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Relato erótico:”Diario de George Geldof – 1″ (POR AMORBOSO)

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Diario de George Geldof

Estoy algo nervioso. Mañana, 14 de junio de 1858 salgo para el nuevo mundo. Para mí, es una nueva aventura que tengo que afrontar sólo, aunque no es la primera vez que abandono a lo que llamo “mi familia” y mi país, aunque ahora es culpa de mi mala cabeza. Mejor dicho, de mi polla inquieta y de una serie de trágicas circunstancias que me impiden permanecer en Inglaterra.

Pero primero voy a resumir lo que ha sido mi vida hasta ahora, para que mis sucesores, si algún día llego a tenerlos, sepan quién soy y las causas que me han llevado a iniciar este viaje.

No conocí a mis padres, ya que murieron en un accidente al poco de nacer yo, al desbocarse el caballo del carruaje descubierto que conducía mi padre y caer por un pequeño barranco, del que no salieron con vida. Todo esto me lo contaron, cuando tuve edad suficiente, los tíos-abuelos que me acogieron tras la desgracia, y a los que considero mis verdaderos padres. La familia siempre ha tenido grandes posesiones en tierras, un Ducado y el heredero ostenta desde hace muchos años el título de Lord, lo que me permitió una infancia alegre, un aprendizaje de las ciencias y letras suficiente y un entrenamiento en las principales artes marciales, esgrima y tiro.

Mi vida de pequeño, se desarrolló en el campo, donde habitualmente vivía la familia, en una casa de muchas habitaciones (nunca las conté). De pequeño tenía la compañía del verdadero hijo de los duques, Lord Richard y su esposa Myriam, diez años mayor que yo, con el que jugaba a todo y el que me enseñó algunas travesuras, hasta que lo enviaron a estudiar a Londres, por lo que sólo venía algunos días de fiesta y resultaba más aburrido.

Cuando tenía 8 años aproximadamente, un día Lord Richard nos informó que tres días después viajaríamos a Londres para hacer algunas compras tanto para la hacienda como para la casa y personales. Para mí fue una novedad, ya que nunca había salido de la finca, excepto a algún pueblo cercano, carente de interés, por lo que me produjo una gran excitación.

En la casa, mi habitación estaba junto a la de mis padres, ya que mi madre estaba pendiente de mí durante mi infancia y así podía echarme un vistazo a través de una puerta que comunicaba ambas y poder controlar la vela que siempre quedaba encendida en mi cuarto.

La excitación del viaje me produjo esa noche un sueño intranquilo, despertándome en medio de la noche. En el silencio existente, empecé escuchar unos gemidos en la habitación vecina, que fueron en aumento hasta que terminaron con uno más fuerte.

Yo, totalmente asustado, no me atrevía a decir nada, sólo me encogí y procuré no hacer ningún ruido, no fuera que vinieran a hacerme algún daño a mí, hasta que rendido me dormí.

A la mañana siguiente, me despertó mi madre abriendo las cortinas y diciendo con una gran sonrisa:

-¡Arriba, dormilón, que te espera tu tutor y aún tienes que desayunar!

Yo me quedé todo sorprendido al ver que no había pasado nada, hasta tal punto que mi madre lo notó y me dijo:

-¿A que viene esa cara de sorpresa? ¿No te acuerdas de que todos los días desayunas y tienes clase con tu tutor?

-No es eso, mamá –le dije- es que esta noche me ha pasado una cosa muy rara.

-Qué te ha pasado-me dijo, sentándose a mi lado y acariciando mi cabeza- cuéntamelo.

-Que esta noche me he despertado y he oído gemidos muy fuertes en tu habitación y he pensado que te estaban haciendo algo malo. ¿Te estaban haciendo algo?

Mi madre, me dio un cachete en la cabeza y me dijo:

-¡Eso no se pregunta ni se dice! – y se marchó rápidamente, aunque me pareció que se había puesto colorada.

Más tarde, al terminar con mis estudios, me llamó al cuarto de costura y me explicó que por las noches tenía pesadillas y que algunas veces gritaba, que no me preocupase por ello, porque estaba bien, como podía comprobar.

Yo le pregunté el porqué de las pesadillas y me estuvo dando unas explicaciones que, hasta en mi corto entender, carecían de sentido.

Es caso es que esto me hizo sospechar, y recordando algunos de los comentarios de mi hermano adoptivo, decidí ver qué había de cierto en esto.

A la siguiente noche hice todo lo posible para no dormirme. Cuando mis padres se fueron a dormir, mi madre pasó por mi habitación, donde yo me hacía el dormido, me dio un beso en la frente y volvió a su cuarto, cerrando la puerta entre ambos.

Al poco, empecé oír risitas, comentarios en voz baja, ruidos de la cama. Me levanté y me acerqué a la puerta de separación de ambas habitaciones y me puse a mirar por la cerradura, ya que no me atrevía a abrir la puerta y ésta no la cerraban nunca con llave, de hecho no sabían donde estaba, por si acaso hubiese que correr.

Lo primero que vi, me impactó de sobremanera. Mi padre tumbado en la cama, con la camisa abierta y sin pantalones, mientras mi madre, arrodillada entre sus piernas, lamía y chupaba su sexo. Gracias a la ubicación de la cama junto a la puerta, la veía recorrer con la lengua su falo, dándole lengüetazos al llegar a la punta, para volver a bajar hasta los testículos, chuparlos con gran fruición y volver a subir para meterse toda entera en la boca, hasta que sentía arcadas.

A mí me pareció que el falo de mi padre era grandísimo, pero ella se lo introducía completo en la boca, volviendo a sacarlo cubierto de babas y con hilos de saliva que lo unían a sus labios, mientras mi padre gemía y se retorcía, imagino que por el daño que le producía. No sé que era peor, si el asco que me daba ver a mi madre metiéndose eso en la boca o la sensación de angustia al ver que le entraba tan adentro.

Al rato, mi padre le dijo:

-Ya basta, puta, ponte a cuatro patas que te voy a follar hasta romperte el coño!

Mi madre obedeció presurosa, dando la vuelta y poniéndose de culo hacia él. Mi padre se puso de rodillas, separó más sus piernas y metió su falo de golpe entre ellas, lo que hizo que mi madre emitiese un largo gemido me imaginé que era de dolor, ya que todavía no sabía que las mujeres tenían más agujeros ahí que nosotros.

Mi padre empezó un lento mete-saca, igual que hacen los perros, pero mucho más lento, mientras le decía:

-¡Aaaaaahhhhhhggggggggg, puta, que estrecho lo tienes, parece que no hubieras parido nunca !. ¡Qué gusto me estás dando!

Mi madre le decía:

-¡Más, más, dame fuerte!. ¡Así, así. Sigue. Me estás matando de gusto! – ahí deduje de que no era maltrato, sino todo lo contrario. ¡Nunca me había imaginado que una de las escenas más frecuentes entre los animales de la finca pudiese ser placentera!

Mi madre interrumpió mis pensamientos al decir:

-¡Richard sigue, sigue, más, más maaaaas! ¡Me corro! ¡Me corroooooo!

-¡Córrete puta, que estoy esperando para llenarte de mi leche! –dijo mi padre.

(Leche? ¿De dónde la iba a sacar?)

-¡Me corro yo tambieeeén! ¡Toma puta, todo para ti!

Y cayeron los dos largos sobre la cama, empezaron a besarse en los labios (puafff) y a decirse cosas como: te quiero, eres todo para mi, etc. Por lo que me volví a la cama, harto de oír tantas tonterías y con dolor de espalda y piernas por la postura tan forzada al estar mirando por la cerradura. Y encima, sin entender de qué iba aquello.

Al acostarme, observé que mi pene estaba totalmente duro y estirado, aunque no tenía nada que ver con el de mi padre, y observé que si lo tocaba, apretaba y acariciaba, me producía gran placer, por lo que estuve un rato en esa gratificante labor, hasta que quedé dormido.

A la mañana siguiente, me levanté pronto, aunque cuando llegué al comedor ya estaba mi padre desayunando.

-¡Buenos días, hijo.! ¿Has dormido bien? –me preguntó, como otros muchos días.

– Si padre, muy bien, como siempre. ¿Y tú?

– Estupendamente también.

– ¿Y mamá? –pregunté.

– Enseguida vendrá a desayunar. Hoy se le han pegado un poco las sábanas, je, je, je.

– Si, je, je, je. –dije yo.

Al momento, entró mi madre, que fue directa a su marido para darle un beso en los labios, que, al recordar la noche pasada, me dio un poco de repelús, y luego vino directa a mi y me dio los buenos días junto a un beso en la frente.

Disimuladamente procedí a pasarme la servilleta por donde había puesto sus labios, y continué desayunando mientras escuchaba, sin oír, su conversación, recordando la noche anterior.

Terminado mi desayuno, solicité permiso para levantarme e ir con mi tutor, lo que me concedieron sin prestarme mucha atención. Cuando iba a limpiarme los labios, recordé lo que había hecho con la servilleta, por lo que la dejé junto al plato y aproveché la manga oscura de mi ropa para dejarlos limpios.

El día transcurrió con normalidad. Bueno, no, me pasé todo el día esperando con impaciencia a que llegase la noche.

Y ésta llegó. Volví a hacerme el dormido, froté mi frente con el otro extremo de la sábana después del beso de mi madre y corrí a la cerradura de la puerta a ver que pasaba. Esta vez, tuve la precaución de poner un pequeño banco para sentarme, que me daba la suficiente altura para poder mirar con comodidad.

Lo primero que vi, fue a mi madre que terminaba de quitarse el voluminoso vestido y quedaba con las medias sujetas por un liguero y su corsé, que levantaba y resaltaba sus tetas, algo en lo que no me había fijado la noche anterior.

No llevaba nada más, y al girarse una de las veces hacia mí, observé que ella no tenía pene, o lo tenía más pequeño que yo, o se encontraba oculto por una mata de pelo muy abundante en ese lugar.

Mi padre, se quitó los pantalones, levantó su camisa y mostrando un pene grande y tieso, le dijo:

-¡De rodillas, puta, que estoy muy caliente! Chúpamela como tú sabes hasta que me corra, si no quieres saber lo que es bueno.

Mi madre, se puso de rodillas y se metió todo aquello en la boca. Mi padre la agarró del pelo y empezó un rápido mete-saca, que esta vez si que me recordó a los perros, alternando con periodos lentos e, incluso, dejando que mi madre lamiese o chupase a su gusto, mientras sus pechos se iban llenando de las babas que escurrían de su boca y del pene.

Siguieron un buen rato, mi padre gruñendo y diciendo

– ¡Sigue, sigue! ¡Qué bien lo haces! ¡Me voy a correr en tu boca!

Y mi madre:

– ¡Mmmmmm, si, si!

De repente, cuando mi madre le estaba lamiendo el tronco, una cosa blanca salió de su punta, cayendo sobre la cara y pelo de ella, que se apresuró a meterlo todo en su boca, mientras mi padre le decía:

– ¡Así puta! ¡Trágatelo todo! ¡Como se caiga una gota te muelo a palos!

Estuvieron unos momentos, mi padre presionando la cabeza de mi madre contra él y ella con su pene hasta lo más adentro que cabía.

Al fin, mi padre se separó y mi madre, pasó su dedo por los labios para recoger unos gruesos goterones de sus comisuras y chuparlo seguidamente, siguiendo luego por el resto de esa sustancia que le había caído por el pelo y cara.

Yo no lo pude aguantar más y me fui corriendo a la cama. Esta vez observé mientras jugaba con él, que tenía mi pene más duro si cabe que la noche anterior, durmiéndome entre mis manipulaciones y los sonidos apagados de la habitación contigua.

A la mañana siguiente, lo mismo, mi padre desayunando, yo también, hasta que vino mi madre y le dio el beso en los labios a mi padre, mientras intercambiaban sonrisas.

Cuando hizo intención de venir hacia mí, me levanté deprisa y salí de allí, pidiendo perdón y diciendo que había quedado con el tutor para ver algo de las flores en el jardín.

Durante ese día, se hicieron todos los preparativos para el viaje, que como terminaron tarde, nos fuimos a la cama sin que hubiese nada que contar.

Al día siguiente, me despertaron antes del amanecer. En la casa reinaba una actividad febril, hasta el punto que no vi a mis padres hasta que no subimos al carruaje y salimos con destino Londres, donde mi padre había alquilado una casa y hacia donde habían salido ya algunos criados con la mayor parte del equipaje, con el fin de que estuviese preparada a nuestra llegada.

El camino fue largo. Al principio me llamaban la atención las personas que circulaban por los caminos, las que trabajaban en la tierra, las mujeres que lavaban en los ríos, los pueblos que cruzábamos, etc. Pero un buen rato después ya me aburría soberanamente y empecé a bostezar y dar cabezadas.

Yo iba sentado en un lado del carruaje y mis padres en el otro, por lo que aproveché y me recosté en el asiento con intención de dormir.

En ese momento, mi madre le dijo a mi padre:

-¡Cariño, estos botines me están matando!, ¿te importaría quitármelos y darme un masaje?

-¡Cómo no! –dijo él- sube las piernas sobre las mías, recuéstate en el asiento u verás.

Eso hizo ella, quedando sus pies al lado de mi cabeza, con las piernas cubiertas por su larga falda. Mi padre procedió a quitarle los botines, subiéndola un poquito, y luego a masajear sus pies, subiendo de vez en cuando por su pierna con disimulo.

Yo abría y cerraba los ojos, unas veces durmiendo y otras despierto, hasta que observé que la mano de mi padre subía mucho más arriba del tobillo y de la rodilla, lo que aparte de mostrarme las piernas de mi madre, hacía que ésta suspirase y se le acelerase la respiración.

Una de las veces le pregunté que qué le pasaba, a lo que respondió:

-¡Hay hijo! ¡Es que me está gustando mucho el masaje de tu padre!

A partir de entonces, se le empezó a notar menos, pero mi padre debía ser un experto en masajes, porque casi no le veía mover la mano, ni recorrer toda la pierna, pero parecía que cada vez le gustaba más, hasta que soltó un fuerte suspiro, se incorporó, abrazó a mi padre y le dio un beso junto con las gracias.

Como eso ya me aburría, me quedé dormido y ya no me desperté hasta llegar a Londres.

Es mi primer relato. Agradeceré las críticas constructivas y no echaré en saco roto las destructivas. Gracias por vuestras valoraciones. Sugerencias en privado a:

amorboso@hotmail.com


Relato erótico: “Primera Sangre. Parte 2-” (POR ALEX BLAME)

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Algún lugar del norte de Francia, 12 de diciembre de 1917

Querido hermano:

Espero que todos os encontréis bien. Siento no haber escrito antes, pero apenas tengo tiempo nada más que para el adiestramiento y el sueño. Además ya sabes que lo mío no es la escritura.

Lo siento, pero no puedo decirte dónde estamos. Tan solo que al fin hemos cruzado el charco. Cuestiones de seguridad, dicen nuestros superiores. Pero esas órdenes no impiden que te pueda contar todo lo que ha pasado.

Hace tres semanas, por sorpresa y en secreto, nos metieron en cargueros, apretujados como sardinas y nos hicimos a la mar. La travesía fue una pesadilla. Tras un par de horas de viaje, todo el mundo estaba mareado y vomitando. El barco olía que apestaba, haciendo que los pocos que resistían el mareo vomitasen por efecto del intenso hedor.

Cuando finalmente nos recuperamos, una violenta tormenta procedente del norte nos alcanzó con olas de más de cinco metros, volviendo a dejarnos a todos en un estado lastimoso. Los marineros, sin embargo, estaban felices, primero por ver a aquellos orgullosos chavales arrastrarse por el barco como almas en pena y segundo por la imposibilidad de que los submarinos alemanes pudiesen atacarles con el mar en semejantes condiciones.

La tormenta nos acompañó con pequeños lapsos de tranquilidad durante toda la travesía hasta que llegamos al puerto de Brest. Milagrosamente no perdimos ningún barco. Cuando posamos el pie en Francia, durante unos minutos nos sentimos tan mareados como en alta mar, creímos que no nos íbamos a volver a sentir humanos nunca más, pero todo cambió radicalmente en cuanto salimos del puerto.

Avanzamos en formación por las calles de Brest, camino de las afueras, donde nos esperaba una flota de camiones que nos llevaría al campamento. Al principio apenas había un alma por las calles, pero de alguna manera se corrió la voz y en cuestión de minutos estábamos rodeados por un montón de gente que nos vitoreaba como si ya hubiésemos ganado la guerra.

Los hombres lanzaban sus sombreros al aire y nos vitoreaban mientras que las jóvenes salían de entre la multitud y se nos colgaban del cuello, abrumándonos con sus perfumes, besando nuestras mejillas y regalándonos flores. Nuestro cansancio y nuestro mareo se esfumaron sustituidos por una intensa sensación de orgullo. Nos pavoneamos y machamos ante la gente con una sonrisa de satisfacción que no nos cabía en la cara.

Subimos a los camiones y no paramos hasta llegar al campamento, dando botes en los estropeados caminos, comiendo dentro de los vehículos y solo parando para hacer nuestras necesidades en la cuneta.

El cielo estaba encapotado y caía una fina lluvia que lo empapaba todo, haciendo que aquel campamento pareciese aun más deprimente. Consistía en una serie de barracones dispuestos alrededor de una plaza presidida por la bandera americana. Dominando la plaza estaba plantado el único edificio de ladrillo, el pabellón destinado a los oficiales y los instructores.

Sí instructores. Creíamos que nada más llegar nos destinarían al frente y en cuestión de horas estaríamos matando boches, pero no fue así. Tras un corto descanso de seis horas volvíamos a estar haciendo marchas y arrastrándonos por el barro con equipo completo.

Creíamos que los sabíamos todo, pero nuestros nuevos instructores eran soldados ingleses curtidos en la batalla. Nos hablaban con amabilidad y nos daban consejos verdaderamente útiles, pero había algo en ellos, una actitud pesimista y cansada que a pesar de todo no consiguió alterar nuestro ánimo.

Al fin nuestro capitán nos dijo que saldríamos en un par de días para el frente, pero antes nos dieron una última noche para visitar el pueblo que estaba al lado del campamento.

Salimos corriendo y gritando, dispuestos a coger una buena curda. Atestamos la pequeña cantina y brindamos con los parroquianos bebiendo vaso tras vaso de calvados hasta estar convenientemente borrachos.

Rosco fue quién sugirió que aquella noche iba ser la última antes de enfrentarnos a la muerte cara a cara y que debía ser inolvidable. Así que se inclinó sobre un viejo y le preguntó dónde estaba el burdel más cercano.

El lugar era un pequeño Chateau a las afueras del pueblo. Por fuera parecía un tanto ajado, las paredes tenían manchas de humedad y el jardín estaba desatendido, pero cuando entramos en el interior todo cambió. Los dorados y los lujosos oropeles adornaban las estancias dándoles un aire de sutil decadencia.

Pasamos atropelladamente, empujándonos unos a los otros, dándonos valor. Después de todo, la mayoría éramos chavales de menos de diecinueve años y casi ninguno había pasado con sus novias de la primera base.

Entramos en una enorme sala dónde la madame nos recibió con amabilidad. Adosados a la pared había sofás y canapés donde descansaban mujeres casi desnudas. Observamos con avidez a las mujeres, las había rubias, morenas, pelirrojas… hasta había un par de mulatas de labios gruesos y pintados llamativamente de rojo.

Rosco y Carlucci fueron los primeros en adelantarse y tras pagar a la madame. Se llevaron a dos rubias delgadas y muy guapas. Yo no sabía muy bien que hacer, paralizado por la timidez y por no saber qué mujer elegir, cuando unos ojos verdes llamaron mi atención.

Los ojos pertenecían a una mujer de unos treinta años pelirroja, de piel pálida y formas generosas. Sus pechos grandes y sus piernas tersas y rollizas despertaron mi deseo y una sonrisa amplia y tranquilizadora terminaron por decidirme. Pagué a la madame y me dirigí hacia ella. Mientras subíamos las amplias escaleras que nos llevaban a su habitación me contó que se llamaba Didiane y que era de Marsella. Su voz tranquila y grave me tranquilizó y cuando cerramos la puerta tras nuestras espaldas, me acerqué a ella y la observé con tranquilidad. Era más baja que yo, de facciones suaves. Tenía el pelo largo, de un intenso color rojo, recogido en un alto moño y sus ojos de un verde aguamarina parecían acariciarte suavemente con cada mirada. Con una sonrisa se quitó el camisón semitransparente y cogiendo mi mano la acercó contra su piel cremosa.

Mis manos se movieron acariciando su vientre y sus caderas y se cerraron sobre sus pechos. Eran grandes y pálidos, ligeramente caídos y recorridos por una fina red de venas azules que recorrí con los dedos.

Me incliné y con timidez acerqué mi boca a sus pezones de areolas grandes y rosadas. La mujer me cogió amorosamente la cabeza acercándome los labios hacia ellos. Los chupé con fuerza notando como crecían dentro de mi boca. Didiane gimió y presionó aun más mi cabeza contra ellos.

Durante unos instantes solo se oyó el sonido de mis labios y los gemidos de la mujer antes de que ella me separase suavemente, deshiciese su moño y comenzase a desnudarme.

No pude dejar de sentirme raro, la última persona que me había quitado la ropa de esa manera había sido mi madre. Me sentí un poco cohibido, no sabía qué hacer allí parado, pero Didiane sonrió y se arrodilló frente a mí. Murmuró un par de palabras tranquilizadoras y acarició mis pelotas con suavidad mientras se metía mi polla en la boca.

La habilidad de esa mujer con sus labios y su lengua hubiese hecho que me corriese en cuestión de segundos, pero afortunadamente estaba bastante borracho lo que me ayudó a contenerme. Sin dejar de mirarme a los ojos recorría mi polla con su boca, chupando con fuerza y mordisqueándola con suavidad. Antes de incorporarse de nuevo recorrió mi glande con su lengua y lo golpeó con suavidad para asegurase de que estaba dura como una piedra.

A continuación se acercó al enorme lecho que dominaba la habitación y dejando el culo en el borde abrió las piernas.

Me acerqué y me arrodillé entre aquellos muslos pálidos y gruesos. Enseguida un aroma a rosas invadió mi nariz. No te lo vas a creer, las francesas se perfuman hasta por ahí abajo.

Enterré allí mi cabeza y fue como enterrarla en un delicioso jardín. Lamí el interior de sus muslos y su sexo. Su vulva se inflamó casi inmediatamente abriéndose como una flor. Con suavidad le exploré con mi lengua y mis dedos, descubriendo las zonas más sensibles. En cuestión de minutos Didiane estaba gimiendo y gritando estrujándose los pechos y atrapando mi cabeza entre sus colosales muslos.

No esperé más y me levanté. Separé las piernas de la mujer, admirando el vello rojo que cubría su pubis antes de penetrarla. Didiane gimió suavemente y sonrió mientras yo me movía torpemente en su interior. Me incliné, besé sus pechos y exploré su boca invadiéndola con mis vapores alcohólicos. Ella no dio ninguna muestra de incomodidad sino que me abrazó amorosamente sin dejar de sonreír.

No sabía muy bien cómo pero Didiane consiguió que me sintiese cómodo y me olvidase de que estaba follando con una puta. Aceleré el ritmo de mis penetraciones y ella comenzó a gemir, cada vez con más intensidad, hasta que todo su cuerpo se paralizó.

Yo aun no había llegado al final así que ella se dio la vuelta y apoyando los pies en el suelo separó las piernas mostrándome el culo. No pude contenerme y me abalancé sobre ella como un animal dándole polla con todas mis fuerzas y haciendo que gritase extasiada.

Aprovechando que me tomaba un momentáneo descanso para coger aire, giró su cabeza y cogiéndome la polla la guio hacía su ano. Yo me quedé paralizado, sin saber qué hacer, pero ella me alentó con un gesto y yo la penetré.

Su culo era deliciosamente estrecho y olvidando toda consideración enterré mi polla hasta el fondo de un solo empujón. Didiane soltó un quejido, pero no me lo impidió y cuando me di cuenta estaba empujando en sus entrañas con todas mis fuerzas. La prostituta se limitó a soltar quedos quejidos mientras se masturbaba con fiereza. Pronto estábamos gimiendo ambos, follando como animales sin pensar en nada, ni en la guerra, ni en la miseria, ni en las horribles cosas que ambos estábamos obligados a hacer.

Creí y deseé que aquello durase siempre, pero el orgasmo me llegó y eyaculé en el culo de Didiane llenándolo con mi semilla y estimulándola hasta producirle un monumental orgasmo. Su cuerpo tembló de nuevo incontenible mientras gritaba hasta perder el aliento.

Caímos en el lecho jadeantes y sudorosos. Tras unos minutos, Didiane me levantó y me ayudó a vestirme. Bajamos a la sala de recepción donde me esperaban el resto de mis compañeros ya saciados.

Intercambiamos bromas y tomamos un par de copas de champán que nos ofreció la madame. Mientras tanto Didiane había vuelto a ocupar su sitio y esperaba, sonriendo, un nuevo cliente.

En fin, que la noche resultó ser genial aunque el día de hoy no lo es tanto. Escribo esto esperando que un camión nos acerque al frente mientras un ejército de monos toca los timbales en el interior de nuestras cabezas.

La próxima vez que te escriba estaré en primera línea y espero poder contarte que he acabado con unos cuantos de esos cabezas cuadradas.

Como no tengo más que contarte me despido. Cuídate mucho y no te preocupes por mí hermanito, sabré arreglármelas. ¡Ah! y procura que madre no tenga acceso a esta carta o me pasaré el resto de mi vida castigado.

Un abrazo de tu hermano que te quiere.

Douglas.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

 
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “La historia de un jefe acosado por su secretaria 5” (POR GOLFO)

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Como al día siguiente había quedado con la directora del centro donde cursaría su graduado, se levantó temprano para ocuparse de las labores del hogar antes de ir a su escuela. La cara de preocupación con la que estaba limpiando la casa cuando terminé de ducharme me hizo asumir que quizás debía contratar una muchacha para que así pudiera estudiar. Al comentárselo, la puñetera cría se volvió hacia mí y con lágrimas en los ojos, me preguntó si acaso me había cansado de ella y ya no la quería.

            ―Al contrario, muñeca. Quiero que seas feliz, pero también que te formes. Por eso, te aviso que si veo que lo necesitas buscaré a alguien que te ayude.

            Entendiendo mi razonamiento, dejó de llorar y con renovado optimismo, me soltó:

            ―Seguro que, si se lo dice a su Patricia, ésta le encontrará una nena más a la que educar y amar.

            Confieso que me heló la posibilidad de nutrir con otra desgraciada mi harén y rechazando de plano esa idea, la urgí a vestirse para no llegar tarde mientras meditaba sobre su ausencia de celos y que no viera como algo dañino el compartir la vida con otras mujeres. Ya en el coche, ese pensamiento seguía rondándome la cabeza y en un semáforo, directamente le hice saber que no iba a aceptar a nadie que no fuera ella en mi cama.

            Encantada con mis palabras, me besó llamándome embustero:

― Sé que soy su muñeca, pero también que doña Patricia la mujer con la que sueña.

No deseando revelar que esa arpía no era mi novia sino mi acosadora, me quedé callado y aparqué para acudir con ella a ver a nuestra cita. La tal Helena, una cincuentona bastante horonda, nos estaba esperando y por ello, sin mayor dilación pasamos a su despacho. Desde el principio, la señora me informó que sabía de lo especial que era su nueva alumna cuando sin empacho alguno comentó que llevaba un par de años colaborando con la ONG que la había liberado.

No necesitado de aclarar ese extremo, expliqué a la educadora los dones de la rusita haciendo hincapié en que quería que los desarrollara a la vez que recibía el resto de las materias.

―No se preocupe, don Lucas. Así lo haremos― contestó levantándose y tomando a la rubia de la mano, le ordenó que la siguiera.

El tono duro, pero cariñoso con el que se dirigió a ella me confirmó que esa mujer estaba aleccionada sobre cómo tratarla y despidiéndome de las dos, quedé en que la recogería antes de ir a comer.

―No hace falta que venga por mí para llevarme a casa, tengo llaves― dijo la chavala mientras me decía adiós: ―Nos vemos en la noche.

Sabiendo que estaba en buenas manos, tomé el coche y fui a la oficina. Al llegar al garaje, Patricia estaba quitándose el casco y queriendo conversar conmigo antes de entrar, me esperó. Su mirada fija en mi trasero mientras cerraba el bmw, me indignó y decidí que a la primera oportunidad le haría ver que nuestra relación de poder había cambiado. Cuando la puerta del ascensor se abrió y había otros dos tipos en él, vi que había llegado el momento y colocándome detrás de ella, disimulando comencé a acariciar sus nalgas. La ira de sus ojos al sentirse manoseada en público me hizo reír y sin ceder un ápice en el acoso, buceé con la mano entre sus muslos. Incapaz de abroncarme sin montar un espectáculo, no le quedó otra que aguantar los escasos segundos del trayecto y echa una furia salió huyendo cuando llegamos a la planta donde íbamos.

Tal y como había previsto, entró en mi despacho tras de mí y dejando salir su cabreo, me echó en cara mi comportamiento. Lo que nunca se esperó fue que, con una tranquilidad inesperada, preguntara por mi café:

―Me gusta con dos de azúcar y una nube de leche.

Su cara palideció al darse cuenta del nulo efecto de sus protestas y tragándose su orgullo, se giró y fue a servírmelo. El tamaño de sus pezones al volver con él me hizo comprender que esa negra estaba planeando un contrataque y antes de que pudiese el planteárselo, incrementé el acoso preguntándola que tipo de bragas se había puesto esa mañana. Juro que me había planteado que incluso me abofeteara, pero lo que jamás sospeché fue que se las quitara y me las lanzara a la cara.

―Si tanto te interesa mi ropa interior, tómala― gritó creyendo que me iba a acobardar.

Pero para su desgracia, no fue así y cogiéndolas entre mis dedos, la llevé a mi nariz mientras muerto de risa le decía que olían a puta. Su rabia alcanzó nuevas cotas cuando doblándolas, las coloqué a modo de pañuelo en el bolsillo de mi chaquete y como si nada hubiese pasado, preguntara por mi correo. Retornando a su mesa, lo cogió y volviendo a mi lado, me hizo saber que no iba a ser presa fácil cuando pasando las cartas por su entrepierna, me las entregó.

―En cinco minutos, viene mi hermano a discutir con usted los fondos que se necesitarán para cumplir con el Santander― rugió antes de desaparecer y ponerse a teclear furiosa en su ordenador.

Supe que lo que había escrito cuando recibí un corto pero elocuente mensaje:

“Has ganado esta batalla, pero yo venceré la guerra. 1―0”.

Mi carcajada resonó en la oficina mientras Joaquín entraba dispuesto a estudiar conmigo los aspectos financieros del contrato con la entidad bancaria, pero antes de comenzar me preguntó si sabía qué coño le pasaba a Patricia.

―Debe estar en sus días― respondí lo suficientemente alto para que la aludida me escuchara.

A través del cristal, comprobé que así había sido y olvidándome de ella, me sumergí con mi asistente en el asunto que le había hecho venir a mi despacho. Durante media hora, su falta de reacción me hizo erróneamente asumir que había una tregua entre nosotros, pero cuando requerimos su presencia para que nos explicara un detalle del acuerdo que no alcanzábamos a entender, caí en que solo era un paréntesis en el combate.

«No me lo puedo creer», pensé horrorizado al ver que, aprovechando que su hermano no podía ver lo que hacía, al sentarse se levantó la falda luciendo ante mí su poblado sexo.

            Si de por sí eso me pareció fuera de lugar, qué decir cuando en mitad de su explicación llevó una mano a su entrepierna y comenzó a pajearse mirándome a los ojos.

«Esto sí que no me lo esperaba», reconocí mientras una pertinaz erección crecía bajo mi pantalón.

Consciente del tamaño que había adquirido mi atributo, la hija de satanás esperó a terminar la aclaración para con los dedos impregnados de flujo y diciendo que tenía una miga en la boca, dejarme probar por primera vez a que sabía su esencia.

«¡Será puta!», exclamé para mí con su sabor recorriendo mis papilas mientras se levantaba y se iba.

  Afortunadamente Joaquín no se percató del comportamiento de su hermana y centrándose en los números, siguió planificando cuanto debíamos invertir para llevar a buen puerto el contrato. No pudiendo revelar mi excitación esperé a que finalmente saliera de mi despacho para meterme en el baño y usando la braga que me había lanzado, masturbarme.

Al acabar y liberar la tensión, tuve especial cuidado en recoger mi semen con ella y llegando hasta mi secretaria, puse la mojada prenda en sus manos mientras decía:

―Te devuelvo las bragas con regalo incluido.

Nuevamente ese engendro de piel oscura me sorprendió porque en vez de montar un pollo, sonrió y ante mi consternación, sacando la lengua comenzó a dar cuenta de mi semilla en plan goloso.

―Qué razón tenía Altagracia cuando me contó lo rico que estaba mi jefe― sin rastro de vergüenza, replicó avivando tanto mis ganas de matarla y como de poseerla.

Humillado al saber que ella había salido victoriosa de ese segundo rifirrafe, volví a mi despacho con solo una idea en mi mente: ¡el devolvérsela con creces! Por ello busqué el modo de vengarme, pero el día a día de la empresa me lo impidió y a la hora de comer, no había conseguido un plan de contraataque. Lo malo es que ella si lo tenía y mientras se despedía hasta la tarde, se ocupó de dejar claras sus intenciones al decirme que había quedado con un cura para reservar iglesia.

― ¿Quién ha muerto? – pregunté tiñendo de hipocresía la voz.

―Por ahora nadie, pero el día que nos casemos seré yo quien te mate a polvos― respondió desternillada mientras se iba.

Juro que estuve a punto de seguirla y empotrarla contra una mesa sin importarme la presencia del resto de empleados, pero la poca prudencia que me quedaba me hizo mantenerme en el sillón y observar únicamente cómo esa zorra se iba meneando el trasero con la certeza de lo mucho que nuestra rivalidad le haría disfrutar en el futuro.

Cabreado hasta decir basta, dejé la empresa y me fui a dar un paseo, esperando que el aire de ese mediodía me diese la inspiración que me faltaba. Increíblemente así fue y sin darme cuenta de hacía donde me dirigían los pasos, me encontré frente a un sex shop y entrando en él, decidí hacer a mi secretaria un regalo que le dejase clara mi negativa a compartir la vida con ella. Por ello, entre el extenso surtido de aparatos, compré un pequeño estimulador de clítoris cuya estructura me llamó la atención al llevar unas cintas con las que adosarlo al coño sin que se moviera mientras la usuaria caminara.

―Es lo último que nos ha llegado, se llama “mariposa clitoriana” y es una especie de satisfayer que sin duda hará las delicias de su pareja― comentó la dependienta alabando mi elección.

 Con ese regalo impropio de un jefe, me fui a comer deseando ver la cara de mi secretaria cuando se lo hiciera entrega.

«Se va a coger un mosqueo de época», reí entre dientes mientras pedía el menú del restaurante al que había llegado.

Una hora y tres cuartos después, llegué a la oficina y depositándolo en sus manos, le comenté que si tan urgida estaba de caricias debía de usarlo y olvidarse de mí. Tal y como había previsto, se enfadó al abrir el presente y lanzándome una cuchillada con la mirada, contestó que lo aceptaba mientras me decidía a pedir su mano.

―Se te gastarán las pilas antes de que eso ocurra― respondí mientras me iba al despacho.

Desde mi asiento la vi leer las instrucciones del artilugio para a continuación levantarse y con él, irse al baño. Descojonado al saber que iba a colocárselo, pensé que mi secretaria estaba más necesitada de lo que pensaba e ilusamente, me olvidé tanto de ella como de la mariposa hasta que, retornando, puso sobre mi mesa el mando del aparato.

―Ya que eres tan cerdo de obligarme a llevarlo, serás tú quien decida cómo y cuándo ponerlo en funcionamiento.

Tras lo cual y sin mirar atrás, se fue a su mesa dejándome barruntando si realmente estaba tan decidida a hacerme suyo que se lo había puesto o todo era una farsa.

«Está jugando conmigo y teniéndolo en el cajón, espera que sea tan bobo de encenderlo», me dije asumiendo que si lo ponía en acción lo único que despertaría serían sus carcajadas.

Durante treinta minutos la duda revoloteó en mi mente y solo cuando la vi ordenando unos papeles a tres metros de su mesa, me atreví a probar pensando en rápidamente apagarlo si no reaccionaba. Para mi sorpresa, los dosieres que llevaba en las manos se le cayeron al sentir la acción del vibrador entre sus piernas y sin recogerlos, se acercó a mi puerta.

―No me puedo creer que hayas sido tan pervertirlo de ponerlo en funcionamiento― rugió furibunda.

―Ni yo que hayas sido tan zorra de ponértelo― contesté elevando la intensidad del mismo: ―Si tanto te molesta, quítatelo.

Confieso que creí que eso haría cuando la vi retirarse, pero por enésima vez me dejó con la boca abierta cuando tras recoger del suelo el estropicio, volvió a su silla y mirando hacia mí, me retó. Pienso que, en su fuero interno, asumió que desistiría, pero el morbo de tenerla en mis manos y las ganas que tenía de vengarme de ella, me hicieron jugar subiendo y bajando la vibración del chisme que llevaba adosado.

Comprendiendo al fin que no lo haría, tomó la decisión de no dejarse intimidar y girando su silla, levantó su falda y separó las rodillas, para que desde mi lugar contemplara el efecto de la mariposa entre sus piernas.

«Si piensa que voy a ceder, va lista», dije para mí convencido de que esa manipuladora no resistiría el embate y que terminaría yéndose al baño a quitárselo.

Sin perder detalle alguno, observé que poco a poco la calentura iba haciendo mella en ella y nuevamente pensé que no tardaría en claudicar, pero lo último que imaginé fue que su claudicación consistiera en el silencioso orgasmo con el que me premió desde su mesa.

«No me puedo creer que esté disfrutando», sentencié al percatarme que no parecía rechazar el gozo impuesto.

Asustado por el alcance de mis actos, apagué el aparato mientras pensaba incluso en pedirle perdón, pero entonces escuché un mensaje en mi teléfono. Al ver que era de ella, lo leí:

“Gracias, mi amor. Me ha encantado sentirme observada mientras me corría. Mañana volveré a traer puesto tu regalo”.

Recordando su árbol genealógico al completo, tomé el maletín y salí huyendo de la oficina mientras sus risas sonaban a mi espalda.  Con un cabreo de narices, salí rechinando rueda rumbo a casa al saber que el marcador de ese día mostraba un empate, aunque de haber sido justo hubiese reconocido que corría a su favor.

Por ello quizás durante el trayecto como loco pensé en como contrarrestar su ventaja, pero sobretodo como anticipar sus siguientes pasos, ya que tenía claro que esa diosa de ébano no cejaría hasta tenerme babeando a sus pies. En el piso, hallé a Natacha pintando en su taller. No queriendo perturbar su concentración, sin avisar de mi llegada, me puse una copa y salí a la terraza en un intento de que las vistas de mi Madrid natal, consiguieran amortiguar mi enfado. Desgraciadamente, éste se incrementó cuando observé a Patricia estacionando su vespa sobre la acera y con la furia corroyendo mi interior, fui a enfrentarme con ella. Mi intención fue poner un hasta aquí y prohibirle la entrada, pero esa arpía de pelo rizado, poniendo su casco en mis manos, me informó que no era a mí a quien venía a ver, sino a la rusa y que ésta le había pedido servirle de modelo en un cuadro que estaba pintando.

            Cediendo el paso, la dejé entrar y absorto en su trasero, la vi meneándolo de camino al cuarto donde la chavala la esperaba. Al saludarla, la rubia se dio cuenta de mi llegada y corrió a mis brazos buscando mis besos. Tras lo cual, me rogó que no le tomara en cuenta que nuevamente se le había pasado la hora y no me había hecho nada de cenar.

―No te preocupes, muñeca. Atiende a tu invitada mientras llamo a que nos traigan algo― respondí enternecido por su preocupación.

Agradeciendo mi comprensión, Natacha tomó de la mano a la que en teoría era también su dueña e ilusionada le mostró lo que llevaba pintado. Patricia al contemplar en la pintura los cuernos y el rabo me miró riendo y alabando la calidad de las pinceladas, solo preguntó dónde y cómo debía de modelar.

―He preparado sobre mi cama una reproducción del lecho en el que Goya pintó a su maja― respondió mostrando los dos almohadones blancos donde debería reposar una vez se quitara la ropa.

La zorra de rasgos africanos no esperó a que me marchara y dejando caer su vestido, lució sus bellas formas mientras con toda la mala leche del mundo me preguntaba si quería quedarme observando.

―Si quiero ver tu coño, pediré que me lo muestres mañana en la oficina― rugí dejándolas solas.

Mi indignación se acrecentó todavía más cuando desde el salón escuché sus risas al contarle la ingenua criatura como su amo le había resuelto las dudas a la hora de plasmar su dulzura y la arpía sin cortarse un pelo, respondió que esa tarde venía excitada.

―Mi Lucas me ha hecho correrme dos veces en su despacho― añadió mientras tomaba postura sobre la cama.

No deseando dejar que ese par siguiera mortificándome llamé a un chino y tras encargar cena para ellas dos, desaparecí de casa jurando que no volvería hasta que esa guarra se hubiese ido. Sin otro sitio al que ir, me dirigí al tugurio donde Altagracia trabajaba y así fue como me enteré que, gracias a un benefactor, la cubana había dejado el oficio y había vuelto a la habana.

―Cuando se despidió, me dijo que había sido usted, pero veo que me engañó― comentó la madame un tanto enfadada por si se había ido con la competencia.

Sabiendo que la causante había sido mi secretaria, me abstuve de alquilar los favores de otra meretriz y con la rabia a flor de piel, me fui a cenar yo solo jurando venganza.

«¿Quién coño se cree para meterse así en mis asuntos?», gruñí mientras decidía seguir indagando en su pasado con la intención de hallar algo con qué atacarla.

Por ello y mientras el camarero abría el “ribera del Duero” que había pedido, busqué en mi móvil información sobre el bancario con el que supuestamente había tenido el romance y ante mi consternación descubrí que ese mismo lunes había sido echado de su trabajo. Pero, al leer que las malas lengua decían que su cese fue propiciado por una llamada de un directivo del Santander al presidente de su entidad, fue cuando caí en que a buen seguro Patricia había tenido algo que ver en ello.

«Ha aprovechado nuestro trato para informar a alguien del banco sobre su posible responsabilidad en una trata de blancas», me dije en absoluto molesto sino todo lo contario, ya que sospechaba que ese capullo había colaborado al menos con la organización culpable del maltrato de Natacha. «Se lo tiene merecido», me dije mientras como un sabueso persiguiendo una presa, buceaba en la red en busca de más datos de ese hombre.

Mis sospechas se hicieron realidad cuando en varias páginas apareció inaugurando exposiciones de arte e incluso firmando como crítico un reportaje sobre un nuevo valor de las artes plásticas que prefería mantenerse en el anonimato, pero en cuyos cuadros descubrí la mano de mi muñeca.

«Encima de explotarla como persona, ¡se beneficiaba de su pintura!», exclamé viendo los precios a los que se había vendido su obra.

  Haciendo a ese hombre objeto de mis iras, me olvidé de la morena y tomándomelo como algo personal, concluí que me costara el tiempo y el dinero que fuera le haría pagar por sus crímenes.

«Ese cabrón no sabe el enemigo que se ha buscado», señalé fuera de mí anotando con sangre su nombre en mi memoria: ― ¡Isidro Bañuelos voy a por ti!

Con un propósito del que ocuparme, me importó una mierda la hora que era y cogiendo el teléfono llamé a un conocido dueño de una agencia de detectives y citándolo en media hora en su oficina, pagué la cuenta y me marché sin haber probado bocado alguno. Ya con él y tras tener que aguantar sus quejas por la premura con la que le había citado, le expuse todo lo que sabía de ese pervertido y guardando solo para mí la existencia de Natacha, le insinué que lo quería entre rejas.

―Te va a salir caro, los que tratan con vidas humanas son gente peligrosa― respondió pidiendo una suma que no me pareció excesiva por sus servicios.

―Pedro, solo te pido que pongas todo tu empeño en esto. Según todos los indicios que poseo, ese hijo de perra es al menos responsable de tres muchachas muertas cuyos padres también sabrán recompensarte si demuestras su autoría― añadí dejando caer que las encontradas en una de sus naves pertenecían a lo más alto de la sociedad madrileña.

Con ese plus en sus alforjas, el investigador prometió que me tendría al tanto de lo que encontrara y cerrando la agencia tras de mí, se despidió avisándome que si tal y como sospechaba alguien de mi entorno había sido víctima de ese depredador debería tener cuidado:

―Esos tipos nunca dejan que se les escape una presa.

Con ello en mente, volví a casa donde me llevé la sorpresa de encontrarme a mi secretaria durmiendo abrazada a la rusa sobre mi cama. De no haber sabido la clase de hombre que era su ex, quizás la hubiese echado con malos modos, pero conociéndolo la tapé y me fui a cenar a la cocina…

11

Seguía durmiendo en el sofá del salón, cuando los ruidos de unas risas me alertaron de la hora que era y siguiendo el sonido por la casa, llegué al baño donde Patricia y Natacha disfrutaban tirándose agua la una a la otra. Al verme entrar ambas se quedaron calladas, pero en especial mi secretaría, la cual un tanto avergonzada intentó tapar sus pechos con las manos. El contraste de sus pieles dotó a la imagen de una sensualidad que pocas veces había contemplado y cediendo al dictado de mis hormonas, acerqué la silla y cogiendo una esponja, me puse a enjabonarla ante su completa turbación.

            ―Siento que no pudieses dormir en tu cama, se nos hizo tarde― ruborizada comentó sin saber a qué venía el cambio que había experimentado al ver que la mimaba.

            ―Tranquila, con ver lo bella que eres me doy por pagado― murmuré mientras recorría sus senos.

            ― ¡No me toques! ¡No puedes hacerlo! ¡Soy tu secretaria! ― espantada por lo que sentía, ilusamente protestó.

            Sin negarlo, obvié sus quejas y mientras con dulzura preguntaba a la rusa si también ella la encontraba preciosa, jugueteé con mis yemas en sus pezones. La endiablada y rubia criatura sintió que su amo le estaba dando cancha y mientras se metía una de las areolas de mi asistente en la boca, respondió:

            ―Su Patricia es mi Diosa.

            El ataque coordinado de los dos hizo brotar un gemido de la mujer y levantándose intentó huir, pero su intento empeoró las cosas al poner involuntariamente su sexo al alcance de mi lengua y no dejando pasar la oportunidad, le pegué un largo lametazo y así probé por segunda vez su esencia, pero en esta ocasión directamente de la fuente.

            ―Por favor, no sigas― rogó al comprobar que no contento con ese primer acercamiento, hundía la lengua entre sus pliegues y me apoderaba de su botón.

            Confieso que el sabor agridulce de su coño había hecho desaparecer de mi mente lo demás y que mis neuronas solo podían pensar en seguir comiendo ese manjar. Nueva y brevemente intentó que parase, pero entonces la boca de nuestra muñeca cerró sus labios besándola y con ello, dejándola a mi merced. Sin nuevas protestas, su coño quedó a mi entera disposición e impulsado por mi propia lujuria, mordisqueé su botón mientras la morena sentía que perdía el equilibrio. Solo las asas que ella misma había colocado en ese baño, impidieron que resbalara, pero haciéndola adoptar una postura que favorecía mi ataque.

            ―Antes de que me tomes, tienes y deber pedirme algo― rugió sintiendo la cercanía del orgasmo.

            Sabiendo que se refería al matrimonio, hice oídos sordos y levantándome, deje caer el pantalón del pijama, mostrando mi pene totalmente erecto.

            ―Por favor te lo pido, no me violes― sollozó al notar mi glande restregándose entre sus pliegues.

            De haber querido, hubiese traspasado su entrada, pero haciéndola sufrir permanecí jugando con los labios de su sexo sin penetrarla hasta que sus gritos me avisaron del placer que la corroía. Entonces y solo entonces, separándome de ella, mordí su boca y recreándome en el poder que sentía sobre ella, comenté en su oído:

―No soy un violador… si algún día te decides a ser mía, deberás llegar y pedirlo sin esperar nada a cambio.

Tras lo cual, dejándola en la bañera, tomé a Natacha en volandas y sacándola del baño, la informé que se fuera a vestir porque iba a llegar tarde a clase.

―Mi señor, ¿por qué no quiso amar a su Patricia? ― comentó intrigada la chavalilla al escuchar los lloros de la negrita.

―Cariño, esa zorrita también debe aprender a andar antes de correr― respondí mientras me secaba.

Como esa explicación le era conocida, sonriendo, se fue a preparar para otro día en el centro de formación. Para entonces, mi secretaria había recuperado algo de cordura y recogiendo su ropa del suelo, me miró diciendo:

―Eres un maldito. Hoy el marcador va uno cero.

Tras lo cual se fue a vestir a otro lado con mi cachondeo resonando a sus espaldas. La certeza de que esa jornada me depararía al menos otros dos encontronazos con mi acosadora si quería darle la vuelta al contador, me divirtió y anudando la corbata alrededor del cuello, fui a desayunar de inmejorable humor.

Aunque salimos a la vez de casa, al tener que ir a dejar a Natacha y la mejor movilidad de su vespa en el tráfico madrileño, Patricia me estaba esperando al llegar a mi despacho. Dando por finalizada la tregua y sin recato alguno, se quitó las bragas que le había prestado la rusa y poniéndolas en mi mano, se levantó la falda para que viera que llevaba puesto mi regalo del día anterior.

―Yo he cumplido, por lo que debes ir al baño, masturbarte con ellas y devolvérmelas― con la seguridad de que estaba en su derecho exigirlo, me soltó.

 Confieso que, aun siendo algo aberrante, su reclamación me hizo gracia y siguiendo el juego, puse en funcionamiento el aparato adosado a su sexo. La sonrisa de mi acosadora mientras se sentaba a repasar la agenda me informó que no iba a cejar en su empeño y que no se marcharía de ahí hasta recibir esa prenda llena de semen. Decidido a no dejarme intimidar por esa mujer, se me ocurrió insinuar si no deseaba recogerla ella misma, aduciendo que era una pena manchar algo que apenas tenía un par de puestas. Si en algún momento pensé que se sentiría coartada, me equivoqué ya que, no dudó en preguntar cómo deseaba el pervertido de su jefe que lo pajeara, si con la mano o con la boca. El tamaño de sus pezones me alertó de que iba en serio y deseando demostrarla que estaba jugando con fuego, respondí que con la boca.

Como tantas veces antes, esa loca no se lo pensó y empujando mi silla hacia atrás, se metió bajo la mesa para a continuación bajar mi bragueta liberando mi pene. Al tomarlo entre sus manos todavía morcillón, se rio de mi pobre desempeño:

―En el baño y mientras intentabas abusar de mí, parecía más grande― comentó mientras le regalaba un primer lametazo.

 No sabiendo con sinceridad si cabrearme, reírme o dejarme llevar, resolví eso último, pero incrementando el morbo. Por eso mientras acercaba mi silla dejándola aprisionada bajo el despacho, tomé el teléfono y llamé a su hermano. Patricia al oírlo quiso salir de su encierro, pero se lo impedí cerrando cualquier salida y por eso cuando escuchó que Joaquín llegaba a la oficina, dejó de debatirse. Reconozco que me la puso dura tenerla a mis pies con su pariente enfrente y por eso elevé la presión sobre ella aún más poniendo el vibrador a toda potencia.

Obviando el pellizco que me pegó en el muslo, pedí al financiero que me aclarara unos datos que me había mandado mientras me relajaba en el asiento:

―Empieza, no tenemos todo el día― comenté mirando al rubiales, aunque la destinataria de la orden era otra. 

Contra toda lógica, noté unos labios exageradamente mimosos apoderándose de mi sexo mientras mi segundo desgranaba el contenido del mail por el que le preguntaba.  Premiando en cierta forma, la diligencia de mi empleada maniobré el artilugio subiendo y bajando la intensidad de su vibración, sin dejar de escuchar la explicación de Joaquín.

―Siempre es un placer comprobar lo bien que haces todo― dejé caer a ambos.

Curiosamente, la que se sintió más alagada fue la morena y quizás por ello acompañó a la amorosa acogida de sus labios con un singular masaje a mis huevos mientras su hermano agradecía que reconociera su labor. Lo que nunca preví fue que involuntariamente el rubiales añadiera picante al momento, preguntando por ella.

―Tengo entendido que tiene un asunto importante en sus manos― contesté disculpando su ausencia.

―Tienes que atarla en corto, es imprevisible cuando la dejas suelta― añadió: ―Una semana sola y se inventó lo del Santander.

Sentí la indignación de la aludida bajo la mesa, al extraerse brevemente mi tallo de la boca y por ello haciendo como si me acomodaba las partes en un movimiento tan típicamente masculino, cogiéndola de la melena se la volví a meter hasta el fondo de la garganta.

―En eso te doy la razón, pero creo que en este caso pienso que lo que está haciendo es de suma importancia y solo espero que sepa culminarlo― desternillado de risa, respondí al tiempo que volvía a incrementar la presión sobre ella jugando con la intensidad. Esas supuestas dudas sobre su capacidad desaparecieron al sentir que aceleraba sus maniobras metiendo y sacando mi falo con una maestría pocas veces experimentada. Por todo ello, no pude más que alegrarme cuando preguntando si deseaba algo más, el financiero desapareció hacia su despacho.

Patricia, que hasta entonces había permanecido muda, aprovechó para insultarme, pero no por ello dejó de mamar y ya sin un testigo que le pudiese descubrir comenzó a gemir mientras se lanzaba desbocada por su premio.

―Joder, niña. ¡Quién lo diría! ¡Eres una máquina! ― exclamé previendo la cercanía del orgasmo.

―Todavía soy mejor en la cama― susurró satisfecha con el halago segundos antes de que mi pene explotara.

Cuando lo hizo, la morena no permitió que se malgastara ni una gota y en plan obsesa, incrementó mi placer cerrando sus labios alrededor de mi glande. Su voracidad devorando mi blanco presente y los sollozos de gozo que me regaló con cada impacto en su paladar no solo me dejaron seco, sino que me hicieron asumir lo mucho que me gustaba esa mujer y lo cerca que estaba de cometer el error de considerarla algo más que mi secretaria. Afortunadamente para mí y desgraciadamente para ella, al terminar de ordeñarme fue ella la que falló al salir sonriendo y decir que, para ser de un blanco, mi leche no estaba del todo mal.

Aun sabiendo que lo decía para molestar, me jodió y por ello, contrataqué sacando un billete y metiéndolo en su escote:

―Como me escuchaste decir, sé reconocer un trabajo bien hecho. Si quieres otros cincuenta euros, te espero después de comer.

La furia con la que me lanzó el dinero de vuelta me hizo reír y humillándola más comenté:

―El marcador va dos a cero.

Indignada y con ganas de vengarse, salió del despacho dando un portazo, pero justo entonces, volviendo a entrar, tomó de vuelta el billete diciendo:

―Dos a dos… no solo he conseguido que me dieras tu semen, sino que encima me he corrido y me llevo cincuenta euros.

Con ese empate técnico, terminó la mañana…

Relato erótico: “Exhibiendome en la playa 2” (POR JESSICA97)

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Al despertar el dia siguiente, lo primero que me doy cuenta es que estoy sola en la cama, supongo que mi novio ha salido a realizar sus ejercicios diarios. Normalmente sale a correr unos diez kilómetros diarios, muy temprano, a eso de las 5 am, pero ya son las 8 am cuando despierto, y al no verlo supongo que se ha levantado tarde el también. Al sentarme en la cama noto que hay algo en la mesita al lado de la cama. Se trata de uno de mis bikinis, el negro, un par de zapatos de plataforma transparentes, unas bolitas chinas (de tres bolitas) y una hojita. Tomo la hojita y leo lo que dice.

“Buenos días amor, he salido a caminar por la playa y trotar un poco, te he dejado lo que debes ponerte hoy, dúchate y luego de vestirte puedes ir a tomar el sol a la piscina, y nada de llamar a Juan por ayuda, y nada de satisfacerte perrita”

Me sonrio y regreso la nota a su lugar. Me levanto y me voy al baño por mi ducha. Estoy deseando masturbarme pero no me atrevo, se que tengo que obedecer a mi novio, me gusta complacerle en todo, mas aun cuando me habla o escribe con autoridad como en este caso. Termino de ducharme y regreso a la habitación. Lo primero que hago es ponerme los zapatos, me encanta estar desnuda con los zapatos. En seguida, tomo las bolitas chinas, agarro la primera y la empiezo a chupar completamente para lubricarla con mi saliva, me coloco frente a la cama, de espaldas a un espejo enorme que hay frente a la cama, e inclinando un poco mi cuerpo pongo mi culito de pompa, escupo mi mano y por detrás de mi cuerpo empiezo a lubricar mi vagina con mi saliva, en seguida, tomo la primera bolita y la inserto en mi vagina, lo que me hace soltar un gemido suave. En seguida me incrporo, y me admiro en el espejo, totalmente desnuda, con zapatos y dos bolitas que cuelgan entre mis piernas de un hilito que sale de mi vagina, me veo muy sensual. Retomo mi posición inicial y empiezo a meter la segunda bolita, la cual entra con mayor dificultad por no estar humeda con saliva, al entrar sigo inmediatamente con la tercera para dejarla hasta dentro de mi vagina, me incorporo nuevamente y hago unos movimientos con mi culito, sacudiéndolo para sentir las bolitas dándome placer en mi interior. Se que si sigo con los movimientos podría correrme en poco tiempo, por lo que decido mejor no seguir. Regreso a la mesita y toma la parte de abajo del bikini, es diminuto, igual que el de ayer, solo que este es negro. Al colocármelo, siento como se me va metiendo entre mis nalguitas, hasta llegar a hacer contacto con mi ano, el hilito desaparece de la vista completamente hasta que vuelve a salir por la parte superior de mu culito, igual lo siento como se mete entre mis labios vaginales y la telita a duras penas puede tapar mi escaso vello púbico. Me encantan este tipo de hilitos, y me gusta halarlos bien hacia arriba, que los laterales estén por encima de mis caderas, mas bien en mi cintura. En seguida me coloco la parte superior del bikini, en realidad lo hago solo porque mi novio me lo coloco en la mesa, de mi parte no lo haría, igual me lo quitaré en cuanto llegue a la piscina a tomar el sol. La parte superior difícilmente me llega a tapar las aureolas de mis tetas, y al caminar estas siempre empiezan a salirse ya que no me gusta ajustarme mucho la parte superior cuando la utilizo. Lista tomo el paño que el dia anterior me dio Juan, un bolsito con unas gafas de sol y el bronceador, y me dirijo a la puerta.

Al abrir la puerta, veo hacia la piscina y noto la presencia de dos chicos que la limpian. En mi mente ya empiezan a pasar las nuevas imágenes de lo que voy a hacer. En cuanto salgo de la habitación, los dos hombres me notan por el sonido que producen mis tacones al caminar, veo que se quedan como incrédulos por lo que ven, y dejan su actividad totalmente de lado. Yo sigo mi camino justo hasta el mismo sitio que había ocupado el dia anterior. Al llegar a mi sitio, los hombres se encuentran al otro lado de la piscina, por lo que han de estar a unos 15 metros, desde mi sitio les saludo con un “buenos días” a lo que ellos devuelven el saludo, con un poco de tartamudeo. Con todo el descaro, les doy la espalda y sin flexionar mis piernas coloco la toalla sobre la silla plástica, dando una vista de mi culo a los dos tipos, quienes aunque no los veo, se que no deben estar perdiendo detalle de esta sorpresa. Me siento en la silla, tomo mi bolsita y saco mis gafas, me las coloco en la cabeza, sobre mi cabello que como siempre llevo suelto, y en seguida saco de la bolsita el bronceador. Empiezo a rocearme el cuerpo con el bronceador, pues es de esos que tienen un atomizador, y una vez aplicado en todo el cuerpo me empiezo a masajear con mis manos por todas partes, para dejarlo de forma pareja. Me detengo especialmente en mis tetas primero, y cuando lo hago, miro de reojo a los tipos que aun siguen como embobados, entonces llevo mi mano derecha a mi espalda y tiro de la conta que une el bikini dejándolo libre, inmediatamente mis tetas quedan al aire, y solo falta retirar la parte superior por sobre mi cabeza, hecho esto, veo a mis observadores, y noto que uno de ellos está con la boca abierta, pero me descubre la mirada y por fin reacciona, intenta hacer que limpia con la red la piscina, pero le es difícil seguir en lo suyo. Yo por mi parte, continuo el masaje sobre mis tetas, y en seguida bajo por mi abdomen plano y me detengo nuevamente, pero esta vez en el área de mi sexo, masajeándome y acomodándome el bikini en esta área, ya que mi novio quiere una línea bien marcada del hilito en mi parte baja, por lo que debo cuidar que el bikini esté siempre en la misma posición. Una vez terminado de masajear todo mi cuerpo y tener el bronceador a gusto, me coloco los lentes de sol en mis ojos y me relajo, pero con la complicidad de los anteojos, no dejo de mirar a mis observadores.

Empiezo a observarles y analizarlos. Uno de ellos se ve mayor, de unos 30 años, tiene cara y figura de rudo, 1,85 y bastante fortachón, de esos que se creen irresistibles, es quien parece ser el contratista o jefe por llamarlo de alguna forma, el otro es un muchacho bastante mas joven, de unos 22 años, delgado y mas bajito, quizás de 1,70 y con una cara mas inocente, es quien me ha descubierto al mirarle, pero aun asi tiene la cara de mas tontín. Veo como el grande le da las ordenes al mas chico, lo manda a traer cosas afuera, supongo que a su auto, y el otro simplemente se queda mirándome con descaro. Al regresar el muchacho, va a tomar la red para seguir con su labor, a lo que el otro se la quita, es obvio que con la red podrá acercarse mas a mi, mientras le dice al muchacho que haga algo en un cajón atrás de ellos, supongo que limpiar o cambiar los filtros. El muchacho se dedica a ello sin tener posibilidad de mirme mas, mientras el otro se da el gusto y se acerca a limpiar desde mi lado de la piscina, llegando a estar casi a mi lado por ratos. Han pasado unos 10 minutos desde que llegue, y la situación no cambia, hasta que en un momento escucho la voz de Juan que dice desde la recepción:

-Robertooooo¡¡¡ vení un momento.

-Enseguida voy, responde el tipo grandulón a mi lado, con voz de desagrado.

-Pedro, termina pronto con lo tuyo y recojes las cosas. Le dice el grandulón al chico al otro lado de la piscina.

-Si Rober, ya casi estoy listo. El grandulón se va, dejando la red de limpieza a mis pies prácticamente. No ha pasado ni un minuto cuando veo que Pedro, el muchcacho sale de su sitio, ya ha terminado seguro, y empieza a recoger las cosas. Al terminar, observa hacia todos lados como buscando algo, la red que esta a mi lado de seguro, hasta que la ve, y se viene hacia mi. En ese momento decido darle el gusto de su vida al muchacho. Al llegar este hasta la red, le digo:

-Disculpa, Pedro? Cierto?

-Ehh.. ehh si sss..si…

-Me podrias ayudar por favor, tengo que ponerme bronceador en mi espalda y no puedo hacerlo solita… Me ayudarías??? No te voy a quitar mucho tiempo!

-Ah… ehh… ehhh po-po-por supuesto, me contesta, y se queda embobado totalmente mirándome las tetas. Yo reacciono levantándome hasta posición sentada, y en seguida doy vuelta a mi cuerpo colocándome a 4 patas sobre la silla, dándole un cuadro de mi culo con el hilito hasta lo mas profundo de mi culito, en el movimiento siento las bolitas chinas como se mueven dentro de mi vagina y me producen una sensación de placer extrema, aun de 4 patas sobre la silla, me tomo mi tiempo acomodando la toalla que esta un poco arrugada, para darle la vista al chico por el mayor tiempo posible, una vez lisa la toalla me tumbo boca abajo sobre ella, aparto mi cabello de la espalda y le paso el bronceador a Pedro. Giro la cabeza hacia la recepción, donde veo al Juan y al Roberto incrédulos observando la situación.

-Échame bastante bronceador Pedro, porfa, no escatimes en la cantidad, que quiero tener un buen color.

-Sssss si si señorita, con mucho gusto.

-Disculpa Pedro, soy Jessica, no te había dicho mi nombre.

-Mu mu mucho gusto Jessica. Pasan algunos segundos y el Pedro sigue inmóvil, a lo que le digo.

-Pedro!!! Ponme el bronceador porfa, que de lo contrario me voy a quemar!

-Ssss si si, lo siento, reacciona, y en seguida empieza a rocear con el atomizador todo mi cuerpo. Una vez roceado todo el cuerpo me dice:

-Estas lista Jessica, me dice inocentemente, por lo que me doy cuenta que realmente no tiene nada de malicia el pobre.

-Como que estoy lista!!! Le digo yo, un poco como exaltada. –Tienes que esparcir el bronceador por mi espalda y piernas, que asi voy a quedar con un bronceado desigual, le digo. El pobre se queda inmóvil, como que no sabia por donde empezar, asi que le vuelvo a decir para animarlo:

-Vamos Pedrito, masajeame la espalda, porfis, le dije con voz de niña. El me mira y por fin coloca sus manos sobre mi espalda, casi en mi nuca, y empieza a masajear la zona de mi cuello y hombros, se siente muy bien, y a pesar de tener carita de bobo, sabe masajear muy bien. Sin embargo, al poco rato siento que no kiere bajar de mi nuca, asi que lo invito a seguir mas abajo:

-Baja un poco Pedrito, porfi. El no contesta nada, pero por fin baja a la zona de mi espalda. Se que tendré que instarlo a seguir en las otras zonas, asi que al poco rato le digo de nuevo:

-Mas abajo, porfi, sigue, ya esto con una voz mas sensual, y esto le hace llegar justo a las tiras de mi hilito, justo sobre mi culito, y sin dejar pasar mas de 10 segundos le digo de nuevo:

-Sigue, sigue, ya esto con una voz de suplica, el ya decidido no se detiene, y ya tiene sus manos sobre mi culo, masajea firmemente mis nalgas, bajando por mis piernas y subiendo nuevamente hasta mis glúteos, aun asi no se atreve a acercarse al canal de mi trasero, por lo que se que falta aun una petición mas de mi parte, la cual no demoro en hacer:

-Esparce bien el bronceador por todo mi cuerpo amor, entre mi culito también por favor, le digo ya con una voz un poco jadeante, y en seguida levanto el culito un poco mas y separo un pelín mis piernas para darle una vista magnifica de mi rajita, y posiblemente mas de lo que debería. El ya sin ningún respeto, masajea todo mi cuerpo, y se concentra finalmente en mi culo, metiendo sus dedos entre mis nalgas llegando a tocar todas mis intimidades. En eso veo que sale el Roberto de la recepción, a lo que reacciono y le digo a Pedro:

-Gracias Pedrito, ya creo estoy bien, y ahí viene tu jefe gruñón, ve antes de que te regañe.

-Sss si si, con mucho gusto Jessica.

-Tienes unas manos increíbles, le digo mientras se levanta, toma la red y se retira. Desde el otro lado escucho como el Roberto le dice a Pedro si ya ha terminado su trabajo, el le contesta que si, a lo que Roberto le dice, “ya veo, si que has terminado eh”. El Pedro se hecha una risita y le veo en los ojos que aun no se cree lo que ha pasado. Terminan de recoger las cosas y se retiran del lugar.

Al poco rato llega mi novio, quien al verme tumbada boca abajo me dice:

-Veo que no has perdido el tiempo, ya estas casi desnuda tomando el sol.

-Si amor, tal y como te gusta, con el hilito para que se me marque.

-Si, pero en esta posición no creo que hayas podido darte bronceador tu solita eh.

-No, me ha ayudado un chico, pero no Juan, otro, asi que no te desobedecí, le dije yo como con sarcasmo.

-Pues si, me he dado cuenta, ahí en el parqueo estaban dos tipos, y uno de ellos interrogaba al otro de cómo se sentía tu culo.

-Ja ja ja ja, si amor, escoji al mas timido para darle gusto.

-Si, supe al verlos que fue asi, como siempre tu, dándole gusto al mas bobín del grupo para humillar a los vivasos. Mejor vamos a desayunar. Dicho esto, me levanté, inmediatamente mi novio me paso la parte superior del bikini, la cual se encargó el mismo de colocarmela, para ajustarla un poco mas de lo normal, asi mis tetas no se saldrían tan fácilmente, y nos dirigimos hacia el restaurante del hotel, el cual estaba totalmente vacío a excepción de la camarera. Nos sentamos en un sitio y tomamos el desayuno tranquilamente. Luego de esto, regresamos a la piscina y pasamos el resto de la mañana sin mayores incidentes. Ya cerca de las 11 am, nos retiramos a la habitación, pues ya el sol estaba muy fuerte, al entrar al cuarto, mi novio de una vez me ordenó retirarme las bolitas de mi chochito, ya casi me había acostumbrado a ellas y hacia presión en mi vagina prácticamente de forma intuitiva. Las saque, comprobando que estaba totalmente mojadas, era obvio que me tenían muy excitada, y ahora estaba deseando una buena cogida por parte de mi novio, y fue justamente lo que dijo el:

-Veo que estas mojada eh, perra!! Quieres que te meta mi tranca verdad??

-Si papi, estoy deseando que me hagas tuya.

-Ven aquí perra, déjame ver. Me acercó bruscamente tomándome de un brazo, me dio la vuelta y sacó el hilo del tanga de entre mi trasero, me empezó a meter los dedos entre mi vagina comprobando el grado de excitación que tenía yo.

-Que perra que eres, estas que chorreas.

-Si amor, necesito que me cojas con esa pichota rica.

-Ja ja ja ja, pues será hasta que yo diga perra, y dicho esto, me hizo a un lado y se puso a mirar tele. Yo me tuve que quedar alborotada por un rato, hasta que por fin, luego de tratar de concentrarme en la tele se me fue bajando la calentura poco a poco. Al ser cerca de la una de la tarde, mi novio me dijo que nos fuéramos a almorzar, a lo que me dijo que me pusiera sobre el bikini la salida de playa que habíamos comprado el día anterior. Me lo puse y me contemplé en el espejo, realmente me veía muy bien así, aun cuando tengo el bikini completo por abajo, sé que estoy de parar el tránsito.

-Pareces una zorra Jess, me dijo mi novio.

-Y eso que traigo el bikini, le contesté yo de manera sarcástica.

-Sabía que me dirías eso, vámonos antes de que decidas quitártelo. En ese instante me di cuenta que podía hacerlo, pero simplemente no lo hice por seguir el juego de mi novio, y para hacerlo sentir dueño de la situación, incluso agregue:

-Haré lo que tu me digas amor, y lo seguí hacia la puerta, para salir a almorzar. Nos fuimos caminando hacia la playa, pasando frente a la recepción donde no faltó la mirada de Juan, luego salimos a la calle, donde por ser miércoles no había mucha gente en esa calle. Nos dirigíamos hacia la playa, y mi novio me dijo entonces:

-Temprano vi un sitio bonito para almorzar, sé que te va a gustar.

-Y porque estas tan seguro que me va a gustar amor?

-Porque hay varios chicos de meseros, de hecho solo varones vi temprano. Me sonreí y seguimos caminando. El lugar estaba frente a la playa, tenía una especie de terraza, con vista al mar, había que acceder el lugar subiendo por unas graditas. Al subir, los ojos de 3 meseros se clavaron sobre mí, yo seguí caminando tras mi novio, que se dirigía a la terracita, donde ocupamos una de las 3 mesas ahí. Inmediatamente se acercó el mesero, y de manera gentil nos entregó la lista de platillos que tenían a disposición. Nos recomendó un platillo el cual aceptamos de buena gana mi novio y yo, e inmediatamente se retiró el mesero.

-Jess, me dijo mi novio, ya llevas una teta por fuera, me dijo mirando uno de mis pechos. Efectivamente, la parte de arriba del bikini se había desacomodado ya, y tenía uno de mis pezones asomando tras la telilla y a través de la malla del vestidito, me sonreí mirando mi pecho y le dije a mi novio:

-Quieres que lo cubra, o lo dejo así? Le pregunté de una forma maliciosa.

-Como tu gustes, perrita.

-Mmmm, entonces me voy a quitar el bra, le dije riendo.

-No, eso no, con un pezón al aire está bien, ya podrás hacer eso en la playa más tarde, ahora deja a los pobres meseros trabajar, que ya de por si tienen suficiente con tigo aquí en estas condiciones.

-Bueno, le dije yo. Al rato vino nuevamente el mesero con las bebidas, y el pobre casi deja caer una por estar mirando mi teta, al retirarse mi novio me hizo el comentario que eso era lo que sucedía por andar yo tan puta, sabía que tenía razón, pero disfrutaba mucho el ver la cara de los chicos mirándome y haciendo torpezas por mi culpa. Al poco rato regresó nuevamente con los platos, los cuales nuevamente le costó colocar correctamente por estar mirándome, al retirarse mi novio me dijo:

-Hasta que no deje caer algo en tu regazo no dejaras de provocarlo verdad.

-Si deja caer algo sobre mí, me vería forzada a desnudarme aún más, no creo que sea lo que deseas.

-Ja ja ja ja, para nada, mejor ni pensar en eso.

-Igual amor, sabes que los demás pueden mirar, algunos hasta tocar, pero eres el único dueño de todo esto, y puedes hacer con migo lo que te plazca, y eso lo sabes.

-Mmmm, eso si, se que eres solo mia, mi zorrita personal.

-Si, amor, soy tu putita, tu esclava fiel, y estoy loca por ti, le dije yo, con carita inocente. Terminamos de almorzar, con la mirada constante de los meseros. Mi novio se levantó para ir a la caja a pagar, mientras yo me acerqué a la barandilla de la terraza para observar la playa, y obvio, para deleitar y ser observada por los meseros, que no perderían detalle de mi culo. Salimos con mi novio, y me dijo que fuéramos a la playa, a caminar un poco, le recordé que llevaba tacones, que no podría caminar por la playa así, por lo que seguimos por la orilla de esta, a lo largo de un sendero que había de tierra, y aunque no era concreto, era mejor caminar ahí que en la arena. Al poco tiempo, nos detuvimos en un sitio, se miraba bastante bonito, había un par de personas en la playa tomando el sol, mi novio había tomado la prevención de traer mi bolsito con mis cosas, entre ellas el bronceador, por lo que nos acercamos a la playa, me quité inmediatamente el vestidito y el bra, quedando únicamente con el hilo y los tacones nuevamente, me tumbé en la arena boca abajo y le pedí a mi novio me pasara el bronceador. Este ni lerdo ni perezoso, empezó por mi espalda, las piernas, dejando de ultimo el trasero. Llegado ahí, empezó a masajear mis nalgas, fuertemente, luego empezó a internarse en mi rajita, dándole énfasis a mi ano, luego a mi vagina, lo que empezó a excitarme y ponerme muy cachonda, yo levantaba mi culito para que el pudiera acceder mejor a mi vagina, y el empezó a penetrarme con sus dedos mi intimidad, luego siguió en mi ano, aun deleitándose más, metiéndome un dedo, luego dos, sacándome quejidos de placer, estaba deseando sexo ahí mismo, y le empecé a rogar:

-Cógeme papi, porfa, necesito que me culees aquí mismo, no aguanto ya. El solamente rio a mi pedido y continuó con su juego, dándome dedos por mi culito, tocando mi clítoris y excitándome más y más. Ya prácticamente mis gemidos se habían convertido en gritos, que yo trataba en la medida de lo posible de disimular, pues había algunas personas relativamente cerca, y cuando estaba a punto de correrme nuevamente mi novio se detuvo, dejándome ahí, sin poder terminar. Sabía que ese era su juego, así me mantendría cachonda todo el día, y a su disposición en el momento que le plazca.

Estuvimos toda la tarde en la playa, de rato en rato me iba a dar un baño al mar, bajo la mirada atenta tanto de mi novio como de los vecinos en la playa, y yo en topless y con el diminuto hilito que a cada nada dejaba ver más de la cuenta, más aun cuando estaba en el mar y el oleaje hacia que mi hilito fuera de un sitio a otro dejando mis partes visibles en más de una ocasión. Así transcurrió la tarde, ya cuando estábamos decidiendo irnos para la habitación decidí bañarme una vez más, momento en el cual mi novio entro con migo al mar, y ya en la zona de oleaje, donde el agua llegaba más menos a mí cintura, empezó a juguetear con migo, besándome, abrasándome, tocándome mi cuerpo a placer, y todo bajo mi pleno consentimiento. Al poco rato empezó a jugar con mi hilito, bajándomelo casi hasta las rodillas, y en ese momento empezó un jueguito de palabras que me subió la calentura casi al límite:

-Te gusta verdad… estar desnuda perrita…

-Sí, sabes que si amor, me encanta.

-Te gustaría salir del mar desnuda perrita?

-Si amor, saldría como tú me ordenes de aquí.

-No te lo estoy ordenando zorrita, estoy preguntando si lo quieres hacer.

-Sabes que si amor, sabes que me excita mucho el exhibirme públicamente.

-mmmm… pues así será perrita… hoy vas a dar espectáculo en esta playa.

Escuchar eso hizo que mis hormonas empezaran a hervir, ya estaba en el agua totalmente desnuda, mi hilito prácticamente estaba flotando ahora a la altura de mis rodillas, mientras mi novio seguía jugueteando con migo, abrazándome y toqueteándome todo el cuerpo, al mismo tiempo que nos íbamos acercando más y más a la orilla de la playa. Yo por mi parte. No podía ni terminar de quitarme el hilito, pues mi novio me tenía los brazos atrapados a mi espalda. Finalmente llegamos al límite donde las olas no nos llegaban a golpear, mi hilo ya estaba en mis tobillos, y yo intentaba avanzar sin dejarlo perdido a cada paso, finalmente mi novio me liberó y me agache para tomar el hilo con mis manos, en ese momento me pude contemplar mi cuerpo y note como las marcas del bronceado ya eran muy evidentes, tenía dos finas líneas blancas a la altura de mi cintura, que bajaban hacia mi pubis y se unían en un pequeñísimo triangulito apenas del tamaño de mi fina línea de vellos, mi sexo se miraba dilatado de la excitación. Ya para ese momento, todas las personas que había en la playa habían notado mi desnudez, ya caminábamos hacia nuestro sitio, que por estar la marea baja era una distancia considerable. En nuestra ruta había una pareja a la que le pasaríamos muy cerca, y el chico no dejaba de mirarme, mientras la chica le hablaba con en secreto, supuse que algo de mí, y dudo que fueran elogios por su semblante, esas actitudes de las personas son las que me encantan cuando estoy en sitios públicos. Al pasar al lado de ellos, logré escuchar a la chica decir en voz muy baja pero perceptible “oh zorra”, a lo que la miré de reojo con una sonrisa de indiferencia, continuando nuestro camino. Llegamos al lugar donde habíamos dejado las cosas, tomé mi hilito y lo guarde en el bolsito, y me empecé a colocar los zapatos, aun desnuda, a lo que esperaba una reacción de mi novio que no se hizo esperar.

-Estás pensando regresar al hotel desnuda?

-Mmm, no lo sé amor, no me has dicho que me ponga algo, tú me dirás, le sonreí.

-Serás una puta de verdad.

-Una puta si amor, pero solo tuya, tu perra!!!

-Rica… pero no, ponte al menos el vestidito, aun cuando no te tapa absolutamente nada por lo menos das la impresión de no estar chinga. Dicho esto, me puse el vestidito, que al ser todo de malla dejaba todo a la vista, guardé las pocas cosas que sobraban en el bolsito y nos dispusimos a caminar de regreso al hotel. Eran cerca de las 17:00 horas, y no había realmente mucha gente en la playa, pese a que caminábamos por una acera que había, en los 300 o 400 metros que caminamos no nos topamos con mucha gente, aun así, los pocos que me lograron ver, no podían dejar de mirarme totalmente cuando se daban cuenta de que lo que traía no tapaba nada, e iba desnuda bajo el vestidito. El último tramo para llegar al hotel, ya no era a orilla de la playa, había que caminar unas dos cuadras por la calle que accesar la playa desde el hotel, y en ese sitio ya hay más gente y varios comercios, entre ellos el restaurant donde almorzamos. Al pasar por ahí, los tres chicos salieron a la terracita y no dejaron de mirarme sin decir nada hasta que desaparecí de su campo visual. Seguimos caminando y a cada paso sentía las miradas de todas las personas que nos íbamos encontrando, me encanta esa sensación de ser mirada, deseada, incluso odiada, simplemente me aferraba más a la mano de mi novio e iba sonriente. Al llegar al hotel, me sorprendí de que en todo el trayecto, nadie me dijera ninguna obscenidad, quizás por el hecho de ir con mi novio o de la sorpresa de verme prácticamente desnuda. Entramos al hotel y pasamos por el parqueo, no había nadie en ese momento, Juan estaba en la puerta de la recepción, había salido supongo al escuchar mis tacones, pero no había nadie más en todo el camino hasta la habitación. Llegamos a nuestra alcoba, donde ingresamos e inmediatamente mi novio metió su mano entre mi entrepierna examinando mi excesiva humedad, estaba súper cachonda, con unas ganas inmensas de tener sexo, y los dedos de mi novio me hacían incrementar esa sensación si era posible.

-Estas inundada perrita.

-Si amor, estoy deseando que me hagas tuya.

-Ahh… quieres sexo entonces?

-Siiiiii…. Por favor…

-Mmm… pues no te lo has ganado perrita… andas mal portadita… Me esperaba esa respuesta, y la temía, porque sentía que tendría nuevamente que asfixiar mi deseo sexual. Mi novio se tumbó en la cama y yo a su lado, lo abracé y nos quedamos dormidos, estábamos algo cansados. Un par de horas más tarde me desperté, mi novio seguía descansando, me levante y me fui a tomar una ducha. Dejé la puerta abierta para poder ver a mi novio desde el baño, e igual, si él se despertaba pudiera observarme. La ducha fue larga, me sentía muy a gusto bajo el chorro de agua, y de cuando en cuando me tocaba mis partes excitándome a mí misma. Me di cuenta que mi novio ya se había despertado y me miraba silencioso, tratando de hacerse el dormido, por lo que seguí su juego e hice como si no me diera cuenta. Tomaba el jabón, y lo pasaba repetidas veces por mis senos, mi abdomen, piernas y abundantemente en mi culito, lo que me hacía suspirar y cerrar los ojos para disfrutar un poco más. Por fin decidí dar por finalizado el baño, me tarde más de media hora ahí dentro. Cuando abrí la puerta de la ducha, que era transparente para tomar mi paño, mi novio me observaba directamente, a lo que le sonreí y le dije.

-Me estaba duchando amor.

-Sí, me di cuenta, perrita… Y creo que más que eso hiciste…

-No amor, nada que tu no me autorizaras, le dije sonriéndole. Me terminé de secar y regrese hasta la cama.

-Que haremos ahora amor?

-Iremos a cenar, me dijo él.

-Quieres que me ponga algo en especial?

-Sí, ya te daré lo que usarás hoy perrita. Se levantó de la cama y se dirigió a mis cosas, sacó de mi maletín un par de sandalias blancas, me los entregó, y dijo.

-Usaras estos zapatos, y… iré a tomar una ducha y buscaré el resto luego… Con eso se levantó y se metió al baño. Yo seguía desnuda, con los zapatos en la mano, así que decidí al menos colocármelos, igual me los tendría que poner. También busque entre mis cosas una cadenilla, la cual me coloque en la cintura, era de plata, muy finita, y hacia juego con el piercing que tengo en el ombligo. Me puse a mirar la TV, hasta que por fin mi novio terminó y salió del baño. Se mudó el primero, y así que estuvo listo regreso a mi maletín a buscar mi indumentaria.

-Te vez hermosa así como estas, pero claro, no te voy a permitir salir desnuda a la calle…

-Lo que tú digas amor, le contesté yo. El siguió buscando entre mis trapos, al final encontró un pareo rosado, me lo pasó, y junto a este había otra pieza de tela del mismo material y color que se usa para tapar las tetas, que también me alcanzó diciéndome:

-Supongo que estas dos van juntas.

-Si amor, son en conjunto. Solamente esto voy a usar?

-Quieres usar algo más? Me preguntó.

-Lo que tú me digas amor.

-Pues entonces colócate eso y veremos que tal. Me puse el pareo, que era ya bastante reducido, la única manera de disimular un poco mi desnudez era hacer el nudo justo al frente, a la altura de pubis, para que mi culo quedara tapado por la tela, y por delante al menos el nudo tapaba, o intentaba tapar mi vagina. En seguida tome la parte superior, y antes de colocármela pregunté:

-Cómo quieres que use la parte superior?

-No lo sé, dijo él, que opciones hay?

-Bueno, puedo colocármelo simplemente amarrado a mi espalda, y mientras le decía me lo colocaba sin amarrármelo para darle una mejor idea, así me quedaba con la parte superior de un bikini strapless, también lo puedo pasar atrás de mi cuello y hacerlo cruzado, o más atrevido sin cruzarlo entre mis pechos, esta última opción era muy sugerente, además, que dependiendo de qué tan ajustado hiciera el nudo a la espalda provocaría que mis senos salieran al aire constantemente, y justamente esa fue la que eligió mi novio.

-Ayúdame con el nudo de la espalda amor, le dije, y con la intención también de hacerle responsable a él de lo ajustado que me lo pondría. Y bueno, no era para menos, sabía que él me lo pondría bastante ajustado, al punto que mis pezones se marcaban perfectamente en la tela, que si bien no era transparente, si era muy finita. Una vez lista, me coloque frente a el y le pregunté:

-Que tal me veo, te parece bien?

-Mmm, me parece muy bien, luces como una autentica perra, baja un poco más nada tu pareo, para que el nudo disimule un poco tu chocho… Hecho esto, ya sentía como mis tetas querían escapar de su encierro, y mi novio igual notó la situación, a lo que dijo.

-Camina hasta la pared y regresas, con las manos atrás. La pared que me señalo estaría a escasos 4 metros de mi lugar, coloqué mis manos atrás y fui caminando hacia la pared, no había llegado hasta ella cuando mi teta izquierda ya mostraba su pezón desnudo fuera de la tela, y justo al darme la vuelta para regresar terminó de salirse totalmente la teta, me sonreí y seguí hasta llegar al sitio inicial, ya con un pecho totalmente desnudo.

-Creo que vas a tener que cuidarte un poco para no dar más espectáculo del que ya de todas formas das perrita. Me dijo.

-Lo que tú me digas amor, haré lo posible para que no sucedan estas cosas. Inmediatamente acomodé mi pecho tras la tela nuevamente. Él se levantó, y de una bolsita saco el plug anal, el cual me entregó sin decirme nada, no había nada que decir, ni nada que preguntar, yo estaba bastante húmeda, así que simplemente lo froté un par de veces entre mis labios y lo llevé a mi ano donde lo introduje con facilidad, no sin soltar un chillido leve, al cual me sonreí igual que mi novio, y el comentó:

-Que fácil entra ese juguetito en tu culo perra.

-Este si amor, pero el tuyo me hace más daño.

