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Relato erótico: “Las revistas de mi primo (Parte 4 de 4)” (POR TALIBOS)

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LAS REVISTAS DE MI PRIMO (parte 4/4):

Esa noche me costó dormirme. Estaba muy inquieta por los intensos acontecimientos de la jornada, eso era lógico y también por los que estaban por venir. Pero, en el fondo, lo que me mantenía desvelada era el saber que, muy posiblemente, estaba haciéndole daño a Clara.

Estuve dándole vueltas al coco hasta las tantas, mucho después de que mi prima se durmiera abrazada a mí. Me sentía mal por lo que estaba pasando, porque ella tenía razón. Por primera vez en mi vida, estaba excluyéndola de lo que me pasaba.

Clara se levantó antes que yo, como casi siempre y, aunque desperté cuando se levantó dejándome en su lecho, volví a quedarme dormida de inmediato, remoloneando un rato más.

Cuando por fin despabilé, todo lo sucedido el día anterior seguía fresco en mi mente, por lo que el malestar y la inquietud persistían.

Sí, ya sé que era normal estar nerviosa, al fin y al cabo, estaba decidida a entregar mi virginidad esa misma tarde; pero no era eso lo que me molestaba.

Sentada en la cama, con la mirada perdida, sentía remordimientos por cómo me había comportado con mi prima. La pobre iba a pasar un día muy malo. Por un momento, me la imaginé horas más tarde, sentada en el salón con sus libros, sin duda pensando en lo que estaríamos haciendo su hermano y yo en la intimidad del dormitorio. No estaba bien.

Levanté los ojos y vi la revista que tomé prestada el día anterior del cuarto de Diego, olvidada por completo encima de mi cama. Me incorporé y la cogí, procediendo a hojearla sin mucha curiosidad. El porno ya no me impresionaba, había superado la novedad del momento; las fotos ya no me turbaban.

– Y pensar que fuiste tú la que empezó todo esto – le dije a la revista en la soledad del dormitorio, antes de arrojarla a un lado.

Un rato después, bajé a reunirme con mi prima. Tras tomar un ligero desayuno en la cocina, salí al patio donde ya estaba ella tomando el sol como todos los días. Parecía estar como siempre, saludándome con una sonrisa, pero mi intuición me decía que estaba fingiendo.

– Por fin ha llegado el gran día, ¿eh? – me dijo mientras ocupaba mi sitio en mi hamaca.

– Ehh… Sí… Supongo… – asentí.

– ¿Estás nerviosa?

– Un poco.

– Tranquila. Seguro que todo va bien. Diego cuidará de ti.

Ella no lo decía abiertamente, pero yo percibía el dolor latente en sus palabras.

– Además – continuó Clara – Nadie va a molestaros. He estado hablando con mamá y, por lo visto, hoy tienen que hacer inventario. Así que no vendrá a comer. Tenéis toda la tarde para vosotros.

– Oh, vale.

No tenía sentido, pero aquello hizo que me sintiese todavía más inquieta. El saber que tía Jimena no iba a estar y que íbamos a disponer de toda la casa para nosotros, sin estorbos, hacía que la situación fuese… más real. Como si ya no hubiese marcha atrás.

Justo entonces llegó Diego, poniendo punto y final a mis elucubraciones. En cuanto nuestros ojos se encontraron, me entró un corte que te mueres y sentí que mis mejillas se encendían. Dándose cuenta de mi estado de ánimo, mi primo optó por dejarme tranquila y, tras dedicarme un tímido saludo, se tumbó junto a su hermana a charlar con toda la pachorra del mundo sobre los estudios.

Enseguida noté que Clara estaba bastante envarada e incómoda con la situación, pero su hermano no parecía darse cuenta. Supongo que, en ese momento, a pesar de estar de charla con su hermana, la mente de Diego estaba fija en mí, así que no notó nada extraño en el comportamiento de mi prima, a pesar de que ésta se veía nerviosa y distraída.

Yo, que era la única de los tres que era consciente de todo lo que estaba pasando y de los secretos de unos y otros, me di cuenta de que, si seguía dándole vueltas al coco, iba a terminar por volverme loca. O peor aún, a acobardarme y echarme atrás.

Y de eso nada. Estaba más que decidida a dejar de ser virgen. Tendría mis dudas, pero la excitación del día anterior seguía bien presente.

Para borrar de un plumazo los problemas, me arrojé de cabeza a la piscina con más bien poco arte, dándome un buen barrigazo. No me importó mucho, aunque desde fuera se oían las carcajadas de mis primos, burlándose del porrazo que me acababa de pegar.

La verdad es que fue mejor así, pues con aquello logré relajar la tensión del ambiente. Clara pronto se reunió en el agua conmigo, bromeando sobre lo roja que debía de tener la panza. Diego, en cambio, se quedó fuera, creo que para no estar demasiado cerca de mí. Supongo que también se sentía nervioso.

Nos bañamos juntas un buen rato, cuchicheando entre nosotras, aunque, en contra de lo esperado, Clara no hizo alusión alguna a lo que iba a pasar por la tarde; ni siquiera para burlarse, hecho bastante significativo, que reflejaba la procesión que iba por dentro de mi prima.

Seguimos así el resto de la mañana, intercalando chapuzones con periodos al sol, como solíamos, pero no había que ser un lince para percibir que el ambiente no era el de siempre. Algo se cocía en el aire.

El almuerzo fue igual, todos fingiendo sentirnos animados mientras, en realidad, nuestras mentes vagaban por otros lugares. Diego seguía intentando charlar con su hermana, supongo que para evitar que me pusiera nerviosa, sin darse cuenta para nada del estado de ánimo de Clara.

Ni que decir tiene que el almuerzo se me hizo eterno. Ni tampoco que me sentía cada vez más alterada.

Por fin, la comida terminó y sentí cómo un nudo se me formaba en la garganta. Me estaba acojonando, lo reconozco y empezaba a sentir miedo por lo que iba a pasar a continuación. El día anterior había estado tan excitada que no me lo hubiera pensado ni un instante en dejar que mi primo me tomara, pero, en ese momento, empezaba a tener mis dudas.

Y no sólo por mí, sino también por Clara, que parecía haber enmudecido. Sin decir nada, recogió la mesa y llevó los platos a la cocina, desde donde se podía escuchar el grifo abierto, señal inequívoca de que estaba haciendo mi trabajo.

Diego, por su parte, como tío que era, se mostraba cada vez más expectante y deseoso de que la hora “X” llegara ya, por lo que no era muy consciente de lo que acontecía a su alrededor, así que no se había dado cuenta del extraño comportamiento de Clara.

Se notaba que se moría de ganas de que subiéramos a su cuarto, pero, no queriendo presionarme, no decía nada, limitándose a mirarme con una sonrisilla nerviosa en los labios.

Le miré y le sonreí, tratando de demostrarle que seguía decidida a hacerlo con él. Al verlo, su rostro se iluminó de contento, lo que tuvo la virtud de tranquilizarme.

Sí, seguía deseándole y decidida a que mi primera vez fuese con él. Lo sentía mucho por Clara, pero, si se sentía incómoda con aquello, era problema suyo.

– ¿Por qué no me esperas en tu cuarto? – dije por fin – Yo subo enseguida. Voy a echarle algún cuento a Clara y a asegurarme que se pone a estudiar.

– Buena idea. No sé qué pasaría si se entera de lo que estamos haciendo – dijo él con seriedad.

No pude evitar reírme. Pobrecillo. A pesar de ser el mayor, era tan inocentón…

Disimulando a duras penas la expectación, Diego me dio un tierno beso en los labios (con un ojo puesto en la puerta de la cocina, eso sí) y salió disparado escaleras arriba. En otras circunstancias me hubiera reído de verlo tan emocionado, pero, después de besarme, empezaba a sentirme igual.

Finalmente, armándome de valor, entré a la cocina, encontrándome con que Clara prácticamente había terminado con los platos.

– Eso es tarea mía – dije, más que nada por romper el hielo.

– Da igual. Total, sólo tres platos.

– Bueno, pues gracias.

– De nada.

Silencio sepulcral. Las dos sabíamos perfectamente en qué estaba pensando la otra.

– Llegó la hora, ¿no? – dijo Clara volviéndose hacia mí, pero sin mirarme directamente a los ojos.

– Sí.

– Bueno. Pues pásalo bien. Ya me contarás cómo te ha ido.

Nuevo silencio incómodo.

– ¿Seguro que esto te parece bien? – dije, hablando yo la primera esta vez.

– No del todo – admitió ella – Pero es verdad lo que dijiste. No hay diferencia entre que lo hagas con él o conmigo. Reconozco que me siento un poco… excluida. Pero son tonterías mías. Ya se me pasará.

– Clara yo…

Y entonces, imitando a su hermano, Clara se acercó lentamente y me dio un tenue beso en los labios, para, a continuación, silenciarlos con un dedo.

– Da igual, Paula, en serio. No pasa nada. Sube y pásalo bien. Recuerda que luego quiero detalles – dijo sonriendo.

Pero no era su sonrisa de siempre.

—————————————

Minutos después, me encontraba de pie en silencio frente a la puerta cerrada del cuarto de Diego. Sentía un nudo de excitación en las tripas, nerviosa y expectante por lo que iba a pasar y, al mismo tiempo, notaba cierta desazón, una sensación de estar traicionando a mi prima que me incomodaba.

Cerré los ojos y me forcé a pensar en Diego. Sus ojos, sus labios, sus manos… y sobre todo, sí, su sexo. Traté de recordar su dureza, su vigor su calor… y estaría así por mí.

Comprendí que, a pesar de todo, seguía deseando que aquello pasara.

Tragué saliva y abrí los ojos, llamando quedamente con los nudillos a continuación. Yo esperaba que, como todos los días, la voz de Diego respondiera invitándome a pasar pero, esta vez, mi primo me sorprendió abriendo rápidamente él mismo, poniendo de manifiesto su propia impaciencia.

– Has venido – dijo casi sorprendido, como si no acabara de creerse que aquello estuviera pasando.

En cuanto le vi, allí de pié en el umbral de su puerta, mis dudas desaparecieron como por ensalmo. Sin decir nada, me precipité entre sus brazos, dejándole que me abrazara y me estrechara contra su pecho. Cuando sus labios buscaron los míos con pasión, yo le correspondí con entusiasmo, borrando todos mis temores de un plumazo. Sí, estaba justo donde deseaba estar.

Ni siquiera me di cuenta de cómo Diego cerraba la puerta ni de cómo me transportaba por el cuarto hasta quedar sentados en su cama, sin dejar de besarnos ni un instante. No tardamos ni un segundo en tumbarnos, de costado, nuestros cuerpos bien pegados, sintiendo cómo nuestros corazones latían al unísono.

Diego se mostraba cariñoso y atento, acariciándome suavemente el cabello, el cuello y la espalda, sin llevar sus caricias a territorios más delicados, sin prisas, haciéndome sentir que Clara tenía razón: Diego iba a tratarme bien.

De todas formas, aunque sus caricias fueran relativamente castas, el pobre no podía disimular su naturaleza masculina, que pronto se hizo evidente contra mi cadera. Quizás un poco avergonzado, Diego echó hacia atrás un poco el trasero, para evitar que su bulto se apretara contra mí, pero yo, cada vez más a tono, lo impedí siendo yo la que se pegaba, frotando cada vez más lujuriosamente mi pierna contra él, hasta lograr que empezara a gemir de excitación y deseo contra mis labios.

Finalmente dejó de besarme, clavando sus ojos en los míos. Creo que fue en ese momento cuando más irresistiblemente guapo le encontré, mientras me miraba fijamente en silencio, tratando de adivinar si yo estaba donde realmente quería estar.

– Eres preciosa – me dijo con sencillez, haciéndome ruborizar.

– Gracias – respondí – Tú tampoco estás mal.

Volvió a besarme.

– ¿Estás segura de esto? Mira que, si seguimos, no creo que sea capaz de parar.

– Segura del todo – respondí con firmeza – No se me ocurre nadie mejor para mi primera vez.

– Vale – dijo él – Te juro que te trataré bien, lo haremos despacito y con cuidado. Si algo va mal me lo dices, ¿de acuerdo? Eso sí, hay que procurar no hacer ruido, que Clara está hoy sola y, con la casa tan silenciosa, podría escucharnos.

Otra vez experimenté la desazón al acordarme de Clara.

– Procuraré no chillar mucho – respondí, haciéndole sonreír.

– ¿Nos desnudamos? – dijo él tras un instante de titubeo.

– Tú primero – respondí con picardía.

Encogiéndose de hombros, Diego aceptó mi sugerencia y se puso en pié. En menos de un segundo se quitó la camiseta y, sin muchas más ceremonias, se libró igualmente de las bermudas, quedando frente a mí como Dios lo trajo al mundo. Bueno, como Dios lo trajo al mundo no, pues, supongo que, cuando nació, el crío no vendría con la picha tiesa.

– No la tienes dura del todo – dije sin cortarme un pelo, al notar que su miembro, si bien bastante erecto, no parecía un cohete a punto de despegar como el día anterior.

– Espera un poco – dijo él – Es que está esperando verte desnuda a ti. Es muy listo mi amigo.

– Sí que lo es – respondí sonriendo.

Y, no haciéndome de rogar, me libré de la camiseta, quedando sentada en bikini sobre el colchón, la espalda apoyada en la pared. Sentí la mirada de Diego recorriendo mi cuerpo de la cabeza a los pies, admirándolo, lo que provocó que un escalofrío me atravesara. Me sentí deseada y lo cierto es que me encantó.

Queriendo ponerlo a tono y sin saber muy bien lo que hacía, no seguí desnudándome, sino que empecé a acariciar suavemente mis pechos con las manos, acariciando con los dedos mis pezones hasta ponerlos cada vez más duros, haciéndose perfectamente visibles contra la tela del bañador.

Diego no protestó por el retraso, limitándose a mirarme en silencio, sin pestañear y, efectivamente, comprobé que me había dicho la verdad cuando su polla, como por arte de magia, fue enderezándose cada vez más hasta quedar apuntando al techo.

Sonriendo halagada, llevé por fin mis manos al cierre del sostén del bikini, librándome de él con un movimiento que yo esperaba resultara sexy, manteniendo mis pechos ocultos hasta el último segundo.

– ¿Quieres verlos? – pregunté juguetona.

– Clara, por favor – gimió mi primo, apoyando una rodilla en el colchón y acercando su erección a mí, hasta ponerla a mi alcance.

En cuanto tuve su polla cerca, algo pareció apoderarse de mi mente. Olvidándome ya de taparme las tetas, alargué sin darme cuenta una mano y aferré su erección, apretándola con dulzura pero con firmeza, constatando que estaba bien dura y provocando que las rodillas de Diego temblaran, amenazando con derrumbarse sobre mí.

– Clara – gimoteó él de nuevo.

– Shisss – siseé – Déjame a mí.

La excitación había vuelto a hacer presa en mí. La timidez había desaparecido y volvía a sentirme como la tarde anterior, caliente y lasciva. Sabía perfectamente que era yo la que controlaba la situación y que, si me lo proponía, podía volver loco a mi primo, disfrutando en el proceso, por supuesto.

Pero no era esa mi intención, quería aprender, quería disfrutar y que él disfrutara, quería… follar.

Deseaba complacerle, que no olvidara aquella tarde en su cuarto en toda su vida, pero no sabía muy bien cómo, así que, sin darme cuenta siquiera, acudí a la fuente de información en materia de sexo de la que había dispuesto en los últimos días: las revistas.

Recordando cómo las chicas de las fotos solían ponerse a chupar miembros para poner a tono a sus parejas, me dispuse a repetir lo de la tarde anterior y chupársela a Diego hasta ponerle en órbita, pero él, tierno y dulce como esperaba, tenía otra idea en mente.

– No, espera, Clara – dijo, deteniéndome al comprender mis intenciones – Quiero que disfrutes tú. Déjame a mí.

En mi vida, os lo juro, en mi puñetera vida me ha vuelto a pasar algo semejante. La primera y última vez en que un chico me decía que no hacía falta que se la chupara. Podéis creerme.

Hice amago de protestar, pero me callé, entendiendo que lo mejor era dejarle a él la iniciativa, pues para eso era mi maestro. Así que, en vez de seguir por el camino de las revistas porno, me puse en sus manos.

Y qué manos, madre mía. Con delicadeza, me ayudó a recostarme en la cama y se quedó mirándome unos instantes más. Por fin, sus manos viajaron hasta mis caderas y muy suavemente, deslizaron la braguita del bikini por mis muslos, hasta dejar a su tierna primita en pelota picada sobre su cama. Sentí su mirada como fuego recorriendo mi piel y reconozco que eso me puso todavía más cachonda.

Sin darme cuenta, fui separando muy lentamente los muslos, ofreciéndole mi excitada intimidad. Cuando su mirada se posó entre mis piernas, noté cómo mi coñito sufría un espasmo.

– Creo que sí que estás lista – dijo con voz aterciopelada mi primo.

– Sí – atiné a contestar.

Para verificar su diagnóstico, Diego se inclinó sobre la cama, hundiendo el rostro entre mis muslos, haciéndome dar un respingo de excitación. Pero eso no fue nada comparado con cuando sentí sus dedos rozando con ternura en mi carnosa y empapada femineidad. Pegué tal bote que hasta me di un ligero coscorrón en la cabeza contra la pared.

– Chica – dijo él, riendo – Que te vas a romper la crisma.

Sin embargo, yo apenas escuché sus palabras, pues un extraño sonido proveniente del cuarto de al lado me había sobresaltado. Al golpear la pared, me pareció escuchar un grito y ruido de cristales rotos.

– ¿Has oído eso? – pregunté sobresaltada.

– ¿Qué? – dijo Diego, sin comprender.

Tampoco hay que pedirle peras al olmo. No tiene nada de raro que un tío no se entere de nada de lo que le rodea mientras tiene la cara entre los muslos de una chica.

– Un ruido. En el cuarto de Clara – sentencié.

Diego se puso en pié de un salto, con la angustia reflejada en el rostro. Sin embargo, ver su erección cimbreando entre sus piernas le restaba tensión al asunto.

– ¿Estás segura?

Yo respondí afirmativamente con la cabeza, mientras me incorporaba a mi vez. Diego se había puesto nerviosísimo, al pensar que su hermana nos había pillado in fraganti. Sin embargo, yo tenía muy claro que no iban por ahí los tiros.

– Espera aquí – dije simplemente, abriendo la puerta y saliendo del cuarto sin molestarme en ocultar mi desnudez.

– ¿Estás loca? – gimoteó mi primo, pero sin ser lo bastante rápido para detenerme.

Completamente decidida, abrí sin pensármelo la puerta del dormitorio de mi prima, bastante segura de lo que iba a encontrarme al otro lado.

Bueno, la verdad es que me encontré con bastante más de lo que esperaba.

Mi cama, que era la que quedaba junto a la pared que separaba ambos cuartos, estaba desplazada un buen trozo hacia el centro de la habitación. En el hueco que quedaba entre el colchón y la pared, se veía a mi prima Clara, medio atascada, forcejeando inútilmente para salir de allí, lo que era impedido por la misma cama, que había quedado atorada contra la mesita de noche.

Meneando la cabeza, decidí hacer como que aquello era lo más normal del mundo.

– ¿Se puede saber qué haces? – dije observando los infructuosos esfuerzos de Clara por escapar de la trampa – Métete debajo y arrástrate por debajo de la cama.

– ¡No puedo, idiota! – respondió ella con enfado – Está todo lleno de cristales.

Estiré el cuello y miré por el hueco, comprobando que, efectivamente, en el suelo se veían los restos de un vaso destrozado. No hacía falta ser ningún Holmes para deducir lo que había acontecido allí.

Clara, queriendo enterarse de lo que hacíamos en el cuarto su hermano y yo, había usado el viejo truco del vaso apoyado en la pared para no perderse detalle. Para su desgracia, su peso había hecho que la cama se deslizara y se había caído entre el colchón y la pared, dándose un buen porrazo y rompiendo el vaso en el proceso. Todo un cuadro.

– ¿Te has cortado? – pregunté con interés.

– ¡No lo sé! – respondió disgustada, como si aquella catástrofe fuera culpa mía.

– A ver, deja que te ayude.

Y así, en pelota picada, me arrodillé sobre mi cama e intenté ayudar a Clara a escapar de su encierro.

– ¡Ay! ¡Deja, que me he clavado un cristal! – exclamó mientras yo tironeaba infructuosamente de ella.

– Espera – resonó de repente la voz de Diego en el cuarto – Déjame a mí.

En ese momento mis ojos se encontraron con los de mi prima y vi lo increíblemente avergonzada que se sentía en ese momento. Y eso era algo que no podía permitir. Tenía que ayudarla.

Diego, muy serio (y vestido de nuevo con sus bermudas y camiseta) aferró a su hermana por las muñecas y la ayudó a salir por fin. La pobre chica no se atrevía ni a mirarnos, mientras se afanaba en colocarse bien las braguitas del bikini, prueba indiscutible de lo que había estado haciendo mientras nos espiaba.

Y luego estaba Diego, que, obviamente, había comprendido como yo lo que estaba haciendo su hermana minutos antes. Los dos se quedaron muy callados, sin atreverse ni a mirarse. Tenía que hacer algo y se me había ocurrido un plan cojonudo sobre la marcha.

– Chicos, sentaos un momento – dije cogiendo las riendas de la situación – Tenemos que hablar.

– Primero deberías vestirte, ¿no? – dijo mi primo.

– No es necesario – respondí con sencillez – Los dos me habéis visto muchas veces desnuda. Ninguno se va a sorprender.

Pero sí que lo hicieron. Mis directas palabras los dejaron simplemente atónitos. Compartía secretos con ambos, pero hablar abiertamente de ello delante del otro…

– Ya es hora de que pongamos las cartas sobre la mesa. Hay algo que tenéis que escuchar los dos. Venga, chicos, no pongáis esas caras. Me he dado cuenta de que es una tontería seguir con tanto secreto.

– ¿Pero qué…? – dijo Diego, que seguía alucinado.

– Digo que tu hermana sabe perfectamente todo lo que ha pasado entre nosotros.

Diego miró a Clara con cara de terror. Supongo que se veía en la escuela militar o algo así.

– Y no, antes de que digas nada, yo no me he chivado – mentí, aunque sólo un poco – Ella lo ha descubierto todo solita. Me pilló la revista y averiguó lo demás.

– ¿Qué? – dijo mi estupefacto primo, pensando que sus oídos le habían jugado una mala pasada.

– Que ella sabe perfectamente lo que ha pasado entre nosotros. Y que ayer fuiste a comprar condones para que hoy pudiéramos hacerlo.

Los labios de Diego dibujaron una “O” sencillamente perfecta. Su rostro estaba lívido y desencajado, aunque no dijo ni pío.

– Y en cuanto a ti – dije, volviéndome hacia Clara – Diego ya sabe que te has colado varias veces en su cuarto para mirarle el pene. De hecho, me hizo un comentario sobre que andabas bastante salida, aunque dijo que era normal, pues estabas en la edad.

Clara me miraba con una expresión curiosamente similar a la de su hermano. La información no era del todo nueva para ella, pero soltársela así, delante de su hermano…

– Y, como hemos acordado que no es justo que hubiera secretos entre nosotros, lo adecuado es que Diego también sepa lo que hemos hecho juntas las últimas noches.

– ¡Paula!

– Mira, primo. Tenías razón en todo. Tu hermana y yo estamos atravesando una fase en la que el sexo nos interesa muchísimo. Tú me has enseñado muchas cosas, pero es justo que sepas que, con tu hermana, he aprendido también bastante.

Diego miró a su hermana, los ojos muy abiertos.

– Quiero decir que las dos hemos… experimentado cosas juntas. Y, como no quiero volver a ocultarle nada a mi mejor amiga, le he contado lo que pensamos hacer hoy.

Nos quedamos todos callados un instante. Yo observaba alternativamente a los dos hermanos que, en cambio, parecían incapaces de mirarse el uno al otro.

– Así que he pensado que esta situación es una tontería. No voy a esconderme más. Diego – dije mirando a mi primo – No sé si te habrás enfadado con todo esto o si estarás alucinando al saber que tu hermana y yo nos hemos enrollado. De verdad que espero que no, porque yo, por mi parte, sigo deseando que tú seas mi primer chico.

– Paula, yo…

– Espera – le interrumpí – Déjame hablar. Lo que quiero decir es que has sido muy dulce y amable conmigo. Me has enseñado mucho y me has aclarado muchas dudas y creo que lo justo sería que hicieras lo mismo con tu hermanita. No me refiero a que os enrolléis, no, – mentí – Quiero decir que pueda acudir a ti para aclarar las dudas que tenga sobre sexo.

Diego se pasó la mano por la cara, sopesando mis palabras. Estaba tan confuso y avergonzado, que hasta me daba pena el pobre.

– Menudo follón has organizado. Pero, ¿se puede saber a qué viene toda esta historia? – intervino Clara – ¿De dónde te has sacado que voy a preguntarle a Diego cosas sobre sexo? ¿Estás majara? Yo no te he pedido…

– Sí, ya lo sé – intervine – Todo esto es cosa mía. Pero es que me dolía que pensaras que estaba dejándote de lado. Y no vayas a decirme que todo esto te da igual, ni ninguna tontería semejante, o si no explícame cómo has acabado ahí tirada.

Clara enrojeció vivamente.

– Pues, ¡ala!, ya está. Ya te he incluido en nuestra pequeña historia. Ahora el resto depende de ti. Si no quieres saber nada más, pues vale, tú misma. Pero yo no voy a tener más secretos contigo.

Volvió a hacerse el silencio.

– ¿Y qué quieres que hagamos? – preguntó de repente Diego – ¿En qué habías pensado? ¿Quieres hacerlo conmigo o con Clara?

– ¿Hacer? – dije – No tenemos que hacer nada. Tú y yo tenemos una cita y, por mi parte, todo sigue igual. Lo único que espero es que, si Clara necesita ayuda, tenga la confianza de poder acudir a ti para lo que necesite.

– Pero… eso ya lo tiene – afirmó mi primo – Clara, si alguna vez necesitas saber algo sobre sexo… o sobre lo que sea, sabes que puedes contar conmigo. No me voy a asustar.

– Va… vale – balbuceó – Gracias. Aunque no hacía falta montar este follón para decirnos eso.

– ¿Follón? ¿Qué follón? – exclamé – Si acaso, el follón lo has organizado tú – dije señalando los cristales, mientras mi prima bajaba la mirada, avergonzada.

Ninguno de los dos se atrevía a mirarme y mucho menos entre ellos. Ambos parecían estar interesadísimos en el suelo del dormitorio sin decir ni pío.

– ¿Y bien? – continué – ¿Seguimos donde lo habíamos dejado?

– Paula, yo… no sé. Con todo este lío. Quizás no sea buena idea que… – dijo Diego.

– ¿Por qué? ¿Piensas que Clara se va a ir de la lengua? Pues te aseguro que no va a decir nada…

– Podéis hacer lo que queráis – dijo mi prima – Yo me vuelvo abajo y os pido disculpas por haberos espiado. Sentía curiosidad…

– Pues, si tanta curiosidad sientes, puedes quedarte y mirar – dije con una sonrisa de oreja a oreja.

– ¡¿QUÉ?! – exclamaron ambos hermanos al unísono.

– Ya me habéis oído. A mí no me importa si quiere mirar. Así aprenderá cómo se hace.

Diego reaccionó como me lo esperaba. Se echó a reír.

– Se te ha ido la cabeza – dijo – ¿En serio crees que voy a ponerme a… hacerlo delante de mi hermana?

– No me digas que no te excita la idea. Venga, reconócelo, que una chica tan guapa te mire. Bien que la espiaste tú en el baño cuando se duchaba…

– ¡PAULA! – exclamó mi primo indignado.

– ¿Qué? ¿Acaso no es verdad?

Clara nos miraba con la boca abierta, sin decidirse a clavar sus ojos en mí o en su hermano. Éste, por su parte, parecía haberse quedado paralizado en el umbral de la puerta, sin acabar de creerse lo que había escuchado.

Pero a mí ya me daba todo igual, estaba embalada y no había forma de detenerme.

– Aunque, si no quieres hacerlo – continué – No pasa nada. A lo mejor tu hermana no tiene tantos remilgos.

Y lo hice. Abalanzándome sobre mi desprevenida prima, le planté un morreo de campeonato, sujetando su rostro entre mis manos mientras mi lengua se hundía en su boca.

Clara tardó un segundo en reaccionar, tratando de zafarse de mí, pero yo, sintiéndome extrañamente poderosa, no dudé ni un segundo en perder una mano entre sus muslos, acariciando lascivamente su tierno coñito por encima del bikini, constatando que mi primita seguía bastante sensible y mojada por esa parte.

– Ummfmff – gimoteó mi prima contra mis labios, sin fuerzas suficientes para librarse de mi insidiosa mano.

Ya sin duda alguna que me perturbara, me dediqué a darle placer a mi prima, deseando por supuesto que Diego disfrutara de un buen espectáculo. Tras unas cuantas sesiones lésbicas con mi prima, había empezado a descubrir qué botones le gustaban que le pulsaran a Clarita y yo me apliqué en pulsarlos concienzudamente todos.

En menos de un minuto, la tenía a punto de caramelo, gimiendo y jadeando descontrolada, sin dejar de besarme, sin importarle ya para nada que su hermano estuviera mirándonos.

Pero yo no me había olvidado en absoluto de él. De hecho, Diego era el auténtico objetivo de aquel show. Tenía que volver a calentarle y ponerle a tono para que entrara en el juego y claro, de todos es sabido que un tío no se excita en absoluto viendo a dos chicas montándoselo, ¿verdad?.

Por el rabillo del ojo, miré a Diego, que seguía allí de pié, mirándonos alucinado, con un notorio bultazo en las bermudas que mostraba bien a las claras que la idea de salir del cuarto se había borrado por completo de su mente.

Me di cuenta de que Clarita tampoco le quitaba ojo a su hermano, mirándole sin dejar de besarme. Mientras, yo seguía masturbándola con todo mi arte, con mi mano literalmente buceando en sus jugos, acariciando la delicada intimidad de mi prima, estimulando hasta el último centímetro de pulsante carne.

Clara se corrió con intensidad, prácticamente aullando contra mis labios. A pesar de la corrida que hacía bailar sus caderas, mi mano no dejó de trabajar en su entrepierna, intentado alargar lo máximo posible el éxtasis de la chica.

Diego, quizás sin darse cuenta de sus actos, había empezado a acariciarse el falo por encima de las bermudas, sin perderse detalle del show que le estábamos brindando.

Tras correrse como una burra, el cuerpo de Clara se relajó, quedando tumbada en la cama. Como yo no quería que se interrumpiera el ritmo, no me lo pensé ni un segundo e, incorporándome, aferré a Diego por la muñeca y lo conduje hasta la otra cama, que estaba libre.

– Ven – le dije simplemente, sin que al chico se le pasara por la imaginación el desobedecer – Sigamos por donde lo habíamos dejado.

Y, por si no recordaba el momento en que nos interrumpieron, me tumbé bien despatarrada sobre la cama, los muslos bien abiertos, ofreciéndole de nuevo mi cálida rajita que, a esas alturas, era un auténtico volcán en llamas.

Diego no dudó ni se resistió. A esas alturas era imposible. Sin perder un segundo, hundió su rostro entre mis piernas y, sacando la lengua, recorrió mi coñito de abajo a arriba con un sonoro lametón que me hizo gritar de puro gusto.

Había sido increíble, pero, en ese momento, yo estaba más que lista y no quería esperar más.

– Diego, por favor – gimoteé – Trae los condones. No puedo más. Te necesito ya.

Mi primo, con los ojos brillantes, no dijo nada, limitándose a ponerse en pié y salir del cuarto. Observé que, mientras salía, iba desnudándose por el camino, dejando la ropa tirada por el suelo.

– Entonces, ¿vas a hacerlo? – escuché de repente la voz de mi prima.

– Por supuesto – respondí con aplomo volviendo la vista hacia ella – Y tú no te pierdas detalle.

– Vale – dijo Clara, sonriéndome.

Yo le devolví la sonrisa.

Diego regresó de inmediato, esgrimiendo una tremenda erección. Me hizo gracia el constatar que Clarita la miraba con disimulo, pero sin quitarle ojo, muy interesada a pesar de no ser la primera vez que la veía.

Diego, bastante nervioso y acelerado, rompió la primera goma en su intento de ponérsela. Tras arrojarla al suelo con enfado, sacó un segundo condón y, con más calma, consiguió ponerle el gorrito al nene.

Mientras él llevaba a buen término las operaciones previas, yo me tumbé sobre el colchón, aprestándome para recibirle. A pesar de las ganas que tenía y lo excitado que estaba, Diego puso buen cuidado en no aplastarme con su peso al tumbarse sobre mí.

Al sentir su dureza apretándose contra mi vagina, empecé a ponerme nerviosa también, pensando si aquella cosa tan dura me haría daño o directamente me partiría en dos. Pero Diego, tal y como me esperaba, fue cariñoso y delicado.

– ¡AAAAAAHHH! – gimoteé al sentir cómo el poderoso bálano se hundía en mi interior.

Dolía. Joder si dolía. Bueno, al principio no, pero, cuando noté que ya no entraba más y Diego empujó algo más fuerte… Vaya si dolió. Noté que algo se rompía en mi interior y no pude evitar gritar de auténtico dolor.

– ¿Te duele? – preguntó mi primo preocupado, al notar cómo mi cuerpo se estremecía bajo el suyo.

– Un poco – mentí para tranquilizarle – Ve despacio.

Y él lo hizo. Controlando sus impulsos masculinos, que de seguro le exigían más, Diego se movió dentro de mí con exquisito cuidado, como si estuviera manejando la mercancía más delicada del mundo.

A pesar de sus precauciones, lo cierto es que me dolía, aunque yo intentaba disimularlo lo mejor que podía. Yo notaba cómo Diego aguantaba la respiración sobre mí, resistiéndose a sus impulsos que le impelían a moverse con mayor fuerza y rapidez, pero él se contenía, haciendo grandes esfuerzos para impedir que se desbocasen los caballos.

Le amé mucho en ese instante.

– Un poco más rápido – le susurré, más por él que por mí, pues sentía que Diego estaba aguantando como podía.

– ¿Estás segura?

Yo sólo asentí con la cabeza, con los ojos cerrados.

Diego empezó a moverse más rápido, lo que al principio me asustó un poco, sin embargo, para mi sorpresa, empecé a notar que, al hundirse en mí con mayor rapidez y a más profundidad, empezaba a sentir un calor en las entrañas la mar de agradable y, poco a poco, esa sensación iba imponiéndose al dolor.

– Uf, uf. Síi… – gimoteaba yo, sin darme cuenta siquiera.

Sin embargo, Diego sí que se dio cuenta y, al percibir que yo empezaba a disfrutar con aquello, empezó a moverse con más confianza y seguridad.

Como ya no tenía que estar tan atento a si me estaba haciendo daño, deslizó una mano entre nuestros cuerpos y empezó a acariciarme (como pudo) las tetas. Como estábamos pegados, fue muy poco lo que esa mano logró hacer, pero el simple hecho de sentirla acariciando mi carne, sirvió para estimularme todavía más.

Entonces me acordé de Clara y, abriendo los ojos, volví la cabeza hacia la otra cama, desde donde nos miraba alucinada mi primita.

Me resultó hasta cómico verla allí, pues parecía una estatua de mármol sobre la cama, sin mover un músculo, ni siquiera los párpados para pestañear, con la boca ligeramente abierta en una graciosa expresión de sorpresa.

Yo esperaba que, cachonda perdida, a esas alturas Clara se hubiera bajado de nuevo las bragas y hubiera reanudado lo que antes se había visto interrumpido por su batacazo, pero qué va, se limitaba a mirarnos fijamente, medio hipnotizada.

Queriendo que participara de todo aquello, estiré una mano hacia ella, con lo que logré atraer su atención. Muy solícita, Clara despertó de su ensueño y se movió sobre el colchón hasta aferrar mi mano, pensando que lo que yo le pedía era que me transmitiera su apoyo.

Pero no era eso. Para mí el dolor había quedado ya atrás y, en ese momento en que el placer comenzaba a llenarme, deseé que mi prima lo experimentara también. Así que, cuando sus dedos se entrelazaron con los míos, tiré suavemente de ella para atraerla hacia mí.

Clara no se resistió, acercándose a nosotros hasta quedar arrodillada entre las dos camas, su rostro muy próximo al mío. Nos miramos un instante en silencio a los ojos, mientras su hermano se movía con intensidad creciente dentro de mí y, sin pensárselo más, Clara me besó profundamente, entrelazando nuestras lenguas, mientras Diego, sorprendido y excitado al ver a su hermanita en acción, empezaba a gimotear y a estremecerse, lo que me hizo comprender que estaba a punto de eyacular.

– ¡Joder, Paula, no puedo más! Me voy a…

El pobre no pudo decir más y literalmente se deshizo dentro de mí, eyaculando una tremenda carga en mi interior. A pesar de que llevaba el condón, pude sentir perfectamente cómo su semen se derramaba en mis entrañas y, de no ser por la dichosa gomita, sin duda me habría llenado por completo.

Exhausto, Diego estuvo a punto de derrumbarse sobre mí, pero, en el último momento, se las apañó para echarse a un lado y quedar tumbado boca arriba sobre el colchón, codo con codo conmigo, mientras yo seguía besándome con su hermana.

Saciada de mis labios, Clara se apartó de mí y volvimos a mirarnos a los ojos. Ambas sonreímos. En ese instante, mi prima se dio cuenta de que Diego ya no estaba encima mío. Con interés, echó un vistazo a mi entrepierna, inspeccionando la zona.

– Has sangrado un poco – me dijo confirmando mis temores.

Aquello tuvo la virtud de espabilar a mi primo.

– ¿Estás bien? – dijo incorporándose – ¿Te he hecho daño?

– No, tonto – respondí sonriéndole con cariño – Esto es normal.

– Ya, lo sé, pero, aún así…

– Tú, tranquilo. Descansa un momento que enseguida vuelvo.

Le di un suave beso en los labios y salí de la habitación. Clara, tras unos instantes de duda, me siguió al exterior, supongo que porque le daba vergüenza permanecer con su hermano a solas.

Pensé en usar el bidet para asearme, pero, como estaba toda sudada, opté por meterme en la ducha, mientras Clara se sentaba sobre la tapa del váter para esperarme.

– Ven – le dije simplemente, estirando la mano hacia ella como había hecho minutos antes en su cuarto.

Nos abrazamos bajo el agua, dejando que el líquido resbalara sobre nuestros cuerpos. No tardamos ni un segundo en volver a besarnos, mientras nuestras manos nos acariciaban por todas partes.

– ¿Te ha dolido? – preguntó Clara por fin, cuando nos calmamos un poco.

– Al principio sí. Pero fue pasándose. Diego ha tenido mucho cuidado.

– Ya te lo dije.

– Sí. Y ahora te toca a ti.

Clara se quedó callada, mirándome unos segundos muy seria.

– Te mentiría si te dijera que no lo he pensado – respondió admitiendo por fin lo que yo ya sabía.

– Lo sé, tonta. No tienes que decir nada.

– Pero, no sé, Paula. Hacerlo con mi hermano… Que él sea mi primer chico…

– Una anécdota estupenda para contarla cuando seamos mayores.

– ¡Paula! – exclamó horrorizada mi prima, haciéndonos reír a ambas.

– Joder – dije sin parar de reírme – No lo había pensado. Nunca podré contarle la verdad a nadie sobre cómo perdí la virginidad. Tendré que inventarme algún rollo.

– Buena idea. Por ejemplo un noruego de ojos azules, como el que trabaja en el bar de la playa…

– No – dije pensativa – Mejor un piloto. Eso me pone.

Tras recuperarnos un poco, nos secamos con unas toallas. Clara seguía llevando el bikini puesto, lo que, dado lo sucedido, resultaba cuanto menos curioso.

– ¿Y qué vas a hacer? – pregunté.

– No lo sé. Ahora mismo estoy muy excitada, pero también… confusa.

– No lo hagas si no estás preparada. Pero yo… quiero más – dije con una sonrisa gatuna en los labios.

Salí de allí dejando a solas a Clara con sus pensamientos. Yo ya no podía hacer más por ella. Con rapidez, regresé al dormitorio donde aguardaba Diego y me lo encontré tumbado en mi cama, en vez de en la de Clara, donde lo habíamos hecho.

– Las sábanas se han manchado un poco – dijo al ver mi mirada de extrañeza.

– Luego las lavamos. Ahora vamos a seguir.

– ¿Seguir? – dijo él, divertido – Vaya, no habrá estado tan mal la cosa.

– Ha sido genial. Dolió un poco, pero luego empezó a gustarme. Quiero más.

– Claro, preciosa. Y yo también. Pero sólo si estás segura. Tenemos todo el verano…

– Bien segura.

Y, tras decir esto, me subí a la cama con él y, gateando seductoramente, me senté a horcajadas sobre su estómago, completamente desnuda, sintiendo cómo su cosa iba endureciéndose contra mi trasero.

– ¿Qué has hecho con el condón? – pregunté haciendo nuevamemte gala de mi inexperiencia.

– ¿Tú qué crees? Te lo quitas y haces un nudo. Está ahí en el suelo. Luego lo echaré a váter.

Me incliné para besarle, pero entonces Diego hizo la pregunta del millón.

– ¿Dónde está Clara?

– Vaya. O sea, ¿que no te basta conmigo? – pregunté juguetona, aunque en absoluto ofendida.

– No, no es eso – respondió el chico envarándose de inmediato.

– Está en el baño. Decidiendo si quiere que tú también seas su primer chico.

Diego me miró sorprendido, sin decir nada, pero en su rostro leí que la sorpresa no era tan grande como quería aparentar. Comprendí que él también había estado pensando en ello. No me molestó.

– Y ya me he decidido – escuché la voz de mi prima a mis espaldas.

Me di la vuelta y allí estaba. Clara, completamente desnuda, en el umbral de la puerta, hermosa y deseable, la piel morena por todo su cuerpo resaltando todavía más por las marcas que le había dejado el bañador.

– Estáis locas – dijo Diego sin moverse ni un ápice.

– ¿Locas? ¿Entonces por qué está así esto? – pregunté mientras frotaba el culito contra su incipiente erección.

– Por ti – dijo él.

– Ya.

Nos quedamos los tres callados un segundo. Pensé que nadie iba a atreverse a hablar, pero Clara, a esas alturas, ya había tomado una decisión.

– Diego, yo – balbuceó – Sé que eres mi hermano y todo eso, pero yo te quiero mucho y, de verdad, me gustaría que mi primera vez fuera contigo….

No puedo ni imaginarme el valor que tuvo que reunir mi prima para ser tan directa.

– He visto lo bien que has tratado a Paula y creo que me irá mejor si sucede con alguien como tú. No quisiera acabar como Manoli.

– Clara… Yo…

Decidí intervenir. Seguía bastante excitada y comprendí que, si los dejaba a su ritmo, aquello podía llevarnos toda la tarde.

– Shssss. Tú calla – dije poniéndole un dedo en los labios – Déjame a mí.

Y, ni corta ni perezosa, procedí a descabalgar a mi primo, quedando de rodillas en el colchón a su lado.

– ¿Dónde has puesto los condones? – pregunté – ¡Ah, ya los veo!

Estiré la mano y agarré la cajita que había sobre la mesilla, extrayendo una goma de su interior. Con poca habilidad, rompí el sobrecito y extraje el artefacto, sorprendiéndome por lo resbaladizo que estaba.

– ¡Leches! – exclamé – ¡Si esto está mojado!

– Es lubricante – dijo mi primo sonriendo y meneando la cabeza – A ver, trae.

– ¡No! Yo lo hago – dije con cabezonería.

Y, con toda la inexperiencia del mundo, procedí a enfundar la progresivamente creciente erección de Diego en la ajustada funda. Tres nada más me cargué. Menos mal que Diego había comprado un par de cajas de doce.

Eso sí, a Diego no debía parecerle tan mal mi inexperiencia, pues, para cuando acabé, tenía de nuevo la picha como un leño, amoratada y erecta, deseando volver a sumergirse en una acogedora rajita.

– ¡Ahora te toca a ti! – le espeté a Clara, que había estado mirando las operaciones sin decir ni mú.

Diego pareció ir a protestar de nuevo, pero yo, todavía más excitada por haber estado manipulando su instrumento, no veía la hora de que me tocara a mí, pero claro, mi prima iba primero.

– ¡Ven aquí y no me hagas perder más el tiempo! – prácticamente le ordené.

Y, para mi sorpresa, Clara obedeció de inmediato.

————————————-

Atrás habían quedado las dudas. Allí éramos dos mujeres y un hombre y lo único que teníamos en mente era… sexo.

Clara se tumbó en el colchón y Diego, con infinita ternura, repitió punto por punto los pasos que había dado conmigo. Besó a su hermana por todas partes, con timidez al principio, pero enardeciéndose progresivamente al ver cómo la chica respondía a sus caricias.

Yo estaba sentada a los pies de la cama, sin perderme detalle, envidiando un poco a Clara por ser su turno. De buena gana me habría cambiado por ella.

Casi sin darme cuenta, empecé a acariciarme, excitándome y dándome placer. Diego, con mucho cuidado, deslizó las caderas entre los muslos abiertos de su hermana, que se le ofrecían deseosos.

Clara dio un pequeño gritito cuando Diego la penetró, tensándose su cuerpo bajo el del chico, pero reaccionó enseguida rodeando su cuello con las manos y besándolo con pasión.

No sé si será impresión mía, pero creo que a Clara le dolió bastante menos que a mí, pues su hermano empezó a moverse muy pronto con fuerza y ella no se quejó en absoluto.

Estuvimos así unos minutos, con Diego moviéndose en el interior de su hermana, descubriéndole nuevos terrenos inexplorados de placer. Yo me masturbaba cada vez con más furia, caliente como una perra mientras veía a mis primos follando, sin dejar de pensar que ojalá terminaran de una vez para que fuera de nuevo mi turno.

Pero no había contado con que la resistencia humana tiene un límite, así que, cuando Diego se corrió, llenando hasta arriba un nuevo condón, cayó exhausto sobre el colchón incapaz (al menos de momento) de volver a empalmarse.

Como una hora después (y tras haber aseado también a Clara, que apenas había sangrado) nos reunimos los tres en su cuarto para charlar.

Lo hicimos allí pues nuestro dormitorio estaba recién limpiado, con sábanas nuevas y todo bien arregladito.

Ya más relajados y con la confianza de ser todos amantes, hablamos de lo sucedido. Clara admitió que se había sentido celosa de mí por mi relación con su hermano y que había descubierto de sí misma que era bastante posesiva. Diego, por su parte, reconoció que le encontraba muy atractiva y que a menudo había fantaseado con algo como aquello.

Aunque siguió jurando y perjurando que jamás se había masturbado pensando en su hermana. En cuanto a hacerlo pensando en mí… sin comentarios.

Un rato después, Diego sacó una revista de su estantería. En la portada, aparecían dos guapas señoritas, enseñando la lengua y con la cara embadurnada de.. se lo imaginan, ¿no?

– La verdad, me muero de ganas de hacer esto – dijo mi primo sonriendo.

Clara y yo correspondimos a su sonrisa.

————————————–

Y bien, esa es la historia. Imaginaos el resto. Tres jóvenes fogosos pasando un verano bajo el mismo techo. Ni que decir tiene que, en cuanto mi tía salía de casa… follábamos como conejos.

La única pega era que, a pesar de que nos moríamos de ganas, no podíamos hacerlo en la piscina, pues la vecina con la que compartíamos patio nos habría pillado. El resto del verano nuestros amigos del pueblo apenas si nos vieron el pelo.

Por qué sería.

—————————–

Pues ése es mi dilema. No sé qué hacer. ¿Dejo a Lidia que se vaya al pueblo a casa de Clara con su prima? Yoli no tiene hermanos, así que por ahí la cosa no peligra, pero sí que tiene novio y, según me cuenta su madre, creo que ya tienen sexo.

¿Dejo a mi niñita que se meta en ese berenjenal?

Bueno, qué demonios, pensándolo bien… a mí no me fue tan mal.

FIN

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ernestalibos@hotmail.com

 

Relato erótico: ”¿Cómo empezó esta afición oculta de vestirme de mujer? “2 DE 2 (POR RAYO MCSTONE)

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SEXTA PARTE. –
Escuché como se bajaba el cierre del pantalón, ese sonidito que hacen, que te hace estremecer, estab@ quietecit@, estaba encima de mí, primero empezó a pasar su durísimo glande por mi ranura, sentía que escurría por todos lados, punteo, sentí muy agradable, gemí quedito: hummm. De repente, tocaron la puerta fuertemente, de inmediato reacciono y se paró, subiéndose el pantalón. Yo solo atine a medio subirme mi bikini y pants e irme a esconder en un closet. Abrió la puerta teniendo que negociar con unos cuates que querían usar el cuarto para seguir tomando, se había corrido la voz que la habitación estaba disponible. Sin más y en silencio nos salimos, ellos no sospecharon nada, teníamos fama de “normales”. En voz muy queda, casi como en susurro le dije que podíamos ir a mi cuarto, ya que mi compañero de cuarto casi nunca estaba, en el corto trayecto, al no haber nadie, me tomo del talle y me llevaba como si fuera su novia, metiéndome mano y palmeando mi trasero. No hubo más palabras, llegamos a la estancia, primero pasamos al baño ahí casi llorando le dije: ¡estamos atentando contra la naturaleza!, ¡esto no es correcto!, él lo único que hacía era reírse y meterme mano y quererme casi coger ahí…ya se la había subido con el frío viento de la ya madrugada. A mí por el contrario ya se me había bajado por completo la tomadera. Aunque era mucho más bajo que yo, era más fuerte y no hallaba como dejar que me abrazará por detrás e intentara ya culearme. Por ello, le dije que guardáramos silencio si no despertaríamos a otros en los cuartos anexos. Nos metimos al cuarto, para con autentico pesar para ambos darnos cuenta que esta vez sí se encontraba mi compañero, estaba dormido en su cama, súper tapado. Era invierno ya. Le hice señas que guardara silencio y nos metimos en mi cama y nos tapamos. Tenía que dormir aquí, me cambie delante de él, se desnudó por completo, su pene estaba súper erecto y hasta se balanceaba, solo me deje mi camiseta y me puse un pijama de pantalón, su verga era gruesa y no tan larga. Al acostarnos le di la espalda de ladito e intentamos dormir, al parecer al tener al compañero junto, las cosas se habían calmado. Empezó a meterme mano, a acariciar mis nalgas por encima del pijama. Primero lo rechace con mis manos, al ver mi negativa como que inicio a quejarse, al ver eso y en una reacción que ni yo mism@ me esperaba me baje el pijama y le avente mi nalgatorio…entonces muy bajito, pegadito a mi oreja me empezó a susurrar: así me gusta, te voy a dar, ahorita te la meto…yo voltee mi cara y solo atine a decirle: conste, no soy puto eh, esto es de cuates, es de amigos. Largo rato estuvo punteándome, acariciando, ahora también lo hacía en mis pechos, vientre, eras ya caricias salvajes, duras. Lo hacíamos en un silencio increíble sin hacer el más mínimo ruido, sin moverse casi, sin que la cama crujiera. Después de un largo rato, me volteo e hizo que me pusiera en cuatro, yo obedecí (años más tarde descubro que me encanta “obedecer”), incluso se paró y fue al closet por una brillantina que sabía usaba y me logro untar un buen tanto en el ojete, se puso detrás de mí y cuando estaba a punto de empalarme, estaba ya casi metiendo la puntita, que mi compañero de cuarto (un cuate muy serio y formal) empezó a medio murmurar:
¿Qué pasa…?, por lo que a la velocidad del rayo, como si fuéramos flash, nos metimos en la cama y solo atine a decirle en una voz casi al borde del llanto: nada, nada, aquí Juan que anda un poco mal. tomo de más. Él estaba al lado como haciéndose el dormido…mi compa solo comento. Ah okey..sale. Sin más nos quedamos acostados, lo único que hicimos casi de manera automática, fue que me volteé y le empecé a masajear su masacuate erguida, mi manita que al igual que mis labios son muy femeninos, apenas si cubría el ancho de ese vergón que al poco rato de estarlo moviendo de arriba abajo expulso una cantidad increíble de leche. Después de esa loca noche, seguimos frecuentándonos, pero como que la pena hizo que no volviéramos a intentarlo, nunca más volvimos a bromear sobre ello, y cuando yo coquet@ trataba de hacer algún chiste o querer hacer los jueguitos que hacíamos de que me culeara o manoseara, él se mosqueaba. Tenía 20 años. No hubo más. Al año siguiente, a los 21 años perdí mi virginidad como hombre activo y empezó una afición a un juego sexual de alto riesgo, que en las continuaciones explicaré. Termine la escuela, a trabajar, años durísimos de lucha, de muerte de seres queridos, de batallar como todos con el dinero, la vida.
Pasarían muchos años para que se volviera a dar esta inquietud y que estos recuerdos florecieran.

SÉPTIMA PARTE. –
1986 era el año en que salía de la Uni, solía acompañar a otros chicos a los puteros de la zona para que se estrenarán, actuaba como un experto con las meretrices, pero en realidad yo no había tenido experiencia completa, no tenía dinero y era muy complejo allegarse de una chava por las posiciones sociales, varios desencuentros me desalentaron de buscarle por ahí. Trabajaba y estudiaba, años atrás a mitad de la carrera, un ser muy cercano de mi familia murió y la cosa se puso fea en todos los aspectos. Como pude avance, junte dinero y en una ocasión me arme de valor. Ya había dejado de lado mis puterías de andar aventándole las nalgas a los compañeros. En el centro de esa gran ciudad del centro del país, se armaba una gran zona roja, un domingo que llegaba de mi pueblo al cual viajaba casi todos los fines de semana me dirigí a ella. Por la noche me avente con una prosti que se veía fenomenal. Alta, piernuda, con buena teta. Me la pase muy bien, me ayudo, se portó amable, ya era viejona, de cara ya estaba medio ajada, pero se ve que en su época debió ser muy hermosa, de cuerpo estaba fabulosa, firmes sus carnes y me la cogí riquísimo. Aún recuerdo lo rico que es venirse, lo rico que estar limando sobre un mujerón. Seguí trabajando a la par que estudiando para poder juntar dinero e irme de putas, me aficioné a esas calles y casas de citas en busca de la hembra. Casi siempre me resulto, pero en una ocasión, seleccione a una mujer muy hermosa, buenísima…mi sorpresa fue que, al estar adentro del cuartucho del barato hotel de paso del centro de esa ciudad, con una voz ronca muy sensual, me dijo: te gustan los putos?, porque yo soy un putito…yo estaba muy caliente y le conteste que sí…entonces se puso a mamarme y ya cuando estaba a punto de venirme me lo apretó para que volteándose…me dijera…pues vas cogerte a un puto….tenía una nalga espectacular, sin más me la surtí duro y tupido en la posición de perrito. Cuando terminamos, pude ver que se arreglaba, fue cuando le vi la víbora que tenía en medio de las piernas. Desde esa experiencia, combinaba mis encuentros con mujeres biológicas y con transexuales. Termine los estudios, siempre trabajando, a los años me case, varios años fui un hombre tranquilo, hasta que por motivos de trabajo tenía que salir de noche a supervisar actividades laborales en el trabajo y ese lobo hambriento que existe en mi volvió a recorrer las calles de la lujuria, de vez en vez y de una manera muy discreta y segura (siempre con preservativo), combinaba hembras con transexuales. Me volví un experto, seguía en el deporte, en el cuidado, fui escalando y con broncas como todos, pero salí adelante en la vida.
Con una transexual en particular, desde el primer contacto, se recrudecieron recuerdos de la infancia y juventud. La primera vez que la subí a mi coche, me la llevé a un terreno que un compa me prestaba para mis movidas. Al llegar metí el carro en el terreno que estaba bardeado, solo había un pequeño cuartito, ahí estaba dispuesto a montármela de paradito, cuando mamándole sus tetas, hizo que poco a poco me arrodillara a la altura de su verga que se extrajo para de una manera firme, ordenarme a mamar chiquito, yo sin más lo hice, pero no resulto, no me gusto el sabor, pero entonces hizo que se la moviera, me acorde del grueso falo de mi compañero Juan, este estaba más delgado pero largo, pero yo quería lo mío, así que después de un rato, la voltee y la penetre paraditos. Salimos varias veces, no recuerdo su nombre, siempre intentaba como ser el hombre ella. En la última vez que me tocó verla, nos fuimos a un motel y ahí…

OCTAVA PARTE. –
Cuando nos estábamos fajando de lo rico en la cama, de repente me puso de espalda para desvestirme de poco a poco, me fui acariciando cuello, orejas, pecho, me la mamo, pero de repente me empezó a lamer más abajo, nunca me habían hecho eso, su lengua raspaba y se sentía caliente, me ensalivo mucho, después ante mi azoro, me metió un dedo, ufff una vez más recordé a Juan de
la Uni, metía y metía, su dedo era grueso, metía crema , después metía dos…yo me contorsionaba como un pez fuera del agua , gimiendo, quejándome y diciéndole…yaaaa paarrraa, que hacees loca. Ella estaba decidida, estaba a lo suyo y a base de lubricar, me calmo y luego en una actitud dominadora (años después descubrí que la seguridad y arrojo del compañero me dan estabilidad emocional y goce pleno) se sacó la verga y me la empezó a embarrar por todo el ojete…yo ya estaba sumisa, dejada, abandonada, me la empezó a meter de a poco a poco, ahhh entro la punta, la sentí y con ese dominio la dejo ir toda…ayyyyy, me tenía abierta de piernas y ella como inclinada o arrodillada, sin más que se deja venir para establecer un buen ritmo…entraba , Salía, volvía a entrar…ufff, ghummmm, en un momento me tomo de las piernas y aunque no se las puso en sus hombros si medio las flexiono con una fuerza que me maravillo y siguioooo….había dejado de ser virgen, ya era una mujercita, me besaba, y en un contraste me empezó a decir dulces palabras. Luego fui yo misma, quien le dije que quería de otra forma, que estaba un poco cansado. Me dejo, me volteé y me puse como perra, me volvió a dar…duro…durísimo…se escuchaba el choque de pieles…mi nalgatorio fuerte, duro, esponjando aguanto los embistes como todo buen putón. Después de bastantes embistes, se vino…me puso crema, y me acuerdo de sus palabras que para mí serían las últimas: listo, listo para volver a ser usado y gozado. No me dolió, me gusto, aunque no sentí tanto, ya que su herramienta era delgada. Pasaron meses que no le moví a nada como impactado de la experiencia.
Otra noche, en otra ciudad cercana en donde se ponían más transexuales, contacte a una bellísima cara con un nalgatorio de campeonato, Erika (de ahí mi nombre, en honor a ella). Varios años ya fue mi amiga con derechos, a veces me cobraba, a veces no, a veces solo regalos. Ya no salí con nadie más. Desde el segundo encuentro me quiso dar, pero no se pudo. Si me dio dos veces, pero no resulto bien, me dolió y mi temor a ser dañado, contuvo los intentos posteriores. Por ella me entere de inmediato, que mi desvirgador había muerto al pasarse de la sustancia que se ponía para parecer mujer y que eran los mejores amigos ellos, yo creo que por eso me quede con ella varios años. Por situaciones laborales, me cambie de ciudad, nos dejamos de ver y siguieron pasando los años. Muy de vez en vez me salía alguna aventurilla con alguna mujer o transexual (nunca me habían tocado travestis, siempre TS que tienen pechos y hablan como mujeres, están de mujeres todo el tiempo). Tuve otros cambios de residencia, hasta que llegué a esta ciudad del Norte del país. Una vez adaptado al entorno de trabajo, volví a las andadas, pero aquí por primera vez me tocaron además de TS, TV…siempre al igual que mujeres han elogiado mis piernas, mi cintura y sobre todo mis nalgas. Con una TS muy parecida a Erika…llamada Saraí (de ahí mi otro nombre de batalla), hubo intentos, escarceos, pero no funciono. El año 2015, no sé cómo diablos paso, pero llegue a estar en tríos con otro cuate igual de cogedor que yo…este me menciono que él se dejaba coger. Que era rico, nos tomábamos fotos discretas en cuanto al rostro y en ellas pude ver que efectivamente de cintura para abajo parecía una mujer. Una vez decidí tomarme fotos como mujer y grande fue mi sorpresa que si lo parecían.

NOVENA PARTE y última
Tenía un face en donde me movía como activo para contactar. Después de Saraí, tuve tres
encuentros muy tórridos con otra TS estilista y con ella se habló de que pudiera ser pasiva, pero al final un conflicto nos hizo separarnos. Con otra, en este caso si una TV, se intentó, ella no era del todo de mi agrado, pero una vez se puso como activo, pero inexplicablemente cuando me tenía a punto de turrón, no lo concreto, era su gol y se lo perdió, me puso a dudar si él sería, el que me volvería a “estrenar” después de tantos años de no hacerlo. Pero por situaciones de horarios, de guardar discreción y compatibilidades, ni con una ni con otra se dio. Cambie el face a un rol como de TV, grande fue mi descubrimiento de saber que era aceptado y que recibía muchos elogios, invitaciones. Se anduvo viendo varias propuestas, pero queriendo asegurarme del paso que quería dar, contacte a otra TS con la que podía experimentar, ya que en los dos encuentros anteriores que había tenido con ella, como que quería tener el rol activo. Al contactarla, ella supuso que seguiría siendo activo, de hecho, le di muy bien, pero con una sonrisa de lascivia vio que una vez que terminaba yo, le decía que quería me sacara fotos vestidita, saque mi ropa y modele, me tomo muchas fotos, me enseñó a mamarla…fue mi primera vez, creo que aprendí muy bien, aunque sí puedo hacerlo digamos cerca de 40 minutos, me cansa, y más bien me sirve para ponerme a punto de ser empalada. Me dio, pero no lo narró, porque me resulto doloroso. Pero eso hizo que me pusiera más en zozobra por saber si realmente me gustaba, me documente más, intente con otros, me dejaron plantad@, unos al final se echaban para atrás, un cuate empezó muy bien, me nalgueo, me trato como zorra y con dominio, pero a la mera hora, no pudo, se le bajo. Intente con otro travesti, pero al poco de metérmela, no pudo y más bien yo acabe poniéndole una culeada de campeonato, cuando el arreglo había sido ida y vuelta. Hasta que se dio con otro, mi primer hombre como tal. Se dio, me presto ropa, peluca, se la mame, pero como que estaba asustado y con dudas, si me dio, me gusto y mucho, pero no duro nada, se le bajo, yo quería repetir, pero al final como que le entro el arrepentimiento y toda la calentura se nos bajó, igual a mí me entraron sentimientos de culpa, y ya no se volvió dar un encuentro más. Por eso es clave el ambiente, la emocionalidad. Eso no hizo más que clavarme la espina, de que debía probar mejor. Se siguió evaluando, hasta que salió un cuate que considero es mi primera vez, aunque en realidad no lo era. Amable, el compro el gel, los condones, puso su casa, no le preocupo en lo más mínimo que no usara peluca, que no me maquillara, que no fuera obvio ni amanerado. Me encuere por completo, se la mame riquísimo…ayyy de acordarme me mojo, me puso en su cama de perrito y con paciencia me hizo el anal, me preparo, me dilato, fue la primera vez que sentí clarito como entraba…hummm, ayyyy papacito…me dio como 10 minutos en esa riquísima pose. Luego lo monté de frente, de espalda, me puso patas al hombro…todas eran mi primera vez…mi verdadera primera vez, me dio paradita, me di de sentones, de ladito fue cuando termino…ayyyy fueron como cerca de una hora que me estuvo limando, cogiendo, haciéndome por primera vez hembra a plenitud. Aunque ha querido repetir, el hecho de ambos tener esta vida doble ha hecho que no sé logre. Lo único que despertó en mi fue a una loba hambrienta. Por el face, logre con otro, pero era muy gay y no me gusto, me dolió, los tamaños eran similares, lo que comprueba mi teoría de que la preparación, el ambiente son necesarios para el pleno goce. Falle con otros que me volvieron a dejar plantad@, seguí de vez en vez combinando mi rol activo con otras TV, hasta que se dio dar con mi amigo actual, que digamos es mi amigo con derechos, con el que he repetido unas 8 veces. Todas maravillosas, es un cabrón en esto, coge con maestría, es un macho alfa, gordito, serio, formal, discreto, me gusta su trato, seguro, con él mi primera vez como vestida por completo, me compre una peluca, medio aprendí a maquillarme, aunque no me sale bien, mis labios si son muy femeninos (lo podrán ver, los que quieran fotos), él me ha tomado muchísimas fotos y videos que cuando los veo me hacen querer verga ya. Por él me compre lencería, medias negras, ligueros, rojos, rosas, negros, esas fotos son de infarto como lo podrán haber visto a los que ya se las di (de verdad me gustaría darles también otra cosa, pero están lejos). Aquí, acepto ya, que soy bisexual, que soy inter, ya que sigo siendo activo con mujeres, TS y TV y pasivo con quiera ser activo. Hay un arreglo sin palabras, de que él puede andar de canijo y yo también, somos dos cuates que vivimos la sexualidad con responsabilidad y libre albedrío. Cada uno de esos encuentros vale la pena, aprendí a usar los aparatos que ponen en los moteles, esa descarga de nervios y de adrenalina que precede y se da en cada encuentro es una energía que entra por todo haciéndote sentir vivo.
Con otro amigo más joven, delgado él, guapo, dos encuentros super buenísimos. Otros dos encuentros más llenos de adrenalina en unos baños de vapor que existen como en cualquier otra ciudad de México en donde se dan encuentros gay. Aquí es llegar a ligar. Son encuentros que valen un relato, más adelante quizás los contaré. Todos esos encuentros muy plenos, llenos de goce, experimentando nuevas poses, con muchas fotos, pero todo con respeto, discreción, higiene y seguridad, porque se trata de vivir la sexualidad a plenitud y libertad, pero sin dañar a nadie. Por razones de trabajo, no son frecuentes los encuentros, pueden pasar semanas y nada y así. Fue un placer compartirles parte de mi recorrido. Volveré, pero con un deseo, una fantasía, como muchas que tengo y que no he podido lograr, pero que espero se dé, a ver quién es el valiente que me ayuda a concretarlas, a meterme gol, a hacerme su zorrita. Cuídense.

DESEO: MI FANTASÍA…dedicado a admiradores del Facebook, en especial a ti…ya sabes, si tu…
La ciudad de México, el Estado de México y Monterrey son los sitios en donde me gustaría realizar
mi fantasía. De hecho, pudiera ser en cualquier ciudad del país o aún más en cualquier sitio, lo que pasa es que la realidad me indica que son sitios a los cuales por trabajo o de camino a mi pueblo natal pudiera pasar. Eso no descarta otros lugares, pero tendría que ser muy planeado. Sueño que algún día pudiera hacerse realidad esto. Llegar y terminar mi trabajo con prontitud y éxito. Para esto pido un día más en mi estancia a cuenta de permiso o vacaciones. Digamos que José, ya me ésta esperando a las 6 de la tarde de un jueves, así el viernes lo junto con el sábado para regresarme el domingo. Así que tenemos una noche y dos días completos a nuestra disposición. Él también hizo sus arreglos y tiene todo el tiempo libre, me espera en un hotel céntrico de buen nivel, en donde ya contrato a una estilista que me va a arreglar para dejarme hecha toda una princesa. Para esto yo ya llevo mi ropa, mi ajuar listo. Esa noche iremos a bailar, a un congal, para que me luzca, me presuma, no quiero que sea una sala de baile de lujo, no, quiero que sea en uno de arrastre, en donde los tipos y mujeres puedan ver que soy un muy buen TV, en donde me deseen. Luego quiero realizar una fantasía. Quiero que me lleve a una esquina (claro antes, hizo arreglos, por lo de la seguridad), para que me ponga como si fuera una prosti, quiero que vea como rechazo a clientes, hasta que él en su carro me levanta. Una vez ahí, quiero que me lleve a un motel o si puede conseguir un departamento, ahí…estando ahí seré su mujer, seré su sueño hecho realidad, se la mamaré como diosa y dejare que me haga lo que él quiera. Quiero que me posea en muchas posiciones, en la regadera, en la tina, frente al espejo, de frente, de lado, de perrito, de patitas al hombro, que repasemos el Kama Sutra hasta que lleguen las primeras horas del día. Volverme a vestir de putona, con mini, con zapatillas, bien maquillada. Un buen desayuno, relax, quiero que me lleve al metro, quiero que vea cómo puedo provocar a los hombres para que me apuntillen, quiero que se vuelva a calentar observando como otros se ponen detrás de mí a repasarme sus vergas, a meterme mano, pero sabiendo que se las volveré a dar solo a él. Comer sabroso, luego meternos a un cine porno y ahí quiero que me vuelva a hacer suya delante de mirones calenturientos que ven como primero se la mamo como reina hasta dejársela durísima para que luego me empale paraditos, yo en una fila poniendo mi culito respingón hacia atrás, para que él en la fila de atrás me dé batería sin cesar, luego sentarme en la butaca de frente sobre él, y de espaldas a él, de perrito en el piso, quiero gemir quedito delante de otros, ser el espectáculo prioritario y no lo que dan en la pantalla, que nos hagan “bolita” para ver el acto. Uffff, salirnos después de una buena cogida y regresar de nuevo al depto., a seguirle poniendo y darle la sorpresa de pedirle que ahora es turno de él, que él decida que quiere hacer. Ahora sí, un hasta pronto, soy así de entregar cosas rápido y ya después le paro. Esto cansa. Los invito a visitar también mis relatos de Erika Garza en la página www.todorelatos.com en la sección de infidelidad. Soy el autor Rayoerika.

 

Relato erótico: “Mi nueva vida 3” (POR SOLITARIO)

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Martes, 30 de abril.

Me despiertan las discusiones de los niños por el uso de los lavabos, les teníamos dicho que debían utilizar el del pasillo y no entrar en el de nuestro dormitorio.

Estoy solo en la cama. La puerta de la entrada se cierra, se han ido al colegio.

Hoy va a ser un día movido, espero a Marga para organizar la decoración del piso en función de las necesidades del negocio. Oigo hablar, son las voces de Marga y Mila. Salgo al pasillo para oír mejor.

–No lo esperaba de ti, Marga, de cualquiera menos de ti.—

–Mila, no puedo decirte que lo siento, porque no sería cierto. Sabias que me gustaba José cuando lo conocimos en su facultad, pero utilizaste tus malas artes para atraerlo y quedártelo. Me dijiste que te habías enamorado y que me apartara, lo hice y me arrepentí. Me quede a tu lado porque así también estaba cerca de él y llegue a quererte a ti también. Te quiero Mila. No me peleare contigo, os quiero a los dos y creo que podríamos llegar a un acuerdo, los tres. Sin mentiras, sin ocultar nada.—

–No sé Marga, creo que lo he perdido para siempre y ahora sé lo mucho que lo quiero. Tú sabes que nunca me he dejado manipular por ningún hombre, y muchos lo han intentado. José era otra cosa, lo tenía en casa, era mi soporte, mi seguro y mi refugio en momentos de depresión y angustia. El siempre estaba ahí, sin una pregunta, sin un reproche. Cariñoso y atento. Demostrándome su amor. Y no permitía que me tocara, mientras yo me arrastraba como una perra, sometiéndome a las mayores depravaciones con tipos que no le llegaban a él ni a la suela del zapato. Lo engañaba, si, y ahora pagare muy caro mi error. Le he hecho mucho daño. Y lo he perdido. —

Me asome un instante, sin que me vieran y estaba abrazada a Marga, lloraba. Regrese al dormitorio.

–Mila, ¿estás ahí?

–¡Si José, estoy en la cocina, ven a desayunar, ha llegado Marga!

Me refresco, me aseo, voy a la cocina.

–Marga querida, deberíamos pensar en la posibilidad de que te quedaras aquí, en casa, un tiempo. Al menos hasta que solucionemos lo del piso. ¿Qué te parece?.

–Así no tendrías que ir y venir todos los días.—

Me mira con extrañeza. Quizá intuya que las he oído hablar.

–Por mi bien ¿tú qué dices Mila?

Mila me mira.

–¿Lo que yo diga o piense, servirá para algo?—

Me revuelvo.

–Si, servirá. Si eres sincera y dejas de comportarte como una niña caprichosa y egoísta. Cuando empieces a pensar un poco en los demás y no solo en ti.-

Dirige la mirada hacia Marga.

–Creo que debes venirte a vivir con nosotros, Marga. Te necesitamos, José y yo.

–Pues decidido, tenemos que preparar la habitación de la entrada con lo necesario para que estés cómoda. Mi despacho lo trasladaremos al piso nuevo. Ya he contratado ADSL para empezar a trabajar cuanto antes. Mila, alegra esa cara que vamos a perder clientes, si te ven así.

Mila mira a Marga y agacha la cabeza, con desaliento.

–Por cierto, he pensado en incluir a María en el proyecto como regente del local. Por lo que sé ya tiene experiencia. ¿Qué os parece?

–Creo que puede sernos de gran ayuda además, dentro de lo que cabe, es honrada, ¿Cómo lo ves Mila?

–Si, si acepta puede sernos muy útil, conoce a mucha gente y me fio de ella.

–Pues llámala y que venga a vernos esta tarde. ¿Qué sabemos de Claudia?

–Nada, no ha llamado.

–Llámala y averigua que pasa.

Suena el zumbador del portero. Mila va a responder. Vuelve.

–No es necesario que la llame, ya está aquí.

–Hola a todos, vaya os veo tristes, ¿pasa algo?

Me hace gracia el desparpajo que tiene, después de lo ocurrido la tarde anterior se comporta como si nada. Parece alegre.

–Clau, ¿porque estas tan risueña?

–Tengo mis razones. Esta mañana he discutido con Agu.

Nos vamos a divorciar. Nuestro matrimonio era una farsa. El se gastaba el dinero en juergas y fulanas. Así que le he dicho que a partir de hoy si quiere follar conmigo tendrá que pagar.

Mila sonríe.

–Entonces te puedo decir que yo lo tenía en mi agenda, nos veíamos una o dos veces al mes.

–¡¡Zorra!! ¡Mala amiga! José, ya ves que aquí nadie se libra de los cuernos. Pues bien, me alegro. Por cierto Mila, ¿Cuánto le cobrabas? y ¿Qué te pedía?

–Depende, lo normal trescientos por sesión, pero a veces se lo hacía a cambio de gestiones como abogado. Me citaba en su despacho. Allí me proporcionó buenos clientes. Me pedía mamadas, algún folleteo pero le gustaba más darme por el culo. Iba directo al grano, sin florituras. Me desnudaba me colocaba como él quería y la metía. En unos minutos se acababa todo. A mí no me excitaba en absoluto. Resultaba muy desagradable, despótico, no ocultaba su desprecio. A mí me daba igual, cobraba y me iba.-

Mila hablaba con Clau pero me miraba a mí, estudiando mi cara, mis gestos.

Disimulé como pude el pellizco que sentí en el estomago y forcé una sonrisa.

–¡Quizás tengas en él tu primer cliente, Clau!. Ya sabes lo que le gusta.

–Lo estaba pensando, no creas. Jajajaj

¡¡Estaba feliz!! Es como si se hubiese quitado un peso de encima.

–Clau, a tu hija la dejaras tranquila. No soy quien para juzgar a nadie, pero creo que no es bueno para ella que mantengáis esa relación. Su carácter rebelde indica que le afecta lo que hacéis. Eres libre de educarla como te parezca. Pero esto le perjudica.

–Anoche tuvimos una charla. Creo que dejamos las cosas claras y parece que ella se aviene a razones. El tiempo lo dirá. Pero por favor José, ayúdame. Confió en ti.

–¿A pesar del chantaje?


–Creo que entendí tu mensaje. Aun a costa de mi esfínter. Esta mañana no podía sentarme. Jajaja- Pero debo reconocer que lo pase muy bien con lo que me hicisteis. Yo me consideraba frígida. Me obsesionaba el no llegar al orgasmo. Me gustan los jovencitos y me excito con facilidad, pero luego una vez empezamos me bloqueo y por mucho que insista no lo consigo, entonces me cabréo. En ocasiones me he pasado horas dándome en la pepitilla sin llegar al final. Es muy decepcionante.

Mi marido nunca ha tenido la paciencia suficiente. Me excitaba, pero el entraba se corría y no me daba tiempo.

Llego a violarme. Sí. No pongáis esa cara. Me hacía sentir muy mal cada vez que lo hacíamos, me sentía frustrada. Un día me negué, el insistía y yo que no, que no me dejaba, que me utilizaba como a una muñeca hinchable y no quería pasar otro mal trago. Por sorpresa cogió la pechera de mi camisa la desgarro y me tiro sobre la cama, se sentó sobre mi estomago y me quito la ropa a tirones. Grité. Le suplicaba que me dejara, que no quería, pero no me oía, me arranco las bragas, que me produjeron un corte en la ingle y no se detuvo. Cuando terminó se vistió y se fue sin decir nada.

Desde aquel día me propuse ponerle los cuernos cada vez que tuviera ocasión. Pero aunque lo intentaba no llegaba al orgasmo y eso me hacía sentirme mal. Durante años me he dejado utilizar por él para masturbarse dentro de mí, sin hacerme sentir nada.

Hace unos meses, pille a mi hija masturbándose en su habitación, me excité mucho, ella no podía verme. Me subí la falda, metí mi mano dentro de mis bragas y me acaricié. Cuando ella alcanzo el orgasmo y vi el placer reflejado en su rostro, los ojos cerrados, su boquita entreabierta, los jadeos, no pude más y me ocurrió algo que nunca había sentido, el placer fue inmenso. Tanto es así que se me escapó un grito. Al oírme se giró, me vio se asustó. Yo fui hacia ella, la tranquilice y le hable de mi problema, me miro con dulzura, me empujo a su cama y se tendió a mi lado. Me besaba, sus manos recorrían todo mi cuerpo bajo la ropa. Se paró en mi almejita y la acaricio con sus deditos hasta que exploté en otro orgasmo. Era la primera vez, no sabía lo que era un orgasmo, había estado casada, había tenido una hija y nunca antes había llegado a sentir ese placer.

–Entiendo. Y tu Marga, ¿por qué te divorciaste?

Sonríe tristemente.

–Fue una equivocación.

–No el divorcio, sino el haberme casado con él. Era celoso al máximo, razón no le faltaba, pero me asfixiaba, no me dejaba respirar. Cuando Mila me dijo que había contactado con ella para una cita, me encaré con él. Le dije que yo estaba follando con medio Madrid, exagere, intento pegarme y no se lo permití. Le di un rodillazo en los huevos y me marche. Nos vimos lo imprescindible para los trámites del divorcio. Llegamos a un acuerdo bastante bueno para mí y ya no lo he visto más.

–Pero yo sí marga, no quería que lo supieras pero necesito acabar con las mentiras. Acepte acudir a una cita y follamos, pagando claro. Le advertí que si trataba de hacerte daño lo pagaría muy caro. Y si me delataba y mi marido se enteraba de algo acabaría en una cuneta. No he vuelto a saber de él.

–Bien dejémonos de cháchara y a trabajar. Marga al piso haz una relación de lo necesario. Luego te vienes para comer. Clau con la documentación que te facilitará Mila haz las gestiones para contratar luz y agua.

–¿Y yo?

–Te quedaras conmigo, aún tenemos mucho de qué hablar.

Mila rebusca en su armario y le entrega a Clau la documentación. Marga coge las llaves y se dirige al otro piso. Nos quedamos solos.

–Prepara algo para comer los tres, Mila.

Sin responder se dirige a la cocina. La sigo. Está de pié ante el fregadero. Me pongo detrás y coloco mis manos sobre sus hombros. Acerco mi boca a su cuello, aspiro su aroma, la sensación que provoca en mi es indescriptible. Al sentir mi respiración cerca de su oreja izquierda percibo un estremecimiento, se eriza su piel, me encantaba hacerla sentir aquella sensación, acariciar su “piel de gallina”.

Mila inclina su cabeza hacia atrás para aumentar el contacto. Yo me retiro.

–Sigue por favor. No me dejes así. Bésame.

Me obligo a alejarme de su cuerpo que me atrae como un imán.

–Necesito confiar en ti Mila, pero aun no puedo. Voy a ver que hace Marga.

La sorprendo con una tablet PC en la mano, tomando notas.

–Como vas.—

–Bien, creo que tengo anotado casi todo lo que necesito. Casi todo.

–¿Que quieres decir? Por favor habla claro, no me gustan los dobles sentidos.

–Me has sorprendido con tu decisión de que venga a vivir contigo.

–Pues no debería, es lo más lógico. Si tú me quieres, yo te quiero y ambos queremos a Mila. ¿Qué puede extrañarte? Todo es cuestión de establecer entre los tres unas normas que permitan la convivencia pacífica.

–¿Y lo crees posible?

–Hace un mes hubiera puesto el grito en el cielo. Pero como le he dicho a Mila, soy otro José.

He replanteado todos mis principios, y en ellos cabe una convivencia a tres, llevándonos bien y estableciendo los canales de comunicación adecuados. Vamos a ver qué pasa.

–Mila lo pasara mal y me duele. La quiero mucho, ha sido mi compañera desde que tengo uso de razón, fuimos juntas a la guardería.

–Puedes tener la seguridad de que no tan mal como yo lo he pasado. Pero es inteligente y fuerte. Lo superará y después nos lo agradecerá ya lo veras.

–Dios te oiga.—

–Eehhh, cuidado, Dios aquí no pinta nada. Somos nosotros quienes decidimos y establecemos las normas. Las suyas que las sigan los curas. Ya oíste a Mila criticando mi forma de ser influida por las leyes divinas.

–Vaya, realmente has cambiado. Así me gustas más.

Se acerca mucho, peligrosamente, percibo su aliento, me besa en los labios. Acaricio su mejilla con el dorso de mi mano, con la otra la separo de mi.

–Tenemos que empezar a establecer las normas a seguir. Creo que la primera será la de no permitir ningún contacto intimo de ninguna de las dos conmigo sin estar los tres presentes. Entre vosotras podéis hacer lo que queráis sin mí. ¿Cómo lo ves?

–Vaya, eres duro, no lo parecías hace un mes.

–No lo era Marga, pero lo que he visto me ha creado una coraza de la que difícilmente podre librarme. Por supuesto si en algún momento te sientes mal con esta relación lo hablamos y si decides marcharte tendrás la libertad de hacerlo. Nadie te retendrá.

–Con Mila es distinto, ella debe seguir junto a mí, al menos, hasta que los niños sean independientes afectivamente. Entonces podrá seguir conmigo o no, según yo decida.

La puerta de entrada estaba entreabierta y se movió, supuse que Mila estaba escuchando. Rodee los hombros de Marga con mi brazo y nos encaminamos a la cocina donde ya estaba Mila.

–¿Ya os habéis estado enrollando?

–Ya sabes que no, lo has visto y oído todo, y también que para cualquier rollo entre nosotros deberemos estar los tres.

Durante la comida intentamos dar un toque de humor a la conversación, les sugerí que contaran anécdotas de su vida “profesional”. Relataron peripecias que por un lado me hacían reír, pero por otro me producían un gran desasosiego interno. Mila había tenido multitud de experiencias que yo desconocía y me hacían verla como una extraña. Me producía una rara sensación. Tras el café Marga decidió ir a encargar algunas cosas que necesitaba.

–¡A ver qué vais a hacer..!

Y se marcho. Nos quedamos solos de nuevo. De pronto el ambiente se hizo pesado, como si una losa cayera sobre mí.

–Voy a tumbarme un rato. ¿Te vienes?

Asentí con la cabeza y fui tras ella. Se desnudo totalmente y se dejo caer en la cama. Yo vestido, me quite las zapatillas y me acosté a su lado. Se acerco hasta pegar su cuerpo al mío. No pude evitar una erección evidente bajo mi pantalón.

–Parece que no te soy tan indiferente.

–Mila, la indiferencia es un sentimiento que puedo controlar con el pensamiento y lo que tu observas en mi bragueta es una reacción puramente mecánica. No te equivoques. No vas a conseguir nada por ese camino.

Me gire sobre el lado izquierdo y le di la espalda. No podíamos dormir. Nuestras mentes no lo permitían. Se removía en la cama una y otra vez, hasta que no pudo soportarlo más y se levanto, se puso la bata y se fue. Poco después se oía la música del TV del salón. Me asome discretamente, estaba frente a la tele pero con la cabeza baja, ligeramente ladeada, pensativa. Me acerque y reacciono con un ligero sobresalto.

–Te creía dormido. ¿Quieres algo?

–Como si pudiera conseguir lo que quiero. Quiero a Mila, la que yo conocí, la que me enamoró. No la Mila egoísta y sin conciencia. ¿Y tú, qué quieres?

–También quiero al José amable que conocí pero ya estoy convencida de que ha muerto. ¿Podre tener algún día al nuevo José? Y si lo consigo, ¿tendré que compartirlo con Marga?

–Mila ¿te has parado a pensar en lo que dices?. Durante quince años has vivido conmigo sin yo tenerte y poseyéndote otros. Te he estado compartiendo con un montón de hombres que se acostaban contigo, sin yo saberlo. ¿Ahora te quejas porque tendrás que compartirme, estando tú presente?

–Dejémonos de reproches y háblame de ti. Que paso con la gente del grupo Ji, con María y con el tal Pedro, que al parecer inicio a la madre y la hija en el oficio más viejo del mundo.

–¿Realmente no te enfadas cuando hablamos de las cosas que hemos hecho?

–Si me enfado o no es cosa mía. Tengo que asumir y aceptar que habéis tenido una vida que yo desconocía y que jamás hubiera aprobado, pero es vuestra realidad y necesito conocer todo lo que habéis hecho para saber a qué atenerme en el futuro, si lo tenemos.

–No sé si has escuchado mis conversaciones con Ana.

–Algo he escuchado, se que te llevaron a una orgia en una casa en Toledo y que entraste en el grupo Ji. Después lo que comento Ana sobre la forma de convencerla para que trabajara para la tal María, al parecer a ti te hicieron lo mismo.

–Si, me montaron la misma encerrona que a nuestra Ana, precisamente por eso sabía que sería casi imposible convencerla para que lo dejara.

–Porque yo no lo dejé. Pedro era y es un maestro en las artes amatorias, María lo adiestro. Me convencieron de que esa vida era maravillosa y yo, a decir verdad, la he disfrutado. Por eso te repito que no me arrepiento.

–Nunca lo he considerado como algo malo. El sexo para mí era y es, una fuente de placer, pero también de dinero, ya lo sabes. Pero nunca he asociado el sexo al afecto.

— Tu no me pedias sexo y yo me acostumbre a no dártelo. Por eso no me parecía tan mal follar con otros, que me daban placer, y quererte a ti que me dabas cariño, amor.

–Supongo que para ti será muy difícil de entender. Y de verdad lo siento.

–Siento haberte hecho tanto daño. Jamás he sentido celos, tú no me dabas motivo, estaba segura de tu fidelidad, de tu amor. Hasta ahora.

–No me importa que folles con quien quieras. Lo has hecho con Claudia y creo que lo has pasado bien, me alegro, yo también lo hacía y lo pasaba bien, pero lo que has hecho con Marga es distinto, aquí entran en juego otros factores que lo complican todo.

–Ella ha confesado que está enamorada de ti. Y tú ¿sientes algo por ella?

–Con ella no solo follas, haces el amor y eso me duele. Me rompe el corazón. La vida sin ti ya no tiene sentido. No la quiero.

–Sigues siendo Mila, la egoísta. La ególatra, quieres que el mundo gire a tu alrededor, tú en el centro. Y te importamos poco o nada los demás. ¿Y tus hijos? Son tu responsabilidad, tú los has traído al mundo y ahora, como no logras lo que quieres los abandonas a su suerte. ¿Qué ocurriría si te enamoraras de cualquiera con el que estuvieras follando? No dudarías en dejarnos a todos para irte con él. De eso estoy seguro. Y en el futuro ¿Qué garantía tengo de que no lo harás?

–Ninguna, tenlo por cierto, nadie tiene el futuro garantizado. No te equivoques. Hace ya muchos años que aprendí una lección que a ti te vendría bien.

Vive el momento, deja el futuro a los astrólogos. Disfruta y vive. Si lo pasas bien gózalo, si lo pasas mal olvídalo. El pasado es un lastre que no te deja avanzar. El futuro es algo vacio y desconocido que te aterra y no te deja olvidar. Solo el momento es real, el pasado ya no existe ni existirá más, el futuro aun no es y quizá no lo sea nunca. Vive el presente y disfrútalo.

En ese momento llaman al portero. Mila se levanta para abrir. Entra María sonriente.

–Vaya, por fin voy a conocer a tu marido.

Besa a Mila y me da la mano. La estrecho.

–No puedo decir que me alegre conocerla por ciertas circunstancias, de las que supongo, le habrá hablado Mila.

–Si algo me ha adelantado pero ¿supongo que no habrá problemas? Yo no quiero líos. Y menos con maridos celosos.

–Dirá usted con cornudos celosos.

–¡Uyuyuiii! Como esto siga así me voy.

Mila intercede.

–No por favor María, quédate y escucha a José.

María se sienta en uno de los sillones del salón.

–Bien, vamos a dejar de lado la inducción a la prostitución de menores y el hecho de que la menor es mi hija. Vamos a obviar que hace veinte años hicieron lo mismo con Mila. Y vamos a olvidar que estuve a punto de matarlas a Mila y a usted.

–Por Dios, ¿Qué me dice usted?

–Como lo ha oído. Pero no se preocupe. No quiero hacer daño a nadie. Solo proponerle un negocio. Y olvide a Dios. Es un lastre del pasado que no deja vivir a mucha gente.

–Vaya. Me había asustado. Y ¿Qué negocio?

–El mismo que tiene montado en el cuchitril de su piso pero a mayor escala, con más medios y con menos peligro de ir a la cárcel por comerciar sexo con menores.

–Mila enséñale el otro piso y explícale lo que queremos hacer. Y para que la necesitamos.

Se trasladan al otro piso. Había citado a mi amigo Andrés para hablar con él y luego comprar algunos equipos para ampliar la cobertura de observación al otro piso. Nos saludamos en el café donde nos solemos encontrar.

–Aquí estoy José, a tu disposición, me dijiste que me ibas a proponer algo y me asusté. Dime que no vas a hacer una animalada.

–Depende de cómo lo interpretes. ¿Recuerdas la frase de Sun Tzu “Si no puedes con tu enemigo únete a él” de “El arte de la guerra”?

–Si tengo una vaga idea.

–Pues es lo que estoy haciendo. Y necesito tu ayuda. Está muy relacionado con tu trabajo, tendrás que pasar revisiones médicas periódicas a las putas con las que voy a trabajar. Entre ellas a mi mujer.

–¡¡¡¡JOSÉ, NO ME JODAS!! ¡¡¿Pero que me estás diciendo? ¿Estás loco?

–No Andrés, no estoy loco y baja la voz que nos miran, nos teníamos que haber entrevistado en mi cubil. Pero ya estamos aquí.

Le puse en antecedentes de todo lo que había planeado y las razones que me movían a hacerlo. Y lo entendió.

–Tengo que felicitarte, Te juro que he pasado noches sin dormir con tu problema y por lo que veo has tomado, creo, la única decisión posible, la más razonable. Y me alegro. Por mi parte colaboraré en todo aquello que mi ética me permita.

–Hay otra cosa, quiero que hagas una llamada anónima a la policía, al grupo de menores. Grabarán la voz y no puedo verme involucrado. Informales para vigilen esta dirección, particularmente los martes a partir de las diez de la mañana. Un alto ejecutivo estará allí con una menor.

–Se puede liar, lo sabes ¿no?

–Si, pero no puedo permitir que esa bruja siga destrozando la vida de más adolescentes.

–Lo haré, no te preocupes.

–Gracias, sabía que podía contar contigo.

Nos despedimos y me desplazo a la tienda donde adquiero el material que necesito. Vuelvo a casa.

Mila está en la cocina preparando la cena de los niños. Al verme corren y me saltan encima. Juego con ellos un rato en el salón. Mila se asoma y nos mira pensativa, esboza una sonrisa triste. Ana está en su cuarto. La llamo para cenar.

–¿Cómo te encuentras Mila?

–Físicamente bien, anímicamente mal, muy mal.

–¿Y tú?, sé sincero, ¿como estas?

–Tengo la extraña sensación de estar viviendo una pesadilla de la que en cualquier momento despertaré.

–Es curioso, a mi me pasa igual. No sé si podre superar esta angustia que me oprime el pecho y me ahoga.

–Es la misma sensación que he sufrido durante todo este tiempo. Desde que descubrí tu mentira.

–Pero podemos superar esto. Yo pongo todo de mi parte. A ti te cuesta más, no das tu brazo a torcer.

–Papá, mamá, porqué no dejáis de atormentaros los dos. Yo no puedo más. Me quiero morir.

Ana llora, Mila intenta consolarla. Yo no puedo más y las abrazo a las dos. Me separo un poco y las miro.

–Parecéis dos lloronas ¿No? Mira que cara tiene Ana, llena de mocos y lágrimas, déjame que te suene, como cuando eras niña. Jajaja

Las beso a las dos. Estamos más calmados. Le hago cosquillas a mi hija y consigo hacerla reír.

–Vamos Ana, cuéntanos que has hecho hoy.

–He pasado todo el día en el insti. Los huecos entre clases los he pasado en la biblioteca estudiando y….

–Y qué, Ana. Puedes hablar de todo. Ya no debe haber secretos entre nosotros.

–Pues que me he encontrado con Paolo. Y me ha parecido un jilipollas. He pasado de él. Solo es un pobre diablo por el que ya no siento nada.

–Es curioso. Antes, solo pensaba en él y no podía estudiar. Ahora ha desaparecido ese problema.

–En la mañana he preparado un examen que tenía pendiente y he aprobado el trimestre. Ha sido tipo test. Voy por las notas.

Mila me mira, me besa. La abrazo.

–Tenías razón José, aun tenemos esperanza.

Ana nos mira. Me entrega un papel en el que figuran las contestaciones y las correctas. La puntuación es media alta. La atraigo y la estrecho entre mis brazos. Mila sonríe.

–Vamos a dormir.

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Relato erótico: “La casa en la playa 10.” (POR SAULILLO77)

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Huida.

“Vanesa, Vanesa, Vanesa, me llamo Vanesa”, me lo repetía una y otra vez, me lo llevaba repitiendo desde que me fui de la casa en la playa de Samuel, me lo repetí todo el camino a Madrid, me lo repetía al llegar a mi casa y me lo repito cada vez que pienso en él. Me siento estúpida al recordar un momento a su lado y echarme a llorar, incluso me sorprendo llorando sin motivo alguno, simplemente estoy sentada en la cama, y las lagrimas surcan mis mejillas, allí donde él me besaba o me acariciaba.

Y lo peor es al mirarme en el espejo, al ver mi pelo rizado me derrumbo, aquellos rizos que había llegado a detestar tener, y ahora los odiaba todavía más, me recuerdan a él, a mi tozudo y cabezota caballero de reluciente armadura, a ese maldito imbécil que se ha colado en mi corazón sin pedir permiso. He tratado de alisarme el pelo unas 6 veces, para volver a ser Vanesa, alejarme de este verano y de Samuel, pero no puedo, es superior a mí, me quedó mirándome en el reflejo, con la plancha del pelo en el armario del baño, jugando con mis dedos enredándolos en mis rizos. Huelo el champú de manzana y noto como me reconforta, esa bobada me transporta a la playa con Samuel, a esas largas horas tumbados acariciándonos sin hacer nada más que mirarnos y sonreír. ¿Como he permitido que esto ocurra? No soy una niña tonta enamoradiza, soy una mujer fuerte, independiente y solitaria, ni siquiera mis compañeras de piso de estudiantes saben quien soy, apenas hablo con ellas, no me gusta la gente ni relacionarme, no confío en nadie y creo que el amor es una fantasía, una reacción química del cerebro tan real como la ira, el dolor o la felicidad, y por lo tanto, controlables por el cerebro consciente, y aún así no he podido evitarlo.

Llevo 5 días sin salir de mi casa, no tengo ganas de salir, ni de hablar con nadie, no como y solo apenas bebo agua, me siento como si estuviera colgando en mitad de un precipicio y algo tirara de mi, estoy desesperada pidiendo ayuda a gritos, mientras que a la vez, no dejo que nadie se acerque. Noto un peso incesante oprimiéndome, no hablo de una sensación o una idea, si no que siento un dolor agudo y constante en mi pecho, algo real, y no lo soporto más, no se como hacer que pare, no me veo capaz de hacer nada, mucho menos volver a mi vida, tengo que irme. Llamé a mi trabajo para dejarlo, el que me había buscado para pagarme los estudios de la universidad de psicología donde iba a empezar mi 2º año, a la que también llamé para abandonar, estoy harta del trabajo, del piso, de los estudios, de mi vida y de todo lo que me rodea, me doy asco a mi misma por lo que he hecho, necesito alejarme, pienso que si pongo distancia con todo me sentiré mejor, o al menos eso espero.

Estoy cayendo, mi vida entera ha sido un descenso descontrolado, he aprendido a sobrellevarlo y moverme sin apego a nada ni a ha nadie. Soy huérfana, mi padre nos abandonó, ni lo recuerdo bien, y mi madre murió de cáncer cuando yo tenia 11 años, he ido rebotando de una casa en acogida a otra hasta ser mayor de edad, nadie se ha preocupado por mi, ni me han demostrado el más mínimo interés o cariño, no importa, se vivir de esa forma, lo he hecho siempre, me he forjado una careta, un escudo que me protege ante todo, estoy acostumbrada a ser así, pero ahora………..Por fin había encontrado a “esa” persona, que paró mi descenso, me cogió la mano y me hizo sentir segura por primera vez en mi vida, vio a través de mi mascara y no se asustó, sentía en su mirada que no me fallaría jamás, que me quería y que me amaría para siempre, que estaría dispuesto a darlo todo por mi, y fui tan estúpida que solté su mano, por miedo, tenia pánico a que descubriera quien era y dejara de quererme, no me quedó otro remedio, tuve que obligarle ha hacer algo tan sórdido que me convenciera a mi misma, y a él, de que no me quería, y así tener una excusa para marcharme.

Podría haberlo aguantado todo, desde como le conocí hasta que le obligara a acostarse con su madre, pero lo de Marta…….verle entrar por esa puerta fue más doloroso de lo que nunca pude imaginar, me quedé en la puerta oyéndolos hablar, quise darme la vuelta y salir corriendo para ver que ocurría desde el balcón, pero no me atrevía, solo escuchaba sus voces, ni les entendía. Mi cuerpo y me mente me pedían a gritos que abriera la puerta, le pidiera que parara y dejarme caer en sus brazos, decírselo todo y que ocurriera lo que tuviera que ocurrir, pero no lo hice. Pasados unos minutos comencé a escuchar a Sara y a Marta gemir, y la sola idea de ver a Samuel con Marta me volvió loca. Me fui, auto convenciéndome que era lo correcto para él, avisé y me vinieron a buscar, le dejé una nota y mi móvil, así tendría algo con lo que recordar a esa tonta de los rizos que tanto le gustaba, y no al monstruo que lo abandonó.

Pero el pasado es implacable, hace un rato me llamó mi jefa, por lo visto ya tiene preparado todo lo que le pedí para irme, y necesita que vaya en una hora a las oficinas, así que aquí estoy, delante del espejo un maldita vez más, con la plancha del pelo en la mano, tratando de recomponer los trozos de mi vida que me quedan para no parecer el ser asustado, débil y angustiado que soy. Logro plancharme el pelo, y eso me da cierto confort, dejo de llorar y me visto para ir por última vez a mi trabajo, decido ir con unos vaqueros y una camiseta a rayas blancas y azules debajo de una chaqueta negra por encima, con unos zapatos sencillos y elegantes sin mucho tacón, por un instante me pongo las gafas de pasta, y me vuelvo a echar a llorar, las dejo en su sitio y me maquillo de forma grosera, quiero ocultar quien soy al mundo. Vienen a buscarme con un coche de lujo, el mismo que me trajo sollozando de Valencia, respiró hondo al llegar y ver a mi jefa abajo esperando, hago acopio de fuerzas y me bajo a saludarla.

-YO: hola…………. Madamme.

-MADAMME: ¡hola bonita!, me tienes preocupada – extiende su mano como si fuera una reina, como hacia siempre, se la cojo y la dedico una falsa sonrisa.

-YO: lo siento……es que estoy algo cansada.

-MADAMME: no solo es eso querida, ¿seguro que quieres dejarnos? Eres de las chicas más prometedoras que he tenido, en este año has ganado mucho dinero, y me lo has hecho ganar.

-YO: si…….de verdad que la pido disculpas, pero necesito alejarme de todo.

-MADAMME: como desees, aunque quiero que sepas que siempre tendrás un lugar aquí.

-YO: gracias, pero no tengo intención de volver……- pretendo mostrarme firme pero esa mujer te lee el alma.

-MADEMME: mi dulce niña, este último trabajo te ha afectado más de lo que pensaba….. ¿que ha ocurrido?

-YO: que he cometido el mayor error que se puede cometer en este trabajo, por favor, solo necesito mis cosas, y me marcharé.

-MADAMME: como quieras, lo tiene todo uno de mis chicos en el coche, te llevará donde necesites.

-YO: muchas gracias, me sorprende lo comprensiva que es.

-MADAMME: jajaja digamos que desde hace un par de años alguien me ha hecho ver el mundo de una forma diferente………….en fin querida, si quieres puedes irte ahora, pero deja que te pida algo antes de marcharte, no estás obligada a nada, ni nada te ocurrirá si te niegas.

-YO: pues dígame.

-MADAMME: debido a tu….cambio de parecer en las condiciones, el cliente está confuso, y desea hablar contigo para saber por qué.

-YO: ¿está aquí?

-MADAMME: aún no, pero si aceptas, se pasará en media hora, será arriba, y con mis chicos vigilando, para evitar problemas, os veréis a solas aunque me gustaría estar presente.

-YO: no me apetece verle.

-MADAMME: como te digo, no estás obligada, pero parecía muy molesto con tu trabajo.

-YO: ¡hice lo que pidió!

-MADAMME: han surgido complicaciones derivadas – “¡y a mi que más me da!”, estoy a punto de decirla que no, e irme, pero algo me retiene, la curiosidad, de golpe necesito saber que le ha pasado.

-YO: está bien, y después me voy, se acabó todo.

-MADAMME: perfecto, subamos y llamo al cliente.

La sigo al edificio de oficinas a su espalda, y subimos en el ascensor, hasta la última planta, Now Servies S.A, al subir Madamme le tira el abrigo a la recepcionista y deja ver su voluptuoso cuerpo en un vestido de noche exuberante y que la hace ver arrebatadora, con una cola de caballo en el pelo. Deja a sus acompañantes en la entrada, 2 castillos del este con trajes baratos, y me acompaña hasta una sala de reuniones donde espero sentada junto a ella. Pasados los 30 minutos Madamme recibe un mensaje y me mira.

-MADAMME: está subiendo.

-YO: perfecto, si es posible……..¿puedo verle a solas?

-MADAMME: como prefieras, estaré cerca con mi chicos, si pasa algo raro avísame.

-YO: no creo que pase nada, pero no te aseguro que el cliente salga contento de aquí.

-MADAMME: a nosotros ya nos ha pagado, y a no ser que recapacites, no nos debe nada, así que siéntete libre de expresarte – se agacha y amaga darme 2 besos, pero no me llega a contactar, y se va contoneando su enorme trasero.

Respiro profundo, me tiemblan las manos y no se como actuar, tengo que ser firme o me comerá, no me resultaría difícil en circunstancias normales, pero ahora mismo no soy yo. Espero unos 5 minutos, oigo el ascensor y a Madamme charlando con un hombre de voz potente y contundente, escucho como se acercan y me pongo en pie. Al abrirse la puerta carraspeo y veo a Madamme invitando a entrar a un hombre, le conozco pero no le he visto nunca en persona, tiene 50 años, poco pelo y blanco, con barriga prominente y bien trajeado, pasa a la sala sin casi mirarme y cierra tras de si la puerta. Coge aire cansado y me mira, no solo eso, me analiza, leo en sus ojos como intenta ver algo a través de mi piel, y mi poca fuerza de voluntad se disminuye ante aquel rostro inexpresivo, frío y duro. Extiende su mano y al dársela me la agarra con ambas manos, siento su aspereza y su fuerza más allá de lo físico.

-HOMBRE: encantado, soy Roberto….el padre de Samuel.

-YO: se quien es.

-ROBERTO: ¿y tu nombre es……? Vanesa, creo recordar….

-YO: así es….- quiere molestarme para soltarme la lengua.

-ROBERTO: pues un placer, por favor, siéntate – me suelta la mano y rodea la mesa para desabrochar la chaqueta del traje y sentarse frente a mi, me siento, cruzándome de piernas y brazos, tratando de que no se note mi enfado.

-YO: usted dirá, es quien ha pedido la reunión.

-ROBERTO: veo que estás molesta conmigo…..

-YO: por lo visto no soy tan buena ocultando mis sentimientos……. no tengo tiempo para charlas, ¿que quiere?

-ROBERTO: al grano, perfecto…….cuando contraté los servicios de Madamme, estipulé que no quería saber nada del como y el por qué, solo pretendía saber si me tenia que preocupar de la casa de la playa.

-YO: haberse quedado….

-ROBERTO: mi trabajo es vital y cuando nos dan un caso grande no tengo tiempo que perder, el que me ocupó este verano sale en todas las noticias, sin duda sabrás del caso…..- le corté tajante.

-YO: me da igual su trabajo.

-ROBERTO: está bien, sea como fuere, al irme de la playa sabia lo que iba pasar, al contrario de lo que se creen en mi casa, no soy idiota, tengo ojos, y tras un mes viendo como el amigo que Samuel que se había llevado, Jaime, le tiraba los trastos a mi mujer y a su hermana, sin mi allí sabia lo que iba a pasar, conozco a mi mujer desde que tenia 17 años y me costó mucho convertirla en la mujer que es, son 24 años de matrimonio donde he aprendido que no puedo dejarla sola ni 1 semana, casi se tira al que trae la compra, y cada vez que me alejo unos días tengo que regresar, o cortar de raíz, por que está tonteando con algún aprovechado, si es que hasta la dejé un fin de semana con su hermana y terminó acostándose con ella, Sara es ……..perturbadora en ese sentido….…. ¿2 meses sin mi, con Jaime y Sara, La guarra de Sonia, la amiga de mi dulce hija, y el único que podría hacer algo era el enclenque de mi hijo? O hacia algo o antes del verano perdería a mi mujer, así que contraté a alguien para que vigilara.

-YO: a mí.

-ROBERTO: exacto, solo ver que ocurría, y para ello necesitabas acceso, pagué tu estancia en una casa cercana, y nada más sencillo para entrar que usando a Samuel, dios sabe que le quiero, pero es una persona débil y acomplejada, con unos ligeros consejos cualquiera se lo ganaría, bastaría con una mujer fuerte, directa e inteligente, que le hiciera sentirse especial.

-YO: y así fue – me duele reconocerlo.

-ROBERTO: correcto, cuando pasó la 1º noche y volviste, pedí un informe no muy detallado a Madamme, y me dijo que…….en finas palabras….necesitaba controlar la situación, así que te mandé de vuelta con un solo propósito, fuera como fuera, asegurarte que mi familia regresaba a casa.

-YO: así ha ocurrido.

-ROBERTO: si……..pero en casa están pasando cosas que no me gustan.

-YO: ¿el que? – “quiero saber, necesito saber como está”

-ROBERTO: digamos que los que han vuelto son mi familia, pero se comportan de forma diferente, hasta mi mujer, la he notado estos días más liberal de lo que me gusta, pero se manejarla….es una gata adiestrada durante muchos años, unas miradas firmes, dejarla satisfecha cada noche y vuelve al redil…..pero el resto……sabia que su tía Sara iba a revolucionarlo todo, pero ahora no sé si es solo ella, o si pasó algo más allí……. el amigo de mi hijo me llamó hará un mes y me dijo que Samuel le había echado de casa, y que una loca de ojos azules le estaba comiendo la cabeza, supongo que eres tú.

-YO: Jaime es un imbécil.

-ROBERTO: tal vez, pero no es relevante para el caso, lo que me interesa es que ahora, de golpe, tengo en casa a una mujer alterada a la que tengo que controlar, una cuñada recién divorciada que desestabiliza el orden de todo, y de remate, 2 hijos que no reconozco, una hija que era perfecta, y ahora se quiere hacer bollera, dice que está harta y que se irá de casa si no acepto su….. “condición”, para colmo Sara y Samuel la apoyan, y si no doblo la rodilla, Sonia ya la está diciendo que se van a vivir juntas. Por otro lado un hijo, que era un mierdecilla sin agallas que lleva desde que regresó llorando en la cama por ti, y ante mi asombro, solo se levanta para dedicarse a discutir mi autoridad, cuando en la vida jamás se hubiera atrevido ni a alzarme la voz….. – no puedo evitar una sonrisa al oírlo -….para colmo, cuando voy a pagar por tus servicios, Madamme me dice que al final solo tengo que pagar la mitad, no me quejo, pero cuando pregunto por qué, me dice que la chica que hizo el trabajo renuncia a su parte del dinero, sin motivos aparentes……

-YO: ¿es una pregunta? – gano tiempo, que Marta se hiciera lesbiana me confunde, si Samuel hizo su parte no tiene sentido.

-ROBERTO: no…….jejejeje……no, no lo es, verás, no quería saber que había pasado allí, pero ante los acontecimientos…..no me queda otra que preguntar, ¿que diablos pasó en esa casa?

-YO: usted quería que su familia volviera a casa completa, y así ha sido, me ocupé de ello.

-ROBERTO: ¿como?

-YO: hacia falta mano firme, solo eso.

-ROBERTO: ¿y quien la impartió?

-YO: pues el enclenque, el débil y acomplejado, y el mierdecilla sin agallas……..su hijo.

-ROBERTO: jajajjaja por favor chiquilla, no me hagas reír, ¿él?

-YO: si, él, ¿tan difícil de creer le resulta? – me duele en el orgullo que no me crea.

-ROBERTO: no se atrevería ni a cruzar la calle sin mi permiso, ¿y quieres que crea que puso mano dura? jajaja es cierto que antes me gustaba la idea de que aprendiera, y mostrara, algo de carácter, casi no parecía hijo mío, pero ahora está descontrolado.

-YO: es mucho más fuerte y listo de lo que usted cree, solo necesitaba un empujón – deja de reírse de golpe.

-ROBERTO: ¡pues te has pasado 4 pueblos con el empujón, ahora no me respeta, y se ha puesto del lado de su hermana en su locura tortillera, su tía dice que ayudaría a mi hija a marcharse, si no cambio de actitud! ¿Te lo puedes creer? ¡No voy a permitir eso en mi casa!

-YO: si quiere gritar a alguien, vaya con su mujer, puede que hasta la excite, pero yo no estoy a su cargo, ni le tengo ningún miedo, ni me merece respeto alguno, ¿que tipo de persona deja a su familia vendida en unas vacaciones que él mismo obligó a tomar, para luego meter a un lobo entre corderos, usando a su propio hijo como cebo, para seguir manipulando a sus seres queridos como quien juega al ajedrez?

-ROBERTO: no voy a recibir lecciones de moralidad de una……- “puta, dilo” – …mujer como tú, no entenderías lo que es ser un hombre de verdad.

-YO: jajaja por favor, ahora no me haga reír usted a mí.

-ROBERTO: escúchame niñata de mierda, a mi me tratas con respeto.

-YO: le trato como me salga de las narices, el respeto se gana, no se impone, su hijo ha demostrado ser 10 veces mejor hombre que usted.

-ROBERTO: ¡ahhhhhhhhh! así que era eso…….la puta se ha enamorado de mi hijo – me pongo me pie furiosa, pero recuerdo que no ha dicho ninguna mentira.

-YO: ¿y que más da?

-ROBERTO: importa si quieres renunciar a tu parte del pastel, esperando dar el braguetazo con el idiota de mi hijo, si pretendes sacarme un solo €, entérate de que no vas a lograr…..- me doy la vuelta, abro la puerta para salir-….¿donde cojones te crees que vas? ¡No he terminado de hablar!

-YO: que crea que lo que busco es dar un braguetazo me indica el tipo de persona cínica y perversa que es usted… – me vuelvo a girar a él – …si quisiera hacerlo no tendría más que haber dejado de tomar la pastilla, y haberme quedado embarazada en una de las decenas de veces que su hijo me ha hecho ver las estrellas cada vez que hacíamos el amor…. – para cuando llego a la mesa a su lado, se recuesta en la silla sin mirarme –…. quizá otra lo hubiera hecho, y si sacaba beneficios puede que también lo hiciera yo, pero Samuel no se merece eso, es el hombre más bueno y decente que he conocido en mi vida. Usted no sabe lo que ha tenido que llegar ha hacer para mantener unida a su familia, y no se merece una vida tan destructiva por su culpa, y no se merece a alguien tan sucia y rastrera como he tenido que ser con él, Samuel se merece algo mucho mejor de lo que yo puedo ofrecerle, y desde luego, de lo que usted le ha dado, rezo a dios por que sea capaz de encontrar a una mujer que esté mínimamente a la altura del gran hombre que es, y pueda alejarse de sus garras, Don Roberto – le beso en la mejilla y trato de no llorar antes de salir de la habitación.

-ROBERTO: ¿a donde vas?

-YO: me voy, lejos, no se preocupe, no volverá a saber de mí.

Salgo a paso ligero por el pasillo tratado de mantener mi compostura, Madamme sale a mi encuentro y me para en seco, yo solo miro el ascensor, quiero salir huyendo, pero me tiembla el cuerpo entero, me lleva a otra sala y me da un té caliente mientras trata de consolarme, se lo agradezco pero tengo que salir de allí, cuando puedo caminar salgo disparada mientras Madamme avisa al chofer de abajo. Según voy bajando por el ascensor y escucho el sonido de la campanilla de cada piso estoy más segura de tener que irme, como una cuenta atrás.

Se abre la puerta del ascensor y bajo unos peldaños, levantó la mirada secándome las lagrimas, y le veo en la puerta de la entrada, “¡no, él no, ahora no!”, pienso al ver a Samuel allí plantando, va con un pantalón de vestir marrón y un polo rojo, está de pie sujetando la puerta para dejarme pasar, “no me ha reconocido, ¡el pelo, claro, no llevas los rizos!”, agacho la cabeza y paso a su lado murmurado un gracias, mi brazo se roza con su pecho y siento que me voy a desmayar, paso de largo, “¡que no me reconozca, por favor, que no me vea!”, estoy saliendo por la puerta, no me ha visto.

-SAMUEL: huele a………….¡MANZANA! ….– me paralizo, al dejar de moverme un mechón de pelo me roza la nariz, y lo noto la esencia como ha debido de olerla él, “¡el maldito champú!” -…… ¡VANESA!

Echo a correr sin saber hacia donde ir, al girarme veo a Samuel tropezando con el marco de la puerta al salir a la carrera detrás de mi, esta gritando mi nombre, me ruega que pare con la voz rota y gallos agudos, se rehace del golpe y me está alcanzando, veo el coche de lujo y a una de las moles de Madamme, que al verme correr se pone alerta y corre hacia mi, pero no llega a tiempo. Samuel me alcanza antes, y me coge del brazo, me suelto de un manotazo pero me vuelve a agarrar, y me encara, no quiero mirarle a la cara.

-SAMUEL: ¡así que por esto quería que viniera con él, ¿no?! ¡Trabajas para mi padre!

-YO: ¡no….para……..déjame!

-SAMUEL: ¡contéstame!, ¡¿trabajas para él?! ¡¿Así se aseguraba de controlar la casa?! ¡De tener a su mujer vigilada ¿eh?! ¡Me ha usado para meterte en esa casa y así darle informes detallados! – mis peores pesadillas se hacen realidad, me zarandea y me hace las preguntas que tanto miedo me daban, lloró de rabia por que ahora se que no me querrá jamás, ¿como podría quererme después de esto?

-YO: ¡suéltame Samuel, ya basta por favor!……- quiero soltarme pero no lo consigo, no es que no pueda, es que no quiero, por raro que sea vuelto a estar en sus brazos, como tanto deseo.

-SAMUEL: ¡“te he mentido tanto”, eso decía la nota, ¿a esto te referías? ¿A que nunca me quisiste?, ¿a que nunca me has querido?! ¡Has jugado conmigo y con mi familia!, ¡DIOS! ¡Las cosas que he hecho por tu culpa, y todo por que te mandaba mi padre!, ¡Espero que hayas cobrado bien, te mereces hasta el último céntimo, ¡mírate! ¡¿Donde están tus gafas?! ¡¿Y tu pelo?! ¡¿También eran tan falsos como tú?!

La mole llega, le cuesta separarnos, me quita a Samuel de encima y le inmoviliza agarrándole por detrás, mientras no deja de repetirme las mismas preguntas, con la voz quebrada, braceando para liberarse inútilmente. Me siento mareada, asfixiada, me tengo que apoyar en un coche para no caer a la acera, mientras no puedo dejar de mirar con ojos vidriosos como Samuel lucha por zafarse.

-SAMUEL: ¡Dímelo, necesito saberlo, tu pelo, las gafas, tus caricias, ¿todo era falso?! – lo repite hasta la saciedad, me llega a taladrar el cerebro.

-YO: ¡Para! te vas ha hacer daño.

-SAMUEL: ¡Más del que me has echo tú, lo dudo! ¡Eres una maldita zorra manipuladora!

-YO: yo no pretendía que ocurriera esto.

-SAMUEL: ¡¿Y que narices pretendíais que pasara?! ¡¿Que me obligaras a todo aquello y cobraras sin saber nada más de mí?! ¡Te fuiste abandonándome y dejándome creer que había sido culpa mía, que había hecho algo mal! ¡Y la verdad es que me has usado y manejado a tu antojo solo para ganarte un sueldo! ..– su mirada hace que me sienta peor aún de lo que creía que podría sentirme, pero debo ser fuerte, por él. Forcejea sin parar llegando a quedarse sin aire de tanto luchar -…. ¡¿y tus rizos?, ¿eh?, ¿donde están las gafas y tus rizos?! ