco interés en hablar del tema o en recordar lo ocurrido aquel día; no podía mencionar, desde luego, que él mismo, y en ese mismo lugar, había azotado con un látigo a su jefa pocos días antes de que ocurriera todo aquello.
“¿Y ella… lo disfrutó?”
“Interpreto… que sí, que lo hizo…”
Laureen apoyó los codos sobre sus muslos y enterró el mentón entre sus manos.
“Eso sí que no puedo entenderlo…” – comentó mirando hacia algún punto indefinido de la habitación.
“¿Qué cosa?”
“Que… alguien esté sufriendo pero sienta placer con ello”
“No toda la gente goza del mismo modo ni con las mismas cosas – replicó Jack, súbitamente pedagógico -.  A propósito, ¿ gozaste mientras te orinaban en la boca?”
Se arrepintió un instante después de haberlo dicho.  Poco antes había tenido la duda acerca de si había recriminación en las preguntas que le hacía Laureen en relación a lo ocurrido con Carla, pero ahora sí sabía que en la pregunta que él acababa de hacer, la había sin lugar a dudas… Miró de reojo a Laureen pero, sin embargo, el rostro de ella no dio señales de alteración o de sentirse ofendida.
“No creo que sea lo mismo… – negó con la cabeza, pero de modo más reflexivo que tajante -.  Es decir, beber pis no es algo que te produzca dolor…”
“El dolor no tiene por qué ser sólo físico – objetó Jack -.  La humillación psicológica puede ser tanto o más dolorosa que la puramente física”
Lo señalado por Jack parecía estar cargado de lógica; sin embargo, Laureen continuaba pensativa y acariciándose la barbilla como si su cabeza diera vueltas sobre el asunto sin terminar de convencerse.  Súbitamente, Jack se puso de pie y se quitó la camisa; luego hizo lo propio con el cinto de cuero que sostenía su pantalón; girando la cabeza por sobre el hombro para mirar a su esposa, se lo extendió.
“Tómalo… – le conminó -.  Golpéame…”
El rostro de Laureen se ensombreció y se llenó de interrogantes.
“¿Qué…?”
“Que me golpees – insistió Jack sin dejar de extenderle el cinto que su esposa parecía renuente a aceptar -.  Azótame, vamos…”
Ella, caída su mandíbula por la incredulidad, tomó, a pesar de todo, el cinto que su marido le extendía.  Él volvió a girara la vista hacia adelante y, de espaldas a su esposa, se colocó las manos a la cintura; la actitud parecía ser de espera… Sin embargo, el inminente primer azote nunca caía.
“Jack… – musitó Laureen -.  No puedo golpearte…”
“Sí que puedes – insistió él -.  Sólo hazlo…   Quiero que entiendas que hay ocasiones en las cuales el dolor y el placer pueden ir de la mano…”
Jack hablaba con tanta seguridad que ni él mismo terminaba de creerse sus palabras, pues tenía sus propios pruritos hacia el mundo sadomasoquista y, de hecho, jamás en su vida se había dejado azotar.  Estaba, sin embargo, dispuesto a hacer el sacrificio y, de ser necesario, a fingir o exagerar con tal de que su esposa entendiera el concepto.  El cinto sobre su espalda, sin embargo, seguía haciéndose esperar.
“Jack, no puedo” – insistió Laureen, en un tono de voz cada vez más firme.
“Ya te dije que sí puedes…”
Se produjo un momento de silencio que finalmente fue roto por Laureen.
“Primera Ley de Asimov – dijo, repentinamente -: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño…”
Un súbito estremecimiento le recorrió en toda su longitud la columna vertebral a Jack.  Con un veloz movimiento, se giró para mirar directamente a Laureen, cuya expresión lucía ahora algo más distante y…. fría.  Los ojos de Jack se abrieron hasta casi salírsele de las órbitas mientras su rostro enrojecía.
“Eres… – comenzó a musitar y luego gritó -.  ¡Eres un maldito robot!”
                                                                                                                                                                           CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

Relato erótico: “De perra en celo a ser una cachorrita a mi servicio 2” (POR GOLFO Y ELENA)

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Este y todos los relatos de esta serie que están por venir consisten en las vivencias reales de Elena, una pelirroja con mucho morbo que me ha pedido ayuda para plasmarlas en relatos. Si quereís contactar con la co-autora podéis hacerlo a su email:  pelirroja.con.curvas@gmail.com.

También quiero aclararos que, aunque no son fotos de ella, lo creáis o no la modelo se parece mucho a Elena. Solo deciros que en persona sus tetas y su cuerpo son todavía más impresionantes.

Capítulo 3

Mi apartamento lejos de resultarme un remanso de paz donde olvidarme de lo que había sucedido, sus paredes me parecieron parte del problema. Nada más llegar, me quité la corbata y salí a tomarme unas copas que me sirvieran como anestesia para que el alcohol ocultara mi sonrojo.
Cómo perro apaleado, me dirigí al bar de siempre. La familiaridad del barman incrementó mi turbación al preguntarme porque llegaba tan acalorado. Incapaz de reconocer hasta donde había llegado mi degradación, me bebí mi copa de un trago y hui de ese lugar.
Sin rumbo fijo recorrí las calles de Madrid hasta que involuntariamente me vi a las puertas de una casa de putas a la que solía acudir con mis amigos. Sobreexcitado debido a la escena de la que había sido testigo, entré en ese lupanar con la esperanza que un polvo me hiciera olvidar lo ocurrido.
Como en otras ocasiones tras los saludos de rigor, la madame me preguntó qué era lo que estaba buscando. Todavía hoy sé que fue instintivo y hasta yo me sorprendí al escuchar mi respuesta:
―Una pelirroja tetona.
Me quedé helado al percatarme de lo que había dicho. Aunque la vergüenza que sentía me impelía a salir por patas, no lo hice y temblando como novicio en esas lides, esperé que desde el interior del putero saliera la puta con la que quería sustituir a la mujer que me tenía obsesionado. Dos whiskies mas tarde apareció por la puerta una preciosa joven, la cual a pesar de su belleza, desde el momento que la vi comprendí que nunca podría sustituir a Elena.
«Es una cría», sentencié molesto porque la que quería olvidar era una hembra hecha, una mujer madura con experiencia.
La fulana debió de advertir mi disgusto porque temiendo que diera por terminada la velada aun antes de empezar, me preguntó si no le gustaba. Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:
―Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía.
Mis palabras azuzaron a la mujer que no queriendo perder a su cliente me empezó a besar. Sus besos matizaron mis suspicacias y con ella entre los brazos, traspasé la puerta que daba acceso a los cuarto. Nada más entrar en su habitación se arrodilló a mis pies con la intención de hacerme una mamada pero como mis intenciones eran otras, me separé de ella y desde la cama, la ordené:
―Desnúdate.
Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Aunque en un principio esa chavala no me decía nada, casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo porque la fortuna me había sonreído y sus pechos se asemejaban en gran medida a los de la mujer que me había llevado allí. Era preciosa, la durísima vida de alterne todavía no había conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Actuando como una experta en su oficio, esa pelirroja suspiró como si realmente sintiera deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa.
―Tócate para mí― exigí mientras me quitaba la camisa.
La zorrita no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de saber que, aunque fuera solo durante una hora, era el dueño de los destinos de esa monada, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la supuesta lujuria de la mujer.
Ella, obedeciendo mis órdenes, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje. Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer dio un paso más en su actuación y chillando hizo como que se corría.
Lo cierto es que me dio igual saber que todo era fingido y más excitado de lo normal, me uní a ella en la cama. La putita creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola de mí, le dije:
―Me apetece otra cosa.
La mirada curiosa de la muchacha me confirmó que tras esa máscara de niña inexperta, se escondía una profesional que le daba igual lo que le hiciera siempre que le pagara pero obviando sus motivos, decidí fantasear yo con que esa mujer realmente me deseaba.
―Estás preciosa.
Mi piropo la confundió al no esperárselo y por eso no puso ningún inconveniente cuando mi boca buscó sus labios mientras con mi mano acariciaba uno de sus pechos. Traicionándola, sus pezones se contrajeron a pesar que era consciente que la excitación de la muchacha brillaba por su ausencia y que por mucho que hiciera iba a ser imposible que en su interior se calentara.
―Necesito ser suya― suspiró con la respiración entrecortada.
A pesar de su hipocresía, la belleza de su cuerpo y su dulce sonrisa, hicieron que mi pene se alzara presionando el interior su entrepierna. Mi erección incrementó su confianza y sabiendo que ya era casi un hecho que me la iba a tirar, me rogó que fuera bueno con ella. Su papel de niña indefensa me satisfizo y empecé a acariciar su cuerpo con dulzura. Durante largos minutos, fui tocando cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos hasta que creí haber conseguido derretirla.
La puta se merecía un óscar o realmente estaba excitada porque tiritando de placer, parecía sumida en la pasión justamente cuando con un grito me imploró que la tomara. Creyéndome a medias sus chillidos, la obligué a ponerse a cuatro patas y me coloqué sobre ella. La pelirroja creyó que había llegado el momento de cumplir pero en vez de penetrarla, acaricié los duros cachetes que formaban su culo e incrementé su turbación a base de suaves besos.
Todo su cuerpo tembló al sentir mi lengua jugando con su trasero pero en vez de gemir presa del deseo, me informó que el sexo anal costaba el doble. Cabreado decidí dejarme de prolegómenos y forzando su ojete, hundí mi pene en su interior.
La zorra gritó al sentir la violencia de mi asalto y temiendo sufrir un desgarro me rogo con lágrimas en los ojos que la dejara acostumbrarse a tenerlo dentro. Por mi parte, no estaba dispuesto a esperar y sin darle tiempo a relajarse comencé a mover con rapidez mis caderas.
―¡Madre mía!― sollozó de dolor al experimentar en sus carnes mi furia. Si hasta entonces se había comportado como una profesional, todo cambio y llorando como una magdalena, me rogó que aminorara el ritmo.
Obviando sus deseos, incluso incrementé el vaivén con el que la estaba sodomizando al tiempo que castigaba con duros azotes las nalgas de la pobre mujer. Nada me podía parar y ya lanzado, apuñalé su interior con mi estoque una y otra vez. La zorra al verse zarandeada de esa manera, se olvidó que yo era un cliente y sintiendo que su cuerpo colapsaba, disfrutó de cada uno de los asaltos de mi pene dándose el lujo de pedirme que no parara.
Dominado por mi faceta dominante, lo que terminó de excitarme fue ver a esa fulana pellizcando sus pezones y sin dejar de machacar su culo, le pregunté:
―¡Te gusta que te folle! ¿Verdad, puta?
―Mientras pagues me encanta ser toda suya― respondió todavía en plan altanera.
Su mercantilismo bajo mi excitación y deseando culminar para que no se fuera de vacío, agarré sus pechos y acelerando el ritmo de mis caderas, forcé su cuerpo hasta límites insospechados.
―¡Eres un bestia pero me gusta!― berreó sin importarla que la estuviera usando sin contemplaciones.
La exclamación de la que consideraba mi propiedad provocó que olvidara cualquier precaución y convirtiendo mi cuerpo en una ametralladora, martilleé con fiereza el ojete de esa mujer. Ella al sentir mis huevos rebotando contra los pliegues de su sexo, me soltó:
―Córrete de una puta vez, mamón.
Curiosamente ese insulto fue el empujón que mi cuerpo necesitaba y agarrándome a sus hombros, regué con mi semen su interior mientras en mi mente era a Elena a la que estaba inseminando.
La puta ni siquiera esperó que descansara y saliendo de la cama, me exigió de malos modos que la pagara. Mientras lo hacía, en plan cabrón le pregunté si le había gustado el tratamiento.
Por vez primera se comportó como un ser humano y sonriendo, me reconoció que sí pero que la próxima vez, la avisara antes para tener su esfínter ya relajado….

Capítulo 4

La visita al putero lejos de calmar la desazón que me producía esa mujer la incrementó y como si fuera una venganza del destino, me pase toda la puñetera noche dando vueltas incapaz de dormir. El recuerdo de la pelirroja dando rienda a su lujuria y el brilló de sus ojos mientras el chaval se la follaba me tenía obsesionado.
«Mierda», maldije al levantar más cansado que al acostarme.
Las manchas de humedad en mis sábanas eran un recordatorio de la excitación que durante todas esas horas había nublado mi mente. Sabía que era un pelele en manos de esa zorra. Aun así después del desayuno y contrariando mi decisión de no acudir al gimnasio, resolví que nada perdía si me acercaba a ver que era con lo que la tal Elena me iba a recibir.
«Quizás desea un polvo», pensé ilusionado.
Por ello zanjando el tema, preparé una mochila con ropa de deporte y salí rumbo a la oficina. Mi sentimiento de humillación por ser incapaz de olvidarla se fue incrementando con el paso de las horas pero se volvió insoportable al recibir sobre las dos de la tarde, la visita del portero.
Como apenas había cruzado unas palabras con ese sujeto, me extrañó que viniera a verme y por ello le recibí con las debidas suspicacias. A pesar de ello, os juro que nunca pensé que me dijera:
―Doña Elena me ha pedido que le informe que bajará sobre y media.
La sensación que iba a ser vox populi mi atracción por esa mujer me hundió en la miseria pero aun así contesté que, allí, la vería.
«Estoy gilipollas», mentalmente mascullé cabreado conmigo mismo mientras el empleado de la finca desaparecía rumbo a su portería.
Una hora más tarde y actuando como un autómata, bajé al vestuario anejo al gim. La ausencia de otros usuarios me tranquilizó. Ya vestido de corto, entré al local y me puse a pedalear sobre una bicicleta estática mientras miraba la puerta con la esperanza y el miedo de verla entrar. Esa dicotomía en la que me había sumergido se rompió en cuanto la escuché caminar por el pasillo.
El taconeo característico que producía con cada paso me alertó de su llegada justo en el momento que dos ejecutivos hacían su aparición en la sala. No tuve que esforzarme para comprender que venían charlando de ella al escuchar que uno de ellos decía:
―¡Qué buena está la zorra!
Y es que obviando mi presencia, ese par se recrearon a gusto hablando de las enormes ubres con las que la naturaleza había dotado a esa pelirroja. Ninguna parte de su cuerpo quedó libre de su escrutinio porque una vez habían acabado con su delantera, fijaron su atención en las gloriosas nalgas de las que era dueña.
―¡Y cómo las mueve!― observó descojonado el más apocado de ellos.
Ese comentario me hizo rememorar el sensual meneo que me había impresionado la primera ocasión en que me topé con ella.
«Son impresionantes», ratifiqué mentalmente cuando como una diva, Elena entró en la sala.
Enfundada en unas mallas que no dejaba lugar a la imaginación y con un coqueto top blanco con tirantes, sonrió a los presentes para acto seguido comenzar a estirar mientras los tres presentes seguía atentos cada uno de sus movimientos. Nuevamente fui consciente de su belleza. A pesar de sus treinta y tantos, ese monumento de cuerpo atlético todo lo que uno puede desear de una mujer.
Guapa hasta decir basta, sus pechos de ensueño cautivaron mi atención y deseé hundir la cara en su canalillo. Al mirar a los otros dos tipos, comprendí que estaban tan embelesados como yo y que no perdían ojo
“¡Quién se la follara!”, exclamé mentalmente al verla agacharse y tocarse la punta de sus zapatillas.
Si su rostro era precioso que os puedo decir de ese culo que voluntariamente exhibía con descaro a nosotros tres. Para describirlo tendría que gastar todos los seudónimos de exuberante y aun así me quedaría corto. Era sencillamente espectacular y para colmo, los leggins que llevaba lejos de taparlo, lo hacían aún más atractivo.
Desde mi posición, me quedé absorto disfrutando de los estiramientos de esa mujer. Os parecerá una exageración pero aunque he visto a muchas y he disfrutado de buena cantidad de ellas, ese zorron era lo mejor que había visto. Parecía sacada de un concurso de fitness erótico. Sabedora del atractivo que producía a su paso, se movía cual pantera incrementando el morbo de todos los que la observaban.
«Esta mujer es un peligro», medité ya que al observarla uno solo podía pensar en cuidarla y protegerla.
Mis hormonas estaban ya disparadas cuando habiendo terminado de calentar, el putón que había visto follar en el vagón se puso a correr sobre la banda y al hacerlo sus pechos se balancearon en un movimiento casi hipnótico que estuvo a punto de producirme un desgarro de cuello.
Su modo de correr era tranquilo pero eso no me decepcionó porque todo en esa criatura era impresionante. A cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites. Incapaz de decir nada, seguí mirándola durante diez minutos, manteniendo por mi parte un pedaleo constante.
«Como me gustaría calzármela», certifiqué molesto al llegar a mis papilas el dulce aroma que desprendía.
No sé cuál era el perfume que llevaba pero, para mí en esos instantes, era un cúmulo de feromonas que me traían como perro en celo.
«¿Qué se propone?» pensé al verla coger una botella de agua y sonreírme con una especie de reto en su gesto.
Su actitud me hizo incrementar mis precauciones y escondiéndome de su mirada, la seguí con los ojos mientras se acercaba a la pareja. Reconozco que para entonces, la curiosidad había hecho mella en mí por lo que sin ya disimular observé que se paraba frente a ellos y llevaba la botella a sus labios.
«No me lo puedo creer», mascullé interiormente cuando observé que en vez de beber, esa zorra lo que estaba haciendo era dejar mojar el top blanco.
Si yo estaba alucinado, más lo estaban los sujetos que ajenos a lo puta que podía llegar a ser esa mujer, admiraban embobados como la tela empapada comenzaba a transparentarse dejándoles disfrutar del rosado de sus areolas. Siendo ya el centro de las miradas, esa exhibicionista dio un paso más allá al quejarse de la temperatura que hacía mientras con descaro se acariciaba los pechos.
El impudor con el que esa pelirroja les estaba provocando azuzó a uno de los tipos a decir:
―Si tienes tanto calor, por nosotros no hay problema si te quitas la ropa.
Su respuesta me terminó de descolocar y es que soltando una carcajada, esa guarra dejó caer uno de sus tirantes mientras decía:
―Gracias por vuestra comprensión. No sé qué me ocurre pero estoy súper acalorada.
No contenta con quitarse el top con un sensual striptease, al dejarlo caer cogió sus enormes tetas entre las manos y como si fuera un trofeo, las mostró a la concurrencia.
«Lleva un piercing», murmuré al fijarme que su pezón derecho lucía un aro curvado que me hizo la boca agua.
Todavía no me había repuesto de la sorpresa cuando vi como el más joven de los dos se acercaba a Elena y atrayéndola hacia él, la empezaba a besar mientras con las manos se apoderaba de su culo.
―Me encanta― rugió la pelirroja al sentir que bajando por su cuello, el tipo se apoderaba de uno de sus botones y se lo empezaba a morder.
Os imaginareis mi estupefacción cuando el segundo se unió al banquete sin importarle mi presencia y mientras sus dos tetorras estaban siendo objeto de manoseos, la pelirroja me retaba con la mirada. Creyendo que me invitaba tambien a mí, me bajé de la bicicleta con intención de disfrutar de ella pero entonces esa puta me dejó claro que no lo deseaba al decir en voz alta:
―Me pone cachonda que alguien mire mientras me follan.
Por sus palabras había vetado mi participación pero no así mi presencia y sentándome en un banco a un metro escaso de los tres observé como le bajaban las mallas mientras esa guarra no paraba de gemir. No estoy muy orgulloso de mi actitud pero creo que disculpareis que me haya quedado allí, en cuanto os narre como la escena se fue calentando y es que mientras esos dos la desnudaban ella se agachó frente al menos osado y sin esperar su permiso, sacó el miembro erecto que escondía bajo el short.
«¡No me lo puede creer!», dije para mí al admirar la maestría con la que esa zorra lamía la extensión del ejecutivo mientras su compañera se hacía fuerte mordiéndole las nalgas.
Lo morboso de la escena, me dominó y solo la vergüenza que luego esos dos comentaran lo sucedido evitó que sacara mi propio miembro y me empezara a masturbar.
«¡Puta madre!», exclamé mentalmente cuando la pelirroja permitió con una sonrisa que el que tenía a su espalda la pusiera a cuatro patas y comenzara a jugar con su pene en su trasero, «¡la va a dar por culo!
Tal y como preví, el hombre uso su estoque para forzar el ojete y de un solo empujón se lo clavó hasta el fondo al tiempo que el otro agarraba la cabeza de la mujer y su falo hasta el fondo de su garganta. Los berridos de satisfacción con los que recibió tal tratamiento incrementó de sobremanera mi excitación y juro que de no estar paralizado por el miedo al rechazo, hubiera ido hasta ella y sacando ese invasor de su culo, lo hubiera sustituido por mi pene.
La pasión con la que esa pareja satisfacía su lujuria con Elena impulsó aún más si cabe su propia lujuria y sin importarle el ser oída por todo el edificio a berrear de placer mientras desde mi asiento, yo seguía dudando si sacar mi pene de su encierro.
―Pajéate para que yo lo vea― dijo la pelirroja con sus ojos fijos en mi entrepierna.
Estuve a un tris de hacerla caso pero la mirada de odio que me lanzó uno de los tipos, me sacó de las casillas y olvidando esa actitud sumisa, decidí pasar a la acción diciendo:
―A esta puta le gusta que la azoten.
Mis palabras no cayeron en saco roto y el mismo que me había taladrado con la mirada, agradeció la información y alzando su mano, soltó un sonoro azote sobre uno de los glúteos de la pelirroja. La reacción de Elena, aun siendo previsible, me sorprendió porque soltando un aullido aceleró la velocidad de sus caderas, al tiempo que profundizaba en la mamada que le daba al otro.
―Rómpele el culo sin miramientos― exhorté en plan hijo de puta.
El sonido de las manazas del ejecutivo cayendo sobre el culo de la mujer resonaron en el gimnasio siguiendo el ritmo con el que la sodomizaba. La pelirroja que hasta entonces había llevado la iniciativa se convirtió en una marioneta de sus amantes, los cuales descanso disfrutaron de su boca y de su culo hasta que uno descargó su simiente dentro de la garganta de la que ya estaba indefensa. Entonces y solo entonces, el otro sacando su verga del interior de los intestinos de ese zorrón, se la empezó a menear frente a ella y uniéndose a su compañero, eyaculó sobre sus mejillas mientras la mujer era presa de un brutal orgasmo.
Usando una autoridad que nadie me había dado, exigí a esa desdichada que no desperdiciara ni una gota de la lefa que la estaban regalando y ella al oírme, con una diligencia que me alucinó, me obedeció mientras su cuerpo era sacudido nuevamente por el placer.
Los sujetos debieron creer que yo era algo de ella porque se retiraron sin decir nada cuando cogiendo su melena, la arrastré hasta donde mi sitio y sentándome nuevamente, la ordené:
―Ya has jugado bastante, es hora que satisfagas a un verdadero hombre.
Una vez a mi lado, le ordené que me hiciera una mamada. Sumisamente, se agachó y liberando mi miembro de su encierro, abrió los labios para a continuación írselo introduciendo sin rechistar como había hecho antes con el otro tipo. Pero esta vez le exigí que usara solo su boca.
No sé si fue mi tono duro y dominante pero si antes me había dejado asombrado su maestría, en ese momento me alucinó aún más que su pericia, la sumisión que mostró mientras se embutía mi glande hasta el fondo de su garganta.
―Así me gusta, que seas todavía más puta conmigo― recalqué satisfecho al comprobar que dos lágrimas recorrían sus mejillas.
Mis palabras la hicieron reaccionar y sacando mi falo de su boca, me insultó mientras intentaba huir pero adelantándome a ella, me puse a su espalda y aprovechando que tenía mi pene erecto, de un solo empujón se lo metí hasta el fondo de su vagina.
―¡No!, ¡Por favor!― gimió al sentir su conducto violado.
Sin apiadarme de ella, forcé el único agujero que no había usado esa tarde a base de brutales embestidas mientras mis manos pellizcaban sus pezones con crueldad. Indefensa, Elena tuvo que soportar que al darse por vencida y dejarse de mover, mis manos azotaran su trasero diciéndole:
―¿No es esto lo que venías buscando?―
Llorando como una magdalena, me reconoció que así era. Su confesión me sirvió de acicate y mientras el dolor y la humillación de la muchacha iban mutando en placer, seguí machacando con furia su sexo. No tardé en asumir que estaba cerca su claudicación al sentir que una gran humedad anegaba su coño.
Con su vagina encharcada por el flujo, su placer se desbordó por sus piernas, dejando un charco bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que esa mujer estaba a punto de correrse fue el movimiento de sus caderas. Olvidando que era yo quien la estaba violando, la pelirroja forzó su sexo hacia adelante y hacia atrás, empalándose en mi miembro mientras sollozaba su entrega .
―Tienes prohibido correrte― ordené mientras me afianzaba en sus hombros con mis manos y reiniciaba un galope endiablado.
Esa nueva postura hizo que mi pene chocara contra su útero y ella al notar esa presión, la descolocó y ya dominada por la lujuria y aullando como cerda en el matadero, me rogó que la dejara liberar la tensión de su sexo. Ni siquiera la contesté porque abducido por mi papel, en ese momento mi verga explotó en su interior regando con mi semen su fértil vientre. Completamente insatisfecha, Elena se quedó inmóvil consciente que un movimiento más le llevaría al orgasmo. Encantado con la sumisión que demostraba, eyaculé como poseso sobre sus tetas tras lo cual, sin decir nada, saqué mi miembro y la dejé sola tirada en el suelo.
Ya en la puerta, me giré diciendo:
―A partir de hoy, tú y yo jugaremos a diario.
Tras lo cual salí rumbo a mi oficina con una sonrisa en mis labios.

Para contactar con la coautora: pelirroja.con.curvas@gmail.com

Relato erótico: “Pintor de cuerpos desnudos” (POR LEONNELA)