-Igual te gusta que te rompa el culo perra.

-Sí, tienes razón, me encanta que me partas en dos. Me terminé de acomodar bien el plug, y acomode luego mi poca vestimenta.

-Estoy lista amor.

-Bien, vamos.

Salimos de la habitación, eran cerca de las ocho de la noche, caminamos por la orilla de la piscina, y como era de esperar, ya Juan estaba atento desde dentro de la recepción a mi paso, había un par de hombres más con él, que igual no perdían detalle de mis pasos, especialmente del movimiento de mis tetas luchando por salir a la libertad, y cada 3 o 4 pasos yo intentando acomodar la tela para que eso no ocurriera. Igual, debía preocuparme por el pareo, pues constantemente sentía como los cachetes de mi culo iban al aire, así que intentaba mantener todo en su lugar. Igual, la oscuridad de la noche era mi principal ayuda, por lo que los mirones de la recepción no pudieron ver más. Seguimos nuestro camino, y llegamos al restaurante del hotel, que estaba al otro lado de la calle, justo al frente del parqueo. Tenía una decoración muy bonita, y era algo romántico, con luces bajas y velas en cada meza, tenía un cierto aire de privacidad, estaba bastante lleno, calculé de primera entrada que más de la mitad de las mezas estaban ocupadas. Observando el sitio entendía perfectamente la razón por la que mi novio me permitía salir con tan poca ropa, la oscuridad del sitio hacia que fuera difícil ver a las personas, por lo que los mirones tendrían bastante dificultad de verme mis partes íntimas si yo tenía cierto cuidado. De pronto escuché un grito, que venía del fondo del restaurante, de una de las mesas.

-Jeka!!!! Jeka!!!

-Volví mi mirada en dirección del grito, que pronunciaba mi nombre, pero no lograba distinguir en la penumbra quien lo decía, hasta que una chica se puso de pie, y se dirigió hacia mí, llamándome nuevamente:

-Jeka!!!

-Andrea!!! Exclame yo. Era una amiga que tenía al menos 3 o 4 años de ver. Me acerqué hasta donde estaba ella y nos abrazamos fuertemente. Al separarnos, sentí como nuevamente mis tetas estaban al aire libre, por lo que me apresuré a componer mis ropas rápidamente por respeto a mi amiga y su acompañante, el cual no perdió detalle alguno. En seguida, se acercó mi novio, quien ya conocía a Andrea, a quien saludó inmediatamente con un beso en su mejilla.

-Que gusto encontrarte por acá amiga, dijo Andrea

-Sí, que bueno verte, le contesté.

-Él es mi novio Carlos, Carlos, ella es mi amiga Jessica, de la que te he hablado tanto, y el su novio, nos presentó ella. Mi novio le saludo estrechándole la mano, y yo me acerqué para darle un beso en la mejilla y al hacerlo sentí nuevamente como una teta se me salía nuevamente. Otra vez me apresuré a taparme, y con cierta vergüenza ya, pues no es lo mismo exhibirme frente a desconocidos que frente a una vieja amiga con su pareja. Aun así, fue Andrea la que rompió el hielo nuevamente:

-Jess, como que no cambias ehhh!!! Me dijo obviamente al ver que iba prácticamente desnuda. Yo me sentí avergonzada, y de seguro se me subieron los colores al rostro, igual era cierto y tenía que contestar algo.

-Pues, que te diré Andre, ya vez, soy la misma de siempre, le dije con un tono bajo como intentando cambiar el tema. Sin embargo, sentía que no funcionaria, por lo que, a pesar de no verla hacia mucho quería desaparecer en ese momento de ahí, cosa que era imposible, y aun peor, se complicaría más la situación con lo que me dijo Andre en seguida.

-Por qué no se sientan con nosotros a cenar, acabamos de llegar, así podremos platicar bastante!!! Yo me quedé fría por un instante, y fue mi novio quien tuvo que contestar:

-No quisiéramos molestarlos… dijo el, pero Andrea le interrumpió inmediatamente:

-Me molestaría si no aceptan, tengo mucho tiempo de no ver a mi amiguita, me gustaría platicar con ella.

-Está bien, contesté yo, aceptamos tu invitación. Dicho esto, tomamos lugar en la mesa, yo al lado de Andre, y los chicos uno en cada extremo. Al momento vino el mesero y tomo nuestra orden. Al retirarse este Andre me empezó a comentar de forma un poco más privada, intentando que ni su novio ni el mío escucharan:

-El mesero, así como la mayoría acá no apartan la mirada de tus tetas cabrona.

-Ja ja ja, será?? Le dije yo con una sonrisa de inocencia.

-Igual siempre has causado estas situaciones, tú y tus vestimentas!!! Andrea me conocía muy bien, tenemos al menos 10 o 11 años de amistad, y en un tiempo vivíamos prácticamente juntas, por lo que me conoce más que bien. Ella es una chica hermosa, morena, casi tan alta como yo, delgada y con una cara de princesa, eso sí, mas recatadita, aunque tampoco es una monja. Ese día llevaba unos short de mezclilla, bastante cortos y una blusita de tirantes roja, que evidenciaba la ausencia de sostén.

-Iré al lavatorio, les dije yo a todos.

-Te acompaño, igual quiero lavarme las manos antes de cenar. Nos levantamos las dos y nos dirigimos a los servicios. Yo iba tratando de evitar que mis ropas dejaran ver más de la cuenta, lo cual Andre notó, y al entrar a los servicios y tras comprobar que no había nadie más me dijo:

-No andas nada cierto? Me dijo ella refiriéndose a la ausencia de la ropa interior.

-Se me ve algo? Pregunté yo.

-Pues, no es que te haya visto la panocha, pero es muy evidente que atrás de ese nudo no hay nada mas.

-Mmm, pues no te equivocas, no ando nada abajo.

-Y la parte de arriba, porque no te la haz puesto cruzada, así no se te salen las tetas tan fácil.

-En realidad eso fue decisión de mi novio, y bueno, tampoco me iba a oponer yo, le dije con una risita.

-La verdad ni me hubiera imaginado que fuera idea de él, juraba que era solo por tu gusto. Claro, ella me conocía muy bien, y sabía lo mucho que me gusta exhibirme descaradamente.

-Bueno, en realidad el me lo dio, y yo le propuse varias formas de colocarme la parte superior, entre esas esta, y fue la que escogió finalmente. Y te soy sincera, no esperaba encontrarme con nadie conocido aquí, igual, ya no voy a colocármelo de otra manera, toca quedarme así. Y bueno, eso que no sabes el resto, le dije con una mirada picara.

-Ah, qué resto? Me pregunto ya intrigada. Sin decirle nada, me di vuelta y me levante el pareo, dejando a su vista el plug anal que tenía metido.

-Si serás puta Jess… como haces para caminar con uno de esos entre tu culo así como nada. No te incomoda?

-La verdad no, a ratos hasta se me olvida, me acuerdo cuando me siento ya que se va mas adentro, pero en realidad no me incomoda. Justo decía esto cuando entro otra mujer a los servicios, y me logró ver todo mi trasero y hasta el plug posiblemente ya que lo tenía justo en dirección a la puerta. Rápido a como pude me recompuse el pareo y me di vuelta. La mujer sin decir nada entró a uno de los servicios, y yo me reí en silencio junto a Andre. Nos lavamos las manos y salimos sin decir nada más para regresar a la mesa. Ya en la mesa, seguimos platicando:

-Y que andan haciendo por acá, donde están hospedados, pregunté yo.

-Estamos tomándonos unos días de descanso, estamos acá mismo, en el hotel, me dijo Andre.

-Noooo… nosotros estamos igual acá, en este hotel, no los había visto hasta ahora.

-Es que llegamos hace un par de horas apenas, nos quedaremos hasta el domingo.

-Que bien, dije yo, nosotros igual estaremos hasta el domingo, estamos en la habitación 13.

-Nosotros estamos en la 11, casi juntos!!! En eso llegó el camarero con los platos, los colocó en la mesa y nos dispusimos a cenar. Yo estaba un poco incomoda, ya que tenía que estar acomodando cada nada mis tetas en mi “sostén”, que hasta con el movimiento de mis manos se desacomodaba. Andre cada vez que estaba a punto de salirse una teta se reía, mientras yo ya estaba realmente incomoda por la situación, principalmente porque me di cuenta que el novio de ella no perdía detalle, y no quería ser la causante de un problema para mi amiga. Finalmente terminamos de cenar, y pensé que sería hora de ir cada quien a su habitación, pero mi amiga no tenía esos mismos planes, y se adelantó a cualquier acontecimiento proponiendo:

-Vamos al bar, así podremos platicar un poco más y pasar un rato agradable. Aunque no tomo bebidas alcohólicas, no tengo ningún problema en ir a bares y pasar ahí con mi novio y amigos, pero debido a la incomodidad que tenía no era algo que quería en ese momento.

-Claro, vamos, escuche a mi novio decir sin titubear. Ya estaba hecho, y yo no había podido decir nada. En mis adentros lo único que pensaba era que nadie me tenía de zorra. En ese momento, Carlos y mi novio se levantaron y fueron a pagar la cuenta, mientras me quedaba sola con Andrea. Aproveché para decirle:

-Andre, sabes que no ando nada, no quiero causarte un problema a ti o a Carlos por eso, y es evidente que tu novio anda su mirada puesta en mis tetas, y si se da cuenta que bajo el pareo no hay nada, pues peor.

-Tranquila amiga, me dijo ella, con verte no te va hacer nada, y yo no voy a hacer bronca con eso, igual te conozco, y sé que no me estas robando a mi novio. Dicho esto, la tranquilidad regresó a mi nuevamente. Para ese momento ya los chicos habían pagada y nos hicieron señas para que les siguiéramos. El para estaba justo al lado del restaurant, así que no teníamos que ir lejos, simplemente cruzar un puerta y listo. Al entrar, vi que en el bar había bastante gente, ya los chicos estaban en una mesita, de esas circulares muy altas, que tienen asientos igualmente altos, sin respaldo, y pegados al piso. Definitivamente esos asientos iban a favorecer a todos los mirones que tendría en el sitio. Ya sin tomarle mucha importancia, caminé con Andrea hasta la mesita, trayecto en el cual todas las miradas se volvieron hacia nosotras, y en los últimos 3 o 4 metros del trayecto ya iba yo con mi pecho derecho al aire, el cual no oculté hasta que llegué a la mesa. Las sillitas tenían una especie de gradita en la parte baja, ya que desde el piso no alcazabas a sentarte. Al sentarme, sentí el frio del metal de la silla en mi trasero desnudo, al mismo tiempo que el plug se metía mas dentro de mi culo, lo que hizo que soltara un pequeño gemido, el cual no pasó desapercibido para Andrea, quien me dijo inmediatamente:

-Como que te hiciste daño amiga! Con una voz algo burlona y cómica!

-Es que el asiento está frio, me defendí.

-No creo que fuera eso solamente, me retó ella.

-No, lo otro es más bien agradable, le dije yo ya con cierto descaro. Andrea solo pudo sonreírse con esa respuesta mía, que quizás no esperaba mi descaro tan pronto. Pidieron la primera ronda de cervezas, mientras yo pedí un refresco para mí. El ambiente del bar era agradable, en ese momento había música de los Creedence, como puesta a mi gusto, el sitio era bastante más iluminado que el restaurante, lo cual provocaba que las miradas estuvieran más concentradas sobre mí especialmente. Empezamos a hablar de muchas cosas, hasta que Andrea y Carlos salieron a bailar un rato. Yo no soy muy aficionada al baile, y mi novio lo sabe, aunque tampoco tengo problemas, a lo que mi novio me preguntó:

-Quieres bailar un poco?

-Si tú quieres amor, con gusto iré con tigo.

-Bueno, vamos entonces, dale gusto a la clientela, me dijo malicioso y retador. Nos levantamos y fuimos hasta la pista de baile, era relativamente pequeña, y ya estaba mi amiga ahí, habría campo quizás para unas 2 parejas más antes de estar muy apretados todos. La música seguía siendo la misma, Creedence, como para un baile sexy muy suave. Me coloque de espaldas a mi novio y empecé a bailar muy suave, colocando mi culo prácticamente en su paquete, y empecé a restregarle el trasero suavemente, tocando con mis manos mis tetas sobre la fina telita que aun las cubría. Empecé a sentir como el pareo se me empezó a bajar un poco, dejando mi culo más descubierto aun, cosa que mi novio notó, me empezó a tocar el culito y se acercó a mi oído, donde después de varios besos me dijo:

-Como que quieres hacer un striptease aquí mismo.

-Te parece que lo haga, le dije yo un poco retadora.

-Lo harías perrita?

Tu qué crees, le dije yo en el mismo tono retador.

Mejor no digo nada más, solo intenta no quedar desnuda aquí, me dijo ya un poco más convencido de que si seguía, yo terminaría sin más que los zapatos ahí mismo. Me reí del asunto, y seguí con mi baile, en seguida me di vuelta hacia él, sin arreglarme aun el pareo, el cual ya dejaba ver casi la mitad superior de mi trasero. Coloqué mis manos sobre sus hombros, y seguí moviéndome muy sensualmente, con movimientos circulares de mi cadera, provocando una sensación como que el pareo caería al suelo en cualquier momento. Al poco rato de esto, sentí como efectivamente el pareo empezaba a bajar lentamente, a lo que reaccioné abriendo un poco mis piernas para que al menos no fuera a caer al piso, y justo a tiempo hice eso porque en ese momento terminó de caer el pareo, dejando mi culo totalmente desnudo, yo delicadamente lo subí nuevamente hasta su sitio inicial, sin mirar atrás, pero estaba segura que todos los chicos del bar estaban muy pendientes de la situación, cosa que mi novio confirmó con unas palabras a mi oído:

-Te gusta ser tan puta verdad.

-Porque lo dices amor, estoy aquí con tigo, le dije con tono inocente.

-Sí, tu estas aquí con migo, pero por poco tu pareo va a dar al suelo.

-Ja ja ja, pero si tú mismo me has dicho que le dé un espectáculo a la clientela, eso he hecho.

-Y tus tetas están ya desnudas también.

-Sí, pero esas me las estás viendo solo tú por ahora, aunque si quieres me doy vuelta y volvemos a la posición inicial, le dije nuevamente retadora.

-No, quédate así mejor, ya con la vista de tu culo es suficiente por ahora. Bailamos un rato más, mi novio colocó su mano sobre mis trasero, así impedía que el pareo bajara, y se juntó un poco más con migo, tapando con su cuerpo mis tetas. Antes de regresar a la mesa, el mismo coloco mis tetas tras la telita, a lo que le dije:

-Estas seguro que están bien?

-Me parece que sí, o me equivoco?

-No lo sé, por eso pregunto, no me pienso acomodar de nuevo la ropa, dije maliciosa.

-Entonces es imposible que quede bien, ya que en unos pasos tendrás de nuevo tus tetas al aire. Me sonreí como dándole la razón, y en efecto fue así, no habíamos salido de la pista y ya tenía nuevamente mi teta derecha otra vez desnuda. Observé a la gente, y prácticamente todo el bar estaba concentrado en mis tetas, especialmente la derecha, cosa que me hizo reaccionar e inconscientemente me la tapé con una mano, mientras con la otra colocaba la tela sobre ella. Nos volvimos a sentar en nuestros sitios, inmediatamente vi la pista y ya mi amiga venia también de regreso con su novio, se sentó a su lugar y me dijo ya sin tapujos:

-No cambias Jess, sigues siendo la misma exhibicionista de siempre.

-Cómo crees, le dije yo, ahora más!!! Le dije riendo un poco. Pedimos otra ronda de cervezas y refresco, y seguimos platicando y riendo por un rato más. A eso de las 11 de la noche, decidimos que era hora de retirarnos. Los chicos nuevamente se levantaron para ir a pagar las cuentas, mientras yo y Andrea nos quedamos un rato en las sillitas, ella me dijo:

-Supongo que como siempre habrá exhibición de salida.

-Te parece que debería hacerla, pregunte inocente.

-Pues no es que me parezca a mí, sino que siempre las has hecho.

-Es cierto eso, dije, y como debería ser en esta ocasión? Solo tetas? O todo?

-Tu eres la experta, no yo.

Bien, le dije, mientras baje mi mano hasta el nudo de mi pareo, lo aflojé un poco, lo suficiente como para que en el momento que me levantara de la silla el pareo callera, Andrea vio mi intención y me dijo:

-Creo que eso es demasiado, mejor quizás si simplemente te levantas, lo desatas y lo amarras nuevamente.

-Ja ja ja, quien es la experta entonces?? Le dije, pero bueno, lo haré como dices. Dicho esto, nos levantamos, yo tenía el nudo del pareo en mis manos, de lo contrario el pareo iría a parar en mis tobillos, siguiendo lo dicho por Andrea, y a la vista de prácticamente todos, desaté el nudo y abrí el pareo, dejando ver toda mi vagina, lo baje un poco como acomodando la parte trasera, y luego volví a cerrar el pareo al frente, para anudarlo nuevamente, tanto mi novio como Carlos estaban mirando atentamente todo el movimiento, mi teta derecha estaba al aire, y no tenía intención de acomodarla, al menos hasta que llegué donde mi novio, quién lo hizo por mi nuevamente. Salimos del bar, y nos dirigimos a las habitaciones, yo caminaba ya sin pensar en mi exhibicionismo, y aunque la noche era oscura, para Carlos no pasaba desapercibido el hecho que mis tetas estaban nuevamente desnudas. Llegamos a la entrada de la habitación de ellos, donde nos despedimos y seguimos nuestro camino, hasta llegar a nuestro cuarto, donde antes de que mi novio pudiera abrir la puerta lo tomé violentamente de su cintura y a como pude lo coloque de espaldas a la puerta, le baje el short desesperadamente y me arrodille frente a el, empezando a hacerle una mamada ahí mismo, fuera de la habitación. Él no se opuso, y en menos de un minuto ya estaba su pene totalmente listo para la acción, sin decirle nada, me levanté, le di la espalda y empecé a tratar de meterme el pene en mi vagina. A esto el reacciono, se inclinó un poco sobre mí y al oído me dijo:

-No te lo has ganado hoy puta, te has portado muy mal. Estas palabras me hicieron desesperar, y sin soltar su pene empecé a forzar meterlo entre mi panochita, pero no lograba acomodarme bien, en ese instante sentí como el plug de mi ano salía, mi novio lo había sacado por completo, e inmediatamente lo acercó a mi boca, yo en mi deseo solo reaccioné a abrir la boca y empezar a saborear mi propio ano, mientras sentí como el miembro de mi novio ahora apuntaba en al hueco que el plug había dejado vacío, y sin tiempo de reacción sentí como empezaba a forzar mi culo con esa tranca enorme. Mis manos fueron a dar a la barandilla que había frente a mí, de la terracita que tenía la habitación, y empecé a gemir mientras sentía como ese tremendo pene se abría campo entre mi estrecho ano. Una vez entró todo, empezó a bombear mi culo, yo no podía evitar los gemidos, los cuales casi se iban convirtiendo en gritos, y aunque la noche era oscura y la entrada de nuestro aposento no estaba iluminado en ese momento, si había suficiente luz como para notar desde la piscina que había una pareja en el lugar, y mis gritos eran evidencia que no estábamos precisamente abriendo la puerta. La situación duro unos 3 o 4 minutos, hasta que mi novio se corrió en mi culo, lapso durante el cual tuve un largo orgasmo. Supuse que mínimo mi amiga y su novio se dieron cuenta de la situación, pero posiblemente algunos vecinos mas también lo hicieron, pues mis gemidos y gritos son normalmente muy fuertes, y esa noche no fue la excepción. Mi novio sacó su tranca de mi culo, y me ordenó limpiársela completamente, cosa que hice sin protestar, aunque no soy la más aficionada a las mamadas, y menos aun cuando la picha sabe a mi culo, la situación no daba para quejas, así que limpié hasta el último centímetro cuadrado de pene de mi novio, mientras él me decía lo puta que era. Hecho esto, entramos a la habitación y caímos en la cama agotados.
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Relato erótico: “La historia de un jefe acosado por su secretaria 6” (POR GOLFO)

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12

La actividad diaria impidió que esa manipuladora volviese a intentar un nuevo rifirrafe y reconozco que tampoco yo pude inclinar la balanza hacia mi lado, durante el resto de la jornada. Cuando cerca de las siete la vi marchar, di por sentado que al menos ese día tampoco había un claro vencedor y llamando a casa, pregunté a la rubita si le apetecía cenar fuera. A la chavala le molestó mi propuesta ya que con ella daba por sentado que no había preparado la cena.

― Cómo usted desee, pero entonces qué hago con el faisán que tengo en el horno, ¿lo tiro?

Admitiendo que había sido descortés, únicamente pregunté si cenaríamos solos o también tendríamos compañía.

―Usted y su muñeca, nadie más― respondió con gracejo.

Saber que así sería y que no tendríamos a la manipuladora al menos por esa noche, me hizo desviarme y comprando unas flores, aparecí en casa. Tal y como me tenía acostumbrado estaba desnuda, pero eso no fue impedimento para que extendiendo el brazo se las diera. Pero su reacción no fue la que había anticipado ya que sin caer en que era un presente Natacha preguntó dónde quería ponerlas.

―Era un regalo para ti― susurré un tanto preocupado por lo poco que esa cría sabía de las relaciones humanas.

Mirándome a los ojos, soltó una carcajada:

―Tenía que haberse visto la cara.

Al percatarme de que esa endemoniada criatura me había tomado el pelo, la tomé de la cintura y poniéndola sobre las rodillas, respondí con dos azotes. Sus risas al recibirlos fue lo mejor que me había pasado en todo el día y por eso, atrayéndola hacía mí, la besé. Ese beso que empezó siendo parte de un juego se transformó al notar su entrega en algo más y antes de que me diese cuenta, estaba acariciando sus pechos.

―Se va a quemar lo que tengo en el horno― gimió al sentir mi boca recorriendo los bordes de sus rosadas areolas.

―Me la trae al fresco― respondí y tomándola en volandas la llevé hasta la cama.

Nada más depositarla en la cama, me empecé a desnudar bajo su atenta mirada. El deseo que sus ojos destilaban me hicieron recordar su inexperiencia y por ello, ya sin ropa, en vez de abalanzarme sobre ella, la abracé no sabiendo a ciencia cierta cómo debía actuar. Increíblemente, la chavala dio el primer paso volviendo a poner sus senos en mi boca mientras me pedía que fuera tierno con ella esa su primera vez. Su ruego no cayó en saco roto y retardando las ganas que tenía de poseerla, me dediqué a acariciarla. Desde el momento que sintió mis dedos en su espalda comenzó a gemir, pero cuando estos llegaron a su trasero y recorrieron sus nalgas, esos tímidos sollozos eran ya gritos de pasión, demostrando lo necesitada que estaba de esos mimos.

― ¡Quiero que me enseñe a correr! ― chilló mientras instintivamente restregaba su sexo en mis muslos.

Ese berrido ralentizó más si cabe mi ritmo y tumbándola sobre las sábanas, me fui deslizando por su cuerpo regalándola a cada paso besos, caricias, mimos y porque no reconocerlo, un par de suaves mordiscos. No había pasado de su ombligo cuando percibí los primeros síntomas de gozo en ella y excitado, preferí contener mi ataque para no apabullarla. Por eso antes de atacar su sexo con la boca, me entretuve lamiendo brevemente sus piernas mientras de reojo observaba a la rusita pellizcándose los pechos.

―Su muñeca no puede más― suspiró deseando que diera el paso.

Asumiendo que era así, usé dos yemas para descubrir el tesoro que escondía bajo sus pliegues y absorto contemplé la prueba de su novatez cerrando su vagina. Confirmar que era virgen y que nunca había sido usada, siendo algo previsto no por ello fue menos impactante y consciente de lo que hacía, saqué la lengua y agasajé con dulzura su clítoris. Nada más sentir esa húmeda atención, la eslava entró en ebullición y retorciéndose sobre el colchón se vio sometida por el placer. La forma que se corrió llenando con su flujo mi cara me hizo extremar las precauciones y mientras alargaba su gozo con nuevos mimos de mi lengua, confieso que seguía atento sus reacciones. Al no ver en ella ningún signo de los desencadenantes que habían dejado grabados en ella, me tranquilizó y sediento busqué secar el manantial en que se había convertido su sexo. Mi insistencia alargó, profundizó y renovó su orgasmo de un modo natural nada parecido a lo ocurrido antes con ella, por eso sin variar nada me permití saciar mi sed con el sonido de sus sollozos sirviéndome de acicate.

―Ya sé correr, don Lucas. ¡Estoy lista para escalar! ― aulló con una alegría que desbordó todas mis previsiones y antes de que me diese cuenta, la chavala con mi pene entre sus manos intentaba desflorarse.

De no haber mediado la cordura, la hubiese dejado proseguir, pero el puto enano moralista que vivía en mi cerebro me lo impidió y mordiendo sus labios, murmuré en su oído que tuviese paciencia, que cuanto más aguardara, más placer obtendría. No sé exactamente si fue ese mordisco, si fue mi negativa o la promesa de un mayor gozo, pero contra todo pronóstico la chavalita no insistió y abrazándome, murmuró la suerte que tenía mi muñeca al tener un amo tan cariñoso.

 Por un breve instante, estuve a un tris de decirle que no era su amo, pero todavía hoy doy gracias a que de pronto recordé que la habían programado para el suicidio si se sentía ignorada por su dueño y por eso, en silencio, casi me echo a llorar, dudando que algún día esa monada de ojos verdes pudiera desenvolverse como una mujer normal.

«Mientras ocurre o no, estaré yo ahí protegiéndola», estrechándola entre mis brazos resolví…

A la hora de sentarnos en la mesa, la obligué a ponerse ropa. Aunque en un primer momento se quejó cuando le expliqué que con ella desnuda no podría concentrarme, aceptó. Ya “correctamente” vestida nos pusimos a cenar.  Como ya me tenía habituado, su faisán relleno de foie resultó una delicia y el puré de manzana con el que lo acompañó, algo digno de reyes. Por ello, cuando bien comido y bien bebido, le pedí que me enseñara cómo iba el cuadro reconozco que estaba predispuesto favorablemente. Pero en cuanto lo descubrió, dejando caer teatralmente la sábana que lo tapaba, todas mis previsiones quedaron sobrepasadas con lo que contemplé. No solo había captado la luminosidad tan característica de Goya sino su sensualidad y eso a pesar de las enormes astas de la frente y del rabo que brotaba del culo de su modelo.

―Endemoniadamente bella, irresistiblemente zorra― comenté cuando preguntó que me parecía la Patricia que había plasmado en el lienzo.

― ¿Y usted? ― insistió señalando un pequeño sátiro a sus pies y que me había pasado inadvertido.

No pude más que sonreír al ver el desproporcionado artefacto que lucía entre las piernas ese ser cuyo rostro era el mío.

― ¿Me imagino que la idea no fue tuya, sino de ella?

―Sí y no. Ella solo me pidió incluirlo en el cuadro.

― ¿Por qué me dibujaste siendo un sátiro? ― sin señal alguna de cabreo, pregunté haciéndole ver que me había pintado con el cuerpo cubierto de vello, rabo y las patas de macho cabrío.

―No es un sátiro, es Fauno: el dios de los campos y los bosques, protector de los rebaños. Como yo me considero su cachorrita, vi normal pintarlo como ese dios.

― ¿Y el tamaño del pene? ¿También fue idea tuya?

Bajando la mirada, confesó que no y que Patricia incluso le había pedido pincelarlo aún más grande. Desternillado de risa, la tomé de la cintura y llevándola al sofá del salón, entre los dos comenzamos a estudiar otro libro de arte, este de la National Gallery, para ver cuál sería su siguiente obra. Lo que nunca pensé fue que escogiendo la “Venus del espejo de Velázquez”, me pidiera permiso para ser ella la protagonista. El brillo de sus ojos me hizo asumir que de alguna forma deseaba que su amo la pudiese contemplar y por ello, sonriendo, le hice saber que, de gustarme el resultado, colgaría el cuadro en mi despacho.

            ―Nada me gustaría más― sollozó mientras se lanzaba a comerme a besos y me preguntaba en qué parte de la casa íbamos a colocar el de Patricia. Recordando el gigantesco cipote de mi personaje, insinué a la chiquilla por qué no se lo regalaba a mi secretaria para que ella también me tuviera presente. Sin advertir que mi verdadera intención era joder a esa mujer, aceptó de inmediato y por eso no vio inconveniente en que, al día siguiente, se lo lleváramos en persona a su casa.

            «Ya que se auto invita a la mía, me invitaré yo a la suya», me dije mientras la ayudaba a quitar su “maja” del caballete y sustituirla por un lienzo en blanco.

            Con todo preparado para empezar, cayó en que no tenía ojos en la espalda y que por tanto difícilmente podría dibujar su trasero tal y como había hecho don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Desternillado de risa, la llevé al baño y le mostré que podía usar sus espejos para vérselo. Lo que nunca me esperé fue que al verse me preguntara porque no colgábamos uno en el techo de mi cama y otros en las paredes de cada lado:

―Así podría observar desde todos los ángulos cuando haga de mí una mujer.  

Pensando en que parecería el clásico motel de carretera donde los clientes se llevan las prostitutas, me negué. Pero como el descerebrado que soy, se me ocurrió bromear que si tanto le interesaba tener una imagen en su cerebro podía grabarla.

― ¿Haría eso por mí? ― esperanzada, me interrogó: ―Sería feliz si pudiese verme tocándome con usted a mi lado.

Su tono, la esperanza que leí en su cara y el morbo que me daba ver a esa monada masturbándose para mí hicieron que aceptara inmortalizar esa escena con mi teléfono móvil y llevándola al cuarto, le pedí que comenzara mientras me sentaba en la cama. Supe cuánto deseaba exhibirse ante mí cuando desde el momento en que oyó mi permiso toda ella daba prueba de su excitación. El brillo de sus ojos mientras se mordía los labios, sus pezones erizados, el sudor de su frente, todos eran signos de la calentura de su interior al sentir mi mirada.

―No sé por dónde empezar― musitó desolada.

―Por tu vestido… ¡quítatelo! ― respondí.

Poniéndose de pie frente a mí, lo dejó caer lentamente sobre la alfombra. Los nervios de primeriza ralentizaron sin desearlo sus movimientos y eso les confirió una sensualidad y una inocencia que debo reconocer despertaron al depredador que había en mi interior.

―Date la vuelta y muéstrame el trasero de mi bella muñeca― exigí.

Al sentir que esa orden llevaba un piropo explícito, la chavala gimió y girándose, expuso sus nalgas a mi examen. El tanga rojo que llevaba puesto era tan minúsculo que por un instante creí que se lo había quitado. Percatándome que lo cachonda que se sentía al exhibirse, quise incrementar su calentura y por eso sin dejar de grabarla, me permití el lujo de acariciar esa maravilla. Natacha maulló de placer al notar mis yemas recorriendo sus cachetes y quedándose inmóvil, aguardó a que le diese la siguiente orden.

―Quítate las bragas― exigí divertido con su entrega. 

Ya desde mi privilegiado punto de observación, que no era otro que mi cama, no quité ojo ni a sus maniobras ni a sus miedos y eso me permitió comprobar que obedecía y se quitaba el tanga.

―El sujetador fuera.

La dureza de mi voz la hizo temblar y dejando deslizar los tirantes del mismo, puso sus senos casi adolescentes a escasos centímetros de mi cara como si deseara obtener de ese modo mi aprobación. Sus rosadas areolas no por diferentes de las oscuras de Patricia eran menos atrayentes y nuevamente me vi premiándola, esta vez con un largo lametazo a cada uno de sus pechos. En esta ocasión, su modo de responder fue con un profundo, pero revelador, gemido.

―Tócate para mí.

Con el zoom dejé para la posteridad el momento en que abriendo las piernas y separando los pliegues de su sexo, la rubia comenzó a comenzó a acariciar su clítoris. La humedad que brillaba entre sus muslos y sus sollozos me empezaron a excitar, pero no por ello me olvidé de usar la cámara del teléfono.

―Sí, mi muñeca me pone y estoy bruto― reconocí cuando la rusa se quedó mirando al bulto que crecía bajo mi bragueta.

 Al escuchar y comprobar con sus propios ojos que mi pene reaccionaba a su exhibicionismo, se sintió realizada y llevando una mano a su pecho, lo pellizcó mientras reanudaba los mimos sobre el erecto botón situado en la antesala de su vulva.

―Estás preciosa cuando te masturbas― se me ocurrió comentar sin saber que llevaba grabado ese piropo como un banderazo a su gozo.

Sin apenas darme tiempo de reacción, la rubia cayó sobre la cama y se comenzó a restregar los muslos y a pellizcar los pechos mientras su entrepierna era pasto de las llamas.

―Mi amo me considera preciosa― aulló llena de felicidad al experimentar una nueva forma de placer en la que se unían el goce sexual con la satisfacción anímica de que la encontrase guapa.

Como no vi en su forma de correrse nada dañino dejé que siguiera gozando del momento.

―Me encanta tu culo, tu cara y tus tetitas― susurré en su oído mientras dejaba constancia de la serie de orgasmos que disfrutó en el móvil.

Esos piropos siendo bien recibidos no incrementaban su placer y por eso, decidí seguir probando:

―Me gusta ver a mi bella muñeca cuando goza.

El impacto de esa frase fue más que evidente al verla convulsionar sobre las sábanas gritando.  

―Regálame tu placer, zorrita― probé totalmente excitado al verla ponerse a cuatro patas en el colchón luciendo la humedad de su coño ante mis ojos.

Nada más expresar mi deseo, la eslava se vio dominada por un clímax tan brutal como húmedo y la cercanía de su sexo a mi cara provocó que, cuando el cálido chorro brotó de su interior, éste impactara de pleno contra mi rostro embadurnado con su flujo mis labios y mis mejillas.

― ¡Soy la muñeca que ama a mi señor! ― gritó antes de desplomarse sobre la cama.

No pude más que sonreír al verla agotada y sin fuerzas, pero feliz. Por ello, dejándola descansar, le di un beso en su frente y la tapé.

―Mi señor ama a su muñeca también― al apagar la luz para dejarla descansar, escuché que susurraba…

13

A la mañana siguiente, la rusita fue feliz cuando le hice llegar el video y mientras desayunábamos, se puso a verlo. Su excitación era tan evidente que muerto de risa señalé el tamaño que habían adquirido sus pezones. Contagiada, la puñetera cría dejó caer que al volver iba a tener dificultades para ponerse a pintar su culo cuando lo que realmente le apetecía era plasmar en el lienzo la expresión de cara viendo cómo se masturbaba.

―Como te dije ayer, tengo una muñeca preciosa― respondí mientras con dos de mis yemas le regalaba un pellizco.

Sin ocultar el gozo que esa caricia le producía, la cría me preguntó si finalmente esa noche la iba a hacer mía. El tono de la chiquilla revelaba esperanza, pero también desolación al sentirse ignorada por no ser tomada por mí. Recordando que por su “educación” era peligrosísimo que Natacha creyera que su amo la rechazaba, imprimí toda la ternura que pude a mi voz para decirle que el primero que deseaba estrenarla era yo, pero insistiendo también en que debía estar preparada.

―Don Lucas, su nena ya lo está― replicó encantada sin caer en la turbación que me embargaba y que no podía exteriorizársela.

Y es que no podía obviar que al aceptar que viviera en mi casa, me había hecho responsable de su bienestar tanto físico como anímico. En su caso, su salud corporal no me preocupaba, pero la mental era otra cosa y por eso me hice el propósito de hablar con mi amigo el psiquiatra para que me aconsejara como actuar.

«Según él debo dejar que su sexualidad fluya para que no se frustre», me dije preocupado con los síntomas que había conseguido vislumbrar en ella.

Por eso cuando, después de dejarla en el centro donde estudiaba, llegué a la oficina lo primero que hice fue contactar con Julián y explicarle la situación en la que me encontraba. Tras oír atentamente los progresos y retrocesos de la rusita, el loquero no dudó en decirme que lo quisiera o no mi actitud era importante para la recuperación de Natacha:

―Piensa que, hasta conocerte, esa cría nunca había sentido ningún tipo de cariño. Para su antiguo dueño era un objeto, una mercancía a la que moldear, en cambio para ti es una persona y ella lo nota. Se ha percatado que le importas y eso es algo a lo que no está habituada.

 ― ¿Entonces qué hago? ¿Cedo y me acuesto con ella? ¿Me niego o sigo retardándolo?

Se tomó unos segundos en contestar:

―Lucas, tu labor con Natacha debe ser global. Debes intentar reducir su ansiedad a través de que poco a poco se aproxime a lo que le produce estrés y una respuesta exacerbada. En su caso es el sexo particularmente lo que la angustia al haber sido programada para ello, por lo que debes esforzarte en que vaya conociendo y practicando el mismo en un ambiente de confianza. Pero también es necesario que tome conciencia de quién es y del valor que tiene por ella misma. Te parecerá raro, pero te tiene miedo o mejor dicho tiene miedo de lo que piensas de ella. En su interior se ve como un desecho al que tú como su “dueño” la tienes que soportar. Por ello es obligatorio que aprenda a auto valorarse y que note que para ti ella es una persona a la que estimas.

―En pocas palabras que debo acostarme con ella y que cuando lo haga, no me la folle, sino que le haga el amor― respondí.

―Yo no lo diría así, pero es una buena aproximación― fue su respuesta.

Sobrepasado por la responsabilidad que había puesto sobre mis hombros y viendo que Patricia llegaba con mi café, me despedí. Conocedora del efecto que su belleza tenía sobre mí, llegó contoneando las caderas:

― ¿Cómo está mi futuro novio? ¿Ha dormido bien?

―Cojonudamente― cabreado por su acoso, repliqué: ―he soñado que desaparecías de mi vida y te casabas con otro.

Fijándose que no había nadie mirando, se acercó y sin rubor alguno contestó:

―Yo en cambio, me he pasado toda la noche pensando en lo feliz que seré cuando sea tu mujer y me dejes mimarte.

Su descaro me sacó de las casillas y queriendo que tuviese claro mi negativa, respondí:

―Para eso ya tengo a Natacha. Al contrario que tú, esa niña me da su cariño sin pedir nada a cambio.

Contra todo pronóstico, se iluminó su cara al escucharme:

―No sabes la ilusión que me hace oírte decir que ya te la has tirado a nuestra pequeña. La pobre lo necesitaba aún más que yo.

Analizando lo que me acababa de soltar, descubrí dos cosas: que se había referido a Natacha como “nuestra” niña, y que acostarse conmigo lo sentía como una necesidad. De lo primero era ya consciente, no en vano su relación con la rusa era posesiva, pero de la segunda me acababa de enterar.

―Si tanto necesitas follar conmigo, lo podemos resolver rápidamente. Métete en el baño y desnúdate mientras me esperas.

El color de sus mejillas me dio una pista de cómo actuar y recalcando un desprecio que realmente no existía en mí, añadí:

―O si lo prefieres, lo podemos hacer frente a todos, aunque no creo que Joaquín esté muy contento de saber la clase de zorrón que tiene por hermana.

Sin dejarse intimidar, respondió:

―No le pillaría de nuevas. Mi hermanito es consciente de que el cerdo de su jefe me tiene enamorada y que en cuanto me pida matrimonio, diré que sí. Ponme un anillo en el dedo y dejaré que me ames hasta en un vagón de metro.

Cuando ya estaba a punto de estrangularla, me entró una llamada de un cliente y por ello, me quedé con ganas. Supe que esa zorra sentía que nuevamente había vencido cuando quitándose las bragas las puso sobre la mesa.

―Perdona― comenté tapando el micrófono del teléfono: ―Hoy me apetece pajearme con tu sujetador, así que sé niña buena y quítatelo.

Ese cambio de prenda la cogió desprevenida, ya que ese día venía vestida con una blusa semitransparente y si me hacía caso, todo el que pasara por enfrente, disfrutaría de la visión de sus negras areolas. Durante un par de segundos, dudó… pero tras meditarlo, respondió:

―Me parece bien, pero a cambio quiero que te grabes haciéndolo y me lo mandes.

Consciente de que, si aceptaba, esa manipuladora podía usar la película en mi contra y chantajearme, me negué.

―Entonces, hoy no te toca premio― riendo respondió mientras recogía el tanga que había dejado en mi poder.

El paso alegre con el que desapareció de mi despacho hundió aún más mi ánimo al saberme derrotado y por ello durante las siguientes dos horas, ni siquiera miré hacía su lugar de trabajo no fuera a ser que me sorprendiera haciéndolo y me regalara una de sus sonrisas.

Ya habían pasado de las doce cuando ejerciendo de secretaria esa endemoniada belleza me pasó a Pedro. Interesado en saber cómo iban sus averiguaciones, contesté y tras los típicos saludos, el detective entró directamente en materia:

―Le tengo noticias y de ante mano le advierto que no le van a gustar ya que son acerca de una persona de su entorno más inmediato.

Asumiendo que se había enterado de la existencia de Natacha, pedí que continuara:

―Como le decía, al investigar las vidas de las crías que aparecieron muertas en esa nave, mis contactos en la policía me han reconocido que el soplo se lo dio la antigua “novia” del sujeto e investigando sobre ella, me encontré con que esa joven es su secretaria.

―Ya lo sabía y por eso le pedí que investigara. Por favor, siga.

Quejándose de que no se lo hubiese contado, prosiguió:

―Lo que, seguro que no sabe, es que la señorita Meléndez y el tal Isidro fueron amantes casi dos años y según me he informado ambos lucieron una actitud desinhibida, por decirlo de alguna forma, respecto al sexo.

Mi silencio, le permitió extenderse:

―Por lo visto, su relación no era cerrada y durante el tiempo que fueron pareja, por su cama pasaron gran variedad de hombres y de mujeres en una espiral cada vez mayor. Si en un principio les bastaba con un trio ocasional, llegó el momento que no era así y comenzaron a experimentar con otros tipos de sexualidad.

― ¿A qué se refiere? ― pregunté.

―Orgias, dominación, exhibicionismo… la joven que trabaja con usted no solo se dejaba llevar, sino que en gran parte era la inductora. Pero todo ello, terminó a raíz de una fiesta en la que se encontró con una antigua compañera de colegio.

―Isabel Pérez― afirmé en vez de preguntar.

―Así es, por aquel entonces, esa veinteañera llevaba teóricamente fugada de su casa unos seis meses. Por ello y según me han insinuado, cuando la señorita Meléndez la vio atada a un potro de tortura en ese festejo sadomasoquista, directamente, pidió a Bañuelos que se enterara quién era el dueño de la cría para que se la cediera esa noche.  Mis fuentes afirman que el tal Isidro se echó a reír y que, descolgándola de la cruz, se la hizo entrega para que disfrutara de ella y que su secretaría se la llevó tirando de la melena a un cuarto aparte.

«¡Su puta madre!», pensé viendo que se estaban cumpliendo mis peores pronósticos y por ello, me mantuve callado para que Pedro continuara.

―Por lo que me cuentan, apenas habían pasado unos minutos cuando la que ahora es su secretaria salió de la habitación furiosa y creyendo en que su amante no tenía nada que ver con ello, le advirtió que la joven Isabel era rehén de una organización de trata de blancas.

― ¿Y entonces qué ocurrió? ¿Cómo reaccionó el tipo? ― pregunté.

―Parece ser que no solo se echó a reír, sino que le hizo ver que la gran mayoría de las parejas de cama que habían compartido durante su “noviazgo” también eran víctimas y que, por tanto, más le valía estarse callada si no quería terminar en la cárcel.

― ¿Qué hizo Patricia entonces?

―Por lo visto, no estaba informada de eso cuando se acostó con ellos y al enterarse, salió huyendo de la casa sin mirar atrás. Cosa que por lo visto no se perdona ya que a los pocos días el mismo Isidro, para hacerla callar, le comentó que, a raíz de su reacción, la gente con la que trabajaba le había obligado a matar no solo a Isabel sino a las otras dos secuestradas que estaba presentes en esa fiesta y que por tanto un juez la vería como cómplice de esas muertes.

 ― ¡Quiero a ese hijo de puta en la cárcel! ― exclamé al ver ratificadas todas y cada una de mis sospechas: ― ¡Cueste lo que cueste!

Fue entonces, cuando revelando su integridad, Pedro contestó:

―Para mí ya no es una cuestión de dinero, es un tema personal. Tengo hijas y no me quiero imaginar lo que deben haber sufrido los padres de estas tres niñas.

―Y los que no son de ellas― repliqué, explicándole por primera vez la ONG que había fundado Patricia y que entre las chavalas que habían liberado, se encontraba la que vivía en mi casa.

Al escuchar que mi secretaria había vendido su empresa y había dedicado el dinero a combatir la esclavitud en todas sus formas, el detective cambió de opinión sobre ella y preguntó si la podía contactar para usarla como fuente de información.

―Por ahora, no. Tiene demasiado reciente lo de su compañera y no creo que sea conveniente― respondí.

Aceptando mi postura, quiso devolverme el anticipo. No solo me negué, sino que aprovechando que tenía el ordenador abierto le trasferí nuevos fondos para cubrir sus gastos, pidiendo únicamente que me tuviera informado.

―Así, lo haré― contestó antes de despedirse y colgar.

Al conocer en todo su alcance el dolor que la morena debía haber sentido al saberse culpable indirecta de esas muertes, la miré y viendo que seguía enfrascada en la rutina, achaqué su acoso a la experiencia que había sufrido y que al igual que mi rusita ella también era una víctima de ese desalmado:

«No es culpa suya. Cuando Joaquín le contó cómo lo traté, vio en mí un hombre del que podía fiarse y que nunca abusaría de ella», me dije apesadumbrado al reconocer en mi interior que yo no era ningún santo.

La información del detective hizo mella en mi cerebro y mi propio comportamiento con Patricia varió sin darme cuenta, olvidando mi resentimiento con ella. Por eso cuando al volver de comer la morena entró a mi despacho para revisar un documento que debíamos enviar a uno de nuestros clientes, me abstuve de hacer ningún comentario hiriente a los que la tenía acostumbrada y me comporté hasta cariñoso cuando valoré positivamente su trabajo. Ese cambio no le pasó desapercibido y quizás temiendo que después de la calma viniese la tormenta, me preguntó qué me pasaba.

―Siempre me he considerado un jefe justo y cuando veo algo que está bien hecho, lo digo― respondí.

―A ti te ocurre algo― insistió sospechando que esa actitud era parte de un plan.

Sonriendo al ver sus cautelas, decidí aprovecharlas para reírme un poco de ella.

―Aunque estés un poco loca, eres una mujer inteligente. Tu trabajo es excelente y encima estás buenísima. ¿Qué más te puedo pedir? ― le dije mientras rozando su mejilla con mis dedos, le hacía una carantoña.

Esa serie de piropos encadenados junto con la caricia provocaron su enfado y abriendo de nuevo las hostilidades, me preguntó que si la veía tan atractiva entonces porque no quería casarme con ella. Despelotado al sentir su furia, respondí mientras la tomaba de la cintura:

― ¿Quién te ha dicho que no quiero? ¡Preciosa mía!

Incapaz de contenerse, restregó sus pechos contra el mío, mientras dejaba caer si podía considerar eso como un sí.

―Para nada, ya me casé una vez y no veo razón para volver a tropezar con la misma piedra… a no ser que una negra que conozco, me lo pida de rodillas después de entregarse a mí.

Cuando estaba a punto de mandarme a la mierda, sonó mi móvil y al ser una llamada de Natacha, contesté poniendo el altavoz. Durante unos segundos, solo oímos quejidos para luego y antes de cortarse, escuchar que me pedía ayuda:

―Don Lucas, su muñeca le necesita.

No necesitamos nada más y sin haber hablado entre nosotros, nos vimos saliendo a toda prisa hacia el garaje. Cuando ya iba a coger mi coche, la morena comentó que fuéramos en su vespa, ya que a esa hora había mucho tráfico y tardaríamos menos en moto. Aceptando su sugerencia, me puse el casco que me daba y subiéndome de paquete en el scooter, salimos a toda prisa hacia mi casa.

La preocupación que me embargaba no impidió que me percatara que era la primera vez que la abrazaba y que tenerla entre mis brazos, aunque fuera para no caerme, me resultaba sumamente agradable.

«Va a resultar que esta zorra me gusta», pensé sin exteriorizarlo.

Diez minutos después de dejar la oficina, nos vimos entrando en el piso donde nos encontramos a la rubita tirada en mitad del salón retorciéndose de dolor mientras en la televisión se reproducía una y otra vez el video que había grabado. Supe de inmediato que en mi ausencia se había puesto a verlo mientras se tocaba y por eso lo primero que hice fue apagarla.

― ¿Cómo se te ocurrió masturbarte sin mí? – pregunté mientras la llevaba a la cama sabiendo que ese acto que en una persona normal no tenía consecuencias, en su caso había sacado a la luz una de las prohibiciones que el torturador había dejado impresa en su cerebro.

La mirada asesina que me dirigió Patricia me alertó que lo último que necesitaba esa niña era que se lo recriminara y tumbándose a su lado, intentó calmarla pidiéndole que dejara de sufrir porque sus dueños no estaban cabreados con ella. Sus palabras provocaron el efecto contrario y solo consiguieron intensificar el dolor de la chavala.

― ¡Haz algo! ¡Joder! ― me recriminó la negra viendo que sus intentos no servían de nada.

―Calla y déjame pensar― respondí.

Repasando la conversación de la mañana con Julián acerca de sus traumas, comprendí si se lo había provocado al buscar el placer en soledad, imitando a los bomberos forestales debía combatir el fuego con fuego y por eso ante la indignación de Patricia, me comencé a desnudar.

― ¡Imítame! ¡Coño! ― exigí a mi secretaria sin tiempo de aclararle nada.

Sin ver la razón de mis actos, la morena se quitó el vestido y solo cuando me vio tumbarme al lado de Natacha y ver que la besaba, comenzó a entender.  

―Muñeca, deja que te demostremos lo mucho que te queremos― susurré en su oído mientras acariciaba su cuello.

―Eres nuestra niña y te amamos― añadió la que la joven consideraba su ama al tiempo que sacando la lengua se ponía a lamer sus pezones. 

 Nuestra ternura la hizo sollozar y hablando por primera vez desde que llegamos, nos pidió perdón por haber intentado gozar ella sola.

―No te tenemos nada que perdonar, fui yo quien te autorizó a hacerlo― mentí mientras me apoderaba de unos de sus pechos actuando en sintonía con la negrita.

Creí reconocer placer en el gemido que dio al sentir nuestras bocas agasajándola y sabiendo que íbamos por el buen camino, me deslicé por ella dejando con mi lengua un húmedo surco sobre su piel. Al llegar a su sexo, lo hallé completamente encharcado. Esa fuente desbordándose me hizo insistir y mientras mi imprevista compañera de cama le decía lo guapa que era, separé los pliegues de su coño dando un primer lametazo sobre su clítoris.

― ¡No me lo merezco! ¡Mi señor! ― reaccionó gritando.

―Por supuesto que te lo mereces, muñeca. Esto y mucho más― respondí mientras sentía que se incrementaba el caudal de flujo que manaba de ella.

El berrido que pegó al sentir mis dientes mordisqueando su botón fue lo que me hizo decidir pedir ayuda a mi secretaria para que la hiciéramos llegar al orgasmo y así hacerle sentir nuestro cariño. Entendiendo al fin mis intenciones, Patricia unió su boca a la mía y juntos continuamos mimando ese tesoro todavía inmaculado. Tal y como había previsto, en cuando notó que ambos nos afanábamos en darle placer, Natacha se vio sacudida por todas las sensaciones que llevaba acumuladas y cediendo a ellas se corrió.

Todavía la rusita estaba gozando cuando susurrando en voz baja, mi acosadora con tono tierno me dijo que era un cerdo al haberla mentido. Preguntando porqué, respondió:

―Debes pensar que soy tonta. Nunca te has acostado con ella… ¡sigue virgen!

La tregua que manteníamos permitió que la reconociera que no me sentía capaz de estrenarla.

― ¿No te gusta nuestra muñeca? ― atónita, preguntó.

―Claro que me gusta. Es una monada, pero sería abusar de ella.

Impresionada, se tomó unos momentos antes de contestar:

―Mi enamorado es tan bueno que a veces parece idiota. Para Natacha eres su ancla y haciéndola mujer, además de ser tu obligación, tampoco la maltratarías sino qué le harías el mejor favor que nadie ha hecho por ella al darle tu amor. Toda su vida ha sido esclava y necesita comprender que, a nuestro lado, eso ya no es así.  

 Sus palabras me dejaron pensativo y quizás por eso tardé en reaccionar cuando sin preguntar mi opinión, tomó mi pene ya erecto y lo aproximó al sexo de la rubita.

―Cumple con tu deber y hazla que se sienta amada.

Asustado por la responsabilidad, miré a la chiquilla y descubrí en su rostro, expectación y esperanza. Aun así, preferí cerciorarme y mientras mi glande jugaba con sus pliegues, murmuré:

―Natacha, deseo hacerte mía.

La felicidad con la que recibió mis palabras me dio el coraje de hundir unos centímetros mi pene en ella hasta topar con su himen. A punto de mandarlo al olvido, insistí:

―Si te tomo, dejarás de ser mi sierva y te convertirás en…

Interrumpiéndome antes de terminar, Patricia me rectificó:

―Cuando mi amado te tome, dejará de ser nuestra sierva y te convertirás en nuestra mujer. ¿Es eso lo que deseas?

―Sí― chilló mientras con un movimiento de caderas, forzaba la entrada de mi miembro en su interior.

El dolor fue algo breve y regalándonos una sonrisa, suspiró:

―Esposo mío, ama a tu muñeca.

Palidecí al oír que Natacha no solo se sentía mía, sino que me consideraba su marido y por eso, a mi lado, Patricia tuvo que insistir:

―Demuéstrale el cariño que sentimos por ella.

Sin saber a qué atenerme, comencé a moverme por instinto sacando y metiendo mi pene lentamente mientras notaba a la morena abrazándome por detrás. La presión de sus pechos en mi espalda me hizo reaccionar y poco a poco, fui incrementando el compás con el que no solo amaba a la rusita sino también a mi acosadora. El brillo ardiente de los ojos de Natacha al ser tomada demolió mis resquemores y convirtiendo el pausado trote del principio en un desenfrenado galope, sellé su entrega con la mía.

― ¡Mi amor! ― gritó la joven al sentir mi glande chocando con la pared de su vagina.

Para entonces la atracción que había acumulado por ella desde que llegó a mi casa se había convertido en pasión y olvidando que era su estreno, martilleé su interior con mi estoque sin advertir los gemidos de Patricia gozando como si fuese ella la receptora.

― ¡Por dios! ― finalmente escuché que gritaba en mi espalda: ― ¡Sigue amándonos! 

Asumiendo que así era, la tomé entre mis brazos y mientras mi virilidad campeaba en Natacha, besé a mi acosadora. Contra toda lógica, al sentir mi lengua abriéndose paso en su boca, se corrió derramando su esencia sobre mí y sobre la rubia. Su derrumbe lejos de molestarme, azuzó la lujuria que sentía y mordiendo sus carnosos labios, la informé que al terminar con la chavala sería su turno. Mi amenaza intensificó su gozo y ante mi sorpresa, lejos de negarse rogó que me diese prisa mientras se ponía como loca a masturbarse.

La visión de ese monumento de mujer presa de la calentura no solo me afectó a mí sino también a la rubia y atrayéndola, le hizo saber que ella también la sentía suya al besarla. La pasión con la que respondió a su beso aceleró el gozo de Natacha llevándola en volandas hacia el orgasmo y pegando un largo gemido, se vio inmersa en el placer. La intensidad de su gozo llamó al mío y sin poderme contener exploté derramando mi simiente en su interior.

Al notar mis detonaciones en su vagina, la cría unió ese primer clímax con otro todavía más potente e imprimiendo un ritmo infernal a sus caderas, buscó ordeñarme por completo. ¡Y lo consiguió! Alucinado comprendí que jamás en mis años de vida había tenido una amante tan ardiente cuando logró que mi virilidad recuperara su entusiasmo y se mantuviera erecta a pesar de haber eyaculado.

―Lucas, es el momento en el que debes tomar a tu otra esposa― sacándosela comentó.

Acercando mi tallo a la negrita, contemplé sus miedos y recordando la importancia que para ella tenía el matrimonio legal, me abstuve de hacerlo. En vez hacerla mía, me tumbé en la cama y señalando mi erección, comenté:

―Hacerte mía, sería violarte. Por lo que lo que ahora pase, será tu decisión.

―Eres un capullo sin alma― replicó Patricia mientras se encaramaba sobre mí.

El deseo de su mirada me hizo suponer que claudicaría, pero defraudando mis expectativas no se empaló y tras colocar mi pene entre sus pliegues sin metérselo, comenzó a restregarse como una loba mientras me decía:

―Hoy has tenido suficiente con estrenar a nuestra muñeca. Cuando finalmente te sientas mío, dímelo y me entregaré de por vida a ti.

Por un instante, fui yo quien estuvo a punto de rendirse y reconocer en voz alta que la deseaba, pero fui tan valiente o tan insensato de permanecer callado sintiendo que su humedad envolviendo mi pene. Mi negativa curiosamente la agradó y revolcándose de placer sobre mí, me informó que cuanto más tardara en reconocer que la amaba mejor:

―Date prisa en pedir que me case contigo, mi amor. Soy una olla a punto de explotar y si no te tengo a ti, será nuestra muñeca la que reciba mi cariño.

La entente entre ambas mujeres quedó de manifiesto cuando riendo la rubita respondió mientras se apoderaba de sus pechos:

―Para mí, ya eres mi esposa.  

Como si con ese gesto y sus palabras hubiese dado con una tecla que necesitara que alguien tocara, Patricia corriéndose cayó en una especie de trance en el que solo repetía como un mantra que por fin era de alguien y tenía un hogar. 

 «No puede ser», murmuré para mí al reconocer en la negrita los mismos síntomas de la rubia cuando sufría los efectos de uno de los detonantes impresos en su cerebro: «su ex estaba haciendo de ella una esclava y si no llegó a culminar el proceso fue gracias a que huyó». Sin podérselo explicar comprobé aterrorizado como su estado iba empeorando con el paso de los segundos y su placer se iba haciendo hasta doloroso. «Al estar casado ya, ese maldito quería avocarla al suicidio», me dije no sabiendo cómo actuar.

Cuando ya todo su cuerpo era pasto de un sufrimiento atroz, no me quedó otra que hacer de tripas corazón y preguntarle al oído si quería casarse conmigo.

―Sí― chilló derrumbándose sobre la cama.

El colapso de la negrita fue total y por ello, preferí dejarla descansar antes de revelar lo que había descubierto. La necesitaba en forma para que pudiese razonar y no se hundiera de nuevo en la desesperación. Natacha que no era boba se percató de que algo le ocurría y viendo que dormía, me hizo una seña para que la acompañara fuera de la habitación.

Una vez en el salón, preguntó:

―Lo que le ha pasado con Patricia no es normal, ¿verdad?

―No― respondí mientras me servía un copazo que me ayudara a digerir lo sucedido.

― ¿Qué le ocurre? ― insistió.

Tomándome unos segundos para ordenar mis ideas, le pedí que se sentara y pegando un sorbo al whisky, fui detallándole la razón de sus ataques, pero sobre todo los motivos. Así expliqué a la muchacha que su torturador era un ser repugnante que disfrutaba con el dolor ajeno, pero haciendo hincapié que, en su caso al tenerme a mí, ya no tenía nada que temer.

―Lo sé, esposo mío. Tú me has salvado― reconoció con la voz teñida de cariño.

―Patricia también fue víctima de ese hijo de perra, pero con ella usó otra estrategia y le hizo creer que necesitaba un matrimonio para ser feliz.

―Entiendo― musitó preocupada.

―Su intención era llevarla a la desesperación al saber que jamás se casaría con ella.

―Ese no es tu caso, mi amor. Tú sí puedes.

―Lo sé, pequeña ― respondí vaciando la copa…

Relato erótico: “Viviana 12” (POR ERNESTO LOPEZ)

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Por supuesto a la noche fui a ver a Viviana.

_”¿Te gusto la sorpresa? “pregunté socarrón.

_”Sos un hijo de puta divino, lo planeaste todo desde que me hiciste llamar ¿verdad?”

_”Si, pero no estaba muy seguro como iba a salir”

_”Pues te salió perfecto, estás aprendiendo”

_”Desde que te conocí me puse a estudiar el mundo del sadomasoquismo, leí todo lo que encontré sobre el tema, las películas y tus historias también me aportaron. Por supuesto que vos me sacás varios cuerpos de ventaja, yo soy más un teórico empezando a conocer el mundo real”

_” ¿Y todo ese esfuerzo por mi? Vení que tengo que recompensarte y tirandome sobre el sofá sacó mi poronga del pantalón y se puso a chuparla amorosamente.

_” Parece que te quedaste con ganas de pija”

_”La verdad que si, y no te voy a negar que también me puse un poco celosa, me dio bronca que la hagas disfrutar, yo hacia ella solo siento odio por todo lo que me hizo sufrir de niña”

_” No te preocupes que te lo vas a cobrar con creces, ya me di cuenta cuales son tus sentimientos, hoy estuviste muy bien en hacerme caso y disimular”

_” ¿Y como tenés planeado seguir?

_” Mañana va a venir a casa a la mañana y ahí te enterarás”

_”Sos un turro, cógeme”

…………………………………………………………………………………………………………………..

A la otra mañana puntualmente tocó el portero eléctrico Alejandra, cuando abrí la puerta casi no la reconozco, vestía una minifalda negra bien corta, medias de red también negras, una blusa roja de seda que resaltaba sus tetas, el pelo recogido, boca bien roja y ojos con mucho maquillaje negro alrededor.

_”¿Te gusta tu puta? preguntó con picardía.

_”Bastante bien, me hice el estrecho, pero no llegas a la categoría de puta, estás por debajo de eso”

_” Como digas, aquí traje el contrato firmado, el de Viviana tiene una parte donde acuerdan un sueldo por tus servicios, como no sabía que poner allí puse simplemente que me podés pedir todo el dinero que quieras. Lo demás está igual: podés hacer conmigo absolutamente todo lo que se te ocurra, sin límites”

Me gustó la ocurrencia de poder disponer de su dinero, que sabía era mucho, pero más me gustó que aceptará dejar por escrito y firmado su sumisión absoluta.

En ese momento sonó el timbre, era Viviana, le abrí y le dije antes de que entre: “Mirá quien nos acompañara hoy” Se hizo la sorprendida diciendo: “¿quién es esta puta barata?

_”Un regalo para vos, acaba de traer firmado un contrato de sumisión total, así que podés hacer con ella lo que se te ocurra, será la esclava de la esclava” dije tratando de ser lo más cruel posible. Alejandra no se esperaba esto, pero tampoco salió espantada. Al escuchar estas palabras se quedó donde estaba y bajó la vista al piso.

_” Bueno, gracias por el regalo, pero no se me ocurre para que puede servir esta mierda” dijo Viviana siguiéndome el juego.

_”Podemos probar de usarla para que limpie y haga los mandados” propuse imaginando alguna compra humillante como las que le mandaba a hacer a Viviana.

-“No creo, parece bastante inútil, no debe servir ni para eso” y subiendo el tono de voz agregó: “a ver pedazo de sorete, limpiame los zapatos”

Alejandra se arrodilló a sus pies y comenzó a besar tímidamente los zapatos de Viviana, está gritó ” limpiar te dije, no besar. Pasale bien la lengua a todo el zapato, sobre todo a la suela que es lo más sucio”

Alejandra empezó a lamer como se le indicó pero no podía lamer las suelas pues Viviana seguía parada, entonces dijo: “¿podrías sentarte así puedo lamer las suelas?”

Viviana le respondió con una patada en la cara: “pero si serás pelotuda !!!,¿Quién carajo te dijo que podés hablarme sin permiso? Y mucho menos tutearme pedazo de sorete!!!”

_”Discúlpeme ama, soy nueva en esto, trataré de no cometer más errores” respondió Alejandra desde el suelo, caída hacia atrás.

La respuesta fue rápida, otra patada esta vez al estomago que le cortó la respiración, “más te vale que aprendas rápido, porque sino te voy a matar a patadas o de otra forma pero, ¿no te dije que no podés hablar sin permiso?

_” ¿Pero como hago si necesito decir algo?

_” Vos vas a necesitar hablar muy poco, solo tenés que obedecer, pero si tuvieras que decir algo sin que se te pregunte, tenés que llorar como una perra, si te autorizamos podés hablar”

Alejandra asintió en silencio, estaba totalmente entregada. Consideré que ya era tiempo de darle algo de placer, era nueva y se había dejado humillar y pegar por calentura, tampoco era cuestión de tensar demasiado la cuerda.

“ Parate y vení para acá” le ordené, al tenerla a mi lado le apreté no muy fuerte sus pezones que se marcaban claramente a través de su blusa, se la desabotoné y sus hermosas tetas quedaron al aire no traía corpiño, le chupé y mordí un poquito los pezones y empezó a gemir dulcemente.

_”Sacate la pollera” , lo hizo instantáneamente dejando ver una hermosa y diminuta tanga y un portaligas que sostenía sus medias negras.

a empuje sobre el sofá del living, me saqué los pantalones y se la metí violentamente, era lo que estaba esperando, su concha estaba encharcada e hirviendo, fue un polvo rápido pero apasionado.

Viviana a todo esto miraba con un poco de bronca porque le estaba dando pija a su madre y no a ella, para contentarla dije: “ ¿y que nombre le vas a poner al juguete nuevo?”

_” No merece llamarse perra, cerda ni puta, todo es demasiado para esta, creo que lo mas apropiado es llamarla Mierda, es lo que se merece”.

_”Muy bien, será Mierda entonces” y dirigiéndome a ella “escuchaste verdad, a partir de ahora serás Mierda, ojo con no responder cuando se te llama”.

_”Si amo, soy Mierda” respondió sumisa.

Se me ocurrió una idea: “vas a salir a comprar algo para que vayas practicando, ponete la blusa y la pollera sin bombacha y vas a ir a la veterinaria que queda a cuatro cuadras a comprar un collar y una cadena”

_”Si mi amo”, se empezó a vestir pero Viviana la paró: “antes la vamos a preparar un poco mejor” afirmó.

Fue al dormitorio y volvió con la caña de castigo y el consolador doble: “parada frente a mi !!!” ordenó, Mierda cumplió de inmediato, se puso a su lado y le dio tres fuertes cañazos en las tetas dejando marcas bien visibles. Fue hacia atrás y le dio otros tres en el orto y algunos más en los muslos, se podía ver como se iba hinchando la piel y poniendo roja formándose verrugones.

-“ Ya casi está” dijo riéndose mientras su madre lloraba en silencio haciendo que se corriera la pintura de sus ojos, se puso frente a Mierda y le dio dos terribles bofetadas

_”Ahora si, faltaba algo de color en las mejillas” volvió a burlarse, la ayudo a terminar de vestirse dejando su blusa con 4 botones desprendidos y subiendo su falda hasta que casi se veía el orto.
Luego le metió el consolador doble y le indicó: “ andá por las calles más concurridas y moviendo bien el culo, comprá un collar bien grueso y y traelo puesto con la cadena enganchada”

Alejandra salió en silencio, bastante turbada por la situación, pero yo tenía fe que cumpliría la misión. Mientras, Viviana y yo nos pusimos coger desenfrenadamente, todo lo anterior nos había puesto a mil y ambos teníamos demasiadas ganas de descargarnos.

Estuvimos un buen rato garchando, creo que nos echamos como tres polvos y nos olvidamos de Mierda, cuando sonó el portero eléctrico nos sobresaltamos, miré el reloj, había pasado casi una hora.

Ni bien entró con un grueso collar de cuero en su cuello y una cadena metálica colgando del mismo Viviana le gritó:”¿Se puede saber que carajo estuviste haciendo todo este tiempo? Seguro que anduviste exhibiéndote por ahí para que te griten lo puta que sos !!”

_”No mi Ama , tardé porque el muchacho de la veterinaria no tenía collares gruesos de mi medida, pero muy amable se ofreció a acortar uno, me hizo sentar enfrente de él y estuvo trabajando un largo rato mientras no me sacaba los ojos de encima”

_” ¿Y vos como tenías las piernas?

_” Cruzadas, se me veían los muslos con las marcas, el portaligas y el comienzo de las medias”

_”Pero ves que sos una pelotuda!!, hay que explicarte todo, Desde ahora siempre que estés sentada tendrás las rodillas separadas al menos 30 cm para que se te pueda ver bien la concha con lo haya en ella, ¿ENTENDISTE !!?

_” Si mi Ama, nunca más cerraré las piernas estando sentada”

_”Así me gusta intervine yo frenando un poco la cosa, “ te ganaste un premio” y tomándola de la cadena la lleva a la cama, la puse en cuatro, saque el consolador y se la metí por el orto.

Viviana colaboraba haciendo que le chupe la argolla y así estuvimos un largo rato hasta que acabamos los tres.

Era la hora que Viviana tenía que buscar al niño, me despedí de ella y le dije a Mierda: “vos quedate”

CONTINUARÁ

Relato erótico: “La historia de un jefe acosado por su secretaria 7” (POR GOLFO)

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14

Patricia tardó aún dos horas en recuperarse y eso nos dio tiempo para asumir que, aunque yo no quisiera, la única solución a su problema pasaba por la vicaría. Por eso, previendo un empeoramiento de su estado, pregunté a la rubia cómo narices íbamos a plantearle la situación sin que se hundiera en la depresión o algo peor. Demostrando que además de ser una mujercita preciosa tenía la cabeza bien puesta, Natacha no solo me ayudó a diseñar el planteamiento, sino que aportó una serie de detalles que me habían pasado inadvertidos.

―Si tal y como sospechas, han conseguido manipularla de ese modo, antes de nada, debes hacerla ver que tu oferta de matrimonio sigue en pie y solo cuando ya esté convencida de ello, podrás explicarle el resto.

Asumiendo que era así, prometí que lo haría y recordando que María me había devuelto un anillo que perteneció a mi abuela al divorciarnos, fui por él. Ya con esa joya en el bolsillo, aguardé a que mi teórica novia se despertara. Cuando lo hizo, seguí las directrices de la muñeca y arrodillándome ante Patricia, le hice entrega de ese brillante mientras le pedía permiso para colocárselo en la mano.

― ¿Realmente quieres que me case contigo?

―Sí― dije introduciéndoselo en el dedo.

La alegría de la morena permitió que le pidiera que se sentara junto a mí y mintiendo acerca de mis motivos por los que deseaba que fuera mi mujer, comenté que tenía algo que decirle antes de que me dijera que sí. Tras lo cual, midiendo mis palabras, fui revelando a la pobre lo que había descubierto. En un principio, no me creyó y pensó que bromeaba hasta que, acudiendo en mi auxilio, Natacha le cruzó la cara con un tortazo:

―Despierta de una puta vez y escucha lo que te decimos.

Sorprendida por la violencia de la chiquilla, se nos quedó mirando:

―Como decía, te amo y quiero que seas mi mujer, pero no sé si eso es lo que deseas o solo se debe a que Isidro te manipuló.

Cayendo por fin del guindo, se echó a llorar:

― ¿Me estás diciendo que puede que no esté enamorada de ti y que solo sea una reacción defensiva que mi mente creó para evitar que me suicidara?

 ―Desgraciadamente así es. Harías de mí el hombre más feliz del mundo si aceptas ser mi esposa, ya sabiéndolo― volví a mentir.

 Mirándome con una tristeza infinita, respondió:

―Solo por esto, me hubiese enamorado de ti. Pero no soy imbécil y sé que lo haces por mi bien y no porque sientas lo mismo que yo… cuando ni yo misma sé qué es lo que siento― y mirándome con una tristeza infinita, añadió: ―Gracias, pero necesito tiempo.

Tras lo cual, cogió su bolso y se fue. No sabiendo si debía retenerla me levanté, pero entonces, muerta de risa, la chavalilla lo impidió:

―No te preocupes, volverá.

― ¿Tú crees?

―Claro, no ves que se ha llevado el anillo.

Esa noche reafirmamos nuestro amor entregándonos uno al otro, mientras en un par de asaltos fue dulce, en otras se convirtió en un combate cuerpo a cuerpo en el que no hubo vencidos y ambos salimos victoriosos. El único derrotado fue mi pene que llegó un momento que exhausto se negó a reaccionar a pesar de los reiterados intentos de la rusita que quería todavía más. El amanecer nos pilló abrazados y solo el sonido del despertador, nos hizo separarnos momentáneamente porque no tardamos en volver a estar juntos bajo la ducha.

―Lucas, ¿crees que debo llamarla para que se deje de tonterías y acepte que su amor por nosotros no es impuesto? ― preguntó mientras me enjabonaba.

―Personalmente, me gustaría creer que es así, pero lo dudo― respondí reconociendo a Natacha unos sentimientos por la morena de los que no estaba seguro.

Riendo al ver mis dudas, comentó:

―Mira que eres bobo. Piensa que mi antiguo amo lo único que creo en ella fue la necesidad de buscar un marido y nunca grabó en su mente que fueras tú.

La esperanza que vio en mí le hizo continuar:

―Además, sé que Patricia también me ama. Lo puedo sentir y eso es algo que tampoco previó y menos planificó.

Sus palabras me llenaron de dolor al hacerme recordar que, en su caso, los sentimientos que albergaba por mí eran producto del maltrato al que se había visto sometida. Leyendo en mis ojos lo que pensaba, me soltó:

―Por su lavado de cerebro, te amé como mi dueño… pero ahora no es así. Tu cariño al mimarme y lo pervertido que eres haciendo el amor son las únicas razones que me atan a ti.

Bromeando como método de combatir la angustia, comenté que era mentira y que me quería por el dinero. Riendo a carcajadas, la endiablada chiquilla ya reconvertida en una preciosa bruja contestó:

―Eso ayuda, siempre he soñado con un hombre con una buena casa, un buen coche y sobre todo que me compre ropa.

Una nalgada en su trasero fue mi respuesta antes de volverla a besar…

Mis esperanzas quedaron hechas trizas cuando esa mañana Patricia no llegó a trabajar y aunque la llamé repetidamente, nunca contestó dejando saltar la puñetera grabación en la que la voz metálica de una operadora decía que al oír la señal podía dejar un mensaje. Las primeras cinco veces colgué, pero a la sexta no me quedó otra que grabar que me llamara, que estaba preocupado por ella y que la quería. Era tal mi preocupación por su situación anímica que incluso pregunté a su hermano si sabía algo de ella.

―Llamó diciendo que estaba mala― sin dar ninguna importancia al tema, Joaquín respondió.

Sin poder compartir con él lo que había pasado, volví a mi despacho soñando que la rutina consiguiera hacerme olvidar su ausencia. Lo cierto es que no lo logré y por eso vi como una liberación la llegada de Pedro acompañado de un policía. Asumiendo que traían noticias de Isidro, me encerré con ellos y fue entonces cuando el detective y su acompañante pidieron mi ayuda.

―Señor Garrido, hemos descubierto que a las dos se va a producir una subasta de una joven y por la premura de tiempo, no hemos podido obtener de los jefes los fondos necesarios para efectuar la compra.

―No entiendo― reconocí.

―Para detener al vendedor y rescatar a la muchacha, debemos ganar la puja, pero no disponemos del dinero.

― ¿Cuánto necesitáis? ― únicamente pregunté sacando un talonario.

―No es así como funciona. Al ser en la web oscura, debemos hacer un ingreso por anticipado de tres mil euros del que deducirán el precio. Por tanto y sabiendo que esa organización tiene vínculos por todas partes, no podemos usar una cuenta oficial que puedan averiguar que es de la policía. Para evitar que nos descubran, nos gustaría que fuera una suya desde la que se aportara los fondos.

―No hay problema― contesté al inspector Gutiérrez: ―Y antes de que me lo diga, entiendo que tiene riesgos.

  ―Así es, he hablado con el comisario y le he hecho ver que, para su propia protección, tendremos que hacer el paripé de detenerle durante al menos veinticuatro horas. Luego, su abogado deberá sacarle arguyendo un defecto de forma.

Solo el odio que sentía por el tal Isidro, me hizo aceptar y llamando a Perico, el letrado que llevaba todos mis asuntos, le pedí que revisara los papeles en los que la policía se comprometía a no elevar cargos en mi contra. Como no podía ser de otra forma, mi asesor legal puso todo tipos de pegas y me aconsejó que no colaborar con ellos. Pero gracias a mi insistencia, cedió y tras estudiar la propuesta, llegó a la conclusión que era correcta.

―De todas formas, mi consejo es que no lo hagas.

Habiendo obtenido lo que quería oír, pedí el número dónde tenía que efectuar la transferencia.

―No tenemos la más remota idea, se debe hacer a través de la web― contestó el policía y poniéndose a teclear en mi ordenador, llegó a la página donde iba a tener lugar la subasta.   

Estudiando la pantalla, vi por vez primera la joven por la que iba a pujar. Si de por sí, me indignó comprobar que era una chinita que según los promotores era mayor de edad, lo que realmente me sacó de las casillas fue la descripción que hacían de ella:

“Esclava asiática en venta con dominio perfecto de español e inglés. Datos del espécimen: Edad 20 años, altura 1,73 de altura, peso 52 kg. Otras medidas: 98 cm de pecho, 58 cm de cintura y 89 cm de cadera. Completamente depilada. Está educada en todo tipo de artes amatorias. Su preparación le permitirá disfrutar de las exigencias de su nuevo amo con garantía de que una vez hecho el traspaso de propiedad esta hembra le servirá fielmente hasta la muerte. Un verdadero chollo para todo aquel que desee poseer una geisha receptiva. La mercancía en venta se entregará en un punto de Madrid a definir a las tres horas”.

 Quedándome claro lo que esos capullos entendían por “receptiva”, hice el traspaso del dinero bajo el Nick de “Strict Owner” (dueño estricto en español) sin atender a los reparos que me lanzaba la prudencia. Mirando en el reloj que todavía quedaba media hora para el inicio, abrí el servibar y les ofrecí una copa. El detective la aceptó, no así Gutiérrez que se amparó en que estaba de servicio. No insistiendo, serví las dos copas y únicamente pregunté si creían que Bañuelos sería la persona que hiciera entrega de la cría.

―Lo dudo. Si como intuimos es el cabeza de la organización, se lo encomendará a uno de sus alfiles.

Al ver mi desilusión, el policía continuó:

―Aun siendo un contratiempo, si conseguimos detener a alguien  en el acto de entrega, podremos presionarlo para que traicione a sus jefes.

Dudando que fuera efectivo, decidí continuar al ver en mi portátil los ojos tristes de la joven y volviendo a mi asiento, esperé. Curiosamente esos treinta minutos pasaron en un suspiro y de pronto comenzaron a caer pujas. Pedro me pidió hacer una, pero me negué:

―Tengo experiencia y en este tipo de licitaciones, lo mejor es dejar que los novatos y los poco interesados se vayan auto descartando.

5.100… 5.300… 5.700… 6.000… las apuestas iban subiendo sin parar hasta que al llegar a los 7.500 se quedaron estancadas. Fue entonces cuando tecleé la mía: “9.000”.

Durante un minuto, nadie me sobrepujó y cuando ya creía que la chavala era mía, en la página apareció otra por 11.000 euros.

―Este es el verdadero competidor― comenté y tanteando el terreno, marqué 11.557.

El tipo con el que luchaba replicó con 11.600 y eso me hizo ver que quizás había llegado cerca del límite que estaba dispuesto a pagar o que tampoco le interesaba quedarse con ella a un precio caro. Por eso, sonriendo, comenté a los dos que me acompañaban que la cría ya era nuestra mientras daba un puñetazo en la mesa del subastador y del otro comprador haciendo una nueva oferta de ¡14.000 euros!

Tal y como preví, la puja se cerró al cabo de unos minutos y en mi pantalla apareció un enlace donde tenía que abonar el resto del dinero. Haciéndolo de inmediato, nuevamente en mi ordenador apareció la dirección y hora en que podía recoger el paquete.

“Calle Paracuellos, 4. Polígono de Ajalvir, 15:35 horas”.

Sintiéndome un superhéroe por haber librado a esa joven de un futuro al menos incierto, apuré la copa y me serví otra mientras preguntaba al policía qué más necesitaban de mí. Haciéndome ver que estaba equivocado al suponer que mi labor terminaba ahí, me rogó que los acompañase porque el tiempo apremiaba y que todavía debían colocarme los micros para que todo quedara grabado cuando efectuaran la detención.

―No sabía que también me tocaba participar en eso― comenté alucinado al haber supuesto que de eso se ocuparía un agente.

―No podemos correr el riesgo que reconozcan a uno de mis hombres y por eso debe ser usted quien lo haga― señaló Gutiérrez.

Algo en su tono me reveló que la verdadera razón era que sospechaba de un topo en su unidad y cediendo a sus deseos, salí de la oficina francamente preocupado. Ya en la calle, caí en que si me detenían Natacha se quedaría sola y pensando en advertirla, la llamé.

―Muñeca― le dije al descolgar: ―Por unos asuntos que no había previsto, me tengo que ausentar al menos un día. Quiero que contactes con Patricia y te vayas con ella. Llámale desde tu móvil, a ti sí te contestará.

La rusita no vio nada extraño y mandándome un beso a través del teléfono, prometió que en cuanto terminara de hablar conmigo, la llamaría. Más tranquilo al dejarla en buenas manos, fui con mis acompañantes a las dependencias donde, mientras me cableaban el cuerpo llenándolo de cámaras y micrófonos, el inspector tuvo la delicadeza de invitarme un bocata de jamón, asumiendo que con toda probabilidad sería el único alimento que tomara hasta el día siguiente. Tras lo cual, ya al volante de mi coche me dirigí hacia el lugar de la cita. Confieso que estaba tan nervioso que, al llegar a la dirección y ver que era un descampado, pensé que podía dar el dinero por perdido y nos había estafado:

―Gutiérrez, aquí no hay nada― dije a través del botón de la camisa que disimulaba el micrófono.

―Usted, aparque y cuando lleguen, recuerde quitarse el pinganillo antes de bajarse.

―Dudo que vengan― lamenté haciéndole ver mis pocas esperanzas en esa operación.

―Llegarán. La Dark Web se basa en la confianza y si se corre la voz de que han fallado en un trato, el golpe a su reputación será enorme.

―Perfecto, como ya le comenté por lo que se dé estos tipos manipulan de tal modo a sus víctimas que se supone que tendrían que dar un manual al comprador para que sepa tratar a su esclava. Por favor, no intervengan hasta que lo consiga.

Cayendo en que no teníamos una seña preparada, me preguntó si se me ocurría alguna que pasara desapercibida a los ojos del captor.

―Cuando me vean soltar un tortazo a la chinita, caigan sobre nosotros y deténganos.

A Gutiérrez le pareció una idea estupenda ya que cuando el detenido hablara con su abogado y le contara lo ocurrido, no sospecharía de mí al pensar que un policía o un infiltrado sería capaz de maltratar a una inocente, por lo que verían mi detención como algo colateral. Acabábamos de acordar que la contraseña sería esa, cuando vi llegar una camioneta de reparto con los cristales tintados que aparcó frente a mí.

Quitándome el aparato de la oreja, me bajé y caminé hacia ellos. Del asiento del copiloto bajó un gordo de aspecto siniestro que preguntó mi nombre:

―Strict Owner.

Al concordar con los datos que le había dado su jefe, sonrió:

―Le traemos el pedido.

Mientras el conductor abría la puerta lateral y sacaba a la chiquilla, el mal encarado obeso me dio un pasaporte de la República Popular China, asegurando que con él no tendría problema para sacarla del país si ese era mi deseo.

―Quiero las instrucciones con las que sacar el mayor provecho a mi inversión― comenté sin mirar siquiera a la joven que habían colocado a mi lado.

―Por lo que veo ya ha comprado antes – se rio y pidiéndome perdón por no habérmelo dado antes, sacó un librillo del bolsillo y lo puso en mis manos.

Dando una breve ojeada al mismo, leí el título del panfleto:

“Felpudo: normas básicas de manejo”.

Tuve que disimular mi cabreo al leer como su torturador había bautizado a esa mujercita y sonriendo de oreja a oreja, giré a verla. La chavala parecía todavía más joven e indefensa que en las fotos, pero eso no me impidió decirla en voz alta:

―Felpudo, soy tu nuevo dueño. Desde ahora no existe nadie más importante que yo, ¿entiendes lo que te digo y así lo asumes?

Con voz apenas audible, contestó mientras me miraba con adoración:

―Soy suya y lo seré hasta que muera, amo.

Comprendiendo que era así dado el adoctrinamiento al que se había visto sometida, fue el momento de dar la señal y descargando un durísimo tortazo sobre su rostro, la recriminé haber hablado sin permiso. Los hombres que hasta entonces la habían mantenido cautiva seguían mofándose de verla en el suelo cuando comenzaron a escuchar sirenas acercándose por ambos lados de la calle. Simulando un miedo que no tenía, arrastré a la chiquilla hasta mi coche y arranqué empotrándolo contra la patrulla que venía de frente. Mientras los polis se bajaban a detenerme, me giré hacia la chinita diciendo:

―Tranquila, no tienes nada que temer. Nadie va a hacerte daño.

Los dos energúmenos ni siquiera trataron de huir y por eso los agentes encargados de la captura con ellos fueron menos violentos que conmigo al no conocer la clase de participación que tenía en el caso. Para ellos, era un delincuente sexual que intentaba escapar, por lo que sin tiento alguno me sacaron a golpes y ya inmovilizado en el suelo, me esposaron mientras leían mis derechos:

―Tiene derecho a guardar silencio no declarando si no quiere, a no contestar alguna o algunas de las preguntas que le formulen, o a manifestar que sólo declarará ante el juez. Tiene derecho a no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable. Tiene derecho a designar abogado, sin perjuicio de lo dispuesto en el apartado 1.a) del artículo…

Dejé de prestar atención al agente que los recitaba al ver que saliendo del coche y hecha una fiera, “felpudo” se lanzaba sobre unos de los agentes exigiendo que soltaran a su amo, que no había hecho nada malo y que su presencia conmigo era voluntaria. Sabiendo que esa reacción era parte del diseño que habían dejado grabado en su mente, al ver que comenzaba a arañar al uniformado, exclamé:

―Felpudo, quédate quieta. No pasa nada.

Tal y como la habían adiestrado, al recibir una orden directa mía, se relajó hasta que vio que me separaban de ella y me metían en la misma lechera que a los otros dos. Entonces, con gran violencia, derribó a los dos polis que la custodiaba y corrió hacia mí diciendo que me llevaran con ella.

El gordo que la había traído allí y que permanecía esposado junto a mí, se rio diciendo:

―Por ella no se preocupe, nunca lo traicionará… no puede. Mi jefe se ha cerciorado de que se suicidaría antes de pensar siquiera en hacerlo.

―Menos mal― respondí: ―Cómo declare en mi contra, estoy jodido.

―No lo hará― con una sonrisa en sus labios, sentenció para a continuación quedarse callado al ver que uno de los agentes se subía y arrancaba el vehículo.

