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Relato erótico: “la nueva asistenta 3” (POR XELLA)

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Silvia se había puesto el despertador para despertarse antes que su ama. No quería comenzar el día con una azotaina.
Se acercó gateando a la cama y apartó lentamente las sábanas. Ivette estaba completamente desnuda. La visión de su cuerpo y el pensamiento de lo que iba a hacer hizo estremecer a Silvia (¿Durante cuanto tiempo tendré que hacer esto?).
Acercó su boca al coño de su ama y comenzó a lamer, lentamente, acariciando cada pliegue de su raja, saborenado, a su pesar, un sabor qe empezaba a agradarle. Los ligeros gemidos que emitía Ivette indicaban que comenzaba a despertarse, así que
aumentó el ritmo.
Mientras se tomaba su “desayuno” Silvia no podía dejar de pensar que le depararía el día. En las dos anteriores jornadas su vida había dado un vuelco, pero no estaba segura de estar descontenta con ello. Nunca había estado tan cachonda en su vida, y nunca había tenido unos orgasmos tan intensos. Se le venía a la mente la idea de que a lo mejor no era tan malo seguir así… (¿Que no sería tan malo? ¡Soy una esclava!).
Ivette interrumpió sus pensamientos sujetando su cabeza y corriendose sobre su boca. Como parece que era habitual, siguió lamiendo durante un rato hasta que Ivette pensó que era suficiente.
– Veo que te has adaptado a tu papel esclava. ¡Posición de inspección!
Silvia se levantó rapidamente y se colocó en la postura requerida. Ivette rodeó su cuerpo, observandola.
– Parece que las marcas de los azotes van desapareciendo… Espero que haya sido suficiente para que aprendas tu lugar, si no, no dudaré en volvertelos a hacer, y esta vez no serán sólo 15…
Ivette comenzó a toquetear con el plug anal de Silvia. Ésta soltó un quejido. Llevaba toda la noche con ello puesto y le dolía el culo.
– Espero que te hayas acostumbrado bien. Más tarde te pondrás uno más grande. Voy a dilatar ese ojete poco a poco. Dentro de un tiempo me pedirás tu misma que te dé por el culo… Vamos a la cocina, quiero desayunar algo.
Silvia caminó detrás de Ivette hasta llegar a la cocina. Cuando llegó, se puso automáticamente a hacer el desayuno.
– Hazme un café esclava, tu tomarás esta infusión nada más, quiero que hagas una dieta especial que yo supervisaré. – Dijo, tendiendole un sobrecito con las hierbas de la infusión.
Mientras la esclava preparaba el desayuno, Ivette sacó dos cuencos de perro. Uno lo lleno de agua, el otro lo dejó al lado. Una vez estuvo preparada la infusión, vertió el contenido en el cuenco que quedaba libre.
– Ese es tu lugar perra, hasta que te ordene lo contrario no volverás a usar las manos para comer. Lo harás de rodillas, como la perra que eres.
Silvia se resignó. Se arrodilló y se bebió la infusión como pudo. Ivette sonreía satisfecha. Se estaba acoplando a todas sus peticiones sin rechistar, además a partir de ahora, gracias a las drogas que iba a suministrar a la esclava a través de la infusión que acompañaría todas sus comidas sería más fácil. Esa droga, aumentaba las sensaciones de placer y haría más
fácil y llevadero el aprendizaje de su nuevo rol.
– Tienes la ropa preparada en el salón, esclava. Te quiero preparada en 10 minutos. – Dijo Ivette
– ¿V-Voy a salir mistress?
– Claro que vas a salir imbecil, ¿No te dije que seguirías yendo al gimnasio? Y ahora ¡corre! No quiero que me hagas esperar. ¡Ah! Te permitiré no llevar el plug anal. – Silvia respiró, aliviada. – En su lugar llevarás esto en el coño.
Ivette tendió a Silvia una cuerdecita con un par de bolas atadas. ¡Quería que llevase unas bolas chinas!. Nunca había usado unas, pero sabía cómo funcionaban… Con el movimiento del gimnasio estarían estimulándola en todo momento…
Silvia llegó al salón y vió la ropa que le tenía preparada. Se quedó paralizada. Eran unas mallas que casi casi parecían unas bragas de lo pequeñas que eran, un tanga de hilo y un top cortisimo… ¡Y no había sujetador! Con ese top se notaría perfectamente que no llevaba nada, ¡No podía salir así!
– Ehh… Mistress… No… No puedo salir con esto… Por favor…
– ¿Estás diciendo que no quieres obedecerme, perra? ¡Si no quieres salir con esto, saldrás sin nada! Tu eliges.
Silvia agachó la cabeza y comenzó a quitarse la escasa vestimenta que llevaba. Cuando extrajo el plug anal, sintió un vacío en su culo que la dejo una sensación extraña… Estaba aliviada de quitarselo, pero… No era tan desagradable…
Empezó a introducirse las bolas chinas una a una, sólo para darse cuenta de que le era sencillísimo, ¡Estaba empapada!
Cuando estuvo completamente vestida y se miró al espejo se asustó, ¡No podía salir así! Pero… sabía que no tenía otra opción…
– Perra, después llamaré al gimnasio y preguntaré por tí, como me digan que no has ido, lo lamentarás…
Y con esas, Silvia salió de casa camino del gimnasio.
Mientras Silvia estaba fuera, Ivette comenzó a repasar su plan. Todo estaba saliendo perfecto. Silvia estaba comiendo en la palma de su mano y los pocos conatos de rebeldía que había tenido los había cortado de raíz con los castigos físicos. Silvia no tenía ni idea, creía que había tenido mala suerte, que una serie de casualidades le habían ido en contra y se había generado esta situación. Nada más lejos. La esclavización de Silvia estaba prevista desde hace tiempo…
Ivette, en realidad, no era una asistenta. Era una “empleada” de una corporación que, entre muchas otras cosas se ocupaba de capturar y domar a esclavas y esclavos, ya fuese para uso propio de la organización, o por algún pedido expreso de sus socios o clientes. Sus métodos eran muy variados, desde chantaje, hipnosis, drogas, modificación del pensamiento hasta nanorobots, cirujías y otras prácticas algo más oscuras…
Peter había tenido “problemas” con esa corporación y comenzaron a ir detrás de él. Para salvar su culo, Peter les puso en bandeja de plata a su esposa… Llevaban varios meses planeandolo ya. Todo empezó cuando contrataron a Ian en la casa, un cuerpo irresistible para que la madura mujer cayese en la tentación. Ian también formaba parte de la corporación pero, a diferencia de Ivette, él era un esclavo. No le costó mucho hacer que Silvia mordiera el anzuelo, al poco tiempo se la estaba llevando a la cama. El paso que significaría el comienzo de la fase final para la captura de Silvia era la contratación de Ivette.
Desde entonces, la asistenta había medido sus jugadas perfectamente y además, Silvia se había mostrado más predispuesta de lo que esperaban. Esa zorra sería una esclava estupenda…
En el gimnasio, Silvia no podía soportarlo… Cuando entró en el gimnasio se dió cuenta de que las miradas de deseo y envidia que le dedicaban normalmente hombres y mujeres había cambiado… Ahora eran… otra cosa… Era desprecio y chanza. La gente pensaba que iba como una puta y ella no podía negarlo… También lo pensaba…
Las bolas chinas estaban haciendo su trabajo y simplemente con el camino hasta el gimnasio la tenían con una calentura extrema. Pensaba que el más ligero roce haría que se corriese allí enmedio. Se le ocurrió la idea de meterse al vestuario y dejar pasar el tiempo, en un par de horas volvería a casa e Ivette no se enteraría de nada, pero no sabía porqué, la idea de contrariarla la asustaba… Era imposible que se enterase pero, ¿Y si lo hacía? Lo pagaría caro…
Comenzó haciendo ejercicios de pecho. Tenía que coger dos abrazaderas y moverlas haciendo un arco hacia delante. No le pasaban desapercibidas las miradas de los hombres, sus pechos sin sujetador debían ser un reclamo espectacular para ellos. No le gustaban esas miradas, la hacían sentirse sucia… y caliente… No sabía porqué reaccionaba así, ¡Se odiaba a sí misma!
Esas miradas la hacían sentirse como la puta que parecía… A ella, que siempre le había gustado llevar las riendas en temas sexuales, le estaban pasando ideas nuevas por la cabeza. Se imaginaba forzada por aquellos hombres, indefensa, dominada. Y eso le gustaba. Estaba descubriendo nuevos pensamientos que nunca había tenido… y le gustaban. Se imaginaba de rodillas, en el suelo en… posición de ofrecimiento… mientras notaba como una polla durísima comenzaba a taladrarla. La follaba duro, no la daba tregua y cuando miraba a su dominante compañero era… ¡Ivette!
Abrió los ojos de golpe, ¡Todo el mundo la miraba! Se le había ido la cabeza, y entre la caentura de las bolas chinas y de la situación se había dejado llevar. Estaba sudando. Se levantó y se secó con la toalla. Se dirigió a la otra punta de la sala y fue a las máquinas de correr. Estaban algo apartadas, así que podría evitar las miradas de la gente.
Cuando empezó a correr algo la sobresaltó. El ritmo de la carrera ¡Hacía que las bolas chinas intensificasen su efecto! Dios… No iba a poder aguantar… ¡Estaba muy caliente! Se bajó de la maquina y se fué a mojarse la cara. Se miró al espejo y se vió a si misma roja como un
tomate. ¿Que iba a hacer? Le daba miedo irse pero no podía volver a salir ahí…
Cinco minutos después, Silvia se iba del gimnasio mirando al suelo, andando lo más rápido posible para irse de allí.
– Vaya vaya… – Dijo Ivette colgando el teléfono. – Así que esa pequeña zorra ha huido…
Inmediatamente, subió a la habitación a preparar el castigo de su esclava.
Cuando Silvia entró a casa, todas las luces estaban apagadas. Había estado escondida cerca de su casa antes de entrar para hacer tiempo y que no se notase que había evitado el gimnasio. Estaba convencida de que Ivette no se enteraría.
– ¿Hola? ¿Mistress? – Preguntó tímidamente Silvia.
Comenzó a avanzar lentamente. Cuando llegó a la cocina, vió a Ivette sentada a la mesa, esperandola.
– ¿Que haces con esa ropa, perra? ¿No te dije cual era la vestimenta que deberías llevar en casa? – Espetó Ivette
– P-Perdón Mistress, ahora mismo me cambio. – Dijo Silvia, que no había previsto aquello.
Subió directa a su cuarto y cuando llegó a la puerta se quedó helada. ¡Un completo arsenal de bondage estaba distribuido por toda la habitación! Había correas, latigos, fustas, dildos… ¡Incluso había argollas en el techo! Estaba asustadísima, ¿Como había llegado a esto?
Cuando fue a retroceder para salir de la habitación se encontró de bruces con Ivette, que inmediatamente le dió un bofetón que la tiró al suelo.
Antes de que Silvia pudiese reaccionar, Ivette ya le había puesto unas argollas en las manos y otras en los pies. Tirando de unas cuerdas, y a través de unas poleas, las argollas comenzaron a hacer que Silvia se incorporase, quedando sujeta en forma de x en medio de la habitación,
de espaldas a la puerta. Silvia vió que Ivette llevaba un cuchillo en la mano y comenzó a gritar. Otro bofetón la hizo callar.
Con el cuchillo, Ivette arrancó la ropa de Silvia, dejándola sólo con las bolas chinas.
– ¿Que tal en el gimnasio, esclava? No parece que la ropa esté muy sudada… ¿Has acabado tus ejercicios? – Preguntó Ivette, agarrando a Silvia de la cara.
– N-No, mistress. – Contestó la mujer, aterrorizada.
PLAFF.
– ¿Cómo te atreves a desobedecerme? ¿Creías que soy estúpida? ¿Que podrías engañarme?
– No, yo no..
– !Calla! – Ivette recogió el tanga de Silvia. Estaba empapado. Obligando a su esclava a abrir la boca se hizo tragar. Con él en la boca, introdujo un ballgag, asegurándolo con unas cintas en la parte de atrás de la cabeza.
– Mmmmm – Gimoteaba Silvia. Sus propios flujos le llenaban la boca.
– No quiero oir ni un ruido, zorra. Vas a recibir un castigo tal que no se te ocurrirá volver a desobedecerme.
Ivette había colocado cámaras alrededor de la habitación y comenzó a encenderlas. Cogió una cámara digital y comenzó a hacer fotos ella misma, desde todos los angulos. Fotografió al detalle cómo le iba extrayendo las bolas chinas una a una y como, poco a poco, comenzó a introducirle un nuevo plug anal, algo más grande que el anterior. Para acabar, colocó un antifaz a Silvia. No poder ver haría que sufriese psicológicamente al no saber lo que estaba haciendo la dominatrix.
Cogió una fusta y, rodeándo a su esclava, comenzó a repartir azotes por igual entre sus pechos y su culo. Silvia se agitaba y gritaba con cada golpe, pero la mordaza impedía que los gritos se escucharan.
Media hora de azotes después, el cuerpo de Silvia estaba lleno de marcas rojas y la esclava estaba derramando lagrimas. Ivette apartó la mordaza y preguntó:
– ¿Has tenido suficiente?
– Ss-si, mistress… Por favor… Más no… Haré lo que quieMPpfff. – Ivette introdujo de nuevo el tanga y la mordaza en la boca de Silvia.
– Todavía no hemos acabado con la sesión. Ahora voy a recolocarte.
Ivette comenzó a atar y desatar las cuerdas de Silvia, colocándola con el culo en pompa sobre la cama, con los brazos bajo el cuerpo y atados a las cuerdas de los tobillos. Estaba inmobilizada.
La dómina comenzó a jugar con el plug anal, provocando un pequeño atisbo de placer a la esclava después de la azotaina recibida.
El plug entraba y salía del culo de Silvia con facilidad. Su ojete rosado se adaptaba perfectamente al falo de plástico que la chica deslizaba suavemente dentro y fuera de él. Parece que a Silvia tampoco le desagradaba nada el tener su culo lleno, poco a poc empezó
a gemir, ignorando que hace escasos dos minutos había recibido una paliza con la fusta.
DING DONG
Silvia quedó paralizada, del susto, su ojete se cerró y atrapó el plug dentro de él, Ivette lo dejó dentro.
– ¡Parece que ya ha llegado el pedido que he realizado!. – Dijo Ivette con un tono alegre.
La chica salió de la habitación y dejó a Silvia sola, atada y con los ojos tapados. La señora de la casa estaba sufriendo, ¿Quién había venido? No podía ser Peter… No podía entrar nadie y verla así…
Oyó la puerta cerrarse y poco después Ivette entró en la habitación. La oyó dejar una caja en un lado.
– Ya que ayer hice limpieza en tu armario, te he comprado algo de vestuario. Más apropiado para tu nueva condición.
Silvia se tranquilizó un poco… Parece que el mensajero había dejado el paquete y se había ido… La mujer relajó el ojete, dejando a Ivette proseguir con su cometido. Estaba dispuesta a dejarse llevar por el placer que la consumía. Llevaba todo el día deseando
correrse… ¡Nunca había estado tan cachonda! ¡Estaba enferma!
– Como comprenderás, yo no he pagado nada de la compra. – Continuó Ivette. – Así que… tendrás que hacerte cargo del pago. – Extrajo el plug de un tirón. Un sonoro BLOP salió de su culo cuando se quedó vacío y su ojete abierto fue objeto de varias fotos más.
Unas manos grandes agarraron a Silvia de las nalgas, que después del castigo estaban demasiado sensibles. Soltó un grito, mitad por el dolor mitad por la sorpresa. ¿Quién era?
– Venga chico, es toda tuya. Espero que te sirva como pago.
Una enorme polla entró de golpe en el culo de Silvia. ¡Era enorme! ¡La iba a partir por la mitad! Lo que Silvia no sabía es que el dueño de esa polla era Ian. Ivette le había traido para seguir entrenando la sumisión de Silvia, además de su culo.
Ivette le quitó la mordaza a Silvia y se tumbó delante de ella, llevando su cabeza a su coño la obligó a comérselo, tarea en el que la esclava se afanó con ganas. Los gemidos comenzaban a llenar la habitación, Ivette estaba disfrutando del trabajo de su esclava
y Silvia de la sodomización del extraño mensajero.
Ivette levantó ligeramente el culo ofreciendo a su esclava el culo, en vez de el coño. Silvia dudó un segundo, al notar el diferente sabor, pero ahora mismo no estaba en condiciones de razonar. La lengua de la mujer jugueteaba con el agujerito de su ama e Ivette lo disfrutaba, estaba haciendo un buen trabajo con ella, sería un gran ejemplar de esclava.
– Ahora te voy a quitar las ataduras perra. – Dijo Ivette separandose de Silvia. – Pero te voy a dejar el antifaz. Si intentas quitartelo o hacer algo raro el castigo de antes te parecerá un juego de niños. ¿De acuerdo esclava?
– Si mistress. – Contestó Silvia, alterada por la tremenda sodomización que le estaban proporcionando.
Ian sacó la polla de golpe, dejando a Silvia con una sensación de vacío en su culo y se pusó a retirarle las ataduras.
– Ahora vas a tratar a nuestro amable repartidor con mucha amabilidad, ya sabes a que me refiero. Tienes que pagarle el servicio. Primero ponte de rodillas y abre la boca. Exclamó Ivette.
Silvia obedeció.
– Saca la lengua. – Ordenó la joven.
Ivette no perdió detalle con la cámara de la postura de Silvia y de cómo la enorme tranca negra de Ian se iba acercando a sus labios.
Al notarla, Silvia comenzó a lamer el glande, y poco a poco a juguetear con él dentro de su boca. Hizo caso omiso al sabor de la polla después de estar en su culo.
Ian puso una mano en la nuca de la esclava, guiándola en su labor. Poco a poco se la tragaba más adentro hasta que consiguió introducirla toda.
Las manos de Silvia se acercaban a su coño, ¡Estaba cachondísima!
– ¡Ni se te ocurra masturbarte esclava! Solo podrás correrte cuando yo te dé permiso.
A una señal de Ivette, Ian apartó la polla de la boca de Silvia, que quedó durante unos segundos en una graciosa posición, intentando mamar el aire. Ian se tumbó en la cama boca arriba.
Móntale esclava. – Dijo Ivette, guiándola sobre el jardinero.
Silvia, reconociendo el terreno con las manos, se sentó de golpe sobre la polla que tenía debajo, insertándosela de un golpe. ¡Necesitaba sentirse llena de polla!
Comenzó a cabalgar como una loca. Sacaba la polla casi hasta el final y volvía a metersela de golpe. A este paso no tardaría en correrse… Pero no debía…
Ivette estaba haciendo un book estupendo. Silvia lo estaba dando todo.
Cuando Ian estaba a punto de correrse levantó a la esclava y volviendola a poner de rodillas se vació sobre su cara y sus tetas. Silvia, con la boca abierta, recibía sin inmutarse toda la corrida del negro. Deseando correrse ella también. ¡Necesitaba correrse!
Estas serían las mejores fotos. Silvia con la boca abierta y la cara llena de semen.
– ¿Crees que has pagado la deuda esclava?
– Lo que usted considere, mistress. – Ivette se sintió complacida por la respuesta.
– Entonces hemos terminado. Vistete y date una ducha, tienes pinta de cerda con el semen por la cara.
– P-Pero… Mistress… Yo…
– ¿Que quieres zorra?
– N-Necesito correrme… Por favor… Mistress…
– ¿Quieres correrte? Tendrás que hacerlo tú misma. Metete esta polla por el culo hasta que te corras. – Dijo, tendiendole una enorme polla de plástico.
Silvia, al agarrarla se tendió inmediatamente sobre el suelo y se la insertó de golpe en el culo, iniciando una follada desesperada por correrse. No tardó mucho, con el calentón que tenía en seguida comenzó a gritar de placer, corriendose por primera vez gracias a su culo.
Silvia quedó tendida en el suelo.
– ¡Ni se te ocurra esclava! ¡Cada orgasmo que te sea permitido debe ser agradecido debidamente! Si no, supongo que no querrás seguir teniendolos…
Silvia, se levantó inmediatamente, temerosa de no volver a correrse en un tiempo por el enfado de su ama y se arrodilló a lamer las botas a su ama.
Ivette ordenó a Ian que se marchase. Unos minutos después ordenó a Silvia que era suficiente, apagó las cámaras y ordenó a su esclava darse una ducha y asearse. Cuando terminó, le introdujo el nuevo plug más grande que había preparado.
 
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Relato erótico: “Las revistas de mi primo (Parte 3 de 4)” (POR TALIBOS)

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LAS REVISTAS DE MI PRIMO (parte 3/4):

Pero no sabía cómo hacerlo. A ver, estaba claro que yo le gustaba a Diego y que él me gustaba a mí. Pero ahí terminaba todo, mi experiencia en las artes de la seducción era nula. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo podía animarle a que se atreviera a dar el paso? ¿Le besaba? ¿Me arrojaba en sus brazos?

El día anterior no me había ido mal, quizás debería seguir de esa manera…

Y, una vez más, mi propia inexperiencia acudió en mi socorro.

Tras acabar con los platos, subí los escalones de dos en dos, nerviosa y excitada a partes iguales. Tras recuperar la revista de debajo de la cama (efectivamente, acabó por caerse entre el colchón y la pared), me presenté ante la puerta de mi primo en tiempo record.

– Pasa – se escuchó su voz, tras mi llamada.

Muy nerviosa, pero con ganas de marcha, entré una vez más en el dormitorio de mi primo. Éste me esperaba echado en su cama, en bañador y camiseta, leyendo tranquilamente una novela. Apenas si me miró cuando entré, enfrascado como estaba en la lectura, lo que me sorprendió un poco.

– Ya sabes donde están, ¿no? – dijo, aparentando indiferencia – Mira por los libros y coge la que quieras.

Su actitud me cabreó. Leñe, ¿yo tanto darle vueltas a la cabeza y él pasaba de mí? ¡De eso nada!

Entendí que era su forma de enfrentarse a la situación. Se sentía tentado, por supuesto, pero, al fin y al cabo, yo era su prima, así que estaba intentando resistirse a sus impulsos.

Y un jamón. Tenía que hacer algo para evitar que me echara de allí. Tenía que decir algo.

Y entonces, como dije antes, mi falta de experiencia fue la llave para salirme con la mía.

– Oye, primo – hablé, diciendo lo primero que se me pasó por la cabeza – ¿Sabes que esta revista está toda pegoteada? Se te debe haber caído algo encima…

Mientras decía esto, me aproximé a la cama, mostrándole la revista. Él alzó la mirada, extrañado y yo le enseñé las hojas pegadas. Entonces algo en su expresión cambió, se puso muy colorado y se incorporó en la cama, avergonzado.

– ¡Oh, Dios, perdona, Paula! ¡Mierda! ¿Cómo no me di cuenta? – exclamó, mientras me arrebataba la revista de las manos – ¡Joder, qué vergüenza! ¡No me acordaba de que esto estaba así!

– Pero, ¿qué te pasa? – exclamé sorprendida – Si no tiene importan…

Y la comprensión explotó en mi mente como un flash. Su vergüenza fue el detonante. Me quedé con la boca abierta. ¿Sería estúpida? ¡No me extrañaba que Clara se hubiera carcajeado de mí la noche anterior! ¡Mira que no comprender por qué estaban pegadas las hojas!

Diego, todo aturrullado, se puso en pie con la revista en la mano, mirando a todos lados en busca de un lugar donde deshacerse de ella. Obviamente, no podía simplemente echarla a la papelera, pero tampoco quería devolverla a su escondite, supongo que por lo que yo pudiera pensar.

Acabó por meterla en un cajón de su mesa, bajo unos libros, mientras me miraba azorado.

– ¡Ah! – dije, sonriendo – Me parece que ya comprendo con qué sustancia “pegaste” las hojas.

– Vale, Clara, disculpa. Te juro que no me acordaba de que eso estaba así. No te la habría dado entonces.

– No sé – dije, zalamera – A lo mejor es que querías que yo supiera lo que haces con esas revistas.

Diego no dijo nada.

– Total, tú ya sabes perfectamente lo que hago yo con ellas. Pero a ti… no te he visto hacerlo…

– Claraaaa… – dijo él, con tono amenazante.

– Venga, no te enfades. Como tú dijiste, es algo muy normal. No tiene importancia…

Entonces nos interrumpieron. Desde abajo, resonó la voz de mi tía llamando a Diego dando berridos. No nos sorprendió mucho, pues mi tía solía llamarnos a voces a todos.

– Voy a ver qué quiere mi madre…

Pareció que Diego iba a aprovechar para librarse de mí. Pero de eso nada, monada.

– Vale. Vete. Yo te espero aquí mientras escojo otra revista.

Noté que el pobre trataba de pensar una excusa para hacerme salir, pero, entre que no se le ocurrió nada y que su madre volvió a chillar, no tuvo más remedio que salir, dejándome a solas en su cuarto.

Bien. La cosa no iba mal. Incluso agradecí aquella interrupción, para tener más tiempo para trazar un plan. Ya lo admitía abiertamente, quería seducir a mi primo, pero aún no sabía muy bien cómo.

El tema del semen en la revista era un buen sistema. Así hablaríamos de sexo y le pondría nervioso. Ahora tenía que seducirle. ¿Pero cómo?

Entonces vi mi reflejo en el espejo del armario de Diego. Estaba muy morena y creo que bastante atractiva con la camiseta de algodón. Al llegarme a medio muslo, daba la apariencia de que no llevaba nada debajo. Me acordé de la vez anterior, cuando Diego vio mis pezones marcados en ella y en cómo se había quedado mirándome.

¡Claro! ¡Eso era! Tenía que atacar a fondo. Valor y al toro.

Una vez con un plan en mente, me puse en marcha de inmediato. Me quité con rapidez la camiseta y en menos de un segundo, me libré de los shorts y el bikini.

Por supuesto, mi idea no era esperarle en pelota picada (todavía me faltaban arrestos para eso), además de que, si me encontraba desnuda, quizás escapara despavorido.

Lo que hice, fue volver a ponerme la camiseta, simulando que nada había cambiado.

Pero quedaba el problema de la ropa tirada en el suelo. ¿Dónde la escondía? Porque, si al entrar la veía allí tirada, comprendería que estaba desnuda, lo que supondría el mismo problema.

Se me ocurrió esconderla en el armario, pero entonces pensé que, si la cosa salía mal y acababa echándome de allí, no podría recuperarla. Así que lo que hice fue dar una carrera hasta mi cuarto y, tras arrojar las prendas encima de mi cama, regresar volando al de Diego.

No hubiera hecho falta correr tanto, sin embargo, pues mi primo tardó casi 10 minutos en regresar. Durante ese rato, estuve esperándole, cada vez más nerviosa y sí, lo reconozco, cada vez más excitada.

El sentirme desnuda bajo la camiseta, hacía que me sintiera un poquito lasciva y, el saber que Diego, si todo iba a bien, iba a verme sin ella… me tenía a punto de ebullición. Iba a ser el primer chico que me viera desnuda.

Aunque, bien pensado, ¿no me había visto ya el día anterior? Si conseguía que lo admitiera…

Coloqué la silla más cerca de su cama y me senté, con las piernas moviéndose inquietas de puro nerviosismo.

Por fin regresó mi primo. Su madre le había llamado para que resolviera una duda con las mates que estudiaba Clara y se había entretenido ayudándola.

En cuanto entró, me di cuenta de que experimentaba alivio al encontrarme allí esperándole. Eso me encantó.

Sin decir nada, cerró de nuevo la puerta, regresando a su cama, sentándose en el borde, con los pies en el suelo, justo enfrente de mí.

– ¿Has escogido ya? – preguntó.

– ¿El qué? ¿La revista? No, no he querido tocar tus cosas.

Mentira podrida. Lo que había pasado era que me había olvidado de las revistas por completo.

– Además, prefiero que me recomiendes tú una. Una que no lleve… premio.

El rostro de Diego se ensombreció, comprendí que el incidente de las manchas seguía dándole vergüenza.

– Venga, primo, no pongas esa cara – dije, un poco arrepentida – Que es normal. No sé cómo no me di cuenta de lo que era. Debes pensar que soy tonta.

Buen giro en la conversación. Al decir eso le obligaba a rebatirlo.

– No, Paula, claro que no eres tonta. No tienes mucha experiencia… y ya está. El estúpido fui yo; me da vergüenza el haberte dado una revista pringada de eso…

– De semen – sentencié.

– Sí, de semen – admitió él, alzando la mirada – Es un poco… asqueroso.

Bien. La cosa marchaba. No me había pedido que me fuera.

– Que no – insistí – Te digo que no es para tanto. Además, piénsalo, ni siquiera sabía lo que era hasta hace un momento.

– Bueno. Eso es verdad. Mejor, supongo.

Nos quedamos los dos callados un instante.

– Entonces – dije, echándole narices – Cuando te masturbas… ¿Qué haces? ¿Echas la leche encima de la foto?

– Joder, Paula. Vaya cosas preguntas…

– Leñe, Diego, a estas alturas no nos vamos a asustar. Ya somos mayorcitos. Yo quiero aprender y tú dijiste…

– Vale, vale – me interrumpió – Pues sí. Eso fue lo que hice. Total, no vayas a creer que lo hago siempre. Eso fue una vez que… bueno, me entusiasmé demasiado y no tenía ningún pañuelo a mano…

– ¿Un pañuelo? ¡Ah, claro! ¡Lo usas para limpiar la leche!

– Te estás volviendo una señorita de lo más distinguida – bromeó – Pues sí. Eso es lo que hago. Resulta de lo más práctico tener pañuelos de papel a mano cuando… ya sabes. Así no montas ningún estropicio.

– O sea… – continué presionando – Que, cuando te corres… ¿Es como en las fotos? ¿Te sale disparado un chorro de semen y lo pones todo perdido?

Diego se rió, supongo que por mi evidente falta de conocimientos. Por suerte, no se molestó y continuó con la charla informativa.

– A ver, Paula, ya te dije cuando te presté la primera revista, que no todo lo que sale ahí es real. El porno no es un buen material para aprender sobre sexo, porque todo está exagerado para resultar morboso, pero luego, la realidad, no es exactamente así.

– No te entiendo.

– Digo que no creas todo lo que ves en esas revistas, porque no son más que fantasías. Y no me refiero sólo a las historias que cuentan… sino a la práctica del sexo en si.

– ¿Por ejemplo? – pregunté, bastante interesada.

– Lo que acabas de decir del chorro de semen. En el porno, aparece como si los hombres siempre tuviéramos espectaculares eyaculaciones, con litros de esperma disparados a diestro y siniestro. Esto no es así. Tendríamos que tener los testículos como balones de playa para almacenar tanto líquido.

– Comprendo – asentí.

– Unas veces echamos más, otras menos. Varía en función del nivel de excitación y, sobre todo, del tiempo que haga de nuestra anterior eyaculación. Si han pasado varios días desde la última vez que te corriste… echas más.

– Es lógico.

Juro que no me di cuenta. Lo hice sin querer. Lo cierto es que, una vez empezamos a hablar, se convirtió en una charla didáctica bastante interesante, que captó por completo mi atención, olvidándome un poco de mi intención de seducir a Diego.

Como digo, sin darme cuenta por estar atenta a lo que me explicaba, cambié de posición en la silla, descruzando las piernas y moviéndome un poco sobre el asiento. Al hacerlo, la camiseta se me subió inadvertidamente unos centímetros.

Diego, como hombre que es (todos hacen lo mismo) echó una rápida mirada a mis muslos desnudos, sólo que, al mirar por el hueco que dejaba la camiseta, debió atisbar durante un segundo que su primita… iba sin bragas.

Su discurso se interrumpió en medio de lo que estaba diciendo y su boca se entreabrió en una muda expresión de asombro. Yo me di cuenta de inmediato de la dirección de su mirada y, a pesar de todos mis planes de seducción, me entró una vergüenza del copón, volviendo a cruzar las piernas con rapidez.

En cuanto lo hice, Diego comprendió que le había pillado mirando, con lo que se ruborizó más todavía. Azorada, dejé pasar la oportunidad de atacar (aprovechando que ya sabía que iba desnuda) y simulé que nada había pasado.

Eso sí, me puse más cachonda todavía.

– O sea, que en esas revisas exageran… – dije, intentando retomar el hilo.

– Eh… Sí, sí, eso – dijo Diego, aprovechando la escapatoria que le brindaba – No te creas lo que pasa en ellas. Ni tampoco las historias. En la vida real esas cosas no pasan.

– Sí. Ya lo supongo. Ya imaginaba que la chica esa de la revista de ayer, la de las tres pollas a la vez, no hará eso todos los días…

Mi primo enrojeció todavía más al escucharme decir ordinarieces.

– Y entonces – continué – ¿Cómo hacen lo del semen? Porque es verdad que algunos parecen echar litros…

– Bueno… en realidad no lo sé. Pero supongo que usarán algún tipo de crema o algo así…

– A mí me parece que usan leche condensada – afirmé – Además, viendo cómo algunas de las chicas se lo tragan con cara de estar comiendo algo delicioso… Me pregunto a qué sabrá en realidad – dije, mirando a Diego con expresión pícara.

– No… no sé – dijo él, con un hilo de voz.

– ¿En serio? ¿Ninguna de las chicas con la que has estado lo ha probado? Pues yo siento curiosidad. Me gustaría hacerlo.

Diego se removió, inquieto. Esta vez fue él el que cruzó las piernas. Eché una rápida mirada a su entrepierna y me di cuenta de que estaba formándose un sospechoso bulto en su bañador, que él trataba de ocultar. Entre la charla subida de tono y el haber descubierto que su prima iba desnuda, habían logrado que el soldadito de Diego empezara a despertar.

Y yo iba a lograr que se pusiera bien firme.

Así que, sintiéndome cada vez más segura de mí misma… volví a descruzar las piernas. Muy lentamente esta vez. A lo Sharon Stone (me adelanté un par de años).

Aunque trató de resistirse, Diego no pudo evitar volver a mirar mis muslos. La camiseta tapaba esta vez el espectáculo estrella del show, pero, aún así, sus ojos permanecieron clavados en mí unos instantes.

Me sentía exultante. Sabía que estaba muy cerca de conseguir mi objetivo. Sólo tenía que tirar de la cuerda un poquito más.

– ¿Qué miras? – le solté sin pensármelo más.

– ¿Yo? Na… nada…

– ¿De veras? Porque a mí me parece que estás intentando mirar debajo de mi camiseta…

– Paula, por favor…. – casi suplicó – Sería mejor que te fueras…

– ¿Seguro que quieres que me vaya? ¿No prefieres que te enseñe lo que llevo debajo?

El pobre se quedó callado. Se percibía su lucha interna. Por un lado estaban sus convicciones morales y por otro sus instintos. Y yo iba a inclinar la balanza a mi favor.

– Porque… a mí no me importa. Si quieres, te dejo echar un vistazo.

– Paula… – dijo, con voz suplicante.

– Venga – susurré suavemente – Si a mí no me importa… estás deseándolo…

Diego no decía nada, mirándome fijamente, sin pestañear…

– Pídemelo – insistí – Además, sería lo justo, ¿no? Yo te vi a ti el otro día…

– Paula – continuó resistiendo Diego – Esto ya se ha salido de madre. Te pido que te vayas, por favor. No me obligues a echarte.

Mirándolo en perspectiva y con la experiencia que después me han dado los años, hay que reconocer que mi primo era todo un caballero. Aguantó todo lo que pudo.

– Y te toqué… – dije, ignorando sus protestas – Dime, ¿te gustó que te tocara? Admítelo, di que sí… Por eso no dijiste nada, ¿verdad? Por eso te hiciste el dormido, porque te gustaba que te tocara la polla…

Diego gimió, derrotado. Yo me sentía jubilosa y lasciva. Ni muerta iba a marcharme de allí. Deseaba a mi primo y lo iba a conseguir.

– Reconócelo – continué mi tarea de serpiente pecaminosa – Te sientes tentado, ¿verdad? Por eso me espiaste ayer mientras me duchaba, ¿no es cierto? Estuviste mirándome desde la puerta… seguro que te masturbaste mientras lo hacías…

– Paula, por favor – casi lloró el pobre.

– Si quieres, yo puedo hacer lo mismo. ¿Quieres ver cómo me toco?

– No… no.

Diego decía que no, pero sus ojos, su boca, todo su ser decían que sí. Y yo lo sabía… Había logrado llevarle justo a donde yo quería. Me sentía a punto de estallar de pura excitación.

Muy lentamente, agarré la fina camiseta con los dedos y tiré de ella hacia arriba, descubriendo por completo mis muslos desnudos. Diego me miraba, sin pestañear, los ojos clavados en mi piel, tanto en la morena de las piernas como en la pálida de la zona que había protegido el bañador, sin atreverse ya a protestar.

Despacio, recreándome con su mirada, fui separando los muslos, para que pudiera deleitarse contemplando el tesoro oculto. Me sentí hermosa, deseada y sí… poderosa. Nunca había estado tan excitada. Ni siquiera la noche anterior con Clara.

– ¿Te gusta mi coñito? – dije con voz de niña mala – Dime, ¿te gusta?

Y su cabeza asintió, sin que él pudiera controlarla. Su boca no dijo nada, pero el ver cómo asentía, me volvió loca de calentura.

– ¿Quieres ver cómo me acaricio? – pregunté, manteniendo la camiseta subida con una mano, mientras la otra abría con cuidado los labios de mi vagina, como había visto hacer en las fotos de las revistas.

Nuevo asentimiento silencioso.

– Como quieras – susurré.

Cachonda perdida, empecé a masturbarme muy lentamente, despatarrada en la silla de mi primo, mientras él me miraba hipnotizado.

Sentir su mirada sobre mí, fue la experiencia más erótica que había tenido hasta entonces, no puedo describirlo con palabras.

Con delicadeza, fui acariciando la ardiente carne entre mis muslos, disfrutando hasta el último instante de aquella situación.

Pero yo quería más.

– Yo también quiero verte a ti – siseé, sin dejar de masturbarme – Quiero ver otra vez tu polla…

Pensé que Diego iba a resistirse una vez más, pues dudó un instante ante mis palabras. Pero qué va, ya se había arrojado de cabeza a la situación.

Una vez decidido, se bajó el bañador hasta los tobillos, con lo que su pene, erecto y amoratado, apareció, vibrante entre sus piernas, apuntando al techo con descaro. Un escalofrío recorrió mi columna cuando lo vi.

Allí estaba otra vez. Mi primera polla.

– Tócate tú también – le ordené.

Y Diego obedeció. Sin perder un segundo, su mano se apoderó de su tieso instrumento y empezó a deslizarse a buen ritmo sobre él. Esta vez fui yo la que se quedó mirando, viendo cómo su mano se movía arriba y abajo, provocando que Diego gruñera de placer.

Ya había visto aquello en las revistas, pero verlo en directo era muy distinto. Me apetecía mucho ser yo la que ocupara su lugar.

Y, si me apetecía, ¿por qué no iba a darme el capricho?

Dejé de masturbarme y me puse en pié, acercándome a la cama. Diego se sobresaltó un poco, pero no dejó de meneársela mientras me miraba.

Yo me quedé de pie, en silencio, mirando desde arriba cómo la polla de mi primo era vigorosamente masturbada. Di un paso adelante, acercándome a él y coloqué un pie entre los suyos, de forma que su rodilla quedaba justo en medio de mis piernas.

Él pareció ir a echarse atrás, apartándose de mí, pero yo le detuve poniendo una mano en su hombro.

Nos miramos a los ojos. Yo desvié la mirada hacia abajo, obligándole a hacer lo mismo. La camiseta se me había bajado, tapándome de nuevo hasta medio muslo. La dejé así.

– Sigue – ordené.

Y él obedeció, sin protestar, sin resistirse. Me sentí jubilosa, al ver cómo el chico reanudaba la paja. Comprendí que, en ese momento, él haría lo que yo quisiera.

Como dije al principio, ese verano aprendí muchas cosas.

Seguimos así unos instantes, yo de pie, mirando sin perderme detalle de cómo Diego se masturbaba, con él sentado frente a mí, mirando mis muslos. Y yo quería más. Quería tocarle, sí, deseaba volver a sentir el tacto de su verga en mi mano, pero, sobre todo, anhelaba que él me tocara a mí, sentir cómo sus dedos acariciaban mi carne.

Recordando lo que había hecho Clara la noche anterior, me decidí a imitarla. Inclinándome, aferré la muñeca de Diego con la mano, deteniendo la paja. Él me miró a los ojos, inquisitivo, pero yo aclaré de inmediato sus dudas, tirando de su mano hacia mí.

No se resistió. Ya era mío por completo.

Atrayendo su mano, hice que la posara en mi muslo desnudo. La sentí ardiendo sobre mi piel. No me extrañó, yo también estaba que hervía.

Muy despacio, la mano de Diego fue moviéndose hacia arriba, acariciando la suavidad de mi muslo, haciéndome estremecer de placer.

Cuando llegó al borde de la camiseta, no se detuvo, sino que siguió subiendo por mi pierna, sin que la tela supusiera el menor obstáculo, acariciándome de una forma que me volvía loca. Era la primera vez que un hombre me tocaba.

Por fin, su mano llegó a mi cadera, entreteniéndose un poco en acariciar mi trasero. Pero no era eso lo que yo quería; me moría de ganas porque retomara el trabajo justo donde yo lo había dejado.

– No… – susurré excitada – Ahora tócame tú…

Y volvió a obedecer. Moviendo su mano muy despacio sobre mi piel, dibujando estelas de fuego sobre mi cuerpo, la llevó hasta mi ardiente coñito. Cuando sus dedos me rozaron ahí, creí que iba a desmayarme de puro placer.

La noche anterior había sido algo increíble con Clara, pero, que te tocara un hombre, sentir sus fuertes manos acariciándote delicadamente… habrá muchas que no estén de acuerdo conmigo, pero, para mí, no hay nada igual.

Diego empezó a masturbarme, a acariciarme dulcemente entre las piernas. Yo me mordía los labios, disfrutando el enorme placer que me estaba dando. Tuve que esforzarme en mantener las piernas abiertas, para permitirle llegar a mi intimidad, pues mi impulso era apretarlas para atraparle y no dejarle salir de ahí jamás.

– Paula… – susurró entonces Diego.

Abrí los ojos y le miré. Su mirada se desvió entonces hacia abajo, haciéndome comprender.

No queriendo hacerle sufrir más, me agaché un poco, abriendo todavía más las piernas. Así pude inclinarme y agarrar su erecto pene con la mano, haciéndole gemir de placer.

En cuanto la sentí entre los dedos, apreté, sopesándola y admirándome de su dureza. No podía comprender cómo una parte del cuerpo humano, fláccida en su estado habitual, pudiera endurecerse tanto. Me encantaba.

Imitando sus movimientos, empecé a mover la mano arriba y abajo sobre la dura estaca. Era mi primera vez, así que no tenía idea de si estaba haciéndolo bien, aunque, a tenor de los gemidos y gruñidos que Diego profería, no debía dárseme mal la cosa.

Estuvimos así unos minutos, los ojos cerrados, masturbándonos el uno al otro. De pronto, sentí que la polla de Diego se ponía incluso más dura, dando incluso un bote en mi mano.

– Paula, Paula – gimoteaba mi primo.

Comprendí que iba a correrse, así que abrí los ojos, para no perderme detalle de la primera eyaculación masculina que iba a provocar. Bueno, la primera que provocaba activamente…

En efecto, tal y como esperaba la polla de Diego entró en erupción. No pude evitar dar un gritito de sorpresa cuando el primer disparo de semen salió volando, impactando en mi muslo.

Me quedé atónita, alucinada viendo cómo aquella picha vomitaba semen a raudales. Tras la primera andanada, siguieron varios más, aunque menos espectaculares. Como yo no solté la manguera en ningún momento, pronto mi mano quedó completamente embadurnada de semen, sintiendo cómo la cálida esencia de mi primo se deslizaba por mi piel.

Por fin, aquella cosa dejó de expulsar líquido. Seguía bastante dura en mi mano, aunque percibí que se había ablandado un poco. Pensé que era normal, pues si no se bajaba aquello así, los chicos irían a todas horas con el rabo tieso.

Con curiosidad, solté la polla y acerqué la chorreante mano a mi cara, para ver aquella viscosa sustancia de cerca. Era blancuzca, caliente y pegajosa, tal y como me había imaginado.

– Me has mentido, cabrito – dije, sin dejar de mirar la crema.

– ¿Yo? – exclamó Diego, extrañado.

– Sí, me dijiste que, cuando os corréis, no echáis litros, como en las revistas, pero tú te has corrido un montón.

– Es cierto – dijo él, sonriendo – Pero también te dije que la cantidad dependía de lo excitado que estuviera el chico. Y yo no había estado tan excitado en mi vida.

Me encantó que dijera aquello. Y me dio un poco de vergüenza también. Para disimular, volví al ataque.

– ¿Y por qué te has parado? – le espeté – Yo bien que te he hecho terminar.

Diego me miró, sonriendo de oreja a oreja. Sus prejuicios y tabúes habían quedado completamente olvidados.

– Es verdad. He sido muy desconsiderado. No me he preocupado de tu placer personal.

– Así es – dije, muy digna.

– Sabes que, como nos pillen, nos matan a los dos, ¿no?

– Sí – reí – Sí que es verdad.

– Pues procura no gritar.

Y, de repente, Diego se abalanzó sobre mí. Yo di un gritito de sorpresa y, cuando quise darme cuenta, me encontré tumbada boca arriba sobre el colchón, con Diego quitándome a tirones la camiseta, dejándome completamente desnuda sobre la cama.

Mi primer impulso fue cubrirme, tanto los senos como la vagina. Pero, dándome inmediatamente cuenta de lo ridículo de aquello, aparté las manos y quedé totalmente expuesta a la lujuriosa mirada de mi primo.

– Eres hermosa – dijo él, tras recrearse admirándome unos segundos – No puedo creer lo bonita que te has vuelto.

Me sentí enrojecer, avergonzada, sintiéndome inmensamente feliz por sus palabras.

Diego se inclinó, colocando su cuerpo sobre el mío, pero no echándose encima, sino apoyando las manos en el colchón. Su rostro quedó muy cerca del mío, mirándonos mutuamente a los ojos. Por fin, acercó su cara y, muy tiernamente, me besó con pasión en la boca.

Mi primer beso. De acuerdo que fue con mi primo, pero todavía lo recuerdo con cariño. Fue maravilloso y emocionante.

Vale que minutos antes había estado con toda la desvergüenza haciéndole una paja mientras él hacía lo mismo conmigo, pero, lo cierto es que fue en ese momento cuando más vergüenza pasé, mientras me besaba dulcemente en los labios, con su cuerpo peligrosamente cerca del mío.

En ese momento, dejó de besarme. Yo estuve a punto de protestar, pidiéndole que siguiera, pero entonces me besó en la mejilla. Luego en la frente. En el cuello esta vez.

Diego siguió besándome, suavemente, con delicadeza, casi haciéndome cosquillas. Empezó a bajar. Besó mi esternón, mis hombros, mis brazos… después vinieron mis pechos, mis pezones… cada beso hacía que me sintiera más y más excitada… si aquello era el sexo, no iba a parar de practicarlo hasta el día que me muriera.

Siguió bajando, mi estómago, mi ingle… a medida que se aproximaba a mi vagina, yo sentía que me derretía de placer. Sin darme cuenta, separé los muslos, ofreciéndole mi vagina en bandeja, muriéndome de ganas por sentir su roce entre las piernas.

No se hizo de rogar. De pronto, sentí el calor de su aliento en mi sexo. Tuve que volver a morderme los labios para no ponerme a gritar. Cuando su rostro se hundió entre mis muslos, un estremecedor gemido escapó de mis labios, mis uñas se clavaron en las sábanas, arrancándolas de la cama. Mis piernas se abrieron por completo, brindándole mi intimidad a Diego, entregándosela como ofrenda. Nunca antes había sentido tanto placer.

– Sí, Diego… sí, sigue así, por favor, no pares…

No me daba cuenta ni de lo que decía. Mi mente estaba en blanco, como si hubiera abandonado mi cuerpo, porque en él sólo tenía cabida el placer.

Diego sabía lo que se hacía. Los años me han enseñado que sabía cómo comerlo. Se le daba de puta madre, vaya.

Pero el pobre estaba también loco de calentura, y ya no podía más.

– Paulita – siseó, apartando la boca de mi coño – Prima, te juro que estoy a punto de reventar…

– Vale – asentí – Si eres tú, estoy preparada.

Y lo estaba. Vaya si lo estaba. De hecho, estaba que me moría porque me follara. Necesitaba saber qué se sentía con una verga dentro, porque, si lo que había experimentado hasta el momento era tan bueno, ¿cómo sería follar de verdad?

– No, Paula, eso no puede ser…

– ¿Cómo que no? – exclamé sorprendida.

No podía creérmelo, a esas alturas, Diego seguía resistiéndose. Pero no era así.

– No tengo condones – dijo con sencillez.

– Bueno, pues sin condón – dije sin pensar.

– No, Paula, eso no. Imagínate que pasa como con Manoli, ¿qué íbamos a hacer?

Me quedé callada. ¡Mierda! ¡Tenía razón! Si me quedaba embarazada de mi primo, más nos valía a los dos tirarnos de un puente.

– Esta tarde iré a comprar – dijo Diego – Si quieres mañana…

– ¡Sí! – exclamé con entusiasmo – ¡Mañana lo haremos!

– Pero ahora… – gimoteó el chico.

– ¿Ahora?

– Bueno… – dijo, armándose de valor – ¿Me la chuparías?

Vaya. Allí estaba. Lo de las fotos de las revistas. Y pensar que la primera vez que lo vi me dio asco. Ahora, después de tantas fotos de mamadas y con el calentón que llevaba encima, no iba a decir que no.

– Vale. Pero primero tienes que acabar – dije señalando a mi coñito, que seguía hirviendo entre mis piernas abiertas.

– Podemos hacerlo a la vez.

Comprendí de inmediato a qué se refería. Lo había visto en las revistas. Iba a aprender una cosa nueva. El 69, aunque entonces no supe que se llamaba así.

Ambos nos movimos en el colchón, rozándonos. Me quedé mirando divertida la picha de Diego, que volvía a estar tiesa como una estaca, dando bandazos a un lado y a otro mientras mi primo se acomodaba.

Enseguida fue él el que quedó tumbado sobre el colchón, mientras yo me daba la vuelta y me sentaba sobre su pecho. En cuanto lo hice, sus manos se apoderaron de mis nalgas dándome un fuerte estrujón, que me hizo dar un gritito de sorpresa.

Noté cómo sus manos separaban mis glúteos, para poder deleitarse así fisgoneando aquello que ocultaban.

– ¡Ay, quieto, no seas guarro! – protesté, mientras él seguía amasando mi culito.

– Le dijo la sartén al cazo… – respondió Diego.

De repente, mi primo me aferró por las caderas y, tirando de mi cuerpo, me obligó a echar el culo hacia atrás, acercándolo a su cara. Volví a gritar y a reír, sorprendida, aunque enseguida empecé a gemir, pues Diego no tardó ni un segundo en volver a hundir la cara entre mis muslos, con lo que su inquieta lengua volvió a acariciar mi intimidad.

Estaba cachondísima, chorreando a más no poder. De hecho, al deslizar el trasero por el torso de mi primo, lo había pringado todo con mis jugos. Diego no se quejó.

Tras disfrutar unos segundos de la comida que me estaba haciendo Diego, recordé por qué habíamos adoptado esa postura, así que abrí los ojos.

Allí estaba, esperándome, tiesa como un palo y dura como una roca. Con la cabeza brillante, mojada y, desprendiendo un peculiar olorcillo que, incluso a día de hoy, sigue excitándome terriblemente.

Volví a agarrarla, pajeándola suavemente. Noté que a Diego le gustaba, pues gimió como un cachorrillo sin despegar la boca de mi coño.

Tardé un poco en decidirme. No acababa de atreverme. Pero comprendí que no era justo, al fin y al cabo Diego estaba haciéndomelo a mí. Además, todas aquellas mujeres de las revistas no podían estar equivocadas, ¿verdad?

Tímidamente, saqué la lengua y, muy despacio, la acerqué al erecto falo. Cuando por fin lo lamí lentamente, el cuerpo de Diego se estremeció bajo el mío, lo que me hizo sonreír.

No estaba mal. No era para nada asqueroso. Si me apuran, admitiré incluso que me gustó el sabor, un poco salado, por el sudor, pero también… algo más.

Con más confianza, empecé a chuparla muy despacio, haciendo gruñir a Diego bajo mi cuerpo. Más segura, fui incrementando el ritmo, deslizando mi lengua por su dureza, empapándola con mi saliva de arriba abajo.

No me dediqué a sus huevos, en cambio, limitándome a acariciarlos un poco, pues los tenía bastante peludos y me dio asco cuando un pelo se me coló en la boca.

Tras expulsar el rizado cabello, decidí averiguar qué se sentía metiéndosela en la boca. Así que, ni corta ni perezosa, deslicé un buen trozo de tumefacta carne entre mis labios, mientras no dejaba de juguetear con la lengua sobre ella.

Aquello encantó a Diego, que, dando un bufido, levantó las caderas del colchón, provocando que la dosis de rabo en mi boca fuera mayor que la recomendada por 9 de cada 10 médicos.

Que me llegó hasta la tráquea, vaya.

Dando una arcada, aparté la cabeza, con los ojos llorosos. Me había llevado un pollazo en toda la campanilla. Sin poder contenerme, empecé a toser, tratando de recobrar el aliento. Diego, que comprendió lo que había pasado, dejó de lado el sexo oral y empezó a pedirme disculpas, muy compungido.

– No pasa nada – le tranquilicé, cuando sofoqué las arcadas – Pero ten más cuidado.

– Claro.

– ¿Lo estaba haciendo bien? – le pregunté.

– De puta madre – respondió él, de inmediato.

Tras reírme por su entusiasmo, volví a reanudar la mamada. No estaba mal la cosa. Me gustaba sentir lo dura que se le ponía al chupársela. Dando un gemido, Diego reanudó también su tarea, devolviéndome centuplicado el placer que yo le estaba dando.

Seguimos con la posturita durante un par de minutos más, hasta que Diego, de repente, me anunció que iba a correrse de nuevo.

Después de la experiencia de minutos antes, no me sentí capaz de recibir la corrida de mi primo directamente en la boca (aunque ganas no me faltaban), porque temía acabar echando la pota. Así que la saqué y seguí pajeándola con la mano, incrementando el ritmo, logrando que mi primo eyaculara poco después.

Diego gemía y gruñía contra mi coño, mientras su polla volvía a expulsar una buena ración de semen. Esta vez no hubo ningún disparo espectacular, sino que el blanco líquido empezó a brotar de la punta a borbotones, como un manantial, resbalando por el tronco y pringando de nuevo mi mano, que seguía empuñándola.

Cuando el semen dejó de manar, volví a mirarme la mano, como había hecho antes, familiarizándome con la esencia masculina. Entonces, sin pensármelo más, la acerqué a la boca y, sacando la lengua, le di una pequeña probada.

No sabía mal, era suave pero intenso. Con los años descubrí que el sabor del semen es diferente en cada hombre (depende mucho de su dieta), y el de Diego realmente me agradó. De hecho, más de una vez he pensado que, si la leche de mi primo hubiera sabido a rayos, esa primera experiencia me habría marcado de forma que unos cuantos tíos se habrían quedado con las ganas de correrse en mi boca.

No hizo falta ni decírselo. Diego sabía que no me había corrido. Aún no entiendo por qué, aunque supongo que mi resistencia había aumentado debido a todas las pajas que me hacía últimamente. El chico reanudó las lamidas en mi sexo, aplicándole a demás un tratamiento dactilar que me hizo gemir de gozo.

Cuando me metió dos dedos en la vagina, me costó horrores no ponerme a gritar, experimentando un placer indescriptible. Entonces, un tanto enloquecida y fuera de control, le ordené:

– ¡En el culo! ¡Méteme también un dedo en el culo!

Mi anterior experiencia con la masturbación anal había sido muy satisfactoria y quería disfrutarlo de nuevo, así que, cuando Diego obedeció e introdujo uno de sus dedos en mi ano, tuve que apretar el rostro contra el colchón para ahogar los berridos de placer.

Y por fin me corrí. Fue el orgasmo más intenso que jamás había tenido. Increíble. Mi cuerpo temblaba, descontrolado, como si tuviera un ataque epiléptico. Diego mantuvo sus dedos dentro de mí, dos en mi vagina y uno en mi recto, acariciándome y estimulándome por dentro, consiguiendo alargar el orgasmo.

Vencida, me derrumbé sobre su cuerpo, con un brazo colgando fuera de la cama, medio desmayada. Tras un par de minutos recuperando el resuello, Diego se las apañó para salir de debajo de mí y, tumbándose a mi lado, empezó a acariciarme el cabello y a darme tiernos besitos en la cara, hombros y espalda. Fue lo más próximo que he estado a ronronear como una gatita en toda mi vida.

Permanecimos un rato más así, charlando en voz baja. Él me decía que estábamos locos, que no pensaba que iba a ser capaz de aquello, pero sin dejar de acariciarme. A mí me daba igual, había nacido una nueva yo, más segura de mí misma y decidida a conseguir aquello que quería.

Así que le dije que no se olvidara de comprar los condones, porque, al día siguiente, íbamos a follar, los hubiera comprado o no.

Me di cuenta de que debía ser tarde, así que, tras besar de nuevo a mi primo, me puse la camiseta y salí. Eso sí, antes de hacerlo, cogí un libro al azar de la estantería y, tras comprobar que contenía una revista que aún no había leído, se la enseñé a Diego guiñándole un ojo con picardía y me marché.

Tras cerrar la puerta, me quedé unos instantes con la espalda apoyada, asumiendo todo lo que acababa de pasar. Una sonrisa estúpida se dibujó en mi rostro.

Había descubierto el sexo y me parecía la cosa más maravillosa de la vida. Me sentía más viva que nunca antes. A partir de ese momento iban a acabarse los melindres y las tonterías. Iba a pasármelo bien.

E iba a continuar esa misma noche. Iba a enseñarle a Clara un par de trucos que había aprendido.

Sonriente, me aparté de la puerta y entré a mi cuarto. Al hacerlo, me encontré con que Clara ya estaba allí, sentada en su cama, la espalda apoyada en la pared y una expresión muy seria en el rostro.

Me llevé un buen susto al verla. No esperaba que hubiera nadie en la habitación.

– ¡Ostras, Clara! – exclamé – Pero, ¿qué haces aquí? ¿No tenías que estudiar?

– La hora de estudio ya ha pasado – dijo ella, señalando el reloj de la mesita – Mi madre ya se ha ido a la farmacia.

– ¡Ah! Jo, perdona… Se me ha ido el santo al cielo…

Ella siguió mirándome, con aspecto severo. Me sentía muy nerviosa.

– ¿Qué estabas haciendo? – preguntó.

– ¿Yo? Bueno… ya sabes… Hablando con Diego…

Y entonces lo preguntó. Sin tapujos. Directa al cuello.

– ¿Te has acostado con él?

Me quedé mirándola boquiabierta. Miré a otro lado, asombrada y fue cuando me di cuenta de que mi ropa estaba encima de la cama. Clara sabía perfectamente que iba desnuda bajo la camiseta.

Me sentía mal y ese mismo malestar me cabreó. ¿Por qué tenía yo que darle explicaciones? ¿No iba a hacer lo que me diera la gana? Y, al fin y al cabo, ¿no había sido ella la que empezó aquella historia, insistiendo en que nos coláramos en el cuarto de su hermano?

– ¿Y a ti que te importa? – le solté, enfadada.

Clara se sorprendió. Yo no era normalmente tan directa.

– ¿Te has acostado con él o no? – insistió.

– No es que sea asunto tuyo. Pero no, no lo he hecho.

Clara pareció relajarse un tanto con mis palabras.

– Sólo le he chupado la polla y él me ha comido el coño – le espeté con rabia – Mañana, cuando haya comprado condones, sí que vamos a follar.

Le solté aquello para herirla, pues me había cabreado mucho su actitud. ¿No era yo la cría? ¿La mojigata? Si ella era tan valiente, ¿por qué se escandalizaba tanto?

– Eres una puta – me soltó.

– Pues, ¿anda que tú? ¡Colándote en el cuarto de tu hermano para sobarle la polla!

Los ojos de Clara llamearon. Por un instante, pareció estar a punto de arrojarse sobre mí y enzarzarnos en una pelea. Pero no lo hizo. Apartando la mirada, enfadada, se levantó de la cama y se largó del cuarto sin mirarme siquiera.

Yo, cabreada igualmente, recogí mi ropa y me metí en el baño para darme una ducha. El agua no sólo limpió mi cuerpo, librándolo de sudor y de otras sustancias, sino que también tuvo la virtud de despejar mi mente. Me quedé un buen rato en la bañera y, conforme los minutos pasaban, me sentía cada vez más culpable y arrepentida por cómo había tratado a Clara.

Lamentando lo que había pasado, bajé en su busca tras vestirme, con intención de disculparme y hacer las paces, pero me encontré con que mi prima se había marchado, dejándome en casa.

Bastante confusa, regresé al piso superior en busca de Diego, no para explicarle lo que había pasado, sino porque pensé que su presencia me haría sentir mejor.

Sin embargo, mi primo tampoco estaba. Supuse que habría salido a comprar los condones, tal y como había prometido. Era lógico por otra parte, pues, no pudiendo ir a la farmacia del pueblo a buscar los preservativos (sólo de pensar en el corte que pasaría si se le ocurría ir a comprarle las gomas a su madre, me entraba la risa floja), sin duda tendría que ir a otra localidad.

Para asegurarme, me asomé al garaje, comprobando que, efectivamente, el coche de mi tía no estaba allí.

Resignada, regresé al salón y, tras sopesar un rato la idea de irme a la piscina, me di cuenta de que no me apetecía hacerlo a solas, así que me puse a ver la tele.

Meses antes, habían empezado a emitir las cadenas privadas, así que en España disfrutábamos ya (es un decir) de una gama más amplia de cadenas de televisión, así que me pasé la tarde haciendo zapping.

Aburriéndome como una ostra, vaya.

Clara regresó horas después, escasos minutos antes de que lo hiciera su madre, lo que nos ahorró engorrosas explicaciones de por qué no habíamos pasado la tarde juntas como hacíamos siempre.

Aún así, mi tía se dio cuenta de que andábamos mosqueadas, aunque, tras hacer un par de intentonas de averiguar qué sucedía, se dio cuenta de que no estaba el horno para bollos y no insistió.

Yo estaba deseando quedarme a solas con Clara para disculparme, pero ella parecía pretender justo lo contrario, por lo que, en vez de retirarnos pronto al cuarto para charlar, insistió en ver una peli que echaban por la tele.

No queriendo desairarla todavía más dejándola sola con su madre, hice de tripas corazón y me quedé con ellas, aunque la película no me interesaba lo más mínimo, por lo que se me hizo larguísima, mientras no dejaba de darle vueltas a cuál sería la mejor manera de pedirle perdón a Clara.

Entonces regresó Diego, saludándonos amablemente mientras su madre le indicaba que le había guardado la cena en el horno. Alcé la vista y nuestros ojos se encontraron, haciéndome comprender que, efectivamente, había comprado los preservativos. Se me hizo un nudo en la garganta.

Clara, que no era tonta, también captó esa mirada y comprendió su significado, así que, aún más enfurruñada, disimuló su enfado concentrándose en la pantalla.

Cuando por fin acabó, me puse el camisón y, tras lavarme los dientes, entré al dormitorio donde ya estaba Clara.

Mi prima, aún cabreada, estaba en su cama, arropada hasta el cuello con la sábana, dándome la espalda y fingiendo dormir.

Tras cerrar la puerta, me senté en mi cama, con los pies en el suelo y me quedé mirándola en silencio unos instantes, con la esperanza de que se animara a hablar. No lo hizo.

Suspirando, comprendí que tendría que dar yo el primer paso.

– Clara, perdóname por lo de antes. Fui muy grosera contigo y me enfadé sin motivo alguno. Me siento fatal por lo que te dije.

Clara se agitó bajo las sábanas, pero no se dio la vuelta para mirarme, persistiendo en su silencio. No iba a ponérmelo fácil.

– Clara, venga, mírame – supliqué – Sé que no tengo excusa por lo que te dije… estaba muy alterada y me cabreé…

Súbitamente, Clara se incorporó sobre el colchón, quedando sentada, lo que me provocó un buen sobresalto.

– No seas idiota – dijo secamente – No estoy enfadada por lo que dijiste. Estoy enfadada por lo que has hecho.

– ¿Y qué he hecho? – pregunté estúpidamente.

– ¿Te parece poco? ¡Has estado haciendo guarradas con mi hermano a diario! ¡Y no contenta con eso, vas acostarte con él! ¡Es tu primo!

Leñe. Bueno, vale, visto así…

Miré a Clara, un poco avergonzada, pero más tranquila ahora que por fin me hablaba. Conociéndola como la conocía, sabía que la cosa era peor si se encerraba en si misma y te negaba la palabra.

De todas formas, su expresión dura y sus ojos echando chispas me hicieron ver que era mejor que fuera con pies de plomo.

– Tienes razón – admití – Es verdad. He estado haciendo esas cosas con tu hermano. Aunque, por si sirve de algo, te diré que hoy ha sido la primera vez que ha pasado. Todo lo que te conté es verdad.

Algo en su expresión cambió, suavizándose un tanto. Le agradaba comprobar que, al menos, no le había mentido.

– Y sí, es una locura. Pero tienes que entender que yo no busqué esto. Empezamos charlando sobre sexo y poco a poco… Joder, Clara, Diego me gusta y yo le gusto. Y, bueno, estoy decidida a que mi primera vez sea con él.

Clara me miró fijamente, creo que un poco sorprendida porque me mostrara tan firme y segura de mí misma.

– ¡Pero es tu primo! – insistió – ¿Cómo vas a acostarte con él? ¡Es incesto!

Me tomé un segundo para respirar, antes de darle la respuesta obvia.

– Clara, por favor, no te tomes a mal lo que voy a decirte – tanteé – Pero, recuerda que anoche hice esas mismas cosas contigo… y tú también eres mi prima.

Sus pupilas se dilataron por la sorpresa y su boca se abrió con una expresión de asombro que era casi cómica. Comprendí que no se había parado a pensar en ello.

Finalmente, la tensión de sus hombros se relajó y Clara, sabiéndose vencida, se tumbó de nuevo en la cama dando un suspiro.

– Leches, pues es verdad – dijo, mirando al techo – Es tan incesto lo que haces con él, como lo que haces conmigo.

– Jo, tía, no digas eso. No sé por qué, pero no me gusta esa palabra – dije – A mí me gusta Diego y estoy explorando con él y aprendiendo cosas nuevas. Y sí, voy a tener sexo con él. Le quiero mucho y me parece la persona óptima para iniciarme.

Clara me miró sin decir nada.

– Pero también te quiero mucho a ti y también me gustas. Y, si quieres, puedo enseñarte las cosas que aprendo con tu hermano…

– Ji, ji, ji – rió mi prima, olvidado por fin el enfado – Parece que no lo pasaste nada mal anoche, ¿eh?

– Ya sabes que no. Lo pasé divinamente. Y mejor que espero pasarlo… – dije, sonriendo pícaramente.

– ¿En serio? – dijo mi prima poniendo cara de sorpresa – ¿Y qué habías pensado?

Sonriendo, alcé la sábana que cubría su juvenil cuerpo y, tras recorrerlo de arriba a abajo con la mirada, deleitándome con sus núbiles curvas, me deslicé a su lado en el colchón, besándola tiernamente.

————————–

– ¿Seremos lesbianas? – me preguntó mi sudorosa prima, mientras jadeábamos abrazadas a oscuras en su cama, intentando recuperar el aliento.

– No, no lo creo – afirmé tras pensármelo un poco – A mí me gustan los chicos. Y nunca he pensado en ninguna chica de esa forma. Si no fuera porque eres tú… creo que no habría hecho nada de esto.

– ¿Nada de esto? – rió mi prima – ¿A qué te refieres?

Las dos nos echamos a reír. ¿Que a qué me refería? Pues no sé, a cómo le había practicado sexo oral un rato antes imitando lo que Diego había hecho conmigo. O a cómo ella me había devuelto el favor provocándome un tremendo orgasmo… O quizás fuera a cuando habíamos frotado nuestros coñitos el uno contra el otro, intercambiando nuestros jugos, como vimos en la revista, lo que había resultado una experiencia mucho más placentera de lo que esperaba. Supongo que me refería a eso.

Más calmada, ahora que por fin habíamos hecho las paces, obedecí la petición de mi prima y le conté todo lo que había pasado esa tarde en el dormitorio de Diego.

Clara me escuchó con atención, riéndose de vez en cuando, aunque yo percibía perfectamente que estaba muy interesada en lo que estaba oyendo. Mientras hablaba, seguíamos abrazadas la una a la otra, nuestros cuerpos desnudos apretados bajo las sábanas, sin importarnos que hiciera calor. Me sentía feliz y relajada.

– O sea, que mañana va a ser el gran día – dijo mi prima cuando terminé el escabroso relato de mis andanzas en el cuarto de su hermano.

– Sí. Supongo que sí – asentí – ¿Te sientes molesta por eso?

– No sé – dijo Clara tras meditarlo un segundo – Sé que tienes razón, que al fin y al cabo es sólo sexo y que Diego es un buen chico y te tratará bien. Pero no sé, en el fondo, hay algo que me incomoda…

– Chica, pues no será el tema de que seamos familia. Porque hace dos minutos… no te molestaba tanto.

– Sí. Bueno, quizás no… No sé – dijo ella, confusa – Quizás no sea el tema del incesto lo que me preocupa… No sé cómo explicártelo…

Entonces una pequeña lucecita se iluminó en mi cabeza.

– ¿No estarás celosa?

Clara se incorporó, mirándome fijamente. La luz de la luna que entraba por la ventana, refulgió en sus ojos que me observaban brillantes.

– Pues no sé – admitió con calma, para mi sorpresa – Puede que sea eso.

– ¡Clara! – exclamé.

– No, no me malinterpretes – continuó – No me refiero a que esté enamorada de Diego… Ni de ti… No es nada de eso.

– ¡Ah!

– Me refiero a que… no sé. Os veo a ambos como cosa mía. Tú eres mi mejor amiga, a la que quiero muchísimo… Y Diego, aunque de vez en cuando nos peleemos, es un hermano maravilloso. Y no sé, siento como si… me estuvierais excluyendo de algo… Es una locura.

– No, no creo que lo sea – asentí – Puede que tengas razón. Tú y yo siempre nos lo contamos todo, pero yo… he tratado de mantener el secreto de lo que pasaba con Diego. Si no me hubieras pillado, es posible que no te lo hubiera contado nunca. Y eso no está bien…

– Sí. Creo que es eso.

– Te prometo, que nunca más volveré a ocultarte nada. Mañana te contaré todo lo que pase.

– ¡Ah! Vale – dijo mi prima, sonriendo en la oscuridad.

Pero, aunque estábamos medio a oscuras, me di cuenta de que la sonrisa de Clara no era la de siempre.

CONTINUARÁ

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ernestalibos@hotmail.com

 

Relato erótico: ”¿Cómo empezó esta afición oculta de vestirme de mujer? “1 DE 2 (POR RAYO MCSTONE)

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¿Cómo empezó esta afición oculta de vestirme de mujer?
La delicia de sentir la ropa de mujer, la dicha de verme en el espejo y ver que mis piernas y nalgatorio son tal cual los de una mujer. Todo empezó desde niño, como a los 11 años, en quinto año de primaria. Es una ciudad mediana del centro del país, la provincia mexicana. Al regreso de la escuela, teníamos que tomar un camión de pasajeros, traía un short de los de esa época, sería el año 1975 o 1976. Eran cortitos, por lo que al sentarse se recorría dejando al descubierto prácticamente todos los muslos. Yo venía en el pasillo y un amiguito del salón que vivía por el mismo rumbo mío, sin más que me empieza a acariciar, amasar y recorrer primero con una mano y luego alternándose con la otra mis dos muslos. Casi susurrándome al oído me dijo: “Pero que lindas piernas de mujer tienes, están suavecitas, se siente rico”. Yo solo me quede quietecito, rojo de vergüenza, ya que al lado venían otros jóvenes más grandes que con grandes ojos veían como este canijo de Víctor me estaba metiendo mano de lo lindo en todas mis ya largas, torneadas, lisas, suaves y blancas piernotas. Le deje hacer todo el recorrido, como unos 20 minutos que se me hicieron eternos, seguía rojo y sentía muy agradable, muy rico, me gustaba y más cuando volvió ya sin reparo alguno a decirme: “tus piernas están mejor que las de mis hermanas y que las de mi mamá”…ufff…más me gusto cuando vi que los otros jóvenes seguían como hipnotizados como mi amigo me estaba magreando las piernas….ya hasta se veían un poquito rojitas, aunque no me estaba lastimando, el hecho de estar recorre y recorre con sus manos que por cierto note eran mucho más grandes que las mías seguían y seguían. Llegue a cerrar los ojos y hasta me acomode mejor para que siguiera en su labor, ya no se dieron más palabras. Si deje escapar como un suspiro y quizás un gemidito, que puso rojos a los otros dos cuates que ahora recuerdo estarían como en sus veinte. Yo tenía que bajarme primero, era solo una cuadra, cuando lo hice, él lo único que hizo fue darme una sonora nalgada que retumbo, las miradas de señoras que con eso me gritaban que éramos unos pervertidos no hicieron más que sofocarme. Esa escena la tengo grabada en mi piel para siempre. Ese fue el inicio.

SEGUNDA PARTE

La siguiente situación que esta tatuada en mi cerebro, alma y cuerpo se dio un año después, al ir en sexto de primaria.
En ese entonces, en casa vivía con mi primo hermano, otros primos y un hermano. La clásica familia numerosa formada por varios grupos viviendo en la misma casa. En un cuarto grande, en su cama propia dormíamos cuatro jóvenes. Mi primo y yo éramos los mayores.
Estábamos en el mismo grupo escolar, un día otro amigo que a su vez vivía con su hermanastro, nos invitó a jugar a su casa, que quedaba cerca de la nuestra. Este cuate llamado Tito sin ser el marica del salón, si le gustaba andar mostrándose en pantalones ajustados, ya que estaba nalgón, contoneándose e incluso dejándose manosear, nalguear y andar diciendo que le gustaba ser tallado. Como que nadie le hacía mucho eco, ya que en realidad éramos muy niños e ingenuos. Sería el año
1976. En su casa nos pusimos a jugar a las escondidillas. Yo me escondí en un cuarto de aseo del cual podía ver hacia un pasillo con varias puertas junto con el otro amigo, Enrique.
Desde ahí pudimos ver como mi primo Charly, puso contra el recuadro de una de las puertas a Tito y se lo empezó a culear literalmente. De vez en vez le metía manos en sus nalgas, las nalgueaba y si se lo estaba prácticamente cogiendo con ropa puesta. Tito hasta se arremolinaba. Yo estaba impactado, aunque mi primo es mayor, no mucho y no sabía que fuera tan precoz, aunque en las noches como que escuchaba que se quejaba, ahora sé que se masturbaba ya desde esa edad.
Sin darme cuenta como que me coloque como Tito, con las piernas ligeramente abiertas y empinando mi nalgatorio, primero imperceptiblemente y ya después como invitando a Quique para que replicará lo que estaba viendo. Ya comenté que desde niño ya era nalgón, tenía un pantalón de mezclilla ajustado. Quique se aprovechó y sin más que me empieza a dar, primero quedito, pero después también nalgueaba, también sobaba mis pompas. Yo ya de plano, gemía despacito y le empujaba más hacia atrás mis nalgas, clarito sentía como palpitaba lo mío y lo de él que estaba durito y fuerte. Creo que fueron como 15 minutos así, hasta que el grito de la mamá de Tito (por cierto era una exuberante mujer, bellísima) hizo que nos separáramos los cuatro. Lo que no sabía es qué mi primo vio todo. Cosa que el aprovecho por espacio de unos cuatro años, ya que toda la secundaria entre juego y juego, en el baño cuando nos metíamos juntos a darnos la ducha, aprovechaba para manosear, toquetear, puntear. Al ser juegos en cama o en la alberca, de luchitas, nunca fue descarado del todo como con Tito, pero bien que me hacía sofocar y pensar que se sentiría ser ya del todo mujer. En prepa nos centramos mucho en el deporte y como que eso se olvidó, pero la espina ya estaba clavada y tarde que temprano alguien tendría que clavarme algo más que una espina. 

3° parte.- LOS INICIOS (preparatoria)
Además del deporte que me ha ayudado a mantener muy firme mi cuerpo aún en mi madurez, ¿Qué pasó en la prepa que estimulará mi deseo por experimentar ser hembra? La asistencia a muchísimas películas de corte erótico. Títulos como Emmanuelle con Sylvia Kristel, la Historia de O, filmes italianos de Tinto Brass como La llave, Todas lo hacen , El hombre que mira, Monamour. Más italianas como La Signore dell notte con Serena Grandi despertaron en mí el morbo, el placer por el sexo, uno de los manjares de la vida. No eran películas plenamente pornográficas, sino que llevaban una historia, una trama y despertaban la lujuria, mujeres esculturales, de grandes nalgas, me hice aficionado al derriere, al culo, a las nalgas, me obsesioné con ellas, aún hoy soy un gran admirador de un buen trasero. Cierto que lograron iniciar en mí la calentura, el rol activo que solo hasta más años tarde lograría realizar, teniendo como 21 años. PERO y ojo, también despertaron en mi la conciencia de que la naturaleza me había dotado de nalgas de mujer, ahora recuerdo sin saberlo a ciencia cierta en esa época que cuando salía a jugar soccer (unos dos o tres partidos por semana) me encantaba lucirlo, me maravilla acariciarme yo mism@, y extasiarme de que no tenía vello alguno sobre la superficie blanca y dura de mis sentaderas. Me inicie en la masturbación moderada. Pero ahora, en perspectiva, en el fondo deseaba ser Emmanuelle siendo empalada en el asiento de un avión, enculada en el retrete, acariciada por un pordiosero en sus portentosos muslos dejándose hacer hasta el gemido, poniéndose en cuatro ante el ganador de una pelea de box callejera para que delante de todos sea embestida por el asiático. Quería poner la cara de placer infinito de la infiel casada que en las películas de Tinto da las nalgas a otros, quería ser la mujer de gran nalgatorio qué de perrito, paradita o inclinada sobre una mesa ofrece la retaguardia a su amante en turno, sabiendo que su marido la ésta observando o imaginando como es otro el que la hace gemir y gozar por un lado no tan tradicional. En esa época fajé. Metí mano en traseros acariciándolos, amasándolos, hasta pequeñas nalgaditas llegué a dar. Apuntille (hoy le llaman twerking o perreo) a cuanta mujer se dejará, gozaba, pero muy en el fondo yo quería ser ella, por eso casi siempre les preguntaba: ¿te gusta? ¿Qué sientes? Cuando respondían que les encantaba, yo imaginaba el sentirlo. CONTINUARA

CUARTA PARTE
Entre a la Universidad, vivía en ella, era una Institución cara y de prestigio en el centro del país. Las chavas y cuates de dinero que asistían por lo general eran muy guapos y de cuerpos de infarto. Era
bueno para el estudio y me gane un apoyo económico para poder cursar la carrera. Al principio batallé, pero una vez que le encontré el modo, todo salió a pedir de boca. No tuve novia aquí ni en los periodos anteriores, solo habían sido pequeños fajes, rozones, re pegadas y así. En la Uni, seguí asistiendo al cine. Era ahora una ciudad más grande, y tenía un cine de solo porno y como otros dos de cine erótico clásico. Casi cada semana asistía a uno u otro y los calentones estaban a peso. Una vez más en el fondo, ahora reconozco yo me veía en las protagonistas. Seguí haciendo mucho ejercicio. Siempre tuve poco vello en las piernas y ahora mis muslos lucían poderosos, fuertes, macizos (los que quieran fotos, con gusto se las paso por msm), mis sentaderas nunca han tenido vello y estaban respingonas, duras. Me aficione a las revistas de relatos e historias con fotos sexuales. En todo este rollo universitario, con los cuates se empezó a poner de moda medio jotear, recuerdo que, aunque quería no me salía, aun hoy no soy nada obvio, ni amanerado, solo alguien de verdad muy suspicaz se podría dar cuenta que si soy un tanto metrosexual o muy arreglado con ciertos tintes de putón. Lo qué si me salía y muy bien era repegar mis nalgas a la virilidad de otros, claro con ropa de por medio, era algo común, ya que no era tan frecuente. Se hacía cuando asistíamos en bola al cine, recuerdo muy bien que en una ocasión fue un cuate que era nuevo en el grupo y que al poco tiempo se dio de baja de la escuela. Creo que era del Edo. De Veracruz, el caso que el cine estaba a reventar, lleno de puro malandro calenturiento, puro chaval de toda la ciudad que asistía a ese Cine, que por cierto era muy bonito, de esos antiguos que ya no existen. Era una película porno, en una escena que se me quedo grabado, un cuate le pone un cojidón a una hembra buenísima por detrás parados ambos al lado de un árbol, hasta recuerdo el nombre de la película: Pasiones Salvajes. El caso es que la bola de camaradas se desperdigo y yo creyendo que era Jesús el que estaba detrás de mí, sin más que le dejo ir mi nalgatorio, con Jesús se daba este jueguito sin más, él siempre se reía y me retiraba con calma. Para mi sorpresa y susto me di cuenta que no era él, ya que era gordito de mí mismo tamaño, pero al voltear para ver quién era, vi los ojos negros de este cuate más alto que yo, que ni siquiera recuerdo su nombre y que con firmeza me tomaba de mi acinturado talle para dejarme ir su vergón que clarito sentí a través del delgado pantalón pegadísimo, ya que llevaba uno de esos que se ocupaban en esa época de una marca que creo ya no existe. Fue tal la decisión y empuje con el que me estaba puntilleando, que temblando le deje hacer. La escena era larguísima, la follada estaba a mil y el perreo ligero en cuanto a movimiento, pero intenso en su pegada, que me daba este morenazo era de campeonato, me empezó a acariciar los cachetes de mis nalgas, sin saber cómo me acomode de tal manera que nadie podría percibir de primera vista que estábamos gozando de lo lindo. Empecé a sudar, me humedecí de mi verguita (la tengo chica), de repente tomo mi mano y por un momento se la puso en su daga, acaricie como pude, sabía cómo, lo había visto en tantas películas, solo fue un ratito, para volver a ponerme en medio de mis montañas de carne su pene que siguió y siguió hasta que en bufido caliente que sentí en mis orejas, se vino y se fue, yo estaba mojadísim@. No lo volví a ver en la Uni, esta era muy grande y era fácil no ver de repente a conocidos. Era también típico que, si alguien estaba sentado en la cama, de pronto llegabas y te le sentabas en su ingle y lo cabalgabas como si te estuviera tirando. Más de una vez lo hice, y nunca fui tildado de gay, todo era relajo, pero yo en el fondo me encendía, me ponía colorad@ y me humedecía. Mi círculo de amistades era similar al de mi estrato, jóvenes con apoyos o de clase media que sus padres realmente los apoyaban con bastante esfuerzo. Yo para ese entonces alcance la estatura que hoy tengo, tendría unos 20 años, midiendo 1.76, yo creo pesaba en ese entonces como 66 kgs., es decir verdaderamente flaco, pero nalgón y piernudo. Sería talla 28 o 30…hoy día peso entre 74 y 76 kgs. según le entre a la comida que me encanta y a esta edad de 53 años, es complicado estar en peso siempre, pero gracias todo ese pasado de deporte, buen cuidado y que ahora soy moderado en el ejercicio, soy talla 34, estando okey en mi peso y talle o índice de masa corporal. Con un cuate del DF, bajito él, moreno, de mirada lujuriosa y libidinosa, se empezó a dar un juego bastante peculiar.

QUINTA PARTE. –
Juan se llamaba ese morenito chaparrito, un tanto gordito, más chico que yo, unos tres años. Él no vivía en la Uní, por lo que de vez en vez se estaba conmigo y otros camaradas en las habitaciones, a veces hacíamos alguna comida en los cuartos y por supuesto de vez en vez tomábamos alcohol más de la cuenta o juntos realizábamos ejercicio. Le prestaba las regaderas de los cuartos para que se pudiera bañar. Entre juego y juego, no sé cómo se fue dando que de repente cuando estábamos cada quien en su regadera, le decía melos@: “miraaa”….y le mostraba mi nalgatorio redondo, blanco, respingón, duro…definitivamente de hembra…se lo paraba, se lo meneaba y le decía…”te gusta, no se te antoja”…el cabrón, claro que me comía con los ojos y me metía mano, me nalgueaba, intentaba meter un dedo en el agujerito, pero yo coquet@ solo lo calentaba y ya cuando veía que estaba en serio, me ponía más estricto y lo paraba. Por supuesto que, con ropa, los juegos de repegarle las nalgas, de dejarle que me sobara, de cabalgarlo ligeramente, de hacer que me diera nalgadas se daban con bastante frecuencia y cada ocasión que pudiéramos estar solos o cuando otros estaban en su rollo y ya nadie pelaba a nadie porque estábamos ya a medios chiles, es decir más o menos tomados. Compartimos muchas cosas en lo emocional, la carga de estudiar, el peso de estar en un contexto que era ajeno a nosotros al estar rodeado de lujo, de personas con gran economía y nosotros simples mortales, por supuesto que nos gustaban ciertas jóvenes, y llegamos a llorar entre varios porque veíamos lejano en algún día aspirar a mejores cosas…ahí simplemente éramos estudiantes pobres que tenían la chance de poder cursar una carrera que ni en sueños se hubieran podido imaginar se pudiera dar.
En un fin de semestre para celebrar se tenía la costumbre de tomar a morir. Esa vez me lo advirtió que nunca lo olvidaría y vaya que así fue, aún hoy al recordarlo me estremezco de placer y de arrepentimiento y miedo aún. Uno a uno se fueron los compañeros a sus respectivas habitaciones, hasta que quedamos solos él y yo en uno de los cuartos que habíamos logrado tomar, ya que en todo el semestre estuvo vacío y un canijo había conseguido la llave. Yo estaba mal, porque recién estaba aprendiendo a tomar y esa vez me extralimite, estaba por llegar a la mitad de la carrera y sentía que podía llegar a la otra orilla. El caso es que me ayudo a llegar tambaleando al baño, ya que necesitaba vomitar, una vez ahí no dejo de meterme mano, de nalguearme, de ponerme su pene en mis pompas, yo necesitaba primero expulsar el alcohol…por lo que le dejaba hacer como niña tonta. Sentí alivio al poder desahogar mi estómago, así que con una fuerza extraordinario me llevo de nuevo a la recamara vacía, eran dos camas individuales, pero sin sabanas ni nada. Una vez ahí casi me arroja boca abajo sobre una de ellas y que se abalanza sobre mi pants a la altura de mis nalgas a empezar a besarlas, primero por encima y luego logro bajarme pants y trusa tipo bikini que usaba para empezar a ensalivar, lamer como perro hambriento mis redondeces. Yo estaba como en shock y de forma intuitiva y natural empuje más hacia atrás mi derriere, gimiendo, estuvimos un buen rato así, el estrujaba mis carnes, porque también usaba sus manos, no solo su boca, de repente, sentí que urdía en mi agujero y sin más que me deja ir un dedo..ayyyyyyyy cabrrónnnn grite…pero el tapo mi boca y siguió escarbando hasta que empecé a sentir caliente, que me picaba y ya era yo el que empujaba mi culo hacia atrás…hasta ese entonces no habíamos cruzado palabra alguna, hasta que dijo…te voy a culear, te voy a cumplir lo que me vienes pidiendo a gritos putito….tal cual así fueron sus palabras.

 

Relato erótico: “La putita del cerrajero” (POR ROCIO)

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Era un caluroso domingo de verano, muy temprano, cuando abrí la puerta de mi casa pues tocaron el timbre. Era don Augusto; un conocido cerrajero que vive a tres cuadras, con un parecido increíble a Sean Connery, cosa que me vuelve loca. No era alto pero sí fornido. Camisa a cuadros, vaqueros. Suspiré cuando lo vi. Tiene cierta fama en el barrio; muchas señoras están loquitas por él y con razón.
—Buen día, señor Augusto.
—Buen día, Rocío. Tu papá me ha llamado para que arregle una puerta que da al jardín, ¿me vas a dejar pasar?
¡Dios, solos al fin! Mi papá y su novia se habían ido a la playa; me habían pedido que lo atendiera para poder indicarle la puerta defectuosa y luego pagarle. Mi plan de conquistarlo estaba en marcha; como un castillo de naipes que se erige con paciencia y pericia.
—¡Claro, don Augusto, adelante!
Fuimos hasta el jardín y le indiqué la puerta; procedió a cambiarle la chapa. Fui a mi habitación para arreglarme un poco; cabello mojado, suelto; blusita con tiras que revelaba mi ombligo; short blanco, pequeño, de algodón; descalza. El cimento de mi castillo estaba armado, y la princesa, al acecho.
—Don Augusto, por favor pase adentro, el calor es infernal, le he preparado jugo de limón y algunos bocados. Y no me diga que no, lo he hecho con mucha ilusión —le tomé de la mano y lo tiré.
—¿En serio? Gracias, Rocío, qué divina, así no hay quien resista.
Se secó la frente perlada de sudor y entramos a la casa. Le hice sentar en el sillón mullido de la sala, él no quiso hacerlo porque estaba sudado pero le dije que no se hiciera dramas. Puse mi toalla allí y santas pascuas.
Le llevé el jugo y la bandeja con bocados. Sándwiches de jamón y queso, con mayonesa de oliva y rodajas de tomate. Me senté sobre el brazo de su sillón para estar pegadita a él. Acaricié su hombro.
—Señor, tiene usted un cuerpo muy cuidado. Se mantiene súper bien.
—Gracias, Rocío. Gajes del oficio, supongo. Por cierto, esto está muy delicioso.
—Uf, permítame un momento, voy a quitarme el piercing de mi lengua, me están golpeando los dientes al hablar —mentí.
—¿Tienes un piercing en la lengua?
—Sí, mire… —fardé de la barrita con bolillas que tengo en la puntita.
—Increíble –dijo observándolo, dándole un sorbo a su jugo de limón. ¡Zas! El castillo de naipes estaba a punto.
—También tengo un tatuaje en mi cintura, es una rosa, ¿quiere verla?
—Ehm… No es necesario, Rocío.
—No sea mala onda, déjeme mostrarle.
¡Un poco más y estaría palpando mi tatuaje! Entonces yo me haría de la asustada. Luego, azorada, le pediría que siguiera tocando. Y cuando lo tuviera a mi merced, le diría que me acompañara a mi habitación; juntos inauguraríamos mi castillo y me declararía su princesa.
Me levanté; la idea era bajarme el short ligeramente y así pudiera ver mi rosa tatuada, pero terminé resbalándome y cayendo burdamente frente a él. Sentí un dolor punzante en el tobillo.
—¡Ayyy!
—¿¡Estás bien, Rocío!?
—¡Mierdaaa!
Mi tobillo dolía horrores; no sabía qué hacer, lo último que quería era llorar frente a mi hombre. Pero don Augusto se levantó y me cargó en sus brazos para que todo mi mundo, castillo de naipes incluido, se desmoronara a mi alrededor.
—No llores, te llevaré al sofá.
—¡Mfff! ¡Dios! ¡Señor Augusto, soy una estúpida!
—Claro que no.
Me acostó en el mencionado sofá. De la jarra con jugo de limón retiró dos cubitos de hielo y me los pasó grácilmente por el tobillo. Luego, con un masaje, logró calmarme. Dedos cálidos, expertos, gruesos, ásperos como me gustan. Me dejó atontada por varios segundos; el dolor cedió; cerré los ojos para disfrutar. Cuando los abrí, el señor estaba comiéndome las tetas con su mirada. Normal, estaba retorciéndome del gusto como una gatita que quiere más mimos.
—Don Augusto, es usted un buen hombre. Si no estuviera casado lo invitaría a un paseo por la playa.
—¿En serio? Yo creo que ya tengo demasiada edad como para que te fijes en mí. Seguro que en tu facultad hay mejores partidos.
—Ya… Lo dice porque no soy bonita, seguro.
—No he dicho eso, la verdad es que eres preciosa.
Me besó en la frente pero al hacerlo me armé de valor; le tomé de los hombros, clavando mis uñas para traerlo contra mí; le mordí el pecho oculto tras su camisa. Un recado para su señora. La loba marcando territorio. La princesa reconstruyendo su castillo.
—¡Auch! ¿Qué te pasa, Rocío?
—¡Don Augusto!, debo confesar que yo he forzado el picaporte de la puerta para que usted viniera a repararlo.
—¿Qué cosas dices?
—¡Uf! Usted me tiene loca desde pequeña. Quería conquistarlo hoy pero soy torpe como ve…
—¿En serio estabas tratando de conquistarme? ¡Ja! Qué adorable, si recuerdo cuando eras niña y me pedías que me casara contigo, ¡todos nos reíamos un montón!
—¡No se burle, era una nena pero lo decía en serio!
Su sonrisa se desdibujó; vio mi cara repleta de vicio. Me cargó de nuevo pese a que ya no hacía falta. Le tomé de la mejilla y nos besamos largo rato; sintió mi piercing, mordí su lengua; le ordené que me llevara a mi habitación, pero él quería llevarme a otro lado.
Volaron las ropas por mi jardín. Su camisa colgó en la silla de plástico, su pantalón sobre un florero, mi blusita y mi short adornaban las cabezas de los gnomos. Sobre el pasto, bajo el fuerte sol de verano, me dijo que me pusiera de cuatro patas. Me picaban las rodillas y manos; pero lo soportaría. Las paredes de mi casa son altas, no me preocupaba porque nadie me vería. Pero grito muy fuerte, eso sí sería un problema.
Se arrodilló frente a mí, desnudo ya; hermosa polla venosa frente a mis ojos; palpitante, gorda, apetitosa; se me hizo agua la boca. Me acarició una mejilla; ladeé la cabeza y chupé su dedo corazón. Otra mordida.
—Haga conmigo lo que su señora no quiere, señor Augusto, cumpla su fantasía conmigo, porque usted ya me la está cumpliendo.
—¿Segura? ¿Mi fantasía? No sé, seguro que terminas arrepintiéndote.
—Don Augusto, ¿se cree que soy una inexperta o algo así?, por fav…
Me calló de un pollazo. Me la metió hasta la garganta, sujetándome de la cabellera. Se quedó así mucho tiempo; yo soportaba como podía, arrugando carita, arqueando espalda, intentado respirar, arañando el pasto y la tierra. Me apretó mi pezón anillado y lo giró, me dijo que chupara, así que asustada succioné fuerte. No esperaba ser tratada así; me la sacó de la boca cuando me vio lagrimeando. Hilos de saliva colgaban entre mi boca y su hermosa tranca.
Cuando iba a reclamarle el trato brusco, se corrió copiosamente en mi cara; un chorro gigante directo a mi boca para callarme, cayó mucho hacia mis mejillas y mentón. Una gotita hacia mi cabello. Me la metió de nuevo y los últimos lefazos me salieron por la nariz. Con la carita repleta de su leche le rogué que me dejara respirar, atajé su cintura y lo alejé porque de nuevo quería follarme la boca:
—¡Oh, mierda, tiempo, tiempo!… ¡Uf, sigo viva! Creo que vi una luz al final del túnel y todo…
—Lo siento, Rocío, me emocioné cuando me pediste que cumpliera mi fantasía…
—¿¡Su fantasía es asfixiar hasta la muerte a una pobre chica con su verga!?
—Se nota que no puedes con el ritmo, mejor iré despacio para que disfrutes.
—¡NO! Uf… Don Augusto, le quiero dar lo que su señora no quiere… ¡Así que ya le dije que cumpla su fantasía! Simplemente no vuelva a asfix…
Tomó su cinturón y lo cerró en mi cuello. Fuerte, demasiado. Me había convertido de princesa a muñeca de trapo en cuestión de segundos. Me quedé así, toda tensa, pensando que tal vez debía haber aceptado su oferta de sexo normal. Se arrodilló detrás de mí y me separó las nalgas, escupiendo un cuajo gigantesco; lo embardunó con su pollón, siempre tensando su cinturón.
—¿¡Me va a hacer la cola!?  ¡Pero si no me la he limp…!
Tiró hacia sí el collar y me calló, arqueándome la espalda. Me la fue metiendo paulatinamente mientras yo arañaba el pasto. Cada vez que me quería salir, él me sujetaba fuerte y me daba nalgadas para tranquilizarme. Si amagaba gritar, tensaba el collar para ahogar mi grito. Destensaba para dejarme respirar.
—Respira hondo, tienes un culo muy rico pero prieto.
—¡Mfff! ¡Basta, perdón, me rindo, duele demasiado!
—Demasiado tarde para pedir clemencia, Rocío.
—¡Mierda, mierda, mierda!
—Vas de loba experta y así terminas. ¿Te duele acaso?
—¡Mfffsíii!
Llorando a moco tendido perdí el control de mi vejiga y me meé toda en el jardín, ¡qué vergüenza!  El señor, con su largo rabo tallándome el culo sin cesar, me siguió humillando.
—¡Chilla, cerda! ¡Me excita que te duela! ¿Quieres que te dé más duro, puta? ¿Eso es lo que querías?
Le quise decir que se detuviera pero de mi boca solo salieron hilos de saliva y palabras en arameo o algún idioma alienígena. Me llenó de leche caliente toda mi cola; tuve un orgasmo brutal. Liberada de su verga me caí como un saco de papas sobre el pasto. Estaba indignada por el trato despectivo, pero me lo merecía por pedirle que cumpliera su fantasía conmigo. ¿Quién iba a saber que era un sádico?
Me llevó del cinturón-collar para adentro de mi casa, yo a cuatro patas, temblando y llorando. Dijo que me iba a dar otra tunda de pollazos en mi habitación. Me ordenó que al menos una vez a la semana debía destrozar cualquier picaporte de la casa para que él viniera a darme verga sin que su señora sospeche.
De mi culo brotaba su leche, en mis muslos aún sentía mi orina escurriéndose, y de mi boca y nariz colgaba su semen en largos hilos. No era lo que yo planeaba. Es decir, pensaba que su fantasía sería algo así como hacer dulcemente el amor en mi habitación, pero terminé siendo vilmente domada y humillada.
Ahora soy la putita del cerrajero. Y me encanta. A la mierda con la princesa y su castillo de naipes.
 