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Nunca me habría fijado en él sino hubiera sido por su rostro de melancolía, aquel anciano de un poco más de sesenta años, tenía grabada en sus ojos no solo las huellas del tiempo, sino la desesperanza de quien ve los días pasar, sin pena ni gloria.
Solía verlo en la alameda, recostado a la sombra de un almendro,  con su sombrero blanco de mimbre y el trajecito de corte antiguo que pese  a ser  de traza simple le daba un aire distinguido.
Poco podría decir de su apariencia física, quizá resaltar sus mejillas sonrosadas y sus ojos azules, que aunque pequeños resaltaban bajo el arco de sus cejas grises. Inclementes arrugas agrietaban  su rostro, y una que otra peca deslucía su piel, pero lejos de afearle le prodigaban el toque dulce de la vejez. Eso sí era de buen porte, alto y de contextura delgada, aunque  su traje no disimulaba  el abdomen ligeramente ensanchado y la flacidez propia de la edad.
En aquel entonces yo era una palomita de 21 años, de  piel morena y cuerpo espigado, de rostro bonito iluminado por la frescura de la juventud. Estudiaba música en la universidad estatal y  era una aficionada  a la fotografía humanista, por lo que ocupaba parte de mi tiempo libre retratando desconocidos en aquel parquecito
Algunos paseantes se volvieron camaradas por la frecuencia con la que me dejaban disfrutar de  la ilusión de una fotografía, mientras que otros fueron aves de paso, que quedaron inmortalizados en mi lente, pero aquel  ancianito del almendro, de carita serena y mirada melancólica,  se convirtió sin saberlo en mi musa inspiradora.
Una  fresca tarde de abril le escuche carraspear repetidamente, cubría su boca con un pañuelo tratando de ahogar un ataque repentino de tos. Por sus movimientos agitados noté que se le dificultaba respirar, por lo que presurosa me acerqué a auxiliarlo dándole suaves palmadas en la espalda.
_Gra…ggracias por la ayuda dijo cuando al fin pudo recuperar el aliento_ n o sabía que una fotógrafa, puede convertirse en un ángel, añadió guiñándome un ojo
Su galante piropo me arrancó una sonrisa y mientras le extendía mi botella de agua, me senté a su lado sobre césped.
_No exagere abuelo, cualquiera le hubiera ayudado
Bebió un sorbo lentamente luego se aclaró la garganta para continuar:
_ No todos hacen favores bonita, es más a esta edad uno se vuelve invisible; la verdad es que a los viejos casi nadie quiere vernos ni escucharnos…
Se me hizo un nudo en la garganta, había un dejo de tragedia en su voz pausada que me recordaba a mi abuelo y  tratando de animarle respondí:
_ Le aseguro que eso no le pasa solo usted…todos tenemos días grises
_Cierto, cierto bonita, pero solo cuando se es viejo, la soledad se convierte en tu sombra…
La verdad escondida en esas simples palabras me dejó meditabunda, contemplando tan solo como las hojas del almendro se esparcían por las veredas, nada tenía que objetar, nada tenía que decir, así que cambiando abruptamente de tema murmuré:
_Abuelo, quiere ver mis fotos?
La carita se le iluminó por la emoción y eso fue suficiente para que me pasara el resto de aquella tarde mostrándole mis tomas, sin saber que la casualidad había puesto en mi camino a un verdadero amante del arte.
Las semanas pasaron y la sombra del almendro se convirtió en nuestro lugar de encuentros, ya no solo nos unía la afición al arte, sino que me fascinaba escuchar sus recuerdos de bohemio que tenían el poder de hacer brillar con picardía sus ojitos azules.
No cabe duda que recordar es volver a vivir y don Marco no solo recuperaba la sonrisa, sino que su piel envejecida empezó a reanimarse con los tibios rayos de la tarde, al igual que su paso lento se vigorizaba con las continuas caminatas que dábamos a lo largo de la alameda, mientras compartíamos sus recuerdos y mis sueños.
_Qué canción tararea don Marcos? se me hace conocida
Un pasillo, un pasillo ecuatoriano mija, música  de mi época.  Ay bonita, no sabes cuántas doncellas cayeron con esos!!
_Vaya,vaya don Marcos todo un conquistado eh?
_No lo niego bonita, una buena serenata, un par de cartas a la salida de misa, un paseo por el bulevar, y los encajes  de las coloridas enaguas se levantaban dejando ver las hermosas  pantaletas, que con algo de suerte, de un tirón pasaban a ser mías jeje
_Jajaja don Marcos que sinvergüenza!!
 _Ay Julita, si supieras cuantas pantaletas quedaron olvidadas en mis bolsillos
_Así que un ladrón de braguitas?  Quién lo diría…
_Pequeña, no me subestimes por viejo, mira que aun puedo robar unas cuantas aseveró guiñándome un ojo
_Jajaja pues le aseguro que las mías no serán
_Jeje no me refería a las tuyas, pero ay pequeña no sabes cómo da vueltas la vida…
_Mmmm hoy sí que está picarón eh?
_Perdona Julita, pero me eché un buchecito de wisky así que ando medio alegrón …ahhh por cierto, el título  de la canción es: sendas distintas, escucha, escucha la letra
Qué cerca y que lejano
Yo soy el viejo soñador
Tú la niña apasionada
Que cantando en la luz
Vas como un ave
Más al mirarte cerca me figuro
Que yo soy un castillo abandonado
Y tú un rosal…abierto junto al muro…
_Mmmm  la canción habla de  un hombre mayor y una…don Marcos, me la está dedicando? señalé entre incrédula y divertida
_Julita, si te gusta, claro que te la dedico!
_Hummm…debo interpretar que intenta seducirme como a las muchachas en el bulevar?
_Jajaja bonita, no me creas tan iluso, mira que a esta edad fijarme en una palomita como tú, pero si tuviera 40 años menos…ay si tuviera aunque sea  20 menos…
No se me ocurrió qué responderle, don Marcos era agradable y no se me antojaba hacerle un desplante, así que simplemente le tomé del brazo y continuamos paseando. Sin embargo me  distraje imaginándolo en su juventud, pese a ser un anciano aun tenia buena pinta, además era divertido y encantador; de seguro fueron muchas las pantaletas que robó…quizá quizá a su lado mis braguitas también corrían riesgo…
Meneé la cabeza, era absurdo lo que cavilaba, y sonriente pregunté
_Oiga don Marcos y tiene los discos antiguos?
_Desde luego Julita, los de acetato, tengo una colección de ellos;  los toco mientras me dedico a pintar
_A pintar??? no sabía que era un artista!!
_Aun no te lo había contado pequeña,  pero en mis tiempos era casi una celebridad,  un tanto mal vista pero celebridad al fin
_Y eso? porqué mal visto don Marcos
_Ay bonita eran otros tiempos, y todo quien profanaba las buenas costumbres era censurado  aunque llevara el arte e las manos
_Don Marcos perdone, pero sigo sin entenderle
_Linda, en mi juventud impulsé la carrera de  decenas de modelos hermosas retratándolas al desnudo, y ya sabes como la falsa moral  juzga lo que a escondidas disfruta
_Quién lo diría don Marcos usted un ladrón de braguitas y un pintor de desnudos…mmm hoy sí que me ha sorprendido
_Palomita hay muchas cosas que no sabes de mí, tengo 65 años mucho mundo, muchas  vueltas recorridas, en fin aun guardo algunos cuadros, si en algún momento quieres verlos por mi encantado.
_ Por supuesto que me gustaría!, me fascina, las fotografía, la pintura , la música, tenemos gustos parecidos verdad?
_Cierto bonita, digamos que somos como almas gemelas lamentablemente en los extremos de la vida; a propósito he estado pensado desde hace unos días en hacerte una propuesta
_Dígame don Marcos de que se trata?
_Vas a necesitar dinero para tu matricula de comienzo de año verdad??
_Sí,  al momento las cosas no están tan bien en casa
Lo sé linda lo sé. El asunto es que a mí me gustaría volver a la pintar y pues humildemente tengo una pensión que me permite darme el gusto de contratar una modelo de lujo como tú…
_Don marcos yo…
_Mira linda, antes de que te niegues te aclaro que mi especialidad es el erotismo, no la pornografía y debes saber que hay una gran línea entre las dos cosas; lo que tú y yo haríamos seria arte, arte en su total expresión, porque no lo piensas un poco?
_Este…yo…tengo varias amigas que quizá…
_Bonita, no me interesa contratar a alguna de tus amigas, siendo honesto también podría por mis propios medios conseguir una modelo, pero la verdad es que quiero convenir contigo, tienes un ángel que me cautiva y si no aceptas  tú, pues dudo que contrate a alguien más
_Ay don Marcos me la pone difícil…
_Linda, podemos hacer algo, si te animas te invito a conocer mi estudio, te muestro mi trabajo y podemos incluso acordar las condiciones con la que te sientas a gusto y si te apetece lo intentamos y si no, pues nada sea a dicho, quedamos tan  amigos como siempre, te parece?
_Mmmm pues…no está mal la idea, además eso de ser modelo suena tan glamoroso, respondí dándole alas para que terminara de convencerme.
A la tarde siguiente nos encontramos en el almendro y en lugar de quedarnos en el parque, caminamos unas cuantas cuadras por la plaza grande hacia una zona residencial. Me había formado la idea de que don Marcos vivía  modestamente, pero me sorprendió ver que su apartamento a más de acogedor, estaba sobriamente amoblado y exquisitamente decorado, digno de un artista de antaño.
Me condujo hacia un lateral donde se situaba su estudio. El salón era amplio, un gran ventanal acondicionaba el lugar con luz y ventilación, en uno de los extremos un par de cómodos  sillones perfilaban una zona de descanso y al lado izquierdo se vislumbraba una grada, que conducía a un altillo enriquecido por múltiples cuadros. Mientras él preparaba un par de bebidas me entretuve en su curiosa galería.
 En cada cuadro se percibía un derroche de sensualidad que me tenía embebecida y a más de penetrar en su mundo a través de aquellas obras, extrañamente me sentí estimulada, como si mis sentidos despertaran pasionalmente o como si fuera e un lienzo añorando la mano del artista.
_Quiero hacerlo dije repentinamente _quiero ser su modelo
_Y que es lo que te ha convencido bonita? Inquirió sorprendiéndose al verme tan decidida
_La magia, la magia de la pintura, su magia Don Marcos, no sé si me entienda, pero tengo la misma sensación de deleite que me produce la fotografía
_Eso es maravilloso muchacha ya verás que lograremos un gran trabajo.
_Ha pensado en lo que haremos?
_Desde luego, la verdad es que me gustaría hacer algo diferente a lo que acostumbro y si me dejas decidir,  optaría por experimentar sobre ti, eres hermosa y tu piel podría ser el lienzo perfecto para dejar fluir la imaginación
_Pintar sobre mi cuerpo?
_Sí, luego podríamos fotografiar los diseños, así combinamos la pintura con la fotografía que es lo que nos gusta, nos quedaría un gran trabajo
_No lo dudo don Marcos sé que quedará grandioso, pero antes de que continúe quiero decirle algo
_Lo que quieras pequeña, te escucho
_Hummm…estem… ya que voy a ser su modelo y me va a ver desnuda…
_Te preocupa que haga algo indebido bonita?
_Estee…no se ofenda, lo que pasa…es que…
_Linda no vas a tener quejas de mí, no suelo propasarme con las mujeres, a menos que ellas… lo deseen…murmuró rozando mi mejilla
Su voz sonó grave, profunda, acariciadora y  sus ojos azules se engancharon unos segundos en los míos haciéndome vibrar; sin duda había algo en aquel anciano que despertaba mi curiosidad  y más que eso, una inexplicable emoción que aún no podía definir; quizá por ello, sin pensarlo mucho confirmé mi aceptación.
El fin de semana nos reunimos nuevamente en su estudio, don Marcos había adquirido lo necesario, como pinturas no tóxicas a base de agua, esponjas, lacas, entre otros implementos y tenía acondicionados el lugar de modo que pudiéramos trabajar con soltura.
Debo reconocer que  pese a que estaba relativamente tranquila, lo más difícil fue despojarme de la ropa, me quité mis jeans quedándome en una pequeña tanguita de color piel, que  por su pequeñez y tono daba la impresión de estar totalmente desnuda.
 Don Marcos apenas me miraba, se entretenía en alistar una fuente con agua mineral para limpiar mi piel de forma que la pintura se pudiera adherir sin problema. Me entregó el paño húmedo, y me dediqué a la tarea de pasarla por mi cuerpo desde los pies, hacia los muslos .Lo propio hice con mis caderas mi cintura y mis brazos. Cuando tuve que retirarme el sujetador para abordar la zona de mis pechos mi corazón empezó a desbocarse. Me sentía algo incomoda de liberar mis senos, aunque siendo hermosos, lo que verdaderamente debía sentir es orgullo
 Pese  a tenerlos  altivos y de buen tamaño, don Marcos se mostraba indiferente, lo cual era  lo adecuado para llevar nuestro proyecto con profesionalismo, sin embargo precisamente eso  incomprensiblemente me molestaba. No es que tuviera la intención de provocar al anciano, sino que  suponía que  mi desnudez  iba a causarle almenas algún sofoco, pero al parecer el viejo pintor  se esmeraba en guardar las distancias y con su aparente serenidad agredía mi vanidad de mujer.
Decidida a llamar su atención, retiré los mechones de cabello que resguardaban mis senos acariciándolos sutilmente y mientras recogía mi melena en una coleta seguí la dirección de su mirada, pero lejos de caer en mi juego, con la mayor naturalidad me pidió que diera vuelta para limpiar la zona de mi espalda. Aquella reacción impasible acabó por desencajarme, más aún porque se dibujó en sus labios una sonrisilla irónica. Sí, en verdad era irónico que fuera yo quien luego de mostrar desconfianza, terminara lanzándome a provocarle.
Obedecí, di vuelta con la  plena seguridad de que al no ser observado, desviaría su mirada hacia la carnosidad de mis glúteos y con toda la mala leche retrocedí de forma que por escasos segundos mis nalgas rozaron su pubis. Su agitación y el temblor de su cuerpo me confirmaron que bajo esa piel marchita y marcada de arrugas había un muchacho deseoso por responderme.
_Perdone don Marcos que torpe soy!! casi le caigo encima, susurré en un intento de justificarme
_Tranquila linda, nno…no .fue nnada…balbució, quedándose una milésima más de segundo adherido a mi trasero, para luego separarse dejándome confusa e inquieta
Había logrado que el anciano pese sus intentos de ignorarme titubeara con mi cercanía,  pero él no había sido el único, también yo vacilé, también mi respiración se agitó y también una  ráfaga de calor sacudió mis entrañas. Aun así  no tenía intenciones de avanzar más,  mi ego había quedado satisfecho, pero para el viejo pintor el juego apenas comenzaba…
 Con suavidad empezó a deslizar el paño húmedo por mi espalda, desde mis hombros hacia los omóplatos, desde la parte céntrica hacia los costados, con la suavidad de quien esconde en un roce una caricia. Sus  yemas  producían un agradable hormigueo, que al llegar a la parte baja de mi espalda se convirtió en un latente estremecimiento que me hizo soltar un débil gemido
-Ahhhh
_Perdona bonita, dijo susurrante, se me había olvidado que algunas pieles son muy receptivas, tendré cuidado cuando use las manos y…mi instrumento…
 Su  tono cargado de  malicia me dejó pasmada, pero antes de que yo pudiera decir algo recogiendo uno de los pinceles aclaró
 _Jaja Julita, éste instrumento!!
Ambos reímos con complicidad. Qué había cambiado entre los dos? no lo sabía, pero no cabía duda que don Marcos movía  las fichas a su manera
_Listo pequeña, señalo con un nuevo dejo de pasividad _comenzaremos nuestra obra
Con el uso de un aerógrafo, aplicó una base de pintura en mi piel, dándole un tono degradado y con pinceles de diferentes grosores fue rellenando espacios, bordeando y coloreando detalles. Las pinceladas corrían por mi cuerpo deslizándose a buen ritmo, pero intencionalmente en la zona de mis pechos se volvían  lentas… lánguidas…repetitivas…
El fino pincel surcaba mis senos marcando su paso sobre mis aureolas, cercando mis pezones, que se endurecían ante el estímulo que me provocaba el viejo pintor con sus  diestras manos. A momentos era sutil como la seda y otras intenso como el mismo fuego.
Hábiles trazos bailaron sobre mi cintura, mi vientre  y espalda y al llegar a mis glúteos nuevamente las pinceladas se volvían lentas, sinuosas, insistentes, como si en lugar de pintarme tuvieran la vedada intención de estimularme.
Con miradas esporádicas buscaba algún gesto de desaprobación, pero yo no tenía la fuerza suficiente para rechazarlo, al contrario, mis estremecimientos y débiles gemidos daban luz verde a su clara intención de excitarme.
Todo aquello distaba años luz de mi  escasa experiencia sexual, en la que el sexo fue únicamente el encuentro de los genitales, el mete y saca con el que solía quedarme en las nubes preguntándome si “eso era todo”, con el anciano estaba descubriendo el morbo y el placer…
Don Marcos se inclinó frente a mí, y con una esponja empezó a impregnar mi piel de un tono  rojo satinado desde mis pies hacia la parte alta de mis muslos, sus roces me espeluznaban y no pude evitar un respingo al sentir el calor de su aliento casi sobre mi sexo.
Como respuesta a las cálidas reacciones de mi vulva, ajusté instintivamente las piernas, desfigurando  un par trazos ondulados que embellecían mis inglés.
_Lo…lo ssiento
_Tranquila bonita, susurró mientras asentaba la esponjilla en la paleta –ábrete un poco para corregir el diseño
Colocando las manos entre mis muslos me instó a separarlos, su acción me  produjo un nuevo sobresalto; no cabía duda que estaba  ansiosa, afiebrada, y húmeda muy húmeda…
_Mmmm palomita, mira nada mas con lo que me encuentro…señaló manteniendo la mirada fija en mi sexo
Sabía que se refería a la humedad marcada en mis braguitas, a esa mancha que delataba mi excitación, a esas ganas que se levantaban por encima de los estereotipos de la edad.
_Ahhh don Marcos…
_Sucede algo bonita?, dijo posando su pulgar  justo donde la mancha se hacía evidente, lo agitó un par de veces sobre mi clítoris arrancándome otro gemido. Ansiaba que me estimulara más, que lo hundiera en mi coño, pero se detuvo y se limitó a repetir
_Mira nada más con lo que me encuentro…mmm por lo visto nos hemos olvidado de dar tono a tu pantaleta, señaló haciéndose el desentendido,…siéntate en esta silla y lo soluciono todo
_Sentarme? respondí vacilante…y el diseño?
_Jajaja bonita, a éstas alturas la pintura de tus posaderas ya está seca, y si no fuera así corregiríamos los trazos pronunció con un tono tranquilizador, es que presiento que en este momento hay otro punto de tu cuerpo que merece más mi atención…
Me mordí el labio sobreexcitada, y obedecí, consciente de que el anciano disfrutaba perturbándome
_Abre linda…abre un poco más…
Separé mis piernas y en cuestión de un par de minutos me enamoré de los dedos de aquel viejo pintor, que sabiamente dirigía su pincel por las hendiduras de mi sexo. La fina tela de la tanguita me permitía captar las sensaciones que me producía la escobilla al abrirse paso entre mis pliegues. Sobresalto tras sobresalto afianzaban su camino, y cuando sentí que mi tanguita era apartada me retorcí de placer sobre la silla.
Se sentó en el suelo, y  con uno de los pinceles limpios acarició mis labios hinchados, desde las comisuras hasta los bordes de la entrada, subiendo y bajando con la calma de quien se siente dueño de la situación. Su índice y su pulgar se engarfiaron en el capuchón de mi clítoris friccionándolo con suavidad, mientras con su pincel estimulaba la entrada de mi coño.
_Ahhhh
_Todo bien bonita?
_Siiga…sigaa…
_Segura bonita?… ya no desconfías de mí?
_No..  nno se detenga ahhh…
_Sé más explícita palomita, no quiero propasarme contigo…pídeme lo que quieres.
_Joder!!! quiero correrme!!!lo entiende?? necesito correrme!!!!!
Ante mi pedido casi suplicante, sus dedos se aceleraron en mi clítoris y con su otra mano morbosamente fue deslizando el pincel en la profundidad de mi sexo, moviéndolo con suavidad, haciendo círculos con él y estimulándome de tal forma que lo único que ansiaba era ser follada.
Restregaba su rostro en mis senos, y su palma en mi vagina, logrando que por las tibias caricias gimiera enloquecida, luego dando la estocada final, agitó su maravillosa lengua en los pliegues de mi sexo provocándome un orgasmo desenfrenado.
Terminé en sus brazos, besaba mis ojos y acariciaba mis hombros desplazando sus caricias por mi espalda, luego se situó tras de mí apretándome por la cintura, mientras dejaba su quijada en mi clavícula y sus besos en mi piel.
_Dañamos los diseños palomita, mira mira como quedaron tu senos murmuró agarrándolos y tirando de mis pezones, _, jamás creí llegar a tocarlos así
_De verdad? pregunté en medio de un suspiro, no pensó que terminaríamos en esto?
_Jajaja palomita como iba a imaginarlo, si me aclaraste que jamás robaría tus braguitas, lo recuerdas?
_Jajaja me mantengo  en eso, no dejaré que me las robes Marcos Santander!!
_Así?? pues hace un momento me dejaste que las apartara y me comiera tu sexo completito con eso tengo bastante palomita, respondió apretándose contra mi trasero y restregándome su miembro en erección
_Mmmm se siente tan…tan rico…
_Delicioso y eso que solo la pruebas por encima de las braguitas, anda amor, no te las quiero robar, quítatelas quítatelas tu misma…
Mientras apurada me deshice de las braguitas don Marcos se quitó el saco y se abrió la bragueta, y allí mismo de pie, arrimada contra la silla, su pene endurecido busco su lugar en mi sexo. Sus dedos engarfiados en mi clítoris no daban tregua, provocándome fascinantes estremecimientos, mientras su miembro húmedo de deseos entró lentamente en mi coñito.
Empujó la pelvis hacia adelante enganchándose en mis profundidades, nos quedamos unos segundos quietos sintiendo como nuestras carnes se volvían una, para luego acompasados  disfrutar del vaivén de nuestros cuerpos.
Suaves meneos acompañados de placenteros gemidos nos hacían contorsionar buscando más profundidad, nuestros traspiraciones se mezclaban al igual que nuestros jadeos de goce. Después solo un mundo de placer, las ansias de tenernos apuraron  mi orgasmo e instantes después su palpitante miembro se desahogó en mis entrañas.
El agua tibia de la regadera había terminado de desfigurar la hermosa efigie del ángel ardiendo en llamas plasmada en mi cuerpo…
_Volverás a dejar que te pinte? preguntó mientras me cobijaba con la sábana
_Siempre,siempre que la paga sean sus caricias
_Ven palomita, ven, que en éste viejo aún quedan fuerzas…
Nuevos besos, nuevas caricias, nuevas sensaciones. Esta vez sus labios se tomaron un tiempo interminable para recorrer mi cuerpo, descubriendo los espacios en los que  vibro de  placer. Sus tibias manos acariciaban mi espalda descendiendo más allá de mis glúteos donde la humedad de mi sexo, hambreaba sus dedos.
Furtivos besos en mi vientre liberaron mis muslos, permitiendo que su lengua viaje entre mis ingles, lamiendo mis pétalos abiertos  y buscando la miel de mi sexo. Caricia tras caricia, espasmo tras espasmo, desencadenaron  una explosión orgásmica que me hizo sentir que el cielo estaba en su boca.
Ansiosa de complacerle acaricié cuanto pude de su piel, mis labios no se detenían ante  ninguna herida de la vejez que ensombreciera su aspecto, para mí él era  maravilloso y así se lo demostré con mis besos.
Me incrusté entre sus piernas regalándole la calidez de mi boca y la frescura de mi saliva que chorreé  a lo largo de su miembro para suavizar la inserción. Sus ojos se entrecerraban a medida que su sexo desaparecía en mi boca centímetro a centímetro, hasta casi rozar con mis labios su pubis y cuando creí que estaba próximo a culminar, giró de tal forma que se acomodó encima de mi cuerpo .Ágilmente acomodé mis muslos tras de su espalda, permitiendo que su pene se hundiera en mis entrañas dándome un placer incomparable.
El ansiado balanceo de nuestros cuerpos  friccionaba nuestros sexos produciéndome  infinidad de sensaciones placenteras. Enloquecida Levanté mis caderas ubicando  mis muslos en sus hombros, dando rienda suelta para que me amara a profundidad. Varios movimientos de entrada y salida lograron que nuestros cuerpos entre gritos y jadeos estallaran de placer.
Después del placer buscó mi regazo. Muy lejos había quedado la mirada nostálgica del anciano que se refugiaba a la sombra del almendro
_Palomita, mi palomita, cuánto bien me haces pequeña
Me estremeció su dulzura y en ese instante tuve miedo de mis sentimientos y más que eso un miedo  terrible de equivocarme, de lastimarle, de ilusionarle. Como la letra del romántico pasillo, yo era tan solo una niña apasionada y él mi viejo soñador,… qué cerca y qué lejanos!!
Un sinnúmero de inquietudes golpearon mi cabeza confundiéndome emocionalmente y presa de mis dudas, olvidé la felicidad que había encontrado en sus brazos
Con tristeza sostuve su carita arrugada entre mis manos y besando su frente murmuré:
_Don Marcos… no se enamore de mi…No tuve el valor de mirarle a los ojos y me alejé sin decir más…                                                                                          
                                                                                         &&&&&&&
El parquecito aquel, nunca volvió a ser igual, busqué al ancianito de sombrero de mimbre y ojos azules muchas tardes, pero no lo hallé, otras tantas veces caminé a lo largo de la alameda persiguiendo su aroma, pero solo percibí su olor, en los recuerdos que dejó en mi piel…
Una tarde me cansé de esperarle, la llovizna arreciaba y con el corazón enfermo de ansiedad, desesperadamente corrí por la plaza grande hacia los condominios del norte.
Temblando de emoción más que de frio, repiqué varias veces el timbre de su puerta
_Don Marcos!!! grité lanzándome a su cuello, cuando lo vi en el umbral
_Qué tienes palomita? qué te sucede? musitó colocando cariñosamente su saco en mis hombros
_Porqué desapareció? quería asustarme verdad? Le he extrañado tanto!!
_Palomita, fuiste tú la que…entra, entra  bonita, que hace un frio terrible
_Lo siento, lo siento tanto, tuve miedo, ahora sé que éste es mi lugar, aquí, en sus brazos, usted aun…
_Ay palomita no juegues con el destino y sé sensata no… te enamores de mi…
Mi mirada se entristeció profundamente, cuando me alejé de don Marcos ésas habían sido mis últimas palabras y en ese momento comprendí cuan dolorosas fueron
_Jaja bonita, es una broma!!  de mal gusto pero broma!…Ven acá chiquita mía
Ya no deje que hablara, tampoco yo lo hice, solo  nuestros besos hablaran por los dos…
 
 PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
 
 

“¿Qué hace la profesora en tu cama? ” Libro para descargar (POR GOLFO)

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SINOPSIS:


«¿Qué hace esa mujer en tu cama?» es una pregunta siempre difícil de contestar pero si encima quien está compartiendo contigo las sábanas es tu profesora y la persona que te la hace es una compañera secretamente enamorada de ti, se convierte en imposible.
En esta historia, Golfo nos narra las diferentes vicisitudes que tiene que pasar un universitario cuando en su vida entran a formar parte tres bellas mujeres. 
CONOCE A ESTE AUTOR, verdadero fenómeno de la red con más de 20 MILLONES DE VISITAS.

 ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

Introducción

Nuestra historia no es sencilla de explicar y menos de entender. Para tratar de haceros ver las razones que nos llevaron a convertirnos en esa peculiar familia, me tengo que retrotraer unos años a cuando recién salido del colegio acababa de entrar en la universidad. Recuerdo con añoranza esa época, durante la cual no solo aprendí los rudimentos básicos de todo geólogo sino el arte de complacer a una mujer. Curiosamente la primera que me dio clases en esos menesteres sexuales fue la catedrática de Cristalografía.

Doña Mercedes, aparte de estar buenísima, era un hueso duro de roer. Su sola presencia hacía que todos los estudiantes tembláramos al verla entrar en el aula. Con una mala leche proverbial, usaba y abusaba de su poder para menospreciar a los que habíamos tenido la desgracia de tenerla como tutora. Su menosprecio no tenía sexo, le daba igual que el objeto de su ira fuera una mujer o un hombre, en cuanto te enfilaba podías darte por jodido.

Todavía me acuerdo de la primera vez que la tomó conmigo. Fue una mañana en la que el metro se había retrasado y por eso llegué tarde a sus clases. Al entrar se me ocurrió no pedir perdón por mi retraso y obviando que ya estaba explicando la materia, me senté. La muy zorra no esperó a que me hubiera acomodado en mi asiento y alzando la voz, dijo:

―Se puede ver por la falta de interés del Sr. Martínez que domina los sistemas cristalinos― y señalando la pizarra, prosiguió diciendo: ― ¿Nos puede obsequiar con su sabiduría?

La fortuna había hecho que la tarde anterior, hubiese estudiado lo que íbamos a dar con esa arpía y, aun así, totalmente acojonado, subí a la palestra desde donde los profesores impartían sus clases.

Nada más llegar a su lado, me soltó:

―Como no ha tenido tiempo de escucharme, les estaba explicando a sus compañeros que había siete tipos de sistemas.

No queriendo parecer un palurdo, cogí el toro por los cuernos y demostrando una tranquilidad que no tenía, expliqué a mis amigos que, aunque había treinta y dos posibles agrupaciones de cristales en función de sus elementos de simetría, se podían reagrupar en siete sistemas. Debió sorprenderla que lo supiera, pero decidida a humillarme, esperó a que terminara de enunciar los tipos para preguntar:

―Parece que Usted no es tan inculto como parece, pero me puede explicar: ¿Cómo le afecta a un haz de rayos X el pasar por cada una de esas estructuras cristalinas? 

Aunque sabía que su asignatura se basaba en eso, no supe que responder y con el rabo entre las piernas, lo reconocí en público. Satisfecha por haberme pillado, lo explicó ella. Tras lo cual y mandándome a mi asiento, me ordenó que el lunes siguiente quería en su mesa un trabajo de cincuenta páginas sobre el asunto.

Cabreado, me mordí un huevo y no contesté a esa guarra como se merecía. Sabía que, si me quejaba, de algún modo esa mujer me lo haría pagar. El resto de los presentes tampoco dijo nada porque temía ser objeto del mismo castigo. Durante los cuarenta minutos que quedaban de su clase, me quedé refunfuñando, pero aun siendo imposible, deseando devolverle la afrenta. Observándola mientras daba la lección, me percaté por primera vez que esa cuarentona estaba buena. Con un metro setenta y una melena rubia, su severa vestimenta no podía ocultar que Doña Mercedes tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier muchacho de mi edad.

Dotada por la naturaleza de unos pechos grandes e hinchados, la blusa que llevaba en esos instantes era demasiado estrecha y eso hacía que los botones parecieran estar a punto de estallar. Absorto contemplándola dejé volar mi imaginación y deseé que mi venganza consistiera en tirármela. Ya excitado con la idea, mi pene reaccionó poniéndose erecto cuando al caérsele la tiza, se agachó para recogerla.

«¡Menudo culo tiene la vieja!», exclamé para mí al comprobar la clase de pandero que tenía.

Sus nalgas me parecieron una maravilla y prendado por tan bella estampa, no pude retirar mis ojos de ellas con la suficiente rapidez y por eso al incorporarse, la profesora se percató de la forma en que la miraba. Por extraño que parezca, no dijo nada y dando por terminada la clase, desapareció por la puerta. Aunque aliviado por su súbita desaparición, no pude dejar de echarme en cara el haber sido tan idiota.

En ese momento no lo supe. Al sorprenderme, se escandalizó por el brillo de mis ojos, pero una vez en su despacho, cerró la puerta. Ya sin el peligro de ser descubierta, recordó la erección de mi miembro que había adivinado a través del pantalón. Excitada como pocas veces, se levantó la falda y se masturbó mientras se lamentaba de que fuera su alumno y no un hombre que le hubiesen presentado cualquier noche.

Mientras tanto, fui el objeto de las burlas de mis compañeros que, regodeándose en mi desgracia, me sentenciaron diciendo que por lo que sabían de otros años, esa puta siempre la tomaba con uno y que, por bocazas, me había tocado a mí ser su víctima ese curso. Tengo que reconocer que su guasa no hizo mella en mí porque mi mente divagaba en ese momento, soñando con hacer mío ese culito.

1

Tratando de no dar otro motivo a esa zorra para humillarme aún más, me pasé ese puto fin de semana encerrado en casa, haciendo el trabajo que me había ordenado.

Convencido de que no iba a dejar pasar la oportunidad para putearme, decidí leer varios de los libros que había publicado y de esa forma teniéndola a ella como principal referencia, no pudiera objetar nada de cómo había desarrollado el tema.

Satisfecho, pero en absoluto tranquilo llegué a su oficina ese lunes. Al entrar en su cubículo, me pidió que cerrara la puerta y tras ordenar que me sentara, empezó a revisar el trabajo. La muy hija de puta me dejó en la silla mientras se ponía a estudiar concienzudamente mi escrito. Durante los primeros diez minutos estaba tan nervioso que no pude hacer otra cosa que mirarla y eso fue mi perdición porque al recorrer su cuerpo con mis ojos, me empecé a excitar al comprobar la perfección de sus curvas.

Ajena a mi escrutinio, mi profesora estaba tan concentrada en el trabajo que no se percató de que uno de los botones de su blusa se había abierto dejándome disfrutar de parte del coqueto sujetador de encaje que portaba. Absorto en tratar de vislumbrar de alguna forma su pezón, me estaba acomodando en mi asiento cuando involuntariamente, o eso pensé, Doña Mercedes se acarició un pecho. Como un resorte mi pene se irguió bajo mi bragueta y ya dominado por el morbo, no quité ojo de su escote.

Aunque me pareció en ese instante imposible, la profesora cambió de postura mostrándome sin pudor el inicio de una negra aureola. Intentando que no notara mi erección estaba ahuecando mi pantalón cuando levantando su mirada de los papeles, me pilló haciéndolo. Noté que se había dado cuenta porque contrariando su fama, se mordió los labios antes de decirme con voz entrecortada:

―Su trabajo está muy bien, le felicito.

―Gracias― y tratando de huir de allí, le pregunté si podía volver a clase.

Afortunadamente me dio permiso y cogiendo mi bolsa, salí de su despacho hecho un mar de dudas. No me podía creer lo ocurrido y dirigiéndome directamente al baño, me encerré en uno de sus retretes y liberando mi pene, me empecé a masturbar recordando su mirada de deseo. Mientras daba rienda suelta a mi excitación, deseé no haberme equivocado y que sus intenciones fueran otras.

Con mi lujuria saciada, me auto convencí de que lo había imaginado y olvidando el tema, volví al aula donde mis compañeros estaban. Al verme entrar, me preguntaron cómo me había ido e incapaz de reconocer lo vivido, dije entre risas que como siempre ese zorrón me había puesto a caer de un burro.

