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Relato erótico: ““Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 2” (POR GOLFO)

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Convencido que María había sido educada por una perturbada, decidido a enfrentarme con la arpía de su madre. No me podía creer que una persona en su sano juicio fuera capaz de obligar a una virgen a buscar un amo y por eso azucé a mi asistente para que se diera prisa. Malinterpretando mis deseos y suponiendo erróneamente que lo que me urgía era hacerla mía, esa morenita llamó a un taxi llena de alegría. Al salir de la oficina, el conductor nos esperaba con su vehículo en la puerta y no tuvimos que esperar para salir rumbo a la casa de la muchacha.
«Trata de tranquilizarte, no montes la bronca frente a María», me iba repitiendo durante el camino, «tienes que conseguir sacarla de ahí y que te acompañe voluntariamente».
Sin ser plenamente consciente, se había producido un cambio en mí. Si en un principio, mi idea era aceptar que fuera mi sumisa, en ese instante, lo único en lo que podía pensar era en salvar a esa criatura del destino para el que la habían educado.
«Debo ser inteligente y disimular mi enfado para que esa zorra crea que soy el malnacido que espera», pensé.
Debido al pequeño tamaño de esa ciudad, al cabo de cinco minutos, el taxista aparcó frente a nuestro destino. Para mi sorpresa, la casa donde esas dos mujeres vivían era una enorme mansión en el barrio más selecto de Oviedo.
-¿Vives aquí?- no pude menos que preguntar a mi asistente.
La morena asintió y sonriendo, esperó a que yo pagara la carrera para abrir la puerta del chalet. Para entonces, había decido tomármelo con calma y evitar en lo posible cualquier enfrentamiento pero os tengo que confesar que no estaba preparado para encontrarme a una mujer vestida con un exiguo atavío de criada.
«Joder, ¡menudo uniforme han puesto a la chacha», pensé para mí mientras me relamía admirando el pedazo culo del que era propietaria esa cuarentona. Para mas inri, ese trasero iba acompañado por un buen par de tetas, que desde ese momento se convirtieron en mi obsesión.
«La madre también tiene sometida a la chacha», convencido pensé mientras el objeto de mi admiración se daba cuenta del minucioso examen al que la estaba sometiendo. Como esclava perfectamente adiestrada no se quejó y aguantó en silencio que mis ojos recorrieran su voluptuoso cuerpo.
«Dios, ¡qué buena está!», sentencié tras confirmar que de buen grado le echaba un polvo.
Justo en ese momento, María y a modo de presentación, me soltó:
-Te presento a Azucena, mi madre y tu futura zorra.
Estaba todavía tratando de asimilar sus palabras cuando la aludida se arrodilló a mis pies y sin ser capaz de mirarme, me saludó diciendo:
-Amo, bienvenido a su hogar.
No me había repuesto de la impresión cuando su hija, con tono duro, le preguntó si me había preparado la habitación donde me quedaría.
-Sí, señora. La habitación principal está lista para ser ocupada.
Saliendo de mi aturdimiento, agarré a mi secretaría del brazo y de muy malos modos, le pregunté qué pasaba allí y porqué su vieja actuaba así. La morenita sonriendo me contestó:
-Desde que murió mi padre y mientras te encontraba, tuve que actuar como la señora de esta casa. A pesar de no gustarme ese papel, mi madre ha sido feliz como mi sumisa pero ahora ya es hora que haya un nuevo dueño y yo ocupe mi lugar que siempre he soñado- tras lo cual se arrodilló junto a su progenitora y copiando su actitud, extendió sus manos hacia mí, diciendo:
-Amo, bienvenido a su hogar…
No supe qué decir. Durante unos instantes, me quedé mirando a las dos mujeres que permanecían prostradas a mis pies. Os he de confesar que al verlas en esa postura, me excité y aunque nunca había fantaseado con la dominación, supe que tenía que ocupar mi puesto en esa casa.
«Joder, son tal para cual», me dije al tiempo que me encontraba que eran dos las mujeres que tendría que proteger aunque fuera de ellas mismas.
Analizando la situación, comprendí que mi actuación debía ser diametralmente distinta con cada una de ellas, Porque Azucena era de mi edad y estaba habituada a ser propiedad de su difunto marido. El convencimiento que iba a ser difícil cambiar a esa cuarentona por el tiempo que llevaba soportando el maltrato, me determinó que si no conseguía sacarla, al menos debía intentarlo.
En cambio, su hija nunca había sentido las delicias del sexo y su única ambición era imitar a su progenitora. Sin tener nada previsto, decidí que lo primero que tenía que hacer era hablar a solas con la madre para luego y viendo su reacción, hacer lo mismo con su retoño. Por ello, levantando el tono de mi voz, señalé a la madre y le dije:
-Quiero darme un baño.
La mujer adivinó que tras ese deseo se escondía una orden y levantándose del suelo, salió corriendo a preparar la bañera, mientras María no pudo evitar que su rostro reflejara la envidia al suponer que su vieja sería la primera en ser tomada.
Queriendo consolarla de alguna forma, acaricié su pelo, murmurándole al oído:
-En cuanto acabe con ella, me dedicaré por entero a ti.
La cría refunfuñando aceptó mi promesa y acompañándome por la casa, me enseñó mi cuarto. Una vez allí, tuve que hacer uso de toda mi persuasión para que me dejara solo. Ya sin la presencia de mi asistente, me acerqué al baño y eché un vistazo a lo que estaba haciendo su progenitora.
No me extraño, verla cumpliendo mis directrices. Lo que si me resultó raro fue comprobar la sonrisa que lucía mientras preparaba el jacuzzi.
«Parece feliz», mascullé entre dientes al ver la alegría de su rostro y por primera vez dudé si realmente merecía la pena sacarla de ese mundo después de tantos años.
«Quizás en vez de hacerle un favor, le destrozo la vida», medité en silencio mientras espiaba a la mujer, «si lleva desde joven como sumisa, puede que no sepa enfrentar el futuro sin alguien que la dirija».
Estaba a punto de informarle que estaba ahí cuando esa rubia me descubrió en la puerta:
-Amo, ¿le ayudo a desnudarse?
Su tono eufórico me confirmó que mi presencia en esa casa era bienvenida y que aunque no llegaba a comprender los motivos, estaba radiante al saber que volvía a haber un hombre entre sus paredes. Malinterpretó mi silencio, dando por sentado que aceptaba su ofrecimiento y acercándose a mí, me empezó a quitar la camisa mientras bajo su uniforme de criada sus pezones se ponía duros.
«¡Le pone bruta ese papel!», sentencié al vislumbrar en sus ojos satisfacción y entrega.
Su respiración entrecortada y la manera casi reverencial con el que me iba desabrochando los botones, me confirmaron su creciente calentura. En cuanto me despojó de la camisa, quiso hacer lo mismo con mis pantalones pero parándola en seco, le pregunté porque quería hacerlo.
Tras unos segundos de confusión, creyó que la estaba poniendo una prueba y mirando mis ojos con una seguridad que me desarmó, me dijo:
-Deseo servirle.
Escandalizado, contesté:
-¡Si ni siquiera me conoces!
La madre de mi secretaria, sonriendo de oreja a oreja, me soltó:
-Se equivoca. Ayer mi hija me comentó que por fin había encontrado su príncipe azul y que además de ayudarla a realizarse como mujer, también podría sustituir a mi marido en mi vida. Al principio dudé pero María me explicó cómo le había conocido y cómo había descubierto su carácter dominante. Es más, durante toda la noche estuvimos hablando de usted y por eso puedo asegurarle, que le conozco.
-¿Estas segura?- murmuré avergonzado por semejante confesión.
-Sí, amo. ¡Estoy segura!- respondió mientras con su mano volvía a intentar quitarme el pantalón, -sé que junto a usted, volveré a ser feliz.
El optimismo con el que manifestaba su confianza en mí como su futuro dueño, me dejó sin habla, momento que la cuarentona aprovechó para liberar mi pene de su encierro y antes que pudiera hacer, se arrodilló frente a mí y cogiendo mi verga entre sus manos, dijo sin levantar su mirada:
-Eres maravillosa- para a continuación, murmurar: – mi hija y yo sabremos darte placer.
Que hablara a mi pene como si tuviera vida propia, me sorprendió pero cuando sin pedirme permiso usó su lengua para dar un largo lametazo en mi tallo, decidí que era suficiente y usando por primera vez el poder que esa mujer me había otorgado, cabreado, le solté:
-¿Quién te ha autorizado a hacerme una mamada?
Automáticamente, cesó cualquier intento y sumisamente, respondió:
-Lo siento, amo. Llevo tanto tiempo sin un dueño que creí que era lo que usted deseaba.
-Pues te equivocas, ¡ahora quiero un baño!
Y dejándola de rodillas en el suelo, me metí en la bañera. Nada más aposentar mi culo, la miré y descubrí que lejos de estar disgustada por mi reacción, esa loca estaba mordiéndose los labios.
-Ahora, ¿qué coño te pasa?- pregunté mosqueado.
Muerta de vergüenza y colorada como un tomate, me informó:
-Estoy excitada… me ha puesto bruta darme cuenta que tengo que aprender a reconocer sus deseos y que quizás usted tenga que usar mano dura mientras lo consigo.
-¿Me estás diciendo que te pone cachonda pensar en que pueda castigarte?
-Sí- respondió mientras involuntariamente juntaba sus rodillas, intentando apaciguar el incendio que crecía entre sus piernas.
La calentura de esa mujer era total y aunque os resulte increíble, más que excitarme, me intrigó.
«¿Hasta dónde llegará su sumisión?», pensé mientras, a un metro escaso de la bañera, esa madura tenía dificultades en retener la fiebre que la iba dominando por momentos. Ante mis ojos, Azucena se estaba poniendo como una moto sin que yo tuviera que hacer otra cosa que mirarla.
No me preguntéis porqué pero en ese instante, olvidándome que era una persona con sentimientos, lo único que me importaba era averiguar los límites de su adicción y por ello, elevando mi voz, la ordené:
– Desnúdate para mí.
Azucena al escuchar esa orden, suspiró aliviada y levantándose del frio suelo, me miró agradecida al tiempo que empezaba a despojarse de su ropa.
-Despacio- comenté satisfecho por la rapidez de la mujer en obedecer sin caer en la cuenta que la alegría que mostró al recibir mi orden había conseguido espantar los últimos resquicios de vergüenza por mostrar mi lado dominante.
“¡Esta zorra me necesita!”, me dije al ver su enorme sonrisa mientras retiraba los tirantes que sostenían su vestido. Ajena a que todavía seguía debatiendo en mi interior su destino, dejándolo caer con infinita sensualidad, su cuerpo maduro se me fue revelando lentamente.
“¡Menudas tetas!” sentencié al comprobar que tal y como había previsto esa cuarentona tenía un par de pechos dignos para ser inmortalizados por un artista.
Sin la cortapisa de su vestido, la belleza de Azucena quedó de manifiesto cuando, sin dejar de sonreír, pude admirar su cuerpo casi desnudo. También os he de decir que el coqueto conjunto de ropa interior que todavía conservaba puesto, lejos de minorar su sexualidad, la incrementaba. Asumiendo que me estaba viendo afectado por ese striptease, quise ralentizarlo. Por ello, no permití que se lo quitara y la ordené que me modelara en ese estado.
La cuarentona comprendió que estaba disfrutando de su entrega y queriendo complacerme, se dio la vuelta y me dejó admirar la perfección de su trasero.
-¡Tienes un culo estupendo!- exclamé en voz alta al contemplar sus duras nalgas.
Satisfecha con el piropo y antes de que se lo mandase, Azucena poniendo cara de puta, se desabrochó el sujetador para acto seguido dejarlo caer sobre la alfombra mientras me preguntaba:
-Amo, ¿le gusta lo que ve?
“Dios, ¡qué melones!”, mascullé entre dientes, obsesionado por los negros pezones que las decoraban.
Mi alborozo se incrementó hasta límites insoportables, al observar que a pesar de su edad, sus senos se mantenían firmes sin la sujeción de esa prenda. No contenta con ello, la cuarentona se pellizcó las areolas mientras se lamía los labios, buscando mi excitación.
-Eres una zorra- comenté muerto de risa cuando, ya con sus pezones erectos, tampoco esperó a que se lo ordenara para despojarse del diminuto tanga que llevaba.
-Lo sé- respondió con alegría completamente desnuda y esperando a ser inspeccionada, me preguntó: -Amo, ¿puedo tocarme?
-No te he dado permiso de hablar- la recriminé y ejerciendo ese poder que nunca creí en disfrutar, la ordené: -Acércate.
Deseando quizás ser castigada, se acercó y poniendo su culo en pompa, esperó mi inspección. Lo que nunca supuso es que separando sus nalgas, me dedicara a examinar la flexibilidad de su entrada trasera.
-Tu anterior amo nunca te lo estrenó- comenté ilusionado al comprobar que nunca nadie había hoyado ese rosado esfínter.
-Así es- respondió casi sollozando de deseo al sentir cómo recorriendo sus bordes, comprobaba con mis dedos la resistencia de su ano.
Os reconozco que me encantó comprobar el sumiso modo en que esa mujer se mordía el labio para no demostrar su deseo mientras una de mis yemas se introducía en el interior de su culo.
-Gírate- más cachondo de lo que me gustaría reconocer, le ordené mientras le soltaba un sonoro azote – quiero ver tu coño.
Con la seguridad de saber que había superado con nota el examen de su trasero, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi escrutinio.
-¡Estás totalmente mojada!- exclamé sorprendido al descubrir que lo llevaba completamente depilado y que eso hacía que el coño de Azucena pareciera el de una quinceañera.
-Mi amo me pone así- contestó encantada de mi reacción.
Ya inmerso en el papel, incrementé su entrega ordeñándola que separara sus labios para así poder disfrutar de su chocho por entero. Obedeciendo, usó sus dedos para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, fui testigo de la humedad que brotaba de su interior.
-¿Estás caliente? ¿Verdad, puta?
-Sí, amo- reconoció con un breve gemido.
Su entrega era tal que disfrutando de su sumisión, la ordené que se masturbara. Sin dudarlo, Azucena abrió sus piernas y comenzó a acariciarse con inmensa necesidad su clítoris mientras desde la bañera, la miraba.
«No tardará en correrse», pensé al escuchar sus jadeos y sin quererlo, el fuego de su cuerpo me empezó a calentar.
La cuarentona al comprobar con sus ojos que mi pene reaccionaba, suspiró y llevando una mano a su pecho, lo pellizcó mientras aceleraba su masturbación. Poco a poco la excitación fue dominándola y dejándose llevar, comenzó a gemir de placer.
Jugando con ella, esperé que estuviera a punto de correrse y entonces la ordené que parase. Su expresión de disgusto me informó que había hecho bien al retener su placer y soltando una carcajada, le exigí que continuara. Azucena, obedeciendo, volvió a masturbarse con un mayor ímpetu. Nuevamente cuando ya temblaba con los primeros síntomas del orgasmo, evité que se corriera prohibiéndoselo.
Durante más de diez minutos, la torturé con ese juego hasta que convencido que iba a ser incapaz de no correrse, le solté:
-Para ser una puta tan vieja tienes un buen par de tetas- dije mientras acariciaba sus pechos con el propósito de humillarla.
La madre de mi secretaria al sentir el contacto de mis dedos en su piel, suspiró excitada:
-Amo, ¡necesito ser suya!- dijo fuera de sí mientras, ya sin disimulo, incrementaba la tortura de su sexo.
Para dar mayor énfasis a la necesidad que sentía por ser usada, con una mano se pellizcó los pechos al tiempo que meneaba su culo ante mis ojos.
Su actitud y su dependencia me dejaron alucinado porque no solo se manifestaba abiertamente como sumisa sino que me reconocía a mí como su amo. Ejerciendo del poder que voluntariamente me había concedido, le pedí se colocara a mi lado y comencé a masturbarla sin parar mientras pensaba en cómo sacar partida del papel que estaba representando.
Sus gritos no tardaron en informarme que había alcanzado el orgasmo y justo cuando su sexo se desbordó dejando su humedad entre mis dedos, me levanté y saliendo de la bañera, le exigí que me secara.
Azucena presa del placer, miró con deseo mi polla tiesa y mientras su cuerpo se estremecía, creyó que esta vez deseaba que me la comiera y por eso, arrodillándose a mis pies, comenzó a besarla con una ardor que me impidió durante unos segundos rechazarla.
«Joder que fijación con las mamadas», pensé descojonado y separándola nuevamente, le lancé una toalla diciéndole:
-Sécame, zorrita. ¡Ya tendrás tiempo de mamármela!
La expresión de esa cuarentona me confirmó su disgusto pero obedeciendo de inmediato, se puso a retirar las gotas de agua que caían por mi cuerpo mientras entre sus muslos se acumulaba la excitación por saberse de mi propiedad. Es más rápidamente comprobé como esa mujer temblaba de deseo al verse obligada a pasar la toalla por mis muslos y ver a escasos centímetros de su cara una erección que le estaba prohibida.
«Está cachonda y le urge el chupármela», certifiqué al observar tanto la dureza de sus pezones como el brillo de sus ojos fijos en mi verga. Sabiendo que debía comportarme como un cabrón, le exigí que me acompañara a mi habitación y obligándola a permanecer de pie frente a la cama, me tumbé totalmente desnudo en ella.
-¿Quieres que te deje mamármela?- pregunté en plan de guasa mientras, mirándola a los ojos, llevaba mi mano hasta mi pene y lentamente comenzaba a masturbarme.
Las rodillas de Azucena flaquearon al sentir que su entrepierna se licuaba y conociendo a la perfección que iba a tener que pagar un peaje para que le dejara apoderarse de mi miembro, mordiéndose los labios, contestó:
-Sí. ¡Daría mi vida por tenerla entre mis labios!
Muerto de risa y sin dejar de meneármela, contesté:
-Si quieres que te lo permita, antes deberás de responderme unas preguntas.
La cuarentona demostró su urgencia al aceptar diciendo:
-No tengo secretos para mi amo.
-¿Qué es lo que quiere saber?
La seguridad de esa mujer me permitió no andarme con remilgos y sin pensármelo dos veces, le pregunté a bocajarro:
-¿Cuándo descubriste que eras sumisa?
Al escuchar la pregunta, sonrió y me dijo:
-Desde bien niña, me gustaban los hombres fuertes pero fue al conocer a mi marido cuando comprendí que me debía a él y que solo sirviéndole podría ser feliz.
Su respuesta parecía tan sincera que comprendí que no mentía pero también que de algún modo el poder presentarse como tal ante mí la estaba tranquilizando y premiándola permití que durante unos segundos, esa zorra se metiera mi miembro en su boca, antes de insistir:
-¿Qué habéis visto tu hija y tú en mí?
Sabiendo que ese era el punto importante del que dependería nuestra futura relación, no me importó que se tomara un momento para responder. Al contrario que con la otra pregunta, con esta se le notaba tensa.
-Un hombre del que nos podemos fiar y junto al cual no tenemos que esconder el tipo de sexualidad que nos gusta. Llevamos desde la muerte de mi marido, jugando entre nosotras pero nunca nos ha bastado. Mi hija es una sumisa como yo y por eso cuando descubrió que un amo en usted, ambas supimos que usted nos daría la seguridad que necesitamos y muchísimo placer.
A pesar que la contestación de esa mujer era de lo más elocuente, había una cuestión que me urgía resolver antes de dar mi conformidad a ser su amo y tanteando el terreno, le solté:
-Hay algo que no comprendo. Según tengo entendido, María es virgen…
-Así es. Mi bebé se ha estado reservando para el día que conociera a su dueño- contestó.
Haciéndole saber que había cometido un error al interrumpirme, pasando mi mano por sus pechos, regalé a sus pezones un duro pellizco mientras le decía:
-No vuelvas a cortarme- y viendo que mi ruda caricia era bien recibida, insistí:- Siendo virgen, ¿cómo sabe que es sumisa?
-Ummm- gimió: -Viendo lo feliz que yo era con su padre, lo supo desde la pubertad.
-No entiendo- comenté- ¿me estás diciendo que envidiaba el modo en que tu marido te usaba?
-No-respondió- lo que le excitaba era el modo en que yo le servía.
Fue entonces cuando comprendí parte de la naturaleza sumisa esas dos mujeres y supe que para ellas lo realmente importante era el atender a su amo.
«Cuadra con la actitud de Maria en el trabajo. Desde el principio se ha mostrado solicita con mis órdenes y ha buscado anticiparse a mis deseos», sentencié impresionado.
Azucena, malinterpretó mi silencio y con voz temblorosa, casi llorando me soltó:
-Juro que dedicaremos las veinticuatro horas del día a hacerle feliz pero no nos rechace. ¡Le necesitamos!
El dolor sus palabras consiguió enternecerme y admitiendo interiormente que no podría dejarlas en la estacada, tomé la decisión de admitirlas en mi vida. Más nervioso de lo que nunca había estado al no saber si podría estar a la altura, subiéndola a la cama, la obligué a ponerse a cuatro patas.
La mujer suspiró aliviada al comprender ese gesto y feliz con el futuro que tendría conmigo, ya en esa postura, dejó que llevara mi mano hasta su sexo y golosamente gimió al sentir mis dedos recorriendo sus pliegues. Durante un buen rato jugué con su clítoris hasta que noté que estaba a punto de llegar al orgasmo, entonces y solo entonces, la comenté:
-¿Hasta dónde estás dispuesta a dar?
Reteniendo el placer que se iba acumulando en su cuerpo, respondió:
-No puedo darle nada porque todo mi ser ya es suyo.
Satisfecho, premié a esa zorrita metiendo un par de yemas en su interior. Azucena al experimentar la intrusión de mis dedos, se derrumbó sobre las sabanas y mientras de su coño brotaba un ardiente geiser de flujo, se corrió muerta de alegría al saberse mía. Dejándola que disfrutara del placer, metí y saqué mis yemas con rapidez, dándome tiempo de analizar mis siguientes pasos.
-Dios. ¡Cómo lo echaba de menos- aulló al sentir un nuevo orgasmo y como la adicta al sexo que era, esa rubia sonrió después de haber obtenido su dosis de placer y sin que yo se lo preguntara, me dijo:-Mi hija y yo sabremos hacerle feliz. Nuestros mentes y nuestros cuerpos serán suyos cuando, donde y tantas veces como le venga en gana. ¡Siempre estaremos dispuestas para nos tome!
Esa promesa era irrechazable y deseando probar su entrega, decidí que lo más difícil para una mujer era dar su trasero. Tras ponerme detrás de ella y abrí sus dos nalgas para inspeccionar su ojete. Me satisfizo descubrir que estaba completamente cerrado y que al menos exteriormente parecía no haber sido usado.
-¿Me darás entrada en tu culo? – le espeté mientras entre mis piernas mi pene reaccionaba a esa belleza consiguiendo una erección de caballo.
Aunque se sobreentendía que una sumisa no podría negar a su amo el acceso a esa parte de su cuerpo, nunca me imaginé que aceptara de buen grado el hacerme entrega de esa belleza y menos que, con una felicidad desbordante, ella misma usara sus manos para separar sus cachetes al tiempo que me decía:
-Me encantará que mi nuevo amo sea el primero en usarlo.
Su disposición me informó que si todavía mantenía la virginidad de su entrada trasera se debía deber a las reticencias de sus antiguos amantes y no a que esa mujer pusiera impedimento alguno a usarlo. Sabiéndolo no comenté nada y únicamente le pedí que me trajera un bote con crema. La rapidez con la que trajo lo que le había pedido, me ratificó que el sexo anal no era uno de sus tabúes. Por ello no me extrañó ver en sus ojos la emoción por lo que iba a pasar y menos que posando su cabeza sobre la almohada, esa mujer alzara aún más su trasero para facilitar mis maniobras.
-Menuda zorra estás hecha- murmuré descojonado mientras esparcía una buena cantidad de lubricante por su esfínter.
Azucena sonrió al oírme y dando por sentado que no iba a tardar en experimentar por primera vez que alguien rompiera su culo, me dijo:
-Soy la zorra de mi amo.
-No me cabe duda- contesté al tiempo que empezaba a relajar los músculos de su trasero con una de mis yemas- que eres lo suficientemente puta para estar deseándolo.
Mis palabras le hicieron reír y dejándome impactado, me contestó:
-Llevo años soñando con esto pero mi marido nunca quiso tomarme por detrás. Aunque sé que duele, lo deseo.
Que diera por sentado que iba a dolerle y aun así quisiera pasar por ese trance, me tranquilizó y no queriendo hacer un destrozo irreparable, seguí relajando su virginal ojete durante un minuto antes de introducir mi segundo dedo.
-¡Qué gusto!- aulló al notar esa nueva incursión- ¡Úseme! ¡Estoy dispuesta!
La resolución con la que esa madura me pedía que la tomara me excitó aun antes de observar como sus muslos temblaban de deseo cada vez que introducía mis falanges dentro de su trasero. Decidido a no acelerar mis pasos, me permití regalar un azote a una de sus nalgas justo cuando le introducía una tercer yema en ese orificio.
-Ahhhh- chilló y entregada a la lujuria, me demostró la necesidad que tenía de ser usada, pellizcando sus pezones mientras me rogaba que me diera prisa.
Realmente comprendí a que extremo llegaba su calentura cuando sin que tuviera que hacer nada más esa rubia, mordiendo la almohada, pegó un berrido y colapsando sobre las sábanas, se corrió sonoramente. El placer que estaba asolando el cuerpo de Azucena lo tomé como mi banderazo de salida. Sin esperar a que cesara su orgasmo y mientras toda ella temblaba de gozo, cogí mi verga y embadurnándola con la crema, coloqué mi glande en su virginal entrada:
-Todavía estás a tiempo de arrepentirte- susurré en su oído mientras jugueteaba con su esfínter.
La respuesta de la mujer no tardó en llegar y dejando caer su cuerpo hacia atrás, se fue empalando lentamente mientras no paraba de chillar satisfecha. Con el dolor reflejado en su rostro, Azucena siguió presionando sobre mi verga hasta que la sintió rellenando su conducto por completo. Notando que había conseguido embutir toda mi extensión en su interior, con voz quebrada, me dijo:
-Me duele mucho pero no pares.
Aunque en ese instante todas las células de mi cerebro me pedían iniciar un galope alocado sobre ese culo, comprendí que debía ir con cuidado para que, tras gozar, en el futuro esa zorra no pusiera ningún reparo en volvérmelo a entregar. Por ello, esperé que fuera ella quien decidiera cuando estaba lista.
Mientras tanto para que no se enfriara, acaricié con mis yemas su clítoris una y otra vez hasta que se relajara. El doble estímulo sobre cada uno de sus agujeros permitió a la mujer relajarse en menos de un minuto y levantando su cara de la almohada, me rogó que comenzara diciendo:
-¡Rómpeme el culo de una puta vez!
Su exabrupto así como la expresión de deseo que leí en su rostro me terminaron de convencer y adoptando un ritmo fui sacando y metiendo mi sexo de su interior.
-Fóllame, ¡por favor!- chilló tras un par de embestidas y aullando de pasión, usó sus caderas para volvérselo a embutir hasta el fondo.
-Si eso quieres, eso tendrás- grité cogiendo su rubia melena e iniciando una brutal carrera en la cual yo era el jinete y Azucena, mi montura.
Pasó poco tiempo para que el compás con el que la penetraba se volviera frenético y mientras ella no dejaba de gritar que la tomara, tuve que usar sus enormes tetas como ancla para no descabalgar.
-¡Sigue! ¡Me estás volviendo loca!- aulló entregada.
Sus gritos eran tan fuertes que supe que sin duda su hija los estaba escuchando pero no supe cuan consciente era María de lo que estaba sucediendo en esa habitación hasta que en un momento dado, al levantar mi mirada, la descubrí espiándonos desde la puerta. Eso lejos de cortarme, me excitó y por eso mirando a los ojos de su retoño, solté un azote sobre una de las ancas de la madre mientras le exigía que se moviera.
Azucena al sentir mi mandoble rugió de placer y sin saber que su hija estaba observando, de viva voz, confesó mediante un chillido que le gustaba ese duro trato y en plan zorrón, me rogó que le diese más. Como imaginareis, esa guarra no tuvo que repetírmelo dos veces y mientras a pocos metros María veía cómo domaba a su madre, fui alternando de un cachete al otro sin dejarla de follar.
-¡Me encanta!- aulló como loca al notar por fin esos golpes tanto tiempo añorados y ya con su culo por entero rojo, se dejó caer sobre la cama diciendo: – Amo, ¡No deje de follarme!
Desde el umbral de la habitación, mi secretaria no pudo más y sin importarle lo que pudiera yo pensar, se empezó a masturbar mirándonos mientras a escasos dos metros, las neuronas de la mujer que le había dado la vida eran asoladas por la sobredosis de dolor y placer que estaba recibiendo.
El morbo de tenerla ahí, en ese estado, fue el acicate que necesitaba para terminar de desmelenarme y disfrutando del deseo que manaba de sus ojos, me dediqué a usar el estrecho culo de su madre como frontón.
-Amo, ¡me corro!- agitando sus caderas mi montura me informó.
Habiendo conseguido mi objetivo, decidí que ya era mi hora y forzando ese ojete cruelmente, lo fui rebanando usando mi pene como cuchillo jamonero. La violencia que usé con su progenitora, azuzó a la chavala y acercándose a mí, me empezó a besar.
Azucena al notar su presencia, se quedó paralizada por lo que mientras jugaba con la lengua de su hija, con una nueva nalgada, le exigí que no parara. Ese azote asoló sus últimas defensas y sin dejar de empelarse con mi miembro, su sexo se calcinó de tanto placer.
-¡Mi hija también necesita sentirse suya!- consiguió balbucear antes de caer agotada sobre las sábanas.
Mi orgasmo coincidió con sus palabras y mientras mis manos se apropiaban de los pechos de su niña, vertí mi simiente en sus intestinos. Azucena al notar que su conducto era regado por mío, convirtió sus caderas en una ordeñadora industrial y no paró hasta que consiguió que vertiera hasta la última gota de esperma en su interior.
Tras lo cual, agotado y exhausto, me dejé caer sobre las sábanas y María sabiendo que era su turno, se tumbó a nuestro lado, diciendo:
-Mamá nunca te había visto disfrutar tanto- y girándose hacía mí, con una sonrisa me pidió: -Deje que le mime mientras descansa porque esta noche tiene que complacer a su otra puta.
Muerto de risa, contesté:
-¿A quién te refieres?
Sabiendo que era broma, soltó una carcajada y despojándose de su camisa, puso sus tetas en mi boca, diciendo:
-A mí, la versión joven y morena de la zorra que acaba de someter.


Relato erótico: “La casa en la playa 4.” (POR SAULILLO77)

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La aguja en el pajar.

La cena y el agua tibia me despertaron del sopor de la cerveza, me hice 2 pajas en la ducha al empezar a ser consciente de todo lo que había pasado en la playa, Sara me había besado y me había dejado un regusto a fresas de su pintalabios en la boca, mi hermana se lo había montado con Sonia en plan lésbico y mi madre me había hecho una paja.

Me vestí con unos vaqueros, y una camisa, me afeité y me perfume, con unos zapatos náuticos, al bajar Jaime iba arreglado, se había duchado y estaba con la melena rubia bien peinada, sus ojos azules brillaban y vestido con un pantalón de vestir azul marino y una camiseta, en zapatillas.

-JAIME: joder, me voy a tener que poner algo mejor, estás muy bien.

-YO: gracias – su aprobación me resultó un insulto, pero no tuvo tiempo de cambiarse, las chicas bajaron en fila.

La 1º fue Sonia, se había echado todo el pelo caoba a un lado dejándolo caer hasta su cintura, una sombra de ojos leve destacaba sus ojos verdes, y vestida con un traje de noche blanco, palabra de honor con sus enormes senos rebosando, sin sujetador, el vestido era largo hasta las rodillas, con aspecto vaporoso y unos tacones a juego.

Luego bajó Sara, que casi se tropieza aún perjudicada, un vestido largo amarillo con un agujero enorme entre los senos a modo de escote, también sin sujetador, era ceñido y la realzaba con gracia, la espalda al aire y peinada con todo el cabello rubio hacia atrás con laca, dándole aspecto de recién salido del agua.

Pasó un rato hasta que Marta apareció, iba con una falda de tubo negra ajustada hasta los muslos, elástica y de tiro bajo en la cadera, una camiseta corta blanca enseñando todo el ombligo, sin mangas, y su peinado de siempre, ondulado y caído hacia los hombros, sin maquillaje alguno, o sus rosadas mejillas parecían naturales, con unos botines de tacón.

La última fue mi madre, que tras unos minutos de indecisiones, bajó vestida con ropa de Marta, todo lo que tenia mi madre era demasiado serio según dijeron, así que escogió un vestido de flores con pinta de bata de seda, con un lazo cerrado en sus riñones, un generoso escote hasta por debajo de sus pechos, sin sujetador marcando pezones en la tela y minifalda muy por encima del muslo, con unos taconazos de vértigo, y como Marta, sin apenas maquillar, o no se notaba al menos. Se había hecho un recogido del pelo en el flequillo a modo de diadema mientras el resto caía a su espalda. Un par de porros pasaron por muchas manos.

-JAIME: señoras, son las mujeres más preciosas que haya visto nunca.

-CARMEN: muchas gracias, no sé si es demasiado atrevido para mi.

-MARTA: no digas tonterías mamá, estás increíble.

-YO: es verdad.

-CARMEN: jajaja sois muy amables, vosotras no estáis nada mal tampoco…..- las adulaba.

-SONIA: ¡hoy arrasamos el local!

-JAIME: que nadie vuelva a casa sin alguien a quien follarse jajajajaja

-CARMEN: ojalá, pero tengan cuidado, usen protección.

-SARA: tengo condones, y si quieren pastillas anti baby….- en 4 minutos todos teníamos condones para ese día y se habían tomado la pastilla, incluida mi Madre.

-CARMEN: vienen muy bien para regular mi cuerpo, pero yo estoy casada……- sostuvo incómoda.

-JAIME: no se preocupe, usted se libra, pero recuerde que esta noche es mía, me debe unos bailes – según se acercó a mi madre, se ladeó y se dejó azotar en el culo, Jaime ya no solo azotaba, se agarraba y dejaba la mano allí.

-CARMEN: de acuerdo, pero cuida de mí, por que voy algo mareada – para decir que iba pedo, sonó leve.

-JAIME: no se preocupe – y empezamos a salir, con Jame sin soltar el culo de mi madre.

Mi hermana se agarró a mi brazo, creo que buscando equilibrio, la situación se había enfriado pero la cerveza seguía presente.

-MARTA: vas muy guapo hermano, hoy te llevas a alguna a casa.

-YO: ya me conoces…….no creo que pueda.

-MARTA: yo te ayudo, pero no te cortes, o no servirá de nada – al menos ella me ayudaría de verdad.

Mi madre caminaba del brazo de Jaime, que la sobaba descaradamente ante sus sonrisas, mientras Sonia se ayudaba en Sara, que no iban una mejor que la otra. Al llegar y vernos, los chicos de la calle las decían burradas, y ellas reían felices, eran 4 hembras como 4 diosas, e iban con aspecto de pedir guerra. Nada más llegar ronda de chupitos para todos y un mojito infernal para cada uno, eso revivió la cerveza, y empezamos a bailar en la pista. Jaime se encontró con 3 encima, mi madre era su objetivo, pero Sara y Sonia hacían pareja y se iban rifando el sitio cuando Jaime se separaba de mi madre. Marta se quedó conmigo, y bailamos de forma distendida, nada grosero, solo dábamos vueltas.

-MARTA: ¿que te parece esa de ahí? – me señaló hacia una pelirroja de pelo corto, sentada sola en un lado con pinta de aburrirse, vestida con unos vaqueros azules y una camiseta de rayas blancas y negras.

-YO: no sé……

-MARTA: ¿y esa? – vi a una rubia de ojos azules, en un vestido elástico de cuerpo entero azul claro.

-YO: pues no se….

-MARTA: pues aquella no para de mirarte – al girarme vi a 2 chicas juntas, mientras una estaba de espaldas, la otra me miró fugazmente 2 veces, era una morena de pelo largo y rizado, con un vestido negro de un solo hombro y grandes gafas.

-YO: ¿tú crees?

-MARTA: joder hermanito, colabora un poco – me costaba mirar a otras mientras mi hermana movía su cuerpo ante mi, aquella falda de tubo la hacia unas caderas muy bonitas, y la camiseta era tan corta que no se pegaba a su piel en el vientre, caía de sus pechos.

-YO: es que no se como entrarlas…..o que decir.

-MARTA: ya te las presento yo, luego solo tienes que ser tú, pero el tú que yo conozco, no ese soso que presentas a todas.

Me cogió de la mano y me llevó una por una a las 3 chicas, la 1º pelirroja en el suelo estaba allí por que había vomitado hacia poco, la 2º rubia ya estaba liada con alguno, la 3º chica en cambio empezó a hablar con mi hermana, y luego se presentó, Vanesa.

-YO: encantado de conocerte….- la di la mano, mi hermana me empujó y casi me caigo encima de ella, que me dio 2 besos poniéndose de puntillas, era de 1,65 como mucho.

-VANESA: un placer, me han dicho que estás estudiando ¿no? – y con aquella simple estupidez, me pasé 1 hora hablando con ella.

La invité a copas hasta emborracharla, o al menos ponerla a mi nivel, pero descubrí a una mujer lista y divertida, coqueta pero firme, que entendía mis estudios, ella estudiaba otro curso, se la veía despierta y activa, fue agradable y dulce, pero de un forma inteligente, con un tono de voz agudo. Luego bailamos un rato, muchas veces vi su sujetador sin hombros por el lado sin hombro del vestido al moverse, y pese a ello parecía una mujer hecha y derecha, era 1 año mayor que yo. No volví a ver a la chica que la acompañaba a ella, ni a mi hermana, así que estabamos solos ella y yo, tan pedos que me dejaba meterla mano en bailes calientes, sentí mi miembro atrapado entre sus nalgas, y alguna vez la cogí una teta, eran menos grandes que las de Sonia, pero eran voluminosas, el vestido la escondía una barbaridad, parecía una mujer del montón, pero tenia un pecho exagerado para la espalda y torso tan pequeños que tenia, al igual que brazos y piernas finas, con un culo duro y bien puesto. Estaba tan embobado en ella que perdí la pista a todos, me entró miedo de cualquier cosa, y me fui a buscar a alguien, Vanesa me siguió de la mano, no pensaba soltarla, y no es que opusiera resistencia alguna, 2 mojitos de allí dejaban tocado a cualquiera.

La 1º que encontré fue a Marta, sonreí triste al verla en una barra sentada con un chico muy mono susurrándola al oído y rozándole las piernas con los dedos, “se merece un desahogo si es verdad que no ha follado con nadie desde que está aquí”, me llegó a ver de la mano con Vanesa, y levantó la copa en señal de cariño. La 2º fue Sonia, apareció colgada de su noviete de playa, iba tan ciega que no se sostenía en pie, constataba continuamente que sus tetas seguían bajo la tela y no se habían salido del vestido blanco, apenas se movía mientras que el tipo la magreaba. La 3º fue a Sara, besándose con un hombre, tenía una teta saliendo por el agujero del vestido, estaba abstraída de su entorno, el tipo la tenia sujeta de la cintura mientras daban pequeños golpes de cintura uno contra el otro.

Estaba preocupado, Jaime y mi madre no aparecían, y si él no estaba con Sara…….Di varias vueltas hasta que di con ellos. Mi madre estaba perdida, totalmente, era una cascara vacía, se meneaba, pegando su pelvis a la de Jaime, al son de las manos de él, que las tenía bajo las faldas agarrándola del culo, no paraba de buscarla con sus labios, se dejaba besar en la cara y el cuello, pero se apartaba cuando intentaba besarla en la boca, lo justo para no besarse pero no lo suficiente como para resultar grosera. Jaime la hablaba la oído y la sacaba los colores, mientras con ritmos lentos apretaba y soltaba el trasero, que en círculos masajeaba con calma. “Mientras solo sea eso”. Me quedé bailando con Vanesa, muy cerca, tranquilizándome, y ella me buscó con los labios, me derretí al sabor de cereza de su boca, sus gafas eran un obstáculo delicioso. Seguíamos charlando de cosas de las que pensaba que nunca hablaría con una mujer en un sitió así, y llegado un momento me bajó las manos a su culo, era como sus pechos, a la vista no se notaba, pero tenia unas posaderas dignas de mi madre, la apreté contra mi como veía a Jaime hacer, y sus pechos me cortaron el aire, verla a milímetros de mi cara, riéndose y mordiéndose el labio, me llevaban al paraíso. Sentí una mano en mi hombro, era Jaime.

-YO: ¿y mi madre?

-JAIME: hemos estado un rato bailando, jajaja como se mueve, pero ha venido el mulato y se la ha llevado hacia la pista – se me bajó la borrachera de golpe.

Busqué desesperado entre la multitud, había un chica chupándosela a 4 tíos a la vez, otra pareja follando y un grupo a su alrededor masturbándose, pasé entre ellos con Vanesa de la mano, y llegué al punto donde encontré a mi madre la noche previa. Estaba en manos de 2 mulatos, uno por delante y otro por detrás, Carmen estaba con cara de no darse cuenta de nada, el de delante era el de ayer, con el mismo torso desnudo y musculoso, tan pegado a ella que sus pelvis eran una sola, y sobándola las tetas por encima de la tela, el 2º era un poco más bajo y rechoncho, estaba levantándola el vuelo de la falta y cogiendo el culo a mi madre, nunca se lo había visto a mi madre en tanga, era blanco y pequeño, y dejaba que se lo cogieran con mimo.

-VANESA: ¿esa es tu madre? – se me puso delante pegándome su cintura a la mía.

-YO: si, es que mi padre se ha ido y está algo sola…….- quise justificarla, sin atreverme ha hacer nada, esta vez no fue cobardía, me temía perder a Vanesa si la soltaba, su pelo negro y enroscado me hacia cosquillas en la barbilla, olía a melocotón, y la rodeé por el vientre apretándola contra mi.

-VANESA: y tan sola, jajajaja esos 2 se han follado a media discoteca, el grandullón la tiene como el brazo de un bebé.

-YO: eso he oído, ¿tú……..?

-VANESA: ¡que va!……ojalá, llevo un calentón desde que llegué aquí hace 2 semanas……- me cogió la mano y me la llevó a un pecho, sentí el pezón duro y estrujé con cariño.

-YO: yo……podría…..si me dejas…..claro….- se giró para besarme, su aliento sabía a menta del mojito, a cereza de sus labios, y a deseo. Su lengua me dejó ardiendo, apreté su culo hasta ponerla de puntillas, y sin saber por qué, la azoté, soltó un gemido dulce al sonreír.

Me pasé 20 minutos viendo como a mi madre la hacían de todo, le habían abierto el vestido y se frotaban contra ella, el grandullón la susurraba cosas y mi madre abría la boca ofendida, pero luego le devolvía el comentario al oído, el grandullón hizo un gesto y el de detrás se fue a por otra chica que había medio ida, en 5 minutos estaban ambos desnudos y el tío la estaba follando en mitad de la discoteca, la chica en cuestión iba con una falda rosa dada la vuelta, y rebotaba contra él.

-YO: vaya tranca.

-VANESA: jajaja pues la del otro es más grande.

-YO: ¿el que tiene a mi madre cogida del culo, elevándola sobre su pecho, mientras la besa en el cuello después de cada caliente giro de caderas? – soltó una carcajada.

-VANESA: el mismo, ayer le vi con una aquí, la chica gritaba tanto que tapaba la música, y se corrió tantas veces que casi se desmaya, la tuvo que coger en el aire y follarla como si fuera una muñeca rota.

-YO: ¿y si mi madre……- “al menos no seria con Jaime”, fue mi pensamiento.

Una copa tras otra, mi madre se dejaba un poco más, ahora el mulato la elevaba y le cogía un seno mientras que una copa más tarde la chupaba un pezón, los tenia como estalactitas y apretaba su cabeza contra ellos, luego metió su mano entre las nalgas de mi madre tirando del tanga, cada vez más fuerte hasta que, ruborizada, soltaba gemidos audibles. El vestido cayó al suelo y mi madre estaba solo en tanga en mitad de una macro discoteca siendo ultrajada por un mulato enorme y con una tranca descomunal, según todos. Aquello era demasiado, cogí a Vanesa de ambas tetas y comencé a darla golpes de cintura, se recostó sobre mi dejándome hacer lo que quisiera, no sé si era yo, la bebida, o el mulato, pero Vanesa estaba tan cachonda que se subió la falda del vestido y se metió la mano en las bragas para frotarse, mientras, se sacó un seno por el lateral y se bajó el sostén poniéndome a pellizcarla el pezón.

-VANESA: um…..por favor……… sigue.

Me sentía extrañamente bien, pese a lo que veía, o precisamente por ello, pero no perdería la oportunidad, Vanesa iba a ser mía esa noche.

El mulato le susurró algo a mi madre, y esta primero negó con la cabeza y luego asintió, al momento le desabrochó el pantalón y le sacó la polla, no mentían, eran una barbaridad, de largo seria más que la mía, pero como todas las que había visto, me seguía pareciendo menos ancha que la mía, según me comentó mi madre yo la tenia gorda, como mi padre, y eso era importante según me dijo. Mi madre cogió asombrada aquella salchicha negra, y tiró de la piel hacia atrás mientras el tío la empujaba de la nuca para arrodillarla, mi madre se negó a chupársela, le susurró al oído y al momento se vistieron, bueno, el mulato se abrochó el pantalón y mi madre se puso el vestido de flores sin cerrar.

-YO: vamos con ellos.

-VANESA: ¿a donde?

-YO: creo que van a mi casa….¿vienes? – la iba a dejar si decía que no, pero me besó, guardándose el pecho que yo llevaba un buen rato amasando, y bajándose el vestido.

-VANESA: vamos.

El camino fue raro, dejé atrás a todos, vi a Jaime con Sara otra vez pero poco más, y seguíamos a 20 metros al mulato y mi madre, la llevaba colgada del brazo, le temblaban los tobillos al caminar con los tacones y el alcohol, así que el paso era lento, y alguna que otra vez se paraban a acariciarse, cosa que repetía con Vanesa. Con algo más de luz vi que tenia un montón de pecas y los ojos azules, su cara era algo redonda pero agradable, con una nariz respingona, y su figura ya muy buena. Me dijo que tenía una 100 de pecho, pero no la creí, me parecía poco para lo que había tenido en las manos, así que me explicó que tenia muy poca espalda pero mucho busto, y lo importante para el tamaño del pecho son la letra de las copas, no el número, ya que eso solo mide el contorno del tórax, y la letra el del busto, ella gastaba una D, o una E, según las marcas, en torno a 22 centímetros, y que la costaba un mundo encontrar sujetadores de su talla bonitos, me lo decía como si me hablara del numero de sus pies. Paseábamos y la veía andas, coronada con unas caderas exageradas y una minúscula cintura, era como si hubieran cogido a una chica flacucha y bajita, y le hubieran puesto las tetas y culo de una diosa, por decir alguien, Pilar Rubio encajaba con su forma física, pero con un pelo rizado contundente y unas gafas de secretaria sexys.

Al llegar a casa el mulato cogió en brazos a mi madre y la subió a su cuarto, nosotros subimos por la escalera exterior y nos sentamos en el balcón en el sitio que sabia que se veía todo desde la barrera, con Vanesa entre mis piernas frotando su culo contra mí.

-VANESA: ¿vamos a espiar a tu madre mientras ese morlaco se la folla?

-YO: es que…….mi padre no está…….

-VANESA: ¿y quieres describirle bien como le pone los cuernos?

-YO: no……… yo solo cuido de que no lo pase mal……

-VANESA: jajja tranquilo, mal no lo va a pasar – giró mi cara y la suya para besarnos, su legua era viva y se subió el vestido para abrirse de piernas y llevar mi mano a su mojado tanga, se quitó el hombro del vestido y se sacó el sujetador del todo, así que mientras con una mano la frotaba por encima de la tela en el coño, la otra la pellizcaba y estrujaba los senos.

-YO: ¿te parece…raro?

-VANESA: jajaja reconozco que para una primera cita es raro, pero me encanta.

Ambos vimos como mi madre se echó a los brazos del mulato nada más aparecer, que la cogió del culo y se la subió encima, mi madre le rodeó con las piernas y se fundieron en un beso cálido y húmedo, hasta la lengua de aquel mulato parecía enorme, dejó su boca y le cogió una teta oprimiéndola hasta apretarla el pezón y lamerlo, chuparlo y al final, darla un mordisco, mi madre arqueó la espalda ofreciendo el otro seno, que sufrió el mismo destino.

-MULATO: ¡mamacita que rica está!

-CARMEN: gracias, eres muy dulce – hasta borracha, en brazos de un hombre que no era su marido, y medio desnuda, era agradecida.

El vestido de flores cayó al suelo, y vi como el hombre tenia la mano hurgando dentro del tanga de mi madre, al rato la dejó bajar y se derrumbó en la cama, al bajarse los pantalones su miembro apareció imponente, mi madre se tapó la boca con ambas manos al verla, y quedó de piedra de pie a su lado.

-MULATO: venga….que no muerde….- la cogió de la cintura y la pegó a él, mi madre buscó su polla y al cogerla pajeó suavemente, mientras devoraban sus pezones, estaban tan salidos que parecían estallar.

-CARMEN: jajaja es que es muy larga.

-MULATO: te va a hacer gozar mami.

-CARMEN: la de mi marido es más ancha, y la de mi hijo igual, pero la tuya es más larga – al oír eso Vanesa soltó un bufido, y yo me llené de orgullo extraño, bueno era saberlo, pero que se lo dijera mi madre a un desconocido……..

-VANESA: ¿es verdad? – se giró y me sacó la camisa y me bajó los pantalones, al vérmela totalmente dura sonrió.

-YO: ¿tú que opinas? – quería saberlo.

-VANESA: ¡jajaja que me vas a romper!, es menos larga que la suya, creo, pero desde luego más ancha, no puedo rodearla con los dedos – sentir sus manos pajeando con lentitud me calentaron, se dio la vuelta para seguir mirando mientras una mano a su espalda me masturbaba, yo seguía agarrándola del coño y una teta, pero esta vez metí mi mano por dentro y sentí sus labios mayores con una pelambrera enorme cubriéndolos.

Mi madre se dejó bajar el tanga, y el mulato la cogió de una pierna y se la puso en el hombro, cogiéndola de la cintura y hundiendo su boca en la intimidad de mi madre, que se aferró a su cabeza con firmeza, la lengua enorme hizo vibrar su cuerpo, que se retorcía, y al final se venció sobre el mulato, que se tumbó con mi madre de rodillas en su cara, tardó unos minutos pero Carmen se dejó caer a 4 patas y entonces vi como la comía el coño, tenia la lengua tan larga que pareció tener un micro pene y la follaba con él. Cada lametón era una onda expansiva en la espalda de mi madre, que gimió poseída hasta temblar, entonces la giró y siguió comiéndola el coño mientras mi madre cogía su rabo como mástil, entendió la idea aunque le costaba llevarla a cabo, pajeaba con calma mientras cerraba los ojos y abrió la boca de placer, el mulato empezó a usar sus dedos, y mi madre se movía como si la penetraran, al comérsela sus ojos destilaban descaro, chupó el glande varias veces para luego meterse media barra en la garganta.

-MULATO: ¡oh, si mamacita, que bien la chupa!

-CARMEN: jajaja es fácil, la de mi marido es menos fina – era raro oírla mencionar a mi padre tantas veces en esa situación.

-MULATO: ¡siga chupando, cómasela entera!

-CARMEN: no puedo metérmela entera jajajajaja

Eso dijo, pero pareció intentarlo, de vez en cuando se dejaba ¾ dentro y el tipo daba un golpe de cadera que la hacia toser, pero solo respondía con una sonrisa y un lametón al glande. Vanesa se quitó el tanga y se estaba masturbando ferozmente, metiéndose dedos enteros en ella, sobe con celeridad sus dos pechos, pese a tener manos grandes se me salían, rebosaban y no podía con ellos, luego me dejó seguir con mi mano sobre la suya en su pubis, era un calor abrasador y terminé metiéndola los dedos yo, mientras lamía su cuello, pero ninguno dejaba de mirar.

Mi madre reventó, literalmente, salió dispara rondado por la cama en un momento en que se guardó silencio, se hizo una bola cogiéndose de entre los muslos, y el mulato la azotó el culo con la cara brillante de los fluidos que habían caído sobre él, la cogió de la mano y la dejó boca arriba, casi crucificada, mi madre no opuso resistencia alguna, al soltarla quedó igual, pero esta vez el hombre la abrió de piernas, escupió en su coño y jugó con el glande unos minutos hasta que apretó, mi madre soltó un alarido leve de travesura, y cuando el glande la penetró, se abrió de piernas hasta casi romperse, dejó que el miembro de ese hombre la abriera poco a poco, llegando un punto en que mi madre ya si que dio un pequeño respingo, seria hasta donde llegaba mi padre, y allí se aferró a las sabanas y gritó.

-CARMEN: ¡por el amor de dios, que pedazo de polla, fóllame cabrón, destrózame! – y daba golpes de cadera para meterse más dentro de ella.

-MULATO: ¡jajaja mamasota que aguante, que hembra! – dio un empujón final y hasta Vanesa sintió como algo se rompía en mi madre.

Poco duró aquella cara desencajada, el mulato cogió posición y la sacaba y metía con ritmo, mi madre recuperó su propia conciencia y le abrazó buscando sus besos, el tipo la sujetaba para que no cerrara las piernas, que era lo único que podía hacer para tratar de gozar menos, pero no la dejaba, sus bellos se rozaban al chocar los sexos y mi madre cogía inercia. El mulato aguantó unos minutos a un ritmo animal, tanto que mi madre explotó en un orgasmo que la hizo frotarse el clítoris y bañarlo con un chorro enorme, se dejó caer boca arriba.

-MULATO: ¡mamita, que coño, que rica está!

-CARMEN: jajaja eres una bestia, mira como me has dejado…. – y al momento lo montó de rodillas cara a cara, y se penetró de nuevo, dando giros leves de cadera, casi regodeándose –… esto no termina así – y le dio un bofetón con gesto divertido

El mulato respondió cogiéndola de los brazos y llevándoselos a la espalda, apoyando lo pies empezó un rimo de caderas brutal, mi madre soltó un alarido de sorpresa y su cara era de disfrutar de forma absoluta, solo cada golpe cortaba un gemido continuo que se te metía en los tímpanos, ver aquello era demencial. Vanesa se corrió en mi mano, y yo en su espalda, su paja me mató, o era mi madre siendo salvajemente follada lo que me volvía loco. Otro orgasmo dobló a mi madre, que para su desgracia sirvió para que sus pechos fueran lamidos y mordisqueados, aún con las manos a la espalda.

-CARMEN: ¡ah, si, ah, sigue! – soltaba pequeños gritos agudos mientras no dejaba de sonreír.

Al rato mi madre ya dominaba con la cadera, era imposible mantener ese ritmo, el mulato estaba roto y sudando, y mi madre se movía con virulencia, le pedía más y el tipo no podía, era increíble, mi madre era una insaciable maquina de follar. Se pasó media hora rebotando hasta que se tumbó de lado y se lamió los dedos, el tipo la fue a buscar a su espalda, y cuando iba a penetrar el coño, mi madre preparó su ano, casi me da algo verla meter varios dedos en aquel culo, el tipo debió pensar lo mismo, así que la dejó actuar, hasta que apuntó su miembro al culo y apretaron ambos. Mi madre se acomodó varias veces, pero al final le entró media butifarra negra antes de sisear, luego la cogió de las caderas y la empezó a follar como antes, el tipo gastó su reserva para hacer que mi madre se corriera otra vez, pero cuando lo hizo no dejó de pedir más y girar su cadera, así que el mulato se contuvo, pero era tarde, ella movía su pelvis tan rápido que él ni se movía, y la llenó de semen entre bufidos, vi los latigazos que recorrían sus cuerpos y mi madre brillando de perlas de sudor, buscando con su culo algo de acción en una polla flácida. Pasaron unos minutos y ambos se durmieron.

-VANESA: por favor, vamos a tu cuarto, ¡necesito que me folles!

-YO: es que……..yo……- se puso en pie y se desnudó del todo, no hubo argumento mejor.

Me la llevé a escondidas a mi cuarto, al entrar pasamos por todas las habitaciones, me encontré a Jaime follándose a Sara en su cama, al verle me miró con cara mustia, Sara iba tan borracha que no se movía, seguro que el cabrón quería a mi madre, pero ella estaba descansando de un polvo criminal. Me fui antes de que viera a Vanesa, en el cuarto libre de abajo estaba Marta, la oía susurrar y gemir, pero no abrí la puerta más que para ver su melena moviéndose al compás del sexo. En la habitación de Sonia salían ronquidos, al mirar estaba tumbada sobre su noviete, desnuda y con su polla dentro, ambos dormidos.

-YO: ¡joder, ¿es que aquí follan todos menos yo?!

-VANESA: dame una cama y arreglo eso.

Nos metimos en mi cuarto y la dejé en la cama, se abrió de piernas y me metió entre ellas, sus besos eran largos y sensuales, me puso a 100, Vanesa buscó mi miembro y lo apuntó a su entrada, apreté tan fuerte que al entrar gritó como un gorrino, pero sentía placer en aquello, seguí apretando y cogiendo espacio hasta que por fin la tenia dentro, su cara era de presión, pura, me clavó las uñas a la espalda y me rodeó con las piernas, comenzó a moverse sin mi permiso, lamí sus tetas y sus pezones carnosos, eran grandes y rojos, los lamí hasta dejarlos húmedos y salientes.

-VANESA: ¡jajaja si que es ancha, madre de dios, me estás matando!

-YO: gracias.

-VANESA: ¡no me des las gracias, y fóllame!

Entendí que debía ser como Jaime, como el mulato, destrozarla, así que cogí impulso y di 4 fuertes empujones hasta que Vanesa se estiró de placer, temblando, al sacarla y meterla rápidamente la presión casi me hacia daño, sentía el roce decrecer, pero nunca desaparecer. Ella se sujetaba de los pezones con una mano para evitar el dolor del movimiento de sus senos, trataba de frotarse el clítoris pero cada embestida la hacia sujetarse a la cama, una y otra vez sin parar. Cansado, me dejé caer de lado, y ella me montó, como había visto hacer, buscó mi rabo y se penetró, dándome una bofetada, su sonrisa me confundió, quería que fuera su mulato, pues lo seria, la cogí de los brazos y de igual forma planté lo pies, me pasé 3 minutos follándola todo lo fuerte que podía, y sus ojos se pusieron blancos echando la cabeza hacia atrás, soltaba un bramido con cada penetración y sus tetas botaban aleatoriamente al no poder sujetárselas, sus gafas grandes, que hasta ahora habían aguantado en su sitio, salieron volando. Luego empecé a azotarla, una teta, el culo o a cogerla del cuello y apretar fuerte mientras la abría en dos, todo la hacia vibrar, y pude sentir un hilo de fluidos bajar de su sexo por el mío, lo que más me encendía, por raro que fuera, era su pelo, una maraña de cabello suelto y rizado, eran muelles negros saltando sin parar.

-VANESA: ¡sigue, por dios, sigue, me vuelves loca, sigue!

Sus gritos eran fuertes, pero yo no podía más, la cadera ya no me respondía. De refilón vi a Jaime en la puerta, el cabrón estaba fumándose un porro mientras me venia follar, los gritos de nuestro encuentro sexual le habrían alertado, casi pierdo el ritmo por su culpa, pero esa vez ganaría yo, puse a Vanesa a 4 patas de cara a él, y la penetré tan fuerte que se me salió al 2º golpe, al meterla otra vez entró limpia hasta la base, Vanesa soltó un alarido de película de terror, dejó caer el pecho y se convirtió en un potro con un agujero, la estaba destrozando, podía hacerlo, fui consciente de ello, y Jaime lo estaba viendo.

No se cuanto pasó, minutos o horas, solo se que Vanesa se corrió y yo también, pero ninguno parábamos, vi las primeras luces del alba cuando me tumbé al limite del desfallecimiento, sin un gramo de energía, Vanesa estaba a mi lado con gesto descompuesto, parecía que iba a echarse a reír en cualquier momento, pero no podía por que se le salía el corazón por la boca.

Me quedé dormido abrazado a ella, daba igual cuantas veces follé con mi amiga en el instituto, aquello fue jugar, esto fue sexo de verdad. Me despertó Vanesa al moverse sobre mi pecho, adormecida se acunó en mi, quise quedarme así de por vida, pero la resaca me había dejado un gran dolor de cabeza, y una serie de ruidos durante los siguientes minutos me hacían abrir los ojos, todas las mujeres de casa se pasaron por la puerta para ver si de verdad estaba con una chica, luego Jaime me llamó con un dedo al entrar al cuarto, y me sacó a la terraza, mirando de lejos a Vanesa, fumando otro porro.

-JAIME: joder con el imbécil, vaya jaca te has buscado.

-YO: se llama Vanesa, es muy maja – estaba ilusionado.

-JAIME: y vaya tetas, aunque las de Sonia son mejores, follará bien, ¿no?

-YO: oh…….si…..me……me ha dejado roto.

-JAIME: bueno es saberlo, me gustan que sepan moverse – le miré asustado.

-YO: no, Vanesa es mía, déjala en paz.

-JAIME: ¿otra vez?, y si no lo hago, ¿que? – enfurecido le cogí del cuello y le saqué medio cuerpo por el balcón del 3º piso.

-YO: ¡te juro que como la toques un pelo te tiro por la puta ventana, ¿me oyes?! – su cara era de miedo, y no por que estuviera levitando a 15 metros del suelo, si no por mis ojos, estaban inyectados en sangre, nunca me había visto así, ni él…….ni nadie.

-JAIME: vale, tranquilo, tengo coños de sobra en casa – le solté lentamente, me temblaban las manos.

-YO: pues mi madre se ha buscado un mulato, el de la disco, ayer la dejó medio ida, pero creo que mi madre es un poco…….

-JAIME: ¿ancha de caderas?, si, lo he pensado, si tu padre la tiene ancha, tiene que hacerla ver las estrellas, por muy mulato que seas, es un hueco que solo tu padre puede cubrir, espero poder ser su suplente.

-YO: folla con mi madre si quieres, pero deja a Vanesa en paz – de golpe aquella desconocida era mi 1º prioridad.

-JAIME: no necesitaba tu permiso, pero gracias.

Eran cerca de las 3 de la tarde cuando la vida regresó a la casa, fuimos bajando según nos encontrábamos, a todos les dolía la cabeza o estaban hechos puré, mi hermana sacó por detrás a un chico, regresó sola y avergonzada, Sara estaba en los brazos de Jaime, como siempre, y Sonia estaba casi dormida, se les había oído follar de fondo a ella y su noviete por la mañana, pero a nadie le pareció oportuno decir nada sobre eso. Mi madre bajó sola y con la cara demacrada, pidió que no gritáramos, pese a que nadie lo hacia, y se tomó un par de cafés.

-JAIME: bueno, que tal ayer, ¿fue bien no?

-CARMEN: puffffff todo me da vueltas……dios……ya no tengo edad.

-SARA: jajaja pues bien que te divertiste.

-CARMEN: la verdad es que si, ¿podemos ir a la disco hoy también? – todos la miramos absortos.

-MARTA: ¡por dios mamá!, míranos, no podemos con nuestra alma.

-JAIME: yo voy si Carmen va.

-SARA: pues si ellos van, yo también.

-SONIA: voy seguro.

-MARTA: yo no puedo…….estoy molida.

-CARMEN: si no puedes no vengas, pero me gustaría mucho.

-JAIME: es verdad, vamos a darla el gustazo a la mujer, que aun me debe esos bailes, que ayer se me escurrió entre los dedos.

-CARMEN: jajaja es verdad – yo esperaba alguna noticia del mulato, pero no apareció, le habría echado en cuanto se despertó mi madre, y no la borracha salida que fue aquellas noches.

-JAIME: además, así este hombre nos presenta a su chica…..- me golpeó en el hombro, todas fingieron sorpresa y curiosidad.

-CARMEN: ¿ah si…? Cuéntanos hijo……

-MARTA: que golfo….- “¿yo?” Aquella noche habían follando todos, mi mejor amigo con mi tía, mi madre con un mulato, y mi hermana y su amiga con 2 pseudo desconocidos, ¿y yo era el golfo?, supongo que era por lo raro de aquello.

-YO: es una chica que conocí ayer, se llama Vanesa, y es muy maja, no es una imbécil de playa, es lista, y divertida, y……- me cortó Jaime.

-JAIME: y te deja meterte entre sus piernas jajajajajaa – la carcajada general fue gloriosa, estaba rojo de vergüenza, o de orgullo.

-CARMEN: ah, pues quiero conocerla, podríamos jugar esta tarde como ayer, y así la vemos, invítala a quedarse, está arriba ¿no? – sabia que estaba, no había bajado.

Obedecí y subí a buscarla, estaba dormida, desnuda con una sabana blanca cubriéndola partes del cuerpo aleatoriamente, y con una sonrisa de ojera a oreja, me fijé en sus labios, eran gordos y brillantes, tenia una ligera separación entre los paletos de los dientes, algo que me pareció arrebatadamente sexy. El olor a café recién hecho que le llevé la despertó, estaba algo desorientada, al verme me regaló su sonrisa, se frotó con desgana la mata de pelo rizado que tenia como una leona, con un gesto de cansancio y agotamiento.

-YO: buenos días, ¿quieres café?

-VANESA: ¡oh dios, si!…..me duele la cabeza…. – se incorporó dándome un beso tierno y dulce, para abrazarme después con calidez, me enamoré de ella por solo ese gesto, temía que al despertar y verme, saliera corriendo. Cogió la taza y bebió un sorbo.

-YO: ¿puedo traerte alguna pastilla o algo?

-VANESA: no gracias, jaja eres un cielo, pero no hace falta, en un par de horas se me pasa.

-YO: ¿y…..como estás? – no sabia que decir.

-VANESA: muy bien……..ha sido maravilloso, aunque lo tengo todo borroso, me caí muerta cuando…..terminamos.

-YO: nos dormimos.

-VANESA: jajaja ya decía yo, pues te agradezco mucho esto, lo necesitaba…. – dio otro sorbo y sonreía al verme mirarla, totalmente enajenado – ….. ¿que? – ladeó su cabeza tocándose un hombro con la barbilla, y casi me tiro encima de ella.

-YO: es que eres preciosa, ayer, de noche y con lo que bebí, no pude darme cuenta, pero ahora……….eres hermosa.

-VANESA: jajajaja tú tampoco estás nada mal, y me caes genial.

-YO: y tu a mi….pero nos conocemos muy poco – me apresuré a decir.

-VANESA: ya he visto a tu madre ser montada como una yegua y me has llevado al paraíso esta noche, creo que podemos decir que nos conocemos un poco jajaja – se acordaba, y me alegré por ello.

-YO: supongo……. – no me salía nada más de mi cabeza, bastó para hacerla girar la cara con cariño.

-VANESA: necesito una buena ducha, ¡dios!, tengo que tomarme la pastilla, ¿lo hicimos a pelo? – asentí preocupado de golpe.

Vanesa empezó a reírse y se hizo un vestido con la sabana, se bebió el café y se fue a ducharse, yo estaba sentado en la cama expectante, fui a buscar su ropa que estaba por el balcón de mi madre, al salir Vanesa estaba solo con una toalla, se vistió ante mí, con movimientos claros de malestar corporal, sobretodo al caminar.

-YO: ¿y ahora, que hacemos?

-VANESA: yo me tengo que ir a casa de mis amigas, estamos al final de la calle de vacaciones todo el verano, estarán preocupadas, o supongo, si es que están despiertas.

-YO: ah….- se me notó mi tristeza, se sentó a mi lado y me cogió la cara besándome como si fuera mi novia desde hacia décadas.

-VANESA: no te preocupes, podemos quedar, se que soy un poco directa……….. pero me gustas de verdad.

-YO: claro, como no, de hecho esta noche vamos a volver a ir a la disco, y esta tarde jugamos a algo, aquí en casa, ¿si te quieres venir……?- la miré implorando algo, no se si que viniera o no, por Jaime.

-VANESA: bueno……más violento que lo de tu madre no puede ser…

-YO: por favor, la situación es muy rara en casa, trato de que Jaime no se lleve por delante a todas, no hables del tema de mi madre.

-VANESA: ¿ese rubio escuálido que vi ayer?

-YO: si, ya se folla a mi tía, y ahora va a por mi madre………. y las demás – se lo decía sin pensar en como la afectaría

-VANESA: no diré nada, pero no podré venir hoy, vamos a irnos mis amigas y yo unos días a ver a unos familiares suyos, ¡joder que pena!…..¿la semana que viene? …….si no te parece mal – “¡que coño me iba parecer mal!”, aunque sin ella me sentiría ínfimo en aquella casa, se recostó apoyándose sobre mi pecho, me iba dando una serie de largos y divertidos besos mientras metía su número de teléfono en mi móvil, y se hizo una foto lanzando un beso para ponerla de perfil cuando me llamara, y otras cuantas a los dos juntos, una de ellas mordiéndome el mentón de forma traviesa, me pareció la mejor foto de toda mi vida.

Al bajar la presenté a mi hermana y las demás, Jaime la sonrió y quiso darla 2 besos cogiéndola de la cintura, pero Vanesa la apartó con descaro y salero, esa tontería me hizo quererla más. Al irse me dio un beso de tornillo delante de todos, que miraban en completo silencio, me dejó sin aire, y me costó soltarla la mano cuando amagaba irse, con una sonrisa encantadora.

-CARMEN: ¡jajaja mírale que cara de enamorado tiene!

-MARTA: ¡que don Juan! jajaja – me abrazaron por detrás, yo sonreía abrumado.

-JAIME: una buena pieza, si señor – lo dijo como el que queda 2º en una carrera.

-SONIA: parece un poco rara – lo parecía.

-YO: no, es perfecta – “es como yo necesito que sea”.

-CARMEN: jajaja como la defiendes, estás colado por ella jajajaja, ¿vendrá luego?

-YO: no….sale unos días, pero quedaremos.

-MARTA: me alegro un montón hermanito.

-JAIME: a mi me parece bien.

Una vez lo dijo él, todas asintieron, las tenía en su mano, tenia que estar atento con Vanesa o caería en sus redes. Comí algo mientras todos iban a la piscina. Jaime se dio un festín, cuando llegué tenia a todas sin la parte de arriba y tratando de ahogarle, supongo que lo logró con facilidad, ya que el juego del día anterior había subido en nivel de confianza de todos. Mi madre salió a por mi y me tiró al agua, fue un escándalo de tetas, pellizcos, roces, y desvergüenza, pese a pensar en Vanesa no pude evitar pegarme a Sonia, que estaba preciosa con todo su pelo mojado y suelto, lo tenia tan largo que si arqueaba la espalda podía llegarse a rozar los muslos por detrás con las puntas del cabello, y sus pechos mojados era acariciados sin disimulo. Jaime iba a por mi madre, la cogía del culo o la cintura y la daba golpes de cintura mientras la doblaba el cuerpo, pero no se arriesgaba a más mientras estuvieran sobrias. Al salir a tomar el sol Jaime y Sara trajeron unas cuantas copas de vino, y se tumbaron juntos, Sara estaba boca arriba, él la acariciaba como si no estuviéramos allí, por el vientre, los senos y luego metió su mano dentro del biquini, ella se abrió de piernas y le dejó masturbarla, todos mirábamos de reojo, era raro oírla gemir sin que nadie pusiera un pero, bebiendo copa tras copa.

Mi madre me pidió que le echara crema cuando iba por la 3º de vino, se puso en pie a trompicones, pero Jaime salió disparado soltando un azote a Sara, cuando llegó, mi madre se dio la vuelta, esperó su azote sonoro con agarre de nalga por parte de Jaime, y luego se tumbó boca abajo, Jaime se sentó en su culo y la dio un largo masaje calmado, mientras Marta y Sonia hablaban demasiado bajo, mirando a Jaime. Yo no podía apartar la vista de las tetas de Sonia, pese a ir todas en top less, era única, arrasaba, y me miraba burlona cada vez que me veía mirándoselas, me gustaba mirarlas, pero ahora trataba de decidir si las de Vanesa eran mejores.

-SONIA: parece que Vanesa no te ha quitado el apetito de un buen par de tetas….- me dijo al tumbarse a mi lado.

-YO:….. es que las tienes muy bonitas.

-SONIA: jajaja Marta, tu hermano dice que tengo tetas bonitas jajaja ¿que te parece?

-MARTA: que se está espabilando mucho jajajaja.

-JAIME: y que tiene razón, no es tonto el chaval.

El masaje de Jaime subió de temperatura, metió las nalgas del bañador de mi madre a modo de tanga y tiró con fuerza hasta sonrosarla las mejillas, luego la dio la vuelta y sin preguntar le dio otro masaje de frente, se pasó 5 minutos manoseándola las tetas hasta que mi madre le dijo que ya era suficiente, la puso en pie y mi madre, bien adiestrada, le dio un golpe de cadera pidiendo su cachete, Jaime la sonrío y la cogió del culo a dos manos dedicándole un chupetón en el cuello.

-CARMEN: jajajaja ¡no seas bruto!

-JAIME: como usted me pone – esa fue la reprimenda, pero no se apartó, se quedó unos diez minutos amasándola las nalgas apretándola contra su polla, seguramente dura, y chupándola el cuello, mi madre apartaba su melena, y se ladeaba alzándose para ofrecer más piel a sus labios.

-SONIA: ¡para por dios!, que la vas a dejar una marca enorme – Jaime se separó con la polla bien marcada, y mi madre abrió los ojos traspuesta.

-JAIME: envidia es lo que tienes, pero eso se soluciona ya mismo – soltó a mi madre, que casi se vence hacia delante al dejar de sentirle. Jaime se tumbó encima de Sonia, que jugó a evitarle hasta que le cogió de las tetas y se las comía, jamás había visto hacerle un chupetón a una teta, pues vi varios en pocos minutos, y como siempre, Jaime logró que la mujer facilitara su labor, en este caso Sonia le apretaba la cabeza contra sus senos, soltando ligeros gemidos burlones.

-SONIA: ummmmmm la verdad es no lo haces mal – le rodeó con una pierna y pude ver como el bulto de Jaime se frotaba contra su pubis.

-JAIME: ¡dios!, nunca me canso de unas tetas así – chupaba y tiraba hasta que la piel no daba más de si, y soltaba dejando caer el seno con un sonido de vacío característico, la carne tierna tardaba unos segundos en dejar de temblar.

-SARA: vale ya con las tetas de Sonia – estaba cruzada de brazos, Jaime la miró con calidez.

-JAIME: a ti ya te follo, así que cierra la boca – y fue lo que pasó, un silencio mudo con Jaime succionando los enormes senos de Sonia, mientras todos mirábamos, y alguna se ponía otra copa.

-CARMEN: Samuel, son las 5, deberías ir a por cervezas para jugar esta tarde antes de ir a la discoteca.

-JAIME: cierto, ve a por ellas, tengo ganas de jugar.

Relato erótico: “La orquídea y el escorpión 9” (POR MARTINA LEMMI)

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Cuando finalmente se marcharon, yo supe que había vivido una noche de experiencias difíciles de olvidar… Loana se llevó por el brazo doblado a Sofi, hermosamente enrojecido su culo… y su madre hizo lo propio con Eli… Volví a quedar sola en la habitación con el plug conectado a mi cola… y sin saber cómo concentrarme para retomar el trabajo… Las imágenes del día y de la noche se presentaban en mi cabeza una y otra vez… A pesar de todo logré finalmente dedicarme a lo mío y avancé muchísimo… el cansancio fue haciendo mella en mí y en algún momento me dormí durante un par de horas… Desperté sobresaltada, temerosa de ser descubierta y a sabiendas de que estaba perdiendo tiempo… Al llegar la madrugada, el trabajo estaba prácticamente reconstruido e incluso logré avanzar algo más…

             La primera visita matinal fue de la enfermera, quien vino a retirar el plug de mi cola y por primera vez en bastante tiempo tuve mi orificio libre de uso o elemento alguno… Repitió tratamiento sobre los tatuajes y las zonas castigadas de mi cuerpo…  Fue casi inevitable que en algún momento surgiera el tema de las chicas y el castigo de la noche anterior:

            “Eli y sus amiguitas se quedaron sin salida anoche” – dijo la enfermera mientras, como era habitual, trabajaba a mis espaldas.

             “Por suerte esta vez Loana supo la verdad” – apunté.

           La enfermera dejó escapar una risita:

          “Loana sabe bien quién es su hermana… perdé cuidado”

          “Pero… sin embargo… con lo que pasó con la notebook…” – empecé a objetar.

           “¿Y vos de verdad pensás que Loana le creyó a Eli?”

           El comentario realmente me descolocó.  Me quedé sin saber qué decir.

           “Si Loana entró en el juego de la hermana, es seguro que fue porque estaba probándote a vos…” – agregó.

           “Per… ¿perdón?” – mi confusión iba en aumento.

           “Claro… si hubieras objetado su decisión, no hubieras sido digna de permanecer acá… Podés estar segura que de haber sido así, ahora no estarías en esta casa… Cuando no cuestionaste nada y aceptaste lo que se venía, demostraste que sos capaz de agachar la cabeza y obedecer toda decisión de Loana…”

            Me quedé anonadada… ¿Sería realmente así o era pura especulación de la enfermera?  De cualquier forma, en caso de ser como ella decía, sentí un extraño orgullo de saber que había superado la prueba… Qué paradójica puede ser a veces la condición en que caemos los seres humanos… Lo que me humillaba era lo mismo que me enorgullecía…

         Luego llegó la visita más abominable: la aborrecible arpía que, de igual modo que lo hiciera en la mañana anterior, me expulsó fuera de la habitación para llevar a cabo la limpieza… Luego salió y me lavó, con la misma tosquedad y falta de delicadeza que ya había exhibido la mañana anterior… Parece increíble el acostumbramiento que una puede tener a situaciones en principio inverosímiles e inaceptables: estar a cuatro patas y siendo enjabonada y cepillada en mis tetas, mi sexo y mi cola seguía siendo, por supuesto, algo horriblemente humillante… pero a la vez creo que lo empezaba a sentir como una situación normal… Es decir, el rol que me tocaba seguía siendo indecente, pero sabía que no tenía derecho a ningún otro…

             Una vez que el aseo tanto de mi decadente humanidad como de mi habitación estuvieron listos, permanecí un rato a cuatro patas para secarme, aunque no había sol y eso me hizo sentir más frío todavía; luego volví a entrar y… una vez más me dediqué al trabajo… Para cuando Loana llegó, ya muy avanzada la mañana, pude mostrarle la labor realmente avanzada.  Por supuesto que no hubo felicitación ni palabra de aliento alguna de su parte, pero su solo silencio demostró que quedó medianamente conforme.  ¿Habría yo superado otra prueba?  Deseaba pensar que era así… Por lo pronto me ordenó que pusiese en el bolso todos los elementos necesarios y, una vez que hube cumplido con el requerimiento, me colocó la cadena al collar y me llevó fuera de la habitación, cruzando el parque en dirección a la zona de las piscinas… Una cosa me llamaba particularmente la atención: la ausencia de las dos sumisas revoloteando en torno a Loana y besando sus pies a cada paso… Recién entonces advertí que tampoco habían llegado con ella durante la noche cuando la diosa rubia se presentara en mi habitación y descubriera a su hermana utilizando mi teléfono… Era extraño realmente, pero por lo pronto su ausencia me produjo un doble alivio: no sólo me libraba de tener clavados sobre mí sus ojos celosos y rabiosos, sino que además me permitía estar más cerca de Loana y, de algún modo, ser su única sumisa en ese momento… No podía haber sensación más elevada y, una vez más, caíamos en la paradoja: era mi propia degradación lo que elevaba mi espíritu.

              El domingo, como dije, estaba nublado y no tan agradable como había estado el sábado, razón por la cual Loana se dirigió esta vez hacia la piscina cubierta, siempre llevándome detrás por la cadena.  Cuando llegamos, su amiga, la misma que había estado con ella durante la tarde del sábado, ya estaba instalada sobre una reposera.   No había, en cambio, rastro  de los tres muchachos ni, por cierto de las dos sumisas: volví a sentirme aliviada…  De acuerdo a lo que Loana me ordenó, me puse a trabajar con los libros y la notebook:

             “Hoy no vas a tener compañía” – me anunció la soberbia rubia.

             Yo no agregué ni objeté nada, por supuesto, pero quien intervino, terciando, fue la amiga:

            “¿Por dónde andan?” – inquirió.

            “Están castigadas – respondió Loana -.  Se portaron muy pero muy mal anoche… Pelearon entre sí”

             No pude evitar que una sonrisa involuntaria se dibujara en mi rostro… Así que eso era… Bien, todo indicaba que mi domingo sería mejor que el sábado ya que, para empezar, no tendría competencia molesta.  Quizás, fuera o no esa la intención de Loana, había llegado el momento de recoger los frutos de haber aceptado tanto castigo sin cuestionamiento y con total sumisión.  De todas formas, la ausencia de las sumisas me planteaba un problema extra: mi trabajo se vería redoblado al no poder contar con su ayuda… No importaba: bien valía la pérdida…

            Loana no se ubicó sobre una reposera esta vez sino que lo hizo sobre un sillón de mimbre que la realzaba aún más en su condición de diosa: el amplio respaldo sobresaliendo por encima de sus hombros producía la sensación de que estuviera sentada sobre un trono, por cierto el sitial de honor que le correspondía.  Trabajé con ahínco durante el mediodía y lo que quedaba de la tarde y pude servir a Loana sin interferencias molestas.  Interrumpí, por tanto, mi labor cada vez que hubo que encenderle un cigarrillo e inclusive, en un momento y bajo orden de ella, me coloqué a cuatro patas para hacer de apoyo a sus pies como si fuera yo una mesita, eso sin dejar de trabajar con la notebook.  La mala noticia del día, esperable por otra parte, fue la llegada de mi nauseabundo almuerzo; incluso Loana dio orden a la mujerona de la limpieza de que dejara el cuenco fuera del perímetro de la piscina cubierta por el hecho de que olía mal… así que debí salir al exterior para comerlo… Pero hubo, como contraparte, una buena noticia que me hizo emocionar y que, por cierto, no esperaba: poco después de mi almuerzo llegó la mucama trayendo unas prendas muy mínimas cuyo destino yo, por supuesto, desconocía.

           “Eso es tuyo” – me indicó Loana.

           Y, en efecto, casi me rodaron lágrimas por las mejillas al comprobar de qué se trataba: una tanga ínfima con transparencias por delante y con apenas un hilillo de tela por detrás, una falda extremadamente corta en un color rojo carmesí y un sostén en tul negro, también con transparencias.  Lo que me habían traído no era otra cosa que el atuendo que vestían las otras dos sumisas: ese mismo que yo, al llegar dos noches atrás, había visto como terriblemente patético y decadente; en sí, lo era, pero el hecho de que se me destinase a mí el mismo conjunto implicaba, según mi entendimiento, que yo, de algún modo, ya pasaba a formar “parte de la casa”… No me atrevería a decir “alguien más en la familia” porque eso sería osadísimo y, además, desubicado e irrespetuoso, pero sí podía empezar a sentirme como un mueble o como cualquier objeto que fuese propiedad de los Batista o, más específicamente, de mi inmaculada diosa rubia.  Quizás la enfermera tenía razón: era probable que yo hubiera pasado la “prueba” del viernes y sábado y ahora entraba en una nueva etapa; sólo me causaba una cierta aprehensión el saber que, siendo domingo, estaba viviendo, al menos de momento, lo que sería mi último día en casa de los Batista.  Eso, al menos, era lo que se imponía como lógico si se consideraba que Loana me había traído por el fin de semana y así lo había manifestado.  Sentía una fuerte tristeza y una extraña nostalgia por anticipado de saber que al otro día todo volvería a ser normal: que retornaría a mi vida de estudiante universitaria, de buena hija, etc.  Pero por otra parte, ¿volvería realmente algo a ser normal?  ¿Se podía pensar que todo podría ser como antes luego de la marca que dejarían sobre mí las experiencias de ese fin de semana?  Y hablo tanto de marcas en mi cuerpo como en mi espíritu…

          Me calcé el atuendo sin poder contener la excitación.  Una vez ataviada con él, Loana me hizo poner en pie para caminar un poco, me hizo inclinarme varias veces (supongo que para constatar que la cola quedaba perfectamente descubierta al hacerlo) y luego me ordenó volver a estar en cuatro patas para dar también un par de vueltas por el lugar… Pareció conforme, no porque lo manifestara sino por una especie de silencio aprobatorio que flotaba en el lugar cada vez que las cosas marchaban del modo en que ella quería que marchasen.

         Fue, lo que podría decirse, una tarde “tranquila”; las chiquillas adolescentes tampoco hicieron acto de presencia… ¿Seguirían bajo el castigo impuesto por la férrea mano de la señora Batista?  No hubo ninguna bofetada de Loana hacia mí y debo confesar, no sin cierta vergüenza, que… lo extrañé… Lo que sí volvió a darse fue que ella tuviera ganas de hacer pis y, una vez más, debí hacer de urinario, no sólo para ella… sino también para su amiga que, por primera vez, depositaba su tibio líquido en mi interior.

Hacia la tardecita el trabajo estuvo terminado.  Yo no podía salir no sólo de mi felicidad sino también de mi incredulidad por haber llegado tan a tiempo.  Cierto era que se había tratado de una empresa difícil ya desde el principio considerando los escuetos plazos que tenía,  pero más aún había pasado a serlo luego del catastrófico incidente ocurrido con la notebook en la tarde del sábado.  Presenté el trabajo a Loana; fue recorriéndolo con la vista mientras desplazaba el cursor y en sus labios se advertía, casi imperceptible, una sonrisa de satisfacción.  Al cabo de un rato asintió con la cabeza en señal de aprobación y yo, una vez más, estuve a punto de llorar de la emoción.

           “Bien, perrita – era la primera vez que escuchaba de sus labios alguna palabra aprobatoria -.  Lo hiciste bien… Voy a tener una buena nota mañana”

            No se podía creer lo que esa mujer lograba en mí… ¡Ella recibiría una buena calificación, no yo!  ¡Y yo lo sentía como si la calificación fuese a ser mía, no sólo por el hecho de que el trabajo era mayormente de mi autoría, sino también porque satisfacerla a ella era mi mayor logro posible… En ese momento pensé, no obstante, en mi propio trabajo y en mi nota…  ¿Qué iba a hacer?  Demás está decir que ya no tendría tiempo de presentarlo y ello me significaría no sólo la desaprobación en la entrega sino también en la materia, la cual debería recursar al cuatrimestre siguiente.  Loana, sin levantarse de su “silla – trono”, se inclinó ligeramente hacia mí y me tomó por el mentón:

             “Puede haber un premio para vos, ¿sabés?” – me dijo sonriendo.

             No puedo describir la excitación que sentí.  Todo mi cuerpo se aflojó.

              “Te gustaría eso, ¿verdad, perrita?” – me preguntó.

             Asentí con mi cabeza y tuve la imagen de que debía verme, precisamente, como un perrito sacudiendo su hocico con la lengua colgando y babeando por la alegría.

             Ella calzó el mosquetón de la cadena en mi collar y jaló de mí al tiempo que se ponía en pie y echaba a andar en dirección a la casa.  Anunció a su amiga un rápido regreso.  Una vez más crucé todo el parque besando sus pasos pero esta vez la novedad fue que Loana no me dejó fuera de la casa sino que incluso me jaló hacia el interior, transponiendo el vano de esa puerta que constituía para mí la entrada infranqueable de un recinto sagrado.  No anduve mucho por dentro de la casa a decir verdad, sólo unos metros, en los cuales cruzamos una amplia estancia cuya finalidad no llegué a determinar pero que estaba iluminada desde lo alto por amplios ventanales.  Cuando finalmente traspusimos una nueva puerta pude comprobar que estábamos en el cuarto de baño.  Lujoso cuarto de baño, por cierto, lleno de apliques dorados en los ornamentos y, muy particularmente en toalleros, perchas y grifería; me vinieron a la cabeza algunas imágenes del palacio de Versalles que recordaba haber visto en un documental que nos pasaron en la escuela secundaria.  La pregunta era: ¿qué hacíamos allí?  Loana, de hecho, me había usado como urinario cada vez que urgió y deseó hacerlo y, por lo tanto, no había necesidad de que estuviéramos allí, a menos que, claro… su necesidad fuera otra… Y en efecto así era: sensual como siempre, se bajó la bombacha y se sentó sobre la taza mientras yo permanecía de rodillas ante ella… Estaba haciendo lo que habitualmente llamamos “lo segundo”… Pero lo más impactante llegó cuando terminó: una vez que se incorporó, inclinó su cuerpo hacia delante mostrándome su cola y entonces llegó la orden más denigrante que yo hubiera recibido hasta el momento…

           “Limpiame bien la cola” – me ordenó.

            Dirigí un vistazo hacia el rollo de papel higiénico y estaba a punto de tomar un trozo para cumplir con lo que me era exigido cuando llegó una segunda orden que, de algún modo, especificó la anterior:

           “Con tu lengua” – dijo, en un tono absolutamente frío.

            Yo dije antes que no había recibido bofetadas en ese día pero, en cierta forma, esta nueva orden constituía una o, por lo menos, me golpeó como tal… ¿Era posible que estuviese ocurriendo eso?  ¿Que a mí, Luciana Verón, una chica que siempre había sido dignísima, autosuficiente y segura de sí misma, estuviese ahora arrodillada frente al ano de una mujer que le exigía asearlo con mi propia lengua?  Me sentí baja, terriblemente baja, pero no sólo por la orden recibida sino por lo excitante que la misma me resultaba… Volvemos a caer en la analogía con las bofetadas y las paradójicas sensaciones que me generaban..  Loana, unos instantes antes, había dicho que me iba a dar un premio… y resultaba que ése era mi premio… Tener el inmerecido honor de limpiarle el orificio anal con mi lengua… Una vez más la batalla en mi interior comenzaba a librarse… y una vez más mi dignidad la estaba perdiendo… porque la excitación que me provocaba la inminencia de lo que se venía era suficiente para dejar atrás cualquier reparo o prejuicio.  No lo pensé más entonces… Llevando hacia adelante mi rostro, saqué mi lengua afuera todo lo que pude y fui directo hacia el agujerito de la diosa perfecta… Para poder llevarla bien adentro tuve que ayudarme separando un poco las nalgas de ella con mis manos… Y allí estaba yo… lamiendo los restos de lo que Loana… había defecado… Me sentía caer… y decaer, pero a la vez me sentía maravillosamente bien, tanto que el desagradable gustito en mi boca fue quedando atrás ante el poder del goce que me producía saber que sus desechos estaban entrando en mí… Si tuviera que retener un momento en toda mi vida, creo que me quedo con ése… el momento en el cual yo supe más que nunca cuál era mi lugar en el mundo… y cuál era mi posición con respecto a Loana… La penetré con la lengua cuanto pude y el acto tuvo para mí un fuerte e indudable cariz sexual, exacerabado por el hecho de que me estaba siendo permitido… Una especie de profanación con autorización… No sé realmente qué tanto lo estaría gozando ella pero yo, créanme, estaba mojadísima…

         Una vez que el aseo hubo terminado y luego de que me encargara, muy imperativamente, que limpiara todo hasta no dejar vestigio alguno, me autorizó a lavar mi boca en el bidet… Lo  hice, pero… ¿saben una cosa?  No quería hacerlo…  Una vez limpia mi boca, se dirigió a mí en un tono sereno que revelaba su conformidad con el papel que yo había asumido.

         “Bien – dijo -.  Vamos a tener que imprimir mi trabajo… y luego… – hizo una pausa – ¿Te gustaría servirme esta noche?”

          ¡No puedo describir mi excitación!  Una vez más, estuve a punto de hacerme pis encima… Asentí con la cabeza y me volvió la imagen del perrito feliz… de haber tenido cola, la estaría moviendo frenéticamente.

          Así que, en efecto, esa noche Loana me llevó a su habitación… No puedo describir el estado de obnubilación en que habían caído mis sentidos… El sólo saber que estaba ante la cama de ella (lujosa, amplia y circular), ante sus cosas… Fue en el cuarto, justamente, donde imprimí el trabajo, preparé una carátula y lo dejé perfectamente presentable.  Loana, fiel a su estilo, dio el visto bueno con su silencio y no pronunció palabra alguna.  Al rato, me pidió que la asistiera para bañarse… Una vez más sin caber dentro de mí misma, la acompañé hasta el cuarto de baño, pero no era el mismo que el anterior sino otro, mucho más amplio y que parecía casi una sala de estar por sus dimensiones y comodidades, con tantos lujos que hacía parecer al otro como una letrina… Ella me ordenó que le quitase una por una las ropas y, para mí, eso fue lo mismo que estar teniendo sexo con ella: el sentir como sus prendas, con un efecto casi vaporoso, se iban desprendiendo de su maravillosa piel como si fueran una parte de la misma que se separaba por un momento.  Una vez  soberbia en su perfecta desnudez, se ubicó dentro de la bañadera y yo me puse a la tarea, con delicado esmero, de enjuagarla, enjabonarla y lavarla… Me dediqué a cada centímetro como si fuera consciente del carácter único del momento que me estaba tocando vivir; llegué a pensar incluso que quizás no se fuera a repetir nunca aunque, en mi más íntimo ser, quería pensar que no era así…  La sequé, le coloqué la ropa de cama y, siempre a cuatro patas y besando el suelo detrás de sus pasos, la acompañé nuevamente hasta la habitación.  Descorrí las sábanas para que entrase a su lecho y así lo hizo; al cubrirla daba la sensación de que las sábanas acariciasen su piel, que la besasen; ella provocaba que hasta los objetos inanimados pareciesen disfrutar y agradecer el goce de sentirla… Se quedó un rato tecleando con su celular; recién entonces recordé que no tenía a mano el mío, pero… ¿qué importaba?  Luego, control remoto en mano, se paseó por varios canales en el televisor del cuarto para, finalmente, vencida, entregarse al sueño… A  mí jamás me había sido ordenado retirarme del lugar ni tampoco se me había dicho en dónde debería dormir… pero me pareció que estaba más que claro que tenía que hacerlo en el piso… Antes de hacerlo, no obstante, permanecí un rato contemplándola, fascinados mis sentidos ante tan altanera y soberbia belleza descansando delante de mí… Honestamente no quería dormir; me hubiera gustado permanecer así toda la noche, extasiadas mi vista y mi mente con tal imagen… Pero el cansancio y el abatimiento que me aquejaban eran grandes, así que en determinado momento me arrebujé en el piso y me hice un ovillo… Me entregué al sueño mansa y sumisamente, tal como correspondía a mi condición… Me dormí con una sonrisa dibujada en el rostro e impresa en mi espíritu… Y fue, sin dudas, la mejor noche de mi vida…

            Al otro día (¡ay!) llegó el momento de dejar la finca de los Batista.  Loana me ordenó ir a mi habitación a buscar las cosas que quedasen y allí me topé con una última experiencia traumática que, de algún modo, vino a arruinar lo que hasta ese momento pintaba como un cierre perfecto para el fin de semana.  Me encontré, en efecto, con la mujerona que estaba dando los últimos toques a la limpieza de mi habitación; no pude evitar sobresaltarme.

             “Ah… parece que ya te dieron la ropita eh… – me dijo burlonamente – ¿Así que hoy ya te vas?”

            Asentí con mi cabeza, bastante nerviosa como cada vez que estaba frente a aquel demonio.

             “Te voy a extrañar, ¿sabés? – se mofó con evidente sarcasmo – Ojalá vuelvas pronto, queridita… pero… ¿sabés qué?…”

             Yo la miré con incomprensión y con las peores expectativas… Ella se dirigió a cerrar la puerta del lugar y un temblor me recorrió todo el cuerpo cuando quedé con ella en una habitación ahora cerrada…

            “Antes de irte vas a darme placer” – anunció sonriendo maléfica y desagradablemente…

             El espanto se apoderó de mí y el horror me contrajo el rostro mientras la bestial mujer avanzaba hacia mí a paso decidido bamboleando su cuerpo, fofo y deforme por donde se lo viese.  Ella se dio cuenta de eso en el momento de  detenerse frente a mí; permaneció un instante mirándome desde lo alto y yo, arrodillada, la veía inmensa…, monstruosa debería decir…

              “¿Qué te pasa? – me preguntó, burlona – ¿Te doy asco no, nenita bien?  Estoy algo harta de ver que aquí gozan todos menos yo… Claro, soy muy fea, ¿no es cierto?… Soy horripilante…  ¿Quién querría gozar conmigo o hacerme gozar?  Te tengo malas noticias, putita inmunda… porque vas a chuparme la concha hasta morir…”

              Juro que en ese momento quise que los ladrillos del piso se abriesen y me tragasen.  Se levantó la falda y se quitó un calzón enorme que arrojó a un costado.  Me empujó violentamente hacia atrás y me hizo caer de espaldas, golpeando mi cabeza contra el piso; el golpe me atontó un poco y, cuando intenté recuperarme, tuve la horrenda visión de sus partes íntimas, rugosas, fofas, transpiradas y malolientes acercándose hacia mi rostro.  Prácticamente se sentó sobre mi cara y quedé imposibilitada de respirar por largo rato, lo cual, debo confesar, me hizo temer por mi vida:

            “¡Vamos puta! – vociferaba -… No es tan linda esta conchita como esas tres que chupaste el sábado, ¿no?… Jajaja… Chupá, dale, usá tu lengua como sabés”

              No puedo describir al lector la pesadilla que estaba viviendo.  Me venían ganas de vomitar pero sabía que si lo hacía en ese contexto me asfixiaría… No tuve más remedio que sacar mi lengua afuera y comenzar a lamer su sexo para luego entrar en él… Créanme, aquella mujer no sólo lucía desagradable, sino que olía y sabía desagradable, además del mal aseo personal que resultaba evidente en ella…

               “Mmmmmmm…. Sí, perra… así, así… ¡Qué buena lengüita tenés! ¡Con razón hiciste acabar a esas tres borreguitas putas!  Mmmmm… qué bueno… así, así… Más vale que me hagas acabar porque te juro que te cago encima…”

             Si se podía imaginar algo más monstruoso que aquello a lo que estaba siendo sometida era precisamente el contenido de la amenaza que acababa de lanzar.  Fue tanto lo que me aterraron sus palabras que aceleré frenéticamente los movimientos de la lengua por más desagradable que fuera el lugar que visitaba con ella.  Los gritos de la mujer fueron aumentando en volumen y es literal lo que digo porque aquella bestia no conocía el gemido ni el jadeo sino que iba directamente al grito salvaje… bestial precisamente… Tuve la esperanza de que sus gritos fueran oídos desde la casa pero nada ocurrió… Yo necesitaba respirar ya y la única forma de hacerlo era que aquel monstruo llegase al orgasmo lo antes posible… En un momento profirió un último grito que pareció salir del interior de una caverna… y de inmediato tuve el sabor repulsivo de sus fluidos en mi boca… Ya estaba: lo había logrado… Ahora sólo me quedaba esperar que aquel adefesio sin forma se retirase de encima de mi cara… y sólo deseaba que eso ocurriese rápido porque yo ya no daba más…

             Lo hizo, por suerte… Y tragué aire desesperadamente…

              “Mmmmmm… qué bien que lo hacés… – dijo, perdida en un mar de goce como seguramente hacía rato que no sentía, si era que realmente aquella ignominia de mujer hubiese conocido alguna actividad sexual en su vida -.  La próxima vez que Loana te traiga por acá, le voy a pedir si no me permite tenerte en mi cuarto alguna noche… Te juro que la vamos a pasar muy bien, linda… Vas a ser una muy buena compañía para mí… Ahora vamos afuera que tengo que lavarte”

             Cada palabra que pronunciaba me llenaba de terror… Yo deseaba fervientemente que Loana fuera a requerirme en su finca lo antes posible, pero si aquella bruja tenía realmente la intención de solicitar lo que acababa de decir, habría que ver hasta qué punto eso no sería un problema… Otra vez las contradicciones, otra vez las paradojas… Ya me estaba acostumbrando… Me lavó afuera, estando yo en  cuatro patas, y me cepilló con el doble de fuerza que lo había hecho antes, como si se tratara de una despedida… y en buena medida lo era…  Al irse, me arrojó un beso de manera burlona y me prometió que volveríamos a vernos y que lo pasaríamos realmente bien.  Permanecí fuera de la habitación esperando a estar seca y, una vez que lo estuve, volví a ingresar… Junté mis cosas y me quedé aguardando a que Loana dispusiera sobre mí…

            La diosa rubia llegó finalmente… Otra vez estaba flanqueada a sus pies por los dos esperpentos deshumanizados… Aparentemente el tiempo de castigo ya había expirado…  Lo que sí noté era que ahora llevaban puestos sendos culotes de cuero muy semejantes al que me había sido colocado el sábado luego del incidente en la piscina; no era difícil suponer entonces que muy posiblemente ambas tuvieran también sendos consoladores en el culo del mismo modo que había ocurrido conmigo… Era la forma en la cual Loana hacía que sus sumisas tuvieran presentes sus errores y sus faltas…  Ella me volvió a colocar la cadena al collar y me llevó hacia la zona de las cocheras, precisamente hacia donde se hallaba el Volkswagen escarabajo en el cual yo había llegado la noche del viernes.  Abrió el baúl, me quitó la cadena y me hizo entrar allí: ¿qué esperaba yo después de todo? ¿Viajar en el habitáculo?  Impensable… Al momento de ingresar eché un vistazo en derredor como queriendo abarcar toda la finca aunque eso era imposible: lo que estaba haciendo en realidad era tratar de retener en mis retinas y en mi memoria el lugar en el cual yo había pasado el fin de semana que cambió mi vida… Abrigaba, por supuesto, la esperanza de regresar, pero estaba la posibilidad de que eso no ocurriese y, por lo tanto y con más razón, quería congelar en mi recuerdo aquel sitio increíble cuya ubicación geográfica desconocía…

         Me ubiqué en el interior haciéndome un ovillo y la tapa del baúl se cerró sobre mí… En ese momento me imaginé a mí misma durmiendo a los pies de la cama de Loana en su habitación y la sensación sólo pudo ser placentera… tanto que hubiera querido entregarme dócilmente al sueño… y soñar con ella… El auto arrancó… y los minutos fueron pasando; esta vez no me preocupaba la posibilidad de quedarme sin aire: yo ya sabía que Loana tenía todo bajo control y, además, yo respiraba ahora más tranquilamente que a la ida… El tema, sin embargo, fue cuando el auto finalmente se detuvo… o mejor dicho, unos instantes después de ello…

       La tapa del baúl se levantó y me encontré con la excelsa silueta de Loana recortada contra los rayos del sol matinal.  Se escuchaban voces y pasos en derredor…

        “Vamos… – me ordenó -.  Abajo”

         Prestamente obedecí la orden y fue entonces cuando tomé conciencia del lugar en que nos hallábamos… El auto estaba aparcado en el estacionamiento de la facultad… ¿Qué esperaba?  El hecho es que yo me encontraba ataviada patéticamente con un sostén transparente y una faldita que no cubría la cola en frente de los cientos de estudiantes, docentes y demás personal que estaban llegando al establecimiento… No necesito decir que todas las miradas se clavaron sobre mí…

          “Vamos para el baño” – me dijo Loana secamente.

           Echó a andar hacia la zona de los baños y yo sabía que debía hacerlo detrás, aun a pesar de los cientos de pares de ojos que me escrutaban absortos por la sorpresa o bien encontrando divertida la escena.  Dudé por un momento acerca de si debía hacerlo caminando normalmente o a cuatro patas: no estábamos ya en la finca… Pero rápidamente saqué la conclusión de que mi devoción a Loana era algo que debía estar más allá de un lugar físico en especial y, además, no podía arriesgarme a la ira de la rubia; en todo caso, si no me había pedido que marchara a cuatro patas, tampoco iba a estar en falta si lo hacía… Así que, muerta de vergüenza pero a la vez extrañamente orgullosa, marché a gatas tras Loana llevando mi bolso con las cosas… No era sólo el hecho de que todos me vieran andar en aquella forma; estaba también mi collar, mi “corte de cabello nuevo” y los tatuajes que denunciaban mi condición…

        Llegamos hasta el baño de damas.  Loana me hizo ponerme en pie y me obligó a quitarme la ropa; así lo hice y quedé desnuda y expuesta ante los ojos de todas las chicas que entraban y salían constantemente ya que no estábamos en ninguno de los reservados sino en la zona de los lavabos frente a los espejos.  Recién entonces recalé en un pequeño morral que Loana llevaba, el cual apoyó junto a uno de los lavatorios.  Cuando extrajo algo de su interior, reconocí un culote de cuero semejante al que me había sido colocado en la noche del sábado (tal vez inclusive el mismo) o a los que les viera puestos a las sumisas un rato antes, cuando nos fuéramos de la finca de los Batista.  Yo no entendí demasiado a qué iba el asunto porque interpretaba, hasta allí, que el culote era recibido cuando se había cometido una falta y la realidad era que en ese momento no había nada que Loana pudiera recriminarme en cuanto a mi comportamiento.  No sé si ella leyó mi pensamiento o si, simplemente, quiso explicármelo porque sí, pero lo hizo:

         “Mientras estés en la facultad es importante que te acuerdes de que sos un objeto de mi propiedad; por eso es que vas a llevar el recordatorio de tu condición”

A pesar de estar de espaldas a ella pude ver en el reflejo del espejo cómo extraía a continuación un pequeño pomo de un ungüento viscoso y semitransparente que untaba sobre su dedo mayor.  Sólo unos instantes después ingresaba con el dedo en mi orificio anal y entendí entonces que lo que había sacado del bolso era un lubricante.  Realizó el fino trabajo de dilatarme el agujero lo suficiente e ir incorporando dedos de tal forma de lograrlo; mi excitación, una vez más, subió al cielo al sentir los dedos de Loana entrando en mi cuerpo sin pedir permiso alguno…  A continuación vino lo que de algún modo preveía: extrajo del morral un consolador  y comenzó, al instante, el trabajo de irlo introduciendo en mi cola trazando círculos con la cabeza del mismo; todo ello, por supuesto, a la vista de las muchachas que seguían entrando o saliendo del baño de damas y a quienes yo podía ver en el espejo: mi humillación aumentaba a niveles indecibles conjuntamente con la excitación… Una vez el objeto estuvo instalado adentro en su totalidad,  Loana tomó el culote y fue uniendo las hebillas de tal modo de cerrarlo para, finalmente, hacer lo propio con los candados que pendían a ambos lados.

         “Al terminar la última clase de la tarde, buscame que te abro los candados… Y si en alguno de los recreos tenés necesidad de hacer pipí u otra cosa, venís y me pedís… ¿sí?”

          Yo asentí, por supuesto.  ¿Qué otra cosa podía hacer?  Otra vez mi cola estaba doliendo como si algo desde el interior pugnara por hacerla estallar, pero yo sabía bien cuál era mi lugar y que no debía presentar objeción alguna o, de lo contrario, quizás jamás volviera a pisar la finca de los Batista.  Por otra parte, bien era cierto que cumplía función de recordatorio: el objeto instalado en mi ano venía a recordarme precisamente y a cada instante, que yo también era un objeto… una propiedad de Loana Batista…

          Recién después de eso Loana me permitió vestirme y, por primera vez en varios días, volví a lucir como una estudiante normal, haciendo la salvedad nada desdeñable de que llevaba un collar de perro al cuello y que un tatuaje allí mismo denunciaba mi situación…  El resto del día trascurrió tranquilamente… Loana presentó su trabajo y yo, obviamente, no pude presentar el mío, lo cual significaba virtualmente mi desaprobación de la cursada… Atendí a Loana de rodillas en el parque cada vez que así lo requirió y encendí su cigarrillo cada vez que le dio por fumar… A veces utilizó mi espalda como reposo para sus pies, estando yo a cuatro patas tal como ocurriera la tarde anterior en la piscina cubierta, y otras veces me hacía poner rostro en el suelo para colocar uno de sus pies sobre mi nuca y mejilla… Se notaba a las claras que le gustaba exhibir a su criatura deshumanizada porque eso era, precisamente, una manera de exhibir su poder y sus logros: haberme convertido en esa decadencia que todos tenían ante sus ojos…

          En el aula magna tuve oportunidad de ver a Tamara: parecía hacer un siglo que no la veía.  Me miró a la distancia y yo miré para otro lado, ya que advertí un deje de recriminación en su mirada y no pudo menos que invadirme una profunda vergüenza por verme como me veía…  Se hizo larga la jornada y, en algún momento, debí solicitar permiso a Loana para ir al baño, justamente durante uno de los tantos recreos en los cuales los jóvenes salían a retozar al parque… Ella, sin levantarse de su asiento, me hizo seña de que me pusiese de pie y me acercase: una vez que lo hice, sin el más mínimo miramiento y ante de la vista de todo el mundo, echó abajo mi pantalón y soltó las llaves de los candados… Me preguntó si tenía ganas de orinar o de defecar y como era lo primero no necesitó extraer el pene artificial de adentro de mi orificio; una vez que me liberó del culote volvió a subir mi pantalón y me ordenó que fuera, todo ello bajo las miradas incrédulas, azoradas y, como siempre, divertidas de la estudiantina.  Me sentí casi como una niña pequeña a quien su madre le bajaba la bombachita para hacer pis, pero con una gran diferencia: una niña pequeña no conoce el pudor; en mi caso sí lo conocía, pero no me estaba permitido sentirlo…  Una vez que fui a hacer mi necesidad, regresé junto a ella y repitió el procedimiento pero en el orden inverso.

        Hacia el final de la jornada, cuando a media tarde finalizó la última de las clases, me quedé de rodillas sobre el pasillo del aula magna esperando su paso y por un momento me pregunté qué ocurriría si ella no se acordaba que debía quitarme tanto el culote como el objeto que tenía yo en mi interior: de hecho, se la veía salir de pura charla y muy entretenida con un par de muchachos… No me atreví a decir una palabra desde luego… y por suerte ella misma en un momento, casi sin mirarme, me hizo una seña con un dedo indicándome que la siguiese… Me llevó nuevamente al baño de damas y allí soltó los candados, me liberó del culote y extrajo el consolador de adentro de mi culo… Me obligó a limpiarlo en el lavabo antes de echarlo nuevamente en su morral y, a continuación, me exigió que me pusiese de rodillas para despedirla como era debido hasta el otro día… Apoyé las palmas de las manos en el piso y besé reverencialmente cada uno de sus pies, tras lo cual echó a andar hacia la puerta de salida mientras yo iba detrás besando el piso tras cada paso que daba… Cuando traspuso la puerta supe que hasta allí llegaba yo de momento… No podía seguirla, obviamente, porque ella iba a su casa y yo a la mía… Me quedé allí, bajo el marco de la puerta, viéndola alejarse. Una intensa tristeza se apoderó de mi alma por saber que no la volvería a ver hasta el otro día…

           Llegar a mi casa fue el acto que dio inicio a un mar de explicaciones.  Mis padres, obviamente, querían saber por qué llevaba el pelo cortado de esa manera…

          “Se usa, papá… está de moda… así, corto, desmechado, como desordenado… ¿no te fijaste?”

          No sé si mi explicación les convenció porque, de hecho, yo misma no me la hubiera tragado de haber estado en su lugar, pero puedo asegurarles que fue mucho más difícil explicarles que también lo del collar era una tendencia, una moda… Yo, poco antes de subir al colectivo para el viaje de regreso, había comprado un pequeño prendedor que ubiqué justo sobre la muesca del collar de tal modo que no fuera visible mi tatuaje… De hecho, tendría que pasar el tiempo en mi casa ocultando marcas y tatuajes… Es que en ese caso no sé si podría seguir inventando excusas…

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 3” (POR GOLFO)

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No me podía creer que en menos de tres días en Oviedo me encontrara en esa situación.Sé que si habéis leído los capítulos anteriores, es normal que penséis que es una paja mental de un salido y digo que es normal porque si, a mí, alguien me hubiese prometido que sin comerlo ni beberlo me encontraría en la cama con una preciosa madura y su hijita todavía virgen, ¡Lo hubiese llamado loco!
Joder, ¡reconozco que suena a fantasía adolescente!
Nadie en su sano juicio se creería que nada más llegar a esa ciudad, dos magníficas hembras se hubiesen entregado a mí y menos se tragarían que ambas quisieran formar parte de un harén, en el que yo fuera su amo y ellas dos, mis sumisas.
Por ello y a pesar que corro el riesgo de ser tomado por un chiflado, he tenido que escribirlo para que yo mismo en un futuro no piense que ha sido un sueño…

Como ya habéis leído, Azucena acababa de entregarse a mí cuando María se unió a nosotros en la cama. Os confieso que al principio estaba un tanto cortado por la situación, ya que jamás en mis años de vida había actuado como amo en ninguna relación y aunque si había compartido lecho con dos mujeres, nunca estas habían sido madre e hija. Por ello mientras descansaba después del polvo que había echado a la mayor, dudé sobre cómo actuar.
No en vano, María además de ser mi secretaría era todavía virgen y no quería cagarla antes de empezar. Afortunadamente, Azucena debió comprender la situación en que me encontraba y pidiéndome permiso, me informó que se iba a preparar la cena. Sin nada que decir, esperé a que desapareciera de la habitación. Al quedarnos solos, mi asistente levantando su mirada sonrió mientras me preguntaba qué tal se había portado su vieja.
-¿A qué te refieres?- contesté cortado por su interés.
La joven entendió perfectamente mis reparos y soltando una carcajada, insistió:
-Mi madre necesitaba que le dieran un buen repaso, la pobre llevaba dos años sin que nadie se la follase. ¿Qué te parece? Por sus gritos, sé que ella estaba encantada pero me gustaría saber tu opinión.
-Está muy buena- respondí no queriendo ser muy concreto.
María sin dar su brazo a torcer, pegó su cuerpo al mío y cogiendo mi pene todavía dormido entre sus manos, reiteró:
-Quiero saber si te gusta lo suficiente para aceptar mi oferta. En esta casa hace falta un hombre y desde que te conocí y me diste la primera orden, supe que eras tú el que estábamos esperando.
Para entonces la sutil forma en la que esa cría me estaba masturbando ya había despertado mi lado oscuro y mi entrepierna lucía una brutal erección. Aun así pudo más mi curiosidad y en vez de lanzarme sobre ella, le solté:
-Me parece que me has sobreestimado. ¿Qué viste en mí para querer ser mía?
Muerta de risa, contestó:
-Al oír tu voz autoritaria casi me corro y recordé el modo en que mi vieja se alteraba cuando escuchaba la de mi padre. Lo creas o no, supe que tú eras mi destino.
-Pero ¡niña!- respondí escandalizado- Si jamás has estado con un hombre, ¿cómo sabes que deseas ese tipo de relación y no otra?
Para explicarme sus sentimientos, se levantó de la cama y terminando de desnudarse, me soltó:
-Mira mis pezones. ¡Los tengo duros solo de saber que me estás mirando! – y recalcando su posición, separó sus rodillas y mostrándome su depilado coño, insistió: -¿Te parece que no sé lo que quiero? Tengo el chocho encharcado desde antes que vieras como enculabas a mamá pero ahora lo tengo al rojo vivo.
Lo gráfico de su respuesta me azuzó a ser despiadado y llamándola a mi lado, pensé:
«Si quiere probar lo que siente una sumisa, este es el momento», pensé mientras recogía la corbata que había dejado tirada en el suelo y sin pedirle su opinión, comencé a atarle las muñecas contra el cabecero de la cama.
Os tengo que confesar que mi intención era asustarla pero María en vez de mostrar miedo o cualquier otro tipo de reacción, se dejó maniatar con una sonrisa mientras todo su cuerpo temblaba.
«Coño con la chavalita, parece que le gusta», sentencié parcialmente decepcionado porque me esperaba que ante ello recapacitara y me pidiera que lo dejara. Convencido que pronto se iba a arrepentir, no solo le até las manos sino que, usando mi camisa, inmovilicé sus piernas dejándolas bien abiertas.
Nuevamente me impresionó la actitud de María porque gimiendo de placer, me rogó que la tomara.
«Esto es una locura», me dije realmente alarmado del modo en que se lo estaba tomando y todavía suponiendo que se iba a echar marcha atrás, pasé mis manos por su los pliegues de su juvenil chocho y confirmé que lo tenía totalmente mojado.
-Ummm- suspiró al notar la acción de mis yemas pero no se quejó.
Reconozco que para entonces ya estaba como una moto pero lo que verdaderamente me volvió loco fue cuando metiéndome el dedo en la boca, saboreé su flujo.
«Dios, ¡está riquísimo!», tuve que reconocer y traicionando mis principios, decidí que no había nada malo en probar esa delicia directamente de su envase.
Asumiendo que era un cerdo y que estaba actuando mal al aprovecharme de su inexperiencia, me agaché y hundí mi cara entre sus piernas. Aun antes de sacar la lengua y acercarme a mi meta, a las papilas de mi nariz llegó su penetrante aroma.
«Aunque me arrepienta, no puedo dejar pasar la oportunidad», me dije mientras separaba los labios de ese rosado chochete.
La cría pegó un pequeño grito al sentir mi boca en su coño. Por su tono comprendí que no era de angustia sino de gozo y eso me indujo a seguir explorando el virginal terreno que había entre sus piernas.
En ese momento todo mi ser me pedía dejarme de remilgos y usarla del modo que ella pedía, pero la poca cordura que todavía mantenía me hizo jugar con sus labios mientras uno de mis dedos se apoderaba del pequeño botón que se escondía entre ellos.
-¡Que gozada!- aulló la niña más entregada si cabe.
Con la mirada, María me pidió que culminara pero reteniéndome las ganas, busqué en el interior de su almeja una prueba palpable que era virgen. Creyendo que de no encontrarla, sería menos bochornosa mi actuación.
Desgraciadamente, encontré una especie de telilla casi traslúcida que reconocí al instante y entonces comprendí que no había mentido. Nuevamente, las dudas volvieron a mí y mientras mi secretaría se corría sobre las sábanas de una forma que me dejó impactado, comprendí que era incapaz de follármela.
Aún sí sabiendo que al menos tenía que dejarla gozar, seguí disfrutando del sabor de su sexo mientras mi víctima se retorcía presa de un continuado orgasmo.
«No puedo hacerlo», a disgusto refunfuñé cuando ella me rogó casi llorando que la tomara de una puñetera vez.
En vez de cumplir sus deseos y bajo el parapeto del papel que ella me había dado, comencé a desatarla. María creyendo que por fin iba a desvirgarla quiso coger mi erección entre sus manos pero retirándola de un empujón, le solté:
-Por hoy ya has tenido suficiente. Si quieres que te folle, tendrás que ganártelo.
Convencida que era su dueño el que le hablaba y no un tipo acojonado por tamaña responsabilidad, con lágrimas en los ojos, asumió mi decisión y mirándome fijo a los ojos me soltó:
-¿Qué es lo que quiere mi amo?
Sin saber hasta cuándo podría mantener esa mentira y temiendo que la excitación me hiciera traicionar mis principios, contesté:
-Cenar…
Azucena acude en mi ayuda.
Siguiendo mis instrucciones, María me dejó solo y se fue a ayudar a su madre con la cena. Aprovechando el momento, me puse a organizar mis ideas porque estaba todo menos tranquilo.
Antes de nada y a pesar de mis años, ¡no sabía cómo actuar! Estaba metido en un lío y por mucho que intentaba buscar una forma de proceder que no causara daño a esa criatura, no encontré ninguna en la cual saliera indemne. Si la rechazaba, era tal la fijación que tenía acerca de su carácter sumiso que a buen seguro seria presa de un desalmado. El problema era que pensar en actuar al revés me resultaba todavía más duro. Me parecía impensable meter a una neófita en el sexo en ese oscuro camino.
«No soy tan hijo de puta», mascullé entre dientes, «debería buscarse un novio y no un amo».
Por otra parte y aunque me costara reconocerlo, me daba respeto fallarles a las dos. Y es que en mi interior, tenía bastante con aprender a ser el dueño de una mujer tan impresionante como la madre. No es que la hija no me pareciera un bombón, al contrario, me parecía una tentación imposible de rechazar.
«¡Hay que joderse! ¡Toda la vida soñando con algo así y cuando me llega, me acobardo!».
Estaba todavía intentando acomodar el desbarajuste que tenía en mi cabeza cuando escuché que alguien tocaba a mi puerta. Al levantar mi mirada, me encontré con Azucena entrando al cuarto y sin que yo tuviese que contarle nada, se sentó en el borde de la cama y me dijo:
-Amo, sé lo que le ocurre y lo comprendo.
Tan preocupado estaba que no caí en que nadie mejor que ella podía ayudarme y por eso viendo mi embarazo, la rubia me soltó:
-No quiere aprovecharse de María.
Como aceptaréis, me quedé cortado al verme descubierto y sin nada que perder contesté que así era, que no me sentía capaz de pervertirla de esa forma.
La respuesta de esa madre me dejó impresionado porque bajando el volumen y con una ternura infinita en su voz, respondió:
-María es mayor de edad y es consciente de lo que significa ser cómo yo. Es más, se equivoca cuando habla de perversión y aunque no se haya dado cuenta, usted es nuestro complemento. Si nunca se percató que ha nacido para ser dueño se debe a que no tuvo nadie que le abriera los ojos- y entonces arrodillándose a mis pies, adoptó la postura de esclava de placer y me dijo: -¿Qué siente cuando me ve así?
Bajo mi pantalón mi pene reaccionó al instante al verla de rodillas apoyada en sus talones y con sus manos sobre los muslos, mientras mantenía su espalda recta.
-Me excitas- reconocí anonadado por lo rápido que me había puesto cachondo y es que no era para menos porque los pechos de Azucena permanecía extrañamente erguidos, como pidiendo un buen mordisco.
La cuarentona, lejos de cortarse y separando sus rodillas casi imperceptiblemente, insistió:
-¿No es cierto que cuando me observa en esta postura le viene a la cabeza darme un pellizco en los pezones?
-Sí- a disgusto reconocí.
No me había todavía recuperado de esa pregunta cuando echando el cuerpo hacia adelante y separando aún más sus muslos, dejó su culo en pompa y con su respiración entrecortada volvió a la carga diciendo:
-¿Ahora que le provoco?
-Joder, se nota que estás pidiendo guerra y que quieres que te folle.
Sonriendo, me miró y dando por sentado que tenía razón en todo, me soltó:
-A esta postura se le llama el beso de la esclava y una sumisa la adopta para que su amo la tome- y sin dejar que asimilara la información que me acababa de dar, muerta de risa, prosiguió con su clase diciendo: -Don Manuel usted es dominante por naturaleza y debe aceptar su condición.
Impelido por mi propio instinto, me puse en pie y sin dar tiempo a que esa hembra cambiase de postura, me bajé la bragueta y de un solo empellón, hundí toda mi extensión dentro de ella. Su coño parecía hecho a mi medida y ese húmedo conducto me recibía ejerciendo la presión justa sobre mi verga, su dueña aullando de placer, gritó:
-Lo ve, es y será siempre ¡un amo!
Esa afirmación fue el detonante de mi transformación y agarrando su melena a modo de riendas, dejé que la lujuria me llevara en volandas mientras una y otra vez, descargaba a base de duras embestidas mi frustración en el coño de esa mujer.
-¡No pare!- chilló encantada con la violencia de mi asalto.
La humedad de su cueva facilitó mi penetración y cabalgando sobre ella, me impactó la forma en que mi glande chocaba contra la pared de su vagina mientras esa zorra se retorcía de placer. Azuzado por sus gritos, incrementé mi ritmo al notar que era tanto el flujo que manaba de su cueva que con cada uno de mis embistes, salía disparado mojándome las piernas.
-¡Muévete puta o tendré que castigarte!
Ni siquiera pudo responder a mi burrada. Dominada por el deseo, fue su cuerpo quien me contestó y convirtiendo sus caderas en una batidora, descompuesta y feliz al sentirse una marioneta en manos de mi lujuria, buscó mi placer. Contagiado de su actitud, incrementé mi ritmo cogiéndole de los pechos y ya afianzado en sus ubres, azoté sus nalgas mientras le exigía que me hiciera gozar.
-¡Muerda a su guarra!- aulló con pasión.
Instintivamente y mientras mis huevos rebotaban contra su coño, quise complacerla y agachándome hacia ella busqué incrementar su entrega, mordiendo su cuello con fuerza.
-¡Me corro!- chilló con todo su cuerpo asolado por el placer al sentir la acción de mis dientes sobre su yugular.
Su orgasmo me hizo saber de su total entrega y reclamando mi triunfo, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era una puta sin remedio. Mi maltrato prolongó su éxtasis y cayendo desplomada sobre el suelo, convulsionó de gozo. Esa postura incrementó mi calentura al provocar que su coño se contrajera y apretara con mayor fuerza mi pene. Alucinado con mi estado e incapaz de retenerme, totalmente desbocado y cabalgué ese espectacular cuerpo en busca de mi propio placer.
Usando por primera vez a esa zorra como un objeto, machaqué su sexo con fuerza mientras ella no paraba de berrear cada vez que sentía mi pene golpeando su interior. Para entonces, parecíamos parte de una escena bélica donde yo era el soldado que acuchillaba sin parar a mi indefenso enemigo mientras esté no podía hacer otra cosa que gritar.
De improviso, exploté dentro de ella, regándola con mi semen. Azucena al notar como su coño recibía una tras otra esas húmedas explosiones en su interior, siguió moviéndose hasta que ya exhausto, me dejé caer sobre ella, entonces y solo entonces, girando su cabeza, me dijo:
-Al contrario que usted, María y yo nacimos para ser sumisas. Si usted la toma bajo su amparo, no la estará pervirtiendo sino haciendo realidad sus sueños.
La seguridad con la que hablaba me hizo saber que no mentía y por eso entrando al trapo, me atreví a explicarle que aunque tuviese razón, yo era un novato en esas lides y por ello, en vez de hacerla feliz podía hacer una desgraciada a su hija.
Sonriendo mientras se acomodaba el uniforme de criada, esa imponente rubia contestó:
-Por eso no se preocupe, sé que lo hará bien y si acaso necesita de ayuda, estaré ahí para brindársela.
Agradecido pero no por ello menos nervioso, respondí:
-¿Y ahora qué hago?
Descojonada, esa manipuladora mujer me miró y luciendo una sonrisa de oreja a oreja, replicó:
-Ser usted mismo y hacer lo que le dijo… cenar.
Tras lo cual me ayudó a vestirme y caminando tras de mí, me acompañó al comedor donde María nos esperaba con la mesa puesta.
Mi primera cena en esa casa.
Nada más entrar en esa habitación, supe por la careta que puso esa cría que sabía de dónde veníamos y que no tenía ninguna duda que su madre me había hecho probar las delicias de su cuerpo. Cabreada hasta decir basta y sin importarle mi presencia, le echó en cara a su madre haber disfrutado por segunda vez de mis caricias mientras ella seguía a dieta.
Su altanería y el modo en que María me estaba criticando abiertamente, despertó mi ira y sacando a la luz mi lado más dominante, me senté en una silla y le ordené que se acercara. La chavala no fue consciente de lo que se le avecinaba y tuvo el descaro de casi gritando enfrentarse a mí:
-Era mi turno, ¡era a mí a quien debías poseer!
Sin mediar palabra, la cogí de la cintura y poniéndola sobre mis rodillas, levanté su falda y le solté una docena de duros azotes. Mi cabreo provocó que no midiera mis fuerzas y por ello, no llevaba ni tres nalgadas cuando esa nena ya me rogaba que no siguiera. Sus lamentos lejos de menguar mi enfado lo acrecentaron e incrementando la dureza del escarmiento, no paré de castigarla hasta que llorando y con su culo rojo, esa muchacha me pidió perdón.
Al escuchar su suplica, paré de martillear su trasero y estaba observando horrorizado los efectos de esa tunda cuando Azucena, susurrando, me dijo:
-Un buen amo cuida de sus sumisas- tras lo cual me hizo entrega de un bote con crema.
No tuve que ser ninguna lumbrera para entender que quería decir y abriendo ese recipiente, cogí entre mis dedos una buena cantidad y comencé a esparcirla por la adolorida piel de la muchacha. El efecto fue inmediato, los llantos de María cesaron al notar el frescor de esa pomada para unos segundos después escuchar que se habían convertido en suaves gemidos de satisfacción que brotaban de su garganta.
«No me lo puedo creer», sentencié mentalmente, «¡se está poniendo cachonda!».
Aunque no os lo creáis, me costó caer en la cuenta que la cuarentona sabía que iba a ocurrir cuando me trajo la crema:
“Tras el castigo sufrido, el consuelo de mis caricias sería interpretado por su hija como una especie de recompensa y como buena sumisa, no podría evitar el excitarse”.
Ajeno a las intenciones de su madre, la novedad que esa cría pudiese pasar del dolor al gozo en tan corto espacio de tiempo me intrigó y deseando averiguar hasta donde llegaría su calentura, poniendo sobre sus glúteos otra dosis de ese potingue, seguí reconfortándola.
-Amo, he sido mala- sollozó con la respiración agitada al experimentar la ternura con la que mis yemas recorrían los cachetes de su trasero.
-Lo has sido y por eso tuve que castigarte- respondí mientras la curiosidad por saber cuánto tardaría en llevarla hasta el orgasmo, me hizo incrementar el erotismo con el que amasaba sus posaderas.
La tensión sexual de la muchacha creció exponencialmente cuando notó que mis caricias se bifurcaban y mientras una mano dirigía sus mimos al inhiesto botón que se escondía entre los pliegues de su sexo, la otra hacía lo mismo con los bordes de su cerrado ojete.
-Dios, ¡cómo me gusta!- aulló de placer la morena mientras involuntariamente intentaba forzar ambos contactos con rítmicos movimientos de cadera.
Azucena viendo que la pasión iba dominando poco a poco a su retoño, sonrió y sin decir nada nos dejó solos en el comedor para desaparecer rumbo a la cocina. Yo, por mi parte, estaba obsesionado con mi nuevo poder y haciendo uso de él, seguí torturando el clítoris de María cada vez más rápido.
-No puedo más, ¡me voy a correr!- gritó descompuesta el objeto de mi experimento.
Su confesión marcó un antes y un después, y mientras aceleraba el martirio de su coño, violé la virginidad de su esfínter con una de mis yemas. Ese doble estímulo desbordó las defensas de la morena y aun sabiendo que no le había dado permiso, todo su cuerpo se vio sacudido por un brutal orgasmo.
-¡Siento que estoy en el cielo!- declaró con un chillido.
Hoy sé que actué como un novato y que un amo experimentado debía de haberla castigado pero en vez de ello, sin pausa seguí masturbándola y completamente satisfecho pensé al ver el modo en que se retorcía sobre mis rodillas:
«Tengo que reconocer que me gusta tener a esta putilla temblando como un flan».
Sin asumir que mi forma de ver el sexo iba cambiando y que paulatinamente el dominante que había en mí, iba emergiendo al ir cayendo los tabúes que lo tenían preso, disfruté de la entrega de María mientras en mi entrepierna se alzaba sin control mi lujuria. Estaba pensando en obligarla a hacerme una mamada cuando vi en la puerta a Azucena trayendo una bandeja.
-Amo, su cena esta lista- y dirigiéndose a su pequeña, riendo le pidió que le ayudara con el resto de las cosas.
La cría esperó mis instrucciones y viendo su cara de angustia al no saber qué hacer, con un suave azote la ordené que se levantara y que colaborara con su madre. La alegría que demostró esa morena mientras corría a la cocina por la sopera me dejó confuso y nuevamente tuvo que ser la cuarentona la que acudiera en mi auxilio diciendo:
-Mi hija está contenta porque acaba de aprender que su dueño pude causarle daño pero que también puede darle mucho placer…- tras lo cual, me informó: – … y usted ha demostrado nuevamente que es un amo innato, tras castigar la impertinencia de su sumisa, la ha compensado buscando el goce de ella antes que el suyo.
Aprendiendo a comportarme, me guardé para mí que había estado a punto de hacer lo contrario y viendo que esa mujer me podía servir de profesora, directamente pregunté:
-Si al final decido aceptar a tu hija como mi pupila, ¿cuál sería mi siguiente paso?
Soltando una carcajada, Azucena contestó:
-Si lo supiera, sería dominatriz en vez de sumisa… pero quizás lo que yo hubiese necesitado después de esto, hubiera sido que mi dueño me preguntara por mis sentimientos.
La forma evidente en que estaba manipulándome no me pasó inadvertida y reconociendo que tras esa cuarentona se escondía una mujer inteligente que sabía reconducir las situaciones buscando un fin, decidí que iba a seguir sus consejos.
«Además de guapa y de zorra, ¡es astuta!», sentencié y riendo en mi interior, esperé que madre e hija se sentaran a la mesa y me sirvieran la cena.
Ya había decidido quedarme en esa casa como amo y señor, sabiendo que solo tenía que dejarme llevar por las enseñanzas de Azucena para que ¡su hija se convirtiera en mi más fiel putita!

Relato erótico: “LA ORQUÍDEA Y EL ESCORPIÓN 10 EPÍLOGO” (POR MARTINA LEMMI)

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    Las cosas fueron bastante parecidas en los días que siguieron.  Diariamente yo debía atender a Loana en el parque y diariamente ella me instalaba el consolador y el culote para recordarme quién era ella y quién era yo…  El corazón me iba latiendo más fuerte en la medida en que se acercaba el fin de semana… ¿Reclamaría nuevamente Loana mi presencia en su finca?  ¿Tendría alguna tarea para asignarme ahora que el trabajo sobre el conductismo ya estaba hecho y presentado?  La realidad fue que al llegar el viernes no ocurrió nada distinto al resto de los días y eso, por supuesto, me produjo un cierto desencanto… Al otro fin de semana volvió a ocurrir lo mismo, pero al siguiente… ¡me requirió!  Puede imaginar el lector que yo, obviamente, estaba como perro con dos colas… No puedo describir la emoción que me embargó al ver nuevamente la finca que había temido quizás no volver a ver… Y comencé a descubrir que, al momento de servir a Loana, yo ocupaba ahora un rol algo diferente, no sé si decir “preferencial”, pero era como que se me asignaban a mí, y no a las otras sumisas, las tareas de más directo servicio a ella… Una de dichas tareas consistió, por ejemplo, en lustrar absolutamente todos los pares de zapatos y sandalias que Loana poseía… utilizando mi lengua… Yo jamás había visto tantos y tan bellos zapatos juntos y en tanta cantidad; de hecho, estuve horas para terminar con ellos… Pero… debo decir que fue hermoso… Una experiencia tan maravillosa a mis sentidos como podía serlo tomar su orina o limpiar su cola con mi lengua, experiencias todas que se repitieron por cierto a lo largo de ese fin de semana…

          Luego de eso volvió a requerirme a los quince días y a partir de entonces mis visitas a la finca de los Batista se fueron haciendo cada vez más frecuentes, tanto que a veces se daban en dos fines de semana seguidos y mi corazón latía con fuerza ante la posibilidad de que en algún momento Loana me requiriera de manera permanente para quedarme por siempre dentro de la finca… Parecía un sueño, pero… ¿por qué no podía darse si las otras sumisas, la enfermera o la mucama estaban allí en esa condición?  Yo no sé si era mi imaginación, pero empezaba a sentir que me estaba convirtiendo en la “favorita” de Loana y mucho temía hacerme ilusiones vanas por confundir deseos con realidad…  La chiquilla Batista y sus amiguitas adolescentes, por cierto, siguieron haciendo de las suyas e incluso conmigo; era obvio que siempre los planes más pérfidos surgían de la perversa cabecita de Eli y, por cierto, era difícil de creer que no volvería a las andadas después de aquella noche de castigo… En ocasiones, de hecho, fue castigada nuevamente; en otras, en cambio, zafó de ser descubierta en sus fechorías y, por ende, también de la reprimenda y la sanción, si bien yo para esa altura estaba ya plenamente convencida de que lo dicho en su momento por la enfermera contenía una gran dosis de verdad: Loana, en realidad, se daba cuenta de todo y, si no actuaba, era simplemente porque no tenía ganas de hacerlo o porque quería poner a prueba mi grado de sumisión…

           Un episodio particularmente shockeante ocurrió una tarde cuando al llegar Loana, pura e invencible como siempre en el “escarabajo” y, tras abrir el baúl, descendió del interior del mismo quien aparentemente debía ser una nueva sumisa: una mujer entrada en años, de unos cuarenta y pico, pero muy elegante y muy bien formada: sus bondades físicas, de hecho, quedaron bien expuestas cuando Loana la obligó a desnudarse y luego la exhibió llevándola por la cadena a cuatro patas en lo que parecía ser una especie de ritual.  Debo confesar que me produjo envidia y rabia la presencia de una “nueva” en el lugar y, de algún modo, pude entender qué habían sentido las otras dos sumisas el día de mi llegada.  Pero mi mayor sorpresa fue cuando pasó a cuatro patas cerca de mí y, al verle bien el rostro, descubrí que éste me era familiar; ella bajó los ojos, presa seguramente de una terrible vergüenza, pero aun así pude notar que se trataba de… ¡la profesora de biología evolutiva!

Casi caigo de bruces por el asombro: una mujer autosuficiente, segura y siempre muy decidida había caído al parecer también bajo el aura de Loana… y bajo el influjo de la orquídea y el escorpión… Ignoro si el acto de bajar los ojos con vergüenza obedeció al hecho de que me reconoció o bien, simplemente, se trataba de la vergüenza normal que cualquier persona sentiría al descubrir que, de un día para el otro, está siendo tratada y exhibida como un animal… La orgullosa profesora Piccioni había caído vencida…y, de acuerdo a mi experiencia, estaba bien claro que no habría retorno…  En parte, como dije, su llegada era un problema para mí ya que significaba más para dividir… pero por otro lado tuvo consecuencias beneficiosas como que Eli y sus amiguitas se dedicaron más al “juguete nuevo”, haciéndole la vida imposible… Otro tanto pasó (y cómo lo agradecí) con la mujer de la limpieza, la cual incluso, bajo autorización de Loana, la llevó , en sucesivos fines de semana, a dormir a su habitación… Y es de descontar que la ex profesora Piccioni la estaría pasando mal… La criatura mitad mujer mitad monstruo, de hecho, se refería muchas veces a ella como “mi novia” y no paraba de hacer referencia burlona a lo bien que lo habían pasado durante la noche…  Me aliviaba pensar de qué suerte había yo zafado teniendo en cuenta que la bruja, en otro momento, había anunciado su intención de solicitarme a Loana por algunas noches, cosa que finalmente no hizo a Dios gracias… Ahora la arpía tenía con quién entretenerse sin molestarme tanto… Me daba lástima por la profe, pero así es la vida…  La propia Loana parecía gozar muy particularmente de humillarla y abofetearla en público… y, por supuesto, sus amigos, los que asistían a la facultad, disfrutaban enormemente con el espectáculo y, en ocasiones, bajo auspicio o bien permiso de Loana, se sumaron al mismo, como el día en que a la profe le tocó ser cogida por el culo por cuatro jóvenes que daban rienda suelta a su más corrosiva lascivia al saber a quién estaban penetrando y sometiendo a tal condición… O como el día en que la mearon entre tres…

           Debo confesar que yo moría de celos cada vez que Loana le cruzaba la cara de una bofetada, pero más allá de eso la realidad fue que la llegada de la profe no me desplazó demasiado de mis tareas y servicios habituales para la diosa… Ese lugar “preferencial”, que yo entendía que estaba empezando a tener, lejos estuvo de verse eclipsado y, por lo tanto, no parecía haber motivos de preocupación a la vista…

            Del resto de mi vida (¿había una?) mejor no hablar… La relación con Franco, obviamente, se terminó y no podía ser de otra forma.  Yo no estaba disponible para él y él, por su parte, no aceptó mi cambio de look.  Por otra parte, ¿cómo podría mantener con él una vida sexual normal de allí en más si cada vez que me desnudara tendría que exhibir mis tatuajes y marcas?  Imposible… Todo se fue por el sumidero… Con la facultad ocurrió otro tanto: mis notas se fueron al traste y antes de llegar a mitad de año ya mi suerte estaba sellada y debía recursar todas las materias; ah… por cierto… el “trabajo de Loana” fue aprobado con un diez sobresaliente, cosa que me llenó de orgullo…  El lector estará, desde ya, pensando que soy una estúpida… y está en su justo derecho… pero bueno, así era como yo me sentía y no puedo mentir.

            En una de las tardes, a la salida de clase y mientras caminaba hacia la parada del colectivo, fui interceptada por Tamara, con quien no había cruzado más palabra desde aquel fin de semana en que Loana me llevara por primera vez consigo… El lugar era casi el mismo en que nos habíamos encontrado el día en que se produjo aquella charla de café en la cual Tamara me contó su historia sobre la Reina Orquídea y el Rey Escorpión.  Pero esta vez no hubo café… se notaba a Tamara visiblemente irritada:

          “¿Vos te ves en el espejo? – me imprecó – ¿Te mirás alguna vez? ¿Te das cuenta de en qué te dejaste convertir por esa chetita puta de mierda?”

           La forma de referirse a Loana sonaba casi a herejía para mís oídos.  No contesté ni repliqué nada, pero bajé un poco la vista como sobrepasada por la dimensión de las palabras proferidas.

           “¿Ya te olvidaste que sos una persona? – continuó – Asco das… llena de tatuajes, con una marca en la nalga, con un collar de perro, lamiendo suelas y bebiendo pis… ¿No vas a despertar en ningún momento?  ¿Tanto te puede haber afectado esa… trola de mierda?”

             Era demasiado para mis oídos.  Directamente di media vuelta y me marché… Escuché la voz de ella a mis espaldas durante algún rato, siempre resaltando la indignidad en que yo había caído y la persona despreciable que era Loana… La escuché hasta que subí al colectivo…

       Si hasta ese momento las palabras de Tamara me sonaban a blasfemia herética, no puedo explicar lo que sentí cuando una semana después de ese episodio volvió a la carga con su sarta de improperios contra Loana, pero esta vez enfrente de ella…

          Era, en efecto, una de las tantas tardes en las cuales Loana retozaba sentada sobre el ya clásico banco del parque que parecía siempre estar reservado para ella… Como era habitual la rodeaban los obsecuentes que a diario la acompañaban y formaban un semicírculo a su alrededor, en tanto que yo, por supuesto, me hallaba de rodillas ante ella a la espera de que precisara lumbre para un nuevo cigarrillo o simplemente para lo que dispusiese.  Y apareció Tamara… de la nada… Se abrió paso por entre el racimo humano, me miró brevemente de soslayo con esa mezcla de recriminación y lástima que se había vuelto habitual en ella cada vez que me miraba… Yo bajé la vista hacia los pies de Loana clavando mis ojos en el escorpión: allí me sentía segura…

          “Yo no sé quién te pensás que sos… – espetó rudamente Tamara, mientras alrededor todos enmudecían – ¡No sos nadie, pelotuda! ¡Nadie! ¡Enterate…!”

          Loana la miró de costado apenas un segundo y su rostro adoptó una sonrisa divertida, pero no dijo palabra…

          “¡Todo el mundo sabe que tus brillantes notas sólo se deben a que tenés chicas en tu casa trabajando para vos! ¡Como ésta! – continuó Tamara y, aunque yo no la miraba, supe que me señalaba a mí -.  Yo no entiendo por qué todos estos retardados te siguen a todas partes como si fueras gran cosa…  Te debe dar seguridad estar rodeada siempre por un rebaño de lameculos obsecuentes, ¿no?  Pues te informo una cosa… a mí sólo me dan lástima: vos y todos ellos… Pero en algún momento todo esto se te va a terminar, ¿sabés?”

         Tamara vociferaba cada vez más alto y el silencio en derredor se había ido convirtiendo progresivamente en un coro de murmullos; la misma perplejidad que yo estaba sintiendo era la que debía sentir todo el mundo.  Yo hasta sentía vergüenza ajena porque ella era… o había sido mi amiga.

          “Por lo pronto a mí no me vas a ver arrodillada, forra de mierda” – cerró sus palabras Tamara al tiempo que escupía el piso muy cerca de los pies de Loana y apenas centímetros por delante de mí.  El coro de murmullos se convirtió en exclamación generalizada al unísono.  La incredulidad se había adueñado del lugar… Nadie, pero nadie osaba hablar así de Loana… Tamara, por lo pronto, dio media vuelta y se marchó… Yo, por debajo de las cejas, levanté apenas la vista hacia mi diosa rubia y pude ver que sólo durante unos segundos la observó irse, siempre con aire divertido y una sonrisa dibujada en su rostro.  Tiró al piso la colilla del cigarrillo que estaba fumando y lo pisoteó con la punta de la sandalia para apagarlo… Luego siguió hablando de otra cosa como si nada hubiera ocurrido: su arma más letal era la indiferencia…

Luego de ese incidente fue como si el ámbito estudiantil, más que nunca ignorara o dejara de lado a Tamara: bastaba con ver que en el anfiteatro no había nadie que se sentase cerca de ella.  Yo, por mi parte, temía alguna represalia en mi contra por el hecho de ser ella mi amiga… pero nada ocurrió… Por el contrario, ese papel que yo empezaba a asumir como la “favorita” de Loana se siguió acentuando…  Comenzó a llevarme a la finca ya desde el día jueves, lo cual implicaba que los viernes no podía ir a la facultad.  A decir verdad, no cambiaba mucho las cosas porque las dos materias que se cursaban el viernes ya las tenía perdidas… y por otra parte, prácticamente todo estaba perdido en la facultad…  El hecho de que mi “fin de semana” en casa de los Batista comenzara el jueves traía algunas situaciones problemáticas, sobre todo cuando los viernes Loana se iba a la facultad, pues ello me dejaba prácticamente a merced de ciertas presencias permanentes en la casa que tendrían “vía libre” conmigo al no estar la diosa.  Por un lado estaban las otras dos sumisas, las cuales me odiaban desde el primer día en que llegué y, por cierto, hubo alguna rencilla con ellas.  Por otra parte, y mucho más preocupante, estaba la bestial mujer de la limpieza, pero desde que había llegado al lugar la ex profesora Piccioni, estaba bastante entretenida con ella y para mí dejaba, afortunadamente, sólo las “migajas”… pero la profe la pasaba realmente mal: la había convertido prácticamente en un juguete sexual a su disposición e incluso la tuvo durante toda una tarde con un palo de escoba ensartado en el culo, desnuda y expuesta en el medio del parque.  Debo confesar que en parte me daba lástima pero por otro lado yo la recordaba en las clases como una profesora bastante pedante y despectiva con los alumnos; de hecho a mí me había tratado con arrogante indiferencia cuando le tuve que plantear algunas cosas, así que el verla degradada de esa manera me producía también un cierto placer… La otra presencia que se volvía embarazosa en ausencia de Loana era la de su hermanita menor Eli…y creo que fue de parte de ella que sufrí las mayores humillaciones de los viernes por la tarde…

          Jamás logré determinar, en tantas jornadas en la finca de los Batista, cuanto de lo que se decía sobre Loana era cierto o sólo leyenda… No pude quedarme con una idea clara acerca de qué había pasado con el padre por ejemplo, como tampoco pude saber nunca quién era el autor de los increíbles tatuajes de la orquídea y el escorpión, esos mismos que, según propias palabras del tatuador, no eran obra de él… ¿Quién sería entonces el enigmático artista?  O inclusive, ¿habría que preguntarse si realmente había un artista detrás de los tatuajes o los mismos serían marcas de nacimiento de las mujeres de aquella familia?  Sonaba a locura desde ya, pero qué no sonaba a locura cuando uno se ponía a tratar de desbrozar el extraño universo Batista… Mucho más lejos estaba, por supuesto, de saber si la leyenda que Tamara me había contado acerca de la Reina Orquídea y el Rey Escorpión podía tener alguna mínima cuota de verosimilitud, con una reina de cabellos dorados viviendo en el corazón del África… como también lo estaba de saber si el don que Loana tenía de dominar a la gente era algo único, extraordinario y que venía siendo transmitido de generación en generación o bien era producto únicamente de una personalidad fascinante, increíble y subyugante…

           Pero la gran sorpresa llegó para mí un viernes al anochecer… Esa vez, como siempre, Loana llegó de la facultad en el escarabajo y tanto yo como las otras dos sumisas más la recientemente incorporada profesora corrimos a cuatro patas a recibirla empujándonos entre nosotras para poder ser las primeras en lamer su calzado.  La diosa abrió el baúl del auto y yo temí la llegada de una nueva sumisa que aumentara la ya tensa competencia en la finca.  En efecto, una chica desnuda bajó del interior y se puso de rodillas automáticamente… Se la veía turbada y sobrepasada por la situación y yo tuve una imagen fugaz de que así debía haberme visto yo misma el primer día… Pero grande fue mi sorpresa cuando pude ver claramente su rostro y descubrí que era el de… Tamara…

         La mandíbula se me cayó de la incredulidad y mis ojos se abrieron grandes pugnando por salir de las órbitas.  ¿Era posible?  Después de todos los insultos que había proferido contra mi deidad, ¿había logrado Loana domesticarla a pesar de todo?  En ese momento, la diosa rubia le colocó el collar de perro y luego la cadena; tironeó de ella obligándole a levantar la cara y, acto seguido, le cruzó unas seis bofetadas… Una vez más me regresó la excitación y, como cada vez que Loana abofeteaba a alguien, sentí que me mojaba… pero en este caso, además, los celos y la rabia subieron a niveles indecibles por saber que era… mi amiga quien ahora se estaba llevando las bofetadas.

         Jalando de la cadena la diosa llevó a Tamara a cuatro patas como si de una perra se tratase a través del parque en dirección a la casa… Yo no salía de mi incredulidad pero tampoco de mi angustia: me cruzaba por delante, me arrojaba a los pies de mi diosa, los besaba a cada paso; quería desesperadamente que se fijara en mí pero la sensación era que me ignoraba e incluso en un momento me apartó a puntapiés sin siquiera mirarme… Cuando Loana entró en la casa dejando a su nueva perra afuera yo me junto a ésta y le eché la mirada más furibunda que pudiera echársele a alguien… Ella me miró y bajó la vista avergonzada… Seguramente  tampoco podía creer haber caído de aquel modo bajo el influjo de aquella mujer a la cual había denostado verbalmente en la facultad…

            Al salir Loana nuevamente, la llevó por la cadena hacia lo que sería su “sitio de residencia”; debo decir que le dio un lugar mucho peor que el que a mí me asignaran: ni siquiera podía ser llamado “habitación”, sino que se trataba de un lóbrego cuchitril de techo muy bajo, más parecido a un canil para alojar a un perro que a un ambiente destinado a un ser humano.  El hecho de que su sitio fuera peor que el mío me reconfortó en cierta manera ya que parecía demostrar que, al menos y por lo que parecía,  Tamara iba a tener un papel bastante más bajo y subalterno en la finca… Lamentablemente el correr de los días demostró que no era así: no sólo Loana no dejaba día sin abofetearla (seguramente un pase de factura diario por aquellos insultos en el parque de la facultad) sino que además la utilizaba como apoyo de sus pies o como urinario… Prácticamente ya no me requería salvo para cosas menores… Y lo peor fue cuando sólo dos días después de haberla traído, la llevó al baño para lamerle el culo y a su cuarto para que la bañase y la atendiese… Lo que en un principio podía pensarse como un temor infundado se fue convirtiendo, poco a poco, en una triste realidad: Tamara, maldita yegua, estaba ocupando cada vez más el lugar que yo antes ocupaba… Me moría de celos cuando la veía a los pies de Loana lamiendo sus pies o su calzado durante horas… Quería morir, lo juro… quería morir allí mismo al no poder soportar tanto desprecio…

          A veces cuando yo me introducía los lunes por la mañana en el baúl del auto, notaba que ella se quedaba allí… Cuánta injusticia: ése era el lugar que yo había soñado para mí… Desde el momento en que Loana me había comenzado a requerir de jueves a domingo, abrigué la esperanza de que llegaría el día en que me anunciara la intención de convertirme en su bien personal “full time”, es decir que quedara en la finca de manera permanente… Y al parecer ese futuro que para mí había soñado estaba más cerca ahora de Tamara que de mí… Justo ella, que me había vituperado duramente por mi actitud dócil y sumisa ante Loana y que había insultado con tanta rebeldía a la arrogante rubia en público… Justo ella era quien ahora se mostraba como un ser degradado y en proceso de deshumanización a los pies de Loana… Era demasiado para mí, no lo podía soportar… Ese lunes, mientras el auto se ponía en marcha y comenzaba a alejarse llevándome en el baúl, no pude evitar romper a llorar…

          Mi angustia fue aun mayor cuando al fin de semana siguiente Loana no requirió mis servicios… Lo pasé en casa de mis padres (ya ni siquiera me salía decir “mi casa”) encerrada en el cuarto y llorando…

         Recién al siguiente fin de semana Loana volvió a requerirme; a Tamara ya no se la veía por la facultad, lo cual hacía suponer que ya había sido apropiada por Loana como un bien permanente y que, por lo tanto, ya estaba plenamente instalada en la finca… El hecho de que Loana volviera a requerirme me hizo abrigar alguna esperanza de que las cosas cambiaran: quizás se hubiera empezado a cansar de Tamara o bien se hubiera decepcionado con ella… Sin embargo, al llegar a la finca, me encontré con la misma realidad que había dejado: desgraciadamente la nueva “favorita” de Loana era ella… y para mí sólo quedaban tareas menores…  Quizás Tamara constituyera para la rubia un botín más preciado si se consideraba la rebeldía que había exhibido en su momento y entonces, era posible que Loana disfrutara muy especialmente del placer de usarla y humillarla… No sé… al día de hoy no sé qué pensar; sólo puedo decir que me sentía enormemente frustrada y desplazada…

            Una tarde en que Loana entró a la casa dejando a Tamara en la galería no me aguanté más y, estando ambas a cuatro patas, me encaré con ella:

           “¿Así que era yo quien me había convertido en un ser patético? ¿Así que no podías entender cómo esa “cheta de mierda” me había convertido en un ser despreciable, carente de personalidad?  ¿Así que ella era una engreída que sólo vivía rodeada por obsecuentes y lameculos?”

           Tamara bajó la vista visiblemente avergonzada; aun así, con la cabeza gacha, fue capaz de arrojar una respuesta que, para mí, tuvo el mismo efecto que una cuchillada cortándome el rostro:

             “Si Loana ya no te usa y ya sos el pasado, no es mi culpa… Lo siento…”

               Yo no podía creer lo que oía.  La sangre me hirvió y creí que mis sienes iban a estallar… Apreté los dientes con fuerza por la rabia que estaba masticando… y sin poder contenerme más, me arrojé sobre ella…

               La hice caer sobre sus espaldas, provocando que se golpeara la testa contra el piso de mosaicos de la galería.  Le tironeé de los cabellos, le hundí mis uñas como si fueran afiladas garras en su cara mientras ella, a su vez, no paraba de arrojarme rodillazos al bajo vientre… Logró liberar una de sus manos y así fue como ella también hundió sus uñas en mi rostro, salvándose por muy poco uno de mis ojos de no ser alcanzado… La mordí con fuerza y gritó desesperadamente… Yo no le liberaba la mano sino que la zamarreaba con fuerza como si yo fuera un perro salvaje acometiendo contra algún enemigo natural… Desconocía realmente que yo fuera capaz de dar semejantes dentelladas y mientras la sangre comenzaba a correr formando pequeños riachos sobre los mosaicos, los gritos de Tamara pusieron en alerta a todo el mundo… Un taconeo muy cerca de nosotras me hizo sentir como próxima la presencia de la diosa rubia… En efecto, desviando por un momento la vista de mi presa me encontré con la sinuosa silueta del escorpión y, luego, subiendo la vista a lo largo de su magnífica pierna, con el increíble tatuaje de la orquídea, ese mismo que, algún día, había torcido mi destino… y si no lo había hecho el tatuaje en sí, lo cierto era que yo siempre había simbolizado el poder de Loana en aquella orquídea omnipresente y omnipotente… Una metáfora perfecta del poder que dimanaba aquella mujer sin igual…

            Liberé a Tamara y, prácticamente de un brinco, me puse de rodillas ante Loana… Mi ex amiga quedó allí, en el piso, exhausta y, aparentemente, sin fuerza alguna…

            “¿Qué pasó acá?” – rugió la diosa…

            Me mantuve en silencio, bajando la cabeza aún más…

           “¿Qué pasó acá? – insistía encolerizada – ¿Fuiste vos quien inició esto???”

            Yo seguía sin poder responder, clavada mi vista en los mosaicos…

            “¿Fue ella?” – inquirió Loana…

          Me sobresalté… El hecho de que hubiera pasado a referirse a mí en tercera persona hablaba a las claras de que estaba pidiendo información a alguien más… Yo estaba obviamente perdida en caso de que le estuviese preguntando a Tamara ya que la respuesta bien podía darse por descontada, pero al echar una mirada de soslayo pude comprobar, con alivio, que mi ex amiga estaba semiinconsciente e imposibilitada de responder pregunta alguna…

            “Sí, fue ella…”

            Me giré sin poder dar crédito a mis oídos ni a mis ojos.  Quien había hablado y de hecho me había acusado era uno de los dos esperpentos que servían a Loana y que, desde el día de mi llegada, tanto me habían detestado… La colorada, más precisamente…, la cual ahora me miraba con una sonrisa de malévolo placer dibujada en su rostro… Jamás pero jamás le había escuchado a ella ni a su compañera emitir palabra inteligible alguna…

           Volví la vista hacia Loana; despaciosamente levanté los ojos hacia su rostro como podría haberlo hecho un perrito asustado: allí estaba ELLA, exultante, orgullosa… y notablemente molesta…; era el semblante mismo de la ira… Parecía a punto de estallar de un momento a otro… Esperé en ese momento una lluvia de bofetadas; en parte creo que me hubiera gratificado saberme otra vez objeto de las humillaciones de Loana cuando parecía haberme casi olvidado… Esperé algún castigo ejemplar del tipo de los que había recibido en el pasado; esperé algún fuerte puntapié en el mentón… Algo…

           “Sáquenle el collar y la ropa… que vaya a buscar la suya… se va de acá”

           Tales fueron las palabras de Loana… lapidarias, terminantes… No puedo describir la angustia que se apoderó de mí… Viéndome flanqueada por las dos malditas sumisas me sentí súbitamente como si fuera crucificada entre dos ladrones… No podía creer que ése fuera mi final… Mis ojos se llenaron de lágrimas, me arrojé a los pies de Loana pero ella directamente me ignoró: dio media vuelta y volvió a entrar en la casa; al rato vi que salía la enfermera para atender a Tamara que yacía en el piso… Quería gritar, quería pedir perdón, necesitaba hacerme oír, no podía ser expulsada así como así, pero la triste realidad ya se había cernido sobre mí: las dos sumisas me tomaron por los brazos una a cada lado y me llevaron a mi habitación a los efectos de cumplir con las órdenes de Loana… Una vez allí se encargaron de inmovilizarme; la mucama llegó trayendo la llave del candado y unos instantes después me era retirado el collar que había marcado mi vida por meses… Juro que fue como si me arrancaran un miembro… o tal vez peor…  Yo luché denodadamente durante algún rato mientras no paraba de llorar pero poco a poco me fui quedando sin fuerzas y cayendo abatida; me quitaron mis prendas y dieron vuelta mi bolso para dejar caer a mi lado mis “ropas comunes”; yo volvía a ser lo que era antes de Loana: una simple chica universitaria… O ni siquiera eso pues la universidad se había ido al traste…

           Eché un último vistazo a la habitación al momento de irme y, cargando mi bolso, crucé todo el parque escoltada por los dos esperpentos.  Miré hacia la casa con nostalgia y traté de imaginar allí dentro a Loana… Pude ver a la enfermera atendiendo a Tamara que ya parecía haber vuelto en sí; la primera de ambas me miró con una expresión triste en el rostro: creí percibir un adiós silencioso…

           Ni siquiera me guiaron hasta el Volkswagen sino hacia el mini Cooper, de baúl mucho más estrecho… Yo tenía la expectativa de que siquiera fuera Loana quien guiara el auto pero no: era su hermanita Eli quien, jactanciosa por haber cumplido los dieciséis años y estar estrenando su registro de conducir, hacía bailotear las llaves del auto entre sus dedos… Se la veía, como siempre, indiferente a todo; Sofi se ubicó como copiloto y a ella sí la noté algo más triste o por lo menos turbada por la situación…

           No sé en dónde me dejaron.  Sólo sé que en algún momento el auto se detuvo y Eli abrió el baúl para que yo saliese; no tenía idea de en qué punto de la ciudad o de la periferia nos encontrábamos así que debí averiguarlo para poder encontrar el camino hacia… mi casa: qué difícil era llamarla “mi casa” cuando yo sabía que mi verdadera casa era la que acababa de dejar para siempre…

           Desde entonces mi vida es sólo una gran nube… Es muy difícil volver a la vida que llevabas antes una vez que te han hecho conocer cuál era tu lugar en el mundo.  De hecho, hoy me siento precisamente sin un lugar en él… Me convertí en una chica retraída, ausente diría… No pude retomar la facultad aunque me acerqué un par de veces al predio para poder gozar de la figura de mi diosa… y la vi… Pero fue muy triste ver que otra chica estaba allí de rodillas ante ella encendiendo su cigarrillo… Loana, por su parte, jamás se percató de mi presencia… En algún momento dejé de ir al lugar, no porque no lo desease… sino porque me hacía mucho mal.  Pasaba y sigo pasando horas encerrada en mi habitación y cada tanto mis dedos acarician los tatuajes o me giro para observar, impotente, el sello que sobre mi nalga reza “propiedad de Loana Batista”… No puedo evitar que una lágrima ruede por mis mejillas cada vez que lo veo…

          Dos años han pasado ya desde mi expulsión y mi vida sólo ha ido barranca abajo… Me he empleado como doméstica haciendo servicios de limpieza en alguna que otra casa por considerar que yo sólo estaba en el mundo para recibir órdenes… Pero francamente no era lo mismo: no había bofetadas, ni meadas encima, ni palizas, ni consoladores adentro de mi cola, ni orificios anales que limpiar con mi lengua… Y, por supuesto… ninguna orquídea… ningún escorpión…

           Sólo una débil luz de esperanza se encendió hace un par de días: en un gimnasio no lejano a la facultad he visto a Eli… Ya debe tener dieciocho años y, por cierto, se ha convertido en una damita fina y elegante que ha hecho aún más distinguida la ya natural altanería que exhibía en aquellos días en la finca… Al parecer, ni se acuerda de mí o, si lo hace, me ignora absolutamente…  Me anoté en el mismo gimnasio: la cuota es carísima, pero hay un bar para los clientes… Será cuestión sólo de esperar el momento oportuno… Una vez derramé una gaseosa sobre Loana y eso cambió mi vida para siempre… ¿Por qué no puede ocurrir otra vez?… Sólo tengo que esperar el momento… y ser astuta…

                                                                                   FIN

NOTA DE LA AUTORA:

          De este modo doy por finalizada la saga de “La Orquídea y el Escorpión”… Quiero agradecer de corazón a quienes la han seguido y espero que la hayan disfrutado… Los comentarios han sido elogiosos y las críticas son, desde ya, bien recibidas en la medida en que sean constructivas y respetuosas… El número de lectores no ha sido alto pero bueno, digamos que un par de “pájaros de mal agüero”, ya desde el primer capítulo, manifestaron (de manera pública y no privada como éticamente hubiera correspondido) sus dudas sobre la continuidad de la serie o sobre que yo fuera a terminarla realmente; eso, posiblemente, haya espantado a varios potenciales lectores… De todas formas no tengo rencor contra nadie; comprendo el desencanto que pueda haber ocasionado el que dejara inconclusa la saga “Apuesta Perdida” pero, en aquel momento, varias cosas se juntaron en mi contra; algunas son muy personales y creo que no es el ámbito para comentarlas; otras tuvieron que ver con la saña incomprensible de algunos lectores que me condenaron como si yo fuera alguna especie de monstruo por escribir las cosas que escribía… Algún día terminaré “Apuesta Perdida”, lo prometo… Si no lo hice esta vez es porque temí que, siendo ésa una saga con demasiados personajes y multiplicidad de situaciones, pudiera ocasionarme un bloqueo que boicoteara mi intento por volver a escribir, más aún considerando que me iba a traer algunos malos recuerdos… De hecho, me costó muchísimo (un año) poder volver a escribir y no quiero desperdiciar lo que he conseguido…  Ya exorcizaré todo eso y prometo que la saga quedará completa… En cuanto a “La Orquídea y el Escorpión” de momento se ha terminado pero veo como muy posible la existencia de historias futuras que obedezcan a desarrollos paralelos o colaterales a las ideas que dieron forma a esta saga… Inclusive está la posibilidad de hacer alguna secuela o hasta alguna “precuela” ya que creo que hay algunos personajes en la historia a los que vale la pena seguir… y volver sobre ellos… En fin, sólo puedo decir gracias…

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “Se precisa mujer seria para trabajo poco habitual 4” (POR CARLOS LÓPEZ)

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 “Se precisa mujer seria y respetable para experiencia poco habitual. 30-50 años. Se garantizan aventuras y discreción.”
Después de la experiencia que le había preparado su dueño el Sr Parker en el Motel, Carmen pasó el resto del día como flotando en una nube a pesar de que sonreía cuando notaba resentidas algunas partes de su cuerpo. Por la noche, ya en su casa, Carmen no acababa de ordenar sus ideas acerca de lo acaecido aquel día. Por una parte había tenido la mejor experiencia sexual de su vida en aquel sucio motel con el Sr. Parker, y eso la había dejado marcada, alucinada, sobrecogida… la manera como él la había comido el sexo aún la mantenía húmeda recordándolo. Una vez más tenía la sensación de que ha pasado por la vida perdiéndose muchas cosas buenas y se sentía decidida a recuperarlo. Con todo, lo que no podía quitarse de la cabeza era la enorme excitación que había sentido cuando aquel negro gigante, el recepcionista del hotel, la tocaba impunemente mientras ella se dejaba hacer. ¡Pero si ni siquiera era el Sr Parker a quien ella consideraba como su “amante”!
Estaba segura de que cualquier día Parker la pediría y ella se prestaría a hacer un trío, o a participar en un juego con muchos hombres y esto, para la chica bien que Carmen siempre había creído ser, era demasiado… una parte de ella sentía que quizá debía abandonar aquel juego antes de degradarse aún más, pero otra parte de ella se moría por seguir practicándolo e incluso sentía terror de que acabase el mes de duración que había marcado Parker.
Si todo aquello no era suficiente, el hecho de que su amiga Ana conociese sus “andanzas” ponía un punto más de inestabilidad y morbo a su aventrura. Al menos, las confidencias que Ana le había hecho y las enormes ganas de participar en algo así que le había confesado la hacían pensar que Ana estaba con ella. ¿Se enfadaría Parker por habérselo contado sin consultárselo antes? ¿O quizá tendría otras ideas para Ana? ¿Las pedirá hacer algo entre las dos mujeres? El mero pensamiento de que algo así ocurriese la mantenía una vez más excitada y asustada ¿sería capaz de tener algo con su amiga Ana? ¿llegaría a ese extremo su propia perversión?… era demasiado.
Como todos los lunes, su marido llegó tarde y cansado de trabajar y no la hizo ningún caso. Carmen, en la cama, pasó varias horas sin poderse dormir dando vueltas a la cabeza y tratando de ordenar todo lo ocurrido. A la mañana siguiente, estaba loca por quedarse sola en casa para escribir un mensaje a Parker y contarle todo lo que tenía en mente.
“Buenos días Sr Parker
En primer lugar, quería agradecerle lo que pasó ayer en el Motel… tengo que reconocer que ha sido el episodio sexual más placentero de mi vida y todo se lo debo a usted. Ello me reafirma en mi voluntad de seguir participando en nuestro juego y, como siempre, espero ansiosa instrucciones.
También quería comentarle que Ana, una de mis amigas, está al corriente de nuestro juego. El día en que me vino usted a buscar a clase de sevillanas nos vio cuando estábamos aparcados junto al parque, y vio lo que hice yo allí sobre su cuerpo. Me ha pedido que le contase todo, y me ha prometido que nuestro “secreto” está a salvo con ella. De hecho, se excitó mucho cuando le conté lo que hemos hecho y me dijo que sentía envidia por mí.
Espero de todo corazón que esto no cambie lo nuestro, pero creo que tenía que contárselo. Le deseo con todas mis fuerzas y, cualquier recuerdo de nuestras aventuras, me hace ponerme caliente como una adolescente. Tengo pánico de que acabe nuestro mes.
Besos, Lorena.”

Carmen se dio cuenta de que el mensaje que había escrito la había dejado especialmente inquieta. ¿Y si Parker se enfadaba y la abandonaba? Lo cierto es que no faltaba mucho para que terminase su mes de juegos, pero no quería renunciar ahora a todo ello. A media mañana ya tenía un mensaje de Parker como respuesta.

“Lorena,
Siento cierta preocupación de que otras personas conozcan nuestra historia. Como sabes, mi reputación es un elemento básico de mi vida personal y profesional, y no puedo permitirme ningún desliz. Sé que tú tampoco, y confías en mí hasta el punto de permitirme tener fotos comprometidas tuyas.
Ahora lo de Ana es inquietante. Me ha parecido un error por tu parte habérselo contado y estoy pensando en castigarte por ello. Es absolutamente necesario que no cuente nada de lo que sabe a nadie. Para ello, creo que lo mejor es introducirla en nuestro juego y eso tienes que conseguirlo tú, Lorena.

 

No son los planes que yo tenía, pero ahora tenemos que conseguir sacar a la puta que lleva dentro ¿no te ha reconocido qu se excitó cuando lo contabas y que te envidiaba? Ahora vamos a ver si es verdad. Quiero que tomes tú la iniciativa para introducirla. Quizá sea una buena idea citarnos mañana por la noche en algún Pub discreto. Decid a vuestros maridos que hay una cena de amigas. Parker”
El correo del Sr Parker había dejado a Carmen inquieta y asustada. Se dio cuenta de que tenía auténtico pavor a que acabase el juego, que lo necesitaba para sentirse viva. Se sintió responsabilizada, y no quería fallar más a Parker. Por otra parte, la referencia a que él la castigase la había excitado “Joder, soy una auténtica puta” –pensó-. Además, tenía que reconocer que introducir a la “recatada y perfecta” Ana en este juego le producía un enorme morbo. Sabía que en este momento estaría trabajando en la sucursal bancaria y le puso un mensaje a su teléfono móvil “Ana, llámame cuando puedas desde un sitio discreto”. En menos de 10 minutos su teléfono estaba sonando:
– Dígame
– Hola Carmen, soy Ana. Me he escapado a la calle…
– Hola Anita!, ¿qué tal estás? Espero que no te quedases ayer muy inquieta por nuestra conversación…
– ¿Inquieta? Lo que me dejó es absolutamente celosa y excitada… yo quiero un Sr Parker jajaja… discreto, elegante, efectivo…
– jajajajaja pues estás de suerte, mañana he quedado con él, y me ha propuesto que vengas a tomar algo con nosotros. Un plan tranquilo, no te esperes nada… nada… nada sucio jajajaja que no encuentro otra palabra.
– ¿Mañana?
– Sí, por la noche… tendríamos que decir que tenemos una cena de amigas ¿puedes?
– ¡Claro que puedo! Pero ¿dónde vamos a ir? ¿qué me pongo? –se notaba excitación en las palabras de Ana-
– Es algo tranquilo… pero ponte guapa. El vestido negro ese que te deja los hombros descubiertos. Ese te sienta fenomenal.
– ¿Ese? Podría ponerme algo más atrevido… -dijo Ana dando más vueltas a su cabeza-
– Ponte ese Anita, ¿Vale? –Cortó Carmen, que se sorprendió a sí misma con un tono imperativo que no solía usar
– Lo que tú quieras –aceptó Ana, obediente, lo que dejó a Carmen una sensación curiosa-
– Te pasaré a buscar a las 8 y media, anda vuelve al trabajo… y no te pongas muy nerviosa que sólo vamos a tomar algo
– Ya lo estoy jajajaja. Un beso guapa.
– Adios
Carmen colgó el teléfono sonriendo. No había tenido que convencerla, Ana ya estaba loca por saber más. Una vez más Parker tenía razón y dentro de Ana había una puta. Entonces respondió al correo:
“Sr Parker, ya me he encargado de todo. Estaremos a las 22:30 horas en el Pub “Covent Garden”. Iremos vestidas a su gusto, elegantes y discretas y, para cuando usted llegue, habremos tomado ya las primeras copas.”
“Gracias Lorena, lo estás gestionando bien aunque tendrás tu castigo. Sólo una cosa: Antes de venir transmitelé las reglas de nuestro juego. Si entra es para hacer todo lo que nosotros pensemos. Puede abandonarlo cuando quiera pero sin retorno. Que lo tenga claro cuando venga. Parker”
La tarde siguiente Carmen recogió puntual a Ana que entró temblando en su coche. Rápidamente la reconfortó poniendo su mano sobre las suyas “Ana, no estés nerviosa, que sólo es una copa entre amigos”. Pero para Ana el contacto físico de la mano de Carmen le produjo un pequeño escalofrío. Pero Carmen continuó hablando:
– … bueno, si te he de ser sincera, Parker me ha pedido que te diga que si vienes es porque quieres participar con nosotros. Yo le he dicho que sí quieres, pero estás a tiempo de decir que no.
– Sí quiero, ya lo sabes. Me muero de ganas por probarlo. Aunque me da un poco de miedo darme cuenta de que necesito algo más de lo que hasta ahora he tenido. –Reflexionó Ana-
– Sí, a mí me pasa lo mismo. Pero yo ya me he dado cuenta, y tengo claro que quiero sentirme viva sin hacer daño a nadie. –Reconoció Carmen-
– ¿Podré con ello?
– Jajajaja tú misma lo vas a ver…
Parker se vistió elegante ese día. Su apariencia era la de un ejecutivo recién salido de una reunión importante: traje oscuro y de tejido ligero porque hacía calor, camisa blanca y corbata discreta. Entró en el pub que era el típico donde la gente de oficinas se queda a tomar algo con los compañeros después de la jornada de trabajo. Había bastante ambiente de personas y grupos hablando, y le costó encontrar a sus amigas. Lorena había elegido un sitio discreto al fondo de la barra. Lo cierto es que estaban preciosas.
Ana se había recogido el pelo en un moño alto y sofisticado, dejando sueltos algunos mechones para darse un aire informal. Se conocía y sabía lo que le quedaba bien. Morena, con ojos oscuros y grandes, muy guapa de cara, y con un cuerpo proporcionado y curvilineo, podría haber sido modelo si no fuera porque era una chica bajita. Hoy lo compensaba con unos tacones altos que estilizaban sus piernas. Llevaba el vestido que le había indicado Carmen: negro, con los hombros descubiertos, falda hasta la rodilla y un cinturón justo debajo de los pechos con una tosca hebilla plateada. Se notaba que tenía clase. No en vano era economista y subdirectora de una sucursal bancaria y estaba acostumbrada a ir arreglada y, pese al nerviosismo del momento, el gin tonic y la naturalidad de Carmen la estaban haciendo sentirse más relajada.
Carmen también se había arreglado especialmente. Sabía que Ana era muy guapa y quería estar a la altura. Se había puesto un vestido largo y ligero. Blanco estampado con grandes flores rojas y negras, sin mangas, con un tirante ancho y escote en pico. Sabía que eso realzaba su cuerpo, más ancho en sus caderas. Se puso el pelo recogido en una coleta al gusto del Sr Parker. Quería congraciarse con él y no era la única sorpresa que tenía: Braguitas blancas de “chica bien” y dentro de su sexo el huevo vibrador con mando a distancia que él la mandó comprar. Pensaba darle el mando a Parker en un descuido de Ana.
Caballerosamente saludó a ambas, con un beso en la mejilla a Carmen a la que llamó Carmen y no Lorena, y con un apretón de manos a Ana. Tomó un taburete libre, dejando a las chicas de pié tal como estaban. Era un gesto nimio, pero suficiente para dejar entrever cuál era el papel de él en el juego. Entonces pidió otro gin tonic y comenzaron la conversación hablando de cosas generales: De la gente que había en el Pub, del calor que hacía los últimos días… Estaban en la parte discreta del bar y no lejos de ellos había una pareja besándose apasionadamente. El hombre era claramente mayor que la chica que no llegaría a los 30 años. Parker bromeo sobre el caso “Mis compañeros de trabajo, cuando ven a una pareja besándose así dicen que esos dos no están casados…” y luego, al poquito tiempo añaden “… al menos entre ellos jajaja”. Las chicas rieron también, se notaba que habían tomado ya 2 gintonics cada una.
Carmen continuó hablando de los besos. De la importancia que tienen en el proceso de excitación para ella. Salió el tema de los “besos prohibidos”, los que se dan a alguien que no es tu pareja. Ana participaba activamente en la conversación. Ya no se notaba tan nerviosa, y empezó a especular de lo excitada que estaría la chica del beso, viendo cómo se apretaba al hombre. Que a veces siente envidia de algo así… “jajaja pero claro, yo es que no he conocido otro hombre que mi marido…
Súbitamente, Parker cambió el tono distendido por uno más firme “Ven aquí Ana, aquí a mi lado…”. Con un brillo extraño en los ojos, Ana obedeció al instante y se acercó a él quedando Carmen frente a ellos. Entonces Parker besó en los labios a Ana. Un beso húmedo de gin tonic. Morboso y prohibido, pero no exageradamente largo. Ella sintió un subidón de excitación y, poniéndose de puntillas se apretó levemente contra él siguiendo su maniobra y dejando ver su entrega más y más. Entonces él cortó el beso y continuó hablando, como si nada pasase, dejando a Ana algo descolocada. Carmen se sentía celosa y excitada. También algo aliviada de ver que su amiga, la “perfecta Ana” también hacía lo que ella. Trataba de interpretar sus sensaciones, pero se moría porque Parker la mandase algo a ella. Tenía mucha ansiedad por darle el mando a distancia, por cobrar protagonismo.
Ignorando a Carmen, Parker continuaba hablando dirigiéndose sobre todo a Ana, que estaba muy pegada a él. Con los gestos de las conversación se producían continuamente roces entre el brazo de Parker y el cuerpo de Ana. Ambos los buscaban. Cada vez que él rozaba sutilmente su pecho ella se sentía más y más excitada. Pensaba, jo, cómo estoy con tan poca cosa, y bebía continuamente de su copa. Parker dijo “Yo creo que la excitación está bastante ligado a lo prohibido, y que tú estás muy excitada ahora”.
A ella nunca la hablaban así. Se sentía extraña y excitada pero optó por hacerse la interesante “jajajaja  eso no lo sabes…”. Pero él la cortó tomando con su mano la parte superior de su brazo desnudo y con firmeza y amabilidad le dio instrucciones precias “Ana, quiero saberlo y ya conoces cuáles son las reglas de nuestro juego. Te voy a pedir algo sencillo y quiero que lo hagas. Ve al aseo ahora mismo, quitáte las braguitas y dánoslas.
Venga” dijo soltando su brazo. Ana asintió y se fue. Carmen aprovechó para tomar su lugar al lado de Parker y pegarse a él. Estaba celosa y rozaba discretamente su cuerpo a él para que lo notase.
– “Tengo una sorpresa para usted. La llevo puesta” dijo dándole el mando.
– “¿Ah sí? Creo que te está gustando demasiado este juego… eres una salida, mira cómo te rozas a mí. Seguro que estás empapada… zorra” Dijo acariciando su cabeza… con un toque de brusquedad
– “Soy su zorra para lo que usted quiera…” –dijo Carmen intentando besarle y siendo rechazada-
– “Estate quieta. Tengo otros planes para hoy y no te mereces ser protagonista…
Al instante llegó Ana que traía las mejillas rojas y miraba hacia abajo… con discreción hizo el gesto de entregar lo que traía en su mano a Parker, pero éste dijo “Dáselas a Carmen”, y ambas se miraron con una expresión extraña antes de que Ana, muerta de vegüenza, diera su prenda íntima a su amiga.
– ¿Está excitada Ana? –Preguntó Parker a Carmen usando una voz amable y normal… como si Ana no estuviese presenciándolo…
– Creo que sí –Dijo mientras aplastaba las braguitas de su amiga en su puño-
– Compruébalo –Dijo impasible Parker mientras mirando hacia otro lado iniciaba con el mando a distancia el vibrador portátil que Carmen tenía puesto
– ¿cómo lo hago? –Dijo Carmen con un hilo de voz, pero la mirada de Parker fue contestación suficiente… Ana temblaba de excitación mientras miraba incrédula lo que estaba pasando… mientras sentía como Carmen se pegaba a ella, tratando de ocultarla de la vista de otros clientes, y simulando decirle algo le metía la mano bajo su vestido negro palpando el húmedo y caliente sexo de su amiga.
Con todo, era una maniobra arriesgada y Carmen miraba a Parker como pidiendo permiso para detenerse. Ana directamente había cerrado los ojos. Llevaba 3 gintonics, un vestido sin ropa interior y por su cabeza pasaban mil fantasías que nunca había imaginado. Parker acarició la espalda de Carmen y dijo “Ya vale, Lorenita. Vámonos ya”.
Todos estaban muy excitados en ese momento y Parker se dio cuenta de que en ese Pub no podrían hacer mucho más esa noche. Se sentía poderoso, con esas dos super mujeres en ese estado y tenía muchas ganas de probar hasta dónde estaban dispuestas a llegar. De Carmen estaba seguro, pero de Ana aún no. Pagaron las copas y salieron del local dirigiéndose al todoterreno de Parker.
Mandó subirse a Ana en el asiento del copiloto. Él conduciría y Carmen iría sentada atrás. Nada más subir dijo… “Así que tenéis ganas de jugar ¿no?”. Y las dos contestaron “” al unísono… riéndose todos de forma desinhibida. Parker continuó dando instrucciones “Ana, súbete el vestido un poco y abre las piernas… quiero verte” y ella… algo influenciada por el alcohol  lo hizo lentamente mientras miraba provocadoramente a sus 2 compañeros de juegos. Tenía el sexo carnoso, los labios interiores sobresalían ligeramente, estaba depilado salvo una línea de pelo corto en el centro, era oscuro y se notaba inflamado por la excitación.
Parker continuó dirigiendo “Y tú Carmen, quítate tus braguitas y dáselas a Ana… ella también tiene derecho a saber cómo de excitada está una puta como tú”. Carmen advertía que el tono que él empleaba era parte del castico y obedientemente hizo lo que ordenaba. “Abre las piernas que te veamos”… el espectáculo era brutal, Carmen sentada en la parte central del asiento trasero del coche abría las piernas y actuaba como si fuera una actriz porno. Parecía como si ambas mujeres estuviesen compitiendo por portarse más lascivamente. A Parker se le notaba la excitación en su pantalón del traje y Ana no podía quitar la vista de allí, como esperando una orden para hacer lo que la pidieran. Carmen se atrevió a proponer “Dile a esa zorrita que te la chupe…”, y Ana la miró incrédula mientras se mordía el labio inferior, pero deseando que Parker asintiese.
Pero Parker tenía otros planes “Chicas, vamos a ir a un lugar y llegaremos en 20 minutos”. Entonces le dio a Ana el mando a distancia del huevo que llevaba Carmen y dijo… “Anita, tu ejemplar amiga lleva un huevo vibrador con mando a distancia metido en su sexo. Tú la vas a dirigir. Cuanto más excitada estés, sube más la intensidad de esto… ¿sabes cómo va? Pues empieza despacito”… Ana recibió el mando con sorpresa. Jamás había tenido algo así en las manos y desconocía que Carmen lo llevase puesto… “Carmen, enséñaselo que no lo conoce”… y Carmen, impúdicamente abrío su depilado coño con los dedos y mostró a su amiga el juguete que llevaba mirando traviesa.
Parker sonriendo puso en marcha el coche y su mano derecha entre las piernas de Ana, que se subio un poco más su vestido apoyando la piel de su culo directamente sobre la tapicería. Parker conducía y mantenía su mano rozando el coño de Ana. Le fascinaba notar como ella se movía inquieta las caderas sobre sus mano buscando sentir placer. De la timidez inicial no quedaban pocos resquicios. A su vez, con el mando subía y bajaba de intensidad el vibrador de su amiga que estaba al borde de un ataque. Parker dio permiso a Carmen para masturbarse siempre que les avisara en el momento del orgasmo y Carmen, se puso a tocarse a la vista de sus amigos.
Ana estaba fuera de sí… miraba alternativamente al asiento de atrás como su amiga se masturbaba, al pantalón de Parker que parecía una tienda de campaña, y a la propia la mano de éste jugando con su coño… con voz infantil pidió permiso a Parker
– ¿Puedo yo?…
– Que si puedes ¿qué? -dijo él divertido-
– Tocarme
– ¿Dónde, Anita?
– Aquí… dijo mientras señalaba su sexo con timidez
– No sé lo que es aquí… eso tiene un nombre –Provocó Parker-
– Joooo -Ana seguía imitando su voz de niña-
– ¿Cómo se llama lo que quieres hacer Anita?
– Joooo, me da vergüenza
–  jajajajaja ¿qué te da vergüenza? ¿Has visto cómo estás?…
Entonces Carmen estalló… “¡ya.. ya… ya… yaaaaaaaa!” su cara estaba desencajada y su mano friccionaba más y más rápido su clítoris mientras Ana subió al máximo la intensidad del vibrador. Carmen, desde el asiento de atrás, sólo acertaba a decir “Por favor.. por favor… por favor… aaaahhhhhhhh…. Aaaaaahhhhhh”… y Ana alucinaba de ver a su amiga en ese estado. Habían llegado a un bosque que hay en el entorno de la ciudad… y, tras dejar a Carmen un par de minutos para terminar su “explosión”, Parker dijo a Ana “Ahora te toca a ti, baja del coche ponte de espaldas y apóyate contra el capó”. Cuando salió, Parker sacó una cámara de fotos de bolsillo y dio instrucciones a Carmen… “Carmen, cielo, quiero que nos empieces grabando y luego nos hagas unas fotos a Ana y a mí. Luego te diré lo que tienes que hacer¿vale?”. Carmen asintió y ambos salieron del coche.
Ana estaba obedientemente apoyando su pecho contra el capó, como había pedio Parker… y cuando éste vio que ya estaba Carmen grabando sin que su amiga lo hubiese notado comenzó a hablar: “Ana, súbete la falda que veamos tu culo de putita” ordenó, y ella lo hizo… “Ahora sí tienes permiso para tocarte como habías pedido”… y ella lo hizo tras mojar sus dedos el saliba, pero contestó:
– Me gustaría que…
– ¿Qué te gustaría? -cortó Parker-
– Que me hiciese el amor…” dijo Ana tímidamente
– Si quieres que me folle tu coño de puta caliente me lo tienes que pedir Anita, si no, termina tú sola…
– Por favor…
– ¿Por favor qué?
– ¡Que me folle! ¡Que me folle!, ¡Que me folle mi coño caliente!… por favor…! -dijo Ana fuera de sí-
– ¿Y eso en qué te convierte, Anita?” -Parker se había situado ya detrás de ella… muy cerca y se abría el cinturón del pantalón-
– … en una puta… en su puta…
En ese momento él sujetó firmemente sus caderas y la ensartó su polla de un solo golpe hasta el final “Aaaaahhhhhhhhhh” gritaba ella mientras sujetaba su vestido subido sobre la cintura y se dejaba hacer… La polla de Parker entraba y salía como un cuchillo caliente en la mantequilla, provocando un sonido especial de chapoteo, mientras ella no paraba de gemir y de llamarse puta, caliente… zorra… jamás se habría imaginado a sí misma diciendo eso. Estaba desconocida, y Carmen estaba filmando el episodio en la cámara de Parker.
Éste hizo un gesto a Carmen para que parase de filmar, entonces tomó a Ana del pelo y mostrándosela a Carmen dijo, “ven aquí y cómele el coño a esta puta que has traído…”. Ambas se miraron. Sus caras denotaban la excitación brutal a la que estaban sometidas. Carmen, obedientemente se agachó entre el coche y su amiga que le hacía hueco aunque seguía inclinada contra el capó. Desde ahí veía la polla de su dueño entrar y salir del hinchado coño de su amiga y sentía celos a la vez que excitación. Puso su lengua plana y húmeda sobre el clítoris de Ana que emitió un fuerte gemido “Aaaaahhhhhhhh!!!” y se puso a trabajar sobre ella lamiendo el vértice donde se ubicaba la perlita, los labios de Ana y la polla de Parker que entraba y salía dura como una roca.
A Ana le fallaban las piernas y, cuando Parker le dio unos azotes en su culo desnudo diciendo “vaya puta que me has traido Lorenita… es una buena jaca”, estalló en un profundo orgasmo que desde su sexo mandaba olas de placer a todo su cuerpo. La tenían que sujetar entre los dos mientras ella inundaba con sus jugos la cara de su amiga y gritaba como una posesa “Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!! Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! …. Por favor!!!…. Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”.
Cuando se fue relajando, aún ensartada por Parker, quiso cambiar de posición… pero él dijo “quieta ahí Anita, quiero teneros a las dos así…” y ordenó “¡Carmen, ponte al lado de la puta que has traído y apóyate contra el capó!. Carmen subió impúdicamente su falda sin necesidad de que él dijese nada, y él inmortalizó el momento en una foto… la verdad es que estaba impresionado por su suerte. Había conseguido realizar sus fantasías y tenía a su disposición a dos super mujeres… y cómo estaban en ese momento… una junto a la otra, inclinadas sobre su coche, y mostrando su parte más íntima para que él las usase… a pesar del papel de “dueño” o “amo” que había tomado en el juego, se sentía agradecido a ellas… agradecido y completamente excitado…
Se puso detrás de Carmen y la penetró de un golpe sin encontrar ninguna dificultad pues ella estaba totalmente encharcada. Continuó representando su papel y ordenando “Ana, devuelve a la puta de tu amiga lo que te ha hecho… y cómete su coñito”… Ana nunca había hecho eso, pero hoy estaba dispuesta a todo. Nunca pensó que le gustaría estar con otra mujer, pero tenía que reconocer que estaba deseando oir esa orden. La sensación de chupar el coño completamente depilado de su amiga la sorprendió agradablemente… era suave y mullido… con ligeras prominencias de sus labios vaginales calientes y ligeramente duras. El sabor era peculiar, distinto del suyo que conocía.
Carmen, por su parte, se movía de atrás adelante, queriendo masturbar a su dueño con su propio cuerpo… estaba muy muy caliente y no quería pensar en lo que le estaba haciendo su amiga Ana porque no podría evitar el orgasmo. Sin embargo ya empezaba a temblar… y Parker dijo a Ana: “Carmen está castigada y tiene prohibido correrse más veces hoy… ¡vamos, las dos de rodillas delante de mí!” dijo sacando su polla de la caliente cueva de Carmen… “sois mis putitas… así que de rodillas, sacad vuestras tetas por el escote del vestido y poned las manos a la espalda”.
La visión de las dos mujeres era brutal… con el maquillaje corrido, algo despeinadas, con la cara desencajada por el morbo… los pechos fuera del vestido… ambas tenían las tetas preciosas y los pezones erectos. Muy oscuros los de Ana y algo más claros los de Carmen. Ambas, con las manos atrás, le miraban ansiosamente cómo él se masturbaba ante ellas, cómo él descargaba gimiendo su semen sobre la cara, pelo y pecho de las dos…. Uffffffffffffffffff había aguantado mucho pero ahora veía el cielo en cada uno de sus espasmos.
Cuando terminó se apoyó jadeando en el coche y, para su sorpresa, ambas mujeres comenzaron a besarse y a lamerse una a la otra juntando sus pechos y limpiando con la lengua el semen del cuerpo de su amiga. Realmente había sacado a la puta que había en ellas…
Muchas gracias por leer hasta aquí… y gracias por los comentarios y sugerencias que me llegan y que me animan a seguir escribiendo. Carlos López

Relato erótico: “el duende” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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A mí me gusta mucho viajar es verano fui a Irlanda del norte ya que no era muy caro el viaje. Irlanda para que lo sepa el lector es todo verde lleno de prados y bosques también hay acantilados donde rompe las olas.
después de estar unos días allí pensaba que había echo el tonto en ir ya que yo soy más de mar y playa tropical que de campo y naturaleza. además, decían que era el país de los duendes que tontería dije para mi mientras estaba allí echando pestes este país no tiene más que campo y ovejas.
– yo creo que no tenía que haber venido -dije yo- que chorradas con eso que dice la gente de los duendes no sé cómo la gente aun cree en esas tonterías.
también estaba la leyenda del lago Ness, pero va bobadas cuando hablaba así oí una voz:
– como te atreves a decir que nosotros no existimos eh como mortal puedes decir eso.
– quien habla- dije yo -que salga de ahí.
– aquí abajo.
a lo primero no lo vi, pero luego me encontré con un hombrecillo de unos 10 cm de alto me quedé alucinado.
– que pasa mortal no me ves o crees que soy una alucinación.
– tú quién eres.
– tú lo has dicho soy un duende.
– bah no me lo creo.
tenía orejas puntiagudas y nariz respingona y usaba unas calzas rojas.
– seguro que estoy soñando -dije yo.
– eso crees.
– pues si vosotros no existís al igual que las hadas.
eso le puso más furioso.
– eso piensas que somos fantasías de los humanos no.
– por supuesto.
– pues te lo demostrare- y me echo un polvo brillante color oro por la cabeza y empecé a encogerme hasta que me hice pequeño como él.
– pero que me has hecho- dije yo.
– quiero que me acompañes a un viaje para demostrarte que nosotros no somos producto de tu imaginación por eso tengo que hacerte más pequeño porque hay sitios donde vamos que no podrás pasar y ahora vámonos.
y me llevo a su mundo.
– quiero demostrarte que nosotros existimos durante mucho tiempo y nos ocupamos de la madre naturaleza de que florezca y cuidar el bosque de daños del hombre como son el fuego y la basura y ven vamos a mi casa -dijo él y me llevo a un árbol muy hueco con un agujero entramos ya que éramos muy pequeños si no no podíamos entrar y caímos en otro mundo.
-bien vas a conocer a mi familia ser incrédulo – me dijo.
me abrió su mujer era muy amable y cariñosa.
– esta es mi esposa Lizzy -dijo el- este es un humano que n cree en nosotros esposa mía piensa que somos productos de la imaginación de unos locos autores de libros por cierto yo soy Fredy -dijo el duende -esta es mi hija Samantha y mi hijo Erik.
– encantado -dije yo.
Samantha era una belleza era rubia con ojos azules y una cara que alucinabas Erik era un muchacho muy risueño. yo estaba alucinando y pregunte varias preguntas:
– aparte de cuidar la naturaleza como os divertís y como vivís etc.
– tranquilo humano te contestaremos a todas las preguntas, pero con calma nosotros tardamos muchos siglos en morir somos muy viejos y claro que nos divertimos. no os divertís vosotros con el sexo.
– pues claro.
– que te crees que nosotros no follamos o que.
la mujer se rio y su hija:
– mira papa se ha puesto colorado.
– yo no sabía eso dije yo.
– nosotros, aunque nos amamos mi mujer y yo también nos gusta pasarlo bien con los invitados -dijo el- quieres follarte a mi mujer y a mi hija.
yo trague saliva ellas se rieron.
– no te gustan yo.
– no digo eso.
– pero estas sorprendido.
– si la verdad que sí.
– nosotros nos amamos, pero también nos gusta divertirnos como todo el mundo somo una familia liberal.
yo alucinaba.
– pero que te lo demostrare mi familia.
su hija Samantha empezó a bajarme los pantalones y a chuparme la poya era divino.
-disfrutas humano.
– joder esto no me lo esperaba -dije yo.
– pues vamos a follar todos.
y su mujer se quedó también en bolas. joder como estaba también.
– esta es la novia de mi hijo ella también participa en nuestras orgias. verdad Betty si Fredy ya tengo ganas de que me la metas al igual que Erik los dos juntos.
yo alucinaba empezamos a follar como locos Fredy dio por el culo a Betty mientras su novio la jodía el chocho.
– así señor Fredy no pare que gusto.
samanta me la chupo mientras que Lizzy su mujer se la metió en el coño joder como follaba el duende la ostia que follada era alucinante no tenía que envidiar a ninguna mortal.
– ahaha si así mortal jódeme bien hasta las bolas -decía la mujer de Fredy mientras Samantha chupaba a su madre el coño.
– que gusto hija mientras me follo a este mortal.
– déjame algo para mí, madre yo también quiero.
– la tendrás dentro de un momento se la quiero poner ahora dura.
y Lizzy empezó a chupármela otra vez y me la puso como una piedra.
– ahora hija fóllatele ya verás como disfrutas.
– si madre ahahha -dijo Samantha con mi poya hasta los huevos.
Fredy y Erik no paraban de follar a la novia de su hijo los dos y Betty estaba en la gloria con la doble penetración.
– ahaaaaaaaaaa me corroooooooooooooooo -dijo Betty cuando la llenaron de leche – joder que corrida cabrones.
mientras yo ya no podía más samanta y Lizzy se habían encargado de sacarme la leche hasta la última gota me corrí en sus bocas.
– ahahahaha me corrroooooo zorras.
– danos la toda asisisisis ahaha -se corrieron también ellas.
después de la follada comimos algo eran unos frutos secos y frutas de los arboles preparada por Lizzy.
– y bien humano como te lo has pasado.
– de película joder no sabía que esto era así.
– ahora que has comido y has follado bien te voy a llevar a conocer a Brunilda la reina de las hadas.
– joder -dije yo -existen las hadas.
– por supuesto que te crees humano nosotros no somos producto de fantasía de vuestros escritores hemos ayudado a muchos humanos como al zapatero que le hicimos los zapatos o santa Claus todos los años los elfos que son duendes también trabajan todo el año te llevare a ver a Brunilda ella es muy hermosa ya lo veras. aunque las hadas son casi todas lesbianas follan entre ellas joder.
así que nos despedimos de su familia y desaparecimos para aparecer en el reino de las hadas joder allí estaban todas desnudas solo tenían puestos unas alas nada más.
– se te pone la poya tiesa -dijo Fredy.
– si no lo puedo remediar.
– pues aquí la mitad son lesbianas y se consuelan entre ellas.
así que me llevo ante Brunilda.
– hola Fredy que te trae por aquí viejo amigo.
– veras majestad aquí hay un incrédulo humano que no cree en nosotros. dicen que somos producto de nuestra imaginación así que lo he traído para darle una lección.
Brunilda me miro y dijo:
– has hecho bien Fredy vete con blanquita y luz a echar un polvo que yo me encargo de él.
yo estaba alucinado.
– y bien humano has conocido a la familia de Fredy.
– si majestad hemos follados todos juntos.
– lo habéis pasado bien.
– muy bien majestad.
– me alegro. nosotras también lo pasamos bien a nuestra manera. te enseñare mi reino.
y me llevo volando encima de ella yo estaba super excitado ya que estaba desnuda como todas las hadas y encima de ella al llevarme volando mi poya empezó a crecer.
– joder humano que es lo que siento detrás de mí.
– no puedo evitarlo majestad me ponéis muy cachondo -dije- y de veras si nunca lo había pensado.
– aquí hacemos el amor entre nosotras.
– nunca habéis probado una poya.
– no humano.
– queréis probarla.
– no sé si me gustara.
– os gustara os lo garantizo yo -y empezó a besarla y a meterla mano.
– joder me suben unos calores que no puedo controlar.
y se la di a chupar entonces el chupo por primera vez.
– que os parece.
– esta divina me gusta su sabor.
-ahora quiero meteros mi poya en vuestra chocha.
así que la convencí para que se abriera de piernas y se la metí hasta los huevos.
– ahahahahahhahha as humano no pares que gusto no sabía que esto era así. joderme todo lo que podáis no paréis de joderme.
– no majestad.
– ahahahahha me corroooooooo humano.
y se vino y luego me la chupo así así dame vuestra leche sois divino me corrí a borbotones.
– que rica -dijo ella- me gusta mucho.
después de la follada vi a las hadas unas se metían consoladores en el chocho otras se lo chupaban unas a otras y se comían entre ellas.
– como ves humano aquí nos divertimos, pero a partir de ahora como me has enseñado a follar lo haremos con los hombres. ósea con los duendes ya que solo unas pocas querían probarlo ellas me dijeron:
– nosotras nos ocupamos de los humanos del bienestar como cuando ayudamos a cenicienta o a bella en su lecho durmiente.
Fredy me dijo:
– lo estas pasando bien.
– de maravilla Fredy.
– pues es hora de que vuelvas a casa humano ya te he demostrado que nosotros existimos y que las hadas también. despídete de Brunilda.
me despedí de todas ellas.
– bien humano espero que ahora no dudes de nosotros.
– lo juro. os volveré a ver.
– quieres eso.
– por supuesto. además, no tenías que concederme tres deseos si bien pus quiero volver a verte cuando lo desee.
– concedido.
– quiero que todas las mujeres me quieran.
– concedido. que más.
– no quiero más tener que preocuparme en la vida por trabajar.
– concedido humano cuídate nos volveremos a ver
CONTINUARA

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 4” (POR GOLFO)

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4.
Nada más probar los platos que habían preparado, comprendí que además de estar buenas y ser muy putas, esas dos mujeres me iban a conquistar por el estómago.
-¡Coño! ¡Está cojonudo!- exclamé impresionado.
Azucena que había llevado el peso de la cocina, sonrió al escuchar mi exabrupto y mirando a su hija, la ordenó que sirviera el vino. La joven obedeció al instante y descorchó un reserva, para acto seguido airearlo en un decantador de cristal que tenían preparado. Tras unos minutos en lo que se mantuvo oxigenando, lo probé y confirmé que ese tinto podía competir de tú a tú en calidad con la cena.
-¿A qué se debe este homenaje?- pregunté extrañado que en esa casa se cenara con ese tipo de caldo.
-Estamos celebrando la primera sesión de María como sumisa- contestó su madre, dando por sentado que era firme mi decisión de ser su dueño.
Recordando el consejo que me había dado y mientras saboreaba el vino, pregunté a la aludida que es lo que había sentido. La muchacha, bajando su mirada y poniéndose totalmente colorada, susurró:
-Me he sentido plena.
Azucena asumiendo que debía forzarla a ser más elocuente ya que como amo novato, yo sería incapaz, le dijo:
-¡Explícate! ¡Dile al amo lo que has experimentado en cada momento!- y alzando la voz, insistió:-¡No te guardes nada!
Muerta de vergüenza, María nos describió como la habían reconcomido los celos al escuchar cómo me volvía a tirar a su vieja, cuando creía que era su turno de disfrutar.
-Sé que no tengo derecho- casi llorando comentó- pero no lo pude evitar. Menos mal que usted me puso en mi lugar y me enseñó la primera regla de una sumisa, que es saber esperar.
Inconcebiblemente al recordar el castigó al que la sometí, esa morena no pudo evitar que sus areolas se vieran afectadas y contra su voluntad, pude comprobar a través de su camisa que se le habían puesto duras.
Su progenitora no ocultó sus ganas de dirigir ese interrogatorio al decir:
-Fue entonces cuando nuestro amo te corrigió.
-Sí – contestó la cría. – aunque miles de veces había soñado con que mi dueño me aleccionara ante un error, para mí fue una sorpresa que me pusiera en sus rodillas y más que levantando mi falda, me regalara una tunda de azotes.
-¿Te dolieron?- actuando como un investigador avezado la cuarentona preguntó.
-Mucho pero aún más el saber que había fallado.
Ya intrigado quise saber más y con voz sería le pedí que se explayara:
-Al principio no puedo negar que me escocieron mis nalgas con los golpes pero tras el tercero o el cuarto me di cuenta que me los tenía merecido y fue entonces cuando empecé a sufrir por si usted no me aceptaba a su lado.
«¡Qué cosa tan curiosa!», medité en silencio, «me está diciendo que le dolió más el haberme enfadado que esas duras nalgadas».
Todavía no había tardado en asimilar tan extraña información cuando Azucena exigió a su retoño que nos narrara lo que había pasado por su mente cuando olvidado su afrenta, había comenzado a untar crema sobre su adolorido culito.
-¡Que no me lo merecía! Es más todavía ahora, sé que fue un regalo inmerecido y que solo la bondad de nuestro amo explica que en vez de dejarme tirada cual sucia puta, me consolara con sus caricias- respondió mientras la mera evocación del placer que había experimentado provocó que juntara sus rodillas en un intento de ocultar su excitación.
Mi bisoñez en esos temas era total y por ello os tengo que reconocer que me confundió el hecho que tanto el dolor como el placer estuvieran tan unidos en la mente de esa muchacha.
«La excitan de igual manera», pensé.
Menos mal que la rubia, más experimentada que yo en esos temas, me sacó de mi error al preguntar a su chavala que era lo que había sentido con mis toqueteos.
-Amor, confianza, cuidado, entrega y libertad- respondió con lágrimas en los ojos – sentí que mi dueño me acepta como soy y sabe lo que deseo. Supe que siempre estaría allí para apoyarme y que junto a él, aprendería a dar.
-No te entiendo- intervine diciendo.
La morenita, arrodillándose ante mí y llorando a moco tendido, contestó:
-Me enseñó que, a pesar de mis fallos, reconocía en mí a una mujer necesitada y tras castigarme, no dudó en complacerme sin buscar su placer…- os confieso que no comprendía nada, por desconocimiento creía que eso era una función única de las sumisas y no de los amos. Pero entonces ella misma me lo aclaró diciendo: -Le agradezco haberme mostrado el camino y ahora que sé que puedo confiar en que mi dueño no vacilará en hacerme feliz.
Satisfecha por la elocuencia de su hija, Azucena se acercó a mí y murmurando, me dijo:
-Amo, creo que esta putita está lista para aceptar su regalo.
Debí de preguntar qué era eso del regalo pero esa manipuladora no me dio oportunidad de hacerlo y sacando de un cajón un collar de esclava, me lo puso en las manos. A pesar de mi sorpresa no pasé por alto la desfachatez de esa mujer y atrayéndola hacia mí, mordí su oreja mientras le decía:
-Recuérdame que esta noche te ponga el culo rojo.
La muy cabrona, riendo a carcajadas, respondió:
-No dude que se lo recordaré. Desde que vi como azotaba a mi niña, estoy deseando que lo haga.
Su descaro me hizo gracia y aunque en ese instante me apeteció dar inicio a su castigo, comprendí que primero tenía que ocuparme de María.
Revisando el collar, me satisfizo leer que llevaba grabada la siguiente inscripción:
“Propiedad de mi amo Manuel”.
Al levantar mi mirada y fijarme en la que lo iba a usar, vi que se había desnudado completamente y que todavía arrodillada, llevaba sus manos a la espalda mientras depositaba en mis rodillas una rosa que llevaba en la boca. A mi espalda, su madre me comentó:
-La rosa es la señal de su inocencia.
-Ahora ¿qué digo?- pregunté en voz baja.
La mujer sin perder ni pizca de solemnidad, susurró:
-Desnuda vienes a mí, mostrando tu fidelidad.
-Desnuda vienes a mí, mostrando tu fidelidad- repetí.
-Muéstrame que tu voluntad también está desnuda e inclínate hacia mí para recibir este collar como muestra de tu entrega.
-Muéstrame que tu voluntad también está desnuda e inclínate hacia mí para recibir este collar como muestra de tu entrega- coreé.
María respondiendo a su parte en ese ritual, alargó su cuello y dejó que cerrara el collar a su alrededor. Os juro que viendo el brillo de felicidad con el que recibió esa argolla, me arrepentí de no haberlo hecho con anterioridad.
Acto seguido y siguiendo con la ceremonia, la muchacha me soltó:
-Usted es mi señor, mi amo y mi dueño. Yo soy su esclava, su amante y su puta. Mi cuerpo, mi boca, mi sexo son suyos. Mi corazón, mi placer y mi voluntad dependen de mi amo. Daré placer a su cuerpo, obedeceré sus palabras y eternamente le serviré.
Todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al escucharla. Indignado comprendí que la guarra de su madre me había engañado y que el significado real de ese ritual era más profundo de lo que me había imaginado.
«¡Es una especie de enlace nupcial entre amo y sumisa!», exclamé para mí.
Quizás en ese instante tenía que haber rechazado esa unión pero viendo la felicidad de María no pude y anotando esa afrenta en el cuaderno de castigos a dar a su madre, la agarré entre mis brazos y sin decir nada la llevé hasta mi cama. Depositándola sobre las sabanas, me la quedé mirando: con su pelo recogido y con ese collar en su cuello, esa preciosa mujercita no parecía haber cumplido los dieciocho.
«¡Que belleza!», dije para mí sin darme cuenta que inconscientemente ese adorno con el que declaraba ser de mi propiedad la hacía estar más bella.
La mirada expectante de la muchacha me confirmó que tras esa máscara, María no era más que una niña inexperta deseando convertirse en mujer y por eso sentándome a su lado, la abracé diciendo:
-Estás preciosa.
Confundida por mi piropo, buscó mi boca con sus labios. Decidido a que esa primera vez fuese inolvidable, dejé que me besara mientras mi mano acariciaba uno de sus pechos. Traicionándola, sus pezones se contrajeron en virtud de la excitación que comenzaba a nacer en su interior y deseando incrementarla, acerqué mi boca hasta uno de ellos.
-Quiero que me haga mujer, necesito ser suya- suspiró con la respiración entrecortada.
La belleza de su cuerpo y su dulce sonrisa, hicieron que mi pene se alzara presionando el interior su entrepierna. Mi erección incrementó sus miedos y sabiendo que ya era parte de mi vida, me rogó que fuera bueno con ella.
-Lo seré- respondí mientras empezaba a acariciar su cuerpo.
Durante largos minutos, fui tocando cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos hasta que conseguí derretirla. Tiritando de placer y sumida en la pasión, nuevamente me imploró que la desvirgara.
Tanteando el terreno, la obligué a ponerse a cuatro patas y me coloqué sobre ella. María creyó que había llegado el momento pero en vez de forzar su virginidad, acariciando los duros cachetes que formaban su culo incrementé su turbación a base de lentos y suaves besos. Todo su cuerpo tembló al sentir mi lengua jugando con su trasero.,
-Ummm- gimió presa del deseo.
Convencido de su entrega y mientras toqueteaba los bordes de su ojete, hundí mi cara en su sexo, tomando al asalto ese último reducto con mi boca. La morenita al experimentar como la punta de mi lengua se entretenía jugando con su clítoris, sintió que su cuerpo colapsaba y sin esperar mi permiso, se corrió.
-Lo siento- masculló asustada al darse cuenta que podía castigarla.
Entendiendo sus miedos, sonreí y mirándola a los ojos, le dije:
-Córrete todas las veces que quieras, hoy es tu día- tras lo cual proseguí con mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo hasta que incapaz de contenerse me gritó que no aguantaba más y que la follara. Para entonces, el sabor juvenil de su coño ya impregnaba mis papilas y olvidando que debía ser suave, llevé una de mis manos hasta su pecho pellizcándolo. Esa ruda caricia prolongó su éxtasis y gritando de placer, María buscó moviendo sus caderas que me percatara que estaba lista.
-Amo, lo necesito- imploró mientras intentaba asir mi pene con sus manos.
Complaciéndola, acerqué mi glande a su excitado orificio. La mujercita, ya totalmente excitada, me pidió nuevamente que la tomara. Decidido a que esa noche disfrutara como nunca, me entretuve rozando la cabeza de mi pene en su entrada, sin meterla.
-¡Fólleme!- rugió olvidando su papel mientras como una perturbada se pellizcaba los pezones.
Al verla tan entregada, decidí que era el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi pene en su interior. María gritó al sentir como su tela se rompía y que de pronto, mi pene la llenaba por completo. Yo, por mi parte, estaba ansioso de comenzar a moverme pero antes de hacerlo, le di tiempo para que se relajara.
-¡Madre mía!- sollozó de gusto cuando su cuerpo vibró al notar que lentamente iba metiendo y sacando mi pene de su interior.
La muchacha que hasta entonces se había mantenido expectante, me pidió que acelerara el paso mientras con su mano, acariciaba su botón del placer. Su urgencia por ser tomada y sus gemidos de placer me hicieron incrementar la velocidad de mis embestidas y sin piedad, comencé a apuñalar su interior con mi estoque.
El dolor por su pérdida había desaparecido, sustituido por el placer. María al verse zarandeada de esa manera, sintió que su cuerpo colapsaba y disfrutando cada uno de los asaltos de mi pene, se corrió dando gritos mientras me rogaba que siguiera haciéndole el amor.
Apabullado por su devoción, lo que terminó de excitarme fue verla pellizcando sus pezones sin misericordia.
-¡Te gusta que te folle! ¿Verdad, putita?-, pregunté al sentir que por segunda vez, la muchacha llegaba al orgasmo.
-Sí- aulló alegremente – me encanta ser toda suya.
Deseando culminar, agarré sus pechos y acelerando el ritmo de mis caderas, forcé su cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina.
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- berreando, me pidió que la usara sin contemplaciones.
La exclamación de la que ya consideraba mi sumisa provocó que olvidara cualquier precaución y convirtiendo mi cuerpo en una ametralladora, martilleé con fiereza a esa mujer. Ella al sentir mis huevos rebotando contra los pliegues de su sexo, alborozada me soltó:
-Amo, voy a correrme por tercera vez.
-Hazlo pero antes dime, ¿quién eres?
-¡Su puta!- respondió echa una loca.
Su rendición fue la gota que necesitaba mi vaso para derramarse, y cogiéndola de los hombros, regué mi siguiente en su interior, a la vez que le decía:
-No solo eso, eres mi puta, mi amante y mi mujer- tras lo cual caí rendido sobre las sábanas.
María, sonriendo, me abrazó y poniendo su cabeza en mi pecho, esperó que descansara en silencio porque aunque ese momento no lo supiera al desvirgarla y hacerla mía, por fin, se sentía una mujer.
Al cabo de cinco minutos, ya repuesto, levanté su cara y dándole un beso en los labios, pregunté cómo se sentía.
-Feliz-, respondió y ejerciendo el papel que había buscado a través de los años, me soltó: -¿Qué tal se ha portado su esclava?
-Muy bien-, contesté sin caer en la cuenta que con ello aceptaba totalmente que pasase a ser de mi propiedad.
Mi amada sumisa, poniéndose a horcajadas sobre mí y soltando una carcajada, murmuró un tanto indecisa:
-¿Lo suficiente para que mi adorado amo me rompa el culito?
Descojonado por su descaro, acaricié ese trasero, que tanto deseaba estrenar mientras le decía:
-Te juro que lo haré pero ¡primero tengo que castigar a tu madre!
María no pudo evitar un leve gesto de disgusto pero recordando la lección aprendida y que debía saber esperar, imprimiendo un tono pícaro a su voz, replicó:
-¿Necesita ayuda para aplicar los ánimos de esa zorra?…


Relato erótico: “Marta descubre su lujuria con un pastor” (POR AMORBOSO)

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Santiago (Santi para los amigos) es un joven de 24 años, hijo único y estudiante de veterinaria. Sus padres poseen grandes extensiones de terreno dedicadas al cultivo de pastos para mantener su extensa ganadería, que abarcaba un amplio espectro: vacas, ovejas, aves, cerdos, etc.

El padre, desde que Santiago era pequeño, le inculcó el amor por los animales y lo fue llevando hasta que desembocó en la carrera de veterinaria, muy conveniente para el buen funcionamiento de la explotación.

No obstante, en las épocas de vacaciones, el padre le encargaba todo tipo de trabajos para que fuese conociendo el negocio desde abajo. Por eso, este verano estaba cuidando las ovejas en los pastos de la montaña, durante los meses de más calor, para que los pastores pudiesen tener sus correspondientes vacaciones.

Marta, de unos 22 años, pelo castaño, una cara muy normal tirando a guapa, pero con muy buen cuerpo, hermosos pechos y culo respingón, vive en la ciudad donde Santiago estudia su carrera. Trabaja en una asesoría fiscal, mientras se prepara para obtener los títulos de asesor contable y abogado Tiene un novio al que quiere o eso cree, que trabaja de ingeniero en una empresa de montaje de coches, el cual dedica casi todo su tiempo libre a practicar algún deporte.

Solamente se ven los fines de semana, en los que el sábado la recoge y se van al campo de fútbol, donde juega un partido, luego actúa de entrenador para un grupo de chicos jóvenes y, tras una ducha, van a tomar un aperitivo con los compañeros del equipo.

Van a casa de él a comer con su madre, descansa un rato en el sofá, donde da alguna cabezada y por la tarde un nuevo partido, para salir por la noche de copas. Por la noche o de madrugada, van al piso de ella y, si no está muy borracho, hacen el amor con pocas caricias y quedando ella muchas veces insatisfecha y la mayoría sabiéndole a poco.

Santiago permanecía solo en la montaña, donde recibía la visita de su padre o algún empleado cada tres o cuatro días para llevarle provisiones y al que se unía su madre para llevarle el último guiso que le había preparado y que tenía que comérselo en el momento, pues no tenía una nevera donde guardarlo.

Es un muchacho fogoso hasta el punto de que se masturba tres o cuatro veces al día. Incluso en los días que lleva en la montaña, tiene seleccionada una oveja (a la que ha puesto por nombre Beeeenita) para follársela por las mañanas y atardeceres y que siempre estaba comiendo a su alrededor.

En el trabajo, el novio de Marta escuchaba hablar de las bondades del senderismo, se interesó por él y atendió las recomendaciones de sus compañeros en cuanto a hermosos lugares y formas de llegar.

Un fin de semana propuso a Marta salir de vacaciones a la montaña durante una semana, alojarse en un hotel y hacer senderismo. Se lo tuvo que confirmar cuatro veces, porque ella no se creía que él pudiese hacer algo distinto que el fútbol y las borracheras. Aceptó encantada, pensando en lo que iba a disfrutar. Tres fines de semana atrás, estuvo con la regla y a él no le gustaba ni acercarse en esos días. Dos fines de semana atrás, iba tan caliente que se corrió nada más meter la punta, el fin de semana anterior, estaba tan borracho que hasta lo tuvo que desnudar ella y este iban por el mismo camino, celebrando la fiesta del siguiente. Luego resultó que no había previsto ningún amistoso, los niños y amigos de vacaciones… o sea, no tenía nada que hacer y pensaba aprovechar para realizar otras actividades.

Llegó el fin de semana y el sábado se fueron a la montaña, se alojaron en el hotel que habían contratado, según informes de los amigos y terminaron el día recorriendo el pueblo y acostándose pronto, por supuesto, sin relaciones sexuales que era lo que más esperaba Marta, porque al día siguiente había que madrugar y estar en forma.

El domingo, salieron temprano siguiendo unas rutas marcadas en planos por los amigos, pero no coincidentes con las establecidas para los senderistas. Iban perfectamente preparados para… nada. Él, camiseta de manga corta y pantalones cortos, con zapatillas de deporte y ella parecido, solamente cambiaba que llevaba una camisa anudada bajo los pechos.

Empezaron su caminata subiendo y bajando por lugares no transitados, disfrutando del paisaje, flores, plantas, etc. No llevaban ni siquiera una hora andando cuando Marta estaba harta y cansada de la caminata. Su novio, que ya se había quitado la camiseta, iba señalándole todas las maravillas que los rodeaban, mientras crecían en ella las ganas de asesinarlo

Caminaban por un sendero que corría a lo largo de un cortado, cuando llegaron a un punto que no podían continuar. Marta, cansada ya de tanto andar, puesto que no estaba acostumbrada, se sentó sobre una piedra mientas su novio decidía si buscar una subida o retroceder hasta un punto donde pudiesen desviarse avanzar por otro lugar.

-Voy a trepar por el cortado para ver si podemos continuar más arriba, porque hacia abajo hay demasiada altura.

-¿No será muy peligroso?

-No para un deportista como yo. Ya verás como subo y bajo en un momento.

Empezó a subir agarrándose a piedras y grietas, hasta que topó con una piedra suelta y cayó hasta el sendero, donde dio un grito, rodó y volvió a caer por el cortado hasta que los arbustos del fondo amortiguaron su caída, quedando inconsciente sobre ellos.

Marta dio un grito asustada.

-AAAAAAAAAAAHHHHHHH.

-Cariño ¿estás bien? ¿Me oyes? Contéstame, por favor.

Al no obtener respuesta, intentó bajar ella por el cortado. Eran unos seis o siete metros de altura por lo que probó a bajar descolgándose por la pared, agarrándose a las piedras y grietas, como había hecho su novio. De repente, sus pies resbalaron, cayendo cosa de un metro, hasta que el nudo de su camisa quedó enganchado en un saliente, que arañó su vientre y el canalillo de sus pechos, y que, al tirar de ella, hizo que la camisa se desplazase hasta salir por su cabeza, quedando en caída libre hasta topar con otra parte de los matorrales.

Quedó algo aturdida, y cuando se le pasó, empezó a bajar y salir de la maraña de ramas en la que había caído, arañando sus piernas, brazos y torso. Intentó acercase a su novio, pero la extraña posición de su pierna y su gran tamaño le hizo desistir.

-¡SOCORROOOOOO! ¡AUXILIOOOOOO!

Comenzó a gritar, confiando en que alguien la oyese.

-¡SOCORROOOOOO! ¡AUXILIOOOOOO!

Santiago estaba disfrutando con Beeeenita, aprovechando que su madre y el peón se habían ido hasta el jueves o viernes de la semana siguiente y el sitio había recuperado la paz y tranquilidad habituales, cuando le pareció oír gritos de socorro.

Con gran disgusto dejó a su Beeeenita, que también emitió un balido de decepción, tomó su vara y se dirigió rápidamente hacia el lugar de donde parecían provenir. Cuando ya los oía más nítidos, aunque apagados y entre sollozos, comenzó a llamar.

-¿Dónde esta?

-¿Dónde esta? ¡Hable para que pueda orientarme!

-Si, por favor, ayúdenos, estamos aquiii.

Con estas voces, fue capaz de localizarlos. En cuanto vio a Marta con los pechos al aire y su pantaloncito corto, la polla se le puso tan dura como las piedras del cortado, formando un gran bulto en traje de baño, ya que, para estar en la montaña, no utilizaba ropa, solamente el traje de baño durante el día y unas mantas para las frescas noches.

-Hola, soy Santi. ¿Qué ha ocurrido? –dijo él mientras intentaba ocultarlo.

-Hola. Soy Marta y este es mi novio Ricardo,

Marta no pudo evitar fijarse en semejante bulto, y roja de vergüenza y con las manos en sus pechos, contó a Santi lo ocurrido y que su novio llevaba mucho rato inconsciente. No era mojigata, pues en la playa solía tomar el sol sin la parte superior del bikini, pero ver semejante bulto, la ponía nerviosa. El observó la pierna y vio que estaba rota, probablemente por más de un sitio.

-Tenemos que llevarlo a mi campamento. Voy a buscar el burro y algunas cosas que necesitaré. Usted quédese con él y tranquilícelo si se despierta.

-¡Por favor, dese prisa! Tengo miedo de estar sola y no se qué hacer.

-Enseguida vengo, el campamento está cerca.

Así lo hizo. Volvió con el burro, algunas cuerdas y el hacha que tenía para hacer leña. Preparó unas ramas convenientemente cortadas para utilizarlas como tablas y, aprovechando la inconsciencia de él, colocó bien su pierna y la entablilló, con algo de ayuda de ella. Con estas manipulaciones, se despertó debido al dolor, pero por suerte para él, ya habían terminado.

Luego cortó una gran rama con muchas ramitas, con el fin de utilizarla como parihuelas o camilla, sobre la que colocaron al herido entre ambos, con mucho esfuerzo debido al peso y muchas quejas de él, puso el burro a tirar de la rama y se encaminaron despacio hasta su campamento.

Marta caminaba junto al herido, tomándolo de la mano, y Santi delante, guiando al animal y volviendo la vista para admirar sus tetas, haciendo como que observaba la comodidad del herido. Iba totalmente empalmado de nuevo, pues antes, con las distracciones de la cura y demás, se le había bajado.

Al llegar, colocaron al herido en el lugar donde dormía Santi, un hueco entre dos árboles con un plástico a modo de tienda, un montón de cosas apiladas detrás y cubiertas con plástico también, con espacio justo para guardar la comida y un hueco para cobijarse cuando llovía.

Lo acomodaron allí, curó las heridas y se fijó en que iba quemado por el sol, por lo que tuvo que darle alguna de las pomadas que tenía a tal efecto. Luego le dio un calmante y lo taparon bien. Había gran cantidad de hierba seca debajo y una manta rodeaba su cuerpo.

-Aquí estará bien. Yo no puedo abandonar las ovejas, y hasta el viernes no vendrán a traerme comida. Si lo prefiere puede dirigirse al pueblo y pedir ayuda o acercarse hasta un lugar donde haya cobertura de teléfono y pedirla. Aquí no tengo medios para hacerlo. –Le dijo sin volverse hacia ella para ocultar la erección

-Pero… ¿Qué le pasará a él? –Dijo Marta rompiendo a llorar- Yo no se moverme por las montañas. No sabría por donde ir.

-De momento, nada. He entablillado muchas patas de animales y se que se recuperará sin problemas.

-¡Pero el no es una oveja!

-Los huesos son huesos, sean de personas o animales y funcionan igual.

-Ahora miraré y curaré sus heridas, luego comeremos algo.

Con cuidado de no lastimar al herido sacó su botiquín, utilizándolo para ocultar la erección, la hizo sentar en el suelo y fue cubriendo de antiséptico las heridas y rasguños de ella. No tenía más daños, aparte de algunos morados.

-Por cierto, ninguno de ustedes lleva camisa o camiseta, ¿han salido así a caminar?

-No, a mi se me rompió y quedó colgada de una rocas al caer y él se la había quitado pero no se donde la perdió.

-Bien, eso explica porqué el se ha quemad y usted no. Voy a buscar agua para reponer la que hemos gastado limpiando las heridas.-Dijo tomando un recipiente y dirigiéndose hacia un cercano manantial.

Al poco, el herido estaba dormido y ella decidió ir al manantial también para lavarse y quitarse la tierra y el verde que las plantas le habían dejado en su cuerpo.

Cuando llegó, lo vio sentado en la hierba, de espaldas a ella y fue acercándose sin ruido, ya que el verde amortiguaba sus pasos.

Al observarlo más de cerca y ver sus movimientos, se dio cuenta de que se estaba masturbando. Se desplazó lateralmente para confirmarlo visualmente y vio que efectivamente, estaba acariciando una enorme y dura polla, más del doble que la de su novio.

Hipnotizada, se quedó mirando como movía su mano subiendo y bajando, primero despacio, luego aceleraba, volvía a reducir para acelerar de nuevo. Le pareció que tenía los ojos cerrados por lo que se arriesgó a acercarse un poco más, viéndola en todo su esplendor. Incluso estuvo apunto de acercarse y comérsela-

Estuvo un buen rato dándole hasta que empezó a soltar semen como si fuese una fuente de leche, y lanzando gemidos de placer hasta que cesó, quedándose un rato relajándose y acariciándosela sin que se le bajase.

-“Si mi novio aguantase tanto…”. –Se dijo a si misma.

Se sintió mojada y muy excitada. Deseó poder ir corriendo junto a su novio para que la follara. Sin embargo, retrocedió de espaldas para que no se diese cuenta y cuando calculó que estaba lo bastante lejos gritó:

-¡Hola! ¿Estás bien?

Él pareció volver de un sueño, se guardó su pene que escasamente había reducido su dureza y se volvió.

-MMM Si. Hola. Estaba meditando un poco la situación que se nos presenta. –Dijo mientras recogía el cubo de agua desbordado.

-¿Qué ocurre?

-Bueno…, en primer lugar, dispongo de comida para uno hasta el viernes, y ahora vamos a ser tres, y en segundo lugar, el único lugar de alojamiento para las noches lo ocupa ahora su novio, y no podemos meternos ninguno de los dos con él, lo que nos obliga a dormir a la intemperie, con el problema de que hace frío por las noches y solamente tenemos la manta que suelo llevar sobre el burro para taparnos, por lo que tendremos que dormir juntos y es tan pequeña que nos obligará a estar muy juntos. –Le contestó mientras ella se acercaba.

Para él fue un tormento. Su pene, que todavía no estaba satisfecho, volvió a alcanzar su tamaño y dureza máximos, al verla otra vez medio desnuda.

-En primer lugar, creo que podemos tutearnos y en segundo lugar: ¿Qué podemos hacer? –Dijo ella mientras tomaba agua del chorrito que manaba entre las rocas y que seguía como un hilo de agua hacia abajo.

Santi babeaba viendo cómo pasaba las manos por sus pechos, su cintura, piernas…

-Digo que ¿Qué podemos hacer?-Repitió mirándolo.

Santi no pudo ocultar su tremenda erección, y ni se dio cuenta de que ella la miraba.

-Eeeemm. No se…

-¿Estás así por mi? –Le dijo

-¿Cómo? –Y dándose cuenta, dudó un momento, pero decidió lanzarse.- No…, digo si. La verdad es que eres una mujer preciosa y deseable, espero que no te ofendas.

-No me ofende, al contrario, me halaga. ¿Tienes novia, esposa o pareja, o lo que sea?

-No, no tengo nada de eso.

-Y qué haces, ¿te matas a pajas?

-Solo cuando es necesario y no tengo ninguna amiga a mano.

-¿Tienes muchas amigas?

-La verdad es que si. Ando muy bien servido.

-¿Y te acuestas con alguna de ellas?

-Si, con todas, incluso con alguna que no conozco.

-¿Cómo es eso? ¿Cómo lo haces?

-Por las mañanas, en el descanso entre clases, todos los días follo con alguna compañera, a veces, a medio día con la misma u otra. Por las noches siempre me llama alguna para venir a mi apartamento. También vienen, algunas veces, las amigas a las que les hablan de mí.

-¡Ja! No me lo creo. ¿Qué les das?

-Calidad y cantidad. –Le dijo ya frotándose el paquete sin ningún pudor.

-¿Y no echas de menos tanta actividad?

-Mucho, sobre todo desde que te he visto a ti. Desde ese momento llevo una erección continua, tan fuerte que hasta me duele.

-Siento ser la culpable. ¿Puedo hacer algo por ti? –Le dijo acercándose.

-¿Porqué no me masturbas tú? –Respondió bajándose el traje de baño y mostrando su polla en todo su esplendor.

Ella, avergonzada y excitada le dijo:

-No estaría bien. No estoy preparada para eso. Mi novio está aquí al lado y no quiero serle infiel. Perdona

Y dejándolo allí, se volvió al campamento, muy excitada y arrepintiéndose por no haber hecho nada.

Cuando Santi volvió al campamento, el herido seguía dormido. Hizo fuego para calentar unas raciones que le había dejado su madre esa mañana en una nevera portátil que guardaba en la tienda, lo que despertó al herido.

-Hola. No te he dado las gracias por lo que has hecho por nosotros. –Dijo cuando lo vio.

-No hay de qué. ¿Qué tal te encuentras?

-La pierna me duele mucho y también en la espalda y sobre todo en el hombro derecho tengo mucho dolor. ¿Tienes más calmantes?

-Si, pero pocos, solo los tengo por si acaso, pero no los he utilizado nunca. Habrá que dosificarlos, aguanta lo que puedas durante el día y los utilizaremos para que puedas descansar por las noches. Ahora vamos a ver ese hombro.

Incorporó ligeramente al herido y vio que uno de los rasguños se había infectado. Tomó de nuevo el botiquín y desinfectó y tapó la herida, volviendo a darle crema por la espalda quemada, luego tomó una pastilla de una bolsa, la partió por la mitad, la diluyó una parte en agua y se la dio.

-¿Qué es?

-Es un antibiótico. Sabrá asqueroso porque es para las ovejas, pero detendrá la infección. La dosis imagino que estará bien.

-¡Pero cómo voy a tomar algo que es para los animales!

-La única diferencia que hay entre ellos y nosotros es que ellos no se quejan del sabor. Por lo demás es lo mismo. Bébelo rápido

Efectivamente, cuando se lo bebió de un trago empezó a hacer gestos y aspavientos manifestando lo desagradable que era. Santi le dio agua y un caramelo que guardaba y lo dejó acostarse de nuevo

Luego calentó la cena y, como cada plato era distinto, pues eran las raciones de tres días, les dio a elegir lo que les gustaba a sus invitados y cenaron todos. Luego reunió hierba seca bajo otros árboles cercanos, pero algo alejados del herido y colocó la manta a modo de libro, para poder meterse dentro.

Más tarde, sentados junto al herido, la pareja le fue contando su odisea y él relató al herido lo que había hecho cuando estaba inconsciente.

-¿Y crees que la pierna me quedará bien?

-No lo dudes. He entablillado muchas patas para saber hacerlo y poder afirmarlo. Ahora te daré un calmante y me iré a dar vuelta por los animales antes de irme a dormir.

-¿Cómo vamos a dormir? –Preguntó Marta

-Tu novio aquí, naturalmente. Es un lugar protegido, pero no cabe nadie más. Nosotros dormiremos bajo aquellos árboles, que nos resguardarán un poco de la humedad de la mañana.

Marta iba a protestar preguntando si sería correcto que durmiesen juntos, pero recordó la escena de la tarde y se calló antes de volver a arrepentirse, al tiempo que empezaba a sentir la excitación de lo que podía esperarle.

Así lo hicieron, ella se fue a la improvisada cama, él revisó los animales, volvió para comprobar que el herido ya estaba durmiendo y se fue también a dormir.

Cuando llegó, se quitó el traje de baño, quedando totalmente desnudo y se metió entre los dobleces de la manta, Santi a la parte exterior y Marta en la interior, obligando a Marta a que quedase aprisionada, al no estar abierta por el otro lado.

Ella no se había quitado el pantaloncito, pero cuando vio a pesar de la oscuridad que ya llevaba la polla totalmente tiesa y dura, le dijo:

-Creo que es una buena idea. Yo también dormiré desnuda. Y se sacó el pantaloncito y el tanga de un solo movimiento, dejándolo a su lado. Santi se puso de espaldas a ella e intentó dormir.

Unas horas después, Santi seguía empalmado y sin conciliar el sueño, por lo que se levantó para alejarse un poco y masturbarse.

-¿Ocurre algo? –Preguntó ella que tampoco podía dormir.

-No, duerme. Tengo que dar una vuelta por los animales.

Dos pajas después, volvió a meterse en la manta y quedó dormido.

Al día siguiente no madrugó, contra su costumbre el sol ya había salido cuando despertó. Se levantó, se puso su traje de baño y fue a ver a los animales, ordeñó las cabras y luego fue a lavarse al manantial. Cuando volvió encendió fuego e hizo queso con la leche, guardando un poco para tomarla más tarde. Luego preparó el desayuno para todos.

El ruido y el olor despertó a ambos y desayunaron juntos, al lado del herido. Después realizó las curas y se fue a los pastos con las ovejas, donde se desfogó con su querida Beeeenita un par de veces.

Volvió a medio día, preparó la comida ocultando nuevamente su erección tras tener ese monumento de mujer medio desnuda junto a él.

Soportó la tarde nuevamente con su Beeeenita y la noche con su vuelta por los animales.

A la mañana siguiente, antes de amanecer, se levantó y lo primero que hizo fue ir al manantial directamente. Marta, que estaba durmiendo mal, se despertó y lo vio marchar.

Quedó pensando en lo ocurrido la otra tarde, en la polla de él, en su masturbación, en la oferta que le había hecho y enseguida volvió a excitarse. Al poco, no pudo aguantar más, se puso la ropa y fue decidida hacia el manantial, donde ya desde lejos pudo ver lo que hacía.

Se aproximó a él, que esta vez si que la oyó, guardando su polla rápidamente bajo un traje de baño que parecía la carpa de un circo.

-¿Quieres que te ayude con eso?

-¿Ya estás preparada? ¿Te da igual ser infiel a tu novio?

-Si. Estás haciendo mucho por nosotros y creo que debo corresponderte de alguna manera.

Santi se bajó el traje de baño y dejó libre su tranca.

Ella se arrodilló a su lado, tomó la polla con ambas manos y comenzó a pajearle con torpeza.

-¿Has hecho esto pocas veces, verdad?

-Si, es mi primera vez.

-¿No pajeas a tu novio?

-No. No le gusta porque se corre enseguida.

-¿La has chupado alguna vez?

-No. Tampoco. Me da mucho asco. Y tampoco le gusta a mi novio.

-FFFFFFFFFFF. –Resopló Santi.

-Por lo menos, déjame acariciarte.

-Bueno, si, si tu quieres.

-Acuéstate junto a mí, de lado, con la cara sobre mi pecho, mirando mi polla.

Ella lo hizo, y mientras el se pajeaba con una mano, con la otra acariciaba los pezones, espalda y el cuello de ella.

Bajaba la mano hasta pasarla por su culo, sobre el pantaloncito, para subir por su espalda y acariciar los pechos y frotarle los pezones. Apuró más su suerte y le dijo:

-Tienes un culo precioso. ¿Por qué no te quitas todo para poder acariciártelo?

Se puso de rodillas y se bajo el pantaloncito y el tanga, sacándoselos por completo al volver a poner la cabeza sobre su pecho.

Santi siguió con sus caricias de pechos y espalda, pero empezó a bajar hasta su culo, acariciando sus glúteos y metiendo un dedo hasta su ano, acariciándolo con movimientos circulares, mientras movía la otra mano lentamente pajeándose.

Poco a poco ella fue moviendo su cuerpo para que su culo quedase más hacia arriba, al tiempo que abría las piernas, para facilitar que las caricias pudiesen llegar hasta su coño.

Él notaba su respiración agitándose, y decidió cambiar el sentido de su masturbación, que en vez de ser vertical, la convirtió en horizontal, con lo que la punta caía ante la boca de ella.

Bajó su mano hasta el culo y siguió hasta recorrer los labios de su coño por el borde, que ya estaban ligeramente abiertos, volviendo otra vez hacia su culo, espalda y tetas. Al dejar su coño, se dobló ligeramente hasta que la punta de su polla rozó la boca de ella.

Repitió la operación un par de veces, sin que ella se diese por aludida, por lo que cambió de táctica, llegando con sus caricias hasta el límite de su coño y volviendo atrás. Lo repitió varias veces, haciendo que ella emitiese suaves suspiros de ansiedad.

Al poco, se atrevió a dar un tímido beso en el glande que se acercaba a su boca, que fue recompensado con un gemido de Santi y nuevo recorrido por su coño.

Desde ese momento, se convirtió en un juego: subía una mano por su polla, acercándosela a la boca y bajaba la otra hasta su coño, ella le daba un beso o la rozaba con la lengua y él acariciaba su coño, presionando algunas veces para estimular su clítoris.

La excitación de ella iba en aumento, pareja con la de Santi, solo que él no tenía prisa, buscaba excitarla a ella al máximo para conseguir tenerla a su merced. Ahora que habían empezado, no lo pensaba dejar tan fácilmente. Tenía cuatro días por delante para disfrutar.

La excitación de Marta llegó a un punto que, sin pensarlo siquiera, se metió el glande en la boca y empezó a darle golpes con su lengua. Él metió el pulgar en su coño, buscando su punto G, y colocó otros dos dedos a ambos lados de su clítoris, moviéndolos como cuando se imita a una boca hablando, solo que en este caso, el labio inferior frotaba entrando y saliendo la parte superior de su coño y el labio superior frotaba su clítoris subiendo y bajando mientras lo tenía pillado entre los dos dedos. Santi también aceleró los movimientos sobre su polla, haciéndolos más rápidos y más cortos.

No tardó mucho Marta en llegar a un intenso orgasmo que la hizo gritar de placer, abriendo su boca y soltando el pene, lo que permitió más recorrido y velocidad, llegando inmediatamente su orgasmo y soltando su leche directamente a la boca aún abierta y a la cara de Marta.

Tras el orgasmo, quedaron ambos tendidos en la posición en la que estaban, en silencio, recuperándose y disfrutando del relajo que sigue al placer intenso.

Cuando Marta comenzó a moverse, Santi le dijo:

-Gracias, ha sido un orgasmo fabuloso.

-Gracias a ti. Nunca había sentido tanto placer. No se ha parecido, ni de cerca, al mejor orgasmo con mi novio, ni a la mejor de mis masturbaciones. Por cierto, te has corrido en mi boca.

-Perdona, pero no me he dado cuenta. Tampoco veía cómo la tenías.

-No, si no me importa. La verdad es que no me disgusta el sabor, pero también me has puesto toda la cara perdida.

Ella se giró y se quedaron mirando, echándose ambos a reír.

-Venga, vamos a lavarnos y volvamos al campamento. –Dijo Santi

El día transcurrió sin novedad. Santi con sus ovejas y su Beeeenita y Marta junto al herido.

Por la noche, tras la cena, Marta dijo que tenía algo de frío y le recomendaron que fuese a dormir. Un rato después, cuando al herido le entró sueño, Santi fue a dormir también, volviendo a desnudarse totalmente y se metió entre las mantas.

Marta se había metido sin quitarse el pantaloncito. Miró a Santi desnudo, y sonriendo, se lo sacó junto al tanga y los dejó a su lado. Santi se aproximó hasta quedar pegado a ella, que sintió su dura polla contra el muslo, y le dijo:

-¿Tienes frío?

-Ahora ya no. Tú me das el calor que necesito.

Santi pasó su mano por su vientre plano, en dirección a sus pechos, sin recibir rechazo por parte de ella. Acarició sus pezones y la besó en el cuello. Ella se puso de costado, dándole la espalda e hizo los movimientos precisos para encajar la polla entre sus glúteos. Sintiendo su dureza, hacía movimientos para masturbarla entre su culo y el cuerpo de él, mientras Santi seguía con sus pechos y cuello.

-Acaríciame el ano. Me ha gustado mucho esta tarde.

Santi, aprovechando la posición de uno de los árboles que los rodeaba, se levantó y apoyó la espalda en él para quedar sentado, la hizo ponerse boca abajo, sobre sus piernas, colocando el culo de ella a la altura de su polla y metiendo esta entre sus piernas, las cuales hizo separar. Ensalivó su dedo medio y fue dándole movimientos circulares en su ano, al tiempo que presionaba ligeramente para ir hundiéndolo poco a poco, mientras que la polla rozaba su coño y su clítoris se rozaba con al base su base.

-Mmmmmm. –Gemía ligeramente ella, bajito, para no despertar a su novio.

Santi no quería tocarse para evitar acelerar su orgasmo, pero los ligeros movimientos del cuerpo de ella intentando frotar su clítoris contra su polla, lo estaban poniendo a cien. La situación de ella no era para menos. Su abundante flujo bañaba los huevos y las piernas de Santi y escurría hasta la manta.

Siguió frotando y humedeciendo su ano, además de bajar algún otro dedo hasta la entrada de su coño. Cuando ya penetraba en su esfínter, dijo ella:

-Mmmmmm. No puedo más. Necesito sentirla dentro.

Santi la levantó por la cintura, haciéndola resbalar sobre su polla que fue recorriendo toda su raja hasta que pudo meter la punta, que entró como el cuchillo en la mantequilla.

-Aaaaaaaaaahhhhh. –Exclamó ella- Siiiii. La siento enorme. Ah, ah, ha.

El sentía su polla apretada entre las paredes del coño. La desplazó ligeramente a un lado con el fin de que toda su raja tuviese contacto con la polla y empezó a mover el cuerpo de ella un par de centímetros a cada lado. Eso generaba un efecto de entrada y salida del coño, con presiones sobre la polla al estar metida de lado.

Su dedo entraba suavemente en su culo y podía presionar la polla directamente a través de la separación entre vagina y recto.

Santi llegó a su límite. Empezó a gemir, intentando no hacerlo fuerte. Aceleró los movimientos sobre el cuerpo de ella y le dijo:

-Me voy a correr. Siii, me voy a correeerrr.

-Córrete. Dámelo todo. Estoy apunto también

-Me corroooo. MMMMMMMM

Cuando Marta sintió que la llenaba, se lanzó a un orgasmo como nunca lo había sentido, hasta el punto que gritó sin darse cuenta.

-AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHH.

Eso despertó a su novio.

-¿Qué ocurre? Marta ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?

No podía verlos porque estaban a su espalda. Santi, sin haberla sacado y siguiendo teniéndola tan dura como al principio, acertó a decir:

-Ssssshhhhh. Ha tenido una pesadilla y ha gritado. La he agitado un poco para que se despierte y cambie de sueño.

-¿Pero está bien?

-Si, no te preocupes y duérmete, yo la vigilo. Tengo el sueño ligero.

Ella, ocultando la risa, comenzó a mover su cuerpo en círculos, tomando como eje la polla de Santi. Esto volvió a excitarla y la hizo cambiar los movimientos, intercalando subidas y bajadas de su culo, lo que la llevó rápidamente a un nuevo orgasmo que silenció enterrando su cabeza y mordiendo la manta.

Santi le dio la vuelta y se colocó sobre ella, volviendo a meterla y empezando un fuerte vaivén que mantuvo la excitación de ella, que llegó a ponerle los talones en los riñones.

-Uauuu. Me llega hasta la garganta. No pares, fóllame más duro.

Se puso a todo lo que podía y cuando ya estaba a punto de desfallecer, ella se agarró fuertemente a él y le clavó los dientes en el hombro para que no se oyese su grito de placer, lo que llevó también a Santi a soltar sus últimos chorros de semen en un nuevo orgasmo.

Ambos quedaron uno junto a otro agotados. Cuando se recuperaron, Santi tomó la manta para cubrir a ambos, y al pasar sobre ella, le dio un suave beso en los labios que se convirtió en uno largo cuando ella correspondió a él.

Cuando se separaron, dijo ella.

-A sido increíble, jamás hubiese pensado algo así: Correrme en manos de un extraño, estando cerca mi novio, y disfrutar de una follada como nunca lo había hecho, sin contar que estoy desnuda delante de otro que no es mi novio.

Y siguió

-Con él llegaba al orgasmo pocas veces. Hasta pensaba que era frígida. Mis amigas y compañeras hablan siempre de sus fabulosas folladas y yo pensaba que tampoco era para tanto. Ahora me he dado cuenta de varias cosas: Que me dan más placer las caricias en mi ano que en mis tetas, que puedo correrme más de una vez en una follada y que mi novio es un gilipollas, que no sabe follar, que no tiene aguante y no sabe satisfacer a una mujer. ¡Aquí termina nuestro noviazgo!

-Bueno, no te precipites y descansa, mañana lo verás de otra forma. Háblalo con él y verás cómo también disfrutáis mucho juntos

Durmieron toda la noche abrazados. Cuando la claridad que precede a la salida del sol llegó, Santi se despertó, se puso su traje de baño, dio vuelta por sus animales y se encaminó al manantial. Marta también se despertó, y cuando vio que iba al manantial, se levantó y fue tras él con sus prendas en la mano.

Al llegar, no lo vio junto al manantial y se puso a lavarse. Al terminar, oyó ruido de chapoteo un poco más lejos, viendo al acercarse que en un recodo, tras unas rocas, estaba Santi bañándose en una pequeña poza que se había generado por la caída del agua en un desnivel del terreno. Estaba agitándose dentro del agua por lo fría que estaba. Ella se echó a reír al verlo y él se dio cuenta de que estaba allí.

-¿Quieres bañarte conmigo?

-Está helada.

-Yo te calentaré.

-Ja, ja, ja. Me gustaría ver cómo lo haces.

-Acércate y ponte agachada junto a la orilla con las piernas abiertas.

Ella, riendo, se aproximó y se puso en cuclillas como le había pedido.

Él la cogió de la mano y la hizo caer al agua, sobre él. El sitio era pequeño y no cabían bien. Ella gritó entre risas.

-AAAAAAHHH está muy fría.

Desnuda como estaba, clavaba su pezones, duros por el frío, en el pecho de Santi que ya acostumbrado al agua, no notaba la temperatura, e hicieron que se le pusiese dura al momento, aunque no tanto como era habitual. La mano de él fue directa al culo, donde empezó a masajear glúteos y ano. La punta de su polla sobresalía de entre las piernas de ella, totalmente pegada a su raja.

Ella comenzó un movimiento de cintura para subir y bajar el culo, frotándose contra la barra de carne que rozaba su clítoris.

-MMMMMMM ¡Cómo me calientas! Te voy a dejar totalmente seco.

-Lo estoy deseando. También tú me excitas. Quiero pasar el día follando contigo.

Ella levantó el culo lo suficiente para que la punta quedase en su entrada y fue metiéndosela poco a poco hasta que le entró entera.

-Uffff, cómo me llena. –Dijo mientras se acostumbraba al tamaño.

El siguió acariciando e intentando meter el dedo en su culo.

-Si, sigue acariciando mi ano. Eso me pone a cien.

Al mismo tiempo movía el culo arriba y atrás para volver abajo y adelante frotándose bien contra la polla.

-MMMMMMM ¡Qué gusto! Me voy a correr en cualquier momento.

-Y yo también estoy apunto

Ella aceleró los movimientos. Él sentía la presión sobre su polla, el roce contra el coño de ella y el roce forzado contra la entrada y el fondo. A ella también le hacían efecto estos movimientos. Un roce constante contra su clítoris, al tiempo que la punta rozaba con fuerza el suelo de su vagina y la entrada, gracias a lo bien que se doblaba.

Marta pronto estalló en un orgasmo que anunció con fuertes gemidos y gritos que llevaron a Santi al punto de placer sin retorno.

-MMMMMMMMMM. AAAAAAAHHHHHHH ¡Me corro! ¡Sigue con tu dedo en mi culo!

-Siii, AAAAAAAHHHHH. Yo también me corrooooo. –Dijo Santi incorporándose para presionarla contra él con una mano en la espalda y otra en el culo que la obligaba a clavarse más profundo, mientras movía sus caderas con un temblor compulsivo para frotar más su clítoris contra él.

Cuando Santi se recuperó, sin haberla sacado siquiera, salió con ella en brazos y se recostaron sobre la hierba para secarse con los primeros rayos del sol que ya había salido.

Una vez limpios, volvieron al campamento, donde todavía dormía el herido, acompañado de Beeeenita. Santi sonrió al ver la escena.

-De que te ríes. –Preguntó ella.

-Creo que a mi oveja le ha gustado tu novio. Lo está esperando para salir.

Santi volvió a sus tareas, después de explicar a Marta lo que tenía que hacer para curar y atender al herido. A media mañana volvió por el campamento y, aprovechando que el novio no los veía, la estuvo besando y acariciando.

-Ve a al manantial y espérame allí. Iré enseguida.

-Pero…

-Shisst. Ve allí y espérame. –Le dijo marchando en dirección contraria después de interesarse por el herido.

Volvieron a coincidir en el manantial, donde la abrazó y acarició de nuevo mientras le quitaba el pantaloncito.

-No por favor, no me la metas. No estoy acostumbrada a tanto sexo ni a una polla tan grande y estoy muy irritada.

El siguió acariciándola al tiempo que la forzaba suavemente a recostarse sobre la hierba. Arrodillado a su lado, besaba sus labios, su cuello, sus pechos, lamía y chupaba sus pezones mientras con su mano entre sus piernas abiertas, seguía acariciando su ano. Fue bajando hasta su clítoris, mientras seguía presionando su ano con un dedo y metía otro en su coño.

Ella empezó a gemir y gritar.

-MMMMMM. SIIIIII. AAAAAAHHHHH. ¿Qué me haces? Oooohhhh. Nunca me habían hecho algo así. AAAAAAAHHHHHHH ¡Qué gusto!

Santi, incansable atacaba por todos los lados mientras ella gemía y gritaba más y más.

-Siii. ¡No pares! ¡Me corroooo! –Fueron las palabras que repitió tres veces antes de decirle que parase porque ya no podía más.

Santi se recostó a su lado, mirándola. Luego de un rato para recuperarse, ella le dijo:

-Gracias. He disfrutado más en estos dos días que desde que perdí mi virginidad.

-Eres preciosa. Todo es poco para ti.

-Pero tú todavía no te has corrido. –Dijo viendo la tienda de campaña que tenía montada en su entrepierna.

-Es igual, no te preocupes.

-Pero a mi no me gusta dejarte así. ¿Quieres que te haga una paja?

-Mejor una mamada.

-No lo he hecho nunca. Me da un poco de asco.

-Bueno, pues déjalo, no pasa nada.

Después de un momento de silencio, ella se incorporó, bajó su traje de baño, dejando su enhiesta polla libre y empezó a besarla y darle suaves golpecitos con la lengua.

-Ayúdame. Dime que tengo que hacer para que disfrutes más.

Santi fue dirigiendo sus acciones, demostrando ella que era buena en el aprendizaje, que incluso superó las indicaciones del maestro.

Le fue pidiendo que la lamiese, que pasase su lengua por el borde del glande, que se metiese la punta en la boca y la acariciase con la lengua. También fue guiando su cabeza para meterla lo más profundo posible, hasta que llegaban a darle arcadas, hasta que pudo hacerlo sola.

Cuando sintió que su orgasmo se aproximaba, le avisó, pero ella no se retiró, sino que aceleró los movimientos y se la metió hasta la garganta, mientras presionaba con la lengua.

Su corrida fue directamente al estómago de ella, lamiendo y chupando después hasta dejarla limpia.

Luego se fundieron en un largo beso, hasta que comprendieron que debían separarse, volviendo cada uno por donde habían venido.

Santi fue a revisar sus trampas, que siempre tenía colocadas para mejorar la alimentación, ya que, al no tener refrigerador, no podía conservar alimentos y todo eran latas o legumbres. Solamente variaba su alimentación cuando le traían la comida y cuando cazaba algo.

Tuvo suerte y consiguió un conejo no muy grande, pero que valdría para los tres. Lo despellejó, abrió y limpió, dejándolo al aire sujeto y abierto con unas ramitas. Lo llevó al campamento y se dedicó a encender fuego para asarlo y preparar un puchero con algo de legumbre.

Pasado el medio día, comieron los tres juntos con apetito, y después dijo Santi:

-Voy a mover las ovejas a otros pastos y cuando vuelva tengo que ordeñar las cabras, que tenía que haberlo hecho esta mañana. Estaré ocupado hasta tarde.

-Me gustaría ver cómo se ordeña. ¿Podré verlo? –Dijo Marta.

-Claro que si. Ya te avisaré.

-¿Y me dejarás ordeñar a mí?

-También, no te preocupes.

Cuando estuvo preparado, la llamó y la llevó junto a unos árboles, donde había atado a las cabras, procurando que no estuviesen a la vista del herido. Tenía preparado un tronco de árbol donde se sentaba siempre con las piernas dobladas, solo que ahora lo hizo con ellas estiradas.

-Primero prepárame la herramienta. –Dijo sacándose la polla y dirigiendo su cabeza hacia ella.- Y ensalívala bien que luego es toda para ti.

Cuando la tuvo bien mojada, la hizo quitarse el pantaloncito, sentarse en sus piernas abriendo bien las suyas y metérsela por el coño. Le puso una de las cabras delante y le enseñó a poner los dedos sujetando la parte superior de la teta entre el pulgar y el borde de la mano y apretar con el resto de los dedos sucesivamente para sacar la leche.

Una vez que ella pudo hacerlo sola, él se dedicó a acariciar su clítoris. Ella presionaba con los músculos de la pelvis la polla y hacía ligeros movimientos que llevaban a la gloria a Santi.

Ella también sentía espasmos de placer, que le impedían hacer un buen ordeño.

De vez en cuando ella se paraba para disfrutar mejor, pero también lo hacía Santi, por lo que estaba obligada a seguir ordeñando para poder disfrutar.

Después de un buen rato y tres cabras, Santi anunció su corrida.

-Me voy a correr. Me voy a correeer.

Ella aceleró los movimientos, dejando el ordeño y presionando más la polla contra su coño. El se corrió dentro, pero no la sacó, y la obligó a seguir ordeñando.

No tardó mucho ella en alcanzar su placer, que quedó algo disminuido al presionar demasiado la ubre de la cabra y haciéndole daño, por lo que hizo un movimiento brusco haciendo saltar una buena cantidad de leche sobre ellos y asustándose Marta con todo ello.

Tras esto terminaron el ordeño de las cabras y volvieron al campamento, donde Santi sacó algunos recipientes, encendió nuevamente fuego, calentó la leche, añadió cuajo y dejó todo preparado para elaborar queso, a lo que le ayudó ella entusiasmada. Luego cenaron las sobras de la comida y algo de leche y cuando recogieron todo, se fueron a dormir. Santi y Marta a un lado y el herido en la otra.

Ya acostados, desnudos ambos, Santi, a la espalda de ella, comenzó a acariciar su cuerpo nuevamente.

-Por favor, Santi. Llevo el coño en carne viva. Estoy que no puedo más.

-¿Lo has hecho alguna vez por el culo?

-No, nunca. Se que hace mucho daño.

-Déjame hacértelo yo y verás como te gusta. Todas mis amigas lo disfrutan mucho. Confía en mí.

Ella estaba dispuesta a todo por él, por lo que accedió a ello. Santi la puso a cuatro patas y procedió a ensalivarle el ano, mientras acariciaba su clítoris con una mano y le metía los dedos en el coño.

Ella se mordía los labios para no gritar de placer. Él fue metiendo un par de dedos en su ano, aprovechando las dilataciones anteriores, que lo facilitaron enormemente.

Cuando fue suficiente, embocó la polla a su agujero y la fue metiendo lentamente, dejando tiempo para que se acostumbrara, sin dejar de acariciar su clítoris. Pronto era ella la que se echaba para atrás, y no tardó mucho en tenerla totalmente ensartada.

Recostado sobre ella, no dejaba su clítoris mientras entraba y salía de su ano, cada vez con más facilidad.

-MMMMMM. –Gemía ella en un murmullo- Siii. ¡Rómpeme el culo! ¡Cómo me gusta!

Santi no había visto a una mujer con tanta sensibilidad en su ano. Le excitaba tanto que no tardó en llenarle el culo de leche, pero siguió dándole, casi con igual dureza, hasta que ella alcanzó su orgasmo.

El resto de los días que permanecieron allí, fueron similares: follar en el manantial, a media mañana en el manantial o algún bosquecillo por los alrededores, mamadas y comidas de coño a media tarde y enculada por la noche.

Cuando se acercaba el día en el que venían a traer y llevar cosas, hablaron muy de mañana.

-Santi, quiero dejar a este imbécil que solo vive para él y su deporte. ¿Puedo quedarme a pasar lo que me queda de vacaciones contigo?

-Quería proponértelo, pero no me atrevía. Ahora no puedo darte nada, pero me gustaría ofrecerte toda una vida juntos si me aceptas.

-Sería la mujer más feliz del mundo. Vente a la ciudad conmigo. No gano mucho, pero podremos vivir los dos y cuando tú encuentres trabajo, podremos llevar una vida desahogada.

-Lo siento, no puedo ir a vivir a la ciudad. (Una mueca de desilusión se reflejó en la cara de ella). Al menos durante mucho tiempo. Mi trabajo está aquí y no puedo dejar…

-¿Pero no querrás ser pastor toda la vida?

-Si me dejaras hablar y no me interrumpieses, te lo explicaría.

-Vale, perdona. Dime.

-Mi trabajo está aquí, y no puedo dejarlo porque soy el heredero de esto y la finca de mis padres, además vivo en la ciudad hasta que termine este año los estudios de veterinaria. Por lo que soy yo el que te pide que vengas conmigo.

-Vaya sorpresa. –Dijo besándolo. –Ya lo decidiremos en otro momento. ¿Qué hacemos con ese imbécil?

-Hablaré con quien venga y lo arreglaré. No te preocupes

Y sellaron su pacto con un beso.

Esta vez vinieron su padre y su madre, a los que explicaron lo ocurrido. Su padre cedió la camisa a Marta, a la que ya le daba igual. Luego, en un aparte, les explicó la segunda parte. El padre comentó que el vehiculo ya iba bastante lleno, pero que metería una oveja diciendo que estaba enferma, por lo Marta no cabría en él y que volverían al día siguiente a por ella.

Así lo hicieron, lo metieron a él con los quesos, algunas cosas y dos ovejas y como no cabía nada más le dijeron que ella iría al día siguiente y se marcharon quedando en volver.

No habían hecho más que irse y ya estaban desnudos. Ella se agacho y se puso a chuparle la polla, pero él, después de disfrutar unos momentos, la tumbó y montó un 69 para empezar comiéndole el coño, al tiempo que le metía el dedo medio en el culo, el índice en el coño y con el pulgar daba masajes en la base del clítoris, mientras con la lengua le daba golpecitos y jugaba con él.

Santi, situado sobre ella, le follaba la boca sin parar, hasta que primero se corrió ella y luego la siguió él.

Desnudos y tomados de la mano, fueron dando vuelta por los animales, hasta que se hizo la hora de comer. Con la comida preparada, se acercaron a un ribazo, donde comieron apoyados en el talud. Luego él siguió con la espalda en el talud y ella se recostó en la hierba poniendo la cabeza las piernas de él dispuestos a dormir una breve siesta.

Un poco más tarde, estando Marta con los ojos cerrados, Santi empezó a recorrer con su dedo los bordes del coño en una caricia suave, sintiendo cómo se iban abriendo, pero sin tocar su interior.

-MMMMMMM. No se si podré aguantar tantos días aquí contigo.

-Tendrás que ir acostumbrándote. –Dijo mientras pasaba el dedo por su centro haciéndolo vibrar y repartiendo ramalazos de placer.

-MMMMMMMMMMM –Gimió, cerrando y apretando las piernas para sentir la caricia más fuerte.

Santi retiró la mano bruscamente y ella volvió a separar las piernas.

-ZASSS. –Le dio una palmada en el coño, sin excesiva fuerza.

Ella sintió el golpe, la presión sobre su clítoris.

-AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH.

-¿Te ha dolido?

-Si y no. El golpe me ha sorprendido, pero es morboso y excitante.

-Recibirás una cada vez que te muevas. No me interrumpas.

-¡No sabía que te gustaba el sado!

-Hay muchas cosas que no conoces de mí. –Le dijo, volviendo a pasar los dedos por la entrada de su vagina, mientras ella gemía.

-MMMMMMMMMMM

Y así tres semanas más

Gracias por vuestros comentarios y valoraciones. Comentarios en privado: amorboso@hotmail.com

Relato erótico: “Las hazañas de Don Pedro. I La Campesina” (PUBLICADO POR MATIAA)

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Sandra, la única hija de los dueños del fundo, instruía en la cocina de la casa patronal a sus tres empleadas de mayor confianza.

     -Recuerden, mi suegro es un sujeto de mucho dinero, este lugar no puede desperfilar. Quiero que sea atendido como si fuera él el dueño de este fundo.

Sandra se había casado hace muy pocos días con Pedro Montalván, un acomodado joven de familia adinerada a quien había conocido en la universidad. El padre de Pedro con quien compartía el nombre, era un importante empresario a nivel nacional que estaba de entre el 10% de personas más ricas el país. Sandra estaba nerviosa y no confiaba en que todo podría salir bien. Ella provenía de un origen algo más humilde. Su familia tenía un fundo pero que jamás había entregado demasiado dinero. Cuando se casó con Pedro, éstos ambos agrónomos, elaboraron un proyecto por sacar el Fundo San Carlos adelante, y tras el matrimonio, Pedro compró la mitad del fundo y lo administraba. El matrimonio había sucedido en Santiago, y los suegros de Sandra habían deseado conocer un fundo del sur del país.

Entre las empleadas de mayor confianza, Sandra había decidido por primera vez incluir a Mirna, la hija de su nana de toda la vida, quién recién había cumplido 18 años. Era una joven tímida, pero deseada por todos los peones del fundo. El padre de Mirna, era el capataz del fundo y por ende el jefe del lugar, sólo superado por los dueños, por ende, nadie se atrevía a acercarse a ella.

     – Mirna, tú te encargarás personalmente de la atención de mi suegro cuando llegue hoy- continuó Sandra -y su familia desde mañana. He decidido que dormirán en la cabaña de huéspedes, y tú también. ¿Crees que puedes encargarte ello?

     -Por supuesto que puede- dijo Raquel, la madre de Mirna – Con Yoli le hemos enseñado desde pequeña a servir a los patrones.

     -Lo hará muy bien, Sra. Sandra -agrego Yoli, la tercera empleada y más anciana.

 

Don Pedro Montalván padre, había llegado a la ciudad más cercana al fundo un día antes, pues había decidido aprovechar el viaje para vigilar sus negocios en la zona. Aquel día llegó al aeropuerto a las 7 AM, fue recogido por su chofer a esa hora y sólo para las 8 PM, había tenido las diez reuniones que había programado. Había sido un día intenso. Estaba de pie en su oficina mirando la ciudad desde lo alto con un vaso de whiskey. Era un hombre de 64 años. Tenía buen porte. Se aflojó la corbata y desabrochó el primer botón de la camisa. Cu cabello era ya blanco y con los años su frente se había hecho más prominente al comenzar a quedar calvo, pero aún así tenía aún suficiente cabellera. Un bigote frondoso y bien cuidado estaba presente en su cara. Estaba cansado y tanta reunión lo había dejado tenso y estresado. Solía viajar una vez al mes esa ciudad y permanecía en ella de 2 a 4 días. Ahora, por el deseo de su mujer de visitar el fundo de sus consuegros, debió concentrar todas sus labores en un solo día. Sus empleados habían sido las principales víctimas de aquello, pues Don Pedro era un hombre de carácter, y cuando estaba bajo presión, no aguantaba a nadie.

Por suerte había pasado por la mañana al apartamento que tenía en aquella ciudad y había arreglado todo para no tener que volver. Las ganas de ver a su hijo mayor eran lo que lo alegraba aquel día. Sólo lamentaba una cosa, y es que a Don Pedro le gustaba terminar aquellos días intensos entre las tetas de alguna joven putita -lo merezco- solía decirse a sí mismo. Era conocido entre las putas caras de la ciudad y los clubes para caballeros. Disfrutaba su estadía en aquella ciudad él solo, pero en aquella oportunidad desistió para compartir con su hijo y su familia política.

Su teléfono táctil comenzó a sonar. Era su hijo.

     -Pedrito -dijo con alegría -He terminado. Sólo espero que me recojas.

     -Vale papá, estoy allí en 5 minutos.

Pedro Montalván junior había llegado a la ciudad hace un par de horas, pensando que su padre estaría desocupado más temprano, pero había olvidado cuan trabajólico era. Eran tres horas de viaje en automóvil desde la ciudad al fundo, por lo que llegarían al anochecer.

 

El reencuentro fue emotivo, y rápidamente cargaron el equipaje de Don Pedro y se pusieron en marcha. En él camino hablaron de la administración del campo y la vida marital. Don Pedro se alegró a ver lo feliz que era su hijo. Pasaron a cenar a un buen restaurante en un pueblo del camino.

Cuando llegaron al fundo estaba todo oscuro. Solían acostarse temprano durante la semana, pues la actividad en el campo comenzaba apenas salía el sol.

Su bella nuera salió a recibirlo, contenta de tenerlo ahí.

     -Es una lástima que se haya atrasado tanto, suegro -le dijo Sandra -pero mañana lo recibiremos con un almuerzo de ave como corresponde.

     -No te preocupes, Sandra. Ya comimos -dijo Pedrito.

     -Sin embargo, aceptaría algún trago- dijo Don Pedro.

     -Vamos papá -dijo el hijo -te mostraremos tu habitación y nos bebemos unas copas, pero no mucho, mañana debo ir a buscar a mamá y mis hermanos al aeropuerto.

Sandra y Pedrito mostraron a Don Pedro su habitación. Era una cabaña modesta. En el salón principal había una chimenea prendida que calentaba todo el lugar. El espacio era pequeño y tenía en él una mesa de centro y tres sillones. Era un espacio pequeño aun así la casa tenía tres habitaciones. Una de ellas era matrimonial, donde dormirían él y su señora. Luego Sandra le enseñó una habitación con dos pares de literas a su suegro, que dijo era para sus otros hijos que aún vivían con él, Joaquín y Manuel, que llegaban mañana con su madre.

     -Para que este cómodo, hemos puesto a su disposición una doméstica -dijo Sandra  a su suegro y luego llamó al tercer dormitorio.

Cuando abrió una joven muchacha que parecía haberse quedado dormida, los bajos instintos de Don Pedro se comenzaron a manifestar. Era una muchacha muy joven, no muy alta, y de apariencia humilde. Le gustó enseguida el abultado busto que se insinuaba bajo aquel delantal de doméstica. Enseguida, por la mente de Don Pedro, pasaron varias ideas de que hacer con aquella mujer, y su excitación aumentó cuando asimiló que dormiría sólo con esa joven en aquella cabaña.

     -Ella es Mirna, hija de mi empleada Raquel. Está a su disposición.

     -Un gusto Mirna -dijo el caballero y la saludó con un beso en la mejilla.

La muchacha parecía tímida y vagamente respondió. Era extraño para ella ver un hombre de aspecto formal, con corbata y traje. Había vivido en el campo toda su vida y jamás había conocido más que los pueblos cercanos al fundo. Mirna adoró el aroma a perfume de Don Pedro.

 

Sandra no tardó en marcharse y padre e hijo quedaron en la cabaña.

     -¿Un vino? -preguntó el hijo.

     -Es lo que esperaba -respondió el padre.

Bebieron una copa cada uno y entonces Pedrito se marchó a dormir. Don Pedro, más relajado, se había quitado la corbata y se sentía más cómodo en aquella cabaña. Estaba sólo con aquella mujer. Se quedó un rato en el sillón de una esquina oscura, pensando en como hacer para seducir a aquella tierna criatura. Esa expresión de inocencia en sus ojos negros, y su piel morena. Estaba bastante tapada por el delantal, pero Don Pedro notó que era delgada y pechugona. Se entretuvo unos instantes preguntándose si debía de tener los pezones también negros. A Don Pedro le excitaban las morenas. Su mujer era rubia, pero disfrutaba el sexo con morenas, especialmente con las más jovencitas.

El hombre entonces comenzó a llamar.

     -¡Mirna! -gritó con fuerza, sabía que nadie podría oírlo, estaba lo suficientemente lejos de la casa principal.

La mujer apareció enseguida, dispuesta a servir como sea a aquel hombre, tal como le ordenó su patrona.

Don Pedro volvió a escanearla con sus ojos y la desvistió con la mirada.

     -En que puedo ayudarlo, señor -dijo ella servicialmente con un acento muy campestre.

     -Necesito un cenicero -dijo prepotentemente -Por favor, trae también el maletín que está en mi habitación. Luego sírveme otra copa de vino.

La muchacha se incomodó ante el trato mandón del hombre al que debía servir, pero se esforzó por hacer todo lo mejor posible.

De su maletín, Don Pedro sacó una pastilla azul. Siempre llevaba con él una escondida. Se la tragó con un poco del vino que recién le sirvió Mirna.

     -Cierra todas las cortinas -ordenó después y acción siguiente la mujer comenzó a hacerlo. Él la miraba mientras bebía su vino -También te pido que desarmes mi equipaje y ordenes todo. Hazlo rápido.

Ella asintió sin decir nada, de una forma totalmente sumisa. No le gustaba el trato que le daba ese hombre, pero era el padre de quien era su patrón y suegro de la muchacha a la que desde siempre enseñaron a obedecer. Sin embargo, no pudo negarse a si mismas que aquel hombre maduro le provocaba un tipo de curiosidad. Consideraba que parecía un galán de una teleserie de aquellas que veía en televisión. Sus ropas, su olor a perfume, no le eran desapercibidos.

 

El equipaje de Don Pedro fue interesante para Mirna. Había en él un par de finas corbatas y camisas de seda. Todo olía muy bien, a un varonil perfume. Encontró un reloj que también imaginó debía ser fino. Tomó una de sus camisas y la olió. Cerró los ojos. Demoró en ordenar todo, unos 10 minutos, y cuando estaba por terminar, se sorprendió oyendo los gritos de aquel hombre.

    -¿No entendiste que aquella información debías enviarla hoy para se sea analizada mañana? ¿Es que eres estúpido?

Luego seguían pausas. Estaba hablando por teléfono.

     -No es mi problema si ya estás en tu casa, ¡Debes enviarlo para que puedan verlo a primera hora!

La muchacha, asustada por el enojo de Don Pedro, volvió a la sala principal y vio hablando por celular al hombre con cara de que se le había acabado la paciencia. Él se quedó viéndola y ella comenzó a ponerse nerviosa. Quién sea que estuviera al otro lado del teléfono, lo había hecho enojar mucho.

     -Escúchame, Jack. Si esa información no está para que sea analizada mañana, estarás despedido -dijo y luego cortó. Siguió mirando a la muchacha que lucía algo temerosa – ¿Qué estás mirando, tú? ¿Terminaste de ordenar mis cosas?

     -Si, señor. -dijo tímidamente. El tono de campesina en su voz excitaba más al caballero.

     -Llámame Don Pedro -ordenó él.

Pasaron unos instantes de silencio. Él la miraba con deseo y ella comenzaba a notarlo.

    -¿Hay algo más en lo que pueda ayudarlo, Don Pedro? -preguntó temerosa, pretendiendo poder irse a dormir.

Don Pedro la miro fijamente, sin dar signos de mejorar su actitud.

     -Solo si puedes lograr que me relaje -dijo finalmente.

     -¿Cómo podría ser? – dijo ella sin entender de qué se trataba.

     -Acércate -ordenó.

Estaba sentado en un sillón de un espacio. Recostado cómodo sabiendo que estaba por disfrutar de algo bueno.

     -Si fueras tan amable de complacerme con unos masajes leves en la cabeza y los hombros… Me ayudarías mucho -dijo usando un tono más simpático- No es nada difícil -Con desconfianza ella se acercó a él -detrás de mí -ordenó.

Don Pedro se dispuso a observarla mejor mientras pasaba junto a él, y más notorio se hizo el cuerpo de la mujer. Su contextura era delgada, podía notarse, su trasero sobresalía de su cola, debía de ser bien formado y debía ser un trasero firme por su edad.

     -Con tus manos necesito que masajees mis cienes y hombros -ordenó.

Con incomodidad, la mujer comenzó a intentar hacer lo que le pedían. Posó sus dedos por las cienes de Don Pedro y comenzó a presionar firmemente sobre sus cabellos blancos para luego girar la piel en círculos. Miraba su calvicie apareciendo.

     -mmmm… -dijo Don Pedro tras un par de minutos -lo estás haciendo bien. Pasa a los hombros.

Mirna había comenzado a disfrutar aquella posición, de alguna manera se sentía muy bien saber que estaba complaciendo a aquel hombre de una forma que él realmente disfrutaba.  Ya no incómoda, pero si nerviosa, comenzó a masajear los hombros del hombre de negocios por sobre su camisa. Presionaba la parte media superior de la espalda de éste, y éste parecía disfrutarlo.

 

Don Pedro disfrutaba el momento. No podía hacerlo como otras putitas que a veces pagaba, pero la excitación que le provocaba aquella chica inocente lo comenzaba a invadir.

     -Cuéntame Mirna ¿Qué edad tienes? -preguntó en tono amable.

     -18, señor.

     -Eres una niñita. Y dime ¿Desde cuando trabajas aquí?

     -Nací aquí, Don Pedro. Mi madre trabaja para la familia desde hace años.

      -¿Y que hace una chiquilla como tú en un lugar como éste? Es decir, siendo tan joven, habrá más cosas que debes querer conocer y probar.

La verdad es que Mirna si tenía sueños fuera de aquel fundo, sueños que creía jamás lograría concretar.

     -A veces aburre -contestó ella – Pero no es tan malo.

     -Pero dime, niña ¿Qué te gustaría conocer? Imagino que no debes conocer mucho.

     -Paris -dijo ella con timidez -Me gustaría conocer la torre Eiffel.

Don Pedro comprendió que la joven estaba cayendo en su juego.

     -Linda elección. Estuve en Paris en mayo, por trabajo. Ahora debo ir hasta diciembre.

Ello impresionó a Mirna. No podía creer que una persona pudiera ir dos veces a Paris en un año.

     -Qué lindo -dijo intentando no desconcentrarse de sus masajes

Enseguida Don Pedro sacó su teléfono para mostrar a la sirvienta fotos de su última estadía en Paris. Luego le mostró fotos más viejas de un viaje anterior con toda su familia, también en Paris. En ella aparecían él, su mujer y sus seis hijos, siendo Pedro Jr. el mayor.

     -Que linda familia tiene, Don Pedro.

     -Lo sé.

Mientras veían fotografías, la chica detuvo sus masajes sin intención.

     -No he dicho que te detengas -dijo él volviendo a ser severo.

Hecha un atado de nervios, Mirna volvió a sus labores.

     -Disculpe, Don Pedro- dijo. Notó entonces que algo sucedía en su inocente cuerpo, como si un calor interior comenzara a fluir por él. El calor comenzó rápidamente a humectar su vagina, haciéndola sentir algo pecaminoso.  Sin darse cuenta, soltó un suspiro.

     -Lo haces bien. Necesitaba esto…

Las manos de la muchacha comenzaron a acariciar los lóbulos de sus orejas, y el calor de esos dedos logró provocar en Don Pedro una potente erección. La pastilla azul había comenzado a funcionar.

     -¿Tienes novio?

     -No, señor.

     -Pero algún chiquillo debe haber en este fundo.

     -La verdad no, Sr. Mi padre es el capataz, no se atreven.

     -El capaz- repitió él en forma burlona.

    -Sí, señor.

     -¿Y Nunca has estado con nadie? -preguntó entonces Don Pedro sintiendo excitación ante la idea de que aquella sirvienta fuera una mujer virgen.

Muy incómoda, la muchacha respondió.

     -No, señor.

     -Entonces nunca ningún hombre te ha hecho sentir como una verdadera mujer.

Aquello logró poner a Mirna más nerviosa, al mismo tiempo que el calor en su vagina comenzaba a ser más intenso, y había apareció ahora también en sus pezones. Nerviosa, se esforzó por hacer aún mejor los masajes.

     -No.

Don Pedro ya sentía sus huevos llenos de leche hirviendo deseando ser liberada por aquella mujer al mismo tiempo que él recibiría un recompensado orgasmo que le permitiría dormir como un lirón.

     -¿Te gusta ser quien me relaja? -preguntó entonces.

La tímida chica demoró en responder. Sentía que su cuerpo estaba comenzando a desear a aquel hombre. Poco sabía ella de sexo, más que lo básico.

     -La verdad, Don Pedro. Es agradable.

Excitado, el caliente hombre cerraba los ojos e imaginaba esas mismas manos frotando su pene con ganas.

     -Tuve un día difícil -le dijo.

     -Lo siento mucho. Me alegra poder ayudarlo a estar tranquilo otra vez.

     -No sabes cuanto me has ayudado a pensar en otra cosa -dijo él y bebió el último sorbo de su copa de vino -Tráeme más vino -ordenó entonces a la chica.

 

Miró a la chica alejarse hacia la mesa y rellenar su copa. Vio sus caderas moverse con sencillez y solo pensaba en lograr meterse entre sus piernas. Cuando la muchacha regresó a él le ordenó dejar la copa en la mesa de centro. Y entonces se abalanzó sobre ella para sentarla sobre él.

     -Don Pedro…no… -dijo ella, y sintió entonces el duro miembro de aquel viejo verde creciendo bajo ella.

Don Pedro entonces llevó su mano hacia la zona del sexo de la muchacha y con todos sus dedos comenzó a masajear la zona por sobre el delantal. Al parece bajo el delantal la mujer sólo llevaba un calzón.

Ella suspiró. El calor que aquellos dedos comenzaron a liberar desde su zona intima comenzó a llenar todo su cuerpo.

     -Don Pedro… -dijo ella con dificultad entre jadeos, lo que excito a Don Pedro. Y comenzó a mover su pene para refregarlo contra el trasero de la chica.

     -¿Habías sentido un pene antes? -preguntó él sin delicadeza. Mirna no respondía -Contéstame.

     -…No…

     -¿Y te gusta?

Entonces la chica con vergüenza, se quedo callada para no decir la verdad.

     -¿Te gusta? -volvió a preguntar.

     -… Sí … -dijo ella y él dejó de masajear la zona de su vagina para comenzar a desabrochar su delantal.

Obligó a la chica a voltearse hacia él, en el sillón, para que cuando aparecieran sus tetas las tuviera frente a él.

     -Contéstame, Mirna -dijo el hombre – ¿Quieres seguir relajándome?

Ella sabía que ya no podía retirarse del juego. Debía mantener a ese hombre cómodo en aquel lugar y no podía esperar que él les diera a sus patrones comentarios negativos sobre ella. Además, había comenzado a disfrutarlo.

Con una actitud sumisa, asintió con la cabeza.

     -Veamos entonces lo que tienes -dijo Don Pedro y comenzó a desabotonar el delantal hasta poder quitárselo por completo. Había imaginado que una chica del campo llevaría una ropa interior más a la antigua, pero esta chica llevaba un sostén negro bastante juvenil con unos calzones de encaje. Sus pechos se veían contenidos con fuerza por ese sujetador, como esperando a ser liberados. Se veían perfectos, tanto que pensó pedro: nada tienen que envidiar a las tetas de silicona de las otras chicas que busca. Su abdomen moreno era plano. Su coño se asomaba por el calzón, peludito y salvaje. Ella temblaba e intentaba cubrirse con las manos. No se atrevía a mirar a aquel hombre a los ojos, sentía vergüenza. El hombre no demoró nada en introducir su nariz entre los pechos de la chica, quien se sentí realmente incómoda. Él movía su nariz entre esas tetas y ella sentía como aquel bigote le hacia cosquillas.

     -Pensé que estabas buena, pero te has pasado -le dijo -ahora quítate ese sujetador -ordeno.

De forma silenciosa la temblorosa chica procedió a obedecer. Difícilmente sus manos que tiritaban de nervios lograron desabrocharlo y al hacerlo sus tetas se relajaron ante los dichosos ojos de Don Pedro.

     -Quítatelo.

Con timidez la muchacha comenzó a quitárselo, y se llevó un brazo al hacerlo para taparlas. Sentía mucha vergüenza.

Don Pedro estaba como un semental vuelto loco, nada le daba más placer a la vista que unas buenas tetas.

     -Quita el brazo -ordenó y la forzó a hacerlo, para que sus tetas quedaran frente a él.

Las tetas que estaba por comer eran muy bien formadas. Perfectamente redondas y voluminosas como para jugar entre ellas. Dos pezones cafés oscuro de perfecta forma se erectaron al quedar expuestos a su merced.

     -No puedo creérmela que tengas unas tetas tan ricas -dijo Don Pedro pensando en voz alta.

Como le gustaba, él metió su cara entre los pechos de la joven. Eran firmes y del tamaño suficiente para ser atrapadas entre las manos del suegro de su patrona. Como un animal hambriento comenzó a morder los erectos pezones de la joven, primero el derecho, luego el izquierdo. Lo hacía con una fuerza que resultaba dolorosa a la joven, pero ésta, entre su excitación y su vergüenza no se atrevió a decirle nada. Ella sentía a aquel hombre descargar en ella la calentura que, al parecer, ella misma había provocado.

En eso estaban cuando el teléfono celular de Don Pedro volvió a sonar. Mirna vio el nombre, Jack Cosio. Recordaba que llamó Jack al hombre con que peleó recién.

     -Maldita sea. Que oportuno -dijo molesto -Mientras hablo quiero que te toques las tetas tu mismas- ordeno  a la chica.

 

Mirna vio como el empresario escuchaba lo que le decían al teléfono al tiempo que la miraba frotar sus tetas.  Estaba muy avergonzada y no se atrevía a negarse, pero, sobre todo, le gustaba la excitación que provocaba en aquel hombre.

     -Jack ¡Te dije que para mañana! ¡¿Es que tan difícil es entender?! -dijo enfurecido.

Mirna se sintió aún más nerviosa y se preocupó de como las noticias del tal Jack afectarían lo que estaban haciendo. Don Pedro en medio de un enojo debía ser muy difícil de complacer. Para intentar calmarlo desde ya, acercó sus pechos, y siguió tocándoselos justo frente a sus ojos, pero no pareció servir de nada. Entonces decidió ser un poco más osada y desabrochó un par de botones de la fina camisa de Don Pedro y comenzó a besarle el pecho.

     -Te pago una millonada, Jack. ¡Lo mínimo que espero es que hagas bien tu trabajo!- agregó y le cortó.

Ella lo miró.

     -Estoy rodeado de ineficientes – dijo él muy molesto.

     -¿Cómo puedo ayudarlo?-preguntó ella intentando complacerlo.

El viejo volvió a mirarla y se quedó pegado en sus pechos perfectos y sin uso.

     -¿Dijiste que te gusta relajarme?

Ella asintió con la cabeza, aún algo tímida.

     -Entonces te enseñaré como me gusta que me relajen -dijo -Pon esas tetas en mi cara -ordenó y ella enseguida obedeció. Sus piernas flectadas quedaron aún más incómodas que como las tenía antes, pero debió alzarse para que sus tetas quedaran en la altura de la cara de Don Pedro. Ofrecía sus pezones a su boca, primero uno luego el otro y el los mordía con ganas. Sentía como aquel bigote le hacías cosquillas. Luego las apoyó en su frente.

     –Mmmm… -dijo él -Muévelas.

La inexperta joven comenzó a intentar moverlas lo mejor que podía.

     -¿Lo estoy haciendo bien?

     -Si te callas lo disfruto más -dijo él aún disgustado.

     -Perdóneme -respondió ella recordando su frase “estoy rodeado de ineficientes”.

Así estuvieron algunos minutos. Entre pezones mordidos y tetas usadas como pelotas antiestrés. Él sólo pensaba en lo buena que estaba aquella chica, sin haber sido follada antes por nadie, entregada a complacerlo.

     -¿Alguien había jugado antes que yo con estas tetas? -preguntó severo.

     -No, señor -dijo ella aun moviéndolas para complacerlo.

Tras aquella verdad, Don Pedro comenzó a pensar como hacer que esa chica quedara para él.

     -Abre mi cremallera -ordenó luego. Mirna titubeó un poco, jamás había visto un pene duro, pero no quería molestar a aquel importante hombre.

Como una buena sirvienta, Mirna se acercó a la cremallera de Don Pedro para obedecerle. Su pene se marcaba ya bajo el suave pantalón. Desabrochó el cinturón, luego el botón y abrió la cremallera. El pene de Don Pedro surgió con fuerza de ahí, pasando por el agujero de su calzoncillo boxer. Era grande y lucía muy duro. Sin saber que hacer, Mirna sólo se detuvo a contemplarlo.

     -¿Nunca habías visto uno?

Ella negó con la cabeza.

     -Tócalo -le ordenó y la joven lo tocó con su mano – Bésalo- ella lentamente lo besó -Ahora lámelo como una perrita.

Para estar más cómoda, Mirna se arrodillo en el suelo frente al sillón. Comenzó a lamerlo como si fuera un chupete de dulce, favoreciendo la excitación de Don Pedro. Don Pedro, pronto comenzó a suspirar.

     -Me harás acabar pronto -dijo él- mejor ponte a chupar.

     -¿Acabar? -preguntó ella.

     -Eyacular-dijo él quien esperaba cerrar el tema para que su putita se pusiera a mamársela.

     -¿Cómo un caballo en una inseminación? -preguntó ella.

Pedro recordó que la chica no sabía realmente nada.

     -Exacto. Y cuando ocurra debes tragártelo -ordenó. Se aprovechó de cuan poco sabía Mirna para ello. Era una buena oportunidad para disfrutar aquel placer que pocas putas aceptaban hacer.

Mirna se introdujo con dificultad aquel miembro en su pequeña y tierna boca. Le fue difícil, pero la excitó tanto que sintió el líquido saliendo de su vagina caliente. Comenzó a intentar dar placer a su hombre.

     -Chupa. Arriba y abajo -explicó Don Pedro al tiempo que puso su mano sobre la cabeza de la chica para enterrarle más el pene en su boca.

Segundos pasaron hasta que la chica dominó la técnica.

     -Que bien lo haces -dijo él viéndola hacerlo, expectante de su merecido final feliz tras un intenso día de trabajo.

Cuando Pedro comenzó a pensar que no podía estar más complacido, su teléfono sonó una tercera vez.

     -¡La puta madre! -dijo él y se sobresaltó, haciendo que Mirna, otra vez temerosa, dejara de mamar enseguida.

Enfurecido se puso de pie con la verga erecta y cogió el teléfono.

     -¡¿Qué quieres Jack!?  ¡Es más de media noche!

Mirna escuchó un pobre empleado hablando al otro lado del teléfono, pero no pudo comprender lo que decía.

     -Tienes que ir a la oficina otra vez, y encontrar la copia original de los papeles  ¿No se te ocurrió?

Entonces pasaron unos segundos.

     -¡No me importa la hora! ¡Y no vuelvas a llamarme esta noche al menos que sean buenas noticias! -entonces le colgó.

Enojado, pensaba en la ineficiencia de su empleado, pero luego se volvió a mirar a aquella hembra arrodillada en el piso que esperaba el volviera a su lugar para seguir mamando su verga. Vio ese rostro inocente, esa boca que recién había probado un pene por primera vez -su pene -Esas grandes tetas morenas donde hoy había mordido esos pezones nuevitos y que luego habían masajeado su frente. Esa chica estaba ahí para atenderlo, ya lo había comprendido y se había vuelto bastante complaciente.

     -¿Te gustó mi verga? -preguntó vulgarmente él.

Ella asintió tímidamente.

Don Pedro volvió a su lugar en el sillón.

     -Trae esas tetas de regreso aquí -ordenó.

Enseguida ella obedeció. Estando otra vez frente a él, ella comenzó a besar su cuello y luego sus orejas. No solo para darle placer a él, sino también porque su boca le pedía saborear a aquel cascarrabias millonario. Desabrochó otro botón de su camisa y no pudo seguir porque él se metió en sus pechos. Estaba entre ellos moviéndose como niño en una piscina de pelotas. Mordía otra vez sus pezones,  y a pesar de que a ella le dolía, lo disfrutaba. Ella llevó sus manos a la parte trasera de la cabeza de Don Pedro y comenzó a acariciarla apretándolo hacia sus pechos, los que luego comenzó a mover, intentando así hacer algo que le gustara. Luego Don Pedro volvió a recostarse en el sillón. Le miraba las tetas con unos ojos que delataban su inmensa calentura.

     -¿Entiendes porque me gusta tanto que me relajen? -preguntó él -Tipos como este son los que me rodean. Ineficientes, inútiles, que no piensan… Todo el trabajo debo hacerlo siempre yo para que salga bien.

     -Lo entiendo, Don Pedro -respondió ella, más osada pero aún tímida -Pero hoy me tiene a mí para relajarlo -agregó y volvió a acercarle las tetas.

     -Vivo tenso, entre el trabajo, mi mujer, mis hijos -continuó el seriamente -Merezco buenos momentos de relajo.

     -Claro, Don Pedro -le respondió ella. Sentía que aquel hombre era un hombre realmente importante, un líder, y era ella quien lo estaba haciendo disfrutar. Sin que él diga nada ella comenzó a mover sus tetas, que estaban deseando volver a ser tocadas.

     -Quiero ver tu conchita -le dijo entonces y miró a su entrepierna.

Los nervios de Mirna regresaron acompañados de un incremento en su deseo por ese hombre. Su conchita estaba húmeda, y él lo notaría.

     -¿Qué esperas?

Mirna se puso de pie y con mucho pudor comenzó a bajar su calzón. No tardó en aparecer su peluche, peludito y jamás depilado -Tendré que buscar la forma de que se depile para la próxima vez -pensó para él Don Pedro.

     -Acércala -le ordenó.

Cuando la vio de cerca notó que era una linda y pequeña vulva, húmeda por los juegos que él había provocado. Una pequeña y joven vagina virgen que estaba húmeda por ser penetrada por él.

     -Ahora regresa lo que estabas.

Ella se incorporó sobre él. Sus pezones deseosos de ser mordidos y apretados volvieron moverse para provocar más a Don Pedro, quien respondió al estímulo más caliente de lo que habías estado en toda la noche. Apretó el trasero de Mirna y la llevó hacia él. Se metió entre sus tetas una vez más, pero ahora convirtiendo todo su estrés y tensión del día en pasión pura siendo desatada. La tomó de las caderas y la hizo girar. Su culo rozaba su pene, estaba sentada sobre él, y Don Pedro agarró sus tetas y las apretó con rabia. La chica comenzó a gemir. Ella se levantaba a ratos buscando calzar su vagina en el pene ultraduro del viejo.

     -Cuando yo quiera-le aclaró y luego pellizco con fuerza uno de sus pezones.

Llevó entonces su mano a la conchita de Mirna. Pasó sobre ellas sus dedos y al más pequeño roce, ésta gemía.

     -¡Ay! -exclamaba Mirna excitada.

Luego los dedos maduros de Pedro comenzaron a masajear los jóvenes labios de Mirna con más fuerza.

     -¡Don Pedro…! -gemía ella. Estaba como una loca.

Don Pedro introdujo entonces dos de sus dedos. Estaba realmente húmeda, y esa vagina se notaba realmente nuevita.

     -Ahora vas a ser mía -dijo entonces él como con rabia -Ahora vas a estar para mí y nadie más.

     -¡Sii…! ¡Suya..! -exclamaba ella.

Dejó de tocarla y volvió a girarla hacia él.

Ella lo miró, la tenía dominada. Ella no era capaz de negarse a algo. Sus ojos deseosos puestos en sus pechos miraban entre tanto a su conchita. Ella no aguantó más y se abalanzó sobre Don Pedro para besarlo intensamente. Él respondió aquel beso excitado, ella lo deseaba y estaba dispuesta a complacerlo como pidiera. 18 años. Virgen. Para atenderlo a él. De seguro era también su primer beso.

     -Ahora vas a tenderme cuando me de la gana y como quiera -dijo él.

     -Sii…. -dijo ella jadeante intentando rozar su conchita con el pene de aquel hombre.

Entonces él siguió el juego besando el cuello de la muchacha. Ella apoyó las manos en su espalda aún tapada por su camisa.

     -Levanta tu culo -ordenó él.

Entonces ella obedeció  y él con su pene llegó a la entrada de su vagina. El glande de 64 años de don pedro se juntó con los viscosos fluidos de la vagina, sin uso, de 18 años de Mirna. Ella lo miraba y él miraba su cuerpo. Su pene comenzó a entrar lentamente. Costaba. Era demasiado estrecha.

     -¡Ahh…duele…! -exclamó ella.

     -Shhh…. -la hizo calla él, sólo para excitarse por verla intentar reprimir sus gemidos de placer.

Finalmente el estuvo dentro de ella. Mirna estaba adolorida, pero aún muy excitada.

     -¿Le gusta…? -pregunto Mirna débilmente.

Él no le respondió, sino que empezó a embestirla de arriba abajo.

     -Muévete -le ordenó y entonces ella empezó a subir y bajar.

Sus pezones erectos rozaban el pecho de Don Pedro y éste los miraba hacerlo.

Mirna se estaba acercando cada vez más al orgasmo, y Don Pedro sentía que estaba por acabar.

Arriba y abajo, intensamente.

     -Ah…-decía ella cada vez más fuerte.

     -Ah..Ah…Ahhhhhhh -exclamó él al mismo tiempo que los gemidos reprimidos de Mirna se convirtieron en un grito de placer como nunca antes había sentido.

Don Pedro sintió como su leche inundaba por dentro a esa chica al mismo tiempo que su cuerpo fue invadido por una llama ardiente de placer intenso. Mirna disfrutó ver el rostro de aquel hombre acabando, ella lo estaba haciendo gozar de esa forma.

      -Ohhhhhh…. -seguía Don Pedro.

Mirna sintió su cuerpo inundarse de un placentero calor que parecía que la iba a partir en dos. Aquello era lo más intenso que había sentido en la vida, y era muy agradable.  Fue un multiorgasmo pronunciado y largo para ella, que permitió a Don Pedro verla retorcerse de placer, como una yegua, mientras que intentaba seguir moviéndose y rozando con sus pezones al extasiado Don Pedro.

     -Es la mejor noche que he tenido en años -exclamó él y volvió a mirar a la chica, que se desplomó sobre su cuerpo. Él le dio unas palmaditas en la espalda.

Don Pedro pensó entonces en una forma de mantener a esa chica para él ¿Cómo lo harías? ¿Cómo la podría follar los otros días con su esposa e hijos ahí? Tenía que encontrar la forma de llevarla a un lugar donde pueda tenerla siempre.

     -Mañana me levanto a las 8.00 -dijo él.

     -¿Quiere que le prepare algún desayuno especial? -preguntó ella y él sonrió.

     -Unos huevos revueltos y un café -dijo él -me lo llevas a la cama a las 8 en punto.

     -Por supuesto Don Pedro, como ordene.

     -¿Entiendes que este es nuestro secreto?

     -Claro que sí. Me comportaré en todo momento.

     -Mañana mi mujer llega para el almuerzo.

     -Lo sé, la Sra. Sandra me ha informado.

     -Mañana espero empezar bien el día, así que será agradable que me despertaras con una mamada en la mañana.

Ella lo miró a los ojos y sonrió.

     -¿Eso lo haría feliz?

     -Muy feliz. Recuerda que debes tragarte la leche que salga -dijo él.

Mirna asintió obedientemente. Entonces Don Pedro se la quitó de encima. Se subió los pantalones y se dispuso a irse a dormir.

     -Todo esto debe quedar limpio para mañana -dijo a la chica.

     -Sí, ordenare ahora -respondió ella intentando ser eficiente.

 

En su cama, recostado, Don Pedro pensaba en la buena noche que le había tocado y que quizás estaba a punto de conseguir una chica sólo para él que hiciera todo lo que él necesitase. Se propuso entonces ir al pueblo al día siguiente a comprar una píldora del día de después y una cera depiladora. También se le ocurrió dar dinero a la joven para que se comprar alguna ropa interior sugerente para usar para él.

Acción siguiente llamó a Jack Cosio.

     -Jack -dijo cuando el empleado, que estaba ahora camino a la oficina para trabajar en lo que Don Pedro le había exigido.

     -Hola Don Pedro -dijo el muchacho nervioso.

     -Mañana llama al Dr. Concha -ordenó -Necesito que me diga que anticonceptivo comprar a una chica de 18.

El empleado, que estaba acostumbrado a todo tipo de peticiones, no dudó.

     -No hay problema, señor. Mañana a primera hora lo resuelvo.

 

 

Relato erótico: “Las hazañas de Don Pedro. II. La Campesina 2” (PUBLICADO POR MATIAA)

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Don Pedro solía tomar medicación para conciliar el sueño y por ello no podía despertarse sin alarma. Cuando sonó la alarma a las 8 AM, lo primero que pensó es que Mirna no estaba ahí como su desayuno como debía.

     -¡Mirna! -gritó molesto.

La chica no tardó en aparecer con una bandeja con una paila de huevos revueltos preparados para él. Llevaba el mismo delantal de ayer.

     -Lo siento, Don Pedro. El agua aún no termina de hervir.

La mujer ya se había duchado, seguramente la noche anterior tras su candente encuentro.

     -Te pedí ayer el desayuno en la cama a las 8.

     -Lo siento señor, me atrasé un poco.

     -Trae mi café -ordenó y la chica volvió a salir.

Unos pocos minutos después, la chica volvió a aparecer con el café para Don Pedro.

     -Te has demorado -le dijo éste -Sabes que no me gusta la impuntualidad.

     -Perdone, Don Pedro. No volverá a ocurrir.

El jefe dejó su desayuno en el velador de junto y miró a la chica.

     -Si no podías con el desayuno, esperaba que estuvieses a las 8 AM mamándomela.

Mirna se sonrojó.

     -Quítate ese delantal -ordenó entonces.

La muchacha incómoda, aún incrédula de todo lo que le hizo ayer a aquel hombre, comenzó a desvestirse lentamente.

Don Pedro miraba deseoso a su nueva esclava personal. La ropa interior de aquel día era el mismo sujetador negro de ayer, que aprisionaba sus pechos grandes.

     -No me cansaré de verte por un buen tiempo -dijo el viejo observando la hembra que estaba ahí para comérsela cuando él desee -ahora ven para acá -agregó y destapó las sábanas para mostrar su bóxer con el cual dormía, que se erguía como una carpa debido a la excitación, efecto aún de la pastilla azul de la noche anterior.

Sin saber bien que hacer, la chica se acercó a la cama y puso cómoda sobre ella. Él miraba esas tetas moverse bajo su sostén. Ella lo miraba como esperando alguna instrucción.

     -¿Qué esperas? Comienza a mamar.

La joven morena se acercó entonces a la verga erecta de Don Pedro. Con suavidad le bajó los calzoncillos. Él estaba recostado, esperando que ella hiciese lo que le encargó y de la mejor manera posible. Con suavidad se metió a la boca aquella verga dura y empezó a mover su boca de arriba abajo.

      -Así se hace -dijo él, lamentando que su última oportunidad de despertar con una mamada durante su estadía se hubiese desvanecido -Hoy llega mi mujer. Era la oportunidad que tenías para despertarme con una mamada.

La joven dejó de mamar.

     -Lo siento…

     -¡Sigue mamando! No te he pedido que pares- dijo él colmado y ella se sintió algo ofendida.

No pasó mucho hasta que la joven sintió un sabor salado, que le recordó la noche anterior. Oía a Don Pedro dar suspiros, indicios de que disfrutaba lo que ella le hacía.

Tal como sucedió la noche anterior, la escena se vio interrumpida por el teléfono de Don Pedro.

     -Mi mujer- dijo éste -Debe estar por tomar el avión. No dejes de mamar -agregó y luego contesto-Hola, querida -dijo mientras seguía disfrutando las bondades que Mirna le entregaba -Ya entiendo, se retrasó una hora…llegas a la 1.

Mirna seguía mamando, esforzándose por hacerlo lo mejor que podía. Con su otra mano Don Pedro le acarició la cabeza. La chica, intentando ser más osada, y deseosa de una experiencia de placer como la de anoche, dejó de mamarlo y se levantó para mirar a los ojos a Don Pedro. Algo molesto, el hombre, que seguía hablando con su mujer, le hizo señas de seguir chupando su verga, pero ella optó por desabrochar su sujetador. Una vez más sus senos apretados volvieron a soltarse, pero aún cubiertos por el sujetador. A su jefe le agradaba, ella lo podía ver en los ojos que la miraban fijamente a la zona de su pecho. Se acercó a él, y con cuidado de no hacer ruido que pudiese oírse por el teléfono. Acercó sus pechos aún cubiertos a la cara de Don Pedro, que los miraba con ansias. Entonces lentamente se quitó el sujetador. Liberó sus dos grandes tetas justo frente a los ojos de Don Pedro, que vio esos dos ricos pezones negros endurecerse para ser mordidos por él.

     -Debo colgarte, Patricia -dijo él a su mujer -Me llama Jack en la otra línea -agregó mintiendo y luego colgó.

Sin decir nada a Mirna, el jefe se metió entre sus tetas como ella sabía que le gustaba hacerlo.

     -¿Estas tetas tienen dueño? -preguntó él.

Ella sabía lo que él quería oír.

     -Son suyas -dijo ella -Solo suyas.

El empresario se mantuvo un rato entre las jóvenes tetas de la campesina, quien disfrutaba al sentir sus dientes en sus pezones y el su bigote provocándole cosquillas.

     -¿Son mejores que las de su mujer? -preguntó ella denotando algo de celos.

     -No voy a hablar de mi mujer contigo -dijo severo.

     -Disculpe, Don Pedro.

Viendo esas tetas, Don Pedro deseo que hicieran algo más por él.

     -Quiero que muevas tus tetas en mi verga.

La muchacha miró extrañada. Pero para no molestar al hombre, bajó otra vez a la altura de su pene. Entonces empezó a mover sus tetas haciendo que sus pezones choquen con el glande de su nuevo jefe.

     -Ponlo entre ellas -ordenó Don Pedro

La muchacha obedeció. Ahora veía la punta de aquella verga apuntando hacia su cara, saliendo de entre sus pechos. Sin que él debiera darle instrucciones comenzó a moverlas arriba abajo.

     -Saca la lengua y toca la punta de mi pene cuando esté cerca de ella.

Obedientemente, la chica hizo lo que se le pedía. Su lengua lamía la punta de su erecto pene cada vez que se acercaba. Pedro disfrutaba ver a la inexperta chica haciendo todo lo que él deseara.

     -Dormí tan bien luego de tus trabajos, Mirna -comenzó a decir. La chica que intentaba no perder la concentración en lo que hacía, se sonrojó -Ojalá pudiera tenerte siempre a mi disposición-agregó y la chica se ruborizó ante la idea de estar siempre para él -Vuelve a darme una mamada -ordenó luego.

Obedientemente la chica dejó de masturbarlo con sus pechos para volver a introducir esa verga en su boca

     -Tu podrías ser mi relajo siempre- dijo excitado, sintiendo la lengua de la chica jugar con su pene dentro de su boca.

Cuando finalmente sintió que estaba por acabar, apretó la cabeza de su chica contra su verga.

      -Recuerda que debes tragar -dijo.

La chica comenzó a hacerlo con más ganas.

Don Pedro sintió su cuerpo retorcerse, un placer inmenso lo recorrió desde su zona genital hasta el resto de su cuerpo. Descargó su leche en la boca de la chica, que se notó complicada cuando sucedió.

      -Sigue, sigue… -ordenaba él, y para no enojarlo ella se esforzó por tener cualquier impulso de quitar aquella verga de su boca.

La chica tragó el semen como pudo, luego se quitó la verga de la boca y comenzó a lamer con ganas.

 

Una hora después, 9 AM, Don Pedro estaba listo para comenzar su día en el fundo. Su hijo llamó a la puerta.

     -Papá -dijo éste -Que sonrisa traes, has amanecido contento al parecer.

     -Se podría decir que sí, además dormí muy bien -dijo el padre sonriente.

Mirna, quien escuchó la conversación sintió excitación al ser ella la causante de la felicidad de aquel hombre.

 

Don Pedro saludó a sus consuegros. Personas de un origen más humilde, pero muy buenas personas. Compartieron un café, hasta que Pedro hijo dijo que debía ir al aeropuerto. Fue acompañado por su padre. A las 10 AM recibió un informe de Jack con la información que había trabajado durante la noche, lista para ser analizada, y media hora después, éste le envió un whatsapp con el nombre de un anticonceptivo que podía usar en la chica. En la ciudad, Don Pedro pidió pasar a la farmacia y sin que su hijo se diera cuenta, compró un anticonceptivo de emergencia, pastillas azules, cera depilatoria, el anticonceptivo sugerido por el doctor Concha y algunos preservativos en caso de ser necesarios.

Cuando llegaron al aeropuerto ya habían llegado su mujer y sus dos hijos menores. Patricia era una mujer hermosa a sus 56 años, aunque gran parte de ello se debía a la buena mano de un cirujano plástico. Tenía unas tetas operadas, pero perfectas, aunque ya no llamaban tanto la atención de su marido cinco años de la cirugía. Su hijo Joaquín tenía 29 años y era con quien mejor se llevaba. Era aún soltero y vivía con sus padres la mayor parte del tiempo. Solía trabajar con su padre en negocios y se había hecho una fama de joven exitoso. Frecuentemente era enviado por su padre a cerrar negocios en otros países. Manuel tenía 23 años y era el más pequeño de sus 5 hijos. Era un muchacho más reservado. Al igual que Pedro Jr., estudiaba agronomía y esperaba utilizar aquella experiencia en el campo para aprender más.

 

En el Fundo una vez más lo primero que hizo Don Pedro fue buscar a la muchacha y entregarle discretamente lo que había comprado. La muchacha se incomodó, pero entendió que Don Pedro la deseaba más como a él le gustaban las mujeres. Jamás se había depilado, pero no debía ser difícil.

 

La familia arreglaba sus cosas mientras Don Pedro fumaba un cigarrillo afuera. Mirna aún no aparecía en la cabaña para que haga el servicio y había pasado casi una hora.

Cuando su hijo Pedro regresó a ver a su familia, aprovechó de recordarle.

     -¿Dónde está esa muchacha, Mirna? Debería ayudar a instalarse a la familia.

     -No lo sé papá. No la he visto.

Pedro se fue a buscarla, y al poco rato la muchacha apareció al mismo tiempo que su hijo Joaquín salía a hablar con su padre.

     -Mirna, ¿Dónde estabas? Ayuda a mi mujer a instalarse.

     -Lo siento, señor -dijo ella sin atreverse a mirarlo a los ojos.

La muchacha entró a la cabaña y el joven Joaquín no pudo evitar notarla.

     -¿Quién es esa, papá?

     -La sirvienta que nos ha facilitado Sandra -contestó éste.

     -Que buena está.

     -No la mires, que me adelanté -dijo el padre sonriente. Joaquín era el único de sus hijos con quien podía compartir ese tipo de hazañas.

     -No se te escapa una -dijo su hijo.

     -Ya me la follé anoche. Era virgen.

Joaquín se asombró ante tal hazaña.

     -Fue la mejor noche que he tenido en años -continuó Don Pedro.

     -Eso explica tu buen ánimo y tu sonrisa -le contestó su hijo mofándose.

     -En la mañana me dio una mamada total. Y se lo tragó todo.

El hijo dio a su padre unas palmadas en la espalda.

     -Un maestro, siempre -dijo sonriendo.

     -Estoy pensando alguna forma de poder tenerla para mí -comenzó a contarle a su hijo -tienes unas tetitas increíblemente buenas.

     -Podrías tenerla como nana en el departamento que tienes en la ciudad. Que vaya los días que estás aquí -sugirió su hijo.

Don Pedro comenzó entonces a considerar la idea.

 

Mirna se encontraba nerviosa ante la presencia de la familia de Don Pedro, pero la seguridad que éste emanaba ignorándola como si nada hubiese sucedido. Ayudó a Doña Patricia a instalarse. Esta era buena con ella, pero Mirna no podía ocultar cierto resentimiento. Manuel Montalván también se fijó en la mujer, y su padre lo notó.

     -Olvídalo, Manuel. Es la empleada -le ordenó su padre.

 

 Los esperaban con una increíble parrillada de pollo al aire libre. Hecha por el capataz del fundo, el Sr. Víctor Paredes, quien Don Pedro imagino debía ser el padre de Mirna. Por esa razón decidió acercarse a compartir durante la parrillada, quería saber que tipo de hombre era. El tipo resultó ser agradable, y como Don Pedro se esmeró en alabarlo como el empresario sabía adular a sus clientes, terminó encantado con él.

Estaban de lo mejor. Mirna atendía a los invitados con esmero, y se vio algo molesta cuando notó como la trataba Don Pedro en público.

     -Es media atolondrada esta chiquilla -dijo una vez a su mujer cuando ella les servía vino.

 

Comenzaba ya a atardecer y estaba todos pasados de copas, cuando Don Pedro comenzó a sentirse nuevamente caliente. Ver a Mirna sirviéndole a él y su familia durante la tarde lo había excitado. El empresario tomó su celular y comenzó a mirarlo.

     -Si me disculpan, me ausentaré unos momentos para hacer unas llamadas y revisar mi correo -anunció en voz alta.

Luego se acercó a Mirna.

     -Te quiero en la cabaña en media hora -le ordenó discretamente.

Luego llamó a su hijo Joaquín.

     -Estaré en la cabaña con Mirna. Si viene alguien, debes avisarme oportunamente.

Joaquín sonrió ante la grandeza de su padre.

     -Disfruta tranquilo, papá -dijo entusiasta.

     -Debe ir en media hora. Si aún está aquí se lo recuerdas.

     -Ahí estará, papá.

 

En la cabaña, Don Pedro volvió a tomarse una pastilla azul. Luego comenzó a revisar su correo electrónico en espera de la chica. Estaba bastante bebido por lo que sentía un desenfrenado deseo por poseerla.

 

Mirna esta estaba algo molesta, a pesar de sentirse excitada por el hombre, le molestaba que la humillara frente a su mujer. Por esa razón dudaba si ir o no al encuentro con el hombre que la había desvirgado anoche. Pasada la media hora, aún no se dirigía a la cabaña.

El joven Joaquín, leal a su padre. Se acerco a ella.

     -Mi padre te está esperando en la cabaña -expresó con disgusto.

Ahora Mirna estaba también impactada al saber que Joaquín Montalván sabía algo. Nerviosa asistió con la cabeza.

 

Sumisamente se dirigió a la cabaña. Ahí encontró al ejecutivo hablando de pie por teléfono, dando vueltas por la habitación principal. Esta vez en un idioma que no comprendía. Cuando llegó la chica, éste no tardó en cortar.

El hombre maduro contempló a la chica y sus bajos instintos afloraron con fuerza.

     -Quítate ese molesto delantal -ordenó.

La chica estaba molesta e intentaba resistirse.

     -Que te lo quites -volvió a ordenar severamente.

Al no obtener respuesta, se abalanzó contra ella y comenzó a tocarla. Con fuerza comenzó a quitarle el delantal y la chica comenzó a ceder. Pronto estuvo desnuda. Se había depilado la zona baja y ello provocó aún más a Don Pedro. Él se dejó caer en el sillón para dos y la forzó a ponerse sobre él. Comenzó a comerse sus tetas con ganas, las había deseado por toda la tarde. Esas tetas eran ahora su nueva obsesión.

La muchacha, incómoda entre su enojo y su excitación, intentó ponerse firme. Pero no se atrevía a enfrentarlo.

     -Podemos hablar una cosa -dijo ella.

Don Pedro, algo colmado apoyó su espalda en el sillón y suspiró.

     -¿Qué quieres hablar?

Ella nerviosa se demoró en contestar. Pensó que aquel hombre no quería hablar y difícilmente podría decírselo todo, debía elegir entre hablar sobre su trato con ella o preguntar que sabía su hijo Joaquín.

     -No me gustó como me trató frente a su mujer -dijo finalmente con ternura. Como si fuera a romper a llorar.

Don Pedro suspiró molesto.

     -Lo único que espero de ti, es que me hagas disfrutar -expresó enfadado -Y tú sales con estas conversaciones estúpidas… ¿Te cuesta mucho ayudarme a estar contento unos minutos? -agregó victimizándose -Si lo hago es para que ella esté lejos de sospechar de ti -terminó de decir muy molesto.

Entonces Mirna, intimidada, se dio cuenta de que era mejor que no hablara ciertas cosas que molestaran a Don Pedro.

     -¿Puedes hacerlo? -preguntó él molesto -¿Puedes complacerme sin cagarme el ánimo? -realmente se había molestado.

     -Lo siento, Don Pedro -dijo ella triste tras aquel regaño -Perdón -Luego sus ojos comenzaron a brillar.

Él la miró, sumisa para él.

     -No te pongas a llorar -añadió aún molesto -Has algo para que se me pase mejor -agregó.

La chica tomó sus pechos y se acercó a él para que los tuviese en frente, sabía cómo le gustaban. Las posó sobre su cabeza semicalva, sus ojos y su boca, para que desatara en ellas la rabia que ella misma le había ocasionado. Luego dejó su pecho frente a los ojos y comenzó a mover su espalda para sacudir sus tetas frente a él.

     -¿Ves? -dijo él mas calmado -Así me gusta, contenta. Así me pones contento a mí también.

La chica continuó masajeando la cabeza del viejo con sus pechos. Esto provocaba en él mucho placer y ella disfrutaba haciéndolo sentir así.

     -Estuve hablando con tu padre -comenzó a contar el hombre.

     -¿Sobre qué? -preguntó ella sin dejar de esforzarse por mantener a Don Pedro hipnotizado por sus tetas.

     -Prefiero que cuando estemos así me hables solo cuando te pregunte.

La chica volvía a fallarle. Asintió con la cabeza.

     -Es un buen hombre -dijo Don Pedro -¿Te has puesto los anticonceptivos, Mirna?

Ella lo había hecho, sin pedir ayuda había logrado hacerlo.

     -Sí, Don Pedro.

     -Entonces ahora todo está perfecto.

Aquellas últimas palabras excitaron mucho a Mirna.

Había llegado el momento que Don Pedro había deseado desde que vio ese coño depilado. Sin decir nada, tomó a la sirvienta a la fuerza y cargándola la llevó a su cama. La recostó soltó sobre ella y enseguida la forzó a abrir las piernas. Ella no ofrecía resistencia y él aproximó su cara a su entrepierna

     -Que rico coñito -dijo en voz alta.

Notó como la respiración de Mirna se aceleraba. Pensaba, probablemente, que sería penetrada, pero estaba equivocada. A Don Pedro le provocaba cierto asco dar sexo oral a prostitutas, y sólo lo hacía con mujeres que sabía no le podrían contagiar algo. A esta chica, virgen, había deseado lamerla desde que se enteró de su castidad, pero había decidido esperar a que la tuviera ya depilada. Con fuerza llevó su boca abierta a la vagina de la chica y empezó a lamer por dentro, lamía su inocencia. Oía como la chica comenzaba a quejarse. Luego acerco su nariz para oler el sano olor de una tierna y sana chica campestre. Para recordar a la chica quien era el que mandaba, optó por apretar sus dientes suavemente, causándole un leve dolor. Ella se quejó pero no dijo nada. Los jugos vaginales continuaban aumentando. La chica estaba tan húmeda como ayer antes de follarla.

Como un perro sobre una perra en celo, Don Pedro se abalanzó sobre la chica deseando penetrarla. Mordió uno de sus pezones con fuerza y pellizcó el otro. Ella se quejaba. Finalmente se bajó la cremallera, esta vez sus ganas de follar no le dieron tiempo de pedir a la chica que lo haga. Liberó su gran pija dura, y la embistió en el agujero húmedo de la muchacha.

Aún era estrecha, y le costó entrar.

Ella se quejaba, pero aguantaba. Don Pedro había entrado en ella de forma rápida para intentar apaciguar su calentura. De forma bruta Don Pedro se envestía una y otra vez con la muchacha. Ella llevó las manos a la espalda de éste, inconscientemente comenzó a enterrar sus uñas.

Mirna sentía como el calor interior estaba aumentando. Sentía como su sensible vagina recibía un placer inmenso a medida que el pene de ese hombre se movía dentro de ella. Finalmente comenzó a sentir como si fuera a explotar por unos segundos. Quería acabar, quería sentir ese placer inmenso que solo Don Pedro le provocaba. Entonces sucedió, y Mirna lanzó un gran grito de placer que debió oírse fuera de la cabaña.

El grito de Mirna terminó de excitar a Don Pedro, quien sintió como sus huevos quedaban secos luego de la gran descarga de semen que había lanzado dentro de la chica.

Tras unos segundos de su espectacular orgasmo, Don Pedro se puso de pie.

     -Ven aquí. Lámeme el pene para limpiarlo. Sin dudarlo la chica accedió a hacerlo, tragándose todo.

Don Pedro se guardó el pene y se subió la cremallera.

     -¿Me perdona ahora, Don Pedro? -preguntó ella tímida, sin olvidar la discusión.

     -Te perdono -dijo él marchándose -Que no se vuelva a repetir.

Ella asintió con la cabeza.

     -Ahora ordena todo esto, que parezca que nada sucedió aquí -ordenó -Regresaré a la parrillada -añadió y se marchó.

 

La fiesta siguió en el fundo hasta la madrugada y la temperatura bajó. Cuando Patricia regresó a su dormitorio, nada notó sobre lo que había sucedido ahí. Finalmente sólo quedaron en pie Don Pedro y sus tres hijos presentes. Pedro Jr. y Manuel se fueron a acostar y sólo quedaron, en un evidente estado de ebriedad, Don Pedro y Joaquín.

     -Deberíamos ir -dijo Joaquín.

     -Envíame a la Mirna -dijo su papá ebrio.

Joaquín se divirtió ante las órdenes de su padre.

     -Hace frío papá.

     -Pero estoy caliente.

     -Esa chica te tiene cachondo.

     -Sí, mándala para acá.

     -Como tu digas, viejo.

 

Discretamente, Joaquín llamó a la habitación de Mirna. Cuando la chica abrió despertando de su sueño, Joaquín se admiró al notar como su camiseta se ajustaba a un cuerpo voluptuoso.

     -Mi papá te quiere donde fue la parrillada.

La chica no sabía como reaccionar. No le parecía correcto que la despertaran así y para eso, pero sentía que tenía que ir a complacer a Don Pedro.

 

Cuando Mirna llegó lo encontró solo echando leña al fuego, lucía muy ebrio. Ella se había abrigado con una casaca blanca y un buzo deportivo, que era lo que usaba de pijama.

     -Ven para acá -le ordenó

 El territorio de la parrillada estaba algo alejado, por lo que difícilmente serían descubiertos. Don Pedro se apoyó en una mesa de cemento y se quedó mirando a la joven acercarse a él. Cuando la tuvo cerca no le dijo nada, sino que la tomó con fuerza para quitarle aquella casaca blanca. Ella no se resistió. Luego forzosamente le quitó también la camiseta de dormir que usaba. Aquellas hermosas tetas que eran su nueva obsesión y de las cuales ya se sentía dueño quedaron expuestas al frío iluminadas tenuemente por el fuego.

El frío invadió a Mirna y se tapó instintivamente con sus brazos. Sus pezones estaban duros debido a la baja temperatura.

     -Quita los brazos -dijo Don Pedro y la chica obedeció.

Él la tomó por su desnuda cintura y la acercó a él. Luego la besó y ella respondió. Se lanzó entre sus tetas y jugó con sus pezones un rato. La chica no se acostumbraba al frio, pero sus pezones expuestos y mojados por la baba de Don Pedro, estaba sufriendo más. Ella acariciaba la cabeza de Don Pedro con ternura.

     -Agáchate -ordenó entonces el empresario a la campesina -De rodillas.

Entonces él sacó su verga nuevamente dura, aquella chica lo excitaba más que cualquier cosa en mucho tiempo.

     -Has lo que te he ensañado -ordenó.

La chica, sumisa, comenzó a hacer caso a lo que le decían.

     -Lo haces tan bien, Mirna -decía él mientras disfrutaba su mamada -Si pudiera tenerte cuando quiera y donde quiera… me harías tan feliz.

La chica se esmeraba en hacer bien la mamada mientras escuchaba como aquel hombre la deseaba.

     -Esta vez, cuando yo te diga, quiero que dejes de lamerme la verga y comiences a masturbarme en dirección a tus tetas. Quiero mancharlas con mi leche.

La chica lo miró a los ojos y asintió levemente.

     -Ahora -dijo él unos instantes después.

Mirna dejó de lamer el pene y comenzó a frotarlo de arriba abajo.

     -Golpéalo con tus tetas -ordenó él y ella de manera eficiente comenzó a hacerlo.

Entonces, sin que ella lo esperara aún, su jefe lanzó un suspiro de placer intenso, y de su pene brotó  un chorro de leche que fue a parar en sus tetas.

Don Pedro tardó un poco en recomponerse y casi cae debido a su estado de ebriedad. Con dificultad se abrochó la cremallera.

     -Ya. Me iré a dormir -dijo muy ebrio -Ahora dormiré mejor gracias a ti bebé.

 

 

 

 

 

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 5” (POR GOLFO)

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Había decidido que esa noche no pasara sin castigar la insolencia de Azucena. Por ello, dejé a María descansando y me acerqué al cuarto donde en teoría, su madre debía de estar durmiendo sin esperar mi llegada.
¿Dormida? ¡Mis huevos!
En cuanto crucé la puerta, supe que esa zorra sin escrúpulos estaba más que lista para recibir mi visita, al encontrármela en mitad de la habitación, atada a unas cadenas que colgaban del techo y con una venda que le tapaba sus ojos.
A pesar que debía saber que había llegado, la cuarentona no hizo ningún movimiento que la delatara sino que se mantuvo inmóvil, mientras con todo detenimiento me ponía a juzgar el tipo de hembra que la casualidad había querido que cayera entre mis manos.
«Hay que reconocer que sabe cómo poner bruto a un hombre», me dije al valorar la escena y no era para menos porque además de la postura en que la encontré, esa mujer se había puesto un camisón de encaje transparente que realzaba el erotismo de su indefensión.
Durante un par de minutos, me abstuve de hacer ruido mientras recreaba mi mirada en el estupendo culo con el que la naturaleza había dotado a esa puta.
«Tiene unas nalgas dignas de un mordisco», sentencié ya excitado y sin que nada ni nadie me lo impidiera, me agaché ante ese monumento y acercando mi boca, con mis dientes le hice saber que estaba en presencia de su amo.
Azucena ni siquiera se quejó al sentir el duro bocado con el que la regalé sino que luciendo una sonrisa de oreja a oreja, alzó su trasero dando muestra que estaba encantada con ese tratamiento.
La entereza de esa mujer me permitió mordisquear a placer los recios cachetes que formaban su trasero hasta que con mis ganas de venganza ya apaciguadas, renació en mí el dominante que llevaba oculto tantos años y es que las señales de mis dentelladas sobre su blanca piel aguijonearon mi lado perverso, haciéndome disfrutar como nunca de la sumisión de una mujer.
Más tranquilo, me puse a inspeccionar el artilugio al que voluntariamente se había atado. Fue entonces cuando me percaté que esas cadenas estaban unidas a una polea y que si hacía girar una manivela, la morena se vería suspendida en el aire.
El deseo se acumuló en su rostro en cuanto oyó que me acercaba a la pared y aun antes de notar que sus brazos se alzaban por efecto de ese aparato, sus pezones se contrajeron y se me mostraron listos para ser usados.
-Te gusta el juego duro, ¿verdad?- pregunté sin dejar de izar a mi sumisa.
Azucena, con total entrega y mientras sus pies dejaban de estar en contacto con el suelo, contestó:
-Mi amo informó a su puta que iba a castigarla y quise que supiera qué clase de juguetes tenía a su disposición en esta casa.
Su cara reflejaba una lujuria sin par y por ello, esperé a tenerla totalmente suspendida en el aire para examinar la mercancía de la que era propietario. Haciéndola girar como una peonza, disfruté de su sorpresa y sin esperar a que dejara de balancearse, desgarré su picardías dejando a la vista las preciosas tetas que iba a torturar.
-Pareces una vaca lista para ser sacrificada- comenté al tiempo que pellizcaba con ambas manos sus rosados pezones.
La dureza de mis caricias la hicieron boquear pero en vez de quejarse y haciendo gala de un exquisito entrenamiento, replicó:
-Mi destino es servirle, el de usted usarme.
De esa sencilla pero inapelable forma, la morena entregó su vida en mis manos con una rotundidad que por mucho que le pusiera mil collares podía igualar. Alucinado pero satisfecho, la volví a hacer girar mientras revisaba a conciencia los diferentes artilugios que permanecía perfectamente ordenados sobre la cama para que hiciera uso de ellos.
Tras hacer un recuento, comprendí que había muchos cuya función desconocía y no queriendo preguntar para no parecer demasiado novato, elegí entre otras una fusta que me pareció lo suficientemente elástica para estrenar con ella el culo de esa mujer.
Parándola nuevamente y sin dejarla que se habituara, descargué sobre su culo un par de duros zurriagazos que esta vez la hicieron gritar.
-¿Te duele?- pregunté casi arrepentido.
-Sí pero me gusta- respondió en voz baja.
Sus palabras avivaron el morbo que sentía y repitiendo ese doloroso castigo conseguí que su garganta enronqueciera de tantos gemidos que dio. Al revisar la adolorida piel de su trasero comprendí que me había pasado y recordando lo que me había hecho hacer con su hija, comencé a untar con crema las rojas señales que mi perversión había dejado sobre sus cachetes.
Ni siquiera había terminado de esparcirla cuando pegando un berrido, esa cuarentona se corrió ante mi incrédula mirada y tras asimilar esa información comprendí que había estado reteniendo su calentura para no hacerme saber que en su extraño modo de amar, cada latigazo era una muestra de cariño y que al dejar de atormentarla, no había podido aguantar dejando brotar su orgasmo.
«¡Es alucinante!», pensé sin conocer en profundidad las motivaciones de esa cuarentona pero entonces Azucena me sorprendió nuevamente al lanzarse sobre mi pene con una voracidad a la que no estaba habituado, diciendo:
-Necesito el pene de mi amo.
Tras lo cual, engulló mi extensión todavía morcillona. Ni que decir tiene que en pocos segundos y gracias a la experiencia de esa morena, una erección sin par creció entre sus labios y ella al notarlo, se la incrustó hasta el fondo de su garganta mientras con sus manos masajeaba mis testículos.
Aunque la mamada era escandalosa, decidí darla por terminada y tumbándome en la cama, sonriendo, señalé:
-Quiero ver tu cara de puta mientras te empalas.
Azucena comprendió la orden y ronroneando se acercó a mí con la felicidad reflejada en su rostro. Todo en ella era dicha y recreándose en la satisfacción de su dueño, usó mi ariete para apuñalar su sexo mientras decía:
-¿Desea que su guarra se pellizque los pitones?- tras lo cual y sin esperar mi permiso, comenzó a mover sus caderas con mi pito en su interior al tiempo que cruelmente retorcía sus pezones.
Tal y como le había pedido, su rostro fue un caro reflejo de la excitación que sentía al usar mi verga como montura e imprimiendo una lenta cadencia a sus movimientos, martilleó sin pausa su vagina.
-¡Dios! ¡Cuánto necesitaba un amo!- gimió descompuesta al notar que su coño se anegaba.
Complacido con su obediencia, aguijoneé su amor propio al decirle muerto de risa:
-O aceleras o tendré que llamar a tu hija para que te enseñe como hacerlo.
Mi evidente escarnio cumplió su objetivo ya que incrementando la velocidad con la que su vulva era apuñalada por mi ariete, convirtió su suave trote en un galope desenfrenado.
-¿Así le gusta a mi amo?- chilló con la respiración entrecortada producto del esfuerzo y del placer que sentía.
No queriendo dar mi brazo a torcer, con rítmicos azotes sobre su pandero, azucé a esa morena a saltar una y otra vez sobre mi pene sin importarle que chocara dolorosamente contra la pared de su vagina.
-¡Más rápido!- insistí al adivinar que en breve Azucena no iba a poder soportar tanto castigo y que se iba a correr.
Tal y como había previsto, su cuerpo colapsó y derramando su placer sobre mis muslos, la madre de María aulló presa de la lujuria. Momento que aproveché para coger uno de sus pechos entre mis dientes y mientras su flujo empapaba las sábanas, con severidad lo mordisqueé.
Ese nuevo correctivo elevó su excitación a límites pocas veces experimentados y demostrando el gozo que la tenía subyugada, me rogó que me derramara dentro de ella. Su petición fue el incentivo que mi cuerpo necesitaba y abriendo la espita de mi propio placer sembré su cuerpo todavía fértil con mi simiente.
Azucena al sentir las detonaciones de mi verga en su interior, buscó aprovechar cada gota convirtiendo sus caderas en un torbellino de lujuria que sin pausa y mientras unía un climax con el siguiente, ordeñó mis huevos hasta dejarlos completamente vacíos.
Solo cuando se aseguró de haberlo conseguido, se dejó caer sobre mí, llorando de alegría. Si para entonces me creía vacunado a nuevas sorpresas, esa mujer me sacó de mi error al decirme mientras seguía convulsionando sobre mí:
-¿Puedo llamar a Maria para que sea testigo de mi entrega?
-No te entiendo- respondí al no saber a qué se refería.
Entonces, soltando una carcajada, abrió un cajón y sacó un collar igual al que esa misma noche había cerrado en torno al cuello de su hija y mostrándomelo, me soltó:
-Tengo reservado este para mí.
Descojonado, la besé y pegando un cariñoso azote en su trasero, acepté su sugerencia diciendo:
-Llámala… a ver si después, ¡me dejáis dormir en paz!
Irradiando alegría, salió en busca de María mientras en la comodidad de esa cama, me estiraba a mis anchas sabiendo que entre esas paredes ¡había encontrado el paraíso!

“Sometiendo a mi jefa” (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Una casualidad hace que un empleado de entere de un secreto de su jefa. Asqueado con la vida y con el modo tan despótico con el que le trata esa mujer, decide chantajearla. A través del placer y de la tecnología, logra convertir a esa zorra y a su secretaria en sus sumisas. 

 

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

CAPÍTULO 1

Soy un nerd, un puto friky. Uno de esos tipos con pelo grasiento y gafas de pasta a los que jamás una mujer guapa se dignaría a mirar. Nunca he sido el objeto de la lujuria de un espécimen del sexo femenino, es más sé sin lugar a dudas  que hubiera seguido siendo virgen hasta los treinta, si no hubiese hecho frecuente uso de los favores de las prostitutas.

Magnífico estudiante de ingeniería, tengo un trabajo de mierda y mal pagado. Todos los buenos puestos se los dan a esa raza detestable de inútiles, cuyo único curriculum consiste en resultar presentables y divertidos.  En las empresas, suben por el escalafón sin merecérselo. Jamás de sus estériles mentes ha brotado una idea brillante. Reconozco que los odio, no puedo aguantar su hipocresía, ni sus amplias sonrisas.

Soy un amargado.  Con un  coeficiente intelectual de 165, no he conseguido pasar de ayudante del ayudante del jefe de desarrollo de una compañía de alta tecnología.  Mis supuestos superiores no me llegan al talón de mis zapatos. Soy yo quien siempre resuelve los problemas, soy yo quien lleva dos años llevando bajo mis hombros el peso del departamento y nadie jamás me lo ha agradecido, aunque sea con una palmadita en el hombro.

Pero aun así me considero afortunado.  

Os pareceré loco, cualquier otro os diría entre sollozos que desea suicidarse, que la vida no tiene sentido vivirla. Tenéis razón, hace seis meses yo era así, un pringado de mierda adicto a los videojuegos y a los juegos de roll, pero una extraña casualidad cambió mi vida.

Recuerdo que un viernes cualquiera al salir del trabajo, me dirigí al sex-shop que han abierto al lado de mi casa a comprar la última película de la actriz Jenna Jameson. Estaba contento con la perspectiva de pasarme todo el fin de semana viendo sus grandes tetas y su estupendo culo. No me da vergüenza reconocer que soy fan suyo. En las estanterías de mi casa podréis encontrar todas sus apariciones, perfectamente colocadas por orden cronológico.

Ya estaba haciendo cola para pagar cuando vi a la gran jefa, a la jefa de todos los jefes de mi empresa, entrando por la puerta. Asustado, me escondí no fuera a reconocerme. “Pobre infeliz”, pensé al darme cuenta de lo absurdo de mi acción. Esa mujer no me conocía, todos los días la veía pasar con sus estupendos trajes de chaqueta y entrar en su despacho. Estoy seguro que nunca se había fijado en ese empleaducho suyo que bajando la mirada, seguía su taconeo por el pasillo, disfrutando del movimiento de culo que hacía al andar.

Más tranquilo y haciéndome el distraído, la seguí por la tienda. El sentido común me decía que saliera corriendo, pero sentía curiosidad por ver que cojones hacía ese pedazo de hembra en un tugurio como ese. Resguardado tras un estante lleno de juguetes sexuales, la vi dirigirse directamente hacía la sección de lencería erótica.

« Será puta, seguro que son para ponerle verraco a un semental», me dije al verla arramplar con cinco o seis cajas de bragas.

Doña Jimena salió de la tienda nada más pagar, no creo que en total haya pasado más de cinco minuto en su interior. Intrigado, esperé unos minutos antes de ir a ver qué tipo de  ropa interior era el que había venido a buscar. Al coger entre mis manos un ejemplar idéntico a los que se había llevado, me quedé asombrado al descubrir que la muy zorra se había comprado unas braguitas vibradoras con mando a distancia. No podía creerme que esa ejecutiva agresiva, que se debía desayunar todos los días a un par de sus competidores, tuviese gustos tan fetichistas.

 « Coño, ¡Qué gilipollas soy! Esto es cosa de Presi. Va a ser verdad que es su amante y este es uno de los juegos que practican», pensé mientras cogía uno de esos juguetes y me dirigía a la caja.

 Ese fin de semana, mi querida Jenna Jameson durmió el sueño de los justos, encerrada en el DVD sin abrir encima de la cómoda de mi cuarto. Me pasé los dos días investigando y mejorando el mecanismo que llevaban incorporado. Saber cómo funcionaba y cómo interferir la frecuencia que usaban fue cuestión de cinco minutos, lo realmente arduo fue idear y crear los nuevos dispositivos que agregué a esas braguitas.

Al sonar el despertador el lunes, me levanté por primera vez en años con ganas de ir al trabajo. Debía de llegar antes que mis compañeros porque necesitaba al menos media hora para instalar en mi ordenador un emisor de banda con el que controlar el coño de Doña Jimena. Había planeado mis pasos cuidadosamente. Basándome en probabilidades y asumiendo como ciertas las teorías de un tal Hellmann sobre la sumisión inducida, desarrollé un programa informático que de ser un éxito, me iba a poner en bandeja a esa mujer. En menos de dos semanas, la sucesión de orgasmos proyectados según un exhaustivo estudio, abocarían a esa hembra a comer de mi mano.

Acababa de terminar cuando González, el imbécil con el que desgraciadamente tenía que compartir laboratorio, entró por la puerta:

― Hola pazguato, ¿Cómo te ha ido?, me imagino que has malgastado estos dos días jugando a la play, yo en cambio he triunfado, el sábado me follé una tipa en los baños de Pachá.

― Vete a la mierda.

No sé porque todavía me cabrea su prepotencia.  Durante los dos últimos años, ese hijo puta se ha mofado de mí, ha vuelto costumbre el reírse de mi apariencia y descojonarse de mis aficiones. Esa mañana no pensaba dedicarle más de esos cinco segundos, tenía  cosas más importantes en las  que pensar.

― ¿Qué haces?―  preguntó al verme tan atareado.

― Se llama trabajo,  o ¿no te acuerdas que tenemos dos semanas para presentar el nuevo dispositivo?

Mencionarle la bicha, fue suficiente para que perdiera todo interés en lo que hacía. Es un parásito, un chupóptero que lleva viviendo de mí desde que tuve la desgracia de conocerle. Sabía que no pensaba ayudarme en ese desarrollo pero que sería su firma la que aparecería en el resultado. Por algo era mi jefe inmediato.

― Voy por un café. Si alguien pregunta por mí, he ido al baño. Siempre igual, estaría escaqueado hasta las once, la hora en que los jefes solían hacer su ronda.

Faltaba poco para que la jefa  apareciera por el ascensor. Era una perfeccionista, una enamorada de la puntualidad y por eso sabía que en menos de un minuto, oiría su tacones y  que como siempre, disimulando movería mi silla para observar ese maravilloso trasero mientras se dirigía a su despacho.

Pero ese día al verla, mi cabeza en lo único que pudo pensar era en si llevaría puestas una de esas bragas. Doña Jimena debía de tener prisa porque, contra su costumbre, no se detuvo a saludar a su secretaria. Con disgusto miré el reloj, quedaban aún quince minutos para que mi programa encendiera el vibrador oculto entre la tela de su tanga.

En ese momento, me pareció ridículo esperar algún resultado, era muy poco probable que esa zorra las llevase puestas. « Seguro que solo las usa cuando cena con Don Fernando», pensé desanimado, « qué idiota he sido en dedicarle tanto tiempo a esta fantasía».

Es ese uno de mis defectos, soy un inseguro de mierda, me reconcomo pensando en que todo va a salir mal y por eso me ha ido tan mal en la vida. Cuando ya había perdido toda esperanza, se encendió un pequeño aviso en mi monitor. El emisor se iba a poner  a funcionar en veinte segundos.

Dejando todo, me levanté hacia la máquina de café. La jefa había ordenado que la colocaran frente a su despacho, para así controlar el tiempo que cada uno de sus empleados perdía diariamente. Sonreí al pensar que hoy sería yo quien la vigilara. Contando mentalmente, recorrí el pasillo, metí las monedas y pulsé el botón.

« Catorce, quince, dieciséis…», estaba histérico, « dieciocho, diecinueve, veinte».

Venciendo mi natural timidez me quedé observando fijamente a mi jefa. Creí que había fallado cuando de repente, dando un brinco, Doña Jimena se llevó la mano a la entrepierna. No tuve que ver más, recogiendo el café, me fui a la mesa. Iba llegando a mi cubículo, cuando escuché a mi espalda que la mujer salía de su despacho y se dirigía corriendo hacia el del Presidente.

Todo se estaba desarrollando según lo planeado, al sentir la vibración estimulando su clítoris, creyó que su amante la llamaba y por eso se levantó a ver que quería.  No tardó en salir de su error y más acalorada de lo que le gustaría volvió a su despacho, pensando que algún aparato había provocado una interferencia.

Ahora, solo me quedaba esperar. Todo estaba ya previamente programando, sabía que cada vez que mi reloj diese la hora en punto, mi querida jefa iba a tener que soportar tres minutos de placer. Eran las nueve y cuarto, por lo que sabiendo que en los próximos cuarenta y cinco minutos no iba  a pasar nada digno de atención me puse a currar en el proyecto.

Los minutos pasaron con rapidez, estaba tan enfrascado en mi trabajo que al dar la hora solo levanté la mirada para comprobar que tal y como previsto, nuevamente, había vuelto a buscar al que teóricamente tenía el mando a distancia del vibrador que llevaba entre las piernas.

― Deja de jugar, si quieres algo me llamas―  la escuché decir mientras salía encabronada del despacho de Don Fernando.

« ¡Qué previsibles son los humano! Si no me equivoco, las próximas tres descargas las vas a soportar pacientemente en tu oficina», me dije mientras programaba que el artefacto trabajara a plena potencia. « Mi estimada zorra, creo que esta mañana vas a disfrutar de unos orgasmos no previstos en tu agenda».

Soy metódico, tremendamente metódico. Sabiendo que tenía una hora hasta que González hiciera su aparición, me di prisa en ocultar una cámara espía dentro de una mierda de escultura conmemorativa que la compañía nos había regalado y que me constaba que ella tenía en una balda de la librería de su cubículo. Cuando dieran las dos de la tarde, el Presi se la llevaría a comer y no volvería hasta las cuatro, lo que me daría el tiempo suficiente de darle el cambiazo.

A partir de ahí, toda la mañana se desarrolló con una extraña tranquilidad porque, mi querida jefa, ese día, no salió a dar su ronda acostumbrada por los diferentes departamentos. Contra lo que era su norma, cerró la puerta de su despacho y no salió de él hasta que Don Fernando llegó a buscarla.

Esperé diez minutos, no fuera a ser que se les hubiera olvidado algo. El pasillo estaba desierto. Con mi corazón bombeando como loco, me introduje en su despacho. Tal y como recordaba, la escultura estaba sobre la segunda balda. Cambiándola por la que tenía en el bolsillo, me entretuve en orientarla antes de salir corriendo de allí. Nada más volver al laboratorio, comprobé que funcionaba y que la imagen que se reflejaba en mi monitor era la que yo deseaba, el sillón que esa morenaza ocupaba diez horas al día.

« Ya solo queda ocuparme del correo». Una de las primeras decisiones de la guarra fue  instalar un Messenger específico para el uso interno de la compañía. Recordé con rencor que cuando lo instalaron, lo estudié y descubrí que esa tipeja podía entrar en cualquier conversación o documento dentro de la red. Me consta que lo ha usado para deshacerse de posibles adversarios, pero ahora iba a ser yo quien lo utilizara en contra de ella.

Mientras cambiaba la anticuada programación, degusté el grasiento bocata de sardinas que, con tanto mimo, esa mañana me había preparado antes de salir de casa. Reconozco que soy un cerdo comiendo, siempre me mancho, pero me la sudan las manchas de aceite de mi bata. Soy  así y no voy a cambiar. La gente siempre me critica por todo, por eso cuando me dicen que cierre la boca al masticar y que no hable con la boca llena, invariablemente les saco la lengua llena de la masa informe que estoy deglutiendo.

No tardé en conseguir tener el total acceso a la red y crear una cuenta irrastreable que usar para comunicarme con ella. “Y pensar que pagaron más de cien mil euros por esta mierda, yo se los podría haber hecho gratis dentro de mi jornada”. Ya que estaba en faena, me divertí inoculando al ordenador central con un virus que destruiría toda la información acumulada si tenía la desgracia que me despidieran. Mi finiquito desencadenaría una catástrofe sin precedentes en los treinta años de la empresa. « Se lo tienen merecido por no valorarme», sentencié cerrando el ordenador.

Satisfecho, eché un eructo, aprovechando que estaba solo. Otro de los ridículos tabúes sociales que odio, nunca he comprendido que sea de pésima educación el rascarme el culo o los huevos si me pican. Reconozco que soy rarito, pero a mi favor tengo que decir que poseo la mente más brillante que he conocido, soy un genio incomprendido.

Puntualmente, a las cuatro llegó mi víctima. González me acababa de informar que se tomaba la tarde libre, por lo que nadie me iba a molestar en lo que quedaba de jornada laboral. Encendiendo el monitor observé con los pies sobre mi mesa cómo se sentaba. Excitado reconocí que, aunque no se podía comparar a esa puta con mi amada Jenna, estaba muy buena. Se había quitado la chaqueta, quedando sólo con la delgada blusa de color crema. Sus enormes pechos se veían deliciosos, bien colocados, esperando que un verdadero hombre y no el amanerado de Don Fernando se los sacara. Soñando despierto, me imaginé torturando sus negros pezones mientras ella pedía entre gritos que me la follara.

Mi próximo ataque iba a ser a las cinco. Según las teorías de Hellmann, para inducir una dependencia sexual, lo primero era crear una rutina. Esa zorra debía de saber, en un principio, a qué hora iba a tener el orgasmo, para darle tiempo a  anticipar mentalmente el placer que iba a disfrutar. Sabía a la perfección que mi plan adolecía de un fallo, bastaba con que se hubiese quitado las bragas para que todo se hubiera ido al  traste, pero confiaba en la lujuria que su fama  y sus carnosos labios pintados de rojo pregonaban. Solo necesitaba que al mediodía, no hubiera decidido cambiárselas. Si mi odiada jefa con su mente depravada se las había dejado puestas, estaba hundida. Desde la cinco menos cinco y durante quince minutos, todo lo que pasara en esa habitación iba a ser grabado en el disco duro del ordenador de mi casa. A partir de ahí, su vida y su cuerpo estarían a mi merced.

Con mi pene excitado, pero todavía morcillón, me puse a trabajar. Tenía que procesar los resultados de las pruebas finales que, durante los dos últimos meses habíamos realizado al chip que, yo y nadie más, había diseñado. Oficialmente su nombre era el N― 414/2010, pero para mí era “el Pepechip” en honor a mi nombre. Sabía que iba ser una revolución en el sector, ni siquiera Intel había sido capaz de fabricar uno que le pudiera hacer sombra.

Estaba tan inmerso que no me di cuenta del paso del tiempo, me asusté cuando en mi monitor apareció la oficina de mi jefa. Se la notaba nerviosa, no paraba de mover sus piernas mientras tecleaba. « Creo que no te las has quitado, so puta», pensé muerto de risa, « ¿sabes que te quedan solo tres minutos para que tu chocho se corra? Eres una cerda adicta al sexo y eso será tu perdición».

Todo se estaba grabando y por medio de internet, lo estaba enviando a un lugar seguro. Doña Jimena, ajena a que era observada, cada vez estaba más alterada. Inconscientemente, estaba restregando su sexo contra su silla. Sus pezones totalmente erizados, la delataban. Estaba cachonda aún antes de empezar a sentir la vibración. Extasiado, no pude dejar de espiarla, si llego a estar en ese momento en casa, me hubiera masturbado en su honor. Ya estaba preparado para disfrutar cuando, cabreado, observé que se levantaba y salía del ángulo de visión.

― ¡Donde vas hija de puta!, ¡Vuelve al sillón!―  protesté en voz alta.

No me lo podía creer, la perra se me iba a escapar. No me pude aguantar y salí al pasillo a averiguar donde carajo se había marchado. Lo que vi me dejó petrificado, Doña Jimena estaba volviendo a su oficina acompañada por su secretaria. Corriendo volví al monitor.

« ¡Esto no me lo esperaba!», sentencié al ver, en directo, que la mujer se volvía a sentar en el sillón mientras su empleada poniéndose detrás de ella, le empezaba a aplicar un sensual masaje. « ¡Son lesbianas!», confirmé cuando las manos de María desaparecieron bajo la blusa de su jefa. El video iba a ser mejor de lo que había supuesto, me dije al observar que mi superiora se arremangaba la falda y sin ningún recato empezaba a masturbarse. « Esto se merece una paja», me dije mientras cerraba la puerta con llave y sacaba mi erecto pene de su encierro.

La escena era cada vez más caliente, la secretaria le estaba desabrochando uno a uno los botones de la camisa con el beneplácito de la jefa, que sin cortarse le acariciaba el culo por encima de la falda. Al terminar, pude disfrutar de cómo le quitaba el sostén, liberando dos tremendos senos. No tardó en  tener  los pechos desnudos  de Doña Jimena en la boca. Excitado le vi morderle sus oscuros pezones mientras que con su mano la ayudaba a conseguir el orgasmo. No me podía creer que esa mosquita muerta, que parecía incapaz de romper un plato, fuera también una  cerda viciosa. Me arrepentí de no haber incorporado sonido a la grabación, estaba perdiéndome los gemidos que en ese momento debía estar dando la gran jefa.  Soñando despierto, visualicé que era mío, el sexo que en ese momento la rubita arrodillándose en la alfombra estaba comiéndose y que eran mis manos, las que acariciaban su juvenil trasero. Me encantó ver como separaba las piernas de la mujer y hundía la lengua en ese deseado coño. El clímax estaba cerca, pellizcándose los pezones la mujer le pedía más. Incrementé el ritmo de mi mano, a la par que la muchachita aceleraba la mamada, de forma que mi eyaculación coincidió con el orgasmo de mi ya segura presa.

« ¡Qué bien me lo voy a pasar!», mascullé mientras limpiaba las gotas de semen que habían manchado mi pantalón. « Estas putas no se van a poder negar a  mis   deseos». Y por primera vez desde que me habían contratado, me tomé la tarde libre. Tenía que comprar otras bragas a las que añadir los mismos complementos que diseñé para la primera. ¡Mi querida Jenna tendría que esperar!

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 6” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 6

Ese viernes, me desperté abrazado por María y por su madre. Con una a cada lado, el calor de sus cuerpos desnudos terminó de avivar los rescoldos de la lujuria que me había dominado esa noche. Cada una a su estilo era una mujer bellísima por lo que mientras las admiraba no pude decidir cuál me parecía más atractiva. La madurez de Azucena era tan apabullante como sus pechos y no tenía nada que envidiar a la juventud de su chavala. Viéndolas dormidas ya resultaba complicado entender que ese par hubieran voluntariamente accedido a entregarse a un hombre sin exigir nada a cambio pero me resultaba todavía un misterio que además lo hicieran en condición de sumisas.
«De desearlo, podrían esclavizar al que les apeteciera», medité preocupado por si realmente esa era su intención última conmigo.
Recordando la noche anterior en la que se habían entregado a mí, rechacé ese pensamiento y viendo que tenía una hora antes de ir a trabajar, decidí comprobar si después de tantas horas de pasión todavía les quedaba fuerzas.
Usando ambas manos, comencé a acariciarlas el trasero para irlas sacando del sueño lentamente. El tacto de sus pieles era también diferente: mientras la de María era tenía la delicadeza del terciopelo y la elasticidad del cuero, la de su madre te dejaba impresionado por su suavidad.
«Tienen unos culos preciosos», pensé para mí mientras las estudiaba con la mirada.
La primera en despertar fue Azucena que abriendo los ojos me miró sonriendo al comprobar que eran mis yemas las que estaban recorriendo sus nalgas.
-¿Desea algo mi amo?
El cariño de su tono azuzó mi calentura y mordiendo sus labios, respondí:
– ¿Todavía no sabes lo que me gusta?
Satisfecha, la cuarentona deslizó su boca por mi cuerpo y al llegar a su meta ronroneó diciendo mientras tomaba mi pene entre sus manos:
-Su gatita tiene sed.
Interpretando a una dulce felina, olisqueó a su alrededor como si buscara su sustento y ya a escasos centímetros de mi entrepierna, susurró:
-¿Mi dueño me regalaría su leche?
Muerto de risa, contesté que sí pero Azucena se quejó que estaba fría y con un brillo pícaro en sus ojos, me soltó.
-¡Voy a calentarla!
Sabía que estaba usando sus mejores armas para ponerme bruto y aunque tengo que confesar que para aquel entonces mi corazón bombeaba a toda velocidad, decidí no ponérselo fácil:
-Me apetece un baño, ¡prepáramelo!
-¿Yo sola o despierto a esta dormilona?- contestó señalando a su hija que seguía dormida.
«Quiere jugar con su retoño», me dije y accediendo a sus deseos, repliqué:
-Despiértala e ir juntas.
Reconozco que me dio morbo ver que aceptando mi mandato, la rubia empezó a restregarse contra la espalda de su hija mientras le decía:
-Putita, necesito tu ayuda.
La chavala tardó en reaccionar y eso permitió a su vieja adelantar su despertar con sendos pellizcos sobre sus tetas.
-¡Me haces daño!- protestó María todavía medio dormida.
Sin compadecerse, aumentó la presión de sus dedos, diciendo:
-Nuestro dueño está despierto y debemos ocuparnos de él.
-Ya voy, ¡joder!- contestó bastante enfadada.
La morenita no se esperaba que su madre respondiera a su insolencia con un bofetón que la hizo caer de la cama.
-¿A ti qué te pasa?- chilló llena de ira desde el suelo.
Obviando su cabreo, Azucena me dijo:
-Siento no haber sabido educar a esta zorra, ¿cómo puedo subsanar mi error?
Asumiendo que a esas horas, no me apetecía dar personalmente el correctivo que mi joven sumisa necesitaba pero tampoco contemplarlo, respondí:
-Prefiero compensarte a ti mientras ella se ocupa de todo.
La rubia sonrió y olvidando a María, me ofreció sus pechos como ofrenda. Aunque había disfrutado de sus cantaros con anterioridad, a la luz del día me parecieron aún más maravillosos. Grandes y de color oscuro estaban claramente excitados cuando, forzando mi calentura, esa mujer rozó con ellos mis labios sin dejar de ronronear. Reteniendo las ganas de abrir mi boca y con los dientes apoderarme de sus areolas, seguí quieto como si esa demostración no fuera conmigo.
Mi ausencia de reacción lejos de molestarle, fue incrementando poco a poco su calentura y golpeando mi cara con sus pechos, empezó a gemir.
-Esta gatita está bruta- maulló en mi oreja.
Como os imaginareis, mi pene había salido de su letargo y comprimiéndome el pantalón, me imploraba que cogiera a esa belleza y la terminara de desnudar pero antes de hacerlo decidí azuzar a María a obedecer diciendo:
-Si sigues en esa actitud rebelde y no cumples mis deseos, me quedaré solo con tu madre.
El terror que leí en sus ojos me confirmó que esa cría aborrecía la posibilidad de quedarse sin dueño y por ello no me extrañó que se levantara corriendo a prepararme el baño.
Para entonces Azucena llevaba un tiempo frotando su sexo contra mi entrepierna. De forma lenta pero segura, incrustó mi miembro entre los pliegues de su vulva y obviando mi supuesto desinterés comenzó a masturbarse rozando su clítoris contra mi verga aún oculta.
-¡Me encanta despertar junto a mi amo!- me exclamó y mientras con sus dientes mordisqueaba mi oído, su pelvis se movía arriba y abajo a una velocidad creciente.
Lo que en un inicio consistió en un juego se fue convirtiendo en una necesidad y sus débiles gemidos con los que quería provocarme rápidamente dieron paso a aullidos de pasión. Mi antiguo yo no hubiera soportado esa tortura y hubiese liberado su tensión follándosela pero imbuido en mi papel me mantuve impertérrito y con cara de póker, observé su excitación.
-Puedes correrte- murmuré al ver que era inevitable.
-¡Dios mío!- gritó al sentir que convulsionando sobre mis muslos su sexo vibraba incapaz de retener más el placer. No me hizo que me informase de su orgasmo porque chillando de gozo la cuarentona empapó con su flujo mis muslos.
Durante un minuto que me pareció eterno, siguió frotando su pubis contra mí hasta que dejándose caer sobre mi pecho se quedó tranquila. En ese momento mi mente era un caos, por una parte estaba orgulloso de haber mantenido el tipo pero por otra estaba contrariado pensando que me había comportado como un novato.
Menos mal que Azucena me sacó del error, diciendo con una sonrisa:
-No puedes negar que has nacido para dominarme, permites a tu zorra unas migajas de placer sabiendo que ella deberá compensarte.
Sus palabras adquirieron su verdadero significado cuando se arrodilló frente a mí y poniendo cara de zorrón, llevó su mano a mi paquete y alegremente soltar:
-¡No hay nada mejor para una mujer como yo que el pene erecto de su amo.
Al oírla pensé que se estaba exagerando pero aun así no hice ningún intento por pararla cuando acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande. Es más, separando mis rodillas mientras me acomodaba sobre el colchón, la dejé hacer. La viuda al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar.
Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios, pero ella haciendo caso omiso a mi sugerencia, incrementó la velocidad de su paja. Admito que para entonces me daba igual, necesitaba descargar mi excitación y más cuando sin dejar mi miembro, me dijo:
-Tengo sed, dame de beber.
Estaba a punto de satisfacer su deseo cuando de pronto comprobé hasta donde llegaba su necesidad al ver que bajando la mano que le sobraba entre sus piernas, mi sumisa cogía su clítoris entre sus dedos y lo empezaba a torturar.
-Mi anciana zorra está cachonda- concluí al admirar el modo en que nos masturbaba a ambos pero viendo que estaba a punto de alcanzar un segundo clímax se lo prohibí: -pero ahora es mi turno de gozar.
Dando la vuelta a esa mujer, comencé a jugar con mi glande en su sexo. La rubia estuvo a punto de correrse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Era tanta su excitación que sin mediar palabra, apoyó su cabeza sobre la almohada mientras intentaba no correrse.
Su nueva postura me permitió comprobar que estaba empapada y por eso coloqué sin más mi glande en su entrada. No había metido ni dos centímetros de mi pene en su interior cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Azucena moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
-Fóllese a su puta- gritó fuera de sí.
No tuvo que repetírmelo dos veces, poco a poco, mi pene se hizo su dueño mientras la cuarentona hacía verdaderos esfuerzos para no gritar.
-Me encanta- resopló con la respiración entrecortada al sentir como su coño empezaba a segregar gran cantidad de flujo.
Contra mi idea preconcebida de que esa mujer era capaz de controlar sus orgasmos, adiviné que estaba fuera de sí y queriendo hacerla fallar con un pequeño azote, incrementé la velocidad de mis ataques.
-Ni se te ocurra correrte.
-No lo haré- chilló descompuesta
Ni que decir tiene que sus palabras me sirvieron de acicate y ya asaltando su cuerpo con brutales penetraciones, seguí azotando su trasero con nalgadas. La rubia al sentir mis rudas caricias anticipó que la iba a pifiar pero aun así me gritó que no parara mientras no paraba de decirme lo mucho que le gustaba el sexo duro.
Asumiendo que tras años de obligada dieta esa viuda necesitaba que le dieran caña, aceleré mis caderas convirtiendo mi ritmo en un alocado galope. Azucena al experimentar los golpes de mis huevos rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
-¡Lo siento!- chilló al sentir que la llenaba por completo y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre el colchón.
Al correrse, en vez de avergonzarse, con voz necesitada me rogó que continuara cogiéndomela sin descanso aunque luego la castigara. Su entrega azuzó mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y sin la urgencia de satisfacer a esa madura, derramé mi simiente en su interior.
-¡Gracias!- aulló al comprobar que su conducto se llenaba con mi semen y moviendo sus caderas, consiguió ordeñar hasta la última gota de mis huevos.
Tras unos minutos durante los cuales descansé, miré el reloj y comenté que iba a bañarme. Azucena me regaló una sonrisa mientras me decía:
-Creo que suficiente castigo ha tenido mi hija al no poder disfrutar como yo- y señalando a María que había estado observándonos desde la puerta, me pidió que fuera ella la que me enjabonara.
-No se lo merece. Debe aprender a levantarse de mejor humor.
-Le juro que he aprendido la lección- protestó entre dientes al ver su esperanza truncada.
Sin dar mi brazo a torcer, me levanté y ya desde la ducha, informé a mis sumisas que debían pensar en que castigo tendría la otra afrontar por haberme fallado…

Relato erótico: “Cigarrillos y alcohol” (POR VIERI32)

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Madrugada con lluvia, peor mezcla, imposible, al menos para Alicia. Sobretodo si la fiesta con sabor punk rock de donde venía, se trataba de una al aire libre (para el público) Lo único que le pasaba por la mente era quitarse tan pronto pudiera las ropas roqueras y mojadas que vestía. Para ello, la diecisieteañera atravesó la sala de su hogar con relativa velocidad, a fin de no despertar a sus padres ni mucho menos al mocoso de su hermano, quien probablemente pegaría un grito al cielo si la veía venir con su aspecto de muerte; maquillajes color negro corroídos por su rostro junto al pelo lacio, la camisa mojada (y ajustada) con el dibujo de Joey Ramone sonriéndole a la nada, las pulseras con tachas, las botas… y el mordisco morado que latía y latía en su cuello.
Por un instante, Alicia frenó su marcha hacia su habitación para tocarse la herida de guerra, y dicha marca tenía dueño, nombre y apellido; Javier Fernández. Una sonrisa. Recordó cómo el chico la separó del gentío para llevarla hasta un lugar apartado para besarla y algo más, lamentablemente para el muchacho nunca fueron tan lejos como él hubiera deseado. Pero Alicia sonreía porque él tenía un parecido genial con su eterno ídolo, padre, dios, puto amo, maestro y creador del punk; Joey… Joey Ramone, el mismo que sonreía a la nada en su camiseta mojada. “Sólo faltaba él” pensó ella. Sólo faltaba Joey para coronar aquel concierto casi inolvidable en tributo a The Ramones, un concierto tan fuerte como para romper huesos y quebrar cabezas. Si sus padres supieran…
Oyó unos pasos, giró con el corazón latiéndole terrible hacia la sala. “¿Papá? No… no, no puede ser, es imposible levantarlo temprano, a estas horas no va a ser él“. Sin saber dónde esconderse, ni mucho menos sin saber qué excusa dar, Alicia se limitó a quedarse quieta esperando que el regaño no fuese tan cruel.
Si es mamá… ¿cómo le explico que no fui a estudiar en lo de Mara? ¡La muy desgraciada, me prometió que no había problemas si me quedaba a dormir con ella luego del concierto! Pero no, no, no… ella tenía que ligar con el primer calentón que se nos topara, dejándome sola.”
Otros pasos. Si era su hermanito, no habría salvación, probablemente la confundiría con uno de los zombies que el pequeño mataba todos los días en su habitación y gritaría por toda la casa. “Si es el friki, al menos lo puedo hacer desmayar de susto… ¿Tengo que pasar por esto? Cuando pille a Mara el lunes, la mato. ¿Acaso creyó que unos “perdóname Ali” la iban a salvar? ¡Lo dicho, maldita!
Tronó terrible un relámpago que casi la hizo gritar del susto, se llevó la mano a la boca, intentando tranquilizarse, intentando preparar un plan para salvarse “A ver, que si me tiro bajo el sofá no me pilla ni Dios… aunque si me descubren… vaya, no me salva ni Dios.. si es que existe… y para mí va a ser que no.”
Y otro relámpago iluminó la sala, fue cuando todo el nerviosismo acumulado terminó desapareciendo, el causante de los pasos no era sino…
– ¡Liam! Shhh… si te atreves a ladrar como poseso, te mato… – dijo apuntándole con el dedo.
El enorme dálmata se paró con sus dos patas traseras para recibir a su ama. A Alicia le costó equilibrarse con el tremendo perro posando sus patas delanteras sobre sus pechos, pero con calma logró sostenerlo.
Cada vez que lo veía solía recordar a la gente que le corregía cuando le preguntaban sobre la edad del perro. Alicia respondía cuatro pero los demás le indicaban que debía multiplicarlo por siete para traducirlo en “edad humana”… el perrucho tenía cuatro, jamás encontró motivo sensato para multiplicarlo, era perro, no un hombre, más allá de que su nombre era algo inusual para su especie.
– Ah, no señor. ¿Recuerdas cuando me solías tumbar fácilmente para comerme a lengüetazos? En esa época tenía doce y no tenía la fuerza de hoy. Así que ponte a cuatro y vete a oler el sofá o algo… perro jodido.
Soltó las patas, y mirando nuevamente en los alrededores de la sala, fue dirigiéndose hacia su habitación. Entró, prendió la luz sin siquiera cerrar la puerta, la ropa le molestaba tanto que lo único que tenía en mente era quitársela. Al instante se retiró el sonriente Joey Ramone y lo lanzó sobre la cama, cayendo justo sobre el montón de ositos de peluche, su mochilita que llevaba las ropas de niña-buena que usó al salir de casa, y que también contenía un par de latas de cerveza que había comprado mas no atrevido a bebérsela, lo lanzó al suelo para posteriormente retirarse las botas que, al igual que su pulsera, tenía tachas adornadas.
Tomó la caja de cigarrillos que estaba escondida en su mesita de luz, prendió uno y se lo llevó a la boca… siempre la ayudaba a pensar mejor, y esa noche más que nunca las necesitaba para encontrar una excusa sensata que convenciese a sus padres. Se miró en el espejo y no pudo evitar fijarse en la mordida del cuello, ¡cuánto excitaba rememorar las manos del muchacho magreando su culo mientras la lengua recorría todos los rincones de su boca! La opción de autosatisfacción no le caía mal para cerrar la noche, sólo faltaría Joey Ramone… nada que la imaginación no pudiera solucionar.
Un relámpago la hizo volver en sí, la puerta tras ella aún no estaba cerrada. Giró así como estaba, con los pechos al descubierto, descalza, mojada, sólo con la falda y con su aspecto de muerte, contempló a su mascota viéndolo de frente.
– A ver, ¿no te había dicho que te fueras? Ya, ya, sé que no me entiendes un ápice pero deberías al menos deberías comprender el tono con el que te lo digo, ¿no? ¡No me mires así, hipócrita!
Quiso espantarlo como siempre, aunque entendió que el perro aún no se acostumbraba a dormir afuera de la casa, si desde cachorro compartió cama con Alicia.
– Mira perrucho, como que afuera llueve y supongo que a mamá le dio por dejarte entrar en la casa… ¿pero ahora quieres dormir en mi cama? ¿No te parece que estás abusando? ¡Y deja de mirarme como si te fueras a morir de hambre! No me vas a convencer con esa estrategia sicológica barata, listillo…
Otro relámpago, con el pie quiso moverlo hacia fuera, pero el animal era demasiado grande para ceder. Otro relámpago, Alicia desistió, se volvió hacia su mesita de luz para matar el cigarrillo en un improvisado cenicero (la radio), utilizó brevemente un spray para disimular el olor a cigarro, y al cabo de un rato, puso ambas manos en la cintura, con los pechos al aire brillando ante otro relámpago, mascullando entre dientes:
– Ya me vale, perrucho del demonio, por esta noche te quedas conmigo…
Una noche de autosatisfacción con sabor punker quedó truncada. Alicia no tuvo otra alternativa que caer tumbada sobre la cama, aún no se le ocurría un pretexto para explicar a sus padres sobre el porqué no se quedó a dormir en lo de su amiga, ¿tal vez “sus padres pelearon y le incomodó quedarse”? No, sus padres conocían a los de Alicia, jamás se lo creerían, y de ser así, se inmiscuirían sólo para descubrir que era mentira.
Liam, mejor dicho, la lengua de Liam la sacó de sus pensamientos, clavándose, hundiéndose con la tela de su tanga dentro de sus carnes íntimas. Por unos segundos Alicia orbitó los ojos, le temblaron los labios y un cosquilleo con sabor eléctrico le recorrió el cuerpo desde su entrepierna por unos segundos… por unos segundos que murieron cuando se dio cuenta que su perro lamía en donde no debía.
– ¡Aléjate! – “gritó” susurrando, apartándose, aferrándose a sus sábanas y lanzándole un par de peluches que tenía en el escritorio. – ¡¡¡Asco, bizarro, perro pervertido!!!
Por un momento pensó en abrir la puerta y expulsar a Liam a peluchazos, pero la sensación de calentura que le había dejado el chico de la mordida, más aquellos segundos eléctricos la dejaron con un excitante cosquilleo en la panza… algo la detuvo, algo detuvo su mano que sostenía firme un osito.
– Perro malo – dijo mirándolo con malicia, pero retorciendo sus piernas. Nunca se había sentido tan.. tan… tan caliente. Nunca antes había sentido algo tan retorcido, por otros segundos se imaginó cómo sería hacerlo con Liam… asco, asco, era todo lo que entraba en su cabeza, asco, contra natura… tabú, tabú… delicioso como un tabú. Recordó la portada de un par de videos porno-zoofílico que vio entre risas con sus amigas en un videoclub… nunca hubo un acto tan degradante, tan humillante, tan tabú como el hacerlo con un perro…
Un relámpago. Alicia se justificó, el sexo es sexo por donde se lo mire, ¿qué diferencia había en el hacerlo con un hombre o con una mujer? Son seres con apetencias sexuales, buscan y dan placer… ¿qué diferencia había en el hacerlo con Liam? Eso ella lo iba a averiguar, el maldito Javier Fernández la dejó con una calentura terrible latiéndole en el cuello… y Liam lo iba a apaciguar. Otro relámpago la asustó, más fuerte, como profetizando que algo perverso iba a suceder en su cuarto, y otro relámpago, capaz de destruir su mundo.
Buscó su mochila, si pretendía que un perro le lamiese a conciencia, qué mejor manera de quitarse los prejuicios que con algo de cerveza. Eligió la que aún estaba fría, la abrió sin temor alguno y echó unos sonoros sorbos a los ojos de Liam. Se apartó el mechón de pelo que se revelaba por su frente, sentándose en la cama, recogiendo su faldita con la mano derecha, subiendo, subiendo y subiendo por los muslos lechosos… su faldita era la única prenda que llevaba más allá de las pulseras, y con un par de golpes sobre el muslo llamó a Liam;
– Ven, ven aquí…
Abrió sus piernas, viendo cómo Liam acercaba el hocico para oler su sexo, Alicia dejó la latita en el suelo para recostarse, con los pechos sobre la cama, y estirando uno de sus brazos, acertó el PLAY del equipo que estaba pegado a la cama… “LEYENDO DISCO”… giró su rostro hacia atrás, viendo cómo sus piernas estaban obscenamente abiertas ante su perro, viendo cómo éste introducía su lengua para enterrarse en los recovecos de su ama… Un relámpago selló todo, un relámpago destruyó el mundo de Alicia para mostrarle uno nuevo, excitante, prohibido, tabú. Sólo faltaba Joey.
I used to be on an endless run. Believe in miracles ’cause I’m one. A have been blessed with the power to survive.”
La voz de Joey parecía ser el condimento perfecto para rematar la noche. Liam lamía a conciencia, como todo buen perro mientras su ama retorcía sus piernas, llevándose la mano a la boca para no gritar del placer, del tabú, de todo.

En ese momento Alicia era la chica más obscena del mundo, la más “guarra”, su manito fue bajando lentamente por su espalda hasta toparse con su trasero, buscando su ano, buscando seguir dándose placer al ritmo de la voz de Joey, de la lengua eléctrica de Liam… y un relámpago sonó cuando el dedo corazón se introdujo en su culo mientras Liam se recibía su masterado en el cunnilingus. Esa noche, Joey no fue el puto amo.

“Lived like a fool, that’s what I was about, oh. I believe in miracles.”
Se corrió, otro relámpago, otro mundo destruido, se retorció en su cama al tiempo en que Liam se alejaba de su entrepierna algo asustado. Alicia se había topado con un amante que tenía una habilidad extremadamente inusual… y ella lo iba a aprovechar.
– Liam… Liam… por todos los santos… cómo nos vamos a divertir – dijo reponiéndose para coger la latita de cerveza, mirando de reojo a su fiel mascota. Cuatro años… cuatro años. – Sólo faltaría Joey, ¿no? – rió.
* * * * *
A la mañana siguiente aprovechó para buscar todo tipo de información sobre la zoofilia mediante el ordenador de la sala, especificando la búsqueda con su caso. Casi se mató del susto al leer que los perros tenían una especie de bolilla que se agrandaba dentro de la hembra, en ese instante el perro largaría gotitas de semen y no había forma de escaparse de ello ya que ambos seres quedaban”pegados” por unos minutos.
Se imaginó viéndose de cuatro patas mientras Liam le penetraba el culo, mordiéndose los labios a fin de no gritar del dolor que le causaría el bulbo. Poco a poco fue agradándole la idea, leyendo historias, tips… aquel mundo nuevo era terriblemente morboso y con sorpresas en cada esquina.
Ya para el lunes, decidió faltar a las clases. Tenía clara la idea de que esa noche iba a follar con Liam, por ello fue a una tienda para comprar lo que había anotado en su investigación. Guantes para las patas del perro a fin de que no la arañara ni lastimara, la crema para facilitar la penetración anal no la compraría nunca, jamás tendría el valor de pedírselo a cualquier dependienta, de todos modos ya tenía averiguado que algo casero como la manteca sería suficiente. Y por último, cómo podrían faltar los cigarrillos y cerveza, para eso sí tenía valor, una mezcla letal pero que Alicia necesitaba para poder pasar la noche más eléctrica de su vida.
* * * * *
– ¿Sabes cuántas latas he tomado esta mañana?e mandan a un exorcista si se enteran… en fin, tú simplemente no te me pongas bravo, Liam… mira que te ves bonito con guantes… oye, ¡no te lo quites con la boca! ¡Basta! Ay, cómo molestas – lo regañó, acuclillándose frente a su mascota – el friki está en el colegio, mamá vendrá antes del mediodía y papá no vuelve sino a la noche… así que sólo estaremos tú y yo… y claro, The Ramones – señaló con la mirada el equipo de sonido – ahora vente aquí, sobre la cama… vamos, vamos…
No quiso despojarse de sus ropas de colegiala, aquello aumentaba el morbo, el hecho de que una chica con ropa de colegio religioso se entregaba a un perro la ponía a mil, la faldita fue recogiéndose por su torso hasta revelarle sus generosas carnes, se puso a cuatro patas, justo con el culo dándole cara a Liam.
Alicia llevó su brazo bajo su panza para poder alcanzar y restregar algo de manteca en los alrededores de su ano, y antes de apartar su mano, sintió la impaciente lengua de su mascota, lamiendo con fuerza justo en la zona que daba entre su coñito y el culo.
– ¡Ahhh, me tomaste… des-des-desprevenida… Liam!
Inmediatamente el perro posó sus patas delanteras en su espalda, para posteriormente “abrazarla”. Alicia miró hacia atrás, apenas pudiendo notar el enorme miembro que colgaba de las piernas del perro. ¿Cómo había llegado hasta ese punto? ¿Cómo una niña bonita terminaría pervirtiéndose con su propia mascota de 28… no, de 4 años? ¿Cómo? Sencillo, ella era la chica más “guarra” del mundo. Sonrió para sí, para luego volver a fijarse en el aparato del perro;
– ¡Joder! – masculló. Cerró los ojos y esperó que la penetrase de un envión… cosa que no pasaría. Apenas sentía cómo la tibia carne del animal rozaba sus muslos, sus nalgas… cuando ella volvió a fijarse, se dio cuenta que Liam no la penetraría sin ayuda, por lo que con paciencia, fue enviando nuevamente su brazo bajo su panza para poder alcanzar el sexo del perro.
Tras varios intentos pudo tomarlo, lo sujetó firme para no soltarlo debido a que Liam hacía movimientos bruscos. Fue justo como una sensación eléctrica el agarrar aquel tremendo pedazo de carne que pronto la penetraría. A duras penas pudo enviar la punta del pene en su ano… y el resto fue historia. El resto fue puro goce animal, contra natura, tabú, “guarrería” pura, todo al ritmo de The Ramones.
Alicia estiró su brazo hacia la mesita, apenas alcanzando en el escritorio su cigarro, sonreía mientras su pequeño cuerpo seguía desbaratando la cama debido a los embates del animal, la sábana se desarreglaba, las almohadas caían al suelo junto a los peluches… pero nada importaba cuando sintió cómo el bulbo se agrandaba dentro de ella, pronto las tibias gotitas de semen le llenaban el esfínter… supo que había alcanzado su fantasía, de cuatro patas, con su uniforme de colegiala, masturbándose con una mano mientras su perro conquistaba su culito por primera vez, exhalando el humo del cigarro al ritmo de los embates caninos, qué excitante unión, casi eléctrica, casi a punto de derrumbar la habitación, de romper huesos y quebrar cabezas al ritmo de aquellas notas con sabores de relámpagos, de cigarros y alcohol.
“I believe in a better world for me and you. Oh, I believe in miracles.”
– A partir de hoy… no te sue-suelto nunca más, Liam… ¡Ahhh! … Hummm… ¿Sabes qué?, creo… creo que ya no me hace falta Joey…
 
(I Relieve in Miracles. The Ramones)
 
– Cigarrillos y Alcohol –
 
 
 
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

Relato erótico: “Cepillada por el hermanito de mi novio”(POR ROCIO)

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Hola queridos lectores de Pornografo. Soy Rocío, de Montevideo, Uruguay. Muchas gracias a mi hermano por ayudarme con este relato para documentarme sobre Mortal Kombat. Es un relato un poco inusual para lo que es “Parodias”, espero no estar metiendo mucho la pata (perdón por anticipado).
Desde inicios de Febrero que ando muy feliz porque tras semanas de insistencia conseguí volver con mi novio. Estuve con él desde los inicios de la secundaria y lo perdí por una serie de acontecimientos desafortunados durante mi primer año en la facultad. Pero ahora estábamos de nuevo juntos y esa noche de sábado saldríamos rumbo a un boliche (discoteca) de las tantas que hay apostadas sobre la Avenida 18 de Julio, del centro de Montevideo.
Obviamente me vestí sexi, no me impuse límites por la ocasión. Me puse unos jeans ceñidos que favorecieran mi figura y acentuaran mi trasero; suelo usar tanga y desde luego esa noche no sería excepción. Sandalias con tacones negros y una playera roja que me hacía un escote demencial aprovechando el tamaño de mis senos. De hecho si me agachaba la abertura era tan grande que dejaba ver muchísimo, por lo que me puse un sujetador también rojo de media copa para evitar que se salieran fácilmente. Eso sí, de mi casa salí con un abrigo para disimular ante mi padre y mi hermano.
Cuando Christian, que así se llama mi pareja, me recogió, no dudó en aparcar a un par de cuadras de mi casa para meterme mano. Sería la primera vez que tendríamos relaciones después de muchísimo, y aún no sabía que su querida chica ya tenía un piercing en su pezón izquierdo así como el tatuaje de una rosa en la cintura (los tatuajes temporales que tenía ya habían desaparecido). Solo sabía que me había hecho un piercing en la lengua y lo calenté bastante con besos y caricias tanto en la facultad como esa noche en su coche, vamos que lo estaba poniendo a tope para que no se molestara cuando le revelara los cambios que le hice a mi cuerpo.
El problema surgió cuando recibió una llamada en su móvil en pleno morreo. Estuvo discutiendo un breve momento y yo, calentísima como estaba traté de molestarlo besándole el cuello y dándole mordiscones, pero cuando cortó la llamada estaba bastante serio, estaba lejos de parecerse al chico sonriente que me recogió; impávido ante mis caricias y besos. Sin siquiera mirarme me dijo que una tía suya estaba hospitalizada, que sus padres querían ir cuanto antes a visitarles, y como él es el único con coche pues le pidieron que les llevara.
Se sintió culpable porque nuestra noche iba a suspenderse, pero obviamente le quité hierro al asunto y le dije que le iba a acompañar incluso al hospital. Así que nos fuimos hasta su casa, donde sus padres ya se estaban preparando para salir.
Los esperé en la sala, donde estaba un muchacho jugando a la consola. Se trataba del hermano menor de mi novio. Carilindo, chico deportista, fanático del fútbol como todo uruguayo que se precie. Pese a ser el más pequeño de la casa, era bastante alto, de hecho más alto que mi pareja. Estaba con una camiseta de Peñarol puesta y vaqueros. Una hielera con par de cervecitas en la mesita frente al sofá donde estaba sentado remataba la escena. Me senté a su lado y lo saludé amablemente, pues lo conozco desde que era un pequeñajo.
—Hola Agustín, siento lo de tu tía.
—Hola Rocío. Bueno… entre nosotros dos, apenas la conozco.
—Se nota. Mira que estar jugando en este momento tan delicado.
—¿Quieres una cerveza?
Acepté. Me acomodé en el sofá y antes de continuar la conversación, escuché un par de aullidos provenientes de la TV y noté que estaba jugando a ese juego de peleas sangriento (que además tiene un grosero error ortográfico en su título). De niña, con una consola más antigua, solía pasar tardes y noches jugando al tal “Mortal Kombat” con mi hermano, pero bueno, una crece y los intereses tiran por otros lados. Se ve que del lado de los chicos no es el mismo caso.
—Oye, ¿y tú no sales hoy de fiesta con los amigos? ¿O alguna chica?
—No —dijo dándole a los botones de manera exagerada.
En ese momento aparecieron sus padres. Me saludaron cortésmente pero había un ambiente muy enrarecido, obviamente por la situación que estaban atravesando. Christian me dijo que iba a llevar a sus padres al hospital para visitar a la tía, y me dijo que no sería buena idea que yo les acompañara. Le dije que no me importaba, yo quería estar con él, con sus padres, que ya era hora que me vayan considerando parte de la familia, pero él insistió en que realmente sería muy incómodo, que ni siquiera él conocía bien a esa tía, así que al final terminé por encogerme de hombros.
—Me voy a casa en taxi —dije alicaída.
—No tienes idea de cuánto me jode tener que terminar esta noche así —me abrazó, y ¡uf! Tenía ganas que terminara lo que hizo en su coche, pero bueno. Con un beso se despidió de mí y pronto se dirigió afuera para subir a su automóvil con sus padres.
Yo, bastante bajoneada, me senté de nuevo en el sofá con su hermano que poco caso me hacía. Me quité el abrigo porque estaba teniendo calor y además sus padres ya no estaban, no había necesidad de ocultar mi vestir tan ligero y llamativo. Pero fue retirármelo para que el hermanito me mirara de reojo el escote.
—Rocío… estás muy guapa.
—Gracias Agustín. ¡Y tú de repente has crecido un montón, grandulón! Antes de llamar al taxi voy a acabarme una latita de cerveza contigo, ¿te parece?
—¡Ja! Adelante, nena. Lamento que tu noche termine así, sé que Christian estaba muy emocionado de volver contigo.
—Sí, bueno, ya habrá tiempo para nosotros, primero la familia, ¿verdad?
—¡Claro! —volvió a ojear mi escote. Me encanta cuando miran, y para colmo estaba muy caliente tras el manoseo que me dio su hermano.
—Agustín, yo pensé que tú eras el fiestero de la casa, siempre te veía muy feliz y sonriente, ahora como que estás un poco extraño, ¿por qué la carita deprimida?
—¿En serio se nota? Bueno… eres la primera en todo el día que me lo pregunta. Qué cosas, mi hermano volvió con su novia el día que yo terminé con la mía, ¡a la mierda!…
—No te puedo creer, perdón Agustín… hmm… si quieres me quedo contigo a conversar, alguna cosa sabré hacer para subirte el ánimo. Yo cuando terminé con tu hermano en su momento, me sentí terrible, no podía concentrarme en nada, buscaba consuelo en donde no había…
—¡Nah! Gracias Rocío, pero ahora mismo no quiero hablar de eso… —me miró un rato y soltó groseramente—, ¡pero qué tetas te gastas! ¡Estás hecha toda una loba!
Me causó gracia. Fue ver mi escote y volver a notar un brillo en sus ojos y su sonrisa, ese brillo que parecía haberlo perdido desde días atrás; era como si por un breve momento recuperara al hermanito de mi novio. Sonreí ligeramente y me acomodé en el sofá.
—¡Ja! Qué cosa más simple eres, Agustín, es ponerte a ver tetas y volver a ser el de siempre… Oye, no traje dinero conmigo y tu hermano se olvidó de dejarme para el taxi, ¿me das algo de dinero?
—Claro Rocío. Pero primero, agarra el mando, te desafío a un duelo de Mortal Kombat.
—Psss… Antes solía jugar, pero ahora ya ni me acuerdo de los botones…
—Agárralo –me pasó el mando. Tenía más botones de la última que vez que lo había visto. Consolas nuevas, mandos nuevos. No tenía muchas ganas, la verdad—. Te acostumbrarás rápido…
—Bueno, pero solo por un rato que luego tengo que llamar al taxi… ¿Y me darás algo de dinero, no?
—Elige a tu guerrero, Rocío. Yo le voy a “Scorpion”, ¡tiene los colores de Peñarol! Yo sé que eres de Nacional, así que imagino que por los colores te gustaría “Raiden”, ¿no?
—La verdad es que ni me acuerdo de los nombres… pero había uno que tenía los colores de la camiseta alternativa de Nacional, azul y eso… y tenía poderes para congelar al enemigo también.
—Ahhh, Sub-Zero… Es ese tipo que exhala aire frío… ¡Elígelo!
—¿Y a qué botón le doy?
—Este… Por cierto, Rocío, en serio estás vestida para matar… Vas a volver loco a mi hermano y a todos los hombres que te vean…
—¡Exagerado! Y deja de ignorar mi pregunta, ¿me vas a dar dinero o no?
—Hmm… hagamos esto. Vamos a pelear… pero en el juego, claro. Sé que no estás muy curtida en Mortal Kombat. Evidentemente te ganaré. Pero si logras aguantar… cuarenta segundos sin que te mate, lo consideraremos una victoria tuya. Y te daré dinero, claro…
—Quiero que me des el dinero ahora, pillín.
—Y lo haré si accedes. Gana el que venza tres veces. ¿Te parece, cuñada?
Me causó gracia que me dijera cuñada, casi como que me estaba aceptando en la familia de nuevo. Y pasar un ratito con él no parecía mala idea, la verdad. Evidentemente iba a perder pero aguantar cuarenta segundos sin que mi guerrero azul y con poderes de hielo muriera no parecía tan imposible. Miré el mando con incontables botones y me dije “Por intentar…”.
—Pfff…—elegí a Sub-Zero.
—¿Lista, Rocío?
—Solo tengo que aguantar cuarenta segundos. No te me pongas a llorar si te vence una chica, ¡picaflor!
Evidentemente no pude sobrevivir ni siquiera cuarenta segundos. Mi personaje fue vilmente masacrado por el tal Scorpion. Vista la habilidad y poca piedad mostrada por mi cuñadito, decidí durante la segunda batalla saltar por todo el escenario como una marrana y evitar sus golpes. Pero el cabrón se sabía poderes y naturalmente mi amado guerrero de hielo terminó muerto una vez más. Y llegó la última batalla en donde, no sé si por casualidad o porque dentro de mí me acordé de alguna combinación de botones, ¡pero logré congelar al enemigo! Le di un par de golpes antes de ser, una vez más, derrotada. “Violada”, según Agustín.
—¡Ohhhh! ¡Qué masacre! Nena, ¿te gustó la cátedra? –se levantó y empezó a menear su cintura para adelante y para atrás de manera grosera.
—¡Mfff! ¡Ya está! ¡Ahora dame algo de dineroooo!
—¡Ja! ¡Te queda muy bien ser Sub-Zero, Rocío! ¡Pecho frío como los de Nacional!
—Ya está, ya pasó, Agustín, ¡deja de gritaaaar!
—Perdiste la apuesta. Y ahora cumple tu castigo.
—¿Qué castigo?
—Pues un castigo por perder. Sé buena perdedora y dame un besito aquí —se tocó la mejilla con el índice—. ¡Venga, besito cuñadita!
—¡Ja! Está bien, luego iré a enjuagarme la boca…—bromeé.
Nada más inclinarme para darle su beso, él ladeó su cara para que le plantara un piquito en sus labios. Me aparté rápidamente y le di una bofetada producto de un acto reflejo más que nada, aunque debí haberle dado un puñetazo en sus huevos por pervertido. Me levanté indignada gritándole que yo era novia de su hermano mayor, que no sé qué se pensaba de la vida. Cuando justamente amagué irme de la sala, me tomó de la mano y rogó:
—¡Dos mil pesos! (Casi cien dólares para los que no conozcan la moneda). ¡Te daré dos mil pesos si aguantas cuarenta segundos sin ser vencida!
—¡Mamón! ¡Podrías dármelo ya!
—Venga, Rocío… ¡uf, cómo pegas! En fin, siéntate… No pierdes nada por intentarlo.
—Más vale que te dejes de guarrerías, Agustín.
Me senté. Me volvió a invitar su cerveza y accedí. Agarré de nuevo el mando y juré que aguantaría los malditos cuarenta segundos. Elegimos los luchadores. Scorpion vs Sub Zero. Peñarol vs. Nacional. Elegimos un escenario, ¡y a luchar por los dos mil pesos!
Lamentablemente volví a ser vilmente derrotada.
—¿Y ahora qué quieres, otro beso?
—¡Ja! No, para nada Rocío… ¡venga, ponte la camiseta de Peñarol como castigo!
—¡PUAJ!… Lo que tengo que hacer por dinero… dámela…
Se quitó su camiseta y me la cedió. Se quedó con el torso desnudo y dentro de mí me pobló una sensación riquísima, de morbo y deseos prohibido al mismo tiempo. ¡Uf! ¡El hermanito había crecido y vaya que la naturaleza fue muy benevolente! Le di otro sorbo a la cervecita antes de tomar la asquerosa camiseta y ponérmela para su alegría. Olía bien, para qué mentir. Me la puse encima de mi playera.
—¡Te queda preciosa, Rocío! Deberías ser carbonera (Hincha de Peñarol).
—¡Revancha, Agustín!
—¡Hala! Pues aquí vamos…
Volví a perder tres veces de manera demencial. Bebí otro sorbo de la cerveza y le pedí cabreada que escupiera rápido cuál era su nuevo castigo, mirando de reojo su torso y sus abdominales, vaya lujo de muchacho. Deseé, un poquito en el fondo, que me volviera a pedir un besito. No me importaría que volviera a ladear su cabeza para robarse mi beso. Muy para mi mala fortuna, mi cuñadito cuando se calienta empieza a pisar demasiado fuerte el acelerador.
—Rocío… levántate la camiseta y la blusita, quiero ver tus tetas…
Le di un puñetazo a su rostro. Me levanté indignada. Desde luego si yo me caliento a pasos lentos, el muchacho lo hace a pasos de gigante. ¡Vaya bruto! Se retorció un rato mientras yo me iba de la sala y lanzaba su camiseta al suelo.
—¡Buf, nena! ¡Es que quería comprobar algo!
—¡¿Qué?!
—Sabes… cuando te sentaste a mi lado y te vi el escote… juraría que en tu pezón izquierdo se veía un piercing marcado tras la tela…
—¡Cabrón! —me tapé el escote—. Lo que tenga o deje de tener no es de tu incumbencia –le lancé su mando a la cara cuando pareció recuperarse.
—¡Uff! ¡Qué pesada eres, Rocío!
—¡Me voy!
En la puerta, antes de salir, calculé cuánto tiempo me tomaría volver a casa si me iba caminando. Demasiados… ¡demasiados! Frustrada de nuevo, me volví a la sala y me arrodillé ante mi cuñado, quien ya se había vuelto a poner su camiseta de Peñarol, y ni siquiera me hacía caso pues prestaba atención al juego de marras.
—Agustín, por favor, préstame algo de dinerooo…
—Muéstrame tus tetas… —ni siquiera me miraba, solo le daba a los botones.
—Mi novio es tu h-e-r-m-a-n-o … no puedo mostrarte mis tetas.
—Pues no hay dinero, Rocío.
Me mordí los dientes. Pensé que, a fin de cuentas, son solo tetas. Imagino que habrá visto un montón en páginas porno, y ni qué decir tiene con la novia o novias que habrá tenido. Así que me levanté, tapándole la visión. Me incliné hacia él para mostrarle mi escote, y tomé el cuello en “V” de mi playera para abrirlo ligeramente y que así mis dos senos se mostraran cobijados por el sujetador.
—¿Ro…Rocío?
—Escúchame Agustín, necesito que me des ese dinero…
—¡Jo! ¡Lo vas a hacer!
Soltó el mando y se quedó mirándome baboso. Mordiéndome los labios, metí una mano entre mis tetas y desprendí mi sujetador para que mis senos se liberaran con todo su peso. Con la cara coloradísima, cerré los ojos y susurré:
—Solo tengo un piercing, en el pezón izquierdo… ¿ves?, es una barrita con bolillas en los extremos…
—No lo puedo creer, vaya ubres, esto es un sueño —dijo con los ojos abiertos como platos. Cuando abrí los ojos noté que amagó tocarlas pero retrocedí y le clavé una mirada asesina.
Admito que me corre una sensación riquísima en mi vientre cada vez que noto que un hombre siente deseos por mí. Uf, podría estar horas ofreciéndome así, mostrándole mi pezón rosadito incrustado por ese pedazo de barrita de titanio con tal de ver su carita excitada y alegre, ¡impagable!, pero una chica debe tratar de mantener la decencia y mostrar recato. Carraspeé y me repuse para ponerme de nuevo el sujetador y ajustarme mi ropa.
—Nena… ¡Te anillaste la teta!
—La teta no, bruto, el pezón. Ya está. Juguemos la revancha.
—Mmm, vente a mi lado –se acomodó en el sofá y golpeó en mi lugar para que tomara asiento.
—¿Cuarenta segundos, no? –pregunté agarrando con fuerzas ese mando.
—Sí, claro… trata de aguantar, Rocío.
Volví a ser masacrada. De hecho, creo que Agustín mostró muchas más ganas para derrotarme en tres ocasiones y así volver a exigirme otro castigo.
—Rocío… perdiste…
—Imbécil, ¿quieres verlas de nuevo?
—Quiero… quiero magrearlas, ambas…
—¡Ja! Consíguete una novia, pajero. No voy a dejar que me toques las tetas.
—Sabes, sobre la chica con quien terminé. Corté con ella porque éramos incompatibles en la cama. Es una chica muy rara, además de muy “yo yo yo” todo el rato. Y… me da igual, no me parecía tan bonita como tú.
—¡Jooo! Seguro que se las dices a todas.
—¡Ya, ya! Esa naricita que parece un tulipán, esos ojos café, los labios finitos…. Rocío, mi razón no me engaña, ¡eres preciosa!
La manera en que lo decía, su voz, sus gestos muy elocuentes. Mentiría si dijera que la cosa no estaba hirviendo. Como dije, es un chico muy apuesto y desde luego tiene un cuerpo que se antoja apetitoso, y para colmo su hermano mayor me dejó con la concha mojada y yo quería guerra. No obstante, queriendo recuperar el honor que perdió mi querido Sub Zero, le di un golpe certero en el ojo derecho.
—¡No sé ni por qué termino complaciéndote, basuraaaa!
Creo que me excedí porque se levantó y fue directo al baño para, imagino, comprobar que no le hubieran quedado secuelas. Yo, por mi parte, me volví a tomar la cerecita mascullando que se lo merecía por andar de picaflor por la vida. Aunque, probablemente por una sensación de culpabilidad, me dirigí al baño para ver cómo estaba.
Entré, es un lugar pequeñísimo, él dio un respingo porque pensaba que iba a darle otro golpe. Me reí y lo arrinconé contra el lavabo. Sí, no se equivocaba cuando me dijo que era una loba. La cervecita, la experiencia voyeur que habíamos tenido hacía minutos, todo estaba jugándome en mi contra. Con la cara roja como un tomate (ambos), suspiré y le dije:
—Mfff… Perdón por el golpe.
—Eres brava, Rocío.
—Agustín, puedes tocarlas, cabrón, pero no te tardes…
—¿Q-qué? ¡No me lo creo, Rocío! Oye, ¿por… por cuánto tiempo?
—Diossss… Solo un minuto, ¡ni uno más!
Volví a abrir el cuello de mi playera para sacarlas. Me liberó de mi sostén y casi inmediatamente sentí sus manos calientes tocarme las tetas de manera suave; me arrancó un suspiro y me incliné ligeramente hacia él. Tenía ganas de abalanzarme y matarlo a besos, arrancar su camiseta y lamer sus pechos y abdominales, pero me reprimía, sintiendo cómo hacía movimientos circulares con mis senos, pasando sus largos dedos por mis areolas (y jugando a conciencia con mi anillado pezón). No fue sino pasado unos segundos, cuando yo estaba a punto de recoger un hilo de saliva que se escapó de la comisura de mis labios, que apretó mis ubres con fuerza.
—¡Auchmm! ¡Sé gentil, chico!
—Pero… ¡Qué puta eres!
Un puñetazo directo a su otro ojo dio por terminado el breve pago. Me puse de nuevo la blusa pero con una calentura insostenible en mi entrepierna. Volvimos a la sala. Cervecitas, picamos algo y volvimos a agarrar los controles. Siguiente tanda de peleas… Está de más decir que perdí adrede. Con muchísimas ganas me giré hacia él y le pregunté ansiosa:
—Rápido, dime rápido qué mierda quieres, cabrón.
—¡Jo! –se recostó en el sofá—. Ahora quiero un beso bien húmedo… quiero sentir ese piercing que llevas en la lengua.
—¿Có-cómo lo sabías? —pregunté tapándome la boca.
—Gritas demasiado y se deja ver… Dale, vamos al baño que me da morbo hacerlo ahí…
—¡Idiota, no iré contigo! ¡A la mierda con esta noche de sábado, iré caminando a casa!
—Dos mil pesos, cuñada…
El baño es pequeño, como comenté. Apenas nos hicimos espacio entre el váter y el lavabo. Mirándome, se sentó en el lavabo. Yo estaba coloradísima; mi precioso cuñadito exigiéndome un beso. Demasiado tentador. Demasiado caliente.
Puse mi mano derecha en su hombro y la izquierda en su pecho, atajándolo de inclinarse hacia mí:
—Que sea rápido, Agustín.
—No, que sea lento. Quiero sentir el piercing, nada de piquitos, Rocío.
—Uf, imbécil… ¿cuánto tiempo quieres?
—Cinco minutos.
—¡Mmm! ¡No! Un minuto, no más.
—¿Uno solo? … Está bien, pero cumple tu castigo correctamente. Usa el piercing.
¡Qué cabrón! Dejé de atajarlo, quise decirle “Ojalá te mueras”, pero más bien me salió algo así como “Nnnmffff mmgggg”. Permití que se inclinara para meterme lengua, era todo como en cámara lenta, flaquearon mis piernas, perdí la sensación de mis manos; en el momento en que sus labios hicieron contacto con los míos di un respingo que fue rápidamente calmado por sus manos acariciándome la espalda, que bajaban y bajaban rumbo a mi cola.
Me apretó las nalgas y me atrajo contra sí. Estaba que no lo creía, entre la saliva y los labios se hizo lugar en mi boca, y yo me dejaba hacer sintiendo cómo apretaba mi lengua con la suya; la recorría con esmero, con fuerza, me chupó la puntita cuando yo metí mi carne en su boca; retrocedí para que él fuera a buscarme, le di un mordisco de sorpresita. Y al liberarla de la presión de mis dientes, uní la puntita con la de él para que sintiera el arillo; para que supiera qué delicias le esperaban a su polla si accedía a que se la mamara.
Recuperé la sensación en mis manos y las llevé a su cintura para meterlas bajo su camiseta y arañar su espalda, para bajar y bajar al sur y poder clavar mis uñas en sus durísimas nalgas. Dio un respingo del dolor, se apartó del beso y me miró pícaro, con tres, tal vez cuatro hilos de saliva entre mis labios y los suyos. Yo quería continuar, él también, se le veía en los ojos y él lo veía en mi rostro rojo y vicioso. Pero tuvimos que separarnos, había que disimular el fuego que estábamos provocando.
—Maldita sea, lo que hago por dinero… —mentí.
—Fue increíble… —se palpó los labios y el verlo tan ensimismado me hizo sentir mariposas en mi estómago. Hacía mucho tiempo que un chico no se ponía así por mí, la verdad—. Rocío, volvamos a la sala, nena…
—Ve tú primero, quiero limpiarme la boca. Y dame tu camiseta, cabrón.
—¿Para qué la quieres?
—Pues era uno de los castigos, ¿no? Querías que yo la llevara puesta… Dámela, me la pondré. Para que veas que tengo palabra — era más que obvio que yo quería ver su torso desnudo de nuevo. Y durante toda la noche, de ser posible.
Me lo dio. Y cuando salió del baño, puse el seguro a la puerta; me bajé el vaquero y el tanga para poder estimularme la concha. Estaba mojadísima. Justo en el momento en el que me arrodillaba para liberar mi clítoris de su capuchón, oí mi móvil. Con una mano aun haciendo jueguitos, atendí la llamada con la otra porque era mi novio.
—Rocío mi vida, ¿llegaste a tu casa?
—Ehm… ¿por qué?
—Porque voy a estar aquí toda la puta noche… lo siento muchísimo cari…
—Vaya… no te preocupes por mí. Y sí… estoy en mi casa ya… —me metí dos dedos en mi grutita y me acosté en el suelo del baño para masturbarme—. Ufff… mfff… Chrisss…
—¿Qué te pasa?
—Agghhmm… no me pasa nadaaaaa… Creo que mi teléfono está fallando… mmggg…
—¿Qué dices? Como sea, gracias por comprender. Sabes que te amo, er…
Corté la llamada y apagué el teléfono. Lo tiré a un costado y empecé a hacerme deditos por toda mi humedecida concha. Dios, mi cuñadito tocándome las tetas y echándome un morreo bestial que me hizo ver las estrellitas. Necesitaba volver a la sala y dejarme perder cuanto antes. Los sentí por mi amado Sub-Zero y mi novio, pero mi entrepierna estaba haciéndose agua por ese chiquillo.
De vuelta a la acción. Cervecitas, picaditas, bromas obscenas y volvimos a tomar los controles.
Perdí adrede como una marrana.
—¿Y ahora, Agustín? —dije bebiendo de nuevo la cervecita. Se había acabado. Estaba colorada, excitadísima y algo borracha; nunca supe tomar bebidas alcohólicas.
—Hmm… lo cierto es que tengo algo en mente… pero es verdad que al fin y al cabo eres mi cuñadita y no debería pensar en esas cosas. Además seguro que me querrás volver a pegar.
Puso el dedo en su mentón y lo pensó un rato. Yo estaba frustrada conmigo misma por haber sido tan violenta con él; desde luego que me encantaría hacerle otra guarrería rápida, ¡uf! Crispé mis puños y maldije mi actitud altanera.
—Perdón, Agustín, es que pides esas cosas con tanta naturalidad que me dan ganas de pegarte… ¡Vale, me quedaré callada y no te pegaré!
—¿En serio?
—Sí, sí… anda, suéltalo… —dije buscando otra latita de cerveza de la hielera.
—Cubana…. Quiero que me hagas una cubana con esas tetas tan gordas que tienes.
Puede parecer una tontería, pero no sabía bien qué era una cubana. Cuando me lo explicó, y muy gráficamente, se me abrieron los ojos como platos. No sabía que Agustín estuviera tan zafado, ¿a quién le excitaría algo tan incómodo? Pero fue imaginarme en aquella situación y volver a sentir algo delicioso en mi vientre. Eso sí, saqué un par de cubitos de hielo de la hielera y se las lancé a su rostro. Un poco en honor a Sub Zero, un poco por castigo. Si me lo hubiera pedido al principio de la noche lo hubiera rechazado sin chistar, pero estaba tan caliente y ansiosa que, nada más lanzarle los cubitos, me arrodillé entre sus piernas.
—¡Carajo, nena! ¡Prometiste que no ibas a pegarme!
—Y no lo hice, solo te lancé hielos… ¡Dios, no puedo más! ¡Venga, rápido!
—¿Lo vas a hacer? Estaba bromeando…  Esto… diossss… Rocío, no me lo creo…
—¡Pues créetelo, tarado! ¡Necesito el dinero para volver a casa!
En ese momento, arrodillada entre sus piernas, casi me corrí cuando se bajó el cierre y sacó su gordísima polla. Tragué saliva y no solté jamás la mirada de aquel pedazo de carne por donde las venas iban y venían. Me sentía como una putita, y para qué mentir, estaba calentísima por su carne. Saqué mis tetas de su débil escote y me incliné para aprisionar su tranca entre mis enormes “ubres”, como les nombró él. Gimió y entrecerró los ojos, no lo podía creer al sentir la suave piel envolviéndolo. Y en el preciso instante en que me agarré las tetas con fuerza para subir y bajar lentamente, vi cómo un brillo húmedo salió de su uretra.
—No me jodas que eres precoz, Agustín…
—No pares, nena, no pares, vaya tetazas…
Mientras le iba haciendo la paja con mis tetas le miraba la cara y cada vez que recuperaba el aliento para mirarme a los ojos, me inclinaba para chuparle la jugosa cabecita. Metía la puntita de mi lengua en su agujerito para volverlo loco. A veces trataba de tocar allí con mi piercing. Se corrió muy rápido y no me dio tiempo a disfrutar mucho; por eso es que prefiero a los hombres maduros, tardan más en vaciar los huevos.
Su polla empezó a escupir chorreones de leche mientras yo le daba mordiscones con mis labios al tronco, apenas me dio tiempo de reaccionar para que se corriera en mi cara y tetas. Yo me relamía los labios mientras le miraba con cara de guarra. Mi ropa y mi cabello se habían ensuciado, pero no me importaba.
—Chupa, mamona, límpiamela. No uses tus manos, venga.
Estuve largo y tendido rato haciendo guarrerías con mi lengua. Vaya puta estaba hecha, lo sé. Lo bueno de los jovencitos es que no tardan en ponerse a pleno, pero no quería que se volviera a correr, podría ser la última vez que lo hiciera en la noche, y yo, como toda loba que se precie, necesitaba que me la metiera de una buena vez. Así que, tras limpiársela, guardé su tranca.
Podíamos estar toda la puta noche con sus juegos. Fue por eso que, cuando volvimos a agarrar los controles, me concentré en obtener una victoria. Ya me estaba acordando de algunas combinaciones de botones durante la batalla. Lo cierto es que pese a que el mando y la consola fueran nuevas, algunas de las mencionadas combinaciones permanecían allí, dispuestas en los mismos botones que antaño.
Decidí aguantar los malditos cuarenta segundos. Esta vez iba a ganar. Y créanme, lo último que quería en el mundo era su dinero. No, en mi cabeza quería ganar para pedirle que me follara. Esta vez, la persona que pisaría el acelerador a fondo sería yo.
—Se viene otra masacre, Rocío.
—Tanto hablar te va a poner las cosas en tu contra, cabrón —dije recogiendo con mi lengua un hilo de semen que quedó colgado en la comisura de mis labios.
“Thee, two, one… ¡FIGHT!”. Ya conocía su estrategia. Nada más comenzar la batalla, Scorpion lanzó su arpón para clavarla en el pecho de Sub-Zero. Pero me defendí y el ataque no hizo efecto. Tras un salto, logré congelarlo y corrí directo hacia él para hacerle un golpe con gancho que lo hizo volar por el escenario. Se repuso e invocó las llamas del averno para que quemaran los pies de mi guerrero, pero volví a dar un brinco con patada que lo tumbó al suelo. Scorpion, bastante cabreado, quiso darme un combo de ocho golpes con el que me ganaba las otras peleas, pero ninguno de sus golpes tuvo efecto pues me defendí perfectamente. Con precisión quirúrgica, rompí su combo y logré darle un puñetazo con golpe congelador de por medio.
Y con un gancho poderoso, Scorpion, el cabrón de Peñarol, fue derrotado.
Segunda pelea. Aguanté los golpes como pude. Agustín estaba demasiado nervioso y se notaba en la batalla. Fallaba sus mejores técnicas, se apresuraba en dar algún golpe pero Sub Zero ya lo tenía bien calado. Estuvo a punto de derrotarme, pero me incliné y le lamí el cuello para que diera un respingo de sorpresa. Le susurré: “Quiero que me la metas, niño”. Cayó su mando al suelo y subió algo entre sus piernas, visible tras la tela de su vaquero.
Evidentemente, sobreviví los cuarenta segundos y la pelea terminó con mi victoria.
Tercera batalla. Agustín perdió la concentración y su guerrero aurinegro fue masacrado con combos, hielo, y para finalizar, un Fatality que yo tenía memorizado desde niña y que de alguna manera, en el fragor de la batalla, recordé. Con una sonrisa de punta a punta en mi rostro, Agustín vio cómo su querido guerrero era congelado y partido en dos pedazos.
—¡Ganéeee!
—No te puedo creer… ¿Cómo hiciste el Fatality, Rocío? —dijo levantándose para quitar su billetera.
—Agustín…
—¿Qué? Te voy a dar tu dinero para que pidas un taxi…
—No quiero tu dinero ni un taxi. Aún no.
—¿Mande?
No se pueden imaginar lo caliente que estaba. Y lo peor de todo es que mi cuñadito se estaba haciendo del desentendido adrede. ¿Para qué más disimular? ¡Le había hecho una maldita cubana y aún quería que le mandara un mensaje claro!
—¡Déjate de “Mandes”! ¡Déjate de jueguitos! Cabrón, me calentaste toda la puta noche adrede, ¿no es así?
—Claro que no. En serio… solo quería ver tus tetas, pero como seguías accediendo… pues fui hasta el final del camino para comprobar qué tan puta es mi cuñada.
—¡Uf, diossss! ¡Pues ya lo sabes! ¡Quiero que me folles, mamón, que me folles!
—¡Me cago en todo! ¡En serio eres una puta, Rocío!
—Síii, y soy tu puta, ¿entiendes? T-u-p-u-ta —tomé de su mano y lo llevé al baño a rastras. Con la otra mano agarré varios cubitos de hielo por si se me hacía del remolón. Quería carne y ese chico me la iba a dar.
Una vez adentro, me deshice de mis ropas incómodamente pues teníamos poco espacio, poco a poco fui revelando cada centímetro de mi cuerpo ante su atónita mirada. Y así, solo con un tanga pequeñísimo y ceñido, le miré con mis ojos asesinos propios de Sub-Zero. Tragó saliva y se dedicó a quitarse su calzado y vaquero. Aproveché para agarrar mi móvil del suelo, encenderlo, y rápidamente activar la filmadora. Coloqué el aparatito sobre el lavabo, entre la pasta dental y los cepillos para que nos grabara. Obviamente ni se iba a enterar, ¡ja!
Me recorrió todo mi cuerpo con su mirada y yo hice lo mismo hasta que no pude aguantar más; lo arrinconé, besé su cuello, sus pechos, sus abdominales. Bajé y bajé hasta cerciorarme de que su polla estuviera bien fuerte y gorda. Lo ensalivé bien, aunque mi concha ya estaba a rebasar y podría entrar con facilidad sin que se la humedeciera. Al levantarme me tomó de la cintura y me dio media vuelta, poniéndome contra el lavabo para que me atajara del mencionado lavamanos. Me incliné, puse la colita en pompa y gemí como cerdita cuando ladeó la fina telita de mi tanga a un costado. Metió mano y, con los dedos quietos, tensos entre mis labios vaginales, me habló:
—¿No te pone mal ponerle los cuernos a Christian?
—¡Ufff! ¿Y a TI no te pone mal hacerle esto a la novia de tu hermano mayor?
—¿Lo amas?
—Deja de hablaaarrrr… no es de tu incumbenciaaaa —arqueé mi espalda.
—No, dilo, ¿amas a mi hermano?
—Claro que lo amoommmffffggg, ¡CABRÓN!
Nada más responderle me dio una estimulación vaginal riquísima. El dedo del medio se abrió paso entre mis labios vaginales, mientras que el anular y el índice apretujaron los labios externos para iniciar un masaje la mar de caliente, rozando mi capuchón. Era tan rico que tiré una pasta dental al suelo (no la que sostenía mi móvil, por suerte) y un jabón. Levanté la mirada y me vi por el espejo, con la cara rojísima y viciosa mientras que Agustín, con la cabeza inclinada, miraba cómo sus dedos me masajeaban mi hinchada concha.
—Follo duro, ¿eh, nena? Me importa un pepino si vas a disfrutarlo o no, Rocío, solo quiero que este amigo la pase de campeonato —y cuando lo dijo, soltó su mano y agarró su enorme verga. Restregó su pollón por mi coño, lo encharcó de mis jugos. Arañé el lavabo y me mordí los labios, estaba hirviendo y chorreaba como nunca en mi vida—. Lo cierto es que por eso terminé con mi novia… no le va el sexo fuerte, y a mí sí. Así que ya estás advertida, vete de aquí si no deseas sufrir…
—Mmm… Agustín… como sigas hablando te haré un puto fatality ahora mismo, cabronazo…
—Deja de llamarme Agustín. Soy Scorpion, puta. ¿Quieres que me vaya de aquí?
—Oohggg… no puede ser verdad… no puede ser verdad que sea tan ricoooo… deja de pasarme con tu polla allíiii.
—Pues nada, me voy…
—¡Noooo!… ¡Idiota, fóllameeee!
—No sé… vas a terminar llorando de dolor y todo…
—¡Ufff, me da igual que me trates duro, puto Scorpion!, quiero que me la metas, diossss, ¿quieres que lo escriba con la pasta dental por el espejo?
Se arrodilló, separó mis labios con los dedos, introdujo su lengua en mi vagina y comenzó a follarme con ella; Agustín lamía con esmero, buscaba con la punta de su lengua mi capuchón en búsqueda de mi puntito, y luego volvía a hundir su lengua en mi concha, dándome mordiscones con sus labios, realizando movimientos circulares en su interior hasta que consiguió que me corriera; con el coño contrayéndose, metió un dedo hasta el fondo y me folló así un ratito:
—Tienes la concha más mojada que he sentido jamás… ¿estás lista?
—Agghmm… —ni siquiera podía hablar claro, solo acompasaba mi cintura con su follada de dedo.
Lo sacó. Me tomó de la cintura con sus dos poderosas manos, como queriendo atajarme por si me zarandeaba ante la inminente invasión de su tranca. Se nota que sabía que las chicas se querrían escapar debido al dolor que podría producir su ancha verga y ya se sabía cómo contenerlas. Me sentía como una putita barata, solo puesta allí para complacer a un macho sediento de concha, que me follaría duro para su placer y sin pensar en mí.
—Mmmfff… hazlo, Scorpion… hazlooOOOHGGGG ¡DIOS!
Me dio un envión que me hizo chillar fuerte. Y sin piedad empezó a dar envites para que mis pechos se zarandearan violentamente; como los malditos combos de Scorpion, me dio duro sin parar, y yo estaba lejos de poder hacerle un “combo-breaker” a su seguidilla de enviones. El sudor corría por todo mi cuerpo, el chapoteo de nuestros sexos lubricados era lo único que se oía en el pequeño baño. Me dolía un poco, sí, pero era a lo que me exponía por puta.
Las fuertes embestidas me sacudían y parecía que pronto me partirían en dos. Era el arpón de Scorpion lo que tenía ingresando entre mis piernas.
—Sudas como una cerda, joder. A partir de ahora serás mi putita, Rocío.
—Síiii, Scorpion, diossss… uffff…
Pareció descansar un rato. Mantuvo su polla muy dentro de mí. Lo retiró todo y me dejó una sensación desoladora. Se quedó quieto, como congelado por accidente por algún Sub-Zero. Tomé aire como pude e imploré:
—¡No la saques, por favor, uff, ufff… no la saqueees!
—Es que no me convenció lo de recién. ¿Vas a ser mi putita?
—Cabróooon, voy a llorar… es que eres un completo imbécil… aggm…
—No es lo que quiero oír, Rocío.
—¡Seré tu putita y todo lo que quieras! ¡No saques tu arpón, Scorpion, no la saqueeees!
—Hora del Fatality. ¡”Come over here!”! —gritó remedando la voz de su guerrero.
Justo cuando mi conchita estaba contraída me la metió de nuevo con todas sus fuerzas. El placer que me causó fue único. Las contracciones de la vagina eran increíbles y su descomunal verga me llenaba toda. Chillé tan fuerte que temí reventarle sus tímpanos o incluso el espejo. Fue un “Fatality” en toda regla. Se mantuvo quieto durante el tiempo que me llevó calmarme y se lo agradecí como mejor pude: gimiendo como cerdita.
—Ahhhhhhhh… Ahhhhhhh….Sí, así hermoso…. no la quites, quédate quietito y adentro…
—Me voy a correr, creo que será mejor que la quite…
—No, así, bien adentro… uffff… —meneé la cintura.
—Eres una verdadera puta, Rocío.
—Ahhh… sí… puta y todo lo que quieras, pero te gané en Mortal Kombat… cabrón…
——–
Cuando, en la facultad, paseo tomada de la mano de mi novio, siento que por fin estoy donde pertenezco. A su lado, con mis dedos enredándose entre los de él. Aún no sabe que tengo amantes, que estoy forzada a complacerlos como he comentado en mis otros relatos. Ni mucho menos sabe que también soy la putita de Scorpion, digo, de su hermanito. Pero ahora mismo no me gustaría complicarme con esos pensamientos.
Cuando me invita a su casa, ve la alegría en mis ojos y sonrisa. Durante los domingos en los que comparto un asado (barbacoa) con su familia, siempre me tomo una media horita para jugar a “Mortal Kombat”, con mi cuñadito en la sala. Claro, los castigos por perder los dejamos para una próxima ocasión, para cuando volvamos a estar solos. Yo tengo ya once victorias a mi favor, y él solo una. Sinceramente, creo que se ha dejado perder… pero me da igual.
Planeo invitarlo a mi casa cuando se venga el superclásico del fútbol uruguayo, pues en mi casa son muy futboleros: mi papá y mi hermano irán al estadio. Mi novio es muy fanático también e irá a ver el partido con sus amigos. Yo, como buena novia, le dije que no pretendo asfixiarlo, que salga y disfrute.
Claro, falta muchísimo aún; dos meses para el superclásico. Es el 19 de Abril de 2014. No puedo esperar. Me mata el ansia; quiero sentir el arpón de mi amado y violento Scorpion entrando sin piedad dentro de mí.
Supongo que mi novio y mis dedos pueden aplacar estas terribles ganas de momento…
—-
Gracias por llegar hasta aquí. Espero que les haya gustado.
Un besito,
Rocío.
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Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 7” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 7

Mientras me duchaba, traté de asimilar el hecho innegable que me sentía cómodo siendo el dueño de mi secretaria y de su madre. Pero esa certeza me llevó a analizar sobre la dificultad de mantener dos mujeres bajo el mismo techo sin que terminara siendo una pesadilla.
Rumiando aún el tema, me vestí y bajé a desayunar. Al entrar en la cocina, percibí el mal rollo que había entre ellas y eso confirmó mis temores. No queriendo hurgar en ello, me tomé el café mientras observaba de reojo las miradas de odio que se echaban entre ellas.
-¿Qué coño os pasa?- pregunté molesto.
Tomando la palabra, Azucena protestó:
-¿Recuerdas que nos has pedido que pensemos en que castigo se merece la otra?
-Sí- lacónicamente contesté.
-Pues esta zorra me ha dicho que ha decidido que me pase todo el día con un consolador metido en el coño para según sus palabras, mi dueño pueda comprobar si a mi edad soy capaz de soportar esa tortura.
Descojonado por dentro, solo quise saber que era lo que ella había planeado para su hija.
-La anciana ha decidido que vaya a la oficina vestida de colegiala y sin bragas para que todo el mundo pueda comprobar lo puta que es la secretaria del jefe- respondió de muy mala leche María.
-Ya veo- contesté.
Tras pensar durante un minutó, tomé una decisión salomónica. Ambas irían vestidas de colegialas, las dos llevaría incrustado en sus cochos sendos consoladores y ninguna de las dos podría llevar bragas durante todo el día.
-No es justo mientras yo tendré que soportar las miradas de toda la oficina, esta vieja se quedará en casa sin que nadie la vea.
-Tienes razón- razoné. Y cambiando mi decisión las informé que liberaba a Azucena del castigo mientras debido a su insubordinación incrementaba el de su hija.
Asustada por las consecuencias de su acto, María intentó que también la perdonara a ella, echándose a llorar pero aleccionado del poco resultado que había tenido el ser prudente con ella, la ordené que se fuera a vestir y que no bajara sin parecer una quinceañera. Ya solo con Azucena, le pedí que sacara del armario donde tenía todo el instrumental un consolador con mando a distancia.
La cuarentona sonrió y desapareciendo de mi vista fue por ellos mientras terminaba de desayunar. Mi sorpresa fue que a los cinco minutos vi a mis dos sumisas bajando por las escaleras con el mismo uniforme.
Riendo comprendí que pasaba al ver que ambas llevaban camisa blanca, falda escocesa y su pelo recogido en dos coletas.
-Amo, lo que me ha pedido- solemnemente declaró la mayor al darme los aparatos.
Ya en mi mano comprobé que además del que había pedido había otro que llevaba temporizador y sin hacer mención alguna a ese cambio, obligué a la madre a ponerse a cuatro patas sobre la mesa.
-Se pondrán a vibrar cada media hora- señalé antes de meterlo en el coño de la madura- ¡tienes prohibido correrte en todo el día!
A María no hizo falta que le dijera nada e imitando a “la vieja” puso su sexo a mi disposición.
-En cambio, tú cada vez que sientas que se pone en funcionamiento, deberás correrte y si no lo consigues por medio del consolador, quiero que te masturbes sin importar el lugar donde te encuentres.
-Así lo haré, mi dueño- comentó ilusionada la cría sin saber lo que se le avecinaba.
Azucena más experimentada en esas lides, esperó a que su hija no pudiese oírla para decirme:
-No te pases mucho con ella. Sé que tiene que aprender pero piensa que para ella todo es nuevo.
Soltando una carcajada, besé a la rubia y cogiendo a la morena del brazo, salimos a tomar un taxi que nos llevara a la oficina. Acababa de dar la dirección de la oficina y María apenas había aposentado su trasero en el asiento cuando puse en funcionamiento el consolador de su coño.
La cría ilusamente sonrió al sentir esa vibración y cerrando los ojos, se puso a disfrutar convencida que le daría tiempo para conseguir el orgasmo pero entonces dando por suficiente ese breve estímulo, me la quedé mirando.
Su cara reflejó la sorpresa y viendo la sonrisa de mis labios, comprendió el alcance de su condena. Totalmente colorada, miró a su alrededor y tapando sus maniobras del taxista, se abrió y se puso a masturbar temiendo en cada momento que algún transeúnte la viera.
-Mi dueño es un cabrón- susurró en mi oreja mientras con sus dedos buscaba su placer.
Confieso que estuve tentado en ayudarla pero manteniéndome al margen, me quedé observando como poco a poco la temperatura y el ritmo de sus caricias iban subiendo mientras el conductor se quejaba del tráfico de esa mañana en la ciudad.
«Dudo que le dé tiempo a correrse antes de llegar», pensé al comprobar que al menos exteriormente el coño de María seguía seco.
Ella debió pensar lo mismo porque dando un salto salvaje en su educación como sumisa empezó a sacar y a meter el huevo que tenía alojado en su interior mientras torturaba sin pausa su ya hinchado clítoris entre sus dedos. Esa decisión fructificó casi de inmediato y con la respiración entrecortada, bajo su culo desnudo, no tardó en formarse un pequeño charco.
Compadeciéndome de ella, metí mi mano entre la tapicería y su piel para acto seguido recoger un poco del flujo que brotaba de su sexo. Maria pegó un gemido al ver que, llevándome los dedos impregnados a la boca, sacaba la lengua y me los ponía a chupar.
-Córrete putita mía- ordené en voz alta sin importarme que el taxista pudiese oírme.
El morbo que sintió al comprobar que el conductor usaba el retrovisor para entender mis palabras y el tono autoritario de mis palabras hicieron el resto y dando un aullido se corrió justo en el momento que parábamos frente a la oficina.
-Bien hecho- comenté mordiendo el lóbulo de su oreja mientras se acomodaba la ropa.
Tras pagar al alucinado tipo, entré en la empresa con mi secretaria que completamente avergonzada era incapaz de levantar su mirada al saber que en ese momento su flujo caía libremente por sus muslos.
Ya en mi despacho, me puse un café mientras María desaparecía corriendo rumbo al baño. Al verla, mi única duda fue si esa guarrilla iba a secarse o a volverse a masturbar porque le había parecido poco.
Tardó en salir por lo que supuse que había optado por lo segundo y satisfecho me sumergí en el día a día olvidando momentáneamente que en bolsillo de mi pantalón descansaba ese mando.
Media hora después la vi sentada en su silla conversando relajada con dos compañeras. Su cara ya había recuperado su color natural y nada en su actitud podía hacer suponer que llevaba un instrumento entre sus piernas. Observándola a través del cristal, encendí el vibrador a la máxima potencia y esperé.
Al experimentar la acción del mismo, María no pudo evitar mirarme ni ponerse roja al comprobar que no le quitaba el ojo de encima. Es más disimulando siguió charlando mientras sentía que su sexo se iba anegando paulatinamente sin que pudiera hacer algo por evitarlo.
El primer signo de calentura que pude advertir fue su nerviosismo pero lo que me dejó claro que estaba a punto de caramelo fue comprobar que era incapaz de mantener sus piernas quietas. Muerto de risa, esperé a su segundo orgasmo de la mañana para llamar por medio del interfono a la muchacha y pedirle que se acercara a mi despacho.
Alisándose la falda, se levantó y vino a verme luciendo una sonrisa en su cara.
-¿Qué desea?
Llamándola a mi lado, comprobé que se había corrido metiendo mi mano entre sus piernas al sacarla totalmente empapada. Descojonado, le pregunté cuántas veces se creía capaz de correrse en un mismo día.
-Las que mi querido amo me permita – contestó alegremente.
Su respuesta me satisfizo y permitiéndome una muestra de cariño, di un suave azote sobre su trasero desnudo mientras le decía:
-Si te portas bien a lo mejor a la hora de comer te permito descansar.
Con una picardía poco habitual en ella, María contestó:
-Prefiero que si mi dueño está contento conmigo, me permita hacerle una mamada.
Su descaro me hizo gracia y poniendo en funcionamiento el vibrador, le pedí que me trajera un café. Mordiéndose los labios, salió corriendo rumbo a la cocina con mi carcajada retumbando en sus oídos.
Fue entonces cuando me acordé de Azucena cuyo castigo, siendo diferente, era igual de duro porque al contrario que María, ella tenía prohibido correrse y deseando conocer de primera mano su estado, la llamé. Cuando me contestó, supe por el ruido de ambiente que no estaba en casa y al preguntar, la rubia me contestó que estaba en el mercado.
-¿Irás sin bragas?- quise saber.
-La duda ofende querido amo… su perrita lleva el coño al aire como usted ordenó.
-¿Y te has corrido?
-Todavía no pero no le aseguro que consiga no hacerlo porque el aire pegando en mis labios mojados me tiene como una moto.
-¡Solo eso?- insistí.
Poniendo voz de puta, replicó:
-No, lo peor es sentir que las miradas de los dueños de los puestos y pensar que saben que voy a pelo. Eso me tiene como una cerda en celo.
-Perfecto- respondí mientras cortaba la comunicación.
Justo en ese momento María apareció por la puerta y por su color de sus mejillas, supuse que acababa de disfrutar del tercer orgasmo de la jornada pero lo que nunca me imaginé fue que acercándose se diese la vuelta y levantando su minifalda, me mostrara orgullosa que así había sido.
La belleza de su trasero y el brillo de su coño azuzaron mi lujuria y totalmente dominado por el deseo, me dirigí a la puerta y tras cerrarla con llave, me giré diciendo:
-Voy a follarte.
Obedeciendo se agachó sobre la mesa dejando su culo en pompa. Al llegar a su lado, sustituí el artefacto por mi glande entre sus lubricados labios y de un solo golpe, le clave todos sus centímetros en su interior. María gimió descompuesta al experimentar como ese maromo entraba en sus entrañas llenándolas por completo. Nunca en su vida había sentido una invasión tan masiva de sus genitales y aun así no se quejó.
-¡Qué gusto!- sollozó al ser penetrada por mi estoque y temiendo que alguien en la oficina escuchara sus gritos, le tapé la boca mientras ella comenzaba a berrear como una loca.
Podía doblarla en edad pero esa mañana le demostré que podía someter su fogosidad juvenil acuchillando con mi verga una y otra vez las paredes de su vagina. Su sobre estimulado sexo no estaba preparado para ese asalto y con cada estocada noté que a esa muchacha le faltaba el aire. No sé las veces que se corrió ante mis ojos, de lo único que soy consciente es que se comportó como una perra deseosa de ser montada cuando viendo que se aproximaba mi propio orgasmo, la cogí de las tetas mientras la alzaba entre mis brazos.
Dominada por el placer, me rogó que no dejara de empalarla y mientras mi miembro llenaba con su semen el interior de su vagina, mordí su cuello dejando la marca de mis dientes sobre su piel. El dolor multiplicó su gozo y reteniendo las ganas de chillar a los cuatro vientos que su dueño la había tomado, se desplomó sobre la mesa con su sexo anegado de leche.
Viendo su cansancio, la dejé reposar unos segundos antes de volver a introducir el vibrador dentro de ella. María se abstuvo de protestar al sentir la nueva invasión y acomodándose la ropa, me soltó mientras salía por la puerta:
-Estoy deseando que llegue la hora de comer.
Soltando una carcajada, encendí el aparato y olvidándome de ella, me puse a trabajar pensando que todavía no habían dado las doce…

Relato erótico: “La APP del deseo.” (POR JAVIET)

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En determinadas culturas, se piensa que tomarle una foto a una persona le puede robar el alma.

Todo comenzó charlando con mi amigo Isaac, este es el típico loco por la informática y se mete en todo tipo de páginas raras. Pues bien, estábamos tomando una copa y me dijo que había encontrado una aplicación para móviles que me podía interesar, dado que sabe que escribo en esta página imaginé que su descubrimiento seria alguna cosa guarrilla, por tanto le dije que no me interesaba pues no me meto en chats ni páginas de putiferio virtual.

– Vamos tío, ¿me imaginas llamando a Teleputa y encargando una morenita delgada con extra de tetas?

– No es eso Javi, ¡ya verás! alucinas con la aplicación, yo me hice socio de pago y me mandaron unas gafas de 3d.

– Creo que paso, tomemos otra copa.

Pese a todo me escribió la dirección de internet donde se podía descargar la aplicación, la guarde en un bolsillo y me olvidé de ella durante casi un mes, mientras el destino jugaba a los chinos con mi vida.

Ya sabéis que hay compañías de telefonía que por cambiarte te regalan un móvil molón, pues eso hice y de repente era dueño de una maravilla de la técnica moderna, tenía la hostia de memoria, internet, sistema Android y una cámara con una burrada de pixeles, naturalmente su gran pantalla táctil fue mi juguete favorito durante unos días; el siguiente paso lógico socialmente aceptado fue comenzar a bajarme chorradas en forma de juegos, videos de cachondeo y algunos guarrillos, después los colegas me recomendaron descargar todo tipo de aplicaciones para esto y aquello.

El papelito apareció, como ya estaba lanzado con lo del cachondeo decidí bajarme aquella APP, la web “Tócame y verás” prometía horas de diversión y control de las personas fotografiadas, su funcionamiento era simple, debías activarla y abrir con ella la foto que quisieras, seguidamente sobre dicha foto debías pasar el dedo y la persona sentiría tus caricias, ni que decir tiene que cuanto más ampliabas la foto más preciso se hacia el punto a tocar. La página te indicaba que tenías cinco usos distintos de forma gratuita, una vez utilizados estos se debía pagar 20 euros al mes para seguir usando la aplicación sin límites, pero te daban más opciones extras, también pedía que aceptaras los términos y condiciones del fabricante, supuestamente después de leer atentamente un largo documento en letra pequeña. La mayoría ya sabéis como va esto, así que acepte sin pensármelo demasiado, el programa se me descargó y seguí preparándome la cena sin hacerle demasiado caso.

El día siguiente era domingo y salí a dar un paseo sobre las once aprovechando que hacia sol, el calorcillo primaveral invitaba a pasear con poca ropa, fue salir a la calle y empezar a ver chavalas en camiseta y pantalón corto corriendo hacia el parque próximo, caminé un buen rato y finalmente me senté en un banco aprovechando para llamar a mi hermano por el Móvil, un rato después colgaba y me disponía a guardar el aparato, cuando vi que mi vecina Sonia estaba sobre la hierba a poca distancia haciendo flexiones.

Ella vive cerca de mi casa, un par de portales más lejos y cerca de la avenida, es la típica vecina buenorra, esa a la que los tíos miramos boquiabiertos cuando sale a comprar el pan, la mujer es morena con el pelo corto, treinta añitos muy bien llevados, casada y con dos críos (su marido y el pequeño de un añito) la mujer sigue como digo bastante potable y con una figura envidiable, vestía una camisetita de tirantes roja y un pantalón cortito muy ligero de color azul cielo, nuestra relación no solía pasar de los saludos y alguna caña común en el bar, decidí sacarla una foto así como estaba inclinada y perniabierta, acerque un poquito el zoom y disimulando espere la pose más adecuada, medio minuto después “zas” fotito al canto, la pille agachándose con todo el culo en pompa y con el perfil de la cara visible, me hice el remolón esperando al sol y la tire otra foto cuando reiniciaba su carrera, esta vez venia hacia mí con lo cual la saque de frente y casi de cuerpo entero, supe que no llevaba sujetador por la forma de rebotar de sus meloncillos.

La salude al pasar y ella respondió:

– Que pasa Javi, mucho tiempo sin verte.

– Pues aquí ya ves, aprovechando el solecito para dar un garbeo.

– Haces bien caray, ¿la familia bien?

– Si gracias preciosa, espero que la tuya también.

– Bueno si, más o menos como siempre, en fin sigo para casa que tengo cosas que hacer, cuídate.

– Lo hare gracias, oye… dile a Manolo (su marido) que luego pasare a tomar una caña, si os pasáis por el bar os invito.

– No va a poder ser, hoy trabaja.

– Bueno pues pásate tú con el peque, total solo es una cañita como aperitivo.

– Ya veremos, pero no me esperes pues depende de cómo se despierte el niño.

– Vale guapa, chao.

Ella siguió corriendo, espere a que su atractiva figura se alejara y mire las fotos, me deleite mirando su culo y pechos durante un momento, Sonia tenia cara angulosa con nariz estrecha, pómulos altivos y boca grande, sus ojos marrones parecían devolverme la mirada, por lo que deduje que miraba al teléfono cuando saqué la segunda foto.

La curiosidad me pudo, abrí la aplicación y con ella la primera foto, amplié con dos dedos en la pantalla el culo de mi vecina, me estaba poniendo cebollón ver aquellas cachas enfundadas en aquella tela azul, se distinguía hasta la forma posterior de su conejo, dos golpecitos a la pantallita del móvil y salió un cuadro de opciones:

– Tocar.

– Acariciar.

– Apretar.

– Modo real.

– Difuminar.

– Guardar como.

– Salir.

Dado que era mi primera vez, aquel menú me era totalmente desconocido por lo que probé todas las opciones, la de tocar no me pareció muy efectiva, imaginaba que sería como tocar un mueble o un banco, me sorprendió notar calor cuando tocaba la carne de las piernas, amplié un poco más la foto del culo y pase a la segunda opción, acaricie aquel culo con los dedos, la sensación de calor seguía pero me parecía que la piel temblaba ligeramente, la nitidez de la foto me permitía ver todos los detalles de la piel, incluso las puntadas de la ropa, pasé a la tercera opción y pase el dedo apretando ligeramente, aluciné al ver como la tela del pantalón parecía hundirse bajo mi dedo, ¡era la caña total! Probé la cuarta opción descubriendo que en modo real se conjuntaban el realismo de la imagen, el calor del cuerpo y el movimiento de la ropa, llegue incluso a levantar el borde del pantaloncito ¡lo juro! Parecía que mis dedos entraban por debajo, me dio la impresión que del altavoz del móvil salían gemidos.

Llevaba media hora tocando la pantalla, seguía sentado en el banco del parque con una erección que no bajaba, decidí probar la quinta opción, aunque suponía que eso de difuminar solo sería un pequeño truco visual, para mi sorpresa el pantalón azul se transformó en una ligera neblina semitransparente, dejando ver una mancha algo más clara que suponía serían sus bragas, pero se veía la carne bastante bien, vi claramente el chochete casi sin pelo, con sus labios recogidos, puse los dedos a sus lados y me dio la impresión de que podía abrirlo ligeramente, veía más arriba el ano con su agujerito fruncido bien visible, estaba tan claro que lo amplié hasta poder contar sus 22 arruguitas concéntricas de piel algo más oscura.

Debía parar o me daría un Jamacuco, naturalmente decidí guardar aquella modificación de la primera foto, le di a Guardar como…Sonia D003, la segunda foto, es decir la de frente sufrió un escrutinio igual que la anterior, mi vecina no tenía un piercing en el ombligo, pero si un nombre tatuado en el vientre sobre su chochete afeitado pero claramente descuidado, lo amplié hasta leer el nombre de su marido, pensé jocosamente que eso sí que era marcar una propiedad, también confirmé que sus tetas del tamaño de pomelos grandes no llevaban ni parecían necesitar sujetador, guarde esta foto frontal de la morena como Sonia D004, tras cincuenta minutos jugando con las fotos, me di cuenta de un detalle, al quitar el modo “Difuminar” volvió a verse el pantaloncito azul, pero este mostraba claramente una mancha más oscura, como de humedad en la zona vaginal, el efecto se repetía en la otra foto, así salvé aquellas dos nuevas imágenes como Sonia D005 y D006. Salí de la aplicación y comparé las fotos, las manchas eran evidentes y no figuraban en las originales ¿Cómo era posible? Tenía la verga más tiesa qué el poste de una bandera, por lo que decidí volver a casa para tranquilizarme un poco, ya de paso pondría a cargar el teléfono.

Una vez en casa, puse el móvil en carga y para bajarme la cachondez me puse a preparar la comida, un rato después me di una ducha pero seguía morcillón, pues no dejaba de pensar en las fotos de Sonia, así que una vez seco y tranquilo tome el móvil y me senté en el sofá, active la aplicación para revisar de nuevo las fotos de mi vecina con tranquilidad, ahora sin críos gritones correteando cerca, ni el molesto efecto del sol incidiendo oblicuamente en la pantalla veía mejor las imágenes.

La mayoría ya sabéis cómo va el tema de las fotos en los móviles de pantalla táctil, pones los dedos en plan pellizco y amplias o encojes a discreción cualquier parte de la imagen, me aficione enseguida al “Modo real” combinándolo con el de “Difuminar” llegue a ampliar la foto del culo hasta que su chochete y el ano ocupaban toda la pantalla, lo abría y cerraba, pasaba los dedos acariciándolo e incluso presione sobre la grieta, sentía el calor en el dedo, me parecía sentir la humedad y turgencia del sexo abriéndose a mi paso, incluso creí oler el inconfundible olor a flujo vaginal, me parecía escuchar suaves gemidos por el altavoz, aquello me alentaba así que acaricie a mi vecina un buen rato hasta que me pareció sentir que la pantalla temblaba violentamente en mis manos.

Estaba otra vez cachondo perdido, debía estar mal de la cabeza excitándome con un teléfono y una foto digna de un pervertido, debía parar o me veía tirando fotos a toda tía que se me cruzase, incluso me imagine parado en la puerta de colegios pijos, fotografiando jovencitas de 16 añitos con sus falditas cortas, avergonzado de mí mismo salí de la aplicación, para calmarme decidí irme al bar a tomar el aperitivo.

Los domingos hay pocos sitios donde ir en mi barrio, entre en el bar de Rolo y me estaba tomando un vermut blanco charlando con un conocido cuando vi a Sonia, llevaba unos legins azulones y una camisa blanca de manga corta, cruzaba la calle saliendo de la tienda de los chinos donde había comprado el pan, me asome y la llame:

– ¡Sonia estoy aquí! ven y tomate algo.

– No se Javi, -respondió al llegar a mi lado- he dejado al peque jugando en casa.

– Vamos mujer se te ve acalorada, un vaso de algo te vendrá bien y no te entretendrá mucho rato.

– Vale, creo que llevas razón, tengo un día raro.

Entramos, pido una caña para ella y otro vermut para el menda, tomamos asiento en los taburetes del rincón, mirándola a los ojos pregunto:

– ¿Cómo que un día raro, te pasa algo malo?

– ¡No! emm… cosas de chicas, uno de esos días extraños.

– Oye, si necesitas algo o tienes problemas dímelo, los vecinos debemos ayudarnos, además Manolo es del barrio de toda la vida, así que no te cortes.

– De verdad que no pasa nada, solo es que… estoy algo rara por dentro.

– ¡Eso es la primavera! Tranquila que no pasa nada, mientras te lleves bien con tu chico todo irá de coña.

– Eso espero, últimamente Manolo pasa un poco de todo.

– Eso son baches de parejas, todo es normal, oye discúlpame pero he de pasar al servicio, bébete la caña tranquila que ahora vuelvo.

– Vale pero no me tardes, me corta beber sola en un bar.

Paso al servicio y hago pis, la idea de experimentar ronda mi cabeza, -pienso- ¡así que has tenido un día raro! pues bien bonita a lo mejor se debe a esto. Saco el móvil y activo la aplicación, selecciono la foto de frente de Sonia y amplio un poco la zona central, la pantalla de llena de su cuerpo desde las tetas al conejo, selecciono “acariciar” y paso el dedo por la imagen durante un minuto, insistiendo en las zonas erógenas, me meto el móvil en el bolsillo de la camisa con la pantalla contra mi pecho, debo volver con ella para ver sus reacciones, soy consciente de que mi pezón izquierdo acaricia su foto a cada paso.

Me acerco a Sonia desde atrás, ella tiene la cabeza inclinada hacia abajo, las piernas muy juntas y la espalda tensa, al sentarme a su lado no puedo evitar advertir su boca entreabierta ni sus tensos pezones, digo:

– Ya estoy de vuelta, no he tardado mucho ¿verdad?

– No has tardado, pero yo… he de volver a casa enseguida.

– Sí, pero me has dejado pensativo, eso de que Manolo pasa de todo no lo entiendo, con una princesa como tú y además el niño, ¿me lo explicas un poco?

Ni que decir tiene que procuraba mover el brazo continuamente, tomaba mi vaso, lo dejaba, me colocaba el móvil, sabiendo que mi pezón rozaba contra su imagen dentro del bolsillo, ella estaba inquieta abría y cerraba un poquito la boca, sus ojos pestañeaban a menudo y frotaba ligeramente sus posaderas contra el plástico del taburete, la voz salió vacilante cuando contestó:

– Este… no es el mejor sitio para hablar… de ciertas cosas.

– No habrá vuelto a los porros y demás, ya tuvo problemas de joven, tú lo sabes.

– No es eso, me da que… habla mucho con una compañera… ¡mira déjalo, ehm… este no es el mejor momento para hablar!

– Si llevas razón, lo siento, apura eso y vámonos, ¡te acompañare a casa!

Pagué y nos levantamos, su legins elástico presentaba una mancha oscura en la entrepierna, ella intento ocultarlo con la camisa pero no había sido lo bastante rápida, de camino a la puerta saque el móvil y rápidamente amplié la zona vaginal a tope, luego volví a metérmelo en el bolsillo, mi pezón haría todo el trabajo acariciándola mientras andábamos.

Llegamos al portal, su paso era algo vacilante así que la sujeté del brazo, ella me miró con sorpresa pero no se zafó de mi mano, así que decidí dar un paso audaz diciendo:

– No me parece que te encuentres bien, te habrá dado demasiado el sol.

– ¡Será alguna tontería! debo ver al niño lleva mucho solo.

– Si quieres subo y te ayudo dándole de comer, me parece que necesitas ayuda.

– ¿No te molesta? Me harías un favor, hoy está algo latoso.

– ¡Claro que no mujer! Ya sabes que vivo solo y nadie me espera, así que no tengo prisa.

Subimos y cogí al chaval, este se reía bastante conmigo mientras su madre calentaba su comida, tomo su papilla e hice lo posible para que se cansase jugando con él, Sonia preparó su cuna y un rato después le pusimos en ella dormido como un ceporro.

Dije a Sonia que debía pasar por el servicio antes de irme o no llegaría “limpio” a mi casa, ella asintió y se quedó recostada en el sofá, había estado espiando sus reacciones durante aquel tiempo, dentro de mi bolsillo el pezón había estado acariciando la foto de su vagina durante al menos media hora, la cara de la chavala había denunciado su calentura extrema en varias ocasiones, sabía que la tenía a punto y bien jugosa, el tema era ¿cómo abordarla sin quedar como un pervertido?

Me senté en el servicio tras cerrar la puerta, saque el móvil y cambie de foto por la que tenía el culo en pompa, amplié y acaricie toda la zona, presione repetidamente el dedo sobre su ano, chochete y clítoris, parecía que su conejo se abría y la zona estaba muy caliente, a través de la puerta escuche nítidamente un –aaahh- de mi vecina, salí sigilosamente tras meterme el móvil en el bolsillo del pecho y me acerque de puntillas al comedor, la imagen que vi era de lo más excitante.

Sonia se había descalzado y tumbado, estaba abierta de piernas y había metido su mano derecha bajo la cintura elástica del pantalón azul, vi la silueta de aquella mano agitándose bajo la tela húmeda, me asome un poco más contemplando su mano izquierda sobre sus pechos, tenía los ojos cerrados, estaba apretando los labios para no gemir, su corto pelo moreno estaba algo alborotado por mover la cabeza de un lado a otro, en resumen, estaba preciosa.

No se percató de mi presencia hasta que me senté a su lado a la altura de la cintura, apoye mi mano izquierda sobre la que ella tenía sobre el coño y con la derecha desabroche un botón de su generoso escote, ella abrió los ojos con un aspaviento de sorpresa, acallé sus protestas mezcla de vergüenza y temor con un gesto sonriente y dije:

– Tranquila guapetona, te escuché y vine a ver qué hacías, esto es algo imprevisto pero perfectamente natural.

– Yo… no sé qué me pasa… llevo toda la mañana así, ¡perdona Javi!

– No hay nada que perdonar princesa, yo también me masturbo a veces, déjame que te ayude.

– ¡No por favor! Me da vergüenza.

– Chssst, calla y disfruta Sonia, cierra los ojos y déjate hacer por favor, se ve que lo necesitas.

– Pee…pero.

Acerque mi cara a la suya y la besé suavemente para acallar sus protestas, mis manos actuaron por su cuenta, la derecha se apodero de sus senos, la izquierda se abrió paso bajo el elástico del pantalón encontrando la mano de la morena empapada de jugos, seguí palpando a ciegas hasta llegar al coñito ansioso ya empapado e introduje un dedo en su gruta.

Ella respiraba afanosamente y dejo de protestar, entendí que aquella preciosa morena estaba totalmente entregada a la pasión, me separe de ella solo un minuto mientras la quitaba el pantalón y me agachaba a lamer su vagina, ¡que decir? Literalmente chorreaba de deseo, moví la lengua por sus labios recorriendo cada centímetro presionando ligeramente, alcance el clítoris relamiéndolo repetidamente mientras su dueña se encorvaba temblorosa, ella gemía repetidamente bajo mis caricias, dije:

– Ábremelo, separa los labios con tus dedos y te lameré por dentro, incluso te follaré con la lengua.

Sonia obedeció, puso las manos a los lados de la vagina y la mantuvo abierta, redoble la velocidad y la presión de mi lengua en su coñito, en mi bolsillo el pezón seguía frotándose contra lo que yo lamia, metí uno de mis dedos en su ano lo cual no me costó nada pues la zona estaba empapada, lo removía dentro y fuera mientras removia la lengua dentro de su vagina, ella no tardó en correrse contra mi cara, gimió y suspiró medio gritando a la vez que me apretaba entre sus piernas, su cuerpo botaba de pasión mientras se corría en pequeñas oleadas.

No pregunte si quería follar ¿para qué? Tenía tantas ganas como yo o más, así que me desabroche la bragueta y extraje el miembro ya bien duro, trepe sobre su cuerpo y se lo hice notar contra la grieta, mire su cara y cuerpo, la camisa blanca estaba abierta dejándome ver sus apetecibles y grandes tetas, la metí la verga mirándola a los ojos, vi su expresión placentera, sus labios carnosos estremeciéndose, temblado una vez por cada centímetro de verga que la invadía, ambos nos desenfrenamos follando como locos, sentía sus paredes vaginales presionando, la sensación era el no va más del placer, noté el glande golpeteando contra su matriz en cada envite como si tuviera un tope interior, ella jadeaba abrazándome y besándome en el cuello, notaba sus uñas en mi espalda, estaba calentísima y tan desatada como pocas veces debía haberlo estado, mi móvil seguía en el bolsillo y los movimientos contribuían a rozar la foto de su coño y culo contra mi piel y sus tetas, aquella doble estimulación estaba resultando devastadora con Sonia, se corrió dos veces casi seguidas antes de que me llegara el turno de eyacular, dije:

– ¡Me corro princesa! Me voy… ¡Yaaa!

– Fuera… ahhh ¡siii! Pero… corréte fuera.

– Es tarde…. Yaa eees taaardeee.

– Noo.

Intento romper el abrazo, me empujo y todo, pero tras llenarla de semen y recuperar la respiración, la tranquilice diciendo:

– Tranquila guapa no pasa nada, tengo hecha la vasectomía y ahora soy como la sacarina, endulzo pero no engordo, puedes tenerme siempre que quieras sin peligro de embarazo.

– Podías haberme avisado antes, estaba a punto y se me ha cortado la corrida.

– Si es por eso no te preocupes que te hare llegar de nuevo, dame unos minutos para recuperar el resuello.

– No podrás, estas débil pues no has comido aun.

– ¡He tomado marisco jugoso!

– Si pero no lo has masticado, así que levanta y tomemos algo, el niño dormirá un rato más y Manolo no vendrá hasta las nueve de la noche.

– Parece que me estés haciendo proposiciones sexuales –dije fingiendo asombro.

– ¡No son proposiciones! –respondió- son certezas, te voy a follar hasta dejarte seco, desde que te vi esta mañana solo he pensado en sexo, antes de ir a por el pan ya me había hecho dos pajas, y este es el mejor polvo que me han echado en mucho tiempo, el manolo me tiene desatendida pues me los pone con una compañera, ¡tú no te me escapas!

Bueno pues eso es lo que pasó, dedicamos parte de la tarde al sexo y luego la acompañe a pasear al crio por el parque, dejo esta historia aquí de momento, seguiré contando más cosas pues la nueva APP de mi teléfono, adelanto que me siguió dando sorpresas, ¡jamás pensé que un teléfono diera para tanto! Seguiremos en contacto.

¡Sed felices!

Relato erótico: “mi amiga la sumisa final” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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-bien zorra- la dije- quiero que busques a tu amiga y la convenzas para que sea mi sumisa como tú. quiero teneros a las dos como mis putitas entendido.

– si amo- me contesto Maria.
– haz lo que tengas que hacer zorra, pero quiero que seáis las dos mías y ahora ven aquí que vengo de trabajar y estoy cansado. relájame chúpame la poya y hazme un buen masaje que no tenga que decírtelo dos veces. vamos ven. aquí está tu biberón aliméntate bien so guarra.
Maria se quitó la poca ropa que la quedaba y se arrastró hacia mí para cogerme el rabo y metérselo en la boca y empezó a mamar joder como mamaba un poco más y me corro.
– tranquila guarra sé que te gusta mi poya, pero quiero follarte ponte a 4 patas.
– si amo -me dijo ella y se me puso con el chumino al aire a 4 patas abiertas se la metí hasta los cojones.
– ahaja -dijo ella – que gusstooooo.
– te gusta zorra te gusta cómo te follo.
la cogí del pelo mientras la daba poya a más no poder.
– sisissssss no pares cabrón.
– toma so puta- mientras ella ya estaba mojada- ábrete el culo so puta te lo quiero petar.
Maria con su mano se abrió las nalgas todo lo que pudo la puse mi grande en el culo y apreté hasta dentro.
– aahahaaa cabrón me haces daño.
– te jodes guarra por haberme engañado y no decirme como eras- y empecé a moverme sin parar- toma so puta hasta los huevos.
ella se volvía loca.
– si rómpeme el culo me encanta hasta los huevos dame por culo no pares.
yo ya n pude aguantar más y me corrí dentro de su culo ella se corrió también.
– ahahahahha que gusto- me dijo.
– y ahora cabrona quiero que vayas a donde tu amiga y la convenzas. me imagino que es como tú. que le gustan más las poyas que un tonto. dile lo que sea pero que aceda a follar con nosotros.
al rato vinieron las dos y Marta me dijo:
-eres un cabrón ya me ha contado ella que te has aprovechado de ella para follártela y que quieres follarme a mí también.
– me parece que esta equivocada nena. tú y esta zorra os habéis reído de mi `pensaba que erais buenas chicas y resulta que erais un par de zorras buscando sexo. sabes que es sumisa no y sabes que estaba en un chat erótico buscando rabo no es.
-no lo sabía.
– yo sé que eres igual porque ella me lo ha dicho que te gusta el rabo más que un tonto. así que no me vengas conque me he aprovechado de ella y de ti. venga a chupar zorra- y me baje el pantalón y me saque el rabo y la cogí de la cabeza y se la puse en la boca.
– eres un cabrón te denunciaré.
– hazlo y ella que es mi sumisa ira a mi favor. verdad zorra.
– si lo hare.
– pero cómo puedes hacerme eso -dijo Marta -si somos las mejores amigas.
– a ella le gusta mi rabo y no puede estar sin él. verdad puta y ahora a chupar.
– cabrón -dijo ella, pero no dejaba de mamar.
– toma zorra- la cogí a Marta del pelo.
mientras le daba poya Maria se masturbaba viéndonos follar.
– has visto lo zorra que es mira cómo se pone cachonda cuando te follo.
Marta dijo:
– eres una puta.
– si lo soy y me encanta.
– chuparme la poya las dos ahora vamos guarras.
ellas ya no se resistían eran tal para cual.
– ahora besaros y comeros los chochos.
Maria dijo:
– eres de zorra igual que yo y te encanta no lo niegues siempre has deseado hacer un trio y ahora lo tienes. podemos ser sus putas y nos follara siempre que quiera y gozaremos mucho además te he visto como se la chupas y no creo que puedas resistirte a su poya igual que yo.
– creo que tienes razón so puta, pero cómeme el chocho y no pares que me quiero correr con tu lengua.
luego la metí a Marta mi poya en la boca mientras Maria la follaba el chocho con el suyo.
– aahahahahaha me vengo cabrones- dijo Marta- esto es alucinante que gusto quiero estar así siempre.
– prepárala el culo una puta tiene que tener todos los agujeros abiertos para su amo.
– que vas a hacerme romperte el culo no por favor. eso no. dame por donde quieras menos por el culo.
– quiero tu culo también. tu guarra cómele el culo.
– y Maria empezó a comerla el culo y el chocho mientras la metía los dedos y lubricaba bien el ojete.
– tranquila solo te dolerá un poco luego te gustará.
Marta empezó a gemir:
– ahajaba que gusto.
cuando estaba ya preparada apunte a su culo con mi glande y se la empecé a meter poco a poco.
– ha cabrón sácala.
– ni de coña chúpala el chocho así no le dolerá tanto y mastúrbala.
Maria empezó hacerlo mientras yo se la metía hasta el fondo a Marta.
– ahahahha cabrón me partes -dijo ella- el culo.
– tranquila zorra ya verás lo que disfrutas después.
cuando ya la tuvo dentro empecé a moverme despacio ella empezó a disfrutar.
– ahahha me muero de gusto rómpeme el culo méteme hasta los cojones. que rico es esto.
– lo ves- dijo Maria- como te gusta tanto como a mí. seremos sus zorras y disfrutaremos mucho los tres. yo ya tenía ganas de comerte el chocho ya que siempre me has gustado.
y Maria no paraba de meterla los dedos y comerla el chocho.
– ahahahha cabrona cómo me follas con tus dedos y me comes el potorro.
después ella se corrió o mejor dicho nos corrimos todos ahora tengo a mis dos zorras. cuando llegó a mi casa ya me están esperando con el chocho apunto para que las folle a mas no poder. hacemos verdaderas guarrerias muchas veces las meto fresas con nata y hago que se las coman o que se restrieguen chocho contra chocho o que me coman la poya con nata las cuales las zorras se vuelven locas y disfrutamos mucho yo sé que algunos darían cualquier cosa por tener dos zorras así sé que yo soy un afortunado de la vida FIN

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 8” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 8

No sé a ciencia cierta cuantas veces María llegó al orgasmo en la oficina pero he deciros que por la tarde esa morena estaba derrengada, sin fuerzas siquiera para coger el teléfono. Por ello cuando su madre me llamó para ver si pasaba por nosotros, no me importó que fueran antes de las seis y accediendo a su ruego quedé que nos recogiera en la puerta de la empresa. Y cuando digo ruego, es ruego porque tras una jornada durante la cual había sido sometida a una continua estimulación sin poder culminar, Azucena estaba francamente nerviosa y necesitada.
-Prepárate que nos vamos- comenté saliendo de mi despacho.
Mi secretaria y sumisa agradeció el adelanto y cogiendo a duras penas su bolso, me acompañó al ascensor. No tuve que agudizar mucho mis sentidos para certificar su cansancio, todo en ella revelaba su agotamiento.
Con la cara desencajada, le costaba un mundo permanecer de pie a mi lado y por eso al entrar en ese estrechó habitáculo permití que se apoyara en mí aunque eso pudiera crear habladurías entre sus compañeros.
-¿Te apetece que al llegar a casa te eche un polvo?- pregunté con mala leche ya en la calle.
-Siempre estoy dispuesta a satisfacer a mi amo- respondió mientras cerraba los ojos, demostrando que había aprendido la lección. Su respuesta me satisfizo y por ello no me encabroné cuando advertí que se había quedado dormida entre mis brazos.
Afortunadamente, su madre no tardó en llegar. La cual viendo el estado de su retoño, me abrió la puerta para que la pudiera meter más fácilmente en el coche. Una vez con María despanzurrada sobre el asiento de atrás, muerta de risa susurró mientras se ponía al volante:
-¿No le da vergüenza repartir tan mal su cariño? Mientras a ella se le nota que ha tenido una sobredosis, yo estoy que me subo por las paredes.
Su animado reproche me dio alas y nada más sentarme a su lado, me la quedé observando sin decir nada. Ese inocuo examen provocó que bajo su camisa de colegiala emergieran dos bultos que me corroboraron la excitación reprimida de esa mujer.
-Levántate la falda.
No hizo falta que se lo repitiera porque tras tantas horas de masturbación, esa rubia era con lo que soñaba y retirando la tela escocesa, me mostró que una densa y pegajosa humedad envolvía su coño, derramándose por sus muslos.
-¡Estas cachonda!- exclamé escandalizado.
-No es cierto, querido amo. ¡Cachonda es poco! Ahora mismo soy capaz de dejarme follar ¡por un perro!
Asumiendo que era una exageración, una forma de hablar, decidí incrementar la presión sobre ella y con tono serio le pregunté dónde estaba la perrera municipal. Sus ojos mostraron la angustia que esa posibilidad le provocaba pero reponiéndose al instante, contestó:
-Está fuera de la ciudad pero si es lo que quiere, le llevo.
Reconozco que me impactó la fidelidad y obediencia que Azucena mostró en ese momento y aunque por unos instantes dudé si seguir con la broma, la expresión desolada de esa mujer me hizo reír mientras le decía que nos llevara a casa. Mis carcajadas la permitieron respirar y recobrando el buen humor, me preguntó cómo se había comportado su hija durante su castigo.
-María salió igual de puta que tú- contesté mientras dejaba caer mi mano sobre su pierna.
La felicidad que leí en su rostro fue suficiente emotiva para merecerse un premio e iniciando un leve recorrido por sus muslos, decidí dárselo sin esperar a llegar al que ya era mi hogar. Tal y como había previsto, Azucena al notar mis yemas sobre su piel, separó sus rodillas sin afectarle en lo más mínimo que alguien pudiera reparar en su falta de ropa interior.
-Desde ese camión pueden verte- susurré acercando mi boca a su oído.
Mi aliento azuzó su calentura y pegando un gemido, me rogó que la permitiera correrse.
-Todavía no- respondí- quiero que lo hagas mientras te lo como atada a mi cama.
Estuvo a punto de fallarme solo pensando en esa imagen y casi llorando me imploró que dejara de tocarla.
-¿Por qué lo dices?- cruelmente pregunté- ¿Acaso no te gusta que tu amo se recree en su putita?
Temblando por entera, contestó:
-Muchísimo pero lo último que quiero es desobedecerle y sé que si sigue tocándome, me terminaré corriendo.
El sufrimiento que destilaban sus palabras, me convenció y separando mi mano, la ordené que se diera prisa porque tenía ganas de follarme a mi fiel esclava. Que usara el adjetivo de fiel, la derrumbó por completo y sin que yo se lo pidiera, la cuarentona me confesó que jamás había estado tan urgida de ser tomada.
-¿No crees que exageras? Me imagino que con el padre de María alguna vez debes haber estado tan caliente.
Con lágrimas en los ojos y sin soltar la mano del volante, replicó:
-Alberto fue un buen dueño pero nunca consiguió llevarme a este estado.
La seguridad de su tono me hizo saber que no mentía y si no llega a ser porque quería que fuese una ocasión especial, le hubiese pedido que aparcara a un lado para gratificarla con un buen meneo. En vez de ello, le prometí que esa noche no la dejaría dormir. Al escuchar esa promesa, Azucena se estremeció y descubriendo sus sentimientos, me suplicó que si algún día me cansaba de ella no la echara de mi lado, que estaba dispuesta a ser solo mi criada pero que no sería capaz de vivir sin mí. Hasta el último vello de mi cuerpo se erizó al oír tamaña revelación y acariciando su rubia melena, le pregunté qué era lo que sentía por mí.
-Sé que una esclava no debería albergar sentimientos pero no puedo evitar amarlo- contestó y reiterando lo dicho, repitió mientras se hundía en llanto: ¡Lo amo! ¡Lo adoro! Sin usted, no soy nadie.
Hasta entonces siempre había sido renuente a demostrar mis afectos pero, al escuchar su dolor, me sentí profundamente conmovido y creí que se merecía saber que yo también las quería:
-Nunca os dejaré. No comprendo cómo es posible porque os conozco desde hace poco pero no concibo mi futuro sin vosotras.
Por fortuna ya habíamos llegado a casa porque obviando cualquier tipo de prudencia, soltó el volante y se lanzó a mis brazos, buscando mis besos. No tengo que decir que no se topó con un rechazo sino todo lo contrario y respondiendo con pasión a su urgencia, la besé como si fuera nuestra primera vez.
-Amo, le prometió a esa zorra atarla y no está bien defraudar a una mujer que le acaba de reconocer su amor- escuchamos que muerta de risa María nos decía desde el asiento de atrás.
El descaro de la chiquilla me hizo gracia y más cuando nos había engañado haciéndose la dormida. Por ello, mientras lamía las lágrimas directamente de las mejillas de su madre, le pregunté desde cuando llevaba despierta.
Con la cara colorada, respondió:
-Desde que le rogó que dejara de tocarla.
«¡Había oído la opinión de Azucena sobre su padre y no está cabreada!», medité extrañado porque no en balde, siempre había supuesto que lo tenía en un altar.
Anotando ese detalle en la libreta de asuntos a tratar, preferí cumplir con mi promesa e involucrando a mi secretaria en ella, le pedí que preparara a mi sumisa.
-¿En qué cama prefiere que la ate?- preguntó con una total disposición.
La contesté que en la mía y mientras se llevaba a su madre escaleras arriba, me puse una copa haciendo tiempo. Aunque no me hacía falta su ayuda y hubiese podido prepararla yo mismo, elegí que fuera ella porque dependiendo del comportamiento de esa muchacha comprendería mejor la relación entre ellas:
«Solo debo preocuparme si es cruel con ella porque sería una muestra de celos que no debo ignorar si quiero mantener la paz en esta casa».
Con mi whisky en la mano, recordé que María me reconoció que desde la muerte de su viejo ella había tenido que suplirlo y que durante dos años había tenido que ejercer de jefa de ese hogar pero no me especificó en qué había consistido ese papel ni hasta qué grado había usado a su temporal sumisa.
«Tendré que averiguarlo», me dije mientras apuraba mi copa e salía rumbo a mi habitación.
Ya por el pasillo me resultó raro no escuchar ruido alguno y eso me hizo suponer que María ya había cumplido con su cometido pero juro que nunca me imaginé que lo hubiese hecho de forma tan eficiente y es que al entrar por la puerta, me encontré con su madre atada al estilo japonés y a ella también desnuda con el collar que le había regalado, sentada en la cama.
Durante un minuto, me quedé admirando la perfección estética de esa soga recorriendo el cuerpo de Azucena y cómo los conjuntos de nudos la mantenían totalmente inmovilizada.
«Joder con la niña», pensé impresionado al comprobar que siguiendo las enseñanzas de ese antiguo arte oriental, había conseguido colocar a mi sumisa en una postura que me daba acceso a cualquiera de sus tres agujeros sin tener que moverla.
-¿Quién te ha enseñado Shibari?- pregunté mientras recorría con mi mano el lomo desnudo de su madre.
-Internet- reconoció: – cuando nos quedamos solas, mi madre cayó en una depresión y tuve que informarme para calmar sus ansias de ser dominada.
Aunque estaba intrigado por saber hasta donde habían sido capaces de llegar, decidí cumplir primero mi promesa y llamando a María, le pedí que me desnudara.
-Amo, no puedo hacerlo sin antes soltarme- susurró mirando al suelo.
Fue entonces cuando caí en la cuenta que del collar de su cuello pendía una cadena que limitaba sus movimientos a lo que era la cama.
«Éstas dos no dejarán nunca de sorprenderme», rumié mientras empezaba a desabrochar mi camisa.
Madre e hija no perdieron detalle de mi striptease pero fue Azucena la que mostró mayor excitación con cada prenda que caía al suelo. La sensación de ser el objeto de deseo de esas dos provocó mi calentura y por ello al dejar caer mis bóxers, regalé a ambas con la visión de mi pene erecto.
Desde las sabanas, escuché el gemido de la rubia al ver que me acercaba. La urgencia que sentía por ser tomada la hizo removerse incómoda pero entonces su retoño la llamó al orden con un duro azote sobre su ancas.
-No te muevas hasta que nuestro dueño te autorice.
Solo con esa caricia, Azucena estuvo a punto de correrse y deseando lo hiciera en mi boca, hundí mi cara entre sus muslos con urgencia. Tal y como había sospechado, en cuanto esa madura sintió mi lengua recorriendo sus pliegues comenzó a gemir como una loca.
-Espera un poco- murmuré con una insólita dulzura en un dominante.
María, que estaba al quite a mi lado, descargó otra nalgada sobre su madre mientras rectificaba mi orden diciendo que ni se le ocurriera correrse hasta que yo diese mi permiso. Curiosamente esa intervención no me molestó y obviándola, concentré mis esfuerzos en el hinchado clítoris de la atada sumisa.
El morbo de estar comiendo ese chumino mientras su hija permanecía atenta azuzó mi lujuria y dominado por el sabor agridulce que manaba de ese botón, lo comencé a mordisquear al tiempo que introducía un par de yemas en su interior.
-¿Cómo estás zorra?- preguntó la morena a nuestra víctima mientras le pellizcaba un pezón.
-¡En la gloria!- chilló descompuesta manifestando el grado de excitación que recorría su cuerpo.
La colaboración de la morena permitió a mi lengua lamer su coño sabiendo que María estaba controlando la excitación de su madre. Con una tranquilidad pasmosa, me apoderé nuevamente de su clítoris mientras lo humedecía con mi saliva. Esta vez, el gemido fue más profundo y surgiendo desde su interior salió despedido como un ciclón de su garganta. Con su cueva inundada y mordiéndose el labio, me rogó que la dejara correrse.
-Nuestro amo te avisará cuando- insistió su pequeña sin añadir mayor suplicio a la indefensa mujer.
Envalentonado, estaba mordisqueando esa deliciosa fruta con mis dientes cuando en mi boca recibí la primera oleada de su flujo y eso me avisó de la cercanía de su orgasmo. Sabiendo que era imposible que Azucena aguantara mucho más, le pregunté que le apetecía antes de dejarla llegar.
Resolviendo mis dudas acerca de los límites que se habían impuesto mientras estaban solas, respondió:
-Me gustaría comerle la almeja a su otra puta.
Que obviara que eso era incesto con tanta facilidad, me confirmó que no iba a ser la primera vez que lo hiciera y mirando a María descubrí que a ella también le apetecía. Aun así mi secretaria quiso escaquearse inicialmente en cumplir ese deseo, pensando quizás que me escandalizaría y tuve que ordenárselo.
La rapidez con la que apoyándose en el cabecero de la cama esa muchacha puso a merced de su vieja su despoblado coño fue prueba suficiente que no me había equivocado y viendo que mis dos sumisas estaban satisfechas con ese cambio, decidí usar mi verga para terminar de calmar la hambruna de la rubia.
Posando mi glande en su entrada, la liberé diciendo:
-A partir de este momento, puedes correrte tantas veces como quieras.
No esperé su respuesta y de un solo empujón de mis caderas, incrusté hasta el fondo mi herramienta. Azucena regaló a mis oídos con un largo y potente aullido de placer, aullido que percibí como el banderazo de salida para montarla brutalmente mientras ella se atiborraba con el flujo de su retoño.
-¡Fóllese a su guarra como se merece!- gritó María más excitada de lo que el poco tiempo que llevaba la rubia comiéndole el coño hacía suponer.
El entusiasmo de esas dos con el hecho que por primera vez las permitiera compartir conmigo las delicias de ese amor lésbico e incestuoso, me indujo a pensar que debía seguir explorando esa faceta de mis sumisas y por ello exigí a la madre de mi secretaria que la siguiera comiendo el coño mientras aceleraba el compás de mis caderas.
Todavía dudo hoy si me calentó más los gritos de placer de Azucena al ser tomada o la expresión de satisfacción de su hija cuando comprobó que azuzaba el intercambio de caricias entre ellas dos. Lo que sí puedo confirmar es que a partir de ese momento no me medí y tomando a la cuarentona de los hombros, profundicé la amplitud de mis penetraciones mientras María me jaleaba a hacerlo:
-No la deje descansar, esa zorra necesita todo su cariño.
Azuzado por ellas dos, convertí en frenético mi ritmo mientras la rubia se corría una y otra vez al experimentar el martirio de mi glande contra la pared de su vagina y el golpeteo de mis huevos contra su sexo.
-¡Me estás matando!- gimió al sentir la intensidad de mi asalto.
Con su chocho convertido en un manantial, Azucena se corrió nuevamente sin entender cómo era posible que todavía deseara que el pene de su dueño continuara machacando su interior cuando con su marido tras un par de orgasmos se consideraba contenta.
El caudal de gozo que le caía por las piernas potenció mi lujuria y mientras María percibía que no iba a tardar en unirse a su progenitora, intensifiqué mi ataque agarrándome a los pechos de la rubia. Esta al sentir ese nuevo estímulo aulló embriagada por la pasión mientras mordía el clítoris de su retoño.
-¡No puedo más!- chilló la morena al comprobar lo cerca que estaba su clímax.
La confesión de la hija sirvió como excusa a su vieja para echarla en cara lo puta que era y María al escuchar ese reproche, explotó en su boca derramando su placer por las mejillas de su madre. Para entonces, mi propia excitación me tenía fuera de mí y aprovechando que ambas sumisas estaban temblando sobre las sábanas presas del júbilo de sus cuerpos, rellené con mi semen el estrecho conducto de la mujer.
Azucena cerró los ojos al sentir que descargaba la carga de mis testículos en su coño y convirtiendo su sexo en una ordeñadora exprimió mi verga hasta que consiguió que vertiera hasta la última gota de esperma en su interior, entonces y solo entonces, girándose me soltó:
-No sé si hago mal o bien en decírtelo porqué a mi edad es difícil que me quede embarazada, pero llevo años sin tomarme la pastilla.
No tuve que comerme mucho el coco para entender que tras esa disculpa se escondía un deseo y mirándola a los ojos pregunté a la mayor de mis sumisas si le gustaría quedarse preñada por mí. Estaba a punto de responder afirmativamente cuando su retoño se le adelantó diciendo:
-Si ella no quiere o no puede, ¡siempre me tendrá a mí!
La seguridad de María despertó mis suspicacias y con la mosca detrás de la oreja, me di cuenta que mientras la madre era complicado que se preñara, no era el caso con la morena y por eso quise saber si tomaba algún tipo de anticonceptivos. La muchacha con una alegría que me dejó desconcertado contestó:
-No, mi querido amo. ¡Usted no me lo ordenó!…

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