Relato erótico: Masaje con final feliz” (POR LEONNELA)

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Todo comenzó con un anuncio en internet, en el que se promocionaba, masajes relajantes y terapéuticos, por las imágenes y términos algo sugestivos del anuncio, se podía deducir que por un pago extra quizá se podía obtener un masaje de aquellos que llaman con “final feliz”, ya saben de esos que se termina con una eyaculación del putas,  en ocasiones anteriores ya había frecuentado discretamente lugares similares y francamente había quedado totalmente satisfecho, después de todo no tenia a quien rendirle cuentas, pues a mis 39 años disfrutaba libremente de mis escarceos amorosos.
Entre tantos asuntos laborales que resolver, había terminado la semana ansiando  una copa en aquel barcillo donde solíamos reunirnos varios colegas. Manejaba  haciendo algo de tiempo puesto que apenas eran cerca de las ocho, y odiaba ser de los que se sientan en una mesa  a esperar a los demás, así que di unas cuantas vueltas por el bulevar y en ese momento por enésima vez recordé el anuncio del spa. Estaba cerca a la dirección así que no resistí la tentación de premiarme con algo de relax.
En la entrada del edificio un guardia me dio la bienvenida y me condujo hasta una pequeña sala de espera, en cuestión de un par de minutos una mujer algo rechoncha pero de buen ver,  me abordó indicándome al detalle los tipos de servicio y sus correspondientes tarifas.
_Por cual opción  se decide el caballero?
_Tengo un problema lumbar, y algo de tensión en los hombros y cuello, supongo que por el estrés así que por el momento lo que necesito es un par de manos mágicas que me ayuden a relajar mis mus músculos, ya veremos luego si requiero algo más…
_Encantada, estamos listas a ayudarle en lo que necesite dijo mientras sonreía abiertamente, le llevaré con Alexa, es una experta.
Caminamos por un breve pasillo, que nos  condujo al ala izquierda de la edificación, en la cual se ubicaban 4 saloncillos, construidos  en forma ovalada, forrados totalmente en madera al igual que el piso y los detalles de la capota, dando un ambiente acogedor, al interior se veía una camilla, al fondo una mesa con varias botellitas de esencias, un pequeño biombo en la esquina, y un sugestivo juego de espejos haciendo parte de la decoración y algo que realmente me impactó,  una diosa de cuerpo impresionante contemplaba un cuadro de dos amantes entrelazados,  estaba de espaldas a nosotros así que lo que verdaderamente me había impactado era su culo llenando a la perfección la faldita blanca, que hacía juego con una blusita ligera que abrazaba su cuerpo, dejando a la vista la perfección de sus líneas.
 Parecía absorbida por la calidez  del cuadro y con su índice perfilaba al adonis de aquella pintura erótica, llevando su dedo desde la espalda hacia las piernas y se detenía unos segundos en el trasero como si quisiera palpar la dureza.
Estaba tan distraída, que no notó nuestra presencia, así que guiñándole un ojo a la mujer que me acompañaba, le hice un gesto de que nos dejara solos; me arrimé al marco de la puerta para seguir  examinándola, pero por desgracia perdí el equilibrio  dando un traspié, ella volteó abrupta me y me hirió con el destello de unos bellos ojos verdes.
En verdad era hermosa, impactaba con esos labios teñidos de rosa y los párpados ahumados,  el flequillo de su melena grafilada  le daba un aire salvaje, y tuve que carraspear para no quedar como idiota.
_Perdón, me quedé impresionado por…por la pintura que contemplabas dije mientras bajaba la vista al escote que exhibía sus  senos carnosos…y continúe diciendo: de hecho no tengo un culo tan musculoso como ese que tocabas, pero tiene buen jale…
Me miro desdeñosa y cortando de golpe mi intención de parecer  gracioso musitó
_En que le ayudo?
Si hace unos segundos había sentido ser herido con su mirada, definitivamente ahora si literalmente me asesinaba con su indiferencia. Vaya la chiquilla que desagradable resultó. Había estado en lugares de este tipo, con chicas igual de hermosas y  aunque estaba claro que mi comentario fue algo lanzado, seguro cualquiera hubiera respondido al menos con una sonrisa, no jodas que uno está para que le traten bien.
En fin le expliqué de mis dolores de espalda, me prestaba tanta atención como al óleo, bueno eso es lo que quería creer, que mis ojos pardos, y mis labios carnosos, la habían impactado, pero en realidad lo que hacia era escuchar mis dolencias mientras yo me dejaba cautivar por aquella  carita angelical.
Un tanto más amable pero con mucha formalidad me entregó una toalla y me señaló el biombo, dirigiéndose luego a la mesita de esencias a alistar sus  aceites.
Desaté la corbata, la camisa  y añorando la esbeltez de mis años juveniles metí el abdomen adoptando la típica pose de macho, el espejo me devolvía la imagen de un cuerpo  fibroso aunque ya un  rollito daba cuenta de que en algunas aéreas el tiempo no perdona; me quité el pantalón, y bueno la cosa mejoraba, no tenia nada que envidiar a nadie, una polla bien provista me saludaba y metiendo mi mano en el bóxer la acaricie rasqueteando mis huevos, por acto reflejo la polla se levantó y ese rico hormigueo en los genitales me hizo acercar a la puertecilla del biombo, deleitándome nuevamente con aquel culo de la masajista que me la ponía mas dura.
Se inclinó al estante inferior de la mesilla de trabajo y su movimiento descuidado me dejo ver más arriba de ese espectacular par de largas piernas, el partido de la falda coqueteaba dejando a la vista el comienzo de sus nalgas, las imagine separadas a unos centímetros de mi verga y no puede contener las ganas de jalármela de arriba abajo…sonreí mientras pensaba que  el masaje con final “feliz” podía dármelo yo mismo, pero que bahh prefería soñar con ese par de suaves manos femeninas explorándome completo.
Me envolví en la toalla y me acomodé sobre la camilla, los tacones desplazándose de un lado a otro me hacían disfrutar de la espera, así como el aroma a sándalo que se metía por mis narices, abombando mi cerebro con decenas de pensamientos eróticos.
Alguna vez una amiga me había confesado que le causaba morbo la espera de una revisión médica, le daba un palpitar en el pecho de tan solo imaginar los ojos de un extraño sobre su cuerpo, sentir sus dedos rozándola, su palma tocándola, aunque solo fuera profesionalmente,  ufff bueno justamente eso sentía pensando en  mi masajista…
El aceite tibio al fin destiló sobre mi espalda, masajeaba suavemente sobre los hombros, sobre mi cuello, bajaba presionando a ambos lados de la columna vertebral, de arriba hacia abajo. Sentía como sus dedos un poco rígidos rastrillaba, sobre mi espalda hasta casi llegar a los glúteos provocándome continuos estremecimientos, liberaba las tensiones subyacentes del mas profundo de mis tejidos.
Usaba sus pulgares firmemente casi sobre la carne de mis nalgas, curveando hacia arriba y alrededor por el lado de la pelvis, ouuuch que bien se sentía su merodeo cerca de mi pubis.
Mientras ella continuaba con el masaje sentía como mi pene se endurecía, tanto que disimuladamente apretaba la cadera contra la camilla,  seguramente llenando de poluciones la sabana blanca. Soñaba con un coño resbaladizo en donde guarecerme o al menos una mano que me diera alivio y sin aguantar más me di vuelta y casi supliqué:
_Sigue… por favor siguee….quiero un masaje completo…
_El  servicio extra lo cancelará en efectivo o con tarjeta?
Diablos!! que manera tan ruda de apagar mi calentura…si no fuera por sus manos maravillosas hubiese creído que esta chica era una principiante.
La miré de pies a cabeza y fingiendo indiferencia musité:
_Olvídalo, en realidad no eres el tipo de mujer que me gusta para eso.
Se quedó sorprendida, su gesto de fastidio me decía que había recibido una bofetada, después de todo era hermosa y quizá era el primero que con un  simple comentario la hacia de menos.
No respondió y continuó masajeando mi espalda y extrañamente sus movimientos se volvían más sensuales, más dedicados, sus yemas encontraban mis puntos electrizantes, como si se dedicara a amarme con sus palmas  y comenzó una lucha tácita de yo querer disimular  esas sensaciones que me provocaba, y ella  de estar empeñada en demostrarme que podía derretirme con sus manos.
Sus roces por mis muslos, alborotaban mis ingles, sus cuerpo inclinado sobre el mío dejándome gozar del bamboleo de sus tetas, del perfume de su cuello, de las raspe de sus uñas, cielos me provocaba ganas de correrme,  pero me bastaba ver esos ojazos verdes desdeñosos para que con toda mi alma contuviera las ganas de dejarme llevar, aunque el bulto en la entrepierna ya era imposible de disimular
_Por lo visto le gusta el masaje dijo mirando de soslayo la toalla levantada por mi  erección.
_Sí, claro, aunque siendo honesto he recibido mejores, dije mientras me incorporaba, y agarrando la toalla me encaminé al biombo…suficiente por hoy, y abruptamente di por terminada la sesión.
Sé que era una locura lo que hacia, pero soy de esos tipos cabronazos, que gusta de poner en su sitio a algunitas que se creen mas de la cuenta y ésta se había portado antipática desde el primer momento y a pesar de que no le había dado una lección como la que hubiese querido, al menos  le causé algun fastidio.
La siguiente semana me la pasé zambullido entre papeleos con la presión propia de un empleado de mando medio que trabaja detrás de un escritorio por al menos diez horas, pero me sentía a gusto,  las molestias en mi cuello y espalda había mejorado notablemente tanto que hasta el sueño parecía aliarse conmigo, definitivamente la terapia relajante  aunque inconclusa había reportado buenos efectos.
El viernes en la mañana m sentía mas alegre de lo normal, un ligero tarareo demostraba mi buen humor, claro como todos los mortales amaba los fines de semana y todo lo que implicaba, largas horas de sueño, una que otra copa, alguna cita escurrida,  las salidas con amigos, y claro porque no una nueva visita al centro de masajes. Tomé el teléfono y solicité una cita para la noche, con Alexa, era extraño pero su  mirada fría me había perseguido durante toda la semana más aún cuando alguna madrugada se me antojó pajearme en su nombre.
Ya en la noche, como la vez anterior, dejé mi auto en el estacionamiento privado, luego  vino  la bienvenida del guardia, la sonrisa de la recepcionista,  y nuevamente estaba frente  a la puerta del saloncillo. Llegué unos minutos antes así que tuve que esperar en la salita adjunta, al cabo de unos pocos minutos un tipo algo grasiento salió con la felicidad bañada en el rostro.
Vaya me dije si tuvo que atender a éste, debería dar brincos por masajear a un tipazo como yo, en realidad solo trataba de animarme y controlar esa sensación de ansiedad por volverle a ver, bueno por volver a ver ese culo perfecto entallado en la minifalda.
_Buenas noches, saludé vengo por la continuación de mi tratamiento.
Con la indiferencia típica en ella,  levantó la vista de una revista  y arqueando una ceja respondió
Ah si? Cual es su problema y hace cuanto le atendí?
Diablos  fingía no recordarme o realmente no me recordaba,  por lo visto mi atractivo y mi personalidad arrolladora habían caído al piso y me lo restregaba con su falta de memoria.
Procurando no desencajarme sonreí:
_Mi nombre es Alfonso Guzmán, sufro de tensión en el cuello y en la espalda, me atendió el viernes anterior a las ocho de la noche, y yo la recuerdo perfectamente Alexa, no solo por sus bellos ojos verdes sino también por su mágicas manos que han hecho que esta semana al fin pueda dormir como un bebé.
Me miró unos segundos como desconcertada y luego me regaló una leve sonrisa, siiii le había gustado mi halago, después de todo que mujer se resiste a un par de palabras que levanten su ego.
Como la vez anterior me entregó la toalla y me recosté en la camilla.
Se puso su bata de masajista, y comenzó a calentar el aceite en sus manos, luego embadurnó mi cuello y dejó que algunas gotas corrieran por mi espalda.
Por lo que veo a ido a la playa, se le nota mas bronceado, debería protegerse un poco la piel, no es recomendable exponerse demasiado al sol.
Mientras escuchaba sus recomendaciones sonreía satisfecho, sí, me recordaba, tanto que hasta notaba el cambio en el tono de mi piel, y si en un principio fingió no recordarme mmmmm pues podría suponer que tendría algún motivo especial, por lo visto no le resulté tan indiferente o al menos es lo que quise interpretar.
Pasaron unas semanas sin que me la quitara de la cabeza, esperaba con ansias el viernes, ya no solo para sentir sus manos, quería sentir su mirada, escuchar sus palabras, me estaba acostumbrando a ella, al edificio y hasta al guardia que viernes tras viernes me daba la bienvenida.  Los masajes no habían pasado de los típicos movimientos de relajación, y algún ligero roce, de su cuerpo contra el mío.
A momentos me sentía indefenso ante ella y las cosas se salían de foco,  el juego me tenia siempre planeando estrategias, para sentir el roce de sus pechos, o sujetar sus manos unos segundos, y definitivamente yo no era hombre para andar tan despacio y menos con una masajista, cuando con un pago extra podía tomarla sin mayor esfuerzo como quizá otros lo hacían, pero inevitablemnte dejaba que las cosas sigan su curso.
Aquella memorable noche sus manos nuevamente volvían a darme la dicha de relajarme, y su cuerpo imprimía en mi mente las imágenes perfectas para fantasear. La camilla era estrecha y yo estaba ubicado al filo de ella,  de pronto mientras subía el masaje desde el abdomen hacia el pecho, sentí en mi brazo el suave roce de su pelvis, cerraba mis ojos, con aquella sensación de llenarme involuntariamente del calor de su vientre, mientras mi pene dando brincos de alegría se tensaba bajo la toalla.
 Moví un poco mi brazo,  y el contacto se hizo estrecho, estaba a unos centímetros de su sexo, lo rozaba, sentía su tibieza, y el sándalo parecía mezclarse con el aroma de su coño. Un par de minutos sintiéndola me hicieron desear la eternidad, y soñar con estar entre sus labios… entre sus pechos… entre sus muslos.
Bajó hacia mis piernas, y casi temblando moví mi mano hacia afuera y santos cielos mis nudillos
la tocaban, no estoy seguro, pero ella  parecía buscar el roce o al menos  no rechazaba el contacto, parecía gustarle ese sutil vaivén de su vagina contra mis dedos.
Busque su mirada, y rehuyó la mía,  el tinte rosáceo de  sus mejillas la traicionaba,  eso me animó, a casi imperceptiblemente mover mi mano palpándola torpemente,  pero  un respingo la hizo reaccionar echándose hacia atrás. Fingí no notar su turbación y cerré mis ojos como si nada anormal hubiera sucedido.
Estuve a punto de pedirle un masaje completo, pero me aguanté las ganas, jamás podría compararse el placer comprado con el placer deseado, y aunque ansiaba su manos  agarrando mis huevos y manoseando mi verga, eran más fuertes mis ganas de  excitarle, de sentirle ansiosa entregada y gozando plenamente de ser follada.
Sin saber cómo nuevamente estaba cerca, su cuerpo se restregaba contra mis costados, mientras deslizaba sus manos desde mi abdomen hacia mi vientre, bajó un poquito la toalla dejando a la vista el inicio de mi pubis; sus dedos, rozaban mis primeros vellos,  y sentía como mis bolas se endurecían haciéndome gemir.
_Duele?
_No,… esta perfecto así…
No podía decírselo pero lo que me dolía era la verga de tenerla tan hinchada.
Fingiendo incomodidad  y ayudado por mis talones ligeramente me impulsé hacia arriba, y volví a cerrar mis ojos como si permaneciera concentrado en los masajes, mi sutil movimiento, hizo que sus manos tocaran de lleno mi pubis, y rozaran mi troco, pensé que las retiraría inmediatamente, pero las dejo allí unos segundos, como si quesera catar, el tamaño, el grosor y la dureza, de aquello que la tenia con los pezones endurecidos.
Quizá pecaba de atrevido pero me arriesgué a descolgar mi brazo, y mientras ella se inclinaba a masajear mi rostro, mi mano quedaba chantada por la parte posterior de su muslo, no usaba medias así que sentía su piel erizada, esperé a ver su reacción y como no pusiera resistencia la subí muy despacio hasta casi rozar el culo de mis sueños.
La notaba inquieta, continuamente se mordía los labios, pero me dejaba seguir con el juego, colocó un rodilla sobre la camilla y al separar sus piernas, sus sexo quedo expuesto a mis intenciones, tenia terror de romper la magia del momento pero aún así deslicé mi dedo por la tanguita que ahorcaba sus genitales y los descubrí maravillosamente húmedos.
Enloquecido de morbo hundí mi dedo en esa rajita y la oí gemir por primera vez. Espoleé suave, dándole unas cuantas metidas, y en total delirio dejó caer sus senos sobre mi pecho mientras yo continuaba restregándole el coño.
Me miró con esos ojitos verdes que suplicaban placer, y dejándole de acariciar, besé dulcemente su boca, abrió sus labios y permitó que mi legua se encontrara con la suya. Retire la bata blanca, y hundí mi cara en el escote de su blusa, lamiendo desesperado por encontrarme con sus pezones.
Estaba tan húmeda, que tenía las ingles bañadas,  mis dedos no daban abasto, e incorporándome le hice girar el cuerpo despatarrándola  y zampándome sobre el coño le introducía mi lengua, chupaba sus labios, lactaba su clítoris, mientras en mi rostro se pegaba el aroma  excitante de sus huequitos. Quería todo de ella y sin dudar obligué a mi lengua a bucar refugio en la estrechez de su culito, que dilatándose permitía no solo la entrada de mi lengua sino que se abría para dejar que mis dedos le regalen felicidad.
Jadeaba descontrolada pero eso no impedía, que se llene la boca con mi pieza, chupaba suave y apresuraba el movimiento, mi glande hinchado destilaba jugos producto de sentir el túnel delicioso de su boca apretándome, sus labios daban la medida para que el movimiento de entra y sale me empezara a provocar ese estado en que se siente que ya no hay retorno, que orgasmo esta a punto de llegar.
_Para…Paraaa… gritaba queriendo alargar el momento, pero ella juguetona, acariciaba el perineo haciéndome espeluznar. La agarré de las nalgas, la atraje nuevamente a mi boca, y aprisioné su clítoris con la una mano mientras con la otra le perforaba uno a uno sus agujeros, le hice gemir, y chorrearon sus jugos sobre mi boca. Las piernas le temblaban y sus gruñidos me calentaban aun mas, era delicioso verle contrayendose de placer.
Un par de minutos después, sentándose frente a mí, embadurnó sus palmas de aceite, con la una mano sujetó mi glande y la otra la movía suavemente a lo largo del pene, incrementando el ritmo a momentos,  la que sujetaba el glande empezó a hacer movimientos de descenso mientras la otra se apropiaba de mis testículos, el aceite tibio resbalando aumentaba la tensión en mis músculos, y empujando mi pelvis hacia arriba la deje a expensas de esa boca que sabia los movimientos que generan una corrida, no pude mas, el cosquilleo en el vientre, la contracción, la sensación de ahogo y las ganas de gritar se hicieron una y mi leche fluyo arrebatandome el alma.
Su rostro quedó salpicado, se veía hermosa con la carita manchada como una viciosa, y la boquita presta a limpiarme, la besé nuevamente esta vez con mucha dulzura, pero unos nudillos golpeando la puerta, y la vocecilla estridente de la recepcionista nos distrajo.
_Alexa recuerda que tienes planificada una cita a las nueve, ya te están esperando.
Que rápido había pasado el tiempo, no sabia que decir, como despedirme, y si debía preguntar cuánto tenía que cancelar por el servicio extra, la verdad me incomodaba la situación. Saqué del bolsillo posterior de mi pantalón la  billetera y mientras buscaba entre los compartimentos, noté su mirada decepcionada, y me sentí el más estúpido de los hombres.
_Epa chiquita, le dije mientras acariciaba su rostro, no es lo que piensas, …solo busco esto, mira, es una tarjeta con mis números telefónicos, es que…. no quiero perderte de vista
Me sonrió, la vi más bella que nunca… y de pronto la tenía en mis brazos, apretándola con fuerza.
Salí  feliz como un chiquillo desesperado por el próximo encuentro, sí, aquella noche conocí un verdadero masaje con “término feliz” uno que arrancó un orgasmo…. de la profundidad de mi corazón….
 

Relato erótico: “El arte de manipular 7 y final” (POR JANIS)

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Frank salió al pasillo, tambaleándose. El terrible sofoco de su cuerpo le estaba matando, así que se paró, apoyó la espalda contra una pared y se desnudó totalmente. Su polla parecía un ariete dispuesto para conquistar un castillo. El glande goteaba líquido preseminal en abundancia. Nunca se había sentido así e, interiormente, estaba asustado. Su mente sólo pensaba en satisfacer su lujuria, como una obsesión, frenando cualquier pensamiento racional. Prestó atención, pero no escuchó nada. No parecía haber nadie en las inmediaciones. Avanzó pasillo adelante hasta llegar al final, en donde desembocó en una amplia estancia vacía. Era una sala de baile, con espejo y pasamanos al fondo. Se detuvo un instante ante las fotografías de varias adolescentes vestidas con faldas de tul y mallas. Hubiera dado lo que fuese por tener a una de esas delante y follársela.
  Atravesó la sala de baile corriendo. Sus pies descalzos no hicieron ruido sobre el parquet. La puerta al fondo le llevó a un nuevo salón, más pequeño, y decorado con motivos orientales. Tampoco se veía a nadie. Recorrió otros pasillos y otras habitaciones y llegó a la conclusión de que se había perdido. La mansión era muy grande y él no estaba en sus cabales. De pronto, al torcer una esquina, escuchó un ruido metálico. Sonrió ferozmente y avanzó encorvado, como un depredador. Había encontrado la cocina, la amplia y organizada cocina. Se asomó con cuidado a la puerta abierta. De espaldas a él, una doncella se afanaba con una serie de platos. Sin duda, estaba preparando la cena. Sintiendo el fuerte pulso en las sienes, Frank la contempló. No debía tener más de veintidós años y era preciosa, como todas las chicas que trabajaban en la casa. Ahora que lo pensaba, como si una inspiración le hubiese asaltado, no había visto a ningún hombre en la casa, sólo mujeres.
  La chica llevaba uniforme, cofia incluida; un uniforme que le dejaba los muslos al descubierto y bastante ceñido al cuerpo. La chica era de estatura media, con un cabello castaño no muy largo y recogido en una cola de caballo. No pudo entrever bien su rostro, pero se le antojó atractivo, con unos ojos grandes y una boca sensual. Avanzó con cuidad a su espaldas, hasta tomarla por sorpresa y aferrarla por detrás. Le puso una mano en la boca y la otra se disparó hacia los esbeltos muslos. La chica intentó gritar, pero no pudo. Se debatió entre los brazos de Frank, pero éste se había convertido en un ser primitivo, ansioso de sensaciones fáciles. Frank metió la mano bajo la amplia falda, subiendo hasta la entrepierna, y la introdujo entre las bragas. El coño era cálido y con poco vello. Para impedir que se debatiera más, Frank la apoyó contra la mesa y se echó encima, sin dejar de sobarle el pubis. Rozó la polla contra la falda, deseoso de penetrarla. No supo cuándo sucedió, pero la doncella lamió los dedos que le tapaban la boca y sus manos bajaron para acariciarle las desnudas caderas. Parecía complaciente ahora que sabía lo que quería de ella. La soltó y le levantó la falda. Rompió las bragas de un fuerte tirón y condujo su polla, sin más preámbulos, hasta la vagina, desde atrás. La chica se quejó un poco.
—      ¿Cómo te llamas, puta? – jadeó él.
—      Eve… Eve.
—      Bien, Eve, muévete, cabrona, hazme gozar…
  Inclinó aún más a la chica sobre la mesa, haciendo que descansara su busto y su mejilla sobre los canapés que estaba preparando, llenándose toda. Le alzó una rodilla con una mano y embistió rápidamente. Pero aunque estaba muy cachondo, la droga no le dejó correrse tan fácilmente. Eve ya jadeaba, totalmente abandonada. Le sacó la polla y le dio la vuelta, cogiéndola a pulso. La llevó, de esa manera, hasta dejarla sentada sobre uno de los poyos de la enorme cocina. Ella le abrazó con sus piernas cuando se la volvió a meter. La tomó por la cola de caballo, haciendo que la cofia cayera al suelo, y la inclinó lo suficiente como para besarla profundamente en la boca. Mientras tanto, sus manos le arrancaron los botones de la oscura camisa, dejando sus redondos pechos al descubierto. Los apretó con saña, con terrible deseo. La sintió quejarse en su boca, pero no dejó de empujar. La chica se corrió con un fuerte estremecimiento e intentó apartarse, pero Frank siguió, haciendo oídos sordos a sus súplicas. Finalmente, con un rugido se corrió, sacando la polla a destiempo y acabando de rociar la entrepierna de la chica con su semen. Ella le miró con los ojos muy abiertos. Sin una palabra, Frank salió corriendo de la cocina, desnudo y con la polla totalmente tiesa y dolorida.
  “¿Dónde está? ¿Dónde está esa puta? ¡Quiero follarte, Desirée! ¡Joder! ¡Vaya con la criada. No ha puesto pega ninguna. Debe de estar acostumbrada a que la traten así o… ¡Espera! ¿Y si ha recibido órdenes de Desirée para entretenerme?”
  Frank no se daba cuenta de que era víctima de una aguda paranoia, producida por la droga. Siguió buscando en el piso bajo, hasta que se convenció de que allí no había nadie más. Así que buscó alguna escalera que subiera. La encontró al fondo de un pasillo secundario, seguramente utilizado por el servicio. La escalera era estrecha y de madera. Los escalones crujieron con su peso. Encontró varios trasteros al final de la escalera, ocupados con ropa de temporada y viejos muebles. Una nueva puerta, al fondo, le condujo a través de una galería cubierta con cristales. Los rayos del sol le calentaron la piel.

La galería le llevó hasta un invernadero. Supo que estaba en el piso intermedio, en un ala. El techo del invernadero se veía desde el exterior y le había llamado la atención al bajarse del coche. Si seguía adelante, pensó, se encontraría con el ala principal, donde deberían estar las habitaciones de los dueños. Se abrió camino entre las grandes plantas que se cultivaban allí. Más que un invernadero, parecía un terrarium gigante. Al pasar delante de un ficus de raíces colgantes, algo atrapó su mirada. Enganchadas a una de las ramas bajas, unas braguitas celestes, de seda, se balanceaban. Las cogió con la mano y las frotó contra su rostro. Las aspiró con anhelo.

—      ¡Sí! ¡Son tuyas, Desirée! Llevan tu olor; lo reconozco. Las has dejado aquí para que te encuentre, ¿verdad? – dijo en voz alta, frotando las bragas contra su erecto pene.
  A toda prisa, salió del invernadero, acuciado por su necesidad. Se detuvo cuando atisbó el nuevo pasillo. Cuatro puertas permanecían cerradas. Abrió la primera. Era un dormitorio, pero no había nadie en el interior. Rezongando, abrió la segunda y la tercera; se encontró con lo mismo. Dormitorios de invitados, elegantes y vacíos. Sin embargo, en la cuarta puerta le esperaba una sorpresa. También se trataba de un dormitorio, pero, a diferencia de los demás, no estaba vacío. Frank se quedó quieto en la puerta, contemplando el chico que yacía sobre la cama, atado y desnudo. No debía tener más de trece o catorce años y, a su manera, como un dulce efebo, era hermoso. Frank nunca había experimentado una atracción homosexual, pero, en ese momento, su polla parecía pensar por él. Un largo escalofrío le recorrió el cuerpo mientras paseaba su mirada por las esbeltas caderas del muchacho. Éste se debatió sobre la cama, intentando desatarse, pero no lo consiguió. Lo miró, suplicante.
—      No… no me haga daño – le pidió, sabiendo que Frank no estaba allí para ayudarle, al verle desnudo y empalmado.
—      ¿Qué haces tú aquí? – gruñó Frank, acercándose.
—      No lo sé… Me… desperté aquí atado. Yo… iba al colegio. Por favor, no me haga daño… Seré bueno…
  Frank se sentó a su lado, sobre la cama, y le pasó una mano por el pelo, apartando el largo flequillo de los inocentes ojos. Sus dedos bajaron hasta deslizarse sobre los labios. Un nuevo estremecimiento se apoderó de Frank.
—      ¿Cómo te llamas? – le preguntó con un susurro.
—      Thomas.
—      Thomas… – repitió Frank, descendiendo con su mano sobre el pecho desnudo del chico. – Thomas, necesito que me ayudes.
—      Sí, sí, lo que usted diga, pero desáteme…
—      Lo haré, Thomas, lo haré, pero antes debes ayudarme. Me siento morir y necesito desahogarme. Eres hermoso…
  La mano de Frank bajó hasta el tierno sexo del muchacho y lo acarició. Era incitante y embriagante. No lo había experimentado antes. No era como hacer el amor con un hombre. El chico no tenía vello y era de una belleza casi afeminada.
—      Por favor, no… – suplicó Thomas, pero Frank ya no escuchaba.
  Se subió a horcajadas sobre el pecho del muchacho y le puso la polla en la boca, a la fuerza. Thomas se debatió, intentando apartarse de aquel órgano hinchado, pero un duro gruñido brotó de la garganta del hombre, como si fuese un animal salvaje, y decidió cooperar. Abrió la boca y se tragó el miembro. Frank gimió, pero no se dio cuenta de la pericia que el muchacho mostraba. Era evidente que no era la primera vez que hacía aquello. Culeó un poco dentro de la boca y se estirazó hacia atrás para aferrar, con una mano, el sexo de Thomas, que ya estaba empezando a crecer. Acarició su glande y sus testículos, con urgencia.
—      Te soltaré… cuando acabemos – susurró, apartando su pene de la boca que lo aspiraba. Se tumbó sobre Thomas y le besó largamente en la boca. Era como la de una chica, cálida y suave.
  Restregó su sexo contra la entrepierna del muchacho, dejando rastros de líquido preseminal en su vientre. Thomas, solo atado por las muñecas, se abrió de piernas y movió sus caderas para que el roce fuera más intenso.
—      Quiero probarlo… – musitó Frank, descendiendo su lengua sobre el ombligo hasta llegar a coger con los labios el pene de Thomas. Era un miembro delgado y pequeño, aromático cuando aspiró sobre él. Le gustó el sabor y la sensación cuando lo lamió. No supo parar, a pesar de saber que el chico estaba a punto de correrse cuando empezó a rotar sus caderas bajo la caricia. Dejó que eyaculara dentro de su boca y se tragó el esperma, curioso por saber a qué sabía.
  Su polla era ya monstruosa y latía sordamente. Los testículos le dolían debido a la intensa excitación. Sin más palabras y sin soltarle las ligaduras, Frank giró al chico sobre la cama, dejándolo de bruces y con las manos cruzadas y estirazadas por la posición y las ligaduras. Escupió y embadurnó el ojete del ano, sin hacer caso de las protestas y súplicas del chico. Cogiéndole por las caderas estilizadas, se abrió paso en el ano con lentitud y firmeza. Thomas gritaba y se agitaba pero no podía apartarse. Pronto, Frank la tuvo toda dentro y se sintió exprimido. Era el culo más estrecho que había probado en su vida. Su polla ardía al contacto con las entrañas. Bombeó suavemente pero aprisa, deseando descargar, pues todo su cuerpo se lo pedía. Al hacerlo, cayó hacia delante, todo su peso sobre la espalda del chico, y gimió con desesperación. Quedó jadeante pero no desahogado. Su polla seguía estando dura y el orgasmo había sido pasajero, ínfimo.
—      Desátame…
—      Ahora no, pero volveré, no lo dudes – dijo con un inusual brillo en los ojos. Quería seguir probando a ese muchacho y lo haría.
  Salió al pasillo y giró a su término. Una nueva puerta al fondo, cerrando el pasillo, y otra en un lateral. Abrió la segunda, que era la que se encontraba más cerca en su camino. Lo primero que le llamó la atención, fue la cortinilla roja que cubría parte de la pared, a su izquierda. No se trataba esta vez de un dormitorio, sino de un tocador o algo así. Algunos sillones, un comodín y un armario completaban el mobiliario. Avanzó hacia la cortinilla y la apartó. Ésta cubría una ventana que no daba al exterior, sino a otra habitación. Era un falso espejo por el que se podía espiar. A través de la ventana, contempló a Desirée y jadeó al verla.
  Estaba sentada en una cama con dosel, vistiendo un salto de cama casi transparente que indicaba que no llevaba nada más debajo. Delante de ella, de pie y con las manos a la espalda, en una postura tímida, se encontraba una jovencita de unos catorce o quince años, vestida de colegiala. Desirée le estaba diciendo algo pero el sonido no llegaba hasta él, quizá debido al grueso cristal. Con la polla pegada contra la pared, vio como Desirée metía sus manos bajo la falda plisada de la chiquilla y las subía lentamente, poniendo al descubierto los esbeltos muslos. Sin quitarle la falda, le bajó las bragas hasta dejarlas en el suelo. Después, la obligó a arrodillarse en el suelo y se abrió de piernas, echando a un lado la transparente bata. Llevó el rostro de la chiquilla hasta su depilado coño y la dejó que la lamiera a fondo. Desirée se retorcía sobre la cama; sus manos colocadas sobre la cabeza morena de la chiquilla. De vez en cuando le tiraba de las coletas frondosas que nacían de las sienes.
  Frank no lo resistió más y salió corriendo de la habitación para abrir la otra puerta, esperando encontrarse con la escena. Pero la puerta del fondo del pasillo no accedía el dormitorio, sino a unas escaleras que bajaban. Sorprendido, se quedó quieto, intentando adivinar qué ocurría. Pronto comprendió que la ventana no era tal, sino una pantalla, y que lo que estaba viendo sucedía en alguna parte de la mansión. Regresó al tocador y siguió mirando, cada vez más frenético. En aquel momento, Desirée había tumbado a la chiquilla de bruces sobre la cama y le había levantado la falda por encima de la cintura, dejando al descubierto sus nalgas. Le abrió las piernas y fue su turno de lamer el coño de la colegiala, desde atrás, repasando tanto la vagina como el esfínter. La chiquilla tenía el rostro hundido en la ropa de la cama y sus manos, cerradas en puños, aferraban las sábanas al sentir el delicioso placer. Tras unos minutos, Desirée abrió un cajón de la cómoda que tenía a su lado y blandió un delgado consolador que lamió y humedeció. Después, lo insertó en el coño de la chiquilla, que se había vuelto y yacía boca arriba. La niña se abrazó a su cuello, besándola, mientras Desirée la penetraba con el artilugio, una y otra vez.
  Frank se marchó antes de empezar a golpear la pared con su pene. Bajó las escaleras pues era la única dirección que podía seguir y llegó al piso inferior. Atravesó un patio abierto, donde una cantarina fuente lanzaba chorros de agua hacia el cielo abierto. La primera puerta que abrió le condujo a una gran biblioteca y, en un extremo, otra criada, rubia, joven y hermosa, apareció ante sus ojos. Estaba subida a una pequeña escalera, quitando el polvo de los volúmenes allí guardados. Se giró cuando escuchó la puerta cerrarse y se quedó boquiabierta al contemplar al hombre desnudo que avanzaba hacia ella. Consiguió bajar de la escalera antes de que Frank la alcanzase, pero no pudo ir más lejos. Una mano de hierro la aferró por la muñeca y la obligó a encararse con su agresor.
—      ¿Dónde está Desirée? – la apremió Frank.
—      No… no lo sé…
—      ¡Vamos, hija de puta! ¡Dímelo!
—      Debe de estar en su habitación… – dijo ella jadeando por el dolor de la presión.
—      ¿Dónde está la habitación?
—      En la otra ala – dijo, indicando con la mano libre detrás de ella con un gesto vago.
—      En la otra ala… Demasiado lejos. No aguanto más… Ven, arrodíllate, ¡Vamos!
  Frank la obligó a ponerse de rodillas, frente a su polla. Estaba ardiendo y la criada olía muy bien. Restregó su polla por la cara de la chica, sin hacer caso de sus protestas, hasta que consiguió que la tomara con la boca; una boca muy caliente y experta, se dijo. Así, allí de pie, con una mano apoyada contra una estantería, Frank regó la boca y rostro de la doncella, aliviándose lo justo para seguir su camino. Pero no quiso hacerlo solo. La tomó de nuevo por la muñeca y la obligó a mostrarle el camino. La criada le condujo a través de varias salas llenas de trofeos y colecciones diversas, hasta tomar un pequeño ascensor que los llevó a un ala trasera y desconocida para Frank.
—      Es ahí – le dijo la criada, señalando una puerta en el nuevo y amplio pasillo al que habían desembocado.
  Sin soltarla, Frank empujó la puerta y contempló la misma habitación y la misma cama con dosel que entrevió arriba, en la falsa ventana. Desirée estaba desnuda, recostada sobre la amplia cama, y le miraba fijamente, con una sonrisa algo torcida. A su lado, también desnuda, la colegiala se encontraba de rodillas y a un lado, como si fuese una esclava perfectamente educada.
—      ¡Vaya! Parece que, por fin, me ha encontrado, señor Warren – dijo ella.
  Frank dejó que la criada se marchase a toda prisa y entró en la habitación. Respiraba fuertemente, rabioso y excitado. No dijo nada, sino que se acercó a la cama lentamente, sin quitar los ojos de su premio.
—      ¡Te voy a follar hasta reventarte, mala puta! – exclamó con voz ronca, sintiendo como su polla tiraba de él.
—      Eso espero – dijo ella con una sonrisa.
  Frank se lanzó sobre ella como un poseso. Babeaba literalmente por ella. Podía oler su perfume, el aroma de su coño; todo ello encendía su estimulada pasión. La atrapó por las muñecas y la obligó a abrirse de brazos. Bajo su peso, Desirée estaba indefensa o, por lo menos, eso le parecía. Ayudándose con la rodilla, le abrió las piernas y se contorneó hasta hacer coincidir su sexo con el de ella. Empujó fuertemente y la clavó allí mismo, sin más preámbulos, sin necesidad de ellos. La chiquilla, a su lado, les miraba atentamente, sin moverse.
—      Aaah… Es usted muy fuerte… – jadeó ella, empujando sus caderas hacia delante.
  Frank no respondió. Gruñía como un cerdo ávido y culeaba con fuerza. Desirée levantó sus piernas y abarcó con ellas la cintura del hombre.
—      Paula, ven… – gimió Desirée, dirigiéndose a la niña. – Tócale, acaríciale…
  La niña se movió sobre sus rodillas hasta colocarse casi a la espalda de Frank. Alargó una de sus manos y le acarició la endurecida y sudorosa espalda, bajando su mano lentamente hasta sobar las apretadas nalgas. Frank gruñó de nuevo. La mano de la chiquilla se coló entre sus piernas y le cogió suavemente los testículos.
—      Son peludos – dijo Paula, curiosa.
—      Sí… sí, así soooon… – musitó Desirée, con los ojos cerrados. – Huevos de macho, preparados para descargar… Espera, te enseñaré…
 Con algo de trabajo, Desirée consiguió apartarse del hombre. Le tumbó sobre la cama, boca arriba, y se inclinó sobre su ingle.
—      Mira, Paula. Esto es lo que debe hacerse – dijo a la chiquilla, al mismo tiempo que tomaba la polla con la boca. Paula se acercó más, dispuesta a no perderse un detalle.
  La rubia lamió toda la extensión del miembro una y otra vez, deslizando su lengua por los testículos y el escroto, antes de introducirla completamente en su boca. Con una mano, obligó a Paula a inclinarse también y unirse a la lamida. La chiquilla lo hizo con algo de renuencia, pero, pronto, estuvo disputándose el cárnico trofeo con su profesora. Frank no podía estarse quieto sobre la cama; sus caderas no cesaban de saltar y su cuerpo parecía estar poseído por un temblor continuado que impedía a las dos mujeres profundizar plenamente en la caricia bucal. Se restregaba contra sus rostros, enloquecido, sin dejar de jadear.
—      Quiero correrme, quiero correrme… – susurraba, pero le era imposible por el momento.
—      No puede hacerlo, señor Warren. Por cada orgasmo que consigue, su sensación disminuye a causa de la droga. Su tiempo de respuesta se alarga cada vez más. Ahora mismo, es sólo un pene embravecido a mi disposición – le dijo Desirée, apartándose un momento.
—      ¡No! ¡Os voy a follar a las dos! – exclamó incorporándose.
  La mano de la rubia lo clavó de nuevo en la cama. Parecía tener más fuerza que él.
—      Si la toca a ella, no saldrá vivo de esta casa – dijo Desirée entre dientes y, por una vez, Frank supo que lo haría sin dudar. Algo asustado y sin poder controlar la situación, optó por dejarse hacer.
  Desirée se apartó y se puso a cuatro patas. Le susurró algo a Paula que Frank no entendió, pero contempló como la chiquilla humedecía con su lengua el trasero de la mujer, las dos apoyadas sobre sus manos. Desirée se lamía los labios y movía su trasero a cada pasada de la lengua.
—      Esto es para usted, en su honor – le dijo, volviendo el rostro hacia él. – Encúleme ahora…
  No tuvo que repetírselo. Frank se arrodilló a su grupa y tomó su polla con la mano, conduciéndola hasta el estrecho agujero. Paula se retiró de allí y se dejó caer, piernas abiertas, delante de Desirée que inclinó la cabeza y lamió el coñito juvenil al mismo tiempo que la sodomizaban. Durante un pequeño destello de lucidez, Frank intuyó que aquella mujer había experimentado de todo en su vida, pues su polla se movía muy bien dentro del ano.
  Ágata y Paula, entre risitas, se peleaban por tocarle la polla a Henry, el cual conducía el todo terreno muy despacio. Sus pantalones estaban desabrochados y su pene, de nuevo erguido, lidiaba con las manos de las chicas. Éstas, a pesar del desenlace amoroso por el que habían pasado, estaban tan cachondas que no le dejaban un momento. Necesitaban más placer y Henry estaba dispuesto a dárselo, pero, para ello, debían volver a la mansión.
  Por fin, llegaron ante las escalinatas. Los tres se bajaron y Henry se arregló los pantalones. Una doncella salió a recibirles y hacerse cargo del vehículo.
—      ¿Dónde está mi esposa? – le preguntó.
—      En su ala privada, señor – le respondió la criada.
—      Perfecto, vamos, pequeñas. Sigamos con lo nuestro – les dijo, abarcando sus traseros con ambas manos. Ellas rieron de nuevo y caminaron junto a él hasta entrar en la casa.
  Las condujo a través de un laberinto de pasillos, hasta tomar un pequeño ascensor que les dejó en un nuevo pasillo. Henry abrió una puerta y las chicas contemplaron a Frank arrodillado sobre una gran cama con dosel y sodomizando a la esposa de su anfitrión. Se llevaron las manos a la boca para contener la risa. Una desconocida chiquilla se aferraba a la nuca de Desirée, quien le comía el coño a grandes lengüetazos, y acabó corriéndose en esos instantes.
—      Vaya, vaya, parece que nuestro amigo Frank no ha perdido el tiempo – dijo Henry aproximándose. – Paula, será mejor que te vayas. Aún no ha llegado tu momento.
  La chiquilla miró a Desirée y ésta asintió con la cabeza. Se marchó corriendo, sin vestirse.
—      Es una de nuestras protegidas – explicó Henry a Ágata. – Vive con nosotros.
  Se arrodilló en la cama y se inclinó sobre su esposa, besándola en los labios.
—      ¿Gozas, cariño?
—      Sí… mucho… – articuló ella.
—      Me alegro. ¿Nos permites unirnos?
  Desirée asintió y, poco después, se estremeció, disfrutando de su segundo orgasmo. Mientras tanto, Ágata y Alma se estaban desnudando y saltaron, una vez sin ropas, sobre la cama, lamiendo el cuello y orejas de Frank. Henry hizo lo mismo y se unió a ellos. Tomó a las chicas de las manos y las tumbó en un extremo de la cama, boca arriba y juntas. Se arrodilló ante ellas y les abrió las piernas. Las penetró al mismo tiempo con los dedos de cada mano. Los dedos entraban y salían con fuerza pero con delicadeza al mismo tiempo. Ágata giró el cuello hacia su amiga y se besaron, entrelazando las lenguas en el exterior. Henry se inclinó y participó de aquellas lenguas, besándose los tres con frenesí.
—      Ven, quiero ver cómo te corres en la boca de la pelirroja – le dijo Desirée a Frank, apartándole.
  El profesor caminó de rodillas hasta colocar sus pelotas sobre la boca de Ágata, quien levantó la mano y aferró la pringosa polla para llevársela a la boca. Henry, enardecido, le clavó su polla a Ágata, que se encontró tomada por ambos orificios. Desirée tomó el relevo de los dedos de su marido para con Alma, sin dejar de observar la escena. Finalmente, con un rugido, Frank descargó sobre el rostro de su alumna. Desirée tomó a Alma del cabello y la alzó.
—      Lame esa leche. No la desperdicies, hazlo por mi – le dijo al oído.
  Alma se inclinó sobre su amiga y lamió el semen con deleite. Por aquella belleza, era capaz de hacer cualquier cosa. Alma había estado fantaseando con un encuentro así durante todo el almuerzo. Desirée la había impactado de verdad. Mientras tanto, la rubia se apoderó de nuevo de la polla de Frank, quien había caído hacia atrás, el brazo sobre los ojos y el pecho martilleándole con fuerza. Protestó cuando sintió la mano que le cogía el pene.
—      No puedo más… – gimió.
—      ¡De eso nada, señor Warren! Debe estar dispuesto para mí, a todas horas.
  El pene de Frank perdía su rigidez poco a poco; el efecto de la droga se estaba disipando. Desirée se subió a horcajadas sobre él y se introdujo el pene en el coño, apoyando sus manos sobre el pecho del hombre. Descontenta con su potencia, indicó a Alma que sacara un consolador de la mesita de noche y se lo insertara al hombre en el culo. Alma lo hizo con mucho gusto. Escogió un delgado vibrador, de tamaño corto, y lo embadurnó con una crema que también se encontraba en el mismo cajón. Henry y Ágata, sin dejar de follar, la miraban hacer. Frank protestó cuando sintió el extremo romo del consolador hurgar en la puerta de su esfínter, pero el peso de Desirée, unido al tremendo cansancio que estaba empezando a sentir, no le permitieron rebelarse más. Intentó apretar las nalgas, pero Alma empujó con fuerza, haciéndole daño. Así que no tuvo más remedio que relajarse. El instrumento le penetró lentamente y sintió un tremendo calor en el culo. Al mismo tiempo, su polla creció dentro de la vagina de la rubia, con un vigor insospechado.
—      ¿Le gusta, señor Warren? Sí, ya veo que sí – musitó Desirée, metiéndole uno de sus dedos en la boca.
  Alma empujaba y sacaba el consolador, divertida por lo que estaba pasando. Aunque quería a Frank, quería hacerle sentir lo que ellas habían pasado para complacerle. Desirée saltaba cada vez con más fuerza, próxima al placer.
—      Sí, sí… ya me viene… ¡Cógeme las tetas con fuerza!
  Alma dejó el consolador y se irguió sobre las rodillas, abarcando los senos poderosos de la rubia desde atrás y retorciéndole los pezones. Desirée cayó hacia atrás, entre los brazos de la chiquilla morena, y se estremeció violentamente, gozando.
—      No dejes… que se cor… corra – le dijo a su marido.
  Henry se salió del interior de Ágata y tomó un cordón de seda del cabezal de la cama que recogía los cortinajes del dosel. De forma experta, anudó el cordón en el tallo del pene de Frank, en la base del miembro, y apretó con fuerza, cortando la circulación. Frank aulló y se debatió, pero Henry supo retenerle, atándole también las manos a la espalda con otro cordón.
—      Follároslo – dijo Desirée a las chicas mientras abrazaba a su marido. – Sin piedad.
  Ágata y Alma se turnaron sobre su amante, empalándose una y otra vez. Frank aullaba, loco por derramarse pero el cordón y el resto de droga que aún quedaba en su organismo se lo impedían. Ágata fue la primera en correrse. Cabalgando a Frank y con un brazo alrededor de los hombros de Alma, quien, al mismo tiempo, le acariciaba con un dedo el clítoris, chilló como si la hubieran herido. Se dejó caer de costado, hundiendo el rostro en las sábanas, jadeando fuertemente. Alma tomó el relevo y cabalgó con ahínco, con pasión. Detrás de ellos, Henry estaba sentado, las piernas estirazadas y la espalda apoyada contra una de las balaustradas de la cama. Su esposa se sentaba sobre él, dándole la espalda y atenta a lo que las chicas hacían con Frank. El pene de su marido taladraba su coño como a ella le gustaba.
  Alma se corrió largamente, cayendo sobre Frank y lamiéndole los labios, pero el hombre no respondió a la caricia, se debatía aún, sin fuerzas. Ágata y su amiga se situaron, una a cada lado, y le acariciaron la polla con manos y boca. El pene aparecía monstruosamente hinchado y violáceo por la falta de sangre. Enormes venas azules latían en su superficie.
—      Desatadlo. Va a reventar – dijo Henry.
  Nada más quitarle el cordón de la polla, ésta se convirtió en un surtidor. Con un aullido estridente, Frank dejó escapar un borbotón de semen hacia el techo, alcanzando al menos el metro de altura. El dolor que sintió al recuperar el riego sanguíneo se mezcló con el placer de la eyaculación. Ágata se dejó caer sobre la polla, aspirando el semen con glotonería. Frank se desmayó.
   Henry se levantó con la polla tan tiesa como si tuviera veinte años. La noche de descanso le había sentado muy bien. Ya no estaba para esos excesos. Sonrió recordando la velada. Aquellas dos chiquillas eran de muerte. Tuvieron que llevar a Frank a una habitación, desfallecido, y condujeron a las chicas a otro dormitorio. Después, él y Desirée se retiraron a sus aposentos para descansar. Ahora, le tocaba el turno a su esposa; de hecho, la idea había sido de ella. No podía negarle un capricho a Desirée; no lo merecía.
  Se giró hacia ella y la contempló, dormida y desnuda. Un ángel, eso era; un ángel que había cambiado toda su vida. La besó suavemente en la mejilla y se levantó. Debía marchar a la ciudad para ocuparse de unos asuntos. Se duchó y se vistió, bajando al comedor para desayunar. Karly fue la encargada de servirle el desayuno. La observó mientras lo hacía; siempre le había gustado esa muchacha. Rubia, con ese cabello tan largo y rizado en grandes tirabuzones… Le sobó el trasero cuando se puso a su alcance, subiendo la mano muslo arriba hasta topar con las finas braguitas. Karly le sonrió y meneó el trasero, contenta de que el patrón se fijara en ella aquella mañana y más después de la juerga de anoche.
—      Ven, Karly, alégrame el día – susurró él.
  La doncella se arrodilló entre sus piernas y le desabrochó el pantalón, sacándole el miembro ya erguido. Se lo metió en la boca y lo lamió con esmero, tal y como sabía que le gustaba. Henry, un minuto después, retiró un poco la gran silla, permitiendo que Karly se sentara en su regazo, mirando hacia la mesa y apoyando sus manos en ella. Con una mano, la doncella apartó las braguitas para que el pene alcanzara su vagina sin obstáculos. Se mordió el labio cuando notó la polla colarse en su coño. ¡El patrón follaba tan bien!
  Ágata se despertó al recibir la luz directa del sol cuando una de las criadas apartó las cortinas de la ventana. Se quejó y se dio la vuelta. Se sentía algo confusa y desorientada, así como muy cansada, como si padeciera una fuerte resaca.
—      Vamos, dormilonas – dijo una voz cantarina.
  Abrió los ojos y contempló a Desirée en la puerta de su habitación, portando una elegante bata de seda. Dos doncellas se atareaban colocando sendas bandejas con el desayuno sobre las respectivas mesitas, pues Alma dormía a su lado y despertaba en ese momento.
—      Dios, me siento fatal – balbuceó Alma.
—      Es normal después de lo de ayer, pero un buen desayuno y un buen baño después os dejaran como nuevas – dijo la anfitriona. – Os espero en la piscina.
—      ¡Uf! ¡Qué desmadre! – exclamó Ágata cuando se quedaron solas.
—      ¡Y que lo digas! No había follado así nunca.
—      La verdad es que me sentí totalmente viva, liberada – dijo Ágata, dando un buen mordisco a un croissant caliente. – Henry es un tío especial.
—      Y Desirée también.
—      Te gusta, ¿eh? – sonrió Ágata.
—      Me enloquece, cariño. Nunca había conocido a una mujer así.
—      Sí, parece de película. ¿Crees que lo hemos conseguido?
—      Yo apostaría a que sí. Oye, una pregunta, ¿te gustó que te azotara?
—      Bueno. Me dolió, pero me puse muy cachonda. Ese sótano es demasiado. Me gustaría repetir y hacerte gozar a ti esta vez.
—      Se lo preguntaremos a Henry. No sé, me da en la nariz que volveremos más veces a esta mansión.
  Acabaron de desayunar y se vistieron con unos sucintos bikinis que las doncellas habían dejado sobre la cama. Al salir del dormitorio, una criada las esperaba para conducirlas hasta la piscina. Ésta se encontraba en el interior de un domo acristalado enorme. La piscina era de dimensiones olímpicas y el agua estaba a una temperatura adecuada y deliciosa. Desirée estaba en el agua y las animó a nadar. Estuvieron retozando como crías durante un rato y después se apoltronaron en las grandes tumbonas que se encontraban en el borde. Una doncella les sirvió unos zumos frescos y pastelitos.
—      Ah, esto es vida – suspiró Ágata.
—      Sí, es lo que me digo todos los días cuando me despierto – rió Desirée.
—      Oye, Desirée, no sé si me meto en terreno privado o no, pero esta mañana estás muy diferente a ayer.
—      ¿Por la mañana o por la tarde? – sonrió la aludida.
—      Cuando llegamos.
—      Bueno, puede que lo comprendas más tarde. Dejémonos de eso ahora y tomemos un buen baño de vapor. Vamos a la sauna – dijo levantándose.
 Las chiquillas la siguieron hasta una puerta lateral y se encontraron en el interior de una vasta sauna con el suelo y paredes acolchadas. Se sentaron en un gran rellano alto, también acolchado, y Desirée manipuló los controles.
—      ¿Temperatura? – les preguntó.
—      No demasiada. No tengo muchas ganas de sudar esta mañana.
—      Muy bien.
  Desirée, sin ningún pudor, se despojó de su traje de baño, quedando totalmente desnuda. El vapor empezó a surgir lentamente.
—      Vamos, quitaros la ropa. El vapor debe penetrar en todos los poros.
  Las chicas la obedecieron entre risitas. Alma no cesaba de mirar a la rubia de reojo; se la comía con la mirada.
—      ¿Has sido modelo? – le preguntó.
—      No, aunque no me faltaron proposiciones.
—      Tienes un cuerpo perfecto y eres muy hermosa.
—      Muchas gracias. Procuro cuidarme.
—      Alma, límpiate la baba – bromeó Ágata.
—      ¡Víbora! – la reprendió su amiga con un codazo.
—      Vamos, chicas – rió Desirée.
—      Es que la tienes encandilada. Alma siente una predilección por las mujeres y sobre todo después de conocerte.
—      Eso es un halago. ¿Es cierto, Alma? ¿Te van más las chicas?
—      Bueno, sí – confesó, alegrándose de que el vapor la ocultara parcialmente y encubriera su enrojecimiento.
—      Me parece encantador. Me sucede lo mismo. Aparte de mi marido, no tengo apenas tratos con los hombres, a no ser algo alocado como ayer. ¿De verdad te gusto?
—      Esto… sí, mucho – confesó Alma.
—      Me alegro porque vosotras me gustáis mucho también. Desde el primer momento en que os vi. ¿Y a ti, Ágata? Te gustan las chicas también, ¿no? Sé que os acostáis juntas.
—      Alma me inició. Sí, no me disgusta una mujer hermosa como tú. Es más, hay ocasiones en que prefiero la suavidad de una mujer.
—      Os confesaré que ayer, cuando estabais desnudas en la cama, la una sobre la otra, me enloqueció el contraste de vuestros cuerpos. Una piel tan blanca sobre otra oscura… Sois perfectas, cada una a su manera. Venid aquí, a mi lado…
  Ágata se situó a su derecha y Alma a la izquierda. Desirée pasó sus brazos por los hombros de cada una y las atrajo hacia ella. Las besó en los labios dulcemente, alternando de una a otra, hasta que decidieron utilizar sus lenguas. Después, con parsimonia, cruzó sus manos delante de ella, aferrando el pecho de cada una, sopesando su firmeza y pellizcando los pezones hasta ponerlos duros. Alma le lamió la oreja y Ágata se encargó de su cuello. Desirée tomó una mano de cada una y las llevó hasta su entrepierna, al alcance cuando se abrió de muslos. Las chicas acariciaron el coño expuesto lentamente, con ardor y con dulzura. Desirée llevó sus manos atrás y se apoyó sobre ellas, retrepando un poco su cuerpo. Cerró los ojos y se lamió los labios. Aquellas chiquillas la volvían loca y no se atrevía a pensar si eso era bueno o no. No había sentido un deseo así por nadie más que por su marido.
—      Aaaah… mis niñas… me co… corro… – gimió, estremeciéndose.
  Una vez repuesta, les indicó que cada una se subiera a horcajadas sobre un muslo y frotaran allí sus coños, consiguiendo un placer exquisito debido a la firmeza y suavidad de las piernas de la rubia. Cada una de ellas apoyada en uno de los hombros de Desirée y con el cuello hacia atrás, restregaron sus coños húmedos una y otra vez. Desirée, de nuevo enardecida, se puso en pie.
—      Ya está bien de caricias. Subamos arriba y juguemos con unos buenos consoladores… – las tres se rieron.
  Las tres quedaron abrazadas y jadeantes sobre la gran cama; sus cuerpos perlados por el sudor del amor. Se acurrucaron mejor, musitando palabras afectuosas a los oídos.
—      No he visto a Frank. ¿Cómo estará? – se preguntó Ágata en voz alta.
—      Molido, no lo dudes. No se levantará hasta esta tarde, seguro – respondió Desirée.
—      Nunca le había visto tan extenuado y eso que lo ha hecho muchas veces con nosotras dos – dijo Alma.
—      Le hice correrse ocho veces. La droga le tenía loco.
—      ¿Droga? – se extrañó Ágata.
  Las dos chicas se incorporaron sobre un codo, mirando a Desirée que se encontraba entre las dos.
—      Creo que va siendo hora de que sepáis la verdad – dijo ésta, levantándose también. – Es la hora de almorzar. Os contaré todo mientras lo hacemos.
—      ¿Qué ocurre aquí?
—      Todo en su momento. Confiad en mí, por favor.
  Ágata y Alma estaban muy intrigadas, pero consintieron en esperar. Las tres se sentaron en el amplio comedor y fueron servidas por dos de las doncellas. Ahora sabían que no existía personal masculino y que trabajaban seis criadas en la mansión.
—      ¿Qué sabéis de Frank? – les preguntó Desirée mientras cortaba su filete.
—      Es un buen profesor de arte dramático y un buen amigo.
—      Nuestro amante – repuso Alma.
—      Frank Warren, divorciado, 47 años, sin hijos, condenado a tres años por corrupción de menores y proxenetismo enla Repúblicade California hace nueve años. Su especialidad son las alumnas y, de vez en cuando, mujeres cándidas y solitarias. A las primeras las convence de prostituirse para él; a las segundas, les saca el dinero como un gigoló.
—      Eso es imposible. Debes estar equivocada.
—      No, no lo estoy. Tengo incluso la copia de su ficha policial. No sois sus primeras víctimas, pero pretendo que seáis las últimas. No hay nada de ese guión, ni inversión ni nada. Él mismo nos llamó, proponiéndonos esa comedia para que no sospecharais nada.
—      ¡Eso no es cierto! ¡Frank no haría algo así! – exclamó Ágata, poniéndose en pie y derribando su copa de vino.
—      No es la primera vez que hacéis una cosa así, ¿verdad?
  Alma asintió pero sin decir nada.
—      ¿Cuántas veces? ¿Dos? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Más de diez? – se calló al ver los rostros circunspectos de las chicas. – Y nunca ha conseguido nada, ¿verdad? ¿Qué excusa os daba? ¿Una obra de teatro? ¿Unos inversores potenciales? ¿Algún favor personal? Frank ha estado ganando mucho dinero a vuestra costa, sin que sospecharais nada. Se aprovechó de vuestra juventud, de vuestra candidez e inexperiencia, de vuestro amor…
—      No puede ser… – musitó Ágata.
—      A Henry le van las adolescentes. Es un obseso pero inofensivo. Siempre está buscando alguna jovencita por ahí. Le hablaron de vosotras en aquella fiesta y le presentaron a Frank. El hombre que lo hizo, el anfitrión, nos dijo que pagó un buen dinero por acostarse con las dos. ¿Con qué excusa os mandó allí vuestro amante?
  Las chicas callaron; estaban comprendiendo finalmente.
—      Henry no ha pagado nada por vosotras, sino que llegó a un acuerdo con Frank. Desde hace algún tiempo, se me insinúa constantemente, pero nunca le he respondido. Mi marido me utilizó como moneda de cambio; Desirée por Alma y Ágata. Sencillo, ¿no?
—      ¿Y aceptaste? – preguntó Alma.
—      Siempre lo hago; se lo debo a Henry, eso y mucho más.
—      ¿Por qué nos lo cuentas ahora? – fue el turno de Ágata.
—      Veréis, es una larga historia. Desde siempre, Henry se ha apasionado con las colegialas. Fue el motivo de sus dos divorcios. Sin embargo, no fue hasta que estuvo casado por segunda vez cuando quiso algo más duradero que una conquista o una putilla. Entonces, me compró.
—      ¿Te compró?
—      Sí, yo tenía trece años y era una esclava. Existe una organización llamadaLa Granjaque se dedica a abastecer de niños a los pervertidos millonarios del mundo. Niños de toda clase, de cualquier edad y para cualquier cosa. Ellos mismos los entrenan y condicionan. No recuerdo gran cosa de mi infancia, pero sí sé que provengo de Sudamérica. Recuerdo a mis padres vagamente. Una noche de huida, disparos y gritos, sangre en mis manos. Por lo visto, los asesinaron. Acabé en un orfanato cuando tenía seis años yLa Granjame compró. Es muy fácil comprar niños en los países tercermundistas, sobre todo si son huérfanos. Me sometieron a toda clase de vejaciones y pruebas, hasta que me acostumbré a ello. Henry me sacó de allí. No le culpo de que me comprara, ya que me crió y educó como una hija. Me dio los mejores estudios y las mejores condiciones de vida. A cambio, retozaba conmigo, pero siempre fue muy amable y considerado. Yo había sido educada para complacerle en todo. Vivía en un confortable ático y una mujer anciana me cuidaba. Acudía al colegio, tenía amigas y una vida normal, salvo que algunos días follaba con un hombre mayor. Fueron los mejores años de mi vida. Cuando Henry se divorció de su segunda esposa y dejó bien claro su deseo de vivir solo, me trajo aquí y se casó conmigo. Por entonces, tenía veinte años. Me doctoré y le aconsejé en algunos negocios. Comprendió que no era sólo un coño divertido y hermoso, así que me dejó participar en sus negocios. Me respeta y creo que me admira. Deja en mis manos muchos asuntos importantes que no confiaría ni a sus hijos. Sin embargo, aunque sé que me quiere y yo le quiero a él, su vicio existe aún en él. No me opongo a ello y conseguí hacérselo más fácil. De ahí que nuestras doncellas sean hermosas y jóvenes. Pero, de vez en cuando, surgen chicas como vosotras o como Paula y, entonces, pierde la cabeza. Yo debo pensar por él.
—      ¿Y se lo consientes todo? ¿Por qué? – le preguntó Ágata.
—      Porque le quiero. Henry es feliz así y yo deseo su felicidad. Incluso compartimos algunas de sus jovencitas. Sin embargo, no culpéis a Henry de vuestro caso. No fue él quien se obsesionó con vosotras, sino yo.
—      ¿Cómo? – fue el turno de Alma de sorprenderse.
—      Me recordabais mucho a la joven que fui. Engañada y manipulada. Quise salvaros de ese cabrón. Además, vuestra belleza y juventud me turbó. Lo siento, quería teneros para mí.
—      Dios, esto es una locura. ¿Y ahora qué hacemos? – preguntó Ágata.
—      Os aconsejo que no hagáis nada. En este momento, Henry se está ocupando de todo. ¿Queréis volver con Frank?
  Las chicas negaron, dolidas. Habían abierto los ojos y no le perdonarían jamás.
—      Entonces, esperad el momento.
  Aquella noche, durante la cena, Henry se llevó a Frank aparte y le puso las cosas difíciles. Poseía grabaciones y testimonios de sus manejos con las menores. El trato era simple: Frank renunciaba a las chicas y a Desirée y se marchaba de la ciudad para siempre, a cambio, recibiría dos mil dólares. Si no accedía, todas las pruebas pasarían a poder de la policía. Frank no tuvo más remedio que capitular, contrito y cabizbajo, se dirigió hacia sus amantes para despedirse de ellas, pero éstas se apartaron. Se quedó asombrado cuando Ágata le escupió a la cara. Supo que todo había terminado para él. Se marchó furioso pero con un cheque en el bolsillo.
—      Mañana, mi chofer os llevará a casa – dijo Henry a las chicas. – Pero, antes, me gustaría que escucharais a Desirée. Tiene algo que proponeros.
  Estaban todos sentados en la confortable sala de música, tomando café y helado. Las chicas aún estaban nerviosas por la escena ocurrida. Desirée dejó su taza sobre la mesita y las miró.
—      Es bien sencillo. No quiero que os marchéis de mi lado. Henry está de acuerdo en ello. Os ofrecemos una oportunidad real para vuestras carreras. Seguiréis acudiendo a la academia y al instituto y, después, a la universidad. Henry os proporcionará un agente respetable y os presentará a algunas personas influyentes, sin necesidad de tener que acostaros con ellas. A cambio, viviréis aquí, en la mansión, disfrutando de toda su comodidad y con los gastos cubiertos.
—      ¿No es lo mismo que comprarnos? No es tan diferente de lo que nos contaste – dijo Ágata.
—      Es cierto, pero la vida es así. Pero, a diferencia de mi caso, podéis aceptar o no. En caso de no hacerlo, volveréis a vuestras vidas, con vuestras familias y se acabó. Yo no tuve opción, sólo la suerte de encontrar a Henry.
—      Es un buen trato. No haréis más de lo que vosotras mismas deseéis – repuso Henry. – No sois mojigatas y sé que os gusta lo prohibido como a nosotros. Nada de obligaciones, nada de esclavitud. No sois las primeras protegidas que mantenemos en la mansión y ninguna de ellas está en contra de su voluntad.
—      Tienen razón – dijo Alma de repente. – Es una oportunidad de oro y ya hemos comentado entre nosotras lo bien que lo hemos pasado.
—      Pero, ¿qué les diremos a nuestros padres? ¿Que vivimos en una mansión imponente, follando como locos y, que a pesar de vivir en la misma ciudad, no queremos volver a nuestras casas?
—      Ya he solucionado ese aspecto – dijo Henry. – Esta misma mañana, hablé con vuestros padres. He creado una beca con mi nombre, una beca que os pertenece y que os permite entrar en una de las mejores academias de arte del país.
—      ¿Has hablado con nuestros padres?
—      Sí y, la verdad, se han emocionado. Están muy orgullosos de vosotras – sonrió. – Les expliqué que la beca os obliga a manteneros dentro de un ambiente académico estricto y, por eso mismo, pernoctaréis en la academia. Podéis visitarles todos los fines de semana, si queréis. Han aceptado todas las condiciones y esperan el momento de vuestro regreso para comunicároslo. Así que lo mejor será que no les defraudéis diciéndoles que ya lo sabíais.
—      Entonces, ¿hay acuerdo? – preguntó Desirée, con el corazón encogido.
  Las chicas se miraron una sola vez y supieron que no podían dejar pasar esa oportunidad. Además, sentían que se habían encariñado con el matrimonio; con ese hombre rudo pero tierno a la vez y con su bella esposa, misteriosa y ardiente.
—      Aceptamos – dijo Ágata y Desirée se levantó de un salto para abrazarlas.
—      Veréis lo bien que nos lo vamos a pasar. Tengo tantas cosas que contaros y enseñaros…
—      Bueno, bueno, no nos echemos a llorar ahora, querida – dijo Henry. – Me alegro de que hayáis aceptado. No os arrepentiréis. Desde este momento, el personal está a vuestro servicio. Tiene órdenes explícitas para ello. Podéis moveros libremente por toda la finca y cuando tengáis el permiso de conducir, pondré un coche a vuestra disposición.
—      ¡Que sea un coche guay! – rió Alma.
—      ¡Esto hay que celebrarlo! ¡Esta noche desvirgarás a Paula, querido! – lo abrazó Desirée.
  Las dos jóvenes se miraron y sonrieron. Desde ese mismo momento, sabían que sus vidas entraban en un delirio de perversiones que las enloquecía. Ya se habían olvidado del hombre que las había engañado, pero que les había dado a conocer el mundo del desenfreno más absoluto.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “la vida da revancha 2 ” (POR MARTINNA LEMMI)

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 Una de las chicas se adelantó unos pasos hacia Eliana.  Sorprendió a Fernando que no fuera la misma que había ido a buscar la fusta o el taco; parecía como si hubiera una red de asistentes de Ofelia con las funciones bien determinadas, donde cada una sabía cuándo tenía que actuar.  En un gesto que a Fernando hasta se le antojó piadoso, la chica apoyó una mano sobre el vientre de Eliana y otra sobre la parte superior de la espalda, entre los omóplatos; le susurró algo al oído y, empujándola levemente, la impelió a inclinarse hacia adelante.  Una vez más su cola entangada quedó descubierta pero la orden de Ofelia había ido más allá, así que la joven tomó la prenda íntima de Eliana por los bordes y la deslizó hasta dejársela a mitad de los muslos.  Luego la muchacha se hizo a un lado, como ocurría todo el tiempo cada vez que alguna terminaba de cumplir con lo que Ofelia le había requerido: parecían ya tener aprendido y bien incorporado que, una vez que ella ya tenía lo solicitado, había que liberar el escenario.
                        Eliana estaba temblando de la cabeza a los pies; era fácil notarlo.  Durante algunos instantes, la incertidumbre de no saber qué estaría haciendo Ofelia a sus espaldas le jugó en contra, haciendo aumentar su nerviosismo.  La mujerona hizo un par de fintas con el taco en el aire casi como si se tratara de un florete y luego lo dirigió hacia la cola de Eliana apoyando la punta allí donde ambas nalgas se juntaban.
                         “¿Eso te molesta?” – preguntó.
                         Eliana tragó saliva.  El terror había hecho presa de su cuerpo y temblaba tanto que hasta  le costaba hablar.  Incluso tuvo problemas para interpretar la pregunta o, mejor dicho, para inferir cuál sería la respuesta adecuada.  Supuso, con acierto, que tenía que decir lo que Ofelia quería oír.
                         “N… no, señora Ofelia – dijo balbuceando -.  No me… molesta…”
                         Una ligera sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de Ofelia, dándole a Fernando la impresión de estar conforme con la respuesta.  En parte podía ser cierto, pero sin embargo, la mujer empujó el taco un par de centímetros más, de tal modo que pasó separando las nalgas y ubicándose a la entrada del orificio anal.
                        “¿Y eso te molesta?” – preguntó.
                         Eliana no podía creer lo que estaba ocurriendo; esperaba, de todos modos, que en algún momento su antigua compañera de colegio se diera por satisfecha, razón por la cual volvió a responder de tal modo de complacerla en la medida en que fuera posible.
                        “No, Señora Ofelia, no me molesta…”
                          Lejos de conformar a la mujerona, ésta llevó el taco todavía otros centímetros más hacia adelante y, al hacerlo, comenzó a entrar en el ano.  El impacto fue tal que  Eliana lo sintió casi como si se hubiera tratado de una descarga eléctrica propinada por una picana.  Inclusive enderezó su espalda, lo cual fue motivo de una rápida reprimenda.
                          “¡Inclinate!” – le regañó Ofelia y Eliana, como no podía ser de otra manera, tuvo que obedecer -.  ¿Y eso te molesta?” – preguntó, haciéndose el tono de su voz cada vez más agresivo e hiriente.  Paradójicamente, la mujer siempre lucía serena pero a la vez era como si entre dientes destilara veneno.
                       “No, Señora Ofelia… – respondió Eliana, casi en un sollozo -.  No me molesta…”
                         Ofelia jugó un poco con el palo sobre la entrada de la cola de Eliana describiendo un círculo con el mismo, lo cual motivó que la víctima dejara escapar un quejido involuntario.
                      “Y si no te molesta… – preguntó Ofelia, poniéndose más incisiva -, ¿me querés explicar por qué entonces hoy, por culpa tuya,  perdimos tres clientes?”
                     Eliana no supo qué responder; sólo miraba el piso y hacía denodados esfuerzos por no romper en lágrimas.  Estuvo a punto de mencionar a Fernando y el incidente que se había producido cuando su esposo se metió y terminó golpeado en el estómago, lo cual de algún modo también terminaba de cerrar la respuesta que Ofelia pedía.  Pero a la vez eso sería echarle tierra encima a Fernando, de quien descontaba que sería el próximo castigo.  Se mantuvo, por lo tanto, en silencio al no tener ya ninguna explicación para dar.
                      “Llévenla al salón” – ordenó Ofelia y esta vez fueron dos hombres de los que trabajaban detrás de la barra los que, acercándose a Eliana, la tomaron por las axilas y la levantaron prácticamente en vilo ante los ojos atónitos de su marido.  De hecho, Fernando hizo un amague por salir en defensa de ella pero su intento fue rápidamente neutralizado por otros dos empleados que lo tomaron por los brazos.
                      Mientras Eliana era llevada hacia el salón principal del bar, Ofelia caminaba a la zaga con aire despreocupado y sereno, en tanto que el resto del personal, que un rato antes colmara la cocina, le seguía los pasos como si se tratase de alguna delegación o comitiva.
                      “Pónganla sobre la mesa de pool – conminó Ofelia -.  La mesa dos.  En cuatro patas”
                        Los dos empleados cumplieron con lo que se les ordenaba, ubicando a Eliana sobre la mesa que les había sido indicada y encargándose luego, entre ambos, de ubicarla a cuatro patas, tal como Ofelia lo requería.  Allí quedó, entonces, Eliana, con la cola al aire y la tanga ahora  por las rodillas.  La elección de la mesa por parte de Ofelia no había sido casual ni azarosa, ya que la “dos” era precisamente la mesa en la cual se había suscitado el problema que había derivado en el alejamiento de los tres clientes.  La mujerona puso tiza a la punta del taco de pool y, en un acto que, posiblemente, buscó ser efectista ante el resto del personal, volvió a blandirlo en el aire como si se tratara de un arma; la asociación visual se hizo mucho más fuerte desde el momento en que Ofelia flexionó el brazo en el que sostenía aún la fusta y ubicó un puño sobre su cintura al mejor estilo de cómo lo haría un esgrimista.  Eliana ya no oponía resistencia; sólo temblaba en cada fibra de su cuerpo.  Ofelia llevó el extremo del taco hacia la entrada anal y luego lo empujó hacia adentro.
                         Eliana no pudo evitar cerrar los ojos y dejar escapar un grito mientras Fernando, hirviendo de rabia, contemplaba la escena sin poder hacer nada.  Ofelia hizo girar el taco varias veces, hacia un lado, luego hacia el otro y así sucesivamente, con lo cual el grito inicial de Eliana se vio repetido e incluso multiplicado tantas veces como el palo giró sobre sí mismo: ahora ya directamente aullaba y en sus aullidos podía percibirse claramente cómo se fusionaban dolor y excitación.
               Ofelia sonrió satisfecha ante el resultado obtenido pero sin embargo ello no la detuvo ni la dejó conforme, ya que empujó el taco aún más adentro arrancando de la garganta de Eliana un alarido que retumbó en todo el bar.  Fernando se removió tratando de liberarse de sus captores pero fue inútil.  Sabía perfectamente que su esposa jamás había sido penetrada analmente y, como tal, debía estar sufriendo aquello como un verdadero suplicio.  Costaba creer que quien la sometía a tal ignominia fuera una antigua compañera de secundario.
              Luego de un rato de intensa penetración con el palo, Ofelia lo retiró.
              “¿Te molestó? – preguntó
               “N…no, señora Ofelia… – respondió entrecortadamente Eliana, convertida su voz en un hilo -.  N… no m…me molestó”
               Una vez más, una sonrisa de plena satisfacción se dibujó en el rostro de Ofelia quien, dejando apoyado el taco sobre la mesa, volvió a tomar su libreta.
               “También hubo un problema con vos en la mesa 21 – graznó, como si se estuviera, en ese momento, anoticiando de lo que en realidad ya sobradamente sabía – ¿Cuál fue?”
                 Eliana permaneció en silencio, sin poder salir de la turbación por el increíble e impensable momento que le estaba tocando vivir.  Un fustazo en la cola la hizo, súbitamente, tomar sentido de la realidad.  Fue bastante leve, a comparación de los que antes Ofelia había propinado a Jazmín, pero aun así una interjección de dolor le brotó de la garganta ante lo sorpresivo que había sido el golpe.
                 “¿Cuál fue?” – insistió la mujer, con lo cual para Eliana estuvo más claro que nunca que urgía y le convenía hablar.
                 “A… alguien me tocó la cola, S… Señora Ofelia – dijo, nerviosa y algo llorosa -.  Pido disculpas por…”
                 Un nuevo fustazo en la cola, esta vez algo más intenso que el anterior, la interrumpió.
                   “¿Y vos cómo te portaste en ese momento?”
                  “M…me fui, Señora Ofelia…”
                  Otro fustazo.  Los golpes eran cada vez más fuertes y lo mismo ocurría con las interjecciones de dolor que emitía Eliana.
                   “¿Y eso está bien?” – preguntó la mujerona.
                    “N…, no, Señora Ofelia, no está bien…”
                    Nuevo fustazo.  El cuarto.
                    “¿Por qué no está bien?” – preguntó Ofelia, continuando con su incisivo interrogatorio.
                   “Porque… el cliente puede molestarse… e irse, Señora Ofelia”
                   “Muy bien – la felicitó Ofelia -; veo que ya vas aprendiendo.  Vamos para la mesa 21”
                    La orden impartida puso en marcha una vez más a todo el personal del lugar, produciendo una vez más la imagen de comitiva oficial.  Los dos empleados que antes subieran a Eliana a la mesa, la ayudaron a bajar y la guiaron a través del salón.  Los que retenían a Fernando hicieron lo propio con él, si bien era cierto que él se resistía cada vez menos, no por falta de ganas de hacerlo sino por comprender algo mejor toda la situación y sus posibles consecuencias: se trataba de una especie de resignación, aun cuando siguiera aguijoneando en su mente la idea de hablar con Adrián y ponerlo al tanto de lo que ocurría en el bar cuando él no estaba.
                     Cuando llegaron a la mesa 21, todas las sillas estaban ya invertidas y puestas sobre la misma.  El personal formó un círculo alrededor y Ofelia hizo una seña a los dos que llevaban a Eliana por las axilas para que la liberasen.
                     “A ver…, parate  junto a la mesa e inclínate un poco – ordenó la mujerona.
                     Con indescriptible vergüenza y timidez, Eliana se inclinó un poco apoyando ambas manos sobre una rodilla y ello dejó una vez más su cola al aire.  La tanga estaba en las manos de uno de los empleados pues ella la había terminado perdiendo durante el camino desde la mesa de pool hasta allí.
                    “Vos – ordenó Ofelia, dirigiéndose a uno de los empleados en una elección que pareció ser producto del azar -.  Tocale la cola”
                   Otra vez Fernando se removió y forcejeó pero no consiguió zafar de quienes lo retenían; de hecho, los jóvenes intentaron calmarlo, que aceptara la situación.  Ofelia le dirigió una mirada de reojo que fue de clara amonestación.    El empleado que había sido aludido por ella se adelantó unos pasos y se ubicó por detrás de Eliana; apoyó una mano sobre sus nalgas y la deslizó muy fugazmente.
                    “Eso casi ni es roce – le reprendió Ofelia -.  Sobasela bien… y a dos manos”
                     El empleado tragó saliva y miró a Eliana aun cuando sólo le viera la nuca; parecía querer pedirle disculpas, pero finalmente optó sólo por hacer lo que se le estaba ordenando.  Con sus dos manos recorrió, acarició y estrujó las nalgas de Eliana en toda su extensión, atrapando por momentos la carne como si quisiera arrancársela.  Ofelia pareció asentir con la mirada y se mostró algo más satisfecha, como que ahora lo que el empleado estaba haciendo se ajustaba más a lo que ella había requerido.
                     “¿Te molesta?” – preguntó.
                     “N…no, Señora Ofelia.  No me m…molesta…” – tartamudeó Eliana.
                     Una nueva sonrisa de satisfacción se dibujó en los labios de la mujerona.  Echó un vistazo en derredor, hacia el círculo de empleados.
                   “Vos” – señaló con su fusta a otro -.  También.  A tocar, vamos…”
                   Un joven algo tímido se adelantó del grupo y miró, por un instante, a Fernando, no se supo si con temor o con lástima; o si estaba pidiendo disculpas con su mirada.  Fue junto a Eliana y al empleado que la estaba toqueteando.  Se acuclilló a su lado y comenzó, él también, a sobarle la cola.
                 “¿Y ahora te molesta?” – preguntó Ofelia.
                 “No, Señora Ofelia, no… me molesta” – respondió Eliana dando la sensación de tener ya su dignidad por el piso.
                  La mujerona permaneció un momento cruzada de brazos observando cómo los dos empleados se dedicaban a manosearla.  Buscó luego con la vista a otro:
                  “Vos también” – dijo.
                   Y así se fueron sumando, hasta que hubo cinco muchachos e incluso una chica toqueteando a Eliana y, dado que ya no cabían más manos sobre sus nalgas, algunos le recorrían las piernas o bien jugueteaban en la entrepierna rozando la vagina.  Cada vez que alguno se sumaba, Ofelia volvía a preguntarle a Eliana si le molestaba y en cada oportunidad ella contestó que no.  Un momento de tensión o, por lo menos, de cierta incertidumbre, pareció generarse cuando la mujer preguntó:
                 “¿Y te gusta?”
                  El cambio en el tono y el contenido de la pregunta descolocó a Eliana, quien por un momento no supo bien qué tenía que responder en ese caso.  Supuso que no debía encolerizar a Ofelia, cosa que era lógico dar por descontado que no iba a ocurrir si respondía que sí; pero si decía que no le gustaba, no había forma de prever cuál sería la siguiente reacción de la mujer.  Eligió, por lo tanto, el camino más seguro.
                 “Sí, Señora Ofelia, me gusta” –  respondió.
                  La mujerona asintió con la cabeza.
                  “Bien… – dijo, cono tono sereno -; si es así va a ser mejor para vos porque lo vas a sufrir menos e incluso lo vas a gozar, pero de todas formas te tiene que quedar claro que aquí no importa si te gusta o no.  Lo que importa es que le guste al cliente y se vaya satisfecho, ¿está entendido?”
                    “S… sí, Señora Ofelia, está entendido” – respondió Eliana sintiéndose caer a un pozo cada vez más profundo puesto que se desprendía de las palabras de Ofelia que bien podría haber respondido negativamente a la pregunta; al no hacerlo y, por el contrario, decir que le gustaba, hasta había quedado como una puta delante de los allí presentes.
                  Fernando observaba incrédulo lo que parecía una escena sacada de alguna pesadilla o de alguna película erótica.  Si Ofelia no convocó a nadie más al extraño ritual fue sólo porque no había dónde ubicar uno más.  En determinado momento palmoteó el aire sin dejar de sostener la fusta.
                    “Muy bien – dijo -.  A ver, apártense…”
                    Obedientemente los empleados dejaron de recorrer con sus manos a Eliana y se abrieron, regresando al círculo.  Eliana no había recibido orden de incorporarse y supuso, por lo tanto, que debía permanecer allí en el lugar en que estaba e inclinada hacia adelante.
                   “Lo de la mesa de pool es una falta de las consideradas graves – recitó, en voz bien alta, Ofelia -, porque en ese caso hemos perdido tres clientes.  Ése es un tipo de infracción que se sanciona con doce fustazos, pero considerando que fueron tres los clientes, suman treinta y seis…”
                   Eliana dio un respingo y dejó escapar un gritito que no logró contener; se llevó las manos a la boca pero ya era tarde.
                    “En el caso de lo que pasó en esta mesa – continuó Ofelia como si se tratase de un discurso -, el cliente no se fue, pero el riesgo de que lo hiciera estuvo presente y, como tal, la acción merece castigo.  Corresponden en ese caso ocho fustazos.  Y también tenemos un vaso roto – elevó la libreta hasta sus ojos -, es decir que son cuatro fustazos más.  ¿Cuánto suma eso…?”
                  “Cuarenta y ocho, Señora Ofelia” – le apuntó, desde su derecha, la misma joven que en su momento le había alcanzado la fusta y que, al parecer, era asistente en más de un aspecto.
                   “Bien – dijo la mujerona -.  Te voy a descontar dos que ya recibiste arriba de la mesa de pool, así que quedas en cuarenta seis…”
                    “¡Fueron cuatro en la mesa de pool, no dos!” – vociferó, enardecido, Fernando.
                     Ofelia le miró y, por primera vez, su rostro pareció verdaderamente alterado.
                       “¡Silencio! – conminó, casi escupiendo las palabras -.  ¡Éste ya me tiene harto con sus indisciplinas!  ¡Apenas termine con ella, le despellejo el culo!  ¡Vayan bajándole el pantalón y pónganlo contra una mesa!”
                      Los dos empleados que sostenían a Fernando giraron y, al hacerlo, lo llevaron con él, aun a pesar de sus vanos intentos por resistirse.  Llegaron hasta la mesa contigua y apartaron de un manotazo un par de sillas invertidas que había sobre la misma a los efectos de colocarlo allí.  Un tercer empleado se acercó y, con más energía, le colocó una mano sobre la espalda y, tomándolo por la nuca, lo obligó a inclinarse apoyando el estómago contra el borde de la mesa.  Un cuarto se acercó y, cruzándole las manos por su vientre, le desabrochó el cinturón para luego, de un solo manotazo, bajarle pantalón y bóxer hasta dejarle ambos en las rodillas.  La humillación que sintió Fernando no tuvo nombre…
                    Satisfecha al ver su orden cumplida con tanta eficiencia y rapidez, Ofelia volvió su atención hacia el culito de Eliana, que, perfecto y envidiable, se ofrecía generoso a la fusta.  Y el primer fustazo llegó, junto con el grito de dolor de Eliana.  Y luego otro, y otro… y los gritos fueron en crescendo hasta convertirse en alaridos.  Con exactitud matemática, Ofelia se dedicó primero a castigar una nalga propinándole exactamente veintitrés golpes y luego la otra con idéntica cantidad.  El resto de los empleados, al observar la escena, notaron en el rostro de la ejecutora del castigo un destello casi maligno, un brillo algo diferente del que parecía su mirada rezumar cuando castigaba a cualquier otro empleado.  Si bien era cierto que siempre la mujer parecía mostrar un cierto disfrute sádico al ejecutar sus castigos, era absolutamente distinto lo que irradiaba en esos momentos mientras castigaba a su antigua compañera de secundario, como dando la impresión de que en cada fustazo estuviera descargando viejos rencores, recelos o resentimientos.  Para quienes no la conocían desde la adolescencia podía ser una situación difícil de entender pero lo cierto era que en aquellos años del colegio Eliana había sido la chica perfecta y Fernando el chico perfecto.  Tenerlos allí, al alcance y disposición de su fusta, era para ella casi saldar una vieja cuenta pendiente del colegio; jamás podría haber imaginado en aquellos años que tendría, como estaba teniendo ahora, la posibilidad de enrojecerle el culo a Eliana y de, en algunos instantes más, hacer lo mismo con el de Fernando: un ajuste de cuentas perfecto para los chicos perfectos.  Viendo la energía que ponía al propinar el castigo, hasta daba la impresión de estar experimentando una cierta excitación lindante con el goce sexual: justo Ofelia, la gélida mujer a quien prácticamente no se le conocían emociones.
               Tan larga tanda se convirtió en un verdadero suplicio para Eliana, quien, llorosos sus ojos y rojas las nalgas, sólo deseaba que el castigo acabase.  Ello sólo ocurrió una vez que Ofelia hubo terminado metódicamente con sus cuarenta y seis golpes, con la particularidad de que ya después del décimo, cada fustazo era acompañado también por una interjección de parte de Ofelia que se fue haciendo cada vez más audible y que remitía a algunas tenistas profesionales en el momento de efectuar su saque.  Tras el último golpe, se pasó la mano por la boca, pareciendo como si se limpiase un hilillo de baba que le chorreaba por la comisura, y se giró hacia la mesa sobre la cual tenían a Fernando con los pantalones y el bóxer bajo.
               “Suéltenlo – ordenó Ofelia -.  Si se resiste, se queda de patitas en la calle y a buscar un trabajo nuevo”
               Los empleados cumplieron con la orden y se apartaron dejando a Fernando allí, con su culo expuesto.
                 “Fueron tantas tus impertinencias e indisciplinas que ni necesito repasarlas en la libreta – espetó la mujerona como si mordiera las palabras entre sus dientes al pronunciarlas -.  Y no tengo ganas de llevar ninguna cuenta que, además, sería muy larga…”
                 Dicho esto, el primer fustazo restalló sobre la cola de Fernando prácticamente como un golpe de látigo, obligándolo a soltar un alarido que, a comparación del primero que había emitido su esposa, se hallaba a un nivel bastante más alto dado que también había sido mayor la fuerza del primer golpe.  A partir de ahí la tanda de golpes se fue incrementando y la sucesión, incluso, fue acelerando su ritmo de tal modo que los fustazos se hicieron tan continuados que prácticamente no quedaba pausa entre uno y otro, cosa que no había ocurrido tan claramente durante el castigo de Eliana.  El rostro de Ofelia, ahora, parecía el de una bestia salvaje, presentando una especie de rictus permanente que parecía rezumar rabia y odio.  Los gritos de Fernando también se vieron incrementados, juntamente con el dolor en sus nalgas y con la humillación vergonzante a que estaba siendo sometido.  Se le hacía casi imposible abrir los ojos porque cada vez que comenzaba a intentarlo caía sobre su retaguardia un nuevo fustazo que, inevitablemente, le hacía cerrarlos.  Aun así, en un fugaz momento, llegó a mirar hacia el resto de los que estaban allí, los cuales lo miraban con rostros indiferentes y, hasta en algún caso le pareció notar, divertidos.  De manera extraña, estando expuesto y siendo castigado delante de todos ellos, sintió que por un momento su pene quería pararse, lo cual era absolutamente incomprensible y se odió por ello.  Nadie supo cuántos golpes fueron, probablemente ni siquiera Ofelia, pero fue una tanda bastante más larga que la que había sufrido Eliana.  Simplemente la mujerona siguió golpeando tantas veces como le dio la gana y cortó el castigo, también, en el momento en que le dio la gana.  Sin decir palabra alguna, arrojó la fusta a su “asistente” y giró sobre sus talones.
             “Turno terminado – anunció al caminar, recuperando su tono normal -.  Todos a sus casas”
              Y así se alejó, taconeando con sus botas, nuevamente en dirección hacia la barra.  Su paso era marcial, seguro y cargado de arrogancia, pero a la vez muy femenino, no encajando con la imagen  de marimacho que muchos (y entre ellos quienes acababan de ser castigados) tenían de la época del colegio.
                  Al salir de allí, Eliana y Fernando se dirigieron a la parada del colectivo; ya hacía rato que habían tenido que desprenderse de su auto por las deudas.  Aun a pesar de haber asientos libres, permanecieron de pie y era lógico después de la paliza que ambos acababan de recibir.
                   “Hay que ir a hablar con Adrián” – dijo Fernando, con el rostro teñido de rabia.
                    “¿Ahora? – preguntó ella -.  Es muy temprano Fer…, debe estar durmiendo.  Nos va a sacar cagando… Y aunque no sea así, no sé si da para ir a molestarlo con…”
                    “Esta situación no se puede prolongar un día más, Eli… Mañana va a volver  a ser lo mismo… y pasado lo mismo…”
                    “La opción es quedarnos sin trabajo –objetó Eliana, con tono desesperado -.  Ya sabés lo difícil que está.  Adrián nos hizo el favor y…”
                    “Seguramente él no está al tanto de esto – la interrumpió Fernando -.  Eli, lo que pasó en ese lugar fue una locura absoluta.  Tenemos que decírselo…”
                    “Sí, tal vez, pero…”
                    “Bajamos en la próxima – dijo secamente Fernando, casi en el mismo momento en que accionaba el botón del timbre para que el conductor se detuviera -.  Y cambiamos de colectivo…”
                     Eliana aceptó la decisión de su marido pero en su rostro se advertía claramente una expresión de angustia.
                     Llegaron hasta la casa; una vivienda de grandes proporciones con una gran reja cubierta por hiedras y un inmenso jardín en la parte delantera que demostraba con creces que a Adrián no le había ido nada mal en la vida.  Fernando llamó al portero eléctrico y aguardó, impaciente, sin obtener respuesta.
                     “Te lo dije – insistió Eliana -: no es hora, amor; es muy temprano.  Mejor no lo molestemos y lo hablamos en otro momento…”
                    Pero Fernando parecía no oírla; volvió a accionar el pulsador del portero eléctrico dos veces más hasta que finalmente la voz de Adrián, claramente somnolienta, se dejó oír del otro lado.
                      “Aaaah, ¡hola!, qué sorpresa… – dijo, una vez que Fernando se hubo presentado -.  ¿Qué tal?  ¿Cómo estuvo el primer día en el bar?  Aún no hablé con Ofelia…”
                     Fernando y Eliana se miraron entre sí con evidente nerviosismo, sobre todo en el caso de ella.  Estaba obvio que Adrián hablaba de Ofelia como de alguien de primerísima confianza.
                      “Bueno… es que… de eso justamente queríamos hablarte” – explicó Fernando.
                     “Ah, ok, aguarden a que me ponga algo…”
                     Al cabo de unos minutos Adrián se acercó para abrirles la reja; los saludó tan cortésmente como pudo dentro de la evidente modorra y somnolencia que aún le afectaban.  Recorrieron el largo camino de lajas que conducía a la puerta de entrada y, una vez dentro de la estancia principal, les invitó a sentarse a los sillones.  En ese preciso instante, una chiquilla que debía tener unos dieciocho años, hermosa y de físico menudo pero armonioso y privilegiado, apareció en el lugar procedente al parecer de una de las habitaciones, como lo evidenciaba el hecho de que estaba de cintura para abajo sólo vestida con una pequeña tanguita en tanto que por encima llevaba una camisa de hombre desprendida que, a juzgar por el talle, debía ser de Adrián.  Cruzó la estancia frente a ellos en dirección a lo que parecía ser la cocina; dirigió una mirada pícara tanto a Eliana como a Fernando, a la vez que una sonrisa surcaba su rostro mostrando una blanquísima y pareja dentadura.  Saludó con un muy alegre y juvenil “hola” al mismo tiempo que estiraba los brazos desperezándose.
                     “¿No te preparás un cafecito para mis invitados, ricurita?” – le preguntó Adrián.
                      “A eso iba, bombón” – contestó alegre y desenfadadamente sin detener en ningún momento su marcha en pos de la cocina.
                       Fernando y Eliana no pudieron evitar volver a intercambiarse una mirada.  No sólo habían caído en mala hora sino que además Adrián estaba acompañado… y, al parecer, bien acompañado.  De todas formas ni la chica ni a él demostraban estar molestos por la impertinencia.
                       “Bueno, a ver, vamos al grano… – espetó Adrián -.  ¿De qué querían hablarme?”
                        A continuación y con lujo de detalles, Fernando hizo el relato de todo lo ocurrido en el bar durante la noche; fue tan minucioso y extendido al hacerlo que incluso dio tiempo a la muchachita para llegar con el café y, seguidamente, sentarse sobre el regazo de Adrián: por unos segundos se besaron.  La presencia de la joven cohibió por un momento a Fernando; realmente no era ya de por sí fácil contar lo ocurrido como para, además, hacerlo en presencia de una chiquilla desconocida, pero Adrián le instó a continuar.  La joven, de hecho, se mantuvo bastante indiferente y por momentos jugueteó mordisqueándole la oreja a Adrián; sólo soltó una pequeña risita cuando Fernando hizo referencia al momento en que Ofelia le había introducido a Eliana un taco de pool por la cola: la chica hasta miró a Eliana, quien tuvo que bajar la vista al piso debido a la terrible vergüenza que la embargaba.  En cuanto a Adrián, se mantuvo escuchando bastante imperturbable y sólo hacía, cada tanto, un asentimiento con la cabeza o bien emitía apenas un “ajá”.
                Una vez que Fernando hubo concluido el pormenorizado relato de lo ocurrido, se produjo un momento de silencio en el cual sólo se escuchó el tintinear de los pocillos y las cucharitas.  La pareja de esposos volvió a mirarse entre sí; finalmente Adrián habló:
                  “Ofelia es una mujer muy rígida y algo especial en la forma de tratar a los empleados – dijo luego y, por alguna razón, sus palabras parecían tener el tono de la sentencia de un juez luego de oídos los alegatos -, pero gracias a eso es que el negocio funciona como funciona…”
                 Fernando abrió los ojos incrédulamente y tragó aire al punto de hincharse; daba la impresión de estar a punto de protestar pero Eliana le tocó la mano, deteniéndole.
                 “Ella considera que la forma de que los empleados aprendan a hacer bien su trabajo es así… – continuó Adrián, siempre sin el más mínimo cambio de tonalidad en la voz -, porque dice que de ese modo ven lo que les pasa a quienes no hicieron las cosas bien y entienden cómo tienen que comportarse.  Y aquellos que son castigados, además probablemente ya no vuelvan a incurrir en los errores que cometieron….”
                 “Pero… ¡Adrián! – Fernando estaba atónito -.  Entonces… ¿a vos te parece que eso que hace está bien?”
                  “Puede ser duro porque hoy les tocó a ustedes dos y son personas a quienes aprecio – respondió Adrián con tal frialdad que costaba dictaminar hasta dónde habría o no ironía en sus palabras -, pero te repito que es el único modo en que un negocio funciona y, en ese sentido, yo de Ofelia no tengo quejas… Por el contrario, creo que se lleva buena parte de mérito en que me vaya tan bien”
                    “Pero… clientes tocando a Eliana…, apoyándola mientras juegan al pool, poniéndole tacos en la cola… ¿Te parece lógico?”
                   “Fer, creeme que te entiendo, porque, claro… es tu esposa y no te gusta que le hagan esas cosas… – respondió Adrián con un encogimiento de hombros y apoyándose una mano en el pecho, en un gesto que aparentaba ser comprensivo y piadoso -, pero bueno… ya lo saben.  Tienen la opción de irse si el trabajo no les gusta o no es lo que esperaban… Les juro que si deciden irse no hay ningún rencor de mi parte… Eso sí, tengan en cuenta su situación: estuve  mirando un poco sus cuentas y realmente tienen un panorama complicado; las deudas se los están comiendo.  Hasta creo que ni siquiera va a alcanzar con las horas de trabajo a mi servicio para pagarme…”
                    “¿Qué… quéres decir?” – preguntó Fernando, cuyo rostro iba progresivamente enrojeciendo.
                      “Bueno… que es mucho lo que deben, chicos… Y hasta creo que van a tener que responder con algunos bienes”
                      “¿Algunos bienes?” – esta vez la que intervino fue Eliana, achinando ligeramente los ojos y sacudiendo un poco la cabeza en señal de no entender.
                      “Sí, chicos… Esa casa que ocupan; la realidad es que ya no pueden sostenerla; pero dado que los aprecio y que la nuestra es una amistad de años yo estaría dispuesto a tomar una porción de la propiedad en concepto de parte de pago por responder a algunas de sus obligaciones contraídas.  Piénsenlo: cualquier usurero hijo de puta que ande por ahí les va a sacar la casa completa por deudas; yo, en cambio y por la mucha estima que les tengo, me ofrezco a tomar una parte de tal modo que ustedes puedan conservar un sector de ella para poder vivir.    Me parece un buen trato y sólo lo ofrezco por la amistad de años que tenemos… Además – su tono adoptó una tristeza que pareció deliberada -, no es que tengan muchas opciones…”
                     Tanto Fernando como Eliana quedaron en silencio.  Había abatimiento e incredulidad en ambos aunque, como siempre, algo más de resignación en el talante de ella.
                     “Adrián… – dijo quedamente Fernando, como tratando de contener cierta violencia al contestar -; yo… creo que mejor deberíamos…”
                  “Sí, deberíamos continuar con el trabajo – intervino Eliana, buscando tapar a su marido, quien le echó una mirada de hielo -.  Y… en cuanto a lo que decís de la casa… nos parece… razonable… Sos muy amable”
                  “Me alegra que lo vean de esa manera – celebró Adrián con una sonrisa en la cual Fernando creyó descubrir un deje de malignidad -.  Es bueno que nos entendamos cuando hemos sido amigos durante toda una vida, ¿no? – miró alternadamente a uno y a otro, siempre sonriente.  Escudriñando en el interior de sus pupilas bien podían descubrirse largas imágenes durante largo tiempo almacenadas, como aquellas de la última noche del viaje de egresados.  Flotaba en el aire la sensación de que Adrián estaba haciendo algún ajuste de  viejas cuentas… con ambos -.  Bueno, no se hable más entonces – se incorporó de su sillón tomando a la chiquilla por la cintura -, va a ser mejor que vayan a dormir algo porque esta noche hay que volver a trabajar y seguramente va a ser otra jornada dura…”
                  Fernando permaneció en silencio y sin siquiera mirar a su esposa aún largo rato después de haberse ambos marchado de la casa de Adrián.  Era como que si le decía algo a ella, sería sólo para reprocharle el grado de degradante aceptación al cual había caído arrastrándole a él consigo; y a la vez, había en la forma de tomar el asunto por parte de Eliana una lógica impecable en relación con el hecho de que realmente no tenían ninguna alternativa: era eso o terminar en la calle.
                    Así que a la noche siguiente, sin chistar, los dos fueron a trabajar al bar.  La verdad era que ninguno de ambos había dormido bien durante el día sino que lo habían hecho de manera entrecortada, asaltados todo el tiempo por recuerdos de lo que había pasado durante la primera noche en el lugar.  Ofelia prácticamente no les contestó el saludo cuando llegaron sino que rápidamente les asignó tareas.  Fernando sabía que esta vez debía armarse de una paciencia a prueba de todo y, de hecho, ya desde temprano, se notó una vez más cómo los visitantes veían a su esposa como la “chica nueva” allí, con lo cual en todo momento había algún grupito de muchachos o incluso de hombres de edad que la estaban invitando a quedarse a charlar o compartir la mesa con ellos.  Hacerlo implicaba, para Eliana, sentarse la mayor parte de las veces sobre el regazo o incluso sobre el bulto de alguno o algunos.  La toquetearon, por supuesto: no cabía otra posibilidad… Y así como Eliana aceptó su suerte con el mayor estoicismo que fuera posible, Fernando debió, desde la barra, aceptarlo todo con la mayor resignación.  Para colmo de males, mientras sus ojos se debatían entre escudriñar cómo se divertían con su esposa y prestar atención a los clientes de la barra (lo cual parecía ser menos digno pero más seguro), se topó con un hombre que tendría su edad o tal vez algo más, muy guapo y atractivo, el cual estaba sentado a la barra y no paraba de mirarle.  Fue tal la insistencia que ello puso nervioso a Fernando en más de una oportunidad, al punto de que se sintió obligado a preguntarle si necesitaba algo más que lo que había ya pedido; las respuestas, casi siempre fueron negativas y, sin embargo, el tipo no dejaba de echarle el ojo.  Fernando prefirió, finalmente, hacerse el desentendido o el ocupado, pasándole algún pedido a las camareras o preparando algún trago que, no necesariamente, habían pedido.  Ofelia, en tanto, seguía siempre con su libreta haciendo anotaciones, pero en ningún momento le pareció a Fernando detectar que apuntara algo sobre él en particular; daba la impresión de que la mujerona estaba conforme con el modo en que tanto él como Eliana se venían desempeñando hasta allí.
                 De pronto su esposa apareció junto a la caja; se la notaba nerviosa y turbada aun cuando buscara, delante de Ofelia, dar una imagen de que todo estaba dentro de lo normal.
                  “Señora Ofelia… – dijo, con toda educación y pleitesía -.  ¿Puedo hacerle una pregunta?”
                 “Adelante…” – la instó Ofelia, sin siquiera levantar la mirada de su libreta.
                    Eliana se aclaró la voz varias veces, como si le costara empezar a hablar o plantear la pregunta.  Fernando la miró con intriga.
                  “Bueno… Señora Ofelia… es que… en la mesa dieciséis hay un señor que requiere un servicio especial de mi parte… Yo no estoy segura de que eso esté dentro de lo que yo tenga que darle y por eso necesito saber qué debo hacer…”
                   “¿Cuál es ese servicio? – preguntó Ofelia enarcando las cejas un poco -.  ¿A qué llamás servicio especial?”
                    “Bueno, Señora Ofelia,… es que… – Eliana bajó la vista avergonzada – él quiere… tener sexo conmigo…”
                   Fernando no pudo evitar estrellar un puño contra la barra; fue un impulso que no pudo contener.  Ofelia percibió el gesto y le dirigió una gélida mirada de reojo, como a la espera de que Fernando objetara algo verbalmente: no ocurrió; se mantuvo, de momento, en silencio.
                    “Sexo… – graznó Ofelia -.  ¿Fue así cómo lo pidió?  ¿Sexo?”
                    Eliana volvió a tragar saliva y bajó la vista aun más, como si buscara encontrar en el suelo una dignidad que ya ni sabía por dónde estaba.
                     “En realidad, Señora Ofelia… Lo que dijo fue que quería darme una buena cogida…”
                     Fernando crispó los puños.  Una vez más estaba a punto de estallar.
                      “Ah, eso encaja más en la forma de hablar que tienen nuestros clientes – apuntó Ofelia -.  Sí, no hay ningún problema; al contrario: el cliente tiene que irse satisfecho, ¿te acordás?; sólo que ese tipo de servicio tiene un coste diferencial – por debajo de sus cejas, miró por primera vez a Eliana, haciéndolo como si buscase que tanto sus palabras como su gesto hicieran a ésta levantar la vista, cosa que no ocurrió -.  Andá a buscar al cliente”
                      Fernando volvió a estrellar su puño contra la barra y una vez más Ofelia le dirigió una mirada de amonestación, tras lo cual tomó nota en su libreta.  Justo en ese momento el rostro de Fernando se iluminó porque lo vio llegar a Adrián: entraba en el lugar como si fuera un capo mafioso (de algún modo quizás lo era): un par de muchachitas muy generosas de formas corrieron a rodearle el cuello a la vez que, en el bar, casi todos daban impresión de conocerle puesto que le saludaban con efusividad y se intercambiaban bromas.  Tal recibimiento molestó a Fernando pues sólo deseaba que Adrián llegara hasta ellos lo antes posible y la realidad era que lo estaban deteniendo; a decir verdad, sin embargo, las esperanzas que Fernando depositaba en si viejo amigo no tenían mucha razón de ser si se consideraba el modo en que había actuado en su casa durante la mañana y el tipo de respuestas que había dado a los planteos que ellos le hicieran.  De todas formas, Adrián era, en medio de todo aquel loquero, el único madero que quedaba flotando como para que no se hundieran del todo.  Así que, viendo que se demoraba en llegar debido a tanta gente que quería saludarlo y cumplimentarlo a su paso, abandonó su lugar detrás de la barra y se dirigió a paso firme hacia él.
                   “¿Adónde vas?  ¡Vení para acá!” – la pregunta seguida de orden había sido, por supuesto y como no podía ser de otra manera, graznada por Ofelia.  Haciendo oídos sordos, Fernando continuó avanzando por el salón y esquivando gente hasta llegar a Adrián, quien se mostró alegre al verle o, al menos, eso buscó aparentar.
                  “¡Eeeh Fer! – exclamó abriendo los brazos, lo cual contribuyó, en la imaginación de Fernando, a reavivar la imagen de capo mafioso que había tenido unos segundos antes -.  ¿Qué tal?  ¿Cómo va todo hoy?  ¡Montón de gente por lo que veo…!”
                    Fernando no le contestó; tomó por el puño de la camisa a su amigo de infancia y prácticamente lo arrastró en dirección a la caja; en ese momento logró ver que, algunos pasos por delante, su esposa hacía casi lo mismo, llevando por la mano al cliente que, al parecer, había solicitado el servicio sexual.  Llegaron prácticamente juntos: primero Eliana con el cliente y, apenas después, Fernando con Adrián.  El rostro de Ofelia se mantuvo imperturbable y ello, en cierta medida, decepcionó a Fernando, quien había esperado que la llegada del dueño del bar provocara sobre la mujerona un cierto efecto intimidatorio: nada más lejano, sin embargo, de la realidad.
                    “¿Qué… qué pasa? – preguntó Adrián, notablemente confundido – ¿Qué está pasando, Fer…?”
                   Fernando ensayó una sonrisa que quiso ser de triunfo o, al menos, soñó con serlo.  Por el contrario, quien le miraba ahora con una sonrisa que rezumaba claramente diversión era Ofelia.
                     “Que te lo explique ella…” – dijo Fernando, señalándola con un dedo índice y confiando aún en que la intervención de Adrián fuera a poner otra vez las cosas dentro de ciertos límites.  Era extraño verlo de ese modo pero, en parte, la esperanza de Fernando se basaba en saber que, desde aquellos tiempos de adolescencia, Adrián siempre se había sentido atraído por Eliana al punto de estar perdidamente enamorado de ella.  Teniendo en cuenta tal precedente, era de suponer que algo de ese enamoramiento subsistiera aún dentro de su viejo compañero de colegio y que, como tal, no iría a permitir nunca que un simple cliente del bar pudiera tener sexo con ella como si nada: en algún recóndito rincón de su alma debían estar los celos reminiscentes de un pasado que lo había marcado a fuego.
                       “Tenemos un cliente que pidió a esta camarera” – explicó Ofelia señalando a Eliana con un ahusado dedo índice y omitiendo deliberadamente decir su nombre.
                        “Ajá…- asintió Adrián -.  ¿Para qué tipo de servicio?  ¿Bucal, anal, convencional?”
                       A Fernando se le cayó la mandíbula de la incredulidad.  No podía creer la naturalidad con que Adrián asimilaba el dato y, antes que poner límites, pedía especificaciones acerca del tipo de “servicio” requerido.
                       “Por ahora sólo convencional, ¿verdad?” – dijo Ofelia echando una mirada al cliente y haciendo un gesto como si cortara horizontalmente el aire con la palma de su mano.
                        “Por ahora sí – rió el cliente mientras acariciaba, por debajo de la corta falda, la cola de Eliana, quien dio un respingo -.  Después, si me alcanza, quizás pida esa colita, jeje”
                       “Bien – terció Adrián -.  ¿Está el señor al tanto de las tarifas?”
                       “Bucal son ciento veinte pesos, vaginal ciento cincuenta, anal doscientos” – recitó Ofelia mientras aguzaba la vista para chequear lo que parecía ser una lista de precios.
                        “¡Adrián! – aulló Fernando sin poder tolerar más la situación -.  Pero… ¡esto es prostitución!”
                       “No, Fer, no te pongas así – le tranquilizó Adrián apoyándole una mano sobre el hombro – y no lo llames de ese modo: es parte de la política de la casa que el cliente se vaya satisfecho, pero no…, de ningún modo es prostitución.  En ese tipo de servicios las cosas se manejan de tal modo que las ganancias son repartidas entre la prostituta y alguien que la regentea.  No es ése el caso aquí.  Tu esposa está aquí como empleada y, para el caso, es lo mismo que si alguien pidiera una cerveza.  ¿Las ganancias de la cerveza para quién son?  Para la casa por supuesto… Ella sólo estaría haciendo su trabajo al llevarla hasta la mesa.  Bueno, esto es igual: ella es empleada y da al cliente el producto o el servicio que el cliente pidió…”
                       Fernando no podía creer lo que oía.  El pecho le subía y le bajaba por la respiración entrecortada, nerviosa.
                       “O sea que… – mascullando las palabras, dirigió un dedo acusador contra el cliente; su rostro sólo dimanaba odio -, ese tipo se va a coger a mi esposa y ni siquiera le va a pagar por ello…”
                        Un murmullo de risitas se elevó de entre los que estaban alrededor; se notó que el disparador para la hilaridad fue el momento en que Fernando dijo “mi esposa”.
                       “Por supuesto que no… – enfatizó Adrián agitando un dedo índice en señal de negación -; si permitiéramos que ella cobrara, entonces sí sería una prostituta.  De todas formas… las propinas son de ella, por supuesto, como con cualquier servicio que ella brinde…”
                       La rabia estaba a punto de dejar paso a las lágrimas en Fernando.  Su impotencia se veía llevada a peores niveles al notar la pasividad que, frente al asunto, mostraba su mujer, quien mantenía la vista en el piso como resignada a su suerte.  Hizo de tripas corazón: no podía permitir que eso siguiera.  Que fuera lo que Dios quisiera y que pasara lo que pasara con ellos y con sus vidas de allí en más, pero no había forma de aceptar semejante degradación.  Tomó por la mano a Eliana, quien se notó sorprendida.
                        “Fue suficiente – sentenció -; nos vamos”
                        Adrián se mostró sorprendido.
                       “Fer…, no tomes una decisión apresurada…”
                        “Nos vamos” – repitió, tironeando de la muñeca de su esposa quien, sin embargo, parecía algo vacilante y renuente a marcharse.  De hecho, al parecer, Adrián lo advirtió.
                        “¿Por qué no le preguntas a ella si está de acuerdo en irse?” – le espetó.
                       La pregunta descolocó por completo a Fernando, quien no salía de su turbación; aun a pesar de que ya Eliana había dado sobradas muestras de una actitud más resignada que la de él, daba por descontado que en esto le secundaría y más aún siendo ella la parte principalmente implicada.  Él la miró y ella, para su sorpresa, desvió un poco la vista.
                        “Yo… me quedo” – dijo, con la voz temblorosa.
                         Las palabras de Eliana causaron reacciones muy distintas según de quien se tratase: en el caso de Fernando, la perplejidad más absoluta se apoderó de su rostro a la vez que sus hombros se dejaron caer en clara señal de abatimiento; en tanto, una especie de sonrisa de satisfacción colectiva fue tiñendo sucesivamente las caras de Adrián, Ofelia y el cliente en ese orden.  En derredor, volvió a levantarse el rumor de risitas, ya ahora más cerca de poder ser llamado coro.  Adrián, sin dejar de sonreír, echó a Fernando una mirada que aparentaba ser paternal; le tomó su mano y se la retiró de encima de la de Eliana.
                        “Ya escuchaste – dijo, en un gesto que parecía mezclar piedad y burla -; ella es inteligente y no se deja guiar por impulsos… Tenés que poner la cabeza un poco más en frío, Fer…”
                        Una vez que hubo liberado de Fernando la pequeña y delicada mano de Eliana, Adrián la llevó hasta colocarla otra vez en mano del cliente, quien no paraba de sonreír satisfecho.  A Fernando todo le daba vueltas; retrocedió un par de pasos y recorrió con la vista a todos los implicados como tratando de hallar una respuesta o, quizás más bien, como queriéndose convencer de que nada de lo que allí parecía estar ocurriendo era real, que se trataba sólo de una inmensa pesadilla.  Pero no: los rostros sonrientes eran tan reales como su esposa, en manos de un desconocido que estaba a punto de cogérsela.  Los oídos le zumbaban; sus ojos comenzaban a ver borroso… Dio media vuelta y echó a correr fuera de aquel sitio infernal en el cual la locura más irracional parecía ser aceptable.  Salió a la calle y corrió un par de cuadras hasta detenerse en una esquina, jadeante y con las palmas de las manos sobre sus rodillas, perdida su mirada en la acera o en las bocas de tormenta como buscando allí una explicación al calvario en que se habían convertido sus vidas después de tantos éxitos y de haber sido vistos, tanto por los demás como por ellos mismos, como el matrimonio perfecto…
                     “Sepa disculpar este incidente… – se excusó Adrián ante el cliente -.  Es que tenemos dos empleados nuevos que son matrimonio y, en fin, pueden surgir estas cuestiones porque todavía no están habituados al ritmo de trabajo aquí…”
                      “No se preocupe – desdeñó el cliente, que era uno de los pocos que no se dirigía a Adrián como si le conociese; daba la sensación de ser nuevo en el lugar -.  Es hasta entendible… Ahora, eso sí, yo le diría que dos empleados nuevos ya no tiene: ahora es sólo uno, jeje…”
                     “Sí – asintió tristemente Adrián -.  Ojalá lo reconsidere y vuelva… Confío en que va a hacerlo… Pero bueno…, por ahora problema superado…”
                    “Ciento cincuenta pesos” – le recordó Ofelia al cliente con un tono terriblemente frío y casi robótico.
                    El hombre depositó el dinero en manos de la mujerona y quedó como a la espera de alguna instrucción, lo cual terminaba de confirmar que no era asiduo visitante sino que era nuevo allí.
                   “Por el camino del baño de caballeros – le indicó Ofelia -, va a encontrar una puerta a la derecha en la mitad del pasillo”
                     El tipo agradeció, propinó una palmadita sobre las nalgas a Eliana, la besó en la mejilla y luego la llevó por la mano hacia el lugar que le había sido indicado, siempre bajo la atenta mirada tanto de Ofelia como de Adrián.
                      “¿Ves? – preguntó ella, sonriente y de brazos cruzados -.  La vida es justa finalmente…”
                          “Sí, lo es” – convino él entre dientes sin dejar de mirar ni por un segundo al cliente que se llevaba a Eliana en dirección a los baños.  Se mordió el labio inferior hasta casi hacerlo sangrar; eran muchas las emociones que se mezclaban y se entrechocaban en su interior.  No era, por supuesto, que no le produjera nada el hecho de ver a un desconocido llevándose a la mujer que tanto había amado y deseado: había, por supuesto, rabia y celos, pero también mucho rencor y un profundo sentimiento de venganza.
                           Tal como se le había indicado, el cliente, de camino hacia el baño de hombres, encontró a su derecha una puerta, la cual abrió sin problemas ya que se hallaba sin llave.  Comportándose, de manera paradójica y algo extraña, como todo un caballero, invitó a la dama a ingresar en primer lugar para recién después hacerlo él.  El lugar estaba lejos de parecer una habitación o algo por el estilo: se trataba apenas de un pequeño cuchitril mal iluminado y con un banco adosado a la pared que ni siquiera era lo suficientemente largo como para echarse sobre el mismo.
                          “Bueno, querida – dijo el hombre -.  Te la vamos a tener que poner de paradita, jaja”
                           Tomándola por la cintura, giró a Eliana, quien ni siquiera se había atrevido a mirarlo a la cara durante todo el trayecto desde la caja.  Él la rodeó con sus brazos desde atrás y la atrajo hacia sí hasta apoyarla encima de su bulto.  Le sobó las tetas por encima de la remerita sin mangas que llevaba puesta y le besó varias veces en el cuello provocando en Eliana una sensación desagradable que, sin embargo, bien sabía que debía tolerar en aras de que el cliente se fuera complacido.
                             “¿Así que sos casadita?” – preguntó el sujeto sin dejar de besarla ni manosearla.
                            “Sí…” – respondió ella quedamente, la voz casi apagada.
                             “Y el cornudito no se la bancó y se fue…”
                            “Sí… – convino Eliana -.  Fue mucho para él…, pobre…”
                          Él le tomó una mano y la obligó a flexionar el codo llevando su brazo hacia atrás hasta que los dedos de su pequeña y frágil mano se encontraron con el bulto de él.
                          “¿Sabés lo que es mucho para él?  ESTO es mucho para él, jejeje… Tocalo, acarícialo…”
                         Sin contradecir en absoluto las órdenes del cliente, ella se dedicó a masajearle tanto el pene como los huevos por encima del pantalón.  Mientras lo hacía, él le aplicó varios lengüetazos sobre el rostro, debiendo Eliana contener su desagrado al máximo extremo para no objetar palabra alguna que pudiera motivar la queja del cliente.
                          “¿Cómo lo sentís?  ¿Te gusta?” – inquirió el tipo, procaz y lascivo.
                          En ese momento restalló en la mente de Eliana la fórmula aprendida, recitada en un momento por Ofelia y confirmada luego por Adrián, quien en definitiva era su patrón: “El cliente siempre debe quedar satisfecho”.
                          “Sí, me gusta” – respondió entonces muy a su pesar.
                           “¿Y vos por qué no te fuiste con el cornudito?” – indagó el sujeto mientras le acariciaba la cola por debajo de la falda y jugueteaba con la tanga.
                         Ella se quedó en silencio un momento.  Él le pasó una mano hacia adelante y comenzó a masajearle la vagina por encima de la tanga.
                        “¿Por qué no te fuiste? – insistió -.  Por algo te quedaste…, ¿o no?”
                         En contra de sus deseos, Eliana sentía que se estaba excitando en manos de un tipo de lo más desagradable.
                        “Por… necesidad – respondió, con la voz entrecortada y la respiración de a ratos jadeante en la medida en que los dedos del tipo seguían jugueteando con su zona genital -.  Necesito el dinero… porque estamos muy mal…”
                          “Es la típica excusa que ponen las putas… – rió el tipo -.  Siempre ponen de por medio la necesidad cuando la realidad es que lo único que les gusta en la vida es la pija… ¿verdad?  Y sino fijate lo húmeda que estás”
                      En un acceso de excitación, Eliana flexionó una de sus piernas hasta apoyar la rodilla sobre el banco que estaba adosado a la pared; sin poder contenerse, arqueó un poco su espalda y se inclinó hacia delante, pero llevando la cabeza hacia atrás.
                       “¿No es cierto, putita?” – insistía él -.  Te quedaste porque te morías de ganas de probar mi pija… ¿No es verdad?”
                          Como un látigo o, tal vez en una mejor analogía, como un fustazo, la fórmula de Ofelia volvió a restallar en la mente de Eliana: “el cliente siempre debe quedar satisfecho”.
                         “Sí…” – musitó, apenas audible.
                          “¿Sí qué?” – preguntó él, mientras con sus dedos aumentaba la presión al punto de introducirse los mismos en la rajita de Eliana con tela y todo.
                          “Sí…, s… señor, tenía muchas… ganas de probar su pija”
                          Eliana se sentía morir por dentro, pero a la vez había una fuerza que no podía contener y que la hacía seguir viajando hacia el fondo de la peor degradación imaginable.
                          “Jejeje – rió el tipo -.  Todos en el bar nos dimos cuenta de eso, putita… Ahora te vas a girar, te vas a poner de rodillas y vas a abrir la boquita…”
                         Una lucecita de alarma pareció encenderse dentro de Eliana.
                        “Hmm… eso no estaba incluido – objetó, no sin algo de timidez aun debajo de la aparente firmeza que intentaba transmitir -.  Usted no…, no pagó por un bucal”
                          “Eso ya lo sé, pero no te voy a hacer chuparme la pija aunque ganas no me faltan y, sobre todo, no te faltan a vos… Te voy a dejar con las ganitas, jeje… Lo que vas a hacer es abrir la boca y comerte bien mis huevos…”
                         Las ideas bailotearon dentro de la cabecita de Eliana.  ¿Chuparle los testículos?  ¿Lamérselos?  ¿Y eso no estaba incluido dentro de un bucal?  Realmente la cuestión así planteada le creaba un conflicto.  Y la respuesta, invariablemente, parecía siempre estar en la fórmula repetida hasta el hartazgo: “el cliente siempre debe quedar satisfecho”
                        En el momento en que el tipo la liberó de su abrazo, ella se giró hacia él y  a la vez se dejó caer sobre sus rodillas pero lo hizo llevando su espalda hacia atrás hasta que la nuca le quedó apoyada sobre el duro y estrecho banco.  No había nada más que decir: sólo abrir la boca, así que la abrió cuán grande era.  Él se bajó el pantalón hasta dejar todo su equipamiento sexual al descubierto; el falo, enorme, recto y bien horizontal, se ubicó a escasos centímetros por sobre el rostro de ella.  El tipo, sin más miramientos, sosteniendo con una mano su verga y apoyando la otra en su cintura, flexionó sus rodillas de tal modo que los genitales bajaron sobre la boca de Eliana y los testículos se introdujeron en ella.  “El cliente siempre debe quedar satisfecho”.  Así que, simplemente,ella los rodeó con sus labios y se dedicó a succionarlos como si quisiera arrancarlos y tragárselos.  Olían y sabían a transpiración, lo cual, extrañamente, le produjo tanto asco como excitación.
                          “Eso, puta, así… Chupalos bien chupados… Así… y lamelos…” – le decía él.
                      Ok, se dijo ella, “el cliente siempre debe quedar satisfecho”; por lo tanto sacó su roja lengua por entre sus labios y se dedicó a lamer los testículos en toda su rugosa extensión.  El pene, a todo esto, se mantenía apenas por encima de sus ojos y, por momentos, tocaba el puente de su nariz con la punta.  A Eliana le vinieron unas ganas incontenibles de tenerlo en su boca; una cosa era cierta: era notablemente más grande que el de Fernando.   Pero claro, el bucal no estaba incluido; no era el tipo de servicio que había pagado el cliente.  ¿Lo hacía o no lo hacía?  La tentación, irrefrenable, irracional, incontenible, ganó la batalla; Eliana soltó con su boca los huevos del tipo para atrapar en el aire su verga como si hubiera sido un sapo capturando con su lengua un insecto.  El tipo no pudo evitar dejar escapar un aullido.
                          “Aaaaaahhhhh, ¿qué hacés? Hmmmmm…. Qué pedazo de puta, pero…. No, no… dejá, yo no pagué por eso…”
                            Pero Eliana ya estaba decidida a no soltarle la verga que, para esa altura, devoraba con tanta fruición; mientras la mantenía capturada entre sus labios casi con la misma fuerza que si lo hiciera con los dientes, su lengua se dedicó a hacer veloces y frenéticos círculos alrededor de la cabeza del pene.  Luego, haciendo aro con los labios, lo succionó de tal modo que lo llevó hacia adentro como si el mismo hubiera sido capturado por una ventosa y, al hacerlo, le arrancó un grito de placer al cliente, quien pugnaba por sacar su miembro de adentro de la boca de Eliana.
                           “No, puta…, soltala…- mascullaba entre dientes mientras le propinaba un par de cachetadas en la cara a los efectos de hacerle desistir de su acción oral -.  No… pagué por bucal, pelotuda…. ¿Con qué mierda querés que pague?”
                           A Eliana nada parecía importarle, salvo que el cliente quedara satisfecho; continuó chupando y chupando hasta que el tronco completo estuvo dentro de su boca.  El cliente no daba más; parecía a punto de estallar.  Eliana, por su parte, no se reconocía a sí misma.  El hombre tuvo que apoyar una mano sobre la frente de ella y empujarla con fuerza; la verga fue saliendo de la boca no sin resistencia porque parecía como si ella quisiera quedarse con trozos completos de ella como recuerdo.  Aun así y con mucho dolor, él logró extraer el miembro e, irritado, volvió a abofetearla.
                 Ella, aún de rodillas en el piso y con la nuca apoyada contra el banquito, se llevó con las manos la remera musculosa hacia arriba y luego hizo lo propio con su corpiño, dejando al descubierto sus hermosas tetas.  El tipo, realmente, no podía creer la calidad del servicio que estaba recibiendo; si el objetivo era, en aquel lugar, que la clientela quedara satisfecha, no podría haber nunca supuesto realmente a qué punto se llegaba en la búsqueda de tal fin.  Pero lo cierto era que Eliana estaba totalmente fuera de sí y parecía como si una energía de origen imposible de precisar hubiera hecho presa de su cuerpo apoderándose de sus movimientos.  Se masajeó a sí misma las tetas para beneplácito del cliente, cuyos sentidos sólo podían estar agradecidos.  Una sombra de duda, sin embargo, pareció oscurecer de pronto el rostro de éste; girando sobre sus talones, abrió la frágil puerta sin llave y salió hacia el corredor sin que Eliana pudiese entender a qué iba el asunto.  El terror la invadió de la cabeza a los pies: había hecho el mayor esfuerzo de que había sido capaz para dejar complacido a un cliente y, sin embargo, al parecer, éste se marchaba; la desesperación y la angustia hicieron presa de ella.
                 Cuando el cliente regresó lo hizo en compañía de Ofelia, cuya testa apenas pasaba por la puertita.  La mujerona enarcó las cejas al encontrarse frente al particular espectáculo de Eliana de rodillas en el piso y exhibiendo sus tetas.
                “¿Qué pasó? – preguntó, algo descolocada y echándole una mirada furtiva -.  ¿Te portaste mal con un cliente otra vez?”
                  Eliana no sabía dónde meterse ni qué responder.  Su rostro trocó hacia el más pálido blanco imaginable.
                 “No, en realidad se portó bien – intervino el cliente, aún con la verga parada; cabía preguntarse si habría salido en ese estado al salón -.  El tema es otro: es que… la chica me chupó la pija….y eso no estaba incluido.  Si tengo que pagar por ese servicio tenemos que dejar acá y me devuelven los treinta pesos de diferencia, pero si quiero cogerla…, en fin, no me alcanza para pagar las dos cosas: no tengo tanto dinero…”
                Ofelia se apoyó un dedo índice sobre una mejilla y esta vez levantó sólo una de sus cejas.  Miraba a Eliana con interés.
                “¿Y por qué hiciste eso?” – preguntó, inquisidora.
                Eliana bajó la cabeza con vergüenza.
                “No…no sé, Señora Ofelia… – dijo, quedamente -; simplemente… recordé eso de que el cliente debe quedar satisfecho…”
                “¡Eso está muy bien! – exclamó la mujerona -.  Si razonaste de ese modo, está bien que lo hayas hecho, pero ocurre que en este caso lo que le estás dando al cliente es un servicio por el cual ha pagado en caja.  Si pagó por una cerveza no le podés llevar dos, ¿se entiende?”
                La analogía no podía ser más perfecta.  Aun con la vista en el suelo, Eliana asintió con tristeza:
                 “Sí, Señora Ofelia, se entiende”
                 Una amplia sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de Ofelia.
                  “De todas maneras – dijo -; hay diferencia con tu comportamiento de anoche y, por cierto, se advierte un notable progreso.  Esta vez tu error no fue no complacer al cliente sino, por el contrario, brindarle más de la cuenta en un servicio que en realidad es pago… No lo voy a traducir en fustazos por lo tanto – las palabras de Ofelia produjeron un cierto alivio en Eliana, cuyo rostro recuperó en parte su color y se atrevió por primera vez a elevar la mirada -.  Lo vamos a resolver así: ahora le vas a dar al cliente exactamente eso por lo que pagó.  Lo que ya le diste… queda como atención de la casa – miró al hombre con una sonrisa sumamente cortés a lo cual él respondió con un asentimiento de cabeza -, pero en todo caso esos ciento veinte pesos de diferencia se van a descontar de tu paga – volvió a mirar a Eliana, cuyo semblante acusó recibo del mismo modo que si se hubiera tratado de un fustazo -; ahora mismo le paso informe a Adrián para que lo haga”
                La mujer quedó en silencio, aún con su dedo índice sobre la mejilla y mirando fijamente a Eliana, quien volvió a bajar la vista.
                 “Sí, Señora Ofelia – dijo, con resignación -; está bien”
                 Un tenso momento de silencio se produjo en el lóbrego y reducido ambiente, el cual fue interrumpido cuando Ofelia chocó en el aire ambas palmas de sus manos.
                 “Bueno…, a ver, empiecen – conminó -; voy a quedarme un momento para constatar que todo vaya bien”
                  El comentario, desde ya, produjo una cierta incomodidad tanto en el cliente como en Eliana, además de una vergüenza indescriptible en esta última quien, de acuerdo a lo que había interpretado, tendría que soportar la humillación de ser cogida en presencia de su antigua compañera de colegio.  No obstante, de ambos fue, indudablemente, el hombre quien más rápidamente tomó las riendas del asunto; luego del primer momento de vacilación, tomó a Eliana por los cabellos y la izó; sin soltarla, la giró, no pudiendo ella evitar que su rostro se contrajera en un rictus de dolor.  Una vez que la tuvo de espaldas a él, el tipo le tanteó los muslos y subió con sus manos hasta introducirse por debajo de la falda y bajarle la tanguita, la cual se deslizó piernas abajo buscando el piso.  Era tal el pudor que Eliana experimentaba que no pudo evitar dirigir una mirada de soslayo a Ofelia, sólo para comprobar que ésta, de pie y a un costado, observaba atentamente toda la escena con ojo escrutador y supervisor mientras se acariciaba el mentón.
                El cliente flexionó un poco las piernas a la altura de las rodillas para agacharse ligeramente y, una vez que lo hizo, puso su verga entre ambos muslos de Eliana y la deslizó por entre los mismos, subiendo y bajando mientras dibujaba riachos de blanquecina humedad sobre la piel.  Repitió ese movimiento varias veces y ello no pudo menos que excitar a Eliana, a quien ya no le preocupaba tanto que el tipo se diera cuenta de ello sino que lo que más la avergonzaba era la posibilidad de que fuera Ofelia quien lo advirtiera.  Casi como si se hubiera tratado de un corolario a sus temores, sintió el tacto de una mano sobre su conchita; no podía ser el hombre ya que claramente percibía que éste tenía ambas manos apoyadas sobre sus nalgas.  En efecto, al bajar la vista, su peor temor quedó confirmado al anoticiarse de que quien le estaba hurgando con dos dedos dentro del sexo era Ofelia, la antigua compañera de colegio a quien tanto marginaran ya sea con la lisa y llana indiferencia o con las crueles referencias a su posible tendencia sexual y a su aspecto de marimacho.
                 “Está húmeda – sentenció Ofelia con fría voz -.  A la puta le gusta…”
                 Más vergüenza.  Más humillación.  Más degradación.  Eliana desvió la vista hacia el otro lado para esquivar los ojos de Ofelia, los cuales rezumaban  viejos resentimientos y rencores.  La mujerona soltó una leve risita sin siquiera abrir su boca sino que más bien lo hizo entre labios y acercándose lo más posible al oído de Eliana para ser oída.  Con su mano libre tomó a Eliana por los cabellos y la zamarreó un poco, aunque no violentamente.
               “Veo que se están llevando bien – dijo -.  Así que los dejo disfrutar de la intimidad”
                                                                                                                                           CONTINUARÁ
 

Relato erótico: “La casa en la playa 9.” (POR SAULILLO77)

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El hombre de la casa.

Respiraba hondo, una y otra vez, preparado para continuar con el plan, estaba en la puerta de mi habitación, de pie, apretando y soltando mis puños, nervioso y expectante. Hacia un rato Vanesa había bajado a desayunar después de curarme la mano con la que había erradicado el cáncer que era Jaime de mi vida, de un solo golpe, en concreto del puñetazo que le di cuando me enfureció más allá de mi límite. Antes hubiera dejado que me gritara, antes hubiera dejado que me pegara, hubiera dejado que tomara todo lo que él deseaba, y me hubiera quedado mirando, pero eso fue antes, ahora era otra persona, ahora tenía a Vanesa, y con ella me sentía capaz de todo. No es que mi personalidad cambiara, es que ahora tenia valor para exteriorizar lo que sentía, y entre pensar en actuar, y actuar, hay un universo de diferencia.

Cuando me sentí listo, bajé a desayunar, tenia un hambre voraz, al llegar al salón estaban todas allí, y se detuvieron medio segundo para mirarme, sentí sus ojos clavados en mi al acercarme a Vanesa por detrás, rodearla con mis brazos para darla un beso en la mejilla, y sentarme a su lado. Empecé a comer, una tostada, un vaso de zumo de naranja frío, y unos bollos de crema que vendían en un puesto ambulante de la urbanización. No se cuanto tiempo pasó hasta que alguna se atrevió ha hablar, lo mediré en que iba por media tostada.

-CARMEN: ¿como estás hijo?

-YO: bien, ¿por qué?

-MARTA: por nada………es que…..Jaime se ha ido…….

-YO: no se fue él, lo eché yo.

-SARA: eso he oído.

-SONIA: ¡menuda hostia le diste!

-YO: se la merecía.

-CARMEN: ¿pero que ha ocurrido?, es tu amigo.

-YO: ya no, era un imbécil al que nunca he aguantado – mi madre dio la vuelta a la mesa y me cogió de la mano.

-CARMEN: hijo, Jaime puede haber comentado algún error, pero no debes de ser duro con él, quizá si le pides disculpas decida volver a……- di un golpe sonoro en la mesa que hizo saltar los cubiertos.

-YO: ¿Disculparme? ¿Yo? ¿Por que debería?, se ha pasado 2 meses haciendo lo que le daba la gana, ha estado en la cama de todas, y en vez de dar gracias al cielo por ese regalo, se reía de vosotras, os faltaba al respeto y os ultrajaba en vuestra cara, mientras poníais sonrisas y el culo para que os azotara, ¿y ahora pretendes que me disculpe, por defenderos cuando amenazaba a Vanesa con que la iba a destrozar a pollazos como os había follado a las 4? ¡VOSOTRAS SOIS LAS QUE TENDRÍAIS QUE PEDIRME DISCULPAS A MI!, en esta casa se me ha tratado como a un crío, he soportado cosas que no me gustan solo por no atreverme ha hablar, pero eso se acabó, a partir de ahora voy a hablar claro, y a quien no le guste, ahí está la puerta – fue mucho más fácil decir las palabras que Vanesa me dijo, por que lo sentía, eso no cambió que me ardía la cara.

-MARTA: solo estabamos jugando……

-YO: pues se terminó jugar, somos adultos, no críos borrachos.

-SARA: ¿y donde va a ir Jaime?

-YO: mirar lo mucho que os quería que se ha ido a la casa de las amigas de Vanesa a cepillarse todo lo que pille.

-CARMEN: lo siento………yo pensaba que no te importaba…….. que lo veías bien.

-YO: ¿como voy a ver bien que mi madre se deje meter mano de esa forma por un mierda como él? – aquella frase la lapidó, como la dejaba mi padre con solo mirarla.

-SARA: bueno, vamos a calmarnos todos un poco.

-YO: si, será lo mejor, yo me voy a la playa, ¿quien se viene? – Vanesa me cogido de la mano.

-VANESA: yo misma.

-SARA: y yo, estoy acalorada.

-MARTA: yo me quedo, estoy molida de ayer.

-SONIA: pues no te digo yo…- me guiñó un ojo, para hacerme recordar la noche entera que me pasé tomándola – ….te haré compañía Marta.

-CARMEN: dame un minuto y me visto hijo.

-YO: vale, pero usar biquinis normales, estoy harto de ver a tíos babeando encima vuestra, os esperamos fuera – arrastré a Vanesa a la piscina, y la abracé rendido, mostrar rudeza era agotador, apoyé mi cabeza en su hombro.

-VANESA: jajaja las has dejado a cuadros, me encanta.

-YO: ¿lo he hecho bien?

-VANESA: de fábula, una semana así y no cagarán si pedirte permiso.

-YO: ¿y ahora que hacemos?

-VANESA: a la paya, y como si fuera el 1º día, seriedad, bañarse calmamente sin roces, salir a tomar el sol, y vuelta a casa, si no las hablas casi mejor – la cogí de la nuca y la besé, queriendo reafirmarme en ella para saber si hacia lo correcto.

-YO: mi madre no me dejará dominarla así.

-VANESA: ¿tú la has visto? tu madre es una tigresa que se ha pasado casi 20 años encerrada, y la han dejado corretear por la jungla, pero ahora quiere volver a su jaula, supongo que está buscando a un domador que la devuelva a ella, por eso Joel es tan peligroso, si se da cuenta será tarde, tienes que ser tú el que tenga el látigo en la mano.

Su lógica parecía no tener fisuras, así que fuimos a la playa todos en silencio, plantamos la sombrilla y nos llevamos refrescos para tomar algo frío, en pleno agosto era infernal quedarse al aire sin bebidas. Cuando yo me levanté, y no antes, mi hermana y mi madre se quitaron la camiseta y dejaron sus bellos cuerpos tapados por unos biquinis de lo más ordinarios, Sonia en cambio siguió con el de tanga abajo y arriba uno de los suyos, mientras que Sara escogió un termino medio, no se puso los diminutos, pero si unos más estilizados, de los que usaba al principio. Vanesa iba con uno azul claro que le quedaba de escándalo con sus ojos y el tono de su piel adquirido por el sol, ni que decir de sus curvas de carretera de montaña.

Fue el baño más tranquilo del verano, Sara y mi madre por un lado charlando, Sonia y Marta por otro, y Vanesa y yo cerca de ellas, pero por separado, unos juegos inocentes a dejarse arrastrar por las olas, y de regreso a las toallas, la única que se atrevió a quedarse con los pechos al aire era Sonia, y no creo que fuera algo que no se atreviera ha hacer antes de aquel verano. Yo las respondía con monosílabos cada pregunta, y solo dejaba que se me acercara Vanesa, creo que me mostraba más cariñoso con ella de lo que estipulaba mi personaje o escudo, pero no podía evitarlo, tenerla reposando entre mis piernas y brazos, mordisqueándose un dedo mientras su pelo me acariciaba el pecho y se tapaba el rostro del sol con una mano, era demasiado para no rozar su ombligo con mis dedos, o apoyar mi cabeza en la suya para besarla en la nuca. Regreso sepulcral a casa, y comida tranquila, parecía que todas esperaran un “ta – chán” y aparecieran cámaras ocultas, y todo aquello fuera una broma, pero no, se miraban y hablaban sin alzar la voz.

Pasamos 3 días igual, en los que era seco, frío, distante e hiriente en mis comentarios, reprochaba sus actitudes, y todas, en mayor o menor medida, se avergonzaban de su comportamiento previo. Descubrí cierta adición ha hacer daño con mis palabras, y fue liberador expresar en alto lo que sentía, Vanesa llegó a pedirme que fuera con más calma o me pasaría, y una figura autoritaria se convertiría en un enemigo, y no en un líder. En esos días no me acosté más que con Vanesa, bueno, técnicamente solo tuve sexo con ella, ya que Marta seguía metiéndose en mi cama. Estabamos comiendo después de una mañana apacible, tranquila y aburrida en la piscina.

-CARMEN: ¿y que haremos esta tarde? Es jueves…….- la discoteca abría y Jaime no estaba para usar sus juegos de cartas.

-YO: yo me voy a quedar en casa, no me apetece hacer nada ni ver a nadie – Sonia me miró confundida.

-VANESA: pues yo me voy al paseo marítimo a dar un paseo, ¿os apuntáis?

-MARTA: ¡si, por dios!, necesito salir de aquí un poco.

-VANESA: ¿y tú, Sonia?

-SONIA: claro……si Sam no…….

-CARMEN: yo he quedado con Joel, teníamos que halar de una cosa …….pero no se si es el mejor momento.

-MARTA: ¿de que?

-CARMEN: nada………es que…..había pensado que…………vamos……nos vemos tanto que………pensé que podría quedarse unos días aquí – Vanesa me miró con condescendencia, y aquello me pilló en frío.

-YO: ¿quedarse?

-CARMEN: si……….no sé……es que están de obras en la casa en que se estaba quedando…….. y me lo pidió – “ya, de obras”

-YO: ni de broma metes a ese en nuestra casa …- Vanesa me apretó la mano -…en mi casa.

-MARTA: seria raro mamá.

-CARMEN: tengo que hablar con él y decirle algo………- la veía tal como era, mi madre preguntaba al aire, estaba buscando a alguien que la dijera que hacer, ese era mi padre, pero él no estaba.

-YO: dile que no puede ser, ya se ha aprovechado de ti suficiente.

-CARMEN: ¿tú crees? – era tan evidente ahora su necesidad de obedecer, que no darme cuenta antes me resultó desesperante.

-YO: y además, e n la medida de lo posible, me gustara que dejaras de verlo – alzó la mirada confundida.

-CARMEN: ¿pero entonces que voy a ha hacer yo?

-YO: cerrar las piernas, lo que tendrías que haber hecho desde el principio – aquello la cayó como un jarro de agua fría, agachó la cabeza mirando al plato, y no volvió a hablar en toda la comida. Pasó un buen rato hasta que alguien abrió la boca.

-VANESA: ¿entones nos vamos todas?

-MARTA: si.

-CARMEN: claro, necesito despejarme.

-SARA: bueno, si salís todas……- la cogí de la mano.

-YO: no te veas obligada, si te quieres quedar……..agradeceré tu compañía.

-SARA: vale……pero solo si nos echamos la siesta juntos, que hace mucho que no duermes conmigo – fue un regalo del cielo.

-YO: como quieras, estoy roto y necesito dormir – aproveché el regalo y de paso mantuve mi escudo de frialdad.

Tal cual planeamos, Vanesa se llevó a las chicas toda la tarde, así que se ducharon y se vistieron con ropas amplias o vaporosas para aguantar el sopor del sol y se despidieron. Sara se quedó en el sofá de abajo conmigo una media hora, hasta que bostezó y se subió a la cama, dejé pasar unos minutos y subí tras ella dispuesto a todo. Al llegar ella estaba sentada en la cama, con el biquini puesto, y me vio entrar, con solo el bañador.

-YO: espero no importunar.

-SARA: nada tonto, ya te dije que mi cama estará siempre para ti y tu hermana – extendió su mano y me senté a su lado.

-YO: te lo agradezco.

-SARA: debo confesar que me has sorprendido, parece que hayas madurado 10 años de golpe.

-YO: solo trato de poner orden en mi casa.

-SARA: ¿quieres ser como tu padre?

-YO: mi padre no se acostaría contigo ahora – me tumbé a su espalda y la cogí de la cintura con un brazo, sonrío al verse como una maniquí sin vida siendo acomodada de espaldas a mí, pegándome a ella.

-SARA: jajajaja no, él no lo haría.

-YO: te agradezco mucho de nuevo que me dejes dormir aquí, ahora mismo no soy capaz de dormir sin sentir el cuerpo cálido de una mujer hermosa – apreté rodeándola por el vientre hasta sentir en mi pecho su espalda, su pelo en mi cara, y su culo en mi polla.

-SARA: jajaja un placer.

Se acomodó el cuerpo a mi, y sin querer me dormí unos minutos, me despertó el movimiento de sus caderas, con un gesto leve y amplio, restregaba su glúteos contra mi, provocándome una erección incontrolada, al sentirla, desabrochó su parte de arriba del biquini y se la quitó. Comencé a frotar con mis dedos en su vientre, ya que aún la rodeaba con el brazo, y sonrió sonoramente. El juego fue subiendo de temperatura, se recogió el pelo hacia la almohada, dejándome ver su cara de perfil por encima del hombro, y su culo empezó a masturbarme con habilidad, soltó un gemido de sorpresa al cogerla un pecho, y acariciar con los dedos sus pezones, apoyé mi barbilla en su hombro y me miró meriendes el labio de forma traviesa a escasos centímetros de mi cara.

-SARA: pensaba que te habías olvidado de mí…….

-YO: solo un imbécil como Jaime lo haría, follas como una diosa.

-SARA: jajjaa que bruto, ¿y Vanesa?

-YO: la tengo contenta, como a Sonia.

-SARA: ya lo vi el otro día, jajaja pobrecilla, la dejaste muerta.

-YO: ¿y ti como te dejé?

-SARA: puffff desde aquellos días me he vuelto loca buscando a uno como tú, pero ni los mulatos me llenan……

-YO: he pensado mucho en aquellos días, fue una locura, estaba pasando un mal momento y me aproveché de ti.

-SARA: nada de eso cielo, soy yo la que debía de haber puesto unos límites, soy adulta y lo pasaba mal, necesitaba caricias y las busqué en ti.

-YO: no es que me arrepienta de que ocurriera, pero me planteo lo bien o mal que fue hacerlo.

-SARA: yo también……………no…….miento….la verdad es que no me había parado a pensarlo, fue fugaz, intenso y rápido, y si soy sincera, me encantó, no solo por ti, si no ese sentimiento de travesura o rebeldía.

-YO: fue emocionante.

-SARA: lo fue……..a menudo sueño contigo, me levanto acalorada y con la mano entre mis piernas, sintiendo mis braguitas húmedas…..¿por que está mal que un hombre y una mujer adultos disfruten del sexo? – era la señal, me consideraba un hombre adulto.

-YO: es verdad, es mezquino e hipócrita que por unos simples lazos de sangre se convierta en algo malvado….– bajé mi mano del vientre a su entre pierna, estaba tan caliente que me ardían los dedos, pero apreté hasta meter mi mano por dentro de la tela de las bragas del biquini, al sentirlo, Sara cerró los ojos y ayudó abriéndose de piernas lo justo.

-SARA: por que es tan excitante que la gente le da miedo…….- se giró sobre si misma quedando boca arriba, acariciando mi cara con sus manos al sentir mis caricias en su piel -….me vuelves loca Samuel.

Se arqueó al sentir mis dedos penetrarla, y pasó un brazo por encima de mi cabeza, lo que me dio acceso a lamerla un pecho, me costó muy poco dejarle el pezón duro y tieso con los labios, el tiempo que tardó en mojarme la mano que la acariciaba como ella misma me había enseñado. Debí de lograr acelerarla, por que me empujó con fuerza y me tumbó boca arriba, se puso a mis pies y tiró de mi bañador con los dientes, ayudándose con las manos para sacármelo, al ver mi polla dura sonrió con lujuria, la agarró con las manos y la besó en la punta con calidez.

-SARA: pufff casi no recordaba como era de ancha – al metérsela en la boca me costó no derrumbarme y echarme a llorar de felicidad, su forma de chupar el glande era única.

Se pasó un buen rato pajeando lentamente mientras su boca hacia maravillas con mi miembro, le dedicaba lametones largos desde la base hasta arriba, y luego pasaba su lengua por el capullo antes de metérsela en la boca y usarla como si fuera un “chupa-chups” enorme. Me di cuenta que al soltarla Sara, el propio peso de mi tranca la hacia caer sobre mi vientre, y ella lo aprovechó estrujándomela entre sus senos, para subir y bajar lentamente sobre ella. La cara que ponía era de niña traviesa estudiada sabiendo que estaba comportándose mal, a la 6º vez que subió, la cogí de los hombros y la alcé hasta besarla, metí mi lengua en ella y la devoré con fuerza. La volví a poner de lado dándome la espalda, desaté el nudo del biquini en su cintura, mientras la besaba el hombro, y tiré de él con tanta fuerza que lo rompí por el lado no desatado, su gemido de susto lo tapó mi boca al alzarme para buscar posición a su espalda. Ladeándola la cadera acaricié su clítoris para localizar la entrada a su cuerpo, apunté mi polla y embestí de un solo tirón, se quedó ronca y se apoyó en el colchón al no poder hacer otro cosa a al vez que la tenia aferrada, la sacaba y metía con lentitud, noté como se le había cerrado algo, pero enseguida se acostumbró de nuevo a mi presencia, para entonces soltaba gemidos ahogados con cada vaivén, y ella sacó el culo para facilitarme las cosas.

Fueron unos 20 minutas en que no paraba el ritmo, de vez en cuando al cogía del vientre y la pegaba a mi, por que según la iba embistiendo ella se alejaba acercándose al borde de la cama. Cuando la separé las piernas, y a la vez que la follaba, la acariciaba el clítoris, se derrumbó, dejó de devolverme los golpes de cadera y se tensó hasta eclosionar, con 4 gritos rápidos.

-SARA: ¡DIOS………..JODER………SIIIIIIII……..ME MATA! – me tumbé boca arriba conmigo dentro de ella aún, quedando sentada en mi pelvis, de espaldas a mi.

En esa postura había cogido cierta practica gracias a Vanesa, así que la cogí de los muslo para ponerla como una rana, y comencé ha hundírsela tan rápido y fuerte como podía, ella se mantenía rígida sonriendo, hacia contracciones para ayudar la penetración, balanceándose sobre el eje de su trasero sobre mi, aguantó un buen rato pero pasados unos instantes se derritió sobre mi cuerpo, la cogí de los senos una vez que ella ya no cerraba las piernas y no paré hasta arrancarla un 2º orgasmo, en el que esta vez si, que sentí como se mojaban nuestros cuerpos. Iba a por todas, seguí sin descanso sintiendo un calor y una humedad indescriptibles al introducírsela, su espalda chocaba con mi cara y terminé besando su piel y dando pequeños mordiscos que la hacían reír, soporté aquel martirio divino hasta vaciarme dentro de ella, da tales golpes de cintura que Sara tardaba en caer a plomo sobre mi erección.

-SARA: ¡jaajajaja, madre mía, si que te enseñé bien!

De un giró rápido, la tenia tumbada boca abajo sobre mi, la cogí del culo y nos besamos hasta perder la noción del tiempo. Mi polla regresó, dura y firme, lo que buscaba con su bamboleo corporal, y se abrió de piernas montándome de rodillas, busqué sus pelvis y la golpeaba con mi miembro, aquello la producía escalofríos, se abrió los labios mayores y de una estocada limpia la enterré en ella, se agarró el pelo de tensión unos instantes antes de caer a 4 patas sobre mi, comenzando un movimiento rítmico de caderas.

Fue tremendo verla destrozarse ella sola contra mí, que casi ni me movía, así que la ayudé plantando los pies y organizando un rodeo, siendo yo el toro bravo y ella la jinete. Se tuvo que apoyar en la pared de la cabeza de la cama para no vencerse, y luego ponerse rígida para contener su cuerpo, sus pechos temblaban sobre mi cara y era besados, lamidos y mordidos, el sonido del choque de sexos empezó a taladrarme el cerebro, con un canto meloso, casi celestial, saliendo de la boca de Sara, que aumentaba cada poco sus decibelios, fui aguantando el ritmo hasta reventarla, soltó 4 chorros saliendo de mi, que me salpicaron hasta la cara, para bajar y hundírsela otra vez, de cuclillas rebotaba como una poseída, sin ritmo ni cadencia, solo se dejaba caer. La cogí del cuello y la tumbé para besarla, luego comenzó a chuparme los dedos, y una vez húmedos fueron guiados a su ano, al sentir uno dentro de ella se calmó por unos instantes, cerrando los ojos y queriendo gritar, pero sin hacerlo. No paraba mi cadera, aunque a ritmo lento, y unos minutos después la estaba metiendo 2 dedos por el culo mientras la perforaba con mi tranca.

Elevó su cadera rogando que me la follara por el culo, la saqué de su coño y jugué a no metérsela, ella me arañaba el pecho como suplica, y al sentirme acertando en su ano, dejó resbalar hasta sentirla dentro de varios intentos, eso la hizo tiritar de nervios, la rodeé por los riñones con los brazos pegándola a mi y regresó el ritmo a mi cintura, sabia que allí terminaría hasta el final. Si ya estaba abrumada, cuando me pasé 15 minutos dándola por el culo se desquició, soltaba chorros leves de vez en cuando sin dejar de frotarse el clítoris, peor no dejaba de hacer círculos con la cadera buscado más penetraciones. Alguna vez se me salía de su cuerpo, pero sin usar la manos me buscaba ella y se lo volvía a meter, era tan fácil pasado un rato que Sara dejó de parecer congestionada, y lo disfruta de verdad. Se puso a 4 patas gateando tras un orgasmo que la provocó espasmos en los riñones, la seguí de rodillas y se la metí por el agujero descomunal que tenia entre sus nalgas, hasta que hizo tope con mi pelvis, se mantuvo en el aire medio segundo antes de caer rota, y me dediqué a matarla entre alaridos que no reconocía en mi idioma, balbuceos calientes y risas sobrepasadas, terminé sudando hasta el punto de que me goteaba de la nariz, y cayendo a su espalda con una corriente eléctrica atravesándome la columna cuando solté todo mi cargamento de semen en su trasero. Caí tumbado a la cama, tratando de recuperar el aliento, mientras Sara se tensaba y destentaba por momentos.

-YO: ¡puffffffff no puedo más……!

-SARA: no….más no por favor……no puedo……- se dejó caer rodando hasta acabar a mi lado, tenia los ojos bien abiertos y su cara irradiaba felicidad – ….. jajajaja se nota que practicas a diario, jajaja has mejorado un montón en duración y la forma de llevar el ritmo.

-YO: ayuda entrenarme con mujeres de verdad, como tú.

-SARA: jajaja me has dejado como nueva…….

-YO: eso espero, puede que te venga a ver alguna que otra vez.

-SARA: será un lujo para mí.

-YO: pero deja de buscar a otros, ya sabes que ninguno te dará esto.

-SARA: ¿y pretendes que me quede sola en la cama mientras tú estás con Vanesa?

-YO: si.

-SARA: ¿y te parece justo?

-YO: no, pero si veo a otro mulato o mierdecilla en tu cama, el que no vuelve soy yo.

-SARA: que cruel……….

-YO: si quieres te mando con Jaime, él sabrá darte placer, hasta que se canse y se busque a otra de nuevo…..

-SARA: no, por favor, no hace falta, solo que me parece injusto, soy adulta y puedo tomar mis decisiones.

-YO: me parece bien, busca a un buen hombre, mereces más que ser una borracha salida en busca de una buena polla, me duele verte tan rebajada, así que tu eliges, o te buscas novio de verdad o yo te vengo a ver para calmar tu fuego, pero nada de líos bajo mi techo.

-SARA: quizá tengas razón, llevo como una gata en celo desde que estoy aquí………¿pero donde voy a encontrar marido ahora? – casi como un bofetón, lo vi, Sara estaba descontrolada por que tenia miedo de volver a empezar una relación, su divorcio le había afectado bastante más de lo que pensaba.

-YO: aquí no creo que encuentres a ningún hombre decente, pero seguro que hay cientos de hombres que matarían por estar contigo.

-SARA: eres un cielo…..- me abrazó y nos quedamos así una media hora.

Sara se duchó, y yo detrás, fue refrescante, terminamos acostados y vestidos como si no hubiéramos estado follando como animales. Pese a tenerla abrazada, y haber disfrutado del sexo, mis pensamientos no eran para ella, o para mi propio ensalzamiento, eran que ya tenia la 2º pieza del puzzle, pero esas habían sido las fáciles, ahora tocaban mi hermana y mi madre, y eso seria un suplicio.

Al regresar las chicas, menos mi madre que había quedado con Joel, se pasaron media hora hablando y riéndose de lo que se habían divertido en el paseo marítimo, me tenia que mantener firme así que no las prestaba atención, pese a que mostraban prendas que se habían comprado, alguna subida de tono, pero me alejaba de ellas. Sonia se me acercó pasado un buen rato en que las demás hacían la cena, iba vestida como le gustaba, top ceñido marcando pecho y shorts abiertos.

-SONIA: hola, ¿que haces aquí tan solo? – sonó a burla.

-YO: estudiar un poco – me besó en la mejilla inclinándose sobre mi.

-SONIA: ¿y no te apetecería estudiarme a mi?… – se hizo una coleta con las manos encima de un hombro jugando con su larga cabellera –…me he comprado una cosita para ti, ven a mi cuarto luego – me cogió de la nuca y se esmeró en aplastarme sus senos al besarme en el cuello, luego se giró y caminó siendo consciente de que la miraba.

-VANESA: ¿competencia? – me pilló de sopetón a mi espalda.

-YO: quiere que vaya a su cuarto…….a enseñarme una cosa……

-VANESA: ya……vas a tener que tirártela otra vez, se huele que te has acostado con Sara, y quiere revancha.

-YO: yo quiero estar contigo.

-VANESA: luego, tu hermana y yo te estaremos esperando en la cama, pero tienes que cumplir con ella o se buscará a otro imbécil, y si la pierdes a ella, las pierdes a todas, tu escudo se vendrá abajo.

Asentí abrazándola, y besándola, su olor a champú de manzana en el pelo me transportaba a un bosque y sus ojos azules eran el cielo, me acostaría con Sonia, como hice con Sara, y como intentaría con las demás, pero solo la quería a ella.

Cenamos con algo de cháchara, fue divertido unos instantes, al terminar decidieron darse un baño en la piscina, como no, Vanesa se las llevó y dejó que Sonia se quedara conmigo, no tardó en apretarse contra mí en el sofá, y mis ojos se perdían en su escote, era imposible no mirar por que ella lo ofrecía encantada. Al rato ya la tenía cogida de una teta y la acariciaba con delicadeza, alzó sus ojos verdes y me clavó un beso de tornillo que casi me ahoga.

-SONIA: vamos arriba – me cogió de la mano y la seguí aceptando mi destino, jamás un hombre sabiendo que iba a follar con semejante hembra……. fue tan infeliz.

Al llegar a su cuarto me empujó a besos a su cama y me sentó, cogió una bolsa diminuta y se metió en el baño, se dio una ducha y tardó unos minutos en salir, avisó antes de sacar una pierna con unos buenos tacones y usó el móvil para poner música sensual. Lo siguiente que vi fue a Sonia salir vestida con una bata de encaje trasparente sin anudar, con un conjunto de ropa interior, negra y con lazos rojos, a juego, tan sexy como exuberante, con todo su pelo caoba recién mojado y una leve sombra en los párpados que hacían verla como si tuviera 2 esmeraldas en los ojos, la parte de arriba era un wonderbra de dimensiones épicas, se las ponía tan arriba y tan apretadas que rebosaban y temblaban al caminar, al darse una vuelta la bata se elevó mostrando su trasero en un tanga de hilo fino, con un lazo carmesí en parte delantera.

-SONIA: ¿te gusta?

-YO: estás como un tren de mercancías – “basta, si, pero arrolladora”

-SONIA: jajaja he pensado que un hombre como tu tendría unos gustos más refinados, así que según lo he visto lo he comprado, es una talla menos que la mía de pecho, pero es que no tenían nada más grande.

-YO: normal, si es que vaya tetas…..

-SONIA: hombre, gracias jajajajajaja…….y ahora tu sorpresa.

Se cuadró con la música y empezó un movimiento lento y suave de caderas, de lado a lado, tan amplio como le permitían aquellos taconazos, seguido de un par de giros de cuello regalando una estampa que ni las marcas de champú, con su pelo tan largo como brillante. Cada vez que hacia que su pelo se moviera como un látigo, lo acompañaba de una ola en su cuerpo, fue tan burdo como excitante, logró ponérmela dura con solo agacharse ante mi y mostrar su escote, se dio la vuelta dejándose caer sobre mi, frotando su trasero contra mi pelvis, apoyando su cabeza en mi hombro y mirándonos fijamente, usándome de apoyo para subir por mi cuerpo y dejarse resbalar por él. Aparté la bata de su hombro y la besé, aquello la encendió, su cadera cogió vida propia y me estaba masturbando con su culo antes de sacarme la ropa. Mis manos fueron a sus senos, eso ya no podía evitarse, al acariciarlas sentí la aspereza de la tela y quise tirar de él para sacarle los pechos.

-SONIA: ¡ah, no!, que me lo rompes y es nuevo……deja que me lo quite…..- se puso en pie recolocándose, no tardé ni medio segundo en pegarme a su espalda y bajarla la bata hasta casi atarla de las muñecas.

-YO: déjatelo, te voy a follar con él conjunto puesto – se le estremeció la piel, y sentí el escalofrío pasar por su espalda, una mano fue a su pecho y la otra comenzó a acariciarla por encima del tanga, pegando su culo a mí…..desde atrás la visión era tremenda.

-SONIA: hazlo.

Mis dedos se metieron por dentro de sus muslos, y acariciaba con lentitud, pero ella ya estaba mojada, sentirlo me éxito, y metí un dedo haciéndola suspirar, besándola en el cuello y amasando a duras penas un pecho que se mantenía de milagro dentro del sujetador. La mano entre sus piernas se fue acelerando, había encontrado su punto G y la penetraba con rapidez, logrado sacarla gemidos muy pronto, se quejaba incluso, dando pequeños golpes sacando el culo, hasta que empezó a decir palabrotas, allí la solté, se giró rabia y me empujó a la cama para montarme a 4 patas, nos dimos una serie de largos besos en los que ella terminó recostada sobre mi pecho, en los últimos besos sentí si mano acariciando mi abultada entre pierna. Me besó en el cuello y fue bajando hasta sacarme el bañador, sonrió al masturbarme, mordiéndose el labio y terminar chupándome el glande con rudeza, Sara era mucho más dulce, pero sabia lo que se hacia.

Estuvo unos 10 minutos comiéndomela, y me contenía a duras penas, quería follármela pero parecía tan entregada que me daba apuro, Sonia tosía y se ahogaba la tratar de meterse más de la que podía albergar, con una mano sin parar de masturbar, la pedí que dejara de hacer eso y me montara de una puta vez, estaba sediento de sexo y no es que Sara me hubiera dejado con ganas por la tarde, es que Sonia estaba tremenda, se apartó el tanga a un lado antes de sentir como la penetraba, fue tan diferente y tan parecido a la vez, le costó un mundo metérsela entera y se quedó petrificada unos segundos, en los que la aparté la bata hecha una bola. El sujetador brillaba con una especie de cristales reflectantes diminutos, y la acariciaba los senos por encima de ellos. Su cadera ya se movía cuando logré sacarle un pecho, su pezón estaba tan duro y tenso que sobresalía con orgullo, la tumbé para poder chupárselo y a la vez ganar espacio para apoyar los pies, soltó una serie de alaridos al sentir como la penetraba fuerte y con rapidez, apoyó sus manos una a cada lado de mi cabeza y empezó a hacer fuerza contra mis embestidas, verla con sus tetas oprimidas y temblando ante mis ojos me llevó a perder el control, subí hasta donde mejor ritmo pude dar y no bajé en un buen rato, sin preocuparme de desfondarme.

Sonia puso los ojos en blanco y se perdió por el 2º orgasmo, allí cayó fulminada, y dejó de tener gracia follársela, así que la tumbé boca arriba sentándome en su vientre, desabroché el sujetador liberando sus senos como si se rompiera una presa y el agua fluyera libre, besé y lamí sus pechos para después poner mi rabo entre ellos, no hacia falta ni que los apretara uno contra otro, eran tan bien puestas que con solo frotarme ya sentía placer, tardó unos minutos en entender que ocurría y se las agarró para dejarme hacerme la mejor cubana de mi vida, mi ancho miembro palidecía ante aquellas montañas, fui aumentando la velocidad hasta que el cuerpo entero de Sonia botaba al ritmo de sus pechos, tuve que contenerme por no correrme en su pecho sin dejarla rota de nuevo. La abrí de piernas metiéndome entre ellas y de un empujón certero volvió a poner los ojos en blanco, arqueó su espalda mostrando aún mas sus tetas, que lamí y chupé extasiado, cogiéndolas como ancla y llegando un punto en el que no terminaba de salir de ella y ya estaba entrando de nuevo, una vez y otra tras otra, ella trató de rodearme con las piernas pero no podía, de la inercia se abría retorciéndose, aguantando la respiración y logrando llevarla a otro par de orgasmos que coronaron un chorro que casi me saltó por encima del hombro, eso me mató, y dando un pequeño descanso, seguí hasta vaciarme dentro de ella, que casi pedía a gritos terminar con sus ojos. Me pasé media hora encima de ella comiéndome sus senos empapados de sudor y fluidos de ambos.

-SONIA: yo no puedo contigo……. ¡me matas Sam!

-YO: vas mejorando.

-SONIA: es que haces delirar, la tienes tan gorda que me roza todo el rato, y cuando coges velocidad es como si volara.

-YO: tú sigue así – me puse en pie, y me vestí.

-SONIA: ¿te vas?

-YO: mi novia me espera en mi cama.

-SONIA: zorra afortunada……..

-YO: más sorpresas como esta, y me meteré en la tuya más a menudo – me tumbé a su lado en la cama, besándonos, al sentir mis dedos en su interior cerró los ojos sobrepasada y se lo di a chupar, cosa que hizo con gusto, sonriendo.

-SONIA: gracias.

Me fui sin saber por que me las dio, si por el polvo, o por darle de probar su propia esencia, y me quedé pensado en cuantas veces había soñado con acostarme a Sonia antes de aquel verano, y de que una vez mía, resultaba que no la quería a ella. Al llegar a mi cuarto ya estaban Vanesa y Marta acostadas, Vanesa iba solo en bragas, mostrando sus preciosos y turgentes senos, mientras que Marta iba en tanga y un camisón amplio, desde mi cambio de actitud siempre iba así al dormir.

-VANESA: ¿ya la has dejado satisfecha?

-YO: eso espero……..no puedo con mi alma – me acosté entre medias.

-VANESA: tu hermana estaba muerta, se ha dormido enseguida abrazada a mí.

-YO: espero lograr lo mismo.

-VANESA: ¿entonces no quieres jugar conmigo? – la miré suplicando perdón.

-YO: claro que quiero, pero no puedo….- pasó su dedo índice desde mi frente a mi barbilla, juntando con su uña a rascarme el mentón.

-VANESA: tranquilo, solo bromeaba, anda, ven aquí y descansa.

Me apretó a su pecho y me dejé llevar, me sentía muy raro al seguir las instrucciones de Vanesa, que a fin de cuentas era mi novia, y me hacia ganarme una a una a las mujeres de la casa, según ella, por mi bien y el de mi familia, algo no me cuadraba, pero estaba muy cansado como para ver que era. Por la mañana me desperté abrazado a mi hermana de cara, estaba despierta y me acariciaba el pelo, al verme mirarla sonrió.

-MARTA: me encanta cuando te despiertas y me miras así…….

-YO: ¿como?

-MARTA: como si vieras a un ángel….

-YO: no se aleja mucho de la realidad.

-MARTA: jajaja que bobo.

-YO: es la verdad Marta, sin ti mi vida hubiera sido un infierno, eres alegre feliz y divertida, hasta ahora eras la única luz de mi vida.

-MARTA: gracias Samuel, te lo agradezco de corazón ….– me besó en la frente – …oye ¿Cómo que hasta ahora?

-YO: bueno……yo…….- soltó una carcajada y me frotó la cabeza de nuevo.

-MARTA: tendré que acostumbrarme a que tienes novia….ya no eres solo mi hombrecito – se levantó y se fue con sus andares felices.

-VANESA: muy bien jugado…….- la tenia a mi espalda.

-YO: ¿jugado el que? – Vanesa me miro confundida al darme la vuelta hacia ella.

-VANESA: lo que la has dicho, ha sido muy bonito, seguro que se pasa media mañana pensando en ti.

-YO: no le he dicho por eso…….- o si, ya no lo sabia.

-VANESA: pues mejor aún, dame un beso y vete a ducharte que tenemos unos dais difíciles por delante – se lo di, un par en realidad, antes de alejarme de sus brazos.

Me pasé 1 semana en un ciclo mortal, rebotando de cama en cama, de la mía a la de Sara, y de la suya a la de Sonia, Vanesa siempre lograba que me quedara a solas con alguna, y aunque todas sabían lo que ocurría, nadie hablaba de ello, supongo que fue un paso atrás a cuando Jaime se las follaba en “secreto”. Fue suficiente para comprender que ninguna de las 2 supondría un problema mayor, mi tía necesitaba afecto y Sonia reafirmarse, con esas tonterías y un poco de encanto estuve más tiempo tumbado que de pie.

El plan funcionaba pero se acababa el tiempo, 3 semanas hasta la fecha de regreso, y no estaba más cerca de mi madre o de mi hermana, empezaba a pensar que Marta no quería nada, así que me centré en mi madre, que salía muchas veces “a dar una vuelta” decía, pero Joel esperaba cerca siempre, ahora tenia reparos en admitirlo, y mentía para encubrirse, otro logro al lote. Un día regresó de cenar bastante tarde, con Joel del brazo y muy perjudicada, su tono de voz era muy agudo cuando bebía y se la notaba enseguida, les escuchamos follar una hora y media. Vanesa no pudo evitar bajar a mirar, la acompañé, y mientras la tomaba de forma animal, Vanesa se reía sorprendida de mi atrevimiento creciente, le gustaba como estaba evolucionando en el sexo, donde ya no me veía tan desigual con ningún hombre, y aquella noche lo constaté llegando a durar mas que el Joel. El cabrón llegó a poner a mi madre contra el cristal, desnuda, aplastando sus pechos en el vidrio cuando se la metía por detrás, si no nos vieron en el balcón fue de milagro. Cuando terminamos las 2 parejas, me quedé abrazado a Vanesa durante horas sentados en el césped del jardín junto a la piscina, nos reíamos y charlábamos sin dejar de acariciarnos, recorría su espalda con mis dedos tirando de sus rizos, a la vez que ella jugueteaba con mi rodilla.

-VANESA: jajaja deja de enredar los dedos en mi pelo, dios…….

-YO: me encantan tus rizos, creo que me enamoré de ti solo por el pelo – me miro con una sonrisa brillante que se desvaneció al instante.

-VANESA: no estás enamorado de mí, recuerda que es solo un amor de verano.

-YO: para ti…..pero no para mí.

-VANESA: ya hemos hablado de ello…..no soy buena para ti.

-YO: ¿eso no debería decidirlo yo? Al menos dámela oportunidad de demostrártelo hasta final del verano.

-VANESA: no hay nada que puedas hacer salvo asegurarte de que tu familia vuelva a casa……tienes que ponerte duro con Joel, o en un par más de noches le mete en casa – tenia mucha habilidad para desviar la conversación.

-YO: ¿que más puedo hacer?

-VANESA: no se me ocurren más cosas, te has impuesto en casa, pero el aún la domina con el sexo, tienes que quitárselo.

-YO: ¿y como?

-VANESA: no lo sé, en las tribus de gorilas una muestra de fuerza ante el grupo te hace digno de ser el líder, quizá si te enfrentas a Joel…..

-YO: ¡me matará!, me saca una cabeza y tiene más músculos que una enciclopedia de medicina.

-VANESA: si…..quizá, pero la otra opción es apelar a amor maternal, enfréntate a él y al perder, tu madre te defenderá y le echará para siempre, aunque perderás tu posición de ventaja, no te verá como al líder y si como una pájaro herido al que cuidar, pero podemos jugar con eso más adelante, en cualquiera de los casos tienes que provocar un enfrentamiento directo, con ella delante.

Por si no era suficiente, ahora tenia que hacerme el gallito contra un tipo que podría ser medallista olímpico en muchas disciplinas, “todo fuera por mi familia”. Nos fuimos a dormir, tratando de pensar en que forma dar un golpe de autoridad sin terminar en el hospital. Nos despertamos pronto, para pillar a mi madre con Joel, y tracé un plan para conservarme de una pieza, tardaron un buen rato en bajar mientras hacia el desayuno, al verme mi madre trató de sacarlo por detrás.

-YO: no, por favor……….venid – mi madre me miró conmocionada, pero se acercó con Joel.

-CARMEN: ho…..hola.

-YO: hola mama……… Joel.

-JOEL: hola…… brother.

-YO: estaba preparando el desayuno, ¿queréis comer algo?

-CARMEN: no…….Joel ya se iba……- la rodeé con un brazo y la senté en una silla.

-YO: no pasa nada mujer, vamos a comer algo, seguro que estaréis famélicos……Joel, ¿nos acompañas?, quiero hablar un segundo contigo.

-JOEL: claro – se sentó al lado de mi madre, mirándola totalmente perdido.

-YO: verás……el otro día vi un vídeo, de esos vírales de Internet, de bromas que les hacen amigos a sus amigos mientras duermen, ya sabes, pintarles la cara, echarles espuma, tirarle de la cama, esas cosas……..- saqué un par de butifarras de la sartén dejándolas en la mesa ante ellos, encima de un taba de cortar – ….me parece increíble la de cosas que pueden lograr hacerse unos a otros, deben tenerse un resentimiento enorme ….- comencé cortar por la mitad una de las butifarras con un cuchillo grande de cocina -… me parece de muy mal gusto hacerle eso a alguien mientras duerme profundamente, seguramente no se enteran de nada hasta el día siguiente….- troceaba la butifarra de forma lenta y sonora al golpear con el cuchillo sobre la tabla de madera.

-CARMEN: pues si, pero a que viene…..- chité un poco.

-YO: tsh déjame acabar…..- estaba haciendo dados de la butifarra -….verás Joel, en ese estado en el que alguien tiene que esperar a que te quedes dormido para poder hacerte algo así, creo que una persona tiene que estar muy al limite, y quiero pensar que si alquilen les ofreciera la oportunidad de elegir, cambiaran las cosas para evitar que les hagan esas bromas…..- puse los dados encima de un plato y la otra butifarra entera en otro -…..en fin….cosas mías…..por favor, desayunar…..Joel, ¿a ti como te gusta la butifarra? ….– puse los 2 platos a su lado – …¿entera o en trocitos? Tú eliges – clavé el cuchillo en la tabla de cortar de madera, se quedó temblando unos segundos, y cogí un dado de carne que me comí –….me salgo fuera….hasta la vista.

Fue glorioso ver el cuello musculoso de Joel tragar saliva, esperé fuera con Vanesa, el móvil en la mano y el número de emergencias marcado, esperando que saliera a matarme, lo que escuché fue una serie de gritos, una discusión y un portazo de Joel gritando “que ten den por culo, no vuelvo, tu hijo está pa´allá”. Vanesa se reía a carcajadas, y yo trataba de dejar de estar tenso, me tumbé en el suelo para centrarme, hubo un momento en el que el cielo girara a mí alrededor, pero la cabeza de Vanesa apareció.

-VANESA: jajajaja ¿estás bien?

-YO: estoy loco, no queda otra, no se ni como me ha salido la voz.

-VANESA: por que eres un autentico líder, eso ha sido descomunal, ¡te dije provocar, no acojonar! jajajaja

-YO: ganar la batalla antes de empezar, me ha parecido una opción válida, el sabe que soy su hijo, y a mi no me puede alejar, algún día se dormiría en mi casa, ahora sabe que no puede permitírselo.

-VANESA: pueden quedar lejos de aquí….

-YO: tal vez, pero me sigue pareciendo mejor opción que dejar que me parta la cara.

-VANESA: eso no lo niego……tienes que ir a hablar con tu madre, ya, intenta ocupar su vacío, no sé, llévala a dar una vuelta.

La di un beso para ganar confianza, y me metí de nuevo en casa teniendo algunos reparos al saber como actuar, al ir a la cocina allí estaba mi madre sentada, con cara triste y algo enrojecida, al verme me dedicó una primera mirada de odio, tragué con eso y me senté a su lado, poniéndome el escudo.

-YO: ¿y Joel?

-CARMEN: se ha marchado…….no se si volveré a verle – sonó a reproche.

-YO: mejor para ti, era un aprovechado, estás mejor sin él.

-CARMEN: ¿tú crees?

-YO: por supuesto, ya te dije que no me gustaba.

-CARMEN: lo sé, pero me divertía……..has sido muy…..tajante al hablarle así.

-YO: tanto como he tenido que serlo, no le necesitas para pasarlo bien..…. ¿que te parece si salimos a dar una vuelta tú y yo? – abrió los ojos entre sorprendida y agradecida por el ofrecimiento.

-CARMEN: si tú quieres….- me levanté a darla un besó en al mejilla.

-YO: claro……. y ponte guapa, quiero presumir – aquella bobada hizo que se le iluminara la cara, me acarició la cara y me abrazó poniéndose de pie.

-CARMEN: dame unos minutos.

Salió disparada al piso de arriba a vestirse, y me quedé con cara de imbécil al ver lo fácil que me había resultado aquello, esperando un rato hasta que bajara. Subió una madre recién levantada de una noche de infidelidad con una bata larga desgastada y despeinada, bajó una top model. Con el pelo negro ligeramente ondulado suelto y dejándolo caer a los lados de su cabeza, con un flequillo suave, no sé si el colorete de sus mejillas era real o no, pero no parecía serlo, y salvo eso no tenia maquillaje, con un colgante largo fino acabado en una cascabel en su pecho, una blusa sin mangas de estampada de flores, ceñida hasta el punto de dejar claro que iba sin sujetador, con amplio escote generoso, una falda hasta las rodillas, vaporosa y con vuelo realzando sus caderas y su espectacular trasero, ayudada por unos tacones no muy exagerados que la estilizaban la figura.

-CARMEN: ¿que tal voy? – se dio una vuelta dejando que la falda atrajera mi mirada.

-YO: espectacular.

-CARMEN: ¿salimos ya o esperamos a las demás?

-YO: no, solos tú y yo, hoy soy tu hombre – esa frase la hizo sonreír y apartarse el pelo de la cara detrás de la oreja.

Le ofrecí mi brazo al que se agarró, y salimos a pasear sorprendentemente pronto, casi a las 9 de la mañana, a esas horas el sol no apretaba tanto y el paseo marítimo estaba abriéndose, sonidos de cerrojos y verjas, camiones entregando mercancías y tenderos colocando sus puestos. Dimos un largo paseo, al principio sin hablar, solo respirando el aire saldado. Según andábamos pensé que podría dar un paso más y la rodeé por la cintura apoyándome en ella, ese gesto la enterneció e hizo lo mismo, metiendo su mano en el bolsillo trasero de mis bermudas, dedicándome usa sonrisa cálida, nos íbamos acercando a los puestos y mirábamos, charlábamos y seguíamos al siguiente, fue extrañamente tierno, ya que era mi madre, las carantoñas en el brazo, sentir su mano moverse junto a mi culo, la mía apretándola en la cintura cuando se giraba a ver algo, o verla probarse collares con el sol reflejado en su pelo y sus ojos. Llegamos hasta la macro discoteca, lugar que no habíamos pisado en casi 2 semanas, después de ir casi a diario durante un mes, al llegar había un cartel enorme en la entrada.

-CARMEN: ¡mira!, dice que harán una fiesta la semana que viene.

-YO: como todos lo días.

-CARMEN: no, ¡será de disfraces por carnaval!

-YO: no es carnaval.

-CARMEN: supongo que lo sabrán……….!¿podríamos ir?!

-YO: no, estoy harto de fiestas.

-CARMEN: ¡por favor!, me gustara mucho acudir, disfrazare y salir un día……

-YO: ¿no estás cansada de tanta fiesta?

-CARMEN: un poco…..supongo….pero seria como despedida….ya queda poco para volver a casa…..y sin Joel temo aburrirme, piénsalo, por mi, las chicas también lo agradecerán, llevamos una semana larga encerrados en casa…..

-YO: está bien, lo pensaré, no te prometo nada, pero tendrás que ser una niña buena en casa si no……- no sabia si terminar la frase, pero bastó para que me abrazara.

-CARMEN: ¡gracias!, seré quien quieras que sea – su forma de apretarse en mi pecho, la forma de hablar, y aquellas palabras, me sentí como mi padre por 1 momento, la dominaba.

Si hasta ahora la tenia impresionada por mi actitud, el numerito de la mañana con Joel la había demostrado que yo mandaba, y ahora obtenía resultados, aunque de igual forma, usó sus encantos para ir a la fiesta, tal como hubiera hecho con mi padre cuando quería algo, podría haberme negado a ir de inicio, pero pensé que seria una gran oportunidad de acometerla, tendría que hablarlo con Vanesa.

Me cogió de la mano entrelazando los dedos y se pasó todo el camino de vuelta frotándome con la otra mano, ya fuera mi brazo o mi pecho. Ya era medio día y el bullicio del paseo marítimo era enorme, estaba lleno de chavales, parejas, o familias, y sentí celos al ver como la miraban, ella creo que se daba cuenta, por que les sonría cuando alguno se la quedaba mirando y luego me apretaba la mano tirando de ella. Decidí ir por la playa para alejarla de eso, así que se quitó los zapatos llevándolos en la mano, la arena ya quemaba del sol, y para cerrar el paseo, la cogí en brazos hasta llevarla a casa, pero era un largo trecho, me cansé y me la subí al hombro, tal como había visto a Joel llevársela a casa borracha, pero esta vez iba sobria, se reía al colgarse de mi hombro sin decir absolutamente nada de que la tuviera cogida del culo para que no se cayera. La sensación de cogérselo fue terriblemente placentera, era firme y dura para su edad, sus nalgas bailaban en mis manos, sin duda iba en tanga. Se oían sus carcajadas cuando llegamos al jardín de casa, la hice resbalar por mi pecho y quedó pegada a mí entre mis brazos.

-CARMEN: jajaja estás muy fuerte – me apretaba los antebrazos.

-YO: gracias.

-CARMEN: ¡uffff! estoy algo acalorada, como pega el sol – cierto, pero también podría ser por que la había puesto cachonda, fue algo que no deseé pensar.

-YO: pues ahí tenemos una piscina…..- la cogí de la cintura elevándola medio palmo del suelo.

-CARMEN: ¡jajaja no por favor, no estoy vestida! – braceaba un poco pero soltaba unas carcajadas que me recordaban mucho a las que le dedicaba a Jaime cuando la metía mano, nos acerqué al borde y la baje hasta dejarla en vilo.

-YO: has dicho que tenías calor….

-CARMEN: jajaja ya lo sé jjajajaja pero no, por favor….jajajajajaja – la sentí nerviosa, quería que lo hiciera, se lo leía en la cara, y no pude evitar darla un beso en la frente, la quité los zapatos para después empujar, soltó un leve grito agudo y sonó el chapuzón. La falda se le quedó frotando y al emerger una sirena preciosa apareció, entendí a Jaime al verla así.

-YO: ¿mejor? – me salpicó agua sin perder su sonrisa.

-CARMEN: ¡si jajajaja pero eres malo, mira como me has puesto, y tú hay tan seco! – se echó todo el pelo hacia atrás y trataba de separarse la tela sintética mojada de su piel, pero no podía, se le pegaba marcando unos pezones duros y pequeños.

-YO: pues hazme sitio – y salté a su lado, dejando su bolso, mis zapatillas y mi móvil en el césped, la salpiqué de arriba abajo, y cuando me puse en pie me miró con lujuria, ya era evidente, la camiseta empapada pegada a mi cuerpo la atraía la los ojos.

-CARMEN: ¡alaaaaaaaa jajaja! estás empapado, quítate la camiseta anda…..- se acercó tirando de mi camiseta y sacándomela por la cabeza, dejando sus manos en mi pecho.

-YO: no es justo, tú también estás mojada – y sin pensarlo hice lo mismo y se la quité, se sonrojó tanto que casi ni se movió al quedar, no solo sin la blusa, si no que la quité la falda tardado en abrir la cremallera de su falda colocada en su costado.

-CARMEN: ¡jajaja mira como me tienes aquí medio desnuda…..jajajaja! – medio no, estaba con un mísero tanga.

-YO: me gusta verte así, pero solo para mí, me enfado cuando otro hombre te ve así, no me gusta que te deseen.

-CARMEN: pero eso es natural, los hombres sois así.

-YO: pues no me gustó nada que Jaime y Joel te vieran así, y menos que te tomaran.

-CARMEN: fue jugando, solo quería distraerme un poco, beber y divertirme…

-YO: pues mira que bien o lo hemos pasado tú y yo sin tener que beber.

-CARMEN: ¡es verdad!, me he comportado como una cría con las hormonas aceleradas, pero ahora lo veo, se que tendría que haberme comportado por ti, pero tu padre no estaba y me sentía un poco perdida.

-YO: y yo no te he ayudado, pero ahora cuidaré de ti, como de todas – la abracé y alzo su mirada como un naufrago al ver una playa.

-CARMEN: lo sé, estoy orgullosa de ti y de cómo has cambiado estos meses, eres el hombre que siempre sabia que eras, no solo tienes a Vanesa, si no que has sabido alejarme de Joel, lo necesitaba, ese hombre me estaba volviendo loca, casi……. ¡casi lo meto en casa, dios!, y pensaba……..pensaba hasta en quedarme con él….lo siento….soy una estúpida – estaba abriéndose a mi, como hacia con mi padre, me había costado unas semanas lo que él lograba con una mirada, pero ya había ocupado su lugar.

-YO: ahora eres mía, eso quedó atrás. Nos quedamos abrazados durante más de 20 minutos, en los que la escuché llorar.

Se calmó y nos secamos al sol un buen rato, antes de vestirnos y meternos en casa, allí esperaban todas como niñas buenas en el sofá, mi madre se fue a dar una ducha y me senté entre Sara y Sonia, mientras que Vanesa me miraba con unos ojos que no supe leer, creía que me estaba felicitando pero sentía un profundo dolor en la forma en que me observaba. Comimos con tranquilidad y la tarde la pasamos en la piscina, me costó un mundo estar solo con aquellas 5 mujeres y no centrarme demasiado en una más que en la otra, yo solo quería ir con Vanesa, pero ella me susurraba que jugara con Sara, le hiciera aun carantoña a mi madre, o besara en el cuello a Sonia mientras que hablaba con Marta.

En la cena mi madre me montó una emboscada, y comentó lo de la fiesta de disfraces, tan ilusionada que las demás se sumaron a su entusiasmo, me mantuve firme en que me lo pensaría, por mucho que me multiplicara, ¿solo 1 hombre para 5 mueres en una discoteca? Era carnaza para los buitres de la discoteca. Nos fuimos a acostar, y estaba tumbado en la cama con Vanesa acariciándonos mientras esperábamos a mi hermana. Vanesa dormía solo con un tanga, lo que me provocaba erecciones constantes, algunas las calmaba con ella, y otras me mandaba a calmar a Sara o Sonia, según su parecer. Yo, con mi bañador abultado, la rodeaba de cara por la cintura acariciándola las piernas a lo largo del muslo.

-VANESA: ha ido bien con tu madre por lo que veo.

-YO: si, demasiado, esta mañana estaba con Joel y a medio día ya me ha contado todo, tenias razón, Joel la había hecho pensar en quedarse con él.

-VANESA: te lo dije, pero ahora no importa, ya es tuya, solo tienes que seguir así hasta la fiesta, Sonia mantendrá tu posición, Sara la sostendrá, y te digo yo que tu madre estará tan salida después de 1 semana sin tener a Joel ni nadie, oyéndote con las de la casa, que te saltará al cuello a la mínima.

-YO: ojalá, y así termine esta pesadilla.

-VANESA: ¡¿pesadilla?! ¿sabes cuantos hombres matarían por tener a una de las 5 mujeres bajo este techo? No te digo ya varias a la vez…..

-YO: estoy harto de juegos mentales, y de manipulaciones, sabes que no lo hago pro que lo quiera, lo hago por que mi familia lo necesita, pero no pienso en nadie más que en ti – me besó tiernamente acariciándome la cara.

-VANESA: ¡eres tan ……- irritante iba a decir – ……. Raro! ¡¿tan difícil te resulta cumplir una fantasía inherente al hombre, que es el incesto, con mujeres tan guapas?! Es casi de relato erótico.

-YO: puede ser, pero quiero que lo sepas, no lo deseo, ni ansió que ocurra, ya no, puede que antes, pero llegaste tú y pusiste mi vida patas arriba…….- esta vez la besé yo, sentí su lengua en mi garganta, la acaricié su piel en las nalgas y la apreté contra mi.

-VANESA: para….ummmmmm….para……no puedo….tienes que ir con Sonia …..- lo decía, pero me daba cortos besos -…te ha visto con tu madre, y necesita tenerte cerca hoy.

-YO: me da igual, quiero estar contigo esta noche – la cogí de un seno y lamí su pezón con delicadeza, suspiró de forma alargada, y se dejó hacer unos minutos, sentía su mano queriendo alejarme pero no lograba separarme de ella.

-VANESA: por favor, te lo ruego..…..ve con Sonia….tu hermana está al llegar – logró apartarme la cabeza de sus pechos, que tenían los pezones duros y firmes de mis labios, se mordió le labio y me dio un largo beso húmedo y sensual -… vete…..te lo pido…. por tu bien.

Me levanté, no sin antes acariciar su pelo, sus rizos me dejaban hipnotizado. Al acudir a la puerta de Sonia, y verme, me asaltó encima y no tardé ni 2 minutos en estar follándola de forma salvaje, de todas era la que más violentamente se movía, creo que exageraba sus movimientos para tratar de ganarme a su causa, con sus voluptuosos senos saltando en mi cara, pero la pobre sufrió mi ira, a quien quiera estar penetrando no era a ella, y sin embargo allí estaba, amasando sus senos con ambas manos, chupándolos mientras daba golpes de cadera uno tras otro, provocándolas alaridos y orgasmos uno tras otro, hasta que la metí mi semilla hasta el fondo de su ser. Sonia se quedó ronroneando en la cama cuando me fui, y regresé a mi cama.

Ya estaba harto, casi más furioso que al irme a ver a Sonia, y al ver a Vanesa sola allí tumbada con mirada triste y melancólica, me encendí otra vez, evitó mirarme de forma directa al acercarme, mosqueada, me vencí encima suya y casi diría que la forcé, aunque no fue así, la acariciaba y me huía los gestos. Entre besos fuertes y caricias brutas, hubo un momento en que ella cedió dejándome tomar el control, resignándose a lo inevitable y preparándose a disfrutar de ello, sentí que su deseo superó algún tipo de barrera mental, más que física. Casi diría, si no la conociera, que estaba enfadada por haberme ido con Sonia, pese a que fue ella la que me mandó con ella.

Se abrió de piernas y la arranqué el tanga de un tirón, me recibió cálida y húmeda como siempre, y quise castigarla por algo, aunque no tenia claro que era. Durante 20 minutos la penetré con fuerza hasta hacerla delirar, su cuerpo rebotaba de mis embestidas, tumbada boca arriba en la cama, se retorcía al sentirme morderla en los senos, pegándome a su cuerpo con sus brazos, gritando como una poseída que era suyo al sentir varios orgasmos seguidos. Me vencí encima de ella, sudando y derramándome en su interior con ganas de morirme en ese instante. Pasó un buen rato hasta que la puerta se abrió, no me sorprendió ver a Marta.

-MARTA: perdón…….no quiero molestar….pero si habéis terminado…..- cogí aire apoyando la cabeza en el pecho de Vanesa, que se rió, estabamos aún desnudos y no podía vernos así.

-YO: ¿hemos terminado? – Vanesa me miró con gesto alegre.

-VANESA: eso espero jajajajaja, Marta deja que nos pongamos algo…….- Marta asintió saliendo unos minutos, aparté los rizos de la cara Vanesa, tenia el pelo revuelto y una cara de felicidad extraña, sonrojada y riendo.

-YO: hola preciosa.

-VANESA: hola… jajajajaja….pufffffff estoy molida

-YO: lo siento, no se que me pasó…….- me besó en la barbilla.

-VANESA: no pasa nada, estabas enfadado……

-YO: no es excusa.

-VANESA: eres muy duro contigo mismo, no debes culparte, es culpa mía…..se que no te gusta el plan, y me olvido de que me…… me quieres.

-YO: pues no lo olvides, por que eso no va a cambiar.

-VANESA: ¡para de decir esas cosas!, tendría que………… esto es un error, tendría que irme….

-YO: te seguiría.

-VANESA: ¡¿por que?! Está tu familia, tu vida, eres un buen chico, conocerás a una mujer buena y dulce que será afortunada por tenerte, tu sitio no está a mi lado.

-YO: ¿Y donde iba a ir si no? ¿Con Sonia? ¿Con alguna chica normal y aburrida? No, te veo Vanesa, no sabré…. “eso” que temes decirme, pero si sé quien eres….y te quiero – por primera vez vi que se le humedecían sus bonitos ojos azules mientras me acariciaba la cara.

-VANESA: eres un tozudo y un cabezota, te dije que soy venenosa, si te quedas a mi lado terminaré haciéndote daño.

-YO: acepto – bufó cansada con una sonrisa leve.

-VANESA: no puedo contigo…….

-YO: ¿entonces……..todo bien? – me miró de forma extraña, casi agotada.

-VANESA: claro jajajaja …- no me dejó nada convencido -…… es más, si jugamos nuestras bazas esta noche Marta es tuya, podría irse con Sara o tu madre, nos ha tenido que oír, y aún así vuelve a tu cama, tiene que estar deseando que la tomes.

-YO: no, hoy ya he tenido suficiente, esta noche solo te quiero a ti.

-VANESA: vale jajajaja – asintió feliz de oírlo, o eso me pareció, apretando los labios para evitar las lagrimas, me abrazó durante un buen rato, me apretaba tanto que me hacia un daño dulce y cálido.

Nos fuimos a dar una ducha y nos pusimos algo de ropa encima, yo busqué a Marta, y me disculpe por hacerla esperar, me revolvió el pelo y me sonrió diciéndome que no pasaba nada, que estaba contenta de verme así de feliz con Vanesa, tramposo me convenció. Nos acostamos los 3 como siempre, y me abracé a Vanesa como si fuera un peluche y yo un crío asustado.

Desde ese día fue una rutina mecanizada. Por el día mi fachada era fría y distante con todas. En la mañana iba a dar paseos con mi madre, y algunas veces nos acompañaba mi hermana, al volver íbamos a la playa o la piscina un rato y regresábamos a comer. En la siesta era el momento de Sara, iba a buscarla como su bombero particular a calmar su fuego, no todos los días, ya se ocupaba ella de que estuviera sola. Después de cenar tocaba ir con Sonia, que empezaba a saberme a poco. Para terminar acostándome junto a Vanesa, de noche era otra historia, mientras que sentía como un trabajo el sexo con Sara o Sonia, al sentir la piel de Vanesa cambiaba el chip, con ella era diferente, más dulce, cariñoso y tierno, ello lo sentía, y ya no dedicaba aquellas miradas de reproche que había aprendido a descifrar en su rostro, cuando terminábamos aparecía Marta para dormir; por ahora la cosa iba tranquila en casa.

En una de esas noches bajé a por agua, por que por mucho que quisiera ser cariñoso y atento con Vanesa, me dejaba sin aire, y al pasar por el cuarto de Sara, vi desnudas a mi tía y mi hermana, con un festival lésbico e incestuoso, Sara estaba de rodillas con su cabeza entre las piernas de mi hermana, que la apretaba contra su pubis y jadeaba llevada por el placer. Fue una imagen impactante, que yo supiera no habían bebido nada, y ninguna parecía avergonzada de lo que estaba pasando, Sara había declarado muchas veces que Marta la ponía cachonda, y que no le hacia asco a las mujeres, en cambio mi hermana se dejaba llevar, puede que así hiciera tiempo hasta que Vanesa y yo termináramos, o puede que solo estuviera hablando con ella y al oír como lo hacíamos se encendieran. Pero en el fondo me dio igual, por raro que fuera, no me quedé ni a mirar, podría haber entrado en ese momento, sorprenderlas y aprovecharme para montármelo con mi hermana, que esos días me miraba de forma muy ardiente, seguro que por que Sonia y Sara le contaban lo que les hacia, hubiera sido tan fácil. Pero no, simplemente pensé que si mi tía y ella eran felices así, nos ahorrábamos tener que jugar con ellas para evitar la intrusión de más imbéciles de playa, y me fui a beber agua.

El plan iba bien, muchas noches, al acostarme entre Vanesa y mi hermana, decidía vengarme de mi novia, y me abrazaba a Marta, pese a que yo sabia que todo lo que hacia era por los consejos de Vanesa para ayudarme con la familia, me sentaba mal que me obligara ha hacerlo, por que así lo sentía, ella me obligaba a acostarme con ellas, eso si, usando una lógica irrefutable. Si dejaba de ir a la cama de Sonia, me mostraría débil, y si dejaba a Sara, no se resignaría a tener sus líos con Marta, se buscaría a otro bombero. Pese a que todo estaba encauzado, dependía de que siguiera siendo frío, distante, dominante y agresivo en determinadas acciones en casa, mientras que no podía dejar que nadie ocupara ni un centímetro del terreno ganado, pese a que me quedaba aún territorio por explorar.

Durante una semana fue como había pensado y planeado, y mi madre se comportó como la mujer que siempre había conocido, una devota esposa y madre atenta, no bebió ni una gota del alcohol más allá de alguna copa de vino en las comidas, y casi retrocedió hasta el punto del inicio del verano. Solo que esta vez era yo quien la mantenía firme, y no mi padre, y aún así diría que aquellos paseos matutinos y los chapuzones en el agua era mucho más de lo que mi padre la concedería, y eso la hacia sonreír como casi nunca lograba él. No tuve otra que acceder, debido a su buen comportamiento, e ir a la fiesta de disfraces, todas había sido justo lo que pretendía que fueran, y si me negaba podría perderlas. Al preguntarme todas guardaron un silencio expectante, y al decir que si saltaron de alegría, fue raro tener ese control sobre ellas, siendo el más joven de los presentes. Se pasaron 2 días de tiendas, y buscando disfraces, o donde hacerse arreglos a su ropa para ir lo más monas y divertidas posibles. Yo me fui una tarde con Vanesa, que también tenia su disfraz, para ver que me ponía yo.

-VANESA: sabes que esta fiesta va ser el día en que tienes que ir a por tu madre, ¿no?

-YO: tal vez, yo la veo muy tranquila.

-VANESA: lo ha estado por que quería ir a la fiesta, si no la disfruta, te pedirá otra al día siguiente, y así hasta que obtenga lo que quiere, que según el paquete del sex shop que compró ayer, es una buena polla.

-YO: ¿se ha compadro un consolador?

-VANESA: y de los grandes, decía que necesitaba algo de allí para su disfraz, pero vi la bolsa al regresar.

-YO: quizá le baste….

-VANESA: no, o tal vez si, todo depende de esta noche, tienes que pegarte a ella, por que si no le vale su amigo del cajón, buscará a alguien que si le valga, y ese tienes que ser tú.

-YO: ¿y las demás? Si me centro en mi madre otro puede tentarlas.

-VANESA: de Sara y de Marta olvídate, pégale un buen polvo a tu tía por la tarde y Marta se ocupará de su noche.

-YO: ¿y Sonia?

-VANESA: no hay remedio, de esa me ocupo yo – la sola imagen mental de las 2 juntas, desnudas, besándose me la puso dura.

-YO: y me lo voy a perder……- me cogió del brazo con ternura.

-VANESA: si no cae Carmen te guardaré un sitio a nuestro lado jajajaja, hasta te diría que si te quedas con ganas después de tu madre, te unieras, pero si pasa, ya sabemos como es, la vimos con el mulato y con Jaime, vas a tener que darlo todo.

-YO: ¿y que hago?

-VANESA: no dejes que beba mucho, pero si una copa o dos, así su moral se irá al traste, tampoco es que tenga mucha, la tienes en tu mano, solo hay que verla como te mira, ocúpate de no dejarla sola, de que se ría, guía si te da paso, la conversaron puede ir por mil sitios, pero se corto y conciso, la música no permitirá más y así te mostrarás firme y rudo, lo que le gusta.

-YO: ¿y en la cama?

-VANESA: reza jajajajaja, y procura atrasar la penetración cuanto tiempo puedas, has mejorado mucho pero ni el mulato podía con ella, usa muchos preliminares, y cuando se la metas, ritmos lentos y pausados, no dejes de acariciarla el clítoris, y aunque le guste el anal, evítalo, cuesta llegar a un orgasmo mucho más.

-YO: cuando pase todo eso, y nos despertemos, ¿que la digo?

-VANESA: no lo sé, la verdad, eres su hijo, puede asustarse, o que le encante, o puede que olvide quien eres y solo seas su hombre, en cualquier caso has de quedarte a su lado, si no, cualquier barrera moral se irá al traste, ya se ha follado a su hijo, si te rechaza ¿que más le da irse a buscar a Joel?

Solo tenia un disparo y no podía fallar, para algo que yo no quería hacer, pero podría funcionar, esos días vi muchas veces en los ojos de mi madre que empezaba a verme de forma diferente, sin otro hombre, jugaba conmigo a excitarme, en la piscina, el mar o en casa, seria inconsciente, pero lo notaba. Me compré un disfraz y me preparé para lo que fuera a pasar.

Por la mañana del aquel día fue como siempre, me costó separarme de los arrumacos mañaneros con Vanesa, y me fui con mi madre a dar una vuelta, esta vez en moto, con un top blanco ceñido y unos shorts de Marta negros y elásticos que la hacían una figura espléndida, tan juvenil como seductora. Al abrazarme por detrás sentí algo más que sujeción, y me pasé media hora bordeando la costa, con en el amanecer brillante reflejado en el mar. Llegamos a una colina que se alzaba, y se veía a lo lejos la cuidad de Valencia, donde nos sentamos uno al lado del otro.

-CARMEN: hacia mucho que montaba en moto.

-YO: conmigo nunca.

-CARMEN: ya, pero de joven…….antes de tu padre había un chico con moto que me volvía loca.

-YO: eras un poco traviesa de joven ¿no?

-CARMEN: ¡jajajaja no lo sabes tú bien!, menos mal que conocí a Roberto, si no, hubiera terminado muy mal.

-YO: tengo curiosidad, ¿como te enamoraste de papá? No es que coincidierais ene una fiesta o algo…..

-CARMEN: jajaja pues si, o algo parecido, yo tenia 17 recién cumplidos, y estuve toda la noche con unas amigas en un concierto, pero el local era ocupa, así que a las 6 de la mañana la policía asaltó el lugar, mis amigas huyeron pero yo iba muy mal como para moverme, me detuvieron y pasé 1 día en la cárcel, hasta que apareció un gallardo y apuesto hombre, y se presentó como mi abogado, me sacó de allí y me llevó a casa, fue tan firme y tan seguro conmigo que me quedé mirándole como una tonta. Le vi un par de veces antes de un juicio de allanamiento, logró que no me imputaran y ni siquiera tuviera antecedentes, y antes de despedirnos me pidió mi número, por si me metía en líos. A las 2 semanas le tuve que llamar por otro asunto, una pelea con una amiga, no se ni por qué, creo que solo quería volverle a ver, y desde entonces soy su mujer.

-YO: te cambió.

-CARMEN: lo necesitaba, aquella vida no era para mi, si no es por él no hubiera tardado en caer en las drogas o algo peor, fue como lo que hiciste con Joel, me salvaste de mi misma jajajaja no soy una mujer fuerte, necesito a alguien que me protegía y me haga sentir segura – al abrazarme supe que se refería a mi.

Al regresar a casa nos dimos un buen chapuzón en la piscina todos juntos, comimos con ansias y ganas de coger energía, incluido yo, tenia ganas de salir de fiesta después de 2 semanas largas de “encierro voluntario”. Como me dijo Vanesa, en la siesta me metí entre las piernas de Sara, y la dejé extasiada, follarla por el culo era demencial para ella. Luego me echaron con mi disfraz al salón, y se quedaron unas 2 horas vistiéndose y preparándose.

Mi disfraz era tan simple como idóneo, de salva vidas, con un bañador rojo a juego con una chaqueta abierta del mismo color, con solapa, muñequeras y cintura de color azul oscuro, y la palabra socorrista en el culo. Entre mi aspecto, el tono moreno de mi piel y un físico mejorado de 2 meses de sexo descontrolado, hasta me veía guapo, además el bañador era ceñido e iba marcando paquete, cosa que ahora me gustaba, y me compré una lata de rescate como las que llevaban en la famosa serie de vigilantes de la playa . Empezó el carrusel, no me habían dejado ver sus disfraces, esperaba algo descocado, tampoco es que se pudieran poner 20 capas de ropa y complementos con el calor que hacia, rondábamos los 25 grados de noche, así que iban a ser ligeros y alegres, pero no me esperaba aquello.

La 1º en bajar fue Sara, iba disfrazada de militar, obviamente sexy, no de campaña, con un vestido palabra de honor ajustado, de largo hasta las rodillas de forma recta, color caqui, y una chaquetilla del mismo color, abierta y corta en los hombros, con manga larga, como un sombrero ovoide coronando un recogido serio en su pelo rubio, y zapatos negros, con los tacones color rojo, del mismo rojo que finas líneas en el vestido, chaquetilla y sombrero, con 3 estrellas doradas en línea vertical desde su pecho a su ombligo y otras 2 horizontales en el sombrero. Destacaba su cadera y se pegaba bien a su trasero, con un escote agradable pero no exagerado. Y solo con un pintalabios rojo fuego.

La 2º en aparecer fue Sonia, iba de Jasmine, con un conjunto azul cielo de 2 piezas, la parte de arriba era un desafío a sus senos, apenas un ocupaba el espacio de un sostén, salvo por unas tiras transparentes en los hombros, con la tela apretada sujetando sus pechos y un escote avasallador, una línea amarilla rodeándola por debajo de las tetas con chapitas doradas. Ya no había más tela hasta muy por debajo de su cintura, un pantalón de tiro bajo por sus caderas, de azul cielo igual pero totalmente vaporoso y transparente, dejando ver que iba con un culotte del mismo color y todas sus piernas de forma clara, con un cinturón fino de chapitas de la danza del vientre que le caía de forma diagonal, y tacones amarillos. Se hizo un leve recogido por detrás pero el resto del pelo largo caoba caía llegando a su cintura. Apenas una sombra de ojos resaltado su color verde, un pintalabios rosa pastel, y se había comprado una lamparilla de aceite de juguete.

La 3º en discordia fue Marta, iba de policía, o como nos gustaría a los hombres que fueran las policías, con un vestido negro de 1 sola pieza palabra de honor, casi un corsé que terminaba en una serie de minifaldas una encima de la otra ondulantes, con líneas amarillas, con una placa de policía en un pecho, y gorra de policía encima de un peinado simple, se había despejado un lado de la cara echándolo todo para su espalda y el otro lado, con medias de rejilla de “putón” hasta medio muslo dejando unos 15 centímetros de distancia con la minifalda, y zapatos dorados con algo de tacón. Solo se había perfilado los labios ligeramente y un poco de sombra de ojos apenas perceptible. Se compró unas esposas de atrezzo que llevaba en una muñeca, y una porra de plástico.

La 4º me dejó en el sitio, fue Vanesa, iba de marinera, por decir algo, con un disfraz de 2 piezas, arriba era apenas un top deportivo azul reflectante con mangas hasta el inicio del antebrazo y anudado en el escote con un lazo rojo, solapa blanca a juego con un sombrero típico del mar encima de su espesa cabellera llena de rizos, y unos zapatos de tacón igual de blancos. Con un escote estudiado al milímetro, apretado y rebosante sin resultar estridente, también sin nada de tela desde debajo de los senos hasta la parte de abajo, que era un short azul del mismo tono que arriba, pero ni siquiera llegaba a ello, era tan ajustado y pegado a su piel que estaba a caballo entre un pantalón corto y una prenda intima, con 4 botones metálicos formando un cuadrado en la parte delantera. Sin nada de maquillaje con sus gafas de pasta y sus ojos azules penetrantes.

No pude evitar acercarme ella y besarla mientras recorría su cuerpo, si llegamos a estar solos la arranco esos 2 trapos y me hubiera vuelto loco con ella, lo mejor es que me lo leyó en los ojos, se ruborizó de cómo la miraba, y ella no se ruborizaba con nada.

Por fin bajó la 5º, mi madre, que eligió algo en principio inocente, la caperucita roja, con su caperuza con capucha y capa larga hasta al suelo anudada al cuello, de un color rojo brillante, un corsé negro transparente salvo los senos, dejando brazos, hombros, espalda y escote al aire, una falda con vuelo negra que comenzaba en su cintura apretada pero se holgaba hasta caer como una minifalda, con medias de rejilla menos llamativas que las de Marta, pero a medio muslo igual, dejando esa divina separación hasta el final de la falda, pero ligueros visibles, con zapatos negros de tacón de aguja. Un rojo fuego pasión en los labios y colorete en las mejillas, sin esmerarse en su peinado ya que con la caperuza se le estropearía.

-CARMEN: jajaja que monas vais todas.

-SONIA: gracias, espero ver si froto mucho me lleve a algún genio a casa jajaja

-MARTA: que burra jajajaa

-SARA: déjala que disfrute.

-VANESA: de eso me ocupo yo, tengo ganas de bailar y Samuel me ha dicho que Sonia se mueve muy bien.

-SONIA: jajaja pues será genial, si 2 tetas tiran más que 2 carretas, imagina estas 4 jajajaja – le cogió del pecho a Vanesa que hizo lo mismo con ella, la cosa se desmadraba, me acerqué a mi madre y la rodeé con el abrazo por los hombros, no la tuve ni que decir nada.

-CARMEN: será divertido, peor tengan cuidado.

-YO: eso es, vamos a bailar, y reírnos, pero no quiero borrachas salidas ni capullos que salgan a escondidas en mi casa, que quede claro, eso se acabó – hubo alguna cara de lastima, pero con las ganas que tenían de salir aquello no las iba a detener.

Me pasé lo que tardamos en cenar pegado a Vanesa, recibiendo consejos que no escuchaba por que me perdía entre su escote apretado, sus cruces de piernas y sus ojos azules, lo único que entendí es que no me separara de mi madre, tal como iban todas eran peligroso dejar sola a ninguna, pero mi madre tenia prioridad.

Nada más salir a la calle y echar ha andar ya las silbaron un par de veces, y según nos acercábamos a la discoteca el fluido de gente era continuo, muchos disfrazados ya que así te ahorrabas la entrada. Cogí a mi madre de un brazo y a Vanesa de otro con miedo a que me las quitaran, dejando que Sonia, mi hermana y mi tía andarán delante de nosotros, alegrándome la vista, al igual que todos los que nos miraban, incluso Sara, que por decirlo de una forma, iba la más formal, se paraba a saludar como una soldado profesional a otros que iban de militares, lo que la ganó varios seguidores que se pasaron todo el camino haciéndola reír.

Llegamos a la discoteca, que estaba a rebosar, tardamos media hora en pasar la cola, y ya era la 1 cuando llegamos a la barra, pedimos una copa que pagué a cada una, ninguna tenia donde llevar cartera y solo llevaban el móvil haciéndose fotos unas a otras, solo yo llevaba dinero, así me aseguraba que no bebieran de más, aunque ya había 3 tíos invitando a Sonia y Marta, que de una sola mirada que me echaron, les dijeron que no y volvieron a mi lado, formamos un corrillo en un lateral y nos pusimos a bailar de forma escueta, la cantidad de gente no permitía más. Trataba de darle su parte de protagonismo a cada una, para no desmerecer a ninguna, me puse en el centro e iba rebotando de una en otra.

Pasó el tiempo y entre risas y bailes la cosa se iba calentando, Vanesa cumplió su parte y se estaba ganando a Sonia, no se separaba de ella, bailaban de forma caliente y sensual, como un juego, pero de vez en cuando Vanesa la susurraba algo que lograba que Sonia se estremeciera, verlas con tan poca ropa una contra la otra llamaba la atención, y no solo la mía, un grupo de 3 chicos a su lado se las comían con los ojos. Si bien ellas me preocupaban, por Sara y Marta no tenia motivos, ambas habían formado su pareja sin necesidad de echarlas una mano, de echó Marta se esposó con Sara, y jugaba detenerla, golpeándola en el culo con la porra de plástico, empecé a pensar si mi hermana era lesbiana, pero eso ya lo dejaría para más adelante. Por ahora me centraba en mi madre, en no separarme de ella lo más mínimo.

Mi madre estaba feliz de tenerme para ella, se movía con ritmo jugando con la capa, regalando poses que encenderían a cualquiera, se bebió la copa en nada, y se dedicó durante una hora a trastear conmigo, a acariciar mi torso con sus manos, ha dejar que el vuelo de su falda me hipnotizara, o abrazándome mientras no dejaba de mover sus caderas. La rodeé por la cintura para atraerla a mí, y le daba besos en la mejilla, largos y sonoros.

-YO: ¿te lo estás pasando bien?

-CARMEN: si jajajaja ¡bailas mejor de lo que esperaba!

-YO: ¡pues anda que tú!, mueves el culo que da gusto – abrió la boca sorprendida del piropo.

-CARMEN: ¡jaja muchas gracias!, aunque mirando como se mueve Vanesa con Sonia……. me siento en desventaja jajaja – no era para menos, estaban dando un espectáculo que no pasaba desapercibido para cualquier varón, algunos se acercaban pero Vanesa les daba calabazas.

-YO: para nada, eres preciosa, y te mueves muy bien, cualquier hombre soñaría estar contigo y papá es un imbécil por irse – sonrió abrumada.

-CARMEN: jajaja que osado, no hable así de él, es que es de otra época, y estas cosas no le gustan.

-YO: pero a ti si, y debería hacerte feliz.

-CARMEN: tal vez….me alegro de que se fuera, así puedo divertirme contigo, hijo.

-YO: hoy no soy tu hijo, soy tu hombre – se sonrojó al rodearla por la cadera y pegarla a mi, sintiendo mis manos peligrosamente cerca de su trasero y mis labios rozándole la oreja al besarla en el cuello, me rodeó con los brazos por la nuca y por instante la sentí aguantar la respiración.

La cosa marchaba, mi madre no mostraba ningún desprecio por aquellas caricias, y cada vez que la hacia sonreír se acercaba más a mi. Había perdido un poco de vista a las demás para que se sintiera segura en mis brazos, fue un error, y desencadenó todo.

Pasado un buen rato en que la invité a la 2º, y última, copa, se la estaba bebiendo cuando escuché un tumulto, ese cambió de entonación en los gritos tan evidente que diferencia la fiesta de un problema, cogí de la mano a mi madre y nos aceramos, al apartar a la gente vi a los 3 chicos de antes acosando a Sonia y Vanesa, esta vez ni las palabras tajantes de Vanesa les alejaban, 1 de los chicos estaba muy borracho, se le veía al moverse, y se pegaban metiéndolas mano, mientras Sonia se resistía levemente al borracho, Vanesa soltaba zarpazos cuando una mano bajaba a su trasero, o le hacia la cobra a otro que intentaba besarla.

-VANESA: oye guapo, por que vas a meter mano a tu padre – otro manotazo.

-CHICO1: eres tú la que has venido así vestida, ¿y esperas que me crea que no quieres que te metan mano? – la volvió a coger del culo.

-SONIA: déjala, tiene novio – huía como podía las manos del otro chico, que buscaba sus senos con las manos, se las cogía y las bajaba a la cintura.

-CHICO2: ¿y te deja salir así de guarra? ¿Donde está ese calzonazos? jajajaja

-VANESA: ¡que me sueltes, joder! – le dio un empujón que no bastó para sacarse sus manos de encima.

-CHICO1: ¡mira como pelea la marinera!, ven aquí que te voy a dar un buen remo para que agarres – la cogió de una mano y se le llevó al paquete, Vanesa le debió coger de los huevos y estrujarlos por que el tío se retorció y la soltó doblándose.

-VANESA: ¡con esa mierda de remo no llego ni al agua! jajjajajaja – Sonia se reía y el orgullo del chico se vio herido, la cogió de una muñeca para pegarla a él y levantó la mano con ánimo de pegarla, pero no llegó ha hacerlo, se la cogí en el aire.

-YO: ya estáis soltándolas, son mías.

-CHICO1: ¿y tú quien coño te crees que eres?

-VANESA: ¡es mi novio, pedazo de gilipollas!

-CHICO2: ¡coño, el calzonazos!

-SONIA: ya quisieras tú ser tan calzonazos como él jajajaja

-YO: suéltala de una vez –la dejó de agarrar la muñeca pero no la soltaba del trasero, pese a los esfuerzos de Vanesa.

-VANESA: ¡suéltame el culo! – en uno de los manotazos le dio en la cara, lo que no le gustó nada, pero una vez libre se puso detrás de mi y de un tirón rápido Sonia se puso a mi lado.

-CHICO1: ¡eh! quédate a tu novia, pero la rubia lo estaba pasando bien ¿verdad? – miré a Sonia que se reía diciendo que no.

-YO: creo que os tenéis que ir a buscar a otras – le solté el brazo que tenia agarrado.

-CHICO2: está bien, no pasa nada, ya nos vamos….- por un instante pensé que se había acabado, se iban.

-CHICO1: si……pero controla a la guarra de tu novia, no la dejes ir así vestida o te la podrías encontrar follando con 4 jajajajajaja – ya me había dado la vuelta pero me paré en seco.

-VANESA: ¡no!, déjalo, no pasa nada es solo un bocazas….- tiraba de mi brazo pero no podía moverme.

-SONIA: ya está, ¡son unos capullos!, no vale la pena.

-YO: retira eso – al darme la vuelta se quedaron petrificados.

-CHICO1: ¡mira al calzonazos!, ¿te crees que estamos en el medievo? ¿Vas a defender su honor o algo así?, ¡si va como una guarra se dice y no pasa nada!

-YO: va como quiera ir, y no por ello tienes derecho a meterla mano o insultarla, así que pídela perdón – sentía las manos de Vanesa en mi brazo apretándose fuerte.

-CHICO2: no pasa nada tío, vámonos….- el trataba de llevarse a los otros 2, pero el tipo no cedía, y ninguno apartábamos la mirada.

-YO: ¡no os vais hasta que la pida disculpas!

-CHICO1: ¡pues espera sentado! – me acerqué de un paso largo y me encaré con él.

-YO: prefiero partirte la cara ahora – apretaba con un puño la lata de rescate de socorrista, a punto de estrellársela en la cabeza, quizá lo hubiera a hecho si no aparece Vanesa.

-VANESA: ¡no, por favor, déjalo, otra vez no, al último le mandaste al hospital! – al oír eso me confundí, pero mantuve mi pose, la que se derrumbó fue la del chico, que la miró tratando de saber si decía la verdad, y luego a mi, que tenia fuego en los ojos.

-CHICO: ¡vale!, mira…- se acercó a Vanesa – ….he bebido de más, te pido perdón….. ¡¿vale, ya está?! – alzó la manos y se alejó con sus 2 amigos, no aparté la vista de ellos hasta que se fueron bien lejos, Vanesa me cogió de la cara y me serenó, estaba igual de tenso que el día que pegué a Jaime.

-VANESA: ya…….respira……recuerda la orilla y el mar…….respira y suelta el aire……- la miré a los ojos y el azul fue templándome los nervios.

-YO: ¿estás bien? – me miró con un leve sonrisa rara.

-VANESA: claro bobo, no es la 1º vez que un listo se pasa de la raya conmigo….no puedes ponerte así cada vez que algún imbécil me insulte.

-YO: no voy a permitir que nadie hable así de ti.

-VANESA: mira que eres anticuado, no puedes ir de caballero de reluciente armadura, podrías salir herido, y menos por mí.

-YO: me da igual, eres mi chica, y si no te defiendo yo, ¿quien lo hará?

-VANESA: ¡DIOS! ¡Eres un……..cabezota! – me besó con ternura después de agitar las manos de los nervios, la abracé serenándome, y quedándome con ella unos minutos.

-YO: ¿por que has dicho lo del hospital?, Jaime no fue…..

-VANESA: pero eso él no lo sabia, “ganar la batalla antes de que empiece”, ¿recuerdas? – la acaricié el rostro con su bella sonrisa traviesa.

-YO: no sabes cuanto te quiero.

Fue como encerrar a un perro rabioso, el tacto de su piel, sus caricias y jugar con su pelo rizado me devolvían a un estado de tranquilidad que no conocía sin ella. Me movía a su ritmo mientras bailábamos de forma pausada, con Sonia a mi espalda sin separase demasiado.

-VANESA: hey, ¿y tu madre?

-YO: no sé, ¡mierda!, no la he visto desde hace un rato.

-VANESA: ¡joder Samuel!, no tendrías que haberla dejado sola……vamos a buscarla.

Tardamos unos minutos en encontrarla, de hecho vimos a Marta y Sara pegándose el lote ellas solas, pero no había tiempo para pensar en ellas, vimos a mi madre en la barra, siendo cortejada por un moreno alto y guapo, Vanesa me besó y me dijo que me llevara a casa, a la fuerza si era necesario, y me enfadara con ella, que ella ya se ocupaba de Sonia y las demás. No seria difícil, apenas 10 minutos sola y ya se estaba buscando a otro, me acerqué furioso y cogí de la mano a mi madre, que al verme se le esfumó la sonrisa.

-YO: ¿que haces?

-CARMEN: nada…es solo que este chico me ha visto con la copa vacía…..y me quería invitar a una…….

-YO: ¡dios mujer!, ¿es que no puedes evitarlo? Nos vamos a casa – de un tirón ya la tenia siguiéndome.

-CAMRNE: perdona, no quería ofenderte, solo es que……- no la escuchaba, salimos de la discoteca y todo el camino a casa lo hicimos en silencio, con ella tratando de seguirme los pasos con sus tacones de aguja, y la capa al aire de la velocidad.

Al llegar a casa la dejé en el salón, se quedó de pie con la mirada baja y huyéndome la vista, me crucé de brazos delante de ella, solo dejaba que la vergüenza la minimizara.

-YO: ¿se puede saber que te pasa?

-CARMEN: nada…..es que te fuiste con Vanesa……el chico apareció……y….. ¡Dios!….- casi se echa a llorar.

-YO: tenía que defender a mi novia, te dejo sola 10 minutos y ya estabas buscándote un polla que montar ¡¿Es que no tienes limite? ¡

-CARMEN: lo siento…….llevaba mucho sin beber y….- la encaré silenciándola.

-YO: te has bebido 2 copas de mierda, te he visto meterte botellas enteras, no estás borracha, ¡estás salida!

-CARMEN: ¡pues claro que lo estoy! Tu padre no está, has echado a Jaime y asustaste a Joel, estoy…….. sola, escuchando como noche tras noche le haces el amor a Vanesa, y como Marta ha caído a los encantos de Sara, como caí yo…..encima tu te comportas así, y yo no puedo más, estoy ardiendo y no puedo calmarme, lo he intentado pero…..

-YO: ¿el consolador que te compraste? – se puso roja, todavía más.

-CARMEN: si…..lo vi tan grande y tan llamativo que pensé que…….pero ni así, yo necesito un hombre en mi cama Samuel, sentir su piel, su aliento y su calor, sus caricias y su miembro duro dentro de mi, si no me…. me vuelvo loca….me has ayudado a quitarme a esos hombres de encima pero no me puedes darme lo que necesito.

-YO: ¡estás enferma! – del gritó retrocedió hasta casi tropezar, pegándose a un pared de espaldas, la apuntaba con un dedo a la cara, pegándome a ella.

-CARMEN: ¡no!….solo ……..solo soy una mujer que necesita un hombre Samuel, por favor…..no me mires así…..- trataba de cogerme la cara para clamarme, pero no se atrevía a tocarme.

-YO: ¿necesitas?, ¿es lo que necesitas? ¿Es esto lo que necesitas? – metí mi mano por debajo de su falda y sentir la tela de su tanga.

-CARMEN: ¡NO! ¡Para Samuel, soy tu madre! – se bajó la falda apartando mi mano.

-YO: acabas de decir que eres una mujer, y necesitas un hombre – volví a meter mi mano y la empujé contra la pared.

-CARMEN: ¡pero no a ti! – hacíamos fuerza uno en el brazo del otro, yo para acariciarla y ella para sacar mi mano de entre sus piernas.

-YO: no finjas que ahora te importa, desde que empezó el verano te he estado metiendo mano, y tú a mi, hemos jugado a autenticas barbaridades, me has hecho pajas y me he comido cada centímetro de tu piel, te he visto follarte a Jaime y a Joel, y tu mi con Vanesa o Sonia, y Sara te habrá dicho como la hago vibrar.

-CARMEN: ¡no era eso!…solo jugábamos, por favor no me hagas esto – mis dedos apretaban su tela intima y notaba su calor y su humedad, sus manotazos seguían firmes, pero sentía que realmente necesitaba caricias.

-YO: ¿juegos? Aquí se acabaron los juegos, soy tu hombre de aquí en adelante, y si necesitas un polvo….. te lo voy a dar – tembló al oírlo, posó sus manos en mi pecho alejándome, mordiéndose el labio excitada.

-CARMEN: Samuel, para…….me……..me estas haciendo polvo…….te comportas así y me asustas…..no está bien….- comencé a besarla por el cuello cuando ya le acariciaba con toda la palma en su interior.

-YO: no voy a dejar que nadie más se meta entre tus piernas, y no puedo vigilarte 24 horas, así que esto ha de ocurrir – la cogí del culo con la otra mano, y la besaba por el pecho sintiendo como se apartaba, entre la negación y el deseo.

-CARMEN: no…….suéltame….por favor……- la daba besos cortos en la cara mientras ya no forcejeaba tanto, en uno de esos manotazos me acarició la nuca y me besó en la mejilla -… déjame, déjame o no podré parar…..- la solté el culo y la cogí del pelo, llevado por la excitaron la besé en la boca, sentí su repulso inicial, pero según mi mano la acariciaba comenzó a devolveremos, a gustarle como la tocaba y a darle igual todo.

-YO: te deseo, eres preciosa y se que tú me deseas.

-CARMEN: pero no está bien…….- levantó una pierna para que se la cogiera mientras cerró los ojos y me apretaba contra ella.

-YO: tu cuerpo me dice otra cosa……- se abrió de piernas para dejarme apartarla el tanga y sentir sus labios mayores quemándome los dedos -… pero dejaré que decidas, me voy a tu cuarto a hacer una paja, por que yo no puedo más, te quiero allí en 3 minutos, si no vas lo entenderé, pero quiero que sepas que no tendrás a nadie más, me voy a pegar a ti día y noche.

Al separarme se venció sobrepasada, se bajó la falda y se recolocó todo en su sitio algo mareada, me fui a su cuarto y me desnudé, la tenia tan gorda que pensé que me iba reventar, con las venas tan marcadas que eran estrías, me estuve masturbando tan fuerte que me dolía, quería acabar y evitar que mi madre apareciera, o estaba muy excitado, no lo sé, confundido esperaba que no ocurriera nada, pero mi madre entró por la puerta con la mirada en el suelo.

-CARMEN: estoy aquí.

-YO: ya te veo – me puse en pie y me miró acalorada, me acerqué con mi rabo tieso cabeceando y desaté el nudo de su caperuza, que cayó al suelo a plomo.

-CARMEN: estoy loca, pero lo……… necesito que me folles………no lo soporto más – la separé las manos y la hice abrazarme, mientras la cogí del culo levantándola la falda.

-YO: yo tampoco.

De un tirón me la subí encima, me rodeó con las piernas y me acarició la cara unos instantes antes de besarme, fue extremadamente excitante probar sus labios de esa forma, daba cortos tirones con sus dientes al separase, y metía su lengua con firmeza. Mis manos amaban su trasero, mientras mi miembro se balanceaba en sus muslos, me giré recostándola en la cama y cayendo sobre ella.

CARMEN: ¡dios…quítame esta mierda, que me está ahogando! – trataba de desabrocharse el corsé, la deshice los nudos a su espalda, tirando de su escote se lo saqué dejándola con sus pechos al aire, y sus pequeños pezones a mi disposición, los lamí y gimió acariciándome el pelo.

Mi mano levantó su falda y ella se abrió con las rodillas encogidas para dejarme meter la mano por dentro del tanga, al sentir mis dedos se estremeció y cerró las piernas en un último gesto de repulsa, pero se separé de nuevo, y ya no hubo nada que pudiera pararnos.

No se cuanto me pasé masturbándola y siento como mojaba mis dedos mientras no dejaba de besarla en el cuello, el pecho y sus senos, su temperatura subió, sentí su piel ardiendo y quise penetrarla, pero recordé a Jaime su 1º día y como se quedó, debía atrasarlo, así que la dejé de masturbar y me puse a su pies, levantándola las piernas y tirando de su tanga, abriéndola al máximo, besé sus piernas lentamente hasta llegar a la cara interna de sus muslos, y poco a poco alcancé la abertura por la que nací, fue raro pensar en eso antes de chupar uno de sus labios mayores y oler su necesidad.

-YO: ¡que buena estás!

-CARMEN: hijo mío……..por favor – no se que pedía, pero hundí mi legua en ella, soltó un gemido dulce apretando sus muslos contra mi cara.

Me cogió del pelo apretándome hasta hacerme daño, lamía y chupaba jugando con mi lengua en su clítoris, se tensaba por momentos, llegando el instante en que metí un dedo en ella, y se retorció acariciándose los senos. Sin dejar de penetrar con el dedo, lamía sin descanso su clítoris, llegó a temblar antes de gritar descontrolada en un orgasmo rápido que la cambio de posición.

-CARMEN: uffffffffff, si que te ha enseñado bien la tía, joder, uffffffff ven aquí – me tumbo boca arriba y me montó a 4 patas besándome desenfrenada, dejando que mi miembro duro se frotaba con su ombligo y su falda colgando.

Se pasó un minuto sacándome el aire de los pulmones y cogiendo mi polla entre sus manos, masturbando lentamente, me descabalgó tumbándose de lado encima mía dándome al espalda, agarrándomela con ambas manos. No iba a darla ventaja, la abrí de piernas para acariciarla su pubis, cosa que agradeció con cortos lametones a mi miembro, se reía ante de tratar de metérsela en la boca, comenzó dando pequeños besos hasta que abrió la boca chupando la punta del glande, midiendo el punto máximo donde podía alcanzar, sentí la tensión en sus labios al abrirse, y como ladeaba la cabeza para hacer fuerza y llegar a meterse el capullo entero y parte del tronco, dejando resbalar sus labios al separarse, lo hizo unas cuantas veces, sin dejar de sentir mis dedos en ella.

-CARMEN: ¡MADRE MIA! jajaja es más ancha que la de Roberto, o al menos a él no se le pone así desde antes de que nacieras, me duele la comisura de los labios jajajajaja.

Empezó a masturbar con ritmo mientras lamía de lado aquella monstruosidad que por lo visto tenia entre las piernas, se giró para meterse entre las mías, y tuve un 1º plano de mi madre comiéndome la polla, pajeando con una mano mientras me la llenaba de babas y las sobria de nuevo. Me gustó que se la sacara de la boca y se golpeaba la cara con ella, fue un detalle muy profesional, y cuando se dedicó a chuparme la base y lamer mis huevos casi me desmayo, tenia que pararla. Me alcé para tumbarla boca arriba, le rompí el cierre de la falda al sacársela y le quité las medias de rejilla junto con los zapatos, quedó desnuda ante mi, rogándome que la penetrara, se lamió los dedos y se masturbaba preparándose.

-CARMEN: no esperes, necesito que me folles, demuéstrame que eres mejor que tu padre – me confundió su frase, pero no era suficiente como para descentrarme.

La aparté su mano y masturbaba yo, metiendo ahora 2 dedos buscando su punto G, acelerando al escuchar un chapoteo claro al verla gemir y revolcarse al sentir otro orgasmo que la dejó medio ida. Entonces apunté a su entrada, y golpeaba con mi tranca en su pubis, antes de apretar la punta y sentir como iba penetrándola lentamente. La realidad es que fue sencillo, la que más de todas de aquel verano, sin darme cuenta ya tenia la mitad dentro y solo unos gemidos leves salían de ella, me acerqué con cuidado y di una estocada final, eso si lo sintió, se alzó abrazándome con un grito apasionado, aquello la dejó mansa, la cogí del culo y la tenia en el aire apoyada en mis piernas con sus muslos y la sacaba despacio para ir dando fuertes golpes de cadera que la hacían volver a gritar, uno vez tras otra hasta que ya no gritaba, gemía.

-CARMEN: ¡JODER…SI……..ASI SI……QUE GRANDE…….DIOS, FÓLLAME!

No la hablaba por no estropearlo, pero ansiaba decirla unas cuantas cosas, algunas buenas, y otras malas. Lo que hice fue dejarla en la cama otra vez y vencerme sobre ella para besarla, sin dejar de mover la cadera con gesto amplio, me rodeó con una pierna y la otra se la sujeté para tenerla de agarre, aumentando el ritmo paulatinamente hasta verla moverse a mi compás. Fue glorioso para que negarlo, le entraba y le salía con facilidad pero notaba que no bajara su excitación, me clavó sus uñas en la espalda y se contraía con cada penetración.

Estaba cansado y veía que ni había empezado, me giré sobre la cama para ponérmela encima, y tomar un respiro, dejando que ella cogiera el timón, lo que fue un desastre, empezó a cabalgarme como no había sentido a nadie, su cadera iba a una velocidad que me mató, percibía su culo en mis manos temblar del velocidad. Comencé a dar golpes de cintura cuando bajaba la suya para compensar su arranque de pasión, la hizo ponerse a 4 patas y mirarme con gesto de perversión, le estaba encantando como la follaba su hijo, planté lo pies y fue un pelea demencial entre ella y yo. Había momentos en que parecía que la ganaba la mano, peor otros en que ella me mataba, la sacaba de ella y frotaba su clítoris con mi glande, mientras lamía uno de sus pechos, cuando podía la volvía a penetrar retomando el pulso y en una de esas hacer que se corriera arqueándose con gestos cortos y rápidos de cadera.

-CARMEN: ¡que bien lo haces!, ni el maldito Joel me dejaba así.

-YO: puffff me voy a correr…- sonrío y me besó con dulzura, para quedar a la altura de mi oído.

-CARMEN: méteme tu leche caliente hasta que me salga por la boca – la solté una azote furioso de lo caliente que me puso, escuchar a la timorata de tu madre decirte eso deja huella.

Arranqué la moto y di todo durante unos 5 minutos en que no hubo pelea, fue una masacre, mi madre se derritió otra vez antes de sentir como soltaba mi cargamento en su interior. Se quedó tumbada encima mía extasiada, sin aire, sonriendo y sin levantar la mirada, la abracé con ternura, sintiendo como me deshinchaba, y como de ella salía un goteo constante de fluidos. No sabia que hacer, así que dejé que ella decidiera.

-CARMEN: ¡eres increíble!, jajajaja sabes que hacer con un mujer en la cama jajaja.

-YO: eso me han dicho.

-CARMEN: puffffff no ha estado nada mal jajaja, pero yo necesito más – se puso a comérmela un buen rato, no tardó en ponerse como una estaca y volver a montarme como antes.

-YO: ¡joder, eres insaciable!

-CARMEN: ¡lo sé, pero tú me llenas, maldita sea, me vuelves loca!

Apretó el ritmo de su cadera y dio un festival, se movía sin parar deleitándome con su cuerpo, cada vez que bajaba ella daba un giro de cadera rápido antes de subir, me sentí estúpido y sobrepasado por unos instantes, me rehice y la cogí de los senos, se los besaba y chupaba, tirando de sus pezones con los dedos y haciéndola sonreír agradecida. Terminó provocándose ella sola otro orgasmos de cómo me estaba montando, se derrumbó de lado dándome la espalda y me pegué a ella, abriéndola de una piernas y penetrándola desde atrás. La acaricia el clítoris sin descanso mientras el vaivén la estaba matando, me arrodillé para tener mejor posición sin cambiar su postura y ahora si la oía soltar gritos cortos agudos apretando las sabanas con sus manos, la atraía hacia mí al dar cada golpe de pelvis, sin dejar de acariciarla, eso lo tenía claro. Fueron 1 o 2 orgasmos los que la sacudieron, extasiada rodó hasta ponerse encima mía de espaldas, conmigo tumbado boca arriba, sentada en mi vientre, se abrió de piernas y me la cogió para penetrarse otra vez, puso sus pies en el colchón, subía y bajaba con velocidad, con una mano la ayudaba en el culo pero la otra seguía masturbándola sin cesar.

Lo sentía en su cuerpo, la estaba sacando de quicio, y al siguiente orgasmo gateó por la cama echa un harapo, pero no iba a dejarla respirar, era un todo o nada, la tumbé boca abajo y me arrodillé en sus piernas, metiéndosela de un tirón abriéndola las nalgas. Estaba implorando que siguiera cuando la sacudieron otros orgasmos cortos y continuados. Estaba haciendo flexiones encima suya para metérsela hasta el fondo, me sentía mareado y sin fuerzas, sin saber como seguía percutiéndola. Mi madre estaba mordiendo la almohada cuando bajé el ritmo, y pudo salir de debajo de mi cuerpo.

La cogí de la cadera y la hice abrazarme de cara, montándomela encima, estando de rodillas sobre la cama, me rodeó con brazos y piernas el sentir como me introducía en ella, y mis dedos jugaban en su ano, uno de ellos entró en aquel apretado agujero cuando ya se le metía entera, se descolgó un brazo de mi nuca y su cuerpo ondulaba usándome como una barra a la que se agarraba. Sus alaridos y gritos eran escandalosos cuando se acercaban aquellas pequeñas explosiones de sensaciones que sentía en su interior, y que la llegar la hacían vibrar pegándose a mi pecho, una tras otra se hacían menos espaciadas en el tiempo, llegando el momento en que iba casi a 1 por minuto y no lo soportó más.

-CARMEN: ¡JODER, SIIIIII, ME CORRO, DIOS MIO, ME CORRO, DIOS MIO, JODER! – lo repetía sin parar, soltaba un río de fluidos echando la cabeza hacia atrás, y continuaba gritando haciendo fuerza contra cada embestida hasta la siguiente vez que se vaciaba.

Me costó aguantar su ritmo, casi me desmayo y la cabeza me daba vueltas, pero logré correrme de forma tan animal, dando botes altos haciéndola caer a plomo, que mi madre tuvo otro orgasmo final al sentir como le volvía a llenar de semen, uno leve y cansando. Me derrumbé encima de ella sin aliento, de forma que solo pudo acomodarse y soportar mi peso, sentía mi pecho chocando con el suyo para respirar, notando pequeñas convulsiones en su cuerpo. Con mi último gramo de energía, me aparté tumbándome a su lado, y mi madre serpenteó para llegar a mi pecho. Me quedé dormido con su cabeza apoyada en mí, y pensando que mi padre era un cerdo afortunado, ni cuando me lo montaba con tríos junto a Vanesa y Sara me habían dejado así de roto, y él había disfrutado de mi madre en exclusiva desde los 17 hasta los 41 años.

Dormimos mucho tiempo, y al despertarme seguíamos tal como me había dormido, la vi acurrucada sobre mi, con una mano en mi pecho y su cabeza en mi costado, su melena cayendo con gracia y con sus ojos cerrados, sonriendo sin parar. Empecé a ser consciente de donde me encontraba y lo que había pasado, era importante que cuando ella se despertara viera aquello normal. La cogí de la barbilla y la besé en los labios con cariño, se desperezó devolviéndomelos, y cuando abrió los ojos me miró un segundo sin moverse, temí una espantada, pero solo sonrió fascinada pegando su mentón al hombro.

-YO: buenos días.

-CARMEN: jajaja buenos días – la apreté contra mí hasta subírmela encima y quedar tumbada sobre mí, cogiéndola de culo, y besándola con lengua.

-YO: me has dejado agotado.

-CARMEN: jaja, y tú a mi, no me acuerdo de la última vez que alguien me sacó de quicio, puffff la cama entera apesta a sexo salvaje.

-YO: ahora ya sabes a lo que estoy dispuesto por hacerte feliz.

-CARMEN: ¡no esperaba que fueras capaz!, pero llevo desde el 1º día que te la he visto dura deseando que me follaras así.

-YO: pues no solo eso, siempre que lo necesites avísame, y te dejaré igual, no quiero que toque a otro hombre que no sea yo, ¿me has oído?

-CARMEN: ¿por que voy a molestarme? Tal y como haces el amor no necesito ni a tu padre, madre mía……. ¡que locura!

-YO: voy a darme una ducha y ver donde están las demás, tú haz el desayuno, estoy famélico – la cogí de la nuca y nos dimos un largo y pausado beso con lengua.

-CARMEN: vale.

Se rió cuando la di la vuelta y la besé en el cuello, se quedó en la cama retozando en una sabana arrugada, descolocada, manchada de fluidos y que desprendía un profundo olor a sexo. La ducha me sentó genial, y cuando salí, ella entró detrás, dándome otro beso húmedo y cálido.

Al pasar por el cuarto de Sara, la vi a ella y a mi hermana desnudas, al igual que al subir a mi cuarto y ver a Sonia boca arriba roncando, y Vanesa a un lado despierta, riéndose de los ronquidos, al verme se puso en pie y salió conmigo a la terraza, no le importó ir desnuda y que la abrazara por detrás rodeándola la cintura, oliendo sus rizos al pasar la cabeza por uno de sus hombros.

-YO: hola amor mío.

-VANESA: jajaja hola campeón.

-YO: estoy que no puedo con mi alma.

-VANESA: pues no te creas que yo estoy mejor, me costó una hora en la disco bailando que Sonia no se llevara a casa a ninguno, y luego en la cama me ha tenido media noche entre sus pechos, ¡madre mía, que pedazo de tetas!, casi me ahogo jajjajaja

-YO: ¿y mi tía y mi hermana?

-VANESA: nos siguieron, pero ellas van a su bola, creo que a tu hermana le está gustando mucho pasar las noches con tu tía………¿tú?

-YO: una bestia parda, ¡que mujer……!

-VANESA: ¿y esta mañana?

-YO: bien, lo he normalizado todo, he evitado mencionar lazos de sangre ni nada, como dijiste, y parecía encantada, me ha dicho que no recordaba la última vez que la habían dejado así…..

-VANESA: ¿lo hace mejor que yo? – sonrió dándole un tono travieso.

-YO: no lo sé, tal vez si…….pero a ella no la quiero…..solo te quiero a ti – la apreté con fuerza y se rió girando su cara para besarme en la frente.

-VANESA: ya te olvidarás de mi cuando regreses a casa y tengas a tu tía, tu madre y a Sonia, y si no tardas mucho a tu hermana también.

-YO: ¿hace falta? Si mi tía la mantiene contenta……

-VANESA: ya veremos como reacciona a lo de tu madre y tú, pero muy a mi pesar creo que si.

-YO: ¿a tu pesar?

-VANESA: si…….bueno…….las demás ha sido una partida de ajedrez, pero tu hermana, a ella la quieres de verdad.

-YO: no la quiero.

-VANESA: si la quieres, y un amor mucho más tierno, cariñoso y fuerte que el que sientes por mi, la adoras.

-YO: pero por que es mi hermana mayor, es una chica dulce y agradable, me ha ayudado mucho.

-VANESA: por eso es a mi pesar, de ella……de ella si que siento celos.

-YO: no lo entiendo.

-VANESA: ni yo…..no debería……pero si no hay más remedio……- me cogió de las manos y entrelazó sus dedos con los míos, nos quedamos un buen rato así.

Al bajar a desayunar todo manteníamos una facha de hipocresía y falsedad, todos sabíamos que pasaba y decidimos actuar como si nada. Nos dimos un paseo hasta la playa y disfrutamos del día, por 1 segundo me olvidé de todo y disfruté de Vanesa y su compañía. Por la tarde repasamos las fotos, se veía a los 3 chicos molestándolas, al verlas Vanesa se hizo un bola en mi pecho.

Y desde ese día pasé 2 semanas como un loco, por las mañanas iba a la cama de mi madre, y si quería dar un paseo lo dábamos, pero varios días deseaba sexo, y se lo daba, esos días no tenia para nadie más, nos pasamos en torno a unas 2 horas haciendo el amor de una forma salvaje y animal. Si no era uno de esos días le dedicaba ese tiempo a Sonia o Sara, que eran mucho menos……. voraces en ese aspecto. Por la noche me acostaba con Vanesa si teníamos ganas, pero me gustaba quedarme horas tumbados, de cara, mirándonos y acariciándonos, la divertía verme jugando con sus rizos, sin hacer nada más, hasta que Marta aparecía y nos dormíamos.

Quedaba una semana escasa para volver a casa y pensaba que todo había acabado, mi tía y mi hermana juntas, Sonia feliz de poder tener replica algunas veces, y mi madre encantada de poder desfondarse cuando lo necesitaba. Pero Vanesa me citó en la piscina, acudí presto, pensaba que solo me quería a mi, pero al verla sentada en el bordillo con los pies en el agua, y su mirada triste que sabia esconder, supe que iba algo mal. Me metí en el agua y acaricié sus piernas para abrazarla y besarla, sus ojos azules a medio día podrían ser ventanas al paraíso, y esa vez estaban oscurecidos.

-YO: no me gusta tu cara.

-VANESA: que bien me conoces ya…..- me acarició la mejilla.

-YO: ¿que pasa? dímelo.

-VANESA: pensaba que ya se había terminado…….pero me equivocaba……tu hermana está pensando en no volver a casa.

-YO: ¿como? – eso no me lo esperaba.

-VANESA: lo he elido en su diario…..

-YO: ¿se lo lees?

-VANESA: claro…ya me conoces, no puedo evitar ser traviesa…….da igual……..lo he leído y se que está confusa con su sexualidad, quiere aclararse las ideas y no puede hacerlo en tu casa, bajo la supervisión de tu padre.

-YO: ¿confusa en que?

-VANESA: ¿tú que crees? Lleva 3 semanas acostándose a diario con tu tía, se de buena tinta que Sonia también se acostaba con ella antes de todo esto, y cree que es lesbiana.

-YO: bueno……..no es algo tan raro….

-VANESA: para ti, pero piensa en tu padre…..y en como se lo tomaría, tiene miedo y quiere alejarse hasta tenerlo claro.

-YO: pues que lo haga, es mayor y puede tomar sus decisiones.

-VANESA: NO, tiene que volver a casa.

-YO: ¿por que?

-VANESA: por que si……….si no…….nada de esto servirá – sonó a excusa.

-YO: ¿y que puedo hacer para convencerla?

-VANESA: lo que ya temía……un hombre como tú puede………..despejar sus dudas.

-YO: no voy a acostarme con mi hermana para evitar que se haga lesbiana, ya tengo controlada la situación, hablaré con ella.

-VANESA: no será suficiente tienes…tienes que hacerlo – torció el gesto.

-YO: no pienso hacerlo, y menos sabiendo que te duele tanto.

-VANESA: ¡No me duele! ¿Por que debería? ¡Solo somos amores de verano, tenlo presente! – por lo que la conocía, que se enfadara así significa que tenia razón.

-YO: ¡ya basta Vanesa!, deja de fingir que no me quieres……- quiso apartar mi mano pero me dejó acariciarla la mejilla, sentí una gota caer en mis dedos, era una lágrima.

-VANESA: ¿por que me haces esto?………. ¡esto no tendría que ocurrir!

-YO: pero ha pasado, es real, y ya no quiero seguir siendo ese chico asustado que no dice lo que piensa, te amo Vanesa, y nada de lo que ha ocurrido, o de lo que pase va a cambiar eso….- soltó un bufido rápido.

-VANESA: eso dices ahora……….tú sabrás, si quieres regresar a casa con toda tu familia tienes que acostarte con tu hermana, no hay otra, en su diario no solo dice eso, si no que te menciona mucho, tú crees que ella es tu luz, pero tú eres tierra firme para ella, sin ti se siente perdida.

-YO: ahora tengo un sol entero delante de mí, no necesito rayos de luz, si mi hermana ha decidido……- me cogió de la cabeza amagando hacerlo un par de veces, mi tozudez la sacaba de sus casillas, pegó su frente a la mía, Vanesa estaba llorando y no quería hacerlo, pero no podía evitarlo, así que la abracé queriendo tranquilizarla.

-VANESA: no lo hagas más difícil de lo que es, hazlo, y pronto – me besó, con un sabor salado, y se alejó.

La discusión se repitió varios días, ella insistía y yo me negaba, discutíamos y ella lloraba por que me negaba, no la comprendía y eso me frustraba. Tanto que al final, no se como, accedí ha hacerlo, odiándome por ello, pero parecía que era lo único que la tranquilizaba. Diría que Vanesa quería que lo hiciera para que la demostrara algo, pero no sabia el qué, a esas alturas ya sabia que ella no se la convencía con palabras, si no con hechos, y no me dejaba otra salida. Me armé de valor para hacer lo que me pedía, con la esperanza de que eso me hiciera ganar puntos de cara a su marcha inminente, al final del verano, y así ganármela de una vez y para siempre. Me acompañó hasta la puerta de Sara, donde estaban ella y Marta, era el mejoro momento para meterme en su cama y acostarme con ambas, y por ende, con Marta.

-YO: no quiero hacerlo.

-VANESA: por favor……no lo compliques…….tú solo…..hazlo.

-YO: no lo haré si no quieres que lo haga.

-VANESA: ¡no quiero que lo hagas, joder!………lo…..lo necesito….. ¿vale?……tú hazme caso, entra ahí y déjala feliz, regresa a casa con tu familia y olvida que todo esto pasó – tenia que cogerla de la cabeza para que me mirara.

-YO: soy tuyo, me da igual lo que ocurra, el tiempo que pase y las circunstancias……te amo….y si necesitas que pase esto lo haré, por ti….- asintió con lágrimas en los ojos, y rostro firme.

-VANESA: por favor…..- me señaló la puerta, la besé antes de que hiciera un puchero y se alejó unos pasos.

Llamé a la puerta y me quedé mirando a Vanesa, que escondida en las sombras me miraba de forma tan triste y solitaria que me conmovió, al abrir al puerta entré, y al perder de vista a Vanesa sentí un enorme vacío en sus ojos. Sara me hizo pasar, iba en tanga y tenia a Marta en la cama tumbada solo con un camisón de los suyos.

-YO: hola chicas, ¿que hacéis?

-SARA: nada…….aquí charlando….

-YO: ¿puedo unirme?

-MARTA: ¡NO!- miró a Sara.

-SARA: mujer no seas así, mi cama siempre os recibirá a ambos.

-MARTA: pero es que es “él”……si se entera…..- lo dijo muy bajo, como si no lo fuera a oír.

-YO: ¿que pasa?, Marta, puedes decirme lo que sea…….- Sara me acompañó hasta la cama y me senté cogiendo de la mano a Marta, Sara se tumbó en la cama con gesto sensual.

-MARTA: si quieres estar con Sara puedo irme…..

-YO: no, hoy he venido a por ti.

-SARA: ummmmm se pone interesante.

-YO: no es eso………te noto distinta Marta, no solo por lo de Sara, te veo agobiada y pensativa, y tu no eres así, eres alegre y dicharachera, me duele verte así.

-MARTA: jope…….lo sé, y lo siento….pero tengo la cabeza hecha un lío – la besé la mano.

-SARA: díselo…..- Marta la miró asustada.

-YO: no la mires a ella, yo soy tu hermano, ¿si no me lo puedes decir a mí, a quien se lo vas a decir?

-MARTA: mi hermano no eres tú, tú eres una versión joven y potente de papá, si me da miedo decírselo a él, a ti me da pánico.

-YO: se que mi comportamiento ha sido raro y extraño, pero he tenido que ponerme así o esta casa se volvía una locura, pero eso ya ha pasado, en unos días volveremos a casa y esto quedará atrás.

-MARTA: es que….no se si voy a volver a casa – fingí no saberlo.

-YO: ¿Por que?

-MARTA: ¡por que si!… ¿vale?……..no estoy muy segura de lo que quiero, y si voy a casa terminaré haciendo lo que diga papá.

-YO: ¿pero que es eso que te tiene confusa? – no me lo decía, guardó silencio tirando con los dedos de la sabana.

-SARA: hija mía……pues que le gustan las mujeres…..- Marta la miró odiándola y sorprendida.

-MARTA: ¡TIA!

-SARA: merece saberlo, es tu hermano y sabes que te quiere, antes de darle la espalda tiene que saber por qué.

-YO: no pasa nada……..te gusta acostarte con Sara, estás experimentado, doy fe de lo buena que es en la cama.

-MARTA: no es solo ella Samuel, Sonia también, y hace un mes me traje a una pareja y me pasé más tiempo con ella que con él, ya no es una travesura…….siento que me atraen más, y no puedo evitarlo…….me meto en tu cama por que eres el único hombre que quiero, con las esperanza de que se me pase, de que sea un fase……pero no ocurre nada y yo…….yo pienso que seria mejor no volver a casa.

-YO: ¿y que pretendías que pasara en mi cama? – tragué saliva.

-MARTA: no lo sé…….te he visto con Sonia, con Sara, con Vanesa…….. y ahora con mamá, creía que no te importaría, que seria una más de tu harén particular, y así me demostraría que no era cierto….pero yo no soy suficiente para ti….- verla llorar era tan raro como enternecedor, la abracé con cariño.

-YO: eres la mujer más maravillosa que he conocido, eres guapa, lista, dulce, cariñosa y buena persona, eres la única persona que quería en mi vida, un rayo de luz en mitad de mi caos, y no iba a mancillar eso por un mal polvo.

-MARTA: ¿iba? ¿y ahora si? – la besé en la mejilla, y cogí aire varias veces, tomando la decisión que lo cambiaría todo, la tenia delante de mi pidiéndome que lo hiciera, algo dentro de mi me pedía a gritos que lo hiciera.

-YO: no………….Marta, no, ahora tampoco…….te quiero, eres mi hermana y te apoyaré en todo lo que decidas hacer, pero vuelve a casa conmigo, estaré a tu lado cuando hables con papá, no dejaré que te avasalle ni te intimide.

-MARTA: ¿harías eso por mí?

-YO: si, ya es hora de que maduremos, no podemos seguir siendo niños bajo su cinturón, papá ya no me da miedo.

-MARTA: eso es fácil decirlo sin él delante.

-SARA: yo también estaré a tu lado pequeña.

-YO: y mamá nos ayudará, sabe como manejarle, no te apartes de mi lado, no podría soportar mi vida sin ti, pero no voy a decirte que hacer, eso haría papá, ahora haz lo que creas que debes hacer, y te apoyaré en todo, tú decides.

-MARTA: no sé…….necesito pensar, pero me alegro un montón de que lo entiendas…- la sonrisa de mi hermana regresó -….. ¿me dejas a solas con Sara? – la besé la mano y la acaricié la cabeza.

Me arrepentiré el resto de mi vida salir por el balcón, fue un momento muy emotivo y me apetecía dar un paseo hasta la playa a solas, pensar en mi vida y en que todo había cambiado, nunca pensé que aquellas vacaciones terminarían así, pero ocurrió. El niño asustando y tímido que fue a unas aburridas vacaciones familiares había muerto, renació como un hombre fuerte y decidido.

Tenia que decírselo a Vanesa, tenia que decirla que no ocurrió nada, eso la alegraría, aunque no lo iba a reconocer, es posible que se enfadara conmigo incluso, pero en el fondo le gustaría saber que salve es parte de mi, y que lo hice por que la amaba, si le decía todo eso seguro que se olvidaría de eso del “amor de verano” y me querría tanto como yo la quería a ella.

Al volver a casa la busqué, había pasados unas horas, pero no la encontré, subí a mi cuarto y todas sus cosas habían desapareció, aquello me aceleró el corazón, la llamé a gritos, y luego a su móvil, sonó en la mesa del salón, allí estaba el móvil, encima de una nota en papel.

“Lo siento mucho Samuel, pero esto es más de lo que puedo soportar, ha sido irritantemente sorprendente, y gratificaste, como has logrado llegarme al corazón, y no quiero que descubras que tipo de persona soy en realidad, así que me voy. Eres feliz con tu familia unida, y eso debo respetarlo, no sabes cuanto deseo quedarme a tu lado, te quiero aunque me cueste y me odie admitirlo, pero……. ¡Dios, te he mentido tanto!…….lo justo es que me vaya sin una despedida, no la merezco. Te pediría que me olvidaras, pero se que me dirías que no puedes, y terminarías diciendo alguna frase de las tuyas, de esas que me encantan y que me derriten por dentro, acabaría quedándome a tu lado, y te mereces algo mejor que yo, lo nuestro no puede funcionar. Así que prefiero que me recuerdes tal como me has conocido, y espero que añores este verano con cariño, por que yo pensaré en ti cada día de mi vida.

Por favor, no me busques, ni vayas detrás de mi, no me sigas, es mejor así.

Dale un beso dulce y tierno a ese chico bueno, gentil y amable que conocí. Por favor, no cambies, por que quedan pocos hombres como tú en este triste y amargo mundo…….Adiós y Gracias de corazón por este verano.”

Me eché a llorar a mitad de carta, las lágrimas cayeron al papel, volqué la mesa y empecé a gritar, bajaron todas a verme pero llegaron tarde, yo ya iba camino de la moto, y casi atropello a una persona al ir a la casa donde estaba Jaime, solté la moto, que se quedó dando vueltas, y entré llamándola a viva voz, Jaime apareció con una en cada brazo y le cogí de la pechera.

-YO: ¿DONDE ESTÁ VANESA?

-JAIME: ehhhhhhh tranquilo, ha venido hace una hora.

-YO: ¿donde ha ido?

-JAIME: ha sido rarísimo, se ha quedado fuera, estaba llorando, no se por qué, con las maletas y todo, ha pasado un coche negro de lujo de 5 puertas, y se la ha llevado, no se ha donde….. ¡te lo juro!

-YO: ¡JODER! ¿QUIEN LA CONOCE AQUÍ, DONDE VIVE, ALGUIEN TIENE NUMERO DE TELEFONO? – repetí aquellas preguntas por todas las habitaciones, pero no encontré a nadie que la conociera, incluso las chicas con las que la había visto se habían ido hacia una semana, solo quedaban unas 10 personas y a ninguna le sonaba de nada Vanesa.

Cogí la moto, llevado por la rabia y la desesperación, me metí con un ciclomotor de 49 caballos en la autovía, algo prohibido, y le di gas hasta recorrer 60 kilómetros, buscando un coche negro de lujo de 5 puertas, pero me llevaban media hora de ventaja y ellos llegaban a más de 80 por hora. Inconsciente de ello no paré hasta quedarme sin gasolina, y aún así empujé la moto otros 3 kilómetros hasta la siguiente gasolinera, pero al llegar me di cuenta que no llevaba la cartera, no llevaba nada, ni el móvil….me tiré al suelo y seguí llorando, no había parado de hacerlo desde que leí la maldita nota, que también me había dejado en casa, quería echar a correr por la carretera tras ella, pero no podía sin dejar la moto, y tenia calambres ya de empujarla. Iba a causar un accidente, casi me mato 3 veces al pasar con algo tan liviano al lado de un camión grande, no sabio que hacer y sentía una punzada en el corazón que me estaba matando.

Al verme allí tirado varios conductores creyeron que me había caído de la moto, y se mostraron amables para ayudarme, uno me dejó el móvil, y llamé a Vanesa, pero lo cogió Sara en mi casa, ni me acordaba de que también se había dejado el móvil, la dije donde estaba y me pidió que no me moviera, que vendrían a por mi. Una señora se quedó conmigo y le conté lo que ocurría, se conmovió al oírlo, y se quedó conmigo hasta que Sara apareció con el coche, con todas, me abracé a Marta y no la solté. Quería ir con el coche de Sara a seguir la búsqueda, pero ya era inútil, había pasado otra hora larga, me metieron en el coche y me eché en el regazo de Marta, llorando sin comprender nada, “¿que más podría haber hecho?”. Ni los dedos de Marta jugando con mi pelo me calmaron, se quedó a dormir conmigo esa noche, y todas. De golpe di 4 pasos atrás y volvía a ser un niño asustado y débil, me trataban como un jarrón a punto de romperse, sin saber que ya estaba roto. Marta me decía que no podía dejarme así, y que volvería a casa, como si eso me importara en ese momento, pero se lo agradecí.

De los últimos días no recuerdo haber salido de la cama, y no hablaba con nadie que no fuera Marta. Cuando regresó mi padre para recogernos en el coche, me miró con desprecio al verme tan mal, pero me daba igual, mi hermana trató de animarme haciendo el viaje de vuelta con ella, Sara y Jaime, pero no hubo manera. Estaba sentado atrás con Jaime, que no habló en casi todo el camino.

-JAIME: esa chica te gustaba de verdad, ¿no? lo siento de verdad tío.

-YO: tú que vas a sentir…….

-JAIME: lo sé, se que he sido un capullo este verano, pero te miro, y veo que esa chica era especial para ti, la traté mal, y tampoco es que me haya comportado mucho mejor con las demás, te pido disculpas.

-YO: gracias, pero llegan tarde, y no me ayuda en nada.

-JAIME: joder….ha sido duro….. ¿sabes que hasta llamé a tu padre cuando me echaste? Le dije unas cuantas cosas y dijo que el se ocupaba……supongo que al final todo sigue su curso…

No le presté atención, fui un cadáver todo el camino, y al llegar a casa me pasé 2 días en la cama. Solo dormía y comía algo, tampoco mucho, me quedaba horas mirando el móvil de Vanesa, las fotos que nos hicimos, los mensajes y recordando cada instante a su lado, anotándolo, y aquí os lo he dejado.

——————————–
Depresión post vacacional, así lo llaman ahora, es esa sensación de hastío y sopor al regresar de unas vacaciones, lo que toda la vida se ha llamado volver a tu mierda de vida, pero la gente se afana en ponerle nombres a las cosas para sentirse mejor, supongo, a mi no me ayuda. Me estoy volviendo loco, y no es por que tenga que volver a una vida rutinaria y normal en todos los aspectos, si no por el hecho de que todos a mi alrededor se comportan de forma natural, como si no hubiera pasado nada en estos 3 meses de vacaciones que me he pasado en la casa de la playa con la familia, es como si un gran dinosaurio se hubiera paseado por el centro del salón y solo yo pareciera haberlo visto, cuando trato de hablar de ello, me evitan, se hacen los locos o directamente me ignoran.

Mi madre volvió a ser la misma mujer servicial en cuanto entró por la puerta, tratando a mi padre como a un dios, supongo que si consiguió que Sara se quedara en casa hasta que encontrara donde ir. Marta mantuvo su compostura hasta que al 2 día me dijo que iba a hablar con papá de su sexualidad, no estaba para tonterías, pero se lo prometí, y estaba harto de auto compadecerme. Esperamos a que regresara del trabajo y nos sentamos, me puse al lado de Marta cogiéndola de la mano.

-MARTA: mira papá, esto me resulta muy duro, pero tengo que decirte algo.

-ROBERTO: adelante, hija mía.

-MARTA: este verano me he dado cuenta de algo, o mejor dicho, me ha ayudado a convencerme de algo……….siempre te estás quejando por que no tengo novio formal, …pues bien…- cogió aire- …..creo que soy homosexual.

-ROBERTO: ¡¿como?! – solo con su tono de voz Marta me clavó la uñas.

-MARTA: si……bueno…..que me gustan las mujeres.

-ROBERTO: ya se lo que significa, no soy estúpido, ¿como puedes hacer esto?, te vas a arruinar la vida.

-MARTA: me siento así, y no puedo cambiarlo.

-ROBERTO: eso son cosas de críos, os pasa a todas, tu olvídate de líos, ya encontrarás a un hombre que te haga feliz y te de hijos.

-MARTA: pero papá….- la lanzó su mirada, esa que según todos sus compañeros hacia temblar hasta a los jueces.

-ROBERTO: se acabó la conversación – se puso en pié y se disponía a irse, como siempre, con al última palabra y nadie tenia derecho a decir nada, y se hubiera ido como siempre.

-YO: no…………..papá, no se ha acabado – me puse en pie, él se giró dedicándome su mirada a mi, casi me vuelvo a sentar, antes lo hubiera hecho, antes.

-MARTA: no, déjalo……….- la acaricié el pelo.

-ROBERTO: ¿como dices?

-YO: Marta está tratando de decirte como se siente, y eso no lo vas a cambiar zanjando la conversación.

-ROBERTO: ¿y pretendes que sonría y asienta ante esa desfachatez? – de golpe mi madre, que andaba por allí fingiendo no prestar atención, desapreció, como solía hacer cuando mi padre se ponía así, deseé que Sara no hubiera salido, y sobretodo, tener a Vanesa a mi lado, pero allí estaba solo delante de él.

-YO: lo que pretendo es que dejes que Marta sea libre de hace lo que quiere, somos adultos y tenemos que tomar nuestras propias decisiones, Marta no está aquí para pedirte tu opinión, te lo está diciendo, esperando que la apoyes, por que no es nada fácil decirte esto.

-ROBERTO: ¿y lo tiene que ser para mi?, Samuel, basta, esto no va a ir a ningún sitio, Marta está confundida, ya sabia yo que no era buena idea llevar a tu tía, Sara logra que las mujeres pierdan el norte, lo se bien, pero mi niña no es una burda bollera, no la he educado para que se pase su vida comiendo coños de camioneras – su forma de acercarse imponía un respeto brutal.

-MARTA: papá, eso no es así…..- se puso en pie a mi lado, casi se vuelve a sentar al mirarle a la cara, pero tiré de su mano.

-ROBERTO: ¿y como es? ¿acaso piensas en como me va a afectar esto? imagina las risas si se enteran en mi trabajo ¿sabes cuanto daño puedes hacer a esta familia si se difunde?

-YO: eres un retrogrado y un hipócrita de mierda…. – me salió del alma, y al oírmelo decir hasta él se sorprendió más que yo –…. ¿te importa una mierda tu hija, a la que has tratado con mimo y cariño toda su vida, ahora que se abre a ti? solo te importa tu trabajo y la opinión de unos completos desconocidos.

-ROBERTO: esos desconocidos me ayudan a mantener a esta familia, ¡así que tenlo muy presente antes de faltarme al respeto de esa forma bajo mi techo! – oírle gritar no daba tanto pavor como que fuera al 1º vez que le veía fuera de si.

-YO: ¿y debemos que ser tus marionetas toda nuestra vida a cambio?

-ROBERTO: mira calmémonos…………..Samuel, antes de hacer o decir alguna barbaridad más, espero que recapacites, no se que demonios a pasado estos 2 meses allí, pero se tiene que terminar, ahora estáis en mi casa, vamos a comportarnos todos como siempre y dejar pasar todo esto…….

-MARTA: no papá, estoy harta, harta de tus apariencias y de tus mentiras, de cómo nos tratas.

-ROBERTO: maldita desagradecida, ¿acaso te he tratado mal?

-MARTA: a mi no, me lo has dado todo, mientras fuera tu niña bonita, pero ahora te necesito no me capetas como soy, en cambio a Samuel le has hecho la vida imposible, y a mamá la has minimizado hasta ser tu criada.

-ROBERTO: por que me dan lastima, vuestra madre necesita mano dura, y Samuel…………. es débil y un cobarde, me deja a cuadros que tengo los arrestos de hablarme así, solo pretendía forjarle un poco de carácter.

-YO: pues enhorabuena, ya tienes al hijo que siempre has querido, y no ha sido gracias a ti….con una esposa sumisa y un hija a la que has querido moldear a tu gusto…………así que no te debemos nada.

-ROBERTO: me estáis empezando a enfadar.

-YO: pues acostúmbrate, por que las cosas van a cambiar.

Cogí de la mano a mi hermana y nos fuimos a su cuarto, de fondo escuchábamos a mi padre enervado con mi madre, mientras trataba de calmar a Marta, que parecía a punto de derrumbarse, temblando sin control, la pedía que visualizara una playa, con la olas, y respirar al ritmo de aquel oleaje tranquilo. No nos hablamos durante toda la noche, y cenamos en su cuarto, dormí con Marta, para no dejarla sola, aunque en realidad solo ella durmió, yo estaba despierto a su lado, no pegué ojo en toda la noche.

Me sentía con fuerzas, como un gigante, por enfrentarme a mi padre, y aquello empezó a darme vueltas a la cabeza, había algo, lo notaba, sentía que se me escapaba algo, pero no sabia que era, todo se mezclaba en mi cabeza, Vanesa, mi familia, aquel verano…………. tenia una imagen borrosa en la cabeza y necesitaba enfocarla, me faltaba una pieza enorme del puzzle, y no la tenia.

“Vanesa, tengo que encontrar a Vanesa.”

FIN.

 

Relato erótico: “Miradas…(2 parte)” (POR DULCEYMORBOSO)

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    …. El hombre le explicó a Nuria que iría a la cocina un momento. Le indicó que aprovechara para ponerse cómoda y que enseguida volverÍa. La joven vió como Damián desaparecía por el pasillo y con mucho nerviosismo comenzó a desabrochar su blusa. Se la quitó y la apoyó en el sillón de la esquina. Miró hacia el pasillo y desabrochó su pantalón. Descalzándose y quitándose los calcetines se acercó a la cama. Sin pensárselo dos veces se quitó el pantalón. Se miró en un espejo que había frente a la cama. Se ruborizó al verse en braguitas en la habitación de un hombre que apenas conocía. Nuria se tumbó en la cama. Su corazón latía muy acelerado…
    Damián terminó en la cocina y pensó que aquella muchacha ya había tenido tiempo para relajarse un poco. La verdad, él también estaba nerviosísimo pensando que sucedería con ella. Recordaba la tarde anterior y deseaba volver a tener la oportunidad de admirar su joven cuerpo desnudo. Al girar en el pasillo, pudo ver los pies de la joven sobre la cama. Según se iba acercando pudo ver que sus piernas estaban desnudas. Al llegar a la habitación la vió tumbada en su cama. Estaba preciosa. Estaba tan sólo con un sujetador azul y una braguita del mismo color. Sus miradas se encontraron y las mejillas de la joven se ruborizaron.
      – Tranquila pequeña , no sientas vergüenza. Eres una muchacha preciosa…
      – Gracias , usted es muy bueno y agradable conmigo.
     
     El hombre se sentó en la cama a su lado y le acariciaba el cabello transmitiéndole confianza y cariño. Ella al sentir aquellas caricias se acercó a él.
         – Te gusta haber dado el paso de venir a junto mío?
         – Si . Pero siento muchos nervios y vergüenza…
         – Hagamos como antes Nuria, cierra los ojos cariño…- La joven los cerró y él siguió hablándole con mucha ternura – Quieres que te vea otra vez desnuda? Contesta con tu cabeza.
         Nuria asintió. Damián le hablaba al oído. Su voz era grave y le transmitía sensación de protección. Con delicadeza la giró poniéndola boca abajo. Ella con los ojos cerrados sentía la mano de aquel hombre acariciar su cabello,su espalda. Su corazón latía desbocado. Los dedos hábiles de aquel hombre desabrocharon su sujetador. Nuria escuchaba como ese señor le decía palabras cariñosas mientras le deslizaba las tiras del sujetador por los brazos y se lo quitaba. Aquella mano acariciaba de nuevo su espalda. Estaba caliente.Nunca la acariciaran con tanta delicadeza. Su cuerpo tembló al sentir la caricia de ese hombre en sus nalgas por encima de la braguita.
           Damián miraba el hermoso cuerpo de aquella jovencita. Su piel era suave. Su excitación era muy fuerte. Tenía en su cama a la jovencita que tantas veces había imaginado desnuda. La muchacha que tantas veces había espiado con su novio, había ido a su casa para estar sola con él. Damián gimió de placer al acariciar las nalgas de la pequeña. Sus dedos agarraron con suavidad el borde de la prenda íntima y la comenzó a bajar. Nuria presa de la vergüenza se tapó la cara con la almohada. Un sin fin de sensaciones se apoderaron de su cuerpo al sentirse desnuda. Un intenso cosquilleo se apoderó de su sexo al sentir que aquel señor acariciaba sus nalgas desnudas y separándolas un poco le decía:
          – Tienes un culo y un ano precioso…
       Nuria no pudo evitar gemir cuando sintió los dedos de aquel señor rozar su rajita húmeda.
         – Estoy mirando tu rajita Nuria, disfruta pequeña
         – Mirela Damián – respondió ella excitada por el morbo de sentir que la miraba.
       Damián la giró de nuevo poniéndola boca arriba. Nuria con la cara tapada por la almohada se estremeció al sentir que ese hombre la estaba mirando totalmente desnuda. Le acarició los pechos. Jamás había pensado que sus pezones se podían poner tan duros. Aquel hombre sabía cómo acariciarla y darle placer. Su mano bajó hacia su rajita y se la acarició. Damián se sorprendió de lo mojada que estaba aquella jovencita. Sentirla así lo hizo gemir de morbo. Aquel sexo era hermoso. Al separar sus labios se sorprendió al ver su color rosa intenso. El clitoris juvenil asomaba rogando ser iniciado al placer. Llevaba dieciocho años oculto entre aquellos pliegues deseando ser mimado y besado por alguien. Damián miró el clítoris de la muchacha y supo entender que reclamaba. Un intenso gemido escapó de la garganta de la jovencita cuando sintió que ese señor le besó su rajita y sus labios rozaban su clítoris. Lamió con verdadero placer aquel delicioso coño lleno de abundantes flujos. Nuria gemía muy excitada y sorprendida por el placer que aquel hombre le hacía sentir.
         Se excitó muchísimo cuando al separarse un poco, vió como Nuria levantaba las caderas buscando su boca. Aquella muchacha se moría por sentir que le lamía el coño. Damián lamió su clítoris y cuando vió que la muchacha iba a sentir orgasmo, lo atrapó entre sus labios y succionó hábilmente. Fue el orgasmo más maravilloso que había presenciado nunca. El cuerpo de aquella joven se agitaba en convulsiones maravillosas de placer. Nuria sintió que Damián retiraba la almohada y se ruborizó al verlo. Él la abrazó. Besando su cabeza mientras la joven aún sufría pequeñas convulsiones le hablaba al oído tranquilizando…
         Nuria se abrazaba a Damián muy fuerte. Pensaba que nunca había imaginado que se podían sentir orgasmos tan intensos. Lo miraba con reparo y a la vez con agradecimiento por haberla hecho sentir tanto placer…
          – Damián….- le dijo ella con voz nerviosa
          – Dime pequeña….
          – Me gustaría poder verte como ayer – Nuria se sonrojó al reconocerle a aquel hombre su deseo de verlo desnudo.
          – Claro Nuria, me veras como desees….
        Damián besó la cabeza de la joven y ella lo miró. Muy nerviosa puso la mano sobre los ojos de él tapándose los y acercó su boca a la de ese hombre. Sus labios entreabiertos lo besaron. Damián se estremeció al sentir que aquella muchacha lo besaba en la boca profundamente….
(CONTINUARÁ)
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
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verano inolvidable2Sinopsis:

Contra mi voluntad, mi madre me informa que su hermana pequeña, mi tía Elena, me va a hacer compañía ese verano en Laredo. Cabreado intento convencer pero no da su brazo a torcer por lo que salgo rumbo a la playa con ella, sin saber que ese verano cambiaría para siempre el rumbo de nuestras vidas. Junto con ella, seduzco a Belén y a su madre.

A partir de ahí, los cuatro juntos nos sumergimos en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

Capítulo 1

La historia que os voy a contar me ocurrió hace algunos años, cuando estaba estudiando en la universidad. Con casi veintidós años y una más que decente carrera, mis viejos no podían ningún impedimento a que durante las vacaciones de verano, me fuera solo a la casa que teníamos en Laredo. Acostumbraba al terminar los exámenes a irme allí solo y durante más de un mes, pegarme una vida de sultán a base de copas y playa. Por eso cuando una semana antes de salir rumbo a ese paraíso mi madre me informó que tendría que compartir el chalet con mi tía, me disgustó.
Aunque mi relación con la hermana pequeña de mi madre era buena, aun así me jodió porque con Elena allí no podría comportarme como siempre.
«Se ha acabado andar desnudo y llevarme a zorritas a la cama», pensé, «y para colmo tendré que cargar con ella».
Mis reticencias tenían base ya que mi tía era una solterona de cuarenta años a la que nunca se le había conocido novio y que era famosa en la familia por su ingenuidad en temas de pareja. No sé cuántas veces presencié como mi padre le tomaba el pelo abusando de su falta de picardía hasta que mi madre salía en su auxilio y le explicaba el asunto. Al entender la burla, Elena se ponía colorada y cambiaba de tema.
―No entiendo que con casi cuarenta años caigas siempre en esas bromas― le decía mi vieja, ― ¡Madura!
Los justificados reproches de su hermana lo único que conseguían era incrementar la vergüenza de la pobre que normalmente terminaba yéndose de la habitación para evitar que su cuñado siguiera riéndose de ella.
Pero volviendo a ese día, por mucho que intenté hacerle ver a mi madre que además de joderme las vacaciones su hermana se aburriría al estar sola, no conseguí que diera su brazo a torcer y por eso me tuve que hacer a la idea de pasar un mes con ella.

Nos vamos a Laredo mi tía y yo.
Tal y como habíamos quedado, a mediados de Junio, me vi saliendo con ella rumbo al norte. Como a ella no le apetecía conducir en cuanto metimos nuestro equipaje, me dio las llaves de su coche diciendo:
― ¿Quieres conducir? Estoy muy cansada.
Ni que decir tiene que en cuanto la escuché acepté de inmediato porque no en vano el automóvil en cuestión era un precioso BMW descapotable. Encantado con la idea me puse al volante mientras ella se sentaba en el asiento del copiloto. Ya preparados, nos pusimos en camino. No tardé en comprobar que mi tía no había mentido porque al rato se quedó dormida.
Para los que no lo sepan, entre Madrid y Laredo hay unos cuatrocientos cincuenta kilómetros y se tarda unas cuatro horas sin incluir paradas y viendo que no iba a obtener conversación de ella, puse la radio y decidí comprobar si como decían las revistas, ese coche era una maravilla. Con ella roncando a pierna suelta y aunque había mucho tráfico, llegué a Burgos en menos de dos horas y como me había pedido parar en el hotel Landa para almorzar, directamente me salí de la autopista y entré en el parking de ese establecimiento.
Ya aparcado y antes de despertarla, me la quedé mirando. Mi tía seguía dormida y eso me permitió observarla con detenimiento sin que ella se percatara de ese escrutinio.
«Para su edad está buena», sentencié después darle un buen repaso y comprobar que la naturaleza le había dotado de unas ubres que rivalizarían con las de cualquier vaca, «lo que no comprendo es porqué nunca ha tenido novio».
En ese momento fue cuando realmente empecé a verla como mujer ya que hasta entonces Elena era únicamente la hermana de mamá pero ese día corroboré que esa ingenua era dueña de un cuerpo espectacular. Su melena castaña, su estupendo culo y sus largas piernas hacían de ella una mujer atractiva. La confirmación de todo ello vino cuando habiéndola despertado, entramos al restaurante de ese hotel y todos los hombres presentes en el local se quedaron mirando embobados el movimiento de sus nalgas al caminar.
Muerto de risa y queriendo romper el hielo, susurré en su oído:
―Tía, ¡Debías haberte puesto un traje menos pegado!
Ella que ni se había fijado en las miradas que le echaban, me preguntó si no le quedaba bien. Os juro que entonces caí en la cuenta que no sabía el efecto que su cuerpo provocaba a su paso y soltando una carcajada, le solté:
― Estupendamente. ¡Ese es el problema! – y señalando a un grupo de cuarentones sentados en una mesa, proseguí diciendo: ― ¡Te están comiendo con los ojos!
Al mirar hacía ese lugar y comprobar mis palabras, se puso nerviosa y totalmente colorada, me rogó que me pusiera de modo que tapara a esa tropa de salidos. Cómo es normal, obedecí y colocándome de frente a ella, llamé al camarero y pedí nuestras consumiciones.
Mientras nos las traía, Elena seguía muy alterada y se mantenía con la cabeza gacha como si eso evitara que la siguieran mirando. Esa actitud tan esquiva, ratificó punto por punto la opinión que mi viejo tenía de su cuñada:
“Mi tía era, además de ingenua, de una timidez casi enfermiza».
Viendo el mal rato que estaba pasando, le propuse que nos fuéramos pero entonces ella, con un tono de súplica, me soltó:
― ¿Soy tan fea?
Alucinado porque esa mujer hubiese malinterpretado la situación, me tomé unos segundos antes de contestar:
― ¿Eres tonta o qué? No te das cuenta que si te están mirando es porque estás buenísima.
Mi respuesta la descolocó y casi llorando, dijo de muy mal humor:
― ¡No me tomes el pelo! ¡Sé lo que soy y me miro al espejo!
Fue entonces cuando asumiendo que necesitaba que alguien le abriera los ojos y sin recapacitar sobre las consecuencias, contesté:
― Pues ponte gafas. No solo no eres fea sino que eres una belleza. La gran mayoría de las mujeres desearían que las miraran así. Esos tipos te están devorando con los ojos porque seguramente ninguna de sus esposas tiene unas tetas y un trasero tan impresionantes como el tuyo.
La firmeza con la que hablé le hizo quedarse pensando y tras unos instantes de confusión, sonriendo me contestó:
― Gracias por el piropo pero no te creo.
Debí haberme quedado callado pero me parecía inconcebible que se minusvalorara de ese modo y por eso cometí el error de cogerle de la mano y decirle:
― No te he mentido. Si no fueras mi tía, intentaría ligar contigo.
Lo creáis o no creo que en ese preciso momento esa mujer me creyó porque mirándome a los ojos, me dio las gracias sin percatarse que bajo su vestido involuntariamente sus pezones se le habían puesto duros. El tamaño de esos dos bultos fue tal que no pude más que quedarme embobado mientras pensaba:
“¡No me puedo creer que nunca me hubiese fijado en sus pitones».
Tuvo que ser el camarero quien rompiera el incómodo silencio que se había instalado entre nosotros al traer la comanda. Ambos agradecimos su interrupción, ella porque estaba alucinada por el calor con el que la miraba su sobrino y yo por el descubrimiento que Elena era una mujer de bandera.
Al terminar ninguno de los dos comentó nada y hablando de temas insustanciales, nos montamos en el coche sin ser enteramente conscientes que esa breve parada había cambiado algo entre nosotros.
«Estoy como una cabra», mascullé entre dientes, «seguro que se ha dado cuenta de cómo le miraba las tetas».

Durante el resto del camino la hermana de mi madre se mantuvo casi en silencio como rumiando lo sucedido. Solo cuando ya habíamos dejado atrás Bilbao y estábamos a punto de llegar a Laredo, salió de su mutismo y como si no hubiéramos dejado de hablar del tema, me preguntó:
―Si estoy tan buena, ¿Por qué ningún hombre me ha hecho caso?
Como su pregunta me parecía una solemne idiotez, sin medirme, contesté:
―Ya que tienes ese cuerpazo, ¡Muéstralo! ¡Olvídate de trajes cerrados y ponte un escote! ¡Verás cómo acuden en manada!
Confieso que nunca preví que tomándome la palabra, me soltara:
―¿Tú me ayudarías? ¿Me acompañaría a escoger ropa?
La dulzura pero sobre todo la angustia que demostró al pedírmelo, no me dio pie a negarme y por eso le prometí que al día siguiente, la acompañaría de compras. Lo que no me esperaba que poniendo un puchero, Elena contestara:
―No seas malo. Es temprano, ¿Por qué no hoy?
Al mirar el reloj y descubrir que ni siquiera era hora de comer, contesté:
―De acuerdo. Bajamos el equipaje en casa, comemos y te acompaño.
Su sonrisa hizo que mereciera la pena perderme esa tarde de playa, por eso no me quejé cuando habiendo descargado nuestras cosas y sin darme tiempo de acomodarlas en mi habitación, me rogó que fuéramos a un centro comercial a comer y así tener más tiempo para elegir.
―¡He despertado a la bestia!― exclamé al notar la urgencia en sus ojos.
Elena soltando una carcajada, me despeinó con una mano diciendo:
―He decidido hacerte caso y cambiar.
La alegría de su tono me debió advertir que algo iba a suceder pero comportándome como un lelo, me dejé llevar a rastras hasta ese lugar. Una vez allí, entramos en un italiano y mientras comíamos, mi tía no paró de señalar los vestidos de las crías que iban y venían por la galería, preguntando como le quedarían a ella. El colmo fue al terminar y cuando nos dirigíamos hacia el ZARA, Elena se quedó mirando el escaparate de Victoria Secret´s y mostrándome un picardías tan escueto como subido de tono, me preguntara:
―¿Te parecería bien que me lo comprara o es demasiado atrevido?
Cortado por que me preguntara algo tan íntimo, contesté:
―Seguro que te queda de perlas.
Elena al dar por sentada mi aprobación entró conmigo en el local y dirigiéndose a una vendedora, pidió que trajeran uno de su talla. Ya con él en su mano, se metió en el probador dejándome a mí con su bolso fuera. No habían trascurrido tres minutos cuando vi que se entreabría la puerta y la mano de mi tía haciéndome señas de que entrara. Sonrojado hasta decir basta, le hice caso y entré en el pequeño habitáculo para encontrarme a mi tía únicamente vestida con ese conjunto.
Confieso que me quedé obnubilado al contemplarla de esa guisa y recreando mi mirada en sus enormes pechos, no pude más que mostrarle mi asombro diciendo:
― ¡Quién te follara!
La burrada de mi respuesta, la hizo reír y mientras me echaba otra vez para afuera, la escuché decir:
―¡Mira que eres bruto! ¡Qué soy tu tía!
Por su tono descubrí que no se había enfadado por mi exabrupto ya que aunque era el hijo de su hermana, de cierta manera se había sentido halagada con esa muestra tan soez de admiración.
«No puede ser», pensé al saber que además para ella yo era un crío.
Al salir ratificó que no le había molestado tomándome del brazo y con una alegría desbordante, llevándome de una tienda a otra en busca de trapos. No os podéis hacer una idea de cuantas visitamos y cuanta ropa se probó hasta que al cabo de dos horas y con tres bolsas repletas con sus compras, salimos de ese centro comercial.
Ya en el coche, mi tía comentó entre risas:
―Creo que me he pasado. Me he comprado cuatro vestidos, el conjunto de lencería y un par de bikinis.
―Más bien― contesté mientras encendía el automóvil.
Ni siquiera habíamos salido del parking cuando haciéndome parar, me pidió que bajara la capota ya que le apetecía sentir la brisa del mar. Haciendo caso, oprimí el botón y en menos de diez segundos, el techo se escondió y ya totalmente descapotados salimos a la calle.
―¡Me encanta!― chilló con alegría,
La felicidad de su rostro mientras recorríamos el paseo marítimo, me puso de buen humor y momentáneamente me olvidé el parentesco que nos unía, llegando al extremo de posar mi mano sobre su muslo. Al darme cuenta, la retiré lo más rápido que pude pero entonces Elena protestó diciendo:
―Déjala ahí, no me molesta.
La naturalidad con la que lo dijo, me hizo conocer que quizás en pocas ocasiones había sentido sobre su piel la caricia de un hombre y por eso no pude evitar excitarme pensando que podía seguir siendo virgen.
«Estoy desvariando», exclamé mentalmente al percatarme que esa mujer que estaba deseando desflorar era mi familiar mientras a mi lado, ella había vuelto a poner mi mano sobre su muslo.
Instintivamente, mi imaginación voló y mientras pensaba en cómo sería ella en la cama, comencé a acariciarla hasta que la realidad volvió de golpe en un semáforo cuando al mirarla descubrí que tenía su vestido completamente subido y que podía verle las bragas.
«¡Qué coño estoy haciendo!», pensé al darme cuenta que estaba tocando a la hermana de mi madre.
Asustado por ese hecho pero no queriendo que ella se molestara con una rápida huida, aproveché que se ponía verde para retirar mi mano al tener que meter la marcha y ya no volví a ponerla sobre su muslo. Pasado un minuto de reojo comprobé que Elena estaba cabreada pero como no podía reconocer que estaba disfrutando con los toqueteos de su sobrino y más aún el pedirme descaradamente que los continuara.
Afortunadamente estábamos cerca de la casa de mis padres y por eso sin preguntar me dirigí directamente hacia allá. Nada más cruzar la puerta, mi tía desapareció rumbo a su cuarto dejándome con mi conciencia. En mi mente me veía como un pervertidor que se estaba aprovechando de la ingenuidad de esa mujer y de su falta de experiencia y por eso decidí tratar de evitar cualquier tipo de familiaridad aun sabiendo que eso me iba a resultar difícil porque estaríamos ella y yo solos durante un mes.
Habiéndolo resuelto comprendí que lo mejor que podía hacer era irme a dar una vuelta y eso hice. En pocas palabras, hui como un cobarde y no volví hasta que Elena me informó que me estaba esperando para cenar.
―Al rato llego― contesté acojonado que le dijera a mi vieja que la había estado tocando.
Aunque le había dicho que tardaría en volver, comprendí que no me quedaba más remedio que ir a verla y pedirle de alguna manera perdón. Creo que mi tía debió de suponer que tardaría más tiempo porque al entrar en el chalet, escuché que estaba la tele puesta.
Al acercarme al salón, la encontré viendo una de mis películas porno. No sé si fue la sorpresa o el morbo pero desde la puerta me puse a espiar que es lo que hacía para descubrir que creyéndose sola, se estaba masturbando mientras miraba como en la pantalla un jovencito se tiraba a una cuarentona.
“¡No me lo puedo creer!», pensé al saber que entre todas mis películas había ido a escoger una que bien podría ser nuestra historia. «Un veinteañero con una dama que le dobla en edad».
Ese descubrimiento y los gemidos que salían de su garganta al acariciarse el clítoris, me pusieron como una moto y bajándome la bragueta saqué mi pene de su encierro y me empecé a pajear mientras observaba en el sofá a mi tía tocándose. Elena sin saber que su sobrino la espiaba desde el zaguán, separó sus rodillas y metiendo su mano por debajo de su braga, separó sus labios y usando un dedo, lo metió dentro de su sexo.
Sabía que me podía descubrir pero aun así necesitaba verla mejor y por eso agachándome, gateé hasta detrás de un sillón desde donde tendría una vista inmejorable de sus maniobras. Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida tía cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
“¡Está tan bruta como yo», tuve que admitir mientras me pajeaba para calmar mi excitación.
A mi lado, Elena intensificó sus toqueteos pegando sonoros gemidos. Os juro que podía ver hasta el sudor cayendo por el canalillo de su escote pero aun así quería más. Totalmente excitada, la vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. En ese momento, cerró los ojos cerrados y mientras disfrutaba de un brutal orgasmo, mi tía gritó mi nombre y cayó agotada sobre el sofá, momento que aproveché para salir en silencio tanto de la habitación como de la casa.
Ya en el jardín, me quedé pensando en lo que había visto y no queriendo que Elena se sintiera incómoda, me dije que no le contaría nunca que la había descubierto haciéndose una paja pensando en mí.
“Está tan sola que incluso fantasea que su sobrino intenta seducirla», sentencié tomando la decisión de no darle ninguna excusa para que se sintiera atraída.
La cena.
Diez minutos más tarde, no podía prolongar mi llegada y como no quería volverla a pillar en un renuncio, saludé en voz alta antes de entrar.
― Estoy aquí― contestó Elena.
Siguiendo el sonido de su voz, llegué a la cocina donde mi tía estaba preparando la cena. Nada más verla, supe que me iba a resultar complicado no babear mirándola porque se había puesto cómoda poniéndose una bata negra de raso, tan corta que apenas le tapaba el culo.
“¿De qué va?», me pregunté al observarla porque a lo escueto de su bata se sumaba unas medias de encaje a medio muslo. “¡Se está exhibiendo!».
La certeza de que Elena estaba desbocada y que de algún modo intentaba seducirme, me hizo palidecer y tratando de que no notara la atracción que sentía por ella, abrí el refrigerador y saqué una cerveza. Todavía no la había abierto cuando de pronto se giró y dijo:
― Tengo una botella de vino enfriando. ¿Me podrías poner otra copa?
Su tono meloso me puso los vellos de punta y dejando la cerveza, saqué la botella mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Al mirarla, descubrí que ya se había bebido la mitad.
“Macho recuerda quien es», repetí mentalmente intentando retirar mi mirada de su trasero, “está buena pero es tu tía».
Sintiéndome un mierda, serví dos vasos. Al darle el suyo, mi hasta entonces ingenua familiar extendió su brazo y gracias a ello, se le abrió un poco la bata dejándome descubrir que llevaba puesto el picardías que había elegido esa tarde. Mis ojos no pudieron evitar el recorrer su escote y ella al notar que la miraba, sonriendo me soltó:
― Me he puesto el conjunto que tanto te gustó― tras lo cual y sin medirse, se abrió la bata y modeló con descaro a través de la cocina la lencería que llevaba puesta.
Por mucho que intenté no verme afectado con esa exhibición sentándome en una silla, fallé por completo. Sabía que estaba medio borracha pero aun así bajo mi pantalón mi pene salió de su letargo y como si llevase un resorte, se puso duro como pocas veces. El tamaño del bulto que intentaba ocultar era tal que Elena advirtió mi embarazo y en vez de hacer como ni no se hubiera dado cuenta, acercándose a mí, susurró en mi oído con voz alcoholizada:
― ¡Qué mono! A mi sobrinito le gusta cómo me queda.
Colorado y lleno de vergüenza, me quedé callado pero entonces, mi tía envalentonada por mi silencio dio un paso más y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:
― ¿Tú crees que los hombres se fijarían en mí?
Con sus tetas a escasos centímetros de mi boca y mientras intentaba aparentar una tranquilidad que no tenía, con voz temblorosa, respondí:
― Si no se fijan es que son maricas.
Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo sus gigantescas peras entre sus manos, insistió:
― ¿No te parece que tengo demasiado pecho?
La desinhibición de esa mujer me estaba poniendo malo. Todo mi ser me pedía hundir la cara en su hondo canalillo pero mi mente me pedía prudencia por lo que haciendo un esfuerzo contesté:
― Para nada.
Mi tía sonrió al escuchar mi respuesta y disfrutando de mi parálisis, se bajó de mis rodillas y dándose la vuelta, puso su pandero a la altura de mi cara y descaradamente siguió acosándome al preguntar:
― Entonces: ¿Será que no me hacen caso porque tengo un culito gordo?
Para entonces estaba como una moto y por eso comprenderéis que tuve que hacer un verdadero ejercicio de autocontrol para no saltar sobre ese par de nalgas que con tanta desfachatez mi tía ponía a mi alcance. Como no le contestaba, Elena estrechó su lazo diciendo:
― Tócalo y dime si lo tengo demasiado flácido.
Como un autómata obedecí llevando mis manos hasta sus glúteos. Si ya de por sí me parecía que Elena tenía un trasero cojonudo al palpar con mis yemas lo duro que lo tenía no pude más que decir mientras seguía manoseándolo:
― ¡Es perfecto y quién diga lo contrario es un imbécil!
La hermana de mi madre al sentir mis magreos gimió de placer y con su respiración entrecortada, se sentó nuevamente sobre mí haciendo que su culo presionara mi verga. Entonces y con un tono sensual, me preguntó:
― ¿Entonces porque no tengo un hombre a mi lado?
Si cómo eso no fuera poco y perdiendo cualquier recato, mi tía comenzó un suave vaivén con su trasero, de forma que mi erecto pene quedó aprisionado entre sus nalgas.
― Elena, ¡Para o no respondo!― protesté al sentir el roce de su sexo contra el mío.
― ¡Contesta!― gritó sin dejar de moverse― ¡Necesito saber por qué estoy sola!
La situación se desbordó sin remedio al sentir la humedad que desprendía su vulva a través de mi pantalón y llevando mis manos hasta sus pechos, me apoderé de ellos y contesté:
― ¡No lo sé! ¡No lo comprendo!
Mi chillido agónico era un pedido de ayuda que no fue escuchado por esa mujer. Mi tía olvidando la cordura, forzó mi calentura restregando sin pausa su coño contra mi miembro. Su continuo acoso no menguó un ápice cuando la lujuria me dominó y metí mis manos bajo su picardías para amasar sus senos, Es más al notar que cogía entre mis dedos sus areolas, rugió como una puta diciendo:
― ¿Por qué no se dan cuenta que necesito un hombre?
Su pregunta resultaba a todas luces extraña si pensáis que en ese instante, mi verga y su chocho estaban a punto de explotar pero aun así contesté:
― ¡Yo si me doy cuenta!
Fue entonces cuando como si estuviéramos sincronizados tanto ella como yo nos vimos avasallados por el placer y sin dejar de movernos, Elena se corrió mientras sentía entre sus piernas que mi pene empezaba a lanzar su simiente sobre mi pantalón. Os juro que ese orgasmo fue brutal y que mi tía disfrutó de él tanto como yo pero entonces debió de percatarse que estaba mal porque levantándose de mis rodillas, me respondió:
― Tú no me sirves, ¡Eres mi sobrino!― y haciendo como si nada hubiera ocurrido, me soltó: ― ¿Cenamos?
Reconozco que tuve que morderme un huevo para no soltarle una hostia al escuchar su desprecio porque no en vano se podría decir que casi me había violado y que ya satisfecha me dejaba tirado como un kleenex usado. Pero cuando iba a maldecirla, vi en su mirada que se sentía culpable de lo ocurrido.
“Siente remordimientos por su actitud», me pareció entender y por eso, no dije nada y en vez de ello, le ayudé a poner la mesa.
Tal y como os imaginareis, durante la cena hubo un silencio sepulcral producto de la certeza de nuestro error pero también a que ambos estábamos tratando de asimilar qué nos había llevado a ese simulacro de acto sexual. Me consta que a ella le estaba reconcomiendo la culpa por haber abusado del hijo de su hermana mientras yo no paraba de echarme en cara que de alguna manera había sido el responsable de su desliz.
Por eso cuando al terminar de cenar, Elena me pidió si podía recoger la mesa, respondí que sí y vi como una liberación que sin despedirse mi tía se fuera a su habitación. Al ir metiendo los platos en el lavavajillas, no podía dejar de repasar todo ese día tratando de hallar la razón por la que esa mujer había actuado así, pero por mucho que lo intenté no lo conseguí y por eso mientras subía a mi cuarto, sentencié:
“Esperemos que mañana todo haya quedado en un mal sueño»…

Todo empeora.
Esa noche fue un suplicio porque mi dormitar se convirtió en pesadilla al imaginarme a mi madre echándome la bronca por haber seducido a su hermana borracha. En mi sueño, me intenté disculpar con ella pero no quiso escuchar mis razones y tras mucho discutir, cerró la discusión diciendo:
― Si llego a saber que mi hijo sería un violador, ¡Hubiera abortado!
Por eso al despertar, me encontraba hundido anímicamente. Me sentía responsable de la metamorfosis que había llevado a esa ingenua y apocada mujer a convertirse en la amantis religiosa de la noche anterior. No me cabía en la cabeza que mi tía me hubiera usado para masturbarse para acto seguido desprenderse de mí como si nada hubiera pasado entre nosotros.
«¡Debe de tener un trauma de infancia!», sentencié y por enésima vez resolví que no volvería a darle motivos para que fantaseara conmigo.
Cómo no tenía ningún sentido quedarme encerrado en mi cuarto, poniéndome un bañador bajé a desayunar. Allí en la cocina, me encontré con Elena. Al observar las profundas ojeras que lucía en su rostro comprendí que también había pasado una mala noche. La tristeza de sus ojos me enterneció y mientras me servía un café, hice como si no me acordara de nada y fingiendo normalidad, le pregunté:
―Me apetece ir a la playa. ¿Me acompañas?
―No sé si debo― respondió con un tono que traslucía la vergüenza que sentía.
Todavía no me explico por qué pero en ese momento intuí que debería enfrentar el problema y por eso sentándome frente a mi tía, le dije:
―Si es por lo que ocurrió anoche, no te preocupes. Fue mi culpa, tú había bebido y te juro que nunca volverá a ocurrir.
Mi auto denuncia la tranquilizó y viendo que yo también estaba arrepentido, contestó:
―Te equivocas, yo soy la mayor y el alcohol no es excusa. Debería haber puesto la cordura― tras lo cual y pensándolo durante unos segundos, dijo: ―¡Dame diez minutos y te acompaño!
Os reconozco que me alegró que Elena no montara un drama sobre todo porque eso significaba que mi vieja nunca se enteraría que su hijito se había dado unos buenos achuchones con su hermana pequeña. Aunque toda esa supuesta tranquilidad desapareció de golpe cuando la vi bajar por las escaleras porque venía estrenando uno de los bikinis que se compró el día anterior y por mucho que se tapaba con un pareo, su belleza hizo que me quedara con la boca abierta al contemplar lo buenísima que estaba.
«¡Dios! Está para darle un buen bocado», pensé mientras retiraba mi vista de ella.
Afortunadamente Elena no advirtió mi mirada y alegremente cogió las llaves de su coche para salir al garaje. Al hacerlo me dio una panorámica excelente de sus nalgas sin caer en el efecto que ellas tendrían en su sobrino.
«¡Menudo culo el de mi tía!», farfullé mentalmente mientras como un perrito faldero la seguía.
Ya en su BMW, me preguntó a qué playa quería ir. Mi estado de shock no me permitía concentrarme y por eso contesté que me daba lo mismo. Elena al escuchar mi respuesta, se quedó pensando durante unos momentos antes de decirme si me apetecía ir al Puntal. Sé que cuando lo dijo debía haberle avisado que esa playa llevaba varios años siendo un refugio nudista pero entonces mi lado perverso me lo impidió porque quería ver como saldría de esta.
―Está bien. Hace tiempo que no voy― contesté.
Habiendo decidido el lugar, bajó la capota y arrancó el coche. Como Laredo es una ciudad pequeña y el Puntal está a la salida del casco urbano, en menos de diez minutos ya estaba aparcando. Ajena al tipo de prácticas que se hacían ahí, mi tía abrió el maletero y sacó las toallas y su sombrilla sin mirar hacia la arena. No fue hasta que habiendo abandonado el paseo entramos en la playa propiamente cuando se percató que la gran mayoría de los veraneantes que estaban tomando el sol estaban desnudos.
―¡No me dijiste que era una playa nudista!― exclamó enfadada encarándose conmigo.
―No lo sabía – mentí― si quieres nos vamos a otra.
Sé que no me creyó pero cuando ya creía que nos daríamos la vuelta, me miró diciendo:
―A mí no me importa pero no esperes que me empelote.
Por su actitud comprendí que sabía que se lo había ocultado para probarla pero también que una vez lanzado el reto, había decidido aceptarlo y no dejarse intimidar. La prueba palpable fue cuando habiendo plantado la sombrilla en la arena, se quitó el pareo y con la mayor naturalidad del mundo, hizo lo mismo con la parte superior de su bikini. Ya en topless, me miró diciendo:
―¿Es esto lo que querías?
No pude ni contestar porque mis ojos se habían quedado prendados en esos pechos que siendo enormes se mantenían firmes, desafiando a la ley de la gravedad. Todavía no me había recuperado de la sorpresa cuando escuché su orden:
―Ahora te toca a ti.
Su tono firme y duro no me dejó otra alternativa que bajarme el traje de baño y desnudarme mientras ella me miraba. En su mirada no había deseo sino enfado pero aun así no pudo evitar asombrarse cuando vio el tamaño de mi pene medio morcillón. Por mi parte estaba totalmente cortado y por eso coloqué mi toalla a dos metros de ella, lejos de la protectora sombra del parasol.
Mi tía habiendo ganado esa batalla sacó la crema solar y se puso a embadurnar su cuerpo con protector mientras yo era incapaz de retirar mis ojos del modo en que se amasaba los pechos para evitar quemarse. Aunque me consta que no fue su intención, esa maniobra provocó que poco a poco mi ya medio excitado miembro alcanzara su máxima dureza. Previéndolo, me di la vuelta para que Elena no se enterara de lo verraco que había puesto a su sobrino. Por su parte cuando terminó de darse crema, ignorándome, sacó un libro de su bolsa de playa, se puso a leer.
«¡Qué vergüenza!», pensé mientras intentaba tranquilizarme para que se me bajara la erección: «Esto me ocurre por cabrón».
Desgraciadamente para mí, cuanto mayor era mi esfuerzo menor era el resultado y por eso durante más de media hora, tuve la polla tiesa sin poder levantarme. Esa inactividad junto con lo poco que había descansado la noche anterior hicieron que me quedara dormido y solo desperté cuando el calor de la mañana era insoportable. Sudando como un cerdo, abrí los ojos y descubrí que mi tía no estaba en su toalla.
«Debe de haberse ido a dar un paseo», sentencié y aprovechando su ausencia, salí corriendo a darme un chapuzón en el mar.
El agua del cantábrico estaba fría y gracias a ello, se calmó el escozor que sentía en mi piel. Pero no evitó que al cabo de unos minutos tomando olas al ver a Elena caminando hacia mí con sus pechos al aire, mi verga volviera a salir de su letargo por el sensual bamboleo de esas dos maravillas.
―¡Está helada!― gritó mientras se sumergía en el mar.
Al emerger y acercarse a mí, comprobé que sus pezones se le habían puesto duros por el contraste de temperatura y no porque estuviera excitada. El que sí estaba caliente como en celo era yo, que viendo esos dos erectos botones decorando sus pechos no pude más que babear mientras me recriminaba mi poca fuerza de voluntad:
«Tengo que dejar de mirarla como mujer, ¡es mi tía!».
Ignorando mi estado, Elena estuvo nadando a mi alrededor hasta que ya con frio decidió volver a su toalla. Viéndola marchar hacía la orilla y en vista que entre mis piernas mi pene seguía excitado, juzgué mejor esperar a que se me bajara. Por eso y aunque me apetecía tumbarme al sol, preferí seguir a remojo. Durante casi media hora estuve nadando hasta que me tranquilicé y entonces con mi miembro ya normal, volví a donde ella estaba.
Fue entonces cuando levantando la mirada de su libro, soltó espantada:
―¡Te has quemado!― para acto seguido recriminarme como si fuera mi madre por no haberme puesto crema.
Aunque me picaba la espalda, tengo que reconocer que no me había dado cuenta que estaba rojo como un camarón y por eso acepté volver a casa en cuanto ella lo dijo. Lo peor fue que durante todo el trayecto, no paró de echarme la bronca y de tratarme como un crío. Su insistencia en mi falta de criterio consiguió ponerme de mala leche y por eso al llegar al chalet, directamente me metí en mi cuarto.
«¿Quién coño se creé?», maldije mientras me tiraba sobre el colchón. Estaba todavía repelando del modo en que me había tratado cuando la vi entrar con un frasco de crema hidratante en sus manos y sin pedirme opinión, me exigió que me quitara el traje de baño para untarme de after sun. Incapaz de rebelarme, me tumbé boca abajo y esperé como un reo de muerte espera la guillotina. Tan cabreado estaba que no me percaté del erotismo que eso entrañaría hasta que sentí el frescor de la crema mientras mi tía la esparcía por mi espalda.
«¡Qué gozada!», pensé al sentir sus dedos recorriendo mi piel. Pero fue cuando noté que sus yemas extendiendo el ungüento por mi culo cuando no pude evitar gemir de placer. Creo que fue entonces cuando ella se percató de la escena y que aunque fuera su sobrino, la realidad es que era una cuarentona acariciando el cuerpo desnudo de un veinteañero, porque de pronto noté crecer bajo la parte superior de su bikini dos pequeños bultos que se fueron haciendo cada vez más grandes.
«¡Se está poniendo bruta!», comprendí. Deseando que siguiera, cerré los ojos y me quedé callado. Sus caricias se fueron haciendo más sutiles, más sensuales hasta que asimilé que lo que realmente estaba haciendo era meterme mano descaradamente. Entusiasmado, experimenté como sus dedos recorrían mi espalda de una forma nada filial, deteniéndose especialmente en mis nalgas. Justo entonces oí un suspiro y entreabriendo mis parpados, descubrí una mancha de humedad en la braga de su bikini.
Su calentura iba en aumento de manera exponencial y sin pensarlo bien, mi tía decidió que esa postura era incómoda y tratando de mejorarla, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Al hacerlo su braguita quedó en contacto con mi piel desnuda y de esa forma certifiqué lo mojado de su coño. El continuo masajeo fue lentamente asolando su cordura hasta que absolutamente entregada, empezó a llorar mientras sus dedos recorrían sin parar mis nalgas.
―¿Qué te ocurre?― pregunté dándome la vuelta sin percatarme que boca arriba, dejaba al descubierto mi erección.
Ella al ver mi pene en ese estado, se tapó los ojos y salió corriendo hacia la puerta pero justo cuando ya estaba a punto de salir de la habitación, se giró y con un gran dolor reflejado en su voz, preguntó:
―¿Querías saber lo que le ocurre a tu tía?― y sin esperar mi respuesta, me gritó: ―¡Qué está loca y te desea! – tras lo cual desapareció rumbo a su cuarto.
Su rotunda confesión me dejó K.O. y por eso tardé unos segundos en salir tras ella. La encontré tirada sobre su cama llorando a moco tendido y solo se me ocurrió, tumbarme con ella y abrazándola por detrás tratar de consolarla diciendo:
―Si estás loca, yo también. Sé que está mal pero no puedo evitar verte como mujer.
Una vez confesado que yo sentía lo mismo que ella, no di ningún otro paso permaneciendo únicamente abrazado a Elena. Durante unos minutos, mi tía siguió berreando hasta que lentamente noté que dejaba de sollozar.
―¿Qué vamos a hacer?― dándose la vuelta y mirándome a los ojos, preguntó.
Su pregunta era una llamada de auxilio y aunque en realidad me estaba pidiendo que intentáramos olvidar la atracción que existía entre nosotros al ver el brillo de su mirada y fijarme en sus labios entreabiertos no pude reprimir mis ganas de besarla. Fue un beso suave al principio que rápidamente se volvió apasionado mientras nuestros cuerpos se entrelazaban.
―Te deseo, Elena― susurré en su oído.
―Esto no está bien― escuché que me decía mientras sus labios me colmaban de caricias.
Al notar su urgencia llevé mis manos hasta su bikini y lo desabroché porque me necesitaba sentir la perfección de sus pechos. Mi tía, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Su mente todavía luchaba contra la idea de acostarse con el hijo de su hermana pero al notar mis caricias, tuvo que morderse los labios para no gritar.
Por mi parte yo ya estaba convencido de dejar a un lado los prejuicios sociales y con mis manos sopesé el tamaño de sus senos. Mientras ella no paraba de gemir, recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones lo acerqué a mi boca y sacando la lengua, comencé a recorrer con ella los bordes de su areola.
―Por favor, para― chilló indecisa.
Por mucho que conocía y comprendía sus razones, al oír su súplica lejos de renunciar me azuzó a seguir y bajando por su cuerpo, rocé con mis dedos su tanga.
―No seas malo― rogó apretando sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris.
Totalmente indefensa se quedó quieta mientras sufría y disfrutaba por igual la tortura de su botón. Su entrega me dio los arrestos suficientes para sacarle por los pies su braga y descubrir que mi tía llevaba el coño exquisitamente depilado.
―¡Qué maravilla!― exclamé en voz alta y sin esperar su respuesta, hundí mi cara entre sus piernas.
No me extrañó encontrarme con su sexo empapado pero lo que no me esperaba fue que al pasar mi lengua por sus labios, esa mujer colapsara y pegando un gritó se corriera. Al hacerlo, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
―¡No sigas!― se quejó casi llorando.
Aunque verbalmente me exigía que cesara en mi ataque, el resto de su cuerpo me pedía lo contrario mientras involuntariamente separaba sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, forzaba el contacto de mi boca. Su doble discurso no consiguió desviarme de mi propósito y mientras pellizcaba sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo.
Mi tía chilló de deseo al sentir horadado su conducto y reptando por la cama, me rogó que no continuara. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría nuevamente en mi boca. Su clímax me informó que estaba dispuesta y atrayéndola hacia mí, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
―Necesito hacerte el amor― balbuceé casi sin poder hablar por la lujuria.
Con una sonrisa en sus labios, me respondió:
―Yo también― y recalcando sus palabras, gritó: ― ¡Hazme sentir mujer! ¡Necesito ser tuya!
Su completa aceptación permitió que de un solo empujón rellenara su conducto con mi pene. Mi tía al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me exigió que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos.
Fue cuando entre gemidos, me gritó:
―Júrame que no te vas arrepentir de esto.
―Jamás―respondí y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones.
Elena respondió a mi ataque con pasión y sin importarle ya que el hombre que la estaba haciendo gozar fuera su sobrino, me chilló que no parara. El sonido de los muelles de la cama chirriando se mezcló con sus aullidos y como si fuera la primera vez, se corrió por tercera vez sin parar de moverse. Por mi parte al no haber conseguido satisfacer mi lujuria, convertí mi suave galope en una desenfrenada carrera en busca del placer mientras mi tía disfrutaba de una sucesión de ruidosos orgasmos.
Cuando con mi pene a punto de sembrar su vientre la informé que me iba a correr, en vez de pedirme que eyaculara fuera, Elena contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, me obligó a vaciarme en su vagina mientras me decía:
―Quiero sentirlo.
Ni que decir tiene que obedecí y seguí apuñalando su coño hasta que exploté en su interior y agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Fue entonces cuando Elena me abrazó llorando. Anonadado pero sobretodo preocupado, le pregunté que le ocurría:
―Soy feliz. Ya había perdido la esperanza que un hombre se fijara en mí.
Sabiendo de la importancia que para ella tenía esa confesión, levanté mi cara y mientras la besaba, le contesté tratando de desdramatizar la situación:
―No solo me he fijado en ti, también en tus tetas.
Soltó una carcajada al oír mi burrada y mientras con sus manos se apoderaba de mis huevos, respondió:
―¿Solo mis tetas? ¿No hay nada más que te guste de mí?
―¡Tu culo!― confesé mientras entre sus dedos mi pene reaccionaba con otra erección.
Muerta de risa, se dio la vuelta y llevando mi miembro hasta su esfínter, susurró:
― Ya que eres tan desgraciado de haber violado a tu tía, termina lo que has empezado. ¡Úsalo! ¡Es todo tuyo!

 

Relato erótico: “Regalos 3” (POR SIGMA)

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REGALOS
Continuación basada en el relato original de Alphax: Regalos. Por supuesto es conveniente leerlo antes de leer esta historia. Gracias a Chiqui por su inspiración.
Por Sigma
Parte 3: Esclavitud
La mujerzuela/esclava Giselle despertó con una gran sonrisa de satisfacción en los labios, pero de inmediato se convirtió en una mueca cuando recordó su situación, aun llevaba puesta la ropa que su Ama le ordenó: una medias negras hasta el muslo con elástico, unas zapatillas de tacón alto color vino cerradas con pulsera al tobillo que quedaba oculta bajo los grilletes de esclava de la trigueña, su negro y largo cabello desarreglado cubriéndole la mitad del rostro, pero a la vez eso la hacía lucir más joven y salvaje. Se levantó de la cama mientras buscaba nerviosamente a su Ama, pues no la veía por ningún lado y no sabía que pensar.
-¿Qué habrá pasado? ¿Estoy sola? –pensó mientras daba un par de pasos cautelosos por la habitación en sus tacones altos, moviéndose inconscientemente de forma sensual, luciendo sus deliciosas medidas de 97, 65 y 104.
La noche del viernes, así como todo el sábado su Ama la había forzado (NO, más bien seducido) para tener sexo con ella de formas tan placenteras que ni siquiera se había imaginado que eran posibles (o quizás se debía al artificial placer de sus pantaletas), a veces inmovilizándola con los grilletes, a veces libre, pero siempre los orgasmos con su Ama eran inconcebiblemente placenteros, lo que tal vez era lo más vergonzoso de todo.
Miró de nuevo los exquisitos y odiados grilletes que la marcaban, apenas horas antes se había percatado de que estos llevaban grabada la palabra “Puta” en delicada letra manuscrita, no en la parte frontal, sino en la superior y de cabeza, de manera que con sólo mirar hacía abajo ella podía leerlo, pero era difícil que alguien más pudiera. Tras verse en el espejo e inclinarse descubrió que el Collar de la Obediencia mostraba a lo largo de su parte superior las palabras “Esta puta pertenece a su Ama. L. C.” También en manuscrita. Y de nuevo era difícil que alguien que no fuera ella pudiera leerlo. El claxon de un automóvil que pasaba la devolvió a la realidad.
-¡Dios que hago! ¿Ya se habrá marchado? –pensó confundida, luego miró el teléfono de su alcoba y pensó en intentar pedir ayuda de nuevo, pero casi de inmediato descartó la idea, ya lo había intentado la noche anterior, mientras su Ama iba a la cocina por algo de beber, y logró comunicarse con la policía, pero al momento en que intento explicar el predicamento sus Pantaletas del Placer la atacaron sin piedad, impidiéndole no sólo hablar, sino incluso pensar, en pocos segundos la llamada de auxilio se había convertido en una sesión de sexo telefónico con el agente que había respondido. Su Ama la había estado observando con gesto divertido mientras Giselle llamaba y le advirtió que eso pasaría cada vez que intentara decirle a alguien lo que le ocurría.
En ese momento escuchó ruido en el baño y se quedó paralizada.
-Aun está aquí… -pensó entre asustada, nerviosa y muy a su pesar excitada (de nuevo gracias a sus Pantaletas del Placer), en ese momento escuchó una voz desde el cuarto de baño.
-Te oigo levantada zorrita, arregla la cama y prepárate para tu canto matinal antes de que salga o ya sabes lo que te pasará.
-¡No! ¡No por favor! –pensó espantada y comenzó a extender las sabanas y cobijas sobre la cama, sería más fácil hacerlo si no llevara sus ridículos tacones, pero su Ama le tenía prohibido hacer los quehaceres sin ellas, apenas terminó de arreglarla cuando el baño se abrió y salió su Ama, comparada con ella lucia enorme con su metro ochenta de altura (sin tacones) llevaba puesta una corta bata de seda negra que guardaba con otros artículos personales en una pequeña maleta que había traído consigo, en cuanto salió clavó sus ojos verdes en la trigueña.
-¿Y bien? ¿Aun no estás lista para tu canto matinal esclava? –dijo en tono demandante.
De inmediato Giselle se tiró al piso de rodillas, se apoyo en una mano y luego comenzó a acariciarse la entrepierna con la otra (solamente en esos momentos, o cuando su Ama la tocaba, podía percibir algo directamente sobre las pantaletas,  pero las sensaciones eran diez veces más eróticas que antes del regalo que la hizo esclava). Su Ama se sentó en la cama, cruzó la pierna y la observó detenidamente.
Luego la trigueña comenzó a entonar mientras movía rítmicamente sus caderas, atrás y adelante, una y otra vez a ritmo con sus consoladores :
-“¡Sólo amo a mi Ama!”,
-“¡Voluntaria y amorosamente sirvo y obedezco a mi Ama!”,
-“¡La adoro sólo a Ella, pues Ella es la Diosa Suprema!”
Giselle aun pensaba en sus consoladores, pero en realidad ya no existían pues se habían fundido como un líquido que ahora cubría permanentemente la superficie interna de una parte de su vagina y ano.
-“¡Voluntaria… y amorosamente… ooohh… sirvo y… obedezco a… aaaahh… mi Ama!” –dijo jadeante cuando el placer empezó a crecer desde sus pantaletas mientras repetía el cántico varias veces, cada vez era mayor el gozo, hasta que finalmente el éxtasis la hizo perder momentáneamente el sentido.
Cuando despertó se encontró de nuevo en la cama, su Ama la había puesto boca abajo, sus manos, que pasaban por las rejas de la cabecera, estaban unidas por sus grilletes inmovilizándolas, le había atado su largo cabello negro en una cola en la nuca, le había puesto un sexy camisón semitransparente negro que apenas cubría sus nalgas y unas delicadas sandalias negras de tacón muy alto con dos tiras de piel entrecruzadas hasta sus tobillos.
-Mmmm… me alegra verte despierta esclava, ya casi tengo que irme, pero antes quería darte una despedida adecuada… oh, no te preocupes nos veremos de nuevo pronto, pero tengo algunos asuntos que arreglar –dijo su Ama mientras se acercaba a Giselle, se encontraba totalmente desnuda, excepto por un consolador doble en su entrepierna.
-Oh Ama, por favor déjame ir… -gimió la trigueña atada en la cama, mientras su dueña se subía con ella y se ponía detrás.
-Y lo haré mi zorrita, lo haré, pronto estarás libre, bueno casi –dijo sonriente y con voz ronca su Ama- hasta que yo vuelva a visitarte o te necesite. Pero por ahora es tiempo de una dulce despedida…
Al decir esto su Ama levantó el camisón de Giselle, dejando al descubierto su coñito, sus fabulosas nalgas y su ano, luego acomodó el consolador en la entrada de su vagina, puso las manos a los lados de su esclava y en un fluido y súbito movimiento la penetró y se penetró así misma.
-Aaaahhh… Ama… Nooooo… -gimió gozosa la trigueña, pensó que le dolería la potente embestida pero hasta ese momento se dio cuenta de lo húmeda que estaba, por lo que la penetración fue deliciosa y además aumentada por las Pantaletas del Placer.
-Aaaahh… si… eso es puta… estás lubricada y lista para mi… –le susurró su Ama en el oído, mientras comenzaba a acariciar su espalda, a apretar sus redondas nalgas, sus tetas y a pellizcar sus pezones- eres mía…
-Si Ama… soy tuya… aaahh –dijo Giselle en contra de su voluntad, dejándose llevar por el placer que su Ama le causaba.
Una y otra vez su Ama la penetraba, viendo complacida la forma como el cuerpo de su esclava se movía bajo ella, viendo sus piernas estilizadas por los tacones y las Pantaletas del Placer. Comenzó a masturbar a Giselle sobre las pantaletas con sus dedos índice y medio juntos, normalmente no podría sentir eso, pero por algún motivo cuando su Ama era la que la tocaba no sólo lo sentía, sino que las percepciones se amplificaban cien veces, como si cada rose sobre su clítoris fuera un orgasmo increíble y explosivo.
-¡Oooohhh Ama… Ooohhh…! -apenas pudo balbucear la trigueña- ¡Ooohhh siiii!
-¡Aaaahhh… muy… bien… esclava! ¡Eres deliciosa! –le volvió a susurrar su Ama a la joven mujer en el oído sensualmente, y mientras la trigueña era penetrada por su coño sentía como si también su ano fuera embestido.
La sesión amorosa continuó por un tiempo que a la trigueña le pareció interminable; caricias, besos, pellizcos, e incluso algunos azotes suaves en sus nalgas formaban parte del repertorio más cariñoso de su Ama.
La mujer de ojos verdes se salió de pronto de la vagina de Giselle y la penetró por el ano.
-¡Aaaaahh… Amaaa! –gritó la bella trigueña, aunque no estaba lubricada el resbaladizo material de la prenda facilitó la nueva invasión, las pantaletas se encargaron de que solamente percibiera placer, y sentía como si también la siguieran embistiendo por su coño.
Rápidamente su Ama se había percatado de lo sensible que era el ano de Giselle, por lo que pronto empezó a utilizar oleadas de gozo en su colita para poder manipularla más fácilmente, cada vez que ella trataba de resistir, una serie de deliciosos pulsos entre sus firmes nalgas convertían a la trigueña en una muñeca sexual incapaz de negarse a nada que le pidiera su Ama.
Minutos después de iniciada la penetración anal, su Ama alcanzó un poderoso orgasmo que la hizo cerrar sus penetrantes ojos verdes, en ese instante, las Pantaletas del Placer doblaron y redoblaron su estimulación en la esclava para llevarla a un éxtasis nunca antes experimentado por ella (al menos hasta hacía un par de días).
-¡Dioooooossss! –gritó sacudiendo sus piernas, mientras su Ama la sujetaba de su cabello y la obligaba a exponer la garganta.
-¡Eso es zorra! ¡Vente para mi! –le dijo finalmente su Ama antes de volver a besarla con pasión en la boca a lo que la chica correspondió inconscientemente, luego se derrumbó sobre la cama.
Minutos después, mientras Giselle observaba a su Ama de reojo, esta se dio un duchazo, se vistió de nuevo, se arregló con calma y reunió sus cosas. Finalmente se acercó a su esclava.
-Lastima que tengo asuntos por terminar esclava, sin duda has sido todo lo que esperaba de ti y más aun, veo que elegí correctamente –dijo mientras le daba un posesivo apretón en una nalga- nos veremos de nuevo pronto.
-Si… Ama… -apenas pudo susurrar la trigueña.
-Mientras puedes seguir con tu vida diaria, bueno excepto por que ya no podrás tener sexo con ninguna persona sin mi permiso o indicación, sea directamente o por medio de las ordenes de tus pantaletas. –dijo su Ama mirándola fijamente con sus penetrantes y poderosos ojos verdes- Hay otras pequeñas reglas que deberás cumplir claro pero tu Collar de la Obediencia y tus Pantaletas del Placer te las indicarán. Tus grilletes te liberarán en un rato de forma automática. Adiós zorrita… ya te extraño.
La chica estaba tan cansada que ya no pudo ni responder a su Ama. Esta le sonrió, luego le dio una palmada en la nalga y salió de la habitación y de la casa. Casi de inmediato Giselle se quedó dormida aun atrapada en un pesado sopor posterior al fin de semana de placer que acababa de disfrutar contra su voluntad. Durmió toda la noche casi sin darse cuenta.
La mañana siguiente, después de entonar su canto matinal, Giselle se empezó a preparar para su inicio de semana, se dio un delicioso baño y tras peinarse, comenzó a pensar que lo ocurrido el fin de semana había sido un sueño o una rara fantasía, luego comenzó a vestirse, pero pronto se dio cuenta de que sería más complicado de lo que pensaba, en primer lugar suspiro decepcionada al mirar su entrepierna y ver que las pantaletas mantenían violados y secuestrados sus centros del placer, tan permanentes como antes.
-Supongo que era demasiada suerte que fuera un sueño… -pensó decepcionada.
En segundo lugar se dio cuenta de que su prenda intima le estaba indicando como debía vestirse: cuando se trataba de poner una ropa inadecuada (para el gusto de su Ama seguramente) las Pantaletas del Placer la hacían encogerse de gozo, pero impidiéndole vestirse. Si era una pieza adecuada sus consoladores le permitían usarla.
-¡Dios por favor déjenme usar brassiere! –pensó casi desesperada, pues los consoladores no le permitían usar ropa interior además de las propias Pantaletas del Placer, sin embargo se tranquilizó al ver que si le permitían usar una blusa blanca opaca y elegante, así como pantalones grises no muy ajustados, pero debajo tuvo que usar unos sexys ligueros y medias negras semitransparentes, así como unos tacones negros muy altos pero no absurdos que en la punta dejaban ver los delicados dedos de sus pies pintados de negro.
-Bueno, al menos me veo respetable –dijo para si misma mientras salía de su casa, en ese momento vio a un jovencito que vivía a un par de casas de distancia, tendría cuando mucho veinte años, cabello negro corto, piel blanca y complexión delgada, el chico la miró y sonrió como saludo, Giselle estaba a punto de corresponder cuando sus Pantaletas del Placer le mandaron un escalofrío de gozo que la hizo cerrar los ojos.
-Nnnnnhhgg –gimió suavemente al pasar junto al chico, tras lo que este se le quedo viendo hasta que la perdió de vista mientras avergonzada se dirigía al hospital para iniciar su turno.
Los días fueron pasando despacio para Giselle mientras se acostumbraba a su esclavitud: en las mañanas y noches tenía que entonar la adoración para su Ama mientras las pantaletas y sus propias manos la llevaban al éxtasis, al estar en casa se veía obligada a quitarse toda su ropa, quedándose solamente en sus Pantaletas del Placer y sus grilletes, excepto para realizar sus labores hogareñas o para dormir, momentos en los cuales tenía que usar medias al muslo con elástico o liguero y las zapatillas de tacón que eligieran sus pantaletas. Al menos le permitían ponerse ropa para salir de casa o un bata para recibir visitas.
A pesar de todo, por fortuna ni en el hospital ni en su consultorio había tenido contratiempos, al menos graves. En dos ocasiones, al entrar en contacto sus pantaletas con cualquier objeto, había sentido un enorme placer que la hizo cerrar los ojos; en una oportunidad al tocar con su coño el borde de una cama al ver un paciente y en otra más vergonzosa dentro de un ascensor, cuando inadvertidamente la trigueña frotó con suavidad sus nalgas contra la entrepierna de un hombre maduro la sensación la hizo dar un gemidito ahogado, pero de inmediato salió cuando las puertas se abrieron.
Fue a mediados de la semana, mientras caminaba por un pasillo del hospital, que hubo un incidente importante, de repente sintió que la sujetaban de la cintura y le tapaban la boca para introducirla en una habitación obscura, escucho una voz grave que le susurraba al oído:
-Mmmm… mira nada más que tenemos aquí… una de las mujerzuelas de la señora Lilian… -mientras decía esto cerró la puerta de la habitación, le puso seguro y soltó a la doctora que retrocedió de inmediato- venía a hacer una visita y entonces vi tus pulseras, ya me hacía falta un rato en el paraíso…
Giselle siempre trataba de ocultar los grilletes bajo la ropa pero no podía cubrirlos en todo momento, en especial su Collar de la Obediencia. Su atacante era un hombre bien vestido, de traje, con apariencia de ejecutivo y canas en la sien. La esclava de inmediato trató de gritar para pedir ayuda.
-Déjeme en paz, no se acerque –intento gritar, pero de su garganta solamente salió un ronco y sexy susurró. Puso su mano en la garganta y se dio cuenta que estaba sola, incapaz de gritar y muy pronto vulnerable, pues ya sentía como sus Pantaletas del Placer comenzaban a llamarla al éxtasis de forma irresistible. En un acto desesperado trató de correr a la puerta pero de un movimiento rápido, el hombre la sujetó del brazo y la atrajo hacía él. Quedaron pegados frente a frente lo que le causó a la trigueña un gran placer que la hizo vibrar, momento que el hombre aprovechó para poner las manos de la esclava tras su espalda, inmovilizándola.
-¡Noooo! –gimió con suavidad mientras el hombre la empujaba de espaldas sobre la cama, en un movimiento rápido le quitó los pantalones, para luego tomar sus piernas y sujetarlas muy ajustadas alrededor de su cintura y fijándolas con los grilletes, ella trató de resistir pero ya había comenzado a jadear por el placer amplificado de las pantaletas.
-¡Y estás pulseras para reconocerlas y dominarlas son tan sensuales… que gran idea de Lilian el añadirlas a la gargantilla! –susurró con voz ronca su atacante.
En instantes el hombre se había bajado los pantalones y la había penetrado con ferocidad mientras le acariciaba los muslos enfundados en medias blancas y seguía con los dedos los bordes de su liguero. Los altos tacones blancos de Giselle arañaban levemente el trasero del hombre, lo que parecía ponerlo aun más excitado.
-Mmmm…que rica zorra… no se donde las consigue Lilian… me encanta… una puta que no lo parece –gruño el hombre mientras aceleraba el ritmo- al menos… no del todo… esas pantaletas fetichistas… que usan… me fascinan.
-No… soy… puta… -gimió suavemente Giselle, entre molesta y desesperadamente excitada- por favor…
-¡Claro que si! ¡No me digas que una chica buena usa medias al muslo y se pone ligueros para ir a trabajar… y bajo un pantalón! Con esa gargantilla no hay error posible: eres una de las mujerzuelas de Lilian… aaaaahhhgg…. ! –gruño el hombre al llegar al climax.
Al mismo tiempo un potente orgasmo obligo a la trigueña a abrir la boca, momento en el cual el desconocido le introdujo dos de sus dedos húmedos de semen. Por reflejo ella los chupó y luego se desvaneció sobre la cama debido a su orgasmo.
Cuando volvió en si Giselle se dio cuenta de que sus extremidades ya no estaban inmovilizadas y le habían vuelto a poner los pantalones. Trato de molestarse, pero todo sentimiento era sepultado por un gran gozo y satisfacción. Ahora tendría que tener cuidado en el hospital y su consultorio de no quedarse nunca sola, no quería que esto volviera a pasar.
Finalmente llegó el viernes y la doctora se sintió feliz de poder tener algún tiempo para ella en soledad, aunque sabía que no era verdad sentía que todo el mundo la miraba con lujuria y cualquier acto trivial de un compañero de trabajo, hombre o mujer, podían llevarla a una indefensa excitación y a una larga sesión de auto-amor en su consultorio o el baño del hospital.
Tras llegar a casa al fin pudo relajarse y disfrutar de la sensualidad casi mágica que las pantaletas le ofrecían, pero sin nadie que se pudiera aprovechar de ella. En cuanto entró a su casa, más por costumbre que por las pantaletas, se desnudó y de nuevo quedó en su atavió básico de esclava: sólo sus Pantaletas del Placer, su Collar de la Obediencia y sus grilletes.
Apenas terminaba de poner la ropa sucia en su lugar cuando escuchó el timbre. Nerviosa se dirigió a la puerta, pensando si sería su Ama que volvía para tomar posesión de ella. Tomó su bata de un colgador a lado de la puerta y se la iba a poner cuando de pronto una descarga de placer la hizo soltar la prenda de sus manos, tras recuperarse un instante trató de volver a recogerla pero una segunda ola de placer la hizo caer al piso con la boca bien abierta, esta vez no le permitirían ponerse su bata.
-Dios ¿Quién será?… ¿Mi Ama? –pensó mientras jadeaba por aire.
Desde el suelo extendió la mano y quitó el seguro de la puerta, la manija giró y luego comenzó a abrirse, por el hueco entró una exquisita pierna femenina con botines de tacón alto y medias negras brillantes, llevaba una gabardina hasta las rodillas, sonreía y llevaba su rubio cabello suelto. Era su vecina Dianne.
-Hola esclava Gigi ¿Disfrutando de tu esclavitud? –le dijo con una gran sonrisa.
-¡Dianne! ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Éramos amigas!
-Vamos Gigi, seguramente ya conoces el poder de nuestras pantaletas ¿De veras crees que pude negarme?
Giselle bajó la cabeza, era cierto, ella misma no había podido negarse a nada que su Ama le ordenara y eso que le había dejado cierta independencia a diferencia de la rubia.
-Vamos, no te sientas mal, pronto aprenderás a gozarlo… te ayudaré –dijo en un susurró su amiga mientras dejaba caer al piso la gabardina, debajo llevaba sus ligueros verdes conectados a un increíble corset que convertía su figura en la de un perfecto reloj de arena- ahora es nuestro turno de disfrutar esclava, alégrate…
-¡No, eso no! ¡No contigo, no puedo hacerlo! –dijo Giselle mientras retrocedía de la rubia hasta quedar con su espalda pegada a la pared al otro lado de la sala- ¡Eres mi amiga! ¡Casi una hermana! ¡No lo haré!
-Mmmm… si, mi hermanita, pronto estaremos más unidas que nunca… -dijo con voz acariciante mientras se acercaba a la trigueña- es el deseo de nuestra Ama que sus esclavas compartan intimidad y debemos cumplirlo…
En ese instante los ojos angustiados de Giselle se cerraron suavemente mientras de su garganta escapaba un suave gemido, casi un ronroneo, las Pantaletas del Placer comenzaron a envolverla de calidez y excitación. El gozo comenzó a dirigirla de nuevo, sus caderas comenzaron a adelantarse hacia Dianne y sus piernas y cuerpo comenzaron a seguirlas, era como si la entrepierna de la trigueña fuera irremediablemente atraída por el coño de la rubia. Como dos potentes magnetos o dos astros por la fuerza de gravedad.
La esclava de larguísimo cabello negro trataba de sujetarse de los sillones, de los muros, de lo que fuera para impedirse seguir adelante, pero el placer era imperioso y lenta pero inexorablemente se acercaba a la otra esclava. Finalmente estaban a un paso la una de la otra, las caderas dieron un último tirón hacía adelante al sentir una punzada de delicia en su ano, como si unos dedos de seda la acariciaran por dentro, el movimiento la hizo perder el equilibrio, lo único que pudo hacer fue lanzar sus brazos adelante, colgándose del cuello de Dianne, que encantada la rodeó por la cintura para ayudarla.
En ese instante su coño hizo contacto con el de ella y fue como si una suave explosión de amor y placer surgiera de sus pantaletas, en segundos estaban recostadas en el sofá, acariciándose gentilmente, besándose, murmurándose al oído dulces y sucias palabras de deseo. Luego la rubia sacó una botella de aceite para bebé de su gabardina y comenzó a darle un masaje a su “hermanita”, pronto las tersas piernas de Giselle brillaban por el aceite, lo mismo que sus maravillosas tetas, su espalda y cuello.
-Mmmm… esto no es… justo… hermanita – Dianne le dijo minutos después con voz entrecortada y deseosa a su compañera esclava- tú estás tan cómoda y libre, debemos estar igual.
Tras decir esto se levantó y se fue a la alcoba, dejando a la trigueña retorciéndose de placer en el sofá, regresó y empezó a manipular a la indefensa joven. Minutos después Giselle llevaba puestas unas zapatillas azules de tacón altísimo, la punta abierta, adornada con un coqueto moño, dejaba ver sus lindos dedos pintados de rojo y la tira que rodeaba el talón y luego se perdía bajo los grilletes, dejaba ver la parte de atrás de su pie. Luego una minifalda elástica negra que apenas llegaba a la mitad de sus desnudos muslos y un top azul que solamente era una tira de tela elástica alrededor de las grandes tetas y espalda de la trigueña, sus pezones se marcaban claramente, duros y sensibles.
-Si… así está mejor hermanita… -dijo sonriente y lujuriosa la rubia, mientras que la trigueña seguía acariciándola y acariciándose con los ojos nublados por el deseo.
La sesión de “intimidad” duró varias horas, en las cuales, las dos jóvenes esclavas llegaron a conocerse como nunca se imaginaron, pues con sólo rosar sus coños una y otra vez era como llevar un exquisito consolador doble que les daba un placer indescriptible, mientras sus caricias sobre el cuerpo de la otra lo complementaban de forma deliciosa.
-Uuuuhhh! ¡Si! –gemía Giselle feliz, con su falda subida alrededor de su cintura, mientras las dos se masturbaban entre si frotando sus coños rápidamente. Estaban abrazadas y sentadas una entre las piernas de la otra, Dianne tenía la cabeza hacía atrás mientras se aferraba a la cintura de la trigueña como un naufrago a un salvavidas, mientras la otra esclava se sujetaba a las caderas de la rubia para besar ávidamente sus rosados pezones. La piel de sus cuerpos resbalaba fácilmente la una contra la otra por el aceite.
-¡Aaaayy… hermanita! ¡Me encanta! –empezó a gritar Dianne ya sin control y entonces se apoderó de las nalgas de Giselle mientras alcanzaba el orgasmo, detonando a su vez el de ella- ¡Aaaaaahhh! ¡Así, zorrita! ¡Siiii!
-¡Ooooooohhh siiiii! –le acompañó la trigueña al caer finalmente en el abismo del éxtasis, ambas arquearon su espalda casi a la vez, como exóticas y preciosas aves  en el clímax de una danza de apareamiento.
Se derrumbaron sobre el sofá, sonrientes, brillantes por el sudor, el cabello desarreglado y una sensación de gozo y plenitud que no encontraban con nadie más, excepto con su Ama.
La mañana siguiente, tras una cálida despedida de su “hermanita”, Giselle decidió salir al supermercado pues necesitaba de todo, pero antes tenía que limpiar pues entre ella y Dany habían dejado muy desarreglada la casa, y claro para ello tuvo que ponerse unas medias blancas hasta el muslo, zapatillas negras puntiagudas de tacón de aguja y una delicada tira de piel cruzando a la mitad del empeine que las pantaletas eligieron.
Casi terminaba cuando sintió que el placer la guiaba de nuevo, la llevaba a la puerta, y más allá, apenas alcanzó a tomar la gabardina que Dianne había olvidado y se la puso, por fortuna nada lo impidió.
-¡Ooooohhh… noooo! ¿Ahora que? –gimió asustada.
En cuanto salió se encontró no con un nuevo regalo, cosa que temía, sino con su joven vecino que estaba lavando el automóvil de su familia, el placer casi la arrastró hacía el chico, de nuevo los pulsos de placer anal le quitaban su voluntad de resistir, ella sólo pudo cruzar los brazos sobre su pecho mientras caminaba casi ebriamente.
-Buenas tardes –le saludó el joven a Giselle con evidente alegría al verla acercarse directamente hacia él.
Desde hacía tiempo era evidente para la doctora que el joven se sentía muy atraído hacía ella, pero para la trigueña simplemente era un vecinito, casi un adolecente. Normalmente era comprensiva, pues con sus espectaculares curvas tenía a varios jóvenes de su calle obsesionados con ella e incluso a algunos adultos. Pero esto era distinto, ahora ya no tenía control y no sabía lo que su Ama o las Pantaletas del Placer pretendían al llevarla ante el muchacho.
-Buenas tardes jovencito –respondió la trigueña tratando de sonar normal, pero de nuevo lo que salió de su garganta fue un ronco y acariciante susurro, rápidamente las pantaletas comenzaron a excitarla ante la presencia del muchacho y le prometían mayores placeres si tenía más intimidad con él.
-¿Qué haces? –inquirió arrepintiéndose de inmediato de haberlo hecho por lo estúpido de la pregunta. Justo entonces sintió como su coño empezaba a humedecerse.
-Lavando el coche –respondió divertido el chico- ¿Y usted como está?
Giselle cerró los ojos un instante debido al cálido placer que brevemente sintió.
-Ooooohhh… bien… mejor ahora que te tengo para platicar –dijo con suavidad para luego sonreír cálidamente. Tras lo que el rostro del joven vecino se iluminó de contento- ¿Sabes? Te he visto por aquí muchas veces pero ni siquiera conozco tu nombre. Yo soy Giselle.
-Mucho gusto en conocerla señora, también la veo continuamente, vive a un par de casa de la mía…
-Llámame Giselle –respondió con una muy poco apropiada sensualidad. Entonces notó que el chico le miraba los muslos y se dio cuenta de que su pierna adelantada casi se salía de la gabardina, luciendo esbelta, torneada y mostrando las cimas de encaje de sus medias, este descubrimiento fue un detonante de placer que la hizo sonreír.
-Pero jovencito, estoy aquí –dijo la doctora señalando su rostro- eres un niño travieso.
-Lo siento señora… -dijo avergonzado el chico al apartar la vista.
-Te dije que me llames Giselle… y no te preocupes, disfruto que me mires (lo que era literalmente cierto), pero debes ser más discreto.
-Oh ¿En serio? –de nuevo sonrió.
-Si, pero recuerda que esto es un secreto entre tú y yo –el placer de sus pantaletas seguía aumentando, nublando cada vez más el juicio y autocontrol de la trigueña- Pero es hora de hablar en serio: Quiero pedirte un favor…
-Claro señora… digo Giselle, si puedo ayudarle será un placer.
-Eso te lo aseguro –respondió con voz acariciante para de inmediato taparse la boca con la mano, avergonzada- quiero decir… te aseguro que puedes ayudarme, necesito mover algunos muebles pero son muy pesados y necesito que un joven fuerte me ayude ¿Puedes hacerlo?
-Claro que si –dijo el chico entusiasmado.
-Muy bien, sígueme –dijo la trigueña tras lo que se dio la vuelta y se dirigió a su casa mientras movía sensualmente sus caderas, miró hacia atrás un instante y vio que el chico la seguía embobado sin apartar la vista de sus nalgas.
-Oooh Dios, que cachonda estoy –pensó al sentir como de nuevo su excitación aumentaba- ¿Pero que pretende mi Ama con esto?
Tan pronto como entraron y la puerta se cerró, Giselle dejo caer la gabardina y se recostó en el sofá de su sala, sonrió al mirar al chico que estaba paralizado a un par de metros con los ojos abiertos como platos pero no dejaba de mirarla.
-Dime guapo ¿Crees que puedas ayudarme con este sofá? Di que si…
-Oh… yo… Señora… -empezó a balbucear. La doctora le hizo un gesto al chico de que guardara silencio y se acercara. Lentamente el joven comenzó a acercarse a la excitada esclava, que ya estaba empezando a gozar de forma anticipada las delicias que obtendría del joven y sus Pantaletas del Placer… y entonces se dio cuenta de algo, algo tan vergonzoso que apenas pudo creerlo de si misma: esperaba con ansias que volviera su Ama Lilian para poder servirla de la forma que ella deseara. Se dio cuenta de que en verdad ahora le pertenecía a su Ama.
Cuando el hombrecito se puso frente a ella, Giselle levantó sus estilizadas piernas con tacones negros y colocó delicadamente sus tobillos con grilletes en los hombros de este joven Amo. Finalmente la trigueña puso las manos tras su espalda y las conectó, dejándose a si misma indefensa ante el joven. Entonces las pantaletas suavizaron su poder y Giselle recuperó parte de su control pero era tarde, un nuevo placer había comenzado crecer cuando comenzó a ser penetrada con entusiasmo incansable, una y otra vez sin cesar. Haciéndola retorcerse de gozo.
-Aaaahh… aaahh… aaaahh –gemía con cada embestida, sin poder evitarlo apretó los parpados y abrió la boca mientras echaba la cabeza hacía atrás dominada por un fuerte orgasmo. Luego se derrumbó totalmente sonrojada por la vergüenza, causada no por estar teniendo sexo con un desconocido, sino por que no podía controlar sus deseos sexuales debido al enorme gozo que las malditas Pantaletas del Placer le hacían sentir.
-De haber sabido lo que pasaría nunca hubiera tocado la maldita prenda… -pensó antes de derrumbarse sin aliento.
¿CONTINUARA?
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

 

Relato erótico: “A mi novia le gusta mostrar su culito 10” (POR MOSTRATE)

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A mi novia le gusta mostrar su culito (10)

Después de lo que me había pasado entre los compañeros de mi anterior trabajo y mi esposa, sabía que no estaba bien que esa noche estuviéramos en ese evento, pero no tuve opción, la empresa en donde soy vendedor presentaba un nuevo producto e iban a asistir todos los directores de las filiales del mundo por lo tanto era imposible faltar.

Quizás tendría que haber puesto una excusa para que Marce no fuera conmigo, pero mi jefe insistió para que todos fueran con sus parejas y, además, ella tampoco quería perderse semejante fiesta y me prometió portarse bien.

El lugar era espectacular, un imponente salón de un prestigioso hotel de la ciudad, con una decoración magnífica y dividido en alrededor de 30 mesas para diez personas cada una, una pista de baile central y un escenario en un extremo.

La ubicación que nos toco no era de lo mejor, ya que estaba en el otro extremo del escenario y detrás de una columna que hacía dificultosa la visión.

Tampoco tuvimos la suerte de compartir mesa con conocidos. Nos había sido asignada junto a otros cuatro vendedores y sus respectivas parejas de sucursales del interior del país.

Como se imaginarán mi esposa desde el comienzo fue objeto de miradas de parte de todos los hombres del lugar, y cuando digo de todos, es de todos, los jóvenes y los de avanzada edad se la comían con los ojos.

Ese vestido largo color negro ceñido a su cintura y a sus caderas, con la espalda descubierta le quedaba de maravilla y sobre todo sus zapatos de tacones altos destacaban su hermosa cola parada que, como es su costumbre, Marce exhibía sin disimulo.

La noche comenzó con un aburrido discurso del Director General de la empresa y los aplausos habituales al terminar el mismo.

Sirvieron la cena y hubo alguna conversación de algunas cosas del trabajo con los compañeros de mesa.

La fiesta trascurría y nada en ella era divertido, por el contrario era bastante tediosa y nada hacía suponer que en algún momento la pasaríamos bien.

Por suerte después de terminar el primer plato pusieron música para bailar y eso hizo la cosa mas alegre.

– ¿Vamos a bailar?, me pidió Marce.

La tome de la mano y nos dirigimos a la pista, la que al no ser muy grande, estaba bastante concurrida.

La sensualidad con la que se movía mi esposa incremento las miradas de todos los tipos que estaban a nuestro alrededor y también de los que permanecían sentados.

En especial observe que en una mesa que daba a la pista había alguien que la miraba muy atentamente, mejor dicho, le miraba la cola muy atentamente.

Era un hombre mayor de aproximadamente 65 años, canoso y vestido muy elegante y con ropa muy fina, lo que denotaba que era algún ejecutivo de la empresa.

Era sorprendente verlo quieto, casi sin movimiento alguno, solo seguía con su mirada la cola que mi mujer meneaba al ritmo de la música.

Presentí en ese momento lo mucho que el viejo estaba deseando ese culo y la verdad eso me gusto, por fin la noche había empezado a ponerse divertida pensé.

Considere que alguien que admira de esa forma la cola de tu esposa había que agradecérselo y que mejor forma de hacerlo que acercándoselo para que lo contemplara en toda su expresión.

Como las mesas estaban casi al borde de la pista me fue fácil. Bailando y muy lentamente para que Marce no se diera cuenta, la fui llevando para ese lado hasta dejar su hermosa cola casi pegada a la cara del tipo.

Imaginé que en esa posición el viejo iba a hacerse el distraído para que yo no me diera cuenta de su actitud, pero no, siguió con los ojos clavados en el cuerpo de mi mujer en la misma posición que estaba y sin ningún tipo de disimulo.

La situación me había causado un principio de erección y quizás fue por eso que tuve el coraje de seguir adelante en la provocación. La acerqué a mí tomándola por la cola con las dos manos y le di un profundo beso. Ella me miro sorprendida sin sospechar nada, yo le sonreí y seguimos bailando.

Observe al viejo y ahí note que el me estaba mirando fijamente. Sentí como que me preguntaba si eso había sido para el. Le hice un gesto con la cabeza que podía interpretarse como un saludo, pero también como un asentimiento. El repitió mi gesto e inmediatamente volvió a bajar su mirada al culo de Marce.

En ese momento se encendieron las luces y paro la música. Les confieso que volver a nuestra mesa y sentarme fue un alivio, ya se me hacia difícil disimular mi erección.

– ¿Que fue eso del beso?, me preguntó

– Nada, tuve ganas de besarte, le conteste

– Fuiste muy efusivo y había mucha gente mirando, dijo

– Nadie nos vio, le respondí.

Ella no dijo nada, solo río.

Mientras comíamos el segundo plato no podía dejar de observar al viejo. Estaba sentado junto a un grupo de tres hombres y tres mujeres con edades similares a las de el. Conversaba y reía constantemente, y me sorprendió que nunca dirigió su mirada hacia nosotros. Me desilusione, me hubiese gustado que se siguiera babeando con la cola de mi mujer.

La conversación entre los comensales de nuestra mesa era bastante aburrida, eso hacia que me volvieran a la cabeza la imagen de los ojos de viejo clavados en el culo de mi esposa. El episodio me excitaba y ya tenía una erección que por suerte al estar sentado podía ocultar.

Mientras tanto Marce seguía de charla con una de las integrantes de la mesa sin siquiera sospechar mis pensamientos.

Nuevamente se apagaron las luces y comenzó la música.

– ¿Vamos?, me pidió Marce tomándome de una mano.

– En un rato, le conteste.

Era imposible pararme, antes tenía que bajar la tensión que había dentro de mi pantalón.

– ¿Te molesta si la saco a bailar?, me consultó un compañero de mesa.

– No, para nada, respondí.

Todos salieron a bailar y me quede solo en la mesa, por lo que aproveche para cambiarme de silla y tener una vista más amplia de la pista.

Mi esposa bailaba en la misma ubicación que lo había hecho conmigo pero el viejo no estaba en su silla. Estará bailando pensé, mientras bebí un trago de vino.

– ¿Puedo sentarme?, escuche tras mío.

– Claro, respondí. Era el.

– Yo ya no estoy para estos trotes, pero que raro que usted no baile, me dijo

– En un rato, conteste, tratando de reponerme de la sorpresa.

– Me llamo Marcos Acuña me dijo estirando su mano.

– Jorge Prieto, mucho gusto, estreche la suya.

– ¿En que sección de la empresa esta?, preguntó.

– En ventas ¿y Ud.?

– Yo estoy en el directorio.

– Pero no se amedrente mi amigo, acá somos todos iguales rió.

– Para nada, le dije mientras sonreía.

– Además yo estoy solo y Ud. con una hermosa mujer, así que son dos contra uno rió nuevamente.

– ¿Es su novia?

– No, mi esposa.

– Realmente es muy hermosa y ella lo sabe, dijo, mientras me señalaba la pista

donde ella se contorneaba sensualmente al ritmo de la música.

– Y si, reí nerviosamente.

Había ido directo al grano. Me di cuenta que se sentía seguro, sospechaba que el espectáculo de hace un rato había sido dirigido a el. La situación me incomodaba, pero a la vez me ponía muy caliente.

– Ese vestido le queda de maravillas, ¿no le parece?, me preguntó.

– Si, le conteste un poco inquieto

– Le digo porque se lo pude ver bastante de cerca hace un rato mientras bailaban.

– ¿Que cosa?, lo mire.

– El vestido, ¿que pensaba?, río.

– Nada, nada, respondí aún mas tenso.

– ¿Le puedo hacer una pregunta sin que se moleste?

No le respondí, solo le hice un gesto afirmativo. Me sentía visiblemente nervioso.

– ¿Sabe si su esposa tiene bombacha?

– ¿Como?, pregunté con cara de disgusto.

– Perdón si lo he inquietado con mi pregunta, no era mi intención, se disculpo ante mi reacción.

– Le preguntó porque estos vestidos tan ceñidos dejan ver las tiras de las bombachas y estuve observando un rato largo la cola de su esposa y no observe marca alguna, prosiguió.

Lo nervioso que estaba se transformo en excitación. El viejo se había pasado, pero en vez de estar enojado, me entusiasmaba el jueguito, después de todo yo lo había empezado.

– La verdad no lo se, le respondí

– Por ahí tiene una tanga chiquita que se le mete en la cola y no se nota, dije a propósito.

– Tal vez, dijo

Yo esperaba que la respuesta lo incomodara, pero no tuvo ninguna reacción

– Me lo averigua, me gustaría saberlo, continuo mientras me dio la mano y se retiro regresando a su mesa.

Es un viejo zorro pensé, me paso la posta a mi a ver si quería continuar con el juego. Lamente que se hubiera ido, me había excitado mucho ese dialogo.

Lo seguí con la mirada, se sentó de espaldas a Marce sin mirarla y continuo con su animada charla con sus compañeros de mesa.

Yo quede nuevamente solo y mas excitado que antes y sin estar seguro de querer continuar con esta diversión peligrosa.

Al rato, se corto la música y todos volvieron a la mesa.

– ¿Que paso que no viniste?, me preguntó Marce.

– Tenía ganas de verte desde acá, le respondí sonriendo.

Se río y me dio un beso.

– ¿Y que viste?

– Vi que no se te ven marcas de ropa interior, le susurre al oído.

– ¿Te diste cuenta?, río

– Con estos vestidos no se puede usar, me respondió con voz picara.

– ¿Nada de nada?, le pregunte.

– Nada de nada, me contesto sonriendo.

– ¿Te molesta?, continuó.

– No, para nada, dije.

Vinieron los mozos a servir el postre por lo que se interrumpió la charla.

Reconozco que estaba demasiado excitado con la situación y eso no me hizo pensar muy bien

– Voy al baño, ya vengo, dije.

Tuve que hacer un esfuerzo para caminar por la erección que tenia. Por suerte no había mucha luz, por lo que pude disimularla bien.

Me dirigí directo a la mesa del viejo y al pasar junto a él me acerque y le dije al oído:

– Ud. tenía razón.

El solo me miro, yo seguí camino al baño.

Me metí en un cubículo y me baje los pantalones, ya no aguantaba la presión que ejercían sobre mi miembro. Como mi erección era total aproveche para masturbarme un poco recordando la mirada del viejo en el culo de mi mujer.

– ¿Sr. Prieto, esta Ud. ahí?, escuche mientras se oía el agua de una canilla correr.

Me había seguido al baño, era lógico, pero de todos modos me exaltó un poco.

– Si, respondí.

– Perdone que lo moleste pero quería estar seguro si entendí bien.

– ¿Me quiso decir que su esposa esta desnuda debajo del vestido?, preguntó.

– Completamente, le dije mientras me masturbaba frenéticamente.

– Ah, mire Ud.

– Dígame, ¿cree que su esposa querrá conmigo?

Me corrió un frío por la espalda, me quede en silencio.

– Bailar digo

– Tendría que preguntarle a ella, dije ya muy agitado.

– ¿Ud. no tendría problemas verdad?

– No, fue lo único que salio de mi boca.

– OK, después lo veo.

Recién cuando escuche que la puerta principal del baño se cerraba me relaje. Me acomode la ropa, me lave las manos y la cara tratando de refrescarme un poco y regrese al salón. Cuando pase por su mesa, el viejo ni me miro.

– Como tardaste, me dijo Marce.

– Es que algo que comí no me cayó bien, dije como justificativo.

– Se te nota que estas muy colorado, ¿querés que vayamos?, me preguntó.

– No, por ahora aguanto, cualquier cosa te aviso.

Seguía que explotaba de la calentura, deseaba que esa fiesta no terminara nunca. Me encantaba este juego sin que mi esposa supiera y con la ventaja de terminarlo cuando quisiera.

Cuando comenzó nuevamente la música, todos los de nuestra mesa salieron a bailar.

– ¿Todavía te sentís mal?, preguntó ella.

– La verdad que no muy bien, pero anda a bailar si querés.

– Si Ud. lo desea puede bailar conmigo, se escucho detrás de nosotros.

– Mi nombre es Marcos, mucho gusto, prosiguió extendiéndole la mano a Marce.

– Marcela Prieto, un gusto, dijo ella.

– Con su marido ya nos conocemos, ¿no es cierto?

– Si claro y por supuesto se la presto, le dije con una sonrisa.

– ¿No te molesta amor?, preguntó ella con cara de desconcierto.

– Para nada, anda, mientras yo me repongo un poco.

Me dio un beso y se fueron, ella delante y el detrás con la mirada clavada en su culo.

Nuevamente me cambie de silla para poderlos apreciar mejor a los dos, estaba seguro que Marce con lo que le gusta calentar a los tipos lo iba a volver loco al viejo.

No me equivoque, al rato de estar bailando de frente, ella se dio vuelta y comenzó a menearle el culo, el viejo sin disimulo volvió a clavarle los ojos en su cola, dirigió la mirada hacia mi y le dijo algo al oído, Marce me miro y río, situándose nuevamente frente a el.

Se acercaban, se decían algo, reían y seguían bailando. Ya la erección me estaba produciendo dolor, tenia que hacer algo. Como la zona de las mesas estaba a oscuras, me tape con parte del mantel, me abrí el cierre del pantalón y saque el miembro de ese encierro. Me masturbaba despacio para que nadie notara nada.

Realmente estaba deseando que pasara algo más, pero no fue así, el viejo se porto como un caballero, solo siguieron bailando y al finalizar la música la acompaño a mi mesa despidiéndose de ella y de mí con un gracias.

Pensé que todo había terminado ahí; Nada mas equivocado.

– Vi que la pasaste bien, le dije.

– Si, Marcos es muy simpático, me respondió.

– Y además tiene un perfume muy rico, prosiguió.

– Y también lo tenes loco, dije sonriendo.

– Si, me lo dio a entender, río

– ¿Si?, ¿Como?

– En un momento me le puse de espaldas y me susurro al oído que me diera vuelta que era viejo pero no de fierro y que vos me estabas vigilando, dijo con cara picara.

– Si lo vi., y vi que te diste vuelta enseguida.

– Te prometí que me iba a portar bien no.

– Yo cumplo mis promesas, sonrió.

– ¿Te calentó el viejo?, quise saber.

– Yo cumplo mis promesas, me repitió sonriendo y me dio un cariñoso beso.

Sus ojos lo decían todo, le había encantado calentar al viejo, se le notaba excitada. No me sorprendí, yo sabia lo mucho que le gustaba eso.

– Voy al toillete, ya vuelvo, me dijo.

La seguí con la mirada, al pasar al lado de viejo paró mas el culo, hubiese apostado que lo haría, y continuó camino.

El viejo no pudo dejar de mirarla, clavos sus ojos en esa cola parada hasta que se perdió tras la puerta de baño.

Luego me miro, se incorporó y se acercó.

– Le pido disculpas, me dijo.

– ¿Por que?, le pregunte.

– Por no poder dejar de mirarle la cola a su esposa, dijo en tono pausado.

– Espero que me comprenda, a mi edad solo el saber que ese hermoso culo esta desnudo debajo del vestido, me excita, continuó.

– No se haga problemas, me pasa seguido esto, le respondí.

– Es mas, me halaga que admiren a mi mujer, continúe.

– Me alegro que no le moleste.

– ¿Cree que a ella le molestará?, preguntó.

– ¿Que cosa?

– Mostrarme esa colita.

– Ya se la mostró en la pista, le dije.

– No me entendió, le preguntó si a ella le molestará mostrarme la colita sin el vestido, dijo muy seguro.

Me corrió un sudor por la espalda, mi grado de excitación ya no me dejaba pensar bien.

No le conteste, mi silencio le dio pie para seguir.

– ¿No le parece que seria excitante para Ud. ver como su esposa le muestra el culo desnudo a un viejo como yo?, prosiguió.

No emití palabra, solo miraba la pista, mientras el seguía hablándome discretamente.

– Se lo dejo pensar, si lo cree posible avíseme, dijo, e inicio el camino hacia su mesa.

No solo lo creía posible, sino que quería que pasara pensé. Estaba seguro que no me iba a ser difícil convencer a Marce, a ella le encanta eso.

Si no hubiera sido por la educación y compostura del viejo, posiblemente hubiese dejado pasar la ocasión, pero eso y que estaba caliente pudo mas y estaba dispuesto a hacerlo.

– No sabes cuanta gente había en el baño, me dijo Marce al regresar.

– Y claro van todas juntas dije, como para disimular mis pensamientos.

– ¿Te sentís mejor?, me preguntó.

– La verdad que no, estaba pensando en decirte que nos vayamos, respondí.

– ¿Si?, que lástima, me dijo.

– Bueno vamos, no hay problema, continuó.

– Marcos me pidió que lo alcanzáramos hasta la casa, ¿te molesta?, pregunté.

– ¿Te parece?, no te veo bien, dijo.

– Nos queda de paso y es un directivo, no puedo decirle que no, comente.

– OK, voy a buscar los abrigos al guardarropas, ya vengo, dijo.

– Yo le voy a avisar al viejo, dije.

Llegue a su mesa, el se dio vuelta para prestarme atención.

– Ya nos vamos, ¿nos acompaña?, le pregunte nerviosamente.

– Por supuesto, me contesto con una sonrisa.

– Lo esperamos en la puerta, le dije y me retiré.

Nos ubicamos en mi auto, el viejo en la parte trasera y partimos.

– Que rico perfume tiene, fue lo primero que comento mi mujer, mientras el aroma inundaba todo el habitáculo.

– Gracias, respondió el.

– Me alegro que le guste, continuó.

– El suyo también es muy bonito y sugestivo, dijo.

– Gracias, respondió ella con una sonrisa.

– ¿Uds. viven lejos?

– No, acá a unas 10 cuadras, conteste.

– Lastima que se sienta mal, me hubiese gustado seguir charlando con una pareja tan cordial, dijo el viejo mientras me observaba a través del espejo retrovisor.

– Otro día lo invitamos a cenar, dijo Marce.

– No estoy tan mal, no es para tanto, ¿le agradaría pasar a tomar un café?, le pregunté.

– Si a su esposa no le molesta me encantaría.

– No, por favor como me va a molestar, dijo ella mientras me miraba desconcertada.

Apure el camino a casa mientras mis pensamientos me invadían. Estaba muy excitado y quería llegar lo antes posible.

Guarde el auto en la cochera y nos dirigimos los tres hacia el ascensor. Nuevamente el perfume del viejo llenó la pequeña cabina.

– Tenés que comprarte un perfume como este, es muy estimulante, me sugirió Marce.

– Es lindo dije.

– ¿Le parece estimulante?, preguntó el.

– Mucho, respondió ella.

– ¿Y que le estimula?, continuó el, mirándola con deseo.

– Uh tantas cosas, contesto ella riéndose.

El rió, yo era solo un observador de esa charla de seducción.

Lo invite a que tomara asiento en unos mullidos sillones que tenemos en el living, yo lo hice frente a el, mientras Marce fue hacia la cocina a preparar el café prometido.

– ¿Su esposa ya sabe?, me preguntó.

– ¿Que cosa?

– Que me trajo para que ella me muestre el culo.

– Para nada, respondí inquieto.

– ¿Cree que va a ser posible, no se me va a arrepentir no?, preguntó con tono impaciente.

– Ud. vino a verle la cola a mi esposa y ella se la va a mostrar, respondí desafiante.

– Así me gusta, dijo mientras se acomodaba en el sillón.

Metió la mano en el bolsillo interior del saco y sacó una pastilla azul, la puso sobre la mesa frente a el.

– Si Ud. me lo permite, voy a tomar esta pastilla, a mi edad uno necesita una ayudita y con una colita tan linda cerca uno nunca sabe, sonrió.

Entendí que hizo ese movimiento para ver como reaccionaba. Me estaba insinuando que no solo quería verla desnuda a Marce, sino que también pretendía algo mas. Acepte el desafío.

– Amor, podes traer un vaso de agua que el Sr. Marcos tiene que tomar una pastilla, le grite a Marce para que me escuchara.

El sonrío, y aunque mantuvo la compostura, se le noto una expresión de deseo que no le había visto en toda la noche.

En ese momento regreso ella con el vaso en la mano.

– Ya se esta calentando, en un momento estará listo, dijo mientras le entregaba el vaso al viejo.

– ¿A que se refiere? preguntó el, mientras tragaba la pastilla.

– Al café, que creía, dijo riendo.

– Debe ser de bravo Ud. prosiguió ella, mientras se sentaba a mi lado.

– ¿Lo dice por lo que conversé con su marido?, preguntó mirándome.

– ¿Que converso con mi marido?, no se, no me dijo.

– Ah perdón, pensé que le había contado lo que habíamos hablado en el salón.

– ¿No le contó Prieto?, me preguntó haciéndose el distraído.

– ¿Que hablaron?, quiso saber ella extrañada.

– Solo me preguntó si tenías ropa interior y le respondí que no, conteste visiblemente acalorado.

Se noto en su rostro que eso la había conmovido, el brillo en sus ojos la delato, Marcos se dio cuenta por lo que aprovecho para continuar:

– Le pido por favor que no se enoje, dijo.

– Ud. es una mujer hermosa y es muy excitante para mí saber que solamente la fina tela de su vestido cubre su cuerpo, y especialmente esa cola tan bella, continuó.

Ella me miro y sonrió nerviosamente.

– A su marido le pareció excitante que Ud. se sacara el vestido para mi, y realmente a mi me encantaría observar su cuerpo desnudo, ¿a Ud. le molestaría?, le preguntó.

El rostro de ella se ruborizo, creo que por una mezcla de excitación y vergüenza, no esperaba que el viejo fuera tan directo.

Por unos segundos todo quedo en silencio.

– No se, me toma por sorpresa, dijo ella.

– Mire señora Prieto, no se ponga mal, tómelo solo como un juego, su marido lo va a disfrutar, yo lo voy a disfrutar y seguramente Ud. también lo disfrutará.

Ella lo miro y tímidamente hizo un gesto de convencimiento y aprobación.

– Prieto, me gustaría verlo a Ud. sacándole el vestido, ¿me haría el favor?, preguntó.

Me incorpore, la tome de la mano y nos separamos del sillón unos metros. Me puse de frente a ella y ella de espaldas al viejo. Lamente que Marcos no pudiera ver la cara de puta que tenia Marce en ese momento. El seguía atentamente la escena sin gesto alguno.

Lentamente le baje los breteles y los solté. No se si fue por el tipo de tela o por la suavidad de la piel de mi mujer, el vestido se deslizó completamente y quedo a sus pies.

– ¿Que le parece Marcos?, me anime a preguntar.

– Me parece que su esposa tiene una cola preciosa, respondió.

– Gracias, dijo ella girando la cabeza y buscándolo con la mirada.

– Retírele el vestido pero déjele los zapatos por favor, me ordenó.

Así lo hice. Ella temblaba de la excitación, yo a esa altura solo aguardaba nuevas órdenes. El viejo seguía con su traje y corbata prolijamente ubicada, me sorprendió que ni siquiera se tocara por encima del pantalón.

– Sr. Prieto, me gustaría que me exhibiera esa cola como lo hizo mientras bailaba en la fiesta, dijo.

Marce se asombró, pero no dijo nada, su calentura ya no se le permitía. Empecé a bailar despacio, la tome por las caderas y ella comenzó a moverse sensualmente.

Muy lentamente la fui llevando hacia la posición del viejo hasta ponerle el culo a unos centímetros de su cara. Baje mis manos a sus glúteos y repetí la escena del salón dándole un largo beso.

– Sr. Prieto ¿me permite acariciar la colita de su esposa?, preguntó.

Marce cerro los ojos, estaba que explotaba, yo no dije palabra, solo la acerque un poco más, hasta casi rozar su culo con la cara del viejo.

El comprendió que tenía permiso y manoseo suavemente sus glúteos, mientras Marce paraba más la cola. Le di otro beso y me aleje, no quería perderme nada de la escena.

– Que hermosa piel tiene Sra. Pietro, dijo, mientra le acariciaba con delicadeza todo su cuerpo.

– Gracias, apenas se la escucho a ella.

– Realmente tiene una hermosa mujer, Sr. Prieto, continuó diciendo mientras, metía su mano entre las piernas de Marce.

– Lo se, dije, mientras ella nos regalaba un placentero gemido.

– Esta toda mojada Sra. Prieto, dijo mirándose la mano empapada por sus jugos.

– Dese vuelta por favor, le pidió.

Ella obedeció. Primero acarició sus pechos que a esta altura tenían sus pezones muy erectos, luego bajo sus manos por su ombligo hasta llegar a su totalmente depilada vagina.

Marce estaba con sus ojos cerrados y con la respiración agitada. Yo me baje el cierre del pantalón para aliviar la presión.

– Espero Sr. Prieto, tenga un poco de paciencia, ya va a tener tiempo de masturbarse, me sugirió.

Le hice caso, volví a cerrar el cierre. El continuó:

– Su esposa tiene una hermosa conchita, dijo, mientras hurgaba delicadamente en ella.

– Pero esta conchita tiene dueño y es Ud. y yo soy muy respetuoso de eso, me dijo mientras retiraba los dedos de ahí.

Con Marce nos miramos con asombro.

– No se sorprendan, por respeto al marido nunca le pediría la vagina a una mujer casada, continuó.

– Distinto es la cola, siempre creí que la colas bellas pertenecen a todos los hombres, dijo mientras hacia girar nuevamente a Marce.

Eso fue muy excitante para mi, que tuve que hacer un esfuerzo para no eyacular. También se noto que en mi mujer había hecho efecto, se mordió su labio inferior, y se ruborizo aún más.

El puso una mano en la espalda de ella y la empujo hacia delante. Quedo nuevamente con la cola muy parada a centímetros de su cara.

– Y este colita se nota muy predispuesta, ¿no Sr. Prieto?, preguntó mirándome fijamente, mientras se ensalivaba dos dedos y los introducía hasta el fondo en su hoyito.

Marce pego un gritito de placer, el dejo un momento los dedos dentro de su cola y luego continuó con movimientos lentos, metiéndolos y sacándolos. Lo habrá hecho una diez veces, suficiente para mi esposa que entre gemidos le regalara el primer orgasmo.

Saco los dedos y le dio una palmadita.

– Tranquila Sra. Pietro, todavía falta lo mejor, le dijo con una sonrisa.

Ella seguía en la misma posición y se la notaba muy agitada, un hilo de líquido transparente corría por sus piernas temblorosas.

– Sr. Prieto por favor, vaya a buscar algo para que su esposa pueda limpiarse, dijo.

Deje el living y fui hacia el baño a buscar papel. Fue un alivio para mí, pude sacar el miembro y masturbarme un momento, me acomode la ropa y regrese, no quería perderme nada.

Volví con un rollo de papel en la mano, ahí estaban, Marcos parado frente a ella, con una mano entre sus glúteos y dándose un fogoso beso.

– Perdón Sr. Prieto, pero su esposa quiso olerme el perfume de cerca.

– ¿No Sra. Pietro?, preguntó.

– Si, apenas pudo responder ella, inmediatamente tuvo la lengua del viejo nuevamente en su boca.

Nunca había visto a Marce besar tan apasionadamente a otro que no fuese yo. Se veían las lenguas que se trenzaban y se intercalaban en las bocas.

– Muéstrele a su marido como le gusta mi perfume, decía el, y nuevamente le metía la lengua en la boca.

– Ud. es un hombre de suerte Prieto, su mujer tiene una boca deliciosa, y volvían a jugar con sus lenguas.

Estuvieron así unos minutos. La escena era súper erótica y yo ya necesitaba masturbarme y tener mi primer orgasmo.

Por suerte el se detuvo:

– Sra. Prieto necesito hablar algo a solas con su marido, me puede disculpar un momento, dijo.

Ella asintió desconcertada y se metió en el baño.

– Mire Sr. Prieto, quería agradecerle que me haya permitido admirar y tocar el hermoso cuerpo de su esposa.

– Entenderá que esto no puede quedar acá, continuó.

Solo le asentí con la cabeza.

– Me voy a coger a su mujer y me gustaría hacerlo en su lecho matrimonial, ¿Ud. tendría alguna objeción?, me preguntó.

– No, respondí apenas audible.

– Igual, puede confiar en mi, aunque esa conchita sea muy deseable, como le dije antes por respeto a Ud. solo la voy a penetrar por la cola.

– Es toda suya, le dije.

– Le agradezco mucho, contesto.

– Otra cosa Pietro, me gustaría darle a ese culo toda la noche, ¿a Ud. le molestaría dormir acá en los sillones?, preguntó.

– No, para nada, respondí con una sonrisa nerviosa.

– Le agradezco nuevamente, dijo.

– Me indica donde esta su dormitorio, pidió.

Lo acompañé a nuestro cuarto.

– Vaya a buscar a su esposa y tráigamela que ya me esta haciendo efecto la pastilla.

Lo obedecí, fui hasta el baño. Ella se había puesto una bata y estaba tocándose frente al espejo. Se la notaba súper excitada.

– Hola, me dijo

– Hola, ¿esta bien?, le pregunte

– Si, respondió

– Marcos quiere que te lleve al dormitorio, me pidió permiso para cogerte la cola ahí toda lo noche.

– ¿Y que le contestaste?, preguntó mientras se masturbaba más rápido.

– Le dije que esta cola era toda suya, le respondí mientras metía un dedo en su agujerito.

– ¿Hice mal?

Su piel se erizo y estaba seguro que no era de frío. Me dio un ardiente beso y me pidió que la llevara.

Al llegar al cuarto el viejo ya estaba a medio desvestir, se había desprendido del saco y de la camisa. Nuevamente su aroma había colmado el ambiente.

– Lindo colchón, dijo mientras hacia presión en el con las dos manos.

– Vamos a pasar una noche estupenda, ¿no Sra. Pietro?, preguntó.

Ella solo lo miro con deseo.

– Quítese la bata y los zapatos y métase en la cama por favor, continuó.

Marce obedeció de inmediato y totalmente desnuda se acostó boca abajo. Yo me ubique en una silla a un lateral de la cama. Marcos se saco los pantalones y el boxer, quedando completamente desnudo. Su físico en general coincidía con su edad, estaba totalmente depilado y su miembro de considerable tamaño ya mostraba una importante erección.

Se tendió mirando hacia ella y acaricio su espalda y su cola mientras besaba su cuello.

Ella le busco la boca y volvieron a entrelazar sus lenguas.

– Vio Prieto, se nota que su esposa no mentía cuando dijo que le estimulaba mi perfume.

– Venga Sra. Prieto huélalo por acá que suelo ponerme mas cantidad, continuó diciendo mientras guiaba su cabeza hacia su torso.

Marce comenzó a besarle las tetillas y bajando lentamente hasta llegar a su ombligo, donde metió su lengua dentro. El viejo gimió por primera vez. Yo que me masturbaba frenéticamente no aguante más y tuve mi primer orgasmo.

Me levante para ir a lavarme.

– ¿Adonde va?, me preguntó Marcos.

– A lavarme le dije, mientras ella seguía jugueteando con su ombligo

– Espere que quiero que vea como su esposa me la chupa, dijo

Marce giro la cabeza, me miro y metió toda la verga del viejo dentro de su boca, Yo regrese a mi lugar.

– Que bien la chupa Sra. Pietro, dijo mientras le tomaba la cabeza con las dos manos marcándole el ritmo.

Estuvo así unos minutos, su boca subía y bajaba por el miembro de Marcos mientras alternaba su mirada entre la de el y la mía. En un momento fue con su boca a sus huevos. Se noto que al viejo le encanto. Se tomo el miembro y empezó a masturbarse mientras Marce jugueteaba esa zona con la lengua.

– Que dulce que es su esposa Sr. Pietro, dijo entre suspiros.

– Fíjese que mas encuentra por ahí para lamer, Sra. Pietro, continuó mientras abría y levantaba las piernas.

Ella no lo dudo, bajo su lengua hasta encontrarse con el ano del viejo, el cual lamió con placer.

– Eso es Sra. Pietro entreténgase con mi cola, que después me toca a mi hacerlo con la suya, dijo masturbándose violentamente.

Ver la cabeza de mi esposa enterrada en el culo de Marcos fue tan caliente que tuve mi segundo orgasmo.

– Le dije que su marido lo iba a disfrutar, dijo mientas me señalaba.

Ella alzo la cabeza, me miro con esa cara de puta que solo ella puede poner y volvió a meter la lengua en el culo del viejo.

Se notaba que la pastilla a Marcos le había hecho efecto, su verga había aumentado considerablemente su tamaño y la tenía dura como un fierro. Yo estaba exhausto, necesitaba descansar un momento así que aproveche que los dos estaban muy entretenidos y me dirigí al baño para lavarme.

No habían pasado ni cinco minutos y comencé a oír a mi esposa jadeando con frenesí. Me apure a regresar al dormitorio. Ahí estaba mi mujer sentada sobre Marcos con su cola insertada hasta el fondo por su verga y cabalgando a un ritmo apasionado. La escena me produjo nuevamente una erección total, me retiré el pantalón, volví a mi asiento y comencé a masturbarme enérgicamente.

– Que culo abierto tiene su esposa, dijo el viejo casi inaudible por los gritos de Marce.

– Y parece que le encantan las vergas duras no Sra. Pietro, continuó mientras manoseaba sus pechos.

Ella solo gemía, busco la boca de Marcos y le metió la lengua mientras seguía hamacándose.

– Me estoy por venir, dijo el viejo con su respiración agitada.

– ¿Me da permiso para hacerlo dentro de la cola de su mujer?, me pregunto mirándome.

– Por supuesto, le conteste con voz entrecortada.

Nos miramos con Marce durante el tiempo que el viejo, entre jadeos, le llenaba el culo de semen. Fue demasiado para nosotros que acabamos juntos.

Ella quedo tendida sobre Marcos.

– ¿Le gusto Sra. Pietro?, rompió el silencio Marcos.

– Mucho, contesto ella, mientras lo besaba.

– Tuvo buena vista de ahí, ¿no Sr. Pietro?, sonrió.

– ¿Que le parece?, respondí mientras le mostraba mi semen en mi mano.

Los tres reímos. Marce se levanto, me beso y se dirigió al baño.

– Por Dios como coge su esposa, Ud. es un afortunado Sr. Pietro.

– Gracias Marcos, le dije.

– ¿Ud. esta satisfecho ya?, me preguntó.

– Bastante, le conteste con una sonrisa.

– Váyase a descansar un rato mientras yo sigo dándole a esa cola, ¿no le molesta no?

– Para nada, lo único que le pido es que no la haga gritar mucho así puedo dormir, le conteste con un sonrisa.

– Eso no se lo puedo prometer, dijo también con una sonrisa.

En el baño se escucho el caer del agua de la ducha.

– Escuche, esta dejando su colita limpita para que pueda seguir jugando con ella, dije para excitarlo.

Dio resultado, su miembro creció inmediatamente. Yo tome una colcha y una almohada y me retire hacia el living a armarme mi cama para esa noche. Fui al otro baño a lavarme, al salir me cruce en el pasillo con Marce que salía del suyo, envuelta en una toalla y con su cabello mojado.

– Anda que el viejo te esta esperando con la verga dura le dije.

– Uf, dijo mordiéndose su labio inferior.

– Me parece que tenés para rato, continúe.

– ¿Vos no venís?, me preguntó.

– No, estoy exhausto, me voy a dormir al living, disfrútalo, respondí.

– Gracias, te quiero, me dijo.

Me beso y volvió casi corriendo al dormitorio. Me acosté y me dormí.

Ya estaba amaneciendo. No sabia cuanto tiempo había pasado, no tenía reloj a mano así que fui a ver el de la cocina. Me había dormido dos horas y me sorprendió que todo estuviese en silencio, estarán dormidos imagine.

Sin hacer ruido me encamine hacia el cuarto, la puerta estaba cerrada por lo que con mucho cuidado para no despertarlos la abrí.

El dormitorio estaba iluminado solo con la luz de la madrugada. Había imaginado mal, mi esposa estaba en cuatro con la cara apoyada en la almohada y tenía la cara del viejo enterrada en su cola. El espectáculo me produjo una erección de inmediato. Marcos me miro.

– Hola Prieto, ¿lo despertamos?, pregunto, y volvió a lamer sin esperar mi respuesta.

– No, respondí.

– Hola amor, me saludo ella entre suspiros.

– Hola, dije.

Me fui a sentar a mi silla, necesitaba volver a masturbarme.

– ¿No durmieron?, pregunte inocentemente.

– No me dejó, respondió ella con cara de satisfacción.

– Ud. cree que es posible dormir al lado de este culo, dijo el sonriendo.

Increíblemente el estaba con una erección importante. A ella se le notaba cansada pero contenta.

– Muéstrele a su marido como tiene la cola, prosiguió el viejo.

Ella se acerco y me mostró su hoyito totalmente dilatado. Nunca lo había visto tan abierto, sin exagerar le entrarían cuatro dedos sin esfuerzo.

– Mira como me dejo la colita el Sr. Marcos, me dijo con cara de puta.

– Agradécele que no me hizo doler nada, es muy atento, continuó sabiendo que sus palabras me excitarían.

– Gracias Marcos por cuidar de a mi esposa, dije.

– Por nada, respondió el enganchándose en esa charla caliente.

– Porque no se queda un rato que ahora le toca a su mujer, me sugirió.

– ¿Que cosa?, pregunte.

– Venga Sra. Pietro, enséñele como jugamos, dijo el mientras se ponía en cuatro.

Ella me dio un beso y fue directo a poner la cara en el culo de Marcos. Lo lamía con ganas mientras se masturbaba con dos dedos en la conchita.

El gemía y también se masturbaba. A mi ya me dolía el pene y necesitaba acabar.

– Venga que viene de nuevo la lechita, dijo el viejo.

Marce se puso nuevamente en cuatro con la cola bien parada, Marcos se ubicó detrás y le ensarto la verga hasta el fondo. Ella pego un grito de placer. El la sacaba y la volvía a entrar en su totalidad hasta que se noto por su exclamación que una vez más le había dejado toda la leche dentro.

Se dejaron caer totalmente extenuados y yo lograba mi cuarto orgasmo de la noche.

Regrese a mi cama completamente agotado y me dormí.

La luz que entraba por la ventana me despertó, por el sol imagine que seria mediodía. Se escuchaban ruidos en la cocina así que me incorporé y fui hasta allí.

– Hola dormilón, dijo Marce mientras me daba un lindo beso.

Estaba sola, preparando café y unas tostadas. Vestía una remera blanca que le llegaba a mitad de la cola y una tanga negra apenas visible y estaba descalza. Mire el reloj y eran las 13.25.

– Hola, todo bien, dije.

– ¿Donde esta el viejo?, pregunté.

– Esta duchándose, respondió.

– Te ves cansada.

– Como querés que me vea, no se como hace pero Marcos no paro en toda la noche.

– Y a vos que no te gusta, dije sonriendo.

– Me encanto, hace rato que no me cojen así, sonrió también.

– Como les va a la hermosa pareja, se escucho detrás de nosotros.

El viejo estaba vestido con una bata mía y tenía su cabello mojado.

– Espero no le moleste que haya tomado una bata, me dijo

– Por favor, faltaba mas, respondí.

– Buen día Sra. Pietro, ¿como esta?, pregunto, y beso delicadamente sus labios.

– Bien, muy bien dijo ella riendo.

– Siéntense que ya esta el desayuno listo, continuó.

Nos acomodamos en la mesa de la cocina y ella sirvió las tazas de café y las tostadas.

– ¿Linda noche hemos pasado no Sr. Pietro?

– Muy agradable, respondí.

– Menos mal que nos retiramos de esa aburrida fiesta, continué.

– Que vitalidad que tiene Marcos, dijo ella.

– Estoy entrenado, río.

– Con unos amigos de mi edad hacemos mucho deporte.

– Además acostumbramos a entretenernos con colas hermosas y eso nos mantiene jóvenes, rió.

– Ya me di cuenta, dije riendo.

– ¿Ud. lo disfruto no Sra. Pietro?

– Mucho, respondió mirándolo pícaramente.

– Tendríamos que repetirlo, ¿no Prieto?

– Cuando quiera, respondí

– Me gustaría invitarlos a mi casa de campo a pasar el fin de semana entrante, ¿Les agrada la idea?

– Claro dijo ella, nos encantaría.

– Anote la dirección, le pidió.

Marce busco en los cajones de la cocina una agenda y un lápiz y se apoyo en la mesada para tomar nota. Por su posición su remera se alzó un poco dejando ver casi todo su hermoso culo cubierto apenas por la diminuta tanga.

– Que vista maravillosa nos esta dando Sra. Pietro, dijo el clavándoles los ojos.

Ella lo miro y río, mientras paraba la cola un poco más.

– Mire como me pone su esposa, me mostró abriéndose la bata.

Estaba casi con una erección completa.

– Ya vuelvo Prieto, me dijo mientras se sacaba la bata.

La apoyo por detrás y comenzó a besarle el cuello, ella respondió refregándole el culo por su verga. Yo me masturbaba nuevamente.

– ¿Le mostramos a su marido como le gusta mi lechita?, susurro a su oído.

Ella se dio vuelta, se puso de rodillas y metió todo el miembro del viejo en su boca. Se lo chupaba como solo ella sabe hacerlo. A Marcos se le notaba en la cara que no iba a aguantar mucho.

– Ahí viene, dijo entre jadeos.

Marce no paro, solo siguió entrándola y sacándola a un ritmo frenético, hasta que le lleno la boca de semen. Vino hacia donde estaba yo, me miro con pasión y lo trago todo. Yo aproveché y le acabe en la cara.

Nos lavamos, nos cambiamos y nos fuimos a despedir de Marcos a la puerta de entrada del edificio.

– Los espero el sábado, nos dijo.

La saludó con la mano a Marce y cuando estrechó la mía, se acerco y me dijo al oído:

– Vengan de sport, pero eso si, traigala sin bombacha.

CONTINUARA…

Nuevas fotos de Marce en: lindoscuernos.blogspot.com

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

 

Relato erótico: “la gemela” (POR JAVIET)

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Hola amigos y amigas, de nuevo con vosotros para contaros un relato, esta historia me la contó mi amigo Paco y pese a su contenido y los antecedentes de fantasma exagerado del tío, me inclino a creerla cierta ya que vi a la protagonista, pero comencemos.
 Aquella noche de verano…
Paco salió del trabajo y fue a su casa donde cenó viendo la tele, es solterón empedernido, mide 1´80. Es heterosexual fanático y no muy agraciado de cara, cosa que compensa con un buen cuerpo fruto de muchas horas de gimnasio, es buen conversador y siempre le decimos que el mas que enrollar a las pibas cuando va de fiesta, las atonta con su abundante verborrea y luego pasa al ataque cuando están aturulladas y medio bebidas.
Volviendo a la historia, Paco se maqueó y salió de fiesta al centro de la ciudad donde había quedado con el resto de la panda, habíamos quedado en “El Bareto” un bar de moda y llego el primero a la cita, mientras tomaba una cerveza en la barra recibió un golpe en la espalda que le hizo derramar parte de su jarra en el mostrador, la culpable era una chica morena que había tropezado con el sin darse apenas cuenta en su camino un tanto errático pero veloz hacia el servicio.
Laura Pérez, pues así llamaba la morena en cuestión, se introdujo en una de las cabinas del servicio de chicas y mas que sentarse se medio tumbó, se levantó la corta falda azul marino y se abrió de piernas, de un manotazo se apartó el empapado tanga verde pistacho con rayitas azul cielo y se metió dos dedos en su vagina, moviéndolos sin compasión ninguna dentro y fuera de ella haciéndose una paja feroz, con la mano libre se pellizcaba los pezones sobre la camiseta gris, mientras con los ojos cerrados y mordiéndose temblorosamente los labios para amortiguar los gemidos que salían de su boca, pensaba:
–          “Zorraaa esta me la pagaas, jodiaa cabrona que gustazooo me estas dandooo.
Sus dedos chorreaban flujo en su incesante martilleo de su ansioso y empapado coño, sus gemidos aumentaron un poco y no tardo en correrse, su cuerpo se sacudía entre espasmos de placer mientras su empapada mano se ralentizaba poco a poco, hasta finalmente deslizar sus dedos hacia arriba acariciando el clítoris mientras salían, lo cual la produjo otro escalofrío de gusto, mientras pensaba:
–         “Así que quieres marcha, está bien Lola esta noche vas a tener marcha,  por eso no te preocupes”
Entretanto a tres kilómetros de allí en casa de los Pérez. Lola Pérez de 22 años, morena con el pelo hasta los hombros, cara con forma de corazón y de labios gordezuelos siempre incitantes a los besos, de cuerpo firme con pechos tamaño pomelo, vientre terso y plano, piernas duras y firmes debido al ejercicio, de profesión cajera de híper, actualmente con un tobillo enyesado y por tanto tumbada en la cama, se bajaba el camisón tras hacerse una buena paja, como siempre se había acordado de su hermana Laura, desde que eran jóvenes y empezó a picarles el coñito, pensaban la una en la otra en ciertas circunstancias.
Las hermanas eran gemelas idénticas y estaban muy unidas, tan unidas que sus primeros escarceos en el mundo del sexo habían sido entre ellas, durante sus tardes y noches de amor lésbico-filial se lo pasaban de miedo, sus corridas eran intensas y casi siempre coincidían, era casi como si la corrida de una provocase la llegada de la otra hermana, al menos hasta ahora siempre había ocurrido así, ella no podía evitar concentrarse y pensar en Laura cuando se excitaba, de la misma forma que recibía los sentimientos de ella cuando estaba cachonda o haciendo algo con algún noviete, al principio les parecía raro y extraño pero ahora varios años después a ambas les salía de forma natural.
Lola esperó a tranquilizarse un poco antes de llamar como cada noche a su chico, bebió un buen trago de la botella de refresco que tenía en la mesilla, luego se centró en ver la tele mientras se preguntaba ¿Qué estaría haciendo Laura?
Laura se incorporaba en el servicio, tras secarse su depilado coñito con un pañuelo de papel y subiéndose el tanga, se acordó de la jugada que la acababa de hacer su hermanita y de su propósito de vengarse de ella, se la devolvería ¡vaya que sí! Y rapidito si es que podía, con esa decisión salió del baño.
Paco estaba en la barra, miraba hacia la puerta del servicio esperando ver salir a la chica morena que le había empujado haciéndole tirar media cerveza, habían pasado casi 10 minutos cuando la vio salir, morena  de 1,70 y guapilla de cara con forma de corazón, camiseta gris y falda azul marino, bonitos pechos, buen cuerpo y bonitas piernas, “es ella” –pensó- mientras venia hacia él, cuando pasaba a su lado la dijo:
–         Pareces más tranquila ahora.
Ella se quedo mirando a Paco pero no le sonaba de nada. El continuó:
–         Soy el tío al que has tirado la cerveza de un empujón cuando corrías hacia el servicio.
–         Ah sí, pues perdona – dijo Laura y añadió:
–         No me di cuenta, iba algo apurada.
–         Si ya me di cuenta, ¿Qué tal ahora, todo mejor?
–         Si gracias, bueno pues…
–         Mira no me importa que me empujaras, así por lo menos te he conocido, me llamo Paco y si quieres te invito a tomar algo, pareces algo agitada.
Ella se quedo un instante mirándolo, era alto y estaba bueno, no era un adonis pero parecía simpático, decidió quedarse con él y charlar un poco mientras tomaba algo, ya decidiría que hacer más tarde, sonriéndole contestó:
–         Vale tomare una cerveza contigo gracias, por cierto me llamo Laura, encantada Paco y se acerco a él dándole un beso en la cara.
Dedicaron un rato a charlar mientras bebían, al poco rato ella se reía con sus chistes y chorradas, nosotros el resto de la cuadrilla fuimos llegando y nos fuimos al otro lado de la barra a tomar nuestras cañas, en un pacto tácito que teníamos de no interrumpir nunca la caza de uno del grupo, veíamos a aquella chica divertirse en compañía del bueno de Paco.
 Mientras tanto, Lola se aburría en casa tumbada en la cama y harta de ver la tele, decidió llamar por teléfono a su novio Marcos, charlaron un poco hasta que la mente calenturienta de Lola decidió calentar a su chico diciendo:
–         Seguro que no sales de casa porque estás viendo una porno, en lugar de venir a hacerme mimitos.
–         Pero cari, – dijo Marcos – con el tobillo escayolado y tus padres en casa, no creo que estés para muchos mimitos.
–         ¿Que sabrás tu… y si te digo que me calienta tu voz?
–         Si tan caliente estas, dime que me harías cari.
–         Te lo comería todo, todito lo que te imaginas y lo haría tan suave y despacito como sabes que sé hacerlo, ¿y tú que me harías nene dímelo?
–         Yo te acariciaría por todas partes mientras te chupo y mordisqueo esos pezones tan duros que tienes, para luego ir bajando por tu cuerpo con mi boca, lamiéndote y besándote todo el camino hasta llegar…
–         ¡siii no pares ahora! Hasta llegar a donde – dijo ella – cerrando fuerte los ojos y concentrándose en las palabras, mientras sus dedos tomando ventaja ya habían llegado a su coñito.
Marcos mientras, desenfundando su tieso miembro para cascarse una paja al mismo tiempo que Lola, siguió hablándola:
–         Si cariño, llegaría a tu coñito suave y sin pelo, lamería tus labios hinchaditos y los separaría con mi lengua hasta tropezarme con tu clítoris.
–         Siiii asiiii sigue nene dime maaass, sus dedos se empapaban de flujo recorriéndose la rajita.
–         Insistiría con mi lengua, abriéndome paso, metiéndome en ti y saboreándote poco a poco mientras saboreo tu aroma a hembra, tu sabor me llena la boca.
–         Siiiguee asiii me gusta, sigue maass, sus dedos insistían en los labios externos de su chochete.
–         ¿sabes? Me he colocado como si estuviera entre tus piernas comiéndote el chochete, abre las piernas e imagíname entre ellas cielo.
–         Siii así estoy, me abro de piernas, ¿mee lo comerás todo?
–         Si nena todito para mi, ahora metería mi lengua en tu coñito, mojándolo con mi saliva.
–         Siii asiii mi niño, – dijo ella sin abrir los ojos, mientras se introducía un dedo en su empapado chochete.
–         Ahora muevo mi lengua dentro de ti, de abajo a arriba, entro rozándote el agujerito del culete, sigo un poco mas y la meto en tu coñito abierto, entro en ti y la remuevo, nota mi lengua moviéndose dentro una y otra vez, para recorrerte entera y salir por arriba rozándote el botoncito del clítoris, asiii despacito nena, ahora lo pillo con mis dientes suavecito sin morderlo, para mover mi lengua sobre él, haciéndote vibrar de gusto.
–         Aaahhhh siii te notooo, no pareeess neneee siguueee pooor favor.
–         Ahora vuelvo hacia atrás, separo mi boca y vuelvo a tu culito, lamiéndolo y metiendo un poquito la lengua, mientras meto dos deditos en tu chochete, moviéndolos dentro y fuera empapándome con tu salsa.
Lola jadeaba sin parar con el teléfono pegado a la oreja, con la mano libre se estaba cascando una paja divina, cuatro de sus dedos brillantes de flujo por el reflejo de la luz de la tele, entraban y salían como un pistón de su coñito, el pulgar presionaba en cada viaje sobre su inflamado clítoris, su orgasmo se acercaba a pasos agigantados mientras con los ojos cerrados se concentraba en las palabras de Marcos.
–         Ahora muevo los dedos juntos dentro de tu chochete, lo hago en sentido circular mientras vuelvo a tu clítoris poniendo mi boca como una ventosa sobre él, lamo tu botoncito una y otra vez, siénteme y lléname de flujo, dame a beber tu placer mientras te lamo sin parar el clítoris con mi lengua ansiosa de ti.
Lola no pudo aguantar más, la voz sexi e insinuante en su oído, las sensaciones que sentía en su cuerpo, sus dedos en su chochete, por fin todo su cuerpo se crispó de placer, sus caderas se agitaron frenéticas y se arqueo en un último gemido que dio paso a un gran placer, el orgasmo la sacudió con fuerza y al correrse acabo de empaparse la mano, el interior de sus muslos y las sabanas, ella gemía entrecortamente:
–          ooooohhhh siiisiiiiii, asiiiii aahhh caaariiii massss mee corroooo, maarcooss aaahhh meee corroooo.
Durante unos instantes solo se escucho el gemido de Lola mientras se corría y luego su respiración agitada intentando tranquilizarse tras el intenso orgasmo, pocos segundos después cuando ella abrió los ojos vio puntitos brillantes y soltó un largo suspiro.
Unas 5 minutos antes en “El Bareto” nuestros protagonistas estaban de pie en la barra, cuando la conversación entre Paco y Laura se interrumpió casi de golpe, entonces este observo que las mejillas de Laura se coloreaban de golpe, la chica empezó a respirar agitadamente, sus ojos se dilataron y sus labios se humedecieron entreabriéndose como suplicando un beso, no pudo evitar fijarse en que los pezones de la chica se habían erizado de golpe, el respondió a la llamada de la hembra y acercando su boca a la de ella la planto un beso en la boca, mientras las lenguas bailaban juntas sintió como el cuerpo de ella se pegaba al suyo, sus caderas se agitaban levemente y sintió aquellos pechos presionándose contra su torso.
La chica no rompía ni el abrazo ni el beso, se rozo más intensamente con él, llegando a rozarse el pubis contra el muslo del chico colocado entre sus piernas, notando el creciente bulto del paquete contra su pierna, se apretó gimiendo durante unos instantes contra Paco y finalmente se relajo entre sus brazos, paso casi un minuto sin que ninguno dijera nada hasta que ella rompió el silencio diciendo:
–         ¿Has traído coche?
–         Si claro, ¿Qué te pasa?
–         Nada malo, créeme estoy bien solo algo alterada, ¿podemos salir al coche un momento?
–         Si claro vamos.
Salieron del bar y cruzaron una calle hasta llegar al descampado donde estaba el “polo” azul de Paco, entraron y se sentaron mientras el intentaba entender el proceder de la chica. Laura en silencio suponía lo que había ocurrido, su hermanita al no poder salir por culpa de la escayola, debía de haber llamado a su novio Marcos, no era la primera vez que habían hecho sexo telefónico y ella siempre disfrutaba con los orgasmos de su hermana, a veces cuando Lola colgaba el teléfono, una de las dos cambiaba de cama y seguían la fiesta entre ellas, por eso ella sabía exactamente lo que pasaría a continuación, en aquellas llamadas solía ser el bueno de Marcos el que hiciera disfrutar a Lola, para después cambiar los papeles y hacer que el chico se corriera.
Laura musito en voz baja:
–         Esta es la mía hermanita, me las vas a pagar.
–         Como dices. – Dijo Paco mirándola.
–         Ooh, que si te apetece estoo… ven bésame otra vez.
La verdad es que el pobre Paco estaba alucinado con esta chica, era una contradicción ambulante pero en parte le gustaba la situación, sin hacerse de rogar se dedicó a besar los jugosos y calientes labios de ella, sus manos empezaron a acariciarla la espalda y los hombros.
Ella reconoció que el chico sin ser guapo besaba muy bien, la calentaba mucho y aquel pecho fuerte la tenia…buff además se acababa de correr contra su muslo, con aquel desconocido y estando de pie en la barra de un bar, ¿Qué pensaría de ella? Le debía parecer una zorra pero en aquel momento la daba igual, seguía cachonda aunque era en parte culpa de su hermanita, estaba deseando que él fuera un poco más lanzado para hacerle disfrutar, pero el chico se contenía muy educada e ingenuamente, debería ser ella la que se lanzase y pronto si quería devolverle la jugarreta a su hermana.
Sin dejar de besarla, las manos de Paco se deslizaron hacia delante y empezaron a acariciar los turgentes pechos de Laura, esta sintió con alivio que por fin reaccionaba su acompañante y se entregó a la deseada caricia con creciente calentura, efectivamente bajo su amplia camiseta gris los pezones seguían tensos y desafiantes mientras sus pechos eran amasados diestramente por las manos de nuestro amigo, sus bocas se separaron levemente para respirar y Paco aprovecho para besarla  en el cuello deslizando su boca en ligeros mordisquitos que hicieron suspirar de placer a Laura, cuyas manos bajaron ansiosas hasta el cinturón de nuestro protagonista.
Justo en aquel momento a tres kilómetros de distancia, su hermana Lola totalmente desnuda tras quitarse el camisón empapado en sudor, se ponía de nuevo el teléfono en la oreja y decía:
–         Bueno Marcos esto ha sido genial, yo me he corrido pero: ¿Cómo esta marquitos el cabezón?
–         Marquitos esta duro y deseándote, ya sabes cómo se pone en cuanto te oye jadear.
–         Si… sí que lo sé, deseo ese pedazo de polla dentro de mí, pero no me la traes – dijo Lola con voz de niña mimosa.
–         Si quieres mañana la tendrás, pero ahora debes ayudarme a bajarle los humos, no veas cómo se ha puesto de deseo, está casi morado de ganas de ti.
–         ¡Vale! Lo hare encantada, pero recuerda que mañana quiero que vengas y me des mi ración de leche antes de dormir, si no me cuesta coger el sueño. – Dijo Lola poniendo nuevamente voz de niña mimosa.
–         Te lo prometo cariño.
–         Bien marcos cariño, cierra los ojos y piensa en mí tal y como estoy, desnuda para ti.
–         Ya los tengo cerrados, estoy listo. – dijo él mientras se sujetaba los genitales con una mano y ponía la otra sobre su prepucio ya embadurnado de aceite de bebés.
–         Pues entonces… voy a bajar mi cabeza y empezare a meterme tu gordo rabo en mi boca, lo acaricio con mis labios mientras dejo caer mi saliva sobre su cabezota…
Mientras en el coche de Paco, Laura había desabrochado el cinturón, el botón y bajado la cremallera del pantalón de este, encontrándose con una erección que superaba sus expectativas, pese a estar medio contenida por un slip blanco la herramienta del acariciado, asomó su cabezota curiosa en cuanto la chica le dejo aire y espacio para salir, sus manitas la aferraron y sus ojos abiertos como platos bajaron a comprobar si la información recibida desde sus dedos acerca del calibre del miembro en cuestión era correcta, se encontró mirando un prepucio gordo y muy coloradote, el miembro de Paco media casi 20 cm. De largo y le calculó unos 13 ó 14 de circunferencia, desde luego era el más grueso que había visto nunca, así que sabedora de lo que debía estar haciendo su hermana Lola, decidió probarla mientras pensaba intensamente en como lo hacía, para devolverla la jugarreta y disfrutar mientras tanto.
Paco se recostó en su asiento mientras Laura bajaba la cabeza y la noto lamer, tras sentir la lengua acariciándole y recorriéndole mientras le ensalivaba, el prepucio se vio envuelto en aquellos labios gordezuelos tan sexis y notando como se hundía en la boca de ella, el sonido húmedo y lascivo de las húmedas chupadas resonaba en el coche, ella no paraba de producir saliva que resbalaba por la columna del miembro a cada movimiento que su boca hacía arriba y abajo, mamaba sin manos pero a veces le apretaba ó masajeaba los huevos con la zurda mientras se acariciaba a si misma los pechos con la diestra, era un trabajo lento y muy bien hecho, pero Paco no sabía lo que duraría sin correrse de gusto ante la golosa Laura, que entre los gemidos de placer y con sus chupadas lentas y ruidosas le estaba poniendo a mil.
Lola percibió lo que su hermana estaba haciendo, no pudo evitar quedarse en silencio con el auricular en la oreja y oyendo a su novio suspirar de placer, solo fueron necesarios unos segundos para sentirse de nuevo caliente, los pezones la reclamaban caricias y su chochete se humedeció de nuevo, ella supo sin dudarlo ni por un instante que su hermanita estaba a punto de follarse a alguien, escucho la voz de marcos por teléfono:
–         ¿Lola, lola? cari no te calles ahora cielito, me tienes ardiendo.
–         Si… si perdona, me he distraído un momento.
Se estiró hacia un lado, abriendo el cajón de la mesilla y sacando su vibrador con forma de polla autentica de 20 cm, tenía simuladas hasta las venitas en relieve, sabía que su hermana estaba mamando, lo sabia tan seguro como que era de noche pues lo percibía y sabia hasta como lo hacía, se giro bocabajo en la cama sujetando erguido el vibrador con la zurda y aferrando el teléfono con su otra mano contra su oreja dijo:
–         Marcos cariño, nota mis labios en tu polla y siente mi saliva.
–         Sii nena. – Dijo el volviendo a darle al manubrio, con los ojos cerrados e intentando concentrarse solo en lo que oía por el teléfono.
–         Mi boca se llena de saliva cada vez que te chupo, saliva calentita para la polla de mi nene, nota como entras en mi boca.
Mientras lo decía fue introduciéndose el prepucio de goma en su boca, no podía hablar paro el sonido húmedo que hacia llegaba perfectamente a su novio a través del auricular, haciendo que el aumentara el ritmo de su mano.
Mientras Paco disfrutaba de la mamada real y autentica, con los genitales mojados de saliva, veía la cabeza de Laura subir sacándose la polla de la boca casi al completo para darle bocaditos y relamer el prepucio varias veces, para seguidamente metérsela dentro de nuevo y bajar tragándosela poco a poco, nuestro amigo creía poder tocar el cielo de tanto placer.
Lola sentía lo mismo que Laura en la boca, la misma sensación la misma calentura, su saliva resbalaba mojando la cama mientras su novio jadeaba al otro lado del teléfono, no se contuvo y sacándose el vibrador de la boca dijo:
–         Vamos cariii sin parar, ahora recuerda como te follo con la boca hasta el final, te mamo y te la chupo mojándola como tú sabes, con mucho vicio.
–         Siii cariñoo asiii chúpamela asiii mi nena. – Dijo marcos aumentando el ritmo de su paja.
Laura sin pensar más que en el placer dejo de tocarse los pechos y llevo la mano a su coñito, el ritmo de su boca aumento de golpe y ella parecía desbocada, el sonido húmedo de las chupadas resonaba en el coche, Paco estaba que no podía mas de placer, aquella tía loca se la mamaba como ninguna, era puro vicio desatado.
Marcos fue el primero en correrse:
–         Siii joder, queee bueenaaa, erees zorraaa.
Copiosos goterones salieron de su polla, se empapo la mano, el pijama y la colcha, finalmente entre jadeos y suspiros se fue relajando y se le cayó el teléfono al suelo.
Paco le siguió a corta distancia, mientras intentaba apartar a Laura de su miembro pues no sabía cómo reaccionaría esta, si se encontraba de repente con la boca llena de semen calentito.
Ella negó con un gesto y siguió mamando.
Paco soltó su carga entre espasmos de placer y jadeos de gozo:
–         Aahoooraaa mee corroooo, siii siii mas asiii nenaa, todo tuyoooo.
Laura solo aflojo la velocidad de la mamada mientras se tomaba su cena, el esperma lleno su boca mientras hacía esfuerzos por tragarlo todo, ni que decir tiene que lo saboreó a conciencia pues la corrida fue abundante y algo se la salió manchándola en la barbilla, después se tiró un momento relamiendo el miembro de Paco sin que este se quejase más que de gusto, al poco el miembro se volvía a erguir desafiante entre las manos y labios de Laurita que sin correrse pero muy caliente esperaba algo más de aquella noche.
Pero ¿y Lola? Bueno ella no se había corrido pero estaba como su hermana cachonda perdida, la voz de Marcos por el auricular le dijo que estaba hecho polvo y que al día siguiente le llevaría su ración de leche, se despidió de ella y colgó dejándola caliente y algo frustrada, ya se disponía a rematar la faena sola, cuando volvió a percibir a su caliente hermana gemela en acción.
–         ¡Follame Paco, lo necesito de veras por favor! – Decía Laura mirándole a los ojos.
El la miraba, era guapa y tenía los ojos chispeantes de lujuria, una gota de esperma medio seca se balanceaba de su barbilla, ¡si justo ahí! en la punta de su cara de corazón, sus tetas se balanceaban al compas de su agitada respiración asomando bajo la camiseta, el hurgó en el bolsillo y encontró un preservativo, rompiendo su precinto con los dientes se lo fue a colocar en la polla, pero ella se lo quito de las manos y con sus dedos brillantes de su propio flujo vaginal, le coloco el preservativo con precisión en su renacido y duro miembro, Paco se incorporó e hizo bajar el respaldo del asiento de Laura, ella solo se tumbó y se quito la camiseta gris dejando bien a la vista sus calientes, hermosos y suculentos pechos.
Paco se puso entre las piernas de Laura, levantó su falda corta e hizo a un lado su empapado tanga verde pistacho con rayitas azul marino, vio su chochete depilado y tan húmedo que parecía exudar flujo, fue el fuerte aroma de hembra en celo lo que le guio hasta empujar con su prepucio entre los labios de la vagina de ella, vio como se abrían a su paso y el entraba triunfante en aquel cuerpo cálido, Laura gimió y pidió:
–         Mas amor dame masss, damela toodaaa, ¡laa quierooo todaaa!
Nuestro Paco miraba como los pliegues del chochete se abrían según entraba su miembro, ella gemía y el se deleitaba moviéndose lentamente, entrando y saliendo de aquella vagina caliente que parecía absorberlo, Laura le miraba con sus ojos entrecerrados, le desabrocho la camisa acariciándole el fuerte pecho y dijo:
–         Por favor damelaa toda, no me tengas asiii paco te deseo, métemela bien siii.
–         Pero si la tienes toda dentro nenaaa, querrás decir que vaya más rapidooo. – Dijo él, aumentando un poco la velocidad de penetración.
–         Siiii por faaaa, mas rapidooo asiii siiiguee maaass, joodeemeee toodaaa.
Mientras decía esto, el cuerpo de Laura se agitaba tembloroso, la chica sintió que las manos de Paco volvían a sus pechos y los amasaban, sentía como su boca le chupaba y mordía alternativamente ambos pezones, la cadencia de los caderazos aumento por ambas partes y cada envite hasta la matriz que daba el con su miembro, era recibido con un estremecimiento y un apretón de la vagina que parecía estrujarle la polla, fueron acelerando ambos las embestidas y en la oscuridad del coche solo se oían jadeos y húmedos golpes chapoteantes, mientras los cristales se empañaban.
En casa, Lola tumbada boca arriba con los ojos cerrados y las piernas abiertas, sentía el placer de su hermana al ser follada, mientras ella se tironeaba de los pezones y se metía el vibrador conectado al máximo de intensidad en su chochete, metiéndolo y sacándolo rítmica pero cada vez más velozmente, elevaba y agitaba las caderas mientras apoyaba los talones en la cama sustituyendo el dolor de su tobillo por un placer que la acercaba velozmente al orgasmo.
En el coche los amantes habían alcanzado el punto de no retorno, los jadeos y los movimientos de los dos jóvenes abrazados eran rápidos e intensos, Laura había entrelazado las piernas sobre el culo de Paco, este empujaba con movimientos cortos y veloces su gruesa polla contra la matriz de la morena, sus bocas se besaban o mordisqueaban sus labios y cuellos sin aflojar el ritmo, entonces fue cuando el preservativo se rompió, ambos se dieron cuenta perfectamente y tras un segundo de indecisión el dijo:
–         ¡Se ha rotoooo la gomaaa nena.
–         Nooo pareeesss no pareeess, sigueeee asiiii sigueeee, estoy aaaa puntoooo.
–         Yoooo tambieeenn, me voyyyyy a correerr.
–         Daamelooooo dentrooo, dameloooo todoooo que me corrooooo yaaaaaa.
Laura pareció encabritarse, su cuerpo se agitaba jadeando en las convulsiones de un orgasmo intenso, de hecho fue el más largo de aquella noche, a Paco aquella tormenta de jadeos y temblores le hizo descargar, su polla soltaba fuertes chorros de espesa leche dentro de la matriz de ella inundándola por dentro, se abrazaron entre gemidos y jadeos para poco a poco ir relajándose sin romper la penetración, solo cuando el miembro fue perdiendo su rigidez un exceso de leche goteó del chochete hasta la tapicería del asiento.
Lola había notado el orgasmo de Laura y clavándose el vibrador aun más profundo de su coño, se dejo llevar por su placer y por el que le “transmitía” su hermana, mordiéndose los labios para no gritar se corrió empapándose las manos en su propio flujo que pareció saltar de su coño, finalmente su cuerpo temblaba cuando se relajaba en la cama y el tobillo la dolía un poco, chupo el vibrador para saborear su propio flujo y después lo guardo, pensó que tenía que hablar con Laura por la mañana y sin poderlo evitar se quedo dormida.
Paco y Laura tras limpiarse y vestirse, entraron en “el bareto” pidieron de beber pues después de tanto jadear ambos tenían la garganta seca, mientras tomaban un cubata el dijo:
–         Deberías darme tu teléfono.
–         No puedo lo necesito para recibir llamadas, pero si quieres te diré encantada mi numero.
Ambos se rieron, intercambiaron sus números de teléfono y charlaron casi una hora, se gustaban y se caían estupendamente, después se despidieron y Laura cogió su coche para volver a casa, durante el trayecto pensaba: “Bueno he conocido a un tío genial y con una buena herramienta ¿Qué hago, lo conservo como noviete o paso de el? Y lo de esta noche con Lola, menuda pájara está hecha mi hermanita, ¿hemos hecho un trió o una orgia? Ella con su chico y conmigo ó yo con Paco y ella, además de marcos con ella por teléfono, joder que lio”
Entretanto Paco se acerco a la panda, no hablo de Laura aunque nosotros le tiramos de la lengua, solo dijo que al día siguiente la llamaría pues era una mujer “especial” nosotros nos burlábamos y bebíamos, el miraba hacia el parking y sonreía.
Fin del capítulo.
Bien lectores, como veis aquí hay varias personas que se afectan, pero ¿llegaran a conocerse? Yo apostaría que si, ya veremos. Entretanto ¡sed felices!
 

Relato erótico: “Casualidades” (PUBLICADO POR XAVIA)

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-Los del ático se han separado.

Mi madre, como de costumbre, era la fuente informativa de la comunidad. No se le escapaba nada. Que si el del cuarto se había roto un pie jugando a fútbol, que si el del segundo había tenido humedades, que si la madre de no sé quién estaba ingresada, que si la tienda de la esquina había cambiado de dueños. Tanto mi hermana como yo estábamos en la universidad, mientras mi padre dirigía una oficina bancaria en un pueblo vecino, así que no solíamos enterarnos de los cuchicheos del barrio. Mi madre, en cambio, ama de casa desde hacía más de una década cuando traspasó la peluquería que regentaba, lo sabía todo. Voluntariamente, además.

Estábamos sentados a la mesa los cuatro, cenando, cita ineludible para todos los miembros de la familia impuesta por mi madre años atrás. Durante esa media hora larga, ella solía ponernos al día de cualquier novedad que considerara de interés, amén de interrogarnos por nuestro devenir diario, amigos, compañeros de trabajo en el caso de mi padre, etc.

-¿Sabes qué ha pasado? –preguntó mi hermana que también compartía con su progenitora la misma debilidad por los cotilleos ajenos, así que solía escucharla ávida, mientras mi padre y yo nos lo decíamos todo con la mirada. ¿A mí qué más me da?

-La verdad es que no. He intentado hablar con Maite pero no he logrado sacarle mucho.

Esta frase define perfectamente a mi madre. No un pensamiento del tipo he ido a hablar con ella para ayudarla o animarla, por ejemplo. No. He subido a sacarle información. Conocer los detalles, saberlo todo, era mucho más importante que ofrecer ayuda. No entiendo cómo no te hiciste periodista, con lo que te gustan los cotilleos serías la reina de los programas de marujas de la tele, le he dicho más de una vez. Su respuesta, airada, es que uno tiene que saber dónde vive y a qué atenerse.

Como era habitual en mí cuando el tema no me interesaba, desconecté, hasta que entablé una conversación de fútbol con mi padre, pues es forofo a niveles enfermizos. No llevábamos ni cinco minutos charlando cuando mi hermana se quejó, ¡ya estáis con el peñazo del fútbol, qué pesados!

-¡Coño! ¿Y vosotras? –reaccioné. Mi padre era incapaz de levantar la voz en presencia de mi madre. Curioso en un profesional que dirigía una oficina grande de un banco importante con catorce personas bajo su mando.

Pasaron un par de semanas sin que hubiera grandes novedades. Al parecer, Miguel se había marchado de casa dejando a la mujer y al hijo de ambos, de unos diez años. Mi madre trinaba porque no conocía las razones, cuernos, seguro, afirmaba, aunque al hombre no lo veía capaz. Tampoco a ella, pues es un trozo de pan.

Mi percepción de la familia era similar. Miguel siempre me había parecido un tipo gris. Educado y agradable, pero sin ningún tipo de carisma. Desconozco en qué trabajaba pero me recordaba a algún oficinista de los que mi padre se queja que le mandan de Central para cubrir vacaciones y vacantes.

Maite era, es, una administrativa de multinacional más abierta que su marido, más comunicativa, con la que creo que nunca había cruzado más que frases tópicas de ascensor. Debía rondar los cuarenta años y siempre me había parecido atractiva. Aquel día, coincidimos en el portal, yo salía, ella entraba con su crío, y ciertamente la vi desmejorada. Más pálida, un pelín chupada de cara, pero el abrigo de invierno me impidió confirmar cuánto peso había perdido. Se ha quedado en los huesos, sentenció mi madre en la cena de aquella noche.

Es curiosa la vida de un vecindario. A parte de haber de todo, como en la Viña del Señor, también hay roles, hábitos, horarios y costumbres muy arraigadas que parecen inmutables. Incluso las coincidencias parecen escritas de antemano. Supongo que la vida de cada persona también se rige por esos mismos hábitos que te llevan a una vida diaria más o menos ordenada, por no decir tópica.

En mi caso puedo usar el mismo patrón, pues siendo estudiante de Administración y Dirección de Empresas, iba a la universidad cuatro días por semana de 8 a 4 normalmente, entrenaba tres tardes y jugaba un partido de fútbol cada domingo, además de trabajar sirviendo copas en un pub bastante concurrido del centro, las noches de viernes y sábados.

Fue coincidencia que compartiéramos ascensor un lunes a primera hora de la tarde. Viaje de tres plantas salvado con un par de frases tópicas. Otra vez el martes y de nuevo el miércoles. Lo curioso es que ocurrió en horas distintas, como si uno de los dos hubiera esperado la llegada del otro para provocar la coincidencia. No fue mi caso. Tampoco me pareció el suyo, pues las tres veces parecía muy ajetreada, además de un poco distante. Aún así, el tercer día no pude evitar el comentario, ¿otra vez? al que respondió, parece que lo hagamos a propósito.

No volví a verla en semanas, mientras su separación subía y bajaba como una montaña rusa en los “índices comidilla” de mi madre que puntualmente nos relataba cada noche. Siguiendo al dedillo las pautas de cualquier agenda periodística, una novedad o un nuevo chismorreo volvía a poner el terma en primer plano de actualidad, hasta que era sustituido por otra noticia de mayor calado o cierto interés.

Así, nos informó que Miguel vivía en la ciudad con un amigo, que visitaba a su hijo periódicamente, creía que un par de veces por semana, y que Maite seguía sumida en una depresión de caballo, pues la había dejado él. Sobra decir que yo seguía a lo mío, igual que mi padre, mientras mi hermana escuchaba atenta con los ojos abiertos como platos, acompañado de comentarios infundados, suposiciones, que trataban de aportar la opinión en la línea editorial del medio, pero que partían de la más absoluta desinformación, pues no dejaban de ser conjeturas. Pero la sentencia era inapelable. La ha dejado por otra, estoy segura, ya que todos los tíos sois iguales.

La siguiente vez que la vi acababa el invierno. Era sábado a medio día, el sol apretaba, razón por la que entró en el portal con la chaqueta en la mano. De la otra, tiraba de su hijo que no sé qué le decía de un juguete o del parque o algo por el estilo. No le estaba montando ninguna rabieta pero parecía que no quería volver a casa aún. Yo salía pues había quedado para comer con Pol, un compañero de la facultad, que me esperaba después de llamar al interfono para que bajara.

Saludé sin intención de detenerme cuando oí, para acallar al crío, a Maite prometiéndole comprar el balón a final de mes, que ahora no le iba bien. Por respuesta se encontró con unos gemidos agudos reclamándole ahora, ahora, la quiero ahora.

La mujer tenía cara de cansada, supongo que un niño percutiendo ha de ser agotador, y el hijo, Iván, parecía desconsolado. Normalmente no hubiera intervenido, pero sin saber por qué me detuve. Si todo el problema era un balón, yo tengo media docena en casa, así que le ofrecí uno mío. El niño paró de golpe el berrinche, mirándome curioso, mientras su madre me indicaba que no hacía falta aunque su triste mirada me agradecía el gesto.

-Quiero el balón de la Eurocopa. Un niño me lo ha colgado en el parque –reclamó Iván afligido.

-No te preocupes, te doy el mío. Esta tarde te lo subo que tengo muchos balones.

-No hace falta, discúlpanos –intervino la madre mientras el crío insistía en que tenía que ser el de la Eurocopa 2008, un balón Adidas gris con grandes topos negros.

-No me importa, de verdad. No lo uso.

Lo que para mí había sido un gesto sin mayor trascendencia, de escasa dificultad, para la mujer supuso un alivio importante, que me agradeció profundamente, mientras su hijo brincaba.

-¿Quién es la madurita? –preguntó Pol cuando salí a la calle.

-La vecina del ático. El hijo ha perdido la pelota en el parque y se la estaba liando, así que le he prometido darle una de las mías. –Tampoco le dio más importancia, pero me miró sorprendido, así que amplié las explicaciones. –Se ha separado del marido hace poco y no anda fina. Parece buena tía así que no me cuesta nada. Luego subiré a llevársela.

La mirada de Pol cambió drásticamente.

-Así que la madurita se acaba de separar. Pues está bien buena, la tía. Aprovecha.

-¡Qué va, tío! Si me debe sacar veinte años.

-¿Y eso qué más da? ¿Has visto qué tetas? –Bufé, joder tío, siempre estás igual. –Además, ya sabes qué pasa con las divorciadas. Rima con desesperadas.

Otro tópico más sobado que la pipa de un indio. Que si todos los hombres somos iguales, que si una divorciada es una gata en celo… ¿Cuál iba a ser el siguiente? ¿Que todas las mujeres son unas guarras menos tu madre y tu hermana? ¡Qué cansino! Preferí cambiar de tema.

Llamé al timbre del ático a media tarde. Me abrió Maite embutida en un vestido de estar por casa, de una sola pieza, informal pero cómodo, ligeramente entallado, mostrando una bonita figura. Llevaba el cabello recogido en una cola y me hizo pasar, agradeciéndome que le regalara la pelota que sostenía en la mano, aunque no hacía falta, no debías hacerlo.

Iván apareció al final del recibidor, sonriendo de oreja a oreja cuando vio qué portaba. Se la entregué, disculpándome por tenerla un poco gastada, es que he marcado muchos goles con ella, así que estoy seguro que tú también marcarás un montón.

Hacía mucho calor en aquel piso. El crío también vestía fresco, pantalón corto y camiseta de fútbol, del Arsenal. Le pregunté por qué los Gunners, ¿es tu equipo favorito? No, tengo más, ven, te las enseño, respondió tomándome de la mano para llevarme a su habitación dónde abrió un cajón de debajo de la cama para mostrarme orgulloso cerca de una docena de camisetas de equipos de primera línea.

-Por diseño, mi favorita es la del PSG –contesté a la pregunta que me hizo –pero no es un equipo que me caiga demasiado bien.  Mi equipo favorito de las que tienes aquí es el Ajax de Amsterdam.

Me sorprendió que no tuviera ninguna camiseta de equipos de la Liga española, por lo que le pregunté por ello, además de interesarme por su equipo del alma. Como muchos niños barceloneses me respondió, del Barça, en tono extrañado, como si no hubiera más equipos en la ciudad.

-¿Dónde la tienes?

Lavándose, respondió su madre que nos observaba desde el quicio de la puerta con aquella sonrisa de pseudofelicidad adornada de orgullo cuando ves a tu hijo contento.

Estuve en aquel hogar casi dos horas en los que Iván me explicó que las camisetas eran regalos de su tío, cada vez que viaja a una ciudad europea me trae una. También le pegamos cuatro chuts al balón en una amplísima terraza que tenía el mismo tamaño que el piso. En cada rellano había dos viviendas, mientras el ático solamente tenía una, por lo que la terraza ocupaba el espacio del segundo piso.

Maite no perdía detalle, sentada en el sofá ladeada con las piernas dobladas debajo de las nalgas, sin perder la sonrisa ni un segundo. Acepté sediento el refresco que me ofreció pues el crío agotaba, hasta que abandoné el piso pues debo cenar e ir a trabajar.

Ambos se despidieron de mí en el rellano, con la propuesta de repetirlo, agradeciéndome de nuevo el regalo.

No le hubiera dado más recorrido a la relación con los vecinos, pues a diferencia de mi madre no soy dado a ello, si no hubiera vuelto a coincidir con Maite el lunes siguiente, de nuevo cruzando el portal. Yo entraba, volviendo de la facultad. Ella salía pues iba a buscar a Iván al cole.

Aguantándome la puerta para que pudiera entrar, reiteró agradecimientos, con aquella amplia sonrisa de dientes perfectos. Pero la casualidad quiso que hora y media más tarde, dirigiéndome a entrenar, coincidiéramos de nuevo, esta vez Iván incluido, lo que me obligó a detenerme pues el niño quiso contarme cuántos goles había marcado con su nueva pelota y lo bien que iba.

-Lo importante no es la pelota, es el pie que la chuta –respondí para hincharlo más aún, despeinándolo con la mano en un acto cariñoso de felicitación.

-¿Vas a entrenar? –preguntó mirando mi bolsa de deporte. Asentí, anunciando que llegaba tarde. -¿Puedo venir a verte?

Los niños tienen estas virtudes, dejarte con la boca abierta, sin palabra, ya sea porque sus inocentes preguntas tienen respuestas complicadas, ya sea porque te meten en un brete sin ser conscientes de ello.

Su madre negó, es tarde, tienes que ducharte, tengo que hacer la cena… Otro día será, respondí, buscando una salida prometiendo algo que sabía que no se cumpliría. Pero el crío insistió, ¿cuándo?, dejándome otra vez mudo. Así que opté por el camino de en medio.

-¿Qué te parece si vienes a verme a un partido? –Vale, exclamó excitado. Repitió el cuándo, sin preocuparse de la opinión de su madre. –No sé. Este domingo jugamos en casa. Siempre jugamos a las 12 del mediodía.

Se giró hacia su madre, ¿podemos ir, podemos ir? usando la típica cantinela infantil. La mujer asintió, aunque me pareció que buscaba acallarlo y liberarme más que confirmar su presencia en el evento.

El sábado a mediodía, llegaba a casa de realizar un par de compras, cuando me lo encontré en mi rellano, excitado pues había bajado los dos pisos corriendo. Por lo que su madre me explicó a los pocos segundos, cuando apareció detrás, desde que me había visto salir por el portal desde el balcón, que estaba asomado a él esperando mi vuelta para bajar a preguntarme dónde jugaba al día siguiente. Les di las señas, despidiéndonos con un hasta mañana que el chaval celebró como si ya hubiéramos ganado el partido.

Entrando en el vestuario diez minutos antes de empezar el partido, después de la hora preceptiva de calentamiento, les vi, sobre todo debido a los insistentes aspavientos de Iván, muy cerca del túnel de vestuarios. Sonreí, dedicándole un gesto de OK con el dedo pulgar levantado, mientras Maite me miraba con cara de circunstancias.

Varios compañeros me preguntaron por el crío, pues a parte de mi padre, mi único aficionado fiel, no solía traer a nadie más para que nos apoyara. Cuando respondí, un vecino, Germán, el portero, me preguntó por la vecina. Varios se habían fijado en ella, así que su presencia fue la comidilla del pre partido. Afortunadamente, el entrenador lo cortó en seco, pues la charla táctica era lo único importante en ese momento, pero al finalizar el encuentro, en las duchas, tuve que aguantar de nuevo los chascarrillos de mis compañeros.

Si no había tenido bastante, la guinda la puso Iván al acabar el partido. Orgullosamente feliz, me cortó el paso cuando salía del vestuario abrazándome contento, felicitándome por la victoria y por el gol marcado, el que nos había dado el triunfo.

Media hora después estaba sentado con ambos en un sencillo restaurante de tapas cercano al campo. Normalmente hubiera ido con la mayoría de mis compañeros a comer, pues era lo habitual, pero viendo la excitación del crío que no me soltaba, acabé invitándolos. Maite se negó al principio, no molestes más cariño, pero acabé imponiendo mi criterio. Os invito.

Igual como había pasado en su casa, Iván era un torbellino que no se callaba ni debajo del agua, comentándome lances del partido, jugadas, momentos importantes según él, casi con memoria fotográfica, mientras su madre se mantenía en un segundo plano.

Aquel martes por la tarde cumplí una promesa que había hecho el domingo comiendo. En el entrenamiento del lunes, había comprado una camiseta de mi equipo en talla infantil, así que a media tarde, cuando supuse que ya habrían llegado a casa, subí los dos pisos que nos separaban para regalársela a Iván.

-Gracias, no debías haberlo hecho, pero hoy está con su padre –me atendió Maite desde el quicio de la puerta. El mismo vestido informal cubría su cuerpo, la misma cola de caballo, la misma sonrisa triste. –Pero qué mal educada soy. Pasa por favor –me invitó haciéndose a un lado.

-No, no hace falta, no quiero molestar.

-No es molestia. ¿Te traigo un refresco o una cerveza? –preguntó dándome la espalda y enfilando hacia el interior del piso. Me tendió la cerveza en el comedor, invitándome a sentarme en el sofá. –No sabes lo contento que está Iván. Lleva dos días que no habla de otra cosa.

Ella también se había abierto una cerveza. Sentados uno al lado del otro, charlamos amistosamente con Iván como protagonista principal. Era un buen crío y la mujer se sentía orgullosa de él.

Involuntariamente, cambié de tema. Después de media hora alabando al hijo, percibí que la mujer también necesitaba reforzar un poco su autoestima, pero creo que no utilicé las palabras adecuadas.

-Algún mérito tendrá la madre si el niño crece tan listo y decidido. –Sonrió suavemente, esbozando un gracias, pero la cagué al continuar. –No debe ser fácil, en vuestras circunstancias.

Su semblante se ensombreció. Mi nulo conocimiento de la psicología femenina me acababa de meter en un brete. Me disculpé automáticamente, lo siento, sólo quería decir que aún tiene más mérito, pero ya estaba hecho. Los ojos de la mujer se humedecieron, aunque logró contener las lágrimas, mientras yo no sabía dónde meterme.

A una amiga de mi edad, la hubiera abrazado, hubiera sabido qué decirle, pero Maite tenía veinte años más que yo. ¿Debía reaccionar igual?

La mujer se levantó súbitamente, alisándose el vestido en un gesto más nervioso que práctico, con lo que comprendí que me estaba invitando a marchar. La imité, despidiéndome, tomando el camino hacia la salida, mientras me agradecía de nuevo el regalo, Iván se pondrá muy contento.

Abrí la puerta, pero no llegué a cruzarla. Me giré para disculparme por última vez, cuando las primeras lágrimas comenzaban a brotar. Instintivamente la abracé. Al principio me recibió tensa, sorprendida, hasta que relajó la columna y se dejó consolar. Estuvo llorando varios minutos en mi regazo mientras yo permanecía callado, dejando que liberara su necesidad. Paulatinamente se fue calmando, soltándose de mi abrazo, disculpándose, pero no la abandoné. Cuando la noté recompuesta la conminé a pasar al baño a lavarse la cara mientras yo le preparaba cualquier cosa, ¿una infusión, otra cerveza, un vaso de agua?

Apareció detrás de mí, en la cocina, a los pocos minutos, disculpándose de nuevo, te habré parecida una tonta, claro que no, lamento haberme comportado como una cría, no lo has hecho, te lo dice alguien acostumbrado a las crías. Logré arrancarle una sonrisa, triste, pero ya no eran lágrimas. Le tendí la infusión, té Rooibos, mientras me ofrecía para ayudarte en lo que necesites.

La siguiente hora, ambos de pie en aquella moderna cocina, hubiera hecho las delicias de mi madre, pues Maite se desahogó conmigo, algo que no había podido hacer aún pues era hija única y no tenía ninguna amiga con suficiente confianza como para desnudarse completamente. Esto lo fui entendiendo a medida que me contaba su vida.

Como los medios periodísticos vecinales habían intuido, Miguel la había dejado. Conocía a su marido desde la infancia, pues eran vecinos del mismo pueblo pirenaico, amigos al principio, pareja, bien entrada la adolescencia. Lo describió como a un buen hombre, reservado, pero muy acomplejado, pues una educación religiosa muy invasiva lo había tenido muy reprimido. Tanto, que la mujer no vio venir de dónde le caía la bofetada. El drama no era solamente que su marido la hubiera abandonado por otra pareja, lo hiriente era que lo hubiera hecho por alguien llamado Marcelo.

Dejé el piso después de un último abrazo, este de amistad más que de consuelo, mientras me ofrecía por enésima vez para ayudarla en lo que necesitara. En mí tenía un buen amigo con el que podía hablar cuando quisiera. Gracias, de verdad.

Sobra decir que no conté nada en la cena, pues mi madre y hermana me hubieran ametrallado a preguntas. El tema, además, hacía días que había dejado de ser trending topic familiar, así que un lío en la pescadería del barrio se llevó la portada aquella noche.

Cuando llegué a casa de entrenar la tarde noche siguiente, pasadas las nueve, mi madre me avisó que el niño del ático había bajado a agradecerme no sé qué. Sí sabía qué, pues seguro que lo había interrogado, pero esperaba que yo le diera los detalles. No lo hice, preferí meterme en la ducha para cenar juntos. Fue entonces cuando someramente expliqué que al niño le gustaba mucho el fútbol, que habían venido a verme el domingo y que yo le había regalado una camiseta del equipo para añadir a su colección. Mi madre quería más información, preguntó por ella, extrañada que me relacionara con el hijo y no con la madre, pero no entré en su juego. Sólo se trata de un crío que quería ver un partido de fútbol, mamá.

Subí al ático la tarde siguiente. El niño estaba exultante. Había llevado la camiseta al colegio, fardando de que se la había regalado el mejor del equipo. No soy el mejor, Iván.

-Eres la estrella del equipo –terció su madre divertida, -tendrás que lidiar con ello.

Pasó un buen rato hasta que el chico me liberó, no recuerdo con qué se entretuvo, cuando pude acercarme a Maite interesándome por ella. Es bonito verte sonreír. Gracias, de verdad. Me ayudaste mucho.

No pude abandonar el ático sin otro compromiso. Iván quería vernos jugar de nuevo, pero esa semana jugábamos a 50 km de casa así que no podían venir pues su madre no tenía coche. El chaval insistió, sin ser consciente de la peripecia que suponía esa distancia en transporte público, así que me acabó arrancando quedar el sábado por la tarde para pegar cuatro chuts en un parque.

No hay mucho que contar del parque. Iván era bastante bueno para contar con sólo 8 años y mostraba a raudales la energía propia de un crío de esa edad. A las dos horas aproximadamente, di por finalizada la tarde pues había quedado con Pol, así que nos encaminamos a casa. La sorpresa vino cuando me di cuenta que al niño se le habían acabado las pilas y se arrastraba de la mano de su madre. Lo tomé en brazos, poco antes de que cayera rendido. Así, entramos en su piso para posarlo sobre su cama y que pudiera dormir tranquilo la tardía siesta.

Maite me cortó el paso tendiéndome una cerveza cuando me dirigía a la salida. Iba a rechazarla, pero ya estaba abierta, así que no me quedó otra que agradecerla. Nos sentamos en el sofá, siendo ella la que tomó la iniciativa. Verbal,  preguntándome si tenía novia. Negué.

-¿Y eso?

-Lo dejé con una chica hace meses, pero no suelo tener pareja estable. -Aún eres muy joven. Sonreí. -Tú también eres una mujer joven.

-No, -exclamó complacida, -ya no soy joven.

-¿Qué edad tienes?

-Eso no se le pregunta a una mujer, -me riñó fingidamente.

-Te echo 35 pero pareces más joven.

-Eres un mentiroso –respondió coqueta. –Me echas muchos más, pero quieres alagarme.

La cerveza había sido un indicio, pero el juego en el sofá no me dejó duda alguna. Maite quería algo más y yo debía decidir rápidamente qué hacer, así que seguí el juego mientras deshojaba la margarita.

-Ya les gustaría a mis amigas de la universidad estar tan bien cómo estás tú. –Ahora sí tenía el orgullo hinchado.

-¿De verdad te parezco atractiva?

-De verdad. Mucho.

Ya no hubo nada por decidir. Mis hábitos de ave nocturna, mi hábitat de caza pues un camarero de pub de éxito lo tiene bastante fácil, actuaron casi por inercia avanzando mi cuerpo hacia el suyo. Ella respondió de la misma manera, hasta que nuestros labios se encontraron.

Tardé un rato en mover las manos. Maite vestía una camiseta fina de manga larga con mallas oscuras, lo que me permitió notar perfectamente las formas de aquella atractiva mujer. Primero el muslo, duro, hasta que ascendí por su costado recorriendo con cautela el joven contorno de la madura mamá. No acaricié su pecho hasta que no la noté entregada, devolviéndome con intensidad el morreo que yo proponía, lengua buscando lengua. Su brazo rodeaba mi cuello mientras mi mano, abandonaba el seno cubierto para adentrarse en el bajo de la tela, buscando intensificar la exploración. Cuando ésta llegó al pecho, acariciándolo por debajo a través del sostén, abandonó mis labios para rogarme, trátame con cariño, por favor, es todo lo que necesito.

La besé con suavidad, abrazando el pecho completamente, mientras ella apoyaba la nuca en el sofá dejándome hacer. Colé la mano dentro del sujetador, acariciando una amplia masa de carne dura, hasta que mis dedos pellizcaron el pezón, despierto, sensible. Suspiró en mi garganta, entregada. Recorrí su cuello con los labios, levanté la camiseta, aparté el sujetador y lamí su corazoncito. Ella misma se quitó la prenda por encima de la cabeza, momento que aproveché para halagarla de nuevo. Eres una joven muy guapa. ¿Te gusto? Mucho.

Reanudamos el morreo mientras mis manos tomaban ambas mamas, descubiertas después de que las tiras de la ropa interior bajaran por sus brazos. Volví al cuello, de allí a sus pechos, mientras mis manos bajaban a sus caderas para tirar de las mallas hacia abajo. Tuve que arrodillarme en el suelo para quitárselas. Cerró las piernas pudorosa, pero me colé entre ellas para separarlas, mientras mis labios volvían a los suyos, recorrían de nuevo sus senos, bajaban por su estómago hasta que se encontraron con el tanga blanco que cubría su tesoro. Lo aparté y me zambullí.

No estaba especialmente mojada, húmeda solamente, por lo que me entregué en cuerpo y alma a llevarla al clímax. No tardó. En menos de cinco minutos sus caderas se convulsionaban al ritmo de profundos suspiros. Ascendí de nuevo por su cuerpo, sin dejarla descansar, besándonos de nuevo mientras me acomodaba entre sus piernas.

No tengo preservativos, anuncié. Tranquilo, llevo un DIU, respondió acercando su pubis al mío. Tomé mi miembro para apuntar en la dirección correcta, lo encajé y empujé. Ahora el suspiro sí fue intenso, acompañando mi gemido, pues me pareció una de las vaginas más estrechas en la nunca había entrado. No fui brusco, ni violento. Entraba y salía lentamente, sintiendo cada milímetro de aquel necesitado conducto, mientras besaba sus pechos, mal cubiertos por el sujetador, chupaba sus pezones, erizados.

Si hubiera acelerado las embestidas me hubiera corrido antes, pero preferí no cambiar de ritmo, prolongando el acto, intensificando mi orgasmo. Cuando llegó, seguí percutiendo unos minutos pero era evidente que ella no iba a correrse de nuevo. En cuanto me detuve, abrió los ojos contenta, sonriendo, preguntándome si me había gustado. Mucho. A mí también.

La pregunta que me hice al poco rato, duchándome antes de ir a trabajar, fue ¿y ahora qué? Sin ser un chico especialmente promiscuo, suelo encamarme con alguna chica cada mes o cada dos meses como mucho, pues resulta bastante fácil trabajando en el mundo del ocio nocturno. Son encuentros sin necesidad de continuidad, divertimentos, en los que ambos solemos tener claras las normas. Solamente he tenido dos relaciones que podrían llamarse de ese modo, la última de poco menos de un año con una compañera de universidad, que no de facultad.

Pero Maite me planteaba dudas. El instinto me avisaba que me convenía ceñirme a mi acostumbrado hábito de soltería, pero una parte de mí intuía que tal vez ella lo viera de un modo distinto. Por un lado, no parecía mujer de encuentros esporádicos, por más que el tópico sobre las personas divorciadas suela caricaturizarlas así. Por otro, tal vez solamente buscaba un poco de cariño, de consuelo, después de meses sin tener relaciones. No me quedaba otra que aclararlo con ella.

No fue hasta el jueves que me la encontré. De nuevo, intempestivamente. A las 8 y media de la mañana pues yo había decidido saltarme la primera clase y ella salía con Iván para llevarlo al cole e ir a trabajar. Suelo bajar las tres plantas hasta la calle por las escaleras, así que al llegar al rellano del portal se abrió la puerta del ascensor del que salían ambos. El niño me saludó efusivo, ¿Cuándo volveremos a ir a jugar? ¿Dónde juegas este domingo? Y un par de preguntas más que no recuerdo. Maite, en cambio, me miró tímida.

Les sostuve la puerta de la calle para que pasaran, mientras respondía con tópicos al crío. Cuando la madre pasó a mi lado, me miró inquisitivamente, sin duda teníamos que hablar, pero las palabras que surgieron de mi garganta instigadas por mi subconsciente me delataron. Estás muy guapa esta mañana.

Maite sonrió ampliamente, contenta por mi comentario, respondido con un simple gracias más cargado de intenciones que mi cumplido.

La charla tuvo lugar aquel mismo viernes. Estaba solo en casa cuando llamaron al timbre. Me sorprendió verla en mi rellano, siendo tan atrevida, pero se había cruzado con mi madre en el portal por lo que sabía que estaba solo, pues mi hermana sí tenía clases los viernes y mi padre no llegaba hasta media tarde.

-Supongo que ya has comido, –eran más de las 3 –pero yo voy a hacerlo ahora que ya he salido del trabajo, aunque no tengo mucha hambre… ¿Puedo invitarte a un café?

Nos miramos por espacio de unos segundos, ella ataviada con un clásico traje chaqueta como corresponde a un profesional de multinacional, yo en tejanos y camiseta. Acepté, sabiendo que debería entablar una charla que me daba bastante pereza.

Entrando en su piso, colgó la americana en una percha del recibidor, casi sin detenerse mientras me preguntaba cómo quería el café. Solo corto. La seguí a la cocina, pues había sido la sala de nuestras primeras confidencias.

Hasta que los dos cafés no estuvieron dispuestos sobre la mesa central que presidía aquel elegante espacio, con sus tazas de porcelana, cucharilla a juego y sacarina para ella, azúcar moreno para mí, se mantuvo el silencio. Ambos nos miramos unos segundos eternos, mientras removíamos el líquido, hasta que ella arrancó.

-Lo que pasó el otro día…

-Me gustó mucho –la corté.

-Sí, a mí también –sonrió, recordando. –Pero no sé si está bien. Te saco veinte años, yo estoy saliendo de una relación que se suponía que debía durar para siempre y tú eres… joven… tienes que salir con chicas de tu edad…

-Maite, -rodeé la mesa y me planté a su lado –yo no busqué lo que pasó el otro día. Creo que ninguno lo buscó, simplemente surgió. Eres una mujer muy guapa, muy atractiva, que me gusta mucho, y no me arrepiento de lo que hicimos.

-Ya pero… -bajó la cabeza intimidada.

-¿Ya pero qué? ¿Qué quieres decirme exactamente? Que no me haga ilusiones. Que fue solamente una vez y que no debemos repetirlo. –Volvió a mirarme a los ojos. Los comprendí. No quería decirme eso, al contrario. -¿O no van por ahí los tiros?

-No lo sé. –Volvió a bajar la vista. La tomé de la barbilla.

-Seamos honestos. Yo siempre lo seré. Me encantó hacer el amor contigo.

-¿Eso hicimos? ¿Hicimos el amor?

-¿Cómo lo llamarías tú?

-No sé… hacer el amor implica algo más fuerte… ¿No fue un simple polvo… para ti?

Me detuve. No, era la respuesta que surgía instantáneamente, pero ahora sí debía medir mis palabras. Sentía con Maite una conexión distinta. Más profunda que la que notaba con cualquier chica con la que me acostaba una noche de fin de semana, pero no sabía definirla bien pues tampoco se parecía a lo que tuve con Noe, mi última novia.

-Como te conté el otro día, no soy un chico de relaciones estables o duraderas. Lo habitual en mí son simples polvos como tú los has llamado aunque no me guste definirlos así. Es más, con alguna mantengo una buena relación, así que… -no encontraba las palabras adecuadas. –No sé definir cómo me siento contigo. Físicamente me atraes mucho. –La miré de arriba abajo. –Eres muy guapa, estás muy buena. Y me encanta estar contigo, pero creo que debes ser tú la que marque los tiempos, el ritmo, las necesidades, pues como tú bien has dicho, sales de una relación complicada y yo no tengo experiencia en relaciones, en…

Sus labios me acallaron. Se me echó encima ahogándome contra la mesa, rodeando mi cuello con sus manos. Su lengua acosaba a la mía mientras su cuerpo atacaba al mío por derecho de conquista. Reaccioné raudo, automáticamente, tomándola de las nalgas, aferrándome a ella, notando sus senos clavados en mi pecho.

Esta vez fueron sus labios los que recorrieron mi cara, mi cuello; sus manos las que se colaron por debajo de mi camiseta para levantármela, para acariciar mis pechos, mis pezones. La dejé hacer sin soltar aquel par de duras caderas más que para sacarme la prenda de algodón por encima de la cabeza.

Sus manos bajaron a mi cintura, desabrochando mi pantalón con prisa, coló una mano ansiosa, mientras la otra tiraba del tejano para que mi masculinidad asomara. Cuando apareció, abrazada por cuatro dedos que la mimaban, se agachó hasta quedar arrodillada para engullirla como si no hubiera un mañana. Estaba preciosa con la cara chupada, los labios hinchados y los ojos cerrados, recorriendo mi miembro con avidez. Se lo dije. Abrió los ojos, mirándome sonrientes, sin abandonar su juguete.

Tuve que detenerla. A este ritmo me correré antes de hora, avisé. Se levantó, abrazándome, morreándome, mientras ahora era yo el que le desabrochaba la blusa y colaba la mano entre sus piernas.

Ella misma se levantó la falda para facilitarme el acceso a su intimidad. Llevaba panties, que también bajó. Tenemos poco tiempo, me apremió mirando el reloj de pulsera, debo ir a recoger a Iván. Levantó una pierna rodeándome para que pudiera ensartarla, pero la postura lo hacía prácticamente imposible, yo apoyado en la mesa, ella de pie delante de mí con las medias a medio muslo.

Tomándola de la cintura, intercambié nuestras ubicaciones, pero seguía siendo muy difícil, así que opté por un plato más sucio. Le di la vuelta para que apoyara las manos en la mesa, le abrí las piernas como si del encuentro entre un agente y un delincuente se tratara, con leves golpes en la cara interna de ambos pies para que los separara, fijé la falda en la cintura, aparté el tanga oscuro, apunté sosteniéndome el miembro y entré.

Maite no era una mujer que gimiera con especial fuerza. Suspiraba constantemente intercalándolos con jadeos más o menos profundos. Cuando comencé a percutir con fuerza, follándomela más que haciendo el amor, suplió los suspiros por pequeños gritos perfectamente acompasados a mis envites.

Llegó al orgasmo poco antes que lo hiciera yo, sin alterar a penas el ritmo de su música. Yo sí bufé como un toro, agarrado a sus caderas para no caerme, asideros que cambié por sus colgantes mamas cuando la abracé, vacíos mis huevos, llena su vagina, tratando de recuperar el resuello, acompasando nuestra respiración.

Aunque el domingo por la mañana vinieron a ver el partido, no fue hasta el martes que pude estar con Maite de nuevo, pues al finalizar el encuentro madre e hijo tenían prisa y no se quedaron a comer. Iván estaba con su padre, en un régimen de visitas mínimo, pues solamente estaba con él los martes, hecho sorprendente en parejas separadas. Al parecer, el niño no estaba cómodo cuando estaba con su padre y su pareja masculina.

Me recibió a media tarde, acicalada con un vestido de una sola pieza con bastante escote, ceñido a su bello cuerpo, que le cubría medio muslo. Llevaba el pelo suelto y se había maquillado elegantemente. Yo vestía más informal.

Aunque me ofreció una copa, había abierto vino blanco, apenas le pegué un par de sorbos. Bastó que la adulara, que le dijera lo guapa que estaba, lo mucho que me atraía, para que se me lanzara encima como una leona. De nuevo estábamos en el sofá del comedor, de nuevo tomó la iniciativa, acariciando mi muslo, agarrándome el paquete. Más que besarme me engullía, inclinada sobre mí, conquistándome. No tardé en descubrir uno de sus senos que me ofreció orgullosa acercándomelo a la boca, mientras su mano izquierda lograba abrirse paso en mi cremallera.

Volvió a ofrecerme sus labios cuando liberó mi pene, a la vez que, ladeada, encajaba su pubis sobre mi muslo, frotándose, masturbándose. Maite estaba desbocada, suspirándome en la boca, babeándome pues le costaba mantener el control de los labios. Me chupaba la cara, me besaba, me ofrecía la lengua, mientras su mano se agarraba al mástil como si temiera caerse y sus piernas se movían aumentando la fricción.

Le bajé el vestido para que aparecieran ambos pechos, llenos, duros, con los pezones perfectamente armados, me los llevé a la boca, alternativamente mientras mis manos asían aquellos apetitosos manjares, para que no escaparan. Su mano derecha, libre, me agarró del cabello con fuerza. Volvimos a unir nuestros labios pero esta vez fue ella la que me abandonó. Sin detenerse en mi abdomen, bajó la cabeza para engullir mi miembro hambrienta. La agarré del cabello apartándolo para ver su cara profanada por mi hombría. Chupaba con ganas, suspirando a cada succión.

Le levanté el vestido para acariciar sus nalgas, pues habían quedado en cuatro sobre el sofá, de lado. Mi mano izquierda sobaba, la derecha la guiaba. Moví la primera hacia su entrepierna, la colé dentro de la tira posterior del tanga, pasé por su ano donde no me detuve hasta que noté su vagina primero, sus labios a continuación, completamente empapados. Aumentó los suspiros, también la profundidad de la felación, cuando mi dedo se coló en su interior, cuando lo retiré y acaricié aquellos hinchados labios, cuando la penetré de nuevo.

Decidí cambiar de juego. Me levanté desnudándome, ella también se quitó el vestido y la ropa interior, tan rápida que tuvo tiempo de ayudarme con el bóxer mientras su boca buscaba de nuevo mi polla. Pero se la quité, momentáneamente, pues nos tumbamos invertidos en el sofá para que mi lengua llegara cómodamente a su entrepierna, para que su boca pudiera seguir deglutiendo.

Mi lengua, mis labios, dieron buena cuenta de aquel ácido manjar, mientras mis dedos percutían en su orificio. Su vagina se movía temblorosamente, expulsaba flujo a raudales, hasta que explotó en un orgasmo intenso que silenció mi pene alojado en su boca. No pude evitarlo y yo también llegué en ese momento, por lo que profané su garganta sin poder avisarla. Sus propios espasmos la obligaron a tragar, algo que nunca había hecho, me confirmaría después, pero ni se apartó ni desalojó a su presa. Al contrario, la duración de su orgasmo, había empezado antes que el mío y acabó después, le impedían soltarse pues alojar mi pene en la garganta potenciaba su clímax.

Estuvimos un rato abrazados, sin movernos, con sus muslos rodeando mi cabeza, su boca apoyada en mi pene, mientras nuestras respiraciones tornaban a la normalidad. Hasta que tuve que levantarme para mear. Cuando volví, Maite me esperaba sentada, desnuda, con la copa de vino blanco en una mano, ofreciéndome la otra para que repusiera fuerzas.

Me senté a su lado, también desnudo, se apoyó en mi pecho mientras me acariciaba el estómago y los muslos, relajada. Charlamos un rato, adormecidos por la típica relajación post coital, aunque no había habido coito propiamente dicho, hasta que me preguntó si tenía hambre. La verdad es que no, gracias. Yo me comería una vaca, respondió, pero me apetece más comer toro. Bajó la cabeza, asió mi glande con los labios, y reanudó la felación pretérita. Cuando la hubo endurecido solicitó, quiero que me hagas el amor, quiero sentirte dentro de mí.

Ven, la tomé de las axilas, primero, de la cintura después, para ayudarla a encajarse sobre mis piernas. Tuvo que ser ella la que introdujera mi pene en su interior, mientras mis manos se movían de las caderas a los pechos alternativamente, sin ton ni son.

Volvió a correrse antes que yo, aumentando la velocidad de sus caderas, suspirando acelerada, emitiendo aquellos raros chillidos, agudos pero de baja intensidad, que tanto la caracterizaban.

Me quedé a cenar, a sabiendas que a mi madre le disgustaría que la avisara con tan poco tiempo. Pero el plato del ático era mucho más suculento. Eran más de las once cuando nos despedíamos en el recibidor, con los últimos arrumacos, besos robados, caricias más o menos intencionadas, hasta que posó la mano de nuevo sobre mi entrepierna. Bendita juventud, exclamó al notarla despierta de nuevo. La tomó con fuerza, besándome con ansia de nuevo, hasta que se separó de golpe, se dio la vuelta para apoyarse en la mesita donde soltaba las llaves, se levantó la falda para mostrarme las nalgas que desnudaba del tanga que dejó caer al suelo, invitándome a acabar la faena con aquella mirada felina que me taladraba, clavando sus ojos en mí a través del espejo.

Obedecí obediente. Me desabroché rápidamente, apunté y entré, de nuevo con su ayuda. Sin dejar de mirarla a los ojos, sosteniéndome también ella la mirada a través del espejo, suspirando, chillando, pidiéndome más con aquellas húmedas pupilas que hablaban por sí solas, mientras sus caderas bailaban al son de las mías.

¡Dios, cómo me pones! Exclamó dándose la vuelta cuando ambos habíamos llegado a puerto. Me besó profundamente, aún obscena, para separase mirando mi miembro enhiesto, arrodillarse y engullirlo de nuevo. Sólo le pegó cuatro o cinco lametones, para levantarse entre lamentos, vete ya, vete ya, empujándome hacia la salida, que no puedo controlarme.

Nos comunicábamos por SMS, los whatsapps aún tardaron unos años en llegar, mensajes de texto escuetos, citándonos. ¿Puedes subir? ¿Quieres pasar cuando acabes el entreno? Si podía me asomaba, a menudo a su piso, donde Iván se acababa de acostar, por lo que teníamos cierta intimidad, aunque no la tranquilidad con que nos amábamos los martes, nuestro día de novios, lo bauticé.

Pero un día a la semana nos era insuficiente. Intenso, pleno, satisfactorio, pero nos sabía a poco. Por allí comenzó el juego. Al principio, me escapaba después de cenar, salgo un momento para ir a casa de Andrés, un compañero de facultad que vivía cerca, decía, pero me escabullía escaleras arriba para amarnos en silencio o tratando de no hacer ruido para no despertar al niño.

Pero pronto aprendí que lo que volvía loca a Maite era la dificultad, el riesgo, la imprevisibilidad. Era una tarde de fin de semana. Yo había subido al ático con no sé qué excusa pero como era habitual, Iván me había acaparado, hasta que logré que se quedara plantado ante unos dibujos de la tele. Su madre había ido a la cocina para preparar la merienda, cuando entré con la excusa de ayudarla. Estaba untando pan de molde con Nocilla, así que la abracé por detrás, subiendo las manos hasta agarrarle ambos pechos y clavarle el paquete en las nalgas. Estate quieto que está Iván, pero no la solté. Al contrario, masajeé aquel par de maravillas, no deberías llevar sujetador en casa que no puedo sentirlas completamente, susurré lamiéndole el lóbulo de la oreja, mientras mi pubis se aferraba a su trasero.

-Estate quieto –repitió, pero ocupadas las manos con el pan y el cuchillo para untar, su cuerpo respondió moviéndose, aumentando la fricción. Le bajé el vestido para que sus pechos asomaran, aún cubiertos por el sostén. –Estate quieto, ¿estás loco? –protestó sin convicción, pero mi respuesta fue liberarlos para sobarlos sin compasión, pellizcándole ambos pezones. Suspiró sin dejar de protestar, pero bastó que le musitara quiero follarte aquí y ahora, para que apoyara ambas manos en la mesa, parara un poco más el culo y respondiera jadeando: -¿A qué esperas? Hazlo rápido.

Se corrió en menos de un minuto, desbocada, sin dejar de mirar hacia la puerta de la cocina. Yo tardé un poco más pero no lo suficiente para que llegara por segunda vez. Estamos completamente locos, fue su sentencia, mientras se acomodaba la ropa y salía con el bocadillo hacia el comedor.

Lo repetimos unas cuantas veces, ahora me recibía sin sujetador, actuando incluso al filo de la navaja. De nuevo en la cocina, de nuevo Iván en el comedor, de nuevo sobándonos como adolescentes, hasta que Maite se arrodilló para chupármela. La había agarrado de la cola de caballo cuando el crío se asomó a la puerta. Su madre emitió un leve chillido, amortiguado por la barra que la enmudecía, cuando Iván me preguntó por ella. La isla central de la estancia la protegía, lo suficientemente alta para que a mí me llegara a medio estómago, así que no le permití descuidar su juguete.

-Ha ido al lavabo, Iván, creo que le ha sentado un poco mal la merienda. Dale un momento que ya viene. -Fui capaz de soltar la parrafada sin despeinarme, manteniendo quieta la cintura pero obligando a su madre a reanudar el vaivén de su cuello. El niño me miró extrañado, ya que la había visto entrar en la cocina, pero más aún por haberle caído mal una comida que no había tomado. Así me lo hizo saber, creo que mamá no ha merendado. –Lo estaba haciendo hasta que ha tenido que ir al baño. Dame dos minutos que te traigo un vaso de leche y preparo otro para tu madre.

Vale, fue toda la respuesta que obtuvimos mientras Maite sorbía como nunca la había visto hacerlo, suspirando, boqueando, hasta que descargué. Por segunda vez en nuestra corta relación, me derramaba en su garganta, por segunda vez en su vida, se bebía toda la leche.

¡Qué pasada! exclamé con las piernas temblando. ¡Estamos locos! respondió falsamente indignada, con aquel brillo en los ojos que hacía unos días había detectado que la delataban.

Hasta el verano este fue nuestro modus operandi. Las tardes de martes nos encerrábamos en el ático, mientras nos convocábamos por SMS para un bocado rápido. Follamos en el terrado del edificio, en su rellano con el niño dentro del piso, en la cocina unas cuantas veces, incluso en el parque, en unos probadores o en los baños de un centro comercial próximo a su trabajo.

Después de tres meses, la relación se había ido afianzando. Iván me adoraba y su madre se sentía feliz si veía a su hijo contento. Físicamente, Maite también mejoró, pues el color volvió a sus mejillas y recuperó los tres o cuatro kilos que había perdido.

Como no podía ser de otro modo, mi madre se percató de los cambios físicos de la mujer con lo que una noche nos sorprendió con la noticia de que la vecina del ático tenía novio. Casi me atraganto. Íbamos con cuidado, nadie nos había visto enzarzados, sí juntos pues cada dos domingos venían al campo a verme jugar, pero tenía que controlar a mi madre, pues conociéndola no iba a detenerse hasta que supiera quién era el afortunado.

Los que sí se dieron cuenta de que había algo entre la madurita maciza y el delantero del equipo fueron mis compañeros. El rollo del niño aficionado al fútbol coló unas semanas, pero Germán, como ya había intuido un par de meses atrás, fue el primero en decirme que no me creía. Hoy me he estado fijando y cuando te ha cazado el lateral derecho del otro equipo, por poco no me parte la rodilla, a la tía casi le da un chungo, preocupada por su amorcito, soltó con retintín. Ni una palabra a nadie, fue mi sentencia confirmatoria. Pero no pude evitar centenares de comentarios obscenos durante los siguientes encuentros.

La vi poco las dos semanas de exámenes, aunque no pude rechazar un mensaje que rezaba, necesito que me folles, completado con un, ahora. En 5’ en el cuarto de contadores, respondí. Cuando llegué a la puerta colindante con la del terrado, la abrí y allí me esperaba mi premio. Apoyada contra la pared, brazos estirados, sin ropa interior, se había bajado los tirantes del vestido para que sus pechos colgaran hacia adelante y mostraba sus nalgas prominentes para que la penetrara. Me bajé el pantalón corto, me apoyé detrás y la ensarté, mientras mis manos se agarraban al par de asas duras y redondas para pellizcarlas.

Fue el martes siguiente cuando tuvimos nuestra primera trifulca, si es que se le puede llamar así. Al principio lo achaqué a lo poco que nos habíamos visto en dos semanas, pero pronto entendí que perderme por los estudios la había hecho consciente de la diferencia de edad.

-¿Dónde nos lleva esto? –preguntó. –Tengo 21 años más que tú, soy madre de familia, tú eres un estudiante universitario que aún no se ha incorporado al mercado laboral… ¿Qué futuro tenemos?

La verdad es que yo ni me lo había planteado, algo que la cabreó más si cabe, pues demostraba el diferente grado de madurez entre ambos, sentenció. Tenía razón, pero yo nunca me había planteado la vida a años vista, ni siquiera a meses vista, así que no pude responderle más que me gustaba estar con ella, compartir nuestros juegos…

-Una relación de pareja no es sólo follar –me escupió. No me refería solamente a eso, respondí, pues me encantaba que vinieran a los partidos, salir a pasear por el parque con su hijo, incluso pasar la tarde viendo una película de vídeo en el sofá. Estar con ella. Pero me echó de su casa.

No sabía si habíamos roto, pero me sentí mal por una mujer por primera vez en mi vida. Cuando lo dejé con Noe me sentí liberado pues cada semana me notaba más asfixiado, pero ahora… echaba de menos a Maite. Pero no le mandé ningún mensaje ni la llamé. Ella tampoco lo hizo. Así que me mentalicé para dar por terminada la relación.

Las semanas siguientes tuve opción de liarme con un par de chicas en el pub pero extrañamente en mí, no me apeteció. Que hubiéramos terminado la liga también ayudó a poner distancia entre nosotros pues Iván no insistía en venir ya que hasta septiembre no había más partidos oficiales.

Pero de nuevo la Diosa Fortuna intercedió. Era sábado, volvía de trabajar pasadas las cuatro de la madrugada cuando nos encontramos en el portal. Ella había bajado de un Audi oscuro. Al principio nos quedamos parados, sin saber cómo reaccionar. Era obvio que ella volvía de una cita, así que no pregunté. Abrí la puerta y la sostuve para que pasara. Caminé detrás de ella, estaba preciosa con un vestido ceñido que potenciaba su joven figura, pero preferí no tomar el ascensor.

El mensaje me entró diez minutos después. ¿Estás despierto? Tardé en responder, pero cedí. Sí. ¿Quieres subir? Me abrió en ropa interior, un conjunto azul provocativo pero elegante. Cerré la puerta tras de mí pero no me dejó cruzar el recibidor. Se me tiró encima felina, devorándome. No pude más que apoyar la espalda contra la puerta mientras me arrancaba la ropa desbocada. Me la follé en el sofá, en la cocina y en su habitación. A las siete de la mañana me echó de su casa. Es mejor que te vayas.

Había sido nuestro encuentro sexual más intenso hasta ese momento pero no tuve claro que fuera a tener continuidad. Menos aún viendo pasar los días sin recibir noticias. Así que fui yo esta vez el que mandó el mensaje. ¿Podemos vernos? Tardó dos horas en responder, es mejor que no.

Pero me llevé la sorpresa aquel viernes. Eran más de las dos de la madrugada, el local estaba a petar e íbamos bastante de bólido. Aún así, Carla, una compañera de facultad, estaba apostada en la barra tonteando conmigo sin disimulo. En una hora escasa saldría del pub con ella e iríamos al piso de estudiantes que compartía con dos chicas más. No estaba acordado aún, pero veía claramente por dónde iban los tiros. Cuando vi a Maite en la otra punta de la barra, mirándome fijamente. Martín, mi compañero le había servido un gin tonic, pero me acerqué a ella, notando la mirada de Carla clavada en la nuca.

-¿Cómo tú por aquí? –pregunté acercándome mucho a su oído para que pudiera oírme pues la música del local lo dificultaba.

-He venido a verte. –La miré sorprendido. –La verdad es que he venido a buscarte… a que me acompañes a casa cuando salgas del trabajo. -Ambos nos aguantamos la mirada, yo preguntándole qué quería, qué buscaba, más allá del sexo. Ella respondiéndome con mensajes contradictorios, por lo que no sabía a qué atenerme. Entonces miró hacia Carla fugazmente antes de preguntarme: -¿Quieres acompañarme?

Otra vez aquel brillo en la mirada, aquel gesto de necesidad. Asentí sin verbalizarlo. Vi que le quedaba poca bebida, así que le serví otra.

Diez minutos después Carla se largaba cabreadísima. ¿Quién es la vieja, tú madre? me había escupido con todo el desdén que fue capaz cuando le anuncié que había quedado con la chica que había venido a buscarme.

Paseamos juntos hasta casa, agarrados como dos enamorados desde la primera esquina, sin importarnos quién pudiera vernos. Hablamos poco durante el trayecto, pero me confesó que me echaba mucho de menos. Yo también quiero estar contigo pero necesito saber a qué atenerme.

***

La segunda fase de nuestra relación duró hasta otoño. Pasamos el verano juntos, considerándonos pareja pero sin hacerlo público pues la diferencia de edad la incomodaba más a ella que a mí. Decía que el entorno, el vecindario principalmente, la consideraría una asalta cunas. Me hizo gracia el comentario, pues ese mismo entorno hubiera visto a un hombre maduro con una jovencita como a un triunfador, pero ella no quería dar explicaciones ni aguantar miradas y comentarios incómodos.

Así, volvimos a las andadas, mensajes de texto citándonos para encuentros rápidos entre semana, exceptuando los martes en que dábamos rienda suelta a nuestro apetito amándonos con calma, haciendo el amor.

Agosto supuso un punto de inflexión pues Iván marchó con su padre para pasar con él la segunda quincena, por lo que Maite y yo tuvimos más tiempo para estar juntos. Fui yo el que planteó realizar una escapada. Económica, pues sus limitados ingresos no le permitían grandes dispendios, los míos eran más exiguos pero eran suficientes para cubrir mis gastos, así que alquilamos una habitación de hotel en la Costa Brava. Oficialmente marché con amigos de la universidad, pues mi madre ya comenzaba a preguntar demasiado, consciente de que yo tenía algo parecido a una pareja, pero no solté prenda.

Tener que trabajar dos noches a la semana nos obligó a volver el viernes por la tarde, para irnos  de nuevo el domingo a medio día y vivir la segunda parte de nuestra luna de miel, así la definí yo, en otro alojamiento.

Aquella quincena descubrí una faceta de Maite que me sorprendió inicialmente, pero que me encantó cuando la pusimos en práctica. La aparentemente conservadora mujer era una exhibicionista consumada. Nunca lo había puesto en práctica de modo tan descarado, aunque ya de joven descubrió que le gustaba ser observada. Con su marido no se atrevió a jugar pero conmigo daba rienda suelta a su faceta más festiva.

Llegar al primer hotel y notar las sorprendidas miradas de los tres recepcionistas cuando la vieron aparecer con una pareja mucho más joven le encantó. Me envidian, sentenció orgullosa refiriéndose a dos de las mujeres que nos atendieron la primera tarde. No será para tanto, respondí, añadiendo que eran los hombres del lugar los que me envidiaban pues me estaba calzando a la tía más atractiva del hotel.

En la playa estuvo en top-less cada día. Lejos de importunarla las miradas de los compañeros de arena, se exhibía descaradamente cuando había grupos de chicos u hombres cerca, deteniéndose más de la cuenta en sus pechos cuando se extendía la crema, levantando el culo a la mínima que necesitaba coger algo de la bolsa, jugando conmigo en el agua, sobándome, dejándose sobar, atenta a las inspecciones que recibía.

Estos juegos la mantenían calentísima, tanto que hicimos el amor en el agua tres veces los dos primeros días, además de violarme sin compasión al llegar al hotel a media tarde.

La primera noche salimos a cenar por el puerto, pero al terminar le apeteció pasear por la zona, mirando tiendas y paradas de bisutería. No llevaba sujetador pues el vestido era muy abierto por la espalda y no hubiera quedado bien. No mostraba nada y era lo bastante ceñido para que sus erguidos pechos quedaran bien sujetos, pero me rozaba constantemente, sobre todo con ellos para que sus pezones se endurecieran. Entramos en la habitación a la carrera y me la follé de pie apoyada contra la puerta en el primer asalto de la velada.

La segunda noche decidió obviar el sujetador a pesar de que esta vez no había justificación estilística. Me gusta sentirlas libres para que puedas tocármelas directamente. La tela del vestido ibicenco era más fina, así que no hubo ojos masculinos que no se desviaran hacia aquel par de maravillas insinuadas.

Esa noche no llegamos al hotel. Después de cruzar una zona de ocio con una manada de chicos jóvenes apostados en la entrada de un local que la repasaron con miradas felinas, Maite tiró de mí hacia un callejón, me empujó entre dos coches, una camioneta y un utilitario, me apoyó contra el primero agarrándome la polla por encima del pantalón de lino, sacándomela y agachándose pues estoy como una moto. No se detuvo hasta que me corrí entre sus labios, acuclillada, con la falda del vestido enrollada en la cintura y sus pechos meciéndose, también desnudos.

Fue el jueves de la primera semana, nuestra última tarde en aquella villa marinera, cuando dio un paso más. Salimos a pasear antes de cenar, ella embutida en un vestido muy corto que se había comprado volviendo de la playa. Era marrón camel, de una sola pieza, con escote redondo abrochado con dos botones a la altura del canalillo. Era bastante corto, tres o cuatro centímetros por debajo de las nalgas, más entallado que ceñido pero que dibujaba perfectamente las curvas de la atractiva mujer.

Las hambrientas miradas fueron constantes, sucias la mayoría, pues desde que habíamos salido a la calle sus pezones amenazaban con rasgar la tela. Pareces una buscona, la califiqué después de que tonteara más de la cuenta con un guía turístico al que le preguntó por locales donde ir a bailar. Pues no sabes lo mejor, respondió sentándose en un pequeño muro que rodeaba el bien conservado castillo que coronaba el casco antiguo del pueblo. Mirándome a los ojos, me empujó para apartarme un par de metros de ella, abrió las piernas y sonrió ladinamente.

Su bonito pubis, decorado con una fina línea de bello oscuro, se mostraba sabroso a todo aquel que pasara por mi lado. Afortunadamente estábamos solos, pues ordenó, acércate y cómemelo. Miré a ambos lados, no vi a nadie, así que me agaché y le devolví el favor. Estaba empapada. Era tal su grado de excitación que se corrió en un par de minutos con sus característicos chillidos, agarrándome del pelo para que no huyera.

La segunda semana fue aún más intensa. Cuando llegamos al hotel a media tarde del domingo no me dejó tocarla, a pesar de que había estado tonteando conmigo la hora y media de trayecto en tren hasta nuestro destino, acercándome sus libres senos a  mi cuerpo, frotándose contra mí a la menor ocasión, retándome juguetona.

-Primero debemos deshacer las maletas –ordenó decidida, rechazándome cuando la tomé de las caderas para follármela. La sorpresa, la razón de su comportamiento, apareció instantáneamente cuando abrió la suya. Camisetas, un par de faldas y vestidos de verano, dos bragas de bikini, pero ninguna pieza de ropa interior.

Abrí los ojos como platos, estás loca, exclamé, completamente, respondió, sacándose el vestido por encima de la cabeza para quedar completamente desnuda pues no la cubría ninguna otra prenda. Se dio la vuelta, salió a la pequeña terraza de la habitación para apoyarse en la barandilla mirando hacia el mar, ofreciéndome sus nalgas, parándolas lo justo para que entendiera su invitación. Así me la tiré, mirando el horizonte, sin importarme lo más mínimo las miradas de otros huéspedes, bañistas o curiosos.

Desconocía que la población en la que nos hospedábamos contaba con una cala nudista. Fue nuestro paradero del lunes. Me gustó la sensación de bañarme desnudo pero Maite no acabó tan contenta como esperaba de la experiencia. Por un lado, disfrutó de su desnudez, libre, de la mía, pues le excitaba acariciarme, agarrándome del pene y meciendo mis testículos a la mínima ocasión, incluso penetrándose un par de veces en el agua; pero su desnudez quedaba difuminada entre decenas de mujeres de la misma guisa, así que apenas captaba miradas obscenas, que era lo que realmente la ponía cachonda.

Así que prefirió visitar playas convencionales donde fuera el centro de atención, vestir provocativa por las calles del pueblo rebozándose en miradas lascivas, mostrarme un pecho o el pubis cuando estábamos sentados en un restaurante o tomábamos una copa en un local e incluso tomar mi mano para que uno de mis dedos se zambullera en su marasmo y dármelo a chupar. Cuando me lo sacaba de la boca, me morreaba con una intensidad tal que parecía querer traspasarme. Del sofá de sky de aquel concurrido pub pasamos al baño de mujeres donde me sentó sobre uno de los inodoros para ensalivarme bien la polla antes de encajarse sobre mí botando desbocada.

Septiembre fue un mes extraño, sin duda provocado por volver a la rutina después de la quincena más intensa de nuestras vidas. En agosto había llegado a un acuerdo con su ex marido referente al régimen de visitas de Iván según el cual el niño debía pasar dos fines de semana al mes con su padre, además de los acostumbrados martes, pero mi trabajo las noches de viernes y sábados, así como el partido de fútbol los domingos, no nos permitían irnos de fin de semana.

Octubre fue el presagio de noviembre. Manteníamos la chispa sexual, la atracción física continuaba alta pero ambos éramos conscientes que no era suficiente, que tarde o temprano aparecerían los problemas.

De nuevo surgió la pregunta que nos había distanciado en primavera, ¿hacia dónde nos lleva esto? Para mí era obvio, hacia una relación de pareja estable, pero ella seguía pensando que la diferencia de edad era un impedimento. Traté de convencerla por activa y por pasiva que lo nuestro podía resultar, que la quería, que estaba enamorado de ella, pero fue en balde. El tercer martes de noviembre pasamos la última tarde juntos. Sin tocarnos.

***

Sonará a tópico pero pasé las peores navidades de mi vida. Afortunadamente no la vi hasta año nuevo, pues hubiera empeorado mi estado. Fue breve, a lo lejos, pues yo giraba la esquina volviendo de entrenar cuando ella entraba en el portal. Una parte de mí quiso correr para atraparla antes de que se perdiera en el ascensor, pero mi yo racional se estaba imponiendo ya, así que me mantuve calmado, firme, convencido en pasar página.

Pero acababa febrero cuando sentí la puñalada. Era viernes, pasadas las tres de la madrugada cuando llegaba a casa y la vi bajar de un Audi negro, el mismo que había visto meses atrás. Ella no me vio hasta que fue demasiado tarde, pues no pudo esquivarme ni retrasar su entrada en el portal. Incómodos, no nos dijimos nada, hasta que un lacónico buenas noches salió de mi garganta enfilando la escalera, pues no quise compartir ascensor con ella.

Esta vez no hubo mensaje posterior, aunque me mantuve despierto varias horas.

Tuve que mentir a Iván una tarde que me los encontré, pues no entendía por qué ya no podía venir a verme jugar los domingos. He dejado el equipo. La cara de decepción del crío me cayó como una patada en el estómago, pero disimulé tan bien como pude. Maite también quedó afectada, razón por la que me llamó al día siguiente para citarme en una cafetería.

-Me gustas mucho, sigues gustándome mucho, pero tienes que comprender que no podemos estar juntos. –Sentada ante un té Rooibos, le costaba mirarme a los ojos cuando hablaba. –Te saco veinte años, tienes edad para ser hermano de mi hijo, no el novio de su madre.

-A mí eso no me importa…

-Debería importarte. Si estuviéramos juntos, ¿qué pasaría dentro de diez años, dentro de veinte cuando sea una vieja arrugada y tú estés en tu madurez?

-Que me seguirías gustando igual… -me acalló acercándome la mano al mentón cariñosa.

-¡Qué mono eres! –sonrió. –Ojalá te hubiera conocido con otra edad, en otro momento, pero debo rehacer mi vida con alguien de mi edad, de mi…

-¿Con el del Audi?

-Por favor, compréndelo.

Me presentó a Ignacio, el dueño del Audi, un par de meses después, coincidiendo en plena calle. Yo iba a entrar en el portal, ellos salían, con Iván, feliz de ir al cine a ver una película de superhéroes. Hice de tripas corazón, encajando una mano, chocando la del crío, mirando a su madre con tristeza, pero no había nada que hacer. Lo mío con Maite había acabado y debía ponerme otras metas.

Aprovechando una beca Erasmus, me fui cuatro meses a Heidelberg, donde intimé con alemanas, bávaras, una austríaca y dos italianas. Perdí el trabajo en el pub, así como mi puesto en el equipo, pero era necesario tanto académica como personalmente.

En verano comencé prácticas no remuneradas en una agencia de publicidad que me contrató en septiembre con un salario indecente pero que me permitía incorporarme al mercado laboral como un número más, otro peón en la cadena de montaje.

Las cenas familiares seguían siendo tan amenas como antaño. Así, supe que el matrimonio del primero se habían ido a vivir a Valencia y habían vendido el piso; que la señora Blanca del segundo había cambiado su pequinés de catorce años por un chihuahua, a rey muerto, rey puesto; que el hijo del cuarto había aprobado el examen de policía por lo que esperaba destino, y que Maite tenía pareja, un compañero de trabajo llamado Ignacio.

Era miércoles. Había tenido que avanzar noviembre para que el otoño hiciera acto de presencia. Abandonado el fútbol, me había aficionado al running en Alemania pues acostumbrado a quemar más de 2000 calorías diarias, no me quedaba otra que reducir la ingesta de alimentos o mantener la intensidad del ejercicio si no quería aumentar de tamaño.

Entré en el portal a la carrera, pues aquel día me sentía especialmente vigoroso, esprintando para llegar a la puerta antes de que se cerrara. Al empujar y colarme dentro, me encontré con Maite, el vecino que acababa de entrar, pulsando el botón de llamada del ascensor. Se giró asustada ante el ímpetu de mi entrada, por lo que me disculpé enfilando hacia la escalera.

-¿Por qué no subes en el ascensor? –preguntó. No llegué a detenerme mientras respondía que prefería acabar el ejercicio subiendo por las escaleras, cuando reparé en que no me había hecho una pregunta. Me detuve y la miré con un pie ya en el primer escalón. –Puedes subir conmigo, si quieres –me invitó sosteniendo la puerta.

Llegué a dar un segundo paso en la escalera pero acabé girando sobre mí mismo para entrar en el cubículo. Nos miramos mutuamente, intensamente, pero fuimos incapaces de decir nada durante dos tercios del trayecto. Superado el segundo piso, movió los labios para decir algo pero no salió sonido alguno, así que al llegar al tercero apoyé la mano en la puerta para abrirla mientras me despedía con un, me ha alegrado verte.

-Espera, -pero no añadió nada durante eternos segundos, mirándome fijamente. Yo tampoco solté prenda pero mis ojos la apremiaron a decir lo que tuviera que decirme, hasta que empujé la puerta para abrirla. –Lo lamento mucho.

Iba a preguntar qué lamentaba, pero hubiera sido una pregunta retórica, así que simplemente asentí con la cabeza sin pronunciar palabra. Pero no salí. Su mano se posó en mi brazo, a la altura de la muñeca izquierda, me detuve mirándola sorprendido, cuando noté toda su fuerza tirando de mí. La puerta se cerró, así como los dos portones de seguridad. Sin dejar de mirarme fijamente, alargó la mano libre hacía la botonera del ascensor, pulsó el de stop y me besó con ansia.

Me pilló por sorpresa, pero mentiría si dijera que me negué o que me mantuve digno. Al contrario devoré sus labios con la misma intensidad que ella devoraba los míos. Mi lengua buscó la suya con tanta necesidad como ella aportaba. La besé en el cuello, mis manos tomaron sus pechos mientras las suyas bajaban a mi entrepierna, suspirando al son de aquella música tan conocida por mí, coló la mano y me sacó el miembro, susurrándome al oído fóllame, fóllame. Vestía un pantalón fino. Busqué el botón para desabrocharlo, pero no lo encontré, pues lo tenía en la cadera. Ella lo liberó, bajando la prenda hasta medio muslo, abriendo con limitada dificultad las piernas cuando colé la mano entre ellas, hasta que repitió, fóllame, dándose la vuelta para ofrecerme su cara posterior.

Curvó ligeramente la columna para facilitarme la entrada, apoyando las manos contra el espejo mientras las mías la tomaban de los pechos, una en cada uno, abrigados, sintiendo un tacto artificial que nada tenía que ver con la libertad con que los había degustado.

Cuando me derramé en su interior, hacía rato que se había corrido pero su respiración se mantenía acelerada. Me aparté dejándome caer hacia atrás hasta quedar apoyado en la pared opuesta del pequeño habitáculo, con las piernas semi flexionadas y la polla en ristre. Se subió el pantalón con calma, acompasando su respiración, pulsó el botón del quinto, me besó suavemente en los labios y empujó la puerta para abandonarme a mi suerte.

Estuve tentado a mandarle un mensaje de texto o incluso a llamarla, pero no me atreví. No sabía a qué había venido el encuentro del ascensor, pero me dejé guiar por el instinto y esperar acontecimientos. Tampoco tenía claro querer volver con ella, después de un año que había sido difícil para mí.

Maite tampoco dio ningún paso. Al menos no conmigo pues coincidí en el portal con su novio dos días después. Yo salía, él entraba, risueño y simpático como siempre. Nos saludamos con educación y cada uno emprendió su camino.

El mensaje llegó una semana después, pasadas las diez de la noche. ¿Estás ocupado? No. ¿Puedes subir un momento? Iba a responder para qué quieres verme, pero tecleé dos letras, ok.

La puerta estaba entornada, así que la empujé. Maite me esperaba de pie, al final del recibidor, con el vestido camel que se compró quince meses atrás. Sus jóvenes piernas brillaban como un diamante, su bien definido cuerpo me llamaba como un imán. Entré prudente aunque sus ojos me transmitían claramente para qué quería verme.

Me besó sucia, babeándome, cuando llegué a su altura, pero no me permitió corresponderle más que unos segundos. Agarrándome del cabello tiró de mi cabeza hacia abajo para ordenarme, cómemelo. Arrodillado levanté el mínimo telón, exigua y única protección de la feminidad de la madura mujer. Levantó una pierna cuando notó mi lengua recorrer su desnuda vagina apoyando el pie sobre el pequeño mueble del recibidor. Lamí, chupé, sorbí, bebí hasta que los suspiros fueron sustituidos por chillidos sofocados por su mano libre, mientras sus caderas temblaban y sus piernas se mecían, débiles ante el ataque recibido.

Tuve que sostenerla por las caderas para que no perdiera el equilibrio mientras susurraba gracias, como lo necesitaba, recuperando el resuello. Me levanté sin dejar de abrazarla para fundirnos en un interminable morreo, que empapó su lengua de fluidos femeninos. Alargó la mano buscando mi entrepierna, sacó mi pene, lo masturbó sin dejar de besarme, ofreciéndome los pechos a continuación, chúpamelos, también te echan de menos, hasta que se agachó para engullir mi miembro hambrienta.

A pesar de su ansia, me la chupó despacio, saboreándola, lamiéndome el tronco lateralmente, sorbiéndome el glande, recorriendo los testículos, tragándose uno, también el mellizo, hasta que insistió en profundizar con la barra de carne hasta que me corrí. Engullida la semilla, liberó el miembro, sentenciando, ¡cuánto la echaba de menos!

Tal vez deberíamos haberlo hablado, acordado los términos, pero no lo hicimos. Ni después de este encuentro, ni del tercero en el rellano de su piso, ni del cuarto en el cuarto de contadores, ni del siguiente.

Ella me reclamaba, yo aparecía. Follábamos, en el amplio término de la palabra, rápida, ansiosa, apresuradamente, como dos animales salvajes llevados por el irracional celo que la madre naturaleza nos había inyectado.

Fueron varios meses de encuentros semanales o quincenales en que apenas cruzábamos palabra. Frases cortas, órdenes, agradecimientos y sonidos incontrolados llenaban nuestras comunicaciones. Hasta el 14 de julio, día nacional de Francia.

Aunque ya lo sabía, tuve que disimular, haciéndome el sorprendido cuando mi madre nos mostraba la invitación a la celebración de compromiso de la vecina del ático. Se casaba a mediados de julio con aquel chico tan agradable, el compañero de trabajo, el del Audi negro. Me alegro mucho por ella, lo necesita después de que el malnacido de su ex la dejara, sentenció mientras nos servía raciones de lasaña monumentales.

Maite me lo había dicho un par de semanas antes, después de un polvo rápido en su piso. Ignacio es un buen hombre, al que estoy aprendiendo a querer, que me aportará estabilidad, cariño y una figura paterna para Iván.

Quise preguntar qué pasaba con nosotros, dónde quedaba la pasión en su relación de pareja, cómo… pero no lo hice. La felicité y le deseé lo mejor antes de abandonar el piso.

Tratándose de dos personas divorciadas, se casaron en una breve ceremonia en el ayuntamiento de nuestra localidad oficiada por el teniente de alcalde, a la sazón amigo del novio. De allí, pasaríamos a un restaurante especializado en convites para comer demasiado y beber mucho más.

Maite iba preciosa, aunque no de blanco. Un vestido largo en tono salmón con mucha pedrería la hacía parecer una princesa más que una novia. Iván estaba exultante con su americana azul y los padres de la novia no podían disimular su origen rural, pero eran gente de muy buen pasta.

Apenas asistimos 60 invitados al evento, pues ambas familias eran pequeñas, por lo que la mitad de asistentes éramos amigos o compañeros de trabajo. Mi hermana no pudo venir, pues le había coincidido con un viaje a Roma, así que el trío restante celebramos, comimos y bebimos mientras mi madre no se perdía detalle. Sin duda editará un reportaje al minuto para uso y disfrute posterior con su hija, pensé.

Di dos besos a Maite, adulándola por lo guapa que estaba, cuando la felicitamos después del sí quiero en la sala del ayuntamiento pero evité cualquier contacto posterior con ella. Me concentré en cumplir, aunque Iván me reclamó varias veces después de comer, pues solamente había dos niñas de su edad. Me ayudó a pasar el trago, matando el tiempo, pues no podía irme sin mis padres ya que habíamos venido en su coche. Conociendo a mi madre, además, se quedaría hasta el final del evento, no fuera a perderse algún percance por mínimo que fuera.

Pasé el peor rato cuando Maite me sacó a bailar. Ya debía haber pasado una hora desde que los novios habían abierto el baile, cuando entré en el comedor acompañado de Iván que se dirigió a su madre pues también quería bailar con ella. Pero Ignacio, con el que vi que también había hecho buenas migas, me alegré por el crío, le ofreció unas chucherías que le había traído de Lyon la madre de él, pues era francesa.

Al quedar compuesta y sin novio, que reza el tópico, Maite me tomó de la cintura para bailar conmigo la siguiente canción, en un acto más instintivo que meditado. Tal vez por ello, la conversación no fue lo rica que debería haber sido, pero sí muy intensa.

-Estás preciosa –rompí el hielo cuando el gélido muro que nos separaba se me hizo insufrible. –Y te felicito, la ceremonia ha sido muy bonita y el convite también está muy bien elegido.

-Gracias –respondió taladrándome con la mirada. Sus ojos almendrados sí hablaban, tratando de darme explicaciones, de convencerme, disculpándose pues se sentía culpable. -¿Cómo estás?

-Bien, gracias, no te preocupes. Hoy es tu día y debes pensar solamente en ti.

No lo dije con segundas intenciones, pero así se lo tomó. Su expresión cambió, tensa, a la defensiva. Me escrutó unos segundos para contraatacar.

-Lo lamento, de verdad que lo lamento mucho. Traté de explicártelo el otro día y sé que es duro, pero debes pasar página. Debemos pasar página los dos. Que me vaya a vivir a la casa que tiene Ignacio en el centro facilitará las cosas. –Hizo una breve pausa, miró en derredor confirmando que nadie la oía. –Te aprecio mucho, muchísimo, y lo que hemos vivido estos meses ha sido de lo más bonito que me ha ocurrido nunca, pero debes comprender que no puede ser, no podemos vivir así para siempre.

-Lo sé –bajé la mirada. Afortunadamente, la canción acabó en ese momento, por lo que me solté cruzando nuestras miradas por última vez.

O eso pensaba.

Era tarde. Los invitados habían comenzado a desfilar pero no había forma humana de arrancar a mi madre del espectáculo. La tarde tocaba a su fin, así que mi padre y yo salimos al jardín a estirar un poco las piernas. Me confesó que estaba un poco borracho, así que me tocaría a mí conducir.

Entré para ir al lavabo mientras mi progenitor anunciaba que iba a buscar a su mujer que irnos. Le creí por lo que a sus intenciones se refería, pero dudé que lograra su objetivo. No se lo dije.

Saliendo del baño me la encontré de frente. Sonreí, más por cortesía que por felicidad, sin detenerme. Ella también esbozó un gesto educado pero sí se detuvo. Me detuvo, tomándome del brazo, en un gesto muy típico que ahora me incomodaba. La miré interrogativamente. Su respuesta fue tirar de mí hacia el fondo del pasillo. Empujó la puerta del final a la derecha, nos colamos en una pequeña habitación que le habían ofrecido como vestuario, allí estaba una bolsa con ropa para que se cambiara, se apoyó contra la puerta impidiéndome escapar y me miró felina.

No tuve tiempo de preguntar qué hacemos aquí. Me rodeó el cuello con los brazos tirando de mi cuerpo hacia ella para besarme con pasión. Tardé en reaccionar, sorprendido a la vez que confuso. Necesito despedirme de ti, fue toda la explicación que recibí, apremiándome con la mirada, atacándome de nuevo con sus voraces labios.

Correspondí. Yo también arremetí contra aquel conocido cuerpo, mojando sus labios, buscando su lengua, tomándola de las caderas, aferrándome a sus nalgas. Entonces sus manos soltaron mi nuca para bajar colándose dentro del vestido, arrastrando el tanga para dejarlo caer en el suelo, levantando la falda para mostrarme su liberado sexo. Colé los dedos. Estaba empapada. Suspiraba levantando la cabeza, mirando al cielo con los ojos cerrados.

Me agaché, como había hecho otras veces, degustando el manjar, comiéndome el postre de la celebración. Tenía las rodillas dobladas hacia adelante tratando de ampliar la apertura de las piernas mientras sus manos aguantaban la falda, hasta que se corrió, intensamente, como solía, con aquellos chillidos que nunca he olvidado.

Empujó mi cabeza apartándome, sin soltar el vestido, penetrándome con la mirada, ofreciéndome su flor. Me incorporé, me desabroché el pantalón, saqué mi pene, durísimo, apunté pero no logré mancillarla hasta que ella intervino, tomándolo con la mano y encajándolo en su madriguera. Era la primera vez que lo hacíamos de pie, cara a cara. Sus piernas me rodearon, sus brazos se agarraron a mi espalda con fuerza, pero tuve que apoyarla en la puerta para no caernos.

Sentimentalmente hicimos el amor. Yo quería a esa mujer y sabía que ella me quería a mí. Pero no era amor lo que expresamos en ese momento. Era pasión, era lujuria, era obscenidad, era sensualidad. Follamos, eso era lo que estábamos haciendo, atravesarnos animalmente pues ahora sí nos estábamos despidiendo.

Me follé a la novia el día de su boda, en el primer día del resto de su vida, en el último día de nuestra vida.

Me despidió con un casto beso cuando abandoné aquella pequeña estancia, un beso que contenía toda nuestra esencia. También me llevé el tanga blanco pues pensé que Maite ya no lo necesitaría.

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  • : Maite está sola
 

Relato erótico: “Secreto de Familia: Encuentro con Rita 1” (POR MARQUESDUQUE)

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-Dígame

-Hola Miguel, soy Mario. ¿Sabes a quién vi anoche?

-Ni idea

-A Rita

Quedé mudo un momento. Rita era la ex novia de mi hermano Mario, pero era mucho más. También había sido su profesora de filosofía y, en cierto modo, la profesora de la vida de los dos… y eso incluía el sexo. Hacía tiempo que habían roto, pero seguía siendo un referente importante en nuestras vidas, de ahí la llamada.

-¿Estás ahí? ¿Por qué no contestas capullo?

-Sí, estoy aquí. Así que has visto a Rita. Pues muy bien.

-Le dije de quedar, pero me dijo que tenía pareja… una mujer.

-Eso tampoco es del todo una sorpresa, antes de salir contigo tuvo un rollo con una tía, según nos contó.

-Bueno, aquello era un experimento universitario, con esta está viviendo, hasta tienen un hijo.

Me costaba prestar atención a lo que me contaba mi hermano. ¿Qué importaba lo que hiciera ahora? Nunca podría olvidar la ocasión en que los pillé en la intimidad, a Mario y a ella, en mi casa. Sabía que el cretino de mi hermano salía con una tía, pero no tenía ni idea que fuera su profesora. En realidad ya no lo era, había terminado el curso, pero lo había sido hasta semanas antes. Era la profe guay, la jovencita, recién terminada la carrera, la buenorra, en la que se inspiraban nuestras pajas, con la que soñábamos todos los tíos del colegio. Y el pringaillo de mi hermano se la estaba tirando. No me lo podía creer. Ahí estaba él con los pantalones bajados, tumbado sobre ella que le dejaba hacer. La profe estaba preciosa, con el pelo revuelto y color en sus mejillas en medio del coito. Aun estaba vestida pero tenía un pecho fuera del sujetador. Mi pene se endureció de repente.

-¿Sigues al teléfono?- mi hermano me saco de mi ensoñación.

-Claro. ¿Te ha dicho algo de Sofía?

-Me ha dicho que todos están bien

-Porque no vienes mañana a casa y hablamos de ello.

La primera vez que la vi me quedé flipado. ¿Esa era la profesora de filosofía? Acostumbrado a profesores de 50 años ese bombón de veintitantos era una novedad. A todos los tíos de la clase, chavales de 17 y 18 años, la mayoría vírgenes, todos con las hormonas en plena ebullición, nos causó el mismo efecto. Era guapa, pelirroja, delgada, vestía sexi… no nos lo podíamos creer. Cuando empezó a hablar fue peor: era simpática, inteligente, explicaba bien, las clases eran amenas… a mí particularmente me fascinaban las historias de viejos filósofos que aceptaban su muerte por ser coherentes con sus ideas y ese tipo de cosas. Ese mismo día al llegar a casa me hice una paja pensando en ella, recordando su escote, su sonrisa, sus ojos…

Estuve varios días mirándola en clase como embobado. Finalmente reuní valor para acercarme a hablar con ella con la excusa de un examen. De cerca era más bella aún y olía bien, a un perfume que no conocía pero me hechizó. Otros profesores parecen molestos cuando les preguntas algo, pero ella fue educadísima y simpática. Me hablaba de igual a igual, sin la típica superioridad de los docentes. Mis ojos se desviaron a sus tetas sin poder evitarlo. No eran muy grandes pero como estaba delgadita le hacían un tipo estupendo, además como iba provocativa podía ver el nacimiento de uno de sus senos desde donde estaba. Esa tarde la paja fue de esas que te dejan sin resuello. A partir de ahí me fui animando: intervenía en sus clases, procuraba cruzármela en los pasillos o en la cafetería y decirle algo, incluso me atreví a llevarle los libros de clase al despacho en alguna ocasión, haciéndome el galante. Ella era siempre encantadora y me daba confianza con lo que cada vez me sentía más seguro. Poco a poco fuimos haciéndonos amigos. En sus exámenes siempre sacaba la nota más alta porque me encantaban sus explicaciones y fuera era ya el alumno con el que más hablaba, su “pelota” decían algunos con malicia, cosa que no me importaba porque estaba orgulloso de nuestra familiaridad. Seguía haciéndome pajas en su honor de vez en cuando, tratando de recordar sus rasgos con detalle, o como le quedaban las tetas con ese conjunto tan atrevido que había traído un día, o su culo alejándose después de clase.

Pasaron los meses y un día una noticia me turbó. Mi profesora favorita estaba saliendo con el majadero que daba educación física. Ciertamente no es que fuera asunto mío. Era una chica soltera, era lógico que saliera con alguien. De todas maneras nada hacía pensar que pudiera tener algo conmigo. Aún así me molestaba. No sabía muy bien porque, pero así era. Entre mis compañeros circulaban toda clase de rumores. Que si les habían visto en una discoteca juntos, que si les habían visto besarse… Todo aquello me mortificaba. Mi Rita, como se llamaba la profesora, era demasiado buena para ese soplagaitas. Estuve las siguientes semanas huraño con ella. Ya no intervenía en clase, ni le llevaba los libros al despacho. Ella seguía simpática y, ante mis desaires, se limitaba a oponer una sonrisa benévola, como si comprendiera lo que me pasaba, aunque yo juzgase eso imposible. Un mes aproximadamente duró este suplicio, hasta que con la misma fuerza con la que habían surgido los rumores de que estaban juntos, surgieron otros que decían que habían cortado. Se hablaba de discusiones a gritos y hasta de una bofetada que ella le habría propinado como colofón a una de ellas. Eso me encantaba. Ese día en el recreo en lugar de pasear juntos, como solían, estuvo cada uno a una punta del patio y ni siquiera cruzaron miradas. Eso parecía confirmar los rumores. Tras la siguiente clase me ofrecí a llevarle los libros, solícito. Ella sonrió de nuevo y me dio un beso en la mejilla. Al agacharse para ello pude verle los pechos casi enteros a través del escote. Mi pene se puso duro al instante. Disimulando la acompañé a su despacho.

Después de aquello nuestra relación se estrechó. Hablábamos de nuestra vida, de los filósofos presocráticos, de la última película que habíamos visto… Junto a Rita había otra chica que me gustaba, ésta algo más accesible. Isabel era una compañera de clase, no era de las más guapas ni de las más populares, pero era simpática y tenía buenas tetas y un buen culo. Acababa de romper con su novio de toda la vida y estaba un poco depre. Yo, como buen amigo, trataba de animarla, así que últimamente pasábamos bastante tiempo juntos. Llegó la cena de Navidad de la clase y no sé cómo terminamos besándonos. Solo había besado a una chica antes, el verano anterior en el pueblo en que veraneábamos y no tenía mucha experiencia. Aun así fue fantástico. Lo de la profesora solo era una fantasía irrealizable, aquello era real. Estuvimos uniendo nuestros labios y nuestras lenguas bastante rato. Al principio estaba nervioso, pero poco a poco fui sintiéndome mejor. Al cabo de unos minutos ya me había relajado y mi lengua estaba tan ágil como dura mi polla. Tras esa noche Isabel y yo salimos un par de veces al cine o a tomar algo. El colofón de nuestra cita siempre era un rato de morreo aunque nunca fuimos más allá. Yo estaba feliz, pensaba ya en un futuro con ella, la quería. Un día llegué al colegio y un grupo de compañeros al verme cambiaron de conversación. Quedé un poco extrañado. Intenté encontrarme con Isabel pero no la vi. Esa tarde la llamé por teléfono, pero no me contestó. A la noche recibí un email suyo en que me decía que había vuelto con su ex y teníamos que cortar. Por lo visto se habían besado ya en el patio del colegio a la vista de todos y por eso la extraña actitud de mis compañeros. Al día siguiente mi imagen en clase era la de la desolación. Procuré no hablar con nadie y evite a la parejita que no se cortaba de hacerse arrumacos. En clase de Rita mi actitud fue la misma y no levante la vista del libro en toda la hora. Al acabar, cuando ya salíamos del aula, me llamó y acudí a su lado mirando al suelo, sin ganas de hablar con nadie, ni siquiera con ella. Se lo que ha pasado, me dijo. Esa niña es estúpida, no te merece, y me abrazó fuerte. Sentí sus tetas clavadas en mi pecho, notaba el relieve de sus pezones. Poco a poco me ablandé y el abrazo se hizo reciproco. De algún modo me trasmitía su calor. Mis manos bajaron por su espalda hasta el nacimiento de sus nalgas, pero no me atreví a más. Lentamente se separó de mí y me besó en la mejilla, muy cerca de los labios. Musité un “gracias” que fue casi un susurro y me marché, no sabía si más reconfortado o aturdido.

A partir de aquel día Rita fue el único objeto de mis deseos. Nuestra confianza además había aumentado y era frecuente que nos quedáramos charlando después de clase, incluso que fuéramos a una cafetería a tomar algo. Una tarde que estábamos frente a dos cafés, lejos de miradas indiscretas, la conversación derivó a lo ocurrido con Isabel. Decidí sincerarme con ella y le confesé que era virgen y que aquella era la segunda chica con la que me besaba después de la vecina de pelo trigueño del pueblo. Le conté mis sensaciones, mi nerviosismo, incluso mi excitación sexual, la erección tan grande que había tenido en esas dos ocasiones. Ella, como para corresponder a la intimidad que había mostrado contándole cosas tan delicadas, decidió relatarme su vida sexual, como perdió la virginidad con el novio de su hermana o la relación que había tenido con otra chica en la universidad. Incluso el ridículo que había hecho el profesor de educación física, que a la hora de la verdad no había respondido, pegando un gatillazo esplendoroso que ella atribuía al alcohol. Estas revelaciones eran fascinantes. Por una parte demostraban una confianza en mí enorme, porque si esas cosas se sabían… bueno, no quería ni pensarlo. Por otra me ponía cachondísimo imaginar a una Rita adolescente con el novio de su hermana, y no digamos con otra mujer, dos universitarias liberadas dándose placer… parecía extraído de una película porno. Las pajas que me hacía en su honor pasaron de estar inspiradas en la evocación del cuerpo de Rita, de su escote, de su culo con esos vaqueros que tan bien le sentaban, de imaginármela desnuda, a basarse en complejas historias que se representaban en mi cabeza, en las que mi profesora seducía a su cuñado o a su compañera de pupitre y terminaban tórridamente. Cada vez que hablábamos procuraba desviar la conversación hacia ese tema y le pedía detalles, que ella me daba de modo aparentemente inocente, como si en mi curiosidad solo detectara un sano deseo de comprenderla mejor motivado por nuestra amistad. Así me enteré de que su hermana consentía lo suyo con Julio, como se llamaba el novio y después marido de aquella. “Yo no hubiera podido mentirla” me dijo con toda dignidad. También supe que su “novia” en la universidad practicaba el “cunnilingus” con especial habilidad, o sea, que le comía el coño mejor que ningún hombre. Estas declaraciones lejos de escandalizarme me excitaban. Bendecía el día en que conocí a Rita, que tantas cosas interesantes me aportaba.

Poco a poco los meses fueron pasando y el curso toco a su fin. A la cena de fin de curso invitábamos a los profesores más “enrollados”, eso incluía, por supuesto, a Rita y, contra mi criterio, también al pichafloja de educación física. El grupo de los “guays” que iba invitando a los profesores me pidió que me uniera a ellos para hablar con Rita ya que era con quien más confianza tenía. Lo que en realidad estaban pensando era “ya que eres su pelota de mierda”, pero se abstuvieron de decirlo así y para premiar el esfuerzo decidí acompañarles. Rita aceptó encantada. Puede que fueran imaginaciones mías pero juraría que me miró con una media sonrisa mientras lo hacía. Fue una mirada de esas que ponen nervioso. Desde luego a mi me puso nerviosísimo.

Llegó la noche tan esperada, tanto porque señalaba el fin de nuestras desdichas escolares y el principio de las vacaciones, como por la fiesta que nos pensábamos pegar. En la puerta del bar donde íbamos a cenar se arremolinaban mis compañeros y me acerqué a ellos. Las conversaciones eran triviales, pero se notaba la excitación en el ambiente. Entonces apareció ella. Las mandíbulas de todos los chicos se desencajaron. Estaba espectacular. Puede que de nuevo fueran imaginaciones mías, pero juraría que buscó mi mirada y se complació al verme tan atribulado como todos los demás, al comprobar que a mí también se me caía la baba por su aspecto. No solo estaba elegante y preciosa, estaba fieramente sexi, más provocadora que nunca. Ni siquiera recuerdo la ropa que llevaba, pero jamás olvidaré lo poco que la tapaba, lo escultural que se adivinaba su cuerpo tras ella. Entramos en el bar y nos indicaron la mesa que habíamos reservado. Intenté sentarme con ella, pero el capullo de deportes se me adelantó. Frustrado me fui a mi sitio y les observé mientras cenaba. Todo fue bien, cenamos y fuimos a una discoteca a bailar. A penas llevaba un cubata en el cuerpo, lo que quería decir que solo habían pasado unos minutos, cuando Rita se despidió para irse. Fui tras ella y la abordé ante su coche para tratar de convencerla de que se quedase un rato más. Me confesó que el profesor de marras la estaba molestando y que prefería marcharse. Que pasara del memo me alegró. Rápidamente reaccioné y le sugerí que fuéramos a otro sitio. Ante mi sorpresa aceptó. Lo cierto es que era una idea descabellada. Pensé que la rechazaría. ¿Por qué una profesora, la más deseada, iba a tomar un cubata solo conmigo? Era absurdo y sin embargo allí estaba yo, en su coche, camino de otro local. Sentado en el puesto del copiloto, observando cómo conducía, empecé a ponerme nervioso. Aún me pitaban los oídos por el contraste entre la música de la disco y el silencio del interior de su vehículo, en el que ninguno de los dos decía nada. Llegamos a nuestro destino y entramos a un pub que ella conocía. El estruendo de la música fue una bendición porque me daba excusa para no hablar sin que resultara incómodo. Tenía miedo de meter la pata. Pedimos unos cubatas y bailamos un poco. Debía estar fallándome de nuevo la imaginación porque juraría que se restregaba contra mí, mientras me sonreía de un modo indescriptible y seductor. Poco a poco me fui relajando y con los bailes sensuales la polla se me puso dura. Quería que aquello no terminase nunca. Eres muy amable, me dijo de repente, te agradezco que hayas venido conmigo, de verdad, pero te estoy separando del grupo. Puedes dejar a esta vieja y volver con tus amigos cuando quieras. Debía estar loca. No pensaba dejarla por nada del mundo. Le dije con toda sinceridad que prefería estar con ella. Sonrió de nuevo y me besó en los labios. No pude más y me lancé sobre ella. La besé con toda la pasión que pude, mi lengua chocó con la suya y nuestros cuerpos quedaron pegados. No quería que aquel beso acabara nunca. No sabía lo que me iba a decir cuando la dejara hablar, seguramente se enfadaría por mi atrevimiento. La sujeté fuerte para alargar aquello todo lo que pudiera. Finalmente, cuando ya me faltaba la respiración, nos separamos. Contra todo pronóstico en lugar de enfurecerse empezó a reír. Estaba desconcertado. ¡Calma campeón!, me dijo. Así, más despacio, y rodeando mi cuello con sus brazos volvió a besarme. No podía creerlo, me estaba dando el lote con la profesora de mis sueños. La abracé por la cintura y me dejé llevar. Aquello no era como besar a las crías que conocía en mi limitada experiencia. Esto era otra cosa. Toda una mujer. Bien mirado solo tenía veintitantos, pero desde mis 18 aquellos 6 o 7 años que nos separaban eran un abismo de placer y sabiduría. Nos besamos de todas las maneras. Lamí sus labios, los mordí, acaricié su lengua con la mía… Estaba en el cielo. En un momento dado se separo de mí, me cogió de la mano y me llevó hacia los baños. La seguí mansamente sin pensar en nada. Estaba en una nube. Entramos en el de hombres y ella cerró la puerta tras de sí. Entonces se agachó y me desabrochó la bragueta. Solo entonces me di cuenta de lo que iba a pasar. Rodeó mi glande con sus labios y ahí se abrió el paraíso para mí. Había soñado muchas veces con el sexo oral pero nunca había estado ni siquiera cerca de practicarlo. No sé el tiempo que duró aquello, para mí fue solo un instante y también la eternidad. Me masturbaba con la mano mientras me chupaba la punta. Sentía la calidez de su boca, su lengua jugando con mi miembro, su saliva empapándolo… Lo siguiente que recuerdo es estar a su lado en el coche yendo hacia su casa. Me vienen fugaces flashes de lo que ocurrió aquella noche inolvidable. Flanquear la puerta de su dormitorio cogidos de la mano, el cubata que me sirvió que a punto estuvo de derramarse cuando me atreví a besarla de nuevo, el sabor de su boca, el tacto de su vagina… y sobre todo la imagen de esa diosa sobre mí, haciéndome un hombre, el más feliz del mundo, botando ensartada en mi virilidad. Pensándolo con frialdad debí estar torpe por mi inexperiencia, pero para mí fue el mejor polvo del mundo en la mejor noche de mi vida. Después de la mamada del baño me propuso tomarnos la última copa en su casa y accedí. Le hubiese dicho que sí a cualquier cosa y nada me agradaba más que seguir junto a ella. Tras un poco de charla intrascendente en el comedor no pude más y la besé con ímpetu. Ella aceptó mi embate y me ofreció los senos para que los chupara. Lo hice con todo placer, eran las tetas con las que tantas veces había soñado, por las que tantas pajas me había hecho. Riendo me llevó a su habitación y me desnudo con toda tranquilidad. Allí se sentó sobre mi polla y me transportó al paraíso. Veía mi miembro entrar y salir de ella y seguía sin poder creerlo. De vez en cuando nos besábamos o le mordía los pezones. Me corrí con abundancia a pesar de haberlo hecho ya antes esa noche.

Colgué el teléfono y me paré a reflexionar. Así que Rita daba señales de vida otra vez. Y Sofía, mi primer amor, la mujer madura que me inició en el sexo y en las relaciones de pareja, parecía que se encontraba bien. ¿Cuántos años habían pasado desde que todo empezó? ¿Siete? ¿Ocho? ¿Y desde que acabó? ¿Dos años? ¿Tres ya? Recordaba como si fuera ayer la escena de los dos en plena faena y lo que pasó después. La verdad es que me costó bastante entenderlo. ¿Por qué había hecho aquello? ¿Era una puta? ¿Una ninfómana a la que le gustaban jovencitos? Por una parte era fantástico, había tenido la mejor experiencia de mi vida, por otra era una putada, no había podido disfrutarla como me hubiera gustado del miedo que tenía y seguía teniendo, porque sabía, que si Mario se enteraba, no solo me partiría la cara sino que nuestra relación cambiaría, tal vez para siempre. De hecho, tantos años después, con todas las cosas que habían ocurrido y que convertían aquello en una anécdota sin importancia, aún no se lo había contado. Tardé un poco en dejar que cayeran los prejuicios y las barreras y comprender porque Rita había actuado así. No fue hasta que conocí a su madre, Sofía, mi Sofía, mi “novia”, mi amor, a pesar de la diferencia de edad, y a su hermana, y hasta que escuché la historia de cómo la novia de mi hermano había perdido la virginidad con su cuñado con la presencia y aceptación de su hermana, y como se había iniciado al sexo espiándolos en la intimidad que empecé a entender… Hasta ahí todo era una mezcla de sentimientos, de amor y odio, de deseo y frustración, porque opinara lo que opinara de ella, de lo que no cabía duda era de que me atraía, de que envidiaba a mi hermano, de que, hasta que Sofía me hizo sentirme el hombre más afortunado del mundo, quería cambiarme por él y ser yo el que compartía todo con Rita y que él fuera el que había tenido aquel encuentro furtivo, el que debía guardar el secreto del goce prohibido.

La primera vez que la vi fue en un recreo. Me pareció, como a todos, una bomba sexual. Acostumbrado a profesores calvos y barbudos, y profesoras cincuentonas y obesas, aquello era una aparición. Era el objeto de todos nuestros comentarios, todos envidiábamos a los del curso siguiente porque la tenían de profesora y esperábamos tener esa fortuna al siguiente año. Aunque me llevaba bien con mi hermano, de ciertas cosas no hablábamos y me enteré que era su “pelota”, su “preferido”, por los comentarios en el patio. Pero claro, una cosa era seguirla como un perrito faldero por los pasillos del instituto y otra…

Cuando acabó el curso noté que Mario estaba más esquivo que de costumbre. No me costó deducir que salía con una chica pero ignoraba su identidad y, a decir verdad, tampoco me importaba mucho. Imaginaba que sería alguna petarda de su clase. Un fin de semana nuestros padres se fueron al pueblo y al capullo no se le ocurrió otra cosa que traer a su churri a casa. Yo solía pasar las tardes por ahí y él no esperaba que estuviera en casa, pero me picó la curiosidad y decidí quedarme. Cuando oí que llegaba me encerré en mi habitación y ni él ni su acompañante repararon en mi presencia. Al cabo de unos minutos salí sin hacer ruido. Esperaba simplemente averiguar quién era la pardilla que andaba con mi hermano y, como mucho, pillarles besándose y avergonzarles un poco. Nada me había preparado para lo que vi.

Después de perder la virginidad con Rita no sabía qué hacer. En el sexo, después de mi empujón inicial, ella había tomado la iniciativa y yo me había dejado llevar, pero no estaba seguro de que eso funcionase a partir de ahora. ¿Debía llamarla? ¿Me llamaría ella a mí? ¿Tendríamos una relación? ¿Solo había sido una noche de sexo desenfrenado sin mayores consecuencias? Estuve un día dándole vueltas y esperando a que ella diera señales de vida. Como no fue así, al día siguiente decidí llamarla yo. La verdad es que no sabía que decirle. Para el “tenemos que hablar de lo que pasó anoche” ya llegaba un día tarde y me parecía la típica frase de telefilm americano. Tampoco me veía recitándole versos del Tenorio o de las Rimas de Bécquer. Opte por hacer lo que hubiera hecho si me hubiera acostado con una chica de mi edad: invitarla al cine. Marqué su número nervioso y traté de ser lo más natural posible. Percibí indiferencia en su voz o, tal vez, un intento de no demostrar los sentimientos que mi llamada le provocaba. Se lo pensó unos instantes que se me hicieron eternos y aceptó. Un par de horas después divisé su figura cerca de las taquillas del cine. Fue un alivio, por un momento pensé que tal vez me plantaría, que se lo pensaría mejor y llegaría a la conclusión de que era absurdo salir conmigo. Pero no, allí estaba, con semblante serio pero cordial. Nos dimos un par de besos en las mejillas y entramos en la sala. Durante los trailers le dije al oído que estaba muy guapa, ella me lo agradeció cogiéndome de la mano y estuvimos toda la película haciendo manitas, aunque eso, después de lo pasó la última vez, no me parecía gran cosa. Cuando terminó la proyección dijo que tenía que ir a retocarse el maquillaje y la acompañé al baño. No sé porque te pintarrajes tanto, le dije. No podrías estar fea aunque te esforzaras. Sonrió y me besó en los labios. Le devolví el beso y nuestras lenguas se encontraron de nuevo. A trompicones fuimos hasta el baño y cerramos con pestillo. Descubrí sus senos y mamé de ellos con gusto. Ella me acariciaba la polla y se dejaba hacer. Después de algunos magreos me sentó en la taza, se quitó las bragas y se colocó sobre mí. Le sobaba las piernas, nos besábamos, palmoteaba sus tetas, le mordía los pezones. Fue mi segundo polvo con ella y el segundo polvo de mi vida. Cuando nos despedimos en la parada del autobús, lo hicimos con un beso en los labios, a la vista de los viandantes. Aquello empezaba a funcionar.

Follamos en los baños de una discoteca y en su coche en nuestras siguientes citas. Por alguna razón no quería llevarme a su casa y en la mía estaban mis padres. No hablábamos de nuestra relación, solo quedábamos, hacíamos algo juntos y terminábamos dando rienda suelta a nuestra pasión. Me apetecía que lo hiciéramos con más comodidad, como la primera vez, así que, en cuanto mis padres se ausentaron un fin de semana, la invité a mi casa. Por alguna razón supuse que mi hermano no andaría por casa aquella tarde. De hecho casi nunca estaba en casa a aquellas horas. En cuanto entramos la llevé a mi cuarto y la desnudé. Ella se dejaba hacer entre risas, como si mi ansia de ella la divirtiese. Fue un polvo rápido, de esos en los que te pueden las ganas, pero no me importó, esperaba repetir al cabo de un rato, con más calma. No sabía lo equivocado que estaba, en cuanto giré la cabeza allí estaba el pequeñajo, dando por culo como siempre desde que vino a este mundo y tuve que compartir con él mis juguetes. El necio de mi hermanito nos estaba espiando. En seguida me aterroricé. No sabía cómo reaccionarían mis padres si Miguel les decía que me había pillado en plena faena con una chica, que encima era mi profesora, pero prefería no averiguarlo. Ahora nuestras fuerzas están parejas, pero en aquella época todavía le podía, así que fui hacia él furioso, dispuesto a asegurarme su silencio, por las buenas o por las malas. El cabronazo me amenazó en seguida con chivarse y si Rita no llega a intervenir no sé qué hubiera pasado. Bueno, sí lo sé, que Miguelito hubiera cobrado. Mi chica estuvo fantástica. Me tranquilizó y dijo que ella se encargaba de convencerle de que no dijera nada. Fui a la cocina a beber algo y los dejé solos. A los cinco minutos salieron totalmente calmados. Tranquilo, no dirá nada, y con estas palabras de alivio Rita me convenció de que no había nada que temer. No sé lo que le diría, pero fuera lo que fuera funcionó: mi hermano nunca volvió a comentar lo ocurrido y, por supuesto, mis padres nunca se enteraron.

Los gemidos ya me alertaron de que aquello era algo más que unos besos. La puerta de su cuarto estaba entreabierta, imaginé que habrían entrado ya enzarzados en sus caricias, con la despreocupación de quien cree que no hay nadie más en casa que pueda perturbar su intimidad. Si mi sorpresa por ver a ese capullo llegar hasta el final ya era grande, la que me produjo reconocer a su profesora fue morrocotuda. Mi mandíbula se aflojó dejando en mi cara un aspecto ridículo. Simplemente no lo podía creer. Sus tetas asomaban por el vestido y sus blancos muslos rodeaban a mi hermano que se esforzaba por penetrarla con toda la pericia que su inexperiencia le permitía. Mi polla, una vez me recuperé del pasmo, comenzó a crecer ante el espectáculo. Disimuladamente, me acaricié el bulto en el pantalón mientras el amante impaciente en el que parecía haberse convertido mi hermano terminaba sobre aquella diosa. Entonces ocurrió lo inevitable, el cenutrio se giró y me vio. Como si se hubiesen desatado los siete infiernos y aún con los pantalones colgando de un modo que sería cómico si no fuese patético y, por lo que a mi respectaba, bastante amenazante, se dirigió hacia mí blasfemando en arameo. Por un instante me sentí culpable al ser descubierto en plenas labores de espionaje, pero en seguida reaccioné. Yo solo estaba en casa y me había alertado un ruido, no había hecho nada malo. El que debía sentirse culpable era él, que utilizaba la casa de picadero sin el consentimiento de nuestros padres. Así se lo hice saber, en un intento de que depusiera su violenta actitud, pero fue en vano. Más bien fue contraproducente. Ya veía la pelea inevitable, en la que por nuestra diferencia de edad tenía todas las de perder, cuando Rita intervino con una calma envidiable. Cuando me quise dar cuenta ya había convencido al energúmeno de que saliera de la habitación con la excusa de hablar a solas conmigo para “convencerme”. Valla si me convenció. Nunca he quedado tan convencido de algo en mi vida. Se acercó a mí con una sonrisa de esas que iluminan una habitación. Su amabilidad me pareció tan mosqueante como la agresividad de mi hermano. Me preguntó mi nombre y me susurró al oído nosequé del derecho de Mario a decirle a nuestros padres las cosas que hacía cuando lo creyese conveniente. La verdad es que no sabía que responderle. Le acababa de ver las tetas y, aunque se había recompuesto la ropa, aún se le veían un poco teniéndola tan cerca. En ese momento hizo algo inaudito que me descolocó del todo. Fue hasta la puerta, cerró con pestillo y me preguntó como la cosa más natural del mundo, si me había gustado lo que había visto. Definitivamente prefería que mi hermano me diera una paliza que soportar aquello. La polla iba a estallarme si aquella bomba erótica seguía tomándome el pelo. “¿Te estabas haciendo una pajita?”, me pregunto con un tono de inocencia imposible de explicar. Aquí yo ya estaba flipando en colores. Seguía sin considerar posible que pudiera parar lo que estaba pasando, y más aún lo que parecía que iba a pasar. Máxime teniendo en cuenta que mi hermano, al que se acababa de tirar, estaba a unos pocos metros en la otra habitación. Pero pasó. Me dijo que debía arreglar aquello, que dejarme así sería cruel y me sacó la polla de los calzoncillos. Me dio un breve beso en los labios mientras me acariciaba el miembro y sentí su aliento en mi boca. Se pegó a mi cuerpo para lamerme la oreja y pude sentir sus pezones duros en mi pecho. Sin más preámbulos se arrodilló y comenzó a chuparme la polla. La cabeza empezó a darme vueltas. Nunca había sentido nada ni remotamente parecido. Sus labios, su lengua, su cálida saliva mojando mi pene… No tardé mucho en estallar. Ella lo limpió todo, como si aquello fuera lo más normal del mundo y salió de la habitación asegurándole al imbécil de mi hermano mi silencio.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jomabou@alumni.uv.es

 

Relato erótico: “Miradas… 3ªparte” (POR DULCEYMORBOSO)

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Damián estaba muy excitado al sentir como aquella joven, lo abrazaba y besaba profundamente. La petición de la muchacha, por verlo como la tarde anterior, le hizo sentir cierto reparo.Pero deseaba agradecerle a Nuria, todo lo que estaba sucediendo en esos momentos. Se levantó de la cama y de pie, al lado de ésta, comenzó a desabrocharse la camisa. Nuria lo miraba con curiosidad y nerviosismo. Al sacarse la camisa, ella miró su pecho cubierto de vellos canosos. Damián miraba el cuerpo de la joven y sentía su virilidad totalmente inflamada. Nuria separó un poco sus piernas al darse cuenta que Damián buscaba su sexo con la mirada. Vió como él , se desabrochaba el pantalón y se lo quitaba. Ella se dió cuenta que estaba excitado, pues el sexo de aquel señor, se marcaba con claridad bajo la tela del slip. Damián sentía la mirada de aquella joven en su slip. Nadie le había mirado con tanta espectación. Se bajó el slip. Su polla empalmada, estaba a la vista de Nuria y un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar como la pequeña gemía al mirar su polla.
      – ¿Cómo quieres verme cariño? – Damián rompió el silencio preguntando que deseaba la joven.
      – Me gustaría verte como ayer, en el sillón – Nuria sentía vergüenza por decir lo que deseaba.
        Él se acercó al sillón de la esquina y apartando la ropa de ella, se sentó. Veía a Nuria desnuda. Aún tenía el sabor de su coño en la boca. Mirando entre las piernas de la joven, llevó su mano a su polla y la rodeó con sus dedos. Nuria observaba con verdadera devoción, como el hombre comenzó a masturbarse para ella. No podía apartar la mirada del sexo de aquel señor. Era gordo y sus venas se marcaban en la fina piel de su polla. Miraba los testículos de aquel hombre. Eran grandes y cubiertos por pequeños vellos blancos.
        Comenzó a acariciarse el sexo mirando a Damián. Un gemido de ese hombre, le hizo comprender que le excitaba mirarla tocándose. Por primera vez en su vida, se estaba masturbando delante de otra persona. Miraba la polla de aquel hombre y su sexo rogaba ser masturbado más fuerte y rápido.
        Damián, vió como Nuria se levantaba de la cama y se acercaba al sillón donde él estaba. Se arrodilló delante de él. Damián había detenido su masturbación al no saber que deseaba la muchacha. La miraba como interrogándola por sus deseos.
         – Siga por favor, acaríciese…
        Sólo deseaba hacer realidad los deseos de Nuria. Sabía que los deseos de ella, serían los deseos suyos. Siguió masturbándose. La cercanía de la joven hizo aumentar su excitación. Nuria miraba fascinada aquella polla. Se sorprendía al ver el glande amoratado de aquel señor. Brillaba y estaba mojado. Volvió a mirar aquellos testículos. Ahora estando tan cerca, sentía que le excitaba mirarlos.
         

 Damián gimió, cuando sintió la mano suave de Nuria acariciarle los huevos. Se miraron y en sus miradas veían la vergüenza por lo que sentían pero también la excitación. Aquella muchacha le acariciaba con curiosidad los huevos y le hacía gemir. Sintió los dedos de Nuria acariciar la base de su polla. Paró de masturbarse y dejó que ella saciara su curiosidad. Los dedos de aquella joven se deslizaban por su polla. El rostro de ella era de fascinación. Damián sentía la yema de sus dedos recorrer las venas. Gimió cuando Nuria  los pasó con delicadeza  por su glande. Su polla iba a explotar de placer como esa joven no parara de tocarlo así. Nuria miró la cara de Damián y vió que tenía los ojos cerrados y gemía. Comprendió lo que necesitaba ese señor. A pesar de sus temores por no saber hacerlo bien, agarró aquella polla con su mano y comenzó a masturbarla. Damián se moría del placer que le estaba dando aquella muchacha.

           Aquella mano suave le estaba dando el mayor placer de su vida. Nuria aumentó el ritmo.. Jamás había imaginado que le haría una paja a un señor tan mayor y le encantaba hacerlo.Aquella polla estaba caliente y totalmente dura. Nuria llevó su mano libre entre sus piernas y comenzó a tocarse mientras masturbaba a ese señor.
         Damián gemía. Podía sentir en su polla la respiración entrecortada de la joven. Nuria gimió al sentir como aquel sexo excitado rozaba su cara. Nunca había tenido tan cerca de su cara un sexo masculino. Masturbaba a ese señor con rapidez. El olor de aquella polla acariciaba su nariz. Era un olor desconocido para ella. Se sorprendió acercando su nariz y oliendo el glande de aquel señor. Le gustaba aquel olor. Damián estaba alterado totalmente por lo que estaba haciéndole aquella muchacha. Nuria no pudo evitar acercar sus labios y besar la amoratada punta de aquel fascinante miembro. Su clítoris estalló de placer al ver el primer chorro de semen salir de aquella polla. Después otro chorro y otro….Nuria miraba fascinada la polla de ese señor correrse, en un orgasmo muy fuerte, provocado por ella.
        Se miraron exhaustos y Damián la cogió en brazos. Sus mejillas estaban coloradas. Ninguno de los dos sabía si era por la vergüenza de lo vivido, o por el fuerte orgasmo que habían sentido.
        Esta vez, fue él quien acercó su boca a la de ella y ella abrió sus labios. Se besaron. . Damián pensaba hasta ese día, que jamás volvería a vivir de nuevo esa pasión. Nuria mientras lo besaba, pensaba que por fín estaba descubriendo esa pasión que tantas veces había leído y escuchado hablar sobre ella…
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 

relato erótico: “La vida da revancha 3” (POR MARTINNA LEMMI)

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                Ofelia giró sobre los tacos de sus botas y se marchó.  El hombre agradeció su presencia en el lugar y luego se dedicó de lleno a Eliana.  Subiendo con la verga por entre los muslos llegó hasta la entrada de su concha, la cual acababa de ser inspeccionada por Ofelia.  Apenas introdujo la punta de su miembro, Eliana soltó un gritito que se mezcló con un jadeo.  El sujeto hizo una pausa; jugó con el momento.  Habiendo logrado el efecto de que ella estuviera excitada al punto de sentir ansiedad, jugueteó un poco con su verga arrancándole así a Eliana gemidos que denotaban que estaba sintiendo un placer intenso, ya fuera por su voluntad o en contra de ella.  Y luego entró con decisión; esta vez fue un aullido lo que brotó de la garganta de Eliana.  Y el tipo la cogió y la cogió, sin parar, mientras ella, abatida, se inclinó hacia adelante hasta que las palmas de sus manos se apoyaron contra la pared a la cual estaba adosado el banco sobre el cual, ahora, tenía una de sus rodillas.  El hombre la tenía grande y fue inevitable sentir dolor aun cuando el mismo se fusionaba con el mórbido y extraño placer que la invadía.
                   “La verga de tu marido ni se parece a ésta, ¿verdad?  Por algo es cornudito” – mascullaba el tipo entre dientes al oído de Eliana.
                   “N… no… – balbuceaba ella -… ¡No!”
                   “Ésta es una verga de verdad, ¿no es cierto?” – le decía él mientras empujaba dentro del sexo de Eliana a un ritmo acompasado que acompañaba a las palabras que salían de su boca.
                  “S… sí… ¡Siiiii!” – el estiramiento en la “i” coincidió con una violenta y aun más profunda entrada del portentoso miembro en su interior.
                  Eliana se supo cerca del orgasmo.  Y aun cuando se le cruzó por un momento la imagen de su esposo yéndose del lugar por no poder aceptar tantas humillaciones, se entregó de lleno al momento.  El hombre jadeaba y jadeaba a la par de ella, quien sintió la erupción de leche dentro suyo en el mismo momento en que sus gemidos tocaban el punto más álgido.  Luego ambos quedaron extenuados, él prácticamente caído sobre ella.  Ninguno de los dos dijo más palabra; simplemente llegó un momento en que él se acomodó su ropa y se aprestó a marcharse.  En el mismo momento en que apoyaba su mano sobre el picaporte de la puerta, Eliana llegó a distinguir que un bollito de papel caía sobre el banco en el cual aún tenía apoyada su rodilla.  Sin poder distinguir demasiado de qué se trataba debido a la mala iluminación, lo tomó entre sus dedos y lo desplegó, para comprobar que se trataba de un billete de cinco pesos: la propina…
                    Sobre la hora del cierre se produjo, como ya era habitual, la ronda en la cocina a los efectos de que Ofelia diera lectura a las anotaciones que había tomado en su libreta y pusiera en marcha las sanciones correspondientes.  Fueron dos chicas y un muchacho esta vez los castigados y en cada caso sólo con cuatro fustazos por tratarse de infracciones menores como demorarse con la cuenta, llevar un pedido equivocado, etc.  No hubo esta vez ninguna sanción para Eliana, lo cual le alegró, si bien ya había sido debidamente anoticiada por Ofelia del descuento que recibiría en su paga.  Lo nuevo esta vez fue que Adrián estuviera allí y se quedara a presenciar los castigos, pero hubo algo más: en el momento en el cual ya todo había concluido y Ofelia se disponía a dispensar a todos de sus obligaciones para enviarlos a sus casas, Fernando apareció en el lugar.  Fue inevitable que todas las miradas se clavaran en él y que se levantara un coro de murmullos.  Adrián lo miró de manera intrigada en tanto que Ofelia lo hacía de un modo frío y sin demostrar emoción alguna.  A Eliana le saltó el corazón en el pecho; sentía en parte una gran alegría al suponer que Fernando habría reconsiderado su decisión pero a la vez no sabía exactamente qué era lo que se venía y, además, no pudo evitar que su vista buscara el piso ya que, por primera vez en su vida matrimonial, ella estaba frente a él en condición de “esposa que acaba de ser cogida por un extraño”.  De hecho, él la miró durante unos segundos y pareció adivinarse en sus ojos un tinte reprobatorio.
                        “¡Fer! – saludó efusivamente Adrián abriendo, una vez más, los brazos, en ese gesto que remitía a la mafia cada vez que lo hacía – ¡Qué agradable sorpresa volver a tenerte por acá!”
                        “Lo… reconsideré – anunció Fernando tragando saliva -.  No sé si será o no muy tarde ya para salvar mi error, pero… si es así, me gustaría… tener una chance más…”
                       “¡De mi parte bienvenido seas! – exclamó alegremente Adrián -.  Pero… bueno, no soy el único que decide aquí y habría qué ver qué tiene para decir Ofelia, en su calidad de jefa del personal y considerando que volviste a cometer un par de indisciplinas con ella…”
                         La mujerona asintió con la cabeza como agradeciendo el cumplido y la jerarquía que a su opinión se le otorgaba.
                         “No tengo problemas – anunció, siempre impertérrita -,pero hay que hacer tres aclaraciones pertinentes: primera –apoyó un pulgar sobre otro como para comenzar a enumerar -: es tu última chance; no se va a tolerar otra indisciplina.  Segunda: vas a recibir el castigo merecido por el modo en que actuaste, así que váyanle bajando el pantalón – hizo un gesto con la mano a dos empleados que, prestos, fueron hacia Fernando para cumplir con lo que se les había pedido -…y tercera: lo que se te ordene, no importa lo que sea, lo haces y punto; sin chistar…”
                       Fernando, sin poder reconocerse a sí mismo agachó la cabeza.
                      “Sí, Señora Ofelia…” – dijo, con la voz apagada.
                      “¡Qué bueno que podamos entendernos! – celebró Adrián, palmoteando el aire -.  ¡Una alegría tenerte otra vez entre nosotros, Fer!”
                      A todo esto, los dos empleados que se habían acercado prestos a cumplir con lo requerido por Ofelia, le bajaron a Fernando tanto el pantalón como el bóxer dejándoselos en las rodillas y luego lo giraron para presentar ante ella su culo expuesto.
                     “Fusta” – reclamó la mujerona doblando un codo y extendiendo su antebrazo hacia un costado.  De inmediato, la muchacha que habitualmente cumplía con tal labor, depositó sobre la palma de su mano el mismo instrumento con el cual instantes antes habían sido castigados las dos chicas ye l joven que habían cometido infracciones.  Ofelia blandió una vez más la fusta de manera amenazante.
                     “Dos veces golpeaste la barra en señal de disconformidad – anunció, en tono de arenga -: son ocho fustazos por cada una.  Luego te marchaste a buscar a Adrián sin permiso alguno y aun a pesar de que yo te llamé: gravísimo; son dieciséis.  Por último, dijiste que te marchabas para luego volver como perrito con el rabo entre las piernas… Otros dieciséis.  ¿Cuánto suma?”
                   “Cuarenta y ocho, Señora Ofelia” – respondió la joven que oficiaba como asistente.
                    Ofelia clavó la vista en el culo de Fernando, aún enrojecido por la paliza de la noche anterior.  Los ojos se le iluminaron y se relamió.  La fusta bailó en el aire y comenzó a restallar sobre las nalgas de Fernando, compitiendo por momentos en momentos en volumen con sus aullidos.
                     Una vez terminada la sesión de castigo, Adrián tuvo la deferencia de llevarlos a ambos hasta su casa.  De manera galante pero a la vez irritante para Fernando, le abrió la puerta a Eliana invitándola a sentarse adelante, del lado del acompañante.  A Fernando sólo le quedó ubicarse en el asiento trasero pero tuvo que hacerlo apoyándose sobre sus puños y buscando no hacerlo con su cola; ni siquiera el mullido asiento trasero del BMW alcanzaba para paliar el dolor que en ella sentía.
                    “¿Y?  ¿Cómo está ese culo?” – preguntó Adrián oteando a Fernando por el espejo retrovisor mientras conducía.
                     El aludido no contestó palabra alguna; sólo buscaba la forma de acomodarse en el asiento lo mejor posible y, en todo caso su talante era suficientemente demostrativo de lo que estaba sufriendo.
                     “Es brava Ofelia – comentó Adrián, volviendo a mirar el camino -, pero es buena persona eh…, sólo que muy rígida…”
                    En más de una oportunidad Fernando notó que Adrián miraba las piernas de Eliana y ello le irritó sobremanera, pero bien sabía que se estaba jugando su última chance para mantener un trabajo que necesitaba y que la única ayuda posible en el mundo podría provenir de esa misma persona que conducía el vehículo.  Un par de veces Adrián dejó la vista tan inmóvil sobre las piernas de Eliana que incluso ella llegó a incomodarse y le miró, dejando traslucir en su rostro una sonrisa nerviosa.  Adrián también sonrió y luego volvió la vista hacia el camino.
                    Al llegar ante la casa, no detuvo el motor pero sí sacó la cabeza por la ventanilla y permaneció en actitud de contemplación, como si observara con minucioso detalle la propiedad.  Era una linda casa, por cierto, de tipo americana, con amplios jardines y piscina, bien tasada en el mercado.
                         “Entre mañana y pasado voy a venir con alguien de la inmobiliaria para ver qué se puede hacer con esto… – dijo, pensativo -.  Hay que rediseñar los planos y hacer la transferencia… Ustedes tienen un galponcito al fondo, ¿verdad?  Algo veo como por el costado de la casa pero hay un par de plantas que me impiden distinguirlo con claridad…”
                         “Sí – dijo Eliana -, es donde se guardan algunas herramientas y otras chucherías”
                          Desde el asiento de atrás, Fernando no cabía en sí de la incredulidad.  Verlo y oírlo a su viejo amigo sopesando con aire calculador cada detalle de la casa en vista de una redistribución de la misma era casi tan doloroso como las marcas de las fustas en su cola.
                       “¡Buenísimo! – exclamó Adrián -.  Podríamos convertirla en una piecita para ustedes…, sería una buena posibilidad, ¿ no les parece?”
                        Al momento de hacer la pregunta, apoyó la palma de su mano sobre la rodilla de Eliana.  La furia de Fernando estuvo a punto de reventar pero en ese mismo momento, su esposa le entregó una mirada suplicante, en la cual perfectamente podía leerse que, sin hablar, le estaba pidiendo desesperadamente que se mantuviera en sus cabales y guardara silencio sin hacer objeción alguna.  La mano de Adrián, en tanto, siguió apoyada sobre la rodilla casi como si Fernando no estuviese allí o, aun peor, que su presencia no importase.
                       “Sí – convino ella, con resignación y buscando sonar amable -; es una buena posibilidad.  La verdad es que sos muy bueno con nosotros, Adrián… No sabemos cómo agradecerte…”
                        “Somos amigos, ya te lo dije – respondió Adrián palmeando un par de veces la cara interna de uno de los muslos de ella -.  Ahora vayan a dormir; descansen un poco.  En la noche vendrá otra jornada agotadora seguramente….”
                        Durante el resto de la mañana y parte de la tarde Fernando y Eliana sólo durmieron pues, esta vez sí, el cansancio acumulado hizo presa en ellos aun cuando de tanto en tanto alguno de ambos se despertara sobresaltado.  Cuando a media tarde se levantaron, casi ni intercambiaron palabras entre ellos, apenas las mínimas necesarias.  Sobrevolaba por encima del matrimonio una especie de fantasma, una sensación de que sus vidas habían entrado en un punto sin retorno y, por cierto, no había para Fernando forma de pensar otra cosa cuando su propia mujer había sido en la noche previa cogida por un desconocido.  Ella tampoco podía decir mucho y, en general, casi ni se atrevía a mirar a los ojos a Fernando, de quien sabía que en su fuero interno no le perdonaba el haber asumido su nueva vida con tal resignación y entrega.  Pero lo cierto era que el propio Fernando había caído también él presa de esa misma resignación al aceptar regresar al trabajo; no había soportado, desde luego, la idea de dejar allí a su esposa, pero ya para esa altura no se sabía qué era peor: si abrirse del asunto hacia un futuro totalmente incierto en el que, seguramente, ya no sabría nada más de ella, o si quedarse a compartir la suerte de su esposa y tener que soportar una humillación tras otra.  La extraña afinidad que había entre Adrián y Ofelia, por cierto, no dejaba tampoco de sorprender; era increíble que hubieran hecho tan buenas migas, pero a la vez no era descabellado suponer que él, luego de aquella terrible desilusión sufrida durante el viaje de egresados, hubiera terminado trabando amistad con quien justamente era la chica más marginada del curso.  Los dos venían de sufrir frustraciones, los dos venían de acumular rencores y resentimientos; viéndolo así, el que Fernando y Eliana hubieran caído en tan desesperante situación bien podía ser para ellos un bocado con sabor a venganza prácticamente servido en bandeja.
                 Llegada la noche y antes de partir nuevamente para el bar, Fernando tomó un par de píldoras de diazepam, creyendo con ello estar mejor prevenido ante posibles ataques de nervios por posibles situaciones que le tocara presenciar en la noche.  El recibimiento fue el de siempre; Ofelia mostró la misma frialdad que en las dos noches anteriores y sólo les asignó las tareas: nada novedoso; Eliana a las mesas, Fernando a la barra.  El primer detalle molesto para él fue encontrar otra vez en la barra al mismo sujeto que en la noche anterior no le quitara la vista de encima y que parecía mirarlo con cariño.  Tenía, no obstante, que atenderlo, por muy fastidioso que le resultase.  El primer gran impacto llegó cuando, al preguntarle qué deseaba beber, el hombre le respondió sonriendo:
                 “Algo que me caliente, bebé”
                 Para Fernando fue casi una trompada directa al mentón; nada más lejano a él que la homosexualidad.  Se mordió el labio inferior y se tragó las ganas de mandarlo al cuerno.
                 “¿Tequila está bien?” – preguntó, evidentemente fastidiado aunque tratando de ocultarlo; ni siquiera miraba al individuo.
                 “Está perfecto…” – respondió el tipo quiñándole un ojo, gesto que Fernando no vio.
                 Cuando le estaba sirviendo el vaso con la bebida blanca, el sujeto soltó un comentario que provocó en Fernando un respingo e, incluso, le hizo dejar caer unas gotas de tequila fuera del vaso:
                  “Me enteré que anoche te dejaron rojo el culito”
                   Fernando se puso rojo de la vergüenza y no cabía en sí mismo de la sorpresa.  Echó un vistazo en derredor para comprobar si alguien había escuchado; al parecer no era así.  ¿Cómo se había enterado ese tipejo?   Era obvio que si alguien le había contado, éste debía formar parte del personal, ya que las sesiones de castigos post jornada laboral sólo contaban con la presencia de empleados y empleadas del lugar.  El individuo detectó la vergüenza en Fernando y rio divertido:
                  “Jijiji… Que no te dé vergüencita… Pero te digo algo: me hubiera gustado ver eso”
                   Otra vez el guiño de ojo y esta vez Fernando sí lo vio; sumamente turbado, buscó por debajo de la barra hasta dar con un trapo rejilla y se dedicó a limpiar las gotas de tequila que él mismo había derramado.  A decir verdad, sólo eran un par de gotitas pero le dedicó la misma atención y  el mismo esmero que si se hubiera volcado allí una botella completa, tales las ganas que tenía de desviar la atención y esquivar una conversación  que se estaba volviendo terriblemente incómoda.  Esperaba que el sujeto se dedicase simplemente a beber y diera por olvidado el asunto pero no fue así.
                   “¿Cómo te llamás?” – le preguntó, siempre sonriente.
                    “Fernando…” – respondió él entre dientes, sin dejar de frotar con el trapo rejilla.
                    “Mmm… qué lindo nombre que tenés… Tan lindo como vos…”
                   La situación se había vuelto realmente intolerable.  Fernando creía que tanto su capacidad de sorpresa como de degradación habían ya tocado su punto máximo al tener que aceptar que cogieran a su esposa o al ser castigado con los pantalones bajos delante de todo el personal, pero no…: allí estaba, siendo prácticamente abordado por un tipo al que, evidentemente, le gustaban los tipos…
                     “¿Y no me vas a mostrar cómo te quedó la colita…?” –insistió el sujeto.
                       Fernando le dirigió una mirada furtiva; tenía ganas de estrellar un puñetazo contra esa insufrible cara sonriente.  Comenzó a despegar los labios para empezar a pronunciar un “no”, pero fue interrumpido por el hombre.
                     “¿O le digo a ella?” – preguntó, mostrando ahora todos sus dientes y cabeceando en dirección hacia Ofelia, quien, por lo parecía verse, permanecía aún ajena a la situación.
                      La cabeza de Fernando daba vueltas a mil por hora.  “El cliente siempre debe quedar satisfecho” recitaba Ofelia y, por cierto, era dable suponer que no se pondría muy contenta si se enteraba que él no cumplía con tal precepto.  El tipo, siempre sonriente, frunció los labios como imitando un besito y volvió a guiñarle el ojo, a la vez que le hacía un gesto con la cabeza como invitándole a pasar hacia el otro lado de la barra.  Era increíble cómo siempre se podía encontrar un lugar más bajo hacia el cual seguir cayendo.  Fernando miró nerviosamente a Ofelia; luego se le acercó, con mucha timidez:
                      “¿Señora Ofelia…?” – musitó de modo apenas audible.
                     “¿Sí?” – respondió ella en forma de pregunta y sin apartar la vista de sus notas en la libreta, tal cual era su estilo.
                      “Hay un cliente… que requiere algo de mí”
                      Ofelia pareció sorprendida; levantó la vista y echó una mirada hacia la barra, recalando en el sonriente sujeto.
                        “¿Te referís a Ariel?” – preguntó, dejando así bien claro que conocía bien al cliente.
                        “S… supongo que sí, Señora Ofelia…” – tartamudeó Fernando.
                       Una sonrisa se dibujó en la comisura de la mujer.
                        “A él le gustan los hombres – apuntó -.  Podés sentirte halagado porque en general tiene buen gusto… – desde la distancia y aun siendo imposible que la hubiera escuchado, el tal Ariel pareció agradecer el cumplido con un asentimiento de cabeza y levantando su vaso de tequila en dirección a Ofelia antes de beber -.  ¿Y qué es lo que requiere de vos?”
                      A Fernando le costaba hablar; las palabras se le trababan en la boca.
                       “Quiere… ver mi cola” – dijo, bajando la cabeza.
                      “Bien… – asintió Ofelia -.  Ariel ya es un cliente histórico de este lugar así que eso de que el cliente siempre debe quedar satisfecho, se ve potenciado en este caso…”
                       Fernando quedó allí de pie, como privado del habla.  La mujerona volvió a sus anotaciones y al notar que él no decía ni hacía nada, lo miró imprimiendo a su talante una cierta premura.
                       “¡Vamos! ¿Qué estás esperando? – graznó -… Vas y le mostrás la cola.  ¿No es acaso eso lo que él quiere?….”
                       Sin terminar de caer en lo que estaba ocurriendo, Fernando tragó saliva y, pesándole cada paso, se dirigió hacia el lugar en el que se hallaba la pequeña trampa que, al ser levantada, franqueaba el paso hacia el otro lado de la barra.  Caminó hacia el hombre, el cual seguía en su banqueta luciendo una sonrisa de oreja a oreja; se notaba claramente que le divertía estar sometiendo a Fernando a tan incómoda y embarazosa situación.  Una vez que éste llegó ante él, se quedó inmóvil, con los brazos caídos y la vista hacia el piso.  El tal Ariel le apoyó una mano en el mentón y, suavemente, le levantó la cabeza.
                   “No te escondas… – le dijo -.  Sos muy lindo.  Y sos casado, ¿no?”
                     “Sí”– respondió Fernando con cierta sequedad; en ese momento la referencia a su estado civil le hizo pensar en Eliana.  Echó una mirada de reojo hacia el salón pero no la visualizó: sólo rogaba que estuviera lo suficientemente entretenida como para no verle a él en la situación que se hallaba.  Hasta prefería que estuviera siendo cogida por alguien si eso servía para dejarlo fuera de su campo visual.
                      “Trabaja acá, ¿verdad?” – de pronto pareció como que la voz de Ariel adoptara un deje de tristeza.
                       Fernando no contestó; sólo asintió con la cabeza.
                       “Debe ser feo tener que ver todo el tiempo cómo acá todos la manosean, la toquetean, la insultan… o se la ponen – continuó Ariel -, pero, bueno… vos no tenés por qué ser menos que ella, jiji…”
                         Fernando miró a su interlocutor sin entender demasiado; el individuo, por otra parte, aún le sostenía por la barbilla y hasta daba la terrorífica impresión de que fuera a besarle de un momento a otro.  No lo hizo sin embargo.
                         “Mostrame esa colita, a ver…” – le dijo Ariel guiñando una vez más un ojo y haciendo un gesto con su cabeza como invitando a Fernando a girarse.
                         Lentamente y en la medida en que el sujeto le fue soltando la barbilla, Fernando se giró hasta ofrecerle la espalda.  Luego, y siempre despaciosamente, comenzó a desabrocharse el pantalón y al levantar la vista notó que desde las mesas cercanas varios, tanto hombres como mujeres, le miraban divertidos.  Sintiendo la más indefinible de las vergüenzas posibles, bajó la vista para no tener que verlos y llevó su pantalón hacia abajo para luego hacer lo propio con su bóxer haciendo que ambos le quedaran a mitad de los muslos.  El tal Ariel no le dio tiempo a prácticamente nada; bastó que la cola de Fernando quedara desnuda para que, sin aviso alguno, apoyara su mano sobre ella, provocando así un respingo en quien era toqueteado.   Fernando sintió tal  angustia que levantó la cabeza una vez más pero al hacerlo se topó nuevamente con las miradas de los curiosos, quienes ahora observaban con talante aun más divertido que el que exhibieran un instante antes.  Sin saber ya qué hacer, miró hacia el techo, hacia los focos de las luces…
                            “Tenés un culito precioso – le dijo Ariel -. Eso ya lo notaba yo viéndote de lejos… Pero… la verdad que te lo han dejado bien rojo… ¿Duele?”
                          Al pronunciar esa última palabra en forma de pregunta, el tipo acercó deliberadamente su boca hasta el oído de Fernando.
                         “Sí – respondió éste -; duele…”
                          “Yo te lo voy a sanar con caricias…” – le dijo Ariel, al tiempo que le propinaba un beso en el cuello, provocando en Fernando que un escalofrío le bajara desde allí recorriéndole toda la espalda.
                            El individuo se dedicó a sobarle durante un rato las nalgas mientras cruzando un brazo por debajo del mentón de Fernando, lo llevaba hacia atrás empujándolo hacia sí aprovechando tal acercamiento para besarlo varias veces en el cuello o en la espalda.
                            “Sos muy lindo… – volvió a repetir Ariel -.  Seguro que en tu época de estudiante tendrías a todas las chicas detrás, ¿no?”
                            Fernando no contestó y ni siquiera llegó a interpretar si la pregunta requería una respuesta o no; sólo quería morir allí mismo y agradeció que, al buscar y rebuscar con la vista por todo el salón, siguiera sin ver a su esposa.  En eso estaba cuando su cuerpo experimentó un nuevo respingo al sentir claramente cómo Ariel le estaba introduciendo un dedo en el orificio anal.
                            “Ssssh, tranquilito… – le susurró al oído -.  Quizás odies esto de entrada pero con el tiempo te va a encantar, jiji…”
                             Fernando sólo quería que aquel suplicio acabase pero, contrariamente a ello, el dedo que Ariel le estaba metiendo iba, aunque suavemente, cada vez más adentro.  Miró hacia el salón y sólo vio burlonas sonrisas dibujándose en los rostros de quienes lo miraban.  Deseaba en esos momentos que el piso se abriese y la tierra lo tragase.  De pronto, sin previo aviso y para su profundo alivio, Ariel le retiró el dedo.  Fernando interpretó eso como una señal alentadora aunque lo cierto era que, desde que había caído en las manos de aquel tipo, no había forma de adivinar su próximo movimiento.  Dicho y hecho: Ariel tomó una de las manos de Fernando y la llevó hacia atrás hasta posarla sobre el bulto de su pantalón.
                                “Soy gay pero activo – le dijo al oído, adoptando una súbita seriedad en el tono -.  Sabés lo que eso significa, ¿verdad?”
                               Fernando asintió con la cabeza; se hallaba al borde del llanto.
                              “¿Qué significa?” – insistió Ariel.
                              “Que… vas para adelante…” – balbuceó Fernando.
                              “Así es…, pero no sólo eso, bebé… También significa que muy pronto vas a tener esta pija adentro de ese precioso culito que tenés… Vas a aullar como una nena, te lo prometo… Y si alguna vez fuiste macho, yo te voy a ir haciendo olvidar de eso, jeje…”
                              El parlamento, en forma de sentencia, sólo pudo provocar terror en Fernando.  Ariel cerró sus palabras dándole un nuevo beso en el cuello y una muy leve palmadita en la cola.
                              “Ahora andá a seguir con tu trabajo – le dijo -.  Ya vamos a tener tiempo de conocernos…”
                             Fue tal la prisa de Fernando por alejarse de Ariel una vez que éste le hubo liberado que hasta olvidó subirse los pantalones nuevamente y en su torpeza trastabilló y estuvo a punto de ir a parar al piso, lo cual sólo logró alimentar aún más la risa de quienes le miraban.  Se subió finalmente el pantalón y, muerto de vergüenza, retornó a ocupar su lugar tras la barra.  Recién cuando hubo llegado allí descubrió, a pocas mesas de distancia, a Eliana.  Ignoraba si siempre había estado allí y rogaba que así no hubiera sido, pero lo cierto era que ella le miraba, de igual modo que también lo hacían unos cinco que compartían su mesa y que, se descontaba, eran quienes la habían invitado.  Es decir el mero hecho de que ella le estuviese mirando quedaba minimizado ante una realidad aun mayor: que todos en la mesa lo hacían y, peor aún, parecían divertidos, de lo cual bien podía inferirse que habían presenciado la escena del humillante manoseo en la barra y posiblemente estando ya en compañía de ella.  Al poco rato, Fernando notó que su esposa se levantaba de su lugar y se acercaba para hablar con Ofelia; hubiera pagado por poder oír lo que decía o lo que la mujerona le respondía, pero tanto el alto volumen de la música como las risotadas del lugar conspiraban contra cualquier escucha.  Lo que sí advirtió fue que su esposa dejó algunos billetes en manos de Ofelia, lo cual le hizo suponer que alguno de los que estaban a la mesa había pagado por algún servicio sexual, situación a la cual, increíblemente, comenzaba a acostumbrarse.  En eso, Ofelia se giró hacia él y una sonrisa que arrojaba las peores presunciones se dibujó en su rostro; luego se le fue acercando y Fernando sintió cómo el terror se iba apoderando de su cuerpo a cada taconeo que ella daba sobre el piso.  Pronto la tuvo frente a sí, imponente en sus casi dos metros.  Fernando estaba en condiciones de jurar que nunca la había visto con una expresión tan divertida en el rostro.
                   “Bueno… – anunció Ofelia, manejando la pausa de tal modo de dejar flotando la sensación de que traía una noticia de importancia -.  Aquellos señores han pagado para que tu mujer les haga un servicio bucal…”
                   Fernando miró hacia la mesa.  Luego se encogió de hombros.
                  “¿Los… cinco, Señora Ofelia?” – preguntó, entre anonadado y resignado.
                 “Sí, los cinco – confirmó la mujer con la misma frialdad con que podría haber anunciado que habían pedido una ronda de cerveza -.  Pero hay algo más… un dato interesante…”
                 Fernando la miró sin entender.
                “Resulta que se han enterado que sos el esposo – continuó la mujerona -; de paso te comento: se divirtieron mucho con las cosas que te hizo Ariel…”
                 El comentario fue, para Fernando, como una puñalada, pues entonces era de suponer que si ellos habían visto el “espectáculo”, también su mujer lo habría hecho.  Una vez más sentía ganas de que el piso se abriera y lo tragase.  Aun así, trató de sobreponerse al shock para prestar atención a lo que Ofelia le decía puesto que, al menos hasta el momento, no terminaba de ser claro para él.
                   “Lo que quieren – continuó explicando Ofelia – es que seas vos quien les sirvas y atiendas la mesa mientras tu mujer los esté atendiendo…”
                     Fernando frunció el ceño; su mente daba vueltas tratando de asimilar las palabras de la mujerona.
                     “Entonces, Señora Ofelia…, lo que los… clientes están pidiendo es que yo… sea su camarero”
                       “¡No su camarero! – corrigió Ofelia blandiendo un dedo índice en alto -.  ¡Su camarera!”
                       Más confusión.  Fernando seguía sin poder ordenar las cosas en su mente para que adquirieran un sentido.
                       “No… entiendo, Señora Ofelia”
                       “Te quieren con ropita de camarera”
                        Fernando se quedó mudo, en tanto que Ofelia mantuvo la sonrisa grabada en su rostro como si se tratara de una perversa versión de la Mona Lisa.
                        “¿Ro… Ropa de camarera, Señora Ofelia?” – tartamudeó él.
                        “Sí, sí… y afortunadamente algunas prendas tenemos, así que sólo será cuestión de buscar las que mejor te queden, je… Por lo tanto, vayamos para la cocina ya mismo…”
                        Casi sin fuerzas, abatido y vencido, Fernando caminó tras los pasos de Ofelia hacia la cocina, lugar en el cual habitualmente se impartían los castigos después de cada jornada laboral, sólo que esta vez era distinto.  Ofelia llamó a una de las chicas, la que habitualmente oficiaba como asistente principal y le solicitó que le alcanzara un par de prendas de talles grandes así como un par de zapatos de taco con las mismas características.  Fernando sentía que su dignidad ya no tenía salvación.  Para colmo de males, Ofelia, habitualmente gélida en cuanto a emociones, lucía entusiasmada y excitada como una adolescente ante la tarea de vestirle; quedaba en claro que ése era un menester que le agradaba y, como tal, no delegaba en nadie, pues había sido también ella misma la encargada de vestir dos noches atrás a Eliana.
                             “Sacate todo” – ordenó secamente.
                             “S… sí, Señora Ofelia…” – respondió Fernando, con la voz convertida casi en un hilillo.
                             Lentamente fue quitándose una a una las prendas, expuesto ante los ojos de todos quienes allí se hallaban trabajando pero no sólo de ellos: Ofelia ni siquiera había tenido el cuidado de entornar la puerta de la cocina y, por lo tanto, también le estaban viendo algunos empleados desde el bar propiamente dicho e incluso algunos clientes que se hallaban a la barra.
                          “Vamos… más rápido… – le urgió la mujerona -.  No tenemos toda la noche y los clientes están esperando…”
                           Apurando el ritmo, Fernando terminó de quedar desnudo y de pie en el medio de la cocina.  Ese cuerpo privilegiado que tantas veces había sido objeto de deseo por parte de las damas y de envidia por parte de los caballeros ahora sólo servía para la humillación más extrema.  Ofelia lo miró desde atrás, acariciándose el mentón.
                            “La colita es bastante lampiña, casi de nena, así que no vamos a tener problemas con eso y, en todo caso, podemos afeitar el poco vello que haya – dictaminó mientras daba un pellizco atrapando y tironeando de uno de los pelitos -.  En las piernas tampoco hay demasiado vello pero algo hay, así que vamos a cubrirlo con medias de nylon negras y, en todo caso, las depilamos para la próxima”
                           Fernando no supo determinar qué era más inquietante: si el hecho de que esa mujer, con tanta impunidad, resolviera sobre su propio cuerpo o bien que hubiera dejado deslizar que habría una próxima, como si en la mente perversa de su antigua y resentida compañera de colegio estuviera aguijoneando la idea de repetir la experiencia de convertirlo en camarerita.
                           “El cabello, de momento, quedará corto – anunció Ofelia mientras le pasaba una mano por la cabeza -.  Después de todo, hay mujeres con pelo corto.  En lo que sí vamos a tener que trabajar es en el maquillaje: delineador par a los ojos, algo de colorete en las mejillas y rouge en los labios”
                          Apenas terminado su dictamen, echó una mirada hacia su asistente, la cual, prestamente, salió casi corriendo a buscar lo solicitado.  No pasaron ni dos minutos que ya estaba allí con todo.
                         “¿Trajiste una hojita de afeitar?” – le preguntó Ofelia.
                         “Por supuesto, Señora Ofelia” – respondió la joven enseñando una afeitadora descartable que traía en mano.
                          “Pasamela – ordenó la mujerona -.  No hay crema de afeitar así que traeme del baño algo de jabón como para enjabonarle bien el culo”
                         Cada nueva orden era una herida lacerante en la dignidad de Fernando quien, sin embargo, hacía esfuerzos sobrehumanos para morderse la lengua y no objetar absolutamente nada.  La joven fue al baño y regresó con un jabón de tocador al cual se notaba húmedo.  Tomándolo entre sus manos, Ofelia lo deslizó por toda la cola de Fernando hasta obtener espuma y, una vez hecho ello, se dedicó a pasar la afeitadora eliminando los pocos vellos que pudiera tener sobre sus nalgas.  Si Fernando creía que no podía haber una vergüenza mayor, lo que siguió superó todo.  La mujerona se hincó y le conminó a levantar uno de sus pies para luego pedirle exactamente lo mismo con el otro; y así, le deslizó una brevísima tanga que llevó bien arriba hasta enterrársela en la zanja de la cola del mismo modo que lo había hecho antes con Eliana.  Ya de pie, Ofelia se apartó unos pasos como para mirar bien y pareció asentir de manera aprobatoria.
                     “Te queda bien” – dijo.
                       Luego llegó el momento de calzarle el corpiño: un sostén de encaje negro que provocó una cierta desilusión en el rostro de Ofelia al comprobar lo laxo que caía por delante; en vista de ello, solicitó algodón y servilletas como para hacer un relleno.  Una vez que lo hubo rellenado, repitió el gesto de apartarse dos pasos y mirar su obra;  volvió a asentir conforme.  Llegó luego la remera sin mangas, muy semejante a la que usaban la mayoría de las camareras, para luego dar paso al acto de encajarle una cortísima falda que, al igual que ocurría con la que le habían dado a Eliana, dejaba las cachas al aire a la primera inclinación del cuerpo.  Siguieron las medias negras, las cuales terminaban con detalles bordados sobre la parte alta de los muslos y se enganchaban en un liguero que iba adosado a la tanguita.  Lo más difícil fueron los zapatos, ya que, no habiéndolos del talle adecuado, hubo que encajarle los pies como se pudiese aun a pesar de provocarle dolor.  Y como si ello no fuera ya de por sí un problema, luego él debería caminar sobre tacos e irse acostumbrando a llevarlos.  Mientras Ofelia se encargaba de vestirlo, su asistente, a requerimiento de la mujerona, tuvo a cargo la tarea del maquillaje.  Le hizo cerrar los ojos para delinearlos, le aplicó colorete en las mejillas y le pidió, por último, que abriera la boca para colocarle rouge.  Una vez que lo hubo hecho, la chica le solicitó a Fernando que juntara los labios y los metiera hacia adentro para luego abrirlos.  Sonrió al quedar satisfecha con el color logrado y con su obra en general.
                      Y así, en lo que hubiera parecido insospechado un par de días antes, Fernando quedó convertido en una muchacha.  Volviendo a tomar distancia a los efectos de una mejor visualización, Ofelia asintió varias veces y aplaudió:
                        “Una hermosa niña – sentenció -, lista para atender a nuestros clientes”
                        Si algo agradeció Fernando en ese momento fue que no hubiera un espejo cerca.  Por mucho que lo intentase, no era capaz de imaginar cuán patético y decadente debía verse, después de haber jugado a ser el gran macho durante su juventud.  De hecho, se advertía claramente en la actitud de Ofelia que su intención al vestirle y maquillarle de ese modo era precisamente hacerle trizas esa misma imagen, la cual seguramente habría a ella molestado mucho en aquellos días del colegio.
                        “Vamos para la mesa – le indicó Ofelia de un modo casi maternal pero a la vez con un más que evidente deje burlón  -.  Los clientes esperan…”
                          Al momento de salir al salón, notó que, como no podía ser de otra manera, todos tenían sus ojos clavados en él; quien no sonreía al verle, directamente reía.  Le costaba horrores caminar sobre los tacos y para colmo de males Ofelia lo llevaba a toda prisa.  Cuando llegaron ante la mesa en cuestión, fue inevitable que la primera mirada que lo golpeara como una estocada en el pecho fuese la de Eliana.  Ella, de hecho, era la única en la mesa que no reía y su mirada, más bien, denotaba una profunda lástima por el aspecto de su esposo.  Fernando logró, sin saber cómo, contener las lágrimas, aun cuando sintió que se le hacía un nudo en el pecho,  y no pudo sostenerle la mirada a su esposa.
                          “¡Pero qué linda mujercita que nos trajo Ofelia!” – voceó uno de los que estaban sentados a la mesa a un volumen de voz lo suficientemente alto como para que le oyera todo el salón; difícil determinar si lo hizo precisamente con esa intención.
                         “¡Preciosa! – exclamó otro -.  ¡Un pimpollo!  La verdad, Ofelia, es que hay que felicitarte por un trabajo tan magnífico…”
                           “Jeje, no hay nada que agradecer, chicos… Ya saben cuál es la política de la casa… – rió, con desdén, Ofelia -.  Aunque ella misma se los va a decir…”
                         Fernando levantó apenas la vista y miró a su esposa por debajo de las cejas.  Había supuesto que al decir “ella”, Ofelia se había referido a Eliana, pero le bastó un solo vistazo para comprobar que no era así: al girar la vista ligeramente a la derecha y mirar por el rabillo del ojo, captó que en realidad Ofelia le estaba mirando a él: es decir, había aludido a Fernando como “ella”.  Más aún: al recorrer rápidamente con la vista los rostros de los cinco que estaban a la mesa, notó, muerto de vergüenza, que en realidad todos le miraban a él con semblante sonriente y actitud expectante.  Supo trágicamente, entonces, que era de sus labios de donde se esperaba que surgiera la ya clásica fórmula recitada.  Tragó saliva, se aclaró la voz y la dijo:
              “El cliente siempre debe quedar satisfecho”
                Ofelia sonrió complacida y se cruzó de brazos en una actitud que pareció de triunfo; seguramente lo era: revanchismo por viejos resentimientos adolescentes.
                “Bien, muchachos – anunció -; los dejo tranquilos.  A propósito, ¿qué desean tomar?”
                Los cinco coincidieron en pedir fernet, por lo cual Ofelia instó con un dedo índice a Fernando a seguirle.  La marcha hacia la barra se convirtió en un nuevo suplicio: trastabilló un par de veces y estuvo a punto de caer o bien se le dobló el pie; el hecho de no ser ahora guiado de la mano por Ofelia terminaba siendo más un problema que un alivio ya que lo dejaba librado a caer al piso de un momento a otro para hilaridad de todos los presentes, cuyos ávidos rostros esperaban claramente eso.  La caída se produjo y las carcajadas estallaron alrededor.  Ofelia no se detuvo ni tan siquiera se giró para ver qué le había ocurrido, de lo cual Fernando interpretó que lo único que le cabía hacer era ponerse en pie nuevamente y seguirla.  Pensó, por un instante, en quitarse los zapatos, pero rápidamente restalló en su cabeza el recuerdo de los fustazos recibidos, con lo cual el temor a un posible castigo le hizo levantarse del piso por mucho trabajo que le diese y por muchas que fueran las risas a su alrededor debido a su torpeza.  Llegó hasta la barra y se encargó de recibir la bandeja con los cinco tragos de fernet con gaseosa; al girarse tomó conciencia de que la vuelta sería mucho más complicada que lo que había sido la ida, ya que ahora debía hacerlo con la bandeja en mano.
                “Con una mano – le espetó Ofelia, enérgica, neutralizando de ese modo su intento por tomarla con ambas -.  La bandeja se lleva siempre con una sola mano”
                 Con la mayor resignación del mundo, Fernando hizo deslizar la bandeja con una mano por encima de la otra hasta que el centro de la misma se ubicó por sobre sus cinco dedos en forma de flor abierta.  Jamás había portado una bandeja pero ése era el modo en que siempre había visto que los mozos lo hacían.  Lo peor de todo fue que no le quedó más remedio que elevar la vista, lo cual implicaba, sí o sí, enfrentarse a las divertidas y expectantes miradas de, prácticamente, todo el bar.  Buscó que sus pasos tuvieran la mayor seguridad posible, razón por la cual caminó muy lentamente; la mesa no estaba tan lejos, después de todo: tenía que recorrer unos seis o siete metros.  Lo venía haciendo bastante bien hasta la mitad del recorrido; de a poco sus pies y su columna vertebral se iban familiarizando con los tacos aun cuando sus piernas parecieron flaquear un par de veces en las que varios clientes lanzaron a coro un “oleeeeeee” seguido de las infaltables risotadas.  En eso, y mientras marchaba hacia la mesa a paso lento pero cada vez más firme, sintió que alguien le estaba tocando la pierna, justo por encima de donde terminaba la media y casi por debajo de su falda.  Dio tal respingo que estuvo a punto de perder la bandeja pero logró mantenerla con mucho esfuerzo y utilizando ambas manos; apenas se percató de ello, rogó no haber sido visto por Ofelia y retiró una de ellas para volver a dejar la bandeja sobre una sola mano.  Hizo un muy leve giro de cabeza hacia su izquierda para descubrir que quien le había mancillado con su tacto era un muchachito que no debía pasar los veintidós años, el cual reía a más no poder.  Fernando le dirigió una mirada furtiva aunque, obviamente, ya había aprendido que no debía decir palabra ni hacer objeción alguna.  En el mismo momento en que miraba al jovencito que acababa de tocarlo con tal atrevimiento, sintió como desde la derecha alguien le levantaba la falda.
                  “Buen culito tenés” – dijo el autor de tal vejación, siendo coronado su soez comentario no sólo por su propia risa sino por las de todos los que estaban sentados a su mesa.  Esta vez Fernando ni siquiera se giró para verlo.  Estaba más que obvio que la marcha hacia la mesa con la bandeja en la mano iba a ser una verdadera odisea, ya que a la difícil tarea de marchar sobre tacos se agregaba que los clientes no estaban dispuestos a hacerle las cosas fáciles en lo más mínimo.
                   Cerró los ojos por un momento, tratando de mantener la serenidad.  Necesitaba seguir marchando hacia la mesa en la que estaban los cinco muchachos y su esposa y, por lo tanto, debía ignorar lo más posible a todos los que a su alrededor le gastaban chanzas y burlas.  Tenía que mantener el equilibrio, así que se concentró en eso: clavó la vista en algún punto indefinido en el fondo del salón y buscó ignorar tanto las miradas como las voces de todo el mundo.  Puso un pie por delante del otro y así sucesivamente, reiniciando la marcha hacia la mesa.  Esta vez caminó con bastante más seguridad y logró dar varios pasos; ya estaba muy cerca de lograrlo cuando de pronto… algo se le entrecruzó entre los pies; perdió el equilibrio y… se desplomó…
            Su cuerpo cayó cuan pesado era ante las risas de todos los presentes en tanto que la bandeja voló de su mano y los cinco vasos con fernet esparcieron su contenido por el piso.  Se sintió morir.  Se incorporó ligeramente hasta ponerse a cuatro patas sabiendo sobradamente que eso dejaba su cola entangada a la vista de todos.  Giró la cabeza hacia su izquierda y, al hacerlo, se encontró con el responsable de su caída; o con LA responsable, mejor dicho.  Una chiquilla de la cual era dudoso que llegara siquiera a los dieciocho años era quien le había puesto una zancadilla, haciéndole caer.  No paraba de reír mientras se tapaba la boca con la mano; el resto de sus compañeros de mesa, todos varones, también reían.  Fernando no cabía en sí mismo de la bronca; sólo tenía ganas de ponerse de pie y propinarle a esa tontita un par de golpes bien dados, pero sabía que tenía que contenerse, que no debía objetar nada.  De ese modo, al tener que tragarse la rabia, sintió que temblaba de la cabeza a los pies y que estaba a punto de romper a llorar.  Buscó, por todo y por todo, que las lágrimas no acudieran a sus ojos; si lo hacía, estaría  dando un motivo más para la hilaridad general puesto que sólo contribuiría a alimentar la imagen de niña que daba al estar vestido y maquillado en esa forma.  Escuchó un taconeo sobre el suelo muy cerca suyo y al levantar la vista descubrió a Ofelia, rostro severo y brazos cruzados, firme como una blanca estatua enfundada en negro.
                       “Ya te lo voy informando – dijo, impertérrita -, son cuatro fustazos por cada vaso roto a lo que hay que sumarle otros seis por cada contenido que se perdió al derramarse.  ¿Cuánto suma eso?”
                        “Cincuenta fustazos, Señora Ofelia” – apuntó siempre solícita la chica que oficiaba como asistente, sin que Fernando llegara a entender en qué momento o cómo era que había aparecido allí.
                          “A eso hay que sumarle los descuentos que ya dictaminará Adrián por la pérdida en dinero – apostilló Ofelia, dando media vuelta sobre sus talones -.   Ahora levantate del piso y vení a buscar otra tanda de bebida porque los clientes se van a terminar impacientando…”
                        Los clientes, en realidad, estaban a sólo dos metros y aun cuando Fernando, en ese momento, no los viera por tenerlos a sus espaldas, podía perfectamente adivinar sus semblantes burlones en medio del momento de diversión que debían estar teniendo.  Trató de imaginar cuál sería, al respecto, la reacción de su esposa, pero no consiguió hacerlo y, además, no debía perder más el tiempo en tales cavilaciones.  Trabajosamente volvió a ponerse en pie y volvió hacia la barra.
                      Una vez más, uno de los empleados que allí se desempeñaban se dedicó a preparar nuevamente los cinco tragos para ubicarlos sobre la bandeja.  Una vergüenza especial le invadió a Fernando al pensar que eso era un trabajo que solía hacer él y sin embargo, en este caso, estaba oficiando como camarera a la espera del pedido.  Mientras lo hacía sintió que alguien se le acercaba por detrás y lo apoyaba, franeleándole el bulto sobre la cola.  Fernando se sobresaltó y trató de zafarse hacia delante pero era un esfuerzo inútil porque estaba la barra, así que el sujeto lo tenía aprisionado.
                       “Estás muy sensual con esa ropita, nena – le dijo alguien al oído y en seguida reconoció la voz como la de Ariel, el cliente que hacía sólo algún rato se había regodeado manoseándole la cola y hasta introduciéndole algun dedo en el ano -.  Dan ganas de cogerte…”
                         Ariel cerró sus palabras mordiéndole una oreja y besándole el cuello, tras lo cual se fue y le dejó libre.  “Libre”, por supuesto, era sólo una manera de decir: la realidad, más bien, era que lo dejaba en disponibilidad para ir, vestido de camarera, a llevarle sus tragos a los tipos a quienes de un momento a otro les practicaría sexo oral su esposa.  Una vez que tuvo la bandeja en mano retomó la marcha con el mayor cuidado posible; en lugar de elegir mirar a un punto indefinido en el fondo del salón, esta vez prefirió marchar mirando a derecha e izquierda, arriba y abajo, vigilando que nadie fuera a hacerle ninguna jugarreta como la de la zancadilla.  Ello implicaba, por cierto, tener que mirar a los clientes a veces a los clientes a la cara y soportar, por lo tanto, sus expresiones de burla, pero peor era seguir recargando castigos a su ya bastante maltratada cola.  Puso especial cuidado cuando le tocó volver a pasar junto a la jovencita insolente que le había hecho caer, la cual seguía riendo y cubriéndose la cara con una mano, además de mirarlo burlonamente.  Una vez que hubo sorteado cada uno de los peligros de caída, Fernando logró llegar a la mesa y apoyar la bandeja sobre ella: misión cumplida; o, al menos, la primera etapa de la misma.  Lo peor, aunque pareciese increíble, estaba por venir.
               “Ya nos parecía que no ibas a llegar nunca con esos tragos – dijo uno en tono que era tanto de reprimenda como de diversión -.  De cualquier modo tuvimos la delicadeza de esperarte; como verás, tu esposa todavía no empezó, jaja”
               Fernando no dijo palabra; sólo se dedicó a ir ubicando los vasos frente a cada uno de los que se hallaban sentados a la mesa.  Eran un grupo bastante heterogéneo: el mayor de ellos daba la impresión de tener unos cincuenta años o tal vez algo más; dos rondarían los treinta y los dos restantes no parecían pasar de unos veintitrés.  Rara combinación de edades, lo cual sin embargo no parecía para ellos ser un problema a la hora de divertirse juntos y exactamente eso era lo que tenían en mente en ese momento.  Cada vez que Fernando se inclinó para dejar alguno de los vasos de fernet ,sabía que ese movimiento dejaba parcialmente a la vista sus nalgas y ninguno de los cinco vaciló en hacer comentarios socarrones al respecto.   Hasta allí, sin embargo, ninguno de ellos le había tocado, cosa que temía especialmente.  Su vergüenza no tuvo nombre al cruzarse con la mirada de Eliana y tratar de imaginar el modo en que ella le estaría viendo.  Obviamente, bajó la vista.
                   “Bueno, empecemos con el festín” – dijo el mayor del grupo quien al parecía, tal vez en virtud de su edad, llevar la voz de mando.
                    Aun a pesar de los enormes esfuerzos que Fernando hizo por no mirar, no logró evitar hacerlo.  El temor ante la inminencia de lo que se venía le imposibilitaba mantener su cabeza o sus ojos en cualquier otro objetivo.  De reojo vio cómo el hombre levantaba un poco el traste del asiento pero sólo para desprender su pantalón y llevarlo abajo junto con el slip, dejando así al descubierto un aparato sexual bastante generoso, por cierto.
                    “A ver, linda, venga para acá” – conminó a Eliana al tiempo que con sus caderas empujaba la silla hacia atrás seguramente con el objeto de que la mesa no obstaculizara la visual de Fernando y así éste no perdiera detalle de lo que su mujer estaba por hacerle.
                   Eliana, por cierto, estaba sentada en la silla exactamente contigua; se llevó las manos a los costados del rostro para apartar un poco los cabellos que le caían sobre las orejas y mejillas y le alcanzó con apenas inclinarse un poco sin siquiera levantarse de su asiento para llegar con su boca hasta la verga del tipo.
                    “Empezá pasándole bien la lengüita” – le dijo éste, mientras llevaba el fernet a sus labios.
                     Y Fernando, sin que le fuera posible desviar su mirada por más que quisiera, vio cómo su esposa daba largos lengüetazos a lo largo del pene del tipo así como sobre sus genitales.  El sujeto ni siquiera la miraba; parecía más bien entretenido en el contenido de su vaso.
                     “Muy bien – dijo en un momento, entre sorbo y sorbo -.  Ahora dedicate a comértela…”
                     Obedientemente y sin objeción alguna, Eliana, ante los ojos atónitos de Fernando, levantó su cabeza un poco; tomó el pene del tipo entre sus dedos y llevó hacia atrás el prepucio para luego formar un aro con sus labios y envolver el glande, esponjoso, húmedo y viscoso.  Y comenzó a chupar.  El hombre sorbió otro trago de su bebida y echó la cabeza hacia atrás en señal de relajación; a pesar de ello se permitió mantener los ojos abiertos y echarle una mirada claramente burlona a Fernando.  En ese mismo momento el marido en desgracia devenido en camarerita sintió una mano deslizarse por su pierna, por encima de la media, para luego subir hasta introducirse por debajo de la falda y tocarle la cola.  Al girar su cabeza comprobó que quien lo vejaba de tal modo era uno de los chicos más jóvenes de la mesa, quien lo miraba sonriente.
                    “¡Cómo chupa tu mujercita eh” – le dijo, punzante e hiriente.
                   Fernando ya no sabía dónde meter tanta vergüenza ni tanta humillación.  Para colmo de males y como no podía ser de otra manera, la escena sumaba todo el tiempo espectadores desde otras mesas.  Sintió una necesidad repentina de cerrar los ojos para no ver a su mujer hacer lo que estaba haciendo, pero fue peor.
                   “Te estás relajando, linda… Eso está bueno” – le dijo el mismo joven que le acariciaba la cola por debajo de la falda.
                   “Tengo una idea – intervino otro -.  ¿Por qué no hacemos que Fernanda nos vaya mamando el pito y así nos deja preparados y con la verga bien parada para la otra putita?”
                   En sólo cuestión de segundos, Fernando había sido llamado “linda” y “Fernanda”, había tenido que presenciar cómo su esposa le mamaba la verga a un cliente mientras otro le acariciaba a él la cola por debajo de la falda; y si todo ello no era suficiente, ahora también alguien arrojaba la propuesta de que él mismo se encargara de mamarle la verga a cada uno de los cuatro que esperaban por la boca de  Eliana.  En ese momento pensó seriamente si la muerte no sería una alternativa mejor que tener que vivir tal pandemónium de decadencia y degradación.  Sin embargo, un lapso de razón destelló en su mente: los sujetos no habían pagado por un servicio bucal de parte de él; no estaba incluido.
                  “Perdón – dijo, tratando de sacar entereza y firmeza de donde ya no las había -.  Ése es un servicio que se paga”
                   “Tiene razón – dijo tristemente uno de los de edad intermedia y mientras los cada vez más profundos jadeos del mayor del grupo hacían de música de fondo, superponiéndose con la del local y por momentos tapándola -.  Tendríamos que hablar esta cuestión”
                   Rápidamente hizo con su mano un gesto hacia una de las chicas que se hallaban en la barra indicándole claramente que requerían la presencia de Ofelia quien se hallaba, como era ya costumbre en ella, haciendo anotaciones.  Ofelia levantó la vista hacia la mesa apenas fue puesta al tanto por la empleada y en cuestión de segundos ya estaba junto a la mesa.
                     “¿Se les ofrece algo?  ¿Hay algún inconveniente? – preguntó -.  Pareciera que no…” – aventuró sonriendo al fijar la vista en Eliana, cuya boca estaba llena con la pija del cliente que en esos momentos era atendido.
                    “Es que… el problema no es ella, sino ella” – dijo el mismo que había solicitado la presencia de Ofelia, señalando en primer lugar a Eliana y luego a Fernando.
                     La mujerona echó a Fernando una mirada tan severa que le obligó a bajar la vista.
                     “¿Otra vez hay resistencia…? ¿Rebeldía? – preguntó.
                      Fernando sintió terror de ser lanzado a la calle; estaba a punto de hablar para decir que no tenía nada en absoluto que objetar a su suerte, pero no llegó a hacerlo porque el sujeto que había hablando con anterioridad se le adelantó:
                         “Se nos ocurrió que ella – señaló a Fernando – bien podría darnos un servicio extra.  Hmm, algo así como practicarnos sexo oral a nosotros cuatro – trazó un semicírculo con el dedo -, pero como previa, digamos, que nos deje preparados para cuando nos agarre la otra…”
                            Fernando no se acostumbraba más al shock permanente de que hablaran de él como si fuera un objeto, que propusieran y decidieran en relación con él sin consultarle.  Ofelia le dirigió una nueva mirada, pero esta vez menos agresiva y más calculadora; parecía estar analizando la propuesta.
                           “Me parece un plan interesante…” – dictaminó, lo cual fue otro duro golpe al mentón para Fernando.
                             “Claro… – volvió a hablar el mismo sujeto -; la cuestión es cuánto tendríamos que pagar por la diferencia.  No sé si estamos en condiciones de pagar otros ciento veinte cada uno… ¿Se podría negociar?  ¿Hacer  algún descuento?”
                              “No – desdeñó Ofelia -, no va a hacer falta.  Tómenlo como… una atención de la casa, como si se les invitara una ronda de café…”
                              Los cuatro jóvenes se miraron entre sí y sus ojos vivaces revelaron estar felices y celebrando la respuesta recibida.
                             “Muchas gracias, Señora, muchas gracias realmente…”
                             “Andá empezando – espetó Ofelia, dirigiéndole una severa mirada a Fernando -; me voy a quedar un momento para ver que todo vaya por sus carriles y que te portes bien sin hacer ninguna de las tuyas…”
                              Justo en ese momento los gritos del tipo al que Eliana le mamaba la verga poblaron el bar y captaron la atención de casi todos los presentes.
                             “Así, así, puta… – decía, dejando caer una mano pesadamente sobre la cabeza de Eliana para mantenérsela aprisionada contra su miembro -.  Mmmmm, así, aaah, aaah.., tomate toda la leche, no dejes un gota… ¡Puta!”
                             El tipo estaba, obviamente, acabando dentro de la boca de Eliana y ello motivó que, por un instante, las miradas de todos, incluidos Ofelia y Fernando, se posaran sobre ellos dos.  Luego la mujerona volvió a mirar al marido en desgracia y le hizo un gesto conminándole a empezar con su trabajo.  Una vez más las lágrimas estuvieron a punto de acudir a los ojos de Fernando; cerró los ojos con fuerza para evitarlo y, al parecer, Ofelia, interpretó correctamente el gesto.
                               “Sin llorar – le dijo, serena pero enérgicamente -.  Vamos”
                               Sin perder más tiempo y ante el temor de una nueva sanción, Fernando se inclinó y, en un extraño gesto reflejo, se llevó las manos al rostro como si se apartara los cabellos, un gesto típicamente femenino que no se justificaba en absoluto al tenerlos tan cortos.  Sin embargo y más allá de eso, al momento de inclinarse se sintió momentáneamente perdido, ya que no estaba claro a cuál de los clientes debía “atender” primero.  Casi como si hubiera interpretado su duda, uno de los de edad intermedia se levantó parcialmente de su silla para bajarse el pantalón y sentarse nuevamente.
                                “Vení para acá” – le dijo.
                                 El sujeto estaba sentado justo al lado del que acababa de ser mamado por Eliana, de lo cual se desprendía que sería el siguiente en recibir la boca de ella; por lo tanto, había, aparentemente, que dejarlo en condiciones.  Estaba, eso sí, sobre el lado opuesto de la mesa y ello hizo que Fernando tuviera que caminar en torno a la misma para poder llegar hasta él, pasando por delante de la mirada escrutadora de Ofelia, quien le escudriñó de arriba abajo acompañando con sus ojos de ave rapaz cada paso que daba.  Lo único bueno del asunto fue que, al menos por un momento, se había liberado del jovencito que no había parado de toquetearle la cola ni siquiera en presencia de Ofelia.  Fue un alivio fugaz sin embargo: bastó que Fernando llegara junto al sujeto que le requería y se inclinase ante el mismo para que casi simultáneamente sintiera una nueva mano deslizándose por debajo de su falda.  Sintió una fuerte repulsión y se le revolvió el estómago al tener el miembro de un hombre tan cerca de su boca, pero eso no era nada comparado al hecho de que en sólo algunos segundos más lo iba a tener dentro de ella.  Era mejor no pensar en nada, aunque eso pareciera imposible.  Tomó el pene del hombre entre sus dedos y, obrando con su boca del mismo modo en que antes había visto hacerlo a su esposa, se introdujo la cabeza del miembro para dedicarse a mamarlo, todo ello sin que aquella mano insolente dejara de recorrer su cola.
                     Oyó en ese momento que se elevaban algunos aplausos de las mesas vecinas junto con un coro en el cual se entremezclaban vítores, insultos y chiflidos.  Y lo peor de todo, aunque pareciera paradójico, era que ya no se escuchaban gritos ni jadeos por parte del mayor del grupo, ése al que hasta hace unos momentos su esposa le estuviera mamando la verga; de ello sólo podía desprenderse la conclusión de que ese episodio de sexo oral ya había terminado y que Eliana había tragado toda su leche pero no sólo eso sino que, muy posiblemente, y habiendo terminado ya con el primero de los clientes, estuviera en ese mismo momento a la espera de recibir en su boca la segunda pija, lo cual la dejaba en condiciones de presenciar sin problemas cómo Fernando se encargaba de “prepararla”.  Las arcadas se produjeron una y otra vez en la medida en que la viscosidad y la carne invadían la boca de Fernando.  En un momento sintió el miembro en su boca tan duro y excitado que temió una acabada inminente de un momento a otro.  Por suerte para él, sin embargo, el individuo, percatándose de la cercanía de su orgasmo, tomó a Fernando por sus cortos cabellos e izó su cabeza, separándolo del miembro.  Estaba bien claro que no quería acabar en la boca de Fernando ya que quería reservar tal honor para Eliana.: y en efecto, apenas su verga fue liberada por Fernando, hizo un gesto a Eliana como pidiendo que lo relevara.  Y así, Fernando tuvo que ver cómo su esposa se inclinaba y se introducía en su boca el mismo miembro que instantes antes ocupara la suya.  La imagen fue tan fuerte e impactante que debió desviar la vista y, al hacerlo, se topó con Ofelia, quien parecía mostrarse satisfecha.  La mujerona, de todos modos y sin abandonar su severidad, enarcó sus cejas y, con un dedo índice, le hizo gesto de que se ocupara de la siguiente verga.  Y así fue: Fernando se inclinó para mamar una nueva pija mientras una mano, también nueva, se dedicaba a recorrerle las nalgas.
                Y de ese modo se fue cumpliendo la ronda completa; en algún momento, Fernando no supo cuándo, Ofelia se retiró y volvió a su lugar en la caja tras haber constatado, seguramente, que las cosas estaban en orden y que iban de acuerdo al plan.  El resultado final de la ronda de mamadas podía resumirse perfectamente con un Eliana 5, Fernando 4, ya que ése fue el número de vergas que cada uno tuvo dentro de su boca.  Si Fernando podía agradecer algo, en medio de tan perversa orgía oral, era el no haber tenido que tragar el semen de ninguno de los clientes, ya que cada uno de ellos había buscado reservar la eyaculación para la boca de Eliana, quien, por supuesto, debió tragar las cinco… Demás está decir que los insultos y las humillaciones verbales arreciaron todo el tiempo.
               “Mmmm… qué bien la chupa esta puta, casi tan bien como el cornudo del marido”
              “La verdad es que son un par de nenas muy golosas…”
              “Ella está mojada y a él se le está parando; está claro que les gusta a los dos…”
                 Le dejaron unos doce pesos de propina a Eliana y unos cinco a Fernando.  Con tan magro botín, casi más degradante que si no hubieran dejado nada, la pareja regresó a la caja.
                  “Veo que se han portado muy bien – les felicitó Ofelia -.  Creo que ese look te queda muy bien – miró a Fernando -; desde mañana será permanente…”
                   “Sí, Señora Ofelia” – fue todo lo que dijo Fernando con la vista baja y sin poder, por cierto, decir ninguna otra cosa.
                    Para colmo de males, aún le restaba recibir los cincuenta fustazos en la cola debido al incidente sufrido con la bandeja por culpa de una pendejita maleducada.  Recibió su sanción sin objetar, por supuesto, y la cola le quedó de tal modo que ya no le servía para sentarse puesto que no llegaba a recuperarse entre una paliza y otra.  Debió luego, permanecer por largo rato en el baño quitándose el maquillaje que le habían puesto; fue entonces cuando, por primera vez, se vio al  espejo con su nuevo aspecto y no pudo menos que sentir una profunda lástima por sí mismo…
                                                                                                                                                  CONTINUARÁ
 

Relato erótico: “Burke Investigations 01” (POR JANIS)

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Burke Investigations: El caso del perro violador.
La limusina de color crema se detuvo ante la boca de riego, con sus intermitentes encendidos. Un enorme chofer uniformado, claramente africano, se bajó y abrió una de las puertas traseras. Eran poco más de mediodía y el calor se hacía notar en las calles de Westwood. Los Ángeles estaba pasando de nuevo por una de sus habituales canículas.
Unos preciosos zapatos de Sergio Rossi, en un suave tono melocotón lacado con vetas más oscuras, descendieron del vehículo, hasta posarse sobre las losas de la acera. Junto con los carísimos zapatos, unas elegantes y perfectas piernas irguieron a la chica, que repasó, de un vistazo, sus uñas, antes de utilizar sus dedos para estirar su corta falda tubular sobre sus caderas.
Una vez que todo estuvo a su gusto, la chica indicó al chofer que le llamaría para que la recogiera, y caminó sobre sus altos tacones de ochocientos dólares hacia la puerta del edificio más cercano. Portaba su bolso, a juego con los zapatos, por supuesto, colgado del hueco de su codo; su antebrazo girado para mostrar la cara interna de su muñeca, la manita doblada en un suave puño, y el codo formando un ángulo perfecto. El conserje del edificio la miró desde detrás de su pequeño fortín/mostrador/escritorio. Una pija monísima, pensó.
La chica se acercó a él y, con un movimiento estudiado hasta la saciedad, se sacó las oscuras y enormes gafas de sol con una mano. Unos preciosos ojos celestes pestañearon ante él.
―           Disculpe… las oficinas de Burke Investigations.
―           Sexta planta, al fondo, señorita – contestó el conserje, admirando la obra de arte viviente.
―           Gracias, buen hombre – y se alejó hacia los ascensores, diciéndose que, al menos, parecía un buen edificio. Tenía conserje, el aire acondicionado funcionaba, el recibidor estaba limpio y las plantas cuidadas. Ya era algo.
El ascensor tardó apenas veinte segundos en subir a la planta sexta. Un despacho de abogados laborales se abría ante la puerta del ascensor. La chica recorrió el pasillo con un repiqueteo de tacones que podía producir un infarto en cualquier momento.
  “Burke Investigations. Seguridad, análisis, seguimientos.”, rezaba la placa, junto con un monóculo entre las palabras Burke e Investigations. Discreto y directo. La chica cabeceó. Era lo que buscaba. Empujó la puerta de recio cristal esmerilado y entró en la oficina. Se topó con una pequeña sala de espera, con un sofá y dos sillones, tapizados en un sufrido color azulón. Una mesita baja llena de periódicos y revistas. En las paredes, dos acuarelas marinas, sin mérito alguno, y un lema en latín, enmarcado: “Bene qui latuit, bene vixit.” (el que vive bien, vive inadvertido)
La chica repasó su oxidado latín, pero no fue capaz de traducirlo. Un leve carraspeo la hizo girarse. Una secretaria, de unos veintitantos años, una bonita mulata, le sonrió, desde detrás de su mesa. Varios archivadores y una gran planta ocupaban el rincón.
―           ¿En qué puedo servirla?
La chica pija echó a andar hacia ella, con esa seguridad que la marcaba, y los vivarachos ojos negros de la secretaria, encerrados tras unas atractivas gafas de montura marfil, le hicieron el padrón en unos escasos seis segundos.
Niña rica, engreída, con buen gusto y, seguramente, con un buen problema también. Olía a mucha pasta…
―           ¿Podría ver al señor Burke? No tengo cita, pero si me pudiera conceder unos minutos… — dijo con un tono muy correcto y medido, la recién llegada.
―           ¿El señor Burke? – se pellizcó la barbilla la atractiva secretaria mulata.
―           Si, es de suma importancia…
―           Bien. Creo que tiene un momento libre ahora – sonrió la secretaria. – Deje que la anuncie, señorita…
―           Miller.
La secretaria abrió un batiente de la doble puerta que tenía a su espalda y desapareció por ella. La pija pensó en sentarse, pero no le dio tiempo, pues la mulata volvió a salir inmediatamente.
―           Pase usted, señorita Miller – le indicó.
La oficina no era demasiado grande. Un gran ventanal, un gran escritorio metálico delante, con un par de ordenadores agrupados en un confuso montón de cables. Dos cómodas sillas para las visitas, y un sofá de tres cuerpos pegado a la pared más alejada, bajo varias licencias enmarcadas. Un gran mapa metropolitano en la otra pared libre, y, junto a la ventana, una foto enmarcada de una bella chica morena, subida a una gran Harley. Dos puertas más partían de aquel despacho, sin que revelaran nada más. De repente, una de ellas se abrió y surgió la misma chica de la foto.
La visitante la examinó con detenimiento. Una treintena de años y un cuerpo firme y preparado, con un largo pelo lacio, azabache. Bajo unas cejas amplias y bien curvadas, se encontraba el par de ojos más impresionantes que la señorita Miller hubiera visto jamás. Grandes y algo rasgados, con unas pupilas casi violáceas que destacaban como un imán sobre el tono muy moreno de su piel.
Aquella mujer era latina, sin duda, dueña de esos rasgos angulosos y bellos, de altos pómulos marcados, piel brillante, de un tono acaramelado, y unos labios pulposos, tan pronunciados que parecían querer besar a todas horas.
―           Por favor, siéntese – le dijo la mujer latina, con una bellísima sonrisa que puso de manifiesto unos dientes grandes y blancos, que, sin embargo, no tenían la simetría de aquellos que han pasado por un largo proceso de nivelación dental. – Soy Elsa Burke. ¿Qué puedo hacer por usted?
―           ¿Elsa Burke? Lo siento, cuando me hablaron de usted, no me dijeron que era una mujer, pero, ya que estoy aquí… Tengo necesidad de sus servicios.
―           Si, es lo que gente viene buscando. ¿Puedo saber quien le habló de mí?
―           Bueno, ya sabe lo que se comenta en cualquier reunión de Bel Air. Se dice que ha trabajado con gente de prestigio y que es muy discreta.
―           Algo que es necesario en esta profesión, señorita Miller.
―           Miller es el apellido de mi padre, pero mi madre es Eleonor Sallier-Memphis…
La investigadora sabía perfectamente quien era la poderosa familia Sallier-Memphis. Pozos de petróleo, ranchos de ganado, minas de cobre y plata, inmobiliarias… Dos de sus miembros más ilustres vivían cerca de allí, en Bel Air.
Elsa examinó con lentitud aquella heredera sentada en su oficina. No tendría más de veinticinco o veintiséis años. Un peinado que pegaba sus cortos cabellos rubios a su largo cuello y erizaba su flequillo; un peinado de, al menos, cien dólares, por supuesto. Un Nina Ricci rosa palo marcando su bonito y esbelto cuerpo, con la falda a cuatro dedos de sus rodillas. Complementando sus caros zapatos y el bolso, un collar de grandes bolas. Preciosa y elegante. Justo la clase de chicas que solía meterla en líos, se dijo, casi sonriendo.
―           Usted dirá, señorita Miller.
―           Me han robado, en mi apartamento…
―           ¿Han forzado la puerta? ¿Saltó la alarma?
―           No, estaba dentro. Ha sido mi doncella. Se ha llevado unas cuantas joyas de la caja fuerte y un DVD con ciertos documentos y archivos.
―           Señorita Miller, si sabe quien la ha robado, ¿por qué no habla con la policía? – se extrañó la investigadora.
―           No me puedo arriesgar a que la prensa meta sus narices. Hay cosas comprometidas en ese DVD, que podrían dañar la reputación de la familia Sallier-Memphis.
“Vale. Esta se complica.”, pensó Elsa, echándose hacia atrás en su sillón.
―           Tiene que darme más detalles, señorita Miller. ¿Quiere tomar algo?
―           Un Martini me vendría de perlas, gracias.
―           Johanna, ¿puedes traer un Martini bien frío? – pidió, pulsando el botón del comunicador. Se levantó y se sirvió un vaso de agua de la botella expendedora.
Johanna tardó apenas un minuto en traer una copa helada, llena del licor blanco y dulce, con dos aceitunas dentro. Se marchó con un maravilloso contoneo de caderas. La señorita Miller se relajó y no comenzó a relatar hasta que no hubo bebido un par de tragos.
―           Como ya le he dicho, me llamo Ava Miller Sallier-Memphis. Mi padre es Robert S. Miller, un conocido armador. Hace dos días, mi doncella desapareció, dejando vacía la pequeña caja fuerte de mi apartamento. Se llama Devon Subesky y tiene treinta y seis años – sacó su móvil de última generación y buscó algo en él. – Aquí tiene su foto.
Elsa activó el bluetooth de su propio teléfono móvil y adquirió aquella foto. La tal Devon Subesky era una mujer rubia, de pelo corto y rizado, y ojos marrones. Aún era atractiva, aunque había algo en su aspecto que hacía pensar que estaba cansada, o harta de la vida. Su mirada era triste. La foto no mostraba su cuerpo.
―           Vino bien recomendada y llevaba conmigo tres meses como interna. No comprendo cómo consiguió la combinación de la caja, ya que nunca la he abierto en su presencia…
―           Hay muchas formas. Pudo colocar una mini cámara y espiarla – contestó Elsa.
Ava Miller asintió, comprendiendo.
―           Me gustaría que recuperara un collar de rubíes que tiene un gran valor sentimental. Es quizás la pieza que menos vale de cuanto se ha llevado, y, por supuesto, ese DVD. Es vital que lo recupere. En cuanto a todo lo demás, puede decirle que se lo quede todo, como finiquito. No me importa en absoluto, con tal de no volverla a ver. ¿Puede usted encargarse de eso?
―           Si, ya me he ocupado de casos similares. Es un acuerdo mutuo y yo hago de intermediaria.
―           Así es, señora Burke.
―           Llámeme Burke, a secas.
―           Bien.
―           ¿Sabe usted donde vive la tal Subesky?
―           No. Ya le he dicho que estaba de interna en mi apartamento. Vivía conmigo. En una ocasión, me habló de un hermano, en Inglewood, creo.
“¡Buen barrio de cabrones!”, se dijo la detective.
―           Está bien. Encontraré donde vive y me entrevistaré con ella. No creo que se niegue al trato que le ofrece.
―           ¿Y si lo hiciera? ¿Y si alguien o, no sé, alguna publicación le hubiera ofrecido más dinero?
―           Bien, en ese caso, podría recuperarlo, siempre que usted pueda demostrarme que esas joyas son suyas. ¿Puede hacerlo?
―           Oh, si, si, por supuesto. Tengo recibos de donde las compró mi madre y su descripción. El DVD está validado por mi firma electrónica en su archivo de grabación.
―           Vaya – dijo Elsa, impresionada. – Entonces, no hay ningún problema. En caso de que Subesky se niegue, intentaré recuperarlos. Sin embargo, si ya se ha deshecho de ello… tendremos que volver a ver nuestras opciones.
―           Comprendo. Me parece correcto – Elsa notó alivio en su voz.
―           Mi tarifa base es de cien al día, más gastos, y una recompensa por final de caso, a tratar con el cliente. ¿Le parece?
―           Le parece bien tres mil por recuperar esas cosas, Burke…
―           Si, está bien – Elsa se alegró interiormente de tratar con ricos. Si todo iba como esperaba, podía tener ese caso cerrado en un par de días y se ganaría tres mil dólares, sin esfuerzo.
―           Gracias, Elsa. Le dejaré mi número…
―           Ya tengo el de ese móvil. Lo saqué con la foto.
―           Ah, bien.
―           La llamaré en un par de días. Creo que tendré ya algo – dijo Elsa, levantándose de detrás de su escritorio.
―           Bien, muchas gracias. Me tranquiliza mucho, Burke.
―           Y no se preocupe, señorita Miller. Nada va a salir de este despacho. Tengo la misma confidencialidad con mis clientes que un abogado.
Ava Miller sonrió y Elsa admiró aún más su belleza. “Quieta, fiera. Es una cliente. ¡Nada de flirteo!”, se amonestó ella misma. Tomó una de sus tarjetas impresas y se la ofreció a la rica heredera, que, en ese momento, miraba por la gran ventana del despacho. Desde allí se podían contemplar las palmeras de Rodeo Drive.
―           Aquí está mis números, incluso el privado. Puede llamarme en cualquier momento, si recuerda algo más sobre Devon Sudeski.
―           Me agrada que sea usted mujer. Me da más confianza – la miró fijamente la señorita Miller.
―           Me adula usted, señorita Miller.
―           Llámeme Ava. Me siento un poco tonta cuando me hablan de usted…
La detective acompañó a su bella cliente hasta el ascensor, y, finalmente, se despidieron. Elsa alargó la mano, pero Ava, quizás llevada por la costumbre, se inclinó sobre la detective, y le dio dos besos, en las mejillas.
―           ¿Un caso con pasta? – preguntó Johanna, la secretaria mulata, cuando Elsa regresó al despacho.
―           Puede que sí, parece de los que no me darán dolor de cabeza – respondió Elsa, apoyando una de sus firmes nalgas, enfundadas en un desteñido jeans, sobre la mesa de su empleada.
―           Todo lo que vale la pena, en esta vida, te acaba dando dolor de cabeza – dijo Johanna, filosóficamente.
―           Empezando por ti, cacho zorra… ¡Mira que quedarte embarazada! – Elsa dejó brotar una cantarina carcajada.
La mulata se levantó y guardó unos papeles en el archivador de la pared. Se giró hacia su jefa, con una mano en el vientre.
―           Te lo avisé. Te dije que si algún día tenía a tiro a… ya sabes quien… haría lo que fuera por quedarme preñada.
―           Pues lo has conseguido, Johannita. ¡Madre soltera a tus veintiséis años! Pero puedes presumir que el padre de tu retoño es…
―           ¡No lo digas! ¡Chitón! – exclamó la mulata, casi con miedo.
―           No se va a enterar, tonta – se rió Elsa.
―           ¡Por si las moscas! Así no se me escapará tontamente… Ya sabes la fama que tiene. No quiero que, por un descuido, me quite a mi hijo, o me ponga un pleito por custodia. No lo he hecho para sacarle dinero…
―           Lo sé, hembra loca y descontrolada. Has sentido la llamada de la maternidad y quieres tener un hijo antes de los treinta, y solo un hombre en el mundo entero es digno de ser el padre de tan preciosa criatura.
―           Si, jefa, tú lo has dicho – le lanzó un codazo Johanna, sin alcanzarla. – Solo hay un tío en el mundo que le permitiera meterme su instrumento en mi precioso coño.
―           ¡Pues vaya si lo hizo! ¿Cuántas veces tuvo que hacerlo? Déjalo. Me lo cuentas almorzando.
―           ¡No pienso hacerlo! ¿Por qué tanta prisa para almorzar? Apenas es la una… ¿No podríamos tener primero unos mimitos? – la secretaria mulata tomó a su jefa por las poderosas caderas, atrayéndola hacia ella.
―           Veo que tienes las hormonas alteradas, Johanna – se rió Elsa, apartándole sus manos.
―           Un poquito… – susurró Johanna, mordiéndose el labio.
―           Sabes que no. Nada de mezclar trabajo y placer – la respuesta de Elsa fue firme.
―           Elsa… Elsa… puedes despedirme, si quieres – bromeó débilmente Johanna, pero sabía que, como tantas otras veces, Elsa era inflexible con esa regla.
La mulata sufría, día tras día, esa norma en sus propias carnes, pues llevaba dos años enamorada de Elsa. De hecho, empezó a trabajar con ella, solo por estar a su lado. Elsa Burke tenía ciertas reglas inflexibles en su vida y aún no conocía a nadie que se las hubiera hecho saltar. Con un suspiro, recogió su bolso y cerró la oficina para ir a almorzar con su jefa.
Elsa repasó los datos que ya había verificado mientras preparaba su cena, en la pequeña cocina de su apartamento. Tenía por costumbre hacerse la cena siempre que estaba en casa. Nada de pedir comida por teléfono. Sin embargo, almorzaba en cualquier parte, debido más bien a su trabajo. No tenía prejuicios, lo mismo se zampaba un burrito en un puesto callejero de la zona de los estudios, como un cartucho de gambas en Chinatown.
Había pedido a uno de sus amigos de comisaría que buscaran el domicilio de Devon Subesky, y ese nombre solo dejó caer una notificación de óbito. Una mujer con ese nombre, murió cinco años atrás, en un accidente de tráfico. Tenía sesenta y tres años. Elsa se quedó un tanto extrañada. Si alguien usaba un nombre falso para trabajar de criada, solo tenía dos motivos: uno, se escondía por algún motivo. Puede que fuera una ilegal, o, posiblemente una criminal. De esa forma, obtenía una más fácil contratación. Dos, el robo era algo premeditado, en cuyo caso, lo que se habían llevado tenía un valor distinto al que habían acordado.
Elsa tuvo un mal pálpito con el caso.
Apagó el fuego de la piedra asador, dejando que la roja carne se fuera haciendo en su propio jugo. Sacó por la cabeza el delantal que llevaba, puesto que estaba en ropa interior. Un sujetador deportivo, de algodón blanco, que parecía una camiseta cortada por debajo de sus pechos, y un culotte negro que se ajustaba perfectamente a sus caderas.
Sacó una cerveza del frigorífico y se asomó a la gran terraza del ático. Podía ver las luces de las villas bajas de Lomita, al fondo; las luces de posición de los mástiles de los veleros, en el puerto deportivo. Le gustaba Torrence. Tenía su oficina en Westwood, en la zona rica de Los Ángeles, y se movía muy bien por toda la ciudad, pero vivía en su apartamento, en una ciudad de los suburbios, casi a pie de playa. Torrance era lo suficiente grande como para no deprimirla, pero pequeña en comparación con la monstruosa devoradora L.A.
Agradeció la ráfaga de brisa fresca que le llegó desde el mar. Estaba sudando. Las gotas resbalaban a lo largo de sus fuertes brazos, con los dos hombros tatuados – en el derecho, un escorpión, en el izquierdo, una calavera humana con el signo chino de “paz” en la frente. Se deslizaban por su poderosa espalda, hasta alcanzar el tercer tatuaje de su cuerpo, un poco por debajo de sus riñones: un machete alado, clavado en una “X”.
Sus piernas, tersas y bien depiladas, eran pura fibra y músculos. Elsa nunca tomaba un ascensor, a no ser que tuviera que acceder a una planta por encima de la veinte; procuraba correr cinco kilómetros diarios, y entrenaba en un gimnasio, tres veces a la semana. Estaba orgullosa de sus piernas.
Pero su cuerpo no solo se componía de tatuajes y músculos. Estaban las cicatrices, de las que nunca hablaba. Las más evidentes se encontraban, una, corta y profunda, en la parte posterior de su muslo izquierdo; otra, larga y zigzagueante, sobre las costillas de su lado derecho, terminando debajo del seno de ese mismo lado; dos más en el bíceps y el tríceps derecho, y, finalmente, varios surcos transversales en su espalda, como latigazos.
Elsa Burke era una mujer joven pero muy dura, y estaba orgullosa de serlo.
¿Qué se podía contar de ella? Si pudiéramos tener acceso a su ficha militar, comprobaríamos que ingresó en los Marines, a los dieciséis años, con la firma de su madre, en un claro intento de escapar de su casa y de su salido padrastro. Destacó en su entrenamiento, por su tesón y su agilidad y, dos años más tarde, entró en el especial adiestramiento de una de las brigadas del Décimo Aerotransportado, el famoso “X”.
Durante seis años, realizó misiones encubiertas, junto con su brigada, en Iraq, Afganistán, Kosovo, Sudán, y algún país perdido más. Misiones que no eran de paz, precisamente. Sin embargo, Elsa tenía un problema con obedecer órdenes. Su efervescente carácter latino la hacía protestar cuando las cosas no estaban claras, y eso fue lo que la llevó a discutir ciertas órdenes que no consideró éticas.
Le dieron la oportunidad de licenciarse honorablemente.
Elsa regresó a la vida civil, pero no se adaptaba, así que hizo caso a una de sus amigas, e ingresó enla Academiade Policía de California. Su hoja de servicio en los Marines le facilitó mucho este paso. Cuando accedió al grado de sargento detective, había cumplido veintiséis años. Estuvo destinada cuatro años en la 4ª Comisaría del distrito oeste, la misma que se ocupa de la zona de Beverly Hills y Bel Air. Era la segunda del capitán Murillo, jefe de la brigada de Control Urbano.
Finalmente, dimitió tras golpear duramente a un teniente corrupto, pero siguió manteniendo todo el respeto de sus compañeros. Fue entonces cuando decidió abrir un despacho de investigación privada, a la vieja usanza. Unos cuantos amigos del Cuerpo y algunos contactos entre la gente “maja”, léase mundillo del espectáculo, le abrieron muchas puertas y clientes.
Elsa siempre fue una chica muy segura de sí misma, diferente a las demás niñas que se movían en su entorno. A los doce años, ya sabía que le gustaban las chicas más mayores, y era la líder de los chicos del barrio. Los chicos no la atraían más que para competir con ellos, de cualquier manera.
Pero, pronto, su especial belleza le trajo problemas. Su mestizaje le confería una insólita belleza y un fiero carácter. Tenía los ojos de su padre, así como su genio, según su madre. Pura sangre irlandesa. De su madre, una hermosa portorriqueña, había sacado su espectacular físico, su temperamento caliente, y su bella y oscura melena.
Su padre, un técnico en voladuras, murió en un fatal accidente. Elsa apenas le recordaba. Tenía una vaga imagen de una gran sonrisa y un rostro pecoso. Su madre, aún muy joven, se casó con el dueño de un drugstore del barrio, un mal bicho llamado Raúl Espada. Cuando empezó a meterle mano de verdad, Elsa se marchó de casa y se alistó…
Con un suspiro, Elsa dejó de contemplar la noche urbana y regresó a comprobar como iba esa carne que tan bien olía.
El móvil sonó, vibrando en el bolsillo trasero de su pantalón militar. Elsa le echó un vistazo. Se trataba del sargento Elliot, uno de sus antiguos camaradas policías. El día anterior, le pasó la foto que Ava le dio de su asistente, así como su nombre. Respondió mientras cruzaba el gran patio de tierra batida. Dos mastines, de aspecto peligroso, acudieron a su encuentro y olisquearon su mano extendida, para después lamerla.
―           ¿Qué tal, sargento?
―           Tirando, Burke. Tengo algo para ti, pero no se llama Devon Suberky.
―           ¿Ah, no?
―           Naaaa – gruñó la densa voz del sargento Elliot. – Con ese nombre apareció un resultado de óbito. Una mujer de sesenta y dos años, muerta en un accidente de automóvil, en Halmilton.
―           Un nombre falso, ¿eh? – comprendió Elsa, abriendo la puerta de un cochambroso cobertizo, levantado con chapas de zinc.
―           Ajá. Pero pasé la foto por el CODIS y no tardó en surgir la coincidencia. Se llama Tris Backwell y está fichada por tráfico de estupefacientes. Hace casi veinte años, en Frisco.
―           ¿Está limpia desde entonces?
―           Eso parece. Te paso su última dirección conocida.
―           Gracias, sargento. Hazme otro favor…
―           Dime.
―           Creo que tiene un hermano, en Inglewood. Búscame sus datos.
―           Me debes una cerveza en Clark’s, Burke.
―           Te la dejaré pagada en la barra – se rió con la vieja broma. – Gracias, sargento.
―           Hasta otra, pequeña.
El aviso de la llegada de un mensaje resonó antes de que guardara el móvil. Miró la dirección. Zona oeste, cercana a la autovía al desierto. Elsa entró en el cobertizo que disponía en el interior de la chatarrería de Eddy Pronoss, cercana a la autopista del norte. Allí dentro, la investigadora mantenía ocultos sus diversos automóviles, aquellos que usaba para sus vigilancias. Eran coches comunes, baratos, y bastante machacados. Eddy la informaba si recogía algún coche que estuviera aún bueno, en general, y entre Normy, el hijo pequeño de Eddy, y ella, resucitaban la máquina, mejorando motor, amortiguadores, y puede que alguna otra cosilla. De esa forma, Elsa disponía de vehículos indetectables, totalmente camuflados, y legales.
Escogió un Pontiac del 84, con la pintura roja convertida en óxido marrón. Solo los neumáticos estaban nuevos. Pero el coche ronroneó suavemente con solo girar la llave. Sabía que, bajo el abollado capó, un motor de ocho cilindros en V y 300 caballos, esperaba impaciente a que ella pisara el acelerador.
Elsa tenía la costumbre de vestirse adecuadamente para cada una de sus trabajos. Se sentía mejor integrada y camuflada; una aprendida lección de sus años de comando. Lo mismo podía vestir como una desmejorada yonki, como parecer que iba al célebre baile anual del alcalde. En esta ocasión, llevaba el largo pelo recogido bajo una gorra caqui. Vestía unos holgados pantalones militares, llenos de bolsillos, pintados de camuflaje urbano, y remetidos en unas sufridas botas de paracaidista, marrones. Una camiseta negra, con la leyenda “I’ve fucked a President” sobre la pechera, completaba su indumentaria, amén de una pequeña mochila que colgaba a su espalda.
Veinte minutos más tarde, Elsa aparcaba en un barrio de dudosa seguridad. Casas prefabricadas, unicelulares, con porches desvaídos y de maderas roídas. A pesar de ser temprano, se veía bastante gente deambulando por la calle. Había niños jugando alrededor de un coche abandonado contra la acera.
Con un gesto automatizado, su mano liberó la presilla del especial bolsillo de su mochila. Dentro, una Beretta 92, recuerdo de su estancia por las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, descansaba, recién revisada. Comprobó la dirección de Backwell y echó a andar. Pronto estuvo delante de la casa. Ni peor, ni mejor que las de sus vecinos. Un trozo de jardín que parecía un auténtico matorral, descuidado por completo, guardaba la entrada. Elsa llamó al timbre y escuchó con atención. No oyó nada. Llamó de nuevo.
Tras esperar un minuto, rodeó la casa. Había una ventana forzada atrás. La utilizó para colarse en el interior. Todo estaba revuelto, claro signo de que habían registrado la casamata. Habían rajado tapicerías y cojines, la almohada y el colchón de la cama. Parecía una búsqueda en profundidad.
―           ¿Qué pasó, Tris? ¿Tu socio no quedó contento? – masculló Elsa, contemplando el desastre.
No iba a encontrar nada allí dentro, se dijo. Así que salió de la casa, sin tocar nada. Antes de llegar al Pontiac, recibió un nuevo mensaje del sargento Elliot. El hermano de Tris Backwell se llamaba Arnold, pero le apodaban Bike. Era un pequeño ratero sin importancia que vivía en uno de esos albergues para artistas.
―           Habrá que probar suerte – se dijo, subiéndose al coche.
Inglewood no estaba lejos, hacia el norte, pero tenía peor fama que el barrio que dejó atrás. Elsa estaba acostumbrada a moverse entre aquella fauna. Su propio mestizaje le ayudaba a mimetizarse. Sabía hablar como ellos, caminar como ellos, incluso, divertirse como ellos. Eso y la confianza que Elsa sentía en si misma, le permitía actuar sin problemas, entre fieras peligrosas.
Acababa de dejar atrás la vieja fábrica de cemento de Yellox, cuando su teléfono volvió a sonar. Con habilidad, activó el manos libres.
―           Burke – casi escupió.
―           Soy Barrow. Tengo lo que buscabas.
―           ¿Cuánto me va a costar esta vez, Barrow?
―           Esta vez va a ser gratis, nena – ironizó la voz.
―           ¡No me digas!
―           Ese tío es un cacho de mierda, incluso para mí.
Elsa no dijo nada, pero eso significaba mucho. Barrow era un puto tiburón de la calle. Manejaba chicas, drogas, y todo lo que se terciase. Cuando él decía que alguien era una mierda, es que lo era de verdad.
―           Gracias, Barrow, te la debo. ¿Dónde está?
―           En una vieja casa, al norte de Compton. Es una mansión tétrica que ha servido como casa de crack. Ahora es como un refugio de andrajosos. No tiene perdida.
―           Vale, la encontraré.
―           Liquídalo, guapa – dijo Barrow, al despedirse.
Era mediodía cuando entró en las calles de Inglewood. Muchos latinos en las aceras, desocupados, barriendo con miradas hambrientas cada esquina de la calle. El refugio de artistas que le habían indicado parecía más bien un fumadero de opio. Allí dentro, todo el mundo estaba ciego, ciego, pero que muy ciego. El olor a maría impregnaba los tres pisos del edificio. Preguntó a diversas personas hasta que le dijeron cual era la habitación de Bike.
No tendría más de veinticinco años y ya era una ruina. Estaba tumbado en la cama, con una botella vacía de ron en el suelo. Cuando lo zarandeó para despertarle, el aliento la quemó. El joven tenía varios dientes considerablemente picados. Parpadeó, confuso.
―           ¿Quién…coño…? – farfulló.
―           Despierta, Bike – le dijo ella, zarandeándole aún más fuerte.
―           Vale, vale… estoy despierto…
Mentira. En cuanto Elsa le soltó, dobló la cabeza y se zambulló en los dulces brazos de Morfeo. La ostia que se llevó sonó en todo el pasillo, incluso una chica obesa, de piel negra, asomó la cabeza, intrigada. Elsa no la hizo caso, ocupada en despertar al tipo de la cama. Le aferró de la mugrienta camiseta de tirantes que llevaba, y le sacó de la cama, arrastrándole. Le levantó y metió su cabeza bajo el pequeño lavabo que había tras la puerta. Abrió el grifo, dejando que el agua empapara las greñas de su cabeza.
―           ¡Para ya, zorra! – exclamó Bike, agitando los brazos.
Elsa apoyó la espalda contra la pared y apoyó la suela de una de sus botas en la amarillenta pared, mientras el hombre se secaba con la misma sábana de la cama, que no estaba muy limpia, por cierto.
―           ¿Qué cojones quieres, tía?
―           ¿Dónde puedo encontrar a tu hermana Tris?
―           ¿Mi hermana? ¿Tris? ¿Para eso me despiertas? ¡Que estaba soñando con Meggan Fox, me cago en mi puta vida!
―           Tengo que encontrarla, por su bien.
―           ¡Pues estará en su casa o en su trabajo, digo yo!
―           No, ni una ni otro. ¿Dónde puede estar?
―           ¡Yo que sé! Hace semanas que no la veo…
―           Escucha, Bike. Tengo dos bonitos billetes de cincuenta dólares para ti, siempre que me des un paradero…
Bike se lamió los dedos. Podía hacer muchas cosas con cien pavos.
―           Sé que tiene mucha amistad con su antigua jefa… puede que haya vuelto con ella – dijo, alzando un solo hombro.
―           ¿Quién? ¿Dónde?
―           Una viuda joven… Walter o algo parecido. Es una mansión a las afueras de Tarzana. No se me ocurre nada más, de verdad, tía…
―           Eso solo vale cincuenta – Elsa le mete un billete en la camiseta. – No te lo gastes todo de golpe, podrías ponerte malito…
Elsa salió del refugio de artistas, colocándose bien sus gafas de sol. Tarzana estaba al otro lado de Los Ángeles, hacia el sur. Aún tomando la I-5, la Golden State freeway, que atravesaba la ciudad, no llegaría en menos de dos horas, en hora punta. Así que decidió parar a almorzar en algún sitio.
Elsa no eligió el sitio, solo se detuvo en una de las áreas de servicio del extrarradio, allí donde paraban cientos de camioneros y viajeros. Comida rápida y conocida, para reponer fuerzas. El local se llamaba Chicken Galore y, como no, había que pedir pollo. Elsa tuvo suerte, el sitio se estaba vaciando de los comensales con horario fijo, y pudo sentarse a una de las mesas. Una bonita camarera limpió la mesa, dedicándole una increíble sonrisa. Elsa se dijo que le había, al menos, alegrado el día. La contempló alejarse, fijándose en el bamboleo de sus caderas bajo el uniforme rosa y blanco. Era joven, unos diecinueve o veinte años, con un bonito pelo rubio recogido en un moño pulcramente recogido. Flirteó con ella cuando regresó a tomarle nota de su pedido.
―           ¿Tengo que pedir por fuerza? – le preguntó suavemente Elsa.
―           Er… — la chica no supo que decirle.
―           Es que me podría quedar horas, aquí sentada, mirándote, sin alimentarme siquiera – Elsa se había quitado la gorra y mantenía la barbilla apoyada en una de sus manos.
La camarera debía de ser nueva, o bien no estaba acostumbrada a que una mujer le tirara los tejos, porque se sonrojó fuertemente, bajando los ojos hasta su libreta.
―           Tranquila, no suelo morder – se rió Elsa, tomando una carta. – Quiero pechuga de pollo, a la brasa, con salsa de yogurt y verduras, y una Coca Light, grande. Después, te pasas otra vez, puede que pida postre o… a ti, si no hay mucho público.
Esta vez, la camarera le sonrió, aceptando su broma. Elsa no tenía problemas para entrarle a una mujer. Nada de timidez o vergüenza. Si le gustaba, se lo decía, y dejaba que dieran el primer paso. Muchas de sus conquistas no fueron ni siquiera concientes de que les gustaban las mujeres, hasta ese mismo momento. Elsa era directa y fuerte, pero no brusca. No carecía de elegancia y buen gusto, tanto en sus maneras, como en sus palabras. El ejemplo estaba en lo que le había dicho a la camarera. Sabía seducir a una mujer y también sabía hacerla llorar, ese era el problema de Elsa.
Se enamoraba con demasiada rapidez, con un fuerte arrebato pasional que la hacía decir y hacer verdaderas maravillas, pero que, lamentablemente, se disgregaba rápidamente, dejándola hastiada y vacía. La chica seducida pasaba, sin aviso, de ser el centro de una atención romántica inagotable, a un alejamiento glamoroso y correcto, pero, evidentemente frío. Muchas llegaron a preguntarse si la culpa era de ellas, pero, Elsa lo sabía bien… la culpa era solo de ella… no sabía parar, no se controlaba en el amor, y, finalmente, tenía que hacerlas llorar.
Por eso mismo, no quería ceder ante las insinuaciones de Johanna. Era una buena secretaria, una amiga de toda confianza. No quería perderla por un par de meses de acaloramiento. Mejor así… mejor así…
La camarerita la sorprendió, trayéndole su pedido enseguida. “Parece que le he caído bien”, pensó, haciéndole una caída de ojos.
―           Llámame si necesitas algo más – le dijo la chica, obsequiándola con una dulce sonrisa. Se alejó moviendo aún más sus caderas.
Elsa devoró el pollo, de buen humor, y las verduras. No pidió postre, pero si café negro. A la hora de pagar, la camarerita le pasó, susceptiblemente, su número de teléfono. Se subió en el Pontiac y puso rumbo al sur, mientras le daba vueltas a lo que debía hacer esa misma tarde.
Compton es el peor barrio de Los Ángeles, con diferencia. No veréis allí a ningún turista, eso seguro. Las bandas de chicanos y de afros se disputan diariamente sus territorios. Las calles más al sur de la ciudad son un ejemplo de pobreza y abandono. El ayuntamiento no interfiere en ellas, y la policía tiene que desplegar escuadrones cada vez que entran a buscar a alguien.
Sin embargo, el lado norte, tiene buenos edificios, el ayuntamiento, y buenos parques. Su población es más blanca que afroamericana, y no hay apenas latinos. Es como si una línea dividiera la ciudad.
Por supuesto, la vieja mansión que Elsa buscaba, esa antigua casa de crack, estaba en el más profundo sur, como no. Se recogió totalmente su pelo, cubriéndolo con un pañuelo, y colocó su gorra sobre él. Aunque no podía ocultar sus poderosos senos, si podía pasar por una chica latina, perteneciente a una banda, quizás. Tenía que moverse en terreno hostil y, a lo mejor, tenía que hacer preguntas. Mejor integrarse.
No le costó demasiado encontrar la casa. Estaba casi en ruinas, en una manzana a medio demoler. Varios indigentes entraron y salieron de ella mientras Elsa la vigilaba, pero también pululaba gente joven, chicos con monopatines y bicicletas. Un par de rameras latinas apostaron sus culos a la sombra y organizaron un coloquio vociferante con otras que se asomaban a una de las ventanas.
Elsa comprobó que las ventanas del último piso estaban todas cerradas y mantenían todos sus cristales. ¿La parte más elegante de la casa?, se dijo, con una sonrisa. Allí vivía gente y, posiblemente, aquellos que controlaban ese nido de cucarachas.
Antón Jiménez era un tipo pulcro y sibarita. Aunque se escondía, tenía dinero para disponer de un sitio decente, incluso en un agujero como ese. No conocía la oposición que podía encontrarse, una vez dentro, pero no estaba dispuesta a esperar más y perderle otra vez. Hoy sería suyo o del ayudante del forense, se prometió.
 Antón era un viejo clavo en su vida. Era el Chulo, el proxeneta por excelencia, ese bastardo que se aprovecha de cualquier mujer a su alcance, sorbiéndole hasta el alma, para después desecharla en cualquier vertedero. Elsa ya le había perseguido en otra ocasión y consiguió eludirla, tanto legalmente, como físicamente. Hoy se le acabaría la suerte.
No volvería a chantajear, ni presionar a otra chica. Seguro que se encontraba en una de esas ventanas, bebiendo y jodiendo, teniendo a ese niño descuidado y olvidado, quizás atado a un radiador. Elsa se estremeció con lo que estaba imaginando. Una semana atrás, Antón se había llevado el hijo de una de sus chicas, que se negaba a prostituirse más. El niño tenía cinco años, la madre apenas veintiuno. Elsa le había prometido, después de dejarla en una casa de acogida, que le traería a su hijo de vuelta, y que Antón no volvería a molestarla más.
Elsa se ocupaba también de esos casos, de ayudar a las chicas más desafortunadas, las almas de la calle, y lo hacía totalmente gratis, como una maldita ONG, se decía muchas veces. Pero era consciente de que alguien tenía que hacerlo, y ella conocía personalmente a muchas de estas chicas. Eran sus informantes, sus ojos y oídos, y ella las protegía y las ayudaba en medida a lo posible.
“Bien. Es hora de entrar”.
Bajo la visera de su gorra y agachó la cabeza. Colocó su pequeña mochila sobre uno de sus hombros, acercando así el bolsillo de su pistola semiautomática a su mano. Un tipo que hedía a orines le sonrió, enseñándole sus encías desnudas, y la piropeó soezmente, justo en la puerta de entrada, pero nadie la detuvo, ni le preguntó. El interior era aún más deprimente. Faltaban la mitad de las puertas de las estancias, y había pocos muebles, más bien cartones por doquier. Había gente durmiendo bajo ellos, o sentada en el suelo, con la espalda contra la pared. Casi todos, parecían idos o drogados.
En una de las habitaciones, varios adolescentes latinos, todos con la misma camisa de cuadros entreabierta, se pasaban una pipa de agua, de mano en mano, mientras jugueteaban con un par de Uzzis. La miraron, curiosos, y Elsa aligeró el paso. Antes de llegar al último piso, notó que la cosa cambiaba. Las escaleras estaban limpias y las paredes pintadas. Al subir, Elsa pudo ver a un tipo sentado en una silla, a un lado del pasillo, con la nuca apoyada en la pared. Tenía una escopeta recortada en las manos. ¿Un guardaespaldas para Antón? Quizás había más gente escondida allí dentro…
Se quitó la gorra y el pañuelo, dejando brotar su cabellera. La agitó para desplegarla, y metió la gorra en la mochila. Se quitó la camiseta y también la introdujo en el saco. Elsa estiró el sostén deportivo, convirtiéndole en un top muy sensual. Bajó la cadera de sus pantalones, casi hasta la mitad de sus nalgas, y tiró de las tirillas de su tanga sobre las caderas. Se rió en silencio. ¡Un putón de primera, en apenas un minuto!
Acabó de subir las escaleras y el hombre la miró. Se puso en pie, pero no hizo ademán de frenarla. La estaba mirando, embobado. Solo veía acercarse una magnífica puta, llevando una mochila al hombro.
―           ¿Qué buscas, zorra? – le preguntó el hombre, en un español que parecía provenir del más profundo Méjico.
―           Pues, ¿dónde voy a ir, pelado? ¡A trabajar, no más! – contestó ella, usando también la misma lengua. – Antón me espera, guey…
―           ¿Antón? Pero… si ya tiene a dos mujerzuelas con él – se asombró el latino.
―           ¡No pinches, carajo! Si estoy aquí es porque quiere otra más, ¿no? Ha llamado hace menos de diez minutos… ¡Déjame pasar que vaya a que termine y no me pague!
Riéndose, el hombre se echó a un lado, indicándole que podía pasar. Ni vio venir el culatazo. Conla Berettadetrás de la espalda, Elsa le desencajó la mandíbula de un golpe. No podía dejar a nadie armado a su espalda. Le ató las manos a la espalda con una cincha de plástico.
Abrió la puerta que estaba al lado de la silla del vigilante, con mucho sigilo, el arma preparada. El sonido de una televisión a gran volumen la impactó. Buena suerte para ella. La habitación giraba noventa grados a la derecha, dejando una pequeña entradita, de apenas dos metros, con solo un perchero vacío contra la pared. Arriesgó un vistazo. El niño estaba sentado en el suelo, sobre una manta, entre juguetes. Detrás de él, una de las ventanas que había observado desde abajo.
“Cristales tintados”. Elsa agitó una mano, llamando la atención del niño. La miró con interés, preguntándose porque, quizás, porque esa señora estaba jugando al escondite. Ella le enseñó la pistola y consiguió un brillo de interés en los oscuros ojos del niño. Se puso en pie y se acercó a ella. Elsa le animó, llamándole con la pistola.
―           ¿Dónde vas, Adrián? – preguntó una voz masculina.
“Antón Jiménez”, pensó, al mismo tiempo que apretaba los dientes.
El niño se había detenido antes de llegar a ella, y se giró hacia la voz, sin contestar.
―           Ven, vamos a escondernos – susurró ella, atrayendo de nuevo al niño. — ¿Quieres jugar?
El infante sonrió y corrió hacia ella.
―           ¡Adrián! ¡Maldito enano! A ver, mirad donde se ha metido. ¡Tú no, guarra, que me la estás chupando, coño…!
Elsa esperó a que se asomara una de las putas para colocarle el cañón ante los ojos. Le indicó silencio y la atrajo junto al niño.
―           Abrázale y quédate pegada a esta pared. ¿Me entiendes? – susurró.
La mujer asintió, pasando una mano por los hombros del niño latino, que las miraba con los ojos muy abiertos.
―           ¡Putón! ¿Dónde está el niño? – preguntó Antón.
Elsa se adentró en la habitación. Antón estaba sentado en un gran sofá, con los pantalones en los tobillos. El mueble quedaba de perfil a la entrada, por lo que, en un primer momento, empujando la cabeza de una jovencita contra su polla, ni siquiera vio a la intrusa. La chica atareada con su miembro notó el espasmo de Antón y levantó los ojos, descubriendo el arma que les apuntaba. Dio un gritito y se apartó, con tal rapidez, que cayó de culo al suelo.
―           ¡No te levantes! – la avisó Elsa. – Gatea hasta mí, a cuatro patas…
La puta la obedeció y, cuando llegó a su lado, le indicó, sin dejar de apuntar a Antón, que tenía las manos alzadas.
―           ¡Contra la puerta! ¡A gatas!
―           ¿Quién eres, jodida perra? – preguntó Antón, intentando ganar tiempo.
―           Burke.
El temor asomó a los ojos del proxeneta. Burke tenía fama de sabueso y le había estado persiguiendo. Se decía que solía cumplir con sus encargos.
―           ¿Trabajas para Burke?
Elsa no contestó.
―           Mira, tengo dinero aquí y… mucho más a buen recaudo. Te pagaré y…
―           Yo soy Burke.
Tres simples palabras, pronunciadas de forma seca y concisa, pero que tuvieron la virtud de palidecer el rostro moreno de Antón.
―           Burke es una… mujer… — balbuceó.
―           Así es. Como comprenderás, no me gusta nada de nada tu actitud hacia nosotras, pero, como me considero una persona justa y cabal, te voy a dar una oportunidad.
La esperanza renació en él, por un momento.
―           Te voy a permitir escoger entre dos posibilidades, ¿de acuerdo?
―           Si.
―           Una, puedes intentar coger ese revólver que hay sobre la mesita. Calculo que son dos pasos y con los pantalones en los tobillos. Mal asunto, pero posible si eres rápido. Claro está que no voy a dejar de apuntarte y no soy de las que fallo un disparo…
―           Eso dicen.
―           Dos, puedes elegir una de las dos ventanas y saltar.
―           ¡Estamos en un cuarto piso! – gritó.
―           Pero también tienes una posibilidad de sobrevivir. Te recomiendo que intentes caer en el techo de un coche, amortiguan bastante.
―           ¡No pienso…!
Elsa apuntó a aquel miembro totalmente menguado en escasos segundos.
―           Entonces, habrá una venganza feminista. Te volaré la polla en varios pedazos y te aseguro que no tendrás ni una sola posibilidad de sobrevivir. ¡Tú decides! ¡Tienes diez segundos!
―           Pero…
―           ¡Uno!
―           ¡Joder! Madrecita…
―           ¡Dos!
Antón se dirigió a la primera ventana y la abrió. Miró hacia abajo. No pareció gustarle lo que vio, y se dirigió a la segunda. Observó que había una cornisa un piso más abajo, y en el siguiente, el asta de una bandera que alguien había incendiado. Allí estaba su posibilidad de sobrevivir. Antón se tenía por un tío con suerte y ágil. Había jugado mucho al baloncesto y no hacía tanto de eso. Podía conseguirlo.
―           ¡Siete! – escuchó la voz de aquella ejecutora.
Se giró hacia ella y le sonrió antes de saltar.
―           Hay que reconocer que ha sido valiente. Ha saltado antes de que llegara al diez – dijo Elsa, acercándose a la ventana.
Los indigentes y unos cuantos adolescentes que patinaban cerca de allí, acudían a contemplar el hombre que había caído del suelo, con los pantalones bajados. El cuerpo estaba contorsionado y sus ojos miraban el cielo azul. La espesa sangre roja se derramaba de su cabeza abierta y su vejiga se había distendido, orinándose sobre uno de sus muslos.
―           Pues no. Va a ser que no lo ha conseguido – musitó Elsa, tomando al niño en brazos.
―           ¿Tendrás problemas con ello? – preguntó Micaela, besando a su Adrián en el suave cabello.
Elsa estaba sentada en uno de los bancos del parquecito frente al hogar de acogida. Micaela aún tenía los ojos lagrimosos de la emoción por recuperar a su hijito. Atardecía y la puesta de sol perlaba de colores el horizonte, por encima del mar.
―           Yo no hice nada. Saltó él solo y tengo dos testigos. En cuanto al guardaespaldas, es un pobre desgraciado que, una vez muerto el patrón, no le interesa remover nada. No te preocupes. La policía no va a abrir ninguna investigación por la muerte de un tipejo como Antón – la tranquilizó Elsa.
―           No sé como agradecértelo – repitió de nuevo la joven latina, cogiéndole las manos y besándolas.
―           No tienes por qué dármelas, Micaela, de veras. Sabes muy bien que intento ayudaros en lo que puedo – le habló en español, acariciándole la mejilla y enjugando las lágrimas de la hispana.
Micaela había estado atrapada seis años bajo el yugo de Antón, desde que llegó a Estados Unidos ilegalmente, con apenas quince años. El proxeneta la sedujo, la convirtió en mujer y en su puta. Pronto quedó embarazada, sin saber quien era el padre, y, desde ese momento, Antón aún tuvo más presión sobre ella. La amenazaba con quitarle a su hijo, que era lo único de bueno que Micaela tenía en la vida.
Finalmente, escapó de él, refugiándose en la casa de acogida, con Adrián, pero, en un descuido, el chulo se lo quitó. Fue entonces, cuando, aconsejada por el director del albergue, Micaela se puso en contacto con Elsa.
Esta recorrió con sus ojos el cuerpo rotundo de Micaela. Era bajita, pero armoniosa, con unos senos pujantes y firmes, y unas caderas ideales para bailar la danza del vientre. Poseía unos dulces rasgos indios, que le conferían una expresión de anhelo, de eterno puchero, que ella sabía aumentar gracias a sus gruesos labios. Llevaba el frondoso pelo oscuro recogido en una gruesa trenza, y un gracioso flequillito caía sobre sus dulces ojazos marrones. Elsa tuvo que reconocer que esa inocencia que Micaela, aún siendo prostituta, era capaz de ofrecer, era lo que la había motivado a buscar al cabrón de Antón.
Por su parte, Micaela, aferrando aún una de las manos de Elsa, se perdía en los asombrosos ojos violetas de la detective. Nunca había visto unos ojos así. La intensidad con la que la miraba esos ojos, la derretían, la anulaban. Micaela nunca había estado con una mujer, de hecho, nunca había tenido una auténtica relación sentimental con nadie, pues su primer amor había sido su propio verdugo; pero estaba segura de que podría amar a alguien como Elsa toda su vida.
―           ¿Quieres subir a mi habitación? Adrián se cae de sueño. Le acuesto y preparo un té de jazmín muy bueno, ¿si? – casi imploró la muchacha.
―           Está bien, Micaela. Ya es tarde para seguir trabajando – se rió Elsa.
Le dio la mano para ayudarla a levantarse del banco, ya que mantenía a su hijo en brazos, y Micaela ya no se la soltó hasta llegar a su cuarto. Lavaron entre las dos a Adrián, riéndose como tontas. Tras ponerle el pijama, Micaela le acostó en una pequeña cama plegable que tenía al lado de la suya. Mientras calentaba el agua en el hornillo portátil, al lado de la ventana, Micaela sentía los ojos de Elsa clavados en su espalda, como si la desnudara. Sabía lo que se comentaba sobre la detective y su amor por las mujeres. A Micaela no le importaba ya nada. Tenía las bragas empapadas desde hacía una hora, al menos.
Puso las bolsitas, hechas por ella misma, en las tazas, vertió el agua hirviendo, y le añadió una pizca de canela y ralladuras de limón. Se giró y le entregó una taza a Elsa, quien estaba apoyada contra la pared.
―           ¿Azúcar? – preguntó, intentando no mirar esos ojos que la hacían bullir.
―           No, ya te tengo a ti para endulzar – Elsa le quitó la taza de la mano, dejándola sobre la pequeña mesa, y la tomó por la cintura, atrayéndola.
Micaela jadeó por la impresión. No se esperaba algo tan directo, tan abrumador; era una muñeca de trapo entre las fuertes manos de Elsa. Los labios que se posaron sobre su boca, ardían sin quemar. Micaela sintió como su boca era succionada tan suavemente, con tanta delicadeza, que parecía que un ángel la estaba besando. Nadie se había dignado a besarla así, nunca.
Su cuerpo respondió de inmediato, fusionándose cuanto pudo contra el de Elsa, y lo percibió mucho más duro que el de ella, fibroso, con los músculos a flor de piel. También era más alta, casi cuarta y media más. Le encantó y abrió la boca como una flor, aceptando esa lengua que trataba de invadirla.
―           Micaela… Micaela… ¿Estás segura de…?
―           Sshhhh… calla y llévame a la cama…
A pesar de su experiencia sexual, Micaela no supo en qué momento le había quitado la blusa, o su falda. Estaba extasiada por los besos y los roces, por el tacto de aquella piel perfecta que la rodeaba como una anaconda, que la hacía suspirar cuando se frotaba largamente contra ella. Jamás creyó que el amor entre mujeres pudiera ser así, tan pasional, tan lleno de fuego, sin necesidad de que nada invadiera su cuerpo, que la destrozara…
Elsa estaba atareada con aquellos oscuros pezones que la enardecían, que la incitaban a morderlos y a succionarlos, sin cesar. Micaela poseía unos senos para alabar en un altar. Firmes, poderosos, mullidos, cálidos… hubiera querido conocerlos cuando Micaela estaba embarazada y colgarse de ellos, para libar su leche materna. Los pezones estaban tan duros que tenían que dolerle, pues cada vez que los rozaba con su lengua, Micaela gemía y levantaba las caderas.
―           Me estás… matando… cariño – jadeó la mejicana.
―           Moriremos juntas… espera… — la mordió Elsa debajo de uno de los pechos, antes de apartarse. – Cruza tus piernas sobre las mías…
Micaela no conocía la postura de las tijeras, pero aprendía por segundos, casi de forma innata. En aquel momento, frente a frente, Micaela fue conciente de que estaba haciendo el amor con una de las mujeres más hermosas que había conocido. Pasó el pulgar sobre el clítoris, arrancando un incontrolado jadeo de los labios de Elsa. Tenía el sexo totalmente depilado, tan suave como la barriguita de un bebé. Un cochinilla, roja y negra, casi tan diminuta como una de verdad, estaba tatuada sobre su pubis, a dos centímetros de su vagina, como si se dirigiera a esconderse en ella.
Micaela, por el contrario, tenía su vello púbico recortado y corto, formando un pequeño triángulo que, en este momento, estaba empapado por los jugos de su amante, que se frotaba como una perra contra ella. Se miraban a los ojos, las bocas entreabiertas, anticipándose al placer que anunciaba con llegar. Sus caderas rotaban como perfectas máquinas sincronizadas, consiguiendo que su continuado roce calentara tanto sus pechos y sus vientres, que les costaba respirar.
―           Vamos… a corrernos juntas… hermosa – musitó Elsa, entre quejido y suspiro.
―           Cuando… me lo pidas… cielo…
―           Ahora… ¡Ahoraaaa!
Micaela alargó la mano y tomó la de Elsa, entrelazando los dedos, desbordadas por el orgasmo que parecía nacer en la intersección de sus cuerpos, para desplegarse por cada uno de sus nervios. Por un momento, Micaela contempló el goce absoluto en el rostro de Elsa, con las pupilas giradas hacia el techo, y se enamoró absoluta y totalmente de ella.
Elsa, aún estremecida, reptó por la cama hasta abrazar a su amante, envolviéndola con una de sus largas y morenas piernas. La besó en la mejilla, en la chata nariz, y, por fin, en aquellos labios pulposos.
―           ¡Ha sido fantástico! ¡Eres una amante increíble! – la alabó.
―           Ha sido mi… primera vez – confesó Micaela.
―           Pero, ¿qué dices? ¿Cómo…?
―           Nunca había estado con una mujer. Algunas compañeras se consolaban entre ellas, pero yo tenía a Adrián.
―           No lo sabía – Elsa se apoyó en un codo para mirar a su amante a la cara. Le quitó un mechón de la cara. — ¿Te arrepientes?
―           Jamás. Ha sido lo más bonito que me ha ocurrido en la vida, después de mi hijo.
―           Gracias. Tienes razón, por un momento, ha sido perfecto.
―           Elsa…
―           ¿Si?
―           Te quiero.
“Vaya. Esta vez no he sido yo quien lo ha dicho”, pensó Elsa, irónicamente.
―           Y yo, dulce Micaela…
                                                             CONTINUARÁ.
Aquí os dejo mi email por si queréis comentar y opinar de forma más extensa. Gracias de antemano por todo vuestro apoyo:
                           janis.estigma@hotmail.es
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

 

Relato erótico: “Destructo III Golpeando las puertas del cielo” (POR VIERI32)

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I. Año 2.332. Inframundo

Las ninfas Mimosa y Canopus asomaron lentamente desde la cima de una gran colina que ofrecía una inmejorable vista del desierto rojo. Habían pasado montando sobre el lomo de Cerbero, en búsqueda del ángel que les rastreaba la bestia tricéfala, pero aún no habían dado con nadie. En cambio, se toparon con una realidad tan inesperada como desesperanzadora: comprobaban con estupor cómo, sobre la vasta planicie, un gigantesco ejército de espectros marchaba en perfecto orden. Desde la distancia solo era una mancha oscura y borrosa que levantaba una espesa neblina de polvo a su paso, pero incluso así imponía temor.

Y es que eran millones. Entre las filas marchaban bestias tricéfalas como Cerbero, que gruñían mientras eran guiadas por sus iracundos jinetes. Al frente iba su mariscal, este más sereno que sus súbditos, y montaba su propia bestia. Su nombre era Antares y poseía unos llamativos cuernos dorados poblándole la cabeza. Su armadura plateada refulgía y la capa flameaba enérgica al viento. Elevó su lanza al aire, rugiendo el grito de guerra para empujar a sus guerreros.

—¡Arded en nuestras almas, flechas de fuego!

Las bestias correspondieron el grito y el desierto rojo se estremeció hasta sus cimentos.

Mimosa sintió miedo y sus ojos se humedecieron cuando el rugido llegó hasta ambas. Piedrecillas repiquetearon a su alrededor. Conocía al mariscal de los espectros; Antares nunca había sufrido una derrota y había aplacado todas y cada una de las rebeliones que pretendieron derrocar el imperio del Segador. Temía que los ángeles y los mortales no tuvieran posibilidad alguna contra él y su vasto ejército, por lo que arañó una roca con desazón.

—Están marchando al reino de los ángeles ¿no es así? —preguntó Canopus.

—Probablemente.

—¿Cómo se supone que van a entrar?

—Seguramente usarán el acceso por donde se infiltraron esos ángeles.

—Si Antares va al frente, entonces no hay esperanzas —Canopus se sentó sobre la roca y abrazó sus rodillas—. Encima pensabas que aquí habría millones de ángeles, ¡y no es así! ¡No he visto ninguno más que aquellos dos!

—¡Siempre negativa! Tal vez al otro lado haya un ejército celestial resguardando la entrada.

—Como si fuera tan fácil de derrotar a Antares. Todo esto es otra rebelión perdida. ¡Ya no quiero continuar!

Canopus estaba enfurruñada, pero Mimosa se inclinó para acariciarle la mejilla. Ambas estaban agotadas de tanto viajar por el desierto, pero no podían rendirse. En Flegetonte y otras ciudades del Inframundo aún había ninfas que debían ser rescatadas y lo sabían muy bien; ambas eran la única esperanza y no podían dejarse vencer.

—Calma. Si ese ejército está marchando a los Campos Elíseos, entonces el Inframundo estará con la guardia baja. Continuemos buscando al ángel que Cerbero está rastreando —giró la cabeza y miró a Cerbero, que dormía sobre una roca—. ¡Shus! ¿Qué dices, pequeño? ¿Realmente estás convencido de que hay otro ángel por aquí?

Cerbero despertó desperezándose entre gruñidos. A Mimosa le causó ternura, pero Canopus ya no soportaba a la bestia tras tanto tiempo aguantando su olor. “Este perro”, pensó haciendo un mohín. “Solo nos está llevando de paseo por medio desierto”. La bestia estiró los tres cuellos entre ronroneos para que Mimosa le acariciase. La ninfa se inclinó y besó la frente de una de las cabezas. Frotó sus propias manos, que brillaron tenuemente, y las posó sobre una herida en las patas.

Luego montó ágilmente sobre el lomo.

—¡Vamos, Canopus! Tengamos confianza en Cerbero. Él sabe. Está rastreando al ángel que salvará a las ninfas, estoy segura.

—Si eso es lo que quieres pensar —hizo un ademán—. Como resulte que solo está rastreando una tricéfala hembra…

—¿Y qué vas a hacer? ¿Fruncir el ceño hasta matarnos? ¡Dioses! ¡Deja de ser tan negativa y sube! No hacemos nada lamentándonos aquí.

Al frente del ejército de espectros, Antares elevó horizontalmente su lanza y la sujetó con ambas manos. La misión que le encomendó su emperador era clara: llevar la destrucción a los Campos Elíseos y luego el mundo de los mortales. Llevar el nuevo Apocalipsis y esperar que con ello los dioses volvieran. Pero sabía que la guerra sería cruel y larga, que nada en la historia de los reinos de los dioses arrojaría tantas pérdidas como las que él causaría, por más que los ángeles y mortales no serían presa fácil.

Aunque el conocimiento del terreno era nulo, sí provecharía la desorganización y la sorpresa para lograr la victoria. Estaba convencido de que nada sería capaz de detener su fuerza bélica; Antares era un excelente estratega y los números de su ejército eran impresionantes. Deseaba sentir el más mínimo atisbo de emoción o incluso preocupación, pero solo había vacío dentro de él. Hacía mucho tiempo que Antares había perdido voluntad de juzgar los actos de su emperador, quien lo manipulaba, y se sentía como una marioneta más.

Partió en dos su lanza y entre los pedazos que se dispersaban se reveló una espada de hoja fina, oculta dentro de lo que fue la lanza. La cogió al vuelo. La hoja refulgía a la luz de los soles de sangre; los espectros que lo seguían por detrás lo vieron. Sabían que era un arma especial para el mariscal; un arma que claramente no era del Inframundo, pues allí estaban acostumbrados a los diseños aserrados y pesados, y no filosos y livianos.

Y, al menos al empuñar la espada, Antares se sentía vivo de nuevo. Sentía un calor en el pecho. Sentía que, bajo lo que parecía ser una costra vacía, había un alma otrora indomable. Y brillaba tanto como la fina y filosa hoja.

—¡Espectros! —gritó el temible mariscal—. ¡Mi alma arde!

Elevó su radiante shaska y los espectros rugieron al unísono.

II. Año 1368. Reino de Xin

Mijaíl envainó su shaska y luego sacudió los hombros. Su nueva armadura lucía, a la vista, tan pesada como la que solía llevar en Nóvgorod, pero, en realidad, se sentía mucho más liviana. La armadura lamelar, de un lacado negro, era bastante efectiva en el campo de batalla en comparación a las armaduras de acero de Rusia. Porque las de occidente eran demasiado llamativas; de día se les podía ver con facilidad y de noche hacían demasiado ruido como para planificar un ataque sigiloso. Cuando pudiera volver a su reino sugeriría al Príncipe de llevar algo como las armaduras xin.

De pie bajo la copa de un árbol, Mijaíl echó una mirada hacia el pueblo de Congli en cuyas inmediaciones acampó el ejército xin tras regresar del Corredor de Wakhan. No era especialmente grande. Una treintena de casonas arremolinadas entre sí y rodeadas por un mar de hierba, y luego otras más alejadas del núcleo. Era un sitio apacible y los habitantes parecían ser amables, aunque él percibiera cierto recelo que no comprendía y al que no estaba acostumbrado. Si es que hasta el barbero del ejército no pronunció palabra alguna durante la hora que lo afeitó, pensó frotándose el mentón rasurado.

Un jinete oriental se acercó a él. Desde su montura reverenció y Mijaíl correspondió.

—¿Eres el mensajero?

El jinete asintió. Mijaíl retiró una carta que tenía guardada en su cinturón.

—Es para el comandante de la legión de Nóvgorod. Gueorgui Schénnikov —en realidad, los detalles ya los sabía el mensajero, pero el joven solo quería cerciorarse—. Gueor-gui- Schén…

—Mi señor —interrumpió el mensajero—. Vuestra carta llegará.

El jinete la guardó en un pequeño cofre sobre la grupa del animal; se trataba del mensajero personal del emperador y no había nada de qué temer. Mijaíl sonrió recordando parte de lo que le había escrito en la carta. “Si quieres recuperar tu shaska, me temo que tendrás que venir a Xin. Si no te alcanzan los años, la encontrarás en el infierno”. Se frotó la nariz y asintió al jinete.

—Que Dios esté contigo, mensajero.

Xue apretó los puños y se los llevó contra sus pechos en respuesta a la incomodidad que sentía al caminar entre las tiendas del campamento militar de los xin. La esclava Mei, a su lado, la guiaba. Esta última sí sabía a dónde ir y, además, qué soldados evitar. Ya le había advertido a Xue que no se separase de ella en ningún momento; perderse entre las decenas de caminos que serpenteaban entre las tiendas era bastante usual para los que se internaban por primera vez.

La joven xin se sintió mareada. Mei la miraba y percibía fácilmente su estado. Pero pensaba que era lo normal: “Seguro que está preocupada por su hermano”, concluyó luego de enganchar su brazo al de ella para caminar unidas. Algunos soldados miraban fijamente a la muchacha de ojos amarillos. Y suspiraban a su paso; era hermosa. A la esclava la conocían y preferían no cruzar palabra con alguien que estaba “reservada” para su comandante, pero no les detenía de intentar que la bella xin que la acompañaba les dedicara como mínimo un vistazo.

Saludaban, pero ella hacía caso omiso. Entonces se envalentonaban más y las palabras subían de tono.

Xue estaba aterrada; debido a su traumática experiencia de niña, cuando fue capturada por mongoles, temía a todos los hombres que veía. Fueran de la nación que fueran, sencillamente se sentía a desmayar ante la presencia de varones. Era la razón por la que no socializaba mucho en el campo y por la que atravesar un campamento de soldados resultaba ser una auténtica prueba de fuego.

Pero, por su hermano, avanzaba. Tenía que verlo. Tenía que saber de él. Se armaba de valor y seguía. Las galanterías caían como una lluvia de flechas; algunos incluso la invitaban a descansar en la tienda y más de uno alabó su cuerpo.

—Tendrás que comprenderlos —dijo Mei—. Algunos de estos no han visto una mujer durante meses.

—Se nota —Xue, mirando el suelo, tragó una bocanada de aire—. Con esa actitud, seguirán sin ver a una.

—Es solo la algarabía por la victoria. No hagas caso. Ladran mucho, pero no muerden.

Ya no podía soportar el peso, tan real e incómodo, de las miradas de tantos hombres. Cerró los ojos y pensó que iba a caer desmayada hasta que oyó la voz de su querido hermano irrumpiendo como una suerte de rugido. Sintió cómo todos esos soldados se dispersaban a su alrededor; como agua evaporándose ante el paso de la llamarada de un dragón.

Y por fin se alivió.

—¡Tú! —gritó un exasperado Wezen—. ¿Qué se supone que haces aquí?

Entonces Xue frunció el ceño. ¿Qué manera de saludar era aquella? Pero, cuando abrió los ojos, supo que su hermano no se dirigió a ella, sino a alguien más que también estaba cerca.

Y notó que todo el ajetreo a su alrededor se había detenido. Los soldados habían formado un redondel en el que destacaba, en el centro, su hermano mayor. Allí también vio a un llamativo joven de cabellera dorada enfundado en una armadura xin. Era claramente un extranjero, pero se sorprendió cuando lo oyó hablar mandarín. No era perfecto, pero se entendía.

—He venido a presentar respeto a los muertos —dijo Mijaíl en un tono cordial para evitar exasperaciones—. Sé que uno de ellos era tu amistad.

Wezen apretó los dientes y desenvainó su sable. Murmullos surgieron a su alrededor. Mijaíl no se amilanó ante la actitud amenazante ni por el hecho de que fuera el único ruso en medio de un campamento xin. Era el verdugo del Orlok y se sentía envalentonado. Sacó a relucir su shaska.

Los soldados se miraron entre ellos. Conocían a Wezen y desde luego lucharían por él, sobre todo si su rival era un extranjero. Porque la rebelión en todo el reino de Xin había despertado un sentimiento de nacionalismo ardiente como el fuego: Xin solo para los xin. Pero enfrente estaba el hombre que, durante tres meses en Persia, protegió al emperador con su propia vida. Levantar la espada contra él sería considerado una falta de respeto merecedora de una ejecución.

Wezen escupió al suelo.

—¿Rendir respeto? Que vayas al campo de urnas y presentes velas… Que asientas y ores, nada devolverá a Zhao. ¿Eres un religioso más? No necesito otro así.

—Yo también perdí a un amigo —devolvió el ruso—. Su nombre era Yang Wao y sostenía su sable mucho mejor que tú.

Surgieron más murmullos en el redondel; Wezen se preparó para tomar impulso y Mijaíl ladeó su espada, esperándolo, pero todo se acabó cuando el mismísimo comandante Syaoran llegó montado sobre su caballo y provocando que el redondel se dispersara. Las espadas de los dos guerreros fueron envainadas en el acto, aunque no dejaron de mirarse.

Syaoran se retiró el yelmo de penacho; tenía aspecto serio y elevó una mano.

—Mi general en jefe y el custodio del emperador. Siempre es agradable encontrarme con dos grandes soldados como vosotros. Ahorradme un problema, no quisiera ponerme a engrasar el látigo.

El semblante de Wezen cambió abruptamente y miró a su comandante.

—¿Soy general en jefe?

Syaoran asintió.

—No hagas que me arrepienta de la decisión. Vosotros dos estáis invitados a compartir una cena con nuestro emperador. Están preparando un salón en Congli. Podría mandaros a vosotros dos a lavar el suelo, pero ya no sois simples soldados. Desconozco el motivo de vuestro desencuentro, pero hay un reino esperando por nosotros. No hay tiempo para rencillas.

Apartada del regaño, Xue tomó de la mano de la esclava y se inclinó hacia ella.

—¿Quién es él?

Mei respondió sin apartar la mirada.

—Esta mañana las otras esclavas me han hablado de él. Viene de un reino de Occidente y es el flamante guardia de nuestro emperador. Dicen que fue expulsado de su reino. Al parecer, la hija de su Príncipe y él estaban perdidamente enamorados. El padre los separó.

Xue lo miró fascinada. “¿Una princesa se enamoró de él?”, preguntó susurrando, tan bajo que solo se oyó ella. Pensó que el hecho de que mantuviera una relación romántica con alguien de alta sangre no podía suceder por simple azar. Algo habría de tener ese muchacho. Y desde luego que no habría iniciado un romance con esa actitud pueril que los soldados xin le demostraron mientras ella se internaba en campamento, concluyó haciendo un mohín.

Notó, además, que el ruso no se dejaba intimidar por la actitud altanera de su hermano y aquello le gustaba. Entonces se sintió atraída.

—Ese necio de Wezen —dijo mordiendo las palabras—. Por poco no se le abalanzó encima.

—No está con el mejor de los humores, es verdad. ¡Vamos! A ver qué cara pone cuando te vea.

III. Año 2332. Reino de los mortales

El Serafín Durandal se sentó en el borde de una colina para tener una perspectiva imponente de la cordillera de Pamir. Le abrumaba ver esos incontables y altísimos picos que resaltaban como la piel de un gigantesco erizo atravesando las nubes. El frío era palpable y la brisa intensa, pero él podía resistirlo pese a que en las plumas se habían formado algunas finas capas de hielo. A su alrededor, los ángeles de su legión descansaban y charlaban distendidos; los dragones ya estaban entre ellos; volaban en los alrededores, comprobando el terreno o incluso reposando junto a grupos de guerreros para compartir anécdotas en lengua dragontina.

Durandal no estaba tranquilo pese a contar por fin con una feroz caballería. No era suficiente. Debía aliarse con los mortales si pretendía formar un ejército que hiciera frente a los espectros, pero la unión con estos parecía más complicada que con las bestias aladas y sabía que con los humanos no bastaría simplemente arrodillarse y pedir disculpas por el Apocalipsis acaecido tiempo atrás. Como fuera, debía conseguirlo a tiempo o la guerra sería demasiado corta.

Luego pensó en la Querubín y una pequeña sonrisa se le esbozó sin poder evitarlo. Se imaginó cómo la joven hembra reaccionaría al tener de frente a semejantes bestias. Seguro que se asustaría y se pondría nerviosa, lanzando frases sin sentido. Los dragones no gustaban de muestras de debilidad o miedo. Además, dudaba que Leviatán o cualquiera de su legión pudiera soportarla si se ponía testaruda. Perla tendría una tarea complicada si pretendía montar un dragón, pensó arrancándose una costra de hielo en un ala.

Una fina capa de nieve se levantó a su alrededor; luego fue tomando forma para finalmente materializarse un ángel de pie, a su lado. Se reveló un Principado, rango angelical destinado al espionaje. Como todo ser de su linaje, llevaba puesta una capucha que ocultaba el rostro tras la oscuridad de la sombra. En su espalda tenía sujeto un mandoble afilado y brillante, de empuñadura dorada. El recién llegado intentó sentarse al lado del Serafín, pero este hizo un ademán sin mirarlo.

—No tengo en gran estima a los Principados. El último que conocí traicionó mi confianza.

—Comprendo. Pero traigo un mensaje importante.

El Serafín agarró una piedrecilla y la lanzó hacia el horizonte.

—Quítate la capucha y hablaremos. Llevar el rostro oculto fue una norma ridícula de los dioses. Aquí los hacedores no tienen potestad alguna. No ofendas a mis alumnos y quítate la capucha o retírate.

El Principado se lo pensó. Tampoco perdía mucho por revelarse. Su rostro no era de importancia alguna; su mensaje sí. Miró a un lado y otro para finalmente asentir. Se retiró la capucha, revelándose un ángel de piel oscura como la noche y brillantes ojos pardos. No poseía cabellera. Un par de guerreros curiosos lo habían visto y murmuraron entre ellos; era la primera vez que veían el rostro de un Principado.

Durandal se fijó en él y finalmente volvió a mirar la cordillera.

—Dime tu nombre.

—Arcturus.

—Cuéntame, Arcturus.

—La Serafina está molesta. Abandonasteis los Campos Elíseos sin consultarla.

Durandal ahogó una risa agarrando otra piedrecilla. Asintió indicando un lugar a su lado y el Principado se sentó para acompañarlo.

—No podría esperar menos de ella. Su idea para detener la guerra tampoco me la consultó. Envió a tres ángeles para infiltrarse en el Inframundo y, hasta donde sé, uno está con paradero desconocido y los otros dos no reúnen las condiciones para eliminar al Segador. Es lo que yo llamo un fracaso. Pero tengo mi propia estrategia y estoy convencido de que será la que nos lleve a la victoria.

—Puedo entenderlo. Incluso así, ella está molesta. Se ha enterado de vuestra alianza con los dragones y considera que es una ofensa imperdonable. Ella los cazó hace milenios y le resulta todo un insulto que ahora estés del lado de ellos.

—Que trague su orgullo, todos lo estamos haciendo. La guerra que nos enemistó con los dragones quedó en el recuerdo. No habrá victoria si los reinos se mantienen divididos.

—Y estará molesta cuando se entere de que he venido hasta aquí sin su permiso.

Durandal enarcó una ceja. Lo miró fijamente. Tenía que ser algo serio para que el Principado estuviera allí a contraorden.

—Desde hace varios días la Serafina está diferente —continuó Arcturus—. Se ha encerrado en el Templo y solo sus alumnos más cercanos han podido charlar con ella. Ayer dio un discurso para sus soldados, en el salón principal. Fue a puertas cerradas.

El Principado desenvainó su mandoble con la fuerza de una sola mano y ladeó la gruesa hoja para mirarse el reflejo.

—Me infiltré. Ella ha cambiado de planes. Tras el presumible fracaso de sus tres enviados, su nuevo plan para detener esta guerra consiste en darle al Segador lo que desea.

Durandal tensó la mandíbula y aplastó la piedrecilla entre sus dedos, volviéndola polvo.

—¿Quiere entregarle a Perla?

—Según la Serafina, esta decisión salvará más vidas. No tenemos forma de ganar una guerra contra los espectros. Son millones, lo sabes. Y no vale la pena ir a una guerra por un solo ángel. Irisiel vendrá a este reino para cazarla y entregar su cadáver al Segador. También pretende cazar de nuevo a los dragones. Y que si vosotros, ángeles libres, os interponéis en su camino, no dudará en cazaros también.

Un dragón rugió a lo lejos y dejó escapar una llamarada desde su nariz; una docena de ángeles que lo rodeaban estallaron a carcajadas debido a la broma que les había narrado. Estaban distendidos, desconocedores de la horrorosa verdad que se le revelaba al Serafín. Porque habría guerra. Y no era la guerra que él esperaba. Parecía inevitable, pero había surgido un conflicto entre los propios ángeles.

Durandal se levantó con prisa, pero ni siquiera sabía dónde ir; o volver a los Campos Elíseos para encararse con la Serafina, o ir cuanto antes a la reserva natural de los mortales para proteger a la Querubín. Como fuera, no permitiría que Perla tuviera un final trágico como sí lo tuvo su primer y lejano romance.

—Irisiel ha cambiado —dijo Arcturus—. Ya no es la misma Serafina a quien yo servía.

La ciudad de Valentía había amanecido de la peor de las maneras. La milicia del Norte perdió contacto con su ejército de élite, “Caza Dragones”, desde que entraran al Mar Radiante y no llegaba el rutinario reporte desde hacía horas; la verdad incómoda de que el escuadrón había sido completamente aniquilado por los dragones flotaba incómodamente en la estructura militar.

Reykō se había encerrado en su despacho durante toda la noche y no solo no había conciliado sueño, sino que evitaba comunicarse con sus allegados. Para sus hombres, estaba claramente afectada por la pérdida del escuadrón. Pero, en realidad, le dolía no saber nada de Albion Cunningham. Se sentía tan despechada que pretendía echar todo su ejército sobre la nación de China pese a que estos ahora parecían tener en sus filas a los temidos dragones. Lo había decidido entre copa y copa de vino.

Que el mundo entero cayese sumido bajo una cruenta guerra.

Descalza y sin preocuparse en lo más mínimo por su aspecto desaliñado, salió al balcón con una copa colgando de los dedos y una cara de pocos amigos. El balcón era semicircular, muy amplio y contaba con una perspectiva inmejorable de la ciudad, pero no quiso observar nada de eso. Solo deseaba que algún helicóptero atravesara las nubes y Albion llegarse sano y salvo…

Sintió un dolor punzante en el pecho y cientos de puntos coloridos se agolparon frente a sus ojos. Se le resbaló la copa. Apretó los dientes y, tambaleándose, llegó hasta la baranda para sostenerse. Cerró los ojos porque veía todo borroso. Era el llamado de la muerte, estaba convencida; el corazón ya no resistía la desazón y sentía cómo la fuerza se le escurría como agua de entre los dedos. Pero debía aguantar unos momentos más, se dijo a sí misma, para tratar de saber qué sucedió con Albion. Esperanza. Eso era lo que necesitaba. Un resquicio de esperanza.

Tragó aire y abrió los ojos, ahora notando una flecha de plumas blancas clavada en la baranda de mármol, clavada justo entre sus manos.

Parpadeó incrédula. El astil era de madera y la punta, casi incrustada en su totalidad, de acero; lucía como una flecha antigua. Había un mensaje tallado a lo largo, pero no comprendió los símbolos. La agarró; su mano temblaba y no tuvo fuerza para sacarla.

Luego levantó la vista y desencajó la mandíbula. Retrocedió varios pasos mirando de arriba abajo los edificios que rodeaban el balcón. Todos, absolutamente todos estaban erizados de flechas con plumas blancas. Se preguntó quién sería capaz de lanzarlas de aquella manera tan sorprendentemente sincronizada y silenciosa.

“¿Una nueva invasión angelical?”, pensó. Fue el detonante final para que su corazón dejara de latir.

Reykō cayó y solo vio oscuridad.

En la cordillera de Pamir, Arcturus acompañaba al Serafín Durandal en su apurada caminata. El mariscal ya había ordenado a sus ángeles que se preparasen para volver a la reserva ecológica de los mortales. Había un trajín intenso a su alrededor, pero el Principado aún debía informarle todos los detalles.

—La Serafina tiene un plan de ataque. Lanzará en todas las ciudades del reino humano una oleada de flechas de plumas blancas. No son peligrosas, pero serán las portadoras del mensaje. De la advertencia. “O entregáis a Destructo o habrá sangre”.

Durandal lo fulminó con la mirada. Algunos de sus alumnos percibieron su estado de ánimo, otros se acercaron para oír al Principado, formando un redondel que los seguía. El silencio era adusto y parecía que hasta la brisa se había detenido con tal de oír el infame reporte del Principado.

—Luego de un día, si no obtiene respuestas, la Serafina lanzará una oleada de flechas de plumas rojas. El mensaje tallado seguirá siendo el mismo, pero ahora habrá destrucción de monumentos y ciudades. Habrá muertes, pero no cuantiosas.

Durandal no quiso oír más. Chasqueó los dedos con la mano elevada y pronto un dragón de escamas doradas sobrevoló sobre ellos para aterrizar cerca, levantando una espesa neblina de nieve a su alrededor. La bestia alargó el cuello y agachó la cabeza. Era Doğan y se había convertido en la montura del Serafín. Durandal subió y se sentó el lomo, acomodándose.

Dragón y ángel miraron al Principado.

—¿Algo más, Arcturus?

Arcturus tragó saliva.

—Para el tercer día, lanzará flechas de plumas negras. Será el mensaje final. Asesinará a todo lo que se cruce en su camino hasta que dé con Destructo. Mortales, ángeles y dragones. No habrá paz.

El dragón, ahora rampante, extendió las alas y se preparó para elevarse. Durandal desenvainó su radiante espada y todos lo observaron.

—¡Darle al Segador lo que desea es aceptar una condición de esclavitud que no estoy dispuesto a permitir! ¡No somos los perros de los dioses ni seremos los perros de él! ¡Si Irisiel pretende despachar a los dragones y a un ángel de mi legión, entonces bienvenida sea la guerra!

Ángeles y dragones rugieron al unísono; la cordillera de Pamir se estremeció por completo.

IV. Año 2332. Inframundo.

Pólux y Curasán bajaban lentamente por las derruidas gradas de lo que parecía ser un gigantesco coliseo destruido, arruinado tanto por el paso del tiempo y el abandono, como por algunas que otras batallas acaecidas en el lugar: lanzas rotas, huesos y espadas repartidas por donde fuera que mirasen o pisasen eran suficiente prueba de ello. Abajo, el campo central era circular, de hierba azulada y de al menos cien metros de diámetro en cuyo centro surgía una gigantesco haz de luz blanquecino que se elevaba en las alturas, cruzando las nubes hasta desaparecer más allá.

Desde que llegaran a la fantasmal y silenciosa ciudad de Cocitos, todo lo que ambos ángeles encontraban era un incómodo silencio. Pólux tenía la fuerte sospecha de que, a través de los milenios, grupos de espectros se rebelaron contra su pérfido emperador. Los huesos que encontraba aquí y allá, agujereados de saetas o atravesados por espadas, eran indicativo de ello. Había una facción contraria que lo quería derrocar, pero era evidente que ya no estaban vivos o, en el mejor de los casos, seguían vivos, pero ya no eran un número suficiente para hacerle frente.

Bajaron hasta el campo y se acercaron hasta el imponente haz de luz. Comprobaron sorprendidos que, en realidad, el haz surgía de un pozo que parecía no tener fin.

Era “Samsara”; el ciclo de la vida; el acceso por el cual las almas que expiraban se retiraban del plano existencial, en tanto que las almas nuevas accedían al mencionado plano. Vida y muerte entrecruzándose en el mismo sitio.

Curasán achinó los ojos e, inclinándose, notó miles de pequeñas esferas blanquecinas cayendo y otras elevándose.

—Almas —aclaró Pólux.

—Por los dioses, son millones.

—Mis alumnos de la Biblioteca me enviaron un reporte —dijo Pólux sin apartar la mirada de Samsara—. Dicen que en el reino de los humanos hay dragones, lo cual es imposible. Irisiel los exterminó en la guerra contra Lucifer.

Curasán, sin dejar de escucharlo, caminó rodeando el haz. Pateó un par de vasijas rotas desperdigadas alrededor y se preguntó cómo era posible que los dragones aún existieran. Solo esperaba que Perla no se metiera en problemas con alguno de ellos, pues no eran bestias fáciles de tratar.

—Cuando Irisiel cazó a los dragones —continuó Pólux—, el Segador, entonces un aliado, capturó y selló las almas de las bestias en vasijas, de modo que no resucitaran. Se suponía que, luego de miles de años y sin un cuerpo en el que residir, las almas capturadas finalmente se extinguirían. El Segador debía guardarlas y esconderlas para siempre.

Curasán se agachó y agarró un pedazo roto de una vasija.

—Ese condenado miserable —gruñó el joven ángel al entender que el Segador había roto los sellos.

—Coincido. En algún momento de la historia, para evitar que las almas se extinguieran, deshizo el sellado y las arrojó a Samsara para que reencarnasen como humanos y tuvieran una vida plena. Luego las volvería a capturar y así esperar el momento adecuado de resucitarlos como auténticos dragones.

Curasán tragó saliva.

—Aquí se libró una batalla. ¿Crees que los espectros intentaron evitarlo?

—Es probable. Un acto heroico que los honra, más allá de que hayan fracasado en su intento de detenerlo.

—Me pregunto cómo luciría un mortal con alma de dragón.

Pólux se encogió de hombros.

—Luciría como un mortal común y corriente. Como mucho, tendría alguna reminiscencia del dragón que escondía en su interior.

El robusto ángel se sentó sobre la hierba azulada y cerró los ojos para descansar. En verdad que fue un viaje cansador y él estaba más bien acostumbrado a usar sus alas, no las piernas. El misterioso “Plan de contingencia”, como llamaban a su nueva estrategia, estaba en marcha. Solo debían tener paciencia.

Curasán seguía fascinado por Samsara. ¡Qué bella se veía! Y qué aterrador saber que tantas almas estuvieran cayendo y elevándose allí. Sabía perfectamente que el ciclo de la muerte era natural, pero no esperaba que fuera tan intenso. Dobló las puntas de sus alas al pensar especialmente en las miles de almas extinguiéndose. Cada una cargaba sus propios recuerdos, temores, anhelos y esperanzas. Y todas, sin excepción, se perdían para siempre en el olvido.

Metió la mano en el haz y capturó una esfera que caía; cerró los ojos e inesperadamente sintió una sacudida, como un relámpago estremeciéndolo todo en su interior. Y, para su sorpresa, experimentó sensaciones nuevas y agridulces. Sintió en carne propia el amor, luego un dolor desgarrador. Sintió un conjunto de decepciones que le dieron ganas de llorar, pero luego quiso reír debido a unos recuerdos ajenos que generaban alegría. Incluso, en esos pocos segundos, aprendió un idioma nuevo y algunos secretos interesantes que le hicieron doblar las puntas de sus alas y silbar sorprendido. Tanto se agolpó en la mente del ángel y parecía que ese aluvión de sensaciones era insostenible.

Le resultó obvio que estaba experimentando en carne propia la vivencia de un alma. Se preguntó si aquella también podía experimentar lo mismo que él había vivido. Si, de la misma manera que él aprendía, el alma también podía aprender lo que él sabía. Finalmente, abrió los ojos y, con una sonrisa, envió el alma para arriba.

Pólux desencajó la mandíbula.

—Pero, ¿qué acabas de hacer?

—¿Eh? —Curasán retiró la mano—. Solo toqué un alma…

—Nada de “solo la toqué”. La lanzaste arriba, de vuelta al plano existencial.

Curasán se rascó la cabellera.

—¿Eso hice?

Pólux parpadeó incrédulo.

—¡Acabas de devolver a la vida un alma que ya había expirado!

—¿Me estás diciendo que reviví a alguien?

—Pero, ¡cómo se le ocurrió a la Serafina elegirte para esta misión, ángel torpe!

—Tranquilízate un poco. ¿A quién se supone que reviví?

—¿Cómo diantres voy a saberlo?

—Eres una Potestad, ¿no lo sabías todo?

Pólux enrojeció de furia.

—¡No vuelvas a meter la mano allí!

V. Año 2332. Reino de los mortales.

Reykō abrió los ojos y vio el cielo azulado rematados por pequeñas nubes. Le pareció más hermoso que de costumbre. O tal vez era ella. Una ola avasallante de vigor la invadió por completo y se irguió por sí sola. Seguía en su balcón en Valentía. Pero, ¿no acababa de morir?, se preguntó. Juraría que incluso vio un túnel oscuro con una luz al final del camino. Se miró las manos; los dedos ya no temblaban. Luego dio un respingo cuando recordó que, en su trayecto hacia lo que parecía ser la muerte, alguien la sostuvo.

El pecho ya no dolía y se preguntó si todo aquello no era sino una segunda oportunidad otorgada por alguna suerte de ser divino. No quería creerlo. Sus creencias estaban enraizadas: no había dioses. Pero, si estaba allí, viva de nuevo, debía deberse a una razón.

Miró de nuevo al cielo y sonrió con los ojos cerrados. ¿Tal vez fue uno de los infames “Ingenieros” o “Dioses” los que la ayudaron a volver? Recordó de nuevo el momento que “alguien” la agarró. Y en ese momento se sintió calmada. Reconfortada. Experimentó tantas cosas de quien la sostuviese; sintió amor y alegría, pero, sobre todo, sintió una esperanza sobrecogedora. ¡Esperanza! Era exactamente lo que necesitaba.

Incluso creyó saber el nombre de su salvador.

—¿Croissant?

Meneó la cabeza. A ver si la encerraban en un manicomio si se atrevía a comentárselo a alguien. “Tal vez solo fue ese vino…”, pensó rascándose la frente. Luego se acercó a la baranda para fijarse en la misteriosa flecha de plumas blancas. Ahora sí tuvo la fuerza para arrancarla y ver mejor esos símbolos extraños. El lenguaje en el astil era arameo. Enarcó las cejas: ¡era arameo! Pero, ¿cómo era posible que ella ahora pudiera entender aquel idioma? Se volvió a fijar y leía claro el mensaje tallado. “Entregad a Destructo o habrá consecuencias”.

La flecha cayó y repiqueteó en el suelo.

“¿Entiendo arameo?”.

Luego presionó el lóbulo de la oreja para comunicarse con sus soldados, pero oyó un rugido estremecedor provenir del cielo que sacudió el suelo y a ella misma. Levantó la vista y vio un gigantesco dragón arremolinando las nubes a su paso para tomar rumbo hacia su edificio. Reykō miró la copa de vino y luego al dragón. El animal extendió sus alas para frenar la caída y aterrizó en el amplio balcón, que vibró intensamente, pero no se derrumbó. Sí destruyó parte de la baranda al paso de sus patas y cola. La mujer cayó tropezada debido al temblor; quedó cegada debido al polvo levantado, pero, cuando este fue bajando, notó que el dragón había alargado el cuello, bajando la cabeza para revelar a sus dos jinetes.

Reykō pretendió gritar por ayuda, pero cerró la boca cuando reconoció a quienes domaban al lagarto. El comandante Albion Cunningham se había puesto de pie, sobre el lomo, sacudiéndose el polvo de su destrozada gabardina militar. El ángel Deneb Kaitos estaba a su lado con su túnica igual de desgarrada.

Cunningham descendió de un ágil salto. Lucía tranquilo, como si viniese de un paseo…

—¡Albion!

El comandante hizo un ademán al dragón para que lo esperase. Leviatán gruñó, ladeando el rostro hasta fijar sus ojos purpúreos en la mujer.

—Mi señora —saludó Cunningham con una reverencia y posterior golpe de puño en el pecho—. Él es Leviatán. Dice que, durante su estancia, espera un cese a las hostilidades.

Reykō, desde el suelo, enarcó una ceja.

—¿“Dice”?

Cunningham asintió. Giró la cabeza y miró a los ojos de Leviatán. El comandante ahora experimentaba una sinergia inaudita desde que montara sobre el dragón. Deneb Kaitos le había hablado de ello; una conexión natural que facilitaba el entendimiento entre el jinete dragontino y la bestia. Finalmente, el joven avanzó hasta Reykō para ayudarla a levantarse.

—Puede sonar como una locura, pero lo entiendo a la perfección —confesó.

—¿Y tu escuadrón? ¿Qué hay de mis hombres, Albion?

—Muertos —miró para otro lado, pero se armó de valor y la miró a los ojos—. Todos, mi señora. La misión ha sido un completo fracaso.

—¿Muertos? ¿Acaso es este el dragón que aniquiló a tu escuadrón?

—No comprende, mi señora —meneó la cabeza—. Me duelen las pérdidas más que a nadie. Pero hay una guerra. Mucho peor que esta cacería de ratas que hacemos. Y las pérdidas serán aún mayores. Sé que es difícil, pero le ruego que me escuche.

Se sentó sobre una rodilla, frente a la mujer, agachando la cabeza.

—Tengo razones para creer que hay un ejército avanzando hasta aquí. No hablo de humanos, ni ángeles, ni dragones. Estoy hablando de algo más. Leviatán los llama “Espectros”.

Deneb Kaitos intercedió desde el lomo.

—El ejército de Espectros se debe al Segador. No tiene por qué creerme, pero se trata del culpable del Apocalipsis que acaeció en vuestro reino. No he hablado con los ángeles de mi legión, pero deduzco que el Segador pretende traer nuevamente un Apocalipsis.

—Mi señora —insistió el comandante—. Usted tiene el mayor ejército del mundo. Mil millones de soldados que seguirían su estela, yo incluido. No le pido que se alíe con esos malditos pájaros o con esos perros del Vaticano. Los detesto tanto como usted. Pero créame cuando le digo que hay algo allá afuera. Y pretenden aplastarnos.

Reykō tenía los ojos fijos en los del dragón. Lo oía todo tratando de absorberlo como buenamente podía. ¿Cómo se suponía que debía asimilar tanta información? Y vaya giros del destino, pensó acomodándose la cabellera. Porque detestaba a los ángeles y ahora uno de ellos era su leal sirviente. Y quería deshacerse de los dragones, pero allí estaba el líder de ellos pretendiendo pactar una alianza para salvarlos de una amenaza mayor.

“Dragones, ángeles, espectros, dioses”… Luego miró la copa de vino hecha trizas en el suelo. “Definitivamente, debería dejar de beber”, concluyó.

Se acercó al dragón. Era una sensación extraña la que experimentaba porque se trataba del verdugo de sus hombres. Miedo y respeto. Leviatán, además, se trataba de una figura temida en todo del mundo. Ella incluso, cuando era niña, tenía pesadillas en donde Leviatán se la devoraba. Pero, cuando le vio a los ojos, el miedo se diluyó. Él no había venido a luchar y Reykō lo comprendía.

El dragón gruñó cabeceando hacia ella.

Deneb Kaitos quiso traducir, pero la mujer respondió inmediatamente.

—Si, luego del Apocalipsis, un grupo de mortales buscó cazaros para descamaros con el objetivo de hacerse con vuestras pieles, el resto del mundo no tuvo por qué pagar platos rotos. Destruir ciudades y sesgar la vida de inocentes es una respuesta desmedida de vuestra parte. Por más que os hayáis escondidos para evitar más muertes, no os exime de vuestros crímenes.

El dragón ladeó el rostro y gruñó un par de veces.

—No creas, querido. Hasta hace unos minutos no sabía que vosotros teníais un idioma. Si ahora puedo comprender tu lengua, se lo debo a un croissant… O tal vez ya esté loca, ¿qué importa? Lo único cierto es que me siento lo suficientemente viva para seguir aquí, al pie del cañón.

Deneb Kaitos abrió los ojos cuanto era posible. “Pero, ¿cómo es posible?”, se preguntó el ángel, mirando a la mortal y al dragón de manera intermitente. “¿Cómo es que ella comprenda la lengua dragontina?”.

—Te confesaré algo, dragón —prosiguió Reykō con su acostumbrada confianza—. Sé que te sonará como una locura, pero créeme cuando te digo que hasta yo he visto a ese ejército de “Espectros” que marcha hacia el hogar de los ángeles. “Campos Elíseos”, es así como se llama, ¿no? Por mí, que lo destruyan y lo dejen en cenizas.

El dragón gruñó y Reykō sonrió.

—Por favor, ¿crees que llegué hasta aquí siendo tan tonta? Sé que, luego de destruir el reino de los ángeles, vendrán a por nosotros. Es un ejército gigantesco, hasta donde sé —se acomodó la cabellera y sonrió a Leviatán—. Pero el mío es más grande.

Leviatán volvió a gruñir.

—Por supuesto, querido. Tú controla a los tuyos y yo haré lo mismo con mis hombres. Si sobrevivimos a esta guerra, haré lo posible para paliar las diferencias. Solo ten en cuenta que no es a mí a quien tienes que pedir perdón. No represento a la humanidad.

Se acercó aún más y posó la palma de su mano en la nariz del dragón.

—Yo solo soy Kazúo Reykō. Y, hasta que el mundo se acabe, tú y yo seremos aliados.

El dragón rugió y toda Valentía se estremeció.

VI. Año 1368. Reino de Xin.

Wezen, tendido en una cómoda silla, echó la cabeza hacia atrás y rugió golpeándose el pecho. Los generales xin que lo acompañaban a la mesa carcajearon animadamente en tanto las esclavas llenaban las copas de vino. La noche era fantástica en el salón. La mayoría oía atentamente cómo el joven xin narraba los momentos heroicos por los que pasaron él y su escuadrón de arqueros en la cordillera de Pamir; narró el ataque sorpresa y la esperada victoria rematada con la muerte del Orlok.

Todas las anécdotas adquirían una tonalidad épica gracias al sonido de flautas y tambores llenando el salón. Wezen se levantaba a veces, copa de vino en mano, y ordenaba a los sirvientes que repiquetearan los ku cuando le tocaba narrar cómo despechó sigilosamente a los vigías mongoles del corredor de Wakhan.

La mesa era larga; al extremo de ella se encontraba el emperador xin, Zhu, quien dialogaba animadamente con el comandante Syaoran y otros hombres de alto rango. Pronto debían volver a la capital, Nankín, ubicada al este, para liderar el grueso del ejército y unir más pueblos a su causa. El peso de la nación Xin no tardaría en caer de nuevo sobre sus hombros y simplemente deseaban, por un momento, beber y dejarse fascinar por las historias.

Al otro lado de la mesa Mijaíl intentaba dominar los palillos para capturar las verduras de su cuenco. Se resbalaban una y otra vez, por lo que frunció los labios. Luego levantó la mirada y se fijó en el animado Wezen. Se sorprendió cuando vio a una muchacha sentada a su lado. Le pareció hermosa. Destacaban especialmente los ojos, amarillos como los de Wezen, pero estos estaban subrayados con una línea oscura que los resaltaba.

Era extraño verla en un lugar atestado de hombres; aún no sabía que era la hermana de uno de los héroes de guerra y por tanto era respetada y bienvenida. Se cruzaron la mirada. La muchacha aguantó una risa y el ruso dedujo que lo había pillado “batallando” con los palillos.

Luego la joven xin miró para otro lado; sus mejillas eran de tonalidad rosa, pero no por la vergüenza, sino por el maquillaje que le habían ofrecido las esclavas. Se sentía abrumada por cómo estas la habían “preparado”, como si fuera de alta cuna, pero también por la misma razón se sentía con la suficiente confianza para actuar más desenvuelta. Se sentía hermosa. Se sentía mujer. El atractivo extranjero la miró. “Y me sigue mirando”, pensó jugando con sus dedos.

Tímidamente, Xue elevó su mano con los dos palillos correctamente colocados. Capturó una fina tira de fideo y se lo llevó a la boca. Mijaíl sonrió y trató de imitar el gesto como buenamente pudo, pero la comida se le volvió a resbalar.

Ambos rieron.

Wezen miró al ruso y se levantó abruptamente golpeando la mesa; todos los hombres enmudecieron. El jocoso y animado joven había transformado abruptamente su actitud. Ahora estaba serio y su sonrisa de hacía segundos era ya solo una delgada línea en el rostro serio. Pero, ¡cómo ese maldito extranjero se atrevía!, pensó apretando la empuñadura de su sable enfundado. Juguetear de esa manera con su celada hermana. Había oído varias historias sobre él: sabía que ese soldado había sido expulsado de su reino por mantener un romance con la hija del Príncipe de Nóvgorod. Pero, para él, era más molesto saber que le robó la oportunidad de matar al Orlok, ¿y ahora rondaba como un lobo a su hermana?

—Te gusta meterte en donde no te llaman, ¿no es así, extranjero?

Las flautas y tambores se detuvieron. Xue se encogió de miedo; en privacidad ya le recriminaría a su hermano. Pero Mijaíl, al ver la pose provocativa y altanería del oriental, como si estuviera a punto de desenvainar, no se amilanó y se levantó imitando el gesto con la empuñadura de su shaska.

—Eres irritante —devolvió Mijaíl—. ¿En otra vida fuiste una puta mongol?

El emperador se rascó la frente y trató de no reír; era un insulto que el ruso aprendió de él, mientras viajaban por Persia. Luego miró de reojo a su tenso comandante. Syaoran se encogió de hombros; parecía que la rivalidad entre el ruso y el xin no tenía fácil solución. “Deme un látigo y lo soluciono, mi señor”, susurró Syaoran. Pero el emperador apreciaba demasiado a su escolta y al atrevido guerrero xin como para castigarlos de forma humillante, por lo que elevó una copa de vino y ordenó tajantemente:

—Fuera de mi vista.

Sentado en las escaleras que daban al salón, Mijaíl ladeaba su fina espada y veía cómo reflejaba la luna llena en su hoja. Xin le parecía un reino peculiar, pero no precisamente el paraíso del que le hablaba el emperador durante su viaje. Salvo el momentáneo cruce de miradas con la hermosa muchacha de ojos amarillos, no se sentía especialmente bienvenido. Y ese guerrero entrometido solo empeoraba la situación.

Suspiró pensando que tal vez Xin no era el lugar ideal para él.

Se sorprendió cuando Wezen se sentó a su lado con evidente desgano. Lucía cansado y borracho, por lo que el ruso entró en alerta. Pretendió moverse a un lado para alejarse, no fuera que le clavara una daga, pero el xin hizo un ademán.

—Tranquilo. Vengo con buenas intenciones.

Mijaíl se acomodó.

—¿Tan pronto? ¿Por qué debería creerte?

Wezen levantó la vista y miró la Luna.

—Mi comandante amenazó con quitarme todo el vino que me regaló, si es que vuelvo a causar problemas contigo —se frotó el mentón—. Tienes que verlo, es un cargamento importante. Una carroza llena.

Rio apagadamente y Mijaíl se relajó.

—No me malinterpretes —continuó el xin—. Estoy enterado acerca de vuestro viaje por Persia con el emperador. Esta noche pretendía disculparme hasta que… —se calló abruptamente y decidió no nombrar a su hermana—. Escucha. Eres un impertinente.

El ruso frunció los labios; iba a responderle, pero Wezen hizo otro ademán para continuar.

—Pero, por tu valía, a mis ojos eres un hermano de escudo. Por el bien del reino, considera a Xin como tu hogar.

Se levantó y, ante la atenta mirada de su hermana Xue, que los espiaba escondida tras una columna del salón, reverenció susurrando unas disculpas. Mijaíl se sorprendió; no lo esperaba. Se levantó, aunque Wezen seguía firme en su posición. El ruso se quitó el guante y se inclinó para tomarle de la mano. El xin dio un respingo porque no estaba acostumbrado al tacto sino a las reverencias como muestra de saludo y respeto; no se sintió invadido como cabría esperar de un oriental, tal vez por efecto del vino. Simplemente, le pareció un gesto agradable.

—Mi nombre es Mijaíl.

El xin sonrió.

—Wezen.

No muy lejos, bajo la copa de un árbol de ginkgo, decenas de hojas amarillas se elevaron al aire al paso de un ángel encapuchado, de túnica y alas negras. El Segador, invisible a los ojos de los mortales, clavó su guadaña en el suelo. En aquel entonces, repartió las almas de los dragones alrededor del mundo de los humanos con el objetivo de que no se extinguieran y así poder usarlos en algún momento. Siguió la evolución de cada uno de ellos en sus vidas como mortales: algunos se habían convertido en guerreros, como el dragón Nío, nombrado Wezen, por lo que había que vigilarlo, no fuera que su vida se terminara abruptamente en alguna batalla.

Pero, en su silencioso recorrido durante las decenas de batallas que se libraban en el reino humano, se topó con algo demasiado seductor para sus ojos. En una cruenta lucha entre dos ejércitos sobre el congelado río Volga, vio a un mortal que brillaba de solera, de inteligencia y gran espíritu. Incluso vio dejes de valentía que, con el desarrollo adecuado, lo convertirían en un guerrero temible.

Lo nombró desde la oscuridad de su capucha mientras sus largos y flacos dedos se cerraban en la empuñadura de su arma.

“Mijaíl”.

En su afán de probar la valía del ruso, enloqueció al Orlok para que este se lanzara en su búsqueda por toda Rusia y Persia. Asaltó cada noche del mongol con pesadillas, exigiéndole la sangre del ruso, reclamo que el Orlok interpretó ciegamente como órdenes de su dios. El Segador deseaba ver cómo Mijaíl rendía bajo presión. Y el joven venció. Superó su prueba. Ahora no había dudas para el ángel oscuro; ese valeroso joven debía ser parte de su ejército del Inframundo. Lo dejaría vivir como humano, pero cuando pereciese reclamaría su alma para resucitarlo como un espectro.

Y sería su preciado mariscal; el líder del más grande ejército de todos los reinos creados por los dioses. Tan fuerte, que rivalizaría las aptitudes del desaparecido dios de la guerra, Ares.

“Serás Antares”, murmuró en tono gutural; desclavó su guadaña para desvanecerse con la brisa.

Wezen giró la cabeza hacia atrás y clavó sus feroces ojos amarillos hacia el ginkgo. Juraría que había oído algo, pero solo había guardias xin bebiendo y carcajeando en las inmediaciones. Meneó la cabeza; a ver si era cosa del vino. Luego se volvió hacia el ruso.

—Por Xin, te prometo que aquí termina.

—No —Mijaíl le sonrió—. Aquí comienza.

Perla abrió los ojos y sonrió al sentir el calor del sol en su rostro. Temblaba un poco, no tanto por el frío, sino por miedo. Agarró un pedazo de la nube que estaba atravesando y la vio disolverse sobre su palma abierta, dejando solo un rastro de humedad.

Frunció el ceño.

—¡Dijiste que se sentían como algodón!

Su guardiana se elevó atravesando una nube cercana, girándose sobre sí misma y riendo estruendosamente. Celes sabía que, desde niña, Perla creía el cuento de que estaban hechas de algodón y no pensó que, ahora joven, siguiera creyendo.

—Pero, ¡qué tonta eres! —carcajeó Celes—, ¿cómo iban a sentirse como algodón?

—¡No me llames tonta!

—¡Ya, ya! Sonríe, ¡gruñona! Y observa a tu alrededor. Volar es solo el comienzo.

La Querubín levantó la vista y se impresionó del horizonte; interminables picos escarpados y nevados, tan altos que atravesaban las nubes, extendiéndose por el horizonte tanto que parecía no acabar. El reino humano era hermoso y se dio cuenta de que no había por qué sentir miedo al levantar vuelo; es más, ahora comprendía por qué muchos ángeles pasaban horas y horas en el cielo; el mundo, desde esa perspectiva, parecía mucho más agradable.

Celes pasó a su lado para hundirle un beso ruidoso en la mejilla y luego, aleteando con rapidez, se alejó. Perla la persiguió, pero su guardiana era más rápida.

Eran dos luces bailando a lo alto en el cielo.

La Querubín se detuvo y gruñó como respuesta, frotándose la mejilla. Agitó sus alas y se elevó hacia otra nube. Dio un manotazo al sol, como si ahora pudiera alcanzarlo, y sonrió porque ahora se sentía todo un ángel; se sentía la dueña de los cielos. Desenvainó su sable y dio un potente tajo a la nube para desperdigarla en distintas direcciones.

Entonces rio porque se sentía invencible.

“Sí, sin dudas”, pensó la Querubín acariciando un trazo de la nube dispersa. “Aquí es donde todo comienza”.

Y los dioses, donde fuera que estuvieran, temblaron de miedo. Porque la historia del ángel destructor no se detenía. Porque Destructo ya arremolinaba las nubes y golpeaba las puertas del cielo para reclamar el sitio que le correspondía. Rápida. Indomable. Invencible.

Era una estrella irradiando en el firmamento a la espera de una gran hazaña.

Esta es la historia acerca de la gran guerra que acaecería pronto entre los reinos de los dioses. Acerca del dragón albino de ojos amarillos, Nío, y el temible mariscal de los Espectros, Antares. Amigos en un tiempo atrás y ya olvidado. Enemigos que se verían enfrentados mediante un ser de alas negras como la noche más oscura, cegado por amor y, a la vez, estremecido por la existencia de una Querubín de cabellera roja como el fuego y profetizada como un ángel destructor.

Pero, sobre todo, esta es una historia de esperanza y del ángel que la abraza con sus alas.

Esta es la historia de Destructo. Esta es su leyenda.

Fin de la tercera parte.

Nota del autor: Muchísimas gracias a los que han llegado hasta aquí. Por los comentarios, valoraciones, correos y los ánimos. A cuartodecimano y Longino por soportarme las miles de consultas y también los lectores Machi, AlexBlame, Tiresias, Jarkus, Leongallo, Carcarela, Oroel, AngelKaido, Flota19, Natjaz, MamonaViciosa, Sapner, AdrianaAbogada, Xio, Leonnela, Elpy y Morte! ¡Nos leemos!

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chvieri85@gmail.com

 

Relato erótico: ” Es secreto de papá” ( POR ROCIO)

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Los sábados por la noche mi papá y su novia solían invitar a dos parejas casadas, muy amigas de ellos, para pasarla en mi casa. Esa noche en particular yo y mi chico íbamos a salir a una discoteca, y cuando bajé por las escaleras para esperarlo en mi sala, vi a mi papá en una ronda de tragos con sus mencionados amigos. No tardaron en saludarme amistosamente tanto hombres como mujeres.
—¡Hola Rocío!
—¡Qué linda hija tienes, Javier!
—¿Vas a salir con tu novio, princesa?
—Buenas noches señor y señora Soriano. Señor y señora Sánchez. Y sí, voy a salir, me están esperando afuera.
No saludé adrede ni a mi papá ni a su novia, Angélica. Yo estaba enojada con él, y desde luego estaba demasiado celosa de aquella mujer. Desde que ella ha entrado en su vida he tenido que suspender las “noches de lluvia”, es decir, tengo la costumbre de dormir abrazada a mi papá cuando en la noche hay tormentas, debido a una tierna costumbre que arrastré desde nena, pero ahora mi lugar en la cama era ocupado todas las noches por esa mujer.
Angélica siempre ha intentado amistarse conmigo y probablemente en otra situación me hubiera caído bien, si fuera mi maestra, una jefa o yo qué sé, pero no como una madrastra porque sinceramente sentía que en mi familia estábamos muy bien apañados y no necesitábamos de nadie.
Angélica y mi padre parecieron decepcionarse nuevamente de mi actitud, pero no dijeron nada y sinceramente a mí no me importaron esos gestos de decepción. Ella sacudió ligeramente su larga cabellera azabache y simuló una sonrisa para seguir hablando con mi papá, sirviéndose del vino.
—¿Tu novio está afuera, Rocío? ¿No va a pasar? —preguntó don Sánchez con tono de burla—. ¡Parece que alguien tiene vergüenza de saludar al suegro!
Yo me reí y salí pitando porque si me quedaba un segundo más se me iba a desdibujar la sonrisa, en serio no la soportaba.
En el coche saludé a mi chico con un largo beso y partimos rumbo a la discoteca, pero a mitad de camino le dije que me olvidé de mi cartera y que allí también estaba mi móvil, por lo que tuvo que maniobrar el vehículo para volver, murmurando algo así como “¿Ahora quieres tu cartera? Como si fueras a pagar algo, nena”. Se cabreó un poco, calculando en voz alta cuánto dinero ya se había gastado por mí desde que estuvimos juntos, pero para tranquilizarlo le dije que me olvidé de mi cartera porque las enamoradas no solemos estar muy concentradas.
Cuando entré en mi casa todo estaba muy silencioso, salvo la música “jazz” que sonaba en mi sala. Era raro porque pensaba que los amigos de mi papá iban a estar hablando alto, carcajeándose y demás. Cuando pasé por la sala se me cayó el alma al suelo, porque mi papá estaba solo con la señora Sánchez, ambos muy juntitos, con copas de vino en mano y hablando en voz baja, muy coquetos. Luego noté que el señor Soriano estaba morreándose contra la pared con… ¡la novia de mi papá!
Salí mareada de la casa y volví al coche con mi chico. Le dije simplemente que los amigos de mi papá estaban borrachos e insoportables, así que nos fuimos al boliche sin mi cartera. Pero yo estaba hecha un fantasma, totalmente ida. En la discoteca me era imposible bailar y solo tenía la imagen mental de mi papá con la señora Sánchez, y esa puta desgraciada de Angélica besándose con otro señor que no era mi papá. O sea, ¡que para colmo la chica no le respetaba ni en mi casa! ¡Y lo más probable es que mi padre haya caído en una especie de juegos pervertidos por su culpa!
Toda la semana siguiente fue un auténtico martirio. En casa no quería ni sentarme en esos sofás, a saber qué más habían hecho allí. Si antes mi actitud con mi papá y su novia era fría, ahora la cosa había empeorado porque no quería ni mirarlos ni estar cerca. Y en la facultad no sabía a quién recurrir, tenía muchísima vergüenza de decirle a alguien que mi papá y su novia hacían guarrerías con sus amigos en mi casa. Mis amigas me notaban como ausente, incapaz de seguir sus conversaciones o prestar atención en clase, y mi chico me reclamaba que yo “estaba pero no estaba” cuando nos juntábamos en el campus.
En la privacidad de mi habitación me puse a averiguar en internet, para ver si podría encontrar algo que me permitiera entender la situación. Comencé con palabras como “Novia idiota”, hasta “Padre imbécil”, pero luego me puse a la labor y, poniendo palabras claves como “parejas”, “cambios”, “sexo”, terminé descubriendo un blog de intercambio de parejas que explicaba que a veces las personas sentían la necesidad de cambiar su rutina sexual, intercambiando esposas y maridos en una noche de sexo libre y sin consecuencias.
No lo podía creer, “¿Qué necesidad tienen de hacer eso?”, pensé confundida. Porque a mí me desesperaba solo de pensar en “compartir” a mi novio con otras chicas, y por más que leyera las justificaciones que encontraba en internet, que “romper las tradiciones”, que “experimentar nuevas sensaciones”, nada me convencía.
El sábado de noche me encargué de poner una cámara digital tras un florero de la sala, en modo filmación, antes de que los invitados llegaran. Luego me fui a cambiar de ropas para volver a salir con mi chico. Más tarde pasé por la sala, les saludé alegremente a los matrimonios Sánchez y Soriano, ignorando vilmente a mi papá y su novia, esperando que no pillaran la cámara escondida.
En la discoteca me era imposible concentrarme aún con mi novio tratando de sacarme alguna conversación. Me tomaba de la mano para bailar pero sinceramente solo tenía en mi cabeza a esos cabrones haciendo guarrerías en mi casa, ¡en mi ausencia! ¡Si mi sala pudiera hablar, seguro que hasta lloraría confesándome las depravaciones! Mi chico me llevó a una mesa para preguntarme cuál era mi problema, que desde hacía rato estaba rara, a lo que le respondí que me perdonara porque creía que estaba en mi periodo, que me estaba durando más de lo usual. Eso hizo que él tragara saliva con cara asustada; me empezó a tratar con más cuidado si cabe, vaya chico más lelo, sinceramente.
Volví a las tres de la madrugada y desde luego fui directamente a la sala para buscar mi cámara. Eso sí, ante de entrar allí atajé la respiración porque me daba un asco tremendo respirar en ese lugar infestado de sexo. Ya en mi habitación, conecté el aparato a mi portátil para ver qué habían hecho esos pervertidos en mi casa.
El vídeo comenzó normal. Es decir, se sentaron, se sirvieron bebidas, hablaban de fútbol y las señoras hablaban entre ellas. Luego me vi a mí misma, pasando por la sala y saludándoles. Bebieron un rato más hasta que la novia de mi papá se levantó del sofá con unas tiras de papel en mano. Los señores tomaron de su mano una tira cada uno, y tras ojearlos, se levantaron para tomar de la mano a ¡señoras que no eran las suyas!
Don Soriano con la novia de mi papá, mi papá con la señora Sánchez, el señor Sánchez con la señora Soriano. Estaba más que confirmado: se habían montado un pequeño club de intercambio en mi casa, tal como sospechaba desde que lo leí en internet.
Se besaban con fuerza, se tocaban descaradamente, el señor Sánchez no tardó en desabotonarse la camisa. Sentí rabia, desazón, decepción, impotencia. “Pobre sofá, y pensar las tardes que me acostaba para estudiar allí”. “Dios santo, esos vasos y copas… a partir de ahora compraré vasitos descartables y me las apañaré”. No sabía si parar el video y ponerme a llorar, o seguir viendo para ver qué otra parte de mi pobre sala estaba sufriendo (más que nada para no volver a tocar lo que ellos tocaban).
Don Sánchez ya se había desabotonado su camisa y la señora lo llenaba de besos y lamidas. Era un hombre que estaba llegando a los cuarenta pero tenía un cuerpazo para mojar pan, la señora Soriano sonreía pícaramente y lo tumbó en el sofá para trepar sobre él. “Normal, yo también lo haría si tuviera a ese musculitos a mi merced”, pensé riéndome de mí misma. Casi fuera de foco, la novia de mi papá, digamos la más agraciada físicamente de las tres mujeres, se la pasaba de lujos arrinconando a don Soriano contra la pared, mientras que mi papá y doña Sánchez se acariciaban descaradamente al otro extremo del sofá.
Era increíble lo que había filmado, casi hasta podía sentir la atmósfera que emanaba aquello, por un breve instante me sentí como si estuviera también en la sala, besando el pecho de don Sánchez o don Soriano, que también estaba guapísimo para su edad, aunque no tan agraciado físicamente.
Sin darme cuenta me pasé toda la madrugada viendo una y otra vez las escenas, que duraban algo así como cuarenta minutos, hasta que terminaban saliendo de la sala, a saber dónde continuarían sus . Si bien al principio estaba asqueada y casi rompí en llanto, aquello que filmé me estaba obsesionando poco a poco porque no entendía para qué diantres harían algo así.
La siguiente semana me encontraba más fantasmal si cabe. Solo podía pensar en la maldita sesión de intercambios que hacían en mi sala. De hecho el martes convertí el vídeo en otro formato para que pudiera verlo en mi móvil las veces que quisiera, ya sea en clases, sin que nadie me pillara obviamente, con auriculares, o incluso en la biblioteca, ocultando mi móvil tras mi libro de márketing.
Para el miércoles ya prácticamente había memorizado lo que hacían en el video, hasta incluso cuando estaba con mi chico y acariciaba su pecho, imaginaba que era el pecho musculoso de don Sánchez. Cuando me besaba con él, cerraba mis ojos y me imaginaba besando a don Soriano, que pese a ser un hombre de mucha edad se notaba que su pareja de turno gozaba, casi como que se abalanzaban a por él porque seguramente era el más experto de todos.
El jueves, en mi búsqueda de entender una razón para que “jugaran” a compartir, me pasé toda la tarde estudiando sobre el sofá donde dos parejas, mi papá incluido, se habían acariciado y besado a conciencia. No se olía nada raro, salvo un reconocible perfume Emporio Armani para hombres, pero más allá de eso tampoco había pruebas de las fechorías por más que me fijara en cada recoveco del sofá. Luego me dirigí a la cocina para ver y oler las copas y vasos, pero pese a que realmente no encontraba nada interesante, me sentía muy excitada estar en presencia de todo aquello que había rodeado su noche de intercambios.
El viernes terminé aceptando mi naturaleza de obsesionada y viciosa, masturbándome en el baño de mi facultad, con mi móvil sobre mi regazo, reproduciendo por quincuagésima ocasión aquella sesión mientras dos deditos se hacían lugar en mi encharcado agujerito y otra mano me apretaba mis pezones, que para los que no lo sepan aún, los llevo anillados con piercings de barras. Fue la estimulación más excitante que había hecho en mi vida, tenía unas ganas tremendas de estar allí en la sala y compartir a mi chico con alguna señora mayor, para que luego él me viera irme a mi habitación tomada de la mano de un hombre maduro. Luego, al final de la noche, nos volveríamos a encontrar para dormir juntos y contarnos con lujo de detalles cómo nos fue con nuestras parejas ocasionales
El sábado, literalmente hablando, estaba hecha un hervidero y solo podía pensar en algo: “Tengo que estar allí de alguna manera, por dios, tiene que ser la cosa más excitante”.
Así que me encerré en mi habitación cuando eran las nueve de la noche, con un short blanco de algodón y una blusita cómoda. Llamé a mi chico y le dije que estaba sintiéndome mal, que me disculpara porque no iba a salir. Luego llamé a mi papá y le dije que no estaba en la casa, con mi amiga Andrea, que no me esperara y que me perdonara por no pedirle permiso a tiempo. En ese momento me puse súper nerviosa porque tal vez mi papá me diría: “Pásame con tu amiga, que quiero hablar con ella”, ya que es un hombre muy celoso, pero por suerte parece que estaba emocionado por comenzar ya su reunión (normal, yo también) porque me creyó a las primeras de cambio.
Desde mi habitación, que está en el segundo piso, no podía escuchar más que tímidos sonidos de sus conversaciones. De hecho me puse de cuatro patas y pegué el oído al suelo con la esperanza de escucharlos mejor, pero no hubo caso porque habían puesto otra vez la música jazz.
Pasaron diez minutos hasta me armé de valor y salí de mi habitación. Bajé por las escaleras, descalza obviamente para no hacer ruido, y me detuve a mitad de camino porque desde ese ángulo podía ver más o menos la sala sin temor a ser pillada. Así que me quedé allí, en cuclillas, escuchándolos hablar de temas normales, con una curiosidad tremenda.
En el momento que la novia de mi papá pareció carraspear, todos mis sentidos se pusieron en alerta. Seguro estaba repartiendo las tiras de papel y pronto las nuevas parejas iban a morrearse y tocarse en mi sala. Y yo por fin me sentía parte de ese ambiente, casi hasta podía respirar el olor sexo que emanaba de allí. No dudé en acariciarme tímidamente por sobre mi short, oyéndolos jadear y gemir, lanzando risitas de vez en cuando, seguramente disfrutando a tope del musculitos.
Una pareja salió de la sala y subí velozmente porque me podrían pillar. Tomé rumbo a mi habitación, para esconderme. Pensé decepcionada que seguramente ya iban a irse a otro lado, que era una pena que no pudiese tener mi orgasmo oyéndolos tener sexo, que tal vez debería ir a la sala y masturbarme sobre el sofá para cuando la casa estuviera vacía.
Repentinamente alguien quiso abrir mi puerta, pero estaba asegurada. Me alarmé cuando escuché a un hombre gritar: “Oye, Javier, ¡la habitación de tu hija está bajo llave!”. La novia de mi papá gritó luego: “!Mi amor!, ¿podemos usar la habitación de tu hijo entonces?”.
Yo no lo podía creer. ¡Usaban nuestras habitaciones tal moteles! Rabia, desazón, asco. ¡Mi cama! ¡Mi sillón! ¡Dios, a saber qué más! ¡Ya no podía mirar ni a mi osito de peluche, Lenny, con los mismos ojos, dios mío! ¡Quería llorar pero a la vez estaba tan caliente imaginando que el musculitos de don Soriano o que el apetecible don Sánchez estuvieron en mi habitación, solo con eso por fin tuve mi ansiado orgasmo ¡y sin siquiera tocarme!
“¡Esperen, tengo una copia de su llave, aquí está!”. Dijo mi papá. ¡Vaya cabrón! Eso sí que no lo sabía, tenía una copia de la llave de mi habitación, sinceramente en ese momento no sabía si enojarme por aquella lesión grave a mi privacidad o agradecerle mentalmente por permitir que esos hombres entraran y tuvieran sexo en mi pieza.
Apagué las luces, me escondí en mi ropero y dejé ligeramente una apertura para poder ver mi cama. La habitación solo estaba iluminada por la tímida luz azulada de la luna que entraba por la ventana, haciéndolo todo tan surrealista, casi como una película erótica. Oí la puerta abrirse, y pronto, entre risas y besos audibles, la cerraron.
La mujer era la novia de mi papá, justo se dirigió hacia mi cama para desnudarse, sonriéndole a su macho de esa noche. Puso una manta sobre mi cama, imagino para no mancharla. Cuando estuvo en mi campo de visión, noté que efectivamente su pareja de esa noche era don Sánchez, el madurito musculoso.
La muy puta se acostó sobre mi cama, lanzando a Lenny, mi osito, al suelo. Pero don Sánchez lo recogió y lo puso sobre mi mesita de luz. “No trates así a las cosas de Rocío, Angélica”, le dijo subiéndose a mi cama.
—Ay, papi, si tú supieras cómo me trata la hija de Javier. No me saluda, no se come lo que cocino, me ignora vilmente… ¡Trato de ser amorosa con ella y no me deja entrar en su vida!
—Tienes que comprenderla, desde pequeña que está sin madre y seguramente se siente muy confundida cuando te ve al lado de su papá.
La verdad es que don Sánchez se estaba ganando puntazos conmigo. Por respetar a mi peluche, por su compresión sobre mi situación… y sus músculos, vaya adonis, madre mía, cómo relucían bajo la luz de la luna, cómo se tensaban sus brazos y piernas para tomar a su presa. Pero vamos, ya con lo del peluche se ganó mi corazón.
—Sí, yo sé que Rocío es complicada, yo también perdí a mi madre cuando era niña y sé cómo es la situación.
—Pues deberías decírselo, Angélica, que ustedes dos hayan pasado por lo mismo es vital. Es un nexo que te puede unir a Rocío.
Eso sí que no me lo esperaba. Angélica también había vivido lo que yo. Ni mis amigas ni mi chico me comprendían cuando me ponía melancólica, a veces me sentía sola y me deprimiría, había días que no quería hablar con nadie. Me encerraba dentro de mí misma durante las peores horas, y posiblemente Angélica habría atravesado lo mismo que yo si lo que había dicho era verdad. En ese instante sentí pena por ella, me maldije por haber sido tan grosera con esa mujer, sentía que fui una arpía conmigo misma.
—Tienes razón, mañana mismo se lo diré a Rocío, espero en serio que podamos ser amigas. Deséame suerte.
—Te lo desearé cuando terminemos con lo que quisiste comenzar, picarona.
Los sonidos de jadeos y gemidos ahogados empezaron a llenar mi habitación. Uf, fue verlos en acción para que dejara mi sentimiento de culpabilidad a un costado. No dudé en volver a meterme deditos pero ahora por debajo del short, observándolos con inusitada curiosidad, viéndolos revolcarse. Me mordía los labios para no gemir del placer, me sacudía la mano muy fuerte porque estaba a punto de tener mi segundo orgasmo.
Lamentablemente tuvieron que detenerse porque la novia de mi papá se apartó de don Sánchez.
—¡Espera, papi, hoy cuando limpié la habitación de Rocío vi que tiene un traje de colegiala de cuando estudiaba en su colegio religioso!
—¡Qué bien, Angélica! ¡Ahora sigamos!
—¡No, no! ¿Quieres que me lo ponga para ti?
Mi corazón aceleró con fuerza. Si don Sánchez accedía, vendrían a mi ropero para abrirlo y buscar mi ropa de colegiala. “Dígale que no, señor, dígale que no”, rezaba yo, con mi mano aún bajo mi short de algodón, metiéndome dedos.
—¡No me ponen las colegialas, Angélica! ¡Me pones tú!
—¡Qué dulzura eres, cariño! ¡Pero a mí me excitaría un montón vestirme con ese trajecito!
—¡Dios! Ya da igual, sé que no vas a detenerte hasta conseguir lo que quieres, Angélica. Ve y póntelo.
Creí que me iba a desmayar cuando la vi levantarse y tomar rumbo a mi ropero. Me temblaba cada articulación y de hecho empecé a lagrimear pensando en la reprimenda que iba a recibir de parte de toda esa gente. Empecé a buscar excusas, pero era imposible pensar con claridad debido a mi estado nervioso.
—¿¡Rocío, qué haces aquí, por el amor de dios!?
Cuando levanté la mirada vi a Angélica tapándose la boca, retrocediendo hasta mi cama. Don Sánchez dio un salto brutal, como si hubiera visto un fantasma, y se tapó sus partes con mi osito Lenny. El incómodo silencio duró varios segundos, pero el señor fue el primero en hablarme:
—¿Rocío, estabas… espiando?
—¡Perdón! —grité.
Pero inmediatamente Angélica se acercó y me puso su dedo índice entre mis labios para decirme que guardara silencio.
—Rocío, tu papá te va a matar si te descubre.
—Lo séeee… no se lo diga, Angélica.
—¿Oíste mi conversación de recién, no es así?
No le respondí. Le miré a los ojos y la abracé, pidiéndole perdón una y otra vez por haber sido tan bruja y desgraciada con ella. Le dije que sí, que yo extrañaba a mi mamá y que por eso a ella la veía como a una usurpadora en la casa, que no quería que ocupara su lugar. Ella pareció enternecerse de mí, pues me acarició la espalda y el cabello, consolándome, diciéndome que me entendía, que no me preocupara por nada.
—¿Desde cuándo sabes este secretito nuestro, preciosa?
—Desde hace dos semanas… —susurré coloradísima.
—Bueno, parece que sabes perfectamente lo que estabas haciendo —se mofó don Sánchez, que aún se cubría con Lenny.
—Mira, Rocío, cuando yo era muy joven tuve muchas experiencias sexuales, en parte para compensar ese agujerito en el estómago que sentía a veces. Pero no tienes idea de cuánto deseaba tener a alguien que me guiara, una amiga que me comprendiera.
Yo estaba cortada por la situación, no me salían las palabras más que las básicas, pero debo admitir que lo que ella dijo era algo similar a lo que me había sucedido desde que descubrí el sexo. Era un mundo nuevo y excitante, sí, y a veces deseaba una especie de mujer adulta para consultar y platicar cosas que no podría consultarlas ni con mi papá ni con mis amigas.
—No voy a reemplazar a tu mamá, Rocío. Pero sí deseo ser, para ti, esa amiga que yo no tuve, para apoyarte y guiarte en terrenos pecaminosos como el sexo, no sea que tengas experiencias desagradables como yo las tuve.
—Niña —dijo don Sánchez—, entiendo que estés asustada y hasta extrañada de cómo te habla Angélica, la verdad es que somos gente muy liberal, si quieres irte de aquí te ayudaremos para que tu papá no te pille. Pero algo me dice que estabas espiándonos porque te gusta esto, ¿no es así?
Nuevamente yo solo miraba al suelo mientras me abrazaba a Angélica. Ella me acariciaba y seguía hablándome en tono dulce. Sí, tenían razón. Estaba allí porque me causaba una curiosidad tremenda y claro, me calentaba sobremanera lo que hacían, hasta había fantaseado ser parte de esa actividad.
—Rocío… ¿Quieres que nos vayamos de tu habitación? Te lo prometo, nadie sabrá de esto, ¿verdad, papi?
—Promesa, niña, este secreto lo llevaré hasta la tumba.
Tomé las manos de Angélica y con mi mirada quedó todo dicho. Tenía mucha vergüenza de decirlo, pero como ella me comprendía, confíe que sabría mi respuesta. Es decir, era evidente por qué estaba allí, si aquello me repugnara probablemente habría dicho algo para pararlo hace dos semanas.
—Papi —sonrió Angélica—, creo que voy a sentarme en el sillón para descansar. ¿Quieres tomar de la mano a Rocío y llevarla a su cama?
—Ehm… Rocío —dijo don Sánchez, con bastante inseguridad—, ¿me puedes repetir cuántos años tienes?
—Tengo ve-veinte, señor Sánchez.
—¿Eso es legal, no? Es que con las revisiones de las leyes uno ya no sabe…
—No le hagas caso, Rocío, será el tonto del barrio pero lo compensa en la cama.
El hombre puso a Lenny sobre mi mesita de luz nuevamente y se acercó a mí para extenderme la mano. Era surrealista todo, el azul de la luna, el estar ante imponente hombre que había sido foco de mis fantasías, en compañía además de la novia de mi papá, cuya imagen que tenía de ella había cambiado radicalmente. Me sentía en total confianza.
Cuando le tomé de la mano, él tiró ligeramente para que me pegara a su cuerpo, pero en un acto reflejo me aparté; el hombre era gigantesco, altísimo, todo un monumento como había dicho, y en parte me asustaba decepcionarlo ya que ni soy muy experta en la cama ni tampoco es que sea una modelo precisamente.
—¿Qué te pasa, Rocío, estás nerviosa? No tienes por qué, iré despacio para que no te asustes.
—Ay, papi, hasta una jovencita como Rocío se queda tontita con tu cuerpo —dijo Angélica.
—¿Es verdad, Rocío? ¿Te gusta lo que ves?
Me acarició la cabellera, ese hombre era tonto o se hacía, pero no me importaba porque en serio tenía el cuerpo más cuidado y fibroso que había tocado en mi vida, vamos que le podría aplastar a mi novio y a sus amigos con un solo dedo. Le toqué el pecho firme por fin, me pegué a él, memorizando cada segundo, sintiendo su polla durísima y palpitante contra mi vientre. Luego de llenar su cuello con mis besos, le acaricié la oreja y le susurré:
—Tiene usted un cuerpo precioso, don Sánchez.
—Gracias, Rocío. Y tú también tienes uno muy apetitoso, de muchas curvas, como me gustan. ¿Te quitarías tu ropa para que te pueda ver mejor?
Se sentó en el borde de mi cama; empezó a menearse su enorme polla conforme yo me quitaba la blusa y luego el short blanco, lentamente y con cierta inseguridad. Angélica se levantó y me ayudó al ver que me temblaban las manos de la excitación. Me quedé en braguitas, completamente embobada por él y su enorme tranca. Visiblemente sorprendido, me dijo:
—¿Tienes piercings en tus pezones? Eso sí que no me lo esperaba. Parece que la hija de Javier tiene varios secretos.
—¡No me digas! —exclamó Angélica, abrazándome por detrás—. Yo sé que Rocío tiene uno en la lengua, lo vi un par de veces, no sabía que había más.
—¿Es verdad? Déjame verte la lengua, preciosa.
Le mostré la puntita, donde relucía la barrita de titanio con dos esferas en sus extremos. Ahora el embobado era él y no yo, y eso me hizo reír por lo irónico de la situación, pues yo era prácticamente una niña, era imposible que yo le pusiera tonto a un hombre tan mayor y seguro que con mucha experiencia.
Angélica, siempre detrás, me acarició la oreja y me susurró: “Arrodíllate ante él, tienes que mostrarle respeto y adoración”. “No tengas miedo, yo te acompañaré”. Ladeé mi cara para verle, yo no he tenido experiencias con mujeres, pero en ese momento sentía la imperiosa necesidad de besarla, cosa que para mi felicidad aceptó gustosa, solo labios, nada muy guarro, salvo el final, porque me lamió mis labios de abajo para arriba. “Vamos, no le hagas esperar a tu hombre”.
Nos arrodillamos juntas entre sus piernas, el señor murmuraba algo así como “No me lo creo, no me lo creo”, mientras Angélica agarraba su polla. Me la acercó y me pidió que chupara el glande, que usara mi piercing para hacerlo delirar porque ninguna de las otras señoras tenía algo así.
No dudé, estaba súper caliente. Me encargué de humedecerle la cabeza y ella se encargaba de lamer el tronco. De vez en cuando Angélica me tomaba de la quijada y me pedía que me apartara, porque ella también quería chupar la cabecita, pero a veces le costaba quitarme de en medio porque yo me estaba volviendo toda una viciosita.
Pero cuando no me quedaba otra que cederle el glande, me encargaba de chuparle esos enormes huevos, seguro que estaban cargadísimos y que tenían ganas de vaciarse, y vaya que yo quería hacerlo, siempre lo había hecho en mis fantasías y ahora que por fin estaba con ese adonis no iba a tirarme para atrás.
“Vamos, ya va siendo hora. Súbete a tu cama, Rocío”, volvió a susurrarme.
Me puse de cuatro patas sobre la cama, pero Angélica me dijo que esa posición no me convenía porque la tranca del señor me iba a lastimar, así que me pidió que me acostara y que dejara que él estuviera encima de mí; que de esa manera don Sánchez iba a controlar mejor sus enviones para que yo disfrutara.
Cuando ese adonis estuvo sobre mí casi me desmayé del gusto, como había dicho era un hombre enorme y yo en cambio una pequeña, vamos que me podía lastimar si se resbalaba o algo así. Angélica, desde atrás, acomodó su tranca entre mis carnecitas; le dije al señor que por favor no fuera duro, porque me había prometido que iba a hacerlo despacito, cosa que él se encargó de confirmármelo mientras su glande se abría paso entre mis labios vaginales.
—¡Ughmm! ¡Despacio, don Sánchez, despacio, por favor!
—Tranquila, Rocío, seguro que Angélica me corta las pelotas si te lastimo.
—¡Tal cual! —confirmó desde su posición.
—Perdóneme, don Sánchez, es que tiene usted una verga demasiado grande.
—No pidas perdón. Parece que tienes un agujerito muy apretado, pero como te prometí iré despacio.
Don Sánchez empujaba, firme pero gentilmente, siempre atento a mi rostro para ver cómo me lo tomaba. “Si mi novio se entera…”, pensaba yo conforme mis carnecitas se abrían paso inexorablemente. Ya sabía por qué las señoras estaban locas por él, vaya maestro. Decidí atenazarlo con mis brazos y piernas, lo atraje hacia mí para que nos besáramos, y luego de que su lengua abandonara mi boca, le susurré que dejara de ser tan cortés, que me la metiera duro como a las otras mujeres, yo no quería ser menos, pero él se rió y me dijo que ni en broma me iba a hacer eso porque yo le generaba ternura y no quería lastimarme.
Imagino que para que yo no me enojara, me dijo que le gustaba cómo se sentía adentro de mí, que era muy estrecho, calentito y placentero. Que era especial para él porque le hacía recordar a cuando le hacía el amor a su ahora esposa cuando eran jóvenes, esposa que por cierto estaba con mi papá en la sala. Me dio un beso en la nariz e hizo que mi frustración se fuera, pero en serio quería que me follara duro aunque claro, hoy día lo pienso y seguro que me iba a arrepentir.
Lamentablemente me corrí muy fuerte cuando su polla aún estaba entrando, más de la mitad del camino recorrido. Unos espasmos vaginales terribles y mi carita arrugada de placer lo anunciaron, cosa que hizo reír tanto al hombre como a Angélica porque les parecía adorable, pero a mí me daba muchísima vergüenza, no duré ni cinco minutos con el señor y ya estaba retorciéndome del gusto.
—Papi —dijo Angélica—. Va siendo hora.
—¡Uf, noooo, don Sánchez! ¿A dónde va? —entonces sí que me frustré. Se estaba saliendo de mí. En ese momento pensé que era mi culpa por haberme corrido tan rápido, así que le tome de las mejillas y le rogué que me dejara darle un orgasmo, era lo mínimo que podía hacer, que si no me lo permitía iba a llorar y sobretodo, acomplejarme un montón.
—Pues si me lo pones así, Rocío, no te voy a decir que no. Me encantaría que me dieras un orgasmo con ese piercing en tu lengua.
Se acostó a mi lado y no dudé en besar primero sus labios, luego pasando por el pecho hasta por fin llegar a su enorme miembro que había estado dentro de mí. Le pasé la lengua, le hice sentir el pedacito de titanio que tengo incrustado allí, succioné fuerte para sacar el líquido preseminal de su uretra, esperando que me derramara pronto su leche.
En tanto, Angélica, que desde hacía rato estaba mirándonos desde mi sillón, me habló.
—Rocío, el próximo sábado nos volveremos a encontrar con el grupo. Pero planeamos ir a un club especial donde yo antes trabajaba. ¿Quieres ir también?
—Síiii —dije para luego seguir mamando la verga del señor. Por la pinta estaba a punto de llegarse.
—Obviamente no te podemos llevar con nosotros porque te va a pillar tu papá, pero puedo hablar con el patrón del club para que te haga pasar como una de las “camareras especiales” y así puedas participar con todo el grupo. El ambiente es muy oscuro, además con una peluca y máscara veneciana tu papá no te podrá pillar.
—Mbuf, me apunto, Angélica.
—Rocío, ¿y crees que podremos convencer a tu novio?  A mí me parece guapito…
En ese momento me imaginé la situación, vestida como camarera y siendo tomada por el brazo de don Sánchez, o incluso don Soriano, mientras mi chico iba en compañía de una señora madura, por qué no, la novia de mi papá incluso, entre el humo y las luces de neón de un club, cada uno por su lado para pasar una noche inolvidable.
Estaba tan caliente que mientras el señor se corría en mi boca copiosamente, me imaginé hasta incluso en brazos de mi papá, lo siento si esto es fuerte para algunos lectores de TodoRelatos, pero cuando una ola de placer me recorre el cuerpo puedo ser muy guarra.
No me gusta tragar la leche de mi chico, sinceramente creo que es asqueroso, cada vez que lo hace terminó escupiéndolo y recriminándole, pero una cuando está tan caliente no se lo piensa mucho; me quedé con la lengua y dientes pegajosos pero me encantó haberlo tragado.
Luego de que le limpiara la polla con mi lengua, ambos se hicieron con sus ropas. Don Sánchez me metió lengua por largo rato a modo de despedida, amén de acariciarme la vagina de manera magistral. Pero Angélica carraspeó para que me soltara. Como no le hizo caso, ella le dio un fuerte zurrón en la cabeza.
—Ahora yo y don Sánchez nos iremos a su casa para pasar el ratito, Rocío. Nos vemos.
—Angélica, quiero irme con ustedes.
—¡Jaja! Rocío, tu papá está en la sala haciendo cochinadas con la mujer de don Soriano, te va a pillar.
—Niña —interrumpió don Sánchez—, espero que te haya gustado.
—Síii, don Sánchez, me encantó, ya quiero que llegue el próximo sábado. Ojalá me toque usted de nuevo.
—Yo también lo espero, linda. Y siento haber usado a tu osito para cubrirme.
—Uf… Angélica, puedo escapar por la ventana para encontrarnos afuera.
—¡Rocío, contrólate! —se rió Angélica—. ¡Déjame un poco a mí también!
Se fueron de mi habitación. Cerca de quince minutos después, los tres coches estacionados en mi casa, el de mi papá incluido, ya se habían ido, seguramente para continuar su noche en ese club que me mencionó. Estaba sola en mi hogar, y aunque no lo creía, me sentía demasiado excitada aún. Tomé el osito de peluche que aún olía al sexo de don Sánchez y bajé rápidamente por las escaleras.
Ellos hacían esos juegos sexuales simplemente para escapar de la rutina, y ya los entendía perfectamente, porque vaya escape. Creo que también me convertí esa noche en una “chica liberal”, como ellos decían. O al menos comprendí mejor esa psiquis especial que antes me causaba asco. Pensé además que de ahora en adelante, cada vez que viera a Angélica, vería la consejera y amiga que tanto había deseado en mis horas bajas, y no a una usurpadora como antaño.
Entré en la sala, encendí la radio que ponía música jazz. Me acosté en el sofá, completamente sudada y jadeando entrecortadamente. El cuero del asiento olía fuerte a sexo y a ese perfume Armani. Me dormí abrazada a mi querido Lenny, metiéndome dedos en mi enrojecida concha, soñando las guarrerías que haría en mi nueva vida.
Gracias a los que llegaron hasta aquí.
Besitos!
Rocío.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
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