Imitando su mutismo, no dirigí a nadie la palabra hasta llegar a la comisaría donde siguiendo lo planeado, me tomaron las huellas y me ficharon mientras ellos esperaban su turno. Una vez que se había asegurado de que esos sicarios habían presenciado mi ficha, llegó Gutiérrez y demostrando el desprecio que sentía por los tratantes de blancas, pidió a uno de sus subalternos que me llevara a la sala de interrogatorios.

―Quiero empezar por Lucas Garrido, el pederasta ricachón que ha comprado a la menor de edad.

Si ya de por sí los miembros de la comisaria me tenían ganas, al escuchar que la chavala era una niña su odio creció y cuando intenté resistirme, el agente que me llevaba no se cortó a la hora de ejercer violencia sobre mí y en presencia de los verdaderos delincuentes, comenzó a golpearme hasta que sus compañeros cayeron sobre él reteniéndolo.

―Tranquilo, en la cárcel alguien se ocupará de acabar con ese cerdo― le dijeron recordando el “cariño” con el que trataban a los pedófilos entre rejas.

― ¡Quiero un forense que dictamine mis heridas! ― grité para que todo el mundo me oyera.

Mis berridos hicieron salir al comisario jefe y éste al ver mi labio partido y demás golpes en mi cara, se puso a maldecir amenazando con despedir a mi agresor

― ¡Exijo que me revise un forense! ¡Estoy siendo objeto de torturas! ― insistí mientras los otros dos detenidos intentaban sin resultado que los policías que los custodiaban cometieran el mismo error que conmigo.

―Esposadlos y que nadie los toque, bastante tenemos con lo que ha pasado― rugió el jefe mientras me tomaba del brazo diciendo que me iba a llevar al médico.

Con las muñecas inmovilizadas y gritando por mis derechos, llegué a una habitación donde me esperaban tanto el detective como Gutiérrez.

―Joder, menudo energúmeno elegisteis para que me diera la paliza― me quejé mientras escupía sangre cuando cerraron la puerta y nadie de fuera podía oírme.

―Los golpes tenían que ser reales para que nadie dude de su veracidad cuando su abogado nos obligue a soltarlo.

―Lo sé, pero joder duelen.

Dando entrada a una médica que me curara las heridas, el comisario me presentó a Luis Bernal, el psiquiatra de la unidad y éste comentó impresionado que jamás había visto a nadie tan alienado como a Kyon.

― ¿Así se llama la joven? ― pregunté.

―Según pone aquí se llama Kyon Yang― leyendo su expediente, Bernal contestó para a continuación explicarme que, revisando el “manual” que había tenido la previsión de pedir, tanto ellos como yo teníamos un problema.

Imaginé cuál era, pero aun así quise que me lo dijeran.

―Es tal el grado de la reeducación conductual que muestra que ni el mejor de mis colegas tardaría menos de cinco años en conseguir que esta cría fuese autosuficiente.

―Sé de qué me habla, como el inspector Gutiérrez sabe, mi novia fue víctima de la misma organización y actualmente está siendo tratada por Julián Ballestero, jefe de psiquiatra del Hospital la Paz.

―Pues no sabe el peso que me quita de encima, ya que si conoce los síntomas también sabrá de la predisposición de Kyon al suicidio si la separamos del que considera su amo.

―Como ya le he dicho, conozco el tema. Seleccionen en qué hospital la van a tratar para que se la traspase al médico encargado de su tratamiento.

―No es tan fácil, me temo… según he podido deducir de estos papeles, todo apunta a que la han diseñado como un producto de un solo uso para que una vez su dueño se canse de ella pueda desecharla sin complicaciones.

―Me he perdido con tanta formalidad, hábleme claro. ¡Coño!

Ya sin florituras, el loquero contestó:

―Joder, ¡que no se la puede traspasar a nadie! ¡El hijo de su madre que la educó se aseguró de ello! Si trata de repudiarla, venderla o cederla, la chavala buscará la forma de matarse. Fue adoctrinada para que su vida estuviera irreversiblemente unida al hombre que la comprara y personalmente dudo que Ballestero, por mucha eminencia que sea, pueda ser capaz de cambiar su programación. Para mí, es un caso perdido y tiene que vivir con usted, o vivir permanentemente sedada como la tenemos actualmente.

― ¿Alguien tiene una copa? ― derrumbándome en una silla pregunté….

15

Mientras esperaba a mi abogado de vuelta al calabozo hice un repaso de mi vida desde el divorcio y cómo la había trastornado la llegada de Patricia. La certeza de que nada sería igual, aunque finalmente esa morena finalmente decidiera olvidar la atracción que sentía por mí y buscara otra solución a su situación, me hizo comprender que tenía que seguir adelante y que a partir de ese momento Natacha y la tal Kyon tendrían que seguir a mi lado. Tal y como había planeado, al ver mis heridas, Perico montó en cólera exigiendo el parte de lesiones. Con él bajo el brazo, ejerciendo de letrado preparó un procedimiento de habeas corpus con el que solicitó al juez que me dejara en libertad por las torturas sufridas durante la detención.

― Ha sido una suerte que estos inútiles hayan violado tus derechos― comentó más para los tipos de la celda de al lado que para mí.

Supimos que esos impresentables se habían tragado la pantomima cuando ambos se ofrecieron a testificar que habían visto como el policía me daba esa tunda de palos. Aun así, tal y como estaba previsto, pasé toda la noche en chirona y no fue hasta las a una diez del día siguiente cuando llegó la orden de excarcelación. Cuando ya estaba en libertad y había recuperado mi móvil, recibí la llamada del psiquiatra preguntando dónde y a qué hora podía mandar a la paciente para que quedara bajo mi cuidado. Sabiendo que lo lógico era que la dejaran en mi casa, únicamente rogué que me dieran tiempo de prepararme y que me la trajeran a partir de las tres. Una vez concertados esos detalles, me fui a casa de Patricia donde esperaba encontrarme no solo con ella sino también con Natacha. Y así fue, ambas me estaban esperando al haberles avisado de mi llegada.

Conociendo mi agenda, la morena preguntó dónde había estado. No teniendo otra salida, les expliqué que había contratado a un detective para que investigara los negocios de Isidro Bañuelos al estar convencido que ese malnacido era el torturador de la rusita. Contra todo pronóstico, Patricia puso el grito en el cielo al sentir que había invadido su privacidad.

― ¡No me jodas! ― exclamé cabreado al sentir absurdas sus quejas cuando había sido ella la que había metido a ese capullo en mi vida, aunque fuera indirectamente.

Ese enfado me hizo contar sin paños calientes la visita de Pedro y del inspector Gutiérrez a la oficina alertándome de la próxima subasta de otra víctima de su ex y que con mi ayuda había hecho posible tanto la detención de sus subordinados como la liberación de Kyon.

―Has actuado sin consultarme… ¿qué vienes a hacer aquí? ― indignada hasta la médula, mi secretaria y acosadora insistió.

Obviando su ira, expliqué a ambas que al analizar a la chinita el psiquiatra había llegado a la conclusión de que el lavado de cerebro del que había sido objeto era todavía más preocupante que el que habían realizado con Natacha, ya que en su caso y aunque compartía muchos de sus características, al menos no vinculaba su existencia a un único dueño.

―Según entiendo, si quisieras, ¿podrías cederme a otro? ― preguntó preocupada la chavala.

―Podría, pero eso nunca ocurrirá. Si algún día decidimos que ya no es necesario que vivas conmigo, te liberaré… jamás te vendería.

 Pensaba que la rusa iba a respirar al oírme, pero por extraño que parezca se echó a llorar. Asumiendo el dolor que experimentaba como propio, la agarré de la cintura y besándola, añadí que era parte de mí y que no me veía sin ella. Esa afirmación, tranquilizó a la joven, pero no así a Patricia que de muy malos modos me echó de su piso quejándose de que no la hubiese mencionado.

En la puerta y mientras me intentaba disculpar diciendo que era un olvido, la morena fuera de las casillas me espetó que dimitía como secretaría y que no quería volver a verme. Acudiendo en mi ayuda, Natacha respondió:

―Siempre tendrás un sitio en nuestra cama. Lucas te ama y yo te adoro. Eres nuestra mujer, aunque no haya un papel que lo demuestre.

Un breve brillo de esperanza creció en sus ojos mientras daba un portazo:

―Disfruta de la esclava que te has comprado.

El desprecio con el que se refirió a Kyon me irritó al no comprender que fuese tan dura con una joven cuya dependencia no era voluntaria sino impuesta y con ganas de molestar, gritando a la que sin duda permanecía del otro lado de la puerta, le pedí que fijara la fecha de nuestra boda.

―Has hecho bien― comentó la rubita mientras tomábamos el ascensor: ― Nuestra negra no tardará en llegar pidiendo que la perdonemos. Ella lo sabe, aunque todavía no lo acepte.

Dudando que así fuera, salimos del edificio y tomamos un taxi que nos llevara al hogar que ambos compartíamos y al cual, en pocas horas, llegaría un nuevo miembro. Ya en casa, llamé a Joaquín e inventando un constipado, le dije que debería sustituirme durante el resto de la semana mientras Natacha se ocupaba de preparar todo lo que necesitaríamos para recibir a Kyon. El sentido práctico de la joven quedó de manifiesto cuando haciendo un café me preguntó qué sabía del modo en que la habían sometido. Cogiendo el manual de “Felpudo”, comencé a leerlo en silencio.

La maldad que destilaban esos papeles me puso los pelos de punta. El maldito que diseñó su conducta, había dejado impreso en el cerebro de asiática que para mantener un mínimo de cordura su amo debía de tomar posesión de ella casi de inmediato. Avergonzado, no me quedó otro remedio que explicárselo a la rusa ya que era ella mi pareja actual.

―Lucas, no te preocupes. Piensa que nadie mejor que yo comprende lo que debe estar sufriendo. Haz lo que debas hacer― con ternura replicó.

Habiendo obtenido su comprensión, repasé con ella el resto del siniestro impreso donde quedaba tan bien reflejado que dentro de lo que su autor consideraba ventajas incluía que la chinita estaba preparada y necesitaba de mano dura.

― ¿Qué tipo de mente es capaz de diseñar algo así? ― me pregunté al leer que entre las cosas con las que se podría premiar el buen desempeño de “Felpudo” estaba el que su amo se meara encima de ella.

―Lucas, por favor no te enfades, pero a mí también me encantaría sentirlo―admitió la rubia con los pitones en punta.

Comprendiendo que ambas debían compartir muchos condicionantes al haber sido manipuladas por el mismo maniaco, seguí estudiando ese manual y así confirmé que muchos de las recompensas diseñadas para Kyon eran en realidad castigos. De todos ellos, uno de los más recalcitrantes hacía referencia al nombre con el que la habían bautizado:

“Para fortalecer el vínculo de su esclava y hacerle ver que su amo le estima, su dueño podrá estimularla haciendo que con la lengua limpie sus zapatos al llegar a casa”.

 Nuevamente, ese acto excitó a la joven que se mantenía a mi lado y moviéndose incomoda en el asiento, susurró que no le importaría ayudar a la chinita en esa humillante tarea. Disculpando sus palabras, proseguí con la lectura de esas instrucciones. Así fue cómo me enteré de que el peor castigo que podía ejercer sobre ella era el no hacerla caso.

“Cuando se requiera dar un escarmiento, se puede optar por la inacción. Su esmerada educación hará que la sierva sienta el desapego de su amo con un dolor que la hará humillarse pidiéndole perdón. Si se prologa este, su amo podrá disfrutar de la autodestrucción paulatina de su propiedad. Tras un periodo de depresión, “felpudo” tratará de conciliarse por medio de flagelación y de no ser efectiva, buscará mutilarse como forma de recuperar el afecto de su dueño. Llevando al extremo, el adquirente de esta maravilla disfrutará observando cómo se suicida usando para ello cualquier elemento que esté a su alcance. Para ello, recomendamos poner a su disposición elementos cortantes que se pueda introducir en el sexo como puede ser una batidora de mano o cuchillos de gran tamaño”.

Asqueado por lo que estaba leyendo, quise dejar de estudiar ese panfleto, pero Natacha me lo impidió haciéndome ver que debíamos conocer cómo actuar ya que, en menos de una hora, la chinita estaría bajo nuestro cuidado. Sabiendo que era así y haciendo un esfuerzo para no vomitar, pasé a ver el apartado que el malnacido que lo escribió definía como “practicas amatorias” en las que “Felpudo” estaba adiestrada. Sin hacer una exposición exhaustiva de las mismas, comprobé que la asiática estaba lista para dar placer con todos los agujeros de su anatomía y no solo a su dueño sino también a cualquier persona que este considerara necesario ya fuera individualmente como en grupo.

―Según aquí pone, Patricia y yo podremos usarla si tú se lo pides― comentó con un tono que me hizo saber que la perspectiva de compartir con ella algo más que arrumacos no le era desagradable.

Obviando sus palabras al ser algo que daba por descontado, seguí leyendo y horrorizado descubrí que había dejado grabado en su mente la predilección por ser usada atada a un potro de tortura o su equivalente:

“Para el correcto desenvolvimiento de la esclava, su dueño deberá tener una mazmorra donde ubicarla y azotarla con regularidad siendo importante el contar con algún elemento donde inmovilizarla. Para ello, recomendamos argollas a la pared, una cruz de San Andrés o cualquier jaula que hay en el mercado. Si se opta por esta última, cuanto menor sea el espacio, “Felpudo” se lo agradecerá con mejores y más prolongados orgasmos. Por el contrario, y para disfrute del dueño, se la ha dotado de agorafobia por lo que, de no mediar una orden, al contrario, sacarla de paseo al campo la sumirá en un estado de turbación que la hará más receptiva cuando vuelva a su lugar de origen”.

  ―Lucas, ¿te parece que prepare el armario para encerrarla ahí cuando no estés? ― preguntó Natacha con una naturalidad que me dejó impresionado.

Con las lógicas reservas y con el corazón encogido, acepté su sugerencia como mal menor mientras pasaba a la siguiente página donde entre otras aberraciones el autor del texto recomendaba el uso de mordazas, los electroshocks y la cera ardiente como métodos para exacerbar la lujuria de la chinita.

«Hay que estar mal de la olla para ver placer en ello», me dije pasando al apartado de los detonantes de actuación y ahí descubrí que decir en su oído “es mi enemigo” desencadenaría una reacción violenta de la asiática que la haría intentar matar a la persona que hubiese señalado.

Acojonado recordé la forma tan rápida con la que se había desecho de los agentes durante mi detención y asumiendo que esa joven había sido educada en algún tipo de arte marcial busqué la contraorden: “Ahora es mi amigo” respiré al encontrarla.

Seguía inmerso en la lectura de esos sombríos papeles cuando escuchamos el sonido del timbre. Con una angustia total, fui a recibir a los sanitarios que la traían en compañía de la rusita, la cual y ante mi espanto, parecía ansiosa de recoger el testigo.

―Es preciosa― susurró confirmando ese extremo mientras metían la camilla en la que la traían.

Tras advertirnos que en unos treinta minutos despertaría, me ayudaron a trasladarla a mi cama, para a continuación y casi sin despedirse, dejarnos solos con ella. Su tranquilo dormitar realzaba la exótica belleza de la joven y con el peso de una responsabilidad que imprudentemente eché sobre mis hombros, la observé realmente por primera vez y confirmé lo dicho por la rubia:

«Es guapísima», me dije mientras inconscientemente quitaba un mechón de pelo de su cara.

A pesar de nunca haberme sentido atraído por las mujeres de su raza, tuve que reconocer que Kyon me resultaba sumamente atractiva y que el camisón de hospital que llevaba puesto no podía esconder los voluminoso senos que el vendedor había reflejado en la ficha de la subasta como estímulo para subir su precio.

«98 centímetros de pecho», recordé mientras intentaba rechazar lo mucho que me apetecía el verla sin el batín.

Al no estar sujeta por los mismos escrúpulos que yo, Natacha recordó que según el manual debía hacer uso de mi esclava cuanto antes y trayendo uno de los camisones que le compré, se puso a desnudarla diciendo que la muchacha agradecería sentirse bella el día en que conociera íntimamente a su dueño. Sintiéndome fuera de lugar, decidí no seguir ahí mientras la acicalaba para mí.

―Avísame si se despierta― huyendo de la habitación en dirección al salón, comenté.

Hundido en el sofá, intenté pensar en que si me acostaba con ella era por su bien y que hasta el propio psiquiatra de la policía me había dejado claro que ese era mi deber, pero no por ello se diluyó la sensación que sentía de que al hacerlo estaría violándola. Por eso, para mí, fue dificilísimo sustituir velando a la chinita cuando Natacha terminó y me dijo que tenía que volver a la habitación porque ella todavía tenía que cocinar la comida de ese día.

Con paso cansino, recorrí el pasillo de vuelta y al entrar en el cuarto, mis peores temores se convirtieron en realidad cuando vi el esmero con el que la rusa me la había preparado. No solo le había colocado un picardías que dejaba poco a la imaginación, sino que incluso la había peinado y maquillado, haciendo de ella una diosa. Incapaz de contener la curiosidad, certifiqué que la descripción que habían hecho de Kyon era fidedigna, pero se habían quedado cortos al ser un monumento de mujer.

«Vale lo que pagué por ella», pensé sin advertir que me estaba refiriendo a una persona y no a un objeto.

 Impresionado por la rotundidad de sus curvas en una joven asiática a las que en Occidente asociábamos a tablas de planchar, me pregunté si esos pechos eran producto de una cirugía. Sintiéndome un cerdo, aproveché que seguía sedada para con mis manos comprobar si eran naturales. Por el tacto y la dureza de los mismos supe que no estaban operados y eso me hizo profundizar en la exploración tomando entre mis dedos uno de sus pezones. La facilidad con la que se puso duro me enervó y preso de una calentura tan grande como culpable, lo pellizqué provocando su gemido. Asustado, levanté la mirada y ante mi consternación, Kyon estaba con los ojos abiertos.

―Mi amo― susurró con una entrega cercana a la adoración.

Desolado al verme descubierto y que lejos de molestarle mi ruindad, la chinita había recibido esos mimos con alegría, pedí a la cría que siguiera descansando. Maniatada por el adoctrinamiento recibido se abrazó a mí y comenzó a restregar su cuerpo contra el mío mientras me rogaba que la usara, que se sabía mía y que su función era ser mi juguete. Todavía ahora recuerdo avergonzado la erección que creció bajo mi pantalón al ver la devoción con la que me miraba. Por eso, agradecí cuando Natacha entró en la habitación informando que la comida estaba lista, ya que de no haber sido así a buen seguro sin mayor miramiento la hubiese tomado para mí.

 ―Felpudo, levántate y ayúdame a dar de comer a nuestro dueño― comentó la rusa ejerciendo un papel que no le había pedido.

Molesto, pedí que fuera la última vez que la nombraba así.

―Su muñeca le pide perdón― arrodillándose a mis pies, respondió: ―Mi señor, ¿con qué nombre me debo referir a su nueva esclava?

Entendiendo que, aparte de su naturaleza juguetona, lo que le impulsaba a la rubia era cumplir fielmente con lo leído en el manual, comprendí que, si no quería usar el de “Felpudo”, debía bautizarla con otro apelativo de sumisa. Por ello, mirando la dulzura de la joven, respondí:

― ¡Golosina! ¡La llamaremos así!

―Solo espero no engordar cuando tenga que comerme a “golosina” ― muerta de risa, replicó la endiablada eslava mientras la levantaba de la cama.

La sonrisa con la que la asiática recibió un azote de Natacha exigiendo que se diera prisa me hizo asumir que al menos en un principio debía comportarme con ella de acuerdo a lo que marcaba su educación y por ello, mientras me servía vino en una copa, ya sin pudor acaricié su trasero absteniéndome de alabar su belleza. Supe que según la mentalidad que habían esculpido en su cerebro ese gesto le bastaba para sentirse reconocida al reparar en el tamaño que habían adquirido sus pezones.

«Tengo que darle tiempo de asumir que en esta casa nadie la maltratará antes de demostrar cualquier tipo de ternura», sentencié viendo de reojo la alegría con la que corría a la cocina en busca del primer plato.

Lo que nunca me esperé es que volviese en compañía de la eslava y menos que tras ponerme frente a mí la comida, Natacha me pidiera permiso para inspeccionarla. Entendiendo que esa inspección no solo era necesaria según las instrucciones que habíamos leído, sino que encima le apetecía ser ella quien la realizara, di mi autorización a que la llevara a cabo.

―Golosina, antes que nada. Nuestro amo debe saber qué clase de hembra ha comprado y si vales la suma que pagó por ti. ¡Desnúdate y demuéstrale si eres digna de ser la esclava que le dé placer o solo una vulgar sirvienta!

Herida en su amor propio, la chinita comenzó a cantar una canción de amor mientras deslizaba sus tirantes sin dejar caer el camisón. Su prodigiosa voz no era algo que hubiésemos previsto y por eso tanto la rusa como yo nos quedamos anonadados al escucharla.

―Lo he pensado mejor, te llamaremos “ruiseñor” ― dije todavía impresionado.

Su nuevo bautismo incrementó sus ganas de agradar y elevando el volumen adornó su canto con un sensual baile mientras se despojaba del picardías. Ya sin él, pude comprobar que a pesar de su altura los pechos de la asiática eran enormes y que encima sus areolas se le habían erizado al sentir la calidez de nuestras miradas.

«¡Por dios! ¡Es bellísima!», no pude más que afirmar interiormente sin exteriorizarlo al saber que todavía no estaba lista para ser piropeada.

Más consciente que yo de lo que esa muchacha necesitaba y sobre todo esperaba, Natacha se acercó a ella y pegándola otra sonora nalgada, le exigió que luciera el trasero al que era su dueño. Al girarse, pude comprobar que la rusa había dejado impresa la mano en uno de sus cachetes, pero eso no fue óbice para que me percatara también que el pandero de la asiática era de los que hacen época.

«Menudo culo tiene», sentencié mientras daba un sorbo de vino para no revelar lo mucho que me apetecía dar un mordisco en esa maravilla.

Como la rubia no tenía esos remilgos al tener mi aquiescencia y saber que no me opondría, usó las dos manos para que pudiese valorar el cerrado ojete de “ruiseñor”.

―Mi señor. Para ser un producto asiático, el culo de su nueva esclava no es de mala calidad, aunque parece ser que está un poco trillado.

―Ni poco ni mucho. Nadie lo ha usado― se defendió la pobre que estaba siendo inspeccionada.

Al haber hablado sin que nadie se lo permitiera, tuvo su castigo y mandándola al suelo de un tortazo, Natacha le hizo ver que no iba a ser permisiva con ella.

―Como la favorita de nuestro señor, no voy admitir de ti ninguna falta de cortesía y menos que te rebeles.

Frotando con una mano su adolorida mejilla, la chinita pidió perdón.

―Lo siento, maestra. No volverá a ocurrir.

Tirando de su melena, la levantó de la alfombra y sin mayor miramiento, la eslava mordió los labios de la joven diciendo:

―Eso espero, nuestro señor me ha pedido que te eduque y eso voy a hacer.

Asumiendo que debía seguir exhibiéndose ante mí, Kyon retomó la canción, pero esta vez en perfecta sintonía con la melodía y en español nos informó que nunca había estado con otro hombre narrando una escena:

 ―Una hembra de ruiseñor aleteando llegó volando a un jardín donde su dueño, al escuchar el trino de tan bella ave, decidió que debía ser suya y tomándola entre sus manos, preparó para ella una jaula de oro. La joven pajarita al ver su nuevo hogar gorjeando de felicidad explicó al que ya sentía que era su amo que nunca unas manos de varón habían acariciado su plumaje.

 ―Si eres virgen, demuéstralo― exigió Natacha.

Bailando, la chinita se subió a la mesa y separando las rodillas, puso a mi estudio su sexo mientras canturreaba:

―Cuando el viento del mediodía puso en duda las palabras de la dulce avecilla, está pidió a su señor que comprobara tocando sus plumas que todavía nadie había dejado sus huellas en ella.

Despelotado por el tierno y ocurrente modo de presentar sus credenciales, miré embelesado ese tesoro desprovisto totalmente de pelo y retirando con mis yemas los pliegues que le daban acceso, comprobé que no mentía.

―El ruiseñor al sentir las caricias del que tenía las llaves de su nuevo hogar, le pidió que pusiera un candado a la puerta para jamás tener la tentación de marcharse― musitó en tono más bajo temiendo quizás desafinar.

Si lo hizo, no lo sé ya que llevaba unos segundos concentrado en evitar hundir la cara entre esos muslos.

―Don Lucas, pruebe si la pájara que ha adquirido es tan dulce para ser llamada también golosina― a mi espalda, escuché que Natacha me decía.

Impulsado por un apetito que no fui capaz de contener, saqué la lengua y recogí con ella parte de la humedad que amenazaba con desbordarse de la chinita:

―Es todavía más dulce de lo que suponía― señalé mientras escuchaba el prolongado sollozo con el que Kyon manifestaba el placer que ese primer lametazo le había hecho experimentar.

― ¿Me permite comprobar que sea así? ― la rubia preguntó revelando su excitación.

―Por supuesto, muñeca. Dime si me equivoqué cuando asumí que esta zorrita era una golosina.

Al verla sumergir la boca entre sus piernas, decidí hacer uso de uno de los detonantes que compartían y mientras Natacha cataba el sabor de Kyon llevé mis manos a sus nucas provocando el orgasmo de ambas. Los gemidos de la rusa quedaron acallados por los melodiosos berridos de la chinita al sentir que quizás por vez primera su cuerpo ardía.

―Mi señor tenía razón al ponerle ese nombre― chilló descompuesta Natacha mientras trataba de saciar la sed en el manantial que brotaba del interior de la asiática.

Sin dejar de acariciar la parte posterior de sus cabezas, mostré un cabreo que no sentía al haberse corrido ambas sin mi permiso y colocando a la rubia en mis rodillas, descargué mi supuesta ira en una serie de dolorosos pero deseados azotes que, en vez de cortar su placer, lo incrementaron.

―Su ruiseñor también le ha fallado― envidiosa del trato, sutilmente protestó la oriental.

Atrayéndola hacia mí, mordí su boca y tras dejar la impronta de mis dientes en ella, exigí a “muñeca” que la llevara a mi habitación y que me la preparara mientras terminaba de comer. Natacha cogió a Kyon de la mano y sin preguntar nada más, se marchó al saber exactamente lo que le pedía. No en vano habíamos leído juntos el puñetero manual donde se revelaba el modo de exacerbar el placer que sentiría al ser desflorada por su amo. Sabiendo que no me fallaría, olvidándome de ellas, me concentré en la estupenda carne a la stroganoff que apenas había tocado…

Relato erótico: “Shadow Angel. historia de una superheroína 1parte” (POR SHADOWANGEL)

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SHADOW ANGEL historia de una superheroína (1a parte)

Shadow Angel, una heroína con habilidades de ninja e identidad secreta, se enfrenta por primera vez a un adversaria que la supera en habilidad. Su rival le plantea dos opciones

Jueves por la noche, en un almacén abandonado de Detroit:

Una figura encapuchada se acercó por el tejado del almacén abandonado, ni cuando subió ni al caminar por las viejas planchas de uralita emitió ningún ruido. Iba a ser una operación delicada y necesitaba concentrarse al máximo en el sigilo. Poco a poco se acercó a la única claraboya que tenía luz y sin ser vista observó el interior.

Tres hombres retenían atada y amordazada a una chica de unos veinte años, hija de un empresario de la ciudad. “Tres aquí y seguramente dos más vigilando la puerta, eso hacen un total de cinco. Son más de lo que esperaba para un simple secuestro” pensó la figura encapuchada.

Aunque iestaba sola, iba suficientemente preparada para aquel encuentro, vestía ropa negra y cómoda, botas tácticas y guantes que escondían diversas armas y artilugios, un cinturón del que colgaba cuerda y un gancho, ganzúas, granadas de humo y todo tipo de artilugios más, aunque no llevaba ninguna arma de fuego, una katana de hoja afiladísima colgaba de su espalda. No era una asesina pero mataría si tenía que hacerlo para defenderse o proteger a la rehén. La paciencia era su mejor arma, recordó la figura, tal como le había enseñado su maestro shinobi, o como preferían llamarlo en occidente, su maestro “ninja”. Agachada, esperó el momento propicio.

Una chica bonita indefensa y tres hombres, al final llegó lo inevitable. Los tres captores empezaron a desnudar a la chica, aunque ella intentó defenderse, sus ataduras lo impidieron y solo sirvieron para divertir aún más a sus captores. A través de la mordaza emitía débiles gemidos que apenas percibió la figura que todo lo contemplaba desde la claraboya.

Los hombres recostaron a la chica en una mugrienta colchoneta que uno había traído. Estando completamente desnuda, las miradas lascivas de sus captores no dejaban lugar a dudas de lo que ocurriría. De repente, a través de una cuerda, la oscura figura saltó de la claraboya y apareció en la estancia. Sin decir una palabra, dejó fuera de combate a dos de los captores con unas rápidas llaves de presión en el cuello. El tercer captor intentó sacar una pistola pero una rápida patada en la barriga por parte de la misteriosa figura lo dejó sin aliento, otra llave de presión y el tercer captor estaba inconsciente. Todo se había desarrollado casi en el más absoluto silencio.

La misteriosa figura hizo un gesto de silencio con la mano a la captora, que temblaba y lloraba de miedo. Se escuchaban pasos, los que vigilaban la entrada seguramente habían oído algo y venían a comprobar que no hubiera ningún problema. La oscura figura se puso al lado de la puerta y esperó a que llegaran.

El primero que entró no le dio tiempo a disparar su arma ya que una patada bien dirigida al cuello lo dejó sin sentido en el suelo, el otro pistola en ristre apuntó a la figura pero vaciló un segundo, instante que fue fatal para él.

La misteriosa figura no se sorprendió al ver que el último captor vacilaba al ver una silueta femenina a través de la oscura ropa que llevaba, formaba parte de sus armas de distracción. Ropa cómoda y resistente pero que no disimulara su cuerpo atlético, ni su busto. Un delincuente normalmente vacilaba antes de matar directamente a una chica, y más aún si la chica tiene una buena figura. Y la ninja tenía una figura envidiable, con su casi metro setenta de altura no era alta pero tenía un cuerpo ágil, años de entrenamiento y su disciplina marcial le habían dado una barriga plana, unas caderas marcadas, un culo redondo y la genética le había dado unos pechos más voluminosos de lo que se esperaría por su tamaño, su talla de sujetador era la 95.

La ninja no desaprovechó el segundo de duda del último secuestrador y de un golpe rápido lo dejó sin sentido. Con ello hacían cinco secuestradores noqueados.

Antes de dirigirse a la chica, la ninja dió una vuelta sigilosa al almacén para asegurarse que no quedaba nadie más y finalmente la desató.

– No tengas miedo, ya pasó todo.- le dijo mientras le quitaba la mordaza. Cuando la chica se vió libre, se abrazó a su libertadora mientras lloraba desconsoladamente.

– Tranquila, todo fue un susto, ahora ya estás a salvo.- la tranquilizaba la ninja.

Sus captores habían hecho jirones la ropa de la secuestrada, así que la ninja le quitó la camiseta y los pantalones al secuestrador más bajo mientras los ataba con cuerdas y bridas para asegurar que no escaparan.

– Te irá un poco grande, pero mejor eso que la ropa que llevabas, esos malnacidos la han destrozado al quitártela. Siento no haber podido llegar antes, me costó encontrar donde te tenían retenida y aún así debía esperar un buen momento para actuar.- Le dijo la ninja mientras le acercaba la ropa.

– Gra-Gracias, ¿como te llamas?.- Preguntó la secuestrada aún asustada.

– De nada, forma parte de mi trabajo por así decirlo. La policía no tenía ninguna pista sobre tu localización pero gracias a mis métodos no convencionales logré localizarte a tiempo. En cuanto al nombre, prefiero seguir en el anonimato.- Respondió su libertadora.

– Descendiste de la azotea como un ángel. No se como agradecértelo, llevo tres días secuestrada, esperaban cobrar un rescate de mi padre pero el dinero no llegaba y al final decidieron cobrarse parte del rescate con mi cuerpo, decían que si mi padre no pagaba me venderían a una red de trata de blancas.- Dijo la chica entre sollozos.

– No te preocupes, ahora estás a salvo, ven conmigo que te llevaré a un lugar seguro. A tu familia le encantará tenerte de vuelta y deberás explicar a la policía donde localizar a esos matones.- Respondió la ninja mientras la llevaba fuera del almacén.

Al exterior, el sol empezaba a salir y la chica se tranquilizó y respiró aliviada, volvió a abrazarse a su libertadora y solo dejó su abrazo cuando la ninja la dejó en el patio de la mansión de su padre. Escondida en un árbol vio aliviada como la chica se abrazaba con sus padres. Era un secuestro complicado pero gracias a su habilidad había salido todo perfecto.

A la ninja le encantaba poder ayudar a los indefensos, como le dijo su maestro, esas habilidades deben usarse siempre en beneficio de los débiles y nunca para el mal o en provecho propio.

Universidad de Detroit, el lunes anterior:

La Rectora de la Universidad se dirigió a los estudiantes de segundo de ingeniería:

– Buenos días, primero debo comunicarles la incorporación a la facultad de una nueva estudiante, Mikoto Amy, procedente de Japón, que estará este curso con nosotros. Amy, les recuerdo que en Japón el apellido va antes que el nombre, no solo es una brillante estudiante en su país sino que además está emparentada con la familia imperial Japonesa. Así que espero de ustedes un trato cordial hacia ella y espero que a su vuelta a Japón se lleve una muy buena impresión de esta Universidad y de ustedes.

Al lado de la directora, estaba Amy, una chica de 23 años, de figura atlética y alrededor del metro setenta de estatura, su postura era firme pero sin parecer arrogante, cara redondeada y llevaba su larga melena negra suelta y perfectamente planchada. Los chicos de la clase la miraron de arriba a abajo asombrados, fueren cuales fueren las preferencias de los chicos, ninguno podía negar que Mikoto Amy era una preciosidad. A las chicas de segundo curso les había salido una buena competencia, su belleza exótica era algo con lo que pocas podían competir.

Tras las palabras de la directora, Amy hizo una reverencia tomó la palabra en un perfecto inglés:

– Así es, soy sobrina del emperador, aunque eso no debe incomodarles lo más mínimo. Por favor, agradecería me traten como otra estudiante más. Voy a cursar este año con ustedes por las magníficas referencias que tiene esta universidad en mi país. Espero poder hacer buenos amigos entre ustedes, mis aficiones son a parte de la ingeniería, la natación, el deporte en general, la lectura y evidentemente, no suelo decir que no a salir de fiesta de vez en cuando.

Los estudiantes se presentaron diciendo su nombre uno a uno y Amy se fue a sentar en el único pupitre disponible, al lado de un joven atlético de cabello rubio y rizado, Tom Murray había dicho que se llamaba.

– ¿Y eso que seas de la familia real significa que hay un montón de seguratas escondidos pendientes de tí a todas horas?- Preguntó Tom nada mas sentarse Amy.

– Para nada, soy de una rama de la familia muy alejada de la sucesión al trono, además quiero ser una estudiante más así que no, no hay guardaespaldas pendientes todo el día de mí. Y para tu conocimiento, sé cuidarme de mi misma así que no te aconsejaría que intentes nada raro.- Le respondió Amy con una sonrisa para acto seguido concentrarse en la clase.

Detroit, el viernes siguiente

Al terminar la clase, Amy fue abordada por Tom y su grupo de amigos.

– ¡Amy! Para celebrar el fin de semana quieres venir con nosotros a tomar unas copas? Solemos ir a un bar musical céntrico y con buena música, seremos nosotros cinco y si te apuntas seremos seis.- dijo Tom señalando a los dos chicos y dos chicas que le acompañaban.

– Gracias pero hoy quiero aprovechar para refrescar lo que hemos dado esta semana en clase, si todo va bien y queréis repetir el plan, mañana por la noche me apunto.- Respondió ella.

– Caramba que aplicada, esperamos verte mañana entonces.- Respondió Rubén, uno de los chicos.

– ¿Por cierto, has leído la noticia de la semana?- Dijo Claire, una chica pelirroja, mientras le acercaba un periódico. Amy leyó el titular

Secuestro resuelto. La hija del famoso empresario rescatada por un personaje enmascarado.

Ayer por la noche la familia comunicó a la policía que su hija, cuyo secuestro había movilizado a todos los agentes, había sido devuelta sana y salva a casa. Se han detenido a cinco sospechosos encontrados atados en un almacén. La hija, secuestrada hacía tres días indicó que había sido rescatada en un almacén abandonado por un personaje enmascarado “un ángel” según manifestó la rescatada, sin dar ningún otro detalle de este misterioso ángel que apareció y se desvaneció como una sombra. ¿Quién es ese misterioso Shadow Angel?

– ¿Qué te parece?, ahora tenemos un justiciero enmascarado que nos protege.- Dijo Tom

– Shadow Angel? A vuestros periodistas les gusta poner nombres peliculeros a todo?- Dijo Amy pensativa, “Shadow Angel, no me desagrada este apodo” añadió para si misma.

Antes de despedirse del grupo, Amy se había fijado en otro titular del periódico

Otro golpe en una industria de Detroit. El ladrón invisible ha robado en otra empresa burlando a los vigilantes de seguridad y vaciando la caja fuerte, llevándose más de 50.000 dólares según informa el gerente

“Esta vez no te me vas a escapar, sé por donde te mueves y creo haber calculado donde darás el próximo golpe” Pensó Amy mientras se dirigía a su apartamento. Se presentaba una noche movidita y necesitaría todas sus habilidades al cien por cien.

Amy llegó a su piso, un céntrico ático con dos habitaciones, un salón-comedor, una moderna cocina y un baño bien equipado (su familia no había escatimado en gastos para su estancia). De un compartimiento escondido debajo de su cama sacó su ropa de ninja, sus gadgets y su inseparable katana. Se vistió y desde la azotea de su edificio con la ayuda de una cuerda y un garfio saltó al edificio adyacente y descendió por la escalera de incendios.

Ese “ladrón invisible” como lo había bautizado la premsa, era uno de los motivos de su estancia en Detroit. Desde Japón había seguido su actividad a través de internet y no pudo resistir el reto de comparar sus habilidades de ninja con las de un occidental con aparentemente la misma habilidad para el sigilo y el engaño. Un reto demasiado jugoso, que no podía dejar escapar. En Japón había demostrado tener unas habilidades superiores a la Yakuzza, y ahora por fin podría compararlas con las de un “gai-jin” como aún llamaba a los occidentales.

“Me pregunto quién será, ¿un acróbata, un ex-fuerzas especiales, un maestro de artes marciales…?” Pensaba Amy mientras se dirigía al lugar en el que creía que su presa daría el próximo golpe.

Esa misma noche, dentro de la principal fábrica de golosinas de Detroit

Shadow Angel entró sigilosamente en la fábrica de golosinas, una empresa que recientemente había incrementado sus ventas, exportando chucherías a todo el mundo pero sin haber reforzado sus medidas se seguridad. Los únicos vigilantes, situados en una garita a la entrada de las instalaciones habían sido muy fáciles de burlar. Ahora se encontraba entre las instalaciones para fabricar gominolas, rodeada de bidones, cintas transportadoras, y otra maquinaria, cuando de repente escuchó un ruido a su espalda y rápidamente y en guardia se dio la vuelta.

De detrás de una máquina, a unos cinco metros de distancia una figura oscura había aparecido. Pese a la oscuridad reinante, Shadow Angel distinguió una silueta femenina enfundada en ropa táctica, similar a la suya, una máscara que simulaba una cara de gato y un látigo en la mano.

– Llevas días siguiéndome la pista, creía que se trataba de un detective privado o algún policía competente y me encuentro que no es más que una jovencita.- dijo divertida la ladrona.- Por tu aspecto, debes ser la que liberó a esa chica, a quién la prensa ha empezado a llamar Shadow Angel, me equivoco?

– No, e igual que aquellos secuestradores, vas a acabar con tus patitas en la cárcel, sea quién seas.- Respondió Shadow Angel con voz autoritaria.

– Vaya vaya, una chica con carácter, como seguramente sabrás la prensa me ha bautizado como “ladrona silenciosa” aunque puedes llamarme Felina. Y vas a llevarte una buena sorpresa.- Dijo Felina mientras con un rápido y casi imperceptible movimiento de mano dirigió su látigo hasta una palanca cercana.

– Qué estás?…- A Shadow Angel no le dió tiempo a decir nada más. Esperaba una amenaza que le viniera de frente. Pero no se había fijado que ella estaba justo debajo de un gran contenedor suspendido por una cadena, error que esa noche le saldría muy caro.

La palanca que había activado Felina abría el contenedor de almíbar viscoso que estaba justo encima suyo, vertiendo su contenido sobre la joven heroína, que cayó al suelo por el peso del azúcar fundido que le caía encima.

El almíbar empapaba el cabello y todo el traje de la ninja, impidiendo que se moviera con su característica agilidad. Intentó levantarse de un salto pero sus botas resbalaron con el pegajoso azúcar y volvió a caer. En un intento desesperado desenvainó la katana, pero sus gantes estaban pringados de azúcar y no fue difícil para Felina arrebatarle el arma con un certero golpe con el látigo. Amy nunca se había sentido tan indefensa en su carrera como justiciera enmascarada. Nadie en Japón había conseguido sorprenderla de esta forma.

– Así que esperabas tenderme una trampa, y resulta que la presa eras tú, que tal te sienta el azúcar? Dicen que rejuvenece la piel.- Dijo Felina burlona mientras se acercaba a Shadow Angel.- Sabía que seguirías las migas que fui dejando, la verdad que esperaba ver a un hombre maduro empapado en azúcar, pero debo admitir que me gusta más de lo que esperaba ver a una chica revolcándose en almíbar.

Mientras Felina hablaba, Amy había sacado de su cinturón un par de dardos tranquilizantes, pero cuando fue a lanzarlos contra su rival un latigazo en la mano le obligó a soltarlos.

– No, no y no, nada de trampas, te he atrapado bien, no intentes nada o el siguiente latigazo irá dirigido a tu hermosa cara.- Dijo Felina mientras se acercaba a ella y con la bota la sujetó por el cuello.

Shadow Angel intentó liberarse de la presión que Felina ejercía en su cuello con su bota pero como más lo intentaba más resbalaba en el pringoso almíbar, para mayor divertimiento de Felina.

– Me gusta verte luchar, no te rindes fácilmente pero sabes tan bien como yo como va a acabar esto. No puedes liberarte de mi agarre y vas a quedar inconsciente en un momento a otro. Como veo que eres una luchadora, te haré una propuesta y te dejaré elegir, qué me dices?

– Maldita zorra, cuando me libere me las pagarás.- Dijo Shadow Angel desafiante, ahora que tenía a Felina encima, por sus rasgos (lo que su traje y máscara dejaba al descubierto) no parecía mucho mayor que ella, “menos de 30 años tiene seguro” pensó Amy.

– Tienes dos opciones.- Prosiguió la villana, indiferente a los forcejeos de la heroína.- Opción A: te dejo inconsciente y cuando te despiertes te vas a encontrar esposada a una de esas máquinas, completamente desnuda y desemascarada con tu disfraz al lado para deleite de quién te encuentre y te tomaré unas fotografías que mañana enviaré a la prensa que no podrán resistirse a publicar.

– ¡NO! No te atreverás, no puedes hacerme esto, no lo entiendes.- Dijo Shadow Angel casi como una súplica, nunca se había sentido tan indefensa.

– O.- continuó la ladrona, divertida.- opción B: te vienes a mi guarida, serás mía durante esta noche, haré contigo lo que me apetezca pero sin causarte lesiones, y mañana por la mañana te dejaré en un lugar apartado y podrás continuar con tu actividad como heroína o como sea te autoproclames. ¿Qué me dices? No tienes mucho tiempo.

– ¿Cómo se que no vas a hacerme daño si me llevas contigo?- Preguntó Shadow Angel con un sollozo.

– Porque nunca he hecho daño a nadie, eso lo deberías saber bien, nunca he herido ningún vigilante de seguridad, los he dejado inconscientes pero sin ningún daño salvo que fuera en defensa propia.

– Una condición, si acepto ir contigo, ¿me prometes que no me quitarás la máscara en ningún momento, ni enviarás ninguna foto a la prensa?- Preguntó Shadow Angel con una súplica.

Felina meditó unos segundos su respuesta.

– Mmm… de acuerdo, tienes mi palabra de que no te quitaré la máscara en ningún momento. Eso sí, alguna foto comprometedora te sacaré pero no se la enviaré a nadie. Será mi seguro contra tu venganza. Si tu te apartas de mi camino, esas fotos nunca verán la luz, si intentas volver a cazarme me aseguraré que esas fotos se publiquen por todo internet y estén en cada rincón de la ciudad. Eso sí, si te quedas aquí esposada me aseguraré que mañana tu bonito cuerpo desnudo esté en las portadas de todos los periódicos. Venga, sólo quiero divertirme una noche contigo.

– De acuerdo, llevame contigo.- Dijo Shadow Angel completamente derrotada.

Con una sonrisa divertida en la cara, Felina sacó algo de uno de sus bolsillos. Un pequeño collar, similar al que se pone a una mascota y rápidamente lo ató al cuello de Shadow Angel. Para asegurarse que no se lo pudiera quitar, iba cerrado con un candado.

– Sólo es una medida de protección para asegurar tu colaboración.- Dijo Felina mientras poco a poco liberaba la prisión de su bota sobre el cuello de la derrotada ninja.- Si te portas mal…

Felina apretó un botón y una descarga eléctrica sacudió el cuerpo de Shadow Angel, que no pudo reprimir un grito de dolor.

– De acuerdo, de acuerdo, tu mandas, me dijiste que no me harías daño.- Dijo la heroína mientras poco a poco se levantaba.

– Y pienso respetarlo, no te haré daño salvo que intentes nada contra mí. Por cierto, te será difícil andar con toda esta viscosidad, ¿porque no te quitas la ropa y así de paso me aseguro que no lleves ningún otro juguete oculto?- Dijo Felina con una sonrisa en la cara.

– ¡¿Estás de broma?!.- Exclamó Shadow Angel aunque la mirada de Felina no era de broma.

– La máscara no, por favor.- dijo suplicante.

– Puedes quedarte con tu precioso antifaz, pero todo lo demás fuera. No te preocupes, pondré tu ropa en una bolsa y me la llevaré, no la dejaré aquí tirada y mañana por la mañana la podrás recuperar. Eso sí, date prisa o puede que nos sorprenda el vigilante de seguridad.

Amy estaba desesperada, nunca se había sentido tan indefensa, esperó unos segundos, esperando algo que le permitiera recuperar su situación, un gesto de distracción de su adversaria. Pero Felina mantenía su mirada fija en ella y con el dedo en el botón que activaba el dispositivo eléctrico de su collar.

Resignada, Shadow Angel empezó a quitarse la ropa, primero su cinturón, las botas, los guantes, prendas inocuas que se sacaba lentamente esperando encontrar una oportunidad para derrotar a su adversaria. Luego se quitó su camiseta, y sus mallas, quedando solamente un top y un tanga negros cubriendo su precioso cuerpo.

– Sigue sigue, me gusta lo que veo. ¿Ese atractivo tanga forma parte del atuendo oficial de un ninja?- Se burló Felina mientras se lamía los labios juguetona.

Finalmente Amy aceptó la realidad, Felina era demasiado buena y aunque se notaba que disfrutaba enormemente viendo como se desnudaba, no bajaba la guardia en ningún instante. Amy terminó por quitarse el top, dejando al descubierto sus firmes pechos y finalmente se quitó el tanga, quedando completamente desnuda ante Felina con excepción de su antifaz. Poquísimas personas la habían visto desnuda, su humillación era total, sentía como sus mejillas se ponían coloradas. Felina estaba divertidísima.

– Vaya vaya, pero que preciosidad escondía ese oscuro atuendo, realmente eres todo un ángel… Por cierto, veo que piensas en todo.- dijo señalando su pubis perfectamente depilado.

Felina soltó una carcajada al ver como Shadow Angel intentaba cubrirse el pubis y sus pechos como podía.

– No te hagas la recatada conmigo pequeña, ya verás como nos lo pasaremos en grande. Ahora ve hacia ese tanque de ahí.- Dijo señalando una piscina llena de azúcar fundido al fondo de la sala.

Amy muerta de vergüenza se dirigió hacia donde su captora le indicaba. No podía evitar por mucho que se esforzara que lágrimas de derrota y humillación surcaran sus mejillas. Felina recogía sus traje, katana y artilugios y los metía en una mochila.

– No, no, andando no, quiero ver como te arrastras como una lagartija.- Le dijo Felina en tono autoritario.

– Por favor, eso no.- Suplicó Amy, aunque un gesto de Felina hacia el botón que llevaba en la mano la hizo obedecer inmediatamente. Primero se arrodilló al suelo, el contacto con el frío hormigón le puso la piel de gallina, y luego se tumbó notando como el frío suelo le endurecía sus pezones, y empezó a reptar.

– Bien bien, así me gusta, que seas obediente. Ya de he dicho que si te portas bien no te haré daño.- Dijo Felina que al pasar a su lado no pudo evitar darle una cachetada en su culito.- No sabes las ganas que tengo de llegar a mi guarida, pero antes debemos hacer otro trámite.

Shadow Angel llegó al borde del estanque de azúcar fundido y se quedó quieta, asustada.

– Bien, ahora metete dentro.- Dijo Felina.- Y rapidito o te soltaré otra descarga.

Amy obedeció y metió primero sus piernas, y luego su cuerpo, el azúcar fundido le llegaba hasta el ombligo, provocandole una sensación extraña en su cuerpo, no del todo desagradable. Lo notaba caliente pero sin llegar a quemarla.

– Ahora sumérgete toda, la cabeza no hace falta.- Dijo Felina.

Amy obedeció, y se sumergió en el tanque hasta los hombros. El contacto con el tibio azúcar la relajó un poco.

– Esto no es un jacuzzi en el que te puedas tumbar a descansar, sal ya que tengo planes para tí. Ahora puedes andar de pie.

Shadow Angel salió del azúcar y se quedó quieta, podía notar como detrás suyo Felina gozaba con la imagen de la pringosa mezcla resbalando por su cuerpo. Notó que Felina cogía un bidón, lo levantaba y antes de que pudiera reaccionar vertió su contenido sobre su cabeza.

– No, no te muevas, no te asustes, es solo azúcar glas.- Dijo Felina para tranquilizarla mientras vertía el polvo blanco por todo su cuerpo.- El azúcar glas va a endurecer el azúcar fundido, notarás que ahora te será difícil moverte, a parte de la diversión que me ha dado, es una medida para asegurarme que no vayas a intentar nada durante nuestro viajecito. Siempre quise intentar algo nuevo, las cuerdas y las esposas están demasiado vistas.

Shadow Angel comprobó que tenía razón, el azúcar glass solidificó la mezcla que pringaba su cuerpo y a los pocos segundos notó que no podía separar los brazos de su cuerpo y notaba las piernas pesadas y cansadas.

– Mirándolo así eres todo un caramelito.- Dijo Felina divertida mientras le lamía uno de sus pezones endurecidos por el azúcar.- No te muevas, ahora vuelvo, jejeje.

Amy al ver que Felina se marchaba intentó liberarse con todas sus fuerzas pero el azúcar solidificado era una atadura más resistente de lo que se hubiera imaginado y todos sus intentos fueron en vano. Pasaron los minutos y Felina no volvía, la habría traicionado? Se quedaría así hasta que mañana los primeros trabajadores la descubrieran? Pensó asustada.

Shadow Angel respiró aliviada cuando vio a Felina volver con una bolsa grande y una carretilla.

– ¿Pensabas que te ibas a quedar así toda la noche?- Dijo Felina divertida mientras sacó un teléfono móvil y sacó una foto a la indefensa heroína.- Algo así no se ve todos los días, venga inmortalizaremos ese momento.

Felina sacó una selfie con el teléfono mientras besaba la mejilla a la heroína.

– Ha quedado perfecta, podría hacer de tí toda una influencer.- dijo divertida.

– Ahora vayámonos a casa, tengo ganas de deleitar mi golosina.- dijo Felina que, demostrando una fuerza que nadie hubiera dicho por su complexión, cogió a la ninja y la metió en la bolsa.

– Esto para que tengas algo para distraerte y de paso evito que hagas ruido.- Dijo Felina mientras abría la boca de Amy y ponía en ella una manzana caramelizada a modo de mordaza

– No tengas miedo, esa bolsa no te va a impedir respirar.- Dijo Felina para tranquilizarla mientras cerraba la cremallera y depositaba la bolsa en la carretilla.

Amy estaba asustada, temblando y llorando. No cesó en ningún momento de intentar liberarse, intentando quitarse la dulce mordaza. No recordó en qué momento, rendida por el esfuerzo, se quedó dormida.

CONTINUARA


“Mi loba aulla mientras una vampira bate sus alas” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis.

Segundo libro de la serie: LOS SOBREHUMANOS.

Uxío y la salvaxe con la que comparte la vida son llamados a ver a Xenoveva, el hada que vive en la laguna y de la que el licántropo es adalid.. Al presentarse ante ella, esa semidiosa les informa que una de sus hermanas, un hada que vive en la Toscana, necesita su ayuda y que les ha mandado a una bruja como mensajera.
Pensando la pareja que se encontrarían con una mujer gorda y entrada en años, acceden a entrevistarse con ella. Al conocerla, resultó ser una bellísima joven a traves de la cual Diana les informa que en la región de Italia donde vive se han producido unas desapariciones, cuyos responsables sospecha que son vampiros.
Aceptando la misión, los tres se dirigen a Florencia sin sospechar que la policía que lleva el caso es una morena con un pequeño problema. No es humana, pero tampoco una mujer loba Sandra Moretti puede ser una enemiga y ¡bebe sangre!…

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros capítulos:

1

Para un hombre o una mujer del siglo XXI, las leyendas y mitos de nuestros ancestros carecen de veracidad y son considerados supersticiones en las que únicamente creen los más ingenuos de nuestra sociedad. Hoy en día, nadie en su sano juicio se levanta en una reunión y reconoce creer en ellas, y si lo hace rápidamente cae sobre él todo tipo de condenas y menosprecios. La religión y lo sobrenatural están mal vistos. Que un científico se atreva a sugerir la existencia de vida extraterrestre inteligente provoca al menos escarnio, pero si se le ocurre afirmar que en la tierra viven seres mitológicos como el megalodón rápidamente es catalogado de friki. En contraposición, desde niños amamos las historias de duendes, en nuestros cines se proyectan multitud de películas de superhéroes que atraen a una legión de espectadores, la literatura está plagada de libros cuyos protagonistas tienen percepciones extrasensoriales sin que causen mofa y cuyos autores no son tildados de locos. Por ello, me atreví a contar mi vida plasmando en papel cómo siendo un típico hombre de la actualidad descubrí que en mi interior existía un “salvaxe”.

Sé que la gran mayoría leerá estas páginas pensando en que son producto de una fértil imaginación y solo unos pocos creerán mi historia. Me da lo mismo. La incredulidad de nuestros días es algo con lo que cuento y, aun así, no me coarta para narraros cómo un antiguo policía terminó siendo el alfa de una manada de hombres lobos.

 Hoy puedo afirmar sin pudor que soy miembro de una especie que ha permanecido coexistiendo con la humana desde los albores de los tiempos y que mi ADN comparte con el vuestro muchos genes, pero hay una gran diferencia, yo y mis iguales somos capaces de mutar y convertirnos en esa pesadilla que os ha torturado desde que existe memoria. Es más, los salvaxes no estamos solos, también caminan por la tierra otros seres tan extraños, poderosos y temidos como nosotros…

Tras mi coronación como jefe absoluto de la manada, no me deshice del antiguo monarca, sino que lo integré en la dirección de los míos para no perder su valiosa experiencia y su atinado juicio. Por otra parte, no me quedaba otra ya que el salvaxe que destroné era mi suegro, el padre de Lúa, la compañera que el destino y las hadas habían designado para mí y que se sentaba a mi lado en el trono. Para los que no lo sepan, mi relación con esa loba no fue fácil, ya que en un principio me creyó un engendro, un maldito renegado que había desatado una espiral de violencia y muerte en nuestra Galicia natal y cuyos efectos todavía sufrimos. Por ello, me combatió e intentó matarme, aunque en su interior sentía una atracción vital hacia mí. Afortunadamente, conseguí convencerla de mi inocencia y aliándose conmigo, conseguimos derrotar a la verdadera causante de tanto mal, una loba descarriada llamada Tereixa que asesinó a la mujer que amaba y a la cual, su viejo me impidió ajusticiar aludiendo al escaso número de “salvaxes” que existen hoy en día.

            ―Sus genes nos son necesarios y su condena debe ser engendrar nuevos lobatos― fue uno de los primeros consejos que me dio.

            Lúa lo apoyó y como ella fue la que finalmente la venció en duelo, no me quedó otra que aceptar que esa malnacida se convirtiera en nuestra sierva, en un juguete con el cual disfrutar sexualmente sin que pudiese hacer nada por oponerse.  Cuando se le dio la oportunidad de convertirse en nuestra esclava o morir, optó por la primera y desde entonces, fue un vientre en el que mi pareja y yo calmamos una lujuria carente de sentimientos. Ya no la odio por haber matado a Branca, pero el recuerdo de mi amada meiga sigue presente y me ha impedido perdonar. Por ello cuando un licántropo de la Provenza la pidió para engendrar con ella, no dudé en traspasársela como si de una cosa se tratara y es que, para mí, esa malnacida valía menos que el aire que consumía y vi en ello, una liberación.

―Seré un amo duro pero justo― comentó el tal Pierre cuando se la di, creyendo quizás que su destino me importaba.

―Como si la horneas y después te la comes― respondí dejando claro mi completo desinterés.

Lúa tampoco vio nada malo en ello, ya que tras los primeros días en los que disfrutaba torturándola esa mujer se volvió en un lastre más que en un aliciente. Curiosamente, la única que mostró su pesar fue ella al sentir que bajaba un escalón al dejar de ser la mascota del alfa de la manada. Ya sin su presencia, la relación con mi loba mejoró, pero jamás ha sido algo plácido ni sosegado porque lo nuestro tiene mucho de lucha y de conquista. No somos lo que se dice una pareja ideal, estamos siempre discutiendo y buscando demostrar quién manda. Y cuando digo siempre es siempre, tanto fuera de la cama como dentro de ella. Cuando no es esa endemoniada rubia la que me ataca en busca de caricias en la oficina, soy yo quien la sorprende e intenta poseerla en mitad del pasillo. Somos distintos, muchas veces nos odiamos, otras nos amamos, pero lo que nunca podemos evitar es sentir deseo. Por mucho que intentemos contenerlo, estar en una habitación a solas nos provoca la urgente necesidad de mordernos, de olisquear nuestros sexos y lanzarnos en picado uno contra otro en persecución de nuestros límites.

Son minutos y horas gloriosos donde el hombre y la mujer desaparecen y haciendo un paréntesis, nos dejamos llevar por el instinto y somos felices. Es difícil de describir que siento. Sumergido entre sus brazos, es como si el universo se empequeñeciera y se tiñera de ella. Me siento chapoteando en el azul de sus ojos, nadando en el mar de sus pupilas mientras ella hunde sus manos en mi negro pelaje. Da lo mismo si lo hacemos bajo la forma humana o la lobuna, siempre es algo salvajemente sublime y cuando terminamos, nos lamemos nuestras heridas pensando en cuanto tiempo tardaremos en volver a experimentar ese gozoso clímax mientras nos quejamos por ser unas marionetas cuyo destino está escrito aun antes de nacer.

Nuestras peleas se han vuelto legendarias entre los nuestros y por eso cuando notan las primeras señales de que se avecina una, los salvaxes a nuestro alrededor emprenden una rápida huida y solo vuelven cuando con el paso de las horas sienten que la calma ha vuelto y que hemos limado nuestras diferencias restregando nuestros lomos. Nadie excepto Bríxida, mi hermanastra, se ha atrevido jamás a intentar aplacarnos en mitad de la tormenta y si no resultó malherida fue porque Pello y Yago, los hermanos de Lúa, se interpusieron.

―Estáis locos, sois unos dementes― recuerdo que nos espetó al ver las heridas que habían sufrido los salvaxes que le había jurado amor eterno al defenderla: ―Se os nubla la mente cuando discutís y lo peor es que siempre termináis copulando como si nada hubiese ocurrido.

Y tenía razón en todo. Siempre que tenemos una pelea, vuelan platos, mesas, sillas. Nos mordemos, nos pateamos e intentamos hacernos daño para al final dejar salir nuestras hormonas y lanzarnos a satisfacer nuestra lujuria.

No todo es malo, juntos formamos un tándem insuperable. Los dos unidos hemos hecho olvidar a los antiguos reyes de la manada y todos nuestros súbditos se muestran unánimes al valorar positivamente nuestro reinado. No existe disidencia, a nadie se le pasa por la cabeza urdir un plan para destronarnos porque saben que hace siglos no existe una pareja de alfas que haya despertado tanta admiración entre los salvaxes. Nos aman y nos temen a partes iguales. Aunque confían en nuestro juicio, son renuentes a solicitar nuestra intervención por la dureza de nuestras decisiones. Nadie ha olvidado que tras recibir el pedido de que interviniéramos en la disputa de dos clanes, no nos había temblado el pulso al decidir echar a ambos de las tierras que habían controlado durante siglos.

―Los salvaxes nacemos para servir, no para gobernar― fue la única explicación que dimos.

Conscientes de que era así y que nuestra decisión fue justa y ajustada a la tradición, esa inaudita sentencia provocó que prefirieran resolver las diferencias entre ellos antes de pedir que intervengamos. Curiosamente, nuestra dureza trajo un periodo de tranquilidad entre las familias, ya que todas sin distinción intentaron comportarse de acuerdo a las normas que habían sido marcadas hace milenios para no arriesgarse a que como sus alfas les diésemos un revolcón.

Otro hito que marcó nuestro reinado, fue que usáramos nuestra influencia para que, saliendo de mi excedencia, Lúa y yo fuéramos asignados a un organismo autónomo de la Interpol encargado de investigar tanto los asesinatos en serie como también de otros delitos de gran repercusión, pero sin una explicación lógica. Gracias a ello, pudimos establecer nuestra base en el pazo, pazo del que solo salíamos cuando nos encargaban una misión. Esa independencia nos permitía atender las cuestiones de los salvaxes sin estar bajo la permanente supervisión de nuestros mandos.

Por eso, cuando una mañana la dama del bosque nos pidió que fuésemos a verla, no tuvimos problemas en acudir a la laguna. Para aquellos que no sepáis quién es ella, solo deciros que Xenoveva es el hada a la que estoy íntimamente unido. Aunque actualmente soy su valedor, el adalid que nació para defenderla, sé que en el futuro cuando mi presencia no sea requerida en este plano astral, mi destino será sumergirme en sus cristalinas aguas y convertirme en su esposo. Sabiéndolo, Lúa se mostró reticente a acudir conmigo a verla, ya que como mi pareja le resultaba doloroso contemplar la atracción que sentíamos uno por el otro.

―Me ha rogado que vayas tú también― tuve que insistir ante su negativa: ― Debe ser importante.

 Protestando, la rubia aceptó acudir y transformándonos en lobos aparecimos por el claro donde estaba el lago en que el hada vivía. Desde que dejamos el bosque mi corazón comenzó a palpitar nervioso al saber que la vería, incrementando el cabreo de mi acompañante.

―Al menos podrías tener la delicadez de no mostrarte tan ansioso― murmuró furiosa mientras cruzábamos el prado.

No tuve ninguna duda de que a la vuelta protagonizaríamos una de nuestras épicas discusiones, pero aun así la seguí hasta la orilla. Al llegar, permanecí en silencio sin llamarla, no fuera a ser que mi tono revelara la emoción que me embargaba, cabreando más a Lúa. La loba tampoco la llamó, pero eso no fue óbice para que a los pocos segundos la dama hiciera su aparición. Tal y como acostumbraba, Xenoveva emergió de su interior acompañada de las “mouras”, las dos traviesas ninfas que la ayudaban y cuya naturaleza les hacía tontear con todos los hombres con los que se topaban.

―Encima viene con sus zorras― masculló al verlo.

No pude recriminárselo al contemplar la forma en que esas ninfas se acariciaban entre ellas con el único propósito de molestarla al verme excitado. Lo que tampoco colaboró en tranquilizarla fue el suspiro que pegué al ver al hada acercándose a mí totalmente desnuda. Sé que fue algo involuntario, algo que no pude evitar, pero en mi descargo he de mencionar que a cualquier mortal le hubiese pasado lo mismo al admirar la belleza de esa pelirroja y la rotundidad de sus curvas.

―Mis queridos lobos, gracias por venir a verme― nos dijo fijando sus ojos en mí.

Su mirada fue la gota que derramó el vaso para que mis hormonas se pusiesen a funcionar y tratando de simular un sosiego que no tenía, agaché la cabeza en señal de respeto, pero también para dejar de seguir admirando los pechos que tanto me atraían. Sé que mi pareja se percató de mi estado y que a la vuelta no dudaría en recriminármelo, pero obviándolo momentáneamente también ella se postró ante el hada.

―Señora, ¿qué desea de nosotros? ― entrando al trapo, Lúa preguntó.

―Diana, una de mis hermanas que vive en la Toscana, tiene problemas y me ha pedido vuestra ayuda.

Al escuchar el nombre, comprendí que se refería al hada que adoraban los seguidores de la Stregheria, una religión politeísta que hundía sus raíces en la época etrusca y que había sido duramente combatida por el clero católico. Por ello, no me extrañó que nos avisara de la llegada al pazo de una Strega, cuya traducción sería bruja pero que difieren de nuestras “meigas” en el uso que hacen de la nigromancia. Que practicaran la magia negra, había hecho que jamás los “salvaxes” hubieran optado por aliarse con ellas y por ello, me extrañó la petición de Xenoveva. La loba fue mucho más explosiva y convirtiéndose en humana, se declaró en contra de ayudar a una de esas hechiceras.

―No permitiré que mancille nuestra casa con su presencia. Esas malditas son famosas entre nosotros por usar sus facultades para subyugarnos― protestó airadamente.

―Aunque comprendo vuestros reparos, deberéis acogerla y escuchar lo que viene a deciros― la pelirroja insistió.

La nueva negativa de Lúa le hizo actuar y mostrando por primera vez ante mí la virulencia de sus poderes observé que mi pareja empalidecía y que le costaba respirar mientras Xenoveva le avisaba:

―Como alfas de la manada sois los primeros que debéis arriesgar vuestra vida en aras de la creación. Si mi hermana necesita vuestra ayuda, se la daréis o deberéis renunciar al trono, para que vuestro sustituto lo haga.

Mirando de reojo a la rubia, comprendí que debía intervenir al ver el tono amoratado de su rostro y mutando yo también en hombre, juré en nombre de los dos que recibiríamos a esa enviada.

―No esperaba menos de mi amado esposo― sonriendo declaró el hada para acto seguido castigar la osadía de mi pareja alertándola que de seguir en sus trece buscaría otra hembra para mí.

El brillo airado de los ojos de Lúa fue muestra inequívoca de su indignación por lo que no me extrañó que, tomando aire, le contestara:

―No será necesario, cumpliré la palabra que le ha dado el salvaxe que nació para mí y con el que comparto vida y alcoba.

A Xenoveva no le pasó inadvertido el desplante de sus palabras al restregarle en la cara que ella era quien por las noches disfrutaba de mis caricias, caricias que el hada nunca tendría hasta mi muerte por mucho que las deseara. Me consta que estuvo a punto de replicar violentamente al mismo, pero afortunadamente la pelirroja se lo pensó mejor y regalándome un beso en los labios, desapareció en la laguna.

―Uxío, luego hablamos. Es hora que vayamos a cumplir el capricho de tu puta― rezongó cabreada la rubia al contemplar la cara de lelo que se me había quedado con el beso….

2

De vuelta al pazo, Lúa no me habló y respetando su mutismo, no quise incrementar su cabreo recriminándole los celos que sentía por la dama del bosque y menos hacerle ver que su enfado venía motivado por el amor por mí que albergaba en su corazón. Pensando en ello, comprendí que, a pesar de sus múltiples defectos y su carácter endemoniado, yo también la amaba y que interiormente me complacía que dejándose llevar por su naturaleza, esa rubia luchara por mi cariño ante un oponente tan formidable como Xenoveva. Por eso, al llegar a casa y convertirnos nuevamente en hombre y mujer, la cogí de la cintura y sin esperar a sus protestas, la besé.

            ―Eres un cabrón libertino― aulló tratando de zafarse de mí.

            ―Y tú, la loba que me trae loco― contesté y sin dejar que se alejara, tomé en mis manos uno de sus pechos y lo lamí sabiendo que la mala leche incrementaba su lujuria.

Tal y como había anticipado, Lúa gimió de deseo al sentir mi lengua recorriendo su areola y poniendo la otra en mi boca, rugió que en ese momento le apetecía ser tomada, pero que luego tendríamos que hablar. No me hice de rogar y volteándola de espaldas, hundí mi tallo en ella. La salvaxe chilló encantada al sentir que la empalaba y me exigió que siguiera follándomela.

            ―Todavía no te has dado cuenta de que no follamos, sino que nos amamos, mi adorada― musité en su oído usando sus pechos como agarre.

            Reaccionando tanto a mis palabras como a mis embestidas, me gritó que no fuera cursi y que continuara usándola como hembra.

            ―No solo eres mi hembra, sino también la mujer que deseo como madre de mis futuros hijos― respondí mientras castigaba su frialdad con un sonoro azote.

            Como siempre que la premiaba con una nalgada, lejos de molestarla, la excitó y con más intensidad me rogó que la tomara.

―Espero que uno de estos días te quedes preñada y con mis lobatos en tu vientre, comprendas que estamos hechos el uno para el otro― molesto repliqué mientras la volvía a azotar con dureza.

Esa nueva serie de “caricias” la terminaron de desarbolar y mientras se sumía en el placer, me expresó sus dudas de que fuera lo suficiente macho para embarazarla.

―Soy eso y mucho más― respondí hundiendo mis dientes en su yugular

El dolor de su cuello intensificó su gozo y ya convertida en una hembra en celo, me imploró que derramara mi simiente en ella mientras se corría. El ímpetu de su orgasmo la hizo trastabillar y si no llego a cogerla, hubiese caído al suelo.

― ¿Sabes por qué me apetece preñarte? ― pregunté y sin darle opción de contestar añadí: ―Para saber que se siente al tirarme a una gorda con grandes tetas y no a una ¡escuálida tabla de planchar!

Mi bufido no la humilló sino exacerbó su calentura e imprimiendo un mayor ritmo a sus caderas, sonrió mientras replicaba que llegado ese día no permitiría que me acercara a ella:

―Embarazada, ¡no te necesitaré! ¡Mi lobo!

―Entonces, ¡me buscaré a otra con la que aliviar mis carencias! ― grité respondiéndola.

― ¡Mataré a cualquier perra que ose abrirse de piernas ante mi macho! —contestó mientras su cuerpo colapsaba ante el embate de un nuevo clímax.

Esta vez, su placer llamó al mío y en brutales descargas, exploté sembrando su interior con mi esencia. Al notarlo, se giró y buscando mis labios, comentó lo maravilloso que era hacer el amor estando enfadada.

―A mí también me gusta, pero ahora me apetece el hacértelo con cariño y en la cama, a ver si siendo novedad al fin consigo que engendres a mis lobatos― respondí tomándola en volandas.

―Pervertido― riendo a carcajada limpia, se dejó llevar hasta nuestro lecho.

Por desgracia acababa de tumbarme a su lado, cuando de pronto escuchamos que alguien tocaba en nuestra puerta. Cabreado por la interrupción, pregunté qué pasaba y desde el pasillo, escuché a mi hermana Bríxida decir que alguien deseaba vernos. Por su tono comprendí que no le gustaba nuestra visita y sabiendo de antemano quién era, únicamente contesté que nos dieran unos minutos para prepararnos.

 ―Dile que media hora― rezongó desde las sábanas la rubia mientras se apoderaba de mi pene con sus manos: ―Si ha hecho el viaje desde Italia, no le importará esperar treinta minutos.

No pude contrariarla al sentir que el traidor se ponía erecto con sus mimos y reanudando lo que estábamos haciendo, amé con dulzura a la loba que el destino me había dado. Por ello, la “strega” tuvo que aguardar pacientemente no solo a ese segundo round, sino que al terminar rematáramos la faena con un tercero mientras nos duchábamos.

Ya saciada nuestra mutua lujuria, nos vestimos y fuimos a encontrarnos con la bruja que había llegado exprofeso desde la Toscana para vernos. Nuestras ideas preconcebidas sobre ella quedaron echas trizas al entrar al salón donde aguardaba. Y es que, entre polvo y polvo, habíamos comentado que nuestra visita debía ser la clásica foca con bigote que vestida de negro tan bien había reflejado Pasolini en sus películas. Pero, para nuestra sorpresa, lo que nos topamos fue a un ser angelical de ojos verdes. Una impresionante morena ataviada con una túnica blanca, que se le transparentaba totalmente dejándonos admirar la belleza de sus atributos.

―Esta zorra está buena― sorprendida murmuró Lúa tan prendada como yo de la belleza de la recién llegada.

Conociendo sus celos, me abstuve de confirmar que opinaba igual que ella y acercándome a nuestra visita, le di la bienvenida sin saber que la joven aprovecharía para pegarse y darme sendos besos en las mejillas. No me había repuesto de la sorpresa que me provocó la dureza de sus pechos cuando separándose de mí, repitió el gesto con mi pareja. Pero en su caso tras darle los besos, comentó que Lúa hacía honor a su fama.

― ¿Qué fama? ― quiso saber totalmente colorada al notar que la joven morena se la estaba comiendo con los ojos.

―En toda Europa se dice que la pareja del nuevo alfa es preciosa, pero nunca lo creí y ahora que la conozco, debo reconocer que se han quedado cortos. ¡Usted es una diosa! ― contestó la “strega” sin recato alguno.

No pude evitar el reírme al percatarme del tamaño que habían adquirido los pezones de mi pareja con ese halago y mientras mi “salvaxe” intentaba tranquilizarse, pregunté por el contenido de su encomienda. La joven hechicera un tanto molesta por haber acortado su presentación, nos pidió si podíamos llevarla a la habitación donde mi difunta “meiga” hacia sus sortilegios.

―Debo ponerme en contacto con Diana y que ella sea la que os lo diga, mi señor― contestó al preguntar la razón de esa petición.

Branca y su cariño me hicieron dudar al sentir que si permitía a esa nigromante efectuar su magia allí profanaría su recuerdo. La italiana que no era tonta comprendió mis reparos y antes de que se los hiciera presentes, insistió:

―No soy maléfica y jamás he usado esas artes. Debería usted saberlo ya que soy la enviada de un hada. ¡Mi dama necesita su ayuda!

Interviniendo a su favor, Lúa me recordó que Xenoveva nos había pedido escucharlas y qué eso era lo que debíamos hacer.

―Está bien. Acompáñenos por favor― cedí y dejándolas a ambas detrás, salí en dirección hacia la antigua capilla del pazo, a la cual no había vuelto a entrar desde que Tereixa, la asesinó.

Destrozado, recorrí los pasillos sintiendo que me seguían y ya en la puerta, tuve que hacer un esfuerzo al traspasarla mientras recordaba con dolor el amor que habíamos compartido, amor que creí eterno hasta que Tereixa me lo arrebató.

―Seré respetuosa con el recuerdo de mi antecesora, mi señor― fue el único comentario que realizó antes de ponerse a dibujar con sal la estrella de cinco puntas que tantas veces le había visto a mi amada realizar.

Tal era mi sufrimiento que no advertí el significado de lo que había dicho, hasta que susurrando en mi oído Lúa lo comentó:

―O me equivoco o acaba de decir que viene a sustituir a Branca.

Por su tono, asumí que no vería nada malo en que esa italiana pasara a formar parte de nuestra familia y que al igual que su padre y Ruth, su esposa, se habían unido a su madre formando un inseparable trio, le apetecía que la recién llegada fuera esa tercera pata que nos faltaba.

―No pienso volver a amar a una humana― respondí mientras contra mi voluntad recorría embelesado el trasero de la joven.

La hermosura de esas ancas tan apetitosamente formadas me hizo dudar hasta a mí de esa afirmación y por eso, me indigné aún más cuando la rubia murmurando muerta de risa añadió:

―Por la forma en que la miras, solo tengo que darle tiempo al tiempo, para que mi depravado lobo husmee entre sus piernas.

No pude ni contestar porque justo en ese instante la desconocida terminó el pentagrama y ante mi consternación, dejó caer su túnica mostrándose en plenitud. Su desnudez incrementó la atracción que ambos sentíamos por ella y preso de la excitación, busqué su sexo con la mirada. Al observar el exquisito y cuidado bosquecillo que lucía sobre su vulva no pude más que transpirar soñando con darle un lametazo. A Lúa le ocurrió igual y mordiéndose los labios, musitó llena de deseo:

―No me puedes negar que te gustaría hacerle un hueco en nuestra cama.

―Ni siquiera sabemos su nombre― protesté temiendo que ambos fuéramos objeto de un embrujo que nos hubiese lanzado esa hechicera.

Ajena o más bien obviando lo que sentíamos, la morena se puso a invocar a su dama mientras esparcía unas hierbas por el suelo. En su olor, reconocí albahaca y orégano ingredientes básicos de la cocina de su país, pero también romero, lavanda y savia tan presentes en la nuestra. Extrañado porque tuviesen un uso mágico, vi que se empezaba el cuarto a poblar de una espesa niebla, de la que salió una ninfa tan bella como la dama del bosque.

―Señora, os he llamado en cumplimiento de sus deseos. Aquí tiene al alfa y a la hembra que quería conocer― postrándose ante ella, declaró.

―Bien hecho, mi Aradia― haciendo una carantoña en la negra melena de la joven, la premió para acto seguido dirigirse a nosotros: ―Como Xenoveva os anticipó, necesito vuestra ayuda… en mis dominios, el mal se ha hecho fuerte y debemos combatirlo para que no siga extendiéndose por Europa.

Mientras me ponía a meditar que el nombre de la muchacha era el mismo del de una bruja idolatrada por los seguidores de la Stregheria, Lúa preguntó a la visión si no le bastaba con la ayuda de Stephano, el salvaxe que era su adalid.

―Desgraciadamente, ya es muy viejo y no tardará en acudir a mí como esposo. Nuestros enemigos son demasiado poderosos y él nunca podría afrontarlos solo, por eso necesito que el alfa y su hembra acudan en su auxilio y juntos acabéis con la amenaza que se cierne sobre todos.

― ¿Qué tipo de amenaza habla? ¿Quién o quienes pueden representar tal peligro? – ya interesado comenté.

El hada midiendo sus palabras, nos explicó que habían desaparecido sin dejar rastro media docena de paisanos de la zona y que dada la malignidad que sentía en su interior, temía que terminarían siendo asesinados por seres que hasta entonces habían estado confinados en los parajes más remotos de Rumanía. Hasta el último vello de mi cuerpo se erizó al conocer su origen, pero no queriendo dar pábulo a mis sospechas, pedí que me aclarara exactamente el tipo de entes con los que nos enfrentaríamos. Tomando la palabra, la tal Aradia, fue la que lo aclaró:

―Lo que mi señora Diana tampoco quiere reconocer es que se teme que una horda de vampiros haya escapado de su encierro y sea la que esté asolando nuestras tierras.

Casi me caigo de culo al escucharle decir que esos engendros realmente existían e histérico, miré al hada mientras le preguntaba si estaba segura de que ellos eran los responsables.

―Llevan siete siglos encerrados en esa sierra y por eso no puedo confirmar tal cosa, pero los signos que he visto y la maldad que he sentido me hablan de ello― respondió.

―El alfa y yo iremos a indagar y de ser así, le prometo que usaremos todos los recursos de nuestros clanes para devolverlos a su prisión y que no vuelvan a salir.

―Gracias, sé el esfuerzo que estoy pidiéndoles y como Xenoveva me comentó su triste situación, espero que reciban como pago mi presente― replicó disolviéndose entre la bruma.

― ¿Qué presente? ― pregunté sin obtener respuesta al haberse ido el hada.

Levantándose del suelo, la morena fue la que contestó:

―Yo soy el pago. Sabiendo mi dama el peligro que correrían, creyó oportuno entregarme a sus benefactores como compañera. Desde el momento que me acepten, juro servirles fielmente y dedicar mi vida a ustedes.

Impresionada de que hubiera hecho ese viaje sabiendo que no tendría retorno, Lúa se anticipó a mí y se negó de plano a aceptar la como parte de la familia hasta que no nos conociera y por eso ante los ojos de la joven se transformó en loba. Imitándola comencé también yo a mutar, haciéndolo lentamente para que fuera plenamente consciente del significado de su entrega. Aradia no se esperaba tal cosa y por eso miró aterrorizada cómo las orejas se iban trasladando por nuestro rostro, cómo las mandíbulas nos crecían y como nuestras pieles se poblaban de pelo. Ya lobos nos acercamos a ella gruñendo y ante nuestra sorpresa, la morena se echó a reír y abrazándonos con ternura, nos soltó que éramos bellísimos.

― ¿No nos tienes miedo? ― pregunté recuperando mi voz humana.

―Mi señor, si antes de conocer su lado lobuno, me parecían atractivos… ahora que los he visto me lo parecen aún más. Desde niña he soñado que un día cabalgaría sobre uno de su especie, pero nunca sospeché que sería sobre el lomo de un rey o de una reina.

Confieso que se me desencajó la mandíbula al oírla. Por eso no pude decir nada cuando Lúa le pidió que se subiera sobre ella. Al hacerlo, mi adorada salió corriendo por el prado camino al bosque de mi heredad. Sin saber realmente el por qué, fui tras de ellas alcanzándolas ya dentro de la espesura.  

― ¿Dónde vas? ― pregunté a mi hembra.

―Debemos presentarla a nuestros lobos, para que la protejan cuando no estemos― contestó enfilando la montaña donde vivía la manada.

La felicidad de la chiquilla agarrándose al cuello de Lúa me hizo recordar a Branca cabalgando sobre mí en ese mismo paraje y tratando de conciliar ese recuerdo con la evidente atracción que sentía por esa humana, aminoré mi paso. Ello motivó que llegara a la guarida cuando ya se la había presentado a la líder y por eso fui testigo de una imagen que nunca conseguiré olvidar. Desnuda y llena de barro, la joven estaba jugando con los cachorros mientras el resto de la manada la observaban.

«No puede ser. Está rodeada de fieras y le da igual. ¡Es como si toda su vida hubiera convivido con ellos!», exclamé en mi interior preocupado.

Seguía admirado esa escena cuando Lúa llegó a mí y restregando su lomo contra el mío, susurró:

― ¿Todavía crees que nunca podrás amar a esta monada?

Mostrando mis reservas, contesté:

― ¿No ves que hay algo raro en su comportamiento? Parece saber cuál es la jerarquía de la manada y cómo debe comportarse dentro de ella.

Haciéndonos ver que entre sus poderes estaba el conocer la lengua de los lobos, la joven levantó la mirada y me dijo:

―Mi señor, todavía no he tenido tiempo de contarles mi vida. Soy huérfana desde niña y el único amor que he sentido es el de una loba a la que acudía pidiendo protección cuando en el orfanato tenía problemas. Para mí, ella fue mi madre y por eso no pude decirle que no, cuando mi hada propuso que me uniera a los reyes de los salvaxes. Para mí, ser de ustedes, más que un sueño es una necesidad vital.

Con esas emotivas palabras disolvió mis reparos y aunque todavía dudo si fue real, creí escuchar en mi interior a mi amada Branca dando su aprobación para que la joven fuera su sustituta.

―Volvamos al pazo, hay mucho que organizar antes de marcharnos a Italia.

La joven con una sonrisa de oreja a oreja me rogó que le concediera un último favor.

― ¿Qué deseas? ― pregunté.

―Me gustaría volver sobre usted, mi señor.

Desternillado de risa, acepté. Temiendo quizás la joven que cambiase de opinión, la morena se aferró a mi cuello y me lancé de vuelta sin saber que ese camino se convertiría en una tortura al sentir la tersura de su piel sobre mi pelaje.

«¡Qué bien huele!», con su aroma recorriendo mis papilas aceleré no muy seguro de ser capaz de soportarlo y que presa del deseo, hiciera una parada para poseerla en mitad del prado.

― ¡Corre mi lobo! ¡Enséñame los dominios que deberé proteger con mi magia! ― chilló llena de alegría mientras recorríamos los prados que tanto amo.

El roce de su vulva contra mi columna intensificó más si cabe la lujuria que me corroía y por eso al llegar al pazo, preferí desaparecer antes de hacer una tontería. Lúa olió en mí las hormonas de macho en ebullición y muerta de risa, aconsejó que me diese una ducha mientras ella le enseñaba la casa y le presentaba al resto de sus habitantes. Ni decir tiene que le hice caso y yendo al baño, abrí el agua fría en un intento de calmar mi calentura.

Relato erótico: “La historia de un jefe acosado por su secretaria 8” (POR GOLFO)

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Una vez había terminado de cenar, me acerqué a ver a las muchachas lleno de curiosidad. Aunque no sabía el modo exacto en el que Natacha me habría preparado a la asiática, daba por supuesto que no me defraudaría. Aun así, jamás esperé encontrarme a Kyon completamente atada con cuerdas y menos ver que la rusita le hubiera colocado una mordaza mientras ella sonreía con una fusta en la mano.

― ¡Qué rápido has aprendido el arte del Shibari! ― observé impresionado al comprobar que, además de haberla inmovilizado, se había tomado la molestia de que formar con la soga una red en la que el trasero de la cría quedaba sensualmente expuesto.

―No es mérito mío, sino de “ruiseñor”, nuestra “golosina” ― respondió: ―Solo he seguido sus instrucciones.

   No me pasó inadvertido que hubiese usado los dos apodos para nombrar a la nueva incorporación como tampoco que se hubiese supuesto al decir “nuestra” que era también de su propiedad. Pensando en que por razones de horario estaría con ella más que yo, me pareció bien y por ello me puse a presté atención a la evidente excitación de la chinita.

«Sentirse indefensa la pone cachonda», razoné al ver que tenía erizados los pezones.

Dando tiempo a que su calentura se acrecentara, me senté en la cama sin tocarla. Tal como había previsto, al no recibir caricia alguna de su amo, lejos de tranquilizarla, puso nerviosa a la chavala e involuntariamente, gimió pidiendo que la hiciera caso. Como era novato en esas lides, preferí empezar con un piropo a la que se había ocupado de atarla mientras observaba la reacción de la cautiva:

―Reconozco que eres una artista, has conseguido que se me antoje dar un mordisco a nuestra golosina.

Al oírme, Kyon volvió a suspirar haciéndome participe de lo mucho que la atraía sentir que la marcaba con mis dientes. Sin prisa alguna, pasé una de mis manos por su trasero con delicadeza, para acto seguido y con la mano abierta, comprobar su predisposición regalándola una sonora nalgada. Al ser algo que deseaba, sollozó de placer.

―De no llevar la mordaza, nuestro “ruiseñor” le agradecería esa caricia ― Natacha comentó haciendo de portavoz de la joven.