Desde ese día, la actitud de Doña Mercedes hacia mí no solo no cambió, sino que me cogió como el saco donde descargar sus golpes y era rara la clase donde no se metía conmigo. Pero realmente si había cambiado porque después de reñirme en público, esperaba a que todo el mundo saliera para pedirme que le ayudara a llevar sus trastos al despacho. Ya en su cubículo resolvía las dudas que pudiese tener mientras hacía una clara exhibición de su cuerpo.

Aunque parezca una fantasía de adolescente, se convirtió en rutina que esa cuarentona me explicara nuevamente la materia entre esas paredes, dejando que se le abrieran los botones de su camisa o bien permitiendo que la falda se le levantara permitiéndome disfrutar de sus piernas.

Era un acuerdo tácito.

Ni ella ni yo comentamos jamás en esas reuniones su exhibicionismo ni dejó que pasara de ahí. Lo más que llegamos fue un día que al ir a coger de un estante un libro con el que explayarse en su explicación, dio un paso en falso. Al tratarla de sostener, puse mis manos en sus nalgas y durante unos segundos, nos quedamos callados mientras cada uno decidía si tenía el suficiente valor de dar el siguiente paso.

Desgraciadamente, ninguno se atrevió y separando mis manos de su culo, me volví a sentar en la silla. Al hacerlo, descubrí que sus pezones estaban totalmente erectos bajo la tela y despidiéndome de ella, la dejé plantada. Meses más tarde me reconoció que al irme, atrancó su puerta y separando sus rodillas se masturbó deseando y temiendo que algún día la hiciese mía.

2

Llevábamos medio trimestre con ese juego, cuando su departamento decidió hacer una salida al campo. Aunque estaba programada de ante mano, con una alegría no compartida por mis compañeros escuché durante una de sus conferencias que el jueves y el viernes siguientes, ella y otros cinco profesores nos llevarían a comprobar in situ las diferentes formaciones rocosas de la sierra de Madrid.

Como éramos solo doce los que cursábamos ese seminario, nos dividió en grupos de un docente por cada dos alumnos.  Al revisar la lista, descubrí que nos había tocado a Irene y a mí con ella. Deseando que llegara ese viaje de estudios, pregunté a mi compañera sino sería bueno que nos juntáramos para estudiar la zona que en teoría íbamos a recorrer.

Los dos sabíamos que nos iba a examinar a conciencia durante esos días y por ello no puso reparo alguno a que el martes por la tarde nos reuniéramos en su casa. A pesar de que esa muchacha, además de ser un bombón, era un cerebrito llegué a la cita tranquilo, pero al recibirme vestida con una bata y un grueso pijama me percaté de que tenía un trancazo de tomo y lomo. Temiendo contagiarme y que la gripe me impidiera ir a ese viaje, me mantuve distante y en menos de cinco minutos, me repartí con ella la zona a estudiar.

Irene aquejada de fiebre y con dolores de cabeza que le hacían imposible salir de casa, faltó al día siguiente. Esa misma tarde la llamé y con voz compungida me confesó que no podría ir. Lejos de enfadarme, me alegró su ausencia y frotándome las manos, con voz apenada la calmé diciendo:

―Tú no te preocupes. Si te sientes mejor, ya sabes dónde estamos.

Esa monada agradeció mi comprensión y prometiendo que si mejoraba se nos uniría, colgó. Como no quería anticipar su enfermedad, no fuera a ser que conociéndola Doña Mercedes cambiase la distribución de los alumnos, me abstuve de llamarla y por eso al día siguiente se cabreó, cuando habiéndose ido los otros grupos, se lo conté.

Su enfado se fue diluyendo al paso de los kilómetros y por eso al salir de la autopista con destino al parque natural de Peñalara, ya estaba de buen humor. Lo noté enseguida porque haciendo como si fuera un despiste, dejó que su falda se izara por encima de sus rodillas. Al ver que me estaba mostrando sus piernas con descaro, de la misma forma, no disimulé al contemplarlas. Con los ojos fijos en ella, recorrí con mi vista sus tobillos, pantorrillas y muslos dejando clara mi excitación al hacerlo. Sé que ella se contagió de mi entusiasmo porque sin soltar las manos del volante, me dijo que me pusiera cómodo.

Creyendo que lo que quería era verme, me desabroché el cinturón y ya estaba abriéndome el pantalón cuando dio un volantazo y entrando en una gasolinera, me soltó:

―Ahora vuelvo― y dejándome solo en el automóvil, desapareció en el interior del establecimiento.

Temiendo haberme adelantado, esperé su vuelta. A los diez minutos, apareció con una bolsa con bebidas y sentándose en su asiento reanudó la marcha. En silencio, aguardé a que ella diese el siguiente paso porque no quería contrariarla y menos hacer el ridículo con un ataque antes de tiempo.

―Dame una coca cola― dijo rompiendo el incómodo silencio.

Al sacar la lata, descubrí que mi decente profesora no solo había adquirido refrescos, sino que en el fondo de la bolsa había una botella de güisqui. Ya roto el hielo, le pregunté si solía beber ese licor, a lo que ella soltando una carcajada respondió:

―Solo bebo después de echar un buen polvo.

Admirado por su franqueza y por lo que significaban sus palabras, me la quedé mirando. Reconozco que me sorprendió descubrir que llevaba su falda totalmente levantada y que había aprovechado su entrada en la gasolinera para despojarse de su ropa interior.

― ¡No lleva bragas! ― exclamé pegando un grito.

Doña Mercedes, poniendo voz de putón, respondió a mi exabrupto en voz baja diciendo:

―Y a ti, eso te gusta. ¿No es verdad?

Avergonzado y con rubor en mi rostro, respondí:

―Ya lo sabe.

Muerta de risa y separando sus rodillas mientras conducía, me soltó:

―Relájate y disfruta.

Por supuesto que disfruté, pero en lo que respecta a relajarme no pude porque excitada hasta unos niveles insospechados, la profesora tenía el coño encharcado. La humedad que brillaba entre los pliegues de su sexo me dio los arrestos suficientes para que sin que me hubiera dado permiso, empezara a acariciar sus piernas.

El gemido de deseo que surgió de su garganta al sentir mis yemas recorriendo su piel, fue el estímulo que necesitaba para sin cortarme ir subiendo por sus muslos. Mi avance le hizo separar sus rodillas aún más y sin retirar sus ojos de la carretera, esperó mi llegada. Sabiendo que mi acompañante era una mujer con experiencia, decidí no defraudarla y por eso ralenticé el avance de mis dedos, de forma que cuando ya mi mano estaba a escasos centímetros de su poblado sexo, sus suspiros ya denotaban la excitación que le corría por su cuerpo.

―No sabía que sus enseñanzas incluían el estudio de las cuevas― solté en plan de guasa mientras con un dedo separaba los pliegues de su negra gruta.

―Eso y mucho más― espetó con voz colmada de deseo al sentir que no solo había cogido su clítoris entre mis yemas, sino que, aprovechando su entrega, uno de mis dedos se introdujo en su interior.

El olor a hembra necesitada llenó con su aroma el estrecho habitáculo del coche y contagiado de su pasión, me puse a pajearla mientras alababa su belleza. La calentura que le corroía sus entrañas le hizo parar a un lado del camino y olvidándose de los otros automovilistas, me pidió que siguiera masturbándola mientras tumbaba para atrás su asiento.

No me lo tuvo que repetir e imprimiendo a mis caricias de un ritmo cada vez más rápido, estimulé su botón mientras metía y sacaba un par de dedos del fondo de su sexo. Sin dejar de gemir, mi profesora buscó su placer abriéndose la camisa. Al poner sus pechos a mi disposición, no me lo pensé dos veces y recorriendo con mi lengua los bordes de sus pezones, me puse a mamar de ellos mientras mi mano seguía sin pausa con la paja.

― ¡Qué gusto! ― gritó la rubia retorciéndose en el asiento.

Al adivinar la cercanía de su orgasmo, mordí levemente una de sus aureolas. Ella al sentir mis dientes presionando su pezón, aulló como posesa y derramando su placer sobre el asiento, se corrió dando gritos. No satisfecho intenté prolongar su clímax, pero entonces y mientras se acomodaba la ropa, preguntó:

― ¿Tienes carné de conducir?

―Sí― contesté.

Dejándome con la palabra en mi boca, salió del coche y abriendo mi puerta, me soltó:

― ¡Conduce!

A empujones me cambió de asiento. Doña Mercedes dejando a un lado su fama de adusta profesora, ni siquiera esperó a que arrancara para con sus manos bajarme la bragueta.

No tardé en sentir como la humedad de su boca envolvía toda mi extensión mientras con su mano acariciaba mis testículos. Su lengua recorría todos los pliegues de mi glande, lubricando mi pene con su saliva. No me podía creer que esa cuarentona que llevaba meses volviéndome loco, estuviera ahora haciéndome una mamada.

El colmo del morbo fue ver cómo se retorció en el asiento buscando la mejor posición para profundizar sus caricias. No pude contenerme y soltando una mano del volante, le levanté el vestido dejando expuesto su maravilloso culo. La visión de esas nalgas desnudas incrementó mi calentura y pasando mi palma por su trasero, lo acaricié sin vergüenza alguna.

Suspiró al sentir mi mano recorriendo sus posaderas.

Envalentonado por su rápida respuesta, alargué mi brazo rozando su cueva. Esta vez fue un gemido lo que escuché, mientras uno de mis dedos se introducía en su sexo. El flujo que lo anegaba me demostró que seguía totalmente dominada por la lujuria.

Fuera de sí, buscó su propio placer masturbándose mientras devoraba mi miembro. Creí estar en el cielo cuando sentí que se lo metía por completo en su garganta. Con veinte años recién cumplidos, nunca ninguna de mis parejas se había introducido mi pene hasta la base. Jamás había sentido la presión que estaba ejerciendo con sus labios, besándome el inicio de mi falo.

«¡Que bruta está!», pensé justo antes de oír cómo se volvía a correr empapando la tapicería de asiento.

Acomplejado por su maestría, la vi arquear su cuerpo y sin sacar mi sexo de su boca, intentó que yo profundizara mis caricias, diciendo:

― ¡Mi culo es tuyo!

Concentrado en su placer introduje uno de mis dedos en su ojete y al hacerlo estuve a punto de chocar con el coche que venía de frente. El susto hizo que olvidándose de la mamada que me estaba haciendo, me dijera:

―Ya estamos cerca― y acomodándose la ropa, me informó que tenía que tomar la siguiente desviación.

Como comprenderéis, me quejé al ver que paraba, pero entonces metiendo un dedo en lo más profundo de su coño, lo llevó hasta y boca y dejando que lo chupara, me preguntó entre risas:

― ¿Traes traje de baño?

―No― respondí

Descojonada al oírme, contestó mientras ponía una expresión pícara en su cara:

―Huy, ¡Qué pena! Yo tampoco― y prosiguiendo con su guasa, me soltó: ― ¡Tendremos que bañarnos desnudos en el estanque al que te voy a llevar!

La promesa de verla completamente desnuda apaciguó mi malestar y pisando el acelerador, busqué acortar mi espera. Felizmente no llevaba ni cinco minutos por ese pasaje de piedras, cuando la escuché pedirme que detuviera el coche. Nada más parar el vehículo abrió la puerta y soltando una carcajada, me soltó:

―Mi ropa te enseñará el camino― tras lo cual la vi salir corriendo, internándose en el bosque.

Alucinado no me quedó más remedio que ir recogiendo las prendas que dejaba caer en su carrera y cada vez más excitado, buscar la siguiente entre los matorrales. Supe que quedaba poco al recoger sus zapatos y doblando un recodo me encontré que sentada sobre una piedra me esperaba totalmente desnuda.

―Señor Martínez, ¡Su profesora le necesita! ― dijo mientras se mordía los labios, provocándome.

La cara de deseo con la que me llamaba me hizo reaccionar y empecé a desnudarme mientras me acercaba a donde estaba. Extasiado comprobé que era todavía más atractiva en pelotas de lo que me había imaginado. Sus pechos aun siendo enormes, no se había dejado vencer por la edad e inhiestos me retaban mientras su dueña separaba sus piernas. 

Sin esperar a que me diera su bendición, al llegar a su lado me arrodillé y hundiendo mi cara entre sus muslos, caté otra vez el sabor de ese coño que por maduro no dejaba de ser atrayente.  La rubia suspiró aliviada al sentir mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo y en voz alta, me informó que llevaba deseándolo desde que me regañó ese día en clase.

― ¡Que buena está mi profe! ― me escuchó decir mientras tomaba posesión de su entrepierna.

Dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris, se pellizcó los pechos mientras yo, separando sus labios como si fueran la piel de un plátano, dejaba al descubierto el botón que iba buscando. Tanteando con la punta de mi lengua sus bordes, la oí gemir y entonces al apretarlo entre los dientes mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. Al sentirlo, la cuarentona que llevaba suspirando un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo.

Su éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura y prolongando su espera, me separé de ella. Insatisfecha me rogó que continuara, pero obviando sus deseos, la cogí entre mis brazos y depositándola en una zona de césped, me la quedé mirando con mi pene entre mis manos.

― ¡Voy a follarme a la zorra de Cristalografía! ― le informé mientras me arrodillaba entre sus muslos.

―Se lo ruego, ¡señor Martínez! ― imploró con su respiración entrecortada al sentir mi glande jugueteando con su sexo.

Siguiendo con el papel de discípulo y docente, introduje unos centímetros de mi extensión en su interior y entonces pregunté:

― ¿Le gusta lo que hace su alumno al putón de mi profe?

Sí― respondió con su voz impregnada de pasión.

― ¿Mucho? ― insistí mientras uno de mis dedos jugaba con su clítoris.

― ¡Sí! ― contestó, apretando sus pechos entre sus manos.

Su calentura me confirmó lo que necesitaba y metiendo un poco más mi pene en su coño, esperé su reacción.

― ¡Hazlo! ¡Complace a esta zorra! ― y pegando un alarido, exclamó: Por favor, ¡no aguanto más!

Lentamente, centímetro a centímetro, fui introduciendo mi verga. Toda la piel de mi extensión al hacerlo disfrutó de los pliegues de su sexo. Su cueva se me mostró estrecha y sorprendido noté que ejercía una intensa presión al irla empalando. Su pasión era total, levantando su trasero del césped, intentó metérsela más profundamente, pero lo incomodo de la postura no se lo permitió.

Me recreé observándola mientras intentaba infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, sus ganas de que me la follara eran tantas que incluso me hizo daño.

―Quieta― grité y alzándola, la puse a cuatro patas.

Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún más. Sus nalgas duras y prietas para tener cuarenta años me hicieron saber que esa mujer dedicaba muchas horas a la semana a fortalecer sus músculos. Al separar sus cachetes descubrí que escondían un tesoro virgen que decidí que tenía que desvirgar y no lo hice en ese instante al estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro.

Por eso y poniendo mi pene en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. No debió de entenderme porque al notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se lo insertó. Al sentirse llena, pegó un grito que resonó en el bosque y moviendo sus caderas, me pidió que la tomara.

En ese instante, Doña Mercedes dejó de ser mi profesora para convertirse en mi yegua y recreándome en su monta, me agarré de sus pechos para iniciar mi cabalgar. Relinchando al sentir que mi pene, ya descompuesta me rogó que la tomara. Satisfecho, escuché cómo gemía cada vez que mi sexo chocaba con la pared de su vagina, pero fue el sonido del chapoteo que manaba de su cueva inundada cada vez que la penetraba, lo que me hizo incrementar la velocidad de mis incursiones. Cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas se tratara y palmeándole el trasero, azucé a mi montura para que reforzara su ritmo.

Sentir los azotes la excitó más si cabe y berreando como una puta, me pidió que no parara. Entusiasmado por el rendimiento de mi yegua, seguí azotándola mientras ella se hundía en un estado de locura que me dejó helado.

―Fóllate a la puta de tu profe sin piedad― rogó implorando un mayor castigo.

Decidido a no dejar que me dominara, saqué mi polla de su interior y muerto de risa me tumbé a su lado. Doña Mercedes, insatisfecha y queriendo más, me tumbó boca arriba y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro mientras el flujo que manaba de su sexo mojaba mis piernas. Hipnotizado por sus pechos, me quedé mirando como rebotaban arriba y abajo mientras su dueña se empalaba. Su bamboleo y la imposibilidad de besarlos por la postura me habían puesto a cien y por eso mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos.

La antipática catedrática se dejó hacer y entonces con voz autoritaria, le pedí que fuera ella quien los besase. Doña Mercedes obedeciendo a su alumno, me hizo caso y cogiéndolos con sus manos los estiró y se los llevó a su boca. Os reconozco que creí correrme cuando sacando su lengua, los besó con lascivia.

Tanta lascivia fue demasiado para mi torturado pene y explotando en el interior de su cueva, me corrí. La rubia al sentir que mi simiente bañaba su vientre de cuatro décadas aceleró sus embestidas intentando juntar su orgasmo con el mío. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de semen brotaba de mi glande, Doña Mercedes consiguió su objetivo y pegando un grito se corrió.

Totalmente exhaustos, caímos sobre el césped.

Al cabo de unos minutos, me besó y recogiendo su ropa, me ordenó que me levantara.

―Arriba, ¡vago! Tenemos una tarea que hacer.

― ¿Y el baño que me prometió en el estanque?

Sonriendo, me lanzó el pantalón mientras me decía:

― ¡Todavía nos quedan dos días!C


Relato erótico: “Seducida por los primos de mi novio” (POR CARLOS LÓPEZ)

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Me llamo Marta, tengo 25 años y me he casado hace unos meses. Estoy completamente enamorada de mi marido, Santi, al cual adoro. A pesar de ello, durante nuestro noviazgo le he sido infiel en alguna ocasión. Cuatro veces para ser exactos. Todas ellas han sido situaciones inesperadas y no buscadas. Estoy arrepentida de ellas y no pienso repetirlas. Me conformo con mis lecturas de relatos para dejar volar mi fantasía. De todas formas dejo aquí mi pequeña aportación:

La pasada primavera estábamos preparando nuestra boda, que fue el septiembre pasado. Contratando el restaurante, música, vestido, fotos, etc. Una de las tareas era repartir las invitaciones a toda la familia y amigos, y nos habiamos propuesto darlas todas en mano. El inconveniente es que nosotros vivimos en Barcelona, pero nuestra familia está un poco repartida. Santi tiene unos tíos en Alicante, y ese era el desplazamiento más complicado. Cuando lo íbamos a preparar, Santi me dijo que ya no teníamos que ir, que había hablado con sus primos y que iban a venir dentro de 2 semanas al concierto de Estopa. Así que nosotros también sacamos la entrada para ir con ellos.
Yo a los primos de Santi sólo los había visto una vez. Fue precisamente en otra boda y tampoco es que hablásemos mucho ese día. Para Santi, la llegada de sus primos era un acontecimiento. Tienen unos 30-32 años y, como son más mayores, siempre han sido un poco la referencia para mi novio. Habla de ellos con admiración y les tiene mucho cariño. Yo, con los rollos de la boda, tenía muchos asuntos pendientes y lo que quería era darles las invitaciones y no enredarnos mucho.
En fin, el día del concierto Santi se empeño en que quedásemos 2 horas antes para ir a tomar unas cañas y picar algo. Yo quise escaparme de ello, pero Santi me pidió que fuese. Además sabía que él quería que fuese muy guapa. Está muy orgulloso de mí y quería “lucirme” ante sus primos. Me puse una minifalda oscura, un top sexy color beige con el cuello asimétrico que dejaba ver un hombro (a Santi le encanta), y cazadora de cuero. Hacía un poco de frío y no era plan ir sin medias, así que me puse unas medias de color marrón oscuro. Soy una chica alta, morena y siempre digo en broma que mis medidas son perfectas 92-60-90. Tetas bien puestas. Piel blanca y suave. Sin puntos negros ni nada feo. Culito bien redondo y algo en pompa. Como les gusta a los chicos.
El caso es que cuando llegué, ya estaban ellos liados con copas y no con cañas. Por el cachondeo que se traían no debían ser las primeras. Tom, que así se llamaba el primo más mayor, se empeñó en que yo me tomase también copa, y me pedí un ron con limón. Notaba como sus ojos se centraban en mí, y me sentía halagada. Tom es muy alto. Medirá quizá 1,90 m. Carlos, el otro de los primos, es más o menos como Santi de alto, y además se parece mucho más a él en todos los aspectos. Es más tranquilo, más dócil. Sin empargo, la personalidad de Tom era avasalladora y lo arrastraba todo. Contaba chistes en voz alta, o historias que le habían pasado con sus amigos o con las diferentes chicas con las que había salido. A pesar de estar yo allí, eran bastante picantes y sus descripciones detalladas y morbosas. Yo notaba que cuando contaba cosas guarras me miraba directamente a mí, pero no le di importancia. Era muy divertido. Santi estaba feliz de estar con ellos y orgulloso de tenerme a mí allí y me pasaba el brazo por la cintura según estaba sentado en su taburete.
Habían pedido unas pizzas en ese pub y, mientras esperábamos a que viniesen, Tom se encargó de pedir una ronda más. A mí, que aún no me había tomado ni la mitad de la primera copa, me conminaron a que me la bebiera entera del tirón y lo hice. Con la segunda copa fui más comedida e hice que me durase toda la “cena”, pero antes de irnos pidieron otra ronda. Ellos llevaban ya cuatro, más alguna caña anterior, y yo 3 casi sin cenar así que me notaba casi flotando. Menos mal que convencimos a Tom para no beber más, pues aún había que ir en coche al pabellón donde se hacía el concierto.
–         Es que ya no estoy acostumbrada a beber –dije yo-
–         Pues tendrás que ir acostumbrandote que ya verás en tu despedida de soltera –dijo Tom-
–         Jo, no me lo recuerdes… que me da pánico jajaja
–         Conociendo a sus amigas, no sé si la dejaré salir de casa –dijo Santi-
–         Jajajaja serás capaz de dejarme sin despedida
–         Por si acaso te deja sin ella, si quieres podemos hacer esta noche tu despedida de soltera… jaja qué morbo -bromeó Carlos-
–         Síii, jajajaja, nosotros haríamos de boys –añadió Tom-
–         No gracias, sois muy amables pero prefiero a mis amigas jajajajaja
–         Jajajajaja, lo que son es unos cabrones–dijo Santi-
–         Joer Santi, encima que evitamos que pruebe esos boys tan cachas y depilados… mira que si le gusta y te hace depilar a ti… -bromeaba Tom-
–         Piénsatelo que la oferta sigue en pie… toda la noche –dijo Carlos guiñando el ojo-
Llegamos al coche de Carlos. No sabría decir el modelo, pero era un todoterreno moderno y bonito que aún olía a nuevo. Santi, que es un apasionado de los coches, se sentó delante con Carlos, y Tom y yo nos quedamos en la parte de atrás. Tom detrás de Carlos y yo detrás de Santi. Todos íbamos con el puntillo divertido. Especialmente yo, que no estoy muy acostumbrada a beber y casi no había comido pizza por la dieta que seguía para entrar en el vestido. Sin darme cuenta, se me había subido la minifalda un poco más de lo normal. Tom miraba frecuentemente a mis piernas y entonces me di cuenta. No se me veía nada, sólo la parte superior de los muslos con las medias marrones, pero cuando fui a colocarme la falda ocurrió algo extraño: justo antes de hacer el gesto de colocarmela, él me dijo “qué pendientes más bonitos” y acercó su mano a ellos observándolos entre sus dedos. Mis pendientes eran largos, como con pequeñas plumas y piedrecitas marrones a juego con la ropa. Una monada. Al ir a bajar mi mano la sujetó suavemente y me dijo “déjame verlos por favor”.
Normalmente soy muy cuidadosa con los contactos físicos aunque sean inocentes, pero en este caso no me pareció nada grave que sujetase mi muñeca. Es el primo favorito de Santi y, por tanto, casi familia mía. Para él es como su hermano mayor. Un segundo después había soltado su mano, y me despojé del pendiente dejándoselo ver, y acomodándome mejor en el asiento. Salvada la incomodidad que tenía de que mi falda estuviese algo subida, estaba tranquila, relajada, riéndome de las bobadas que decían, y contenta de haber acertado con mi ropa y complementos.
–         Qué bonitos son –dijo él- tan suaves…
–         Me los ha regalado Santi
–         Ummm Santi sabe lo que hace para conquistar a una chica… ¿sabes que yo le he enseñado todo lo que sabe? –dijo divertido-
–         Jajaja todo todo no, contestó Santi. Algo he aprendido yo solito… vamos y con la ayuda de Marta…
Tom se puso a hacer cosquillas con las plumas del pendiente en la oreja de Santi, que estaba sentado en el asiento del copiloto.
–         Jajajajaja paraaaa que sabes que no soporto las cosquillas…

–         Entonces se lo hago a Carlos –dijo Tom- bueno no, que va conduciendo… pues a Marta… No te muevas

Con cuidado y delicadeza, acercó el pendiente a mi mejilla. Allí estaba yo, obediente, recibiendo las cosquillas de las plumas de mi pendiente sobre mi mejilla y notando estoica como bajaba a mi cuello y mi hombro descubierto. No pude evitarlo. Se me puso la carne de gallina y me dio un escalofrío. Por un momento noté que mis pezones se habían excitado bajo la tela del sujetador y que Tom, con cierta caballerosidad, sólo miró de reojo.
–         Anda, trae, dame el pendiente, que me hacen cosquillas
–         ¿Entonces por qué te los pones?
–         Porque son preciosos… -dije en un gesto coqueto-
–         Jajaja ¿tú también eres de las de “para estar guapa hay que sufrir”?
–         No séeee, quiero estar guapa pero sin sufrir nada
–         ¿Sin sufrir? Ummmm entonces irás sin depilar….  qué curioso, con lo fina que pareces
–         Jajaja te aseguro que sin depilar no va… no saldría de casa  –saltó Santi divertido y en plan “soy el dueño y sé de lo que hablo”-
–         Jaja Santi… veo que has aprendido a elegir a la mejor chica… -comentario que me halagó- has aprendido bien a tus maestros… jajaja puede que los hayas superado.
–         Es verdad, aunque vosotros no os podéis quejar… -dijo Santi-
Tom dejó de hacerme caso, pero siguió diciendo chorradas a Santi sobre lo que tenía que hacer en la noche de bodas. Que luego, cuando no esté yo, se lo explicaría como cuando era pequeño.
–         ¿No te ha contado cuando me pidió observar lo que le hacía a una chica un día en la casa del pueblo? –me dijo- jajajaja tuve que dejar la puerta entreabierta y una luz encendida…
–         No me ha contado nada, jajajaja, ¿qué pasó? Santí –Pregunté yo divertida y mirando inquisidora a Santi-
–         ¿Sabes que parte de la chica era la que quería ver en concreto? Jaja entonces no se llevaban depilados…
–         ¡Calla Tom! Jajaja -espetó Santi que le subían los colores- ¡no es para estar orgulloso! ¿qué tendría? ¿10…. 12 años?
–         Vale, vale, me callo… Por ahora, que un día contaré a Marta para que sepa con quien se casa… un día quedamos a tomar café y te lo cuento jajajaja –dijo en broma guiñándome el ojo, para añadir haciendo una carantoña a Santi- que nooooo, que Santi es el mejor de la familia…. y el más guapo!
A veces nos cruzábamos la mirada Tom y yo. Me producía una sensación extraña el coqueteo con Tom en el coche. No sé si por estar presente Santi, por la intensidad de las miradas a los ojos, por el papel de líder que Tom tomaba por naturaleza, o por el puntillo que todos llevábamos… en fin, el viaje fue muy divertido, pero casi respiré cuando conseguimos aparcar. Estábamos en una explanada alejada del pabellón. No sé por qué, pero al bajar le di un súper abrazo a Santi con un beso largo e intenso.
–         Ummmmm qué rico beso! ¿Esto a qué viene?
–         ¿no puedo besar a mi futuro maridito?
–         Jajaja claro que sí, pero tengo que unirme a mis primos

Carlos y Tom se habían alejado un par de metros y estaban haciendo pis entre los coches. Al llegar Santi, los tíos que son unos cerdos hacen comentarios de sus miembros. Presumían de cual es más grande y Tom dijo “que lo decida Marta”. “Jajajaja lo que me faltaba por oir… dije yo… sois unos cerdos ¡vamonos!”. En realidad yo también tenía ganas de ir al baño, pero no me atrevía a hacerlo allí, y esperé a llegar al pabellón. Había mucha gente. Nada más entrar me fui a los baños de chicas, y ellos me tuvieron que esperar casi un cuarto de hora.
–         Menos mal que has vuelto –dijo Tom- Santi ya estaba mirando por si tenía que buscarte sustituta –Santi se puso rojo, delantándo sus miradas-
–         ¡jajajaja no seas malo! –dije yo algo molesta por ver a Santi mirando a otras-
–         No lo soy, mira a Carlos, ya ha empezado en casting… vamos Carlos, que hay que coger sitio.
Carlos, que casi no había abierto la boca en el viaje, se quedó un poco hablando con unas chicas de al lado. Santi dejó de hacerlas caso viendo mi cara de disgusto. No sé cómo lo hizo, pero noté que Carlos apuntaba en su teléfono el número que le daba una de las chicas… Dios mío, estos primos son peligrosos. Nos fuimos a la zona de pie porque a ellos les hacía ilusión. Menos mal que los tacones de hoy eran cómodos. Nos tuvimos que poner en la parte de atrás, casi al final del todo. Nos colocamos juntos Santi y yo, Carlos a continuación de Santi, y Tom, como es muy alto, dijo que se quedaba detrás de nosotros para no molestar. Punto para él.
Lo cierto es que Tom llevaba un tiempo en su mundo. Se había quedado un poco apartado. Seguro que está ligando con alguna chica pensé. Y miraba para atrás. Jo, qué curiosidad me había dado por saber qué hacía.
Santi, haciendo el papel de anfitrión, estaba empeñado en ir a por bebida y que todos beban. Yo, antes que quedarme sola entre sus primos y otro grupo de chicos un poco macarras que había, le dije “¡Voy contigo!”. La decisión fue un poco inconsciente porque para llegar a la barra del bar era complicado. Aunque Santi iba delante, tuvimos que rozarnos con la multitud. Ya se sabe lo que pasa en esos sitios tan llenos. Roces inocentes y no tan inocentes. Y la ropa que llevaba no era la ropa más adecuada. Odio esta situación, pero es lo que hay. En fin.
Pedimos un mini (vaso de un litro) de Ron Brugal con cocacola, que me encanta. El vaso estaba muy lleno. Para evitar que se cayese le dimos un par de largos tragos. Santi, que estaba un poco torpe por la bebida, apretó demasiado el vaso de plástico, y se rajó. Entonces tuvimos que beberlo rápido para no echarlo a perder. Yo ya me notaba un poco borracha y no quería beber mucho más, pero para evitar que Santi lo hiciera, me lo bebí casi todo. No debí hacerlo, casi un litro de ron con cocacola era demasiado para mí. Santi pidió otro mini. No iba a volver con las manos vacías a sus primos. Así que otro trago largo para evitar que rebose y esta vez lo llevé yo.
Otra vez pasar entre la gente, con el inconveniente de que ya estaba tocando Estopa y todo el mundo saltaba y se movía a nuestro alrededor. Roces y algún pisotón. Y yo con las manos ocupadas cuidando el vaso para que no se cayese, y caminando entre la gente detrás de Santi. Casi llegando a nuestro sitio, noté unas manos dentro de mi falda, subiendo por mis muslos hasta mi culo. ¡Joder! Me estaban metiendo mano descaradamente. Eran unos macarras que estaban situados cerca. Dudé unos segundos si decir algo o no, para evitar peleas. Ese momento fue aprovechado por ellos para tocarme a fondo. Uno me apretaba el culo, y otro había metido su mano entre mis muslos y empezó a frotar mi sexo sobre las medias. Confieso que sentí una punzada de placer y de morbo pero ¡qué hijos de puta… no lo podía consentir!. Un tercero dijo rozando mi oido con sus labios:
–         ¡Qué buena estás! quédate con nosotros
–         Dejadme en paz … ¡¡¡¡Hijos de puta!!!!
–         ¿Qué pasa? –dijo Santi dándose la vuelta borracho y enfadado, intuyendo lo que pasaba-
–         Tu zorrita que nos ha llamado hijos de puta –dijo uno de los niñatos-
Santi soltó el brazo en un rápido puñetazo, rozando levemente a uno de ellos. No le hizo nada, pero se armó un tumulto. En menos de 5 segundos estábamos rodeados de 5 ó 6 niñatos insultándonos y amenazando con pegar a Santi. Entonces aparecieron su primos y, apartandonos a Santi y a mí, se enfrentaron a los chavales que se acojonaron al verlos. La verdad es que Tom era un gigante y estaba bastante fuerte. Unas pocas amenazas resolvieron la situación, y nos retiramos a nuestro sitio. Menos mal. Fue un mal rato. Quizá no debí haberme alejado y no decir nada cuando me tocaron. En ese momento el corazón me latía a mil por hora. Santi estaba cabreadísimo.
Carlos y Tom quitaron hierro al asunto:
–         Es lo que pasa con una novia tan guapa, que a todo el mundo le gusta -dijo galante Carlos-.
–         Anda, vamos a ver el concierto –dijo Tom-
–         Son unos hijos de puta… dejadme ir para allá -insistía el inconsciente de mi novio algo borracho-
–         Santi, no seas gilipollas, no dejes que esos cabrones nos jodan el concierto y la noche –Carlos ponía la nota sensata-
–         ¿Qué te han hecho, princesa? –Preguntó Tom-
–         Me han tocado el culo al pasar…
–         Bueno, nada que no tenga remedio… ¡ESTOPAAAAAA! –dijo Carlos-
Me encantó su actitud. La de ambos. Normalmente odio que me llamen “princesa”, pero en ese momento reconozco que me gustó. Estaba nerviosa y me sentía bien, protegida por ellos, y envuelta en sus palabras cariñosas. Milagrosamente, el mini de Ron con Cocacola no se había derramado, y todos bebimos. Especialmente Santi y yo, para calmarnos un poco. Al rato ya estábamos bromeando sobre el episodio y disfrutando del concierto. Estos episodios luego se convierten en anécdotas que siempre se recuerdan. Lo cierto es que lo estábamos pasando bien. Saltando y riéndonos. A veces, cuando menos esperas pasártelo bien es cuando mejor te lo pasas. Y ahora estábamos todos un poco desmelenados. Hablando entre nosotros y cantando las canciones a gritos. Los primos de Santi eran súper majos.
Esa fue la mejor parte del concerto, porque después de varias canciones, Santi que iba muy borracho necesitaba urgentemente ir al baño. Yo también estaba muy afectada y también tenía que ir al baño, pero con lo que había pasado antes con los macarras, no me atrevía a acompañarle. Así que Carlos dijo que él le acompañaba al WC. Nos quedamos solos Tom y yo, y seguíamos cantando y saltando entre la gente. Ya estaba un poco afónica. Ahora no me importaban los roces, al contrario, en mi estado me gustaba sutilmente (eso pensaba yo) rozarme con Tom. Iba muy borracha y además había tanta gente que no se podía estar de otra manera. Tom bromeaba casi todo el rato. Me tomaba de la mano y decía:
–         jajaja así todo el mundo creerá que eres mi novia
–         No sé yo, eres un poco mayor para mí… -decía yo para picarle-
–         Mejor, así todos piensan que “algo sabré hacer” para haberme ligado a una chica tan guapa y tan joven –decía mientras me guiñaba el ojo-
–         ¿Ah sí? ¿Y qué es lo que sabes hacer? Jajajaja
–         Luego te lo explico jaja
Y seguíamos bailando y cantando. Casi todo el tiempo él estaba detrás de mí. Me tomaba de la cintura para bailar un poco y en un gesto como si me protegiese. Después de lo ocurrido con aquellos chicos, yo me sentía bien así, resguardada. El hablaba a mi oído rozándome con sus labios y yo, aunque lo hubiera entendido a la primera, le decía “¿qué?”, para que lo volviese a hacer. Me encantaba la sensación. Me sentía desinhibida por la bebida y aunque sabía que no podía pasar nada entre nosotros, me sentía bien con sus contactos. Mis pezones estaban marcados casi permanentemente en mi top. Creo que él lo notó porque me dijo otra cosa que en ese momento me hizo gracia
–         Te voy a subir a mis hombros para que veas bien el concierto.
–         Jajajaja no seas loco, que llevo falda
–         Mejor
–         ¿Mejor?
–         Sí, así entro en contacto casi directo con algunas partes de tu cuerpo… jaja
–         Jajajajaja eres un guarro –dije yo divertida… me hacían gracia sus ocurrencias-
Entonces empezaron a tocar las baladas. Hay una especialmente bonita de Estopa que se llama ya no me acuerdo“ya no me acuerdo… si tus ojos eran marrones o negros… que botón de tu camisa desabrochaba primero….“. Apagaron las luces y toda la gente sacó su mechero y se puso a cantarla moviéndo los brazos. Precioso el espectáculo. Tom, que seguía detrás de mí con la mano en mi cintura, cantaba en mi oído. Sus labios me rozaban la oreja, cosa que es mi punto débil y siempre me ha puesto muy muy tierna. En ese momento estaba super caliente. Tanto que dejé que la gran mano de Tom se introdujese por la cintura en mi top y acariciase directamente la piel de mi tripa o mis costillas. Me electrizaba. Estaba derretida y pegaba mi espalda a él bailando al mismo ritmo suave.
Qué momento. Él se sentía autorizado y con su mano me acariciaba cada vez un poco más alla. Bajaba a la cintura de mis medias y se colaba un poquitín en ellas rozando el elástico de mi tanguita, para luego deslizarse justo encima de mi ombligo y atraerme hacia él. La melodía de la canción lo envolvía todo. Yo me dejaba llevar, aunque sabía que como su mano bajase un poco más, o subiese hasta llegar a mi pecho, tendría que deternerle. Pero él jugaba exactamente con los tiempos. Sabía como mantener mi deseo sin forzar más la situación.
Mi mente era una mezcla de sensaciones. Por un lado me moría por que su mano siguiese y me envolviese el pecho. Por otro, pensaba en Santi y me entraban remordimientos. En cualquier momento aparecería y no podía hacerle una putada. Sin embargo, pese a que hacía un gran esfuerzo por disimularlo, mi cuerpo me había traicionado hacía rato y estaba completamente entregado a Tom. Estaba muy excitada. De repente me di cuenta de que tenía el culo y la espalda apoyados en él, bailando suavemente. Él mantenía la mano izquierda dentro de mi ropa acariciando mi piel, y la derecha sobre mi cadera haciendo que mi culito rozase sutilmente su bulto. Madre mía, estaba fatal. Él, sin acceder a ninguna parte sexual de mi cuerpo había conseguido que notase mi tanga empapado bajo las medias. Traté de separarme un poco por decoro, pero él no me lo permitió y me mantuvo pegadita.
Una parte de mí no quería que terminase nunca la canción, pero menos mal que lo hizo. Nos abrazamos cara a cara casi un minuto. Ufffff, que sensación pegar mi pecho al suyo. Todos los asistentes estaban emocionados. Yo, además, entregada. Otra vez rock y marcha por parte de Estopa, y al fin llegaron Carlos y Santi. Menos mal, aunque Santi iba muy mal. Había vomitado y se le notaba casi ido. Como el concierto ya estaba acabando, decidimos irnos.
Carlos se hacía cargo de Santi, que andaba como uno autómata. Tom abría camino entre la gente, y yo iba detrás intentando sostenerme yo misma de pié. Quise detenerlos a la altura de los baños porque tenía muchas ganas de hacer pis, pero se habían adelantado ya. Me notaba muy mareada. Les seguía como podía. Se me había subido la bebida y tenía miedo de quedarme atrás y perderlos. Además, mi mente daba vueltas a la situación. Me había excitado enormemente por la acción “inocente” de un casi-desconocido que además era el primo mayor de mi novio. Por fin salimos del pabellón y nos encaminamos hacia el coche por los parkings, pero nuestro coche estaba aún lejos y yo no aguantaba más:
–         Oye… chicos… esperadme un momento por favor –dije-
–         ¿Qué quieres Marta? –Dijo Tom sin detenerse-
–         Tengo que hacer pis
–         Es que si nos paramos, Santi se va a quedar inconsciente y lo vamos a tener que llevar en brazos
–         Es que no me aguanto
–         Carlos sigue tú anda que me quedo yo con la niña
No sabía si protestar por lo de niña, pero tenía tantas ganas de hacer pis que lo dejé pasar. Me puse entre unos coches y le dije “¿me esperas ahí?”, “vale “ contestó. Me agaché, subiendo mi faldita y bajando mi ropa. Ufff mi tanga estaba pegado al cuerpo, qué sensación separarlo. Estuve mucho rato porque tenía muchas ganas y cuando ya terminaba miré hacia atrás. Tom estaba junto donde le había dicho que me esperase pero como es tan alto me estaba viendo de pleno. Jo, qué corte me dio. “Date la vueltaaa” dije con voz de niña. “Vamos pesada que no es el primer culito de niña que veo”. Delante de su mirada me limpié con un kleenex y me subí la ropa.
–         Vamos Marta.
–         Jo, me has visto…
–         Lo siento
–         No está bien mirar desnuda a la novia de tu primo
–         Me detuve justo donde me dijiste. Además, no se ve nada, ¿no ves que está oscuro? –se defendió él-
Eso me tranquilizó. Tampoco tenía muchas ganas de guerra. Lo que quería es que pasase el tiempo a ver si se me pasaba la borrachera que llevaba. Y claro, que Santi también se recuperase. Aunque yo creo que él hasta que no durmiese no se recuperaría. Nos encaminamos hacia el coche. Unos segundos más tarde me preguntó Tom casi en un susurro:
–         Por cierto ¿ahora todas las chicas lleváis el coño depilado?
–         Jajajaja ¡¡que malo eres!!! –me sonrojé, pero me hizo gracia cómo jugaba conmigo-
–         Jajajaja vaaaale, no niego que lo soy…. es broma, es verdad que casi no se ve nada
Al llegar al coche, Carlos sujetaba a Santi para que siguiese devolviendo. Saqué mis pañuelos del bolso y me dispuse a mimarle y a cuidarle. No es que yo estuviese en mucho mejor estado, pero al menos estaba consociente. La verdad es que él había vomitado todo y ya se había quedado a gusto. Ahora casi se me quedaba dormido. Decidimos irnos y llevarle a casa. Tom le colocó en el asiento del copiloto porque “así iba más sujeto”. Así que Tom y yo otra vez atrás. Carlos conduciendo y poniendo música y Santi dormido roncando. De repente, me dio por recordar que esta mañana yo pensaba que iba a ser un día tranquilo, así que me puse a reir yo sola. En fin, todo puede enredarse más.
–         ¿De qué te ríes tú? – dijo Tom-
–         jiji no, de nada…
–         ¿Cómo que de nada? –contestó divertido mientras sus dedos me hacían cosquillas en la tripa.
–         Jajajaja
–         Ummmm, no quieres hablar. Habrá que hacerte hablar por la fuerza…. ¡Por la fuerza de las cosquillas! Jajajaa
–         Jajajaja nooo, por favor… seré buena, pero cosquillas noooo –contesté divertida-
–         Anda ven aquí, que el que voy a ser bueno voy a ser yo -dijo Tom mientras pasaba su brazo por mis hombros y yo apoyaba mi cabeza en su pecho-
En ese momento la situación era relajada. Típico momento de cariño y camaradería que ocurre en una buena borrachera.
–         Voy, pero porque vas a ser bueno… –dije-
–         Aún no me has contestado a la pregunta de antes –susurró en mi oido-
–         ¿a qué pregunta?… –pregunté inocente- ahhhhhhh ya lo sé –yo sola caí en que era la relativa a mi sexo depilado-
Ahora la conversación era entre Tom y yo. Eran prácticamente susurros. Carlos conducía a su aire y yo no tenía nociones de por dónde íbamos.
–         Bueno, no contestes… me hago una idea –dijo él-
–         Jijijiji qué malo
–         ¿Soy malo? Pues no sabes lo que se me está ocurriendo…
–         Miedo me das, jiji… anda dime –dije yo cavando mi propia tumba por mi curiosidad-
–         Es una maldad. Un capricho. Súbete la faldita un poco… como en el viaje de ida –esta vez me hablaba directamente al oído-
–         Nooo ¡estás locoooo! –contestaba yo también susurrando-
–         Dame ese gusto anda
–         No, jijiji
–         Venga nena, sabes que me tienes loquito por tus huesos –insistía esta vez besándome levemente la oreja por detrás- Hazlo
–         Vale, pero no voy a hacer nada más –contesté mientras él seguía pasando sus labios suavemente detrás de mi oreja-
Con más vergüenza que otra cosa, subí mi falda dejando a Tom una magnífica visión de mis muslos casi enteros. La verdad es que estaba super caliente. Estar abrazada a Tom, y tenerle besando y susurrandome en el oído no ayudaba nada.
–         Qué guapa eres Marta… guapa… sexy… -me susurraba al oido-
–         Anda no seas malo… dijiste que te ibas a portar bien…
–         Sí, pero sólo después de que me des un beso
–         Muak –Se lo di en la mejilla-
–         No, ese no, uno de verdad.
–         ¡No puedo! –susurré-
–         Venga, que no se va a enterar nadie…
–         Que noooo, que soy la novia de tu primo… no puedo
–         Pero sí quieres
–         Jijijiji eso no te lo voy a decir
–         Sí quieres…. Venga, sólo uno. No seas tímida. Si no se va a enterar nadie. Mírame.
Entonces volví su cara hacia él, y en ese momento me besó en los labios. Le dejé hacer unos segundos y luego me quise desprender, pero él me sujetó suavemente la cabeza. Suave pero con firmeza. Pasó sus labios a mi frente, a mis mejillas, a mis párpados… en suaves besitos. Jo, no me esperaba un gesto tan dulce, y cuando volvió a posar sus labios en los míos sólo pude responderle. Nos besamos suave y dulcemente para ir poco a poco incrementando la intensidad del beso hasta hacerlo salvaje y duro. Nunca está bien valorado un beso, pero para mí, un hombre que besa bien es enormemente atractivo. Sólo con el beso, Tom consiguió que me evadiera de la situación y que me sintiera deseada y especial.
Entre beso y beso me decía mil palabras de amor. No sólo era lo que decía, sino cómo lo decía “eres preciosa”, “eres una súper chica”, “me tienes loco desde que te vi”…. “tu boquita… preciosa”.
Mientras tanto, sus manos se habían metido dentro de mi top y acariciaban mi piel. Hacía años que no me sentía tan caliente ni tan deseada. Tan bien acariciada. No tenía prisa. Sabía que tenía que pararle cuando llegase a mi pecho, pero él se recreaba bordeando mi sujetador, pasando a mi espalda, o pasando sus manos a mi culito por encima de las medias.
Aún tuve un arranque de cordura y le dije “por favooooor, para” pero mi voz ya era débil “que me caso en septiembre”. Pero él no escuchaba. Hacía su labor con suavidad, y precisión. Me tapaba la boca con sus labios y me daba un beso que no podía resistirme a continuarlo e introducir mi propia lengua en su boca. Estaba en éxtasis. Si no, no habría seguido su juego, pero ya no tenía voluntad. No sé en qué momento soltó mi precioso sujetador rosa sin tirantes, pero cuando me quise dar cuenta sus manos manejaban mis pechos con la misma precisión de todos sus movimientos anteriores.
En ese momento sabía que estaba perdida. Mis pezones son muy sensibles. Grandes y rosados, pero sobre todo no puedo resistirme ante alguien que sepa tocarlos y tratarlos. Él lo hacía como nunca nadie me lo había hecho. Suavemente, tiraba de ellos para dejarlos deslizar entre sus dedos. O los aplastaba un poco. O dejaba rozar las yemas de sus dedos casi imperceptiblemente, pero haciendo que se me pongan duros y salidos como nunca. O los presionaba fuerte, bordeando el límite del dolor. Luego pasaba su mano gigante sobre mi pecho de nuevo dejando que el pezón le arañe la palma. Mientras tanto, su boca sobre la mía. Y yo entregada recorriendo con mi lengua todos sus rincones.
Yo había perdido la noción del tiempo, aunque sospechaba que Carlos daba vueltas sin saber a donde. Mi mano se puso sobre sus vaqueros. A la altura de su culo. Pero él hizo una cosa que me descolocó. Me quitó la mano y me la puso directamente sobre mi coñito. Sobre las medias. “¿Cómo está? Marta”. Mi mano se movía sola. Suavemente, saciando la sed de caricias que tenía todo mi cuerpo. “He preguntado que como está, Marta”. Tuve que bajar la cabeza, y con un hilo de voz contesté “mojado”.
Entonces, con sus manos tomó el tejido de mis medias a la altura de mi coñito y rasgó la tela. La rasgó lo justo y necesario y volvió a poner mi mano, esta vez sobre mi húmedo tanga y la piel desnuda de mis ingles. “tócate para mí”…. “nooo”… “vamos Marta, hazlo, cielo”. No necesitaba que me insistiera mucho. Mantenía mi mano en el camino que ya conocía sobradamente. El camino de mi lindo y delicado coñito. Entonces hice algo que jamás en mi vida se me habría pasado por la cabeza: comencé a masturbarme obedientemente, mientras él me observaba y continuaba jugando con mis pechos. No sé en qué momento había subido mi top que estaba arrugado sobre mis tetas que estaban a la vista.
–         Quiero que te corras para mí, Marta
–         Ufffff, no debería hacer esto
–         No es nada malo, Martita… y quieres hacerlo, mira cómo estás –decía mientras pasaba suavemente sus dedos sobre mi pezón erecto- ¿quieres o no?
–         Sí quiero… -acerté a decir pues había pasado el momento en el que estaba tan cerca del orgasmo que mi mente ya no regía-
No sé por qué, en ese momento, el hecho de no intentar penetrarme me hacía fantasear con que todo lo que estaba pasando no suponía una infidelidad hacia Santi. Lo cierto es que mis dedos trabajaban mi chochito que estaba tan húmedo como no acertaba a recordar. El coche se había detenido, pero yo no me había dado cuenta.
–         Me voy a correr ¿puedo? –no sé por qué le pedí permiso, pero lo hice-
–         Espera que quiero verlo bien, enséñamelo Martita –dijo encendiendo la luz interior del coche-
Me orienté hacia él y aparté mi tanga de delante de mi sexo. Estaba ida y hacía lo que él me pedía. Se lo mostré. Era como una flor abierta. Excitádísimo y brillante por la humedad.
–         Espera –dijo él y rompió mucho más mis medias, haciendo el agujero más grande.
–         Ufffff –Me excitó su actitud, el sonido de la tela rasgándose-
–         Ahora echate para atrás que quiero saborearte Martita.
Obedecía como una autómata. Recosté mi espalda en la puerta y eché el culo hacia delante ayudado por él. Tom tapó de nuevo mi sexo con el tanga, y puso su boca abierta sobre ello. Estaba caliente y húmedo porque notaba como él, entre mordisquito y mordisquito aportaba saliva a mi centro. Joder qué sensación. Siempre habia tenido la fantasía que alguien ponía su boca sobre mi sexo con la ropa puesta, pero mira por donde el único que lo había hecho era Tom.
–         Quiero que juegues con tus tetas Marta
–         Síiii
–         Pero sé más dura con ellas… vamos tira de tus pezones que estás muy guapa….
Apartó entonces mi tanga y su lengua me penetró bastante profundo. Joder, no sé lo que me hacía pero creo que introdujo dos dedos en mi ser, a la vez que su lengua me recorría longitudinalmente toda la raja… ya no podía más:
–         OOOOOOOOOHHHHHHHHHHHHHHHHHHH
–         ¿Qué me haces? Cabrón
–         OOOOOOOOOHHHHHHHHHHHHHHHHHHH Me corro, me corroooooooo
–         Vamos sonríe que estás muy guapa
Él seguía trabajando mi coño sin descanso. Nunca me lo habían hecho tan bien. No entendía por que me hablaba.
–         Sonríe Marta ¿te gusta? Vamos dílo ¿te gusta?
–         Me encantaaaaaaa JODEEEEER OOOOOOOOOHHHHHHHHHHHHHHHHHHH….
No sé cuanto duró, pero sí que fue largo largo. Intenso como nunca. Ya me estaba relajando, cuando Tom dijo “ahora te toca a ti, ven”, y se sentó en el coche de nuevo soltándose lentamente los vaqueros. Mis ojos estaban deseando que descubriese su miembro, mientras me arrodillaba en el asiento trasero del coche disponiéndome para chupársela. Por la forma que hacía sobre los calzoncillos parecía grande. Cuando la sacó me pareció inmensa, y me abalancé hacia ella introduciéndola en mi boca. Creo que llevaba toda la noche deseándolo.
–         Espera un poco ansiosa… anda sonríe a la cámara
–         ¿qué?
Levanté la cabeza y vi que Carlos estaba grabándome con el teléfono móvil. Joder. ¿qué hacía yo con la polla de un tío en los labios, en un coche aparcado quien sabe donde, con mi novio dormido en el asiento de delante de mí y otro tío grabándome? Ufffff. Y encima en ese momento sólo quería meterme ese trozo de carne en la boca. En mi descargo sólo podía decir que precisamente Santi era el que me había metido en la boca del lobo. Me ha hecho arreglarme y beber… me había puesto en bandeja de sus primos. Ahora estaba cachondísima y borracha, y sólo quería que me hiciesen de todo. ¿Quién sabe el tiempo que llevarían grabándome? Por eso me decían que sonriese y que estaba guapa. Por eso habían encendido la luz del coche. Ya todo me daba igual. Y sí, sabía que luego me arrepentiría, pero en ese momento abri mis labios mirando a la cámara y me metí esa gran polla hasta donde pude. Como habían dicho antes “era mi despedida de soltera”….
–         Muy bien Martita enséñanos lo que sabes hacer –dijo Carlos-
–         Gggggffffffffffff
–         Así, mira a la cámara –Tom me tomaba del pelo suavemente y me orientaba la cara al teléfono móvil, que grababa a pocos centímetros de mi rostro-
Cerré los ojos y me concentré en lo que hacía. Oía como hablaban entre ellos. Decían que Santi se había quedado corto,  que yo era aún más viciosa de lo que les había contado. Y Tom añadía, “sí dijo que era una auténtica zorrita, pero en lo de chuparla se ha quedado corto… ¡cómo lo hace! muy bien Martita”. Carlos añadió: “pues dice que se lo traga todo todito, vamos a verlo jajaja”. Aún en mi estado de embriaguez y calentura, esos comentarios me tocaron la fibra. Me daba rabia lo de Santi… será cabrón, mira que contarle a sus primos como soy yo en la cama. No sé, me sentí como traicionada y me desinhibí aún más. Ahora pensaba que la verdad es que Santi se lo merecía. Por imbécil.
Carlos salió del coche y abrió la puerta que tenía yo a la espalda. Dijo divertido a Tom “Joder, no sabes la imagen que te estás perdiendo”, y añadió “¡qué culo tienes Marta!”. No es por presumir, pero mi culo redondito siempre ha llamado la atención de los hombres. Carlos comenzó a amasarlo y a darme algunos azotes. Eso me pone mucho, y más en la postura que estaba: De rodillas, a cuatro patas sobre el asíento, esmerándome en hacer una mamada antológica a Tom y con el culito totalmente expuesto. Entonces me subió la minifalda y me bajó las medias y las braguitas, dejando al descubierto toda mi intimidad. Yo pensaba…. “Ójalá me folle ahora”. Sólo pensaba eso. Pero él se tomaba su tiempo. Debía estar haciéndome fotos y grabándome porque notaba como me abría los labios, y como masajeaba mi sexo produciendome escalofríos.
–         ¿Estás contenta con tu despedida de soltera, Martita? –dijo Carlos recordando nuestra conversación de hacía unas horas-
–         Síiii –dije en un gemido-
Según contestaba a todo lo que me preguntaban, me di cuenta de que me sentía una auténtica puta. Era una locura, pero lo había tomado como mi despedida de soltera. Es verdad que siempre he fantaseado con la idea de hacer un trío con dos hombres y que dispongan de mí a su manera. Supongo que esto les pasa a más mujeres, y nunca se tiene la ocasión. En ese momento yo ya me dejaba hacer de todo. No podía oponerme, el sexo dominaba mi cuerpo. Llegada a este punto de entrega, ya me daba todo igual. De perdidos al río. Carlos me dio una palmada bastante fuerte sobre mi culito desnudo. Me sorprendió y se me escapó un gemido. Entonces siguió y me dio varias… 5 o 6
–         ¿te gusta Marta?
–         Gggggffffffmmmm –dije sin poder sacar la cabeza del regazo de Tom-
–         No puede hablar ahora jajajaja –Dijo Tom-
Pero Carlos seguía masajeándome hábilmente el coño. OOOhhhh pero cómo lo hacían tan bien. Estaba a punto de correrme otra vez. Necesitaba que me penetrara. Lo necesitaba:
–         ¡Fóllame por favor!
–         Venga, termina lo que estás haciendo… -dijo Tom obligándome a chupar su polla otra vez-
–         Espera que la quiero oir bien…
–         ¡Fóooollame!
Carlos dio la vuelta al coche y, abriendo la puerta trasera de nuestro lado, se puso a grabarme justo enfrente de mí, mientras con su otra mano se abría su cinturón y su pantalón y sacaba un grueso miembro….
–         Jaja tendrías que verte los ojos como te brillan al mirarme… A ver Martita, dime exactamente qué haces y qué quieres que te haga.
–         Jajajaja qué cabrón eres Carlos –dijo Tom impidiéndome que sacase su polla de mi boca para hablar- ahora te lo cuenta, pero primero tiene que pasar por maquillaje jaja
Sospechaba que lo que me iba a hacer era correrse en mi cara y, en lugar de sentirme menospreciada, lo deseaba. Deseaba con todas mis fuerzas darle placer.  Me sentía sometida. Usada. Borracha. En sus manos. Y cabreada con Santi, que roncaba al lado sin saber nada. Nunca había experimentado esa sensación pero ahora no podía oponerme. Lo deseaba. Ahora me estaba ayudando de mi mano para pajear la base del miembro de Tom, mientras con la lengua se la pasaba por todo su glande y su frenillo, deslizandola y saboreando todo el líquido preseminal que de allí salía. Él había echado la cabeza hacia atrás y notaba que estaba a punto de correrse.
–         Bueno, pues voy a enfocar primero al primo Santi que va a hacer unas declaraciones…. Santi, la familia está encantada con tu prometida ¿tienes algo que decir?
–         …. –Santi sólo roncaba-
–         No puede hacer declaraciones. La emoción le embarga.
Carlos bromeaba continuamente, estaba desatado. Así, un poco borracho se notaba que también podía ser el alma de la fiesta. Volvió otra vez a ponerse detrás de mí. Sujetando mis caderas y tirando de ellas hacia atrás me hizo sacar mis pies del coche. Yo estaba un poco insegura hasta que mis zapatos tocaron el suelo. Imaginad como estaba, con medio cuerpo dentro del coche, y medio cuerpo fuera. Con las medias bajadas hasta las rodillas, y la falda subida. Tom se movió hacia mí en el asiento del coche y me lancé de nuevo a su polla para meterla en mi boca.
Carlos también se lanzó, y noté como su polla se apoyaba sobre mi anhelante coñito. “Por favor que me la meta” pensaba. Menos mal que en ese sentido los tíos son bastante previsibles. Empezó a abrirse camino dentro de mí y, a pesar de lo lubricada que iba, me entro cierto miedo pensando en lo grueso de su miembro. No me dio mucho tiempo tampoco porque en varias entradas y salidas me la clavó hasta el fondo. Ufffffffffff, qué sensación. Creo que pegué un alarido. Tuve que levantar la cabeza de la polla de Tom para respirar, pero éste no estaba de acuerdo con ello y, una vez más, empujó mi cabeza de nuevo hacia abajo.
Carlos se había transformado. Ahora era un hombre casi violento y me hacía un mete-saca lleno de energía. Decía “Vamos pequeña, esto era lo que querías…. soñabas con ello… pues ya lo tienes” y según decía esas palabras me embestía salvajemente sacando su polla para volverla a incrustar en mí hasta el fondo de mi ser.  Las sacudidas de Carlos y sus palabras nos activaron aún más (si eso era posible) y Tom, entre gemidos, empezó a descargar dentro de mi boca:
–         Ahhhhhhhhhhhh Uuuuffffffffffffffffffffff
–         Ahhhhhhhhhhhh Uuuuffffffffffffffffffffff
Yo tragaba ansiosa todo lo que salía de allí. Cómo podía salir tanto, y Carlos me daba azotes en el culo… “cómo te gusta esto Marta…. Vaya despedida”. Yo no podía hablar, sólo empujaba hacia atrás para que la polla de Carlos no saliera de mí. Carlos comenzó a jugar con mi agujerito trasero y eso me asustó. Nunca me lo habían hecho por ahí y se lo reservaba a Santi…
–         No el culo no, por favor… follame el coño…. Haré lo que queráis….
–         Calla Martita… -dijo con firmeza- y si te relajas es mejor –no paraba de acariciarme el ano-
–         Por favor –suplicaba- haré lo que sea, cuando sea….
–         Tranquila, que sólo voy a acariciártelo ¿quieres?
–         Eso sí, pero sólo eso –dije con voz de niña pequeña-
–         Jajaja -rió Tom-
Lo cierto es que no sé lo que me hacía, pero a la vez que me follaba intensamente, uno de sus dedos empapado en saliva se había introducido ligeramente en mi culito y activaba unos puntos súper sensibles que ni siquiera sabía que existían. Me puse muy excitada. Yo sola me clavaba en la polla, que me partía en dos y movia mi culito lo que podía. Tom, que juguetaba con mis pezones y tiraba de ellos, dijo:
–         Vamos Martita, se una buena niña y córrete para nosotros… vamos cielo, mira a Santi qué contento está de lo bien que te lo pasas… “Santi, menuda novia más cachonda tienes, la hemos tenido que dar la bienvenida en la familia…”
No sé lo que me pasó en ese momento, pero la sola mención a que Santi estaba presente en ese momento desató algo en mí y empezaron a brotar corrientes eléctricas desde mi coño que ardía recorriéndome todo mi cuerpo:
–         AAAAAAAHHHHHHHHGGGGGGGGGGGGGG
–         AAAAAAAHHHHHHHHGGGGGGGGGGGG Cabrones qué me hacéis….
–         AAAAAAHHHHHHHHHHGGGGGGGGGGG
–         Tú te lo has buscado Martita, decía Carlos mientras me embestía con más fuerza aún… ¿No era lo que querías….?
–         Síiiiiiiii cabrones… soy vuestra….
–         Pues toma, princesa… te vas a quedar bien llenita -dijo Carlos dándome un azote y empezando a producir espasmos de su grueso pene llanando mi vagina-
–         Uuuuuuuuuufffffffff
–         Aaaaaaaahhhhhhhmmmmmmm
Jadeaba y gemía ostentosamente. Nunca me había sentido así. No sospechaba que el sexo entre personas corrientes pudiera ser tan salvaje. Estábamos gritando todos. Carlos vaciándose en mí, haciéndome sentir en mi interior su líquido caliente, y provocándome un nuevo e intenso orgasmo que enlazaba con el anterior sin siquiera haberlo terminado. Carlos me tenía sujeta por las caderas y su polla llenándome completamente mi ser, y Tom me acariciaba el pelo cariñosamente. Poco a poco nos íbamos todos relajando, cuando los tres nos vimos sorprendidos, pues sentimos a Santi moviéndose.
–         ¿Qué hacéis?… –dijo con una voz completamente de trapo-
“¿Qué hacemos?” Pensamos los tres unas décimas de segundo antes de que Carlos sacase de golpe su miembro de mi coñito, Tom se echase hacia delante para abrazar a Santi impidiendo que pudiese girar su cabeza hacia atrás, y yo subiese apresurada mis medias, bajase mi top y tratase de recomponerme.
–         Primo, te quiero mucho –dijo Tom que sabía exactamente lo que había que hacer y le abrazaba-
–         Me da vueltas todo… quiero ir a casa. Llevame Tom –Santi seguía muy borracho, en un estado completamente desvalido-
–         Ya estamos cerca, hemos tenido que parar a que Carlos mee que no se aguantaba –le tranquilizó Tom-
–         ¡¡Meón!! Jajajajaja –dijo Santi con su voz de borracho-
–         No seas malo Santi -dije yo acariciando cariñosamente su nuca con la misma mano que segundos antes estaba en la polla de su querido primo, aquél que ahora le abrazaba-
Carlos se puso al volante y, casi sin hablar, dirigió el coche a nuestro barrio. La noche estaba acabando de una forma extraña. Inesperada hacía unos pocos minutos. Yo empezaba a darme cuenta de lo que había hecho y tenía una mezcla de sensación de culpa y de alivio por notar que Santi no se había percatado de nada de lo ocurrido. Uf, menos mal, menos mal, menos mal…. Por otro lado aún notaba corrientes en mi coñito y juntaba mis piernas para hacerlas durar. Inconscientemente presionaba un poco mi regazo.
Nos acompañaron a casa. Por suerte, porque Santi no podía andar sin caerse, y yo estaba muerta de miedo de que él notase el olor a sexo que mi cuerpo desprendía. Mi ropa impregnada de semen de ambos primos, mi boca con el regusto de Tom… ¿Quién lo hubiera dicho? Se despidieron cariñosamente de ambos y nos dejaron allí a Santi y a mí. Ambos perjudicados, pero por distintos motivos. En cuanto acosté a Santi, me dí una ducha larga y caliente pensando en lo que había sucedido.
Por suerte o por desgracia mi “extraña relación” con los primos de Santi no iba a terminar ahí. Pero eso lo contaré en la siguiente entrega.
Muchas gracias por leer hasta aquí, y por vuestros votos y comentarios.
¡Esta vez voy a necesitar ideas para continuar…!
Carlos
diablocasional@hotmail.com

Relato erótico: “De perra en celo a ser una cachorrita a mi servicio 3” (POR GOLFO Y ELENA)

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Este y todos los relatos de esta serie que están por venir consisten en las vivencias reales de Elena, una pelirroja con mucho morbo que me ha pedido ayuda para plasmarlas en relatos. Si quereís contactar con la co-autora podéis hacerlo a su email:  pelirroja.con.curvas@gmail.com.

También quiero aclararos que, aunque no son fotos de ella, lo creáis o no la modelo se parece mucho a Elena. Solo deciros que en persona sus tetas y su cuerpo son todavía más impresionantes.

Capítulo 5

Ese polvo rápido cambió la historia. Si antes era un desgraciado suspirando unas migajas, eso había terminado porque desde el momento que había pasado a la acción, esa pelirroja no había podido o querido oponerse a que la tratara como la zorra que era. No solo la había usado oralmente sino que había coronado mi cambio de actitud con una cogida en toda regla donde ella solo fue un instrumento de mi lujuria.
Asumiendo mi nuevo papel, esa tarde ni siquiera la esperé a la salida del trabajo puesto que tenía que organizar un par de cosas para llevar a cabo la meta que me había propuesto y que no era otra que emputecer a Elena hasta que ni siquiera ella se reconociera.
Por ello directamente me fui a un sexshop que conocía. Allí me agencié un surtido de juguetes, los cuales pensaba usar para disfrutar de los encantos de esa mujer. No me importó pagar una cifra descomunal por ellos, ya que me servirían para saciar mi apetito sexual mientras pervertía y envilecía a esa guarra. Con ellos bajo el brazo llegué a casa y al contrario que la noche anterior dormí como un bendito, sin que nada ni nadie perturbaran mi descanso.
Me desperté de buen humor ya que ese día marcaría el comienzo de la reeducación de Elena. Conociendo de primera mano que estaba obsesionada por el sexo, debía canalizar su furor uterino para convertirla en mi esclava particular con la que experimentar mis sucias pasiones.
Ya en mi oficina usé el mismo conducto que ella había utilizado para contactar y llamando al portero de la finca, le pedí que la informara que la esperaba a comer en un restaurante cercano. La elección del local no fue al azar sino que gracias a que conocía al dueño sabía que podía confiar que de ser necesario, podría usar uno de sus salones privados para desahogarme con ella.
A las dos y cinco, estaba sentado a la mesa de un rincón y con una tranquilidad que era difícil de entender, esperé su llegada con una cerveza. Quince minutos más tarde, hizo su aparición. Al verla entrar, reconocí el nerviosismo de sus ojos verdes y divertido con la situación, me levanté a separarle la silla para que se sentara.
―Gracias― dijo coquetamente mientras tomaba asiento.
No me pasó inadvertido viendo su escote que se había desabrochado un botón de más para que me viera obligado a admirar el profundo canalillo que lucía entre sus dos tetas.
«Esta zorra creé que todavía puede manipularme», pensé sin hacer mención a ello. Reservándome, llamé al camarero y le pedí que nos trajera la carta de vinos.
El empleado no tardó en extendérmela y tras una breve revisión, elegí un Rivera reserva de mis favoritos. Elena permaneció callada todo el rato como evaluando sus opciones y sin saber a ciencia cierta, la razón de esa invitación. Dejé que su tensión se incrementara hasta que ya con nuestras copas llenas, sonriendo le pedí que me diera sus bragas.
―¿Qué has dicho?― preguntó sorprendida.
Con la naturalidad que da el saber que uno está al mando, respondí:
―¿Qué esperas a entregarme tu tanga?
Al oírme lo primero que hizo fue mirar a nuestro alrededor para comprobar si alguien de nuestro entorno se había dado cuenta de mi petición y al ver que parecía que nadie se había percatado, en voz baja contestó mientras intentaba levantarse:
―Deja que vaya al baño.
Soltando una carcajada, insistí:
―Quítatela aquí… enfrente de toda esta gente.
Me miró sabiendo que la estaba poniendo a prueba y decidida a no dejarse vencer tan fácilmente, se volvió a sentar en la silla y disimulando poco a poco fue levantando su falda. A pesar del exhibicionismo que me había demostrado, no era lo mismo hacerlo en un sitio donde nadie la conocía que allí y por eso sus mejillas estaban totalmente coloradas cuando con las dos manos se bajó esa prenda. Viendo que tampoco nadie había advertido esa maniobra, con una sonrisa, me la dio en la mano diciendo:
―Eres un cerdo.
―¡No lo sabes tú bien!― respondí mientras observaba ese coqueto tanga de encaje rojo.
Acojonada al comprobar que lo mantenía extendido entre mis manos y que todos los comensales podían adivinar que era de ella, me dediqué a disfrutar de su textura y de su olor.
―Huele a hembra― dije satisfecho― ¿Te has masturbado antes de venir?
Mi pregunta la cogió desprevenida y asumiendo que lo había descubierto por lo húmedo que estaba, no pudo negarlo y bajando su mirada, contestó afirmativamente. Su respuesta ratificó la opinión que tenia de ella y forzando su entrega, le ordené:
―Abre las piernas.
Elena se quedó perpleja al oírme pero venciendo la vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de levantar su mirada del plato. Cubriendo otra etapa de mi plan, esperé que el aire acondicionado del salón recorriese su entrepierna mientras la miraba sonriendo. Que la observase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Sus pezones ya habían hecho su aparición por debajo de su vestido cuando viendo que que se mordía los labios en un vano intento de no demostrar su excitación, busqué sus límites diciendo:
―Tócate para mí.
La pelirroja me fulminó con la mirada pero al comprobar que iba en serio, se puso nerviosa. No tardé en comprobar que la lujuria había vencido a su razón porque con lágrimas en los ojos, metió una de sus manos bajo el mantel y empezó a masturbarse. Aunque su sometimiento me era suficiente, la azucé a darse prisa y mientras liberara su tensión entre tanto comensal, no paré de decirle lo puta que era. Mis insultos lejos de cortar de plano su desazón, la incrementaron y en pocos minutos, fui testigo del modo silencioso en que esa pelirroja se corría.
Todavía estaba sintiendo los últimos estertores de su orgasmo cuando una camarera nos trajo la comida y su presencia evitó que me descojonara de ella nuevamente. La dejé descansar unos minutos, tras los cuales, directamente le comenté que sabía que estaba casada y que tenía una hija pero que en vez de ser un problema, me parecía un aliciente.
―¿Y eso por qué?― preguntó un tanto más tranquila.
Descojonado, contesté:
―Cuando te folle, lo haré pensando en el cornudo de tu marido.
Mi burrada le hizo gracia y en un ambiente ya relajado quiso saber si le tenía algo preparado. Riendo señalé bajo la mesa mientras le decía:
―Solo tu postre.
Increíblemente no le molestó que le insinuara que quería una mamada sino que incluso percibí en su mirada una especie de satisfacción antes de verla desaparecer debajo de la mesa. Lo hizo de una forma tan natural que pasó desapercibida y solo cuando sus manos me bajaron la bragueta, comprendí que esa guarra estaba convencida que había encontrado en mí el complemento ideal a su lujuria y que a partir de ese momento, podía confiar en que nunca se iba a echar atrás por muy pervertidas que fueran mis órdenes.
Confirmando que cumpliría todos mis caprichos, se lo tomó con tranquilidad. Lo primero hizo fue liberar mi miembro de su prisión, para acto seguido explorar todos los recovecos de mi glande. Cuando la tenía ya bien embadurnada con su saliva, ansiosamente, su boca se apoderó de mi extensión mientras sus manos jugueteaban con mis testículos.
Su pericia dificultó de sobremanera que pudiera seguir disimulando y es que a pesar de poner cara de póker, poco a poco la excitación me fue dominando gracias a la húmeda calidez de su boca y al estímulo que sus manos ejercían con la rítmica paja a la que tenía sometida a mi extensión. Si a eso le sumamos que a nuestro alrededor compartían local al menos una veintena de personas, el morbo de poder ser descubierto me terminó de calentar.
«Se ha ganado que le eche un polvo», pensé mientras imaginaba las formas con la que podía hacer uso de ese bello cuerpo, en las posturas y experiencias que podía disfrutar con ella.
Elena aceleró sus maniobras al sentir como mis piernas se tensaban presagiando mi explosión, succionando y mordiéndome el capullo, mientras con sus dedos pellizcaban suavemente mis huevos. Su pericia y dedicación hizo que todo mi cuerpo entrara en ebullición y sin poder aguantar el tipo, derramé mi placer en su boca. La pelirroja al notar las blancas y dulzonas andanadas contra su paladar, usó su lengua como si fuera una cuchara, para recolectar mi semen y no queriendo que nadie notara nada al terminar, con largos lametazos dejó mi verga inmaculada. Tras lo cual, me subió la bragueta y saliendo de debajo de la mesa, se sentó en su silla.
Al mirarla, tenía sus mejillas coloradas y su mirada brillaba excitada, producto quizás de la travesura que había cometido. Comprendí los límites de su calentura cuando relamiéndose me preguntó:
―¿Te ha gustado?―, me preguntó mi opinión.
―Mucho― respondí mientras pedía la cuenta.
Ya salíamos del restaurant cuando desde la caja, la camarera que nos había servido llamó mi atención con un gesto. Al acercarme a ver que quería, discretamente me entregó un papel al tiempo que me susurraba al oído que si quería que una tercera persona participara en nuestros juegos, la llamara.
―Pensaré en ello― respondí mientras certificaba que no habíamos conseguido pasar desapercibidos y que por lo menos una persona nos había descubierto.
Al comentárselo a mi pareja, lejos de cohibirla, saber que alguien había sido testigo de todo azuzó su libido y notando que una de mis manos le estaba acariciando el pecho, sin disimulo me rogó que le regalara con un pellizco en sus pezones.
―Eres la más cerda que conozco― respondí cumpliendo sus deseos.
El gemido que salió de su garganta fue tan evidente que pudimos oír los cuchicheos de los presentes y no queriendo que la situación se me fuera de las manos, tomé rumbo a la salida.
―¿Dónde tienes tu coche?― la pelirroja preguntó susurrando en mi oído.
Al explicarle que en el parking del edificio, Elene, comportándose como una perra en celo, me pidió que la llevara a un hotel. Dudé de la conveniencia de hacerlo por todo el trabajo que tenía acumulado, pero para entonces mi calentura había vuelto con renovadas fuerzas y casi corriendo llegamos a ascensor que llevaba al sótano. La pelirroja aprovechó los pocos segundos que estuvimos en su interior para magrearme y sabiendo que era incapaz de esperar para tirármela, busqué un lugar discreto de la primera planta donde poder desahogar mis ganas.
Una vez allí, la obligué a darse la vuelta y a apoyar las manos contra un bmw oscuro.
―¿Qué vas a hacer?― preguntó claramente excitada al comprobar que estábamos frente a la puerta por donde salían todos.
Sin darle tiempo a reaccionar, levanté su falda y aprovechando la ausencia de ropa interior, recorrí sus pliegues con mis dedos. No fue ninguna sorpresa encontrar su coño ya encharcado.
―¿Te pone bruta esto? ― susurré al apoderarme del erecto botón de su entrepierna.
Revelando su ninfomanía, me rogó que la tomara casi llorando. Pero en vez de complacer sus instintos, me dediqué a torturar su clítoris buscando ponerla todavía más cachonda. La zorra, sin contener el volumen de su voz, chilló de placer al sentir que su cuerpo convulsionaba producto de mis caricias y ya dominada por su naturaleza, me imploró que rompiera su culo.
―¿Eres adicta a las vergas en tu culo? ¿Verdad? ¡Zorra!― pregunté mientras mojaba un dedo en su coño y se lo incrustaba por el ano.
―¡Sí!― aulló sin saber que con ello llamaba la atención de dos muchachos que pasaban frente a nosotros.
Solo meneando esa yema en su interior, provoqué que Elena gimiera como si la estuviera matando mientras esos críos se acercaban a ver qué pasaba, creyendo quizás que esa mujer estaba en dificultades. Sus agresivos modos se transformaron en diversión al darse cuenta que estábamos follando y sin importarles que pensáramos, se quedaron mirando desde un coche aparcado a escasos metros de nosotros.
La presencia de los chavales exacerbó más si cabe la temperatura de la pelirroja y gritando como una loca, me rogó que la tomara. Acababa de subirle el vestido hasta la cintura cuando al girarme, descubrí que uno de ellos había sacado el móvil e inmortalizaba la secuencia.
No me importó la actitud del muchacho y aprovechando el relajado ano que el destino había puesto a mi alcance, de un solo empujón incrusté mi falo hasta el fondo. La satisfacción que demostró con sus berridos de placer al experimentar esa invasión en el ojete, me permitió iniciar un rápido galope sobre ella mientras mordía su cuello y le decía guarrerías.
―Dale duro― los críos me ordenaron al ver que bajaban el ritmo.
Azuzado por sus palabras, incrementé la velocidad con la que la estaba sodomizando de tal modo que con cada penetración, la cara de la mujer chocara contra la ventanilla del automóvil. Pensé que estaba siendo demasiado salvaje pero al percatarme de la felicidad del rostro de mi contrincante, comprendí que estaba disfrutando.
Sin dejar de filmar la escena, los muchachos me espolearon para que machacaran sin pausa ese trasero, de forma que haciendo caso al respetable, sometí a Elena a un cruel castigo que demolió las pocas defensas que aún mantenía.
―¡Qué gozada!― escuché que decía mientras se corría al no poder aguantar el ataque al que estaba sometiendo a su entrada trasera.
«Está desbocada», sentencié al observar sus piernas completamente mojada por el flujo que brotaba de su coño y muerto de risa, les pedí a los chavales que enfocaran su entrepierna para que pasara a la posteridad el geiser en que se había convertido.
Gozando como nunca, Elena usó los movimientos de su culo para exprimir mi verga con una eficacia tal que despertó los aplausos de los mirones. Espoleado por las ovaciones, convertí su trasero en un frontón donde golpeaba rítmicamente mi pene y ella sintiéndose desbordada nuevamente con un aullido, se vio presa de un espeluznante orgasmo. Su clímax me estimuló a seguir machacando su esfínter hasta que totalmente domada y cual potrilla, se desplomó contra la carrocería del coche.
«Ahora me toca a mí», sentencié mientras me agarraba a sus pechos para seguir forzando su adolorido ojete.
Era tanto el placer que la dominaba que sin poderlo evitar, pude contemplar como de la boca, se le caía la baba.
―Cabrón, me estás matando― chilló al sentir que con las manos agarraba su melena y usándola como riendas tiraba de ella hacia atrás.
Las quejas de la pelirroja no afectaron a mi ritmo, sino que incluso fueron el aliciente que necesitaba para seguir aporreando brutalmente a mi montura. Afortunadamente para mi víctima, la acumulación de sensaciones hicieron imposible que siguiera reteniendo mi eyaculación y mientras obligaba a la mujer a seguir exprimiendo mi miembro con sonoras nalgadas, me corrí como pocas veces. La rudeza de esas caricias y un postrer orgasmo la hicieron flaquear y lentamente fue cayendo al suelo mientras rellenaba con mi semen su trasero.
Elena seguía tirada sobre el asfalto cuando descojonado me acerqué al chaval que había grabado la escena y con una sonrisa en los labios le pedí que como pago al espectáculo, quería una copia de la película. Muerto de risa me pidió mi número y sin poner ninguna objeción, me la mandó por whatsapp. La pelirroja todavía no se había recuperado del esfuerzo y por ello, tuve que ayudarla a levantarse mientras los chavales educadamente se despedían.
Ya solos y mientras se acomodaba la ropa, le enseñé el tesoro que guardaba en la memoria de mi teléfono.
―¡Qué vas a hacer con eso!― murmuró todavía impresionada porque no se había dado cuenta mientras follábamos que los críos estaban inmortalizando el momento. Si creéis que estaba enfadada, os equivocáis. Por su tono comprendí que saberse grabada la había excitado y a modo de gratificación, solté un azote en su mojado trasero mientras le decía:
―Chantajearte, si no quieres que llegue a las manos de tu marido, serás mi puta durante un año.
Juro que jamás creí que lejos de aterrorizarse, respondiera a mi vil extorsión diciendo:
―No te hará falta porque lo creas o no, me has hecho descubrir sensaciones desconocidas y sé que a tu lado, conoceré facetas del sexo con las que ni siquiera he soñado.
―¿A qué te refieres?― complacido susurré en su oído.
Radiante me miró a los ojos mientras respondía:
―No te rías pero no puedo dejar de pensar en lo siguiente que me vas a ordenar hacer.
―¿Y eso te excita?
El brillo de sus ojos anticipó su respuesta:
―¡No sabes cuánto!― y ratificando con hechos sus palabras, cogió una de mis manos y la llevó hasta su encharcado coño para que comprobara que no estaba mintiendo. Habiéndomelo dejado, me soltó: ―Solo pensar en complacerte, me pone bruta.
―¿Me estás diciendo qué te excita obedecerme?
―Aunque no me comprendas, sí― contestó mientras su almeja volvía a babear: ―Siempre he sido muy lanzada pero ahora me vuelve loca saber que tú estás al mando.
Sorpresivamente, esa guarra sin remedio se estaba auto nombrando mi sumisa y buscando el confirmar ese extremo, le pregunté:
―¿Te apetece que sea tu dueño?
Con felicidad casi enfermiza, respondió:
―Ya lo eres.
Su respuesta despejó mis dudas y recreándome en mi nuevo poder, me dediqué a masturbarla mientras esperábamos el ascensor que nos llevara a nuestros trabajos. Ni siquiera se habían abierto las puertas, cuando con una sonrisa de oreja a oreja, me preguntó:
―¿Esta noche mi amo me usará o me dejará esperando?
Soltando una carcajada, respondí:
―Vete a casa y folla con tu marido porque a partir de mañana, tendrás el coño tan rozado que no permitirás que se te acerque.
Eufórica respondió:
―Por eso no se preocupe, no sé qué le pasa pero ya no me toca.
―Yo sí sé que le pasa…¡es un imbécil!

PARA CONTACTAR CON LA COAUTORA: pelirroja.con.curvas@gmail.com

Relato erótico: “Reencarnacion 3” (POR SAULILLO77)

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Me levanto el lunes renacida. Me siento plena y llena de vida, lo noto, no es algo que me pase a menudo. Me doy una ducha larga, y me visto para ir a trabajar, me pongo un traje de falda de tubo, muy formal, la diferencia es que rescato varios tangas del fondo del armario, y me pongo uno de ellos. Llevo al fantasma de Carlos a la universidad, hoy aprenderá poco, va con gafas de sol y la resaca aún le dura, aparte de que será duro, con todos comentando su borrachera del sábado. “Espero que así aprendas”, le digo, pero no me dirige la palabra, seguro que le duele hasta al hablar.

Al dejarle, voy a mi trabajo, y nada más entrar me espera unas cuantas horas de tarea atrasada de mi compañera. Normalmente lo haría sin rechistar, pero hoy le dedico un minuto de reproches para que mejore, y no me deje todos los problemas a mí.

Acabo mis labores un rato antes de mi turno, y me quedo charlando con el director de la sucursal, David, un hombre de mi edad, alto y al que le sobran algunos kilos, pero con una planta de emprendedor confiado, con trajes caros a medida, moreno, guapo y de gestos firmes, que siempre me gustó. Se dice que pese a tener a una mujer preciosa en casa, algunas de la oficina han caído a sus pies en convenciones o retiros empresariales. Quiere que mañana le ayude con una reunión importante, me lo pide a menudo, tiene a becarios mejor preparados que yo, pero una mujer preciosa distrae a quien tenga delante, y él sabe aprovecharlo.

No me molesto en llamar, y voy directamente a recoger a mi hijo a la universidad. Al llegar, le veo arrastrarse, y saludar de pasada a sus amigos, donde Javier le sigue con la mirada hasta que me ve, y saluda con la mano de forma amable. Le devuelvo el saludo con una sonrisa, pero estoy triste, hoy no parece venir con nosotros. Nos vamos a casa, y mientras él se va a su cuarto, yo me cambio y preparo la comida.

No me extraña comer sola, Carlos debe de estar durmiendo, pero dejo su plato en la mesa, ya saldrá cuando tenga hambre. Creo que el día va a ser rutinario, de vuelta a mi triste y repetitiva vida, tampoco me viene mal, puedo pensar tranquila y tomar control de las cosas. No me equivoco, mi hijo sale a comer, se encierra de nuevo, y sólo la llamada de Carmen a última hora de la tarde me hace salir de casa a tomar algo fresco con ella en una terraza. Me pongo un vestido suave amarillo, y casi ni me arreglo, como siempre va ella, y esta vez tampoco fallo, al llegar a la cita la veo sin maquillar y un vestido largo negro.

Charlo con ella sobre lo pasado con Emilio, casi ni le recordaba. Se disculpa, y ya me quiere presentar a otro hombre que conoció en Valencia en las vacaciones, un mulato llamado Joel, que se ha mudado a vivir a Madrid, pero visto el resultado del último intento, rechazo educadamente su oferta, “No sabes lo que te pierdes”, me dice, pero estoy segura de que no será muy distinto a lo habitual, un cerdo que no quiere de mí nada, salvo follarme.

Hablamos de tonterías, y me vuelvo a casa para la cena. Logro que mi hijo salga de su habitación y hablo con él un poco, parece más manso que otras veces. Cuando se va a su cuarto, me quedo en el sofá, y me resigno a pasar una noche más sola. Me pongo el camisón y de nuevo a dormir, me cuesta un poco, tengo muchas cosas en la cabeza, pero al final, caigo rendida.

Por la mañana me noto menos llena de alegría que ayer, pero me ducho y me pongo un tanga que apenas es visible, me deleito con mi figura en el espejo, y me busco el traje de oficina, el que le gusta a mi jefe que lleve a las reuniones. Es blanco nuclear, debo llevar mi sujetador más pequeño y apenas un top fino debajo, con la chaqueta cerrada a duras penas para hacerme un escote de infarto, así como una minifalda a medio muslo. Lo corono todo con zapatos de tacón a juego y con unas medias de tono caramelo. Estoy para comerme, me hago un elegante peinado con caída a un lado, y un maquillaje centrado en mis ojos y mis labios.

Hasta Carlos me suelta un piropo al verme en el desayuno, y le llevo a la universidad notando su lasciva mirada en mis piernas, le pasa a veces cuando voy tan arreglada, pero no le doy importancia, son las hormonas. Le dejo y me voy al trabajo, nada más llegar algunos me silban, y el chico de la recepción de abajo, muy barriobajero, me suelta una grosería que paso por alto, ya que llego tarde. Me dedico a preparar la reunión, y adelantar algunos mails, pero estoy atenta, y a un gesto desde la puerta de mi director, David, cojo la carpeta con todos los documentos, y respiro profundo para entrar en el papel.

Antes de pasar a la sala, me explica el orden de los archivos, y me mira de reojo el escote, no suele hacerlo, así que hoy debo de ir increíble. Al entrar, veo a tres hombres trajeados y con pinta de ingleses, saludan en su idioma, y no tardan en querer presentarse a mí. Les dedico sonrisas amables y alguna frase suelta que me sé, pero al final se sientan frente a mi jefe, y otro de sus socios. Yo me acomodo detrás, cerca de la pared, y a un lado, para que me puedan ver bien. Tomo postura de pie, exhibiendo las piernas notando sus ojos pegados a mí, y comienzan a discutir. Me van pidiendo papeles, los tengo ordenados, y pese a no saber muy bien de qué va todo, cumplo mi parte. Entre tanto, me atuso el pelo, cambio de postura, me quito un pelo travieso de la chaqueta, cosas que una va aprendiendo para distraer a los varones.

Al acabar la reunión, y ver los apretones de manos, espero que haya funcionado, no soy la parte más vital de la empresa, pero me gusta pensar que me necesitan. Los ingleses se me acercan y me hablan, no les entiendo la mayoría de las cosas, me vale con reír y estrechar manos. David me felicita al salir, pero no cree que el contrato se firme, y me dice que sin ellos, tendrán que echar a alguno de la oficina para reducir gastos, cosa que me pone muy triste. Me agradece el esfuerzo, y me da un abrazo, pero a mí me sienta de pena, me recuerda los abrazos de Javier, a estar en el sofá con él, y me vuelvo a mi escritorio algo asqueada.

Termina mi turno y mi hijo me llama, toca ir a recogerle, preveo otro día idéntico al de ayer, no estoy de ánimos, pero no me queda otra. Al salir del trabajo un clavo saliente de una mesa se me engancha y me rompe la media por la rodilla. Voy a la universidad maldiciendo por cómo se me ha torcido la mañana, encima llego de mal humor, un idiota se me ha cruzado en una rotonda y casi me choco con él.

Me estoy agobiando, y la idea de que Carlos me suelte alguna de sus contestaciones me desalienta. Llego, aparco, y le veo charlando con un grupo de chicas, “Poco le ha durado el escarmiento”, me digo. Algo me pide gritar, o romper lo que pille a mano, y antes de hacerlo, salgo del coche saturada, a ver cuándo demonios viene mi hijo para poder ir a casa, paseándome aguantando las miradas e insinuaciones de algún joven salido, no me acordaba de cómo voy vestida. Noto una mano en mi hombro y me preparo para explotar contra el imbécil que se ha atrevido a tocarme, pero me encuentro a Javier ante mí, que se queda perplejo ante mi rostro enfurecido.

-JAVIER: Uy, que mala cara… ¿Estás bien, Laura? – relincho como una yegua.

– YO: Nada, que hay días que es mejor no levantarse, gracias por preguntar, Javier.

– JAVIER: A mí me lo va a decir, me pasé ayer toda la tarde en el veterinario, mi perro se ha comido parte de un trabajo, y como es tan mala excusa, no me dejan volver a presentarlo.

– YO: Pobre, ¿Y el animal está bien?

– JAVIER: Sí, lo ha echado todo, además, el trabajo ya era una mierda antes de que se lo zampara…- me arranca una carcajada enorme, y sé que ha sido un bromilla para animarme, pero no puedo dejar de reírme.

– YO: De verdad, que cosas tienes…- a un gesto de tocarle el brazo, su atrevimiento le lleva a darme mi abrazo y mi beso en la mejilla, y hoy me rindo ante él, dejo que me apriete contra su pecho cuanto quiera, lo necesito, y creo que lo sabe.

-JAVIER: Al menos ha merecido la pena para sacarle una sonrisa.

– YO: Muchas gracias, eres un cielo. – pienso en alejarme de él, pero me siento muy cómoda entre sus brazos.

– JAVIER: Carlos ya viene, no deje que la desanime de nuevo ¿Vale? – me vuelve a besar la mejilla, y le miro entusiasmada.

– YO: Haré lo que pueda. – por fin me suelta.

-CARLOS: Tío, me voy ya, ¿Te vienes a casa a comer? – Casi respondo yo por él con un “Sí”.

-JAVIER: No, tengo que estudiar para mejorar la nota gracias a mi chucho, pero mañana tengo libre para comer…- me lo dice mirándome a mí.

-YO: Pues vente a casa, me lo debes del otro día. – Javier sonríe cómplice.

-CARLOS: Claro tío, y así echamos la tarde en casa, que estoy hasta la polla de estudiar. – le miro pensando que lo único que no hace encerrado en su cuarto, es estudiar.

-JAVIER: Así sea pues, ¿Llevo algo o…?

– YO: Nada, ya me ocupo yo de todo. – paso mi mano por su antebrazo, y hasta que no noto sus dedos soltar los míos no me giro para meterme en el coche. Sabiendo que me mira, hago un escorzo para mostrarle mi trasero.

– CARLOS: Mañana nos vemos, tío.

–JAVIER: Vale, y lo mismo le digo Laura, muchas gracias.

-YO: Nada Javier, un beso.

Arranco el coche, y de golpe todos mis males se han desvanecido. Me cambio al llegar a mi casa, pensando en lo impactante que debía de estar para Javier, y pese a ello, ha jugado bien sus cartas. Mi camisón parece oler aún a su aroma del sábado cuando me lo pongo.

Como con Carlos y le pregunto por los gustos de Javier en la comida, pero no me dice nada concreto, y se va a su cuarto. Yo me echo en el sofá y me quedo dormida, pensando en que hace no mucho estaba allí mismo, rodeada por sus fuertes brazos, y al despertarme, noto la humedad entre mis muslos. “Ya estamos otra vez”.

Me doy una ducha de agua fría, y me pongo un short corto elástico y una camiseta vieja, tengo las dos prendas que he llevado esos días en casa lavándose, y pienso en lo que llevaré puesto durante la comida mañana con él. El camisón amarillo ya estará listo, pero no quiero ir como voy siempre, de andar por casa medio desnuda, y tampoco quiero ir muy recatada. La diversión con Javier me da horas de rompecabezas como estos.

A la cena Carlos me dice que con una ensalada bastará, y que deje de preguntar. Le digo que solo quiero ser buena anfitriona, una mentira a medias, quiero que Javier se sienta cómodo. Me quedo en el sofá un buen rato, y algo tarde, me voy a la cama.

No puedo dejar de darle vueltas a la cabeza sobre ese joven, ya no es que tenga cierto parecido a mi difunto marido Luis, es que su forma de ser es muy similar. Javier es más atrevido, sin duda, pero tiene esos detalles bobos, los abrazos o traer el desayuno el domingo, que adoro de él.

Tenía que pasar, y saco el consolador de la mesilla, al tirar del short noto como se despega de mi pubis, estoy mojada y no tardo en empezar a masturbarme frenéticamente. Mis dedos frotan el clítoris a un ritmo alto, y paso el consolador por toda mi entrada vaginal, deseando que alguien me penetre, y pienso en el instante en que Javier estaba rodeándome con sus manos en el sofá, y me imagino que le besé, que me comía la boca y me abría de piernas encima suya, que me lamía los senos y me acaba introduciendo su miembro de una estocada firme y cariñosa, como es él. Me vuelvo loca metiendo el consolador en mí, tratando de pellizcarme los pezones por encima de la camiseta, y exploto en un orgasmo tan fuerte, que se me escapan alaridos de placer. Ni si quiera Emilio logró ponerme así. Respiro agitada, y cuando me voy al baño a asearme, me doy cuenta de que no he pensado en Luis en ningún momento, lo que me hace sentir mal un rato, antes de dormirme.

Me despierto tan ilusionada como una cría en Navidad, me doy una buena ducha, y me pongo un traje bastante normalito, hasta uso unas braguitas nada sensuales. Voy a trabajar con una sensación parecida a la de estar en la última hora de clase antes de las vacaciones. Una llamada de Carlos diciendo que no hace falta que vaya a buscarle, me deja sin aliento, temiendo que se anule el plan, pero me tranquiliza oírle decir que “irán a comer a casa”, por su cuenta. Cuando da la hora, salgo disparada, no sé de cuánto tiempo dispongo.

Corro a casa, y me pego otra buena ducha, con cremas y aceites que dejan mi piel brillante y apetitosa. Luego me quedo ante el armario, con una toalla anuda alrededor del cuerpo, mirando mi viejo camisón amarillo colgado de una percha, pero algo me pide a gritos un cambio.

Me pongo un tanga granate sensual de encaje, y un sujetador a juego, guardados en una caja y usados una única vez, en el aniversario de los ocho años de casados con Luis, hasta el sostén me queda pequeño de copa, pero me hace un busto espectacular. Rebusco una camisa ceñida blanca y de tela reflectante, y hasta encuentro unos vaqueros de la tala 36, de la época de antes de casarme. Lucho muchos minutos con ellos, tirada en la cama tratando de ponérmelos, y con un esfuerzo final, metiendo tripa, cierran.

Al ponerme en pie casi no puedo respirar, pero me giro ante el espejo, y me veo increíble, no me sentía tan sexy desde…la verdad es que ni me acuerdo. La camisa me queda algo justa en el pecho, haciendo que enseñe el ombligo y los riñones, con los senos sobresaliendo al no poder cerrar el botón del escote, dejando a la vista mis pechos apretados, y si me descuido al moverme, el aro del wonderbra. A su vez, despeja la vista para los vaqueros, son minúsculos pero me quedan de escándalo levantándome el trasero, me aprietan las piernas, los muslos están aprisionados y el tiro queda tan bajo que la cintura está casi a la altura de la goma de la prenda íntima. Hasta me doy una palmadita en el culo, y me acaricio los glúteos, notando la tensión de la tela sobre mi piel. “Un gesto brusco y estallan”. De colofón, me busco unos taconazos altos azules del trabajo, me maquillo ligeramente para destacar mis ojazos, me peino con unas horquillas sujetando el flequillo, despejando la zona frontal y dejando caer mi pelo por la espalda hasta mi cadera.

Hago una ensalada bastante suculenta, y me lamento ya que no voy a comer mucha, si lo hago, reviento el botón del vaquero. Hasta pruebo a sentarme y levantarme de una silla, para encontrar la forma de no quedar ridícula al casi no poder moverme. Se acerca la hora y me veo en el reflejo de la televisión apagada, “Mírate, pareces una guarra”, me digo, frotando nerviosa los anillos de casados en mi dedo. Pero en cuanto escucho la puerta, me pongo en pie, apoyo una mano en mi “cinturita”, y trato de parecer guapa. La realidad es que estoy ilusionada.

Al ver pasar a Carlos sin mirarme, me calmo, a lo mejor ha venido solo, pero escucho la puerta cerrarse y cojo postura de nuevo. Es cuando le veo aparecer, entra por el pasillo al salón, y se queda petrificado, mirándome, quiere disimular, pero le he dejado pasmado.

-YO: Ho…hola, Javier. – trago saliva al recordar su parecido a mi esposo, y me repito que es sólo un juego, tomando algo el control.

– JAVIER: Hola, señora…Laura…disculpa. – agacha la cabeza algo confuso, pero se alegra al ver que me acerco, y busco el protocolario abrazo con beso.

Mi mano se mueve sola hasta uno de sus hombros, pese a que con los tacones ya no me saca tanta diferencia de altura, debo elevarme sobre él para que mis labios se posen con cuidado sobre su cara. Instintivamente él se agacha, y su mano amaga sujetarme del costado, pero enseguida la retira.

– YO: Hoy sí te quedas a comer, ¿Verdad? – trato de que no se me noten las ganas de escucharle un “Sí”, cuando me retiro un palmo de su cuerpo, y me lo como con los ojos. Va con unos pantalones negros de vestir y una camisa, blanca a cuadros rojos, por fuera, remangada y muy varonil.

– JAVIER: Hoy sí, y será un honor.

– YO: Perfecto, si quieres ve con Carlos mientras voy preparando la mesa. – le froto un costado, estoy tan feliz que no sé el motivo.

No tengo la menor duda al darme la vuelta y caminar, sus ojos están clavados en mi trasero, es imposible que estén mirando otra cosa, el bamboleo bajo vaqueros apretados debe ser hipnótico, ya que muevo la cadera obscenamente. Si esto fuera tenis acabaría de ganarle un punto con un ACE.

Una vez en la cocina respiro un poco, y me giro para coger la bebida de la nevera, al cerrarla me encuentro a Javier de frente, y del susto se me cae la botella del agua, pero de un ágil gesto logra atraparla antes de que caiga. Me tapo el pecho con una mano del sobresalto, y como no estoy acostumbrada con esos tacones, de un paso atrás que doy, me inclino hasta casi caerme. Noto su brazo rodearme la cintura, pegándome a él, tanto que mi nariz roza su mentón, y me sujeto de sus antebrazos. “¡Mira que eres torpe!”.

-YO: ¡Por dios, que sustos que me das!

-JAVIER: Perdone… es que no quería que encima de invitarme a comer, pusiera usted la mesa sola.

-YO: Ah…bueno, pues te lo agradezco mucho.

– JAVIER: ¿Puedo soltarla ya? ¿O se me va a caer otra vez? – la entonación es tan dulce que me hace sonreír, y me doy cuenta de que me tiene a su merced, pero pide soltarme.

-YO: Deja que me asegure.- digo jugando un poco, me agarro de su cuello y uso su cuerpo de contrapeso para posar bien los pies.- ¡Ya!

Su mano no se separa al soltarme, sino que recorre mi cintura, y me coge otra botella de la mano, para ir a la mesa y colocar ambas. Me le quedo mirando extrañada, debe creerme muy torpe, pero juraría que tontea conmigo. La idea de ser traviesa con él me había parecido divertida, pero es que ahora me está gustando su forma de reaccionar.

Terminamos de poner la mesa, sin dejar de notar sus miradas a mi cuerpo, y yo devolviéndole sonrisas dulces, admirando su semejanza a Luis, pero si me veo obligada a decirlo, Javier parece más guapo, marcando brazos y un culo de primera.

Mi hijo aparece cuando ya hemos acabado, preguntado dónde estaba Javier, pero se sienta a comer antes que nosotros. Su amigo le recrimina, y me encanta verle hacerlo, así que le manda a por unas pinzas de la ensalada que se nos han olvidado, cuando ya iba yo a por ellas, sujetándome del brazo con cariño. “¿De dónde has salido?”, le preguntó con la mirada, y paso una hora riéndome con él.

Al acabar de comer, mi invitado se pone a recoger, y obliga a Carlos a ayudarle, mientras se niega a que yo les ayude. Digo que no con la cabeza, y mientras ellos colocan las cosas, yo me pongo a fregar platos y cacharros. No me extraña que en un descuido, mi “adorado” pequeñín desaparezca a su cuarto, según mi experiencia, una buena siesta le espera.

Creo que Javier se ha ido con él, cuando noto su mano en mi espalda, cerca de la nuca. Me giro y le veo colocando los últimos cubiertos a mi lado, y sin que le diga nada, coge un paño y me rodea, secando los paltos que voy limpiado. Todo ocurre en silencio, y el dialogo es de miradas, diciéndole que no hace falta, él que sí, yo agradeciéndoselo, y él me da un toquecito con el hombro que significa “No hay de qué.”

– YO: Eres muy amable, no sé qué habrás visto en mi hijo para ser su amigo, no podéis ser más distintos…- se me suelta la lengua, pero le hace gracia.

-JAVIER: ¿Si se lo digo no se ríe?

– YO: Bueno, tú dímelo, y ya veremos…además deja de tratarme de usted. – “¿Ya estás jugando otra vez?”

– JAVIER: Pues por las chicas, su hijo conoce muchas.

– YO: Ahhh ¿Y te gusta alguna en particular?

– JAVIER: Había una amiga de Carlos que sí, pero desde hace poco, una en particular me está volviendo loco.

– YO: ¿Sí? ¿La conozco, es amiga de Carlos?

– JAVIER: Diría que familia directa…- me mira dándose cuenta de que no he caído, estoy tan embobada que tardo en reírme.

-YO: Anda, no seas tonto…- le digo sin creérmelo.

-JAVIER: Discúlpeme la grosería. – el chico se ha puesto algo rojo, pero ha tenido los huevos de decírmelo, y no quiero que se moleste.

-YO: No pasa nada…son bromas.- le doy una salida digna, y se me queda mirando a los ojos, estudiándome, le noto leerme la mente. Aspira profundo y se llena de valor.

– JAVIER: No era una broma. – me quedo sorprendida, no es que no esperaba algo así, pero sí que me lo dijera tan abiertamente.

– YO: Pero si hay mil jóvenes por ahí, que estarían locas de estar contigo.- ahora la que busca la salida digna soy yo.

– JAVIER: Ninguna es tan guapa como tú, Laura, y muy pocas estarían tan sexys con esos vaqueros. – Javier está rojo, creo que ni él se veía capaz de decirlo, pero lo ha soltado, y le tengo delante, a medio metro.

– YO: Va…vaya…muchas gracias…lo primero que he…cogido del armario.- miento, y muy mal.

-JAVIER: Pues no quiero verla el día que se arregle para salir conmigo a bailar, me va a dar un infarto. – su broma relaja el ambiente un poco.

-YO: Pues quizá algún día, si sigues viniendo…- estoy muy confusa, no sé si quiero parar el juego, o llevarlo hasta el final.

-JAVIER: Será un honor… ¿Me permite una apreciación? – asiento con la cabeza, asustada.

Le veo que se acerca hacia mí, amago un paso hacia atrás cuando le tengo encima, me pega a su pecho y agacha la cabeza, quiero oponer alguna resistencia, y mi mano va a su pecho, aún así hace fuerza, y me dobla, hasta cogerme por la espalda, su mano abarca casi toda mi columna, y se pega tanto que mis senos se aplastan contra él. Su cara está tan cerca que me dan ganas de pegarle una bofetada, pero lo que hago es cerrar los ojos y esperar su beso. Lo que hace es pegar su mejilla a la mía, y extender su mano libre hasta cerrar el grifo, susurrándome con voz suave.

– JAVIER: Más vale no malgastarla.

Se aleja un poco, y abro los ojos, sonriendo, viéndome pillada, ya que estaba dispuesta a que me besara. Javier lo sabe, se lo leo en sus ojos, si hubiera querido podría haber juntado nuestros labios, me tenía, de hecho aún me tiene, pero me da un beso tierno en la mejilla. Mientras me sujeta con ambas manos en la cadera, me pone recta, y antes de irse, me roza la barbilla con el dedo índice de la mano.

– JAVIER: Me voy a ver a Carlos, estás demasiado guapa como para seguir a tu lado, sin hacer alguna tontería.

-YO: Vale…yo…si…mejor.

Le veo alejarse y me tapo la cara, avergonzada, abrumada y abochornada. Pretendía divertirme, nada más, tontear un poco con ese joven, sentirme bien, y ahora he perdido en mi propio juego. Ese crío los tiene bien puestos, y me ha desarmado, como sólo mi marido fue capaz.

Agradezco que al volver a mirar, Javier ya no está. Me observo las manos temblando y respiro profundamente un buen rato, dándole vueltas a los anillos en mi dedo. Limpio compulsiva la mesa y me dedico a distraerme en el salón con la televisión, pero ni las tertulias absurdas, sobre si a tal famosa le molesta la prensa rosa, alejan mi mente de ese instante fugaz en que deseé que me besara, que me dejé avasallar por la situación. Trato de analizar el motivo por el que ha llegado el punto en que me rindiera a sus brazos, y la conclusión que saco es que estoy muy sola, ¿Qué otro motivo puede haber para ceder ante las bobadas de un adolescente? Ni tan siquiera su parecido a Luis, o que sea tan educado y atrevido, me da permiso para comportarme así.

Al par de horas escucho a alguien acercarse, intento aparentar dignidad, sin prestar mucha atención, pero sé que es él. Javier se pone junto a mí, y con un gesto pide permiso para sentarse, muevo la cabeza afirmativamente, sin darle importancia. Se acomoda en el sofá, y permanece quieto, mirándome de soslayo.

– JAVIER: ¿Cómo va la tarde?

– YO: Tranquila, sin novedades. ¿Y vosotros?

– JAVIER: Nada, hablando de la universidad, y viendo alguna película, pero estoy harto de estar encerrado, y Carlos no quiere salir a tomar algo. ¿Tienes pensado salir?

– YO: No, ¿Por qué lo dices?

– JAVIER: Bueno, como vas tan guapa, pensaba que ibas a salir…no creía que te hubieras arreglado tanto para mí. – dice con una cierta sorna, me fuerzo a sonreírle, ya que la broma ha dado en el clavo, y no debo delatarme.

– YO: No es por ti, bobo, es que…es que había quedado, pero se han anulado los planes. – me invento sobre la marcha.

-JAVIER: Pues es una lástima desaprovechar tan buena tarde, ¿Y si salimos a tomar algo nosotros? – me doy cuenta de que le he puesto en bandeja la invitación, no tengo motivos para negarme, y busco uno.

-YO: No sé, Carlos nunca quiere salir conmigo entre semana.

– JAVIER: Carlos no, digo nosotros, tú y yo. – le miro queriendo no fingir mi sorpresa.

-YO: Sería algo raro, Javier, no es que nos conozcamos mucho, y eres el amigo de mi hijo…

-JAVIER: Pues así nos conocemos. – se pone en pie y extiende la mano ante mí.- No me digas que no, por favor, dame el gusto de lucirte por la calle a mi lado, nunca tengo la oportunidad de dar envidia con una mujer como tú del brazo.

Es tan hábil, tan firme, y a la vez tan correcto, que ni me doy cuenta y estoy de pie caminado detrás de él hasta la puerta de la calle. Me genera una sonrisa tenue su formalidad, me atrae, y pese a ello, estoy tensa, quiero zanjar esto cuanto antes, y si ha de ser poniéndole la cara colorada, así será.

Atino a meter mi móvil, la cartera y las llaves en un pequeño bolso. Avisamos a Carlos de que vamos a tomar algo, pero ni se molesta en salir a despedirse de su amigo, es Javier el que va a su cuarto y le dice que ya se verán mañana. Regresa a mi lado, y me coloca la mano en los riñones para acompañarme hasta el rellano y cerrar la puerta con cuidado. Me abre el ascensor dejándome pasar, y luego entra él, no es que sea muy grande pero podría ponerse algo más lejos de mí.

Salimos a la calle y me ofrece su brazo derecho, cual fuera un caballero inglés, paso mi mano izquierda por su antebrazo, y lo aprisiona con su costado, mientras andamos un rato. Me es extrañamente placentero hacer esto sin que sea Carlos mi acompañante, y charlamos animadamente de la universidad o de mi trabajo. Aparento cierta seriedad, en algún momento voy a darle una charla muy seria, y no debo darle esperanza alguna, pero me es inevitable, aunque no lo quiera, estoy cómoda junto a él.

Hasta tal punto me gusta la sensación, que se me olvida que voy embutida en unos vaqueros que me hacen una figura de cine, con una camiseta tan ajustada que me tira de la espalda, y las miradas de algún salido no me importan. Tampoco la idea fugaz de lo que opinen mis vecinos si me ven colgada de un joven apuesto como él, me altera, ya que siendo objetiva, Javier aparenta algo más de edad debido a su estilo y la barba, y yo puedo pasar por una de veintimuchos, sin desentonar. De hecho, cumple su palabra y me expone ante todos, como diciendo “Sí, es mía, jodeos.”

Le guío hasta un bar con una terraza grande, en una avenida cercana no muy lejos de casa, los tacones empiezan a hacerme mella y me duelen los pies. Pido una caña con limón y él un botellín de cerveza, nos los traen con una aceitunas verdes de tapa, y seguimos charlando de nuestras vidas sentados al atardecer de Madrid. Coches pasando, gente hablado, ruidos de ciudad grande que vive y se mezcla con un cielo azul despejado y edificios de cuatro o cinco plantas, llenos de balcones y trastos en ellos.

La verdad es que no tiene mucha importancia lo que se dialoga, aunque me dice que su familia es de fuera y le han mandado a estudiar aquí solo, vive en un piso de estudiantes con su perro, que no conoce a nadie aquí, y que Carlos le parecía un idiota, pero que con él hace amigos, conoce a chicas y vive la noche de una gran urbe. Le escucho, pero lo que ocurre es que he de recordarme cada ciertos minutos que debo cortar de raíz el juego, no seguir en él. Tras una hora, y un par más de cañas y botellines, me armo de valor y empiezo.

– YO: Javier, debo decirte algo, pero espero que no te sientas mal. – la sonrisa que no se le borraba desde que salimos de casa, se desvanece.

-JAVIER: Dime, Laura, no me asustes.

-YO: Verás, es que…bueno, que eres un encanto de joven, y me gusta pasar el tiempo contigo, pero creo que se están confundiendo ciertas cosas, y quiero dejar claro algunos puntos.

– JAVIER: Tú dirás.- sus ojos de cachorrito me lo ponen más difícil.

– YO: Es sobre lo que ha pasado en la cocina, y antes tal vez…mira, he pasado una época muy mala y tal vez he jugado con tus sentimientos, y no es justo. Debemos ser más distantes.

– JAVIER: No lo entiendo, creía que te caía bien.

-YO. Claro que sí, pero una cosa es eso, y otra andar haciendo tonterías, como lo del grifo de hoy. No puedes hacer esas cosas, soy la madre de Carlos y tú un adolescente, está mal.

– JAVIER: Discúlpeme si me he propasado lo más mínimo, y la he hecho sentir incómoda.

– YO: Nada de eso, has sido un perfecto caballero, es…es al contrario, me has hecho sentir cosas raras, y me gusta, pero tenemos que poner unos límites.

– JAVIER: ¿Limites a qué? No hemos hecho nada malo, y aunque pasara algo, tampoco sería el fin del mundo. – toma la iniciativa, no me lo va a poner fácil.

– YO: Y no va a pasar nada, ese es el problema, podemos ser amigos, pero nada más. – me da una lástima terrible la cara que pone, está dolido, pero se rehace.

-JAVIER: De verdad, no entiendo lo malo que hay en mí…

-YO: No tienes nada malo, pero tienes diecinueve años, y yo muchos más, ni yo estoy para jueguecitos a mi edad, ni tú para perder el tiempo con viejas como yo. Sal con Carlos, diviértete, eres joven y buen chico.

– JAVIER: Ya, pero es que me han educado así, y no puedo ir tirándome a la primera que se me presente, y no creo que me aporte nada. Yo necesito algo de romanticismo, y ninguna que conozca parece gustarle mi forma de ser, todas van con el guaperas de turno…- no hace falta que nombre a Carlos.

– YO: Es la edad, y tal vez que eres demasiado bueno, las chicas se darán cuenta, y terminarás enamorando a alguna afortunada.

– JAVIER: Supongo…- no está ni remotamente convencido, y una fugaz mirada me dice que a quien quería enamorar, es a mí. – Creo…creo que es hora de que la acompañe a casa, y me vaya, tengo…tengo muchas cosas en las que pensar.

No me deja pagar la cuenta, y me sigue como un perrito al que han reñido, un par de pasos por detrás, sin ofrecerme su brazo. Temo haberle hecho daño, pero estoy segura de que era lo que se debía de hacer. O eso me repito.

Al llegar a casa, me dedica un abrazo tibio, y nada cariñoso, no me da el beso en la mejilla, y pese a una carantoña con las manos con la que trato de animarle, o hacerle reír, me doy cuenta de que no es un niño al que consolar, es un hombre herido, que me esquiva la mirada.

– JAVIER: Buenas noches. – se gira, caminando con paso rápido, no me da tiempo a decirle adiós.

Me subo a casa con la mano en la frente, tengo la cabeza congestionada y me siento mal, pero no es algo físico, temo haberle destrozado el corazón, y me pregunto si me he pasado, o si no debí decir nada, me lo estaba pasando tan bien.

Entro en casa y ni ceno, debido a las tapas de la terraza, y porque no me apetece. Me voy a mi cuarto tras comprobar que Carlos sigue en su habitación. El bufido de alivio al desabrochar el vaquero y quitarme los zapatos es glorioso, y me cuesta un buen rato sacar las perneras del pantalón. “Para un par de horas no está mal, pero un rato más y me asfixio.” Pienso que necesito algo de ropa nueva, más juvenil y menos apretada, pero me cuestiono los motivos. Ahora se acabó el juego, ya no tengo a quien impresionar.

Me doy una lenta ducha de agua caliente, de esas en las que estás tanto rato pensando, que se te arrugan las yemas de los dedos. Vuelvo a mis braguitas cómodas y mi camisón amarillo, para echarme a dormir. Pero no logro conciliar el sueño, doy vueltas a la cama un buen rato, y me voy a la cocina un par de veces a beber agua. Lo achaco al calor de la noche, pero sé que es la culpa lo que me mantiene en vela. Retozo en la cama hasta que caigo del sopor.

Continuará…

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Relato erótico: ¿Me romperías el culito? me dijo un día mi sobrina? (POR GOLFO)

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Nunca hubiese supuesto que un día la preciosa cría de mi cuñado me hiciera esa pregunta. Para explicaros como llegó a hacérmela, os tengo que contar un poco de mi vida. Casado desde joven con una hermosa mujer llamada Lara, nunca necesité buscar fuera lo que mi esposa me daba con gusto en la cama. Os parecerá increíble que os diga esto, pero la realidad es que siempre había obtenido el suficiente sexo con ella y por eso me parecía incluso una degeneración que hombres casados como yo, buscaran en jovencitas alivio a sus oscuras necesidades.  Como pareja era casi perfecta y digo casi porque nadie está al cien por cien satisfecho con lo que tiene, pero ateniéndome a lo que mis amigos me contaban:
¡Lara era insuperable!
Ni siquiera tenía que ser yo quien lo pidiera. Mi mujer era y es una hembra caliente que necesita su ración de sexo casi a diario. Muchas veces su calentura incluso me llegaba a sorprender porque si llevaba tres días sin tocarla, ponía geta y sin esperar a que yo empezara, ella misma buscaba el modo de que lo hiciéramos. Daba igual si estábamos en casa, en un hotel o incluso pasando unos días con sus padres. Si sentía que la tenía abandonada, no dudaba en meterme mano disimuladamente para calentarme. Increíblemente, su propia necesidad fue lo que hizo a fin de cuentas que su sobrina se fijara en mí y decidiera convertirse en mi amante. 
Todo empezó este verano. Mi mujer y su hermano decidieron que pasáramos todo el verano juntos y para ello, alquilaron una casa rural en el norte. Como era bastante lógico que desearan pasar una temporada juntos ya que vivíamos en ciudades diferentes, no puse ningún reparo a ello. Lo que no me esperaba es que esa decisión pusiera en riesgo mi matrimonio. Todavía recuerdo la tarde en que llegamos a Colunga, un pequeño pueblo de Asturias. 
Cansado del viaje, no pude dejar de fijarme en cómo había crecido Adela, la hija de mi cuñado. Con diecinueve años recién cumplidos, la niña que conocía y que no había visto en mucho tiempo había desaparecido, dejando paso a una preciosa mujercita de grandes tetas. Os juro que en un principio aunque era una monada, no la vi como objeto de deseo sino al contrario, muerto de risa comenté a mi esposa los problemas que debería tener su hermano para espantar a los moscones que sin lugar a dudas revolotearían alrededor de su retoño.
-¿Verdad que está guapa?- contestó Lara, dándome la razón.
Y es que en realidad, era un bombón. A pesar de medir casi el metro ochenta y tener en vez de pechos unos melones descomunales, la cría no resultaba en absoluto caballona sino que estaba dotada de una femineidad difícil igualar.  Si de por sí tenía un cuerpo cojonudo, cuyo culo no desmerecía a sus tetas, el colmo era que su cara era perfecta. Os juro que no es una exageración si os digo que parecía cincelada por un artista y no producto de los genes de mis cuñados. Todo en ella era bello, sus piernas, sus muslos e incluso su piel, te llamaban para que los tocaras. Pero aun siendo semejante diosa, no la busqué  sino que fue ella la que decidió someterme a un acoso del que desgraciadamente, no pude escapar.
Tal y como estaba contándoos, como la familia de mi mujer había llegado con anterioridad a la casa rural, fue mi cuñada la que distribuyó las diferentes habitaciones. Ajena a la fijación que sentiría su retoño por mí, creyó conveniente que fuera ella la que durmiera al lado nuestro y no sus dos hermanos pequeños.
-Así estos cafres no os molestarán- nos dijo justificando su decisión.
La lógica aplastante de sus motivos no daba lugar a dudas ya que era proverbial entre la familia lo gamberros que eran ese par de gemelos. Incluso mi propia esposa le agradeció el detalle sin saber las consecuencias que eso tendría. A mí, en lo particular, me daba lo mismo y aunque no tardé en enterarme de que había sido un error, os reconozco que no dije nada. Os preguntareis como me percaté que sería incómodo el tenerla tan cerca, pue fue algo bien fácil. Al entrar en mi cuarto descubrí que compartíamos baño con esa preciosidad. En un principio me molestó encontrarme con que esa cría se había dejado las bragas tiradas en el lavabo y señalándoselas a mi mujer, está la disculpó diciendo:
-No sabía que llegaríamos tan pronto- y tratando de quitarle hierro, me prometió: -Tú tranquilo que hablaré con ella para que sea más ordenada.
Sabiendo que podía ser un error y que el hecho de que fuera cuadriculado en cuestión de orden era una de mis manías, decidí olvidar el asunto aunque tal y como se demostró, no iba a ser cuestión fácil compartir el baño con esa rubia y más cuando como en tantas otras casas rurales, dicho aseo tenía dos puertas y cada una de las cuales daba a una de las habitaciones. Satisfecho por la explicación, decidí dejarlo en sus manos y con la confianza que dan los quince años que llevábamos casados, la dejé sola para irme a tomar unas cervezas con mi cuñado.
José siempre había sido un tío muy simpático y el hecho que me llevara diez años, no había sido nunca un problema. No tardé en encontrarlo porque lo único que tuve que hacer es preguntar dónde estaba el bar más cercano. Tal y como había supuesto, lo hallé pegado a la barra y por eso tras los típicos saludos, pedí al camarero la primera cerveza de las muchas que me pediría ese verano. Habíamos dado cuenta cada uno de al menos cinco cuando su hija vino a buscarnos.
Como os imaginaréis la entrada de semejante monumento en ese bar lleno de paletos causó conmoción y los parroquianos sin cortarse lo más mínimo, la agasajaron con piropos y silbidos de admiración. La muchacha que a pesar de su recién estrenada mayoría de edad, ya conocía el efecto que su belleza causaba en los hombres, se los quedó mirando y dotando a su voz de todo el desprecio que pudo, les gritó:
-¡Babosos!
Os reconozco que me hizo gracia su reacción y para evitar males mayores, la agarré de la cintura mientras le daba la razón:
-Tranquila, pequeña- y dirigiéndome al respetable, les eché en cara que solo era una cría.
Lo que no me esperaba es que Adela se molestara por el modo en que la había defendido y separándose de mí, me soltó bastante enfadada:
-Sé defenderme sola y aunque mi padre y tú no lo sepáis, ¡No soy una niña!
Descojonado, su viejo soltó una carcajada mientras decía:
-Tienes la misma mala leche que tu madre.
Indignada, salió del lugar dando un portazo no sin antes informarnos de que nos esperaban para cenar. Su aviso no evitó que al terminar esa ronda, nos pidiéramos otra, de manera que cuando llegamos a la casa, todo el mundo nos estaba esperando. Mi esposa visiblemente enfadada, me pidió que me sentara con ella y nada más hacerlo, empezó a regañarme en voz baja.
-No te cabrees- le contesté y para calmarla, empecé a acariciarle la pierna.
-¡Quédate quieto!- enfadada,  me soltó al ver mis intenciones,
Decidido a congraciarme con ella y sabiendo que era incapaz de seguir enojada si la calentaba, no hice caso a su orden y disimulando fui en busca de su entrepierna. Lara al sentir a mis dedos acercándose por sus muslos, juntó las rodillas en un vano intento. Interiormente descojonado pero con gesto serio, le pregunté a mi cuñada que pensaban hacer al día siguiente mientras mi mano empezaba a acariciar la tela de sus bragas bajo el mantel.
-Iremos a la playa- contestó Inés, sin saber el acoso al que estaba siendo sometida la hermana de su marido.
Mi mujer intentó retirarme la mano de entre sus muslos pero haciéndome fuerte, no solo no la quité sino que la obligué a abrir un poco las piernas. Me percaté de que se había dado por vencida cuando acercando su boca a  mi oído, me dijo en voz baja:
-Si me dejas, ¡Te prometo una noche loca!.
Sabiéndome vencedor, la besé en los labios cerrando el acuerdo, sin saber que nuestro juego había sido observado con interés por Adela. La cría se había quedado impresionada por mi actitud  dominante  pero más aún por la calenturienta y sumisa de su tía. Descubrir que al meterle mano en público, Lara se había calentado como una perra, fue algo que no se esperaba y contra lo que siempre había supuesto, a ella también le había puesto cachonda. No lo supe en ese momento, pero fue entonces cuando empezó el interés de mi sobrina por mí.
Al terminar de cenar, mi mujer puso por excusa que estaba cansada y por eso no retiramos a nuestra habitación a que ella cumpliera su promesa.  Nada más cerrar la puerta, Lara  se lanzó sobre mí y sin dejarme siquiera quitarme los pantalones, me bajó la bragueta y sacando mi pene,  se abrazó con su piernas a mi cadera, diciendo:
-¡Fóllame!-
De un solo arreón y sin más prolegómeno, la penetré hasta el fondo. Mi mujer chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida. La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina con esfuerzo. Sabiendo que todavía no estaba lo suficientemente bruta, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado, pero ella me gritó como posesa que la tomara, que no tuviera piedad. Sus gemidos y aullidos se sucedían al mismo tiempo que mis penetraciones, y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas, mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. Manteniéndola en volandas, disfruté de sus orgasmos mientras mi cuerpo se preparaba concienzudamente para sembrar su vientre con mi semilla.
Sin estar cansado, pero para facilitar mis maniobras la coloqué encima del tocador sin dejarla de penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Pequeños pero duros y con una rosada aureola se movían al ritmo de su cuerpo, pidiendo mis caricias. Contestando su llamada, los cogí con mi mano, y maravillado por la tersura de su piel, me los acerqué a la boca.
Lara aulló como una loba, cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones, torturándolos. Y totalmente fuera de sí, me clavó las uñas en mi espalda. Su dura caricia me obligó a iniciar un galope desenfrenado encima de ella. Al hacerlo, olvidé toda precaución introduciendo mi pene totalmente en su interior.
-Me encanta- gritó de placer al sentir mi simiente en su sexo.
Vamos a la cama-, pedí  a mi mujer en cuanto se hubo recuperado un poco.
La cama no me defraudó: sobre una tarima el colchón de dos por dos se me antojaba un campo de futbol. Nada más tumbarnos, se acurrucó a mi lado y en silencio comenzó a acariciarme con sus piernas. Sus pies se restregaban contra los míos a la vez que con sus rodillas y muslos hacía como si estuviera reptando por mi cuerpo. En un principio, pensé en decirle que se estuviera quieta pero para cuando quise hacerlo, la pasión ya me dominaba. Acercando su sexo cada vez más a mi pene, se retorcía excitada, pidiéndome que no me moviera, ya que quería hacerlo ella.
Suavemente se incorporó en las sábanas y agarrando nuestras camisas, ató mis muñecas al cabecero. Enervado por su juego, colaboré quedándome quieto mientras ella me inmovilizaba, y todavía más cuando usando la funda de la almohada tapó mi ojos, de forma que no viera lo que ella hacía.
Oí como se levantaba al baño, buscando algo en su neceser. Sabiendo que iba a ser nuevo lo que iba a experimentar, esperé con nerviosismo su vuelta. No la escuché volver, pero sin previo aviso sentí como sus manos repartían por mi pecho un líquido aceitoso, tras lo cual fue su cuerpo por entero el encargado de extenderlo. Suspiró cuando sus senos entraron en contacto con mi piel, y ya sin ningún pudor se puso encima mío, buscando su placer. Era alucinante sentir como resbalaba y subía, acariciándome por entero, pero sin acercarse a mi extensión que la esperaba inhiesta y dura. De pronto, aprecié como una densa humedad absorbía mi pene, sin llegar a descubrir si era su boca o su sexo, el que poco a poco lo hacía desaparecer en su interior.
Con mis venas a punto de explotar, empecé a moverme, tratando de profundizar más la penetración, pero ella protestó diciendo que era su hora, que tenía prohibido participar.
Su orden no hubiese sido más efectiva y sin poderme negar, la obedecí quedándome inmóvil mientras gemía mi calentura. Nuevamente, sentí que mi pene volvía a penetrar en ella pero esta vez sí supe que parte de su cuerpo estaba usando, al notar las dificultades que tuvo para introducirse mi capullo. Lara se estaba empalando por detrás, su ojete me recibió con dificultad, de manera que pude percibir como sus músculos circulares se abrían dolorosamente mientras mi mujer gemía en silencio. Centímetro a centímetro, toda la extensión de mi sexo iba desapareciendo en una deliciosa tortura.
No debía de moverme pensé, si lo hacía podía provocarle un severo desgarro y lo que deseaba era darla placer, por lo que aguanté pacientemente hasta que mis huevos chocaron con su trasero, en una demostración que ya había conseguido metérselo por completo. Parecía imposible que lo hubiese conseguido, pero con un gruñido de satisfacción empezó a menearse con mi falo en su interior mientras que con sus manos se masturbaba.
Paulatinamente fue resultando para ella más fácil el empalarse, mi sexo iba consiguiendo relajar su recto, a la par que sus dedos conseguían empapar su cueva con sus toqueteos. No me podía creer lo que estaba sintiendo, su esfínter parecía ordeñarme dándome lo que más deseaba, que era la completa posesión de mi mujer.
Completamente excitada, Lara saltaba sobre mi cuerpo, introduciendo y sacando mi pene con rapidez. El flujo ya  manaba libremente de su sexo cuando empezó a notar los primeros síntomas de placer. Y en vez de esperar a recibirlo, aceleró sus acometidas de forma que sus nalgas sin control se retorcían al ritmo con el que sus dedos torturaban su clítoris al pellizcarlo.
El clímax de mi mujer era cuestión de tiempo. Su respiración entrecortada, el sudor impregnando su cuerpo y su sexo empapado eran síntomas de que estaba a punto de correrse. Justo cuando explotó y se corrió dando gritos, me pareció que se abría la puerta del baño. Al mirar hacia allá, la vi cerrada y uniéndome a Lara, eyaculé en su interior. Creyendo que había sido un error, la abracé y así pegados, nos quedamos dormidos.
Adela me confirma que nos había oído:
A la mañana siguiente, me levanté temprano para salir a correr mientras  Lara se quedaba descansando. Satisfecho por la noche anterior, decidí dar una vuelta por los alrededores y así saber ubicarme dentro del valle. La naturaleza agreste y salvaje de Asturias me contagió nuevos ánimos de forma que estuve más de una hora  recorriendo sus montes.  Al retornar a la casa rural, me encontré a mi cuñada Inés desayunando con sus tres hijos.  Si hubiese previsto lo que iba a pasar, os juro que no me hubiera sentado junto a mi sobrina. Justo cuando su madre estaba regañando a los gemelos por la juerga que habían montado la noche anterior, Adela me susurró al oído:
-Para escándalo: ¡Los gritos de mi tía!
Sabiendo a que se refería me quedé sin saber que decir ni cómo actuar y entonces la chavala muerta de risa, insistió:
-¡Menudo semental debes de ser! ¡Gritaba como si la estuvieses matando!
Completamente cortado, fui incapaz de responder. Afortunadamente, su padre hizo entrada en el comedor y se puso a mi lado. La cría al ver que no iba a poder seguir con su guasa, se levantó de la mesa dejándome solo con José. Os podréis imaginar que agradecí su retirada y mientras charlaba con mi cuñado, no podía dejar de pensar en las palabras de mi sobrina. Asustado me di cuenta que debía de ser ella la que abrió la puerta del baño mientras estábamos follando por lo que no me quedó ninguna duda de que ¡Nos había visto! Y aunque parecía imposible, eso le había gustado. Temiendo que mi esposa montase un espectáculo, decidí no contarle nada de lo que me había dicho su sobrina. Aunque teóricamente no se lo dije porque temía que le echara en cara su actitud, la realidad y ahora lo sé, es que deseaba en mi fuero interno que nos siguiera espiando.
Lo ocurrido durante el desayuno solo fue una antesala de lo que ocurriría a continuación. Tal y como habíamos quedado, ese día iríamos a la playa todos juntos. Por eso al levantarse mi mujer, tuvimos que esperar a que se terminara el café para irnos las dos familias hacia la playa. Como íbamos solos en el coche, Adela le preguntó a mi mujer si podía acompañarnos. Lara no viendo nada extraño aceptó sin caer en mi cara de terror y por eso, su sobrina se montó con nosotros. Ni siquiera habíamos salido de la casa rural, cuando comprobé sin lugar a dudas que iba a resultar muy largo ese día:
Al mirar por el retrovisor, descubrí a la sobrina de mi mujer echándose crema en los pechos mientras me miraba. Por si fuera eso poco, en cuanto descubrió mis ojos en el espejo sonrió y sin taparse se empezó a pellizcar los pezones mientras me sacaba la lengua. Su descaro me dejó pasmado y retirando mi mirada, me intenté infructuosamente concentrar en la carretera. Bastante más excitado de lo que me gustaría reconocer, tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para no volver a mirarla.
Mi mujer que no se había coscado de nada, charlaba por teléfono con una compañera. Al llegar a la playa y mientras bajaba las toallas, la zorra de la niña se acercó a mí  y poniendo un tono de puta, me preguntó si me había gustado. Asustado, ni me digné a , no pude ni contestarla. Incapaz de enfrentarme con ella, salí rumbo a la arena sin mirar atrás. Ya me había unido a mi cuñado y al resto de su familia cuando me giré para descubrir que Lara y Adela venían muertas de risa. Os juro que no me atreví a preguntar de qué hablaban y cada vez más incómodo me puse a plantar la sombrilla.
Aunque la playa no estaba repleta de veraneantes y fácilmente la jodida muchacha podía haber extendido su toalla lejos de nosotros, la colocó junto a la mía. No pudiendo objetar nada, no fuera a ser que mi queja levantara las suspicacias de sus padres, me vi colocado entre mi mujer y esa criatura.
“Mierda, ¿A qué juega?”, mascullé en silencio.
Adela disfrutando de mi embarazo, preguntó a su tía si la podía echar crema. Mi esposa respondió que sí y pasando por encima de mí, se puso a extenderle el bronceador ajena a las verdaderas intenciones de su sobrina. Si ya fue duro el observar a Lara acariciando sin querer ese cuerpo que me tenía obsesionado, más lo fue escucharla preguntarle si no prefería quitarse la parte de arriba del bikini para que no le quedara marca.
La cría soltando una carcajada, contestó:
-No creo que a mi padre y a mi tío les guste verme en tetas.
-No seas boba- rio mi mujer y colaborando involuntariamente con el acoso de Adela, le ayudó a quitárselo, diciendo: -Si son tan anticuados, ¡Que no miren!
Aunque intenté mirar, no pude y cuando lo hice, creí que me iba a dar algo al descubrir la perfección de los pechos de mi sobrina. No solo era su tamaño ni siquiera lo bien formados que los tenía, lo que me dejó alelado fue los maravillosos pezones que decoraban ese par de bellezas. Grandes y rosados eran una tentación demasiada intensa para soportarla y cerrándolos ojos, me imaginé con ellos en mi boca. Juro que intenté evitar ponerme cachondo pero mi calenturienta mente me traicionó y me vi mordisqueándolos mientras mi sobrina se retorcía de gusto.
Viendo que mi pene se empezaba a endurecer bajo mi bañador, me di la vuelta para evitar que todo el mundo se percatara de mi erección. Desgraciadamente, la jovencita se dio cuenta y poniendo cara de no haber roto un plato, me preguntó si me ocurría algo.
No recuerdo si llegué a responder porque al entreabrir mis ojos, me encontré con la visión de su culo a escasos centímetros de mi cara. La sorpresa de toparme con dos nalgas duras y apenas cubiertas por un tanga, fue demasiado y levantándome de la arena, me fui al mar intentando que el agua fría calmara mi calentura. La temperatura del cantábrico consiguió su objetivo y ya más tranquilo me puse a jugar con los dos gemelos cogiendo olas. Mientras los hermanos competían entre sí a ver quién era mejor tomándolas, mi mente estaba hecha un lío, pensando en el porqué de la fijación de esa niñata pero sobre todo en cómo iba a hacer para evitar su acoso.
Llevaba media hora a remojo cuando desde la orilla me llamó mi mujer. Cansado de esos enanos, salí a su encuentro. Nada más llegar a su lado, Lara me cogió de la mano y poniendo una expresión pícara en su rostro, me preguntó si la acompañaba a dar una vuelta por la playa. Conociéndola como la conocía, reconocí la cara de puta que ponía cuando quería hacer una travesura y encantado con la perspectiva, le pregunté qué quería hacer mientras le daba un pellizco en el trasero.
-Llevo mucho tiempo sin que me hagas el amor en el agua- contestó tirando de mí rumbo a una zona desierta.
Al ver hacia donde me llevaba, no puse reparo alguno de forma que en menos de diez minutos, ya estábamos besándonos entre las olas. Mi amada esposa ni siquiera esperó a que nos hubiésemos alejado de la orilla para subirse encima y abrazándome con sus piernas, intentar que la penetrara. La calentura que demostró provocó que mi pene saliera de su letargo y con una erección endiablada estuviera dispuesto.
Lara al notarlo, separó con los dedos su bikini y sin más preparación se ensartó con el mientras ponía sus pechos en mi boca. La facilidad con la que mi glande perforó su sexo me reveló que estaba cachonda y forzando su entrada con un movimiento de caderas se lo ensarté hasta el fondo.
-¡Cómo me gusta!- gritó al sentirse llena y obviando que nos podían ver desde la arena, se puso a saltar sobre mi verga.

No llevábamos ni cinco minutos haciendo el amor cuando al levantar mi mirada, descubrí a mi sobrina agazapada tras unas rocas mirándonos. Si de por sí mi mujer me ponía bruto, el estármela follando mientras Adela nos observaba fue algo brutal y dejándome llevar por el placer, empecé a machacar con mayor intensidad su amado cuerpo.

-¡Sigue cabronazo que me tienes ardiendo!- chilló al notar que había incrementado la velocidad de mis ataques.
Ajena a que la hija de su hermano estaba siendo testigo de nuestra lujuria, mi señora aulló de placer al sentir mis dientes mordisquear sus pezones. Coincidiendo con su orgasmo, comprendí que la muchacha con se había dado cuenta que la había descubierto y en vez de esconderse, con todo el descaro del mundo se empezó a masturbar ante mis ojos. No os podéis imaginar lo que sentí al verla separar sus piernas y meter una mano bajo su bikini mientras con la otra se acariciaba los pechos.
El cúmulo de sensaciones unido al movimiento de mi mujer hicieron inútil mi intento de controlarme y casi sin poder respirar, me corrí en el interior de su coño, sabiendo que unos metros más allá Adela se retorcía disfrutando de la dulce tortura de sus dedos. Mi esposa al sentir mi semen en su vagina, me besó con una pasión inaudita que me dejó pensando si acaso ella sabía que la cría nos estaba mirando. Lo cierto es que entonces los gritos de unos niños nos hicieron separarnos y acomodándonos nuestros trajes de baño, salimos del agua rumbo a las toallas.
Al llegar a donde habíamos dejado a su familia, su cuñada le preguntó si la acompañaba a por unas cervezas al chiringuito:
-Por supuesto- contestó y cogiendo su pareo se lo puso en la cintura, dejándome con su hermano y su sobrina.
Desgraciadamente, en ese momento, los gemelos llamaron  a su padre y ya solos, Adela aprovechó la circunstancia para con toda la desfachatez que le permitían sus pocos años decirme:
-No te imaginas lo que voy a disfrutar este verano, teniéndoos en la habitación de al lado.
Cortado porque no tuve que ser un genio para comprender el significado de sus palabras solo pude balbucear una queja. La chavala al ver mi cara de espanto, separó sus piernas y señalando su bikini, me soltó riendo:
-¡Mira como me tienes!.
No pude dejar de mirar su sexo y con autentico terror, descubrí que una mancha de humedad revelaba que lo tenía totalmente encharcado. Sacando fuerzas de mi nerviosismo, me encaré con ella recordándole que era su tío. La niñata haciendo caso omiso a nuestro parentesco, se dio la vuelta y mostrándome las nalgas, me preguntó:
-¿Te parece que tengo un trasero bonito?
Anonadado por el poco tacto de la cría, me quedé con la boca abierta mientras ella, usando sus dos manos, se separaba los cachetes e insistía:
-¿Me romperías el culito? O ¿Tendré que pedírselo a otro?
Juro que si no llega a ser la hija de mis cuñados, no hubiera podido rechazar tamaño ofrecimiento porque el ojete virginal que me mostró podía ser catalogado como una de las siete maravillas del mundo. Indignado con la muchacha pero también conmigo por lo cerca que estuve de ceder, me negué en rotundo amenazándola con decírselo a sus padres. Ella al oírme, soltó una carcajada y me respondió en voz baja al darse cuenta de que su madre y su tía estaban volviendo:
-Sé que no será capaz de decírselo y desde ahora te digo que serás tú quien me lo haga.
La llegada de las dos mujeres rompió el silencio que se había instalado entre nosotros y disimulando pregunté a mi mujer por mi cerveza. Lara, desconocedora de lo ocurrido, me alargó un bote mientras se tumbaba a mi lado. Abriendo la birra, intenté apagar el fuego que  había prendido en mi interior.
Adela cumple su amenaza:
El resto del día transcurrió sin novedad. Si es que se puede decir eso cuando me pasé todo el tiempo, evitando el quedarme nuevamente solo con mi sobrina. Cada vez que veía que eso iba a ocurrir, salía despavorido de su presencia, sabiendo que esa brujita aprovecharía cualquier instante para continuar acosándome. Aunque sabía que tenía que dejar de huir y enfrentarme con ese engendro del demonio, no pude hacerlo porque temía no tener la suficiente entereza para evitar caer en su tela de araña.
Ya de vuelta a la casa rural, Lara e Inés se pusieron a preparar la cena por lo que decidí darme una vuelta con mi cuñado. José para eso era un facilón y no me costó convencerle de tomarnos unas copas. Agradeciendo la complicidad masculina, entramos al bar y sin esperar a que vinieran a pedirnos la comanda, llamé al camarero y pedí dos whiskies. Dos horas después y con un par de copas de más, volvimos con nuestras familias. Al llegar descubrimos que  tanto su mujer como la mía estaban enfadadas y que sin esperar a que llegáramos, se habían metido en la cama.
Por eso fue Adela la que nos dio de cenar. Quizás temiendo la autoridad paterna, se mostró comedida evitando reiniciar su ataque. Incluso tengo que reconocer que de algún modo dio pábulo a la sed de su viejo y comportándose como una hija cariñosa, rellenaba su vaso sin esperar a que hubiera terminado el vino. La realidad es que al poco rato, tanto José estaba borracho y por eso tuvo que ayudarme a subir a su padre por las escaleras. Al llegar a su habitación, Inés estaba tan dormida que ni siquiera se despertó cuando lo dejamos caer a su lado.
Cuando salimos, pensé que la cría iba a empezar con sus tonterías pero despidiéndose de mí en la puerta de su cuarto, me dijo “hasta luego”. Os juro que en ese momento no caí en que no fue un “hasta mañana” y creyéndome a salvó entré en mi cuarto. Al saludar a Lara, tampoco me contestó. Su actitud no me extrañó porque cuando mi mujer se enfadaba, una de sus costumbres era no hablarme y por eso sin más, me empecé a desnudar.
No llevaba ni cinco minutos en la cama, cuando escuché que se abría la puerta del baño. Asustado por la intromisión, me incorporé para descubrir a mi sobrina totalmente desnuda de pie en la habitación. Os juro que tardé en reaccionar porque me parecía inconcebible que esa cría tuviera la caradura de presentarse así en mi cuarto y más cuando a mi lado dormía su tía.
Molesto, le dije en voz baja qué hacía. La muchacha sin contestar, se acercó hasta el colchón y pidiéndome que le hiciera un lado, me soltó que venía a hacerme el amor. Os juro que la creí loca y ya bastante irritado le dije si no se daba cuenta que despertaría a mi esposa. Fue entonces cuando soltando una carcajada, me respondió diciendo:
-No creo que lo haga hasta mañana. Aprovechando que no estabais, he puesto un somnífero en la copa de ella y en la de mi madre.
-¿Qué has hecho qué?- respondí aterrorizado.
-Ya lo has oído- me respondió tranquilamente mientras su mano se posaba en mi entrepierna: -No quería que nadie nos molestara esta noche.
Sin llegarme a creer todavía que pudiera ser tan perversa, le pregunté por su viejo. Sonriendo me confesó que lo había emborrachado a propósito pero que no lo había sedado por si yo me negaba.
-¡No te entiendo!
Poniendo cara de niña buena, me contestó:
-Como no estaba segura de que quisieras acostarte conmigo, me he guardado una baza- y descojonada mientras acercaba su boca  a la mía, prosiguió diciendo: -O lo haces y nadie se entera, o empiezo a gritar y lo despierto. ¿No querrás que crea que me estás violando?
Os juro que me quedé helado al oír su chantaje y sin poder evitarlo, la muchacha posó sus labios en los míos mientras sin esperar mi respuesta se subía sobre mis piernas. Dándome por vencido, decidí cerrar los ojos y concentrarme en no sentir nada y que ella al ver mi falta de pasión, comprendiera la inutilidad de sus actos.
-Aunque lo intentes no vas a poder ponerme bruto- le solté creyendo que iba a cejar en su empeño.
Lo que no me esperaba es que poniendo voz dulce, se restregara contra mi cuerpo mientras me respondía:
-Por lo que siento aquí bajo: ¡Estás mintiendo!
Lo malo es que esa zorrita tenía toda la razón. Al sentir la suavidad de su trasero contra mi pene, este se irguió bajo mi pijama, descubriendo de antemano mi excitación. Cómo si me hubiese apaleado,  humillado, intenté sepárame de ella mientras su risa confirmaba mi derrota.
“¡Será puta” pensé excitado y hundido con su carcajada retumbando en mi oídos y mi deseo acumulándose en las venas.
Intentando otra estrategia, abrí los ojos y cogiendo sus pechos entre mis manos, los pellizqué diciendo:
-¡Tienes demasiado pecho para mi gusto!
Adela volvió a reírse y poniéndomelos en la boca, me preguntó que tenían de malo. Debía haberle contestado otra impertinencia pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta al ver su rosado pezón a escasos centímetros de mi cara. Sé que hubiera podido alargar la lengua y lamer esa maravilla pero tratando de mantener un resto de cordura, retiré cerré nuevamente los ojos deseando cesara esa tortura. Adela envalentonada por mi supuesta indiferencia, recorrió con sus manos mi pecho, mi estómago y no contenta con ello, al comprobar que mi pene  no era inmune a sus caricias, se empezó a restregar contra él. Esperando que no culminara el acto, me quedé quieto mientras ella se frotaba con sensualidad el clítoris contra mi polla. Sin dar su brazo a torcer, se tumbó sobre mi pecho, haciéndome sentir la dureza de sus pezones contra mi piel mientras llegaban a mis oídos sus primeros gemidos. Contagiado por su lujuria, recibí sus besos y mordiscos sin moverme mientras deseaba dejar esa pose y follármela ahí mismo.
-Eres un cerdo- me soltó y señalando a Lara que dormía a un lado del colchón, se rio diciendo: -Te da morbo tenerla ahí ¿Verdad Tío?
Su respuesta terminó de derrotarme y cogiéndola entre mis brazos, busqué su boca con la mía. Mis manos no tardaron en recorrer su cuerpo y su culo mientras ella no dejaba de frotar su sexo contra mi pene. Poseído por la lujuria, hundí mi rostro como tanto había deseado entre sus pechos. Mi sobrina aulló con placer al sentir mi lengua recorriendo sus pezones y cogiendo uno entre sus dedos, dijo:
-¡No que no te gustaban!
Obviando su recochineo, metí la aureola en mi boca mientras pellizcaba el otro con fuerza. Mi ruda caricia le hizo gritar mientras su trasero se rozaba contra mi verga sin parar. Al oír su calentura, me volví loco y cambiándola de posición, le separé las piernas y hundí mi cara en su sexo. Su aroma y su sabor recorrieron mis papilas mientras ella no paraba de reír histérica al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
-¡Sigue!- me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y sin darle tregua alguna, me puse a mordisquearlo buscando sacar el néctar que ese coño escondía.
-¡Qué gusto!- gimió como una loca al sentir que su sueño se iba a cumplir.
Para aquel entonces me importaba un carajo que fuera mi sobrina o que mi esposa estuviera dopada a escasos centímetros de nosotros. Necesitaba follarme a esa preciosidad y sin ser capaz de esperar más, cogí mi pene entre las manos y mientras apuntaba a su coño, susurré en su oído:
-¡Te voy a dar lo que has venido a buscar!
Mis palabras la hicieron sonreír y colaborando conmigo, colocó mi glande en la entrada de su vulva, gritando:
-¡A qué esperas!
Tuve que contenerme para no metérselo a lo bestia. Aunque la cría se merecía eso y más, decidí hacerlo lentamente. De forma que pude sentir como mi extensión recorría cada uno de sus pliegues hasta que, profundizando en mi penetración, choqué contra la pared de su vagina. Adela al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró  que me moviera. Sin hacer caso de sus ruegos,  lentamente fui retirándome y cuando mi glande ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo, como con pereza, hasta el fondo de su cueva.
Mi sobrina, sintiéndose ansiosa de mis caricias, no dejaba de buscar que acelerara mi paso, retorciéndose. Pero no fue hasta que volví a sentir, como de su sexo, un manantial de deseo fluía entre mis piernas cuando decidí  incrementar mi ritmo. El deseo acumulado en su joven cuerpo rompió su entereza y berreando como una cierva en celo, se corrió sonoramente, para acto seguido, desplomarse sobre las sábanas.
Fue al verla morder con fuerza la almohada cuando decidí que aunque me lo hubiera dicho solo con el ánimo de molestar, esa cría iba a amanecer al día siguiente sin poderse ni sentar y por eso, la obligué a levantarse y a colocarse arrodillada, dándome la espalda.
-¡Qué vas a hacer1- preguntó al comprender mis intenciones.
Ni siquiera la contesté y separando sus nalgas, unté su esfínter con su propio fluido.
-¡Ten cuidado!- chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero. 
La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la cría temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- gritó mordiéndose los labios. 
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado no fuera a despertar al resto de la casa y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase.
-Dime cuando estés lista- le pedí
Adela moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 
-¡Me encanta!- aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
Mi querida y zorra sobrina se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, coloqué mi glande en su ojete: 
-¿Estás lista?- pregunté mientras jugueteaba con él. 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.
-¡Cómo duele!- exclamó cayendo rendida sobre el colchón.
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla. 
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Adela con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no caer.
-¡Sigue!- me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
-¡Serás puta!- le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote. 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más. 
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior. Mi sobrina ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa putita, temblando de lujuria mientras mi mujer dormía tranquilamente a un lado. 
-¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior. 
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su precioso culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo síntoma de su orgasmo. Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, seguí violando su intestino mientras la chavala no dejaba de aullar desesperada.
Mi orgasmo fue total, todo mi cuerpo compartió su gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Adela, la cual me recibió con los brazos abiertos y en esa posición, intentó quedarse dormida.
Satisfecho, la dejé descansar pero sabiendo que no podía quedarse en mi cama, la cogí entre mis brazos y la llevé a su habitación. Ya salía hacía la mía cuando la escuché decir:
-Gracias, tío. ¡Ha sido mejor de lo que me imaginaba!- y soltando una carcajada, me informó: -¡Mañana quiero más!

