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Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi FIN” (POR GOLFO)

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Con todo listo, Estefany usó un teléfono recién comprado para llamar a Ricardo y quedar en verse. El que durante años había fungido como su padre quiso quedar con ellos en su oficina para negociar. La chavala se negó y propuso verse en un lugar público por miedo a que los intentara secuestrar.  Tras un breve tira y afloja, se citaron en el santuario de Monserrate. Fue la propia colombiana la que propuso ese sitio al saber que a Ricardo le molestaría. Que un nigromante como él aceptar pisar ese templo la descolocó e incapaz de cambiar de opinión, se preguntó el por qué y al colgar, exteriorizó a los demás sus sospechas.  Como Gonzalo y Antía no lo conocían, lo primero que tuvo que hacer fue explicarles que se hallaba en lo alto de una montaña desde la que se contemplaba Bogotá y que había varias formas de acceder, pero las dos más usadas era por medio de un funicular o subiendo a un teleférico.

            ― ¿No se puede ir andando? ―  quiso saber la pelirroja.

            Diana fue la que contestó:

            ― Por poder, se puede. Pero el camino es durísimo y entre otras cosas, son más de 1.100 escalones. Piensa que la altura del cerro es de 3.152 metros sobre el mar.

            El ejecutivo desestimó de inmediato la opción de ir caminando y centrándose en la angustia de la morena, le preguntó qué era lo que temía.

            ― No es lógico que haya accedido a vernos ahí. En suelo sagrado, se sentirá fuera de lugar al no poder hacer uso de sus poderes.

            Sabiendo que sus propias palabras ratificaban que Monserrate era una elección correcta y al no poder dar una razón a sus recelos que sonara convincente, se decidió continuar con el plan cuando Antía sugirió adelantar la marcha y salir de inmediato para así no darle tiempo de preparar una emboscada. A pesar del horrendo tráfico de esa mañana, llegaron con hora y media de adelanto a la base del funicular.

            ― Tenías razón al decir que ir a pie era una locura―  Gonzalo comentó a su nueva pupila cuando el tren comenzó a subir por la empinada cuesta que daba acceso a Monserrate y comprobó lo empinado de su cuesta.

            ― Son casi quinientos metros de desnivel y dos kilómetros y medio de distancia.

A pesar de hallarse en buena forma, el ejecutivo respiró por no tener que enfrentarse a esa subida y con interés se puso a observar a la mezcla de peregrinos y turistas que iba con ellos en el vagón. En particular se centró en descubrir si alguno podía ser un agente de Ricardo y aliviado decidió que al menos en ese momento estaban a salvo al no ver nada que le indicara peligro. Por eso, se puso a disfrutar de las vistas de la ciudad. Al hacerlo comprendió el motivo por el que ese cerro es uno de los mayores atractivos de Bogotá, pero también que se estaba metiendo en la boca del lobo:

«Es una ratonera. Solo hay una salida», pensó mientras en compañía de sus mujeres bajaba del funicular.

Preocupado buscó una ruta alternativa por la que huir en caso necesario. Al no encontrarla, desistió y trató de tranquilizarse observando a Estefany y a Antía. Conscientes del peligro al que se iban a enfrentar y siguiendo el plan que habían elaborado, bruja y meiga estaban preparando el terreno colocando unos hatillos de hierbas a la entrada del templo que hiciera imposible cualquier tipo de magia, incluso la suya. Cuando le contaron sus intenciones, no lo entendió. Y para dar el visto bueno a esa maniobra que le parecía sumamente arriesgada al dejarlas sin poderes, le tuvieron que convencer que era lo más sensato.

― Aunque es una toma de contacto, es mejor que seamos precavidos y no darle oportunidad de lanzarnos un hechizo―  la que había sido su criada comentó.

No muy de acuerdo, reconoció su inexperiencia y poniéndose en sus manos, aceptó que lo hicieran a pesar del riesgo que enfrentarían al asumir que con tanta gente era imposible que intentara secuestrarlos. Sin otra cosa que hacer, se acercó a ver al Jesucristo que se veneraba en esa iglesia. La belleza de esa talla barroca lo envolvió y fijándose en el realismo de sus heridas, temió que ese malnacido hubiese torturado a su hija.

― La salvaremos― leyendo sus pensamientos, Diana susurró a su lado.

Girándose hacia ella, vio en sus ojos una adoración cercana a la idolatría y quizás por primera vez comprendió lo que ellos representaban para esa joven.

«Tras tantos años buscando alguien a quien aferrarse, nos ve cómo el ancla que evitará que su vida siga dando tumbos», meditó molesto por haber embarcado a la rubia en ese fregado mientras sin darse cuenta le acariciaba una mejilla.

El sollozo de placer que brotó de su garganta lo dejó pasmado porque en su interior estaba convencido que la atracción que sentía la chavala era producto de su don recién descubierto. Cómo en teoría estaban en medio de una burbuja libre de magia, creyó que de algún modo habían fallado los esfuerzos de sus acompañantes al respecto y acercándose a Estefany, se lo comentó.

― ¡Por dios! ¿Todavía no te crees que tus niñas puedan estar enamoradas de ti? ―  contestó desternillada.

 Tan segura estaba de la efectividad de sus conjuros que, al ver que seguía dudando, le pidió que intentara influir en alguien como había hecho en el avión.  Buscando un candidato a su alrededor, se fijó en un monaguillo que estaba limpiando el altar.

«Deja todo y vete a ver al cura», pensó.

El nulo efecto de sus intentos apaciguó sus temores, pero creó otros nuevos. Aceptando al fin que las tres mujeres bebieran los vientos por él, se sintió abrumado por la responsabilidad que eso acarraría sobre sus hombros. Temblando de ira, supo que debía de dejar aparcado el tema hasta que liberaran a Patricia y por ello, se puso a repasar en silencio cómo habían previsto vencer a su enemigo.

«Ese cabrón desconoce lo que soy capaz de hacer y así debe continuar», se dijo para que Ricardo se centrara en atacarlas a ellas y así tener la oportunidad de sorprenderle.

Más calmado, buscó alivio en sus creencias religiosas y se puso a rezar al yaciente Cristo en busca de su intersección.

«Patricia es inocente y no se merece lo que le ocurre», suspiró mientras se ofrecía a tomar su lugar: «Estoy dispuesto a morir para que ella se salve», concluyó mientras se levantaba del reclinatorio.

Al contemplar en su reloj que todavía faltaban tres cuartos de hora para la cita, se sintió agobiado entre esas cuatro paredes y con el corazón encogido, decidió salir a tomar aire. Sus prisas no le dejaron advertir que la rubia se había levantado tras él hasta que fuera de la iglesia se le acercó y le preguntó qué le pasaba:

― No lo sé, pero no dejo de pensar que Estefany tenía razón cuando decía que esto es una encerrona―  respondió mientras desde el promontorio observaba a los peregrinos subir por la cuesta.

Fue entonces cuando reparó en dos grupos de hombres cuyo aspecto resaltaba sobre el resto y es que a pesar de no ir uniformados le resultó evidente que no traían buenas intenciones al ver que llevaban chaqueta a pesar del calor que hacía y que todos estaban cortados por el mismo patrón.

«Parecen militares», sentenció observando el ritmo con el que ascendían sin que la caminata les hiciera mella y asumiendo que bajo sus ropas llevaban armas, pidió a Diana que volviese al templo y avisara a sus compañeras que habían caído en una trampa.

Al quedarse solo, Gonzalo comprendió que debía darles tiempo para que pudiesen huir y por eso, en vez de esperarlas, decidió sacrificarse acudiendo al encuentro de sus adversarios. Todavía no se había entregado a la gente de Ricardo cuando a su espalda oyó los gritos de sus mujeres rogándolo que volviera.

― Os quiero―  mirándolas respondió mientras cuatro sicarios caían sobre él.

Totalmente desolada, Antía observó cómo maniataban a su adorado y reaccionando, obligó al resto a tomar el funicular antes de que el resto de sus enemigos llegara al promontorio.  Una vez se cerraron las puertas del atestado furgón se sintieron a salvo, pero pronto descubrieron su error cuando un par de tipos que los acompañaban se pusieron unas máscaras antigases mientras lanzaban una bomba de humo en su interior.

«Nos han capturado», la gallega alcanzó a pensar antes de perder el conocimiento…

Un par de horas después, las tres muchachas despertaron atadas en un salón. Estefany fue la única que reconoció la estancia y supo que se hallaban en la hacienda donde había pasado su niñez. Todavía aturdida, intentó librarse de sus ataduras y tras comprobar que no podía zafarse de ellas, descubrió que ese maldito había aprovechado para despojarlas de sus ropas. Sabiendo que el brujo buscaba con ello que se sintieran humilladas, mantuvo la entereza mientras escuchaba los lloros de Diana y queriendo que reaccionara, le susurró que no se dejara intimidar por su desnudez:

― Desnuda, eres todavía más bella.

La azafata la miró sin comprender la razón de sus palabras, pero al menos dejó de llorar. Durante muchos minutos, permanecieron postradas sin que ninguno de sus captores apareciera en escena y eso lejos de tranquilizarlas, incrementó su desasosiego al asumir que quizás Gonzalo estuviera muerto. Por eso cuando de improviso se abrió la puerta y vieron cómo dos hombres entraban llevando a su amado, se sintieron aliviadas a pesar de ser notorio que había sido torturado y que apenas se podía mantener en pie.

― Está vivo―  sollozó Antía sin reparar en la llegada de su enemigo acompañado de Patricia y de una joven negra.

― Por poco tiempo―  rugió satisfecho el nigromante mientras se acercaba a ellas.

A pesar de la difícil situación en que se hallaba, la meiga tuvo los arrestos de observar a la hija del que consideraba su marido y supo al ver su cara que venía drogada. Asumiendo que nada podía esperar de ella, miró a la desconocida que la acompañaba y por su vestimenta comprendió que era la sumisa de ese maldito.

«Debe ser su favorita», en silencio, decidió viéndola como otro enemigo.

Esa sensación se incrementó al contemplar la tranquilidad que mostró cuando Ricardo se acercó y se puso a valorarla como si fuera ganado:

― Antonella, ¿qué te parecen las hembras que he apresado? ¿Crees que se merecen un lugar en mi cama? ―  preguntó mientras le manoseaba los pechos.

― Amo, son muy guapas. Seguro que sabrá darles buen uso―  la escuchó decir mientras se arrodillaba a sus pies.

El colombiano recogió su respuesta desternillado y dejándola en paz, centró su atención en la rubia. Diana gritó despavorida al ser puesta en pie:

― Por favor, nada tengo que ver con ellos.

La traición que denotaban sus palabras engañaron al nigromante y queriendo saber quién era y por qué estaba con sus enemigos, se lo preguntó:

― Soy la azafata que les sirvió en el vuelo. Le reitero que no sé qué ocurre aquí y solo quiero volver a casa.

Dando por cierta esa afirmación, se olvidó de ella y centrándose en la muchacha que había educado, le pidió que le traspasara voluntariamente sus poderes.

― Jamás. ¡Antes prefiero la muerte! ―  desde el suelo, contestó Estefany.

― Eso no es incompatible―  muerto de risa, respondió el que había sido como su padre y repitiendo la pregunta, le hizo la misma oferta a Antía.

Tal y como anticipó, la meiga negó saber de lo que hablaba.

― ¿Crees que no sé quién eres? ―  cuestionó sin dar la mínima importancia a su respuesta.

― Soy solo la criada de Gonzalo―  insistió mientras intentaba mandarle un sortilegio que lo incapacitara.

Para desgracia de la gallega y a pesar de la fuerza que imprimió al hechizo, esté solo hizo tartamudear al nigromante.

― Cómo no tardarás en darte cuenta las sogas que te mantienen inmóvil están bañadas en sangre de recién nacido y eso hace imposible tu ataque.

Asustada hasta el tuétano, la pelirroja comprendió que no mentía y que por tanto nada podía esperar de su magia. A pesar de saberse indefensa, no quiso darle el placer de que la viera indefensa y revelando su naturaleza, le aseguró que, si la mataba su madre, vengaría su muerte. 

― No creo que ni todo el aquelarre en pleno pueda hacer nada contra mí cuando tenga vuestros dones―  comentó de vuelta este mientras comenzaba a vaciar sobre sus cuerpos una vasija.

Tanto Estefany como ella se percataron de inmediato de la clase de líquido que estaba derramando sobre ellas:

― Veo que habéis reconocido el aroma de Patricia―  rugió el maldito al ver sus caras mientras se desnudaba: ― Como ambas la habéis amado, usaré su flujo para arrebataros vuestros dones.

Ninguna de las dos puedo hacer nada por evitar que el malnacido se acercara y que, cogiendo en primer lugar a la morena, de un solo empujón hundiera su pene en ella.

― Maldito degenerado, ¡soy tu hija! ―  chilló mientras el hombretón comenzaba a cabalgarla.

― ¡Sabes que no! Y aunque así fuera, sería lo mismo―  replicó eufórico el brujo sin dejar de acuchillarla con su estoque.

El asco de Estefany al ser violada no evitó que su cuerpo reaccionara y que contra su voluntad el placer llamara a su puerta cuando en su mente se vio amada por Gonzalo.

― Resiste―  le gritó Antía: ― Estás bajo el influjo de un sicótico. No es nuestro marido quien te está poseyendo.

Esa advertencia no sirvió de nada porque para la morena quien la tenía sujeta y la poseía era el padre de Patricia:

― Amor mío―  sollozó mientras se corría.

Ese brutal orgasmo asoló sus defensas y gozando la ilusión de estar en brazos del hombre que amaba, nada pudo hacer para evitar que sus poderes fueran fluyendo a través del miembro que tenía incrustado en su interior.

― ¡Ya son míos! ―  gritó satisfecho el nigromante al ir acumulando con cada penetración un porcentaje de los mismos y por ello siguió violándola hasta que notó que se los había drenado por completo.

Entonces y solo entonces, centró sus atenciones en la pelirroja. La cual trató de mantenerse cuerda cuando separándole las rodillas notó que los pliegues de su coño eran cruelmente forzados.

― Conmigo no te será tan fácil―  sollozó intentando postergar lo inevitable.

El nigromante ni siquiera se tomó el esfuerzo de rebatir sus palabras y llevando la cara entre sus tetas, comenzó a morderle los pezones mientras se apoderaba de ella. La brutalidad de su tortura la hizo aullar e intentando que Gonzalo se despertara, le pidió ayuda. Supo que además de sus heridas, su amado estaba impedido por un hechizo cuando sonrió al ver que su enemigo la estaba violando.

La desesperación cundió en ella con esa sonrisa y sintiendo que su cuerpo era pasto de las llamas, hizo un último esfuerzo por mantener la cordura.

«Debo concentrarme y no dejarme llevar», meditó asustada al sentir que la humillación se iba convirtiendo en gozo y que, contra su voluntad, la excitación la estaba dominando sin remedio.

― Madre, ¡auxilia a tu hija! –inútilmente imploró mientras todas las células de su cerebro se sumían en el placer.

Ese lamento anunció al brujo su derrota y acelerando la velocidad con la que penetraba en ella, aulló satisfecho al sentirla inminente.

― ¡Dios! ¡Qué poderosa es esta zorra! ―  exclamó con alegría al experimentar que a pesar de sus intentos los dones mágicos de la pelirroja iban fluyendo hacia él.

El empujón que llevó a su completa claudicación fue observar a Gonzalo besando a Diana como si su destino no le importara. Vencida y exhausta, nada pudo hacer para contener el trasvase de sus poderes y como una cáscara vacía se derrumbó en el suelo mientras oía a su agresor exigiendo a la rubia que se acercara al que iba a ser su nuevo dueño.

Dejando de lado a Gonzalo, Diana acudió a su mandato maullando como gata en celo. Ricardo estaba eufórico y sin haber asimilado todavía lo que había arrebatado a sus legítimas dueñas, no vio nada extraño en que la azafata se le ofreciera voluntariamente poniéndose a cuatro patas. La belleza de ese trasero despertó su lujuria y a pesar de haber poseído a dos mujeres antes, hundió su erección entre esas blancas nalgas.

― Fóllame―  rugió Diana al sentir su sexo horadado.

La entrega de la muchacha debió de alertarle, pero era tal su estado de euforia que no vio el peligro que entrañaba y afianzándose en sus pechos, comenzó a poseerla con fiereza.

― Hazme tuya―  suspiró la rubia como si su vida dependiera de ello cuando notó como el glande del colombiano rellenaba su vagina.

Impresionado por la presión que ese coño ejercía sobre su pene, la obligó a cambiar de posición y que ella misma se empitonara dejándose caer sobre él. Nuevamente, la joven no puso reparo alguno en obedecer y empalándose, comenzó a mover sus caderas al ritmo que le marcaba.

― ¡Qué maravilla! ―  Ricardo suspiró al sentir el interior comenzaba a ordeñarlo de una manera jamás sentida.

Excitado como hacía años que no recordaba, el brujo se apoderó con los dientes de sus pechos cuando la rubia se los ofreció como ofrenda y fue entonces cuando se percató del peligro, pero incapaz de contener la lujuria siguió poseyéndola a pesar de ya ser consciente de su verdadera naturaleza.

― Eres un súcubo―  chilló sin dejar de martillear su interior.

― Lo soy. Y tú eres mi víctima―  la escuchó decir mientras incrementaba la velocidad de su galope.

Indefenso ante ella, Ricardo notó desde el principio como Diana iba drenando sus fuerzas y experimentado en carne propia lo que habían sentido Antía y Estefany nada pudo hacer por contener la marea que salía de su cuerpo.

― No pares de follarme―  ordenó la azafata mientras trataba de absorber la energía que iba fluyendo hacia ella.

Obedeciendo a su dictado, usó sus manos para forzar el contacto con ese ser, aunque sabía que ello conllevaría su muerte y gozosamente aceptó su destino. Lo que la joven nunca previó fue ser incapaz de contener en su interior los dones que le estaba robando y cuando creía que iba a colapsar y que sus neuronas iban a terminar siendo incineradas, recordó la presencia de Gonzalo:

― Ámame- le pidió llamándolo a su lado.

Como un autómata sin voluntad, el maduro se colocó tras ella y separando sus cachetes, sumergió su pene en el rosado esfínter de la muchacha. Nada más traspasar las fronteras de su trasero, Gonzalo despertó del sueño y comprendiendo qué era lo que ocurría aceleró las incursiones mientras llorando de alegría Diana agradecía su ayuda.

― Posee a tu mujer y toma su regalo―  rugió la chavala al sentir sus dos entradas horadadas mientras le traspasaba la energía que estaba arrebatando al malnacido.

El vigor del cincuentón le permitió ir asimilando los dones que estaba recibiendo y con nuevas ansias siguió galopando sobre ella con decisión.

― Mi señor, mi patriarca, mi amor―  sollozó la de Bogotá agradecida al notar que la tensión de su interior iba menguando hasta hacerse soportable.

Mientras su adversario y ese engendro disfrutaban, Ricardo se iba consumiendo poco a poco. Pero curiosamente eso no le importó y vio en esa forma de sucumbir algo sublime. Lo que ni él, ni Gonzalo o Diana previeron fue que cuando daba su último aliento Antonella se acercara y sacando un estilete, se lo hundiera a su antiguo amo en el corazón diciendo:

― No te mereces morir de placer, sino como el cerdo que fuiste en vida.

El fallecimiento de su adversario los devolvió a la realidad y viendo el estado de Antía y de Estefany quisieron recargarles las baterías amándolas. Pero cuando las estaban liberando de sus ataduras, Doña Mariana hizo su aparición:

-Alejaos de ellas.

A pesar de no saber quién era, ambos obedecieron y encarándose a la recién llegada, se prepararon para el combate pensando que era otra adversaria. La fantasma se echó a reír al ver su valentía y presentándose como amiga, les hizo saber Antía y Estefany habían cambiado:

― Esas damiselas has perdido sus poderes. Si yacéis con ellas, sería su fin. Ninguna de las dos podría soportar la experiencia y les drenaríais las pocas fuerzas que les quedan.

― ¿Hasta cuándo? ―  preguntó Gonzalo confiando que al recuperarse todo volviera a la normalidad.

El espectro respondió:

― Jamás volverán a ser quienes fueron. Es mejor que os hagáis a la idea y las dejéis irse en paz y que se consuelen entre ellas. Si no lo permitís, os terminarán odiando ya que vuestra presencia les recordará lo que perdieron.

La sentencia que acababan de oír cayó como una granada en ambos y mirando a las convalecientes, prefirieron no arriesgarse cuando Antonella se ofreció a cuidarlas.

― Sé que mi dueña estará de acuerdo cuando se reponga de las drogas que circulan por su cuerpo―  comentó señalando a Patricia que seguía con la mirada perdida sin enterarse de nada.

            Impresionados por el amor que leyeron en los ojos de esa negrita, comprendieron que no les quedaba más que despedirse y acercando a las antiguas brujas quisieron hacerlo con un beso. Pero al rozar Diana con los labios la frente de Antía, la pelirroja palideció al sentir que le costaba hasta respirar.

― Diana, mejor nos vamos. Ya tendremos tiempo de hablar con ellas―  le aconsejó el que ya era algo más que su patriarca.

Al girarse hacia él, la rubia descubrió que el maduro había desaparecido y que era un hombre joven quien le tendía la mano.

― ¿Cómo es posible? ―  preguntó mirando a la fantasma.

― Cuando matasteis al criollo, tu hombre y tú habéis heredado su longevidad. Os espera una existencia larga. Solo os advierto que no malgastéis los siglos que compartiréis juntos causando el mal sino ejerciendo el bien, o volveremos a vernos―  contestó la difunta antes de desaparecer entre brumas.

            Conscientes de la losa que había caído sobre ellos, Gonzalo tomó de la cintura a Diana y juntos salieron de la habitación para no volver jamás a las vidas de las mujeres que dejaban en esa hacienda.

            ― ¿Dónde te apetece ir? ―  preguntó el muchacho a su pareja.

―  Donde quiera mi amado brujo….

FIN


Relato erótico: “Historias de Puta y Madre 2” (POR JAVIET)

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Hola amigos soy Oscar, os contare las aventuras de Marian mi compañera de casa, como recordareis esta es una joven madre soltera de 19 años, físicamente es pelirroja atractiva y pecosa, mide 1.65 de estatura, tiene cuerpo delgado pero bien formado la calculo 55 Kg, su carácter es algo fuerte pero lo compensa con la dulzura en el trato diario, su hija es una muñequita rubia de seis meses y pico, con ojos verdes como su mama, estoy cogiendo cariño a la pequeña pues conmigo es toda sonrisas.

Pero vayamos al asunto, como recordareis Miriam se ganaba un dinerillo haciendo de puta mientras paseaba a la nena por el cercano parque público, sé que suena fatal pero es cierto, la mañana que lo descubrí apenas podía creer lo que veía, ya tenía algunas sospechas pero comprobarlo me produjo un choque emocional, de echo evité mirarla o conversar durante aquella tarde y el día después, pero el siguiente era sábado y la joven salió por la mañana a pasear a la niña como un día más.

La curiosidad me pudo y decidí seguirla, dentro de mi cabía una duda, ¿lo que había visto era un episodio esporádico de puterio o una costumbre asentada? Antes de dar un mal paso tenia que comprobar los hechos, la seguí a distancia en su recorrido diario por las veredas arboladas, todo era normal y la joven no hacía nada sospechoso, paseo lento, juegos con la niña, charla con conocidas etc, Fue de nuevo al llegar cerca de los servicios cuando me puse en guardia, cerca de la caseta estaba José el abuelito del otro día, pero acompañado por otro abuelo conversando en plan confidencial sentados en un banco, en un determinado momento José señaló brevemente con un dedo a Marian y el otro la observó valorándola.

Tuve el presentimiento de que algo pasaría en los servicios, supongo que sabéis de qué tipo de sensación hablo, así que me fui al aseo femenino y repetí la operación del otro día, quitando rollos de papel higiénico para asegurarme que la pelirroja fuera a la cabina adecuada, después pasé al aseo masculino y tras meterme en la cabina preparé el móvil para grabar, pocos minutos después escuche los pasos de Marian e instantes después varias pisadas masculinas, active la cámara y asome un poco el móvil.

Marian estaba sentada en la taza, la puerta abierta y los dos abuelitos de pie en el marco, ambos eran de parecido tamaño y ambos tenían el pelo gris, si bien Jesús era algo más grueso y usaba un gorro claro de ala estrecha, las ropas de ambos eran modestas pero limpias, José decía en ese momento:

– ¡Pero qué guapa estas rojita, esa camiseta blanca te realza las peras.

– ¿Peras? ¡Más bien naranjas y de las gordas! –dijo el otro, mirándolas con deseo.

– Gracias –respondió la pelirroja, añadiendo- ¿solo vais a mirar o qué?

– Vale guapa no te mosquees –dijo José- yo hoy no quiero nada, con lo de anteayer ya voy servido para el fin de semana, pero este amigo es Jesús y quería probarte, te advierto que le he contado como lo haces de bien y ya sabe tus tarifas.

– ¡Vaya! Pues encantada Jesús, supongo que también te habrá dicho que debes ser muy discreto y no hacer nada que me delate ante las otras madres,

– ¡Si ya me lo a explicado! –respondió Jesús.

– ¿Qué vas a querer como primera vez?

– Una pajilla pero con tus tetas, me encantaría una cubanita bien hecha –dijo el otro abuelete con los ojos saliéndose de las orbitas.

– Pues me parece bien, vale José sal del servicio y que tú amigo pase y cierre.

– Pensaba que me dejarías mirar.

– ¡Si claro y te la cascas mirando gratis –contestó Marian- por no mencionar que tres personas en una cabina no pasan desapercibidas, anda sal que ya te contara Jesús lo que le voy a hacer.

– ¡Vaale! Pasadlo bien –el abuelito resignado salió y cerró la puerta.

Marian cogió el dinero y lo guardó, a continuación se quitó la camiseta dejando sus pechos al aire bajo la atenta mirada de Jesús, busco en el bolso hasta hallar la botellita de aceite para bebes y se puso una buena dosis en las manos, se froto los pechos despacio sosteniendo la mirada lasciva del hombre, seguidamente hizo un gesto al hombre para que se acercase, este tras abrir y bajarse un poco los pantalones y el eslip obedeció, estaba ya empalmado tras el espectáculo con lo cual su verga de tamaño medio quedo a escasos centímetros del torso femenino, la pelirroja se puso algo más de aceite y tomó la polla en sus manos.

Marian tomo en sus manos aceitadas la verga, procediendo a untarla con suaves movimientos de sus dedos, con la mano izquierda frotaba el tallo y movía ligeramente la piel de arriba hacia abajo, al mismo tiempo usaba la derecha para frotar el glande con la palma, sus dedos tamborileaban el prepucio en derredor y bajo la corona como si le hiciera cosquillas, el hombre cerro los ojos mientras soltaba un gemido fruto del placer que sentía, aquello duro un par de minutos, el tío estaba de lo más excitado y toco la cabeza femenina atrayéndola, la pelirroja entendió y soltó la verga cogiéndose los pechos con las manos.

Jesús estaba maravillado, su cara era una imagen del deseo cuando arremetió con su polla por el canal mamario, el móvil grababa la escena, aquel prepucio amoratado surgía y se volvía a hundir entre los globos carnosos salpicados de pecas, Marian agitaba los pechos en una soberbia paja, el aceite facilitaba el frotamiento, el hombre jadeaba suavemente y se ponía de puntillas apoyando las manos en los hombros de la joven, unos chorritos de leche surgieron de los pezones bajo la presión de las manos, aquello salpico el vientre masculino y lubrico el movimiento haciéndolo más rápido, lo cual excito aún más al hombre pues su verga se movió frenética entre las tetas de la pelirroja, el veterano no tardo en gruñir y jadear en voz alta, chorros blancos surgieron tumultuosos salpicando la barbilla y cuello de la joven Marian, el esperma resbalaba por aquel torso juvenil en viscosos hilos blancos empapando su tetas.

Mientras Jesús se recuperaba apoyado en la puerta contemplo la escena, La joven pelirroja se limpiaba el torso con papel higiénico mientras sonreía, al acabar se inclinó y tras coger un poco más de papel le tomo de nuevo la polla, antes de limpiarla se metió su prepucio menguante en la boca y chupo los restos de semen entre suspiros del hombre, que apenas podía creer su suerte.

– Uuuf, ¡que boca! –dijo Jesús temblando de gusto.

– Espero que te haya gustado y vuelvas a por mas –contesto Marian tras dejar la verga.

– Eso dalo por hecho bonita, intentare repetirlo al menos dos o tres veces al mes.

– Me gustáis los abuelitos, sois muy agradecidos.

Salí del lavabo sentándome en un banco a repasar la grabación, desde allí vi salir a Jesús que se reunió con su amigo alejándose ambos charlando animadamente, Marian no tardo en reunirse con las otras madres y ponerse a hablar un buen rato, el resto del paseo fue tranquilo sin paradas largas ni más clientes, ya cerca de mediodía regresamos a casa, aunque yo me perdí unos minutos entrando en un bar cercano para no despertar sospechas.

Más tarde después de comer y dormir a la pequeña, la pelirroja se sentó a mi lado en el sofá para ver la tele, yo vestia una camiseta azul y un pantalón de chándal, , intentó entablar una conversación pero yo apenas contestaba más que monosílabos, aquella joven había pasado en mi conciencia de pobre jovencita a puta descarada, me sentía defraudado y por tanto el mosqueo que sentía me impedía ser cordial.

Desperté un par de horas después, la peli era un rollo y debí quedarme dormido, ella aun lo estaba, inclinada y con la cabeza apoyada en mi brazo, tenía una de sus manos sobre la mía y la otra en el reposabrazos del tresillo, escuché ruidos en la cocina y supuse que sería Juan el otro compañero de casa, seguramente estaría preparándose la cena para llevársela a su trabajo en el Bingo. El peso de la cabeza pelirroja sobre mi hombro me gustó, gire unos centímetros el cuerpo para contemplar bien su rostro relajado, el movimiento la hizo inclinar la cabeza hacia atrás, asi pude contemplar bien su cara, esa frente alta, los ojos cerrados, aquellas mejillas salpicadas de pecas, su barbilla fina, la naricilla estrecha y recta del tamaño justo, contemple su boca algo abierta y sin pintar, aquellos labios me resultaban tentadores, la mire un buen rato con sentimientos contradictorios, por un lado deseaba besarla, por otro recordaba aquel rostro en las grabaciones del teléfono, mientras se follaba a José en los servicios, también recordé aquella linda boca llena con la verga y el semen de Miguel el corredor, además del tío de aquella misma mañana, acerque un poco la cara notando su respiración en mi barbilla.

Juan salió en ese momento de la cocina, el hombre tiene buen carácter, es algo regordete, tiene 30 años y moreno con el cabello como un cepillo, llevaba pantalón de pijama y camiseta, traía un par de tapers en la mano camino de su habitación, le hice un gesto y se paró al pasar al lado del sofá diciéndome en voz baja;

– Menuda escena, parecéis padre e hija.

– Me he despertado y estaba así dormida –respondí.

– Es normal, cuando volví esta madrugada la escuché en su habitación y la niña lloraba, así que debe haber sido una noche movidita para ella.

– La dejare dormir un poco más, ¿ya te vas al curro?

– Si colega, lo que tarde en cambiarme y salir, no sé a qué hora volveré pues es sábado –dijo guiñándome un ojo- ya sabes lo que suele pasar con las bingeras maduritas sin suerte.

– Que suerte tienes cabrito, ¡aprovecha!

Juan fue a su habitación dejándome sonriente, claro que sabía lo de las bingeras maduras sin suerte ni dinero para pagar el taxi de vuelta a casa, el mismo me lo había contado con pelos y señales, si caías bien a una perdedora te insinuabas discretamente, si aceptaba te esperaba tomando algo por cuenta tuya hasta el cierre, después la llevabas a su casa en tu coche y redondeabas la noche con un polvo, lo dicho el Juanito tenia suerte y un pequeño harén de perdedoras maduritas todavía guapas.

Volví mi atención a Marian, más concretamente a su barbilla y cuello, aquella piel fina y suave moviéndose levemente al compás de la respiración, parecía reclamar multitud de caricias, siempre fui un romántico, me costaba enmarcar aquel rostro angelical en el clásico estereotipo de puta callejera, casi sin darme cuenta mis ojos siguieron bajando por sus hombros, ella llevaba una holgada camisetita blanca de tirantes finos y un corto pantaloncito de pijama de color rosa fuerte, no pude evitar pasear mis ojos por su escote, los pechos abultaban generosos bajo la tela, eran de tamaño medio, aunque hinchados por el tema de la lactancia y me habían llamado la atención en numerosas ocasiones, pero tenerlos ahí al alcance de la mano me estaba excitando, me atraía el movimiento de estos al compás de su respiración, además la tela holgada me permitió entrever sus aureolas rosáceas mientras los pezones presionaban la tela, tuve una visión fugaz del semen de aquel maduro salpicando y resbalando por aquellas tetas, eso había sido hacia unas horas, ahora la chica parecía totalmente inocente aunque tentadora.

Por suerte la niña lloró en su habitación, Marian no pareció enterarse, su cara relajada apenas se alteró, por lo que me levanté con cuidado y fui a ver a la pequeña, mientras cambiaba sus pañales escuche la Voz de Juan en la puerta del cuarto diciendo:

– ¡Me voy tío! ¿Qué tal la nena?

– Está bien pero algo irritada.

– Oscar tío, estas hecho un padrazo ¡y por duplicado! me da que eres algo blando.

– ¡Gracias capullo! Con Marian agotada y la pequeña llorando no me quedaban opciones.

– Supongo que llevas razón –contestó sonriente- pero si cedes a menudo acabaras haciendo de niñera permanente, tenlo en cuenta.

– Ya lo sé – respondí algo más serio.

– Pues lo dicho que me abro, pásalo bien con las chicas.

– Pásalo tú mejor con las maduras, y cuídate.

Juan se fue y yo acabe de cambiar y acunar a la pequeña, tras devolverla dormida a su cuna volví al salón, la pelirroja apenas había cambiado de postura, me senté a su lado pero dejando un poco de separación entre ambos, fue inútil, supongo que fue mi peso o el crujir del sofá, Marian pareció resbalar lateralmente hasta quedar apoyada en mi brazo izquierdo, su mano derecha me cogió la muñeca, su cabeza se asentó en mi brazo a la altura del codo con un gemido, aquella postura me molestaba un poco, así que moví el brazo dejando su cabeza sobre mi muslo a modo de almohada, la mano quedo sobre el hombro de la joven.

¡No la mires, no recuerdes, no desees a esta hermosa joven! La conciencia me estaba dando la tabarra, la parte noble me decía que la respetara, por ella y por la pequeña, el ambiente domestico debía ser seguro y confortable para ambas, pero la parte mezquina de la conciencia también argüía, ¿por qué ir de putas lejos si tenía una en casa? ella podía aliviarme gratis o al menos a menor precio si cuidaba de la niña, además su cuerpo me ponía bastante, ¿se lo propondría? y si lo hacía ¿cómo respondería? podría aceptar o montarme un escándalo, me imagine avergonzado ante el dueño de la casa, él podría dar crédito a la joven y hacer que me fuera, en ese caso solo tendría que enseñarle las grabaciones del móvil y Marian seria expulsada sin duda, ¿tendría el futuro de la joven y su niña en mi conciencia?

Di otro vistazo al cuerpazo de la pelirroja, ¿tendría posibilidades de montármelo con ella? Fruncí el ceño ante mi propia respuesta negativa, ¡NO! yo no podría follarme gratis a una tía así ni aunque beber mi semen curara el cáncer, soy un tío normal con un cuerpo aun fuerte y algunas entradas en el pelo, pero tengo mis limitaciones y 28 años más que este pedazo de chavala, eso sin mencionar mi espalda fastidiada ni que soy pensionista y sin demasiado dinero, supuse que de todos modos debía intentarlo, en el peor de los casos solo le daría la pasta que ya estaba dando a otra putita, pero me molaría seducirla por puro amor propio.

Perdido en mis pensamientos no me había dado cuenta de dos cosas, la primera era que mi mano había iniciado, por su cuenta, una serie de caricias por los hombros y parte de la espalda de la pelirroja, la segunda era que tenía una erección tremenda, sentí la pujanza de la verga dentro del pantalón, pero dada la postura Marian debía sentirla entre la oreja y la coronilla, estaba a punto de moverme para cambiar de postura cuando la joven se movió levemente, puso una mano en mi rodilla y tras hacer un par de ruidos soltó un bostezo, vi como abría los ojos pestañeando asombrada y dijo:

– Humm, me he dormido.

– Bueno de eso hace más de una hora, debías estar muy cansada.

– Si esta noche la pequeña no me dejaba en paz.

Su voz era suave, me miraba a los ojos tras mover un poco la cabeza, sentí mi verga contra su coronilla, pero la pelirroja no hizo nada por cambiar de postura, solo añadió:

– He sentido caricias en mi espalda.

– Era yo, lo siento si te he molestado, apenas me di cuenta de que lo hacía.

– No es molestia sino más bien placer, me gustaría que siguieses pero he de ver a la pequeña.

– Hace un rato lloró, pero estabas roque y no te despertabas, así que la atendí y después de cambiarla hice que se durmiera.

– ¿Fue luego cuando pusiste mi cabeza en tu muslo?

– No fue aposta –debí de sonrojarme- apoyabas la cabeza en mi hombro y fuiste resbalando, al llegar al antebrazo me moví y quedaste como estas ahora, no cambie de postura para no despertarte.

– Parece que no hubo mala intención.

Marian había respondido en plan niña juguetona moviendo ligeramente la cabeza a los lados, debía de sentir mi erección contra su cabeza, yo desde luego que la sentía a ella y no podía apartar mis ojos de los suyos, la boca se me resecaba a causa del deseo, dije con voz ronca:

– Bueno, uno de los dos debería moverse.

– Yo estoy cómoda, pero echo de menos tus manos en mi espalda y te siento algo… tenso.

– Tu eres una mujercita muy bonita y yo aunque parezca tu padre no lo soy, solo un hombre con sus necesidades y…

– ¿Deseos? –su mirada seguía fija en mis ojos, estudiando sus reacciones.

– ¡Si deseos! Si te molestan lo siento, pero eres joven y hermosa, déjame levantarme y pasemos página, aquí no ha pasado nada.

– Llevas razón, vale iré a ver a la niña, no te muevas y te traeré una cerveza como premio por hacerte cargo de la nena.

Se incorporó delante de mí estirándose felinamente, su cuerpazo apenas cubierto se recortaba contra la luz del televisor, sentí su calor, olfatee su perfume sutil, estuve a punto de alargar los brazos hacia su cintura y atraerla, pero me contuve como pude aunque mi erección se hizo dolorosa, ella miraba de reojo y sonrió levemente antes de alejarse con paso lento hacia la cocina, sus caderas se movían algo exageradamente sabedora de que mis ojos la seguían.

No tardó en volver con una cerveza fría, me acaricio el pelo mientras me la daba desde atrás, juro que sentí una de sus tetas en la coronilla mientras decía con voz susurrante:

– Ahora vuelvo, mientras refréscate un poco pues debes tener la boca seca.

Asentí mientras se metía en la habitación, Marian tenía razón, boca seca, la tensión alta y una erección como la de un chaval, mi decisión de entrarla e intentar algo era tan firme como la dureza de mi polla, escuchaba como trasteaba en la habitación y jugaba con la niña, la espera se me hizo eterna, me tome la cerveza viendo chorradas y películas repetidas en la tele, la pelirroja tardó media hora en venir a mi lado, hizo algo que jamás había intentado, se me sentó sobre mis muslos de lado, yo quedé estupefacto, ella sonriéndome a dos palmos de la cara dijo:

– ¿Ya estas más tranquilo Oscar?

– Humm…¿sinceramente? No.

– Vaya, al final me vas a resultar un salidillo- su sonrisa se hizo más intensa.

– Es que no soy de piedra pelirroja y tú estás… ¡pero que muy bien!

– Habrá que darte algún premio por cuidar a la niña, como compensación.

Decidí en ese momento ser más audaz, si íbamos a jugar a calentar al otro no me quedaría quieto, pase mi brazo izquierdo por su espalda aprovechando para bajar uno de los tirantes de su camisetita con mis dedos, ella pareció ignorar el gesto pero se dejó acariciar el hombro, nuestros ojos se encontraron, los mios con interés, los suyos chispeaban de picardía, mis dedos seguían acariciando su hombro pero deslizándose hacia el cuello de la joven, ella no tardó en cerrar los ojos e inclinarse hacia mi cuerpo, momento en que aproveche para acercar mi cara y besarla en la oreja.

– Huuumm –Exclamo Marian, dejándose hacer- aahhm, siii.

– ¿Quieres que siga?

– Si por favor, me gusta mucho. -respondió la pelirroja.

La complací durante unos minutos, mi mano izquierda se paseó por su espalda tanto por encima como por debajo de su camiseta, llegando desde su nuca y cuello hasta la cintura, yo veía sus pezones totalmente erectos pujantes contra la tela, oía sus suspiros, tenía peligrosamente cerca sus atractivos labios, finalmente decidí dejar actuar a mi mano derecha, acaricie con ella sus pechos, un gemido alto me indico cuanto la gustaba la caricia, los dedos no podían abarcar bien aquellos senos hinchados, metí la mano bajo la tela sintiendo por fin su calor, no tardé en pellizcar uno de los pezones y su dueña se dejó caer gimiendo contra mi pecho.

Me gustaba el cariz que tomaba la situación, pero mientras mis manos no cesaban de acariciarla y cada vez más excitado por sus gemidos y suspiros, yo pensaba en cómo ser alguien especial para Marian, la chica actualmente iba sobrada de pollas y de posturas, la había grabado mamando y follando, incluso tenía pendiente un polvo para el día siguiente con el corredor, rápidamente me di cuenta de algo que seguramente no tendría a menudo y que me abría posibilidades, ¡la comería el chochete! Eso seguramente si que lo echaría de menos, al menos yo no había visto que nadie se lo pidiera, pero a fin de esquivar recriminaciones dije:

– Me parece que esto se nos esta yendo de las manos Marian.

– ¡No pares por dios…! – vi su pecosa cara a centímetros de mis ojos, le temblaban los labios tentadores cuando añadió- ¡Me estas poniendo a cien!

– ¿Estas segura nena?

– ¿Cállate y sigue joder! Me tienes ardiendo.

Aquello me dejo claro el tema y disipó mis dudas, si la pelirroja quería correrse yo lo haría posible, deje de acariciarla para abrazarla con fuerza a la vez que me incorporaba levemente, ante nosotros estaba la mesa baja del comedor, lugar habitual del mando a distancia y varias revistas, la hice sentar en ella y me incliné entre sus piernas, ante mi estaban los bajos de su pantaloncito corto de color rosa fuerte, una mancha de humedad resaltaba el color haciéndolo mas oscuro sobre su coño, acaricié la unión de sus muslos con el pubis sobre la tela, lentamente aparté el obstáculo, el aroma a hembra cachonda llegaba a mis narices, era intenso, mis dedos se humedecieron al contacto con la tela empapada de fluidos vaginales, en segundos había echado a un lado el liviano obstáculo del pantaloncito y el tanga, ambos casi chorreando.

Miré hacia arriba, Marian estaba allí sentada, ligeramente inclinada y apoyada en sus codos, podía ver su liso vientre y más allá la camiseta donde abultaban sus tetas con los pezones insultantemente erectos, la cara delataba deseo con sus atractivos labios entreabiertos, percibía claramente sus suspiros; no esperé más y volví mi atención al conejo depilado de mi víctima, su monte de venus era abultado con aquella atractiva rajita en medio bien dibujada, pasé la lengua por ella saboreando el flujo, a la vez presionaba lateralmente abriéndola para descubrir bien el terreno a lamer, su chochete era de un atractivo color salmón, el clítoris no era muy grande, pero comenzaba a asomar de su funda, los labios vaginales eran cortitos pero muy sensibles, recorrí toda la zona con mi lengua varias veces, cada vez con más fuerza y ganas antes de aplicar toda mi boca sobre aquel coño ansioso de placer, lamí con ganas toda la zona haciendo el vacío, no me corté en hacer ruidos de succión o chapoteo, aquello la puso frenética y escuche sus gemidos, centré mi atención en chupar el clítoris mientras metía un dedo en la vagina, rotándolo ligeramente a la vez que iniciaba un lento vaivén.

Escuché sus grititos y jadeos de gusto, advertí como caían objetos y revistas cuando la fallaron las fuerzas y se dejó caer hacia atrás, quedando atravesada sobre la mesa, naturalmente aquella caída no me detuvo en mis quehaceres, la pelirroja me empapaba la cara con su salsa intima, aquel sabor me enardecía, así que redoble la velocidad de lengua y dedo en sus bajos, sentí temblar su coño contra mis encías, su vagina parecía estrujarme el dedo en cada vaivén, procedí a meter un segundo dedo dentro, entrándolos y sacándolos en toda su longitud a buena velocidad, para colmo Marian comenzó a agitar el vientre pidiéndome entre jadeos que no parase, sentí una de sus manos en mi cabeza presionando mientras la joven gritaba que estaba a punto de correrse, efectivamente y bajo mis intensas caricias el orgasmo no se hizo esperar, sentí en la boca un sabor mas intenso, el cuerpo de la joven se estremeció repetidamente y su dueña jadeó con fuerza, su voz enronqueció al gritar:

– ¡Me corooo… ahhh… ahhhss, asiii… aahhy.

Naturalmente no pare de repente, solo fui ralentizando mis movimientos dactilares y orales hasta reducirlos del todo, sabía que aquello prolongaría su orgasmo y placer durante uno o dos minutos, lo suficiente para que me recordara como un buen comecoños y buena opción para futuras ocasiones.

Me incorpore secándome la cara y pude ver bien a la pelirroja, esta yacía desmadejada tras el orgasmo, dado el escaso ancho de la mesa pude ver que la joven solo tenía apoyado el culo y hasta media espalda en su superficie, dejando colgar tanto las piernas como brazos y cabeza, rápidamente rodee el mueble y me bajé el pantalón, a estas alturas mi rabo había perdido algo de erección al centrarme en dar a la chavala una buena mamada, había llegado el momento de recuperar el vigor, aquella boca entreabierta me había dado ideas.

Flexione las rodillas dejando la polla ente su boca, sentí su aliento en la piel, ella aún mantenía los ojos cerrados ignorando lo que se la venia encima, seguidamente metí las manos bajo su camisetita y tome sus pechos, los acaricie sin dudar centrándome en subir hacia los pezones, aquel doble pellizco la hizo gemir y abrir los ojos, vio mi verga y pelotas sobre sus ojos y se alarmo un tanto, pero antes de protestar o decir nada yo había impulsado el miembro contra sus labios, Marian reacciono estupendamente pues lo acepto sin protestar, sentí la verga hundiéndose en aquella boca caliente, su lengua se movía ágilmente por el glande, transmitiéndome sensaciones intensas y muy placenteras, yo intente devolverla el favor acariciando sus pechos sin pausa; durante unos minutos mantuvimos aquella posición, mi polla alcanzo el máximo esplendor en aquella boca, al mismo tiempo que mis bolas chocaban con su nariz, ella estaba tan excitada como al principio, a juzgar por el tamaño de sus pezones que yo no podía dejar de acariciar y apretar, pero un ligero calambre en la espalda me obligaba a cambiar de postura.

– ¿Quieres cambiar un rato cielo?- pregunté.

– Si gracias –contesto Marian- se me va la sangre a la cabeza.

La sujeté ayudándola a levantarse, estaba algo mareada según dijo, aproveche aquel abrazo para buscar sus labios y la di un beso en plena boca en el que colaboró ardientemente, después me soltó y se acercó al sofá apoyándose con una mano mientras se quitaba el pantaloncito y el tanga a la vez, ver aquel culo alto y bien hecho, durito y muy blanco con algunas pecas en su piel, me hizo el efecto de reclamo, me acerque por detrás y la hice inclinarse mientras guiaba la verga hacia su coñito, ella se dejó hacer mientras se arrodillaba en los asientos apoyando la cabeza en el respaldo, mi polla entro sin problemas en su vagina aun húmeda, pude sentir perfectamente la presión de su estrecha grieta al penetrarla, ella gimió de nuevo abriéndose cuanto pudo para facilitarme la entrada, en tres envites había conseguido metérsela hasta la raíz, ella se mojaba cada vez mas y nuestros suspiros delataban el placer que sentíamos.

– Oohh es algo grande, para mí –exclamo la pelirroja entre dos suspiros- pero me gusta.

– Nunca se me han quejado, espera y veras como te ajustas al tamaño con el tiempo.

– Eso espero, aahh… sigue, dámelo todo.

Vaya si se lo di, la tome de las caderas y empuje a fondo una y otra vez, ella se agitaba y contraía las paredes internas masajeándome la verga como podía, ambos jadeábamos inmersos en el placer, parecíamos dos posesos que no podían parar de follar, minutos después ella exhalo un grito y se corrió agitándose como loca, intente aguantar sus estremecimientos y puse las manos en sus pechos acariciándoselos con ganas, no podía parar de entrar y salir de su coño, mi propio orgasmo llegaba rápido, pero no me detuve y conseguí que la joven gozara de nuevo antes de llenar su vagina con mi corrida, esta fue muy intensa y larga, solte tanto esperma que chorreaba por mi polla aun estando insertada profundamente en mi joven amiga.

Aquel orgasmo compartido nos dejó exhaustos, momentos después nos sentamos en el sofá semidesnudos y Marian me limpio la verga con su boca, después se me abrazo y dijo:

– La mezcla de sabores me encanta Oscar, pero la próxima vez quiero beber tu leche.

– ¡No me seas guarrilla Marian!

– No es guarreria Oscar, ¡mira parecerá una tontería! pero estoy convencida de que reconoceré al hombre de mi vida por el sabor de su leche, siempre lo he sabido.

– Pues deberás haber probado a muchos por lo que me contaste.

– Si a muchos… y nada de momento, pero no me rindo y tú… ¡nada déjalo!

– Dices que no te rindes, eso quiere decir que aun sigues… digamos que probando tíos.

– Alguno que otro ha caído, pero ya hablaremos de eso, tengo que pedirte algún favor.

– ¿De qué tipo? Ya sabes que dinero tengo poco.

– ¡No hombre! Es por si me puedes cuidar a la niña alguna tarde, ya te iré contando…

Sí que me lo contaría, pero algo más adelante pues la niña se puso a llorar e interrumpió la charla, en resumen la chavala me gustaba y habíamos echado un polvo, el futuro se me presentaba bien, ya veríamos como se desarrollaban los acontecimientos.

Continuara…

Bien amigos, esta entrega se ha hecho esperar por problemas personales y economicos, (un mes y pico en que solo me salía uno o dos párrafos a la semana) añadidos a una depresión post cornamenta y las fiestas familiares, añadid esto al tema del paro y haceros una idea, ¡En fin! espero que el siguiente capítulo no se haga esperar mucho.

Voy remontando y este año va a ser la leche.

Sed felices

Relato erótico: “16 dias cambiaron mi vida” (POR SOLITARIO)

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Lunes, 22 de abril de 2013.

Me llamo José, tengo treinta y nueve años y voy a acabar con mi vida.

Mi juventud transcurre en un pueblo de la provincia de Jaén, en el seno de una familia muy conservadora que explotaba algunas tierras de olivar.

Vivíamos desahogadamente. Estudié el bachillerato en un instituto religioso y mi formación fue bastante rígida en lo referente al sexo.

Para mí era lo normal, tocarse es pecado, la fornicación conduce al infierno, etc.

Me fue inculcada y yo acepte y asumí, la más estricta moral católica. Al finalizar mis estudios en el instituto me traslade a Madrid e ingresé en la Politécnica en el 93. Me hospedaba en una residencia gestionada por religiosos.

En el 97 conocí a Milagros, Mila, una muchachita preciosa, alegre, simpática y desenfadada y me enamoré de ella.

Estudiaba psicología en la Complutense. Tras unos meses de relaciones, durante los cuales nos vimos muy poco ya que los estudios no me lo permitían, se quedó embarazada y nos casamos.

Con la ayuda de nuestros padres alquilamos un piso y nos fuimos a vivir juntos pero seguimos estudiando hasta que yo terminé la carrera.

Tuvimos una niña preciosa, Ana, a finales del 99.

Conseguí un trabajo en una empresa importante de telecomunicación, donde ganaba lo suficiente para vivir bien.

Cuando en 2002 se quedo de nuevo embarazada decidimos cambiar de vivienda puesto que la que teníamos era muy pequeña. No se aun como Mila se enteró de que vendían un piso en una zona céntrica de Madrid, con cuatro dormitorios, dos baños, en fin, un sueño y sin pensarlo mucho lo compramos.

Tuvimos a José, Pepito, un crio maravilloso.

Dos años después vino al mundo Milagritos, Mili.

Llevaba cinco años trabajando en la misma empresa cuando decidimos, entre otro compañero y yo, asociarnos y crear una empresa para independizarnos. Nos fue bien hasta hoy. .

Este es un relato resumido de la que fue mi vida hasta hace dos semanas

Hoy le he vendido mi parte a Fede, el socio y he abandonado el negocio, con tristeza.

Estoy sentado en el saloncito donde tengo instalado mi puesto de observación.

Ante mi, en una mesa, varias pantallas de ordenador me ofrecen una vista casi total de la que, hasta hace quince días, era mi casa y la de mi familia.

Estoy viviendo los peores días de mi existencia.

Ni en la peor de mis pesadillas podría haber soñado lo que la realidad me ha deparado.

A lo largo de estos 16 días he recopilado en video y escrito en libretas de forma ordenada y cronológica, lo que he vivido, sentido, visto y oído y sufrido.

No soy muy bueno redactando, soy de ciencias y las letras no me atraen, pero voy a intentar describir, con la mayor claridad posible, unos hechos que han acabado con mi vida, mi mundo, mis intereses y mis ilusiones.

Ahora mismo, la vida, mi vida, carece de sentido.

Debo tomar la decisión más importante de toda mi existencia y barajo distintas opciones, a cual peor.

Si no creen lo que digo, lean y juzguen.

Lunes 8 de Abril de 2013

Suena el despertador, son las seis de la mañana me levanto con cuidado para no despertar a nadie, me ducho, me visto y recojo el equipaje, que tengo preparado en el recibidor, para salir de viaje.

Soy ingeniero electrónico y trabajo como representante de una marca conocida de sistemas de seguridad, atiendo una extensa zona del país haciendo las demostraciones pre-venta, instalando, supervisando y llevando el mantenimiento de las instalaciones en empresas, bancos, centros oficiales…

Hoy me desplazare a la provincia de Zamora donde tengo concertadas varias entrevistas con clientes durante tres días.

Algunas veces tengo que quedarme con un cliente hasta tarde, invitarlo a copas, clubs de striptease. Y en ocasiones he tenido que pagar alguna prostituta para que los acompañen y así facilitar el contrato. A mí el contacto con una profesional del sexo me repele. Solo tuve una experiencia a los dieciséis años y no la he repetido nunca más.

Todas las semanas viajo a una zona u otra, de lunes a miércoles y vuelvo el jueves a casa. Los viernes trabajo en la oficina. Así llevo tres años, es mucho esfuerzo pero lo hago con gusto, porque mi familia lo merece.

El negocio lo creamos Fede, un amigo, compañero de facultad y yo, hace ocho años y nos va bastante bien. De hecho en casa no hay problemas económicos para llegar a fin de mes, como les ocurre a otros.

Antes de salir entro en la habitación de los pequeños y les doy un beso sin despertarlos, Pepito de 10 años y Milagritos de 8, duermen como angelitos en sus camas.

Después paso por la habitación de mi niña, Ana, casi una mujer de 14 años. Al acercarme he tocado el ratón de su portátil y se ha iluminado la pantalla, la tenue luz me permite ver su rostro, le aparto el pelo castaño claro que cubre su cara y le doy un beso. Es preciosa.

Recojo el equipaje y me dirijo al garaje lo cargo en el coche y antes de subirme realizo una comprobación que ya se ha convertido en rutina y así asegurarme de que llevo todo lo necesario.

Mi equipaje, maleta con muestras, ordenadores.. En fin parece que esta todo.

Yo.-¡Vaya!. Me falta lo principal, la cartera con la documentación, tarjetas, dinero…! Pufff!, menos mal que me he dado cuenta antes de salir.

Subo al piso, abro la puerta lentamente y entro despacio, no quiero encender la luz, localizo la cartera en el mueble situado a mi izquierda en el recibidor.

Oigo hablar en la habitación.

Avanzo por el pasillo hasta llegar a la puerta de mi dormitorio que esta medio abierta, tal y como la deje al salir, me acerco por el pasillo, si Mila está despierta entrare a darle un beso.

Al acercar mi mano al pomo de la puerta la oigo reírse, parece que está hablando con alguien. ¿Tan temprano?. Me acerco y presto atención…

Mila.- ((Que si tonto, ya se ha ido, pero no puedes venir ahora, vete a casa a dormir la mona que yo tengo que levantar a los niños para llevarlos al colegio. -………- Que sí, que esta noche os espero , a Jorge también-……..- jajaja-…….-vale Manolo, como tú me digas, te esperaré con las piernas abiertas y sin bragas. A las once ya se habrán dormido los niños,-…….-si, seguro, porque les pongo una gotita del somnífero que me receta mi médico para dormir disuelto en la leche y no se despiertan ni a tiros,-…….- No, la mayor tampoco molestara, ella ya sabe que no debe decir nada, -……..- Vale pues os espero. Un beso en la puntita.))

Oigo colgar el teléfono, estoy a punto de desmayarme, los latidos del corazón me golpean el pecho como si fueran martillazos, las sienes me van a estallar, me mareo y estoy a punto de caerme.

Las manos me tiemblan y siento hormigueos en el dorso.

No puedo pensar, tengo escalofríos. Me apoyo de espaldas en el mueble del pasillo.

Doy la vuelta despacio, a tientas y salgo al recibidor abro la puerta principal salgo del piso y cierro sin hacer ruido.

En el garaje, subo al coche y me siento con la cabeza sobre el volante tratando de alejar de mi mente lo que ha ocurrido.

No puedo creerlo, Mila, la esposa perfecta, la que no se deja ver desnuda, que jamás me ha hecho una mamada, que ya hace años tengo que pedirle, por favor, que me deje hacerle el amor apenas una vez al mes..

¿Me engaña?. Y ¿con dos a la vez?.

Tengo que estar equivocado, he malinterpretado lo que he oído, esto debe tener una explicación sencilla y después me reiré de lo mal pensado que soy…

¡¡JODER!! Pero que estoy diciendo..

He oído a mi mujer decirle a alguien que lo esperará “con las piernas abiertas y sin bragas”.

Esto debe ser una broma de mal gusto.

Mi delicada esposa, a la que solo una vez desde que nos casamos he visto desnuda, incapaz de una palabra malsonante, hablando de bragas, piernas abiertas, besos en la puntita.

¿Qué puntita? ¿De quién?

Ha nombrado a Manolo y a Jorge

¿Quiénes serán Manolo y Jorge?

Mi cabeza es un torbellino de ideas confusas. Tengo que hacer algo. Intento serenarme y trato de pensar fríamente. Necesito averiguar qué está pasando.

¿Cómo puedo enterarme de lo que pasa en mi casa?.

¡¡Hostia, lo tengo a la mano!! ¡¡Si es a lo que me dedico!!

Trabajo en seguridad electrónica y dispongo de los medios para ver, oír y grabar, todo lo que quiera, solo tengo que instalar las cámaras de demostración en el piso y observar desde otro lugar.

Pero ¿desde dónde?.

Tengo que salir de aquí, dentro de un rato Mila vendrá por su coche para llevar los niños al colegio y no debe verme.

Salgo del garaje y estaciono el coche a dos manzanas, en un aparcamiento de pago, cojo la maleta de demostraciones y me dirijo a la cervecería cercana situada al otro lado de la calle __________, desde donde diviso el portal de mi bloque.

Pido un café, Mentalmente realizo un esquema de la instalación a realizar, donde situar los equipos, cuantos, que zonas me interesa controlar…

Son casi las ocho. Veo como sale mi hija Ana, corriendo hacia la esquina de la calle, a coger el autobús para su instituto.

Minutos después veo salir a Mila con los niños en su coche, un Peugeot 205, camino del colegio.

Mila tardará más de una hora en volver, es el tiempo del que dispongo. Pago el café que apenas he probado. Tengo la garganta cerrada.

Con la maleta me dirijo a casa, espero no encontrarme con ningún vecino, aunque en la planta solo está ocupado nuestro piso y la distribución de los accesos hace muy independiente la entrada y tenemos poca o ninguna relación con la vecindad.

Realmente no conozco a ningún vecino.

Entro en mi casa y me golpea el familiar aroma a desayuno, los olores matutinos de los baños.

Llevo cuatro cámaras, de última generación y alta definición, conectadas vía radio, con señal codificada en la banda de 2,4 Gh, un concentrador de cámaras conectado mediante modem móvil a la red de móviles e Internet.

Desde la puerta de entrada se accede al recibidor, a la derecha está situada la puerta de mi despacho, a la izquierda un mueble bajo y un espejo y a continuación la puerta del salón.

Frente a la puerta de entrada principal otra puerta permite el acceso al pasillo, donde, a la derecha, están las puertas de la habitación de los niños y a continuación la de Ana.

Al fondo del pasillo, al frente el baño pequeño y a la izquierda la puerta de mi habitación, a la que se llega por un pasillo de unos dos metros y medio, con la entrada al baño grande a la derecha.

Mi habitación tiene acceso a la terraza como también el salón y la ventana de la cocina.

La habitación de Ana y mi despacho tienen salida a la terraza de atrás y la de los niños, en medio, tiene la ventana orientada a la misma terraza.

Coloco la primera cámara en el salón, en el interior, sobre la puerta, apuntando hacia la zona del sofá y la terraza, aprovechando la moldura de escayola.

La entrada a la cocina que queda bajo la cámara, queda fuera de campo y no la puedo ver.

En el pasillo coloco la cámara sobre la puerta para ver al fondo la puerta del baño, la de Ana y la entrada a mi habitación.

El baño que queda dentro de mi dormitorio es alargado, la entrada tiene al frente un lavabo doble, a continuación, hacia la derecha, el bidet y el wáter, con la bañera al fondo, separada por una mampara de metacrilato.

Situó la cámara sobre la puerta, en el rincón desde donde se capta el bidet, WC y bañera.

En el dormitorio, el cabecero de la cama de un metro y medio de ancho, está a la derecha, vista desde la entrada, a los pies, separado por unos setenta centímetros, el armario empotrado que ocupa toda la pared.

Dejo la cámara, oculta, en la moldura del techo sobre la puerta, en el rincón que linda con el armario. Se divisa toda la cama, las mesillas de noche y gran parte de la habitación.

Instalo el concentrador, en un doble techo de escayola en el baño que da al pasillo.

Tuve que reparar una fuga de agua y deje un registro por si se repetía.

Llevo conmigo una tablet PC preparada para supervisar toda la instalación.

Realizo algunos ajustes, reorientando las cámaras.

Salgo tras recoger todo y comprobar que no dejo nada que pueda hacer sospechar lo que he hecho.

Al salir llamo a Eduardo, un amigo y compañero, para pedirle prestado por unos días un apartamento que tiene cerca de mi piso.

Por supuesto no le digo para qué, pero que por favor no le comente nada a nadie.

Me dice, riéndose, que soy un golfo y que me pase por su casa a en una hora para recoger las llaves. Su mujer Amalia, está en casa. Hoy no ha ido a trabajar.

Llamo a mi socio a la oficina.

Yo.- Fede?

Fede.- Si, dime José.

Yo.- Mira me ha surgido un problema del que ahora no te puedo hablar, solo te pido que no lo comentes con nadie. Necesito unos días para resolver. No voy a ir a Zamora. El viernes hablamos. Cúbreme. Y repito, nada a nadie.

Fede.- Coño, José, ¿En qué lio te has metido?. Vale, no te pregunto nada, confía en mi discreción, ya nos veremos.

Me traslado a un bar cerca de la casa de Eduardo, que vive con su esposa Amalia y dos hijos de ocho y seis años, no quiero que me vean, lo llamo por el móvil, le indico donde estoy y que por favor me acerque las llaves.

La mañana está fría y parece que va a llover.

Diez minutos después lo veo entrar en el bar, con un chándal y botines de deporte, alto y delgado, algo encorvado, con una cara angulosa.

Trabaja en mi empresa como administrativo pero realiza los trabajos desde su casa, teletrabajo, su mujer es profesora de instituto y él se hace cargo de los niños y la casa.

Se acerca con una sonrisa de complicidad en los labios y nos damos la mano. Pedimos unas cervezas y unos pinchos, charlamos de cosas intrascendentes, al despedirse me guiña un ojo.

El apartamento era su piso de soltero y yo sabía que se lo prestaba a algunos amigos para sus encuentros furtivos, seguramente pensaría que yo tenía algún lío y por eso lo necesitaba. Y no andaba equivocado. Tenía un solo dormitorio una sala con cocina americana y baño. En el mueble de la sala vi algunas botellas de licores.

Desde aquí, aunque cerca, no puedo ver mi piso, pero para Internet no hay barreras. Instalo el equipo de recepción de datos, y una vez en funcionamiento compruebo que tengo una visión muy buena del salón, el dormitorio, el baño grande, situado en mi habitación y el pasillo principal.

Y a esperar. Me extraña que Mila no haya vuelto de llevar a los niños, es tarde. Normalmente tarda una hora en ir y venir. A las diez suele estar en casa.

Son las tres de la tarde. Oigo el ruido de la puerta de entrada, no tengo visión del recibidor. Oigo hablar a Mila con alguien.

Mila.- Carlitos, métemelas aquí.

Carlitos.- ¿Aquí? Aquí te voy a meter otra cosa mira cógela. Y no me llames Carlitos que en el súper se ríen.

La pantalla me da una imagen de Mila entrando en el salón desde la cocina.

Alguien la sigue a su espalda, un muchacho que aparenta unos dieciocho o veinte años, de complexión atlética, de gimnasio, alto y rubio.

Pero ¿Qué es ésto?. ¡¡ESTÁ ABRAZANDO A MILA POR DETRÁS, COGIENDO SUS TETAS Y ESTRUJANDOLAS, MIENTRAS ELLA SE RIE Y LE ACARICIA LA BRAGUETA CON UNA MANO!!.

Me paso las manos por la cara y los ojos, no puedo creer lo que veo.

El chico le sube el vestido, que es de una sola pieza, y se lo saca por la cabeza, ella le ayuda, se quita el sujetador, se queda con las medias de color arena y el tanga. Yo no sabía que utilizara tanga y menos tan pequeño.

Se arrodilla frente al chico, desabrocha el cinturón y la bragueta del chaval, le baja los pantalones y los calzoncillos hasta los pies, mientras él se quita la camiseta y se deshace de los zapatos, aparece una pija morcillona que ella se apresura a acariciar con las dos manos y a lamer desde los huevos al prepucio.

El la empuja y se sienta en el suelo quitándose la ropa que le estorba por los pies, le arranca el tanga de un tirón y en un santiamén están los dos desnudos revolcándose sobre la alfombra.

Mila, arrodillada lo empuja hacia atrás tendiéndole boca arriba, se sitúa con las rodillas separadas sobre sus piernas, coge el pene del muchacho con una mano mientras la otra masajea sus pelotas, empieza a pasar la lengua a lo largo del tronco, lamiendo sus bolas, metiéndose la polla en la boca y chupándola como si de un manjar se tratara.

¡¡Es absolutamente asqueroso!!

Tiene el pene fláccido pero en pocos segundos se endurece y alcanza un tamaño considerable.

Ella se desliza de rodillas, con sus piernas abiertas a los lados de las caderas del muchacho, hasta hacer coincidir su coño sobre la polla y se la introduce lentamente, recreándose, subiendo y bajando como si una cuerda invisible tirara de ella hacia arriba y abajo. Cabalga sobre él como una amazona. Veo su espalda y como por debajo entra y sale de su coño aquella polla.

El muchacho le pellizca los pezones. Le amasa las tetas.

Que a mí me tenía prohibido tocárselas.

Veo su precioso cuerpo siendo penetrado por aquel mozalbete, quince años menor que ella. Sus pequeñas tetas botando arriba y abajo al ritmo de los movimientos de la copula.

Gruesas lágrimas que inundan mis ojos difuminan la terrible imagen que muestra la cámara, es indignante. Me resulta insoportable la visión de la pareja. No veo nunca porno, no me atrae, y esto es peor, porque es mi delicada mujercita la que está ahí follándose a un crio. Siento desgarrarse mis entrañas.

Cada vez que se deja caer sobre la picha, Mila exhala una especie de gemido gatuno, ronco.

El chico alarga su mano y le introduce un dedo en el culo al tiempo que ella acelera el ritmo, el chaval se mueve al compas empujando hacia arriba, ella grita

¡Más! ¡Más! ¡Dame máaaas!

Hasta alcanzar a un orgasmo que la derriba, quedando tendida sobre el pecho del chico.

Se besan con verdadera ansia, sus lenguas se entrelazan. El masajea los glúteos. Las tetas. Ella se incorpora.

Se sienta en el suelo frente a la cámara, eleva sus rodillas y las separa, acaricia su coño, llena los dedos de flujos y se los lleva a la boca, relamiéndose.

Se acaricia los pezones, se los pellizca y embadurna de los líquidos de su vulva y su saliva.

Carlitos.- Ponte de “perrito”.

Ella obedece, se arrodilla separa las piernas, se inclina hasta apoyar la cara en la alfombra, mueve los brazos hacia atrás hasta coger con una mano cada nalga y las separa ofreciendo el orificio abierto al chaval.

Mila.- Follame despacio que duele.

El introduce un dedo, lentamente, dos, tres, lo engrasa restregando su polla por el culo, recoge con los dedos el semen vertido en la espalda y lo unta en el recto, mete su verga en el coño y la saca bañada por los flujos, vuelve a acariciar el culo, escupe en el agujero, se masajea la polla hasta alcanzar la dureza adecuada, la coloca en el orificio de mi mujer y la introduce paulatinamente hasta la mitad en su rosado y redondo agujero.

Mila.- Quiero más.

El chico empuja despacio hasta enterrarla por completo en su culo.

Mila.- Más, necesito mucho más. ¡¡Rómpemelo!!

El chaval arremete con todas sus fuerzas. Su verga parece el pistón de un motor entrando y saliendo del cilindro, cada vez a mayor velocidad.

Parece que Mila está llorando, Carlitos se asusta.

Carlitos.- ¿Qué te pasa Mila? ¿Estás llorando?

Mila.- ¡¡Si, cabrón, lloro de gusto!! ¡¡No te pares!!

Mila grita, se retuerce, pero él la sujeta por las caderas.

Son unos minutos interminables para mí.

Mila profiere un grito y se estira a lo largo, sacando con su movimiento aquel aparato de su culo, en medio de convulsiones espasmódicas de su cuerpo, con la boca abierta parece que le falta el aire, queda como desmayada, mientras él con la verga en la mano termina meneándosela y derramando su esperma sobre las nalgas y la espalda de mi mujer.

Se deja caer en el suelo, al lado de mi esposa, se besan, se acarician.

Mila se levanta con cara desencajada.

Mila.-!!Dios, que tarde es, tengo que ir por los niños!!

Carlitos, la cuenta ya sabes.

Carlitos.- Si Mila, ya lo sé. La camuflaré, como siempre. Algún día me pillarán y acabaré en la calle.

Mila.- No te preocupes, si te despiden ven a verme que te encontrare trabajo. Con ese cuerpo y esa polla tienes futuro.

Se visten a toda prisa sin limpiarse y salen a la carrera del piso.

Estoy destrozado, las imágenes grabadas no dejan lugar a dudas, mi mujer es toda una puta, me ha estado engañando no se desde cuando, pero tengo que averiguarlo.

Tengo que hacer algo. Parte de mi trabajo es la planificación, el análisis científico de los problemas, la búsqueda y aplicación de soluciones. Tengo que aplicar mis conocimientos fríamente.

La primera idea que se me viene a la cabeza es la de entrar esta noche en plena faena y pegarles cuatro tiros de escopeta a los que estén en la cama.

Pero ¿y luego?, yo a la cárcel, mis hijos abandonados…

No, no puedo hacer eso. Tengo que averiguar qué ocurre en mi casa.

Debo actuar con la cabeza y no permitir que mis emociones me cieguen.

Por cierto, ¿mis hijos, serán míos?…

Primero tengo que recabar la mayor información posible, con cautela.

Hacer pruebas de ADN a mis hijos, eso me lo puede solucionar mi amigo Andrés.

Es médico en un servicio que trabaja para la policía, me debe un favor y creo que lo podrá hacer sin pedir demasiadas explicaciones.

Mientras tanto puedo estar controlando la vivienda y los movimientos de Mila por la calle.

Hasta que estén las pruebas de ADN y sepa a qué atenerme, tengo que disimular y fingir que no sé nada.

Mientras puedo seguir vigilando la casa, tendré que instalar más cámaras, en la cocina el recibidor y las habitaciones de los niños, que están fuera de visión.

También tengo que buscar otro lugar donde pueda establecer el centro de vigilancia. Tengo que dejar el apartamento de Edu en tres días y la vigilancia puede alargarse semanas.

Mientras elaboraba el plan a seguir, con un nudo en el estomago y una opresión en el pecho, sin dejar de llorar, me preguntaba porqué.

Porqué mi querida esposa me ha hecho esto.

¿Acaso tengo algo de culpa?, ¿Qué puedo haber hecho mal para empujarla a comportarse así? ¿O ella ha sido siempre así y yo no lo he visto, no he sabido verlo?.

Las preguntas y las dudas me roían las entrañas.

Encontréé una botella de whisky de Eduardo y tome un trago, que bajo arañándome la garganta.

Sentado en el sillón de la sala no quiero pensar, no puedo pensar con claridad. Intento relajarme.

Algo se mueve en la pantalla, veo entrar a mi mujercita con los dos pequeños.

Nada anormal. Meriendan y se ponen a hacer los deberes y a jugar.

Deje de grabar cuando salieron los dos amantes de casa y conectare la grabadora cuando haya “acción”.

Llega Ana y se encierra en su habitación. No puedo ver que hace pero se oye la música, “My only chance” de Eminem, que conozco porque la escucha continuamente.

Mila llama a los niños para cenar. Veo como se van a su habitación. Mila le lleva un vaso de leche a cada uno.

Supongo que llevan el somnífero que los aturde durante la noche, mientras ella se divierte.

Ana va a su cuarto.

Una sensación de ardor de estomago me invade. Siento fuego en mi pecho.

Intento calmarme.

Imágenes de lo visto por la tarde bombardean mi mente.

Mila mamándole el miembro a ese chaval.

Él dándole por el culo.

La rabia me corroe.

Mila entra en el baño, se desnuda.

Al ver su cuerpo un ramalazo de pasión hace que mi polla se endurezca.

Su cuerpo de curvas suaves, pechos pequeños se mantienen duros, a pesar de los embarazos. Un culo respingón precioso, suave.

Es muy bonita, me enamoré desde el primer momento que la vi en el campus de la universidad y la he amado desde entonces. Fue en el otoño del 97, ella tenía 19 años, estudiaba segundo curso de psicología y me la presentaron unos amigos comunes en el bar de mi facultad.

Alegre, vivaracha, me cautivó.

Poseía una elegancia natural, una seguridad en sí misma y una frescura, nada sofisticada. De media estatura, ojos oscuros y profundos, pelo castaño, recogido en un moño que realzaba la belleza de su rostro. Hablaba con pasión de sus estudios, mientras yo la miraba como un tonto a los ojos.

En la pantalla veo que coge algo de un cajoncito del mueble del baño, no puedo ver qué es. Entra con él en la ducha y los vapores no me dejan ver que hace. Coge la toalla y se seca. Se pone unas medias negras, sujetador “media copa” que deja sus pechos a la vista y encima un camisón que apenas le llega a las caderas, también negro, casi transparente que contrasta con la blancura de su piel, realzándola y dejando a la vista su delicioso cuerpo, sin bragas.

Hace quince años, en la noche de bodas, la vi así, pero ya me advirtió que era la primera y la última vez. Y así ha sido.

Yo respeté sus deseos por amor.

Hasta hoy, en que he podido verla a través de unas cámaras y preparándose para otro u otros. Traicionándome.

Algo que jamás se me pasó por la cabeza hacerle a ella. Y que ni en las peores pesadillas imaginé que me hiciera a mí.

Son las once y algo de la noche suena el portero electrónico.

Mila atraviesa el salón y responde desde el recibidor. Poco después abre la puerta y se oye una pequeña algarabía, risas, palmadas, grititos…entran en el salón dos individuos con Mila en medio, ella colgando, con un brazo sobre el hombro de cada uno de ellos, sus piernas abiertas y con las rodillas flexionadas como si fuera en una silla en alto y sin asiento. Le palmean el culo con la mano libre. Ella se vuelva para besarlos a uno y otro lado, le lamen la cara, la boca, los ojos.

De frente veo su coño abierto, reluciente.

¡!Esta mojada, brilla la parte interior de los muslos con su flujo!!.

¡!Conmigo siempre estaba seca!!.

La depositan en el sofá y uno de ellos, el más bajo, se arrodilla y mete la cabeza entre sus piernas chupando ruidosamente el coño y el culo, mientras el otro de pie a su lado le acerca su pija a la boca y ella, sin dudarlo, se la traga entera, con glotonería, con cara de viciosa, con la cara desencajada por la lujuria. Babeando y atragantándose.

Le dan arcadas pero ella sigue tragándose, hasta el fondo de su garganta la polla del alto. Su cara refleja la lujuria, el vicio.

Yo no la he visto así en quince años de matrimonio y uno de noviazgo.

¿Quién era Mila? ¡¡Una total desconocida para mí!!.

¿Me habría querido alguna vez?.

Y yo ¿La podría seguir amando tras conocer su faceta perversa?.

De pronto me fijo en el más alto, que está de pie, lo conozco, es Manolo, uno de los padres de la APA del colegio de los niños, al otro no lo conozco, supongo que será el tal Jorge y también estará relacionado con el colegio.

El trió se mueve con un extraño compás.

Mila llega al primer orgasmo con una facilidad pasmosa.

Conmigo era raro que llegara, yo pensaba que era frígida, ahora veo que no.

Me viene a la mente la frase “No hay mujer frígida, solo hombre inexperto”.

Pero me consuela recordar que yo intentaba, por todos los medios, que ella me permitía, hacerla llegar al orgasmo, pero solo lo lograba en contadas ocasiones. ¿Fingia?

Jorge se incorpora intentando la penetración mientras ella sigue sentada en el sofá pero no lo logra.

Manolo se sienta al lado de Mila, le pasa un brazo por su espalda, la levanta y ella se abre de piernas y se coloca sobre sus rodillas, dándole la espalda.

Con la mano, ella misma, coge su polla y se la lleva al coño sentándose encima y clavándosela hasta el fondo, mientras soltaba aire con un ¡¡AAHHHHH!!

Jorge sigue arrodillado y hunde su cara entre las piernas de los dos, lamiendo el coño de ella y la polla del otro cuando se sale, siendo él mismo quien la coge con la mano y la vuelve a meter. Mila grita al llegar al clímax, que coincide con el de Manolo.

Se deshace el grupo, se levantan y se desplazan hasta el dormitorio, “MI dormitorio”, observo como entran, gastándose bromas, con risas, con toques en su pubis, en las tetas, mientras ella agarraba un miembro con cada mano y tiraba de ellos hasta la cama.

Mila se deja caer de espalda, levantando y abriendo las piernas en V, ofreciendo, a los dos afortunados la vista de su sexo abierto y mojado.

Cada uno se dirige a una pierna y le quitan las medias.

Se lanzan sobre ella los dos a la vez, Jorge logra colocarse entre sus piernas y la penetra con violencia, con grandes golpes de cadera que producen un ruido, Chof, Chof, combinación del aire y los líquidos de su vulva al ser golpeados por la polla de él.

Mientras el otro se la folla por la boca provocándole nuevas arcadas, sin embargo ella no se queja, al contrario, intenta que entre mas y mas profundamente en su garganta.

De pronto lo empuja se saca el miembro de la boca para gritar de placer en un orgasmo que la empuja a levantar sus caderas, apoyando sus pies en la cama, buscando una mayor penetración. Levantando en vilo a Jorge.

Queda desmadejada sobre la cama, mientras ellos se tienden a ambos lados de ella, que acaricia sus pollas, una en cada mano, a su vez ellos se reparten sus tetas, chupándolas, amasándolas y pellizcándolas, mientras meten los dedos en su chorreante coño.

Manolo saca los dedos de su almeja chorreando de flujo y semen y se los mete en la boca.

Ella los saborea relamiéndose y cerrando los ojos con la cara de una niña traviesa, chupándolos como un sabroso caramelo.

Puedo ver moratones en sus pechos, claro, ese era el motivo por el que me decía que le dolían y no me permitía verlos y menos tocarlos. Por eso era tan púdica y recatada, siempre tapada como una monja. Y yo pensando que era por pudor.

Tras unos minutos hablando y riendo, haciéndose cosquillas, Manuel tendido como estaba de espaldas pasa un brazo por debajo y se la sube encima, frente a frente, ella rodea con sus piernas las caderas de Manuel, se deja caer sobre su pecho, pasa su mano entre los dos vientres le agarra la polla y se la introduce en su coño, iniciando un sensual movimiento de caderas adelante y atrás.

Mila.- ¡¡Ponte detrás Jorge, ponte detrás!!.

Jorge se coloca a su espalda acariciando sus pechos, uno en cada mano, fricciona su verga por la espalda y el culo.

Mila.- ¡METEMELA POR EL CULO!! ¡Cabrón, métela ya!.

Se deja caer sobre el pecho de Manuel, dejando su anito a la vista, el otro no se lo hace repetir, escupe en el culo, pasa su mano desde la vulva a su ano y de un golpe la penetra, haciéndola proferir un grito ¡!AAAAGGHH!!, e iniciando un vaivén al que se acoplan los tres, siendo penetrada por la vagina y el ano a la vez.

La cama cruje, parece que se va a desvencijar.

Por eso me decía que la cama tenía poco aguante y había que cambiarla.

Los gritos de los tres resuenan en la habitación, los vecinos deben oírlo todo.

Tras varios minutos moviéndose, Jorge la saca de su culo y se corre sobre la espalda, arqueándose y profiriendo un ronco rugido.

Mila.- Métemela hijo de puta no la saques, ¡AAHHHHGG! Llevo corriéndome desde que me la metiste por el culo, mamón, métela.

Jorge intenta meterla, pero esta floja y no entra.

Manuel debajo no puede más y se corre dentro de su coño.

