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Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 4” (POR SOLITARIO)

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Mi cabeza. El dolor no me deja abrir los ojos. Clau está conmigo en la cama. Ana y Claudia no están, pero oigo ruido por abajo, estarán trasteando en la cocina. Golpea mi mente el recuerdo borroso de la noche. ¡Joder! ¿Qué he hecho? Ahora puedo entender lo que sentía Lot, después de ser seducido por sus hijas.

Al moverme Clau se despierta. Su mirada es dulce. Sus ojos claros, como el cielo que se cuela por el cierre de la terraza, me miran, sonríe. Se estira hasta posar sus labios sobre los míos. Tiene el poder de hacer que se diluyan mis preocupaciones.

–¡¡Papá!! ¡Aquí hay un señor que viene a instalar el teléfono!

–¡Ya bajo, cariño!

Busco un pantalón corto, una camiseta sin mangas y bajo corriendo.

–Hola, buenos días, la instalación está hecha, el propietario anterior tenia instalado el teléfono y solo tengo que conectar la roseta. Solo serán cinco minutos. Su hija ha sido muy amable y me ha dicho que está en el garaje.

–Bien, tómese el tiempo que necesite.

Se marcha hacia el garaje.

Un muchacho joven, fuerte, supongo que guapo para las chicas. ¡Joder! ¿Dónde están las chicas? Me asomo al garaje y veo a las dos lolitas mariposeando alrededor del técnico. No me ven. El muchacho esta encima de una escalera de mano, conectando cables. Claudia se acerca y le coge una pierna. Ana de la otra.

–No quiero que te caigas, yo te sujeto. ¿Luego me enseñaras lo que hay en esa cajita?

El chico, muy turbado.

–Si, claro, señorita. En cuanto termine de conectar, sube usted para que lo vea.

Se le cae el atornillador. No me extraña. Estas muchachas ponen nervioso a cualquiera. Ana lo recoge y se lo da.

–Gracias.

–Para eso estamos, bueno para eso y para lo que quieras.

Clau me da un golpecito en el hombro.

–¿Qué haces, cotillo? Anda déjalas y vamos a desayunar.

Sentados en la mesa, mi mente no descansa, los recuerdos de la noche pasada me atormentan. Entran las chicas acompañando al técnico.

–Ya he terminado, solo me tiene que firmar la orden de trabajo, si no le importa.

–Sin problemas. ¿Cuándo podre conectarme a internet?

–Cuando quiera. Ya he llamado para activar el enlace y está disponible.

Firmo la orden y el chico se despide, las chicas lo acompañan a la puerta. Vuelven las chicas, se sientan a la mesa en silencio.

No puedo levantar la vista de la taza de café, estoy terriblemente avergonzado.

–Papá, ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?

Sin levantar la vista.

–No, Ana, no me encuentro bien. Lo que hice ayer me afecta mucho. No debía haberlo permitido. Por ti, por mí. Ha sido un error.

–¿Por qué papá? ¿Cuál ha sido el error? ¿Hacerme feliz? ¿Hacer que me sienta más cerca que nunca de ti?

–Ana, hemos roto algo, que no puede recomponerse. Nuestra relación ya no podrá ser nunca la misma. ¿Qué soy ahora? ¿Tu amante? ¿Puedo seguir siendo tu padre después de esto?

–Si papa, seguirás siendo mi padre siempre. Ahora te quiero más.

-Pero, si lo que hicimos te plantea problemas, no te lo pediré nunca más.

Se gira hacia Clau que la abraza y le mesa los cabellos. Ana Llora. Claudia me reprende.

–José, estas siendo muy duro con Ana, no se lo merece. Tu represión no te permite ver la belleza de esta relación. Ana no se merece sufrir y tú la castigas con tus preceptos religiosos.

–Quizá tengáis razón, pero no puedo evitarlo. No quiero lastimarte, Ana. Te quiero demasiado y no quiero que sufras. Tal vez necesite vuestra ayuda para superarlo. Pero por favor, no lo repitáis. Yo lo sufro.

La mirada de Clau es de comprensión.

–No te preocupes. No volverá a suceder. No pensamos que te afectaría tanto. Te queremos demasiado y no queremos que lo pases mal. Las chicas prepararon la danza mientras estabas fuera, querían sorprenderte, solo querían hacerte feliz. ¡Queremos hacerte feliz!

–Bien, no hagamos de esto un drama. ¿Qué le habéis hecho al pobre técnico?

Me miran sorprendidas.

–¿Al técnico? Nada. ¿Por qué?

–Porque ha salido algo nervioso ¿No?

–Bueno le hemos gastado una broma. Nosotras lo hacemos mucho. Además hemos quedado para salir con él y un amigo esta tarde.

–Es un poco mayor para vosotras ¿No?

–Papá, por favor. Ya no somos niñas.

–Eso es lo que creéis, pero sí, aun sois niñas y no sabéis aún las consecuencias de vuestra actitud. No quiero reprenderos. Solo os pido que seáis responsables. Vuestra vida anterior os ha marcado, ya lo entenderéis más adelante.

–Papá, esto para nosotras es solo un juego, lo pasamos bien, nada más. ¿Recuerdas el restaurante donde paramos a comer en La Roda?

–Si, claro, ¿Porqué?

–Pues que fuimos las dos a los servicios, había una muchacha de nuestra edad, muy bonita, parecía tímida. Al verla, nos miramos y empezamos a besarnos en la boca, se quedó de piedra.

–Nos acercamos a ella y le pregunté si quería participar, asintió con la cabeza, nos liamos a besos con ella y pillo un calentón impresionante. Cuando le toqué, encima de las bragas, parecía que se había meado, las tenia empapadas.

–La metimos en la cabina del wáter, le quitamos las bragas y mientras yo le comía la boca, Claudia le chupaba su cosita. Después cambiamos. La corrida que se pegó fue impresionante. Tuvo que sentarse en la taza para no caerse.

–Cuando se recuperó nos dio las gracias. Era su primer orgasmo y seguía virgen. Nos besó a las dos y se fue. Nosotras tuvimos que hacernos unos dedos, nos habíamos puesto muy cachondas. Yo me traje sus braguitas ¿Las quieres ver?

–No gracias, Ana, déjalo, te creo. Sois unas golfillas.

–Déjalas, José, son más responsables de lo que piensas. Han madurado muy pronto. Debes comprenderlas.

–Intento hacerlo Clau, lo intento, pero solo veo a dos niñas con cuerpo de mujer. Bien, dejemos esto. Esperemos no tener que lamentarlo.

–Déjate llevar y no lo lamentarás. Vamos chicas despertad a las pequeñas, que desayunen y nos vamos a la playa.

Todas las chicas en la playa, yo solo en casa. Instalo el equipo que me permite observar el piso de Madrid. Accedo a la grabación de las últimas horas. Encuentro una secuencia en que Mila y Marga están en la cama retozando.

Veo a las dos amigas acostadas en la cama juntas, besándose.

–Mila, ¿Qué te ocurre? Te veo rara.

–¿Te parece poco lo que me pasa?

–Por primera vez en mi vida no tengo ganas de follar. O mejor dicho, no puedo follar con quien quiero. El último en metérmela en el culo fue Isidro, como pago por su actuación como abogado en la compra del negocio a José. Y con Gerardo tuve que fingir que me moría de gusto.

–Vamos Mila, déjame que te coma el chochito, cariño, a ver si te relajas

–Gracias Marga, si no fuera por ti. ¿Qué sería de mi?

Paso rápido las imágenes en que ambas se comen el chocho en un sesenta y nueve. Ya no me excitan. Terminan sus juegos y se tumban de espaldas en la cama, las dos juntas.

–Mila, ¿Qué ha pasado con José? ¿Cómo lo has visto?

–No se qué pensar, Marga. Por una parte parece que su relación con Claudia funciona. Seguramente acabará enamorándose de ella. Eso será bueno para él. Aunque a nosotras se nos parta el corazón. El sufriría con nosotras, no podríamos evitarlo. Lo mejor ha sido apartarlo de nuestro lado y facilitarle una vida mejor. ¡Le he hecho tanto daño!

–No podía seguir adelante con el plan que habíamos forjado. Tenerlo para las dos. Él no lo hubiera soportado. Por eso hice lo que hice en el club de intercambio, quería alejarlo de mi, de nosotras. Después ocurrió lo de Gerardo y se aceleró todo.

–Le pedí a Gerardo ayuda para marcharme, sin intención de hacerlo. Luego intentaría que él se enterara, sabiendo como reaccionaria. Lo conozco muy bien. Lo quiero mucho, tanto como para renunciar a él, por su felicidad, aun a costa de nuestra desdicha. He llamado a Ana y me ha dicho donde están. El viernes quiero ir a Alicante. ¿Vienes conmigo?

–Sabes que sí. Te seguiré a todas partes. Lo que tú has descubierto con José, tu verdadero amor, lo descubrí yo hace mucho tiempo. Te quiero Mila, y quiero a quien tú quieras. Os quiero a los dos, y como tú dices, estoy dispuesta a renunciar a él por ti. La diferencia, es que yo tengo el consuelo de estar contigo, de tenerte, tú, no lo tienes a él.

Me dejo helado. Mila había planeado todo para alejarme de ella. ¿Qué estaba planeando ahora? Debo reconocer que posee una inteligencia prodigiosa. No puedo dejar de admirarla.

–Por cierto, mañana tengo que ir al banco, quedé con el director de la sucursal en hacerle un trabajito extra por haber liberado el dinero que te di, que estaba a plazo fijo. Quería cobrarme una pasta en concepto de comisión por adelantar el reintegro.

–Después puedo acompañarte a Alicante o donde quieras.

–Gracias Marga. Vamos a dormir, mañana hablamos.

¡Coño! ¡Han salido esta mañana, dentro de un rato estarán aquí!

Que querrán. Puede que solo quiera ver a sus hijas. No sé. Lo cierto es que no me puedo librar de ella. Por cierto. ¿Y si monto cámaras para ver qué traman? Arriba, en el dormitorio y en el salón. Más adelante veremos. Instalo las cámaras vía radio. Tengo un receptor portátil con el que puedo recibir la señal dentro de un radio de 500 metros. Será suficiente.

Clau vuelve de la playa, viene a preparar la comida. He terminado de hacer el trabajo. No he tenido tiempo de probar los equipos. Ya veré.

Clau entra directamente a la cocina, sobre la encimera, corta verdura para una ensalada. Me acerco por atrás, la sorprendo besando su cuello, se envara, respira hondo, gira su cara y me ofrece su boca entreabierta. Mordisqueo sus labios. Mis manos van de la cintura a los pechos, que se crispan, las meto bajo la tela del sostén del biquini, los pellizco. Bajo la derecha por la cintura y el muslo, su piel erizada. Introduzco la mano por el elástico del vientre, abro sus labios vaginales, está mojada y no es agua de mar. Sigo mordisqueando su cuello. Me encanta sentir como se estremece con el contacto de mis dedos, de mi boca, de mi lengua. No lo soporta más.

–¡Fóllame! José, me pones muy caliente. ¡Ahora!

Desabrocho el enganche del sostén y se lo quito. Con las manos en las tiras del biquini lo bajo y ella se libra de él con los pies. Desnuda, acaricio su espalda, sus brazos, los suaves globos de las nalgas. Se vuelve. Frente a mí, tira de mi camiseta hacia arriba, del pantalón corto hacia abajo. Queda de rodillas, con mi polla a la altura de su cara, la sujeta con una mano mientras acaricia los testículos con la otra. Saca la lengua, lame él glande y la introduce suavemente en su boca. Acaricio su cabeza. Me mira desde abajo. Es muy bonita, sus pechos rozan mis rodillas, siento sus pezones duros por la excitación.

No puedo más.

–¡Clau, me corro! ¡Me corro!

Afirma con la cabeza mientras sigue mamando.

–¡¡AAHHGGGG!!

Descargo en el fondo de su garganta, tose, necesita aire, escurren por la comisura de sus labios goterones de lefa.

La cojo por los hombros y la levanto hasta besar su boca inundada por mi corrida y la compartimos, las lenguas se debaten, se entrelazan, bajo hasta lamer los pezones. Con mis manos, bajo sus brazos, la levanto hasta sentarla en la encimera. Separo sus rodillas y entro con mi lengua en su deliciosa, salada, gruta. Paseo la punta desde el ano hasta el pubis, mordisqueo los labios, subo hasta el vértice superior del ángulo de su sexo, penetrándolo, me detengo en el botoncito que se descubre bajo el capuchón, lo excito, lo torturo, me detengo, ella aprieta mi cabeza sobre su coño y empuja con las caderas. Respiración acelerada, miro hacia arriba, su cabeza inclinada hacia atrás, sus dedos, sus uñas se clavan en mi cráneo, me tira del pelo. Y explota, tiemblan sus piernas, su cuerpo se mueve adelante y atrás.

–¡¡¡AAAAHHHH!!! ¡¡Me matas, me matas!! ¡¡AAAAHHHH!! ¡¡Que gusto!!¡¡Joder!! ¡¡MMIERDA!! ¡¡Que gusto me das!! ¡¡Es un orgasmo permanenteeee!! ¡¡PARA!! ¡¡No puedo más!! ¡¡Va y viene!!

–¡¡Joder!! José, que gusto. ¡¡Bésame!! Te necesito, te quiero. Abrázame.

Cojo su cintura, la deposito de pié, en el suelo, estrecho su pecho entre mis brazos. Nos comemos a besos. Me siento muy bien, sus ojos reflejan felicidad. ¡Quiero a esta mujer!

Un griterío en el césped nos dice que acaban de llegar las niñas. Entran en tropel a la cocina. Me besan las pequeñas. Ana me mira, con esa mirada que habla en silencio. Cojo su mano, tiro de ella y la acerco a mí. Rodeo su carita con mis manos y beso su frente. La abrazo y ella me rodea con sus brazos apretando con fuerza. Es mi hija. ¡Cuánto la quiero!

Comemos, las niñas hablan de lo que han estado haciendo en la arena, en el agua. Son muy felices. Están disfrutando de lo lindo. Quiero que sigan haciéndolo.

Están agotadas, las enviamos a dormir la siesta. Clau y yo subimos a descansar. Hace calor.

Un claxon suena en la cancela de la parcela. Ya sé quién es. Clau me mira extrañada, encojo los hombros. Bajamos los dos, Clau coge mi brazo y aprieta hasta hacerme daño. Ha visto quien es, quienes son. Abrimos con el mando y el vehículo entra en el carril de acceso. Se detiene en la puerta del garaje. Nos miran desde dentro. Están indecisas. Empujo a Clau hacia ellas. Abren las puertas y salen del coche, cierran y se acercan a Clau, la abrazan, se abrazan las tres, vienen hacia mí. No sé cómo comportarme. Mila me mira suplicante.

–José, por favor, no nos rechaces, solo venimos a ver que estáis bien, vosotros y las niñas. Nos alojaremos en un hotel. No queremos molestaros.

–Pasad, no tenéis que iros a ningún hotel, podéis quedaros aquí y estar, todo el tiempo que queráis, con las niñas. Por mí no tenéis que preocuparos. ¿Y pepito?

–Este fin de semana, se lo ha llevado a una finca, que tiene en Navacerrada.

–Bien. Vamos, entrad.

Se sorprenden al ver la casa, parece que les gusta. Clau las coge de las manos y se las lleva arriba a ver a las niñas. Oigo los gritos de Mili y Elena. Ana, sorprendida.

–¡¡Mamá!!, ¡¡Que alegría!!

Me encierro en la salita, conecto el receptor, sintonizo la frecuencia de la cámara de la habitación. No hay nadie. Siguen en los dormitorios de las niñas.

Bajan al salón, todas, Mila lleva a Ana en un brazo y a Mili en otro, sobre los hombros.

Clau está triste, parece preocupada. No sabe cuáles son las intenciones de las dos amigas. Salgo para que no sospechen. Me siento en el sofá. Ana me mira interrogante. Encojo los hombros. Se acerca y se sienta en mis rodillas. Pasa su brazo tras mis hombros, me besa en la mejilla.

–¿Estás bien, papá?

–Si, cariño, no te preocupes. No sé cómo han averiguado donde estábamos. Pero no importa. Es lógico que quiera veros, es vuestra madre.

–He sido yo, papá. Se lo dije cuando hable con ella por internet.

Acaricié su cabeza. Y la atraje hacia mí, la besé. Mila nos miraba, empuje suavemente a Ana hacia su madre, se levantó y fue a sentarse a su lado. Charlaron de cosas intrascendentes. Le hice una seña a Clau para que se acercara.

–Clau, necesito unos cables para instalar los ordenadores. Voy a salir a comprarlos, así os dejo tranquilas. No sé a qué vienen. Espero que sea como dicen, ya veremos.

–No tardes mucho, no me gusta esto. Tengo miedo por ti.

–Por mí, no tienes que preocuparte. A ver si averiguas algo.

–Marga, por favor, mueve el coche que voy a salir con el mio.

–Voy José.

Salimos juntos, cuando estamos solos se detiene, me mira de frente.

–¿Cómo estás José? Parece que te llevas bien con Claudia.

–Es una gran mujer. Creo que estoy enamorado de ella.

–Muy pronto nos has olvidado.

–Ella me ha ayudado mucho, lo sigue haciendo. Y quiere mucho a las niñas. Intentamos ser felices.

–Me alegro, de corazón, José. No sabes cuánto. Y debes saber que seguimos queriéndote, aunque tú no lo creas.

–Por favor Marga, no sigas, lo he pasado muy mal, he sufrido mucho. No sé hasta qué punto, por mi culpa. Quizá si hubiera aceptado el papel de cornudo consentidor ahora estaríamos todos juntos y felices. ¿No crees? ¿Vosotras podríais seguir queriendo a una mierda de hombre que consienta que docenas de tipos se follen a su mujer? O, peor aún. ¿Qué se dedique a prostituir a las mujeres que quiere? No Marga. Yo no podía soportar eso. No puedo y no quiero. Dejadme seguir con Claudia. Ahora la quiero. Vosotras ya no significáis nada para mí. Dejadnos vivir. Anda, aparta el coche por favor.

Marga mueve el vehículo lo suficiente para yo salir. Me marcho, doy la vuelta a la manzana y me sitúo en una calle cercana, donde no pueden verme desde la casa.

Conecto el receptor y el ordenador portátil, alimentados con un convertidor de tensión, de 12 a 220 voltios, conectado a la batería de la ranchera. Escucho con cascos auriculares.

Las pequeñas quieren irse a jugar con los vecinos, se quedan las cinco mujeres solas.

–Claudia ¿Cómo te va con José?

–Mila, es lo mejor que me ha ocurrido en mi vida. He sabido lo que es amor, me tiene sorbido el seso. Te lo suplico, no lo estropees. Le quiero como no sabía que se podía querer.

–No te preocupes. No pretendo arrebatártelo. Yo también lo quiero, precisamente por eso, porque lo quiero, debo renunciar a él y tratar de que sea feliz contigo y con las niñas. No dudes en llamarme si necesitas algo, si peligra vuestra relación, te ayudaremos. No desconfíes de nosotras. También te queremos.

–Pero mamá, ¿Por qué lo haces? Si lo quieres, ¿Por qué no luchas por el?

–Muy sencillo Ana. Tu padre con nosotras seria un desgraciado, con Claudia puede ser feliz, podéis ser felices. Es lo que queremos ¿O no?

–Tienes razón. Y tengo que contarte algo. Le dimos a beber vino con una substancia excitante, nos acostamos con él, follamos con él. Claudia no lo sabía.

–¡Dios mío! ¿Qué habéis hecho chiquillas? ¿Estáis locas?

–Si Claudia, estamos locas. Yo estaba loca y lo sigo estando. Como mi madre, sé que le he hecho daño. No podía imaginar que reaccionaria así. Pero lo deseaba y no pensé en las consecuencias. Ha sido un error. Un gran error. Ahora ya no tiene remedio.

Cubre su cara con las manos y solloza. Su madre la abraza.

–Esto de cometer errores, con los hombres a los que queremos, debe ser cosa de familia, cariño. Tú lo has dicho. Las dos hemos cometido errores. Claudia, ayúdala a superar esto. Te lo pido por favor.

–Creo que infravaloramos a José. Todas. Es un buen hombre, incapaz de hacer daño a su hija. Porque la quiere. Incapaz de hacer daño a su mujer, porque la quiere o la quiso, aun no lo sé. Mila, ayúdame con José. No sé si aun te quiere.

–Y ¿cómo podemos ayudarte?

–No sé, quizá si tuvierais un encuentro. Intenta seducirlo, si él sigue enamorado de ti, yo no tengo nada que hacer. Si te rechaza, quizá tenga esperanza. Él dice que me quiere y no es hombre de mentiras. Lo cree, pero puede que se equivoque.

–Voy a pedirle a José que folle con vosotras. Con las dos.

–Y ¿Cómo se lo vas a pedir?

–Con la verdad. Necesito saber si aun te quiere u os quiere, no sé.

–Por nosotras no hay problemas, ¿Y tú? ¿Lo podrás soportar?

–Con tal de salir de este mar de dudas, soy capaz de lo que sea.

__Pues adelante. Pero veo difícil que lo puedas convencer.

Vuelvo a casa, entro con unos cables en la mano que ye tenia preparados en el coche.

Están las tres solas, Ana y Claudia han ido a buscar al muchacho de la instalación telefónica y su amigo para salir. Claudia está nerviosa, se retuerce las manos.

–¿Que te ocurre, Clau?

–Tengo algo que proponerte. Necesito que aclares nuestra situación. Necesito saber a quien quieres, a Mila, Marga o a mí.

–Cariño, sabes muy bien que te quiero, no tengo nada que aclarar. Te quiero y ya está. No le des más vueltas.

–Si, se las doy. Pruébame que me quieres. Sube y acuéstate con Mila y con Marga, hazlo con ellas y dime después a quien quieres. Aceptaré lo que me digas.

–Tú no andas bien de la cabeza. ¿Para qué quieres que folle con ellas? ¿Qué vas a probar?

–Te lo suplico, hazlo. Si te convences de que no me quieres dímelo, lo aceptare. Si por el contrario, no sientes nada por ellas, dímelo. Te querré más.

–Si es tu voluntad. Sea. Vosotras que decís.

–Que lo estamos deseando.

Subimos a la habitación Marga, Mila y yo. Nos desnudamos. Me tiendo. Marga se apodera de mi manubrio. Mi mente está lejos, en el tiempo y el espacio. Mila me besa, noto su calor, hay momentos en que parece que voy a desfallecer. No consiguen que mi verga se enderece. Se mantiene fláccida. Se intercambian, rozan con su sexo el mío, que sigue sin responder. Se esfuerzan, usan sus conocimientos y experiencia.

Yo tengo en mi mente la imagen de Mila llena de lefa de un montón de hombres, que se pajean a su alrededor y eyaculan sobre su cara, llenándole el pelo, los pechos, orinándose sobre ella, apestando a lefa, sudor y meados. Así consigo controlar la erección. Que no se produce.

Mila llorando abandona el dormitorio. Marga de pie sobre la cama con un pie a cada lado de mi cintura y abriéndose el coño, trata de excitarme.

–No Marga, no podéis hacer nada. Mi voluntad es quien me controla. Os aprecio y me dais lastima, las dos. No insistas. Déjame.

Claudia entra.

–¿Qué ha pasado? ¿Por qué llora Mila?

–Porque no ha aprendido a controlar la frustración. Sigue siendo una niña caprichosa. Cuando no consigue lo que quiere llora. Ven, vamos a ducharnos. Me han dejado pegajoso con sus flujos, lávame.

Cojo su delicada mano y me dirijo con ella a la ducha. Desnudo su cuerpo, abro el grifo y dejo que el agua corra por mi cuerpo. Clau, con una esponja en una mano y jabón en la otra me lava, amorosa y concienzudamente.

Libera sus manos y acaricia mi verga que, con el contacto de sus manos y su imagen en mis ojos, crece hasta alcanzar el máximo tamaño. Se gira, dándome la espalda e inclinándose hasta coger con sus manos el borde de la bañera.

La forma de su grupa es la de una guitarra española. La delicadeza de su espalda, la estrecha cintura, el ensanchamiento de sus caderas. Toda ella invita al placer.

–Por el culo José. Por el culo, sin piedad. No la merezco. Tengo que pagar el mal rato que te he hecho pasar.

En aquel momento sentía verdadera ansia de venganza. No era por Clau. Debía habérselo hecho a Mila, pero hubiera disfrutado. Algo dentro de mí me empujó a hacerlo y colocando el glande en el ano. Empujé.

–¡¡¡AAAHHHHH!!! ¡¡JODER, QUE DOLOR!!!¡¡SIGUE!! ¡¡PARTEME EN DOS!! ¡¡ME LO MEREZCO POR TONTA!!

Empujé. Empujé, hasta que, sin que dejara de gritar, sentí mis huevos golpear sus muslos. Me paré. Espere a que su esfínter se adaptara y continué.

Ha sido un buen polvo. Me está gustando esto de joder culos estrechos. ¿Por quién me decidiré después?

He visto a Mila y Marga en el dormitorio. Han oído todo lo que hemos hecho. Salgo abrazando a Clau. Me miran las dos, implorantes.

–Este es mi futuro Mila. Quiero a Claudia.

–Vámonos Marga, aquí no podemos quedarnos.

–No, Mila. Quedaros. Podéis dormir con las niñas y marcharos cuando queráis. Para mí no supone un problema y, supongo, para Claudia tampoco.

Entran Ana y Claudia en la casa.

–Carrozas, ¿dónde estáis?

–Aquí arriba, cariño.

Suben y nos ven a todos desnudos. Mira a su madre, sabe que ha llorado.

–Vaya, ¿Qué nos hemos perdido?

–Nada cariño. Tu madre se queda, dormirá con vosotras.

Se marchan a las habitaciones.

–Ven Clau, tenemos que hablar.

–¿De qué? ¿Estás enfadado conmigo?

–No cariño, comprendo tus dudas. Yo también las he padecido. Ahora estoy tranquilo. Solo quiero que no te queden dudas sobre mi amor. Te quiero y siento haberte hecho daño. No me gusta hacer sufrir a nadie. El sexo, para mí, es una fuente de placer y no concibo el placer en el dolor. Me parece enfermizo. Vamos a la cama. Quiero hacerte el amor, a ti, a mi mujer, a la mujer que quiero.

Yacemos juntos, abrazados, juntas nuestras bocas….No es solo placer, es una emoción que trasciende lo físico, que va más allá, es, simplemente inexplicable. Si no lo has sentido nunca, no podrás saber a lo que me refiero. Es como intentar explicar cómo es el cielo, a un ciego de nacimiento.

Despierto por los ruidos en el pasillo. Las niñas, Mila, Marga. Espabilo a Claudia y salimos a ver. Se marchan, están bajando las bolsas de viaje. Les ayudo. No me gustan las despedidas, aunque sean temporales. Mila me mira, avanza hacia mí, me da la mano. Las demás están expectantes. Cojo su mano, tiro de ella, me acerco a Mila y beso superficialmente sus labios. Es un instante, infinitesimal. Pero una descarga eléctrica recorre mi espalda. Disimulo. ¡Joder! ¿Hasta cuándo? También beso a Marga. Ahora sé que las dos me quieren, que han renunciado a mí, por amor. Me siento en deuda con ellas. Anoche tuve que esforzarme para no descubrirme. Las sigo queriendo, claro. Pero, como dice Mila, no podemos estar juntos.

Mila y Marga se alejan en su coche. No podre olvidarlas, pero ya no duele. Claudia es una buena mujer. Me esforzare en hacerla feliz, se lo merece y estoy aprendiendo a quererla. No es difícil.

Guardo en un pendrive Los cuadernos de Mila. Cuando esté preparado los leeré. Los ordenaré y quizá los suba. Aun no sé lo que encontraré en ellos.

Seguimos en la costa de Alicante. Nuestra vida es sencilla, he visto los planos del proyecto original y aparece una piscina en la parte de atrás. La construiremos. A las niñas les hará ilusión. Mi objetivo es hacer felices a las que me rodean.

Esta saga ha terminado. José vive actualmente en su casa de la costa de Alicante con su pareja, Claudia. Sus hijas Claudia, Ana, Elena y Mili. Somos felices.

El pasado se olvida, el futuro aun no es. Vivo el presente y lo disfruto.

Hoy 20 de Agosto de 2013.

noespabilo57@gmail.com


Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 6” (POR SOLITARIO)

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Suena un teléfono. Insiste. Otra vez. Me aparto y busco el maldito teléfono móvil, que no deja de sonar. Ha dejado de sonar.

En la pantalla aparece, llamada perdida. MARGA. Llamo, contesta. Está llorando.

–¡¡José!! ¡Estoy con Mila en el hospital! ¡Está muy mal, ha intentado suicidarse!

–Cálmate Marga. Dime que ha ocurrido.

–Tuve que salir a un servicio, Mila se quedo en casa, el cliente no se presento y volví antes de tiempo. La encontré tendida en la cama, había tomado rohypnol, no sé cuantas pastillas, pero muchas. Llamé a urgencias y estamos en el hospital ————-Me han dicho que está viva pero en coma. No saben cómo puede haberle afectado. Ni si despertará. ¡¡Dios mío!!

–¡¡Estoy sola, José!! Tengo mucho miedo.

–Salgo ahora mismo para allá. Tranquilízate.

Clau está a mi lado.

–¿Mila?

–Si, ha intentado suicidarse.

–¡¡Joder!! Lo sabía. Sabía que no soportaría esta situación.

Ana y Claudia vienen a ver qué ocurre. Ana llora desconsolada. Es su madre. Un nudo oprime mi garganta. Me preparo para salir enseguida. Es tarde y habrá poco tráfico, en cuatro horas puedo estar en Madrid. Ana me abraza.

–Papá, yo voy contigo. Quiero verla.

–De acuerdo. Prepárate, nos vamos enseguida.

En marcha hacia Madrid, tal y como preveía hay poco movimiento en la autovía A31. Llegamos al hospital amaneciendo.

Entramos por urgencias, en la sala de espera está Marga.

–¡¡Marga!! ¿Cómo esta? ¿Sabes algo?

Se abraza llorando.

–No debía haberla dejado sola, José. Después de lo de tu padre y hablar contigo, no abrió la boca en todo el camino. Yo intentaba conversar con ella, pero no respondía. Llevaba dos días sin comer. Yo no sabía lo que planeaba.

–Pero dime ¿Sabes algo?

–No, solo informan a familiares.

–Vamos Ana, a ver si averiguamos algo.

Preguntamos en admisión por la situación de Mila. Tras identificarnos como marido e hija, nos dan unos pases para entrar a la zona de la UCI. Un médico habla con nosotros.

–¿Cómo está, doctor?

–Por ahora fuera de peligro. La dosis que ha ingerido ha sido muy alta. Hemos practicado un lavado gástrico. No podemos prever que daños puede haber sufrido, su sistema nervioso, hasta que salga del coma. Y no sabemos cuándo ocurrirá esto. Las próximas veinticuatro horas serán cruciales. Antes no podemos adelantar nada.

–¿Podemos verla?

–Pueden, a través de los ventanales de la zona de observación. Después vayan a la sala de espera y allí les tendrán informados.

–Gracias.

La palidez de su rostro me impresionó. Tubo para respirar, vía en el brazo con bolsa de suero. Monitor cardiaco. Toda la parafernalia que acompaña una situación de este tipo. Al salir nos acercamos a Marga que se acerca corriendo.

–¿Cómo está? Se salvará ¿Verdad? ¡No se puede morir!

–Al menos sabemos que vive y está fuera de peligro. Solo podemos esperar. Vamos a la cafetería a tomar algo. Nos vendrá bien.

Pedimos café y croissants y nos sentamos en una mesa. Marga tenia la mirada perdida. Ana recostada junto a ella.

¿Y yo? En mi interior se debatían sentimientos encontrados.

Amaba a Mila, no podía evitarlo. Pero también a Claudia, a Marga. ¿Qué coño me pasaba? ¿Era yo el culpable del intento de suicidio? ¿Podía haberlo evitado?

Ver a Mila en aquella cama de hospital, al borde de la muerte, sabiendo que en gran parte era yo la causa, me hacía sentir muy mal. Mis decisiones, habían llevado a Mila a tomar esta decisión drástica, final. Al borde de la muerte.

Decidí llamar a Andrés, mi amigo médico, para que me aconsejara que hacer con Mila.

–¿Andrés? Soy José. Perdona por darte la lata, pero necesito tu ayuda.

Le explico la situación y él decide venir al hospital, para ver qué puede hacer.

Como médico de la familia, se pone en contacto con el personal del centro para recabar información. Casualmente, un colega, amigo suyo, está de guardia.

–Hola a todos, José ven conmigo.

Me aparto de las chicas, para hablar con Andrés.

–Parece, que ha habido suerte, dentro de lo que cabe. Ha salido del coma, pero se niega a hablar. Solo mueve la cabeza negativamente y llora. Tiene que pasar por psiquiatría, es el protocolo en caso de intentos de suicidio. Pasara a observación y en unas horas podrá salir, bajo mi responsabilidad. ¿Qué tienes pensado? ¿Qué quieres hacer?

–Pues, pensado, nada. Nos ha cogido por sorpresa y estoy indeciso. Estamos agotados. Tú que me aconsejas.

–Por ahora, aquí no hacéis nada. Mejor os vais a casa y descansar. Esta tarde podréis verla, y si ella quiere, hablar con ella. Mañana, seguramente, si todo va bien, podréis llevárosla. Piensa que hacer con ella. No puede estar sola en ningún momento. Según me han comentado, Mila no quiere vivir. No ha sido un simulacro. Estaba decidida a acabar con su vida.

–Gracias por todo. De verdad, no sabes cuánto te agradezco tu ayuda.

–Sabes que puedes contar conmigo. Hasta luego.

Saluda a Ana y Marga y se marcha.

–Nosotros nos vamos también. Marga, vámonos a casa, descansaremos y esta tarde trataremos de ver a Mila. Tenemos que pensar que hacer con ella.

Nos vamos al piso, ahora de Mila y Marga.

Ana y yo llevamos muchas horas sin dormir. Ella se tiende y se duerme enseguida.

–Marga, vamos a buscar algún papel, carta, algo que haya dejado Mila.

Yo sabía dónde buscar. La tarde anterior había visto a Mila escribir a mano y dejar un sobre en su despacho. Buscamos en el dormitorio, vi un tubo de pastillas, un barbitúrico que comercializaba Gerardo, sin receta, como droga de diseño.

Vamos al otro piso, es pronto, aún no hay nadie. El despacho de Mila está cerrado, Marga abre con su llave. Sobre la mesa, junto a la foto de mi familia, hay un sobre para Marga y otro para mí.

Marga no quiere abrir su carta. La guarda, llora. La rodeo con mis brazos y sus lágrimas corren por mi hombro.

Con mi brazo en su cintura la llevo al dormitorio, donde Ana duerme. Se acuesta junto a ella, beso sus labios, acaricio sus cabellos y la dejo. Me voy al salón a leer la carta.

José. Ante todo, perdóname. No hago esto para hacerte sufrir, sino para liberarte. Ya te he hecho bastante daño. Sé, que mientras yo viva, tú no podrás ser feliz. Y te mereces serlo. Claudia es una buena mujer, me ha demostrado que te quiere con locura. Y quiere a las niñas. Será una madre para ellas y una buena esposa para ti. Todo lo que yo no he sido. Sé que cuidaras de mis, nuestros, hijos.

En la notaría junto al despacho de Isidro, a Marga y a ti os he otorgado poderes notariales, para que dispongáis de todo. No dejes a Marga, se va a quedar muy sola. Cuida de ella. Te quiere mucho.

No quiero extenderme más, todo lo que diga será penoso para ti y no quiero que sufras.

Solo algo más. Gracias por haberme hecho sentir tanto, en tan poco tiempo. Me hiciste olvidar todas las atrocidades cometidas en mi vida.

Me hiciste conoce el verdadero amor.

Te lo suplico, perdóname.

Te deseo que seas feliz, te lo mereces. Te quiero.

Mila

No pude contener las lágrimas. Me ahogaba, sollozaba. Entró Marga y le di a leer la carta, se abrazo a mí. Lloramos los dos.

Por alguna extraña razón, me excitaba el contacto, el calor, el perfume de Marga. Me miró a los ojos y nos besamos. Besos dulces, tiernos, su boca, las lágrimas, llorábamos y nos amamos. Mila estaba presente en nuestros besos. En nuestras caricias. Y follamos. En el suelo.

Follamos, como animales en celo, con furia, con desesperación. Como una afirmación de la vida ante la muerte. No sé qué nos ocurrió. Marga también estaba desconcertada, no entendíamos el porqué de aquella explosión de pasión. Lo necesitábamos. Nos corrimos los dos casi simultáneamente.

Ana, desde la puerta del salón, nos miraba. Lloraba. Me levante del suelo, desnudo, rodeé sus hombros con mis brazos y la besé. Con profunda ternura. La acompañé al sofá y nos sentamos los dos.

–Papá, ¿Qué habéis hecho?

–Follar, Ana, no sé porque. Ha sucedido y no me arrepiento. Marga lo necesitaba, yo también.

Marga se sienta al otro lado de Ana. Besa sus mejillas, acaricia su pelo.

–Estás muy guapa Ana, cada día más. Te pareces tanto a tu madre. Déjame que te abrace, te quiero mucho pequeña. Tu mamá te adora y está muy orgullosa de ti, entre otras cosas, por haber dejado la prostitución, por obedecer, por amor a tu padre.

–Vamos a dormir un poco. Lo necesitamos.

Se van a la cama. Yo llamo a Claudia y la tranquilizo, le informo de cómo está Mila. Me tiendo en el lecho junto a Ana y Marga. Sigo desnudo. Ana se gira hacia mí y me abraza. Beso su frente, acaricio su pelo. Nos dormimos.

Sueño con unos labios y una lengua que acaricia mi boca. Acarician mi miembro. ¡Joder! ¡No sueño!. Es Ana quien me besa. Sus labios son miel, sus manos acarician mi cuerpo. Está desnuda. Mi verga responde, no puedo evitarlo. Marga nos mira y sonríe, acaricia a Ana. Se pega a su espalda. Ana se introduce mi miembro en su vagina. Se mueve, llora, se mueve. Adelante, atrás, dentro, fuera.

–¡Te quiero papá! Soy tuya, solo te quiero a ti. Mi amor es solo tuyo.

Se aceleran sus movimientos, estoy envarado, una fuerza superior a mí, me inmoviliza. Realiza un movimiento y se coloca sobre mí cuerpo. Su cuerpo, su boca, mis manos en su nuca, en su espalda, en sus suaves y redondas nalgas. Su cara se transforma, sus ojos se giran en las órbitas, grita.

–¡¡AAAHHHGGGG!! ¡¡Me muerooo!!

Y se desploma sobre mí. Desmadejada, desmayada. Abrazo su delicado cuerpo, las lágrimas recorren mis mejillas. Se recupera en pocos segundos, sigo dentro de su vientre, del vientre de mi hija. Marga me besa la boca, su lengua recoge mis lágrimas. Salgo del cuerpo de mi hija. No puedo seguir, aún pesa el tabú. Coloco a mi niña sobre el lecho, Marga lame mi miembro, se lo traga, siento la profundidad de su garganta. No puedo más y descargo empujando con fuerza, se lo traga todo. Monta mi cuerpo, pegada a mí. Ana nos mira. Se acerca a mi cara y me besa.

–¡Gracias, papá! Lo deseaba con toda mi alma.

El contacto con los dos cuerpos me reanima de nuevo, Ana se sienta en la cama, coge mi verga y la introduce en el sexo de Marga, que me besa apasionadamente.

Me muevo, se mueve, nos acompasamos, Ana nos acaricia, introduce dos dedos en su propio coño, recoge el flujo que lo empapa y frota el ano de Marga, introduce los dedos y le folla el culo, mi polla penetra su coño. Siento los dedos de mi hija en mi polla a través de la pared que separa ambas cavidades. El orgasmo de Marga es violento, brutal. Y yo, de nuevo, descargo en su vientre.

Quedamos los tres vencidos en la cama. Nos dormimos de nuevo.

Me despierto, siguen dormidas, me ducho y me visto. Despierto a las dos para que se aseen, de ocho a nueve, podemos ver a Mila.

En la planta está Andrés. Al verlo me alarmó, pero me tranquiliza, no ocurre nada. Mila está bien. Ha estado hablando con el psiquiatra y mañana podemos llevárnosla a casa.

–¿Tienes claro lo que vas a hacer José?

–Si, me la llevo a Alicante. No pienso separarme de ella. Entre todos la cuidaremos.

–Creo que es la mejor solución. Enviaré la documentación, al centro médico más cercano, para la continuación del tratamiento.

–Gracias amigo.

Entramos en la habitación donde está Mila. Ya no tiene los tubos ni los cables que la unían a los monitores. Está muy pálida, demacrada. Ana se lanza sobre Mila, que no la espera y cubre su rostro llorando. Mueve la cabeza negando. Ana llora abrazándola.

–Mamá, ¿Por qué querías dejarnos? Te queremos, te necesitamos. ¿Qué iba a hacer yo sin ti? ¿Y Mili? ¿Y Pepito? ¿Es que no nos quieres?

Sujeto, con delicadeza, a Ana por los hombros.

–Ana, no atosigues a tu madre. Ahora necesita comprensión y cariño, no reproches.

Ana se retira y me acerco. Mila no habla. Solo niega, me mira y cierra los ojos. Cojo sus manos, las beso. Acaricio sus mejillas, acerco mi rostro y beso su frente, la boca. Mantiene sus ojos cerrados. Torpemente me pasa los brazos tras el cuello y me abraza. Su cuerpo se estremece por los sollozos. Trata de decirme algo, pongo mi índice sobre sus labios.

–No digas nada, Mila, no tienes que dar explicaciones. No las necesito. Solo quiero que te metas, en esa cabecita tuya, que tienes muchas personas a tu alrededor que te quieren. Que yo te quiero. Y como dice nuestra hija, te necesitamos. Ahora solo debes preocuparte por recuperarte, por ponerte bien. Mañana vendremos por ti y te llevaremos con nosotros a Alicante. Luego, entre todos, decidiremos qué hacer.

Marga abraza a Mila, con infinito cariño. Está profundamente enamorada. Y lo ha pasado muy mal.

–¿Querías irte sola? ¿No sabes que yo iría, detrás de ti, hasta el infierno? ¡No vuelvas a intentarlo o te mato!

Esta salida de Marga hace que sonriamos. Mila solo la mira, nos mira y llora.

Nos despedimos hasta mañana y vamos a casa. En el prostíbulo está Edu al frente de la administración. Amalia está en su sala de torturas con un cliente. Edu observa desde un monitor, lo pillamos masturbándose furiosamente, viendo a su mujer, sobre un tipo atado, boca arriba, en una especie de potro bajo y Amalia encima subiendo y bajando su cuerpo, introduciéndose la verga del cliente en su culo.

No puedo evitar reírme del espectáculo, Marga sonríe y Ana suelta una carcajada, con su risa cantarina. Edu, al verse sorprendido, muy nervioso, se guarda la polla y apaga el monitor.

–Vaya Edu, ¡parece que le has cogido gusto a esto!

–¡José, que hacéis aquí! ¿Y Mila? ¿Ha pasado algo?

–Mila está en el hospital. Mañana iremos por ella y me la llevo a Alicante. No te vayas sin hablar conmigo. Tengo que proponerte algo. Luego hablamos.

Dejamos a Edu que termine su paja y vamos al otro piso, quiero hablar con Marga.

–Marga, ¿Tú quieres seguir con el negocio? ¿Te interesa?

–Mira José, si me metí en esto, fue por Mila. Ella quería independencia, me pidió ayuda y se la di. Por mi, se puede ir el negocio a la mierda. ¿Por qué lo preguntas?

–Entonces, ¿estás dispuesta a venderlo?

–¿Venderlo? ¿A quién?

–Gerardo estaba muy interesado en la compra. Mila se las apañó, para que aparentará la compra, cuando en realidad era ella, quien quería quedarse con el negocio. Si se lo propones, te lo comprará y podrás alejarte de toda esta mierda.

–Pero, ¿y Mila? ¿Estará de acuerdo?

–Mila ha dejado poderes firmados, a mi favor y al tuyo, para hacer lo que queramos. Y lo que queremos es, alejarla de todo esto. Vamos a dedicarnos a cuidarla y este puticlub es un lastre.

–Cuenta conmigo. Cada vez que iba a un servicio, terminaba asqueada, del cliente y de mí. Si, José, me doy asco. Tú sabes que estaba en esto, solo por estar cerca de Mila. ¿Me llevareis con vosotros?

–Sabes que si, Mila te necesita, yo te necesito y tu nos necesitas. Vendrás con nosotros. No sé cómo saldrá esto, pero vamos a intentarlo.

Llamo a Gerardo por el móvil.

–¿Gerardo? Soy José, tengo que hablar contigo, te espero en media hora en casa de Mila. Trae a Pepito. No tardes, es importante.

Sorprendido me dice que vendrá enseguida.

Apenas veinte minutos después llama al portero. Abrimos, sube, estamos en el salón.

Pepito da un salto y se cuelga de mi cuello. Estrecho su cuerpo delgaducho, lo beso. Ana se abraza a él y se lo lleva a la habitación.

–Bueno, ya estoy aquí, ¿Qué pasa? ¿Qué quieres, que és tan importante.

–El motivo principal es Mila. Está en el hospital, ha intentado suicidarse.

–¡Joder, José, no me digas!

–Sí te digo. Mila no puede seguir al frente del negocio.

–Lo sé, últimamente he hablado con ella y la veía muy desanimada. No tenía muy claro por qué, pero la última vez que la vi, le propuse normalizar la situación de Pepito, casándome con ella… Cuando se lo dije, se echó a reír, una risa que me dio miedo. Dijo simplemente. Ya estoy casada, Gerardo. Solo tengo, y tendré para siempre, un marido, a quien quiero con toda mi alma.

–Supuse que eras tú. Y te envidio. Te juro que te envidio. Esa mujer te quiere con locura y tú no le haces ni caso.

–No te equivoques, Gerardo. Tú no sabes como la quiero. Y como te odio a ti, porque ayudaste a convertirla en una desgraciada. Pero no es ese el motivo de que te haya hecho venir. ¿Quieres comprar el prostíbulo?

–¡Joder tío! ¡Vas al grano! ¿A qué viene eso?

–Es muy simple, Mila no quedará bien, las secuelas de la intoxicación son imprevisibles. Necesitará un largo tratamiento de rehabilitación. Y se vendrá conmigo. Yo la cuidaré. Ha sido, y es, mi mujer. He sido, soy y seré, su marido.

–Bien, de acuerdo. Estoy dispuesto a comprar, por el precio que te ofrecí. ¿Estás de acuerdo?

–Conforme. Mañana nos vemos en el despacho de Isidro a las nueve.

Entran Ana y Pepito. Ana se encara con Gerardo.

–¡Mi hermano me ha dicho que le has pegado! ¿Es cierto?

–¡Hostias Pepito! Te dije que fue un error, te pedí perdón.

Me encaro con Gerardo.

–Jodeeer. ¿Qué pasó?

–Bueno, llora mucho y me sacó de mis casillas. Fue un impulso, pero no volverá a ocurrir.

–Tienes razón, no volverá a ocurrir. Pepito se viene conmigo. Es más, se queda aquí y mañana me lo llevo, con su madre.

–¡Eso no puede ser! ¡Se vendrá conmigo! ¡Es mi hijo!

–Gerardo, este niño, solo ha sido un polvo para ti y ahora un estorbo. Yo he sido su padre y lo sigo siendo. Se viene conmigo. Mañana nos vemos en el despacho de Isidro. Ana, llévatelo.

Ana se marcha con su hermano a su habitación. Gerardo, muy contrariado se va dando un portazo.

Llamo a Edu y Amalia que al entrar se abraza a mí como si lleváramos diez años sin vernos. Me aprecia y se alegra de verme.

— Amalia, Edu, Gerardo se va a hacer cargo del local. No sé cómo se portará con vosotros. ¿Qué vais a hacer?

–Hostia, José, vaya marrón. Ese tío es un hijo de puta de cuidado. Tendremos que irnos de aquí.

Amalia cogida a mi brazo.

–No te preocupes José. Gracias a ti, he descubierto mi verdadera vocación. Me divierto y gano dinero. Tengo mis clientes fijos y el imbécil de Edu me ayudará, a montármelo en otra parte.

–Solo quiero que cuando vengas por Madrid vengas a verme y follarme el culo. Fuiste el primero y todavía no he encontrado otro como tú. Comprendo muy bien a Mila, te encontró, tarde, pero te encontró y ya no podrá desengancharse de ti. Te has convertido en una droga para ella.

–No lo comparto, pero entiendo lo que ha hecho. He tenido largas conversaciones con ella y sé que te quiere hasta el extremo de quitarse de en medio para que seas feliz. Lo que siento es no haberme dado cuenta de las señales y haber evitado lo que ha hecho. Por cierto. Gerardo le facilitó las pastillas con las que se quiso envenenar. Se las dio en mi presencia, le dijo que no podía dormir y él se las dio.

–O sea, ¿Gerardo trafica con drogas?

–¿No lo sabías? Ese hijoputa le pega a todo. Le escuche una conversación en la que hablaban de unas chicas que venían de Rumania. Ellas creen que vienen con contrato, para trabajar como criadas, pero las llevan a un puticlub, les pegan, hasta que aceptan follar con los clientes y cuando están sometidas, las venden a otros clubes.

–Bien, entonces ya sabéis. Quitaros de en medio cuanto antes.

Se despidieron y nosotros preparamos algo para cenar y nos fuimos a la cama, los tres juntos, desnudos de nuevo, pero estábamos muy cansados, a mi derecha Ana, mi amor filial, la sombra del pecado mortal. A mi izquierda Marga, mi amor venial. Un pecado menor. Delicioso pecado. Ambas acurrucadas, sus cabecitas sobre mis brazos. Junto a mi pecho.

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Relato erótico: ¿Te follarías a una embarazada? me soltó mi cuñada (POR GOLFO)

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Partiendo de que la gran mayoría de los hombres estamos más que dispuestos a follarnos a todo lo que lleve falda, que una mujer te haga esa pregunta resulta al menos morboso. Pero si la dama en cuestión resulta que es la hermana de tu esposa y encima está preñada,  dicha cuestión se convierte por si sola en algo que te levanta la temperatura hasta límites insospechados. Para explicaros cómo llegó Esther a estar tan desesperada para que obviara el hecho de que soy su cuñado y se me ofreciera de una manera tan directa, debo contaros un poco de mi vida.
Me llamo Carlos y vivo en Madrid.  Aunque llevo casado con mi mujer solo cinco años, la conozco desde hace mucho más. Elena y yo salimos juntos desde que ambos teníamos quince años. Compañeros de colegio nos hicimos novios muy jóvenes y por eso conozco a su hermana desde que era un niño.
Esther siempre ha estado buenísima pero como es dos años mayor que yo, esa diferencia de edad que en su momento era un abismo. Hoy en día, no pasa de ser algo anecdótico sobre todo porque se ha conservado de maravilla, llegando a parecer más joven que yo. Castaña de pelo largo y bajita de estatura, esa mujer ha sido siempre una muñeca de grandes pechos. Siendo delgada, tiene un par de tetas desproporcionadas para el resto de su anatomía. Tetas que nunca ha escondido y que siempre ha lucido como parte esencial de sus encantos.
Por otra parte, nuestra relación se ha ido afianzando con el paso de los años. Si en un principio vio en mí al niñato que salía con su hermanita, con el paso del tiempo me he convertido para ella en alguien en quien se ha apoyado cada vez que ha tenido un problema. Por eso no es de extrañar que me llamara a mí en vez de a alguien de su familia, el día en que su marido completamente borracho le pegó. Por lo visto ese inútil había salido con unos amigos a beber y al llegar a casa decidió usar a su mujer como su particular saco de boxeo. Aterrorizada y desde el baño donde estaba encerrada, mi cuñada me llamó y en menos de diez minutos, estaba aporreando la puerta de su casa. El cobarde de Javier, al verme llegar hecho una furia, no hizo nada para evitar que cogiéndola del brazo me la llevara para no volver jamás.
Ya en casa, mi mujer acogió con cariño a su hermana y me pidió si podía quedarse a vivir un tiempo con nosotros. Como realmente estimaba a Esther no puse ningún impedimento y por eso desde entonces  vive con nosotros. Lo que en teoría iban a ser un par de meses ya van para dos años y como os contaré a continuación, no es algo que me preocupe.
Mi querida cuñada llevaba poco más de mes con nosotros cuando una tarde al llegar de la oficina me la encontré abrazada a mi mujer hecha un manojo de nervios. Al preguntar que ocurría, Elena me contestó:
-¡Está embarazada!
Os juro que no fue mi intención faltarle al respeto pero fue tamaña sorpresa que sin pensar pregunté:
-¿De quién?
-¡No seas bruto!- contestó mi mujer- ¡De Javier!
Me tenía que haber mordido la lengua pero en vez de ello, solté:
-Pues va jodida. ¡Ese capullo no va a hacerse cargo!
Por la forma en que me miró mi mujer supe que me había pasado y desapareciendo de escena, me fui de la habitación.
Me acostumbro a verla en casa:
Mi mujer y yo llevábamos casados  apenas tres años y por eso al principio me costó acostumbrarme a su presencia. Habituado a vivir solo con ella, me pareció una putada tenerla ahí todo el día. Aunque es una chavala estupenda, no en vano era una extraña y si un día al llegar de trabajar, me apetecía echar un polvo a mi esposa, me tenía que quedar con las ganas hasta que ya en la noche nos fueramos a la cama. Con cabreo comprendí que esos días en los que dábamos rienda a nuestra lujuria en mitad de la cocina eran parte de la historia, a partir de su llegada tanto Elena como yo tuvimos que cortarnos y circunscribir el sexo a las cuatro paredes de nuestra habitación. Eso sí una vez cerrada la puerta de nuestro cuarto, nunca dejamos de hacerlo e incluso y de alguna manera que Esther estuviera en el piso, mejoró nuestra sexualidad al dotar a nuestros actos del morbo de poder ser escuchados.
Todavía recuerdo una de las primeras veces en que lo hicimos teniendo a mi cuñada en casa. Debíamos llevar mas de una semana sin sexo y por eso cuando una noche, cansado de esperar, abordé a Elena en mitad del pasillo y sin importarme que su hermana estuviera en la habitación de al lado, le dije que la deseaba. Mi mujer, un tanto acelerada, me contestó que ella también y cogiéndome del brazo me metió en nuestro cuarto. Nada mas entrar, me desabrochó el pantalón y sacando mi miembro de su encierro, se me arrodilló a hacerme una mamada. Al ver mi disposición, se le iluminó su rostro y acercando su boca hasta mi sexo, lo empezó a agasajar con dulces besos. Como comprenderéis, me encantó sentir los labios de mi señora rozando tímidamente mi glande antes de metérselo lentamente en su garganta, sabiendo que mi cuñada podía oírnos.
-Me encanta que me la mames- dije en voz alta.
Elena, sacándosela de la boca, me pidió que no hiciera ruido pero en vez de obedecerla cuando sentí que mi mujer, arrodillada frente a mí,  se volvía a embutir mi miembro, no pude resistir y le dije:
-Eres una mamona preciosa- mientras acariciaba su melena.
-Shhhh- insistió.
-Necesito correrme- casi grité al experimentar su dulce caricia.
-Todavía no, cariño- contestó y con la respiración entrecortada por la excitación, se puso a horcajadas sobre mí: -¡Antes necesito sentir tu polla dentro-
Olvidandose de la presencia de Esther, mi mujer me fue retrasmitiendo sus deseos y por eso cuando percibió como su coño iba devorando mi pene, me rogó que mamara de sus pechos. Tengo que confesar que era algo que estaba deseando y por eso no puse objeción alguna en coger uno de sus senos en mis manos. Llevándolo a mi boca, observé como su pezón se encogía al sentir la humedad de mi lengua recorriendo sus pliegues.
-¡Me encanta!- chilló mientras se empalaba.
Su entrega me llevó a coger entre mis dientes su aureola e imprimiendo un suave mordisco, empecé a mamar. Elena, con una sonrisa decorando su rostro, me imploró que siguiera. Contagiado de su calentura, cogí su otro pecho y repetí mi maniobra pero esta vez, mi bocado se prolongó durante unos segundos.
-Carlos- aulló- ¡Necesito más! ¡Quiero sentir tu verga entrando y saliendo de mi vagina!
Soltando una carcajada, empecé a cabalgar sin parar de reír. Con una alegría desbordante, fui acelerando la velocidad con la que la ensartaba y cuando ya llevaba un ritmo trepidante, escuché que mi esposa pegando un grito me informó que iba a correrse:
-¡Hazlo! ¡Putita mía!
Sus gemidos no se hicieron esperar y mientras ella declamaba su placer, desde lo más profundo de la cueva de su entrepierna un flujo de calor envolvió mi miembro.
-Dios, ¡Cómo me gusta!- aulló al distinguir que cada vez que se hundía mi pene en su interior, la cabeza de mi pene forzaba la pared de su vagina.
Absorta en las sensaciones que estaban asolando su piel, me rogó que la besara. Al sentir mi beso, Elena pegó un grito y dejando que mi lengua jugara con la suya, se corrió brutalmente. Fue tanto el calado de su orgasmo que me sorprendió. Mi mujer, retorciéndose sobre mis piernas, lloró de placer al experimentar como su cuerpo se derretía.
-¡Cómo lo echaba de menos!- exclamó con sus últimas fuerzas.
Azuzado por su gritos, incrementé la velocidad de mis caderas y ella, al sentirlo, se dejó caer sobre las sábanas mientras me agradecía el placer que estaba sintiendo. Una y otra vez, seguí ensartándola con pasión hasta que gritando imploró que necesitaba sentir mi simiente. Su súplica fue el empujón que mi cuerpo precisaba para dejarse llevar y descargando mi lujuria en su interior, me corrí sonoramente. Mis salvas no le pasaron inadvertidas y uniéndose a mí, un espectacular orgasmo asoló hasta el último rincón de su anatomía.
-¡Dios!- chilló mientras se desplomaba agotada.
Satisfecho, me tumbé a su lado y la abracé. Mi esposa me acogió entre sus brazos y cerrando los ojos, avergonzada, me preguntó:
-¿Nos habrá oído?
-Seguro- respondí dándole un beso.
Contrariamente a lo que había supuesto, Elena me sonrió y poniendo cara de niña buena, me soltó:
-¡Tendrá que acostumbrarse! Es normal que hagamos el amor o ¿No?
Muerto de risa, cogí un pecho en mi boca y mientras ella se contagiaba de mi buen humor, conseguí reactivar su lujuria y nuevamente nos dejamos llevar por la pasión. Esa noche recuperamos con creces el tiempo perdido y solo cuando mi pobre miembro no pudo más, nos quedamos dormidos uno pegado al otro.
Al día siguiente, durante el desayuno, me fijé que Esther parecía haber dormido tan poco como nosotros y comprendiendo que le habíamos dado la noche, no hice ningún comentario. No fue hasta las ocho de la tarde, cuando al llegar a casa, mi mujer me susurró al oído que su hermana se había quejado de sus gritos.
-¿Y qué le contestaste?- pregunté imaginándome un nuevo periodo de sequía.
Descojonada y mientras llevaba su mano a mi entrepierna, respondió:
-¡Qué se pusiera orejeras!
Su respuesta me satisfizo y olvidándome de cualquier tipo de decoró, la llevé hasta mi cuarto y allí volví a hacerle el amor, todavía con más pasión. Aunque resulte extraño, a partir de ese momento, Elena se comportó como una autentica ninfómana. No perdió ocasión para que aprovechando cualquier circunstancia, pedirme que la follara. Pero lo más curioso de todo, fue que a raíz de la queja de su pariente, elevó el volumen de sus gritos cada vez que la hacía correrse.  Intrigado por su comportamiento, un día le pregunté el motivo. Sin atreverse a mirarme, me contestó:
-Me pone bruta que nos oiga.
Descubro que Esther, embarazada, sigue estando buenísima.
Pasaron unos tres meses, durante los cuales, mi mujer y yo no dejábamos de follar a todas horas cuando me ocurrió algo que incrementó todavía más el morbo que me producía el tener a mi cuñada en casa. Pasó un sábado en la mañana cuando al volver de correr, llegué a mi cuarto con ganas de darme una ducha. Me sorprendió no encontrarme a Elena todavía dormida en nuestra cama  y por eso al oír el ruido del agua cayendo, supuse que estaba en el baño.
No sé si os ocurre pero cuando estoy sudado de hacer footing, llego siempre como una moto. Por eso al imaginarme a mi esposa desnuda bajo el chorro, me excité y sin hacer ruido decidí darle una sorpresa. Entrando en el baño, sin hacer ruido, cerré la puerta. Tal y como había supuesto, su silueta dibujada tras el cristal ratificó que se estaba dando una ducha. Si ya de por sí, ver su cuerpo desnudo me puso bruto, me calentó más aún descubrir una de sus bragas usadas tiradas en mitad del baño.
“Menudo desorden es mi mujer” pensé mientras las recogía del suelo.
Al hacerlo no pude evitar la tentación de llevármelas a la nariz. El aroma a hembra llenó mis papilas y ya completamente cachondo, empecé a desnudarme. Mientras me quitaba la ropa, ver la silueta de mi esposa enjabonándose a un metro de mí, me terminó de calentar y por eso cuando ya desnudo, me acerqué a la puerta de la mampara, mi pene estaba pidiendo guerra totalmente erecto.
Deseando sorprenderla, abrí la puerta de golpe y me metí dentro. Lo que no me esperaba es que la mujer que me encontré no fuera la mía sino su hermana. Esther pegó un grito al verme llegar con mi pito tieso. Os juro que aunque para vosotros al leerlo sea evidente, jamás se me pasó por la cabeza que fuera ella. Asustado me quedé paralizado mientras de muy malos modos, mi cuñada me gritaba que saliera inmediatamente. La belleza de su cuerpo henchido por el embarazo me dejó plantado allí mirándola mientras ella se trataba de tapar con sus manos. No tengo ni idea si fueron solo dos segundos o por el contrario tardé más de cinco en reaccionar pero lo cierto que me dio tiempo a valorar que la hermana de mi mujer seguía estando buenísima.
Cuando caí en el ridículo que estaba haciendo, le pedí perdón y salí de la ducha pidiéndole mil excusas.
-Esther, te juro que creía que eras Elena- y aterrorizado, le rogué que me perdonara.
Mi cuñada se tranquilizó al notar mi apuro y sonriendo ya, me obligó a salir del baño diciendo:
-Tápate y vete antes de que se entere mi hermana. No quiero que piense que he intentado seducir a su marido.
Por supuesto que la hice caso. Estaba tan nervioso que no siquiera me percaté de la mirada que echó a mi miembro. Meses después me reconoció que después de tanto ayuno, cuando vio la dureza que exhibí esa mañana, no pudo aguantar y al cerrar la puerta y quedarse sola en el baño, se tuvo que calmar las ganas masturbándose.
Mientras ella lo hacía, yo estaba acojonado. Y no por el hecho de que pudiera ir con el cuento a mi esposa, sino porque no me podía quitar de la mente ni la imagen de Esther desnuda ni la de su vientre, sobretodo  me hizo temblar darme cuenta que una y otra vez volvía a mis ojos, esos enormes pechos decorados con esa negras areolas.
-¡Menudos pezones tiene la tía!- mascullé entre dientes mientras me vestía.
A partir de ese momento, cada vez que me tiraba a su hermana eran en ella en quien pensaba. Reconozco que se convirtió en una obsesión. Sin darme cuenta de que  deseaba a mi cuñada de una manera brutal, me acostumbré a imaginar que era Esther la que gritaba todas las noches al ser poseída por mí. Tampoco sabía que en la habitación al lado, al oír los gritos de Elena, ella se masturbaba con un enorme consolador mientras soñaba que ese pene de plástico que le daba tanto placer era el mío. De forma que durante largas semanas, hicimos el amor uno al otro sin que ninguno de los dos lo supiera. 
La situación cambia de pronto:
Si esperáis que os cuente que dimos el siguiente paso gracias al alcohol que bebimos una noche, estáis totalmente equivocados. Era tal la tensión sexual acumulada entre nosotros que bastó una pequeña chispa para que la deflagración que produjo bastara para tirar por tierra todos nuestros prejuicios y dejándonos llevar, olvidáramos que éramos cuñados.
Ocurrió de la manera más tonta, una tarde de domingo mientras Elena estaba echándose una siesta y, Esther y yo nos pusimos tranquilamente a limpiar la cocina. Nada hacía presagiar que esa rutinaria actividad diera lugar al modo tan brutal en el que hicimos el amor. En un momento dado al irle a pasar un plato, mi cuñada sintió que el niño se movía dentro de su vientre y pegando un grito, cogió mi mano para que lo notara yo también. Lo malo fue que al sentir su piel bajo mis yemas, me pareció imposible retirarla. Sin saber qué hacer, lentamente levanté mi mirada y descubrí que la hermana de mi mujer no solo tenía los pezones duros como escarpias sino que me miraba con auténtico deseo.

Fue instintivo, sin hablar nuestras caras se fueron acercando y antes que nos diéramos cuenta nos estábamos besando con pasión. La atracción acumulada durante meses hizo que explotáramos de pronto y habiéndolo hecho nada nos pudiera parar. Con desesperación, hundí mi cara entre sus pechos mientras Esther no paraba de gemir completamente excitada. Era tanta su calentura queal sentir que le desabrochaba la blusa y cogía uno de esos negros pezones entre mis labios, me susurró al oído:
-¿Te follarías a una embarazada?
Su retórica pregunta no era más que una invitación a que la tomara. No pudiendo negarme a su solicitud,  mis manos bajaron por su cuerpo y por primera vez, acariciaron su trasero.
“¡Menudo culo!”, exclamé mentalmente dudando si bajo el vestido llevaba o no ropa interior.
Las nalgas duras y bien puestas que mis dedos estaban tocando, me hicieron rememorar el día de la ducha  y cómo me excité al descubrirlas. Elena, ajena a los pensamientos que estaba  provocando, dándose la vuelta pegó su pandero a mi sexo y ante mi incredulidad, cogió mi pene lo colocó entre sus cachetes.  No os podéis imaginar cómo me puso cuando se empezó a restregar. Olvidando que era la hermana mayor de mi mujer, dejé que continuara durante unos segundos profundizando esa caricia. Mi polla a punto de estallar, me imploraba que cogiera a esa mujer entre mis manos y allí mismo la tomara. Pero tras unos instantes de confusión, me separé de ella y haciendo como si no hubiese ocurrido nada, intenté irme de la cocina:
-¿Dónde coño vas?- confusa por mi reacción me soltó.
-No debemos…
Casi llorando, respondió:
-No puedes dejarme así. ¡Te necesito!- su rostro reflejaba una desesperación tal que me desarmó y tratando de evitar mi huida, prosiguió: -Sé que tu también lo deseas desde que me viste en tu baño.
 

Involuntariamente y siguiendo los dictados de mis hormonas, me acerqué a ella y agachando mi cara, me puse a mamar  de sus pechos. Agradecida por mi rápida claudicación, se volvió a dar la vuelta y subiéndose la falda, me pidió:

-¡Fóllame!
Su urgencia me terminó de convencer y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cuarto. En el pasillo y mientras la llevaba, me susurró lo mucho que me deseaba. Dominado por la lujuria, no pensé en las consecuencias y sabiendo que su hermana podía descubrirnos, la deposité en la cama. Excitado hasta decir basta, me acerqué a ella y desgarrando su vestido con las manos, la dejé desnuda sobre las sábanas.
-Sé bueno conmigo.

Habiendo dado ese paso, no había marcha atrás. Mi cuñada llamándome a su lado, separó sus rodillas. Al hacerlo, descubrí que llevaba el pubis depilado e incapaz de contenerme, bajé mi cabeza entre sus piernas y sacando mi lengua, probé por vez primera el sabor agridulce de su sexo.

 

-¡Dios!- gimió al sentir la húmeda caricia de mi boca.
Su reacción no hizo más que incrementar el morbo que sentía y cogiendo su clítoris entre mis dedos, le ordené quedarse callada. Por su coño completamente encharcado comprendí que mi cuñada estaba cachonda y sabiendo que llevaba a dieta mucho tiempo y que yo era el hombre que había elegido para calmar su calentura, me puse a recorrer con mi lengua los bordes rosados de su vulva.
-¡Sigue!- gritó al sentir que me apoderaba del botón escondido entre sus labios.

Satisfecho por su entrega, cogí su clítoris entre mis dientes. Ni siquiera llevaba unos segundos mordisqueándolo cuando esa mujer empezó a gemir como una loca. Azuzado por sus gemidos, seguí comiendo esa maravilla e incrementando el volumen de mis caricias, metí un dedo en su vulva.
-¡Me encanta!
Aumentando mi acoso, incrementé la dureza de mi mordisco mientras unía otro dedo en el interior de su sexo. Tras unos minutos, follándola con mis manos y lengua, percibí que esa mujer ya mostraba indicios de que se iba a correr por lo que acelerando la velocidad de mi ataque, empecé a sacar y a meter mis yemas con rapidez. Tal como había previsto, la hermana de mi esposa llegó al orgasmo y berreando de placer, su cuerpo empezó a convulsionar sobre la cama mientras de su sexo brotaba un manantial. Al beber del flujo que salía de su cueva, profundicé y alargué su clímax, de manera que uniendo un orgasmo con otro fui demoliendo las posibles reticencias que pudiera mantener.
-¡Por favor!- dijo en voz baja al experimentar su clímax y presionando con sus manos mi cabeza, me rogo con voz entrecortada: -¡Fóllame!
Os juro que aunque su vientre ya mostraba lo avanzado de su embarazo, Esther seguía siendo preciosa y como de sus palabras se podía deducir que estaba ya dispuesta, me incorporé sobre el colchón y cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué a su vulva.
-¡Hazlo ya!- gritó al sentir mi glande jugueteando con su entrada.
Incapaz de contenerme de un solo empujón, hundí mi extensión en su interior. La calidez que me encontré, me reafirmó su disposición y por eso, sin darle tiempo a acostumbrarse inicié su asalto. El olor a hembra excitada llenó las papilas de mi nariz mientras ella no dejaba de chillar que no siguiera follándola.
-¡Cómo me gusta!- susurró mientras sus caderas convertidas en un torbellino, buscaban mi contacto con mayor énfasis.
Con bruscas arremetidas y  golpeando la pared de su vagina con mi glande, busqué mi liberación mientras mi cuñada seguía convulsionando  entre mis piernas. Sus sensuales gemidos consiguieron su objetivo, llevandome a un nivel de excitación brutal y por eso, a base de profundas penetraciones con mi estoque, seguí machacando su sexo. Los sollozos que salían de su garganta no tenían nada que ver con lo que ocurría entre sus piernas. Totalmente anegado, su coño recibía mi pene con autentico gozo y a los pocos momentos, volví a sentir su orgasmo.
-¡Yo también te necesitaba!- le dije en su oido mientras mis dedos pellizcaban sus negros pezones: -¡Deseaba hacerte mía!
-¡Gracias!- chilló descompuesta.
Su respuesta espoleó mis movimientos y poniendo sus piernas en mis hombros, seguí tomando lo que sabía que era mío con mayor ardor. La nueva posición hizo que su cuerpo empezara a temblar y mordiendo la almohada para no hacer ruido, se volvió a correr. Esté enésimo orgasmo, me contagió y uniéndome a ella, mi pene explotó regando su germinado vientre con mi simiente. Esther al sentirlo, lloró de placer y tratando de contener sus gritos, se dejó caer sobre el colchón.
Agotado, me tumbé en la cama junto a ella. Mi cuñada entonces, me miró con ojos dulces y dándome un beso en los labios, me soltó:
-Tienes que irte.
Comprendiendo que tenía razón, me levanté de la cama y me empecé a vestir mientras ella permanecía tumbada mirándome.
-Me ha encantado que me follaras- y recalcando sus palabras, me soltó: -Otro día quiero que me rompas el culo. ¿Te apetece hacerlo?
Solté una carcajada al oírla y por medio de un sonoro azote en sus nalgas, le informé de mi disposición. Entonces mi cuñada me volvió a pedir que me fuera por lo que con la imagen de ella desnuda y sabiendo que iba a ser completamente mía, salí de su habitación.
Al llegar al salón, me encontré a Elena mi mujer viendo la televisión. Asustado comprendí que sabía lo que acababa de pasar y cuando ya esperaba una fuerte bronca, mi esposa me volvió a sorprender. Levantándose del sofa, se acercó a mí y en silencio me bajó la bragueta. No sabiendo a que atenerme, me quedé callado mientras ella, cogiendo mi sexo entre sus manos, se lo llevó a su boca y sensualmente, lo empezó a besar mientras acariciaba mis testículos.
De pie sobre la alfombra, sentí sus labios abrirse y cómo con una tranquilidad pasmosa, mi esposa se lo iba introduciendo en su interior. Devorando cada uno de los centímetros de mi piel, Elena fue absorbiendo mi extensión hasta que consiguió besar la base. Con él completamente embutido en su garganta, empezó a sacárselo lentamente para acto seguido volvérselo a meter.
-¡Joder!- le espeté al comprobar que estaba utilizando su boca como si de su sexo se tratara y cada vez más rápido me estaba haciendo el amor sin usar ninguna otra parte de su cuerpo.
Demostrando su maestría, mi mujer usó su lengua para presionar mi pene, consiguiendo que su boca se convirtiera en  un estrecho coño. Ya entregado, llevé mis manos a su cabeza y comencé un brutal mete-saca en su garganta. Satisfecha y estimulando mi reacción, clavó sus uñas en mi culo. El dolor mezclado con la excitación que asolaba mi cuerpo, me dio alas y salvajemente seguí penetrando su garganta. Mi orgasmo no tardó en llegar y conseguí descargar en su boca la tensión acumulada, momento que aprovechó mi mujer para recriminarme que me hubiese tirado a su hermana. 
-Perdona- le dije sin comprender nada.
Elena soltó una carcajada y con un brillo en sus ojos, sonrió mientras me decía:
-Te has tardado mucho en hacerlo.
-¿El qué?- pregunté.
-Esther necesitaba un buen pollazo y: ¡Quien mejor que mi marido para dárselo!- contestó  mientras se ponía a cuatro patas en mitad del salón.
Al verla separándose los glúteos con sus manos, me hizo comprender que no solo no estaba enfadada sino que de alguna forma ella lo había alentado. Eso reactivó mi lujuria y agachándome entre sus piernas, me acerqué y recorrí con la lengua los bordes de su ano. Elena pegando un gemido, se puso a acariciar su clítoris con su mano.  
-¿No te habrás olvidado de tu mujercita?- la oí decir.
Al ver la enorme sonrisa que iluminó su cara, comprendí que  a partir de ese día tendría que complacer a ambas y soltando una carcajada, me lancé en tromba a cumplir con la primera.
 
 

Relato erótico: “cuentos de la abuela no contaddos jamas (las tres cerditas )” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Marta María y Sonia eran tres hermanas que estaban buenísimas además eran lesbianas y jugaban entre ellas y se lo pasaban yupi. siempre habían estado juntas y nunca se habían separado hasta que ellas buscaron su espacio y se fueron a vivir cada una a una casa diferente.

Marta busco una casa vieja barata ya que no quería gastarse mucho dinero. María sin embargo busco una caravana ya que le chiflaba viajar y Sonia busco una casa nueva con todas las comodidades.

juan lobo era un tío que siempre había estado detrás de ellas por lo buenas que estaban muchas veces se hacía pajas pensando en ellas y como se las follaría a las tres, ya que como he dicho eran auténticos bombones. así que ideo un plan para follárselas. fue a por Marta que era rubia con ojos azules y se vistió de repartidor del gas habrá la puerta dijo juan vengo a mirar la goma a ver si está bien instalada. María ya le conocía, pero juan se había disfrazado maravillosamente y cuando abrió confiado salto a por ella y la cogió y no pudo hacer nada.

– ven aquí zorra vas a sentir una poya en tu coño. por mucho que intento resistirse juan tenía más fuerza y consiguió desnudarla, aunque María luchó.

– no déjame en paz pervertido- dijo Marta. – tus hermanas van a ser mías -dijo juan -al igual que tu zorra  venga a chupar.

Marta se resistía ya que era lesbiana y nunca había estado con ningún hombre juan la obligo a chupar polla hasta que se hartara de ella.

– ahora te la voy a meter en el chocho puta ya verás como pronto vas a querer una poya y en vez de lesbiana serás bisexual. Marta intento resistirse, pero juan se la metió hasta los cojones después de calentarla tocándolas las tetas y metiéndole los dedos en el chumino ella se volvía loca.

– cabrón que me haces te matare.

– te estoy follando puta te gusta dime que eres mi puta vamos dímelo.

– sssisisisis soy tu puta, pero no pares no sabía que esto era tan bueno mis hermanas y yo solo habíamos probado con consoladores- dijo Marta.

luego la cogió por el culo después de comerle el chocho y chuparla las tetas y la preparo. – por ahí no cabrón te mato tiene que doler.

– calla zorra si te va a gustar. y la lubrico con los dedos y la lengua hasta que estuvo preparada y se lo introdujo poco a poco.

-ah que daño.

– relájate- dijo él- te gustara.

cuando ya llevaba un buen rato ella empezó a disfrutar.

– ah sigue así rómpeme el culo ah cabrón que rico más dame más me corroooooooo de gusto ahaaaaaaaa -dijo Marta.

– yo también zorra toma leche.

se la saco del culo y se la dio a mamar en su boca y la lleno de leche que rico nunca había sentido algo así.

– me encanta.

– ahora quiero que me ayudes a follarme a tus hermanas zorra. lo harás.

– por supuesto que lo hare.

así que Marta se fue con juan lobo a la caravana que María tenía en el camping. llamo Marta.

-hola hermana vengo a verte ábreme enseguida -dijo María. cuando abriola puerta María juan se coló dentro pero que dijo María:

– que haces con este individuo.

– hermana -dijo María a Marta- pues ya ves me ha follado y me ha gustado y quiero que te folle a ti también y disfrutes mucho.

– tu está loca. a mí no me gustan los tíos lo sabes cómo has caído tan bajo.

– hermana a mí tampoco hasta que lo probé.

– venga basta ya de charla zorra desnúdate.

María intento resistirse.

– dejarme cabrones -dijo María.

pero Marta su hermana la comió el coño mientras juan la morreaba y la tocaba las tetas.

– ahahha hermana eres una hija de puta pero que gusto- dijo María.

– ya verás cuando te meta su poya como te gustara. así que juan y Marta se comieron a María y prácticamente la devoraron ya que juan la metió los dedos en el chocho y la comió el chumino ya María no podía resistirse. – por dios que gusto no sabía que esto era tan bueno. luego ya juan la puso tan caliente que la entro la poya sin miramientos.

– ahahahahha que me hacéis hijos de puta me corrooooooo- dijo María.

– disfruta hermana -dijo Marta- igual que yo dale por el culo. quiero que te la folles por el culo.

Marta se lo preparo lubricándolo y chupándoselo y juan se la metió hasta los cojones.

– ahahahha que daño.

– tranquila relájate.

– aahahahah sigue sigue me gusta joder que si me gusta más méteme hasta los huevos ahahahha me corrrroooo -dijo María.

luego se corrió juan dentro de su culo.

– ahaha toma leche guarra -dijo juan. los tres ya riéndose.

– hemos disfrutado las dos mucho contigo. no sabíamos que esto era tan bueno.

– quiero que me ayudéis para follarme a Sonia entendido.

-lo que tú digas, aunque ella te costara odia a los hombres después del daño que la hizo su novio.

– yo la convenceré -dijo juan.

lo que no sabían es que juan había sido el novio de Sonia y la dejo porque no estaba preparado para una relación seria luego se dio cuenta del error que había cometido, pero ya era tarde así que se dispuso a follarse a sus hermanas y a ella para que las tres fueran para el cómo una sola pareja así que llegaron a la casa de Sonia las tres llamaron y abrió Sonia.

– pasar hermanas que agradable.

pasaron al rato Marta dejo la puerta abierta para que entrara juan sin que lo supiera Sonia.

– que alegría teneros aquí queréis que disfrutemos las tres- dijo Sonia- os echaba de menos.

– y nosotras a ti.

así que se dispusieron a follar entre ellas y puse Sonia muy caliente la chuparon el chumino y la metieron los consoladores Sonia estaba en el paraíso cuando estaba ya a mas no poder entro juan.

– que tú qué haces aquí.

– te quiero Sonia y te quiero recuperar.

así que sin que Sonia ya pudiera hacer nada de lo caliente que estaba juan empezó a follársela la metió la picha hasta los cojones.

– no cabrón – dijo Sonia.

pero ya era tarde sus hermanas la comían el coño y las tetas mientras juan se la follaba a mas no poder.

– aha sigue no puedo más.

– te quiero Sonia perdóname quiero estar contigo toda la vida no tenía que haberte dejado quiero que seas mía para toda la vida.

– lo pensare- dijo Sonia- pero no pares ahora de follarme aha que gusto tener un rabo de verdad verdad que si hermana. esto es divino.

luego se la metió en el culo al igual que las otras se volvió loca. – más dame más cuanto te echado de menos amo a mis hermanas, pero esto no hay quien lo supere. y juan se corrió entro de Sonia y la lleno de leche al mismo tiempo que ella se volvía a correr.

– ahahahha me muero de gustoooooo.

luego ya después los 4 hablaron juan pidió perdón a Sonia por haberla dejado.

– y ahora que va a pasar con nosotros -dijo Marta y María después de enterase de todo -también nosotras queremos a juan.

– vale chicas- dijo juan -no habrá problemas. tú que dices Sonia.

– eres un cabrón, pero te quiero y quiero a mis hermanas los 4 disfrutaremos mucho cabrón no es eso lo que querías.

– te quería a ti, pero si eso quieres te prometo que os hare felices a las tres

Libro para descargar: “Un verano inolvidable” (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Contra mi voluntad, mi madre me informa que su hermana pequeña, mi tía Elena, me va a hacer compañía ese verano en Laredo. Cabreado intento convencer pero no da su brazo a torcer por lo que salgo rumbo a la playa con ella, sin saber que ese verano cambiaría para siempre el rumbo de nuestras vidas. Junto con ella, seduzco a Belén y a su madre.

A partir de ahí, los cuatro juntos nos sumergimos en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

Capítulo 1

La historia que os voy a contar me ocurrió hace algunos años, cuando estaba estudiando en la universidad. Con casi veintidós años y una más que decente carrera, mis viejos no podían ningún impedimento a que durante las vacaciones de verano, me fuera solo a la casa que teníamos en Laredo. Acostumbraba al terminar los exámenes a irme allí solo y durante más de un mes, pegarme una vida de sultán a base de copas y playa. Por eso cuando una semana antes de salir rumbo a ese paraíso mi madre me informó que tendría que compartir el chalet con mi tía, me disgustó.
Aunque mi relación con la hermana pequeña de mi madre era buena, aun así me jodió porque con Elena allí no podría comportarme como siempre.
«Se ha acabado andar desnudo y llevarme a zorritas a la cama», pensé, «y para colmo tendré que cargar con ella».
Mis reticencias tenían base ya que mi tía era una solterona de cuarenta años a la que nunca se le había conocido novio y que era famosa en la familia por su ingenuidad en temas de pareja. No sé cuántas veces presencié como mi padre le tomaba el pelo abusando de su falta de picardía hasta que mi madre salía en su auxilio y le explicaba el asunto. Al entender la burla, Elena se ponía colorada y cambiaba de tema.
―No entiendo que con casi cuarenta años caigas siempre en esas bromas― le decía mi vieja, ― ¡Madura!
Los justificados reproches de su hermana lo único que conseguían era incrementar la vergüenza de la pobre que normalmente terminaba yéndose de la habitación para evitar que su cuñado siguiera riéndose de ella.
Pero volviendo a ese día, por mucho que intenté hacerle ver a mi madre que además de joderme las vacaciones su hermana se aburriría al estar sola, no conseguí que diera su brazo a torcer y por eso me tuve que hacer a la idea de pasar un mes con ella.

Nos vamos a Laredo mi tía y yo.
Tal y como habíamos quedado, a mediados de Junio, me vi saliendo con ella rumbo al norte. Como a ella no le apetecía conducir en cuanto metimos nuestro equipaje, me dio las llaves de su coche diciendo:
― ¿Quieres conducir? Estoy muy cansada.
Ni que decir tiene que en cuanto la escuché acepté de inmediato porque no en vano el automóvil en cuestión era un precioso BMW descapotable. Encantado con la idea me puse al volante mientras ella se sentaba en el asiento del copiloto. Ya preparados, nos pusimos en camino. No tardé en comprobar que mi tía no había mentido porque al rato se quedó dormida.
Para los que no lo sepan, entre Madrid y Laredo hay unos cuatrocientos cincuenta kilómetros y se tarda unas cuatro horas sin incluir paradas y viendo que no iba a obtener conversación de ella, puse la radio y decidí comprobar si como decían las revistas, ese coche era una maravilla. Con ella roncando a pierna suelta y aunque había mucho tráfico, llegué a Burgos en menos de dos horas y como me había pedido parar en el hotel Landa para almorzar, directamente me salí de la autopista y entré en el parking de ese establecimiento.
Ya aparcado y antes de despertarla, me la quedé mirando. Mi tía seguía dormida y eso me permitió observarla con detenimiento sin que ella se percatara de ese escrutinio.
«Para su edad está buena», sentencié después darle un buen repaso y comprobar que la naturaleza le había dotado de unas ubres que rivalizarían con las de cualquier vaca, «lo que no comprendo es porqué nunca ha tenido novio».
En ese momento fue cuando realmente empecé a verla como mujer ya que hasta entonces Elena era únicamente la hermana de mamá pero ese día corroboré que esa ingenua era dueña de un cuerpo espectacular. Su melena castaña, su estupendo culo y sus largas piernas hacían de ella una mujer atractiva. La confirmación de todo ello vino cuando habiéndola despertado, entramos al restaurante de ese hotel y todos los hombres presentes en el local se quedaron mirando embobados el movimiento de sus nalgas al caminar.
Muerto de risa y queriendo romper el hielo, susurré en su oído:
―Tía, ¡Debías haberte puesto un traje menos pegado!
Ella que ni se había fijado en las miradas que le echaban, me preguntó si no le quedaba bien. Os juro que entonces caí en la cuenta que no sabía el efecto que su cuerpo provocaba a su paso y soltando una carcajada, le solté:
― Estupendamente. ¡Ese es el problema! – y señalando a un grupo de cuarentones sentados en una mesa, proseguí diciendo: ― ¡Te están comiendo con los ojos!
Al mirar hacía ese lugar y comprobar mis palabras, se puso nerviosa y totalmente colorada, me rogó que me pusiera de modo que tapara a esa tropa de salidos. Cómo es normal, obedecí y colocándome de frente a ella, llamé al camarero y pedí nuestras consumiciones.
Mientras nos las traía, Elena seguía muy alterada y se mantenía con la cabeza gacha como si eso evitara que la siguieran mirando. Esa actitud tan esquiva, ratificó punto por punto la opinión que mi viejo tenía de su cuñada:
“Mi tía era, además de ingenua, de una timidez casi enfermiza».
Viendo el mal rato que estaba pasando, le propuse que nos fuéramos pero entonces ella, con un tono de súplica, me soltó:
― ¿Soy tan fea?
Alucinado porque esa mujer hubiese malinterpretado la situación, me tomé unos segundos antes de contestar:
― ¿Eres tonta o qué? No te das cuenta que si te están mirando es porque estás buenísima.
Mi respuesta la descolocó y casi llorando, dijo de muy mal humor:
― ¡No me tomes el pelo! ¡Sé lo que soy y me miro al espejo!
Fue entonces cuando asumiendo que necesitaba que alguien le abriera los ojos y sin recapacitar sobre las consecuencias, contesté:
― Pues ponte gafas. No solo no eres fea sino que eres una belleza. La gran mayoría de las mujeres desearían que las miraran así. Esos tipos te están devorando con los ojos porque seguramente ninguna de sus esposas tiene unas tetas y un trasero tan impresionantes como el tuyo.
La firmeza con la que hablé le hizo quedarse pensando y tras unos instantes de confusión, sonriendo me contestó:
― Gracias por el piropo pero no te creo.
Debí haberme quedado callado pero me parecía inconcebible que se minusvalorara de ese modo y por eso cometí el error de cogerle de la mano y decirle:
― No te he mentido. Si no fueras mi tía, intentaría ligar contigo.
Lo creáis o no creo que en ese preciso momento esa mujer me creyó porque mirándome a los ojos, me dio las gracias sin percatarse que bajo su vestido involuntariamente sus pezones se le habían puesto duros. El tamaño de esos dos bultos fue tal que no pude más que quedarme embobado mientras pensaba:
“¡No me puedo creer que nunca me hubiese fijado en sus pitones».
Tuvo que ser el camarero quien rompiera el incómodo silencio que se había instalado entre nosotros al traer la comanda. Ambos agradecimos su interrupción, ella porque estaba alucinada por el calor con el que la miraba su sobrino y yo por el descubrimiento que Elena era una mujer de bandera.
Al terminar ninguno de los dos comentó nada y hablando de temas insustanciales, nos montamos en el coche sin ser enteramente conscientes que esa breve parada había cambiado algo entre nosotros.
«Estoy como una cabra», mascullé entre dientes, «seguro que se ha dado cuenta de cómo le miraba las tetas».

Durante el resto del camino la hermana de mi madre se mantuvo casi en silencio como rumiando lo sucedido. Solo cuando ya habíamos dejado atrás Bilbao y estábamos a punto de llegar a Laredo, salió de su mutismo y como si no hubiéramos dejado de hablar del tema, me preguntó:
―Si estoy tan buena, ¿Por qué ningún hombre me ha hecho caso?
Como su pregunta me parecía una solemne idiotez, sin medirme, contesté:
―Ya que tienes ese cuerpazo, ¡Muéstralo! ¡Olvídate de trajes cerrados y ponte un escote! ¡Verás cómo acuden en manada!
Confieso que nunca preví que tomándome la palabra, me soltara:
―¿Tú me ayudarías? ¿Me acompañaría a escoger ropa?
La dulzura pero sobre todo la angustia que demostró al pedírmelo, no me dio pie a negarme y por eso le prometí que al día siguiente, la acompañaría de compras. Lo que no me esperaba que poniendo un puchero, Elena contestara:
―No seas malo. Es temprano, ¿Por qué no hoy?
Al mirar el reloj y descubrir que ni siquiera era hora de comer, contesté:
―De acuerdo. Bajamos el equipaje en casa, comemos y te acompaño.
Su sonrisa hizo que mereciera la pena perderme esa tarde de playa, por eso no me quejé cuando habiendo descargado nuestras cosas y sin darme tiempo de acomodarlas en mi habitación, me rogó que fuéramos a un centro comercial a comer y así tener más tiempo para elegir.
―¡He despertado a la bestia!― exclamé al notar la urgencia en sus ojos.
Elena soltando una carcajada, me despeinó con una mano diciendo:
―He decidido hacerte caso y cambiar.
La alegría de su tono me debió advertir que algo iba a suceder pero comportándome como un lelo, me dejé llevar a rastras hasta ese lugar. Una vez allí, entramos en un italiano y mientras comíamos, mi tía no paró de señalar los vestidos de las crías que iban y venían por la galería, preguntando como le quedarían a ella. El colmo fue al terminar y cuando nos dirigíamos hacia el ZARA, Elena se quedó mirando el escaparate de Victoria Secret´s y mostrándome un picardías tan escueto como subido de tono, me preguntara:
―¿Te parecería bien que me lo comprara o es demasiado atrevido?
Cortado por que me preguntara algo tan íntimo, contesté:
―Seguro que te queda de perlas.
Elena al dar por sentada mi aprobación entró conmigo en el local y dirigiéndose a una vendedora, pidió que trajeran uno de su talla. Ya con él en su mano, se metió en el probador dejándome a mí con su bolso fuera. No habían trascurrido tres minutos cuando vi que se entreabría la puerta y la mano de mi tía haciéndome señas de que entrara. Sonrojado hasta decir basta, le hice caso y entré en el pequeño habitáculo para encontrarme a mi tía únicamente vestida con ese conjunto.
Confieso que me quedé obnubilado al contemplarla de esa guisa y recreando mi mirada en sus enormes pechos, no pude más que mostrarle mi asombro diciendo:
― ¡Quién te follara!
La burrada de mi respuesta, la hizo reír y mientras me echaba otra vez para afuera, la escuché decir:
―¡Mira que eres bruto! ¡Qué soy tu tía!
Por su tono descubrí que no se había enfadado por mi exabrupto ya que aunque era el hijo de su hermana, de cierta manera se había sentido halagada con esa muestra tan soez de admiración.
«No puede ser», pensé al saber que además para ella yo era un crío.
Al salir ratificó que no le había molestado tomándome del brazo y con una alegría desbordante, llevándome de una tienda a otra en busca de trapos. No os podéis hacer una idea de cuantas visitamos y cuanta ropa se probó hasta que al cabo de dos horas y con tres bolsas repletas con sus compras, salimos de ese centro comercial.
Ya en el coche, mi tía comentó entre risas:
―Creo que me he pasado. Me he comprado cuatro vestidos, el conjunto de lencería y un par de bikinis.
―Más bien― contesté mientras encendía el automóvil.
Ni siquiera habíamos salido del parking cuando haciéndome parar, me pidió que bajara la capota ya que le apetecía sentir la brisa del mar. Haciendo caso, oprimí el botón y en menos de diez segundos, el techo se escondió y ya totalmente descapotados salimos a la calle.
―¡Me encanta!― chilló con alegría,
La felicidad de su rostro mientras recorríamos el paseo marítimo, me puso de buen humor y momentáneamente me olvidé el parentesco que nos unía, llegando al extremo de posar mi mano sobre su muslo. Al darme cuenta, la retiré lo más rápido que pude pero entonces Elena protestó diciendo:
―Déjala ahí, no me molesta.
La naturalidad con la que lo dijo, me hizo conocer que quizás en pocas ocasiones había sentido sobre su piel la caricia de un hombre y por eso no pude evitar excitarme pensando que podía seguir siendo virgen.
«Estoy desvariando», exclamé mentalmente al percatarme que esa mujer que estaba deseando desflorar era mi familiar mientras a mi lado, ella había vuelto a poner mi mano sobre su muslo.
Instintivamente, mi imaginación voló y mientras pensaba en cómo sería ella en la cama, comencé a acariciarla hasta que la realidad volvió de golpe en un semáforo cuando al mirarla descubrí que tenía su vestido completamente subido y que podía verle las bragas.
«¡Qué coño estoy haciendo!», pensé al darme cuenta que estaba tocando a la hermana de mi madre.
Asustado por ese hecho pero no queriendo que ella se molestara con una rápida huida, aproveché que se ponía verde para retirar mi mano al tener que meter la marcha y ya no volví a ponerla sobre su muslo. Pasado un minuto de reojo comprobé que Elena estaba cabreada pero como no podía reconocer que estaba disfrutando con los toqueteos de su sobrino y más aún el pedirme descaradamente que los continuara.
Afortunadamente estábamos cerca de la casa de mis padres y por eso sin preguntar me dirigí directamente hacia allá. Nada más cruzar la puerta, mi tía desapareció rumbo a su cuarto dejándome con mi conciencia. En mi mente me veía como un pervertidor que se estaba aprovechando de la ingenuidad de esa mujer y de su falta de experiencia y por eso decidí tratar de evitar cualquier tipo de familiaridad aun sabiendo que eso me iba a resultar difícil porque estaríamos ella y yo solos durante un mes.
Habiéndolo resuelto comprendí que lo mejor que podía hacer era irme a dar una vuelta y eso hice. En pocas palabras, hui como un cobarde y no volví hasta que Elena me informó que me estaba esperando para cenar.
―Al rato llego― contesté acojonado que le dijera a mi vieja que la había estado tocando.
Aunque le había dicho que tardaría en volver, comprendí que no me quedaba más remedio que ir a verla y pedirle de alguna manera perdón. Creo que mi tía debió de suponer que tardaría más tiempo porque al entrar en el chalet, escuché que estaba la tele puesta.
Al acercarme al salón, la encontré viendo una de mis películas porno. No sé si fue la sorpresa o el morbo pero desde la puerta me puse a espiar que es lo que hacía para descubrir que creyéndose sola, se estaba masturbando mientras miraba como en la pantalla un jovencito se tiraba a una cuarentona.
“¡No me lo puedo creer!», pensé al saber que entre todas mis películas había ido a escoger una que bien podría ser nuestra historia. «Un veinteañero con una dama que le dobla en edad».
Ese descubrimiento y los gemidos que salían de su garganta al acariciarse el clítoris, me pusieron como una moto y bajándome la bragueta saqué mi pene de su encierro y me empecé a pajear mientras observaba en el sofá a mi tía tocándose. Elena sin saber que su sobrino la espiaba desde el zaguán, separó sus rodillas y metiendo su mano por debajo de su braga, separó sus labios y usando un dedo, lo metió dentro de su sexo.
Sabía que me podía descubrir pero aun así necesitaba verla mejor y por eso agachándome, gateé hasta detrás de un sillón desde donde tendría una vista inmejorable de sus maniobras. Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida tía cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
“¡Está tan bruta como yo», tuve que admitir mientras me pajeaba para calmar mi excitación.
A mi lado, Elena intensificó sus toqueteos pegando sonoros gemidos. Os juro que podía ver hasta el sudor cayendo por el canalillo de su escote pero aun así quería más. Totalmente excitada, la vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. En ese momento, cerró los ojos cerrados y mientras disfrutaba de un brutal orgasmo, mi tía gritó mi nombre y cayó agotada sobre el sofá, momento que aproveché para salir en silencio tanto de la habitación como de la casa.
Ya en el jardín, me quedé pensando en lo que había visto y no queriendo que Elena se sintiera incómoda, me dije que no le contaría nunca que la había descubierto haciéndose una paja pensando en mí.
“Está tan sola que incluso fantasea que su sobrino intenta seducirla», sentencié tomando la decisión de no darle ninguna excusa para que se sintiera atraída.
La cena.
Diez minutos más tarde, no podía prolongar mi llegada y como no quería volverla a pillar en un renuncio, saludé en voz alta antes de entrar.
― Estoy aquí― contestó Elena.
Siguiendo el sonido de su voz, llegué a la cocina donde mi tía estaba preparando la cena. Nada más verla, supe que me iba a resultar complicado no babear mirándola porque se había puesto cómoda poniéndose una bata negra de raso, tan corta que apenas le tapaba el culo.
“¿De qué va?», me pregunté al observarla porque a lo escueto de su bata se sumaba unas medias de encaje a medio muslo. “¡Se está exhibiendo!».
La certeza de que Elena estaba desbocada y que de algún modo intentaba seducirme, me hizo palidecer y tratando de que no notara la atracción que sentía por ella, abrí el refrigerador y saqué una cerveza. Todavía no la había abierto cuando de pronto se giró y dijo:
― Tengo una botella de vino enfriando. ¿Me podrías poner otra copa?
Su tono meloso me puso los vellos de punta y dejando la cerveza, saqué la botella mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Al mirarla, descubrí que ya se había bebido la mitad.
“Macho recuerda quien es», repetí mentalmente intentando retirar mi mirada de su trasero, “está buena pero es tu tía».
Sintiéndome un mierda, serví dos vasos. Al darle el suyo, mi hasta entonces ingenua familiar extendió su brazo y gracias a ello, se le abrió un poco la bata dejándome descubrir que llevaba puesto el picardías que había elegido esa tarde. Mis ojos no pudieron evitar el recorrer su escote y ella al notar que la miraba, sonriendo me soltó:
― Me he puesto el conjunto que tanto te gustó― tras lo cual y sin medirse, se abrió la bata y modeló con descaro a través de la cocina la lencería que llevaba puesta.
Por mucho que intenté no verme afectado con esa exhibición sentándome en una silla, fallé por completo. Sabía que estaba medio borracha pero aun así bajo mi pantalón mi pene salió de su letargo y como si llevase un resorte, se puso duro como pocas veces. El tamaño del bulto que intentaba ocultar era tal que Elena advirtió mi embarazo y en vez de hacer como ni no se hubiera dado cuenta, acercándose a mí, susurró en mi oído con voz alcoholizada:
― ¡Qué mono! A mi sobrinito le gusta cómo me queda.
Colorado y lleno de vergüenza, me quedé callado pero entonces, mi tía envalentonada por mi silencio dio un paso más y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:
― ¿Tú crees que los hombres se fijarían en mí?
Con sus tetas a escasos centímetros de mi boca y mientras intentaba aparentar una tranquilidad que no tenía, con voz temblorosa, respondí:
― Si no se fijan es que son maricas.
Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo sus gigantescas peras entre sus manos, insistió:
― ¿No te parece que tengo demasiado pecho?
La desinhibición de esa mujer me estaba poniendo malo. Todo mi ser me pedía hundir la cara en su hondo canalillo pero mi mente me pedía prudencia por lo que haciendo un esfuerzo contesté:
― Para nada.
Mi tía sonrió al escuchar mi respuesta y disfrutando de mi parálisis, se bajó de mis rodillas y dándose la vuelta, puso su pandero a la altura de mi cara y descaradamente siguió acosándome al preguntar:
― Entonces: ¿Será que no me hacen caso porque tengo un culito gordo?
Para entonces estaba como una moto y por eso comprenderéis que tuve que hacer un verdadero ejercicio de autocontrol para no saltar sobre ese par de nalgas que con tanta desfachatez mi tía ponía a mi alcance. Como no le contestaba, Elena estrechó su lazo diciendo:
― Tócalo y dime si lo tengo demasiado flácido.
Como un autómata obedecí llevando mis manos hasta sus glúteos. Si ya de por sí me parecía que Elena tenía un trasero cojonudo al palpar con mis yemas lo duro que lo tenía no pude más que decir mientras seguía manoseándolo:
― ¡Es perfecto y quién diga lo contrario es un imbécil!
La hermana de mi madre al sentir mis magreos gimió de placer y con su respiración entrecortada, se sentó nuevamente sobre mí haciendo que su culo presionara mi verga. Entonces y con un tono sensual, me preguntó:
― ¿Entonces porque no tengo un hombre a mi lado?
Si cómo eso no fuera poco y perdiendo cualquier recato, mi tía comenzó un suave vaivén con su trasero, de forma que mi erecto pene quedó aprisionado entre sus nalgas.
― Elena, ¡Para o no respondo!― protesté al sentir el roce de su sexo contra el mío.
― ¡Contesta!― gritó sin dejar de moverse― ¡Necesito saber por qué estoy sola!
La situación se desbordó sin remedio al sentir la humedad que desprendía su vulva a través de mi pantalón y llevando mis manos hasta sus pechos, me apoderé de ellos y contesté:
― ¡No lo sé! ¡No lo comprendo!
Mi chillido agónico era un pedido de ayuda que no fue escuchado por esa mujer. Mi tía olvidando la cordura, forzó mi calentura restregando sin pausa su coño contra mi miembro. Su continuo acoso no menguó un ápice cuando la lujuria me dominó y metí mis manos bajo su picardías para amasar sus senos, Es más al notar que cogía entre mis dedos sus areolas, rugió como una puta diciendo:
― ¿Por qué no se dan cuenta que necesito un hombre?
Su pregunta resultaba a todas luces extraña si pensáis que en ese instante, mi verga y su chocho estaban a punto de explotar pero aun así contesté:
― ¡Yo si me doy cuenta!
Fue entonces cuando como si estuviéramos sincronizados tanto ella como yo nos vimos avasallados por el placer y sin dejar de movernos, Elena se corrió mientras sentía entre sus piernas que mi pene empezaba a lanzar su simiente sobre mi pantalón. Os juro que ese orgasmo fue brutal y que mi tía disfrutó de él tanto como yo pero entonces debió de percatarse que estaba mal porque levantándose de mis rodillas, me respondió:
― Tú no me sirves, ¡Eres mi sobrino!― y haciendo como si nada hubiera ocurrido, me soltó: ― ¿Cenamos?
Reconozco que tuve que morderme un huevo para no soltarle una hostia al escuchar su desprecio porque no en vano se podría decir que casi me había violado y que ya satisfecha me dejaba tirado como un kleenex usado. Pero cuando iba a maldecirla, vi en su mirada que se sentía culpable de lo ocurrido.
“Siente remordimientos por su actitud», me pareció entender y por eso, no dije nada y en vez de ello, le ayudé a poner la mesa.
Tal y como os imaginareis, durante la cena hubo un silencio sepulcral producto de la certeza de nuestro error pero también a que ambos estábamos tratando de asimilar qué nos había llevado a ese simulacro de acto sexual. Me consta que a ella le estaba reconcomiendo la culpa por haber abusado del hijo de su hermana mientras yo no paraba de echarme en cara que de alguna manera había sido el responsable de su desliz.
Por eso cuando al terminar de cenar, Elena me pidió si podía recoger la mesa, respondí que sí y vi como una liberación que sin despedirse mi tía se fuera a su habitación. Al ir metiendo los platos en el lavavajillas, no podía dejar de repasar todo ese día tratando de hallar la razón por la que esa mujer había actuado así, pero por mucho que lo intenté no lo conseguí y por eso mientras subía a mi cuarto, sentencié:
“Esperemos que mañana todo haya quedado en un mal sueño»…

Todo empeora.
Esa noche fue un suplicio porque mi dormitar se convirtió en pesadilla al imaginarme a mi madre echándome la bronca por haber seducido a su hermana borracha. En mi sueño, me intenté disculpar con ella pero no quiso escuchar mis razones y tras mucho discutir, cerró la discusión diciendo:
― Si llego a saber que mi hijo sería un violador, ¡Hubiera abortado!
Por eso al despertar, me encontraba hundido anímicamente. Me sentía responsable de la metamorfosis que había llevado a esa ingenua y apocada mujer a convertirse en la amantis religiosa de la noche anterior. No me cabía en la cabeza que mi tía me hubiera usado para masturbarse para acto seguido desprenderse de mí como si nada hubiera pasado entre nosotros.
«¡Debe de tener un trauma de infancia!», sentencié y por enésima vez resolví que no volvería a darle motivos para que fantaseara conmigo.
Cómo no tenía ningún sentido quedarme encerrado en mi cuarto, poniéndome un bañador bajé a desayunar. Allí en la cocina, me encontré con Elena. Al observar las profundas ojeras que lucía en su rostro comprendí que también había pasado una mala noche. La tristeza de sus ojos me enterneció y mientras me servía un café, hice como si no me acordara de nada y fingiendo normalidad, le pregunté:
―Me apetece ir a la playa. ¿Me acompañas?
―No sé si debo― respondió con un tono que traslucía la vergüenza que sentía.
Todavía no me explico por qué pero en ese momento intuí que debería enfrentar el problema y por eso sentándome frente a mi tía, le dije:
―Si es por lo que ocurrió anoche, no te preocupes. Fue mi culpa, tú había bebido y te juro que nunca volverá a ocurrir.
Mi auto denuncia la tranquilizó y viendo que yo también estaba arrepentido, contestó:
―Te equivocas, yo soy la mayor y el alcohol no es excusa. Debería haber puesto la cordura― tras lo cual y pensándolo durante unos segundos, dijo: ―¡Dame diez minutos y te acompaño!
Os reconozco que me alegró que Elena no montara un drama sobre todo porque eso significaba que mi vieja nunca se enteraría que su hijito se había dado unos buenos achuchones con su hermana pequeña. Aunque toda esa supuesta tranquilidad desapareció de golpe cuando la vi bajar por las escaleras porque venía estrenando uno de los bikinis que se compró el día anterior y por mucho que se tapaba con un pareo, su belleza hizo que me quedara con la boca abierta al contemplar lo buenísima que estaba.
«¡Dios! Está para darle un buen bocado», pensé mientras retiraba mi vista de ella.
Afortunadamente Elena no advirtió mi mirada y alegremente cogió las llaves de su coche para salir al garaje. Al hacerlo me dio una panorámica excelente de sus nalgas sin caer en el efecto que ellas tendrían en su sobrino.
«¡Menudo culo el de mi tía!», farfullé mentalmente mientras como un perrito faldero la seguía.
Ya en su BMW, me preguntó a qué playa quería ir. Mi estado de shock no me permitía concentrarme y por eso contesté que me daba lo mismo. Elena al escuchar mi respuesta, se quedó pensando durante unos momentos antes de decirme si me apetecía ir al Puntal. Sé que cuando lo dijo debía haberle avisado que esa playa llevaba varios años siendo un refugio nudista pero entonces mi lado perverso me lo impidió porque quería ver como saldría de esta.
―Está bien. Hace tiempo que no voy― contesté.
Habiendo decidido el lugar, bajó la capota y arrancó el coche. Como Laredo es una ciudad pequeña y el Puntal está a la salida del casco urbano, en menos de diez minutos ya estaba aparcando. Ajena al tipo de prácticas que se hacían ahí, mi tía abrió el maletero y sacó las toallas y su sombrilla sin mirar hacia la arena. No fue hasta que habiendo abandonado el paseo entramos en la playa propiamente cuando se percató que la gran mayoría de los veraneantes que estaban tomando el sol estaban desnudos.
―¡No me dijiste que era una playa nudista!― exclamó enfadada encarándose conmigo.
―No lo sabía – mentí― si quieres nos vamos a otra.
Sé que no me creyó pero cuando ya creía que nos daríamos la vuelta, me miró diciendo:
―A mí no me importa pero no esperes que me empelote.
Por su actitud comprendí que sabía que se lo había ocultado para probarla pero también que una vez lanzado el reto, había decidido aceptarlo y no dejarse intimidar. La prueba palpable fue cuando habiendo plantado la sombrilla en la arena, se quitó el pareo y con la mayor naturalidad del mundo, hizo lo mismo con la parte superior de su bikini. Ya en topless, me miró diciendo:
―¿Es esto lo que querías?
No pude ni contestar porque mis ojos se habían quedado prendados en esos pechos que siendo enormes se mantenían firmes, desafiando a la ley de la gravedad. Todavía no me había recuperado de la sorpresa cuando escuché su orden:
―Ahora te toca a ti.
Su tono firme y duro no me dejó otra alternativa que bajarme el traje de baño y desnudarme mientras ella me miraba. En su mirada no había deseo sino enfado pero aun así no pudo evitar asombrarse cuando vio el tamaño de mi pene medio morcillón. Por mi parte estaba totalmente cortado y por eso coloqué mi toalla a dos metros de ella, lejos de la protectora sombra del parasol.
Mi tía habiendo ganado esa batalla sacó la crema solar y se puso a embadurnar su cuerpo con protector mientras yo era incapaz de retirar mis ojos del modo en que se amasaba los pechos para evitar quemarse. Aunque me consta que no fue su intención, esa maniobra provocó que poco a poco mi ya medio excitado miembro alcanzara su máxima dureza. Previéndolo, me di la vuelta para que Elena no se enterara de lo verraco que había puesto a su sobrino. Por su parte cuando terminó de darse crema, ignorándome, sacó un libro de su bolsa de playa, se puso a leer.
«¡Qué vergüenza!», pensé mientras intentaba tranquilizarme para que se me bajara la erección: «Esto me ocurre por cabrón».
Desgraciadamente para mí, cuanto mayor era mi esfuerzo menor era el resultado y por eso durante más de media hora, tuve la polla tiesa sin poder levantarme. Esa inactividad junto con lo poco que había descansado la noche anterior hicieron que me quedara dormido y solo desperté cuando el calor de la mañana era insoportable. Sudando como un cerdo, abrí los ojos y descubrí que mi tía no estaba en su toalla.
«Debe de haberse ido a dar un paseo», sentencié y aprovechando su ausencia, salí corriendo a darme un chapuzón en el mar.
El agua del cantábrico estaba fría y gracias a ello, se calmó el escozor que sentía en mi piel. Pero no evitó que al cabo de unos minutos tomando olas al ver a Elena caminando hacia mí con sus pechos al aire, mi verga volviera a salir de su letargo por el sensual bamboleo de esas dos maravillas.
―¡Está helada!― gritó mientras se sumergía en el mar.
Al emerger y acercarse a mí, comprobé que sus pezones se le habían puesto duros por el contraste de temperatura y no porque estuviera excitada. El que sí estaba caliente como en celo era yo, que viendo esos dos erectos botones decorando sus pechos no pude más que babear mientras me recriminaba mi poca fuerza de voluntad:
«Tengo que dejar de mirarla como mujer, ¡es mi tía!».
Ignorando mi estado, Elena estuvo nadando a mi alrededor hasta que ya con frio decidió volver a su toalla. Viéndola marchar hacía la orilla y en vista que entre mis piernas mi pene seguía excitado, juzgué mejor esperar a que se me bajara. Por eso y aunque me apetecía tumbarme al sol, preferí seguir a remojo. Durante casi media hora estuve nadando hasta que me tranquilicé y entonces con mi miembro ya normal, volví a donde ella estaba.
Fue entonces cuando levantando la mirada de su libro, soltó espantada:
―¡Te has quemado!― para acto seguido recriminarme como si fuera mi madre por no haberme puesto crema.
Aunque me picaba la espalda, tengo que reconocer que no me había dado cuenta que estaba rojo como un camarón y por eso acepté volver a casa en cuanto ella lo dijo. Lo peor fue que durante todo el trayecto, no paró de echarme la bronca y de tratarme como un crío. Su insistencia en mi falta de criterio consiguió ponerme de mala leche y por eso al llegar al chalet, directamente me metí en mi cuarto.
«¿Quién coño se creé?», maldije mientras me tiraba sobre el colchón. Estaba todavía repelando del modo en que me había tratado cuando la vi entrar con un frasco de crema hidratante en sus manos y sin pedirme opinión, me exigió que me quitara el traje de baño para untarme de after sun. Incapaz de rebelarme, me tumbé boca abajo y esperé como un reo de muerte espera la guillotina. Tan cabreado estaba que no me percaté del erotismo que eso entrañaría hasta que sentí el frescor de la crema mientras mi tía la esparcía por mi espalda.
«¡Qué gozada!», pensé al sentir sus dedos recorriendo mi piel. Pero fue cuando noté que sus yemas extendiendo el ungüento por mi culo cuando no pude evitar gemir de placer. Creo que fue entonces cuando ella se percató de la escena y que aunque fuera su sobrino, la realidad es que era una cuarentona acariciando el cuerpo desnudo de un veinteañero, porque de pronto noté crecer bajo la parte superior de su bikini dos pequeños bultos que se fueron haciendo cada vez más grandes.
«¡Se está poniendo bruta!», comprendí. Deseando que siguiera, cerré los ojos y me quedé callado. Sus caricias se fueron haciendo más sutiles, más sensuales hasta que asimilé que lo que realmente estaba haciendo era meterme mano descaradamente. Entusiasmado, experimenté como sus dedos recorrían mi espalda de una forma nada filial, deteniéndose especialmente en mis nalgas. Justo entonces oí un suspiro y entreabriendo mis parpados, descubrí una mancha de humedad en la braga de su bikini.
Su calentura iba en aumento de manera exponencial y sin pensarlo bien, mi tía decidió que esa postura era incómoda y tratando de mejorarla, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Al hacerlo su braguita quedó en contacto con mi piel desnuda y de esa forma certifiqué lo mojado de su coño. El continuo masajeo fue lentamente asolando su cordura hasta que absolutamente entregada, empezó a llorar mientras sus dedos recorrían sin parar mis nalgas.
―¿Qué te ocurre?― pregunté dándome la vuelta sin percatarme que boca arriba, dejaba al descubierto mi erección.
Ella al ver mi pene en ese estado, se tapó los ojos y salió corriendo hacia la puerta pero justo cuando ya estaba a punto de salir de la habitación, se giró y con un gran dolor reflejado en su voz, preguntó:
―¿Querías saber lo que le ocurre a tu tía?― y sin esperar mi respuesta, me gritó: ―¡Qué está loca y te desea! – tras lo cual desapareció rumbo a su cuarto.
Su rotunda confesión me dejó K.O. y por eso tardé unos segundos en salir tras ella. La encontré tirada sobre su cama llorando a moco tendido y solo se me ocurrió, tumbarme con ella y abrazándola por detrás tratar de consolarla diciendo:
―Si estás loca, yo también. Sé que está mal pero no puedo evitar verte como mujer.
Una vez confesado que yo sentía lo mismo que ella, no di ningún otro paso permaneciendo únicamente abrazado a Elena. Durante unos minutos, mi tía siguió berreando hasta que lentamente noté que dejaba de sollozar.
―¿Qué vamos a hacer?― dándose la vuelta y mirándome a los ojos, preguntó.
Su pregunta era una llamada de auxilio y aunque en realidad me estaba pidiendo que intentáramos olvidar la atracción que existía entre nosotros al ver el brillo de su mirada y fijarme en sus labios entreabiertos no pude reprimir mis ganas de besarla. Fue un beso suave al principio que rápidamente se volvió apasionado mientras nuestros cuerpos se entrelazaban.
―Te deseo, Elena― susurré en su oído.
―Esto no está bien― escuché que me decía mientras sus labios me colmaban de caricias.
Al notar su urgencia llevé mis manos hasta su bikini y lo desabroché porque me necesitaba sentir la perfección de sus pechos. Mi tía, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Su mente todavía luchaba contra la idea de acostarse con el hijo de su hermana pero al notar mis caricias, tuvo que morderse los labios para no gritar.
Por mi parte yo ya estaba convencido de dejar a un lado los prejuicios sociales y con mis manos sopesé el tamaño de sus senos. Mientras ella no paraba de gemir, recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones lo acerqué a mi boca y sacando la lengua, comencé a recorrer con ella los bordes de su areola.
―Por favor, para― chilló indecisa.
Por mucho que conocía y comprendía sus razones, al oír su súplica lejos de renunciar me azuzó a seguir y bajando por su cuerpo, rocé con mis dedos su tanga.
―No seas malo― rogó apretando sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris.
Totalmente indefensa se quedó quieta mientras sufría y disfrutaba por igual la tortura de su botón. Su entrega me dio los arrestos suficientes para sacarle por los pies su braga y descubrir que mi tía llevaba el coño exquisitamente depilado.
―¡Qué maravilla!― exclamé en voz alta y sin esperar su respuesta, hundí mi cara entre sus piernas.
No me extrañó encontrarme con su sexo empapado pero lo que no me esperaba fue que al pasar mi lengua por sus labios, esa mujer colapsara y pegando un gritó se corriera. Al hacerlo, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
―¡No sigas!― se quejó casi llorando.
Aunque verbalmente me exigía que cesara en mi ataque, el resto de su cuerpo me pedía lo contrario mientras involuntariamente separaba sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, forzaba el contacto de mi boca. Su doble discurso no consiguió desviarme de mi propósito y mientras pellizcaba sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo.
Mi tía chilló de deseo al sentir horadado su conducto y reptando por la cama, me rogó que no continuara. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría nuevamente en mi boca. Su clímax me informó que estaba dispuesta y atrayéndola hacia mí, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
―Necesito hacerte el amor― balbuceé casi sin poder hablar por la lujuria.
Con una sonrisa en sus labios, me respondió:
―Yo también― y recalcando sus palabras, gritó: ― ¡Hazme sentir mujer! ¡Necesito ser tuya!
Su completa aceptación permitió que de un solo empujón rellenara su conducto con mi pene. Mi tía al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me exigió que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos.
Fue cuando entre gemidos, me gritó:
―Júrame que no te vas arrepentir de esto.
―Jamás―respondí y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones.
Elena respondió a mi ataque con pasión y sin importarle ya que el hombre que la estaba haciendo gozar fuera su sobrino, me chilló que no parara. El sonido de los muelles de la cama chirriando se mezcló con sus aullidos y como si fuera la primera vez, se corrió por tercera vez sin parar de moverse. Por mi parte al no haber conseguido satisfacer mi lujuria, convertí mi suave galope en una desenfrenada carrera en busca del placer mientras mi tía disfrutaba de una sucesión de ruidosos orgasmos.
Cuando con mi pene a punto de sembrar su vientre la informé que me iba a correr, en vez de pedirme que eyaculara fuera, Elena contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, me obligó a vaciarme en su vagina mientras me decía:
―Quiero sentirlo.
Ni que decir tiene que obedecí y seguí apuñalando su coño hasta que exploté en su interior y agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Fue entonces cuando Elena me abrazó llorando. Anonadado pero sobretodo preocupado, le pregunté que le ocurría:
―Soy feliz. Ya había perdido la esperanza que un hombre se fijara en mí.
Sabiendo de la importancia que para ella tenía esa confesión, levanté mi cara y mientras la besaba, le contesté tratando de desdramatizar la situación:
―No solo me he fijado en ti, también en tus tetas.
Soltó una carcajada al oír mi burrada y mientras con sus manos se apoderaba de mis huevos, respondió:
―¿Solo mis tetas? ¿No hay nada más que te guste de mí?
―¡Tu culo!― confesé mientras entre sus dedos mi pene reaccionaba con otra erección.
Muerta de risa, se dio la vuelta y llevando mi miembro hasta su esfínter, susurró:
― Ya que eres tan desgraciado de haber violado a tu tía, termina lo que has empezado. ¡Úsalo! ¡Es todo tuyo!

“Sobreviviendo al fin del mundo en la isla del placer”, LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Cuando desgraciadamente las predicciones de unos científicos indios se hicieron realidad en las que la tierra iba a ser asolada por una tormenta solar y el mundo que conocíamos se había ido a la mierda, por suerte, ¡Lucas Giordano estaba preparado!
Poco antes de que los países se hundieran en el caos, Irene Sotelo tuvo la valentía de comentárselo a su jefe y por raro que parezca, este la hizo caso y comprendió que no se podía hacer oídos sordos a lo que se avecinaba.
Juntos, el millonario y su fiel asistente decidieron olvidarse de las normas vigentes hasta ese momento y diseñaron una sociedad donde las mujeres fueran mayoría para asegurar que pudiese sobrevivir al desastre … sin importar que eso supusiera que cada hombre tocara a cinco mujeres….

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los  PRIMEROS CAPÍTULOS:

Cap. 1.― Me alertan de lo que se avecina

«¡Malditos hijos de puta! ¡No me hicieron caso!», pensé cuando desgraciadamente las predicciones se hicieron realidad. El mundo se había ido a la mierda, aunque por suerte, ¡yo estaba preparado!

        Para explicar lo ocurrido, os tengo que narrar cómo y cuándo me enteré de la amenaza que se cernía sobre la humanidad. Desde el punto de vista teórico, todo empezó hace más de treinta años, cuando John Stevenson y Larry Goldsmith alertaron al mundo de los efectos que tendría sobre la civilización una hipotética tormenta solar de grado 5.

Según su teoría, una llamarada de proporciones inauditas de la corona del Sol provocaría la destrucción de todas las redes de comunicaciones y de las redes de energía del planeta. Sus ideas de finales del siglo XX eran aceptadas en mayor o menor medida por toda la comunidad científica. Las que no disfrutaron de ese consenso mayoritario cuando fueron enunciadas, fueron las predicciones de Zail Sight y sus díscolos discípulos de la universidad de Nueva Delhi.

Estos científicos indios alertaron hace cinco años que según sus cálculos cada ciento cincuenta años aproximadamente se producía una que era capaz de sobrepasar esa cifra y llegar a ser de grado seis, lo que provocaría que todo aparato eléctrico conectado a cualquier fuente de energía se viera destruido por la acumulación del magnetismo proveniente de nuestro astro rey.

Si ya entonces fueron llamados catastrofistas, cuando hace dos años anunciaron que habían conseguido calcular la futura evolución de la corona solar y que la tan temida tormenta iba a tener lugar a finales del 2022, les tildaron de locos de fanáticos.

Recuerdo todavía el día que la jefa de ingeniería de mi empresa, Irene Sotelo, me llamó una mañana para alertarme de los problemas que eso ocasionaría en nuestra corporación. Estaba tan asustada que debía ser serio el asunto y mirando mi agenda vi que tenía un hueco libre en dos semanas, por lo que le ordené que cuando viniese a verme lo hiciera no solo con las consecuencias que tendría en la compañía, sino que lo ampliara su radio de acción a España, Europa y el mundo.

―Jefe, es una tarea inmensa― protestó al comprender que lo que le pedía le venía grande y que, para darme un informe coherente, necesitaría de la ayuda de expertos en muchas materias.

―Ya me conoces Irene― contesté ―no acepto que me vengas con los temas a medias. Si tan grave es, necesito verlo a nivel global. Si necesitas contratar a más especialistas, hazlo, pero quiero una respuesta. Tienes dos semanas.

―De acuerdo, creo que no se arrepentirá de escuchar lo que quiero decirle. Si no me equivoco, nos acercamos al fin del mundo tal y como hoy lo conocemos.

Al colgar el teléfono, me sumergí en internet con la intención de enterarme sobre qué coño hablaba porque si de algo me había servido el pagarla puntualmente un sueldo estratosférico, fue saber que esa mujer no hablaba nunca a la ligera. Reconozco que cuando la contraté además de su brillante curriculum, me atrajo que tanta seriedad y talento estuvieran envueltos en una belleza desbordante, no en vano, el mote que le habían puesto en Harvard era el de Miss Brain, es decir Miss Cerebrito en español. Con sus veintinueve años y su metro setenta y cinco de altura, Irene podía perfectamente haber tenido una carrera en las pasarelas.

Era la unión perfecta de hermosura e inteligencia.

Volviendo al tema, cuanto más leía, más acojonado me sentía y por eso llamando nuevamente a mi empleada, le ordené que no reparara en gastos y que, si debía de tomarse un mes, que se lo tomara pero que cuando viniese a verme quería una visión global y las posibles soluciones.

―Entonces, ¿me cree? ― preguntó al escuchar mis directrices.

―No, pero no he llegado a donde estoy siendo un ingenuo. Si hay una posibilidad de que eso ocurra, quiero estar preparado.

―No esperaba menos de usted― contestó dando por terminada la conversación…

Permítanme que me presente. Quizás mi nombre, Lucas Giordano Bruno, no les diga nada porque me he ocupado de ocultar mi vida al público en general desde que en el 2003 y con veinticinco años, me convertí en millonario gracias a las punto com.

Desde entonces mi fortuna se había multiplicado y puedo considerar sin error a equivocarme que desde 2015 era uno de los cincuenta hombres más ricos del planeta. Tenía intereses en los más variados sectores y si de algo me vanaglorio es que me anticipo al futuro, por eso y queriendo asegurarme de tener varios informes, llamé al rector del MIT (Massachusetts Institute of Technology) la más prestigiosa universidad de ingeniería del mundo, ubicada en Boston. 

Mr. Conry me conocía gracias a diversas donaciones por lo que no solo contestó la llamada, sino que se comprometió a darme en ese mismo plazo sus conclusiones.

A los quince días, Irene llegó a mi oficina puntualmente. Su gesto serio me anticipó los resultados de su informe. Sabiendo que esa conversación iba a ser quizás la más importante de mi vida, dije a mi secretaria que no me pasasen llamadas. Cortésmente, cogí a la rubia del brazo y la senté en una mesa redonda de una esquina de mi despacho.

―Por tu cara, creo que no traes buenas noticias― dije para romper el incómodo silencio que se había instalado entre las cuatro paredes donde trabajaba.

―No son malas, son peores. Aunque no es una posición unánime, la gran mayoría de los físicos que he consultado ven correctas las predicciones del científico hindú y ninguno de los que discrepa me ha podido explicar dónde están los errores de la teoría. Creo que llevan la contraria por el miedo a lo que representa.

―De ser cierto, ¿qué pasaría?

―Imagínese, según ese teórico, dentro de dos años y durante setenta y dos horas una corriente de viento solar sin parangón va a barrer la superficie de la tierra, destruyendo todo aparato eléctrico. Los primeros en caer serían los satélites, luego las redes eléctricas y para terminar las fábricas, los coches, los ordenadores etc. Va a ser el caos. Piense en una región como Madrid: ¿cómo narices se alimentarían sus seis millones de personas, si los camiones o los trenes que diariamente les traen la comida no funcionaran al estar destrozados todos sus sistemas eléctricos?

―Se arreglarían― dije tratando de llevarle la contraria.

―Pero ¿cómo? Las fábricas estarían igualmente inutilizadas e incluso si se pudiera traer por carromatos a la antigua, no habría forma de cosechar los campos porque los tractores estarían igualmente estropeados.

―Entonces, ¿qué prevés?

―Vamos a retroceder a una sociedad preindustrial con el inconveniente que en vez de mil millones de personas en la tierra hay actualmente ocho mil. Sin electricidad de ningún tipo, no habrá fábricas ni alimentos, ni nada. Ni el ejército ni la policía van a poder parar el caos. La violencia y el hambre se adueñarán del mundo.

― ¿Cuántas víctimas? ― pregunté para cerciorarme que coincidía con el informe que tenía en mi cajón.

―Los cálculos más optimistas creen que la población mundial se reducirá en menos de dos años a una décima parte, pero los hay que rebajan esa cifra a los trescientos millones de personas en todo el planeta. Piense que, tras el hambre y la guerra, vendrán las epidemias….

― ¿Qué soluciones existen?

―Solo una, desconectar todos los sistemas eléctricos durante un periodo mínimo de tres meses, ya que no es posible precisar cuándo va a ocurrir con mayor exactitud. Y, aun así, sería un desastre, habrá cosas que será imposible de salvar como los satélites o las centrales nucleares.

―Lo comprendo y lo peor es que lo comparto. Como te habrás imaginado, no me he quedado esperando a que me trajeses los resultados de tu análisis y he pedido otros. Todos desgraciadamente corroboran en gran medida tus predicciones.

―Y ¿qué haremos? ― dijo, echándose a llorar, hundida por la presión a la que se había visto sometida.

―No dejarnos vencer. Tengo… mejor dicho, tenemos dos años para sentar las bases del resurgimiento de la humanidad. Aunque voy a tratar por todos los medios de convencer a los gobiernos de lo que se avecina, no espero nada de ellos. Por lo tanto, me vas a ayudar a desarrollar un plan alternativo. De hecho, previendo este resultado me he comprado una isla deshabitada de 10.000 hectáreas frente a las costas de África de sur.

―No comprendo― respondió levantando su cara.

―Quiero que te hagas allí cargo de la construcción de una ciudad para doce mil personas, cien por cien independiente, con sus fuentes de energía, sus fábricas indispensables y que cuente con reservas de todo tipo para tres años. Deseo que todo esté listo para que cuando pase la tormenta la pongamos en marcha. ¡Tienes dos años!

Cap. 2.― Los preparativos.

Esa misma semana me deshice de mis empresas y con el dinero en efectivo, contratamos a los mejores ingenieros y contratistas para que se hiciera realidad mi sueño.

¡Y lo hicieron! ¡Vaya que lo hicieron!

En la superficie, construyeron un pequeño pueblo que se podría confundir con un complejo hotelero compuesto de cerca de doscientas chalés, pero, bajo tierra a más de cien metros de profundidad se hallaba el verdadero objeto de mi inversión.

Según los científicos a esa profundidad, los sistemas que mantuviésemos allí no se verían afectados por el viento solar y aprovechando una antigua mina de sal, habíamos ubicado en su interior un sistema de ordenadores que competía con el del pentágono. Usando a los mejores informáticos del mundo sin que ellos supieran el objetivo, habíamos hecho una copia de todo el saber humano. Todo libro, todo ensayo o toda investigación que se hubiese realizado hasta el apagón, quedaría resguardado en la memoria cibernética del complejo.

Pero mi sueño iba más allá, al saber que la guerra y el hambre reducirían el material genético humano, decidí preservar lo mejor del mismo. Por lo que publicité que se iba a crear la mayor base genética del mundo y que se iba a seleccionar lo mejor de la humanidad. Y aprovechando la vanidad de hombres y mujeres, estos con gusto cedieron su material al saber que eran de los elegidos y en menos de un año, en esa isla alejada del mundo, me encontré con que tenía en mi poder el esperma y los óvulos de las mejores cabezas que poblaban la tierra en ese fatídico tiempo.

Por otra parte, construimos enormes almacenes y muelles que llenamos además de con comida, con cientos de vehículos, barcos y aviones, convenientemente desconectados y con sus baterías a buen recaudo bajo toneladas de hormigón hasta que pasase la tormenta solar. También y contraviniendo las normas internacionales, hicimos un acopio de armas de guerra que no se limitaban a fusiles o ametralladoras, sino que nos aprovisionamos de misiles y demás armamento pesado.

Y todo ello en menos de dos años.

Lo más difícil fue seleccionar a los habitantes de “la isla del Saber”, tras muchas dudas y gracias a una conversación con Irene, llegué a la conclusión del método de elección. Tenía claro que debían de ser todos jóvenes sin enfermedades y con una capacidad mental a la altura de las circunstancias, pero fue mi ayudante la que me dio las bases de la sociedad que íbamos a formar:

―Jefe― me dijo con su aplomo habitual: ―Seamos claros. Partiendo que usted viene y que espero que también yo sea una de las elegidas, tenemos que considerar que tendremos que maximizar el potencial de crecimiento de la población.

―Si te preocupa el hecho de acompañarnos, no te preocupes. Cuento contigo, pero no he entendido a que te refieres con eso de maximizar el crecimiento― contesté siendo absolutamente sincero. Su presencia entraba en mis planes, pero respecto a lo otro estaba en la inopia.

―Verá, aunque resulte raro debe haber una desproporción entre hombres y mujeres. Si vamos a disponer del banco de semen y de óvulos, no es necesario que haya igualdad de género e incluso no es deseable porque como los hombres no pueden parir, necesitamos más vientres que den a luz la nueva raza. Por lo que le propongo que haya un hombre por cada cinco mujeres.

―Me niego. Eso causaría problemas a corto plazo. Imagínate como se podría articular una sociedad básicamente femenina. Sería un desastre, los problemas por tanta diferencia de sexos convertirían a la isla en insoportable.

―Se equivoca. En primer lugar, sería solo durante una generación porque a partir de los nacimientos la proporción se equilibraría. Si disponemos de diez mil mujeres a cinco hijos por mujer, en veinte años seríamos un pueblo de cincuenta mil personas. En cambio, si llevamos a cinco mil difícilmente pasaríamos de las veinticinco mil.

―Tienes razón y estamos buscando el resurgir de la humanidad― contesté: ― pero ¿cómo vas a arreglar ese desajuste inicial? ¿Vas a llenar el pueblo de lesbianas?

―No, jefe― me contestó ―alguna habrá que llevar, pero estaba pensando en una rigurosa selección psicológica por medio de la cual, las elegidas acepten con agrado dicha desproporción. Tanto los hombres como las mujeres serán seleccionados como si de familias de seis miembros se tratase, deben de compenetrarse. Habrá que escoger los candidatos en función de esa futura sociedad marital, de forma que antes de llegar a la isla sabremos que personas vivirán en cada casa.

― ¿Me estás diciendo que ya, desde el inicio, habrás formado paquetes de seis personas, cien por cien compatibles?

―Sí, las nuevas técnicas de análisis psicológico lo permiten. Recuerde que durante siglos a los hijos se le decía con quién casarse y no fue ello un problema. Hoy en día es posible seleccionar estas familias pluri parentales. De igual forma, los hombres que elijamos deben de estar a la altura físicamente. Piense que dispondremos de menos de dos mil para las labores duras y de defensa por si algo nos amenaza, por eso creo que el perfil de estos debe ser físico y el de las mujeres intelectual.

―De acuerdo lo dejo en tus manos― respondí sabiendo que eso llevaría a un matriarcado: ―el mundo ha ido de culo cuando han mandado los hombres.

Sin saber a ciencia cierta cómo me iba a afectar eso en un futuro, decidí que a nivel humanidad era lo acertado. Y como en mi caso yo no disponía de pareja, me traía al pario las candidatas que el sistema informático me colocase en casa porque en teoría serían compatibles.

―Y, por último― me explicó ― como no quiero sorpresas y si a usted le parece bien, deberíamos aplicar en nuestros futuros compatriotas los métodos experimentales que nuestra empresa ha venido desarrollando de fijación de normas de conducta…

―Me he perdido― tuve que reconocer.

La mujer haciendo una pausa, bebió agua y recordándome unos experimentos ultrasecretos que habíamos realizado para el ejército, me dijo:

―Tras el desastre se va a producir un gran estrés en todos. Debemos evitar cualquier tipo de conato de insumisión y, por lo tanto, creo necesario que grabemos en sus mentes una completa obediencia a nuestras órdenes.

Con todo el descaro del mundo, se estaba nombrando la segunda líder de nuestra futura sociedad, adjudicándose además una lealtad que yo quería solo para mí y por eso, levantándome de la mesa, le solté:

― ¿Y cómo me garantizo yo tu obediencia? Si acepto tu sugerencia, podrías darme un golpe de estado.

―Jefe, creo haberle demostrado en estos años mi absoluta subordinación― contestó Irene echándose a llorar: ― Jamás he discutido una orden suya incluso cuando me mandaba hacer algo poco ético como este plan. Si usted quiere, puede mandar a analizarme por los mejores psicólogos y si aún le queda alguna duda, no pongo inconveniente en ser la primera en someterme al tratamiento.

―Lo haré― dije despidiéndome de ella, cortado al darme cuenta de que tras esas lágrimas se escondía una demostración de afecto que hasta ese momento desconocía.

Al verla marchar, me quedé mirando su culo y por vez primera desde que la contraté, pensé que sería agradable compartir con ella, no solo el mando de la “isla del Saber” sino mi cama y rompiendo los límites que siempre había respetado en nuestra relación, la llamé. Una vez la tuve nuevamente a mi lado, forcé sus labios con los míos. Tras la sorpresa inicial, Irene se pegó a mi cuerpo y respondiendo al beso con una pasión inaudita, buscó con sus manos mi entrepierna. Satisfecho con su entrega, me separé de ella y diciéndole adiós, le informé que quería que formara parte de las cinco mujeres que me adjudicaran.

La mujer, que en un principio había recibido mi rechazo con dolor, sonrió al escucharme y desde la puerta, me contestó con voz alegre:

―Ya lo tenía previsto, jefe. Y como lo ha descubierto, no me importa decírselo. Llevo enamorada de usted desde el día que me contrató, pero esa no es la razón por la que espero ser una de ellas. El verdadero motivo es que, según nuestros especialistas, somos una pareja perfecta. Sus gustos se complementan con los míos y si no me cree, no tiene más que leer el informe que he dejado sobre la mesa.

Sorprendido por sus palabras, abrí el sobre que me había dejado y alucinado, reparé que era una advertencia de mi departamento de seguridad datada dos años antes, donde me informaban de la peligrosa sumisión que esa mujer sentía por mí. En ese documento detallaban con absoluta crudeza que Irene estaba obsesionada conmigo y que además de empapelar su piso con fotos nuestras y haber revelado a sus amistades su enamoramiento, varias veces al mes contrataba los servicios de un prostituto que resultaba una copia barata mía. Prostituto al que obligaba a vestirse y a actuar como si fuera yo. Si ya eso era revelador, más lo fue leer que en sus encuentros sexuales, ella se comportaba como sumisa, dejando que el vividor la usara del modo que le venía en gana.

«Menuda zorra», pensé mientras repasaba el dossier.

No solo había conseguido evitar que llegara a mis manos, sino que usando mi propio dinero había obtenido un completo perfil mío y de mis preferencias, descubriendo que, fuera de la oficina, yo también practicaba a menudo el mismo tipo de sexualidad. Lejos de enfadarme su intromisión en mi privacidad, me divirtió y soltando una carcajada, decidí que esperaría a estar en la isla para poseerla.

«Me queda solo un año para disfrutar de las mujeres del mundo antes que la tormenta asole la civilización y cuando ello ocurra, me recluiré en la isla donde tendré todo el tiempo para moldearla a mi antojo».

Cap. 3.― Mi llegada a la isla del saber.

Puse mis pies por vez primera en esas tierras el doce de octubre de 2019. La fecha la elegí por dos motivos: el primero y más importante fue que ese día empezaba el margen de seguridad que nos habíamos dado y aunque estaba previsto para principios de diciembre, no quería correr el riesgo de quedarme fuera, siendo además el 527 aniversario del descubrimiento de América, lo que le daba un significado especial: Si la hazaña de Colon marcaba, para la cultura hispana, el inicio de la edad moderna por el encuentro de dos mundos, esa fecha marcaría también en el futuro, el hundimiento de la sociedad tal y como la conocíamos y el resurgir de una nueva era.

Como habíamos acordado, Irene me esperaba en el helipuerto. Desde el helicóptero que me había llevado hasta allá, observé que esa mujer venía enfundada en un vestido de cuero negro totalmente pegado, lo que le dotaba de una sensualidad infinita. Al verla recordé la cantidad de veces que durante el último año estuve a punto de llamarla para disfrutar de su cuerpo, pero siempre, cuando ya tenía el teléfono en mi mano, cambié de opinión al saber que ella estaría esperándome a mi llegada.

Sabiendo que cuando se marchara el piloto con la aeronave, nada ni nadie saldría de la isla y que en lo que a mí concernía el mundo ya había desaparecido, decidí que era el momento de tomar lo que era mío y por eso tras responder a su saludo, la cogí entre mis brazos y pasando mi mano por su trasero, le ordené que me mostrara las instalaciones.

Ella, al sentir el posesivo gesto con el que la saludé, puso cara de satisfacción y rápidamente me dio un tour preliminar por el pueblo y demás edificaciones, dejando para lo último el bunker bajo tierra.

Al llegar a la antigua mina, me sorprendió el buen trabajo que mi asistente había realizado. No solo se palpaba que la obra estaba acorde con las especificaciones, sino que una vez en el terreno, no me costó advertir que había realizado mejoras sobre el proyecto inicial. Irene me fue detallando todos los detalles y el dinero que había invertido, explicándome los ahorros que había conseguido. Al oírla, no pude evitar el reírme. Ella confusa por mi reacción me pidió que le explicase la razón de mi risa:

―No te das cuenta de que, en menos de dos meses, el dinero que me sobra no valdrá para nada― contesté.

―Se equivoca. Usando los poderes que me dio, no solo me he gastado el resto de su fortuna, sino que le he hipotecado de por vida― respondió con una sonrisa.

―No te alcanzo a entender― dije bastante molesto por que, como de costumbre, me llevara la delantera.

―Usted sabe que durante toda la historia de la humanidad ha existido un valor refugio.

―Claro. El oro, pero… ¡qué tiene eso que ver!

―Desde el primer día he estado acumulando todo el oro que he podido y cuando se gastó su dinero, pedí a los bancos que nos financiasen mucho más, usando lo comprado como garantía.

― ¡Serás puta! Me has arruinado― contesté sin parar de reír: ― ¿cuánto has conseguido?

―Veinte toneladas.

Al escuchar de sus labios, la cifra hice cálculos y comprendí a que se refería. Mi brillante asistente había acumulado oro por valor de más de setecientos millones de euros. Sabiendo que, si todo fallaba, me había metido en un broncón considerable, pero si la tormenta tenía lugar eso daría a nuestros descendientes una herramienta con la cual canjear toda serie de productos con el exterior, dije:

―Bien hecho, pero que sea la última vez que me ocultas algo tan importante. Si vuelves a hacerlo, no tendré más remedio que castigarte.

― ¿Y no podría darme un anticipo? ― respondió poniendo un puchero: ―Llevo un año esperando y además tengo que reconocerle que le esperan más sorpresas.

Su descaro me volvió a divertir y cediendo a sus ruegos, le di un fuerte azote en sus nalgas mientras que con la otra mano acariciaba uno de sus pechos. La muchacha gimió sin cortarse por la presencia de público y sonriendo, me dio las gracias.

―Lo necesitaba― exclamó mientras acariciaba con su mano el adolorido trasero y volviendo a su cometido inicial, me pidió que tomáramos el ascensor para bajar a la zona de ordenadores.

Encerrado en el estrecho habitáculo solo con ella y mientras bajábamos los cien metros que nos separaban de la sala a la que íbamos, no pude dejar de fijarme que bajo su vestido dos pequeños bultos revelaban a la altura de su pecho la excitación que dominaba a la muchacha al saber que, en pocas horas, iba a hacer realidad su sueño de tenerme. Forzando su sumisión, le pedí que se quitara las bragas.

― ¿Ahora? ― me preguntó confundida.

―Sí y no quiero repetirlo.

Sonrojada al máximo, Irene se levantó el vestido, dejándome disfrutar de unas piernas perfectamente torneadas que esa noche iba a poseer, y despojándose del coqueto tanga rojo que llevaba, me lo dio. Al cogerlo, me lo llevé a la nariz y por vez primera, olí el aroma dulzón de esa mujer. Mi sexo reaccionó irguiéndose por debajo del pantalón, hecho que no le pasó inadvertido a mi acompañante, la cual para reprimir su deseo inconscientemente juntó sus rodillas.

―Hueles a zorra― le dije poniendo sus bragas a modo de pañuelo en mi chaqueta: –no sé si voy a aguantar las ganas de poseerte hasta esta noche.

―Soy suya― respondió acalorada―pero antes de que lo haga debo de enseñarle el resto de la isla.

Afortunadamente para ella, en ese momento se abrió el ascensor. Una enorme sala pulcramente recubierta de mármol blanco apareció ante mis ojos. No tardé en comprender que estábamos en la zona de cómputo. Multitud de cerebros electrónicos aparecieron ante mis ojos y tras una mampara, apareció una belleza oriental que me dejó sin hipo con su cara aniñada y su cuerpo menudo. Irene sonrió al descubrir mi reacción al ver a la japonesa y llamándola dijo:

―Akira, ven que quiero presentarte al jefe.

La muchacha, bajando su mirada, se acercó a donde estábamos y haciendo una reverencia tan usual en su país de origen, esperó a que mi empleada hablara. Irene ceremonialmente me presentó a la cría, explicándome que era el ingeniero jefe de sistemas y que tenía bajo su mando todo el mantenimiento de los equipos informáticos.

―Encantado de conocerla― dije dándole un beso en su mejilla. Ese gesto terminó de ruborizarla al no ser común en el Japón que un jefe saludara de esa forma a una ayudante.

―Señor, no sabía que usted venía― dijo tartamudeando: ―siento no haberle recibido como se merece.

―Así está bien, me gusta conocer a la gente en su lugar de trabajo.

―Pero es que no he tenido tiempo de arreglarme y quería causar en usted buena imagen― respondió casi entre lágrimas.

No comprendí su reacción hasta que vi a Irene, consolándola con un beso en la boca, le informó que esa noche la cena era a las ocho. El haber visto a esas dos mujeres morreándose me había excitado, pero también me había revelado que esa monada era una de las cuatro ocupantes de mi casa que no conocía. Satisfecho por la acierto de la elección, me despedí de ella con otro beso, pero esta vez en la boca y forzando sus labios con mi lengua mientras mi mano comprobaba la exquisitez de sus formas. La muchacha se derritió entre mis brazos y boqueando para respirar, me dio las gracias entre sollozos.

― ¿A esta que le pasa? ― pregunté a mi asistente nada más entrar al ascensor.

―No se preocupe, jefe. Esta feliz por la calidez de su recibimiento, el problema es que es muy emotiva y comprenda que he tenido tres meses para hacerla comprender quien es usted y que espera de ella.

―He adivinado que es una de las otras cuatro, pero dime: ¿quién le has dicho que soy yo?

―Pues quien va a ser, ¡su amo! ― respondió poniendo sus piernas entre la mía ―jefe, como sabía de sus gustos, la he adiestrado a conciencia. No todas sus mujeres comparten nuestra manera de amar, pero le aseguro que ninguna le va a defraudar y menos yo.

Su mirada me reveló la excitación que la consumía al tenerme tan cerca y por eso, le dije:

―Desabróchate un botón.

La muchacha me obedeció y eso que no comprendía todavía que mi intención era irla calentando a medida iba pasando el día. Al hacerlo me dejó entrever un discreto escote, pero, aun así, lo poco que revelaba se me antojaba apetecible.

―Tócate los pechos para mí― ordené interesado en forzar sus límites.

Avergonzada pero excitada, recorrió sus aureolas con sus dedos mientras las palmas me dejaban calcular su tamaño al sopesarlos.

―Tienes unas buenas ubres― dije con deseo: ―esta noche te prometo que, si te portas bien, mordisquearé tus pezones.

Mis palabras hicieron mella en la muchacha que, sin poderlo evitar, se restregó contra mi cuerpo diciendo:

―Jefe, ¿no cree que haber elegido a Akira hace que me merezca una recompensa?

Su entrega me cautivó y bajando mi mano a su entrepierna, alcé su vestido y con un dedo recorrí los pliegues de su sexo. Irene soltó un pequeño gritó al sentir mis yemas acariciando su clítoris e involuntariamente separó sus rodillas para facilitar mis maniobras. Su completa sumisión estuvo a punto de hacerme parar el ascensor y tomarla allí mismo, pero comprendiendo que era una guerra a medio plazo, estuve acariciando unos segundos más su pubis y cuando ya consideré que era suficiente, la separé diciendo:

― ¿Ahora adónde vamos?

―Al área de reproducción― me contestó totalmente acalorada y mordiéndose los labios para reprimir sus ganas de correrse.

― ¿Alguna sorpresa? ― le susurre al oído mientras le daba un pequeño azote.

―Sí― respondió comprendiendo al vuelo mi pregunta― Adriana Gonçalvez, además de ser la responsable del Banco de Genes y jefe médico de la isla, es otra de las mujeres con las que vamos a compartir casa.

―Por lo que veo, has seleccionado a esas mujeres tanto por su compatibilidad con nosotros como por su valía, de manera que las responsables de las áreas vitales de la isla serán las que formen parte de nuestra sui generis familia.

―No podía ser de otro modo, así tendremos controlado lo que ocurra.

―Bien pensado― respondí dándome cuenta de la inteligencia que esa mujer tenía y sobre todo de su sentido práctico y, con nervios, esperé a que se abriera la puerta del ascensor para conocer a mi siguiente novia.

El área sanitaria estaba compuesta de un pequeño hospital con un área anexa donde se ubicaban nuestras existencias genéticas. Al entrar vi con desilusión que la mujer que estaba sentada en la mesa era una insulsa castaña de aspecto nórdico. Cabreado pensé que al lado de las otras dos esta era una birria y con paso cansino, me dirigí a saludarla. Cuando ya estaba a punto de presentarme, oí a Irene decir:

―Gertud, te presento a nuestro presidente.

La mujer poniéndose de pie y adoptando un aire marcial, me extendió la mano, diciéndome que era un honor el conocerme. Lo adusto de sus modos me repelió, pero no dije nada y fue entonces cuando mi asistente le preguntó por su superiora de un modo al menos chocante:

― ¿Dónde está la zorra de tu jefa?

Sin poder reprimir una risa de gallina clueca, respondió que estaba en la sala de frío pero que enseguida la llamaba y chocando sus tacones al estilo nazi, desapareció por la puerta. Al cabo de tres minutos, salió del interior un pedazo de mujer.

Adriana resultó ser una mulata alta pero bien proporcionada. Al acercarse a mí, caí en la cuenta de que era de mi estatura y que, aunque desde lejos no se notaba, esa mujer tenía además de unos pechos grandes lucía un culo aún más enorme.

Al verme, sonrió y andando como si bailara, se acercó a mí y pegándome un besazo en los morros, dijo con su característico acento:

―Encantado de conocerte, ¡mi amor! No te haces la idea de las ganas que tenía de conocer al tan nombrado Lucas.

Su simpatía innata me cautivó desde el primer momento y siguiéndole la broma, le solté que no sabía que era tan famoso.

―No joda, primor. La perra de Irene no ha hecho más que nombrarte durante los últimos dos meses― respondió sonriendo con una dentadura perfecta― pero pase a mi despacho.

Casi a empujones me llevó a su cubículo y dejando pasar a mi asistente, cerró la puerta. Al hacerlo se quitó la bata dejándome comprobar que no me había equivocado al pensar que estaba estupendamente dotada por la naturaleza. Me quedé absortó al percatarme que bajo la blusa de tirantes que vestía, sus pechos bailaban desnudos sin la incómoda presión de un sujetador, pero más al observar que tenía los pezones completamente erizados. Mi cara debió de ser de órdago porque enseguida advirtió la lascivia de mi mirada y soltando una carcajada, me dijo:

―No creas que me he puesto cachonda al verte. Es el puto frio del congelador donde tenemos el semen.

― ¡Qué bruta eres! ― repeló Irene un tanto molesta por el poco tacto de la mulata.

―Tienes razón, perra mía. Disculpa Lucas no fue mi intención molestarte.

―No lo has hecho― respondí, descojonado con el desparpajo de esa hembra.

― ¡Qué bueno! Por fin alguien con sentido del humor y no estas guarras con las que vivo― dijo y cambiando su semblante, bajó la voz para preguntarme: ―Como ya estás aquí, se supone que el desastre se aproxima o ¿no?

―Calculamos que en menos de dos meses― explicó Irene al comprobar que me había quedado paralizado al enterarme que esa mujer sabía lo que se avecinaba y dirigiéndose a mí me confirmó que todas las habitantes de la casa estaban informadas del asunto.

―Recuérdame que te castigue― dije, aliviado, al no tener que exponer a ellas el futuro y que era lo que íbamos a hacer ahí.

― ¡Puta madre! Primor. Ya era hora que llegaras y le dieras una buena tunda. No sabes las veces que he tenido que sustituirte. Esta guarra cuando estaba triste me pedía que le comiera su chichi y paqué… cuando se corría en vez de oír mi nombre era el tuyo el que salía de sus labios. Además, estoy harta de tanta teta, lo que necesita este cuerpo es una polla que le dé un buen meneo.

La imagen de esa mulata comiendo el coño a la rubia, me terminó de excitar y entonces decidí que era el momento de comprobar hasta donde llegaba el acatamiento de mis órdenes, por lo que, mirando a Adriana a los ojos, le dije:

―Eso quiero verlo.

― ¿Aquí? ― respondió extrañada, pero al ver que con la cabeza lo confirmaba, me miró divertida y empezando a desabrochar el vestido a mi asistente, exclamó: ―Si lo que quieres es ver a esta guarra corriéndose, la verás. Solo te pido que, si necesitas desahogarte, lo hagas con tu mulata.

Irene, completamente abochornada por su papel, se quedó quieta mientras la mulata terminaba de despojarla del vestido. Casi desnuda y con un coqueto sujetador como única vestimenta esperó con el rubor cubriendo sus mejillas el siguiente paso de Adriana. Esta al ver que no llevaba bragas, pasó uno de sus dedos por los pliegues de su sexo y mirándome, me dijo:

―Lucas eres un cabronazo, ¡mira como tienes a la pobre! Cachonda y alborotada.

Al ver que le devolvía una sonrisa como respuesta, la brasileña comprendió lo que esperaba de ella y dando la vuelta a mi asistente, le quitó el sujetador y cogiendo sus pechos en sus manos, me los enseñó diciendo:

―Menudo par de pitones tiene la perra. Se nota que estás mirándola porque casi no la he tocado y ya está verraca.

Aumentando la calentura de su pobre víctima, le pellizcó los pezones mientras le susurraba que era una guarra. Irene suspiró al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus aureolas y sin dejarme de mirar, llevó la boca de Adriana hasta sus pechos. Esta se apoderó de los mismos con su lengua y recorriendo los bordes rosados de su botón, los amasó sensualmente entre sus palmas. Mi asistente, incapaz de contenerse, gimió mientras intentaba despojar a su captora de la blusa.

La mulata no la dejó y de un empujón, la sentó sobre la mesa del despacho:

―Abre tus piernas, putita mía. Quiero que el patrón disfrute de la visión de tu coño mientras te lo cómo― ordenó bajando su cabeza a la altura del pubis de la rubia.

Desde mi posición, pude observar que llevaba el sexo completamente depilado y que Miss Cerebrito se estaba excitando por momentos. Queriendo participar, me puse al lado de ambas mujeres y mientras acariciaba el culo de la morena, me entretuve acariciando por primera vez el cuerpo de mi bella asistente. Irene excitada era más atractiva de lo que me había imaginado, sus ojos presos del deseo tenían un fulgor que jamás había conseguido vislumbrar en una mujer. No solo era una belleza, sino que todo en ella era seductor, incluso el sonido de sus gemidos tenía una dulzura que me cautivaba.

Adriana, más afectada, de lo que hubiera querido demostrar, se retorció cuando levantando su falda, mi mano se introdujo bajo la braga y cogiendo parte del flujo que ya empapaba su sexo, lo llevé hasta la boca de la rubia.

―Chupa mis dedos― ordené a mi asistente ― y comprueba si está lista.

Con gozo, se los introdujo en su boca y casi chillando, me contestó que sí. Colocándome detrás de la mulata, me bajé los pantalones y sacando mi pene de su encierro, puse la cabeza de mi glande en el sexo de la morena. Al comprobar que incapaz de soportar los celos porque ella no iba a ser la primera, Irene había cerrado sus ojos, le dije:

―Quiero que abras los ojos para que veas como me follo a una verdadera mujer y mientras lo hago, te prohíbo el correrte― dije a Irene y dirigiéndome a la mulata, le solté: ―Si consigues que me desobedezca, te la entrego durante una semana.

Adriana, estimulada por la recompensa, aceleró las caricias de su lengua mientras torturaba los pezones con sus dedos. Pude ver que, luchando contra el deseo, mi rubia apretaba sus manos y con la cara desencajada, de sus ojos brotaban unas lágrimas. Aprovechándome de la lucha de ambas mujeres, separé las nalgas de Adriana y con gozo descubrí que su negro ojete parecía intacto.

«Poco le durará la virginidad», pensé mientras de un solo empujón, clavaba mi miembro hasta el fondo de la brasileña.

Esta gimió de gozo al notar que mi glande chocaba con la pared de su vagina y metiendo dos dedos en el interior de Irene, empezó a retorcerse buscando su propio placer. Con satisfacción, comprobé que mi sexo discurría con facilidad dentro del estrecho conducto de la morena y cogiéndola de los pechos, fui apuñalándola con mi estoque. Acelerando lentamente mi ritmo, conseguí sacar de su garganta la comprobación genuina que estaba ante una mujer fogosa y no tardé en escuchar que sus suspiros se iban trastocando en berridos, mientras su dueña sin perder el ritmo de mi galope no paraba de intentar que su amiga se corriera.

Supe que Adriana estaba a punto de correrse, cuando sentí sobre mis piernas la humedad inmensa que brotaba del interior de su sexo y cogiéndola de su melena, arqueé su espalda para preguntarle:

― ¿Suficiente meneo?

―Sí, cabrón. ¡Como necesitaba una buena polla! ― gritó desplomándose sobre el cuerpo de la rubia.

Esa nueva posición, me permitió gozar por completo de sus glúteos y soltándole un azote, le ordené que se corriera. Completamente fuera de sí, empezó a jadear mientras su cuerpo temblaba preso del placer. Su orgasmo fue el detonante del mío y derramándome en su interior, alcancé el primero de los clímax que esa isla pondría mi disposición.

No había terminado de eyacular cuando miré a Irene. Ella me devolvió la mirada con un ligero reproche, pero, reponiéndose al instante, alegre comentó:

―Hace un año, le prometí que nunca desobedecería sus órdenes y no lo he hecho, esta puta no ha conseguido su objetivo por lo que soy libre.

―Te equivocas― contesté―eres de mi propiedad y esta noche te has ganado compartir mi cama― respondí y atrayéndola hacia mí, deposité en sus labios un beso como recompensa.

Mi asistente, abrochándose el vestido, soltó una carcajada y dirigiéndose a la morena, dijo:

―Teniendo a mi jefe en casa, ya no te necesito. ¡Cacho guarra!

Adriana, en plan de broma, frunció el ceño y haciendo como si llorara, rogó que no la abandonase. La rubia, muerta de risa, contestó que lo pensaría mientras le ayudaba a ponerse la blusa y mirando el reloj, me dijo:

 ―Son las seis, debería descansar porque he quedado con las demás a las ocho.

Fue entonces cuando me percaté que esas mujeres habían forjado una maravillosa relación y que lejos de competir, se complementaban tal y como habíamos previsto.

Me alegró comprobarlo porque eso significaba que mi vida en esa isla tendría al menos placer a raudales y comprendiendo que tenía razón respecto a la hora, miré a Adriana y le pregunté:

― ¿Nos acompañas?

―No, mi amor. Tengo cosas que terminar. Piensa que ha llegado el capullo del presidente y querrá que durante la cena le informe de los progresos de mi departamento.

―Creo que a ese capullo no le importará que lo dejes para mañana― contesté porque me apetecía la compañía de esa mujer tan descarada.

―A él quizás no, pero a mí sí, no me gusta dejar temas pendientes― susurró a mi oído mientras me daba un beso.

Sabiendo que era correcto por la gravedad de lo que se avecinaba, no insistí y cogiendo de la cintura a mi asistente, me dirigí hacia la salida. Acabábamos de cerrarse el ascensor, cuando pegándose a mí, Irene dijo:

― ¿Verdad que es encantadora?

―Sí, espero que también hayas acertado con las otras tres.

―Por eso no se preocupe. Ya conoce a Akira y como le dije es una princesita sumisa. Adriana es un torbellino y las otras dos no le defraudarán.

―Cuéntame quienes son.

―Johana es la responsable de seguridad y lo que tiene de bruta en su trato con sus subalternos, lo tiene de encantadora dentro de la casa. Le parecerá imposible cuando la vea. Cuando la elegí era la comandante más joven de los Navy Seal. Como buen marine es físicamente una bestia, pero, con usted, se comportará como un dulce corderito. Le prometo que le encantará.

― ¿Y la última?

―Suchín. Ella es la encargada de hacer producir los campos. Como experta en agricultura y ganadería es excelente pero lo que me inclinó a elegirla es que como cocinera no tiene paragón. No solo domina la cocina de su país natal, Tailandia, sino que es una verdadera experta en todas las demás.

Que no me hiciera referencia a su físico ni a su carácter, me mosqueó y sin más preámbulos, le pregunté el motivo de ese silencio. La mujer, entornando sus ojos, me contestó:

―Jefe, ¡a las mujeres siempre nos gusta tener un secretito! Pero no se inquiete, quedará complacido con la elección.

Confiado de su buen juicio, determiné que, si quería guardarse un as en la manga, no iba a ser yo quien la forzara y sacando un collar de mi bolsillo, se lo regalé. La mujer se quedó sorprendida al recibir una joya y casi sin mirarlo, me pidió que le ayudase a ponérselo.

―No lo has visto bien― dije acariciando su trasero.

Irene me miró extrañada y leyendo la pequeña inscripción del broche en voz alta, sonrió:

―Propiedad exclusiva de Lucas Giordano.

Relato erótico: “Reencarnacion 4” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 4

Suena el despertador, me sale un bramido de desasosiego enorme. Lo único que le daba una nota de color a mis días era Javier, y estoy segura de que no le voy a ver pronto.

Han pasado dos semanas desde que hablé con él, y en parte estoy aliviada, no debí jugar con sus sentimientos, y ahora el chico lo estará pasando fatal. Tal vez me haga ilusiones, puede que no estuviera perdidamente enamorado de mí, como quizá me gusta pensar, y sólo jugara, como hacía yo. Llegados a este punto, me da igual, es un problema menos en mi triste vida. El inconveniente es que, pese a que he logrado parar los pies a tiempo, me gustaba mucho ser algo traviesa con él, y en el fondo, lo echo de menos.

En este tiempo, mi vida ha regresado a su triste y aburrida rutina.

Me ducho y me preparo para la oficina, llevo a Carlos a la universidad, trabajo unas horas y regreso a casa, sola ya que mi hijo llega un rato más tarde, y almuerza sólo. Al comer me acerco y le pregunto por su amigo, me dice que le ha visto un poco raro estos días. Me cambio a mi camisón y pasa la tarde monótona y lenta. La noche y la cena no lo es menos, y al acostarme se repite mi insomnio. Me desespero hasta que consigo dormir.

Llega el viernes, y el día es tan clónico del resto, que me veo en un terreno de confort, mi vida es un desastre de nuevo, y me siento cómoda en ese hábitat. Desecho alguna invitación de las amigas del gimnasio para salir a tomar algo, y me vuelvo a casa tras el trabajo, me pongo una copa de vino y me veo una maratón de películas románticas. Al acostarme, me estudio en el reflejo del espejo del armario, sentada en la cama hecha una mierda, sin descansar ni poder hacer nada, la súbita subida de emociones de mi mente ha pasado, y ahora no siento motivo alguno por el que tocar el cajón del consolador.

Sábado y domingo son un calco, gimnasio por la mañana, y salir con Carlos por la tarde, él sale de fiesta de noche, pero al menos regresa de una pieza, no como hace una quincena. El domingo vamos a ver a los abuelos, mi hijo va a pedirles dinero para un viaje de fin de curso de la universidad. No habla de Javier, y yo no pregunto.

Cambiando de canal en la televisión la madrugada del lunes ya, me doy cuenta de que estoy en el mismo punto que hace unas semanas, he vuelto a la casilla de salida, sola y triste, y no quiero estar ahí. Al menos debo hablar con el amigo de mi hijo, arreglar las cosas, y tal vez sea el punto de partida para empezar una relación más sana con él. Esta noche duermo algo mejor, pero no demasiado, debo tener unas ojeras terribles.

Al levantarme, me obligo a estar más animada, me pongo un conjunto de traje algo más alegre, y llevo al engendro de mi hijo a la universidad. Da pena ver la falta de modales que tiene, no me ha dirigido una palabra en todo el trayecto. En el trabajo más de lo mismo, aunque David, mi jefe, me ha explicado que han echado a un abogado que llevaba unos pocos años con nosotros, sin duda por los recortes de personal derivados de no cerrar la venta en la que participé, creo que si hubiera enseñado canalillo hubieran firmado, como si mi sensualidad importara en una operación de miles de euros. Carlos me llama cuando estoy saliendo, y me dice que no vaya a recogerlo, que se va con una amiga a dar una vuelta.

Para colmo me tengo que ir a casa a comer sola, y tras hacerlo, me quedo dormida como una marmota en el sofá, no me extraña, llevo días sin poder descansar del tirón. El ruido de la puerta me despierta, y veo pasar a mi hijo con una joven de la mano. Guapa, como no, bajita y delgada, con el pelo moreno y media melena, rasgos españoles aunque unos ojos negros algo rasgados, y buen trasero bajo un vestido fino de verano.

Ni me saluda antes de meterla en su cuarto y poner música alta. Les oigo reír, tontear y besarse, me imagino acariciándola y haciéndola sentir bien, bonita, deseada, sentirse mujer. Lo que yo he perdido. Me como una bolsa de patatas fritas mientras dejo que mi hijo disfrute del don que me he negado para mí, y tras unas horas en que no me cuesta pensar que se han acostado juntos, por el volumen de la música que ponen, la parejita sale sonriente de su cuarto, y Carlos se despide de ella con un tórrido beso con lengua en la entrada, antes de que se marche.

– YO: ¿Quien era? – le abordo en el pasillo.

– CARLOS: Una amiga.

– YO: ¿A todas tus amigas las besas así? – me cruzo de brazos, airada.

-CARLOS: A las que se dejan…- la sonrisa de imbécil que pone me exalta, y le suelto un bofetón, como hacía mucho que no le daba. – ¡Mamá!

-YO: ¿Tú te crees que las mujeres somos tus juguetes? Tendrías que tratarlas mejor, y ser un poco más dulce, y amable…como Javier. – espetó saturada.

-CARLOS: ¡Joder, mira que estás rara! Ni que ahora te importara con quien ando… tú a tu vida y no te metas en la mía.

– YO: Eso voy a hacer, mi vida, y a ver cómo te las apañas sin mí.

-CARLOS: Ojalá, que estás de un pesado que no hay quien te aguante.

– YO: Mira hijo, estoy harta de verte con unas y con otras, deberías centrarte un poco, en los estudios y buscar a una buena chica. – bajo el tono un poco, tratando de usar la lógica.

– CARLOS: ¡Déjame en paz! – dice frotándose la mejilla, colorada del golpe.

Se va a su cuarto rodeándome, maldiciendo y susurrando que se va a ir con los abuelos como siga así. Yo me quedo con los brazos en jarra, pensando que al menos lo he intentado, tal vez tarde, pero quiero hacerle cambiar su forma de ser. Tal vez sea un poco de odio, no a mi hijo, es más que Javier tiene razón, el guaperas de turno se lleva a la que quiere, y los buenos chicos se quedan a un lado, esperando que alguna se fije en él.

Ceno sola, sin esperar a Carlos, y cuando sale a buscar su comida, le digo que se haga lo que quiera, ya es mayorcito para andar detrás de su mamá. Su mirada de asco, esta vez no me molesta, está cabreado, y espero que al menos eso le haga pensar en lo ocurrido. La televisión me termina hartando, y al irme a la cama, tardo un buen rato en cerrar los ojos.

Por la mañana el mundo parece algo menos agobiante, y al ducharme me pongo una camisa blanca con un traje de oficina gris, con falda de tubo hasta las rodillas que me hace un culo de infarto. En el desayuno espero a Carlos, que sale sin mirarme a los ojos, y se bebe un vaso de zumo con prisa.

– CARLOS: Vámonos ya, que llegaré tarde.

– YO: ¿Llevarte? Eres el que quiere hacer su vida, pues empieza a ir a la universidad tú solito. – su mandíbula casi se desencaja- Y para la vuelta, igual, estoy harta de ir a buscarte.

– CARLOS: Pero está lejos, y hace calor…

– YO: Pues no te retrases, que el tiempo vuela. – “Vas a madurar de golpe” le digo en mi cabeza. – Hasta luego, hijo. – está tan petrificado, que me acerco y le doy un besito en la frente muy maquiavélico, que me sabe a gloria.

Me siento llena de energía, como si acabara de liberarme de unas pesadas cadenas. No me preocupa en absoluto su bienestar, la universidad está lejos, sí, pero hay autobuses directos a tres calles de casa, y tiene el abono de estudiante. Le llevaba para poder pasar tiempo con mi hijo, ser importante en su vida, pero es algo que de golpe, ha pasado a segundo plano.

Voy al trabajo y paso gran parte del día pensando en cómo rehacer mi vida. Recibo la llamada de Carlos antes de salir, supongo que para saber si de verdad tiene que volver solo. Le cuelgo sin más, “Que se las apañe”. Voy a casa y de camino compro algo de comida rápida, llevaré años sin darme el gusto de una grasienta e insana hamburguesa. Llego a casa y me la como de pie en la cocina, antes de que se enfríe. Como hace tanto que no le hinco el diente a algo así, se me olvida que la salsa gotea, y me mancho la camisa del trabajo. Siseo, pero me termino zampando esa gloriosa bomba de calorías.

Trato de limpiarme la grasa de la camisa al acabar, pero es inútil, así que me quito la chaqueta y la camisa, quedando en sujetador, me acerco al fregadero y con algo de maña, mojo la mancha y froto energéticamente, esperando no echar a perder mi blusa más cómoda de trabajo.

Oigo la puerta de casa, Carlos ha llegado, y sonrío de forma pícara, ha tardado un poco más, y debe de estar enfadado. Me centro en mi problema más importante, salvar mi prenda, con el agua salpicándome en el pecho y el vientre, cuando escucho a mi hijo farfullar de fondo. Ni me giro, no quiero que note mi felicidad en el rostro al haberle chafado el día.

El sonido del “toc toc” en el marco de la entrada a la cocina me hace girarme extrañada, y es cuando veo a Javier, con un polo rojo y unos vaqueros, mirándome con la boca abierta.

– YO: Ja…Javier, ¿Cómo tú por aquí? – digo mientras trato de taparme, sin ser muy descarada.

– JAVIER: Yo…bueno…quería hablar con usted…a Carlos no le molestó…y trató de avisar de que venía, pero no contestaba al móvil. – “Mierda”, me grito por dentro, más que por mi tontería de no cogerle la llamada a mi hijo, es que me doy cuenta de que me trata de usted de nuevo.

– YO: Sí, es que estaba liada en el trabajo, y bueno, ahora he tenido un incidente con una mancha…te importa sí…- le hago un gesto con el dedo índice para que se dé la vuelta, no es que me moleste mucho, pero debo mantenerme firme con lo que hablé con él.

– JAVIER: Claro…disculpe. – se gira de inmediato, y me saca una leve sonrisa su aparente vergüenza.

Me voy a la lavadora, y del montón de ropa limpia cojo una camiseta azul del gimnasio, aparte de marcar bien mis pechos debido a un sujetador de encaje muy estilizado, me vale. Camino risueña hasta Javier, para tocarle el hombro, y al mirarme, sus ojos se clavan en los míos, y es una mirada viva. Le saludo con un suave beso en la mejilla, a lo que me responde con uno de sus abrazos, menos efusivo que otros días, pero mucho más que el último que me dio.

– YO: Me alegro de verte, de hecho, creo que fui muy dura e injusta contigo, y quería arreglarlo.

-JAVIER: Yo también he pensado mucho sobre ese día, y como le he dicho, venía con la bandera blanca, a hablar con usted.

-YO: Vale, pero por favor, no me trates de usted, que ya nos vamos conociendo. – le cojo del brazo, me lo llevo al salón, se sienta en el sofá y me coloco a su lado, cruzándome de piernas y tratando de mantener actitud adulta y serena.

– JAVIER: La verdad es que traía un discurso bien aprendido….pero se me ha olvidado…no esperaba encontrarte así… – me río, es adorable su sinceridad, me le imagino en la puerta de la cocina, mirando mi culo prieto bajo la falda de tubo, elevado por unos tacones medios, meneándome al restregar la camisa, con mis senos mojados bajo el wonderbra.

– YO: No seas bobo, esto es serio.

-JAVIER: Lo intentaré. Lo primero es disculparme por cualquier malentendido que se haya provocado, me caes muy bien, eres muy simpática, aparte de ser preciosa, y mi mente juvenil me ha jugado un mala pasada, perdóname.

-YO: Gracias por todo, pero no hace falta que agaches las orejas, es normal a tu edad.

-JAVIER: Aún así, mil perdones.

-YO: Perdonado quedas.

-JAVIER: Gracias. Lo segundo es…como decirlo….no quiero faltarla…pero… tengo que saberlo ¿Lo he malinterpretado todo, o has…has tonteado un poco conmigo? – un frío helado me recorre la espalda, pero viéndole ante mí, siendo tan abierto, no quiero ser falsa.

-YO. Un poco, pero es que eres un encanto, y bueno, una mujer de mi edad, sola, adulada….pues me he dejado llevar sin querer.

-JAVIER: Menos mal, me estaba volviendo loco, pensaba que era cosa solo mía. – se frota las sienes

– YO: Pues no es así…tampoco quiero decir que haya pensado nada raro…- recuerdo las varias noches que me he masturbado pensando en él, en su cuerpo fornido acogiéndome entre sus brazos, penetrándome, y trago saliva con mi mentira. – …pero he jugado a algo de mayores contigo, y no debí hacerlo.

-JAVIER: Una lástima, me estaba divirtiendo, y lamento si no di la talla. – dice lamentándose.

-YO: No, ni mucho menos, Javier, has sido un chico muy listo, y has jugado bien algunas cartas, con unos años más hubiera caído rendida ante ti. – sonreímos, pero le noto la mirada triste al comprender lo que le acabo de decir.

– JAVIER: Hubiera sido un placer…

– YO: Seguro que sí.

-JAVIER: ¿Entonces ya está, todo arreglado?

-YO: Zanjado, Javier.

-JAVIER: Genial, y si no le molesta, ya que hemos aclarado todo… ¿Puedo pedirla…pedirte un favor?

– YO: Dime.- me pongo firme.

– JAVIER: Es sobre la noche esa…la que me debe, del baile…- respira profundo al ver mi cara de asombro.- Es que no sé ligar, ya me has visto malinterpretando todo, y …no sé, tal vez, si me ayudaras, o me dieras unos consejos el día que salgamos juntos…pues te lo agradecería. – suspiro aliviada.

-YO: Será un honor, no sé lo que les pasa a las niñas de hoy en día, cuando tendrías que tener a las chicas derritiéndose en tus manos, y no con idiotas como Carlos. ¿Sabes que el domingo pasado trajo a otra? – cuchicheo.

– JAVIER: Algo ha comentado, sí. – correcto hasta el final, he escuchado llamadas de mi hijo alardeando de cómo se tira a las que se dejan seducir.

– YO: Pues cuando quieras, me sacas a bailar, y te doy un par de pistas, pero para que encuentres a esa afortunada joven, que seguro que está esperándote, no para que andes como mi hijo. – le apunto con el dedo, acusadora.

– JAVIER: Genial, muchas gracias… ¿Tal vez…? No, es demasiado pronto.

-YO: No, dime…- le cojo la mano, apremiándole.

-JAVIER: Bueno, es que…este sábado vamos… íbamos a ir a bailar, pero Carlos dice que ha quedado, y a mí me daba apuro ir solo con los demás, son amigos de él, no míos. Si le apetece, pues, podría venir, y así me ayuda con una chica. – me pilla por sorpresa, busco un motivo por el que negarme, verme rodeada de jóvenes no es que me entusiasme, pero asiento de forma madura.

-YO: Pues allí estaré, ya me dices dónde y cuándo quedamos…y qué ponerme, no quiero desentonar.

-JAVIER: Tú sobresales hasta en el cielo más estrellado.- me coge la mano y la besa, con gesto tierno.

-YO: Anda, tonto, dame un abrazo de los tuyos, que me encantan.

Me pongo en pie, él salta a mis brazos, y le recibo encantada. De hecho, me alza rodeándome por la cintura medio palmo del suelo, es tan fuerte y seguro, que doblo las rodillas y me dejo oscilar con mimo. Al dejarme en el suelo, me besa la mejilla repetidamente, muy rápido, tanto que me hace cosquillas y me río.

– JAVIER: Muchas gracias, de verdad. – se va al cuarto de Carlos con la mayor sonrisa que le he visto nunca.

Yo debo estar igual, la cara encendida y acaloraba, me da igual que esté mal, me siento cómoda hablando con él, o en sus brazos, es como si encajara a la perfección, siento que sus caricias estuvieran hechas para mí. Y ya me arrepiento de haberle dicho que sí a ir de fiesta, apenas una conservación, y no sólo hemos arreglado las diferencias, si no que ahora tendré que una noche entera de bailes con él. Va a ser una tortura.

Me voy a cambiarme, cuando salen a comer algo a la cocina. Me pongo mi camisón amarillo, y me doy cuenta de que he mojado mis braguitas, antes me cuestionaría el motivo, pero ahora sé que Javier me pone cachonda, o él o su forma de tratarme, no hay otra explicación. Me distraigo limpiando la casa, y al rato aparece por el pasillo el invitado. Se despide amablemente, y me da otro abrazo, tan fuerte y efusivo que me deja sin aire. Me encanta.

A la cena hablo con Carlos, rebajo los malos humos con él, pero está dolido y me reafirmo en que no pienso ser más su chófer personal, así que cuando le digo que voy a ir con Javier de fiesta el sábado, monta un pequeño circo. Le digo que él también puede venir si quiere, y entre echarme en cara salir de fiesta con su madre, y que ha quedado con una chica en su casa, se niega en redondo. “Mejor, solo estorbarías”, le quiero decir, pero me callo y le dejo dar un portazo en su cuarto al acostarse.

Me voy directa a la cama y cierro la puerta, pese al tiempo transcurrido tras los abrazos, mi temperatura corporal no ha bajado, me desnudo entera y saco el consolador, pasando la mitad de la noche a lomos de un orgasmo tras otro, sin molestarme en disimular. Javier es el objeto de mi deseo, y cuando pienso en él abrazándome en el sofá, mirándome el escote del camisón, levantándome por lo aires, o sus vistazos a mi trasero con el vaquero de la talla 36, me vuelvo loca. Creo que me duermo de extenuación, sudando y habiendo agotado las pilas del dildo, en un mes lo he vaciado cuando no le había puesto pilas desde que lo compré.

El miércoles me levanto con cierta molestia en el brazo de hundirme el juguete sexual, pero tras la ducha me veo genial. Me pongo uno de los tangas más recatados con un traje de pantalón azul marino, y voy a trabajar feliz. A la hora de volver a casa, llama Carlos, se lo cojo y me dice que tardará un rato en volver, pero que apunte el número de móvil de Javier, que le ha pedido que me lo dé. Reprimo la ilusión que me hace poder contactar con él sin mediar con mi hijo.

Al llegar a mi domicilio, me cambio y paso al camisón azul de satén. Espero a que aparezca alguien en mi casa, con el teléfono en la mano, pero tras una hora me voy a comer. Al acabar suena la puerta y sólo mi primogénito cruza el pasillo, otro chasco. Me paso toda la tarde con el número del amigo de mi hijo marcado pero sin darle al botón verde, o escribiéndole mensajes, que no llego a enviar. Parezco una colegiala boba, cuando hace unos días era una mujer triste y aburrida que había dado una lección de humildad a un joven.

Estoy sentada ante la televisión, viendo cualquier tontería, cuando mi móvil se ilumina, temo que sea otra comercial deseando captarme para su compañía, los dígitos en cambio no son de una centralita, es un teléfono normal. No me gusta recibir llamadas de desconocidos, pero me suena y algo que me distraiga no vendrá mal.

– YO: ¿Hola?

– JAVIER: Hola…soy yo…Javier. – abro la boca, entre ilusionada y sorprendida.

– YO: Ah ¿Qué tal? ¿Cómo has logrado mi número? – me sale un tono bastante cortante.

-JAVIER: Sí, bueno, es que le pedí a Carlos que le diera el mío, pero como no me hablaba, pues me dio el suyo por si quería llamarla, ¿He hecho mal?

– YO: No, por dios, es que me has pillado desprevenida…Y bueno, ¿Querías algo?

– JAVIER: Pues nada especial, de hecho, sólo saber si ya tenía mi número…

A partir de ese momento, paso dos horas hablando con él, y son deliciosamente cortas. Comenzamos charlando de Carlos, claro, el nexo común, pero vamos desviando el tema. La fiesta del sábado va centrando la conversación, cómo vestirme, cómo ir vestido él, cómo arreglarse, lo que llevaba yo en mi época, o de lo que me gustaba beber. Es muy dinámico y me sorprendo retozando por el sofá sonriente, acariciándome el vientre mientras me hace reír una vez tras otra, mezclándose con momentos serios.

Cuando al fin cuelgo, se me escapa mandarle un beso, no es que se lo mande, es que poso mis labios en el micrófono, y suelto un “Muuuuak” muy dulce. Temo volver a estar jugando con sus sentimientos, pero empiezan a importarme más los míos. Javier desata en mí sensaciones olvidadas, otras nuevas, y no me da la gana perder este manto de alegría que me recubre cada vez que le veo, o hablo con él.

Por si fuera poco, ahora con los mensajes por Internet del móvil, me paso otras cuatro horas escribiéndome con él. No es seguido, es más pausado, mientras hago la cena, o veo la televisión, pero constante. Hasta me parece estar poniéndome pesada con él, pero siempre me contesta, y yo siempre le respondo.

Le pido que me mande fotos de sus amigas de fiesta, para ver su estilo y no desentonar, pero no creo que sea problema, van algo descocadas y nadie se fijará en mí, un mujer adulta, teniéndolas a ellas como espectáculo. A cambio, le tengo que mandar unas viejas fotos mías de mi época antes de conocer a Luis, me pongo colorada al verme, y nos reímos, pero me dice que estaba preciosa, y que se me veía algo peligrosa. Me alegro de que se dé cuenta, y desnudo un poco de mi alma, hablándole de Luis y cómo nos conocimos.

Cuando me quiero dar cuenta son las dos de la mañana, muy amablemente me despido de Javier. Odio los emoticonos, pero al ver que me manda un beso lleno de corazones, y una flor, entorno los ojos y le devuelvo unos labios como respuesta. El detalle de que me mande una nota de audio, de tres segundos, deseándome buenas noches, me deja con una sonrisa que no se me borra hasta levantarme.

Es jueves, y la cercanía del fin de semana me pone nerviosa. Javier es encantador, y me lo paso genial con él, temo caer de nuevo en la trampa, pero es que me siento tan…tan viva cuando estoy con él, que me quito de la cabeza ideas de negarme a hablar con él, o inventarme alguna enfermedad para no ir el sábado a la fiesta.

Me visto para ir a trabajar, despidiéndome de mi hijo, que sale unos minutos antes de casa para llegar a su hora a las clases. Me paso gran parte del día entre la pantalla del ordenador de mi trabajo, y la del móvil, mirando cuándo Javier se conectó por última vez, o si me ha hablado. Lo cierto es que salvo mi hijo, mi familia, Carmen, y alguna amiga del gimnasio, no suelo mandarme mensajes con nadie, y menos pasarme horas escribiéndome con una persona. Ahora echo de menos que me mande un simple “Hola”, y que se acuerde mí.

Me resisto a parecer desesperada y ser yo quien le salude, no me faltan ganas, eso sí. Al final ocurre, se ilumina mi móvil, y veo su nombre, casi me da un vuelco el corazón cuando la aplicación tarda un instante en abrirse, pero cuando leo su “Buenos días, perdona que no te saludara antes, estaba en la universidad” doy unas mini palmadas, feliz.

Tardo en contestar, habiéndome rogar, pero me lía, y comenzamos de nuevo una charla que no cesa ni cuando conduzco, a cada semáforo le contesto con frases cortas. Ni sé decir cuál es el tema, son muchos, y a la vez, ninguno, los comentarios se centran en compartir lo que hacemos, ideas bobas y pensamientos ligeros, según salen expresados. Me manda un mensaje diciendo que está hambriento al salir de la universidad, y no dudo en invitarle a comer. Acepta con doble cara sonriente.

Al llegar a casa me ducho y me pongo el camisón de satén azul, con un recogido en mi largo pelo rubio, a modo de coleta. Hago un poco de pasta, que me dice que le encanta, y espero ansiosa. Cuando llegan Carlos y él, ni mi hijo me presta atención, ni yo a él. Me lanzo a por Javier, que me recibe semi agachado con los brazos abiertos, que se cierran sobre mí al caer en su pecho. Dios, qué gusto noto al sentir sus manos rodeándome, me ha tomado la palabra cuando le dije que me encantaban, y me aprieta con calidez. El abrazo dura no menos de diez segundos, con saludos ininteligibles, y acaba en un beso en la mejilla muy cariñoso. Al apartarme le observo, va con una camisa blanca, a rayas grises, con un par de botones desabrochados, y unos vaqueros negros muy prietos.

No tengo que decirle que me ayude con la mesa, lo hace directamente, y trata de ir a buscar a Carlos, que de mala gana sale y pone la bebida. Me siento al lado del invitado, y noto la tensión en la mirada de mi hijo, ve lo bien que nos llevamos, y no le gusta. Creo que por eso mismo sigo charlado animada. Harto de la escena, la sangre de mi sangre sale disparada a su cuarto, y el extraño se queda a ayudarme a limpiar.

Estoy en el fregadero, terminando de lavar, cuando por sorpresa siento unos brazos en mi vientre, y el cuerpo de Javier en mi espalda, para colofón, noto un beso generoso en mi cara, cerca del cuello desde atrás, que me eriza la piel.

– JAVIER: Muchas gracias, estaba la comida deliciosa. – giro la cabeza algo confusa, aunque la palabra correcta sería encantada.

– YO: No hay de qué.

-JAVIER: Si lo hay, en el piso de estudiantes donde vivo se come fatal, y una buena cocinera como tú, es un lujo. – me suelta pasados unos segundos en que no nos movemos, y se pone a colocar platos y cubiertos.

-YO: Exageras.

-JAVIER: ¿Eso cree? Hace una semana un compañero recalentó un trozo de pizza usando la plancha de la ropa dada la vuelta…- me río a carcajadas, no me lo creo hasta que me enseña una foto en el móvil.

-YO: ¡Por dios, pero que animales! Eso no es bueno.

-JAVIER: Ya, pero es lo que me toca, viviendo sólo en Madrid, sin familia…- ya me lo había comentado, pero ahora suena triste. Es del norte del país, y le han mandado a la universidad con lo puesto, sus padres no son adinerados.

– YO: No puedo permitir eso, tú te vienes a comer aquí todos los días ¿Me oyes? – al decirlo, me doy cuenta de que he dejado hablar a la ilusionada mujer de mi interior.

-JAVIER: No, de ninguna manera, es demasiado gasto, y no puedo pedirle que…- le corto, parezco tonta, me acaba de dar una salida, y me la cierro.

-YO: Una suerte que no has pedido nada…Así que ya sabes, esta es tu casa. – pone cara cómplice, el deber le dice que no acepte, pero está deseándolo.

– JAVIER: Si no le molesta, de acuerdo, pero le pagaré lo que sea…yo…no sé.

-YO: Con que me ayudes como haces, y me des mis abrazos, me vale. – digo melosa.

Al instante se acerca, me abro de brazos para que me bese la mejilla y me alce un poco del suelo con sus manos, es asombroso lo poco que debo pesar para él. Me mantiene en el aire unos segundos en que me sujeto a su nuca, y siento su aliento en mi cuello.

-JAVIER: Quien tuviera a una mujer como tú.

Al bajarme, el camisón se me ha subido y se me ven las braguitas azules que me he puesto, pero no me doy cuenta, es Javier quien, con una mirada de permiso, me tapa, notando sus dedos en mis piernas un instante. Me pongo colorada, pero ni me disculpo, ni él se ofende ¿Cómo podría? Ya me ha visto alguna vez en sujetador, o con el culo ofrecido en tanga.

Se va con Carlos, y me quedo en el sofá traspuesta, la comida ha sido copiosa y el fresco que entra por la ventana del salón me calma. Sueño, hace mucho que no recuerdo hacerlo, pero me veo en lo alto de una torre, cual princesa, y un caballero que viene a rescatarme, le grito para que me auxilie, nombrando a mi marido, “¡Luis!” chillo, pero cuando se acerca, y se levanta el yelmo, su cara es la de Javier, tan similar y tan diferente a su vez. El roce en mi brazo me sobresalta, y veo al joven amigo de mi hijo ante mí, de pie, mirándome temiendo haberme asustado.

-JAVIER: Perdona, Laura, es que…me voy y no quería irme sin despedirme.

– YO: Nada, es que me he quedado dormida. – me pongo en pie colocándome el camisón bien, sin que él pierda detalle de nada. – ¿Te vas ya entonces?

– JAVIER: Si, el chucho tiene que salir.

– YO: Es verdad, pues hasta mañana, ya sabes, aquí vienes a comer cuando quieras. – sonríe.

– JAVIER: Será un placer venir, pero mañana debo estudiar, y otra comida como hoy y tendré que ir al gimnasio, me vendrá bien el paseo con el perro para bajar a tripa, estoy lleno.

– YO: Uff y yo, creo que me he pasado.

-JAVIER: ¿Quieres venirte a sacar al animal? – su tono de ilusión es sólo comparable al mío al responder.

-YO: ¡Sí! Claro, deja que me ponga algo encima.

Correteo a mi cuarto, y encuentro unos leggins negros del gimnasio y una camiseta blanca interior, me pongo unas zapatillas de correr y cojo mi bolso. Ni me veo en el espejo, de haberlo hecho hubiera elegido otra ropa. Estoy espectacular con la ropa tan ajustada a mi cuerpo, y la mirada de Javier al salir de casa me lo confirma.

Paseamos charlando hasta su casa, está lejos, y al llegar, subo a su domicilio. No mentía, aquello es una leonera de cinco estudiantes universitarios, ropa por el suelo, cocina sucia, fregadero hasta arriba y restos de cajas de pizza por toda la estancia.

Al abrir la puerta de su cuarto, sale una bestia negra enorme, es un dogo de pelo oscuro como la noche y una graciosa mota blanca en el pecho, cuya cabeza me llega a la altura del vientre. Conmigo a su lado no parece más pequeño que un poni. Pese a ser grande, e impresionar, se me acerca, me olfatea y busca caricias de mi mano, con cuidado se las hago, y antes de salir a pasear ya me da con el hocico en las piernas jugueteando. Thor, que así se llama el animal, es travieso y mete la nariz entre mis rodillas. Es tan bueno, y está tan bien adiestrado, que se espera a llegar a un parque para hacer sus necesidades, y si se aleja un poco, Javier le chista y regresa a su lado de inmediato.

Jugamos un rato a pasarnos una desgastada pelota de tenis y tirársela, para que estire las piernas. El perro tiene una pose imponente cuando se tensa.

Regresamos a su casa, pero en vez de subir, insiste en acompañarme hasta la mía, es tarde y voy vestida llamativamente, pero es tanta distancia que me da apuro. Antes de poder decir nada, ya están a mitad de calle camino de mi piso, y corro para alcanzarles.

Sonrío, no puedo evitarlo, entre el perro asustando a alguna cría pequeña, y Javier hablando de lo trasto que era de cachorro, me duele la tripa de reírme. Al llegar a casa me agacho a despedirme del cuadrúpedo, un par de cabezazos de Thor casi me tiran al suelo.

Al ponerme en pie recibo lo que deseo, el abrazo y el beso del joven apuesto. Me los da, es tan firme que siempre me eleva un poco de puntillas, sus antebrazos rodean mis riñones y me aprieta contra su cuerpo.

– YO: Muchas gracias por el paseo.

-JAVIER: A ti por ser tan buena conmigo. Mañana va a ser un poco complicado que nos veamos después de clase…- le tono triste al decirlo.

-YO: Está bien…bueno…ya hablamos de lo del sábado, espero no hacerte pasar vergüenza al ir contigo.

-JAVIER: ¿Vergüenza? Voy a llevar a la mujer más guapa del mundo. – me río para que no note que me ha gustado su piropo.

– YO: Ya me dejarás por otra cuando te consiga una buena joven.

– JAVIER: Lo dudo mucho, pero ojalá.

Acaricio la enorme cabeza de Thor, y les veo alejarse, traviesa, sin decidir qué culo mirar, el gracioso del perro con su rabo balanceándose, o el sexy de Javier, bajo los vaqueros negros. Subo a casa consciente de que el juego ha empezado de nuevo, si es que llegó a terminar, y no sólo lo pause por el miedo a divertiré demasiado, usando la diferencia de edad o la relación como mi hijo de excusas.

Me doy una ducha con masaje íntimo, y acabo cenando con Carlos las sobras de pasta del medio día. Me dice que se va a ir de fiesta mañana en cuanto salga de la universidad, que se lleva una mochila con ropa, y que no le voy a ver hasta el domingo. Alguna de sus amigas se queda sola en casa, y van a estar haciendo de todo, no necesito que me lo diga. En otras circunstancias eso es horrible, estar sola todo un fin de semana me deprimiría, pero este me viene de perlas. Me quedo en el sofá dormida de nuevo, pero a la una y media me voy a la cama, estoy derrotada, cansada y algo saturada, es tocar la cama, y caigo dormida.

El viernes es el día menos interesante de toda mi semana. En el trabajo, todo normal, en casa, Javier no viene a comer, y se disculpa con unos mensajes educados. Paso la tarde sola, y la noche es de películas de serie b. En cambio, tengo un nerviosismo encima que no puedo calmar ni a base de tilas. Agradezco el poco contacto por móvil con ese extraño joven que me tiene encandilada, creo que sabe que estoy tensa, y no quiere agobiarme más.

Carlos no está, me ha llamado y me ha dicho que todo está bien. Se oía a una chica de fondo riéndose.

Es algo casi natural ya para mí, y me voy a mi cuarto, ni me molesto en cerrar la puerta, Saco el consolador, quiero relajarme, y últimamente la mejor manera es con el dildo. Me acuerdo de que no tiene pilas cuando ya he empezado la fiesta, busco desnuda por la casa, y se las quito al mando de la televisión, para regresar a mi cuarto y acabar lo que he empezado.

Trato de pensar en Luis, en mi marido, lo hago para no pensar en lo que está por venir, toda una noche con ese extraño chico, bebida, bailes, y lujuria adolescente. Me acaba pasando lo mismo que estos días, cuando estoy ardiendo en lo único que puedo pensar es en Javier, tomándome de mil formas, acariciándome con sus grandes manos, y penetrándome de una forma animal.

Al levantarme no recuerdo haber dejado de masturbarme, ni quedarme dormida. Me calmo con una buena ducha, y me pongo los leggins negros a medio usar del otro día por encima de un tanga rojo, con un top deportivo y una camiseta azul. Voy al gimnasio después de desayunar, y trato de no exigirme mucho, preveo movimiento esta noche.

Tras la sauna, me pongo un vestido largo de flores, y me quedo a comer con unas amigas de las clases de aeróbic en un bar cercano. La escena es algo borrosa para mí, estoy entre ellas, me río, y hablo, pero permanezco en segundo plano, mi cabeza no puede evitar dar vueltas y más vueltas.

Javier me escribe a media tarde cuando ya voy de camino a casa, me dice que quedamos a las ocho de la tarde en mi portal, se pasará a recogerme, y que me quiere invitar a cenar, por ser tan amable con él. Apenas son un par de horas, y debo arreglarme, quiero estar espectacular, quiero que según me vea se le caiga la baba, y que cuando las chicas de la discoteca me vean con él, sientan tanta envidia que quieran quitármelo. Tal vez así se me pase la tontería, viéndole besarse con otra, y que se olvide de mí un poco.

Llego a casa y me doy un baño largo con espuma y sales, me bebo un par de copas de vino tinto para templar los nervios, y me lavo el pelo con esencias de vainilla. Al acabar, me repaso los pocos pelos de las piernas, y me doy una crema corporal por toda mi piel, dejándola reluciente y suave.

Otra vez estoy frente al armario, desnuda, sin atreverme a elegir ropa, pero son casi las siete de la tarde, y debo estar lista. Me pruebo todo, incluso los vaqueros de la talla 36, pero tras diez minutos de lucha, desisto de ellos, e intercambio vestidos, camisetas y conjuntos. Todo me parece horrible.

Repaso las fotos de las amigas de Carlos y Javier, y busco un estilo similar cuando me doy cuenta de que no debo ser el centro de atención. Me pongo un tanga fino de encaje negro, con un lazo coronando el diminuto triángulo en mi pubis, con un sujetador sin tirantes del mismo tono, cojo una camiseta palabra de honor azul oscura, con algo de vuelo a partir del pecho, es tan larga que pienso en ir sólo con ella, a modo de vestido corto, pero me sonrojo al moverme y observar que se me ve todo a cada gesto, así que termino poniéndome un short vaquero que recordaba más largo y grande, apenas cubre mis nalgas y el comienzo de mis piernas, pero me queda de cine y lo lleno de sobra, luciendo unas sandalias cómodas con tacón.

Me seco el pelo al decidir que estoy casualmente preciosa, me hago un recogido juvenil con flequillo flamenco, y me maquillo para destacar los ojos con una sombra de brillantina, es simple y con unos labios rojos es perfecto. Escojo el mismo bolso diminuto que la última vez que me arreglé tanto, y me planto ante el espejo, ansiosa.

Casi se me olvida el desodorante y perfumarme con agua de rosas. Estoy ya sudando y no es el calor que aprieta, son los nervios. Decido llevar un pequeño bote con difusor de colonia fresca, y al ponerme un reloj discreto en la muñeca, una pulsera dorada en la otra, con pendientes pequeños a juego, pienso muy detenidamente en si quitarme los anillos de casados o no, de mi dedo anular. Cuando mi móvil suena, y leo el nombre de Javier en la pantalla, tomo la decisión de llevarlos puestos, y contestar.

– YO: Javier, hola…. ¿Qué tal vas?

– JAVIER: Ya estoy en tu portal, ¿Bajas o aún no estás lista? – algo me dice que le diga que me he puesto mala, que lo anule todo.

-YO. No, ya estoy, ahora bajo. – esta soy yo mandando mi conciencia a paseo.

– JAVIER: Vale.

Suspiro mientras voy apagando luces de casa, y antes de cerrar la puerta y salir, lleno el pecho de aire, y lo suelto de golpe. “Es solo una noche, cena, toma una copa, bailas y le dices un par de consejos para ligar, nada más.”

El ascensor tarda un mundo, o eso me parece. Llego a las escaleras que dan a la calle, y veo a Javier tras los barrotes, ese simple hecho me hace agarrarme a la barandilla cuando bajo, y abro la puerta sin saber qué esperar. La mirada del joven me da toda la confianza que necesito, está boquiabierto, mirándome anonadado, me gusta que primero se fije en mis ojos, pero después me repasa el cuerpo entero, y gira la cabeza juntando los labios, como si fuera a silbar. Me paso el pelo por detrás de la oreja, algo abrumada por su forma de observarme.

Él está tan guapo que me muerdo el labio sin querer, y lo está de forma simple. Lleva una chaqueta de traje azul marino abierta, una camisa negra lisa con los dos primeros botones desabrochados, metida por dentro de unos pantalones de vestir color marrón claro, con un cinturón de cuero y zapatos elegantes negros. Su cara lavada le agracia el rostro, su barba de tres días y su peinado con gomina hacia el mismo lado que se desvía su nariz, le dan un aire encantador a la robustez de su cuerpo y sus facciones duras.

– JAVIER: Madre mía…Laura, estás…perdona…pero estás espectacular. – me da la mano para ayudarme a bajar el último escalón.

-YO: Muchas gracias, Javier, eres un cielo, y tú no vas nada mal tampoco.

-JAVIER: Los consejos que me has dado por móvil me han ayudado un poco, pero no sé.

– YO: Créeme, vas genial.

– JAVIER: A tu lado, me da que no se va a dar cuenta nadie. – le sonrió con ternura, y alzo mis bracitos para recibir mi abrazo. Me mira con cara de no querer estropear mi esfuerzo, como si fuera de cristal y temiera romperme.

-YO: Anda, ven aquí y dame un achuchón. – asiente agradecido, y me rodea con un cuidado exquisito con sus brazos marcados, le beso en la cara y dejo vencer mi cuerpo sobre él. Al separarme me río, le he dejado toda la marca del pinta labios.- Ups, mejor quitamos esto, que si no, si que no se te acerca ninguna.

Quito la mancha con el dedo, y como no sale toda, me lo lamo para seguir frotando, ante su mirada incómoda clavada en mis ojos. Inhalo su colonia, mucha menos cantidad pero fuerte, tal como le aconsejé. Me gusta que sea tan cortés, cualquier otro me estaría comiendo el escote tan generoso que llevo, y al que cuando termino de limpiar el carmín, le dedica una vistazo fugaz.

– JAVIER: Gracias, por esto, y por todo.

– YO: Es un placer ayudarte, y así, sin Carlos en casa, me distraigo un poco.

-JAVIER: Al final se ha ido con la chica esa ¿No? Si ya le decía yo…no sé que le ven. – le tomo del brazo y empiezo caminar.

– YO: Ahora no pienses en ello, hoy sólo importas tú, vamos a cenar algo, luego vamos a un par de sitios que me digas, y bailamos un rato, antes de que te ayude con las chicas.

– JAVIER: Así sea pues.

Adoro el gesto tenue al acariciar mi mano cuando vamos paseando, y llegamos a un pequeño restaurante cercano.

Me pasa como el otro día, temo que la gente nos mire, y piensen que soy una asalta cunas, pero nadie parece fijarse. Sé que no aparentamos tanta diferencia de edad como la que tenemos, y eso me reconforta.

La velada es deliciosa, Javier se comporta de la forma que me atrae, galante, educado y con una cierta firmeza y atrevimiento, me coge de la mano cuando me hace reír, o ante el frío del aire acondicionado me acaba echando su chaqueta por encima, al verme pasarme las manos por los antebrazos desnudos. Eso me recuerda a mi primera cita con Luis, y me incomoda pensar en ello.

Al salir a la calle le devuelvo su prenda, es abrumadora la diferencia de temperatura de finales de primavera, y la agradezco, puedo lucir palmito a su lado. Me aferro a la manga de su chaqueta, para notar las miradas de envidia de hombres y la de hastío de las mujeres.

Caminamos un buen rato hasta llegar a la zona de marcha, una avenida llena de bares, pubs y discotecas. Empiezo a sentir la competencia, las chicas van igual o más descocadas que yo, y eso lo considero complicado de lograr. Me fijo en unos cuantos chicos, sobre todo los que van rodeados de jovencitas, y no me parece que ninguno tenga nada que deba envidiar mi acompañante.

Son las once de la noche, y nos desviamos a una cadena de bares que ponen cosas de picar y cubos baratos con botellines de cerveza helada. Entramos y Javier saluda a un grupo de unos ocho jóvenes, la mayoría chicas, que están sentados dentro. Al verme los varones de la mesa, uno bufa disimulado al estar emparejado con una de ellas, otro pone cara de mono salido y el del fondo parece querer ponerse en pie para colocarse a mi lado, todos vestidos de una forma similar y aburrida. No dejo espacio para dudas, y me pongo al lado de “mi galán”.

Me presenta como la madre de Carlos, no sé qué esperaba, ¿Que se inventara que era una prima lejana o algo así? Todos se ponen algo más serios, pero bromeo un poco con el tema, y al rato soy una más, ayuda pagar un par de esos cubos de cerveza. Me tomo solo una, no quiero emborracharme y ya llevo casi una botella de vino encima, entre el baño y la cena.

Me veo gratamente integrada, hay un par de chicas que me tratan como su mejor amiga, y el del fondo se muestra muy sociable, pero no dejo que se confunda, y meto a Javier en todas las conversaciones, que son alegres pero insustanciales. No me creo que el atrevido y osado chico que me tiene encandilada, sea el mismo que está allí sentado, se muestra tímido y reservado.

Tras unas cuantas rondas de botellines, me dirijo al baño, las chicas me siguen, y mientras nos turnamos, veo, sin entender del todo, cómo cogen sus móviles y posan de forma sensual ante el espejo, haciéndose fotos con posturas casi antinaturales, sacando morritos y enseñando escotes que dejan el mío en ridículo, mientras se dedican apelativos cariñosos del tipo, “Guarri”, “Chocho” o directamente “Puta”.

Comprendo los motivos por los que Javier no está cómodo con estas adolescentes, no encaja en su personalidad, son extrañas haciendo el idiota de joven, y él es casi un adulto, o se comporta como tal. Siento lástima, no puede hacer nada salvo adaptarse o esperar que estas niñas maduren un poco. Regresamos a la mesa y seguimos charlando, conmigo arrastrando dialécticamente al joven que me ha traído aquí.

Pasada la media noche, el local empieza a cerrar. Temo por la estabilidad de alguna de las jovenes al levantarnos, van con unos tacones que me darían pánico llevar a mí, y al menos una lleva seis botellines encima ya. Se las nota al hablar y moverse, no les parece importar mucho ir en mini faldas o con top escotados, y que se les vea la ropa interior.

Camino unos pasos por detrás con Javier, observando a la manada, parece un conglomerado de hormonas y estupidez.

– YO: Entiendo porqué te cuesta tanto, estas chicas no llegan a tu misma edad mental, tienen un pavo que ni el de un corral.

– JAVIER: ¿Tú crees? Es que alguna es guapa, pero…no sé, me parecen un poco vacías.

-YO: Es que Javier, eres muy mayor para la edad que tienes, debes soltarte un poco, y hacer el idiota, como ellos.

– JAVIER: No me sale, si no tengo plena confianza con las personas, me resulta incómodo.

-YO: Conmigo lo haces…

-JAVIER: Contigo.- Dice firme.

– YO: Es un buen punto de partida, dime ¿A quién de estas chicas te gustaría ligarte? – sonríe algo abrumado, pero termina mirando a una de las jóvenes de delante, es rubia y de ojos marrones, delgadita y sin casi pecho bajo un top blanco enseñando el vientre, pero un culo de primer nivel marcado en una minifalda vaquera.

– JAVIER: Es Celia, siempre me han gustado las rubias…- se sonroja al decírmelo, y yo al oírlo me doy por aludida.

– YO: Vale, pues lo que tienes que hacer es acercarte a ella, y preguntarla cómo le va todo, la universidad, su familia, sus gustos…pero no te conformes con un “bien”, ve, y no pares hasta que te diga algo más profundo y privado.

– JAVIER: ¿Pero…ahora? Mejor me espero.

-YO: No seas bobo, ve a por ella ya.

-JAVIER: ¿Pero… y tú?

– YO: Ya me las apañaré, pero estaré aquí para ti. Anda, ve. – le doy una palmadita en la espalda, y le veo acercarse nervioso a la chica.

El chico sociable, Fran, del que no recuerdo el nombre y tengo que preguntárselo, no espera ni tres segundos al ver que Javier se aleja, y se me pone al lado. Trato de ser amable, y el chico se muestra agradable comenzando una conversación algo boba, pero animada.

Es bastante mono, moreno de pelo largo y lacio cubriéndole el rostro, barba tupida con un rostro bonito y ojos de un tono zafiro apagado, muy delgado, con pantalón vaquero y camisa a cuadros. Al mirarle, me recuerda un poco a la imagen clásica de Jesucristo en las películas o los cuadros, pese a que según creo, por aquella época no había caucásicos de ojos azules por Jerusalén.

La sensación que me da de ver a Fran y su relación con el grupo de jóvenes, es que este chico es el segundo al mando de la pandilla, y que está aprovechando que no está Carlos, mi hijo, para tirarle los trastos a todas, y me ha llegado el turno. Eso sí, no aparto mi vista de Celia y su pretendiente.

Mientras andamos y paramos reiteradas veces, buscando un pub donde meternos, observo a mí pobre galán tratando de hacer hablar a la chica. Le ha costado empezar, y se ha tirado un par de minutos caminando detrás de ella, sin decir nada. Cuando lo ha hecho, la chica ha reaccionado con gesto extrañado, le ha sonreído, y se ha girado a seguir a sus amigas de nuevo. Me ha dado ternura cuando Javier no sabía qué hacer, pero luego, con orgullo he visto que volvía a la carga, y esta vez ha logrado captar su atención, y llevan charlando ya un buen rato.

Por fin entramos a un bar, un chico en la calle nos ha dado unos pases gratis con chupito incluido. El local tiene pinta irlandesa, y al entrar nos vamos directos a la barra a tomarnos cada uno un vaso de tequila, mordiendo el limón y lamiendo la sal, yo de mi mano, otros del cuerpo de las chicas, que ofrecen encantadas el cuello o su escote. A mí me quema al bajar por la garganta, hacía casi una década que no probaba la bebida mejicana.

Después, todos se piden una copa, hasta yo, pero pido algo sin alcohol, y me quedo con Fran, medio charlando medio contoneándonos a un lado de la pista de baile, donde nos hemos establecido. La música no está mal, es un poco mezcla de ayer y hoy, y sin querer se me mueven las caderas recordando viejos tiempos, pero mantengo una fachada impertérrita, y sigo vigilando a mi enviado en acción.

La chica, Celia, está encantada con la atención recibida, no me extraña, de todas es la única que no se ha dejado lamer la piel, y no parece la más segura de sí misma. Poco a poco, la charla se va animando, me parece ver algún que otro contacto físico en los brazos, mientras hacían el tonto más que bailar, y hasta ha llegado a apartarla del ruido para poder hablar con calma. La verdad es que siento celos, no voy a negarlo, cada vez que la dice algo y la hace reír, me molesta, y cada vez que acaricia la espalda, un frío glaciar me sube por la columna.

Me bebo mi copa como si de verdad llevara alcohol, y pese a no quitarle ojo, me obligo a centrarme en mí, y pasármelo bien.

Caigo en la trampa y Fran me arrastra a la pista de baile, comenzamos metidos en el bullicio del resto del grupo, me fijo en las chicas e imito sus gestos para no desentonar. Solo algunos, los más laxos movimientos, el resto me dan vergüenza ajena, parece que vayan pidiendo que alguien se las tire allí en medio del pub, con gestos de cadera impropios de hacer en público.

La música se vuelve algo más de mi época, y es cuando me luzco, y doy una pequeña clase de cómo se puede llamar la atención de todo varón sin necesidad de ir enseñando nada, o de poder sufrir una luxación en la cadera. Los minutos y la rotación me hace quedarme con ese joven de ojos azulados, el otro chico está encantado de tener a varias jóvenes para él solo, y la otra parejita del bar ha parecido evaporarse.

Fran y yo nos emparejamos para bailar, dejando un espacio entre nuestros cuerpos, pero el local se empieza a llenar, y la pista está abarrotada, acabando bastante pegados. Gracias a él, hasta empiezo a divertirme, de vez en cuando me coge de las manos y movemos las caderas a la par enfrentados, me hace dar un par de giros sobre mí misma, y cuando se ve con confianza, en una de las vueltas se pega a mi espalda rodeándome con las manos por mi vientre, para luego soltarme como una peonza. Me río, sé que no debería desinhibirme, que estoy allí por Javier, pero cada vez que le miro y le veo susurrando cosas que hacen a Celia sonrojarse y mirarle con ojos amables, me enervo.

Estoy seca, el calor, el bullicio y el ejercicio me hacen empezar a sudar, y se me debe notar. El joven Jesucristo me quiere invitar a beber algo, y se está esforzando tanto en hacer que me divierta, que le dejo. Nos vamos a la barra, pero no hay sitio para los dos, así que me pasa delante, y se coloca detrás de mí, posando sus manos en mi cintura. Podrá decir que es por el agobio de la gente empujando, pero se pega a mi trasero sin disimulo alguno, noto su miembro algo endurecido, y si no es por la ropa, bien podría estar penetrándome de lo encima que está de mí. Me siento incómoda, bastante tengo con Javier, como para que ahora otro joven se crea con derecho a ponerme la mano encima, pero no quiero montar ningún número, me giro un poco, y de cara, aunque algo apretado, entramos los dos.

No disimula, y como es de mi altura, tiene mis senos a su disposición, casi los radiografía cuando me pregunta qué quiero beber, aunque me importa poco. Mi galán acaba de besar a la chica en la mejilla, y están tan cerca uno del otro, con sus miradas fijas en sus bocas, que no tardará en hacerlo en los labios, y una ola de furia crece en mi interior, en forma de calor abrasador. Le digo que me pida una cerveza que me ponen enseguida, él se pide otra copa, que tarda más, y para cuando se la traen, ya me he terminado el botellín, a lo que aparte, pido yo una copa.

Regresamos a la pista, estoy entre enojada y tocada por el alcohol. A duras penas puedo mantener las distancias con Fran, que se toma libertades como atusarme el pelo por el calor, o sujetarme de la cadera al bailar. Le dejo, me siento rara y esos roces me hacen encontrarme mejor, pero no me gusta que sea así. Mi atención se centra en que Javier se acerca a nosotros, Celia ha ido con las demás, supongo que al baño, y al verle venir no sé reaccionar, prácticamente estoy en los brazos de otro.

-JAVIER: Perdona, Fran, pero esta dama me debe un baile. – le dice al llegar a nosotros y apartarle con la mano en el hombro. Al chico no le gusta, claro, se estaba propasando, su mano bajaba ya hacia mi culo, y le estaba dejando, pero accede al ver que me separo de él

– FRAN: Vale, pero luego me la devuelves…- se lo dice medio en broma, pero le cambia el gesto al ver el aburrido “claaaro”, en el rostro de Javier.

Me ofrece su mano, y toma una postura de baile clásica, respondo con gentileza a tan extraña pose, que no encaja en ese lugar, pero se me debe notar cierta ira en la cara. Acomodo mis manos y mi cuerpo al suyo, y danzamos con una prudente distancia entre nuestros torsos, sin sobar ni tocar donde no se debe.

– JAVIER: Perdóname.

– YO: No has hecho nada malo, me lo estoy pasando bien.

-JAVIER: Sí lo he hecho, te he traído a bailar, pero me he distraído con Celia, y ahora Fran…es que te he visto mala cara con él pegado, y pensaba que necesitas que te lo quitara de encima. – casi suspiro al ver que me comprende, que ha sabido leer mi expresión. Pero debo mantenerme firme, tiene que olvidarse de mí, aunque me duela, y esa joven rubia es mi mejor baza, no puedo permitir que mis sentimientos le desvíen.

– YO: Que va, si es muy majo.

-JAVIER: ¿En serio? Suele serlo con las chicas…- su tono es muy peculiar.

-YO: No soy ninguna jovencita novata en estas lides, puedo con tipos como él. – se lo digo, pero no me lo creo, verle a él con esa chica, me hace perder el control.

– JAVIER: Vale, pero de todas formas te debo un baile al menos, me has ayudado mucho…ya sabes, con Celia.

– YO: ¿Os va bien? No me he fijado.

-JAVIER: Pero si no me has quitado el ojo de encima, que pareces mi madre. – nos reímos los dos, me ha pillado pero no me importa, significa que también estaba pendiente de mí.

– YO: Lo siento, es que quiero que te vayan bien las cosas con ella.

– JAVIER: Pues creo que sí, hemos hablado… es muy agradable, y es más lista de lo que creía…bueno…y hemos empezado a darnos besos en la mejilla y eso. Pero no sé si dar el salto y besarla en los labios, no quiero meter la pata ahora que he llegado hasta aquí.

– YO: Lánzate, está deseándolo, pero no seas brusco, ni la fuerces, ve acercándote poco a poco, y cuando la veas mirarte la boca, acaricia su mejilla con tu mano y dale un buen beso…Sabes besar bien, ¿No?

– JAVIER: Sí, no soy virgen ni nada así, tuve una chica en el instituto con la que salía, y me enseñó un par de cosas. – lo dice orgulloso.

– YO: Pues anda, ve y déjala sin aire.

– JAVIER: Muchas gracias…y si Fran se pone muy pesado, dígamelo y se lo quito de encima.

– YO: Para nada, no te preocupes, tú céntrate en Celia, lo mismo te la llevas a casa…- se lo digo con sorna, pero en realidad es pánico.

-JAVIER: Puf, no me digas eso, no puedo llevarla a mi casa, con el piso como está, y Thor por allí.

– YO: Eso está mal…mira, si al final la chica quiere irse contigo, te la llevas a mi casa. – se pone rojo como un tomate solo de imaginárselo, realmente no esperaba que esto funcionara y la perspectiva le ilumina el rostro.

– JAVIER: Qué vergüenza, no sé… es tu casa.

– YO: Por eso te la ofrezco, se la ve con ganas, podéis quedaros en el sofá, o usar la habitación de Carlos, está limpia, y si te da apuro, podéis usar la de matrimonio de mi cuarto. – me duele en el alma ayudarle a estar con otra, pero quiero que ocurra, para poder pasar página.

– JAVIER: Bueno, espero llegar a eso, pero tampoco quiero ir muy deprisa con ella, no vengo preparado…- no le comprendo.

-YO: ¿A qué te refieres?

– JAVIER: No llevo condones, Laura. – se me olvida que la gente los usa, con mi marido nunca los utilicé después de saber de mi esterilidad, y con Emilio…fue una sola vez.

– YO: Mejor me lo pones, de camino a casa hay una farmacia con una de esas maquinas dispensadoras 24 horas. – Javier suspira, está tenso y su forma dulce de guiarme al bailar se tercia algo más abrupta. La realidad de una noche de sexo se hace evidente, y tiene cierto miedo.

– JAVIER: ¿Seguro que no voy a estropearlo todo?

-YO: Seguro no hay nada, por ahora, tú sigue así, la besas, y si la cosa se pone interesante, la invitas a casa.

– JAVIER: De acuerdo…uf, no sé qué haría sin ti. – me abraza por sorpresa, y no es uno de los suyos, tan cariñoso como ordinario. En este noto que me trasmite algo, una sensación de ternura y agradecimiento muy elevada. Evito besarle en la cara para no mancharle de carmín, pero le retengo un par de segundos con los brazos.

-YO: Mucha suerte, Javier.

Tras un minuto de música y silencio entre nosotros, medio abrazados medio bailando, Celia aparece de la nada, y de un salto se coloca a nuestro lado. Al darme cuenta de que está esperando a Javier, risueña y alegre, le suelto y se lo ofrezco a la joven. La pobre está tan ilusionada que no se da cuenta de la cara de asco que la pongo.

Le veo alejarse, sonriéndole de forma falsa, porque de vez en cuando Javier me mira, y no quiero que se preocupe. Asumiendo que va a estar observando, y para que no se distraiga, acojo de nuevo a Fran, que andaba como un tiburón cerca de mí, y volvemos a bailar muy juntos. Sus manos van directas a mi cadera, y yo interpreto mi papel, juego a que me divierto, y hasta logro hacerlo.

Son casi las tres de la mañana y las luces del local se encienden. Me alegro, el joven ya me rodea la cintura con un brazo y sabe moverse al bailar, llevándome a su terreno con labia, y más de una vez creía que me iba a besar cuando se acercaba a decirme algo al oído.

Busco a Javier y le encuentro en una esquina, de espaldas a mí, y con Celia entre él y la pared. Veo las manos finas de ella recorrer sus grandes espaldas, y las de él elevándola sobre su pecho. Para cuando se giran un poco, cercioro que no metía, se están dando un beso apasionado y continuo, con sus lenguas traviesas luchando entre ellas, “Pues sí que sabe besar bien”.

– FRAN: Joder con el Javi, y parecía tonto…- le miro asqueada.

-YO. Es un cielo, me alegro por él. – se lo espeto, como si él fuera la representación de todos los chulos guaperas del mundo.

Me recompongo, Fran no tiene la culpa de nada, no es más que un joven que se esfuerza en entretenerme, y me está haciendo pasar una noche divertida, aún cuando estoy encabronada. Se ha ganado cierta cortesía, que no afecto, de mi parte.

– YO: Cierran ya, toca irse a casa. – digo al grupo cuando nos reunimos. Veo que Celia y Javier van de la mano, Fran no se aleja de mí, y el otro chico no da a basto con las otras chicas.

– FRAN: ¿Irnos a casa? Que va, ahora nos vamos a una discoteca de verdad hasta las seis o así.

– JAVIER: Bueno, eso será si lo desea, puedo acompañarla a casa si quiere irse ya. – la carita de Celia es de niña a la que le van a quitar su caramelo.

– YO: No, ni hablar, hasta que salga el sol, ¡Eh, chicas! – me siguen en un grito coral, la que más, la que va de la mano de Javier, que me mira intuyendo que en realidad no me apetece, pero si digo que me voy a casa, me querrá acompañar, y dejará a su chica tirada por mí.

– CELIA: Sí, por fi, no me quiero ir a casa aún… – se mueve coqueta, para darle un beso cariñoso a Javier.

– JAVIER: Vale.

Salimos a la calle, y el aire fresco me sienta fenomenal, me despeja un poco. Javier aprovecha que Celia se va con las chicas, seguramente a cotillear que tal le va con él, y se pone a mi lado. Caminamos en silencio, con miradas cómplices, creo que quiere agradecerme el ligue. Me canso de esperar a que hable.

-YO: Bueno…parece que te va bien.

-JAVIER: Sí, ha sido…no sé, genial, gracias.

– YO: De nada ¿Y al final…te dejo la casa? – se sonroja un poco.

– JAVIER: Pues… tenía pensado pedírselo al salir del local, pero como Celia ha dicho que no quiere irse a casa todavía, creo que voy a esperar.- casi me doy con la palma de la mano en la frente. Le cojo del brazo y nos separo un poco para tener intimidad.

-YO: ¡Por dios, Javier, que no te tienen que poner un cartel de neón cuando una chica quiere tema! No quiere irse a casa todavía, porque no quiere separarse de ti…está esperando que la invites a ir a dónde sea.

– JAVIER: Ah…. ¡Ahh, claro! Joder, si es que soy muy torpe. – no puedo evitar la carcajada, y él me comprende con sonrisa generosa.

– YO: Un poco, pero ahora no te tires encima suya, vamos a algún otro sitio, seguís con los besos, y acaríciala un poco más osadamente, y cuando lo sepas, se lo dices.

– JAVIER: ¿Saber el qué?

– YO: Que quiere que la hagas el amor esta noche.

– JAVIER: ¿Y cómo lo sabré?

– YO: Lo sabrás.

Le froto el antebrazo y le hago un gesto cariñoso con la cara en el hombro. Tras unos pasos, Celia se separa de las chicas, se queda quieta mirándonos, algo paralizada, pero en cuanto le suelto, se acerca y casi le salta encima, recibiendo su abrazo y un beso de tornillo. “Zorra afortunada”, se me escapa pensar.

Tras preguntar en un par de sitios, encontramos uno que cierra tarde y en el que no hay que pagar entrada. Tanto nos da, cada copa nos sale a catorce euros cada una. El sitio es una discoteca propiamente dicha, bajamos unas largas escaleras con vigilantes vestidos con trajes negros baratos, y abrimos un par de puertas pesadas con ojos de buey, para pasar a un altillo, y notar el golpe de la música. La barra está nada más entrar, con un DJ en medio subido a un altar, y abajo tres camareras, con minivestidos rojos, que bien podrían estar en una pasarela de moda. Pasada esa zona, unos escalones nos bajan a una gran pista de baile, que está a rebosar de gente, y en los cuatro costados hay zonas VIP, con alguna despedida de soltera o cosas así.

Tratamos de hacernos sitio en un lado, para dejar los bolsos y la ropa en unas barandillas, nos cuesta, y solo quedaba libre un hueco, y lo está porque se encuentra al lado de un altavoz de mi altura, que me tapona los oídos casi de inmediato. Me llevo el susto del día al ver que sale disparado un chorro de humo del techo que apesta a químicos, me dicen que se supone que es para dar ambiente, yo toso agobiada.

Aquí se acabó la buena música antigua, mezclada con cosas nuevas, que ponían en el pub, es un salto canción tras canción entre electrónica, latina y los hits del momento, cuando no lo es todo a la vez. Me saturo y me alejo de la zona metiéndome en medio de la pista, craso error, Fran lo interpreta mal y me sigue, continuando donde lo habíamos dejado, con él muy pegado y metiéndome mano con cada vez más atrevimiento, sacándome sonrisas y haciéndome bailar. Tengo que reconocerlo, en mi época, antes de Luis, ese joven ya se hubiera ganado un tórrido beso y más, es la situación la que me desagrada, no él, que hace de todo para que me sienta bien.

En mis vistazos de rutina, Javier nos ha seguido a bailar, pero Celia tiene un acompañante más casto y sensible. La trata con una dulzura exagerada, creo que por eso la chica está algo confusa, se lo leo en la mirada, está deseando que tenga un arranque pasional, y si no lo hace pronto, la va a perder. Aprovecho un cambio de canción para llamar su atención sutilmente, no tarda ni dos minutos en echarme un vistazo, de los que suele para comprobar que estoy bien, y le insto con un gesto a que la coja del culo, es algo casi cómico. Abre los ojos entendiendo lo que digo, pero no dando crédito, yo le miro a los ojos y asiento, firmemente. Mira al techo, un conglomerado de tuberías y luces LED, con flashes de colores que te dejan ciego, y toma aire. Casi la levanta del suelo cuando la besa y le aprieta del trasero con ambas manos. Me tapo la cara pensado en lo burro que es, pero la chica abre los labios gratamente sorprendida, se aferra a su nuca, y el término correcto es “le come la boca”. A partir de ahí, la cosa va sola, están tan metidos en acariciarse y besarse, que se olvidan de todo. Es complicado con tanta gente, pero logro ver cómo aprieta sus nalgas, y si la carrera de ciencias sociales que estudia no fructifica, le auguro un buen futuro de masajista.

Los celos siguen ahí, pero estoy calmada.

Fran sigue a lo suyo cuando me despreocupo de la parejita, en cuanto noto que su mano baja más de lo debido hacia mis shorts, giro sobre mi misma y sigo bailando. Ya sin estar pendiente de nada, me centro plenamente en divertirme, y ese joven se ha ganado a pulso un coqueteo leve. Me suelto la melena un poco y le regalo unos minutos de mi yo más salvaje y olvidado. El pobre se ve sobrepasado, no sabe actuar, y se pone nervioso cuando froto mi cadera contra él. Me da lástima, un poco, si hubieran sido otras circunstancias, quizá hubiera llegado a algo conmigo esa noche, no es que quiera, pero tengo la cabeza hecha un lío y no me hubiera importado darle un repasito. En cambio, lo que hace es agarrarme de culo, como si agarrara una lata de refresco, y de golpe todo lo que había logrado se difumina, pienso en que es amigo de mi hijo, y en que la lengua de un adolescente es muy suelta. Le doy tal bofetada con la mano abierta que hasta suena por encima de la música, los de alrededor se quedan atónitos, y me arrepiento enseguida al ver cómo sus ojos azules se cristalizan. Le pido disculpas y, llevándomelo a una esquina, hablo con él tranquilamente. Le explico que se ha pasado de la raya, y que me disculpe por haberle pegado.

Al final termina dándome un abrazo y pidiéndome perdón. Se va con las otras chicas, y al rato desaparece, me dicen que se ha ido a casa. Me siento muy mal, y me uno al grupo, pero Javier aparece y trata de hablar conmigo, no le oigo casi nada, así que le llevo al mismo sitio en el que hablé con el otro joven.

– JAVIER: ¿…te decía, que qué ha pasado con Fran?

– YO: Nada grave, se ha pasado de listo y le he tenido que aclarar las cosas.

– JAVIER: Lo siento mucho, Laura, no creía que se atrevería a nada.

-YO: No es culpa tuya, si no suya, y espero que con esto aprenda la lección, no es que sea la madre de su amigo, es que tiene que saber comportarse, que tenga labia no le da derecho a cogerme del culo.

– JAVIER: ¡¿Que ha hecho qué…?! ¡Yo lo mato! – sonrío y le calmo, parece dispuesto salir a la calle tras él.

-YO: Que no pasa nada, Javier, ya está solucionado, te dije que sabía tratar a esos tíos…además, ¿Tú qué haces aquí, y Celia? – bufa un par de veces, y se centra en mi mirada.

– JAVIER: Bien…sí, de hecho, al final ha sido ella la que ha pedido que vayamos a algún sitio más tranquilo…- no sé si el colorado de sus mejillas es por la situación, por el enfado con Fran, o por el par de copas que se le notan encima.

– YO: ¡Genial! Me alegro por ti…pues te la llevas a mi casa, sin problema alguno, ¿Vale?

– JAVIER: Estoy muy nervioso, nunca he hecho esto así.

– YO: Es un tópico, pero ahora que ya has logrado ligártela, es lo más fácil del mundo para ti, se tú, eres un galán respetuoso y caballero, eso siempre gusta cuando estás a punto de acostarte con un hombre.

– JAVIER: Vale, pues, no sé, iré con ella y…nos iremos.

– YO: Cuando os vayáis a ir, pasa a despedirte y te doy las llaves.

– JAVIER: ¿Y tú…que harás o como entrarás luego?

-YO: Ya me las apañaré, os dejaré tiempo para que acabéis…además, hay unas llaves de emergencia escondidas en el rellano, no te preocupes. – le doy unas palmadas en el pecho, parezco más ilusionada que él incluso.

Volvemos al grupo juntos, y pese a que no dicen nada, noto que todos se alejan un poco de mí, el número de Fran me ha costado que me vuelvan a ver como a una madre, y no como a una amiga.

Eso no es del todo negativo, al verme desplazada, una serie de buitres carroñeros que pululaban a mis alrededores, se lazan a por mí. Yo me hago la estrecha, y les doy calabazas, pese a que alguno logra sacarme a bailar, y regresa cada poco con otro intento. Es ciertamente irónico que casi todos me entren a mí, teniendo a las chicas de una edad más cercana a la suya allí mismo, o el local esté lleno de otras mujeres libres.

Me sube el ego bastante sentirme superior a todas esas jovencitas hermosas, que me dedican miradas llenas de desdén.

Javier al final se acerca, con Celia de la mano, escondida detrás de él, parece darle vergüenza que se note lo que van a hacer. No hay dialogo, o si lo hay, no lo escucho por la música. Le paso mis llaves de forma discreta, y suelta a su chica para darme un abrazo gigante, que me incomoda un poco, sé que me lo da por ayudarle, y pese a que necesito que se aleje de mí en brazos de ella, me duele que eso pase. Le beso la mejilla, y me despido de la chica con una mirada de “Trátalo bien, que vale su peso en oro”.

A los diez minutos el resto de chicos se van, varios de ellos están muy borrachos para seguir de fiesta. Trato de irme con ellos, pero es que literalmente me agarran del brazo la panda de buitres para que me quede. Pienso que si me voy ya, voy a estar sola en la calle un par de horas ya que no puedo ir a casa, y si están tan dispuestos, puedo sacarles unas copas gratis y hacer tiempo, ya que pensar en lo que durará Javier en la cama me turba la mente.

Creo que me he metido en un lío cuando, en menos de media hora bailando, paso por las manos de seis jóvenes, a cada cual más divertido o atrevido. Me doy cuenta de que se ha puesto de moda rodearte la cintura con el brazo cada vez que te hablan al oído, y de que las manos bajan según pasa el tiempo. Todos se hacen fotos conmigo, bromean o me piden besos en la mejillas, se los doy a quien se los gana sacándome una sonrisa, otros piden dármelos a mí, pero mantengo las distancias, pese a que hay un par de chicos que son muy guapos, me dejo camelar sólo hasta cierto punto.

Me invitan a unos cubatas, que bebo despacio para que no me suban, pero van tan cargados que me afectan un poco. Me doy cuenta de que la pista se ha despejado bastante, y que salvo algún que otro grupo disperso de chicas, soy la última “pieza de caza” que queda, y no me faltan acechadores. Contrariamente a lo que esperaría, esta situación me agrada, hacía mucho que no me sentía tan deseada y admirada, una cosa es que te miren por la calle o en el trabajo, y otra saberte manejar ante el atrevimiento de tantos hombres, que tratan de conquistarte.

La música sigue, y pese a un ambiente más relajado, según hablo con uno, otro me coge de la cintura sacándome a bailar, demostrando un gran movimiento de caderas y saber llevarme. Cuando acabo con él, otro me lleva a la barra a susurrarme cosas bonitas al oído, y si se calla un instante, uno de al lado me enseña un truco de magia barato, que me hace reír, para volver a ser arrastrada a la pista y contonearme muy pegada a otro desconocido. Son casi las seis de la mañana, y es cuando mejor me lo estoy pasando.

Al acabar la segunda copa, el DJ, que me ve tan alegre, pide que me suba a la barra a darlo todo. Me da vergüenza, pero ante la insistencia de mi público, y un par de chupitos de algo dulce, que me hace reír sin parar, acepto. Uno de los más fornidos me coge de la cintura, elevándome sobre la barra de un tirón, y empiezo a moverme al son de una música sexy que ponen. Recibo silbidos, piropos, y alguna grosería, sin contar los que intentan tocarme, juego con ellos azotándoles en las manos, algo traviesa, y sigo meneándome, levantando un poco la camiseta enseñando el ombligo, o agachándome para marcar todavía más el trasero bajo los shorts, con mis largas piernas brillando por el sudor. No me reconozco al pensar en quitarme el top, y paro, tranquilizándome un poco antes de jugar a ser stripper.

Al acabar la música, recibo un aplauso atronador. Un par de chicos me ayudan a bajar con elegancia, parezco una diva, y termino en la pista de baile de nuevo, pensaba que se había acabado la noche, pero ponen un par más de canciones, en que los hombres a mi alrededor queman sus últimas naves. Yo quiero bailar, así que los charlatanes quedan relegados, y al final quedan sólo dos jóvenes, tan apuestos como diferentes entre ellos, haciendo un emparedado sensual conmigo.

Uno de ellos es alto, delgado y con ojos verdes, bien afeitado, pelo rubio despeinado, y cara redonda. Pese a que se mueve bien, el aliento le apesta a ron, lleva una camisa a rayas manchada de bebida y un pantalón negro sucio, con pinta de haberse caído al suelo. Al rato se da por vencido cuando trata de hablarme, y casi vomita.

El otro es un chico guapo a rabiar, de unos veintimuchos, o treinta y pocos. Rubio con el pelo engominado de punta, muy corto, también afeitado, ojos pardos y cuerpo fornido, llenando de músculos a reventar una camisa blanca, con pantalones vaqueros piratas. El único pero, es que es bajo, creo que si me quito las sandalias seremos de la misma altura, pero no es mucho, y la forma de moverse en los ritmos latinos me sonroja.

Nuestros gestos comienzan a ser obscenos, se pega a mi pelvis y frota su paquete contra mí, pero lo hace de una forma sutil, y me arrastra a su cadencia, “obligándome” a seguirle el juego. Sin darme cuenta, nuestros cuerpos son uno, moviéndonos al son con amplios y veloces gestos circulares, subiendo y bajando las caderas doblando las rodillas. Me voy calentando al apurar la copa en mi mano, esto es casi follar, y no me separo ni un ápice. Me ha rodeado la cintura con sus brazos, y no hay espacio entre nuestros torsos, mis senos se elevan al friccionar contra su inflado pecho, y hasta tengo que girar la cara para no darme de bruces con sus labios, que hace rato me buscan. Estoy notando un calor creciente en mi ser, apartándome la larga melena rubia con giros de cabeza sensuales, y mis dedos se han pegado a sus poderosos bíceps.

Me río, a cada canción eterna, me parece que se va a acabar la fiesta, pero ponen otra y el chico me sorprende con un paso de baile diferente, siempre con el mismo erotismo. Le sigo en todos, se ha convertido en una batalla para ver quién tiene más aguante, y no voy a ser yo quien me rinda. Sus manos me repasan entera, es firme pero no se la juega, roces leves por mi camiseta, o por mis piernas, soy yo la que le atrae de la cadera, tirando de su pantalón, y bailo con las manos metidas por dentro de su camisa. Él aprovecha, y alza los brazos detrás de la cabeza, la camisa es ceñida y se levanta casi hasta el pecho, dejando un vientre trabajado de gimnasio sin un solo pelo, con tableta dura bien apetecible y mostrando el músculo de la pelvis apuntando a su entrepierna, siempre me ha excitado ver así de marcado esa parte de cuerpo masculino. Tiene el torso tan apretado, que paso las manos por él, mordiéndome el labio.

La canción cambia, y me da la vuelta para pegarse a mi trasero, poniendo sus manos a ambos lados de mi cadera, y su miembro, bien duro, en mi trasero. Por alguna razón, que Fran hiciera exactamente lo mismo hace unas horas, me molestó, y que lo haga este chico, me pone cachonda a más no poder. Seguramente sea el alcohol, y saber que sí llegaba a algo con el amigo de mi hijo, sería el hazmerreír de la universidad de Carlos, mientras que si pasa algo con el adonis ante mí, no lo sabrá nadie.

No me creo verme así, me he pasado gran parte de la noche mirando a chicas dar vergüenza ajena por su forma de restregarse como guarras, y ahora mismo lo que hago es rememorar lo que hacían para dárselo a este desconocido. Si, se puede llamar bailar, pero lo que hago es dejar que me de “topecitos” con su paquete en el trasero, me aleja medio palmo y arremete sin parar, para colmo, saco el culo y trato de hacer fuerza contra él. Alguna que otra vez, muevo la cadera, pero es casi por disimular cuando escucho cada golpe en mi culo, y noto cómo retumba todo mi cuerpo.

Me pega a su pelvis, deja de darme “caderazos” y empieza un movimiento horizontal circular, muy lento y sensual, que me veo “forzada” a seguir, con la nuca apoyada en su hombro izquierdo, sintiendo su respiración agitada en mi cuello. Al soltarme comprueba sin rubor que mi cintura acompasa los golpes pélvicos que empieza a darme, y mete sus manos por dentro de mi camiseta, acariciando mi vientre, palpando el sudor y la excitación que tengo. Cierro los ojos y me dejo ir, llevo mis manos a su cadera para que no se separe ni un milímetro, y gozo de la sensación del momento, rotando mi pelvis junto a la suya.

En cada golpe musical recibo el impacto de su miembro, solo pienso en que sin ropa, ya me la estaría metiendo, y no me importaría en absoluto. Son ya tan obvios y fuertes son “enculamientos”, que si no me tuviese bien sujeta del torso, me caería al suelo. Me empieza a susurrar cosas, diciendo que bailo genial, que sé moverme muy bien, que no hay mujeres como yo, que soy preciosa y que le encantaría comerme a besos. Sonrío porque podría recitarme el abecedario, que me encendería igualmente. No puedo más, estoy jadeando, y mi cintura acepta con gusto el ritmo pausado de sexo de la suya, giro la cara rogándole con la mirada algo, que ni yo misma sé. Él sonríe, saca una mano de mi torso y aparta un mechón de mi pelo rubio para besarme en el cuello. Me derrito al instante, alzo mis manos por encima de mi cabeza y aprieto de su nuca contra mí. Noto cómo sus labios me queman, chupándome la piel, provocándome un suspiro de placer.

Puedo escuchar un leve “Ohhh” de fondo, deben de ser el resto de buitres al comprender que este trozo de carne ya tiene dueño. Así me siento, un trofeo que se ha ganado un joven, del que no me sé ni el nombre.

Termina haciéndome un chupetón del tamaño de una galleta en el cuello, cerca de la clavícula, sin dejar de acariciarme con sus manos. Ya más atrevido, se lanza a por mis senos, y baja la cadera para que, en vez de atrás hacia adelante, sienta su paquete de abajo a arriba, casi poniéndome de puntillas al levantarme los glúteos. Por si fuera poco, me agacho un poco pegándole mi trasero a su miembro, quiero que sepa que soy suya, y que me puede hacer lo que quiera esta noche. Baja sus manos hasta mis shorts, amaga con palpar por encima de mi pubis, pero baja hasta mis muslos, mientras sigue besándome en el cuello, susurrándome que estoy muy buena, que me va ha hacer sentir mujer, y que me va a destrozar. Le sonrío coqueta.

Tras el beso mil en mi piel, me giro sobre su pecho, le agarro de la nuca y baja sus labios a mi escote, es glorioso pensar que me va ha hacer lo mismo que Javier le hizo a Celia, y no me defrauda. De inmediato, sus manos me cogen del trasero, pero no es tan fuerte o bruto como él, lo hace suave y con calma, saboreando el pedazo de paraíso que tiene entre las manos. Me veo tentada a decirle que es por el gimnasio, cuando me dice que tengo el culo más duro que ha sentido jamás.

Tras alzar la mirada un instante, y mirarnos a los ojos esperando que me bese, me acerco yo a su boca. Me recibe encantado, y descubro que el pico inicial ha pasado a mejor vida, me mete su lengua hasta la laringe, y me cuesta seguirle el ritmo doblando la espalda hacia atrás, pero sus manos en mi trasero no me dejan opción y rodeo su cabeza para tranquilizarlo, y enseñarle un poco de sensualidad. Aprende rápido, o se adapta, notando que sus manos suben por mi espalda, acariciando mi piel desnuda, hasta mi sostén sin tirantes. Juega con él hasta que de un tirón me lo saca, tengo más pecho que el sujetador copa, así que sale disparado facilitándole la tarea, y se lo mete en el bolsillo.

-YO: ¡Oye, eso es mío! – digo sonrojada en una carcajada. La discoteca está casi vacía ya, pero me da vergüenza que alguien nos haya visto.

No me contesta, mete sus manos de nuevo por dentro de mi blusa, y una de ellas sube a mis senos, que al contacto con sus dedos me provoca una oleada de excitación. Ladeo un poco el torso para facilitarle la labor, y lo agradece trasteando con mis pezones, que están tan salidos y sensibles que suspiro por no gemir. Me pilla por sorpresa, me da un cachete en la nalga izquierda, que me hace soltar un grito mudo. Cuando abro los ojos, le veo irse tranquilamente a las zonas VIP, y tras mirar varias, se mete en una. Me quedo algo confusa, pero pienso en que quiero mi sostén, y voy tras él.

Según entro por las cortinas rojas de la única entrada, le veo con él en la mano, mirándome con rostro travieso, en mitad de una sala azul vacía, con sofás de diseño grises pegados a las paredes, y una mesa baja de cristal a un lado, llena de botellas, vasos de tubo y copas. Me acerco riéndome, pero firme para cogérselo de la mano, y lo aparta en un último momento. Entiendo que me ha traído hasta aquí, y me hará sufrir para recuperarlo. Trato de volver a cogerlo, pero me lo esconde, hasta que le tengo encima, me sujeta de las manos, y me besa otra vez. Le sigo el juego, se guarda mi sostén y me coge de nuevo del trasero, va andando hacia atrás hasta que se topa con uno de los sillones, se deja caer lentamente sin dejar de “morrearnos”, y tira de mí para que me monte a horcajadas sobre él.

– YO: Ya te vale, anda, dámelo.

Sigue sin hablar, dice que no con la cabeza, y hace un gesto claro de que me levante la camiseta. Me cruzo de brazos con rostro serio, pero él hace lo mismo, indicativo que o lo hago, o no me lo dará. Cualquier otro día le cruzo la cara y me iría a casa, pero es pensar en Javier en mi piso, junto a Celia, y mi cabeza se evade de la realidad.

Cojo del bajo de mi top palabra de honor, mirando de reojo confirmo que nadie nos ve con las cortinas bajadas, y ruborizada, lo levanto un poco y lo bajo. El joven saca los morros y dice que así no vale con la mirada, que le dé más morbo. Me río por caer en algo tan obvio, pero me alzo un poco y empiezo a moverme eróticamente al son de la música de fondo, amago un par de veces hasta el vientre, y al final, me la saco por la cabeza.

El pobre bufa, la riada de pelo rubio cayendo por mi hombros debe mejorar la imagen de mis pechos, que pese a la edad aún miran al cielo, y son bastante firmes, con los pezones rosados y grandes, y ahora mismo, también duros. No tarda nada en agarrarlos con las manos.

Sigo contoneándome y degustado la dedicación que pone en cada caricia, es algo brusco, pero su mirada hipnotizada me da una oportunidad. Me acerco a él, y me alejo repetidamente, dejando mis pechos al alcance de su boca, a cada amago estoy más cerca, y al quinto envite no me da tiempo a retirarme y me chupa uno de los pezones, quiero pensar que ha sido eso, porque reconocer que estoy con el torso desnudo dejando que un desconocido me chupe las tetas para que me dé mi sujetador, es demasiado para mí. La realidad es que una vez que ha empezado, me está regalando un trabajo bucal excelente, y le aprieto contra mi pecho. Pero el descuido llega, cierra los ojos mientras me succiona como un bebé, y mi mano busca en su bolsillo, apunto estoy de sacar el sostén cuando se da cuenta, y me coge de la muñeca.

Su cara de “La has cagado”, me pone nerviosa, pero sonríe, eso me tranquiliza. Pongo cara de niña buena, pero noto sus manos ir a mis riñones, meterse por los shorts, y tirar del hilo del tanga. Le comprendo, ahora también quiere mis braguitas. Río nerviosa diciendo que no, y me pone cara de que es culpa mía por haber hecho trampa. Estoy a punto de terminar con esto, levantarme, ponerme la camiseta e irme tal cual, cuando se saca del bolsillo mi prenda, y la huele de forma perversa. Es un cabrón, lo hace a sabiendas de que una mujer adulta como yo no dejará que un niñato se quede su sostén, y regresar a casa sin él es la prueba de que estoy afectada por lo de Javier. Me muerdo el labio, rendida, y me tumbo a su lado, desabrochando el botón del pantaloncito. Me para, y me señala el centro de la sala.

– YO: No, si encima querrás que te haga un bailecito…- el pícaro sonríe, y asiente.

Suspiro recostada, tenía ganas de divertirme, ¿Acaso esto es lo que se hace ahora? No me lo pienso mucho, creo que por el alcohol, y me pongo en pie. El chico rompe a reír porque no se lo cree. Me planto ante él, y doy rienda suelta a mi imaginación, me tapo un poco los pechos, pero al final los dejo libres y muevo la cadera como él me ha hecho moverla hace un rato. Recuerdo mi paso por encima de la barra, y lo que paré, lo recupero, y se lo doy.

Me acerco a él tras un minuto, y me dejo caer de cara sobre su cuerpo, lame mi piel y se centra en uno de mis senos, pero acabo besándole para dejarlo sin aire mientras noto en mi vientre su paquete a punto de reventar. Me deslizo hasta ponerme de cuclillas ante él, amagando con una caricia a su abultada entrepierna, y me giro para colocarme. Alzándome, y sin dejar de mover el trasero ante sus ojos, abro los shorts, paso mis dedos pulgares por la circunferencia de mi cadera, y los voy bajando con cierta dificultad ya que me quedaban prietos. Al llegar a medio muslo caen solos al suelo, y los dejo a un lado junto a mi camiseta, cuando noto un cachete brutal que casi me tira, no puedo culparlo, mi culo en tanga tan cerca de él es demasiado para controlarse. Me giro y le digo que no se toca, con gesto travieso.

– YO: Si quieres mi tanga, vas tener que quitármelo. – “De perdidos al río”, para qué engañarme, estoy deseando ver dónde acaba esto.

Se mueve veloz, me coge de la cintura y me sienta en su regazo, me estiro sobre él usándolo de cama, y noto sus manos en mis senos, cómo retuerce los pezones y me besa en el cuello. Es tremendamente excitante sentir sus vaqueros luchando por contener su miembro en mis nalgas desnudas. Su mano derecha baja por mi vientre, y llega a mi pubis, sentir su mano por encima del tanga me eriza la piel, pero es cuando mete sus dedos por dentro y palpa mi vagina con cuidado, cuando casi exploto de placer. Sus dedos abren mis labios mayores, que noto empapados, y me abro algo de piernas para ayudar a que me meta un dedo hasta el fondo de mí ser.

Estoy en una nube tras unos segundos, sus caricias y sus besos en mi piel me dejan a su merced, me está masturbando un extraño que no conozco ni me sé su nombre, y solo puedo pensar en que su polla sea bien dura, para que cuando me la meta, me haga delirar. Apoyo bien los pies y elevo la cadera para tirar de mi prenda intima, lo único que llevo puesto salvo las sandalias con tacón, y me lo bajo hasta los tobillos con el culo en pompa sobre sus piernas, sintiendo sus manos cogiéndome de las nalgas, y besándolas con delicadeza. Las separa e inspira el olor a hembra necesitada que desprendo. Recoge del suelo el tanga, y se lo guarda, no sin antes inspirar profundamente en el triangulito donde estaba mi sexo hacía unos segundos.

-YO: ¿Y ahora? – pregunto estúpida, estoy desnuda delante de él, y quiero que me posea.

Se pone en pie, y me sienta, se pone en mi posición anterior y empieza a bailar. Cuando se quita la camisa, entiendo que me va a regalar lo mismo que le he dado, un baile. Su tórax brilla y está tan marcado que sus espaldas tienen músculos que desconocía.

Empieza a quitarse el pantalón al rato, con gestos sensuales, y al bajarlos, muestra unos calzoncillos slips blancos con un bulto considerable. Me quedo perpleja al ver sus muslos, parecen de mármol. Sigue contoneándose y se acerca a mí, algo juguetona, le digo que no quiero tocarle cuando se ofrece, pero coge mis manos y las pasa por su vientre y su pecho. Al tacto, pareciera que va a estallar la piel de lo apretada que está. Se mueve con garbo, y me está gustando mucho imaginar que haga esos gestos penetrándome. Se gira, y pasa mi mano entre sus piernas, para tocar su vientre, e ir bajando, y al tocar su miembro, me preocupo, aquello parece enorme.

Se da la vuelta con rapidez, mostrándome su culo, que no desmerece al resto, y se baja los calzoncillos, casi me da un patatús cuando se da la vuelta tapándose con las manos algo que casi no abarca. Me vengo arriba, y ya lo dos desnudos, me pongo en pie y le beso. Me rodea con sus brazos y me coge del trasero, piel con piel, noto su falo apretado contra mi vientre y acaricio su cuerpo de levantador de pesas.

Me alza y me posa en el sillón tras pelear con nuestras lenguas, me come el cuello y los senos, aprecio que sabe dónde tocar y me enciende cada vez más. Al llegar a mi pubis, sus dedos hacen algo que explota en mi interior, y gimo retorciéndome. Es cuando noto el peso, su miembro está posado lateralmente en la entrada de mi vagina, y al mirar, me quedo blanca. Es el aparato reproductor más grande que he visto, el de Luis no le andaría lejos en longitud, aunque este no bajará de los veinte centímetros y mi marido no llegaba, lo que me da pavor es que tiene un grosor de uno de esos vasos de tubo que hay en la mesa de cristal, creo que más, pero puede ser por la impresión.

De inmediato, digo que no con la cabeza, y poso mis manos en su pecho, alejándome de él. Es fuerte, y no me deja irme lejos, tampoco me fuerza, sigue acariciado y besándome por todo el cuerpo, allí donde nadie me había besado nunca, me susurra que esté tranquila, que lo hará con cuidado, y que no me preocupe, pero no logra calmarme mucho. Siempre que he visto algún vídeo guarro, de esos que te pasan en la oficina, de un miembro de ese tamaño, he pensado que si llego a encontrarme algo así, saldría corriendo, pero aquí estoy, dejándome hacer, con miedo a que me parta en dos, pero con ganas de probarlo.

Son sus caricias las que me distraen, vuelve a masturbarme, y tal como lo hace, me provoca una sensación constante de placer. Se acerca a su ropa, y saca un condón, estoy tan paralizada que no le digo que no hace falta, aunque luego pienso que con un tipo así, más que un embarazo no deseado, tener en cuenta las ETS no está mal. Se lo pone con una habilidad pasmosa, y se recrea en mis senos, lamiéndolos hasta que no puedo evitar acogerle entre mis piernas.

Noto el primer intento de penetrar pasado un instante, pero es al segundo cuando acierta, y me introduce más de la mitad de un solo empujón. No me extraña, debo estar tan mojada que el sofá se va a echar a perder. Es a partir de ahí, cuando noto la tensión, un polvo rápido con Emilio no destacó una cañería que llevaba años cerrada, y que nunca alojó algo de este grosor. Con un cuidado que agradezco, la saca y vuelve a metérmela con calma, y esta vez gimo alterada, le rodeo con los brazos y creo que le araño la espalda.

– YO: ¡Madre mía, me partes! – sonríe pícaramente, debo tener la cara de una niña pidiendo clemencia en su primera vez. Acaba besándome con lujuria.

A la tercera embestida me retuerzo, me recuerda al día que parí a Carlos, pero en vez de salir, entran. Los gestos que hace son como oleaje, me agarra de la cintura y tras la cuarta y la quinta vez, ya no me duele, pero sí noto un placer nuevo, o más profundo, mejor dicho.

Desde este momento, demuestra que sus dotes de baile son aplicables, y con una cadencia, a una velocidad que crece exponencialmente, me está follando a su antojo. Deliro como nunca antes, ni con Luis y el amor que le tengo, o le tenía, esto es algo nuevo, y me encanta. Acabo abriéndome de piernas a más no poder para soportar las riadas de placer que recorren mis sentidos, me sujeto la cabeza y noto mis senos rebotar al son de sus golpes de cintura, sintiéndome llena y complacida, de formas que nunca creí posibles. Miro abajo, veo asombrada que la saca y la mete entera cada vez, es glorioso, observo mis labios vaginales resbalar por todo su tronco, y él comienza a disfrutarlo con gemidos de animal en celo, mascullando que soy la mujer más preciosa que se ha tirado jamás.

Para un segundo cuando jadeo tanto que creo que me ahogo, cambia la postura y pasa de agarrarme la cintura a rodearme con un brazo por los riñones, despegándome del sofá, y me encuentro en vilo abierta de piernas, unida únicamente a su miembro y su antebrazo en mi espalda. Se apoya en el respaldo y me hace subir y bajar como una muñeca, y esta vez siento que me llega tan dentro que me va a matar. Me agarro a su nuca, y para mi asombro, acompaso hacia abajo, dándolo todo, notando que me está expandiendo por dentro, y besándole cuando me siento extasiada, sintiendo su respiración rítmica, y el sudor cayendo por nuestros cuerpos.

Me agarra de las nalgas pasado un rato, y ahora me sube y me baja para su deleite personal. De vez en cuando me lame los pechos, pero están tan sueltos al ritmo de su cintura que es complejo. El sonido del “chop” de nuestros sexos chocando es continuo, y va aumentando de fuerza y ritmo, hasta que empiezo tiritar. Me resisto, pero grito o me muero allí mismo, así que suelto un alarido abrumador, y noto mi cuerpo entero temblar y convulsionar, la piernas se me estiran desde la cadera hasta la punta de los dedos con una vibración en la cara interna de los muslos que me hace avergonzarme. Él esta agarrándome, riéndose del orgasmo más brutal que he tenido nunca durante la penetración con alguien.

Lame de mi cuello pasando sus manos por detrás de mis muslos, y con cierto esfuerzo se pone en pie conmigo colgando de su nuca y mis piernas apoyadas en sus hombros, me asombro al ver que me deja caer contra una pared, sin cambiar de postura, hasta que su miembro me vuelve a perforar. Acomoda los cuerpos, y me suelta hasta quedar encajada a la perfección, sintiendo tal latigazo en la espina dorsal al notarle dentro, que casi me vuelvo a correr de sentir su falo abriéndome otra vez. Literalmente está empotrándome contra un muro, con mis tobillos por sus orejas, y creo que si sigue así me va a partir por la mitad, llego a rozarme las rodillas con los pechos de las acometidas que me da, y pese a que la postura es incómoda, el placer es indescriptible.

Tras unos minutos se cansa, y me baja, pasa las manos por los muslos desde atrás y me hace dar un salto para montarme sobre él, rodeándole con las piernas. Me besa mientras orienta su miembro y me lo vuelve a clavar sujetándome del culo, y de nuevo, reboto a su gusto, queriendo no dejar de sentir su miembro friccionándome. Echo la cabeza hacia atrás poseída, aprovecha para lamer mis senos, justo entre los dos, y me vuelve a apoyar contra la pared, es demencial sentir que te clavan con esa virulencia.

No tardo ni cinco minutos y rompo a gritar otra vez, el espasmo es tan grande que creo que me ha dado un ataque epiléptico, no tengo control sobe mi cuerpo, y gracias a dios, veo que empieza con penetraciones más largas y pausadas, bufando como un toro.

– YO: Sácala. – imploro.

Asiente, y me da tres golpes de cadera que me elevan, estirando el placer residual. Me deja en el suelo pero caigo rendida, se quita el condón y agarro aquel mastodonte de carne, masturbando con firmeza. Ya da cabezadas y a las pocas sacudidas revienta expulsando semen, pareciera que llevara años sin eyacular, el suelo y un sillón quedan manchados, con bramidos saliendo de su garganta.

Se sienta cogiéndome de la mano tras tomar aire, la forma de su boca ovalada, con los labios salientes, bien me recuerdan a los musculosos del gimnasio, cuando han hecho un gran esfuerzo pero hubieran levantado cien kilos con suficiencia. Me arrastra a su regazo y me besa, forzando a seguirle en su depravada sesión de sexo. Mete su mano entre mis muslos ante mi sorpresa, y recoge mis flujos vaginales, ante mis ojos, se lame los dedos y me dice que estoy deliciosa. Es algo novedoso para mí, hasta me da reparo, pero después de la follada que me ha pegado, no voy a criticarle nada.

– YO: Eres un animal, me has dejado rota. – susurro mientras me chupa el cuello.

Baja a lamerme los pechos, y lo hace acelerado, parece que su tórax fuera a explotar con una respiración agitada, y me trata con cierta brusquedad. Supongo que la sensación de chupar un seno siempre calma a los hombres, y se va sosegando. Trato de levantarme, pero tira de mí, pellizcándome los pezones un poco, riéndose a carcajadas.

Me quita de encima al minuto, y empieza a vestirse, yo recupero el aire un instante sentada en un sofá, me duelen mis paredes vaginales. Cuando me voy a vestir, y quiero pedirle mi tanga y mi sujetador, el chico ha desaparecido. La cabeza me da vueltas, me pongo los shorts y la camiseta, y me voy a un baño anexo. Me lavo como mejor puedo, y salgo a buscar a mi adonis particular.

Un grupo de gente dispersa me mira con ojos perversos, no esperaba que me hubiera escuchado follar media discoteca, tampoco es que me esperara semejante macho cabrío.

Me acerco a preguntar a las camareras, que están recogiendo, que con sonrisa cómplice, y algo de disimulo forzado, me dicen que el chico es Jimmy, nombre comercial, que es un boy habitual de las despedidas de soltera que montan allí, y que no hace falta que me sienta mal porque se fuera ya, a ellas les ha hecho el mismo “número”, y se las has tirado a todas. Una de ellas me pregunta si se ha llevado mi ropa íntima, le digo abochornada que sí, y me dice que no le busque para que me las devuelva, ella lo hizo, y estuvo tres días sin salir de su cama.

Salgo entre enfadada y ofuscada de la discoteca. Voy de mujer madura y capaz, y en menos de un mes, me deja plantada un médico de tres al cuarto, y un boy que me ha robado la ropa interior. Me siento estúpida y sucia, quiero llorar, pero no me sale, tal vez porque aunque me haya usado, al menos me ha echado el polvo de mi vida, es recordarlo y me resiento por dentro. Por la calle noto que la gente me mira, es imposible pero creo que saben lo me ha pasado, y se ríen de mí.

Tras tres calles al fresco del amanecer, con el cansancio y la lejanía con mi casa me decido tomar un taxi. Me cruzo de brazos al observar que el taxista clava sus ojos al sentarme, mis pezones marcados bajo la fina tela de la camiseta son llamativos, y me arrepiento de haber caído como una idiota en las garras de un capullo por el trayecto.

Sé que ha sido una tontería, pero es lo que los errores tienen el inconveniente de que follan de vicio.

De inmediato pienso en Javier, y su razonamiento sobre las mujeres, y no tengo más remedio que darle la razón, nos ponen a un chico guapo delante con algo de maña, y nos dejamos llevar, mientras que los buenos hombres se tiene que conformar a esperar que alguna se fije en ellos.

Solo al llegar a casa y pagar al chofer, que me dedica un “Guapa” que me duele en el alma al bajarme, recuerdo que tengo invitados. Miro el móvil y veo un par de mensajes, uno es de mi hijo avisándome de que todo está bien, y otro del joven que ha usado mi casa de picadero. Me escribió hace un rato, diciendo que ya está, que se ha acostado con Celia, que ha sido maravilloso, que le perdone pero lo han hecho en mi cuarto, y que ha querido recoger, pero la chica se quería ir a casa, y ha tenido que ir a acompañarla. No sé cómo reaccionar a esa información, si triste o feliz.

Por ahora, subo a mi casa cogiendo las llaves de emergencia de un macetero del rellano, y me pego una ducha rápida para tratar le lavar mis pecados, notando un leve escozor entre mis muslos. Me pongo unas braguitas de abuela y un camisón cuando me voy a la cama. Está algo desordenada, pero no hecha un desastre, y estoy agotada, ya cambiaré las sábanas por la mañana.

Es al tumbarme cuando noto al instante el aroma del la potente colonia de Javier, el del perfume de ella, y un ligero hedor a sudor y sexo. Imagino lo que habrá pasado, y de pensar en Javier tomándola como me han poseído a mí, me revuelco en busca de su esencia. Me quedo dormida retozando, algo abstraída, mirando la hora. Son casi las siete de la mañana.

El despertador suena puntual a las diez, gimo y me hago la remolona, con un dolor de cabeza tenue, me quedo mirando la bolsa del gimnasio en la silla de la habitación, y decido que ayer ya me moví suficiente. Apago la alarma, pongo el móvil en silencio, y me quedo abrazada a la almohada, pensando que es cierto galán muy educado, al menos, huele a él.

Un portazo me despierta. Miro la hora y suspiro de gusto al ver que son las dos de la tarde, bostezando y desperezándome, la resaca sigue pero estoy más entera. Voy al baño y salgo al pasillo, no veo a nadie y me dirijo al cuarto de Carlos, como pensaba, ha dejado su mochila en el suelo y se ha tumbado a dormir vestido y todo. “Espero que hayas tenido mejor fin de semana que yo, hijo.”, le dejo descansar.

Me voy a la nevera, y me hago un bocadillo con un té desintoxicante, para eliminar el alcohol de ayer. Me lo tomo a solas en la mesa de la cocina, repasando un poco todos los acontecimientos, la cena con Javier, la charla en el sitio de los botellines, el pub, los consejos con Celia, Fran y su insistencia, la discoteca, el boy… “Aburrirme no me aburrí.”, bufo por mi comportamiento de niña tonta. Estoy algo magullada, y me duele todo, creo que es por bailar tanto, pero el tal Jimmy tiene más papeletas para ser el culpable.

Me voy a mi cuarto y cambio las sábanas, me miro en el espejo y me tengo que quitar el camisón y ponerme una camiseta vieja, para tapar el enorme morado del chupetón que me hicieron ayer, luego cojo el móvil y me estiro en el sofá del salón. Al mirar la pantalla veo muchos mensajes de Javier, leo por encima que todo fue bien, y que se despidió dándola un beso tierno en su portal, que han quedado hoy otra vez para salir a pasear, y que me está eternamente agradecido. Me pide que le llame en cuanto pueda, da igual la hora, pero no estoy de ánimos para saber lo maravilloso que fue acostarse con otra en mi cama, mientras a mí me camelaban como a una quinceañera.

Me echo a ver alguna película mala, y al par de horas Carlos sale de su habitación, buscando algo de comer. Me obligo a ser su madre, y voy a prepararle algo, así charlo con él, y compartimos experiencias mientras devora lo que le hago.

– YO: ¿Qué tal te ha ido?

– CARLOS: Bien, he estado en casa de una chica…no sé, ha sido diferente, no hemos estado haciendo nada raro, pero me lo he pasado bien. – es delicado, sabe que ahora me molesta su actitud algo chulesca con las chicas.

– YO: Me alegro, quizá así encuentres a una de las buenas.

– CARLOS: ¿Y tú, que tal te fue con estos? – no atino a responder de primeras.

-YO: Divertido, fue algo extraño, pero me lo pasé bien, salvo un pequeño incidente con Fran, que se propasó, todo fue…genial. – tampoco es que esté mintiendo.

– CARLOS: Ya, es que es un poco idiota con un par de copas encima, ya hablaré con él.

-YO: No creo que haga falta, ya le puse en su sitio, pero si te dice algo, dile que lamento lo ocurrido.

– CARLOS: ¿Y tú amigo Javier? – sonríe con malicia.

– YO: Pues que yo sepa, se lió con una chica, y se ha acostado con ella…- el retintín me sale exagerado.

-CARLOS: ¡No jodas! Pero si es un estirado, ¿A quién?

– YO: Pues a un chica rubia que le gustaba del grupo…Celia. – empieza a reírse.

-CARLOS: Jooooder, pero si a esa me la quiero tirar yo, es un bombón de niña, qué cabrón, ¿Cómo?

– YO: Pues le di unos consejitos, pero creo que se basta él solo, no sé más.

-CARLOS: Qué mamón…

La verdad es que esperaba una reacción más negativa ante la noticia, Carlos parece molesto con los éxitos de los demás, pero en este caso, sonríe y parece que le gusta lo que ha pasado.

Se va a su cuarto y yo regreso a mi sofá. Trasteo con el móvil, pensando en la conversación con Carlos, y me pica la curiosidad. Marco el número de Javier, y espero que dé tono, cuelgo, y vuelvo a llamar, no entiendo mi nerviosismo. Me calmo, y al final le llamo de verdad.

– YO: Hola Javier, perdona que no contestara antes, es que estaba molida.

– JAVIER: No pasa nada, espero que ayer, al irme de la discoteca, no sufrieras mucho. – pienso en el falo enorme del boy.

– YO: No…nada que no aguante. ¿Para qué querías que te llamara?

-JAVIER: Pues lo principal, para darte las gracias, fue casi perfecto.

– YO: ¿Casi? Cuenta, cuenta…

-JAVIER: ¿De verdad?

-YO Soy tu profesora, quiero evaluar los resultados de mi alumno. – me invento, la curiosidad me mata de repente.

– JAVIER: Pues…fuimos a tu casa, cogidos de la mano y besándonos a cada semáforo, o al parar para comprar condones. Subimos y ya en la puerta se me echó encima, fue algo improvisado, y la metí en el primer cuarto que vi, el tuyo. Discúlpame por lo de las sábanas…

– YO: Nada, tú sigue.

-JAVIER: Es que no sé, la recosté en la cama y me tumbé encima, nos besábamos, y acariciábamos, y llegó un punto en que ella se fue al baño, y cuando salió…estaba desnuda.

-YO: Una chica directa…

-JAVIER: Sí, y menos mal, se me dan faltan los sujetadores y eso, así que me desnudé como un rayo, se reía de mi torpeza, pero…se… se serenó al verme desnudo poniéndome el condón. La tumbé sobre mí, boca arriba, y bueno…empezamos. – tengo necesidad de saber con detalle lo que pasó, pero no quiero parecer una fisgona.

-YO: ¿Y al acabar?

– JAVIER: Fue algo rápido, a mi me hubiera gustado quedarnos abrazados durmiendo, pero ella vio la hora y se preocupó por sus padres, así que nos vestimos a toda prisa y la acompañé hasta su casa. Fuimos agarrados del brazo y al llegar me despedí con un beso en la mano, pero ella me cogió de la cara y me besó con dulzura…uf, es una gran chica. – sentencia.

– YO: Eso parece, me alegro por ti, y Javier, trátala bien, eh.

– JAVIER: Por supuesto, si hemos quedado para tomar un helado y pasear a Thor. – “Mierda, eso lo hacía conmigo.”

– YO: ¿Ves cómo no era tan difícil?

– JAVIER: Porque me ayudaste, si no, aún está esperando que la toque el culo…- me saca una carcajada.

– YO: Qué bobo eres.

– JAVIER: Por cierto, tengo las llaves de tu casa, ¿Cuando me paso a devolvértelas?

– YO: No hay prisa, cuando quieras.

-JAVIER: Pues el lunes entonces, que voy a comer a tu casa, si no te has arrepentido del ofrecimiento.

-YO: Ni mucho menos, estaré encantada, y así hablamos.

– JAVIER: Un abrazo… Laura, eres la mejor.

-YO: Anda, galán…un beso.

Me quedo algo entusiasmada, no sé el motivo, pero creo que Celia ha logrado que mi relación con Javier sea más normal. Al menos eso espero, no puedo seguir haciendo el idiota por ahí, estoy cometiendo errores bobos y no me lo puedo permitir, mi vida es algo más que estar sola en casa o que un capullo me folle para dejarme tirada.

Realizo varias llamadas por la tarde, a las amigas del gimnasio para que no se preocupen al no verme hoy, y a Carmen, que me dice que su marido está fuera y que ahora no podía hablar, que tenía que atender al hijo de un vecino en su bloque.

Paso el resto del día haciendo la colada, y con ciertas rutinas de la casa, tratado de no pensar en Javier y Celia paseando o jugando con el perro. A la cena, Carlos sale de su cuarto hablando por el teléfono, es una chica, he oído alguna de esas conversaciones, pero esta parece que le hace “tilín”, nunca le he visto hablar más de tres minutos con una, sin pedirla quedar en un futuro cercano, y lleva casi diez entre cháchara y risas.

Al acabar, se vuelve sin decirme nada a su cuarto, y yo preparo unas palomitas para ver una película. Me quedo dormida en el sofá, y hasta las tres de la mañana no me despierto, me voy a mi cuarto y me quedo en la cama retozando hasta que suena la alarma.

Continuará…

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Relato erótico: “Donde nacen las esclavas II” (POR XELLA)

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Sofía era un mar de emociones contradictorias. Por un lado, todo lo que estaba viendo la asqueaba. Jugaban con vidas humanas como si fuesen animales, o incluso peor. No tenían ningún tipo de miramiento para esclavizar y someter a sus “capturas”, como las llamaban ellos. Por otro lado, el material que estaba consiguiendo era estupendo… Si seguía así, con lo que consiguiese durante ese día tendría suficiente para hacer un reportaje que la pusiese en boca de todos y lanzase su carrera a lo mas alto.
Mientras caminaban por el pasillo, se cruzaron con una mujer joven, no tendría más de 26 años. Iba vestida con un conjunto de cuero ajustado que resaltaba sus formas. Llevaba a una mujer madura tras ella como si fuese una perrita, atada a una cadena. En la otra mano llevaba una fusta.
– Buenos días, Angélica. – Saludó Marcelo.
– Buenos días, Marcelo. – Contestó la dominatrix. Se quedó mirando atentamente a Sofía, que la enfoncaba con la cámara, tanto a ella como a su “perra”.
– Esta es Sofía Di Salvo. – Aclaró el hombre. – Esta aquí para hacer un reportaje de nuestras instalaciones. ¿Te parecería bien dedicarnos unos minutos para una entrevista?. Si a Sofía le parece bien.
– ¿Eh..? Una entrevista? – ¿Con una domina? ¡Eso sería la guinda! – Sí, por supuesto.
– Pues vayamos a un lugar más cómodo.
Todos siguieron a Marcelo. Sofía se sentía un poco extraña caminando al lado de la esclava. Cuando la vió gatear se fijó inevitablemente en su culo, lo tenía surcado de líneas rojas, señal de los fustazos que le había propinado la dómina. También se dió cuenta de que tenía algo insertado en su culo… una especie de consolador o algo así.
Se detuvieron en una pequeña sala con máquinas de bebidas. Sofía no se esperaba ver algo así en aquel lugar… ¿También hacían descansos para el café entre tortura y tortura o qué? Cuando se sentaron en una mesita, la esclava se colocó en posición de espera al lado de su entrenadora.
Antes de sentarse, Sofía colocó la cámara en un pequeño trípode para realizar la entrevista con comodidad.
– Bueno, ¿Le parece bien que empecemos, Angelica?
– Mistress Angelica. – La cortó la dóminatrix.
– Disculpe. – Concedió Sofía. – ¿Le parece bien que empecemos, Mistress Angelica? – Sofía recalcó las últimas palabras, como burlándose. Angelica miró a la mujer con cara de desprecio y luego miró a Marcelo, que le hizo gestos indicándole que se calmara.
– Esupendo, ¿Que quiere preguntar?
– ¿Cómo acaba alguien trabajando de dominatrix?
– Bueno, la vida da muchas vueltas… Y cuando una tiene un talento natural para someter a las perras todo viene rodado.
A Sofía no le gustaba la actitud arrogante de la chica, pero supuso que iría con el empleo…
– ¿Sólo somete a mujeres?
– En su mayor parte sí, disfruto más sometiendo a una zorra, haciendo que se doblegue a todos mis deseos, que con un hombre. Aunque también he tenido varios esclavos.
Marcelo sacó unos cafés de la máquina y se los entregó a las mujeres, que lo dejaron enfriar un poco.
– Y, ¿Cómo se somete a alguien? ¿Tiene algunas técnicas que emplee con todos? ¿O cada… “captura” es diferente a las demás?
– Cada captura es única y, a la vez, son todas iguales. Hay que saber encontrar los matices de cada una y saber explotarlos para conseguir el objetivo pero, una vez has roto su voluntad, todas se convierten en perras obedientes.
Mientras decía esa frase, acariciaba a la esclava que iba con ella como si fuese una mascota. A su vez, la mujer respondía a la caricia buscando la mano de su entrenadora.
Sofía se quedó mirando la actitud de la esclava.
– ¿No se rebelan ante usted, Mistress?
– Al principio lo intentan, y yo espero que lo hagan. Así es más divertido. – Una sonrisa malévola apareció en la cara de Angelica cuando dijo esas palabras. – Si una esclava no se rebela, no tienes que domarla. Cuando la enseñas que todo conato de rebeldía será aplacado y castigado, cuando comprende que su única opción es obedecer y que así le irá mejor, es cuando realmente has sometido su voluntad, a partir de ese momento todo va rodado.
–  ¿Alguna vez ha fallado en…
– NUNCA. – La cortó la dómina. – Todas las esclavas que he puesto en el punto de mira han acabado a mis pies. Han podido tardar más o menos, pero todas se han sometido. Y te puedo asegurar que ninguna se arrepiente de ello…
– Eso si que no puedo aceptarlo cómo respuesta. – Dijo secamente Sofía. – ¿Cómo va a ser que todas acepten felices ser esclavas?
– Eres un poco impertinente, ¿No crees?. – Angélica acarició con la fusta la cara de Sofía, deteniendose en su barbilla, alzándole la cara. – Deberías tener un poco más de respeto, eres tú la que quieres hacerme una entrevista, si no te gustan mis respuestas ya sabes donde está la puerta y, si no me crees y quieres que hagamos una prueba, se valiente y ponte en mis manos. Una semana conmigo y estarás adorando mis pies.
– ¿QUÉ? Ni loca. – Sofía apartó la fusta de su cara con un manotazo. – ¡Si cree que me voy a convertir en una de sus perras va usted lista!
PLAS.
Angélica golpeó la mesa con la fusta. Sofía se calló de repente, aquella mujer imponía de verdad. A pesar del golpe en la mesa, Angélica tenía la cara tranquila, severa pero tranquila.
– Te he dicho que me hables con respeto. No creas que toleraré estas faltas.
Sofía se dió cuenta que poniéndose así, no iba a conseguir nada… Estaba claro que no le gustaba lo que hacían en ese sitio, pero estaba haciendo un reportaje… Ya se mostraría contrariada cuando estuviese fuera de allí.
– Lo siento Mistress. No volverá a pasar, si le parece, ¿Continuamos con la entrevista? – Angélica asintió, complacida. – Me estaba diciendo que todas sus esclavas son felices con su situación. ¿Podría justificarmelo un poco?
– ¿No ves? Con un poquito de educación y respeto todo funciona mucho mejor. – Angélica dejó la fusta sobre la mesa, sin soltarla. – Como iba diciendo, en cuanto la esclava se da cuenta de que no hay vuelta atrás, que no tiene escapatoria, su única meta es acostumbrarse a este tipo de vida y evitar todos los castigos. Yo soy severa, pero cuando una perra se porta bien y es obediente, también se recompensar. Acaban aceptando los castigos como una consecuencia a una falta y no como una “tortura” como tú dices. Y a partir de ahí, se dejan llevar.
– ¿Se dejan llevar?
– Si. ¿Nunca has tenido estres? ¿Preocupaciones? ¿Problemas? ¿Trabajo? ¿Desamores? Ellas no. No tienen que preocuparse de nada, sólo de obedecer. Una vida sin ningún tipo de responsabilidad para ellas es un lujo, y aprenden a agradecermelo. ¿No es verdad, perrita?
– Si, mistress. – Contestó la esclava que estaba a su lado.
– Demuéstraselo. – Ordenó Angélica.
La esclava, echándose al suelo, comenzó a lamer las botas de la dominatrix, con cuidado, como si se fuesen a romper en cualquier momento, pero sin demora. No se dejaba ningún rincón sin lamer. Angélica comenzó a mover la bota, metiéndole la puntera en la boca, forzándola, o el tacón.
Sofía estaba boquiabierta con la servilidad de la mujer. La veía y tenía pinta de haber sido una mujer formal, tenía buen cuerpo y la piel bien cuidada, se notaba que hacía ejercicio y estaba bien alimentada… Pero ahí estaba… A cuatro patas, con un collar de perro y un consolador metido por el culo, lamiéndole las botas con satisfacción a una mujer que podría ser su hija.
– ¿Por qué…? ¿Por qué la capturásteis?
– Bueno, realmente nuestra razón es únicamente por que alguien hizo el encargo y pagó por él, pero supongo que no te refieres a eso, ¿Verdad? – Respondió Marcelo.
– No, no me refería a eso.
– Está bien, su nombre es Maria Dolores, pero aquí la llamamos Mari Loli, que nos parece más adecuado a su condición. Esta perra antes tuvo la mala idea de ponerle los cuernos a su marido, éste se enteró y le pidió el divorcio. La pequeña zorra tuvo la mala idea de intentar sangrar a nuestro cliente, quería quedarse la casa, el coche, los niños, el dinero…
– ¿Niños? ¿Esta mujer tiene niños?
– Si, pero ya es como si no los tuviera, no los volverá a ver. Como iba diciendo, intentó sangrar a su marido. Lo llevó a juicio y lo denunció por maltrato, sabiendo que así tenía más posibilidades de ganar. Nuestro cliente, furioso, no podía permitir esa humillación… Así que nos llamó. Y unas semanas después, aquí la tienes. El marido no quería ni verla, así que nos la cedió amablemente para lo que quisieramos hacer con ella.
– Y… ¿Qué váis a hacer con ella?
– Esta entrenada para ser una mascota complaciente, seguramente acabe vendida… desde algún burdel, a algún jeque árabe… Muchas de nuestras esclavas blancas acaban allí, son bastante bien valoradas por lo exótico de su piel.
Sofía estaba observando a la esclava, estaba escuchando lo que le iba a ocurrir y no se inmutaba, no dejaba de lamer las botas de mistress Angélica.
– Como no sabemos cuál será su destino – Continuó Mistress Angélica -, la estamos proporcionando un entrenamiento general. Hemos habituado su boca, coño y culo a recibir pollas con naturalidad. Ha aprendido a complacer a una mujer de las maneras más efectivas. Esclava – Dijo dirigiéndose a Mari Loli. – Ya basta. Posición de inspección.
Inmediatamente, la esclava se colocó con las rodillas separadas, la espalda erguida y mirando al frente. Colocó los brazos detrás de la cabeza. El culo estaba ligeramente posado sobre sus pies.
Con la fusta, Angélica comenzó a acariciar las tetas de la mujer, levantándolas ligeramente con ella.
– Es buen material, si se esfuerza llegará a ser vendida por una buena suma. Posición de ofrecimiento.
La cara de la esclava se inclinó inmediatamente hasta el suelo, con sus manos abrió completamente sus nalgas. La dómina sacó de golpe el plug anal que llevaba la esclava. Un enorme agujero negro quedó en el lugar donde hace no tanto tiempo había un estrecho orificio.
– Esta zorra nunca había probado el sexo anal. – Continuó la dominatrix. – Y ahora está preparada para recibir cualquier polla con gusto. Lo has hecho bien esclava, tienes permiso para masturbarte. Súbete a la mesa y dale unos buenos planos a esta reportera.
La mujer no se lo pensó, abandonó su postura para abrirse de patas encima de la mesa, mostrándo su sexo tanto a la cámara como a Sofía. Comenzó a masturbarse frenéticamente, introduciendo varios dedos en su coño y otros tantos en su culo. Sofía estaba paralizada, la escena la horrorizaba, sabía que no podía grabar eso, no era un material que se pudiese emitir por televisión, pero la situación estaba ejerciendo un poderoso magnetismo sobre ella. La sumisión de la mujer, la humillación a la que estaba siendo sometida, en cierta manera… la calentaba.
Poco tiempo tardó la esclava en correrse. En un par de minutos estaba gimiendo y retorciéndose de placer ante los tres observadores. Nada más acabar, limpió sus dedos con la boca y volvió a la posición de espera al lado de su entrenadora.
Sofía estaba con la boca entreabierta, asombrada de lo que acababa de ver.
– Creo… Creo que con esto tengo suficiente. – Dijo Sofía, levantándose a recoger la cámara.
– ¿Demasiado para ti, reportera? – Preguntó mistress Angélica.
Sofía no hizo caso al comentario.
– De acuerdo, si quiere podemos seguir con la visita. – Ofreció Marcelo. – Angélica, muchas gracias por tu tiempo.
De nuevo en el pasillo, Marcelo se interesó por Sofía.
– ¿Se encuentra bien? A lo mejor ha sido demasiado impactante…
– N-No… No es eso… No se preocupe, podemos continuar sin problemas.
Sofía estaba dando vueltas al hecho de que la situación anterior la hubiese excitado… ¿Había sido la mujer? ¿La humillación? ¿La sumisión?… Seguramente sólo hubiese sido el conjunto de sensaciones de estar en un lugar como aquel.
– ¿Entramos?
Cuando volvió de sus pensamientos, se dió cuenta de que Marcelo la esperaba al lado de una puerta abierta. Sin decir nada, Sofía asintió y entró tras él.
La nueva sala estaba llena de camillas. Muchas camillas, una al lado de otra, todas ocupadas por mujeres desnudas sobre ellas. Entre camilla y camilla, había una serie de pantallas y una mesita con instrumental. De las pantallas salían varios cables que se conectaban a los cuerpos de las chicas. Todas tenían los ojos tapados con unas abultadas gafas, también conectadas a las pantallas, y la boca amordazada y entubada. Estaban atadas a las camillas, aunque no parecía que ninguna hiciese intención de moverse.
Se acercó a la primera de las camillas para grabar con detalle lo que allí se encontraba. Entonces se fijó en que las chicas tenían un vibrador insertado en su coño y otro en su culo, y por lo que parece estaban conectados.
Una serie de enfermeras pululaban por la sala, revisando las pantallas. Todas iban en lencería y tacones…
– ¿Qué es esta sala? – Preguntó a Marcelo.
– Es nuestra sala de modificación del pensamiento. Es nuestro método más utilizado de control mental.
Sofía se acercó a una de las pantallas.
Nombre: Alicia Hernández
ID: 722
Talla de pecho original: 80B
Talla de pecho deseada: 100D
Especificaciones solicitadas:
    – Bimbo
    – Stripper
    – Adicta al semen
    – Sumisión
    – Predilección por los hombres maduros
Progreso de la conversión: 76 %
– A través de estos ordenadores podemos controlar las aptitudes que queremos insertar en su cabecita. Hay cientos y cientos de opciónes, el nivel de personalización es enorme… Gracias a un componente químico que inventamos, el XC-91, somos capaces de alterar con bastante rapidez la mente de nuestras capturas. A demás, para reforzar el proceso, a través de las gafas emitimos imagenes y videos que favorezcan a implantar las nuevas habilidades que queremos incorporar.
– ¿Usais… un componente químico?
– Sí, lo hemos desarrollado en estas mismas instalaciones, si quiere después de acabar con esta sala podremos pasarnos por los laboratorios. Estas muchachas que ves aquí controlando los monitores, son parte de la plantilla del laboratorio.
– P-Pero… Están…
– ¿Desnudas? ¡Claro que sí! Así es mucho más divertido para el resto. – Sentenció el hombre, con una sonrisa malévola en los labios. – Todas nuestras investigadoras son esclavas. Así trabajan mejor, nos cuestan menos dinero, y nos ahorramos tonterías como que un empleado se queje de nuestras prácticas por que sea inmoral o ilegal.
– ¡Pero es ilegal! – Sofía no pudo aguantarse. – Estáis lobotomizando a estas mujeres, convirtiéndolas en esclavas sin posibilidad de reaccionar… ¡Estáis destruyendo sus mentes!
– Mientras haya alguien que pague por ello, habrá gente que lo haga, ¿Por qué no nosotros?
Sofía se quedó boquiabierta ante esa afirmación.
– ¡Bienvenida al maravilloso mundo del capitalismo! – Finalizó Marcelo.
Sofía dió un último paseo alrededor de la sala, grabando a las chicas de las camillas y a las investigadoras. Todas tenían un cuerpo de impresión… Parecían más chicas Playboy que investigadoras… Sus pechos eran enormes, casi no cabían en los sujetadores que llevaban…
– Hay algo que quiero enseñarte… – Continuó Marcelo. – ¿Recuerdas a Francisco Gandiano?
– El… El chico de la ficha que ví antes… ¿Verdad?
– Correcto. Aquí lo tienes. – Dijo el hombre, señalando la tercera camilla.
– Pero… es… una mujer…
Sofía observó una mujer preciosa… Rubia, voluptuosa… Estaba siendo penetrada igual que los demás por el culo y el coño…
– ¿Cómo puede…? – Continuó Sofía.
– La magia de la ciencia. – La cortó Marcelo. – El químico XC-91 ataca a un nivel tan profundo las células del sujeto que es capaz de recodificar parte del ADN. En otras palabras, podemos transformar un hombre en una mujer completa, no habrá diferencia con cualquier otra mujer del mundo.
Lo que Sofía estaba viendo durante ese día la estaba superando… Nunca habría imaginado encontrarse algo así… Además, se lo mostraban con una naturalidad que la abrumaba.
Marcelo esperó pacientemente a que Sofía tomase el material suficiente para su reportaje. Cuando acabó, salieron de nuevo en dirección a los ascensores.
– Entonces, bajemos a los laboratorios. Le encantará conocer al señor Pérez.
Sofía miró al hombre con cara de circunstancias… No creía que le encantase conocer a nadie de aquel lugar.
El ascensor paró en medio de un vestibulo blanco y luminoso. Una mujer pelirroja, tan espectacular como las investigadoras de la sala de control mental, las recibió. Por lo menos ésta llevaba bata.
– Buenos días. – Saludó la joven. – El sr. Pérez les espera ya en los laboratorios, si me acompañan les llevaré él.
– Muy bien Rosa. Eres una buena chica.
La mujer cerró los ojos con una intensa y breve expresión de placer. Parece que el alago de Marcelo la había complacido de alguna manera.
– Si… Una buena… chica… – Añadió la tal Rosa.
Después de eso dió la vuelta y comenzó a andar a través del pasillo.
En las puertas del laboratorio, se encontraron al señor Pérez, un hombre de mediana edad, castaño, aunque con alguna cana sobre su cabeza, completamente afeitado y vestido con un traje gris a rayas. Tenía una expesión divertida en la cara.
– Vaya, ¿Vamos a salir en la tele? Si lo llego a saber me habría arreglado más. – Comentó, en tono de broma.
– Buenos días Iñaki, ¿Que tal te va? – Saludó Marcelo.
– Bastante bien, trabajar aquí es una satisfacción ¿Y a tí?
– Estupendo. Te presento a Sofía Di Salvo. Está haciendo un reportaje de investigación sobre nuestras labores. Me pareció interesante mostrarle tus instalaciones.
– ¡Por supuesto! Encantado, Sofía. Yo soy Iñaki Pérez. – Dijo, tendiéndole la mano.
Sofía le tendió la mano. El hombre era simpático, pero se resistía a decir que estaba “Encantada”.
– Esta chica… Rosa – Comenzó Sofía. – ¿También habéis… modificado su mente?
– Por supuesto. – Comentó Iñaki, convencido. – Todas las mujeres que te vas a encontrar aquí son esclavas. Pero son algo distintas a otras que hayas podido ver. Para esta sección de la coorporación, primero buscamos a pequeñas genios que puedan trabajar realmente aquí. Luego, a través de los procesos que ya has visto y del componente XC-91, las convertimos en las trabajadoras perfectas, no se quejan, no se cansan, no cobran, tienen una concentración del 100%…
– Y os las podéis follar. – Cortó secamente Sofía.
– Correcto, nos las podemos follar nosotros y quien nosotros queramos. Eventualmente, a alguna la prostituímos, hay gente muy interesada en tirarse a una mujer de éxito, y fuera de estos muros, éstas lo son. Si en cualquier momento quiero usar a alguna, no tengo más que decirlo y obedecerá ciegamente. Es más, después de su horario laboral tienen lo que ellas llaman “guardias” que no es otra cosa que ser usadas como las perras que son. A veces vienen chicas nuevas… Hasta el momento en el que son preparadas, el comportamiento en el laboratorio es algo “normal”…
Sofía no perdía detalle de las declaraciones del sr. Pérez.
– Bueno, basta de charla y vamos a ver lo que interesa. – Dijo Marcelo.
Atravesaron las puertas del laboratorio.
– ¡Hola Sr. Pérez! – Saludaron todas las empleadas a la vez. Una sonrisa de satisfacción apareció en la cara de éste.
– Las tiene bien educadas, ¿Verdad? – Comentó Sofía, que no se molestó en ocultar el desprecio de su voz.
– Ja ja ja, la verdad es que sí, me gusta mucho que muestren educación y respeto.
Todas las mujeres del laboratorio eran espectaculares… Al igual que Rosa, éstas, por lo menos, estaban cubiertas con una bata.
– ¿Cómo eligen a las mujeres? Habéis dicho que son mujeres cualificadas, pero… más bien parecen putas… Dudo que en las universidades estén tan llenas de estudiantes brillantes que sean tan… voluptuosas.
– Depende de varias cosas, intentamos elegir por un lado a las más brillantes y por otro a las más espectaculares. Creo que ya ha visto el efecto del XC-91. – Comentó orgulloso, vanagloriándose de su descubrimiento. – Con él, podemos moldear el cuerpo y la mente de las capturas. Buscamos que tengan una buena base de conocimientos para que el trabajo sea menor, pero realmente eso no es necesario. Y el cuerpo… Ya lo has visto, podemos modificarlo a nuestro antojo.
Acercándose a una de las chicas, metió la mano por debajo de la bata, acariciándole el culo. La chica en vez de quejarse, se rió y se inclinó, facilitándo el acceso al hombre.
– ¿Ve? Completamente dispuesta. – La cara de la chica era puro placer, la boca entreabierta, los ojos cerrados… Movía el culo para aumentar las caricias que le proporcionaba el hombre. – ¿Le gustaría ver a nuestras últimas incorporaciones? Le puedo enseñar el antes y el después.
Sofía asintió, ya estaba harta de ver la falta de escrúpulos de esta gente, pero sería un material muy bueno para su reportaje.
Siguió al sr. Pérez por la sala, hasta una habitación que se encontraba al fondo.
Lo que vió en ella, no dejó de sorprenderla aún después de lo que había visto durante el día. Una serie de mujeres, con collares de perro y correas que las sujetaban a la pared, se encontraban desnudas, masturbándose con enormes consoladores… Unas se follaban el coño, otras el culo. Otras se limitaban a chuparlo como si estuviesen ante su amante. En el centro de la sala se encontraba un sillón con agarres y monitores como los de la anterior sala.
– Aquí realizamos la conversión de las chicas, no nos hace falta tener tantos sillones como en la anterior sala, puesto que aquí normalmente vamos de una en una. Pero no nos quedemos aquí, vamos a ver a las nuevas. Siempre me encapricho de ellas… Es lo que tiene la novedad…
Siguieron al hombre a la siguiente sala, la que parecía que era su despacho. Allí, atadas a los lados de la mesa se encontraban dos jóvenes, una morena y una rubia. Estaban echadas en el suelo como si fuesen dos perras, durmiendo. En cuanto entraron en la sala, las dos se incorporaron y se pusieron de rodillas.
– Buenos días, perras. – Saludo el sr. Pérez.
– ¡Buenos días sr Pérez! – Contestaron al unísono.
– Estas son Mónica – Dijo, señalando a la rubia. – E Isabel. Isabel fué la primera de su promoción, estaba deseando entrar a trabajar a nuestra gran filial farmacéutica, Xella Pharma, por que es uno de los laboratorios más punteros, así que después de hacer las pruebas, consiguió el acceso. Mónica fue distinto. No era una estudiante brillante ni mucho menos, pero era un pequeño bombón, así que  le proporcionamos una de nuestras “becas personales” y accedió a nuestro programa también.
Iñaki Pérez se sentó en su sillón mientras hablaba y, sin ningún tipo de pudor, se sacó la polla ante todos. Sin perder ni un segundo, las dos chicas se abalanzaron sobre ella y comenzaron a lamerla de arriba a abajo, compenetrándose, repartiendose por turnos los huevos y el falo, entreteniéndose en el glande… El hombre continuó como si nada.
– Una vez comenzaron a trabajar aquí, era cuestión de días que se “adaptasen” al ritmo de trabajo. Ya ha visto antes como funciona nuestro XC-91. – Volvió a decir, con una sonrisa en los labios. Sofía no sabía si esta vez era por orgullo, o por la soberbia mamada que le estaban proporcionando las esclavas. – Pero bueno, qué descortés soy, tengo invitados. Isabel, por favor, atiende a la señorita.
La morena abandonó el rabo del hombre y se acercó gateando a Sofía. Ésta se quedó paralizada, era una situación que no había esperado. La esclava comenzó a lamerle los zapatos, como anteriormente había visto hacerlo a la esclava de Mistress Angélica. Mientras eso sucedía, Marcelo se acercó por detrás a Mónica y, liberando su polla completamente erecta, se la insertó de un empellón en el culo. La esclava no protestó, al contrario, comenzó a mover sus caderas para acompañan las embestidas del hombre mientras acompasaba el movimiento con la mamada que le estaba realizando al señor Pérez.
¿Qué estaba pasando? Querían montar una orgía con las dos esclavas… ¡Y con ella! Estaba paralizada, la situación actual y todo lo que había vivido durante aquel día la estaba superando. Ella nunca había vivido algo así… no era una mojigata en el tema del sexo, pero jamás había estado con una mujer, y mucho menos había hecho algo con varias personas a la vez…
Isabel continuaba con su tarea, había pasado hace un ratito de lamer los zapatos a los piés, y ahora estaba comenzando a subir por las piernas.
Mónica, por su parte, estaba montando al señor Pérez, que se había tendido en la mesa, mientras seguía siendo sodomizada por Marcelo. La chica gemía de placer, su cara denotaba que no estaba fingiendo. ¿Realmente disfrutaban tanto? ¿O sería por el XC-91? ¿Cómo serían estas chicas antes de ser convertidas? ¿Habrían accedido en algún momento a hacer algo así por su propia voluntad? Sofía estaba convencida de la respuesta, pero… Lo estaban haciendo de manera tan natural… ¿Tan poderoso era el control que ejercían sobre ellas?
Mientras Isabel ascendía por sus piernas, Sofía se dió cuenta de que todavía estaba grabando. El objetivo de la cámara estaba enfocando a la morena que la recorría desde abajo. La chica comenzó a meter las manos por debajo de la falda de Sofía… ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué la dejaba? PLAF PLAF PLAF Sonaban las embestidas del trío que tenía al lado.
– ¡BASTA! – Estalló de pronto Sofía.
TOdos se pararon de golpe. Isabel dejó de lamer y quedó de rodillas ante ella. Los componentes del trío se pararon y la miraron.
– No quiero seguir con esto. – Continuó la mujer. – No me gusta, una cosa es hacer un reportaje y otra esto… ¿Una orgía? No… No quiero.
– Está bien, no te preocupes… A lo mejor nos hemos excedido. – Comentó Marcelo. Ambos hombres se separaron de Mónica, que quedó con cara de decepción, al igual que estaba Isabel.
– ¿Has visto lo que ha pasado? – Preguntó el sr. Pérez a Isabel
– Si amo, no he sabido complacerla amo.
– Exacto, y ¿Qué ocurre cuando no sabes hacer tu trabajo?
– Soy castigada amo.
– Correcto. – Iñaki sacó de un cajón de la mesa una fusta y, dándosela a Mónica, siguió hablando. – Ya sabes lo que hacer, con 30 tendrá bastante.
Isabel se puso al borde de la mesa, inclinándose para exponer su culo. Mónica se situó detrás.
– ¿Q-Qué? ¿Qué estáis haciendo? ¡No la castiguéis! Ella no ha hecho nada malo… – Protestó Sofía.
– Déjanos encargarnos de nuestras perras como veamos. – Cortó de manera bastante seca Iñaki. – Tú no tienes más que grabar con la cámara. Adelante Mónica, puedes empezar.
ZAS
– UNO. – Contó Isabel
ZAS
– DOS.
ZAS
– TRES.
Sofía no dejaba de grabar. La chica no mostraba ningún tipo de gesto de dolor, pero a la vista estaba que Mónica no se cortaba con los golpes. El culo de Isabel comenzaba a estar surcado de lineas rojas.
ZAS
– QUINCE.
ZAS
– DIECISEIS.
– ¿Has visto? – Comentó Iñaki. – Hago que se castiguen entre ellas. Es una muestra más de sometimiento, saben que un error merece un castigo y lo aceptan y lo aplican sin rechistar.
Sofía estaba horrorizada, quería que acabase el día y salir de aquél lugar.
ZAS
– TREINTA. – Acabó Isabel.
– Muy bien, perras. – Las felicitó Iñaki. – Mónica, llévala a la sala de curas y aplícale un ungüento.
– ¿Un ungüento?. – Preguntó Sofía.
– Claro, las castigo cuando lo merecen, pero no quiero que estén dañadas, una vez acabo con ellas, les aplicó curas para que no sufran y se recuperen rápido.
Sofía no habría imaginado eso.
– Marcelo… Creo… Creo que ya tengo bastante… Si no le importa me gustaría acabar el reportaje ya.
– ¿Ya? Si todavía no hemos visto las mazmorras.
– L-Lo sé… Pero creo que tengo material suficiente.
– Si quiere podemos ir a mi despacho para que me pueda hacer las últimas preguntas que le puedan quedar para cerrar el reportaje.
– Sí… Me parece buena idea, muchas gracias.
Y allí dejaron a Iñaki, junto con Isabel y Mónica mientras ellos se dirigían al despacho de Marcelo. Mientras avanzaban por los pasillos, Sofía respiraba aliviada, aquél día iba a acabar y no tendría que volver a pensar en ese horrible sitio nunca más…
Marcelo abrió la puerta de su despacho.
– Tu primero por favor.
– Muchas gracias. – “¿Cómo podía una persona tan educada trabajar en un lugar así?” Se preguntaba Sofía.
Cruzó la puerta del despacho, pero no pudo ver nada. Un fuerte golpe en su cabeza nubló sus sentidos. Lo último que recordaba, era cómo protegía la cámara con su cuerpo mientras caía al suelo, después, todo oscuridad.
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Relato erótico: “El viejo le rompió la cola a mi esposa” (POR MOSTRATE)

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Después de lo que me había pasado entre los compañeros de mi anterior trabajo y mi esposa, sabía que no estaba bien que esa noche estuviéramos en ese evento, pero no tuve opción, la empresa en donde soy vendedor presentaba un nuevo producto e iban a asistir todos los directores de las filiales del mundo por lo tanto era imposible faltar.

Quizás tendría que haber puesto una excusa para que Marce no fuera conmigo, pero mi jefe insistió para que todos fueran con sus parejas y, además, ella tampoco quería perderse semejante fiesta y me prometió portarse bien.

El lugar era espectacular, un imponente salón de un prestigioso hotel de la ciudad, con una decoración magnífica y dividido en alrededor de 30 mesas para diez personas cada una, una pista de baile central y un escenario en un extremo.

La ubicación que nos toco no era de lo mejor, ya que estaba en el otro extremo del escenario y detrás de una columna que hacía dificultosa la visión.

Tampoco tuvimos la suerte de compartir mesa con conocidos. Nos había sido asignada junto a otros cuatro vendedores y sus respectivas parejas de sucursales del interior del país.

Como se imaginarán mi esposa desde el comienzo fue objeto de miradas de parte de todos los hombres del lugar, y cuando digo de todos, es de todos, los jóvenes y los de avanzada edad se la comían con los ojos.

Ese vestido largo color negro ceñido a su cintura y a sus caderas, con la espalda descubierta le quedaba de maravilla y sobre todo sus zapatos de tacones altos destacaban su hermosa cola parada que, como es su costumbre, Marce exhibía sin disimulo.

La noche comenzó con un aburrido discurso del Director General de la empresa y los aplausos habituales al terminar el mismo.

Sirvieron la cena y hubo alguna conversación de algunas cosas del trabajo con los compañeros de mesa.

La fiesta trascurría y nada en ella era divertido, por el contrario era bastante tediosa y nada hacía suponer que en algún momento la pasaríamos bien.

Por suerte después de terminar el primer plato pusieron música para bailar y eso hizo la cosa mas alegre.

– ¿Vamos a bailar?, me pidió Marce.

La tome de la mano y nos dirigimos a la pista, la que al no ser muy grande, estaba bastante concurrida.

La sensualidad con la que se movía mi esposa incremento las miradas de todos los tipos que estaban a nuestro alrededor y también de los que permanecían sentados.

En especial observe que en una mesa que daba a la pista había alguien que la miraba muy atentamente, mejor dicho, le miraba la cola muy atentamente.

Era un hombre mayor de aproximadamente 65 años, canoso y vestido muy elegante y con ropa muy fina, lo que denotaba que era algún ejecutivo de la empresa.

Era sorprendente verlo quieto, casi sin movimiento alguno, solo seguía con su mirada la cola que mi mujer meneaba al ritmo de la música.

Presentí en ese momento lo mucho que el viejo estaba deseando ese culo y la verdad eso me gusto, por fin la noche había empezado a ponerse divertida pensé.

Considere que alguien que admira de esa forma la cola de tu esposa había que agradecérselo y que mejor forma de hacerlo que acercándoselo para que lo contemplara en toda su expresión.

Como las mesas estaban casi al borde de la pista me fue fácil. Bailando y muy lentamente para que Marce no se diera cuenta, la fui llevando para ese lado hasta dejar su hermosa cola casi pegada a la cara del tipo.

Imaginé que en esa posición el viejo iba a hacerse el distraído para que yo no me diera cuenta de su actitud, pero no, siguió con los ojos clavados en el cuerpo de mi mujer en la misma posición que estaba y sin ningún tipo de disimulo.

La situación me había causado un principio de erección y quizás fue por eso que tuve el coraje de seguir adelante en la provocación. La acerqué a mí tomándola por la cola con las dos manos y le di un profundo beso. Ella me miro sorprendida sin sospechar nada, yo le sonreí y seguimos bailando.

Observe al viejo y ahí note que el me estaba mirando fijamente. Sentí como que me preguntaba si eso había sido para el. Le hice un gesto con la cabeza que podía interpretarse como un saludo, pero también como un asentimiento. El repitió mi gesto e inmediatamente volvió a bajar su mirada al culo de Marce.

En ese momento se encendieron las luces y paro la música. Les confieso que volver a nuestra mesa y sentarme fue un alivio, ya se me hacia difícil disimular mi erección.

-¿Que fue eso del beso?, me preguntó

-Nada, tuve ganas de besarte, le conteste

-Fuiste muy efusivo y había mucha gente mirando, dijo

-Nadie nos vio, le respondí.

Ella no dijo nada, solo río.

Mientras comíamos el segundo plato no podía dejar de observar al viejo. Estaba sentado junto a un grupo de tres hombres y tres mujeres con edades similares a las de el. Conversaba y reía constantemente, y me sorprendió que nunca dirigió su mirada hacia nosotros. Me desilusione, me hubiese gustado que se siguiera babeando con la cola de mi mujer.

La conversación entre los comensales de nuestra mesa era bastante aburrida, eso hacia que me volvieran a la cabeza la imagen de los ojos de viejo clavados en el culo de mi esposa. El episodio me excitaba y ya tenía una erección que por suerte al estar sentado podía ocultar.

Mientras tanto Marce seguía de charla con una de las integrantes de la mesa sin siquiera sospechar mis pensamientos.

Nuevamente se apagaron las luces y comenzó la música.

-¿Vamos?, me pidió Marce tomándome de una mano.

-En un rato, le conteste.

Era imposible pararme, antes tenía que bajar la tensión que había dentro de mi pantalón.

-¿Te molesta si la saco a bailar?, me consultó un compañero de mesa.

-No, para nada, respondí.

Todos salieron a bailar y me quede solo en la mesa, por lo que aproveche para cambiarme de silla y tener una vista más amplia de la pista.

Mi esposa bailaba en la misma ubicación que lo había hecho conmigo pero el viejo no estaba en su silla. Estará bailando pensé, mientras bebí un trago de vino.

-¿Puedo sentarme?, escuche tras mío.

-Claro, respondí. Era el.

-Yo ya no estoy para estos trotes, pero que raro que usted no baile, me dijo

-En un rato, conteste, tratando de reponerme de la sorpresa.

-Me llamo Marcos Acuña me dijo estirando su mano.

-Jorge Prieto, mucho gusto, estreche la suya.

-¿En que sección de la empresa esta?, preguntó.

-En ventas ¿y Ud.?

-Yo estoy en el directorio.

-Pero no se amedrente mi amigo, acá somos todos iguales rió.

-Para nada, le dije mientras sonreía.

-Además yo estoy solo y Ud. con una hermosa mujer, así que son dos contra uno rió nuevamente.

-¿Es su novia?

-No, mi esposa.

-Realmente es muy hermosa y ella lo sabe, dijo, mientras me señalaba la pista

donde ella se contorneaba sensualmente al ritmo de la música.

-Y si, reí nerviosamente.

Había ido directo al grano. Me di cuenta que se sentía seguro, sospechaba que el espectáculo de hace un rato había sido dirigido a el. La situación me incomodaba, pero a la vez me ponía muy caliente.

-Ese vestido le queda de maravillas, ¿no le parece?, me preguntó.

-Si, le conteste un poco inquieto

-Le digo porque se lo pude ver bastante de cerca hace un rato mientras bailaban.

-¿Que cosa?, lo mire.

-El vestido, ¿que pensaba?, río.

-Nada, nada, respondí aún mas tenso.

-¿Le puedo hacer una pregunta sin que se moleste?

No le respondí, solo le hice un gesto afirmativo. Me sentía visiblemente nervioso.

-¿Sabe si su esposa tiene bombacha?

-¿Como?, pregunté con cara de disgusto.

-Perdón si lo he inquietado con mi pregunta, no era mi intención, se disculpo ante mi reacción.

-Le preguntó porque estos vestidos tan ceñidos dejan ver las tiras de las bombachas y estuve observando un rato largo la cola de su esposa y no observe marca alguna, prosiguió.

Lo nervioso que estaba se transformo en excitación. El viejo se había pasado, pero en vez de estar enojado, me entusiasmaba el jueguito, después de todo yo lo había empezado.

-La verdad no lo se, le respondí

-Por ahí tiene una tanga chiquita que se le mete en la cola y no se nota, dije a propósito.

-Tal vez, dijo

Yo esperaba que la respuesta lo incomodara, pero no tuvo ninguna reacción

-Me lo averigua, me gustaría saberlo, continuo mientras me dio la mano y se retiro regresando a su mesa.

Es un viejo zorro pensé, me paso la posta a mi a ver si quería continuar con el juego. Lamente que se hubiera ido, me había excitado mucho ese dialogo.

Lo seguí con la mirada, se sentó de espaldas a Marce sin mirarla y continuo con su animada charla con sus compañeros de mesa.

Yo quede nuevamente solo y mas excitado que antes y sin estar seguro de querer continuar con esta diversión peligrosa.

Al rato, se corto la música y todos volvieron a la mesa.

-¿Que paso que no viniste?, me preguntó Marce.

-Tenía ganas de verte desde acá, le respondí sonriendo.

Se río y me dio un beso.

-¿Y que viste?

-Vi que no se te ven marcas de ropa interior, le susurre al oído.

-¿Te diste cuenta?, río

-Con estos vestidos no se puede usar, me respondió con voz picara.

-¿Nada de nada?, le pregunte.

-Nada de nada, me contesto sonriendo.

-¿Te molesta?, continuó.

-No, para nada, dije.

Vinieron los mozos a servir el postre por lo que se interrumpió la charla.

Reconozco que estaba demasiado excitado con la situación y eso no me hizo pensar muy bien

-Voy al baño, ya vengo, dije.

Tuve que hacer un esfuerzo para caminar por la erección que tenia. Por suerte no había mucha luz, por lo que pude disimularla bien.

Me dirigí directo a la mesa del viejo y al pasar junto a él me acerque y le dije al oído:

-Ud. tenía razón.

El solo me miro, yo seguí camino al baño.

Me metí en un cubículo y me baje los pantalones, ya no aguantaba la presión que ejercían sobre mi miembro. Como mi erección era total aproveche para masturbarme un poco recordando la mirada del viejo en el culo de mi mujer.

-¿Sr. Prieto, esta Ud. ahí?, escuche mientras se oía el agua de una canilla correr.

Me había seguido al baño, era lógico, pero de todos modos me exaltó un poco.

-Si, respondí.

-Perdone que lo moleste pero quería estar seguro si entendí bien.

-¿Me quiso decir que su esposa esta desnuda debajo del vestido?, preguntó.

-Completamente, le dije mientras me masturbaba frenéticamente.

-Ah, mire Ud.

-Dígame, ¿cree que su esposa querrá conmigo?

Me corrió un frío por la espalda, me quede en silencio.

-Bailar digo

-Tendría que preguntarle a ella, dije ya muy agitado.

-¿Ud. no tendría problemas verdad?

-No, fue lo único que salio de mi boca.

-OK, después lo veo.

Recién cuando escuche que la puerta principal del baño se cerraba me relaje. Me acomode la ropa, me lave las manos y la cara tratando de refrescarme un poco y regrese al salón. Cuando pase por su mesa, el viejo ni me miro.

-Como tardaste, me dijo Marce.

-Es que algo que comí no me cayó bien, dije como justificativo.

-Se te nota que estas muy colorado, ¿querés que vayamos?, me preguntó.

-No, por ahora aguanto, cualquier cosa te aviso.

Seguía que explotaba de la calentura, deseaba que esa fiesta no terminara nunca. Me encantaba este juego sin que mi esposa supiera y con la ventaja de terminarlo cuando quisiera.

Cuando comenzó nuevamente la música, todos los de nuestra mesa salieron a bailar.

-¿Todavía te sentís mal?, preguntó ella.

-La verdad que no muy bien, pero anda a bailar si querés.

-Si Ud. lo desea puede bailar conmigo, se escucho detrás de nosotros.

-Mi nombre es Marcos, mucho gusto, prosiguió extendiéndole la mano a Marce.

-Marcela Prieto, un gusto, dijo ella.

-Con su marido ya nos conocemos, ¿no es cierto?

-Si claro y por supuesto se la presto, le dije con una sonrisa.

-¿No te molesta amor?, preguntó ella con cara de desconcierto.

-Para nada, anda, mientras yo me repongo un poco.

Me dio un beso y se fueron, ella delante y el detrás con la mirada clavada en su culo.

Nuevamente me cambie de silla para poderlos apreciar mejor a los dos, estaba seguro que Marce con lo que le gusta calentar a los tipos lo iba a volver loco al viejo.

No me equivoque, al rato de estar bailando de frente, ella se dio vuelta y comenzó a menearle el culo, el viejo sin disimulo volvió a clavarle los ojos en su cola, dirigió la mirada hacia mi y le dijo algo al oído, Marce me miro y río, situándose nuevamente frente a el.

Se acercaban, se decían algo, reían y seguían bailando. Ya la erección me estaba produciendo dolor, tenia que hacer algo. Como la zona de las mesas estaba a oscuras, me tape con parte del mantel, me abrí el cierre del pantalón y saque el miembro de ese encierro. Me masturbaba despacio para que nadie notara nada.

Realmente estaba deseando que pasara algo más, pero no fue así, el viejo se porto como un caballero, solo siguieron bailando y al finalizar la música la acompaño a mi mesa despidiéndose de ella y de mí con un gracias.

Pensé que todo había terminado ahí; Nada mas equivocado.

-Vi que la pasaste bien, le dije.

-Si, Marcos es muy simpático, me respondió.

-Y además tiene un perfume muy rico, prosiguió.

-Y también lo tenes loco, dije sonriendo.

-Si, me lo dio a entender, río

-¿Si?, ¿Como?

-En un momento me le puse de espaldas y me susurro al oído que me diera vuelta que era viejo pero no de fierro y que vos me estabas vigilando, dijo con cara picara.

-Si lo vi., y vi que te diste vuelta enseguida.

-Te prometí que me iba a portar bien no.

-Yo cumplo mis promesas, sonrió.

-¿Te calentó el viejo?, quise saber.

-Yo cumplo mis promesas, me repitió sonriendo y me dio un cariñoso beso.

Sus ojos lo decían todo, le había encantado calentar al viejo, se le notaba excitada. No me sorprendí, yo sabia lo mucho que le gustaba eso.

-Voy al toillete, ya vuelvo, me dijo.

La seguí con la mirada, al pasar al lado de viejo paró mas el culo, hubiese apostado que lo haría, y continuó camino.

El viejo no pudo dejar de mirarla, clavos sus ojos en esa cola parada hasta que se perdió tras la puerta de baño.

Luego me miro, se incorporó y se acercó.

-Le pido disculpas, me dijo.

-¿Por que?, le pregunte.

-Por no poder dejar de mirarle la cola a su esposa, dijo en tono pausado.

-Espero que me comprenda, a mi edad solo el saber que ese hermoso culo esta desnudo debajo del vestido, me excita, continuó.

-No se haga problemas, me pasa seguido esto, le respondí.

-Es mas, me halaga que admiren a mi mujer, continúe.

-Me alegro que no le moleste.

-¿Cree que a ella le molestará?, preguntó.

-¿Que cosa?

-Mostrarme esa colita.

-Ya se la mostró en la pista, le dije.

-No me entendió, le preguntó si a ella le molestará mostrarme la colita sin el vestido, dijo muy seguro.

Me corrió un sudor por la espalda, mi grado de excitación ya no me dejaba pensar bien.

No le conteste, mi silencio le dio pie para seguir.

-¿No le parece que seria excitante para Ud. ver como su esposa le muestra el culo desnudo a un viejo como yo?, prosiguió.

No emití palabra, solo miraba la pista, mientras el seguía hablándome discretamente.

-Se lo dejo pensar, si lo cree posible avíseme, dijo, e inicio el camino hacia su mesa.

No solo lo creía posible, sino que quería que pasara pensé. Estaba seguro que no me iba a ser difícil convencer a Marce, a ella le encanta eso.

Si no hubiera sido por la educación y compostura del viejo, posiblemente hubiese dejado pasar la ocasión, pero eso y que estaba caliente pudo mas y estaba dispuesto a hacerlo.

-No sabes cuanta gente había en el baño, me dijo Marce al regresar.

-Y claro van todas juntas dije, como para disimular mis pensamientos.

-¿Te sentís mejor?, me preguntó.

-La verdad que no, estaba pensando en decirte que nos vayamos, respondí.

-¿Si?, que lástima, me dijo.

-Bueno vamos, no hay problema, continuó.

-Marcos me pidió que lo alcanzáramos hasta la casa, ¿te molesta?, pregunté.

-¿Te parece?, no te veo bien, dijo.

-Nos queda de paso y es un directivo, no puedo decirle que no, comente.

-OK, voy a buscar los abrigos al guardarropas, ya vengo, dijo.

-Yo le voy a avisar al viejo, dije.

Llegue a su mesa, el se dio vuelta para prestarme atención.

-Ya nos vamos, ¿nos acompaña?, le pregunte nerviosamente.

-Por supuesto, me contesto con una sonrisa.

-Lo esperamos en la puerta, le dije y me retiré.

Nos ubicamos en mi auto, el viejo en la parte trasera y partimos.

-Que rico perfume tiene, fue lo primero que comento mi mujer, mientras el aroma inundaba todo el habitáculo.

-Gracias, respondió el.

-Me alegro que le guste, continuó.

-El suyo también es muy bonito y sugestivo, dijo.

-Gracias, respondió ella con una sonrisa.

-¿Uds. viven lejos?

-No, acá a unas 10 cuadras, conteste.

-Lastima que se sienta mal, me hubiese gustado seguir charlando con una pareja tan cordial, dijo el viejo mientras me observaba a través del espejo retrovisor.

-Otro día lo invitamos a cenar, dijo Marce.

-No estoy tan mal, no es para tanto, ¿le agradaría pasar a tomar un café?, le pregunté.

-Si a su esposa no le molesta me encantaría.

-No, por favor como me va a molestar, dijo ella mientras me miraba desconcertada.

Apure el camino a casa mientras mis pensamientos me invadían. Estaba muy excitado y quería llegar lo antes posible.

Guarde el auto en la cochera y nos dirigimos los tres hacia el ascensor. Nuevamente el perfume del viejo llenó la pequeña cabina.

-Tenés que comprarte un perfume como este, es muy estimulante, me sugirió Marce.

-Es lindo dije.

-¿Le parece estimulante?, preguntó el.

-Mucho, respondió ella.

-¿Y que le estimula?, continuó el, mirándola con deseo.

-Uh tantas cosas, contesto ella riéndose.

El rió, yo era solo un observador de esa charla de seducción.

Lo invite a que tomara asiento en unos mullidos sillones que tenemos en el living, yo lo hice frente a el, mientras Marce fue hacia la cocina a preparar el café prometido.

-¿Su esposa ya sabe?, me preguntó.

-¿Que cosa?

-Que me trajo para que ella me muestre el culo.

-Para nada, respondí inquieto.

-¿Cree que va a ser posible, no se me va a arrepentir no?, preguntó con tono impaciente.

-Ud. vino a verle la cola a mi esposa y ella se la va a mostrar, respondí desafiante.

-Así me gusta, dijo mientras se acomodaba en el sillón.

Metió la mano en el bolsillo interior del saco y sacó una pastilla azul, la puso sobre la mesa frente a el.

-Si Ud. me lo permite, voy a tomar esta pastilla, a mi edad uno necesita una ayudita y con una colita tan linda cerca uno nunca sabe, sonrió.

Entendí que hizo ese movimiento para ver como reaccionaba. Me estaba insinuando que no solo quería verla desnuda a Marce, sino que también pretendía algo mas. Acepte el desafío.

-Amor, podes traer un vaso de agua que el Sr. Marcos tiene que tomar una pastilla, le grite a Marce para que me escuchara.

El sonrío, y aunque mantuvo la compostura, se le noto una expresión de deseo que no le había visto en toda la noche.

En ese momento regreso ella con el vaso en la mano.

-Ya se esta calentando, en un momento estará listo, dijo mientras le entregaba el vaso al viejo.

-¿A que se refiere? preguntó el, mientras tragaba la pastilla.

-Al café, que creía, dijo riendo.

-Debe ser de bravo Ud. prosiguió ella, mientras se sentaba a mi lado.

-¿Lo dice por lo que conversé con su marido?, preguntó mirándome.

-¿Que converso con mi marido?, no se, no me dijo.

-Ah perdón, pensé que le había contado lo que habíamos hablado en el salón.

-¿No le contó Prieto?, me preguntó haciéndose el distraído.

-¿Que hablaron?, quiso saber ella extrañada.

-Solo me preguntó si tenías ropa interior y le respondí que no, conteste visiblemente acalorado.

Se noto en su rostro que eso la había conmovido, el brillo en sus ojos la delato, Marcos se dio cuenta por lo que aprovecho para continuar:

-Le pido por favor que no se enoje, dijo.

-Ud. es una mujer hermosa y es muy excitante para mí saber que solamente la fina tela de su vestido cubre su cuerpo, y especialmente esa cola tan bella, continuó.

Ella me miro y sonrió nerviosamente.

-A su marido le pareció excitante que Ud. se sacara el vestido para mi, y realmente a mi me encantaría observar su cuerpo desnudo, ¿a Ud. le molestaría?, le preguntó.

El rostro de ella se ruborizo, creo que por una mezcla de excitación y vergüenza, no esperaba que el viejo fuera tan directo.

Por unos segundos todo quedo en silencio.

-No se, me toma por sorpresa, dijo ella.

-Mire señora Prieto, no se ponga mal, tómelo solo como un juego, su marido lo va a disfrutar, yo lo voy a disfrutar y seguramente Ud. también lo disfrutará.

Ella lo miro y tímidamente hizo un gesto de convencimiento y aprobación.

-Prieto, me gustaría verlo a Ud. sacándole el vestido, ¿me haría el favor?, preguntó.

Me incorpore, la tome de la mano y nos separamos del sillón unos metros. Me puse de frente a ella y ella de espaldas al viejo. Lamente que Marcos no pudiera ver la cara de puta que tenia Marce en ese momento. El seguía atentamente la escena sin gesto alguno.

Lentamente le baje los breteles y los solté. No se si fue por el tipo de tela o por la suavidad de la piel de mi mujer, el vestido se deslizó completamente y quedo a sus pies.

-¿Que le parece Marcos?, me anime a preguntar.

-Me parece que su esposa tiene una cola preciosa, respondió.

-Gracias, dijo ella girando la cabeza y buscándolo con la mirada.

-Retírele el vestido pero déjele los zapatos por favor, me ordenó.

Así lo hice. Ella temblaba de la excitación, yo a esa altura solo aguardaba nuevas órdenes. El viejo seguía con su traje y corbata prolijamente ubicada, me sorprendió que ni siquiera se tocara por encima del pantalón.

-Sr. Prieto, me gustaría que me exhibiera esa cola como lo hizo mientras bailaba en la fiesta, dijo.

Marce se asombró, pero no dijo nada, su calentura ya no se le permitía. Empecé a bailar despacio, la tome por las caderas y ella comenzó a moverse sensualmente.

Muy lentamente la fui llevando hacia la posición del viejo hasta ponerle el culo a unos centímetros de su cara. Baje mis manos a sus glúteos y repetí la escena del salón dándole un largo beso.

-Sr. Prieto ¿me permite acariciar la colita de su esposa?, preguntó.

Marce cerro los ojos, estaba que explotaba, yo no dije palabra, solo la acerque un poco más, hasta casi rozar su culo con la cara del viejo.

El comprendió que tenía permiso y manoseo suavemente sus glúteos, mientras Marce paraba más la cola. Le di otro beso y me aleje, no quería perderme nada de la escena.

-Que hermosa piel tiene Sra. Pietro, dijo, mientra le acariciaba con delicadeza todo su cuerpo.

-Gracias, apenas se la escucho a ella.

-Realmente tiene una hermosa mujer, Sr. Prieto, continuó diciendo mientras, metía su mano entre las piernas de Marce.

-Lo se, dije, mientras ella nos regalaba un placentero gemido.

-Esta toda mojada Sra. Prieto, dijo mirándose la mano empapada por sus jugos.

-Dese vuelta por favor, le pidió.

Ella obedeció. Primero acarició sus pechos que a esta altura tenían sus pezones muy erectos, luego bajo sus manos por su ombligo hasta llegar a su totalmente depilada vagina.

Marce estaba con sus ojos cerrados y con la respiración agitada. Yo me baje el cierre del pantalón para aliviar la presión.

-Espero Sr. Prieto, tenga un poco de paciencia, ya va a tener tiempo de masturbarse, me sugirió.

Le hice caso, volví a cerrar el cierre. El continuó:

-Su esposa tiene una hermosa conchita, dijo, mientras hurgaba delicadamente en ella.

-Pero esta conchita tiene dueño y es Ud. y yo soy muy respetuoso de eso, me dijo mientras retiraba los dedos de ahí.

Con Marce nos miramos con asombro.

-No se sorprendan, por respeto al marido nunca le pediría la vagina a una mujer casada, continuó.

-Distinto es la cola, siempre creí que la colas bellas pertenecen a todos los hombres, dijo mientras hacia girar nuevamente a Marce.

Eso fue muy excitante para mi, que tuve que hacer un esfuerzo para no eyacular. También se noto que en mi mujer había hecho efecto, se mordió su labio inferior, y se ruborizo aún más.

El puso una mano en la espalda de ella y la empujo hacia delante. Quedo nuevamente con la cola muy parada a centímetros de su cara.

-Y este colita se nota muy predispuesta, ¿no Sr. Prieto?, preguntó mirándome fijamente, mientras se ensalivaba dos dedos y los introducía hasta el fondo en su hoyito.

Marce pego un gritito de placer, el dejo un momento los dedos dentro de su cola y luego continuó con movimientos lentos, metiéndolos y sacándolos. Lo habrá hecho una diez veces, suficiente para mi esposa que entre gemidos le regalara el primer orgasmo.

Saco los dedos y le dio una palmadita.

-Tranquila Sra. Pietro, todavía falta lo mejor, le dijo con una sonrisa.

Ella seguía en la misma posición y se la notaba muy agitada, un hilo de líquido transparente corría por sus piernas temblorosas.

-Sr. Prieto por favor, vaya a buscar algo para que su esposa pueda limpiarse, dijo.

Deje el living y fui hacia el baño a buscar papel. Fue un alivio para mí, pude sacar el miembro y masturbarme un momento, me acomode la ropa y regrese, no quería perderme nada.

Volví con un rollo de papel en la mano, ahí estaban, Marcos parado frente a ella, con una mano entre sus glúteos y dándose un fogoso beso.

-Perdón Sr. Prieto, pero su esposa quiso olerme el perfume de cerca.

-¿No Sra. Pietro?, preguntó.

-Si, apenas pudo responder ella, inmediatamente tuvo la lengua del viejo nuevamente en su boca.

Nunca había visto a Marce besar tan apasionadamente a otro que no fuese yo. Se veían las lenguas que se trenzaban y se intercalaban en las bocas.

-Muéstrele a su marido como le gusta mi perfume, decía el, y nuevamente le metía la lengua en la boca.

-Ud. es un hombre de suerte Prieto, su mujer tiene una boca deliciosa, y volvían a jugar con sus lenguas.

Estuvieron así unos minutos. La escena era súper erótica y yo ya necesitaba masturbarme y tener mi primer orgasmo.

Por suerte el se detuvo:

-Sra. Prieto necesito hablar algo a solas con su marido, me puede disculpar un momento, dijo.

Ella asintió desconcertada y se metió en el baño.

-Mire Sr. Prieto, quería agradecerle que me haya permitido admirar y tocar el hermoso cuerpo de su esposa.

-Entenderá que esto no puede quedar acá, continuó.

Solo le asentí con la cabeza.

-Me voy a coger a su mujer y me gustaría hacerlo en su lecho matrimonial, ¿Ud. tendría alguna objeción?, me preguntó.

-No, respondí apenas audible.

-Igual, puede confiar en mi, aunque esa conchita sea muy deseable, como le dije antes por respeto a Ud. solo la voy a penetrar por la cola.

-Es toda suya, le dije.

-Le agradezco mucho, contesto.

-Otra cosa Pietro, me gustaría darle a ese culo toda la noche, ¿a Ud. le molestaría dormir acá en los sillones?, preguntó.

-No, para nada, respondí con una sonrisa nerviosa.

-Le agradezco nuevamente, dijo.

-Me indica donde esta su dormitorio, pidió.

Lo acompañé a nuestro cuarto.

-Vaya a buscar a su esposa y tráigamela que ya me esta haciendo efecto la pastilla.

Lo obedecí, fui hasta el baño. Ella se había puesto una bata y estaba tocándose frente al espejo. Se la notaba súper excitada.

-Hola, me dijo

-Hola, ¿esta bien?, le pregunte

-Si, respondió

-Marcos quiere que te lleve al dormitorio, me pidió permiso para cogerte la cola ahí toda lo noche.

-¿Y que le contestaste?, preguntó mientras se masturbaba más rápido.

-Le dije que esta cola era toda suya, le respondí mientras metía un dedo en su agujerito.

-¿Hice mal?

Su piel se erizo y estaba seguro que no era de frío. Me dio un ardiente beso y me pidió que la llevara.

Al llegar al cuarto el viejo ya estaba a medio desvestir, se había desprendido del saco y de la camisa. Nuevamente su aroma había colmado el ambiente.

-Lindo colchón, dijo mientras hacia presión en el con las dos manos.

-Vamos a pasar una noche estupenda, ¿no Sra. Pietro?, preguntó.

Ella solo lo miro con deseo.

-Quítese la bata y los zapatos y métase en la cama por favor, continuó.

Marce obedeció de inmediato y totalmente desnuda se acostó boca abajo. Yo me ubique en una silla a un lateral de la cama. Marcos se saco los pantalones y el boxer, quedando completamente desnudo. Su físico en general coincidía con su edad, estaba totalmente depilado y su miembro de considerable tamaño ya mostraba una importante erección.

Se tendió mirando hacia ella y acaricio su espalda y su cola mientras besaba su cuello.

Ella le busco la boca y volvieron a entrelazar sus lenguas.

-Vio Prieto, se nota que su esposa no mentía cuando dijo que le estimulaba mi perfume.

-Venga Sra. Prieto huélalo por acá que suelo ponerme mas cantidad, continuó diciendo mientras guiaba su cabeza hacia su torso.

Marce comenzó a besarle las tetillas y bajando lentamente hasta llegar a su ombligo, donde metió su lengua dentro. El viejo gimió por primera vez. Yo que me masturbaba frenéticamente no aguante más y tuve mi primer orgasmo.

Me levante para ir a lavarme.

-¿Adonde va?, me preguntó Marcos.

-A lavarme le dije, mientras ella seguía jugueteando con su ombligo

-Espere que quiero que vea como su esposa me la chupa, dijo

Marce giro la cabeza, me miro y metió toda la verga del viejo dentro de su boca, Yo regrese a mi lugar.

-Que bien la chupa Sra. Pietro, dijo mientras le tomaba la cabeza con las dos manos marcándole el ritmo.

Estuvo así unos minutos, su boca subía y bajaba por el miembro de Marcos mientras alternaba su mirada entre la de el y la mía. En un momento fue con su boca a sus huevos. Se noto que al viejo le encanto. Se tomo el miembro y empezó a masturbarse mientras Marce jugueteaba esa zona con la lengua.

-Que dulce que es su esposa Sr. Pietro, dijo entre suspiros.

-Fíjese que mas encuentra por ahí para lamer, Sra. Pietro, continuó mientras abría y levantaba las piernas.

Ella no lo dudo, bajo su lengua hasta encontrarse con el ano del viejo, el cual lamió con placer.

-Eso es Sra. Pietro entreténgase con mi cola, que después me toca a mi hacerlo con la suya, dijo masturbándose violentamente.

Ver la cabeza de mi esposa enterrada en el culo de Marcos fue tan caliente que tuve mi segundo orgasmo.

-Le dije que su marido lo iba a disfrutar, dijo mientas me señalaba.

Ella alzo la cabeza, me miro con esa cara de puta que solo ella puede poner y volvió a meter la lengua en el culo del viejo.

Se notaba que la pastilla a Marcos le había hecho efecto, su verga había aumentado considerablemente su tamaño y la tenía dura como un fierro. Yo estaba exhausto, necesitaba descansar un momento así que aproveche que los dos estaban muy entretenidos y me dirigí al baño para lavarme.

No habían pasado ni cinco minutos y comencé a oír a mi esposa jadeando con frenesí. Me apure a regresar al dormitorio. Ahí estaba mi mujer sentada sobre Marcos con su cola insertada hasta el fondo por su verga y cabalgando a un ritmo apasionado. La escena me produjo nuevamente una erección total, me retiré el pantalón, volví a mi asiento y comencé a masturbarme enérgicamente.

-Que culo abierto tiene su esposa, dijo el viejo casi inaudible por los gritos de Marce.

-Y parece que le encantan las vergas duras no Sra. Pietro, continuó mientras manoseaba sus pechos.

Ella solo gemía, busco la boca de Marcos y le metió la lengua mientras seguía hamacándose.

-Me estoy por venir, dijo el viejo con su respiración agitada.

-¿Me da permiso para hacerlo dentro de la cola de su mujer?, me pregunto mirándome.

-Por supuesto, le conteste con voz entrecortada.

Nos miramos con Marce durante el tiempo que el viejo, entre jadeos, le llenaba el culo de semen. Fue demasiado para nosotros que acabamos juntos.

Ella quedo tendida sobre Marcos.

-¿Le gusto Sra. Pietro?, rompió el silencio Marcos.

-Mucho, contesto ella, mientras lo besaba.

-Tuvo buena vista de ahí, ¿no Sr. Pietro?, sonrió.

-¿Que le parece?, respondí mientras le mostraba mi semen en mi mano.

Los tres reímos. Marce se levanto, me beso y se dirigió al baño.

-Por Dios como coge su esposa, Ud. es un afortunado Sr. Pietro.

-Gracias Marcos, le dije.

-¿Ud. esta satisfecho ya?, me preguntó.

-Bastante, le conteste con una sonrisa.

-Váyase a descansar un rato mientras yo sigo dándole a esa cola, ¿no le molesta no?

-Para nada, lo único que le pido es que no la haga gritar mucho así puedo dormir, le conteste con un sonrisa.

-Eso no se lo puedo prometer, dijo también con una sonrisa.

En el baño se escucho el caer del agua de la ducha.

-Escuche, esta dejando su colita limpita para que pueda seguir jugando con ella, dije para excitarlo.

Dio resultado, su miembro creció inmediatamente. Yo tome una colcha y una almohada y me retire hacia el living a armarme mi cama para esa noche. Fui al otro baño a lavarme, al salir me cruce en el pasillo con Marce que salía del suyo, envuelta en una toalla y con su cabello mojado.

-Anda que el viejo te esta esperando con la verga dura le dije.

-Uf, dijo mordiéndose su labio inferior.

-Me parece que tenés para rato, continúe.

-¿Vos no venís?, me preguntó.

-No, estoy exhausto, me voy a dormir al living, disfrútalo, respondí.

-Gracias, te quiero, me dijo.

Me beso y volvió casi corriendo al dormitorio. Me acosté y me dormí.

Ya estaba amaneciendo. No sabia cuanto tiempo había pasado, no tenía reloj a mano así que fui a ver el de la cocina. Me había dormido dos horas y me sorprendió que todo estuviese en silencio, estarán dormidos imagine.

Sin hacer ruido me encamine hacia el cuarto, la puerta estaba cerrada por lo que con mucho cuidado para no despertarlos la abrí.

El dormitorio estaba iluminado solo con la luz de la madrugada. Había imaginado mal, mi esposa estaba en cuatro con la cara apoyada en la almohada y tenía la cara del viejo enterrada en su cola. El espectáculo me produjo una erección de inmediato. Marcos me miro.

-Hola Prieto, ¿lo despertamos?, pregunto, y volvió a lamer sin esperar mi respuesta.

-No, respondí.

-Hola amor, me saludo ella entre suspiros.

-Hola, dije.

Me fui a sentar a mi silla, necesitaba volver a masturbarme.

-¿No durmieron?, pregunte inocentemente.

-No me dejó, respondió ella con cara de satisfacción.

-Ud. cree que es posible dormir al lado de este culo, dijo el sonriendo.

Increíblemente el estaba con una erección importante. A ella se le notaba cansada pero contenta.

-Muéstrele a su marido como tiene la cola, prosiguió el viejo.

Ella se acerco y me mostró su hoyito totalmente dilatado. Nunca lo había visto tan abierto, sin exagerar le entrarían cuatro dedos sin esfuerzo.

-Mira como me dejo la colita el Sr. Marcos, me dijo con cara de puta.

-Agradécele que no me hizo doler nada, es muy atento, continuó sabiendo que sus palabras me excitarían.

-Gracias Marcos por cuidar de a mi esposa, dije.

-Por nada, respondió el enganchándose en esa charla caliente.

-Porque no se queda un rato que ahora le toca a su mujer, me sugirió.

-¿Que cosa?, pregunte.

-Venga Sra. Pietro, enséñele como jugamos, dijo el mientras se ponía en cuatro.

Ella me dio un beso y fue directo a poner la cara en el culo de Marcos. Lo lamía con ganas mientras se masturbaba con dos dedos en la conchita.

El gemía y también se masturbaba. A mi ya me dolía el pene y necesitaba acabar.

-Venga que viene de nuevo la lechita, dijo el viejo.

Marce se puso nuevamente en cuatro con la cola bien parada, Marcos se ubicó detrás y le ensarto la verga hasta el fondo. Ella pego un grito de placer. El la sacaba y la volvía a entrar en su totalidad hasta que se noto por su exclamación que una vez más le había dejado toda la leche dentro.

Se dejaron caer totalmente extenuados y yo lograba mi cuarto orgasmo de la noche.

Regrese a mi cama completamente agotado y me dormí.

La luz que entraba por la ventana me despertó, por el sol imagine que seria mediodía. Se escuchaban ruidos en la cocina así que me incorporé y fui hasta allí.

-Hola dormilón, dijo Marce mientras me daba un lindo beso.

Estaba sola, preparando café y unas tostadas. Vestía una remera blanca que le llegaba a mitad de la cola y una tanga negra apenas visible y estaba descalza. Mire el reloj y eran las 13.25.

-Hola, todo bien, dije.

-¿Donde esta el viejo?, pregunté.

-Esta duchándose, respondió.

-Te ves cansada.

-Como querés que me vea, no se como hace pero Marcos no paro en toda la noche.

-Y a vos que no te gusta, dije sonriendo.

-Me encanto, hace rato que no me cojen así, sonrió también.

-Como les va a la hermosa pareja, se escucho detrás de nosotros.

El viejo estaba vestido con una bata mía y tenía su cabello mojado.

-Espero no le moleste que haya tomado una bata, me dijo

-Por favor, faltaba mas, respondí.

-Buen día Sra. Pietro, ¿como esta?, pregunto, y beso delicadamente sus labios.

-Bien, muy bien dijo ella riendo.

-Siéntense que ya esta el desayuno listo, continuó.

Nos acomodamos en la mesa de la cocina y ella sirvió las tazas de café y las tostadas.

-¿Linda noche hemos pasado no Sr. Pietro?

-Muy agradable, respondí.

-Menos mal que nos retiramos de esa aburrida fiesta, continué.

-Que vitalidad que tiene Marcos, dijo ella.

-Estoy entrenado, río.

-Con unos amigos de mi edad hacemos mucho deporte.

-Además acostumbramos a entretenernos con colas hermosas y eso nos mantiene jóvenes, rió.

-Ya me di cuenta, dije riendo.

-¿Ud. lo disfruto no Sra. Pietro?

-Mucho, respondió mirándolo pícaramente.

-Tendríamos que repetirlo, ¿no Prieto?

-Cuando quiera, respondí

-Me gustaría invitarlos a mi casa de campo a pasar el fin de semana entrante, ¿Les agrada la idea?

-Claro dijo ella, nos encantaría.

-Anote la dirección, le pidió.

Marce busco en los cajones de la cocina una agenda y un lápiz y se apoyo en la mesada para tomar nota. Por su posición su remera se alzó un poco dejando ver casi todo su hermoso culo cubierto apenas por la diminuta tanga.

-Que vista maravillosa nos esta dando Sra. Pietro, dijo el clavándoles los ojos.

Ella lo miro y río, mientras paraba la cola un poco más.

-Mire como me pone su esposa, me mostró abriéndose la bata.

Estaba casi con una erección completa.

-Ya vuelvo Prieto, me dijo mientras se sacaba la bata.

La apoyo por detrás y comenzó a besarle el cuello, ella respondió refregándole el culo por su verga. Yo me masturbaba nuevamente.

-¿Le mostramos a su marido como le gusta mi lechita?, susurro a su oído.