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “Donde nacen las esclavas II” (POR XELLA)

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Sofía era un mar de emociones contradictorias. Por un lado, todo lo que estaba viendo la asqueaba. Jugaban con vidas humanas como si fuesen animales, o incluso peor. No tenían ningún tipo de miramiento para esclavizar y someter a sus “capturas”, como las llamaban ellos. Por otro lado, el material que estaba consiguiendo era estupendo… Si seguía así, con lo que consiguiese durante ese día tendría suficiente para hacer un reportaje que la pusiese en boca de todos y lanzase su carrera a lo mas alto.
Mientras caminaban por el pasillo, se cruzaron con una mujer joven, no tendría más de 26 años. Iba vestida con un conjunto de cuero ajustado que resaltaba sus formas. Llevaba a una mujer madura tras ella como si fuese una perrita, atada a una cadena. En la otra mano llevaba una fusta.
– Buenos días, Angélica. – Saludó Marcelo.
– Buenos días, Marcelo. – Contestó la dominatrix. Se quedó mirando atentamente a Sofía, que la enfoncaba con la cámara, tanto a ella como a su “perra”.
– Esta es Sofía Di Salvo. – Aclaró el hombre. – Esta aquí para hacer un reportaje de nuestras instalaciones. ¿Te parecería bien dedicarnos unos minutos para una entrevista?. Si a Sofía le parece bien.
– ¿Eh..? Una entrevista? – ¿Con una domina? ¡Eso sería la guinda! – Sí, por supuesto.
– Pues vayamos a un lugar más cómodo.
Todos siguieron a Marcelo. Sofía se sentía un poco extraña caminando al lado de la esclava. Cuando la vió gatear se fijó inevitablemente en su culo, lo tenía surcado de líneas rojas, señal de los fustazos que le había propinado la dómina. También se dió cuenta de que tenía algo insertado en su culo… una especie de consolador o algo así.
Se detuvieron en una pequeña sala con máquinas de bebidas. Sofía no se esperaba ver algo así en aquel lugar… ¿También hacían descansos para el café entre tortura y tortura o qué? Cuando se sentaron en una mesita, la esclava se colocó en posición de espera al lado de su entrenadora.
Antes de sentarse, Sofía colocó la cámara en un pequeño trípode para realizar la entrevista con comodidad.
– Bueno, ¿Le parece bien que empecemos, Angelica?
– Mistress Angelica. – La cortó la dóminatrix.
– Disculpe. – Concedió Sofía. – ¿Le parece bien que empecemos, Mistress Angelica? – Sofía recalcó las últimas palabras, como burlándose. Angelica miró a la mujer con cara de desprecio y luego miró a Marcelo, que le hizo gestos indicándole que se calmara.
– Esupendo, ¿Que quiere preguntar?
– ¿Cómo acaba alguien trabajando de dominatrix?
– Bueno, la vida da muchas vueltas… Y cuando una tiene un talento natural para someter a las perras todo viene rodado.
A Sofía no le gustaba la actitud arrogante de la chica, pero supuso que iría con el empleo…
– ¿Sólo somete a mujeres?
– En su mayor parte sí, disfruto más sometiendo a una zorra, haciendo que se doblegue a todos mis deseos, que con un hombre. Aunque también he tenido varios esclavos.
Marcelo sacó unos cafés de la máquina y se los entregó a las mujeres, que lo dejaron enfriar un poco.
– Y, ¿Cómo se somete a alguien? ¿Tiene algunas técnicas que emplee con todos? ¿O cada… “captura” es diferente a las demás?
– Cada captura es única y, a la vez, son todas iguales. Hay que saber encontrar los matices de cada una y saber explotarlos para conseguir el objetivo pero, una vez has roto su voluntad, todas se convierten en perras obedientes.
Mientras decía esa frase, acariciaba a la esclava que iba con ella como si fuese una mascota. A su vez, la mujer respondía a la caricia buscando la mano de su entrenadora.
Sofía se quedó mirando la actitud de la esclava.
– ¿No se rebelan ante usted, Mistress?
– Al principio lo intentan, y yo espero que lo hagan. Así es más divertido. – Una sonrisa malévola apareció en la cara de Angelica cuando dijo esas palabras. – Si una esclava no se rebela, no tienes que domarla. Cuando la enseñas que todo conato de rebeldía será aplacado y castigado, cuando comprende que su única opción es obedecer y que así le irá mejor, es cuando realmente has sometido su voluntad, a partir de ese momento todo va rodado.
–  ¿Alguna vez ha fallado en…
– NUNCA. – La cortó la dómina. – Todas las esclavas que he puesto en el punto de mira han acabado a mis pies. Han podido tardar más o menos, pero todas se han sometido. Y te puedo asegurar que ninguna se arrepiente de ello…
– Eso si que no puedo aceptarlo cómo respuesta. – Dijo secamente Sofía. – ¿Cómo va a ser que todas acepten felices ser esclavas?
– Eres un poco impertinente, ¿No crees?. – Angélica acarició con la fusta la cara de Sofía, deteniendose en su barbilla, alzándole la cara. – Deberías tener un poco más de respeto, eres tú la que quieres hacerme una entrevista, si no te gustan mis respuestas ya sabes donde está la puerta y, si no me crees y quieres que hagamos una prueba, se valiente y ponte en mis manos. Una semana conmigo y estarás adorando mis pies.
– ¿QUÉ? Ni loca. – Sofía apartó la fusta de su cara con un manotazo. – ¡Si cree que me voy a convertir en una de sus perras va usted lista!
PLAS.
Angélica golpeó la mesa con la fusta. Sofía se calló de repente, aquella mujer imponía de verdad. A pesar del golpe en la mesa, Angélica tenía la cara tranquila, severa pero tranquila.
– Te he dicho que me hables con respeto. No creas que toleraré estas faltas.
Sofía se dió cuenta que poniéndose así, no iba a conseguir nada… Estaba claro que no le gustaba lo que hacían en ese sitio, pero estaba haciendo un reportaje… Ya se mostraría contrariada cuando estuviese fuera de allí.
– Lo siento Mistress. No volverá a pasar, si le parece, ¿Continuamos con la entrevista? – Angélica asintió, complacida. – Me estaba diciendo que todas sus esclavas son felices con su situación. ¿Podría justificarmelo un poco?
– ¿No ves? Con un poquito de educación y respeto todo funciona mucho mejor. – Angélica dejó la fusta sobre la mesa, sin soltarla. – Como iba diciendo, en cuanto la esclava se da cuenta de que no hay vuelta atrás, que no tiene escapatoria, su única meta es acostumbrarse a este tipo de vida y evitar todos los castigos. Yo soy severa, pero cuando una perra se porta bien y es obediente, también se recompensar. Acaban aceptando los castigos como una consecuencia a una falta y no como una “tortura” como tú dices. Y a partir de ahí, se dejan llevar.
– ¿Se dejan llevar?
– Si. ¿Nunca has tenido estres? ¿Preocupaciones? ¿Problemas? ¿Trabajo? ¿Desamores? Ellas no. No tienen que preocuparse de nada, sólo de obedecer. Una vida sin ningún tipo de responsabilidad para ellas es un lujo, y aprenden a agradecermelo. ¿No es verdad, perrita?
– Si, mistress. – Contestó la esclava que estaba a su lado.
– Demuéstraselo. – Ordenó Angélica.
La esclava, echándose al suelo, comenzó a lamer las botas de la dominatrix, con cuidado, como si se fuesen a romper en cualquier momento, pero sin demora. No se dejaba ningún rincón sin lamer. Angélica comenzó a mover la bota, metiéndole la puntera en la boca, forzándola, o el tacón.
Sofía estaba boquiabierta con la servilidad de la mujer. La veía y tenía pinta de haber sido una mujer formal, tenía buen cuerpo y la piel bien cuidada, se notaba que hacía ejercicio y estaba bien alimentada… Pero ahí estaba… A cuatro patas, con un collar de perro y un consolador metido por el culo, lamiéndole las botas con satisfacción a una mujer que podría ser su hija.
– ¿Por qué…? ¿Por qué la capturásteis?
– Bueno, realmente nuestra razón es únicamente por que alguien hizo el encargo y pagó por él, pero supongo que no te refieres a eso, ¿Verdad? – Respondió Marcelo.
– No, no me refería a eso.
– Está bien, su nombre es Maria Dolores, pero aquí la llamamos Mari Loli, que nos parece más adecuado a su condición. Esta perra antes tuvo la mala idea de ponerle los cuernos a su marido, éste se enteró y le pidió el divorcio. La pequeña zorra tuvo la mala idea de intentar sangrar a nuestro cliente, quería quedarse la casa, el coche, los niños, el dinero…
– ¿Niños? ¿Esta mujer tiene niños?
– Si, pero ya es como si no los tuviera, no los volverá a ver. Como iba diciendo, intentó sangrar a su marido. Lo llevó a juicio y lo denunció por maltrato, sabiendo que así tenía más posibilidades de ganar. Nuestro cliente, furioso, no podía permitir esa humillación… Así que nos llamó. Y unas semanas después, aquí la tienes. El marido no quería ni verla, así que nos la cedió amablemente para lo que quisieramos hacer con ella.
– Y… ¿Qué váis a hacer con ella?
– Esta entrenada para ser una mascota complaciente, seguramente acabe vendida… desde algún burdel, a algún jeque árabe… Muchas de nuestras esclavas blancas acaban allí, son bastante bien valoradas por lo exótico de su piel.
Sofía estaba observando a la esclava, estaba escuchando lo que le iba a ocurrir y no se inmutaba, no dejaba de lamer las botas de mistress Angélica.
– Como no sabemos cuál será su destino – Continuó Mistress Angélica -, la estamos proporcionando un entrenamiento general. Hemos habituado su boca, coño y culo a recibir pollas con naturalidad. Ha aprendido a complacer a una mujer de las maneras más efectivas. Esclava – Dijo dirigiéndose a Mari Loli. – Ya basta. Posición de inspección.
Inmediatamente, la esclava se colocó con las rodillas separadas, la espalda erguida y mirando al frente. Colocó los brazos detrás de la cabeza. El culo estaba ligeramente posado sobre sus pies.
Con la fusta, Angélica comenzó a acariciar las tetas de la mujer, levantándolas ligeramente con ella.
– Es buen material, si se esfuerza llegará a ser vendida por una buena suma. Posición de ofrecimiento.
La cara de la esclava se inclinó inmediatamente hasta el suelo, con sus manos abrió completamente sus nalgas. La dómina sacó de golpe el plug anal que llevaba la esclava. Un enorme agujero negro quedó en el lugar donde hace no tanto tiempo había un estrecho orificio.
– Esta zorra nunca había probado el sexo anal. – Continuó la dominatrix. – Y ahora está preparada para recibir cualquier polla con gusto. Lo has hecho bien esclava, tienes permiso para masturbarte. Súbete a la mesa y dale unos buenos planos a esta reportera.
La mujer no se lo pensó, abandonó su postura para abrirse de patas encima de la mesa, mostrándo su sexo tanto a la cámara como a Sofía. Comenzó a masturbarse frenéticamente, introduciendo varios dedos en su coño y otros tantos en su culo. Sofía estaba paralizada, la escena la horrorizaba, sabía que no podía grabar eso, no era un material que se pudiese emitir por televisión, pero la situación estaba ejerciendo un poderoso magnetismo sobre ella. La sumisión de la mujer, la humillación a la que estaba siendo sometida, en cierta manera… la calentaba.
Poco tiempo tardó la esclava en correrse. En un par de minutos estaba gimiendo y retorciéndose de placer ante los tres observadores. Nada más acabar, limpió sus dedos con la boca y volvió a la posición de espera al lado de su entrenadora.
Sofía estaba con la boca entreabierta, asombrada de lo que acababa de ver.
– Creo… Creo que con esto tengo suficiente. – Dijo Sofía, levantándose a recoger la cámara.
– ¿Demasiado para ti, reportera? – Preguntó mistress Angélica.
Sofía no hizo caso al comentario.
– De acuerdo, si quiere podemos seguir con la visita. – Ofreció Marcelo. – Angélica, muchas gracias por tu tiempo.
De nuevo en el pasillo, Marcelo se interesó por Sofía.
– ¿Se encuentra bien? A lo mejor ha sido demasiado impactante…
– N-No… No es eso… No se preocupe, podemos continuar sin problemas.
Sofía estaba dando vueltas al hecho de que la situación anterior la hubiese excitado… ¿Había sido la mujer? ¿La humillación? ¿La sumisión?… Seguramente sólo hubiese sido el conjunto de sensaciones de estar en un lugar como aquel.
– ¿Entramos?
Cuando volvió de sus pensamientos, se dió cuenta de que Marcelo la esperaba al lado de una puerta abierta. Sin decir nada, Sofía asintió y entró tras él.
La nueva sala estaba llena de camillas. Muchas camillas, una al lado de otra, todas ocupadas por mujeres desnudas sobre ellas. Entre camilla y camilla, había una serie de pantallas y una mesita con instrumental. De las pantallas salían varios cables que se conectaban a los cuerpos de las chicas. Todas tenían los ojos tapados con unas abultadas gafas, también conectadas a las pantallas, y la boca amordazada y entubada. Estaban atadas a las camillas, aunque no parecía que ninguna hiciese intención de moverse.
Se acercó a la primera de las camillas para grabar con detalle lo que allí se encontraba. Entonces se fijó en que las chicas tenían un vibrador insertado en su coño y otro en su culo, y por lo que parece estaban conectados.
Una serie de enfermeras pululaban por la sala, revisando las pantallas. Todas iban en lencería y tacones…
– ¿Qué es esta sala? – Preguntó a Marcelo.
– Es nuestra sala de modificación del pensamiento. Es nuestro método más utilizado de control mental.
Sofía se acercó a una de las pantallas.
Nombre: Alicia Hernández
ID: 722
Talla de pecho original: 80B
Talla de pecho deseada: 100D
Especificaciones solicitadas:
    – Bimbo
    – Stripper
    – Adicta al semen
    – Sumisión
    – Predilección por los hombres maduros
Progreso de la conversión: 76 %
– A través de estos ordenadores podemos controlar las aptitudes que queremos insertar en su cabecita. Hay cientos y cientos de opciónes, el nivel de personalización es enorme… Gracias a un componente químico que inventamos, el XC-91, somos capaces de alterar con bastante rapidez la mente de nuestras capturas. A demás, para reforzar el proceso, a través de las gafas emitimos imagenes y videos que favorezcan a implantar las nuevas habilidades que queremos incorporar.
– ¿Usais… un componente químico?
– Sí, lo hemos desarrollado en estas mismas instalaciones, si quiere después de acabar con esta sala podremos pasarnos por los laboratorios. Estas muchachas que ves aquí controlando los monitores, son parte de la plantilla del laboratorio.
– P-Pero… Están…
– ¿Desnudas? ¡Claro que sí! Así es mucho más divertido para el resto. – Sentenció el hombre, con una sonrisa malévola en los labios. – Todas nuestras investigadoras son esclavas. Así trabajan mejor, nos cuestan menos dinero, y nos ahorramos tonterías como que un empleado se queje de nuestras prácticas por que sea inmoral o ilegal.
– ¡Pero es ilegal! – Sofía no pudo aguantarse. – Estáis lobotomizando a estas mujeres, convirtiéndolas en esclavas sin posibilidad de reaccionar… ¡Estáis destruyendo sus mentes!
– Mientras haya alguien que pague por ello, habrá gente que lo haga, ¿Por qué no nosotros?
Sofía se quedó boquiabierta ante esa afirmación.
– ¡Bienvenida al maravilloso mundo del capitalismo! – Finalizó Marcelo.
Sofía dió un último paseo alrededor de la sala, grabando a las chicas de las camillas y a las investigadoras. Todas tenían un cuerpo de impresión… Parecían más chicas Playboy que investigadoras… Sus pechos eran enormes, casi no cabían en los sujetadores que llevaban…
– Hay algo que quiero enseñarte… – Continuó Marcelo. – ¿Recuerdas a Francisco Gandiano?
– El… El chico de la ficha que ví antes… ¿Verdad?
– Correcto. Aquí lo tienes. – Dijo el hombre, señalando la tercera camilla.
– Pero… es… una mujer…
Sofía observó una mujer preciosa… Rubia, voluptuosa… Estaba siendo penetrada igual que los demás por el culo y el coño…
– ¿Cómo puede…? – Continuó Sofía.
– La magia de la ciencia. – La cortó Marcelo. – El químico XC-91 ataca a un nivel tan profundo las células del sujeto que es capaz de recodificar parte del ADN. En otras palabras, podemos transformar un hombre en una mujer completa, no habrá diferencia con cualquier otra mujer del mundo.
Lo que Sofía estaba viendo durante ese día la estaba superando… Nunca habría imaginado encontrarse algo así… Además, se lo mostraban con una naturalidad que la abrumaba.
Marcelo esperó pacientemente a que Sofía tomase el material suficiente para su reportaje. Cuando acabó, salieron de nuevo en dirección a los ascensores.
– Entonces, bajemos a los laboratorios. Le encantará conocer al señor Pérez.
Sofía miró al hombre con cara de circunstancias… No creía que le encantase conocer a nadie de aquel lugar.
El ascensor paró en medio de un vestibulo blanco y luminoso. Una mujer pelirroja, tan espectacular como las investigadoras de la sala de control mental, las recibió. Por lo menos ésta llevaba bata.
– Buenos días. – Saludó la joven. – El sr. Pérez les espera ya en los laboratorios, si me acompañan les llevaré él.
– Muy bien Rosa. Eres una buena chica.
La mujer cerró los ojos con una intensa y breve expresión de placer. Parece que el alago de Marcelo la había complacido de alguna manera.
– Si… Una buena… chica… – Añadió la tal Rosa.
Después de eso dió la vuelta y comenzó a andar a través del pasillo.
En las puertas del laboratorio, se encontraron al señor Pérez, un hombre de mediana edad, castaño, aunque con alguna cana sobre su cabeza, completamente afeitado y vestido con un traje gris a rayas. Tenía una expesión divertida en la cara.
– Vaya, ¿Vamos a salir en la tele? Si lo llego a saber me habría arreglado más. – Comentó, en tono de broma.
– Buenos días Iñaki, ¿Que tal te va? – Saludó Marcelo.
– Bastante bien, trabajar aquí es una satisfacción ¿Y a tí?
– Estupendo. Te presento a Sofía Di Salvo. Está haciendo un reportaje de investigación sobre nuestras labores. Me pareció interesante mostrarle tus instalaciones.
– ¡Por supuesto! Encantado, Sofía. Yo soy Iñaki Pérez. – Dijo, tendiéndole la mano.
Sofía le tendió la mano. El hombre era simpático, pero se resistía a decir que estaba “Encantada”.
– Esta chica… Rosa – Comenzó Sofía. – ¿También habéis… modificado su mente?
– Por supuesto. – Comentó Iñaki, convencido. – Todas las mujeres que te vas a encontrar aquí son esclavas. Pero son algo distintas a otras que hayas podido ver. Para esta sección de la coorporación, primero buscamos a pequeñas genios que puedan trabajar realmente aquí. Luego, a través de los procesos que ya has visto y del componente XC-91, las convertimos en las trabajadoras perfectas, no se quejan, no se cansan, no cobran, tienen una concentración del 100%…
– Y os las podéis follar. – Cortó secamente Sofía.
– Correcto, nos las podemos follar nosotros y quien nosotros queramos. Eventualmente, a alguna la prostituímos, hay gente muy interesada en tirarse a una mujer de éxito, y fuera de estos muros, éstas lo son. Si en cualquier momento quiero usar a alguna, no tengo más que decirlo y obedecerá ciegamente. Es más, después de su horario laboral tienen lo que ellas llaman “guardias” que no es otra cosa que ser usadas como las perras que son. A veces vienen chicas nuevas… Hasta el momento en el que son preparadas, el comportamiento en el laboratorio es algo “normal”…
Sofía no perdía detalle de las declaraciones del sr. Pérez.
– Bueno, basta de charla y vamos a ver lo que interesa. – Dijo Marcelo.
Atravesaron las puertas del laboratorio.
– ¡Hola Sr. Pérez! – Saludaron todas las empleadas a la vez. Una sonrisa de satisfacción apareció en la cara de éste.
– Las tiene bien educadas, ¿Verdad? – Comentó Sofía, que no se molestó en ocultar el desprecio de su voz.
– Ja ja ja, la verdad es que sí, me gusta mucho que muestren educación y respeto.
Todas las mujeres del laboratorio eran espectaculares… Al igual que Rosa, éstas, por lo menos, estaban cubiertas con una bata.
– ¿Cómo eligen a las mujeres? Habéis dicho que son mujeres cualificadas, pero… más bien parecen putas… Dudo que en las universidades estén tan llenas de estudiantes brillantes que sean tan… voluptuosas.
– Depende de varias cosas, intentamos elegir por un lado a las más brillantes y por otro a las más espectaculares. Creo que ya ha visto el efecto del XC-91. – Comentó orgulloso, vanagloriándose de su descubrimiento. – Con él, podemos moldear el cuerpo y la mente de las capturas. Buscamos que tengan una buena base de conocimientos para que el trabajo sea menor, pero realmente eso no es necesario. Y el cuerpo… Ya lo has visto, podemos modificarlo a nuestro antojo.
Acercándose a una de las chicas, metió la mano por debajo de la bata, acariciándole el culo. La chica en vez de quejarse, se rió y se inclinó, facilitándo el acceso al hombre.
– ¿Ve? Completamente dispuesta. – La cara de la chica era puro placer, la boca entreabierta, los ojos cerrados… Movía el culo para aumentar las caricias que le proporcionaba el hombre. – ¿Le gustaría ver a nuestras últimas incorporaciones? Le puedo enseñar el antes y el después.
Sofía asintió, ya estaba harta de ver la falta de escrúpulos de esta gente, pero sería un material muy bueno para su reportaje.
Siguió al sr. Pérez por la sala, hasta una habitación que se encontraba al fondo.
Lo que vió en ella, no dejó de sorprenderla aún después de lo que había visto durante el día. Una serie de mujeres, con collares de perro y correas que las sujetaban a la pared, se encontraban desnudas, masturbándose con enormes consoladores… Unas se follaban el coño, otras el culo. Otras se limitaban a chuparlo como si estuviesen ante su amante. En el centro de la sala se encontraba un sillón con agarres y monitores como los de la anterior sala.
– Aquí realizamos la conversión de las chicas, no nos hace falta tener tantos sillones como en la anterior sala, puesto que aquí normalmente vamos de una en una. Pero no nos quedemos aquí, vamos a ver a las nuevas. Siempre me encapricho de ellas… Es lo que tiene la novedad…
Siguieron al hombre a la siguiente sala, la que parecía que era su despacho. Allí, atadas a los lados de la mesa se encontraban dos jóvenes, una morena y una rubia. Estaban echadas en el suelo como si fuesen dos perras, durmiendo. En cuanto entraron en la sala, las dos se incorporaron y se pusieron de rodillas.
– Buenos días, perras. – Saludo el sr. Pérez.
– ¡Buenos días sr Pérez! – Contestaron al unísono.
– Estas son Mónica – Dijo, señalando a la rubia. – E Isabel. Isabel fué la primera de su promoción, estaba deseando entrar a trabajar a nuestra gran filial farmacéutica, Xella Pharma, por que es uno de los laboratorios más punteros, así que después de hacer las pruebas, consiguió el acceso. Mónica fue distinto. No era una estudiante brillante ni mucho menos, pero era un pequeño bombón, así que  le proporcionamos una de nuestras “becas personales” y accedió a nuestro programa también.
Iñaki Pérez se sentó en su sillón mientras hablaba y, sin ningún tipo de pudor, se sacó la polla ante todos. Sin perder ni un segundo, las dos chicas se abalanzaron sobre ella y comenzaron a lamerla de arriba a abajo, compenetrándose, repartiendose por turnos los huevos y el falo, entreteniéndose en el glande… El hombre continuó como si nada.
– Una vez comenzaron a trabajar aquí, era cuestión de días que se “adaptasen” al ritmo de trabajo. Ya ha visto antes como funciona nuestro XC-91. – Volvió a decir, con una sonrisa en los labios. Sofía no sabía si esta vez era por orgullo, o por la soberbia mamada que le estaban proporcionando las esclavas. – Pero bueno, qué descortés soy, tengo invitados. Isabel, por favor, atiende a la señorita.
La morena abandonó el rabo del hombre y se acercó gateando a Sofía. Ésta se quedó paralizada, era una situación que no había esperado. La esclava comenzó a lamerle los zapatos, como anteriormente había visto hacerlo a la esclava de Mistress Angélica. Mientras eso sucedía, Marcelo se acercó por detrás a Mónica y, liberando su polla completamente erecta, se la insertó de un empellón en el culo. La esclava no protestó, al contrario, comenzó a mover sus caderas para acompañan las embestidas del hombre mientras acompasaba el movimiento con la mamada que le estaba realizando al señor Pérez.
¿Qué estaba pasando? Querían montar una orgía con las dos esclavas… ¡Y con ella! Estaba paralizada, la situación actual y todo lo que había vivido durante aquel día la estaba superando. Ella nunca había vivido algo así… no era una mojigata en el tema del sexo, pero jamás había estado con una mujer, y mucho menos había hecho algo con varias personas a la vez…
Isabel continuaba con su tarea, había pasado hace un ratito de lamer los zapatos a los piés, y ahora estaba comenzando a subir por las piernas.
Mónica, por su parte, estaba montando al señor Pérez, que se había tendido en la mesa, mientras seguía siendo sodomizada por Marcelo. La chica gemía de placer, su cara denotaba que no estaba fingiendo. ¿Realmente disfrutaban tanto? ¿O sería por el XC-91? ¿Cómo serían estas chicas antes de ser convertidas? ¿Habrían accedido en algún momento a hacer algo así por su propia voluntad? Sofía estaba convencida de la respuesta, pero… Lo estaban haciendo de manera tan natural… ¿Tan poderoso era el control que ejercían sobre ellas?
Mientras Isabel ascendía por sus piernas, Sofía se dió cuenta de que todavía estaba grabando. El objetivo de la cámara estaba enfocando a la morena que la recorría desde abajo. La chica comenzó a meter las manos por debajo de la falda de Sofía… ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué la dejaba? PLAF PLAF PLAF Sonaban las embestidas del trío que tenía al lado.
– ¡BASTA! – Estalló de pronto Sofía.
TOdos se pararon de golpe. Isabel dejó de lamer y quedó de rodillas ante ella. Los componentes del trío se pararon y la miraron.
– No quiero seguir con esto. – Continuó la mujer. – No me gusta, una cosa es hacer un reportaje y otra esto… ¿Una orgía? No… No quiero.
– Está bien, no te preocupes… A lo mejor nos hemos excedido. – Comentó Marcelo. Ambos hombres se separaron de Mónica, que quedó con cara de decepción, al igual que estaba Isabel.
– ¿Has visto lo que ha pasado? – Preguntó el sr. Pérez a Isabel
– Si amo, no he sabido complacerla amo.
– Exacto, y ¿Qué ocurre cuando no sabes hacer tu trabajo?
– Soy castigada amo.
– Correcto. – Iñaki sacó de un cajón de la mesa una fusta y, dándosela a Mónica, siguió hablando. – Ya sabes lo que hacer, con 30 tendrá bastante.
Isabel se puso al borde de la mesa, inclinándose para exponer su culo. Mónica se situó detrás.
– ¿Q-Qué? ¿Qué estáis haciendo? ¡No la castiguéis! Ella no ha hecho nada malo… – Protestó Sofía.
– Déjanos encargarnos de nuestras perras como veamos. – Cortó de manera bastante seca Iñaki. – Tú no tienes más que grabar con la cámara. Adelante Mónica, puedes empezar.
ZAS
– UNO. – Contó Isabel
ZAS
– DOS.
ZAS
– TRES.
Sofía no dejaba de grabar. La chica no mostraba ningún tipo de gesto de dolor, pero a la vista estaba que Mónica no se cortaba con los golpes. El culo de Isabel comenzaba a estar surcado de lineas rojas.
ZAS
– QUINCE.
ZAS
– DIECISEIS.
– ¿Has visto? – Comentó Iñaki. – Hago que se castiguen entre ellas. Es una muestra más de sometimiento, saben que un error merece un castigo y lo aceptan y lo aplican sin rechistar.
Sofía estaba horrorizada, quería que acabase el día y salir de aquél lugar.
ZAS
– TREINTA. – Acabó Isabel.
– Muy bien, perras. – Las felicitó Iñaki. – Mónica, llévala a la sala de curas y aplícale un ungüento.
– ¿Un ungüento?. – Preguntó Sofía.
– Claro, las castigo cuando lo merecen, pero no quiero que estén dañadas, una vez acabo con ellas, les aplicó curas para que no sufran y se recuperen rápido.
Sofía no habría imaginado eso.
– Marcelo… Creo… Creo que ya tengo bastante… Si no le importa me gustaría acabar el reportaje ya.
– ¿Ya? Si todavía no hemos visto las mazmorras.
– L-Lo sé… Pero creo que tengo material suficiente.
– Si quiere podemos ir a mi despacho para que me pueda hacer las últimas preguntas que le puedan quedar para cerrar el reportaje.
– Sí… Me parece buena idea, muchas gracias.
Y allí dejaron a Iñaki, junto con Isabel y Mónica mientras ellos se dirigían al despacho de Marcelo. Mientras avanzaban por los pasillos, Sofía respiraba aliviada, aquél día iba a acabar y no tendría que volver a pensar en ese horrible sitio nunca más…
Marcelo abrió la puerta de su despacho.
– Tu primero por favor.
– Muchas gracias. – “¿Cómo podía una persona tan educada trabajar en un lugar así?” Se preguntaba Sofía.
Cruzó la puerta del despacho, pero no pudo ver nada. Un fuerte golpe en su cabeza nubló sus sentidos. Lo último que recordaba, era cómo protegía la cámara con su cuerpo mientras caía al suelo, después, todo oscuridad.
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