¿Dentro de su coño? ¿Sin condón?. Y los embarazos, las enfermedades, Dios mío.

Se tienden en la cama y se quedan dormidos los tres despatarrados, uno a cada lado de ella. Las manos de ellos en sus tetas y coño, las de ella agarrando sus pollas.

No apagan la luz y media hora después, sobre las cuatro de la mañana, se levantan los dos amigos, entran en el baño y se duchan, lavándose, sospechosamente, uno a otro.

Al salir del baño entran en el dormitorio y despiertan a Mila a golpes de polla en su cara.

Pasan al salón donde se quitaron la ropa y se visten, ella sale desnuda, les besa en la boca y los acompaña a la puerta.

Vuelve al salón, trae en las manos el sostén y el camisón que se puso tras la ducha. Se va a la habitación y se acuesta desnuda, sin lavarse, huele la ropa de cama donde se ven las manchas de flujo y semen…

Apaga la luz y poco después se queda dormida, desnuda, sin taparse.

Debe tener la calefacción a tope para no tener frio así. Ahora entiendo en porque de las facturas de la electricidad.

La luz infrarroja me permite verla con una mórbida palidez.

¿Podre dejar de quererla algún día?.

A pesar de los acontecimientos me obligo a descansar, vestido, sin deshacer la cama me tumbo y me quedo dormido.

Tengo sueños extraños, me despierto empapado en sudor.

Hombres sin rostro me arrebataban a mi mujer y mis hijos, yo les cogía las manos pero ellos tiraban y tiraban de los míos para llevárselos.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR
noespabilo57@gmail.com

“El culo de mi tía, la policía” LIBRO CENSURADO POR AMAZON PARA DESCARGAR

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LIBRO QUE CENSURÓ AMAZON POR CONSIDERARLO DEMASIADO PORNOGRÁFICO. Por ello, mi editor ha tenido que publicarlo en BUBOK.

Sinopsis:

Desde niño, la hermana pequeña de su madre fue su oscuro objeto de deseo. El origen de esa obsesión por Andrea no era solo por su belleza, también radicaba en que era agente de policía.

Nuestro protagonista, un joven problemático se enfrenta a sus padres y ellos buscando reformarlo, ven en esa inspectora la única solución. Por ello durante un incidente con la ley, piden a esa mujer ayuda, sin saber que al obligar a su hijo a vivir con su tía desencadenarían que entre los dos nazca una relación nada filial.
Escrito por Fernando Neira (Golfo), verdadero fenómeno de la red cuyos relatos han recibido mas de 12.000.000 de visitas.

Bajátelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.bubok.es/libros/240894/El-culo-de-mi-tia-la-policia

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1

Desde niño, la hermana pequeña de mi madre fue mi oscuro objeto de deseo. Hasta hoy no me atreví a contar la historia que compartí con Andrea, mi tetona y culona tía. Diez años menor que mi progenitora, recuerdo la fijación con la que la veía. El origen de mi obsesión era variado por una parte estaba su monumental anatomía pero también radicaba en que esa monada era agente de policía.

Era observarla vestida con ese uniforme que le apretaba sus enormes melones y que pensara en ella con sentimientos nada filiales. Para mí, no había nada tan sensual como verla llegar a casa de mis abuelos y que se dejara caer agotada sobre el sofá con su indumentaria de trabajo.

¿Cuántas veces me imaginé siendo detenido por ella?…..Cientos, quizás miles.

¿Cuántas noches soñé con disfrutar de esa bella agente?…. Incontables.

¿Cuántas veces me acosté con ella?…. Ninguna y jamás creí que pudiera darse el caso.

El carácter de esa morena era tan agrio como lo bella que era. La mala leche proverbial con la que mi tía Andrea trataba a todos, hacía imposible cualquier acercamiento. Y cuando digo cualquier, ¡era cualquier! Siendo una divinidad de mujer, nunca se le había conocido novio o pareja. Según mi padre eso se debía a que a que era tortillera pero según mamá, la razón que no había encontrado un hombre era por mala suerte.

―  Ya encontrará un marido y tendrás que comerte tus palabras―  le decía siempre defendiendo a su hermanita.

Mi viejo reía y como no quería  más bronca, se callaba mientras yo en un rincón, sabía que ambos se equivocaban.  En mi mente infantil, mi tía era perfecta y sin nunca había salido con nadie, era porque a ella no le interesaba.

« Cuando lo deseé, los tendrá a patadas», pensaba sabiendo que esa noche tendría que masturbarme con la foto que me regaló en un cumpleaños.

Han  pasado muchos años, pero aún recuerdo esa instantánea. En ella mi tía Andrea estaba frente a un coche azul con la porra en la mano.  La sensualidad de esa imagen la magnificaba yo al imaginar que ese instrumento era mi polla y que ella la meneaba cuando en realidad eran mis manos las que me hacían la paja.

En mis horas nocturnas, mi imaginación volaba entre sus piernas mientras me decía a mí mismo que tampoco me llevaba tantos años. Lo cierto es que eso si era cierto, por aquel entonces yo tenía quince años y mi tía veinticinco pero a esa edad,  esa brecha la veía como insuperable y por eso me tenía que contentar con soñar solo con ella.

Profesional eficiente y sin nadie que le esperara en casa, Andrea subió como la espuma dentro de la policía y con veinticinco años ya era inspectora jefe de la comisaría de Moncloa en Madrid. Ese puesto que hizo menos frecuentes sus visitas, fue a la postre lo que me llevó a cumplir mi sueño desde niño……

Toda mi vida cambia por un maldito porro.

Acababa de empezar la carrera de derecho y como tantos muchachos de mi edad, estudiaba poco, bebía mucho y fumaba más. Y cuando digo fumar, no me refiero a los Marlboro que hoy en día enciendo sino a los canutos con los que me daba el puntito cada vez que salía a desbarrar.

Llevaba un tiempo causando problemas en casa, discutía con mis viejos en cuanto me dirigían la palabra, sacaba malas notas y lo peor a los ojos de ellos, mis nuevas amistades les parecían gentuza. Hoy desde la óptica que dan la experiencia, los comprendo: a mí tampoco me gustaría que los amigos de mi hijo tuvieran una estética de perroflautas pero lo cierto es que no eran malos. Eran…traviesos.

Hijos de papa como yo y con sus necesidades seguras, se dedicaban a festejar su juventud aunque de vez en cuando se pasaban.

Lo que os voy a contar ocurrió una madrugada en la que habiendo salido hasta el culo de porros de una discoteca, mis colegas no tuvieron mejor ocurrencia que vaciar los contenedores de basura en mitad de la calle Princesa. Para los que no conozcan Madrid, es una de las principales vías de acceso a la ciudad universitaria, por lo que aunque era muy tarde, había suficiente tráfico para que rápidamente se formara un monumental atasco.

La policía no tardó en llegar y viendo que éramos un grupo de diez los culpables del altercado, nos metieron a golpes a una patrulla. Envalentonado con el hachís y cabreado por la brutalidad que demostraron, fui tan gilipollas de encararme con ellos. Los agentes respondieron con violencia de modo que al cabo de los veinte minutos, todos estábamos siendo fichados pero en mi caso la foto que me hicieron era una muestra clara de abuso policial.

Con los ojos morados y el labio partido, me dediqué a llamarles hijos de puta y a amenazarles con ir al juzgado. Fue tanto el escándalo que monté que el inspector de guardia salió de su despacho a ver qué ocurría.

La casualidad hizo que mi tía Andrea fuera dicho superior. Al reconocerme, pidió a uno de sus subalternos que me encerrara en una celda a mí solo.   Conociendo la mala baba que se gastaba su jefa, el agente no hizo ningún comentario y a empujones me llevó hasta esa habitación.

Yo, todavía no sabía que mi tía estaba allí por eso cuando la vi aparecer por la puerta, me alegré pensando ingenuamente que mis problemas habían terminado y alegremente, la saludé diciendo:

― Tía, tienes unos matones como subordinados, ¡Mira como me han puesto!

Mi  tía sin dirigirme la palabra me soltó un tortazo que me hizo caer y ya en el suelo me dio un par de patadas que aunque me dolieron no fue lo que me derrotó anímicamente sino el oírla decir a esos mismos que había insultado:

― Todos habéis visto que he sido yo quien se ha sobrepasado con el detenido, si hay una investigación asumo la responsabilidad de lo que pase.

Los policías presentes se quedaron alucinados que asumiera la autoría y si ya tenía a su jefa en un pedestal a partir de esa noche, para ellos no había nadie más capacitado que ella en toda la comisaría. Solo yo sabía, el por qué lo había hecho.

« ¡Nunca me dejarían mis padres denunciar a mi tía!».

De esa forma tan ruda, la hermana de mi madre cumplió dos objetivos: en primer lugar me castigó y en segundo, libró al personal bajo su mando de un posible castigo. Humillado hasta decir basta, me acurruqué en el catre del que disponía el calabozo y usando las manos como almohada, dormí la borrachera. 

Debían ser sobre las doce, cuando escuché que la puerta de mi celda se abría. Al abrir los ojos, vi entrar a mis viejos con mi tía. Mi estado debía ser tan lamentable que mi madre se echó a llorar. Mi padre al contario, iracundo de ira, comenzó a soltarme un sermón.

― ¡Vete a la mierda!―  contesté intentando que se callara. Sus gritos se clavaban como espinas en mis sienes.

Al no esperárselo y ser además un buenazo, se quedó callado. Fue entonces cuando la zorra de mi tía me agarró de los pelos y obligándome a arrodillarme, me exigió que les pidiera perdón.

Asustado, adolorido y resacoso por igual, no tuve fuerzas para oponerme a su violencia y les rogué que me perdonaran.

Mi madre llorando como una magdalena, se repetía con lágrimas en los ojos que no sabía que podía hacer conmigo. Mientras ella lloraba, Andrea se mantuvo en un segundo plano.

― ¡No ves lo que nos estás haciendo!―  dirigiéndose a mí, dijo―  ¡Vas camino de ser un delincuente!―  os juro que no lo vi venir, cuando creía que estaba más desesperada, dejó de llorar y con tono serio, preguntó a su hermana: ― ¿Serías tú capaz de enderezarlo?

Mi tía poniendo un gesto de contrariedad, le contestó:

― Déjamelo un mes. ¡Te lo devolveré siendo otro!

Mi padre estuvo de acuerdo y por eso, esa tarde al salir de la comisaría, recogí mis cosas y me mudé con mi pariente.

Me mudo a casa de mi tía.

Recuerdo el cabreo con el que llegué a su apartamento. Mi padre me llevó en coche hasta allí y durante el trayecto tuve que soportar el típico discurso de progenitor en el que me pedía que me comportara. Refunfuñando, prometí hacerlo pero en mi fuero interno, decidí que a la primera oportunidad iba a pasarme por el arco del triunfo tanto sus consejos como las órdenes que la zorra de mi tía me diera.

« ¡Ya vera esa puta! ¿Quién se creé para tratarme así?», pensé mientras sacaba mis cosas del maletero.

Mi pobre viejo me despidió en el portal y cogiendo el ascensor, fui directo a enfrentarme con esa engreída.

« ¿Cambiarme a mí? ¡Lo lleva claro!», me dije convencido de que aunque lo intentara no iba a tener éxito.

Tal y como había quedado con su hermana, Andrea me esperaba en el piso y abriendo la puerta, me dejó pasar con un sonrisa en la boca.

Supe al instante que esa capulla me tenía preparada una sorpresa pero nunca anticipe lo rápido que descubriría de que se trataba, pues nada más dejar mi maleta en el cuarto de invitados, me llamó al salón.

― Abre la boca―  ordenó―  quiero hacerte una prueba de drogas.

Os juro que al verla con el bastoncito en la mano, me llené de ira y por eso le respondí:

― Vete a la mierda.

Mi tía lejos de enfadarse,  con un gesto de alegría en su boca, me pegó un empujón diciendo:

― ¡Te crees muy machito! ¿Verdad?―  y sin esperar mi respuesta, me soltó un bofetón.

Su innecesaria violencia, me terminó de enervar y gritando le contesté:

― Tía, ni se te ocurra volver a tocarme o….

― ¿O qué?―  me interrumpió―  ¿Me pegarías?

Sobre hormonado por mi edad, respondí:

― Nunca pegaría a una mujer pero si fueras un hombre te habría partido ya tu puta cara.

Descojonada escuchó mi respuesta y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo, me volvió a soltar otro guantazo. Fue entonces cuando dominado por la ira, intenté devolverle el golpe pero esa mujer adiestrada en las artes marciales, me paró con una llave de judo tirándome al suelo.

― ¡Serás puta!―  exclamé y nuevamente busqué que se tragara sus palabras.

Con una facilidad que me dejó pasmado ese bombón de mujer fue repeliendo todos mis ataques hasta que agotado, me quedé quieto. Entonces luciendo la mejor de sus sonrisas, me soltó:

― Ya hemos jugado bastante, ¿Vas a abrir la boca o tendré que obligarte?

― ¡Qué te follen!―  respondí.

Ni siquiera vi su patada. Con toda la mala leche del mundo, esa zorra me golpeó en el estómago con rapidez y aprovechando que estaba doblado, me agarró la cabeza y abriendo mi boca, introdujo el maldito bastoncito.  Una vez había conseguido su objetivo, me dejó en paz y metiéndolo en un aparato, esperó a que saliera el resultado del análisis:

― Como pensaba, solo hachís―  dijo y volviendo a donde yo permanecía adolorido por la paliza, me dijo: ― Se ha acabado el fumar chocolate. Todos los días repetiré esta prueba y te aconsejo que no te pille. Si lo hago te arrepentirás.

No me tuvo que explicar en qué consistiría su castigo porque en esos instantes, mi cuerpo sufría todavía el resultado de la siniestra disciplina con la que pensaba domarme.   Si ya estaba lo suficiente humillado, creí  que me hervía la sangre cuando la escuché decir:

― Tu madre me ha dicho que en  mes y medio, tienes los primeros parciales y le he prometido que los aprobarías. Ósea que vete a estudiar o tendrás que asumir las consecuencias.

Completamente derrotado, bajé la cabeza e intenté estudiar pero era tanto el coraje que tenía acumulado que con el libro enfrente, planeé mi venganza.

« Esa zorra no sabe con quién se ha metido».

Estuve dos horas sentado a la mesa sin moverme. Aunque me cueste reconocerlo, me daba miedo que mi tía me viera sin estudiar y me diera otra paliza. Afortunadamente, llegó la hora  de cenar y por eso tuvo que levantarme el castigo y llamarme. Ofendido hasta la médula ocupé mi sitio y en silencio esperé que me sirviera. Cuando llegó con la cena, descubrí en ella a una siniestra institutriz que no solo me obligó a ponerme recto en la silla sino que cada vez que me pillaba masticando con la boca abierta, me soltó un collejón.

« Maldita puta», mascullé entre dientes pero no me atreví a formular queja alguna no fuera a ser que decidiera hacer uso de la violencia.

Al terminar, le pedí permiso para irme a la cama. La muy hija de perra ni se dignó a contestarme, por lo que tuve que esperar a que ella acabara.  Fue entonces cuando me dijo:

― Somos un equipo. Nos turnaremos en lavar los platos y en los quehaceres de la casa… Así que hoy te toca poner el lavavajillas mientras yo acomodo el salón.

Sintiéndome su puto criado, levanté la mesa y metí los platos en el electrodoméstico. Ya cubierta mi cuota, me fui a mi habitación y allí cerré la puerta. Ya con el pijama dejé que mi mente soñara en cómo castigaría la insolencia de mi pariente.

Lo primero que hice fue imaginármela dormida en su cama. Aprovechado que dormía, ve vi atándola con las esposas que llevaba al cinto cuando salía de casa. Al cerrar el segundo grillete, mi tía despertó y al abrir los ojos y verme sonriendo sobre ella, me gritó:

― ¡Qué coño haces!

De haber sido real, me hubiera cagado en los pantalones pero como era MI sueño, le respondí:

― Voy a follarte, ¡Puta!―  tras lo cual empecé a desabrocharle su camisón.

Mi tía intentó zafarse y al comprobar que le resultaba imposible, me dijo casi llorando:

― Déjame y olvidaré lo que has hecho.

Incrementando su desconcierto, le solté un guantazo mientras le terminaba de desabotonar. Con esa guarra retorciéndose bajo mis piernas contemplé  sus pechos al aire y sin poderme aguantar, me lancé sobre ellos y los mordí. Su chillido angustiado me informó de que estaba consiguiendo llevarla a la desesperación.

« ¡Menudas tetas!», me dije recordando sus pezones. Ese par de peras dignas eran de un banquete pero sabiendo que lo mejor de mi pariente era ese culazo, deslicé mentalmente su camisón por las piernas.

Hecha un flan, tuvo que soportar que prenda a prenda la fuera desnudando. Cuando ya estaba desnuda sobre la cama, pasé el filo de una navaja por sus pechos y jugueteando con sus pezones, le dije con voz perversa:

― ¿Te arrepientes del modo en que me has tratado?

Mi tía, cuando  vio que iba en serio, se meó literalmente.  Incapaz de retener su vejiga, se orinó sobre las sabanas. Temiendo que le hiciera algo más que no fuera el forzarla,  con voz temblorosa, me respondió:

― No me hagas daño, ¡Te juro que haré lo que me pidas!

Satisfecho al tenerla donde quería, bajándome la bragueta, saqué mi miembro de su encierro y  la obligué a abrir sus labios para recibir en el interior de su boca el pene erecto de su sobrino.

― ¡Mámamela!

Tremendamente asustada, se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Al experimentar la humedad de su boca y tratando de reforzar mi dominio, en mi sueño, le ordené que se masturbara al hacerlo. Satisfecho, observé como esa estricta policía cedía y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.

― Te gusta chupármela, ¿Verdad?―  le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé su garganta usándola como si su sexo se tratara.

Unas duras arcadas la asolaron al sentir mi glande rozando su campanilla pero temiendo llevarme la contraria,  en mi mente, se dejó forzar hasta que derramándome en su interior, me corrí dando alaridos.

Tras lo cual me quedé dormido…

 

 

Mi primer día en casa de mi tía.

― ¡Levántate vago!

Ese fue mi despertar. Todavía medio dormido miré mi reloj y descubrí que todavía era de madrugada. Quejándome, le dije que eran las seis de las mañana.

― Tienes cinco minutos para vestirte. Me vas a acompañar a correr―  contestó muerta de risa.

Cabreado, tuve que levantarme y ponerme un chándal mientras mi tía me preparaba un café. La actividad de esa zorra en la mañana me desesperó y más cuando urgiéndome a que me tomara el desayuno, me esperaba en la puerta.

« Hija de puta», la insulté mentalmente al ver que empezaba a correr y que girando la cabeza, me pedía que la siguiera.

Curiosamente al correr tras ella, comprendí que tenía su lado bueno al observar el culo de esa zorra al trotar. Mi tía se había puesto un licra de atletismo, por lo que pude admirar sin miedo a que se diera cuenta esa maravilla. Os juro que disfruté durante los primeros diez minutos, mirando las dos preciosa nalgas subiendo y bajando al ritmo de su zancada.

El problema vino cuando me empezó a faltar la respiración por el esfuerzo. Sudando a raudales, tuve que pedirle que descansáramos pero esa puta soltando una carcajada me contestó diciendo:

― Necesitas sudar toda la mierda que te metes―  tras lo cual me obligó a continuar la marcha.

Para no haceros la historia larga, a la hora de salir a correr, volví a su casa absolutamente derrotado mientras esa mujer parecía no notar ningún tipo de cansancio. Dejándome caer sobre un sofá, tuve que aguantar sus bromas y chascarrillos hasta que, olvidándose de mí, se  metió a duchar.

El sonido del agua de la ducha cayendo sobre su cuerpo me hizo imaginar lo que estaba pasando a escasos metros de mí y bastante excitado me tiré en la cama, pensando en ello. Mi mente me jugó una mala pasada por que  rápidamente llegaron hasta mí imágenes de ella enjabonándose. 

« Está buena esa maldita», me dije y reconociendo que le echaría un polvo si pudiera, me levanté a ordenar mi cuarto.

A los diez minutos, la vi entrar ya vestida pero con el pelo mojado. Al observar que tenía la habitación ordenada y la cama hecha, sonrió y me mandó a duchar. La visión de su melena empapada, me excitó y antes de que mi pene se alzara traicionándome, decidí obedecer.

Cuando salí del baño, mi tía ya se había ido a trabajar y viendo que todavía no habían dado ni las ocho, decidí hacer tiempo antes de irme a la universidad. Como estaba solo, aproveché para fisgonear un poco y sabiendo que quizás no tendría otra oportunidad, fui a su cuarto a ver cómo era.

Nada más entrar, me percaté de que al igual que su dueña, era pulcra y que estaba perfectamente ordenada. Abriendo los cajones, descubrí que su pasión por el orden era tal que agrupaba por colores sus bragas. Deseando conocer su gusto en ropa interior, me puse a mirarlas sin tocarlas no fuera a descubrir que no estaban tal y como ella, la había dejado.

Como en trance, pensé que quizás hiciera como su hermana y tuviera un bote de ropa sucia en el baño. Al descubrirlo en un rincón, lo abrí y descubrí un coqueto tanga de encaje rojo y más nervioso de lo que me gustaría reconocer,  lo saqué y me lo llevé a la nariz.

― ¡Dios! ¡Qué bien huele!―  dije en voz alta al aspirar su aroma.

Mi sexo reaccionando como resorte, se alzó bajo mi pantalón.  Dándome el gustazo, me senté en el suelo y usando esa prenda, me pajeé. Solo tuve cuidado al eyacular para no mancharla con mi semen. Una vez saciado, devolví el tanga a su lugar.

 Al ser ya la hora de irme, cogiendo mis bártulos, salí del apartamento imaginándome a mi tía usando esas bragas.

« Definitivamente…. Esa puta tiene un polvazo».

 Ya en la universidad la rutina diaria me hizo olvidar a mi tía y solo me acordé de ella cuando entre clase y clase, un amigo me ofreció un porro. Estuve a punto de cogerlo pero recordando su amenaza, me abstuve de darle una calada, pensando:

« Es solo un mes».

Aunque ese día no caí en ello, mi transformación empezó con ese sencillo gesto. Mitad acojonado por ser cazado en un renuncio pero también deseando complacer a esa mujer, tomé la decisión acertada porque al volver a su apartamento, lo primero que hizo  al verme fue obligarme a abrir la boca para comprobar que no había fumado.

Esa vez, obedecí a la primera.

Mi tía muy seria introdujo el puñetero bastoncito y al igual que el día anterior, se puso a analizar la saliva que había quedado impregnada en ese algodón. A los pocos segundos, la vi sonreír y acercándose a mí, me dio un beso en la mejilla como premio.

Si bien de seguro no lo hizo a propósito, al hacerlo sus enormes pechos presionaron el mío. El placer que sentí fue indescriptible, de modo que el desear que se repitiera esa  recompensa me sirvió de aliciente y desde ese momento, decidí que haría lo imposible por no defraudarla.

Tras lo cual, me encerré en mi cuarto y me puse a estudiar.  La satisfacción de mi tía fue evidente cuando pasando por el pasillo, me vio concentrado frente al libro  y viendo que me empezaba a enderezar, se metió a hacer la cena en la cocina.

Debían de ser casi las nueve, cuando cansado de empollar, me levanté al baño. Al pasar por el pasillo, vi a mi tía Andrea bailando en la cocina al ritmo de la música. Sintiéndome un voyeur,  la observé sin hacer ruido:

« ¡Está impresionante!», me dije sorprendido de que supiera bailar sin dejar de babear al admirar el movimiento de su trasero: « ¡Menudo culo!», pensé deseando hundir mi cara entre esos dos cachetes.

Fue entonces cuando ella me sorprendió mirándola y en vez de enfadarse, vino hacia mí y me sacó a bailar la samba que sonaba en la radio. Cortado por la semi erección que empezaba a hacerse notar bajo mi bragueta, intenté rechazar su contacto pero mi tía agarrándome de la cintura lo impidió y se pegó totalmente  a mi cuerpo.

Aunque mi empalme era evidente, no dijo nada y siguió  bailando. Producto de su danza, mi sexo se endureció hasta límites insoportables pero aunque deseaba huir, tuve que seguirle el paso durante toda la canción. Una vez acabada y con el sudor recorriendo mi frente, me excusé diciendo que me meaba y me fui al baño.

Como sabréis de antemano,  me urgía descargar pero no mi vejiga sino mis huevos y por eso, nada más cerrar la puerta, me pajeé con rapidez rememorando la deliciosa sensación de tener a esa morena entre mis brazos.

Tan llenos y excitados tenía mis testículos que el chorro que brotó de mi polla fue tal que llegó hasta el espejo.

« ¿Quién se la follara?», y por primera vez, no vi tan lejos ese deseo.

Aunque parecía imposible, esa recta e insoportable mujer cuando la llevabas la contraria, se convertía en un ser absolutamente dulce y divertido cuando se le obedecía.

 

 

Mi segundo día en casa de mi tía.

Deseando complacerla en todo y que me regalara otro beso u otro baile como la noche anterior, puse mi despertador a las seis menos cuarto, de forma que cuando apareció en mi habitación para despertarme la encontró vacía.

Sé que pensó que me había escapado porque me lo dijo y hecha una furia entró en la cocina para coger las llaves de su coche e ir a buscarme. Pero entonces me encontró con un café. Sin darle tiempo a asimilar su sorpresa, poniéndoselo en sus manos, le dije:

―  Tienes cinco minutos para vestirte.

La sonrisa de sus labios me informó claramente que le había gustado mi pequeña broma y  sin decir nada, se fue a cambiar para salir a correr. Al poco tiempo, la vi aparecer con unos leggins aún más pegados que el día anterior y un pequeño top que difícilmente podía sostener el peso de sus pechos.

« Viene preparada para la guerra», me dije disfrutando del profundo canalillo que se formaba entre sus tetas.

Repitiendo lo ocurrido el día anterior, mi tía iba delante dejándome disfrutar de su culo. El único cambio que me pareció notar es que esta vez el movimiento de sus nalgas era aún más acusado, como si se estuviera luciendo.

« ¡Ese culo tiene que ser mío!», exclamé mentalmente sin perder de vista a esa maravilla.

Esa mañana resistí un poco más pero aun así al cabo del rato estaba con el bofe fuera y por eso no me quedó más remedio que pedirle que aminorara el paso. Mi tía se compadeció de mí y señalando un banco, me dijo que me sentara mientras ella estiraba.

Agotado como estaba, accedí y me senté.

Fue entonces cuando sucedió algo que me dejó perplejo. Aunque el camino era muy ancho, se puso a hacer sus estiramientos a un metro escaso de donde yo estaba.  Os juro que aunque esa mujer me volvía loco, me cortó verla agacharse frente a mí dejándome disfrutar de la visión de su sexo a través de sus leggins.

« ¡Se le ve todo!», pensé totalmente interesado al comprobar que eran tan estrechos que los labios de su coño se marcaban claramente a través de la tela.

Durante un minuto y dándome la espalda, se dedicó a estirar unas veces con las piernas abiertas dándome una espléndida visión de su chocho y otras con las rodillas pegadas, regalando a mis ojos un panorama sin igual de su culo.

Si de por sí eso ya me tenía cachondo, no os cuento cuando sentándose en el suelo se puso a hacer abdominales frente a mí. Cada vez que se tocaba los pies, el escote de su top quedaba suelto dejándome disfrutar del estupendo  canalillo entre sus tetas.

Olvidando toda cordura, incluso llegué a inclinarme sobre ella para ver si alcanzaba a vislumbrar su pezón. Mi tía al verme tan interesado, miró el bulto que crecía entre mis piernas y levantándose, alegremente, salió corriendo sin decir nada.

Mi calentura se incrementó al percatarme que no le había molestado descubrir la atracción que sentía por ella y por eso, con renovadas fuerzas, fui tras ella.

Al igual que la mañana anterior, nada más llegar a casa, mi tía se metió a duchar mientras yo intentaba serenarme pero no pude porque por algún motivo que no alcanzaba a adivinar, mi tía dejó medio entornada la puerta mientras lo hacía.

Al descubrirlo, luché con todas mi fuerzas para no espiar pero venció mi lado perverso y acercándome miré a través de la rendija. Mi ángulo de visión no era el óptimo ya que solo alcanzaba a ver su ropa tirada en el suelo. Debí de haberme conformado con ello pero al saber que mi tía estaba desnuda tras la puerta me hizo empujarla un poco. Excitado descubrí que el centímetro que había abierto era suficiente para ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha.

« Menuda mujer», totalmente cachondo tuve que ratificar al ver el modo tan sensual con el que se enjabonaba.

Tal y como me había imaginado, sus piernas eran espectaculares pero fueron sus pechos los que me dejaron anonadado. Grandes, duros e hinchados eran mejores que los de muchas de las actrices porno que había visto y ya dominado por la lujuria, me desabroché la bragueta y sacando mi miembro me puse a masturbarme mirándola.

― ¡Qué pasada!―  exclamé en voz baja, cuando al darse la vuelta en la ducha, pude contemplar tanto los negros pezones que decoraban sus tetas como su coño. Desde mi puesto de observación, me sorprendió que mi tía llevara hechas las ingles brasileñas y que donde debía haber un poblado felpudo, solo descubriera un hilillo exquisitamente depilado: « ¡Joder con la tía! ¡Cómo se lo tenía escondido!», pensé.

Mi sorpresa fue mayor cuando la hermana de mi madre separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que su sobrino se recreara con la visión de su vulva. Si no llega a ser imposible, por el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, hubiese supuesto que sabía que la estaba observando y que  se estaba exhibiendo.

Completamente concentrado, tardé en percibir en el modo en que se pasaba el jabón por su sexo que se estaba masturbando. La certeza de que mi tía se estaba pajeando me terminó de excitar y descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio. Asustado limpié mi estropicio mientras intentaba olvidar su espectacular anatomía bajo la ducha. Por mucho que lo intenté me resultó imposible, su piel mojada y la forma en que buscó el placer auto infringido se habían grabado en mi mente y ya jamás se desvanecería.

Ya en mi cuarto, mi imaginación se volvió a desbordar y no tardé en verme separando esos dos cachetes e introduciendo mi lengua en su interior. Solo el hecho de que mi tía saliendo del baño me descubriera, evitó que me volviera a masturbar pensando en ella.

Estaba tan caliente que decidí que tenía que irme de la casa y cogiendo mis libros, me despedí de ella desde el pasillo. Mi tía Andrea que ya había terminado, me contestó que esperara un momento. Al minuto la vi salir envuelta en la toalla y pegándose como una lapa, me dio un beso en la mejilla mientras, como si fuera casual, su mano se paseaba por mi trasero.

Os juro que todavía no comprendo cómo aguanté las ganas de quitarle esa franela y follármela ahí mismo. Hoy sé que quizás fuera lo que estaba deseando pero en aquel entonces, me dio miedo y  comportándome como un crio, salí huyendo.

Durante todo el día el recuerdo de su imagen en la ducha pero sobre todo la certeza de que esa última caricia no había sido fortuita me estuvieron torturando.  En mi mente no cabía que esa frígida de la que todo el mundo hablaba pestes, resultara al final una mujer necesitada de cariño  y que esa necesidad fuera tan imperiosa que aceptara incluso que fuera su sobrino quien la calmara.

Al ser viernes, no tuve clases por la tarde por lo que sin nada que hacer, decidí dar a mi tía una nueva sorpresa y entrando en la cocina, me puse a preparar la cena para que cuando ella llegara del trabajo, se la encontrara ya hecha.

Debió llegar sobre las nueve.

El coñazo de cocinar valió la pena al ver la alegría en su cara cuando descubrió lo que había hecho. Con cariño se acercó a mí y me lo agradeció abrazándome y depositando un  suave beso cerca de la comisura de mis labios. Fue como si me lo hubiese dado en los morros, la temperatura de mi cuerpo subió de golpe al sentir sus pechos presionando el mío, mientras me decía:

― Es agradable, sentirse cuidada.

De haber sido otra y no la hermana de mi madre, le hubiese demostrado un modo menos filial de mimarla. Sin pensármelo dos veces la hubiese cogido en brazos y la hubiera llevado hasta su cama pero, como era mi tía, sonreí y tapándome con un trapo, deseé que no  hubiese advertido la erección que sufría en ese instante mi miembro.

Sé que mis intentos fueron en vano porque entornando sus ojos, me devolvió una mirada cómplice, tras la cual, me dijo que iba a cambiarse porque no quería cenar con el uniforme puesto. Al cabo del rato volvió a aparecer pero esta vez el sorprendido fui yo. Casi se me cae la sartén al verla entrar con un vestido de encaje rojo completamente transparente.

Reconozco que me costó reconocer en ese pedazo de mujer a mi tía, la policía, porque no solo se había hecho algo en el pelo y parecía más rubia sino porque nunca pensé que pudiese ponerse algo tan corto y sugerente. El colmo fue al bajar mi mirada, descubrir las sandalias con tiras anudadas hasta mitad de la pantorrilla.

Para entonces, sabiendo que había captado mi atención, me preguntó:

― ¿Estoy guapa?

Con la boca abierta y babeando descaradamente, la observé modelarme ese dichoso vestido. Las sospechas de que estaba tonteando conmigo se confirmaron cuando poniendo música se empezó a contornear bajo mi atenta mirada.

Dotando de un morbo a sus movimientos que me dejó paralizado, siguió el ritmo de la canción olvidando mi presencia. El sumun de la sensualidad fue cuando con sus manos se empezó a acariciar por encima de la tela, mientras mordía sus labios mirándome.

Estaba a punto de acercarme a ella y estrecharla entre mis brazos, cuando apagó la música  y soltando una carcajada, me dijo:

― Ya has tenido tu premio, ahora vamos a cenar.

Mi monumental cabreo me obligó a decirle:

― Tía eres una calientapollas.

El insulto no hizo mella en ella y luciendo la mejor de sus sonrisas, contestó:

― Lo sé, sobrino, lo sé―  tras lo cual se sentó en la mesa como si no hubiese pasado nada.

Indignado con su comportamiento, la serví la cena y me quedé callado. Mi mutismo lo único que consiguió fue incrementar su buen humor y disfrutando como la zorra que era, se pasó todo el tiempo exhibiéndose como una fulana mientras, sin darse cuenta, bebía una copa de vino tras otra.

Si en un principio, sus provocaciones se suscribían a meras caricias bajo la mesa o a pasar sus manos por su pecho, con el trascurrir de los minutos, bien el alcohol ingerido o bien el morbo que sentía al excitar a su sobrino, hicieron que se fuese calentando cada vez más.

― ¿Te gustan mis pechos?―  me soltó con la voz entrecortada mientras daba un pellizco sobre ambos pezones.

La imagen no podía ser más sensual pero cabreado como estaba con ella, ni me digné a contestar. Mi tía al ver que no había resultado su estratagema y que me mantenía al margen, decidió dar un pequeño paso que cambió mi vida. Levantándose de su silla, se acercó a mí y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:

― ¿Mi sobrinito está enfadado?

― Sí, tía.

Poniendo un puchero en su boca, pegó su pecho contra mi cara mientras me decía:

― ¿Y puede tu perversa tía hacer algo para contentarte?

Su pregunta hizo que mi pene se despertara del letargo y tanteando,  acaricié una de sus tetas para ver como reaccionaba. Mi caricia no fue mal recibida y sonriendo nerviosa, me preguntó:

― Verdad que lo que ocurra entre nosotros, no tiene nadie porque enterarse.

― Por supuesto―  respondí mientras le bajaba los tirantes a su vestido.

Bajo la tela aparecieron los dos enormes pechos que había visto en la ducha. El hecho de que los conociera lejos de reducir mi morbo lo incrementó y cogiendo una de sus aureolas entre los dientes,  empecé a chupar mientras la hermana de mi madre no paraba de gemir.

― Me encanta como lo haces―  masculló entre dientes totalmente entregada.

La excitación que asolaba a mi tía me dio la confianza suficiente para bajando por su cuerpo  mi mano se acercara a su pubis. Al tocarlo, la mujer que apenas dos días antes me había dado una paliza, pegó un respingo pero no intentó evitar ese contacto.  Ansiando llevar a la locura a esa mujer, introduje un dedo hasta el fondo de su sexo mientras  la excitaba a base de pequeños mordiscos en sus pezones.

No tardó en mostrar los primeros indicios de que se iba a correr. Su respiración agitada y el sudor de su escote, me confirmaron que al fin iba a poder cumplir mi sueño y  disfrutar de ese cuerpo.  Tal como había previsto, mi tía llegó al orgasmo con rapidez y afianzando mi dominio, le metí otros dos dentro de su vulva.

― Necesito que me folles―  sollozó con gran amargura y echándose a llorar, gritó: ― ¡La puta de tu tía quiere que su sobrino la desvirgue!

La confesión que ese bombón de veintiocho años, jamás había estado con un hombre me hizo recordar mis pensamientos de esa mañana:

« Aunque exteriormente sea un ogro, en cuanto arañas un poco descubres que es una mujer necesitada de cariño».

El dolor con el que reconoció que era virgen, me hizo comprender que desde joven había alzado una muralla a su alrededor y que aunque fuera policía y diez años mayor que yo, en realidad era una niña en cuestión de sexo.

Todavía hoy no sé qué me inspiró pero cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cama y me tumbé junto a ella.   Tratándola dulcemente, no forcé su contacto y solo abrazándola, abrazándola, la consolé dejándola llorar:

― Tranquila preciosa―  le dije al oído con cariño.

Mi ternura la fue calmando y al cabo de unos minutos, con lágrimas en sus ojos, me preguntó:

― ¿Me harías ese favor?

Supe enseguida a qué se refería. Un suave beso fue mi respuesta. Mi tía Andrea respondió con pasión a mi beso pegando su cuerpo al mío. Indeciso, llevé mis manos hasta sus pechos. La que en teoría debía tener  más experiencia, me miró con una mezcla de deseo y de miedo y cerrando los ojos me pidió que los chupara.

Su permiso me dio la tranquilidad que necesitaba y por eso fui aproximándome con la lengua a uno de sus pezones, sin tocarlo. Estos se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada. Cuando mi boca se apoderó del primero, mi pariente no se pudo reprimir y gimió, diciendo:

― Hazme tuya.

Sabiendo que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, decidí  que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta. Mi tía, completamente entregada, separó sus rodillas para permitirme tomar posesión del hasta entonces inaccesible tesoro.

Pero en vez de ir directamente a él, pasé de largo y seguí acariciando sus piernas. La estricta policía se quejó odiada y dominada por el deseo, se pellizcó  sus pechos mientras me rogaba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo brotaba un riachuelo muestra clara de su deseo.

Usando mi lengua, seguí acariciándola cada vez más cerca de su pubis. Mi tía, desesperada, gritó como una perturbada cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón. No tuve que hacer más, retorciéndose sobre las sábanas, se corrió en mi boca.

Como era su primera vez, me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su coño y jugando con su deseo. Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me rogó nuevamente que la desvirgara pero contrariando sus deseos,  seguí en mi labor de zapa hasta que pegando un aullido me confirmo que la última de sus defensas había caído.

Entonces y solo entonces, me desnudé.

Desde la cama ella me miraba. Al girarme y descubrir su deseo comprendí que en ese instante no era mi tía sino mi amante. Cuando me quité los calzoncillos y me di la vuelta, observó mi erección y sonriendo, me rogó que la tomara.

Comprendí que no solo estaba dispuesta sino que todo en ella  ansiaba ser tomada, por lo que,  separando sus rodillas, aproximé mi glande  a su sexo y jugueteé con su clítoris mientras ella no dejaba de pedirme excitada que la hiciera suya.

Comportándome como el mayor de los dos y deseando que su primera vez fuera especial, introduje mi pene con cuidado en su interior hasta  que chocó contra su himen.  Sabiendo que le iba a doler, esperé que ella se relajara. Pero entonces, echándose hacia atrás, forzó mi penetración y de un solo golpe, se enterró toda mi extensión en su vagina.

La hermana de mi madre pegó un grito al sentir que su virginidad desaparecía y aun doliéndole era mayor el lastre que se había quitado al sentir que mi pene la llenaba por completo, por eso susurrando en mi oído, me pidió:

― Dame placer.

Obedeciendo gustoso su orden, lentamente fui metiendo y sacando mi pene de su interior. Mi tía que hasta entonces se había mantenido expectante, me rogó que acelerara mientras con su mano, se acariciaba su botón con satisfacción.

Sus gemidos de placer no tardaron en llegar y cuando  llegaron, me hicieron incrementar mis embestidas. La facilidad con la que mi estoque entraba y salía de su interior, me confirmaron más allá de toda duda que mi tía estaba disfrutando como una salvaje  y ya sin preocuparme por hacerla daño, la penetré con fiereza. Mi hasta esa noche virginal pariente no tardó en correrse mientras me rogaba que siguiera haciéndole el amor.

― ¿Le gusta a mi tita que su sobrino se la folle?― , pregunté al sentir que por segunda vez, esa mujer llegaba al orgasmo.

― Sí― , gritó sin pudor―  ¡Me encanta!

Dominado por la lujuria, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina. La reacción de esa mujer me volvió a sorprender al pedirme que la usara sin contemplaciones. Su rendición fue la gota que necesitaba mi vaso para derramarse, y cogiéndola de los hombros, regué mi siguiente en su interior a la vez que le informaba que me iba a correr, tras lo cual caí rendido sobre el colchón.

Satisfecha, me abrazó y poniendo su cabeza sobre mi pecho,  se quedó pensando en que esa noche no solo la había desvirgado, sino que la había liberado de sus traumas y por fin, se sentía una mujer aunque fuera de un modo incestuoso.

Al cabo de cinco minutos, ya repuesto, levanté su cara y dándole un beso en los labios,  le dije:

― Tía, a partir de esta noche, esta es también mi cama. ¿Te parece bien?

― Si pero por favor, no me llames Tía, ¡Llámame Andrea!

― De acuerdo, respondí y sabiendo que en ese momento, no podría negarme nada, le dije: ― ¿Puedo yo pedirte también un favor?

― Por supuesto―  contesto sin dudar.

Acariciándole uno de sus pechos, le dije:

― Mañana le dirás a tu hermana que te está costando educarme y que piensas que es mejor que me quede al menos seis meses contigo.

Muerta de risa, me soltó:

― No se negara a ello. Te quedarás conmigo todo el tiempo que tanto tú como yo queramos…―  y poniendo cara de puta, me preguntó: ― ¿Me echas otro polvo?

Solté una carcajada al escucharla y anticipando el placer que me daría,  me apoderé de uno de sus pechos mientras le decía:

― ¿Me dejarás también desflorar tu otra entrada?

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Relato erótico: Casanova (01: El Despertar) (POR TALIBOS)

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Tengo un don. No hay mujer en el mundo capaz de resistírseme. Es cierto, no miento ni exagero, he logrado follarme a todas las mujeres con las que me lo he propuesto. No se trata de un poder mágico o mental, sino como una especie de instinto que me hace capaz de tratar a cualquier mujer justo como desea, haciendo que se derritan en mis manos. Y lo que es más, sé de donde procede este maravilloso poder. Directamente de mi abuelo.
Mi abuelo era un hombre fantástico, increíble. Estuvo follando mujeres hasta su muerte, a los 86 años. Y fue así siempre. Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mi abuelo rodeado de mujeres y dicen las malas lengua que amasó su fortuna a base de tirarse a las esposas de los terratenientes de la zona. La verdad es que eso es algo que no me extrañaría lo más mínimo.
Mi abuelo fue el mayor admirador del mundo de la belleza femenina, no había más que ver la casa donde vivíamos, donde yo crecí, siempre llena de mujeres. Era una enorme finca, rodeada de prados y pastos destinados a los dos negocios familiares, los cítricos (naranjas y limones) y a la cría de caballos. Incluso había una pequeña escuela de equitación regentada por mi abuelo mientras que mi padre se encargaba del negocio de la fruta.
Mi padre había sido una gran decepción para mi abuelo, tengo entendido que incluso estuvieron varios años sin hablarse, teniendo mi padre que marcharse de casa. Poca gente conoce el motivo real de la disputa, pero yo, a lo largo de los años, fui dilucidando el porqué: simplemente, mi padre no era un mujeriego, era tímido con las mujeres y eso molestaba mucho al abuelo, ya que según él, nuestro don era parte de la herencia familiar y mi padre lo estaba desperdiciando. Además mi padre era su único hijo varón, pues mi abuelo sólo tenía dos hijos (al menos legítimos), Ernesto, mi padre, y Laura, mi tía, 2 años menor que él. Así pues, mi padre era el único que podía poseer el don, pero no lo aprovechaba, y mi tía, que se casó muy joven, había tenido dos hijas, pero ningún varón.
Mi padre nunca entendió la manera de ser de mi abuelo, supongo que influenciado por mi abuela, que murió siendo mi padre un adolescente, y que por lo visto lo pasaba bastante mal con las aventuras del viejo.
Pero pasaron los años, mi padre conoció a una hermosa mujer de 17 años, Leonor, y se casó con ella. Esto hizo que mi abuelo, como por arte de magia, hiciera las paces con mi padre y le invitara a regresar a la mansión con su bella mujer y le nombrara administrador de la plantación de frutas.
Poco después nacía Marina, mi hermana, lo que también fue un palo para el abuelo, que esperaba un niño.
Afortunadamente, cuatro años después nací yo, Oscar, y desde mi nacimiento me convertí en el ojito derecho de mi abuelo, que veía en mí la posibilidad de continuar con su saga. Y vaya si lo consiguió.
Mi historia comienza ya en 1929.
Fue entonces cuando noté que vivía absolutamente rodeado de mujeres, pues los hombres en la casa éramos minoría. Con el transcurrir de los años me di cuenta de que mi abuelo, a la hora de contratar gente para la casa, se decidía siempre por mujeres jóvenes y atractivas, que iban cambiando con los años. Es decir, el abuelo contrataba mujeres hermosas, se las follaba, y cuando comenzaban a hacerse mayores (o se aburría de ellas), las despedía con una buena paga y contrataba a otra que estuviera bien buena.
En cambio, el personal masculino era siempre muy escaso y casi no cambiaba. Se limitaba a Nicolás, que hacía las veces de mayordomo y chófer de mi abuelo (que era el único de la zona que poseía un coche, traído desde Francia) y Juan que trabajaba tanto de jardinero como de mozo de cuadra, ayudado por Antonio, su sobrino. Estos tres fueron empleados de mi abuelo durante muchos años y eran los que trabajaban en la casa en el momento en que arranca mi historia. Naturalmente había más hombres trabajando en la plantación, pero eran jornaleros del pueblo y no vivían en la propiedad. Además como el negocio de la fruta lo llevaba mi padre, el abuelo no tenía contacto con ellos (aunque sí lo tuvo con muchas de las mujeres que trabajaban recogiendo fruta…)
En la casa vivíamos todos, incluyendo los miembros del servicio, que tenían un ala de la casa para ellos, un lujo impensable para la época, pues cada criado tenía su propia habitación, lo que desde luego ofrecía interesantes ventajas para mi abuelo.
Como decía antes, la casa estaba repleta de mujeres. El servicio estaba compuesto por 4 criadas, Tomasa, una muchacha del pueblo, de unos 20 años, bastante tonta, pero con un par de tetas como un demonio; también estaba Loli, la más guarra de todas, una morena con unos ojazos negros impresionantes. Tengo entendido que ésta ya sabía donde se metía cuando vino a trabajar a la finca, pero pensó que allí podría ganar dinero fácilmente. Brigitte, era la doncella francesa de mi tía Laura, era preciosa, rubia, con los ojos azules y una sonrisa tan dulce e inocente, que tumbaba de espaldas. Por último estaba María, con un tipo muy atractivo, pero que era bastante seria. Ella actuaba como ama de llaves, se encargaba de gestionar la casa, ayudando a mi madre y a mi tía en las tareas de ordenar el servicio, encargar las compras y demás cosas.
De la cocina se encargaba Luisa, era la mayor de todas, de unos 40 años, aunque nunca supe su edad exacta. Además de estar muy buena, era una excelente cocinera, lo que la convertía en el miembro más eficaz del servicio junto con María, pues sucedía que las demás criadas no eran demasiado buenas en su trabajo, pero eso no importaba demasiado. En la cocina ayudaban además Vito y Mar, dos chicas que hacían de pinches y aprendían el oficio (supongo que para cuando mi abuelo jubilara a Luisa). Las dos eran muy guapas y simpáticas, me mimaban mucho y siempre que yo pasaba por la cocina tenían algún dulce preparado para mí.
Además mi abuelo había contratado a Mrs. Dickinson, una institutriz inglesa para que diera clases a sus nietos. Como he dicho, era inglesa, aunque de madre española. Era muy alta, por lo que imponía bastante respeto, pero era muy simpática y alegre, menos cuando estábamos en clase, eso sí, porque allí se transformaba en un monstruo severo e inflexible. Las chicas (mis primas y mi hermana) la detestaban bastante, pero a mí me caía bien.
Aparte del servicio, estaba por supuesto mi tía Laura. Era morena, muy alta y con los ojos verdes. Se había casado muy joven, a los 16, y se marchó a Francia con su marido, pero éste murió de pulmonía, por lo que regresó al hogar familiar junto con sus dos hijas pequeñas, Andrea y Marta. Con los años, se transformaron en dos chicas preciosas, muy rubias y jamás perdieron del todo su acento francés, lo que resultaba muy sexy. Al comienzo de mi historia, ellas contaban con 18 y 16 años respectivamente. Andrea era bastante despabilada, pero Marta era muy tímida y apocada, por lo que era la mejor amiga de mi hermana Marina, que tenía el mismo carácter. Así pues, Andrea era la jefa del grupo, y dirigía siempre a las otras dos. En ocasiones me llevaban con ellas, pero como yo era pequeño, y ellas hacían “cosas de chicas”, esto no era muy frecuente.
También estaban mi madre, Leonor. Durante mi infancia siempre la vi un poco melancólica, pero con el tiempo aquello cambió y pasó a ser una mujer muy alegre y feliz. Eso sí, era un poco autoritaria, trataba con dureza al servicio (que a su juicio dejaba bastante que desear) y esa actitud se extendía sobre todos los que la rodeábamos, especialmente sobre mi padre. Mi hermana Marina tenía 16 años, y se había transformado en una auténtica belleza. Era guapa hasta tal punto que incluso en alguna ocasión sorprendí a mi padre mirándola con deseo, cosa que no le había visto hacer con ninguna otra mujer. Todos los hombres se volvían para mirarla, lo que la ponía muy nerviosa, dado su carácter apocado.
Pues bien, ya conocen mi particular “teatro de los sueños”, donde crecí, donde viví, donde aprendí a usar mi don.
Desde que me acuerdo, siempre estuve cerca de mi abuelo. A él le encantaba contarme historias y aunque yo no solía entenderlas, me gustaban mucho. Siempre me aconsejaba sobre cómo tratar a las mujeres, aunque yo no sabía por qué. Lo que hacía era prepararme, enseñarme para sacar partido de mi don. Pero yo era aún muy pequeño y él lo sabía. Lo único que intentaba era grabar en mi subconsciente el interés por la mujer. Frases como: “Mira qué culo tiene aquella” eran el lenguaje habitual entre nosotros, aunque delante de los demás se comportaba con exquisita educación y yo sabía instintivamente que aquello era nuestro secreto, que era importante para él, por lo que yo tampoco decía cosas como esa mas que cuando estábamos solos. Incluso en más de una ocasión se permitió cogerle el culo o meter la mano dentro del vestido de alguna de las criadas cuando sabía que yo podía verle, para despertar mis instintos. Y fue precisamente así como sucedió, espiando a mi abuelo.
Recuerdo perfectamente aquella mañana de primavera. Era muy temprano cuando desperté, y, como cada día desde hacía algún tiempo, mi pene estaba durísimo dentro de mi pijama. Yo no sabía muy bien por qué pasaba eso, pero me gustaba. Cuando se frotaba con la tela del pijama me producía una sensación muy placentera y eso me encantaba. Estuve así un rato en la cama y aquello no se bajaba, por lo que decidí levantarme sin más, antes de que alguna criada pasara para despertarme.
Fui a lavarme al baño del pasillo, que era el más cercano. La puerta estaba cerrada, pero se abrió de repente, y salió mi prima Marta, vestida con un camisón.
Hola Marta, buenos días.
Buenos días, hoy te has levantado temprano ¿eh?, ¿a qué se debe es…
En ese momento se quedó callada. Yo, extrañado, la miré a la cara y vi que se había puesto muy colorada. Sus ojos estaban fijos en el bulto de mi pijama y allí se quedaron durante unos segundos. Yo no sabía por qué, pero el simple hecho de verla tan turbada me resultó muy agradable (hoy diría que excitante). Y en ese momento miré a mi prima como un hombre mira a una mujer. Tenía un cuerpo magnífico para su edad, que se adivinaba completamente desnudo bajo su blanco camisón, donde se marcaban dos pequeños bultitos coronando sus pechos. Yo aún no sabía qué eran, aunque mi abuelo me los había mencionado antes, pero lo cierto es que me gustaron mucho. La miré de arriba abajo y comprobé complacido que aquello la turbaba todavía más, sobre todo cuando me quedé mirando la oscura zona que se transparentaba a través de su camisón a la altura de su entrepierna.
Sin saber por qué, me acerqué a ella y abrazándola le di un beso en la mejilla.
Primita, hoy estás más guapa que nunca – le dije.
Mientras la abrazaba procuré que mi bulto presionara fuertemente contra su muslo y al ser ella algo más alta que yo, tuvo que agacharse un poco para que la besara, frotando su pierna contra mi pene muy placenteramente.
Marta, sin decir nada, se dio la vuelta y se fue corriendo hasta su cuarto, donde se metió dando un portazo.
Allí me quedé yo, sin saber muy bien qué había pasado, habiendo tan sólo seguido mi instinto. La experiencia me había gustado mucho, pero me sentía bastante insatisfecho.
Entré al baño, donde me lavé y pude comprobar que con la picha en ese estado, no se puede mear. Como quiera que no me quitaba a mi prima de la cabeza, aquello no se bajaba, por lo que estuve allí bastante rato. Sucedió que cuando comenzaba a preocuparme por aquello (pensando si no me quedaría así para siempre), el bulto comenzó a menguar.
Me vestí en mi cuarto, y bajé a la cocina a comer algo. Como aún era temprano, faltaba más de una hora para tener mi clase con Mrs. Dickinson, por lo que decidí ir afuera a volar mi cometa. Salí por la puerta de la cocina, que daba a la parte trasera de la casa.
Estuve un rato jugando con ella, pero de pronto, un golpe de viento la enredó en un árbol que había pegado a la pared. Yo estaba más que harto de subirme allí, así que no lo dudé un segundo y me encaramé en las ramas. Mientras estaba desliando el cordel, miré por una de las ventanas, la que daba al despacho – biblioteca de mi abuelo. En ese momento Loli estaba pasando el plumero por los estantes y yo me quedé espiándola. Estaba subida en una banqueta para llegar a los más altos y no se dio cuenta de que yo la miraba.
Me gustó esa sensación de prohibido, tampoco es que estuviera haciendo nada malo, pero me gustaba mirarla sin que me viera. En ese momento mi abuelo entró en la habitación y cerró la puerta.
¡Ah! Señor, es usted, me había asustado – dijo Loli.
No te preocupes Loli, sigue con lo tuyo.
De acuerdo.
Mi abuelo se sentó en su escritorio y se puso a repasar unos papeles. Yo me iba a bajar ya cuando vi que empezaba a mirarle el culo a Loli mientras limpiaba. Yo sabía que allí iba a pasar algo, no sé cómo, pero lo sabía, así que me quedé muy quieto, sin mover ni un músculo Mi abuelo se levantó y, sin hacer ruido, se acercó a Loli por detrás, se agachó un poco y metió sus dos manos por debajo de su falda.
Ya estamos otra vez, parece mentira, a su edad ¡estése quieto coño!.
Vamos Loli, si te encanta.
¡Que no! Mire que grito.
Mi abuelo no hacía ni caso y seguía abrazándola desde atrás mientras la magreaba por todos lados.
Qué buena estás zorra, voy a metértela ahora mismo.
Que nos van a pillar, déjeme, ¿no tuvo bastante con lo de anoche? Bien que lo escuché en el cuarto de la tonta.
Nunca es bastante puta mía, mira como es verdad.
La cogió por la cintura y la bajó del banco, Loli se sostenía contra los estantes, mientras mi abuelo le agarraba las tetas y apretaba su paquete contra su culo. Comenzó a besarle el cuello desde atrás, mientras le iba subiendo la falda.
Yo seguía abrazado al árbol, mi pene era una roca que yo apretaba contra el tronco. Nunca me había sentido igual, la cabeza me zumbaba y no podía pensar en nada. Comencé a frotarme levemente contra el árbol, y en ese momento se produjo un leve chasquido. Mi abuelo levantó la vista y me vio. Yo me quedé helado, aterrorizado, pero entonces mi abuelo me sonrió y me guiñó un ojo.
Bueno, si no quieres follar, de acuerdo, pero no me puedes dejar así.
¿Cómo?
Loli estaba muy sofocada y no parecía entender lo que le decían. Mi abuelo cogió una silla y la colocó frente a la ventana, de perfil, y se sentó en ella.
De rodillas, rápido. Ya sabes lo que tienes que hacer.
Venga vale, follemos – dijo Loli mientras se subía la falda.
No, ahora quiero que me la chupes.
Pero…
¡Ya, coño!
Loli puso cara de resignación y se arrodilló frente a mi abuelo. Desde mi posición tenía una vista inmejorable del panorama, así que pude ver perfectamente cómo Loli desabrochaba los botones del pantalón del viejo y extraía su dura polla. Era bastante grande, desde luego mucho mayor que la mía y la punta me parecía enorme, muy roja. Loli la agarró con su mano y comenzó a subirla y bajarla suavemente. Aquello parecía gustar mucho al abuelo, pero quería algo más, pues tras unos segundos le dijo:
¡Chupa ya, puta!
Loli comenzó a lamer aquel mástil de carne, empezando por la base y subiendo hasta la punta. Allí se detenía dando lametones y después se metía unos 5 cm en la boca. Mi abuelo disfrutaba como un loco, tenía los ojos cerrados mientras una de sus manos reposaba sobre la cabeza de la chica y parecía marcar el ritmo de la chupada.
Súbete la falda y frótate el chocho.
Loli no dudó ni un segundo, se remangó la falda sobre las caderas y una de sus manos desapareció entre sus piernas. Comenzó a mover la mano cada vez más rápidamente aumentando también el ritmo de la mamada. Los gemidos de ambos llegaban perfectamente hasta mí, que estaba completamente hipnotizado. Mi excitación había alcanzado límites insospechados, pero no sabía cómo aliviarme. Me sentía febril, un extraño calor invadía mi cuerpo. Jamás me había sentido así.
Mientras, en la habitación, la escena seguía su curso, Loli chupaba cada vez más rápido, cada vez más hondo. Mi abuelo farfullaba incoherencias, hasta que, de pronto, sujetó con firmeza la cabeza de Loli, introduciendo totalmente su polla en su garganta mientras gritaba:
¡Todo, puta, trágatelo todo!
Loli se puso tensa, apoyó las manos en los muslos de mi abuelo intentando separarse, pero el hombre era más fuerte, y la mantuvo allí unos segundos. Por fin, la soltó y Loli se incorporó como movida por un resorte. Al ponerse de pié pude ver fugazmente una mata de pelo negro, pero su falda se desenrolló y lo tapó todo. Loli daba arcadas mientras de su boca caía un extraño líquido blanquecino.
¡Es usted un hijo de puta! Venga, niña, no te enfades, si en el fondo te gusta.
No vuelva a hacerme algo así, o le pegaré un bocado en la polla que se le terminarán los años de picos pardos en un segundo.
Sí, y perder tu fuente de ingresos… Vamos, vamos preciosa, sabes que me gustan estas cosas, además la culpa ha sido tuya, por no dejarme metértela.
Venga ya, si usted sabía que sólo estaba jugando un poco…
Sí, pero hoy no tenía ganas de jugar, sino de descargarme.
¿Y yo qué? Venga, ahora vamos contigo…
El abuelo se acercó hacia Loli y comenzó a subirle la falda. La besó en el cuello y la colocó de espaldas a la ventana. Dirigió una mirada hacia donde yo estaba mientras esbozaba una sonrisa. Yo, con la mente obnubilada, no estaba pendiente de nada más, por lo que no vi a mi prima Andrea, que se acercaba al árbol.
¡Qué haces ahí subido idiota! ¡La Dicky te está buscando para tu clase!
Del susto casi me caigo del árbol. Me aferré fuerte y miré hacia abajo. Con frecuencia pienso que aquella mañana realmente se despertó algo en mí. Mi don o lo que sea, pero lo cierto es que desde entonces mi percepción se alteró, me fijaba en cosas en las que nunca antes había reparado, cosas relativas al sexo y a las mujeres, por supuesto. Así pues, cuando miré a mi prima, mis ojos se fueron directamente a sus pechos. Desde mi posición podía ver directamente por el escote de su camisa, pues la llevaba mal abrochada. Una nueva ola de calor recorrió mi cuerpo y mi cabeza parecía volar.
Andrea se dio cuenta de la dirección de mi mirada y se sonrojó un poco, cerrando el cuello de la camisa con una de sus manos.
Vamos, baja de una vez.
Ya voy, es que se me ha enganchado la cometa.
Sí, sí, vale.
Parecía un poco incómoda, pues se volvió hacia la casa y se dirigió a la puerta trasera. Yo, mientras bajaba, no paraba de mirar la forma en que su trasero se bamboleaba bajo su falda. Hasta tal punto me despisté, que me caí de culo al llegar al suelo y se partió el cordel de la cometa, que seguía enganchado.
Aún estaba aturdido, sabía que tenía que ir a clase, pero sólo podía pensar en lo que debía de estar pasando en el despacho del abuelo. Quería volver a subir, pero entonces se asomó mi madre:
Vamos, niño, que ya vas tarde.
Pero mamá, es que…
¡Ahora!
Mi madre no admitía réplicas, así que fui hacia la puerta de la cocina, procurando llevar siempre la cometa por delante para que no se viera la tienda de campaña. Atravesé la cocina como una exhalación y subí al segundo piso.
El dormitorio de Mrs. Dickinson era bastante grande y tenía una salita anexa que hacía las veces de aula. Allí había una mesa camilla, con un mantel muy amplio que llegaba hasta el suelo, donde nos sentábamos para dar clase mientras Mrs. Dickinson daba las lecciones en un pequeño encerado. En invierno, colocábamos allí un brasero. Dicky (como la llamábamos en secreto) nos daba clases por turno, primero un par de horas conmigo (que era el más pequeño) y después con las chicas, a las que además de darles una formación académica, les enseñaba ciertas labores, costura y esas cosas. En esas clases también participaban mi madre y mi tía, e incluso en alguna ocasión, una o dos de las doncellas, espacialmente Brigitte.
Buenos días Mrs. Dickinson.
Llegas tarde, Oscar. ¿Adónde vas con esa cometa? Perdone – le dije mientras me sentaba con cuidado, dejando la cometa en el suelo.
Comencemos.
No recuerdo de qué iba la clase. No recuerdo nada. Mi mente funcionaba cien veces más rápido de lo normal, sólo podía pensar en lo que estaría pasando en ese cuarto y en lo que había visto. Por mi mente pasaban imágenes como relámpagos, Loli desnuda, mi prima en camisón, el escote de Andrea… las tetas de Mrs. Dickinson… ¿las tetas de Mrs. Dickinson? de repente volví a la realidad y frente a mis ojos estaba el majestuoso pecho de Dicky, me estaba hablando, pero yo no la oía…
Oscar, querido, ¿estás bien?. Estás muy colorado. ¿Tienes fiebre?
Mientras decía esto se inclinó sobre mí, poniendo su mano en mi frente.
Dios mío, sí que tienes fiebre, espera, avisaré a tu madre.
Si no se llega a marchar en ese momento, sin duda me abría abalanzado sobre ella, aferrándome a aquellas dos ubres como una garrapata. En eso llegó mi madre junto con Dicky. Me preguntaron si estaba bien y yo acerté a balbucear que estaba cansado, que no había dormido bien. Entre las dos me llevaron a mi cuarto y mi madre se quedó conmigo.
Vamos, cariño, ponte el pijama y métete en la cama, que ahora te traigo un poco de caldo.
Yo no me movía, si me desnudaba iba a ver mi polla como un leño. Mi madre se impacientaba.
Venga, tendré que hacerlo yo misma.
Se arrodilló ante mí y comenzó a quitarme el pantalón. La situación era delicada, pero yo sólo atinaba a mirar por los botones desabrochados de su camisa, viendo la delicada curva de un seno cubierto por un fino sostén de encaje. Desde luego, aquello no contribuía a bajar mi calentura.
En ese momento me bajó el pantalón, mi pene se escapó del calzoncillo y casi se la meto en un ojo a mi madre. Ella se quedó helada, sin hablar. Yo me quería morir. No sabía qué hacer. Entonces ella, ante mi sorpresa, estiró mi calzoncillo con una mano mientras con la otra agarraba mi polla y la volvía a guardar en su sitio. Después y como si nada hubiese pasado, continuó poniéndome el pijama, me metió en la cama y me dio un beso en la mejilla.
Descansa, cariño, luego vendré a verte.
En ese momento me di cuenta de que un fino rubor teñía sus mejillas, y eso me excitó aún más. Mi madre se incorporó y se marchó. Yo permanecí en la cama, mirando al techo. El calor desbordaba mi cuerpo, ¡mujeres, mujeres!, no podía pensar en otra cosa, mi abuelo, Loli, Andrea, era una obsesión. Casi sin darme cuenta, metí mis manos bajo las sábanas, y me aferré fuertemente el miembro. Aquella presión me gustaba, así que comencé a darme estrujones, lo que resultaba placentero, pero un poco doloroso.
No sé cuanto rato estuve así, pero de pronto vi a mi hermana junto a mi cama con un tazón humeante en las manos.
¿Cómo estás? Mejor, Marina.
Aparentemente no había notado nada extraño.
¿Dónde te dejo esto? Dice mamá que te lo tomes todo.
¿Podrías dármelo tú?
No sé por qué dije eso, ella me miró, sonrió un poco y dijo:
Sigues igual que un bebé ¿eh?
Si ella supiera…
Por favor…
Bueeeno…
Se sentó en el lado derecho de la cama, justo a mi vera. Yo me incorporé un poco y me arropé hasta el cuello. Así mientras con una mano sujetaba las sábanas, la otra empuñaba mi bálano bien tieso.
Abre la boca, aahh…
Ella abría la boca, como para demostrarme cómo hacerlo y hasta eso me resultaba excitante. Yo la miraba disimuladamente, sus ojos, su pelo, su cuello, sus pechos y mientras, me iba dando apretones en la polla. Estaba a mil, mi hermana me tenía cachondísimo. Ella, inocentemente, me daba la sopa y yo pensando en cómo sería que ella me hiciera lo que la Loli al abuelo. En esas estábamos cuando me envalentoné. Poco a poco encogí mi pierna derecha, hasta que mi rodilla quedó apoyada en su culo. No había contacto real, había sábanas, colcha, ropa, pero a mí me daba igual, casi me desmayo. Cerré los ojos y creo que me mareé. Sea como fuere, debí de poner una cara muy rara, porque mi hermana, pareció asustarse y se incorporó, inclinándose sobre mí.
¿Estás bien? Sí, sí, es que me he quemado.
Al incorporase, me sobresalté y saqué la mano de mi pijama, dejándola sobre el colchón. Mi hermana fue a sentarse otra vez y yo, instintivamente, moví la mano de forma que su culo aterrizó justo sobre ella. Sólo la colcha separaba mi mano de la gloria. Me iba a morir, me agarré la polla tan fuerte con la izquierda, que me dolió.
Yo esperaba que ella dijese algo, que me gritara, pero no lo hizo. Siguió dándome sopa mientras hablaba de banalidades. Era raro que mi hermana hablara tanto y fue entonces cuando pensé que quizás le gustara un poco aquello, o quizás no se hubiese dado cuenta. Lo que hice fue apretarle el culo con la mano. Ella se puso muy roja, pero siguió con la sopa; ya no hablaba, estaba muy callada, así que yo comencé a magrearle el culo. Es cierto que había una colcha de por medio, pero fue increíble. Las manos de un hombre son alucinantes, estaba bastante seguro de cuando tocaba una parte cubierta por las bragas y cuando era carne libre. Curiosamente, en vez de estallarme la cabeza por la excitación, se apoderó de mí una extraña calma. “Le está gustando” me dije, “mi hermana también es una zorra como Loli”.
A pesar de todo, no me atrevía a hacer nada más; le decía “chúpamela zorra” como el abuelo, le cogía una teta, o qué. Afortunadamente mi instinto me dijo que de momento era mejor dejar las cosas así, por lo que continué sobándola con delicadeza, hasta que se acabó la sopa. Pasé un momento crítico cuando vi sus pezones marcados en su jersey, estuve a punto de lanzarme sobre ella, pero me controlé. Ella se levantó, recogió el tazón y se marchó como si nada hubiese pasado. Sólo el rubor de sus mejillas y los bultitos de su jersey demostraban lo que ella experimentaba (y la humedad entre sus piernas supongo). Mientras salía le dije:
Marina, ven también a darme la cena – mientras esbozaba una sonrisa pícara. Ella me miró con los ojos echando chispas y salió dando un portazo.
Allí me quedé, caliente como un horno, pero, curiosamente, algo más calmado, como si supiera que lo bueno en mi vida estaba por llegar, que aquello sólo era el principio. Traté de dormir un rato, pero no lo conseguí. No hacía más que dar vueltas en la cama y pensar. Quería levantarme e ir a hablar con el abuelo, seguro que él me entendería, pero mi madre no lo permitiría de ninguna manera. De pronto, y como respuesta a mis plegarias, se abrió la puerta y mi abuelo se asomó:
Oscar, ¿estás despierto? Sí, abuelo, pasa por favor.
Espera un segundo.
Volvió a salir y regresó enseguida con una silla del pasillo. La colocó junto a mi cama y se sentó. Me puso una mano en la frente.
No se te pasa la calentura ¿eh? Je, je – dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
……..
Vamos, chico, que te he visto en el árbol. ¿Te gustó el espectáculo? Lo hice en tu honor. Lástima que te perdiste el final.
Sí.
¿Ves?, así me gusta. ¿Qué te pareció?
En ese momento decidí confesarme, si alguien podía explicarme lo que me pasaba, ése era el abuelo.
Fue increíble, jamás me había sentido así. Últimamente he sentido cosas raras, pero nunca como hoy.
Ya lo supongo, en serio, ¿no me habías visto otras veces? No, abuelo, de verdad, bueno, escucho tus historias y eso, pero nunca me pude imaginar algo así.
No son historias hijo, son lecciones, y te aseguro que a partir de ahora las entenderás mucho mejor.
Abuelo, ¿puedo preguntarte algo? Lo que quieras.
¿Qué puedo hacer con esto?
Bajé las sábanas y dejé a la vista el bulto en mi pijama.
Vaya, veo que estás hecho todo un hombre. Gracias.
A ver, enséñamela.
Sin dudar ni un segundo me bajé el pijama.
Está muy bien para tu edad. ¿la usas mucho? ¿Cómo? Que si te la meneas mucho, es normal aliviarse.
No sé de qué hablas.
Chico, no me digas que llevas así desde que me viste esta mañana.
Y desde antes.
¿En serio? Sí, me desperté así, últimamente me pasa mucho, pero se baja sola al rato, pero hoy con todo lo que ha pasado…
Ya, Loli está muy buena ¿eh? Sí, y las demás también ¿Las demás? Sí.
Me decidí a contárselo todo, desde que me desperté hasta ese momento. Lo único que no le dije fue lo del culo de Marina, porque no sabía cómo iba a reaccionar, pues una cosa es mirarle las tetas a tu prima o que se te salga el pito del pantalón y otra magrear a tu propia hermana. Mi abuelo se partía de risa:
¿Y tu madre qué hizo? Guardármela otra vez.
¡Qué bueno! Casi puedo ver su cara, con lo que le gustan las…
¿Cómo? No nada, nada.
Se me quedó mirando fijamente y me dijo:
No sabes lo orgulloso que estoy de ti.
¿Por qué abuelo? Porque veo que te gustan mucho las mujeres, tanto como a mí. Afortunadamente no has salido a tu padre.
¿Mi padre? Sí, hijo, tu padre. Mira Oscar, los varones de esta familia tenemos un don, yo lo llamo la herencia de Casanova.
¿Casanova? Sí, el gran amante. ¿Y qué tiene que ver con nosotros? Nada, pero las mujeres se rinden a nuestros pies, como lo hacían con él. Es un don del cielo, y ni se te ocurra desperdiciarlo.
¿Desperdiciarlo? Sí, como hace tu padre. Si quisiera podría tirarse a todas las mujeres del país, y sin embargo no se atreve ni con tu madre.
¿Qué? Bah, olvídalo, eso no es asunto tuyo. Volvamos a lo de antes, así que te gustan mucho las mujeres ¿eh, bribón? Sí.
¿Has visto alguna desnuda? Sólo hoy, un poco a Loli.
Eso hay que solucionarlo, espera.
Se levantó y salió del cuarto. Mi pene latía de expectación, ¿qué iría a hacer? Unos minutos después el abuelo regresó.
Escucha bien hijo. Las mujeres son la más sublime obra de Dios, son las que auténticamente dirigen el mundo, porque tienen el poder de doblegar a los hombres a su voluntad, usarlos y manipularlos. Por una mujer hermosa, los hombres son capaces de cometer cualquier locura, el patriota traicionará a su país, el marido fiel olvidará a su esposa, el hijo se enfrentará al padre. No hay nada en el mundo como las hembras.
Ya veo.
No, aún no lo ves, pero lo verás cuando seas mayor, más maduro. Lo único que quiero que entiendas es esto, cuidado con las mujeres, ámalas, úsalas, fóllalas, pero sólo en la medida en que ellas te amen, usen y follen a ti. Jamás las desprecies o subestimes. Si atiendes a esta simple regla, disfrutarás como ningún otro mortal, porque nosotros sí sabemos cómo tratar a las mujeres, pues nuestro don es justo eso. Sabemos si a una le gusta dominar u obedecer, ser amada o maltratada, tratada con delicadeza o con dureza. Parece una tontería, pero así conseguirás ser el más poderoso entre los hombres, pues las mujeres siempre te querrán.
Creo que lo entiendo abuelo.
Sí, ya sé que eres muy listo. Bueno, tras este pequeño discurso que hace tiempo tenía preparado (Dios sabe las ganas que tenía de usarlo), vamos a comenzar tu adiestramiento.
¿Adiestramiento? Sí. Verás, a lo largo de tu vida aprenderás muchas cosas sobre las mujeres, más que cualquier otro hombre, pero eso no quita que yo pueda darte un pequeño empujón.
Se acercó a la puerta y dijo:
Pasa.
Allí estaba Loli. Con el rostro muy colorado y una expresión de azoramiento que yo jamás le había visto.
¿Está usted seguro? Vamos, pasa, niña. Tranquila, que nadie se va a enterar de esto.
Pero…
Tranquila te digo, además sólo vamos a enseñarle cómo es una mujer. Ya te he dicho que te pagaré bien.
Sí Loli, por favor – dije mientras me incorporaba en la cama.
¿Eso es por mí? – dijo ella mientras echaba una mirada apreciativa al bulto de mi pijama y sonreía pícaramente.
Sí, Loli, sólo por ti – le dije mientras los ojos del abuelo brillaban.
Bueno, si es así…
Vamos, desnúdate – dijo el abuelo mientras cerraba el pestillo de la puerta.
Loli suspiró y comenzó a quitarse la ropa, la falda, el refajo, el corpiño, fueron cayendo al suelo en un confuso montón. Yo no podía quitarle los ojos de encima, cada pedazo de carne que iba mostrándose a mis ojos era como un pinchazo en mi miembro. Casi sin darme cuenta, me lo saqué del pantalón y empecé a apretarlo.
Joder con el niño – dijo la zorra – Va a arrancársela.
Para eso estamos aquí, para que aprenda – dijo mi abuelo.
Cariño, no te hagas eso, déjame a mí.
No, espera, vayamos por partes – dijo el abuelo.
En ese momento lo hubiera matado, le eché una mirada llameante mientras él sonreía divertido.
Para aprender hay que sacrificarse, hijo. Y tú termina de desvestirte.
Loli, aún cubierta por la combinación, puso cara de circunstancias, se sentó en la silla y comenzó a bajarse las medias. Me miró a los ojos, y al darse cuenta de que amenazaban con salirse de las órbitas decidió divertirse a mi costa. Así pues, comenzó a quitárselas muy despacio, deshaciendo los nudos de las medias poco a poco, mientras se acariciaba las piernas con las manos. Cruzaba y descruzaba las piernas con deleite, frotándolas entre sí, impidiéndome ver ese mágico triángulo que mis ojos pugnaban por ver. Sus manos recorrían sus muslos, subían por sus caderas, sus costados, sus brazos, su cuello y luego descendían describiendo la curva de sus pechos…
Ya no pude más, sentí como una electricidad por el cuerpo, experimenté una especie de espasmos en la ingle, jamás me había pasado algo así. Y me corrí. De mi pito surgió un líquido blancuzco, semitransparente, como si de un surtidor se tratara. Pero no brotaba simplemente, salía disparado. No sé por qué, pero me la agarré fuertemente y apunté hacia Loli, de forma que varios pegotes de líquido fueron a caer en su regazo, e incluso uno alcanzó de lleno su cara. Supongo que lo hice como castigo por haberme torturado.
¿Qué coño haces cabrón? – gritó mientras se incorporaba.
Shiisst. Calla, que te van a oír – siseó mi abuelo.
¡Me importa una mierda! Mira, zorra, o te callas o te despido ahora mismo. Además ha sido culpa tuya, ya habías visto cómo estaba el chico y has tenido que montar el numerito.
……..
De pronto llamaron a la puerta, era mi tía Laura.
¿Qué pasa ahí dentro? Nada Laura, estoy contándole batallitas a Oscar, no te preocupes – dijo mi abuelo mientras hacía gestos a Loli para que se metiera bajo la cama, cosa que la chica hizo sin dudar.
¿Por qué está esto cerrado? – dijo mi tía mientras giraba el picaporte.
Tranquila, ya te abro.
Mi tía entró en la habitación. Yo me había vuelto a arropar y la miraba con cara de ser el más bueno del mundo.
Ay, Dios, qué estaréis tramando los dos.
¿Quieres quedarte? No, gracias, papá, que tus cuentos ya me los conozco. Y tú no te creas nada de lo que te diga ¿eh? No tía.
Así me gusta. ¡Ah!, no hagáis tanto ruido que los demás están durmiendo la siesta.
Vale.
Mi tía se disponía a salir, cuando sus ojos se quedaron fijos en el montón de ropa que había en el suelo. ¡La muy zorra no había recogido la ropa antes de esconderse! Laura miró fijamente a mi abuelo y después a mí.
¿Pasa algo cariño? – preguntó mi abuelo.
No, nada.
Y se marchó. Yo estaba nervioso, ¿se habría dado cuenta?. Mi abuelo, en cambio, como si nada, cerró el pestillo de nuevo.
Vamos Loli, sal. Anda que no eres tonta ni nada.
Lo siento, pero es que el enano este se me ha corrido encima.
Ya y resulta que eso ahora no te gusta.
Bueno, pero es que no me lo esperaba.
¿Y lo de dejar la ropa en el suelo? Perdón.
Pues mi hija se ha dado cuenta, ¿y ahora qué hago? ……
Parecía compungida de verdad, sacó un pañuelo de entre sus ropas y se limpió la cara, me dio hasta lástima.
Bueno, abuelo, da igual – dije.
Sí, ya sé que tú lo que quieres es que sigamos ¿eh? Sí claro.
Loli me dirigió una mirada de agradecimiento, y sin tener que decirle nada, deslizó los tirantes de su combinación por los hombros, de forma que ésta cayó al suelo. Me quedé alucinado, bajo la combinación no llevaba nada. Luego supe que solía hacerlo por petición expresa de mi abuelo, que quería tenerla siempre accesible.
Era preciosa, delgada, sus caderas eran un poco anchas, pero qué importaba. Su piel era blanca, delicada, hermosa, impropia de una chica de pueblo. Sus pechos eran grandes, firmes, las areolas rosadas estaban culminadas por dos pezones gruesos, bien marcados, apetecibles y completamente excitados. Sus piernas eran largas, exquisitas, las rodillas afeaban un poco el conjunto, pues estaban un poco marcadas, supongo que de tanto arrodillarse para fregar suelos y chupar cosas, pero sus muslos eran perfectos. Entre sus piernas destacaba una mata de pelo negrísimo como el azabache, misterioso, tentador. Durante la mañana había tenido una visión fugaz de esa maravilla y ahora lo tenía ante mí, hermoso, sublime. ¿Cómo podía mi padre ignorar tanta belleza? Ese pensamiento penetró por sorpresa en mi mente, y creo que durante un segundo llegué incluso a odiar un poco a mi padre, así estaba de alucinado. Sin darme cuenta me había puesto de rodillas sobre la cama, por lo que las sábanas cayeron y mi pene volvió a surgir majestuoso. Ni me había dado cuenta de que volvía a estar duro. Sólo tenía ojos para Loli.
Ella dirigió su mirada a mi miembro, y con placer noté que se ruborizaba un poco.
Vaya, parece que te gusto ¿eh? Eres preciosa.
Gracias.
Sus manos se deslizaron hasta su nuca, deshaciendo el moño que recogía su cabello. Éste cayó en bucles lujuriosos sobre su espalda. Tenía un pelo precioso. Dio una vuelta sobre sí misma mientras decía:
¿En serio te gusto? Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida.
Loli se rió como una niña, se acercó a la cama y puso una rodilla sobre ella, e inclinándose sobre mí, me dio un ligero beso en los labios.
Gracias, eres maravilloso.
Si yo era maravilloso, ¿qué palabra podría usar entonces para describir lo que sentí al ver cómo sus pechos colgaban cuando se inclinó? Aquello era demasiado. Mi abuelo nos interrumpió.
Vamos, chico, levanta de ahí, y tú, túmbate en la cama.
Ambos obedecimos sin rechistar. Loli se tumbó sobre las sábanas y curiosamente, se tapó el pecho con un brazo y el coño con la otra mano, como si de pronto todo aquello le diese vergüenza. ¡Manda huevos!
Mi abuelo se inclinó y con delicadeza puso los brazos de Loli junto a sus costados mientras le daba un beso en la frente.
Tranquila mi niña, lo que ha dicho es verdad.
Loli sonreía como una niña. Yo, en cambio, tenía pensamientos muy poco infantiles. Había decidido dejar mi picha por fuera del pantalón, porque me gustaba mucho ver cómo Loli desviaba de vez en cuando los ojos hacia ella, me hacía sentir mayor, no sé.
Bueno, Oscar, aquí tienes uno de los más bellos ejemplares de mujer que podrás encontrar. A lo largo de tu vida verás otras y aunque todas se parecen en lo físico, cada una de ellas es en realidad todo un mundo que explorar.
Mi abuelo pasó a explicarme los pormenores del cuerpo femenino, usando como modelo la maravilla que había en mi cama, de la misma forma que Dicky usaba el mapamundi para explicarme geografía, sólo que esta materia me gustaba (y me gusta) infinitamente más. Me habló de los pechos, los pezones, los muslos, el monte de Venus (me encantó esa expresión)…
…La mujer está compuesta de infinidad de zonas erógenas, y hay que saber cuales son las que le gustan más a cada una. Por ejemplo, a Loli le encanta que le besen y acaricien el cuello ¿verdad? ………
Abuelo, ¿y cómo se sabe eso? Lo sabrás, tranquilo, probando y aprendiendo. La experiencia es un grado.
Genial.
Pero hay una zona que a todas les encanta.
¿Cuál? El coño, aún no he encontrado una mujer a la que no le guste que le estimulen el chocho.
¿Cómo? Con cualquier cosa, un dedo, una mano, lo que se te ocurra. A veces he usado incluso un palo o un pepino. Pero lo mejor, lo más satisfactorio, es hacerlo con los labios y con la lengua.
¿Con la boca? Sí, es muy placentero, tanto para la mujer como para el hombre.
¿En serio?
Mi abuelo se acercó a mi oído y me dijo:
Recuerda lo de esta mañana.
……
Siguió hablándome durante una hora al menos, de las mujeres, del sexo, de cómo saber si una mujer está excitada mirándola a los ojos, o mediante las señales externas, dureza de los pezones, hinchazón de los labios vaginales, humedad entre las piernas, me explicó lo que era el clítoris. Fue así como me di cuenta de que Loli estaba terriblemente excitada.
¿Ves?, eso es el clítoris.
Abuelo…
¿Sí? Ya no puedo más.
Pues verás ahora. Ven.
Me llevó hasta los pies de la cama e hizo que Loli se abriera bien de piernas.
Ahora vas a saber a qué sabe un coño.
Me hizo colocarme entre las piernas de Loli. Pude sentir la fragancia que de allí surgía, era el mismo olor que había en la habitación, pero mucho más fuerte. No hay nada en el mundo como el aroma de mujer.
Torpemente, acerqué una de mis manos hacia la espesa mata de la chica, fue tocarla y un estremecedor espasmo recorrió su cuerpo y pareció contagiarse a mi pene. Era increíble, por la mañana yo era sólo un niño, y por la tarde estaba entre las piernas de una hermosa mujer.
Acerqué mi cara y aspiré profundamente. Tenía el pito tan duro que hasta me dolía. Miré detenidamente el coño que ante mí se abría, era maravilloso, los labios, sonrosados, se mostraban entreabiertos, dejando adivinar el oscuro hueco que ocultaban. Los acaricié con la punta de mis dedos y poco a poco introduje uno entre ellos.
Aahhhh. Dioosss.
¿Te gusta? Lámelo, le gustará mucho más – dijo mi abuelo.
Sin pensármelo más, posé mis labios sobre el coño, estaba muy caliente. Recordé lo que había visto por la mañana, así que comencé a recorrerlo de arriba abajo con la lengua.
Aahhhhhh – gemía Loli.
Me concentré en seguir las instrucciones del abuelo, le separaba los labios con los dedos y metía mi lengua en su interior, moviéndola hacia los lados. Chupaba y tragaba los flujos que de allí brotaban. Subía y lamía el clítoris, dándole delicados mordisquitos, lo que parecía volver loca a Loli.
Oooohhh. Así, así…
En estas estábamos cuando mi abuelo me separó de aquel volcán y me dijo con voz queda:
Así es una mujer excitada.
Miré a Loli, estaba como poseída. Se estrujaba los pechos con las manos, se tironeaba de los pezones, se acariciaba el cuerpo, la cara, el cuello, se metía un dedo en la boca y lo chupaba. Estaba ardiendo.
Una mujer es este estado hará cualquier cosa que le pidas. Recuérdalo.
Yo asentí con la cabeza y volví a sumergirme en las entrañas de Loli.
Así, cabrón, no pares, no pares máaaaaas…
De pronto el cuerpo de Loli se tensó. Su coño pareció contraerse, se puso aún más caliente.
Me corro, me corrooo…
Yo seguía pegado a ella como una ventosa. Cada vez salía más líquido del aquel glorioso chocho y yo intentaba chuparlo todo.
Síiiiii.
Loli alzaba la voz cada vez más, así que mi abuelo se sentó junto a ella y la besó. Alcé los ojos, y desde mi posición, mirando a través de las tetas de Loli, vi cómo la muy zorra mordía los labios de mi abuelo.
Por fin Loli se relajó, pareció apoderarse de ella una extraña laxitud.
¿Ves? Así es como se corre una mujer.
Increíble, abuelo – dije mientras miraba hacia abajo y veía mi polla a punto de estallar.
Tranquilo, Oscar. Déjala reposar unos instantes y enseguida se ocupará de ti.
Eso espero, abuelo. Empieza a dolerme.
Lo sé hijo, lo sé. Verás, te he torturado un poco a posta.
¿Por qué? Para que no olvides esto jamás. Lo increíbles que son las mujeres.
No lo olvidaré.
Estoy seguro – dijo mi abuelo mientras me revolvía el pelo cariñosamente.
Abuelo, ¿las mujeres se quedan siempre así tras correrse? No, hijo. Verás, la situación hoy era muy erótica y eso incide en la excitación de la persona, eso sí lo sabes ¿verdad? Vaya que sí.
Pues eso, el orgasmo es una experiencia muy intensa y en él inciden muchas cosas, el placer físico, la excitación, los sentimientos…
Comprendo – dije, aunque en realidad no lo entendía del todo, sólo podía pensar en los latidos que sentía en la punta del cipote.
Abuelo…
Sí, tranquilo. Loli, hija…
¿Ummmm? Mi nieto necesita que lo alivies.
¿Ummmm? ¡Levanta ya, coño!
Loli se desperezó, estirándose sobre la cama, se puso boca abajo, y se incorporó colocándose a cuatro patas sobre el colchón. Parecía una gatita satisfecha.
Siéntate aquí nene – me dijo dando palmaditas sobre el colchón – que mami va a mostrarte lo agradecida que está.
Ni que decir tiene que no tardé ni un segundo en tumbarme allí, con la polla como un leño. La calentura hacía que mi pene tuviera pequeños espasmos, parecía estar vivo.
Loli miró inquisitivamente a mi abuelo y él dijo:
Con la mano.
Loli se apoderó de mi pene y comenzó a subir y bajar la mano a lo largo del mástil muy lentamente. Creí que me moría, cerré los ojos y me dediqué a disfrutar; qué sensación tan fantástica, desde entonces me han hecho muchas pajas, pero sin duda aquella fue una de las mejores. Loli sabía lo que hacía. Poco a poco incrementaba el ritmo, lo que me ponía a cien, pero mágicamente parecía saber cuando estaba a punto de correrme, deteniendo entonces su mano, me soltaba la polla, recorriéndola en toda su longitud con uno de sus dedos, desde la punta a la base de los huevos, donde daba un ligero apretón que parecía tener la virtud de calmarme. Entonces volvía a masturbarme, pero más lentamente que antes, era enloquecedor.
Escuché un gemido y abrí los ojos. Vi que Loli tenía los suyos cerrados y que su otra mano se perdía entre sus muslos.
Acércate más – le dije.
Ella abrió los ojos y me dirigió una mirada de entendimiento. Se acercó a mí y se sentó a mi lado. Volvió a empuñar mi pene y comenzó de nuevo a masturbarme, pero esta vez fue mi mano la que se perdió entre sus piernas. Aquello parecía un charco, estaba empapada. Comencé a mover mi mano allí dentro, a tocar, a palpar, a meter y mientras, ella daba bufidos, gemidos, desde luego aquello le gustaba. Yo deseaba que se corriera, pero ella parecía querer que yo lo hiciera antes, por lo que incrementó el ritmo de su mano. No sé por qué, pero no quería correrme antes, por lo que intenté retrasar mi propio orgasmo, concentrándome en ella, quería “ganar” esa carrera. Y lo logré, simplemente tuve que buscar su clítoris con mis dedos y apretarlo un poco.
Aaaaahhhhh. Diosssss.
Loli apretó sus piernas, atrapando mi mano y se derrumbó sobre mi pecho, dejando de masturbarme. Mi polla se quejaba pero yo no podía evitar un sentimiento de triunfo. Loli me miró a los ojos y vi que los suyos estaban vidriosos, llorosos.
Acaba con la boca por favor, como al abuelo – le dije.
Loli sólo atinó a asentir con la cabeza. Se deslizó lentamente sobre el colchón y su cara quedó a la altura de mi polla. No la chupó, ni la lamió, se la metió directamente hasta el fondo y su lengua, sus labios, su boca, su garganta parecieron apretar simultáneamente sobre mi torturado pene. No aguanté más. Si la corrida de antes había sido bestial, ésta la superó con creces.
Dioss, Diosss, Loli, joder…
No atinaba ni a balbucear, me incorporé como si me hubiesen dado una descarga y sólo acerté a sujetar la cabeza de Loli con mis manos y apretarla contra mi ingle, aunque ella no parecía tener ninguna intención de separarse de mí. Yo notaba cómo ella iba tragando lo que de mi polla surgía y ese mismo efecto de succión acentuaba el placer. Finalmente el orgasmo terminó con unos leves espasmos que recorrieron mi cuerpo. Me dejé caer hacia atrás, rendido, pero ella permaneció aún con mi polla en la boca durante un rato, hasta que empezó a decrecer.
Finalmente, fue sacándola de su garganta, pero lentamente, recorriendo con sus labios toda la longitud de mi miembro que empezaba a perder su dureza, como si quisiera limpiarla por completo. Se incorporó, quedando sentada y con las manos apoyadas en el colchón. La miré fijamente y es una imagen que jamás olvidaré, su piel, empapada de sudor, sus ojos, negros como la noche y con un extraño brillo en el fondo, sus pechos, redondos y perfectos, su vagina, aún entreabierta y brillante por los flujos, pero lo que me mató, lo que más me excitó, fue esa gota de líquido blanco que asomaba por la comisura de sus labios y el instante en que su lengua recorrió esos labios relamiéndose, como si en vez de haberse tragado mi esperma hubiese sido un simple vaso de leche.
Todo esto me excitó, pero de momento mi pene no reaccionaba.
Loli, vístete, ya está bien por hoy – dijo mi abuelo.
Ella me miró a mi abuelo y sin decir palabra se levantó y comenzó a vestirse. Yo no podía apartar los ojos de ella. Quería más.
¿Qué te ha parecido? – dijo mi abuelo.
Fantástica – le respondí. Loli me dirigió una mirada cómplice.
Bien, bien.
Nadie añadió nada, éramos dos hombres mirando cómo una mujer se vestía. Loli terminó y se sentó en la cama para ponerse los zapatos. Tras hacerlo se acercó a mí y me besó en la boca. Yo respondí al beso y noté cómo su lengua se introducía entre mis labios y se enroscaba con la mía. Estuvimos un segundo así y de pronto acabó.
Loli se fue hacia la puerta, pero antes de salir se volvió hacia mí y me sonrió. Mi abuelo cerró la puerta tras ella. Allí estaba yo, saboreando a Loli, pero también mi propio sabor, y no me desagradó, supongo que es verdad que los hombres no nos la chupamos porque no llegamos.
Hay otra cosa que debes saber- dijo mi abuelo.
¿El qué? Como habrás observado Loli seguía cachonda tras vuestro encuentro.
¡Toma, y yo! Sí, pero ¿a que tu pito no está en pié de guerra? No, es verdad.
Verás hijo, los hombres nos excitamos más fácilmente que las mujeres, pero también mermamos nuestro vigor antes. Es decir los tíos nos ponemos a punto enseguida, pero excitar a una mujer requiere tiempo y dedicación. Además, tras el orgasmo, el hombre se viene un poco abajo, pero la mujer sigue dispuesta ¿me sigues? Creo que sí.
Hoy lo has hecho muy bien, preocupándote tanto de su placer como del tuyo. No hay peor amante que aquel que se dedica a satisfacer sus apetitos dejando a su pareja insatisfecha.
Comprendo.
Bien.
Abuelo.
¿Sí? ¿Por qué has hecho que Loli se fuera? Porque querías follártela.
Sí ¿y qué? Mira Oscar, yo te he ayudado hoy, y siempre estaré ahí para darte consejo de lo que quieras, pero no es bueno que yo te haga todo el trabajo. Tienes un don, y debes aprender a desarrollarlo por ti mismo. Además, no quiero que te encoñes demasiado con Loli, a tu edad es peligroso.
¿Cómo? Supón que te la hubieras tirado, podrías ver en ella a la mujer perfecta, que te da todo lo que deseas. Loli es muy experta en estos temas y podría llegar a sorberte el seso.
¿Y qué? Pues que tienes todo un mundo que explorar, en esta misma casa hay un montón de mujeres, debes probar un poco de cada cosa para disfrutar plenamente tu vida, no dedicarte a una sola. Sería un desperdicio.
Ya.
Pues eso. Sin duda acabarás follándote a Loli, tranquilo, pero hay muchas más.
De acuerdo.
Otra cosa.
Dime.
Aún eres muy joven, te queda mucho por aprender sobre tu don y sobre cómo seducir a una mujer.
Claro.
Pues eso, habrá ocasiones en que estés muy caliente y no tengas una mujer para aliviarte.
Ya, hoy por ejemplo.
Exacto. Pues cuando pase eso o simplemente cuando te apetezca, hazte una paja.
¿Cómo ha hecho Loli? Eso es, puedes hacerlo tú solo. Al final te corres igual; no es tan bueno como con una mujer, pero alivia.
Entiendo.
Y no hagas caso de las habladurías de viejas que dicen que te quedas ciego y otras gilipolleces. Yo me la he cascado muchas veces y aquí estoy.
Sí, je, je.
Bueno, te dejo que descanses. Apuesto a que ahora sí serás capaz de dormir. Espera, abriré la ventana para ventilar esto un poco.
Tras abrir la ventana, se dirigió a la puerta.
Abuelo.
¿Sí? He dejado a Loli muy caliente ¿verdad? Sí hijo, sí. De hecho, esta noche yo me aprovecharé de ello.
¿Irás a su cuarto? Todas las noches voy a algún cuarto.
Y salió de la habitación.
Abuelo.
Volvió a asomarse.
¿Sí?
Lo miré fijamente y le dije:
Gracias.
Él me guiñó un ojo y salió, cerrando la puerta.
En una cosa sí se equivocó mi abuelo. Fui incapaz de dormir en toda la tarde. Mi cabeza era un torbellino de imágenes y sensaciones y poco a poco mi pito fue despertando. Estaba bastante decidido a intentar el sistema que me recomendó el abuelo, pero no pude.
Mi madre entró a verme, y al notar que estaba mejor y que ya no tenía fiebre dejó la puerta abierta “para que me diera el aire”. Además todo el mundo empezó a pasar por el cuarto para interesarse por mi estado, mi padre, mi tía, mis primas, Dicky… La única que no vino fue Marina.
No fue del todo desagradable, porque mientras las chicas iban desfilando por mi cuarto y me tocaban la frente, me daban besos, me revolvían el pelo… yo no paraba de sobarme la polla bajo las sábanas. De todas ellas creo que sólo mi tía sospechó algo, pues me miró con cierto reproche en los ojos, pero no dijo nada.
Por la noche fue mi padre quien me trajo la cena, con la consiguiente decepción, por lo que le dije que ya estaba bien, que podía comer solo. Así que me dejó la bandeja y se marchó.
Pasaron un par de horas, el silencio se apoderó de la casa, pero yo seguía despierto. Volvía a tenerla dura, así que comencé a pajearme. Desde luego no era tan bueno como con Loli, pero no estaba mal. De pronto se me ocurrió que podía estar mejor. Recordé lo mucho que me había excitado espiar al abuelo ¿por qué no repetirlo? Sabía exactamente donde debía estar.
Si me pillaban me la cargaba, pues no tenía ninguna razón para ir al ala de los criados, pero ¡qué coño!.
Me levanté sigilosamente y me calcé las zapatillas. Sentía mi pene bien duro, presionando contra el pijama. Encendí el candil de mi mesilla y salí del cuarto tapando la luz con la mano, para que no me vieran.
Me dirigí lentamente hacia la escalera, pero, al pasar por delante del dormitorio de mis padres, escuché unos ruidos. Me quedé helado, esperando que la puerta se abriera, pero no fue así. Agucé el oído y logré distinguir unos gemidos. Algo más tranquilo me acerqué a la puerta y me agaché para mirar por el ojo de la cerradura.
La luz estaba apagada, pero por la ventana abierta entraban los rayos de la luna, lo que me permitía ver bastante bien lo que pasaba.
Mi madre yacía tumbada sobre la cama, mientras mi padre se la follaba en la postura del misionero (entonces no sabía su nombre). El culo de mi padre subía y bajaba rápidamente mientras una de sus manos sobaba los pechos de mi madre. Bueno – me dije – pues aquí mismo.
Apagué el candil de un soplido, me arrodillé en el suelo mirando por la cerradura y me saqué el pito del pijama. Comencé a pajearme lentamente, disfrutando, pero enseguida vi que no era igual que por la mañana, no estaba tan excitado. Se oían los bufidos de mi padre, pero mi madre permanecía extrañamente laxa, no colaboraba, no parecía estar disfrutando demasiado. De vez en cuando mi padre la besaba y ella respondía, pero no había pasión. Fallaba algo.
De pronto mi padre pegó dos o tres culetazos más fuertes, se puso tenso y se derrumbó sobre mi madre. Poco después se deslizaba hacia un lado en la cama y se arropaba.
Yo permanecí allí, espiando con la polla en la mano. La luz de la luna me permitía ver bastante bien a mi madre, con las piernas abiertas, el camisón subido y uno de sus pechos asomando por un lado. Miraba al techo, como distraída. De pronto se levantó.
Voy al baño – dijo.
Ummmm.
Joder, qué susto. Casi me caigo de culo. Iba a correr hacia mi cuarto, pero afortunadamente vi el candil en el suelo. Lo recogí y me precipité en mi habitación. Entorné la puerta y me quedé observando por la rendija.
No había tanta prisa, pues mi madre aún tardó un poco en salir, supongo que estuvo encendiendo la vela que llevaba en la mano. Yo la espiaba desde mi puerta y me quedé alelado. Estaba preciosa con el pelo revuelto, además aunque se había bajado el camisón, no lo había colocado bien por arriba, por lo que uno de sus pechos asomaba libre. Se dirigió con paso cansino hacia el baño del pasillo.
Mientras lo hacía, yo me la machacaba silenciosamente. Ella entró al baño, pero yo no acabé, por lo que decidí esperar a que saliera. Esperé unos minutos, pero no salía, así que me atreví a asomarme al baño. Por debajo de la puerta podía ver la luz de la vela de mi madre y si ésta se movía, regresaría corriendo a mi cuarto.
Como estaba cerca, dejé mi candil apagado en la mesilla y salí. Escuché unos segundos por si había ruido y me arrodillé frente a la cerradura del baño. Allí estaba mi madre. Había encendido también un quinqué que había dentro, por lo que había bastante luz. Estaba de pié con las manos apoyadas en el mueble de la jofaina, mirándose al espejo. Mi posición era un poco escorada, pero no importaba, pues el reflejo del espejo era perfecto.
Mi madre seguía allí, contemplándose. Su pecho izquierdo continuaba por fuera del camisón. Yo me bajé los pantalones del pijama y reanudé mi paja, un poco nervioso por si tenía que salir corriendo.
Ella sumergió una de sus manos en el agua de la jofaina, y suavemente la deslizó por su cuello, por su garganta. Las gotas de agua resbalaban por su piel y volvían a caer en la palangana. “Plic”, aquel sonido pareció retumbar en la casa; yo volvía a estar excitadísimo, mis sentidos estaban agudizados. Ella siguió mojándose el cuello hasta que en una de las pasadas, su mano bajó hasta su pecho desnudo y comenzó a acariciarlo. Sus dedos empezaron a recorrer el contorno de su pecho, a acariciar su pezón, que enseguida se irguió orgulloso.
Lentamente, deslizó con su mano el tirante del camisón que aún llevaba puesto, con lo que éste cayó al suelo. Se contempló unos instantes en el espejo y continuó sobándose las tetas con una mano. Pude ver cómo la otra se metía entre sus piernas y comenzaba a moverse. En realidad, y dada mi posición, sólo podía ver cómo se acariciaba los pechos, pues el espejo no era de cuerpo entero, pero nuevamente la excitación acudió en mi ayuda.
La mano de mi madre pareció incrementar su ritmo y de pronto estuvo a punto de caerse, como si las piernas le fallasen. Así que se tumbó en el suelo, separó bien las piernas y siguió masturbándose.
¡Qué visión sublime! Se acariciaba con fruición, se tocaba por todas partes, se retorcía de placer. Yo podía oír perfectamente sus gemidos, sus suspiros.
Uuff. Ahhhh. Ummm.
Seguí masturbándome y poco a poco fui acomodando mi ritmo al que marcaba mi madre. Quería correrme con ella.
Súbitamente, la espalda de mi madre se arqueó. Ella encogió las piernas y emitió un pequeño gritito de placer:
¡AAAHHH!
Alguien podía haberlo oído y salir a ver qué pasaba, pero a mí me importaba una mierda. Aceleré el ritmo de mi paja y me corrí. Varios lechazos cayeron sobre mis muslos, en el suelo, en la puerta. Había sido genial.
Sin darme cuenta, me dejé ir un poco hacia delante, por lo que mi cabeza chocó levemente con la puerta. No hizo mucho ruido, pero bastó para devolverme a la realidad. Me asomé a la cerradura y vi que mi madre se había sentado en el suelo y se tapaba el pecho con el camisón mientras miraba hacia la puerta.
¡Me había oído! ¡Joder! Me incorporé como pude y sin subirme los pantalones fui hacia mi cuarto. Entonces, por el rabillo del ojo vi cómo la puerta del cuarto de mi hermana se cerraba rápidamente.
Vaya con Marina – pensé y me metí en mi cuarto como una exhalación, cerré la puerta y a la cama volando.
La sangre me latía en los oídos, estaba muy nervioso y decidí hacerme el dormido. Entonces se abrió la puerta de mi cuarto, una luz penetró en él y se dirigió a la cabecera de mi cama. Era mi madre.
Permaneció allí, de pié unos minutos. Yo, asustado, no me atrevía a mover ni un músculo. De pronto mi nariz captó un aroma familiar, el olor de hembra caliente. Lentamente, procurando que mi madre no me viera, abrí los ojos. Frente a mi cara estaba el coño de mamá. Tapado con el camisón claro, pero por el olor yo sabía que estaba caliente. Y yo también; a pesar del susto, noté cómo mi miembro se endurecía de nuevo (ah, la juventud).
Ella permaneció allí un poco más, hasta que finalmente me acarició la cabeza y me besó, dirigiéndose hacia la puerta. Yo la seguí con la mirada mientras salía y gracias a la luz de su vela, pude ver su silueta desnuda perfectamente recortada a través del camisón.
Un rato después me hice una buena paja recordando esa silueta, y con esa imagen en mente, me dormí.
A la mañana siguiente desperté renovado, con la mente más clara, relajado. Y por supuesto con la picha tiesa, maravillosa juventud.
Me desperecé deliciosamente en la cama, mientras rememoraba los excitantes sucesos del día anterior, hasta que un recuerdo penetró de golpe en mi mente. ¡La corrida!, ¡me había corrido contra la puerta del baño y no lo había limpiado!
Me levanté como un resorte y corrí hacia el baño. La puerta estaba abierta y no se veían restos de semen por ninguna parte, ni siquiera en el suelo. Alguien lo había limpiado. Lo cierto es que jamás me enteré de quién me hizo ese favor.

“También las brujas se enamoran” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

La vida de un cincuentón se ve alterada cuando su hija le pide que acoja a su mejor amiga en casa. Divorciado y con una vida sexual satisfactoria, recordaba a esa colombiana de ojos verdes como una cría y sin prever las consecuencias que provocaría el convivir con ella, acepta pensando en que hacía hasta una obra de caridad. Desgraciadamente, no tarda en comprender su error cuando la presencia de esa criatura empieza a trastocar su cuadriculada existencia y a poner en tela de juicio las reglas morales que había hechos suyas desde niño. Consciente de que Estefany intenta seducirlo, se debate entre la brutal atracción que siente por ella y el dictado de su razón. No en vano ve la diferencia de edad entre ellos como una barrera imposible de obviar.
Todo se complica cuando Antía, una gallega de pelo rojo que lleva años trabajando en su casa, le alerta de que la cría no es quien aparenta. Al preguntarle qué ve raro en ella, su empleada contesta que esa morenita es una bruja con poderes mágicos. El cariño que tenía por su criada fue lo único que evitó que soltara una carcajada al oír tal memez. Por ello, no le hace caso y manda el aviso al rincón de los recuerdos, sin saber que la pelirroja no solo está enamorada de él sino que encima ella proviene de una larga estirpe de “meigas”.
Desde ese momento se entabla una callada lucha entre ellas, llena de pócimas y hechizos. Las dos ven a ese ejecutivo como algo suyo y no están dispuestas a cedérselo a la otra…

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros tres capítulos:

1

Con casi cincuenta años y tras un tormentoso divorcio, la vida sonreía a Gonzalo Sierra. Dueño de un pequeño emporio inmobiliario y una vida sexual más que decente, se consideraba un hombre medianamente feliz. Solo tenía un problema, los tres hijos que había tenido con Marta, su ex mujer. Por motivos genéticos, por el ejemplo que les había dado, o sepa qué azar del destino, sus descendientes habían sido incapaces de mantener una pareja estable. Alberto, el mayor, saltaba de una novia a otra a cada cual más rara. La que no era mucho mayor que él, venía de una familia conflictiva, era alcohólica o directamente una psicópata. Patricia, la mediana, ni siquiera eso. Siendo una mujer guapísima, apenas había tenido novios y si se le preguntaba por los motivos de su soltería, siempre contestaba que los hombres le tenían miedo. Y la pequeña, Isabel, una médica recién graduada que dudaba todavía con veinticuatro años sobre cuál era su sexualidad, pasando de tener como pareja un hombre y a la semana siguiente pasear colgada de una mujer. Según ella, era pansexual.

Siendo Gonzalo de la vieja escuela, la primera vez que su hija le había hablado de esa orientación sexual tuvo que buscarla en internet y así se enteró que la pansexualidad consistía en la atracción hacia otras personas independientemente de su sexo o identidad de género.

            «Joder, en mis tiempos a eso le llamábamos bisexualidad», recuerda que pensó al leerlo y por mucho que tanto la responsable de sus dudas como el resto de sus retoños le intentaron explicar la diferencia, lo cierto es que para él era lo mismo: «A mi hija le gusta la carne y el pescado».

            Aunque ya no vivía con ellos, no era raro que alguno lo llamara para comer y por eso no le extrañó cuando una mañana, Patricia le mandó un WhatsApp pidiendo verlo. Hasta para eso era anticuado y en vez de contestar tecleando su teléfono, la llamó y quedó con ella en verse en un restaurant para cenar. Nada más colgar recordó que había quedado con anterioridad con una conocida con derecho a besos.

            «A Alicia no le importará», se dijo mientras pensaba en qué excusa darle. Pero decidió decirle la verdad, porque también para ella los hijos eran lo primero y varias veces le había cancelado sus citas para ocuparse de ellos.

            Tal y como previó, la abogada comprendió la razón, pero no por ello le obligó a compensarla con un fin de semana romántico en Londres. Aceptando el chantaje como mal menor, le prometió que el siguiente la llevaría a recorrer la capital inglesa.

            «Dudo que nos dé tiempo», sonrió recordando la fogosidad de esa rubia de pechos operados, «es más, no creo que salgamos de la cama».

            Nada le alertó cuando esa noche salía de la empresa que la conversación que mantendría con su nena cambiaría su vida. Mientras encendía su flamante BMW, lo único que se le pasó por la cabeza fue el sablazo que seguramente sufriría su cuenta corriente y es que a pesar de estar empleada en un despacho top de Ingenieros y ganar un buen salario, Patricia tenía un agujero en el bolsillo y cada equis tiempo le pedía dinero. Por eso, casi no habían empezado a charlar cuando decidió ir directo y preguntar cuánto pasta tendría que darle esta vez.

            ―No es eso. Lo que necesito es un favor― hasta indignada contestó.

            Sorprendido de que sus problemas no fueran monetarios, interesado preguntó en que podía ayudar entonces.

            ― ¿Recuerdas a Estefany, mi amiga colombiana?

            Era imposible no acordarse de ese terremoto que Patricia había conocido haciendo Erasmus en Paris. Además de medir uno ochenta, esa morena de ojos verdes era una descarada tan divertida como guapa, que desde el primer día que la conoció le pareció una cría encantadora.

―Sí, que pasa con ella.

―Lleva un par de años pasándolo mal y parece ser que se ha peleado con su viejo.

―No me extraña, ese Ricardo es un perfecto cretino― contestó al recordar cuando durante una visita lo conoció en Madrid y le pareció el clásico potentado iberoamericano que se creía un iluminado por la mano de Dios: ―Pero, ¿qué tiene eso que ver?

―Como trabajaba en la compañía de su padre, se ha despedido y por miedo a buscarse la enemistad de ese hombre, nadie de su ciudad quiere contratarla. Sin otra salida que marchar, me ha pedido ayuda para instalarse en Madrid.

Siendo su hija un tanto descerebrada, ante todo era una buena persona y por eso pensó que lo que le quería pedir es que la contratara.

―Puedo darle trabajo, si es eso lo que te preocupa.

De repente sus mejillas se tornaron coloradas:

―Eso le vendría muy bien, pero anda deprimida y no creo que sea lo mejor. Quizás más adelante.

― ¿Entonces?

―Me ha pedido vivir conmigo mientras se aclara―  como no le pareció raro siendo tan amigas, Gonzalo aguardó a que continuara: ―Pero es imposible, aunque no te lo haya contado, estoy viviendo con un chico.

― ¿Tienes novio? ― preguntó alucinado.

―Sí. Acabamos de empezar y por eso quería pedirte que se quedara en tu casa.

―Pero, ¡Patricia!

―Serán solo un par de meses, mientras se adapta… ¡por favor! ¡Papito! Tu chalet es enorme.

Mientras en la empresa y en la vida era un tipo duro, con sus bebés era un blando y aunque no le apetecía en lo más mínimo que esa cría viniera a trastocar su vida de solterón, no pudo negarse y únicamente preguntó cuándo tenía pensado aparecer por España. Demostrando cómo de calado tenía a su progenitor, la chavala contestó:

―Papa, te conozco y sé que, si te hubiese dado tiempo, hubieras pensado en alguna forma de escaquearte…

― ¿Cuándo llega? ― con un visible y creciente cabreo, la interrumpió.

―Tenemos tiempo de cenar tranquilamente, su vuelo no aterriza hasta las doce― respondió mientras llamaba al camarero para pedir la comanda.

De buen gusto, la hubiese castigado con un par de azotes como hacía cuando era una cría, pero con sus veinticinco años y en un local público eso era algo impensable y por eso decidió reprenderla del modo más cruel que se le vino a la cabeza y con una sonrisa de oreja a oreja, puso sobre la mesa sus condiciones:

―Este sábado me presentarás a ese noviete que me has tenido escondido o ya puedes buscar sitio a tu amiga en un sofá de tu casa.

― ¡No me puedo creer que seas rencoroso! ― exclamó molesta por la imposición.

―Rencoroso es mi primer apellido y Vengativo el segundo. ¿Realmente creías que me iba a quedar callado? Cuando me tengo que enterar que tienes pareja, ¡el mismo día que metes con calzador a una amiga en mi casa!

―Vale, perfecto. Pero esta cena y la comida del sábado las pagas tú… ¡estoy sin un euro!

Sonriendo por esa simbólica, pero inservible victoria, rellenó su copa y se puso a leer la carta mientras trataba de pensar si acomodar a Estefany en el bungaló de la piscina o en una de las habitaciones de la casa. Como lo último que deseaba era tener a esa hispana deambulando por la misma planta donde él dormía, decidió llamar a Antía, la criada, para que prepara esa habitación. Al decírselo, la treintañera que llevaba con él desde el divorcio, le hizo ver que era invierno y que es esa casita no había calefacción.

―Papá, lo mejor es que se quede en mi habitación. ¡Recuerda que es mi invitada!

A punto de soltarle que llevaba tres años sin dormir ahí, prefirió quedarse callado y no decirle que sus reparos en acogerla ahí provenían de que, al ser el cuarto que estaba frente al suyo, la colombiana estaría al tanto de sus movimientos y eso haría imposible que se llevara a alguien a dormir con él.

«Tendré que llevármelas a un hotel», se dijo refunfuñando.

Su enfado se fue diluyendo gracias a los mimos de la manipuladora criatura que había engendrado y es que, sabiendo el enorme sacrificio que hacía, se dedicó a compensárselo a base de cariño.

―Te quiero mucho, papito― le dijo mientras arrancaba el coche para ir al aeropuerto.

―Yo más, mi pequeña― con el corazón henchido de orgullo respondió al sentir sus palabras como una medalla.

No en vano al romper con su madre y aunque ella lo abandonó por otro, siempre le había quedado la duda de si la razón de la ruptura era el poco tiempo que había dedicado tanto a ella como a sus retoños.

Mientras se dirigían a recoger a la muchacha, Gonzalo se intentó auto convencer de que la presencia de esa morena no trastocaría su día a día.

«Puede ser hasta agradable», se dijo recordando el carácter travieso y juguetón que siempre había demostrado las temporadas que había pasado veraneando con Patricia en su casa de Santander.

A su mente llegó un par de trastadas que conjuntamente hicieron y que le sacaron de las casillas como podía ser el robarle el coche para irse de juerga a Pedreña o la fiesta de espuma que montaron el jardín.

«Estefany es encantadora y no dará problemas», concluyó más tranquilo mientras aparcaba en el parquing de la T4 y en el reloj del coche marcaban casi las doce.

Asumiendo tenían tiempo por el tamaño de la terminal y el hecho que viniendo de Hispanoamérica tuviera la obligación de pasar el control de pasaportes, no tuvo prisa alguna en llegar a la sala de espera. Por eso no supo que decir cuando se la encontraron llorando aterrorizada con la idea de que su amiga se hubiese olvidado de su llegada.  Es más, le costó reconocer en ella a la joven que recordaba. Siempre la había visto como una cría que se comería el mundo a bocados y por eso le resultó tan duro verla sollozando en brazos de Patricia.

«Menuda depresión», pensó impresionado al comprobar que las profundas ojeras de su rostro.

Impactado, se quedó observando que lejos de venir vestida de acuerdo a su edad, su indumentaria parecía la de una monja. Con un jersey de cuello alto y una falda hasta los tobillos esa niña anteriormente tan coqueta hubiese pasado desapercibida en una congregación religiosa.

«Algo le ha ocurrido, Este cambio no puede ser motivado por una discusión con su padre», concluyó mientras recogía su equipaje.

Al ser algo que no le incumbía, no preguntó y prefirió adelantarse para que Patricia y la cría pudieran hablar en confianza. Cuando llegaron a donde había aparcado, la tristeza de la chavala parecía haberse incrementado. Su sospecha de que hasta verse su hija no le había anticipado el cambio de planes y que en vez de quedarse en su piso viviría con él, quedó de manifiesto cuando lanzándose a sus brazos se echó a llorar por ser tan bueno de acogerla. Enternecido por el dolor que encerraban sus palabras, dejó que se desahogara en su pecho mientras le decía que podía quedarse todo el tiempo que quisiera.

Su desinteresado apoyo la hizo berrear aún más y mientras intentaba calmarse, le juro que intentaría no ser un incordio.

―Jamás lo serás. Eres de la familia.

―Estefany, Papá está encantado de recibirte y verás como con su ayuda no vas a tardar en recuperarte.

Las palabras de Patricia consolando a la colombiana ratificaron sus sospechas de que su estado tenía otro origen al que su hija había dicho.

«Debió ser terrible para que tuviera que dejar su país con tantas prisas», abriendo la puerta para que pasara al coche, meditó.

Como tenía la seguridad de que tarde o temprano se enteraría, no dijo nada y condujo hasta el chalet. Una vez allí, únicamente se ocupó de subir las maletas y cediendo la responsabilidad de ejercer de anfitrión a su chavala, se encerró en su habitación mientras a través de la puerta le llegaron hasta pasadas las dos el sonido de sus voces charlando o mejor dicho de Estefany llorando y Patricia consolándola….

A la mañana siguiente, su hija le estaba esperando para desayunar. Que se hubiese quedado a dormir en casa, no anticipaba nada bueno. Gonzalo, bien hubiese podido echarle en cara el marrón que le había colocado sobre sus hombros, pero prudentemente se abstuvo de hacerlo y solo preguntó cómo había pasado la noche su invitada.

―Está peor de lo que pensaba.

Que su niña estuviera tan triste era algo que consideró lógico.

―Ya verás qué pronto se le pasa. Un par de días que te la lleves de juerga y volverá a ser la misma.

―Ojalá fuera tan fácil. Tiene mucho que pensar y lo último que quiero es presionarla.

Nuevamente el cincuentón estuvo a un tris de pedir que le confiara lo que le pasaba a su amiga, pero la llegada de ésta al comedor lo impidió. Observando las profundas ojeras que lucía, comprendió que la morena apenas había podido descansar y torpemente al querer entablar conversación con ella, le preguntó si había avisado en Colombia que había llegado bien.

Supo que había metido la pata al oír su contestación:

―No tengo a nadie que me importe en ese país.

La angustia de su tono lo dejó petrificado y sin saber cómo actuar, optó por lo fácil. Dio un beso a su niña y otro a su amiga y se marchó a trabajar. Ya de camino a la empresa, se quedó pensando en que podía haberle sucedido. Por un momento, se le pasó por la cabeza que su depresión fuera debida a un abuso paterno, pero rápidamente lo desechó por lo inconcebible que le parecía una actuación así.

«Debe ser otra cosa», prefirió pensar.

Ya en la oficina, el día a día del trabajo le impidieron seguir reconcomiéndose con la difícil situación de su invitada, hasta que sobre las seis de la tarde recibió la llamada de Antía avisándole que la joven se había encerrado en su cuarto y que ni siquiera había bajado a comer. Preocupado, dejó todo y corrió hacia la casa. Al llegar se dirigió hacia la habitación donde dormía y comenzó a tocar la puerta. Cuando no contestó sus llamadas, empezó a aporrearla y temiéndose lo peor, tomó impulso y consiguió derribarla.

 La escena que se encontró le hizo ver que sus temores estaban fundados al ver a la colombiana tirada en la cama y sobre la cómoda, un vaso y un bote de somníferos vacíos. Asumiendo que la cría había intentado suicidarse, gritó pidiendo ayuda. La pelirroja, al oír sus gritos, subió corriendo y mientras llamaba a emergencias, metió los dedos en la garganta de Estefany haciéndola vomitar parte del veneno que había ingerido.

Siguiendo las instrucciones que les marcaba el sanitario al otro lado del teléfono, entre los dos la desnudaron y la metieron a duchar mientras llegaba la ambulancia. Aun así, fue una suerte que el contacto con el agua helada la hiciera reaccionar y que terminara de echar los barbitúricos que todavía tenía en el estómago. Como su interlocutor les había dicho que tenían que evitar que se durmiera, Gonzalo Sierra no reparó en que estaba desnuda y durante media hora, la tuvo caminando por la habitación hasta que el sonido de la ambulancia llegando le hizo percatarse de su desnudez.

―Váyase a cambiar― dijo la criada cuando llegaron los enfermeros: ―Yo me quedo.

Su jefe agradeció la sugerencia y yendo a su habitación, se quitó la ropa y se secó antes de ponerse otra. Mientras se vestía, no pudo dejar de lamentar el no haberse percatado del verdadero alcance de la angustia de esa criatura y por ello cuando le informaron que el peligro había pasado y que solo había que dejarla descansar, el duro hombre de negocios se desmoronó y dudó si llamar a su hija o no.

Fue la propia colombiana la que avergonzada le pidió que no lo hiciera:

―Su hija insistiría en quedarse conmigo y no quiero que su novio se alebreste.

Aunque le pareció una memez lo que decía, no quiso contrariarla y optó que al menos esa noche no diría nada. La gallega que hasta entonces se había mantenido un poco al margen, viendo que seguía sin ropa, le pidió salir del dormitorio mientras ella se ocupaba de ponerle un camisón.

―Tiene que comer algo. Voy a la cocina y vuelvo― comentó a su jefe que esperaba tras de la puerta.

No queriendo dejarla sola, Gonzalo se acercó a la cama y al verla más tranquila, se sentó junto a ella. Lo malo fue que al tenerlo a su lado se volvió a desmoronar y reclamando sus brazos, se puso a llorar contra su pecho diciendo que no quería seguir viviendo. Nunca había soportado a los que se dejaban derrotar y quizás por ello, de haberse hallado en otra situación o con otra persona, la respuesta del maduro ejecutivo hubiera sido cruzarle la cara con un tortazo, pero al verla tan indefensa se vio impulsado a abrazarla e intentar consolarla.

Desgraciadamente, cuánto más se esforzaba en tranquilizarla, más lloraba y desolado tuvo que soportar que sus gemidos y llantos se prolongaran hasta que Antía apareció con la bandeja de la comida. Avergonzada por su comportamiento, dejó que la dieran de cenar y con el estómago lleno, se consiguió relajar y poco a poco se fue quedando dormida mientras el padre de su amiga y la criada no la perdían de vista.

―Esta muchacha está sufriendo.

Su jefe no respondió mientras se hundía desesperado en el sillón.

2

Esa noche, el cincuentón se quedó despierto velando a la chiquilla. Aunque no fuera su hija, se sentía responsable de ella y por eso solo se separó de ella cuando sobre las ocho llegó la pelirroja a sustituirle. Agotado tras la noche en blanco, se metió a duchar para despejarse. Bajo el agua pensó que de no haber tenido una cita ineludible a las diez se hubiese quedado durmiendo. Tras vestirse y mientras se anudaba la corbata, se asomó a la habitación de la colombiana y viéndola en buenas manos, se fue a trabajar asumiendo que sus problemas no habían hecho más que empezar.

            La confirmación de que así sería le llegó a modo de conferencia y es que nada más llegar a su oficina recibió la llamada de Ricardo Redondo desde Bogotá.

            «¿Qué coño querrá este capullo?», se preguntó mientras Amalia, su secretaria, se lo ponía al teléfono.

            Al pasárselo, el tipo directamente le preguntó si Estefany estaba en Madrid. Pensando que esa pregunta venía motivada por la preocupación paterna, no vio nada malo en contestar que sí y que no se preocupara porque se estaba quedando con él, absteniéndose de comentar nada de lo sucedido la noche anterior. Para su sorpresa, el muy hijo de perra comenzó a despotricar y de malos modos le urgió a echarla porque según él su hija era un peligro para todos aquellos que la tuviesen cerca y que solo él era capaz de cuidarla. Durante poco menos de un minuto soportó sus impertinencias, pero cuando el colombiano se atrevió a amenazarle directamente lo mandó a la mierda y colgó.

            «Menudo imbécil», exclamó para sí mientras a su mente volvía la sospecha de que ese malnacido hubiese abusado de la chavala, ya que su actitud era lo último que alguien podría esperar de un buen padre, y parecía la de alguien sumamente celoso.

            «Esta niña no se va a ninguna parte, ¡de eso me ocupo yo!», se dijo convencido de que su deber era ayudarla.

            El resto de la mañana no pudo dejar de pensar en ella y en las razones de su sufrimiento mientras trataba infructuosamente centrarse en la oferta que tenía que mandar a una empresa americana.

            «Si consigo que me hagan su socio en España, al día siguiente mi compañía valdría el triple», meditó prohibiendo que Amalia le pasara otra llamada.

            No fue hasta el mediodía cuando viéndose incapaz de terminar la oferta decidió llamar a casa y preguntar por la chiquilla. Antía le contestó que había conseguido que Estefany se tomara el desayuno, pero que no había podido conseguir que saliera del cuarto.

            ―No deja de llorar― añadió cuando la interrogó sobre lo qué hacía.

            ―Tenla vigilada, no vaya a ser que haga una tontería― le ordenó, aunque sabía por la bondad de la mujer que no hacía falta.

Tras colgar, decidió llamar a Patricia para hacerle partícipe de que el padre de su amiga lo había llamado exigiendo que la pusiera en la calle, por si así conseguía que le contara cual era la verdadera razón que había llevado a la morenita a cruzar el charco. Tras tres timbrazos, lamentó que tuviese el teléfono apagado y por eso únicamente le pudo dejar en el contestador que necesitaba hablar con ella.

Reconociendo que era incapaz de concentrarse, decidió volver a casa y comprobar en primera persona, el estado de la chavala. Durante el trayecto, intentó pensar en qué decir para sacarla de la depresión, pero como el trato con la gente no era uno de sus fuertes no se le ocurrió nada. Tras aparcar en el chalet y oyendo que la gallega a su servicio estaba ocupada en la cocina, subió por las escaleras en dirección al cuarto que había puesto a disposición de la latina.

Al llegar y no verla, entró en el dormitorio temiendo que la joven estuviese llorando en el baño o algo peor. Por ello, no pensó en que se estuviera duchando cuando abrió la puerta. La silueta de Estefany completamente desnuda bajo el agua lo impactó y durante unos segundos se quedó admirando su indudable belleza. Aunque ya sabía que esa cría era un monumento, no pudo dejar de asombrarse del tamaño y forma de sus pechos.

«¡Por Dios! ¡Es preciosa!», se dijo mientras intentaba retirar la mirada.

Ajena a estar siendo observada, su invitada se estaba enjabonando el trasero y eso le permitió valorar los impresionantes cachetes de los que era dueña. Instintivamente, comenzó a babear deseando que fueran sus manos las que estuviesen recorriendo esas maravillas.

«¡Qué coño hago!», se dijo al darse cuenta de la atracción animal que sentía y muerto de vergüenza, huyó de la habitación.

Ya en el salón, se sentó y se puso a lamentar que, comportándose como un cerdo, se hubiese quedado espiando absorto los atributos de la colombiana.

«No me puedo creer que Patricia haya metido esa tentación en mi casa», descargando la culpa en su hija, masculló mientras intentaba dejar de pensar en las contorneadas piernas que a través del vapor había disfrutado.

Con esa sensual imagen grabada en su cerebro, se sirvió un whisky que le hiciera más pasable el pavor que sentía por haber obrado como un viejo verde.

«Le llevo veintitantos años, ¡puedo ser su padre!», hundido en la miseria, estaba murmurando cuando un ruido le hizo girar y vio que la culpable de su azoramiento se acercaba con cara triste.

―Don Gonzalo, le pido perdón por lo de anoche― con dos lágrimas cayendo por sus mejillas, susurró.

El dolor que destilaba su tono le hizo abrazarla y tratar de consolarla. Como ya había ocurrido con anterioridad, Estefany se desmoronó al sentirse quizás a salvo. Lo que no sabía la morena y Gonzalo nunca lo confesaría es que al mimarla el recuerdo del agua cayendo por su piel volvió con fuerza a su cerebro y espantado por el peligro de sentirse descubierto, el maduro intentó no pensar en ello. Por eso cuando ya su pene comenzaba a crecer bajo el pantalón, recibió con agrado que la chavalilla se separara de él y preguntara a qué se debía su presencia en el chalet, ya que lo usual era que llegara de trabajar entrada la noche.

―Estaba preocupado por ti― reconoció sin ambages.

Por raro que parezca, esa confesión molestó a la joven y separándose de él, le pidió no volver a cambiar ningún aspecto de su rutina por su causa.

―Júremelo o me voy― le gritó bordeando la histeria.

Su reacción despertó las alertas de Gonzalo y pensando nuevamente en el viejo de su invitada creyó ver en su nerviosismo que temía que el estricto control parental se volviese a repetir, pero teniéndole a él como protagonista.

Asumiendo que era así, bajando el tono de su respuesta, replicó:

―Si lo que te da miedo es que intente controlarte, ya puedes irlo olvidando. No soy tu padre y menos tu pareja, por mí puedes comportarte como quieras… siempre que lo de anoche no se vuelva a repetir.

Prometiendo que nunca volvería a intentar quitarse de en medio, sonrió y esa sonrisa que iluminó su cara la convirtió en una diosa y a él en su firme admirador. Conteniendo las ganas de quedarse adorándola, preguntó a Antía si tenía lista la comida porque tenía hambre. Para su sorpresa, la eficiente criada llegó muerta de vergüenza y le recoció que no había tenido tiempo de terminar de cocinar y que al menos tendría que aguardar una hora.

«No tengo tanto tiempo», pensó y mirando a Estefany, preguntó si le apetecía ir a comer con él al restaurante de la esquina.

De primeras se negó, aduciendo que no se sentía con ganas de cambiarse de ropa. Observando que llevaba un jersey ancho y una falda larga, indumentaria muy parecida a la que llevaba cuando la recogió en el aeropuerto, Gonzalo no aceptó sus excusas y únicamente le mostró la puerta.

―Te vienes conmigo. No se hable más.

Bajando la mirada mientras esbozaba una sonrisa, pícaramente, contestó:

―Sí, amo.

Por un momento, el cincuentón se quedó helado. Pero al mirarla y ver que estaba de broma, reconoció por primera vez en ella a la dulce y traviesa criatura que había conocido años antes. Viéndolo como un síntoma de su recuperación, riendo la avisó que se diese prisa o se la llevaría a rastras.

―No hace falta, soy una niña muy obediente― cogiendo su bolso, comentó y con paso alegre salió de la casa.

La comida resultó un agradable interrogatorio por su parte en el que nada quedó a salvo de sus preguntas. Desde los motivos de su divorcio, si tenía novia o la marcha de su empresa. La forma tan divertida en que planteó esas cuestiones evitó que se sintiera molesto e incluso le reconoció las dificultades que había tenido esa mañana para centrarse en el nuevo contrato.

Aun así, le sorprendió al dejarla en casa que esa niña le diera un beso en la mejilla mientras le avisaba que no le quería de vuelta hasta que hubiese dejado finalizada la oferta.

―Sí, bwuana― respondió muerto de risa a lo imperativo de esa orden.

―Cuando acabes y si no te importa, me gustaría que viéramos juntos un capítulo de Blacklist, una serie a la que soy adicta.

Despelotado, el maduro hombretón confesó que él también estaba totalmente picado con la historia de ese gánster y que estaba a punto de terminar de ver la séptima temporada.

―Te llevo dos capítulos de ventaja, pero no me importaría volverlos a ver.

Con ello acordado, Gonzalo se fue a la oficina y sin darse cuenta se enfrascó completamente en el asunto con los americanos, descubriendo aspectos en los que podrían sumar fuerzas que hasta entonces no había caído. Eran ya las once de la noche cuando al terminar se percató de lo avanzado de la hora y mandando por email la oferta, se fue a casa.

Al llegar, se dirigió a la cocina a ver qué le había dejado la pelirroja y ante su sorpresa, se encontró a Estefany esperándolo con una sonrisa.

― ¿Qué tal te fue? ¿Conseguiste darle forma?

Algo en su tono hizo que más que una pregunta hubiese sido una afirmación y desternillado, bromeó con ella diciendo que era un hombre de palabra y que si había llegado tan tarde era porque le daba miedo entrar en la casa sin haberlo terminado.

―No soy tan mala― protestó.

La ternura de su voz lo dejó sin habla y tratando que no notara su nerviosismo, preguntó si había cenado.

―No, te estaba esperando. Ahora sé niño bueno y vete a descansar en el sillón mientras la caliento.

Que lo tratara como un crio lo hizo reír y cogiendo una cerveza de la nevera, no vio nada malo en dejarse mimar por la chavala. Ya en el salón, se dejó caer en el sofá de tres piezas, sin saber que al llegar Estefany se sentaría a su lado en vez de hacerlo en el otro. Tampoco le pareció tan extraño al ver que así la televisión le quedaba de frente y charlando con ella, cenaron.

Cuando acabaron, Gonzalo buscó en la pantalla Netflix para seleccionar la serie, pero entonces la casualidad quiso que hubiesen repuesto una película de Halle Berry que le habían dicho que era un peliculón. Sin saber realmente nada sobre su contenido, preguntó a la morena si le apetecía verla.

―Ponla, veo que a ti sí y prometiste que no ibas a cambiar nada para agradarme.

Como en parte tenía razón, no dudó en seleccionar Monster´s Ball en la televisión y se pusieron a verla.  Desde el principio al cincuentón le pareció una obra de arte en la que se mezclaba racismo con una descarnada historia de amor entre la mujer de un hombre que acababa de ser ejecutado y su verdugo. En cambio, a la chiquilla le debió aburrir porque cerrando los ojos posó la cabeza en el hombro de su benefactor y se quedó dormida. Como eso era algo que muchas veces habían hecho sus hijas, Gonzalo lo aceptó con naturalidad y siguió viendo la película.

En un momento dado, cuando el protagonista se ofreció a llevar a la viuda a casa, recordó que si le habían hablado de esa cinta era por la escena en que Halle Berry se entrega al carcelero. Sabiendo que era brutalmente erótica, se removió incómodo al tener a Estefany durmiendo en su hombro. Mirando de reojo, oyó su respiración y decidió continuar. La pantalla mostraba para entonces a la pareja llegando a donde vivía la viuda e invitándolo a pasar, abrió una botella de Jack Daniels que era la preferida de su difunto esposo.

El dolor que llevaban acumulado en sus precarias vidas se desbordó y ya borrachos, comenzaron a ver unos dibujos que había realizado el marido y el hijo de la camarera mientras a su lado la cría comenzaba a roncar con la suavidad de una gatita. Viendo su tranquilo dormitar, paró la cinta y se sirvió una copa. Al volver la cría, se movió y dejándose caer, apoyó la cabeza sobre el muslo del cincuentón. Por un momento, sintiéndose incómodo, estuvo a punto de despertarla. Pero no lo hizo y volvió a poner la película.

En ella, Halle Berry llevaba una blusa de tirantes de color morada y una minifalda negra que parecían sacadas de un rastrillo. La humildad de su ropa no menguaba la belleza de la actriz.

«Aun así está buenísima», se dijo mientras en la pantalla se echaba a llorar recordando a su hijo.

Cuando el tipo la intenta consolar, se vio siendo el protagonista masculino de la historia mientras la femenina por arte de magia se había convertido en la colombiana.

―Quiero que me haga sentir mejor― Estefany le rogó en la pantalla mientras se bajaba los tirantes y ponía los pechos a su disposición.

Horrorizado, giró la cabeza hacia abajo y al ver que seguía dormida, no tuvo fuerzas de apagar la cinta al ver que, subiéndose sobre él, le pedía que le hiciera sentir bien.

«Estoy soñando», se dijo mientras observaba a su otro yo despojándola de la blusa.

― ¿Puedes hacerme sentir bien? ― insistía la amiga de Patricia al sentir los labios de Gonzalo en sus senos mientras llevaba las manos hasta su falda.

La necesidad de la mujer se incrementó al verse solamente en bragas y girándose sobre el sofá, se puso a cuatro patas para que el cincuentón y no el actor la hiciera suya.

Sin entender cómo era posible vio que el trasero al que se estaba follando en la cinta era el mismo que había visto duchándose.

«No es posible», se dijo mientras su alter daba unos bruscos azotes en el pandero de esa morenaza.

La rapidez con la que en la televisión iban cambiando de postura y del perrito pasaban al misionero lo tenía totalmente alelado.

«Somos nosotros», exclamó advirtiendo que hasta el protagonista tenía su misma marca de nacimiento en el trasero.

Ya totalmente excitado, vio en la pantalla a Estefany empalándose sobre él y a los pechos que tanto le habían impresionado rebotando al ritmo en que lo montaba hasta que cayendo sobre él se corría mientras su yo la tenía sujeta con las manos en el trasero. La sensualidad con la que la morenita movía las nalgas para disfrutar de los últimos coletazos de placer lo aterrorizó y más cuando oyó la voz de la chiquilla agradeciéndole en el oído que lo necesitaba, que no sabía cuánto necesitaba sentirse amada.

Sin entender qué pasaba, apagó la televisión y durante más de un minuto, se quedó callado temiendo incluso bajar la mirada por si la joven se hubiera percatado de su erección. Cuando al fin pudo reunir el coraje suficiente para mirarla se la encontró todavía durmiendo, pero con la misma sonrisa que muchas veces había visto en sus amantes después de haber follado.

«Estoy imaginándomelo todo», pensó y negando lo que había sentido y visto, adujo esa alucinación al cansancio.

Comprendiendo que no podía dejar a la cría durmiendo en el salón, la tomó en brazos y como tantas veces había hecho en el pasado con Patricia o con su hermana, la llevó hasta la cama. Una vez allí, con la ternura de un padre, la tapó y estaba apagando la luz cuando entre sueños escuchó a Estefany susurrar:

―Gracias, por hacerme sentir bien…

3

El sonido del despertador lo sorprendió en mitad de un sueño el que Estefany llegaba a su cama en silencio y sin preguntar se acostaba a su lado totalmente desnuda. Lejos de cabrearle la interrupción, al abrir los ojos y percatarse de que nada era real, sonrió y decidió que esa tarde quedaría con Alicia a echarle un polvo.

«Tengo las hormonas a flor de piel, parezco un adolescente», de mejor humor al haberlo decidido, se metió al baño.

Tras la ducha, se vistió y bajó a desayunar donde para su extrañeza, su joven invitada estaba tomándose un café mientras leía el ABC.

― ¿Qué tal has dormido? ― preguntó al verla recuperada.

―Estupendamente, hacía tiempo que… no me sentía tan bien.

Que nuevamente usara la misma frase que la actriz durante su entrega en la película, le hizo sospechar que la joven se estaba burlando de él, pero al ver su mirada franca comprendió que había sido casualidad y mientras la criada le ponía enfrente un plato de frutas, la vio tan interesada leyendo que quiso saber qué era lo que la tenía ensimismada.

Levantando la mirada del periódico contestó señalando un anuncio de una subasta:

―Gonzalo, ¿cómo es posible que subasten este edificio a este precio? ¿No es demasiado barato?

Al ser algo de su actividad, el cincuentón lo cogió y comenzó a leer mientras contestaba:

―El precio de salida no suele ser el de cierre, sino otro mucho más elevado.

Acababa de decirlo, cuando de manera imprevista reparó en que la propiedad que estaban licitando era la misma que él llevaba años intentando comprar, pero que nunca había podido llegar a un acuerdo con su dueño.

«No me jodas, ¡ese cretino debe haber quebrado!», se dijo y recortando la página, ya se iba a toda prisa, cuando recordó que no se había despedido y retrocediendo sobre sus pasos, tras dar a la chavala un beso en la mejilla, le dijo adiós.

―Que te vaya bonito― escuchó a la colombiana decir ya en el pasillo.

Sin exteriorizarlo, pensó:

«Gracias a ti, seguro».

Nada más llegar a su despacho, llamó a Tomás Guijarro, su director financiero y le pidió saber cuánto dinero le podía conseguir antes de las doce.

― ¿Lo quiere en efectivo?

―No joder. Quiero pujar por esta propiedad― enseñándole el recorte del periódico, contestó: ―pero antes de comprometer unos fondos que luego pudiésemos necesitar, quiero que llames a todos los bancos y me digas cuál es la suma que se comprometen a prestarnos si llegamos a ganar la subasta. 

El pequeño margen de maniobra que le había dado hizo que a las once y media volviese con las orejas gachas y le reconociera solo haber sacado el compromiso del Banco de Santander por seis millones de euros.

―Con eso no tenemos nada qué hacer― malhumorado al ver esfumarse la oportunidad contestó, pero aun así abrió la web donde se subastaba y viendo que las pujas iban en tres millones y medio, la incrementó en un millón.

«No tardarán en sobrepasarme», seguro de perder, se dijo mientras iban pasando los minutos.

Sobre las doce menos cinco, sus temores se hicieron realidad cuando otro pujador ofertó cinco millones. Como solo tenía uno de margen, no lo dudó y tecleó en el tejado cinco cien.

«Ese edificio vale al menos diez», se dijo temiendo que su rival respondiera con una cantidad inasumible para él.

Pero para su sorpresa, la subasta cerró y nadie había superado su puja. Sin llegárselo a creer, llamó a la empresa que lo subastaba y confirmó que se convertiría en su dueño, si depositaba antes de una semana la suma marcada.

«Al final, esta chiquilla me traerá suerte», concluyó y alegre por tamaño éxito decidió llamar a Alicia para celebrarlo entre sus brazos.

El destino hizo que la abogada estuviera inmersa en un asunto legal de enorme importancia y lamentándolo mucho, le dijo que no. Por lo que al salir del trabajo sobre las siete, no le quedó otra que volver a su casa. Allí se topó con Estefany esperándolo en la puerta, vestida igual que Halle Berry en la película. No creyendo en las coincidencias, la saludó temeroso mientras intentaba evitar hundir sus ojos en el profundo escote de la blusa de tirantes que llevaba puesta. Aun así, no pudo evitar caer en la tentación y mientras la niña le preguntaba por su día, buceó con la mirada entre sus pechos.

«¡Como está la condenada!», exclamó mentalmente mientras veía crecer dos gruesos botones bajo esa tela morada.

Completamente desconcertado por la reacción involuntaria de la chavala, preguntó por Antía.

―Está en la cocina preparando uno de sus platos preferidos― con sus mejillas todavía coloradas al sentirse descubierta, respondió.

Intrigado por esa respuesta, Gonzalo se acercó donde la treintañera se debatía entre fogones y alucinado descubrió que la colombiana no había mentido al tomar de una fuente una croqueta y descubrir que estaba hecha con queso de cabrales.  Ese sabor lo retrotrajo a su infancia y a su aldea perdida en los picos de Europa.

«No puede ser», pensó mientras una lágrima corría por sus mejillas: «Es la receta de Mamá».

Sintiéndose niño después de tantos años, no pudo dejar de coger una segunda y mientras saboreaba ese manjar, se preguntó cómo era posible. Sin pensarlo dos veces, preguntó a la pelirroja de donde había sacado la idea, pero sobre todo quién le había dado la receta.

―Fue la chiquilla. Por lo visto, recordó que un verano en Santander la llevó a un chiringuito donde usted se hartó de comer este tipo de croquetas.

Aunque no lo recordaba, lo dio por bueno e impulsado por el hambre tomó la tercera antes de volver donde la cría a darle las gracias. La hispana al escucharlo, sonrió y como si fuera una práctica habitual a la que no pensaba renunciar, le pidió si después de cenar podía quedarse dormida como la noche anterior.

―Fue la primera vez en semanas que pude descansar― comentó al ver su cara de espanto.

La desolación de su rostro pensando que se iba a negar lo enterneció y siendo consciente de lo poco apropiado que era permitir que esa cría descansara usando su muslo como almohada, iba a ceder cuando en el último momento le informó que no le apetecía ver la televisión, sino leer.

―Entonces, perfecto. Te prometo no incordiar mientras disfrutas del libro.

 Que le hubiera malinterpretado y viera en su respuesta una aceptación, lo dejó sin argumentos y se quedó callado. La cría parecía satisfecha y sin despedirse, se dirigió hacia su cuarto. Gonzalo, que para entonces no entendía nada, se percató que de espaldas el parecido con la actriz era todavía más patente y que incluso la forma con la que caminaba embutida en esa minifalda, se la recordaba.

«Quizás sea todavía más guapa», se dijo buscando unas diferencias que no veía y siniestramente excitado al recordar la escena, prefirió ponerse una copa.

Sin darse cuenta, escogió entre todas las botellas de su bar una de Jack Daniels. Al dar el primer sorbo, fue cuando cayó en la cuenta de esa elección y asustado como pocas veces al saber que era la misma bebida con la que los protagonistas se habían emborrachado, decidió no tentar la suerte y tirándola en el baño, rellenó su copa con vodka.

«Esto es ridículo. Ha sido casualidad», meditó menos convencido que horrorizado.

Se acababa de sentar para disfrutar de la copa cuando por la puerta apareció su criada y tomando asiento frente a él, le preguntó de dónde había sacado a esa extraña joven. Su pregunta lo cogió con el pie cambiado cuando sabía a ciencia cierta que la treintañera conocía perfectamente que era la amiga de su hija Patricia.

―Señor, no se lo digo porque no sea encantadora, que lo es, sino porque parece conocer cada uno de sus gustos como si hubiese vivido siempre en esta casa. Por ejemplo, hoy cuando acomodaba su ropa en el armario me equivoqué y puse una de sus camisas de sport junto a las de trabajo, con dulzura me reprendió diciendo que usted tiene tan aprendido dónde van que ni siquiera se fija en la que toma.

―Coño, Antía. Cualquiera se hubiese dado cuenta de que estaba fuera de sitio― respondió sin darle importancia.

―Quizás, pero hay otros detalles que no me cuadran― y sacando del bolsillo, un papel se lo puso en las manos: ―Fíjese en la lista de la compra que hoy elaboró y dígame si alguien que no le conozca a conciencia es capaz de hacerla.

Leyendo con detalle la misma, no vio nada extraño y así se lo hizo saber.

― ¡Por dios! ¿No se ha dado cuenta? Sabe la marca de desodorante que usa, las frutas o las verduras que prefiere, los cortes de carne que le entusiasman e incluso algo tan privado como el tipo de antiácido que toma cuando se le pasan las copas.

Siendo extraño, no le pareció descabellado que con ganas de agradar hubiese hablado con Patricia y comentándoselo a la mujer, volvió a quitarle hierro. La pelirroja, nacida en la Galicia más profunda, reveló su creencia en lo sobrenatural diciendo:

―Puede ser, pero a mí me parece que esa niña es capaz de leer los pensamientos como una meiga.

Al escuchar esa memez, se echó a reír provocando el cabreo de la gallega. La cual indignada se marchó farfullando de vuelta a la cocina que la cena estaba lista. Pensando en las croquetas, fue a avisar a la muchacha. Cuando iba a pasar a su habitación, recordó cómo la había pillado duchándose y prefirió tocar antes de entrar.

―Ya salgo― la oyó decir mientras la puerta se entreabría y a través de la rendija, veía que se estaba subiendo la falda.

Casi se desmaya al comprobar no tanto la perfección de su trasero, sino que llevaba el mismo tipo de tanga de la escena erótica que se había visto protagonizando con ella en su alucinación. Sin esperar a que saliera, bajó totalmente confundido las escaleras. Mientras esperaba su llegada, comprendió que, por alguna razón al darse cuenta de lo mucho que le impresionó ver a Halle Berry haciendo el amor, Estefany había decidido imitarla. Por eso cuando la cría llegó, la recibió con uñas y sentándose en la mesa, apenas habló durante la cena.

Si la hispana se dio cuenta de su cabreo, no lo demostró. Es más, demostrando que además de guapa tenía una cabeza perfectamente amueblada, comentó las noticias de la jornada haciendo especial hincapié en una en la que el locutor había hablado de una compañía que iba a salir a bolsa al día siguiente:

―O mucho me equivoco o ese valor va a subir como la espuma.

Aunque parte de su dinero estaba invertido en ese tipo de valores, no le prestó atención y siguió cenando. Al terminar, pidió a Antía que le preparara un café y se fue al salón. Una vez allí, de la estantería donde tenía los que todavía no había leído, cogió uno al azar y sentándose en el sofá, se puso a ojearlo. Al ver que trataba sobre el inconfesable amor entre un maduro y una joven, pensó en tomar otro. Pero entonces, trayendo ella el café, apareció Estefany y tras dejarlo sobre la mesa, se tumbó en la posición de la que había hablado.

Sintiéndose contra la pared y observando de reojo que tenía ya los ojos cerrados, comenzó a leer. Muy a su pesar, no tardó en verse subyugado por la historia y a la tercera página ya se había olvidado de la chavala. Sus temores volvieron con fuerza, al comprobar francamente acojonado que en ese libro el autor con pelos y señales reseñaba lo que había sentido él al descubrirla enjabonándose en la ducha.

«¡Es imposible!», exclamó para sí y releyendo el mismo pasaje una y otra vez no halló nada que difiriera de lo que había vivido.

Intrigado, aceleró la lectura para quedarse horrorizado cuando vio en blanco y negro que el ejecutivo se hacía rico siguiendo los consejos de su musa sin que esta le pidiese a priori nada sexual a cambio. Recordando la subasta de la mañana se vio reflejado y siguió leyendo.  Ya en el segundo capítulo, la joven cambió de actitud y un buen día al llegar de la oficina, el maduro se la encontró semidesnuda esperándolo en la puerta. Tan impactado se quedó el protagonista al verla en negliggé que nada pudo hacer para evitar que agachándose lo descalzara mientras le informaba de lo mucho que su cachorrita lo había echado de menos.

Dejando el libro sobre la mesilla, Gonzalo cerró los ojos y se imaginó a Estefany actuando como la musa. Contra su voluntad, se vio levantándola del suelo y metiendo las manos bajo el sugerente camisón. Por raro que parezca, le pareció sentir la calidez de la piel de la hispana bajo sus yemas y su pene reaccionó adquiriendo un grosor que no recordaba. Fue entonces, cuando sin previo aviso tuvo que volver a la realidad al escuchar un gemido a su lado.

―Por favor, sigue imaginando― con la cabeza todavía sobre su muslo oyó a Estefany suspirar.

Dominado por una extraña lujuria al notar que seguía dormida, cerró de nuevo los párpados y en su mente, la empotró contra la pared mientras le desgarraba el tanga.

―Hazme tuya― percibió el sollozo de la joven mientras en su cerebro jugaba con los pliegues de su feminidad.

Excitado y sintiéndose culpable, se imaginó su pene tomando posesión de la joven lentamente y a ella retorciéndose al sentir su vagina avasallada de esa forma. Sin llegarlo a comprender notó como terminaba de incrustárselo como si fuera real y preso de lo que estaba experimentando, comenzó a cabalgarla con decisión.

― ¡Me encanta! ― sobre su muslo, chilló la morena entusiasmada cuando en su imaginación la acuchillaba sin pausa.

Ya sin ningún pudor, la sujetó de los pechos mientras aceleraba sus embestidas. La Estefany de su sueño no solo no se quejaba, sino que colaborando con él comenzaba a mover desenfrenadamente el trasero al ritmo que su tallo le marcaba. Sin llegar a ser consciente de que lo que hacía en su mente era sentido por la chavala, siguió poseyéndola una y otra vez alternando cada embestida con un pellizco en sus pezones.

― ¡No pares de cogerme! ― llegó a sus oídos el alarido de la joven mientras en su cerebro le soltaba el primero de una serie de azotes.

Azuzado por sus gritos siguió castigando sus nalgas al tiempo que como si fuera un martillo neumático su hombría iba demoliendo una a una las defensas de la mujercita en su imaginación.

―Me corro― escuchó que balbuceaba la real mientras la otra sucumbía al placer salpicando con flujo sus piernas.

En ese instante, para Gonzalo, la escena era tan vivida que incluso le pareció oler el aroma a sexo que desprendía cada vez que la empalaba y contagiándose de su placer, su pene explotó derramando su imaginaria semilla en el interior de Estefany. Al eyacular en ella, la chavala se retorció en un nuevo orgasmo y cayendo lentamente al suelo, comenzó a reír diciendo:

―Hoy sí que voy a dormir como una bebé.

Entonces y solo entonces, el cincuentón abrió los ojos para descubrir que, sobre su muslo, la chavala sonreía. Cortado como pocas veces, trató de disimular y lo primero que se le ocurrió fue preguntar qué era lo que había dicho.

Desternillada de risa, la joven se levantó y acomodándose la minifalda, contestó:

―Lo sabes bien, mi amado maduro.

Pálido hasta decir basta, la vio caminando hacia la puerta con las piernas abiertas como si estuviera escocida tras haber follado salvajemente y antes de marcharse por el pasillo, se giró y lanzándole un beso, añadió:

―Esta noche, intenta no soñar conmigo, ¡me has dejado agotada!…

“Dueño inesperado de la madre y de la esposa de un amigo” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. A Gonzalo Alazán nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Enfermo y moribundo, Julio le informó que le había nombrado su heredero a pesar que tenía una mujer y que su madre seguía viva.
Extrañado por esa decisión pero a la vez,interesado porque además de inmensamente rico, la madre de su amigo había poblado sus sueños en la adolescencia y para colmo era el marido de un bellezón. Al preguntar por los motivos que tenía para desheredarlas, Julio le contestó que ambas eran incapaces de administrar su dinero por lo que había pensado en él para que nada les faltase.
No deseando aceptar esa responsabilidad, llegó al acuerdo de visitar la finca donde vivían los tres y así comprobar si tenía razón al pedirle ayuda..

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los TRES PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1 – LA ENFERMEDAD DE JULIO

El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. Hombres y mujeres estamos en sus manos y estamos impotentes ante sus muchas sorpresas. A veces son malas, otras pésimas y en la menor de las ocasiones, te sorprende con una campanada que te cambia la vida de un modo favorable. Curiosamente un buen día para Fernando Alazán, una mala noticia se convirtió en pésima sin saber que con el tiempo, esa desgracia se convertiría en lo mejor que le había ocurrido jamás.
Nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Como tantas mañanas, estaba en el despacho cuando Lidia, su secretaria, le avisó que tenía visita. Extrañado miró su agenda y al ver que no tenía nada programado, preguntó quién deseaba verle.
―Don Julio LLopis― contestó la mujer y viendo su extrañeza, aclaró: ― Dice que es un amigo de su infancia.
―Dígale que pase― inmediatamente respondió porque no en vano, ese sujeto no solo era uno de sus más íntimos conocidos sino que para colmo estaba forrado.
Mientras esperaba su aparición, Fernando se quedó pensando en él. Llevaba al menos seis meses sin verle porque sin despedirse de nadie, se había marchado a vivir a su finca que tenía en Extremadura. Aunque a todos sus amigos esa desaparición les había resultado rara, él siempre había objetado que si lo pensaba bien, no lo era tanto:
―Con una esposa tan impresionante, no me importaría dejar todo e irme al fin del mundo con ella― comentó a uno que le preguntó, recordando a Lidia, su mujer. Debido a que sin pecar de exagerado, para él, Lidia era la mujer más impresionante con la que se he topado jamás. Morenaza, de un metro setenta, la naturaleza la ha dotado de unos encantos tan brutales que en el interior de su cerebro sostenía que nadie en su sano juicio perdería la oportunidad de pasar una noche con ella aunque eso suponga perder una amistad de años.
Mientras espera su llegada, tuvo que confesarse a sí mismo que si Julio seguía siendo su amigo, se debía únicamente a que jamás había tenido la ocasión de echarle los tejos y que de haber visto en sus ojos alguna posibilidad, se hubiese lanzado en picado sobre ella. Tenía para colmo las sospechas que detrás de esa cara angelical, se escondía una mujer apasionada.
«Por ella sería capaz de hacer una tontería sentenció al rememorar ese cuerpo de lujuria que hacía voltear a cuanto hombre que se cruzaba con ella.
«No solo tiene unos pechos grandes y bien parados sino que van enmarcados por un cintura de avispa, que es solo la antesala del mejor culo que he visto nunca», pensó justo en el momento que su marido cruzaba su puerta.
El aspecto enfermizo de mi amigo le sobresaltó. El Don Juan de apenas unos meses antes se había convertido en un anciano renqueante que necesitaba de un bastón para caminar.
―¿Qué te ha pasado?― exclamó al percatarse de su estado.
Julio, antes de poder contestar, se sentó con gran esfuerzo en la silla de confidente que tenía frente a su mesa. Esa sencilla maniobra le resultó increíblemente difícil y por eso con un rictus de dolor en su rostro, tuvo que tomar aliento durante un minuto.
―Cómo puedes ver, me estoy muriendo.
La tranquilidad con la que le informó de su precario estado de salud, le desarmó e incapaz de contestar ni de inventarse una gracia que relajara el frío ambiente que se había formado entre ellos, solo pudo preguntarle en que le podía ayudar:
―Necesito tus servicios ― contestó echándose a toser.
Su agonía quedó meridianamente clara al ver la mancha de sangre que tiñó el delicado pañuelo que sostenía entre las manos. El dolor de mi amigo le hizo compadecerse de él y olvidando la profesionalidad que siempre mostraba en el bufete, respondió:
―Si quieres un abogado, búscate a otro. ¡Yo soy tu amigo!
Tomando su tiempo, el saco de huesos que pocos meses antes era un destacado deportista, insistió:
―Exactamente por eso y porque eres el único en que confío, vengo a informarte que te he nombrado mi heredero.
Las palabras del recién llegado le parecieron una completa insensatez y por ello no tuvo que meditar para espetarle de malos modos:
―¡Estás loco! ¡No puedo aceptar! Tienes a Lidia y si no crees que se lo merece, todavía te queda tu madre…
Fernando no se esperaba que con una parsimonia que le dejó helado, Julio le rogara que permaneciera callado:
―Ninguna de las dos tiene capacidad para afrontar lo que se avecina y por eso, quiero pedirte ese favor. Necesito que una vez haya muerto, queden bajo tu amparo.
La rotundidad con la que hablo, diluyó parcialmente sus dudas y sin sospechar la verdadera causa de esa decisión y asumiendo una responsabilidad que no debía haber nunca aceptado, accedió siempre y cuando pudiera ceder en un momento dado la herencia a sus legítimas dueñas.
―¡Por eso no te preocupes! En el testamento, he dispuesto que de ser voluntad de Lidia o de mi madre el hacerse cargo de la herencia, esta pase automáticamente a ellas.
«No comprendo», rumió como abogado, «si les da ese poder, realmente y en la práctica, solo seré su albacea hasta que decidan que ellas se pueden valer por sí mismas».
En su fuero interno, Fernando creyó que lo que su amigo le estaba pidiendo es que le ayudara a que su esposa y su madre no hicieran ninguna tontería una vez fallecido y por ello, más tranquilo, aceptó ya sin ningún reparo. El enfermo al oír que su amigo accedía a tomar esa responsabilidad y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, le invitó a pasar ese fin de semana a su finca para que así tener la oportunidad de cerrar todos los flecos.
―Cuenta con ello― Fernando respondió y temiendo por el estado de Julio, únicamente cerró el trato con un ligero apretón de manos, debido a que hasta el más suave abrazo podía dañar su delicada anatomía.
Quedando que ese mismo viernes iría, le acompañó hasta un taxi. Mientras le veía marchar, no pudo dejar de pensar en lo jodido que estaba y que como uno de sus mejores amigos, no le pensaba fallar.

CAPÍTULO 2 ― VISITA A “EL VERGEL” Y ESO LE DEPARA NUEVAS SORPRESAS.

Tal y como habían acordado, ese viernes al mediodía Fernando Alazán cogió su coche y se dirigió hacia Montánchez, un pequeño pueblo de Cáceres donde estaba ubicada el cortijo de su cliente y amigo. Ya en la carretera de Extremadura y mientras recorría los trescientos kilómetros que separaban Madrid de esa localidad, se puso a recordar los tiempos en los que estando en la universidad, toda su pandilla tenía esa finca como refugio para sus múltiples correrías.
―Eran tiempos felices― concluyó al llegar a su memoria como siendo unos putos críos cada vez que querían hacer una fiesta un poco subida de tono, los seis amigotes invitaban a ese lugar cuanta incauta o puta se dejara.
Al rememorar una de esas reuniones, una anécdota sobresalió de sus recuerdos y muerto de risa, se acordó de la brutal metedura de pata de unos de esos colegas. El cual, con algunas copas de más, una tarde vio entrar a una espectacular rubia de unos cuarenta años y creyendo que Julio se había enrollado a una madura, se auto presentó diciendo que si el anfitrión no podía satisfacerla, pasara por su cama para que le diera un buen repaso.
«Pobre cabrón», sonrió ya que ese culito era Nuria, la madre de Julio y dueña de ese lugar.
El pobre muchacho al enterarse de ello, le pidió perdón pero totalmente abochornado por su falta de tacto, hizo las maletas y volvió a Madrid con el rabo entre las piernas.
«Eso fue hace diez años y el tiempo es cruel», se dijo interesado por vez primera en encontrarse con esa madura.
Si bien en aquella época Nuria tenía un polvo de escándalo, dudaba que se mantuviera tan atractiva como entonces.
«No tardaré en averiguarlo», concluyó mientras involuntariamente reducía la velocidad.
Lo supiera o no en ese momento, se veía con pocas ganas de enfrentarme tanto a ella como a Lidia, ya que por mucho que Julio le hubiese asegurado que tanto su mujer como su madre estaban de acuerdo con la decisión de dejarle a él al mando, no se lo terminaba de creer.
«Al menor problema, renuncio», sentenció no queriendo formar parte de un circo familiar y menos de las rencillas que tan extraño testamento a buen seguro acarrearían.
La soledad y la pesadez de la distancia, le permitieron también recordar distintos lances e historias que había compartido con Julio, desde las típicas borracheras de juventud a conquistas sexuales. Aunque su amigo siempre se había mostrado tradicional en ese aspecto, rememoró con especial satisfacción en que le descubrió con una hembra atada en su cama.
«Ese día, Julio de sorprendió», masculló divertido porque al verle entrar sin llamar, había supuesto que le iba a montar un escándalo pero en vez de hacerlo, se sentó sin ni siquiera echar una mirada a la zorra que yacía sobre el colchón y sonriendo, únicamente preguntó si podía mirar.
―Tú mismo― había contestado sin dejar de ocuparse de la insensata sumisa que llevada por la calentura, había accedido a que la inmovilizara.
«Ahora que lo pienso es curioso que a pesar de la forma tan rara en que Julio conoció mi faceta de dominante y que sin perder ojo fue testigo de esa sesión, al salir de la habitación jamás ha vuelto a mencionarlo», pensó mientras aceleraba.
Esa tarde, a las dos horas y cuarenta cinco minutos de salir de su oficina, llegó a las puertas del cortijo. Al entrar por el camino de tierra que daba acceso a la casa principal, le sorprendió gratamente comprobar que lejos de haber perdido su esplendor con los años, “El Vergel” hacía honor a su nombre y parecía un pedazo de edén colocado en mitad de la sierra extremeña.
Aunque no iba a ser el verdadero dueño de ese paraíso, el joven abogado tuvo que reconocer que se sentía feliz de descubrir el estado de sus campos. Al llegar al casón, esa primera impresión quedó refrendada al observar que conservaba la clase y belleza que tan buenos recuerdos me habían brindado.
Ni siquiera había aparcado cuando vio abrirse el enorme portón de madera y salir de su interior, tanto Lidia como su suegra. Si descubrir que la esposa de Julio seguía siendo el estupendo ejemplar de mujer que recordaba y que no había caído en una depresión le animó pero lo que realmente le encantó, fue comprobar que Nuria parecían no haber pasado los años y que aunque sin duda debía de rozar los cincuenta nadie le echaría más de cuarenta.
«¡Sigue siendo un monumento!» exclamó mentalmente al verla llegar enfundada con unos pantalones de montar que realzaban su trasero.
Su turbación se incrementó cuando ambas mujeres le recibieron con un cariño desmesurado y sin que pudiera siquiera sacar el equipaje del coche, le hicieron pasar adentro. Mientras Lidia le conducía del brazo a la habitación donde permanecía postrado su marido, la madre de su amigo iba delante. El que me fuera mostrando el camino le permitió admirar el movimiento de sus nalgas al caminar.
«¡Está impresionante!», sentenció mientras disimuladamente se recreaba en la rotundidad de los cachetes de la madura.
Su amiga debió percatarse del rumbo estaban tomando los pensamientos del joven porque pegándose él más de lo que la familiaridad de la que gozábamos permitía, dijo en voz baja:
―No parece tener cuarenta y nueve.
―La verdad es que no –respondió avergonzado que hubiese descubierto el modo en que la miraba y tratando de ser educado, quiso arreglarlo por medio de un piropo: ―Sigue siendo muy guapa pero la que está cañón eres tú.
Lidia al oírlo, soltó una carcajada y pasando al interior del cuarto de su marido, le llevó a su lado. Desde la cama, Julio con aspecto cansado preguntó el motivo de su risa y su esposa sin cortarse ni un pelo respondió:
―Fernando , mientras le miraba el culo a tu madre, me ha dicho que estoy guapísima.
Si de por sí el que su íntimo amigo se enterara de ese error era duro, mucho más lo fue ver que Nuria se ruborizaba al escuchar que le había estado examinando con mi mirada esa parte tan sensible de su anatomía. Cuando ya estaba a punto de buscar una excusa, Julio respondió:
―Siempre ha tenido buen gusto― y haciéndoles señas, le pidió que nos dejaran a solas.
En cuanto se quedaron solos en la habitación, el enfermo le llamó a su lado y con voz quejumbrosa, le fue detallando los aspectos esenciales de su herencia. Haciendo como si estuviera interesado, Fernando Alazán escuchó de sus labios que no solo tenía esa finca sino una cantidad de efectivo suficiente para que ninguna de las dos mujeres, pasara nunca ningún tipo de peNuria.
Dada su experiencia, al explicarle las medidas que había tomado para asegurar un modo de vida elevado a cada una de las dos, el letrado estaba confuso porque pensaba que no tenía ningún sentido que le nombrara heredero porque Julio lo había previsto todo.
Por ello y aun sabiendo que podía perder un buen negocio, preguntó:
―Julio, no entiendo. Tu madre y tu esposa no me necesitan. ¡Pueden valerse por ellas solas!
―¡Te equivocas! Aunque nunca hayas siquiera sospechado nada, tengo un secreto que compartir contigo…
El tono misterioso que adoptó al decírselo, le hizo permanecer callado mientras tomaba un sorbo del vaso que tenía en su mesilla. Esos pocos segundos que mediaron hasta que volvió a hablar se hicieron eternos al imaginarse unas deudas de las que no hubiera hablado. Ni siquiera sus años de ejercicio le prepararon para lo que vino a continuación y es que, con una sonrisa en sus labios, el enfermo bajó su voz para susurrar en su oído:
―Durante cuatro generaciones, todas las mujeres de mi familia han sido sumisas y por lo tanto han necesitado de un amo que las dirigiera. Al morir mi padre me legó a su mujer y ahora cómo no tengo descendencia, quiero que tú me sustituyas con mi madre y con Lidia.
Solo el dolor que se reflejaba en los ojos de su amigo evitó que creyera que era broma y pensara que le estaba tomando el pelo. Aun así, no pudo más que pensar que la enfermedad había hecho mella en su mente y que Julio no era consciente de lo que había dicho. Suponiendo que era un desvarío decidió cambiar de tema pero Julio cogiendo su mano insistió diciendo:
―Necesito que te hagas cargo de ellas. Solo tú sabes lo que significaría que de pronto se vieran sin alguien que las dirija… ¡podrían caer en manos de un desaprensivo!
Esas palabras le hicieron pensar que de ser ciertas, el moribundo tenía razón en estar preocupado porque dos sumisas sin dueño era una presa fácil y si como era el caso eran un espectáculo de mujer, abría cola esperando que Julio muriera para tomar su lugar.
―Tenemos tiempo para discutir sobre ello― contestó y quitando hierro al asunto, en plan de guasa, comentó: ―No creo que nos dejes durante este fin de semana.
Tanta emoción pasó su factura al esqueleto andante que yacía sobre las sábanas y cerrando los ojos, pidió que le dejara descansar.
En ese momento, ese desvanecimiento fue recibido por Fernando con alegría porque lo último que le apetecía era seguir con esa conversación y por ello, despidiéndose de su amigo, salió de su habitación mientras intentaba sacar de su mente el supuesto secreto que le había sido revelado.
«Pobre, la enfermedad le está haciendo delirar», sentenció con el corazón en el puño.

CAPÍTULO 3.― ADMIRANDO A SUS ANFITRIONAS

Al no encontrar ni a Lidia ni a su suegra por ninguna parte, buscó la habitación que le habían reservado. Como Nuria le había dicho que se iba a quedar en el cuarto de al lado de la piscina y aunque llevaba muchos años sin estar en “El Vergel”, no tuvo problemas en orientarse, por lo que no le costó encontrarlo.
Ya dentro, se percató que lo habían reformado y que donde antiguamente había una serie de literas, se hallaba una enorme cama King Size.
«Voy a dormir cojonudamente», se dijo a si mismo mientras buscaba por la estancia su equipaje.
Para su sorpresa, alguien se había ocupado de deshacer su maleta y halló sus pertenencias, perfectamente ordenadas en uno de los armarios. Sin nada mejor que hacer decidió que le vendría bien darse un baño, sacando de uno de los cajones su traje de baño, se lo puso y salió al jardín.
Curiosamente nada más cerrar la puerta, escuchó voces al otro lado de la barda de separación de la piscina y reconociendo que eran sus anfitrionas, las saludó avisando de su llegada.
Ambas le devolvieron el saludo con alegría pero fue la madre de Julio, la que viniendo hacía él, le dio la bienvenida con un beso en la mejilla como si no se hubiesen visto en mucho tiempo.
«¿Y esto?», se preguntó extrañado pero sobre todo preocupado por si Nuria o su nuera se hubiesen percatado del modo en que involuntariamente se había quedado prendado con el cuerpo que lucía la madura.
«¡Menudo polvo tiene la condenada!», reconoció para sí al contemplar el movimiento de los descomunales pechos de la señora.
Y es que a pesar de ya saber que esa rubia se conservaba estupendamente, al verla en bikini constató sin ningún género de duda que la cuarentona se mantenía en forma y donde me esperaba ver una tripa incipiente o al menos unas cartucheras, se encontró con un estomago plano y un culo de fantasía.
«¡Mierda!», masculló entre dientes al advertir que se había quedado con la boca abierta al contemplarla y haciendo un esfuerzo, retiró sus ojos de ese cuerpo que cualquier veinteañera envidiaría y querría para sí.
Confundido y sin saber qué hacer, dejó que la madre de Julio le condujera hasta una tumbona. Al hacerlo, Fernando se permitió echarle un vistazo a la nuera que nadaba ajena a que la estaba observando y a regañadientes, reconoció que siendo completamente distinta no sabía cuál de las dos era más atractiva.
―¿No te vas a bañar con el calor que hace?― preguntó la madura con una entonación que provocó que hasta el último de sus vellos se erizaran, al reconocer una especie de súplica más propia de una de sus conquistas que de la progenitora de su amigo.
―Deja que me acomode y voy― contestó sin dejar de mirar la seductora imagen que le estaba regalando Nuria en ese instante.
La cuarentona sonrió y en plan coqueta se tiró al agua mientras el joven intentaba olvidar los pechos y las redondas caderas que llevaban siendo su obsesión desde niño.
«La culpa es de los desvaríos de Julio», meditó avergonzado al darse cuenta que bajo su pantalón, crecía desbocada su lujuria, «me ha puesto cachondo con sus locuras».
No se había repuesto del calentón cuando su turbación se incrementó hasta niveles insoportables al admirar la sensual visión de Lidia saliendo de la piscina.
«Joder, ¡cómo estoy hoy!», maldijo para sí al contemplar la impresionante sensualidad de la mujer de su amigo y es que a pesar de ser más plana y menos exuberante que su suegra, esa morena era una tentación no menos insoportable.
Pero lo que realmente le avergonzó a Fernando fue comprobar que Lidia se había puesto roja como un tomate al sentir el roce de su mirada sobre sus pechos. Saberse descubierto le abochornó pero lo que hizo saltar todas sus alarmas, fue descubrir qué los pezones de la morena se le había puesto duros como piedras.
Lleno de pavor, se tiró al agua esperando quizás que un par de largos en la piscina calmaran la excitación que nublaba su mente. Desgraciadamente cuando ya iba a salir de la piscina, vio a Nuria quitándose el cloro por medio de una ducha. Al contemplar a esa madura se creyó morir porque la tela de su bikini se transparentaba dejando entrever el color de sus aureolas.
«¡Coño! ¡No puedo salir así!», protestó mentalmente al sentir la erección de su sexo.
Para evitar que sus anfitrionas advirtieran la tienda de campaña de su traje de baño, cogió una toalla y haciendo como si se secaba, tapó con ella sus vergüenzas mientras se acercaba a donde Lidia estaba tumbada.
Supo que a esa morena no le había pasado inadvertido su problema cuando con una pícara sonrisa, le pidió que le trajera una cerveza. Creyendo que eso le daba la oportunidad de alejarse sin que se notara, se acercó a la barra de bar y sacó tres botellas. Rápidamente se dio cuenta del error, porque al mirar atrás advirtió que suegra y nuera disimulando con una charla, no perdían comba de lo que ocurría entre sus piernas. Alucinado por ser el objeto de ese escrutinio, decidió disimular y hacer como si no hubiese enterado de lo lascivo de sus miradas.
«¿Estas tipas de qué van?», se preguntó mientras les hacía entrega de sus bebidas.
Su vergüenza se trastocó en cabreo cuando Nuria, mirando fijamente su paquete, comentó a la esposa de su hijo que al fin comprendía el éxito de Fernando con las mujeres.
―Mi marido siempre ha dicho que es el mejor armado de sus amigotes― la morena contestó sin dejar de esparcir la crema por sus muslos.
Esa conversación sobre sus atributos molestó de sobremanera a Fernando que decidido a castigar la osadía de ambas, les devolvió el piropo diciendo:
―En cambio yo he tenido que veros en bikini para darme cuenta del culo y de las tetas que tenéis porque Julio se lo tenía bien callado.
Esa táctica le falló porque Nuria al oír la burrada, se acomodó en la silla y exhibiendo sus enormes pechugas, se puso a untarlas con bronceador mientras preguntaba:
―Tenemos los pechos muy diferentes, ¿cuáles te gustan más?
En la mente del joven abogado se entabló una lucha a muerte entre la vergüenza que sentía por la pregunta y el morbo que le daba quién se la había hecho. No queriendo quedar cómo un cretino y menos cómo un salido, prefirió mantenerse en silencio y no contestar. Desgraciadamente, Lidia envalentonada por el éxito de su suegra, decidió poner su granito de arena. En silencio se levantó de su tumbona y acercándose hasta donde estaba su víctima, empezó a bailar mientras le decía:
―Nuria las tiene más grandes pero yo tengo un trasero más bonito. ¿No es verdad?
Pálido ante el descaro de esa dos, comprendió que debía huir si no quería seguir siendo el pelele en el que descargaran sus golpes y sin importar la protuberancia que lucía bajo el traje de baño, tomó rumbo a su cuarto mientras a sus oídos llegaban las risas de sus anfitrionas.
«¿Sumisas? ¡Una leche! ¡Parecen unas perras en celo!», pensó mientras cerraba la puerta tras de sí…

Relato erótico: “La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta” (POR GOLFO)

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La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta
La conocí hace ocho años y desde entonces esa chiquilla se había comportado como la criatura más dulce e ingenua con la que me he topado en mis cuarenta años de vida. Aunque ya lo dice el título con el que he encabezado este relato, os estoy hablando de Lara, la doctora que me ayuda en mi consulta. Una cría apenas salida de la adolescencia que empezó a trabajar conmigo como enfermera y que consiguió ocultar durante ese tiempo que yo era parte de sus fantasías más íntimas.
Todavía recuerdo el día que la contraté. Cansado de una ayudante exuberante y caprichosa, me gustó su aspecto aniñado y tímido. Por eso haciendo a un lado, expedientes con mayor experiencia y conocimientos contrastados, lancé una moneda al aire y aposté por ella.
«Con esta niña no caeré otra vez en lo mismo», pensé rememorando la acusación de acoso de la que me libré por medio de una suculenta liquidación que me dejó medio quebrado.
Y así fue. Durante 96 meses, 2 semanas y tres días no hubo nada entre ella y yo. Nuestra relación fue exquisitamente pulcra y jamás hice nada que se pudiese considerar moralmente sospechoso ni que excediera lo meramente profesional. Sin ser nada premeditado al no querer caer nuevamente en lio de faldas, me abstuve incluso de hacer cualquier tipo de alarde de mis diferentes conquistas y curiosamente mi supuesta falta de interés sobre el sexo femenino, fue el incentivo que una mente infantil como la de ella necesitaba para enamorarse en privado de mí, su jefe.
Confieso que nunca me percaté de nada. Durante las extenuantes jornadas que pasamos trabajando codo con codo, estaba tan seguro de la naturaleza de nuestra trato que no analicé correctamente la forma en que me miraba. Tontamente no comprendí que no era admiración profesional lo que esa niña sentía. Cegado por mi decisión de no volver a meterme con alguien con nómina a mi cargo, pasé por alto que, ante un roce casual de mi parte, los pezones de Lara se transmutaban en pequeñas montañas bajo su uniforme.
«¿Cómo pude ser tan imbécil?», pienso ahora.
En su infantil mente, esa bebita se creó una falsa idea de mí y cuando casualmente descubrió que tenía una ajetreada vida sexual, creyó que mi desinterés por ella ocultaba una oscura atracción que saciaba follando con otras mujeres.
Sé que suena absurdo pero comenzó a espiarme y en vez de desilusión, cayó en un bucle en el que me veía como una víctima de mi timidez. La rara fascinación al creerme “sufriendo” al liberar mi estrés en la cama con mis diferentes conquistas, la obligó a seguirme en mis andanzas al disfrutar soñando con el día que ella fuera la objeto de esas caricias con las que regalaba a esas desconocidas.
«Algún día se dará cuenta que es mío», fantaseaba masturbándose mientras espiaba el modo en que noche tras noche dejaba salir mi lujuria.
Ajeno a su fijación por mí, llegué a considerarla como una hija. La fidelidad que demostró en el trabajo y la dulzura que siempre exhibió conmigo, me indujeron a pagarle la carrera de forma que pasó de ayudante a socia de mi consulta.
«¡Me quiere!», exclamó interiormente al conocer mi oferta y por eso hizo su mayor esfuerzo para estudiar y trabajar al mismo tiempo.
Cinco años después, acudí a su graduación y reconozco que sentí orgullo al verla recoger el diploma con el cual el ministerio certificaba con un cum laude sus largas noches de insomnio, en las que no fallarme le dio el motivo suficiente para seguir clavando codos en vez de irse a dormir.
Tampoco le di su verdadero significado al efusivo abrazo ni al beso en los labios con el que me agradeció que le hubiese patrocinado sus estudios y creyendo que eran producto del nerviosismo, dejé en un rincón de mi cerebro las gratas sensaciones que experimenté al notar sus pechos contra mi cuerpo.
Hoy sé que ella no solo no se desilusionó por mi falta de respuesta a ese gesto, sino que Lara trastocó por completo lo ocurrido y en lo que se fijó es que no hice ningún intento de separarme, presuponiendo que había dado un paso de gigante en su intención de ser mía.
«Ya falta menos para que me haga su mujer», sentenció esperanzada sin saber que tardaría todavía tres años en conocer sus sentimientos.
Negando las suculentas ofertas que le llegaron para formar parte de otros hospitales, esa cría siguió siendo parte esencial de mi equipo llegando a ser más que mi mano derecha. Para mí, ella era mi consejera, mi sustento, mi apoyo e incluso mi maestra porque de alguna forma consiguió que yo mismo fuera mejor médico.
Para bien o para mal, su secreto me fue desvelado de una forma brutal cuando un puñetero borracho se cruzó en su camino, dejándola mal herida frente a la clínica donde trabajábamos. Nunca podría expresar lo que pasó por mi mente cuando la encargada de Urgencias me avisó que la habían atropellado y que su vida corría peligro. Como el mejor cirujano que podía encontrar para salvarla era yo, obvió el hecho que era mi amiga y me pidió que la operara.
Os confieso que las cinco horas que pasé reconstruyendo sus órganos vitales han sido las peores de mi vida entera. Reconozco que casi me paralizó el ver los destrozos que ese malnacido había provocado pero sacando fuerzas de mi desesperación conseguí calmarme y saqué adelante la intervención con una frialdad que dejó impresionado al resto del equipo.
Con ella fuera de peligro, me quedé a su lado mientras se reanimaba y fue entonces cuando producto de la anestesia, Lara se descubrió a ella misma al gritar en sueños mi nombre.
«Es por las drogas», me dije al escuchar que en sus delirios se refería a mi como su único y verdadero amor. Los narcóticos que poblaban su sangre relajaron las barreras que había creado a su alrededor y todavía bajo sus efectos, me confesó que me amaba y que solo esperaba el día que la llevara a mi casa y la hiciera mi mujer.
No queriendo reconocer la evidencia, asumí que todo era un efecto secundario y que la confusión de su mente desaparecería en cuanto recuperara el conocimiento. Por ello no le di mayor importancia y recordando los años que habíamos compartido, me quedé junto a su cama hasta que recuperó la conciencia.
No abrió sus ojos hasta la mañana siguiente y cuando lo hizo, sus primeras palabras me dejaron helado porque con la voz temblorosa todavía por el dolor, me explicó que había sentido la muerte y que solo mi recuerdo había evitado que cruzara al otro lado.
-¿Mi recuerdo?- pregunté ya con la mosca zumbando a mi alrededor.
-No podía dejarte solo, soy tu mujer y me necesitas- respondió justo en el momento en que cayó nuevamente dormida.
«¡No puede estar enamorada de mí!», mascullé entre dientes y olvidando que el tiempo había pasado y que ya no era la muchachita asustada que había llegado a mi consulta, pensé: «¡Es una niña!»
Los quince años que la llevaba y la amistad que habíamos forjado me hacía imposible verla como mujer y eso que no podía negar que el cuerpo que había cosido en la fría mesa de operaciones era el de una hembra hecha y derecha. Mis propias incisiones las había efectuado con la idea que algún día Lara pudiese ponerse un bikini sin que nadie pudiese mirarla con compasión pero también con la idea que al compartir algo más que caricias sus amantes no se vieran repelidos por ellas.
«Si se salva, debe ser feliz», me dije buscando que una vez curada fueran mínimas las cicatrices que surcaran su piel.

Una vez os he contado como me enteré de su secreto, he de explicaros como el destino se alió en mi contra y caí irremediablemente entre sus brazos.
Durante quince días no me separé de su cama. Me dolía ver su estado. Hoy dudo de que fuera la amistad lo que me impulsara a ofrecerle que se quedara en mi casa mientras recuperaba la salud y no la retorcida curiosidad de saber si había algo detrás de esa estimulada confesión.
Lo cierto es que al oír mi oferta y como su familia vivía fuera de Madrid, aceptó de inmediato. La alegría que iluminó su rostro al decirme que sí, me hizo dudar sobre la conveniencia de convivir con ella…
Me auto convenzo que nada ha cambiado.
La noche anterior a su llegada, me pasé horas tratando de encontrar excusas que aminoraran la sensación que había perdido a esa leal compañera de tanto tiempo y que lo quisiera o no, nuestra relación en un futuro sería diferente. El recuerdo de mis pasadas experiencias con personas del trabajo golpeó con rotunda dureza a mi mente y no queriendo tropezar de la misma forma, me repetí que todo era una ofuscación mediatizada por tanto tranquilizante.
Habiendo aleccionado a mis neuronas sobre el peligro que suponían los sentimientos de Lara, nunca me preparé para combatir los nacidos de mi propia naturaleza. Por ello ya con ella en mi casa, algo tan usual en mi profesión como limpiar una herida provocó que mis hormonas se alborotaran sin remedio. Fue a las pocas horas de llegar a casa cuando llegado el momento de cambiar sus vendajes y aprovechando que estaba dormida, deslicé las sábanas que la cubrían y en la soledad de esas paredes, la belleza de sus formas me dejó anonadado al percatarme que no me resultaban indiferentes.
«¿Cómo es posible que nunca me haya dado cuenta? ¡Es perfecta!», protesté impresionado: «¡Diez años y nunca lo descubrí!».
Los hinchados senos desnudos de la que era en teoría mi paciente, despertaron la bestia que habitaba en mi interior e involuntariamente mi pene se alzó mientras mi mente luchaba con el deseo de hundir mi cara dentro de su escote.
«¡Joder! ¡Me pone cachondo!», exclamé en silencio sorprendido de albergar pensamientos tan poco profesionales sobre ella.
Recuperando parcialmente la cordura, retiré las vendas y curé sus heridas mientras intentaba vaciar mi mente de esos pecaminosos pensamientos. La memoria de su cuerpo yacente pero no por ello menos apetitoso, perturbó mis ánimos hasta extremos inconfesables sobre todo cuando como consecuencia no deseada de la propia operación, observé con creciente fascinación que las enfermeras habían depilado su sexo completamente.
«Parece el de una quinceañera», murmuré mientras acariciaba esa húmeda abertura con uno de mis dedos.
Mi erección se vio multiplicada al escuchar un gemido que salía de su garganta. Temiendo que se despertara y descubriera que había abusado de su situación, salí como alma que lleva el diablo rumbo a mi cuarto.
Ya en mi habitación, la vergüenza de ese acto ruin y despreciable me trastornó y con el recuerdo de su olor todavía impregnando la yema que había usado para profanar su cuerpo, me metí en la ducha deseando que el agua pudiese borrar mi acción.
Desgraciadamente no sirvió y tras veinte minutos bajo ese chorro, mi verga seguía mostrando un desmesurado tamaño. Desesperado salí del baño y sin secarme me tumbé en mi cama mientras intentaba serenarme.
-Llevo demasiado tiempo sin una pareja seria- murmuré preocupado por vez primera responsabilizando a mi tipo de relaciones de la extraña atracción que sentía por Lara.
La erección lejos de menguar seguía en su máximo esplendor cuando queriendo solucionar mis problemas, agarré mi miembro y me comencé a pajear imaginando que una de tantas conquistas llegaba hasta mi lado. Forzando el rumbo de mis pensamientos, visualicé las manos de esa morena apoderándose de mi tallo mientras su melena se deslizaba por su cuerpo dejando una suave caricia a su paso.
Acelerando el ritmo de mis dedos, cerré mis ojos soñando que abría sus labios y pegaba un caliente lengüetazo a mis huevos antes de hundir mi verga hasta el fondo de su garganta. La excitación que sentí se vio exponencialmente cuando cesando durante un segundo la mamada, levantó su cara y descubrí que era Lara la que la estaba ejecutando.
-Córrete en mi cara- susurró con sus ojos inyectados de lujuria.
Esa orden demolió mis reparos y explotando de placer, bañé con mi sirviente sus mejillas mientras lloraba angustiado por ser capaz de imaginarme esa felación…

Durante horas me quedé encerrado en mi cuarto. Estaba tan avergonzado de la escena que mi cerebro había urdido para aliviar mi calentura que no era capaz de enfrentarme a ella cara a cara. Por ello aún seguía allí, cuando un grito me sacó de la modorra en la que me había instalado y corrí a ver que le ocurría.
Al llegar a su habitación, encontré a Lara tirada en el suelo y sin pensármelo dos veces, fui en su ayuda sin importarme que siguiera desnuda.
-¿Qué te ha pasado?- pregunté.
Muerta de dolor, me explicó que había querido ir al baño y que al levantarse del colchón, le habían fallado las fuerzas.
-No te preocupes- contesté y pasando mi mano por sus piernas, la alcé entre mis brazos para que no tuviera que pasar por ello. Lo que no preví fue que esa monada, aprovechara que la estaba cargando para posar su cara en mi pecho mientras la llevaba al servicio.
-¡Qué bueno eres conmigo!- susurró con voz tierna ajena a que en ese momento estaba aterrado por la ebullición que sentía al tenerla así.
En mi mente, mi oscuro deseo volvió con mayor fuerza. Sabiendo que era inmoral, todas las células de mi piel me rogaban que cambiara de rumbo y la llevara hasta las sábanas. Afortunadamente la razón pudo más y unos segundos después, deposité ese cuerpo que me traía loco sobre la taza del wáter. Tras lo cual hice el intento de marcharme pero justo cuando salía por la puerta, escuché que me decía:
-No te vayas. Tengo miedo de caerme.
Sus palabras me dejaron petrificado y no queriendo estar presente mientras vaciaba su vejiga, le dije que no era apropiado que me quedara. Fue entonces cuando Lara con tono divertido, insistió diciendo:
-Eres médico y mear es una función fisiológica de lo más normal.
Sabiendo que si volvía a reiterar mi oposición la muchacha podía sospechar, decidí no moverme del sitio y esperar a que se diera prisa en hacerlo. Ella viendo que no me iba, separó sus rodillas y dejó que la naturaleza siguiera su rumbo, sin percatarse que desde mi posición tenía un ángulo perfecto de visión de lo que ocurría en su entrepierna.
«Mierda», pensé al contemplar cómo un chorrito brotaba entre los rosados labios de mi compañera y sin perderme nada, me quedé paralizado observando la belleza de ese acto.
«¡No puede ser!», mascullé escandalizado al darme cuenta que me parecía el sumun del erotismo verla en esa postura. Pero lo peor fue cuando al terminar, contemplé el brillo de su coño mojado y absorto con ese panorama, tuvo que ser ella quien me sacara de mi ensimismamiento, diciendo:
-¿Me puedes pasar el papel?
Abochornado, corté un buen trozo y se lo pasé. No sé si ella había notado mi embarazo pero si lo notó, quiso sacarle provecho y olvidando que estaba mirando alargó en demasía ese instante, secando cada uno de los pliegues que formaba su vulva mientras a un metro yo seguía detalladamente como lo hacía.
-¿Has terminado?- dije disimulando que quería seguir disfrutando de su coño.
-Sí- contestó pero entonces haciendo un gesto de dolor, me dijo: -No sé qué me pasa pero me arde horrores- y cómo si fuera yo su ginecólogo, me pidió que lo revisara para comprobar si tenía algún tipo de infección.
Esa extraña petición hizo que mi verga se alzara debajo del calzón y aunque deseaba hacerlo allí mismo, le propuse inspeccionarlo en la cama para que fuera más cómodo para ella. Lara no puso ninguna objeción y con una sonrisa, dejó que la llevara de vuelta entre las sábanas.
Adoptando una pose profesional, la tumbé en el colchón y separando sus piernas, examiné sus labios sin encontrar el clásico enrojecimiento propio de esa afección.
-¿Dónde te duele?- pregunté ya afectado por el aroma que surgía del mismo. Mi compañera me indicó que creía que era entre la uretra y el clítoris. Por ello, tuve que apartar los pliegues y acercar mi cara para revisar esa zona.
«No encuentro nada», maldije mientras mi excitación iba en aumento al contemplar desde tan poca distancia el objeto de mi paranoia.
Os juro que no albergaba otras intensiones cuando queriendo acreditar que la textura de su epidermis no había sufrido ningún daño, rocé con mis dedos el rosado botón de “mi paciente”.
-¡Es ahí!- chilló descompuesta.
Al levantar la mirada, descubrí en sus ojos un extraño deseo y pidiéndole un momento, fui a donde tenía las medicinas y localicé una pomada antiséptica.
«¡Qué coño estoy haciendo!», protesté cuando con ese ungüento en mis manos, volví a su habitación y forzando un supuesto interés profesional, le expliqué que iba a comprobar si eso la aliviaba.
En vez de decirme que ella podía sola, Lara separó sus rodillas mientras me colocaba entre sus piernas. Lo absurdo e innecesario de mi petición me seguía torturando cuando dejé caer una gota en la mitad de su clítoris para acto seguido irlo extendiendo con una de mis yemas.
-¡Que alivio!- gimió con alegría al notar mi poco profesional caricia y con un raro fulgor en sus ojos me rogó que siguiera.
Para entonces era consciente que nada tenía que ver una infección y que ella se lo había inventado, pero dominado por la llama que amenazaba con incendiar mi cabeza, seguí acariciando esa hinchada gema cada vez más rápido. Ante mi sorpresa, su sexo se humedeció de sobremanera y ya estaba totalmente encharcado cuando un sollozo me revelo el alcance de la calentura de esa mujer.
«¡Está cachonda!», exclamé ilusionado y recreándome, usé un par de dedos para seguir extendiendo la crema en su coño.
La acción conjunta de mis dos falanges avivó su deseo y sin disimulo se mordió los labios mientras me rogaba que continuara. Aunque no lo creáis, en mi mente se estaba desarrollando una cruel lucha entre la razón y mi instinto. La sensatez me pedía que parara mientras mis hormonas me pedían que sugiera masturbándola. Muy a mi pesar, ganaron estas últimas y con un insano proceder, elevé la temperatura de mis maniobras cuando sin preguntar, introduje una de mis yemas en el interior de su coño diciendo:
-Veamos como tienes la vagina.
El aullido de placer que escuché que salía de su garganta fue el banderazo de salida de una carrera frenética que emprendió ese dedo para conseguir su orgasmo. Metiendo y sacándolo de las profundidades de su chocho al compás de sus gemidos, me dediqué a asolar sus defensas hasta que con un berrido, Lara proclamó su derrota corriéndose sobre las sábanas.
La certeza que había abusado de su indefensión cayó sobre mí como una jarra fría y con el sofoco instalado en mi mente, me quedé callado mientras ella se retorcía en el colchón disfrutando de los estertores del placer.
«Soy un cerdo», murmuré para mis adentros y totalmente avergonzado de mis actos, me levanté.
Estaba saliendo de la habitación, cuando llegó a mis oídos:
-Según el prospecto, dentro de seis horas deberás darme el mismo tratamiento.
La carcajada que escuché a continuación, lejos de aminorar mi desasosiego, lo incrementó y casi sin respiración hui de su lado…
El desastre continua.
Toda la tarde me la pasé dando vueltas a lo sucedido. No me parecía comprensible que se hubiese comportado así. Aun asumiendo que realmente estuviera enamorada de mí, me resultaba extraño que durante tantos años hubiera ocultado a mis ojos esa atracción y que a raíz del accidente se hubiese desatado.
«Puede ser algo físico», pensé buscando un motivo, «es como si de pronto Lara fuera otra persona». La radical transformación sufrida por esa dulce mujer me tenía confundido y solo un daño cerebral no diagnosticado la explicaba: «¡Un deterioro en su corteza cerebral puede inducir una conducta sexual inapropiada!».
Tras analizar las diferentes variantes, comprendí que era necesario volver al hospital y realizar una serie de pruebas antes de estar seguro. Pero para ello debía volver a su cuarto y pedirle su autorización para realizarlas. Por eso y más asustado de lo que parecería lógico, recorrí los escasos metros que me separaban de ella.
-¿Puedo pasar?- pregunté tras llamar a su puerta.
Su ausencia de respuesta hizo que me temiese lo peor y que ese supuesto daño cerebral la hubiese dejado inconsciente. Pasando por alto su privacidad, entré en el cuarto para encontrarme a Lara mirando un álbum de fotos donde almacenaba gran parte de mis recuerdos.
-¿Qué haces?- dije bastante molesto por que hurgara sin permiso en mis cosas. Al girarse vi que estaba llorando. Ver su dolor me afectó y desapareciendo mi enfado, le pregunté el motivo,
-Ahora sé que tú también me quieres- contestó hecha un mar de lágrimas. Mi cara de sorpresa ante semejante afirmación la indujo a explicarse: -Fíjate, está lleno de fotos mías.
Quitándoselo de las manos, comencé a pasar esas páginas que resumían un montón de años de mi vida y, en todas y cada una, había al menos una imagen de Lara.
«¡Se equivoca! ¡Llevamos tantos años trabajando juntos que es lógico que ella aparezca», protesté mientras me percataba que Manuel, otro doctor de la consulta solo aparecía en una.
Acobardado por las consecuencias si no lo estaba, me senté en el colchón. Lara malinterpretó ese gesto y pasando su brazo por mi cuello, me besó tiernamente en los labios. No estaba preparado para esa muestra de cariño pero mucho menos cuando ese beso evolucionó tomando un cariz sensual y posesivo.
«Esto no está bien», rumié incómodo mientras Lara incrementaba mi consternación sentándose a horcajadas sobre mis rodillas.
Ignorante de lo que estaba pasando por mi cerebro, desabrochó mi camisa y comenzó a besarme en el cuello con una sensualidad que me impidió reaccionar. Sus labios parecían hambrientos y que mi piel era el alimento que necesitaba para saciar su apetito. Por mucho que intenté reprimir mis hormonas, sus mimos consiguieron que me contagiara de su pasión cuando dejó caer los tirantes de su camisón y presionó con sus pechos el mío.
El calentón que sentí en ese instante no tenía parangón y cediendo a su influjo, llevé mi boca hasta sus pechos. La tersura de esa rosada areola terminó de asolar los restos de cordura que aún mantenía y ya dominado por el ardor bajo mi bragueta, con la lengua recorrí su contorno antes de empezar a mamar como un niño.
Estaba todavía disfrutando de esa belleza cuando susurrando Lara me pidió que le hiciera el amor. Al oírlo recordé la razón por la que me había acercado ahí y usando toda mi fuerza de voluntad, conseguí separarme de ella mientras le decía:
-¡Tenemos que hablar! El accidente te ha cambiado.
-Lo sé- respondió al tiempo que dejaba caer su vestido y se quedaba desnuda frente a mí: -La cercanía de la muerte me ha hecho replantearme la vida y he decidido no perder el tiempo más.
Os juro que la hubiese creído si no llega a ser porque en ese momento esa desconocida mujer se arrodilló a mis pies y antes de darme tiempo a reaccionar bajó mi bragueta para intentar meterse mi verga en su boca:
«Esta no es mi Lara», mascullé horrorizado y dando un paso atrás, le expliqué mis temores.
Su desilusión inicial dio paso a la incredulidad y muerta de risa negó la mayor:
-Soy yo, ¡joder! Lo que ocurre es que me he cansado de disimular.
Os juro que al verla desnuda y riendo, me entraron dudas si hacía lo correcto y si no llego a estar convencido que era un efecto secundario del atropello, hubiese caído en sus brazos. Pero en vez de hacerlo, le contesté:
-Déjame que te haga unas pruebas para cerciorarnos.
-Me niego- respondió -me gusta como soy ahora.
Lo absurdo de su respuesta, me enervó y quitando una sábana, tapé con ella ese cuerpo que me traía loco:
-No comprendes que puede ser grave y que de ser cierto una complicación te puede matar.
Mi profecía la afectó momentáneamente pero cuando pensaba que iba a desmoronarse, el gesto de su cara cambió adoptando una rara determinación.
-Te conozco. ¿En qué estás pensando?- algo en mi interior me avisó que se avecinaban problemas.
Os juro que nunca creí que fueran tan graves pero entonces con un tono seguro que erizó hasta el último de mis vellos, esa cría me dijo:
-Acepto con una sola condición… -hizo un descanso antes de continuar- …si quieres que me las haga, deberás acostarte conmigo antes.
Todavía no había asimilado la bomba que había soltado con tanta naturalidad cuando esa muchacha me echó de su cuarto, diciendo:
-No vuelvas si no es para hacerme el amor.
Cual perro maltratado me fui con el rabo entre las piernas rumbo al bar de la esquina donde a buen seguro podría tomarme un whisky que me sirviera para olvidar lo acontecido durante esos quince días. Su propuesta me parecía una locura propia de una trastornada y pensando en ello, me pedí la primera copa.
«Por muy sugerente que me resulte la idea, no puedo hacerlo», decidí al terminarla pero en vez de irme a casa a tratarla de convencer, me pedí la segunda.
«Solo un capullo insensible, aceptaría…», murmuré entre dientes mientras apuraba la copa, «…acostarse con esa preciosidad de mujer».
Llamando al camarero pedí la penúltima.
«Da igual que sea una sola vez y que sea ella quien me lo ha pedido», pensé mientras daba un sorbo, « al día siguiente, me arrepentiría».
El recuerdo de sus pechos seguía presente a pesar del alcohol que llevaba y por eso me terminé de un trago la bebida.
«Ella quiere, yo lo deseo. ¿Cuál es el problema?», decidí por un momento pero entonces los remordimientos retornaron con fuerza y contraviniendo mis ganas de dejar todo y acudir a sus brazos, encargué la cuarta.
«Una sola noche es lo que me pide», ya abotargado pensé, «y si no hago ella puede morir».
Irónicamente, la mera idea que su estado físico podía empeorar me hizo palidecer:
«No puedo hacerme responsable de eso», farfullé ya alcoholizado, «sería terrible que algo le sucediera».
Temblando, agarré el vaso y apuré el resto del whisky, al darme cuenta que no podía pensar en ello sin que se me encogiera el corazón.
«Necesito sus risas todas las mañanas», me dije mientras pagaba al imaginarme sin ella.
La dureza de esa visión me impedía respirar y aterrado, corrí a mi casa en su busca. Ya no me sentía un buen samaritano, realmente necesitaba estar con ella y disfrutar del momento, no fuera a ser que el mañana no existiera.
Al llegar hasta su puerta, la encontré cerrada y sin pensármelo dos veces, la tiré de un empujón. Mi cerebro casi estalla de placer al verla vestida con un picardías esperándome. Su sonrisa iluminaba la estancia y ya decidido me acerqué a cumplir con el requisito que ponía para pasar el examen.
Sumido en un estado febril, me quité la ropa mientras Lara me miraba:
-¡Vienes borracho!- exclamó al ver que me tambaleaba.
-Sí- respondí mientras me bajaba los pantalones- ¿te importa?
Como me imaginé olvidando las muchas copas que llevaba, al ver mi pene erecto, esa mujer no se pudo aguantar y con una expresión de zorra desorejada en su rostro, me pidió que le dejara hacerme una mamada. Os reconozco que me puso bruto el oírla e incrementando su deseo, cogí mi sexo con una mano y me puse a menearlo a escasos centímetros de su cara.
-Lo tienes enorme- me soltó al tiempo que la muy puta se relamía los labios.
Supe que debía aprovechar la coyuntura y antes de metérsela en la boca, le espeté:
-Jura que mañana te vienes al hospital.
-Te lo juro- contestó presa de la lujuria.
Tras lo cual se puso de rodillas sobre el colchón y sin parar de gemir, se fue introduciendo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos.
«Voy a echar de menos a la zorra en que se ha convertido », pensé dubitativo mientras esa monada abría sus labios y con rapidez, engullía la mitad de mi rabo. Con gran determinación, Lara sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande, lo volvió a enterrar en su garganta.
«Joder, ¡Qué bien la mama!», sentencié al no poder reprimir un gruñido de satisfacción y presionando su cabeza, le ordené que se la tragara por completo.
Suprimiendo sus nauseas, la morena obedeció y tomó en su interior toda mi verga. Como la experta mamadora que era, mi dulce y puta compañera apretó sus labios mientras ralentizaba la incursión para alargar el momento. Pero al sentir la punta de mi pene incursionó rozando el fondo de su garganta, perdió los papeles e inició un rápido mete-saca que me hizo temer que no duraría mucho más.
-Tranquila, zorrita. Tenemos toda la noche- le informé.
Ese insulto maximizó su calentura y llevando una mano a su entrepierna y se empezó a masturbar sin dejar de mamar. Al advertir que esa lindeza la había puesto verraca, quise aprovecharlo y por ello, la solté:
-¡Se nota que te has comido muchas vergas! ¡Puta! ¡Me tenías engañado!
Solté una carcajada al observar el efecto que mis palabras habían causado en esa mujer y aprovechándolo le quité el camisón. Totalmente excitada, dejó que la tumbara sobre las sábanas mientras me recreaba mirando las tetas que iba a tener a mi disposición. Extrañamente el alcohol me tranquilizó y a pesar que la dueña de esos preciosos pechos me rogaba que los besara, me tomé mi tiempo y recordando que todavía estaba convaleciente, decidí tener cuidado.
Tiernamente, mis manos empezaron a acariciar sus senos mientras la besaba. Su entrega permitió que mis besos se fueran haciendo más posesivos y cambiando de objetivo, mi lengua fue bajando por su cuello hasta uno de sus pezones. La reacción de Lara fue instantánea y ya sumida en la pasión me rogó que la tomara.
Obviando su petición me concentré en el siguiente y para entonces sus gemidos de deseo eran gritos alocados donde me exigía que la tratara como una puta y me la follara. Descojonado al saberme al mando, no la hice caso y dejando que mi lengua siguiera bajando por su cuerpo, lamí las cicatrices de su dorso antes de seguir la ruta marcada.
-¡No puedo más!- chilló descompuesta al experimentar mi húmeda caricia cerca de su coño.
La completa depilación a la que había sido sometida antes de la operación, me permitió disfrutar de su vulva a mi gusto antes de concentrarme en su botón.
«¡Cómo me gusta!», exclamé mentalmente mientras mordisqueaba ese caramelo y disfrutando de su sabor.
Lara que ya de por sí estaba bruta, no se podía creer las placenteras sensaciones que estaba experimentando al notar su cueva totalmente anegada por mis caricias y chillando a voz en grito, me suplicó que la hiciera mi mujer. Nuevamente no le hice caso. Las señales que emitía su cuerpo me indicaban la cercanía de su orgasmo y por eso intensifiqué mis lengüetazos, pellizcando sus pezones a la vez.
Por segunda ocasión en diez años oí la explosión de esa mujer pero esta vez el río que salía de su sexo inundó mi boca y como un poseso probé su contenido mientras ella sucumbía al placer. Con su aroma impregnando mis papilas recogí la cosecha de mis actos con la lengua, sin darme cuenta que con ello cruelmente alargaba su angustia por ser mía.
-Te lo pido por favor, ¡fóllame de una puta vez!
Su exabrupto me confirmó que estaba lista y con lentitud, separé sus piernas y cogiendo mi pene, jugueteé con su clítoris usando mi glande como instrumento. Sus gritos me pedían que lo hiciera rápido y la tomara ya pero queriendo recordar esa noche como memorable, no cedí a sus prisas y con gran parsimonia, separé los pliegues de su sexo con la cabeza de mi pene para acto seguido ir centímetro a centímetro rellenando su conducto.
-Eres un cabrón- aulló y sin poder esperar, usó sus piernas para metérselo de un solo golpe.
La otra hora dulce e ingenua criatura gritó de placer al sentirlo chocando contra la pared de su vagina y no permitiendo que su interior llegase a acostumbrarse a verse invadido, comenzó a mover sus caderas a gran velocidad.
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- bramó descompuesta mientras los músculos de su coño comprimían por completo mi miembro.
Su berrido me dio alas y cogiendo sus pechos, los usé como agarré para facilitar el modo en que mi estoque acuchillaba su interior una y otra vez. Siendo perro viejo en esas lides, noté que Lara estaba sobre-excitada por la facilidad con la que mi extensión entraba y salía de su sexo y forzando su entrega, aceleré mis movimientos. El ritmo alocado con el que mi pene la estaba embistiendo la hizo llegar nuevamente al orgasmo al ver su coño convertido en un frontón donde mis huevos revotaban.
-Necesito sentir tu semen- aulló al apreciar que algo le faltaba para estar completa.
La confirmación de su completa rendición fue el acicate necesario para dejarme llevar e imprimiendo nuevamente velocidad a mis caderas, reinicié con más fuerza el asalto.
-¡Así!, ¡Sigue! ¡Úsame como a las putas que te tiras a mis espaldas!- reclamó en plan al sentir mi extensión zarandeando su interior.
-¿De qué hablas?- pregunté extrañado que supiera algo de mi vida fuera del trabajo.
Con la voz entrecortada por el placer, reconoció que llevaba años espiándome. Esa confesión lejos de cabrearme, me alegró al comprender que al menos la atracción que sentía por mí no era producto del supuesto daño cerebral y olvidando toda cordura, la cambié de postura y la puse a cuatro patas sobre la cama.
-¿Qué vas a hacer?- asustada preguntó al sentir que abría sus nalgas.
Obviando sus quejas, observé que su esfínter se mantenía intacto y recreándome en la idea de ser yo quien se lo rompiera, le di un largo lengüetazo.
-Por favor, ¡ten cuidado! ¡Todavía soy virgen por ahí!- suspiró deseosa pero insegura a la vez.
Su aviso me recordó su estado y cambiando de objetivo, de un solo arreón la empalé por el coño. Su berrido me confirmó la disposición de esa puta y decidido a liberar la presión de mis huevos, marqué con sonoras nalgadas el compás de mis incursiones. La morena creyó que iba desgarrarla por dentro pero, en vez de quejarse, me rogó que continuara.
Su permiso, siendo innecesario, me permitió satisfacer los deseos de la dulce morena y extralimitándome le solté una serie de mandobles que me dolieron hasta mí. Con sus cachetes rojos y con su chocho ocupado, ni compañera se corrió por enésima vez y agotada se dejó caer sobre la almohada. Al hacerlo, mi pene se incrustó aún más hondo y con la base de mi miembro rozando los pliegues de su sexo, me uní a ella en un gigantesco orgasmo.
-Dios- aullé satisfecho al sentir que mi verga explotaba regando su fértil vagina y completamente exhausto, me tumbé a su lado.
Mi nueva amante con una sonrisa en mis labios, me abrazó posando su cabeza sobre mi pecho. Os prometo que me sentía tan feliz que por mi cabeza no pasaba la idea de seguir con otro round pero al cabo de unos minutos y ya repuesta, mi adorada Lara levantó su cara y mirándome a los ojos, me soltó:
-Te he prometido ir a hacerme esas pruebas y aunque sé que son necesarias, me da miedo que si descubren algo, nunca vuelvas a hacerme el amor.
Sus palabras pero sobre todo su tono escondían un significado que no alcanzaba a vislumbrar y por ello mientras acariciaba su melena, directamente pregunté:
-¿Qué deseas?
Muerta de vergüenza, bajó su mirada y contestó:
-Cuando lamiste mi culito, ¡me quedé con ganas!…


Relato erótico: “Genio” (PUBLICADO POR XAVIA)

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Lo habíamos contratado hacía 11 meses. Se llamaba Benjamín pero más allá de un carácter infantiloide, nada más hacía referencia a su nombre. Era hijo único, así que no era el más joven de una estirpe. Medía cerca de 1,90 y pesaba más de 100 kg, así que no era pequeño. Y, a pesar de ser el último en llegar a la empresa, se había convertido en una pieza muy importante para nuestros últimos proyectos.

Cris y yo nos asociamos hace 12 años hartos de trabajar como negros para que otros se llevaran el mérito y, sobre todo, el beneficio económico. Nos conocíamos desde la adolescencia, pues fuimos compañeros de clase. A raíz de ello, conformamos una cuadrilla de 7 miembros, 3 chicas y 4 chicos que nos convertimos en inseparables hasta que los estudios universitarios y dispares carreras profesionales nos fueron disgregando. El grupo seguía viéndose con irregularidad, pero solamente nosotros dos continuábamos juntos.

Cumplidos los 30, en la fiesta de aniversario de mi amiga, esbozamos el embrión que pocos meses después darían con el nacimiento de una consultora de empresas que comenzó dando servicios informáticos y tecnológicos a compañías de nivel pequeño, hasta que fuimos creciendo al ritmo de nuestros clientes.

La contratación de Benjamín supuso para la compañía dar un paso más pues lo más suave que puedo decir de él es que era un hacker con todas las de la ley. O sin ella, para ser honestos, pues necesitábamos a alguien que conociera la otra cara de la red, la Dark Net como lo llama la policía, el Deep Web, como lo llamamos los usuarios.

Al chico nos lo recomendó el marido de Cris, también ingeniero informático, cuyos conocimientos acababan donde comenzaba la cara B del sector, pero estaba muy bien conectado con críos de discutible pelaje.

Benjamín era el prototipo de nerd informático. Huraño, solitario, rebuscado, maniático, pero también genial y muy eficiente. Acostumbrado a lidiar con profesionales del sector de todo tipo, no me fue difícil congeniar con él, aunque me costó penetrar la coraza auto protectora que lo cubría. Tal vez el hecho de ser hombre me ayudó, pues a Cris le costó bastante más, sobre todo porque carecía de la paciencia necesaria para aguantarlo.

Aún hoy sigo pensando que su contratación fue un acierto, a pesar de lo acontecido, pues en lo profesional y económico, nos fue muy bien su presencia. En lo personal…

***

Cris se había casado con Toni un año antes de que fundáramos nuestra empresa, un chico que conoció en su primer destino laboral. Yo había tonteado toda mi vida con Emma, una compañera de la cuadrilla adolescente, pero no fue hasta asomarnos a la treintena que decidimos formalizar lo que llevaba años escrito. Años en los que ambos habíamos tenido otras relaciones más o menos serias.

Pero las piernas que me rodeaban a la altura de la cintura no eran las suyas, como tampoco eran sus pechos los que se mecían adelante y atrás al ritmo de mis envites, ni era su garganta la que gemía sonoramente, ni su lengua la que me pedía que la follara. Era mi socia la que en ese momento me pidió darse la vuelta pues le encantaba que la penetraran desde detrás, con el culo en pompa, acompañado de algunos azotes e insultos varios.

Esta vez llegué antes que ella, no pares ahora cabrón, pero no tardó demasiado en lograr su objetivo. Cuando me separé de su cuerpo, me dejé caer en una de las sillas de visita que poblaban el despacho de mi socia, resoplando, admirando aquel par de nalgas perfectas que la bella mujer ofrecía.

Poco a poco se fue incorporando, Dios, que falta me hacía, bufó, para recoger pantalones y tanga del suelo y vestirse. Yo aún me quedé un rato en aquella ridícula posición, camisa abierta, pantalones y bóxer por los tobillos y polla enhiesta, feliz pero agotada.

Me miró sonriente, guiñándome un ojo, mientras tomaba el teléfono y llamaba a su cornudo marido para avisarle que salía del despacho. Eran más de las 8 de la tarde y la jornada había sido dura, aunque gratificante.

En casa, besé a Emma con cariño, eso es exactamente lo que sentía por ella, así como a las gemelas y cenamos como una familia feliz mientras cada uno desgranaba su aventura diaria. Mi mujer en el bufete de abogados, nuestras hijas quejándose de la dificultad que suponía una cosa nueva que habían comenzado en matemáticas llamada raíces cuadradas.

-Ya estáis en cuarto curso, cada año es un poco más difícil –las consoló la madre guiñándome también un ojo.

***

La contratación de Benjamín era una necesidad evidente que pospusimos tanto como nuestros principios ético-morales nos consintieron. Durante casi doce años nos habíamos dedicado a labores tan simples como diseñar una página web hasta la gestión integral de las necesidades telemáticas de compañías medianas. Para ello, contábamos con una plantilla de 11 profesionales encargados de proporcionar a los clientes las soluciones más eficaces e innovadoras del mercado.

 Allí radicó, en la novedad, en la necesidad perentoria de estar a la última, ofrecer servicios de seguridad online, pues los ataques informáticos son cada vez más frecuentes y agresivos. Proteger un servidor de troyanos y malware no es complicado, pero defenderte de un ataque bien dirigido ya es otro cantar.

Benjamín, no solamente diseñaba las defensas, también contraatacaba cuando el intruso se lo merecía. Pero últimamente habíamos dado un paso más. Gracias a sus conocimientos, éramos capaces de espiar a empresas competidoras de nuestros clientes, así como a organismos gubernamentales. Esto último, tan arriesgado como suculento.

Lo peligroso del caso era que el chaval actuaba por su cuenta. Últimamente parecía haberle cogido el gusto a meterse en sistemas ajenos sin encargo profesional mediante, así que tuve que pararle los pies un par de veces. Practica tus hobbies en casa, que al final nos joderás a todos.

Aquella inmensidad de tío me miraba como si yo fuera un marciano, sentado en su trono, un sillón de sky negro que él mismo había diseñado a partir de su anatomía y necesidades físicas, pues pasaba sentado en él horas y horas.

-Tanto si lo hago desde aquí como si lo hago desde casa, no es rastreable. No tienes por qué preocuparte.

-Si tú puedes rastrearlo, otro experto como tú también puede hacerlo.

Por respuesta me ofreció una sonrisa de suficiencia, que sin duda significaba nadie es tan bueno como yo, aunque a mí me daba la sensación de significar soy un crío inmaduro e inconsciente que asume riesgos innecesarios.

Aquella tarde lo hablé con Cris. El horario laboral de la plantilla finalizaba a las 6 de la tarde, aunque era habitual que hubiera alguien trabajando hasta las 7, según la carga de trabajo que tuviéramos en aquel momento. Benjamín era el único que se quedaba hasta más tarde, cuando se quedaba, pues a decir verdad, hacía el horario que le daba la gana. Podían ser 4 o 24 las horas que pasara sentado en su trono. Esa había sido una de sus condiciones para unirse al equipo. La otra era disponer de un despacho individual para que nadie le molestara.

Tratándose de un friki de manual, pues no se relacionaba con nadie más que conmigo y puntualmente con Cris, era realmente rentable para la empresa pues es lo que mi socia me estaba recalcando mientras yo exponía mis quejas.

-Cierto, pero cada vez me pone más nervioso. Cualquier día vamos a tener un problema serio. Ayer, sin ir más lejos, estaba metido en los servidores de la policía científica. ¿Qué coño se le ha perdido allí dentro?

-Se lo pedí yo. -¿Cómo? exclamé levantando las cejas y abriendo los ojos como platos. –Necesitaba acceder a los informes de un caso de violencia doméstica.

-¿Violencia doméstica? –exclamé levantando la voz. -¿Desde cuándo tratamos casos de éstos?

-Desde que el acusado es el jefe de mi hermana. Me ha pedido ayuda, pues la mujer lo ha denunciado y según ella es una patraña para tomar ventaja en el divorcio. Una invención de la tía, un montaje…

No seguí escuchando. Carol, su hermana menor, llevaba más de dos años liada con su jefe. Increíblemente para mí, pues estaba convencido que el tío solamente se estaba aprovechando de tener a mano un buen par de tetas enamoradas, había accedido a dejar a su mujer para vivir con una chica quince años más joven. La batalla económica no era la única que la despechada esposa había iniciado. Ahora parecía ir a hacer daño, al menos tanto como le estaban haciendo a ella.

Para Cris, su hermana era intocable. Siempre había sido una cabra loca, pero ella la defendía a capa y espada, así que ese era un tema que hacía mucho que decidí no discutir con ella. La última vez que lo hicimos, estuvo casi dos semanas sin hablarme.

La mano de mi socia en el hombro me devolvió a la realidad. Tengo la virtud de escuchar sin oír, o de oír sin escuchar. Tanto monta, monta tanto. Parece que esté atento a mi interlocutor, incluso cabeceo asintiendo, cuando en realidad he desconectado. Cris me conoce lo suficiente para darse cuenta, pero en cuanto su hermana entra en escena, pierde todas sus facultades.

Así que continuaba con su retahíla de excusas y argumentos más o menos discutibles cuando me estaba pasando las manos por la nuca, intimando conmigo y me susurraba a pocos centímetros que te recuerdo que tú también tienes un rollo con una mujer casada, además de estar engañando a tu mujer.

No estábamos solos, pues Benjamín seguía encerrado en su jaula, así que no la tomé de la cintura para empotrarla contra su mesa, como me apetecía, a pesar de que aquella sonrisa perfecta, aquel cuerpo maduro en edad pero joven en apariencia, me llamaban a gritos. Me contenté con besarla suavemente, para sentenciar, tú sabrás lo que haces.

Matemáticamente hablando, lo mío con Cris duraba más de diez años. Trece exactamente, pues nos liamos por primera vez cuando ella estaba prometida de Toni. No fue buscado por ninguno de los dos, simplemente ocurrió. Sonará a tópico y supongo que si ella usara esta misma frase para justificarse ante su pareja, Toni no se quedaría convencido. Pero así fue.

Salíamos de una de nuestras fiestas-encuentro de la cuadrilla, un poco bebido yo, por lo que Cris se ofreció a llevarme a casa en mi coche, pues ella no lo había cogido. Al llegar a mi apartamento, surgió el ¿ahora qué?, pues el coche era mío y ella vivía en la otra punta de la ciudad. Así que le dije que podía dormir conmigo. No era mi intención que durmiera en mi cama, no me había referido a eso, pero subió y acabé completando el cupo de mi cuadrilla, pues me había acostado con Emma en varias ocasiones y con la tercera chica del grupo, Montse, a los 18 años.

Ninguno de los dos le dio más importancia al hecho, como si en vez de sexo se hubiera tratado de compartir una cena o ir juntos a un concierto, así que no esperé repetirlo. Pero sí lo repetimos. Celebrando nuestro primer cliente. Desde entonces, nos hemos acostado unas cuantas veces, aunque no tantas como doce años podrían presuponer. Porque me concentré en mi vida de pareja cuando decidí salir en serio con Emma por lo que estuvimos 5 o 6 años sin tener relaciones. También ella tuvo fases de mayor fidelidad con Toni.

Pero últimamente, durante los últimos dos años exactamente, sí debíamos estar en una media superior al encuentro por mes. Sin implicación ninguna. Sexo ardiente y satisfactorio entre dos adultos, maduro y meramente lúdico.

***

Era jueves. Lo recuerdo porque, aparte del viernes en que el staff acaba a las 3 de la tarde, al tratarse de personal joven en su mayoría, es la única tarde en que suelen irse puntuales, pues para ellos es la primera noche del fin de semana, cuando salen los universitarios foráneos, razón por la que estábamos prácticamente solos.

No me había enterado de cuando se había ido todo el mundo, pues estaba enfrascado en una propuesta de venta para la mañana siguiente, pero me sorprendió que Cris se hubiera marchado sin despedirse. Me levanté para estirar las piernas, pues aún pensaba quedarme una hora más, cuando vi el bolso y la chaqueta de mi socia a través de la puerta abierta de su despacho. Me asomé, pero no estaba, así que supuse que había ido al baño.

Me encaminé hacia la jaula, el mote al despacho de Benjamín había hecho fortuna, aunque también había sonado cueva pues trabajaba casi en penumbra y alcantarilla pues olía a cerrado cuando pasaba muchas horas allí. La puerta estaba cerrada, lo que no significaba que estuviera dentro pues siempre lo estaba, así que acerqué los nudillos para dar los dos toques preceptivos de aviso, contraseña imperialmente establecida antes de entrar.

Calzo un 44, algo que no tendría más importancia si mis zapatos no hubieran tocado la puerta antes que mis dedos. Al hacerlo, ésta se abrió ligeramente, pues no había quedado bien cerrada, provocando que me congelara. Miré, me froté los ojos y miré de nuevo.

El gran sillón de sky negro estaba ocupado por su dueño, anatómicamente encajado a la perfección en él, pues por algo era un diseño suyo, ligeramente ladeado hacia la puerta, sin duda para apartarse de la mesa y los ordenadores. Cris, no sólo estaba arrodillada en el suelo delante del sillón, su preciosa media melena rubia se movía arriba y abajo, o abajo y arriba, entre las gruesas piernas del paquidermo.

Un pinchazo de celos como nunca había sentido se me clavó en el estómago. Pero lo que me provocó náuseas fue oír los berridos de la bestia, roncos gemidos acelerándose más a cada succión sufrida, hasta que se derramó en la boca de mi socia. Ésta no se apartó, yo también había eyaculado en aquel depósito alguna vez, siguió chupando unos segundos hasta que confirmó que los estertores del elefante habían acabado. Se levantó, sonriendo y abrochándose la blusa, hasta que bajo la atenta mirada de Benjamín, tragó sonoramente.

-Cómo os gusta a los tíos que nos lo traguemos. Con lo asqueroso que está.

-Me lo has prometido.

-Y tú a mí también me has prometido cosas, así que venga, lo quiero mañana a primera hora.

-Ya ha vuelto la jefa. Me gustaba más tenerte arrodillada y ser yo el jefe.

-Aunque esté arrodillada, sigo siendo la jefa. Te recuerdo que lo hago porque yo quiero, no porque tú me lo pidas.

***

-¿Se puede saber qué coño ha sido eso?

Cris pasaba por delante de mi despacho hacia el suyo. Me había sentado en mi escritorio pero tenía la puerta abierta para pedirle explicaciones cuando volviera. Había tardado unos minutos pues la había oído entrar en el baño. Se detuvo bajo el marco y preguntó a qué me refería. Pero no necesité verbalizarlo. Me escrutó seria, hasta que respondió:

-¿Desde cuándo tengo que darte explicaciones sobre mis actos?

-Desde que éstos afectan o pueden afectar nuestro bienestar como empresa.

Soltó una carcajada más sonora de lo que me hubiera gustado. Era un recurso habitual en mi socia, que podía interpretarse como hago lo que me da la gana, pero también como una burla hacia los demás. Aunque no era el caso.

-Tranquilo que los intereses de la empresa están bien atados. –Me miró retadora, entrando en mi despacho y cerrando la puerta tras de sí. –Precisamente estaba cuidando de dichos intereses.

-Ahora los vas a cuidar así… -no encontré las palabras adecuadas. Mejor dicho, preferí no verbalizar las que mi cerebro enviaba a mis cuerdas vocales.

Sin que se le borrara la sonrisa del rostro, cinismo en estado puro, siguió avanzando hasta rodear la mesa. Al llegar a mi vera preguntó, ¿estás celoso?, negué aunque lo estaba, no podía negarlo. Su respuesta fue alargar la mano hasta mi entrepierna, para sentarse sobre mí a horcajadas, rodeándome el cuello con los brazos, anunciándome que chupársela al friki la había puesto cachonda.

No me dejó contestar. Sus labios tomaron los míos, los mismos que acababan de beberse la simiente del gordo, mientras su lengua entraba hasta mi campanilla. Fóllame como tú sabes y también te dejaré seco.

Sus manos habían desalojado mi nuca para desabrocharse la blusa. Abandonó mis labios para clavarme las tetas en la cara, bebe mi niño, bebe si quieres que mamá te coma la polla. Me agarré a ellas con hambre, chupando, succionando, hasta que me la saqué de encima. La empujé contra la mesa, rabioso, dándole la vuelta para dejarla expuesta. Se dejó hacer, girando la cabeza para mirarme juguetona.

-Eres la puta jefa y te has portado como una becaria –le escupí mientras tiraba de su pantalón para que su excelso culo apareciera orgulloso. Lo movía hacia atrás, en círculos, acercándomelo mientras esperaba que me desabrochara el pantalón.

-¿Estás celoso cornudín? –pinchaba con aquella media sonrisa de superioridad dibujada en la cara. -¿Lo estás porque alguien más ha jugado con la puta jefa?

Así el miembro, apunté y entré violento mientras la agarraba del cabello con la mano izquierda. Gimió con fuerza, pero siguió chinchando. Eso es cornudín, fóllame, fóllame, fóllate a la puta jefa. Hasta que la acallé de una nalgada.

-Eres más puta que jefa. –Le pegué otra nalgada sin dejar de percutir con todo, rabioso. –Yo soy el jefe. Tú eres la puta.

-Sí, fóllame, fóllate a esta puta. –Eres la puta de la empresa. –Sí lo soy, dame más cabrón, fóllame.

Ya no pudo seguir hablando. Los gemidos se habían convertido en jadeos hasta que sus piernas temblaron atravesadas por un orgasmo intensísimo. Su clímax provocó el mío, descargando varios lechazos en el interior de su vagina.

No sé si había sido el mejor polvo de los que habíamos echado, discutible pues estando de viaje habíamos tenido largas sesiones de sexo variado coronadas con varios orgasmos, pero sí había sido de una intensidad poco habitual.

No logré grandes explicaciones. Al menos no lo detalladas que esperaba oírlas. Se vistió, pasó por su despacho para recoger sus cosas y se largó, despidiéndose como cada noche con una sonrisa en los labios, juguetona pero cínica, y un comentario que me volvía loco.

-Me llevo tu semillita a casa.

Cris llevaba un DIU pues no quería darle un hermanito a su hija. Gracias a ello nunca usábamos condón, pues no hay color entre que te metan un trozo de carne desnudo a plastificado, otro de sus comentarios obscenos, y le encantaba notar como el semen le manchaba el tanga.

Lo único que saqué en claro al día siguiente es que le había hecho dos mamadas últimamente, pues así lo tengo controlado, obediente.

-Espero que no se te haya pasado por la cabeza chupársela a todos los empleados que quieras que te obedezcan.

-Vete a la mierda.

Me arrepentí al instante del comentario, pero los celos me estaban nublando el entendimiento. Cris y yo no teníamos ningún compromiso de exclusividad. Ambos teníamos una vida de pareja más o menos sólida, incluyendo bastante sexo en ambos casos, aunque si Toni o Emma se enteraban de que nos acostábamos de tanto en tanto, nos iban a dejar de patitas en la calle en un santiamén.

Pero Cris nunca había considerado la fidelidad como el inquebrantable sacramento del matrimonio que la Santa Madre Iglesia nos vendía. Se había acostado con otros hombres y lo seguiría haciendo mientras le apeteciera.

Así que el lunes puso las cartas sobre la mesa.

-No me gustó un pelo el comentario que me hiciste el viernes. Así que después de darle muchas vueltas este fin de semana, quiero aclarar contigo unas cuantas cosas.

–Lo siento, me equivoqué. –Pero no me dejó hablar.

-Me acuesto contigo porque me lo paso bien. Follas de puta madre y me gusta. Pero el único hombre que puede pedirme exclusividad en mi vida es mi marido y, aunque crea que la tiene, está convencido de ello y yo siempre juraré haberle sido fiel, tampoco a él se la voy a conceder. Soy una mujer libre que vive su vida como quiere y como cree…

-Lo sé, no tienes que darme explicaciones… -pero no me escuchaba. Cuando mi socia había decidido poner los puntos sobre las íes, no había quién la detuviera.

-…si pretendes fiscalizarme, controlar qué y con quién lo hago, te apartaré de mi vida personal y no volverás a tocarme nunca más. –Ahora hizo una pausa, inspiró hondo clavándome sus ojos almendrados y continuó. -Somos amigos desde hace muchos años, muy buenos amigos, íntimos, y te quiero mucho, pero quiero más a Toni. Creo que el jueves tuviste un ataque de celos. Sí es así, estamos jodidos. Estás jodido, porque no voy a cambiar. Y por más socios que seamos, por más casados que estemos en lo profesional, no voy a permitir que me digas lo que tengo que hacer. Te recuerdo que esto es una sociedad al 50% y que ninguno de los dos tiene más poder que el otro.

Asentí, buscando las palabras adecuadas para contrarrestar la bronca que me estaba echando. Tenía razón en que me había sentido celoso y era cierto que no podía permitírmelo, pues en lo afectivo estaba ligada a su marido y en lo sexual era voluntariamente promiscua y lo seguiría siendo. Pero yo también había usado el fin de semana para aclararme las ideas, analizando pros y contras, así que argumenté:

-Yo también te quiero muchísimos y, al igual que en tu caso, Emma y las gemelas son más importantes en mi vida afectiva de lo que lo eres tú. Tienes razón en que sentí celos, pero creo que se debieron más al hecho de considerarte mía en la empresa… -Yo no soy de nadie. -…no lo digo en un sentido posesivo, aunque suene así. Simplemente que no entiendo qué coño estabas haciendo, en qué coño estabas pensando.

-En el bien de nuestra empresa.

-Pues no lo veo, la verdad. No entiendo la jugada.

-Vamos a ver. –Me puso una mano sobre las mías. –Benjamín es un puto marciano. Un bicho raro que lo más cerca que ha estado nunca de una mujer ha sido viéndola en 1600 píxeles. Vive en su mundo pero nos guste o no, se ha convertido en clave para esta empresa, para nuestro devenir futuro. Maneja demasiada información, es demasiado inteligente, es capaz de hacer cosas que a ti y a mí se nos escapan, y nos puede meter en un buen lío si quiere hacerlo.

-Más a mi favor. ¿Cómo se te ocurre jugar con él?

-No estoy jugando con él. Le estoy ofreciendo un premio al que no querrá renunciar, estoy apretando los lazos que le unen a nosotros, anudándolos, para que se libre mucho de jodernos si algo se tuerce.

Prefieres que te joda a ti, pensé, pero no lo dije en voz alta. No hizo falta, Cris me conocía tan bien que me leyó el pensamiento.

-Aunque la mayoría de mujeres que conozco, que conocemos, lo considerarían humillante, a mí no me cuesta nada hacerlo. Apenas me aguanta un par de minutos. Además, -me miró asomando aquella sonrisa cínica que tan bien conocía –me pone cachonda. Cuando acabo me apetece venir a buscarte para que me pegues un buen repaso.

***

Aunque no las tenía todas conmigo, no pasó nada especial durante un mes. Considerando como no extraordinarias las mamadas que le propinó a Benjamín, claro. Una por semana conté, pues venía a mi despacho a continuación para que le bajara el calentón. Las dos últimas, apestando a semen, pues le daba morbo no lavarse los dientes para que yo notara el viciado aliento.

Pero yo no estaba tranquilo. Tenía un mal presentimiento que cada vez percutía con más fuerza en mi cabeza. Según Cris el tío estaba cada vez más encoñado, ¿”embocado” sería la palabra?, y tenía razón en que parecía estar trabajando hasta la extenuación en un proyecto básico para la estrategia futura de la empresa, siguiendo a pies juntillas las directrices de su jefa. Pero mi sexto sentido estaba cada vez más alterado.

Fue a mediados del tercer mes cuando me di cuenta que la cosa se estaba torciendo. Benjamín nos había presentado dos versiones de una herramienta para monitorizar servidores remotos, hablando en plata, controlar a distancia toda la información de otra empresa. Como nos tenía acostumbrados eran muy eficaces. Invisibles, prácticamente indetectables, y difícilmente rastreables. Si el uso de una aplicación espía ya es delito, haber creado una de las mejores del ciberespacio sin que Cris o yo tuviéramos el control me ponía muy nervioso. Por ello, tardé en detectar las señales que mi socia emitía.

Ella también estaba muy nerviosa, irritable hasta niveles exagerados, y nuestra actividad sexual había decaído hasta casi el olvido. Achaqué su intranquilidad a la importancia del proyecto y a los riesgos que estábamos asumiendo, pues así me sentía yo.

Pero que cuando tratara de abordar el tema con ella, me rehuyera  o echara balones fuera no hacía más que confirmar que algo no andaba como debía. Así que decidí averiguarlo.

Mi técnica fue rudimentaria pero eficaz. Mis conocimientos informáticos y de espionaje industrial son superiores a la media pero están a años luz de los de Benjamín y a distancia considerable de los otros tres programadores de la empresa, así que opté por atacar el flanco débil de mi adversario.

La jaula, la cueva o la alcantarilla eran motes más o menos adecuados para referirnos al centro de operaciones del Genio, pero pocilga o vertedero también podían haber hecho fortuna, pues el habitáculo solía estar atestado de mierda, en el sentido más amplio del término. Comida abandonada, piezas de ordenador, ropa sucia, revistas y publicaciones variadas, e incluso, algún cachivache indeterminado que tanto podía ser un amuleto como un recuerdo de no sé qué ni dónde.

Amparándome en el desorden reinante, no me fue difícil instalar una pequeña cámara de vídeo. Si hace unos años, éstas se camuflaban mediante un bolígrafo, un reloj despertador o un teléfono inalámbrico, por poner ejemplos bastante tópicos, el desarrollo de la tecnología ha provocado que cada vez sean más pequeñas, pues deben competir con software espía que se auto-ejecuta en webcams o dispositivos móviles.

La que compré tenía el tamaño de un botón de chaqueta, redonda simulando el cabezal de un tornillo, así que pasaba desapercibida en el lateral de un estante, contaba con 8 horas de autonomía y control remoto por wi-fi, lo que me permitía ejecutar el visor de vídeo desde mi despacho. La calidad del audio no era excelente, pues los movimientos muy cercanos a la cámara ensuciaban el sonido, sonando a frito, pero era más que suficiente para comprender el diálogo.

Tardé tres días en encontrar el momento óptimo para instalarla, a las 6 de la mañana de un viernes, pero en cuanto lo hice obtuve la primera respuesta a las 9 de la mañana, confirmada con creces, pasadas las 4 de la tarde.

Nuestra rutina habitual consistía en tomarnos un café justo al llegar a la empresa, entre 8 y 8.30. A veces solos Cris y yo, si debíamos comentar algo, pero a menudo, acompañados de algún miembro del staff. Únicamente un día aquella semana, mi socia me había acompañado, pues últimamente se encerraba en su despacho arguyendo que no le apetecía.

Volvía a mi escritorio cuando me la crucé inquieta. Debo hablar cinco minutos con Benjamín, respondió cuando le pregunté por la premura. Sin dilación, me senté ante mi portátil y me conecté a la cámara espía.

-Buenos días, jefa. Puntual como cada mañana –la saludaba el gordo con una sonrisa de oreja a oreja. -¿Vienes a por tu ración de leche?

En circunstancias normales, como el primer día que les vi, Cris hubiera impuesto su aplomo, cortándole las alas o mandándolo a la mierda. Pero por respuesta, únicamente esbozó un gesto extraño con los labios, de hastío, mientras se levantaba el jersey de entretiempo y el sujetador para que sus bonitos pechos aparecieran. Mientras el tío alargaba las manos para sobarla a consciencia, la jefa le sacó el miembro aún fláccido desabrochándole el pantalón.

Sin dudarlo, engulló, provocando los primeros gemidos del afortunado que pronto se tornaron en obscenos cumplidos.

-Qué bien la chupas jefa. Cómo me gusta tenerte arrodillada.

A los pocos minutos, más de cuatro según el reloj del vídeo, Benjamín eyaculó sonoramente sin permitir a Cris apartarse ni un milímetro. Lo sorprendente del episodio no fue la felación en sí, ni que ella continuara chupando, limpiándola unos minutos más. Ver la sumisión de una de las mujeres más altivas que conocía me incomodó, pero lo que me preocupó fue la mirada derrotada de mi socia, harta pero complaciente, aguantando dócilmente las obscenidades que el tío había proferido durante el acto y que tuvieron su colofón cuando se levantaba para salir de la pocilga.

-Te espero a las 4.

-Hoy no, es viernes y quiero recoger a mi hija en el colegio.

-Hoy es el día. Esta mañana estará acabado el proyecto, así que el lunes ya os lo puedo presentar. He cumplido mi parte, ahora te toca a ti cumplir la tuya.

-Estoy cumpliendo. A diario –se lamentó rabiosa levantando la voz.

Pero Benjamín, sentado en su trono no se inmutó. Simplemente añadió, muy seguro de sí mismo:

-Esta tarde quiero el premio gordo. Me lo debes. Así que a las 4, cuando la oficina esté completamente vacía, te quiero aquí, guapa y dispuesta.

Si estaba preocupado, ahora estaba acojonado. ¿Cómo podía ser que una mujer como Cris se estuviera sometiendo de aquella manera a aquel malnacido? Sabía que el proyecto estaba muy avanzado, era estratégico para nosotros, pero ¿valía la pena doblegarse de ese modo? Yo creo que no. Es más, tratando de ponerme en la piel de mi socia, prefería perder el proyecto y algunos clientes importantes ante que arrodillarme entre las piernas de un tío.

Traté de hablar con ella aquella mañana pero desapareció. Estaba muy liada, me contestó cuando la llamé al móvil, pero me anunció que el lunes Benjamín nos presentaría la versión definitiva de la aplicación.

A partir de las 3 la oficina se fue vaciando con velocidad, hasta que me quedé solo con él, encerrado en su cueva. Cris no había vuelto, así que me dirigí al despacho del genio para despedirme. ¿Te quedas? Sí, un par de horas más, aún. Ok, buen fin de semana.

Bajé al parking para tomar la Ducati Monster negra e irme a casa, aunque había avisado a Emma que seguramente tardaría en llegar. La plaza de Cris estaba vacía, pero di por hecho que aparecería pronto. Por ello, salí del garaje, di una vuelta a la manzana para aparcar fuera, y volví a recorrer el camino andado.

Para no cruzarme con nadie, a las 4 en punto entraba en el edificio por una puerta lateral que daba acceso al parking. Bajé a la tercera planta donde teníamos nuestras plazas asignadas y allí estaba aparcado el Golf blanco de mi socia. Tomé el ascensor y subí los siete pisos que me separaban del despacho. Entré en las oficinas cruzándolas con cautela, haciendo el menor ruido posible, hasta encerrarme en mi oficina con las luces apagadas. Conecté el portátil y ejecuté la cámara remota. Allí estaban.

Cris se había cambiado de ropa. Los tejanos y la camiseta de entretiempo habían desaparecido. Ahora, un vestido entallado de una sola pieza, blanco, cubría aquel cuerpo casi perfecto. Benjamín se mantenía sentado en su trono mientras mi socia, de pie, se movía contoneándose al son de una música ligera.

-Eso es jefa, baila para tu hombre.

No parecía escucharlo, moviéndose sensualmente con los ojos cerrados. Pero era obvio que ni le apetecía estar allí ni bailar para el sátiro. Sin que él lo ordenara, tomó el vestido por el límite de la falda y lo fue levantando hasta sacárselo por encima de la cabeza, lentamente. Un guau procaz silenció la música cuando un conjunto de ropa interior negro con ligueros presidió la pequeña sala. Pareces una puta. Pero la mujer no se inmutó. Le dio la espalda sin detener la danza, mostrándole las rotundas nalgas solamente cubiertas por un fino tanga.

Un par de comentarios obscenos más fueron el preludio de la primera orden. Ven aquí. Pero Cris tardó en acercarse al cerdo que blandía varios billetes de 20€ en la mano. Cuando la tuvo cerca, le sobó una nalga con la mano libre mientras colaba un billete en el lateral del liguero. Baila para mí, zorra. No se detuvo, soportando las manos del tío que la decoraban con dinero.

-Eso es guarra. Baila para tu cliente. –La mujer se alejó ligeramente, liberándose de las zarpas del oso, así que éste dio la siguiente orden. –Tócate. Tócate para mí.

Mi socia se había dado la vuelta, enfrentándolo. Acercó las manos a su cuerpo y se acarició los pechos por encima del sujetador. Bajó por el estómago hasta su sexo que también se acarició, sensualmente.

-Eso es, sigue así. Cómo me pones jefa. Tócate zorra, quiero ver cómo te haces un dedo.

Cris coló una mano dentro del tanga, obediente, apoyándose en la amplia mesa para poder abrir las piernas sin caerse. Sus dedos se movían lentos pero ágiles mientras la mano izquierda estimulaba sus pechos.

-Chúpate los dedos. –Abandonaron su entrepierna para perderse entre sus labios. -¿A qué saben? ¿Saben a puta? ¿A puta jefa? –Volvieron a descender para profanar su sexo de nuevo.

Desconozco el nivel de excitación real de mi socia, pero los dedos salían brillantes del tanga antes de perderse en su boca. Realizó el ejercicio tres veces, hasta que Benjamín le ordenó arrodillarse para demostrarle cuán puta era.

Como tantas otras veces últimamente, Cris sacó el miembro completamente enhiesto para engullirlo. Despacio zorra, no tengas prisa. He pagado por un completo y no quiero correrme aún. Lentamente, saboreándolo, obedeció, aún vestida, de rodillas en el suelo de la cueva, decorada con billetes de 20.

Agarrándola del pelo, violentamente, la detuvo. ¿Quieres que te folle? La chica no contestó, así que Benjamín le propinó una suave bofetada repitiendo la pregunta. Cris lo miró desafiante un segundo, sorprendida por la agresión, pero asintió. Pídemelo. Quiero que me folles. Eso es un deseo, una orden, no una petición. Pasó otro eterno segundo, mirándolo aún orgullosa, agarrada del cabello. Fóllame por favor. Así me gusta, que ocupes tu lugar, puta.

Tiró de ella para que se incorporara, obligándola a abrir las piernas para sentarse a horcajadas sobre su voluminoso cuerpo. Al menos ponte un condón, pidió. ¡Una polla! fue la respuesta que obtuvo.

Resignada, apartó la tela del tanga para incrustarse aquella barra no deseada. Descendió completamente hasta que ambos pubis se unieron, pero no ascendió, pues Benjamín la tenía sujeta de las caderas.

-¡Qué ganas tenía de follarte, cabrona! –Una nalgada dio el pistoletazo de salida. Cris inició un lento vaivén mientras las manos del cerdo la aferraban de las posaderas. –Eso es puta, muévete. Gánate el sueldo.

La tomó de las tetas, una en cada mano después de bajarle las tiras del sostén, sin quitárselo. Cris tenía los ojos cerrados, supongo que tratando de evitar ver el espectáculo, pero no perdió el ritmo en ningún momento, a pesar de los comentarios vejatorios del gordo, de los lametones en las tetas y cuello o de las nalgadas.

Súbitamente le ordenó detenerse. Ponte a cuatro patas en el suelo. Cris obedeció. Benjamín se levantó para acercarse mientras le preguntaba si quería que la follara como a una perra. Cris respondió afirmativamente. Pídemelo. Fóllame como a una perra, por favor. ¿Eso quieres? Sí. Fóllame como a una perra, tuvo que repetir.

El tío se tomó su tiempo. Sobándole las nalgas, colando un dedo en su sexo celebrando que estés empapada, zorra, dándole alguna nalgada, hasta que acopló la polla entre las piernas y embistió. Pero no fue hasta que la chica estiró el brazo para encajarlo que entró.

Fuera cansancio u otra cosa, voluntad de esconderse cual avestruz, tal vez, Cris bajó los brazos para apoyar la cabeza entre ellos. La respuesta de Benjamín fue automática. Agarrándola del pelo con la mano izquierda, le propinó una nalgada con la derecha ordenándole: en cuatro, puta, como una perra. Obedeció instantáneamente. Pero no acabó allí la humillación.

-¿Te gusta? ¿Te gusta que te folle a como a una perra? –no contestó, o no lo hizo al volumen esperado por el percutor, así que se llevó otra nalgada, más fuerte que las anteriores, haciéndola gritar. -¿Te gusta? –Sí, respondió alto y claro. -¿Te gusta follar perra? –Sí. –Pídemelo, pídeme que te folle perra.

-Fóllame, fóllame cabrón, fóllame como a una perra… -Cris ya no se detuvo, como tampoco lo hizo él, embistiendo enloquecido, cual dios escandinavo sometiendo pueblos rebeldes.

-Límpiame. –Benjamín se había sentado en su trono de nuevo, resoplando, tratando de acompasar una respiración desbocada por el esfuerzo realizado por un cuerpo poco acostumbrado a tal desempeño físico. Cris se giró, pude apreciar humedad en sus ojos, sin duda lágrimas reprimidas, gateó el metro y medio que la separaba del objetivo y cumplió, hasta que creyó conveniente.

Sin esperar órdenes ni permiso, se levantó, tomó el vestido y salió de la cueva de los horrores sin mirar atrás.

***

Pasé un fin de semana de pena. Aunque Emma trató de ayudarme, argüí problemas con un proyecto que se nos estaba atragantando, no podía explicarle que un trabajador de la empresa se estaba aprovechando de la tía que me estaba follando. Además, el viernes había tenido epílogo.

Si tenía alguna duda de quién era la víctima y quién era el agresor, lo confirmé veinte minutos después de acabado el encuentro en la cueva cuando, volviendo a casa en moto, vi a lo lejos el Golf blanco de Cris parado en el arcén. Me acerqué por si había tenido algún problema, pero no llegué a parar a su lado. Lloraba desconsolada aferrándose la cara con ambas manos.

Era obvio que tenía que tomar cartas en el asunto, así que decidí agarrar el toro por los cuernos y ayudarla a reventar al hijo de puta.

La presentación del proyecto fue un éxito. No solamente era una herramienta que nos ponía en ventaja ante competidores directos de mayor tamaño, sino que además Benjamín había accedido a cedernos el control de la misma. No lo sabía en ese momento, pero era una de las condiciones que Cris le había arrancado cuando había accedido a sus propósitos.

Por tanto, la solución era simple. Debíamos dejar pasar unos días hasta que confirmáramos que éramos capaces de gestionar la aplicación solos y, llegado el momento, patada en el culo. Pero me parecía demasiado fácil, sobre todo viendo la calaña del individuo. Además, siempre corríamos el riesgo de ser atacados cibernéticamente por él, y allí sí podía ser realmente dañino.

-¿Cómo estás?

-Bien, ¿por qué?

Mi socia me miraba curiosa, suspicaz, por lo que evité rodeos innecesarios. No habíamos salido a comer, así que estábamos prácticamente solos en las oficinas cuando entré en su despacho. Cerré la puerta y lo solté todo sin ambages. Preocupado por su bienestar, convencido que pasaba algo grave, como coloqué la cámara y descubrí hasta qué punto la estaba sometiendo.

-¡Serás cabrón! –levantó la voz más de lo que debería haber hecho. -¿Quién te has creído que eres para espiar a los demás? ¿Es que ahora que no me tocas necesitas mirar para machacártela?

Estaba fuera de sí por lo que traté de calmarla. Argumentando que se le había ido de las manos y que solamente trataba de ayudarla. Que era evidente que Benjamín había abusado de ella, te ha forzado a hacer cosas que no querías hacer… Me echó de su despacho con muy malos modos, cabrón fue lo más suave que me llamó, encerrándose en él toda la tarde.

Eran más de las 8 cuando llamé a su puerta. Ya no quedaba nadie, pero no podía irme a casa así. Entré con cautela. Estaba sentada en su butaca ligeramente estirada con algodones húmedos en los ojos.

-¿Estás bien? -pregunté. Negó con la cabeza. -¿Puedo hacer algo por ti?

Lentamente se quitó los algodones, se fue incorporando, mirándome vidriosa, asintiendo sutilmente, hasta que llegué a su lado en que nos abrazamos con fuerza. Lo siento, lo siento, tienes razón, se me ha ido de las manos, era todo lo que era capaz de verbalizar a la vez que lloraba de nuevo.

La dejé desahogarse durante un buen rato, hasta que se le secaron los lagrimales. No puedo irme a casa así, se excusaba. Tenía los ojos hinchadísimos y no quería dar explicaciones, pues no era mujer dada a ellas. Pero me las dio.

***

Apenas tardamos una semana en poner en marcha el plan. Lo había ideado durante el fin de semana, así que aquella misma tarde logré calmarla anunciándole que tenía un planteamiento para sacarla del atolladero, para sacarnos a ambos, con lo que logré que marchara a casa un poco más tranquila, pero no quise detallárselo hasta que tuviera atados un par de cabos sueltos. Dos días después, el miércoles, se lo expuse.

No le gustó, pero era la mejor estrategia posible para clavar la daga en lo más hondo del estómago del gordo.

***

Era viernes por la tarde, dos semanas exactas desde que yo había descubierto el pastel. Ahora el que se lo estaba comiendo era Benjamín.

Reunidos los tres en mi despacho, proyectábamos en la pantalla UHD de 40 pulgadas colgada en la pared izquierda la película que iba a llevarse todos los premios. Cris y Benjamín como actores principales, yo como director y guionista.

Mi socia gritaba, suéltame cabrón, otra vez no, mientras nuestro empleado la sujetaba de la cintura, de los brazos, del cuello, tratando de inmovilizarla. Llevaba el mismo vestido blanco que días atrás y luchaba con todas sus fuerzas para zafarse del agresor. Éste también se esforzaba al máximo en someter a su presa, pues no pensaba dejarla escapar.

Extrañamente no estaban en la cueva. Huyendo, Cris se había colado en la sala de juntas, vacía un jueves a las 8 de la tarde, pero Benjamín había sido lo suficientemente rápido para atraparla, o ella demasiado lenta para trabar la puerta, por lo que el búfalo mugía desbocado, sonriendo lascivo ante el bistec que se iba a zampar.

Fue Cris la que soltó la primera bofetada, impactando de lleno en la mejilla del tío, que la miró sorprendido al principio, colérico al tratar de esquivar la segunda agresión. Logró empujarla contra la mesa a suficiente distancia para que los brazos de la mujer no llegaran a su cara, pero la diferencia de envergadura permitió que sus manos pudieran llegar a la cara de ella, que chillando recibió la primera.

La segunda le partió el labio, aumentando sus gritos e insultos al agresor, suficientemente altos para que no hubiera duda de lo que estaba pasando, pero no lo bastante para que pudieran llegar a oídos externos a la empresa. Lamentablemente para mi socia, yo ya me había ido.

Cris aún tuvo fuerzas para lanzar un par de patadas y tratar de arañarlo, pero fue el canto del cisne. La tercera bofetada no llegó a impactar en ella pues pudo esquivarla doblándose hacia abajo, pero la había agarrado del cabello, gesto que combinado con el movimiento brusco de la mujer la dejó tumbada e indefensa sobre la mesa, boca abajo.

A partir de este punto, Benjamín lo tuvo fácil. Su propio peso la inmovilizó, aunque aún le propinó algún guantazo en nalgas y brazos. Cris seguía moviéndose, luchando, pero había pedido vigor y era obvio que su suerte estaba echada.

No le quitó el vestido. Se lo arrancó, dejándolo hecho trizas. Cuando las nalgas de la pobre desgraciada aparecieron, el cerdo se acomodó ente ellas, sacándose el pene sin importarle en lo más mínimo los ruegos de la chica que ahora sí gemía derrotada esperando lo inevitable.

El último grito que mi socia profirió en la película acompañó el golpe seco que anunciaba la profanación de su vagina. Sin dejar de gemir, de quejarse, de lamentarse, llorando aunque las lágrimas no eran visibles desde la distancia de la cámara, soportó los 2 minutos y medio de violación.

Benjamín percutió orgulloso, disfrutando del premio conquistado, tomándola del cabello exultante mientras también la martilleaba oralmente. ¿Esto es lo que ibas buscando verdad zorra? Toma puta, ya estás contenta, y otras lindezas por el estilo.

Cuando acabó dejó caer su peso sobre Cris como si esta fuera también su diván, lo que reactivó la energía de la chica que braceó, pataleó y gritó, suéltame cabrón, cerdo asqueroso, provocando que Benjamín despertara automáticamente de su letargo para descabalgarla. Al sentirse liberada, mi socia salió corriendo del plató para perderse lateralmente por la puerta que daba acceso al pasillo.

La cara de Benjamín, sentado ante nosotros en mi despacho, era de desconcierto. Ni entendía que el último encuentro con su jefa hubiera sido grabado ni veía donde estaba el problema por un acto de sexo duro. Tuve que acercarle el informe médico de urgencias donde se detallaban las contusiones en brazos, nalgas, cuello y cara, así como el labio partido, del que asomaba una pequeña costra, es una calentura se había justificado Cris ante el staff aquella mañana, además de las heridas por una fricción forzada en el conducto vaginal.

El diagnóstico médico había sido meridiano, una violación, sin duda, lo que había puesto en marcha de inmediato el protocolo de atención a víctimas de violencia sexual. La agredida había tenido que relatar el traumático episodio a una agente de policía que lo había redactado para cursar la consiguiente denuncia, documento que también tendí al alucinado joven, pues su nombre y apellidos aparecían en el documento.

-Sólo me falta firmarlo y unos mozos muy agradables vendrán a buscarte, te esposarán y te llevarán a comisaría donde no sólo conocerás a otros delincuentes comunes, te mezclarán con ellos para que hagas nuevos amigos con los que podrás practicar tus habilidades orales. Pero esta vez serán ellos los que te dirán, qué bien la chupas jefa.

Benjamín apenas logró balbucear algo parecido a qué es esto. Nos miraba alternativamente, muy inquieto, sonriendo nervioso incluso preguntándose si era una broma. Pero mis siguientes palabras, en un tono más amenazador aún, le demostraron que no estábamos de coña.

-Tú sabrás qué quieres hacer con tu vida, con tu futuro. Pero hoy tu relación con esta empresa acaba aquí. De ti depende que Cris firme y entrega la denuncia o de que no lo haga. Como en la mayoría de casos de violación se acaban reduciendo a la palabra de la víctima contra la del agresor, el vídeo no deja ninguna duda de qué ocurrió ayer noche. Vídeo que utilizaremos, no lo dudes, si nos hace falta.

Hice una pausa para que el genio digiriera mis palabras. Trató de responder, argumentar que no había sido una violación, que faltaban hechos anteriores y posteriores al vídeo, fuera de la sala de juntas, que…

-No me cuentes lo que ya sé. –Abrió los ojos como platos. Por fin había entendido que había caído en una encerrona, siempre me ha sorprendido lo idiotas que pueden llegar a ser algunos genios, así que continué: -No solamente abandonarás esta empresa hoy. Lo harás con las manos vacías. Ni siquiera recogerás la pocilga que tienes por despacho. Tan sólo me acompañarás allí para traspasarme todas las claves así como el algoritmo base de modo que yo pueda modificarlo sin tu concurso.

-Hijos de puta, me habéis engañado.

-Eso te pasa por pasarte de la ralla. Cuando una mujer dice no, es que no –le escupió Cris.

-Nunca dijiste que no. Fuiste tú la que me dijiste ayer que te ponía hacerlo así, que tenías la fantasía pero que no podías pedírsela a tu marido.

Lo ojos inyectados en sangre del paquidermo no acojonaron a mi socia, que se revolvió feroz ante su agresor.

-Hace dos semanas me violaste. –Benjamín negaba con la cabeza. –Sí, me violaste. Me obligaste a hacer algo que no quería hacer.

-Habíamos llegado a un acuerdo. Tú te ofreciste…

-Te equivocas. Yo me ofrecí a calmarte de cuando en cuando pues un friki como tú no se come una rosca ni pagando, -contraatacó con desprecio –pero te di la mano y te cogiste todo el brazo. Lo que tenía que ser puntual, lo convertiste en diario, en un sometimiento, en una humillación. Te recuerdo que me amenazaste con contárselo a toda la empresa, con hackear toda la red interna y mandarnos a la ruina si no pasaba por el aro.

-No lo decía en serio…

-Pues tu semen en mi garganta sí me parecía algo serio.

Se hizo el silencio. Bastantes segundos después, lo rompí. Tú decides, pero la respuesta era obvia. Lo teníamos agarrado por los huevos y él lo sabía.

A los pocos minutos le acompañaba a la jaula para que recogiera cuatro enseres y me facilitara las claves encriptadas de las cuatro aplicaciones que había desarrollado con nosotros. El chaval estaba hundido, tanto que no daba pie con bola, pero no le di tregua. Era viernes tarde y quería ventilarme el trago lo más rápidamente posible para llegar a casa.

-No lo hice con mala intención, lo prometo. –Fue todo lo que aquel niño grande me dijo antes de despedirse. No respondí, supongo que por ello tampoco se atrevió a decir nada más aunque creo que quiso esbozar algún tipo de disculpa. Lo vi desaparecer como lo que creo que era, un pobre crío al que le habían ofrecido un caramelo sin pararse a pensar que comerse toda la bolsa podía sentarle mal.

Cuando volví a mi despacho para recoger a mi socia e irnos, me encontré con la última sorpresa de la jornada.

Se había desnudado, quedando vestida únicamente con el conjunto de ropa interior y liguero que había visto en la pantalla de mi ordenador hacía exactamente dos semanas. Me esperaba sentada sobre mi mesa, mirándome lasciva. Abrió las piernas, obscena, mostrándome una mano enterrada entre ellas, para bajar a continuación, darse la vuelta, ofrecerme su grupa, y girando la cabeza hacia mí, ordenarme: Fóllate a tu puta cabrón, hace semanas que no me das mi merecido.

¿Quién había sido víctima de quién?

 

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Relato erótico: “La esposa del narco y su hermana. ¡Menudo par!” (POR GOLFO)

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La esposa del narco y su hermana.  ¡Menudo par!
Después de una noche impresionante llena de sexo y de lujuria al despertarme la realidad me golpeó de frente. Ni siquiera me había espabilado lo suficiente cuando de pronto, me vi sorprendido por la entrada de un escuadrón de policía en la finca donde estábamos.  El estruendo de un vehículo tirando el portón del garaje, nos sorprendió todavía desnudos y solo me dio tiempo a ponerme un pantalón antes de que entraran en la habitación a un nutrido grupo de agentes perfectamente pertrechados.  Tanía y Sofía ni siquiera pudieron ponerse nada encima y por eso los policías las pillaron en ropa interior.
SI en un primer momento, me quedé abrumado por las metralletas, los chalecos antibalas y los pasamontañas, en cuanto uno de los mandos de la unidad intentó esposarnos, salió el abogado que tenía dentro y presentándome como tal exigí una explicación.  El tipo en cuestión sacó un papel firmado de su mochila y dándomela dijo:
-Esta es la orden de registro.
Rápidamente le eché una ojeada. Estaba firmada por un juez autorizando el asalto y permitiendo el arresto de las personas que encontraran en su interior.
“Estamos jodidos”, pensé en un principio pero releyéndola ponía expresamente que dicha orden solo amparaba el arresto cuando se encontraran armas  en poder de los sujetos o fuera fragrante el delito y que de no ser así, lo único que podía hacer la policía era identificarlos y como mucho citarlos en comisaría.
-¿Tenéis vuestros documentos?- pregunté a las dos hermanas.
Afortunadamente tanto ellas como yo llevábamos nuestros papeles por lo que encarándome al policía le dije:
-Como podrá comprobar, ni las señoras ni yo llevamos armas y de acuerdo a este documento, no puede detenernos sin motivo, por lo que le ruego retire inmediatamente esas esposas y si quiere extiéndanos una citación.
Al oírme, no supo qué hacer y llamó a su jefe. Quitándoles las esposas, nos hizo esperar hasta que llegara el responsable.  Los cinco minutos que tardó en llegar el comisario Enríquez nos permitió terminarnos de vestir y por eso cuando apareció por la puerta, ya no éramos un trio asustados sino un abogado con sus dos clientas.
El sujeto  llegó francamente cabreado, se le notaba molesto y no tardé en enterarme el motivo de su enfado porque haciéndose el machito me gritó:
-¿Qué cojones hubo aquí anoche?
Sus palabras me hicieron comprender que los seguidores de la hermandad habían limpiado todo y que no habían dejado nada que nos incriminara. Más tranquilo, me encaré a él diciendo:
-¡Una puñetera fiesta!-y hurgado en su herida, le solté: -¿Qué esperaba una reunión de mafiosos?
Mi recochineo le terminó de enfadar y pegando su cara a la mía, me chilló:
-¿Y tú quién eres?
Con una sonrisa en los labios le contesté:
-Para empezar le exijo que me hable de usted- haciendo una pausa para que asimilara que no me iba a achantar ante sus berridos, le solté: – Soy Marcos Pavel, el abogado de la señora Paulovich y de su hermana.
Sudando de puro coraje,  creyó que podía aprovechar la teóricamente delicada situación en que nos habían pillado sus subalternos y soltando una carcajada, me soltó:
-Su abogado y por lo que me han contado, su amante. ¿No creo que a su jefe le agrade enterarse de que se anda tirando a su mujercita?
Ajeno a que desde la noche anterior, mi puesto en la Hermandad era superior al de Dimitri, pensaba que me iba amilanar pero desgraciadamente para él no fue así:
-¿Me está amenazando? Porque de ser así, pienso demandarle- respondí y dirigiéndome a las mujeres, les dije en voz alta: -Fijaos lo mal instruida que está la policía en España que no saben que  desde 1978 ya no es delito en este país  el adulterio.
Las risas de las rusas consiguieron sacar de sus casillas al  comisario que sin saber cómo responder a mi claro insulto, salió de la habitación con el rabo entre las piernas dejándonos custodiados por dos agentes de menor graduación.  
Para entonces, Tania ya se había recuperado del sofoco y usando el croata, me dijo:
-Bien hecho, has puesto en su lugar a ese imbécil.
No sé si me sorprendió más que supiera que mi abuelo me había enseñado ese idioma o que ella lo hablara con fluidez. Pero sabiendo que era imposible que los policías encargados de custodiarnos lo conocieran, le respondí:
-Como no deben haber encontrado nada, me imagino que tu gente se ha deshecho de cualquier evidencia.
-Así es, pero no fue mi gente sino la tuya- contestó para acto seguido decirme: -Todavía no te has enterado ¿Verdad?
-¿De qué?


Con una inclinación de cabeza, me contestó:
-Ayer no solo te casaste por el rito cosaco con las dos, sino que fuiste entronizado como el jefe supremo de la hermandad. Nuestros hermanos nunca aceptaron bien que los dirigiera una mujer y tratando de socavar mi poder, me obligaron a que te enfrentaras a esa prueba. Lo que no sabían era que ibas a vencer y que con ello, automáticamente te convertiste en el guardián de nuestra herencia.
Tratando de asimilar sus palabras, pregunté en voz alta:
-¿Me estás diciendo que mi autoridad es indiscutible?
-Así es, cualquiera que quiera cuestionarla, tendría que primero enfrentarse con un oso y después retarte a un duelo.
El hecho que nadie en su sano juicio haría semejante insensatez, no me tranquilizó porque siempre cabría la traición. Al explicarle mis reparos, Sofía decidió intervenir diciendo:
-Somos rusos. Si alguien se atreviera a traicionarte, toda su familia quedaría marcada como traidora y cualquiera que se cruzara con ellos tendría la obligación de matarlos.
Buscando argumentos, dije:
-Recordad al zar Nicolás y a sus hijos. Los mataron sin juicio.
Soltando una carcajada me contestó:
-¿Has oído hablar alguna vez de los asesinos o de su familia? Verdad que no. La razón es que la Hermandad se ocupó de castigarlos, haciendo desaparecer no solo a los culpables sino a todos los emparentados con ellos hasta la tercera generación.
Ni siquiera quise hacer el cálculo de cuantos murieron porque de ser cierto que la familia real rusa fue asesinada por un grupo de más de veinte partisanos, si incluíamos a ellos, a sus padres, abuelos, tíos, hijos, sobrinos, primos etc.. ¡Debieron de ser  más de quinientas las víctimas!
Todavía estaba pensando en ello, cuando el comisario Enríquez volvió a aparecer  y extendiéndome una citación me dijo:
-Le espero mañana en la comisaría, “Señor abogado”.
Devolviéndole la cortesía, respondí:
-Allí estaré, “Señor comisario”.
Tras lo cual, cogí del brazo a mis dos mujeres y salimos con la cabeza bien alta rumbo al edificio donde se hallaban ubicadas tanto mi casa como las de ellas. El problema de que en cual viviríamos me lo dieron ya solucionado porque al entrar vi que sin pedirme permiso una cuadrilla de obreros estaba tirando las paredes que dividían nuestro dos pisos. Sé que debía haberme molestado que tomaran esa decisión sin consultarme pero mi mente tenía temas más importantes en que pensar que ocuparme de esa nimiedad.
El ruido de la obra hacía imposible estar allí por lo que buscando un sitio donde charlar, las invité a comer en el restaurante de una amiga. Necesitaba un sitio que nunca hubieran frecuentado las hermanas ni ningún miembro de la Hermandad para que fuera desconocido para la policía y estar seguro de que no habían puesto micros en él. Por eso me resultó conveniente ir ese pequeño local cerca de Barquillo.

Lo que no me esperaba fue el cabreo que se cogieron las rusas cuando mi amiga se acercó y me pegó un beso en los morros al verme entrar. Antes de que me diera cuenta, las hermanitas habían cogido un cuchillo cada una y poniéndoselo en el cuello, la amenazaron con matarla si volvía a tocar a su hombre. Como podréis suponer Ana se quedó acojonada por la violenta reacción de mis acompañantes y casi meándose encima les aseguró que no había sido su intención el molestarlas. Gracias a que en ese momento me interpuse entre ellas y rompiendo el hielo, dije:
-Ana te presento a Tania y a Sofía. Disculpa si te han asustado, es que son cosacas.
Mi conocida se rio creyendo que había sido objeto de una broma y dándoles la mano, se presentó. Las rusas con una sonrisa helada en sus labios, la saludaron con falsa cordialidad y si eso no fue suficiente para que le quedara que era territorio prohibido, Tanía le soltó:
-Marcos, mi marido, nos ha hablado muy bien de su restaurante.
La mirada de sorpresa de Ana fue genuina, no se esperaba cuando me vio entrar que llegara con una esposa pero se convirtió en confusión cuando la pelirroja me abrazó diciendo:
-¿Porque no le explicas a “Tu amiga” quiénes somos?
Sabiendo que no iba a ser la última vez que lo hiciera, informé a mi amiga que la noche anterior me había casado con las dos:
-Son mis mujeres               .
La dueña del local se nos quedó mirando y tras pensar en lo que le había dicho, soltó una carcajada.
-¡Y pensar que me lo había creído! ¡Eres incorregible!- tras lo cual nos trajo la carta, dejándonos solos para que eligiéramos que comer.
Nada más irse, les eché la bronca por el modo tan violento con el que se habían comportado. Tras soportar durante cinco minutos mi reprimenda, en la cual les prohibí volver a actuar así, supe que les había entrado por un oído y salido por el otro cuando Sofía se disculpó diciendo:
-Lo sentimos pero la culpa fue de esa zorra.
Para terminar de recalcar el puñetero caso que me habían hecho, su hermana riéndose, soltó:
-Te aseguro que “tu Anita”, por si las moscas, nunca volverá a comportarse como una casquivana ante nosotras.
Dándolas por imposibles, llamé al camarero y cuando iba a pedir una copa de vino, se me adelantó y pidió una botella de vodka para cada una de las mesas que estaban ocupadas a esa hora en el restaurante.  Al preguntarle qué coño hacía, con un beso selló mis quejas. Cuando el empleado vino con las ocho botellas, se levantó de la silla y pidiendo silencio al resto de los comensales, les dijo:
-Disculpen,   Don Marko quiere celebrar con todos ustedes su reciente boda. Esperamos que tengan a bien brindar con nosotros por ella- no me pasó desapercibido que usó mi nombre croata y no el españolizado pero debido a que todo el mundo nos miraba, no dije nada.
Una vez el camarero había repartido el vodka, sirvió tres copas y dando una a su hermana y otra a mí, cogió la suya y diciendo: ”Na zdorovje“, se la bebió de un golpe. Siguiéndole la corriente, me levanté y brindé diciendo:
-A su salud.
La gente si entendió ese brindis e imitándonos, vació sus copas dando inicio a una algarabía donde la mayoría de los comensales se atrevió con el vodka, de manera que en pocos minutos el hasta entonces tranquilo restaurante se había transformado en una fiesta donde la bebida corría a mansalva.
Con las dos rusas tonteando con todo el mundo, la alegría se contagió a todos y lo que iba a ser una comida íntima donde podríamos hablar se hizo a todas luces imposible.  Cuando llevaba al menos cinco copas, me levanté al servicio. Acababa de entrar al servicio cuando de improviso Tania me dio un empujón cerrando el mismo con el cerrojo.
-¿Qué haces? Pregunté muerto de risa.
La rusa mirándome con ojos inyectados en lujuria, contestó:
-Vengo a poseer a mi hombre- y sin esperar mi respuesta empezó a frotar su sexo contra mi entrepierna, incrustando mi miembro entre los pliegues de su vulva.
La forma tan erótica con la que se ofreció hizo que mi pene saliera de su letargo de inmediato. La rusa sonrió al sentir mi dureza y profundizando la tentación, su pelvis adquirió una velocidad pasmosa mientras me rogaba al oído que la hiciera mía. Aunque suene una fantasmada, la mujer no tardó en gemir de pasión y ya contagiado de su calentura, no pude más que darle la vuelta y subirle la falda, dejando al aire un tanga más que húmedo. 
Cuando ya iba a bajarle las bragas y tomar posesión de su feudo, dejándose caer, se arrodilló frente a mí y poniendo cara de zorrón, llevó su mano a mi pantalón:
-Llevo bruta desde que vi como parabas los pies a ese poli- me dijo mientras me lo desabrochaba.
Una vez acabo con los botones, me lo bajó hasta los pies y se quedó mirando mi pene inhiesto con cara de puta:
-Te voy a dejar seco- soltó y olvidando cualquier otro prolegómeno, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande.
Dejándome llevarme acomodé  en el wáter y separando mis rodillas, la dejé hacer. Tanía al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar. Reconozco que prefería que lo hiciera con la boca pero cuando usó sus manos en vez de sus labios, no dije nada al sentir como incrementaba la velocidad de su paja. En ese instante llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris entre sus dedos, lo empezó a magrear con pasión.
Todavía no comprendo porque no me la follé en ese instante pero lo que si reconozco es que  creí enloquecer al observar cuando alcanzó su clímax sin necesidad de que yo interviniera. Al terminar de sentir su placer, se concentró en el mío, acelerando aún más la velocidad de sus dedos.
Fue entonces cuando me gritó:
-¡Dame tu leche!
Comprendí que esa rusa quería que le anticipara mi eyaculación. Aceptando pero sobre todo deseando llegar a la meta, le prometí hacerlo antes de cerrar mis ojos para abstraerme en lo que estaba mi cuerpo experimentando. El cúmulo de sensaciones que llevaba acumuladas hizo que la espera fuese corta y cuando ya creía que no iba a aguantar más, se lo dije.
Pegando un grito de alegría, Tania me volvió a sorprender porque se puso a ordeñar mi miembro dejando su boca abierta para recolectar mi semen. Como bien sabéis pocas cosas se pueden comparar a ver a la mujer de tus sueños tragándose tu eyaculación sin dejarse de masturbar.
“¡Coño con la Jefa!” pensé mientras ella seguía retorciéndose mamando mi pene hasta que dejó de brotar de él mi placer.

Entonces la rubia abriendo los ojos, me miró con una sonrisa en los labios y me dijo:
-¿Te gustó?
-Sí, preciosa
-Pues entonces… ¡Fóllame!
Sus palabras consiguieron su objetivo y sin esperar a que me lo volviera a repetir, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La rusa al sentir su conducto lleno de golpe, chilló y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Desde un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba empapado por lo que  campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
No os podéis hacer una idea de lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Dios mío!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: -¡Fóllame duro!-
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó contra la pared mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente por segunda vez.
Agotado, me senté y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados. Pasados un par de minutos, acomodamos nuestras ropas y volvimos al restaurante donde Sofía nos esperaba cantando con un grupo de ejecutivos mientras daba buena cuenta de la segunda botella de vodka.
-¡Hermana eres una puta!- gritó muerta de risa- ¡Te has follado a nuestro marido en el baño!
Tanto yo como los presentes nos quedamos mudos al oír la burrada pero entonces la aludida, contestó:
-Así es- y acercando su mano, le pidió la botella diciendo: -Necesito beber algo que no sea leche.
La carcajada fue unánime. Todos y cada uno de los que oyeron la contestación se pusieron a aplaudir mientras la rubia se bebía de un solo trago un vaso de ese licor. Curiosamente la más escandalosa de todos, fue mi amiga María que olvidándose de como las había conocido había hecho las paces y celebraba como la que más.
-¿Dónde tenía escondidas a estas niñas? ¡Tráelas más a menudo!- chilló mientras dejaba que la pelirroja le rellenara su copa.
La alegría del local estaba desbordada, los comensales bailaban, se abrazaban y bebían sin parar mientras la caja de la dueña crecía sin parar. Cuando creía que el alboroto no podía crecer, vi que por la puerta aparecían un grupo de músicos vestidos a la usanza cosaca y separando las mesas, se pusieron a tocar y a bailar. Para los españoles ver a esos extranjeros con sus amplios pantalones, con la espalda recta y en cuclillas, levantando los pies al ritmo de la música fue un espectáculo que causó sensación.
Siguiendo el ritmo con las palmas, azuzaron a los bailarines mientras mis dos esposas me colmaban de besos diciendo lo feliz que eran.  La comida fue lo de menos, con el alcohol que llevaba ingerido, me costó comer pero valió la pena y dos horas después y con bastantes copas, nos retiramos a casa.
En el coche, Tanía completamente borracha me dijo al oído:
-En cuanto lleguemos a casa tenemos que compensar a Sofía.
Sabiendo por donde iba, me hice el tonto y pregunté:
-¿Cómo quieres hacerlo?
-Tonto, ¿Cómo va a ser? ¡Follándonosla!
Llegamos a casa y Tanía cumple su promesa.
Nada más entrar en casa, llevamos a Sofía hasta mi habitación y antes que se diera cuenta, la empezamos a besar. La pelirroja no se esperaba semejante recibimiento y menos que aprovechando su turbación, me pusiera a su espalda y sin esperar a que reaccionara, le desabrochara la blusa poniendo sus pechos a disposición de su hermana. Esta, aleccionada por mí, no esperó su permiso y metiendo su cara entre sus senos, abrió la boca y empezó a mamar.
Alucinada, vio la lengua de Tania recorriendo sus aureolas mientras yo frotaba mi pene contra su culo. Nuestro doble ataque la desarmó y desnudándose ella misma, disfrutó de nuestras caricias. De pie y con las piernas abiertas, dejó que los besos de la rubia recorrieran  su cuerpo mientras yo para forzar su calentura, abriéndole las nalgas,  jugueteé con su trasero.
Completamente cachonda, cuando sintió la húmeda caricia de Tania en su vulva, pegó un chillido y presionando contra su pubis la cara de su hermana, le rogó que continuara.
-Me encanta- gimió al sentir que la mayor separaba con sus dedos los pliegues de su sexo.
Aunque ya habían disfrutado una de la otra muchas veces, la pelirroja sintió que se le acumulaban las sensaciones y pegando un grito, se corrió. Sin saber que hacer al sentir el flujo en su boca, Tania me miró pidiendo instrucciones:
-Sigue- ordené y mientras ella obedecía, metí mis dedos en el coño de Sofía. Tras empaparlos, los llevé hasta su esfínter y con movimientos circulares, lo fui relajando mientras la pelirroja no paraba de berrear al sentir sus dos orificios asaltados.
Decidido a usar esa maravilla de culo, la puse a cuatro patas sobre la cama mientras la informaba que  le iba a dar por culo:
-¡Es todo tuyo!, ¡Mi amor!- chilló descompuesta.
Seguro del calor que nublaba su mente, le abrí los cachetes y colocando mi glande en su esfínter, la penetré. Sofía gritó de dolor al verse empalada de un modo tan brutal pero entonces su hermana cogiendo la cabeza de la pelirroja  entre sus manos, se fundió con ella  en un sensual beso, tras lo cual y escuché que le decía:
-Después de que nuestro marido lo use,  me ocuparé de aliviar tu culito.
Sus palabras incrementaron la pasión de la rusa y desbordada por el cariño que su hermana le demostraba, le rogó que le dejara comerle el coño. Sin ninguna vergüenza ni reparo, Tania se colocó frente a ella y separando las piernas, puso su pubis a disposición de la muchacha.
Rebajando el ritmo con el que le rompía el ojete, disfruté viendo las uñas de Sofía separando los pliegues de la rubia antes de con la lengua saboreara su botón. La mayor de las dos debía de venir ya caliente porque en menos  se corrió dando gritos de satisfacción. La pequeña intentó secar el torrente en el que se había convertido la cueva de su hermana pero cuanto más intentaba absorber el delicioso flujo, más placer ocasionaba y la rubia incapaz de contenerse,  no dejaba de gritar de placer.
Esa escena, colmó mi paciencia e imprimiendo nuevamente velocidad a mis caderas, reinicié con más fuerza el asalto al culo de mi pelirroja.
– ¡Sigue! ¡Mi amor!- reclamó descompuesta al sentir mi pene acuchillando su interior de su culo.

Decidido a liberar mi simiente cuanto antes, mis incursiones se volvieron tan profundas que temí que mi recién estrenada esposa se desgarrara por dentro pero ella, en vez de quejarse, pidió a su hermana que me ayudara. Esta soltó una carcajada al saber que era lo que quería y sin pedir más explicaciones, le soltó una nalgada.
Me quedé alucinado al escuchar el gemido de placer que brotó de la garganta de la muchacha y antes de que terminara de asimilar lo ocurrido, Tanía le dio el segundo. No satisfecha, Sofía  le exigió que continuara. La rubia complaciéndola,   le soltó una serie de mandobles que me dolieron hasta mí. Con sus cachetes rojos y con su esfínter ocupado,  la pelirroja  se corrió sobre las sábanas.  Sus chillidos azuzaron mi placer y pegando un aullido, me uní a ella en un gigantesco orgasmo.
Completamente exhausto, me tumbé a  su lado. Con un cariño y una adoración total, se quedaron abrazadas a mí  y pensando que la noche había terminado, nos pusimos a hablar de lo sucedido esa mañana.
Las dos rusas parecían no comprender el alcance del problema, por mucho que les trataba de explicar que no era bueno estar bajo la vigilancia de ese comisario, a ellas les parecía algo anecdótico. Tanto desdén me empezó a mosquear y percibiendo que detrás del menosprecio con el que trataban al policía se escondía algo más, directamente les pedí que me lo aclararan.
-A ese patán lo tenemos en nómina- me informó Tania y con una sonrisa en los labios, me soltó: -Ya sabíamos que iba a haber una redada.
Al escucharla me indigné y encarándome a ellas, les pedí que me explicaran porque no me habían contado nada:
-Queríamos ver como actuabas- dijo la pelirroja con tono dulce mientras intentaba reanimar mi extenuado miembro.
Haber sido objeto de una nueva prueba, me terminó de sacar de las casillas y hecho una furia, me levanté de la cama. Desde la mitad de la habitación, las mandé a la mierda. La respuesta de las dos no pudo ser más típica de ellas, muertas de risa me llamaron a la cama implorando mis caricias.
Ya desde la puerta, oí a la mayor decir:
-Amado, no tardes mucho en calmarte: ¡No vaya ser que empecemos sin ti!
 
 

Relato erótico: “Soldados del espacio” (POR OMNICRON)

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-Tu nombre.

Me incorporé, aturdida por los golpes, completamente desnuda. Escupí un esputo sanguinoliento al suelo de la sombría celda.

-Nash.

El puñetazo se clavó en mi estómago, dejándome sin aliento. Volví a caer de rodillas.

-No, escoria. Tu nombre es “escoria”. Repítelo. ¿Cuál es tu nombre, escoria?

Miré con odio al hombre que me hablaba. Targhan, un sargento de los Regimientos Coloniales de aspecto duro como el acero. Sus puños desde luego sí que lo eran. Mi labio partido me dolía casi tanto como mi ojo amoratado.

-Nash. Me llamo… Nash.

Sonrió.

-Eres dura, escoria. Lo reconozco. Y lo admiro.

Un nuevo puñetazo en el rostro me envió al suelo. Durante unos segundos me pareció perder el sentido y toda mi visión se llenó de puntitos brillantes. La fría voz del sargento me devolvió a la realidad.

-Una soldado prometedora. Pero te convertiste en escoria en el momento en que desertaste, en el momento en que asesinaste a comerciantes terrestres para saquear sus posesiones. Si por mí fuera, apretaría ahora mismo este botón.

Sentí un escalofrío. A pesar de mi visión borrosa, pude distinguir un pequeño objeto en la mano del sargento. Se trataba del detonador de mi collar explosivo, la bomba alrededor de mi cuello que portaban todos los componentes de las legiones penales para asegurar su obediencia. Si Targhan pulsara ese botón, mi cabeza volaría por los aires.

-Pero las autoridades de Nuevo Altair te dieron a elegir cuando te pescaron: muerte o regimiento penal. Has optado por lo segundo, escoria, y te has equivocado. Alguien inteligente hubiera elegido la muerte. Porque ahora, ya estás en el infierno.

La patada del sargento en las costillas me cogió de improviso. Ni siquiera tuve tiempo de protegerme. Al golpe le siguió otro y otro.

Targhan se dirigió hacia la puerta.

-Mis deberes me reclaman, escoria. Pero no pienses que hemos terminado contigo.

Apenas notaba la frialdad del suelo contra mi cuerpo desnudo. Pude contemplar a una mujer que entraba en la celda.

-Audrey, ablándala un poco y después llévala a los barracones. –El sargento se dirigió hacia mí antes de salir. –Que no te engañe su delicada apariencia, escoria. La cabo Audrey es una verdadera cabrona.

Durante un buen rato, la mujer recién llegada se limitó a contemplarme. Era una mujer euroasiana, con el pelo moreno corto y unos penetrantes ojos verdes ligeramente rasgados. Tuve que reconocer que la zorra era hermosa. No me levanté del suelo. Me limité a respirar pesadamente mientras le devolvía la mirada con rencor. Cuando habló, su voz era suave, casi hipnótica.

-Mi hermano murió a manos de piratas como tú.

-Me vas a partir el corazón.

Ella se limitó a seguir mirándome, sin caer en mis provocaciones. Cuando habló, su voz era tranquila.

-¿Te crees dura, rubita? Puedo traer a tres de mis hombres aquí y ahora. Te aseguro que estarían encantados de romperle el culo durante horas y horas a una chica guapa como tú. Son muy fogosos. ¿Quieres que lo haga?

Vacilé.

-N… no.

-¿Y qué gano yo a cambio de no hacerlo? ¿Vas a prometer que vas a hacer lo que yo diga?

Permanecí en silencio. La mujer sacó un intercomunicador.

-¿Brannar? Aquí la cabo Audrey. Llama a Quinn, a Goodwinne… Ah, y también a Carnodón. Diles que se preparen para venir ahora mismo.

-Está bien, tú ganas. –Dije. El sabor amargo de la derrota se me hizo insoportable.

-¿Vas a obedecerme?

-Sí.

-No te he oído.

-Sí, mi señora. –Dije elevando la voz.

-Así me gusta, zorrita. Ahora vamos a comprobar que estés diciendo la verdad.

Me quedé estupefacta cuando la cabo Audrey se desabrochó sus pantalones de tela de flak y los bajó hasta las rodillas. No llevaba ropa interior. Ante mi vista quedó un sexo completamente depilado. Ella se acercó y permaneció de pie ante mí. Yo me levanté del suelo y me arrodillé hasta que su vagina quedó a escasos centímetros de mi rostro.

-Vas a comerme el coño ahora mismo.

Con vacilación saqué la lengua y la posé sobre aquel sexo. No me disgustó el acto en sí, lo que verdaderamente me repateó fue contemplar la sonrisa de suficiencia en el rostro de Audrey. Su sexo rasurado parecía latir incesante mientras lo lamí arriba y abajo.

Sabía dulce y salado, caliente, en absoluto desagradable. Audrey colocó una pierna sobre una silla para abrirse y facilitarme al máximo el acceso. Su coño estaba totalmente abierto ante mí y no pude sino sumergirme de lleno en él. Lo besé como si fuera una boca mientras Audrey gimió complacida. Con las manos separé sus labios hasta que su clítoris quedó indefenso y expuesto. Quise terminar con aquello cuanto antes. Me lancé con más fuerza y avidez, con rabiosos movimientos circulares en torno a la parte superior. Sentí mi boca y barbilla inundada de sus flujos.

-Qué… qué bien lo haces, zorrita. Seguro que no es el primer coño que te comes.

Queriendo acallarla, mi lengua se lanzó sobre su clítoris, con un rápido y efectivo lengüeteo sobre su coño en el que intercalé chupadas largas de arriba abajo.

Pronto escuché un gruñido, mientras la mano de Audrey me cogía dolorosamente por el pelo. Se estaba corriendo y estrelló húmedamente mi rostro contra su sexo, moviéndolo espasmódicamente y restregándolo contra ella mientras jadeaba. Cerré los ojos mientras creí ahogarme y mi boca se inundaba de sus flujos.

Por fin pude liberarme. El rubor del orgasmo teñía las mejillas de la mujer que sonreía sofocada.

-Vaya… así que eres toda una experta lamecoños, putita. ¿Sabes? A partir de hoy vas a ser mi perrita particular.

-Qué te den por culo, zorra.

-Oh, pero qué perrita más malhablada. ¿Darme por culo? Eso no está nada bien. Creo que necesitas que te castigue.

Con fuerza, la cabo Audrey me tumbó bocabajo sobre el suelo y clavó una rodilla en mi espalda. Me quejé por el dolor y volví a quejarme cuando me abofeteó mis pálidas nalgas, una y otra vez.

-Tienes un culo precioso, rubita.

Sacó algo de su bolsillo que no pude ver bien. ¿Un tubo? La cabo Audrey esparció una sustancia fría y viscosa sobre mi culo y la extendió con sus manos. Se recreó embarrando mis nalgas, los pliegues vaginales, los muslos y, más arriba, los alrededores del ano. Finalmente, mi ano quedó totalmente lubricado con una enorme cantidad de algo que debía ser vaselina. Temblé. La sensación era placentera, pero me aterrorizaba lo que pudiera venir a continuación.

-Y un chochito muy hermoso, también.

Audrey me acarició los labios vaginales, antes de introducirme un dedo. Gemí quedamente. A los pocos segundos, metió otro dedo que, junto con el anterior, entraban y salían viscosamente. Me mordí el labio inferior para no gimotear mientras un tercer dedo se unió a sus compañeros.

Aullé de dolor cuando los dientes de Audrey mordieron el lóbulo de mi oreja. Aquella zorra era toda una experta en mezclar dolor y placer. Ya eran cuatro los dedos que entraban y salían de mi sexo. El movimiento era difícil aunque mi coño estaba ya enormemente dilatado.

Mis manos se abrían y cerraban inútilmente mientras la saliva caía por la comisura de mis temblorosos labios. Me revolví inútilmente cuando un dedo comenzó a masajear mi ano y comenzó a introducirse poco a poco, hasta ensartarse entero.

-Pero qué culo tan goloso, perrita.

Audrey masajeó el esfínter hasta hacer sitio a un segundo dedo que pareció explorar mis entrañas. El tercero costó más, pero acabó por penetrar por mis intestinos. Abrí los ojos como platos y me mordí el dorso de la mano para no gritar.

Cuatro dedos dentro de mi coño y cuatro dentro del culo.

-No… no puedo más… -me quejé débilmente.

Sonriendo, ajena a mis gemidos, la cabo Audrey comenzó a empujar mientras yo aullaba. Mi ano acabó por ceder con un sonido viscoso y húmedo mientras la mano de la mujer entraba completamente dentro de mí.

Me retorcí de dolor mientras creí desmayarme.

-¡Basta! ¡Basta, por favor! Te lo suplico…

Audrey se levantó lentamente después de sacar lentamente sus manos de mis dilatados agujeros. Sonreía triunfalmente. Yo permanecí en el suelo, jadeando, completamente quebrada y rota, con los ojos cerrados, incapaz de mirarla.

Audrey se limpió la mano con una toalla antes de coger su transmisor.

-¿Brannar? Aquí la cabo Audrey. Que vengan a recoger a la soldado penal Nash y la lleven a los barracones.

La mujer me miró divertida mientras se dirigía a la salida.

-Me lo he pasado muy bien contigo, perrita. En breve volveremos a vernos, te lo prometo.

*******************************************

-Joder, tía, estás hecha una mierda.

-Gracias, Derrio, yo también te quiero.

Apoyé mi cabeza sobre la dura almohada, tirada hecha una piltrafa boca abajo en mi camastro del barracón de la legión penal. El culo me dolía como si me hubiera impactado allí una granada de mortero. Sentía mi ano completamente escocido y dolorido, como si hubiera sido agrandado hasta tres veces su tamaño. Mi coño no estaba mucho mejor.

-Esa zorra de Audrey me ha jodido pero bien. Debería haber elegido a los tres tíos. Dudo que hubiera sido peor.

A mi lado, Derrio, un chaval menudo de mirada aguda como un zorro miró a izquierda y derecha antes de sacar algo de su bolsillo y deslizarlo en mi mano con aire furtivo.

-Toma, tía, para ti.

Cogí las dos capsulas. Obskura, una de las drogas más populares del sector 417-A. Justo lo que necesitaba.

-No puedo darte nada a cambio. Estoy tiesa.

-No pasa nada, Nash. La casa invita.

Me tomé una dosis. Pronto comencé a notar el embotamiento previo a los efectos narcóticos. En breve, una sensación soporífera me invadiría. Se dice que un usuario de obskura podía llegar a tardar más de dos horas en deletrear su nombre.

-Eres un tío de puta madre, Derrio. ¿Cuántos años tienes?

-Casi dieciocho.

-¿Y cómo es que un chavalín como tú ha acabado en un regimiento penal?

-Me pillaron traficando en Nuevo Altair hace unos meses. Mi novia pudo escabullirse antes de que la echaran el guante, pero yo no tuve tanta suerte. Eran veinte años de trabajos forzados en la Luna de Stinger o cinco en un regimiento penal. Callidia, mi chica, me dijo que me esperaría y yo preferí acabar cuanto antes. Me dijeron, además, que así me redimiría, sirviendo a la Tierra, protegiendo a los colonos.

Me reí sin fuerzas, aunque me arrepentí cuando sentí pinchazos en el labio partido.

-Redención… Malditos bastardos… Yo fui soldado antes de desertar. Sé lo que hay. Los Regimientos Coloniales se han convertido en bandas de mercenarios al servicio de la codicia de los Gobernadores Planetarios. Y las legiones penales no somos más que los pobres desgraciados a los que endosan los trabajos más miserables que nadie quiere hacer.

Derrio me miró indeciso.

-No sé, Nash, la verdad es que…

Dudó antes de seguir hablando, como si buscara las palabras.

-¿No estás harta de la vida que llevabas antes de que te pescaran? Yo sí. Quizás esto sea una segunda oportunidad. Está bien hacer algo útil, estar con los buenos por una vez.

Reí de nuevo.

-¿Los “buenos”? Eres un ingenuo, Derrio. Acabas de llegar, no llevas una semana aquí. Dentro de unos cuantos días ya me contarás.

La obskura terminó de hacerme efecto. Una sensación placentera de languidez me invadió completamente y me encontré demasiado cansada incluso para hablar. No sé en qué momento se fue Derrio.

El muchacho era afortunado. Tenía a su chica que le esperaría. Sí, era importante tener a alguien…

Karel. ¿Por qué esos cabrones te tenían que haber destinado a otra legión penal? ¿Qué había sido de ti? ¿Dónde estarías ahora? … Karel…

*********************************************************

-Movimiento en el objetivo, señor.

Intenté serenar mi respiración. Mi collar explosivo parecía que pesara toneladas sobre mi cuello.

Hacía más de media hora que la nave de transporte de tropas “Therion” nos había desembarcado sobre la superficie del planeta Tellar y habíamos emprendido la marcha hacia el norte. Parecía que por fin habíamos alcanzado nuestro destino.

A mi derecha, el explorador señaló con su dedo hacia la aldea, en el claro de aquel extraño bosque de colores azulados. La formaban una docena de cabañas de madera. El capitán Kennoch observó con sus magnoculares.

-Una treintena de xenomorfos. Probablemente el doble. Preparen las armas.

Mecánicamente, sujeté mi rifle laser y comprobé que la batería estuviera al máximo. A lo lejos pude distinguir las figuras de los alienígenas. Humanoides de un color grisáceo de unos dos metros. El Mando los había bautizado como tellaritas. Una raza sentiente del sector 417-A, herbívoros con una tecnología tan primitiva como irrisoria. Valor de amenaza nula. Por desgracia para ellos, su mundo era uno de los planetas más ricos en minerales de todo el sector. Una trágica circunstancia que les marcaba para el exterminio.

La voz de la cabo Audrey pudo escucharse a través del microcomunicador.

-Señor, respetuosamente, no estoy segura del curso de actuación fijado. No están armados y sus intenciones no…

El capitán Kennoch la interrumpió.

-Cabo Audrey, le sugiero que cierre inmediatamente el pico si no quiere ser relevada del mando de su unidad penal. Y pase a engrosarla.

-S… sí, señor.

-Prepárense, soldados. Marcha ligera hasta ellos y fuego a mi señal.

Me incorporé lentamente para avanzar. A mi lado se hallaba Derrio, que agarraba nerviosamente su rifle láser. Estaba pálido como la cera.

El capitán no debió estar conforme con la insuficiente velocidad que adoptamos ni con el escaso ardor guerrero mostrado. Escuché su voz, dirigiéndose al Centro de Mando.

-Conecten los frenetizadores.

Me quedé helada al oírlo. Frenetizadores. La droga de combate más eficaz de la galaxia, capaz de convertir a un pacífico niño de diez años en un violento psicópata con una simple dosis. Se decía que los regimientos penales no podrían existir sin ella.

Intenté serenarme mientras sentía el pinchazo en mi cuello, la aguja inyectando su carga en mi torrente sanguíneo. Fue como si fuego líquido corriera por mis venas. Respiré profundamente mientras cerraba los ojos. Creí estar preparada para la sensación que me invadiría, pero no fue así.

Oleadas de rabia asesina nublaron mi cerebro, cada una más fuerte que la anterior. Mi mente pareció descender como en una interminable montaña rusa hacia un rojo estado de locura homicida. En mi cabeza podía ver miles de falsos recuerdos: tellaritas violando y asesinando a indefensas mujeres humanas, antes de arrancarles las entrañas y devorarlas con fruición, alienígenas destruyendo y saqueando ciudades coloniales y matando a inocentes personas que se rendían desesperadamente.

Una pequeña vocecilla en mi mente se quejó débilmente. Los tellaritas eran herbívoros, ¿cómo era entonces posible que comieran carne humana? No se había establecido ningún asentamiento humano en el planeta de los tellaritas, por lo que era imposible que aquellos alienígenas hubieran conquistado o saqueado una ciudad humana.

Pero aquello fue inútil. El frenetizador se encargó de acallar aquellos últimos resquicios de lógica. Mis dientes comenzaron a rechinar y mi rostro se deformó en una mueca de furia.

Por los microcomunicadores, un gutural gruñido de furia brotaba al unísono de nuestras gargantas. Alguien reía y lloraba a la vez.

Todos escuchamos con claridad la potente voz de capitán Kennoch.

-¡Soldados del Regimiento Penal! ¡Somos el Escudo de la Humanidad! ¡Hacedme sentir orgulloso! ¡Por la Tierra! ¡Por la libertad! ¡Cargad!

Y la masacre comenzó.

Apunté y disparé el láser mientras gritaba y cargaba hacia los alienígenas.

Por el intercomunicador pude escuchar una llorosa voz, casi gimiendo:

-Cerdos… cerdos asquerosos hijos de puta…

Los tellaritas, completamente desprevenidos, recibían los impactos de nuestras armas láser antes de caer segados como espigas maduras. Sin dejar de correr, agoté mi munición, antes de quedar frente a frente con uno de aquellos alienígenas. A la entrada de una cabaña, uno de aquellos seres sujetaba una azada y me contemplaba agresivamente, con la desesperación del condenado en su mirada. Grité, lista para lanzarme contra aquel alienígena y reventar su repugnante rostro a culatazos, pero antes de poder hacerlo, otro de los soldados, equipado con un lanzallamas, barrió todo la zona.

Sonreí mientras contemplaba a aquel ser gritar, convertido en una gran bola de fuego, eufórica por la muerte de aquellos alienígenas asesinos y violadores. Las llamas lamían y consumían las cabañas, calcinándolas. Ya no quedaban más. Ni uno solo había logrado escapar.

El efecto de los frenetizadores se fue diluyendo hasta desaparecer. Un espantoso hedor a carne quemada atenazó mis fosas nasales. A mi alrededor, otros soldados deambulaban con la mirada perdida, incapaces de creer que nosotros hubiéramos sido los autores de aquella carnicería. A lo lejos, creí contemplar a Derrio, doblándose sobre sí mismo y vomitando sobre sus botas.

Mi mano temblaba cuando rebusqué en uno de mis bolsillos. Por fin encontré una dosis de obskura y la engullí rápidamente. Dudé sólo unos segundos antes de tragar otra.

Contemplé el cielo sobre mi cabeza. La irrealidad empezó a invadir mis sentidos. Era como si fuera otra persona la que sostuviera el rifle láser, otra persona la que pisara con sus botas militares los cultivos quemados.

De repente me puse en guardia cuando escuché unos sollozos. Miré alarmada a mi alrededor, buscando el origen de aquel sonido. Tardé mucho en darme cuenta de que era yo misma, que lloraba como una niña pequeña.

************************************************************

-¿Derrio? Sí, claro. Esta noche le ha tocado limpieza en el cuarto de mantenimiento. Supongo que allí estará.

Agradecí la información al recluta con un gesto de cabeza y me apresuré en ir hacia allá. Necesitaba como fuera más dosis de obskura. Tras la vuelta del planeta Tellia a nuestra base no me quedaba ninguna.

Abrí la puerta del cuarto y pasé con sigilo. No quería que nos pillara nadie o nos podían caer varios meses de arresto incomunicado por trapichear con drogas. Pude ver a Derrio sentado sobre unas cajas. Ni siquiera me había visto entrar. Su rostro estaba contraído en una mueca de desesperación, pero me alarmé de verdad cuando vi que su mano derecha empuñaba una pistola láser. Con vacilación, se llevó el cañón de su arma a su boca.

-¡Derrio!

El muchacho me miró y su voz se quebró en sollozos.

-Nash… Yo… Tenías razón… Somos monstruos… Escoria… No puedo…

Con brusquedad le quité la pistola de su mano y la arrojé lejos.

-No, Derrio. No lo eres. No eres escoria.

-Los tellaritas… ni siquiera… no nos había hecho nada…

Cogí su cabeza con ambas manos y le obligué a mirarme.

-Escúchame, Derrio. No te derrumbes. Eso es lo que ellos quieren. Quieren que creas que eres escoria. Quieren machacarte, aplastarte, romperte. No les des esa satisfacción.

-Nash…

-No somos escoria, Derrio. Somos seres humanos… humanos…

Su rostro estaba cubierto de lágrimas. Parecía un niño pequeño. Poco a poco acerqué mi rostro al suyo hasta que, como si fuera una progresión lógica, le besé. No se resistió. Poco a poco, fue respondiendo a mi beso.

Con dificultad por el maldito collar explosivo, me quité mi ceñida camiseta de tirantes por encima de mi cabeza y continuamos besándonos, mientras me sentaba sobre sus rodillas. Su rostro quedó a la altura de mis pechos y el muchacho los besó con delicadeza al principio. Pero yo no quería delicadeza. Queríamos lamer nuestras heridas, celebrar que estábamos vivos en un mundo de muerte y destrucción. Pronto, nos encontramos devorándonos, como un par de desesperados animales famélicos, hambrientos hasta la inanición. Nuestras manos acariciaron, agarraron, arañaron. Me estremecí mientras sentía la erección de Derrio bajo mis muslos. Como pudimos desabrochamos nuestros pantalones y, de una embestida, me penetró.

Gruñí como un animal, contrayéndome ante cada acometida y moviéndome pidiendo más. Las manos de Derrio se cerraron sobre mis pechos y yo abracé al hombre con fuerza, acelerando el ritmo, gimiendo hasta que ambos llegamos al orgasmo y él se corrió en mi interior.

Nos miramos, jadeantes, agotados, los rostros perlados de sudor con mechones de cabello pegados a la frente por la contienda amorosa. Derrio me sonreía, su rostro todavía húmedo por las lágrimas. Volvimos a besarnos.

No sé cuánto tiempo había transcurrido. Ambos estábamos tumbados, entrelazados encima de una lona del pequeño cuarto de mantenimiento. Derrio dormitaba, su rostro sobre mi hombro. Hablaba en sueños.

-…Callidia…

Acaricié su corto cabello moreno, y me sumí en mis recuerdos, que jamás podrían quitarme.

Karel. Mi compañera de piratería, destinada a otro regimiento penal lejos de mí. Mi mano acariciaba su rostro, desfigurado por la cicatriz de su antigua herida de guerra, mientras ambas nos besábamos, nerviosas, inseguras. Mis labios recorrían sus hombros, desde la base del desnudo cuello hasta el extremo, besos carnosos y húmedos, mientras Karel respiraba agitadamente, sonriendo. Nos abrazábamos sin dejar de besarnos, como si pretendiéramos que nuestros cuerpos se fundieran en uno solo.

Las lágrimas se agolparon en mis ojos. Karel, mi amor… ¿dónde estabas?

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omicron_persei@yahoo.es

Relato erótico: “Mujer Amante” (POR VIERI32)

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La luz de la luna entra por la ventana del departamento y baña su piel perlada de sudor. Allí está, parada frente a mí, deleitándome con su caminar sensual, con sus ojos picarones y dedicándome su sonrisa tan oscura como una noche de cielo negro. Como aquella lejana noche de cielo negro.
Y se aleja, deja de ser “ella” y empieza a ser quien verdaderamente es. Es allí cuando cuecen los recuerdos, son mi eterna condena de la que no puedo librarme ni en mis sueños. Hace tanto… tanto tiempo.
Todo parece sanar cuando la veo, cuando me hundo en sus ojos miel y la hago mía. Sí, soy adicto a su cuerpo de mujer, es la única solución para mi insana mente y no hace sino que recordar sea menos pesado.
Pero ahora se aleja… y sólo me queda la luz de la luna.
* * *
Como chiquillos emocionados avanzamos por el pasillo del aquel hotel que distaba de ser cinco… cuatro… siquiera tres estrellas. Giro para sonreírle y ella me la devuelve, mirada picarona incluida. Tengo ganas de tomarla y hacerla mía allí mismo, desnudarla, enredar mis dedos en su pelo y morirme en sus ojos miel… no puedo evitarlo, es tan hermosa. Es lo lógico, se trata de mi esposa.
– Sofía – le susurro, acercándome, cercándola contra la pared. Gime al sentir mi mordisco en su cuello que se convierte en una lamida que va surcándola hasta el lóbulo. Le encanta, es una tigresa tras su apariencia fina y el vestido elegante … la conozco de punta a punta. Una mano suya se cuelga de mi cinturón, la otra baja la bragueta y… y simplemente me siento en el cielo cuando sus manitos juegan con mi sexo, cuando ronronea, cuando su cuello se tensa ante mis besos – te amo – digo al apartarme y con mi hombría levemente erecta, atrapada en sus garras.
– Humm… – Se retuerce, puedo ver un dejo de molestia en su rostro, una sonrisa oscureciéndose tras las ondulaciones de su pelo, oscura como aquella lejana noche de cielo negro. Se aparta, guarda mi sexo, cierra la bragueta y me toma de la mano –. Será mejor que avancemos.
Me guía, ella adelante y estirándome casi forzadamente. Puedo ver las curvas de su cintura enmarcándose en el vestido que le había regalado cuando éramos novios…¡aún le queda perfecto!, el pelo balanceándose de un lado a otro, toda su aura… la amo, es mi esposa, cómo no hacerlo.
Y llegamos a la habitación en la que nos aislaríamos del mundo por una noche. ¡Por fin! Quiero hacerla mía, toda la noche estuve aguantándome las ganas. Aseguro la puerta para luego acercarme.
– No tan rápido, corazón – pone ambas mano en mi pecho. Sonríe, señalándome con la vista el sillón mullido de una esquina. – Hoy te haré algo especial… – y violentamente abre mi camisa, caen algunos botones al suelo, aunque uno llegó a saltar y desaparecer entre sus senos.
– ¿Especial? – tomo su trasero para atraerla junto a mí.
– Un baile erótico – se aparta.
– ¡Ah, eso! No, no… con lo caliente que me dejaste allá en el pasillo… no me jodas con sandeces eróticas ahora, vamos.
– ¡Deja de pensar con la polla! – dice mientras sus manos van desde mi pecho hasta el cinturón, arañando dolorosamente, dejándome varias estelas rojas ardiéndome y una falsa cara de no-me-duele-nada.
– ¿Lo harás como aquella vez? – pregunto.
– ¿Como aquella…? Ah, digo.. sí, como aquella vez.
Retrocedo un par de pasos hasta llegar al sillón. Me acomodo y mis ojos le dicen que empiece. Cómo no va a pillarlo, es mi esposa, me entiende.
Separa sus piernas, esbeltas, poderosas, al límite del vestido… y lentamente se lo retira con poses eróticas. Sonrío, me excito… recuerdo.
Ya no es la chiquilla nerviosa que una vez besé por primera vez bajo una lluvia de junio. Peor no podía ser aquella ocasión para ambos; sus padres se divorciaban, tenía el brazo derecho enyesado tras un accidente en bicicleta… y yo, con un diente doliéndome demonios, mi cabeza andaba peor tras haber pillado a mi madre metiéndole lengua… a mi profesor de lengua… materia que nunca entendía cómo aprobaba y aprobaba… hasta aquella tarde, claro.
Pero todos nuestros problemas desaparecían cuando estábamos solos, por eso la llamé para encontrarnos en la plaza. Por eso no rechazó la oferta pese al mal clima. Queríamos joder el tiempo, olvidarnos del mundo por un rato… y cuando llegó nuestro primer beso, el mundo desapareció. Yo teniendo cuidado de no lastimarle el brazo, y ella apretujando dulcemente mi labio inferior con los suyos para no intentar rozar el jodido diente. No fue la postal más bonita, pero jamás podría olvidarme.
Ya no es aquella muchacha que lloraba cuando le decía que la amaba y que nunca nos separaríamos. Ahora es otra – aunque el mundo sigue desapareciendo cuando estoy con ella – ahora despliega confianza, es más erotica… más… más…
– ¿Y me cuentas cómo fue aquella vez? – pregunta al tiempo en que su tanga cae en la cama, justo sobre el vestido. Por allí pude ver el botoncito rebelde.
– ¿No lo recuerdas?
Me mira como si estuviera loco. Sonrío, disfruto de la vista – tía buena con medias de red y liguero – y me vuelvo a acomodar en el sillón; – Intentaste hacer un baile erótico en la sala de tu casa… no estaba nadie y aprovechamos… vamos, que todo comenzó de lujo pero por un movimiento torpe terminaste en el suelo con el tobillo inflamado.
– ¿Y luego? – Las medias y el liguero acompañaron al vestido, el tanga y el botoncito.
– Pues mucho llanto, muchos besos míos… y unos minutos después, nuestra primera vez.
– ¿Con el tobillo inflamado? – pregunta poniendo sus manos en su cintura, inclinando el rostro dulcemente, acercándose.
– Así de desesperados estábamos – se sienta a horcajadas. Besa mi pecho herido, sube, sube, sube y clava sus ojos en mí para decirme;
– Eres muy especial.
Sus manos buscan mi sexo y empieza a pajearlo sin siquiera soltar sus ojos de mí.
– ¿Qué pasó con el baile, Sofía?
– Pues no quiero lastimarme el tobillo otra vez, así que lo dejamos para otra – ríe.
Y me besa, me pajea, restriega su cuerpo cuerpo contra el mío. Me despoja de la camisa ( o de lo que quedaba de ella). Se arrodilla ante mí para retirarme los zapatos, las medias y luego el pantalón como una tierna sumisa. Sé lo que hará. Es tan morbosa, tan viciosa… por algo es mi esposa.
Con una mano toma mi sexo, con la otra, mis más preciadas pertenencias. Sus ojos picarones se clavan en mi mirada mientras su lengua serpentea por el glande. Se aleja, un halo de saliva cuelga entre la punta y su labio inferior… joder… abre la boquita y la come como niña golosa, sólo una porción… se queda estática por unos segundos que me duran eternidades… y muerde el glande, no dejando escapar cada gesto que hago.
Juega, juega y juega con la misma estrategia, se la mete entera, se la mete un trozo, que su lengua recorre el tronco, que su mano juega dolorosamente más abajo, que la otra me la casca mientras chupa la puntita… joder, es imposible resistirse. Es la mejor amante. Es mi esposa.
Se levanta, alejándose de la silla. Gira sobre su hombro para preguntarme:
– ¿Te vienes?
Sube a la cama como una perrita, meneando su sabroso culito adrede, mirándome sobre su hombro con una sonrisa oscura como aquella lejana noche de mis recuerdos.
– Te amo – me arrodillo en la cama, con mi sexo palpitante y a escasos centímetros de su jugoso coñito, la tomo de la cintura para guiar mis dedos por la raja su culo, me mira por última vez sobre su hombro… La penetro, mi verga en su coñito, la punta de dos dedos en su ano.
– ¡Agghhmm!
Todo es como si fuera una primera vez, su chorreante coñito abrazándome con fuerza, casi queriendo exprimirme a la fuerza, su apretado agujero trasero, rebelde, rugoso, cálido. Como aquel primer beso, trato de hacerlo delicadamente, como si aún fuera aquella que lloró cataratas en nuestra primera vez. Como si aún fuera la chica frágil y tierna… sí, había olvidado que ella cambió, ahora es más… más…
– Hummm… bebé, ¿por qué la ternura? – Comienza a ir y venir, pegando su culo contra mi pelvis, meneándolo, adelante, atrás… maldición, una diosa del sexo, la perfecta amante – pensé que estabas como para follar toda la noche.
Me vuelvo loco, ¡no sé qué decirle!, simplemente… simplente me convence con su carita para follarla con fuerza, violencia, rápido, duro, casi forzándola. Ella grita, gime, se retuerce, ríe, araña la cama con fuerza… el mundo no existe para nosotros.
* * * * *
La luz de la luna entra por la ventana del departamento y baña su piel perlada de sudor. Allí está, parada frente a mí, deleitándome con su caminar sensual, con sus ojos picarones y dedicándome su sonrisa tan oscura como una noche de cielo negro. Como aquella lejana noche de cielo negro.
Mi cara lo dice todo. Como en nuestra época de adolescentes follamos como si no hubiera mañana, como si no hubiera tabúes ni pecados.
Se dirige al baño. Al cabo de unos minutos sale con una faldita y un top que se ciñe deliciosamente.
– Me pareces una persona muy especial – dice retirándose el anillo para dejarlo en el sillón – y aunque a veces me asustas, sigues siendo mi preferido.
Toma mi jean que estaba tirado en suelo, y de allí retira mi billetera para abrirla.
– Me molesta cuando me llamas Sofía, me haces sentir como un mero instrumento que te sirve para recordarla… pero bueno, vale la pena – me muestra un fajo de dinero. Mi dinero.
Se dirige hacia la puerta, gira el pomo, prosigue sin mirarme:
– El anillo te lo dejé en el sofá y el vestido está cerca de tus pies… sólo me llevé lo que usualmente suelo cobrar. De todos modos, a estas alturas ya deberías confiar en mí, ¿no? Dos años ya…

Suena chirriante la puerta al abrirla.

– ¿Sabes? A veces me siento halagada cuando dices que me parezco a tu difunta esposa y que te hago recordarla… pero… por más terrible que pueda sonar esto; me gustaría que un día folláramos simplemente como prostituta y cliente. Me gustaría que digas mi nombre cuando te corres en mi cara o cuando me rodeas en tus brazos… cuando me besas… simplemente…
Da un par de pasos para retirarse, gira para proseguir;
– Y discúlpame por no saber devolverte los “te amo”, corazón.
Y se aleja, deja de ser “ella” y empieza a ser quien verdaderamente es. Es allí cuando cuecen los recuerdos, son mi eterna condena y no puedo evitarlo ni en mis sueños. Hace tanto… tanto tiempo.
Todo parece sanar cuando la veo, cuando me hundo en sus ojos miel y la hago mía. Sí, soy adicto a su cuerpo de mujer, es la única solución para mi insana mente y no hace sino que recordar sea menos pesado.
Pero ahora se aleja… y sólo me queda la luz de la luna.
Si no fuera por la luna, me mataría por no saber soportar el dolor. Si no fuera por la maldita luna, la noche sería tan oscura como aquella vez en que la perdí. Como aquella lejana noche de cielo negro.
En el sillón resplandece el anillo. El vestido negro, el tanga y el botoncito yacen al borde de la cama, mi billetera en el suelo, seguramente con menos dinero de lo que debería haber.
La veo irse, la puerta se cierra… y una vez más mi mundo se derrumba, una vez más muero sin consuelo, mi sonrisa se borra con mis propias lágrimas, una vez más mi corazón se queda sin dios al que rezar ni al cual pedir que me saque de mi dolorosa verdad… ella… ella no es mi esposa.
Vieri32
“Mujer Amante”, de Rata Blanca.
Siento el calor de toda tu piel
en mi cuerpo otra vez.
estrella fugaz, enciende mi sed,
misteriosa mujer.
Con tu amor sensual, cuánto me das.
Haz que mi sueño sea una verdad.
Dame tu alma hoy, haz el ritual,
llévame al mundo donde pueda soñar.
¡Uh…! Debo saber si es verdad
que en algún lado estás.
Voy a buscar una señal, una canción.
¡Uh….! Debo saber si en verdad,
en algún lado estás,
solo el amor que tu me das, me ayudará.
Al amanecer tu imagen se va,
misteriosa mujer.
dejaste en mí lujuria total,
hermosa y sensual.
Corazón sin dios, dame un lugar.
en ese mundo tibio, casi irreal.
Deberé buscar una señal,
en aquel camino por el que vas.
¡Uh…! Debo saber si es verdad
que en algún lado estás.
Voy a buscar una señal, una canción…
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

Relato erótico: “La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta 2” (POR GOLFO)

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La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta 2
Esa noche y a pesar que me lo rogó, Lara mantuvo su culito intacto. La razón por la que me abstuve de rompérselo no fue tanto su estado mental sino su físico. Todavía convaleciente de la operación, no creí necesario forzar sus heridas sodomizándola. Aun así nos pasamos toda la noche follando y solo el cansancio logró que esa mujer dejara mi verga en paz y se durmiera.
Habiéndose diluido el efecto de las copas, la certeza que había abusado de su enfermedad volvió con más fuerza y las horas que pasamos haciendo el amor se convirtieron en una pesadilla.
«Soy un cerdo», pensé apesadumbrado, «he pagado su amistad aprovechándome de ella». El recuerdo de la tersura de sus labios me estuvo martirizando hasta que finalmente me quedé dormido.

Sobre las diez de la mañana, un gemido me despertó y sabiendo que procedía de mi compañera, entreabrí mis ojos para observarla sin que ella supiera que la miraba.
«Dios mío, ¡es peor de lo que pensaba!», sentencié al descubrir a Lara masturbándose a mi lado.
Alucinado que después de la ración de sexo de la noche anterior necesitara otra dosis de placer, esa mujer tenía un consolador incrustado dentro de su coño mientras con la mano libre se pellizcaba un pezón.
«¡No puede ser! ¡Definitivamente está enferma!», medité.
Ajena a mi examen, la morena seguía metiendo y sacando el enorme aparato de su coño como si estuviera poseída. La lujuria que manaba de sus ojos me confirmó que ese día sin falta tenía que llevarla a hacerse las pruebas.
«Ahora, ¿qué hago?», me pregunté al verme entre la disyuntiva de seguir disimulando o hacer que me despertaba. Decidí callar y quedarme observando.
Pero entonces acelerando sus caricias, vi cómo se daba la vuelta en la cama y abriendo sus nalgas, intentaba introducirse el aparato por su entrada trasera. El gritó que pegó al ver forzado su ojete, hizo inviable que siguiera durmiendo y abriendo los ojos, le pregunté qué hacía. Muerta de vergüenza, me confesó que se había levantado bruta y como no quería que lo supiera, había decidido masturbarse.
-Sabes que no es normal- cariñosamente contesté.
Al oír mi tono, Lara se echó a llorar y tapándose la cara con sus manos, buscó ocultar su bochorno:
-Pensarás que estoy loca- desconsolada comentó- pero al verte desnudo a mi lado, recordé el placer que habíamos compartido y no he podido evitarlo.
-Tranquila, no pasa nada- respondí intentando quitar hierro al asunto, aunque interiormente estaba acojonado y tratándola de consolar la abracé.
Lo malo fue que ella malinterpretó mi gesto y pegando su cuerpo al mío, comenzó a rozar su pubis contra mi miembro. Por mucho que intenté no verme afectado, entre mis piernas volvió mi apetito y sin yo quererlo tuve una erección. Mientras en mi mente se abría una disputa entre mi conciencia y mi calentura, Lara creyó ver en ella mi consentimiento y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se subió sobre mí y se empaló.
-¡Espera!- grité tardíamente porque cuando quise reaccionar, mi pene campaba dentro de su chocho. Haciendo oídos sordos a mis quejas, la antiguamente dulce e ingenua doctora comenzó a montarme con una velocidad de vértigo. Su urgencia era tal que sin haberla tocado ya estaba excitada y su vulva empapada.
Ni siquiera llevaba diez segundos saltando sobre mí cuando noté que Lara estaba a punto de correrse. Queriéndolo evitar, la abracé y la obligué a quedarse quieta.
-Por favor, ¡lo necesito!- sollozó al tiempo que intentaba profundizar en su asalto moviendo sus caderas.
Reconozco que estuve a un tris de dejarme llevar y soltarla para que pudiera satisfacer su hambre pero desgraciadamente no hizo falta porque de improviso su cuerpo colapsó y temblando sobre mí, Lara se corrió empapando con su flujo mis piernas.
-¡Te amo!- chilló al tiempo que seguía intentando zafarse.
Lo creáis o no, a pesar de tenerla inmóvil, encadenó durante diez minutos un clímax con otro hasta que agotada se desmayó. Si me lo llegan a contar, jamás hubiese creído que fuera posible:
¡Esa muchacha había sufrido orgasmos múltiples al tener mi verga dentro!
Su dolencia era evidente, no necesitaba pruebas médicas para asumir que algo no funcionaba en su cerebro, por eso aprovechando que estaba KO, saqué de su interior mi falo todavía erecto y decidí darme una ducha.
«Me servirá para pensar», resolví avergonzado al admitir que esa mujer me traía loco. Mi calentura se incrementó al recordar sus pechos mientras el agua caía por mi cuerpo. Inconscientemente, cerré los ojos al rememorar las horas que habíamos pasado y no pude evitar que mi mano agarrara mi pene.
«Es maravillosa», rumié con la imagen de su cuerpo desnudo en mi cerebro, «pero no puedo».
El convencimiento que esa no era mi amiga sino el producto de un trauma, evitó que siguiera masturbándome y molesto conmigo mismo, salí a secarme.
«Tengo que curarla, aunque eso suponga perderla», determiné con el corazón atenazado por el dolor.
Ya de vuelta a la habitación, me encontré a Lara llorando como una magdalena. Al acercarme, me miró con lágrimas en sus ojos y me soltó:
-¡Ayúdame!

El neurólogo.
De común acuerdo, llegamos a la conclusión que no podíamos postergar el escáner cuando me reconoció que algo no funcionaba bien en su mente.
-Sigo cachonda- confesó hundida al darse cuenta que era incapaz de dejar de mirarme el paquete.
Sé que os sonara absurdo pero ni siquiera podía abrazarla porque sabía que mi cercanía era suficiente para que sus hormonas se alteraran. Por eso decidí llamar a Manuel Altamirano por ser el mejor neurólogo que conocía y un buen amigo.
Esa eminencia escuchó pacientemente los síntomas que le describí y al terminar me dijo:
-Por lo que me cuentas, comparto tu dictamen pero para estar seguros, necesito revisarla.
-¿Podrías hacerlo hoy?- pregunté sabiendo que era sábado.
Mi conocido comprendió las razones de mi urgencia y quedamos en vernos en dos horas en su clínica. Agradeciéndole de antemano sus atenciones, me despedí de él y colgando el teléfono, informé a Lara que esa misma mañana iba a tener que someterse a largas pruebas.
-Lo comprendo- contestó con tono triste como si una parte de ella le gustara la zorra en la que se había convertido.
Aceptando que secretamente a mí también me encantaba su nueva personalidad, no quise profundizar en el tema y ordenándola que se vistiera, fui a preparar el desayuno.
«Estás haciendo lo correcto», tuve que repetirme varias veces porque en mi interior había dudas. «Si una vez curada sigue queriendo ser mi pareja, estupendo. Si por el contrario huye de mí, tendré que dejarla partir»
Cuarto de hora después, Lara entró con paso lento en la cocina y pidiéndome un café, se sentó en una silla. Su desamparo era total y aunque todas las células de mi cuerpo me pedían que la consolara, me abstuve de hacerlo y la dejé rumiando sus penas. Se la notaba nerviosa y triste.
Al cabo de un rato, rompió el silencio que se había instalado entre nosotros, diciendo:
-Quiero que sepas que llevo años amándote. En ese aspecto, sigo siendo yo. Sé que tengo un problema pero por favor, ¡no me abandones! ¡No podría soportarlo!
Su dolor me encogió el estómago y por eso, la contesté:
-Yo también te quiero. No me he dado cuenta hasta ayer.
La alegría de sus ojos al abrazarme se transmutó en ira al darse cuenta que bajo su blusa sus pezones se le habían puesto duros con ese arrumaco y fuera de sí, lloró:
-No puedo acercarme a ti- y ya a moco tendido, me preguntó si le ocurriría lo mismo con todos los hombres.
Nunca lo había pensado y la idea que esa monada se viese atraída por otras personas me hundió en la miseria. Aterrorizado y muerto de celos a la vez, intenté quitarle importancia diciendo:
-Dentro de poco lo sabremos…

Llevarla hasta el hospital de mi amigo fue otra dura prueba. Encerrados en los pocos metros cúbicos del habitáculo del coche, le resultó una tortura porque como me reconoció tuvo que hacer un esfuerzo para no saltar sobre mí porque mi olor la ponía loca.
-Te pido un favor- me suplicó- no quiero que me acompañes durante las pruebas.
Comprendiendo sus motivos, acepté dejarla sola y por eso en cuanto mi amigo nos recibió, me despedí de ambos y salí del edificio a dar un paseo.
Recorriendo los alrededores, no pude abstraerme y dejar de pensar en ella. Me parecía inconcebible que hubiese tenido que ocurrir ese accidente para que mis sentimientos por Lara afloraran y más aún que lo hicieran con tanta fuerza. Reconociendo que estaba obsesionado, el miedo a perderla era quizás superior al terror que sentía con su enfermedad.
«Lo primero es que se cure», acepté a regañadientes justo cuando mi móvil sonó. Era Manuel el que me llamaba y aunque le pregunté cómo había resultado el escáner, no quiso decírmelo y me pidió que fuera a su consulta.
Temiéndome lo peor, salí corriendo de vuelta y por eso, llegué con la respiración entrecortada a su despacho. En él, mi amigo me esperaba con gesto serio y sin dejar que me acomodara en la silla, dijo:
-Cuando Lara llegó, todos sus parámetros estaban desbocados. Su corteza cerebral estaba sobre estimulada pero se fue tranquilizando y al cabo de cuarto de hora, parecía normal.
-¿Eso es bueno?- pregunté emocionado.
El medico frunció el ceño antes de responder:
-No he encontrado ningún daño importante pero te puedo asegurar que algo no cuadra… por eso quiero comprobar una teoría.
-¿Qué teoría?- insistí menos seguro.
En vez de contestarme, me pidió que lo acompañara y tras recorrer una serie de pasillos, entré con él en la habitación donde estaba Lara. La tranquilidad de la muchacha me dio nuevos ánimos pero al acercarme leí en su rostro que su excitación volvía. Ella misma se dio cuenta y echándose a llorar, me rogó que me fuera.
Absolutamente bloqueado por lo sucedido, dejé a Manuel que me llevara frente al ordenador que proyectaba las imágenes de lo que ocurría en el cerebro de mi amiga. No tuve que ser un experto para comprender que tanto color rojo no era normal.
-¿Qué le ocurre?- pregunté.
Durante un minuto, organizó sus ideas y sin darme vaselina con la que el impacto fuera menos duro, me soltó:
-Realmente, no lo sé. Pero es claro que eres tú quien la altera- y midiendo sus palabras, me dijo: -Creo que no es un tema neurológico sino psiquiátrico.
A pesar de ser cirujano, los intríngulis de la mente eran un terreno desconocido para mí y por eso muerto de miedo, insistí que me explicara qué pasaba. Manuel escuchó mis preguntas con paciencia para acto seguido comentar:
-Exactamente no sé la causa, puede ser el golpe, la anestesia o quizás que después de tantos años ocultando lo que sentía por ti, sus sentimientos se hayan visto desbordados pero lo que es evidente es que hay un problema…. Si quieres que lleve una vida normal, ¡deberás mantenerte lejos de ella!
Si hubiese sido imparcial, esa noticia debía haberme llenado de alegría pero al oír que debía desaparecer de su vida, algo se quebró en mí y me eché a llorar.
Mi conocido me dejó desahogarme en silencio durante unos minutos. Minutos que aproveché para decidir que lo único que podía hacer era darle la razón y habiendo tomado la decisión de alejarme, le pedí que se la explicara a Lara. Tras lo cual sin despedirme de ella, hui de ese lugar…
Me siento culpable.
Lo consideréis lógico o no, me da igual. Al salir del hospital me sentía hecho una mierda. La sensación que el destino me estaba castigando por mis pecados, nublaba mi entendimiento y por eso deambulé sin rumbo fijo durante horas.
«Es culpa mía», continuamente me echaba en cara, «fui yo quien al masturbarla, fijó en su cerebro esa atracción y ahora me he quedado sin ella».
Los pensamientos de culpa se acumulaban sin pausa, uno encima de otro. Cuando no era el haberme acostado con ella, lo que venía a mi mente era el remordimiento por no haber advertido su enamoramiento.
Destrozado entré en una vorágine de auto escarnio que me iba llevando de un lado a otro cual zombi. Desconozco cuantos kilómetros pude recorrer hasta que de pronto me vi aparcado frente a su casa. Al percatarme me pregunté dónde y cómo estaría, pero reteniendo el impulso de tocar en su telefonillo, reanudé mi marcha sin saber dónde me llevaría.
«Tengo que olvidarme de ella», medité furioso con todo, exagerando mi responsabilidad con lo ocurrido.
Tan impotente me sentía que llegué a plantearme el ir a un prostíbulo para que entre los brazos de una fulana, olvidarme de lo que sentía por Lara. Afortunadamente, deseché esa idea y en vez de ello, entré en un bar.
-Un whisky- pedí al camarero nada más aterrizar en su barra.
El alcohol diluido en esa copa no consiguió apaciguar mi dolor y bebiéndomela de un trago, pagué la cuenta y salí del local, nuevamente a torturarme frente al volante con el recuerdo de esa morena.
La angustia de sentirme solo me estaba volviendo loco. Por ello, intenté contactar con algún amigo pero el destino no debía de estar de acuerdo porque por muchas tentativas que hice, no me fue posible hablar con ninguno.
-¡Mierda!- grité en la soledad de mi coche mientras descargaba mi frustración contra el salpicadero.
Cualquier viandante que se hubiera fijado en ese cuarentón golpeando como un energúmeno, hubiese llegado a la conclusión que era un perturbado. ¡Y tendría toda la puñetera razón! Porque en ese momento, todo se volvía en mi contra.
«Llevo toda mi vida soltero, ¡puedo vivir sin ella!», me recriminé cuando sin ver otra salida, tonteé con la idea de tirar el coche por un terraplén y así acabar con mi sufrimiento.
La impresión de descubrir en mí esos pensamientos destructivos, me indujo a pedir ayuda y encendiendo el motor, me dirigí a mi antigua escuela. Aunque no soy creyente, entre esas paredes, vivía un cura que siendo un niño me había ayudado a centrarme, de manera que veinte minutos después llegué hasta sus muros.
Don Mariano era el superior de esa orden y a pesar que le había caído sin previo aviso, no tuvo inconveniente en recibirme. Tras expresarme su sorpresa por la visita tras tantos años, como viejo zorro que era, dio por sentado que necesitaba su consejo y por ello, directamente me preguntó qué era lo que me pasaba:
-Padre, tengo un problema- contesté y preso de la desazón, le expliqué de corrido la situación.
El sacerdote se escandalizó por el detalle con el que le conté el problema pero cuando ya creía que me iba a despedir con cajas destempladas, comprendió que era un alma en pena y me rogó que continuara pero que me abstuviera de ser tan conciso con respecto a la cama.
Reanudando mi relato, expliqué a Don Mariano le dilema en el que me encontraba. Por una parte, Lara estaba enferma y debía dejarla en paz, pero por otra me descomponía la idea de nunca volver a disfrutar de su presencia.
El cura esperó a que terminara para hacerme una pregunta:
-¿No crees que esa jovencita tiene algo que opinar?
-Padre, si no puedo estar junto a ella, ¿Cómo se lo puedo preguntar? Y si al final lo hago, ¿no cree que su respuesta se vería afectada por lo que le ocurre a su mente?
El viejo meditó unos instantes sobre la problemática y abriendo la puerta, me soltó:
-Confía en la providencia. Rezaré por ti y Dios proveerá…
Vuelvo a casa
Jodido y hundido, volví a mi casa. Habiendo buscado ayuda, me encontraba todavía más sólo. Ni los amigos, ni la iglesia, ni el alcohol me habían dado una respuesta a mi problema. Si antes de la visita al neurólogo creía que el problema de Lara se circunscribía a ella, ahora sabía que yo estaba involucrado. Era un tema de ambos, pero igualmente insoluble.
Acababa de tumbarme en el sofá cuando escuché mi móvil. Al mirar en la pantalla, vi que me llamaban de mi oficina y por eso contesté. Era mi secretaria que quería informarme que la doctora se había encerrado en el despacho y que no quería abrirle a nadie.
-Inténtame pasar con ella- contesté sin saber realmente que decir ni cómo actuar.
Lara tardó unos segundos en descolgar pero en cuanto escuchó que era yo quien estaba al otro lado del teléfono, llorando a moco tendido me preguntó dónde estaba y porqué la había dejado sola.
-Creí que era lo que deseabas- respondí sintiéndome una piltrafa.
-Te necesito. Aunque sé que estar junto me afecta, no puedo soportar pensar en vivir lejos de ti.
Tras lo cual me preguntó si podía ir por ella.
-Dame veinte minutos.
Lo creáis o no, su llamada me alegró al escuchar de ella que le urgía estar a mi lado y por eso cogiendo nuevamente el coche, fui por ella. Durante el recorrido, intenté acomodar mis ideas para cuando me presentara ante ella tener algo que decirle. Desgraciadamente, todas mis previsiones se fueron al carajo al llegar a mi despacho al encontrarme a Lara de pie en mitad de la calle.
Nada mas verme, entró en el coche y saltando sobre mí, comenzó a besarme como loca mientras me decía:
-Prefiero ser una puta insaciable contigo que una pobre infeliz sin ti.
Deteniendo sus caricias, la obligué a sentarse en su asiento diciéndola:
-Primero tenemos que hablar. ¿Puedes esperar a llegar a mi apartamento?
-Lo intentaré- respondió hundiéndose en su sillón.
Durante apenas tres semáforos, la otrora ingenua y dulce doctora consiguió retener sus deseos pero al llegar a la Castellana, noté su mano recorriendo mi pantalón.
-¿Qué haces? ¿No te ibas a quedar quieta?
Poniendo la expresión que pondría una niña a la que le han pillado robando un caramelo, me contestó:
-Déjame, solo un poquito.
Asumiendo que si le permitía seguir ese poquito terminaría en una mamada en mitad de la calle, me negué y acelerando busqué llegar cuanto antes a mi hogar. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su tanga. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo.
Durante unos minutos, Lara combatió el picor insoportable de su entrepierna hasta que ya con lágrimas en los ojos, me rogó que al menos la dejara masturbarse.
-¿No puedes aguantar un poco? Ya casi llegamos- Insistí tratando de poner un poco de cordura.
-Ojala pudiera- respondió mientras se acariciaba los pechos por encima de su vestido.
La necesidad que consumía su cuerpo hizo que olvidando que me había perdido un permiso que nunca llegó, esa mujer separara sus rodillas y retirando su tanga, comenzara a torturar el hinchado botón que surgía entre sus pliegues.
-Lo siento- gimió avergonzada.
Incapaz de aguantar sin tocarse, la morena incrementó ese toqueteo metiendo un par de dedos dentro de su coño. El olor a hembra insatisfecha inundó el estrecho habitáculo del coche mientras la miraba de reojo. Su calentura creció exponencialmente hasta que pegando un berrido, se corrió. Para entonces, me había contagiado de su lujuria y dentro de mi calzón, mi pene me pedía a gritos que lo liberara.
«No puede ser», pensé al pillarme deseando sus labios en mi verga, «¡nos verían los demás conductores!».
La zorra en que se había convertido descubrió el bulto entre mis piernas y a pesar que acababa de disfrutar de un orgasmo, pegando un grito me bajó la bragueta diciendo:
-Tú también lo necesitas.
Sin darme tiempo a opinar, sacó mi falo y agachando su cara, abrió su boca y comenzó a devorar mi pene mientras entre sus muslos volvía a masturbarse.
-Lara, ¡tranquila joder! ¡Podemos matarnos!- protesté inútilmente porque para entonces esa morena ya se lo había introducido hasta el fondo de su garganta.
Alzando y bajando su cabeza, prosiguió la mamada a pesar de mis protestas. Parecía que la vida le iba en ello y mientras yo intentaba no estrellarnos, ella buscaba con un ardor inconfesable el ordeñar mi miembro. Aunque intentaba acercarme lo más rápido a mi hogar, ese trayecto tantas veces recorrido se me estaba haciendo eterno al notar no solo la acción de sus labios sino la de una de sus manos sopesando y estrujando mis huevos.
-Si no paras, ¡me voy a correr!- avisé asumiendo la cercanía de ese clímax no buscado.
Mi alerta lejos de apaciguar el modo en que estaba mamando entre mis piernas, la azuzó y ya convertida en una cierva en celo, aceleró sus maniobras.
-Tú te lo has buscado- contesté dándola por imposible y aparcando de mala manera en segunda fila, paré el coche y presioné su melena para hundir mi verga por entero en su boca.
La morena estuvo a punto de vomitar por la presión que ejercí sobre su glotis pero reteniendo las ganas, continuó con esa felación todavía más desesperada.
-Serás zorra. Te pedí que esperaras pero ahora te exijo que te tragues todo mi semen y no dejes que se desperdicie nada- le ordené al sentir que estaba a punto de eyacular.
Mi mandato aceleró su segundo orgasmo y mientras esperaba con ansias la explosión de mi miembro dentro de su garganta, su cuerpo se sacudió sobre el asiento producto del placer que la consumía. Para entonces, yo mismo estaba dominado por mis hormonas y cogiéndola de las sienes con mis manos, como un perturbado usé su boca como si de su coño se tratara, levantando y bajando la cabeza de la morena clavé repetidamente mi verga en su interior hasta que el cúmulo de sensaciones explosionó en su paladar.
-¡Bébetelo todo!- exclamé al notar que era tanto el volumen de lefa que Lara tenía problemas para absorberlo.
Mi orden la excitó aún más y mientras se corría por tercera vez, puso todo su empeño en obedecerme. Durante unos segundos que me parecieron eternos, Lara ordeñó sin pausa mi verga hasta que ya convencida de haber cumplido mis deseos, levantando su mirada y sonriendo me soltó:
-Gracias por ser tan comprensivo.
-No soy compresivo- respondí. –En cuanto lleguemos a casa, te pienso dar una tunda para que aprendas quien manda.
Soltando una carcajada y como si hubiese sido algo normal lo que le acababa de decir, se acomodó en su asiento y me explicó que al salir de ver al neurólogo había pedido opinión a un psiquiatra.
-¿Qué te dijo?-pregunté.
Muerta de risa, contestó:
-Me confirmó mis sospechas. Siempre he sido un poco furcia pero como nunca he tenido un hombre a mi lado, no pude darme cuenta. Ahora lo sé y si tú me lo permites, seré tu puta.
-No entiendo- respondí viendo por primera vez después de casi un mes a Lara sosegada y tranquila.
Descojonada, la morenita me espetó:
-Según el psiquiatra, desde que te conocí, no solo me enamoré de ti sino que aunque no lo supiera, deseaba que además de mi jefe y amigo, fueras mi dueño.
-¿Tu dueño?- insistí no creyendo realmente lo que acababa de oír.
Sin dejar de reír, Lara me contestó:
-Amor mío, al decirme que ibas a hacerme aprender quien mandaba, he comprendido que puedo serte sincera. Ese especialista me ha dicho que mi estado es raro pero menos infrecuente de lo que parece al principio entre las personas sumisas. Por lo visto, hay un pequeño porcentaje de nosotros que cuando conocemos a nuestro amo y este todavía no nos ha aceptado, no podemos controlar nuestra excitación.
-Sigo sin pillarlo- reconocí.
Sacando de su bolso un collar, lo puso en mis manos y con tono dulce, me informó:
-Al salir de la consulta, me lo he comprado. Para ponerme bien, solo necesito que lo coloques en mi cuello.
-¿Y qué significa que lo haga?
-En cuanto lo cierres, seré tuya por siempre. No me podré negar a obedecer todos tus caprichos.
El brillo de sus ojos translucía una mezcla de alegría y esperanza de la que no fui inmune. Quizás eso fue lo que finalmente despertó una vertiente desconocida dentro de mí. Sin conocer realmente cómo me iba a cambiar eso mi vida, contesté:
-No te negaré que me atrae la idea pero no encuentro ninguna ventaja, ahora te follo cómo y cuándo quiero.
Mi respuesta destrozó los débiles cimientos de esa recién renacida tranquilidad en la mujer y con gran nerviosismo, me rogó que no la rechazara.
-Si te he entendido bien, al ser mi sumisa, tu voluntad sería la mía.
-Sí- contestó todavía aterrorizada.
Queriendo obligarla a reconocer en voz alta los límites de su entrega, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:
-Si quisiera preñarte, ¿pondrías alguna objeción?
-No, mi amo. Estaría dichosa de llevar en mi vientre su descendencia- ya más segura pero sobretodo nuevamente ilusionada me informó.
El rubor de sus mejillas y la sonrisa de sus labios me hicieron comprender que Lara había captado mis intenciones y por eso cuando dando un pellizco en su pezón izquierdo, la advertí que si al final accedía a ser su dueño iba a obligarla a andar desnuda por la casa, me contestó:
-A partir de que me coloque el collar, esa será mi única vestimenta para que así pueda hacer uso de su propiedad.
Para entonces, ya habíamos llegado a la casa. Sin decir nada salí del coche, entré en la casa, pasé al salón y me senté en el sofá mientras Lara me seguía a pocos metros. Mi silencio empezó a hacer mella en ella y cayendo postrada a mis pies, me rogó que le hiciera caso.
Ejerciendo mi nuevo papel, la miré y sin alterar mi voz, dije:
-Convénceme que merece la pena ser tu amo- y viendo su confusión, la ordené: -Cómo estás en venta, quiero comprobar la mercancía.
Mi amiga asumió que debía de mostrarse tal cual era y poniéndose de pie, se bajó los tirantes de su vestido. Sonreí al ver esa tela deslizarse y caer al suelo. Con Lara desnuda, me dediqué a comprobar la perfección de sus medidas mientras ella permanecía inmóvil.
-Reconozco que pareces tener unos pechos de ensueño.
Al escuchar mi piropo y sin esperar que se lo mandase, desabrochándose el sujetador, se lo quitó. Con satisfacción observé que esas tetas con las que soñaba se mantenían firmes y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Mi antigua enfermera y después compañera tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera, que al cabo de unos segundos ya estaba completamente desnuda.
-Acércate- le ordené.
La morena creyendo que así me complacía, se arrodilló y gateando llegó hasta mis pies donde esperó mis órdenes.
-Quiero ver tu trasero.
Con una sensualidad innata y no estudiada, Lara se giró y separando sus nalgas, me enseñó esa entrada todavía no cruzada. El sudor que recorría su pecho, me confirmó que estaba excitada y queriendo maximizar su agonía, metí un dedo en su rosado ojete al tiempo que le decía:
-Si al final te acepto, deberás mantenerlo limpio y siempre dispuesto.
-Así lo haré, amo.
Dándole un azote, le exigí que se diera la vuelta. Mi ruda caricia acervó su calentura y pegando un gemido, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi examen. Cómo ya sabía al estar completamente depilada, su orificio delantero parecía el de una quinceañera.
-Separa tus labios- ordené interesado en averiguar hasta donde podría llevar a esa muchacha.
Obedeciendo sin demora, Lara usó sus yemas para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, descubrí que la humedad lo tenía encharcado y mientras ella me miraba con deseo, me levanté del sofá y fui hasta el cajón donde guardaba mis juguetes. Una vez allí, sacando un antifaz y unas esposas, ordené a mi futura esclava que se incorporara. La muchacha se puso en pie y en silencio, esperó mi llegada.
Sin hablar, le tapé los ojos y llevando sus brazos a la espalda, la inmovilicé para acto seguido y usando mis manos fui recorriendo su suave piel.
-Amo, le deseo- sollozó mi cautiva.
La mujer comprendió mis intenciones. Al estar cegada, iba a ser incapaz de anticipar mis caricias y eso la pondría más bruta. Sin más dilación, fui tanteando todos y cada uno de los puntos de placer de esa morena hasta que sus muslos se empaparon con el rió de flujo que salía de su coño.
-Tienes prohibido correrte- susurré en su oído mientras le mordía los pezones.
No tardé en observar que de los ojos de Lara brotaban unas gruesas lágrimas, producto de su frustración. Necesitaba alcanzar el clímax pero se lo tenía vedado. Forzando su deseo, me puse a su espalda y separando sus nalgas, tanteé con un dedo su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y creyendo que lo que deseaba era tomarla por detrás, sollozó diciendo:
-Mi culo es suyo.
Muerto de risa, contesté:
-Lo sé -y sin dejarla descansar, metí el segundo en su ojete.
Durante unos instantes, la morena se quedó petrificada porque jamás nadie había hoyado ese lugar pero asumiendo que no podía contrariarme, permitió que continuara jugando con los músculos circulares de su trasero. Totalmente entregada, concentró su esfuerzo en no correrse y viendo que no podía aguantar mucho más sin hacerlo, se mordió los labios.
Decidí que era el momento de cumplimentar sus deseos y recogiendo el collar del suelo, volví al sofá y la senté de espaldas en mis rodillas. Lara que no era consciente que tenía esa gargantilla en mi poder, gimió al sentir mi verga rozando su culito. Al colocársela alrededor de su cuello, comprendió que la estaba aceptando y llorando me pidió qie la tomara.
-Tienes permiso de correrte- accedí premiando su constancia mientras la empalaba por detrás.
La morena al sentir su entrada trasera violentada por mí, gritó como posesa y presa de sus sensaciones, se corrió. Dejé que disfrutara el orgasmo sin moverme, tras lo cual, le quité las esposas y el antifaz. Lara, al sentir libertad de movimientos, llevó mis manos hasta sus pechos y cabalgando sobre mi pene, buscó mi eyaculación diciendo:
-Siempre he sido tuya.
Su sumisión me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su cuerpo lentamente, de manera que pude sentir claramente como mi pene forzaba ese orificio una y otra vez.
-Duele pero me gusta- chilló disfrutando de esa ambigua sensación.
Los gemidos que brotaron de su garganta fueron una muestra clara que mi zorrita estaba disfrutando. Eso me permitió ir poco a poco acelerando el ritmo con el que machacaba sus intestinos hasta que la llevé otra vez al orgasmo. Agotada por el esfuerzo, se dejó caer contra mi pecho y gimoteando, me pidió que me corriera.
Soltando una carcajada, contesté:
-Una esclava no decide donde y cuando su amo se va a correr.
Por mi tono, mi dulce y sumisa compañera comprendió que aunque yo no quisiera hacerlo pronto no me quedaría más remedio y por eso restregando su cuerpo contra el mío, buscó acelerar lo inevitable. Lo que no se esperaba fue que cambiando de objetivo, sacara mi verga de su culo y poniéndola a cuatro patas sobre el sofá, se lo incrustara en el coño mientras le decía:
-A partir de ahora, usaré tu útero para correrme- y ya explotando en su interior le confirmé mis intenciones susurrando: -Al menos hasta que te deje preñada.
Mi amenaza lejos de aterrorizarla, la hizo chillar de alegría y moviendo su pandero con renovadas fuerzas, terminó de ordeñarme…

Relato erótico: “Rencores III (La convivencia)” (POR RUN214)

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PISODIO  III 
LA CONVIVENCIA
Marta descansaba junto a su piscina, ataviada con un bikini y tumbada sobre una toalla de playa recibía los rayos del astro rey. Acababa de tomar un frugal desayuno. Aquel día no le apeteció levantarse temprano. Había pasado mucho tiempo desde aquella fatal noche y desde entonces se dedicó a recuperar su cuerpo y alma a base de sesiones de masaje, peluquería y largas charlas con sus amigas de café.
El sol acariciaba su cara y su cuerpo y ella se lo agradecía dedicándole sus mejores siestas a cualquier hora.
Oyó acercarse a Benito y se alegró al verle. Unos meses atrás su sola presencia le hubiese incomodado, ahora su relación había cambiado. Hablaba más con él y pasaban juntos más tiempo a diferencia de Bea, que si bien nunca hubo buena relación entre ellas ahora ésta era apenas existente.
-te has levantado muy tarde –dijo ella.
-es sábado –replicó –además tú tampoco has madrugado demasiado.
-yo no tengo obligaciones
-ni yo
-tú si, tienes que estudiar.
-¡vamos mujer!, pero como me mandas a estudiar con el día que hace, ya estudiaré a la tarde.
-Como quieras, tú veras. Ya eres mayorcito para saber cuanto y cuando debes hacerlo.
Que su madre delegara en él cualquier tipo de responsabilidad era todo un hito histórico aunque solo fuera el hecho de administrar sus propias horarios de estudio. No podía defraudarla con sus notas, aun no se atrevía. No obstante prefirió recostarse en la tumbona junto a ella y leer un rato los comics que distaban mucho de ser infantiles y que otrora estuvieran prohibidos en esa casa debido a la violencia que en ellos se dibujaba.
– · –
Fermín se encontraba en su despacho escondido de Bea. Aunque la relación entre ellos también había mejorado desde aquella noche el concepto que tenía de ella había bajado muchos enteros. No había en ella rastro de inocencia o candidez y había perdido por el todo el respeto que antes le guardaba como progenitor. Cada vez que miraba a su hija veía a su mujer hace 20 años. Fría, calculadora, ladina pero sobretodo implacable. “nunca pierdo una batalla” oyó decir a Bea, y ese era exactamente el lema de Marta. Sin duda, Beatriz era hija de su madre.
-¿Papá?
-Horror -pensó Fermín –ya está otra vez aquí.
-¿Puedo pasar? Repitió la misma voz
-No, no puedes, estoy ocupado. Muy ocupado. –metió algo en un cajón y lo cerró apresuradamente.
-Acabo de levantarme y te estaba buscando. Como me dijiste ayer que hoy hablaríamos del coche…
-No, no te dije que hablaríamos hoy, te dije “el día de mañana” hablaremos del tema.
-Eso son excusas. Pero ¿porqué no quieres comprármelo?
-Por que es muy caro, por que solo tienes 18, pero sobretodo, porque no me fío de ti.
-Casi 19. –replicó ella.
Fermín intentó concentrar su mirada en el periódico que intentaba leer sin embargo la incomodidad por la presencia de la pequeña ladilla pedigueña, lo hacía imposible.
Entonces notó como Bea, que había rodeado la mesa, le apartaba los brazos que descansaban sobre el periódico y se sentaba en su regazo.
-Me dijiste que me lo comprarías cuando tuviera 18. –insistió.
-No, te dije “cuando seas responsable”. Además, no me estás pidiendo cualquier coche…
-Quedamos en que el modelo lo elegiría yo…
-…de entre los que yo seleccionara –cortó Fermín.
-No estás siendo justo -respondía seria.
Un indeseable efecto puso en alerta a Fermín que notó con horror como comenzaba a sufrir una erección.
-¡BASTA! –grito Fermín, enfadado por culpa de la traición de su polla. –he dicho que no y punto
Cortó la conversación para evitar una escena embarazosa. Empujó a Bea fuera de sus brazos y se levantó dispuesto a abandonar la habitación dándole la espalda y ocultando la visión de la polla dura que transportaba.
Bea atajó rápidamente a su padre interponiéndose entre él y la puerta para que no abandonara ni la habitación ni la conversación topándose de frente entre ambos.
-Perdona hombre, no te enfades conmigo, ya veras como…
La cara de ella palideció de inmediato. Pudo notar a través de la fina tela del pantalón, la erección de su padre. De un brinco se alejó de él. Mirando su entrepierna consternada.
-No me lo puedo creer. –dijo ella.
Fermín desolado, intentó excusarse.
-No es lo que parece, no pienses mal. Te lo puedo explicar. Es que hace un rato…
-No hace falta que me des excusas, si está muy claro. Se te ha puesto la polla dura cuando te he puesto el culo encima.
Su padre cerró los ojos con resignación, tomó aire y continuó la explicación pero Bea ya abandonaba la estancia sin prestarle atención.
– · –
Marta estaba junto a Benito disfrutando de su sueño. Ataviada con un pañuelo en la cabeza y un florido bikini. Sus brazos y sus piernas desparramadas sobre la toalla intentando captar la mayor cantidad de sol posible.
Mientras él leía placidamente, ojeaba de cuando en cuando el cuerpo de su madre y cada vez que lo hacía posaba su mirada en el mismo sitio, el bulto de su entrepierna.
Hubo un momento en el que ya no leía, su mirada estaba fija en la parte inferior del bikini que cubría su coño. Marta tenía la boca entre abierta y su respiración era lenta y constante. Estaba profundamente dormida.
Benito se acercó más para poder contemplar de cerca aquel mullido bulto. Las últimas semanas se había convertido en una obsesión. Posó su mano sobre el bikini vigilando que ella no despertara. Lo palpó suavemente y lo acarició con un leve roce.
La respiración de ella era profunda, no movía ni un músculo.
Cogió con cuidado el elástico de la prenda y tiró de él hacia arriba destapando aquel bosque maldito. Cuando lo vio, su corazón latió desbocado, podía sentir sus golpes en las sienes.
Entonces lo hizo.
Deslizó su mano bajo la prenda notando el vello bajo sus dedos. Introdujo toda la mano palpando su pubis en toda su plenitud.
Sus piernas estaban entre abiertas por lo que pudo recorrer todo el coño de arriba abajo una y otra vez con las yemas de sus dedos recreándose en cada rincón, notando sus labios gruesos, sintiendo el suave tacto de su vello.
-necesito una novia cuanto antes –pensó Benito -¿Porque no puedo tener una? Hasta el hermano de Vero se lía con un montón de tías incluida su propia hermana que está de puta madre. Y yo aquí espiando el coño de mi madre, joder. Ese chulo bobalicón, no es justo.
Recorrió el cuerpo con la mirada, llegó hasta las tetas y pensó en lo que disfrutaría lamiéndoselas a su imaginaria novia. Entonces vio los ojos abiertos de su madre que le observaba con el ceño y los labios fruncidos. Paralizado, lentamente, como si aun ella no se hubiera dado cuenta, comenzó a deslizar la mano hasta sacarla por completo del bikini y se giro con intención de irse.
-lo…, lo siento –dijo en un susurro. –no es lo que parece.
-menos mal, porque parecía que me estabas sobando el coño.
Vio a su madre levantando una mano y Benito cerró los ojos a la espera del bofetón. Cuando sintió que la mano se posaba en su hombro suavemente, quedó a la espera de algo peor por lo que no abandono su posición arrugada con la cabeza gacha.
-mírame –dijo ella.
Él se giró y entre abrió los ojos hasta cruzar su mirada con la de ella.
-Benito, no me ha gustado que me metas mano.
-sí, ya lo sé, pero no es lo que parece. De verdad. –parecía un polluelo herido.
-No quiero que vuelvas a hacerlo. –repitió ella.
-no lo haré. Pero te aseguro que no intentaba lo que tú crees.
-¿lo que creo?–dijo ella –cada vez que te descubro mirándome con esos ojos de pervertido me acuerdo de aquella noche. Y lo que creo es que el bueno de Benito no ha dejado de ser en realidad aquel cabronazo que me folló el culo y el coño y se corrió dentro.
Ahora hasta me metes mano, a plena luz del día. Lo que creo… –continuó. -es que no puedo esperar nada bueno de ti.
-espera, déjame explicarte.
Marta bajó la vista hacía su bikini y comprobó que parte de su vello escapaba por un costado. Se lo colocó correctamente e intentó levantarse.
-¡espera! –dijo Benito sujetándole un brazo –por favor deja que te explique.
Marta aguardó unos instantes con la mirada fija en él.
-Llevo mucho tiempo obsesionado con el sexo. Ya sé que no está bien que diga esto pero…, es que no puedo pensar en otra cosa, sobre todo desde lo de aquella noche…, con vosotras.
Los ojos de Marta se pusieron como platos –¿Como dices?
-no, no –cortó Benito –no, quiero decir eso, por dios.
A ver, la culpa de que os hiciera aquello fue por lo pervertido y salido que soy. Llevaba tanto tiempo deseando estar con una mujer que cuando tuve la oportunidad, la aproveché sin mirar siquiera con quien lo hacía. Solo quería follar, follar y follar, y en aquel momento me daba igual con quien.
-Hijo, te aseguro que no te entiendo. –dijo en tono serio.
-cuando acabó todo y durante los siguientes días, no entendía como pude excitarme contigo.
¡Me había puesto cachondo con mi madre y había follado con ella!, ¡joder, que asco! Cada vez que recordaba como te sobaba las tetas o el coño, me daban arcadas.
Pero a medida que pasa el tiempo y mi mente calenturienta comienza a cargarse más y más, las cosas empiezan a no ser tan repulsivas. Y lo que antes era negro ahora es gris y quizá mañana sea blanco.
Su madre, que le miraba con ojos escrutadores, seguía sin comprender lo que trataba de decir.
-hasta aquel día, era virgen en todos los sentidos, pero a partir de entonces y después de probar lo que tanto deseaba ya no puedo parar de pensar en otra cosa. Bueno, quiero decir, a pensar todavía más.
-Lo que necesito… –titubeó Benito, pensando en lo que quería decir.
-… es mi coño. –sentenció Marta.
-no, no, no, eso no, joder. Es lo que trato de explicar.
Vale, sí que necesito un coño y necesito follar con alguna tía. Pero como la única mujer semidesnuda que veo eres tú, termino obsesionándome con tu cuerpo y acabo por meterte mano.
El problema es que voy a volverme loco si no follo pronto con una tía, joder ya, ostia.
Con tono relajado y la mirada fija en él Marta dijo.
-hijo, eso le pasa a muchos y la solución es bien sencilla. Hazte una paja, o mejor hazte dos.
-¡pero si no paro de hacerme pajas todo el día!, joder. Y creo que estoy peor.
-pues échate una novia.
-cojonudo, así de fácil, ahora mismo salgo a la calle y me pillo una. ¡Mamá, por favor!
-no creo que sea tan complicado.
-vale, pues tráeme una.
-no digas bobadas. Sal y búscate la vida. No importa que sea fea, si solo la quieres para follar.
-el problema es que me conocen en todo el mundo como “el rarito de las bragas”. Y ninguna tía quiere nada conmigo, incluidas feas, gordas, ogros y demás esperpentos.
Marta se sonrojó al oírle pues era la culpable de ese rumor, aunque no pudo reprimir una sonrisa por la sorna con que se tomaba el asunto.
-¿y entonces? –preguntó ella
-pues entonces seguiré dándome duchas frías, practicando control mental y haciéndome pajas sin parar hasta que se me seque la médula.
-y metiéndome mano en el coño.
-Que no, ya te he dicho que lo siento y que no volverá a ocurrir.
-si me duermo boca abajo espero no despertar con un dedo metido en el culo, o tu polla.
Benito la miró serio y su tono sonó más grave
-Te juro que solo quería verlo y tocarlo un poco. Nada más.
-Está bien, te perdono, dejémoslo estar, no pasa nada.
Marta apoyó su mano en el hombro de Benito, se levantó y se fue hacia la casa.
– · –
Beatriz entró en su cuarto, iba a salir y antes quería ducharse. Se desnudó a toda prisa. Echó la ropa sucia en una la esquina de la habitación y se dirigió hacia la puerta donde tenía colgado su albornoz. Se paró en seco y no pudo evitar un grito.
Su padre estaba allí, en el quicio de la puerta con la misma expresión de horror que ella.
-lo…, lo siento no sabia…, quería explicarte…
Beatriz intentaba cubrir su desnudez con ambos brazos como podía. Fermín se percató de ello se quitó su camiseta y se la ofreció. Bea la atrapó por instinto y se tapó con ella.
-perdona…, no quise…, solo vine a hablar contigo…
Todas las palabras que Fermín pudiese haber utilizado hubiesen sido inútiles. El pantaloncillo que vestía mostraba una erección en toda su plenitud llegando al punto de necesitar más tela para poder cubrir su polla dura por completo.
-¿que está pasando aquí?
Ambos miraron hacia el pasillo de donde surgió Marta que miraba la escena con cara enojada esperando una respuesta a su pregunta.
Beatriz, desnuda y con la camiseta de Fermín entre sus brazos. Este último, en completa erección en el cuarto de ella.
-yo …, venía …, tenía que explicar a Bea… –comenzó a balbucear Fermín.
-terapia de choque –cortó tajante Beatriz que había abandonado su posición arrugada para adoptar otra más altiva y segura de sí misma frente a su madre. Sus brazos estaban en jarras sobre sus caderas, ya no ocultaba sus tetas ni su mata de vello púbico y levantaba su barbilla en posición desafiante.
Ambas mujeres se miraron fijamente durante rato. Al final Marta fue la que habló.
-Entiendo –les miró uno a uno con desprecio y se fue por donde había venido.
Fermín quedó impresionado por la reacción de Marta que no montó un escándalo como hubiera sido lo usual.
-¿por qué tu madre…? –comenzó a decir Fermín.
-toma tu camiseta y lárgate –interrumpió Bea. –estiró el brazo, él la cogió sin poder apartar la mirada de sus tetas.
-espero que te hagas una buena paja a mi costa. –dijo enfadada.
Fermín reaccionó y miró su polla dura a punto de reventar sobresaliendo por la parte superior del pantaloncillo, después vio sus ojos encolerizados intentando fulminarle.
-Espera, esto tiene una explicación. –tomó aire para continuar hablando –mira el caso es…
La puerta se cerro de golpe en sus narices.
-Puta niña engreída, puta bruja paranoica, puta viagra de los cojones, ¡joder! –murmuró frente a la puerta.
Apretó los puños y se marchó de muy mal humor.
– · –
Marta volvió junto a Benito que seguía sentado junto a su toalla con la cabeza cabizbaja. Se sentó junto a él y colocó el bote de crema solar que acababa de traer entre los 2.
-Anda Benito, dame crema en la espalda, y de paso un masaje en los pies. Como tú sabes.
Se tumbó boca abajo y se soltó la parte superior de su bikini dejando la amplia espalda para las manos de Benito.
Ya le advirtió Bea lo de su “terapia de choque”. Fermín, siempre fue un cerdo. No podía esperar otra cosa de ellos. Cada vez se encontraba más irritada.
Benito puso cara de fastidio, vertió parte de su contenido en la espalda y piernas y comenzó su tarea con esmero. Para que no se manchara el bikini tiró de él hacia abajo descubriendo parte de su trasero en el que se podía apreciar la blancura de la piel que tapaba la prenda.
No tardó en notar que su madre estaba extremadamente tensa, algo muy habitual en ella. Apretaba sus puños con fuerza, lo que significaba una solo una cosa, estaba muy enfadada con él. No debió propasarse con ella antes.
Después de un buen rato frotando la espalda comenzó con las piernas.
-después le daré un buen masaje de pies –pensó Benito –Así recuperaría parte del terreno perdido en su nueva relación madre hijo.
Masajeaba sus pantorrillas cuando se percató de algo que le cortó la respiración.
Al bajar el bikini y dejar al descubierto parte del blanco trasero de su madre, la tela de la parte inferior de éste se había despegado del cuerpo de ella lo que dejaba a la vista los labios recubiertos de vello de su madre. El negro bosquecillo semioculto entre sus piernas turbó de nuevo a Benito. Que comenzó a sentir una nueva erección. Miró en todas direcciones deseando que nadie le viese en ese momento con su erección.
Su madre, se mantenía bocabajo con los ojos cerrados en un intento por relajarse o cuando menos concentrarse en el masaje. Apretaba aun con fuerza los puños, síntoma de que su alteración o enojo se mantenía si es que no iba en aumento.
Benito se sintió culpable por espiar de nuevo el coño de su madre pero no le quitó ojo.
-adiós, me voy, no me esperéis a comer. –gritó Bea mientras salía de casa alejándose.
Benito dio un brinco cuando oyó a su hermana y rogó que ninguna se fijara en su polla dura.
Marta abrió los ojos y la vio alejarse, la observó durante el tiempo que permaneció en su campo de visión. Un rato después de que hubiese desaparecido seguía con la vista fija en el mismo punto.
De repente su madre hizo algo que jamás antes había hecho incluso estando sola. Se giró boca arriba sin haberse colocado la parte superior de su bikini. Cerró los ojos y dejó de apretar los puños.
Benito no daba crédito. Recorría con la vista su cuerpo arriba y abajo sin cesar obnubilado por el tamaño y forma de sus tetas. Estaba de rodillas junto a ella absorto cuando oyó decir.
-dame crema en el vientre. –lo dijo sin abrir los ojos, en un tono cansado.
Con pulso tembloroso comenzó a acariciar su vientre.
-dame por el torso y los hombros, no quiero que me queme el sol.
Con mayor turbación posó sus manos en el torso y por los hombros. También extendió crema pos los brazos que ahora caían inertes a ambos lados de su cuerpo.
Llegó el momento en el que toda la parte delantera excepto 2 grandes zonas circulares tenía crema.
-no tengas remilgos en darme crema en las tetas, ya las tocaste una vez. La piel ahí es más delicada que el resto y las quemaduras duelen mucho más.
Benito tardó en reaccionar. No era posible que le pidiera eso, y menos después de lo de esta mañana. ¿Sería algún tipo de prueba?
No obstante no lo pensó mucho más y posó una mano en cada teta y extendió la crema lentamente. Acarició con delicada suavidad, más tarde las caricias fueron sustituidas por manoseos e incluso en pleno estado de excitación y atrevimiento las amasó con lujuria.
Extendía de vez en cuando la crema por el resto del cuerpo llegando hasta el límite del bikini y encontró aquí la siguiente de las sorpresas. El bikini estaba desplazado hacia abajo destapando el nacimiento de su pubis. Una pequeña porción de vello escapaba por la parte superior de la tela.
En pleno estado de excitación y con poca sangre en el cerebro para pensar coherentemente empujó disimuladamente cada costado del bikini en varios pases de su mano por los costados de su cadera.
Al cabo de un rato el bikini dejaba al descubierto la mitad de su coño. Benito no aguantó más y se atrevió a dar el paso, aunque lo hizo con cautela. Su mano se desplazó desde su cadera a lo largo de su vientre hasta llegar a la cadera contraria, en su paso rozó tímidamente el inicio de su vello con el borde de la mano.
Una y otra vez las pasadas de su mano bajaban más y más hasta que llegado el momento acariciaba toda la pelvis que el bikini no cubría llenando de vello toda la palma de la mano.
En todo ese tiempo, Marta no se había movido un ápice ni había dado señales que indicaran un cese de lo que estaba haciendo.
Éste, absorto en los encantos de su madre, no paraba de recorrer su cuerpo desde las tetas hasta el pubis incesantemente.
Al final, Benito introdujo la mano dentro del bikini palpando la parte oculta de su madre tal y como había hecho tiempo antes, llenándose la mano con su coño y acariciándolo suavemente. Marta abrió los ojos mirándole fijamente con expresión serena.
Benito detuvo su mano petrificado pero no la retiró. Marta volvió a cerrar los ojos y Benito, empapado de sudor frío, continuó palpando el sexo de ella sin entender nada pero aprovechando lo que fuera que estuviera pasando. Lo recorría con los dedos, sentía la suavidad de su vello, notaba la forma de sus labios.
Por alguna razón, su madre le permitía un exceso otrora impensable.
Deslizó un dedo entre los labios, recorriéndolos por su interior desde abajo hacia arriba hasta llegar a la zona del clítoris que rodeó una y varías veces. Repitió el recorrido hasta que decidió introducir el dedo dentro de la vagina. Comenzó a penetrar su coño lentamente.
Cuando casi tenía el dedo dentro por completo Marta se incorporó como un muelle cerrando sus piernas e impidiendo con ello nuevas exploraciones a su intimidad.
-Ya está -dijo Marta –no sigas.
-pe …, perdona …, pensaba … –comenzó a decir Benito. –joder, lo siento, de verdad, creía…
-tranquilo –interrumpió ella -no pasa nada. Está todo bien. No quiero que sigas, eso es todo.
-¿estás enfadada? –preguntó
-no, no lo estoy. No has hecho nada que no quisiera y me has dado un buen masaje y te lo agradezco. Pero, es que ahora tengo que irme. Quédate aquí descansando.
Se colocó la parte superior del bikini y se subió y acomodó la parte inferior volviendo a ocultar de la vista el negro vello de su coño. Se levantó para irse y al hacerlo vio la enorme excitación de Benito bajo su bañador que le produjo una mueca de sorpresa. Benito se dio cuenta del descubrimiento de su madre lo que produjo una incómoda situación.
Sin más comentarios Marta entró en la casa, momentos después Benito hizo lo mismo y se dirigió a su cuarto. Necesitaba hacerse una paja urgentemente.
– · –
El día transcurrió sin más incidencias. Ya por la tarde cada uno de los integrantes de la familia hacía, como es habitual, su vida por separado.
Marta descansaba en el jardín, benito mataba sus horas estudiando, leyendo comics o trasteando con su ordenador. Bea, desaparecía de casa cuanto podía junto con su amiga. Por último Fermín pasaba innumerables horas en su santuario particular, su despacho, que utilizaba tanto para llevar sus negocios como para leer el periódico o descansar sobre su butaca.
En esta ocasión, se encontraba absorto en sus cavilaciones familiares. No podía quitarse de la cabeza a Bea ni a su mujer. Esa pequeña putilla presuntuosa se había confundido con él y la bruja paranoica de su mujer hizo otro tanto sin darle el beneficio de la duda sin esperar ningún tipo de explicación. Que se jodan pensó. Y que se joda también juanito y su puta viagra adulterada de mierda con sus putos consejos.
En medio de sus negros pensamientos se abrió la puerta del despacho y del pasillo apareció Beatriz. Llevaba una camiseta que, sin ser ajustada, le marcaba la figura y unas bragas como únicas prendas.
-¿puedo pasar? –preguntó desde el quicio de la puerta.
-ya estás dentro ¿que quieres? –pregunto enfadado.
-hablar del coche.
-pues yo no. Ya estoy hasta los huevos de repetirlo.
-quiero que me lo compres -insistía
-ya hemos hablado de ello. Y he dicho que no.
-a lo mejor si escuchas lo que tengo que decirte…
-a lo mejor si escucharas tú cuando yo te hablo… –corto tajante.
Beatriz se había estado acercando, había rodeado la mesa y se encontraba junto a él. Se sentó sobre la mesa, con los pies colgando, junto al periódico que leía Fermín frente a él.
-Seguro que te interesa un trato.
-seguro que no. Déjame leer tranquilo y vete a corretear histérica a tu habitación. –apoyó sus brazos sobre la mesa a cada lado del periódico e inclino la cabeza sobre él en ademán de leerlo.
Beatriz levanto una pierna por encima del brazo de él posando su pie desnudo sobre el periódico. Al hacerlo, toda la parte frontal de sus bragas quedaban expuestas a la vista justo delante de la cara de su padre.
No lo pudo pasar por alto. Miro con atención sus bragas, se apreciaba el nacimiento de un fino vello en las ingles. El mullido bulto que escondían bajo sí, aquel bosquecillo negro. Se intuía el perfil que marcaban sus labios adolescentes bajo aquella fina tela.
Levanto la vista hasta cruzarla con la de ella. Que le miraba impasible y fría.
-Podemos llegar a un trato. –dijo ella. -Yo quiero algo que tú tienes y tú quieres algo que yo tengo.
-¿Por que supones que voy a querer un tratos contigo?
-Por qué eres un cerdo -le atajó ella -La pregunta es: ¿cuanto vale para cada uno lo que tiene el otro?
Fermín volvió a bajar la vista hacia sus bragas, horrorizado por lo que su hija le estaba proponiendo, recorriendo con la vista en toda su dimensión aquella prenda. Levantó la cabeza de nuevo hasta cruzarse con su mirada gélida.
– · –
Cuando la luz del sol comenzaba a desaparecer Marta se encontraba sentada en el salón absorta en sus pensamientos, pensando en lo ocurrido durante la mañana, el manoseo de Benito, Fermín en erección, Bea desnuda y su “terapia de choque”.
Pensaba también en el deterioro de su relación con Fermín. Le detestaba pero era su marido, debía intentar un acercamiento con él o la familia terminaría desintegrándose. Si habían superado lo de aquella noche podrían superar cualquier cosa. Había mucho en juego y tanto ella como él debían permanecer siempre juntos y a ser posible unidos.
Se dirigió a su despacho. Llamó a la puerta y entró. Beatriz estaba dentro con su padre, al parecer se estaban despidiendo y ella se dirigía hacia la puerta. Pasó junto a ella sin decir palabra y con cara de hastío. Desapareció por el pasillo.
Fermín, en pie se abrochaba la camisa y se la metía dentro del pantalón.
-una escena curiosa cuando menos. –pensó Marta.
-¿tienes calor?, estas sudando.
-sí. -contestó él titubeando. –He hecho un poco de ejercicio.
-no me digas, ¿de que tipo?
-flexiones
-ya, ya veo. ¿Y Bea te ayudaba?
-la verdad es que no- dijo con enojo -he hecho ejercicio yo solo.
-típico de ella. Nunca hace nada.
-¿a quien me recuerda?
-a su padre, sin duda. –atajó Marta.
Tras unos segundos Fermín fue el que habló.
-y bien, ¿qué querías?
-hablar contigo, pero casi mejor lo dejamos para otro momento.
-¿que tiene de malo este?
-todo, lo tiene todo.
-¿por qué?
-Porque es imposible hablar con alguien que se aleja cada vez más de su matrimonio.
-eso no es cierto.
-Mira Fermín, es inútil negar que entre nosotros hay una distancia insalvable que cada vez se hace más grande.
-Cierto, ¿y de quien es la culpa?
-Ahora mismo tuya.
-¿Mía?, ¡vaya por dios!, siempre soy yo el culpable de todo.
-Siempre no. Yo tengo mucha culpa de lo que nos pasa. Pero ahora mismo hay cosas que ya no estoy dispuesta a tolerar.
-¿qué “YA” no estás dispuesta?, no digas bobadas. Tú nunca has tolerado nada.
Marta le miró irritada.
–He consentido muchas cosas en silencio. Que tú no lo sepas o no hayas querido darte cuenta no quiere decir que no lo haya hecho.
-No me digas, ¿como cual, si puede sab… –Marta no le dejó terminar.
-Verónica, Amanda, la madre de…
-vale, ¡vale ya! No sigas por ahí. -Cortó Fermín incómodo. –tampoco tú eres un alma cándida.
-no, no lo soy y por eso había venido aquí. Para hablar, para solucionar, hacer borrón y cuenta nueva. Pero de momento prefiero dedicar un tiempo a pensar cierta serie de cosas.
-¿Pensar?, ¡Maquinar!, querrás decir.
Marta se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta.
Antes de que abandonara el despacho Fermín gritó.
-yo también he hecho la vista gorda contigo muchas veces. ¿Qué diferencia hay ahora?
Se detuvo en el quicio de la puerta.
-pues que no estoy dispuesta a añadir a tu propia hija en tu lista de deslices.
-¡eres una paranoica!, ¿lo dices por lo de esta mañana?
-Lo digo por que sus bragas cubren la lámpara de tu escritorio.
Fermín se giró consternado en busca de la prueba del delito. Al verlas se lamentó de haberlas dejado allí. Miró a su mujer con cara de fastidio a la espera de lo que esta tuviera que decir.
-Bueno. -dijo ella. –al menos ahora, no tratas de darme excusas baratas. Siempre me hizo pensar que me tomabas por tonta. Dicho esto, abandonó el despacho.
– · –
Recorrió el pasillo hasta el jardín. Necesitaba espacio abierto para respirar y pensar con claridad. Anduvo por la hierba sin rumbo fijo, se paró frente al ventanal del salón donde Benito, sentado en el sofá, de espaldas a ella, estaba viendo una película.
Entró sin hacer ruido, al colocarse justo detrás de él comprobó con asombro la realidad de la escena. Benito estaba viendo una película porno. Tenía una mano dentro del pijama meneándose la polla. Marta cerró los ojos con aire cansado.
-¿es que no hay nadie normal en esta casa? –pensó.
Rodeó el sofá y se sentó junto a él. Benito dio un bote al ver a su madre a su lado y se cubrió con ambas manos intentando cubrir su erección bajo el pijama.
-Ah …, mamá …, joder …, estaba viendo …
-ya sé lo que estabas viendo.
-espera, ahora cambio… el mando está…
-no hace falta. –dijo cansada. –me da igual.
Se hizo el silencio entre ellos. Marta miraba el televisor sin interés. Pasaron así un pequeño rato. Ella, seria con la mirada perdida en el televisor. Él, buscando el mando con la vista sin encontrarlo, rojo de la vergüenza.
-tu padre es un cerdo.
-sí… ¿eh?, ¿ah, sí?
-tu padre es un cerdo y tu hermana… una hija de puta.
-eh, sí…, sí…, eso es verdad, sí…, es una hija de puta… ¿po… por qué?
-el cerdo de tu padre… –no acabó la frase.
Se miraban el uno al otro. La expresión de Marta era de amargura, la de Benito de desconcierto, estaba nervioso, con la frente empapada de sudor por el bochorno de la situación.
Entonces se dibujó en su cara una mueca de sorpresa, se le pusieron los ojos como platos y se le cortó la respiración. Marta había puesto una mano en su entrepierna y la estaba deslizando bajo el pijama.
Pudo sentir sus dedos alrededor de su polla que lo cogieron suavemente y comenzaron a acariciarlo. Al desconcierto inicial le siguió una tremenda erección. Miraba a su madre con expresión horrorizada. Ella guardaba la misma expresión inerte. Cerró los ojos un momento y cuando los abrió, tomó una decisión.
Alargó sus manos, asió las tetas de ella y comenzó a masajearlas. Ella no se inmutó. Seguía sin decir palabra con la misma expresión de amargura y la vista fija en su entrepierna, por lo que Benito, se atrevió a desabrochar su camisa lo más rápida y suavemente que pudo para acto seguido introducir sus manos bajo el sujetador.
Sintió el calor y la suavidad de aquellas tetas, se regodeó en sus pezones grandes y blanditos por los cuales pudo adivinar que su madre no estaba nada excitada. Se deshizo del sujetador para poder regodearse de la vista de aquellos cántaros de miel. Los besó, lamió y chupó como un poseso hasta quedar harto de ellos.
Cuando tuvo suficiente dosis, se atrevió a deslizar su mano bajo la falda a través de la cual, y sin encontrar resistencia, topó con sus bragas que, con habilidad, corrió hasta las rodillas donde una vez allí cayeron hasta los tobillos. Una patada al aire de ella terminó por disparar la prenda lejos.
Su mano recorría nerviosa su coño, acariciaba su pubis, sus ingles y sus labios que, a diferencia de esa mañana, no se atrevía a invadir.
Marta se tumbó hacia atrás a lo largo del sofá, levantó una pierna y la desplazó hasta colocarla por detrás de la espalda de Benito quedando él de esta manera entre sus piernas y con el coño de ella totalmente expuesto. Con 2 rápidos movimientos se quitó la camiseta y el pantalón del pijama, que ya llevaban rato molestándole.
Se echó sobre ella que lo esperaba tumbada, asió la polla de él y lo colocó en la entrada de su coño.
Casi se desmayó al notarlo, un pequeño mareo sacudió su cabeza que no era capaz de procesar lo que estaba a punto de ocurrir y sobre todo, por qué estaba a punto de ocurrir. Respiraba con dificultad, le sudaba todo el cuerpo que le temblaba desde hacía rato. Entonces, sin pensarlo más tiempo, presionó su polla ligeramente y comenzó a introducirse en ella.
A medida que su polla entraba por el coño de su madre, su corazón le golpeaba con más fuerza, amenazando con salirse por la boca. Ella en cambio no padecía ninguno de los síntomas de su hijo que, como muñeca de goma, participaba de manera más pasiva que activa. Sus movimientos, tan lentos como escasos, eran como de un autómata.
No dejó de acariciar el cuerpo de su madre durante todo el tiempo que estuvo penetrándola. Besó su cuello, sus hombros y sus tetas. Los lamió, chupó, y disfrutó de su vista todo lo que pudo mientras se la follaba. Excitándose más y más con los vaivenes que en ellos producían los envites que Marta recibía. Benito la galopaba desbocado. Su excitación estaba llegando al límite.
-me voy a… correr. –susurraba con voz entrecortada.
Faltaba poco para culminar su felonía y recordaba cuanto se enfadó su madre la vez que se corrió dentro de ella.
-mama, me… voy a… correr.- repetía
-tranquilo –contesto –no pasa nada. –la parsimonia en el tono de ella era evidente.
Entonces llegó el orgasmo que le produjo oleadas de placer.
-jod… der. Me corro… mi semen… tu coño… me corro.
Su madre aguantaba paciente las arremetidas de su hijo hasta que de improvisto recibió un profundo beso en mitad de la boca. Benito, en la cumbre de su orgasmo propinó un húmedo y largo beso a su madre introduciendo su lengua en busca de la de ella. Ella, horrorizada, trató de zafarse de él, pero le sujetaba con fuerza la barbilla por lo que no encontró la forma de esquivarlo. Sentía su lengua recorriendo su boca cruzándose contra la de ella. No podía respirar y empezó a ponerse nerviosa. Al final terminó por respirar a través de la nariz, soportando resignada los lametones de Benito hasta que este decidiera parar.
Cuando lo hizo, se dejó caer extenuado sobre su cuerpo colocando su cabeza en el cuello de ella.
-me he corrido. –decía –mi semen… lo siento. No he podido parar.
Benito respiraba agitadamente empapado de sudor.
-me he corrido dentro… lo siento.
-tranquilo Benito, ya te he dicho que no pasa nada. Todo está bien.
-pero mi semen…
-¡he dicho que no pasa nada! Quédate tranquilo.
-podría dejarte embarazada.
-podrías, pero no lo has hecho.
Pasaron un buen rato en aquella posición. Al final ella rompió el silencio.
-anda Beni, vístete y vete a tu cuarto.
-¿estás enfadada?
-no
-Tú no te has corrido
-No, no lo he hecho.
-Te he hecho daño
-¿qué dices? ¡No!
-¿y porque quieres que me vaya?
-Porque ahora quiero estar un rato a solas.
-¿Me odias?
Marta cogió a su hijo con suavidad por la cabeza y le miró a los ojos.
-Benito, no me has hecho daño, no te odio y no has hecho nada que yo no quisiera. ¿está claro?
 Benito asintió indeciso
-Entré aquí porque me gusta tu compañía. Y ahora me gustaría estar sola un rato antes de irme a dormir. Anda, coge tu ropa y vete tranquilo.
Benito obedeció y abandonó la habitación mientras Marta se sentaba en el sofá, se abrochaba la camisa y se bajaba la falda. Cerró los ojos y apoyó su cara en las palmas de las manos preguntándose por que lo había hecho. No disfrutó con ello y no se sentía mejor. ¿lo hizo por Fermín o por Bea?, ¿tal vez fue por Benito?, ¿o solamente le apeteció en ese momento?
– · –
Marta cavilaba por lo que acababa de hacer, seguía con la cara entre sus manos cuando sintió que alguien se sentaba a su lado. Un calambrazo le recorrió el estómago.
-¿qué haces aquí? –preguntó Marta.
Fermín se tomó su tiempo en contestar.
-Después de irte de mi despacho me quedé pensando en nuestra breve conversación. Así que salí a buscarte. He recorrido toda la casa hasta llegar al jardín. Desde allí he visto luz que salía desde el salón. Me he acercado y te he visto viendo la tele. Buena peli por cierto.
Seguían dando la misma película porno. Pero eso era lo que menos le preocupaba en ese momento.
-¿cuanto tiempo llevas en el jardín?
-¿qué preguntas son esas?, ¡que más da!
-pues… –no sabía que contestar.
-¿te da vergüenza que te pille viendo una peli porno?
-yo no estaba…, en fin, dejémoslo estar. –dijo con resignación. -¿qué querías?
-hablar. Solo quería hablar y continuar con la conversación que dejamos a medias.
-Mira Fermín. –comenzó a decir Marta. –si aquel no fue un buen momento para tener una conversación te advierto que este es peor aún.
Fermín tomó aire con lentitud y comenzó a hablar sin importarle la petición de su mujer.
-cada vez que hablo contigo consigues que me sienta fatal. Y no es que te falte razón.
-¡porque no me falta!
-Ya, pero tú también tienes tus deslices y yo no te los restriego por la cara para que pases el resto de la semana como un perro apaleado.
-He visto cosas que…
-Y otras te la imaginas. –cortó tajante.
-¿Y que tengo que imaginar de ti y Bea?
-¿Qué debo imaginar yo de ti y de Benito?
-¿Lo dices por que ahora estoy más tiempo con él? –preguntó a la defensiva
-Lo digo por que acabo de verle salir, tu sujetador está detrás del sofá y tus bragas colgando de aquella estantería.
Se quedó helada, con los ojos y la boca abiertas sin saber que decir. Cerró los ojos y hundió su cara en sus manos desolada.
-¿ves?, así me he sentido yo durante todo el matrimonio. Y digo yo: puesto que ninguno de nosotros 2 es perfecto, ¿no sería mejor cada uno no le restregara los errores del otro? Yo lo llevo haciendo desde que nos casamos.
Marta apenas le oía. Se había caído del pedestal al que ella sola se había subido. Y lo tenía merecido.
-Me voy a dormir. –dijo entonces Fermín -que pases buenas noches… si puedes.
– · –
Al día siguiente Marta estaba sentada en la tumbona del jardín junto a Benito. El día había amanecido espléndido y decidió descansar bajo el sol mañanero lo que no pudo durante la noche.
-¡Que madrugador! –le dijo Marta a Benito cuando le vio llegar y sentarse a su lado. –te has levantado, has hecho tu cama, has recogido tu cuarto, has estudiado durante 2 horas y ahora… ¡hala!, a tomar el sol. ¡Muy bien hecho hijo!
-Eh…, bueno…, el… la cama…
-Era broma. Ya sé que acabas de levantarte y aun no has abierto un libro. –dijo con sorna.
-Bueno sí… pero a la tarde…
-A la tarde volverás a tomar el sol junto a mi. No te engañes.
Intentaba mantener una conversación informal como si no hubiera sucedido nada entre ellos esa noche.
Al cabo de un rato apareció Bea, pasó por detrás de ellos y se sentó en el lado opuesto de la piscina.
-La hija de puta.
-¿Qué? –preguntó Marta.
-Digo que ahí está “la hija de puta” –repitió Benito –así la llamaste anoche –la “hija de puta” de tu hermana y el “cerdo de tu padre”, o sea el mío.
-Ah, -respondió azorada –sí, no me acordaba.
-¿Qué te pasó con ella?
-Nada. –contestó incómoda
-Vale, luego se lo preguntaré al “cerdo de tu padre”, o sea al mío.
-¡Ni se te ocurra!
-Tranquila, era broma. –dijo con el mismo tono burlón que utilizó ella antes. -Ojo por ojo ¿eh?
Sorprendida por esa nueva faceta humorística de Benito sonrió aliviada.
-¿me lo contarás algún día? –preguntó Benito
-Es posible…
-Bien
-…que no lo haga nunca.
-Joe…, que tía moñas eres. ¿No te fías de mí?, sangre de tu sangre. –dijo melodramático.
Marta rió su comentario. Le agradaba cada vez más su compañía y hoy especialmente. Algo había cambiado en su actitud.
Siguieron conversando un rato. En varias ocasiones Marta no pudo contener una carcajada o una sonrisa producida por sus comentarios.
-Me alegro de que te rías de mí. –decía Benito simuladamente ofendido.
-No me río de ti, me río contigo, que es diferente. –contestaba Marta alegre. -bueno sí, me río de ti. De lo payaso que eres. –rectificó jocosa.
-Gracias maja. Me lo tomaré como un cumplido.
-Que tonto eres.
-Y a mucha honra.
Nunca había visto reír a su madre de esa manera y menos con él. Estaba contento, le gustaba charlar y pasar el rato a su lado.
-Me alegra verte reír. Pensaba que estabas enfadada conmigo.
Se puso seria. -¿por qué iba a estarlo?
-Por lo de ayer.
-¿Por lo de ayer?. –estaba tensa, por fin se enfrentaba a la conversación que trataba de evitar. -¿por qué iba a estarlo?
-Estabas seria, me dijiste que me fuera…
-Ya te expliqué el motivo. Quería estar sola. Necesitaba pensar.
-¿En que?, ¿en lo que te había hecho?
-Tú no me hiciste nada que yo no quisiera. Fui yo quien provocó lo de anoche. ¿por qué iba a estar enfadada contigo entonces?
-No lo sé. Estabas fría y sería. Antes de salir vi como hundías la cara entre tus manos. Ibas a echarte a llorar. Tal vez por algo que hice durante…
-Ya te he dicho que quería estar sola.
-Eso es lo que no entiendo.
-Mira: lo que pasó… lo que yo misma provoqué… no supe por que lo hice. Y por eso necesitaba estar a solas, para pensar. Todavía ahora sigo preguntándome el motivo.
-Entonces está muy claro. Por la “hija de puta” y el “cerdo”. ¿qué te pasó con ellos?
-Nada. Ya te lo he dicho.
-Vale, no me lo quieres contar. No pasa nada, es tu secreto.
-Por ahora sí. Cuando me aclare yo misma, entonces te contaré todo lo que quieras saber.
Al cabo de unos momentos Marta dijo. -No he podido conciliar el sueño en toda la noche.
-Ni yo tampoco. ¿Como acabó la peli?
No pudo reprimir una carcajada al oírle.
-¿Acaso eso te importa? –rió –¿pero es que esas películas tienen argumento?
-Bueno, de vez en cuando hablan.
Marta volvía a estar contenta una vez que desapareció la tensión de la conversación. Se levantó de la tumbona y se colocó un pareo.
-Me apetece picar algo. ¿quieres que te traiga algo de la cocina?
-Una coca-cola fresca señorita.
Abandonó el lugar, pasó junto a la tumbona vacía de Bea y entró en la casa. Recorrió el pasillo despacio y al pasar junto a la puerta del despacho de Fermín se detuvo. Se giró mirando hacía el jardín donde se veía la tumbona vacía de Bea. Entonces apoyó su mano en el pomo de la puerta y lo giró con suavidad. Abrió la puerta por completo y allí dentro pudo encontrarla.
Ambas mujeres se encontraron cara a cara, mirándose con expresión dura y fría, ninguna de las 2 habló. Se limitaron a contemplarse en silencio con una expresión de desdén hacia la otra.
Bea estaba frente a ella, de pie tras el escritorio con la piernas ligeramente abiertas y las manos apoyadas en sobre el escritorio. La parte superior de su bikini colgaba del cuello permitiendo que sus tetas desnudas pendularan arriba y abajo debido a los envites de su padre que, desde atrás, la estaba follando.
Fermín, con la cara y el cuerpo empapados en sudor, sujetaba a Bea por las caderas, las cuales solo soltaba para asir alguna de sus tetas y amasarla durante algunos segundos. Su pijama descansaba sobre sus tobillos, junto a los cuales reposaba la parte inferior del bikini de Bea.
Marta, asida al pomo de la puerta miraba impasible la escena cuyos protagonistas no trataron de ocultar o justificar.
Fermín, colorado como un tomate, a punto de alcanzar el orgasmo, aceleró su cadencia, tensando al máximo los músculos de su cuerpo y gimiendo ostentosamente mientras comenzaba a eyacular dentro de su hija.
Bea por su parte, recibía impertérrita las penetraciones de su padre, que parecía llegar a los últimos estadios del orgasmo esperando paciente que terminara aquella situación humillante.
Cuando sintió como su padre introducía un dedo por el ano, tensó el cuerpo y una arcada recorrió su estómago. Estuvo a punto de dar un brinco y abofetearlo pero se contuvo. No quería a dar el gusto a su madre de verlo. Mantuvo las manos sobre el escritorio, apretó los dientes y recibió con disimulado desagrado el semen que su padre eyaculaba dentro de su coño mientras notaba como su dedo entraba hasta lo más hondo para salir de nuevo hacia fuera una y otra vez. Su padre se había tomado la molestia de lubricarlo con abundante saliva aun así, no podía evitar contraer continuamente su ano por acto reflejo cada vez que notaba el dedo resbaladizo a través de su culo.
Marta miraba con expresión gélida desde el quicio de la puerta.
Una vez acabado el acto, Fermín se desplomó sobre su sillón totalmente extenuado. Bea, en silencio, se subía el bikini y se ataba la parte superior de la prenda. Se alisó el pelo y se dio la vuelta colocándose frente a su padre.
Éste la miro unos segundos para, con cara de fastidio, abrir un cajón y sacar unos billetes que ella le arrebato de inmediato.
Sin un gesto en su cara abandonó el habitáculo. Cuando llegó a la altura de su madre se detuvo unos instantes frente a ella con la misma mirada fría.
-Me voy a casa de Vero. –Como queriendo decir “hago lo que me da la gana”
-No te olvides de que esta tarde vienen tus abuelos. –respondió Marta en un tono que decía “me importa un comino”.
Cuando desapareció por el pasillo, Marta se acercó a su marido que descansaba sobre su sillón completamente extenuado y con el pijama aún en los tobillos. Se colocó frente a él, cruzó los brazos lentamente y apoyó su trasero en el escritorio justo donde antes Bea apoyaba sus manos. El cajón aún estaba abierto y Marta ojeó en él. Después volvió la mirada hacia Fermín y se fijó con sorpresa en su polla aun dura.
-No se que es más patético. Que te tires a tu hija o que tomes viagra para hacerlo.
Fermín cerró el cajón de un empujón.
-Tú también te cepillas a tu hijo. No me des clases de moral.
-Pero yo no le pago por ello. –respondió con escozor.
-Pues yo sí.
-Y lo de la viagra… ¿qué pasa, que ya no…?
-No, no es por eso.
-Ya.
-Que no lo es, ¡cojones! Ya empiezas otra vez.
Marta miraba a su marido con desdén.
Fermín tomo aire. No le debía explicaciones a su mujer, sin embargo…
-El caso es que Juanito…
-¿¡Juanito!? acabáramos. Que raro que ese no ande por medio.
-Que no, joder. No pienses cosas raras. Déjame acabar.
-Me dijo –continuó. –que con viagra las eyaculaciones eran más duraderas. Las iba a utilizar para mis pajas, como que tú y yo ya no…
-No se como sigues haciéndole caso a ese imbécil. ¿Y que?, ¿te da resultado?
-Quise hacer una prueba el otro día pero…  desde luego no elegí el mejor momento. Así que las utilizo con ella, pero con esta cabrona de niñata que no para de meterme prisa no hay forma de concentrarse ni de correrse artanquilo.
-Espero que valga lo que le pagas. Se ha llevado un buen fajo.
-Pues no, no lo vale. Es como follar contigo. Parece que estoy follando un trapo. –Miró con asqueo hacia la puerta por la que había salido Bea -Solo se mueve si tiene algo en el culo, joder.
-No hace más que soplarme el dinero. –Continuó – Echarle 2 seguidos sería una forma de abaratar costes.
-Ja, te sale el polvo a mitad de precio. A eso se le llama economía de mercado, ¡si señor!
Marta no sabía si reír o llorar por lo patético del cerdo de su marido.
-Me las he visto putas para acabar uno solo. Y además ahora… a esperar a que baje esto.
Miró a Marta con ojos de perro herido y ella adivino sus intenciones.
-¿a lo mejor…?
-Ni hablar. –cortó Marta. –te haces una paja.
Dicho esto se dio media vuelta y se marchó.
-O le dices a ella que te la haga. –grito desde la puerta antes de cerrarla de un portazo.
– · –
Benito sintió el frío de una lata fresca en su pecho. Su madre había traído algo para picar y beber.
-¡pero si esto es cerveza! –exclamó
-¿no te gusta?
-si…, bueno… no se, tú nunca me dejas…
-pues ahora sí te dejo. Ábrela y bebe conmigo. ¡Salud!
-¡pero si tú tampoco bebes!
-pues ahora sí. ¡Que pesadito el niño!
Abrió la lata, brindó con su madre y ambos bebieron largos tragos.
-Ahora sería buen momento para fumar algo de eso que guardas en la caja del armario. –dijo Marta.
Un repentino acceso de tos provocó que la cerveza saliera disparada por su nariz y su boca.
-tjo, tjo… ¿eh?…, tjo, tjo, tjo,  ¿qué has…?
-Vamos hombre. ¿Crees que no lo sabía?
-¿Pero…, y por que nunca…?
-Porque así tenía la oportunidad de sisarte alguno de vez en cuando. Y si te llego a descubrir… adiós a mi proveedor habitual.
-¿Qu…que?, ¿que tú…?, me sisabas… porros. ¿eras tú?. T… tú… pero si tú no…
-Joder Benito, deja de tartamudear que no te entiendo. -Dijo volviendo a dar otro trago.
Calló de súbito, tomo aire y, con ojos como platos y la boca abierta miró fijamente a su madre, esa gran desconocida.
Entonces, sin previo aviso, se levantó como un muelle, corrió dentro de la casa como un rayo, subió las escaleras de 2 en 2 hasta que se dio cuenta que podía hacerlo de 3 en 3, llegó a su cuarto, abrió el armario, saco una caja de cartón, vació su contenido hasta sacar del fondo una caja plana de metal, volvió sobre sus pasos, descendió por la escalera cual eslalon gigante, salió al jardín derrapando al llegar donde estaba su madre y se tiró en la tumbona con la caja en su regazo.
-Ya… –decía jadeando –…, estoy…, aquí…
Ahora fue su madre la que le miró con asombro. Había comenzado a dar un trago a su cerveza cuando Benito salía disparado y todavía no lo había terminado cuando ya llegaba con una caja que reconoció nada más verla.
-Como seas así para todo…
-Aquí la tengo. –interrumpió ofreciendo un canuto con una sonrisa de oreja a oreja.
Unos minutos después ambos reían como 2 idiotas fumados y en estado de semiembriaguez buena parte de la mañana. Parecían 2 amigos en una mañana de resaca.
Pasado un buen tiempo el silencio se hizo entre ellos.
-¿Te gustó?
-¿El porro?, si ha estado bien –dijo Benito
-Lo de ayer
Benito miró la cara de su madre. Seria, como siempre, pero sin ese brillo de odio crónico con el que había convivido toda su vida.
-Ha sido lo mejor que me ha pasado en toda mi vida. –y añadió. -¿por qué lo hiciste?
-No lo sé.
-¿Qué han hecho papá y Bea?
No contestó al instante
-follar. –dijo al fin. –lo que han hecho es follar.
-¿Papá? ¿con Bea?. p… pero eso…, no puede ser. Si son…
-¿Qué son?, interrumpió Marta. ¿Padre e hija? ¿como tú y yo?.
-Bea detesta a papá.
-Pero no a su dinero.
-¿Bea… con papa… por dinero? ¿Se prostituye con papá por dinero?
-Tú los has dicho. Se prostituye… la muy puta.
-¡No me lo puedo creer!
-Y además no le sale barata.
-joder, joder, joder. ¿Entonces?…, ¿por eso lo hiciste conmigo?…, por venganza.
Marta se dio la vuelta sin contestar.
-no lo sé.
-o… a lo mejor… ¿simplemente te apetecía follar?
-No. Eso no. Quería tu compañía, no follar contigo. Aguanté durante el tiempo que me estuviste follando porque sabía que te gustaba, nada más.
Supongo que quería que disfrutaras. Era una mujer lo que querías y sabía que eras feliz conmigo debajo. Estabas que no cabías en ti de gozo y no parabas de gemir. Por eso dejé que te corrieras dentro.
Aunque, cuando acabó todo, me sentí como una desgraciada que no sabe ni lo que hace ni lo que quiere.
-O sea que follaste conmigo… por compasión.
-No lo sé. Lo que si sé es que me siento culpable de tu obsesión con el sexo. –Y añadió -Siento lo de anoche, no volverá a suceder.
-¿Qué sientes el qué?, que me dejaras follarte. ¿pero que dices?
-¿No te molesta que te hubiera dejado follar por compasión?
-En absoluto. Ojalá más tías hagan lo mismo, joder, mi sueño hecho realidad.
El semblante de Marta cambió adoptando un gesto desenfadado. -Desde luego, ¡que simples sois los hombres!
-Simples, como el mecanismo de un sonajero. Sonrió Benito.
Después de eso ambos se mantuvieron en silencio.
-¿Me enseñas las tetas?
-Benito, por favor, no seas impertinente. –respondió con mal genio –Olvida lo de ayer, no se volverá a repetir. Pasó y punto.
 Antes de acabar el día, Marta tomaría el sol en topless.
Si tienes algún comentario que hacerme, bueno o malo. Por favor, no te imaginas la ilusión que me hace leerlo. Una frase de apoyo o para decir que algo no te gusto. Gracias.
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com

Relato erótico: “Mis enormes tetas fueron mi perdición” (POR GOLFO)

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Un doctor, al ver mis enormes pechos, se obsesiona por ellos sin saber que el que me toquen las tetas es lo que mas cachonda me pone.
Como cualquier otro día, al irse de casa mi marido, me metí a duchar. Quedarme durante diez minutos desnuda bajo el chorro del agua es un placer al que no estoy dispuesta a renunciar. Creo que en los diez años que llevo casada, jamás he obviado esa rutina y esa mañana con más razón porque Facundo se despertó con ganas y se puso a mamar de mis pechos. Sé que esa parte de mi anatomía es la razón por la que lo conquisté ya que al conocerme se quedó prendado por el tamaño de mis melones. Cuando digo melones, lo hago conscientemente porque uso una copa D. Para que os hagáis una idea ¡mis tetitas son más grandes que las de Pamela Anderson! Y a mí hombre le encantan.
Como os contaba no había sonado el despertador cuando le sentí desabrochando mi brassier para acto seguido agarrar mis pechos entre sus manos mientras apoyaba su miembro contra la raja de mi culito. Aunque la noche anterior habíamos discutido, no pude evitar ponerme cachonda al notar sus dedos pellizcando mis pezones.
-Umm- gemí mientras mi sexo se empapaba de deseo.
Mi esposo comprendió que no iba a poner impedimento a sus pecaminosos deseos y dándome la vuelta, hundió su cara en mi escote mientras con las palmas de su mano magreaba mi trasero.
-Eres malo- murmuré al notar su lengua recorriendo mi canalillo.
Facundo es consciente de cómo me pone que me chupe mis senos y por eso cuando quiere conseguir algo de mí, el muy cabrón solo tiene que dar un par de lengüetazos alrededor de mis areolas para convertirme en una cerda en celo, deseosa de sus caricias. Ese día no fue diferente y mientras mordisqueaba mis pezones, aprovechó para hundir su verga en mi mojado coñito.
-¡Todavía no!- grité disgustada al experimentar esa intrusión.
Conociendo a mi marido, se dedicaría a follarme sin parar olvidando que a mí lo que más me gustaba era que se dedicara a ponerme cachonda con mis pechos. Aunque traté de zafarme, Facundo siguió metiendo y sacando su pene de mi interior, dejando de lado mis pechotes.
-¡Por favor! ¡Cómeme las tetas!- chillé disgustada.
Desgraciadamente, Facundo a pesar de ser un buen hombre, es un pésimo amante y por eso no tardé en notar que se corría, dejándome insatisfecha.
-Joder, ¡al menos podías haberlo hecho sobre mis tetas!- maldiciendo le solté.
El muy capullo al oírme, sacó su verga y descargó su última eyaculación sobre mis pechos, para acto seguido y muerto de risa, embadurnarlos con su semen mientras me decía:
-No sé de qué te quejas.
Aún encabronada, al sentir sus manos impregnadas con esa blanca semilla recorriendo mis ubres, me volví loca y llevando un par de dedos a mi coño, me empecé a masturbar mientras mi “queridísimo” esposo se reía de mí.
-Eres una puta adicta al semen sobre tus tetas- me gritó descoyuntándose de risa.
Esa humillación no aminoró mi calentura y no pude soportar la pegajosa sensación de sentir mi piel untada con su leche. Con mi coño chorreando y mi cerebro a mil por hora, admití que era cierto mientras me corría.
-¡No te vayas!- chillé muy enfadada al ver que se levantaba de la cama y se iba a duchar dejándome totalmente hundida pero sobretodo urgida de mas caricias.
El maldito soltó una carcajada y metiendo el dedo en la llaga, me dijo:
-Si eres buena y me preparas el desayuno, quizás deje que me hagas una cubana al volver.
Os parecerá increíble pero la esperanza de sentir su miembro entre mis tetas, me obligó a salir de las sábanas y cual sumisa esposa ir a la cocina a hacerle el café. En ese momento me sentía sucia al saber que Facundo me tenía bien agarrada con mi fetiche. ¡Lo reconozco! Me estremezco cuando él me ordena que use mis manos para apretar mis pechos mientras mueve su instrumento en el hueco que dejo. Pero lo que realmente hace de mí una hembra en celo es cuando eyacula entre ellos, derramando su lefa contra mi cara.
Al vaciar su taza y sin darme siquiera un beso, escuché que se despedía desde la puerta con un escueto:
-Nos vemos.
Por eso malhumorada, recogí los platos y llevándolos al lavavajillas, como os decía me metí a duchar. Su semen ya seco, formaba una costra casi transparente sobre mi piel y creyendo que al quitármela disminuiría mi cabreo, me comencé a enjabonar. Desgraciadamente para mí al llevar la esponja a mis pezones, la calentura volvió e involuntariamente, noté como se me ponían duros.
«¡Qué le cuesta complacerme de vez en cuando!», exclamé en silencio mientras soñaba que algún día fuera participe de esa fantasía y me hiciera el amor chupando y mamando de mis senos durante horas.
«No le pido tanto», murmuré para mí al tiempo que sin querer comenzaba a pellizcar esos dos negros botones con mis dedos.
La imaginación me jugó una mala pasada y entre mis piernas renació con mas fuerza mi apetito. Mi coño ya asolado por un incendio difícil de sofocar, me pedía que hundiera un par de mis yemas en su interior pero estaba tan bruta que comprendí que eso no sería suficiente y descolgando el teléfono de la ducha, dirigí el chorro contra mi clítoris.
-¡Dios! ¡Cómo me gustaría conocer a alguien con mi misma fantasía!- aullé en plan perra sintiendo en mi mente que era una lengua la que torturaba el tesoro entre mis pliegues.
Metiendo un dedo dentro de mi vulva, llevé el mango de la ducha entre mis tetas y me masturbé soñando que ese duro aparato era el falo de mi amante y que el agua que empapaba mis senos era su ardiente semilla. Esa imagen provocó que todo mi ser temblara de placer y de pronto me vi sumida en un brutal orgasmo que me hizo caer al piso.
Lo creáis o no, una vez sobre la taza, el incendio continuó y cogiendo el champú lo eché sobre mi piel, para acto seguido embadurnarme con él asumiendo que era un hombre el que lo hacía.
-¡Sería suya y solo suya!- grité en la soledad de mi baño al sentir que mi cuerpo colapsaba y que el placer se iba acumulando en mi entrepierna por tercera vez esa mañana.
La textura de ese jabón me recordaba la leche de un macho y sin poder aguantar más, me vi inmersa durante largo rato en un maravilloso clímax que asoló todo mis neuronas….