Ella se dio vuelta, se puso de rodillas y metió todo el miembro del viejo en su boca. Se lo chupaba como solo ella sabe hacerlo. A Marcos se le notaba en la cara que no iba a aguantar mucho.

-Ahí viene, dijo entre jadeos.

Marce no paro, solo siguió entrándola y sacándola a un ritmo frenético, hasta que le lleno la boca de semen. Vino hacia donde estaba yo, me miro con pasión y lo trago todo. Yo aproveché y le acabe en la cara.

Nos lavamos, nos cambiamos y nos fuimos a despedir de Marcos a la puerta de entrada del edificio.

-Los espero el sábado, nos dijo.

La saludó con la mano a Marce y cuando estrechó la mía, se acerco y me dijo al oído:

-Vengan de sport, pero eso si, traigala sin bombacha.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

Historia de un político corrupto: Doña Leonor (POR GOLFO Y VIRGEN JAROCHA)

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Me importa un carajo lo que la historia diga de mí. He vivido largos años, he disfrutado de mi vicios y no me arrepiento de si el día de mañana unos capullos intelectuales me vituperan y me arrastran por el fango. He sido un hombre consecuente con  el tiempo que me ha tocado vivir. Me han amado y odiado por igual. Tengo detractores pero también seguidores. Me han acusado de ser un asesino, un pervertido y demás pendejadas pero tras escuchar mi historia, tendréis que estar de acuerdo conmigo que esos malnacidos se han quedado cortos. No me jode reconocer que nunca me importó mancharme las manos, ni tampoco confirmar que si una mujer me gustaba, no paré hasta conseguirla.

Me ha dado igual si estaba casada, si era viuda, si era puta o si por el contrario era virgen. He tomado en cada momento lo que me ha apetecido. Si para ello he utilizado la violencia, el chantaje o mi poder, son solo meras anécdotas. Los ciudadanos normales, esos que se levantan temprano para conseguir un mísero jornal, me la han sudado. Si me votaban es porque para ellos es mejor conocer de antemano la clase de gobernante que iban a tener. Preferían que yo robara un poco a cada uno, a que llegara un puñetero idealista y les hundiera en la miseria con su mierda de políticas.
Por supuesto que me he enriquecido pero por donde yo he pasado, la gente me recuerda con cariño porque le he dado un futuro. He construido carreteras, colegios y hospitales, y al verlas mis compatriotas se olvidan que un pequeño porcentaje ha recalado en mis bolsillos. Respecto a mis enemigos, tuve un lema:
“Si solo hablan, déjales. Pero si intentan joderte, están mejor bajo tierra”
Todos aquellos que han tenido los santos cojones de intentar perjudicarme, me los he cargado. Por eso me ratifico: He matado pero nunca a un inocente. Jamás he puesto la mano encima de alguien que pasara por mi lado, solo he actuado en defensa de lo mío y a los que me llaman asesino, les recomiendo que lean “El príncipe” de Maquiavelo.
¡He sido, soy y seré un gobernante!.
Usé todo tipo de tretas para alcanzar el poder pero una vez con mi culo sobre la poltrona del gobierno, he favorecido a mi pueblo y jamás nadie podrá negar que viven mejor ahora que antes de que yo llegara. Dicen que fui un dictador pero se olvidan de los millones que elección tras elección, me han favorecido con su voto en las urnas.
“Fui tan amado como ahora odiado”
Aún recuerdo con orgullo cuando, con treinta años y siendo solo un abogado que luchaba por sobrevivir, mi partido me eligió a mí para gobernar mi amadísima ciudad.
¡Que tontos fueron tontos fueron creyendo que me controlarían y que perdería! “¡Qué días aquellos durante mi primera campaña, siendo yo todavía un yo un hombre idealista! ¡Como añoro aquellos recorridos por colonias y rancherías en búsqueda de un voto!
Vi en mi nominación una vía conseguir mis metas. Aun joven e inexperto no era ningún ingenuo y sabía de antemano que lo primero que tendría que hacer era compensar de algún modo a Don Mauricio, el cacique que me había nombrado. Desgraciadamente, el día que contra todo pronóstico salí electo, conocí a su mujer.
Doña Leonor era una hija de emigrantes italianos y como sus antepasados era una perra dura. La primera vez que la vi, fue durante el convite que organizaron a toda prisa para celebrar que había vencido. Reconozco que esa bruja me pareció preciosa. Con unos ojos cafés y una melena morena, la señora parecía una modelo.
“¡Qué buen gusto tiene el puto viejo!” exclamé mentalmente mientras le daba la mano.
Con treinta años menos que el baboso de su marido, esa hembra destilaba sexo por todos sus poros:
-José Carlos Herrero a sus órdenes- dije protocolariamente mientras le extendía mi mano.
Esa pedante frase era un modo de servilismo que me acompañó hasta que no hubo nadie por encima. Durante años, la dije y cada vez que salía de mi garganta, me tenía que morder un huevo para que no se notara la hipocresía de mis palabras.
La vampiresa que de tonta no tenía un pelo, se rio diciendo:
-Déjese de tonterías. ¡Usted solo sigue el dictado de su bragueta!.
Cortado, contesté:
-¿Por qué lo dice?

La mujer soltó una carcajada y en voz baja me susurró al oído:

-No me negará que, importándole una mierda mi marido, me ha mirado los pechos.
Me quedé en silencio mientras la mujer se destornillaba de mi cara de espanto pero la cosa no quedó así porque justo antes de volver al lado de su marido, me soltó:
-Como no está casado, ¿Quién va a nombrar como directora del DIF?
Me pilló desprevenido esa pregunta y sabiendo que ese puesto tan ansiado por el dinero que se gastaba en apoyo de las familias de bajos recursos, normalmente era ocupado por las mujeres de los alcaldes, no supe que contestar. Viendo mi desconcierto, esa pérfida me soltó:
-Tengo una buena candidata-
Al oírla, comprendí que debía de andar con pies de plomo:
-¿En quién ha pensado?
Muerta de risa, respondió:
-En mí.
 Mi primer polvo en mi carrera y mi primer muertito.
Supe desde el principio que esa mujer me iba a ocasionar problemas pero nunca aquilaté el modo tan brutal en que esa puta me iba a cambiar mi vida y menos en lo rápido que iba a hacerlo.
Siendo la esposa de mi mayor mentor, no pude negarme a aceptar su sugerencia de que la nombrara para ese puesto y por eso al día siguiente de mi toma de posesión como Alcalde, la vi llegar con su guardaespaldas a mi oficina.
-Señor Presidente municipal, ¿Puedo pasar?- preguntó con un tono irónico desde la puerta de mi despacho.
“Por lo menos, la zorra guarda las apariencias” pensé agradecido porque en esos momentos departía con el que iba a ser mi secretario y no me apetecía que pensara que era un títere en manos de Don Mauricio. Leonor sonrió al escuchar mi permiso y sentándose frente a mí, pidió amablemente a mi subalterno si nos podía dejar a solas. El pobre hombre que conocía como se las gastaba el marido de esa mujer, ni siquiera esperó mis órdenes y recogiendo apresuradamente sus papeles, me dejó con esa arpía.
La mujer se la notaba feliz del poder que ejercía sobre mí y tras esperar a que saliera el tipo, se acomodó en la silla y cruzando las piernas, me comentó:
-Me siento muy honrada con mi nombramiento y espero poder ser tu más estrecha colaboradora.
Que esa zorra me dijera eso, me puso los pelos de punta y no solo por lo de “estrecha colaboradora” sino porque al decirlo, dejó que su chaqueta se abriera permitiéndome entrever su generoso escote. Olvidándose de que su marido era un matón, esa morena estaba tonteando conmigo. La certeza de que me veía como uno de sus juguetes vino cuando a los cinco minutos de estar charlando de temas de su nueva ocupación, Leonor me informó de que esa misma tarde le tenía que acompañar a visitar un colegio de una de las pedanías de la ciudad. Ante mi cerrazón a acompañarla aludiendo a obligaciones previas, frunció su ceño y con voz pausada, me soltó:
-¿No sé cómo le va a sentar a la esposa del gobernador que no vayas?
Confundido por sus palabras, pregunté:
-¿Es que va?
-Por supuesto, ¿No te he dicho que es una de mis mejores amigas? ¡No se perdería mi estreno en política!
“¡Mierda!” pensé “¡No puedo faltar!”
Vencido por esa puta por segunda vez en menos de una semana, le confirmé mi asistencia, a lo que cogiendo su bolso, contestó:
-Lo espero en mi casa a las tres. Es bueno que vayamos en un solo carro.
Jodido y mal encarado, acepté. Leonor al oírme, soltó una carcajada y se despidió dando un portazo.
Francamente preocupado por el acoso al que me estaba sometiendo esa zorra, me costó un montón concentrarme el resto de la mañana. Don Mauricio era un mal bicho y se llega a enterar del capricho de su mujer, no tenía ninguna duda de que me mandaría matar pero, por otra parte, si no iba a esa reunión mi futura carrera se vería truncada.  Cómo estaba en un brete, decidí acudir a por Leonor y evitar en lo posible sus ataques.
Aún aterrado, acudí puntualmente a la cita. A las tres en punto, estaba entrando por las puertas de la hacienda donde esa mujer vivía. Nada más cruzar el cuidado jardín que daba a la mansión conteniendo la respiración, descubrí a una docena de hombres perfectamente pertrechados a ambos márgenes del camino. El hecho que esos cabrones portaran metralletas aumentó mis reparos y estuve a punto de darme la vuelta, pero inconscientemente dejé que mi ambición se saliera con la suya y me vi tocando el timbre de la casa.
Leonor debía de estar esperándome porque salió en seguida.  Hecho un mar de nervios contemplé cómo venía vestida esa fulana. Sin importarle las apariencias, llevaba una blusa rosa totalmente pegada y una minifalda de infarto.
“¡Qué requetebuena que está!” maldije para mí al comprobar que se le veía por encima de la mitad del muslo al sentarse junto a mí en el carro.
La esposa del cacique adivinó mis pensamientos porque sonriendo como una autentica puta, me dijo riendo:

-¡Ves cómo te gobierna tu bragueta!

Asustado porque se me notara, instintivamente llevé mi mirada a mi pantalón. La mujer al advertirlo, soltó una carcajada diciendo:
-Tranquilo, “todavía” no te he puesto bruto.
Ese jodido “todavía”, me terminó de poner de los nervios y arrancando mi automóvil, salí de ese lugar.  Nuestro destino estaba a solo diez minutos de allá pero ese tiempo no me sirvió para tranquilizarme porque mi acompañante se ocupó de evitarlo. Mientras me conversaba sobre el evento, permitió que su falda se le subiera mostrándome un escueto tanga blanco. Aunque intenté no mirar, me resultó imposible y por eso al llegar hasta el colegio donde nos esperaba la esposa del gobernador, ya estaba claramente excitado.
Como era usual, tuvimos que esperar a que llegara esa señora, tiempo que usamos para presentarnos ante los reunidos. Al cabo de media hora, vi aparecer por la entrada de la institución la caravana oficial donde venía la mujer y saliendo a su encuentro, la saludé en cuanto se bajó de la limusina. Lo que no me esperaba fue que tras un breve saludo, me dejara plantado y abrazando a Leonor, se pusiera a conversar animadamente con ella.
Como un florero me sentí el resto del acto,  ya que esas dos amigas compartieron entre ellas el protagonismo, dejándome relegado a actor secundario. Lejos de molestarme, me tranquilizó porque así no tendría que aguantar los reproches de esa bruja si las cosas se hubiesen desarrollado a la inversa. Desgraciadamente mi tranquilidad terminó al despedir a la gobernadora porque con una excusa, Leonor me obligó a acompañarla hasta el despacho de la directora. Sin saber lo que se me avecinaba la seguí por los pasillos del colegio y nada más entrar en la oficina, cerró la puerta tras de mí.
-¿Qué hace?- pregunté al ver que cerraba los visillos.
Sin mediar palabra, se puso frente a mí, tomó mi mano y se la puso en la cintura, acercando su cuerpo contra el mío. Aprovechando mi desconcierto, acercó sus labios a mi boca y me besó mientras bajaba su mano para acariciar mi entrepierna.
-Me encantaría follar contigo ahora mismo.
Reaccionando, me separé de ella y con el sudor recorriendo mi frente, le pedí que nos fuéramos.
–No quiero irme- contestó desanudando el nudo de su blusa.
Tratando de hacerla entrar en razón, le expliqué que podían oírnos pero obviando mis motivos, rodeó mi cuerpo con su mano mientras seguía magreando mi paquete.
-Déjame hacer- susurró como una perra- no querrás que grite diciendo que me estás violando.
Su amenaza me dejó helado. Si eso ocurría y llegaba a oídos de su marido, me podía considerar hombre muerto. Temblando le pedí que se calmara, a lo que ella respondió metiendo su lengua en mi boca sin dejar de pajearme.
-Quiero chupártela-
Al oírlo, no pude aguantar más y poniéndola contra la pared del despacho, devolví su beso apasionadamente. Leonor encantada por mi trato, abrazó con una de sus piernas mi cintura. No me explico todavía como me dejé llevar pero ya metido en faena, su vestido se le había subido permitiéndome ver que no llevaba nada debajo. Acalorado, llevé mis dedos a su sexo para descubrir que estaba empapada.
Las hormonas de ambos hicieron el resto. Con mi corazón a toda leche, me apoderé de su clítoris. Lo incómodo de la postura la hizo desequilibrarse. Gracias a ello, recapacitó y temiendo el escándalo, me dijo:
-Nos vamos pero con una condición-
-¿Cuál?- pregunté ya excitado.
-Qué me dejes hacerte una mamada en el carro-
Su oferta me pareció demasiada lejana y sin hacer caso a su sugerencia, metí  mis dedos en su sexo. La morena pegó un gemido y moviendo sus caderas, abrió sus piernas para facilitar mis maniobras. El morbo que la pillaran junto con su natural calentura, hicieron que en menos de dos minutos esa zorra se corriera sin remedio en silencio. Cómo me hubiera gustado oírla gritar y berrear, le dije:
-Vámonos-
Salimos a toda prisa sin casi despedirnos. De camino al carro, mi menté intentaba tomar el mando pero no pudo y por eso nada más cerrar la puerta, salí chirriando ruedas de allí. Ni siquiera habíamos recorrido cien metros cuando me bajé la bragueta y sacando mi miembro, le dije:
-¿Es esto lo que querías?
Leonor pegó un gemido de deseo y sin esperar a que nos hubiésemos alejado un poco, tomó entre sus manos mi pene ya duro. Disfrutando de mi entrega, empezó a masturbarme mientras no paraba de sonreír.
-¿Qué esperas?- pregunté ya que eso no era lo acordado.
La mujer al escucharme se agachó entre mis piernas, dispuesta a devorar la tentación que para ella resultaba mi extensión. Con una maestría que me dejó acojonado, abrió su boca  y poco a poco se la fue introduciendo. La lentitud con la que lo hizo, me permitió sentir la tersura de sus labios sobre cada centímetro de mi piel.
Tan concentrado estaba con su mamada, que estuvimos a punto de chocar por lo que aprovechando que estábamos frente a un motel, de un volantazo nos metimos en él.
Leonor, sin hablar y tapándose la cara, esperó que la encargada viniera a cobrarnos, tras lo cual, me acompañó por las escaleras que daban a la recámara. Cerrando la puerta y sin prender la luz, me arrodillé en el suelo. Levantando una de sus piernas, acerqué mi boca a su sexo.
-¡Me encanta!- la escuché decir al sentir que mi lengua se hacía fuerte en su vulva.
Con lengüetazos largos y profundos le comí ese coño casi depilado por entero, hasta que sus gemidos me hicieron comprender que estaba a punto de volver a correrse.
-¿Te gusta puta?
-Sí- chilló separando aún más sus rodillas.
Su entrega me hizo parar y levantándome del suelo, la desnudé mientras mis manos seguían pajeándola.
-¡Vamos a la cama!- me pidió.
Aceptando su ruego, me fui desvistiendo en el camino y por eso al llegar al colchón, ya estaba desnudo y con la verga tiesa. La morena se tumbó en las sábanas y desde allí, me llamó diciendo:
-¡Cógeme!
Ni que decir tiene que obedecí. Llegando a su lado, la puse de rodillas sobre el colchón. Leonor comprendió mis intenciones y apoyando su cabeza en la almohada, puso su culo en pompa para que la penetrara. Sin más prolegómenos, me pegué a ella dejando que sintiera la dureza de mi miembro entre sus piernas mientras le acariciaba los pechos.
-¡Cógeme!- insistió moviendo sus caderas.
La urgencia que esa mujer demostró me hizo acelerar mis maniobras y mientras jugueteaba con mi glande en su sexo, pellizqué uno de sus pezones. La morena correspondió a mi caricia con un gemido de placer. Totalmente mojada, se colocó ella misma mi pene en su abertura y de un solo empujón, se la clavó hasta el fondo.
-Ahhhhh!!!!- gritó al sentir como rellenaba su conducto.
La lubricación de su cueva facilitó mis maniobras de forma que sentí que la cabeza de mi lanza chocaba contra la pared de su vagina, mientras la esposa del cacique se retorcía de placer. El olor a hembra inundó la habitación, Sus gritos y el río de flujo de su cueva que mojaba mis piernas, preludiaron su orgasmo. Mi ritmo ya era infernal cuando, agarrándola de la melena, le pedí que me dijera si ese viejo se la follaba así:
-¡No! ¡Cabrón!
Nunca hubiera supuesto que esa zorra disfrutara tanto y tan rápido. Dominado por la lujuria y obviando que ese anciano era un tipo peligroso, seguí machando su cuerpo con mi estoque cada vez más rápido. Con mis huevos rebotando contra su coño, escuché los gritos de placer de la morena y buscando que fuera algo que recordara por siempre, le mordí el cuello con fuerza.
-¡Me vengo!- chilló descompuesta al sentir que su cuerpo explotaba.
Su orgasmo me dio alas y reclamando mi triunfo, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era un zorrón desorejado. Mi maltrato prolongó su éxtasis y cayendo sobre las sábanas, toda ella convulsionó de gozo. La nueva posición hizo que su conducto se contrajera y ya sin ningún recato, fui en busca de mi propio placer.
Leonor, al notar que mi simiente rellenaba su sexo, pegó un grito de alegría. Aún insatisfecha, buscó terminar de ordeñar mi miembro moviendo sus caderas. La destreza que demostró hizo que me vaciara por completo dentro de ella, tras lo cual caí exhausto a su lado.
Fue entonces cuando  esa guarra cogió su celular y sin darme tiempo a reaccionar, sacó una foto de los dos desnudos sobre la sábana.
-¿Qué haces?- pregunté aterrorizado de que dejara prueba de su infidelidad.
La mujer soltó una carcajada y levantándose de la cama, me soltó:
-Hacerme un seguro de vida.
-¡No te comprendo!- mascullé nervioso- Si tu marido se entera, ¡Estamos muertos!
Mi argumento quedó hecho pedazos con su respuesta. Sonriendo, se sentó en la cama y poniéndose seria, me soltó:
-José, estoy harta de Mauricio. No solo es un maldito viejo al que ni siquiera se le levanta, sino que ya no me sirve. Con él ya no puedo progresar más… -Supe que no me iba a gustar lo que estaba a punto de decirme y por eso intenté que se callara pero pasando por alto mis reparos, continuó diciendo: -Soy una mujer ambiciosa y por eso cuando te conocí, comprendí que debía cambiar de marido. Ese anciano ni quiere ni puede ser más que un cacique de pueblo y ¡Yo quiero mucho más!
-¡Estás loca! ¡Nos va a matar!- respondí acojonado mientras me ponía el pantalón.
Leonor, muerta de risa, se tumbó en la cama y señalando su teléfono, me dijo:
-No podemos irnos todavía. En estos momentos, unos sicarios que contraté deben estar a punto de librarnos de ese incordio.
-¿De qué hablas?
-Mauricio está a punto de dejarme viuda y rica.
Comprendí en ese instante cuales eran los motivos por los que se había entregado a mí con tanta facilidad. De haber una investigación, el principal sospechoso sería el amante de su mujer. Ya francamente aterrorizado, me senté.
-Conmigo y gracias a mis contactos, al dejar la alcaldía serás el senador más joven de Veracruz- y sin dejarme asimilar su promesa, siguió diciendo: -Ya he hablado con mi amiga para que cuando su marido nombre el candidato que le sustituya, seas tú el elegido.
-Y ¿Qué le has ofrecido?- pregunté sabiendo que no iba a ser gratis.
-Total inmunidad- contestó.
Tratando de recapacitar, me fui al baño. En la soledad del mismo, valoré durante cinco minutos mis opciones: si me negaba, esa zorra iba a hacer caer sobre mí la muerte del anciano y si aceptaba, estaría en sus manos por el resto de mi vida. Sabiendo que no me quedaba otra, volví a la habitación. En ella, Leonor estaba al teléfono. Esperé a que terminara de hablar.
-¿Quién era?-
-El secretario de mi marido informándome de que ha sufrido un atentado.
-¿Está muerto?
-Sí- respondió mientras se vestía.
Alucinado por la frialdad de esa mujer, aguardé a que estuviera lista para irnos y entonces pregunté:
-¿Ahora qué sigue?
-Llévame a casa. Debo parecer una afligida viuda al menos durante seis meses. Tú te convertirás en mi sostén y cuando todo se calme: ¡Nos casaremos!
Vendiendo mi piel al diablo, la acompañé a su mansión y mientras ella recibía las condolencias de la gente, supe que don Mauricio era el primer muerto de mi carrera pero también que no iba a ser el último.

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virgenjarocha@hotmail.com

 

Relato erótico. “La oportunidad” (PUBLICADO POR GABY SOSA)

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Te detienes en ese preciso espacio de tiempo, ahí, suspendido en el instante mismo en el que tienes que tomar la decisión de atravesar el Rubicón o quedarte de este lado. Te acuerdas de lo que enseñaba Giménez en la clase de historia, quemar las naves, la encrucijada de Cortés. Está todo preparado para ti, lo sabes, pues se han dado una serie única de circunstancias combinadas, pero aun así dudas, tiemblas. ¿O lo que te hace temblar es el contacto de los dedos que se deslizan en la tela? Tengo miedo, piensas, y no solo lo piensas sino lo sientes en la boca del estómago. Y, al instante, el muro invisible que te contiene se quiebra y te desbordas sin remedio, rio abajo, torrente fresco, desbocado. No tardas en mandar a la mierda tus recelos y sacarte toda la ropa que traes y buscar, curiosear en el vestidor con los sentidos agitados por lo que presientes, y ese vestido que al ponértelo por encima te asfixia del placer y ya no piensas en otra cosa más que en el conjunto ciruela de las bragas y corpiño, con encajes en los bordes. El roce de la tela cuando la subes por tus piernas, el calce justo en el atrás que se adhiere al fondo de tu raja haciendo que los pelitos de los brazos se te electricen. El vestido se aprieta contra tu pecho y piensas que los hombres no se ponen prendas adherentes y el mundo cobra sentido por fin y las burlas y las humillaciones de ese cuerpo magro encuentran explicación ahora, en el vestido que calza justo en el torso angosto y se abre a la altura de las caderas en una catarata circular que te acaricia con suavidades que se acomodan a tu culo redondo, ese del que se burlan y con el que te acosan esa banda de mierdas que lidera el tal Cherry. Pero él ahora no está y tu ya no eres el chico asustado victima del bullying sino la nueva, la chica que se refleja en el espejo con su vestidito acampanado que le cae cascada y le realza las caderas, tan corto que apenas la tapa y deja ver las piernas finas y torneadas que vas enfundando en unas medias negras super transparentes que te llegan hasta la cintura afirmándote las nalgas. Miras el resultado, te excitas y no puedes evitar la erección que crece abultándote las bragas color ciruela. Frente al espejo del baño te sueltas el pelo y lo alborotas como nunca te has animado a hacerlo, y te afeitas al ras la pelusa de tu cara feminizada cuando te llega el grito de Gustavo de si te falta mucho y le dices que tenga paciencia, que ya sales. Así que breve maquillaje y un dulce carmín en los labios, sandalias de taco en los pies y algunas pulseras y collares que sacas de una caja en el aparador de la hermana de Gustavo y ya estás apretadita y tibia. Pero no está nada, porque ahora, a punto de salir del cuarto, te asalta nuevamente ese terror de antes del muro, de antes de todo, ese que te acompaña desde que te diste cuenta -ya hace tanto- que eras diferente y por ello te acosan y te humilla la banda del Cherry en el colegio. Así, que vuelves a pensarte el por qué estás allí, en el cuarto de la hermana de Gustavo, a punto de mostrarle quién eres en realidad cuando te animas, aunque nunca nadie te haya visto todavía y esta sea tu primera vez con un chico. Pero es que tengo mis razones -te dices, como hablando contigo-, yo sé que a él no le molestará porque lo he notado en los últimos días. Si ha sido Gustavo el que me ha traído hasta aquí con sus insinuaciones, con sus guiños de hagámoslo. Y recuerdas que hace una semana ni siquiera lo conocías, un primo que nunca habías visto en tu vida hasta hace un mes, el día en que tu tía os visitó y con Gustavo terminaron congeniando, por lo cual, a pesar de ser él tres años más grande, te invitaron a pasar unos días en su casa de las afueras de Girona, una bonita finca con sus lujos en la que ahora estáis solos con Gustavo pasando una semana de no hacer nada, solos los dos pues la familia de él se ha marchado a la ciudad.

Desde que llegaste a la casa, notaste que Gustavo tenía un guiño que te costaba descifrar, imperceptible al principio, pero más evidente con el correr de los días, pues tu sensación se fue componiendo de pequeños detalles sucesivos, como cuando estaban conversando y se acercó demasiado o cuando, cada tanto, tiene un contacto físico que no te esperas, como tocarte un brazo para llamar la atención de lo que dice, o cuando te apoya sus manos en los hombros desde atrás cuando estas desprevenido. Aquello que al principio había llamado tu atención, al notarlo, se te ha hecho aún más evidente. Ya no era casual su mano apoyándose cómplice en tu pierna o el roce de su cuerpo con el tuyo en la cocina. Tal vez porque lo dejaste hacer, la cosa se desbocó aquella tarde flamígera cuando empezaron la batalla de salpicadas en la pileta y él te sujetó los brazos para inmovilizarte y primero lograste zafarte y tirarle agua de nuevo, y él, que nuevamente te sujeta y te gira y te cruza los brazos por delante y no puedes librarte de la fuerza de Gustavo que te aprieta, su cuerpo pegado al tuyo por detrás, y se ríe con su cara apoyada en tu hombro, y tu que te aflojas y te dejas hacer y sientes su mejilla contra la tuya y un ¿te rindes? dicho suave al oído, y tú que no, que vuelves a forcejear inútilmente compitiendo con la fuerza de Gustavo. Y cuando finalmente dejas de hacer fuerza y te resignas a las ramas brazo de Gustavo, no puedes dejar de percibir la erección, que no es inmediata, sino que va avanzando pegada a ti y que parece avergonzarlo, y entonces te suelta y te empuja y vuelve a mojarte la cara, riendo, para disimular aquello que ya es evidente para ambos.

Por la noche, el recuerdo de la pileta te ruboriza. Tú cocinas y él lava los platos y prepara tragos con vodka que, cuando los tomas parecen suaves pero que al rato te hacen el efecto de una dulce borrachera que te desvanece las ideas y ese espacio del mundo en el que estáis te parece único, y todo lo demás desaparece de tu mente, tu historia, el bullying de la banda del Cherry, tus padres y los de Gustavo. Nada, solo el puro presente de ese momento de contornos en sombra y la charla incongruente de dos amigos medio mareados. El cielo oscuro lleno de puntos dorados invade el silencio que se ha formado entre ambos, acostados en el sillón al borde de la piscina hasta que Gustavo, tal vez animado por el vodka, se acerca y en un susurro tímido te lanza al oído el “no se que me está pasando contigo que no te puedo sacar de mi cabeza”.

Y aquí estas, a punto de devolverle la sorpresa que, a su vez, le anunciaste cuando creíste que tal vez este era tu momento. Por aquello de que, aun sin haberlo planeado, lo que estaba sucediendo sería tu oportunidad única e irrepetible que debías aprovechar. Habías pensado que Gustavo entendería, pero ahora no puedes ni moverte, aterrado y encerrado en el baño. Unos golpecitos resuenan en la puerta y la voz de Gustavo – ¿todo bien? – te vuelve a la realidad. Es el impulso que necesitabas. –  Voy a salir, pero no te burles -. Abres y lo enfrentas sin decir palabra. Te parece una eternidad el silencio de él y estás a punto de correr a encerrarte en la vergüenza, cuando te toma la mano y te lleva al centro de la sala. – ¿Quieres que te diga una cosa? – dice -. Y no espera tu respuesta. – Ahora entiendo todo -, agrega. El perfume de mujer que te has puesto envuelve la escena y notas que la cara de él se acerca imperceptible, y si un poco avanza, luego se detiene para ver tu reacción. Y sientes que tus labios se separan levemente y se adelantan un par de centímetros, hacia el deseo de Gustavo que ahora, animado por el consentimiento implícito de tu boca, avanza decidido al beso postergado. Y en los dos, un torrente acariciado por la espera se desborda en el abrazo mutuo, desesperado, él rodeando tu cintura para pegarse a ti, y tú, colgándote con tus brazos en su cuello. La lengua te desborda y la chupas, caliente, la saboreas, te saborean. Beso torrente, beso agua que te inunda, al que las manos inquietas acompañan, bajando de la cintura a la cola o subiendo por delante para acariciarte el pecho. Los dos son, a unísono, un rio de lluvia de montaña que no se puede detener, que corre entre las piedras caudaloso, desesperado de toqueteos y jadeos. Y si bien se empieza por el beso, este abre las compuertas de placeres prohibidos, apenas imaginados en el recodo de tus fantasías de chica. Y él te susurra lo bien que te ves así vestida. Y, aunque no se lo dices, vas dispuesto a lo que venga. Por eso, lo alejas con los codos para ayudarlo con la camiseta y luego con el cinturón y la bragueta. Antes de sacarla, la acaricias por encima de la tela, estudiando su forma y su orientación. – Está muy parada, que lindo -, te escuchas decir al momento de bajarle todo y librarla del encierro que la tenía retenida. Apenas abres la boca y los labios de carmín besan con delicadeza la cabeza rosada. Por dentro, la lengua se detiene acariciando el pequeño agujerito hasta que la boca anguila se abre y devora de a poco el gigante gusano de carne de Gustavo. Y, a medida que lo engulles y te atraganta, el gime una canción sin sentido de ayes y suspiros, pero al fin la sacas y la lames con besitos de lengua mientras tu mano le acaricia los testículos desde el agujero del culo hacia adelante y parece que lo satisface porque se le agita la respiración en el mete y saca de la pija hacia la profundidad de tu boca. Y mientras la estas chupando, te erotiza estar enfundada en el vestido mínimo, el contacto de las medias en tus piernas y el hilo de la tanga acariciándote la cola. Y en tu mente aparece la idea que nunca te habías animado a pronunciar antes, o si, pero solo en fantasías que nunca creíste que podrían ser pero que están a punto de hacerse realidad, o sea, el hecho de que en cualquier momento un hombre te va a dar vuelta y va a entrar en tu cola con su pija tibia, abriéndote en dos para llenarte de su leche. La sola idea rondando en tu cabeza te excita tanto que no dejas de tocarte el pene erecto que desborda la braga ciruela por debajo de la falda. De repente, sus brazos te alzan y te giran hacia la pared, y cuando lo sientes atrás, abrazándote la cintura para apretarse contra ti lo ayudas a frotarse moviendo lentamente el culo y te levantas la falda y en un solo movimiento  se lo ofreces liberándolo de las medias transparentes y las bragas. Gustavo la apoya en la entrada mientras tiemblas del miedo y de deseo. Y como al principio de todo nada sale como se lo piensa, Gustavo, que no quiere hacerte doler y no sabe qué debe hacer, te pregunta, y ambos estallan en una risa cómplice y caricias despojadas, así que en los minutos siguientes buscan una solución mientras vuelven a comerse las bocas, quemándose, ardiendose, jadeándose, tocándose. Te vas y regresas con condones y una crema con la que te unta la entrada. Y hasta desliza un dedo que resbala en tu interior y te abre arrancándote un gemido de gata. Dolor y placer vienen juntos en la arremetida que te inunda de carne. Pero el dolor cede y el placer aumenta en olas que te azotan, mar potencia que llega a bañar tus costas y se retira con engaño para volver a llenarte, y si el reflujo de la marea te da un respiro momentáneo, una nueva ola inesperada te ahoga de placer y te arranca un grito sordo con el que te derramas en las sábanas. Gustavo se alborota en espasmos rítmicos y grita. Y tu percibes que nunca escuchaste nada igual, el grito de un macho eyaculando. Te está acabando a los gritos en el culo. Y se quedan los dos unidos, abrazados, con los penes abandonados y satisfechos. Un rato más tarde, te despiertas de la ensoñación en la que has caído con esa sensación atrás. A tu lado Gustavo duerme, boquiabierto, en posición estanque y te preguntas cómo puede. Tu, en cambio, no paras de recrear lo sucedido y te levantas las bragas y las medias y te vas, satisfecha, a mirarte en el espejo.

“Mi esposa se compró dos mujercitas por error” (LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO)

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Sinopsis:

Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país. En caso contrario, ¡es muy fácil meter la pata! Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania. Queriendo contratar dos muchachas de servicio, al desconocer la idiosincrasia de esa gente, lo que realmente hizo fue comprárselas. Los problemas surgen cuando esas crías actúan según ellas creen que deben hacerlo y deciden complacer a su dueña.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

 
INTRODUCCIÓN

Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país. En caso contrario, ¡es muy fácil meter la pata! Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania.
Dejando nuestro Madrid natal, nos habíamos desplazado hasta ese lejano país porque mi empresa me había nombrado delegado. Entre las prestaciones del puesto se incluía un magnifico chalet de casi quinientos metros para nuestro uso y disfrute.
Recuerdo que desde que María visitó las reformas de la casa donde íbamos vivir los siguientes cinco años, me avisó que no pensaba ocuparse ella de la limpieza.
―Si quieres que vivamos aquí, voy a necesitar ayuda.
Cómo me pagaban en euros y los salarios en esas tierras eran ridículos, no vi ningún inconveniente y le di vía libre para resolver ese problema como considerara conveniente, no en vano ella era la que iba a tener que lidiar con el servicio.
No siendo un tema inmediato por los retrasos en las obras, María aprovechó que durante los dos primeros meses vivíamos en un hotel para conocer un poco la ciudad. Fue durante uno de sus paseos por Yangon cuando conoció a una anciana que siendo natal de ese país, hablaba un poco de inglés. María vio en ella a su salvación y la medio contrató como asesora para todo. De esa forma en compañía de MAung compró los muebles que le faltaban, conoció las mejores tiendas de la ciudad e incluso le presentó a un par de occidentales con las que ir a tomar café. Convencida que había hallado una mina al llegar el momento de la mudanza, también le planteó su problema con el servicio.
―Yo conseguir. Mujeres de mi pueblo, dulces, guapas, jóvenes y obedientes. ¿Le parece bien?
Mi mujer que es de la cofradía del puño agarrado, preguntó:
―¿Y cuánto me va a costar al mes?
―No mes, usted pagar 800 dólares americanos por cada una y luego solo comida y casa.
Creyendo que ese dinero era la comisión de la anciana por conseguirle unas criadas y que estas eran de un origen tan humilde que con la manutención se daban por satisfechas, hizo cálculos y comprendió que con que duraran cuatro meses habría cubierto de sobra el desembolso. Por eso y por la confianza que tenía en la mujer, aceptó sin medir claramente las consecuencias.
―Me mudo en dos semanas, ¿cree que podré tenerlas para entonces?
―Por supuesto, MAung mujer seria. Dos semanas, mujeres en su casa….

CAPÍTULO 1. AUNG Y MAYI LLEGAN A CASA.

Tal y como habían quedado a las dos semanas exactas la anciana llegó al chalet con las dos criadas. Debido a mi trabajo, ese día estaba de viaje en China y por eso tuvo que ser María quien las recibiera. Mi señora al verlas tan jovencitas lo primero que hizo fue preguntarle su edad.
La vieja creyendo que la queja de mi esposa era porque las consideraba mayores, contestó:
―Veintiuno y dieciocho. Pero ser vírgenes, ¿usted querer comprobar?
Tamaño desatino incomodó a María y creyendo que en esa cultura una chica de servicio virgen era un signo de estatus, le contestó que no hacía falta. Tras lo cual, directamente las puso a limpiar los restos de la obra. Al cabo de tres horas de trabajo en las pobres crías no se tomaron ni un respiro, mi señora miró su reloj y vio que ya era hora de comer. Como no había preparado nada por medio de señas, se llevó a las orientales a comer a un restaurante cercano.
Las chavalas que no comprendían nada se dejaron llevar sumisamente pero al ver que entraban a un restaurante se empezaron a mirar entre ellas completamente alucinadas. Mi mujer creyó que su confusión se debía a que aunque era un sitio popular, al ser de un pueblo en mitad de la sierra nunca habían en estado en un sitio de tanto lujo pero cuando intentó que se sentaran a su lado, sus caras de terror fueron tales que tuvo que llamar a la jefa que hablaba inglés para que le sirviera de traductora. Tras explicarle la situación, la birmana comenzó a charlar con sus compatriotas. Como las dos crías eran de una zona tan remota, su dialecto fue entendido a duras penas por la mujer y luego de traducirlo, dijo:
―Señora, estas dos niñas se niegan a sentarse a comer con usted. Según ellas estarían menospreciando a la esposa de su dueño. Prefieren permanecer de pie y comer cuando usted acabe.
Desconociendo la cultura, no dio importancia a la forma en que se habían referido a ella y temiendo ofender alguna de sus costumbres, comenzó a comer. Las dos orientales se tranquilizaron pero asumiendo que ellas eran las sirvientas se negaron a que los empleados del local se ocuparan de su señora y por eso cada vez que le faltaba agua en su vaso, ellas se lo rellenaban y cuando trajeron los siguientes platos, se los quitaron de las manos y ellas fueron quien se lo colocaron en la mesa.
María, que al principio estaba incómoda, al notar el mimo con el que ambas niñas la trataban, aceptó de buen grado ese esplendido trato y se auto convenció que había acertado contratándolas. Habiendo terminado, pidió que prepararan para unas bandejas con comida para ellas y pagando salió del local mientras Aung y Mayi la seguían cargando con las bolsas.
Ya en la casa y deseando tomarse un respiro, las dejó en la cocina comiendo mientras ella se iba a tomar un café con las dos británicas que había conocido. Como otras tardes se citó con esas amigas en un café cercano a la embajada americana famoso por sus gin―tonics.
El calor que ese día hacía en Yagon junto con la amena conversación hizo que sin darse cuenta, mi esposa bebiera demasiado y ya casi a la hora de cenar, tuviera que pedir un taxi para irse al chalet. Al bajar del vehículo, se encontró que Aung la mayor de las dos muchachas había salido a recibirla y viendo el estado en que se encontraba, la ayudó a llegar hasta la cama.
Borracha hasta decir basta, le hizo gracia que las dos crías compitieran por ver quién era quien la desnudaba pero aún más sus miradas cómplices al comprobar el tamaño de sus pechos. Como las asiáticas son más bien planas, se quedaron admiradas por el volumen exagerado de sus tetas y por eso les resultó imposible retirar sus ojos de mi esposa mientras involuntariamente los comparaban con los suyos.
―¡No son tan grandes!― protestó muerta de risa e iniciando un juego inocente cuyas consecuencias nunca previo, los cogió entre sus manos y les dijo: ―Tocad, ¡son naturales!
Cómo no entendieron sus palabras, fueron sus gestos los que malinterpretaron y creyendo que mi mujer les ordenaba que se los chuparan, un tanto cortadas la miraron tratando de confirmar que eso era lo que su jefa quería.
―Tocadlos, ¡no muerden!― insistió al ver la indecisión de las dos chicas.
Mayi, la menor y más morena de las dos, dando un paso hacia delante obedeció y cogiendo uno de los dos pechos que le ofrecían entre sus manos, lo llevó hasta su boca y empezó a mamar. Totalmente paralizada por la sorpresa, mi mujer se la quedó mirando mientras su compañera asiendo el otro, la imitó.
María tardó unos segundos en reaccionar porque en su fuero interno, sentir esas dos lenguas recorriendo sus pezones no le resultó desagradable pero al pensar que sus teóricas criadas lo único que estaban haciendo era obedecer, se sintió sucia y separándolas de sus pechos, las mandó a dormir.
Las birmanas tardaron en comprender que mi mujer las estaba echando del cuarto y creyendo que la habían fallado, con lágrimas en los ojos desaparecieron por la puerta mientras en la cama María trataba de asimilar lo ocurrido. El dolor que reflejaban sus caras era tal que supo que de algún modo las había defraudado.
«En Birmania, la figura del patrón debe de ser parecida un señor feudal», masculló entre dientes recordando que estos tenían derecho de pernada: «Han creído que les ordenaba satisfacer mis necesidades sexuales y en vez de indignarse lo han visto como algo natural».
La certeza que eran diferencias culturales no disminuyó la calentura que sintió al saber que podría hacer con ellas lo que le viniera en gana. Aunque nunca se había considerado bisexual y su único contacto con una mujer habían sido unos inocentes magreos con una compañera de colegio, María se excitó pensando en el poder que tendría sobre esas dos niñas y bajando su mano hasta su entrepierna, se empezó a masturbar soñando que cuando volviera del viaje, me sorprendería con una noche llena de placer…

A la mañana siguiente, mi mujer se despertó al oír que alguien estaba llenando el jacuzzi de su baño. Al abrir sus ojos, la claridad le hizo recordar las muchas copas que se había tomado y por eso le costó enfocar unos segundos. Cuando lo consiguió se encontró a las dos birmanas, arrodilladas junto a su cama sonriendo.
―Buenos días― alcanzó a decir antes de que Mayi la obligara a levantarse de la cama, diciéndole algo que no pudo comprender.
La alegría de la chavala disolvió sus reticencias y sin quejarse la acompañó hasta el baño. Una vez allí, la mayor Aung desabrochándole el camisón, se lo quitó dejándola completamente desnuda sobre las baldosas y llamando a la otra oriental entre las dos, la ayudaron a meterse en la bañera.
«¡Qué gozada!», pensó al sentir la espuma templada sobre su piel y cerrando los ojos, creyó que estaba en el paraíso.
Estaba todavía asumiendo que a partir de ese día, sus criadas le tendrían el baño preparado para cuando se despertara cuando notó que una de las mujercitas había cogido una esponja y la empezaba a enjabonar.
«¡Me encanta que me mimen!», exclamó mentalmente satisfecha al experimentar las manitas de Maya recorriendo con la pastilla de jabón sus pechos.
Aunque las dos crías no parecían tener otra intención que no fuera bañarla, María no pudo reprimir un gemido cuando sintió las caricias de cuatro manos sobre su anatomía.
«Me estoy poniendo cachonda», meditó y ya con su coño encharcado, involuntariamente separó sus rodillas cuando notó que Aung acercaba la esponja a su entrepierna.
La birmana interpretó que su jefa le estaba dando entrada y sin pensárselo dos veces, usó sus pequeños dedos para acariciar el depilado coño de la occidental. Con una dulzura que impidió que mi mujer se quejase, separó los pliegues de su sexo y se concentró en el erecto botón que escondían.
―¡Dios! ¡Cómo me gusta!― berreó cuando la otra cría se hizo notar llevando su boca hasta uno de los enormes pechos de su jefa.
El doble estímulo al que estaba siendo sometida venció toda resistencia y pegando un grito les exigió que siguieran con las caricias lésbicas. Aung quizás más avezada que la menor, incrementó la velocidad con la que torturaba el clítoris de mi esposa mientras Mayi alternaba de un pecho a otro sin parar de mamar.
«¡Me voy a correr!», meditó ya descompuesta y deseando que su cuerpo liberara la tensión acumulada, hizo algo que nunca pensó que se atrevería a hacer: olvidando cualquier resto de cordura introdujo su mano bajo el vestido de la mayor en busca de su sexo.
«¡No lleva ropa interior y está cachonda!», entusiasmada descubrió al sentir que estaba empapada cuando sus dedos hurgaron directamente la cueva de la diminuta mujer. Aung lejos de intentar zafarse de esa caricia, buscó moviendo las caderas su contacto mientras introducía un par de yemas en el interior del chocho de mi señora.
Saberse al mando de una no le resultó suficiente y repitiendo la misma maniobra bajo la falda de la menor, confirmó que también la morenita tenía su coñito encharcado y con una sensación desconocida hasta entonces, se corrió pegando un gemido no se quejó al sentir la caricias. Aun habiendo conseguido el orgasmo, eso no fue óbice para que mi señora siguiera hirviendo y mientras masturbaba con cada mano a una de las orientales, quiso comprobar hasta donde llegaba su entrega y por medio de señas, les ordenó que se desnudaran.
La primera en comprender que era lo que María estaba diciendo fue la mayor de las dos que con un brillo especial en sus ojos se levantó y sin dejar de mirar a su jefa, se quitó la camiseta que llevaba.
Mi esposa, con posterioridad me reconoció, al admirar los diminutos pechos de la birmana no pudo aguantar más y sin esperar a que se quitara la falda, le exigió que se acercara a ella y al tenerla a su lado, por vez primera, abriendo su boca saboreó el sabor de un pezón de mujer.
La pequeña areola de la muchacha reaccionó al instante a esa húmeda caricia contrayéndose. María al comprobarlo buscó el otro y con un deseo insano, se puso a mamar de él mientras Aung se terminaba de desnudar. En cuanto la vio en pelotas, la hizo entrar con ella en la bañera y colocándola entre sus piernas, se recreó la vista contemplando el striptease de la segunda.
―¡Qué buena estás!― exclamó aun sabiendo que la cría era capaz de entenderla al admirar la sintonía de sus menudas y preciosas formas.
Dotada con unos pechos un poco más grandes que los de la otra oriental era maravillosa pero si a eso le sumaba la cinturita de avispa y su culo grande y prieto, Mayi le resultó sencillamente irresistible. Azuzada por la sensación de poderío que el saber que esas dos no le negarían ningún capricho, la llamó a su lado diciendo:
―¡Estás para comerte!
La cría debió comprender el piropo porque al meterse en el jacuzzi en vez de tumbarse junto a María, se quedó de pie y acercando su sexo a la cara de mi mujer, se lo ofreció como homenaje. Durante unos instantes mi esposa dudó porque nunca se había comido un coño pero al observar esos labios tan apetitosos se le hizo la boca agua y sacando su lengua se puso a degustar el manjar que esa niña tenía entre sus piernas.
―Joder, ¡está riquísimo!― exclamó confundida al percatarse de la razón que tenía su marido al insistir en comerle el chumino cada dos por tres.
Aung que hasta entonces había permanecido entre las piernas de su dueña sin moverse, vio la oportunidad para comenzar a besar a mi mujer con una pasión desconocida.
María estaba tan concentrada en el sexo de Mayi que apenas se percató de los besos de esa otra mujer. Os preguntareis el porqué. La razón fue que al separar los pliegues de la chavala, se encontró de improviso con que tenía el himen intacto.
«¡No puede ser!» pensó y recordando las palabras de la anciana, por eso, dejando a la niña insatisfecha, exigió a la mayor que le mostrara su vulva. Levantándose y separando los labios, le enseñó el interior de su coño.
Tal y como le había asegurado, ¡Aung también era virgen!.
Fue entonces cuando como si una losa hubiese caído sobre ella, ese descubrimiento le confirmó que de alguna manera que no alcanzaba a comprender esas dos niñas creían que era su obligación el satisfacer aunque no lo desearan todos y cada uno de sus deseos. Su conciencia apagó de un soplo el fuego de su interior y en silencio salió de la bañera casi llorando.
«Soy una cerda. ¡Pobres crías!», machacó su cerebro mientras se ponía una bata.
A María no le cupo duda que una joven que siguiera teniendo su himen intacto, no se comportaría así sin una razón de peso. Por eso y aunque las birmanas seguían sus movimientos desde dentro de la bañera, salió del baño rumbo a su habitación.
La certeza que algo extraño motivaba dicho comportamiento se confirmó cuando al cabo de menos de un minuto esas dos princesitas llegaron y cayendo de rodillas, le empezaron a besar sus pies mientras le decían algo parecido a “perdón”.
Admitiendo que no había ningún motivo por el que Anung y Mayi sintieran que le habían fallado, no pudo mas que comprobar que eso las aterrorizaba y eso afianzó sus temores por lo que decidió que iría a hablar con la anciana que se las había conseguido―
«Tengo que hacerles ver que no estoy enfadada con ellas», se dijo y dotando a su voz de un tono suave y a sus gestos de toda la ternura que pudo, las levantó del suelo y les secó sus lágrimas.
La reacción de las muchachas abrazándola mientras en su idioma le agradecían el haberlas perdonado ratificó su decisión de averiguar que pasaba y por eso, nada más vestirse, fue a entrevistarse con MAung.

Relato erótico: “El legado (2) EL INCESTO ” (POR JANIS)

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El incesto.
  ¿Qué puedo decir? Estoy alucinado con el cacharro que ha crecido entre mis piernas, en unos pocos días. Nada tiene lógica alguna. Casi parece una m
anguera desde mi perspectiva. Grueso y morcillón, con el prepucio retirado sin necesidad de circuncisión, como si a esa tremenda polla le faltara piel para cubrirla por completo. Incluso en reposo, se notan algunas venas azulonas recorriendo el tronco. De verdad, es una pasada, y, lo bueno, es que ha dejado de dolerme o de picarme.
  Me devané los sesos los primeros días, tratando de hallar una explicación, o quizás una solución. No estoy muy seguro de que sea una bendición precisamente. Si me asusta a mí, ¿qué pensará cualquier mujer cuando la vea? No quiero ser un monstruo de feria. He buscado en la red información fidedigna sobre otros casos parecidos, pero, la verdad, solo he encontrado paparruchas. Rumores, un par de “records guinness”, y algunos actores porno, famosos por sus dimensiones, como Nacho Vidal, o el mítico John Holmes, con un tamaño parecido al mío. Sin embargo, aún existen dimensiones más extremas, como la de Frank Sinatra, con47 cm., o Liam Neeson, con41 cm.
  ¿En qué la metían esos dos? ¡Porque en un coño no cabía!
Bueno, por lo menos, me da ánimos. Los hay peores, suponiendo que haya dejado de crecer. Como también es lógico, he empezado a experimentar con ella. No os imagináis la cantidad de problemas que da un tamaño extra grande; no solo eso, sino que mi pene no baja de 18 o20 centímetrosen estado de reposo, conservando casi su mismo grosor que si estuviera erecto. Es como tener un pedazo de tubería en los pantalones.
  Lo primero, la ropa interior. Gracias a que uso amplios boxers últimamente, dada mi corpulencia, pero he tirado todos los slips que tenía en reserva, así como algunos de esos calzoncillos ceñidos, y he tenido que renovar mi provisión de gayumbos. Al mismo tiempo, he vuelto a aprender a colocarla en los pantalones, como un niño. No me es posible llevarla a un lado, como antes, porque se me sale del boxer, o se marca demasiado en el pantalón, por muy ancho que sea. Así que he lidiado con ella hasta encontrar una nueva posición cómoda: por la pernera abajo. Era lo más lógico, porque eso de que pasara “por el arco de triunfo” para recolocarla entre mis nalgas, como que no. Me da algo de cosa sentirla cerca de mi culito.
  Sin embargo, la posición de la pernera no es nada cómoda para sacarla a la bulla. Cuesta bastante trabajo sacarla por la bragueta. Así que tengo que orinar con los pantalones bajados hasta las rodillas. No pasa nada si lo haces en casa, a solas, pero en unos urinarios públicos canta un montón. Por eso, lo hago como las chicas, sentado, siempre y cuando, la manguera este floja, esa es otra. Ya he probado a doblarla al despertarme bien trempado. No hay forma. No puedo bajarle la cabeza. De hecho, al levantarme, tengo que orinar en la bañera, salpicando los azulejos de la pared, y pasar después el teléfono de la ducha para enjuagar.
  Otro inconveniente podría ser la talla de los pantalones, aunque, en mi caso, al usar pantalones amplios, no es preciso. Poco a poco, he ido descubriendo los distintos peligros para mi nuevo aparato. Debo acordarme de recolocarla cuando me subo al tractor. Las palancas de un tractor son peligrosas, os lo digo yo… También coger pesos es conflictivo. Antes tomaba, sin pensarlo, garrafas de25 litrosy las movía ayudándole del impulso de un muslo. Después de pillármela un par de veces, he aprendido a meditarlo antes. Aguantar un saco de abono de 50 kilos sobre las piernas, puede resultar un poco agobiante si te has pillado el capullo, creedme.
  Menos mal que no monto a caballo. Podría seguir con los distintos casos a los que me enfrento cotidianamente, pero no quiero aburrir a nadie. Solo decir que, a medida que experimento, encuentro soluciones que me van cambiando mi manera de vivir hasta el momento.
Una polla así, te cambia la vida. Nunca mejor dicho.
  Pero, lo peor, es que parece tener gustos propios. Si, no estoy loco. Actúa según unos nuevos impulsos que yo no he experimentado jamás. Por ejemplo, reacciona cuando una chica se acerca demasiado a mí, sin importarle el aspecto físico, ni su estado civil, ni su edad. Coño, hasta con mi madre lo hace. Debo tener cuidado de no acercarme demasiado a cualquier mujer porque puede dispararse sola. También reacciona a según que olores, que anteriormente no significaban nada para mí, como el aroma del café fuerte, o el de las uvas fermentadas, por ejemplo.
  Me da miedo pensar qué pasará con otras cosas mucho más degeneradas, pero, por el momento, esto ya es suficiente.
  Bueno, me falta hablaros de lo más importante, quizás. Seguro que todos lo habéis pensado ya, ¿verdad?
  ¿Cómo funcionará bajo mi mano?
La primera paja de prueba me la hice la misma noche en que el dolor desapareció. Llevaba todo el día con el órgano aprisionado y cuando lo solté, sin sentir dolor, ni ese maldito ardor, fue una liberación. Estaba en el desván, solo y desnudo sobre la cama. Me había pasado todo el día dándole vueltas al asunto. Estaba ansioso por explorar y comprobar. Creo que es natural, ¿no?
  Le dí cuarenta vueltas. La sopesé, la empuñé, la tironeé, la pellizqué, y no se cuantas “é” más. Es una pasada, os juro que tiene una textura diferente al resto de mi cuerpo. Su piel es más suave y tersa, pero, a la misma vez, más dura que en otros lugares de mi cuerpo. Puedo asegurar que la he golpeado contra superficies duras, y suena como una fuerte palmada, pero no me duele, más bien lo contrario.
  No, que va, no soy masoca, es que es así. ¿A qué es raro?
El caso es que, con la manipulación, se me puso enseguida extrema y dura, jeje. Parecía el mástil de la bandera, joder. Yo estaba sentado en la cama, espatarrado, con aquella cosa surgiendo entre mis piernas dobladas, y con mis dos manos aferradas. Tenía que darle caña; era más fuerte que yo. Así que me levanté, me metí en la bañera, de pie, y tomé el bote de gel de la ducha. Me eché un buen chorro en una mano y repasé la polla, de cabo a rabo. Respondía muy bien. Mis manos resbalaban perfectamente con el jabón. Subían hasta estrujar delicadamente el glande, para bajar, al unísono, friccionando todo el talle. Sobaba los gruesos testículos, bien cargados de semen. Descubrí que el glande era mucho más sensible que antes, no sé a qué es debido. También lo es mi escroto y la base del miembro, donde da paso a los huevos. El caso es que no hizo falta mucho para que me corriera, descargando un largo y potente chorreón de semen, como jamás he visto. Pero mi polla no se bajó, nada de eso. Aún no estaba satisfecha, quería más. Me tuve que hacer otras dos pajas seguidas para que bajara la cabeza, vencida.
  ¡Dios, casi me salen agujetas en los brazos!
Debo tener cuidado para no excitarme demasiado porque, entonces, hay que satisfacerla, y no se rinde. No sé, creo que me estoy convirtiendo en un obseso sexual, lo cual no es nada bueno con mi aspecto. ¡A ver donde pillo cacho si me pongo burro! Ya he dicho que esto es una maldición…
  Han pasado unos cuantos días. Hago todo lo que puedo para acostumbrarme a la situación. Tengo cuidado al pasar al lado de mi madre y que nadie se de cuenta de nada. De repente, Pamela entra por la puerta, soltando la maleta y abrazando a padre por sorpresa. Viene de Madrid y no la esperábamos. Está guapísima, con un fino suéter negro y una falda a medio muslo, amarillo pistacho.
  Me besa en la coronilla, por la espalda, porque me pilla sentado a la mesa. Siento un suave tirón en la ingle. Dios, ella también. Saluda a Saúl con un beso en la mejilla y un golpe en el brazo, y, finalmente, se echa en los brazos de madre.
―           ¿Qué haces aquí? – le pregunta madre.
―           Hay una protesta de sindicatos, o no se que historia. No tengo que trabajar hasta el lunes, así que me he venido, que os echaba mucho de menos – sonríe Pamela, atrapando en brazos al inquieto Gaby.
―           Bien. Deja tu maleta en tu cuarto y lávate las manos.
―           Te llevo la maleta, Pam – le digo, levantándome.
―           Gracias, Sergi – me lanza un beso, tomando el pasillo.
  Dejo la maleta sobre su cama. Su habitación es un barullo de figuritas, peluches, pósteres clavados, y cojines de colores. Hacía ya mucho tiempo que no entraba allí. La escucho cerrar el grifo del lavabo cercano.
―           Deberías cortarte el pelo. Lo tienes muy largo – me dice al entrar.
―           ¿Me lo cortarás mañana?
―           Claro que sí, hermanito – me echa los brazos al cuello para que le de una vuelta en el aire.
  Es liviana como una muñeca en mis brazos. Tengo un flash sobre el sueño de la otra noche. Joder. Un nuevo tirón en los bajos. Quieta, ahora no. No me puedo quitar de la cabeza sus ojos mirándome mientras me la chupaba. Esos ojos marrones y verdes.
―           Vamos a comer – digo para salir del apuro.
―           Oye, hermanito, ¿qué le has dado a Maby?
―           ¿Yo? ¿Por qué? – me giro de nuevo hacia ella.
―           Me ha dicho que estuvisteis hablando, cuando estuvo aquí.
―           Si, en el bosquecillo. Estaba talando y se acercó.
―           Pues me ha comentado que le caíste muy bien y me ha hecho un montón de preguntas sobre ti – me sopla muy tenue, a la par que me golpea el hombro.
―           ¿Y eso por qué? – hay que ser tonto para preguntar eso, pero no es que tenga mucha experiencia.
―           Bueno, puedes preguntárselo tú mismo. Llega mañana. Estará aquí hasta que nos vayamos las dos para Madrid.
¡Joder! La cosa se complica. Yo no tengo nada controlada la pieza de artillería…
  Durante el almuerzo, miro disimuladamente a mi hermana, y me doy cuenta de que ella hace lo mismo. Sonríe como si supiera algo que yo no sé, y eso me mosquea. Al terminar, madre y ella se ponen a fregar los platos y a charlar de chismes de modelos. Aprovecho para quitarme de en medio. Tengo ganas de pasear y reflexionar. Tomo el sendero que sube las lomas de los bosquecillos plantados hasta donde están dos de las cinco colmenas que tenemos.
  Sopeso lo que puede ocurrir. Sé que puedo controlarme con mi madre y mi hermana. Pero con Maby no estoy seguro, y más si manifiesta interés por mí. Ya he asumido que ese príapo tiene algo que ver con Rasputín. Aún no comprendo cómo, pero es muy parecido al suyo, al que estaba metido en formol. No sé si es una reencarnación, una posesión, una evocación, o un puto milagro… pero sé que no es natural y que no tengo ni idea de cómo manejarlo.
  ¿Me obligará a hacer cosas que no yo no quiero? No sé, como violar a Maby, o correr detrás de las viejas… Brrrr, que escalofrío me ha dado. Corona la loma. Desde allí puedo ver la autovía a lo lejos. Más cerca, se encuentra la laguna Abel, con el destartalado edificio de la vieja comuna en una de sus orillas. ¿Cuántos chiflados quedarán aún ahí? Padre dice que ha visto pocos.
  Nuestras tierras lindan, por el norte, con una comuna de nuevos hippies chiflados. La comuna está desde antes de nacer Saúl. Sus terrenos contienen la laguna que el viejo Abel creó para criar patos y otros bichos. Los hippies cercaron todo y plantaron altos setos que no permiten distinguir nada, ya que ellos van gran parte del año, desnudos por ahí. Disponen de huerto y animales de granja, e incluso disponen de un pequeño molino. Cuecen su propio pan y pisan su propio vino. Son casi independientes, pero quedan muy pocos.
  Según padre, se han ido marchando al hacerse mayores. Sus hijos crecieron y necesitaban nuevos horizontes. En un principio, los niños de la comuna no acudían al colegio y eran educados por todos, pero, al crecer, unos elegían ir a la universidad, y otros buscaban trabajos o aprendizajes que no estaban en la zona. Así que la comuna empezó a declinar.
  Cuando más niño, entré un par de veces a bañarme en la laguna. Saúl me enseñó por donde colarme. Nunca me pillaron, pero espiar su desnudez no me pareció correcto, así que no volví más. Ha cambiado el aire. Miro el cielo. Grandes nubes oscuras se acercan por aquella parte, amenazando lluvia. Decido regresar.
La tarde se ha convertido en diluvio. Casi parece que es noche cuando aún no han dado las cinco. Contempló la lluvia desde una de las ventanas del desván. Me gusta la lluvia. Lava la tierra, alimenta el suelo, borra las heridas, y nada la puede detener. Resuena en mi lector Highter Place, de Journey.
  Me gusta el rock, se adecua bien a mi estado de ánimo.
Unos tímidos golpes a la puerta del desván. Es Pamela.
―           ¿Puedo? – pregunta, asomando solo que la cabeza rojiza.
―           Claro, tonta.
  Se sienta detrás de mí, en un viejo sofá reventado por mi peso.
―           ¿Te aburres? – me pregunta.
―           Me gusta ver la lluvia. Me hace divagar.
―           ¿Sobre qué?
―           A veces no tengo ni idea.
Se ríe de una forma franca y sincera.
―           A veces creo que eres un místico – susurra.
―           ¿Un qué?
―           Un brujo, un erudito de filosofías prohibidas y arcanas.
―           ¡No jodas!
―           Es cierto. Te miro y no aparentas tu edad. No te veo como a un crío.
―           No soy un crío. Tengo diecisiete años.
―           Lo sé – suspira ella. – Eres todo un hombre. Siempre lo fuiste para mí, desde que empezaste a crecer hasta dejar atrás a Saúl. Eres quien mantiene unida esta granja, Sergio…
  Dejo la ventana y me siento a su lado. El sofá protesta. La miro a los ojos.
―           ¿A qué te refieres, Pamela?
―           Trabajas por dos o tres jornaleros. Haces de todo en la granja, desde talar, cosechar, cuidar de los animales, y hasta recolectar la miel. Sin ti, papá no podría mantener esto.
―           Bueno, tengo que ayudar, ¿no? Ellos nos han criado.
―           Pero, no te quejas nunca – se abraza a mi brazo derecho y recuesta la mejilla. Su mano sube y me acaricia la mejilla y ensortija un mechón de mi pelo. – Dejaste la escuela para trabajar más. Ni siquiera tienes amigos…
―           Pam… — juro que trato de advertirla.
―           Eres tan retraído, tan misterioso… Veo más allá de este masivo cuerpo tuyo. Sé como eres en tu interior – sus ojos me hechizaban mientras que sus dedos no cesaban de mesarme el pelo. – Eres un espíritu puro, Sergio. De los que ya no quedan en el mundo…
 Me pongo en pie con un suspiro.
―           ¿A qué viene esta llantera? – pregunto, burlón, mirándola desde arriba.
Ella baja los ojos y se encoge de hombros. Recoge las piernas bajo sus nalgas y estira la corta falda amarillo pistacho. De repente, sucede. Es como si sintiera sus emociones, como si me traspasasen lentamente cada uno de sus sentimientos, compartiéndolos conmigo. Tristeza, decepción, un poco de ira, celos, envidia… Pamela está mal y no tiene a nadie con quien desahogarse. Ha venido a mí por eso, porque piensa que soy el más sensible de toda su familia. ¿Sensible? Tengo que girarme de nuevo hacia la ventana y contemplar el agua del cielo para impedir que la cosa de mis pantalones rompa su prisión de tela.
―           Puedes contármelo, Pam. ¿Quién te ha hecho daño? – pregunto, sin mirarla. Puedo notar como se sobresalta.
―           ¿Tan evidente es?
―           Para mí si – contesto y, esta vez, la miro. — ¿Qué ha pasado?
―           Hace seis meses, conocí a un chico – suspira al empezar, mirando hacia la ventana más alejada.
―           ¿Eric?
  Gira la cabeza y me mira, intrigada. Al final, asiente. Sigue con su historia.
―           Sus padres son alemanes pero afincados en los Pirineos. Nos llevábamos bien. Habíamos coincidido en varios desfiles. Cuando quiso ir más lejos, le dije lo que yo buscaba. No quería un rollete aquí y allá. Buscaba una relación estable y duradera; una relación que me aportara seguridad y beneficio.
―           ¿Tan insegura te sientes?
Vuelve a encogerse de hombros. Está a punto de llorar. Me tumbo en la cama, de bruces, aprisionando la polla bajo mi cuerpo. Eso si que me da seguridad…
―           Sigue, Pam…
―           Eric me comprendió y me respetó. Se marchó como un amigo. Me decepcioné un tanto. La verdad es que me gustaba, pero me mantuve firme. Él tenía cierta fama de ligón entre las chicas de la pasarela.
―           ¿Muy guapo?
―           Si, lo es, el cabrón.
El golpeteo del agua sobre el tejado me calma. La cosa va mejor. Estoy controlando. Me intereso más por la historia de mi hermana.
―           A la semana siguiente, empecé a recibir, cada mañana, una rosa y una tarjeta, en la que aparecía pintados unos labios. No había remitente, ni más nada. Una rosa cada mañana, en casa o en el trabajo. Cuando llegó la que completaba la docena, la tarjeta decía que esperaba que viera que no le importaba esperar para conseguir un beso mío. La firmaba Eric.
―           Buena estrategia – admito en voz alta.
―           Pensé igual – esta vez, la lágrima se desliza hasta su barbilla. – Eric demostraba clase y paciencia. Así que le dí una nueva oportunidad. Hubo flirteo del bueno. Salimos de copas, a cenar, al teatro y al cine, incluso visitamos el Guggenheim.
―           Como una película romántica.
―           Exacto. No se insinuó sexualmente ni una sola vez. Unos cuantos besos y ya está. No es que yo sea una virgen, ¿sabes? He estado con un par de amantes, así que no… es que no quisiera, sino que él no insistió, ¿comprendes?
Asiento y me giro. Quedo boca arriba, la cabeza sobre la almohada, las manos bajo la nuca. Me quito las botas usando la puntera de los pies. Creo que controlo la cosa. Miro a mi hermana. Está hermosísima a pesar de estar triste. La luz grisácea que entra por la ventana la favorece. Pienso, por un instante, en su vida como modelo, rodeada de bellos ejemplares, acudiendo a sitios elegantes, y siento celos. Me sorprende a mí mismo.
―           No me dí cuenta, te lo juro, me atrapó en una red de romanticismo, de promesas susurradas, de pequeños gestos galantes. Me creía la emperatriz Sissi, y caí como una tonta.
―           Creo que es un ruin de su parte, pero tampoco es para dramatizar – respondo suavemente.
―           Oh, si hubiera sido eso simplemente, casi le podría haber perdonado – eso suena peor. Sus mejillas enrojecen y desvía la mirada. Intuyo lo que va a decir. – Naturalmente, me entregué a él. Hizo conmigo lo que quiso. Durante un par de semanas, me sentí una actriz porno, créeme.
  “No sigas por ahí”.
―           No podía controlarme, ni me reconocía. Estaba todo el día pensando en sexo, deseando quedarme a solas con Eric. Repasaba, una y otra vez, las cochinadas que hacíamos en la intimidad y me excitaba mucho. Me estaba pervirtiendo.
  Gruño por lo bajo. Acomodo la polla con disimulo.
―           Al termino de la semana de la boda de Barcelona, Eric me llevó a una fiesta que daban ciertos promotores, bastante privada. Sin embargo, no fuimos solos. Eric llevaba una limusina llena de chicas, algunas las conocía, otras no. pero todas parecían obedecerle. Intenté preguntarle qué pasaba, pero me dijo que no era el momento. Al llegar a la fiesta, en un gran chalet de montaña, empezó a repartir el ramillete de modelos por entre los invitados. Yo veía como aquellos hombres maduros sobaban las modelos con total descaro. Contemplaba aquellas muecas viciosas en sus rostros cuando tocaban las prietas y jóvenes carnes. Descubría el rubor y la vergüenza en las miradas bajas de las chicas.
―           Aquello no era una fiesta habitual, ¿verdad? – dejo caer.
―           No, ni mucho menos. Era un mercado de carne. Quise marcharme, pero Eric me apretó el brazo y me llevó a otra habitación, a solas. Me aplastó contra la pared y me dejó las cosas muy claras. El era el proxeneta de todas esas chicas y ya era hora de que yo le pagara por todas las cosas que había hecho por mí. Estaba allí para conseguir poder y contactos para él. No tenía porque asustarme de lo que querían esos hombres, pues yo ya había hecho esas cosas con él. Por si se me olvidaba, me tenía en varias horas de grabación… algo que desconocía totalmente.
―           ¡Que pedazo de cabrón! – el enfado empieza a vencer a la excitación.
―           No tuve más remedio que obedecerle. Podía destruir mi carrera en cualquier momento. No quiero hablar más de esa fiesta; intento olvidarla. Durante la semana que siguió, se portó como un príncipe. Me mimó totalmente, me traía a casa mis comidas favoritas. Me compró ropa nueva y me hacía el amor muy dulcemente. Yo no sabía que pensar. Me parecía que había soñado toda aquella fiesta.
―           ¡No me digas que le perdonaste! – estallo.
―           No, nada de eso, pero seguía aturdida, negando que me hubiera pasado a mí, ¿sabes? Eric sabe como aprovechar esos bajones para hundirte aún más. Lo que más me asustaba era las grabaciones que tenía.
Asiento. Ese es el problema más grave que tiene mi hermana, porque seguro que ese cabrón la mantiene aún en su poder. Se está desahogando conmigo porque tiene que contárselo a alguien, pero sigue con el collar puesto.
―           A la semana siguiente, trajo un hombre al piso, aprovechando que Maby no estaba. Era un hombre de unos cincuenta años largos, muy bien vestido y maneras cuidadas, pero sus ojos eran crueles. Daba miedo. Me lo presentó como el señor Black y me instó a que fuera muy mimosa con él. Me llevé a Eric aparte y le supliqué que no siguiera con eso. No sirvió de nada. Me dio un par de bofetadas que me hicieron arder, y me dio a elegir: el tipo o mis vídeos en Internet.
―           No sigas contando, Pam. Me imagino lo que pasó. Venga, déjalo…
Se levantó del sofá, el llanto ya desatado. Se arrojó sobre mi pecho y la acuné entre mis brazos.
―           Oh, Sergi… — sollozaba con el rostro enterrado en mi pecho – soy tan desgraciada… soy una puta…
―           No, no digas eso. Nada de eso es culpa tuya. ¡Ni se te ocurra pensar eso! ¡Eso es lo que pretende ese hijo de puta! ¡Hacerte sentir culpable para dominarte aún más! ¡Sé como piensan esos viles cabrones! – exclamo, enrabiado. No sé de donde saco ese conocimiento, pero es cierto.
―           Tienes… razón – musita ella, levantando los ojos y mirándome. – pero debo contarte… lo que hizo ese hombre conmigo…
―           No hace falta, hermanita.
―           Tengo que hacerlo, Sergi. Debo sacarlo como una espina, ¿comprendes?
Acaricio su ondulado pelo rojo, dándole a entender que la comprendo.
―           Ese hombre no quería follarme… quería domarme… Eric se marchó, dejándome a solas con él. Me ató a la cama, de pies y manos, y me arrancó la ropa, sin miramientos. Sus ojos ardían en furia, como si me odiara. Él ni siquiera se desnudó. Me torturó durante muchas horas…
―           Joder… Pamela – la aprieto contra mí, besándole la frene y el pelo, consolándola.
―           A veces me azotaba con la correa, o bien derramaba cera caliente en las zonas más delicadas de mi cuerpo… otras veces me humillaba de cualquier forma asquerosa, como orinarse o ponerme su trasero en mi cara – siento como sus dedos se aferran a mi cintura, hundiéndose en los rollos de grasa, buscando un apoyo para su dolor. – No quiero contarte todo lo que hizo conmigo, Sergi, de verdad, pero hizo muchas fotos y vídeos con su móvil. Yo estaba casi desmayada y sin poder defenderme, incluso cuando soltó las ligaduras.
  La súbita empatía que siento hacia ella, me hace llorar también. Nos abrazamos aún más fuerte, si eso es posible.
―           Me desperté porque me algo me oprimía el pecho. Eric estaba sobre mí, penetrándome. Su rostro tenía una expresión de vicio y asco, al mismo tiempo. Me miraba fijamente y cuando supo que estaba despierta, me dijo: “No he podido resistirme, puta. Estabas tan llena de mierda y semen, que tenía que follarte. Espero que hayas disfrutado con él.” Me hundió totalmente. le dejé acabar y esperé a que se durmiera. Me levanté, me duché, y cogí una maleta. Me he marchado de allí, casi con lo puesto, y he vuelto aquí…
―           Vale. Ahora estás a salvo, ¿de acuerdo? – le digo, limpiando su cara de lágrimas con un dedo. — ¿Has pensado en qué vas a hacer?
―           No lo sé, hermanito. No tengo muchas opciones.
―           Puedes negarte y pasar de lo que publiquen en Internet. Eso acaba olvidándose, lo sabes.
―           ¿Y si lo viera mamá o papá? ¿Y Saúl? ¡Que vergüenza!
―           ¿Denunciarlo a la policía?
―           Lo he pensado, pero es su palabra contra la mía, y se que es capaz de vengarse de forma cruel. A lo mejor no subiría los vídeos, pero podría hacerme daño o a alguien querido, incluso mucho tiempo después. Ese tío está enfermo, créetelo.
―           Pues entonces, solo te quedan dos salidas, muy drásticas, Pamela.
―           ¿Cuáles?
―           Una, marcharte. Irte bien lejos.
―           No, no soy valiente para eso. No soy nada sola.
―           Entonces, solo te queda matarlo…
―           ¡Sergi!
―           Bueno, a lo mejor tú no, personalmente, pero se puede contratar a alguien…
―           No… no me siento capaz de algo así… Tener eso en la conciencia…
―           Está bien, tranquila. Lo pensaremos con calma, de verdad. Has dado el primer paso, lo has confesado. ¿Te sientes mejor?
―           Si, la verdad es que me siento liberada. Gracias, hermanito – susurra, besándome en la mejilla.
―           Bueno, ahora no digas nada más, y escucha la lluvia sobre las tejas. Deja que eso te relaje. Aquí estás segura, entre mis brazos.
―           Si, Sergi… calentita y segura – ronronea.
Despierto horas más tarde. Es casi la hora de cenar. Pamela sigue abrazada a mí, dormida. La contemplo a placer. Tiene una expresión dulce e inocente. No puedo imaginarla haciendo las cosas que me ha contado. Debo hacer algo, no puedo perder a mi hermana por un imbécil como Eric. Si hace falta, le mataré yo mismo. La despierto suavemente. Ella me mira, confusa, y me sonríe.
―           Vamos, a cenar.
  No paro de darle vueltas al asunto de Pamela, echado sobre mi cama, desnudo como siempre. La casa está en silencio, todos se han ido a dormir. No ha dejado de llover, pero ahora es una llovizna débil la que cae. Casi no hace ruido. No hay luz de luna que entre por las ventanas y solo el resplandor mortecino de la farola que padre siempre deja encendida en el porche, enmarca débilmente algunas de las vigas del techo.
  Siento abrirse la puerta del desván. ¿Quién es a estas horas, coño?
―           Sergi… ¿Sergi? – llama suavemente Pamela desde la puerta.
Joder. Estoy desnudo y no hay tiempo de ponerme ni siquiera los boxers. Tiro de la sábana y las mantas, tapando todo lo que puedo.
―           ¿Estás despierto?
―           Si, pasa, Pam. ¿Qué ocurre? – la invito, encendiendo la lamparita de la mesita de noche para que no se mate con las cosas que tengo en medio del desván.
―           No puedo dormir. Cierro los ojos y no dejo de ver los ojos de ese hombre. ¿Puedo quedarme contigo un rato?
―           Claro, hermanita.
Buff, menos mal que me he tapado. Pamela lleva un pantalón cortito, casi tan cortito que parece una braguita, y una camisetita verde de tirantes. Se nota que tampoco es muy friolera para dormir. Levanta las mantas y se desliza a mi lado.
―           ¿No me abrazas? – hace un pucherito. La muy jodía me va a descubrir.
Levanto uno de mis gruesos brazos y ella levanta la cabeza para que lo meta debajo. Se acurruca como una gata contra mí, como abrazada a un gran peluche. La verdad es que es muy agradable protegerla de esa forma.
―           Sergi…
―           ¿Qué?
―           ¿Estás desnudo?
―           Pues… si… duermo así, siempre. ¿Te molesta? – respondo, con la cara como un tomate.
―           No, solo me aseguraba – sonríe, mirándome un segundo.
―           ¿Apago la luz?
―           No, por fa… déjala un rato más. Así podemos hablar, ¿vale?
―           Vale.
Casi un minuto de silencio. Se ha levantado viento. Resuena el giro de la veleta.
―           ¿Sergi?
―           ¿Si?
―           ¿Qué piensas de Maby? ¿Te gusta?
―           Pregunta algo tonta, ¿no? Es una modelo. Maby le gusta hasta a un cadáver.
―           Pero, personalmente, digo.
―           Bueno, no he hablado mucho con ella, pero parece agradable.
―           Si, lo es, aunque un poco loca, la verdad – se ríe.
―           No me despreció como otras, cuando charlamos en el bosque.
―           Sergi, ¿no me digas que las chicas te desprecian?
Me encojo de hombros, no debería haber dicho eso.
―           ¿Por qué? ¡Si eres un encanto de chico!
―           Soy grande y feo. Tú no quieres verlo porque eres mi hermana y me quieres.
―           ¿Feo? ¿Quién te ha metido eso en la cabeza? Grande si eres, no vamos a discutirlo, pero feo… por Dios, ¡si hasta yo te besaría!
Le doy un traqueteo que casi la tira de la cama. Se ríe por lo bajo, con esa risa que te levanta el ánimo.
―           Mira, Sergi, te voy a decir lo que tienes que hacer cuando llegue Maby. Creo que te ha echado el ojito, aunque no estoy segura si es un capricho o algo más definido. Maby es una chica que ama la seguridad. Los tíos seguros de sí mismo la ponen mucho. Por eso siempre sale con tíos mayores y con algunos indeseables también. No debes mostrar dudas en nada. Cuando te pregunte por algo que te gusta, se lo dices en seco, sin pensarlo, sea bueno o malo. Eso no le importará, ya verás.
―           Eso será fácil para ti. Yo no he hablado de algo así con una chica en mi vida.
―           Lo harás bien, ya verás. Me comentó que eres muy fuerte, que levantabas tú solo los árboles.
―           Son álamos jóvenes, Pam, no pesan mucho.
―           ¡Ella que sabe! Los únicos árboles que ha visto son los del Retiro. No ha salido de la ciudad más que para venir aquí.
―           Ya, una cosmopolita.
―           Maby no se fija en los físicos. Si fuera así, te aseguro que no habría salido con la mitad de los tíos con los que anda. Ella…, jamás admitiré que yo he dicho tal cosa, ¿entiendes? – sigue al ver que yo asiento con la cabeza. – Ella busca una figura paterna en sus relaciones. Su padre la abandonó, a ella y a su madre, cuando tenía cinco años. Busca seguridad y alguien que la proteja, y eso es más importante que un tío guapo.
―           Pero, Pam… ¡tiene quince años!
―           Dieciséis en realidad, pero le encanta el número quince. De todas formas, es ya una mujer, mentalmente. No es ninguna niña, te lo aseguro. Me da cien vueltas en cuanto a relaciones.
―           ¿Por qué quieres que nos entendamos? – la miro, suspicaz.
―           Porque sé que tú no le harás daño. Si te gusta y ella ve en ti lo que está buscando, estará segura contigo. En Madrid, puedo controlarla si piensa en ti. Compartimos piso y hermano, sería genial. A veces, me da miedo cuando sale con esos pervertidos…
―           Bueno, por mí que no quede.
―           ¡Así me gusta, hermanito! – más besos y abrazos. Necesito buscar un nuevo tema de conversación para no pensar en lo que mi cuerpo siente. Se está poniendo retozona.
―           Me gustaría visitar Madrid – digo, casi más para mí.
―           Puedes venirte con nosotras y dormir unos días en el sofá. Te enseñaríamos Madrid – responde ella, con los ojos cerrados. Su mano izquierda acariciando mi cintura. Parece que el sueño la vence.
―           No es mala idea. Ahora viene la temporada más baja para la granja. Tenemos suficiente madera cortada para empezar el invierno. Podría escaquearme unos días…
―           Eso, eso, hermanito – gruñe ella, con su mejilla contra mi pecho. – Apaga la luz… nas noches…
―           ¡Debes ir a la ciudad, con ella!
Otro curioso sueño esta noche. Estoy sentado en la loma que divisa la laguna. Estoy desnudo, medio recubierto de abejas. Nunca las he temido. El sol está alto y hay florecillas por todas partes.
―           ¡Tienes que proteger a Pamela!
La voz parece provenir de mi interior, pero no es la mía. Es más profunda, más sabia, cargada de odio y pasión. Miro a mi alrededor; no hay nadie más.
―           Puedes encargarte de todo. Una vida no significa nada. Eric debe morir. Te enseñaré cómo hacerlo.
―           ¿Quién coño eres? – pregunto aunque sé la respuesta.
―           Ahora somos uno. Soy tu conciencia y tú eres mi ventana a la vida.
―           ¿Qué me enseñarás, Rasputín?
―           A vivir, a gozar, a defenderte, a conquistar. Todo cuanto imagines puede ser tuyo. ¿No te gustaría?
“Claro que si”, pienso, pero no me atrevo a expresarlo en voz alta.
―           Acompaña a Pamela a la capital. La protegerás de Eric y podremos hacer planes para ocuparnos de él, sin testigos, sin piedad. ¿Es que le perdonarás lo que ha hecho con ella?
―           No.
―           Bien. Haremos las cosas poco a poco, de una en una. Tienes mucho que aprender y yo mucho que enseñar. Será un intercambio interesante. Pero lo primero es lo primero…
―           ¿Qué va primero?
―           ¡Que va a ser, tonto! Estás durmiendo con una de las mujeres más bellas que has visto jamás… ¡follátela!
―           ¡Es mi hermana!
―           ¿Y qué? ¿Crees que es el primer incesto de la Historia? Veo cuanto te gusta. No me mientas…
―           No me atrevo.
―           Después podrás pedirle perdón, a ella y al Señor. ¿No es eso maravilloso? Sentir que te perdonan, que vuelves a tener su confianza… es lo mejor del mundo…
―           Los jlystýs…
―           ¡Si! Ya veo que has pensado en ellos – el tono es divertido, casi burlón. – Inténtalo. Si se queja, lo dejas. Es fácil. Lo que no pruebas, no puedes saborearlo.
No soy conciente de cuando lo hice, pero, en mitad de la noche, destapo mi cuerpo, retirando la sábana y la manta. Mi hermana sigue abrazada a mí; no se ha movido un centímetro. La lamparita aún sigue encendida. Aunque soy conciente de ello, no soy yo quien toma la mano de Pamela y la deja sobre mi polla. Es como si otra persona me dirigiera, pero el deseo si es mío. Restriego suavemente su mano sobre mi miembro, marcándole el camino. Pamela rebulle a mi lado. Murmura algo y sigue durmiendo.
  Mi polla está endureciéndose, más por la idea de que es mi hermana quien me está tocando que por su mano. Su mente inconsciente se hace cargo de acariciar en sueños el tremendo pene. Es como una sonámbula. Se remueve aún más, intentando atrapar la esquiva polla con ambas manos. Es cuando se despierta, tumbada casi de través sobre mi torso, y toqueteando una monstruosidad que queda patente a la luz de la lamparita.
  Me hago el dormido, para ver como reacciona. Tiene los ojos muy abiertos y la mandíbula caída.
―           ¡Dulce madre de Jesús! – farfulla. — ¿Qué es esto?
  No se atreve a mover para no despertarme. Se queda estática, mirando fijamente el gigantesco cíclope que la está mirando a ella.
―           ¿Desde cuando tienes esta cosa, hermanito? – masculla entre dientes. – Es inconcebible.
  No puede resistir la tentación de tocarla, ya que tiene la mano muy cerca. Pasa un dedo por el glande, ahora tenso y casi morado. Se distrae con su tersura y con el tamaño. El dedo sigue recorriendo todo el tallo hasta llegar a los testículos. Los sopesa con infinito cuidado, casi con reverencia. El dedo vuelve a subir y comprueba que el glande llega más arriba de mi ombligo. Una polla única, a su alcance.
  Abro los ojos y la miro, sin decirle nada. Ella se da cuenta de que estoy despierto y enrojece en un instante, dejando de palparme el miembro.
―           Sergi… no quería…
―           ¿Despertarme?
  Se encoje de hombros, sin saber cómo continuar.
―           ¿Habías visto una así antes? – niega con la cabeza.
―           Ni siquiera en una porno – comenta, tras tragar saliva. – Me iré a mi cama. Lo siento, Sergi…
―           ¿Por qué, Pam? No tienes porque irte.
―           Somos hermanos y no está bien.
―           Bueno, no hace mucho, alguien me ha dicho que el incesto siempre ha existido, que solo es algo degenerado cuando hay un embarazo… pero te comprendo, Pam. Yo también estoy muy cortado. Nunca he tenido una mujer tan hermosa en mi cama, tocándome. Es mejor que te vayas…
  Casi se resiste a abandonar la cama. Clava su mirada en mis ojos y puedo ver las dudas, el irracional deseo de quedarse. Pero suspira y abandona el desván. La escucho bajar quedamente. Apago la lamparita y pongo mis manos bajo la nuca. No me he propasado, la he dejado elegir. Al menos me enorgullezco de eso. La polla me duele de tan tensa que está. ¿Qué diría ahora el loco Rasputín?
  Hazte una paja.
Sonrío al imaginármelo. Aferró el bastón de mando con una mano, deslizándola lentamente. Necesito gel para que resbale bien. Estoy a punto de levantarme e ir al cuarto de baño, cuando la puerta se abre suavemente. Uno bulto más oscuro que las demás penumbras se acerca a la cama. Escuchó la madera del suelo crujir, acomodándose a sus pasos.
―           Ssshhh… no hables… no enciendas la luz – susurra Pamela, roncamente, antes de unir sus labios a los míos.
  Se ha deslizado de nuevo a mi lado, buscando mi calor. Su boca no deja de darme suaves besitos por el rostro y el cuello. Coloco una mano en su espalda, pasándola bajo la camiseta.
―           Pam… Pamela… — susurro.
―           ¿Qué? – contesta, deteniendo su boca sobre mis labios.
―           No sé besar…
―           ¿Cómo? ¿No has estado nunca con…? – exclama, algo más fuerte de lo que pretende.
Niego con la cabeza.
―           ¡Dios! ¡Que papeleta! ¡Encima virgen!
  Me río. Es la verdad. Ella va a ser mi primera mujer, si quiere, claro está.
―           ¿Quieres hacer tú los honores? – le pregunto.
―           No te preocupes, que tu hermanita te va a quitar muy a gusto el polvo acumulado, ya verás. Vamos a empezar con los besos. Sigue mi ritmo…
  Comenzó con suaves piquitos en los labios, que yo devolvía con agrado. Después, siguió con los pellizcos, sus labios intentaban pellizcar y tironear de los míos. Cuando comprobó que yo la superaba en eso, se ayudó con sus bien alineados dientes. Yo ni quise participar en eso; era capaz de dejarla sin labios. Poco después, estaba devorándome la boca, con la lengua tocando mi campanilla. Entonces, descubrí lo bueno que era en eso. Mi lengua era larga y gruesa, una lengua de gourmet, acostumbrada a engullir, lamer, y paladear las opíparas ingestas que habitualmente me zampaba. Podía tranquilamente recorrer todo el velo de su paladar con mi lengua, haciéndola gemir. Podía envolver su lengua en la mía y succionarla con mucha suavidad.
―           Para… para, Sergi… necesito aire – jadea, acomodada sobre mi pecho.
―           ¿Por qué has vuelto? – le pregunto tras lamer su nariz.
  Encoge los hombros.
―           Tenía que hacerlo. Dejémoslo así, ¿vale?
No le contesto, solamente le meto la lengua hasta donde puedo, succionando toda su saliva. Gime y se debate. Nos reímos al separarnos.
―           Veo que ya has aprendido esta parte. Pasemos a otra. Las caricias – dice, poniéndose de rodillas y sacando su camiseta por la cabeza.
  Aún en la penumbra, puedo delinear sus senos. Necesito verlos, aunque sea una vez.
―           Déjame encender la lamparita… quiero verlos…
―           Si, Sergi.
Se queda de rodillas, cuando se hace la luz. No hace ningún gesto para taparse. Sería hipócrita, ¿no? Sus pechos son perfectos, tan hermosos como para hacer un molde con ellos y hacer que todas las mujeres remodelaran los suyos hasta dejarlos iguales que los de Pamela. Pujantes, no demasiado grandes, pues caben perfectamente en el hueco de mi mano. El ejercicio los mantiene erectos y duros. Ahora, la pasión hace lo mismo con sus pezones, que destacan rosados sobre su piel blanca. Tiene unas pocas pecas en el canal que separa sus senos; también sobre los hombros, divina.
  Me guía en como tengo que acariciarlos. Los amaso, los junto, los aplasto delicadamente. Tironeó de los pezones, hasta que, al final, llevo uno de ellos hasta mi boca.
―           Chupa, mi nene – me alienta.
 Decirme una cosa así a mí, es algo suicida. Tras unos buenos diez minutos, ambos pezones están tan sensibles que, cada vez que soplo sobre ellos, Pamela se estremece. Ya no ha vuelto a decir nada de la lamparita, por lo que puedo ver sus ojos entrecerrados, aumentando su expresión de placer, con los labios hacia delante, formando un delicioso hociquito que no deja de tentarme a devorar.
  Sus manos, mientras tanto, no han estado quietas ni un momento, deslizándose sobre mi pecho, pellizcando con fuerza mis pezones, y descendiendo por mi abultado vientre. Ha hurgado en mi profundo ombligo y arañado mis potentes muslos. Finalmente, ha atrapado mi glande con una mano, otorgándole unos precisos apretones que me han puesto en órbita.
―           Me toca a mí – dice mientras inclina su cabeza.
  ¿Qué puedo decir de la sensación única de sentir los labios de alguien amado sobre la parte más sensitiva de tu cuerpo, por primera vez? Todo el vello de mi cuerpo se eriza, y cuando digo todo, me refiero desde los pelillos del culo hasta los de la nuca.
―           Ah, Pam… no sé si podré contenerme – la aviso.
―           Tranquilo, grandullón. No importa… estoy deseándolo… — sonríe, antes de dedicarse plenamente a la mamada.
  Por mucho que lo intenta, solo puedo tragar el glande, y eso a costa de arañarme varias veces con sus dientes. Pero ya os he dicho que soy muy resistente al daño, así que lo soporto estoicamente. Suelta grandes cantidades de baba sobre la polla al intentar tragar, que, más tarde, sirven para lubricar bien el miembro. Pasa su lengua de un extremo a otro, repartiendo su saliva y sus caricias. Aprieta los huevos, como queriendo asegurarse de que están llenos. Estoy entre nubes, con una mano apoyada sobre su cabeza, sosteniendo sus rizos más largos en lo alto, para que no se manchen.
  No sirve de nada. Eyaculo sin previo aviso, con una fuerza desconocida, como un puto geiser que se hubiera pasado varios años atrancado. La pillo con la polla levantada, pegada a una de sus mejillas, buscando mi escroto con la lengua. El semen cae sobre su pelo, sobre su cara, sobre su espalda. Gime con fuerza, quedándose quieta. Creo que se ha corrido al sentir la descarga, no estoy seguro.
―           ¡Madre mía! ¡Estabas lleno! – me dice, chupándose los dedos. – Umm… sabe como a… no sé, pero está dulzón.
―           ¿Lo habías probado antes? – digo, poniéndome en pie.
―           No, pero me habían dicho que era salado.
  Traigo una toalla del cuarto de baño, con la cual le limpie el pelo y después la espalda. De la cara, ya se ha ocupado ella con la lengua y los dedos.
―           No se te he bajado nada – comenta, señalando mi polla tiesa.
―           Pues no. Eres demasiado guapa como para que se me vayan las ganas.
―           Oh, que encanto eres – me abraza, ambos de rodillas en la cama.
―           ¿Qué sigue ahora?
―           Bueno, lo normal es que estuviéramos follando ya como escocidos, pero vamos algo más lentos de lo normal. Lo ideal sería que me humedecieras largamente para preparar la penetración.
―           ¿Humedecer? – se que parezco tonto, pero no se a que se refiere.
―           Lamerme – sonríe.
  ¿Ves? Ya se ha encendido la bombilla. No soy tonto, es que me falta información. Pamela se coloca la almohada bajo las nalgas y me tumbo ante ella, con la mitad de las piernas fuera de la cama. Si mi lengua hizo estragos antes en su boca, imaginad lo que hace en su vaginita.
  Pamela lleva el pubis depilado, salvo una pequeña tira rojiza que acaba difuminándose a medida que se estira hacia su ombligo. Su coñito es estrecho, suave, casi infantil, o por lo menos es la impresión que me da. No es que haya visto muchos para comparar. Mi lengua se despliega intentando entrar. Ella salta a las dos o tres pasadas. Es como si tuviera un dispositivo eléctrico ahí y lo activara a cada pasada.
―           Uf… iiii…eso… Sergiiii… aaah… cabrón…me mat… aaas…
Me atrapa del pelo, fusionándome a su clítoris. Literalmente, está botando contra mi boca. Su espalda se arquea e, inmediatamente, con un espasmo, un fuerte y corto chorro de líquido cae sobre mi lengua. Al principio, creo que se ha meado, pero no sabe a pis, o por lo menos, no sabe mal.
―           ¿Qué es esto? – pregunto, embadurnándola con la mano.
―           Aaahh… cabronazo… es la eyaculación de la mujer – jadea. – Semental, para ser tu primera vez, has logrado algo que pocos consiguen.
―           O sea, que te has corrido, ¿no?
―           Si, Sergi, esta es la tercera vez que me corro esta noche, creo – dice con una risita. – Pero es la más intensa, por eso mis fluidos se han disparado. Ahora si que estoy bien lubricada, así que a la tarea.
  Se abre bien de pierna, coloca la almohada mejor, y tiende los brazos.
―           Despacito, hermanito, que me destrozas, ¿eh? – me avisa cuando la cubro con cuidado.
La verdad es que desaparece debajo de mí. Soy, al menos, cuatro veces más ancho que ella. Mi polla es como un misil guiado. Parece que ha olido su objetivo y no demuestra indecisión alguna. Ella misma aferra mi miembro con sus suaves manitas y conduce, nerviosamente, el obelisco de carne hasta su destino. Rozar su coñito es como tocar un cálido terciopelo húmedo. Es el anticipo de una unión condicionada por la naturaleza. Ese coño se ha hecho para mí y viceversa. Empujo con cuidado, atento a sus indicaciones.
―           Despacio, despacio… ummm… un poco más – indica cuando he metido todo mi glande. Su interior está aún más caliente y vibra a mi paso. La sensación es alucinante.
―           Pam… estaría follándote toda mi vida… sin descansar siquiera – le digo al oído.
―           Podemos empezar hoy, cariño – susurra, con una expresión feliz. – Empuja un poco más.
  No entra más de media polla, pero ella no se queja. Suspira, jadea y hace todo tipo de ruiditos, así como sus caderas parecen haberse vuelto locas. Cruza las piernas a mi espalda, empuja con los talones, tensa las nalgas, arqueándome sobre ella, o bien, de repente, rota las caderas de forma vertiginosa.
  En un par de ocasiones, sus ojos estuvieron en blanco, girados hacia arriba, los dientes apretados y respirando agitadamente por la nariz. Si eso no fueron dos tremendas corridas, que venga San Pedro y me lo diga.
―           Sergi… — me dice, cogiendo dos grandes puñados de pelos de mi cabeza para mirarme a los ojos – ¡aunque mañana no pueda dar un paso, métela más!
―           No cabe, Pam. Te voy a hacer daño.
―           Inténtalo, cariño – y me lame la barbilla, aferrándose como una lapa a mi pecho.
―           ¡Jjehsyiii! – chilla de forma incomprensible cuando empujo. Otros dos o tres centímetros han profundizado.
―           ¿Estás bien?
―           Dame caña, semental, no t… preocupes… dame fuerte y córrete… conmigo… cariño – suplica. No me queda otra. También estoy loco por correrme.
  Arrastro mi polla hacia atrás, hasta casi sacarla, con lentitud. Pamela gime como una gata rabiosa. Vuelvo a enfundársela, pero esta vez de un golpe, hasta la mitad al menos.
―           ¡¡SI!! – grita. Sus uñas arañan mi espalda.
  Repito la operación, pero más rápido.
―           ¡¡Aaah, siii!! – debo taparle la boca. Va a despertar a nuestros padres.
  Culeo rápido sobre ella. Ella me mira con los ojos entrecerrados por encima de la masiva mano que le tapa la boca. Solo surge un murmullo, pero noto como su lengua lame la palma de mi mano. Me muerde al correrse, agitando la cabeza. Parece que está agonizando. Retiro la mano y un hilo de baba cae de la punta de su lengua. Al ver esa expresión de absoluta lujuria en su cara, siento como mis cojones se aprestan para la descarga. El espasmo sube desde mis gemelos, ascendiendo a toda prisa. Me hace tensar la espalda, ahondando aún más con mi polla. Pamela se queja sordamente. Descargo con fuerza en su interior. Dos, tres, cinco chorros, espesos y calientes.
―           Ay, ay, virgencita… me corro… me corro otra… co cooorrooooo… — jadea de nuevo Pamela, casi en mi boca.
  Se abraza a mí, besándome toda la cara, con una felicidad que no creía posible. Me río con ella y de ella. Intenta rodar, pero peso demasiado para ella. Así que se queda muy quieta, abrazada, sintiendo como mi polla decrece hasta la mitad de su tamaño, pero no se sale de su coño hasta que ella se impulsa hacia arriba.
―           ¡Santa Rita! ¡Que polvazo! – dice, tomando la toalla que antes traje y secándose el semen que surge de su coño.
―           ¿Te ha gustado? – pregunto sin levantar la cabeza del colchón.
―           ¿Qué si me ha gustado? ¿Por qué te crees que estoy reventada, cabrón? – me da una seca palmada en la espalda. – No voy a poder moverme mañana.
―           No he usado preservativo – mi voz suena preocupada.
―           No te preocupes. Tomo la píldora.
―           ¿Y ahora qué?
―           ¿Cómo qué? ¿Es que quieres seguir? – me mira, asombrada.
―           No, me refiero a que haremos, porque no pienso dejarte, Pam.
―           Esto ha sido demasiado intenso como para ser una simple calentura. Siempre he sentido debilidad por ti, Sergi, siempre necesitabas un empujoncito mío. Pero creo que esto es diferente. No sé si es amor, pasión, o simple lujuria, pero habrá que asegurarse – se inclina y me besa un hombro.
―           Entonces, ¿me olvido de Maby? – me reí.
Me mira seriamente. No se está riendo.
―           Es mi compañera de piso, de trabajo, y una de mis mejores amigas. ¿Crees que tendríamos alguna oportunidad de estar juntos si ella no fuera cómplice nuestra?
Mi hermana me dejó K.O. ¿De qué estaba hablando?
―           No me mires así. En el fondo, me has comprendido perfectamente. Ahora, más que nunca, debes ligarte a Maby. Será bueno para ella y para nosotros.
―           No comprendo, Pamela. ¿Cómo puede ser…?
―           Mira, entre Maby y yo ha habido una relación anteriormente. Ahora somos amigas, pero, al principio de compartir el piso, fuimos pareja.
―           Pero… pero… Maby era una niña…
―           No la busqué en absoluto. Maby tenía catorce años. Recién llegada a la ciudad, con esa madre autoritaria que tiene. Estaba muy confusa, algo asustada por lo que deseaba su madre y las implicaciones que todo ello tenía. Yo estaba igual, era mi primer año en Madrid, era novata, pero tenía dieciséis años. Ya sabes que, durante ese año, su madre vivió con nosotras en el piso.
―           Si – contesto mientras la abrazo, la espalda contra mi pecho, abrigándola con mis brazos.
―           No fue nada bien, ¿sabes? Su madre se traía a sus novios a casa y la escuchábamos follar toda la noche, sin consideración, la mayoría de las veces borracha.
―           Joder.
―           Maby se acostumbró a venir a mi cama cuando esto sucedía. No era nada sexual al principio. Solo quería dejar de escuchar el chirrido del colchón. Hablábamos, escuchábamos música, nos hacíamos confidencias, y nos dormíamos abrazadas. Al final, sucedió. Ambas necesitábamos consuelo, cada una por sus motivos, pero nos faltaba un apoyo emocional. Así que ese fue nuestra muleta para enfrentarnos a los palos que nos llevábamos en muchas ocasiones. Dos crías amándose para consolarse, mientras la puta de su madre se comía los tíos por docenas.
―           No tenía ni idea, corazón – la tranquilizo.
―           Aquello se acabó en cuanto su madre se marchó con aquel dominicano. Pagaba religiosamente cada mes, pero Maby no la vio en varios meses. La chiquilla empezó a salir con otra gente, y nuestra aventura cambio por una buena amistad. Así que si consiguieras que Maby se interesara en ti, y lo creo sinceramente, podríamos tener una relación sincera y abierta entre nosotros tres. De paso, la sacaríamos de esas pirañas con las que se mueve y, además, ella nos serviría de tapadera para nuestro lío. Porque, hermanito, no pienso dejar de follarte en mucho tiempo.
 Me quedo sin habla. No hubiera creído nunca que mi hermana pensara de tal manera, ni que lo confesara tan abiertamente. No solo me había dicho que había mantenido una relación lésbica con una chiquilla, sino que ahora quería organizar un trío duradero con la misma y con su propio hermano.
  Pero, ¿de que coño me quejo, idiota?
                                                       CONTINUARA
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Relato erótico: “IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 4.” (POR SIGMA)

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Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Jill Castro se sentó en un cubículo del restaurante mientras un joven y solícito mesero colocaba los cubiertos y acomodaba la servilleta en su regazo con destreza. Pero no por eso desaprovechó la oportunidad de observar con cuidado el escote de la blusa de manga corta azul marino de la trigueña en el que se asomaban sus bellos senos cubiertos con un sostén de encaje negro.
También le dio un buen vistazo a las torneadas piernas de Jill que lucían deliciosas gracias a las altísimas zapatillas color violeta que Paty le había regalado y a la amplia falda del mismo color que le llegaba a las rodillas.
– Mmm… que belleza… -pensó lascivo el mesero al mirar de reojo el apetecible cuerpo de la asistente ejecutiva y su rostro de delicados rasgos, con piel casi perfecta como porcelana a pesar del tiempo, luego se despidió con su ensayada frase- estoy a sus órdenes.
Jill sonrió educadamente y luego el joven la dejó sumida en sus pensamientos.
– Oh… no se por que acepté… no debí venir… no es… correcto… -meditaba confundida la trigueña.
Desde la entreabierta puerta de los servicios, Muñequita la observaba sonriendo de forma traviesa divertida ante la evidente duda de la mujer.
– Me encanta verla así, será aun más placentero someterla y alterarla -pensó mientras se acercaba a la mesa a la vez que sacaba un control remoto de su bolso, con lo que empezaría el espectáculo… y el placer.
– Tal vez si me voy ahora… -pensaba Jill cuando vio a la pelirroja llegando a la mesa.
Se había cambiado su traje sastre por un encantador minivestido azul celeste sin espalda, con un profundo escote en V y que apenas cubría diez centímetros más abajo de su femineidad. Sus esbeltas piernas lucían  muy estilizadas usando unas altísimas zapatillas de tacón a juego, de punta abierta y coquetos moños en los tobillos.
Llevaba sus rizos rojos sueltos enmarcando su delicado rostro.
– Oooohhh… -gruñó la asistente al sentir un extraño placer al observar a la joven pelirroja- que bieeen se ve… me gusta su… ¿Pero que me está pasando? No soy así.
– Aaaahhh… me siento mucho mejor -susurró mientras estiraba los brazos y arqueaba la espalda como un gato- odio los trajes, son tan formales…
– Sin embargo son necesarios, por ejemplo para trabajar -le dijo la trigueña tratando de recuperar la compostura mientras la jovencita se sentaba a su lado.
– No lo niego pero tu misma te ves más relajada hoy, sin tanta formalidad, y me encanta verte con esas zapatillas ¿Te las has puesto otros días?
– Oh no… me gustan, pero son demasiado altas, no las he usado desde la última vez que nos vimos.
– Eso crees preciosidad… -pensó sonriente Muñequita- las zapatillas de mi Amo han estado poseyéndote toda la semana, has bailado cada noche rindiendo culto a su poder sin saberlo, volviéndote cada vez más sensible y vulnerable a sus efectos. Muy pronto te masturbarás a nuestra voluntad…
– …pero a fin de cuentas son un peligro para la salud ¿No? -siguió hablando Jill sin imaginarse lo que planeaba la pelirroja.
– Bueno, eso depende -le respondió mientras le servía en su copa un delicioso vino- son un peligro únicamente si caminas con ellas…
La cara de la trigueña reflejó su incomprensión sobre lo que le habían dicho, por lo que Paty le sonrió y le hizo un guiño para dejarlo más claro.
– Ah… Paty… eres terrible -susurró la asistente mientras se ruborizaba.
– Vaya… que tímida… esto va a ser un placer mayor del que esperaba -pensó maliciosa Muñequita mientras el líquido color rubí de las copas empezaba a pasar por los carnosos labios de ambas mujeres.
Mientras tanto, Ivanka se encontraba de vuelta en su residencia y abría con cuidado la puerta de su hogar para no despertar a su esposo. – Que tarde es… -pensó mientras se movía sigilosa por la obscura planta baja, cuando un leve quejido llamó su atención al área de los cuartos del servicio.
– ¿Ese sonido fue lo que creo? -pensó mientras sonreía traviesa al acercarse de puntillas sobre sus zapatillas, pero sin pensar en quitárselas.
Recorrió el pasillo en semipenumbra y llegó a la habitación de Elena, su doncella, era una buena chica y la empresaria la apreciaba por trabajadora y eficiente, aunque era algo tímida.
Por eso el sonido de placer que salía de la habitación hizo sonreír a Ivanka.
– Esa pequeña zorra… -pensó mientras se acercaba a la puerta ligeramente entreabierta- me agrada que salga de su aislamiento pero no puedo creer que se haya atrevido a hacerlo en la residencia.
Se asomó a la obscura habitación y ahí estaba ella sobre la cama, su cuerpo  iluminado por la luz de la luna le daba la espalda a la puerta mientras cabalgaba de rodillas sobre un hombre acostado boca arriba. El cuerpo joven y esbelto de la doncella se movía con gracia sobre su amante a la vez que su cabello largo y castaño ondulaba sensualmente.
Una de sus pequeñas manos se apoyaba en el pecho de él mientras la otra se apoyaba tras ella en el muslo de su compañero.
Ivanka se quedó inmóvil, observando como hipnotizada la lujuriosa exhibición mientras se fijaba en que la doncella llevaba puestas unas zapatillas cerradas, puntiagudas, de color rojo brillante y textura como de piel de serpiente.
En ese momento los gemidos de la mujer subían de tono.
– Aaaaahhh… aaahhh… siii… así… asiiii…-sollozaba dulcemente, cuando a lo lejos resonó la melodía de la zampoña.
Sin darse cuenta la rubia se humedeció los labios con la lengua y su mano empezó a deslizarse por su cuerpo hacia abajo.
– Oooohhh… tómame… haaazlo… ahoraaa… -gruñó mientras apoyaba ambas manos tras ella y arqueaba la espalda.
A la vez, las manos que habían estado agarradas a la cintura de la doncella se estiraron mientras el hombre se sentaba y sujetaron los altos tacones de su amante, controlándola, y además dejando atrapados los brazos de la chica tras ella.
– Aaaahhh… aaahhh… esooo… maaaass… -gemía cada vez más fuerte Elena mientras su amante le marcaba el ritmo, a la vez que mordisqueaba y besaba sus bellos senos.
Ivanka casi no se atrevía a respirar mientras espiaba, y hasta se sobresaltó cuando su propia mano derecha empezó acariciar su clítoris bajo el vestido y las pantaletas.
– Oooohhh… -pensó complacida al cerrar los ojos por un momento- ¿Qué estoy… haciendo…?
Pero al instante volvió a abrir los ojos al oír los gemidos de la joven.
– Casi… sigueee… hazme tuyaaaa… -la pareja empezó a moverse frenéticamente, perteneciéndose brevemente uno al otro, mientras las zapatillas rojas parecían pulsar con la música, haciendo que Ivanka se las imaginara como dos serpientes que lentamente devoraban a la bella joven empezando por sus lindas piernas, lo que la excitó aun más sin saber por que.
La mano de la rubia imitó el ritmo de los amantes en su entrepierna, penetrándose a la vez que se acariciaba más y más rápido, siguiendo la melodía de la zampoña.
– Aaahhh… ¡No!… ¡Basta Ivanka! -trató de reprenderse a si misma en silencio mientras su boca se abría en una O y sentía que alcanzaba el orgasmo, tratando desesperada de no hacer ruido, mientras se recargaba tensa y de espaldas contra la pared del pasillo.
Afortunadamente su gemido final de placer quedó ahogado por el grito de la doncella y su amante.
– ¡Nnnnnggghhh…! -gruñó el hombre seguido por casi un aullido de la joven- ¡Aaaaaahhhhh… Jareeeeeeed…!
De golpe la empresaria abrió los ojos como platos al escucharla y al asomarse a la puerta pudo ver a su esposo recostado y sudoroso abrazando a la joven que yacía adormilada sobre su pecho.

En el restaurante, Jill y Patricia cenaban alegremente una exquisita comida italiana, acompañada con delicioso vino tinto.
La trigueña estaba feliz disfrutando sobremanera la velada ya que la joven a su lado se mostraba divertida e ingeniosa, aunque eso si, aprovechaba cualquier pretexto para poner su mano en el muslo o en la parte baja de la espalda de Jill, pero no pasaba de eso. A regañadientes la asistente tuvo que admitir que disfrutaba no solamente la compañía de la jovencita sino también sus atenciones.
– Te ves maravillosa Jill… -le dijo sonriente la pelirroja mientras rellenaba su copa, Paty se había asegurado de mantenerla siempre rebosante, con lo que a la trigueña le había sido imposible contar las copas que se había tomado- pero deberías dejarme elegir tu vestuario alguna vez… o incluso vestirte.
Al decirlo la pelirroja le sonrió de forma insinuante, pero medio en serio y medio en broma la asistente le respondió.
– Oh… me temo que eso no va a ocurrir… -dijo entre risas, pero dudó al ver como la encantadora jovencita volvía a rellenar su copa y como su minivestido azul se había subido dejando expuestos no solamente sus esbeltos muslos, sino incluso parte de su femenina y pequeña tanga azul adornada de encaje.

Al atraparla admirándola, Muñequita oprimió el botón de su control, dando inicio a una sensual y potente melodía a bajo volumen, que causó una oleada de placer que golpeó a Jill.
– Aaaahhh… ¿O si va… a ocurrir? -pensó confundida mientras Paty acariciaba su muslo siguiendo el ritmo y le causaba otro espasmo de irresistible placer- Mmm… nunca me había… sentido así con una mujer ¿Qué me pasa?
– Mmm… ya me harté de este sitio -dijo entonces la pelirroja mientras se levantaba y tomaba de la mano a la otra mujer- seguiremos la velada en otro lugar.
Se dirigieron a la salida del establecimiento mientras que Jill, mareada, asustada y excitada, trataba débilmente de negarse.
– Pero hay que pagar… y tengo trabajo mañana…
– No te preocupes lindura, mi jefe ya pagó todo y te aseguro que se encargará también de tu jefa -le dijo mientras la guiaba de la mano como una madre con su hija.
– Pero Paty…
– Silencio… ahora pórtate como una niña buena y hazme caso -le ordenó la pelirroja mientras la dejaba pasar primero por la puerta- te prometo que lo disfrutarás.
– Pero no sé…
– ¡Obedece! -la interrumpió mientras le daba una sonora nalgada que no le dolió pero si la sorprendió.
– ¡Aaaayy…! está bien… no necesitas ser violenta -exclamó más en broma que en serio, sin embargo en lo profundo de su ser Jill no quería admitir que lo había disfrutado, la parte sumisa de su personalidad que siempre había estado dormida había despertado gracias a Muñequita y al poder de las zapatillas rojas, dejándola a merced de la dominante jovencita.

Ivanka se encontraba en uno de los penthouse de la familia, después de hacer un escándalo había preparado un par de maletas y se había largado. No quería saber ya nada de Jared, que le había jurado que había sido un desliz, que la chica lo había provocado.
– La típica excusa… -susurró mientras bebía una copa. Elena por su parte había sido más ingeniosa, pues según ella no sabía por que lo había hecho, simplemente cada día se sentía más atraída por Jared y esa noche fue como si sus propias piernas la hubieran entregado a su patrón.
Pero ya nada importaba… todo se había acabado.
Estaba muy decepcionada pero en realidad se sentía aun más liberada, ahora comprendía que llevaba tiempo viviendo una existencia limitada y lo ocurrido le daba el motivo perfecto para empezar una nueva etapa en su vida.
– Jared era un obstáculo… me impedía desarrollarme… necesitaba mi libertad… –meditaba fríamente en un sofá.
En ese momento sonó el intercomunicador…
– ¿Si?
– Señora Trump… el señor Scorpius está aquí y quiere verla -dijo un guardaespaldas.
– Mmm… -dudó un instante la rubia, pensado si en ese momento debía complicarse más la vida.
– Es una nueva etapa… -pensó y le dijo al agente que lo dejara subir.
– Buenas noches señora Trump -dijo Scorpius minutos después, iba vestido casual, todo de negro.
– Buenas noches señor Scorpius, debo decir que me sorprende ¿Como supo donde encontrarme?
– Ah, digamos que tengo mis contactos señora Trump. En particular por que me pareció que podría estar pasando un mal momento.
– Gracias… y por favor llámame Ivanka -la empresaria no sabía por que pero el diseñador le daba confianza.
– Se lo agradezco, por favor llámame Xander -le respondió el hombre mientras oprimía un botón en el control oculto en su mano- Ah, y nada de subir la voz Ivanka… recuérdalo.
Al instante la mujer dio un par de pasitos en su lugar y empezó a bailar por la sala de estar mientras Scorpius se sentaba satisfecho.
– ¿Pero que ocurre? -susurró la mujer incrédula ante lo que ocurría.
– Todo está saliendo perfecto, ni siquiera te quitaste tus zapatillas de esta tarde, eres una buena esclava… ahora recuerda…
Minutos después la rubia trataba de gritar iracunda al pensar que había terminado su matrimonio por las manipulaciones del hombre ante ella.
– ¿No tiene conciencia? ¿No le importa nada? Lo odio…
– Vamos… no me mates Iv, solamente soy el mensajero, admito que me aseguré de que tu doncella recibiera un par de mis zapatillas especiales y que en sus días de descanso la condicionamos con una gran habilidad en la cama y para encontrar irresistible a tu esposo, incluso las zapatillas la guiaron directamente en sus pasos finales. Pero a Jared no tuvimos que convencerlo en absoluto, de hecho fue… muy cooperativo. De todos modos para este momento ya no lo amas, me encargué de eso.
La empresaria buscó en su corazón y en efecto ya no encontró un sentimiento hacia Jared, solamente sentía ira por haber sido manipulada por Scorpius.
– Maldito… maldito… -trataba de gritar, pero solamente susurraba mientras seguía bailando y luciendo su cuerpo para su captor. Se movía con gran agilidad aun con sus altos tacones, se agarraba de los muebles y ondulaba sus caderas, sus nalgas, luego se daba la vuelta y sacudía sus senos ante el hombre.
– Ooohhh… -gimió cuando sintió como la excitación empezaba a invadirla de nuevo, desde sus zapatillas a sus piernas, su sexo y de ahí a todo su cuerpo.
– Bien, es hora de nuestra pequeña salida, ya sin tu esposo será muy fácil, pero debemos prepararte primero… -explicó Scorpius mientras se acercaba amenazador a la mujer.
– Noooo… -apenas pudo gemir.

En un lujoso hotel Patricia tomaba otra copa con Jill, disfrutando de una vista espectacular desde el balcón de su habitación.
La trigueña se reía y sonrojaba por los halagos de Muñequita y por la bebida.
– …en serio Jill, deberías ser modelo, tienes una gran figura, un cutis precioso y unos maravillosos ojos.
– Si… podría ser la mamá de las modelos… ja ja ja…
La pelirroja la abrazó por la cintura, la llevó a un sofá de la habitación y se sentaron.
– Vamos, te lo voy a demostrar -le dijo Muñequita al sacar de su bolso el maquillaje- soy muy buena en esto, ya lo verás.
Mientras preparaba los materiales Paty accionó de nuevo su control remoto de manera que pusiera a la mujer en un estado débil y excitado, al instante una canción suave e hipnótica empezó a llegar a sus oídos.

– Paty no se si… -empezó a decir Jill cuando firme pero delicadamente la pelirroja la sujeto de su mandíbula y usando su pulgar e índice en sus mejillas la obligó a formar con sus labios el gesto de un beso.
Con habilidad la jovencita empezó a pintar los labios de la mujer con un labial de intenso color violeta a juego con su ropa y sobretodo con sus zapatillas hechizadas.
Incapaz de reaccionar, la asistente dejó actuar a Patricia a su gusto.
Lentamente fue cubriendo los carnosos labios con una capa del labial, tomándose su tiempo y manipulando a la mujer como si fuera una muñeca.
Jill sentía los cálidos dedos acariciando su piel, su fresco aliento sobre el rostro y sobre todo el embriagador perfume de la jovencita invadiendo sus pulmones, dejándola mareada y débil.
Por primera vez la mujer se dio cuenta de como sus piernas se tensaban y sus pies se ponían de punta por puro placer sexual.
– Mmm… es muy agradable… -trató de decir con calma, pero su voz sonó ronca y exigente.
La pelirroja empezó a delinear los labios, lo que se sentía como una caricia enloquecedora que hizo sentir a la trigueña prisionera de sus sentidos y su deseo.
– Oh… de veras eres buena en esto.
Entonces la pelirroja sujetó a la mujer suavemente de la nuca y la miró profundamente.
– Eso es… mmm… te ves deliciosa primor -le susurró la joven al retroceder un poco para verla mejor.
– ¿En serio? -dijo halagada y sonrojada la asistente de Ivanka.
En ese momento Patricia puso sus manos a los lados de las caderas de la trigueña y acercó su rostro al de ella mirándola intensamente a los ojos al acercarle su boca, mientras oprimía un botón del control oculto en su mano.
Por un instante Jill se quedó sin aliento cuando una melodía lenta e irresistible empezó a sonar en su cabeza, cerró los ojos tímidamente y entreabrió los labios de forma inconsciente, o más bien… condicionada.
El beso fue largo, profundo, húmedo, sus lenguas jugaban una con la otra y sus manos acariciaban tiernamente el cuerpo de la otra.
Finalmente se separaron y Jill trató de recobrar algo de compostura.
– Oh… yo… lo siento pero… no soy… tu sabes… homosexual… no te ofendas… -balbuceaba mientras se acomodaba el cabello y la ropa.
– No te preocupes linda, yo tampoco lo soy, solamente aprecio la belleza femenina -le respondió la pelirroja mientras acariciaba el interior de los muslos de la mujer y a la vez activaba otro botón del control en su mano- y muy pronto tu también lo harás.
Una estruendosa y cadenciosa melodía sonó en la habitación y la trigueña vio impactada como sus piernas empezaban a moverse como si fueran las de otra persona.
– ¿Pero qué… qué está pasando? -dijo incrédula al ver sus piernas estirarse y encogerse sin poder controlarlas durante varios segundos hasta que de pronto la hicieron levantarse y comenzó a bailar en un sensual vaivén por el cuarto, puso sus manos en sus sienes, incapaz de comprender lo que ocurría.
– ¡Aux… -trató de gritar cuando se encontró con que la jovencita le colocaba una mordaza en forma de falo introduciéndolo entre sus labios y abrochándolo en su nuca.
– Mmm… nnnn… -gruñó mientras intentaba soltar el broche con ambas manos, pero con suavidad Paty la detuvo y tras ponerlas en la espalda las inmovilizó con algún tipo de grilletes.
Ella intentó resistir pero el vino y el poder de las zapatillas la habían dejado débil como una gatita.
– No, no… eso no se hace -le dijo suavemente la joven a su cautiva, como si fuera un bebé- solamente baila.
Ella sacudió la cabeza en gesto de resistencia.
– Nnnnn… nnnn… -gruñó tratando de luchar pero su cuerpo siguió bailando sensualmente por la habitación. Abría sus piernas, se encogía hasta quedar casi de rodillas y se volvía a levantar arqueando su cuerpo contra su voluntad.
Al pasar junto a Muñequita esta le arrancó la falda de un tirón, dejando completamente expuestas sus piernas, la siguiente vez hizo lo mismo con su blusa, dejando a Jill bailando por la habitación en ropa interior y tacones.
La pelirroja se recostó en la cama lentamente y tras introducir dos dedos en su tanga comenzó a masturbarse mientras observaba a la trigueña.
– Mmm… si… te ves muy bien Jill… ya quiero que seas mi hermanita… -susurró la jovencita mientras observaba como la mujer subía un pie entaconado a la cama y seguía ofreciendo su cuerpo con cada sensual ondulación, mientras sacudía la cabeza sin entender que estaba ocurriendo. Pero pronto entendería…

– Oh… no debí venir -pensaba Ivanka mientras miraba por la ventana de la limusina, a su lado se encontraba Scorpius, que vestía a la vez deportivo y elegante de negro- bueno quizás me haga bien olvidarme por un rato.
Scorpius había llegado a su penthouse esa noche y la había invitado a un club donde era inversionista, y sin saber muy bien como o por que aceptó a pesar de lo terrible de la traición de su ahora casi exesposo.
Se había tratado de vestir discreta pero por alguna razón se había puesto un diminuto vestido blanco sin tirantes que le llegaba a medio muslo y tenía un apetecible escote en forma de corazón. En sus pies llevaba unas zapatillas blancas de punta abierta y tacones imposibles de Scorpius, pero lo peor era la provocativa lencería que sin saber por que había elegido, ni siquiera quería pensar en ello.
– Que van a pensar de mi si el mismo día que me separo de mi esposo vengo a bailar vestida así a un club… espero que realmente sea tan exclusivo como dijo Scorpius.
– ¿Estás bien Ivankita? -preguntó con ternura Dana, otra asistente de Scorpius que los acompañaba en la salida, le había agradado de inmediato por su dulzura y amabilidad, era casi como una niña, aunque su ropa distaba mucho de ese concepto: un ajustado vestido rojo encendido con un atractivo escote cuadrado, la prenda la cubría hasta la rodilla pero tenía aberturas a los lados que llegaban casi a la cintura, dejando ver sus piernas a cada paso y en sus pies llevaba unos escandalosos botines del mismo color del vestido y con varias aberturas mostrando sus dedos, su empeine y su talón, los tacones de aguja de los botines eran enormes y daban la impresión de alargar sus piernas hasta hacerlas interminables.
En ese momento pasaron frente a un elegante club con el nombre T. P. en grandes letras neón.
– Aquí es -indicó Scorpius a la chofer de Ivanka señalando una entrada lateral.
El vehículo entró y bajó a un estacionamiento donde finalmente se detuvo y la chofer les abrió la puerta mientras el auto con los escoltas se detenía a su lado y salían del transporte.
– Esperen aquí -les indicó Ivanka para después dirigirse a un elevador con Scorpius y Dana.
Los agentes observaron discretamente el sensual vaivén de caderas de las dos mujeres mientras caminaban al elevador dándoles la espalda.
– Ufff… -al fin respiró uno de ellos cuando las puertas se cerraron tras el trío.
– Vaya… que suerte tiene ese tipo -susurró el otro.

Tras cruzar por un enorme salón donde personas de alto nivel bailaban, bebían y se divertían con la música Scorpius guió a la rubia por varios pasillos a una habitación de techo bajo donde había un grupo de extraños aparatos en el centro.
– ¿Y esto? ¿Estamos tras bambalinas?
– Algo así… de hecho este artefacto es lo que le ha dado su éxito a mi club… por eso quise que lo vieras, lo llamo Escaparate…
– ¿Y para que es? -pensó extrañada la empresaria al acercarse.
– Dana te lo mostrará -dijo el hombre mientras la rubia llevaba a Ivanka al centro del artefacto- te ayudará a superar tu decepción.
– ¿Cree que me ayudará a olvidar lo que pasó con Jared?
– Querida mía, te aseguro que esto te hará olvidar todo -le dijo con una mueca Scorpius al oprimir un botón que hizo sonar una sicodélica melodía en la habitación
Al instante el cuerpo de la heredera reaccionó poniéndose tenso, sus piernas extendidas y paralelas, su pies en punta, sus manos bien altas sobre la cabeza y su rostro apuntando al techo.
– Aaaahh… -gimió confundida cuando Dana cerró unos grilletes sobre sus muñecas fijándolas a la estructura del aparato, luego ajustó dos correas, una inmovilizaba su cuello, la otra sus hombros ajustándose bajo las axilas. Un instante después recuperaba el control de su cuerpo.
– ¿Pero que hace? ¡Está loco…! -le dijo al ver como su captor se sentaba cómodamente en un sillón y Dana se paraba a su lado sonriente mientras Scorpius metía una mano bajo su vestido y empezaba a acariciar sus nalgas.
– Bueno… quizás un poco… tengo ideas muy… particulares sobre el sexo y el placer, pero esto es necesario. Nuestras reuniones no son suficientes, únicamente una vez a la semana y por breves periodos, así que necesito acelerar tu condicionamiento, para eso es el Escaparate, pues tiene una doble función por un lado me permite potenciar y acelerar los efectos de las zapatillas en las mujeres, obteniendo en un día los efectos de un mes, por el otro me ha dado ganancias millonarias con clientes de gustos muy particulares… y costosos. Para eso es este club, me ha permitido financiar parte de mis operaciones.
– ¿Qué? ¿De que está hablando? -gimió cada vez más asustada Ivanka- No entiendo…
– Ah… lo olvidaba, recuerda Ivanka… -le dijo Scorpius mientras activaba su control remoto y un agudo tono resonaba en el cuarto.
– Oooohhh… usted… monstruo… -empezó a decir la rubia cuando el artefacto al que estaba sometida cobró vida, entonces la mujer vio con terror como una compuerta se abría bajo sus pies dejándola colgando un instante antes que la pieza acolchada de metal que la sujetaba de muñecas, cuello y hombros empezará a bajarla lentamente.
– ¿Que va a hacer… conmigo? -empezó a decir hasta que sintió como sus pies atravesaban algún tipo de membrana elástica- ¡Auxilio!
– Puedes gritar todo lo que quieras, este cuarto al igual que otros similares esta insonorizado.
– Por favor… no me lastime… -dijo asustada mientras la bajaban lentamente.
– Vamos Ivanka… ¿De veras crees que lastimaría a una lindura como tu? -la tranquilizó mientras oprimía un botón del panel al costado del sillón y una enorme pantalla se encendía en la pared frente a la rubia.
La sorprendida mujer vio en la pantalla una habitación de techo bajo de tipo minimalista con un par de sillones colocados frente a una tarima artísticamente iluminada, entonces logró ver sus propias piernas bajando lentamente en la pantalla, luego su caderas y su busto, hasta que finalmente pudo apoyar sus pies entaconados en la tarima, sin embargo sus hombros, cabeza y brazos quedaron sellados y ocultos en donde estaba Scorpius, en la habitación justo arriba de la que aparecía en pantalla.
– Ahora sabe por que lo llamo el Escaparate -le dijo sonriente el hombre de la cola de caballo a Ivanka al ver la confusión en su rostro que se encontraba al nivel del piso- me permite mostrar mis mercancías para los clientes. Observe…
En la habitación que aparecía en la pantalla se apagó la luz, se abrió una puerta débilmente iluminada y entró una sombra.
– ¿Qué pretende? -preguntó la rubia algo asustada.
– Veras… mis clientes buscan algo muy especial, algunos quieren placer sin consecuencias, otros quieren someter a una mujer, otros disfrutar el sexo sin necesidad de una relación…  pero a fin de cuentas todos desean una mujer objeto… justo en lo que te he convertido.
En ese momento la luz volvió a encenderse en el cuarto inferior, pero ahora provenía de la tarima, iluminando el cuerpo de Ivanka desde abajo, su perfecta figura cubierta por el vestidito blanco daba la impresión de carecer de hombros, brazos y cabeza con lo que parecía un hermosa escultura incompleta o surrealista, como una columna estípite griega, pero inquietante… provocativamente palpitante y viva.
Ivanka cambiaba la postura de su cuerpo cada pocos minutos pero lo veía ocurrir en la pantalla como algo lejano, ajeno, como en una disociación cuerpo-mente, y notaba como algunas de sus posturas y actitudes antes naturales ahora le parecían terriblemente provocativas y sensuales.
– ¿Qué va a hacerme? -preguntó la mujer sin dejar de ver su propio cuerpo en la pantalla.
– Estamos por averiguarlo… – le respondió Scorpius al ver que en la pantalla había movimiento.
Ivanka vio como un hombre se levantó del sillón desde el que había estado contemplando la perfecta silueta de la indefensa mujer y se acercó, luego le dio una vuelta al pedestal como admirándola desde todos los ángulos.
La rubia vio como su cuerpo se removía incómodo ante el escrutinio del cliente que empezó a hablar en voz alta.
– En verdad es una diosa… una diosa -dijo con voz casi temblorosa el hombre alto y de cabello cano mientras miraba con adoración el maniquí de carne sobre lo que ahora entendía la rubia no era una tarima, sino un pedestal, un escaparate para ofrecer sus encantos al mejor postor.
– A las chicas de mi club las llamamos diosas, de hecho el nombre del club es Templo del Placer -explicó orgulloso Scorpius a la asustada Ivanka, que vio en la pantalla como el hombre extendió la mano y alcanzó el cierre de su vestido en la espalda.
Ella intentó alejarse pero sus hombros y cabeza estaban fijados a la estructura de la máquina, lo que la tenía atrapada.
– ¡Noooo! ¡No lo haga! -gritó desesperada la empresaria a la pantalla.
– No puede oírte primor ¿Recuerdas? El cree que eres una modelo y bailarina sexual y fetichista que disfruta la situación.
Desesperada trató de alejar su cuerpo del cliente pero el llevar sus pies hacia adelante y arquear su espalda no solamente pareció sensual y deliberado, sino que además hizo que el cierre que ya sujetaba el hombre empezara a bajarse, como animándolo a seguir.
Con una sonrisa y en un rápido movimiento el cliente bajó el cierre hasta su límite y un instante después el vestido resbalaba suavemente por las curvas de la rubia hasta quedar en sus pies como el capullo desprendido de una oruga que se convierte en mariposa ¡Y que mariposa!

– No… por favor no… -gimió ella al ver la lencería que se había puesto bajo el vestido. Un sostén blanco nacarado sin tirantes levantaba y separaba sus senos apenas cubiertos por translúcido encaje, formando un increíble escote que parecía salido de un comercial de Victoria’s Secret. Una ajustada faja corset a juego constreñía su cintura haciéndola aun más pronunciada, más abajo relucía también de color blanco nacarado la más pequeña y delicada tanga de encaje que el cliente jamás hubiera visto, parecía señalar y resaltar su femineidad en lugar de cubrirla.
Enmarcando su sexo se extendían desde el corset unos ligueros primorosamente bordados que sostenían en su lugar las sedosas medias blancas al muslo, rematadas también de encaje, que casi llegaban a la entrepierna de la diosa. En sus pies llevaba unas zapatillas blancas de punta abierta y tacones que la forzaban a estar casi de puntas, las arregladas uñas de sus pies estaban pintadas del mismo color nacarado. El conjunto transmitía una imagen de ese cuerpo a medio camino entre lo virginal y lo lujurioso que enloqueció al encanecido hombre.
– Eres perfecta… perfecta… -gimió mientras extendía la mano para acariciar la cadera de la mujer.
La maravillosa mujer objeto ante él se apartó lo más lejos posible sobre el pedestal de una forma deliciosamente tímida.
En el piso superior Ivanka trataba de alejarse asqueada de esas manos, pero el efecto en pantalla era muy diferente.
– ¡Basta… deténgalo! -pidió la rubia mientras su esbelto cuerpo era acosado sin escapatoria sobre el pedestal- le daré dinero si eso busca…
– Bueno como le dije esto tiene doble función, el dinero es una parte pero en su caso lo que quiero es amplificar el efecto de las zapatillas en su cuerpo, su mente… y su alma. De hecho ya casi es hora de empezar el condicionamiento.
En ese preciso momento el cliente logró desabrochar el sostén del tímido y huidizo cuerpo sobre el pedestal, dejando libres un par de firmes senos del tamaño de toronjas cuyos rosados pezones se encontraban erguidos y duros.
– Nooo… -gimió la rubia al ver su busto expuesto, deseando con todas sus fuerzas poder defenderse, pero no sabía que ya había sido condicionada a no atacar a nadie en un ambiente sexual. La linda rubia podía resistir de cualquier forma excepto con violencia.
– Por favor… va a violarme… -dijo asustada.
– Oh, no te preocupes Ivanka, tu eres mía, solamente mía, el cliente no desea tomarte directamente, pero si tocarte y hacerte disfrutar, yo mismo lo elegí para esta función -dijo Scorpius mientras observaba sonriente como en la pantalla el delicioso cuerpo de la empresaria trataba de mantenerse lejos del hombre de cabello canoso, haciéndose a un lado y encogiendo un pierna de forma muy coqueta- y hablando de eso es hora de empezar tu condicionamiento intensivo… y también la función.
El captor de la mujer se preparó para activar un botón del panel a lado del sillón, mientras que sentada en sus piernas Dana lo masturbaba lánguidamente, sus esbeltos dedos moviéndose arriba y abajo casi con adoración.
– No… por favor… no lo haga… -le rogó la rubia.
En el piso de abajo el cliente observaba embelesado el esbelto torso y torneadas piernas que parecían salir directamente del techo, conectándose por medio de una bella membrana elástica.
– Uuufff… que bien… -susurró sintiéndose tremendamente excitado con el juego de perseguir que habían estado practicando. En ese momento planeaba una finta para atrapar esas maravillosas piernas que seguían evadiéndolo.
De pronto una sensual canción empezó a sonar en las bocinas y la diosa del pedestal cambió por completo de actitud, se puso al centro y abrió sus piernas ampliamente, como en actitud retadora pero con sus pies en punta como bailarina de ballet, para de inmediato comenzar a bailar ondulando sensualmente su cuerpo y dando espectaculares giros gracias al eje articulado al que estaba encadenada.
Absorto y en total silencio, como si un ruido fuera a romper el hechizo, volvió a sentarse en un sillón y observó maravillado las eróticas evoluciones de la mujer objeto por la que había pagado una gran suma para disfrutarla.
– Diosa… vales cada centavo -pensó mientras la observaba darle la espalda e inclinarse para sacudir provocativamente sus respingadas nalgas para el cliente al ritmo de la música.
– Ooohhh… uuuunnnnhh… -gemía Ivanka sometida por la música mientras su cabeza giraba suavemente sobre el cuello, sintiendo un enorme placer nublando como siempre su razón.
– Muy bien Ivanka… eso es… ahora pasemos a la siguiente etapa -dijo Scorpius al oprimir otro botón. Mientras, Dana se masturbaba vigorosamente, dando ricos grititos de placer mientras observaba todo.
En el piso inferior una cristalina voz de mujer sonó en las bocinas.
– Por favor acérquese a su diosa -indicó en tono chispeante.
Casi temeroso el cliente obedeció. Al estar a su lado la música cambió a algo más lento y cadencioso.
– Ahora… pida y se le concederá -aseguró la encantadora voz.
– Ooohhh… no… no… -gruñía débilmente la poderosa empresaria al recuperar su consciencia mientras su cuerpo seguía moviéndose de forma excitante.
En sus oídos sonó la voz del cliente que observaba su cuerpo en el piso inferior.
– Sacude tus tetas… -dijo con voz ronca.
Al instante el cuerpo de Ivanka se giró hacia el hombre maduro, arqueó su espalda y tras dar dos pasitos hacia atrás empezó a sacudir sus suculentos senos a pocos centímetros del cliente, a ritmo con la música y con sus caderas.
– Oooohhh… basta… -gimió la rubia sometida al Escaparate.

– Ahora tus piernas… muéstramelas… -dijo más seguro el hombre después de humedecerse los labios.
– Aaaahhh… -gruñó de placer la empresaria al tratar inútilmente de resistir la orden, pero ya su cuerpo estaba obedeciendo, volviendo a girar a ritmo con la melodía, mostrando su perfil, para luego extender una pierna y flexionar la otra alternativamente.
– Vamos Iv… puedes hacerlo mejor… -le dijo Scorpius a su cautiva al recostarse junto a su cabeza sobresaliendo del piso- muéstrale tus maravillosas piernas…
– Pero yo…
– Hazlo… ¡Obedece! -le ordenó de forma irresistible su captor a la vez que la sujetaba del cabello y la besaba apasionadamente contra su voluntad, provocándole un pequeño orgasmo al verse sometida de esa manera.
– Aaaahhh…
Al momento su traicionero cuerpo se enderezó y levantó su pierna perfectamente dura, derecha y horizontal, poniendo su sedosa pantorrilla blanca ante el cliente a la altura del pecho, donde empezó a ondularla seductoramente ante sus enamorados ojos.
– Mmm… diosa… muéstrame tu coñito… -dijo en tono suplicante.
La mujer objeto abrió sus piernas como gimnasta en una amplísima V, quedando en el aire, sostenida por las correas y los grilletes unidos a la estructura del Escaparate.
Para su vergüenza la rubia vio una mancha de humedad marcándose en el pequeño triángulo de encaje.
– Quiero tu tanga… -dijo decidido el cliente para recibir una respuesta inmediata.
– Tómela -dijo la voz de mujer, mientras el cuerpo de la empresaria acomodaba sus piernas derechas y ligeramente abiertas en el aire, como si fuera una muñeca sentada.
El hombre sujetó el elástico y lo deslizó pos sus largas piernas, dejando expuesta una vagina enmarcada de cabellos dorados cuidadosamente depilados, sus labios brillaban por la humedad.
– Ooohhh… aaalto… -pidió la empresaria mientras su cuerpo volvía a bailar para el cliente sobre sus altos tacones.
– Puede utilizar el juguete que recibió al entrar -dijo la voz femenina con dulzura en las bocinas.
El cliente entonces sonrió, sacó de una bolsa un vibrador color plateado y se acercó a la mujer objeto.
– Aaaahhh… no… nooo… eso nooo… -gritó inútilmente la mujer.
– Déjame darte placer -dijo el hombre y al instante el cuerpo se giró y se inclinó, ofreciéndole su nalgas y todo lo que había entre ellas.
– Muy bien Iv, tu cuerpo reacciona cada vez mejor, ya es hora de darte un nuevo nombre y que me llames por otro.
– No… de que habla… -dijo débilmente sin darse cuenta de que el hombre abría su vagina con dos dedos preparándose a meter el vibrador.
– Ahora lo verás…
– Aaaayyyy… -abrió la boca dando un gritito de placer al sentir el aparato haciendo bailar sus entrañas- aaahhh…
– Eso es… no te resistas -le decía en un susurró Scorpius a la mente y voluntad de la rubia, por que su cuerpo se movía con vigor ayudando al hombre canoso a masturbarla mientras la sujetaba de su corset desde atrás.
– Nnnnggg… aaaahhh…
– Bien, desde ahora tu nombre será Lindura, al menos cuando estemos a solas. Dilo…
La mujer trataba de resistir, pero mientras hacía vibrar sus caderas el cliente metía y sacaba el vibrador con un mano, a la vez que acariciaba sus piernas o senos con la otra.
– Dilo…
– Nnnoo…
– Te llamas Lindura…
– No… nooooo… -gimió al sentir como el vibrador la penetraba hasta el fondo mientras su cuerpo se movía atrás y adelante en precario equilibrio sobre sus tacones, ayudando a ser sometida sexualmente.
– Vamos dilo…
– Aaahhh…
– Eres Lindura…
– Aaaaahhhh…
– Eres Lindura y yo soy tu Dueño…
– Aaaaaahhhhh… por favooooohhhr… -abajo el hombre la penetraba a un ritmo constante con el juguete, pero ahora también pellizcaba sus ya duros pezones o bien le daba nalgadas cuyo ardor se confundía con placer para la indefensa rubia.  Su cuerpo se movía sensualmente con cada toque, invitando al cliente a seguir más y más rápido con sus atenciones amorosas.
– Soy tu Dueño… y tu eres mi Lindura… -le susurraba Scorpius gentilmente al verla cerrar los ojos y abrir la boca casi al borde del orgasmo- acéptalo…
– Mi… Dueño… soy… Lindura… -jadeó Ivanka por un instante pero al darse cuenta de lo que había dicho abrió los ojos aterrada- No… no… maldito, maldito… soy Ivanka Trump… déjeme…
– Muy bien… perfecto Lindura, repítelo.
– No lo hare… aaaahhhh…
– ¿En serio? Muy pronto harás todo lo que yo te diga… y te dará placer hacerlo.
– Nooo… auxilioooo… quien sea… ayúuuudenme… -grito desesperada al sentirse parada de puntitas al borde del abismo del éxtasis, el abandono y la aceptación.
Su cuerpo, ya esclavizado al poder de las zapatillas, rodeó con sus largas piernas los hombros del cliente, atrayéndolo sin control a su vagina, ya roja e hinchada, hasta que el hombre dejó el vibrador dentro de su sexo, la sujetó de una de sus firmes nalgas y empezó a mostrar su pleitesía a la mujer objeto acariciando rápidamente su clítoris.
Al mismo tiempo Scorpius aumentaba al máximo el volumen de la música, que en algún momento se había convertido en una enloquecedora zampoña que combinada con la adoración del hombre del piso inferior finalmente la empujaron para hacerla caer al delicioso e inevitable abismo del placer y la esclavitud eterna como prisionera de las zapatillas rojas. Ivanka tuvo un abrumador y poderoso orgasmo.
– ¡Oooooohhhhhh… oooooohhhhh…! –empezó a gritar al fin sin poder evitarlo. Entonces Scorpius le ordenó una última vez con voz dominante a la vez que sujetaba su rostro.
– ¡Dilo! ¡Soy tu Dueño y tu eres mi Lindura!… ¡Dilo! -le gritó mientras la obligaba a mirarlo a los ojos al alcanzar el orgasmo, adueñándose así de una parte de su voluntad.
El cuerpo de la Diosa en el nivel de abajo se estremeció ferozmente no tanto por el éxtasis, sino por el desesperado esfuerzo de la rubia por aguantar y no obedecer la orden de Scorpius, pero era inútil, resistir era como tratar de contener una explosión ya iniciada, o detener una ola a punto de romper en la playa.
– ¡Aaaaaaaahhhh…! –gritó al fin a todo pulmón, aceptando su destino y disfrutando salvajemente al hacerlo- ¡Siiiiii… siiiiii… eres mi Dueeeeño…! ¡Soy tuyaaaaaaa… soy Linduraaaaaa…!
– Otra vez… –le dijo calmadamente Scorpius.
– Eres… mi Dueño… soy… Lindura –dijo roncamente la empresaria mientras se derrumbaba derrotada y débil, su cuerpo sostenido apenas por los brazos del cliente. Sonriente, el hombre canoso la bajó y la dejó colgando del Escaparate.
– Oooohh… gracias diosa –dijo para después darse la vuelta y salir por la puerta mientras intentaba limpiarse una gran mancha de humedad en su entrepierna. Al instante de una puerta oculta entraron un par de mujeres que limpiaron rápidamente el cuarto, refrescaron y vistieron de nuevo a Ivanka, incluyendo una pequeña tanga blanca con la palabra diosa bordada en el triángulo de tela en lugar de la que se había llevado el cliente. Tan rápido como terminaron desaparecieron por la puerta oculta.
– Eso es Lindura, fue un excelente avance… para tan poco tiempo –le dijo Scorpius mientras se levantaba.
– Ooohhh… mal… dito… seas… mi Dueño… –le espetó Ivanka, aterrorizada al darse cuenta de que aunque sabía su propio nombre, ahora respondería a ese sexista y ultrajante sobrenombre en presencia de su Dueño. Pero sentía que aun podía resistir.
En ese momento se abrió de nuevo la puerta y entró ahora un hombre joven y de apariencia tímida, se sentó en un sillón y observó como hipnotizado el cuerpo de la rubia que yacía colgando como un títere sin hilos.
Una canción lenta y erótica empezó a sonar en la habitación y el delicioso cuerpo de la heredera empezó a reaccionar levantándose lentamente siguiendo el ritmo de tambores.
– Aaaahhh… no… no de nuevo –casi suplicó al sentir que comenzaba a subir desde sus zapatillas el calor de la excitación.
– Bueno, esto es un placer pero tengo que dar un vuelta por el club, para poner orden ya sabes… –dijo Scorpius mientras se acercaba al sillón donde permanecía Dana con los ojos adormilados y el vestido subido a la cintura, dejando ver unas coquetas pantaletas negras.
El hombre joven abrió su pantalón y empezó a masturbarse mientras la veía moverse en el pedestal.
– No… meeee… deje cooooon… él ¿Por… favor…?
– Estarás bien cuidada no te preocupes, además de Nena dejaré una grabación mía acompañándote.
– ¿Deeee… que hablaaaa…? -gimió de indeseado placer.
– Recuerda que es un tratamiento intensivo, estarás aquí complaciendo a todos los clientes de esta noche, sensibilizándote más y más al poder de las zapatillas, además te estoy dejando nuevos condicionamientos para avanzar a paso veloz en tu esclavitud… esta técnica funciona muy bien, la use por primera vez con Piernas y me ahorró mucho tiempo, este es el mismo proceso… perfeccionado, nos vemos al rato Lindura, ya ansío que seas totalmente mía.
Entonces activó un control y la voz de Scorpius empezó a sonar en el cuarto mientras el cuerpo de la mujer seguía bailando para el nuevo cliente, sometida al placer y la voluntad de otro mientras las zapatillas la obligaban a aceptar los condicionamientos.
– Lindura siempre obedece a Scorpius… Lindura siempre desea a Scorpius… Lindura siempre se viste sexy… Lindura adora usar tacones altos…
– Nooo… no me hagas… esto, por favor… -suplicó la mujer mientras Scorpius salía de la habitación.
– Lindura se viste para excitar… Lindura siempre usa medias… Lindura usa sólo lencería sexy… Lindura adora mostrar sus piernas… –el condicionamiento seguía con sugestiones cada vez más humillantes y perversas, a las que la rubia se trató de resistir, pero su sensual baile en el piso inferior y las primeras caricias del joven le impedían concentrarse. Y cada vez era peor pues la música subió de volumen en sus oídos impidiéndole hasta pensar…
– ¡Ayudaaaaaa… deténganloooo…!
Sus gritos se ahogaron al cerrarse la puerta, mientras Scorpius pasaba frente a una docena de habitaciones donde igual número de mujeres le proveían por igual de recursos y esclavas, muy pronto Ivanka le daría todo lo que necesitaba para tener alcance internacional.
– Hoy el país, mañana el mundo… -pensó sonriente mientras entraba a su centro de mando en el club.
CONTINUARÁ
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Relato erótico: ¿Qué te parecen las nuevas tetas de tu secretaria? (POR GOLFO)

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Reconozco que soy un despistado. Es el colmo que tuviera que llegar un compañero y hacerme esa pregunta para darme cuenta de que Elena, mi secretaria,  se había hecho una operación de incremento de pecho. Os  parecerá imposible pero, después de cinco años trabajando codo con codo con ella, había provocado que no la viera como mujer sino como un ser asexuado.
Todavía recuerdo esa tarde,  acababa de llegar de comer con unos clientes cuando Javier, el director financiero de la empresa se acercó a mi despacho y sin esperar a que le diera permiso, se sentó en una silla muerto de risa. Al verlo de tan buen humor, le pregunté a que se debía su visita.
-¡Tenía que comprobar lo que me habían contado!
-No te comprendo- respondí totalmente en la inopia.
Descojonado, me señaló a mi asistente para acto seguido decirme:
-Te lo tenías bien callado.
Sin saber a qué coño se refería, miré  a Elena que ajena a nuestro escrutinio estaba sentada en su mesa frente a la entrada de mi despacho.
-¿De qué hablas?- pregunté ya intrigado.
-Joder, Alberto. ¿Qué te parecen las nuevas tetas de tu secretaria?- respondió.
Al percatarse por mi reacción de que no sabía nada, con una carcajada, me soltó:
-¡No me jodas que no te has dado cuenta! En toda la oficina no se habla de otra cosa. ¡Menudos melones que se ha puesto!
Alucinado, le reconocí que era mi primera noticia. Mi compañero me miró con recochineo y sin cortarse, se rio de mí diciendo:
-O eres gay o te hacen falta gafas. ¡Son acojonantes! ¡Cada una de esas tetas debe pesar al menos dos kilos!
No sabiendo que contestar, iba a responder con la salida fácil de una burrada, justo cuando la vi levantarse y venir hacia mi oficina.
-¡Dios mío! ¡Menudas tetas!- exclamé sin pensar en que podía oírme.
Afortunadamente, mi secretaria no me oyó y por eso cuando entró, seguía sonriendo. Sin conocer el objeto de la visita de Javier, pidió permiso para entrar y tras obtenerlo, me dio una serie de cheques a firmar. Os juro que tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para retirar los ojos de esas dos bellezas. ¡Mi amigo tenía toda la razón al decir que eran descomunales! Y aunque la mujer llevaba una chaqueta holgada, el tamaño de los implantes era tal que había que ser ciego para no notarlo. Disimulando, firmé los pagos y haciendo como si estuviéramos tratando algo importante, le pedí que nos dejara solos. Nada más irse la morena, Javier casi llorando de risa, me dijo:
-Son la octava maravilla del mundo, ¿No crees?
Seguía en shock al no comprender que Elena, mi Elena, se hubiese implantado semejante despropósito. Esa locura no concordaba con el concepto que hasta entonces tenía de mi asistente. Siendo una mujer guapa, siempre la había catalogado como una mujer seria y anodina, de la que incluso desconocía siquiera si había tenido novio. Trabajadora incansable, nunca había puesto queja alguna a quedarse trabajando hasta altas horas de la noche si era necesario. Siempre llegaba antes y se iba después que yo, por lo que había supuesto que carecía de vida privada y ahora…. ¡No sabía que pensar!
La brutalidad de esas tetas me hizo replantearme esa imagen y viendo que Javier seguía esperando una respuesta, le solté:
-¡Son la hostia!- y tratando de encontrar una explicación a tan radical cambio, le comenté entre risas: -Su novio debe de ser un obseso.
Mi compañero parándose de reír y mientras se secaba las lágrimas, respondió siguiendo la guasa:
-Cómo no se le conoce ninguno, ¡A lo mejor lo que busca es uno!.
-No jodas- contesté y sabiendo que de seguir con la charla, empezaría a intentar liarme en sus historias, preferí buscar una excusa y que me dejara solo.
Para nada satisfecho, al llegar a la puerta, se dio la vuelta diciendo:
-¡Ten cuidado! ¡Eres el único soltero!
-¡Vete a la mierda! – le respondí haciéndole un corte de mangas.
Pero la verdad es que al irse y dejarme solo, no pude dejar de pensar en dicho descubrimiento. Esas dos ubres habían quedado impresas en mi mente y por mucho que intenté borrar su recuerdo no  pude. Sobre todo porque solo tenía que levantar mi mirada para verlas tras el cristal. Actuando como un voyeur, no pude dejar de contemplar la rotundidad de sus formas mientras su dueña tecleaba frente al ordenador. Si no llega a ser porque la conocía desde hacía tanto tiempo, hubiera supuesto que me estaban tratando de tomar el pelo y hubiese creído que esa mujer era una actriz porno haciendo una broma.
“¡Son brutales!” pensé mientras admiraba a lo lejos ese par de globos.
Elena todavía sin estar acostumbrada a llevarlas, continuamente se chocaba con todo. El colmo para mí fue esa misma tarde cuando al pedirle un papel, me lo trajo y al dármelo sus dos pechos se posaron en mis hombros. Ella misma se dio cuenta y con voz avergonzada, me pidió perdón. Desgraciadamente al dejar caer ese peso sobre mí, provocó que si ya eran atrayentes se convirtieran en una obsesión.
“¡Pero qué buena está!” me dije completamente excitado.
Bajo mi pantalón, mi propio pene debió de pensar igual porque sin importarle descubrirme, se levantó de ipso facto dejando claro la atracción que sentía por esa renovada asistente. Ella debió de percatarse porque totalmente colorada intentó apartarse pero la rapidez con la que lo hizo lo que provocó en realidad fue darme con ellas en toda la cara. El golpe que recibí con semejantes armas lejos de enfadarme, me hizo reír y sin poderme aguantar solté una carcajada. Mi risotada la avergonzó más y sin saber dónde meterse, me pidió perdón.
-No te preocupes- dije tratando de quitar hierro al accidente: -Jamás me habían atacado  con algo tan bello.
No había acabado de decirlo cuando me di cuenta de que era una burrada y temiendo que ella se lo tomara a la tremenda, intenté disculparme. En contra de lo normal, la mujer se sintió reconfortada con la broma y regalándome una sonrisa, desapareció sin despedirse. Ya solo, me recriminé el error y decidí que nunca se volvería a repetir:
¡Ella era mi secretaria y yo su jefe!
 
 
 Elena hace que todo se complique:
Lo que no sabía cuándo lo decidí fue que me iba a resultar imposible y no porque no lo intentara sino porque mi asistente se ocupó en que fuera inviable. Si Felipe II y su armada invencible nada pudieron hacer en contra de las tempestades, yo sucumbí irremediablemente ante su acoso. ¿Y os preguntareis por qué?.
Fácil. Ese día y mientras volvía a su mesa después de darme con sus dos melones en la cara, Elena se iba riendo por lo bien que se estaban desarrollando sus planes. Aunque por el aquel entonces lo desconocía, esa morena llevaba años intentando que me fijara en ella y viendo que mi gusto en lo que respecta a mujeres era que vulgar y me encantaban las bien dotadas, había decidido transformar sus dos pequeños pechos en dos magníficas ubres que me hicieran soñar cada vez que posara mis ojos en ellas.
¡Y mira que lo consiguió!
Nada más llegar a casa y recordar la sensación de esa inesperada caricia en mi mejilla, no me pude aguantar y cerrando los ojos, me puse a imaginar lo que se sentiría al hundir mi cara entre esas dos masas ingentes de carne. Completamente excitado me empecé a masturbar mientras mi mente volaba fantaseando con que esa mujer ponía en mi boca sus rosadas areolas. Esa imagen tan sexual me hizo estallar mientras me recreaba soñando que agarraba con mis dientes esos enormes cántaros.
A la mañana siguiente cuando llegué a mi despacho, ni siquiera me había acomodado en mi silla cuando esa arpía comenzó su acoso. En cuanto la vi entrar, supe que la jornada iba a ser dura porque la morena venía embutida en una camiseta que maximizaba si cabe el volumen de sus senos. Totalmente pegada la tela de su blusa parecía que iba a explotar mientras la muchacha me servía el café de la mañana. Os juro que no pude evitar recrearme en ese escote que lascivamente la mujer puso a mi disposición, al agacharse a poner mi taza encima de la mesa.
“¡Madre mía!” mascullé entre dientes al perderme en el profundo canal que formaban esas dos tetazas.
Elena, sabiéndose observada, no se cortó en absoluto y exhibiendo como una zorra su nueva anatomía, me sonrió mientras me preguntaba si quería leche. Absorto en la contemplación de esas dos fuentes, no la contesté por lo que tuvo que insistir para que retirara mis ojos de sus melones y la mirara a los ojos:
-Don Alberto, ¿Quiere la leche calentita?
 El tono sensual con el que me lo preguntó, me dejó claro su juego y balbuceando una contestación le pedí que sí. La muy zorra comprendió que alterando una costumbre de años, le había pedido caliente para así obligarla a volver con ella y sabiendo que lo que realmente estaba hirviendo era yo.
“¡Será puta!” pensé al verla entornar sus pestañas y salir meneando descaradamente sus nalgas. “Sabe que me gusta y está disfrutando”
Fue entonces cuando realmente me percaté de que el cambio de esa mujer no solo era de pectorales porque al mover de manera tan desvergonzada su trasero, descubrí que también se había cambiado el peinado y la forma de vestir. Lo peor es que con el corazón bombeando a mil por hora, caí en la cuenta que Elena no había hecho más que seguir al pie de la letra lo que una tarde de asueto le conté al salir de la oficina. Pálido recordé que ese día, en el que abusando de la amistad que nos unía después de tantos años de trabajo, me preguntó cómo me gustaban las mujeres. Creyendo que era una conversación sin importancia, le contesté sinceramente:
-Pechugonas con el pelo largo cortado a capas y que se muevan como una puta.
Y eso era exactamente lo que había hecho, Elena se estaba ajustando al estereotipo que le marqué durante esa charla. Tratando de mantener la calma, me intenté convencer de que no eran más que imaginaciones mías pero, ella al volver con la leche recién sacada del microondas, no pudo ser más clara:
-Alberto- me dijo mientras apoyaba como si nada una de esas voluminosas peras en mi brazo:- No me has dicho que te ha parecido mi operación.
Haciéndome el despistado le contesté que a qué se refería. Ella sabiendo que no quería mojarme, se plantó frente a mí y cogiendo los dos pechos entre sus manos, me soltó:
-Mis nuevas tetas.

Os confieso que me quedé paralizado porque comportándose como un pendón desorejado se pellizcó un pezón mientras me lo preguntaba. Su desfachatez no hizo más que incrementar mi turbación y tartamudeando, contesté:

-Son preciosas.
Mi respuesta le satisfizo y acrecentando su acoso, se abrió un poco el escote mientras soltando una carcajada me respondía:
-¡Sabía que te iban a gustar!
No sé cómo pude detenerme y no saltar encima de ella. Con mi pene pidiendo guerra y el sudor recorriendo mi frente, me quedé sentado viendo a esa zorra salir alegre de mi despacho. Al cerrar la puerta tras de sí, me dejó solo con mi excitación y con mi mente tratando de asimilar la razón por la que esa tímida y seria secretaría se había transformado en menos de veinticuatro horas en una bestia hambrienta deseosa de sumar otra pieza a su lista. Y lo peor fue que no me cupo duda de que la víctima en la que estaba pensando era yo.
Lo siguiente que hice fue algo de lo que no me siento muy orgulloso, sin pensar en las consecuencias, me levanté y cerrando el pestillo, decidí que tenía que liberar  tensión que hacía que en esos momentos me dolieran los huevos. De vuelta a mi silla y mientras miraba su figura a través del cristal, me masturbé pensando en ella.
-Dios, ¡Cómo me pone esa zorra!- exclamé en voz alta mientras eyaculaba sobre la alfombra.
Al otro lado de la mampara, el coño de mi secretaria se encharcó al ver de reojo que me estaba cascando una paja en su honor.
Elena consigue alterarme:
Como todos sabemos cuándo a una mujer se le mete entre ceja y ceja un tema, no para hasta que lo consigue y en este caso, mi asistente había decidido que quisiera o no, iba a llevarme hasta su orilla. Aunque no fuera consciente, ¡Estaba jodido! Qué cayera en sus garras era cuestión de tiempo. Estrechando cada vez más el cerco, a partir de ese día Elena aprovechaba cada oportunidad para rozar con sus enormes pechos alguna parte de mi cuerpo. Daba igual si era una mano, un codo, la mejilla…. En cuanto veía que podía frotar sus melones contra mí, lo hacía mientras una sonrisa iluminaba su cara. Mientras tanto la tensión se iba acumulando en mi interior. Si en un principio ni siquiera me percaté de la operación, en esos momentos solo oír su voz hacía que mi pene se pusiera duro como piedra bajo mi pantalón.
Juro que aunque intentaba sacármela de la mente, lo único que conseguía era incrementar mi obsesión por ella. Si durante cinco años, esa mujer había permanecido a mi lado sin que me dignara a mirarla, a partir de esa cirugía no podía dejar de espiarla mientras permanecía sentada en su mesa. El problema se acrecentaba al saber ella que la estaba observando y decidida a no dejarme escapar, disimulando se levantaba discretamente la falda para que pudiera disfrutar de la belleza de sus piernas. Día a día, el deseo se fue acumulando hasta convertirse en una auténtica necesidad. Me gustara o no, necesitaba hundir mi cara entre esas dos tetas, que mis manos desgarraran esa blusa y coger esos apetecibles pezones entre mis dientes.
Elena, cada vez más segura de mi derrota, se mostraba alegre y despreocupada en m presencia. Lo que no sabía es que cada vez que esa mujer descubría mi erección, no podía evitar que su coño se anegara de deseo. Después de años de indiferencia, sentirse deseada por mí hacía que su cuerpo entrara en ebullición y solo cuando disimulando se iba al baño y dejaba que sus manos se perdieran jugando en su entrepierna, solo entonces podía descansar al anticipar por medio de sus dedos el placer que algún día sentiría al ser poseída por mí.
Aunque no fuéramos cien por cien conscientes, ambos sabíamos que la atracción que sentíamos uno por el otro iba incrementando la presión y de algún modo había que dejarla salir o explotaría.
Eso fue lo que ocurrió, ¡Un buen día explotó!
Todo pasó sin que nos diéramos cuenta ni ninguno lo preparara. Una día en el que el volumen de trabajo provocó que nos quedáramos solos en la oficina, fue cuando ocurrió. Nada nos podía haber hecho pensar que esa tarde, nos dejáramos llevar por la pasión y termináramos follando en mitad de mi despacho. Fue algo espontaneo… llevábamos más de dos horas encerrados en mi oficina trabajando cuando al necesitar un archivador de una estantería, Elena me pidió que la sujetara no fuera a caerse. Os juro que en cuanto posé mis manos en su cintura, supe que no había marcha atrás porque como si fuera un calambrazo, mi sexo saltó al sentir la tibieza de su piel. Sé que ella sintió lo mismo porque cuando sin poder esperar la di la vuelta, me encontré que tenía los pezones erectos bajó la camiseta.
Sin pedirle permiso, la atraje hacia mí y con una necesidad absoluta, la besé. Elena me respondió con pasión y pegando su cuerpo al mío, permitió que mis manos se apoderaran de su culo sin quejarse. Su cálida respuesta insufló mis ánimos y como si mi vida dependiera de ello, recorrí con mis labios su cuello mientras ella no paraba de gemir. Buscando como desesperado esos pechos, desabroché su camisa para descubrir que tal y como había previsto, esa mujer tenía los pezones negros como el azabache. Esto al sentir la proximidad de mi lengua se encogieron como avergonzados y por eso cuando me introduje el primero en la boca ya estaba totalmente tieso.
-¡Qué maravilla!- exclamé al  sentir su dureza entre mis dientes.
Elena, al sentir que me ponía a mamar de su pecho, colaborando conmigo se sacó el otro mientras me decía lo mucho que había deseado que llegara ese momento. La belleza de ese par de tetas era mayor a lo que me había imaginado y por eso en cuanto las vi desnudas ante mí, supe que debían de ser mías pero también que de tomar a esa mujer, nunca podría dejarla. No sé si ella adivinó mis dudas o por el contrario fue producto de su propia calentura pero en ese momento, llevó sus manos a mi entrepierna y en plan goloso mientras me acariciaba por encima del pantalón, me dijo:
-Necesito vértela.
No pude negarme y bajándome la bragueta, saqué mi pene de su encierro. Mi secretaria se mordió los labios al verla por primera vez y sin darme tiempo a reaccionar, se arrodilló frente a mí mientras me decía:
-Déjame hacerte una mamada.
Como comprenderéis me dejé y por eso incrementando el morbo que sentía en ese momento al tener a esa morena a mis pies, cogí mi sexo con una mano y meneándolo hacia  arriba y hacia abajo,  lo puse a escasos centímetros de su cara. Satisfecho, observé que Elena se relamía los labios y antes de metérsela en la boca, susurró con satisfacción:
-Te pienso dejar seco.
De rodillas y sin parar de gemir, se fue introduciendo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos. De pie sobre la alfombra, vi como mi asistente abría sus labios y con rapidez, engullía la mitad de mi rabo. Obsesivamente, sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande,  lo volvió a enterrar en su garganta. No pude reprimir un gruñido de satisfacción al sentir dicha caricia  y presionando la cabeza de la viuda, le ordené que se la tragara por completo.
Suprimiendo sus nauseas, la morena obedeció y tomó en su interior toda mi verga. Como la experta mamadora que me demostró que era, mi dulce y puta secretaria apretó sus labios, ralentizando mi penetración hasta que sintió que la punta de mi pene en el fondo de su garganta. Fue entonces cuando inició un mete-saca delicioso que hizo brotar de mi boca un gemido.
-Me encanta- le dije completamente absorto
Dejándose llevar por la calentura que la domina, mi secretaria se levantó la falda y metiendo una mano dentro de su tanga, se empezó a masturbar mientras me confesaba:
-¡Necesitaba tanto esto!- berreó y antes de proseguir con la mamada, me suplicó que la tomara.
Su entrega y mi calentura hicieron imposible que permaneciera ahí de pie y por eso levantándola del suelo, le quité las bragas y apoyándola contra mi despacho, la penetré de un solo empujón. Elena, aulló al sentir su conducto invadido pero no se apartó sino que imprimiendo a sus caderas una sensual agitación, me rogó que la siguiera tomando.
 
 

Cogiendo sus enormes pechos y usándolos como agarré, clavé mi estoque sin pausa. Noté que mi morena estaba sobre-excitada por la facilidad con la que mi extensión entraba y salía de su sexo.  Forzando su excitación, aceleré mis movimientos. La velocidad con la que mi pene la embistió fue  tan brutal que, por la inercia, mis huevos revotaron contra su clítoris una y otra vez, por eso, no fue raro oír sus chillidos y que retorciéndose sobre mis piernas, esa mujer se corriera. Dejándome llevar, eyaculé en su interior mientras mi mente comprendía que de no andar con cuidado, me convertiría en esclavo de esa preciosidad.
Agotado, me senté a su lado sobre la mesa. Momento que aprovechó para subirse encima de mí y mientras intentaba reavivar la pasión a base de besos,  preguntarme con voz sensual:
-¿Mi querido jefe quiere repetir?-
-Depende del modo en que la zorrita de mi secretaria me lo pida – respondí pellizcándole un pezón.
Frotando su sexo contra mi alicaído miembro, riendo me contestó:
-¿Así es suficiente?
Estaba a punto de contestarla que sí cuando noté que saliendo de su letargo, mi pene iba poco a poco adquiriendo nuevamente su dureza y ella al sentir la presión contra su sexo, me rogó que la volviera a tomar. Si durante nuestra primera vez Elena había permitido que yo llevara la voz cantante, en cuanto tomé su pezón entre mis dientes, bajó su mano y empezó a masturbarlo.
 
Sacando fuerzas de mi flaqueza, la retiré a un lado y susurrándole al oído, le pedí que se estuviera quieta. La mujer refunfuñó al sentir que separaba sus manos pero al comprobar que iba besando cada centímetro de su piel, se dejó hacer. Totalmente entregada, experimentó por primera vez mis caricias, mientras me acercaba a su sexo. El olor a hembra en celo inundó mis papilas al besar su ombligo. Disfrutando de mi dominio pasé de largo y descendiendo por sus piernas, con gran lentitud me concentré en sus rodillas y tobillos hasta llegar a sus pies.
 
Sus suspiros me hicieron comprender que estaba en mis manos y antes de subir por sus tobillos hacia mi objetivo, alcé la mirada para comprobar que Elena, incapaz de reprimirse, había separado con sus dedos los labios de su sexo y habiendo hecho preso a su clítoris, lo acariciaba buscando su liberación. Esa visión hubiera sido suficiente para que en otra ocasión hubiese dejado lo que estaba haciendo. Sabiendo que quizás con otra mujer, hubiera dejado esos prolegómenos y sin más la hubiese penetrado, decidí no hacerlo y en contra de lo que me pedía mi entrepierna, seguí incrementando su calentura.
 
La que había sido durante años mi recatada asistente no pudo contenerse y al notar que mi lengua dejaba sus pies y remontaba por sus piernas, se corrió sonoramente. Yo, por mi parte, como si su placer me fuera ajeno, seguí lentamente mi aproximación. Deseaba con todo mi interior, poseerla pero comprendí que esa era una lucha a largo plazo y que de esa noche, iba a depender nuestra relación. Al llegar a las proximidades de su sexo, la excitación de la morena era máxima. Su vulva goteaba, sin parar, manchando la mesa del despacho mientras su dueña no dejaba de pellizcar sus pezones, pidiéndome que la tomara. Sin hacer caso a sus ruegos, separé sus labios, descubriendo su clítoris completamente erizado. Nada más posar mi lengua en ese botón, la muchacha volvió a experimentar el placer que había venido buscando.
-Por favor-, la escuché decir.
Sabiéndome al mando, obvié sus suplicas y concentrado en dominarla, la horadé con mi lengua. Saborear su néctar fue el detonante de mi perdición y tras conseguir sonsacarle un nuevo orgasmo, me alcé y cogiendo mi pene, lo introduje lentamente en su interior. Al contrario de la vez anterior, pude sentir como mi extensión recorría cada uno de sus pliegues y profundizando en mi penetración, choqué contra la pared de su vagina. Ella al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró  que me moviera. Nuevamente pasé de sus ruegos,  lentamente fui retirándome y cuando mi glande ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo, como con pereza, hasta el fondo de su cueva. Elena, sintiéndose indefensa, no dejaba de buscar que acelerara mi paso, retorciéndose. Pero no fue hasta que volví a sentir, como de su sexo, un manantial de deseo fluía entre mis piernas cuando decidí  incrementar mi ritmo.
Desplomándose entre gritos, la mujer asumió su derrota y capitulando, mordió con fuerza sus labios. Como su entrega debía de ser total y sin apiadarme de ella, la obligué a levantarse y a colocarse dándome la espalda. Separando sus nalgas, unté su esfínter con su propio fluido. Tras relajarlo, traspasé su última barrera y asiéndome de sus pechos, la cabalgué como a una potrilla.
Gritó al ser horadada su entrada trasera pero permitió que siguiera violentando su cuerpo, sin dejar de gemir y sollozar por el placer que le estaba administrando. No tardé en llegar al orgasmo y eyaculando, rellené con mi semen su interior. Ella, al notarlo,  se dejó caer exhausta sobre la mesa. Cogiéndola en brazos, la llevé hasta el sofá que había en una esquina del despacho y abrazados nos quedamos en silencio.
Llevábamos en esa posición diez minutos cuando sin previo aviso y medio desnuda se levantó y saliendo del despacho, volvió con su bolso. La sonrisa que lucía en su rostro me informó que mi recién estrenada amante tenía algo que decirme. Lo que no me esperaba fue que sacando de su billetera una foto de ella desnuda me la diera.
-¿Y esto?- pregunté extrañado.
Muerta de risa, me miró y con tono pausado, me dijo:
-Como sabía que tu mayor fantasía era una mujer con pechos enormes, me los puse…. ¡Ahora quiero que tú cumplas la mía!
Sin saber a qué atenerme, le pedí que me aclarara que quería. Soltando una carcajada, respondió:
-Siempre he soñado con que el hombre que me folle me lleve tatuada desnuda en su pecho.
Ni que decir tiene que esa misma noche al salir de la oficina, Elena me acompañó a un local para que grabaran su retrato en mi piel. Desde entonces somos pareja y mientras yo disfruto de esas enormes tetas, ella se  vuelve loca  al ver su imagen moverse al compás con el que hacemos el amor.
 

Relato erótico: “Máquinas del Placer (14): Final” (POR MARTINA LEMMI)

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Jack quedó petrificado mirando a su “esposa”; ella, en concomitancia con el carácter que él acababa de descubrirle, se mantenía imperturbable y, ahora, sin expresar emoción alguna: distaba años luz de la Laureen de un rato antes.  El cinto, por su parte, pendía laxo desde su mano hacia el piso.  Jack no cabía en sí de la furia; estaba rojo y temblaba: su corazón latía cada vez con más fuerza, pero no le importaba demasiado… Girando la cabeza, miró con odio hacia la ventana o, más bien, hacia la casa vecina, aun cuando desde el cuarto matrimonial no tuviera vista de la habitación de Jack.
Echó a correr escaleras arriba, hacia la buhardilla.  La supuesta Laureen amagó a seguirle.
“¡Quédate aquí! – rugió él, interrumpiendo su carrera por un segundo y dedicándole la mayor mirada de odio de que era capaz -.  ¡No te me acerques!  ¡No me sigas!  ¡No quiero verte!”
Ella quedó allí, inmóvil y con un cierto aire de decepción en el semblante, el cual, seguramente, sería parte del arsenal de emulación de emociones con que los fabricantes le habían programado.  Jack retomó su camino y, al llegar la buhardilla, tomó sus binoculares, espió por la ventana y, en efecto, distinguió a Luke en su cuarto, de pie y en actitud relajada mientras ella (¿otro Ferobot o la mismísima Laureen?) le mamaba la verga con absoluta entrega y fruición: ¿era ésa la verdadera Laureen?
Enceguecido de rabia y de odio, arrojó los binoculares en cualquier lado y bajó las escaleras a la carrera y casi tropezándose para luego salir hacia el parque y cruzarlo en dirección hacia la calle.  Una vez allí se dirigió hacia el portón de Luke, el cual, como era de esperar a esas horas, estaba cerrado.  Nervioso, tembloroso y preso de una locura que ya no controlaba, pegó, prácticamente, su dedo al llamador y no dejó de hacerlo hasta que el sonriente rostro de Luke se dibujó tras el portón al abrirse el mismo.
“¡Jack! – le dijo su vecino con expresión de sorpresa -.  Es raro verte de visita a estas horas… ¿Qué ocurre?  ¿Hay algún problema?”
Jack, simplemente, le dedicó una mirada que era hielo puro para, seguidamente, pasar por sobre él, apartándole de un empellón.
“¡Jack…! – no paraba de repetir Luke, sorprendido, mientras veía a su vecino, bañada su figura por la luz de la luna, echar a la carrera a través del parque en dirección hacia la casa -.  ¿Q…. qué demonios ocurre?”
Jack entró intempestivamente, chocándose con todo lo que había a su alrededor.  Subió de dos en dos los peldaños hacia la habitación y, hallando la puerta abierta, ingresó en la misma.  Se frenó en seco.  De rodillas en el piso, tal como él la viera desde su buhardilla, se hallaba Laureen, o bien una  réplica de ella, o lo que fuera, cerrados sus ojos y abierta su boca cuán grande era, como a la espera de algo.
¿Volviste? – dijo alegremente y sin abrir los ojos -.  Como verás, no me he movido y te estoy agurdando en la forma en que dijiste que lo hiciera, jiji…”
Jack avanzó; cada paso hacía un furioso eco en el cuarto.  Cuando estuvo frente a ella y viendo que su esposa seguía aún con los ojos cerrados y su boca abierta, la tomó por los cabellos y prácticamente la izó; en ese momento ella abrió los ojos y su rostro se contrajo en una mueca de dolor que fue acompañada por un lastimero quejido.
“¡Jack…! – exclamó ella, una vez que él la hubo soltado y sin poder ocultar su más que evidente sorpresa -.  ¿Q… qué haces aquí?  ¿No… estás con tu esposa?  ¿Con… Laureen?”
Él seguía mirándola con ojos penetrantes e inyectados en ira.  Aún no podía determinar si estaba ante su propia esposa o ante otro robot que, al igual que el que acababa de dejar en su propia casa, fuera perfecta imitación de ella.  En caso de ser la verdadera Laureen, estaba haciendo lo esperable: mantener la farsa de que era un robot; sin embargo, tartamudeaba, balbuceaba y se la notaba insegura…
“Eres una puta de mierda… – le espetó él con hiriente frialdad -.  Sólo eres un pedazo de mierda mal cagado por tu madre que fue otra puta de mierda, lo mismo que tu padre fue un…”
No pudo terminar la frase.  Laureen, a quien el rostro, transfigurándose por completo su rostro ante tales palabras, le estrelló una  bofetada en la cara… Jack acusó recibo del golpe y ladeó la cabeza, pero en sus labios se esbozó una sonrisa que, más que satisfacción, expresaba una amarga desilusión…
“Eres Laureen… – dictaminó -.  Un robot nunca me hubiera golpeado…”
Ella pareció desmoronarse; se puso de todos colores y en sus ojos comenzaron a aparecer algunas lágrimas.
“Jack, déjala en paz…” –  oyó Jack una voz a sus espaldas, a la cual no fue difícil reconocer como de Luke Nolan.
Pero Jack casi ni parecía escuchar.   Sus ojos eran dardos envenenados dirigidos contra su esposa quien, lentamente, fue tomando asiento en la cama; temblaba de la cabeza a los pies.  Decididamente, no era un robot.
“¿Qué querías que hiciera…?” –  preguntó de repente, sollozando y bajando la cabeza hacia sus rodillas -.  Me olvidaste por completo, Jack: vivías… para cualquier cosa menos para mí”
“¿Cuánto hace?” – preguntó él, secamente.
Ella lo miró, llorosos sus ojos.
“No… te entiendo…”
“¿Cuánto hace que hicieron el cambio?” – especificó Jack, cuyas palabras sonaban cada vez más mordidas al mismo tiempo que su voz empezaba a sonar quebrada.
“Fue hace varios días – respondió Luke a sus espaldas, como si se sintiera en la obligación de responder por Laureen o bien protegerla -.  Justo después de aquello que ocurrió en el edificio Vanderbilt…”
Súbitamente, Jack fue haciendo un recuento de los acontecimientos en su cabeza.  Así fueron desfilando: el día aquél en que “Laureen” le descubriera espiando a su vecino junto al “robot”, los repentinos cambios en la conducta de ella, la inquietud que había parecido sentir en el circo al ver el látigo y las dudas que hacía apenas un rato había manifestado acerca del dolor como posible fuente de placer; todo encajaba.  Jack se sintió un imbécil: llevaba varios días conviviendo con un robot y no se había dado cuenta de nada…   Perplejo, mantuvo durante un rato la vista fija sobre su esposa: era como si aguardara una explicación por parte de ella, quien, habiendo vuelto a bajar la cabeza parecía avergonzada y compungida, pero no arrepentida…
“Jack, tu mundo eran…  dos androides… – dijo, al cabo de un rato, con la voz quebrada y entrecortada –  ¿Ya lo olvidaste?  Yo… no podía seguir así…”
“Podrías haberte marchado de casa… – replicó él -, pero,… ¿tenía que ser con este pedazo de mierda?” – se volvió durante un instante hacia Luke, quien sólo atinó a sonreír.
“Créeme que te entiendo, Jack…”- dijo Laureen con evidente pesar en su voz.
“No quiero que me entiendas; quiero entender algo yo…”
“Es que… nunca entendiste nada, Jack… ¿Por qué habrías de hacerlo ahora?  Míralo de este modo: tú, con la excusa de ayudar a combatir la rutina y revitalizar nuestro matrimonio, te echaste en brazos de dos androides hechos a tu medida y conveniencia que eran réplicas de dos celebridades que te calentaban la verga… – hizo un alto y tragó saliva; parecía desconocerse a sí misma al hablar de ese modo -.  Luke hizo exactamente lo opuesto: encargó un androide que era… imitación mía…”
“Es que no era posible pensar en un robot más perfecto, Laureen” – apuntó Luke, con un tono que a Jack irritó sobremanera por sonarle de impostada ternura; aun así, no le respondió sino que siguió con los ojos clavados en su esposa.  El rostro de Jack lucía cada vez más desencajado, en la medida en que, a su pesar, algunas cosas iban cerrando.
“Te conmovió con eso, ¿verdad?” – preguntó, siempre mirando a Laureen.
“¿Qué mujer podría no hacerlo? – repuso ella, alzando un poco más la voz y encogiéndose de hombros -.  Tu fantasía, Jack, eran esa presentadora y esa modelo… La fantasía de Luke… era yo…”
“Y ya no eres fantasía – apostilló Luke, siempre a espaldas de Jack -.  Creéme que eres mi más hermosa realidad…”
Jack no cabía en sí; todo le daba vueltas.  El mundo se le había venido abajo por completo.  Bajó la cabeza, tragó rabia, crispó los puños… Girándose sobre sí mismo se encaró con Luke.
“El… Ferobot que compraste está ahora en mi casa…” – masculló.
“Así es, Jack – concedió Luke -.  Piensa que podría ser peor: ¿conoces acaso algún marido abandonado al que le quede, al menos, una réplica de su esposa?  Tómatelo con calma, Jack, puedes considerarte afortunado…”
De nuevo esa sonrisita odiosa…  Jack no daba más…
“A lo que iba… – dijo -, es que no hay robot alguno aquí para defenderte…”
Luke lo miró sin entender; sin aviso alguno, el puño de Jack se estrelló pesadamente contra su nariz, provocándole que cayera y quedase sentado en el piso.
“¡No, Jack!” – aulló Laureen, quien, para terminar de coronar la desazón de su marido, se lanzó presta de cuclillas junto a Luke para asistirlo…
Definitivamente, Jack interpretó que ya no tenía nada más que hacer allí.  Dio media vuelta y se marchó…
Al volver a entrar en su casa veía todo absolutamente nublado.  Las sienes le dolían al punto de que parecían estar a punto de estallar en cualquier momento, lo mismo que sentía hincharse una vena de su cuello, como si le latiese de modo exagerado.  Al atravesar a grandes zancadas la sala de estar, se topó, sobre un mueble, con un retrato de Laureen al cual arrojó a lo lejos de un violento golpe.  Sin saber bien por qué, se dirigió camino a su habitación.  Se ensañó con la cama matrimonial, convertida, de algún modo, en ícono de la pareja en crisis.  Sin poder contener su rabia, arrancó las sábanas con fuerza para luego tomar a puntapiés el somier.  En ese momento vio a Laureen entrar presurosamente al cuarto; duda: por un momento se quedó pensando si sería la verdadera, en cuyo caso ella debía haberle seguido.
“¿Jack?  ¿Qué te pasa?  ¡Estás muy alterado!  ¿Puedo ayudarte a que te calmes?”
No, no era la verdadera.  Apoyándole una mano sobre el pecho, la frenó en seco y la empujó hacia atrás en el exacto momento en que ella se abalanzaba sobre él para abrazarle.
“¡Te dije que no me siguieras!” – le espetó, con brusquedad.
“Lo sé, pero… ¡estás verdaderamente mal, Jack! ¡Necesitas ayuda!  Permíteme por favor hacerlo…”
Claro: allí estaba la cuestión.  Maldito cerebro positrónico.  Malditas leyes de Asimov… El androide lo estaba viendo mal de salud y, seguramente, los neurotransmisores de Jack le estaban enviando información acerca de su estado y de la posible inminencia de un colapso peor.  El robot no podía dejar que por su inacción un ser humano sufriese daño, así que, por más que hubiese una contraorden de parte de Jack, ella iba a ayudarle de todas formas pues la Primera Ley tenía prioridad por sobre la Segunda…
Jack era pura impotencia.  Ya había golpeado a su vecino Luke y no sabía cómo se había contenido de no hacerlo con Laureen.  Pero ese robot que, ahora, insistía tanto en ofrecerle ayuda que él no pedía ni quería, era tan endemoniadamente parecido a ella que era inevitable que se convirtiera en un blanco para el odio y los impulsos de ira de Jack.  Así, cuando el Ferobot volvió a írsele encima para intentar abrazarlo, él le estrelló un puñetazo en pleno rostro…
La Tercera Ley operó de inmediato: el robot tenía que protegerse a sí mismo, razón por la cual se echó hacia atrás y se llevó una mano al rostro para resguardarse; no obstante ello, no hizo nada para frenar los furiosos embates de Jack.
“¡Quédate quieta, maldita sea!” – masculló éste; la orden tuvo efecto rápidamente: en el cerebro positrónico del robot, la Segunda Ley, que lo llevaba a obedecer una orden humana, tenía prioridad por sobre la Tercera, que le hacía proteger su propia integridad.   Jack, en el estado en que se hallaba, no podía, desde luego, hacer ese razonamiento pero apenas el androide, respondiendo a la orden, quedó inmóvil, él volvió a golpear contra su rostro una y otra vez, y otra… y otra… Y cada vez que golpeaba, mordía rabia, jadeaba, escupía… y al mirar el rostro que tenía enfrente sólo veía a Laureen; no a un androide, no a una máquina, sólo a Laureen…
De pronto, en una de las tantas veces que llevó el hombro hacia atrás para lanzar su puño, sintió que le flaqueaban las fuerzas.  Un hormigueo le subió por el costado izquierdo y acudieron súbitamente a su mente los recuerdos de aquella vez que había colapsado estando conectado al VirtualRoom.   Todo se le hizo más nublado aun que antes; miró a “Laureen”: se la veía preocupada al parecer… y le hablaba; o, por lo menos, los labios se le movían, pero Jack no escuchaba una sola palabra… La habitación bailaba a su alrededor; ya no se sabía qué era techo, qué era piso o qué pared… y el rostro de Laureen siempre estaba allí… Jack sintió que las piernas ya no le sostenían y, poco a poco, fue sintiendo que caía y se desvanecía; tal sensación se mantuvo hasta que su cabeza impactó contra el piso, lo cual, paradójicamente, tuvo el efecto de volverlo a la realidad por algún instante…  Es que no había golpeado tan pesadamente el piso porque el robot había llegado a manotearle un brazo y amortiguar un poco la caída.
“¡Jack!  ¡Jack!” – insistía la copia de Laureen mientras le tomaba el rostro con ambas manos.  Al parecer, algo malo veía en él o algún diagnóstico hacían sus sensores ya que, de inmediato, y en una escena que parecía absurdamente invertida, cargó en volandas a Jack y echó a correr hacia la noche… Él sintió, nuevamente, que la cabeza le daba vueltas… y se volvió a desvanecer…
Cuando volvió en sí, Jack estaba conectado a montones de cables, tubos y mangueras.   Una voz buscó calmarlo en cuanto intentó moverse…
“Tranquilo… – le dijo -.  No se mueva ni se altere; más bien, alégrese.  Usted se encuentra entre las pocas personas afortunadas que han logrado sobrevivir a dos infartos…”
Cuando pudo precisar el rostro de quien le hablaba, reconoció en él al mismo médico que le había atendido en su infarto anterior.  La cabeza le dolía y mantener los ojos abiertos también, razón por la cual los cerró…
“¿Y… usted es alguna clase de especialista en traer de regreso a gente muerta…?” – preguntó, aturdido pero aun así mordaz.
“Ja,ja… – rió el médico -.  En primer lugar, no es conveniente que hable demasiado; evite los esfuerzos… En segundo lugar, yo no le salvé la vida sino su esposa…”
Entreabriendo los ojos, Jack espió por el rabillo y, en efecto, comprobó que Laureen se hallaba sentada junto a la camilla, mirándole sonriente y tan hermosa como siempre… Un momento, se dijo.  ¿Qué Laureen?  ¿La real o la réplica?  ¿Quién diablos se hallaba sentada allí?  ¿Había realmente sucedido todo?  ¿O se había tratado de una gigantesca alucinación o bien una pesadilla inducida por el sueño post infarto?  Por lo pronto, sintió nuevamente que todo volvía a hacerse difuso a su alrededor… y se durmió…
No supo cuánto tiempo pasó hasta que volvió a despertar.  Lo sorprendente del caso fue que, al volver en sí, no se encontró con Laureen sentada junto a la camilla sino que, más bien, se encontró con dos Laureen… Confundido y abombado, miró alternadamente a una y a otra…
“En horario de visitas sólo se permite una persona… – intervino alguien a quien, por la voz, reconoció como el médico de siempre -, pero verdaderamente nos hemos encontrado con un problema en este caso, je…”
Jack no paraba de mirar a una y a otra.  En verdad, no había forma de determinar cuál era la verdadera.
“Jack…, tienes que tener más cuidado de ti mismo – le dijo la que se hallaba a su derecha -; no vas a tener tanta suerte la próxima vez…”
El tono era angustiado y suplicante.  No cabían dudas: ésa era la verdadera Laureen…  Jack, durante un rato, no contestó: siguió moviendo la cabeza a un lado y a otro, admirado de la similitud entre ambas.
“Una de ustedes dos… me salvó la vida… – dijo, hablando con esfuerzo -.  La otra me la arruinó…”
“Jack, esto no tiene sentido… – intervino la que se hallaba a su izquierda, en principio el Ferobot -.  Laureen tiene razón: lo hecho, hecho está… Tienes una vida, Jack, y me tienes a mí.  ¿Cuántos hombres podrían darse el lujo de quedarse con un sustituto idéntico cuando pierden a su esposa?”
Jack hizo lo imposible por contener su ira: el razonamiento del robot era exactamente el mismo que antes había hecho Luke en tono de burla; no era éste el caso, pues el Ferobot hablaba a partir de la lógica, pero, justamente, ello hacía el asunto aun más doloroso.
“Me retiro un momento… – dijo el médico -.  Veo que tienen temas privados que resolver aunque, repito: en este momento hay que evitar las emociones fuertes o los estados alterados.  Sólo puedo decirle una cosa, Jack: las dos son increíblemente hermosas; si logra determinar cuál es verdaderamente su esposa y la otra le sobra, por favor hágamelo saber porque estoy interesado, ja… Estaré en la habitación contigua; por cualquier cosa, llamen a la enfermera…”
“No fue tu culpa – repetía una y otra vez Miss Karlsten -.  No pueden caerte con un garrote en la cabeza por lo ocurrido; ya hice, de hecho, mi declaración en tu descargo aceptando mi propia parte de culpa por lo ocurrido…”
“Y te lo agradezco enormemente – decía Sakugawa, mirando desde los ventanales de sus oficinas hacia los edificios de Capital City -, pero tu mea culpa no va a liberarme de la condena…”
Todavía resonaban en su cabeza las palabras del fiscal denostándolo en su alegato: “Cuando una empresa lanza un producto al mercado debe garantizarle a la sociedad que el mismo no implique peligro para los usuarios o para otras personas; intentemos pensar por un momento en qué podría llegar a ocurrir, por ejemplo, en el caso de que un maniático lograse alterar a los robots de tal modo de utilizarlo: ni siquiera serían sicarios o asesinos a sueldo; serían asesinos gratuitos, sin sueldo alguno”…  Sakugawa sabía, desde luego, que tal cosa era imposible, pero la sola duda al respecto era suficiente para hacer culpable a la World Robots por lo ocurrido: es decir, era uno de esos casos puntuales en los cuales la duda no beneficia al acusado sino que lo hunde.  El testimonio de Carla en el juicio, por lo tanto, podía ser tomado como atenuante pero de ningún modo libraría a la World Robots de responsabilidad ante la justicia.
Ella estaba llorosa; lamentaba profundamente lo ocurrido y, al igual que cada uno de los involucrados, sentía una parte de culpa al respecto.  Le daba pena ver a Sakugawa de aquel modo; el líder empresarial jamás había sido de estilo presuntuoso o pedante, pero siempre había lucido seguro y sonriente: ahora, por el contrario, se le veía abatido, sin energías ni respuestas aun cuando nunca perdiera su habitual amabilidad.
“No… sé bien a qué tipo de condena te refieres… No vas a ir a prisión, eso está claro… Y si se trata de sanciones económicas contra la empresa, en fin…; no creo que sea nada que no puedas cubrir” – intentó consolarle ella buscando sonar lo más optimista posible.
“Lo sé… y, a decir verdad, tampoco es que me preocupen en demasía las sanciones económicas que, con toda seguridad, van a imponernos.  Serán, sin duda, altas, sí, pero somos una de las empresas que más dividendos genera en el planeta: tal como dices, nada que no podamos pagar.  Lo que no tiene precio es la pérdida de la confianza del público… y la condena social: ya nuestras acciones han caído estrepitosamente.  No son las multas en sí lo que nos hunde, sino las consecuencias de mercado…”
“El mercado cambia mucho, bien lo sabes, y a veces en muy poco tiempo.  Eres… una persona talentosa y estás al frente de una compañía prestigiosa y llena de gente capaz. ¿Crees que un problema como éste va a hundirte?  Ya lo verás: te va a llevar poco tiempo revertir las tendencias del mercado…”
Sakugawa escuchaba a su interlocutora, pero no la miraba; su semblante estaba terriblemente triste y su mirada perdida más allá de los ventanales.
“Lo que no se puede revertir es el deshonor…” – señaló con pesar.
“Uf, no vengas con perorata oriental, por favor…”
Él se giró y la miró.
“Supongo que algo debo tener de mis ancestros…” – señaló y sonrió tristemente.  Se veía calmo, pero se trataba de la calma que es consecuencia de la resignación y el derrotismo.
Carla quedó en silencio, sin saber ya qué decir.  Al cabo de un momento se levantó de su asiento.
“Sólo… puedo decirte que lo siento…” – dijo.  Se notaba que quería hallar más palabras, pero no las tenía.
“Lo sé, Carla, no te preocupes… No es tu culpa.   Gracias por estar y por intentar ayudar… Llamaré a Geena para que te acompañe”
La secretaria, respondiendo presta al llamado de Sakugawa se presentó en la oficina y procedió luego a acompañar a Miss Karlsten al ascensor.
“Cuídalo – le dijo Carla con preocupación -… No lo veo bien.  Temo por lo que pueda hacer…”
Geena asintió con tristeza; aun así, sonrió.
“Yo tampoco lo veo bien… Pero me ha asegurado que no va a hacer ninguna locura, que no va a seguir el mandato ancestral…”
Carla asintió.  La puerta del ascensor se cerró y Geena dejó de verla.  La secretaria echó a andar de vuelta hacia las oficinas de Sakugawa puesto que éste le había requerido que se dirigiese allí una vez que hubiera acompañado a Miss Karlsten al ascensor.
Cuando abrió la puerta, una potente ráfaga de viento le sacudió el rostro y le hizo flamear la falda.  Echando una mirada en derredor, comprobó que había papeles desparramados por todas partes; el ventanal, desde ya, estaba abierto.
“¿S… señor Sakugawa?”
No hubo respuesta.  Geena se empezó a intranquilizar.  Escudriñó por todas partes en busca del líder empresarial pero no había señales de él.  Sobre el escritorio la pantalla del ordenador se hallaba congelada con una imagen en la cual podía leerse una frase…
“Finalmente, decidí seguir el mandato de mis ancestros… Gracias por todo, Geena…”
El doliente grito de la joven retumbó por todo el piso…
El hecho de que Jack hubiese sufrido dos infartos en tan poco tiempo hizo que los médicos tomaran muchos más recaudos al momento de darle, después de varios días, el alta.  Le instalaron tantos cables, circuitos, tubos y catéteres rodeándole la caja torácica que terminaba por parecer un robot.  De hecho, viendo a la réplica de Laureen que, por cierto, había permanecido todo el tiempo a su lado, tenía que admitir que ella se veía infinitamente más humana que él.  Hombre y máquina pueden estar, a veces, separados por una línea muy difusa.  Los médicos le instruyeron acerca de ciertos ajustes que debía hacer en sus propios controles para los casos en que estuviese por hacer actividad física… o sexual.
La vuelta a casa fue terrible.  Era volver a tomar contacto con todo: con lo ocurrido, con la cama que habían compartido con su esposa y con el hecho, de que ésta, ahora, vivía en la casa contigua y con su más odiado vecino. La presencia, en su propio hogar, de un androide que era réplica de ella se convertía en una pesadilla extra: ¿cómo dejar atrás a Laureen si la estaba viendo permanentemente?  Hasta pensó en ponerla en off y guardarla en el galpón con los otros Ferobots.  Pero había un par de problemas: en primer lugar, y por razones obvias, ni siquiera tenía el control remoto, el cual debía seguir, por supuesto, en poder de Luke.  No había por lo tanto, posibilidad de dejarla en inactividad absoluta ni tampoco de aguardar a que sus baterías se agotasen: las mismas se realimentaban permanentemente con la luz solar a través de células fotosensibles que el androide tenía detrás de los irises de los ojos y tenían, por otra parte, una autonomía de más de un año en caso de que, optara, por ejemplo, por dejar al androide en un cuarto en la más absoluta oscuridad y lejos de cualquier luz solar; el sentido de ello tenía que ver, según alguna vez había oído, con que la World Robots, al momento de lanzar los Erobots, había contemplado la posibilidad de que les fueran útiles a astronautas en largos viajes por el espacio o bien a moradores de colonias submarinas.   Pero más allá de eso, había otro motivo más extraño y misterioso que llevaba a Jack a no poder desactivar a la falsa Laureen: el androide le había salvado la vida e incluso le había acompañado durante su permanencia en el hospital, primero en terapia intensiva y luego en sala común, en tanto que la verdadera Laureen sólo lo había visitado una vez al comienzo de su internación.  Sonaba casi demencial sentirse agradecido hacia un robot, pero, mandato positrónico o no, ella le había acompañado y el sólo hecho de pensar en ponerla en off le producía una intensa culpa.
Aun así, prescindió del Ferobot para servicios sexuales por dos razones: en primer lugar, prefería cuidarse, al menos por un tiempo, de las emociones fuertes aun cuando los médicos le habían dicho que podía llevar una vida sexual normal siempre y cuando tomara los recaudos que le habían señalado en relación con los dispositivos que habían conectado a su sistema cardíaco; en segundo lugar, hacer el amor con ese androide era como hacerlo con Laureen, no tanto por la intensidad erótica (en ese aspecto la réplica superaba ampliamente al original), sino por el hecho de que, físicamente, no había diferencia alguna.  Optaría, entonces, por mantener una cierta abstinencia sexual por un tiempo.
Por las noches llegaban a sus oídos los aullidos de placer de su esposa, la verdadera, siendo montada por su vecino; intentaba, por todo y por todo, taparse los oídos con la almohada pero siempre la escuchaba.  Los impulsos y sentimientos se le entrechocaban, pudiendo ir desde comprar un arma a correr hacia la buhardilla a espiarlos: la primera idea, por fortuna, la alejaba rápidamente de su cabeza a poco de habérsele ocurrido; en cuanto a la segunda, no pudo resistirse a la tentación, un par de veces, de ir a espiarlos.  No podía creer, al otear con los binoculares, ver a Laureen gozar de esa forma; Luke había operado en ella una transformación increíble: la veía gozar como a una perra de espaldas contra la cama y enroscando sus piernas en torno a las caderas de él mientras era penetrada, o bien, mamándole la verga a más no poder; Jack aguzó aun más la vista y sacó medio cuerpo por fuera de la ventana para comprobar con sus binoculares si él le acababa dentro de la boca o, como quería suponer, ella escupiría.  La realidad fue un mazazo tan potente que se arrepintió enormemente de haber subido a espiarlos: Luke jadeó y gritó de modo desencajado entregado al éxtasis de la eyaculación… y ella en ningún momento dejó de tener su verga en la boca; Laureen tragaba mansamente la leche de su vecino…
El corazón de Jack comenzó a latir con fuerza y bajó los binoculares al tiempo que una lágrima le comenzaba a correr por la mejilla.  En ese preciso momento oyó el “clic” de una de las perillas del chisme tecnológico que le habían conectado al corazón y, al girarse, se encontró con Laureen, con la falsa, desde ya.
“No puedo dejar que por mi inacción sufras daño…- explicó ésta -.   Y sería bueno, Jack, que tú mismo te cuidaras…”
Jack se sentía impotente; abatido, se sentó en un rincón.
“Y si mi corazón no respondiera – preguntó de modo algo retórico -, ¿cuál sería el problema de todos modos?… No tiene sentido seguir viviendo de esta manera…”
“Jack, no me gusta oírte hablar de ese modo…”
“¿No te gusta? – preguntó él, exasperado -.  ¿Has dicho que no te gusta?  Sólo eres un robot: no tienes idea de lo que es que te guste o te deje de gustar algo; lo que dices o recitas sólo es lo que tus fabricantes pusieron en tu cerebro positrónico…”
“Eso parece una pobre forma de considerarme – replicó el androide -.  ¿Quién estuvo todo este tiempo a tu lado?  ¿Ella o yo?  ¿Cuál de las dos Laureen?”
“Es… inútil; no lo entenderías.  ¡Ella es mi esposa!  ¿No queda claro?  Y ese tipo acaba de eyacularle en la boca sin que ella haga el más mínimo esfuerzo por escupir su semen… Siendo un robot, nunca podrías entender qué es lo que ello genera en un hombre…”
“Puedo suponerlo…”
“¿Ah, sí?  No me digas… Dime ahora que entiendes lo que es el dolor de un esposo despechado…”
“Tengo sensores que captan la actividad de tus neurotransmisores…” – replicó el robot.
“¡Al diablo con los neurotransmisores y con tus malditos sensores!  ¡No puedes entender a qué me refiero!  No se trata de un hecho físico…, es otra cosa: es un hecho…; en fin, olvídalo…”
“Tu  verga parada sí es un hecho físico…”
Con sorpresa, Jack levantó la vista hacia el androide.
“¿De qué demonios hablas?”
“Cuando mirabas por la ventana y tu tan odiado vecino estaba eyaculando dentro de la boquita de tu esposa, tuviste una erección…”
Jack se sintió avergonzado; era absurdo siendo que se hallaba ante una máquina, pero así era como se sentía…
“Vete a la mierda” – refunfuñó cruzándose de brazos.
“Puedo advertir que no es una orden literal. ¿Por qué te niegas a aceptar la realidad?  Estabas mal, sí, también noté eso…, pero tu miembro se estaba irguiendo…”
“Mirá… – dijo él, tratando de imprimir la mayor paciencia posible al tono de su voz -.   Ya me engatusaste una vez: fue cuando me hiciste creer que eras la verdadera Laureen y que la réplica era la que estaba fornicando con Luke… Lograste que me excitara con ello; no lo vas a lograr dos veces y menos ahora que sé que eres sólo… una réplica… y que la verdadera está ahí, en la casa vecina…”
“Yo no te engatusé” – replicó ella, tajante.
“Sí lo hiciste.  Me mentiste”
“¿Acaso te dije alguna vez que yo fuera la verdadera Laureen?”
“Trampas retóricas propias de un robot al que le gusta jugar con la lógica… – refunfuñó Jack -, pero… ¿sabes qué?  Me importan una mierda tus jueguitos lógicos.  Me entrampaste junto con ese degenerado de la casa de al lado.  Me engañaste…”
“Estás viendo todo exactamente al revés, Jack, es tu esposa quien te engañó… Y quieres proyectar en mí la culpa que no puedes ahora endilgarle a ella por no tenerla enfrente…”
“Mira tú… – se mofó él -.  Ahora resulta que los malditos robots también manejan lógica psicoanalítica”
“¿Te engañó o no?” – repreguntó el androide.
Nunca como entonces Jack tuvo ganas de desactivarla.  Moría por tener a mano el control remoto que Luke debía tener en su poder.  Sin embargo, lo que más profundamente le irritaba es que había una lógica irrefutable en los dichos del androide; no podía, por otra parte, ser de otra manera: era un robot.
Jack se quedó en silencio y la falsa Laureen se acercó a la ventana, clavando claramente su vista en la casa vecina; siendo un robot, no necesitaba binoculares.
“¿También te programaron para el voyeurismo?” – le espetó Jack, con sorna.
“No; sólo estaba viendo algo…” – repuso el androide, siempre en el tono sereno que cuadraba a su condición.
“¿Qué…?”
“Que tu esposa parece gozar mucho cuando Luke se la da por el culo… ¿Tú se lo hacías, Jack?”
Jack se removió en el rincón en que se hallaba sentado; echó una mirada de odio hacia el robot y se sintió ridículo por tal sentimiento.  Tuvo el impulso de ponerse en pie e ir a recoger los binoculares para volver a otear hacia la casa de Luke pero se contuvo… Si lo hacía, terminaba de confirmar que, tal como el androide afirmaba, la situación lo excitaba… Por cierto, se daba cuenta de que la falsa Laureen en parte tenía razón aun cuando le costara admitirlo: una vez más asistía a una batalla en su interior entre emociones y sentimientos contradictorios.
“¿Por qué me cuentas eso?” – preguntó, entre contrariado y confundido.
“Sólo fue un comentario seguido de una pregunta…” – respondió el androide.
“Hiriente, por cierto.  ¿Dónde quedó eso de que un robot no debe hacer daño a un ser humano?”
“Primera Ley de Asimov, sí… ¿En dónde ves que la esté infringiendo?”
“Me estás haciendo daño… psicológico…”
“Es difícil medir eso – apuntó el robot -; y de todas formas, tú mismo te quejaste hace un momento acerca de la lógica psicoanalítica…”
Jugando impecablemente con la lógica, la falsa Laureen le encontraba sus propias contradicciones.  Se produjo un momento de silencio.
“Te excita saber que él se la está dando por detrás, ¿verdad?” – la pregunta, por supuesto, provino de ella.
“No…” – negó enfáticamente él.
“Tus neurotransmisores dicen otra cosa…”
“¡Al diablo con los neurotransmisores!  – rugió Jack -.  ¡Estoy harto de oír hablar de ellos!  Sólo una máquina, sin ningún tipo de roce sobre las emociones o los sentimientos humanos puede llegar a pensar que alguien se excite sabiendo que su esposa está siendo penetrada por el culo por su vecino…”
“Está bien… – aceptó ella -.  No seguiré discutiendo y después de todo no compete a mi función.  Sólo te diré que tu verga dice otra cosa…”
El androide dio media vuelta y se retiró; aun no mediando orden de Jack al respecto, supo interpretar que su presencia en el lugar irritaba a éste, por lo cual dio media vuelta y, con un sensual movimiento de caderas, fue en busca de la escalera…   Apenas se hubo marchado, Jack bajó la vista hacia su entrepierna… y comprobó que abultaba…
  
Por su salud mental, decidió no volver a la buhardilla: se consideraba a sí mismo un depravado desde el momento en que sabía que podía excitarse viendo a su esposa fornicar con, tal vez, el tipo al que más odiaba.  La charla con el robot había contribuido a despertar y sacar afuera demonios que ni siquiera sabía que estaban.  Cierto era que cuando aún no sabía que la que estaba en su casa no era la Laureen real sino su réplica, se había excitado viendo a su vecino montarse a quien consideraba que era la réplica e incluso había pasado por la demencial experiencia de verlos fornicar sobre su cama matrimonial por propia invitación.  Pero, en ese momento, en su mente, todo era de algún modo una fantasía: es decir, creía que Luke se estaba montando a una máquina en la cual él veía a su esposa.  Pero ahora que las cosas estaban en su lugar y que sabía cuál era la verdadera y cuál no, no podía menos que considerarse un enfermo si se seguía excitando con el asunto: es decir, si le calentaba el hecho de que Luke tuviera sexo con la verdadera Laureen.
Se le cruzó por la cabeza la posibilidad de volver a poner en funcionamiento a las réplicas de Theresa Parker y de Elena Kelvin, abandonadas ambas en un galpón, pero de algún modo era reavivar fantasmas del pasado y situaciones que habían terminado por llevar al desastre.  Después de todo, la llegada de los dos Ferobots había sido elemento clave en el final de su matrimonio.  Fue un alivio volver al trabajo ya que ello implicaba pasar menos horas en su casa y, por lo tanto, librarse durante buena parte del día de escuchar los jadeos y gemidos.  Pero la noche seguía siendo un karma; optó por salir a caminar, lo cual era algo que los médicos le habían prescripto como modo de prever nuevas complicaciones cardíacas.  El conflicto se le produjo cuando la réplica de Laureen se ofreció a acompañarlo en sus caminatas; resultaba extraño y paradójico salir a caminar con Laureen para escapar de Laureen.  Estuvo, obviamente, por rechazar el ofrecimiento y ordenarle de manera tajante que se quedara en casa, pero la culpa le asaltaba cada vez que recordaba que gracias a ese robot seguía vivo, así que decidió aceptar…
En un principio, la presencia del Ferobot le irritó pero, con el correr de las noches, no sólo se fue acostumbrando a ella sino que hasta la empezó a ver como una agradable compañía y, aun cuando sus charlas pudieran ser algo irritantes por removerle cosas en su interior sobre las cuales ni siquiera quería plantearse nada, le fueron ayudando a descubrirse algo más y hasta a aceptarse.  Ése era un costado de los robots que hasta el momento no había visto: las personas, sean amigos o familiares, no se quedan indefinidamente junto a uno cuando hace catarsis, pero un androide no tiene otra posibilidad más que escuchar y escuchar…, y cada tanto dar su “parecer”…  Por otra parte, la vida de Jack había estado el último tiempo tan plagada de impulsos, instintos e irracionalidades que no le venía mal una “bajada a tierra”, alguien que volviera a traer la lógica de vuelta cada vez que ésta faltaba…  Allí residía en parte el gran descubrimiento: luego de haber querido ver a los robots como si fueran seres humanos, ahora empezaba a verlos y aceptarlos como robots y, como tales, con un aporte absolutamente distinto al que un ser humano pudiese dar… 
Algo, sin embargo, comenzó a molestarle y fue cuando, durante algunas de esas caminatas nocturnas, escuchaba a sus espaldas chiflidos de aprobación o palabras procaces hacia “Laureen”.  Aun cuando tuviera bien en claro que era un robot, el hecho es que ella había pasado a ser “su” robot y, como tal, era inevitable que desarrollara sentimientos de posesión hacia ella.  Tal tipo de situaciones, por lo tanto, terminaban siempre con insultos de su parte y con “Laureen” calmándolo.
Lo peor, no obstante, ocurrió cuando, al volver a casa luego de una caminata, se encontaron en la puerta con la “parejita vecina”:  Luke, odiosamente sonriente y Laureen, la verdadera, con la mirada esquiva y sin mirarle nunca plenamente a los ojos.
“¡Jack! – le saludó falsamente Luke -.  Veo que sales a hacer ejercicio y me parece excelente para tu salud.  Y más todavía si tu robot te acompaña: me complace que estés aprendiendo a sacar provecho del regalo que te hice…”
No podía, por supuesto, ser más hiriente: ponía un énfasis especial al decir “tu robot” , diferenciándolo tácitamente de lo que seguramente consideraba “su mujer”.
Jack no hizo comentario al respecto; simplemente permaneció mirándolo a los ojos con desprecio, luego de haber intentado, sin éxito, que la verdadera Laureen le mirase.
“¿Qué se supone que están haciendo aquí?” – preguntó, casi escupiendo las palabras.  Así como Luke había destacado especialmente “tu robot” él lo hacía con el “están”, manifestando así su desprecio por ellos al verlos como parte de una ruin complicidad.
“Queremos hablar algo contigo…” – espetó la verdadera Laureen, levantando la vista por un instante.
“¿Sobre qué?” – preguntó Jack encogiéndose de hombros en señal de poco interés.
“Bien…: es sobre nuestro… divorcio, Jack…”
“Finalmente lo pedirías – dijo él -.  En fin, supongo que era lógico que ocurriese… Lo que me pregunto es qué es lo que te apura…”
“Esto…” – terció con una sonrisa de oreja a oreja Luke mientras acariciaba el vientre de Laureen.
Fue un puntapié directo al estómago para Jack quien, aun así, no quería convencerse de estar realmente entendiendo lo que él creía entender.  Miró alternadamente a Luke y a Laureen con el ceño fruncido y con expresión interrogativa.
“Estoy… esperando un hijo de Luke, Jack…” – anunció ella, con la voz algo quebrada.
Jack se llevó una mano a la frente y sacudió ligeramente la cabeza con incredulidad.
“Bien… – dijo, buscando mantener la calma -.  Vas a ser madre finalmente…”
“No podía esperarte por siempre…” – repuso ella.
“Hasta donde yo recuerdo, lo planteaste en los primeros días de nuestro matrimonio, quedamos en hablarlo más adelante y luego no volviste a hacerlo…”
“¿Cómo iba a hacerlo, Jack?  ¿En qué momento?  Apenas llegabas a casa, ibas corriendo hacia el VirtualRoom o, luego, hacia tus Ferobots… No teníamos vida sexual siquiera… ¿Y pretendes que fuera yo a plantearte acerca de tener hijos?”
“Ella tiene razón – intervino Luke provocando con ello un hormigueo de odio por todo el cuerpo de Jack -.  Es joven, está en edad de ser madre… Necesitaba sólo alguien que le hiciera crecer la pancita, jeje… Ahora lo tiene…”
Luke remató su comentario acariciando una vez más el vientre de Laureen y besándola en la mejilla.  Un par de meses antes Jack le hubiera asesinado por ello; ahora, y aun cuando le hacía hervir la sangre, lograba, al menos, mantener una cierta calma.
“Y supongo que vienes a pedir el divorcio para hacer la división de bienes…” – aventuró Jack, con un deje que mezclaba mordacidad y desprecio.
“Me corresponde, Jack…” – repuso ella.
“Le corresponde, Jack…” – dijo Luke, casi al mismo tiempo.
“Ajá…, veo que lo tienen hablado – ironizó Jack -.  Supongo que ya sabes que el adulterio que has cometido te va a jugar en contra, ¿verdad?  No te van a dar el cincuenta por ciento como pretendes…”
“Tal vez no – aceptó ella, bajando la cabeza con cierta vergüenza ante el comentario en relación con el adulterio -, pero… esta casa es un bien ganancial, Jack… La hemos comprado entre los dos y tendríamos que hacer una nueva demarcación de la propiedad para…”
“Genial… – rió Jack -; la propiedad de Luke crece a expensas de la mía, ¿es así?”
“No es tu propiedad, Jack, es nuestra… O era…”
“Jack, ella tiene razón – intervino una cuarta voz que, por supuesto, era la del androide que replicaba a Laureen y que, como no podía ser de otra forma, se guiaba por la lógica y no por las pasiones -.  Si ella se establece junto a Luke, le corresponde una…”
“¡Okey, ya basta! – rugió él -.  Ya lo he entendido… Y ya sé que legalmente le corresponde… Lo cual no quita que sea una puta de mierda…”
“Jack, cuidado con lo que dices…” – le espetó de manera amenazante Luke mientras Laureen se ponía de todos colores ante la afrenta recibida de parte de quien había sido por años su esposo…
“Jack, cálmate…” – le dijo el robot en tono apaciguador tomándolo por la mano.
Él se quedó mirando a la pareja; luego dejó la vista sobre Laureen, la verdadera.
“Pues te diré una cosa… ¿Quieres una parte de la propiedad?  Pues no te hagas problemas, la tendrás toda…”
“Jack… Nadie te está pidiendo eso – objetó Laureen -.  Y yo no te odio: no quiero hacerte eso…”
“Está bien, muchas gracias, tal vez no me odies, pero yo… – se giró hacia su casa  y trazó un arco con la mano -, odio todo esto: ya no lo quiero ver… No quiero ver nada que me recuerde… a ti… – apenas lo dijo, miró al robot con culpa; aun así, siguió hablando -.  Es que, a pesar de todo, Laureen, nunca podré terminar de odiarte, no después de haberte amado.  Por eso, como no puedo hacerlo, me conformaré con odiar todo esto, esta casa, este parque, los muebles, todo lo que fue nuestro…, las cosas materiales…”
“Jack, estás hablando por impulsos…” – protestó la verdadera Laureen.
“Es cierto, Jack, deberías calmarte…” – secundó la falsa Laureen.
Luke, por su parte, no dijo nada.
“Estoy calmo… – dijo Jack  asintiendo con la cabeza -, más calmo que nunca…”
Dando media vuelta, enfiló hacia el portón de tu casa y la réplica de Laureen le siguió.
“Ah, felicitaciones por tu maternidad…” – dijo Jack al trasponer la entrada y sin siquiera darse vuelta para mirar a la verdadera Laureen.
Durante algunos días fue imposible para Geena volver a entrar en las oficinas de Sakugawa, las cuales ocupaban todo un piso de la World Robots; ello se debía, por un lado, a los peritajes policiales y judiciales realizados en los días inmediatamente posteriores al suicidio pero también al hecho de que era muy duro para ella revivir el momento en el cual, al entrar allí, se había encontrado trágicamente con las ventanas abiertas… y Sakugawa ausente.
El líder empresarial, fiel a lo que había sido su característica esencial en vida, planificó todo cuidadosamente: su muerte no fue algo improvisado o espontáneo que le vino a la cabeza apenas finalizada la charla con Carla Karlsten sino, al parecer, algo que ya venía elucubrando.  No se podía, de lo contrario, explicar el que hubiese conectado todas las cámaras de seguridad de su oficina enfocándolas hacia los ventanales de tal modo que las mismas registrasen el momento para así despejar cualquier duda que pudiese incriminar o tan siquiera arrojar sospechas sobre alguno de sus empleados o, particularmente, sobre Geena.
Dejó, de hecho, registro en varios ordenadores acerca de sus últimas voluntades y, de modo muy especial, sobre aquellos reacomodos y reubicaciones de personal que de él dependían y que no quería morir dejando en manos de otros: cupo en ello un lugar de privilegio a Geena, en quien hizo recaer, si bien no todas, sí varias responsabilidades directivas de allí en más.  Tal noticia, por supuesto, no pudo sino sorprender gratamente a la secretaria (que ahora pasaba a ser gerente general del área de nuevos productos) aun cuando, por otra parte, extrañaba a su jefe y el nuevo puesto que éste le había conferido no le despertaba sino dudas y temores.  Geena recorrió la amplia estancia con la vista y se le hacía difícil ver aquel lugar sin la presencia oriental del prestigioso empresario; no pudo evitar un cierto estremecimiento al mirar hacia las ventanas.  Se detuvo durante un momento en los ordenadores y se puso a pensar que le tocaría una ardua labor para ponerse al tanto de muchas cuestiones referentes a su nueva jerarquía pero, por otra parte, si Sakugawa le había dejado a ella tal rol sólo podía ser porque confiaba en su pericia y en sus conocimientos al respecto; había sido su último gesto hacia ella el otorgarle uno de los cargos de mayor prestigio dentro de aquellos cuyas designaciones dependían de él, ya que la gran mayoría de los mismos serían decididos en los próximos días por la junta directiva del consorcio de accionistas.
Al final de las oficinas había una habitación cerrada que hacía de depósito para algunos prototipos y androides de uso personal de Sakugawa.  Sabiendo Geena que necesitaba estar al tanto de todo para comenzar a ubicarse en su nuevo lugar dentro de la empresa, hurgó en el ordenador hasta dar con la clave de seguridad y, desde allí mismo, abrió la puerta del depósito.  Al ingresar allí, y como no podía ser de otra manera, se encontró con que el lugar estaba poblado de robots.  Verles así, de pie, pero inmóviles e inertes, le producía un cierto estremecimiento que le hacía helar la sangre en las venas, máxime cuando los robots se veían infinitamente más inquietantes luego de los incidentes ocurridos y de la tormenta que se había cernido sobre la compañía.  La mayoría eran Ferobots, desde ya, pero también había algunos Merobots.   Un cosquilleo le invadió el cuerpo al encontrarse con los androides femeninos que replicaban a Gatúbela, Mujer Maravilla y Batichica, con los cuales ella se había visto involucrada en una orgía lésbica tan shockeante como excitante el día mismo de los sucesos ligados al “incidente Vanderbilt”.  A su pesar, Geena debía admitir que la había pasado bien en esa oportunidad, lo cual no dejaba de generarle cierta culpa considerando que los desastres para la World Robots y para Sakugawa habían comenzado precisamente ese día… Le produjo una cierta inquietud el ver a Gatúbela, quien lucía inmóvil pero sosteniendo su látigo en mano; su rostro, o por lo menos la parte del mismo que su felina máscara dejaba al descubierto, parecía exhibir una enigmática y libidinosa sonrisa… Geena se quedó observándola fijamente durante un momento y, súbitamente, tuvo el impulso de llevar una de sus manos hasta apoyarla sobre los pechos del Ferobot y deslizársela por encima del traje de látex… De pronto la invadió el terror: no supo si fue su imaginación o qué, pero estuvo segura de distinguir un fugaz destello en los ojos del androide, lo cual la llevó a quitar rápidamente su mano con espanto; por suerte el Ferobot no volvió a dar señales de vida pero Geena estaba segura de que se había movido.  Inquieta, echó un rápido vistazo en derredor y comprobó que todos los robots seguían en sus sitios e igual de inmóviles; sin embargo, el lugar le pareció de repente aun más frío y sombrío que antes, entrándole unas incontenibles ganas de salir de allí y cerrar la puerta por tiempo indefinido: de hecho, era eso lo que estaba por hacer…
Sin embargo, al momento mismo en que se disponía a hacerlo, su cuerpo quedó petrificado cuando sus ojos distinguieron que, entre la selva de androides había uno que, al parecer, se movía.  Un estremecimiento le recorrió la columna vertebral a Geena, quien, atemorizada, retrocedió un par de pasos y hasta trastabilló sobre sus tacos…
“No temas… – sonó de pronto la voz del androide -.  Soy inofensivo.  Es màs: ¿te puedo aconsejar algo?  Jamás temas a una máquina: témele a quienes las usan…”
De modo extraño, el tono de la voz calmó a Geena: sonaba profunda y penetrante, pero en ningún modo agresiva o intimidante sino más bien paternal… Como solía ocurrir con los robots de última generación lanzados por la compañía, costaba a primera vista determinar si  se estaba ante una máquina o ante un ser humano; y además lo extraño del asunto era que, de ser realmente un androide, no reunía ninguno de los atributos físicos con que la World Robots había dotado a los Erobots, destinados justamente a satisfacer en el mercado una demanda de índole sexual.  Por el contrario, se trataba más bien de un robot de aspecto “intelectual”,que daba la apariencia de un hombre de sesenta y tantos años: y que, aun a pesar de que pronunciar las palabras con perfecta fonética anglosajona, sus rasgos remitían vagamente a Europa Oriental, siendo sus ojos de un marrón profundamente oscuro en tanto que su cabello, grisáceo y, en su mayor parte, encanecido, bajaba a lo largo de sus mandíbulas formando espesas y blancas patillas.  Llevaba sobre sus ojos un par de grandes lentes, algo insólito tratándose de un androide.
“¿Q… quién es usted?” – preguntó Geena, algo más tranquila pero aún vacilante y llena de incertidumbres.  Aun a pesar de que el robot no encajaba en lo más mínimo en el patrón físico de los Erobots cabía la posibilidad de que le hubieran dado tales características para cubrir, justamente, la demanda de cierto público, predominantemente femenino, al que le atraían especialmente los hombres de aire “intelectual”.  Quizás eso explicaría también los lentes…
“Es una buena pregunta – respondió el robot -; soy Isaac Asimov… O, por lo menos, parte de él… O una parte de mí lo es: no sabría bien cómo decirlo, pero créame que tiene sentido…”
Decididamente no era un Erobot.  No tenía la lascivia en el tono de voz que caracterizaba a tales robots ni tampoco se movía con la actitud avasallantemente sensual de los mismos: no invitaba ni al sexo ni a la lujuria en sus gestos, palabras o movimientos.  De todos modos, la respuesta que el androide había dado no hacía más que llenar aun más a Geena de incertidumbres.
“¿Isaac… Asimov? – balbuceó, arrugando el entrecejo y entornando los ojos -.  Pero… yo tenía entendido que había muerto hacía muchísimos años… ¿O es usted un descendiente que lleva su mismo nombre…?”
“No soy un descendiente – respondió el androide sonriendo ligeramente -.  Y tienes razón en una cosa: he muerto hace muchísimo tiempo.  Estás casi viendo a un dinosaurio: un fósil viviente…  Un dinosaurio reconstruido en realidad, je”
El rostro de Geena evidenciaba cada vez más confusión.  O aquel tipo no era un robot o se había topado con otro robot que había “enloquecido” del mismo modo que había pasado con el de Miss Karlsten.
“No… estoy entendiendo…” – dijo, abrumada.
“Lo sé.  Es difícil de explicar hasta para mí…” – respondió el androide quien, luego de pasar a su lado mirándola fijamente, caminó a través del depósito escudriñando de arriba abajo al resto de los robots que allí estaban guardados.  Geena se estremeció cuando pasó junto a ella pero, extrañamente, había algo en aquel androide que hacía difícil temerle…
“Hacia finales del siglo veinte se empezaron a hacer experimentos para tratar de conservar en funciones el cerebro después de que una persona hubiese fallecido… – arrancó a explicar el androide con tono pedagógico -.  Básicamente en lo que consistía el proyecto era en lograr aislar el cerebro humano ante la evidencia de la muerte física; es decir, quitarlo del cuerpo antes de que éste muera y mantenerlo en funciones: de ese modo, la muerte del paciente no implicaba la muerte cerebral sino sólo corporal.  Yo fui uno de los voluntarios conejillos de indias del proyecto, no sé si para bien o para mal; mi muerte, desgraciadamente, sobrevino a partir de haber contraído el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida debido a una mala transfusión y, en efecto, cuando supe que mi fin era ya inevitable, di mi consentimiento para que mi cerebro fuera aislado…”
El rostro de Geena se contraía en mil muecas; miraba con incredulidad a su interlocutor tratando de determinar si no se burlaba de ella… Sin embargo, no había ni en la voz ni en el atisbo del androide señal alguna en tal sentido.  La burla, por otra parte, no era compatible con un robot aunque la verdad era que, a la luz de lo que éste venía diciendo, Geena ya no sabía realmente cuánto había de máquina y cuánto de humano en ese sujeto que caminaba por el depósito y que ahora si dirigía hacia la puerta en dirección a la oficina propiamente dicha.  A Geena le intranquilizó tal actitud; no intentó detenerle pero echó a andar tras él.
“¿Un… cerebro?  – preguntó mientras caminaba e intentando, con esfuerzo, seguirle el hilo del relato -.  ¿Aislado?  ¿Funcionando aun cuando el dueño de ese cerebro ya esté muerto?  ¿Es posible algo así?”
“De hecho lo lograron… – asintió el androide dando a su expresión un cierto aire de tristeza que, una vez más, no parecía encajar en un robot -.  El problema, claro, era qué hacer luego con los cerebros.  No había receptáculos capaces de canalizar su actividad; es decir, el cerebro de la persona quedaba en una especie de suspensión parecida a un largo sueño; se trataba, claro, de una apuesta a futuro en la cual se contaba con que el desarrollo de la ciencia permitiría, en algún momento, dar una solución al problema: es decir, mantener los cerebros latentes hasta tanto existiese la posibilidad de conectarlos a algún sistema motor…  Pues bien, el desarrollo de la robótica fue para, algunos, esa solución…”
“Me cuesta entender; lo siento…” – dijo Geena, sacudiendo la cabeza.
“Quiero decir que un robot podía ser un buen portador para ese cerebro…”
Los ojos de Geena se abrieron enormes.
“¿Está usted hablando de… un robot con… cerebro humano?  ¿No un cerebro positrónico sino uno plenamente orgánico?”
“Ésa fue una de las posibilidades sobre las que se trabajó, pero terminó siendo del todo imposible.  No había ni hay forma de conectar un organismo artificial a las órdenes y los pensamientos impartidos por un cerebro orgánico; sin embargo sí se logró que éste pudiera trabajar asociado a un cerebro positrónico que, de algún modo, interpretaría sus órdenes y las enviaría al cuerpo para convertirlas en funciones motoras o de otro tipo…”
“A ver si entiendo… ¿Está usted hablando de… un robot con dos cerebros?”
“Algo así: se trata de un sistema integrado en el cual, como dices, ambos cerebros trabajan en asociación.  Fue lo que llamaron cerebro semipositrónico…”
“¿Y eso… se hizo?  He trabajado por años en la compañía de robótica más prestigiosa del planeta y jamás llegó a mis oídos algo semejante…”
“El proyecto quedó archivado… Los robots enloquecían; las reacciones químicas y las incompatibilidades de tipo lógico entre ambos cerebros hacían que el comportamiento se volviera errático e imprevisible, incluso peligroso: hubo algunas malas experiencias al respecto… Hay que pensar que eran cuatro hemisferios trabajando juntos y entrando en permanentes contradicciones entre sí.  Ya es bastante trabajoso para un ser humano lidiar con sus dos hemisferios cuando éstos parecen buscar algo diferente; sólo imagina lo que puede pasar con cuatro hemisferios: la lógica se riñe con la justicia, los impulsos animales con los mandatos positrónicos; un cerebro humano es infinitamente más complejo que uno artificial: hay pasiones, anhelos y motivaciones que están reñidos con la lógica pura y abstracta… Pero volviendo al asunto, la orden fue terminante: destruir todos los cerebros semipositrónicos; una gran paranoia se había apoderado de las esferas oficiales o de las empresas que ponían su dinero en tales proyectos…”
“ Señor… Asimov… – Geena se sentía extraña llamándolo así -.  Hay algo que no me cierra: ¿por qué entonces su cerebro no fue destruido?  ¿No es acaso el suyo también un cerebro semipositrónico?  ¿Un… cerebro doble, de cuatro hemisferios?”
El androide asintió tristemente mirando hacia el ventanal.
“Fue Sakugawa quien, de manera clandestina, salvó mi cerebro de la destrucción…”
Geena estaba cada vez más perpleja por lo que oía.  Al parecer, había mucha información que, aun delante de sus narices, no había llegado a conocer como secretaria del empresario fallecido.
“¿Con qué sentido?” – preguntó.
“Consideraba… que yo podía serle útil para llevar adelante la World Robots.  Decía que yo podía ayudarle a dilucidar y resolver de antemano los problemas lógicos que pudiesen presentar los androides al ser lanzados al mercado… Sabía bien que yo había dedicado buena parte de mis escritos a ese tema y, como tal, pensaba que mi aporte a la firma podía ser importante…”
“Vamos por partes… – repuso Geena, siempre con expresión de confusión -.  En principio, usted me está diciendo que su cuerpo es el de un robot pero su cerebro… hmm, o por lo menos, uno de ellos, es el que usted tenía dentro de su cráneo antes de morir… ¿Lo voy entendiendo bien…?”
“Perfectamente, señorita… Y no me pregunte por qué no utilizaron al menos un androide que replicara mi aspecto en juventud, je… Eligieron el modelo bien maduro, por no decir anciano… Hubiera preferido que me preguntaran… ¡Hasta lentes me colocaron! Jaja… – rio señalando hacia su rostro -.  Se ve que querían ver a Isaac Asimov: nuestra cultura es fuertemente visual”
“Por otra parte… ¿me está usted además diciendo que Sakugawa se encargó de ocultarlo y salvar su cerebro de la destrucción para así contar con su aporte en la World Robots?”
“Exacto, niña, lo ha entendido bien…” – respondió el robot sonriente y mientras paseaba por la oficina mirando a los monitores.
“¿Significa eso que todas las decisiones que él tomaba contaban con su consejo o bien su visto bueno?”
“Digamos que en un principio fue así…”
“¿En un principio?”…
“Así es…”
“¿Qué pasó luego…?”
“Lo que suele ocurrir, mi querida… Cuando el ser humano ve que puede crear vida, aunque más no sea vida artificial o mecánica, se cree omnipotente… Sakugawa ya no me siguió consultando, ni nadie; de haberlo hecho, jamás le hubiera dado mi aval para la locura de los Erobots…”
Geena dio un respingo; era la primera vez que el androide hacía alusión a los robots sexuales.
“¿Por qué dice que era una locura…?”
“Porque es una locura intentar reemplazar a los seres humanos… Es algo que inevitablemente termina mal.  ¿Quieres usar la tecnología?  Adelante, hazlo, pero no se te ocurra pretender reemplazar al hombre con ella: utilízala para aquello que el hombre no pueda hacer… Ejemplo: ¿puede una persona cargar a sus espaldas a un herido y saltar diez metros con él a cuestas para salvar un barranco o precipicio?  ¿Puede una persona arrojarse a una carretera con la suficiente precisión matemática como para quitar de en medio a un niño instantes antes de que éste sea atropellado por un auto a altísima velocidad?  ¿Puede ir a recoger información científica a lugares en los cuales falta oxígeno o en donde las temperaturas no lo hacen posible?  La tecnología es muy útil si se la sabe utilizar: el error es querer reemplazar a las personas con ella, o creer que eres Dios por el solo hecho de haber fabricado un robot que es físicamente idéntico a un ser humano…”
Geena escuchaba al hombre-robot con atención.
“Y eso fue lo que la World Robots hizo, ¿verdad?  – conjeturó -.  Intentar suplir a los seres humanos…”
“¡Claro!  ¡Suplantar a un humano en sus funciones sexuales!  ¡Es absurdo!  Y las consecuencias están a la vista… – volvió a mirar con tristeza hacia el ventanal  -.  Una lástima porque Sakugawa era un buen tipo, pero no quiso oír…”
“Por eso le encerró en el depósito…”
“Exacto.  Y cuando supo que yo había tenido razón y que no me había oído…, en fin, ya era tarde… e hizo lo que sabemos que hizo…”
Se produjo un instante de silencio en la oficina.  Geena se mordía el labio y daba vueltas y más vueltas en su cabeza a las impactantes revelaciones de las que acababa de anoticiarse.
“¿Y usted es… inmortal entonces?” – preguntó, con cierta inquietud.
“Jaja – rió Asimov -.  No, no existe tal concepto.  Isaac Asimov murió hace muchísimo.  Sólo el cerebro de él sobrevive, pero las personas no son sólo eso.  Aquí están mis recuerdos y mis conocimientos adquiridos – se tocó la cabeza con un dedo índice -, pero falta la interacción permanente con el cuerpo que es lo que nos convierte en personas completas.  Me veo obligado a lidiar con un cerebro positrónico que, en ocasiones, compite o entra en conflicto con el mío.  Y aunque puedo moverme como si fuera una persona, mi cerebro no recibe las sensaciones de la misma manera… Es como si manejaras un robot por control remoto.  Honestamente, hubiera preferido que destruyeran mi cerebro…”
Asimov adoptó una expresión triste y Geena también lo hizo.  Una vez más silencio…
“Sakugawa te ha dejado un puesto importante en la empresa, ¿ verdad?” – preguntó el hombre robot al cabo de un momento.  Geena dio un respingo.
“S… sí, así es.  ¿Cómo lo sabe?”
“Habló conmigo antes de quitarse la vida.  Y me pidió que te ayudara a reflotar la World Robots y guiarla en el buen sentido…”
Una vez más el rostro de Geena se tiñó de confusión.
“No… entiendo” – dijo, sacudiendo la cabeza.
“La World Robots está seriamente herida, pero no de muerte – explicó Asimov -.  Lo ocurrido fue obra de la ambición humana y de la sensación de omnipotencia… Podemos cambiar eso…”
“¿P… podemos?”
“Así es, niña.  Tú eres humana y puedes llevar a cabo la ejecución de los proyectos, cosa que yo no puedo.   Soy tan sólo un cerebro aprisionado en una máquina y, como tal, puedo darte algunas ideas pero no más que eso… Más tarde o más temprano, las tormentas del mercado pasarán para la firma.  ¿Por qué no podemos comenzar a fabricar robots que sirvan, por ejemplo, en rescates submarinos?  O en incendios, o en terremotos, en hospitales,  lo que sea, pero siempre manteniendo una premisa: no buscar que hagan lo que el ser humano puede hacer, no buscar reemplazarlo…”
Asimov permaneció mirando sonriente a Geena.  La cabeza de ella sólo daba vueltas: era demasiada información toda junta.  Sin embargo, había una fuerte carga de verdad en las palabras del hombre robot que hacían muy tentadora la propuesta…  Geena se mordió la uña del pulgar y permaneció pensativa un largo rato…
“¿Y por qué no…?” – dijo, para sí misma.
“¿Nueva Antioquia?” – el gesto de Miss Karlsten al preguntar era de absoluta incredulidad.
“Así es…” – respondió escueta pero tajantemente Jack.
“Pero… eso es en Marte…”
“Ajá…”
Carla Karlsten se echó hacia atrás en el respaldo de su asiento y, llevándose la mano al mentón, miró hacia algún punto indefinido en la oficina de la cual hacía algunos días había vuelto a hacerse cargo.
“¿Y qué vas a hacer allá?” – preguntó.
“Están pidiendo gente – respondió Jack -.  Por los planes de colonización.  No lo sé: hay muchas posibilidades.  Quizás me dedique a los cultivos hidropónicos en alguna granja o tal vez busque empleo en alguna compañía minera o usina hídrica, de esas que licúan y canalizan el agua de los casquetes polares…”
“Marte es un mundo totalmente distinto…” – replicó ella.
“Despreocúpate – dijo él, asintiendo con la cabeza -.  Eso bien lo sé…”
“No hay atmósfera respirable.  ¿Te acostumbrarás a vivir bajo cúpulas, en asentamientos que más que a ciudades se parecen a grandes peceras?  ¿Durante cuántos días crees que tus ojos soportarán ver esos interminables desiertos rojos en Xanthe o en Phison?”
“No creo que sea más insoportable que ver crecer al hijo de mi ex esposa con su vecino” – objetó Jack.
Carla Karlsten se reacomodó una vez más en su asiento, dando la impresión de estar también reacomodando sus pensamientos.
“A propósito de ello – apuntó, con una ligera sonrisa en la comisura -.  Casi no hay mujeres allí, ¿lo sabías?  Los hombres que van a colonizar Marte van con sus esposas o bien en absoluta soledad: doce hombres por cada mujer aproximadamente…”
“Quizás hasta sea menos problemático…” – bromeó Jack en obvia alusión a lo ocurrido con Laureen.
Ambos quedaron en silencio.
“¿O sea que te vas mañana?” – preguntó, finalmente, Carla.
“Así es, tengo pasaje para mañana…”
Ella se quedó mirándolo durante un rato y Jack la vio extraña; había algo de tristeza o nostalgia en sus ojos, pero también un deje de algo que se le hacía imposible de precisar.
“Jack…, yo diría que… si casi no hay mujeres en Marte, puede pasar largo rato hasta que tengas sexo con una…”
Jack se encogió de hombros; lo que su jefa decía era totalmente cierto, pero seguía sin saber adónde quería llegar.
“Supongo que es el precio a pagar por romper con el pasado” – dijo.
 De pronto ella se puso en pie; caminó alrededor del escritorio hasta ubicarse junto a Jack, quien giró la silla de tal modo de quedar de frente a ella, aunque siempre sentado.  Carla Karlsten se levantó la falda hasta la cintura y se sentó sobre su regazo.  Jack quedó sacudido por la sorpresa; jamás lo hubiera esperado.
“Si no lo vas a hacer por quién sabe cuánto tiempo… – dijo Geena, luego de besarlo en los labios -, yo diría que aproveches ahora…”
Había llegado el día de la partida.  Jack echó cada bulto en la parte trasera del auto y recorrió la casa con nostalgia pero a la vez con la firme convicción de enterrar el pasado; de hecho, la noche anterior la había pasado más mirando al cielo en busca de Marte que espiando hacia la casa de su vecino.   Fue inevitable, antes de la partida, pasar por el galpón a echarles un vistazo a los Ferobots, los cuales seguían allí tan inactivos como les había dejado.  Varios sentimientos y emociones se le cruzaron ya que era imposible desligar a los androides sexuales del clima tempestuoso que había, finalmente, arrasado con su matrimonio.  Había pensado en venderlos, pero lo del viaje a Marte había salido demasiado súbitamente y no le dio tiempo a organizarse tanto como para colocarlos; además, estaban muy devaluados en el mercado luego de lo ocurrido y no era de creer que fuera a obtener demasiado dinero por ellos.
Sólo la réplica de Laureen se mantenía activa, ya que jamás tuvo en su poder el control remoto y, además, siempre le dio una especie de culpa la idea de apagarla.   De hecho, el Ferobot le ayudó con los enseres e, incluso, él le encomendó que condujese el auto hasta el astropuerto.  No había pensado, realmente, en qué ocurriría una vez que el androide le dejase allí; quizás, después de todo, no era tan buena idea hacerse acompañar por la falsa Laureen ya que sería inevitable que, una vez en el embarcadero y al mirar hacia atrás, la imagen de Laureen saludándole sería la última con que se iría de su planeta natal… Por otra parte, no dejaba de preocuparle la suerte del androide de allí en más.  ¿Qué sería de ella?  ¿Quién se haría cargo?  Era de creer que, una vez que le hubiese dejado en el astropuerto,  el Ferobot emprendiera el regreso a casa y, como tal, terminaría a la larga pasando a ser propiedad de la verdadera Laureen y, por lo tanto, de Luke Nolan.  ¿Qué sería entonces de ella?  No pudo dar respuesta a ninguno de esos interrogantes ni siquiera cuando pensó en ellos durante todo el camino…
Una vez en el astropuerto y, habiendo estacionado la falsa Laureen el automóvil sobre la entrada del embarcadero, le ayudó luego a bajar del auto los bultos del equipaje para luego ambos quedar mirándose fijamente a los ojos durante algún rato. 
“Gracias por todo… Laureen” – le dijo él.
“No hay por qué, desde ya… – respondió ella -; aunque haya terminado siendo tu propiedad casi por accidente, ha sido un placer servirte…”
Jack sonrió.  Era una fórmula preestablecida, desde ya: el placer no es algo que se condiga con la disposición de un robot.
“¿Cuál es tu nombre?” – preguntó súbitamente Jack ,a bocajarro.
“Laureen…” – respondió el androide levantando las cejas.
“No, no… tu nombre de fábrica…, ¿cuál es?”
“FY – 54404 – E” – recitó el robot asumiendo una mayor formalidad.
“Hmm… – Jack quedó pensativo, acariciándose el mentón -… F…Y…E… ¿Qué tal Faye?  ¿Te gusta ese nombre?”
El robot sonrió.
“Me gusta si a ti te gusta, Jack… ¿Qué hay de malo con Laureen?”
“Nada, salvo que no eres Laureen…”
“Bien; será Faye entonces… – aceptó el androide, volviendo a dibujarse una sonrisa en su rostro ; luego hizo una larga pausa  -.  Jack…”
“Dime, Faye…”
“Casi no hay mujeres en Marte, ¿lo sabías?”
Déjà vu… Jack sonrió por lo bajo y asintió…
“Sí, lo sé… – respondió -.  Últimamente me lo están recordando seguido… ¿Qué vas a proponerme?  ¿Hacer el amor aquí y ahora como forma de despedida?”
El robot negó con la cabeza.
“No, Jack… Llévame contigo…”
Jack dio un respingo; fue como si su cuerpo hubiese recibido una violenta sacudida.
“F… Faye…, no puedo hacerlo…”
“Sí puedes… La pregunta es: ¿quieres?”
Jack miró hacia todos lados: aquí y allá había gente entrechocándose y corriendo con destino hacia las zonas de embarcadero; la mayoría tenían aspecto de rudos mineros…
“Sólo… tengo un pasaje…” – replicó.
“No soy un ser humano – repuso ella, sonriendo -.  Soy un robot, ¿estás comenzando a olvidarlo?  Puedo ir como equipaje…”
Lógica perfecta por supuesto.  Como cuadraba a un robot.  Jack dejó escapar una ligera risita.  Se quedó un momento mirándola y se dio cuenta de que ya no veía a Laureen; sólo a Faye… Asintió finalmente con la cabeza; apretó los dientes al hablar para dar a sus palabras un toque balcánico:
“¿Y porrr qué no?”
                                                                                                                                                                                           FIN

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

Relato erótico: “Destino de hermanas I” (POR XELLA)

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La detective Miranda Duarte llevaba meses esperando que llegara este día. Estaba colaborando con la policía en la captura de una banda de africanos que traficaba con drogas y después de meses de seguimiento habían localizado su centro de operaciones. 

La policía había recurrido a ella por que sospechaban que tenían un topo entre sus hombres, así que habían contactado con Miranda para que ella hiciera el trabajo de campo de forma independiente al cuerpo de policía. Solo tenía un contacto dentro, Iván González, un hombre de confianza para evitar que esa parte de la operación fuera de dominio público. 
Y así había llevado la operación, en completo secreto. Había investigado a la banda, su modus operandi, sabía cuantos miembros eran, las zonas en las que operaban y ahora, donde estaba su cuartel general. 
Había estado prácticamente aislada durante ese tiempo, el único contacto que había tenido era su hermana Erika. No podía estar tanto tiempo separada de su ella, siempre habían estado muy unidas. Miranda tenía 35 años y su hermana 28. Esa diferencia tan amplia había hecho que Miranda se hubiera encargado siempre de proteger a su hermana, fue una de las razones que la llevaron a ser policía, el deseo de proteger a su hermana y a quien pudiera, pero, por azares del destino al final había abandonado el cuerpo y se había hecho detective privada. 
Ambas hermanas se parecían, las dos eran rubias y guapas, aunque diferentes. Miranda tenía los ojos verdes y era algo más bajita y, debido a su entrenamiento, tenía el cuerpo más atlético y menos voluptuoso. Erika en cambio tenía ojos azules y un cuerpo de escándalo, no en vano trabajaba como modelo de lencería, su foto había salido en varios anuncios en revistas y poco a poco se iba abriendo un hueco en el mundillo.
Durante los últimos días, había estado observando planos del lugar donde se escondían esos criminales, buscando puntos de acceso para cogerles con las manos en la masa. Era un edificio de dos plantas,  un lugar bastante inaccesible, pero había encontrado un conducto de ventilación al que podría llegar desde un lateral del edificio. El conducto estaba en la entreplanta, y tenía acceso a través de él a casi todas las salas. 
Llegó la noche y se dirigió al lugar. Siempre acompañada de su pistola, sentía que aquella operación le saldría bien. Todo iba sobre ruedas, encontró el conducto sin que la detectasen y consiguió acceder subiéndose a unos contenedores. Era bastante estrecho, pero suficiente para que entras en una persona. A través de las rejillas que daban a las salas, podía ver el contenido de las mismas y, recordando el mapa, irse situando. 
Pasó por encima de una especie de sala de descanso y vió a dos miembros de la banda. 
– ¿ Está todo listo Piernas? – Preguntó uno. 
– Todo preparado, jefe. Nada nos arruinará la diversión. 
Así que ese es el jefe… – Pensó Miranda. Nunca le había visto la cara, pero sabia que le conocían como el Oso y, visto su tamaño, podía imaginarse por qué. – Así que tenían pensado divertirse esta noche… – Miranda sonreía divertida. – No tienen ni idea de lo que les espera. Mañana dormirán entre rejas. 
Según había indagado, debería haber otra persona en el edificio. Más tarde llegarían más, pero para entonces debía tener la situación controlada… 
Miranda siguió avanzando por el conducto. Pasó por una habitación que estaba llena de bolsitas de coca. Seguro que esto tenía que ver con la diversión de la que hablaban antes… Con ese material tenía suficiente para empapelarlos a todos. 
Pero no quería entretenerse. Había una sala más adelante en la que podía bajar. Desde allí, podía ir a la sala principal y pillarles por sorpresa. Llegó a su destino y comenzó a bajar del conducto silenciosamente. Sacó su pistola y fue hacia la puerta, abrió un resquicio para ver lo que había fuera y ¡PAM¡
Un fuerte golpe en los brazos lle hizo soltar el arma y después algo la cubrió . Era especie de tela, ¿Un saco? Recibió varios golpes en el estomago para que dejara de revolverse y la ataron las piernas.
¿Qué estaba pasando? Debía ser el miembro de la banda que faltaba… Estaba en la misma habitación en la que había bajado, ¿Cómo no le había visto? 
Escuchaba risas desde dentro del saco. La estaba transportando como si fuera un saco de patatas… 
Se llevó un fuerte golpe cuando la soltó en el suelo. 
– ¿Qué es esto? – Preguntó una voz. 
– El pajarito ha venido ya. Aunque, más que un pajarito, ha sido una pequeña rata que ha entrado por el conducto de ventilación. 
– Estupendo… Tendremos que recompensar a Iván . Ya le invitaremos a alguna fiestecita… 
¿Iván? ¿Iván era el topo? Miranda estaba desolada… Le conocía desde hacía muchísimo tiempo… Y la había vendido… 
– Mira lo que llevaba. – Un ruido metálico golpeó contra la mesa. Debía haber lanzado su pistola, para que la vieran todos. 
– Así que el pajarito venía dispuesto a picarnos… Quiero hablar con ella. 
Unas manos la agarraron. Comenzó a revolverse como podía pero un par de golpes en el estomago la hicieron parar. Tiraron de la tela a la altura de su cabeza e hicieron una abertura con una navaja. 
– Mira a quien tenemos aquí… – Era el Oso el que hablaba. – La detective Miranda Duarte… Es verdad lo que nos habían dicho, eres bastante guapa… 
– ¡Soltadme hijos de puta!  O si no… 
– ¿O si no qué? ¿Nos vas a morder? –  Miranda estaba temblando de rabia. – Venga… ¿Qué nos harás? A lo mejor el que te muerdo soy yo.  –  Los demás hombres se echaron a reír. – Ahora voy a soltarte, y como hagas cualquier movimiento que no me guste… BANG 
El Oso cogió la pistola de encima de la mesa, apuntandola. El que se hacía llamar Piernas, rasgó el saco hasta abajo y liberó a la mujer, que quedó de pie ante los tres hombres. 
El líder de la banda rodeó a Miranda, observando su cuerpo. 
– ¿Qué tenemos aquí? – Dijo, cogiendo unas esposas que llevaba enganchadas al cinturón. – Parece que venías a jugar con nosotros,  ¿No? Pues vamos a jugar entonces. 
El Oso agarró las manos de Miranda y las esposó tras la espalda. La detective valoraba todas sus opciones, aunque no tenía muchas… Eran tres contra una y además estaban armados, así que no le quedó más remedio que dejarse esposar.
El líder volvió a colocarse delante de la chica, acarició con la pistola la cara de Miranda y fue bajando hasta llegar al escote. 
– ¿No hace algo de calor aquí? – Preguntó distraído. 
– Sí jefe, me estoy asando. – Contestó el secuaz que la había capturado. 
– Roco tiene razón, hace mucho calor aquí. – Sentenció el Piernas. 
– Y como buenos anfitriones que somos, no vamos a dejar que nuestra invitada pase calor… 
De un tirón rasgó la camisa de la detective, dejando a la vista sus pechos, enfundados en un bonito sujetador blanco. Miranda soltó un grito y, rápidamente, lanzó un rodillazo a la entrepierna del jefe. Con la confusión que provocó intentó salir huyendo, pero fue velozmente atrapada y derribada por el Piernas. 
– ¡Esa zorra! – Gritó el Oso. – Me las vas a pagar. 
Se acercó como una furia hacia ella y la levantó tirando de su pelo. La propinó varios golpes en la cara y en el estomago, haciendo que volviera a caer. 
– Vas a aprender cual es tu lugar ahora… ¡Roco! ¡Trae la navaja! 
Miranda se asustó. ¿Qué pensaban hacerla? 
El Piernas la agarró por detrás mientras el jefe, con la navaja se encargaba de arrancar el resto de la ropa de la detective. Miranda estaba asustada, no veía salida a aquella situación, estaba a merced de aquellos bestias… 
– Mira esto. ¿Crees que puedes presentarte ante nosotros con esta porquería? – El Oso estaba señalando las feas bragas que llevaba Miranda. 
Pegó un tajo con la navaja y de un tirón las arrancó, provocando un grito en Miranda. 
– ¡Callate zorra! 
El jefe arrebuñó las bragas y las metió a la fuerza en la boca de la mujer. Roco le trajo cinta americana, que usó para amordazarla. 
– Así estás más guapa, desnuda y calladita. Ahora vas a hacer todo lo que te digamos si quieres que seamos buenos, ¿Verdad? 
Miranda intentó revolverse,  prefería llevarse un tiro a que aquellos rufianes la violaran. 
– Parece que no te has dado cuenta de que estás en una situación en la que no tienes muchas opciones… Bueno… Como quieras… Roco, trae las fotos… 
Roco salió de la habitación y volvió con unas fotos que entregó a su jefe. 
– Teníamos preparada una fiesta en la que tú ibas a ser la invitada de honor… Pero, visto que no quieres cooperar, a lo mejor tenemos que buscar alguien que sí lo haga. 
Diciendo eso, comenzó a enseñar las fotos… ¡Eran fotos de Erika!  Habían sacado fotos suyas saliendo de su portal. Miranda comenzó a revolverse y a llorar de rabia. 
– ¿Vas a ser una buena chica o tendremos que llamar a tu hermana? 
La detective se rindió. Dejó de luchar y asintió con la cabeza. Ese cabrón de Iván…  ¡Las había vendido a las dos!
– Ahora vamos a relajarnos un poco… – Dijo, sentándose en el sofá. Los demás le imitaron. – ¿Serás una buena chica y nos traerás unas cervezas? 
Miranda se acercó al frigorífico que había en esa misma sala, desnuda como estaba y con las manos esposados a la espalda. Le resultó algo complicado abrir la nevera pero, de espaldas y entre las risas de los tres negros, consiguió hacerlo. Coger las cervezas también fue difícil, pero lo hizo y se las acercó a los hombres. Cuando Roco cogió la última, le dió un sonoro azote, aumentando la humillación de la detective. 
La dejaron allí, de pie, mientras ellos disfrutaban de sus bebidas y discutían sobre sus planes. Miranda escuchaba con atención, confirmando muchas de las sospechas que tenía de la banda, pensando que cuando saliese de allí, podría usar esa información para meterles en la cárcel. 
Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando se dió cuenta de que los tres hombres se habían callado y estaban observándola. 
– Qué descuidados somos… – Comentó el Oso. – No hemos ofrecido nada a nuestra invitada… 
Mientras decía eso, comenzó a bajarse la bragueta. Miranda estaba horrorizada, había pasado por su cabeza que iban a abusar de ella, pero aún sabiéndolo, ese momento de comenzar era horrible. 
La detective se acercó, sabiendo que si no lo hacía irían a por Erika. Se arrodilló ante aquel bestia y se quedó mirando, indecisa. El Oso, agarró su polla, sacudiendola erecta ante la cara de la mujer. De un tirón, arrancó la cinta americana de la boca de Miranda, sacandole las bragas que continuaban allí. 
– ¿Sabéis? Siempre me dió morbo que me la chupase una agente de la ley… – Susurro compañeros se rieron. – Pero… También me gustaría saber como se desenvuelve una modelo… Esas zorras la tienen que tragar de miedo… 
Miranda captó la indirecta. Agachó la cabeza en dirección a la polla del jefe y se tragó la mitad de golpe. 
– Eso está mejor… ¿Ves como si cooperas nos lo pasaremos bien? 
La mujer temblaba de odio. Tenía ganas de morderle la polla y arrancarsela… Pero sabía que no podía… 
Aquel cabrón le dirigía la cabeza con sus manos, la obligaba a tragarse todo lo que podía y la mantenía varios segundos así, impidiéndole respirar. Cada vez que podía, Miranda cogía una bocanada de aire, preparándose para la siguiente embestida. 
Estuvo varios minutos así, limpiando el rabo del Oso, cuando los otros dos debieron sentir envidia, así que se levantaron y, dejando al aire sus herramientas se colocaron a los lados de la mujer. 
Iban turnándose y, uno tras otro perforaban con sus pollas la boca de Miranda. A la mujer empezaba a dolerle la mandíbula, semejantes herramientas eran grandes de por sí, pero si además se añade el “delicado” tratamiento que la estaban proporcionando… 
– ¿Te esta gustando la fiesta? – Preguntó el Oso. – Espero que sea de tu agrado. Ahora, después de los aperitivos, vamos a pasar a jugar a un juego. Se llama “Revienta el coño de la detective”. 
Miranda abrió los ojos de pánico, aquellos monstruos la iban a fallar entre todos y ella no podía hacer nada. 
– Vamos a hacerlo algo más divertido. No es de buena invitada dejar que nosotros hagamos todo el trabajo, ¿Verdad? ¿Por qué no te subes aquí y me demuestras que tal lo haces? 
El Oso se colocó en su sitio, preparándose para ser fallado. 
– Sois unos cerdos… – Masculló Miranda. 
– No tienes por qué hacerlo… Ya habrá otras que nos sepan satisfacer, ¿Verdad chicos? 
Los secuaces asistieron, riéndole la gracia a su jefe. 
– Así que dímelo y, si no quieres cooperar te quitamos las esposas y te vas a tu casa. ¿Qué dirá tu hermana cuando le digamos que todo lo que le va a pasar es por que tu no quisiste jugar un rato? 
Miranda se echó a llorar. Se levantó como pudo y se sentó a horcajadas encima de la polla de aquel hombre. Se la intentó meter despacito, pero el Piernas le hizo separó las piernas, obligandola a empalarse en aquel enorme falo. Miranda pegó un grito de dolor. 
Le dejaron unos segundos de aclimatación, luego el Oso comenzó a exigirle que se moviera. 
Era doloroso, ese hombre tenía una polla enorme y ella estaba completamente seca. 
– ¡Eso es zorra!  ¡Follame! Seguro que pensabas tenernos a nosotros esposados a estas alturas…  Y ha sido justo al revés. ¿Te gusta mi polla? 
Miranda callaba, humillada. 
– ¡Te he hecho una pregunta! – El hombre retorció los pezones de la mujer. 
– ¡Ahhhh! – Se quejó ella. – ¡Sí! M-Me encanta tu polla
– Sabía que te acabaría gustando… A todas las zorras les gusta que las follen bien. Y tu vas a salir harta de polla ja ja ja. 
Comenzó a darle azotes en el culo, obligandola a aumentar el ritmo. Poco a poco, la penetracion fue cambiando las sensaciones que producía en Miranda, comenzando a aparecer algo de placer, para mayor humillación de la detective. 
– Jefe, ¿No nos va a dejar un poco para nosotros? – Preguntó el Piernas. 
– Qué impacientes, aquí hay zorra para rato, ¿Verdad? Venga díselo, diles que no se preocupen, que estás deseando que te follen ellos también.
– Cla-Claro, estoy deseando que me folleis – Susurró Miranda. 
– ¿Esa es manera de pedirlo? Vamos, puedes hacerlo mejor, tienes que hacer que deseen usarte como la puta que eres. 
Miranda agachó la cabeza y se aguantó el llanto. 
– Necesito vuestras pollas… Quiero que me folleis como la puta que soy. – Mientras decía eso acompañaba las palabras con botes sobre la polla del Oso. – Vamos, ¡hacedme feliz y folladme! 
– Mira esta zorra, si parece que nos lo pide de verdad y todo. – Roco se situó tras ella. – Entonces habrá que complacerte. 
– ¿QUÉEEE? No, ¡Eso NO! – Gritó la mujer cuando se dió cuenta de las intenciones de aquel hombre.
De nada le sirvió. El Oso la agarró con todas sus fuerzas y, apretandola contra él, la separó las nalgas. Miranda notó como la polla de aquel hombre rozaba su ojete, apuntando, y después comenzó a sentir la presión que aquel animal ejercía. Un dolor indescriptible la asaltó, parecía que la iban a partir en dos. 
– ¡Ahhhh! Para cabrón, ¡Me vas a romper! 
Pero el negro no paró. Siguió empujando hasta que tuvo la polla metida hasta el fondo. 
Miranda se sentía llena, tenía dos pollas dentro de ella, dos pollas enormes. Le dolía el cuerpo, se sentía humillada, pero ya no le quedaban fuerzas para luchar… Sabía que debía hacer eso por su hermana, pero hasta entonces  había tenido la esperanza de encontrar un resquicio para escapar de aquello… Pero ya no, sólo le quedaba rendirse y dejarse hacer por aquellos bestias.
Los negros comenzaron a moverse, lentamente primero y aumentando el ritmo después. Intentaban acompasarse para no molestarse entre ellos. 
A su pesar y al del dolor de su culo, Miranda comenzaba a humedecerse, hecho que no pasaba desapercibido al jefe de la banda.
– ¡Creo que a esta zorra le gusta de verdad! ¡La muy puta se está poniendo cachonda!
– No os la quedéis toda para vosotros cabrones. – Dijo el Piernas.
– Tienes razón, hay que compartir. – Dijo el Oso. – Vamos zorra, acercate de rodillas y compénsale por la espera.
Roco sacó la polla del culo de la mujer, dejando a su salida un agujero abierto y enrojecido. Eso supuso un alivio para Miranda, que se levantó con esfuerzo de la polla del jefe.
Se arrodilló y avanzó como pudo hasta el Piernas, tropezándose varias veces por el camino. Una vez llegó, no tuvo que hacer mucho más, el hombre la agarró de la cabeza y se encargó de indicarle lo que tenía que hacer.
Primero, la tuvo un rato lamiendole los huevos, después la obligó a chupar, pero no duró mucho tiempo. En cuanto tuvo la polla de nuevo empinada la empujó al suelo, de rodillas y comenzó a follarle desde atrás.
El hombre no tenía ningún miramiento, le metía la polla hasta el fondo una y otra vez.
– Mira el Piernas, ¡Si que la tenía ganas! – Comentaban sus compañeros.
Roco se colocó ante ella y el piernas la levantó, tirando de su pelo. La tuvo en volandas hasta que su compañero se colocó y se encargó el de sujetarla la cabeza.
Miranda parecía un juguete roto, no luchaba, no se quejaba, ni siquiera cuando el Piernas cambió de objetivo y le metió la polla por el culo se quejó, por lo menos él la tenía lubricada de su coño…
Los huevos del hombre chocaban contra su coño, en una rítmica percusión. Roco no le dejaba ni siquiera tragar saliva, la furia con la que se la metía en la boca se lo impedía.
– ¡Vamos putita! – Gritó Roco. – ¡Espero que tengas hambre por que viene tu merienda!. 
Instantes después una riada de semen llenó la boca de Miranda, haciéndola toser. El negro no le sacó la polla de la boca, así que tuvo que tragarse la mayor parte, el resto cayó al suelo, justo en el lugar en el que Roco dejó su cara una vez acabó con la mamada.
El Piernas tampoco tardó mucho en correrse. Llenó el culo de la detective de leche, produciendola una sensación bastante extraña… Por un lado, nunca había notado lo que era que se le corriesen en el recto y, a pesar del dolor de la enculada, era una sensación agradable. El caliente líquido la calmaba y hacía de lubricante para la polla del hombre.
La dejaron allí unos segundos, a cuatro patas, con el culo abierto chorreando leche, y con la cara apoyada en los restos de la corrida de Roco.
El Oso, se levantó y avanzó hacia ella, cogió la llave de las esposas y liberó a la mujer.
– Espero que lo hayas pasado bien con nosotros esta tarde. – Continuó, Miranda le miró con odio. 
La mujer pensó que todo eso había acabado, pero la mirada del hombre le indicó lo contrario.
– ¿Lo has pasado bien o no? Venga, no me hagas obligarte a hablar, que parece que estas aquí en contra de tu voluntad.
– L-Lo he pasado genial…
– ¿Cómo?
Miranda sabía lo que querían oir, y también sabía por qué aquél hombre no la dejaba marchar…
– Me ha encantado que me folléis, sois unos sementales… Son las mejores pollas que he probado en mi vida y una guarra como yo ha probado muchas…
– Eso está mejor, pero no me mires con esa cara, que parece que me estás mintiendo.
Miranda hizo un último esfuerzo, cerró los ojos, tomó aire y, cuando los volvió a abrir intentó comportarse como la zorra que querían ver.
– Mmmmm – Dijo, mientras recogía con sus dedos la corrida que tenía en la cara. – Ha sido la mejor tarde de mi vida, nunca me habían follado así… Me ha encantado sentir como vuestras pollas me follaban el culo… Y vuestro semen… Necesito más…
Miranda se acercó gateando al jefe, sabía que hasta que él no acabase no la dejarían marchar, así que actuó de la forma más lasciva posible.
Agarró la polla del hombre y la llevó a su boca pero, al igual que el Piernas, no era eso lo que buscaba.
La levantó y la obligó a apoyar sus tetas sobre la mesa, colocándola en un angulo de 90º, con su culo expuesto.
– Vamos pequeña, muestrame lo que quiero ver…
Miranda se separó las nalgas, enseñándole su antaño cerrado agujero.
El Oso no necesitó mucho más, se abalanzó sobre la rubia y la penetró de golpe. La agarraba del pelo para atraerla hacia su polla con cada embestida y sus compañeros le jaleaban divertidos.
La mujer ya tenía el ojete abierto de las anteriores enculadas, y la corrida del Piernas hacía que estuviera más lubricada, así que la follada no fué tan dolorosa, diría incluso que tuvo un puntito de placentera. La idea de que sería la última que tuviese que aguantar antes de que la dejasen ir motivaba esa sensación.
El hombre decidió no correrse en su culo y, justo antes de acabar, obligó a la mujer a ponerse de rodillas y descargó toda su corrida en su cara y sus tetas, dejándola allí, arrodillada y llena de leche.
El hombre fué con sus compañeros y comenzó a hablar con ellos.
Miranda, contenta de que todo hubiese acabado ya, se levantó y fue a coger su ropa.
– ¿Qué crees que estás haciendo? – Le preguntó el Oso.
– No creeréis que voy a irme desnuda.
– ¿Irte? ¿A dónde crees que vas a irte?
Una sombra de miedo cruzó la cara de Miranda.
– Creo que no has entendido que a partir de ahora vas a ser nuestra putita… Tu no vas a ningún lado.
Miranda intentó correr, pero una vez más, el Piernas la placó.
La llevaron a rastras a una habitación de la planta superior, en la que la encadenaron a la cama, desnuda.
 
La vida de Miranda cambió por completo desde ese funesto día. La obligaban a ir por la casa encadenada por los tobillos y los brazos, lo que limitaba sus movimientos. Su única vestimenta eran unos tacones y un delantal minúsculo y, cuando no estaban usando su boca, llevaba colocado un ball gag que la impedía hablar. 
La obligaban a ser su sirvienta cuando no querían follarla. Era usada varias veces al día, por uno o varios de los integrantes de la banda. Ni siquiera se molestaban en limpiarla… No tenía mucho tiempo de descanso, pero en ese caso lo pasaba atada a la cama de aquella habitación, esperando a que los cabrones que la tenían secuestrada quisiesen volver a violarla. 
Y así, atada y recién follada, es como la encontró su hermana.
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¡Qué culo tiene esa mujer!: Linda acepta su sumisión. (POR GOLFO Y VIRGEN JAROCHA)

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Si queréis agradecérselo, escribirla a:
virgenjarocha@hotmail.com

Habiendo casi violado a la mujer de mi amigo en el comedor, la mandé a prepararse porque esa noche iba a ser nuevamente mía. Mientras me servía una copa, me puse a recapacitar sobre lo sucedido.
“He sido bastante cabrón” pensé mientras una sonrisa decoraba mi rostro, “María no se merecía que me aprovechara de sus dificultades y la obligara a acostarse conmigo”.
Sin sentir ningún resentimiento, repasé  como había usado su difícil situación económica y la enfermedad de su marido, para cobrarme mi ayuda. Necesitada de dinero, esa mujer no había podido evitar mi ataque. Se lo dejé claro: si quería que mi auxilio iba a tener que pagar con su cuerpo. Al principio, se había negado e incluso había intentado revelarse pero mi amenaza de dejarla en la calle y encima no pagar el tratamiento de su esposo, la habían obligado a entregarme su culo. 
Satisfecho de cómo se había desarrollado mis planes, apuré mi whisky y pensando en que iba a tener a esa mujer como mi sumisa, decidí ir a tomar una ducha. Al entrar en mi habitación, me encontré con que la mujer de Alberto no sólo me había obedecido sino que me esperaba arrodillada al lado de la cama. También me sorprendió verla vestida con un camisón transparente. La escasa tela y lo fino de la misma, me permitió comprobar que no llevaba ropa interior.
Realmente estaba preciosa, con sus pechos al descubierto y ese aire de inocencia que había sabido adoptar. Su postura me dejaba contemplar todas sus piernas e incluso el inicio de sus nalgas.
Por gestos, le hice saber que me iba a duchar. Bastante excitado, me metí en la bañera, sabiendo que en cuanto saliera ahí iba a estar mi sumisa. El duchazo fue rápido, por lo que tras mojarme un poco, salí a encontrarme con ella.
María, sin que yo se lo pidiera, me esperaba arrodillada en el suelo:
-Sécame-
Curiosamente, su rebeldía había desaparecido y sus ojos me dijeron que necesitaba servirme. Por eso alzando mis brazos esperé que se levantara, y que con la toalla corriera por mi cuerpo secándome. Incapaz de sostener mi mirada, fue recorriendo mi cuerpo con sus manos. No tardé en comprender que mi duro trato, no solo había vencido todos sus reparos, sino que viendo que su sumisión era inevitable la había aceptado.
Comportándose como una sumisa adiestrada, mi nueva amante no me contestó con palabras, su respuesta fue física y olvidándose de sus prejuicios, pasó la toalla por mi cuerpo con exquisita suavidad para secar toda mi piel. Sin que ella hablara ni yo le dijera mis deseos, fue traspasando los tabúes normales, pegando su cuerpo a mis pies.
Pude notar su radical cambio, olvidándose de la mujer discreta y amante de su marido, la rubia asumió su papel y sin que yo se lo pidiera empezó a besarme en los pies. Noté que estaba deseando complacerme. La humedad de su lengua, recorriendo mis piernas fue suficiente para excitarme, de manera que al llegar a mis muslos, mi pene ya se alzaba orgulloso de sus caricias. Al comprobar mi erección, se saltó el guion que tenía preparado donde iba a volver a abusar de ella. De motu propio, acercó su boca a mi sexo con la intención de devorarlo.
Encantado, me quedé quieto mientras veía a sus  labios abriéndose y besando la circunferencia de mi glande antes de introducírselo. De pie en mitad del baño, disfruté de como paulatinamente mi miembro desaparecía en su interior. Delicadamente cogió mi extensión con su mano, y descubriendo mi glande, recorrió con su lengua todos sus pliegues antes de metérselo en la boca. Lo hizo de un modo tan lento y tan profundamente que pude advertir la tersura de sus labios deslizándose sobre mi piel, hasta que su garganta se abrió para recibirme en su interior.
Sus maniobras, desde mi puesto de observación, parecían a cámara lenta. Podía ver como sacaba mi sexo para volvérselo a embutir hasta el fondo, mientras mantenía los ojos fijos en mí. Era como si esa mamada fuera lo más importante de su vida, como si su futuro dependiera del resultado de sus caricias y no quisiese fallar. Totalmente concentrada, y mientras me regalaba el fuego de su boca, sus manos se dedicaron a masajear mis testículos, quizás deseando que cuando expulsara mi simiente, no quedara resto dentro de ellos.
Fue como si unas descargas eléctricas que naciendo en mis pies, recorrieran todo mi cuerpo alcanzando mi cerebro, para terminar bajando y aglutinándose en mi entrepierna. Ello lo notó incluso antes que pasara y forzando su garganta como si de su sexo se tratara, metió hasta el fondo mi pene, justo cuando empecé a esparcir mi simiente. Lejos de retirarse, disfrutó cada una de mis oleadas, bebiéndoselas con fruición mientras cerraba sus labios para evitar que parte se desperdiciara. Insaciable, jaló de mi sexo, ordeñándome, hasta que, dejándolo limpio, se convenció que había sacado todo lo que era posible de su interior, entonces y sólo entonces paró y sonriendo me preguntó si me había gustado.
-Mucho-, le respondí. Estuve a punto de preguntarle a que se debía esa transformación, pero cuando quise decírselo, ella poniendo un dedo en mis labios, me calló diciendo:
-Si tengo que ser tu puta, lo seré y espero nunca darte motivo para que te arrepientas de haberme ayudado.
Impactado por esa confesión, decidí devolverle el placer que me había dado y por eso levantándole del suelo, la llevé a la cama.
Tumbándola sobre el colchón, empecé a tocarla. María no opuso resistencia cuando con tranquilidad acaricié sus pechos. Eran enormes en comparación con su delgadez, sus rosadas aureolas se erizaron en cuanto sintieron mis yemas acercándose. Cogiéndolos con mis dos manos sopesé su tamaño, apretándolos un poco conseguí sacar el primer gemido de su garganta. Entusiasmado por su calentura, procedí a pellizcarlos. Esta vez sus jadeos se prolongaron haciéndose más profundos.
Estaba dispuesta, recorriendo con mi lengua los bordes de sus senos, bajé por su cuerpo para encontrarme su depilado  pubis y separando sus labios, me apoderé de su botón. Mientras mordisqueaba su clítoris aproveché para meterle un dedo en su vagina, encontrándomela totalmente empapada, y moviéndolo con cuidado, empecé a masturbarla.
Su placer no se hizo esperar y reptando por las sábanas, la esposa de mi amigo intentaba profundizar en su orgasmo, mientras yo bebía el flujo que manaba de su interior. Sus piernas temblaron y su cuerpo se retorció al experimentar como mi lengua la penetraba, y licuándose en demasía, comenzó a gritar.
Fue entonces cuando la vi preparada y colocando mi sexo en su entrada, jugueteé unos instantes antes de introducirme unos centímetros dentro de ella. Sus ojos me pedían que continuara, que la hiciera mujer de una vez, pero haciendo caso omiso a sus ruegos, proseguí tonteando en sus labios. Tal y como me esperaba, se corrió gritando, momento que aproveché para de una sólo golpe meterme por completo en su interior. Gimió desesperada al sentir la violencia de mi incursión.
Esperé a que se tranquilizara, y iniciando un lento movimiento fui sacando y metiendo mi falo en su cueva. María estaba como poseída, clavando sus uñas en mi espalda, me abrazaba con sus piernas, intentando que acelerara mis incursiones, pero reteniéndome seguí al mismo ritmo.
-¿Te gusta putita?-, le pregunté siguiendo el juego,-para ser una fiel esposa te mueves excelentemente-.
Se la veía desesperada, quería recuperar el tiempo perdido y agarrándose a los barrotes de mi cama, se retorció llorando de placer. Mi propia excitación me dominó y poniendo sus piernas en mis hombros forcé su entrada con mi pene, chocando mi glande contra la pared de su vagina. La oí gritar al sentir que mis huevos rebotaban contra su cuerpo, pero no me importó, y viendo que se acercaba mi orgasmo, me agarré a su cuello, apretando.
La falta de aire, la asustó y tratando se zafarse, buscó escaparse pero de un sonoro bofetón paré sus intentos. Indefensa, mirándome con los ojos abiertos, me pedía piedad, pero cuando creía que no iba a soportar el castigo, su cuerpo respondió, agitándose sobre la cama. Fue increíble, rebotando sobre el colchón se deshizo en un brutal orgasmo, que coincidió con el mío, de forma que su flujo y mi simiente se mezclaron en su interior mientras ella se dejaba caer exhausta sobre el colchón.
Encantado por la pasión que había demostrado, dejé que me abrazara y que en esa posición, se quedara dormida hasta el día siguiente.
María acepta su condición:
 
Eran cerca de las diez de la mañana cuando me despertó mi empleada-amante-sumisa al traerme el desayuno. Mientras todavía en la cama, me tomaba el café María permaneció semidesnuda a mi lado. Su bello cuerpo y saber que era mío, despertó mi libido y se lo hice saber acariciándole las piernas. No me costó comprobar el modo en que le afectaban mis caricias. Sus pezones se endurecieron en cuanto mis manos tomaron posesión de su trasero. Disfrutando de mi poder  y sin ningún reparo, se lo toqué diciendo:
-Menudo culo tienes, zorrita mía-.
María, al saber cuáles eran mis intenciones, abrió un poco las piernas para facilitar que mis dedos recorrieran la abertura de su sexo. Estos se encontraron su sexo mojado, y apoderándome de su clítoris, la empecé a masturbar, diciéndole:
-Creo que vas a disfrutar siendo mi sumisa.
Sus piernas temblaron al sentir mis caricias, pero por miedo a defraudarme se mantuvo firme, mientras su vulva era penetrada. El morbo de tenerla así, de pie a mi lado mientras desayunaba provocó que, bajo las sábanas, mi pene empezara a endurecerse.
-Mira como me pones-, le dije quitándomela.
Se estremeció al ver mi extensión totalmente erecta y se mordió el labio, tratando quizás de evitar que de su garganta saliera un gemido.
La mujer de Alberto se agachó a darme un beso en mi glande, pero se lo impedí ya que quería otra cosa. Agarrándola de la cintura, le obligué a ponerse encima de mí de forma que mi falo entró en su sexo, lentamente.
Gimió al sentir como se iba llenando su cavidad, y percibiendo que la tenía completamente dentro, se empezó a mover buscando el placer.
-¡Quieta!- le grité.
Vi en sus ojos un deje de disgusto, estaba excitada y lo que deseaba era menearse conmigo en su interior. Cabreada, se quedó inmóvil y disfrutando al observar su completa obediencia, la premié con un pellizco en su pezón. Al oir su suspiro, le murmuré al oído:
-Eres una sumisa muy obediente por eso cuando termine, quizás me apiade de ti corriéndome dentro de ti-
Noté que estaba excitada hasta niveles insospechados cuando de su sexo manó el flujo producto de su excitación. Separando sus nalgas con mis dos manos, acaricié su entrada trasera. Ésta seguía dilatada por el maltrato de la noche anterior, de forma que no encontré impedimento a que mi dedo se introdujera totalmente en su interior.
María, al notar que estaba haciendo uso de sus dos agujeros no pudo reprimir un jadeo, e involuntariamente empezó a retorcerse encima de mis piernas.
-Mi putita esta bruta- susurré.
La mujer, tratando de evitar su orgasmo, presionó con su pubis consiguiendo solo que se acelerara su clímax. Quizás fue entonces cuando realmente se dio cuenta que le ponía cachonda el ser mi sumisa y apretando sus músculos interiores presionó mi pene, buscando el darme placer.
Fue un polvo rápido, demasiada excitación reprimida de forma que me corrí, dentro de ella mientras le decía obscenidades. Estas lejos de cortarla, le calentaron aún más, por lo que al sentir como la regaba con mi simiente se corrió.
Siéntate-, le dije señalando la silla que tenía a un lado de la cama.
Esperé a que se acomodara antes de empezar a hablar.
-Tenemos que hablar.
Asustada por la seriedad de mi tono, se quedó esperando. Su cara reflejaba inquietud.
-Como te prometí voy a hacerme cargo de todos los gastos de tu marido, pero como desgraciadamente Alberto pronto nos va a dejar,  quiero hacerte una propuesta.
Nuestro trato acababa cuando su marido falleciera y por eso, abrió los ojos de par en par, esperanzada por mis palabras.
-Esta será tu casa siempre que sigas obedeciendo mis órdenes y no te importe ser mi sumisa-.
 
La perspectiva de tener un techo donde guarecerse y poder tener un buen nivel de vida, la hizo reaccionar y sin llegarse a creer su suerte, me preguntó:
-¿Me estás diciendo que si sigo comportándome igual, seguirás ayudándome? Y que en tu ausencia, seguiré viviendo en tu hacienda -.
-Sí, serás a todos los efectos, la dueña de esta casa pero en contrapartida cada vez que venga al pueblo, serás por entero mía-.
Alegremente, me respondió:
-Si es solo eso, acepto pero te pido que para todo el mundo en el pueblo, yo siga siendo tu empleada aunque de puertas adentro sea tu más fiel puta.
Satisfecho de su respuesta, le pregunté:
-¿Quién soy yo?
Su cara se iluminó al oír mi pregunta y agachando su mirada, me contesto:
-Eres y serás mi dueño-.
Solté una carcajada al escucharla porque comprendí entonces el porqué de su rápida transformación. Habituada a un marido que malgastaba su dinero en putas e incapaz de ser un verdadero soporte, María llevaba, sin saberlo, años buscando alguien en quien apoyarse y por fin lo había hallado. Por eso, dándole un beso en la mejilla, le susurré al oído:
-He quedado a tomar el aperitivo con unos amigos. Vuelvo a las dos, haz lo que quieras pero a esa hora, ten la comida lista y tu cuerpo, calientes.
La idea le debió de gustar, porque noté como se alborotaba su cuerpo y sus pezones se erizaban bajo la blusa.
Su total aceptación:
Después de departir con mis conocidos del pueblo y con bastantes cervezas dentro, retorné a las viejas paredes de la hacienda. Al llegar, estaba ilusionado con mi vida. No solo me iban desde el punto de vista económico todo de maravilla sino que por azares del destino, me había agenciado a una hermosa mujer.  Algo parecido le ocurría a mi nueva empleada. María había aceptado al instante su papel porque veía eso una nueva oportunidad, iba a vivir desahogadamente y para colmo, durante los fines de semana, iba a disfrutar siendo mi amante.
La encontré en la cocina de la casa, ocupada con la comida. Sin querer molestar, me puse un vino mientras ella cocinaba.  Se la veía encantada. No paró de cantar y reír, feliz por la libertad que le daba su nuevo puesto. Era la dueña y señora de la casa. No tenía que rendir cuentas a nadie más que a mí. Yo por mi parte no podía dejar de mirarla, me excitaba la idea de volver a acostarme con ella. Sabía que estaba a mi alcance, que con un solo mover un dedo sería mía pero, para afianzar mi dominio,  tenía que dejar que ella fuera la que tomara la iniciativa.
Cuando avisó que ya estaba lista, me senté a esperar que me sirviera. La  comida estuvo deliciosa, María se había esmerado en que así fuera, nunca había podido demostrar sus dotes por la estrechez con la que había vivido durante los últimos años pero ahora que eso era historia,  no desaprovechó su oportunidad, brindándonos  un banquete de antología. Y digo brindándonos porque se ella comió conmigo en la mesa.
Parecía una cita, había previsto todo. Al sacar el pescado del horno, me miró con esa expresión traviesa que ya conocía y me dijo:
-Hoy por ser una ocasión especial, si quieres abro una botella de cava para celebrar que a partir de ahora, seré tuya.
No me dio tiempo a contestarla. Sin esperar mi respuesta, María descorchó uno de los mejores que había en la bodega y sirviendo dos copas, brindó por los dos.
Su actitud no era la de una estricta sumisa sino más bien parecía la de una novia tratando de agradar a su pareja. Pero no me importó, porque ese pedazo de mujer me gustaba. En el postre, el alcohol ingerido antes y durante la comida, ya había hecho su efecto y mi conversación se tornó picante. Intentando averiguar cuáles eran exactamente sus sentimientos, le pregunté:
-¿Hace cuanto tiempo que Alberto no te folla?
Bajando su mirada, me confesó que debido a la enfermedad, su marido llevaba más de un año sin acostarse con ella. Su respuesta aún siendo previsible, me satisfizo e insistiendo en descubrir sus detalles íntimos, insistí:
-Y ¿Algún otro?
Muerta de vergüenza, miró a su plato:
-No ha habido nadie- y entonces rectificando, dijo: -solo el consolador que descubriste.
Poco a poco estaba llevándola donde quería, sus pezones se marcaban en su vestido. Hurgando en su vida privada, pregunté:
-¿Cada cuánto necesitas masturbarte?
Temblando de miedo por si su respuesta me molestaba, me reconoció que al menos dos veces al día, había hecho uso de dicho aparato. Su confesión me sorprendió porque aunque sabía que esa mujer era fogosa, hasta oírlo de sus labios, no había supuesto cuánto. Decidido a sonsacarle hasta el último de sus secretos, le solté:
-Y ¿Pensabas en mí al hacerlo?
Colorada hasta decir basta y mientras inconscientemente se acariciaba uno de sus pezones, me contestó:
-Sí. En cuanto supe que iba a trabajar aquí, no pude evitar pensar en usted al masturbarme.  .
Contagiado nuevamente de un ardor que me devoraba el cuerpo, decidí ver hasta donde esa mujer iba a llevar su supuesta obediencia y separando mi silla de la mesa, señalé a mi entrepierna mientras le decía:
-Me apetece una mamada.
La rubia no debía de esperárselo pero tras unos momentos de confusión, sonrió y se agachó a cumplir mi mandato. No tardé en sentir la calidez de su lengua sobre mi sexo. No podía negarse a complacerme, por lo mientras sus manos masajeaban mi extensión, abrió su boca y lamiendo con suavidad  mis huevos, se los introdujo poco a poco. La cachondez de esa mujer quedó más que confirmada al verla llevarse los dedos a su propio sexo y pegando un sonoro aullido, empezó a acariciarlo. No me lo pude creer, la esposa de mi amigo se estaba masturbando sin dejar de chuparme. Con mi respiración entrecortada por el placer que estaba sintiendo y cogiéndola de la cabeza, forcé su garganta introduciéndosela por completo.  Curiosamente no sintió arcadas, y al contrario de lo que pensé, la violencia de mis actos, la estimuló más aún si cabe, y retorciéndose, como la puta que era, se corrió entre grandes gritos.
Verla disfrutar sin casi tocarla, me hizo ser perverso y levantándola del suelo, coloqué su pecho contra la mesa. Al levantarla el vestido y terminarle de bajar las bragas, hizo que supiera cuales eran mis deseos y alargando su mano, colocó mi miembro en la entrada de su culo.
Como  me encontré que contra todo pronóstico, su esfínter seguía dilatado, decidí que no hubiera mayores prolegómenos. Con un breve movimiento de caderas, introduje la cabeza de mi glande en su interior. La lentitud con la que la penetré por detrás, me permitió experimentar la forma en que mi extensión iba arañando su trasero hasta llenarlo por completo. Esa mañana, la había poseído pero era una sensación diferente a hacerlo por delante. Los músculos de ella aprisionaban mi pene de una forma distinta a como lo hacía su coño, pero analizando mis impresiones decidí que darle por culo, me gustaba más.
María por su parte, esperaba ansiosa que me empezara a mover, mientras se acostumbraba a tenerlo dentro. Ninguno de los dos se atrevía a hablar, pero ambos estábamos expectantes a que el otro diera el primer paso. Viendo que ella no se movía, con cuidado empecé a sacársela y a metérsela. La resistencia a mis  maniobras se fue diluyendo entre gemidos. Poco a poco, me encontraba más suelto, más seguro de cómo actuar. La mujer de mi amigo volvía a ser la hembra excitada que ya conocía. Sus caderas recibían mi castigo retorciéndose en busca de su placer, mientras mis huevos chocaban contra ella.
La postura no me permitía incrementar mi velocidad, por lo que tuve que agarrarme de sus pechos para conseguirlo. De esa forma aceleré mis envites, su conducto me ayudó relajándose.
-Más rápido-, me pidió al notar que oleadas de lujuria recorrían su cuerpo. 
Seguía sin sentirme cómodo, por lo que soltándole sus pechos usé su pelo como si de unas riendas se tratara. Estaba domando a mi yegua, y entonces recordé como le gustaba que la montaran, que se volvía loca cuando le azuzaban con unos golpes en su trasero.
-Vas a aprender lo que es galopar-, le grité cogiendo su melena con una sola mano y con la que me quedaba libre comencé a azotarle sus nalgas.
No se lo esperaba, pero al recibir su castigo, mi montura rendida totalmente a mis órdenes, se desbocó buscando desesperadamente llegar a su meta. Su cuerpo se arqueaba presionando mis testículos contra su piel, cada vez que se encajaba mi sexo en su agujero y se tensaba gozosa esperando el siguiente azote, para soltar un gemido al haberlo recibido. La secuencia estaba muy definida, pene, tensión, azote, gemido, y solo tuve que variar el ritmo incrementándolo para conseguir que se derramara salvajemente, bañándome con su flujo.  La excitación acumulada hizo que poco después explotara en intensas descargas, inundando con mi simiente su interior.
Caí agotado a su lado, con mi corazón latiendo a mil por hora, por lo que tuve que esperar unos minutos para poder hablar. Pero cuando intenté hacerlo, no quiso escucharme y pidiéndome que me callara, me dijo:
-José, si se enteran en el pueblo, me matan y no sé cuánto dure, pero nadie me ha dado tanto placer.
Sus palabras me terminaron de convencer del acierto que había sido forzarla y
Acariciándole la cabeza la tranquilicé y abriendo la cama para que volviera a acostarse conmigo le expliqué:
-Aunque seas mi puta, sigues siendo mi amiga.
Abrazándome, me confesó que el obedecerme le excitaba y que jamás se negaría a ninguno de mis caprichos.
-¿Estas segura?- dije con recochineo- De verdad, ¿vas a cumplir todos y cada uno de mis antojos?
Con la mosca detrás de la oreja, me miró y con voz melosa,  me preguntó:
-¿En qué estás pensando? ¿Cómo te gustaría comprobar que es cierto?-
Soltando una carcajada, le respondí:
-¡Entregándote a otra mujer!
La mujer me miró divertida y como única respuesta se introdujo mi pene en su boca, asintiendo.
 

“Chúpame… la sangre: (Nadie creé en vampiros hasta que conoce a uno y yo me topé con dos)” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Desde que recibió la llamada, supo que recordaría ese fin de semana toda su vida. Tras una noche de jueves con demasiado alcohol, se levantó a contestar creyendo que sería un amigo. Para su sorpresa era uno de sus mejores clientes el que llamaba y al no poder escaquearse, se tuvo que vestir para ir a sacar a su hija de la comisaría.
Ahí se enteró que la policía acusaba a su retoño de ser la asesina en serie que llevaba aterrorizando Madrid las últimas semanas. Su modus operandi la había hecho famosa y todos los periódicos seguían sus andanzas y es que, tras seducir a sus víctimas, las mataba drenando hasta la última gota de su sangre.
En este libro, Fernando Neira nos vuelve a demostrar porqué es uno de los estandartes de la nueva literatura erótica en español. 

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los CUATRO primeros capítulos:

1

Supe que ese fin de semana iba a ser de los que hacen época y no exactamente por bueno. Tras una noche de jueves que empezó bien pero que terminó con demasiado alcohol, me levanté con un puñal atravesándome la sien y no podía echarle la culpa a nadie más que a las tres botellas vacías que esperaban en silencio que un alma caritativa las echara a la basura.

«¡Menuda resaca!», pensé mientras me prometía como tantas otras veces que es mismo viernes iba a dejar de beber.

Con la boca pastosa, apagué el despertador e intentando mantenerme en pie, salí rumbo a la cocina. Mi idea inicial era preparar un litro de café que me permitiera sobrevivir esa mañana, pero apenas había dado dos pasos cuando mi teléfono comenzó a sonar.

Su estridente sonido zumbó en mis oídos con inusitada dureza y desesperado corrí a cogerlo.    

«¿Quién coño llamará a estas horas?», murmuré.

Mi cabreo mutó en acojone al contemplar en la pantalla que era Toledano mi mejor cliente. Por experiencia sabía que ese oscuro inversor era un ser noctámbulo y por ello comprendí que nada bueno podía derivarse de esa llamada.

―Simón, ¿en qué te puedo ayudar? ―  tratando de aclarar mi voz pregunté.

Para mi sorpresa no era ese viejo frio e insensible, sino su secretaria y estaba llorando. He de decir que al escuchar sus lloros supuse que algo grave debía de haber pasado con su jefe. Aunque hice todo lo que se me ocurrió para que se tranquilizara y me contara cuál era el problema, me di por vencido cuando después de diez minutos al teléfono había sido incapaz de sonsacarle nada coherente, a excepción de que tenía que ver con alguien de su familia.

Por ello vi el cielo abierto cuando destrozada y sin poder seguir hablando, Juncal me pasó a Simón. A éste se le notaba también triste pero no tanto como ella y por fin me enteré de que estaban en la comisaría de Argüelles porque habían detenido a la hija de su secretaria. Me extrañó que estuviera tan afectado porque no en vano le había visto firmar un despido colectivo que mandaba a la puta calle a dos mil personas sin inmutarse.

― ¿De qué la acusan? – pregunté.

―De asesinato― contestó mi cliente.      

Admito que me esperaba otra respuesta. Había supuesto que se le habían pasado las copas, pero nunca se me pasó por la cabeza que fuera por algo tan grave.     

Ya despierto del susto, quise saber a quién se suponía que había matado y fue entonces cuando me informó que la responsabilizaban de al menos media docena de muertes.

― ¿Qué has dicho? ― pregunté pensando en que lo había oído mal.

―La policía sospecha que es la asesina en serie que lleva actuando todo el año en Madrid.

Cómo no podía ser de otra forma, me quedé mudo. Durante los últimos seis meses los periódicos no dejaban de hablar y especular sobre una femme fatale que se dedicaba a matar a jóvenes universitarios.

«¡Puta madre! ¡Pobre Juncal!», pensé mientras intentaba ordenar lo que sabía del caso.

Así recordé el haber leído que, desde el principio, los polis habían especulado desde el principio que la culpable era una mujer, dado las víctimas eran heteras y aparecían atadas sin signos de haberse defendido, como si se hubiesen dejado maniatar voluntariamente.

«Se supone que la asesina primero los seduce y por ello no se defienden, pensando que se trata de algún tipo de juego erótico hasta que es demasiado tarde».

Que todos fueran fuertes y deportistas no había hecho más que incrementar el interés del público, pero lo que realmente había convertido ese caso en un filón de oro para los periodistas había sido el método usado para acabar con sus vidas:

¡La exanguinación!

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar que según los diarios los dejaba totalmente secos, ¡sin una gota de sangre! Y que por ello habían puesto a la supuesta culpable el sobrenombre de “la chupasangre psicópata”.

Tras aceptar el caso, pedí a Simón que le dijese a Juncal que en cuanto me vistiera iba hacia allá y que mientras tanto que no hablase con la policía y todavía menos su hija, no fuera a ser que luego se tuviese que arrepentir de lo que hubiese dicho o declarado.

―No te preocupes. Eso mismo fue lo primero que le dije al saber de lo que la acusaban.

2

De camino a la comisaría, no dejaba de pensar en lo que estaría pasando por la mente de Juncal y lo difícil que sería aceptar que su niña pudiese estar involucrada en algo tan siniestro. Conociéndola, no me cuadraba tuviera una hija de esa edad como tampoco que le saliera tan descarriada.

«Debe estar muy jodida», medité impresionado.

Pero lo que realmente me tenía mosca era qué tenía que ver Simón Toledano en ello y a qué se debía la importancia que le daba al tema. Las malas lenguas decían que esa morenaza, además de secretaria para todo, era su amante y aunque hasta ese día nunca me lo había creído, su actitud apesadumbrada me hizo pensar en que era cierto.

Meditando en ello, comprendí el mutismo de mi cliente:

«Lo primero que se pide a alguien de su profesión es tener fama de ser serio y honrado, sin mácula de sospecha» me dije mientras conducía: «Nadie pone su fortuna en manos de alguien con una doble vida».

Por otra parte, estaba el tema de la edad. Mientras Juncal no debía de tener más de cuarenta años, su jefe debía sobre pasar los setenta.

«Debe ser más joven que cualquiera de los hijos de ese cabrón», sentencié recordando que al igual que su viejo, esos dos era considerados unos tiburones sin escrúpulos, pero a la vez unos mojigatos en cuestión de faldas: «Siempre se vanaglorian de que un judío practicante nunca era infiel a su mujer».

Jamás había tenido motivo alguno para sospechar lo contrario. Siempre había achacado a la envidia los comentarios sobre Simón y en ese momento no tenía nada claro que no hubiera nada entre ellos, como tampoco quien era el padre.

Por lo que sabía, Juncal era soltera y por ello con las sospechas más que fundadas sobre la paternidad de la chavala, llegué a la comisaría. En la puerta y con cara de pocos amigos, Simón me estaba esperando:

―Pedro, no me importa cuánto me cueste ni a quién tengas que untar, pero quiero que saques inmediatamente a la niña de aquí. ¡Sé que es inocente!

―Déjalo de mi cuenta. Lo primero que debemos hacer es averiguar qué tienen en su contra y en qué basan la acusación― respondí tratando de tranquilizar a mi cliente.

―Me da igual lo que digan: ¡Raquel no tiene nada que ver con esos asesinatos!

Al oír cómo se llamaba, se maximizaron mis sospechas porque el hecho de que Juncal le pusiera un nombre de origen bíblico era algo bastante esclarecedor.

«Es un nombre que cualquier judío pondría a alguien de su sangre. Al final va a ser un desliz del viejo», medité y sin exteriorizar mis pensamientos, saludé a la madre.

Sin maquillaje y con los ojos rojos de haber estado llorando seguía siendo una mujer guapísima.

―Tranquila, haré todo lo que pueda para sacar a tu hija.

La desesperación que leí en su rostro no me gustó nada porque en cierta medida significaba que no tenía la seguridad plena sobre la inocencia de su retoño y por ello, dirigiéndome al policía de la entrada, pedí hablar con mi defendida.

Al enterarse de que era el abogado de la sospechosa y que quería verla, me llevó a una sala mientras llamaba a Gutiérrez, el comisario encargado de la investigación. He de reconocer que no me extrañó que me hicieran esperar dado el revuelo mediático del caso. Por ello y con la única intención de ponerles nerviosos, comencé a protestar aludiendo a que estaba vulnerando el derecho a una defensa efectiva y que pensaba denunciarlos.

Mis protestas hicieron salir casi de inmediato al responsable, el cual me aseguró que habían respetado en todo momento sus derechos y que como la detenida había pedido un abogado, ni él ni nadie de la comisaría la habían interrogado.

No tuve que ser un genio para dar por sentado que esa explicación y su celeridad en dejarme ver a su sospechosa no era algo habitual y que lo último que quería, era dar algún motivo que hiciera que el juez de guardia se creyera una versión distorsionada de su actuación.

Es más, interpreté erróneamente su sonrisa cuando abriendo una puerta me dejó a solas con ella.

Nada más cruzarla y ver a mi defendida, supe que esa actitud colaborativa no se debía al miedo de que se le volteara el caso sino porque estaba plenamente convencido de que era la culpable de tantas muertes y de que podría demostrarlo. Lo cierto es que hasta yo lo pensé al verla sentada tranquilamente en esa celda.

«¡No me jodas!», dando por perdido el caso, exclamé en mi interior al contemplar por primera vez a la que iba a ser mi cliente.

Rubia y con un piercing cerca de la boca que podía pasar por un lunar al modo de Marilyn, llevaba un escotado vestido negro casi hasta los pies que contrastaba con el colorido de los tatuajes que recorrían su piel: «Encima, la muy loca ¡va de gótica!».

He de deciros que en todos mis años de abogado nunca había prejuzgado culpable a un cliente sin siquiera escucharlo. Pero con Raquel Sanz, lo hice. ¡Di por sentado que era la chupasangre solo con mirarla!

Si os preguntáis la razón por la que llegué a esa conclusión, es muy sencilla. Había entrado allí pensando en que me iba a encontrar con una niña, pero con lo que realmente me topé fue con una mujer tan bella como siniestra.

― ¿Eres mi picapleitos? ― preguntó levantando su cara de la Tablet. La dureza de su tono y el desprecio hacia mí implícito en su pregunta, reafirmaron mi sensación de derrota.

Ni siquiera me digné en contestar y sentándome frente a ella, le comenté que estábamos amparados por los privilegios abogado cliente y que nada de lo que me dijera podía ser usado en su contra.

―Si el inútil del abogado que ha contratado mi vieja también me cree culpable, voy jodida― señaló molesta.

―Lo que crea o deje de creer no importa. A quien hay que convencer es al jurado― pensando ya en el juicio, respondí.

La sequedad de mi respuesta le hizo gracia y mirándome, contestó:

―Soy inocente. Aunque me lo he planteado un par de veces, jamás he matado a nadie.

Os juro que sentí que me taladraba con su mirada y producto de ello, un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo al verme totalmente subyugado por el azul intenso de sus ojos.

«¿Qué me pasa?», cabreado pensé mientras intentaba tranquilizarme, «¿Por qué me he puesto tan nervioso?».

Raquel Sanz debía de estar habituada a producir esa reacción en los hombres porque levantándose de su silla, me soltó:

―Si es lo que necesita, ¡devóreme con la mirada! Pero hágalo rápido, necesito que me saque de aquí.

A pesar de la vergüenza que sentía, no pude más que obedecer y recrear mi vista en el espléndido culo que la naturaleza le había dado.

«Joder, ¡qué buena está!», me torturé durante unos segundos, hasta que con esfuerzo recompuse mis defensas y le pregunté si conocía a las víctimas.

―Aunque me he follado a todos ellos, apenas los conocía― con una pasmosa tranquilidad contestó.

No me esperaba esa respuesta.

― ¿Qué te has acostado con todos? ― repliqué dejándome caer hacia atrás en la silla.

―Encima de idiota, sordo― enfadada respondió: ―He dicho y así se lo he reconocido a la policía, que me los tiré. Pero no por ello, soy una asesina.

―No me puedo creer que hayas admitido que has hecho el amor con las víctimas. No me extraña que te consideren la principal sospechosa.

Mis palabras la cabrearon aún más y levantando la voz, me gritó que no fuera cursi, que entre ella y los muertos solo había habido sexo, nada de sentimientos. La dureza y frialdad de su tono me recordó quién suponía que era su padre y asumiendo que su progenitor no se quejaría al recibir una abultada minuta, en vez de renunciar a su defensa, le aconsejé que de ahí en adelante me hiciera caso y no reconociera algo así a nadie.  

―Tampoco mientas. Es mejor no contestar.

Entornando sus ojos y como muestra de que me había entendido, sonrió. Todo mi mundo se tambaleó a sus pies y con el corazón a mil por hora, dudé sobre la conveniencia de seguir siendo su abogado al contemplar embelesado como solo con ese gesto, la oscura arpía capaz de asesinar a media humanidad se convertía en una dulce y virginal ninfa necesitada de protección.

«¡Concéntrate! ¡Joder!», me repetí intentando retomar la conversación y dejar de bucear en su mirada, «No es un ligue, ¡es tu cliente!».

Al reconocer las señales que evidenciaban mi indefensión ante ella, soltó una carcajada y como si hubiese sido solamente un espejismo, su rostro volvió a adquirir el aspecto pétreo y enigmático que me había impresionado.

«De llegar a juicio, tendremos que explotar ese atractivo», me dije mientras pedía al policía que estaba al otro lado de la puerta que llamara a su jefe porque ya estábamos listos.

Nada más llegar, Gutiérrez comenzó el interrogatorio señalando que el día y la hora en que mi defendida se había beneficiado a cada uno de los muertos.

―Cómo verá, su cliente siente que es una amantis religiosa― sentenció a modo de resumen el comisario― y como las hembras de esos insectos, se cree en el derecho de devorar al macho.

―Lo único que demuestra es que mi defendida tiene una sexualidad desaforada y eso es algo que hasta ella reconoce― contesté sin reconocer carácter probatorio alguno a dichos encuentros, para insistir a continuación que si no tenían nada más esos indicios eran insuficientes para mantenerla entre rejas.

Cómo viejo zorro, curtido en mil batallas, el policía respondió sacando unas fotos de los difuntos donde con un rotulador habían remarcado una serie de marcas en sus cadáveres que no me costó reconocer como mordiscos.

―Ve esos círculos… el forense ha determinado que coinciden con la dentadura de su defendida― y mirando a la susodicha, le preguntó que tenía que decir.       

―Que soy una mujer apasionada.

―Entonces confiesa que usted los mordió antes de matarlos.

―Reconozco que les eché un polvo y hasta que fue un tanto agresivo, pero nada más. Cuando los dejé estaban vivos y satisfechos por haberse acostado con una diosa.

Para entonces, ya me había tranquilizado e interviniendo comenté que cronológicamente las muertes no se habían producido en las fechas en que mi defendida se los había follado, sino con posterioridad

―Fue solo sexo. Del bueno, pero sexo― añadió Raquel haciendo como si lanzara un mordisco al policía.

El descaro de esa mujer consiguió sacar a Gutiérrez de sus casillas e indignado le preguntó si no era ella la asesina, entonces quién era.

―Ni lo sé ni me importa― respondió y cerrándose en banda, dejó de contestar a las preguntas que durante más de media hora le formuló el policía…

3

Mientras esperaba que el juez de guardia resolviera mi reclamación, me puse a analizar lo sucedido en la comisaría y a la única conclusión que llegué fue que no tenía claro si me había impresionado más la ferocidad con la que el comisario se enfrentó con mi clienta o por el contrario la frialdad y menosprecio con la que esa mujer le respondió que dejara de mirarle las tetas.

―No he hecho tal cosa― se defendió.

Demostrando que no le tenía miedo, Raquel se llevó las manos hasta sus pechos y acariciándolos, le preguntó si realmente pensaba que alguien le creería cuando ella le acusara de comportamiento inadecuado.

― ¡Hija de perra! ― resonó en la sala de interrogatorio mientras asumiendo que no podía seguir interrogándola, Gutiérrez salía por la puerta.

Ni que decir tiene que como abogado aproveché ese insulto en mi escrito, recalcando además que las supuestas pruebas irrefutables en las que los investigadores basaban su acusación no eran más que hechos casuales sin conexión con los asesinatos y que solo por la animadversión que sentía el jefe de todos ellos por mi clienta se entendía que hubiesen atrevido a detenerla sin base alguna.

A pesar de que mi razonamiento era impecable y de que haber compartido unos momentos de sexo con las víctimas no la hacía una asesina, no las tenía todas conmigo: ¡Hasta yo la consideraba implicada en esas muertes! Por eso cuando el juez determinó su libertad, respiré aliviado. Raquel seguía investigada, pero al menos podría defenderse de esos delitos, desde la comodidad de su casa.

Tras recoger la orden, me dirigí a la comisaría y con ella bajo el brazo, exigí al indignado comisario su liberación.

―Sé que eres tú y pienso demostrarlo― replicó mientras quitaba las esposas a mi clienta.

La intensidad del odio que el policía sentía por ella me impactó, pero no supe que decir ni que pensar cuando Raquel, demostrando lo poco que le afectaba la opinión del comisario, respondió:

―Si no quiere seguir perdiendo el tiempo, le aconsejo que me olvide. Puedo ser culpable de tener un coño tan sabroso como insaciable, pero soy inocente de esos asesinatos.

Afortunadamente para todos, Juncal y su jefe hicieron su aparición cuando ya temía que llegaran a las manos y Raquel olvidando a Gutiérrez concentró su mala leche en el recién llegado diciendo:

―Esto es algo digno de ser visto, ¡la familia al completo! Mamá y el eyaculador que la preñó han venido a buscarme.

―Hija, yo también me alegro de verte― contestó sin inmutarse el viejo judío.

Mi incomodidad era total al sentir que sobraba.  Por ello, tras comentar lo sucedido con la pareja, me despedí para no verme involucrado y que resolvieran sus problemas entre ellos.

― ¡Picapleitos! ― escuché que me gritaban. Al girarme, la bella arpía me alcanzó y depositando un beso en mi mejilla, me dio las gracias.

Toda la reacción de mi cuerpo se concentró en un lugar específico y es que contra mi voluntad al oler su perfume y sentir la dureza de su pecho restregándose contra de mí, el grosor y el tamaño de mi pene se multiplicaron en un instante. Mi erección no le pasó desapercibida pero lejos de quejarse, mirándome a los ojos, sonrió.    

―Hasta pronto, ¡guapetón!

Asustado por saberme atraído por ella y que esa zumbada lo supiera, salí de ahí y me fui a mi despacho, donde intenté concentrarme en el día a día para olvidar las sensaciones que su manoseo había provocado en mi interior.

«Menuda putada debe ser el tener una zorra así, como hija», murmuré mientras el recuerdo de sus extraños ojos ámbar y la profundidad de su voz me perseguían muy a mi pesar. Por mucho que hacía el esfuerzo no podía dejar de pensar de haberla conocido en un bar, yo podía ser uno de los muertos, dando por hecho que Raquel era la asesina de esos chavales.

Como abogado debía intentar creer en la inocencia de mis clientes para transmitir mejor al juez o a los miembros del jurado los argumentos que hicieran posible su absolución, pero con Raquel eso me estaba resultando imposible porque con solo mirarla uno se daba cuenta que esa mujer era ciento por ciento pecado.

«Es la lujuria hecha carne», sentencié al percatarme de que inconscientemente había empezado a tocarme al pensar en ella.

Reprimiendo ese conato de paja, estuve a un tris de pedir a algún socio del bufete que me sustituyera en su defensa. Pero tras pensármelo mejor, la certeza que al hacerlo también perdería a su padre como cliente impidió que siguiera buscando a quien ceder la venia.

«Necesito el dinero de ese viejo por lo que no solo debo seguir defendiéndola, sino que tengo que conseguir que la absuelvan», medité mientras firmaba unos cheques antes de irme.

La empresa era difícil pero no imposible pero también que para poder triunfar iba a necesitar, ayuda.

«Tengo que hacerme con los servicios de Alberto», me dije y cogiendo mi teléfono lo llamé.

Tal y como esperaba, el discreto, pero efectivo detective aceptó de inmediato y se comprometió que desde esa misma tarde pondría a toda su gente a ver qué era lo que conseguían averiguar del tema.

―Cualquier cosa que halles, no se lo anticipes a nadie, ni siquiera a la policía. Quiero ser el primero en saberlo.

―No te preocupes, así se hará. Eres el que pagas las facturas― contestó y un tanto extrañado de que me tomara ese asunto tan en lo personal, dejó caer si tenía algo que ver con Raquel.

No me costó saber que lo que realmente estaba insinuando era si tenía un lío sexual con la sospechosa:

―Ni ahora ni nunca, esa tía es peligrosa. Acostarse con ella es como meter la polla en un avispero: la duda no es si te picarán sino cuantas veces― contesté sin llegar a creer en mi propia respuesta.

Alberto, que no era tonto, vio en mí una actitud defensiva pero no insistió y tomando los datos, se despidió prometiendo resultados.

«¿Qué coño me pasa? ¿Por qué me afecta tanto y no puedo dejar de pensar en esa loca?», maldije en silencio mientras cerraba la oficina y me marchaba a casa.

Ya en el coche puse la radio. Nada más encenderla, reconocí Perlas ensangrentadas, la canción que Alaska convirtió en un éxito y olvidando que podía ser una premonición, siguiendo su ritmo, conseguí relajarme mientras conducía dejando atrás el recuerdo tortuoso de Raquel.

Desgraciadamente, fue solo un breve paréntesis porque al llegar a mi edificio, el conserje me informó de que mi hermana me estaba esperando en mi piso.

― ¿Mi hermana? ― pregunté extrañado porque, aunque tenía una, esta vivía en Barcelona.

―Sí, una joven guapísima― contestó: ― La pobre se había olvidado las llaves y por eso la abrí.

Supe de quién se trataba al observar la tranquilidad con la que me acababa de decir que había roto la principal regla de un buen portero y que no parecía en absoluto preocupado.

«¿Qué habrá venido a buscar?», me pregunté mientras con un cabreo de la leche llamaba al ascensor…

4

O bien Raquel no veía nada malo en su actuación o bien supuso que sería incapaz de recriminarla el haber invadido mi espacio porque al entrar me la encontré casi desnuda pintándose los pies en el suelo de la cocina.

― ¿Se puede saber qué narices haces aquí? – pregunté mientras intentaba evitar darme un banquete admirando la perfección de esos pechos que la camiseta que llevaba puesta era incapaz de tapar.

― ¿No lo ves? Arreglándome las uñas― contestó sin siquiera levantar su mirada mientras como si me estuviera retando separaba sus piernas.

La obscenidad del gesto y esa respuesta me terminaron de cabrear y he de reconocer que estuve a punto de saltarla al cuello. ¡Ganas no me faltaron! Pero conteniendo mi orgullo herido, insistí:  

― ¿Por qué estás en mi casa?

Con tono suave, me respondió que había intentado ir a la suya pero que al llegar había una nube de periodistas esperándola y que recordando que la había prohibido conceder entrevistas, había tomado la única decisión sensata… ir al único sitio donde no la buscarían.

―Mi piso― sentencié molesto.

Raquel debió decidir que una vez aclarado, no valía la pena seguir dando vueltas a lo mismo y cambiando de tema, me soltó qué le iba a preparar de cena. Su desfachatez me indignó y levantándola del suelo, le grité que si quería quedarse en mi casa al menos debía mantener las formas y no ir vestida como una vulgar fulana.   

― ¿No serás gay? ― fue lo que me replicó.

Comprendí que realmente le había sorprendido que le exigiera discreción en su vestir y lleno de ira le respondí que no.

― ¡Pues cualquiera lo diría! ¡Ni siquiera te atreves a mirarme!

Que dudara de mi hombría fue la gota que derramó el vaso y atrayéndola hacia mí, forcé su boca con mi lengua mientras con las manos daba un buen magreo a su trasero. Lejos de mostrarse intimidada por mi reacción, Raquel colaboró conmigo frotando su cuerpo contra el mío.

―No eres más que una zorra― rechazando su contacto, repliqué.

La fría carcajada que soltó mientras se acomodaba la ropa me informó de mi derrota y que, con solo proponérselo, esa perturbada había conseguido sacar lo peor de mí.

―Ahora que ya te has reído, puedes coger la puerta e irte – dije enfadado hasta la médula.     

Obviando mi cabreo, sonriendo, Raquel contestó:

―No creo que a mi padre le guste saber que su abogado me ha echado a los lobos y menos que me ha besado contra mi voluntad.

Que ni siquiera intentara disfrazar su vil chantaje me desarmó y sentándome en una silla de la cocina, le volví a preguntar qué era lo que buscaba de mí.

―No te creas tan importante. No busco nada, solo divertirme― contestó mientras se subía a horcajadas sobre mis rodillas.

Reconozco que me sorprendió. Por ello poca cosa pude hacer cuando descubrí que bajo su camiseta no llevaba sujetador y que sin ningún esfuerzo podía entrever dos pezones tan negros como erizados e instintivamente y sin pensar en las consecuencias, comencé a acariciar su trasero.

― ¿Adivina quién me va a echar un polvo? ― murmuró en mi oído mientras frotaba sus nalgas contra mi entrepierna.

Si no hacía algo, sabía cuál sería la respuesta al sentir la dureza de sus cachetes al incrustar mi pene en su sexo. Es más, viendo que no la detenía, se puso a hacer como si me la estuviera follando y solo las murallas de su breve short y de mi pantalón impidieron que culminara su felonía.

―Seguro que yo no― respondí mientras me levantaba de la silla.

Al hacerlo la tiré al suelo. Raquel en vez de cabrearse, comenzó a reír mientras me preguntaba gritando cuanto tiempo creía que iba a soportar sin follármela. Humillado hasta decir basta, salí de la cocina confirmando mi derrota.

«¡Será puta!», pensé totalmente hundido con el sonido de sus retumbando en mis oídos mientras notaba como el deseo se iba acumulando bajo mi bragueta.

Era consciente que de no ser porque hubiera quedado como un auténtico cretino, hubiese vuelto a donde estaba y la hubiese tomado contra el fregadero. En vez de ello, fui a mi habitación a darme una ducha fría. El agua helada aminoró mi calentura y ya más calmado, al salir me tumbé en la cama desnudo, me quedé dormido.

Llevaba unos pocos minutos soñando cuando la imaginé llegando completamente desnuda. Aun sabiendo que era un sueño, me quedé extasiado observando como sus pechos se bamboleaban al caminar hacia mí. En mi mente, esa rubia del demonio me invitaba a morder los duros pezones que decoraban sus dos maravillas.

Ni dormido, quise dejarme vencer y me la quedé mirando mientras le decía:

―Tienes demasiados huesos para mi gusto y encima con tanto tatuaje pareces un personaje de Walt Disney.

De nada me sirvió esa una vil mentira. Apenas podía respirar, mientras se acercaba. Su cuerpo no solo era el de una modelo, era el sumun de la perfección al que los dibujos grabados sobre su piel magnificaban aún más su belleza.  Con una picardía innata, Raquel exhibía ante mí su estrecha cintura, su culo en forma de corazón y su estómago plano sin dejar de sonreír, demostrando lo poco que le había afectado mi crítica:

―No te lo crees ni tú. A tu lado, ¡soy divina!

Quise responder a su impertinencia, pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta al contemplar su sexo a escasos centímetros de mi cara y saber que solo con pedírselo esa zorra hubiese puesto dichosa su coño en mi boca.  En mi imaginación traté de mantener un resto de cordura y cerré los ojos deseando que desapareciese y así cesara esa tortura.

Desgraciadamente en mi cerebro, la rubia envalentonada por mi evidente cobardía recorrió con sus manos mi cuerpo y al comprobar que bajo las sábanas mi pene se erguía erecto, se adjudicó el derecho a subirse encima de mí riendo.

― ¡Vete por donde has llegado! ¿No ves que no quiero nada contigo? ― contesté intentando mostrar al menos apatía.

No tardé en comprender mi error porque poniéndose a horcajadas sobre mí, incrustó mi pene en su sexo y me empezó a cabalgar mientras aprovechaba mi indefensión para atarme.   

― ¿Qué haces? ― grité incapaz de detenerla.

―Evitar que huyas, mientras te follo― respondió con perversa alegría.

Tras terminar de inmovilizarme, se tumbó sobre mi pecho para hacerme sentir   la tersa dureza de sus pezones mientras llegaban a mis oídos sus primeros gemidos. Contagiado por su lujuria, recibí sus besos y mordiscos sin moverme mientras deseaba que me siguiera follando ahí mismo. Os confieso que ya me había entregado por completo a ella cuando pegando un grito, se corrió sobre mí.

Como la diosa que se sabía, obró un milagro y bajándose de la cama, se descojonó al mostrarme mi erección: 

―Mortal, te voy a llevar a mi cielo.

Tras lo cual, y cogiendo un poco de la humedad que manaba libremente desde su vulva, se untó el trasero.

― ¿Qué quieres de mí? ― chillé al ver que en su boca le crecían los colmillos. 

―Convertirte en mi esclavo― replicó y pasando una de sus piernas sobre las mías, usó mi verga para empalarse.

La lentitud que imprimió a sus movimientos me permitió disfrutar de la dificultad con la que su trasero absorbió mi trabuco mientras aterrorizado sentía como me latían las venas.      

― ¡Por favor! ¡No lo hagas!

Riéndose de mi desesperación, acercó sus labios para localizar mi yugular. Supe mi destino aun antes de que clavara sus dientes en mi cuello.

― ¡Eres y serás siempre mío! ― me informó mientras cerraba sus mandíbulas. Aullé al sentir que el dolor se transmutaba en placer y liberando mi simiente en el trasero de mi asesina, ¡me desperté!

Por unos momentos respiré al ver que había sido producto de mi calenturienta imaginación, pero entonces desde la puerta escuché que Raquel me decía:

―Pronto te entregarás a mí y juntos haremos realidad tu pesadilla.


Relato erótico: “El culo de mi compañera de trabajo fue mi manzana” (POR GOLFO)

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¡La biblia está equivocada!
Lo digo porque cuando los antiguos israelitas plasmaron el exilio del paraíso, no se atrevieron a contar la realidad. Estoy convencido que la tentación en la que cayó Adán no fue en la tan manida manzana sino otra cosa.
¿Y por qué lo digo?
Seamos serios, ¿Creéis que por un jodido fruto, nuestro ancestro iba a perder las comodidades de Edén? 
Yo, al menos, ¡No me lo trago!
Pensadlo, según las escrituras, nuestros antepasados iban desnudos por la vida sin preocuparse de nada porque todo les era concedido. Entonces, ¿Cuál fue la verdadera razón por la que cayeron en desgracia? Para mí está claro:
“EL CULO DE EVA”
Un buen día, nuestro querido Adán se fijó en el trasero de su compañera. Obsesionado con esas dos nalgas, no pudo dejar de pensar en cómo sería meterle su pene por ese agujero vedado y la zorrita de Eva se percató que dándoselo se haría con el poder total.
Luego si estoy en lo correcto:
-La manzana es ese oscuro objeto de deseo que desde entonces nos trae jodido.
-la serpiente no es otra cosa que la polla del pobre tipo.
Y la más clara demostración de que fue así y que se sigue repitiendo desde entonces hasta nuestros días fue lo que me ocurrió con el cojonudo trasero de Helena, mi compañera de trabajo.
 
 
Hasta que la conocí, mi vida era perfecta. Estaba casado con una buena mujer, tenía un trabajo estupendo e incluso mi cuenta corriente tenía una salud envidiable. Pero el Diablo, Satán, Lucifer o como cojones queráis nombrarlo, tuvo a bien mandarme a esa morena a joderlo todo.
Todavía recuerdo el día que estando yo tranquilamente sentado en la oficina, llegó mi jefe acompañado de esa preciosidad.
-Alberto, te presento a tu nueva compañera. Quiero que la pongas al día de los asuntos y mientras aprende, será tu asistente.
Cómo llevaba más de un año pidiendo que contrataran a alguien para el departamento, recibí con gusto la nueva incorporación sin saber que ese  engendro del demonio iba a entrar en mi vida asolándola. Al verla con esa cara de no haber roto jamás un plato, no pude anticipar que se iría adueñando de mi existencia y que al cabo de tres meses, esa zorra haría conmigo lo que le viniera en gana.
De todas formas seria mentir si no reconociera que desde el inicio me fijé en que esa chavala tenía un culo maravilloso. El ceñido pantalón que lucía esa mañana, no solo no escondía la perfección de sus nalgas sino que la magnificaba.  Si de por sí, esa mujer tenía un par de buenas pechugas, donde realmente residía su  atractivo era en ese duro, grande y sabroso trasero que tan bien movía al caminar. Y no tardaría en comprobar que esa hembra lo usaba para conseguir lo que le apeteciera en cada momento.
La desgracia fue que desde el puñetero momento en que posó sus ojos en mí, decidió hacerme suyo. Todo lo que os voy a contar a continuación no es mas que la historia de cómo me subyugó y los vanos intentos que realicé para evitarlo.  Al igual que Adán no pudo hacer nada contra Eva, yo ya estaba condenado aún antes de conocerla.
Siguiendo el transcurrir de mi odisea, al irse mi superior y quedarme a solas con mi teórica asistente, la muy puta lo primero que me dijo fue explicarme lo contenta que estaba con que yo fuera su jefe. Según ella, le habían hablado de que junto a mí aprendería enseguida porque no solo era un estupendo profesor, sino que todo el mundo suponía que en la organización tenían previsto promocionarme.
Sus palabras no eran mas que un preconcebido piropo con el objetivo de calentarme la oreja y de esa forma, me predispusiera a favor de ella. Lo cierto y no me cuesta reconocerlo es que cumplió su objetivo. Creyendo en su buena fe, ya me vi como responsable del departamento, teniéndola a ella como mi lugarteniente.
El resto de la historia fue totalmente previsible. Durante las primeras semanas, Helena tanteó sus opciones. Sin darme cuenta, yo mismo cavé mi tumba al abrirme de par en par a esa  guarra y no guardarme ningún secreto. Y cuando digo ninguno es ninguno. Sin ver la telaraña que iba tejiendo a mi alrededor,  le expliqué como hacer mi trabajo, cómo me escaqueaba cuando lo necesitaba e incluso que trapos sucios tenía de mis superiores e incluso las fantasías sexuales de mi juventud.
Para explicarnos cómo Helena consiguió sonsacar todo de mí, basta con que os cuente  lo que ocurrió un viernes cualquiera  al salir de trabajar. Esa día mi esposa estaba en Asturias con su madre y sabiéndolo de antemano, cuando ya nos íbamos, me preguntó si no me apetecía tomarme una cerveza con ella.

Juro que aunque esa mujer me atraía, nunca había tenido la menor intención de enrollarme con ella y por eso sin meditar en  donde me metía, acepté y fui con ella a un bar cercano al trabajo. Todavía recuerdo que esa noche, Helena estaba preciosa. Vestida con una blusa blanca con uno ribetes en azul, el prominente escote que lucía no me dejó pensar antes de contestar sus preguntas. Cumpliendo a raja tabla con un guión previamente elaborado, esa morena llevó nuestra conversación hacía temas personales y en un momento dado, mientras yo estaba embelesado con el canalillo de su pecho, me preguntó:

-Cuando conociste a tu mujer, ¿Qué fue lo que más te gustó de ella?
Comportándome como un verdadero cretino, respondí sinceramente:
-Su culo. Mi señora tenía y tiene un trasero digno de museo.
Mi respuesta la satisfizo y poniéndose de pie, sonriendo, me soltó:
-¿Tan bonito como el mío?
Sin ser capaz de dejar de admirar esa maravilla, no supe que contestar. Mi falta de respuesta se debió más a la impresión del modo en que me lo estaba luciendo que a otra cosa pero ella insistiendo, dijo muerta de risa:
-No creo que tenga un culo más duro que el mío.
Sin saber que decir, me quedé de piedra al observar a esa morena acariciándose el trasero y excitado y cortado por igual, mascullé:
-No sé cómo lo tienes pero te aseguro que el de Marisa es estupendo.
Soltando una carcajada, me respondió:
-¿Y te deja usarlo? O solo puedes mirarlo.
 Avergonzado, le reconocí que mi mujer era muy tradicional y que nunca la había tomado por ahí. Fue entonces cuando sin importarle que hubiera gente mirándonos, llevó una de mis manos hasta sus nalgas y comportándose como una puta, me espetó:
-Tócalo. No solo lo tengo estupendo sino que me gusta usarlo.
Como comprenderéis, no pude evitar magrear  esa maravilla y olvidándome de que era mi asistente, intenté desdramatizar el momento, reconociéndole que era casi perfecto.
-¿Casi perfecto?- preguntó extrañada al oírme mientras mis manos seguían posadas en su trasero.
En plan de broma, respondí:
-Para ser perfecto, tendría que estar desnudo.
Entornando los ojos, soltó una risotada y desprendiéndose de mi caricia, me soltó:
-Eso se puede arreglar.
Aterrorizado al saber que si continuaba con ese juego, iba a cometer una estupidez, me disculpé con ella, diciéndola que tenía prisa y llamando al camarero, pedí la cuenta. Hoy, reconozco que huí con la cola entre las piernas pero ese día creí que era lo único que podía hacer. Lo cierto es que a Helena no le molestó mi  retirada y cuando nos despedíamos, me dio un beso en los labios diciendo:
-Hoy te dejo que te vayas pero te aviso: ¡Me ponen muchísimo los hombres casados!
Al llegar a casa y aprovechando de que estaba solo, no pude evitar dar rienda suelta a mi calentura y  pensando en ella, me masturbé. Aunque sabía  que esa mujer no me convenía, dejé que mi mente volara y soñé que  esa noche la hacía mía.  Preludiando mi destino, me imaginé que salía del baño de mi habitación envuelta en una toalla.
Como si fuera real, observé que su pelo negro aun mojado le confería un aspecto gatuno, era una pantera a punto de alimentarse. En mi sueño, Helena era una cazadora y yo su presa.
-Fóllame- me exigió como si fuera mi obligación
Y sin esperar mi respuesta, sus manos me desnudaron con rapidez. Mi asistente más que quitarme la ropa, me la arrancó y de un empujón me tumbó en la cama. En mi mente, estuve a punto de negarme, pero entonces dejó caer la tela que la envolvía dejándome ver el cuerpo más impresionante que me hubiese podido siquiera imaginar.
Todos mis recelos desaparecieron cuando muerta de risa, me dio uno de sus pechos y me obligó a chupárselo. Ella era una diosa y yo solo un pobre mortal. Sin voluntad alguna, me entretuve recorriendo con la lengua el borde de su pezón mientras ella se acomodaba encima de mí. Sin ningún tipo de prolegómeno, la Helena de mi sueño se introdujo mi miembro en su cueva. La sequedad de su sexo provocó que sintiera cada uno de sus pliegues como una tortura, que fuera como si dentro de ella miles de pequeños dientes me rasgaran todo mi pene. Comportándose como una estricta ama, no le importó mis gritos  y como quien se mete un consolador, empezó a montarme sin freno.
Los músculos internos de su vagina apretaban y soltaban mi polla sin parar. Cómo si me estuviera ordeñando y como si lo único que buscara era recoger mi simiente, no dio ninguna importancia a lo que yo pensara. Su cabalgar se incrementó de improviso y viendo que mi pene se deslizaba con mayor facilidad, su excitación se me contagió y cambiando de postura apoye su espalda contra la cama, abriéndole las piernas para facilitar mis acometidas.
Por su respiración entrecortada supe que se le acercaba el clímax, el olor a hembra me llegaba por todos lados, cuando me envolvió la humedad de su venida. Gritó como poseída, al sentir como su cuerpo explotaba, y arañándome me dio permiso para que yo también terminara. Su orden desencadenó que mi cuerpo derramara dentro de ella en breves pero intensas sacudidas de placer toda la frustración de la noche, y cayendo sobre ella me corrí.
Mi imaginación tampoco me dio descanso y no había terminado de correrme cuando ya tenía mi pene en su boca, buscando el reanimarlo. Mi ídilica asistente lo consiguió sin esfuerzo y poniéndose a cuatro patas, me exigió que volviera a introducírselo en su vagina. La mujer de mis sueños al sentir que la cabeza de mi glande chocaba en esa posición con la pared de su vagina, me incitó a penetrarla con violencia. Como su más fiel sumiso, me agarré de sus pechos usándolos como soporte y desbocado, seguí con mi misión.
Ya nada me podía parar, aún en mi imaginación, yo no era más que su objeto deseoso de placer y mientras ella conseguía múltiples orgasmos, en mi mente lloraba por tamaña humillación. En un momento dado y tratando de retomar el control de esa pesadilla, quise sacarla y que Helena me la chupara pero se negó y pegándome un grito, me ordenó correrme dentro de ella.
Por segunda vez mi cuerpo regó las sábanas tras lo cual, agotado y avergonzado, me quedé dormido.
Helena inicia su acoso.
A partir de ese día, no cejó en su propósito. Aprovechando cualquier circunstancia, restregaba su culo contra mi cuerpo por mucho que le pedía que no lo hiciera. Parecía como si mi rechazo en vez de retraerla la estimulara y obviando cualquier recato, buscó el calentarme a todas horas.
Aunque no os lo creáis, ¡Estaba indefenso! No podía acercarme a mi jefe y decirle que esa preciosidad me estaba acosando. Lo primero es que dudo que me creyera y de hacerlo hubiera dudado de mi propia sexualidad. Por eso tuve que sufrir en silencio sus ataques mientras poco a poco esa zorra iba asolando mis reparos.
Para que os hagáis una idea de lo insoportable que era la situación solo contaros un detalle. Aprovechando que trabajábamos uno frente al otro en un despacho, una mañana estaba enfrascado terminando un informe cuando de pronto escuché un ruido bajo mi mesa. Al mirar que pasaba me encontré con Helena sonriendo arrodillada en la alfombra. Estaba a punto de preguntarle que se le había perdido cuando la mala suerte hizo que en ese preciso instante, llegara nuestro jefe. Don Alberto, ajeno a lo que estaba ocurriendo bajo mi despacho, se sentó en una silla y sacando un dossier, me pidió que le aclarara algunos puntos.
Acojonado porque me resultaría imposible el explicar los motivos por los que  mi asistente se hallaba allí si la descubría, me callé esa circunstancia y temblando, empecé a responder sus preguntas. La muy hija de puta sabiendo que si decía algo sería despedido, aprovechó el momento para bajarme la bragueta.
Mi pene reaccionó a sus caricias y ella viendo mi respuesta instintiva, la usó para metiendo su cara entre mis piernas, besar mi glande mientras con sus manos acariciaba mis testículos. Sus maniobras consiguieron que mi pene se izara orgulloso y que antes que sus labios se abrieran, ya estuviera completamente erecto.
No me cuesta reconocer que estaba acojonado y mas cuando aprovechando mi indefensión, esa zorra se lo fue introduciendo en su boca. La parsimonia con la que lo hizo fue una tortura porque sin poder hacer nada para remediarlo,   disfruté de la suavidad de sus labios recorriendo cada centímetro de mi extensión antes  que la humedad de su boca lo envolviera. Increíblemente, esa cría no cejó hasta que desapareció en su interior. Con mi pene completamente introducido en su garganta y  usó su boca como si de su sexo se tratara y en silencio,  empezó a sacársela y metérsela mientras yo seguía contestando a nuestro jefe.
No sé si fue el morbo de tener a ese capullo en frente o la maestría que demostró al hacerme la mamada, pero no tardé en sentir que me iba a correr sin remedio. El mal rato se prolongó durante varios minutos y coincidiendo con la partida de Don Alberto, me  derramé dentro de ella con una explosión de gozo que pocas veces había experimentado. Helena, sabiendo que me había forzado, se esmeró para que no me quejara y no dejando que ninguna gota de mi esperma se desperdiciara, con su lengua limpió todos los restos de mi excitación. Tras lo cual, salió de debajo y acomodándose el vestido, me dijo:
-Espero que te haya gustado porque a mí, ¡Me ha encantado!
Indignado y con mi orgullo por los suelos al haber sido un mero pelele de su lujuria, salí del despacho rumbo al baño. Ya encerrado en ese indigno cubículo, aterrorizado pensé en lo cerca que había estado mi despido y ya más tranquilo, volví con el firme propósito de encararme con esa arpía.
El problema fue que cuando cerrando la puerta para evitar visitas indiscretas y antes de poderle echar la bronca, Helena sonriendo me pasó su móvil diciendo:
-Antes de decir nada, ¡Mira que he grabado!
Casi me caigo al suelo al ver en su teléfono la grabación de la mamada y justo cuando estaba más acojonado, esa zorra me informó de lo que me esperaba diciendo:
-Como verás te tengo en mis manos, pero no te preocupes mientras me sigas dando mi dos raciones diarias de leche, esto quedará entre nosotros,
Os juro que mi mundo se hundió en ese instante porque aunque no se me veía la cara, no tenía ninguna duda de que mi mujer reconocería como míos, tanto el pantalón  como la verga que esa mujer se comía en la película y tratando de parecer sosegado, pregunté:
-¿Dos diarias?
-Sí, cariño. Pienso ordeñarte mañana y tarde.
Ni que decir tiene que cuatro horas después, Helena cumplió su amenaza y sumergiéndose bajo la mesa, volvió a hacerme otra mamada.
Helena se muestra como una hembra insaciable.
Durante dos semanas, esa mujer se conformó con las dos felaciones diarias y cuando ya hasta veía normal que al llegar a la oficina, lo primero que hiciera fuera devorar mi miembro, me soltó:
-Llama a tu mujer y dile que esta noche llegaras tarde a casa.
Sin saber que se proponía, pregunté el motivo.
-He decidido instituir el follajueves. A partir de hoy, todos los jueves iremos a mi casa.
Asustado, intenté hacerla entrar en razón pero ella no dando su brazo a torcer, me amenazó diciendo:
-No creo que a Marisa le guste recibir nuestro video.
Como un autómata, cogí el teléfono y llamé a mi parienta. Inventándome una excusa le conté que teníamos que presentar un informe y que esa noche no llegaría a cenar. Mientras hacía tan funesta llamada, mi asistente sonreía. Nada más colgar y valiéndose de que estábamos solos, se desabrochó la camisa y pellizcándose un pezón, me dijo muerta de risa:
-¡No te arrepentirás! Soy una amante discreta y mientras me des lo que te pido, nadie tiene porque enterarse.
Con el sudor recorriendo mi frente, recordé que lo mismo me había dicho el día en que me obligó a recibir su primera mamada y sabiendo que tenía que buscar una salida, entre dientes, la llamé zorra. Helena soltó una carcajada al ori mi insulto y pasando su pie desnudo por mi entrepierna, respondió:
-No te quejes. Tu Marisa te tendrá seis días a la semana mientras que yo ¡Solo uno!
La cara de viciosa que puso mientras me lo decía, incomprensiblemente me excitó y por eso durante todo el día no pude parar de pensar en cómo sería tenerla entre mis piernas. No tardé en descubrirlo porque esa tarde, nada más dar las siete, salí de la oficina con mi asistente.
Al llegar a su casa, pagué el taxi y con ella colgada de mi brazo, nos metimos en el ascensor. Había previsto que una vez estuviéramos en ese compartimento cerrado, Helena iba a lanzarse sobre mí pero no fue así, pacientemente espero a que saliéramos y abriera la puerta de su apartamento. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, me pidió:
-¡Follame!
Contagiado de su lujuria, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. Mi  compañera de trabajo chilló al experimentar quizás por primera vez que alguien era más bestia que ella y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos. Os podréis imaginar lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me exigía que siguiera follándola. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡No pares!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta su cama.
La muy zorra sonrió al verse lanzada sobre las sábanas y sin darle tiempo a reaccionar, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina. Helena, lejos de quejarse, recibió con gozo mi trato diciendo:
-¡Fóllame a lo bestia!
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados.
“No ha sido tan desagradable” pensé creyendo que estaba saciada.
La morena no tardó en sacarme de mi error, al cabo de unos escasos minutos, la vi incorporarse y sin esperar a que yo me recuperara, bajó por mi pecho y dejando un surco húmedo con la lengua, se aproximó a mi entrepierna. En cuanto tuvo a su alcance mi pene todavía morcillón, se lo metió en la boca y con auténtico vicio, lo fue reactivando mientras se volvía a masturbar.
“Esta tía es una ninfómana” sentencié al comprobar que poniéndose a horcajadas sobre mí, se volvía a ensartar.
Ya empalada, se quitó el vestido dejándome disfrutar por primera vez de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar su celo. Yo mientras tanto, absorto en la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Helena, usando mi pene como si fuera una espada, se asestó fieras cuchilladas mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Inspirado por su entrega, cogí entre mis dientes sus areolas mientras le marcaba el ritmo con azotes en su culo.
Ella al sentir la ruda caricia de mis manos, me gritó:
-¡Dame más fuerte!
Sus palabras me confirmaron lo que ya sabía y por eso tratando de tomar por primera vez el control, le solté:
-¡Grita lo que quieras! ¡esta noche haré uso de tu culo!
Al oír que entre mis planes estaba el darle por culo, rugió de lujuria y sin esperar a que yo tomara la iniciativa, se levantó y poniéndose a cuatro patas, me exigió que la tomara por detrás. Al verla separando con sus manos sus nalgas, me puse a su lado y recogiendo un poco de flujo de su sexo, embadurné con él su ojete.
-¡Me encanta sentir que me lo rompen!- bufó mientras colaboraba conmigo, llevando una mano a su sexo.
Viendo la facilidad con la que su trasero aceptaba mis dedos, decidí no esperar y acercando mi glande a su esfínter, con un golpe de mi cadera, la penetré:
-¡Quiero más!- suspiró al sentir que lentamente mi extensión iba rellenado su conducto.
No me lo podía creer, ni una queja ni un sollozo. Desde el primer momento, esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose como una anguila, me rogó que continuara. Su petición abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Deseando lastimarla y que de esa manera se olvidara de mí, forcé su esfínter con largas y profundas estocadas. Mi asistente se contagió de mi ardor  y  apoyándose en el cabecero de la cama, gritó vociferando lo mucho que le gustaba. Fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullando la morena se corrió por enésima vez pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
“¡No me lo puedo creer” pensé al saber que con mucho menos mi mujer se hubiese rendido agotada y en cambio esa chavala seguía exigiendo más.
Temiendo defraudarla, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente  su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Zorra! ¡Mueve tu puto culo!
Por primera vez en su vida, Helena oyó que un hombre le reclamaba su poca pasión y completamente confundida, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de bramar cada vez que sentía que mi pene forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que sus brazos se doblaran y casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Ni pienses que voy a parar ahora!
Que le echase en cara no ser lo suficientemente ardiente, la sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones mojando tanto las sábanas como mis piernas.
-¡Córrete!- me rogó.
Aunque deseaba seguir, mi cuerpo me traicionó y descargando mi  frustración en su interior, me corrí mientras le declaraba mi triunfo con un mordisco en su cuello.
-Ahh- chilló mientras se dejaba caer cobre la cama.
Satisfecho y exhausto, me puse a su lado. Helena al sentir junto a ella,  se empezó a reír y con una sonrisa en los labios, me soltó:
-¡Cómo engañas! ¡Va a resultar que eres buen amante!- y levantándose de la cama, salió de la habitación.
No llevaba ni dos minutos fuera del cuarto, cuando la vi volver con dos copas en su mano. Al preguntarle el motivo, la muy guarra me contestó:
-Tenemos mucho que planear.
Sin tenerlas todas conmigo, pregunté el qué. La muchacha muerta de risa, respondió:
-Si crees que te voy a dejarte escapar, ¡Vas jodido!- y poniendo cara de buena, me preguntó: -Marisa, tu mujer, ¿Es bisexual?
-No- respondí indignado.
-¡Pues lo será!
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
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