Asumiendo que sería así al comprobar la humedad que había hecho aparición entre sus pliegues, aproveché que en esa postura podía verme y con `premeditada lentitud, comencé a desnudarme. Mi striptease exacerbó la necesidad de entregarse a su amo y nuevamente se ofreció a mí poniendo el culo en pompa. Lo que no anticipé fue que la rusa se lo recriminase descargando sobre ella otro azote:

―No puedes ni debes acelerar tu entrega. Eso es potestad de nuestro amo.

Esa recriminación de labios de su maestra provocó las lágrimas de la muchacha. Enternecida Natacha acercó su boca y las lamió:

―No llores, golosina mía. Solo era un consejo.

Al sentir que un cariño que no se esperaba y menos a través de la lengua de la rubia, Kyon enmudeció y de improviso todo su cuerpo comenzó a temblar presa de la desesperación.

― ¡Quítale la mordaza y bésala! ― exigí interesado en esa reacción.

Obedeciendo mi orden, la despojó del bozal y sorprendiéndome, mordió con dureza los labios de la sumisa.  Supe que Natacha había actuado correctamente al sustituir el beso que le pedí por esa ruda caricia cuando de improviso la chinita se corrió entonando una canción de amor.

― ¡Qué apropiado es el nombre de ruiseñor para nuestra zorrita! ― encantada comentó la rusa al escuchar la forma en que exteriorizaba el placer.

La prodigiosa voz de Kyon fue un reclamo del que no pude abstraerme e increíblemente, mi pene reaccionó irguiéndose entre mis piernas.

―Me parece que a nuestro amo le gusta que cantes― susurró muerta de risa Natacha.

Al comprobar que era así, elevando la intensidad de su canto, contestó alterando la letra que entonaba:

―Presa en su jaula de oro, el bello ruiseñor anhela las manos de su dueño y por eso canta.

No me costó entender que estaba pidiendo mis caricias y accediendo a su suplica, acaricié sus pechos con dos de mis yemas incrementando con ello el gozo que estaba experimentando.

―La pajarita no echó de menos la libertad al saber que estando enjaulada podía trinar para complacer al dueño del jardín al que había llegado volando― canturreó.

 Para entonces deseaba formalizar su entrega, pero sabiendo que cuanto más la postergara mayor sería su placer preferí incrementar su gozo con un pellizco en una de sus areolas. El efecto de esa ruda caricia desbordó mis previsiones y de improviso fui testigo del brutal orgasmo que recorrió de arriba abajo el cuerpo de la cantante.

―Supo la avecita presa que los barrotes de su prisión eran en realidad la puerta de su hogar al sentir el cariño con el que la trataba su señor― lloró al verse inmersa en el placer, pero incompleta.

―Amo, no la haga sufrir más― susurró en mi oído Natacha.

Admitiendo que era así, usé la soga que la tenía inmovilizada para acercarla a mí y tomando mi hombría, comencé a jugar entre sus pliegues mientras la alertaba de que en unos instantes iba a hacerla mía.

―Libéreme haciéndome su esclava― imploró sin mover un músculo de su cuerpo.

Con paso firme, pero delicadamente, hundí mi tallo en ella hasta toparme con su himen que todavía permanecía en pie y al contrario que con la rubia, no pedí permiso y con un pequeño empujón, desgarré la telecilla.

―Soy una mujer libre en los brazos del único amo que voy a tener― rugió con alegría sin importar el dolor que le había provocado al desflorarla.

La facilidad con la que mi pene se sumergió en su interior confirmó sus palabras y asumiendo que era mi responsabilidad el hacerla disfrutar, imprimí un lento trote tomándola de los hombros. Sus gemidos de placer me permitieron ir incrementando poco a poco la velocidad con la que la cabalgaba hasta convertir ese pausado cabalgar en un desenfrenado galope.

―Azuza a tu montura para que sepa quién es su dueño― con tono excitado, Natacha me aconsejó.

Comprendiendo que, según el manual era lo apropiado, marqué el ritmo a mi montura con nuevos azotes mientras con el pene martilleaba su interior. La violencia de mi asalto no menguó al notar que se corría y dominado ya por la lujuria, busqué mi placer haciendo chocar mi glande contra la pared de la vagina de la oriental. Esa insistencia estimuló más si cabe la entrega de Kyon y ya gritando me rogó que grabara mi amor en su cuello.

Como había leído que en su lavado de cerebro habían dejado impreso que no se sentiría plena hasta que los dientes de su amo se cerraran sobre su piel, esperé a sentir que me corría para morderla. El dolor del mordisco unido al placer de notar que mi hombría explotaba en su interior renovó, alargó y magnificó el clímax de la chinita.

― ¡Libre y esclava de mi señor! ― gritó y con una felicidad sin igual en su tono, añadió: ― ¡Esclava y libre con mi señor!

Exhausto contemplé la plenitud de la joven e incapaz de hacerlo por mí mismo, pedí a la rusita que la desatara mientras me tumbaba en la cama. Ésta no dudó un instante en obedecer y tras liberarla de sus ataduras, la besó felicitándola por haber derrotado a su dueño.

―Golosina, te dejó descansar si me prometes que luego me ayudaras a levantar el ánimo de nuestro hombre― muerta de risa, dejó caer.

Lo que nunca se esperó Natacha fue que Kyon se arrodillara ante ella y besando sus pies, la rectificara:

―Señora, sé que usted es la favorita del amo y por tanto no puedo prometer algo que estoy obligada a dar en cuanto usted deje su marca en mí.

La descarada criatura al sentir la adoración que esa exótica belleza sentía por ella, replicó:

―Solo me dignaré a morder mi golosina, cuando me haya hecho sentir su amor.

Como no podía ser de otra forma, “ruiseñor” entendió lo que pedía y comenzando a cantar, hundió la cara entre las piernas de su maestra…

El sol del amanecer a través de la ventana me despertó con ellas abrazadas a mí. Al seguir dormidas, eso me permitió pensar en lo sucedido y fue entonces cuando caí en un detalle que había permanecido oculto a mis ojos: Patricia, Natacha y Kyon tenían algo en común, las tres eran sobresalientes además de bellas. Meditando sobre ello no me pareció normal que mi secretaria fuera dueña de una inteligencia poco común, que la rusita tuviera un talento para la pintura descomunal, y para colmo que la sumisa estuviera dotada de una voz capaz de dar la talla en cualquier compañía de ópera.

«O bien ese cabrón de Isidro Bañuelos siente predilección por mujeres que destaquen en alguna faceta, o en realidad ha descubierto el método de incrementar las aptitudes de sus víctimas convirtiéndolas en verdaderas genios».

De ser eso último, ese pervertido o alguien de su organización había sido capaz de dar un salto cuántico en lo que respecta a la educación tal y como la conocíamos.

«No puede ser que, habiendo hecho un descubrimiento que podría cambiar la humanidad, lo usen únicamente para satisfacer sus oscuras apetencias», pensé impresionado y preocupado por igual.

Ya con la duda en el cuerpo y tratando de meditar como podría descartar o verificar mis sospechas, esperé a que dieran las siete y media para despertar a las dos crías. Al llegar la hora, acaricié las mejillas de la chinita llamándola por su apodo.

― Golosina, hay que levantarse.

En cuanto oyó mi voz, la joven abrió sus rasgados ojos y luciendo una sonrisa intentó renovar sus votos, pero rechazando sus mimos le pedí que se fuera a preparar el jacuzzi:

― ¿Va a permitir que lo bañe? ― esperanzada preguntó.

―Nos bañaremos los tres juntos en cuanto despiertes a esta vaga― respondí señalando a la rubia que no se había enterado de nada.

Supe que a partir de entonces debía de tener cuidado y detallar más cualquier orden que le diese, cuando arrastrándola de los pies la echó de la cama.

―El amo nos quiere en pie― se defendió la oriental cuando Natacha gritando empezó a protestar por el modo en que la había levantado.

Tras lo cual, obviando el cabreo de la chavala, se fue a llenar la bañera.

― ¿Qué coño le pasa a esta loca? ¿Has visto cómo me ha tirado al suelo? ― todavía indignada, me preguntó.

Despelotado de risa, la ayudé a levantarse y la besé.

―Date prisa que os quiero preguntar algo― dije mientras me dirigía al baño.

Al ver que ya había agua suficiente, me metí en el jacuzzi y las azucé a entrar conmigo. La oriental que era la que llevaba más tiempo con los ojos abiertos fue la primera en pasar mientras la rusa rumiaba su cabreo preguntando qué era eso de lo que quería hablar. Atrayendo a ambas, las coloqué entre mis piernas y comencé a enjabonarlas mientras pedía que Natacha me contara si antes de ser comprada a sus padres ya pintaba tan bien.

―Lucas, mis viejos eran tan pobres que nunca tuve siquiera un lápiz por lo que no lo sé.

―Vale, cariño. Y una vez en poder de ese hombre, ¿cómo empezaste a dibujar?

Haciendo memoria, contestó:

―Ahora que lo dices. No me fije en las pinturas que había en la casa donde permanecí tantos años hasta un día en el que un médico me inyectó unas vitaminas.

Intrigado insistí en que siguiera haciendo el esfuerzo de pensar en ese día.

―Como comentaba al irse, todo me daba vueltas y sentía una extraña angustia que solo despareció cuando cogí un pincel y comencé a pintar en un papel la cabaña de mis padres.

― ¿Era lo único que tenías a tu alcance? ¿Había… no sé, instrumentos de música, libros…?

―Sí, pero no me digas la razón nada de eso me atrajo. En cambio, ese pincel me llamaba y en el momento en que lo toqué, me tranquilicé y la angustia desapareció.

Deseando y temiendo a la vez que Kyon ratificara mis sospechas, le hice las mismas preguntas, pero en su caso respecto al canto.

 ―Me ocurrió igual. No canté jamás hasta el día en que un enfermero me puso una inyección e histérica cogí una guitarra, la cual al tocarla hizo desaparecer mi nerviosismo.

―Ruiseñor, a parte de la guitarra, ¿qué instrumentos sabes tocar? ― la rubia preguntó.

―No sé… todos. En cuanto oigo como suena uno, no tardo en poder usarlo para cantar.

― ¿Has tocado alguna vez un piano? ― la rubia que no era tonta preguntó.

Avergonzada que la oriental reconoció que, aunque había oído su sonido en un equipo de música, nunca había visto uno. Anticipando mis pensamientos, Natacha sacó a Kyon de la bañera y la llevó al salón sin importarle que, mojadas como estaban, empaparan todo a su paso. Envolviéndome en una toalla, las seguí y horrorizado, observé cómo comenzaba a tocar las teclas y tras un minuto oyendo las notas que producían sus dedos al pulsar sobre ellas, la chinita se lanzaba ejecutar al piano una composición de Beethoven.

«¡Su puta madre! ¡Esto no es natural!», exclamé para mí mientras la rusa aplaudía entusiasmada.

Derrumbándome en el sofá, comprendí que además de haberlas lavado el cerebro habían sido conejillas de indias de un experimento del cual, y a pesar de reconocer que había sido un rotundo éxito, desconocía si podía tener efectos secundarios.

Recordando que según creía Patricia también había sido víctima del mismo, la llamé:

―Me da igual que no te apetezca verme. Necesito enseñarte algo, así que pon en movimiento tu estupendo culo o tendré que irte a buscar y te traeré a rastras― grité a través del teléfono a mi secretaria cuando ésta se negó de primeras a acudir a mi llamada…

17

                                                                                                                                           ―

Menos de veinte minutos después, escuché el timbre de la puerta y cuando ya me disponía a abrir a Patricia, Natacha ordenó a Kyon que fuera ella.

            ―Ruiseñor, la mujer que ha llegado será próximamente la esposa de nuestro amo y por tanto tu legitima dueña. Debes mostrarle tus respetos desde que cruce el umbral de esta casa.

            ―Así lo haré, maestra.

            Como sabía que la rusa no daba puntada sin hilo, quise que me explicara cual era la segunda intención de esa orden, ya que no me creía que la moviera el enseñar a la oriental.

            ―Ese detalle es el menos importante― pícaramente respondió: ―Si como me imagino su futura viene cabreada, la vendrá bien un buen meneo a sus pies y que ya relajada, olvide que no fue ella quien trajo a “golosina” aquí.

            Juro que no creí en que diera resultado y por ello, espiando a través del pasillo, me puse a observar como la joven recibía a mi secretaria. Tal y como preví, la negra venía fuera de sí y el ver que la que consideraba una intrusa era quien le daba acceso al que consideraba por derecho su hogar, quiso pasar de largo sin siquiera saludarla, pero Kyon se interpuso y arrodillándose ante ella, le pidió permiso para descalzarla:

            ―Me han ordenado que le haga ver que también soy suya y no querrá que mi dueño me castigue.

            Patricia, considerando como un mal menor la pretensión de la chinita, dejó que le quitara la primera de sus botas sin esperarse que, una vez descalza y antes de despojarle de la segunda, se pusiera a masajear la planta del pie hundiendo sus dedos en ella.

― ¿Quién te ha enseñado esto? ― suspiró derrotada al sentir que como por arte de magia toda su pierna se relajaba.

Kyon no contestó y antes de dar por terminado el masaje en ese pie, acercando la boca al mismo lo besó. Aun a distancia, el rubor de sus mejillas me informó que la sumisión de la chinita no le había resultado indiferente. Ratifiqué que era así al verla reaccionar exigiendo de malos modos que terminara pronto de sobarle el pie todavía calzado porque había quedado con don Lucas, su novio.

―Sé quién es usted y que en un futuro estará a su lado, pero ni siquiera entonces la obedeceré si su orden va en contra de lo que me ha pedido mi amo. Ahora sea buena y permita que esta esclava la mime.

Patricia bufó al sentirse ninguneada por la joven, pero recordando que le había contado que, durante mi detención, esa muchacha se había deshecho con facilidad de dos policías, prefirió no tentar la suerte y dejar que la descalzara siguiendo el ritmo por ella marcado. Kyon, sabiéndose vencedora de ese primer asalto, quiso dejar claro de nuevo que a pesar de sumisa era un rival digno de respetar cuando prolongó el masaje durante más tiempo antes de rematar la faena lamiendo uno a uno los dedos de ese segundo pie.

Su maestría y la dedicación que demostró, no aminoró el enfado de mi secretaría que observando que, bajo el vestido de criada, la asiática estaba excitada, decidió contratacar y metiendo la mano de su escote, tras apoderarse de uno de sus pezones, lo torturó diciendo:

―Zorra, te anticipo que pienso azotar tu penoso y grasiento culo en cuanto tenga oportunidad.

―Eso espero, señora. Exceptuando las caricias de mi señor, nada me dará más placer que ser el saco de boxeo donde su futura compañera de cama descargue todas sus notorias carencias y sus evidentes complejos.

―No seré su compañera de cama, seré su esposa. ¡Cretina! ― soltándole un guantazo contestó.

La chinita debía prever esa reacción por la rapidez con la que atajó el golpe reteniéndole ambos brazos para que no intentase de nuevo golpearla.

―Señora, cuando mi amo la autorice a castigarme, yo misma traeré la fusta con la que me corrija, pero hasta entonces le pido que se abstenga de volverlo a intentar porque me obligaría a defender lo que es propiedad de mi señor y le aseguro que saldría mal parada.

Interviniendo para que no llegara a mayores, separé a esas dos arpías y señalando el salón pedí a mi secretaria que se sentara y entrando como un miura en el tema, brevemente expuse que creía haber hallado otro nexo entre las tres, aparte de haber estado relacionadas con Isidro. Al preguntar cuál, repliqué:

―Quiero que pienses, ¿alguna vez te han inyectado algo mientras salías con ese hombre?

Aunque en un principio lo negó, ante mi insistencia hizo memoria y contestó:

―Acababa de cumplir la mayoría de edad y cuando llevábamos poco de novios, por un viaje a Marruecos tuvimos que vacunarnos. Esa fue la única, estoy segura.

Sin dejarla pensar para que no se pusiera a la defensiva, le pregunté por su desempeño escolar.

―Era vaga como yo sola. Aunque nunca suspendí, difícilmente pasaba de un siete― riendo comentó: ―Otra cosa fue al empezar la carrera donde jamás bajé del diez y fueron casi todo, matrículas.

―En tu curriculum leí que hablas a nivel nativo otros tres idiomas, ¿cuándo los aprendiste?

―Durante los veranos de la universidad. Como jamás tuve que presentarme a los exámenes de junio al haber liberado las materias, me fui a sus países de origen.

― ¿Conoces o has oído hablar de alguien que los haya aprendido sin acento a esa edad? ― dejé caer únicamente caer y sin esperar a que contestara, pedí a Natacha que trajera su versión de la venus de Velázquez.

Al ver que la rubia era la modela del cuadro cuya cara se reflejaba en el espejo sonrió, pero lo que realmente le hizo gracia fue que hubiera sustituido al ángel por mí.

―Muñeca, el cuadro es precioso.

― ¿Conoces o has oído hablar de alguien que sin recibir clases formales de arte sea capaz de tener esta técnica?

― ¿Quieres decirme por donde vas? ― chilló enfurecida temiendo quizás la respuesta.

Sin contestarla directamente, la informé que hasta apenas dos horas antes Kyon nunca había visto un piano y menos lo había tocado.

― ¿Y a mí qué coño me importa lo que le haya pasado o dejado de pasar a tu zorrita?

―No sé si sabes que los “poemas para piano” de Ravel están entre las partituras más difíciles que se han escrito nunca para ese instrumento.

 ―No lo sabía― reconoció.

―Por favor, Kyon enseña a mi futura compañera de cama lo que has aprendido mientras la esperaba― contesté metiendo una pulla.

Sentándose frente al piano, la chinita comenzó a tocar y no llevaba interpretando más que dos minutos esa complicada melodía, cuando exasperada volvió a interpelarme sobre dónde quería llegar.

―Creo que lo sabes, no en vano eres la más inteligente de esta sala. Yo mismo, considerándome un hombre listo, no te llego a las suelas de los zapatos― contesté y al ver que no se atrevía a reconocer lo evidente, proseguí: ―Cuando reparé en que a vuestra manera erais unas superdotadas, me pregunté cómo era posible que ese malnacido hubiese podido reunir a su alrededor mujeres tan bellas y brillantes cuando estadísticamente era algo imposible…

―¿No estarás insinuando que no nos encontró sino que nos creó?

―No lo estoy insinuando sino afirmando, los dones de las tres comenzaron a revelarse a raíz de la inyección de algún compuesto. Y si te he pedido venir no es para que torturarte, sino para que me ayudes a averiguar que os han hecho y podamos anticipar cualquier efecto secundario que os pueda provocar.

― ¿Te importa acaso lo que me pase? ― llorando preguntó.

Interviniendo a mi favor, Natacha fue quien contestó afirmando cosas que nunca me había escuchado:

―Por supuesto que le importas. Lucas te quiere y desea tener hijos contigo.

―Para eso te tiene a ti y a esa puta de ojos rasgados.

Al escucharla y ver en los ojos de la insultada que deseaba estrangularla, decidí terminar de una puta vez con esas rencillas. Tomando a ambas de la cintura y me dirigí en primer lugar a la china:

―Tienes prohibido agredir a Patricia porque va a ser mi mujer.

La sonrisa de mi secretaria despareció cuando, mirándola a los ojos, le avisé que de seguir empeñada en humillar a Kyon iba a darle carta de libertad para que se defendiera.

―Intentaré no meterme con ella… aunque se lo merezca― bajando la mirada, replicó.

Sabiendo que había logrado al menos una tregua entre las dos, retorné al tema importante y le pregunté si podría contar con su ayuda. Haciéndome ver que ese armisticio siempre pendería de un hilo, respondió luciendo ante la chinita el anillo de mi familia que llevaba en su dedo anular:

― ¿No entiendo que lo pongas en duda siendo mi prometido?

Tras lo cual, olvidándose de Kyon, preguntó dónde tenía el portátil:

            ―Si como supones nos ha inoculado, Isidro haber dejado rastro de esos experimentos en alguna de sus computadoras― contestó cuando quise saber para qué lo necesitaba.

            Dando por hecho que entre las aptitudes de ese genio de grandes tetas estaba la capacidad de franquear cualquier sistema de seguridad que se le pusiera por delante, le informé que estaba en mi despacho.

―Voy a tardar al menos toda la mañana y necesito un café, dile a tu amarilla que me lo traiga―murmuró sentándose frente al ordenador.

Viendo quizás que la misión que le había encomendado a Patricia era vital, la sumisa no esperó mi orden y preguntando a Natacha donde teníamos la cafetera, fue a preparárselo. Al quedarme solo con la rusita, aproveché para pedirle que estuviera atenta al comportamiento de esas dos para que no se cayeran a golpes.

―¿Qué poco conoces a tus mujeres? Aunque te parezca imposible, entre ellas hay química.

Juro que no la creí e intrigado por la seguridad que mostraba, le pedí que me dijera en que se basaba para afirmar que se atraían después de lo que habíamos visto. Muerta de risa, replicó:

―Son dos panteras abriéndose hueco a codazos, pero en cuanto cada una asuma su lugar en esta casa, lo difícil será separarlas y que nos hagan caso.

Observando el cambio que había tenido esa pícara criatura desde la llegada a casa, comprendí que había dejado atrás a la servicial rubia del inicio y que estaba dejando salir una manipuladora divertida y juguetona. Usando un tono irónicamente duro, le exigí que me dijera entonces cual pensaba ella que sería las funciones de cada una:

―Como la esposa legal, Patricia va a ejercer la jefatura de tu harén y hará de Kyon su juguete.

―Imaginemos que sea así, entonces dentro de ese esquema, ¿cuál será el papel que prevés para ti?

Desternillada, respondió:

―Soy y seré tu muñeca, la mujercita que velará para que ese par no se desmande y a la que amarás siempre. ¿O no es cierto que mi amado dueño y señor duda ya destila amor y cariño por su bella Natacha?

No pude más que estar de acuerdo con ella…

18

Sin otra cosa que hacer mientras Patricia investigaba a su antiguo novio, accedí a hacer de modelo para la rusita cuando me contó que deseaba recrear conmigo el cuadro que Rubens había pintado sobre una leyenda carcelaria en la que un hombre fue sentenciado a morir de hambre y al que salvó su hija recién parida dándole de mamar durante sus visitas.

            ―No quiero que me retrates como un viejo― fue la única objeción que puse al recordar el personaje de “la caridad romana” del pintor belga.

            ―Lucas, jamás se me ocurriría tal falta de respeto― respondió: ―Piensa que será mi pecho el que te alimente y nunca se lo daría a un hombre aún más anciano que tú.

            Que recalcara nuestra diferencia de edad no me molestó al ver su desvergonzada sonrisa y despojándome de la camisa, me coloqué en el sofá siguiendo sus instrucciones. Una vez en la postura que me decía y mientras mantenía las manos teóricamente atadas a la espalda, acercó uno de sus juveniles pechos a mi boca y sacó la foto que le serviría de guía al reproducir esa escena. Lo que se esperaba fue que, con el pezón entre los labios, el modelo que había elegido le regalara un mordisco mientras le acariciaba el trasero.

―No seas malo― sonrió sin separarse.

El deseo que intuí en ella, me hizo reír y liberando su seno, volví a recuperar la posición inicial mientras le decía:

―Desde ahora te digo que el día en que te embaraces pienso hacer realidad el cuadro y te obligaré a alimentarme con tu leche.

Sabiendo que iba a ser así, la chavala soltó una carcajada:

―Mi leche será para nuestro hijo y si sobra para el perverso de mi amo.

La felicidad que lució Natacha con la idea me hizo comprender que, teniendo tres mujeres, de no andarme con cuidado, terminaría engendrando un equipo de fútbol. Con ese pensamiento en mi cerebro, medité por primera vez si deseaba ser padre y contra todo pronóstico, llegué a la conclusión que sí.

«Por mi edad, no puedo esperar mucha o seré un abuelo», me dije mientras veía a la rubita dando pinceladas en el lienzo.

Durante el par de horas que permanecí medio postrado hice un examen de conciencia acerca de lo que sentía por las diferentes mujeres que habían llegado a mi vida a raíz del divorcio, centrándome sobre todo en el futuro y cómo conseguir llevar una existencia normal siendo ellas tres.

«Nunca he creído en el poli amor y menos deseé tener un harén», pensé preocupado al saber que jamás podría rehuir mi responsabilidad con ellas.

Ese dilema seguía en mi mente cuando de improviso Kyon llegó y nos informó que Patricia estaba llorando. Al asumir que la negrita se había topado con algo referente a ella, me levanté y fui a ver qué le pasaba. Tal y como nos había dicho la oriental, sollozaba sentada frente al ordenador.

―¿Qué has encontrado?― abrazándola pregunté.

Hundiendo la cara en mi pecho, se desmoronó mientras explicaba que había descubierto la verdadera razón por la que su ex se había desecho de Inés y de las otras dos.  Sabiendo que el motivo de su ruptura con Bañuelos había sido su compañera de colegio y que se echaba la culpa de su muerte, preferí consolarla sin preguntar.

―Ordenó que las mataran al darse cuenta de que el experimento fallaba con ellas y que, en vez incrementarse sus facultades, se estaban volviendo locas― continuó.

Siendo una desgracia, me alegró saber que ella no había tenido nada que ver porque así le sería más fácil el perdonarse por no haber podido salvarla. Pero entonces levantando la mirada me informó que al menos otra docena de mujeres habían corrido el mismo destino al no ser compatibles con el compuesto que habían desarrollado.

 ―De todas sus conejillas de indias, hasta ahora solo ha tenido éxito con cuatro.

 Saber que había otra mujer en su misma situación me preocupó y no solo porque daba por descontado que no tardarían en pedir que la rescatáramos, sino porque, siento tan pocas, no tenía sentido que al menos en el caso de Natacha y de Kyon las hubiese puesto en venta. Al mostrarle mis dudas, contestó:

―Ya no le hacían falta… ¡ha descubierto comparte con nosotras el gen que permite soportar el cambio y está haciendo las últimas pruebas para inoculárselo el mismo!

Que ese hombre hubiese organizado ese experimento con el objeto de convertirse en un superdotado me reveló que además de ser un malvado, estaba loco ya que según la información de la que yo disponía ese hijo de perra no podía prever cuál de sus facultades sería magnificada. Por ello, ya sin reparo alguno, ordené a la morena que guardara todos los datos en una USB y siguiera investigando porque nadie en su sano juicio dejaría al azar lo más crucial. Aceptando mi sugerencia grabó la documentación pirateada, pero cuando quiso volver a meterse en internet para continuar hackeando el servidor donde su ex guardaba todo lo referente al experimento, se echó a llorar:

―No puedo seguir, es demasiado duro.

Sorprendiendo a propios y extraños, la chinita que se había mostrado tan reticente a aceptar la presencia de la negrita se acercó a ella y tomándola de la mano, la levantó de la silla mientras decía:

―Deje mi señora que esta amarilla le dé un masaje relajante

Patricia estaba tan necesitada de apoyo que se dejó llevar por Kyon hacia mi cuarto mientras Natacha sonreía satisfecha por haber acertado en la química que compartían las dos que se marchaban.

―Permite que se sientan cómodas antes de ir a espiarlas― comentó asumiendo que iba a comportarme como un sucio mirón.    

Lo cierto es que estaba en lo cierto, lo quisiera reconocer o no, deseaba contemplar qué tipo de estrategia iba a usar la oriental con mi secretaria. Para que no se me notara tanto, me abrí una cerveza.

―Te mueres por verlo, ¿verdad? ― insistió con naturalidad mientras me empujaba por el pasillo.

            Al llegar, la morena estaba tumbada boca abajo con el torso desnudo y con una toalla tapando su trasero mientras de pie al lado de la cama Kyon se untaba las manos con aceite. Viéndonos entrar, se abstuvo de advertir a Patricia de nuestra llegada y guiñándonos un ojo comenzó a extenderlo suavemente por su espalda. Reconozco que me interesaba descubrir cómo reaccionaría esa mujer al agasajo de la sumisa y si finalmente disolvería la enemistad entre ellas a través de sus manos.

«No tiene prisa», me dije viendo como recorría con las yemas el cuello de mi prometida en busca de aliviar su tensión.

Durante unos minutos, se quedó masajeando allí sin avanzar hasta que comprobó por su respiración que la morena admitía tranquila sus mimos. Ya convencida de ello, extendió el aceite por la espalda de esa belleza para acto seguido profesionalmente cogerle un brazo y ponerse a trabajarlo empezando en el hombro hasta llegar a su mano.

«No sabía que tenía una masajista experta en casa. ¡Menuda joya!», pensé envidioso deseando ser yo el paciente.

De reojo, comprobé que no era el único al ver a Natacha con la boca abierta concentrada en lo que sucedía sobre las sábanas. Kyon rompió el silencio alertando a Patricia de que para continuar debía subírsele encima:

―Haz lo que consideres, zorra.

Sonriendo, la chinita dejó caer su vestido antes de ponerse a horcajadas sobre la morena. Desde mi posición reparé que lejos de molestarle ese insulto de alguna forma la había estimulado al ver que tenía los pezones erizados. Sin destapar sus cartas, Kyon comenzó a recorrer nuevamente el cuello de su enemiga, pero en esta ocasión al deslizarse por su espalda brevemente hizo que sus dedos se perdieran por debajo de la toalla.

―Si te molesta, puedes quitármela― todavía con tono exigente, comentó la masajeada.

―Señora, todavía no me hace falta― susurró la oriental mientras volvía al cuello frotando el lomo de mi secretaria evitando sus pechos.

La tranquilidad con la que fue repitiendo esa maniobra abarcando con cada repetición mayor extensión de la oscura piel de la mujer no evitó que me fijara que en las ultimas pasadas no solo la estaba magreando descaradamente el culo, sino que también estaban siendo objeto del masaje los pechos de Patricia.

―Para ser una sucia amarilla, tienes buenas manos― comentó con su dulzura habitual la morena.

Sin alterarse por ese menosprecio, pasó a trabajar sus piernas, pero antes de hacerlo desdobló la toalla que hasta entonces solo le cubría el culo para taparle la espalda, supongo que para que no se le enfriase. Como esa franela no era suficientemente grande, dejó al descubierto el inicio de las negras nalgas de su paciente haciéndome comprender que Patricia estaba completamente desnuda bajo la toalla.

En mi ingenuidad había supuesto que conservaba las braguitas, pero evidentemente no era así. El maravilloso culo africano de mi secretaria estaba completamente a merced de la chinita sin que Patricia no parecía preocupada. Es más, ni siquiera se ocupó de cerrar las piernas para proteger su sexo de la mirada de la sumisa sino quizás todo lo contrario. Consciente de ello, Kyon añadió aceite a sus manos antes de ponerse a relajar los gemelos de la morena.

―No me voy a espantar si masajeas mis glúteos.

Supe que algo estaba cambiando en la negrita cuando no la insultó y suavizó el tono. Que alzara el culete y casi imperceptiblemente separara las piernas al sentir las manos de la oriental subiendo por sus muslos, lo único que hizo fue ratificarlo. Kyon no tardó en darse cuenta y sonriéndome, no vio nada malo en apoderarse de sus nalgas y masajearlas mientras le decía:

―Mi señora tiene un cuerpo estupendo, no me extraña que su prometido esté loco por usted.

―¿Tú crees?― gimió oyéndola.

―Por supuesto, doña Patricia. Le he oído decir lo mucho que le apetece ser su marido.

Desde mi asiento, observé que la mentira de la oriental no era algo inocente sino premeditado cuando provocó un sollozo en la que quería casarse conmigo.

―Quiero que se dé la vuelta, pero antes voy a taparle la cara― la sumisa comentó mientras le ponía la toalla en la cabeza.

Sin negarse, la morena preguntó el motivo:

―Quiero que mi señora sueñe que son las manos de su Lucas las que la tocan.

Ese intencionado consejo nuevamente hizo que la que me había estado acosando se excitara. Prueba de ello fue que al sentir que la joven se ponía a derramar aceite empezando por su vientre hasta llegar a los pechos los cuales los dejó totalmente impregnados, sollozó:

―Lucas, tu negrita necesita tus mimos.

Para entonces, yo mismo estaba excitado y pensé en colocarme más cerca para ver mejor pero cuando ya estaba a punto de levantarme, Natacha me bajó la bragueta liberando mi pene. No pude más que agradecer que tomara mi erección entre sus dedos y se pusiera a pajearme mientras sobre la cama la chinita alababa los voluminosos senos de Patricia, acariciándolos:

―Cállate, zorrita. Estoy intentando creer que es tu amo el que me mima.

Kyon sintió como una victoria la ternura de su voz al reclamarle silencio y tomando ambos senos con sus manos, se puso a amasarlos rozando sus pezones de pasada. Prestando atención al tamaño y a la dureza, supe que había llegado el momento de que la oriental variara la naturaleza del masaje y desde mi asiento con mímica, le sugerí que se los metiera en la boca. No fue solo ella quien hizo caso al gesto y mientras la veía tomar entre sus labios las areolas de la morena, Natacha aprovechó para hundir mi hombría en su boca. Los gemidos que brotaban de mi novia acallaron los míos y por eso, quizás, no reparó en nuestra presencia.

―Lucas, amor mío, muérdeme las tetas― suspiró dominada por la lujuria.

Obedeciendo, la sumisa comenzó a darle suaves mordiscos mientras restregaba ya sin reparo su cuerpo contra el de la morena. Patricia al sentir la piel de Kyon frotándose contra ella como si la estuviese follando separó de par en par sus rodillas permitiendo con ello que la joven, con la mano llena de aceite, separara los pliegues que daban acceso a su clítoris.

―Sigue, cabrón mío. Hazme saber que soy tuya.

Concentrando la acción de sus yemas en ese negro botón, vi cómo se deslizaba por su cuerpo mientras la rusita aceleraba la mamada. Si ya de por sí era evidente su calentura, cuando notó que la boca de la oriental se acercaba a su sexo, ya desbordada, gritó:

―¡Cómete a tu negra!

Al ser esa orden de naturaleza imperativa, la joven sumisa no se pudo negar y sacando la lengua, se puso a recorrer con ella los bordes del botón que anteriormente había mimado con los dedos.

―¡Lucas no seas malo! ¡Necesito que me lo comas! ― siguiendo con la ficción que era yo quien estaba sobre ella, exclamó al sentir la cautela que mostraba.

 Con el permiso de su señora, Kyon tomó el clítoris entre sus dientes mientras introducía una de sus yemas en el interior de la morena. Al sentir ese doble estímulo, Patricia suspiró de placer y mientras se pellizcaba los pechos, le ordenó que usara la boca y no los dedos para follármela.  Cambiando los objetivos, la asiática sumergió la lengua en el coño de mi novia mientras torturaba su erecto botón con certeros pero indoloros pellizcos. Natacha tampoco se quedó corta y mientras eso ocurría sobre las sábanas, profundizó su mamada incrustándose mi pene hasta el fondo de su garganta.

-Qué ganas tengo de qué te cases conmigo y lo celebres rompiéndome el culo- la morena chilló al irse asomando el placer.

La verdad es que en ese instante ambos nos habíamos convertido en sendas ollas a presión listas para explotar y solo la casualidad hizo que yo fuera el primero en caer derramando mi simiente en la boca de la rusita, la cual se lanzó como posesa a devorar ese blanco manjar sin permitir que se desperdiciar gota alguna. Como si hubiese sido un pacto entre nosotros, Natacha acababa de beberse mi regalo cuando escuchamos los gritos de Patricia mientras sucumbía en un brutal orgasmo. Kyon aprovechó el momento para reivindicar la autoría del mismo:

-Siga disfrutando mientras su zorrita de ojos rasgados calma su sed entre los muslos de su señora.

Afortunadamente, ya íbamos por el pasillo, cuando quitándose la venda de los ojos, Patricia contestó:

-Bebe de mí o tendré que azotarte como la perra que eres.

-El trasero de esta sumisa anhela su castigo, mi dueña- sorbiendo el flujo que manaba del manantial de la morena, contestó…

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (19)” (POR ADRIANRELOAD)

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Mientras me cogía a Mili en el auto, desactive la alarma para no hacer ruido, los seguros de la puerta estaban desbloqueados, cualquiera podría entrar… ese profe que no aguantaba pulgas, que por menos saco a alumnos del salón, si me encontraba con mi verga anclada en el culo de Mili, fácil nos expulsaban.

Ya estaba casi frente al auto, se acercaba poniendo sus manos sobre la vista, como hacen las personas para ver dentro de un auto de lunas polarizadas… este maldito voyerista, habrá visto el auto moverse y sospecho lo que pasaba y quiere espiar seguro… malnacid… pensé, mientras yo volteaba el rostro, al menos para que no vea mi cara, ni la de Mili que yacía enterrada en el asiento.

– Hey… ¿qué hace ahí?…

Mierd… nos descubrieron… pero no, al girar el rostro para que no me vea el profe, note que por el otro lado venia otra persona… que cagad… ¿más gente?, ¿otro profesor?… no, era un vigilante… al oír su voz, Mili reacciono, levanto su cabeza y quiso decir algo, yo le puse una mano en la boca para que se calle.

– Soy el profesor Rodriguez, este auto está en el estacionamiento del decano… dijo excusándose el profe que había sido atrapado queriendo fisgonear en el interior de un auto ajeno.

Caraj… por el apuro de ir a exponer, estacionamos en cualquier lugar y justo en el puto lugar del decano, estábamos hundidos a mas no poder. Mili resoplaba y sollozaba al notar la situación. No podíamos hacer nada, solo quedarnos como estatuas, si nos movíamos el auto se tambalearía poniéndonos en evidencia.

– Bueno, el decano no vino hoy… pero déjeme hacer la guardia para ver a quien pertenece el auto y hacerle la amonestación respectiva… dijo diligente el vigilante.

– Ok… lo dejo en tus manos… dijo el profesor y emprendió regreso a su auto.

Mientras escuchaba el auto del profe alejarse, el vigilante, se quedó rondando desde lejos el auto, esperando ver llegar al dueño para increparle su descuido.

– ¿Por qué no se larga?… murmuraba Mili nerviosa, sentía que mi leche salía de su ano y se desparramaba por sus muslos.

– Ya tranquila… le decía para calmarla, pero en realidad yo intuía que pronto más estudiantes y profesores saldrían y estaríamos más expuestos aun.

Dentro de nuestro karma, tuvimos la suerte que sonó la radio del vigilante, seguro solicitaron su apoyo, porque se fue lentamente de cuando en cuando volteando a mirar… al fin, me dije, respirando aliviado.

– Ay Dany!… ¿por qué nos pasan estas cosas a nosotros?… se quejaba Mili.

– No sé, pero no hay tiempo, hay que cambiarnos… le dije, no había tiempo para teorizar.

Ubique unas franelas que mi viejo ponía detrás del asiento para limpiar sus lunas, con eso me limpie, pero la atolondrada de Mili en su apuro se limpió con el borde de su propia chompa, ensuciándola… y nuevamente se iría perfumada por la fragancia de mi semen.

Para mí era fácil, metía mi pene en el pantalón y listo… pero Mili… tenia rota y jaloneada la malla, su chompa manchada con leche apenas la tapaba porque se la remango para no mostrar la mancha… con todo eso, ella no podía salir del auto así. Solo le quedo escurrirse entre los asientos para pasar adelante, mientras yo salía rápidamente y pasaba al asiento del chofer.

Mili angustiada veía su malla rota, exponiendo toda su intimidad, pero eso lo resolveríamos después, ahora había que huir de la facultad… pero… escuche unos golpes en la luna… caraj… otra vez… voltee a ver… y era el vigilante que había vuelto… no podía bajar la luna porque vería todo el espectáculo de la vagina de Mili al descubierto. Ella solo se tomaba el rostro rojo de vergüenza y casi al borde del sollozo.

– Alumno lo vi entrar, por favor baje la luna e identifíquese… decía el vigilante a un lado del auto.

– Deme un minuto… le dije, mientras buscaba con que cubrir a Mili.

Recordé que mi padre en la guantera guardaba los documentos del auto en un folder grande. Lo saque y se lo puse a Mili sobre sus piernas, tapando su pubis. Ella al sentirse cubierta sonrió aliviada. Baje la luna y era el mismo vigilante que semanas antes deleito con las curvas de Mili al verla salir después de que la cogí en el baño y que también le rompí la blusa.

Obviamente empezó la reprimenda, le explique el apuro de la exposición, aun así quiso retener mi carnet de estudiante. Ahí intervino Mili, el vigilante la reconoció, se puso nervioso recordando las formas de ella, así que moderó su tono y solo nos advirtió que no lo volvamos hacer. Salimos raudos a su casa, me quite la camisa y ella se la puso encima, entro a su casa cubierta y yo me quede con un polo.

Al día siguiente, Mili y yo nos encontraríamos a Vane en el examen. Mili sabiendo eso, en esa competencia femenina, se puso una blusa blanca escotada con un brasier negro que traslucía algo, una falda escocesa rojinegra suelta, a media altura entre su pubis y sus rodillas, y unas panties negras… me hizo recordar, la imagen que fantasee en la cochera de su casa cuando la oí hablarle engreída a su padre… cuando quise verla vestida de escolar y cogerla salvajemente como a una lolita…

En cambio Vane no volvió usar ropa tentadora como en la fiesta, pero tampoco volvió a su ropa recatada… digamos que para disimular las fachas expuestas en la casa de Guille, opto por una vestimenta intermedia, como para que no digan que se vistió así para llamar mi atención sino que era parte de su cambio de look… esta vez usaba jeans apretados, si bien antes los cubría con blusas o chompas largas, ahora las tenía apenas debajo de la cintura, dejando ver su bien formado trasero…

Más de uno al entrar al salón se sorprendió gratamente al verla de espaldas… obvio que a mí como hombre, me jalo la vista más de una vez, pero tenía la vigilancia de Mili cerca, así que trataba de verla disimuladamente. Y bueno, como supondrán, Mili detestaba a Vane, porque le quiso robar su chico, porque la insulto y desprecio… si estuvieran solas fácil se agarraban de las greñas nuevamente.

Por suerte el buen Guille procuraba mantener a Vane alejada de nosotros, le conversaba para distraerla, pero no evitaba que Vane me mande miradas coquetas que enervaban a Mili… eso era lo que buscaba Vane, provocarla como para decirle que no todo estaba dicho… que le podía quitar a su hombre.

Para nuestra suerte, la gente estaba más preocupada en sus exámenes, algunas miradas nos dieron a Mili y a mí recordando el incidente en la fiesta, quizás algún comentario, pero no paso a más… unos conocidos me preguntaron por la hinchazón en mi mejilla y tuve que excusar un incidente en un baño (que en parte era cierto, sin llegar a detalles escabrosos y escandalosos).

Lo bueno era que Javier andaba más atrasado en sus estudios y no compartíamos cursos. Solo los que lo vieron me dijeron en broma que al parecer Javier había querido besar un camión y este lo atropello (el camión tenía mi nombre en la placa)… si mi cara estaba algo hinchada, me imagino como estaría la de él.

Durante el examen, Vane volteaba a verme coqueta y hasta guiñarme el ojo por ratos… esta bruja provocadora… Mili al notarlo le daba unas furiosas miradas… después me diría algo que parecía inculcado por su padre militar: Lo que es mío, es mío y no lo comparto!… yo le hacía señas a Mili para que se calme y continúe su examen, quedaba media hora para que termine la prueba… pero…

– Uds. ¿Qué hacen?… denme sus exámenes… dijo severo el profesor detrás mío.

La cagad… el profesor creyó que estábamos copiando. No pudimos protestar mucho, ya que nos tenía fichados desde hace tiempo por lo irregulares que éramos en el curso. Nos sacó del salón mientras Guille miraba preocupado y la insidiosa de Vane nos sonreía burlonamente… esa maldit…

Dejo a un vigilante cuidando el aula, mientras nos dirigía a su oficina. Nos pidió que esperemos ahí hasta que termine la prueba, luego hablaríamos de las sanciones… nos dejó ahí sentados en su escritorio y regreso al salón, yo de mal humor maldecía mi suerte… ni bien se alejó empezaron sus disculpas:

– Lo siento Dany… es mi culpa… esa perr… me saca de quicio… dijo entre apenada y colérica.

– Caíste en su juego y ya viste donde estamos… le dije resignado.

– Me puse celosa, porque vi como la mirabas antes del examen… dijo Mili parándose.

– Dale con eso ¿no confías en mí?, una cosa es que me jale la vista y otra que la desee… explique.

– Entonces… a mi… ¿me deseas?… dijo provocativamente, inclinándose para que vea sus senos.

– Como conejo en celo… replique perdiéndome entre sus melones y escote.

– ¿Ahora?… me dijo mientras apoyaba su estómago en el escritorio.

– ¿Estás loca?… le dije sorprendido, casi nos atrapan por descuido pero esto era suicidio.

– Demuéstrame cuanto me deseas…. me pidió como niña engreída.

Ahora no solo veía sus grandes senos, sino su falda levantada descubriendo sus generosas nalgas… me dedique a acariciarlas y jalonearlas embobado, su pequeña ropa interior había desaparecido entre esos enormes cachetes… ella se estaba excitando y en su delirio me hizo su ultimo pedido…

– Si me quieres… me lo harás aquí y ahora… dijo completamente arrecha.

Era un chantaje sentimental que yo no habría aceptado en otras circunstancias, sin embargo esta hembra me tenía embrujado, cachondo al límite… pensando más con la cabeza de abajo que con la de arriba. Por un momento dude, pero voltee a ver sus suaves y gordas nalgas mientras las acariciaba.

Para mi mala suerte detrás de Mili había un espejo y podía ver por completo sus enormes glúteos entre los cuales se perdía una delgada ropa interior… un poco más abajo, donde terminaban sus rechonchas nalgas, empezaban las sexys ligas de sus panties que, a su vez, encerraban sus bien formadas piernas que lucían entrelazadas y se tensaban con cada caricia, más aun cuando le jalaba su tanga y se metía en su conchita húmeda… yo no aguantaba más ver esa escena. Mi pene quería romper mi pantalón…

– Ay no… Dany no, no… yo solo jugaba, solo quería saber si lo harías… decía mientras se retorcía.

Pero era muy tarde, había despertado mis instintos más básicos… ella negaba con palabras lo que a gritos pedía su cuerpo: quería ser cogida como una perra, quería sentirse segura que su hombre solo perdía la cabeza por ella… había jugado sus cartas para provocarme y que le pruebe mi afecto, pero su jueguito y capricho se le fue de las manos y terminaría en su ano…

– No Dany… basta… por favor no… que nos van a… ouuuu…. Uhmmm…. gimió al sentir mi verga ingresando fácilmente en su húmeda vagina.

Se había vuelto mi fantasía en los últimos días cogerla en uniforme escolar contra un mueble, como a colegiala malcriada en la oficina del director… esta vez la castigaría por ser una puta provocadora que no mide las consecuencias de sus celos y de sus chantajes…

– Estás loco… uhmmm… para ya… no… ahhh… reclamaba mientras yo tenía su rechoncho trasero rebotando entre mi cuerpo y el mueble.

Con sus palabras se resistía, pero su cuerpo me esperaba, tenía las manos bien asidas de los bordes del mueble, casi arañándolo, soportando mis embestidas… yo la cabalgaba teniendo un borde su falda como brida y por momentos usaba las ligas de sus panties para jalonearla a mi gusto… mi verga se deleitaba con su vagina, pero no por mucho… Mili en un terrible espasmo contrajo el cuerpo satisfecha… tanto tiempo sin penetrarla por la vagina que ya estaba recontra sensible…

– Ohhh… ufff… exclamo satisfecha.

Pero yo aún estaba en viada… encaprichado por hacerle todo lo que pudiera en esa vestimenta de lolita… espere unos instantes a que se recupere… saque mi verga empapada de su vagina. Ella quiso pararse para darle seguramente su limpieza habitual a mi pene… pero no la deje, con mis manos mantuve su cintura presionada contra el mueble… era mi esclava hasta que me satisficiera.

– Queee… no Dany ya estuvo bueno… ahí nomás… párale si… no más…. me increpo aun agitada.

– No te vas a librar tan fácil… le dije, ella me provoco casi chantajeo, ahora que se aguante.

No di pie a que se queje más… apunte mi verga a su ano, que se contrajo para no permitirme entrar. Yo me incline a ella, la jale del cabello para que sepa quien mandaba en esa cogida y luego le bese el cuello… eso la desarmo unos momentos, que aproveche para incrustarle mi verga hasta el fondo…

– Auuu… ¿Por qué eres así?… sabes que no… uhmmm… gimió nuevamente sometida.

– Tu empezaste… me justifique, comenzando a cabalgarla esta vez por el ano.

Estábamos en la oficina del profesor que en cualquier momento podía entrar, nuevamente la puerta sin seguro y no nos importaba… vivíamos nuestra sexualidad al límite, que karma ni que karma… ese culo merecía ser ultrajado salvajemente, ese pseudo disfraz de colegiala había llevado mi morbo al límite.

– Ohhh ufff… resoplaba Mili, resistiendo mis arremetidas, evitando gemir para no ser escuchados afuera, sabía que no me iría sin saciarme y ella se preparaba a disfrutarlo también.

Menuda imagen que encontraría el profe si entraba: sus alumnos copulando como conejos sobre su escritorio… Mili que seguro era parte de las fantasías del profe, yacía con su falda en la cintura, su tanga a un lado, sus panties jaloneadas, su gordo trasero martillado por mi ingle, su ano clavado por mi verga vehementemente… y ella con los cabellos revueltos y una expresión morbosa de satisfacción…

– Ohmmm… soy tu mujer, ¿verdad?… me dijo, mirándome entre extasiada y romántica.

– Si… solo tú eres mi mujer… y mi puta… le replique y la vi sonreír satisfecha de mi salvaje respuesta, que alejaba los fantasmas de celos que Vane le infundio desde la fiesta.

En otro momento pasional, Mili volteo y me miro embobada por la fuerza con que castigaba su ano… vio una imagen detrás nuestro, se estremeció pensando que era el profesor… pero se dio cuenta que era el espejo… su curiosidad pudo más y se estiro un poco más para ver mejor… nos vio casi de lado, su enorme culo tambaleando por mi vigor, rebotando, percibió mi verga entrando y saliendo de su ano…

– Que gran culo tengo!… ouuu… y me lo estas partiendo!… uhmmm… murmuro sorprendida, seguro al verse al espejo en otras situaciones no se daba cuenta del morbo que inspiraban sus carnosos formas, ahora ver rebotar su trasero la llenaba de dicha.

– Callate!, que nos van a oir… le advertí.

– Me callo, pero sigue por favor… sigue… ohhhh… decía gimiendo ahora en voz baja.

Con esa salvaje imagen del castigo anal, con el esfínter criminalmente saciado, recupero la excitación que levemente perdió al creer que el profe estaba detrás… el único detrás era yo que le bombeaba el culo con fiereza… tanto que Mili no tardó mucho en llegar a su segundo orgasmo y yo al primero…

– Ahhhh…. Ohhhh…. exclamo finalmente tapándose la boca.

En un último esfuerzo, le incruste mi verga a más no poder, sus infladas nalgas terminaron remangadas contra mi ingle, mientras mi verga ametrallaba su interior con ráfagas de leche que hacían que se le contraiga el espinazo. Luego se dejó caer satisfecha en el mueble. Yo resoplaba feliz de haber cumplido mi fantasía a costa de Mili y de la oficina del profe… pero como nunca tenemos suerte…

Sonó la alarma de la facultad, la que indicaba el cambio de hora y, en este caso, que el examen había terminado… mierd… ya vendría el profe a darnos la reprimenda, si nos encontraba así no solo nos reprobaban, nos votaban de la facu… como dicen, luego del gusto viene el disgusto…

Mili se contrajo toda, apretando sus nalgas y mi verga… auuu caraj… me estaba moliendo el pene… tuve que darle un palmazo en sus abultadas nalgas para que se relaje. Vi alrededor, no había con que limpiarse, solo exámenes, informes y actas de notas… Diablos…

Hasta que divise en un estante un rollo de papel toalla… pero estaba algo lejos… no le podía sacar la verga porque mancharíamos todo: sus panties, su falda, el piso, el escritorio, los documentos… Le hice señas a Mili para movernos juntos… parecíamos nuevamente perros enganchados tras copular, caminamos hacia el papel como un trencito… hasta que…

La puerta chirrió al abrirse… helados como estatuas solo atinamos a voltear las cabezas y ver quien nos descubrió esta vez: ¿el vigilante?, ¿el profe? o peor aún el decano o el rector… pero otra vez vimos un rostro desencajado, decepcionado y colérico… la mierd… que suerte la suya…

– Otra vez Uds.… ¿acaso son perros?… dijo Vane furiosa, saliendo rápido y lanzando la puerta.

– Envidiosa… murmuro Mili en tono revanchista, triunfalista, casi feliz de que nos encontrara así para demostrarle que ella era mi única hembra.

– Seguro va en busca del profesor… le dije a Mili, devolviéndola a la realidad.

Nos apuramos en alcanzar el papel, nos limpiamos tan rápido como pudimos… pero la habitación olía a mi semen y los jugos de Mili. La oficina parecía más celda, solo tenía ventanas superiores, las que abrí como pude para ventilar el ambiente… Mili saco un perfume de su cartera y lo roció, casi fumigo la oficina, para eliminar el olor a sexo de hotel que despedía la habitación.

Poco después llego el profe, se demoró porque tras el examen tuvo preguntas de un tal Guille lo retuvo un rato. Ese Guille nos salvó de varias. Creo que Guille ya sospechaba lo que hacíamos y lo que Vane quería hacer al salir del salón antes que termine el examen, así que retuvo lo más que pudo al profe.

Obviamente el profe nos reprendió, aunque fue gracioso porque se la paso estornudando porque Mili exagero con el perfume y le activo su alergia… Luego amenazo con llamar a nuestros padres, lo que lo contuvo fue notar que nuestros exámenes no eran iguales, es decir no habíamos copiado… después nos sermoneo sobre las parejas y las relaciones, que no debe interferir eso en nuestra vida universitaria… a Mili más bien le gusto lo último, que reconocieran que éramos pareja… en fin, cosas de mujeres…

Por momentos veía que se le iban los ojos al escote de Mili, algo de celos me dieron pero estábamos en las manos del profe… Al final nos dejó ir sin anularnos el examen… nos disculpamos por lo sucedido y nos fuimos. Una vez fuera de la oficina, notamos que casi no había alumnos en la facultad.

Salimos aliviados, fácilmente estábamos aprobados con lo que habíamos avanzado al momento que nos quitaron el examen. Pasamos por el estacionamiento donde vimos un auto deportivo… ya lo había visto antes, de pronto salió del interior una figura conocida… Era Vane, parecía esperarnos para decirnos algo, insultarnos o que se yo que le pasaba por la cabeza caliente de vernos otra vez fornicando…

Mili no dejo que nos diga nada, simplemente me jalo del brazo, me estampo contra una pared y me planto un beso pasional casi sexual. De reojo vi a Vane, roja de cólera, no aguanto más, se subió a su auto y se fue… maliciosamente me dije: pensar que con Vane pude tener ese auto… pero prefería tener una chica con buena carrocería y gran desempeño como Mili.

Esta era una terrible guerra de féminas, que no terminaría bien… lo peor que yo estaba en medio y sabía que empeoraría. Mili había ganado la batalla, pero intuía que Vane para ganar la guerra haría lo impensable. Creo que Mili se confiaba porque Vane no había contado nada de lo que vio hasta el momento… era jugar con fuego seguir provocándola… pero no importaba, esa noche Mili era feliz.

Me tomo de la mano y en cada esquina que le provocaba me besaba y salimos como pareja de la universidad. Igual en el viaje a su casa, me prodigo besos, caricias, etc., se mostraba enamorada y no me disgustaba, me sentía bien. Regrese a casa y mi padre pregunto cómo me fue, estuvo satisfecho de que apruebe. Luego pregunto por Viví, no quise dar detalles, solo dije que ya no iba más esa relación.

Me fui a mi cuarto con el recuerdo de mi ex, vaya forma de mi padre de bajarme el buen ánimo y traerme recuerdos. Viví siempre fue orgullosa, alguna vez me dijo que lo único que nunca pero nunca (así lo enfatizo) nunca perdonaría era la infidelidad… y bueno yo peque de eso, dudaba que me volviera a llamar… sin embargo en ese momento sonó mi teléfono… ¿la llame con la mente? Pero ¿qué le diría?

– ¿Alo?… ¿Quién es?… pregunte curioso porque no me era familiar ese número.

– ¿No reconoces mi voz?… me dijo seductora y al no responderle ella agrego: soy… Vane…

Se me helo el cuerpo, recordé su insinuación en la fiesta, su bofetada en el baño tras verme con Mili, su indignación por mi supuesto desprecio, el temor de que chismosee todo, lo que vio en la oficina del profe, la provocación de Mili en el estacionamiento… tenía toda la información y los motivos necesarios para hundirnos en chismes, pero no lo había hecho hasta ahora… ¿por qué? ¿Que planeaba?…

– Ah… si hola… ¿a qué debo tu llamada?… respondí tras segundos de asimilarlo, ya que antes había sido tan orgullosa, despectiva y ahora me llamaba.

– Tu sabes lo que quiero… me dijo sin dudarlo como una femme fatale.

– En realidad no… ¿mis apuntes de clase?… dije ingenuamente pero ya intuía algo.

– No seas tonto… dijo riendo socarronamente.

– ¿Entonces qué?… pregunte, se me ocurrían muchas cosas que una mujer herida podía pedir.

– Tu sabes lo que vi… y esas imágenes no se me quitan de la mente… me dijo reflexiva.

– Y ¿qué puedo hacer yo?… pregunte, en realidad era problema suyo no mío, hasta que fue mío:

– Tú, puedes hacer muchas cosas… me dijo pícaramente.

– ¿Por ejemplo?… replique, dándole a entender que se deje de rodeos.

– Puedes hacerme lo mismo… lo mismo que a ella… sentencio Vane provocativamente.

Si no estuviera sentado, me caía… mierd… esta chica estaba desbocada… a tanto llego su ego herido o tanto inflo su morbo las escenas que vio… no lo podía creer… estaba pidiéndome que le desvirgue el su rosado ano, que le empale su blanco y bien formado trasero… Me quede perplejo, no lo podía creer.

– ¿Perdón?… ¿estas bromeando o qué?… dije, no se puede confiar de una mujer despechada, quizás solo me estaba probando o hasta me estaba grabando para luego decirle a Mili.

– No, yo no me ando con juegos… dijo enérgica, luego agrego haciéndose la interesante: además recuerda que… yo vi muchas cosas que en la facu les encantaría saber… serian la comidilla…

– Wow… espera… ¿me estas amenazando?…. dije sorprendido, no podía creer que en su capricho, venganza u obsesión, me estaba obligando a que le rompa el culo.

– Tómalo como quieras, esta semana hay exámenes y no quiero distraerme… pero quiero tu respuesta antes del sábado en la noche… dijo determinada, la muy mandona.

– Aguarda… tu sabes que estoy con Mili… y que no le puedo hacer eso… le dije tratando de hacerla reflexionar, esas revanchas y venganzas estaban pasando los límites de lo razonable.

– Ese es tu problema… dijo enojada al escuchar el nombre de su contendiente y solo agrego: chaooo… se despidió burlonamente, sin dejar que responda.

Diablos… me dejo pasmado, cualquiera estaría agradecido de que una chica le pida desvirgarla, pero que te amenacen… por otro lado con Mili estaba empezando algo que podía tener futuro, una chica que parecía reunir todo lo que quería: cariñosa, inteligente y bueno obvio… una puta en la cama…

Así como Javier me la tenía jurada, Vane se la tenía jurada a Mili… era una revancha, una competencia entre ambas féminas y en medio yo… quedaba como un puto… como un hombrezuelo que debía satisfacerlas, pero con Mili exprimiéndome dudaba que me quedara fuerzas para Vane…

Había evitado tener parejas en la facu para no tener enredos que afecten mi desempeño en mis estudios… pero esto era el colmo, una locura… además, que me garantizaba que tras satisfacer a Vane no dijera nada que afecte a Mili… y romperle el culo a Vane también le daría motivos para tenerme en sus manos, y quizás en su ano, las veces que le plazca… era muy enredado para resolverlo yo solo…

No podía decírselo a Mili, la última vez que fui sincero con lo de la fiesta en casa de Guille término asistiendo y empeorando las cosas. Y decirle mi viejo sería peor, aun no me perdonaba haber dejado a una chica que consideraba perfecta para mí (Viviana) por Mili, quien le recordaba mi aventura con una prima de rasgos similares (Anita)… y Javier, con quien tuve algo de confianza en estas cosas de mujeres, me detestaba, claro si le rompí el culo a su enamorada y luego le rompí la cara a el…

En realidad por mantener mis relaciones sentimentales alejadas de la universidad, no tenía muchos amigos dentro de la facultad… solo conocidos, grupos para el estudio o para la joda y la fiesta… pero no tenía costumbre de contar mis cosas a nadie, mis enredos… solo una vez en una borrachera alguien me escucho y me dio unos concejos razonables…

– Hola, puedo ir a tu casa a conversar… le dije y acepto.

Continuara
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
AdrianReload@mail.com

Relato erótico: “MI DON: Alba – El ave fénix (34)” (POR SAULILLO77)

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Estado de shock, es lo mas parecido al estado en que me encontré los días siguientes al momento en que se descubrió todo, y como no, el día siguiente a mi cumpleaños, le estaba cogiendo asco a esa fecha, se descubrió, si, que Eleonor me iba a chantajear, para que dejara a Ana, con el ático, que Ana se había “prostituido” por grandes cantidades de dinero ofrecido por Eleonor, solo para demostrarme que Ana no me amaba, y que Lili no era la hermana de Eleonor, si no una amiga de su hermana fallecida, caída en desgracia por las drogas, todo eso sumado a que yo lo sabia desde casi el principio, desde que mi madre me advirtió, y por puro instinto la creí aun sin aceptar lo que me decía, puse cámaras y micros, lo vi todo, enterarme de que Eleonor le compró a Ana el derecho a follar conmigo desde el 1º día, de su treta con Lili para generarme una dependencia a mi que me obligara a ocuparme de ellas, de tomar a su abogada para poder esta bien informado de todos sus pasos, cada día, viviendo bajo el mismo techo de 3 mentirosas, manipuladoras y egoístas mujeres.

Las “Hermanas” colombianas me importaban una mierda, la verdad, salvo sexo no me aportaban nada, pero Ana……..Ana era otro tema, realmente la amaba, y solo por ella me mantuve en silencio, tenia las sartenes por el mango o todas las cartas en la mano, y aun así aguardé, manteniendo una fachada tan falsa e hipócrita como las suyas, en el fondo de mi corazón esperaba un final diferente, que Ana se derrumbara, que me lo contara, que fuera sincera y me pidiera perdón, pero cada día que pasaba la mentira se hacia mas fuerte, y a mi me dolía mas, hasta el punto en el que cuando nos fuimos al piso de NY, planeé revelarlo todo, contárselo a Ana y ver la reacción, tenia tanto miedo a perderla que estaba dispuesto a descubrir su mentira solo para que supiera que la perdonaría, que me daban igual sus infidelidades, que la quería hasta el punto de ser el calzonazos que la seguiría hasta el fin del mundo. Pero la rabia y el orgullo me había puesto un limite, el sonido de mi corazón al quebrarse viendo la 1º sesión de sexo con uno de los hombres maduros que Eleonor se traía a casa, y que no era la 1º vez que lo hacia, forzó una marca en mi mente por la que ella debía pasar, tenia que ser sincera y contármelo por propia voluntad, solo así podría volver a amarla sin reservas, pero no lo hizo, pese a mis intentos mas tenues u otros mas obvios, cuando regresó de Granada y tardé unos segundos en salir del coche en el aparcamiento, lloraba, al igual que cuando se lo pedí en la piscina horas antes de la llegada de la abogada, y me quedé fuera llorando al ver su tozudez. Guardaba silencio y con el paso del tiempo se me hizo fácil no quererla, como el final de una pila en una linterna encendida, parpadeaba hasta que se apagó, con todo perdido sabiendo que Eleonor me iba a enseñar su traición en unos instantes, se negó a decírmelo, prefería vivir en su mentira unos segundos mas que ser feliz conmigo con la verdad, y si esa era su decisión, yo no podría hacer nada, nada salvo intentar dejar de amarla.

No recuerdo bien del todo esos días, se que esa noche la pasé discutiendo, o mas bien siendo increpado por Ana, que mas que mostrarse avergonzada, era un volcán de rabia e ira, trataba de darle la vuelta a la situación, de mil maneras, buscando algún argumento lógico, o no, por el que yo estaba equivocado, al principio buscaba mi perdón, al final, cuando mi pasotismo la enfadó, me echaba la culpa de todo a mi, que la obligaba a ser mi novia y aceptar que follara con otras, y que no lo había soportado, visto ahora, quizá tuviera razón, no lo se, Lara, Alicia, Eleonor, Lili, todas las mujeres que iban detrás de mi…… y ella lo tenia que sobrellevar, pero cuando un hombre se fijó en ella, el profesor de la universidad, monté en cólera…….. si, es posible que hubiera sido injusto con ella y que no fueran las bases de una relación normal y saludable, pero tenia 19 años, y era el amor de mi vida, un millar de sensaciones me nublaban, no era del todo consciente de sus sentimientos, y puede que por el hecho de que me los ocultara, hubiéramos acabado así, de todas formas cuando la veía llorando y gritándome por la habitación, solo pensaba que era un berrinche, palabras vomitadas por la ira y la impotencia. Llegó a amenazarme, con no alejarse, con seguir cerca de mi y hacerme la vida imposible, manipularía, mentiría, no me dejaría vivir en paz, “si no res mío no serás de nadie” aseveró con frialdad, usaría a mi familia y a la suya, le daba igual todo, gritaba que me amaba tanto que no me dejaría nunca.

No se si me quería o era solo por arrebatarle algo que creía suyo, pero tuve que ponerme duro, sin alzar la voz ni ponerla una mano encima, mi tono se puso rudo y firme, la hice ver que no podía hacer otra cosa que hacerme caso, alejarse de mi, tenia videos de ella aceptando dinero por follar, aparte de ser un delito, nada me impedía, si me provocaba, subir los videos a Internet, y enseñárselo a todos sus amigos, amigas, la universidad, su familia….¿que opinarían sus parientes gitanos de aquello?, eso la derrumbó, soltó toda su rabia en un sollozo sin fin, comprendió que si quería, si me daba motivos, la destrozaría la vida, era una brillante estudiante, muy inteligente y con una gran carrera en lo que le diera la gana, pero un escándalo como ese la hundiría, mi interpretación fue colosal, se creyó que seria capaz de eso, y hasta puede que si Zeus aparecía, lo hiciera, pero no Raúl, no le haría eso, solo la dejaría pensar que si, desde ese momento Ana cambió su amor por odio, poco a poco, hasta que la apatía la envolvió.

Hay un dicho que circula a raíz de una serie, en el cual se dice “Las mujeres nunca se equivocan, incluso cuando se equivocan, llega un momento de la discusión en la que sorprendentemente vuelven a tener razón.”, mas o menos es lo que pasó esos días, si Ana era un volcán, Eleonor no os podéis hacer una idea, un agujero negro que absorbía todo a su alrededor, su mirada oscura parecía arrebatar la energía del universo, mientras Lili era como una planta, siempre en 2º plano sin abrir la boca, al 3º día me largué de esa casa, me estaba consumiendo y hasta me veía yo como el culpable de todo, quizá lo era, pero sentía que estaban logrando minarme la moral, y mi férreo carácter no lo permitió.

-YO: cuanto tiempo necesitáis para sacar vuestras cosas de mi casa.

-ELEONOR: ¿ya tiene prisa por echáramos a la calle?

-YO: si, pobrecilla, lo mismo os veo durmiendo en un cajero con unos cartones…- tenia al menos otras 2 casas en Madrid y 7 por el mundo, mas una cantidad de dinero que calculé, ente 500 y 700 millones de €, sin contar propiedades, su ex marido era muy hábil con los negocios y yo la di todo eso.

-ELEONOR: no se como puede hacernos esto, yo creía que nos quería……

-YO: yo solo quiero a Ana…..solo la quería a ella, siempre te lo dije, a ti solo te tenía aprecio, además follas bien.- mi tono era de sarcasmo hiriente.

-ELEONRO: desgraciado.- soltó una bofetada que me alcanzó de lleno en la cara.

-YO: si has terminado, quiero saber cuando os vais, me voy a ir unos días y no os quiero en mi casa al regresar.- las palabras “mi casa” le sacaban humo por las orejas.

-ELEONOR: en 1 semana se llevaran todo, y no tendré que volver a verte nunca, de tu niña no se nada, no me habla.

-YO: bien, pues ojalá no volvamos a vernos, por tu bien, ya hablaré yo con Ana, y recuerda nuestro trato – me miró con desesperación.

-ELEONOR: no te entiendo, te ofrecí el mundo…..- solo obtuvo una sonrisa y silencio.

Estoy seguro de que cometí un error monumental, sin Ana de por medio solo tenia que irme con Eleonor, y vivir quemando su dinero el resto de mi vida, y aun me sobraría para 3 vidas mas, el sueño de todos en realidad, vivir como un rey sin dar palo al agua, o ni siquiera eso, si detestaba a Eleonor no tenia que ir con ella, podría chantajearla de por vida, pero no me habían educado así, para lo bueno y para lo malo, tenia un estilo de vida, un carácter, un honor y un orgullo inamovibles, ”estúpidos ideales”, pensaba a menudo, mi padre tenia la culpa de eso, el y su educación clásica y férrea sobre la integridad y ser un buen hombre. Ahora no solo rechazaba una vida de lujo, si no que perdía a Ana por exactamente lo mismo, ¿los millones o el amor verdadero?, me las había apañado para que ahora perdiera a ambos por mi estúpido orgullo, y aun sabiendo que me arrepentiría, lo hice ¿y eso se supone que era ganar?

Por lo que se Eleonor y Lili se fueron un día sin despedirse, yo me fui al piso de la abogada unas semanas, me alojó encantada de tenerme entre sus piernas cada noche, pero tampoco recuerdo mucho de aquello, era una marioneta entre sus manos. Regresé al conocer la partida de Eleonor, vi las maletas y las cosas de Ana en la puerta del piso, siendo recogidas por uno de sus tíos de Granada, reconocí el coche abajo, aquel que con tanta ansia había estado esperando en la mudanza en mitad de la calle, ahora solo era la confirmación de nuestra ruptura, al verme su tío soltó las maletas y fue directo a por mi, me agarró de la pechera y me estampó contra uno de los armarios, si hubiera querido, creo que podría haberlo reducido, le sacaba media cabeza y al menos 15 kilos, pero solo me mantuve quieto, Ana apareció corriendo por las escaleras.

-ANA: no por favor, tío, déjale.

-TIO: este mierda te ha hecho daño, si estuviéramos en Granada la ley gitana de tu padre me daría derecho a hundir mi navaja en su vientre.- su acento cerrado era evidente, tenia parte gitana, y la verdad, sus ojos me asustaron, parecía dispuesto a hacerlo.

-ANA: pero no estamos allí, por favor, suéltalo.- no se muy bien si quería protegerme a mi de el, o a el de mi, si seguía azuzándome contra el armario no me quedaría quieto mientras me apuñalan, pero logró que me soltara, cogiera las maletas y saliera del piso amenazándome, por lo visto, si paso por Granada me puedo dar por muerto.

-YO: siento la molestia, creí que ya no habría nadie.

-ANA: por poco, me voy ya, mi abuela me ha dicho que puedo volver a casa, he logrado plaza en la universidad de Granada, por lo visto no hay tantas peticiones como aquí jejeje.

-YO: me alegro por ti, espero que se te de bien el cambio.

-ANA: yo también, no puedo permanecer en Madrid, no con mi familia sabiendo lo nuestro y ahora esto, es lo mejor para todos, ya me despedí de todos, Lara se queda en el piso de estudiantes.

-YO: ¿que es lo que tu familia sabe exactamente?

-ANA: que rompemos, sin mas, por que no me he aclimatado bien aquí, y pese a que he tratado de no echarte la culpa de nada por nuestra ruptura, ya ves que no se lo han tomado muy bien, no saben nada mas, y creo que no quieren saber mas.

-YO: y así será –sin decir nada mi amenaza quedó clara, “así será…..si cumples tu parte”- entonces esto es el adiós.- la abracé con puro sentimiento, sintiendo su cuerpo, sus senos y su olor a coco por última vez, ella me correspondió.

-ANA: no tendría por que serlo…..- susurró en un último intento.

-YO: lo es, mi pequeña, lo es.- nos dimos un último beso, su boca y la mía se juntaron con una ternura horrible, antaño esos carnosos y tentadores labios ahora me sabían a dolor y despedida.

-ANA: adiós amor.- sollozó antes de agacharse a coger su bolso, una mochila y se alejó por la puerta.

-YO: adiós peque…..- mascullé entre dientes al ver su figura desvanecerse por el pasillo por mis lágrimas.

Fue la ultima vez que la vi en persona, mantuvimos el contacto, al principio frío y por 3º personas, nuestras familias que ya no eran tan cercanas, dejaron de venir en Navidades y salvo momentos importantes nada nos unía, luego algo mas directo con las redes sociales, Ana siguió sus estudios, se sacó un doctorado en ciencias medicas, con algunas parejas eventuales, al par de años se fue de Erasmus por Europa, volvió con un novio Danés, por lo que presumía iba para genio de la medicina, pero que dejó sus estudios, su país y su familia para venirse a España con ella, y por lo que se, aun siguen juntos, desde luego, si fuera Danés o de otro planeta, y me encontrara a una mujer como Ana y lo bien que hacia el amor, también hubiera abandonado todo para ir tras ella, ¿Por qué, si pensaba así, la dejé irse?. Obligué a Eleonor a borrar todo lo que tenia en contra de Ana, como parte del pacto, y yo hice lo mismo, aunque obviamente ella no lo sabe, jamas le dije a nadie nada, ni a mi familia, que me arroparon lo que pudieron.

Huía de mi madre, que durante un tiempo me culpó o mas bien se vanaglorió como solo una madre sabe hacerlo después de que el tiempo la de la razón, “ya te lo dije, esto no era buena idea”, después de la fase en que se echaba flores a si misma, llegó el interrogatorio, me conocía lo suficiente como para saber que si me fui con Ana por encima hasta de ella, fue por un fuerte amor, y que si cortaba con ella, era por algo igual de importante, como es lógico no se tragó lo de la aclimatación, aunque de cara a los demás lo aceptaba, sobretodo de cara a la familia de Ana, pero sabia que algo había de fondo, no me molesté en tratar de mentirla, era inútil, así que solo la dije la verdad. “La quería, la quiero y la querré siempre, pero me he sentido traicionado, hasta el punto en que no puedo perdonarla.”, una verdad a medias era mejor que una mentira elaborada, como os dije, mi padre me enseñó eso de mi madre hacia mucho, si ella me conocía, yo igual a ella. Llegado a ese punto, mi madre ya sabia que no sacaría mas de mi, sabia que había pasado algo gordo, y sus teorías fueron evolucionando hasta que al final se convenció ella sola de que yo había empujado a Ana a engañarme, por duro que parezca oírselo decir a tu madre, tenia sentido, Ana de cara a todos era un sol de mujer, dulzura y cariño, mientras que a mi ya me había visto con muchas chicas y tenia cierta fama ganada a pulso, era fácil pensar que yo era un mujeriego y las mujeres siempre tienden a 1º pensar mal del hombre que de la mujer, así que yo, de algún modo, lo había provocado todo. La dejé pensar eso, incluso siendo recriminado con su mirada y sus palabras, a mis ojos era mejor que pensara eso, a saber la horrible verdad.

Pase una semana solo en la casa, no me importa reconocerlo, llorando de rabia, de dolor y de amor, me descubría sentado en el sofá con el móvil en la mano y el numero de Ana marcado, pasaba tiempo ausente, tan pronto era de mañana, como al alzar la vista era noche cerrada, dejé de hacer ejercicio y de salir de casa, la compra seguía puntual llegando cada 2 días, y Luz, la criada de Eleonor, fue sustituida por otra, Luz se fue con su señora y a mi me puso a una Rumana, rubia de ojos claros, de unos 30 años, no sabia hablar mucho el español y su nombre me sonaba impronunciable, así que al final acordamos que se llamaba “Dani”, una abreviatura de su nombre. No me molesté mas en ella, yo era un fantasma que vagaba por la casa, negando lo ocurrido, aquello no podía ser real, no podía estar pasando, incluso falté un par de días al trabajo, aludiendo un resfriado, pero en realidad estaba descompuesto por dentro, sentía un dolor agudo en la boca del estomago que subía hasta el pecho, apenas comía nada, y las pocas veces era cuando pasaba por casa de mi madre, obligado por ella, descuidé mi imagen, la barba era poblada y el pelo de mi pecho creció un poco. Al enterarse de la ruptura, sin mas detalles, Teo, Manu, Alicia o Lara acudieron a distraerme, Lara fue con intenciones claras de aprovechar la salida de Ana para ocupar su lugar en mi lecho, aun sentía algo por mi, pero al ver mi estado se le pasaron de golpe. Mi madre, preocupada, llamó a Irene, mi 1º novia, por alguna razón seguían manteniendo una buena relación entre ellas al margen de mi, fue agradable volver a verla, y fue de las pocas que entendió por lo que estaba pasando, incluso Teo o Alicia, que habían cortado una larga relación hacia poco, no terminaban de comprenderme, aquello había sido amistoso y de mutuo acuerdo, lo mío fue un corte de raíz obligado por mi parte. Hasta Eli me llamó consternada, ni sabia como se enteró, pero nada me consolaba, o me hacia reaccionar, pasaba los días recordando a Ana, si, el sexo había sido genial, la 1º vez en Navidades, desvirgarla, la larga espera a su regreso, volver a tomarla, el fin de semana en el hotel de la sierra, el vestido negro, los corpiños elásticos, follárme su culo, ver como cada día mejoraba en el sexo, la inclusión de Lara, Eleonor, los aceites, sus labios, su larga melena y el olor a coco, si, todo aquello me pasaba por la cabeza, pero eran aquellos momentos dulces los que me hacían temblar de emoción, las primeras veces que dormimos juntos haciéndome el dormido mientras ella, inocente, se metía mi polla entre los muslos para buscar mi calor, los paseos por el parque, sus abrazos largos al encontrarnos después de mucho tiempo, su forma de agarrarse a mi brazo cuando tenia frío, como me comprendía casi sin mirarla, como llegó a conocerme mejor que yo mismo, y yo a ella. Todo para nada, ahora apenas eran recuerdos a los que me aferraba, todo eso me enfadaba, tenia ataques de ira, destrocé un sofá a puñetazos y patadas, hasta que me hice daño en una pierna.

Pasados unos días volvía a negar la situación, pero ahora realmente calculaba y pensaba, si llamaba a Ana podría volver con ella, estaba seguro, si le ofrecía volver y seguir donde lo dejamos, o puede que si Eleonor aun estuviera enamorada de mi le pudiera negociar unas condiciones para volver a sus brazos, pero todo eran elucubraciones en mi mente, nada reales o plausibles, lo había tirado todo por la borda, cuando comprendí el fracaso de mis acciones, que bien o mal intencionadas, me habían llevado a ese punto, simplemente me desvanecí, como un azucarillo en el café, caí en una depresión tan estúpida como real, nunca entendí a los que se deprimían, mi carácter, pese a malos tiempos, siempre era en contra de esa afección tan inútil, pero allí estaba, sentado delante de una TV apagada viendo mi reflejo, el de un persona deprimida y sola, era yo, comprendiendo que había perdido al amor de mi vida por mi vanidad. Mi padre insistió en que acudiera a un psicólogo, pero no me hacia falta, sabía perfectamente que me pasaba, había leído suficiente como para saber que estaba pasando por las fases de de una situación sin control, negación – ira – negociación – depresión, solo me quedaba el ultimo paso, la aceptación, y no necesitaba a un charlatán que me cobrara 200€ la hora para saberlo.

1 mes desde que Ana se marchó, me di una ducha fría que reactivó mi cuerpo, me planté delante del espejo con la maquinilla de afeitar y me di un buen repaso a la barba, era larga y espesa, con restos de comida y sarpullidos que siempre me salen cuando me la dejo larga, herencia de mi querido padre, el after safe me hizo soltar un grito de escozor, me dejé el pelo del pecho, me gustó como quedaba, sin ser tupido me parecía atractivo. Me puse algo de ropa de deporte que me quedaba justa, había ganado volumen por la vida sedentaria que llevaba, y salí a correr, odio correr, incluso cuando lo hacia a diario llevado por la dopamina del cerebro, el simple hecho de dar vueltas corriendo sin un objetivo mas allá que el de correr, siempre me pareció estúpido, pero era mejor que quedarme en casa lamentándome de mi mierda de vida, lo hice sin cronometro, sin aparato de música, ni pulsómetro, ni mirando una ruta en el PC, no me marqué metas, ni puse un tope estudiado, simplemente, corrí, 1º mi calle, la manzana, acudí a un parque cercano, lo atravesé, llegué al Manzanares, lo crucé, seguí corriendo hasta llegar a la casa de campo, no se como, debería de estar echando los pulmones por la boca de la inactividad, pero me sentía muy pesado y solo seguir corriendo parecía hacerme ligero, cada vez que mi cuerpo se resentía me forzaba un poco mas, sentía que si paraba me volvería a encerrar, la oscuridad me seguía y si paraba me alcanzaría, tenia que soltarlo todo y seguir corriendo. Lo hice mas de 14 kilómetros, hasta llegar a las afueras de Madrid, temía acabar como el pobre Forrest Gump y dar vueltas por España con una legión de seguidores subnormales sin anda mejor que hacer, pero no, llegando a la zona militar de la carretera de Extremadura, mi cuerpo dijo basta, caí cobre una barandilla en un paso elevado de peatones y vomité varias veces, me ardía el pecho y mi estomago parecía de lava, me senté en el suelo tratando de no perder la consciencia, volví a vomitar, todo eran restos de pizza, hamburguesas y comida basura, todo de un color anaranjado de los ganchitos de queso en que se había basado mi dieta esos días, y me quedé así, tirado en el suelo al lado de un charco asqueroso de los restos de mi estomago, mirándolo atónito como si eso no fuera mío. Alcé la vista al ver como un coche militar se paraba a mi lado, y salían un par de hombres uniformados, al verme me atendieron amablemente, no lograba soltar palabra alguna, así que me metieron en el coche y me llevaron al interior de la casa del aire, ubicada por esa zona, me llevarían a la enfermería y me dejarían allí, lo imagino por que no lo recuerdo, me dormí, creo que me dieron algo, pasaron un par de horas hasta que me desperté en una camilla de la enfermería, estaba totalmente solo, oía de fondo algo de ruido y palabras entre susurros, al moverme tiré de un cable y una maquina empezó a pitar, el sonido era irritante, pero enseguida acudió una enfermera a apagarlo y ponerme la mano en el pecho.

-ENFERMERA: tranquilícese, no se mueva, aun esta muy débil.

-YO: ¿donde estoy?

-ENFERMERA: esta en la enfermería de la base de entrenamientos del ejército del aire, dígame, ¿como se llama?

YO: Raúl xxxxx xxxx

-ENFERMERA: y dígame a que día estamos.- dudé, realmente no lo sabia, llevaba semanas sin mirar el calendario, sin darme tiempo a responder me abrió los párpados y me enfocó con una luz.

-YO: mediados de septiembre, no lo se exactamente, ¿que me ha pasado?

-ENFERMERA: los del puesto de guardia de la entrada te vieron en el suelo, vomitando y desorientado, te han traído aquí, has sufrido una deshidratación grave, te hemos puesto un suero y algo para estabilizarte, tenias el corazón a punto de reventar.- me recosté ahora mas tranquilo.

-YO: dios, lo siento, estaba……- tenia la boca seca y no me salían las palabras.

-ENFERMERA: ¿corriendo?

-YO: huyendo más bien.

-ENFERMERA: ¿de que? si puede saberse

-YO: de mis propias decisiones….. –soltó una carcajada.

-ENFERMERA: eres demasiado joven como para tener decisiones de las que huir así.- por fin pude enfocar los ojos, vi a una enfermera rechoncha, morena y con un par de tetas que resaltaban debajo de la bata, con gafas y la cara redonda, ocultaba su mirada en unas gafas de contacto, no debería de pasar de los 28 años.

-YO: pues así es, ¿tienes algo de agua? Estoy seco.- cogió un vaso una jarra de una mesa al lado de la camilla, bebí tanto que hasta ella me quitó el vaso de la mano.

-ENFERMENRA: tranquilo, no te pases, no es bueno para tu estomago, ¿como te encuentras?- puso el dorso de una mano en mi frente, y luego me cogió de la muñeca mirando su reloj de pulsera.

-YO: bien, algo mareado y el estomago me ruge de hambre, pero mucho mejor, gracias.

-ENFERMERA: bien, eso es buena señal Raúl – sonrió mirándome a los ojos, eran de un avellana muy tenue- y si no es indiscreción, ¿que hace que un joven como tu salga corriendo para terminar aquí, hasta le punto de desvanecerte?

-YO: lo único que hace correr a un hombre, el mal de amores.- volvió a soltar una carcajada.

-ENFERMERA: no creo que ese problema te dure mucho – me acarició la pierna por encima de las sabanas antes de retirarse diciéndome que me quedara tumbado una hora mas, y quitándome un frasco de suero vacío.

Fue entonces cundo me di cuenta, levanté las sabanas y estaba con un bata de la enfermería, SOLO con la bata, sonreí al darme cuenta de que aquellas palabras de fondo y la carcajada de la enfermera tenían un nexo, ya me había visto desnudo y mi polla era demasiado reclamo, aquella enfermera se había mostrado demasiado gentil para ser un desconocido que ha ido a molestar a su trabajo, sonreí levemente, de nuevo me encontraba en la camilla de un hospital, y de nuevo una enfermera me había visto la polla y se mordía el labio cada vez que pasaba por mi lado para preguntarme como estaba, los giros que da la vida me habían devuelto a una situación familiar, desde la que poder renacer cual ave fénix, de golpe lo vi todo claro, como podía haber sido tan necio, no iba a dejar que mi vida se fuera al garete solo por que Ana me hubiera traicionado, fue ella la que decidió, me conocía lo suficiente como para saber que esto pasaría, así que en el fondo no me quería, o no lo suficiente, no merecía mas tiempo de luto.

-ENFERMERA: bueno, ¿como vas Raúl?- su contoneo era inusual, poco profesional.

-YO: mucho mejor, gracias a ti preciosa, perdona mi falta de modales, no se como te llamas……- sonrió de forma agradable.

-ENFERMENRA: soy Alba, encantada.- extendió su mano la cual apreté con dulzura, pero sin soltarla, dándome un enjuague a menta para el mal sabor de boca.

-YO: eres mi salvadora, Alba, muchas gracias.- se sonrojó mientras hacia gárgaras con la garganta.

-ALBA: no es nada, pero has de tener cuidado, no puedes salir a correr así, sin agua y ese moretón en la pierna- lo tenia desde que partí una tabla del sofá a patadas, irrelevante ahora, ella tampoco hacia ademan de apartar la mano.

-YO: si tengo que hacerlo cada día para que me traigan a tus manos, lo haré encantado.- su risa sonó sencilla y alegre, sentía el frescor a menta en mi boca al echarlo de nuevo en el vaso y secarme con una servilleta.

-ALBA: jajaja no seas bobo, te ha podio pasar algo.

-YO: pero no me ha pasado nada, además, así te he conocido, y te he dado algo de trabajo, ¿esto esta siempre tan animando?- miré alrededor, había otras 7 camas, todas vacías, y salvo alguna sombra tras las puertas del fondo, no había rastro de nadie más.

-ALBA: pues la verdad es que si, gracias a dios solo trato resacas y peleas de bar, y eso los fines de semana, entre semana esta así, estamos solos….- esa afirmación sin ser pedida, era clara, quería que lo supiera, y que me hubiera dado un enjuague era mas claro aun, no quería besarse con sabor a acetona en su acompañante.

-YO: pues una pena como se malgasta tu talento, eres una gran medico, yo ya estoy como un toro, mira.- salté de la camilla y me puse en pie con la bata cubriéndome desde el pecho hasta las rodillas, y mi polla haciéndose notar entre los dobleces.

-ALBA: jajjaj anda ten cuidado no te hagas daño.

-YO: me siento vivo, podría irme a correr hasta casa, ¿donde esta mi ropa?- sin ningún rubor bajé los brazos y dejé caer la bata al suelo, quedando desnudo ante ella, intentó taparse con una carpeta que tenia en la mano- no seas boba, alguien me ha tenido que quitar la ropa, ya me has visto desnudo, y eres mi medico.

-ALBA: bueno…ya…pero esto es otra cosa, tápate por dios que te vas a coger un resfriado, y de correr nada hasta que este segura……- me acerqué a ella y la abracé con fuerza de la cintura, la pegué a mi cuerpo de forma que apartó la carpeta, sus senos se elevaron por mi pecho y su mirada se alzó para admirar mi cara – ¿que…que haces?

-YO: ¿a ti que te parece?, si no me dejas salir a correr, en vez de un resfriado, te voy a coger a ti.- bajé mis labios para besarla, no apartó la cara ni por un segundo y al sentir mi boca abrió la suya con gusto, sentir su lengua en la mía me hizo vibrar, soltó la carpeta que cayó al suelo junto a sus gafas y me acaricio el pecho y los brazos.

-ALBA: esto no esta bien, no debería….- se calló al ver como mis manos desabrochaban su bata blanca y masajeaban sus senos por encima de una blusa gris, eran realmente grandes, al alzarlos y apretarlos sus labios se mordieron con fuerza.

-YO: te voy a hacer mía, aquí y ahora.- la besé con furia, a lo que respondió con pasión, cerrando los ojos y acompasando su cuello con cada embestida en sus labios.

Fui bajando hasta meter mis manos por debajo de la blusa, se abrieron paso hasta su sujetador y acariciaron con suavidad, oyendo sus jadeos, mi polla estaba como una piedra, casi 1 mes sin follar, en secreto temía por lo que iba a ocurrir, me palpitaba en su falda, era larga hasta por debajo de la rodilla, al acariciar su vientre sentía la presión de la tela en su ombligo, sin duda la prenda era una o dos tallas mas pequeñas que las que tenia que usar, le sobraban algunos quilos pero no era relevante para mi, era mi pistoletazo de salida. Se arrodilló besándome el cuello, el pecho y acariciando mi vientre marcado de músculos que vieron mejores tiempos, se quitó la bata blanca de medica y agarró mi polla entre las manos, no se sorprendió, sin duda ya la había sentido entre las manos, pero ahora estaba tiesa apuntándola, casi nerviosa le dio un 1º lametón al glande, tiró de la piel de mi polla hacia atrás para descubrirlo entero y ahora si chupar la punta, con mas maestría de la que esperaba, fue engullendo mi rabo con ritmo, sus manos permanecían quietas, soportando el peso, dando pequeños lengüetazos al tronco y jugando con mi glande golpeándose la mejilla, sonaba contundente, como un martillo contra un yunque, luego volvía a chupar.

-YO: que bien la chupas Alba.

-ALBA: lo mismo dice mi marido.- siguió chupando como si nada.

-YO: ¿estas casada?

-ALBA: claro, mi marido es militar de esta base- lamió mi glande mirándome a la cara.- ¿quieres que pare?- continuó chupándomela, la noticia me pilló en frío, si se enteraba su marido me podían pegar un tiro allí mismo, y mi conciencia no estaba tranquila, pero ya estaba harto de ser un niño bueno, eso me había costado demasiado, y la verdad, me la estaban comiendo de cine.

-YO: continua- sonrió golosa, se hartó de comer polla cuanto quiso, pero sin masturbación, ni siquiera 1 mes después de follar a la abogada por última vez, me sacó un gemido.

La puse en pie, y la volví a besar, la cogí de la blusa y se la saqué por la cabeza, atacando sus senos con la boca, eran enormes, incluso sujetados por la copa de su ropa intima, rebosaban, se las saqué sin desabrocharle el sujetador quedándole por debajo de ellos, y chupé sus enormes pezones rosados con lujuria, mientras mis manos levantaban su falda hasta alcanzar sus bragas, tiré de ellas hasta dejárselas por los tobillos, la agarré del culo y la levanté para sentarla en la camilla, me eché sobre ella trabajándole la tetas mientras ella me aferraba la cabeza contra sus senos, una mano fue a su coño, peludo , caliente y choreando, metí mis dedos en su vagina sin piedad, al sentirlo se estremeció, tiró de mi pelo, pero sonreía viciosa, la masturbé frotando su clítoris, haciendo que su cadera siguiera el ritmo de mi mano, gemía levemente mientras seguía comiendo de sus tetas, no daba para tanta carne, cuando 3 dedos la follaban, sentí que ya no aguantaba mas, jugué con mi glande en su coño, notando como ella temblaba ante la idea de que mi verga enorme apuntando a su cueva la ensartara. Sentir la punta abriéndose paso, la forzó a taparse la boca, y menos mal que lo hizo, noté como la iba abriendo las paredes vaginales y ella gritaba ahogada entre los dedos, casi sin poder contenerse, su mano apoyada en mi espalda clavó las uñas con fuerza, mordí ese brazo por que me hacia daño, de inmediato llevó la mano a mi pecho para pararme y luego se tapó la boca con ambas manos, se retorcía mirándome a los ojos con impresión. Yo reía al ver que solo le había metido media polla, pero me fue suficiente, agarrando de su cintura comencé a follarla de forma lenta y suave, sintiendo su calor y la presión en mi miembro cada vez se hacia menor y el ritmo aumentaba, los gritos ahogados pasaron a ser besos lascivos y palabras calientes, gemía de placer al sentirme dentro y cada vez entraba mas, sus anchas caderas fueron abriéndose hasta tenerme casi entero dentro de ella por completo, a un ritmo frenético que la tenia en silencio, conteniendo la respiración sujetándose con ambas manos a mi cuello mientras la follaba de forma calmada, a mi Ana o Eleonor eso le parecería un insulto, pero a esa mujer le estaba derritiendo, se puso roja como un tomate y aguantó el aire en sus pulmones hasta que los soltó con un bufido enorme, se corrió como creo que nunca había sentido, su rostro se dibujaba confuso y tenso, pero se arqueó de espaldas dejando que la oleada de sensaciones la llenara, descansé un poco, ella lo agradeció.

-ALBA: ¡¡¡madre mía!!! ¡¡¡Que bien follas!!! El imbécil de mi marido nunca me ha hecho correrme follándome- jadeaba como hablándose a si misma, jadeando sobre la camilla.

-YO: no te asustes, aun tengo más para ti, tengo la vasectomía hecha, así que cuando te llene el coño de mi semen, disfrútalo con gusto.- me besó casi sin haber prestado atención, con lengua y de forma voraz.

La saqué de ella, la di la vuelta y la dejé echada sobre la camilla con el culo ofrecido, levanté la falda de nuevo y la penetré el coño desde atrás, soltó un alarido leve, cogió la almohada y se tapó la cara con ella, la agarré de la cintura y la follé a mas velocidad que antes, sacándola varios orgasmos, se retorcía como una anguila al sentir su interior chorreando de sus emanaciones, mientras yo seguía bombeando hasta que 20 minutos después me corrí con una cantidad enorme de semen, el frenesí final la sacó 2 orgasmos seguidos mas que la hicieron gritar dándola igual quien oyera, sentía los latigazos de mi rabo llenándola, la saqué de ella y seguí corriéndome en su culo y su espalda, ella cayó a mis pies y logró chupar y meterse en la boca las ultimas gotas de mi semen, lamiendo mi ya flácida polla hasta dejarla seca, estaba como hipnotizada, con los ojos cerrados y acariciando la parte interna de mis piernas.

-YO: ¿que haría tu marido si te viera así?

-ALBA: nos mataría, seguro, pero me da igual.

-YO: ¿a que hora sales?

-ALBA: puedo irme cuando quiera, solo estaba aquí por ti, duermo en los barracones pero mi marido esta fuera desde hace meses y no vendrá en mas de un mes.- ahora comprendía su necesidad y lo sola que se debía de sentir.

-YO: ¿que te apetece si te invito a cenar?, tengo hambre, así me llevas a casa y allí terminamos esto.- estaba famélico realmente.

Asintió encantada, la ayudé a ponerse en pie y metiéndola mano por mil sitios nos dimos una ducha rápida y nos vestimos, cogió su coche y la llevé a un restaurante chino que conocía, cenamos y hablamos, nos conocimos un poco, pero ella no podía apartar de sus pensamientos mi polla, la acariciaba con un pie por debajo de la mesa, jugaba con cualquier elemento de la mesa o comía con una sensualidad hilarante, descubrí que el cerdo agridulce se puede comer de forma sexi. Fuimos dando un paseo hasta mi casa, que raro sonaba “mi casa”, al ver el edificio Alba reía, subiendo en el ascensor se atrevió a hablar.

-ALBA: ¿vives aquí?

-YO: claro, ¿donde te voy a llevar si no?- no entendía su incredulidad.

-ALBA: pero esto es carísimo.- su mirada me indignó, pero ciertamente mi forma de hablar y comportarme no eran las de un niño rico, no casaba con el lugar – ¿vives con ….?

-YO: ahora vivo solo, he tenido una ruptura dolorosa hace un tiempo.- al llegar arriba la dejé pasar por cortesía, abrí la puerta y encendí las luces, ver su cara fue un poema, admiraba asombrada, como si fuera una cría en una noria, al ver la piscina corrió hacia la terraza, se giró indicándomela- si, ya se que tenemos piscina, vivo aquí, ¿recuerdas?

-ALBA: pero……… ¿eres rico o algo así?

-YO: que va, solo he tenido algo de suerte con……una herencia.- se me escapó una carcajada al decirlo, ella ni lo notó, salió disparada a mis brazos, a besarme con pasión.

Me estaba desnudando y antes de darme cuenta la tenia comiéndome la polla, la miré extrañado, que facilidad para calentarla, hasta que mi mente quiso darse cuenta, un ático en el centro de Madrid de 2 pisos con piscina en la terraza………..era un “abrepiernas” yo podría ser el gordo de antaño que solo con la casa ya me follaría a la mitad de las mujeres que entraran allí, y no me había dado cuenta, puede sonar machista o retrogrado, pero comprendí que cualquier mujer que viera ese piso se abriría de piernas tan rápido como la velocidad del sonido, y si es conmigo desnudo, a la de la luz.

Se desnudó también, esta vez por completo, y me hizo una gran cubana con sus grandes tetas, cuando se cansó se puso en pie y agarrando de mi rabo como una correa me llevó a la piscina, aquel lugar tenia algo mágico, nos quedamos en la orilla conmigo masajeando sus ubres con tenacidad, con la polla tiesa de nuevo, se lanzó al agua, y yo la seguí, ya en el agua se pegó a mi cuerpo, sintiendo mi miembro aplastarse contra su vientre, y sus pechos húmedos fueron a mis labios, los chupé y mordí hasta sacarla un gemido de placer, sus manos acariciaban mi torso y mi vientre en busca de mi rabo, que alcanzó sin dificultades y masturbó levemente mientras echaba la cabeza hacia atrás, gimiendo al sentir mis dientes en sus rosados y erectos pezones, al dejarlo llevó sus labios a mi boca, besando con energía, casi me arranca un mechón de pelo de tan fuerte que tiraba, de un salto se acopló a mi cintura rodeándome con las piernas, la sujeté de las nalgas mientras daba vueltas por la piscina, danzábamos al son de una música imaginaria, besándonos con lengua, jugando a ver quien llegaba mas lejos.

-ALBA: siempre he querido que me follaran en una piscina.

-YO: pues estas de suerte.- agarró de mi cara para volver a besarme, se elevó usando mi cuerpo como ancla y con una mano dirigió mi polla a su coño, fue bajando lentamente hasta sentir como la volvía a abrir, esta vez fue mas rápido.

Fue bajando lentamente, aguantando el esfuerzo con una cara rígida y bañada en placer, le abrí bien las nalgas para que sintiera cada milímetro penetrándola, cuando casi llegando abajo di un golpe de cintura fuerte que hizo meterla toda dentro, se retorció como una gata salvaje, se abrió de piernas y arañó mi espalda allí donde tenia apoyadas sus manos, pero me volvió a besar y rodearme con sus extremidades.

-ALBA: eres un bestia, que pedazo de polla tienes, no se quien era pero si te dejó escapar es una imbécil.- sus palabras, queriendo ser de animo, me llenaron la mente de recuerdos, en esa misma piscina me había follado a Ana tantas veces que había perdido la cuenta.

De forma brusca la llevé a una de las paredes y apoyándola contra ella, inicié el vaivén típico, con furia en los ojos, ella acompañaba cada embestida elevando su cuerpo hasta casi sacar la cintura del agua, al bajar sus pechos quedaban sumergidos, al salir empapados con ríos de agua surcándolos los lamía, fue aumentando el ritmo hasta que su enormes tetas cedían a la inercia y botaban ante mi, hacían un sonido muy peculiar al golpearse contra el torso y el agua a la vez, pero ella ya no se movía, los pocos giros de cadera que había empezado se acabaron cuando mi continuidad la mató, se puso roja otra vez y rompió a gritar con un orgasmo brutal, se echó para atrás tanto que casi se tumbó en el borde de la piscina, yo besaba su vientre y acariciaba su clítoris, aun bajo el agua, sin parar de perforar una y otra vez, sentía recobrar el sentido de mi vida con cada bufido de Alba, cada salpicadura que la bañaba su cuerpo me hacia retomar el control, para cuando se volvió a correr yo ya era dueño de nuevo de mi destino, agarré sus tetas y aumenté el ritmo hasta correrme mas de 30 minutos después, ella gritaba y se movía inquieta al sentir cada orgasmo, se corrió hasta sentir un chorro que noté golpeando en el vientre, su cara de incredulidad me llevó a pensar que también era la 1º vez que alguien la hacia correrse así, y al sentir mi semen goteando en el interior del útero, golpeó a su vez mi pecho con fuerza.

-ALBA: dios santo, ¿es que tu no tienes fin?

-YO: no lo sabes tú bien………. todavía…….

La sujeté por la cintura, y aun rodeándome con los pies, la saqué del agua, con una fuerza enorme que la sobrepasó, la dejé en el suelo cuando se hartó de besarme, se dio la vuelta y se pegó de cara a la puerta de cristal corredera entreabierta.

-ALBA: se que me dolerá, pero……… ¿que te parece follarte mi culo?- se abría de nalgas contoneándose.

-YO: ¿que me parece?- me fui a por ella empotrándola contra el cristal, sus tetas mojadas hacían marcas en el vidrio.- que te voy ha hacer pedir piedad- la sobé por donde quise sin dejar de empujarla contra el cristal.

Cuando ya la tenia dura de nuevo ella se giró sorprendida ante mi recuperación, pero la empotré contra el cristal de nuevo, apunté a su ano con mis dedos y fui jugando con el hasta penetrarla con varios dedos, sin duda no era su 1º vez, pero eso no cambió que al sentir mis dedos se estremeciera de gozo. Al verla lista y sacando la cadera puse mi polla en su ano, parecía desorbitado que entrara, pero de un estoque el glande entró, ella coceó con fuerza y se mordió el puño, la tomé del pelo y tiré de el, forzando su ano poco a poco, sollozaba al verse impotente ante tamaño desafío, pero aguantó como una jabata hasta tener medio rabo dentro, se acariciaba el clítoris con lujuria, pero al dar el golpe de cintura final dio un salto y un grito a la vez, apoyada contra el férreo cristal blindado se fue deslizando hasta volver a posar los pies en el suelo y sentir toda mi verga abriéndola, fui gentil y la dejé así unos minutos, hasta que ella se movió, la presión era brutal, era como tenerla rodeada de 200 gomas elásticas, al sacarla se venció hacia mi, la tuve que sujetar para poder sacar media polla y sin piedad volver a meterla, tosió entre risas.

-ALBA: ¡¡OH DIOS…..QUE GUSTO……FOLLAME CABRON………….. ÁBREME EL CULO COMO MI MARIDO NO SE ATREVE!! – arañaba el cristal con las uñas.

No tardé en empezar a follarla a gran velocidad, sus movimientos acompasaban los míos hasta que el ruido de mi pelvis golpeando en sus nalgas parecía mezclarse, el final de uno con el comienzo del otro, ella gimoteaba cosas lascivas, muchas relacionadas de la comparativa con su marido, mientras no sabia si acariciarse el clítoris o abrirse las nalgas, tan fuerte golpeaba que se puso de puntillas para recibir mejor mis acometidas, sujetándola de las caderas fui desatándome hasta oírla balbucear, tenia la boca abierta y soltaba aire por puro instinto, un hilo de baba la caía desde la boca hasta los senos, y solo repetía “auhhh……… sigue………. auhhhh”, eran como los sollozos de un bebé antes de romper a llorar, y con los golpes de mi cintura era como oír hablar a una oveja, balaba mas que hablar. Con el paso de los minutos se puso roja entera, no solo la cara, aguantó la respiración y con unas embestidas brutales la saqué lo que era seguro su 1º orgasmo anal, estalló con voces estrepitosas golpeando con la palma la pesada puerta de cristal, taconeando en el suelo aun de puntillas, usaba la puerta como apoyo para tratar de zafarse de mi, se lo impedí, la agarré de las tetas y tiré de ella hasta dejarla de pie en mitad de la terraza, en mitad de la nada, conmigo percutiendo sin descanso en su trasero, levantaba una pierna buscando algo de comodidad pero gimiendo de gusto, hasta que alzó ambas piernas, teniéndola agarrada de la tetas presionando su espalda contra mi pecho y con mi cintura de palanca fue sencillo segur follándome su culo con ella colgada del aire, dando patadas al vació, cuando volvió a suelo se echó hacia delante al romper en el 2º orgasmo anal, sollozaba aun cuando la sujeté de los brazos y tiré de ellos hacia atrás, como asas, con ella inclinada hacia delante saqué a la bestia, estaba desatado, la tenia medio esposada con las manos atrás usando sus brazos de riendas y follándome su culo, rojo de los golpes de mi vientre, la azoté con fuerza en las nalgas para que sintiera mi poder, pero no hacia falta, estaba con la cara congestionada, la boca abierta y llenando el suelo de saliva, mientras gimoteaba, al 3º orgasmo anal se desvaneció en mi brazos, la mantuve en pie aferrándome del vientre y del cuello, pegándola a mi pecho, me miraba abstraída girando la cabeza, mientras sus tetas y sus mejillas rebotaban aun al ritmo de mis penetraciones.

-ALBA: por favor…..para……….por….por favor…..no soporto mas…..córrete….lléname en culo de tu leche.- eran ruegos, mas que peticiones.

Tuvo suerte de mi falta de sexo, en otras ocasiones sus 20 minutos mas no me los hubieran quitado, pero ahora sentía mi polla ponerse tersa y mis huevos empequeñecerse, aun así la bestia se cobró su víctima, con un grito continuo sintió mi semen llenándola el culo, con sacudidas que podrían haberla hecho salir disparada si no la tengo sujeta, la besé en los labios casi inertes al sentir mi polla flaquear. No podía soltarla, se iría al suelo, así que la cogí en brazos, apenas hizo un esfuerzo para aferrarse a mi cuello, la llevé dentro y la acosté en la habitación del piso de abajo, me di una ducha leve y me tumbé a su lado, abrazando y anclándome a sus tetas. Dormí, dormí como nunca, como hacia mucho que no dormía, del tirón y sin preocupaciones ni sobresaltos en mitad de la noche sudando pensando en Ana y ver la cama vacía, como hacia casi 1 mes que no dormía.

Me despertó Alba moviéndose, se levantó torpe al día siguiente, la vi entrar en el baño y asearse, al volver se tumbó sobre la cama y se abrazó a mi pecho, la apreté contra mí hasta que su cara surgió de la maraña de pelo para besarme.

-ALBA: tengo que volver al trabajo, si no podrían sospechar y decirle algo a mi marido.

-YO: pues vete, no queremos que se entere.- espeté burlón.

-ALBA: ¿nos….nos volveremos a ver?- fue una suplica, no una pregunta.

-YO: coge tú móvil y apunta mi número, llámame siempre que quieras verme, y yo haré lo mismo, nunca viene mal tener cerca de una medico.- le brillaron los ojos al darme otro beso, esta vez más caliente y vibrante.

La solté un azote cuando se iba a vestir, tenia un empalme mañanero enorme, así que la tiré a la cama, dejándola de espaldas a ella, la abrí de piernas, bajé mi cabeza y me comí su coño peludo con brío, luego y me la follé así mismo, metiéndola de golpe, tan sencillo como un cuchillo caliente en mantequilla, a los 10 minutos se sujetó las tetas para que dejaran de golpearla la barbilla, a los 20 minutos se corrió otra vez, dejé de follarla y la puse a 4 patas hundiendo mi cara entre sus nalgas, chupando o lamiendo su coño y su ano, el cual penetré con un dedo, la volví a follar por el coño un rato provocando varios orgasmos y para cuando se iba a correr otra vez la penetré el culo, rasgó las sabanas con las uñas al sentir mi verga partiéndola, desaté a la bestia hasta que un cuarto de hora después me corrí en su culo sin dejar de azotarla una nalga dejando mi mano marcada.

-YO: para que me recuerdes mientras tu marido te mal folla.- caí rendido a su lado, sudando, agitado y con una sonrisa enorme en el rostro.

-ALBA: dímelo y le dejo, dime que seré tuya así para siempre y le llamo ahora mismo.- la cogí el teléfono de las manos y la agarré del pelo con fuerza, que patética me pareció.

-YO: esto no va así, yo no soy de nadie, ya no, ahora soy libre, si quieres venir a follar perfecto pero no serás la única, serás una de tantas, no tendrás trato especial, estoy harto de preocuparme por todos, de ser el imbécil al que acuden y de resolver los problemas de los demás, si quieres dejar a tu marido hazlo, o no lo hagas, a mi me la suda, pero ten claro que tan pronto puedo querer follarte como me canse de ti y no me vuelvas a ver.- asintió.

-ALBA: lo…………. lo siento, no pretendida……

-YO: ahora lárgate, si quieres follar llámame, pero no te daré más que sexo, tenlo presente y no vuelvas a mencionar el tema delante de mí, o se acabó.

Salí convencido de mis palabras de esa habitación, me despedí de Alba besándola desnudo en la puerta de casa donde Dani, la sirvienta rumana que Eleonor me había puesto al llevarse a Luz, estaba esperando para entrar, al verme desnudo se dio la vuelta, pero la cogí de la mano y la hice pasar, la llevé a la cocina y sin llegar a mirarme directamente la hablé.

-YO: hola Dani, se que no hemos empezado con buen pie, bien, veras, he pasado un momento jodido, pero ahora estoy bien, y tienes que saber varias cosas.

-DANI: yo no querer, no saber.- la pobre nunca sabia conjugar bien los verbos y el nerviosismo de verme desnudo ante ella dificultaba sus expresiones, pero entendía bien si hablabas despacio.

-YO: 1º me vas a ver desnudo a diario, de echo es posible que me veas mas tiempo desnudo que vestido, y hasta follando, así que acostúmbrate.- guardo silencio- venga, mírame- se giró lentamente, para no hablar bien el idioma aveces parecía muy despierta, me miró de refilón, sus ojos fueron directos a mi polla, se tapó la boca con los ojos como platos.

-DANI: enorme……ohhhh.

-YO: si, eso me dicen, bien, 2º paso, vamos a follar, mas tarde o mas temprano tu y yo follaremos……..

-DANI: yo no….casada….- me señalo su anillo- …..no poder.

-YO: y la que se acaba de ir tiene un marido militar – abrió los ojos confundida- pasará, así que cuando quieras, me avisas, si por algún milagro no quieres, no pasa nada, tranquila tengo coños de sobra, no te perjudicara en nada, solo te advierto que casi ninguna mujer me ha visto la polla y no ha terminado atravesada por ella.

-DANI: estar bien.- pareció conforme, mi tono era firme pero amable y sincero.

-YO: 3º, voy a estar follando a diario, con muchas y diferentes chicas, tu ten la boca cerrada de todo lo que aquí pasa, solo sonríe, se gentil y dales lo que te pidan, bebidas, comida o lo que sea, si alguna se pasa contigo, me lo dices y la mando a la puta calle.

-DANI: ¿a mi mandar puta calle?- se asuntó.

-YO: no…- suspiré de exasperación – a ellas, tu eres mi ama de llaves, así que si alguien te molesta me lo dices y la mando a paseo, a ellas, ellos o quien sea. – asintió con felicidad incrédula.

-DANI: de acuerdo, ¿si?

-YO: bien, por último, si no vas a ser capaz de soportarlo, dilo ahora, y me busco a otra.

-DANI: no, no, señora de piso paga bien.- el tono, pese a sus dificultades, fue demasiado obvio, Eleonor la había puesto allí, y si pagaba bien no seria solo por limpiar y cocinar.

-YO: yo soy el dueño del piso, ella solo te paga, y si me jodes te echo, pero si te portas bien seré bueno contigo.- torció el gesto algo confusa.

-DANI: ¿si yo follar tu, bueno conmigo?- me sorprendió el gesto, mas como para aclararlo que ofendida.

-YO: jajaja no, yo seré bueno si tú no me enfadas, follar o no depende de ti, a mí me da igual, eres guapa y tienes un buen polvo, pero solo cuando tu quieras, yo solo te advierto que es solo sexo, no busques mas. ¿Todo claro?

-DANI: si – sonrío feliz y se giró a colocar unas bolsas, no sin repasar mi polla otra vez.

Dani era tan guapa que parecía mentirá que estuviera de chacha y no del brazo de algún futbolista o ricachón, rubia natural, ojos claros azules y un cuerpo bastante apetecible, muy tapada no disimulaba un trasero de 1º, delgada y fina como una modelo de cintura, supongo que a una mujer así en su país la llovería ofertas, así que me puse algo de ropa y la ayudé a limpiar mientras charlábamos, me di cuenta de lo desordenado y guarro que estaba todo, ¿como podía haber vivido así? Dani y yo tardamos al menos 2 horas en dejar el salón y el cuarto de abajo limpios y arreglados, en ese tiempo mi afabilidad perdida, y recuperada, la encandiló. Descubrí que la habían traído a los 13 años a España, unos familiares lejanos, la habían puesto a robar por las calles hasta los 18, cuando ya podían juzgarla, entonces, viendo su belleza, la “vendieron” a un proxeneta que controlaba a las rumanas e hizo la calle hasta los 27 años, lloró un poco al contarme la 1º vez, era virgen y por ello pagaron una gran suma de dinero, por lo visto 3 hombres de negocios alemanes follaron con ella hasta que se hartaron, en la misma noche la desvirgaron, la estrenaron el ano, la hicieron chupar pollas y todo lo que se les ocurrió, cuando cogió cierta edad y ya no atraía tanto, tuvo un aborto de un cliente, la quisieron mandar de vuelta a Rumania, pero una redada de la policía la sacó de aquel mundo, y un cliente embobado de ella la ayudó a conseguir papeles como chacha de su casa, por lo visto a la mujer del susodicho no le pareció tan buena idea, aun así lograron mantenerla en la agencia de limpieza y había ido rebotando de un trabajo a otro hasta llegar a mi casa. Se había casado con un español, y tenía un crío de apenas 1 año, me enseño fotos en el móvil y todo.

Se sintió feliz o aliviada, no se decir, de contarme toda su historia y ver que la escuchaba, a mi me encanta oír la vida de los demás, es increíble lo fascinante que puede ser la vida de una persona que en principio no tiene nada que aportar, al terminar nos salimos a la terraza a tomar unos refrescos y hablar con ella sobre su sueldo y las condiciones en que había quedado la casa. Eleonor la pagaba y le daba un extra para comprar comida para la casa, eso no era lo que la dije, yo podía pagarme mis cosas, pero ya que pagaba, le dije a Dani que se quedara con ese extra para ella y su crío, sonrío y me abrazó con fuerza, era casi duplicar su sueldo, y de nuevo me preguntó que si tenia que follar conmigo para que se lo diera, y de nuevo sonó como aclaración y no con pesar, siendo puta mas de 9 años no creo que fuera un problema para ella, tentando de decirla que si, la aseguré que no, solo cuando ella quisiera, solo la pedía discreción, lealtad, que en la nevera no faltaran muchas cosas y que si alguna vez necesitaba ayuda en la casa, se quedara alguna hora mas, soy bueno, no tonto, aun así accedió encantada, eran unas peticiones mínimas, tal era su felicidad que me confirmó lo que me olí antes, Eleonor la daba otro extra por informarla de mi a través de SMS, sonreí al ser consciente, Eleonor aun querría jugármela o tenerme en el radar, pero ahora tenia ganada a su única baza, el extra que le daba por informar era una minucia comparado con el que le daba para el piso y que yo le acababa de regalar, y ahora ambos eran para ella, así que hicimos el pacto de que la informaría, si , lo que yo la dijera, por ahora que siguieran contándola lo mal y hundido que estaba, como me señaló que ya le había escrito. Luego la pregunté como una mujer de 30 años y viviendo en España desde los 13, hablaba tan mal el español, su respuesta fue contundente.

-DANI: mi familia solo ensañar frases que necesitar, siempre hablar en rumano, solo enseñar “Soy menor, suélteme”, ”chupar 15€, completo 30€”, ”si, cariño, que bien me follas” y ”por el culo son 50€”.- nadie se había molestado en enseñarla nada, solo su marido, pero tampoco le molestaba aquello, me dejó sin palabras, cosa nada fácil.

La dije que si quería un baño en la piscina, para mi desgracia no accedió, el calor aun reinante en esa época le había hecho abrirse un poco la camisa que llevaba y un buen par de tetas asomaban apretadas por el delantal, con una falda larga hasta los gemelos, verla mojada o semi desnuda me hubiera alegrado la mañana, pero aun no me tenia tanta confianza, me quité las bermudas y la camiseta sucia ante sus ojos, que admiraron mi cuerpo y mi rabo colgando, me metí en el agua y me quedé allí flotando.

Pensado en las palabras que le había dicho a Alba en un arrebato de ira, si, pero reales, durante casi 2 años había mantenido una relación con Ana, y luego con Lara y Eleonor y Lili, o Carolina o como mierda se llamara, me había ocupado de ellas, había sido bueno, me había metido en líos y me usaban como tierra firme en sus turbulentas vidas, estaba cansado y agotado del peso que eso suponía, apenas me había follado 2 veces a Alba ¿y ya iba a dejar a su marido por mi?, supongo que yo solo seria la excusa final para convencerse, no creo que fuera feliz del todo, pero ahora me daba cuenta, eso, no es problema mío, si no suyo, no, no se volvería a repetir la historia, yo ya estaba exhausto de salir perdiendo por asumir los problemas de los demás, tenia 21 años, un enorme piso y un polla gigante, se acabó ir de responsable y de buen chico, ahora tocaba disfrutar, me iba a follar a todas las que quisiera, cuando quisiera y como quisiera, estuvieran casadas, con novio, solteras o en medio de una misa, ahora tocaba mirar por mi y mi moral se derrumbaba.

Salí del agua como el viento, casi atropello a Dani por el salón, fui a la habitación de abajo donde hasta hace nada compartía con Ana una vida ficticia, y entré, la oscuridad llenaba todo, solo la luz del sol que entraba por la puerta y se reflejaba en el espejo del mueble dejaba ver dentro las figuras de la cama o el armario, avancé con frialdad hacia el mueble, quedaría genial haber andado en cámara lenta con pasos firmes y música de batería de fondo, pero la realidad es que me di en el meñique del pie derecho en una de mis zapatillas, solté un grito de dolor momentáneo, y cojeé hasta el mueble, levanté el pie y apreté el dedo con fuerza, pero había llegado a mi destino. Si iba vivir la vida, necesitaba mujeres, y sabia donde buscar, abrí un cajón, y ante mi salieron decenas, casi un centenar, de papelitos, con números de teléfono, notas y nombres, todos los que había estado guardando, mas como respeto que como útiles en un futuro, pero ahora los tenia delante, y al mirarme vi mi rostro reflejado, con la luz del sol rebotando del espejo en mi mirada, dejándome ver una sonrisa malévola.

CONTINUARA……….

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Relato erótico: “La novia de mi mejor amigo” (POR MARQUESDUQUE)

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– Así que aun sigues siendo virgen

– Pues sí

– Vergonzoso

Mi amigo José me reprochaba así mi falta de experiencia sexual. Claro, él es guapo, delgado y se tira a su prima. Menudo cabrón. Porque su prima está buenísima.

– Ya tienes 18 años, la mayoría de edad. No puedes seguir siendo virgen.

– Dímelo a mí.

Me llamo Manolo y estoy enamorado de la novia de mi mejor amigo, (su prima). Él lo sabe, pero no le importa. No soy rival para él. Tiene al bombonazo de Sandra coladita por sus huesos. De hecho, si no fuera por mi amistad con su chico, ni siquiera sabría que existo.

– Entonces no te fue bien con la tía esa de internet.

– Por lo visto acababa de tener un desengaño y quería ir despacio.

– Hasta que se reconcilio con su novio y paso de ti.

– Así son las cosas.

– Vergonzoso…

José intentaba ayudarme a ligar, pero las cosas siempre se torcían. Al final ni encontraba novia, ni podía pasar de unos morreos ocasionales con mis ligues.

-Habrá que hacer algo. No puedo dejar que me vean con un virgen. Estropea mi reputación.

-Eso, búrlate a gusto.

-Esta noche te vienes con Sandra y conmigo. Le diré que lleve una amiga.

-Recuerda lo que pasó la última vez…

-Esta vez insistiré en que no sea lesbiana.

Ya estaba mi amigo liando la perdiz. Me presentaba chicas a las que gustaba él y pasaban de mí en cuanto se iba, concertaba citas dobles con alguna amiga de su novia que resultaba ser lesbiana, drogadicta o bulímica, me exponía al mayor de los ridículos obligándome a pedirles salir a chicas increíbles que estaban fuera de mi alcance y que, lógicamente, me rechazaban… en fin, me volvía loco.

-Bueno, está bien.

¿Qué por qué accedía a sus deseos aunque estaba convencido de que la noche sería un fracaso? Porque allí estaría ella. Su novia, su prima, mi amor. Sandra era una preciosidad un año mayor que nosotros. Alta, castaña, delgada, arrebatadora… No sé que había hecho ese cabrón para ligársela, máxime siendo su propia prima. Claro que su familia siempre fue un poco rara. No sabe quién es su padre y su madre vive con otra mujer, una lesbiana que está buenísima. Ligarse bellezones debe venir de familia. El caso es que cualquier escusa para verla, para hablar con ella, para mirarla embelesado un rato era buena, aunque me tocase aguantar a alguna friki amiga suya.

-Entonces hablo con ella y quedamos.

-OK

Desde bien pequeñitos, tanto José como yo, admiramos y comentamos los encantos de su prima, pero era un año mayor y como una hermana para él, así que nunca pensamos que nuestras fantasías pudieran cumplirse. Cuando me contó que se había enrollado con ella, después de ver una película que los había puesto calientes, esperando a que el hermanito de ella, que estaba en la misma habitación, se durmiese, no me lo podía creer. Sin embargo, poco después ya podía vérseles besándose en el patio del instituto sin esconderse. Tuvieron un momento de crisis cuando se enteraron sus familias y no les hizo gracia, pero finalmente lo aceptaron y ellos pudieron seguir con su noviazgo adelante sin obstáculos. Era un placer y a la vez una tortura escuchar de labios de José los pormenores de sus encuentros sexuales con su prima, como perdieron juntos su virginidad y las demás cosas que hacían, como el sexo oral. Casi todas las noches terminaba masturbándome pensando en cómo sería poseer a esa diosa que era la novia de mi amigo. Porque no solo era preciosa, también era simpática y considerada. Disfrutaba estando con ella, aunque el papel que me tocaba desempeñar, de amigo infeliz de su guapo novio, fuera humillante en ocasiones.

Poco a poco, a fuerza de verme con José, Sandra había acabado reparando en mi existencia e, incluso, habíamos desarrollado cierta amistad. Nos unía una complicidad especial al estar ambos tan unidos a su primo y ahora novio. Ella se mostraba siempre amable y deferente conmigo, pero en los últimos meses habíamos adquirido más confianza, como si ella supiese que estaba al corriente de sus intimidades y no le importara. Cierto día salíamos José y yo de una clase especialmente aburrida y nos encontramos con ella. Charlamos un rato los tres hasta que a ella se le hizo la hora de entrar en la suya y se despidió de nosotros. Besó a su novio como solía, mientras a mí me carcomía la envidia, y luego, como si me leyera la mente, me dio un beso a mí, diciendo: toma, para que no te pongas celoso. Fue un beso breve en los labios, pero a mí me supo a gloria. Que, no te podrás quejar, me dijo él, dándome un puñetazo flojito en el hombro. No, no podía quejarme. Su falta de celos estaba basada en su seguridad. Yo no era rival para él y por tanto no le importaba que la adorase, contarme sus hazañas en el dormitorio con ella o, incluso, que me besase frente a él. Y mientras, seguía empeñado en que perdiese la virginidad.

Cuando esa noche llegué al pub esperaba cualquier cosa menos que la amiga de Sandra me callera bien, pero fue así. Era guapa, simpática y, por alguna razón, yo parecía gustarle. Aunque no pude evitar estar más pendiente de la pareja de mi amigo que de la mía, sobre todo al principio, poco a poco fui ilusionándome con la chica, hasta que acabamos enrollándonos en la calle. Al segundo morreo ella pidió disculpas y se puso a vomitar. Le sujeté el pelo mientras lo hacía resignado. Esa noche tampoco pasaría nada. Al cabo de un rato salieron Sandra y José y se encontraron con el panorama. Se me olvidó decirte que no aguanta muy bien la bebida, dijo ella entre apenada y divertida. Cuando la intoxicada se recompuso me dijo que era muy amable pero que lo nuestro no funcionaba y que era mejor que no nos viéramos más. Sandra se me acercó a consolarme y, a modo de explicación, me dijo: tiene una vida complicada. No pasa nada, dije yo y ella me sonrió con dulzura y me arrulló el pelo. Por ese momento valía la pena todo lo demás. Eres un buen chico y tras decir esto, me besó como aquel día en el instituto, pero esta vez el beso fue más largo, e incluso en un momento la punta de su lengua rozó con la mía. Creía que mi erección iba a romper el pantalón. Adiós, dijo como despedida y se fue con José, imagino que a follar. Yo me fui a casa a cascármela.

Aquella había sido la segunda vez que me había besado. Bien es cierto que delante de su novio y sin asomo de celos por su parte, pero me había besado. La noche había salido bien, al fin y al cabo. Cierto que sí se mostraba tan cariñosa es porque yo le inspiraba lástima. No podía resultar más patético, siendo rechazado por la beoda que acababa de echar hasta la primera papilla. Pero, a pesar de la humillación, sentir sus labios en los míos había sido fantástico. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Era solo lástima? ¿De algún modo yo empezaba a gustarle? ¿Se trataba de algún rollo sexual raro que se traían entre los dos? Lo que ocurrió semanas más tarde no hizo sino aumentar mis dudas.

-Este fin de semana Lorena y mi madre están fuera. Quédate a dormir en mi casa. Beberemos cubatas y veremos alguna película.

-¿Y Sandra?

-Creo que ha quedado con sus amigas.

De este modo me planté el viernes noche en su casa, dispuesto a aprovechar la ausencia de sus madres para beber y divertirnos. En cierto momento a José le sonó el móvil.

-Hola cariño. ¿Se ha puesto enferma? Pobrecita. No puedo, está aquí Manolo, se va a quedar esta noche. Vente si quieres. Vale, hasta ahora.- Sandra vendrá ahora. Una de sus amigas se ha puesto enferma.

Tragué el sorbo de cubata despacio. Así que mi adorada Sandrita iba a obsequiarnos con su presencia. Solo de pensarlo se me empezó a poner dura. Un rato después llegó. Estaba guapísima. Era alta, tenía el pelo castaño claro, con una media melenita muy favorecedora, estaba delgada aunque no en exceso, tenía los ojos color avellana y una sonrisa mágica, absolutamente encantadora. Saludó a su novio con un morreo y a mí con dos besos en las mejillas. No obstante cuando se me abrazó pude notar sus tetas contra mi pecho. Charlamos animadamente un rato, vimos la película y llegó el momento de retirarnos a dormir. Ignoraba si la madre de José tenía que llegar durante la noche o a la mañana siguiente e imaginaba que mi amigo no querría que al llegar los pillara encamados a su novia y a él, así que le pregunté cómo íbamos a dormir. No te preocupes, mi madre está de acuerdo con que Sandra y yo durmamos juntos, me dijo restándole importancia. Entonces vi un brillo de atrevimiento en sus ojos, como si acabara de concebir una locura. ¿Te gustaría vernos?, murmuró. ¿Te gustaría mirar?

Simplemente no podía creerlo. Mi amigo me proponía que lo espiase haciendo el amor con su novia. Siempre había sido un tipo peculiar, muy abierto, muy liberal. Tenía dos madres en lugar de madre y padre. Ahora que está de moda el matrimonio homosexual y la adopción de niños por parejas gays y lésbicas eso parece menos importante, pero cuando éramos pequeños era algo completamente excepcional. Él siempre lo vivió con una normalidad pasmosa. Hablaba de ello con naturalidad y nunca se enfadaba si alguien se burlaba de él por ese motivo. Tal vez eso le influyera y le hiciera especialmente tolerante y abierto a experiencias de todo tipo. Estaba acostumbrado a sus ideas descabelladas, pero aquello no me lo esperaba. A penas si pude titubear una respuesta confusa. Ignorando mis dudas lo planeo todo. Cuando se le metía algo en la cabeza era imposible frenarlo. Ella no se enteraría, dejaría la puerta entreabierta y se la follaría ante mis ojos. Solo tenía que estar allí sin hacer ruido. Se le notaba excitado con la idea. En seguida agarró a Sandra y se la llevó al dormitorio entre arrumacos. Yo fingí desaparecer hacia la habitación de invitados, que ya conocía, y me deslicé silencioso hasta la puerta, en efecto, entreabierta, tras la que mi mejor amigo y la chica que me tenía loco se besaban. Después de un rato comiéndose las bocas se desnudaron. Desde mi posición podía ver perfectamente el cuerpo adorado de Sandra, sus pezones puntiagudos coronando sus pechos, su culo redondo, su entrepierna vibrante. Cuando comenzó a comerle la polla a José ya no pude aguantar más y me saqué la mía del pantalón para cascármela, imaginando que era a mí a quien se la chupaba. Parecía una experta en esas lides. No entendía como mi envidiado amigo no se corría al instante con semejante trabajo. Luego le tocó a él lamerla a ella. Primero las tetas, después bajó por su vientre y, finalmente, deslizó la lengua entre sus muslos, haciéndola estremecer. Cuando empezaron a cabalgarse yo ya había perdido el miedo a que me pillaran, de concentrados que los veía en lo suyo, y me la machacaba sin recato. Sandra se puso a gatas sobre la cama. Podía ver sus tetas meciéndose al son de las embestidas de mi amigo desde atrás. Luego él se tumbó boca arriba y ella lo montó como a un potro salvaje. Ver a mi amada Sandra a cuatro patas, penetrada sin compasión por mi amigo, o luego a ella sobre él, derrumbándose en sus brazos en el momento del orgasmo, mientras yo me corría en mi diestra, son imágenes que siempre recordaré.

Los días siguientes casi me daba vergüenza mirar a Sandra a la cara. Ella, en cambio, estaba especialmente cariñosa conmigo, cuando coincidíamos. José, por su parte, se sentía eufórico: Moló, eh… era lo que se limitaba a decir, dándome un codazo, cuando hablábamos de ello. Yo, realmente, no sabía que pensar. Había visto a mi amigo teniendo sexo con su novia con su colaboración y sin que aquello pareciera afectarle en absoluto. Que su relación no era la más normal del mundo estaba claro. Más lo estuvo aún, cuando José se me acercó un día sigilosamente en el instituto. Mira, me dijo enseñándome el móvil, como total ya la has visto desnuda te las puedo enseñar. Ante mi estupefacción, eran fotos de Sandra. Algunas sexis, otras directamente en cueros, incluso en las más atrevidas se la veía en actos sexuales con el autor de las fotos, obviamente mi amigo: haciéndole una paja, chupándole la polla, etc. Te gustan, eh… Te las enviaré por correo, me dijo divertido. Sí, me gustaban. Me gustaban mucho y a la vez no, porque no entendía nada. ¿Hacia esto para torturarme? ¿Para que tuviera material para cascármela, ya que no tenía novia? ¿Era su forma de compartirla? Las semanas siguientes esas fotos, que, en efecto, me había enviado por email, fueron la inspiración de todas mis masturbaciones. Era frustrante, porque allí estaba la imagen de ella, pero no era ella, más bien era algo que ofendía su intimidad. Sabía que aquello no estaba bien, que no debía mirar esas fotos, pero no podía evitarlo. No comprendía a que estaba jugando José, pero una y otra vez volvía al ordenador a consolarme con la imagen de mi diosa.

En esas estábamos cuando llegó la fecha de la cenita de clase del instituto. Sandra no era de nuestra clase, pero quedamos después en la discoteca. De modo que ahí estábamos los tres otra vez. En un momento dado, ella se puso a bailar con un tipo al que no conocíamos y que parecía mayor. Pronto intentó sobrepasarse. La verdad es que ella le había dado un poco de pie, frotándose con él en plan calentona, no sé si para poner celoso a José, pero ello no daba derecho al tío a meterle mano de esa forma, contra su evidente voluntad. Cuando vi que ella no podía controlarlo acudí en su socorro metiéndome en medio. El fulano me dio tal empujón que me tiró al suelo. En seguida llegó José, más robusto que yo, y se provocó una pequeña tangana hasta que los de seguridad de la discoteca llegaron a separarlos. Me levante pesadamente y acudí donde Sandra, a la que brillaban los ojos. De resultas del incidente nos echaron del local, así que de pronto nos vimos en la calle. Me sentía dolorido por la caída, mi amigo en cambio parecía tranquilo. Lejos de estar asustada, como yo había supuesto, su novia parecía excitada. ¡Mis héroes!, afirmó exaltada y se colgó de mi cuello dándome un morreo, con sabor a ron con cola, que me dejó sin sentido. Luego saltó sobre José y se estuvieron comiendo las bocas un rato. Mi amigo había cogido el coche de su madre, pero dado que yo era el único que no había bebido, decidimos que condujera yo. En cuanto salimos del aparcamiento y cogimos velocidad, en el asiento de al lado mis pasajeros empezaron a achucharse. Parecía que no podían estar un momento con las manos lejos del otro. La cosa se fue calentando hasta que Sandra se quitó la blusa. Al verlo de reojo, pegué un volantazo que me hizo temer por nuestra seguridad. Parecía obvio que pretendían echar un polvo allí mismo y en esos mismos momentos, así que paré el coche en cuanto vi un sitio discreto.

-Si sigo conduciendo nos mataremos. Voy a dar una vuelta mientras vosotros… termináis lo que estáis haciendo- les dije resignado.

-No- respondió Sandra- Quédate. Sé que te gusta mirar.

Me quedé petrificado. Mis amigos ya estaban haciendo el amor en el coche y ella me pedía que me quedara mirándolos. Me encontraba en el asiento de al lado. Podía extender la mano y tocarlos. ¿Qué quería decir eso de que me gustaba mirar? ¿Sabía lo del espionaje en casa de José o lo de las fotos? ¿Por eso había puesto cachondo al tío de la discoteca provocando el incidente, por una especie de vendetta?

Mientras yo me perdía en estas cavilaciones el objeto de mi deseo estaba sobre mi mejor amigo bamboleándose. Sus senos perfectos, recién librados de la ropa interior, rebotaban con el vaivén. Mi polla se endureció hasta el punto de dolerme en el pantalón. Me la saqué y comencé a meneármela. Sentí el impulso de tocarle una teta, la que tenía más cerca, que estaba al alcance de mi mano, pero lo contuve. Solo me sentía autorizado a mirar. Sandra se dio cuenta de que me estaba masturbando a su lado y mostrando menos reparos que yo, alargó su mano y me la cogió. Era la primera vez que mi pene erecto era sujetado por otra persona que no fuera yo, por una mano que no fuera mía. Casi me corro en el momento en que ella inició el movimiento de muñeca. En aquel momento ya no podía ni quería reprimirme y le agarré un pecho, cosa que ella aprovecho para girar la cabeza y besarme apasionadamente. Jugamos un rato con las lenguas, ya desinhibidos por completo, hasta que ella recompuso la postura. José mojo la entrepierna de su novia y yo su mano derecha prácticamente al mismo tiempo.

Después de eso estuve un tiempo sin ver a Sandra e incluso viendo menos a José. Marta, la chica que había conocido por internet y que me había dejado por su ex novio, me llamó para salir. Había cortado otra vez con él y se sentía sola. Tenía mis sospechas de que solo me utilizase para darle celos al otro, como la otra vez, pero necesitaba tanto estar con una chica sin que estuviera José por medio, que accedí. Después de un par de semanas haciendo de “pagafantas” pasó de mí y volvió con él. No puedo decir que no me lo esperase, pero me dolió de todas formas. Por supuesto no hubo sexo en ese periodo.

-Así que sigues siendo virgen- me dijo José cuando se lo conté.

-Pues sí.

-Vergonzoso.

Habíamos vuelto al mismo sitio, parecía ser.

-Mira, el otro día estaba hablando con Sandra, comentándole tu situación. Sabes que ella te aprecia mucho.

-Yo también a ella- contesté- pero ya está bien de amigas raras. No estoy para eso…

-Sí, lo sé. Tranquilo no es eso. Precisamente porque sé que la aprecias mucho, pensé en ti. Verás, ella nunca ha estado con otro hombre, a parte de mí. Por otra parte tú tienes un problema de confianza que se solucionaría, en mi opinión, si echases un polvo. Somos amigos y hay confianza. Sé que nunca se lo contarías a nadie.

-¿Contar el qué?

-Al fin y al cabo la has visto desnuda, nos has visto follar, e incluso participaste la noche de la pelea. Menuda paja te hizo.

-¿Dónde quieres ir a parar?

-Yo sé que tu ilusión sería perder la virginidad con Sandra. Sé que la quieres casi tanto como yo. También sé lo que es cumplir un sueño. No podría negarte este. Y ella está de acuerdo.

-¿De acuerdo con qué?- seguía sin creerme lo que estaba insinuando mi amigo.

-¿Quieres follarte a mi novia?

Aquello me descompuso por completo. ¿De verdad me había ofrecido a su novia para que perdiera la virginidad? O era el mejor amigo del mundo o el tío más raro. ¿Y había dicho que ella estaba de acuerdo? No terminaba de creerme lo que estaba pasando. De pronto lo que tantas veces había soñado estaba a mi alcance, y de un modo que nunca habría imaginado.

-¿Estas loco?- me limité a contestar. José sonrió.

Ese mismo fin de semana los padres de Sandra estaban fuera con la madre de José. Él se quedaba con Lorena, la amante lesbiana de su madre. En un santiamén lo arreglo todo. El sábado cenaría con su novia en casa de ella. Luego haríamos el amor. Él vendría el domingo a ver qué tal. Yo había pasado, desde que me dio la noticia, en una nube. Cuando el mismo sábado llamé a la puerta de Sandra no me llegaba la camisa al cuerpo. ¿Estaba pasando aquello de verdad? ¿Sería todo una broma y ella me cruzaría la cara por mi atrevimiento? En cuanto vi la sonrisa de mi diosa invitándome a pasar me sentí más tranquilo. Estaba deslumbrante, provocativa, pero no exagerada. Nos dimos dos besos en las mejillas, muy cerca de la boca. Pude sentir sus pezones en mi pecho al abrazarnos. Se me hacía raro estar con ella sin José delante, más aún sabiendo lo que iba a pasar. La conversación cenando fue distendida, al menos hasta que salió cierto tema:

-¿Te gustaron las fotos?

-¿Qué fotos?

-Vamos, hombre… ¿qué fotos van a ser?- preguntó poniendo una cara de circunstancias, y, ante mi negativa a entender lo evidente, añadió- esas en las que salgo chupándosela a José.

-Sí, er… estas muy guapa. ¿Sabías lo de las fotos?- no podía creer que mi amigo se lo hubiese contado.

-Pues claro. Las hicimos para ti. Fue idea mía, como una especie de regalo.

-Sandra, no entiendo nada.

-José me quiere y me respeta. Jamás violaría mi intimidad de esa forma sin mi permiso. También sé que nos espiaste en su casa. Lo supe todo el tiempo, incluso yo le propuse que dejáramos más luz, para que lo vieras mejor- ante mi cara de sorpresa soltó una carcajada- No te pongas rojo- añadió cogiéndome la mano- está todo bien. Manolo, quiero pedirte disculpas por lo que pasó la noche de la pelea. Yo misma la provoqué comportándome como una cría y a ti te tiraron al suelo por defenderme. Debiste hacerte daño y fue por mi culpa. Lo siento. Espero que por lo menos te compensara el pajote de luego- y aquí guiño el ojo, como buscando mi complicidad. No sabía que decir, estaba anonadado.

-Si José te quiere, ¿por qué deja que te acuestes con otro?- me atreví a balbucear como en un susurro. Aquella era la pregunta que rondaba en mi cabeza desde un principio y por fin había conseguido articularla. No es que quisiera mostrarme ingrato con mi amigo, que algo tan grande me había regalado, pero simplemente no lo comprendía. No comprendía que me dejara espiarles, que me enseñara las fotos, que permitiera que ella me hiciese una paja ni mucho menos lo que iba a pasar esa noche. Ya puestos, aún entendía menos que Sandra accediera a todo aquello. Si tanto quería a José, ¿por qué se acostaba conmigo?

-¿Qué crees que va a hacer él esta noche? Acostarse con otra- aquella revelación me pasmó aún más- No es que no nos queramos, pero para nosotros el amor no implica exclusividad sexual. Siempre estaremos juntos, pero podemos excitarnos y disfrutar con otras personas. Sé que es difícil de entender- añadió como adivinando mis pensamientos- pero mi familia es muy liberal, podría decirse que nos hemos educado así. Sé que te gusto mucho, que esta será tu primera vez y creo que puede ser muy bonito- aquí comenzó a acariciarme la cara- Siempre amaré a José, no importa lo que suceda, pero lo que pasará esta noche entre nosotros será muy intenso. Siempre lo recordaremos.

Y tras decir esto me besó. Ni que decir tiene que la cena se acabó en ese momento. Morreándonos apasionadamente y quitándonos la ropa fuimos hasta su cuarto. Había visualizado tantas veces una noche de amor con Sandra que me parecía irreal que estuviera sucediendo. La besé por el cuello mientras le quitaba el sujetador. Esos pechos tiesecitos y temblorosos que me encandilaban surgieron tras la prenda y me lancé a saborearlos como un bebe goloso. Ella tampoco permanecía pasiva y había cogido mi miembro, más enhiesto aún que la noche de la masturbación en el coche. Cuando me quise dar cuenta me la estaba chupando con esa boquita que tantas veces había adorado. Era la primera vez que me lo hacían, la primera chica que me la mamaba. Tuvo que parar al notar mis estremecimientos porque estaba a punto de correrme en su boca. Sonriendo, se bajó las bragas. Había llevado condones por si acaso, pero José ya me había explicado que tomaba precauciones para no quedarse embarazada y no creía que un virgen le fuera a contagiar nada. Se colocó sobre mí y mi pene acarició su vulva. Se la metí sin dificultad, se la notaba experimentada. La sensación fue increíble. Estaba tan nervioso, tan emocionado que creo que me faltaba la respiración. Se bamboleó despacio. Las paredes de su vagina me apretaban el miembro. Era maravilloso. La besé de nuevo. Podía sentir el sabor de su boca en la mía y el tacto de sus pezones sobre mi pecho. Al poco me corrí, estaba muy excitado. A ella no pareció importarle (tal vez ya se lo esperara) y siguió sobre mi besándome un rato, sorbiendo mi lengua con sus labios, jugueteando con nuestras bocas. Ni siquiera me había dado cuenta de que ya no era virgen.

No tardé mucho en estar otra vez empalmado. Nunca después me he vuelto a recuperar tan deprisa después de una eyaculación, pero entonces era un adolescente y estaba con la mujer de mis sueños. Ella lo notó y me preguntó si quería que lo hiciéramos otra vez. Claro que quería. Se irguió sobre mi otra vez y comenzó de nuevo. Esta vez duré más. Al cabo de un rato me erguí y quedamos ambos sentados sobre el colchón. Así la penetración era menos profunda pero a cambio podía prolongar más el polvo y acariciarla y besarla a mi antojo. Cambiamos de postura varias veces: sentados, a cuatro patas. Le mordí los labios, le acaricie el culo, le hice todo lo que había imaginado tantas veces. Al final acabé por segunda vez en la postura del clásico misionero mientras la besaba. Solo entonces tuvo ella su orgasmo. Todo su cuerpo se contorsionó y dejó escapar un suspiro ahogado por mi lengua que se enrollaba en la suya. Te quiero murmuré. No podía ser más sincero. Lo sé, respondió ella. Yo también te tengo mucho cariño. Eres fantástico. Más que la decepción por no ser adecuadamente correspondido, pues no me hacía ilusiones irreales al respecto, me inundó una ola de ternura hacia ella. La besé una vez más, mientras nos abrazábamos.

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Relato erótico: “La historia de un jefe acosado por su secretaria FIN” (POR GOLFO)

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19

Tras comprobar que ni Patricia ni Kyon salían de la habitación, me puse frente al ordenador. Una vez ahí, abrí la memoria USB que había grabado y empecé a revisar los diferentes documentos hackeados. Como los datos clínicos me resultaban indescifrables, centré mi atención en lo que hacía referencia a las tres mujeres con las que de alguna forma terminaría conviviendo y fue así cuando descubrí que cada una de ellas contaba con un dossier. Teniendo a Natacha a mi lado, le pedí permiso para revisar el suyo haciéndole ver la importancia de saber su contenido.

            ―Hazlo, pero no me cuentes lo que descubras. No quiero saberlo.

            Entendiendo sus reticencias, no insistí que se quedara y dando un click sobre el icono de esa carpeta, comprobé que contenía otros subdirectorios. Al leer que uno de ellos tenía por título “Captación y adaptación a su nueva vida”, decidí empezar por ese. Al desplegarlo, me encontré que no había sido comprada sino arrebatada a sus padres y que al encontrarse con su fiera oposición habían sido “silenciados” por los sicarios que la organización de Isidro había mandado a su Rusia natal.

            «Según esto tenía solo once años», comprendí al ver la fecha de su captura y lamentando su infancia truncada, estuve a un tris de llamarla para contarle el heroico comportamiento de sus progenitores.

            «Mejor se lo cuento después», me dije al leer que durante dos meses la habían retenido en un cuarto oscuro sin ver a nadie con el objeto de llevarla al borde de la desesperación.

            Desolado al ratificar el sufrimiento al que había sido sometida, disculpé la supuesta alegría de la niña con la que acogió a su captor después del prolongado aislamiento.

            «Es lógico que lo creyera a pies juntillas», me dije al ver plasmado en papel que no había puesto en duda la versión de su compra.

            A partir de ahí, la serie de padecimientos de los que había sido objeto me asqueó y pasando rápidamente las torturas, llegué al día en que fue inoculada con la solución.

            «Debieron considerar prudente que pasara la pubertad y su cambio hormonal se estabilizara», confirmé al leer que al igual que con Patricia habían aguardado a su dieciocho cumpleaños para hacerlo.

Leyendo ese dossier me llevé la sorpresa de que nadie de la organización había previsto que en vez de desarrollar su inteligencia como había sido el caso de mi secretaria fueran sus aptitudes artísticas las que se incrementaran. Considerándolo un error, no de la magnitud de Isabel y sus dos compañeras de martirio, pero error al fin, el tal Bañuelos había ordenado acelerar el adiestramiento y puesta a disposición de los médicos del resto de las cautivas que permanecían en su poder. Al ver en ese documento interno, el nombre de Kyon dejé momentáneamente el de la rusita y pasé al de la oriental.

En el caso de ésta sí fue comprada, pero al responsable de un orfanato bajo la apariencia de una adopción con la edad de trece años. No resultando esencial los datos de sus torturas, pasé al día en que metieron en su organismo el compuesto confirmando que con ella habían anticipado la inyección.

―Tenía solo dieciséis.

Que desarrollara el don de la música fue visto por su maltratador como un nuevo quebranto a sus planes, pero el hecho que estadísticamente no hubiera diferencia entre las edades de sus conejillas de indias al volverse locas un porcentaje parecido de ellas, le hizo adelantar más si cabe los años de sus presas para ver si siendo más jóvenes el impacto era mayor. Horrorizado leí en la lista de las niñas a las que había ordenado inocular que sin más candidatas disponibles había incluido en ella a su propia hija de solo ¡cuatro años!

«¿Qué clase de hombre está dispuesto a experimentar con alguien que él mismo ha engendrado?», me pregunté.

Y mientras crecía el odio de mi interior, abrí el expediente de Maria Bañuelos esperando que al menos su final hubiese sido menos cruel. Para desgracia de la niña, descubrí que ella era la cuarta superviviente del ensayo de ese malnacido. Pero lo que me dejó anonadado, fue que su propia madre no solo era la más estrecha ayudante del sujeto y la bioquímica que descubrió la composición y el uso de ese químico, sino la que alentó a su marido para que lo probaran con su retoño.

«¡Pobre criatura!», pensé con lágrimas en los ojos al leer los padres que le habían tocado en suerte mientras comprobaba que había sido inyectada solo hacía dos años y que como todavía no mostraba ningún efecto visible al tratamiento, habían decidido esperar a su pubertad para repetir con ella lo realizado con el único espécimen de éxito que lo quisiera reconocer o no era Patricia.

 Suponiendo que los mostraría en el futuro, pasé al dossier de mi secretaria para confirmar que tipo de estrategia habían usado con ella. Así descubrí otra faceta con la que la esposa de Bañuelos había colaborado con él.

«Fue ella quien eligió a la morena por su atractivo físico cuando todavía estaba en el colegio. De tenerla enfrente, la mataría», haciéndola objeto de mis iras, sentencié al leer también cómo había maniobrado para facilitar que su marido la conquistara.

Indignado, repasé concienzudamente el dominio que la pareja había ejercido sobre Patricia sumergiéndola en una vorágine de placer y sexo al comprobar que al contrario del resto de las jóvenes con las que habían experimentado no perdía la razón.

En su caso, el dossier incluía grabaciones de las sesiones a las que había sido sometida por el matrimonio y espantado visualicé un par donde, enmascarando su identidad, la mujer de Bañuelos la había sometido a toda clase de vejaciones.

«Lo raro es que no haya terminado en un psiquiátrico», me dije al verlos.

Acababa de cerrar uno de los videos cuando su protagonista apareció por mi despacho vestida con un conjunto de lencería totalmente blanco secundada por las otras dos.

― ¿Qué ocurre aquí? ― pregunté al ver que su vestimenta incluía un velo del mismo color y un ramo de flores.

―Me han convencido de que no necesito pasar por la iglesia y que basta con que nuestras niñas oficien nuestra boda.

No sé si fue lo que acababa de leer y ver o si al contrario fue su belleza lo que me hizo sonreír aceptando pasar por la vicaría, aunque en vez de frente al altar fuera en el salón de mi casa. Lo cierto es que sin poner objeción alguna solo pedí que me dejaran ir a ponerme una corbata.

―Date prisa. Llevo demasiado tiempo esperando ser tu esposa― respondió la otra contrayente con gran alegría.

De camino al cuarto realicé un examen de conciencia de camino, analizando como había cambiado mi vida y lo que sentía por mi acosadora. Hasta yo me sorprendí cuando llegué a la conclusión de que estaba colado por ella.

«Siendo una arpía, es mi arpía», sentencié y ya convencido, no solo me puse corbata sino me cambié de ropa, poniéndome el mejor de mis trajes.

El cambio de vestimenta agradó a mi prometida y colgándose de mi brazo, esperó que Natacha comenzara su discurso inicial antes de entrar propiamente en la ceremonia.

―Nadie mejor que Kyon y yo, como el ruiseñor y la muñeca del novio, sabemos que han nacido el uno por el amor que se tienen y cuya mejor prueba es la dedicación con la que nos cuidan…― viendo que la oriental asentía, continuó: ―…Tras recogernos de la calle, nos han mimado y amado sin importarles postergar esta boda hasta que comprobaron que íbamos a ser felices a su lado. Siendo ellos los verdaderos protagonistas, mi hermana de adopción y yo nos sentimos también participes de esta unión, ya que a partir de que Lucas acepte a nuestra amada Patricia como su señora, nos convertiremos en las niñas de los dos.

Las lágrimas de la morena no se hicieron de rogar al escuchar de labios de la rusita que ambas la querían:

―Sé lo que significáis para mi novio y por eso, ya os considero mi familia y deseo que compartáis todos los aspectos de nuestra vida.

Las dos crías sollozaron al oírla, pero fue la chinita la más explosiva y cayendo postrada ante ella, dudó que se mereciera ser feliz.

 ―Mi zorrita, por supuesto, que lo mereces. Y desde ahora te digo que en tu caso seré la exigente ama que te eduque, te corrija y te ame.

No pude más que sonreír al notar la alegría de Kyon con esa dulce reprimenda, que por otra parte encontré que era exactamente lo que por su naturaleza necesitaba.

― ¿Y para mí qué será? ― preguntó la rubia haciéndose valer.

―Para ti, seré la modelo que pintes y la puta a la que tengas que satisfacer en la cama. ¿Te parece poco?

Sonriendo, contestó:

―Tener una puta tan bella dispuesta a que la retrate y la ame, supera con creces mis sueños.

En la respuesta, certifiqué nuevamente el cambio que había experimentado Natacha desde su llegada a casa y que poco quedaba en ella de la aterrorizada criatura que imploraba mis caricias.

«Habiéndolas obtenido, está aflorando su verdadera personalidad y me encanta».

Mi rutilante novia también sonrió y haciendo un gesto, pidió que continuara con el ritual que habían pactado entre ellas.

―Don Lucas Garrido, en su nombre y en el de sus actuales concubinas, ¿acepta usted como su legítima esposa, como dueña de Kyon Yang y como maestra de Natacha Ivanova, a doña Patricia Meléndez durante los años que le queden de vida.

―Acepto.

El suspiro de alegría de mi secretaria me impactó y temiendo que cayera en algún tipo de trance, seguí observándola mientras la rusita proseguía.

―Doña Patricia Meléndez, ¿acepta usted en este mismo acto como su legítimo esposo a don Lucas Garrido, como fiel sierva a Kyon Yang y como amorosa amante y pupila durante todos los años que le queden de vida?

― ¡No! ― contestó provocando el silencio de todos los que estábamos en el salón: ―Acepto a Lucas Garrido como legítimo esposo, a Kyon Yang como fiel sierva, pero a Natacha Ivanova no te quiero como amante y pupila… sino como mi legítima esposa.

Eso no debía esperárselo la pequeña diablesa y abriendo los ojos de par en par, quiso saber si iba en serio.

―No te quiero de otra forma. O te casas con nosotros dos, o no me caso con nadie― respondió mientras sacaba otro velo y otro ramo de flores de un cajón.

La asiática si debía ser conocedora de las intenciones de su señora porque mientras Patricia se los daba y sustituyendo a la oficiante, preguntó:

―Doña Natacha Ivanova, ¿acepta usted a don Lucas y a doña Patricia como esposos y a esta servidora como su juguete?

―Acepto― replicó mientras se lanzaba en busca de nuestros besos.

Confirmando la validez de nuestra unión, Kyon declaró:

―Lo que el amor y el placer ha unido que no lo separe el hombre.

Si de por sí mis nuevas esposas se estaban comiendo los morros con voracidad cuando oyeron esa confirmación se volvieron locas y entre las dos comenzaron a desnudarme mientras me pedían que las tomara y hacer así hacer efectivos nuestros votos.

― ¿No sería mejor que continuáramos en la cama? ― pregunté cuando solo me quedaba el pantalón.

Ambas aceptaron la sugerencia y tomándome de la mano, pidieron a la chinita que las acompañara.

― ¿No esperarás que tus dueñas se desvistan solas teniendo una amarilla dispuesta a hacerlo?

La felicidad del rostro de la chavala y el tamaño de sus pezones ratificaron su disposición y por eso la nueva familia al completo nos fuimos a la habitación. Una vez allí, reparé en que, tras hablar con ella, Kyon empezaba a desnudar a la rusita y por eso cuando ésta acudió a mi lado sobre las sábanas, quise que me contará el porqué.

―Mi amor, llevo siendo tu mujer desde que me acogiste en tu casa y por eso creí oportuno que juntos recibiéramos a la tercera pata de nuestro hogar―susurrando en mi oído, respondió.

Oyéndola comprendí que la manipuladora criatura realmente pensaba que era así y que para ella era lógico considerar a Patricia, la nueva.

―Eres una zorra― comenté mientras observaba cómo la oriental iba deslizando los tirantes de su señora.

―Lo sé y por eso estás enamorado de mí― sin reparo alguno añadió.

 Tomándola de la cintura, la besé.

―Recibamos a nuestra esposa como se merece.

Retornando mi mirada a la morena, sonreí al percatarme de su nerviosismo y extendiendo mis brazos, le rogué que se acercara. La timidez que mostró al acostarse entre nosotros fue prueba evidente de que se sentía primeriza y por ello antes de tocarla siquiera, lo primero fue una declaración de amor:

 ―Desde que te vi sentada en la mesa de la oficina, supe que esa diosa debía ser mía.

El sollozo con el que recibió mis palabras hizo que Natacha me imitara:

―Desde que me liberaste en nombre de nuestro Lucas, comprendí que deseaba vivir este momento. Te amo y siempre te amaré.

Para sorpresa de todos, Patricia se echó a llorar mientras replicaba:

―Debo reconocer algo antes de estar entre vuestros brazos. Cuando supe de Lucas me atrajo, pero sabiendo que seguía casado, nunca creí que llegara a ser mío y por eso durante dos años, lo espié siguiéndole allí donde iba. Al conocerte – añadió ya mirándome: ― me terminé de enamorar y aproveché tu divorcio, para que mi hermano me enchufara como secretaria…

―Cuéntame algo que no supiera― metiendo la mano entre sus rizos―comenté.

―Por favor, deja que termine. Durante ese tiempo, también descubrí que tu matrimonio falló cuando perdisteis la pasión y por eso comprendí que, si algún día llegaba a ser algo tuyo, debía buscarte un aliciente para que nunca me abandonaras. Por eso pedí a los psiquiatras de mi ONG que te estudiaran para ver que necesitarías para serme fiel y su dictamen fue claro, lo que nos faltaba para ser la pareja perfecta sería otra mujer que pudiese darte lo que yo nunca podría. Alegría y descaro.

―Me imagino que ahí entro yo― señaló Natacha lamiendo su mejilla.

―Sí, por eso les pedí que analizara a todas las chicas que liberáramos para ver si alguna reunía esas características. Cuando te extrajimos de donde Isidro te tenía, vieron que eras la candidata perfecta y me hablaron de ti. Lo que nunca me esperé fue que al ver los videos en los que aparecías, me excitara y a pesar de mis escarceos lésbicos, comprendiera que no era hetero sino bisexual y que te deseaba.

―No tengo nada que perdonarte― susurró la rubia cerrando los labios de la morena con sus dedos: ―Mi deseo por ti es tan grande como el que siento por Lucas.

En mi caso me tomó más tiempo asimilar su espionaje, pero tras llegar a la conclusión que, si exceptuaba el examen de mi personalidad, lo único que no sabía había sido el tiempo que me había estado espiando, respondí:

―Tus loqueros se equivocaron o al menos eso es lo que pienso― y mirando a Kyon le pedí que se acercara: ―Tengo un lado dominante que no supieron entrever y el cual me satisface esta niña.

―No solo el tuyo, sino el de tus dos perversas esposas― respondió Natacha, ejerciendo de portavoz de ambas: ―Nos pone cachondas tener una hembra que educar, ¿verdad querida?

Limpiándose las lágrimas, Patricia suspiró:

―Hasta hoy tampoco lo supe, pero así es.

Soltando una carcajada,

―Ruiseñor, canta para tus amos.

Alzando su prodigiosa voz, nuestra sumisa se encaramó en la cama y sin que nadie se lo tuviese que pedir comenzó a repartir sus caricias entre los tres dando el banderazo de salida. Por mi parte, tras besar el cuello de mi antigua acosadora me fui deslizando por ella hasta llegar a sus pechos donde me encontré con la rusa.

―Paguemos a nuestra esposa el regalo que nos hizo al juntarnos― riendo, ordené.

Natacha no pudo ni quiso contestar ya que su boca estaba ocupada ya mordisqueando uno de los pezones de Patricia. Tomando entre mis dientes el que había dejado libre, pasé una mano por el trasero de la rubia haciéndole ver que éramos un cuarteto mientras nos llegaba el primer gemido de la morena.

― ¡Por dios!

Levantando la mirada, reí al comprobar que Kyon, viendo su sexo huérfano, se había compadecido de él y sin dejar de cantar se había puesto a lamerlo.

―Hoy no la podemos dejar descansar y siendo tres lo único que tenemos es que organizarnos― aconsejé.

Captando la idea, la rusita se levantó y abriendo el armario, sacó un arnés con un pene adosado. Y poniéndoselo a la cintura, declaró suyo el trasero de nuestra esposa.

―Yo me quedo con su coño― respondí y cambiando de postura, me tumbé sobre la cama mientras azuzaba a la morena a que se subiera encima.

Sonriendo, obedeció y poniéndose a horcajadas sobre mí, tomó mi pene entre los dedos para acto seguido empalarse con él lentamente. Eso me permitió sentir como su vulva se ensanchaba para recibir la invasión mientras su dueña lloraba de felicidad.

―Tengo un marido que vela por mí.

A su espalda y mientras se ponía a trotar, notó la lengua de Kyon abriéndose camino en su entrada trasera.

―Amarilla, prepara bien mi culo, para que la zorra de mi esposa no me lo destroce cuando me haga suya― usando las manos para separar sus cachetes, exigió.

La lujuria que descubrí en los ojos de Natacha me hizo saber que no esperaría mucho antes de rompérselo y por eso, llevando mis dedos a los negros cántaros que botaban frente a mí, tomé sus areolas y con sendos pellizcos azucé a la morena a acelerar.

― ¡Qué ganas tenía de sentir tu trabuco! ― chilló al notar mi glande golpeando las paredes de su vagina.

            El flujo que manaba de su coño facilitó sus movimientos y ya presa de la pasión, se lanzó desbocada en busca del placer mientras sentía como su ojete se iba relajando con la húmeda caricia de nuestra sumisa.

            ―Estoy lista para recibirte― informó a la rubita al saber lo cerca que estaba de correrse.

― ¿Qué esperas? ¡Fóllatela! ¿No ves que lo está deseando? ― rugí desde la cama viendo su indecisión.

Aproximando la cabeza del pene de su cintura al trasero de la negra con la que se acababa de casar, tanteó unos instantes antes de decirla:

―Voy a tomarte y a partir de ese momento, ¡te mataré si nos eres infiel!

No comprendí la dureza de la chavala y menos la reacción de Patricia. Ya que por extraño que parezca, acogió esa amenaza con gran alegría e impulsándose hacia atrás, se clavó el falo artificial hasta el fondo de sus intestinos mientras se corría:

―Por fin tengo un marido y una esposa que me comprenden y que me aman a pesar de lo que soy― chilló sintiendo su ojete atravesado.

― ¿Qué eres? ¡Cuéntanoslo! ― mordiendo su cuello, exigió la eslava.

―Lo sabes, sé que leíste mi expediente.

―Yo sí, pero nuestro esposo no. ¡Dínoslo!

― ¡Una libertina llena de inseguridades y celos que necesita sentirse deseada! ― reconoció descompuesta mientras su cuerpo explotaba de placer.

― ¡Eso se ha acabado! Ahora que eres nuestra, solo te sentirás atraída por nosotros y no necesitaras a nadie más. Con tu Lucas, tu Natacha y tu Kyon deberá bastarte.

La deriva de esa conversación me hizo saber que estaba siguiendo el guion que había diseñado Bañuelos por si algún día quería desprenderse de Patricia y vendérsela a otro.  Por eso, no dije nada cuando pidió a la chinita que se levantara y le pusiera su coño en la boca. Como no podía ser de otra forma, ella obedeció. Natacha espero a que la negra se pusiera a lamer la entrepierna de Kyon para gritar:

―Con nosotros tres, estás completa. ¡Ahora córrete!

Coincidiendo, o mejor dicho a raíz de esa orden el cuerpo de la negra explosionó en la misma forma líquida que observé la primera vez que me topé con uno de los detonantes de Natacha y por eso, no vi raro que, dirigiéndose a mí, la rubia me pidiera que siguiera amando a nuestra esposa.

―Lo necesita para sentirse afianzada.

Aguijoneado por sus palabras, tomándola de la cintura, incrementé el ritmo con el que cabalgaba sobre mí mientras era sodomizada consiguiendo que Patricia profundizara y alargara su orgasmo más de lo razonable.

― ¡Todavía no pares y sigue!

Para entonces todo mi ser necesitaba liberar la tensión que había venido acumulando, pero consciente de que la rubita sabía lo que estaba haciendo con las manos aceleré más si cabe el compás de la morena mientras Natacha se sincronizaba con ella.

― ¡Necesita más estímulo! ― chilló.

Viendo que no era suficiente el ser follada por ambas entradas, acerqué mi boca a las ubres de nuestra esposa y las mordí. Como si lo hubiésemos practicado, al sentir la acción de mis dientes en sus pezones, Patricia me imitó cerrando los suyos sobre el clítoris de Kyon. Al escuchar el berrido de dolor y placer de la chinita, la eslava supo que había llegado el momento para pedir que me corriera:

―Preña a la mujer de nuestros sueños, esposo mío.

Esas palabras debían ser otro de esos famosos “switch” porque nada más pronunciarlas un alarido surgió de la morena y desplomándose sobre mí, comenzó a convulsionar como nunca antes.

―Disfruta de nuestro amor hasta que no puedas más, para que basta que Lucas o yo te lo pidamos tu cuerpo recuerde estás sensaciones y te vuelvas a correr.

Lejos de minorar el placer de Patricia se incrementó y babeando sobre mi pecho, comenzó a sollozar al notar que hasta la última de sus células estaba siendo pasto de las llamas del gozo.

― ¿Dime ahora quién eres? ¿Sigues siendo la libertina que necesita sentirse admirada?

― ¡Ahora sé quién soy! ¡Soy vuestra esposa y nada más! – declaró un instante antes de desmayarse.

Con una sonrisa de oreja a oreja, Natacha desplazó a la morena y quitándose el arnés, la sustituyó sobre mí mientras decía:

―Ya que hemos estrenado a tu última adquisición, es hora de que ames a tu favorita.

―Y yo, ¿qué hago? ― preguntó la chinita.

Agachándose a besarme, la pícara eslava contestó:

―Aguanta un poco y cuando notes que me voy a correr, ¡cómeme las tetas!…

20

Esa primera noche los cuatro juntos en nuestro hogar fue una sucesión de combates cuerpo a cuerpo donde a veces cada uno iba por libre, mientras en otras formamos dos bandos para lanzarnos unos contra los otros.  Todas ellas disfrutaron de mis caricias. Cuando no fue un clítoris el que lamí, fue un coño el que cabalgué o un culo el que forcé. Aun así, en ese baturrillo de piernas brazos y pechos, no pude dejar de reparar en que siempre Natacha era la que distribuía sutilmente las funciones de cada uno, erigiéndose en cierta manera en la matriarca máxima de la familia. Es más, creo que Patricia fue la primera en aceptar ese implícito nombramiento al pedir su opinión cada vez que cambiaba de pareja. En cambio, Kyon me tomó a mí como guía y cuando dejaba a una de sus compañeras exhausta sobre la cama, se lanzaba sobre ella para no dejarla descansar. De esa forma, era bien entrada la madrugada cuando paulatinamente la lujuria de nuestros cuerpos fue apaciguándonos y pudimos descansar sin saber que al despertar se desencadenaría el caos.

            Eran poco más de las siete cuando una cruel risa resonando en el cuarto me despertó.

            ― ¿Qué ocurre aquí? ― exclamé al ver a Bañuelos cómodamente sentado en una silla frente a la cama.

            Haciendo gala de la pistola que llevaba en las manos, el malnacido contestó:

            ― ¿Realmente creías que me iba a tragar las supuestas torturas que te permitieron salir libre? ¿Me crees tan tonto para pensar que no sospecharía que el comprador de “felpudo” era un infiltrado? Lo único que te reconozco es que mientras abría la puerta para hacértelo pagar, jamás pensé que me encontraría con mis tres experimentos reunidos junto a ti.

            Aterrorizado más por ellas que por mí, quedé mudo mientras buscaba una salida. La situación empeoró al ver llegar a su mujer. Al observar a Natacha y a Patricia desnudas en la cama cuando solo se esperaba a Kyon, la pelirroja sonrió confirmando la última afirmación de su marido:

            ―Cariño, ¡menuda suerte tenemos! Tenemos a nuestras putitas juntas, no vamos a tener que buscarlas.

            La rusita, levantándose de la cama, quiso enfrentarse a la recién llegada:

―No soy vuestra puta.

―Por supuesto que lo eres y pienso demostrarte que eso también va por las otras dos ― soltando una carcajada, la tal Eugenia, contestó y pegando una palmada, añadió: ―Arrodillaos ante vuestros verdaderos dueños.

Los semblantes de las tres mujeres con las que había compartido una noche de caricias palidecieron al notar que les era imposible reusar esa orden y con lágrimas en los ojos, una a una fueron hincando sus rodillas ante el matrimonio. Al ver la sumisión de la rusita que había osado revolverse contra ella, quiso darle otra lección y martirizarla con el recuerdo de su captura:

―Ni siquiera tus padres te querían y por ello te vendieron.

El dolor de la rubia me hizo reaccionar:

― ¡Eso no es cierto! ¡No te compraron! Te secuestraron después de matarlos.

Que conociera con detalle el modo en que se habían hecho con ella, despertó la ira de Bañuelos:

― ¿Quién te lo ha dicho? – rugió.

Me abstuve de contestar al estar centrado en observar la triste alegría de Natacha al enterarse saber que sus progenitores habían muerto por defenderla. Al no conseguir respuesta a su pregunta, insistió dirigiendo la misma a Patricia.

―Fui yo y no lo siento. Cuando mi esposo me pidió que indagara en tus discos duros por si había algo en ellos que te llevara a la cárcel, lo hice.

Descargando un doloroso tortazo sobre ella, la mandó al suelo mientras le exigía que lo acompañara a deshacerse de las pruebas, sin reparar en que venciendo su adoctrinamiento Kyon se había levantado a defenderla. Al verla, haciéndole una seña, le pedí que volviera a sentarse. La rapidez con la que me obedeció me alertó de que sus propios maltratadores no comprendían la magnitud de su adiestramiento y que, en su caso, al haber sido completo, la oriental seguía considerándome su verdadero amo.

Con ello en mente, aproveché la ausencia de su marido para interrogar a Eugenia, a través del halago:

―Ya que sabes que leí sus expedientes, me da igual reconocer que me impactó el descubrimiento de la fórmula que las hizo convertirse en superdotadas. ¿Qué piensas hacer? ¿Te has planteado hacerlo público? ¡Te llevarías el premio nobel!

Mis palabras satisficieron el ego de la bioquímica y tras declarar que lo de menos era ese reconocimiento, confirmó lo que había leído sobre ella al decir:

―Darlo a conocer, sería de imbéciles. Queremos seguir investigando y convertirnos en dioses…― la perturbada científica no cayó en que no debía revelarme sus planes o quizás lo consideró irrelevante ya que me iban a matar: ―…en cuanto consiga mejorar el compuesto, lo usaremos mi marido y yo en nosotros para hacernos dueños del mundo. Nada ni nadie podrá pararnos porque para nosotros el resto de la humanidad serán monos y haremos de ellos, nuestros esclavos.

Deseando que continuara, contesté:

―A ti dudo que te haga falta. Tengo claro que tu cerebro es prodigioso.

Henchida por lo que acababa de oír, no dudó en seguir confesando:

―Me alegro que reconozcas mi genio y eso que no sabes que, en mi bolsillo, llevo la última mejora que he desarrollado.

― ¿Tan potente es? ― pregunté.

―Por las pruebas que he hecho en cobayas, es la definitiva. Los roedores que han sido inoculados han desarrollado por cien su inteligencia.

― ¿Lo habéis probado en humanos? ― insistí recordando cuál era el fin último de sus investigaciones.

―Sí y el éxito ha sido total, aunque nos hemos tenido que desprender de nuestras conejillas de indias al demostrar que eran capaces de leer nuestros pensamientos― declaró reconociendo nuevos asesinatos.

Mi indignación creció a límites insoportables y eso me hizo echarle en cara el que una de ellas hubiese sido su propia hija. Su ausencia de escrúpulos nuevamente quedó patente cuando vanagloriándose de su actuación contestó:

―Cuando crezca, María no se podrá quejar cuando compruebe que está un escalón por encima del resto de los hombres. Ya que la fórmula que la inyectamos no es ésta, su lugar será darnos un heredero que continúe nuestra obra― señaló sacando, con la mano que no llevaba la pistola, una jeringuilla lista para ser usada.

La certeza de que no tardarían en usarla con ellos, me hizo preguntar por qué teniéndola se habían arriesgado viniendo a mi casa.

―Teníamos que borrar cualquier rastro que nos señalara. Cuando nuestros contactos en la policía nos informaron que felpudo estaba en tu casa, decidimos acercarnos, ya que así mataríamos dos pájaros de un tiro. Nos vengaríamos de ti mientras acabábamos con ella.

De reojo, observé a Kyon a punto de saltar y asumiendo que el matrimonio debía estar al completo antes de intentar rebelarnos, le hice una seña para que se quedara quieta. Nuestra espera fue corta. A los pocos minutos y acompañado de Patricia, que no paraba de llorar, apareció Isidro con mi computadora bajo el brazo.

―Ya tengo las pruebas que consiguieron reunir― afirmó.

Me alegro oírlo y esperanzado pensé que de salir todo mal, todos los datos de sus crímenes serían hallados por la policía cuando abrieran la caja fuerte donde había dejado el USB a buen resguardo. La científica que no era tonta, tomando de la melena a la morena, le preguntó:

― ¿Tienes otra copia?

Al haber efectuado la pregunta de esa forma, mi nueva esposa pudo falsear la verdad:

―Señora, puedo jurarle que no dispongo de otra.

Mi corazón dio un salto de alegría al comprobar que a pesar del lavado de cerebro la morena mantenía cierta independencia y había sido capaz de ocultar que me había dado esa memoria.

«Bien hecho, preciosa», pensé para mí busqué el momento ideal para saltar sobre ellos.

El matrimonio no puso en duda esa afirmación al venir de alguien que consideraban sometido y viendo en mí al único del que desconfiar, decidieron que fuera yo el primero al que matar:

―Acabemos ya― poniendo la pistola en mi sien comentó, Bañuelos.

Antes de que disparara, pregunté si podía despedirme de mis esposas. El cretino se descojonó e involuntariamente dejó de apuntarme mientras me daba permiso:

―Quiero que sepáis que os amo― dije dirigiéndome a Patricia y a Natacha, para acto seguido, girarme hacia la oriental: ―Kyon, mi dulce ruiseñor, quiero que sepas también te quiero y que… Isidro y Eugenia son mis enemigos.

Su maltratador comprendió mis intenciones, pero confiando en su sumisión no la vio llegar cuando de pronto usando las dos manos le rompió el cuello.  Con su marido agonizando o muerto, la mujer intentó tomarme como rehén poniendo su arma en mi cabeza, pero revolviéndome la tiré al suelo. Una vez ahí, la sumisa no tuvo piedad de ella y la mató mientras mis dos esposas miraban horrorizadas hacia mí.

― ¿Qué os pasa? ― pregunté al ver sus caras.

Natacha fue la que contestó:

―Tu cuello.

Al tocármelo descubrí que tenía clavada la jeringuilla.

―Me ha inoculado― grité mientras la habitación se nublaba…

Durante una semana, me debatí enfermo. Mis altas temperaturas y el sufrimiento que padecí les hizo temer mi muerte y en el hospital se turnaron entre ellas para que, de llegar mi fallecimiento, no muriera solo como un perro. En mi agonía, la imagen de mi adorada rubia, la de mi amada negra y de mi fiel oriental se mezclaron con la de una chiquilla que usando una esponja me lavaba la frente pidiendo a “diosito” que su nuevo papá no muriera. En mi mente, escuchaba sus lloros a la lejanía sin que pudiera reconocer quien sollozaba y así fue hasta que un lunes, conseguí abrir los ojos.

― ¿No me vas a preparar nada de desayunar? Tengo hambre― comenté a mi ruiseñor que permanecía dormido en el sofá del cuarto.

Al escuchar mi voz, Kyon creyó que era un sueño.

―Soy difícil de matar― sonreí viendo Tal era mi enfermedad que creí 

Sin poder contener su alegría, me besó y empezó a llamar a gritos al resto de la familia. Al estar en el pasillo, Patricia y Natacha tardaron apenas unos segundos en llegar en compañía de la criatura que había visto en sueños. Sus besos y abrazos no impidieron que me diera cuenta de que no me la habían presentado, pero sabiendo quién era al haberla reconocido como la hija de Bañuelos no hizo falta.

«La pobre es María», me dije compadeciéndome al saber no solo que sus padres habían muerto, sino que quien los había ejecutado había sido yo.

―No te preocupes. Antes era huérfana, ahora no. ¡Tú vas a ser mi padre! ― escuché que sin mover los labios me decía.

El cariño de tal afirmación y que me llegara directa a mente, me hizo girar y mirándola a los ojos, me pregunté si lo había imaginado.

―No, papá. He sido yo― con una sonrisa de oreja a oreja, respondió.

― ¿Eres telépata? – insistí sin usar la voz.

―Ambos lo somos.

Inconscientemente, me pregunté cómo era posible que Isidro y su mujer nunca se hubiesen dado cuenta del rotundo éxito que habían tenido con su retoño.

 ―Eran malos y nunca se lo dije― no dando importancia, contestó.

― ¿Entonces por qué me lo dices a mí?

Sonriendo mientras se acercaba y tomaba mi mano, respondió sin emitir sonido alguno:

―Mientras te cuidaba, vi que eras bueno y decidí adoptarte

Mientras ajenas a que estábamos conversando, Patricia se abrazaba a las otras dos, pedí a mi niña que se subiera sobre mí.

―Háblame. Quiero oír tu voz, mi pequeña.

 ―Te quiero, papá― contestó mientras mandaba a mi cerebro que se había ocupado de saltarse todos los trámites y que solo faltaba mi firma para ser legalmente mi hija.

Riendo, la abracé convencido que bajo el cuidado de alguien que la quisiera la indudable inteligencia de esa niña podía hacer mucho bien.

―Juntos haremos un lugar mejor de este mundo. Pero ni siquiera podemos decírselo a mis tres madres, no entenderían en lo que nos hemos convertido―me soltó por el cauce al que todavía no me había acostumbrado.

― ¿Qué somos?

―La que me engendró ya te lo dijo… comparándonos con el resto de la humanidad… ¡somos dioses!

************* FIN *************

Relato erótico: “El profesor le rompe el culo a su alumno” (PUBLICADO POR SERGIOTV)

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Mi nombre es Manuel y tengo 20 años lo que os voy a contar ocurrió cuando iba al instituto.

Un día cualquiera después de clase siempre iba al baño a mansturbarme pero ese día me pillo mi profe

de educación física jorge el cual me dijo:

-Jorge:Que se supone que haces manuel.

-Manuel: Nada profesor.

-Jorge:Mentira te estas mansturbando a si que tengo que castigarte.

En ese momento jorge con las cuerdas que tenia en la mano me ata por las manos al lava manos y se baja

los pantalones y me hace chuparle la polla y entonce me dice:

-Jorge:Te gusta e pues esta polla mía te va a penetrar todo tu culo.

-Manuel: No profe no .

-Jorge:Si manuel si te boy a penetrar.

En ese momento y sin prebio aviso me baja los pantalones y me penetra salvaje mente y seguidamente

durante 30 minutos asta que se corre .

Después de eso se viste y me amenaza con hacerme daño si lo cuento a si que no lo cuento

y cada uno sigue por su lado y así es la historia de como me violaron mi culito.

fin.


“Herederas de antiguos imperios” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Durante milenios, las antiguas familias reinantes han sido presa de una maldición. A pesar de tener un poder mental con el que edificaron imperios, sus miembros una y otra vez caían en manos de la peble, que recelosa de su autoridad se rebelaba contra la tiranía.
Gonzalo de Trastámara, descendiente del último rey godo, descubre su destino trágicamente. La muerte de su primera amante en manos de hombres celosos de su poder, le hace saber que el poder conlleva riesgos y cuando todavía no ha conseguido hacerse a la idea, le informan que debe reunir bajo su autoridad al resto de las antiguas casas reinantes.
En este libro, se narra la búsqueda de las herederas de esos imperios y cómo consigue que formen parte de su harén.

MÁS DE 235 PÁGINAS DE ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

Capítulo 1: El despertar

No sé si deseo que las generaciones venideras conozcan mi verdadera vida o por el contrario se sigan creyendo la versión oficial tantas veces manida y que no es más que un conjunto de inexactitudes cercanas a la leyenda. Pero he sido incapaz de contrariar los deseos de mi hija Gaia. Su ruego es la única razón por la que me he tomado la molestia de plasmar por escrito mis vivencias. El uso que ella haga de mis palabras ni me incumbe ni me preocupa.

Para que se entienda mi historia, tengo que empezar a relatar mis experiencias a partir de un suceso que ocurrió hace más de sesenta años. Durante una calurosa tarde de verano, estaba leyendo un libro cualquiera cuando la criada me informó que mi padre, Don Manuel, le había ordenado que fuera a buscarme para decirme que tenía que ir a verle. Todavía después de tanto tiempo, me acuerdo como si fuera ayer. Ese día cumplía dieciséis años por lo que esperaba un regalo y corriendo, fui a su encuentro.

― Hijo, siéntate. Necesito hablar contigo― dijo mi padre.

Debía de ser muy importante para que, por primera vez en su vida, se dignara a tener una charla conmigo. Asustado, me senté en uno de los sillones de su despacho. Mi padre era el presidente de un conglomerado de empresas con intereses en todos los sectores. La gente decía de él que era un genio de las finanzas pero, para mí, no era más que el tipo que dormía con Mamá y que pagaba mis estudios, ya que jamás me había regalado ninguna muestra de cariño, siempre estaba ocupado. Había semanas y meses en los que ni siquiera le veía.

― ¿Cómo te va en el colegio?― fueron las palabras que utilizó para romper el hielo.

― Bien, Papá, ya sabes que soy el primero de la clase― en ese momento dudé de mis palabras, por que estaba convencido que nunca había tenido en sus manos ni una sola de mis notas.

― Pero, ¿Estudias?― una pregunta tan absurda me destanteó, debía de tener trampa, por lo que antes de responderla, me tomé unos momentos para hacerlo, lo que le permitió seguir hablando ― Debes de ser el delegado, el capitán del equipo y hasta el chico que más éxito tiene, ¡me lo imaginaba! y lo peor es que ¡me lo temía!

Si antes estaba asustado, en ese momento estaba confuso por su afirmación, no solo no estaba orgulloso por mis resultados sino que le jodía que lo hiciera sin esfuerzo.

― ¿Hubieras preferido tener un hijo tonto?― le solté con mi orgullo herido.

― Sí, hijo― en sus mejillas corrían dos lágrimas― porque hubiese significado que estabas libre de nuestra tara.

― ¿Tara?, no sé a qué te refieres― si no hubiese sido por el terror que tenía a su figura y por la tristeza que vi en sus ojos, hubiera salido corriendo de la habitación.

― ¡Te comprendo!, hace muchos años tuve ésta misma conversación con tu abuela. Es más, creo que estaba sentado en ese mismo sillón cuando me explicó la maldición de nuestra familia.

Mi falta de respuesta le animó a seguir y, así, sin dar tiempo a que me preparara, me contó como nuestra familia descendía de Don Rodrigo, el último rey godo y de doña Wilfrida, una francesa con fama de bruja; que durante generaciones y generaciones nunca había sufrido la pobreza; que siempre durante más de mil trescientos años habíamos sido ricos, pero que jamás había vuelto a haber más de un hijo con nuestros genes y que siempre que alguno de nuestros antepasados había obtenido el poder, había sido un rotundo error que se había saldado con miles de muertos.

― Eso ya lo sabía― le repliqué. Desde niño me habían contado la historia, me habían hablado de Torquemada y otros antepasados de infausto recuerdo.

― Pero lo que no sabes es el porqué, la razón por la que nunca hemos caído en la pobreza, el motivo por el que no debemos mezclarnos en asuntos de estado, la causa por la cual somos incapaces de engendrar una gran prole―

― No― tuve que reconocer muy a mi pesar.

― Por nuestra culpa, o mejor dicho por culpa de Wilfidra, los árabes tomaron la península. Cuando se casó, al ver el escaso predicamento del rey con los nobles y que estos desobedecían continuamente los mandatos reales, supuestamente, hizo un pacto con el diablo, el cual evitaba que nadie pudiera llevar la contraria a Don Rodrigo. Como todo pacto con el maligno, tenía trampa. Individualmente fue cierto, ninguno de los nobles fue capaz de levantarse contra él pero, como la historia demostró, nada pudo hacer contra una acción coordinada de todos ellos. Durante años, el Rey ejerció un mandato abusivo hasta que sus súbditos, molestos con él, llamaron a los musulmanes para quitárselo de encima. Eso significó su fin.Tomó aire, antes de seguir narrándome nuestra maldición. ―Esa tara se ha heredado de padres a hijos durante generaciones. Yo la tengo y esperaba que tú no la hubieras adquirido.

― Pero, Papá, partiendo de que me es difícil de aceptar eso del pacto con el maligno, de ser cierto, eso no es una tara, es una bendición― contesté, ignorante del verdadero significado de mis palabras.

― La razón por la que tenemos esa tara es irrelevante, da lo mismo que sea por una alianza de sangre o por una mutación. Lo importante es el hecho en sí. Cuando uno adquiere un poder, debe también asumir sus consecuencias. Jamás tendrás un amigo, serán meros servidores, nunca sabrás si la mujer de la que te enamores te ama o solo te obedece y si abusas de él, tendrás una muerte horrible en manos de la masa. Recuerda que de los antepasados que conocemos más de la mitad han muerto violentamente. Por eso, le llamo Tara. El tener esa herencia te condena a una vida solitaria y te abre la posibilidad de morir asesinado.

― ¡No te creo!― le grité aterrorizado por la sentencia que había emitido contra mí, su propio hijo.

― Te comprendo― me contestó con una tristeza infinita. ― Pero si no me crees, ¡haz la prueba! Busca a alguien como conejillo de indias y mentalmente oblígale a hacer la cosa más inverosímil que se te ocurra. Ten cuidado al hacerlo, porque recordará lo que ha hecho y si advierte que tú fuiste el causante, puede que te odie por ello.

Y poniendo su mano en mi hombro, me susurró al oído:

― Una vez lo hayas comprobado, vuelve conmigo para que te explique cómo y cuándo debes usarlo.

Pensé que no hacía nada en esa habitación con ese ser despreciable que me había engendrado y como el niño que era, me fui a mi cuarto a llorar la desgracia de tener un padre así. Encerrado, me desahogué durante horas.

« Tiene que ser mentira, debe de haber otra explicación», pensé mientras me calmaba. Supe que no me quedaba otra, que hacer esa dichosa prueba aunque estuviera condenada al fracaso. No había otro método de desenmascarar las mentiras de mi viejo. Por eso y quizás también por que las hormonas empezaban a acumularse en mi sangre debido a la edad, cuando entró Isabel, la criada, a abrir la cama, decidí que ella iba a ser el objeto de mi experimento.

La muchacha, recién llegada a nuestra casa, era la típica campesina de treinta años, con grandes pechos y rosadas mejillas, producto de la sana comida del campo. Por lo que sabía, no tenía novio y los pocos momentos de esparcimiento que tenía los dedicaba a ayudar al cura del pueblo en el asilo. Tenía que pensar que serviría como confirmación inequívoca de que tenía ese poder, no bastaba con que me enseñara las bragas, debía de ser algo que chocara directamente con su moral pero que no pudiera relacionarme con ello, decidí acordándome de la advertencia de mi padre. Hiciera lo que hiciese, al recordarlo no debía de ser yo el objeto de sus iras.

Fue durante la cena cuando se me ocurrió como comprobarlo. Isabel, al servirme la sopa, se inclinó dejándome disfrutar no sólo del canalillo que formaba la unión de sus tetas, sino que tímidamente me mostró el inicio de sus pezones. Mi calentura de adolescente decidió que debía ser algo relacionado con sus pechos. Por suerte, esos días había venido a vernos el holgazán de mi primo Sebas, hijo del hermano de mi madre, un cretino que se creía descendiente de la pata del caballo del Cid y que se vanagloriaba en que jamás le pondría la mano encima a una mujer de clase baja. En cambio Ana, su novia era una preciosidad, dieciocho años, alta, guapa e inteligente. Nunca he llegado a comprender como podía haberse enamorado de semejante patán. Sonriendo pensé que, de resultar, iba a matar dos pájaros de un tiro: por una parte iba a comprobar mis poderes y por la otra iba a castigar la insolencia de mi querido pariente. Esperé pacientemente mi oportunidad. No debía de acelerarme porque cuando hiciera la prueba, debía de sacar el mayor beneficio posible con el mínimo riesgo personal.

Fue el propio Sebastián, quien me lo puso en bandeja. Después de cenar, como ese capullo quiso echar un billar, bajamos al sótano donde estaba la sala de juegos. Ana María se quedó con mis padres, viendo la televisión.

Durante toda la partida, mi querido primo no paró de meterse conmigo llamándome renacuajo, quejándose de lo mal que jugaba. Era insoportable, un verdadero idiota del que dudaba que siendo tan imbécil pudiera compartir algo de mi sangre. El colmo fue cuando habiéndome ganado por enésima vez, me ordenó que le pidiera una copa. Cabreado, subí a la cocina donde me encontré a Isabel. Decidí que era el momento y mientras de mi boca, esa mujer solo pudo oír como amablemente le pedía que le llevara un whisky a mi primo, mentalmente la induje a pensar que Sebas era un hombre irresistible y que con solo el roce de su mano o su voz al hablarle, le haría enloquecer y no podría parar hasta que sus labios la besasen.

Ya no me podía echar para atrás. No sabía si mi plan tendría resultado, pero previendo una remota posibilidad de éxito, me entretuve durante cinco minutos y después entrando en la tele, le dije a Ana que su novio la llamaba por lo que, junto a ella, bajé por las escaleras.

La escena que nos encontramos al abrir la puerta, no pudo ser una prueba más convincente de que había funcionado a la perfección. Sobre la mesa, mi queridísimo primo besaba los pechos de la criada mientras intentaba bajarse los pantalones con la clara intención de beneficiársela.

Su novia no se lo podía creer y durante unos segundos, se quedó paralizada sin saber qué hacer, tiempo que Isabel aprovechó para taparse y bajar del billar. Pero luego, Ana explotó y como una loca desquiciada se fue directamente contra Sebastián, tirándole de los escasos pelos que todavía quedaban en su cabeza. Mi pobre y sorprendido primo solamente le quedó intentar tranquilizar a la bestia en que se había convertido la que parecía una dulce e inocente muchacha.

Todo era un maremágnum de gritos y lloros. El escándalo debía de poderse oír en el piso de arriba, por lo que decidí que tenía que hacer algo y cerrando la puerta de la habitación, les grité pidiendo silencio.

No puedo asegurar si hicieron caso a mi grito o a una orden inconsciente pero el hecho real es que los tres se callaron y expectantes me miraron:

― ¡Sebas!, vístete. Y tú, Isabel, será mejor que te vayas a la cocina― la muchacha vio una liberación en la huída por lo que rápidamente me obedeció sin protestar― Ana María, lo que ha hecho mi primo es una vergüenza pero mis padres no tienen la culpa de su comportamiento, te pido que te tranquilices.

― Tienes razón― me contestó, ―pero dile que se vaya, no quiero ni verlo.

No tuve que decírselo ya que, antes de que su novia terminara de hablar, el valeroso hidalgo español salía por la puerta con el rabo entre las piernas. Siempre había sido un cobarde y entonces, no fue menos. Debió de pensar que lo más prudente era el escapar y que posteriormente tendría tiempo de arreglar la bronca en la que sus hormonas le habían metido.

― ¡No me puedo creer lo que ha hecho!― me dijo su novia, justo antes de echarse a llorar.

Todavía en aquel entonces, seguía siendo un crío y su tristeza se me contagió por lo que, al abrazarla intentando el animarla, me puse a sollozar a su lado. No sé si fue por ella o por mí. Había confirmado la maldición de mi familia y por lo tanto la mía misma.

― ¿Por qué lloras?― me preguntó.

― Me da pena cómo te ha tratado, si yo tuviera una novia tan guapa como tú, jamás le pondría los cuernos― le respondí sin confesarle mi responsabilidad en ese asunto, porque solo tenía culpa del comportamiento de Isabel ya que no tenía nada que ver con la calentura de Sebas.

― ¡Qué dulce eres!, Ojalá tu primo fuera la mitad que tú― me dijo, dándome un beso en la mejilla.

Al besarme, su perfume me impactó. Era el olor a mujer joven, a mujer inexperta que deseaba descubrir su propia sensualidad. Sentí como mi entrepierna adquiría vida propia, exaltando la belleza de Ana María, pero provocando también mi vergüenza. Al notarlo ella, no hizo ningún comentario. Cuando me separé de ella, acomplejado de mi pene erecto, solo su cara reflejó una sorpresa inicial pero, tras breves instantes, me regaló una mirada cómplice que no supe interpretar en ese momento. De haberme quedado, seguramente lo hubiese descubierto entonces pero mi propia juventud me indujo a dejarla sola.

Aterrorizado por las consecuencias de mis actos, busqué a Isabel para evitar que confesara. Ya lo había pactado con Ana, nadie se debía de enterar de lo sucedido por lo que su puesto en mi casa no corría peligro. La encontré en el lavadero, llorando sentada en un taburete entre montones de ropa sucia.

―Isabel, ¿puedo hablar contigo?― pregunté.

―Claro, Gonzalo― me contestó sollozando.

Sentándome a su lado, le expliqué que la novia de mi primo me había asegurado que no iba a montar ningún escándalo. Debía dejar de llorar porque sólo sus lágrimas podían ser la causa de que nos descubrieran. Surgieron efecto mis palabras, logré calmar a la pobre criada pero aún necesitaba saber si realmente yo había sido la causa de todo y por eso, para asegurarme, le pregunté que le había ocurrido.

― No sé qué ha pasado pero, al darle la copa a su primo, de pronto algo en mi interior hizo que me excitara, deseándole. No comprendo porque me abrí dos botones, insinuándome como una puta. Don Sebas, al verme, empezó a besarme. Lo demás ya lo sabes. Es alucinante, con solo recordarlo se me han vuelto a poner duros.

― ¿El qué?― pregunté inocentemente.

―Los pechos― me contestó, acariciándoselos sin darse cuenta.

― ¿Me los dejas ver?― más interesado que excitado―nunca se los he visto a una mujer.

Un poco cortada se subió la camisa dejándome ver unos pechos grandes y duros, con unos grandes pezones que ya estaban erizados antes de que, sin pedirle permiso, se los tocara. Ella al sentir mis dedos jugando con sus senos, suspiró diciéndome:

―No sigas que sigo estando muy cachonda.

Pero ya era tarde, mi boca se había apoderado de uno mientras que con mi mano izquierda seguía apretando el otro.

―¡Qué rico!― me susurró al oído, al sentir cómo mi lengua jugaba con ellos.

Esa reacción me calentó y seguí chupando, mamando de sus fuentes, mientras mi otra mano se deslizaba por su trasero.

―Tócame aquí― me dijo poniendo mi mano en su vulva.

La humedad de la misma, en mi palma, me sorprendió. No sabía que las mujeres cuando se excitaban, tenían flujo, por lo que le pregunté si se había meado.

― ¡No!, tonto, es que me has puesto bruta.

Viendo mi ignorancia no pudo aguantarse y me preguntó si nunca me había magreado con una amiga. No tuve ni que contestarla, mi expresión le dijo todo.

― Ósea, ¡Qué eres virgen!

La certidumbre que podía ser la primera, hizo que perdiera todos los papeles y tumbándome sobre la colada, cerró la puerta con llave no fueran a descubrirnos. Yo no sabía que iba a pasar pero no me importaba, todo era novedad y quería conocer que se me avecinaba. Nada más atrancar la puerta, coquetamente, se fue desnudando bajo mi atónita mirada. Primero se quitó la blusa y el sujetador, acostándose a mi lado. Y poniendo voz sensual, me pidió que la despojase de la falda y la braga. Obedecí encantando. No en vano no era más que un muchacho inexperto y eso me daba la oportunidad de aprender como se hacía. Ya desnuda, me bajó los pantalones y abriéndose de piernas, me mostró su peludo sexo. Mientras me explicaba las funciones de su clítoris, me animó a tocarlo.

En cuento lo toqué, el olor a hembra insatisfecha me llenó la nariz de sensaciones nuevas y mi pene totalmente erecto me pidió que lo liberara de su encierro. Ella adelantándose a mis deseos, lo sacó de mis calzoncillos y dirigiéndolo a su monte, me pidió que lo cogiera con mi mano y que usando mi capullo, jugara con el botón que me había mostrado.

Siguiendo sus instrucciones, agarré mi extensión y, como si de un pincel se tratara, comencé a dibujar mi nombre sobre ella.

― ¡Así!, ¡Sigue así!― me decía en voz baja mientras pellizcaba sin piedad sus pezones.

Más seguro de mí mismo, separé sus labios para facilitar mis maniobras y con el glande recorrí todo su sexo teniendo los gemidos de placer de la muchacha como música de fondo. Nunca lo había tenido tan duro y, asustado, le pregunté si eso era normal.

― No, ¡lo tienes enorme para tu edad!― me contestó entre jadeos, ―vas a ser una máquina de mayor pero continua ¡así!, que me vuelve loca.

En el colegio, un amigo me había enseñado unas fotos, donde un hombre poseía a una mujer por lo que cuando mi pene se encontró con la entrada de su cueva, supe que hacer y de un solo golpe, se lo introduje entero.

+―¡Ahh!― gritó al sentir como la llenaba.

Sus piernas me abrazaron, obligándome a profundizar en mi penetración. Cuando notó como la cabeza de mi sexo había chocado contra la pared de su vagina, me ordenó que comenzara a moverme despacio incrementando poco a poco mi ritmo. Era un buen alumno, fui sacando y metiendo mi miembro muy lentamente, de forma que pude distinguir como cada uno de los pliegues de sus labios rozaban contra mi falo y cómo el flujo que emanaba de su coño iba facilitando, cada vez más, mis arremetidas. Viendo la facilidad con la que éste entraba, mi creciente confianza me permitió acelerar la velocidad de mis movimientos mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.

Isabel, ya completamente fuera de sí, me pedía que la besara los pezones pero que sin dejar de penetrarla cada vez más rápido. Era una gozada verla disfrutar, oír como con su respiración agitada me pedía más y como su cuerpo, como bailando, se unía al mío en una danza de fertilidad.

― Soy una guarra― me soltó cuando, desde lo más profundo de su ser, un incendio se apoderó de ella, ―pero me encanta. Cambiando de posición, se puso de rodillas y dándome la espalda, se lo introdujo lentamente.

La postura me permitió agarrarle los pechos y usándolos de apoyo, empecé a cabalgar en ella. Era como montar un yegua. Gracias a que en eso si tenía experiencia, nuestros cuerpos se acomodaron al ritmo. Yo era el jinete y ella mi montura, por lo que me pareció de lo más normal el azuzarla con mis manos, golpeando sus nalgas. Respondió como respondería una potra, su lento cabalgar se convirtió en un galope. Mis huevos rebotaban contra su cada vez más mojado sexo obligándome a continuar.

― Pégame más, castígame por lo que he hecho― me decía y yo le hacía caso, azotando su trasero.

Estaba desbocada, el esfuerzo de su carrera le cortaba la respiración. El sudor empapaba su cuerpo cuando como un volcán, su cueva empezó a emanar una enorme cantidad de magma mientras ella se retorcía de placer, gritando obscenidades. Mi falta de conocimiento me hizo parar por no saber qué ocurría, pero mi criada me exigió que continuara. Gritó que no la podía dejar así. Sus movimientos, la calidez de su sexo mojado sobre mi pene y sobretodo sus gritos, provocaron que me corriera. Una rara tensión se adueñó de mi cuerpo y antes que me diera cuenta de lo que ocurría, exploté en sus entrañas llenándolas de semen. Desplomado del cansancio caí sobre ella. Ya sabía lo que era estar con una mujer y por vez primera, había experimentado lo que significaba un orgasmo.
Tras descansar unos minutos a su lado, Isabel me obligó a vestir. Alguien podía llamarnos y no quería que nos descubrieran. Me dio un beso antes de despedirse con una frase que me elevó el ánimo:

― ¡Joder con el niño!, vete rápido, que si te quedas te vuelvo a violar.

Salí del lavadero y sin hacer ruido, me fui hacia mi cuarto. No quería encontrarme con nadie ya que, solo con observar el rubor de mis mejillas, hasta el más idiota de los mortales hubiese descubierto a la primera que es lo que me había pasado. Ya en el baño de mi habitación, me despojé de mi ropa, poniéndome el pijama. No podía dejar de analizar lo ocurrido, mientras me lavaba los dientes:

« El viejo tenía razón. Algo ha ocurrido, conozco a Isabel desde hace seis meses y nunca se ha comportado como una perra en celo». Lo que no comprendía era el miedo que mi padre tenía a ese poder. Para mí, seguía sin ser una tara, era una bendición. Y pensaba seguir practicando.

No me había dado cuenta lo cansado que estaba hasta que me metí en la cama. No llevaba más de un minuto con la cabeza en la almohada cuando me quedé dormido. Fue un sueño agitado, me venían una sucesión de imágenes de violencia y muerte. En todas ellas, un antepasado mío era el protagonista y curiosamente la secuencia que más se repetía era la vida de Lope de Aguirre, con su mezcla de locura y grandeza. Coincidiendo con su ajusticiamiento, creo que interpreté el sonido de mi puerta al abrirse como el ruido del hacha al caer sobre su cuello, desperté sobresaltado.

― Tranquilo, soy yo― me decía Ana acercándose a mi cama.

― ¡Qué susto me has dado!― le contesté todavía agitado.

― Quiero hablar contigo― me dijo.

Tenía la piel de gallina por el miedo de la decisión que había tomado pero yo en mi ingenua niñez pensé que, como venía en camisón, tenía frío por lo que le dije que se metiera entre mis sabanas para entrar en calor. La novia de mi primo no se hizo de rogar y huyendo de la fría noche, se metió en la cama conmigo. La abracé frotándole los brazos, buscando que su sangre fluyera calentándola. Lo que no sabía es que ella quería que la calentara pero de otra forma. Fue de ella la iniciativa y cogiendo mi cabeza entre sus manos, me besó en la boca y abriendo mis labios, su lengua jugó con la mía. Estuvimos unos minutos solo besándonos, mientras mi herramienta empezaba a despertar, ella al sentirlo se pegó más a mí, disfrutando de su contacto en su entrepierna.

― ¿Y esto?― le pregunté, alucinado por mi suerte.

― Sebastián no merece ser el primero― me contestó sin añadir nada más, pero con delicadeza empezó a desbrochar los botones de mi pijama.

Me dejé hacer, la niña de mis sueños me estaba desnudando sin saber el porqué. Cuando terminó de despojarme de la parte de arriba, se sentó en el colchón y sensualmente me preguntó si quería que ella me enseñara sus pechos. Tuve que controlarme para no saltar encima de ellos desgarrándole el camisón, el deseo todavía no había conseguido dominarme. Le contesté que no, que quería yo hacerlo. Con la tranquilidad de la experiencia que me había dado Isabel retiré los tirantes de sus hombros, dejando caer el camisón. Eran unos pechos preciosos, pequeños, delicados, con dos rosados pezones, que me gritaban que los besara.

― ¿Estás segura?― le pregunté, arrepintiéndome antes de terminar.

Por fortuna, si no nunca me hubiera perdonado mi estupidez, me contestó que sí, que confiaba en mí. Ana no era como mi criada. Todo en ella me pedía precaución, no quería asustarla por lo que como si estuviera jugando, mis manos empezaron a acariciar sus senos, con mis dedos rozando sus aureolas mientras la besaba. Mis besos se fueron haciendo más posesivos a la par que su entrega. Observando que estaba lista, mi lengua fue bajando por el cuello y por los hombros hacia su objetivo. Al tener su pecho derecho al alcance de mi boca, soplé despacio sobre su pezón antes de tocarlo. Su reacción fue instantánea. Como si le hubiese dado vergüenza, su aureola se contrajo de manera que cuando mi lengua se apoderó de él, ya estaba duro. Me entretuve saboreándolo, oyendo como su dueña suspiraba por la experiencia.

Pero fue cuando al repetir la operación en el otro, los débiles suspiros se convirtieron en gemidos de deseo. Era lo que estaba esperando, con cuidado la tumbé sobre la colcha y tal como había aprendido le quité el camisón. Al levantarle las piernas, me encontré con una tanga de encaje que nada tenía que ver con la basta braga de algodón de Isabel.

Me recreé, unos momentos, disfrutando con mi mirada de su cuerpo. Era mucho más atractivo de lo que me había imaginado el día que me la presentó mi primito. Su juventud y su belleza se notaban en la firmeza de sus formas. La brevedad de su pecho estaba en perfecta sintonía con las curvas de su cadera y la longitud de sus piernas.

Ella sabiéndose observada me preguntó:

―¿Te gusta lo que ves?

Como única respuesta, me tumbé a su lado acariciándola ya sin disimulo, mientras ella se estiraba en la cama ansiosa de ser tocada. Mi boca volvió a besar sus pechos pero, esta vez, no se detuvo ahí sino que, bajando por su piel, bordeó su ombligo para encontrarse a las puertas de su tanga. Hablando sola sin esperar que le contestase, me empezó a contar que se sentía rara; que era como si algo en su interior se estuviera despertando; que no eran cosquillas lo que sentía, sino una sensación diferente y placentera.
Sin saber si me iba a rechazar, levanté sus piernas despojándola de la única prenda que todavía le quedaba, quedándome maravillado de la visión de su sexo. Perfectamente depilado en forma de triángulo, su vértice señalaba mi destino por lo que me fue más sencillo el encontrar su botón de placer con mi lengua. Si unas horas antes había utilizado mi pene, ella se merecía más e imitando las enseñanzas de Isabel, como si fuera un caramelo lo besé, jugando con él y disfrutando de su sabor agridulce de adolescente.

Ana que, en un principio se había mantenido expectante, no se podía creer lo que estaba experimentando. El deseo y el miedo a lo desconocido se fueron acumulando en su mente, a la vez que su cueva se iba anegando a golpe de caricias por lo que, gimiendo descontrolada, me suplicó que la desvirgara, que la hiciera mujer. No le hice caso, las señales que emitía su cuerpo me indicaban la cercanía de su orgasmo por lo que, sin soltar mi presa, intensifiqué mis lengüetazos pellizcando sus pezones a la vez. Por segunda ocasión en la noche, oí la explosión de una mujer pero esta vez el río que salía de su sexo inundó mi boca y como un poseso, probé de su contenido mientras ella se retorcía de placer. No quería ni debía desperdiciar una gota, lo malo es que cuanto más bebía, más manaba de su interior, por lo que prolongué sin darme cuenta cruelmente su placer ,uniendo varios clímax consecutivos hasta que, agotada, me pidió que la dejara descansar sin haber conseguido mi objetivo. De su sexo seguía brotando un manantial inacabable que mojó, por entero, las sabanas.

― ¡Dios mío!, ¡esto es mejor de lo que me había imaginado!― me dijo en cuanto se hubo repuesto.

Estaba tan radiante y tan feliz por haberse metido entre mis brazos sin que yo se lo hubiera pedido, que me preguntó si ya tenía experiencia.

― Eres la primera― le mentí, pero por la expresión de su cara supe que había hecho lo correcto. Al igual que Isabel, ninguna mujer se resiste a ser la primera.

― ¿Entonces eres virgen?― me volvió a preguntar y nuevamente la engañe, diciéndole lo que quería escuchar.

Le expliqué que me estaba reservando a una diosa y que ésta se me había aparecido esa noche bajo la apariencia de una mortal llamada Ana. Se rio de mi ocurrencia y quitándome el pantalón del pijama, me dijo que ya era hora de que dejáramos de ser unos niños. Tuve que protestar ya que, sin medir las consecuencias, tomando mi pene entre sus manos se lo dirigió a su entrada. Le explique que iba a hacerse daño y que eso era lo último que quería ya que, en mi mente infantil, me había enamorado de ella.

Refunfuñando me hizo caso, dejándome, a mí, la iniciativa. Esa noche había follado con una mujer pero, en ese momento, lo que quería y lo que estaba haciendo era el hacerle el amor a una princesa. Mi princesa. Como un caballero, la tumbé en la cama boca arriba y abriéndole las piernas, acerqué la punta de mi glande a su clítoris. Sus ojos me pedían que lo hiciera rápido pero recordé que la primera vez marcaba para siempre y por eso, introduje lentamente la cabeza de mi pene hasta que esta chocó con su himen. En ese momento, la miré pidiendo su consentimiento pero ella, sin poder esperar y forzando con sus piernas, se lo introdujo de un solo golpe.

Gritó de dolor al sentir como se rasgaba su interior. Y durante unos momentos, me quedé quieto mientras ella se acostumbraba a tenerlo dentro para posteriormente empezar a moverme muy despacio. Mientras le decía lo maravillosa que era, no deje de besarla. Ana se fue relajando paulatinamente. Su cuerpo empezaba reaccionar a mis embistes y como si se tratara de una bailarina oriental, inició una danza del vientre conmigo invadiendo su cueva. Las lágrimas iniciales se fueron transformando en sonrisa al ir notando como el deseo la poseía. Y sorprendentemente, la sonrisa se convirtió en una risa nerviosa cuando el placer la fue absorbiendo.

Puse sus piernas en mis hombros de forma que nada obstaculizara mis movimientos y ella, al sentir como toda su vagina comprimía por completo mi miembro, me pidió que continuara más rápido. Su orden fue tajante y cual autómata en sus manos, aceleré la cadencia de mis penetraciones. Ana me regalaba con un pequeño gemido cada vez que mi extensión se introducía en ella, gemidos que se fueron convirtiendo en verdaderos aullidos cuando, como un escalofrío, el placer partió de sus ingles recorriendo su cuerpo. Sentí como el flujo empapaba por enésima ocasión su sexo, envolviendo a mi miembro en un cálido baño.

― Es maravilloso― me gritó, mientras sus uñas se clavaban en mi espalda.

Sentirla gozando bajo mi cuerpo, consiguió que se me elevara todavía más mi excitación y sin poderlo evitar, me derramé en su interior mientras nuestros gritos de placer se mezclaban en la habitación. Fueron solamente unos instantes pero tan intensos que supuse que esa mujer era mi futuro.

― Te amo― le dije nada más recuperarme el aliento.

―Yo también― me dijo con su voz juvenil, ―nunca te olvidaré.

― ¿Olvidarme?, ¿no vas a ser mi novia?― le pregunté asustado por lo que significaba.

― Mi niño bonito, soy mucho mayor que tú y estoy comprometida con tu primo― me contestó con dulzura pero, a mis oídos, fue peor que la mayor de las reprimendas.

― ¡Pero creceré! y entonces seré tu marido― le contesté y sin darme cuenta hice un puchero mientras unas lágrimas infantiles anegaban mis ojos.

Ana intentó hacerme entender que debía seguir con la vida, que sus padres habían planeado pero no la quise escuchar. Al ver que no razonaba, se levantó de la cama y tras vestirse velozmente, se fue de mi habitación.

uando ya se iba le grité, llorando:

― ¡Espérame!

No me contestó. Enrabietado, lloré hasta quedarme dormido. Isabel fue la que me despertó en la mañana, abriendo las ventanas de mi cuarto. Me metí al baño como un zombi mientras la criada hacía mi cama. No me podía creer lo que había pasado esa noche, había rozado el cielo para sumergirme en el infierno.

Saliendo del baño, ya vestido, fui a mi cuarto a ponerme los zapatos. Al entrar, salía la mujer con las sabanas bajo el brazo. Por la expresión de su cara, adiviné que quería decirme algo por lo que, cogiéndola del brazo, la metí conmigo.

― ¿Qué querías?― le pregunté.

Ella, sonriendo, me contestó:

― Estás hecho una fichita, pero no te preocupes. Nadie va a saber por mi boca que has estrenado a la novia de tu primo. Yo me ocupo de lavar la sangre de las sábanas.

«¿Sangre?», pensé por un momento que era lo único que me quedaba de esa noche. No podía perderlo. Por eso, le pregunté:

―Te puedo pedir un favor― y muy avergonzado continué ― necesito quedarme un recuerdo. ¿Podrías guardar la sábana sin que nadie se entere?

Entendió por lo que estaba pasando y guiñándome un ojo, con mirada cómplice, me replicó:

―Voy a hacer algo mejor. Luego te veo― y sin decirme nada más, se fue a continuar con su trabajo.

Destrozado bajé a desayunar. En el comedor me encontré con Sebastián, que al verme dejó la taza de café que se estaba tomando y acercándose a mí, me dio un abrazo diciéndome:

― ¡Renacuajo!, eres un genio, no sé lo que le dijiste a Ana, pero no solo me ha perdonado sino que ha aceptado casarse conmigo.

Mi mundo se desmoronó en un instante. Comprendí entonces lo que mi padre quería explicarme, gracias al poder que había heredado, había desencadenado unos hechos que no pude o no supe controlar. Esa noche había gozado, pero en la mañana, como si de una enorme resaca se tratara, la realidad me golpeó en la cara. Recordé mis clases de física; a cada acción sobreviene una reacción. En mi caso, la reacción fue extremadamente dolorosa. Con dieciséis años y un día dejé de ser un niño, para convertirme en un hombre. Mi viejo tenía razón: no era una bendición, el estar dotado de esa facultad era una arma de doble filo y yo, al haberla esgrimido sin prudencia, me había cortado.

Necesitaba consejo, por eso en cuanto terminé de desayunar, me levanté de la mesa sin despedirme. En el pasillo, tropecé con Isabel. Ella me entregó un paquete que al abrirlo resultó ser un pañuelo. Reconocí la mancha que teñía la tela, era la sangre de Ana. La criada había confeccionado un pañuelo con la sábana que habíamos manchado. Le di las gracias por su detalle y guardándomelo en el bolsillo, caminé hacia el despacho de mi padre. Tocando la puerta antes de entrar, escuché como me pedía que pasara. Nada más verlo y con lágrimas en los ojos, le dije:

― Papá, ¡Tenemos que hablar!

Me estaba esperando. Tal y como había pronosticado, volvía con el rabo entre las piernas en búsqueda de su consejo:

― ¿Verdad, que duele?― no había reproches, solo comprensión. ― Hijo, dos personas entre los miles de millones de habitantes de la tierra comparten este dolor. Esos dos desgraciados somos tú y yo.

Estuvimos hablando durante horas, me fue enseñando durante meses pero necesité años para aceptar que, nada podía evitar que ese pacto firmado hacía más de trece siglos, me jodiera la vida.

Capítulo 2: El aprendizaje.

― Hijo, al igual que hicieron nuestros antepasados necesitamos un plan de trabajo con el que desarrollar tu mente. El primer paso en tu adiestramiento debe ser incrementar tu conocimiento de las técnicas de inducción mental y si para ello hay que desarrollar a la par que las sexuales, lo haremos. Es una cuestión de practicidad, piensa que mientras la obediencia obligada crea resentimiento, la dependencia por sexo no, por lo que es más seguro zambullirte en este mundo por la puerta trasera de la carne.

― Pero Papá, solo tengo dieciséis años― le contesté avergonzado.

― ¿Me vas a decir que la razón por la que vienes tan cabizbajo, no es otra que has tenido tu primera decepción?, realmente ¿te crees que no he sentido cómo has hecho uso de tu poder con Isabel?― me respondió tranquilamente sin enfadarse por el hecho que me hubiese estrenado gracias a haberle estimulado con deseo a la criada, ― O me crees tan tonto para no ver en los ojos de Ana, la certeza de haberse equivocado.

Lo sabía todo. En ese momento, supe que nuestras mentes iban a estar tan unidas que sería incapaz de engañarle u ocultarle nada. Mi padre había dejado de ser mi progenitor para pasar a ser mi maestro.

― Tu madre no debe saber nada― me ordenó.

Nadie excepto nosotros dos, debía de conocer nuestras capacidades y menos el entrenamiento con el que me iba a preparar para el futuro.

― He dado órdenes para que arreglen la casa de invitados. A partir de hoy vas a dormir y a estudiar allí, no quiero que se sepa qué clase de enseñanzas vas a recibir.

Lo que mi viejo no me dijo en ese momento, era que otra de las razones, por la que había tomado esa decisión, consistía en que debía acostumbrarme a vivir solo. Tenía que habituarme a depender únicamente de mi sentido común.

― Ahora quiero que des una vuelta por el pueblo y que te sientes en la plaza. Con la excusa de tomarte una Coca―Cola, debes observar a la gente y practicar tus poderes con ellos. Cuanto los uses, te darás cuenta que, aunque no te percatabas de ello, te han acompañado desde la cuna, solo que ahora al hacértelos presentes, estos se irán incrementando a marchas forzadas, pero ten cuidado. Sé que puedo resultar pesado pero es mi deber recordarte el peligro: debes de ser prudente.

―No te preocupes, tendré cuidado― le respondí agradecido doblemente; por una parte no me apetecía seguir en la casa y por otra, tenía verdadera necesidad de practicar mi don.

Desde niño crecí con moto. En el campo es la mejor forma de moverse y por eso desde una edad muy temprana aprendí a conducirlas. Ese año había estrenado una vespa roja de 75 cc. con la que me sentía como Rossi, el gran campeón de motociclismo. Aunque ese scooter no estaba fabricado con la idea de usarlo en campo, para mí era lo mismo y como si llevara una verdadera enduro, volé por los caminos rurales de salida de la finca.

Oropesa, un pueblo toledano bastante más grande que la pequeña aldea que bordeaba los confines de mi casa, estaba a escasos veinticinco kilómetros. La media hora que tardé en recorrerlos, me dio tiempo a meditar sobre mis siguientes pasos e incluso a disfrutar de ese paisaje duro y férreo, plagado de encinas y alcornoques, que ha sido cuna de tantos hombres tan adustos y estoicos como la tierra que les vio nacer. Qué lejanas me parecen hoy en día esas tierras abulenses limítrofes con Toledo. El Averno, la finca de mi familia, con sus montes y riachuelos son una parte amada de mis años de infancia que nunca se borrará de mi memoria. Tengo grabados cada peña, cada vereda, cada árbol de sus doscientas hectáreas. Sus gélidos inviernos y sus tórridos veranos siguen presentes incluso después de tantos años.

Ya en el pueblo, me dirigí directamente a la plaza Navarro. Allí, frente al actual ayuntamiento, estaba El rincón de Luis. La terraza estaba vacía por lo que pude elegir en que mesa sentarme. Me decidí por la más cercana a la calle para aprovechar la sombra que daba su toldo amarillo y de esa forma, apaciguar el calor de esa mañana de agosto.

― Buenos días, Gonzalo― me saludó María, la rolliza camarera. Con sus cuarenta años y más de ochenta kilos formaba parte de la plaza, casi tanto como torre mudéjar del Reloj de la Villa. ― ¿Qué quieres tomar?

Sin pensar, le pedí una cerveza. La mujer, que debía de haberse negado a servir alcohol a un menor de edad, no protestó y al cabo de tres minutos me trajo una mahou, como si eso fuese lo más normal del mundo. Ese pequeño éxito me dio moral para seguir practicando. Mi siguiente objetivo fue el dueño del mesón que estaba situado a la izquierda de la plaza. Don Sebas era famoso por su perfeccionismo militante y su estricta manera de llevar a cabo todas las rutinas de su negocio. Da igual que llueva o haga sol, a las diez de la mañana abre las sombrillas del balcón y no las cierra hasta las nueve de la noche. Sabía a ciencia cierta que si lograba que romper ese automatismo de años, habría logrado una victoria todavía más apabullante que la obtenida con Isabel.

― Don Sebastián― le grité, ―hace viento, será mejor que cierre las sombrillas, no se le vayan a volar. Ante la ausencia total de aire mi argumento era ridículo pero, en contra de sus principios, el hombre, tanteando el viento, se mojó un dedo con su saliva, asintió y empezó a bajarlas.

No me podía creer lo fácil que había resultado. Si un tipo tan estricto había cedido con premura, eso significaba que mi poder de persuasión era enorme. Contento y entusiasmado, busqué a mi próxima víctima. Los treinta grados de temperatura no me lo iban a poner sencillo. Por mucho que esa fuese una de las plazas más transitadas del pueblo, esa mañana no había nadie en sus aceras, todo el mundo debía de preferir mantenerse al abrigo del sol y sus recalcitrantes rayos. Cabreado por la espera, me bebí la cerveza de un trago y me aproximé a pagar a la barra.

Los tertulianos de la tasca, enfrascados en su habitual partida de tute ni siquiera levantaron su mirada, cuando entré.

― ¿Cuánto es?― pregunté.

María, que estaba distraída, me preguntó qué era lo que había tomado, al contestarle que una cerveza, me miró diciendo:

― Menos guasa, ¡Luis!, ¡cóbrale una coca―cola!

Así fue como aprendí otra lección. Los sujetos, objetos de inducción mental, cuando se les obliga a hacer algo que vaya contra sus principios tienden a adulterar la realidad, creando una más acorde con sus pensamientos. María se había engañado a sí misma y creía que me había servido un refresco.

Acababan de dar las doce, por lo que mi pandilla de amigos debía de estar frente a nuestro colegio. Cogiendo mi moto me dirigí hacia allá. Nada mas doblar la calle Ferial, les vi apoyados en uno de los bancos de madera. Fue Manuel, el primero en verme:

― Capi, ¿Qué haces por aquí?― me dijo usando mi mote.

Desde que íbamos a Infantil, todos los chavales de la clase me llamaban así. Pero esa vez, me sonó como si fuese la primera al percatarme que el respeto con el que me trataban, así como su continua sumisión a mis caprichos, podían ser productos nuevamente de mi poder.

Me pareció oír a mi viejo diciendo: « Jamás tendrás amigos, serán meros servidores».

La abrupta confirmación de sus palabras me dejó paralizado. Pedro, Manuel, Pepe, Jesús… esos críos a los que consideraba mis iguales, no lo eran. Eran humanos normales y entre nosotros siempre había existido y existiría una brecha infranqueable que no era otra que la tara que llevaba a cuestas mi familia durante los últimos catorce siglos.

Mi padre me había mandado al pueblo a practicar y con el corazón encogido, decidí que eso era lo que iba a hacer:

― Me aburría en la finca― le contesté quitándome el casco, ―¿y vosotros?

―Ya ves, de cháchara….

Todos me miraban como esperando mis órdenes, los largos años de roce conmigo les había acostumbrado a esperar y acatar mis deseos. No podía creer que jamás me hubiese dado cuenta. Ahora que sabía el motivo, no podía ser más cristalina su completa sumisión.

―Vamos a dar una vuelta por el castillo, a ver si nos topamos con algún turista del que reírnos.

Esa era una de nuestras travesuras más comunes. Solíamos meternos con los guiris que, en busca de historia medieval, llegaban con sus estrafalarios atuendos a esas empedradas calles. Sé lo absurdo de nuestro comportamiento, pero también tengo que reconocer que añoro ese comportamiento gamberro de mis años de niñez. La rutina siempre era la misma, esperábamos a nuestras presas a la sombra del viejo magnolio que crecía a escasos metros de la entrada de la muralla y tras observarlas, dedicarnos a mofarnos del aspecto más risible de los indefensos excursionistas. Todo acababa cuando los guardias del recinto salían en defensa de su inagotable fuente de ingresos. Tonto, pueril pero igualmente divertido e inofensivo.

Éramos cinco y contábamos con tres ciclomotores, por lo que contraviniendo las normas de tráfico, Miguel y Pedro sin casco se montaron de paquete. En una gran ciudad, cualquier policía, que nos viera de esa guisa, nos pararía para extendernos una dolorosa multa pero eso era un pueblo y los municipales eran como de nuestra familia, nos conocían y aunque no aplaudieran nuestro proceder, jamás nos detendrían por algo tan nimio.

Las calles, ese mañana entre semana, estaban desiertas, por lo que no nos cruzamos con ningún vehículo. Cuando ya estábamos próximos a nuestro destino, nos topamos con una densa humareda que salía de una vetusta casa de piedra.

― ¡Un incendio!― soltó Jesús, parando la moto en seco.

Las llamas cubrían completamente el segundo piso, saliendo enormes lenguas de fuego por las ventanas. El crepitar de la madera era ensordecedor, nada que ver con el relajante crujir de una chimenea ni con el festivo estrépito de una falla ardiendo. Desde la acera de enfrente donde prudentemente aparcamos nuestras scooters, nos convertimos en voyeurs involuntarios. El poder destructivo del fuego estaba desbocado, hipnotizando a los pocos viandantes a los que la pecaminosa curiosidad les había obligado a parar para deleitarse con la desgracia ajena. No era un fuego anónimo. Personas de carne y hueso, vecinos nuestros, estaban perdiendo sus escasas posesiones con cada llamarada. Muebles, ropa, fotos, los recuerdos de una vida, los ahorros de una mísera existencia, se estaban volatizando en humo y ceniza ante nuestros ojos. Con la fascinación de un pirómano, no podía retirar mi vista de esa desgracia. Debería haber corrido a llamar a los bomberos pero ni siquiera se me pasó por la cabeza. Algo me retenía allí. Mis pies parecían anclados al cemento de los adoquines. Necesitaba observar como el maltrecho techo empezaba a fallar y oír las tejas desmoronándose al chocar contra el asfalto.

― ¡Capi!, ¡hay alguien en la casa!― me chilló Manuel, justo cuando detrás de una oscurecidas cortinas divisé un brazo de una niña.

― ¡Mierda!, ¡Tenemos que sacarla de allí!― solté cruzando la estrecha calle.

La puerta del portal estaba cerrada. Traté infructuosamente de abrirla, lanzándome contra ella. Mi bajo peso y mi pequeña estatura no fueron suficientes para derribarla. Buscando el auxilio de mis amigos, me percaté que asustados se mantenían al lado de nuestras motos.

― ¡Necesito ayuda!― les grité pero el miedo les había paralizado.

No en vano en ese preciso instante, las teas que caían del tejado ardían a mis pies. Sacando fuerzas del terror que para entonces ya me había atenazado, les ordené que me apoyaran. Sentí el impacto de mi mente en sus cuerpos pero sin importarme las consecuencias, insistí:

―Venid a ayudarme.

El primero en reaccionar fue Jesús, el más corpulento de los cuatro y gritando como un loco se abalanzó contra la puerta, tumbándola de un golpe. No esperé a los demás, internándome en el denso humo, subí las escaleras. El calor era sofocante, cada paso era un suplicio y andando a ciegas, llamé a la niña. Nadie me contestaba, estuve a punto de desistir pero la sola idea de abandonar a una muerte segura a la dueña de ese brazo, me hizo seguir y a gatas, buscar en la habitación.

Bajo la misma ventana desde donde la vi pidiendo ayuda, se encontraba acurrucada en posición fetal. La pobre criatura se debía de haber desmayado por lo que, haciendo un esfuerzo sobre humano, la alcé entre mis brazos. Menos mal que cuando el humo, el calor y la ausencia de oxígeno flaquearon mis piernas, acudieron en mi ayuda mis cuatro amigos y entre todos, conseguimos bajarla y alejarla de las llamas. Al salir a la calle y aspirar aire puro en profundas bocanadas, escuchamos los aplausos de la ya nutrida concurrencia. Los vítores y palmadas de aliento se sucedían, mientras yo no dejaba de aborrecer esa animosidad. Minutos antes había sentido en mi mente como un cuchillo, la cobardía de toda esa gente.

« Malditos hipócritas, si llega a ser por ellos, esta niña estaría muerta», pensé sentándome al borde de la acera.

Curiosamente mis amigos se alejaron de mí, en vez de juntos disfrutar juntos de nuestra heroicidad. En sus ojos, advertí que el miedo no había desaparecido sino que continuaba creciendo en una espiral aterradora.

― ¿Qué os pasa?― pregunté, sin obtener respuesta.

La razón de esa actitud tan esquiva y rara no podía ser otra que saberse usados. Contra su voluntad, les había forzado y aunque ahora tenían el reconocimiento inmerecido de sus vecinos, no podían olvidar la violación que habían soportado y sin ser al cien por cien conscientes que el causante era yo, un resquemor cercano al odio les hacía apartarse de donde me había sentado.

«Sé prudente», las palabras de mi padre volvieron a resonar cruelmente en mis oídos, « no nos entienden y lo que no se entiende, se odia».

Enojado pero sobretodo incrédulo por tamaña injusticia, cogí mi vespa alejándome del lugar. Mi padre me estaba esperando en las escaleras de entrada. Supe que de algún modo se había enterado de mi aventura y por su cara, no estaba demasiado contento con el hecho de que su hijo se hubiese puesto voluntariamente en peligro.

―Gonzalo, me acaban de llamar de Oropesa. Era el alcalde y un agradecido padre. Por lo visto, en vez de practicar tus poderes, acabas de salvar a una niña.

Sin poder soportar su mirada, bajé mi cabeza, avergonzado. Cuando mi viejo estaba realmente encabronado, sus broncas eran duras e inmisericordes, nunca dejaba ningún resquicio sin tocar y con un afán demoledor, asolaba cualquier defensa que el autor de la afrenta intentara esgrimir en su favor. Por eso, ni intenté defenderme y esperé pacientemente que empezara a machacarme.

― ¿Cuéntame que ha pasado?

Entre todos los posibles escenarios que había previsto, el que mi padre, antes de opinar, pidiera oír mi versión, era el que menos posibilidades de hacerse realidad y por eso, y quizás también por mi inexperiencia, pensé que me había librado. Dando rienda suelta a mi ineptitud, le fui dando todos los detalles de lo que había pasado. Le hablé del incendio, del brazo pidiendo ayuda, de cómo había tenido que obligar a mis compañeros a ayudarme y su posterior rechazo. Cuando hube terminado, levanté mi mirada buscando su consuelo.

― ¡Eres idiota!, ¡En qué cabeza cabe hacer uso de tus poderes en público!, ¡Qué clase de imbécil he criado!― me gritó.

Tratando de defenderme, le repliqué que me vi obligado por las circunstancias y que de no haber obrado así, una niña hubiera muerto abrasada. No esperaba comprensión de su parte, pero tampoco su avasalladora regañina.

―Quizás si fuera humano, me sentiría orgulloso de que el insensato de mi hijo arriesgara su vida para salvar la de un inocente, pero resulta que no lo soy y la vida de una niña es insignificante en comparación con la de uno de nosotros. ¿No te das cuenta que de haber muerto, hubiese desaparecido sin remedio uno de los más grandes linajes que hayan pisado la tierra? Tu vida no te pertenece, debes crecer, madurar y procrear a tu reemplazo antes de que sea realmente tuya.

Las venas de su cuello, inflamadas hasta grotesco, no dejaban lugar a dudas, estaba cabreado.

―Y encima, no has tenido ni la precaución más elemental de pasar desapercibido. Tus cuatro amigotes saben que han sido manipulados de alguna forma. Si sigues actuando tan a la ligera, no solo te pondrás en peligro sino que pondrás a toda la casa en la mira de la plebe. Ahora, vete a comer y recapacita sobre lo que has hecho. Esta tarde deberás cambiarte al refugio, no te quiero aquí poniéndonos en peligro. Debemos extremar al máximo todas las precauciones, mientras te alecciono en tus poderes.

Mi padre me había echado de casa. Según él, allí habría menos testigos de mis meteduras de pata al estar apartado. Toda esa tarde estuve ocupado trasladándome al pequeño edificio situado en una esquina de la finca, lejos de la casa principal pero al alcance de mi padre. En el refugio, podría seguir mi evolución sin intrusos ni curiosos.

Había sido construido por mi abuelo y las malas lenguas decían que lo había hecho para que allí viviera una de sus amantes, aunque la realidad era mucho peor: su razón de ser fue la de disponer de un lugar donde cometer sus felonías. Entre sus muros, mi abuelo dio rienda a su locura y allí, docenas de mujeres murieron en sus manos hasta que mi propio padre tuvo que poner fin a ello, ingresándolo en un manicomio. Mi abuela, la verdadera portadora de nuestro gen, no pudo soportar en lo que se había convertido su marido y cogiendo una pistola, se suicidó en el salón. A raíz de todo ello, mandó reformarlo a su estado actual, un coqueto chalet de dos habitaciones, con su área de servicio.

Cuando se enteró mi madre de lo que había ordenado, se puso como una fiera. Bajo ningún concepto iba a admitir que la separaran de su hijo. Solo aceptó al ordenárselo mi padre haciendo uso de su poder. Fue la primera vez que experimenté la sensación extraña de sentir como se apoderaba de una voluntad. Mi estómago se revolvió al notar que era una muñeca en sus manos, ella nada pudo hacer y lo más increíble fue la forma tan sutil con la que le indujo a aceptarlo. Preocupada por mí, creyó obligar a mi padre a aceptar que una persona de su confianza fuera la encargada de servirme, pensando que de esa forma iba a estar al corriente de todo lo que ocurriera. Lo que no supo nunca es cómo mi viejo había influido en su elección y que sus reticencias a que Isabel fuera la elegida, no fueron más que teatro ya que había dispuesto que la criada me enseñase todo lo que debía saber sobre sexo.

Al llegar esa noche a la casa de invitados, estaba ilusionado con mi nueva vida. El traspié de esa mañana y el rapapolvo de mi viejo se me antojaban muy lejanos. Mi mente infantil no era consciente de los esfuerzos y trabajos que me tenía preparado y menos aún, de la responsabilidad intrínseca que suponía el someter a una persona. Algo parecido le ocurría a la criada. Isabel había aceptado al instante el ocuparse de mí. Veía en eso la oportunidad de su vida, creyendo que al tenerme veinticuatro horas para ella, iba a hacer conmigo su entera voluntad.

La cocina del chalet era tipo americana, con el salón―comedor incorporado, por lo que esa noche y mientras veía la televisión pude observar como cocinaba. Estaba encantada, no paró de cantar y reír, feliz por la libertad que le daba su nuevo puesto. Era la dueña y señora de la casa. No tenía que rendir cuentas a nadie. Yo por mi parte no podía dejar de mirarla, me excitaba la idea de volver a acostarme con ella. Sabía que estaba a mi alcance, que con un solo pensamiento sería mía, pero mi padre había sido muy claro en ese tema: tenía que dejar que ella fuera la que tomara la iniciativa, no debía estimularla.

Cuando la cena estuvo lista, me ordenó que me fuera a lavar las manos para cenar. Me molestó que me tratara como un crío, no en vano nadie mejor que ella sabía que el día anterior había dejado de serlo. Estuve a punto de negarme, de mandarla a la mierda, pero recordé que debía de seguir con el plan diseñado y mordiéndome un huevo, obedecí sin rechistar.

La cena estuvo deliciosa, Isabel se había esmerado para que así fuera. Nunca había podido demostrar sus dotes de cocinera en la casa de mis padres pero ahora que era ella la jefa, no desaprovechó su oportunidad, brindándonos un banquete de antología. Y digo brindándonos, porque esa noche ella tuvo el descaro de cenar conmigo en la mesa. Parecía una cita, había previsto todo. Al sacar el pescado del horno, me miró con esa expresión traviesa que ya conocía y me dijo:

― Hoy por ser una ocasión especial y si no se lo dices a tus padres, abrimos una botella de cava para celebrar tu primera noche aquí.

No me dio tiempo de contestar ya que, sin esperar mi respuesta, Isabel había descorchado uno de los mejores caldos que había en la bodega y sirviendo dos copas, brindó por los dos. El vino era nuevo para mí, nunca lo había probado, por lo que prudentemente solo tomé un poco mientras ella daba buena cuenta del resto.

La curiosidad de la mujer le indujo a preguntarme sobre los motivos que habían llevado a mi padre a mandarme allí. Ante la ausencia de una respuesta clara por mi parte, Isabel dedujo que por algún motivo mi padre se había disgustado conmigo.

―Eso debió pasar― sentencié, intentando cambiar de tema.

En el postre, el alcohol ya había hecho su efecto y, su conversación se tornó picante, pidiéndome que le diera detalles de cómo había desvirgado a la novia de mi primo. Decidí complacerla. En silencio, escuchó de mi boca, como Ana se había metido en mi cama buscando vengarse de mi primo y como siguiendo sus enseñanzas, la había desnudado. Su cara no pudo de dejar de reflejar la satisfacción que sintió cuando mintiéndole le dije que, después de haber visto su cuerpo, el de la muchacha me había parecido sin gracia.

― ¿Por qué dices que te resultó insulso?― me preguntó medio excitada por mis palabras.

― Era el cuerpo de una niña, el tuyo, en cambio, es el de una mujer― contesté dorándole la píldora. ― Tú fuiste la primera, mi maestra.

Poco a poco estaba llevándola donde quería. Sus pezones se empezaron a marcar bajo su vestido mientras, atenta, me escuchaba.

― Y teniéndola desnuda, ¿qué hiciste?―

― ¿Recuerdas cómo me enseñaste a excitar tu sexo? ¿Recuerdas cómo me dijiste que usara mi pene?― sin ningún disimulo la estaba calentando al obligarle a rememorar nuestro encuentro.

― Claro, que me acuerdo― me contestó.

Observé que, siguiendo un acto reflejo involuntario, se estaba acariciando los pechos.

― Pues usando la misma técnica, separé los labios de su sexo y usando mi lengua, me apoderé de su botón.

― ¿Le comiste allí abajo?― me preguntó alucinada por lo mucho que había aprendido su alumno.

― Sí y como me adiestraste, no paré hasta que se corrió en mi boca mientras yo pensaba en ti. Deseé que en ese instante hubiera sido el tuyo el que hubiese estado en mi boca.

Era consciente de estar mintiéndola pero al ver cómo le estaba afectando mi relato, no dejé de hacerlo. Isabel, totalmente cachonda, lo trataba de disimular cerrando sus piernas pero hacer eso, lejos de tranquilizarla al oprimir su cueva lo que estaba haciendo era excitarla aún más.

― ¿Y después?― me pidió que continuara.

Se la veía ansiosa de masturbarse y solo la vergüenza de hacerlo en frente de un niño, la paralizaba.

― No te sigo contando si no prometes hacérmela― le solté de improviso, confiando en que estuviera lo suficiente caliente para no negarse.

― ¿Hacerte qué?

― Una mamada.

― ¡Niño! ¿Estás loco? ¿Te crees que soy tu puta y que estoy dispuesta a complacerte cada vez que se te antoje?― me gritó, mientras recogía los platos, molesta por mi actitud pero creo que también por lo cerca en que había estado de caer en mi trampa.

― Tú te lo pierdes― le contesté dejándola sola y enfadado conmigo mismo subí a mi habitación, pensando en que había fallado.

Sin saber la razón, estaba acalorado. No hacía tanto temperatura esa noche por lo mejor que podía hacer era darme una ducha de agua fría. El agua helada me hizo recapacitar acerca de lo ocurrido. Me había adelantado. Si no hubiese tenido tanta prisa en experimentar que se sentía, en ese momento hubiese sido objeto de la primera felación de mi vida. Al salir de la ducha, salí congelado con la piel de gallina. Quería secarme por lo que extendí mi mano para recoger la toalla pero cual no fue mi sorpresa de encontrarme a Isabel en mitad del baño.

― Déjame que te seque me rogó con voz apenada― siento lo de antes, pero es que me pillaste en fuera de juego.

Sin decirme nada más, sus manos empezaron a secarme los hombros y la espalda. Seguía alegre por el alcohol, sus movimientos eran torpes y al llegar a mi trasero, se sentó en el suelo. No pudo reprimir darme un beso en las nalgas mientras secaba esmeradamente mi miembro. Dejándome hacer, me dio la vuelta de forma que su boca quedó a la altura de mi pene, el cual empezaba a mostrar los efectos de sus maniobras.

― Cuéntame cómo la desvirgaste― me pidió, metiéndoselo en la boca.

Por vez primera, experimenté la calidez de una lengua sobre mi sexo, la dureza de unos dientes rozando mi glande y a una mano que no fuese la mía, masturbándome. No podía negarme a complacerla por lo que, retomando el relato, le expliqué como Ana quiso que la penetrara y como la convencí en que me dejara a mí hacerlo. Incrementó su ritmo al oír mi relato. Le narré como poniéndola tumbada frente a mí, le abrí sus piernas y cogiendo mi pene entre mis manos, se lo coloqué en la entrada de la cueva sin forzarla. Isabel, sin dejar de estar atenta a mis palabras, jugando con mis huevos se los introdujo en la boca mientras su mano seguía masajeando mi extensión.

Pero fue cuando le intenté expresar con palabras lo que había sentido esa noche cuando Ana me abrazó con sus piernas lo que provoco que se rompiera ella misma el himen, Isabel, fuera de sí, llevó sus dedos a su propio sexo y frenéticamente empezó a torturárselo. No podía creer lo bruta que estaba. Sin dejar de chuparme y tocarse, me pidió con gestos que continuara. Con mi respiración entrecortada por el placer que estaba sintiendo, le conté como al ponerle sus piernas en mis hombros, Ana no había dejado de gemir mientras su coño empapaba mi pene. Y coincidiendo con el orgasmo de Ana en mi relato, me vacié en su boca dándole la leche que había venido a buscar. Mi criada no desperdició la ocasión de bebérsela. La sorpresa de ver como se tragaba todo, me impidió continuar y cogiéndola de la cabeza, forcé su garganta introduciéndosela por completo. Curiosamente no sintió arcadas y al contrario de lo que pensé, la violencia de mis actos la estimuló más aún si cabe y retorciéndose como la puta que era, se corrió sobre el mármol del baño.

Nada más recuperarse, se levantó del suelo y tomando mi mano entre las suyas, me llevó a la cama. No me había dado cuenta del frío que tenía pero, al sentir la suavidad de las sabanas contra mi piel, empecé a tiritar. En mi ignorancia infantil, creí que esa noche no había terminado por eso me extrañó que, dándome un beso en la frente, me tapara y con un buenas noches me dejara solo en mi cuarto. No supe o no pude quejarme. Quería que Isabel durmiera conmigo, pero nada más cerrar la puerta, el cansancio me envolvió y tras unos pocos instantes me quedé dormido…

Descansé profundamente, nada perturbó mi sueño durante horas. Fue mi padre el que, al abrir las persianas de mi habitación, me despertó diciendo:

― Levántate, ¡perezoso!, te espero desayunando.

El hecho de que mi padre , el cual nunca se había ocupado de mí, me levantase, era una muestra más de lo que había cambiado nuestra relación en pocos días. Creo que Don Manuel, mi viejo, por fin podía compartir la pesada carga y que, aunque lo sentía por mí, en el fondo se alegraba de que siguiera su estirpe. Rápidamente, me duché y bajando al comedor, me lo encontré tomándose un café.

― Buenos días, Papá.

― Buenos días, hijo. Siéntate que quiero hablar contigo― se le veía relajado, observándole no encontré nada de la tensión de las últimas veces. ―Hoy tenemos un día bastante ajetreado. Debes empezar a practicar tus capacidades. Como sabes, no es fácil controlarlas y solo la constancia, hará que tu vida no acabe antes de tiempo.

― ¿Qué quieres que haga?― le pregunté.

― Lo primero cuéntame cómo te fue ayer en la noche.

Que fuera tan directo, me avergonzó. Todavía no me había acostumbrado a abrirme completamente ante él.

Mis mejillas debían de estar totalmente coloradas y sin mirarle a los ojos, empecé a contarle como había conseguido que la criada me hiciera una felación. Me escuchó atentamente sin hablar, dejándome que me explayara en la contestación, interrumpiéndome solo para preguntarme que había pensado cuando se negó y cuál era mi conclusión de mi experiencia.

No supe que contestarle.

― Mira, Gonzalo. La diferencia de edad, entre Isabel y tú, hace que ella tenga dos sentimientos contradictorios. Por una parte, se avergüenza de acostarse con un chaval pero, por otra parte, le excita ser tu maestra. La idea de ser la primera mujer en enseñarte las delicias del sexo es algo superior a sus fuerzas. Debes de explotar este aspecto. Lejos de ser un impedimento, si lo usas en tu favor será la baza que te permitirá dominarla: Utiliza su vanidad, nadie está vacunado a los piropos, exprime su instinto materno, hazte el indefenso para que te acune en sus brazos y si es necesario chantajéala, lo importante es que no se pueda negar a seguir enseñándote. Pero siempre, ¡ten tú el control!, haz que sin darse cuenta la muchacha termine bebiendo de tus manos y entonces y solo entonces, aprovéchate de ella.

La frialdad con la que trataba el tema, me hizo conocer por segunda vez que opinaba del resto de los mortales. Para mi padre eran poco más que el ganado del que nos alimentábamos, eran un medio para nuestra gloria pero también un medio peligroso que había que tratar con cuidado. Estuvimos hablando de cómo tenía que conseguirlo durante el resto del desayuno, pero nada más terminar me llevó a dar una vuelta a la finca. No quería que nadie nos interrumpiera.

Al llegar al picadero, nos tenían preparados los caballos. Mi padre iba a montar a Alazán y yo, mi favorita, una yegua llamada Partera. Comprendí que esa iba a ser mi primera lección del día.

―Gonzalo, los animales están acostumbrados a que los humanos les manden, nuestro don también le afecta. Llama a tu montura que venga a ti.

No se me había pasado por la cabeza que pudiéramos usarlos de la misma manera que a los humanos pero tras pensarlo un momento me pareció lógico el que así fuera, ya que su poder mental era menor aunque existiera la dificultad de su irracionalidad.

Me resultó sencillo llamarla a mi lado. Partera era una yegua muy dócil y soltándose del peón que la traía, vino trotando a que la acariciara.

―Fíjese, jefe. Su hijo ha heredado su facilidad con los bichos― comentó el operario a mi padre. Mi viejo le sonrió sin contestarle.

Sin más preámbulo, salimos trotando de las caballerizas con dirección al arroyo que cruzaba la finca. Durante el trayecto, me fue explicando que lo importante era que aprender a utilizar métodos indirectos para conseguir que me obedecieran. Cuanto más sutil fueran, menos oportunidades tenían de darse cuenta de que estaban siendo dirigidos. Me dio un ejemplo práctico; sin que me diese cuenta, me había obligado a quitarme la bota para rascarme el pié en marcha.

―Analiza la burrada que te he hecho hacer y no te has dado ni cuenta. Quería que te quitaras la bota y en vez de ordenarte que lo hicieras, lo que he hecho es inducirte que te picara el pie. Tú mismo, sin mi intervención, te la has quitado para rascarte.

Estaba alucinado por la forma en que había sido objeto de su manipulación pero cuando realmente me di cuenta de su poder, fue cuando de improviso frené de golpe al caballo y saliendo despedido, choqué abruptamente contra el suelo.

― Ves hijo, ahora si has sido consciente de haber sido usado― me dijo riéndose a carcajadas― esa es la diferencia entre una orden bien dada y una orden abusiva. Debes evitar practicar esta segunda.

Después de unos momentos de indefinición y viendo el ridículo que me había hecho hacer, me uní a mi padre en su risa. Pero cuando al intentar vengarme, intenté hacer lo mismo, es decir, obligarle a caerse de su caballo, lo único que conseguí fue un enorme dolor de cabeza.

― Eres todavía demasiado débil para enfrentarte a mí. Pero está bien que lo hayas intentado― me informó con una sonrisa en sus labios y una expresión orgullosa en sus ojos, ―sigue así, el día que lo consigas no tendré más que enseñarte.

La jaqueca me duró más de media hora, siendo un castigo excesivo para mi travesura, fue una forma excelente que no se me olvidara. Como dice el viejo refrán: sabe más el diablo por viejo que por diablo. Y en este caso aunque compartía con mi padre el mismo don, el me llevaba muchos años de práctica. El resto de la mañana fue inolvidable, mi viejo me enseñó diversas técnicas y mañas que yo fui asimilando. Echando la vista atrás, esa mañana lo que verdaderamente hice fue comprender su extraña forma de ser. Los esfuerzos, que me obligó a realizar durante esas pocas horas, consiguieron que a la una del mediodía, terminara realmente agotado. Por eso nada más llegar a la casa de invitados, me fui directamente a la cama.

Isabel intentó despertarme a las dos para que bajara a comer pero, entre sueños, le dije que me dejara descansar que estaba cansado. Cuando empezó a preocuparse fue al darse cuenta sobre las seis de la tarde que todavía no había bajado. Al entrar en mi habitación me tomó la temperatura. Estaba hirviendo, Isabel, asustada al comprobar que tenía más de cuarenta grados de fiebre, llamó a mi padre. Por lo visto debía ser normal, un efecto secundario al uso de mi nuevo poder, porque mi viejo al oírla le dijo que no se preocupase que lo único era que debía evitar que pasase frío. Nunca en su vida, había tenido la responsabilidad de cuidar de un niño, quizás por eso le contestó que si no era mejor que llamara a un médico. Mi padre fue inflexible, se negó de plano y además aprovechó para prohibirle que molestara a mi madre:

―Si mi esposa se entera, va a querer que Gonzalo vuelva a la casa― contestó.

La criada, temiendo perder su recién estrenada libertad, no le insistió más. Nerviosa y preocupada, me arropó con dos mantas y yendo a la cocina, me preparó un consomé. Al volver con el caldo, mi temperatura había subido aún más y ya empezaba a delirar; cuando entró la confundí con Ana y tratándola de besar, le pedí que nunca me volviese a abandonar.

Con lágrimas en los ojos, producto de su preocupación pero también por el significado de mis palabras, me dijo:

―Mi niño, como puedes pensar que te dejaría― y cariñosamente me abrazó, estrechándome entre sus brazos. El sentir sus pechos contra mi cara, alborotó mis hormonas y sin ser realmente consciente de lo que hacía, empecé a besárselos. ―Son tuyos― me dijo separando mis labios de su escote, ―pero ahora estás enfermo y no debes fatigarte.

Acto seguido y no sin dificultad, consiguió que me bebiera el consomé. Con el estómago caliente, caí nuevamente dormido. Isabel me estuvo velando toda la tarde, solo levantándose de mi vera para preparar algo de cenar. Al volver con la bandeja de la comida me encontró muy mejorado, la fiebre me había bajado.

― ¡Menudo susto me has dado!― y dándome un beso en la boca, me dijo― ¡Ni se te ocurra volver a hacerlo

Le comenté que no me acordaba de nada y que lo único que sentía era un frío enorme. Fue entonces cuando ella me explicó que había pasado y sin hacer caso a mis protestas, me obligó a comerme todo lo que había preparado.

― Sigo helado― le dije guiñándole un ojo al terminar.

― Eres un pillín― me contestó y quitándose la ropa, se metió entre mis sabanas a darme calor… calor del bueno.

Nada más tumbarse, me apoderé de sus pechos. Sus pezones recibieron mis besos mientras ella me pedía que me tranquilizara que teníamos toda la noche.

― ¡Déjame a mí!― me pidió y sin esperar mi respuesta, me fue desabrochando los botones de mi pijama a la vez que me cubría de besos. Una vez desnudo, me ordenó que no me moviera que solo sintiera el contacto de su cuerpo. ―Un buen amante debe saber que el órgano sexual más grande, no es éste― me dijo cogiendo mi pene entre sus manos― sino su piel.

― Sí, ¡maestra!― contesté.

Mi respuesta le satisfizo y cogiéndome del pelo, llevó mi cara a sus enormes cantaros, diciéndome:

― Debes de aprender a tratar los pechos de una mujer y para ello, debes de recordar primero que al nacer son tu alimento. Quiero que te imagines que soy madre y que tú eres mi bebé.

Como buen alumno, puse mi boca en su pezón y con mi mano imité el movimiento de los cachorros al mamar, apretando su seno mientras la chupaba. Isabel gozó desde el primer momento con esa fantasía y gimiendo con la voz entrecortada, me decía que era un buen niño, que tenía que crecer y que nada mejor que la leche materna para conseguirlo. Poco a poco se fue excitando y cuando considerando que ya había comido suficiente de un pecho, me cambio de lado. Decidí entonces que ya me había cansado de hacer lo mismo por lo que, en vez de chupárselo, se lo mordí. Ella, al sentir mis dientes sobre su pezón, no se pudo reprimir y con su mano empezó a masturbarme, mientras me decía:

― No pares, mi niño, no pares.

Envalentonado, seguí torturando su seno, mientras introducía un dedo en su cueva. La encontré empapada por la calentura de su dueña. Si esa fantasía la ponía así, debía explotar la faceta recién descubierta por lo que, siguiéndole la corriente, le susurré al oído:

― ¡Qué rica está la mamá más guapa del mundo!

Al escucharme, se corrió dando un gemido. De no haber tenido un poco de experiencia, me hubiese asustado ver como se retorcía entre gritos de placer. Isabel, totalmente descontrolada, me pedía que no parase y que con mis dedos siguiera hurgando en su interior. La docilidad con la que acataba mis caricias, espoleó mi curiosidad e introduciéndole un tercer dedo esperé una reacción que nunca llegó. Era increíble que le cupieran, tratando de verificar su aguante procedí a encajarle el cuarto. Su cueva se resistió pero conseguí hacerlo. Cuando intenté moverlos para comprobar el resultado, con chillidos histéricos me exigió más. El flujo de su sexo había formado un pequeño charco en la sábana, señal del placer que la tenía sometida El sexo de la muchacha, ya dilatado, permitía con una facilidad pasmosa mis toqueteos. Sus orgasmos se sucedían sin pausa. Totalmente picado en averiguar su resistencia, quise probar con la mano entera y para ello, le ordené que separara aún más sus piernas.

Sin preguntarme el motivo, me obedeció mansamente, de forma que disfruté de la visión de sus labios hinchados y sin saber porqué, me apoderé de su clítoris mordisqueándolo mientras mi mano se iba hundiendo en su interior. El dolor por mi invasión la hizo llorar pero como no me pidió que los sacase yo no lo hice. Todo lo contrario, cerrando mi puño, empecé a tantear la pared de su vagina como si de un saco de boxeo se tratara.

― No, por favor, ¡para!― gritaba pataleando.

Y por primera ocasión, no hice caso a mi maestra sino que alterné mis movimientos, intentando sacar mi mano cerrada e introduciéndola después. Varias veces me hizo daño con sus piernas al intentar zafarse de mi ataque pero, tras unos segundos, el placer volvió a dominarla y con grandes espasmos, se vació sobre mi brazo. Fue demasiado esfuerzo, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, se desmayó en la cama. Nadie se había desmayado jamás en frente mío por lo que me costó un mundo, el reaccionar. Al principio creí que la había matado pero pegando mi cara a su pecho, oí con júbilo que su corazón seguía latiendo. Sin tener una idea clara de cómo debía de actuar, me levanté al baño a por un vaso de agua y espolvoreándosela en la cara, conseguí reanimarla.
Isabel salió, de su trance un tanto desorientada y tras unos instantes de vacilación, dándome un abrazo me dijo:

―El alumno ha superado a su maestra.

Al preguntarle por el significado de sus palabras, me explicó que la había llevado a cotas de excitación nunca alcanzadas y que si había perdido el conocimiento era debido al orgasmo tan brutal que le había provocado.

― Entonces, ¿Soy un crío?― le pregunté mientras le acariciaba su cabeza.

― No, un crío no puede ser mi dueño― me contestó sin caer en la cuenta de que era verdad y que estaba totalmente entregada a mis deseos.

― ¿Entonces?, ¿Cómo quieres que trate a mi hembra?― le repliqué poniéndome encima y tratando de penetrarla.

― Espera que estoy muy abierta, vamos a probar otra cosa― me dijo dándose la vuelta y mojándose la mano en su flujo, lo extendió por los bordes e interior de su ano.

Arrodillada sobre las sábanas, me esperaba. En un inicio no supe que quería hacer, cuáles eran sus intenciones, ya que ninguno de mis compañeros me había hablado nunca del sexo anal pero ella, viendo mi indecisión, alargó su mano, colocó mi miembro en la entrada de su culo. Tuve que vencer la repugnancia que sentía de meterlo en el mismo agujero por el que hacía sus necesidades. Habiéndolo conseguido, fui introduciéndoselo despacio de forma que pude experimentar la forma en que mi extensión iba arañando su interior hasta llenarla por completo. Era una sensación diferente a hacerlo por delante, los músculos de ella aprisionaban mi pene de una forma distinta a como lo hacía su coño pero, analizando mis impresiones, decidí que me gustaba. Ella, por su parte, esperaba ansiosa que me empezara a mover mientras se acostumbraba sin moverse apenas a tenerlo dentro. Ninguno de los dos se atrevía a hablar pero ambos estábamos expectantes a que el otro diera el primer paso. Viendo que ella no se movía, con cuidado empecé moverme en su interior. La resistencia a mis maniobras se fue diluyendo entre gemidos. Poco a poco, me encontraba más suelto, más seguro de cómo actuar. Isabel volvía a ser la hembra excitada que ya conocía, sus caderas recibían mi castigo retorciéndose en busca de su placer mientras mis huevos chocaban contra ella.

― Más rápido― me pidió, frotándose con descaro su clítoris.

La postura no me permitía incrementar mi velocidad por lo que tuve que agarrarme de sus pechos para conseguirlo. De esa forma aceleré mis envites. Su conducto me ayudó relajándose.

― Más rápido― me volvió a exigir, al notar que la lujuria recorría su cuerpo.

Seguía sin sentirme cómodo. Soltándome de sus pechos, usé su pelo como si de unas riendas se tratara. Estaba domando a mi yegua y recordando el modo como me mostró le gustaba que la montara y que se volvía loca cuando le azuzaba mediante certeros golpes en su trasero, le grité cogiendo su melena con una sola mano y con la que me quedaba libre, azotando sus nalgas.: ―Vas a aprender lo que es galopar―

No se lo esperaba. Al recibir su castigo, mi montura rendida totalmente a mis órdenes, se desbocó, buscando desesperada llegar a su meta. Su cuerpo se arqueaba presionando mis testículos contra su piel, cada vez que se encajaba mi sexo en su agujero y se tensaba gozosa esperando el siguiente azote, para soltar un gemido al haberlo recibido. La secuencia estaba muy definida, pene, tensión, azote, gemido, solo tuve que variar el ritmo incrementándolo para conseguir que se derramara salvajemente, bañándome con su flujo. La excitación acumulada hizo que poco después explotara yo también, inundando con mi simiente su interior.

Caí agotado a su lado, con mi corazón latiendo a mil por hora. Tuve que esperar unos minutos para poder hablar. Pero cuando intenté hacerlo, no quiso escucharme y pidiéndome que me callara, me dijo:

― Gonzalo, si se enteran tus padres, me matan y no sé cuánto dure, pero nadie me ha dado tanto placer por eso te doy permiso a tomarme cuando desees.

― ¡Qué equivocada estás!― le repliqué, ―No necesito tu permiso, desde hoy te follaré donde y cuando me apetezca. Si no estás de acuerdo, ¡levántate! y ¡vete de mi cama!

Nunca le había hablado en ese tono, ofendida y con lágrimas en los ojos, salió de entre mis sabanas con dirección al pasillo, pero justo antes de cerrar la puerta, volvió corriendo y arrodillándose a mi lado, me pidió perdón. Acariciándole la cabeza, la tranquilicé y abriendo la cama para que volviera a acostarse conmigo, le expliqué:

― Aunque seas mi puta, sigues siendo mi maestra y espero que sigas así enseñándome.

Nada más acurrucarse a mi lado me preguntó:

― ¿Qué es lo que te gustaría probar?―

Soltando una carcajada, le respondí:

― ¡A dos mujeres!

Me miró divertida, como única respuesta, se introdujo mi pene en su boca asintiendo…

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herederas3

Relato erótico: “Gabriela… una adorable mujer casada 1(vRD)” (POR ROGER DAVID)

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Esta obra es originalmente del escritor mexicano Ragnas1, la presente entrega es solo una versión alternativa, aunque prácticamente es la misma historia, con la gran mayor parte del texto idéntico a la obra original. Solo se agregaron eventos un poquito más intensos, y como también se cambiarán a futuro en las dos próximas entregas situaciones que eventualmente pueden ser distorsionadas, o mal interpretadas. Homenaje al gran Guerrerocharrua.

Saludos. Roger David.

Gabriela… una adorable mujer casada 1 (vRD)

Gabriela caminaba de un lado a otro pensando que hacer, pensaba si estaba haciendo lo correcto.

Muy en el fondo sabía la respuesta, aunque las circunstancias fueran especiales no debería hacer lo que estaba por pasar.

Estaba a punto de salir con un hombre que no era su marido, sin embargo no lo traicionaría, eso jamás y menos con tan despreciable sujeto.

Rápidamente cogió el teléfono, deseando que no fuera demasiado tarde para cancelar aquella cita extramarital, argumentaría cualquier cosa, pero cuando comenzó a marcar las teclas escuchó sonar el timbre, se maldijo a si misma, había sido muy lenta.

Se preguntó si aun habría marcha atrás.

——————————————————-

Semanas antes.

No había sido un buen día para la bella Gabriela.

Su jefe estuvo de mal humor, incluso con ella, lo que significó más trabajo.

Se preguntaba si era su culpa, si tal vez las constantes negativas a salir con él finalmente le pasaban la factura.

Todos en la oficina sabían que el señor Martínez, su jefe, intentaba cortejarla pero ella al estar casada y feliz solo lo toreaba, le daba alas (como comúnmente se dice en México) se reía jovial y pícaramente ante sus insinuaciones, todo esto con afán de conservar su empleo.

Sumida en estos pensamientos estaba cuando el sonido de un claxon la despertó.

–Apúrele señora…!, -escuchó decir una voz proveniente del automóvil que tenia detrás de su camioneta.

A sus 26 años Gabriela de Guillen podía decir orgullosa que era una mujer plena y feliz, casada desde los 20 con el amor de su vida, Cesar Guillen, un hombre que conoció a los 18 años y del cual rápidamente se enamoró y comenzaron a salir juntos. Al paso de 2 años se casaron y un año después dio a luz a un hermoso y saludable niño llamado Jacobo.

Gaby (como comúnmente la llamaban) aprovechaba los pocos minutos en los que podía estar sola para reflexionar sobre sus sueños, su familia, su trabajo, en fin todas esas cosas que las labores cotidianas no se lo permitían.

Pero hoy era diferente, debía recoger a su hijo con su “adorable suegra”, el solo ver la cara de esa señora la ponía de malas, no se llevaban muy bien.

Reflexionando sobre su enemistad con Doña Romina llegó a la conclusión de que por ella (Gaby) no había empezado, siempre quiso tratarla bien pero al parecer doña Romina no quería lo mismo.

En esos momentos sin querer pisó el acelerador de su camioneta y para su mala suerte salió del carril y fue a impactar con un coche que estaba estacionado en la acera.

–Dios…!, -pensó Gaby algo aturdida y sacudida por el golpe, era la primera vez en su vida que chocaba.

Luego de unos momentos observó como un sujeto bajó del carro, a la distancia lo notó molesto, muy molesto. El tipo maldiciendo en voz alta se dirigió a encarar a quien lo chocó.

Estaba un poco asustada, pero al ser una persona honesta se dispuso a afrontar las consecuencias de su error.

En un instante el sujeto ya estaba frente a su camioneta. Fueron solo segundos en que el aireado estado de aquel energúmeno pasó a ser de maravillado por la sola visión que tenia frente a él.

Los ojos del viejo se clavaron en el tierno rostro de Gabriela, con esos hermosos ojos azules, su tez blanca, sus labios carnosos de un intenso rojo carmesí, su hermoso y lacio cabello rubio hasta por debajo de los hombros, finamente maquillada.

Jamás en su vida aquel tipo había visto un rostro tan hermoso.

Ella también lo vio. Era un tipo gordo, bastante ancho, alto, de alrededor de 50 años, bastante desalineado, llevaba puesto un overol de trabajo que se veía bastante sucio y con manchas de aceite y grasas.

–Buenasssss… señito…, -dijo el hombre, al cual Gaby vio, con lo que rápidamente pensó que era un viejo verde de esos que usualmente se topaba en las calles, olió el fétido aliento de su boca, por lo visto no era un hombre muy limpio.

–Discúlpeme señor…!, fue un completo error de mi parte…!, -Se disculpó la preocupada chica quien aun se encontraba sentada en el asiento del conductor.

–Tranquilícese mi reina, Jejeje, si no es para tanto, primero presentémonos, mi nombre es Cipriano, y ¿el suyo princesa?, -el hombre estiró su mano tratando de que la mujer le devolviera el saludo.

Era impresionante como al verla el hombre cambio su humor, si se hubiese tratado de un hombre probablemente hubiese existido pelea, pero no con ella, no con semejante pedazo de hembra, pensaba el entusiasmado hombre.

–Tiene razón, que mal educada soy…, -dijo Gaby llevándose las manos a la cara. –Mi nombre es Gabriela…, -la joven mujer casada al igual que el viejo estrechó su mano en señal de presentación, a pesar de que el hombre no le daba buena impresión ella no era prejuiciosa, pensaba que tal vez debajo de ese vulgar exterior se encontraba una buena persona.

–Bueno, -dijo el viejo Cipriano, –ahora si vamos a hablar de lo que pasó…, -el sujeto hablaba en tono sugerente que Gaby entendía, sin embargo estaba acostumbrada a esas actitudes de parte de hombres de todas las edades, por lo cual no le dio importancia.

Gabriela abrió la puerta de su auto y de una manera muy sensual (sin proponérselo, ya que así era ella naturalmente) bajó de su vehículo.

El viejo tenía los ojos como platos al poder observar en total plenitud la figura aquella espectacular mujer.

La veía de arriba y hacia abajo, sus impactantes piernas, su vientre plano resultado de mucho tiempo de gimnasio, su enorme trasero el cual parecía querer romper el apretado pantalón de mezclilla con el que estaba cubierto, subiendo más arriba su mirada vio los impactantes cantaros de miel de la chica, tan majestuosos como imponentes, completamente erguidos a pesar de su exagerado tamaño. En fin Gaby era una chica de concurso.

La dulce, pero a la vez sexy voz de Gabriela lo despertaron de sus lascivos pensamientos.

–Por favor discúlpeme señor, fue un grave descuido de mi parte…

–No te preocupes muñeca, al parecer mi carro no sufrió más que una abolladura, -dijo el viejo Cipriano señalando su auto, –el que si quedó mal fue el tuyo, mira nomas.

Era verdad, su camioneta era la que se había llevado la peor parte, no sabía qué hacer, uno de los pocos problemas que acarreaba su matrimonio era el tema económico por el cual estaban atravesando.

Cesar, su marido hacía poco tiempo que había perdido su trabajo, solamente se sostenían de lo que ella ganaba como secretaria, que no era mucho y para acabar de amolarla el moderno vehículo aun no terminaban de pagarlo.

–Señor… -dijo Gabriela, –le reitero mi disculpa, pero…, -dudó en seguir, sin embargo lo hizo, –en este momento estamos cortos de dinero, le propongo dejarle mi número de teléfono y domicilio y en 1 mes yo le pago el desperfecto… ¿siiiiiiiiii?, -esto último lo dijo en tono coqueto (este tipo de actitudes no las hacía a propósito, es solo que en toda su vida al ser acosada por los hombres inconscientemente había aprendido que su belleza podía abrirle algunas puertas, y por ende ciertos beneficios.

El viejo estaba que no se la creía, estaba algo indeciso, no sabía si el forro de mujer que tenía en frente estaba coqueteando con él o era su imaginación, en cualquier caso no quería dejar de verla.

–No te preocupes Gaby, -esta fue la primera vez que el viejo la llamó por su nombre. –Déjeme decirle que está al frente del mejor mecánico del rumbo… jajaja…!, -reía orgulloso el viejo mecánico mientras colocaba su mano en su prominente barriga

–En serio?, -preguntó Gaby con verdadera curiosidad, y es que así era ella, curiosa, coqueta, alegre, divertida, la típica chica que siempre llama la atención, y no solo por su cuerpo, si no por ser una persona muy agradable y carismática, aunque ser así de desinhibida algunas veces acarreaba problemas, mas de una vez había cacheteado a alguien por mal interpretar su actitud, por creer que podían llegar a mas con ella, justo como el viejo Cipriano lo hacía en esos momentos.

–Claro que si reinita… déjame revisar el motor de tu camioneta que al parecer fue lo que más se madreó…

–Muchísimas gracias Don Cipriano…!, -dijo esto mostrando aquella sonrisa de dientes perfectos que enloquecían a cualquier hombre y que obviamente el viejo Cipriano no era la excepción

–Sin cuidado chiquita… ahora súbete a la camioneta y dale contacto cuando yo te diga…. -Gabriela estaba tan acostumbrada a que la mayoría de los hombres la llamaran de esa manera (chiquita, reina, nena, mami etc.) que ya no le daba importancia y obedeció.

Sentada en el asiento del conductor Gabriela veía como Don Cipriano revisaba su motor, rogando a dios que cuando le ordenase que prendiera el motor, si prendiera, cosa que desafortunadamente no ocurrió, maldijo para sus adentros, ¿cómo era posible que aunque ella provocó el choque su camioneta era la que se llevó la peor parte?

–Quedó más madreado de lo que pensé mi seño…, -le vociferó don Cipriano ubicado delante del motor descubierto.

–Maldición…!, -dijo Gaby en voz baja pero lo suficientemente claro como para que el viejo pudiera escucharla, a la vez que recargaba su cabeza en el volante haciendo sonar el claxon.

–Tranquilícese mi reina… cuénteme a ver qué le pasa…?, -dijo Don Cipriano notando la pesadez de la chica.

–No es nada señor…, -le contestó aquella rubia de ensueño aun apoyada en el volante de la camioneta y mirando fijamente hacia el frente de ella.

–Claro que me preocupo, además que una chica tan linda como tú no debe desobedecer a sus mayores…, -el viejo dijo esto con una sonrisa que dejaba ver su boca carente de algunos dientes. El ordinario mecánico era todo un lobo de mar en los asuntos de mujeres, sabía como tratarlas, como alegrarlas, como seducirlas y estaba dispuesto a poner toda su experiencia en marcha con tal de llevarse a la cama a su nueva “amiga” (aunque también era verdad que era la primera vez que intentaría seducir a alguien tan tremendamente buena como lo era Gaby, sus otras conquistas estaban a años luz de esta nueva que pretendía).

Gabriela le devolvió la sonrisa y sin mucha resistencia le contó sus problemas al viejo, por alguna extraña razón pensó que podía confiar en él.

Platicaron acerca de la perdida de trabajo de su marido, la colegiatura de su hijo, la falta de seguro de la camioneta, el hecho de aun no haber terminado de pagarla e incluso Gabriela le comentó sobre los problemas con su suegra.

–Bueno chamaca… lamentablemente no puedo ayudarte con todos tus problemas, pero al menos puedo hacerlo con el de tu camioneta, -el mecánico estaba claro que esa era la forma perfecta para poder llegar a la chica, es por ello que el mismo le había cortado la corriente al vehículo antes de pedirle a Gabriela que encendiera el motor.

–En serio…?, -le dijo Gaby con la mirada llena de esperanza, sin saber que estaba siendo timada por aquel horrendo viejo.

–Claro… que si…!, -le contestó este…

Sin pensarlo Gaby se abalanzó sobre aquel hombre que acababa de conocer abrazándolo fuertemente con el único motivo de agradecerle el favor que este iba a hacerle.

Los delicados brazos de Gabriela no podían rodear el obeso cuerpo de su nuevo amigo, pero a Gaby no le importó, a pesar de no saber cómo tenía pensado ayudarla el hombre se había portado de maravilla, ella había provocado el accidente y parecía que era al revés.

Don Cipriano se encontraba en la gloria ya que podía sentir en su pecho los grandes melones de Gaby, y al ser él más grande que ella y al estar en ese abrazo le bastaba con mirar hacia abajo para poder recrearse la vista con el espectacular par de nalgas de la chica, su olor a feminidad le encantaba, a ingenuidad, a mujer, hacía un esfuerzo sobre humano para no tocarla de manera indebida.

Los hombres que pasaban cerca de ellos miraban incrédulos lo que ocurría, aquella bella mujer repagada totalmente al fofo cuerpo de ese viejo hombre.

Hasta que la hermosa Gabriela se despegó del obeso mecánico para desgracia de él.

–Mira reinita, esto es lo que haremos, aquí no tengo las piezas para arreglar tu camioneta, -dijo don Cipriano mirando fijamente a la hermosa Gaby.

–Me la llevo a mi taller, la arreglo y te la tengo lista en unas 2 semanas…

–Dos semanas…!?, -preguntó algo desilusionada la joven mujer casada.

–Lo siento, pero no puedo antes, las piezas que necesito son difíciles de conseguir, ahora si tu quieres te la puedes llevar para otro taller. –El viejo cruzaba los dedos para que la chica no decidiera esto último, y si es que lo hacía el ya tenía pensado como contraatacar y bajar su periodo de entrega a una semana.

Gabriela dudó por unos momentos, ¿cómo le explicaría a su marido la ausencia de su camioneta?, no quería contarle que por un descuido había conseguido una nueva deuda, eran tiempos difíciles y el dinero no les sobraba, pensó en que tal vez pudiera llevarlo con otro mecánico, pero a la vez pensó que quizás el viejo hacía eso para tener cierto seguro de que le iba a pagar, además que habría que ver si en otro taller aceptarían reparársela y esperarla a que ella reuniera el dinero, así que aceptando su error aceptó.

–Está bien señor, pero como dije antes no tendré dinero para pagarle sino hasta final de mes… ¿me saldrá caro?…

El viejo Cipriano no daba más de dicha con la determinación de la bella Gabriela, si ya hasta se la imaginaba toda encuerada y pagándole con una noche de sexo el favor que él le iba a hacer, claro que esto solo eran sueños, y él lo sabía, ya que se notaba que la chica no era suelta de cascos, pero aun así él lo intentaría.

–No se preocupe por el dinero, después nos arreglamos, -le dijo finalmente volviendo a recorrerla de pies a cabeza, ahora con mas lujuria que antes.

–De veras señor…?. Pero es que me da pena… todavía que yo lo choco y usted es el que va a salir perdiendo…, -la bella Gaby tenía sus brazos cruzados lo cual resaltaba aun mas sus prominentes pechos.

–No se apene señito… mire que yo también tuve algo de culpa…, -cosa que no era cierto pero quería quedar bien con esa bella mujer que aun lo tenía aturdido.

Aun indecisa la joven señora término aceptando el trato con aquel desconocido solo por evitar problemas con su marido, además y pensándolo bien ella no se estaba aprovechando del señor, pues tarde o temprano terminaría “pagándole”.

El viejo llamó por celular a su ayudante con las órdenes de traer la grúa lo más rápido posible, mientras el charlaba con la chica como si se conociesen de años, extrañamente existía una química muy buena entre ellos.

Por un lado Gabriela veía al hombre como un agradable señor quien la estaba ayudando tras un grave error.

Por el otro el viejo veía a la chica como una posible pareja sexual no importándole que ya le había contado que estaba casada y con un hijo. Estaba tan buena que el viejo haría todo lo posible por llevársela a la cama.

Gabriela miraba desesperadamente su reloj, estaba retrasada para recoger a Jacobo, y sabía que al llegar con su suegra habría algún tipo de pleito.

En ese momento llego la grúa.

De ella bajó un chico de alrededor de 18 años, bastante chaparro, moreno, al parecer bastante naco (o al menos esa impresión le dio a Gabriela) y al igual que Don Cipriano muy sucio.

El chico ni siquiera intento disimular las miradas obscenas que dirigía hacia Gaby.

–Ay mi jefe… me despertó, estaba durmiendo bien chingón… aunque por esta mamacita lo entiendo… jajaja…, -dijo el joven dirigiéndose primero al mecánico y después mirando lascivamente a Gaby.

Lo que recibió el pobre chamaco por este vulgar comentario fue una fuerte bofetada de parte de su jefe.

–Respeta a la señora chango, (ese era su apodo) –le dijo don Cipriano a su ayudante, -discúlpate orita mismo o ya verás.

A regañadientes el chango se disculpó, le pareció extraña la actitud del viejo jamás se había comportado así.

–Disculpa aceptada…, -dijo Gaby mostrando su encantadora sonrisa a la vez que extendía su mano queriendo estrechar la del chango, -Soy Gabriela mucho gusto.

El chango completamente extrañado contestó el saludo.

–Me… Me llamo Pablo, o el chango para los cuates…, -el chamaco se mostraba sorprendido por la actitud de la encantadora y joven mujer.

–Chango…? Déjame adivinar… Mmmm… te dicen así porque de niño andabas por las ramas, jaja… -Gabriela se rio encantadoramente para ambos.

Era bastante obvio que no era por eso, si no por lo tremendamente velludo que era el chamaco, sin embargo al muchacho le agradó que pasara esto por alto.

La chica estaba tan acostumbrada a ese tipo de piropos como el que le dijo el chango que ya no se ofendía, al contrario prefería llevársela bien con las personas, pero si tenía que ser sincera le agradó la manera en que Don Cipriano lo reprendió por el comentario.

Intercambiaron unas cuantas palabras más, cuando la chica se disculpó con ellos pues ya iba muy tarde, se dirigió a su camioneta y sacó su cartera para tomar el dinero e irse en taxi, y para su mala suerte se dio cuenta que no traía nada de dinero.

Eso era el colmo de la mala suerte, estaba segura que este era uno de los peores días de su vida.

La casa de de su suegra aun estaba algo lejos, podría irse caminando, llegaría sin muchas dificultades, el problema surgía al pensar como regresar a su casa, para ese momento podría ya estar oscuro y no quería exponer a su hijo a la inseguridad de la ciudad.

Otra opción era pedirle a su suegra que la llevara a casa, o que le prestara dinero para un taxi, inmediatamente deshecho esa idea, prefería regresar caminando que pedir algo a su horrible suegra.

Estaba en una encrucijada, afortunadamente para ella el viejo Cipriano lo notó y no le costó mucho hacer que la chica le contara de nuevo sus problemas.

–No te preocupes lindura, yo te puedo llevar…, le dijo don Cipriano no creyéndosela ni el mismo por las oportunidades que se le estaban dando tan fácilmente con semejante Diosa, oportunidades que aun no lo llevarían a algo más con ella, pero que si le permitían inmiscuirse en su vida en forma acelerada.

–No don Cipriano… usted ya ha hecho demasiado por mí… no puedo permitirlo, -negaba Gaby con su cabeza.

–Déjame decirte un pequeño secreto…, -el viejo con mucha confianza se acercó al oído de Gaby (confianza que ella misma le estaba comenzando a dar sin saber el peligro que corría con aquel lujurioso depredador). Al estar tan cerca de ella el viejo sentía que perdía el control, quería besar su oreja, succionar su tierna boquita, tirarla allí mismo al suelo y despojarla de su estrecha ropita y encajarle su verga por la vagina, si ya hasta se la imaginaba de lo hermosa que debería ser esta al igual que su dueña, sin embargo se contuvo, debía ir con calma.

–Yo también odio a mi suegra…, -le susurró finalmente Don Cipriano.

La chica soltó una gran carcajada y al final terminó aceptando, se dirigió hacia su camioneta para ver si no olvidaba algo.

Mientras el viejo charlaba con el chango dándole las últimas instrucciones.

–Bien, ya sabes derechito al taller, no quiero enterarme que andas dando vueltas por ahí dándotelas de galán con las colegialas.

–Si lo sé señor… por cierto… en verdad creé tener alguna posibilidad con ese forro de vieja…?, -le preguntó el chango quien ya se había dado cuenta del porque de la “buena” actitud de su jefe.

–A huevo mi changuito… acaso no has visto como me mira…?, -le respondió el viejo, -de volada se ve que sabe elegir a los que la tenemos grandota, jejeje.

–La neta que se me hace que ella es así con todo el mundo mi jefe, -le contestó el joven quien estaba en lo cierto, así era Gabriela, sin proponérselo hacía pensar a los hombres que podían llevársela a la cama cosa que hasta ahora no había pasado.

–A la verga con lo que tu creas pendejo…!, pero de que me la cojo me la cojo… o que ¿alguna vez te he fallado?, -el viejo decía esto refiriéndose a que siempre que se proponía cogerse a cualquier vieja lo hacía.

–Pus no… nunca mi jefe, pero es que esta viejita está en otro nivel…, nomas de verle las nalgotas ya se me para a mi también.

–Si, a mí también chango…, lástima que tu nunca te cojeras a una así, Jejeje.

Estas palabras molestaron al joven, estaba cansado de que Don Cipriano lo hiciese en menos.

–Ni usted tampoco…, -le respondió el chango…, –es más le apuesto lo de siempre a que no se la lleva a la cama.

–Sale y vale…, -dijo Don Cipriano que en su cara ya se le notaba una viciosa calentura por solo estar realizando semejante apuesta con tan deliciosa hembra.

–Recuerde que me tiene que traer alguna prueba… –Y además debe de ser por las buenas no vale forzarla, que por ahí hay rumores, -terminó diciéndole en tono inquisitivo el chango.

–Tu tranquilo mi Monkey que cuando tenga mi verga entre medio de esas piernotas me acordaré de ti… jajajajaja.

En ese momento vieron como la escultural Gabriela se acercaba a ellos con su provocativo andar y ambos separaron rumbos.

–Otra vez le digo que muchas gracias señor Cipriano, ¿Quién diría que de algo tan horrible como un accidente encontraría a una persona tan buena como usted?, -la desprevenida casada estaba en verdad agradecida de aquel hombre que en forma tan desinteresada le estaba ayudando.

–Lo sé reina, y ahora sube rápido a mi auto que aunque chocado aun funciona…, -Gabriela se sonrojó al recordar que ella había causado el accidente, y esto era lo que precisamente el viejo quería lograr refregándole en su cara que era ella quien lo había chocado a él.

Ambos se dirigieron a la casa de Doña Romina mientras hablaban de cosas vánales, con las metas muy distintas, ella pensando que de todo esto probablemente obtendría una nueva amistad, además de perder dinero y el imaginando que encontraría a su nueva zorra para usarla en la cama.

–Quién es ese hombre con el que vienes?, -le preguntó doña Romina cuando Gabriela se disponía a salir por la puerta con dirección al carro de Don Cipriano con Jacobo en brazos pues ya era algo tarde y el pequeño había caído dormido.

Gaby notó el tono con el que su suegra dijo estas palabras, como queriendo insinuar algo.

–El es un amigo…, -le dijo Gaby en tono cortante, ella no le debía explicaciones a nadie y menos a su suegra.

–Ahaaaa ya veo… otro de tus “amiguitos”, no?.

Gaby se detuvo en seco, el día ya había sido lo suficientemente malo sin tener que aguantar aquello…

–Está insinuando lo que creo señora?, -respondió la rubia mirándola visiblemente molesta.

–Hay no, como crees…?. Solo te pido que cuando estés haciendo tus cochinadas con ese hombre le tapes los oídos al pobre de Jacobo… no queremos que crezca traumado.

Era la primera vez que la señora Romina hacía un ataque tan directo, por lo general se limitaba a hacer comentarios sugerentes sobre la fidelidad de Gaby hacia su hijo (Cesar), pero esta vez había dicho claramente que tendría relaciones con otro hombre.

Gaby no entendía la razón por la que su suegra la odiaba, jamás había sido infiel… ni siquiera en su etapa de novios, recordaba cuando la conoció, se portaba bien… El típico trato de suegra y nuera, nunca habían sido las grandes amigas pero al inicio se trataban con respeto. Gaby no supo cuando fue que todo cambio, sabía que ella no lo había iniciado.

–Sabe algo suegrita…? vallase a la mierda…!, -dijo Gaby, sabía que esas simples palabras le traerían graves problemas con Cesar, pero en ese instante no le importaba.

–Muy bonito… linda boquita Gabrielita…, no sé qué te vio mi Cesar antes de casarse contigo, -le respondió la vieja Romina mirando de arriba hacia abajo a la chica y con una sonrisa como de asco volvió a decirle, –bueno a parte de las tetas y las nalgas.

Gaby ya no soportaba seguir escuchado tantas tonterías y muy molesta cruzó la puerta, mientras se alejaba podía escuchar las tonterías que bufaba su suegra.

El viejo Cipriano esperaba a la chica sentado en el cofre del auto, jamás en su vida había estado tan excitado como en esos momentos, el solo pensar que podría cogerse a su nueva amiga lo tenía calientísimo.

Y entonces la vio acercarse rápidamente, escuchaba los gritos provenientes de la suegra.

Notó las lagrimas escurrir de sus bellos ojos (debido al tremendo coraje) y sin pensarlo 2 veces la abrazó. Quería volver a sentir su fresco y bello cuerpo cerca del suyo y que mejor oportunidad que esta, aunque lamentó que debido al niño no pudo repagarse tanto como quería.

–Tranquila chica…, -le dijo el viejo mientras acariciaba su sedoso cabello.

–Eeeess… es una e… es… estúpida…, -tartamudeaba la joven casada sin intención de separarse del viejo, de alguna manera el abrazo le hacían sentir bien.

Todo esto pasaba mientras eran observados por Doña Romina quien de brazos cruzados meneaba su cabeza de forma negativa: –“Como puedes cambiar a mi hijo por ese asqueroso sujeto”, -pensaba.

Doña Romina era una mujer que enjuiciaba antes de preguntar, en su mente ni se asomaba la idea de que Gabriela acababa de conocer a aquel hombre, para ella ya eran amantes.

Don Cipriano quedaba de frente a Doña Romina y le lanzó una mirada burlona y triunfante. Romina y Cipriano se miraban en los momentos en que el viejo aun mantenía a Gabriela abrazada contra su pecho, el asqueroso vejete se encargaba de que la vieja viera que el tenía a su nuera en sus brazos todo lo que él quería, con esto ultimo sabía que todo lo que ocurriera de aquí en adelante solo lo beneficiarían a él: –“Señora… Si supiera lo rico que algún día lo pasaremos su nuerita y yo cuando estemos acostados…”

Con una mirada de desprecio Doña Romina se alejó de ellos y se metió en su hogar, mientras Cipriano, Gaby y el pequeño Jacobo se dirigían al fin a casa.

–Muchísimas gracias por todo Don Cipriano…, -dijo Gaby bajando del auto con su hijo en brazos.

–Tranquila mi reina… No pasa nada…

–No sé cómo pagarle todo lo que ha hecho hoy por mi…, -le decía Gaby con sinceridad, –bueno… si lo sé…!, no se preocupe le pagaré hasta el último centavo.

–Cuando puedas nena…, solo recuerda que tu camioneta estará en unas 2 semanas.

–Está bien señor… y me despido porque mi marido debe estar muy preocupado por nosotros (refiriéndose a ella y su hijo).

La atractiva y joven madre de familia comenzó a caminar en dirección al edificio donde se encontraba su apartamento, con la libidinosa mirada del viejo clavada en aquel espectacular trasero que movía como una diosa.

El viejo se tocaba la verga por encima de su pantalón mientras decía en voz alta.

–Tranquilo… en unos días más vas a estar dentro de esa pendeja, -arrancó su auto después de que ya no pudo ver a la rubia y se fue de allí.

El camino para Gaby fue difícil, su hijo ya no era un bebe, los últimos meses había ganado peso (no es que el niño fuese gordo, pero estaba pesado), además vivía en el 4 piso y el elevador no funcionaba desde hacía varias semanas.

Durante el camino se topó con varios vecinos que la saludaban eufóricamente, muchos de ellos con tal de pasar algunos momentos cerca de ella se ofrecieron a ayudarla con el niño, a lo cual se negaba, sabía que si hubiese aceptado se exponía a un nuevo pleito, ahora con su marido.

Estaba segura que su suegra ya lo había llamado, contándole quien sabe que cosas acerca de lo sucedido en su casa.

Cesar era un hombre celoso, a sabiendas del mujerón que tenía como esposa y eso lo carcomía, algunas veces cuando estaba solo se imaginaba que Gaby se conseguía otro hombre y lo dejaba, aunque cuando estaba con ella se reprendía por tener esos pensamientos al verla tan cariñosa, tan atenta, tan amorosa y entonces sabía que él lo era todo para ella, y el también la amaba, más de lo que había amado a otra persona en su vida.

Más tarde que temprano Gabriela llegó a su departamento introdujo su llave en la cerradura y entró.

No le sorprendió ver a su marido sentado en el sofá con semblante serio.

–Hola mi amor…, -le saludó Gaby con la esperanza de que no se encontrara de mal humor… no tenía ganas de otra pelea.

Cesar no respondió el saludo, se dirigió hacia ella y tomó a Jacobo en sus brazos, para después alejarse de allí y llevarlo a su habitación (la de Jacobo).

Para ella esto solo podía significar una cosa, habría pelea, así que esperó a que regresara, ella no quería discutir, pero tampoco era una dejada si quería pelea la iba a encontrar.

Esperó sentada en el sofá de la sala cuando vio aparecer a Cesar.

–Me llamó mi madre…, -atinó a decir Cesar mirándola seriamente a su cara.

–Otra vez esa vieja bruja…, -dijo Gaby frunciendo el seño en señal de molestia.

–No le digas así, es mi madre y lo sabes…, -Cesar estaba muy ofendido.

–Y cómo quieres que le diga…!?, si no deja de meterse en nuestros asuntos…

–Me dijo que estabas en el carro de un hombre… ¿Quién era?, -inquirió Cesar con el gusanito de los celos.

–Un conocido…, -dijo Gaby muy suelta de cuerpo, además que la palabra conocido para ella le sonaba a poco por lo atento en que se había comportado don Cipriano con ella en aquel día.

–Qué…!? Un conocido…!? Realmente quieres que me trague eso…!?, -los celosos gritos de Cesar llenaron la sala.

Gabriela al instante se puso de pie para intentar acallarlo, ambos quedaron frente a frente.

–Baja la voz que despertaras al niño…

–A la mierda con eso…!, y como quieres que me ponga cuando mi mujer se está revolcando con quien sabe quien…!!.

La respuesta de Gaby fue una sonora cachetada, jamás en su vida su marido le había hablado así, era la primera vez que la tachaba de adultera, y estaba segura que era por culpa de su suegra solo dios sabía que fue lo que le contó.

A Cesar le dolía mas el orgullo que aquel golpe, el solo imaginar que Gaby estuviera en brazos de otro lo enloquecían.

–En verdad crees que sería capaz de engañarte con otro…!?, mírame a los ojos y dímelo…!!, -la chica hablaba en tono alto, no importándole que alguien la escuchara, cuando ese tipo de acusaciones venían de su suegra no le afectaban tanto, pero viniendo de su marido era diferente.

Así lo hizo Cesar, miró fijamente los bellos ojos azules de Gaby y vinieron a su mente todas aquellas ocasiones en que había cuidado a él y de su hijo, lo tierna que era cuando se enfermaba, lo amorosa que era la mayoría del tiempo y la respuesta le llegó pronto a su mente. No, Gabriela jamás lo engañaría, o al menos eso pensaba en ese momento.

–Noo…, discúlpame mi amor…, -le decía ahora algo temeroso de la reacción de Gaby, –es que tu sabes lo mal que me pongo, tu eres mi vida y no sé qué haría sin ti.

–No me vengas con eso ahora, primero me insultas y después me vienes con esto…!. -Gaby aun estaba molesta, se notaba por la posición de sus hombros.

Cesar pidió una vez más disculpas, incluso se arrodilló, y como a Gaby no le gustaba verlo así, humillándose, terminó por perdonarlo.

–Mi amor… tengo unas preguntas…, sin pelear ni nada pero… Qué hacías en el auto de ese hombre?, -trató de que su voz sonara lo más tranquila posible, aunque sintiera celos.

Gabriela no quería contestar esa pregunta, no quería decirle a su marido que por su estupidez ahora tenían más deudas, así que hizo lo que cualquier ser humano haría: Mintió.

Le contó que su mejor amiga Lidia le había pedido prestada su camioneta por unos días porque iba a salir de la ciudad, a fin de cuentas ya lo había hecho antes y a Cesar aunque le molestara terminaba aceptándolo, siguió diciendo que el hombre era tío de Lidia y que muy amablemente al ver que no tenía como regresar se ofreció a llevarla.

La intuición de Cesar (o quizás los celos) le decía que algo andaba mal, su historia cuadraba, pero había algo extraño, a fin de cuentas lo dejaría pasar, viniendo de Gaby no sería nada grave.

La reconciliación de la feliz pareja no tardó mucho en llegar, esa misma noche tuvieron una sesión de sexo marital, y como siempre las sensaciones fueron contrastantes.

Cesar como siempre había terminado completamente satisfecho (y como no si aparte de ser una belleza Gaby era tremendamente fogosa en la cama).

Por otro lado tenemos a Gaby, la sensual chica, desnuda viendo detalladamente a Cesar quien plácidamente ajeno a todo esto dormía.

A pesar de ya llevar mucho tiempo casados Gaby no dejaba de sorprenderse de la belleza de su marido, un hombre alto, fornido gracias a las horas invertidas en el gimnasio, rubio, en fin era el estereotipo de belleza de las películas, alguien digno del tremendo cuerpazo de Gabriela, sin embargo había algo mal, nunca había logrado satisfacerla sexualmente y esto se debía a 2 razones.

El primero: Gaby pensaba que era debido a la falta de originalidad y talento a la hora de moverse, de sentir, de disfrutar de cada rincón de su cuerpo, y la segunda era el tamaño del miembro de su marido, si bien era cierto que nunca había visto otro, por platicas con sus amigas se podía dar una idea de lo pequeño que era, no obstante ella lo amaba demasiado como para quejarse por eso.

Sin embargo el mayor problema para ella, aun que en forma inconsciente, era eso último: Cesar la tenía muy chica.

Sabía en el fondo que debía hablarlo con él, que era un problema que tal vez tenía solución, pero también existía la posibilidad de que sus palabras pudiesen dañarlo, y eso era lo que menos quería.

……………………………………………………………

Los siguientes 2 días transcurrieron de manera normal en la vida de nuestra bella protagonista, no fue sino hasta el domingo por la tarde cuando recibió una llamada.

–Bueno…, -Dijo Gaby al no reconocer el numero de quien llamaba.

–Que bella voz tiene muchachita, -dijo la voz del otro lado del teléfono.

–Como es de juguetón Usted…, -dijo Gaby al percatarse de que se trataba la voz del viejo Cipriano.

–Que quiere que le haga…?, cuando estoy hablando con la mujer más bella del barrio… -dijo el viejo como tentando la situación.

–Mmmm…, Solo del barrio?- respondió coquetamente la chica sin ninguna mala intención, es solo que estaba acostumbrada a recibir los piropos muy subidos de tono, y cuando uno le agradaba por lo general seguía el juego.

–Usted sabe que no reinita…! Usted sabe que es la mujer más bella de la galaxia…, -el viejo lentamente tomaba más confianza, pero sin llegar a ser vulgar, no quería perder su oportunidad.

–Ya ve como es señor… va a hacer que me sonroje…

–Sonrójese todo lo que quiera…. De todas maneras estoy diciendo la puritita verdad.

Era extraña la gran confianza que habían adquirido en unos pocos momentos que habían estado juntos. Gabriela no veía con malos ojos la actitud de don Cipriano, pues como ya se dijo, ella estaba acostumbrada a ser admirada por el sexo opuesto.

Los siguientes minutos pasaron de la misma manera con don Cipriano alabando la belleza de Gaby y ella cada vez mas sonrojada hasta que llegaron al punto de la llamada.

–Bueno nena… no quiero incomodarte, pero llamaba para ver si has conseguido el dinero…

Gabriela dudó un momento… por lo bien que se llevaba con el viejo no pensó que le cobraría tan pronto.

–Ande señor… la verdad es que aun nada…

–No te preocupes, y no pienses que te estoy cobrando, lo que sucede es que me surgió un problema y rápidamente pensé en ti, si aceptas te perdonaría la deuda.

–Qué clase de problema?, -le consultó Gabriela con la esperanza de librarse de la deuda.

–Déjame contarte todo desde el principio.

El viejo Cipriano tomó aire y empezó.

–Como ya te había dicho, tengo un taller, todo iba muy bien con la clientela pero hace unas cuantas semanas un nuevo taller abrió muy cerca de aquí y empezamos a perder clientes…. –No teníamos idea de que chingados hacer para volver a tener clientela hasta que se me ocurrió una idea…

–Cuál idea?, -preguntó Gaby.

–Contratar edecanes… tú ya sabes… de esas chavas buenonas que bailan afuera de los negocios.

Gaby aun no entendía que le estaba proponiendo.

–El problema aquí es que ya teníamos contratadas a 2, pero para mi mala suerte una sufrió un accidente y no podrá venir, y para acabarla de chingar la agencia donde las contraté no me puede mandar otra, dicen que no tienen disponibles, -mentía el viejo.

Gaby quien por fin tenía una idea de lo que quería el viejo, y tratando de zafarse preguntó.

–Y no puede llamar a otra agencia?.

–Si…, pero el problema es que estoy pagando un dineral por esta chica, ya la vi y es una hermosura, y en las demás agencias no tienen a nadie que le llegue a los talones.

–Y entonces…?, -la voz de Gaby sonaba preocupada.

–Entonces es cuando entras tú… Eres una hermosura de mujer, y si suples a la chica que se enfermó nuestra deuda quedará saldada.

El silencio reino por unos instantes mientras Gaby meditaba la situación.

–No creo señor, soy una mujer casada y no me parece correcto exhibirme, si mi marido se llegara a enterar inmediatamente me pediría el divorcio.

–Ándale… solo son 2 semanas Gabrielita… solo eso y por las mañanas, -le suplicaba el viejo.

–No se…, -la bella mujer casada estaba indecisa, solo tendría que hacer de edecán por 2 semanas y terminaría su deuda, era un buen trato, si estuviese soltera lo habría tomado sin protestar.

–Tu marido no tiene por que enterarse, será nuestro secreto…, -el viejo sonaba muy angustiado, sentía que la escultural mujer se le escapaba.

Después de unos angustiosos momentos la chica terminó aceptando.

–Está bien señor, pero solo porque usted me cae muy bien, jajaja…, -se rio con su dulce voz.

–Muchísimas gracias Gabrielita, y a propósito tu…”me caes mejor”, -dijo Don Cipriano en doble sentido cosa que Gaby no entendió.

–Déjame darte mis datos para que mañana llegues aquí temprano nena…

–Está bien señor…

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A la mañana siguiente Gabriela se encontraba afuera del taller de Don Cipriano, tuvo que hablar con su jefe pidiendo sus dos semanas de vacaciones por adelantado, su jefe aceptó, aparentemente las cosas estaban de su lado, sin embargo un sentimiento de angustia la recorría, la calle estaba en muy malas condiciones, era muy temprano y no pasaba mucha gente ni coches.

Llevaba alrededor de 15 minutos esperando a las afueras del “Pie Grande”, así se llamaba el taller mecánico. Por un momento le dio la impresión que el nombre parecía más de Cabaret que de taller mecánico, pensaba en irse, a fin de cuentas nadie la había recibido, sabía que estaba mal, como era posible que una mujer casada como ella estuviera pensando en exhibirse ante una bola de extraños.

¿Qué pensaría su marido?, ¿Qué pensaría su hijo?, definitivamente estaba mal, la espectacular rubia dio media vuelta cuando escuchó que se abría el gran portón café.

–Hola señora Gabriela…!, -le saludó eufóricamente el chango.

–Buenos días Pablo…, -le respondió Gaby devolviéndole el saludo.

–Bu… buenos días…, -el chango se extraño de cómo una espectacular mujer como ella recordara su nombre.

Aun con aquellas ropas, se podía ver a la perfección la escultural figura de Gabriela, dotada de una belleza espectacular que la naturaleza le concedió y cuidada gracias a las horas de gimnasio invertidas, decir que era espectacular es poco, ese bello rostro digno de una muñeca de porcelana con sus ojos azules y esos labios rojos que brillaban como la sangre, contrastaban con el deseo que despertaba su anatomía.

Su cuerpo digno de las pajas mentales de todo el que la conocía, con su trasero perfecto, voluminoso, parado respingón, y sus enormes melones, fantasía obligatoria de grandes y chicos, de amigos y familiares.

–Pero no se quede allí señito… pásele al fondo, la otra chica ya llegó…

Gabriela se quedó unos momentos sin articular palabra, su mente era un caos, sabía que no debía hacerlo, pero necesitaba saldar la cuenta de su camioneta.

–Okey Pablo, muchas Gracias…, -y con su sensual movimiento de caderas fue al lugar señalado, recorriendo un húmedo y ancho pasillo de paredes grisáceas.

El lugar olía mucho a gasolina, aceite a todos esos olores característicos de los autos, el recorrido era largo y mientras avanzaba se topaba con lo que pensaba eran trabajadores, todos eran similares, vestían ropas maltrechas, sucias y feas, tipos bastante normales, notaba la lasciva mirada de todos y cada uno de ellos, a lo cual ella respondía con un agradable “buenos días”.

Gabriela abrió lentamente la puerta del camerino improvisado que Don Cipriano había montado y cuando lo hizo vio a una chica morena sentada en una silla, vestida con un diminuto short y una pequeña blusa de tirantes.

La chica no se dio cuenta de la entrada de Gabriela puesto que estaba muy ocupada arreglando su cabello en el espejo.

Gaby quien por naturaleza era curiosa se quedó sin hacer ruido observando a la joven.

Notó que se trataba de una chica bastante normal, no era la belleza que creyó encontraría tras la llamada de Don Cipriano, veía su cuerpo, unos pechos de tamaño medio, para bajar a un estomago del cual se notaba una ligera pancita, observo su rosto, era una niña, según Gaby no pasaba de los 18 o 19 años, lo que pudo ver de su rostro le agradó, era una chica bastante bonita, pero dentro de lo que cabe normal.

La joven volteo a ver a la rubia y fue Gaby quien rompió el silencio, como siempre;

–Hola, me llamo Gabriela y creo que somos compañeras…, -le dijo mostrando su bella sonrisa de dientes relucientes.

–Mu… mucho gusto señora, mi nombre es María…, -dijo la joven levantándose de la silla y estrechándole su mano. A Gaby no le agrado que se dirigiera a ella como señora, porque a fin de cuentas a que mujer le gusta que le recuerden su edad.

–Bien María, pero a partir de hoy llámame por mi nombre Okey…

–Si “señora” esta bi…, -en ese momento hubo un silencio, para después ambas empezar a reír.

–Si Gaby está bien.

Gabriela al instante supo que se llevarían muy bien.

Pasadas las presentaciones María le indicó a Gaby donde se encontraba su ropa, la cual tomó, y la extendió sobre una pequeña mesita en la esquina del cuarto.

Sin ningún tipo de pudor la escultural rubia se despojó de su blusa deportiva y su brasier, después de manera muy sensual (sin proponérselo) deslizar lentamente su pantalón deportivo.

–Disculpa, no sé si te importara que me cambie aquí…, -dijo Gaby cubriendo sus pechos con un brazo y con el otro cubriendo su intimidad.

Gaby tenía la costumbre de hacer eso con sus amigas, entre ellas no había secretos y menos algo tan simple como verse desnudas, pero recordó que no todas las mujeres eran así.

–Para nada Gaby, con confianza…

Para ser honesta el cuerpo de Gaby impacto a María, jamás en su vida había visto cuerpo tan perfecto como ese, y eso la cohibió, la avergonzaba saber que cuando estuviesen fuera nadie la vería por ver a esa espectacular mujer.

–Te pasa algo María…?, -le preguntó Gaby…

–No nada… puedo hacerte una pregunta?

–Ya la hiciste…, -rio Gaby, comentario que agrado a María

–No… ya en serio… te has hecho alguna cirugía?, -le consultó María intentando sonar lo más natural posible, no quería enfadar a su compañera.

Gaby se extrañó, llevaba poco de conocer a María jamás imaginó que le preguntaría eso,

–No, la verdad no, así me hicieron mis papás, -dijo orgullosa de su anatomía, a la vez que se veía en el espejo.

–En… en serio?.

–Claro… en mi familia las mujeres siempre hemos sido así, aunque mi madre dice que yo si exageré…, -ambas rieron.

–Qué padre tener un cuerpo como el tuyo…, -le decía María en tono melancólico sabiendo que ella no era ni la mitad de hermosa que Gaby.

Gabriela notando que tal vez al presumir su cuerpo había hecho sentir mal a María dijo:

–Pues ni creas, es una verdadera friega en el gimnasio, además todos los hombres se te quedan viendo de manera extraña, -la sonrisa de Gaby era muy amistosa.

–Ha de ser bien chido que los hombres te quieran por tu cuerpo, así como poder conseguir lo que quieras.

Este último comentario si preocupó a la rubia, siempre había sido de la idea que lo más importante de las personas era el interior, no se había casado con su esposo por ser un hombre bien parecido, lo había hecho porque a pesar de sus defectos, también tenía grandes virtudes.

–Créeme no está tan bien…, -le decía Gaby, -lo que importa es lo que llevamos dentro.

–Siiii…!, lo que llevamos dentro de la tanga y dentro del bra…, -respondió María.

A pesar de la lección que Gaby quería impartirle a María no pudo evitar reírse.

–Bueno apúrate, Gaby que ya casi es hora de salir…

–Sí, pero donde está el dueño del taller?, -preguntó Gaby refiriéndose a Don Cipriano.

–Mi tío llega más tarde, pero tranquila que ya me dio órdenes de que hacer…

–Tu tío…?, -preguntó Gaby…

–Así es, acaso no notas el parecido familiar…?.

Jamás en su vida Gaby lo habría adivinado, don Cipriano era un hombre muy feo y la chica era hasta cierto punto bonita.

–Pues la verdad no…, -respondió Gaby.

–Ay… gracias a dios…, -comentó María a lo que ambas rieron fuertemente.

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Gabriela y María bailaban sensualmente a las afueras del pie grande, con sus ajustados atuendos, al ritmo del reggaetón.

La bella rubia al principio le daba pena estar allí bailando para extraños, pero conforme pasaba el tiempo iba adquiriendo confianza, hasta que llegó a la conclusión de que no era tan horrible como pensaba, a fin de cuentas a ella le encantaba bailar, le encantaba esa música, su compañera era muy agradable, e incluso le hacía gracia como alguno que otro despistado había sufrido ligeros accidentes menores por voltear a verlas.

Ya había conocido a todo el personal, aunque hubiese deseado recordar el nombre de todos solo recordaba al chango o Pablo y a Francisco un chico de unos 20 años que era novio de María.

Debía admitir que la estrategia al parecer estaba dando resultado, había muchísima gente rodeando el taller, era verdad que muchos solo iban a verlas, pero otros en verdad entraban por sus autos.

En el poco tiempo que llevaba allí Gabriela ya había recibido más de 20 números de teléfono, los cuales ella aceptaba por educación aunque claro nunca llamaría a esos hombres, cuando alguien preguntaba su número ella cordialmente se excusaba (mintiendo) diciendo que si la compañía se enterara perdería su empleo.

Mientras a unos cuentos metros de distancia el chango, Francisco y Don Cipriano hablaban tranquilamente.

–No mamen gueyes… ya no aguanto, me la quiero coger ya…!, -decía el viejo Cipriano

–Sí señor, esta re buena la señora, mire nada mas como nos mueve esas nalgotas…, -decía Francisco señalando a la rubia mientras bailaba la macarena meneando su trasero de una forma hipnotizante, y si a eso le sumamos el diminuto short que usaba era una visión impactante.

–Esas nalgotas van a ser mías muchachos, pero todo depende de que salga bien el plan, y que no la cagues muchachito…, -dijo don Cipriano volteando a ver a Francisco.

–Si ya lo sé señor…, -fue lo único que pudo responder el joven.

Y como si Gabriela pudiera escucharlos sin perder el ritmo se acercó a ellos y jalando a Don Cipriano lo incitó a que bailara con ella, el no perdería la oportunidad de dar una pequeña manoseada a tan sensual mujer, así que ni tonto ni perezoso la acompañó.

Los hombres que estaban allí reunidos no podían creer como tan horrible viejo estaba dando llegues a la chica, la cual al parecer ni se daba cuenta, y así era Gabriela ni se imaginaba nada de eso, notaba como el viejo se repegaba a ella, pero así se bailaba.

–La neta que lo vas a hacer wey…?, -le preguntó el chango a Francisco.

–Pus si wey… por qué?

–Es que la seño es a toda madre wey…, -en el poco tiempo que el chango llevaba de conocer a Gaby ya le había cogido cariño.

–Si we pero el patrón se la quiere echar, y quien no…, nomas mírala esta re buena.

–Pero si lo logra le arruinará la vida, hasta donde se está casada y con chamaco y toda la cosa, imagínate si a tu mamá o a tu hermana le quieren hacer algo así, es mas no te vayas tan lejos, imagínate si a María se la quiere chingar otro wey.

Francisco se quedó en silencio pensando.

–Tú sabes que necesito feria y el patrón me ofreció una buena, además María está de acuerdo…, -respondió finalmente Francisco.

El chango ya no dijo nada, sabía que ni ninguna cosa lo haría cambiar de opinión, ambos se quedaron allí embelesados viendo a la buenísima de la casada.

…………………………………………………..

Pasaron las horas, su primer día había pasado de maravilla, le había encantado el sentimiento de libertad, de sentirse deseada, de poder sobre los hombres y ahora llegaba el momento de regresar a casa y obviamente Don Cipriano se había encargado de ofrecerse para llevarla.

Desde el primer momento en que llegó al taller el viejo no se había separo de ella, y para los próximos días tenía pensado que fuera igual, cosa que a Gaby no le molestaba, más bien la hacía sentirse segura, y siempre era agradable estar con alguien.

Don Cipriano quería que Gaby se acostumbrara a él, que en el momento en que la penetrara no existiese resistencia de su parte, quería seducirla, quería apartarla de su familia, quería que ese forro de mujer fuera solo suyo, pero también quería que fuera por las buenas, quería que ella lo deseara y no le importaba valerse de trucos y de engaños para lograrlo.

Don Cipriano dejo a Gaby a dos calles de su edificio, para que su marido no se diera cuenta de que llegaba con él.

La rubia caminó hasta su casa, había sido un día muy placentero y ansiaba que llegara el próximo.

–Hola mi amor…, -le saludo Cesar al ver entrar a Gaby, –luces un poco cansada.

Gabriela no le contó a su esposo que pidió sus dos semanas de vacaciones, pues no quería que se enterara de lo que hacía, se sentía mal de ocultar algo a su marido, pero había llegado a la conclusión de que era lo mejor para ambos.

–Si amor, fue un día duro.

En ese momento entró corriendo Jacobo.

–Mamá… mami…, -le decía completamente emocionado.

–Hola mi amor…

Gabriela cargó a su pequeñín entre sus brazos, en esos momentos era lo único que le importaba.

……………………………………………………….

Los siguientes días transcurrieron de la misma manera, con Gabriela acudiendo a su “trabajo” en el taller, esto claro sin que su marido se diera cuenta.

Estrechaba sus relaciones con los que ya consideraba sus amigos es decir con María y el chango, pero con el que cada vez se sentía más unida era con Don Cipriano, en tan poco tiempo había llegado a considerarlo como un padre, quizá gracias a la falta de uno en su infancia, no lo sabía pero ya le tenía mucho cariño.

Con los demás trabajadores llevaba una relación cordial, notaba la manera en que la miraban pero ya estaba acostumbrada, no fue sino hasta el jueves, un día antes de cumplir con su contrato lo que cambio todo.

Ese día María no acudió al trabajo, Don Cipriano le explicó que estaba enferma, por lo cual había salido como edecán sola, notaba algo extraño en el día, durante toda la tarde no vio a ningún otro trabajador, excepto a Don Cipriano, el chango y Francisco, cuando preguntó porque a Don Cipriano este le respondió que no sabía, pero que cuando lo supiese se iba a desquitar, cosa que era mentira ya que él mismo les había dado el día libre.

Gabriela ya se encontraba en el pequeño cuarto donde se cambiaba de ropa para regresar a casa, se veía en el espejo modelando, tomando su rubia melena por encima de su cabeza, la casada a fin de cuentas era vanidosa.

Inspeccionaba su cuerpo en busca de alguna imperfección.

De pronto se abrió la puerta, y frente a ella apareció Francisco con un cuchillo en la mano, Gabriela no sabía que estaba pasando, además estaba segura de haber puesto el seguro de la puerta.

–Francisco…!, -exclamó la rubia preocupada pero tratando de no demostrarlo, mientras de manera muy despacio retrocedía, hasta que topó con la pared.

Francisco no decía nada, su rostro no mostraba emoción alguna, simplemente se dedicó a acercarse a la rubia.

–Qué es lo que quieres Francisco…?, -preguntó con un tono en su voz de lo más valeroso qué pudo demostrar.

El chico no le contestó, solo aprisionó con su cuerpo el de ella.

Aléjate de mi cerdo…!, -la chica trataba de empujar sin buenos resultados el fuerte cuerpo del joven quien la contenía.

–Por favor que alguien me ayude…!!!, -gritaba desesperadamente la chica para que alguien la escuchara y la socorriera.

El joven seguía sin pronunciar palabra alguna, solo emitía sonidos guturales, mientras colocaba la navaja en el cuello de la rubia.

–Calla nena, o te puede pasar algo malo…, -le decía Francisco visiblemente nervioso, y comenzó a deslizar su lengua por el tierno cuello de ella.

–“Oh Dios”… me van a violar…!!, -pensaba desesperadamente la casada en aquellos terribles momentos. –Por favor ayúdenme… me están tocandoooo…!!!, -seguía rogando la chica en su mente, instintivamente cerró los ojos y rezó por estar en otro lugar, p porque todo aquello fuera solo un terrible sueño.

En ese momento sintió que unas manos apretaron sus formidables pechos, palpándolos, sintiéndolos.

–Noooooooooooo…!!!, -gritó la rubia ahora con desesperación.

–Tranquila putita… todo va a estar bien…

Las lágrimas inundaron el bello rostro de Gaby, no quería ser violada en ese lugar.

De repente y sin previo aviso unas manos tomaron al joven y lo empujaron hacia un lado.

La bella Gabriela observó aliviadísima, aunque desconcertada lo que pasaba.

Junto a ella y sin saber cómo se encontraba Don Cipriano, que a pesar de ser un viejo, también era bastante corpulento y le era bastante sencillo combatir con el joven.

–Qué crees que haces pendejo…!?, -le gritó el viejo colocándose frente a la chica en señal de protección, lo cual ella agradeció y repagándose a él permanecía expectante.

El joven no dijo nada, rápidamente se levantó y echo a correr.

El viejo quiso ir tras él, pero no pudo puesto que Gabriela extrañamente jaló su brazo por temor a que Francisco ahora pudiera hacerle daño a él, además que no quería estar sola.

La rubia lo abrazó, sus bellos ojos seguían expulsando lágrimas, pero esta vez eran lágrimas de alegría.

–Muchas… Muchas gracias Don Cipriano…, -le decía Gaby sin imaginar que ese abrazo calentaba de sobremanera a el viejo, sentir su voluptuosa anatomía era enloquecedor.

–Tranquila chiquita… haría todo por ti…, -fue la primera vez que Gaby creyó ver en su mirada algo más que amor paternal.

Don Cipriano la tuvo unos minutos entre sus brazos, era la primera vez que experimentaba un deseo tan intenso por alguien, ni siquiera por su esposa había sentido tanta excitación y quería disfrutar cada segundo de aquello.

Por su parte Gaby se sentía segura, ese hombre la había salvado de lo que hubiera sido la peor experiencia de su vida.

O al menos eso creía.

………………………………………

Esa noche Gaby aun se sentía intranquila, sabía que el peligro había pasado, pero aun estaba nerviosa, lo cual Cesar notó, sin embargo ella se negó a contarle la verdad y argumentaba que eran problemas de trabajo sin importancia.

…………………………………………

Don Cipriano había sugerido a Gabriela que se tomara el día siguiente, para que se tranquilizase, sin embargo ella se negó, en parte porque en verdad se estaba divirtiendo y en parte como agradecimiento a su salvador, no iba a defraudarlo con el trabajo.

Ese viernes llegó al taller y notó que las cosas volvían a la normalidad, los trabajadores regresaron, al igual que su compañera y amiga María.

Con mucha pena la rubia contó a su amiga lo que paso el día anterior en el taller con Francisco (novio de María).

–Te platico esto en parte porque eres mi amiga y quiero desahogarme, y por otra porque un tipo como ese no te merece…, -el rostro de Gaby reflejaba verdadera preocupación.

El rostro de María era sereno, pero a la vez preocupado.

–No… No es lo que crees amiga…, -defendió María a su novio.

–Que no es lo que creo…!?, si me tocó, estuvo a punto de…, -no pudo terminar la oración.

–Ahora no puedo contarte mas, espera unas horas y lo diré todo…, -le prometió María a Gaby y sin decir más salió del cuarto apresuradamente.

Gabriela estaba desconcertada, a qué se refería? Que es lo que iba a contarle?, al menos por el momento a fin de cuentas en unas horas lo sabría.

………………………………………..

Terminado su último día ambas chicas regresaron al cuarto donde se cambiaban de ropas, y cuando entraron el chango las esperaba.

Gabriela rápidamente se puso a la defensiva, después de lo que paso el día anterior prefería estar preparada.

María noto la actitud de su amiga y dijo:

–Tranquila, yo le dije que viniera, lo que te vamos a contar es muy serio y de antemano te pido que nos perdones.

–Pus si… yo también…, -dijo el chango…

–Toma asiento Gaby porfa…, -le pidió amablemente María.

Cuando todos estuvieron sentados continuaron:

–Qué es lo que me quieren decir?, no me dejen en ascuas…

–Lo que sucedió ayer, fue todo un error…

–Estas equivocada, no fue ningún error…!!!, -Gaby había alzado su voz, después de lo que paso ayer le molestaba que aun tratara de defender a su novio.

–Disculpa, no me explique bien, ambos (refiriéndose al chango y a ella) sabemos que lo que nos cuentas es cierto, pero las cosas no son lo que parecen.

La rubia estaba muy confundida.

–Trataré de ser lo más clara que pueda, verás Francisco jamás quiso hacerte daño, pero fue obligado por alguien…, -María y el chango intercambiaban miradas ansiosas.

–Por quién…!?, -preguntó Gabriela en forma temerosa, pero a la vez ansiosa por saber mas de aquello que le estaban diciendo.

–Por el patrón…, -contestó rápidamente el chango.

Eso fue como un balde de agua fría para nuestra aun inocente casada.

–Qué…?, -a pesar de lo que le dijeran le era difícil asimilarlo.

–Así es Gaby, mi tío planeo todo eso, y lo peor de todo es que nosotros lo sabíamos…, -se notaba el arrepentimiento en la voz de María, sin embargo Gabriela no estaba muy convencida de que le dijesen la verdad.

Abruptamente se levantó de su asiento y visiblemente molesta dijo:

–No… no puedo creer que después de lo que me pasó ayer, se atrevan a hacerme una broma como esta…!

–Créeme Gaby, me gustaría mucho que fuera una broma, pero no lo es.

–Pues lo siento mucho mi reina, pero no puedo creer que un hombre como Don Cipriano haya planeado eso, y además ¿con que fin?, -Gaby continuaba con el mismo tono desafiante.

–Shhhh…!!!, -decía el chango con su dedo índice en la boca temiendo que alguien pudiera escucharlos.

–Por favor Gabriela, veo que estas muy alterada, mejor lo dejamos para otro día…, -propuso María.

–No, no me callo, o me cuentas ahora mismo que pasa, o Don Cipriano se va a enterar que le levantan falsos…, -amenazó Gaby, con ese tono que denotaba lo enfadada que estaba, ese hombre había sido muy bueno con ella, no dejaría que mintieran sobre él y menos en algo tan grave.

–Bien, quería contártelo con tacto, pero si así lo quieres…, -María respiró aire profundamente. –Mi tío esta prendado contigo, en otras palabras te quiere coger…, -el bello rostro de Gaby se dibujo una cara de sorpresa, mientras la chica continuaba aclarándole la película, –El está obsesionado con acostarse contigo, -le decía María mientras el chango movía su cabeza en señal afirmativa.

–Estás loca…!, en serio crees que me voy a tragar eso…!?, si él ha sido bien buena gente conmigo…, -Gaby seguía sin creer en sus palabras.

–Es verdad Gaby… si no que se muera mi jefecita…, -le decía ahora el chango creyendo que con esto la convencería.

–Disculpen, pero se me hace una reverenda estupidez, en cualquier caso… ¿por qué contármelo ahora?

–Porque eres a toda madre, nosotros (el chango y María) te hemos tomado mucho cariño y no se nos hace justo que mi tío te juegue chueco, pues tienes un hijito y un esposo que por lo que cuentas amas y te aman, además tampoco se me hace justo con mi tía, ella también es una buena mujer que no se merece que le pongan los cuernos.

Gabriela sabía que Don Cipriano estaba casado, y por la manera en que él le había hablado acerca de ella no creía que nunca se le ocurriera engañarla.

María contó a Gaby como su tío le había prohibido acercarse al taller el día anterior, amenazando con correrla de su trabajo si no hacía caso, también que había dado el día libre a los trabajadores (recordemos que a Gaby le contó que no sabía por qué no fueron a trabajar).

El chango por su parte contó como Don Cipriano había apostado a él llevársela a la cama, la manera en que aparentaba ser frente a ella y como en verdad era a sus espaldas.

Y lo más importante, le contaron lo que había pasado con Francisco, el era un buen muchacho quien desafortunadamente tenía a su madre muy enferma en el hospital y Don Cipriano se aprovechó de esto para obligarlo a atacar a la rubia, así el llegar de último momento y quedar como un héroe frente a ella, le había prometido que si todo salía bien le daría una gran suma de de dinero y la promesa de poder regresar a su trabajo después de que Gaby se fuese.

–En verdad no puedo creerles, Don Cipriano es un buen hombre…!, -la rubia no sabía si en verdad podía creerles… o a lo mejor no quería.

–Ojala nos hubieras creído a la primera, pero en fin parece que tendremos que mostrarte como es mi tío en realidad.

A continuación pasaron a contarle lo que harían.

María le dijo que ambas se esconderían en el closet, que escuchara atentamente todo lo que diría su tío, de lo demás se encargaba el chango.

Gabriela terminó aceptando, con la amenaza de que si no les creía le contaría todo a Don Cipriano.

Quería llegar al fondo de todo eso, ahora solo faltaba que hiciera su aparición Don Cipriano

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Escucharon ruidos provenientes de la entrada, lo cual los alertó de que Don Cipriano acababa de regresar, por lo cual María incitó a Gabriela a que ambas se escondiesen en el closet, cerraron la puerta con seguro para así evitar que Don Cipriano las descubriera, mientras sucedía esto el chango sería el encargado de desenmascararlo atrayéndolo hacia el cuarto para que Gabriela lo escuchara.

–Qué quieres chango…?, -preguntó Don Cipriano, a la vez que con su mirada buscaba rastros de Gaby

–No pus, solo le quería informar que Gaby se sentía mal…. Se llevó su camioneta (recordemos que ese día su camioneta al fin estaba lista).

–No hay pedo mi changuito, a fin de cuentas ya la tengo comiendo de mi mano, jajajaja…!!

La rubia desde su escondite podía escuchar toda la conversación, le sorprendió el comentario de Don Cipriano, pero a fin de cuentas aun no había dicho nada tan malo, por lo que continuó escuchando atentamente.

El chango sabía que para que Gaby les creyese debía escucharlo como en verdad era, así que se atrevió a preguntar.

–Y cómo va lo de la apuesta jefecito?.

–Eres un imbécil, es el dinero más fácil que voy a conseguir, -presumía Don Cipriano.

–Apoco es tan fácil?, -la voz del chango se retumbaba en la pequeña habitación.

Mientras en su escondite Gabriela no entendía que hablaban, pero la respuesta llegó en instantes.

–Verás mi chango, frente a Gabrielita soy un héroe, si no fuera por mi Francisco se la hubiera cogido…, -dijo Cipriano seguido de una carcajada.

Por unos instantes reino el silencio entre los 2 hombres, el chango no sabía que mas decir, hasta el momento Don Cipriano no había dicho nada comprometedor y sabía que solo era tiempo para que Gaby dejara de seguir el plan y saliera del closet, afortunadamente el no tuvo que decir más.

–Sabes lo que me caga?, -preguntó Don Cipriano, –me caga haber tenido que darle tanto dinero a ese pendejo para que siguiera mi plan, pero cuando recuerdo las espectaculares nalgas de Gabrielita y como me las voy a coger se me olvida todo lo demás, jajajaja…!!!, -las palabras de Don Cipriano estaban cargadas de lujuria, una lujuria que lo comía por dentro.

–No mames chango, si está re buena…, -dijo don Cipriano refiriéndose a Gaby.

–Si jefe, es… está… muy bonita… pero…, -en otra situación el chango hubiese usado otro adjetivo mas subido de tono, pero al saber que Gaby los escuchaba se contuvo.

–Pero qué…?, preguntó Cipriano con un tono molesto.

–Está casada señor, y además tiene un hijo, o sea tiene una familia…

–A la mierda con su familia, ella es un mujerón y a simple vista se ve que le encanta la verga.

Estas palabras calaron hondo en el corazón de Gaby, quien con su oído pegado en la pequeña puerta de madera del closet escuchaba claramente la manera en que Don Cipriano se expresaba de ella.

–Y a mí lo que más me sobra es eso… VERGA… Jajajaja…!!!

El viejo notó el nerviosismo en la cara del chango, ahora que estaba seguro que Gaby lo había escuchado se preguntaba como reaccionaria, tenía miedo que tal vez saliera del closet y encarara a su jefe, a fin de cuentas ella era ese tipo de mujer, se preguntó si había sido un error arriesgar su trabajo por su amiga.

–Qué te pasa pendejo…?, te noto raro…

–Nada señor…, solo me preguntaba ahora que es lo que va a hacer con Gaby…?, -mintió el chango.

–Mañana es mi día de suerte chango, ella me contó que su marido no va a estar mañana (era verdad finalmente Cesar había conseguido trabajo y tenía que salir de la ciudad), así que la invitaré a salir, y en la noche la vamos a pasar rico… jajaja…!!!

–Y usted cree que ella quiera salir, llevan solo 2 semanas de conocerse…

–Desde luego, como te dije soy su héroe, así que no se negara, y si lo hiciese pues solo sería cuestión de insistirle…, chango, te voy a contar algo pero esto si no se lo cuentes a nadie, ni siquiera a María.

–Por qué no quiere que se lo cuente?, -el chango estaba intrigado.

–Porque esas dos se han vuelto muy amigas, y tengo miedo que esa niña la valla a cagar…, -decía Don Cipriano sin imaginarse que ya lo había hecho.

–Se lo prometo señor…, -el chango cruzó sus dedos mintiendo, esto claro sin que Don Cipriano lo viese.

–Verás, tengo pensado traerla aquí mismo y colocar una cámara allí…, -dijo Cipriano señalando a la ventana, –oculta por supuesto, y extorsionarla de alguna manera con él.

Gaby no creía lo que escuchaba, donde había quedado ese señor buena gente que conocía, acaso desde que la conoció ese era su plan?, y porque ella?, porque no le importaba tratar de destruir a su familia para quedarse con ella?.

Pasaron los minutos y Gaby cada vez estaba más asqueada, de escuchar la manera tan soez como Don Cipriano se refería a ella, las posiciones que según el harían, las veces que se vendría dentro de ella, incluso escucho como quería embarazarla.

No aguantaba más, quería salir corriendo y decirle sus verdades a ese hombre que la había engañado haciéndola creer que era un buen tipo, sin embargo se contuvo, lo había prometido.

En cierto momento Don Cipriano se despidió, dejando en manos del chango cerrar el changarro y se fue hacia su casa.

Tiempo después ambas chicas salieron del closet al escuchar arrancar el carro de Don Cipriano.

–Honestamente lamento que te hayas enterado de esta forma, y te vuelvo a pedir disculpas por que nosotros lo sabíamos, -dijo la joven María mientras el chango asentía con la cabeza.

El chango y María guardaron silencio unos instantes no sabían cómo reaccionaría Gaby, el silencio era muy incomodo hasta que Gaby lo rompió.

–Les agradezco que al final hiciesen lo correcto…, aunque debo admitir que estoy algo molesta con ustedes…, -ella se conocía, sabía que en pocos días se le olvidaría de lo malo que hicieron, pero al que no podría perdonar era a Don Cipriano.

–Dónde está mi camioneta?, -preguntó Gaby secamente dirigiéndose al chango.

–A dos cuadras de aquí…, -dijo el chango entregándole las llaves y apuntando la dirección.

–Creo que no es necesario que diga esto, pero no le digan a Cipriano que ya se dé su “plan”.

Ambos asintieron y vieron como se alejaba de ellos, no dijeron nada sabían que era mejor dejarla sola por el momento.

Incluso en esa situación y siendo su amiga el chango no pudo evitar clavar su mirada en las nalgotas de la chica.

“Que buenas nalgas… que buenas nalgas…”. Pensó el chango.

………………………………….

Gaby conducía su camioneta con dirección a casa, mientras pensaba sobre lo ocurrido recientemente.

No entendía porque alguien trataría de separarla de sus 2 grandes amores (su hijo y su marido), y mucho menos entendía que lo hiciera por algo tan banal como el sexo, así era, aquel hombre solo la quería para tener sexo, no para hacer el amor con ella, sino para saciar sus más bajas pasiones, y eso la asqueaba, la enojaba la manera en que se había hecho pasar por un buen hombre solo para meterla en una cama.

Y decidió que no podía quedarse así debía vengarse de alguna manera.

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Mientras daba vueltas en su cama, a solas recordaba que hacía algunas horas que su marido se había ido, su hijo plácidamente dormía en la habitación contigua, ese día había sido duro, al principio le fue difícil aceptar que aquel hombre al cual casi había llegado a querer como un padre la traicionara de esa manera.

Se percató que su pequeño celular vibraba en señal de que estaba entrando una llamada, lo cogió del buro que tenía del lado derecho de su recamara matrimonial, con la esperanza de que se tratase de su marido, su decepción fue tal al ver en la pantalla que la llamada entrante era de Don Cipriano.

Dudó un momento en que hacer, quizá debió hacer lo más lógico y no contestar, a fin de cuentas ya había pagado su deuda y tenía su camioneta de regreso, sin embargo la vida pone trampas en el camino y la rubia cometió uno de los mayores errores de su vida: contestó.

–Bueno…, -respondió Gaby a la llamada.

–Hola Gabrielita… como estas?, -preguntó Don Cipriano.

Le resultaba increíble como ese hombre al que hace solo algunas horas hubiese protegido de cualquier cosa ahora le provocase tan profundo asco, sin embargo no lo demostró.

–Muy bien señor, estaba aquí dormidita, solita, con frio…, -actuaba en forma extraña.

–Estas solita porque quieres nena, tu nomas dime y voy y te caliento…, -se atrevió a decir el viejo, en cualquier otro momento Gaby hubiera colgado, pero después de esa tarde quería darle una lección así que siguió el juego.

–Es usted todo un coqueto señor… jajaja…!, -Gaby fingió una risa tímida.

Pasaron unos instantes en que reino el silencio entre ellos, pero el viejo sintiendo falsamente que había logrado ganar terreno no quitó el dedo del renglón.

–Entonces que nena… voy a tu casa para “hablar”?

–Pues si me gustaría… pero me siento malita… pero también me siento solita, ay señor no se qué hacer…, -la actuación de la chica era tan convincente que el hombre creía que le estaba coqueteando.

–Fácil… voy para allá y yo te sobo tus heriditas…, -el viejo comenzó a usar los mismos diminutivos que usaba Gaby.

Don Cipriano creía que ya la tenía entre sus manos, en su imaginación ya la veía desnuda mamándole su verga.

–Ay no señor, que pensaran mis vecinos si ven que a estas horas un machote como usted entra en mi casa y mientras mi marido no está, pensarían de mi lo peor…, -Gabriela sabía que lo que más le gustaba a los hombres era que los alabaran.

–Mándalos a la verga a todos…, -le decía el viejo preso de la lujuria.

La rubia esbozó una maliciosa sonrisa, podía sentir una viciosa calentura proveniente de las palabras del viejo quien cada vez se esforzaba menos por aparentar en hablar de la enfermedad de Gabriela.

–Me gustaría Don, pero verá, esas son las contras de estar casada, una no se divierte tanto como quisiera…, -el viejo no podía creer lo aventada que era Gaby por lo que pensó que tal vez estaba malinterpretando las cosas, así que preguntó.

–A aaaa… que te refieres?, -tartamudeo el viejo, ansioso por saber la respuesta.

–Ya sabe Don, si por mi fuera lo invitaría a mi casa, le daría un rico masajito y la pasaríamos rico, todo para mi HEROE…, -Gabriela se sorprendió de lo sensual que sonaba, además de lo rápido que estaba pensando en esta situación.

El viejo estaba en shock claramente Gabrielita, la mujer que más había deseado en su vida le estaba proponiendo acostarse con ella.

–Además Don, mi hijito esta aquí en casa y que diría si me ve con otro hombre que no es su papi…, -el corazón de Gabriela se rompía al hablar de sus 2 grandes amores en esta situación.

–Si, te entiendo nena, pero tu entiéndeme a mí, si vieras lo dura y grande que tengo mi verga por ti… Ufff…!!!, -Gabriela no imaginaba que en ese instante el viejo masajeaba fuertemente su mástil peneano.

Qué asco le provocaban a Gabriela esas palabras, pero debía soportarlas, al menos de momento.

–Tengo una idea nena… que tal si paso por ti y nos vamos a otro lugar, al que tú quieras

–No Don, no puedo dejar a Jacobo solo… pero… pero qué tal si lo dejamos para mañana?

–Mañana?, -preguntó con un tono esperanzador el viejo.

–Si… mañana paso en la tarde a dejar a Jacobito con mi estúpida suegra (esto le salía del corazón) y por la noche tenemos todo el tiempo del mundo para nosotros dos solitos, ok pero claro, con 2 condiciones…, -la voz de Gaby era tan sensual que ni un padre podría resistirse.

–Cuáles?, -preguntó el viejo.

–La primera es que nos vallamos a un lugar retirado de mi casa, no queremos que un vecino chismoso nos eche a perder la noche verdad?, -inquirió Gaby cargada de sensualidad.

–Ni lo mande dios mi reina… ni lo mande dios…!

A pesar del asco que ahora sentía por Don Cipriano no podía evitar sentir algo de gracia por la calentura que notaba en el viejo y su diversión aumentaba cuando imaginaba lo decepcionado que estaría el viejo al final de la noche.

–Y la otra… -prosiguió Gaby, –es que llevemos mi camioneta, después de que la arregló el mejor mecánico del mundo quiero presumirla.

–Claro… lo que tu desees mamacita…!!

–Mañana pase por mí a las 8, y de aquí nos vamos, entendido?

–Entendido, ya no puedo esperar…

“Viejo puerco, si a ti no te importó intentar arruinar mi vida a mi no me importará arruinar la tuya”, pensó Gaby.

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La mañana siguiente Gaby sentía un extraño sentimiento de culpa, de cierta manera había aceptado salir con un hombre que no era su marido, sabía que no llegarían al terreno sexual y que en verdad su plan era dejarlo en ridículo pero para lograrlo debía hacerse pasar por una obediente chica quien quería todo con él y debía mostrarse coqueta, dispuesta, sexy y eso de cierta forma ante ella lo hacía parecer como una ligera infidelidad.

Para aminorar la culpa, toda la mañana se dedicó a consentir a su nenuco (como le decía de cariño a Jacobo), lo llevó al parque temprano, después a desayunar a McDonald y terminaron por ver una película infantil.

Terminado esto y con su plan puesto en marcha como había dicho a Don Cipriano paso a dejar a Jacobo con su abuela.

Y la misma cantaleta de siempre la señora reclamándole a Gaby, decía cosas como que apenas su hijo no estaba y ella aprovechaba para salir con sus “amigas”, clara insinuación de que no iba con sus amigas.

Sin embargo ese día Gabriela no respondió, no tenía ganas, ya se había cansado de pelear con su suegra, o quizás era porque en ese día algo de razón tenía la vieja.

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Entrada la tarde la rubia comenzó a alistarse para su “cita”, se bañó, se perfumó, cuidadosamente eligió la ropa que iba a usar, intentando lucir tremendamente sexi.

Para esa noche Gabriela había decidido usar sus mejores ropas, las más caras y las que mejor resaltaban su voluptuosa anatomía.

Primero eligió un diminuto pantie y un brazier muy pequeño ambos de color negro.

Se colocó la tanga, la cual era tan pequeña que parecía que solo vestía un diminuto hilo a la altura de sus caderas pues sus formidables nalgas la cubrían por completo.

El diminuto brazzier parecía reventar, al tratar de contener la majestuosidad de las suaves tetasas de su dueña, después de su closet tomó un diminuto vestido que le llegaba por encima de sus muslos mitad negro de arriba y mitad gris de la parte de abajo sin mangas, que dibujaba a la perfección sus nalgotas y sus enormes pechos, rizó su rubio cabello y se colocó los típicos productos de belleza que usan las mujeres, posteriormente se maquilló (aunque no lo necesitaba) y por ultimo su puso unas finísimas zapatillas de tacón negras.

Al terminar se vio en el espejo de cuerpo completo que tenía en el baño, ella lo sabía, se veía espectacular.

–Así que por estas es por lo que me querías separar de mi familia…, -se decía en el espejo mientras con ambas manos tomaba su espectacular trasero.

–Pues verás que esta es más que unas nalgas…, -terminó por decir y sonreír para sí misma.

Se acercaba la hora, y su corazón latía cada vez más rápido, no sabía si hacia lo correcto.

Gabriela caminaba de un lado a otro pensando que hacer, pensaba si estaba haciendo lo correcto.

Muy en el fondo sabía la respuesta, aunque las circunstancias fueran especiales no debería hacer lo que estaba por pasar.

Estaba a punto de salir con otro hombre que no era su marido, sin embargo no lo traicionaría, eso jamás y menos con tan despreciable sujeto.

Rápidamente cogió el teléfono, deseando que no fuera demasiado tarde para cancelar aquella cita extramarital, argumentando cualquier cosa, comenzó a marcar las teclas cuando escucho sonar el timbre, se maldijo a sí misma, había sido muy lenta.

Se preguntó si aun habría marcha atrás.

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El viejo al ver la voluptuosa silueta de lo que el imaginaba sería su compañera sexual de la noche no pudo evitar sentirse el hombre más afortunado del mundo.

Ella por el contrario sintió repugnancia al ver al viejo, el cual vestía de camisa negra a cuadros, un pantalón de mezclilla azul y botas vaqueras.

–Buenas noches seño…, -le dijo en tono muy sugerente el viejo.

–Buenas noches señor…, -respondía Gaby lanzándole una sonrisa coqueta, prometedora, sexi.

La rubia rápidamente tomó su bolso que estaba encima de la mesita de planchar y en un instante se dirigió a la salida, no quería que ese hombre pisara un centímetro de su casa.

La rubia cerró la puerta y metió la llave con intención de poner el seguro.

–Plashhh…!!!, -fue el sonoro resultado de la aparatosa nalgada que el hombre propinó a la sensual casada, no conforme con eso el hombre no retiró su mano, sino que la dejo allí masajeando el glúteo de la chica.

–“Demonios, que hago…!?, me está tocando” -pensaba la chica presa de la desesperación, en ese momento quería propinarle un golpe, sin embargo si quería seguir con su plan debía soportarlo.

–No sea tentón…, -fue lo único que atinó a responder con su sensual sonrisa, retirando con su mano delicadamente la de él.

En el rostro del hombre solo se podía apreciar la sonrisa de un hombre que se cree ya vencedor, que está seguro que será una gran noche.

–Ya no aguanto Gabrielita…, dame un adelantito…, -las grandes manos del hombre la atrajeron hacia él, a pesar de oponer resistencia de poco sirvió, el viejo era muy fuerte.

La chica era capaz de percibir, el calor que emanaba de ese gordo cuerpo, en ese momento supo que era inútil resistirse, debía ser inteligente.

–No… Aquí no… nos pueden ver… Jijijiji…, -reía nerviosamente Gaby.

–No te hagas del rogar, aunque sea un besito para tu héroe…

El hombre tenía aprisionada a la mujer con sus dos manazas, las cuales las tenía situadas a unos centímetros por encima de sus carnosas nalgas, solo le bastaba un movimiento para palparlas, para sentir esa dureza con la cual había soñado todas las noches desde que la conoció.

No aguanto más y las tomó, las estrujó, las sintió en toda su gran dimensión, eran mejor de lo que las imaginaba, duras pero a la vez suaves, impactantes.

Gabriela en verdad estaba preocupada porque alguien pudiese verlos (algún vecino), estaba en una situación comprometedora.

No tenía de otra, coquetamente poso sus labios en los del viejo, y en un instante los retiró.

Ese pequeño beso bastó para excitar aun más al viejo.

–Ay señor, vámonos a otro lugar…. Para poder darle el masajito que le prometí ayer, y le aseguro que esta noche terminará con un final feliz…, -le susurró esto en la oreja izquierda de Don Cipriano.

El viejo viendo fijamente a la chica, tomó su mano y prácticamente jalándola la ínsito a que lo siguiera con dirección a la salida del edificio, ya no quería esperar más, se la iría a coger.

……………

El viejo condujo a un hotel que se encontraba alrededor de 20 minutos del edificio donde vivía la chica, lo hizo en la camioneta de ella, pues una de las condiciones que puso Gaby dictaba que usaran su camioneta.

La primera propuesta del mecánico había sido llevarla a su taller, pero Gaby recordando lo que dijo el día anterior, acerca de que pondría cámaras, se negó argumentando que ya tenía conocidos por esos lugares.

El viejo por más que insistió no pudo hacerla cambiar de opinión, así que decidió llevarla a otro lugar.

El viaje resultó horrible para la chica, tuvo que soportar todo tipo de piropos bastante subidos de tono, además de eso el viejo al estar completamente seguro de que ya tenía en la cama no dejaba de masajearle sus poderosas piernas, y lo peor no era eso, lo peor para Gaby era tener que fingir que lo disfrutaba, tener que utilizar su risa estúpida para que el viejo no sospechara, aunque en cierto momento se sintió culpable, reflexionó sobre lo que estaría haciendo su marido mientras ella se dejaba manosear por un sujeto que podría ser su padre, pero no había marcha atrás debía enseñarle a ese hombre que con la señora Gabriela Ramos de Guillen no se juega.

Estacionaron la camioneta cerca del hotel, era un edificio muy antiguo, no se podía decir que era horrible pero era bastante precario, al menos la fachada, unos cuantos pisos que se notaba llevaban años sin una pintada, un letrero enorme con la palabra motel en rojo parpadeando, exceptuando la o que no funcionaba.

Gabriela veía parejas entrar y salir (aunque eran más las que entraban dada la hora), y sintió vergüenza, en su cabeza lo sabía, ellos eran la “pareja más dispareja”, las parejas que veía eran por lo general de la misma edad y características, a diferencia de ellos.

Sentía que todas las miradas estaban posadas en ellos, y no estaba muy alejada de la realidad, los hombres se preguntaban como ese asqueroso sujeto podía traer de la cintura a tan encantadora chica, si es que le había pagado algo y si fuera así debía ser mucho dinero.

Las mujeres rápidamente pensaban lo más lógico que era una puta.

Llegaron con el recepcionista.

–Muy buenas noches…, -dijo el recepcionista quien inmediatamente notó la belleza de la chica.

–Necesito una habitación…, -respondió el viejo, se notaba que estaba apurado.

–Cama matrimonial o individual?, -preguntó el empleado del hotel.

–Acaso no estás viendo pendejo?, -respondió el viejo molesto, a la vez que con la mirada señalaba a Gaby.

–Disculpe señor…

El empleado entregó las llaves de la habitación, Don Cipriano la pagó y ambos se retiraron en dirección a ella, con la mirada del recepcionista clavada en el sensual bamboleo del trasero de la casada, en esos momentos deseo tener cámaras en las habitaciones.

……………………………..

Con cierta dificultad Don Cipriano metió la llave en la chapa y abrió la puerta, la ansiedad por coger con Gaby era demasiada.

Entonces la rubia pudo ver la habitación, no era muy amplia, pero tampoco era demasiado pequeña, tenía solo lo necesario para lo que la necesitaban las parejas, una cama en el centro pegada a la pared, algunos muebles y un cuarto al fondo, el cual ella pensó que era el baño.

Los pensamientos de la rubia fueron interrumpidos por la voz del viejo quien decía:

–Ahora si chiquita… vamos a disfrutar como recién casados…, -lentamente Cipriano se acercaba a ella, quien no sabía qué hacer, debía pensar rápido o estaría en peligro, sabía que un hombre excitado era capaz de cualquier cosa.

Tal vez ustedes se preguntarán que es exactamente lo que Gabriela pensaba al meterse a la boca del lobo, al exponerse de esa manera con aquel hombre que deseaba todo con ella, esto era simple, ella no podía dejar las cosas así, no podía permitir que se burlara de ella y menos de su familia, era una mujer independiente, capaz de valerse por sí misma, cuando alguien intentaba dañarla ella era capaz de defenderse y en este caso no era la excepción.

Su plan consistía en exponerlo frente a todos, que su mujer se diera cuenta de que clase de hombre era y para ello tenía guardada una sorpresa.

–Esperece un tantito Don… que le parece si primero le doy el masajito que le prometí ayer???, -preguntó Gaby con esa voz cargada de ingenuidad.

–Lo que tu desees mi reina…, -contestó Cipriano…

“Viejo cerdo…. Mientras tu estas aquí con otra mujer tu pobre esposa debe estar preocupadísima por ti” pensaba Gaby “pero lamentarás haber aceptado mi propuesta”, fue en ese instante que Gaby se dio cuenta que Don Cipriano se había quitado su camisa a cuadros, era una visión asquerosa, la prominente barriga de Don Cipriano subía y bajaba debido a su respiración agitada, sus gruesos bellos de lejos parecían mugre y suciedad, definitivamente era un tipo asqueroso.

–No…!, -exclamó Gaby dándose cuenta que el viejo intentaba quitarse el pantalón para luego quitarse su ropa interior.

–Qué te pasa reina?, -preguntó Don Cipriano no entendiendo su reacción.

Gaby dándose cuenta que había reaccionado mal dijo:

–Vaya al baño, quítese su ropa y póngase una toalla…

El viejo quien aun no entendía por qué no se podía desnudar allí se quedó inmóvil hasta que Gaby prosiguió:

–Me excita la espera… quiero sorprenderme con su gran pene…

Don Cipriano sonrió, era a primera vez que escuchaba a tan sensual mujer hablar sobre su miembro.

–Te aseguro que mi verga no te decepcionara chiquita… en unos instantes te haré gritar como una loba.

Se acercó peligrosamente a la anatomía de Gabriela, quien rápidamente se puso a la defensiva, pero el hombre fue más rápido, de un jalón la atrajo hacia él y le plantó un tremendo beso, que la asqueada casada recibió de mala gana, su mente se debatía entre empujarlo y seguir besándolo, debía guardar las apariencias, debía hacerle creer que le gustaba.

El viejo era hábil, y llegaba a lugares profundos en la boca de la rubia, aprovechaba para masajear el cuerpo de lo que él creía que ya era su amante.

Le encantaba posar sus manos sobre el gran trasero de la chica y subirlas por la estrechez de sus caderas, creía sentir como la joven mujer se resistía, pero no lo suficiente como para alejarlo así que continúo.

El olor que el hombre desprendía de su boca era asqueroso para Gabriela, mezcla de alcohol y tabaco, dos de las cosas que más odiaba en la vida.

Pero algo estaba pasando dentro de ella, algo extraño, ese hombre era el típico mexicano, machista, sucio, infiel mujeriego cosas que odiaba en un hombre, pero en ese momento en sus brazos se sentía extraña, la manera en que el hombre la besaba sin contemplaciones y sin pedir su permiso no le molestaba tanto como creía, se sentía protegida, deseada, en fin como una mujer, algo que con su esposo no había sentido jamás.

Con tal de seguir su plan devolvió el beso, su lengua comenzó a jugar con la de Don Cipriano, sus manos que hasta ese momento estaban sobre las de él intentando quitarlas dejaron de hacer presión para colocarlas en el cuello de Don Cipriano, lo mismo sus azules ojos que en un principio se abrieron como platos ante semejante besuqueo poco a poco y en forma lánguida se fueron entre cerrando, y cuando al fin ella se abrazó al obeso cuerpo del macho por fin cerró completamente sus ojos para seguir besándolo y siendo besada.

El viejo entonces cargó de las nalgas a la chica con la intención de llevarla a la cama, sin separar sus labios ni un milímetro.

Fue en eso cuando de la bolsita de Gaby sonó su celular, señal de que alguien estaba llamando, esto alertó a la rubia quien rápidamente separó sus labios de los del hombre volviendo a la realidad y recordando también su enajenada venganza.

–Bájeme Don…, -pidió Gaby, estaba muy agitada debido al magreo de antes.

–Déjalo que suene preciosa… continuemos con lo que hacíamos, besas riquísimo…, -decía Don Cipriano intentando nuevamente basarla, a lo que ella movía su cabeza para no permitírselo.

– Noo… Por favor puede ser mi marido…, -suplicaba Gabriela.

A pesar de su excitación el hombre obedeció, no quería hacer enojar a esa culona y perder su oportunidad.

Como un rayo Gabriela sacó su celular de su bolsa, efectivamente se trataba de Cesar.

La culpa la inundó, como era posible que segundos antes se estuviera besando con otro hombre. Esa llamada la había vuelto a la realidad, lo que quería hacer era estúpido, debía salir de allí…

Vio como Don Cipriano se metió en el baño, pero aun estaba indecisa.

Lo más sensato hubiera sido no contestar, pero presa del nerviosismo lo hizo.

–Quién es la nena más linda del mundo?, -preguntó Cesar en tono muy cariñoso.

–Soy yo… qué quieres cesar?, -Gabriela quería aparentar serenidad, sin embargo nunca había sido buena para mentir.

–Disculpa por querer saber cómo esta mi mujercita.

–Estoy bien… si me llamabas solo para eso voy a colgar…, -Gabriela trataba de terminar esa llamada lo más rápido posible, no notaba que estaba siendo muy brusca.

–Dónde estás?, -preguntó Cesar.

–Como que donde estoy…!?, estoy en casa…, -mintió Gabriela.

–Pues según mi mamá le dejaste cuidando a Jacobo…

Gabriela había olvidado ese detalle, cometió un grave error.

–Está bien… estoy en casa de Lidia (su mejor amiga), estamos en una reunión de chicas.

–A ya entiendo, pásamela…, – Dijo Cesar…

–Qué…? quieres que te la pase…? para qué…?, – Gaby estaba consternada por su petición.

–Para saber qué me dices la verdad…

En ese momento dos sentimientos predominaban en la sexy rubia.

El primero era el miedo de que quizá Cesar pudiera descubrir su mentira, que aunque no planeara acostarse con aquel hombre si supiera cual era su plan, de igual manera se enojaría.

En pocos segundos el miedo había sido sustituido por el coraje, por el hecho de que su esposo no confiaba en ella, porque estaba segura que su suegra le había llamado y contado mentiras, ¿porque siempre le creía más a su madre que a ella que era su esposa?

–No… No te la voy a pasar, si me quieres creer bien, si no pues ni modo chiquito.

–Qué me la pases…!!!, – gritó desde el otro lado del celular Cesar…

–No lo haré…, -Seguía firme Gaby.

–Sabes que haz lo que quieras… mi madre tenía razón.

En ese momento Cesar colgó el teléfono.

Esas últimas palabras calaron hondo en ella, su suegra nunca la había bajado de puta, estaba seguro que a eso se refería Cesar, lo cual la hizo enojarse aun más.

Olvido completamente querer salir de allí, quería desquitar su enojo con alguien y ese alguien acababa de salir del baño desnudo solamente con una toalla sujeta a su cintura.

–Listo mi héroe para su masaje?, – preguntó Gaby con esa voz coqueta que la caracterizaba.

El hombre sabía que no tenía que decir nada, lo que hizo fue pasar por un lado de la rubia y recostarse boca abajo en el colchón.

Gaby subió a su espalda, llena de bellos y de manera muy sensual frotó sus manos sobre ella.

Debido a la posición en la que estaba su minivestido mostraba casi totalmente la majestuosidad de sus piernas.

Don Cipriano dejaba escapar ligeros gemidos de placer, Gabriela era muy hábil, practicaba los masajes seguido con su esposo, reflexionó y se dio cuenta que era la primer vez que hacía eso con otro hombre…

–Qué bien lo haces mamacitaaa…!, – bramaba el viejo.

–Soy buena…?, – preguntó Gaby haciendo un ligero puchero, como queriendo parecer niña mimada.

–Si… si eres y estas buenísima… Ya me imagino lo bien que has de coger nena…, – al viejo ya no le importaba guardar la compostura, a fin de cuentas se creía ganador.

Ante este comentario Gabriela soltó una ligera risa, quería calentarlo a tal punto que el viejo no aguantara más y en ese momento se iría, no sin antes llevarse un pequeño regalo.

Las manos de Gabriela por momentos rozaban por encima de la toalla el trasero del viejo, notaba que le gustaba por la manera en que el viejo se contorsionaba.

El viejo se sentía en la gloria, ese mujerón encima suyo propinándole un masaje que muchísimos hombres quisieran, se sentía algo incomodo en esa posición, pues su verga completamente erecta ejercía presión sobre el colchón, causándole ligero dolor.

–Puedo hacerle una pregunta?, – Gabriela quería ver que tan caliente estaba el viejo…

–Claro reina… lo que quieras…

–Desde hace cuanto tiempo quiere llevarme a la cama?, – se aventuró a preguntar.

El viejo tardó un momento en responder, pero al notar que las manos de Gaby dejaban de masajearlo respondió:

–La neta… desde la primera vez que te vi, ya sabía que terminaríamos en una habitación de motel…

–En serio?, – Gaby estaba incrédula de la honestidad del viejo.

–Claro… todavía lo recuerdo… incluso recuerdo como ibas vestida…

–Jajajajaja…, – rio Gabriela, honestamente ese comentario le causó gracia.

–No le creo señor…, – siguió la rubia.

–Pues créelo, te recuerdo con ese ajustado jeans que resaltaba tus nalgotas, y esa blusita blanca que no podía contener tus chichotas.

Gabriela seguía con su labor, por momentos se recostaba completamente sobre el viejo haciéndole sentir sus pechos, le gustaba la manera en que se sentía dueña de la situación, creía poder manejar al viejo a su antojo.

–Una última pregunta señor… Cuando hacía el amor con su mujer… pensaba en mi…?, – esa pregunta en verdad le causaba curiosidad, desde que se enteró de cómo era el viejo en realidad.

–Siiiii…, cada vez que se la metía a mi esposa en mi cabeza estabas tú preciosa, y ahora por fin te voy a meter mi verga…

“Pinche viejo verde “pensaba Gabriela.

–Ahora me toca preguntar a mí… Qué tan chiquita la tiene tu esposo…?, – dijo el viejo sin inmutarse.

–De… de donde ha sacado eso..!?, – contestó Gaby contrariada en parte porque la conversación hubiese girado hacia su marido y además porque había acertado. Según ella Cesar la tenía chica.

–Me lo imagino… para que una hembra como tu engañe a su marido quiere decir que no te coge como debería, o que la tiene chiquita… Jejeje.

–Nooo… como cree…? hago esto porque usted me salvó, – decía Gaby sintiendo que perdía el control de la situación.

–No tienes por qué mentir preciosura… Y déjame decirte que mi verga es muy grande, digna de una amazona como tú…

Gaby se quedó un momento inmóvil, debía calmarse debía recuperar la compostura o el viejo podría descubrir que tramaba.

–Ay… no sea presumido…, – dijo sensualmente la chica.

–No es por presumir, pero todas las mujeres que me han probado repiten, y tu mamacita no vas a ser la excepción.

A Gabriela ya no le estaba gustando ese juego. O quizá le estaba gustando demasiado por lo que llegó a la conclusión de que era hora de terminar todo el teatrito.

–No se mueva de aquí… no voltee…

Don Cipriano sintió como la casada bajaba de su espalda, y obedeció.

Gabriela sacó de su bolsa dos pequeñas vendas negras.

Regresó lo más rápido que pudo y nuevamente subió a la espalda de Don Cipriano.

–Qué trama señora Guillen?, – preguntó el viejo.

–Un pequeño juego…, o no le gustan los juegos?, – decía la chica mientras amarraba la venda en los ojos del viejo impidiendo que viera algo.

–Me encantan los juegos…, – se notaba claramente la excitación del viejo.

Gabriela tomó los brazos del mecánico, el cooperó de lo contrario la rubia nunca los hubiera movido, los juntó en la espalda y los amarró lo mejor que pudo.

Cuando terminó Gabriela se bajó de él y se ubicó a unos pasos de la cama.

–Ahora sí, dese la vuelta… Sin quitarse la venda….

El viejo acató órdenes de la que según él iba a ser su hembra en pocos minutos, y giró sobre sí mismo para quedar boca arriba.

Y fue entonces cuando Gabriela notó el enorme bulto que se dibujaba perfectamente bajo la ajustada toalla de baño, por lo visto Don Cipriano no mentía,

–Eres una traviesa… Ya no la hagas larga y siéntate en mi verga… te va a gustar…, -dijo Don Cipriano…

Gabriela no respondió, había llegado el momento.

Tomó su celular, su intención era grabar al viejo, tomar fotos y entregárselos a su esposa, esa era su venganza, exponerlo ante su ser más querido (o al menos eso pensaba que era Gaby)

Comenzó a grabar:

–Quiere que me siente en su verga…?, – preguntaba Gabriela en tono sugerente.

–Siiii… ensártate tu sola en ella… se que es lo quieres…

–Ay no… pero qué pensaría su mujer…?, – decía la rubia masajeando la pierna del viejo con una mano mientras con la otra no dejaba de grabar.

–A la verga con esa pendeja… No te llega ni a los talones de lo buenísima que estas…!

Increíblemente a Gabriela le estaba gustando sentirse así, deseada, sentir que tenía el control de la situación, sentir que ese hombre haría cualquier cosa por estar con ella.

Sintiendo que había grabado lo suficiente como para exponerlo frente a su esposa pensó que era hora de retirarse, cerró su celular, y tratando de hacer el menor ruido cogió su bolso y caminando de puntillas llegó a la puerta, empezó a jalar la perilla con la voz del viejo a sus espaldas quien creyendo que aun estaba con él seguía diciendo obscenos piropos a la rubia.

Entonces fue que Gabriela cometió uno de los más grandes errores de su vida.

La rubia pensó que quizá no era suficiente con exponerlo frente a su esposa, y si lo hacía ante todo el mundo, podía subir el video a internet, claro tendría que modificarlo para que no se escuchara su voz, pero creyó que no era lo suficientemente vergonzoso, a fin de cuentas solo era un hombre en toalla diciendo vulgaridades y se decidió, iba a capturarlo desnudo.

Quizá lo más sensato hubiera sido irse, pero el morbo la venció.

–Ya me voy a quitar esta venda Gabrielita para que cojamos…, -decía el viejo

–No, aun no, espere un tantito…

La rubia se abalanzó sobre Don Cipriano quien seguía en la misma posición, dejo su celular en el buro que estaba junto a la cama.

–Ahora si mi héroe… es tiempo de que ya me muestre su gran herramienta…, – decía Gabriela en tono sarcástico, cosa que el viejo no notó, la chica aun se negaba a creer que fuera tan grande como parecía debajo de esa toalla, quizá era una ilusión óptica o quizá la toalla hacia mas bulto del debido.

Gabriela subió encima del viejo, gateando como felina, sin saber que era una posición peligrosa, en esta posición Don Cipriano pudo haberla penetrado con facilidad, pero el juego le estaba gustando.

Definitivamente era la mejor noche del viejo, sentía las manos de la casada masajear su pecho y como lentamente descendían, junto con ella hacia su virilidad. Rozó la barra de carne del viejo por encima de la toalla, le gustaba calentarlo.

–Vamos chiquita… quítame la toalla y mámamela…, – decía el viejo totalmente excitado.

“viejo estúpido… no sabe que todo esto ira a internet”

Gabriela colocó sus delicadas manos en el borde superior de la toalla de baño, cerca de donde se notaba el gran bulto, de manera muy lenta comenzó a jalarla hacia abajo.

–Don… espero que no me decepcio…, – Gabriela no pudo terminar la oración, la toalla cayó a los pies del hombre y frente a ella se encontraba totalmente erecta la verga más grande que había visto en su vida.

Si bien solo había visto la de su marido, esta era completamente diferente, casi la triplificaba en tamaño y en grosor, contrastaba completamente el rubio miembro de su esposo con la morena y nervuda verga que estaba frente a ella, a Gaby le pareció que no era normal que tuviese tantas venas, eran demasiadas, todo esto cubierto por una oscura mata de gruesos pelos negros enroscados.

La rubia retrocedió, ese viejo asqueroso no mentía en verdad su pene era muy grande.

Por un instante la chica no supo qué hacer, estaba embelesada por esa herramienta masculina, ver su tamaño, grosor, la manera en que apuntaba al techo en forma estoica pulsando aceleradamente, y saber que estaba así por ella, que estaba así de dura para entrar en ella, un extraño sentimiento brotó en su interior: quería tocársela, sentírsela, chupársela.

“Y si lo hacía”, si se la tocaba, si la besaba o se la mamaba…?, a fin de cuentas quien se enteraría?, estaban en un hotel alejados bastante de los lugares que frecuentaba, solos, haría daño a alguien jugar por unos momentos con esa barra de carne?, por un momento en verdad pensó en chupársela, pero inmediatamente llegaron los recuerdos de su familia y se reprendió por siquiera pensarlo.

“Que estas pensando Gabriela… eres una mujer CA-SA-DA… Con 1 hermoso hijo” pensaba la rubia…

–Ya no me hagas esperar chiquita… ya mámamela…, – estas palabras hicieron volver en si a la hermosa mujer.

–Un momentito Don…, – la chica nuevamente agarró su celular y tomó fotografías de ese hombre en esa situación tan comprometedora.

–Qué te parece mi verga mamacita… impresionante verdad?, – preguntó el viejo orgulloso de sí mismo.

–Aja…, – respondió en voz baja la rubia, se avergonzaba de sí misma puesto que le daba la razón al viejo.

–Estoy más que seguro que la tengo mucho más grande que el cornudo de tu maridito, – sin saberlo el viejo había dado en el clavo.

Al escuchar como el viejo hablaba de Cesar, rememoró las palabras que momentos antes habían intercambiado y la manera en que este terminó prácticamente por llamarle puta.

Esto hizo hervir la sangre de la rubia “en verdad me crees una puta” pensaba “pues déjame darte una lección”, de alguna manera la chica se excusó en esto para subir al mullido colchón, y colocarse por encima del viejo, quedando su femenina intimidad a escasos centímetros de aquella monstruosa verga, pero la verdad era una sola y esta era que estaba excitada, ya tenía lo que quería, podía retirarse y completar su extraña venganza, pero estaba caliente, quería seguir jugando un poco mas con ese hombre y sintiéndose segura de que el hombre no podía desatarse continuo, no pensaba tener sexo con él pero quería volverlo loco, y a la vez disfrutar un poco.

Don Cipriano estaba enajenado con el sensual perfume que emanaba el cuerpo de la casada, ese aroma de feminidad, de mujer, de hembra casada, cada vez se sentía más cerca de cumplir con su objetivo que se había propuesto desde el día que conoció a la rubia: COJERSELA.

Apoyándose en sus rodillas la rubia escaló un poco sobre el fofo cuerpo de Don Cipriano y se levantó (quedando de esta manera hincada de rodillas sobre el viejo), podía sentir en su voluptuoso trasero las contracciones de tan descomunal falo, la manera en que prácticamente rogaba por entrar en ella.

–Qué tanto me desea?, – preguntó Gabriela al oído de Don Cipriano de la manera más sensual que pudo haber hecho.

–Muchísimo estas buenísima…, – el viejo ponía todas sus fuerzas en desatarse, ya estaba harto quería poseer a la chica ya.

–Diooss…!, – exhaló Gaby cuando una descarga eléctrica recorrió su cuerpo, la verga de Don Cipriano pareció atorarse en el canal que separa las nalgas, causándole placer.

Ambos estaban ante la situación más excitante de sus vidas.

Don Cipriano, jamás había estado con una mujer tan hermosa como Gabriela, a lo mas que se había acercado, era a contratar una que otra puta, que no se acercaban a la belleza de la rubia, y ni que decir de su mujer

Para Gabriela era la primera vez con alguien con una verga tan grande como la de Don Cipriano, Cesar no se acercaba al tamaño e esa herramienta, y aunque estaba segura que no llegaría a más, le gustaba estar en esa posición, acariciando el velludo pecho del viejo.

Así continuaron los siguientes minutos, Gaby susurrándole palabras de lo más sugestivas y el viejo rogando que ya no lo martirizara.

Gabriela sintió como el viejo se levantó junto con ella unos centímetros del colchón, no le dio mucha importancia, la excitación de la chica crecía cada instante, pero también sabía que cada minuto que pasaba su tiempo allí se acortaba, y muy pronto tendría que separarse de esa situación que extrañamente le resultaba tan gratificante.

Sorpresivamente las grandes manazas del vejete cogieron las nalgotas de la casada, este había logrado desatarse, las estrujó con tanta fuerza que Gabriela soltó un quejido mezcla de dolor y de placer.

Tardó unos segundos en reaccionar y darse cuenta que el viejo había logrado desatarse, al parecer la casada no era buena haciendo nudos.

–No… no… no… señor… p… por… f… fa… favorrrrr…, – dijo Gabriela incitándolo a que no siguiera tocándola, pero con un tono y un tartamudeo que denotaban lo caliente que estaba, el viejo notando esto no paró.

Las manos del viejo se introdujeron por debajo del micro vestido sintiendo la suave piel del trasero de la excitada hembra, por momentos intercambiaba caricias entre su trasero y sus tersas piernas.

–No mames reinita… que pinches y suavecitas nalgotas tienes…, – bufaba el viejo a la vez que le propinaba sonoras nalgadas. –Plaffff…!!! –Plaffff…!!!!.

Gabriela sabía que estaba mal dejarse tocar y nalguear por ese hombre del cual intentaba desquitarse, pero también era cierto que se sentía tan bien, y creyendo que en el momento que ella quisiera podría detenerlo lo dejo hacer.

No se dio cuenta de cuando fue que el viejo subió su minivestido hasta su cintura, dejando expuesto su fenomenal trasero solo cubierto por la diminuta tanga.

Con ambas manos Don Cipriano se deshizo de la venda de sus ojos y por primera vez en largo tiempo vio a tan escultural mujer.

–Esto… e… esto no está bien… d… de… déjeme señor…, – decía esto para no sentirse tan culpable por las caricias, pero en su voz no había indicio de que quisiera que el viejo parase.

El minivestido de Gabriela cada vez subía mas, el viejo era muy hábil y había logrado subirlo hasta que prácticamente solo fungía como un brasier.

Que espectacular visión hubiera tenido cualquiera que en ese momento entrase por la puerta, aunque para suerte del viejo no habría nadie que los interrumpiera.

Gabriela se sentía como en otro mundo, como en una realidad alterna donde la esposa y madre feliz no existían, ¿Dónde había quedado la mujer que hasta hace algunos minutos detestaba a aquel viejo?, ahora en esta ardiente dimensión se sentía como una vulnerable hembra a segundos de ser ofrecida al mismísimo mino tauro, y eso la excitaban aun mas.

–Me encantan las viejas que usan estas tanguitas así de chiquitas, – decía el viejo separando un poco el hilo dental de Gabriela.

–Mjmjmj…, – fue lo único que pudo pronunciar la chica, quien se había recostado completamente sobre Don Cipriano con su cabeza posada a un lado de la de él en el colchón.

Los hábiles dedos del viejo buscaron la intimidad de la casada, la encontraron y de manera muy lenta comenzaron a abrirse paso por sus pliegues, ante la cooperación de la rubia quien no hacía nada por oponerse.

El viejo mecánico entonces pudo sentir la poca cantidad de vello púbico que tenía la rubia en esa parte, se preguntó si así era o se depilaba, aunque lo que más le importaba es que la estaba tocando, y la notaba húmeda.

“O dios que rico” pensaba la chica sintiendo los gruesos y tiesos dedos del mecánico restregándole la entrada de su vagina, aunque sabía que estaba haciendo mal.

No fue una tarea tan difícil, la íntima fisura de Gabriela estaba lubricada por sus líquidos, Cesar jamás se atrevía a masturbarla con sus dedos, le parecía algo inmoral, por lo que la chica al ser una situación diferente a lo que estaba acostumbrada lo dejo hacer.

Estas bien apretadita pendeja…, – decía el viejo, para luego llevarse sus dedos a su boca y lamerlos, de esta forma lubricarlos y volver a su labor.

Gabriela lanzaba eróticos gemidos inentendibles, estaba disfrutando mucho, cada vez que los dedos del viejo tocaban su vagina una descarga eléctrica la recorría de la cabeza a los pies.

Ella estaba sorprendida de la poca o nula resistencia que estaba poniendo, quería hacerlo pero sentía delicioso, su vagina comenzó a desprender fluidos a la vez que el viejo aceleraba su mete y saca.

–Dioooooss… mío…, – murmuraba Gabriela al separar la cabeza del colchón, los dedos entraban y salían rápidamente haciendo que la casada vibrara, jamás en la vida había sentido tan rico.

–Ya… pa… paree… p… porrr favorrr…, – ahora gritaba como una loca, esta vez en verdad quería que parara, por fin había juntado fuerzas para oponerse, pero tal vez era demasiado tarde.

El viejo sentía en su piel como los fluidos de la chica escurrían en abundancia, esto confirmaba que lo estaba haciendo bien.

–Noooo… poorr… favor…, – los gritos de Gabriela cada vez se hacía más fuerte, sus tímidas manos fueron al encuentro de las de él en un afán de impedir que siguieran avanzando.

No lo consiguió, el hombre era muy fuerte.

–Meee… me vooooy.. aaa … co… corrreer…!!!, – incluso ella estaba preocupada de lo fuerte que estaba gritando y lo peor es que cada vez sentía más rico y las ganas de correrse ya casi la superaban,

–Pinche Gaby… estas re buena… vente todo lo que quie…, – las palabras del viejo fueron interrumpidas por la boca de Gabriela, quien lo beso en un afán de acallar sus propios gritos ante el mayor orgasmo que hasta el momento había tenido en su vida y del cual estaba siendo víctima.

Mientras en un hotel muy alejado de donde estaban los dos amantes, Cesar reflexionaba plácidamente es su cama sobre lo que pasó antes con Gabriela:

“Soy un estúpido, Gaby esta en todo su derecho de enojarse conmigo, como se me ocurre pensar que ella me mentiría”, pensaba Cesar completamente arrepentido sin imaginarse lo que pasaba con ella y el viejo mecánico.

“Tengo que llamarla y disculparme” cogió el teléfono y marcó a su esposa.

Los líquidos de la chica fluían por su vagina y llegaban hasta Don Cipriano, su cuerpo se contorsionaba con espasmos de placer, sus lenguas se entrelazan, mientras ella notaba como el viejo seguía masajeando sus nalgas, de alguna extraña manera se siente libre, plena, feliz.

La casada escucha nuevamente su celular, probablemente es Cesar de nuevo, hace por separarse del viejo, pero esta vez no lo logra.

El remordimiento va inundando su ser, ¿Cómo era posible que se haya dejado llevar tan fácilmente por sus deseos, ella una mujer a la cual nunca le habían importado esas cosas.

–De… De… jeme…, – decía Gabriela, mientras su teléfono seguía sonando insistentemente.

Pero el viejo no le hacía caso, en vez de eso intentaba besarla, a lo cual ella se negaba, pero siendo el viejo más fuerte terminó por conseguirlo.

El beso es largo, su saliva se mezcla, sus lenguas se buscan, ambos están excitados… el teléfono sigue sonando testarudamente, pero a ella ya no le importa, simplemente lo deja sonar por minutos eternos hasta que este deja de timbrar, Cesar se ha cansado de intentarlo, ya se disculpara cuando regrese.

Tras unos buenos minutos de intensos besos que les quitan el aliento don Cipriano no quiere separarse de Gabriela, ella hace un esfuerzo para alejarse de ese infiel beso, finalmente lo logra, ambos deben respirar.

La casada esta mucho más exaltada que el viejo, sus pechos suben y bajan de manera hipnotizante, fue un orgasmo maravilloso, pero ella sabe que se dejó llevar, que nunca debió pasar eso y menos con tan despreciable hombre.

Hace por retirarse, ha llegado la hora de terminar con esa locura.

Sus bellos ojos azules están al borde de las lagrimas había sido infiel.

Sin embargo se pregunta: Cómo era posible que en esos pocos momentos con el viejo hubiera disfrutado más que toda su vida marital con su marido?.

Don Cipriano se da cuenta que su princesita quiere irse, no se lo permite la aprisiona sosteniéndola de esas amplias y suaves caderas que tanto le gustan.

–Me tengo que ir señor…, – dice Gabriela aun con la respiración agitada, por primera vez en la noche era consciente que estaba semidesnuda frente a un hombre que podría ser su padre, sus mejillas enrojecieron de vergüenza.

–A donde nalgona…!?, esto apenas empieza, – Don Cipriano se levantó de su posición y se sentó en el colchón, levantando como si se tratara de una pluma a la buenísima de Gaby sentándola frente a él, de esta forma la casada quedó a unos pocos centímetros de la erecta virilidad del hombre.

El corazón de Gabriela latía a mil por hora, había sido muy estúpida al pensar que el viejo la dejaría ir así como así, sus bellos ojos azules se clavaron en el pene del viejo, no entendía cómo es que momentos antes había querido sentir el pene de ese hombre entre sus manos, ahora que lo veía más de cerca se dio cuenta que era un monstro, si el viejo intentaba meterla estaba segura que la partiría en dos.

–No… déjeme…. Aléjese de mí…, – la nuevamente preocupada hembra trataba de empujar el seboso cuerpo de Don Cipriano sin resultados.

El viejo mecánico no entendía porque la casada se comportaba así, momentos antes estaba bastante cooperadora, aunque si debía ser sincero no le importaba, a fin de cuentas tenía allí a la mujer más sensual que había conocido en su vida, semidesnuda a unos escasos centímetros de su verga, por nada del mundo la dejaría ir.

–Por favor señor Cipriano… déjeme… soy casada…, – le decía Gabriela sin resultados.

La cara del viejo era de un completo degenerado, y era entendible, tener a semejante mujer así como la tenía volvía pecador al más santo.

Cogió la diminuta tanga de la chica y de un jalón la rompió y se la quito a su dueña, ella soltó un ligero alarido por lo brusco de la acción.

Fue entonces cuando el momento más esperado por el viejo llegó, era hora de penetrarla, tomándola de su formidable trasero la levantó y la dirigió a hacia su enhiesto miembro, la casada al darse cuenta comenzó a gritar:

–Nooooo…!! Me va a destrozar…!!! Por favor Noooo!!!, – sin embargo sus suplicas fueron en vano, muy lentamente el viejo la fue penetrando, mientras ella no paraba de quejarse. –Dueleee…!!! Noooo…!!! Nooooo!!!!, – Gabriela tratando de tener algún lugar del cual apoyarse abrazo al viejo, su cabeza la puso junto a la de él.

Con un gran dolor la casada ya había logrado tragarse más de la mitad de esa verga.

–Estas bien apretadita pendeja… esto que se siente es increibleeee…!!!, -le vociferaba el viejo Cipriano con sus ojos bien abiertos mirándola a su cara asustada.

Gabriela ya no decía nada, su cuerpo se arqueo por la fuerza del viejo, guardaba sus fuerzas para tratar de resistir el dolor, el cual llego muy pronto, el viejo la dejo caer ensartándose la porción que le faltaba de un tirón.

El grito de la chica no se hizo esperar.

–Ahhhhhhhh… me dueleeeeeeeeeee…!!!!!!!!

–Tranquilízate nena… verás que en unos momentos te acostumbraras a la verga y pedirás mas de ella…, – el viejo acariciaba el sedoso cabello de la rubia de forma muy paternal, cosa que agrado a Gaby, la hizo sentir un poco más segura.

Ya totalmente ensartada el viejo la liberó de sus manos, sabía que lo que menos quería la casada era moverse por lo tanto no se separaría, aprovechó este momento para terminar de retirar el minivestido, con una mano estiró hacia arriba los brazos de la chica y con la otra se lo quitó.

Se veía tremendamente sensual, solamente con su brazier negro sentada en la verga de un hombre mayor, era simplemente espectacular.

Gabriela no podía creerlo, el viejo había ganado, estaba dentro de ella, se sentía como una estúpida, como la peor de las mujeres, cómo había permitido que todo eso pasara?

El viejo sintiendo que ya había esperado lo suficiente para que la estirada vagina de Gaby se adaptara empezó a mover su pelvis, sintiendo un placer inmenso, cuantos días y cuantas noches había soñado con esto y al fin se le había cumplido.

–Nooo… no se muevaaaa…!, – la cara de la rubia era mezcla de dolor y de placer, pero en ella ya no había dolor se había adaptado muy rápido a ese falo, lo que no quería era excitarse más, estaba sintiendo muy rico.

–Lo ves nena… tu panochita ya se adaptó a mí… puedo sentir como me succiona la vergaaaa…, – decía el viejo muy agitado y ya con su cara mojada de traspiración..

–Nooo… eso no es… ciertooo…, – Gabriela lo negaba ahogadamente tratando de así sentirse menos culpable.

El viejo mordió la oreja de Gabriela, la lamía, la saboreaba, mientras el placer de ella va en aumento.

Encaja sus cuidadas uñas en la gran espalda del viejo haciéndolo sentir un dulce dolor.

Don Cipriano cada vez se mueve más rápido, esta enloquecido por Gabriela, al igual que ella que hace esfuerzos sobre humanos para no demostrarlo, en su mente y en su corazón estaba Cesar, pero a pesar de que ella ya se movía levemente aceptando esa relación extramarital no le daría la satisfacción al viejo.

–AAHHHHHHHHHHH…!!!!, – Gabriela no pudo dejar escapar un sonoro gemido.

–Me encantas como culeas estúpida…!!!. Qué rica panchita es la que te cargas zorraaa… y por fin estoy probando su sabor…, – la calentura del momento hacía que el viejo insultara a la rubia y sorprendentemente a ella le gustaba, le gustaba sentirse utilizada por ese hombre, ser su zorra, tal como él se lo decía, y estar indefensa ante él.

La manos del viejo cogieron a la excitada y joven mujer de su espectacular trasero, la subía y la bajaba sobre su larga y gruesa verga venuda, sus fluidos se unían, sus cuerpos se frotaban, el viejo sentía en su fofo pecho como los melones de Gaby se apretaban.

Don Cipriano hace por besarla nuevamente, ella lo rechaza.

Su resistencia ya casi es nula, la verga de Don Cipriano está por romperla, esta la lleva a lugares que no creía que pudiera alcanzar, está experimentando el mayor placer vivido.

Ya no le importa nada, olvida completamente a su esposo, a su hijo, su vida y se entrega completamente al sexo desenfrenado con ese hombre que apenas conocía hace un par de semanas.

–AAAAAAAAAAHHH…!!!!- Grita como una loca Gabriela y es ella, quien ahora busca la boca de Don Cipriano, él la acepta y se funden en un apasionado beso, sus lenguas juegan, se buscan, se sienten mientras se ponen a culear en forma apasionadamente desquiciante.

Don Cipriano nota como ya no tiene que cargar a Gaby para seguir penetrándola, ella se está ensartando por sí sola, el sonido del plock…! Plock…! que hace el trasero de Gaby al golpear al viejo es maravilloso, excitante.

Las manos del viejo abandonan el trasero de Gaby y cogen los melones de la rubia por encima del brassier.

–Quítatelo…, – ordena el viejo separándose de aquel beso.

Gabriela desvía la mirada, se siente apenada, pero no deja de mover sus caderas, el placer es inmenso, ella quiere seguir sintiendo rico.

Obedece y desabrocha el seguro de brassier, se lo quita y lo arroja a una esquina de ese cuarto que huele a sexo.

Ante Don Cipriano se muestran majestuosamente las tetas más grandes que había visto nunca, grandes, voluminosas, con dos pequeños pezones rosados bastante duros muestra de la excitación de su dueña, se mueven de arriba hacia abajo, nota como de ellos escurren gotas de sudor haciéndolos ver más apetecibles.

El viejo las estruja bruscamente, las amolda a sus callosas manos…

–Que pinches chichotas te gastas putona…, – Don Cipriano abre lo más grande que puede su boca y se los come.

–Ahhhhhhahhhhhhhh…!!!!, – Gabriela no paraba de gritar, de gemir, de mostrar su excitación, en aquellos delirantes momentos le encantaba que esa hedionda boca le succionara sus tetas.

El viejo no se la cree, que rica está la rubia, es una diosa… es su diosa…!

Pasan bastantes minutos con ellos culeando. Gabriela se meneaba vigorosamente sobre la obesa cintura del viejo que la empalaba, con todas las fuerzas que ejercía en su cuerpo concentradas desde su cintura para abajo, apretando, frotando, comprimiendo y succionando con su vagina esa temible vergota que estaba probando, ambos están en su límite, exhaustos, sudorosos, pero aun excitados.

–PORRR FAVORRR… YA ACABE CON ESTO…!!!- Gabriela no se daba cuenta lo fuerte que gritaba a la misma vez que ella sola se movía violentamente sobre el cuerpo de don Cipriano, la gente que pasaba por fuera del cuarto podían escucharla gritar, o como así mismo oír el acelerado jadeo de ambos cuerpos excitados.

–Voy pendejaaa…!!!, -el viejo ya queriendo acabar se salió de ella, la levantó la puso baca arriba en la cama y subió en ella.

Estos pequeños instantes de calma sirvieron para que Gaby se calmara un poco.

–Ahí te voy nalgonaaaa…!, – le dijo Don Cipriano colocando su aun erecto miembro en la lubrica entrada de la vagina de Gaby.

–Esppeereee…!, – lo detuvo Gaby desde su posición poniendo sus manitas en la peluda panza del viejo Cipriano…

El viejo puso una cara de curiosidad.

–Noo… no se venga cortado dentro… Cuando vaya a eyacular salgase por favor…!, -Gabriela sabía que resistirse era inútil, es mas ni siquiera estaba segura de querer detenerlo, pero pensaba en su vida pues no quería que la dejaran embarazada.

Don Cipriano no respondió, de un solo golpe introdujo toda la extensión, de su descomunal falo.

–Mmmmmffffffss… r… ri… cooooo…!, – gimió excitantemente Gaby con sus ojos fuertemente cerrados ante tan brutal pero deleitosa acción para su venerable cuerpazo que ya a estas alturas lo resistía todo.

El viejo dejo caer todo su peso en la casada, ella tiene dificultades para respirar, el hombre es muy pesado, pero aun así se mantiene con sus mulos totalmente abiertos y recogidos en señal de aceptación de coito.

Es por eso que el rápido mete y saca del pene del hombre la vuelve loca, lo abrazó, sus suaves manos daban tiernas caricias a su espalda, y nuevamente mientras cogían se besaron pero ahora con verdadera pasión.

La cama parece venirse abajo, la cogida que el hombre le estaba poniendo al voluptuoso cuerpo de Gaby era de antología.

El placer y los deleitosos escalofríos enloquecen a la rubia y aprisiona al viejo con sus piernas, queriendo y permitiéndole que entrara más en ella.

Su vagina y su pene parecen ser uno solo, parecen haber nacido el uno para el otro, ambos sexos se derretían y se fusionaban.

El tiempo pasa, 30 minutos en aquella posición, pasan los 45 y ninguno de los dos tiene idea de cuánto tiempo ha pasado, como tampoco quieren terminar de hacerlo, solo se concentraban en seguir sintiendo el placer.

El voluptuoso cuerpo de Gabriela no puede más a llegado a su límite, se tensan todos sus músculos, los contrae e intenta abrazarle en forma completa la verga con su vagina, y cuando cree lograrlo explota en grandes espasmos de placer, literalmente está sufriendo un espectacular orgasmo.

–Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…!!!!!!, – Grita en forma desesperada con su cara irreconocible debido a su ahora rictus orgásmico por todo lo que estaba sintiendo.

Al sentir que su hembra tuvo el orgasmo tan deseado por ella Don Cipriano no pudo más y al igual que la chica llega a su límite.

La vagina de Gabriela que no dejaba de escurrir líquidos, sintió como la verga que aun la penetraba hacia movimientos extraños.

–Salgase Donnnn, – dijo Gabriela en un momento de sensatez notando que el viejo iba a eyacular.

Don Cipriano haciendo caso omiso, no se salió y deposito toda su semilla en la rubia.

–Noooooooo…!!!!- el grito de la chica era de temor, aun así su vagina no dejaba de chupar ese falo que vomitaba semen a raudales casi en su misma matriz.

–Acepta mi corrida pendejaaaa…!, – la voz del viejo resuena en todo el cuarto mientras esta eyaculando dentro de ella.

El espeso líquido era abundante, viscoso caliente para Gaby era la primera vez que sentía otro que no fuera el de su marido.

Totalmente exhausto el viejo se separó de la chica y sin proponérselo cae dormido, ha sido la mejor cogida de su vida.

Ella yace en el colchón boca arriba, completamente desnuda con sus bellas piernas bien abiertas, su cabello rubio alborotado y el rímel corrido, de su vagina escurre el liquido seminal del viejo, esta exhausta, a la vez que cae en cuenta que se la acaban de culear.

A medida que su excitación bajaba, la culpa ocupo su lugar, era una estúpida, había terminado cayendo en las redes del viejo, había sido infiel, no solo a su marido, también a su hijo y lo peor le había gustado.

(Continuará)

Relato erótico: “Dos rubias llamaron a mi puerta y les abrí” (POR GOLFO)

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Hasta las narices de una vida llena de estrés decidí dar carpetazo a todo lo anterior y tras vender mi empresa, mi casa y mi coche, llegué al aeropuerto donde cogí el primer vuelo hacia Costa Rica. Con euros suficientes en mi cuenta bancaria para rehacer mi vida, me compré una finca muy cerca del Parque Nacional de Corcovado en la provincia de Puntarenas. Elegí ese sitio para retirarme con cuarenta años gracias a la belleza de su naturaleza y la bondad de sus gentes.  Con una casa colonial y una playa semiprivada, la extensión de mi terreno no era mucha, pero si la suficiente para no tenerme que preocupar de los turistas y poder disfrutar así de mi auto impuesta soledad. Después de un matrimonio fallido, veía en ese paraíso el retiro merecido tras tantos años de esfuerzo. Con la única compañía de Tomasa, mi cocinera, una mulata más o menos de mi edad, mis días pasaban con pasmosa lentitud sin otra decisión que tomar que decidir que si me iba a la playa o al monte. Confieso a mis retractores que mi existencia era deliciosamente rutinaria. Desayunar, dar una vuelta a los alrededores o tumbarme al sol, comer, beberme cuatro cervezas bajo mi porche, cenar y la cama.

No echaba de menos Madrid, ni a los amigotes. Vivía para mí y nada más. Hasta que un día al volver de comprar comida y whisky en Puerto Jimenez, vi una humareda saliendo de mitad del bosque. Preocupado por si ese incendio pudiese llegar a los árboles de mi propiedad, fui a ver su origen. Al llegar a un pequeño promontorio, divisé una lengua de devastación en mitad de la nada.

«Qué raro», pensé al ver toda esa extensión de selva baja destrozada y temiendo que fuera producto de la mafia maderera, decidí no acercarme y comentárselo a Manuel, un conocido que era la máxima autoridad policial por esos rubros. Al llegar a casa lo llamé,  pero no estaba. Por lo visto le habían avisado de un conato de incendio.

Asumiendo que era la misma humareda que había visto, mandé el tema a un rincón de mi cerebro.

―¿Qué me has preparado mujer?― pregunté a la cuarentona a pesar de las muchas veces que me había dicho que no me refiera a ella de esa forma. Según Tomasa, si alguien me oía podía pensar que nos unía algo más que una relación laboral.

―Calamares en salsa, patrón― respondió secretamente alagada, aunque nunca lo quisiera reconocer.

Sentándome a la mesa, observé el movimiento de su trasero mientras me servía esa delicia y por un momento, pensé que ante cualquier avance por mi parte esa monada de hembra no dudaría en caer en mis brazos. Viuda y sin hijos, para ella le había caído del cielo mi oferta de trabajo, ya que no tendría que preocuparse por pagar casa ni sustento al ir implícito en el puesto. Desde mi silla, recordé que el cura del lugar me la había presentado al preguntarle por alguien que se ocupara de la casa.  Y lo fácil que había resultado mi convivencia con ella porque a pesar de estar solos, siempre había mantenido su lugar sin tomarse ninguna libertad o confianza fuera de la propia de alguien de servicio. Descendiente de esclavos, su ajetreada y dura vida no solo había forjado su carácter sino otras partes más evidentes de su anatomía. Sin un átomo de grasa, su cuerpo no parecía el de una mujer de cuarenta. Alta, delgada y con grandes tetas, me parecía imposible que no hubiese rehecho su vida tras tantos años sin marido. Las malas lenguas hablaban de que, escarmentada de un marido celoso y violento, había cerrado el capítulo de los hombres. Reconozco estar estaba encantado con ella, debido al carácter jovial y alegre que me demostraba día tras día esa mujer, carácter tan propio de las latinas y tan alejado del de mi ex. Hablando de Maria, a ella sí que no la echaba de menos. Sin desearla ningún mal, estaba feliz con que no fuese yo el que tuviese que soportar su mala leche y sus continuas depresiones.

«Ojalá le vaya bien con Pedro, aunque lo dudo», dije para mí dando un sorbo a mi cerveza al recordar que su traición, lejos de molestarme, me había aliviado dándome un motivo para romper una inercia que me tenía encadenado a un matrimonio sin futuro.

Volví a la realidad cuando la morena me puso el plato en frente. El olor era delicioso y su sabor más. Agradeciendo nuevamente el buen tino que había tenido al contratarla, di cuenta de esa ambrosia mientras escuchaba a Tomasa cantar en la cocina un bolero de los Panchos.

―Si tú me dices ven, lo dejo todo. Si tú me dices ven, será todo para ti. Mis momentos más ocultos, también te los daré, mis secretos que son pocos, serán tuyos también…

Dado el rumbo que habían tomado mis pensamientos, me pareció un premonición de lo que ocurriría si algún día le hacía una caricia y rehuyéndolos, preferí tomarme el café en el porche en vez de hacerlo en el comedor desde donde podía ver y oír a esa atractiva señora trajinando con las ollas para que a la hora de cenar todo estuviera listo.

Ya sentado en la mecedora que había instalado allí, me puse a observar la belleza de esa zona donde se mezclaba selva, playa y plataneros, y donde el verdor era la nota predominante en vez del dorado secarral que predominaba en mi Castilla natal. La fertilidad de esas tierras hacía más chocante la pobreza de sus gentes, pobreza alegre del que vivía el día a día sin mirar con desconfianza al futuro. Pensando en ello y recordando la fábula infantil, los europeos eran las hormigas del cuento mientras los costarricenses se los podía considerar las cigarras. Hasta el propio lema de país ratificaba mi opinión: “Pura vida”. Ese “pura vida” simboliza para los costarricenses la simplicidad con la que se tomaban su paso por este mundo, su amor por el buen vivir, la abundancia y exuberancia de sus tierras, la felicidad y el optimismo de sus gentes, pero sobre todo a su cultura que les permitía apreciar lo sencillo y natural.

«Hice cojonudamente viniendo a vivir aquí», sentencié mirando como en el horizonte se empezaba a formar unos nubarrones que no tardarían en aligerar su carga sobre mi finca.

Me seguía maravillando ese fenómeno meteorológico por el cual,  en época de lluvias, todas las tardes de tres a cuatro la naturaleza riega sus dones sobre ese área, refrescando el ambiente y dando vida a su vegetación. Nuevamente, “pura vida”, medité mientras veía a Tomasa colocando un café recién hecho y un whisky con hielos sobre la mesita del porche.

―Va a diluviar― comenté a la mujer.

―Sí, patrón. Este año la cosecha va a ser buena. Debería ir pensando en contratar las cuadrillas antes que se comprometan con los vecinos, no vaya a ser que llegado el corte no haya nadie que la recoja.

Su consejo no cayó en saco roto, ya que estaba lleno de sentido común y más viniendo de una nativa de la zona que conocía perfectamente el uso y las costumbres de la Costa Rica rural. Sabiendo que además de cocinar me podía servir de consejera, le pedí que se sentara y me explicara con quien tenía que tratar.

―El más fiable de los capataces es José, el matancero. Si llega a un acuerdo con él en las próximas dos semanas, podrá confiar que las pencas no se queden sin recolectar― me dijo mientras comenzaban a caer las primeras gotas.

Como conocía al sujeto, gracias a ser el dueño de la única carnicería del pueblo, no tuve que preguntar cómo contactar con él y anotándolo en mi cerebro, decidí que al día siguiente me pasaría por su local para tratar el tema. Para entonces, las gotas se habían convertido en un chubasco y sabiendo que la presencia de rayos no iba a tardar en llegar, le pedí que me trajera otro café para poder admirar desde ese privilegiado observatorio el espectáculo de luces y sonido que diariamente la naturaleza me regalaba. Tal y como me tenía acostumbrado, el chubasco no tardó en convertirse en tormenta tropical con murallas de agua cayendo mientras se oscurecía el día. Si Asterix o cualquiera de sus galos hubiera contemplado ese momento, a buen seguro hubiese temido que el cielo iba a caer sobre él al ver esa inmensa y brutal lluvia.

«Es impresionante», sentencié subyugado por ese prodigio tan raro y extraño para un castellano de pro: «En dos días, aquí llueve más que en un año en Segovia».

Estaba divisando a buen recaudo la escena cuando Tomasa volvió con el café, pero justo cuando iba a dármelo en la mano se quedó mirando a la plantación y me señaló la presencia de personas al borde de los plataneros. Tardé en unos segundos en localizar de quien hablaba y cuando lo hice me percaté que era dos mujeres completamente embarradas las que se dirigían hacia la casa.

―Deben ser turistas a las que la tormenta ha pillado dando un paseo― comenté sin salir del porche al no tener intención alguna de exponerme a los elementos y mojarme.

Mi cocinera, en cambio, previendo que iban a necesitar unas mantas con las que secarse corrió hacia el interior. Estaba observando las dificultades de una de ellas al caminar apoyada en la otra cuando de improviso tropezaron cayendo de bruces justo cuanto mi empleada volvía. Sin pensar en que nos íbamos a empapar, salimos a ayudarlas y envolviéndolas en las franelas, las llevamos hasta la casa.

Desde el primer momento, la joven que me tocó en suerte me sorprendió por liviana. Viendo los problemas tenía en mantenerse en pie, decidí tomarla en brazos y correr con ella hacia la seguridad que el techo de mi vivienda nos proporcionaba. El peso de la chavala me ayudó a hacerlo rápidamente. Estaba esperando que mi cocinera llegara con su compañera cuando caí en que, acurrucándose sobre mi pecho como un bebé, mi auxiliada gemía muerta de frio.

―Necesitan una ducha caliente― comenté a la mulata.

Tomasa me dio la razón y sin importarla llenar de barro el suelo que tan esmeradamente limpiaba a diario, entró a la casa. Todavía con la niña en brazos, la seguí por el pasillo mientras me envolvía una extraña satisfacción por haberla ayudado. Aduje esa sensación a mi vida solitaria y quizás por ello, no me percaté de la forma con la que se aferraba a mí. Ya en el baño, mi empleada había abierto la ducha mientras la cría que había ayudado se mantenía pegada a ella manteniendo el contacto con una mano sobre el hombro de la mulata. Tras verificar la temperatura, le pidió que pasara dentro, pero, tuvo que obligarla a ducharse. Por extraño que parezca, esa criatura temía alejarse de la mujer que la había salvado y a Tomasa no le quedó más remedio que meterse con ella.

―Patrón, le juro que luego limpio todo― dijo riendo al ver que el agua se desbordaba poniendo perdido la totalidad del baño.

No contesté al contemplar como el líquido iba despojando el barro que cubría el pelo de la recién llegada y que su melena era casi albina.

―Debe ser gringa― murmuró la negra al ver los ojos azules y la blancura de la joven que permanecía abrazada a ella sin moverse y sin colaborar en su propia limpieza.

Yo en cambio asumí que ambas eran nórdicas al vislumbrar de reojo que la joven que tenía en volandas tenía la misma clase de melena. El barro al desaparecer fue dejándonos observar sus ropas y mi turbación creció a pasos agigantados cuando ante mi mirada en vez de la típica vestimenta de los turistas, la joven llevaba una especie de mono casi trasparente.

«Menudo uniforme llevan», musité entre dientes al verificar que la otra iba vestida igual y que lejos de cubrirla, esa tela dejaba entrever unos juveniles pechos y un culito que haría las delicias de cualquier hetero.

Ya sin rastro de tierra en la primera, comprendí que era mi turno y sin soltar a la mía, entré en la ducha. El calor del agua cayendo por su cuerpo la hizo sollozar y dando la impresión de temer que la dejara sola se pegó todavía más a mí, mientras la mulata se llevaba a la compañera a su cuarto para prestarle algo de ropa.

―Tranquila, bonita― traté de tranquilizarla y asumiendo que no me entendía, intenté que mi tono fuera lo más suave posible.

La joven suspiró al sentir mis dedos entrelazándose en su pelo. Por un momento, me pareció el maullido de un gatito que hubiese perdido a su madre y quizás por ello, seguí susurrando en su oído mientras intentaba despojarla de los restos del barro que todavía llevaba incrustado en su melena. La angustia que mostró al intentar dejarla en pie me hizo saber que necesitaba el contacto y por ello manteniéndola entre mis brazos, usé una mano para levantarle la mejilla.

Sus ojos verdes abiertos de par en par daban a la expresión de su rostro una mezcla de miedo y agradecimiento vital, lo que curiosamente me alagó y acercando mis labios, le di un beso casto en la mejilla.  Ese beso sin segundas intenciones, un mimo que bien podía haber sido de un padre con su retoño, la hizo llorar y como si para ella fuera algo necesario, volvió a abrazarse a mí con desesperación. Fue entonces cuando caí en su altura y en que a pesar de mi casi uno noventa, esa niña era de mi tamaño.

―No me voy a ningún sitio― murmuré alucinado de la dependencia que mostraba la criatura hacia su salvador.

Mis palabras consiguieron sosegarla y mirándome a los ojos, me regaló una sonrisa tan tierna como bella. Mi corazón comenzó a palpitar sin freno al advertir en mi interior que crecía un sentimiento protector que jamás había experimentado con nadie y un tanto azorado por ello, le pasé la esponja para que ella terminara de limpiarse. Comprendí que seguía en shock cuando no la tomó entre sus manos. Sin otro remedio que ser yo quien la aseara, comencé a pasársela por el cuello esperando que al verlo ella siguiera. Para mi sorpresa, al sentir mis dedos recorriendo su piel, lejos de mostrarse escandalizada, su mirada reflejó satisfacción y comportándose como un cachorrito al que la vida hubiese dejado huérfano, volvió a maullar suavemente mientras con la mirada me pedía que continuara. Sabiendo que era preciosa, un tanto cortado fui retirando la tierra de su ropa no fuera a que al contemplar su cuerpo me excitara. Por extraño que parezca y a pesar de reconocer que la chavala tenía un cuerpo impresionante, al recorrer sus pechos con la esponja solo pude pensar en cómo era posible que una tormenta le hubiese dejado tan desvalida y quizás por eso, no reparé en la reacción de sus pezones al tocarlos hasta que de sus labios salió un gemido que interpreté como deseo.

Preocupado de que viera en mis actos un intento de aprovecharme de ella retiré mis manos, pero entonces tomando la que seguía con la esponja, fue ella la que la volvió a colocarla sobre sus senos.

―Nena soy muy viejo para ti― susurré inexplicablemente contento al contemplar que lejos de rehuirme esa joven me rogaba con los ojos que la acariciara.

Todavía hoy me avergüenza reconocer que disfruté de sobremanera recorriendo con mis yemas su delicado cuerpo y más aún confesar que al posar mis manos sobre su trasero no pude evitar palpar discretamente la dureza de esa nalgas que el destino me había dado la oportunidad de tener entre las manos. Por raro que parezca, la desconocida no vio en ese gesto nada malo y meneando su culito, me dio la impresión de que deseaba que siguiera manoseándola. Afortunadamente un enano de mi interior me impidió cometer esa felonía y llamando a Tomasa, le pedí ayuda para secar a la pobre desdichada.

Mi empleada tardó casi medio minuto en llegar y cuando lo hizo casi me caigo de espaldas al contemplar que, cogida de la mano, llegaba con una valquiria que bien hubiera sido el impúdico sueño de cualquier vikingo. La belleza sin par de la joven con su pelo blanco ya seco cayendo por los hombros me impactó y más cuando advertí que únicamente llevaba puesta una camiseta.

―¿Puedes ocuparte ahora de esta?― pregunté con los ojos fijos en los eternos muslos sin fin de la suya.

―Ojalá pudiera, pero es como una lapa― contestó quejándose que no la soltaba ni por un instante.

Sabiendo que la cría que tenía pegada actuaba igual, insistí diciendo que no era decente que un maduro como yo fuera el encargado de desnudarla. Dándome la razón, se acercó a nosotros con una toalla en las manos y comenzó a secarla. Viendo que estaba en buenas manos intenté irme a cambiar, pero entonces pegando un grito lleno de ansiedad, mi desconocida corrió a aferrarse a mí.

―Patrón, antes me pasó lo mismo. No pude retirarme ni un metro sin que se echara a llorar― comentó preocupada: ―Me da la impresión de que estás niñas se deben haber escapado de un maltratador y por ello ven en nosotros el sostén que necesitan para no volverse locas.

―¿Y qué hago? No me parece correcto desnudarla yo― casi gritando pregunté al saber que me estaba insinuado que al menos debía estar presente mientras le quitaba la ropa.

―Tenemos que hacerlo, patrón. Si quiere mire a otro lado, pero es necesario que no se vaya― dijo mientras le empezaba a desabrochar el mono.

Tal como me había pedido, giré la cabeza para no observar cómo la despojaba de esa indumentaria, temiendo una reacción normal de mis hormonas. Lo malo fue que, al quedarse desnuda, esa criatura albina buscó mi consuelo pegando su cara contra mi pecho. Al verlo, la mulata me informó que de nada servía haberla secado si me abrazaba con la ropa empapada y con una sonrisa un tanto picara, me pidió que me quitara la camisa. Como muchas veces me había visto en bañador, no me pareció inusual quedarme con el dorso desnudo en frente de ella y la obedecí despojándome de esa prenda sin esperar que, al ver mi pecho, la joven posara su cara en él,

―No quise decírselo antes, pero eso mismo hizo la mía. Ya verá cómo se tranquiliza al escuchar su respiración― comentó intrigada observando la escena.

Su predicción resultó acertada y tras unos momentos en los que no separó su rostro de mí, la chavala levantó su mirada y me sonrió antes de comenzar a acariciarme con sus dedos. Al fijarme en la cocinera, advertí que sabía por anticipado lo que iba a pasar y por ello, un tanto molesto pregunté qué más podía esperar de la desconocida.

Totalmente avergonzada, Tomasa me explicó que, al desnudarse para mudarse de ropa, su “niña” había reconocido su cuerpo con las manos antes de dejar que se pusiera algo.

―¿Me estás diciendo que tengo que dejar que “me reconozca”?― quise saber indignado y preocupado por igual.

―Le parecerá una locura, pero es como si en su desesperación estas nenas vean en el tacto una forma de comunicar su agradecimiento― contestó, pero al ver mi cara de espanto rápidamente aclaró que los mimos que la suya le había regalado no tenían una connotación sexual.

No teniendo claro como reaccionaria mi cuerpo ante unas caricias le pedí que dejara la camiseta que había traído para la muchacha y que me dejara solo, prometiendo que no me aprovecharía de la desgraciada.

―Patrón, no hace falta que me lo diga. Le conozco de sobra y sé que es un hombre bueno― dijo mientras desaparecía llevando su perrito faldero agarrada a su cintura.

Ya solo con la cría, intenté comunicarme con ella informando que me iba a desnudar, pero no conseguí sacarle palabra alguna y totalmente colorado, me quité el pantalón. La preciosa albina miró con curiosidad mis piernas y ante mi asombro comenzó a jugar con los pelos de mis muslos como si jamás hubiese sentido nada igual. Fue entonces cuando caí en que su coño estaba totalmente desprovisto de vello púbico y asumí que no solo habían estado en manos de un maltratador, sino también que eran miembros de una secta donde la norma era ir totalmente depilado.

Si ya de por sí eso era raro de cojones, al despojarme del calzón la cría observó mi virilidad y llevando sus yemas a ella, comenzó a palparla con un brillo lleno de curiosidad en su mirada. Se qué actué mal, no entendía su actitud interesada y a la vez fría, pero al sentir la forma en que examinaba mi prepucio y cómo retiraba el pellejo para descapucharlo, riendo pregunté si es que acaso nunca había visto la polla a un hombre. Demostrando con hechos que debía ser así, se agachó frente a mí y usando mi glande, recorrió la piel de sus mejillas con él sin ningún tipo de excitación.  Contra mi voluntad, al ser objeto de ese extraño estudio, mi pene comenzó a crecer ante sus ojos. En vez de asustarla o preocuparle, vio en ese anómalo crecimiento algo que debía explorar y pasando sus yemas por mi escroto, se puso a palpar mis huevos mientras admiraba mi progresiva erección.

―Nena, no soy de piedra― comenté al ver que parecía atraída por la dureza que había adquirido cerrando sus dedos en mi extensión.

Mi tono debió de alertarla de que algo me pasaba e incorporándose, se puso a escuchar mi corazón pegando su oreja sobre mi pecho sin soltar su presa. La insistencia de la paliducha se incrementó al oírlo y luciendo una curiosidad insana, siguió meneando mi trabuco al comprobar que con ello se disparaba la velocidad mi palpitar sin que ello supusiera que se excitara. Nada en ella reflejaba ningún tipo de lujuria. Todo lo contrario, parecía un médico palpando a un paciente.

―¿Qué coño haces? No ves que si sigues voy a terminar corriéndome― tan excitado como asustado, murmuré tratando de adivinar en ella si se veía afectada por las caricias que me estaba brindando.

Juro que intenté calmar mi calentura aduciendo el comportamiento de la joven al desconocimiento, pero no pude hacer nada contra mi naturaleza y totalmente entregado permití que siguiera con su examen mientras clamaba al cielo que tuviese piedad de mí. Producto de su tozudez en averiguar qué era lo que le ocurría a mi cuerpo, con mayor energía, siguió erre que erre estudiando el fenómeno hasta que el conjunto de estímulos que poblaban mi cerebro dio como resultado mi eyaculación.   

 Asombrada al sentir mi simiente sobre su manos, lejos de compadecerse de su conejillo de indias, la desconocida hizo algo que me terminó de perturbar y es que, acercando sus dedos manchados con semen a su boca, probó su sabor. La expresión de su cara cambió de golpe al catar mi esencia e impulsada por un ansia inexplicable comenzó a lamerlos con desesperación. No contenta con ello, al terminar de devorar lo que había depositado en sus manos, se agachó a hacer lo mismo con las descargas que había caído al suelo, tras lo cual insatisfecha buscó en mi miembro cualquier resto que hubiera quedado en él.  Lo más humillante de todo fue observar que una vez lo había dejado inmaculado, la joven se levantaba del suelo y abrazándome con ternura, me daba la sensación de que era el modo que tenía de agradecerme el regalo.

Aterrorizado por haberme dejado llevar y sintiendo que me había aprovechado de su inocencia, conseguí vestirme y olvidándome de que ella seguía desnuda, fui a buscar a Tomasa. Encontré a la mulata en una situación al menos embarazosa ya que al entrar en la cocina y mientras ella intentaba cocinar, su extraña desconocida estaba manoseándola sin disimulo.

―Patrón, desconozco que le ocurre a esta desgraciada, pero no deja de meterme mano― tan pálida como su partenaire comentó.

Sin revelar que había sido objeto de una paja de la recién llegada, me senté en una silla moralmente destrozado y más cuando al encontrarse con su compañera, mi desconocida regurgitó parte de mi semen en su boca.  La expresión de esta al compartirle mi esencia fue algo inenarrable, ya que cerrando los ojos degustó con placer la ofrenda.

―Se nota que las pobrecillas tienen hambre― compadeciéndose de ellas, mi empleada masculló y sin caer en la verdadera naturaleza del alimento que estaban compartiendo, llenó dos platos con comida.

Las jóvenes nos miraron sin saber cómo actuar hasta que tomando un tenedor acerqué un trozo de la carne guisada a la boca de la cría que había venido conmigo. Esta al observar mi maniobra, abrió sus labios y la masticó como probando tanto su textura como su sabor. Tras tragar, volvió a abrirla esperando que siguiera dándole de comer mientras la otra rubia la imitaba mirando a mi empleada.

―Don Miguel, ¿qué clase de malvado las ha tenido retenidas hasta ahora? ¡No saben ni comer solas!― casi llorando, murmuró la mulata mientras llevaba un pedazo a la joven que como un pajarito en su nido pedía su sustento a su madre.

La certeza de que era así y que ambas habían tenido una existencia brutal hasta la fecha azuzó un sentimiento paterno que desconocía tener y dirigiéndome a las chavalas, les hice saber con tono dulce que sus padecimientos habían terminado y que nos ocuparíamos de ellas como si fueran nuestras hijas.

―Ya habéis escuchado a papá. Comed todo lo que tenéis en el plato y si al terminar os quedáis con hambre, no os preocupéis ¡mamá os pondrá más!― respondió la mulata mientras las acariciaba.

No supe si iba en guasa o si realmente sentía que éramos una pareja que las había adoptado, lo cierto es que no me molestó y, es más, aunque en ese momento no me diese cuenta, di por hecho que era así. Por ello al terminar de saciar su apetito, me pareció natural pedirle a Tomasa que cenara conmigo antes de llevar a las desconocidas, que seguían pegadas a nuestra vera, a descansar.

Mientras cenábamos por primera vez juntos, la cuarentona con su sentido práctico me preguntó dónde iban a dormir las niñas, ya que en la casa había dos camas, la suya que era individual mientras la mía era una King Size.

―Mañana compraré un par de ellas en el pueblo― respondí para acto seguida ofrecerme a dormir en el sofá.

  La mulata enternecida con mi gesto tomó mi mano y la besó diciendo que no se había equivocado al suponer mi bondad. Acomplejado al recordar que me había corrido entre los dedos de una de las crías que había decidido cuidar, me quedé callado mientras se levantaba a recoger los platos. 

«¿Que narices voy a decir cuando se dé cuenta de la clase de hombre que es su patrón?», me pregunté en completo silencio…

Relato erótico: “Shadow Angel. historia de una superheroína parte 2” (POR SHADOWANGEL)

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La misma noche. Refugio de Felina

– Buenas noches Bella Durmiente.- la despertó una voz mientras notaba una cachetada en el culo.

Amy abrió los ojos, deseando que todo hubiera sido una pesadilla y esperando levantarse en su apartamento. Pero en lugar de eso se encontró en una habitación sin muebles ni ventanas, atada de una biga con los brazos en alto y con unas cadenas sujetando sus tobillos. No podía mover los brazos ni las piernas y todo el cuerpo le dolía, se dio cuenta que su captora la había esposado a una altura que únicamente podía tocar el suelo de puntillas. Un fluorescente era toda la luz que tenía la habitación y su única salida una puerta metálica.

– Dormías como un angelito cuando te saqué de la bolsa, debiste estar realmente agotada. Ni notaste como el agua caliente derretía el azúcar de tus brazos. Ni siquiera reaccionaste cuando te esposé de esta forma. No te preocupes, aún tenemos un poco más de cuatro horas de noche para nosotras antes que tenga que liberarte según nuestro acuerdo.- Dijo Felina.

Su captora ya no vestía la indumentaria táctica que recordaba sino que vestía un conjunto deportivo color gris consistente en top que mostraba un generoso escote y unos shorts que mostraban más de la mitad del culo de Felina. Amy se sorprendió al verse contemplar la figura de su captora en lugar de pensar en su situación. Felina aún conservaba su máscara, que simulaba la cara de un gato negro, que dejaba entrever una melena rubia. No debía tener más de cinco años más que Amy, pensó la cautiva.

Una sensación en su espalda que le puso la piel de gallina sacó a Shadow Angel de sus pensamientos. Giró su cara y vió (notó más bien) que Felina estaba lamiendo los restos de azúcar, bajando su lengua en zig zag por toda su espalda hasta llegar a su culito, donde se entretuvo un buen rato.

– Eres la gominola más deliciosa que he probado nunca.- dijo Felina divertida mientras agarraba su trasero.- Y tienes un cuerpo, eres toda un ángel.

Shadow Angel, sin poder hacer nada para evitarlo notaba como Felina recorría todo su cuerpo con su lengua, pasando ahora por su delantera, primero por su barriguita, lentamente subiendo hasta sus pechos, lamiendo sus pezones con delicadeza y luego chupándoselos. Amy notaba una sensación que nunca había sentido con nadie y que mucho menos esperaba notar estando atada y en manos de su enemigo. Notó como su clítoris se endurecía y como su vagina se humedecía. Apretaba sus labios para sofocar cualquier gemido, esperando que Felina no se percatara de su excitación. Pero su captora estaba muy atenta.

– Vaya vaya, así que nuestra heroína se lo está pasando en grande eh?- Dijo mientras recorría su clítoris y su vagina con los dedos, mostrando una habilidad asombrosa estimulando su cuerpo.- Seguro que debes ser una de esas asiáticas a las que les encanta el bondage y las ataduras, ¿verdad? Tu maestro nunca te ató y jugó contigo para que aprendieras escaparte de las ataduras en caso que te capturaran?

Amy recordó el entrenamiento con su maestro, como muchas veces la había atado con todo tipo de cuerdas y cadenas para que aprendiera habilidades de fuga y escapismo. Aunque ella había disfrutado y se había excitado estando atada, su maestro nunca había ido más allá del entrenamiento y no había intentado aprovecharse de su alumna. La sangre real de Amy se había impuesto sobre los deseos que pudiera haber tenido su maestro, y Amy había tendido que buscar salida a la excitación que le provocaba ese entrenamiento masturbándose disimuladamente mientras fingía dormir.

– Eh! No te me vayas que estoy aquí!- dijo Felina pellizcándole un pezón y devolviendo a Amy a la realidad.- No hace falta que me respondas, tu cuerpo me da las respuestas que necesito.-

Las manos de la villana, y su lengua, recorrían cada rincón del cuerpo de Shadow Angel, desde las orejas hasta los dedos de los pies mientras lamia todo el azúcar de su cuerpo.

Amy nunca había sentido nada igual, Felina exploraba cada rincón de su cuerpo, Amy deseaba que se detuviese en su vagina, que dedicara más atención a su clítoris, pero Felina solamente se detenía allí el tiempo suficiente para mantenerla encendida. Al poco rato Amy no podía disimular sus gemidos de placer, intentaba desesperadamente liberar sus manos pero ya no para escapar sino para poder darse a si misma el orgasmo que Felina le negaba.

– Por… por favor.- suspiró Shadow Angel con un susurro.

– Por favor, ¿qué?- Preguntó Felina deteniendo momentáneamente sus caricias.

– Ya sabes lo que quiero…- Respondió Shadow Angel mientras se estremecía con todo su cuerpo buscando, hasta donde sus ataduras le permitían, el roce con el cuerpo de Felina.

– No, yo no lo sé, si no eres un poco más clara, creo que me iré y te dejaré así el resto de la noche.- Dijo Felina con una sonrisa.

– Por favor, hazme llegar al orgasmo, no lo resisto más, esto es una tortura, necesito llegar.- Suplicó Shadow Angel.

Felina estaba divertidíssima, por fin tenía a Shadow Angel justo donde ella quería, ese era el momento que había esperado toda la noche. El momento de pedirle que ella hiciera lo que en cualquier otra circunstancia nunca aceptaría.

– De acuerdo, pero….- Dijo Felina mientras volvía a lamer el clítoris de Amy lo justo para encenderla pero para evitar que llegara a su orgasmo.- …antes deberás hacer tu una cosa, al fin y al cabo representa que tú eres la prisionera, debería ser yo quién te pidiera cosas y no al revés.

– Lo que sea Felina, pero por favor, no lo aguanto más.

Felina salió un momento de la habitación, dejando a Amy pensando en qué le pediría a cambio. Amy estaba tan excitada que haría cualquier cosa que Felina le pidiera a cambio de su anhelado orgasmo. Al cabo de unos segundos, que a Shadow Angel se le hicieron eternos, Felina entró en la habitación con una cámara de video, un trípode y un objeto que no identificó. Felina encendió la cámara y se dirigió a Amy.

– Así que quieres un buen orgasmo?- dijo mientras Shadow Angel asentía sumisa.- Pues bien, te daré lo que necesitas, pero antes te desataré y tendrás que arrastrarte como la gatita sumisa que eres hasta delante de la cámara y quitarte tu preciada máscara.

Era tal el control que Felina sabía que tenía sobre Shadow Angel que no temía que intentara atacarla cuando le quitara las esposas, seguramente ella antes intentaría masturbarse que intentar escapar. Felina sabía lo desesperada que estaba su adversaria en ese momento por llegar a su orgasmo. Y además seguía manteniendo el collar eléctrico en el cuello de la ninja.

– Por favor, eso no… cualquier cosa menos eso.- suplicó Shadow Angel.- Me prometiste que no me quitarías la máscara si aceptaba ir contigo.

– Exacto, y pienso mantener mi promesa. No te quitaré tu máscara, te la quitarás tu misma. Salvo claro, que prefieras estar sufriendo por tu orgasmo unas horas más.- Respondió Felina mientras hábilmente estimulaba el clítoris de su rival con la mano.

– No te preocupes, esa grabación no saldrá de aquí. Será mi seguro de vida, tu no intentas cobrarte venganza por lo de hoy y solamente mis ojos verán esa grabación. Intenta algo contra mí y te aseguro que todo Detroit y todo internet te verán.- Añadió mientras besaba los labios de Shadow Angel.

– De… acuerdo.- Shadow Angel no tenía otra salida y lo sabía, Felina había jugado bien sus cartas y su deseo era tan intenso que no podía negarse a nada. Absolutamente a nada, aunque eso implicara su total humillación.

Felina quitó las esposas a la ninja, primero las de los pies y finalmente las de las manos. Shadow Angel cayó casi a peso muerto a los brazos de Felina, agotada, y la villana delicadamente la recostó en el suelo. Cuando Shadow Angel estuvo en el suelo, sin importarle que la cámara estuviera grabando dirigió su mano hacia su vagina, no podía aguantar más, necesitaba su orgasmo ya. Cuando una descarga eléctrica sacudió su cuerpo.

– No, no, no. Portate bien Dijo Felina.- Solo yo te daré ese orgasmo. Y ya sabes lo que tienes que hacer.

Completamente derrotada, Shadow Angel se puso a cuatro patas y fue gateando hacia la cámara.

– Ponle un poco de ganas, mueve tu culito.- ordenó Felina.

Totalmente sumisa, Shadow Angel obedeció, acompañando cada movimiento de cadera con un maullido.

– Perfecto, así me gusta.- Felina no podía creer que realmente la ninja hubiera aceptado esa orden tan rápidamente.

Shadow Angel se acercó a la cámara maullando como si fuera una gatita. Mirando el objetivo, se sentó sobre sus piernas y lentamente se quitó la máscara, revelando completamente su rostro. Felina no pudo salir de su asombro.

– Vaya vaya ¡qué sorpresa! ¡Si te conozco! Eres esa princesa japonesa, vi tu foto en el periódico.- exclamó realmente sorprendida.

– Ahora ya sabes porque insistía tanto en lo de mi máscara. Por favor, solo te pido que esto no salga de aquí y haré lo que me pidas.- Dijo Amy derrotada.

– No te preocupes, siempre cumplo mi palabra.- Dijo Felina mientras se desnudaba ante la atenta mirada de su cautiva, se colocaba un cinturón con un consolador y se tumbaba encima de Amy.

Felina besó a Amy en los labios mientras la penetraba con el consolador y ella apasionadamente le devolvió el beso. Los gemidos de Amy se sumaron a los de Felina que nunca había experimentado nada igual.

Felina había practicado el bondage y el sadomasoquismo con parejas anteriores, siendo a veces la sumisa a veces la dominante. Pero nunca había experimentado nada igual como lo que estaba sintiendo con Shadow Angel. La sensación de estar realmente dominando a una prisionera la llenó de placer. Felina ya no podía parar, sabía que en ese momento si la ninja luchaba le sería muy fácil derrotarla y lo perdería todo, su guarida, su identidad, el vídeo, las fotos… Pero Amy estaba disfrutando tanto como ella y ni siquiera se planteó la posibilidad de luchar e intentar vencer a su enemiga, solo le importaba el intenso placer que recorría su cuerpo. Mientras tanto, la cámara seguía grabando.

Ambas chicas tuvieron multitud de orgasmos hasta que finalmente, agotada, Felina quedó tumbada encima de Shadow Angel. La ninja no hizo ningún gesto para apartarla, y así quedaron varios minutos que podrían parecer horas.

La mente de Felina fue la que primero se activó. Y quizá eso la salvó de cualquier intento de Shadow Angel de inmovilizarla y hacerse con el control. Se levantó y recuperó el pulsador que activaba el collar de Amy. Paró la cámara y se la llevó de la habitación, cerrando con llave la puerta.

Shadow Angel/Amy aún estaba extenuada en el suelo cuando Felina volvió a entrar, llevando esta vez un pequeño maletín. Se acercó a la derrotada heroína y la besó en los labios.

– Antes de despedirnos, una última cosilla.- Dijo Felina con una sonrisa.

– Qué, qué quieres ahora?- Respondió Shadow Angel un poco asustada.

– Nada, una pequeña travesura mía. Como sé que lo has pasado en grande quiero que recuerdes durante un largo tiempo, que has sido mi prisionera y que tengo el control absoluto sobre tu cuerpo y tu mente”.

– No te entiendo.- Dijo Amy.

– Muy fácil, voy a hacerte un pequeño tatuaje sobre tu fina piel, que además será tu primer tatuaje por lo que he visto. Tú escogerás el lugar, podrá ser un sitio discreto pero íntimo o algo más visible si no te avergüenza llevarlo. Sabes que si o sí saldrás de aquí con ese tatuaje, así que decide bien.

Amy al principio dudó entre rebelarse y luchar contra Felina, aquello iba más allá de lo que ella estaba dispuesta a tolerar. No permitiría que también humillara su piel de esa forma. Pero luego recordó la grabación y como se había humillado ante la cámara. No, luchar no era una opción, Felina tenía el control absoluto de la situación, Amy solo podía escoger la salida menos humillante. La preguntó a Felina qué tipo de tatuaje le haría y la villana se lo susurró en la oreja. Amy entonces le susurró una parte de su cuerpo.

El lunes siguiente. Vestuarios del gimnasio de la universidad de Detroit

Terminado el entrenamiento físico, Amy se dirigió al gimnasio a ducharse y prepararse para las clases. Siempre le gustaba someter su cuerpo a una dura disciplina cardiovascular antes de empezar las clases, la ayudaba a estar más atenta. Como siempre, era la que más fuerza y resistencia tenía entre todas las chicas del gimnasio y superaba en cualquier ejercicio a la inmensa mayoría de chicos.

En el vestuario se encontró con Claire, la chica que había conocido el viernes, para Amy, hacía toda una eternidad.

– Estuviste desaparecida todo el fin de semana. ¿Dónde estuviste? ¿Estudiando a fondo?- Preguntó Claire.

– Algo así, el viernes fue una noche larga y necesité el sábado y domingo para recuperar las horas de sueño.- Respondió Amy mientras se desnudaba y se dirigía a la ducha.

– Caramba, ¿y ese tatuaje? Parece nuevo.- Dijo Claire dirigiendo su mirada al pubis de Amy.

– S..Sí, me lo hizo una… amiga hace unos días. Me dijo que me daría más autoconfianza en mí misma.- Respondió Amy, a la derecha de su monte de venus, tenía tatuada una pequeña pero detallada huella de gato.

– Según me dijo el gato significa la fuerza interior, autoconfianza para afrontarlo todo.- Dijo Amy, para decir algo a modo de excusa.

– Uau, pues te queda muy sexy. ¿Lo sabe alguien más?- Preguntó Claire llena de curiosidad.

– No no, eres la primera en verlo, por favor no se lo cuentes a Tom y a los chicos vale? Aún no estoy segura de que fuera una buena elección.

– Por supuesto, seré una tumba, aunque te da un look muy atrevido que nunca hubiera dicho de una princesa japonesa.- Dijo Claire con una sonrisa.

– ¡NO soy una princesa!- replicó Amy.

– Da igual, para nosotros eres nuestra princesa. Venga espabila que llegamos tarde a clase. Por cierto, has leído el periódico de esta mañana?

– No, por qué? Algo interesante?- Preguntó Amy mientras se enjabonaba el pelo.

– Parece ser que este misterioso Shadow Angel no estuvo ocioso el fin de semana. Ayer capturó una banda de atracadores. Los dejó atados a una farola a disposición de la policía.

CONTINUARA…

Relato erótico: “yo vampiro 12” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Después de los acontecimientos de la condesa Elizabeth Bazthory nos dirigimos a Bulgaria parece que allí había otro vampiro llamado Nosferatu antes pasamos por Rusia un país inmenso que abarcaba hasta china y Mongolia.

Allí las mujeres eran guapísimas eran auténticas modelos como suele decirse allí hacia mucho frio pero nosotros no teníamos problemas ya que no sentimos el frio y nevaba a todas las horas no paraba de nevar pero Nadia y yo estábamos perfectamente.
Esther se moría de frio o la convertíamos o no resistiría el viaje ya que estamos a 40 grados bajo como nadie salía de sus casas a no ser que fuera muy urgente. La ventisca era horrible la dije a Esther:
– ningún humano aquí fuera va a resistir esto tendrás que convertiste sino morirás tú decides.
Ella me dijo:
– mi señor estoy dispuesta, no sé cómo será esa vida pero quiero seguir con usted mi amo y señor y con la señorita Nadia.
– bien entonces ven aquí -la mordí en el cuello y se desmayó luego me abrí una vena y la di a beber mi sangre.
Ella tardo un tiempo pero luego se levantó y dijo:
– tengo mucha hambre mi señor.
Yo me reí igual que Nadia vamos a una casa a ver si nos abren y allí nos alimentaremos los tres llamamos a una casa y nadie nos quería abrir ya que no se fiaban por favor dije:
-necesitamos a ayuda.
Entonces nos abrió un matrimonio de unos 30 años y el 50 y sus hijas de 24 y 25 años el matrimonio se llamaba el Igor y la mujer Natacha y las hijas hacia y Yulia.
– pasen ustedes no sé cómo han podido venir con esta ventisca y sobrevivir.
Tanto las hijas como la madre eran guapísimas nos prepararon sopa de broch es una sopa rusa de verdura y algo de carne muy caliente nosotros tres teníamos hambre pero no precisamente de sopa así que aunque me molesta admitirlo nos dimos un banquete con el hombre y gozamos de la madre y de las hijas después de haber saciado el hambre estábamos a gusto en la casa hasta que se apaciguara la tormenta así dije a las madre y a las hijas:
– desnudaos queremos gozar de vosotras.
Ellas se quitaron los vestidos como si nada y tanto Nadia y Esther y yo ya estábamos desnudos y dije a Natacha la madre:
– chúpamela.
Ella se rio y se arrodillo y empezó a chuparme la poya mientras hacía y julia les comían los chochos a Nadia y a Esther Natacha se volvía loca e gusto ya que su marido como era tan viejo ni le tocaba apenas y lo mismos sus hijas tan jóvenes que no habían tenido ninguna experiencia todavía se volvieron locas cuando Nadia y Esther las follaron con los dedos o las chuparon sus chochos.
Natacha dijo:
– follarme mi señor soy vuestro quiero sentir vuestra verga en mi coño ya que mi marido ya ni me tocaba.
Apenas empezó a follármela y se volvía loca de gusto.
– así así mi señor como una puta quiero más poya soy vuestra puta que poya tenéis.
Luego hice que Nadia la comiera el chocho a Natacha mientras yo me follaba a sus hijas cogí a julia y se la endiñe por el coño ella se volvía loca de gusto y pedía más.
– mas rabo mi señor que gusto quiero estar siempre así.
– ahora date la vuelta te voy a dar por el culo me abrió su culo- y se la endiñe hasta los huevos.
Mientras Esther se masturbaba y l comía el chocho a hacia me dijo:
– ahora me toca a mí mi señor quiero vuestro rabo en mi coño señor quiero disfrutar mucho como mi madre y mi hermana.
Así que me la cogí en vilo y se la clave a hacia hasta los cojones ella me decía:
– estoy en gloria quiero mas no paréis de follarnos que gusto ahora por el culo mi señor- se la endiñe a hacía por el culo mientras su madre la chupaba el chocho- si mama que rico no pares de chupar- mientras Esther me comía los huevos a mi luego se la saque y se la metí a julia también por el culo.
Natacha le comió a Nadia el chocho y se corrió Nadia gritando como lo chupas zorra hicimos todas las posturas que alguno se pueda imaginar después las subrogue a mí y las dije:
– cuando os llame atravesareis tierra y mar para estar conmigo sin duda alguna me pertenecéis- las di bastante dinero para que se mantuvieran bien hasta que las llamara paso la tormenta y escondimos el cadáver del marido mientras ellas encantadas nos despedían y seguíamos nuestro viaje solo recordarían que su marido tuvo un accidente en la nieve y que estaban viuda y con sus hijas y que su marido había dejado bastante dinero para mantenerse.
El día que faltara el llegamos a Bulgaria por fin Sofía la capital era esplendida. Las búlgaras era muy guapas no tanto como las rusas pero también tenían lo suyo cogimos un carruaje y llegamos a enaguo el pueblo que según decía la gente estaba maldito pues había ratas las peste y las mujeres desaparecían sin dejar rastro parecía una aldea desierta no había mucha gente y la gente no hablaba mucho llamamos a una casa pidiendo alojamiento y nos dieron una habitación aunque nos dijeron que no estuviéramos mucho tiempo que aquí la gente desaparecía y no se la volvía a ver.
yo dije por que no investigan nadie quiere saber nada la gente se tiene miedo se va muchos del pueblo así que Nadia y yo y Esther echamos un vistazo por la noche sobre las doce preguntamos aquí y allá pero nadie sabía nada hasta que una mujer llamada Ellen nos llanos porque les interesa saber lo que pasa nos dijo aquí la gente se va y esto se convertirá en un pueblo fantasma por mi culpa se puede explicar mi marido fue a ver a cierto personaje para hacer negocios cuando regreso ya no era el mismo estaba descompuesto y con el pelo blanco pero lo peor es que ese personaje como dijo él está aquí y le siguió hasta aquí ese personaje no es humano y me quiere a mí dijo ella y no para hasta haber destruid do el pueblo bueno eso ya se verá sabe usted donde esta si hay un viejo caserón allí arriba en el cerro nadie va allí es una casa muy vieja y maldita es la casa Ayer.
Allí esta ese personaje si nombre es Nosferatu así que nos fuimos por la noche Esther Nadia y yo al caserón ese que estaba en el cerro la verdad es daba miedo entrar para un humano tocamos y las puertas se abrieron pasamos y se cerraron entonces apareció.
Nosferatu era un vampiro diferente a los que había visto por lo que pude deducir de él había varias clases de vampiros este pertenecía a los Nosferatu describiré calvo con nariz puntiaguda diente en medio de la boca orejas puntiagudas vestía completamente de negro era un cromo nos dijo:
– quien sois vosotros para venir aquí venís a morir acaso.
Tenía las manos como garras y yo le dije:
– no creo que vayamos a morir porque ya estamos muertos- respondí – mi nombre es charles esta Nadia y esta es Esther y somos como tú.
– imposible vosotros no soís Nosferatu sois de otra clase de vampiros.
– nosotros somos de los más poderosos si ya me di cuenta que puedes proyectar tu sombra y que más sabes hacer aparte de matar y enviar la peste y tus ratas y matar a la pobre gente.
– vosotros no matáis también no como tu nosotros hacemos olvidar a la gente después de alimentarnos de ellos.
– a mí solo me interesa una mujer Ellen los demás no me interesan, la quiero me si la habéis conocido lo comprenderéis.
– si la hemos conocido pero ella no quiere ni verte mataste a su marido y estas destruyendo el pueblo.
– no me iré sin ella.
– eres un vampiro egoísta será tu perdición y morirás.
No podíamos hacer nada después de contárselo a Ellen ella dijo que se sacrificaría por el pueblo ya que la daba igual morir su poblé marido al que amaba había muerto en las manos del monstruo ese pero la dije:
– que no sea en vano llévatelo por delante y entonces le conté mi plan morirás pero él también.
le entretendrás hasta que salga el sol y se desintegrara nosotros nos fuimos de e pueblo no podíamos hacer nada era un vampiro de los más poderosos tanto como yo luego me entere que la mordió y ella le entretuvo hasta que salió el sol y murió al no ver más vampiros.
Añoraba mi tierra y se lo dije a Nadia vuelvo a argentina vosotras veréis si queréis venir conmigo o seguir vuestro camino no os obligare vuelvo a mi orígenes Nadia se vino conmigo pero Esther dijo que se quedaba en Europa me visitaría cuando quisiera o cuando yo la necesitara antes hicimos un trio para despedirnos de ella en una habitación que alquilamos en un hotel en Sofía con yacusi y follamos a mas no poder.
Nadia me comió la poya mientras Esther le chupaba el coño a Nadia luego dentro del yacusi follaron entre ellas hasta que Esther se corrió de gusto yo me folle a Esther me dijo:
– nunca te olvidare charles iré a verte y alguna vez.
y lo celebraremos la di por culo y Esther se corrió de gusto mientras Nadia la metía un dedo en el chocho y después la lengua ambas me comieron la poya luego me folle a Nadia mientras Esther la comía las tetas los tres nos corrimos de gusto de tanto follar llego la hora de la despedida de Esther la deseamos lo mejor ella dijo que se iría a Francia ya que la gustaba tanto follar que era el país de los tríos pero que nos iría a haber yo cogí un barco para argentina con Nadia pero eso es otra historia

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