El destino me hace conocer a ese hombre.
Como a la media hora y un tanto alucinada conmigo por cómo me había dejado llevar por la lujuria, salí de la ducha y me empecé a secar frente al espejo. Me volví a poner de mala leche al verme desnuda:
«Sigo siendo joven», pensé al observar que mis pechos seguían manteniéndose duros a pesar de mis treinta y siete años, «y Facundo no me satisface».
Jamás hasta ese día se me había pasado por la cabeza el serle infiel pero su modo de tratarme y su falta de cariño, me hizo soñar en cómo me gustaría que fuera físicamente el tipo que le plantara la cornamenta.
«Debe ser alto, fuerte y varonil», me dije mientras me empolvaba la nariz.
Siguiendo los consejos de mi madre, desde que empecé a maquillarme, me acostumbré a hacerlo sin ropa para así no mancharla y por ello, cuando me eché colorete en mis mejillas seguía totalmente desnuda.
«Me gustaría que fuera rico, guapo pero sobretodo que sea muy cerdo en la cama y fuera de ella», sentencié al rememorar la única vez que mi marido me había follado en un parque. Pensando en esa tarde y en lo bruta que me había puesto que unos adolescentes nos espiaran mientras lo hacíamos, Hizo que estuviera a punto otra vez de masturbarme pero debido a que si lo hacía llegaría tarde a ver a mi tío Juan, evité hacerlo y seguí vistiéndome.
Siguiendo la rutina de muchos años, lo primero que me puse fueron las bragas y mirando el efecto que tenían en mi trasero, sonreí satisfecha recordando los piropos que me soltaban a mi paso en la calle.
-Estoy estupenda- concluí riendo a pesar que con mi metro sesenta, las dos ubres que tenía hacían que a veces pareciera gorda. Por eso sin tener que pensarlo, me puse una camisa bien pegada al saber que la ropa holgada acentuaba ese extremo.
Tras lo cual, me enfundé una minifalda y salí con el tiempo justo de tomar un taxi rumbo a la casa de mi familiar. Al ver la cara del conductor fija en mi escote, me percaté que me había olvidado poner un sujetador que amortiguara el movimiento de mis “tetitas” y en vez de preocuparme ese tema, sonreí pensando en lo que diría mi tío al verme.
«Se le caerá la baba », pronostiqué al saber que siempre le habían gustado las mujeres pechugonas.
De buen humor, llegué hasta su portal donde ya me estaba esperando. Tal y como preví, el hermano de mi padre se quedó sin habla al admirar los pechos que su sobrina lucía ese día y separando su mirada, me echó la bronca por llegar tarde.
Al hacerlo continuamente sus ojos volvían a mi escote. Muerta de risa, ni se lo tomé en cuenta al saber que el viejito estaba para pocos trotes pero también porque me sentía extrañamente halagada.
«Él, sí las valora», refunfuñé recordando que mi marido no las hacía apenas caso.
Curiosamente, me fijé que bajo su pantalón su pene se le había puesto duro y queriendo alegrarle un poco más la vista, me agaché para darle un mejor ángulo de visión mientras le acomodaba el cinturón de seguridad. Mi exhibicionismo tuvo un efecto no previsto y fue que al ver que se incrementaba su erección, dentro de mis braguitas, resurgió de las brasas el incendio de esa mañana.
«La pena es que sea mi tío», pensé ya caliente como una mona.
Tratando de evitar que mi mente siguiera por ese camino, me puse a revisar el expediente que llevaba en mi maletín. Además de una serie de análisis y varias ecografías, me preocupaba que se me hubiese olvidado el informe con el diagnostico que tenía que enseñar al cirujano que íbamos a ver.
«Todo el mundo dice que es el mejor pero que admite a pocos casos, espero que el del tío sea uno de ellos», tan preocupada como esperanzada cavilé.
Al doctor Nuñez le precedía su fama en todos los sentidos. Por su trabajo los halagos eran únanimes, nadie discrepaba pero en lo que respecta a su vida personal había opiniones muy distintas. Unos decían que era un hombre de su tiempo, disculpando los continuos amoríos que le publicaban en las revistas del corazón. Pero otros lo consideraban un libertino, un ser que solo se guiaba por su bragueta. En lo que respecta a mí, me daba igual con quien se acostara y a pesar que en las fotos me resultaba un hombre muy guapo, lo único que quería de él era que operara a mi pariente.
Su consulta estaba en un precioso edificio del centro de mi ciudad y como resultaba difícil acceder a él, el taxista nos dejó a dos manzanas. Lo creáis o no, estaba sacando a mi tío del coche cuando sentí que frente a mí alguien se detenía y con descaro me empezaba a admirar los melones. Cabreada, levanté mi cabeza y cuando ya le iba a recordar su parentela, descubrí que el tipo que tan descaradamente se me había quedado observando era el doctor que íbamos a ver.
Mis mejillas se tiñeron de rojo cuando advertí que producto de la caricia de sus ojos, mis pezones se me habían erizado pero peor fue cuando con una sonrisa, me hizo comprender ese doctor que se había dado cuenta del efecto que tenía su mirada en mí.
«Dios, lo sabe», murmuré avergonzada.
Afortunadamente, el semáforo se puso en verde y olvidándose de mí, el doctor siguió adelante con su flamante descapotable. Ya de camino a su consulta, mi coñito chapoteó indiscreto cada vez que daba un paso, debido a la humedad que lo anegaba. Su sonido era tan evidente que me hizo creer que todo el mundo lo oía y por eso, llegué acalorada y con mi cara como un tómate ante su secretaría.
-Tenemos cita con el doctor a las diez- comenté dándole el informe.
Tras consultarlo en la base de datos, vio que decía la verdad y señalando unos sillones, nos pidió que esperáramos porque su jefe todavía no había llegado. El nuevo problema al que me enfrenté fue que al sentarme, mi trasero se hundió demasiado en el cojín, de manera que mis pechos rebotaron arriba y abajo. Os juro que me creí morir al levantar la cara y ver que nuevamente el médico que íbamos a ver estaba embelesado observándome desde la puerta.
-Buenos días- saludó a todos sin retirar sus pupilas de mis tetas. El cazador que se escondía detrás de esa mirada incrementó mi turbación e involuntariamente, tapé mis senos con las manos.
«¿Quién coño se cree para comerme de esa forma?» me pregunté sabiendo que en pocos minutos me tendría que enfrentar a él cara a cara.
Cuando ya creía que nada podía ser peor, el doctor se plantó frente a mí y con su voz teñida de una sensualidad que me dejó espantada, me soltó:
-Creo que te has equivocado de consulta, mi especialidad es la urología y por lo que veo, no puedes ser mi paciente.
Esa indirecta me la dijo recreándose en mis pechos. Su falta de tacto bien hubiera merecido una bofetada pero en vez de montarle un escándalo, bajando mi mirada, le informé que quien realmente era su paciente era mi tío y que yo solo lo estaba acompañando. Al escucharme, miró a mi acompañante y en voz baja, me susurró al oído:
-Si vuelvo a nacer me hago ginecólogo para atenderte a ti.
Su desfachatez renovó con más fuerza el color rojizo de mis mejillas y mientras le veía alejarse rumbo a su despacho, estaba tan excitada como hecha un lio:
¡Se había sentido atraído por mí!
A pesar que era evidente no podía llegármelo a creer porque no en vano, ese hombre además de atractivo era famoso y a buen seguro tendría cientos de mujeres más bellas que yo a las que conquistar.
Los cinco minutos que tardó en recibirnos fueron una pesadilla porque continuamente me sentía observada y temiendo que hubiera una cámara enfocándome o mejor dicho a mis peras, me revolví inquieta en ese sillón.
Al llamarnos, agarré del brazo a Juan y con él, entré en su consulta. Ese doctor ejerciendo de gran eminencia, ni siquiera se levantó a saludarnos y con tono seco, nos ordenó que tomáramos asiento. Aterrorizada descubrí que, al darle el expediente, me molestara que ese tipo se pusiera a revisarlo sin dar otra vistazo a mis pechugas.
«Estoy totalmente loca. Has venido a que curen a Juan, no a que te miren las tetas», me dije apesadumbrada de todas formas.
Durante un buen rato, estudió los papeles hasta que llamando a su enfermera, le pidió que preparara al paciente para hacerle una revisión completa. Su ayudante, una joven con bastante busto, cogió al anciano y se lo llevó a la habitación de al lado, mientras me quedaba a sola con ese hombre.
Este esperó a que mi tío hubiese desaparecido para decirme:
-No te voy a engañar, según los informes, hay poco que hacer.
Sus duras palabras me dejaron pálida y sin poder detener el llanto, le imploré que al menos lo intentara.
-No te prometo nada, voy a revisarlo y dependiendo de lo que vea, lo opero o no.
Quizás fue cavé mi propia tumba porque recordando las miradas que me había echado, me agarré a ellas como a un clavo ardiendo y desabrochándome un botón de mi camisa, le solté:
-Doctor, si usted lo opera, le quedaré eternamente agradecida.
Ese atractivo sujeto no quiso siquiera echar una última ojeada a mi escote antes de salir rumbo al cuarto donde le esperaban mi tío y su enfermera.
«Estoy enferma, me he comportado como una puta y no ha servido de nada», mascullé abochornada por mi actuación.
La sensación de fracaso se iba acumulando en mi mente mientras a mis oídos llegaba la voz de ese hombre charlando con su ayudante.
«¿Cómo llegue a creer que conseguiría convencerle con estas dos ubres?», me repetí continuamente cada vez más desesperada. Hoy me consta que no era tanto que se negara a ser el cirujano de mi tío sino al hecho que hubiese pasado por alto mi oferta. Lo cierto fue que cuando retornó a su despacho, me encontró llorando.
Tras cerrar la puerta tras de sí, se acercó a mí por la espalda y sin pedirme mi opinión, puso sus dos manos encima de los hombros mientras me decía:
-Tu pariente no está tan mal como decía, quizás pueda operarlo.
Confieso que se me puso hasta el último de mis vellos de punta al oír el sensual tono de su voz pero aún más al notar que con sus dedos comenzaba a darme un masaje. Incapaz de contenerme gemí al sentir que bajando por mi dorso, sus yemas rozaban mis pechos.
-De ti depende- insistió ese maldito cogiendo ambos pechos entre las palmas de sus manos.
La lujuria que escondían sus palabras me contagiaron y mientras el sopesaba el tamaño y peso de mis tetas, involuntariamente separé mis piernas al contestar:
-Opérele, por favor- sollocé con la respiración entrecortada por el deseo al saber que en ese ruego iba incluida mi completa claudicación.
Ese cuarentón se pegó más a mí y metiendo sus manos por dentro de la tela, se dedicó a magrear mis peras y ya sin disimulo me espetó:
-Te pongo una sola condición, que acompañes a tu tío a cada revisión y que al hacerlo te comprometas a ser mi paciente durante media hora…
-Acepto- contesté sin pensarlo porque lo quisiera o no la manera en que ese hombre me estaba tocando me traía loca.
Escuché una de las tantas carcajadas que oiría a partir de entonces brotar de sus labios, tras la cual, me dijo:
-Desnúdate de cintura para arriba.
Todavía sin saber a qué atenerme, me despojé de la camisa poco a poco mientras Don Fernando Núñez se sentaba frente a mí en su enorme sillón. Por sus ojos y la manera en que se mordía los labios comprendí que estaba embelesado con mis pechos. Su actitud me llenó de morbo y olvidándome de mi marido, me sentí su zorra.
-¿Te gusta lo que ves?- pregunté tan excitada como él al reparar en el enorme bulto que ese tipo escondía bajo el pantalón.
-Mucho- respondió- tienes unas tetas increíbles. Me pasaría horas comiéndotelas.
Esa confesión era lo que mi coño esperaba para mojarse de tal forma que creí que me había hecho pis de tanto flujo que manaba por mis rodillas y queriendo agradecer de alguna forma, ese piropo acerqué uno de mis pezones a su boca.
-¿Puedo?
Que me pidiera permiso después de medio chantajearme, me hizo gracia y metiendo mi botón entre sus labios, respondí:
-Son todas tuyas durante media hora, lamelas, muérdelas, chúpalas… ¡haz con ellas lo que quieras!
Mi oferta le hizo sonreír y sacando la lengua, llenó con su saliva mi pezón ya erecto. Reconozco que me sentía en la gloria al notar la obsesión de ese hombre por mis peras pero aún más después de un suave mordisco, me dijo:
-Súbete en mis rodillas, quiero disfrutar de las dos.
Ni que decir tiene que obedecí sin caer en la cuenta que al hacerlo mi mojado pubis iba a entrar en contacto con su verga ya parada.
«Dios, ¡Menuda tranca tiene el cabrón!», exclamé mentalmente mientras frotaba mi sexo contra el suyo.
Fue entonces cuando ese hombre me terminó de enamorar al decirme al oído que parara porque si se corría quería hacerlo entre mis glándulas mamarias. Os juro que solo con eso, me corrí y como una loca, empecé a sollozar presa del placer con cada lamida de ese madurito.
Lo creáis o no, su lengua al recorrer la piel de mis dos senos fue suficiente para prolongar el gozo que me tenía esclavizada sobre sus piernas. Uniendo un orgasmo con el siguiente, dejé que se recreara con dulces mordiscos, calientes lametazos y crueles pellizcos hasta que al ver que no se saciaba, comprendí que había encontrado a mi príncipe azul en ese hombre, ya que al contrario que los demás tipos de mi vida, ese doctor estaba obsesionado con mis tetas.
«Ni siquiera me ha tocado el culo», medité extrañada pero lejos de molestarme, su obsesión era lo que llevaba buscando toda la vida. Por eso comportándome como un zorrón desorejado, abrí su bragueta y mirándolo a los ojos, le dijé llena de lujuria.
-Me encantaría hacerte una cubana.
Su sonrisa aceptando mi sugerencia fue la visión más hermosa que nunca vi y arrodillándome ante él como si le estuviera rezando, agarré su falo y lo metí de lleno en mi canalillo mientras mi doctorcito me pedía que empezara acariciando mi pelo. Lentamente al principio, moví mi cuerpo arriba y abajo permitiendo que ambos nos acopláramos al ritmo y viendo que ya estábamos sintonizados usé mis manos para apretar mis tetas para así aumentar la presión sobre su verga.
-¡Qué gozada!- gimió mi Don Juan, satisfecho por el modo que su hermosa doña Inés le estaba complaciendo.
Sintiéndome cada vez mas en mi papel de zorra infiel, aproveché una de las veces en que su pene se acercó a mi boca para retenerlo entre mis labios y untarlo con mi saliva para que así circulara mejor por el agujero ente mis tetas.
-Usa solo tus pechos- gritó el que ya consideraba mi dueño.
Su orden me confirmó que era él exactamente lo que deseaba y llevaba tantos años buscando, un macho cuyo mayor placer era disfrutar de unas tetas grandes y sintiéndome por primera vez, completa llevé una mano hasta mi sexo y me empecé a masturbar al tiempo que aceleraba el compás de la cubana.
-Así me gusta, puta. Dame placer usando solo tus glándulas- aulló alegre al notar que en sus huevos se iba acumulando gratas sensaciones.
La cercanía de su orgasmo azuzó con fuerza mi lujuria y mientras me follaba con dos dedos, incrementé aún más la velocidad con la que subía y bajaba su pene entre mis tetas hasta que no pude más y olvidando que podían oírnos en la consulta, chillé dejando mi sexo y presionando con dos manos mis senos:
-¡Fóllame las tetas!
Como un loco, me tumbó sobre la moqueta y subiéndose encima de mí, introdujo nuevamente su falo en mi canal para acto seguido comenzar a cabalgar, deslizándolo a un ritmo atroz entre ellas.
-¡No pares!- grité al recibir la primera andanada de semen en mi cara y abriendo la boca, busqué que el resto de su eyaculación fuera directo a mi garganta.
Mi amante vio en mi sumisión mi verdadero yo y sin dejar de moverse, me brindó con nuevas y excitantes explosiones que llenaron con su blanco rastro no solo mis mejillas sino todo mi pecho.
-¡Me corro!- proclamé vencida al notar que al terminar de regalarme su semilla, ese hombretón se ponía a esparcirla sobre mi piel.
Pero cuando realmente comprendí que si me lo pedía, sería su esclava más fiel, fue cuando comenzó a masturbarme con la otra mano.
-¡No puede ser!- aullé descompuesta al notar que habiendo obtenido su dosis de placer no se olvidaba de mí y me seguía follando con sus dedos.
Mi para entonces amado doctor esperó a que mi cuerpo se viera asolado por una serie de continuos orgasmos para levantarse, acomodarse la bata y dejándome despatarrada en mitad de su consulta, decirme:
-Te espero dentro de tres días para ver los resultados de las pruebas.
Sabiéndome eternamente suya, me abroché la camisa y cuando ya me iba, me di la vuelta y le pregunté:
-¿No podría volver mañana?
Descojonado, cogió un papel y escribiendo su dirección, contestó:
-Mañana te veo sola a las nueve en mi casa…- y haciendo un inciso, se lo debió pensar mejor, porque luciendo una sonrisa, me dijo: -Mejor esta tarde a partir de las seis y ven con los pechos aceitados, que quiero repetir la experiencia.
-Allí estaré- contesté y sintiéndome la mujer más puta pero más feliz del mundo, salí de su consulta con mi anciano tío del brazo….


Relato erótico: Diario de una Doctora Infiel (1) (POR MARTINA LEMMI)

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Mi nombre es Mariana Ryan.  Y soy médica.  Felizmente casada además con un esposo divino que siempre me dio todo desde el punto de vista sentimental y afectivo y a quien me entregué en un ciento por ciento desde que hace tres años decidí unirme a él en matrimonio.  Aún no tenemos hijos aunque supongo que a mis treinta y un años de edad empieza a ser previsible que no tardemos mucho más en ir encargando nuestro primer crío.  Quisimos (y quise) disfrutar de la vida en pareja y de la convivencia lo más que pudiésemos estirando el momento todo cuanto fuese posible.  Debo decir que tengo mis buenos atributos físicos y puedo afirmar que luzco un cuerpo no exuberante pero armonioso y deseable para cualquier hombre.  En la clínica, en el consultorio, en la calle, los hombres me echan el ojo constantemente y si bien eso es algo que me ayuda (como a cualquier mujer) a enaltecer el ego y la autoestima, lo cierto es que siempre tuve en claro que cuando una se entrega a un hombre, se entrega por completo, en cuerpo y alma y, por lo tanto, no hay lugar para andar mirando a los demás.  O sea que ni en los cinco años que tuve de noviazgo con Damián ni en los tres que llevamos de casados le he sido infiel y, por lo menos creía, jamás lo sería… Pero nunca se sabe en qué momento pueden cambiar las cosas…

          Fue, de hecho, gracias a él que conseguí mi nuevo trabajo haciendo el control médico del alumnado de un prestigioso y caro colegio secundario en el que mi esposo es profesor de química.  En efecto, fue él mismo quien me recomendó y me tomaron muy rápidamente.  Es posible que mis ya mencionados atributos, sumados a mis ojos verdes y mi pelo castaño claro leve y delicadamente ensortijado hayan contribuido a ello, sobre todo considerando la lascivia con que me miraba uno de los dueños del colegio, el que me tomó una entrevista laboral tan breve como la falda que yo llevaba (y que suelo llevar) puesta.  Siempre me gustó mostrar mis piernas y Damián, por suerte, jamás me hizo historia alguna por ello ni se mostró celoso, tal la confianza ciega que siempre me tuvo.  Así que si en este caso la corta falda podía actuar como elemento adicional para conseguir el trabajo bienvenido fuera.  Así es la vida; así es la supervivencia en la selva: si se tienen, como yo los tengo, los encantos necesarios para que te abran las puertas, ¿cuál es el problema?  Mientras no se abran las piernas, todo lo demás vale…
       Por cierto mi nuevo trabajo resultaba un excelente complemento económico para sumar a mis labores en la clínica o en el consultorio.  El primer día todo venía transcurriendo sin novedades.  Llegué al colegio alrededor de las nueve de la mañana y, dado que estaban en recreo, atravesé el patio bajo las miradas hambrientas de los jovencitos y rabiosas de las muchachas e incluso de las profesoras: a las mujeres nunca les gusta la llegada de competencia al avispero.  Entré al aula que habían despejado y que haría las veces de sala consultorio y en ese momento se abrió la puerta detrás de mí y entró mi querido esposo, Damián, quien no podía permitir que yo estuviese en el colegio sin pasar a estamparme un beso.  Nos abrazamos y nos besamos con el mismo amor con que lo hacíamos siempre: el nuestro era un amor que, hasta ese momento, jamás había sufrido desgaste ni acusado recibo de los siempre anunciados y temidos efectos de la rutina.  Nos dijimos que nos queríamos, como también siempre lo hacíamos.
        “Cuidado con mis alumnitos” – bromeó él y ambos reímos.  Luego quedé sola en el lugar; una preceptora que entró me miró de arriba abajo no sé si con envidia o con algún rapto de deseo lésbico.
         “Buen día, doctora – me saludó tan cortésmente como pudo -.  Voy a ir pasando por los salones y haciéndolos venir de a uno, ¿le parece?”
         Asentí y, en efecto, al rato, ya con el recreo concluido, comenzó el desfile.  Ese día me tocaban sólo varones y, por cierto, no podría ver a más de unos veinte en toda la mañana para ir continuando en días subsiguientes en los cuales también tendría que ir revisando a las muchachitas.  A ninguno lo hice desnudarse: no estaba dentro del plan; además de unas cuantas preguntas de rutina y revisar ojos y garganta, sólo tenía que tomarles la presión así que con que se arremangaran la camisa alcanzaba.  No obstante, embelesados como estaban conmigo, algunos no dejaron oportunidad para exhibir pectorales y, por lo tanto, se quitaron la camisa con el poco sólido fundamento de que la manga era muy ajustada y costaba levantarla.  Daba gracia verlos jugar a seductores con la corta edad que tenían y la poca experiencia que les cabría en el terreno de la conquista y la seducción.  Algunos eran lindos, no voy a negarlo, pero eran nenes: ellos, en su ingenuidad, creían que una mujer de treinta y un años podría fijarse en ellos en cuanto hombres.  Pero cuando llegó el vigésimo de la lista y último de la mañana, todo cambió…
Desde el momento en que entró ya se notó una diferencia.  Mientras que los demás habían ingresado tímidamente y pidiendo permiso (incluso algunos tartamudeando) éste lo hizo sin pedirlo en absoluto aunque saludando con mucha formalidad pero sin sonrisa.  No sé bien qué me pasó en ese momento, pero estoy segura de que me quedé mirándolo con cara de idiota y la mandíbula algo caída: ¡por Dios! ¡Qué hermoso muchacho! Qué bello ejemplar del sexo masculino aun cuando tuviera… ¿Dieciséis? ¿Diecisiete? ¿Dieciocho?
         Se acercó a paso firme hacia el escritorio al cual yo me hallaba sentada y no pude dejar de mirarlo un momento.  De hecho, me sostuvo la mirada todo el tiempo.  Precioso.  Ojos verdes, como yo.  Rasgos tan finamente delineados que parecían haber sido dibujados y, a la vez, por debajo de esa delicadeza, un inconfundible e irresistible sesgo de masculinidad, de macho dominante.  El físico, por debajo de la ropa, se intuía hermoso.
        Bajé la vista nerviosamente.  Me di cuenta de que tal vez estuviera quedando en evidencia y tenía que disimular.  Por cierto sentí culpa de experimentar tan súbita atracción por un chiquillo.  Busqué con mis ojos su nombre en la lista que me habían dado pero mi vista bailoteó sin hallarlo; no era tan difícil después de todo porque era el último pero, créanme, yo ya no podía pensar nada.
        “Franco Tagliano… – se anunció él como si percibiera claramente que yo estaba perdida -. Diecisiete años…”
        “S… sí, sí – dije yo, asintiendo con la cabeza y tratando de fingir no haber quedado tan descolocada -.  Tomá asiento, p… por favor”
        No podía creer estar tartamudeando.  Durante todo el curso de la mañana habían sido los adolescentes quienes tartamudeaban en mi presencia y, debo confesar, me divertía con eso.  Ahora la situación no tenía nada de divertido.  Mantuve mi vista sobre los papeles para no mirarlo a los ojos: tenía que reacomodarme por dentro.  Aun así por el rabillo llegué a ver cómo tomaba asiento frente a mí.  Le hice las preguntas de rigor: los datos personales y de filiación, así como los antecedentes de estudios, análisis, enfermedades congénitas, etc.  Fue respondiendo a cada una de ellas bastante lacónicamente; en un momento yo me demoré en preguntar mientras completaba alguno de los casilleros de acuerdo a las respuestas que me había dado.
          “¿Usted es la esposa del profesor Damián Clavero, no?”
          La pregunta, obviamente, me tomó desprevenida.  No estoy, por cierto, acostumbrada a ser interrogada sino que la rutina es más bien todo lo contrario.  Levanté la vista y mis ojos se clavaron en los suyos.  ¡Dios mío!  ¡Qué hermoso!  Dolía mirarlo…
        “S… sí – contesté -.  Él es mi esposo”
         Me odié por tartamudear nuevamente.  Y varias sensaciones se cruzaron, entre ellas la culpa y la vergüenza.  No podía asegurar si ese pendejito insolente buscaba eso o no, pero lo cierto era que la pregunta haciendo referencia a mi situación conyugal entraba como una cuchillada de hielo considerando el deseo vergonzante que el muchachito me generaba.  Quizás fue mi imaginación o mi paranoia pero creo que no: estoy segura de haber percibido en la comisura de sus labios una ligera sonrisita, como si gozara con lo que me estaba haciendo; permanecimos unos instantes mirándonos el uno al otro y de repente me invadieron unas ganas incontenibles de besarlo.  ¡Pero tenía que contenerme!  Tenía que ubicarme en mi rol.  Yo, una médica graduada y mujer casada pasando los treinta, él apenas un adolescente.  ¡Pero qué adolescente!  Envidia me producían repentinamente sus compañeras de curso, las que debían tener el placer de verlo todos los días.  ¿Tendría novia?  De ser así, no puedo decir hasta qué punto llegaba mi envidia.  Pero… ¡debía controlarme!  Deslicé una de mis piernas sobre la otra en una especie de gesto reflejo para descargar súbitas sensaciones que se apoderaban de mi femineidad.  Y a la vez algo dentro de mí me impulsaba a querer ir un paso más allá: yo era la doctora, tenía el control, no había que olvidarlo… Así que decidí hacerme cargo de eso:
            “Sacate la camisa – le ordené, lo más imperativa e indiferente que pude sonar -.  Te tengo que tomar la presión”.
             “Hmm… ¿Me la saco? – preguntó, como extrañado -.  Para tomarme la presión alcanza con levantar la manga”
            Touché.  Pendejo de porquería.  Pero yo no podía ni debía ahora perder el control de la situación.  Él iba a hacer lo que yo decía.
            “Sacatela” – insistí.
             Sonrió.  Se incorporó un poco sobre la silla.
            “Como usted diga, doc” – me dijo.
            Estaba claro que, sorprendentemente para su corta edad, sabía jugar bien el juego.  Ese “como usted diga” era su forma más cruda de restregar en mi cara que era yo quien quería verlo sin camisa.  Y lo peor de todo… era que tenía razón.  Me avergoncé; supongo que me debo haber puesto roja como un tomate y desvié la vista hacia los papeles nuevamente como si estuviera desentendida o desinteresada por la situación.  De reojo advertí cómo la corbata, ya desanudada, caía sobre el respaldo de la silla que momentáneamente había dejado libre y, más que ver, lo adiviné desprendiéndose los botones de la camisa.  “No debes mirar” – me dije a mí misma -.  No debes mirar, no debes mirar”.  Es que si lo hacía le estaba dando un punto importantísimo a su favor; de algún modo era empezar a reconocer su triunfo.  Bajé la vista más aún, hacia algún punto indefinido en los formularios que llenaba; tomé el bolígrafo y amagué garabatear algo pero la realidad fue que sólo describí círculos en el aire sin apoyarlo jamás sobre el papel: no había nada que escribir.
              “Listo, doc” – anunció.
              Supongo que debo haber sido muy obvia al momento de levantar mi vista hacia él.  Es que habían sido largos segundos conteniéndome, reprimiéndome a mí misma y tratando de no mirar; inevitablemente su anuncio funcionó como un liberador y mis ojos fueron disparados hacia él.  Una vez más me avergoncé: porque estaba más que claro que él notó la ansiedad y prontitud que yo había denotado en el acto.  Allí estaba, una vez más luciendo su ligera sonrisa pero, por sobre todo, luciendo un pecho hermosamente masculino y que pedía a gritos ser acariciado, arañado, besado, lamido…
           Estoy segura de que mi labio inferior cayó estúpidamente y durante unos segundos me fue imposible volver a poner mis pensamientos en orden.  ¡No podía estar experimentando eso!  ¡Era un sentimiento impuro!  Degenerado diríase.  Pervertido.  ¡Era apenas un chico!  Cuando parpadeé debí dejar mis ojos cerrados durante unos segundos y ahí me di cuenta de que debía llevar largo rato sin hacerlo.  Tomé el medidor de presión.  Usualmente el modo habitual de tomarle la presión a mis pacientes era sin levantarme de mi lugar sino haciéndolo desde mi lugar, en el lado opuesto del escritorio.  Esta vez, por alguna razón, me levanté y giré alrededor del mueble.  Me acerqué a él y, créanme, a medida que lo hacía, mi respiración iba en aumento y mi ritmo cardíaco también.  ¿Y yo iba a tomarle la presión a ese pendejo que lucía insolentemente apaciguado y tranquilo?
          “Sentate” – le ordené, en un intento por recuperar el control de la situación que a cada rato perdía.  Lo peor de todo fue que, casi sin darme cuenta y como un movimiento reflejo, apoyé las puntas de los dedos de mi mano derecha a la altura de su clavícula para impelerlo a hacer lo que yo le decía. ¡Lo toqué!  Retiré la mano avergonzada, tanto que el movimiento fue exagerado por lo brusco, como también el hecho de que llevé prácticamente la mano hacia mi pecho, tanta la distancia que había procurado poner con aquel chiquillo que me llamaba al deseo más perverso.  Él se sentó.  Yo, sin poder salir de mi asombro por cómo me estaba sintiendo, me incliné ligeramente sobre él y envolví el manguito del medidor alrededor de su codo.  Cada roce con su piel me ponía a mil y hasta confieso que temí hacerme pis encima.  “No podés estar tan bueno, pendejo”, me dije.
        Comencé a bombear para tomarle la presión.  Sentía su respiración muy cerca de mí al punto de que me daba la sensación de que me empañaba los lentes pero eso, desde luego, era mi imaginación.  También tenía la sensación de que mi propio aliento, nervioso y entrecortado, debía estar llegando al rostro del hermoso muchacho así como que él posiblemente estuviera captando que yo me estaba viendo superada por la situación.  Traté de mantener la vista en el aparatito de tal modo de aparecer como compenetrada con mi trabajo cuando la realidad era que ni siquiera estaba atenta a lo que el medidor indicaba… Hice varias mediciones de hecho.
         “Doce, siete… ¿No?” – me preguntó… y la cercanía de su voz me hizo dar un respingo y levantar la vista para que mis ojos se encontraran con los suyos.  Su mirada destilaba un deje de satisfacción: era obvio que estaba disfrutando el hecho de habérseme adelantado en la lectura de la medición lo cual no podía deberse a otra cosa más que a mi estado de extravío… No sólo eso: el hecho de que su presión estuviera normal era también bastante significativo pues venía a querer decir que él no estaba nervioso en absoluto y que controlaba la situación.  Me puse tan nerviosa que, a pesar de lo hermoso de sus ojos no pude evitar bajar los míos para encontrarme con la visión de su boca: perfecta y sugerente con esos labios bien carnosos.  ¡Dios mío!  ¡Qué ganas de besarlo!  ¡Quería besarlo!
          Sentí, de hecho, como si una mano invisible me empujara por la nuca llevándome al encuentro de sus labios pero… de algún lugar saqué fuerzas.  Prácticamente de un tirón solté el abrojo del medidor de presión y me incorporé, alejándome un poco de él y desviando la vista hacia el escritorio, como fingiendo premura para ir a llenar los papeles del caso.
           “Sí, es una presión normal” – dije, buscando sonar segura y profesional.
           “¿Todo listo, doctora?” – me preguntó.
           “S… sí” – respondí dándome cuenta casi al instante de que no le había revisado la garganta.  Pero… ¡Dios!  ¿Cómo iba a poder hacerlo cuando hacía solo unos segundos había estado a punto de no contenerme en mis ganas irresistibles de besarlo?
           Caminé hacia mi sitio original, al otro lado del escritorio.  Mientras lo hacía tuve la sensación de sus ojos clavados en mis piernas o en mi cola que, en parte, se intuía por debajo del ambo y de la corta falda.  Fue una sensación, desde ya, pero qué sensación…
        Mientras mi bolígrafo volvía a bailotear sobre los formularios, lo espié por el rabillo del ojo y pude darme cuenta de que aún no se había vuelto a colocar la camisa.  ¿Qué esperaba para hacerlo?  ¿Podía ser tan guacho de jugar conmigo de esa manera, presentándose allí como un objeto de deseo y sabiendo que a mí me costaría mucho darle la orden de que volviera a vestirse?  En efecto, la orden no me salía… Un par de veces mis labios se entreabrieron y una letra “p” pareció amagar por entre ellos pero nada… ni un sonido brotó, creo yo.
           Él se paró.  Tomó del respaldo la camisa entre sus manos, lo cual yo percibía mirando aún de reojo y enarcando un poco las cejas para espiar.  Un problema menos: parecía que finalmente se pondría la camisa por su cuenta, se iría… y yo volvería a la tranquilidad… o a algo parecido.  Pero una vez más volvió a actuar en mí una fuerza invisible: la misma que momentos antes había querido empujarme por la nuca hacia él pero que ahora se apoderaba de mi lengua para hablar, cosa que segundos antes no había podido hacer.
          “Esperá un momentito” – le dije… y juntando coraje levanté la vista hacia él, aún allí y con su magnífico pecho al descubierto, casi sin vello o con apenas el suficiente como para transmitir inequívocas señales acerca de la virilidad del dueño de tan espléndido tórax.  Me miró con sorpresa, pero siempre con el mismo aire sutilmente divertido.
          “¿Sí, doc?  ¿Hay algo más?”
           Mi vista ahora estaba disparada sin freno, alocada: lo recorría de arriba abajo, centímetro a centímetro, deteniéndose en cada detalle de su lustroso pecho e incluso siguiendo más abajo e imaginando qué habría debajo del pantalón.
            “Sí – le dije -. Bajate el pantalón”
            No puedo creer lo que dije.  Al momento mismo de decirlo la vergüenza me invadió de la cabeza a los pies y supongo que él lo notó.  Se quedó mirándome con extrañeza pero a la vez con ese deje de diversión que nunca abandonaba del todo su rostro.
            “¿El pantalón?” – me preguntó.
             Me tomó sin defensas.  Yo debía buscar la forma de dibujar lo más posible la situación a los efectos de que mis verdaderas intenciones no fueran tan evidentes.
            “S… sí – tartamudeé nuevamente y me odié por ello -.  E… es que tengo que tomar también la presión en la pierna”
            Ahora el deje de diversión pasó a ser abierta sonrisa en su rostro, mezclado con sorpresa.  Claro, él sabía perfectamente en qué había consistido el chequeo que les había hecho a todos sus compañeros y era de suponer que ninguno le hubiera comentado algo semejante ya que la realidad era que a nadie le había tomado la presión en la pierna.  Rogué a Dios que no hiciera referencia a eso, que no me preguntara por qué él sí y los demás no, porque si me preguntaba eso: ¿qué podía yo responderle?   Por suerte no dijo nada al respecto; hizo un gesto como de desdén a la vez que se encogía de hombros y luego comenzó a desabrocharse el pantalón.  Las pulsaciones se me comenzaron a acelerar a un ritmo creciente en la medida en que iba deslizando la prenda hacia abajo.  Supo ser sensual al hacerlo y eso me turbó aún más.  Lo dejó algo más abajo de las rodillas y quedé, una vez más, con el labio inferior caído contemplando sus hermosas piernas y el bóxer de color gris oscuro que cubría un soberbio bulto, tan prominente como apetecible.  No sé qué hice.  Estoy casi segura de haber deslizado la lengua por la comisura del labio y que hasta me cayó un hilillo de baba que espero haya sido imperceptible.  Flexioné una de las piernas llevándola al contacto con la otra y rogué que el escritorio que mediaba entre ambos ayudara a que tal movimiento no fuera visible para él.
           “¿Y ahora, doc?” – preguntó él.
            Volví como pude de mi obnubilada estupidez.  La realidad es que para tomar la presión arterial en una pierna, es necesario que el paciente esté echado boca abajo pero allí no había dónde hacerlo.  Por otra parte necesitaba un brazalete más grande de tal modo de poder envolver el muslo: eso no fue problema porque afortunadamente solía llevar uno en mi bolso.  Le dije que permaneciera de pie, allí.  Giré una vez más en torno al escritorio en dirección a él llevando en mis manos el medidor de presión y el brazalete que extraje del bolso.  Cuando estuve a su lado, el corazón me latía con tanta fuerza en el pecho que hasta temí que él lo estuviera oyendo.  Apoyé una mano sobre mi espalda y fue como si una corriente eléctrica me recorriera el cuerpo y cosquilleara muy especialmente en mi pubis.
             “Inclinate un poquito hacia adelante – le dije -.  Colocá las manos sobre el escritorio y aflojá un poco esta pierna”

Rematé la orden con una fugaz y pequeña cachetada con el canto de la mano sobre la pierna que él tenía más cerca de mi posición y les puedo asegurar que ése fue otro momento de indescriptible excitación para mí.  Él hizo lo que yo le decía y la idea de tenerlo a mi disposición para lo que yo quisiese me aguijoneó en la cabeza como la más hermosa fantasía que pudiera imaginar en ese momento y en esa situación.

           Me hinqué a su lado y ése fue otro momento cargado de intenso  erotismo.  Apoyé una rodilla en el suelo.  Mi rostro estaba a la altura de su bóxer y ésa era una sensación difícil de describir, una incitación al pecado demasiado cercana como para resistirla.  Aun así tenía que hacerlo: ¡Dios!  ¡Era un chico!  ¡No tenía que olvidarme de eso!
         Me aboqué a la tarea de rodearle el muslo con el brazalete y fue todo un suplicio, pero un suplicio cargado de placer por el contacto.  Es que fue inevitable tocarlo: tuve que pasar mi mano en un momento casi por entre sus piernas y aproveché para producir todo el roce que pude.  Qué hermosa piel y qué bello muslo: sólo producía ganas de acariciarlo, morderlo y besarlo.  El trabajo que yo estaba haciendo, por supuesto, servía como pretexto para el roce físico aun cuando pretendiera que el mismo aparentara ser casual o circunstancial.  Fingí, de hecho, no lograr ajustar el abrojo más de una vez para volver a pasar mi mano por entre sus piernas, pero en la última oportunidad en que lo hice al retirar la mano la elevé un poco y pasé el canto por la parte baja del hermoso monte que se percibía bajo el bóxer.  Un nuevo estremecimiento, semejante a un sismo interno, me recorrió; ignoro cómo lo habrá percibido él pero cada vez estaba más obvio que debía controlarme, que mis movimientos empezaban a estar no gobernados por mi voluntad y ello me hacía ya entrar en un terreno peligroso.  Bajé la vista hacia el medidor; tenía que tratar de concentrarme en mi trabajo: hice varias lecturas tal como había hecho antes y finalmente anuncié (tratando de recuperar lo que más pudiese mi tono profesional) que la presión arterial en la pierna era un poco más alta que en el brazo y, por lo tanto, era normal.
          “¿Ya puedo vestirme, doc?” – me preguntó.
          No me atreví a levantar la vista hacia él; yo seguía hincada a su lado.  Una vez más el pendejo jugaba conmigo: la pregunta que había hecho tenía un tono claramente sugerente y buscaba acentuar el hecho de que era yo quien quería tenerlo con los pantalones bajos.  Lo peor del caso era que tenía razón.  Más aún: mis ojos se detuvieron otra vez en la región del bóxer y un hilillo de baba me volvió a recorrer la comisura: ¿iba yo a dejarlo ir de allí sin ponerlo en bolas?  Por supuesto que no…
            “No.  Todavía no” – contesté de un modo tan resuelto que me sorprendí a mí misma; de hecho no tartamudeé.  Lo sorprendente del caso fue que no le ordené que se bajara el bóxer sino que yo misma lo hice: atrapé las costuras a ambos lados de la prenda entre mis respectivos dedos pulgar e índice y tiré hacia abajo  dejándosela un poco más abajo de donde terminaba la cola.
          Y me sentí en cualquier planeta.  Debía estarlo o no podía entenderse cómo yo, una doctora casada y profesional, había hecho lo que acababa de hacer.  De la forma en que él estaba ladeado lo que yo más veía era su cola.  ¡Qué culito precioso!  Nalgas perfectamente redondeadas y sin vello alguno, con una piel que se advertía tan tersa como la seda.
          “¿Y eso doc? – preguntó -.  No sabía que también…”
          “Sí… – me apresuré a contestar casi callándolo -.  Tengo que revisar el orificio anal por si hubiera hemorroides o afecciones bacterianas de cualquier tipo…”
          “M… ¿mi cola, doctora?” – ahora el que tartamudeaba era él.
          “Sí, sí, tu colita… – me encanta usar diminutivos cuando quiero humillar un poquito a mis pacientes; eso los hace sentir poco o que están en mis manos y no pueden hacer absolutamente nada  -, así que inclínate un poco apoyando la pancita sobre el escritorio” – mientras me incorporaba, rematé la frase dándole una cachetadita en el culo.  No me pregunten de dónde había sacado de pronto tanta seguridad.
         Él se inclinó como yo le pedía; apoyó las manos sobre el escritorio pero mantuvo su hermoso pecho a unos centímetros de la superficie del mueble, sin terminar de apoyarlo.  “No importa – me dije para mis adentros -.  Ya me voy a encargar de que lo hagas”.  Me dirigí hacia mi bolso y extraje un guante de hule; lo calcé en mi mano derecha mientras mantenía mi vista clavada en él.  Levantó un poco la vista hacia mí y me divirtió ver su cara de preocupación, como todo hombre cuando sabe que están a punto de enterrarle un dedo en el culito.  A mí particularmente me divierte verlos en esa situación de indefensión y ésta no fue, por supuesto, la excepción: supongo que detectó un brillo de malicia en mis ojos y una ligera sonrisa dibujándose en mi rostro.  “¿Ves pendejo? – pensé -. La doc es quien ahora tiene el control”.
           Volví hacia su retaguardia y me quedé un momento mirándolo, con sus hermosas nalgas expuestas por orden mía.  Me relamí varias veces disfrutando la nueva situación que me ubicaba a mí como la dueña de las acciones.  Esos segundos en los que permanecí inactiva lo pusieron nervioso; se notó.  Y me gustó.
           “Muy bien – le dije, tratando de que mi tono, no por profesional, dejara de sonar imperativo -.  Ahora apoyá las manos sobre las nalgas y separalas un poco.  Quiero ver bien tu colita…”
           Vaciló un poco pero obedeció.  Cuando se llevó las manos a las nalgas para hacer lo que yo le había ordenado aproveché para apoyarle mi mano izquierda sobre la nuca y así hacerlo bajar del todo hasta tocar el escritorio con rostro y pecho.  Prácticamente lo aplasté.
            “Así – le dije -.  No levantes la cabecita”
            Me hinqué una vez más, apoyando una rodilla en el suelo.  Allí estaba su agujerito expuesto en tan hermoso trasero.  No había nada que revisar, por supuesto: aquello no era parte de la rutina.  Era tanta la excitación que me embargaba en ese momento que ni siquiera pensé que en cuanto hablara con sus compañeros y cotejara experiencias, se daría cuenta de que sólo a él le había hecho un control semejante.  Llevé mi dedo enguantado hacia la entradita que se abría invitando a ser profanada.  Jugueteé un poco entre sus esfínteres recorriendo el agujerito y trazando círculos en él; no puedo describir la sensación de felicidad que me invadía.  De haber podido él verme en ese momento, hubiera visto en mi rostro una sonrisa de oreja a oreja peligrosamente cercana a una risa de placer que busqué controlar cuanto pude.  Fue entonces cuando decidí hacer una nueva jugada pero sin decirle nada: me quité el guante; él no se daría cuenta.  Y ahora sí, mi dedo mayor, ya desnudo, entró y hurgó como si buscara alguna imperfección cuando estaba más que obvio que en todo aquel cuerpo no había ninguna.  Metí y saqué el dedo varias veces y él soltó algún quejido que, sinceramente, me llenó de placer.  Seguía sosteniendo sus nalgas para separarlas y yo tenía su hermosísimo culo a escasos centímetros de mi rostro.  Un irrefrenable deseo de besar esa piel se apoderó de mí.  Una parte de mí, la doctora seria y casada, se resistía, pero otra parte, recientemente descubierta y liberada, quería hacerlo.  Ganó la segunda…
             Llevé mis labios hacia su culo y, cerrando los ojos, lo besé.  ¡Dios!  Apenas lo hice me di cuenta de lo que había hecho.  ¡Qué locura!  ¡Estaba perdiendo absolutamente el control!  ¿Era posible que fuera incapaz de controlarme a mí misma?  Me desconocía en la mayoría de mis reacciones.  Sólo esperaba que él no se hubiera dado cuenta de mi beso; había sido bastante suave o, al menos… eso me pareció.  Retiré mi dedo y me quedé mirando hacia su agujerito abierto: juro que daban ganas de entrar en él con la lengüita y mandársela bien adentro…  Pero en eso mis ojos bajaron un poco entre sus piernas y ahí reparé en que, al tenerlas separadas, se veían asomando allí sus testículos.  Yo estaba tan caliente que ya no dominaba mis acciones así que no sé en qué segundo ocurrió ni cómo no pude contenerme pero, como si yo fuera un animalillo que respondiera a un reflejo condicionado, saqué mi lengua por entre los labios y me acerqué hacia la zona.  Le propiné un rápido lengüetazo pero no retiré la lengua en el acto sino que luego subí con ella recorriéndole toda la zanjita de la cola entre ambas nalgas.  Estaba totalmente fuera de mí, como si estuviera drogada.  Un súbito mareo me invadió repentinamente y como si fueran destellos de conciencia me aparecían pequeños atisbos de culpa que me ponían al corriente de la locura que estaba haciendo… ¿Se habría dado cuenta de lo que hice?  ¡Mi Dios!  Era impensable suponer que no lo hubiera advertido; a lo sumo, podía no haberse dado cuenta de con qué lo había recorrido desde las bolitas hasta la base de la espalda; el movimiento, como dije, había sido bastante rápido… pero algo habría advertido: algo…
            De repente se giró.  Y la situación se puso más tensa e incómoda que nunca.  Se había incorporado de la posición en que yo lo había puesto contra el escritorio y ahora apoyaba un codo sobre el mueble.  Lo más fuerte del asunto fue que, al girarse, lo que quedó a pocos centímetros de mi cara fue un hermoso pene que llamaba a devorarlo.  La imagen fue tan poderosa que de algún modo me encandiló y, manteniendo yo aún una rodilla en el piso, levanté la vista hasta encontrar la suya…
           Allí estaba.  Exultante.  Dominante.  Y obviamente divertido ante la situación que, al parecer, volvía a tener en sus manos.  Se llevó la mano derecha hacia el pito y echó hacia atrás el prepucio, descubriendo la apetecible cabeza.  Demás está decir que bajé los ojos nuevamente.  Lo que más rabia me daba era que ni siquiera tenía la pija parada, lo cual venía a restregarme en la cara que la que estaba excitada y al borde de la locura era yo y no él: una forma de sobrar la situación.  Jugueteó un poco con el pene entre sus dedos y lo extendió hacia mí como ofreciéndolo.  No puedo describir cómo me sentía yo: una no sabe lo que es no tener control de la voluntad hasta que finalmente ocurre.  Y en esos casos la culpa y la conciencia pierden ostensiblemente en la pulseada.  Comencé a respirar más agitada y entrecortadamente; sin poder impedirlo, mi cabeza se vio empujada hacia el exquisito bocado que se me ofrecía… o que yo al menos creía que me ofrecía, pues en el preciso momento en que estaba a punto de capturarlo entre mis labios para tragarlo con fruición, sentí un impacto sobre mi rostro y tardé unos segundos en darme cuenta que el pendejo de mierda me había propinado una cachetada.
           Elevé la vista con ojos de fuego, aunque debo decir que la furia por el golpe recibido quedaba eclipsada por la excitación incontenible que sentía.
            “No tan rápido, señora puta – me dijo sin ningún respeto -.  Ya sé que desde que yo entré por esa puerta en lo único que pensó es en comerme la pija – no se podía creer tanta insolencia; yo estaba anonadada, aunque no sabía si el motivo de ello era su actitud o la mía, increíblemente pasiva ante tal humillación verbal y psicológica -, pero le aclaro que esa pija que usted tanto desea es la misma que desean comerse todas las nenas de este colegio…”
             Me quedé mirándolo sin entender.  Jamás había visto exhibir tanta arrogancia a sujeto alguno, hombre o mujer.  ¡Y éste era apenas un chico!  ¿De dónde había salido?  El hecho fue que me quedé estúpidamente sin articular palabra y una nueva cachetada se estrelló en mi rostro.
            “¿Todavía no entendés,  pedazo de putita?” – me reprendió no sólo como si tuviera muchos más años que yo sino además como si hubiera dispuesto sobre mis acciones desde que yo había nacido.
             Moví la cabeza lateralmente en señal de negación.
             “Uuuuy la puta madre – se quejó -: encima de atorranta, la señora es tarada, lenta de acá…” – me golpeó sobre la cabeza con los nudillos -.  Lo que te estoy diciendo pero que obviamente no entendés por tu estupidez es que este caramelo, obviamente, no es para cualquiera… Y si querés comértelo, vas a tener que pagar”
              Yo seguía sin dar crédito a lo que oía.  Una parte de mí quería mandarlo a la mierda y otra quería permanecer allí, sumisa y ahora de rodillas ante él, ya que el segundo cachetazo me hizo perder algo el equilibrio y ahora tenía yo ambas rodillas sobre el piso: imposible imaginar una situación de mayor sometimiento.  Y pensar que sólo unos instantes antes, ilusa de mí, había creído tener la situación bajo control y que él respondía a mis órdenes.  Tal vez, después de todo, él  tuviera razón y yo era, efectivamente, una grandísima idiota.  Al ver que yo no hacía movimiento ni emitía sonido alguno hizo un ademán de buscar con la mano el bóxer que tenía muslo abajo con el aparente objetivo de empezar a levantarlo.
           “Y bueno – dijo, sonriendo pícaramente -.  Si no hay platita, no hay bocado para su boquita”
           “¡No!” – solté un gritito que no pude contener y que era más de espanto que de otra cosa; apenas lo pronuncié, me llevé ambas manos a la boca con mucha vergüenza como no pudiendo creer lo que había hecho.  La realidad era que no podía creerlo.  La realidad era que yo no podía permitir que el más hermoso ejemplar de macho que hubiera tenido ante mí en el ejercicio de mi profesión se fuera a retirar de aquel improvisado consultorio sin antes haber saboreado su pija.  Él sonrió maliciosa y triunfalmente.
            “Aaaah, bueno… – dijo con tono de burla -.  Parece que la doctora quiere pija y está dispuesta a desembolsar platita, ¿no?”
            Estaba totalmente vencida.  Esta vez bajé la cabeza con humillación y asentí.
            “Así me gusta – enfatizó -.  Ahora vaya a ese bolso suyo y traiga lo que le pedí”
            Tragué saliva, me acomodé un poco el ambo y flexioné una rodilla como para empezar a ponerme de pie.
            “¿Quién te dijo que te pararas?” – preguntó, con tono de reprimenda.
            Yo ya estaba en cualquier lado.  Había perdido absolutamente toda dignidad y toda reacción.  Sin entender demasiado, levanté la vista hacia él nuevamente.
             “Vas a ir en cuatro patas – ordenó -, como una perra… Es lo que sos, ¿o no?” – soltó una sonrisa tan ladina y perversa que no se puede explicar con palabras y, con un gesto de la cabeza, me indicó que comenzara a gatear en dirección al bolso.
               Volví a tragar saliva.  ¿Yo iba a obedecer semejante orden?  ¿Yo iba a hacer semejante cosa?  En cualquier otro contexto les diría que no; de hecho siempre fui una defensora a ultranza de los derechos de la mujer, contraria a todo avasallamiento de la dignidad femenina.  Pero lo que irradiaba ese pendejo era algo que nunca había visto en nadie.  Y la premura de las órdenes impelían todo el tiempo a actuar con urgencia y sacrificar toda reflexión ética acerca de cuán digna estaba siendo yo.  Por lo pronto (hasta me da vergüenza mencionarlo al recordarlo), comencé a marchar en cuatro patas en dirección hacia la silla sobre la que estaba el bolso.  Mientras lo hacía, a mis espaldas, pude escuchar como él reía satisfecho.  Llegué hasta el bolso: era tal la turbación que yo experimentaba que estoy segura que en algún momento me rodó una lágrima… pero por otra parte la excitación que estaba viviendo y la ansiedad que me despertaba el avanzar hacia el siguiente paso arrasaban con cualquier otra sensación que pudiera boicotear a los sentidos.  Hurgué buscando mi billetera hasta que la encontré.  No me había hablado de un precio.  Tomé doscientos pesos; lo consideré muchísimo.  ¿Estaría conforme con ello?  En todo caso, con los dos billetes en mano, desanduve en cuatro patas el camino que había recorrido unos instantes antes para ir hacia él.  Una vez enfrente del chico, me arrodillé nuevamente y le extendí una mano con los doscientos pesos.  Los tomó y, en un principio, me dio la impresión de parecer satisfecho pero, para mi sorpresa, me estrelló los billetes en la cara y me propinó una nueva cachetada.
            “Por esta plata lo único que te puedo permitir es que me la mires un rato y te masturbes” – dijo, con una furia que no supe interpretar si era real o parte de un exagerado histrionismo que usaba para humillarme aún más -.  Andá a buscar más”
              Yo quería llorar.  En mi vida nadie, pero nadie, me había humillado tanto.  Bajé la cabeza avergonzada y, una vez más, marché en cuatro patas hacia el lugar en que el bolso se hallaba.
             “Mové el culo mientras vas yendo – me ordenó -.  Mostrá bien lo puta que sos”
               Cada orden que emanaba de sus labios tenía el efecto de una cuchillada a la dignidad.  Y yo, sin objetar palabra alguna,  comencé a contonear mis caderas mientras gateaba a los efectos de mover mi culo tal cual él me había exigido.  Una vez más llegué al bolso.  ¿Cuánto querría aquel pendejo?  Seguía sin poner precio y eso era, sin duda alguna, parte también de su perverso juego.  Tomé otros doscientos pesos.  ¿Sería suficiente?  ¿Y si me hacía volver?  Para estar segura, extraje otros cien… Por cierto, en mi billetera ya no quedaba mucho más, sólo algo de cambio chico.  Si me volvía a decir que no, me quedaría sin mi sabroso manjar…
        “Ponete la plata en la boca y trámela” – me ordenó desde donde se hallaba.
         Y yo, obedientemente, coloqué los tres billetes atrapándolos entre mis labios cual si fuera un perrito y, para que la analogía se hiciera aún más gráfica, volví a iniciar la marcha en cuatro patas hacia él.
        “Juntá también los que están en el piso” – me ordenó cuando estuve a escaso metro y medio de él.
          Así que, siempre en cuatro patas, recogí los dos billetes que antes le había llevado y que él había estrellado contra mi rostro con tanto desprecio.  Y así, con quinientos pesos en mi boca, me quedé de rodillas ante él rogando al cielo o a quien fuese que esta vez quedara satisfecho.
         Por suerte pareció ser así.  Me guiñó un ojo y sonrió.  Tomó de mi boca los billetes que yo le llevaba y me acarició la cabeza como si lo estuviera haciendo con un perrito.
          “Muy bien – me felicitó con sorna -.  Así me gusta…”
           Volvió a llevarse una mano al pene y otra vez tiró de la piel hacia atrás, exponiendo su hermosa cabeza ante mis ojos y mi ansiosa boca, la cual ya no podía esperar.
            “A ver cómo chupa, señora” – dijo mientras echaba la cabeza ligeramente hacia atrás como en una actitud de relajación.
             Fue como si me hubieran dado un empujón.  Esta vez me arrojé hacia él.  No podía dejar pasar un segundo más sin tenerlo en mi boca.  Lo tragué todo cuanto pude y recorrí su hermosa glande haciendo círculos con mi lengua.  Sólo quería devorarla… sentirla entrando en mí… Tocame la garganta, pendejo…
             Ahora sí noté cómo se le iba poniendo dura.  Me apoyó una mano sobre la nuca y me empujó con fuerza hacia él de tal modo que su miembro entró en mi boca tan grande y carnoso como era y, por un momento, tuve arcadas y hasta sentí que me asfixiaba.  Nada de eso, sin embargo, me impidió seguir con mi “labor”.  Lo aferré con mis manos por la cola y prácticamente le enterré las uñas en las nalgas; lo atraje hacia mí de modo análogo y complementario a cómo él me atraía hacia sí, todo ello sin parar de atragantarme ni un solo segundo con su hermosa y portentosa pija ocupando mi boca.  Él comenzó a mover caderas y cintura acompasadamente de tal modo de estarme, literalmente, cogiendo por la boca.  Y yo, para esa altura, sólo deseaba hacerlo acabar y sentir su leche llenándome; paradójicamente, deseaba que aquel éxtasis de erotismo no terminara nunca.  Ni por un momento se me cruzó por la cabeza, al menos mientras se la mamaba, el contexto de la situación: que estábamos en un colegio, que la puerta no estaba cerrada con llave y que existía por lo tanto la posibilidad de que de un momento a otro pudiera girarse el picaporte; tampoco se me ocurrió pensar en mi marido, que estaba trabajando en ese mismo colegio y tal vez a unos pocos metros de distancia, explicando alguna ecuación “redox” o algo por el estilo.  No… en ese instante lo único que había en mi cabeza era lo mismo que había en mi boca… y, de algún modo, también en mi sexo, ya que me daba cuenta de que tenía la bombacha totalmente mojada.
           “Así, puta, así” – no paraba de decirme entre dientes y diríase con desprecio, a la vez que seguía empujando mi cabeza contra él y por momentos me estrujaba los cabellos de tal modo que hubiera yo soltado agudos alaridos de dolor en caso de tener la boca libre.  Su respiración se comenzó a acelerar y supe que ya estaba llegando al momento.  Aumenté el movimiento de succión a los efectos de aumentar la intensidad del inminente orgasmo y, además, porque sinceramente, yo ya no daba más y me sentía, como él, a punto de estallar.  Y estalló.  De pronto mi boca se inundó de leche amarga que, al instante, comenzó a bajar por mi garganta buscando el estómago.
            “Ni se te ocurra escupir – me ordenó él entre dientes a la vez que aumentaba la tensión con que tiraba de mis cabellos -.  A tragar, vamos… a tragársela toda… ¡Toda!”
             La verdad era que ni se cruzaba por mi cabeza la posibilidad de  no hacerlo.  Sólo quería su semen adentro mío y, en efecto, eso fue lo que sentí: un río caliente que serpeaba en dirección a mi estómago.  No paré de mamar: no quería que quedara una sola gota sin entrar en mí.  Él jadeaba y, pensándolo hoy, me cuesta creer, que sus gritos no fueran escuchados desde el exterior.  ¿Qué habría pasado si alguien se hubiera presentado en el lugar para ver qué estaba ocurriendo?  No sé; ignoro si escucharon o no, pero el hecho fue que nadie vino.  Una vez que su respiración se fue calmando y dejó de jadear y gritar, me apartó de su verga con un violento empellón sobre la frente, exhibiendo el mismo desprecio hacia mí que había mostrado durante todo el acto.
            Durante un rato me ignoró.  Mantuvo los ojos cerrados y buscó volver a la normalidad, bajando el nivel de agitación.  Era como si yo no existiese: era sólo un objeto y mi boca era un agujero en el cual él había eyaculado; nada más.  Luego se subió el bóxer y el pantalón, lo cual indicaba su intención de vestirse y marcharse.  Como se imaginarán, lo sufrí.  Yo estaba en el piso, ya ahora directamente con mis caderas apoyadas sobre el mismo.
           “Muy bien, doc – me felicitó con el mismo tono mordaz que había utilizado antes -, lo hizo muy bien, señora Clavero”
             Remarcó el apellido de mi esposo, es decir de su profesor, para aumentar el impacto sobre mí y, por cierto, lo logró.  Fue el peor recordatorio posible de que yo era una mujer casada, que mi marido no andaba lejos del lugar y que, por cierto, había sido él quien me había conseguido aquel trabajo.
             El muchachito se volvió a colocar camisa y corbata.  Sin mediar más trámite se dirigió hacia la puerta.
             “Será hasta la próxima, doc… Si es un poquito inteligente, se las va a arreglar para tenerme otra vez por acá, je… Y con lo puta que es, no tengo duda de que va a hacerlo… – se volvió y me guiñó un ojo -.  Que tenga un buen día…doctora…”
                                                                                                                             CONTINUARÁ
 

Relato erótico: “16 dias cambiaron mi vida 2” (POR SOLITARIO)

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Debo daros las gracias a todos los que me habéis dedicado vuestra atención.

Más aun a los que se han molestado en comentar y valorar.

Martes, 9 de abril de 2013

Me despierto cerca de las ocho, en las pantallas veo a los niños correteando por el pasillo y el salón.

Con los uniformes del colegio salen con su madre hacia la puerta.

Ana debe haberse ido ya que no la veo. Pero oigo hablar a Mila desde el recibidor.

Mila.- Ana, si no quieres ir sola yo te acerco cuando vuelva de llevar a los niños.

Ana.-No, déjalo mama. Iré sola. Tengo que ir acostumbrándome.

Veo salir a Ana de su habitaciónón restregándose los ojos medio dormida y haciendo un gesto de burla sacando la lengua a su madre, aunque no puede verla.

No utiliza el baño del pasillo y entra en el de nuestra habitación, se sienta en la taza del wáter para sus necesidades y se quita la blusita y el pantaloncito corto que se pone para dormir.

Desde que la bañaba con cuatro o cinco años no la había vuelto a ver desnuda.

Se acaricia los pechos, como dos medios limones. Las aureolas pequeñas y rosadas y unos pezones apenas visibles. Al acercarse hacia el lavabo para cepillarse los dientes, la cámara la enfoca de frente y admiro su pubis cubierto por un suave vello, del mismo color del pelo pero algo más oscuro.

Físicamente se parece mucho a su madre. Ya aparecen las curvas que definen su femineidad, sus piernas largas y finas de muslos suaves coronados por un culito redondo, como tallado por un artista, respingón.

Es muy bella. Me avergüenza espiar a mi hija, pero no puedo evitarlo, quiero saber que hace, como es. Ha cogido un objeto de un cajoncito del mueble y entra con él en la ducha. Realiza extraños movimientos, al igual que su madre. Es raro.

Observo a través del cristal borroso por el vapor y el agua, que parece entretenerse en sus partes bajas, parece que se está masturbando.

Cuando termina de asearse va a la habitación de la madre donde saca, de un cajón de la cómoda, un tanga muy pequeño. No debe cubrir nada.

Unas medias de color arena, liguero y un pequeño sostén de media copa a juego. Se va a su habitación y sale vestida. Una blusita blanca, la faldita muy corta, una sudadera y un chaquetón. No desayuna. Coge su pequeño bolso de colgar y se dirige al recibidor. Se cierra la puerta.

Mi paranoia va en aumento, no conozco a mi familia.

Tengo que saber adónde va, que hace, con quien se encuentra.

Salgo corriendo para verla salir, no llego a tiempo. Corro hacia la parada del autobús y menos mal, allí está. No me puede ver.

Paro un taxi que se acerca y me subo en el. Le indico que se espere a que llegue y siga al autobús.

Tras un corto recorrido baja y se espera en la parada. Estamos lejos del instituto donde debía ir. Llega otro autobús y lo coge. El tramo es más largo, en una de las paradas desciende, yo le indico al taxista que se detenga a una distancia prudencial, lo despido.

Sigo a mi hija a pie, por las calles de un barrio poco recomendable. Cerca de la Avenida de Moratalaz. A ella parece que eso no la asusta, llama a un piso en el portero, le abren y entra en el edificio. Me acerco y casualmente en ese momento un vecino sale del bloque.

Aprovecho que está la puerta abierta para entrar.

Desde el zaguán veo que llama a un timbre en la primera planta, le abren pero no puedo ver a la persona del interior.

Realizo un cálculo para saber que és la puerta 1º D, me dirijo a los buzones de correo situados en el zaguán, donde puedo ver el nombre asociado a la puerta, una tal María López, a quien no conozco.

Salgo del bloque y cruzo la calle situándome en un café cercano, desde donde pueda verla salir, me siento a desayunar y me entretengo leyendo el periódico del bar. Pasa más de una hora cuando veo a Ana salir del edificio con el pelo revuelto, parece acongojada.

¡¡Dios mío!! ¿Qué puede haberle ocurrido? ¿Qué pasa con mi pequeña? ¿Qué ha venido a hacer aquí?.

No quiero ni imaginarlo. Me atormentan las dudas. Esto es una pesadilla.

La niña va a la parada del autobús y se sienta en el banco, está sola, veo que se cubre la cara con ambas manos y parece que está llorando.

Saca un pañuelo de papel de un paquete del bolsito que lleva colgado, se limpia las lagrima, se suena y se queda mirando al vacio.

Al llegar el autobús sube y yo me lanzo a buscar un taxi que me lleve de vuelta.

En el camino detengo el taxi, le digo que me espere unos minutos y entro un supermercado de barrio para comprar algunas cosas que necesito para mantenerme los dos días que me quedan antes de volver.

Cuando llego al apartamento de Eduardo enciendo las pantallas para ver el lupanar en que se ha convertido mi casa. Ana esta tendida en el sofá del salón, llorando.

Al parecer está sola.

Poco después llega Mila, al verla así, se acerca a ella y la abraza. Hablan muy bajo, no consigo oír nada, Mila dice, levantando la voz..No vayas más si no quieres. La besa en la frente y se la lleva a la cocina a seguir hablando, donde no tengo cámara ni micrófono.

Si no fuera por lo acontecido ayer en ese mismo piso, la imagen de esa madre consolando a su hija seria enternecedora.

Pero se me cruzaban en mi mente las imágenes de mi mujer desnuda penetrada por sus dos amigos y alcanzando orgasmo tras orgasmo hasta el desfallecimiento.

El resto del día transcurre con normalidad, el trasiego por las estancias, la merienda. Suena el teléfono, contesta Ana.

Ana.- Mama es para ti.

Mila.- ¿Quién es?

Ana.-Es Marga, que te pongas.

Mila.- Al teléfono. Hola Marga, que tal estas________ ¿Esta noche?____ ¿A qué hora? ______Vale allíí estaré, o mejor, ven a recogerme___ De acuerdo chica, un beso.

Ana.-¿Que quería mamá? ¿Tienes cita para esta noche?

Mila.- No solo saldremos a tomar una copa con unos amigos.

Ana.-¿Y vas a ir?

Mila.- Pues claro, tú ya eres mayor y te puedes hacer cargo de los niños por un rato.

Ana.-Pero no vuelvas muy tarde, por favor.

Mila.- Vale, no te preocupes.

Mila se va al baño a ducharse y acicalarse. El conjunto de lencería que saca es para morir de infarto. Imagino que esta noche tendrá fiesta. Ana se queda leyendo en el salón, con la tele encendida en un programa de cotilleos.

A las diez llaman al portero, Mila contesta.

Mila.- Ya voy Marga.

Mila.- Ana acuéstate ya.

Ana.- Vale

Oigo cerrarse la puerta.

Salgo corriendo a la calle, me acerco al bloque y llego a tiempo de ver a mi mujer salir. Marga, su amiga, la espera en el portal.

Se abrazan y se besan las dos.

Marga es una mujer bonita, con un cuerpo muy sexi, separada, al parecer por infidelidad. Me cae bien, es muy agradable y cariñosa conmigo y los niños.

¿Dónde irán las dos?. Tengo que seguirlas para saber que traman.

Se acercan al coche de la amiga y veo a dos hombres en los asientos de atrás. Uno de ellos sale del vehículo besa a mi mujer y cede el asiento, da la vuelta y se sienta en el asiento del copiloto, junto a Marga que conduce.

Mi mujer, al entrar en el coche, se abraza al otro y lo besa en la boca. El coche arranca.

Busco un taxi para seguirlos, tengo suerte y lo consigo antes de perderlos de vista.

El taxista me mira extrañado cuando le digo, “Siga ese coche, a una distancia prudente pero sin perderlo”.

Recorremos las calles hasta llegar a lo que parece un club, en un polígono industrial.

Aparcan, se apean y se dirigen al local, abrazados, besándose, entran en el establecimiento.

Yo despido al taxista que al pagarle me guiña un ojo con complicidad.

Decido acercarme y preguntar al portero que clase de local era ese, le digo que estoy de paso por la ciudad y no conozco el lugar.

El hombre joven y amable, guardia de seguridad, sonriendo, me dice que aquel era un local de “parejas”, recalcando lo de “parejas”, vamos, de intercambio de parejas.

Pregunto si puedo entrar, aun a riesgo de que me puedan ver, y me dice que bueno, pero al ir solo tengo que pagar cuarenta euros.

Al entrar en el local con las luces muy tenues, solo se veían sombras. A mi izquierda, una barra de bar de unos tres metros, con una preciosa chica de unos veinte años, de facciones inequívocamente sudamericana. Ante la barra del local, hay una pareja follando, ella sentada en un taburete, con los codos apoyados en la barra, con las nalgas hacia fuera y un tipo de unos cuarenta años follándola por detrás.

Ante la expresión de mi cara una mujer que acerca con una sonrisa en los labios.

Muy guapa, morena, casi de mi estatura, con un vestido de estilo oriental de una pieza, rojo, abierto por un lado dejando ver el muslo hasta casi la cintura.

Hola soy Alma, ¿Tu quien eres?

Yo.- Me llamo Felipe –Miento-

Alma.- ¿Es la primera vez que visitas un local así?

Yo.- Si, no he conocido nunca algo parecido. Pero alguna vez tendría que ser la primera ¿No?

Alma.- ¿No estás acostumbrado a esto verdad?

Yo.-Pues no, ciertamente.

Alma.- Ven te voy a enseñar las instalaciones. Tenemos salas para BDSM, experiencias sadomasoquistas, un yacusi y también una sala oscura.

Yo.- ¿Qué es eso? He oído hablar de ello pero no lo imagino.

Alma.- Ya lo veras. ¿Eres Voyeur?

Yo.- No lo sé, quizás descubra una faceta desconocida en mí.

La muchacha se ríe.

Alma.- Aquí hay unas normas a seguir. No forzar a nadie a nada. Todo se hace voluntariamente. Y no formar escándalo. Ah, y siempre con forro. Ya sabes.

Pasamos por pasillos con habitaciones a los lados con gente practicando sexo. Dos parejas en el yacusi disfrutando de las burbujas. Todos desnudos. Algunas parejas sentadas tomando té y combinados.

En un pasillo oscuro y estrecho percibo unos gemidos que me resultan familiares, era Mila.

Yo.- ¿Puedo mirar sin ser visto?

Alma.- Por supuesto, hay muchas parejas a las que les excita saber que un desconocido las está mirando. Acércate, mira todo lo que quieras. Yo te dejo, tengo otras obligaciones. Si necesitas algo me buscas. Que te diviertas.

Había una pequeña ventanilla por la que me asomo. A pesar de la tenue luz puedo ver a Mila a cuatro patas siendo penetrada por un hombre bajo y grueso, a mi me parece repugnante, la verga con que estaba follando a mi mujer era la mayor y más gorda que podía imaginar.

La penetraba analmente. Y al parecer ella disfrutaba.

Se la metía despacio, recreándose, con las manos tiraba de sus cabellos como si de una yegua se tratara.

Mila casi sin resuello y con la cara bañada en lágrimas gritaba.

Mila.- ¡¡Párteme en dos mierda, hijo puta, cabrón, métemela hasta el fondo!!

¡¡Joder que gusto, me muerooo!! ¡¡Quiero otra polla mas, quiero otra pollaaa!!

El lugar tenía el suelo cubierto de colchonetas.

Marga bajo tendida boca arriba en perpendicular bajo Mila le mamaba las tetas y con una mano le acariciaba los huevos al tipo que se la metía por el culo a Mila.

Mientras, a ella, el otro tipo mal encarado y flaco, se la follaba por el coño.

El gordo.- Pero que putas sois. Os encanta que os follen ¿Verdad?

Guarras, que os gusta que os metan las pollas por todos los agujeros del cuerpo. Te voy a poner el culo que no te vas a poder sentar en una semana.

Le decía a Mila y seguía bombeando. Ahora con una fuerza bestial.

Saca su verga de un tirón, que hizo gritar a Mila de dolor.

Empuja al flaco y saca a Marga de debajo de Mila, le dice al otro tipo que se tienda boca arriba y coloca a Mila sobre él boca abajo, le agarra el miembro al flaco y se lo mete en el coño a Mila, colocada encima. El gordo se colocó detrás y agarrando las caderas de mi esposa le incrusta, de golpe su badajo por el culo.

El gordo.- ¡¡Así me gusta follar un culo. Cuando otra polla por el coño me lo deja más estrecho!!.

De pronto veo con horror que el bestia se vuelve hacia la mirilla donde yo estoy gritando:

El gordo.- ¡! Ven aquí mirón, maricón y métele la polla en la boca a esta guarra que no tiene bastante con dos!! Necesita más pollas!!

Mila mira en mi dirección, no puede verme por la oscuridad que me rodea y menos reconocerme y con los jadeos y gemidos Grita.

Mila.- Deja al mirón que le dé al ojo y se la menee en paz mamón, que a mí me pone caliente que vean como me follan.

Al oír eso salgo corriendo, espantado del local, mientras escuchaba las risas de mi mujer y sus amigos, burlándose, aun oí decir.

El gordo.- El mirón se ha llevado un susto de muerte. Jajajaja. No sabe lo que se pierde.

Al salir del antro respire profundamente el aire fresco y limpio de la noche.

Detuve un taxi y regrese al apartamento.

Me tumbe en la cama y al poco estaba dormido.

No sé cuánto tiempo pasó, me desperté por el murmullo del equipo de sonido, me acerque a las pantallas y vi cual era el origen.

Mila y Marga, con los dos energúmenos estaban en el salón. Desnudos, follando.

Mila tendida a lo largo en el sofá, con la cabeza sobresaliendo doblada hacia atrás, se dejaba penetrar la boca por el canijo, se la metía hasta fondo en la garganta sin producirle arcadas.

Mientras Marga, de rodillas en el suelo, sobre el cuerpo de su amiga le comía el coño.

A su vez el gordo, agarrado a las caderas de Marga le follaba el culo y ella se quejaba por el daño que le estaba haciendo. Se la veía a disgusto.

¿Nunca tenían bastante?. ¿No se cansaban? ¿Cómo Mila, tan delicada, era capaz de soportar tamañas humillaciones?

Había botellas y copas por el suelo. Estaban borrachos. Al parecer habían continuado la juerga en mi casa, llevaban un buen rato y yo no los había oído hasta despertarme.

Mila.- Joder no hagáis ruido que no se si Ana les ha dado el las gotas a los niños y se pueden despertar.

El gordo.- No te preocupes tía, si se despiertan nos los follamos también. Jajaja

Mila.- No digas barbaridades, joder, son demasiado pequeños.

Y apretaba la cabeza de su amiga contra su vulva. Empujaba al que se la metía por la boca y se corría una y otra vez, estrujando con sus piernas a Marga, que levantaba la cara y con los ojos desencajados se relamía de gusto con los líquidos de Mila.

Por la cámara del pasillo vi como se entreabría la puerta de Ana, se asomaba y se volvía a cerrar.

Mi niña estaba despierta y se estaba enterando de todo, había visto a su madre en una orgía desenfrenada con desconocidos.

¿Que más sabia mi niña?. ¿Cuánto habría visto?

Se levantaron todos y se fueron al dormitorio.

Se revolcaron en la cama en un batiburrillo de cuerpos, manoseándose, dando palmadas y pellizcos en los cuerpos de las mujeres, les mordían los pezones hasta hacerlas gritar de dolor y ellas se agarraban a las pollas de ellos y las chupaban. Ellos metían sus dedos en los coños y culos de ellas. Risas, jadeos.

Marga se levantó y entro en el baño a orinar, tras ella entro el gordo barrigón y peludo, el vello le cubría el pecho, los hombros y la espalda, parecía un oso.

Al ver a Marga en el WC se agarro la verga, apunto a Marga y la ducho en orina.

Marga.- ¡¡No seas guarro!!

Mila.- ¿Qué está haciendo?

Marga.- Se me ha meado encima.

Mila.- ¡¡Eso no!! ¡eh! ¡¡Esas marranadas aquí no!!

El gordo, riéndose, se metió en la ducha.

¿Que podía haberla llevado a estos excesos, a esta inmoralidad? A la obscenidad más absoluta. Para mí era difícil comprender que hubiera personas a quienes estas atrocidades les produjeran satisfacción. Pero lo inaudito es que fuera mi mujer, precisamente, quien lo hiciera. Era totalmente incomprensible.

Se ducharon todos juntos entre risas y bromas pellizcos, mordiscos en los pechos de las dos, en las nalgas, que las hacían dar grititos de dolor-placer, y que dejaban marcas en sus cuerpos.

Las mujeres se tienden en la cama, besándose.

Los dos sujetos se visten, sacan unos billetes y se los tiran encima de Mila y Marga y se marchan.

Las dos amigas siguen juntas, desnudas, abrazadas y cansadas, sobre el dinero ganado vendiendo su cuerpo. Se duermen enseguida. Son casi las seis de la mañana.

Mi cabeza hervía de ideas extrañas, no comprendía nada de lo que sucedía, a Mila ¿no le importaba que los niños oyeran y vieran lo que ella hacía?.

Y si lo sabían, ¿Como les afectaba?. ¿Habrían abusado de ellos?

!!Joder, esto era una locura!!

Era preciso que yo averiguara todo lo que ocurría, por qué y cómo se había llegado a esta situación.

Caí rendido en la cama derrotado, agotado.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR
noespabilo57@gmail.com

Relato erótico: “Venganza (El pasado vuelve)” (PUBLICADO POR ROZAS)

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Soy Fernando de la clase del 16’. Eso en Argentina quiere decir que terminaste el secundario en el 2016.  Para nuestra cultura general eso es importante, es lo que une a una generación y como te recordaras en el futuro y a tu generación.

Yo siempre fui uno de esos pibes muy buenos armando grupos, me gustaba armar quilombo y poder ratearme de clases cuando podía. No era el tipo de chico que respetaba las normas y tampoco me mataba estudiando. Pero con la ayuda de algunos amigos y los trabajos y pruebas grupales siempre conseguía pasar año tras año…

Si ya se, comienzan los estereotipos. Bueno, pero no me considero miserable. Solamente me divertía en el tiempo que podía, no contradecía a los profesores ni me ponía a armar bardo por pelearme con alguien. Al fin y al cabo era indiscutible que yo era el Capo del aula, a las minas las tenia muerta por mí y a la hora de organizar eventos siempre estaba en la primera fila.

Ahora Mario es otra cosa, era el típico enano sabelotodo. Voluntarioso, se lo reconozco, pero a nivel de armar amistades un asco. Nadie lo defendía porque pocos se lo bancaban, y para el colmo era capaz de encararme frente a mis compas y hacerme quedar para el culo. Odiaba eso, el putito se pensaba muy importante.

Pero el problema es que no se ponía nunca en su lugar. Si lo insultaba, me devolvía uno mejor. Si se sacaba una mala nota en una prueba, y naturalmente me burlaba, a la siguiente se sacaba un diez. Si se armaba un quilombo con los profesores, él ya tenía la cabeza fría para negociar con los directivos. Hasta cagarlo a trompadas no resultaba una amenaza, yo mido cerca de metro ochenta y peso setenta y cinco kilos, en cambio Mario metro sesenta y seis con sesenta y cinco kilos.

Lo hice mierda a piñas,  su cara siguió inexpresiva. Ni le había quebrado la voluntad.

Sabía que era un fanático de Asterix y se veía a sí mismo como el irreducible galo contra mi autoridad. Necesitaba encontrar su punto débil, pero el hijo de puta era una piedra. Hasta que un día se olvido su diario, ¿un poco anticuado? Este pibe parecía tener cincuenta años, de carácter al menos.

Me entere de muchas cosas, en primer lugar que escribía muy bien el hijo de puta, segundo que le gustaba Catalina. Bueno, ¿a quién no?  Era una morocha de ojos verdes, mediría metro sesenta y pico (que en esta tierra es mucho), con piernas bien largas y unas tetas medianas pero bien redonditas.

Pero supongo que lo que más le atrajo es que no tenía fama de puta, sino que era una mina tirando a recatada. Aparte que era bastante dulce y cariñosa, pero no le daba bola a Mario. Obvio, primero porque tenía un carácter duro, segundo porque era petiso, peludo y con pinta de judío sefaradí. No que ella fuera antisemita, pero influía mucho.


Reuní información, le gustaba a ella. Y de alguna forma me parecía que estaba muy buena. Primero, saque copias del diario y lo repartí, después seduje a Cata. Para la entrega de diplomas, yo me dedique a darle picos a Cata.

Sus viejos no me desaprobaban, al fin y al cabo no me había llevado ninguna materia. Y los problemáticos del aula eran Mario y sus “amigos”. Que de nada sirvieron, porque cuando les mostré a él las fotos de Cata en bolas y penetrada por mi pija, solamente se rieron de Mario.

¿Fue cruel? No. Yo aproveche mi pelo rubio, mis ojos azules, mi piel blanca, y mi metro ochenta. Sin mencionar mis habilidades sociales para mostrarle a alguien más que era un pija-corta solo e inútil.

La entrega de diplomas no fue con su padre, su madre se había muerto hacía un año. Sino que se fue a llorar, lo había humillado, le había quitado su amada y para el colmo le mostré que me prefería a mí. Y solo por joder mande a que lo revienten a piñas a un callejón, y que me enviasen las fotos. Así rojo por las lágrimas y ensangrentado, así lo quería ver. Hasta uno de mis compas se le ocurrió ponerle un par de gramos de marihuana encima, fue suficiente para que la cana lo detenga por setenta y dos horas. Casi pierde su beca a una facultad privada, que se joda, quería que vaya a una publica como el resto.

Había conseguido lo que desee, lo aislé y lo destruí, finalmente.

No le guardo odio, me siento hasta un poco decepcionado de lo que hice, no era importante. Logre volverme abogado al cabo de los años. Me case con Cata, en cierto punto estoy agradecido con Mario, sin él no hubiese conocido a mi esposa. Tuve dos hijas. Hice una vida, al fin y al cabo.

Pero de Mario se supo poco. Primero que su padre con sus influencias consiguió que entrara a una facultad a estudiar ingeniería química. También se que fue captado por el Gobierno de Panamá e hizo varios trabajos para muchas compañías rusas. Pero eso lo supe después.

No asistía nunca a las reuniones de egresados. Al principio supuse que era porque estaba ofendido con todos, pero al cabo del tiempo venia su hermano mayor y decía que estaba demasiado ocupado. Y al preguntarle que hacía, no respondía, pero si estaba afuera nos lo decía.

Sin embargo un día al volver al trabajo una de mis hijas, Sofía, la menor, me dijo algo curioso.

-Papi, hay alguien que te mando un mail.

-¿Cómo sabes eso?

Todos en mi casa teníamos nuestras propias computadoras, en mi caso de escritorio y el resto portátiles.

-Es que se me rompió devuelta. Y tenía que hacer un trabajo.- Me mostro el

 Por esa mierda es que no le pongo contraseña a la mía, el límite digital es una mierda.

-Bueno, déjame ver.

Era Mario, tenía una cuenta de mail. Me preguntaba cómo iba todo y cuando seria la próxima reunión de egresados. Le respondí, con fecha y lugar. En parte estaba curioso de saber que había sido de su vida.

Sofía salió a la “feria del libro” con sus amigas. Suspire aliviado, era una chica demasiado casera. No me dejaba tiempo solo, para tener diecisiete no salía nunca y ni tenía novio. A cualquier padre lo haría sentir aliviado, a mi no me gustaba. Yo no le podía prestar atención, y encima la pendeja eligió ser lectora.

Creo que era para evadir su soledad, ser abogado es un trabajo que absorbe, inclusive si sos un hijo de puta como yo. Y no le puedo prestar atención. Melina, mi hija mayor en cambio descarga su estrés yendo al club Almagro. Hace básquet, ballet y hockey. Con ella al menos me puedo entender un poco.

Al menos es bueno que Sofía salga poco, me recuerda a Dolores Fonzi. Es bastante flaquita, sus rulitos castaños, ojitos verdes y su carita angelical la pueden hacer parecer medio frágil. Y no falta cada loco.

¡Tengo la casa para mí y Cata!

Cata estaba saliendo de la ducha. A sus treinta y ocho seguía siendo alta hembra, se tiño de rubia para quedar bien gringa, y seguía arreglándose para quedar tan sensual como en su juventud. Yo en cambio me mire en el espejo, me estaba comenzando a poner pelado y mi figura atlética se arruino con la falta de tiempo y comidas de presentación.

Me acerque por detrás y le agarre una teta. Ella lanzo un gemido. Me dedique a apretarle un pezón hasta que ella acerco la boca de atrás y nos fundimos en un beso. Nuestras lenguas se quedaron atrapadas en el tiempo hasta que me acerque a su vulva. Estaba con unos pelos cortos que raspan un poco al tocar, eran más tirando a castaños.

Encontré su clítoris, lo masaje haciendo ligeros círculos. Hasta que se puso húmedo, ella susurro un “Damela”

La apoye contra el sillón, y le comencé a chupar la concha. A meterle la lengua por completo, ella acercaba sus nalgas contra mi nariz. Y yo le agarraba las nalgas como contrapeso. Me encantaría que mi mujer me la chupara como yo se lo hago a ella, pero dice que le da mucho asco.

Se retorcía, se tiraba para atrás para conseguir su placer máximo. Me gustaría haber seguido así, pero tenía la pija como un cohete en el pantalón, y estaba tan sola. Así que la saque de mi pantalón, le puse la goma (Con treinta y ocho todavía hay riesgo) y lo enfile entre las nalgas de mi esposa. Pero ante el mínimo avance ella se quejo.

-Perdón, perdón. Me equivoque.

Se la metí rabiosamente en la concha, a cada entrada y salida ella gemia y se agarraba una teta. Hasta que perdió las fuerzas y sencillamente se agarro del sofá mientras mordía una almohada.

Nos vinimos al mismo tiempo. Sin embargo ella se quedo mirando la nada, habría durado cinco minutos como mucho.

-Me voy a poner a limpiar esto.

Yo me quede dormido, era increíble como uno envejecía. Hacia veinte años pensaba que ponerme a fumar y a tomar de mas no me iba a afectar, ¿y ahora? Tenía cuarenta años, y parecía de cincuenta. Después se dice que no hay que obedecer lo que dicen los anuncios de paquetes de puchos…

Estoy frustrado, y ella también.

La reunión de egresados se hizo una semana después. Era raro, porque ninguno había visto a Mario. Ni siquiera durante la Guerra, bueno había conseguido no entrar por influencias familiares. Pero los que si l vieron dijeron que se había enlistado en un regimiento de Provincia. Colo, Pancho y yo estábamos dándonos una raya en el bar a unas cuadras del colegio. Comencé a tomar para socializar, pero después de un rato no podía dejarla, me permitía relajar la cabeza.

¿Era una mala persona? Si, defendí a un violador. Sí, me drogo. Pero no soy distinto a nadie que quiera conseguirse un buen puesto, los favores se cumplen.

Cata llego media hora después, había dejado a Sofía y Melina con mi hermana. No es que no creo que se pueda cuidar solas. Pero no puedo dejar que alguna, sobre todo Melina salga y se enamore de algún pendejo sin futuro. O de un idealista.

Mi esposa vino vestida con una camisa, falda y medias largas, no quería verse profesional. Sino informal. Por mi parte tenía el saco puesto, siempre. Arrancamos a la hora habitual, hablando de lo de siempre, laburo y de los hijos. Cuando pensaba que había sido joda lo de Mario, lo vi entrar. Se lo veía muy joven, de veinticinco en vez de treinta y ocho. Tenía una remera y unos jeans negros, pero se veía que su fisionomía gruesa y robusta le daba un aire sano. Hasta su rostro barba, de la que tanto nos reíamos, le daba un aire joven.

Sin embargo esa no era la mayor sorpresa. La sorpresa es que venía acompañado de una mulata que partía la tierra, la pendeja tendría veintitrés años y de cara era divina. A diferencia de Mario la mulata vestia con porte de secretaria, tacos, medias largas, falda y camisa ajustada. Tenía una agenda electrónica.

-‘nas a todos. Como me recordaran soy Mario. Esta es mi secretaria Estela, disculpen que la haya traído. Pero estoy ocupado, y la necesito tener siempre a mí alrededor.

-Mucho gusto a todos.- La mulatita tenía acento panameño. Saludo con las manos a todos.

El siempre había sido un maestro de sacar información al que sea. Obviamente no falto el que preguntase por la nena tropical. Pero la respuesta es la misma, su secretaria. En cambio me pregunto constantemente acerca de mi familia, de donde trabajaba, etc.

Nos enteramos igualmente que había conocido a Estela cuando hizo un trabajo en Panamá, y que necesitaba una secretaria. Al final de la reunión pregunte a Mario si quería ir a comer a mi casa, debo admitir que había algo de vanidad en mi invitación. Sabía que inclusive teniendo tanto éxito y una secretaria no tenía una familia como yo había formado.  

Si, sé que soy rencoroso. ¿Pero no es lo que hace un ser humano?

Para mi sorpresa acepto con gusto, maduro, eso es bueno…

Caímos en mi casa a eso de las 8 y pusimos la mesa. Comimos tarta de verdura, no sé porque pero Sofía consiguió hacer que hable más.

-¿Y qué haces en el país, Mario? Leí un artículo en Muy Interesante de vos, dicen que acá se están juntando varios científicos para un congreso.

-Bueno, es natural Sofía.- Se llevo un trozo de tarta y se lo trago en un segundo.- Siempre tenemos que estar detrás de un gobierno o de una compañía, así que eso crea distancias. A veces es mejor que no haya intermediarios.

-¿Pero por que acá? –Pregunto Melina

-Este siempre fue un país que está lejano de los quilombos a nivel mundial, es más neutral.

-Señor.- Lo interrumpió la mulata. –¿No cree que es conveniente decirle al señor que deberíamos tener un abogado?

-Ah, sí. Casi se me olvidaba.-Se metió otro cacho de tarta en la boca. –Fernando, sabes que a nivel leyes soy un desastre. Para eso necesito que vos nos ayudes. Tanto tiempo yendo y viniendo a de país en país me armo un quilombo, necesito varios abogados y se que vos los conoces…

 -¿Me estas contratando?

-Sí, va a ser un lio. La mayoría de los investigadores están frustrados, así que vas a estar atareado. Pero si lo haces tendrás reconocimiento internacional.

-Lo voy a pensar. 

“La enfermera de mi madre y su gemela” LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO

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Sinopsis:

El precoz desarrollo de Alzheimer en mi madre me obligó a buscar una persona que me ayudara. Cuando más desesperado estaba por no hallar alguien de mi gusto, un compañero de trabajo me recomienda a su prima como enfermera.
Sin tenerlas toda conmigo, concierto una entrevista con ella y para mi sorpresa, resulta ser una joven recién salida de la universidad. Aunque su juventud me echaba para atrás, la urgencia de obtener ayuda me hace contratarla sin saber que la presencia de esa rubia en mi casa me iba a cambiar la vida para siempre.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO .

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y los  primeros capítulos:

 
1

La vejez es una mierda. Si ya de por sí cuando llegas a una determinada edad es angustioso sentir que vas perdiendo facultades, más aún lo es cuando la persona que se va viendo disminuida es alguien al que quieres. Eso es lo que le ocurrió a mi madre siendo todavía muy joven.
Habiendo sido toda su vida una persona activa e inteligente, de improviso cuando tenía solamente cincuenta y tantos años se vio afectada por el alzhéimer. Al principio, eran pequeños despistes sin importancia que ella misma achacaba al estrés. Esa explicación se la creyó incluso ella durante unos meses ya que como estaba en la fase inicial, siguió con su vida y su trabajo sin disminuir el ritmo.
Desgraciadamente, la enfermedad poco a poco fue deteriorando sus facultades hasta un punto que se fue recluyendo paulatinamente en su interior. Por mi parte, con treinta años, soltero y con un trabajo que me absorbía mi tiempo, no quise o no pude verlo. Sé que no es excusa, pero entre mis ligues, mis viajes y mis amigos no fui consciente hasta que una madrugada mientras estaba de cachondeo recibí la llamada de un extraño, el cual, tras identificarse como policía, me explicó que la habían hallado totalmente desorientada en mitad de la gran vía. Por lo visto su estado era tal que no tuvieron más remedio que llevarla a un hospital y revisar su móvil para localizar el teléfono de un familiar. Como comprenderéis, me quedé acojonado y dándole las gracias, acudí en su ayuda.
Al llegar a la clínica, directamente pedí verla. El médico de guardia tras comprobar que era su hijo me preguntó cuánto tiempo llevaba con alzhéimer.
―Mi madre no tiene esa enfermedad― respondí irritado.
El facultativo comprendió que vivía en la inopia y sin entrar en discusión, me dejó entrar a su habitación. Si la expresión de locura de mi progenitora ya era bastante para asustarme, lo que realmente me aterró fue que al verme me confundiera con mi padre.
―Mamá, papá lleva muerto diez años― respondí con tono suave.
Al escucharlo mi madre, soltó una carcajada y dirigiéndose a la enfermera que tenía a su lado, le soltó:
―No le dije que mi novio era muy bromista.
Su respuesta me desmoralizó y reconociendo por primera vez el problema, fui a disculparme con el médico y a pedirle consejo. Ese tipo de situación debía ser algo habitual porque sin aceptar mis disculpas, me explicó que a buen seguro en un par de días recobraría la conciencia pero que eso no era óbice para que esa enfermedad siguiera su curso.
Atentamente, escuché sus consejos durante media hora cada vez más destrozado…

2

Tal y como me había anticipado, a la mañana siguiente al despertarse mi madre era otra vez la mujer de siempre pero no se acordaba de nada. Por eso al amanecer en la cama de un hospital conmigo dormido en el sofá de al lado, me preguntó que hacía ella allí.
―Mamá tenemos que hablar…― respondí y con el corazón encogido de dolor, le informé no solo de cómo había perdido la cabeza la noche anterior sino también de la cruel sentencia que el destino le tenía reservado.
Fue entonces cuando demostrando una serenidad que yo no hubiera tenido me confesó que se lo temía y que si no me había dicho nada era porque antes de hacerlo quería dejar las cosas bien atadas.
― ¿A qué te refieres? ― pregunté.
Con la mente totalmente clara, me contó que estaba cerrando la venta de su negocio y que de ir las cosas como tenía previstas, en menos de una semana, se desharía de él. Comprendí y sobre todo aprecié el valor con el que afrontaba su futura demencia y con todo el dolor del mundo le prometí mi ayuda….
Los hechos posteriores se desarrollaron a una velocidad endiablada debido en gran parte a su juventud. Su edad lejos de ser un obstáculo para el avance de su enfermedad, lo aceleró y por eso, aunque en un principio, me bastaba yo solo para cuidarla a raíz de que casi quemara la casa no me quedó más remedio que plantearme otras soluciones.
Reconozco que pensé en internarla, pero el día que fui a visitar un asilo que me habían recomendado, se me cayó el alma a los suelos al ver a los residentes de ese lugar y como mi madre me había dejado una fortuna decidí que la tendría en casa todo el tiempo que pudiera.
Durante dos semanas busqué algún candidato o candidata que se quedara con ella mientras yo no estaba. Lo que en teoría debía resultar sencillo se convirtió en una odisea porque el que no era un gordo apestoso, era una geta que no me generaba ninguna confianza. El azar quiso que una mañana, un compañero del curro al oír mi problema me dijera:
― ¿Por qué no entrevistas a mi prima? Es enfermera geriátrica y te saldrá barata ya que como no ha conseguido trabajo, se ha tenido que volver al pueblo.
Confieso que, si bien no me hacía gracia contratar a alguien emparentado con él, la urgencia hizo que me asiera a su sugerencia como el que se agarra a un clavo hirviendo y acepté conversar con ella, sin darle mayores esperanzas.
Debido a que su pueblo estaba lejos de Madrid, quedé que a los dos días la recibiría. ¡Malditos dos días! En esas cuarenta y ocho horas, mi madre se cayó en la ducha, se rompió la pierna y perdió la poca conexión con la realidad que le quedaba. Por eso, tuve que pedir un anticipo de mis vacaciones para estar con ella.
La mañana que conocí a Irene, estaba con los nervios a flor de piel. Todo era un mundo para mí y reconozco que estaba totalmente sobrepasado por los acontecimientos. Mientras la esperaba sentado en mi salón, no podía dejar de pensar en que quizás tendría que finalmente internar a mi pobre madre en un asilo. Para colmo cuando llegó y tocó a mi puerta, me encontré que la muchacha era una cría.
«¡No me jodas!», pensé al ver que era una rubita con cara de niña buena, «¡Si acaba de salir del colegio!».
Afortunadamente durante la entrevista, Irene demostró ser una persona con la cabeza bien amueblada y agradable que de forma rápida consiguió cambiar mi primera impresión. Cómo además sus pretensiones económicas eran bajas y al no tener donde vivir, se quedaría en casa, me terminó de convencer porque así me aseguraba un servicio 24 horas. Tras una breve discusión llegamos al acuerdo que sus días libres coincidirían con los míos por lo que cerré con un apretón de manos el trato.
La alegría que demostró al ser contratada me hizo casi arrepentirme de la decisión. Comportándose como una adolescente, empezó a pegar saltos chillando mientras me agradecía el hecho de no tener que volver al pueblo.
― ¿Cuándo puedes empezar? ― pregunté creyendo que me diría que en un par de días y con la idea de usar ese tiempo en buscar a otra.
―Hoy mismo, en dos horas. Solo tengo que recoger mi ropa de casa de mi primo…
3

A la mañana siguiente cuando desperté el recuerdo de cómo había dejado llevar pensando en ella, me golpeó con fiereza. Con la luz del día mi actuación me resultó repulsiva y carente de toda lógica, teniendo en cuenta no solo nuestra diferencia de edad sino el hecho de que esa niñata era la enfermera. Asumiendo que cualquier acercamiento por mi parte terminaría en fracaso y sin nadie que se ocupase de mi madre, decidí no volver a cometer ese error y con ello en mi mente, me levanté al baño.
Al ser temprano, no tenía prisa y con ganas de relajarme, llené la bañera y me metí en ella. El agua caliente me adormeció y sin darme cuenta Irene volvió a mi mente. Rememorando lo soñado, involuntariamente mi pene se alzó sobre la espuma, como muestra clara que por mucho que lo intentara esa mujercita me tenía alborotado. Afortunadamente el sopor me impidió pajearme porque si no hubiera sido todavía más humillante la pillada que esa bebé me dio.
Estaba con los ojos cerrados luchando con las ganas de coger mi polla y darle uso cuando de pronto escuché:
―Señor, le he traído un café y el periódico. ¿Quiere que se lo lea?
Mi sorpresa fue total porque al abrirlos, me encontré con esa chavala sentada en una silla, mirándome. Me quedé paralizado cuando extendiendo su brazo me dio la taza como si nada.
― ¡Estoy en pelotas! ― grité mientras usaba una mano para tapar mis vergüenzas.
La muchacha, sin darle importancia, me contestó:
―Por eso no se preocupe, además de enfermera tengo cinco hermanos y no me voy a escandalizar por ver a un hombre desnudo― pero al ver la mirada asesina con la que le regalé, decidió dejarme solo.
«¡No me puedo creer que haya entrado sin llamar!», pensé de muy mala leche, «¡Esta tía se ha pasado dos pueblos!».
Indignado hasta decir basta, me terminé el puto café y saliendo del baño, entré en mi habitación para descubrir que esa cretina me había hecho la cama. Que hubiera asumido que podía arrogarse también esa función acabó por sacarme de las casillas y vistiéndome, resolví montarle una bronca, aunque eso significara quedarme sin sus servicios.
El destino quiso que, al llegar a la cocina, estuviera dando de desayunar a mi madre y sabiendo cómo le alteraban los gritos, tuve que contenerme y decirle en voz baja:
―Irene, tenemos que hablar.
La muchacha levantó su mirada al oírme y con una sonrisa, contestó:
―Ya sé que debía haberle preguntado, pero al ver que las sabanas estaban llenas de manchas blancas, me pareció lógico el cambiarlas.
Saber que esa chavala había descubierto los restos de mi corrida, me llenó de cobardía y sin los arrestos suficientes para encararme con ella, me di la vuelta y salí de casa, pero no lo suficientemente rápido para que no llegara a mis oídos que Irene le decía a mi vieja:
―Menos mal que he llegado a esta casa, no comprendo cómo han podido vivir ustedes solos sin nadie que los cuidara.
Ya en el coche y mientras pensaba en lo ocurrido, resolví:
«¡Me tengo que librar de esta loca!».
La rutina del día a día y el cúmulo de trabajo que se agolpaba sobre mi mesa consiguieron hacerme olvidar momentáneamente del problemón que me esperaba cuando volviera del curro. Durante todo el día la actividad me mantuvo ocupado, de manera que no fue hasta las siete de la tarde cuando recordé que esa noche tendría que poner las maletas de esa niña en la calle.
Si ya no tenía ninguna duda de que tenía que echarla, fue su primo quien me hiciera ratificarme aún más en esa decisión al decirme:
―Por cierto, Alberto, esta mañana me llamó Irene y me contó lo feliz que estaba viviendo en tu casa ya que tu madre es un encanto y tú todo un caballero.
Mi cara de alucine debió ser tan rotunda que muerto de risa me comentó que, tomándole el pelo, le soltó que no se fiara porque tenía fama de Don Juan y que ella al oírlo, se había indignado y que le había colgado el teléfono, contestando:
―No te permito que hables así de mi jefe.
En ese momento, no supe con quién estaba más cabreado si con su primo por ser tan indiscreto o con ella por su absurdo comportamiento. La actitud que había demostrado esa chavala revelaba un sentimiento de propiedad que nada tenía que ver con la debida fidelidad a quién le paga sino más bien con un enfermizo modo de ver nuestra relación laboral.
Os reconozco que cuando encendí mi coche, estaba tan furibundo que, de habérmela encontrado en ese instante, la hubiera cogido de su melena y la hubiese lanzado fuera de mi chalé sin más contemplaciones. Afortunadamente para ella, la media hora que tardé en llegar me sirvió para tranquilizarme y por eso al cruzar la puerta pude escuchar unas risas que provenían del salón.
Ese sonido tan normal por otros lares me resultó raro dentro del mausoleo en el que se había convertido mi hogar. Extrañado e incrédulo por igual, me acerqué a ver la razón de tanta alegría. Al entrar en esa habitación, descubrí a mi madre chillando de gusto y a Irene haciéndole cosquillas. Esa escena que en otro momento me hubiese enternecido, me dejó paralizado por la indumentaria de la muchacha.
«¡No puede ser verdad!», rumié entre dientes al percatarme que Irene llevaba puesto un uniforme nuevo y que este al contrario del anterior no podía ser más sugerente.
Desde mi ángulo de visión, el exiguo tamaño de su vestido rosa me dejaba observar en su plenitud dos maravillosas nalgas apenas cubiertas por una tanguita azul. Si ya eso era un cambio brutal, más aún lo fue ver que como complemento, la cría se había puesto unas medias con liguero. Si queréis que defina ese traje, parecía el disfraz que llevaría una stripper encima de un escenario. Mientras babeaba admirando su belleza, Irene no paraba de jugar con mi madre sin percatarse del extenso escrutinio al que la estaba sometiendo.
«Parece una puta cara», sentencié bastante molesto por el modelito y alzando la voz, dije:
―Buenas noches.
La niñata al escucharme, se levantó del suelo y corriendo hacia mí con una sonrisa, me soltó:
―Señor, ¿Le gusta mi nuevo uniforme?
Os juro que al verla de pie y descubrir que su tremendo escote me dejaba ver sin disimulo el sujetador de encaje, provocó que tuviese que hacer verdaderos esfuerzos para no quedarme allí mirándole las tetas. Retomando mi cabreo, contesté:
―No, me recuerdas con él a una zorra que pagué.
Mi ruda respuesta la dejó paralizada y con lágrimas en los ojos, me preguntó qué era lo que no me gustaba. Fue entonces cuando cometí quizás el mayor acierto de mi vida porque acercándome a ella, con dureza, respondí:
― ¿No te das cuenta de que soy un hombre y que con él estás declarándome la guerra? ― para recalcar mis palabras, manoseé sus nalgas mientras le decía: ―Da la impresión de que lo que deseas es que te follé.
Si bien era previsible que Irene se echara a llorar, lo que no lo fue tanto fue que al sentir la tersura de su piel se despertara el animal que tenía dentro y aprovechando que estaba de frente a mí, perdiendo la cabeza, desgarrara su vestido dejándola medio desnuda.
―Si quieres que te trate así, ¡No te lo pongas!
Al observar el pánico en sus ojos, me tranquilicé y dándome la vuelta me fui a mi habitación. Ya solo, el maldito enano que todos tenemos en la mente me echó en cara mi conducta:
«Eres un hijo de puta. ¡Pobre niña!», machaconamente mi conciencia perturbó mi ánimo.
Mis remordimientos fueron en alza hasta que, al no poderlos aguantar, decidí ir a pedirle excusas. Pensando que la chavala estaría haciendo la maleta, me dirigí a su habitación y aunque no la encontré, si me topé con el otro uniforme que se había comprado. Si el primero era escandaloso, este segundo era aún peor porque era totalmente transparente. Al examinarlo bien, descubrí que me había equivocado porque a la altura de donde debían ir sus pechos cuando se lo pusiera, dos cruces rojas taparían sus pezones.
Comprenderéis e incluso aceptaréis que, al imaginarme a Irene con semejante vestimenta, me excitara y tratando de analizar esa conducta, caí en la cuenta de que la única explicación posible era… ¡Que esa cría tuviera alma de sumisa!
Ese descubrimiento quedó confirmado cuando bajé a la cocina y me encontré con la rubia en sujetador y tanga. Todavía sin tenerlas conmigo quise corroborar mis sospechas y por eso le pregunté por qué andaba así. Su respuesta lo dejó clarísimo:
―Usted me lo ordenó― su tono seguro era el de alguien que no había cometido ningún error.
Al someter su contestación a un somero estudio, supe que no había equívoco y que esa cría al aceptar trabajar en mi casa había asumido que sería enfermera, chacha y esclava para todo. Deseando revalidar ese extremo, la llevé al salón y sentándome en el sofá, le ordené que se arrodillara a mis pies. La sonrisa que leí en sus labios mientras obedecía, me demostró que aceptaba de buen grado ese estatus.
Confieso que me calentó verla adoptando esa posición tan servil y forzando su entrega, le pregunté:
― ¿Quién eres?
Mi interrogatorio la destanteó y bajando su mirada, respondió:
―Su enfermera.
Al escucharla, solté una carcajada y tomando uno de sus pechos en mis manos, repetí mientras le daba un pellizco en el pezón:
―Te he preguntado quién eres, ¡No quién aparentas ser!
El gemido que surgió de su garganta fue lo suficientemente elocuente, pero, aun así, esperé su contestación. La cría con rubor en sus mejillas me miró diciendo:
―Nadie, no soy nadie. Una esclava solo tiene derecho a ser eso, una esclava.
Usando entonces mi nuevo poder, le ordené que se desnudara. Irene que obedeció desabrochó su sujetador y lo dejó caer al suelo. Con satisfacción observé que sus senos se mantenían firmes sin la sujeción de esa prenda y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera, que permaneció completamente desnuda para ser inspeccionada.
―Acércate.
La mujercita se arrodilló y gateando llegó hasta mi lado, esperó mis órdenes.
―Aquí estoy, amo―, escuché que me decía.
―No te he dado permiso de hablar― la recriminé. ―Date la vuelta y muéstrame tu culo.
Con una sensualidad estudiada, se giró y separando sus nalgas, me enseñó su ano. Metiendo un dedo en él, comprobé tanto su flexibilidad y satisfecho, le di un azote y le exigí que me exhibiera su sexo. Satisfecha de haber superado la prueba de su trasero, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi aprobación.
― ¡Qué belleza! ― complacido exclamé al comprobar que lo llevaba completamente depilado. ―Separa tus labios― ordené.
Obedeciendo, usó sus dedos para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, me percaté que brillaba a raíz de la humedad que brotaba de su interior. No tuve que ser ningún genio para comprender que, el rudo escrutinio, la estaba excitando.
Forzando su deseo, le di la vuelta y bajándome la bragueta, la senté en mis rodillas mientras tanteaba con la punta de mi glande su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y asumiendo que deseaba tomarla por detrás, forzó la penetración con un movimiento de su trasero. Cómo mi pene entró sin dificultad por su estrecho conducto, le pregunté:
― ¿Por qué tienes el culo dilatado?
Muerta de vergüenza y con la respiración entrecortada, me respondió:
―Me he pasado toda la tarde con un estimulador anal, soñando con esto.
Su confesión me hizo preguntar qué más planes tenía preparados antes de que yo llegara. La muy puta comenzó a moverse, cabalgando sobre mi pene, mientras me decía:
―Pensaba que, si con ese uniforme no me follaba, meterme esta noche en su cama.
El descaro que mostró me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su cuerpo empalándola a cada paso. Sus alargados gemidos fueron una muestra clara que estaba disfrutando por lo que, acelerando mis movimientos, cogí sus pechos entre mis manos. Mi nuevo ritmo le puso frenética y berreando de placer, gritó:
― ¡Supe que sería suya en cuanto lo vi!
Para entonces mi lujuria era tal que, cambiándola de postura, la puse a cuatro patas sobre el sofá y reanudé con mayor énfasis el asalto sobre su culo. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo mi trotar en un desbocado galope donde Irene no dejaba de gritar.
―Por favor, amo. ¡No deje de usar a su puta!
Contesté su total sumisión con un fuerte azote. La rubita al sentirlo aulló descompuesta:
― ¡Me encanta!
Su alarido me azuzó y alternando de una nalga a otra, le fui propinando duras cachetadas siguiendo el compás con el sacaba mi pene de su interior. El salón se llenó de una peculiar sinfonía de gemidos, azotes y suspiros que incrementó aún más nuestra lujuria. Irene ya tenía el culo completamente rojo cuando se dejó caer sobre el diván, presa de los síntomas de un brutal orgasmo. Fue impresionante ver a esa chavalita, temblando de dicha mientras se comportaba como una mujer sedienta de sexo.
― ¡Amo! ¡No pare! ― aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió la mesura y berreando como cierva en celo, se corrió mientras de su sexo brotaba un geiser que empapó mis piernas.
Fue entonces cuando viéndola satisfecha, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, seguí violando su ojete mientras la rubita no dejaba de aullar desesperada. No tardé en verter mi gozo en el interior de sus intestinos. Tras lo cual, agotado y exhausto, me tumbé a su lado. Mi nueva amante me recibió con los brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado diciendo:
―Siempre soñé con tener un dueño.
Os parecerá hipócrita, pero estaba contento por no haberla echado y aun sabiendo que la había contratado para realizar otra tarea, esa cría no solo había cubierto mis expectativas, sino que me había ayudado a reconocer mi lado dominante. Por eso, cargándola, la llevé hasta mi cama y depositándola sobre las sabanas, riendo contesté:
―En cambio, yo nunca deseé una sumisa.
Asustada por que fuera a prescindir de ella, me imploró que no lo hiciera. Soltando una carcajada, la tranquilicé diciendo:
―Pero ahora que te he encontrado, ¡No pienso perderte!

4

Llevaba casi seis meses conmigo y como siempre, mi enfermera, chacha y sierva dormía plácidamente a mi lado cuando me desperté. Aprovechándolo, usé su dormitar para observarla. Su belleza casi infantil se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Reconozco que entonces y hoy en día, es un placer espiar sus largas piernas perfectamente contorneadas, su cadera de avispa, su vientre liso y sobre todo sus hinchados pechos.
«¡Está buenísima!», pensé satisfecho aun sabiendo que lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba haciendo el amor.
Cuando la contraté, me sedujo sin saber si sería el amo que llevaba tanto tiempo buscando, pero no se lo pensó dos veces. Había descubierto nadas más verme que mi sola presencia la ponía bruta y lanzándose al vacío, buscó ser mía.
Desnuda y sabiendo que al despertar no se iba a oponer, recorrí con mis manos su trasero. Aunque el día anterior había hecho uso de él, todavía me sorprendía lo duro que lo tenía.
―Tienes un culo de revista― susurré en su oído mientras me pegaba a ella.
―Gracias mi amo― contestó sin moverse.
Su aceptación me satisfizo y recreándome en su contacto, subí por su estómago rumbo a sus pechos con mis manos. Irene suspiró al notar que mis dedos se topaban con la curva de sus senos y maullando como una gata en celo, me hizo saber que estaba dispuesta presionando sus nalgas contra mi miembro.
Alzándose como un resorte, mi pene reaccionó endureciéndose de inmediato y ella al sentir mi erección no dudo en alojarlo entre sus piernas, sin llegar a meterlo como si dudase por cuál de sus dos entradas quería su dueño tomarla.
―Eres una zorrita viciosa― dije al bajar hasta su sexo y encontrármelo empapado.
―Lo sé, amo― respondió con tono meloso moviendo sus caderas, tras lo cual y sin más preparativos se introdujo mi extensión en su interior.
Su cueva me recibió lentamente de forma que pude gozar del modo tierno en que la piel de mi verga iba separando sus pliegues y rellenando su conducto. Esperé a que la base de mi pene recibiera el beso de sus labios genitales para llevando nuevamente mi mano a su pezón darle un suave pellizco.
Mi rubita al experimentar esa ruda caricia supo mis deseos y acelerando sus movimientos, buscó mi placer mientras su vagina, ya empapada, estrujaba mi pene con una dulce presión. Tanto ella como yo lo deseábamos por lo que nuestros cuerpos se fueron calentando mientras iniciábamos un ancestral baile sobre el colchón.
Mi pecho rozando contra su espalda, a la vez que unos palmos más abajo mi verga se hundía y salía del interior de su sexo fue algo tan sensual que no pude más que besar su cuello y susurrando en su oído decirle:
―Me encanta que seas tan puta.
Mis rudas palabras fueron la orden que necesitaba para empezar a gozar y antes que me diera cuenta sus jadeos se transmutaron en gemidos y olvidándose de pedirme permiso, se corrió. Supe que tenía derecho a castigarla, pero me apiadé de ella y mientras se retorcía con el primer orgasmo de la mañana, clavé mis dientes en sus hombros para que la marca de mi mordisco fuera la enseña de su entrega. El dolor se mezcló con el placer y prolongó su clímax. Irene, dominada por la lujuria, me rogó con un grito que me uniese a ella.
―Todo a su tiempo― contesté dándole la vuelta.
La cría creyendo que deseaba besarla, forzó con su lengua mis labios. Descojonado la separé diciendo:
―Tanto me deseas que no puedes aguantar unos minutos.
Poniendo cara de putón desorejado, contestó:
―Amo, mi función es servirle y eso hago― y sonriendo, se sentó sobre mí, empalándose nuevamente.
La urgencia que mostró al empezar a saltar usando mi pene como su silla y la forma en que sus pechos se bamboleaban siguiendo el ritmo, me terminaron de excitar e incorporándome, acudí a la llamada de ese manjar metiendo uno de sus pezones en mi boca.
―Son suyos― respondió fuera de sí al sentir que como si fuera su hijo empezaba a mamar de ellos mientras su cuerpo convulsionaba nuevamente de placer.
Despertando mi lado fetichista, mojé mis dedos en su sexo tras lo cual le pedí que me los chupase. Mi petición no cayó en saco roto y bajando su cabeza, se los llevó a su boca y sensualmente usó su lengua para saborear el producto de su coño. El erotismo de su actuación que fue demasiado para mi torturado pene y como si fuera un volcán en erupción, explotó lanzando ardientes llamaradas al interior de su vagina. Irene al sentir que mi simiente anegaba su conducto y con su cara desencajada por el esfuerzo, me dio las gracias por hacerla sentir mujer.
Totalmente exhausto, me dejé caer sobre las sábanas mientras la feliz enfermera me abrazaba. Durante unos minutos, nos quedamos callados cuando de pronto se levantó corriendo:
― ¿Dónde vas?
Sonriendo, respondió:
―A cambiar el pañal a su madre. Pero no se preocupe, ahora mismo vuelvo y me echa otro polvo.
Soltando una carcajada, contesté:
―Aunque me apetece, no tengo tiempo. Debo irme a trabajar.
Mientras iba hacía el curro, no pude dejar de meditar sobre la suerte que había tenido al contratarla. Irene no solo cuidaba a mi madre con un cariño brutal, sino que había ocupado el vacío en mi cama. Comportándose la mayoría de las veces como una amante sumisa en otras ocasiones adoptaba un papel mucho más protagónico y me pedía realizar sus fantasías. No era raro que, al volver a casa, esa mujer me hubiera preparado una sorpresa, desde ir al cine para que al amparo de la oscuridad me hiciera una mamada en público, a que la llevara a un bar y en los servicios, me obligara a tomarla. Realmente, mi vida había dado un giro para bien a raíz de su llegada.
Satisfecho con ese nuevo rumbo, me cabreó en un principio que esa tarde al volver, esa rubia me pidiera como favor que durante quince días aceptara que su hermana gemela se quedara en casa.
― ¿Y eso? ― contesté al saber que, si daba mi brazo a torcer, íbamos a tener que dejar aparcada nuestra relación ya que para todos era un secreto que Irene se acostaba conmigo.
―Viene a un curso y como no quiere gastar más dinero, me ha rogado que la acoja.
Conociendo sus orígenes humildes y reconociendo que dos semanas a dieta era algo que podía soportar, acepté que viniera sin saber lo que se me venía encima.
Durante los días siguientes Irene, quizás temiendo la abstinencia, se comportó aún más ansiosa de mis caricias y aprovechó cualquier momento para dar rienda a su lujuria. Deslechado hasta decir basta, afronté con tranquilidad la llegada de su hermana…

5

Desde el momento que esa rubia angelical llegó a mi casa, se hizo cargo no solo del cuidado de mi madre, sino que se adueñó de ella de un modo tan total que no me no pude hacer nada por evitarlo. Demostrando un cariño y una ternura sin límites, cubrió a mi vieja de cuidados obligándola diariamente a ponerse guapa y a levantarse, pero también como una mancha de aceite, su presencia se fue expandiendo, asumiendo para ella funciones para las que no había sido contratada.
Un ejemplo claro de lo que hablo ocurrió a los dos días, cuando al llegar del trabajo me encontré con la sorpresa que un olor delicioso salía de la cocina. Al entrar en ella, sorprendí a Irene cocinando.
«Si sabe cómo huele, estará estupendo», pensé sin percatarme que la chavala no llevaba el atuendo blanco de enfermera sino un vestido acorde con su edad.
Haciéndome notar, señalé que esa no era su función pero que se lo agradecía. La rubia entonces sonriendo me soltó:
―Disculpe señor, pero usted cocina fatal y ya que me paso todo el día en la casa, he pensado que tanto a su madre como a usted les vendría bien mejorar sus hábitos.
No pude contradecir su lógica porque en ese momento mis ojos se habían quedado prendados del par de piernas de la niñata.
«¡No me puedo creer que no me haya fijado antes!», exclamé mentalmente al admirar la perfección de sus muslos y disfrutar de la forma redonda de su culo.
Irene, o bien no se dio cuenta de mi escrutinio, o lo que es más seguro le divirtió descubrir que sus encantos me afectaban porque, meneando el trasero, llegó hasta mí y dándome una factura de supermercado, me dijo:
―Me debe cincuenta y ocho euros. Si le parece bien a partir de hoy, cocinaré y haré la compra para que usted pueda descansar.
Su franqueza me hizo titubear, pero atontado y consciente de que bajó mi pantalón mi pene se había puesto duro, solo pude sacar la cartera y pagarle. Ya con los billetes en su mano, guiñándome un ojo, me soltó:
―Voy a ponerme el uniforme y cenamos.
Confieso que me giré a verle el culo cuando se fue y también que babeé al observar como al subir las escaleras, sus muslos eran aún más impresionantes.
«¡Qué buena está!», no pude dejar de reconocer.
La chavala volvió al cabo de cinco minutos, ya vestida de enfermera. Al observarla comprendí el motivo por el que me había pasado desapercibido que esa cría era un portento. Su uniforme además de feo disimulaba sus curvas y no dejaba entrever que debajo de esa tela había un pedazo de mujer. Involuntariamente puse un mohín de disgusto que cazó rápidamente al vuelo porque como si no quiere la cosa mientras cenábamos me soltó:
―Señor, necesito que me compre dos trajes más de enfermera. Solo tengo uno y además es horroroso.
Alucinado y sintiéndome descubierto, saqué nuevamente mi billetera y le di dinero para que los comprara ella. Irene cogió el dinero sin poner ninguna objeción y habiendo conseguido su objetivo, me preguntó que le parecía lo que había guisado.
―Está delicioso― respondí con sinceridad.
Mis palabras le alegraron y con un brillo que no supe comprender en ese momento contestó:
―No tendrá queja de lo bien que les voy a cuidar a los dos.
El tono meloso con el que lo dijo me puso los pelos de punta porque, lo quisiera o no, era evidente que encerraba una insinuación que poco tenía que ver con su oficio. No queriendo profundizar en el tema, terminé de cenar y como cada noche, fui a llevar mis platos al lavavajillas, pero entonces Irene quitándomelos de las manos, me dijo:
―Váyase a descansar, ya los meto yo.
Por mucho que protesté, la cría no dio su brazo a torcer y se salió con la suya, de modo que no me quedó otra que irme a ver la tele al salón. Os juro que no sé siquiera que narices vi porque mi mente estaba tratando de analizar el comportamiento de esa mujercita. Aunque interiormente sabía que se traía algo entre manos, no quise reconocerlo y por eso acepté sus nuevas funciones como un hecho consumado.
Estaba todavía confuso cuando al cabo de diez minutos, llegó hasta mí y dándome un beso en la mejilla, susurró en mi oído:
―Voy a ver a su madre y después me acuesto.
Nada me había preparado para esa muestra de cariño, ni mi vida de solterón, ni mi relativo éxito con las mujeres porque al sentir sus labios tersos sobre mi piel y oler la fragancia a mujer que manaba de sus poros, como un resorte mi verga se izó debajo de mi ropa. Avergonzado, descubrí que se había fijado y por eso totalmente rojo, me quedé callado mientras ella desaparecía de la habitación.
«Tío, ¿de qué vas? ¡Es solo una niña!», refunfuñé de mal humor al descubrir que la deseaba.
Molesto conmigo mismo, apagué la tele y me fui a dormir. Desgraciadamente me resultó imposible conciliar el sueño porque como si fuera una maldición el recuerdo de su belleza volvía una y otra vez a mi mente.
Dejándome llevar, me imaginé que Irene entraba en mi habitación vestida con un vaporoso picardías y que, llegando a mi lado, se agachaba sobre mí dejándome disfrutar de la visión de su escote. Mitad fantasía, mitad pesadilla, la oí decirme mientras mis ojos trataban de descubrir el color de sus pezones:
― ¿No cree que su enfermerita se merece un beso al irse a dormir?
No me lo tuvo que decir dos veces y levantándola en vilo, forcé su boca con mi lengua. La necesidad imperiosa que sentíamos hizo el resto, dejándonos llevar por la pasión, nos besamos mientras nuestros cuerpos empezaban a moverse completamente pegados. Muerta de risa, Irene pasó su mano por mi entrepierna y poniendo cara de puta, me preguntó:
― ¿Merezco algo más?
― ¡Por supuesto que sí! ― exclamé mientras cogía una de sus perfectas peras entre mis labios.
Al sentir mi lengua juguetear con su aureola, presionó mi cabeza con sus manos mientras me susurraba:
― ¡Hazme tuya!
Su completa entrega me dio alas y creyéndome el sueño, me vi arrodillándome a sus pies. Tras lo cual, separándole las piernas, le quité el tanga. Su dulce aroma recorrió mis papilas mientras ella no paraba de gemir al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
― ¡Sigue! ― me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y me puse a mordisquearlo buscando devorar el flujo de su coño.
― ¡Qué gusto! ― gimió como una loca y presionando mi cabeza, me rogó que continuara.
Sabiendo que todo era producto de mi mente, separé sus rodillas y quedé embelesado al descubrir que la rubita tenía el chocho depilado y con mi corazón latiendo a mil por hora, no pude dejar de reconocer que, si ya era bello de por sí, al no tener ni un pelo que estorbara mi visión, era pecaminosamente atrayente.
Un tanto cortado al recordar nuestra diferencia de edad, me desnudé deseando que ella al ver mi cuerpo no se arrepintiera de lo que íbamos a hacer. Afortunadamente, Irene miró mi erección con aprobación y me llamó a su lado. Nada más tumbarme a su lado, me cubrió de besos mientras su cuerpo temblaba cada vez que mis manos la acariciaban:
―Fóllame― me ordenó con la respiración entrecortada.
Excitado hasta decir basta, contuve mis ansias de obedecerla y metí mi cara entre sus pechos. Al hacerlo, su dueña no paraba de pedirme que la hiciera mujer. Cambiando de objetivo, me concentré en el tesoro que escondía su entrepierna. Ya con las piernas abiertas y sus manos pellizcando sus pezones, Irene pegó un alarido al experimentar las caricias de mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo.
― ¡Qué belleza! ― exclamé al disfrutar de ese coño juvenil.
La que hasta entonces se había comportado como una tierna amante se convirtió en una hembra exigente que cogiendo mi pene entre sus manos e intentó forzarme a que la tomara. Obviando sus deseos, seguí devorando su chocho cada vez con más ansiedad. Mis maniobras cumplieron su cometido y dominada por el deseo, se retorció dando gritos sobre las sábanas. Empapando el colchón con su flujo, su sexo se transmutó en un riachuelo que intenté secar, pero cuanto más lo devoraba era mayor la cantidad de líquido que manaba y queriendo absorberlo, prolongué su éxtasis, uniendo su primer orgasmo con el siguiente.
Fue entonces cuando con una súplica, me rogó:
―Quiero sentirte dentro de mí― tras lo cual llevó mi pene hasta su sexo.
La necesidad que demostró mientras lo hacía, acabó con mis reparos y tumbándola sobre su espalda, le separé las rodillas mientras le decía:
― ¿No querrás un aumento de sueldo por esto? ― pregunté posando la cabeza de mi miembro en su sexo.
― ¡Mierda! ¡Hazlo ya! ― imploró mientras movía sus caderas intentando metérselo dentro.
Centímetro a centímetro lo vi desaparecer en el interior de su vagina mientras la enfermera de mi madre se mordía los labios con deseo. Al sentir que la había llenado al completo, di inicio a un lento vaivén, sacando y metiendo mi verga de ese estrecho conducto mientras ella no paraba de gemir. Su entrega me confirmó que estaba gozando y por eso fui incrementando poco a poco la velocidad de mis maniobras.
― ¡Dame duro! ― chilló descompuesta.
Su rendición se tornó en total al asir sus pechos con mis manos y berreando de placer, gritó a los cuatro vientos su orgasmo.
― ¡Me corro! ― la oí gritar.
Contagiado de su lujuria, incrementé mi ritmo y mientras por mis piernas se deslizaba su flujo, seguí martilleando su interior con sus gemidos resonando en mis oídos. Supe que no iba a poder retener mi propio clímax si seguía así y por eso bajé mi compás. Irene al notarlo, protestó y con voz melosa, me rogó que siguiera más rápido.
Sus palabras me convencieron y elevando la velocidad de mis penetraciones, golpe a golpe asolé sus pocas defensas hasta que sus alaridos de placer fueron el acicate que necesitaba para que mi miembro regara con mi semen su interior.
Sabiendo que había sido un sueño, aun así, me dormí con una sonrisa en los labios hasta el día siguiente.

Relato erótico: “Cómo seducir a una top model en 5 pasos (10)” (POR JANIS)

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Los Juegos del Hombre.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Me despierto con los primeros rayos de sol de la mañana, como cada día. En el Distrito 12, quedarse en la cama hasta media mañana es un lujo que no nos podemos permitir. La vida es bastante dura en La Veta, entre minas de carbón y hierro.

Hoy es el día de la Cosecha; hoy es el día del año en que te juegas tu futuro, si tienes menos de veinte años. Hasta el aire huele diferente en un día como el de hoy.

Cuando bajo, mi madre está despachando pan, como cada día, pero la clientela, habitualmente dicharachera, está silenciosa, mirándose furtivamente unas a otras. Mi padre, en la trastienda, se ocupa del horno sin tararear sus famosos gorgoritos. Todo es distinto en el día de la Cosecha.

Me llamo Cristo y hoy es un día a dejar atrás cuanto antes.

¿Queréis que os cuente la historia? Bueno, esto, antiguamente, esto era un continente llamado Europa, donde vivían millones de personas. Pero tras una sucesión de calamidades –sequías, tormentas, incendios, mares que se desbordaron y tragaron gran parte de la tierra, y la brutal guerra que acaeció para hacerse con los recursos que quedaron-, el resulto fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos.

Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. El Tratado de la Traición nos dio unas nuevas leyes para garantizar la paz y, como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben volver a repetirse, no dio también los Juegos del Hombre.

Las reglas de los Juegos del Hombre son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce distritos debe entregar un chico y una chica, llamados “tributos”, para que participen. Los veinticuatro tributos son encerrados en un enorme palacio con jardines y cientos de habitaciones. Una vez dentro, los participantes tienen que relacionarse y lidiar con las trampas instaladas, hasta alcanzar la meta deseada. Todo se convierte en una lucha sexual, tanto el entorno como los contrincantes que dispone el Capitolio. Los jugadores pueden formar alianzas o bien engañarse mutuamente. Al final, gana quien quede en pie y con libertad de movimientos.

“Entregad a vuestros hijos y obligarlos a yacer para gloria del Capitolio”; así nos recuerdan que estamos a su merced, derrotados y subyugados. “Mirad como nos llevamos a vuestros hijos y los sacrificamos sin que podáis hacer nada al respecto. Si levantáis un solo dedo, os destrozaremos a todos, igual que hicimos con el Distrito 13.”, ese es el mensaje.

Desde que las niñas tienen su primera menstruación y los niños su primera polución nocturna, sus nombres pasan a engrosar el contenido de las dos enormes bolas de cristal que se guardan en la alcaldía. Cuando cumplen los veinte años, esos nombres son retirados. Para que resulte más humillante, el Capitolio exige que tratemos los Juegos del Hombre como una festividad, un acontecimiento deportivo y social en el que los distritos compiten entre sí. Al tributo ganador se le recompensa con una vida fácil y su Distrito recibe premios, sobre todo maquinaria y tecnología, y suficientes subclones para garantizar la producción del distrito. Los subclones son baratos de producir, pero la población humana está degenerando últimamente. Hay menos niños y la vida es dura para los distritos más exteriores. Por eso mismo, los Juegos premian las relaciones sexuales y la fertilidad.

Por otra parte, todos los derrotados que queden con vida en los Juegos, pasan a pertenecer al distrito vencedor. Algunos han quedado tocados irremediablemente por las drogas o los productos químicos que se utilizan en ciertas pruebas, y otros han perdido la vida. Como he dicho antes, los Juegos cambian tu futuro, de la forma que sea.

Mi padre me pone la mano en el hombro, sorprendiéndome. Me giro y nos sonreímos. Quiere hacer que crea que está orgulloso de mí, pero veo el miedo en sus ojos. Nunca he sido un chico fuerte ni alto. Soy más bien un renacuajo debilucho, con cara de niño asustado, pero dispongo de un arma secreta, y él lo sabe. Mi madre, tras despachar a sus clientes, se acerca también y me abraza.

― ¿Te has lavado detrás de las orejas? – me pregunta, con lágrimas en los ojos.

― Zi, máma y también debajo de los huevesillos – le contesto, con una sonrisa.

― Bien, hijo, casi es la hora. Tenemos que ir a la plaza – susurra mi padre.

La plaza está abarrotada y los murmullos se elevan como si burbujeasen. Las dos grandes esferas de cristal ya están colocadas sobre la tribuna, a pie de la alcaldía. El acalde está de pie, al lado de una de ellas. Un poco más al fondo, sentada en una silla, se encuentra Effie Trinket, la acompañante del Distrito 12, recién llegada del Capitolio, con su aterradora sonrisa blanca, el pelo rosáceo y un traje verde primavera. El carraspeo del alcalde, amplificado por el sistema, acalla a la gente, haciendo que presten atención. Va a comenzarla Cosecha.

Primeramente, el hombre lee la lista de los habitantes del Distrito 12 que han ganado en anteriores ediciones. En setenta y cuatro años, hemos tenido exactamente dos ganadores, y solo uno sigue vivo: Haymitch Abernathy, un barrigón de mediana edad que, en estos momentos, aparece berreando y se tambalea en la tribuna, dejándose caer en la silla que está al lado de Effie. La multitud aplaude a su antiguo héroe, pero el hombre, aturdido, prefiere meterle mano a la escandalizada acompañante. El alcalde agita la cabeza, con disgusto. Todo está retransmitido en directo y el Distrito 12 será el hazmerreír de Panem. Intenta arreglar la situación presentando a Effie Trinket, quien se levanta rápidamente, siempre alegre y saluda:

― ¡Felices Juegos del Hombre! ¡Y que la suerte esté siempre de vuestra parte! – exclama, agitando una mano, con la peluca rosa medio torcida por el sobeo de Haymitch.

Me desentiendo del discurso de Effie y paseo la mirada por el gentío. Todo el mundo tiene el semblante serio y preocupado. Hoy cualquier familia puede perder un hijo o una hija. Una de las costumbres instaladas por el Capitolio tiene que ver con las faltas. Si un chico o una chica, en edad de participar en la Cosecha, comete una falta, su nombre es nuevamente añadido a la lista, por lo que la posibilidad de ser escogido aumenta. Cuantas más faltas, más posibilidades. Y no hablemos ya si comete un delito. Dependiendo el grado, su nombre es introducido entre diez y cien veces.

El mío, en particular, está varias veces repetido, calculo que veinticinco veces, al menos. Tuve una época traviesa…

― ¡Las damas primero! – exclama Effie, iniciandola Cosecha.

Su mano se introduce en la bola de cristal de las chicas. Mete la mano hasta el fondo y saca un trozo de papel. La multitud contiene el aliento. Effie alisa el papel y con voz clara, exclama:

― ¡Primrose Everdeen!

Las microcámaras flotantes y los nanomicros recogen perfectamente su voz y su imagen. Me quedo alucinado. ¡La pequeña Prim ha sido escogida! ¡No puede ser! En apenas unos segundos, tal como sospechaba, escucho su voz:

― ¡Me presento voluntaria! ¡Me presento voluntaria como tributo!

Su hermana mayor, Calenda, la salva de la Cosecha. Prim tiene doce años, es su primera Cosecha. No tendría ninguna oportunidad. Calenda se ofrece a reemplazarla, como permiten las reglas. Se eleva un fuerte murmullo entre el público. Calenda es la chica más hermosa del Distrito, una hermosa y perfecta diosa de diecinueve años, algo salvaje y orgullosa. La chica que me hace palpitar desde hace tiempo. ¡Puta mala suerte!

Prim se abraza a su hermana, colgándose de su cuello. Las dos lloran. El novio de Calenda consigue apartar a la hermanita. Es un tipo guapo, alto y fuerte. Todo lo que yo no soy. Cuando Calenda sube a la tribuna, nadie aplaude, ni vitorea. En silencio, toda la gente de la plaza hace la señal de respeto, yo incluido. Nos llevamos tres dedos sobre los labios y presentamos la mano alzando el brazo. La chica le gusta a todo el mundo y están apenados por ella.

Effie, tras presentarla a las cámaras, se acerca a la bola de los chicos para sacar al compañero de Calenda en los Juegos, y el silencio se adueña de nuevo de la plaza.

― ¡Cristóbal Heredia!

Casi me caigo de culo. La mano de mi padre me sostiene por el cuello. Mi madre chilla débilmente. ¡No me jodas! Mi corazón amenaza con estallar. ¡Voy a ir a los Juegos del Hombre con Calenda! Creo que podría sentirme hasta feliz.

_____________________________________________________________

Todo sucede muy rápido que apenas recuerdo haberme despedido de mi familia. Nos encontramos en un tren muy veloz que traga millas hacia el Capitolio. Tomamos contacto con nuestro entrenador Haymitch y comprobamos que, a pesar de ser un borrachín, en un tipo que sabe lo que se hace con respecto a los Juegos.

Tras pedirle a Calenda que se desnude, Haymitch palpa con atención y placer cada pulgada de su piel. Aprovecho para echar unos cuantos vistazos a ese espléndido cuerpo. Después me toca el turno. Al parecer no le da importancia que yo sea un chico. Me soba lentamente la polla, haciéndola crecer. Sorprendo, en un par de ocasiones, a Calenda mirándome la entrepierna. Ya os dije que disponía de un arma secreta, ¿no?

El propio Haymitch se queda un tanto embelesado cuando mi pene adopta sus medidas reales con la excitación. Soy pequeñito y delgadito, pero esa porción de mi cuerpo tiene personalidad y peso propio; un grueso miembro de veintidós centímetros de largo.

― Bueno, me parece que esto nos va a asegurar unos cuantos patrocinadores – se ríe Haymitch. — ¿Qué piensas, Calenda?

― Estoy segura de que será así – asiente ella.

Nos ponemos al día entre nosotros. Calenda cuenta las experiencias que ha tenido con su novio. Aunque nuestra sociedad rechaza todo anticonceptivo, es costumbre impedir el embarazo mientras se está en edad de participar en la Cosecha. Para ello, la sodomía suele ser la mejor salida para las relaciones sexuales entre novios. Calenda afirma tener bastante experiencia en ello, así como en sexo oral.

Nada más escucharla decir aquello, me pone burro. ¿Qué queréis que os diga? Es mucha mujer.

― ¿Y tú? – me pregunta Haymitch.

La verdad es que no he tenido muchos encuentros amorosos fuera de mi… círculo. No soy un tipo que vaya enamorando chicas, aunque he tenido varios asuntillos con algunas clientas. Me van bastante las maduritas. Pero, me va aún mejor con el círculo familiar…

La cosa empezó con una de mis tías, viuda, con la que me veía cada viernes. Después fueron sus hijas, y, con ellas, otras primas lejanas. Finalmente, mi hermana mayor tomó la costumbre de llamarme a su casa, cada vez que su marido salía de viaje.

Todas me dicen que soy como un osito de peluche, pequeño, suave y consolador.

Calenda mi mira con los ojos muy abiertos, sorprendida por mi confesión. Me encojo de hombros, queriendo hacer hincapié en que no es culpa mía si me buscan.

― Está bien. Creo que este año puedo contar con dos chicos con experiencia y resistencia – se frota las manos nuestro preparador.

Tras un día entero de viaje, llegamos al Capitolio, donde nos llevan junto a nuestro equipo de estilistas. Flavius, Venia, y Octavia comandan otras mujeres que pronto se ocupan de arrancarnos todo el vello del cuerpo. Nos tumban en unas camillas y nos embadurnan de un oloroso mejunje que nos exfolia y nos depila, casi al completo, salvo las cejas y el cabello. Después de eso, las pinzas se ocupan de quitar cualquier pelo rebelde que haya quedado atrás.

Me siento raro, mirándome la entrepierna y los testículos, todo tan limpio de vello. Mi pene parece mucho más largo. Sorprendo de nuevo a Calenda observándome. Cinna, el estilista mayor, acude a vernos, así desnudos. Queda muy contento con Calenda y con su cuerpazo, pero no tiene ni idea de que hacer conmigo. Piensa usar un fuego sintético sobre unas mallas negras, para dar la impresión de que estamos ardiendo. Es algo que se le ha ocurrido, relacionado con el carbón. Seguro que mi compañera queda súper genial, envuelta en llamas, pero yo seré poco más que una brasa a su lado.

____________________________________________________________________

Llega el momento del desfile. Nos sitúan sobre un carro bellamente adornado, tirado por dos caballos tan negros que parecen pintados. Las mallas negras se nos pegan al cuerpo como guantes. Sobre ellas, flotan tenues telas amarillas y naranjas que parecen flotar en el aire a cada movimiento. Cinna se nos acerca y sonríe con complicidad.

― Vais a salir enseguida. Recuerda como te verán – dice Cinna en tono soñador –: Calenda, la chica en llamas.

― Y yo la pavesa al viento – gruño al subirme al escabel que han dispuesto al lado de Calenda, para que no parezca tan bajito.

― ¿Qué piensas de llevar ese fuego? – me pregunta ella, con un murmullo.

― Te arrancaré la capa si tú arrancas la mía.

― Trato hecho – me sonríe.

Comienza el desfile. Los himnos suenan con fuerza. Los del Distrito 1 van en un carro tirado por caballos blancos como la nieve. Están muy guapos, rociados de pintura plateada y vestidos con elegantes túnicas, cubiertas de piedras preciosas. El Distrito 1 fabrica artículos de lujo para el Capitolio. Oímos el rugido del público; siempre son los favoritos.

El Distrito 2 se coloca detrás de ellos, y luego los demás. En pocos minutos, nos encontramos acercándonos a la gran puerta por la que debemos salir. Los del Distrito 11 acaban de salir cuando Cinna aparece con una antorcha encendida.

― Allá vamos – dice y, antes de poder reaccionar, prende fuego a nuestras capas. Ahogo un grito, esperando que llegue el calor, pero solo noto un cosquilleo. – Funciona. Calenda, la barbilla alta. Sonríe. ¡Te van a adorar!

Calenda me da la mano. Se aferra con fuerza mientras salimos a la vista de la multitud que se apretuja en la amplia avenida. Nunca he visto tanta gente junta. Sus silbidos y aclamaciones me ensordecen. Sus rostros se giran hacia nosotros, olvidándose de los demás carros que nos preceden. Calenda me señala la gran pantalla de televisión en la que aparecemos y nuestro aspecto me deja sin aliento. Con la escasa luz del crepúsculo, el fuego nos ilumina los rostros; es como si las capas dejasen un rastro de llamas a nuestras espaldas.

La música alta, los vítores y la admiración me corren por las venas, y no puedo evitar emocionarme. El nombre de mi compañera está en boca de todos: Calenda, la chica en llamas.

Los carros nos llevan justo hasta la mansión del presidente Snow. La música termina con unas notas dramáticas. El presidente, desde la escalinata, nos da la bienvenida oficial. Lo tradicional es que enfoquen las caras de todos los tribunos durante el discurso, pero veo que mi compañera sale más de la cuenta. Sin duda es la más hermosa de todas las participantes.

Tras esto, nos internan en el centro de entrenamiento. Muchos de los tributos nos miran con odio. Empezamos bien, coño. Calenda aún me tiene cogido de la mano. El centro de entrenamiento es una torre diseñada exclusivamente para los tributos y sus equipos. Este será nuestro hogar hasta que comiencen los Juegos. Cada distrito dispone de una planta entera, solo hay que subir a un ascensor y pulsar el botón correspondiente. Como es natural, el nuestro es el piso 12.

Abajo, en unos grandes sótanos, es donde se ubican las salas de entrenamiento, llenas de extraños aparatos, colchones, y armarios llenos de instrumentos eróticos. Durante una semana, entrenaremos y tendremos clases con educadores especialmente preparados para ello. Habrá tres días para que los tributos entrenen juntos. Así mismo, la última tarde, tendremos la oportunidad de actuar, en privado, ante los Vigilantes de los Juegos.

Cuando entramos en el “gimnasio”, por primera vez, somos los últimos en llegar. Los otros tributos están reunidos en un círculo muy tenso, con un número pintado sobre uno de los brazos, el de su distrito. Inmediatamente, nos pintan el nuestro con un artilugio.

En cuanto nos unimos al círculo, la entrenadora jefe una mujer alta y atlética llamada Atala, da un paso adelante y nos explica el horario de entrenamiento. En cada puesto, habrá un educador experto en la materia en cuestión. Podemos ir de una zona a otra como queramos, aprendiendo y practicando. Está prohibido entrenar con un tributo de otro distrito. Si necesitamos ayudantes, disponemos de subclones.

No puedo evitar fijarme en los demás chicos. Casi todos ellos y, al menos, la mitad de las chicas, son más altos que yo. Espero que los encuentros con mis primas me hayan servido para algo.

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La primera clase a la que Calenda y yo asistimos, versa sobre los puntos de placer del cuerpo humano. La verdad es que conocía los más elementales, como el clítoris, la vagina, los pezones, y el ano. Pero no acaban ahí. Nos hablan sobre el cuello y la nuca, la parte baja de la espalda, el punto G y la próstata, y, finalmente, varios puntos en los pies y detrás de las rodillas. Es bueno saberlo, para cuando se acabe el combustible primario.

Los Juegos no solo se basan en pasar las pruebas y sobrevivir, sino que también puntúan con los orgasmos obtenidos o entregados, así como las técnicas usadas, o las estrategias realizadas. Todo aparecerá analizado por los distintos chips que nos inocularán en el cuerpo y que recogerán cada una de nuestras sensaciones, movimientos, y palabras.

Un tipo de piel oscura y miembros sarmentosos nos enseña a respirar para reservar fuerzas. Lo llama sexo tántrico y le pillo el truco enseguida. Esa técnica casi parece hecha para mí, pero Calenda no consigue concentrarse y se aturrulla, por mucho que lo intente. En un aparte, la chica me pide que sigamos entrenando juntos. Con el rostro arrebolado por la vergüenza, me explica que entrenándose con un miembro como el mío, obtendría mucha ventaja sobre los demás. Tiene razón y nos fijamos más en los otros tributos, analizando lo que hacen y cómo lo hacen.

Al día siguiente, toca entrenamiento privado. Nos centramos en los tríos. Ponen a nuestra disposición dos avox, esclavos del Capitolio a los que han anulado la función del habla. Se trata de un chico rubio, de unos veinte años, delgado y flexible, y una chica de pelo rojo y figura opulenta. Dejo que Calenda caliente un poco con mi cuerpo, hasta ponerme el pene erguido, antes de llamar al chico. Parece que Calenda se adapta muy bien a los tríos, aceptando, casi de principio, una doble penetración, que la lleva a un fortísimo orgasmo.

Tengo que salirme a toda prisa para no correrme dentro de ella, demasiado excitado por sus gemidos. Jadea y gime como un cachorrito lastimoso. Me recupero rápidamente y despido al avox y llamo a la chica.

― No zé zi has estado con alguna chica, Calenda.

― No, jamás.

― Deberías probar ahora…

Se encoge de hombros mientras la esclava pelirroja se arrodilla ante ella.

― Primero despasio, dulsemente – susurro, empujando a la esclava por el cuello para que pose sus labios sobre Calenda.

No me pierdo detalle de cómo las bocas femeninas se unen, como sus labios se mordisquean, se aspiran, hasta que, con un impulso, Calenda desliza su lengua en el interior de la boca contraria.

― ¿Qué te parese? – pregunto.

― Es más suave que la de un chico – sonríe ella, apartándose un poco y guiñándome un ojo. – Debo probar más…

Sus manos se aprestan a repasar los mórbidos senos de la avox, deslizándose por sus flancos y sus caderas, hasta apoderarse del interior de los suaves muslos. La avox adelanta sus caderas, buscando el contacto de la mano de Calenda en su sexo.

― Ah… está toda mojada – me dice mi compañera, al palpar el sexo de la esclava.

― Métele un dedo y después llévatelo a la boca. Zaboréala…

Me mira, sin estar muy segura de lo que le pido, pero acaba cediendo, quizás llevada por la curiosidad. Verla chupar su dedo mojado activa una erección en mí. Es de lo más excitante que he visto.

― ¿Te atreves a lamerla ahí?

― Creo que podré soportarlo – contesta, tumbando a la avox de espaldas y abriéndole las piernas.

Puede que Calenda no se haya comido nunca un coño, pero me da la sensación que está haciéndole a la pelirroja lo que le gustaría que le hicieran a ella. En apenas tres o cuatro minutos, la tiene botando al extremo de su lengua. Aunque no puede pronunciar palabras, sus gemidos y grititos me cautivan. Me tumbo a su lado, con la mano en la mejilla, observando muy de cerca su expresión de gozo.

Creo que sus ojos me lo agradecieron. Cuando no puede más, aparta la cabeza de Calenda, quien alza el rostro, relamiéndose. Me mira y sonríe con picardía.

― ¿Ahora me lo hace a mí? – pregunta con voz aniñada.

― Zi, por zupuesto, y yo le daré por detrás…

Mientras enculo a la pelirroja, admiro la cara de puta que se le pone a Calenda cuando le comen el coño, bien comido. Es una ventaja de que acepte de esa forma jugar con otra chica. Nos puede ayudar bastante.

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Tenemos otro entrenamiento conjunto, en el que debemos estar desnudos y hacer el amor con nuestro compañero de distrito, ante los ojos de todos los demás. Me doy cuenta que los chicos cuentan para sí el tiempo que estoy martilleando sobre Calenda. Procuro acabar mucho antes de lo que puedo aguantar. La chica del Distrito 2 no me quita la mirada de encima. ¿Envidia?

Durante la velada, Haymitch nos cuenta cómo fueron sus Juegos y cómo consiguió ganar, con astucia y resistencia.

Cuarto día de entrenamiento, esta vez a solas. Haymitch y Effie se unen a los cuatro avox que nos han enviado, para escenificar una orgía. El borrachín me demuestra que tiene una buena técnica y bastante aguante aún. Effie es multiorgásmica y no para de correrse, casi a la menor caricia, con esas risitas tontas.

Quinto día de entrenamiento, otra vez todos juntos. Nos informan de los peligros y criaturas aparecidos en ediciones anteriores. Nos dicen cómo esquivarlos y cómo resistir. Algunos me estremecen. Esa misma velada, Haymitch se ofrece para desvirgarme analmente. Acepto porque sé que me será útil, pero no me entusiasma lo más mínimo. Consigo que Calenda me ayude con su presencia.

Sexto día de entrenamiento. De nuevo solos. Buscamos encontrar nuestro límite de resistencia. Estamos follando siete horas y Effie nos trae dos veces comida y líquidos.

El último día, antes del comienzo de los Juegos. Es el día de la entrevista.

El Círculo de la Ciudad está más iluminado que un día de verano. Han construido unas gradas elevadas para los invitados prestigiosos, con los estilistas colocados en primera fila. También hay un gran balcón reservado para los Vigilantes. El enorme Círculo central de la Ciudad y las avenidas que desembocan en él, están atestados de gentío en pie. En las casas y en los auditorios municipales de todo el país, todos los televisores están proyectando lo mismo.

Caesar Flickerman, el hombre que se encarga de las entrevistas desde hace más de cuarenta años, entra en el escenario. Da un poco de miedo, porque su apariencia no ha cambiado nada en todo ese tiempo. En el Capitolio disponen de cirujanos que hacen a la gente más joven y delgada, mientras que en el Distrito 12, parecer viejo es un logro, pues muchos mueren jóvenes. El presentador cuenta algunos chistes para calentar el ambiente y después entra en faena.

La chica del Distrito 1 sube al escenario con un provocador vestido transparente dorado y empieza su entrevista. Está claro que su estilista no ha tenido ningún problema al elegir su enfoque: con ese precioso cabello rubio, los ojos verde esmeralda, un cuerpo alto y esbelto…, es sexy por donde la mires. Pero Calenda lo es más.

Las entrevistas duran tres minutos, pasados los cuales, resuena un zumbido y sube el siguiente tributo. Hay que reconocer que Caesar hace todo lo posible para que los tributos brillen y luzcan sus personalidades, además de sus cuerpos.

Llaman a Calenda Everdeen y ella sube con el fantástico vestido que Cinna le ha preparado, dejando incluso al presentador embobado.

― Bueno, Calenda, el Capitolio debe de ser un gran cambio, comparado con el Distrito 12. ¿Qué es lo que más te ha impresionado desde que estás aquí?

Calenda se queda un momento alelada con la ovación del público que aún sigue, en honor a su cuerpazo. Caesar debe repetir la pregunta.

― El chocolate caliente – responde, arrancando una carcajada del presentador.

― Cuando apareciste en el desfile, se me paró el corazón, literalmente. ¿Qué te pareció aquel traje?

― ¿Quieres decir después de comprobar que no moría abrasada? — Risas sinceras del público resuenan. – Pensé que Cinna era un genio, que era el traje más maravilloso que había visto y que no me podía creer que lo llevara puesto. Tampoco puedo creer que lleve este. ¡Fíjate!

Calenda se levanta, da un giro completo y la reacción es inmediata. La larga falda roja, de escamas brillantes, desaparece, mostrando entre altas llamas que parecen brotar del mismo suelo, las magníficas piernas desnudas de la chica. Caesar silba, impresionado. La gente silba y chilla. Calenda se los ha ganado a todos.

― Volvamos al momento en que dijeron el nombre de tu hermana enla Cosecha– sigue Caesar, en un tono más pausado. – Tú te presentaste voluntaria. ¿Nos puedes hablar de eso?

― Mi hermana solo tiene doce años, sin ninguna experiencia. No podía dejarla participar. Al menos, yo dispongo del compañero perfecto para estos Juegos – me deja con la boca abierta, por el giro que ha tomado.

Me toca a mí subir. Caesar me da la mano, que estrecho firmemente. Tras un par de bromas sobre baños calientes que huelen a rosas, me hace la preguntita:

― ¿Por qué Calenda dice que eres el compañero perfecto para estos Juegos?

― Porque llevo enamorado de ella desde que tengo uso de razón, pero nunca me he atrevido a decírselo hasta que la Cosecha nos unió.

― ¿Esa es una razón? – me pregunta entre los “oooh” del público.

― Yo creo que si. Si quiero hacerla mi compañera, tenemos que ganar los Juegos; debemos follar juntos para poder edificar nuestro futuro.

Contemplo mi rostro en la gran pantalla. Ha sonado convincente y asombroso. Somos la primera pareja que participa en los Juegos del Hombre y eso le encanta a la gente.

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Procuro no comerme las uñas, dentro del tubo de lanzamiento. Visto unos estúpidos pantalones cortos, que se pegan como una malla, de un tono oscuro y mate, así como una holgada camisola blanca. Estoy descalzo. Me han dicho que dentro de la mansión, no hace falta calzado, todo son maderas suaves y alfombras.

Según Haymitch, cuando llegue el momento, el suelo del tubo me alzará hasta alguna dependencia de la mansión, dejándome allí, solo. Deberé reunirme con Calenda, buscándola por los pasillos y estancias, enfrentándome a lo que surja solo. “Gira siempre a la izquierda.”, ese es el consejo de mi mentor, como si recorriera un laberinto. Él sabrá, ya que ha estado aquí antes, aunque tengo entendido que la mansión cambia a cada año.

El súbito zumbido penetra en mis nervios. Ha llegado el momento. El ascendente suelo me iza hasta que estoy en una estancia, amplia, medio en penumbras. Un fuego arde en una chimenea. Delante de ella, tumbada en un diván, una sensual y madura mujer me sonríe. Su rotundo cuerpo está cubierto tan solo por un sutil camisón, que pronto se desliza hasta el suelo.

Busco una salida de la estancia. Solo hay una puerta, a espaldas de la mujer, pero dos leopardos están tumbados ante ella, sujetos por una cadena. ¡Coño con los gatitos!

La mujer se incorpora y se queda sentada, mirándome. Se abre de piernas, exponiéndose para mí, y, agitando un dedo, me llama. No me queda más remedio que obedecer.

― Solo existe una forma de pasar entre mis acompañantes – me dice suavemente, señalando los felinos-, pues yo soy su dueña. Siéntate a mi lado, jovencito…

No me gusta que me llamen jovencito, pero no está la cosa como para quejarse. Me siento a su lado y la mujer me abraza, metiéndome la lengua en la oreja, haciéndome cosquillas.

― He apostado por ti, querido – me susurra muy bajito, asombrándome. – Imprégnate de mí…

Comprendo enseguida lo que intenta decirme. Mis padres han tenido cerdos toda la vida. Los cerdos se acostumbran a seguir el olor de quien les da de comer…

Mi boca se apodera de la suya, con ansias, haciéndola gemir, entremezclando nuestras lenguas. Me lanzo a recorrer todo su cuerpo con mi boca, mientras ella me arranca la camisola. Cuando llego a su entrepierna, la madura mujer ya respira agitadamente, deseosa de mi lengua. Descubro que posee dos clítoris, uno de ellos, implantando quirúrgicamente, a la entrada de su vagina. Divido la atención de mi lengua entre los dos, cada vez con más rapidez, a la par que introduzco hasta tres dedos en su sexo. La mujer grita y se contrae con la explosión de su primer orgasmo. Su cuerpo vibra y suda, al calor de las llamas. No me detengo más que para tomar aire. Sigo lamiendo y acariciando hasta que sus humores desbordan su vagina, llenando mi mano hasta la muñeca y chorreando por mi barbilla.

La dejo resoplando y recuperándose. Recojo del suelo mi camisola y, sin ponérmela, avanzo en dirección de los leopardos, adelantando mi mano derecha, aún mojada. Los peligrosos felinos me bufan, pero husmean el aroma más interno de su ama, y ni siquiera se levantan del suelo. Con un suspiro de alivio, abro la puerta y la cruzo, cerrándola enseguida. Apoyo la nuca sobre ella, recuperando mis nervios, con los ojos cerrados. Recuerdo que todo el mundo está viendo mis reacciones, recogidas por las microcámaras que flotan, casi invisibles, a nuestro alrededor. Mis padres, mi familia… Debo de mantener el tipo. Esto es como una función de teatro del colegio, pero a lo bestia. La idea me hace sonreír.

Abro los ojos y me enfrento a un gran vestíbulo con dos escaleras diagonalmente opuestas. No parecen conducir al mismo sitio. Tanto los peldaños como el suelo del vestíbulo, están recubiertos de mármol blanco. Los pies se me quedan fríos. ¿No habían dicho que habría alfombras? Me decido por la escalera de la izquierda. Habrá que hacer caso de Haymitch. Desemboco en un corto pasillo con cuatro puertas. Tanteo los picaportes. Dos de las puertas están abiertas. En una, un lujoso cuarto de baño; la otra da a una cómoda salita, con otra chimenea encendida y un sillón ante el fuego. Una mesa, contra la pared, está cubierta de pasteles y bollos. Estoy tan nervioso que vomitaría si me echara algo al estómago. Recorro el pasillo hasta que gira a la derecha y se me escapa un reniego.

― ¡Me cago en la puta! – exclamo, al contemplar el larguísimo y estrecho pasillo que se abre ante mí.

No medirá más de metro y medio de ancho. Apenas caben dos personas, hombro con hombro. Así, a ojo, calculo que medirá doscientos metros de largo, pues llega un momento en que mi vista no distingue el espacio entre las paredes y parece que se unen. Está iluminado por pequeñas bombillas, situadas a cada cinco metros, lo cual genera cierto ambiente suave. Apenas hay puertas, cada una separada de una cincuentena de metros, en distintos muros. Un pasillo tan estrecho y tan largo, no me da buena espina. Es el sitio perfecto para una trampa. Así que recorro con mucho cuidado la distancia hasta la primera puerta. Compruebo que no está cerrada y la abro con cuidado. Tan solo una rendija…

― ¡Josú, shiquilla! – no estoy quedando muy bien para los espectadores con los sustos que me estoy llevando.

En la rendija de la puerta ha aparecido un ojo, y luego el rostro de una chica. Abro más la puerta y me encuentro con la chica del Distrito 8, una de las jugadoras más jóvenes de este año. No tendrá más de catorce años, con un aire de inocencia que te desarma. De cabello claro peinado en dos coletas y unos inocentes ojos azules, me mira con miedo. Viste un pantalón como el mío, pero mucho más corto, que deja casi al aire la curva inferior de su trasero. En vez de una camisola, lleva una camiseta que se pega a su incipiente pecho.

Echo un vistazo a la habitación donde se encuentra, y vuelvo a asombrarme. Es otro pasillo tan estrecho y largo como el que nos movemos.

― ¿Vienes de tu tubo de lanzamiento? – le pregunto.

― Si – responde, estrujándose las manos. No quiero ni preguntarle por su prueba de entrada. A saber lo que le ha tocado, ya que está muy nerviosa.

Cierro la puerta y sigo andando por el pasillo. La chiquilla me sigue como un perrito abandonado. Suspiro y me giro hacia ella.

― ¿Cómo te llamas?

― Jackie Garou.

― Yo zoy Cristo. ¿Quieres venir conmigo, Jackie?

Su rostro se anima una barbaridad y su sonrisa es increíble. Asiente con fuerza y se aferra a mi mano, cuando se la extiendo. La segunda puerta con la que nos encontramos es una réplica de la primera, otro pasillo salvo que en otra dirección. Decido seguir con el pasillo original.

De repente, escuchamos como resuena el paso marcial de muchas botas, avanzando en nuestra dirección. Miro en ambas direcciones, pues nos encontramos en la mitad del recorrido del pasillo.

― Vienen por allí – me indica Jackie, señalando en la dirección de donde yo llegué. Efectivamente, puedo vislumbrar luces movedizas, pero poco más.

Tiro de la mano de la chiquilla, echando a correr. Tenemos que alcanzar la siguiente puerta, antes de que nos detecten. Esta vez no es un pasillo lo que esconde la puerta, sino apenas un nicho de un metro cuadrado. Así que nos apretujamos los dos, en la oscuridad, hasta que me doy cuenta que nos encontramos en el ángulo recto de un pasillo aún más estrecho, pero que parece serpentear. Una débil luminosidad nos permite percibir las paredes, a medida que los ojos se acostumbran a la oscuridad. Insto a Jackie a que siga andando. El estruendo de las botas está ya muy cerca. El pasillo se acaba enseguida. Dos escalones nos llevan al interior de una cámara sin más puertas e iluminada por varios apliques como los del pasillo primario. Una pequeña fuente cantarina sobresale de la pared y Jackie se arrodilla ante ella, bebiendo con ganas. Eso y una mesita baja es lo único que hay en la habitación, que es rectangular y de medianas dimensiones.

Yo también me arrodillo a beber y salpico un poco la carita de Jackie. Las gotas de agua se mezclan con las pecas que tiene sobre la nariz. Ella se ríe, algo aliviada, pero se queda muy seria, de repente.

― El p-pasillo – balbucea.

Me giro y compruebo que no hay rastro del hueco por el que hemos venido. Estamos encerrados entre paredes. En ese mismo momento, resuena un agudo y estridente PING, que se clava en el cerebro. La chiquilla y yo nos miramos, pues sabemos lo que significa. Un nuevo PING nos sobresalta. Esperamos un tercero, conteniendo el aliento, pero no llega. Dos de los Jugadores han caído, quizás muertos, heridos, o atrapados, derrotados por los peligros de la mansión. Aún es pronto para que juguemos los unos contra los otros.

― Revisa la habitación si no quieres que nosotros seamos los próximos pings – le meto prisa.

Le damos un par de vueltas a la estancia, sin descubrir nada, hasta que los jóvenes ojos de Jackie de fijan en la fuente.

― ¡Hay algo escrito aquí! – exclama.

Me acerco y me doy cuenta de que el agua ha dejado de manar de la pequeña copa de metal que culmina la fuente. En el brillante metal, hay algo escrito, que me cuesta descifrar.

― “Nesezitarás llenarme de vida” – leo finalmente. — ¿Vida? ¿Qué vida?

― Podría ser sangre – aventura Jackie.

― Zi, podría, pero… estos zon unos Juegos eminentemente zexuales, ¿no? ¿En qué hay más vida que en el ezperma de un hombre? — Decido intentarlo. De todas formas, siempre habrá tiempo de cortarnos una vena si me equivoco…

Me bajo el pantalón corto con un gesto decidido, aferrando mi pene con la mano. Jackie se queda con la boca abierta para, inmediatamente, girar la cabeza para otro lado, sofocada. Agito mi miembro para ganar dureza, pero no es ni el lugar adecuado, ni la ocasión perfecta para una paja. ¡Ya me diréis!

― Cristo…

― Ahora no, Jackie… me tengo que consentrar…

― Cristo, las paredes… se mueven…

Abro los ojos y detengo mi mano. Observo con atención y compruebo que es cierto. De manera casi imperceptible, las paredes se están cerrando sobre nosotros. Tenemos un tiempo límite, así que necesito ayuda.

― Jackie, yo zolo no podré haserlo a tiempo. Nesezito que me ayudes…

Ella asiente, aún pudorosa, y gatea hasta mí. Con el rostro enrojecido, aferra mi miembro morcillón y comienza a menearlo con suavidad. Por la forma de hacerlo, no tiene apenas experiencia. Quizás, tan solo lo que haya entrenado con su compañero. Sin embargo, verla arrodillada ante mí, con el miedo en los ojos y el ansia de vivir en sus mejillas, me hace trempar rápidamente.

― Azí, muy bien… aprieta el capullo, cariño, con fuerza que no ze rompe – le digo, roncamente.

El deslizamiento de las paredes cobra velocidad. Jackie gime de miedo.

― Debes darte más prisa, Jackie. Uza la boca, pequeña, para ayudarte.

― Me da asco, Cristo – me mira, con angustia.

― Bueno, tú verás lo que escoges… el asco o la muerte…

No hace falta decirle nada más. Es una chiquilla lista y, como he dicho, con ganas de vivir. Acoge mi glande entre sus labios, succionando con fuerza, mientras sus manitas no dejan de frotar el tallo. Arranca un escalofrío de mi cuerpo. Su boca es muy cálida y jugosa, a pesar de no tener experiencia. Sin embargo, sus mismas ganas y la presión del peligro hacen que las sensaciones sean mucho más vividas.

― ¡Vale, vale, Jackie! ¡Ya puedo zolo! – la detengo y, con un par de buenos meneos, descargo en la copita de metal, casi llenándola con semen.

Escuchamos un fuerte crujido y, por sorpresa, el suelo bajo nuestros pies desaparece, cuando las paredes ya están a un palmo de nosotros. Caemos sobre una superficie flexible, que absorbe el golpe. La luz invade la nueva estancia al retirarse los oscuros crespones que cubrían las ventanas. La luz solar penetra hasta el último rincón y compruebo que estamos sobre una gran cama.

Me pongo en pie y me subo el pantalón. Miro a mi alrededor y sonrío.

― Esta es una de las zalas de las que Haymitch nos habló. El cuarto de descanzo…

― ¿Un cuarto de descanso?

― Zi, zon zalas repartidas por la manzión, donde puedes estar tranquilo, a zalvo por unas horas. Puedes dormir, comer y beber. Ziempre están llenas de alimentos. También disponen de botiquín y de un terminal – le digo mientras me dirijo a una pantalla.

La enciendo y compruebo quien ha abandonado los Juegos. El chico del Distrito 4 ha quedado atrapado por unas arpías, en el invernadero. Aún puede salir con vida de ese nido, pero no para ganar los Juegos, lamentablemente. También ha caído la chica del Distrito 9, afectada por unas esporas híbridas que se están alimentando de ella.

― Hay tres puertas para salir de aquí. ¿Con qué nos encontraremos? – comenta Jackie, llevando la mano sobre un picaporte.

― ¡NO LA ABRAS! – le grito, dejándola tan quieta como una estatua. – En cuanto acciones el puño de la puerta, la seguridad de esta habitación se esfuma. Si hay algo ahí fuera esperando, entrará.

Jackie se aparta de la puerta, temblando. Le hago un gesto para que venga a mi lado. La siento en una confortable silla y le sirvo un vaso de zumo.

― Primero comeremos algo. Después seguiremos.

Yo también tengo ganas de encontrar a Calenda. No dejo de pensar a lo que se estará enfrentando ella. ¿Estará sola? ¿Habrá hecho alianza con otros Distritos? No hay manera de saberlo, por ahora.

Los Juegos del Hombre no han hecho más que empezar.

CONTINUARÁ…

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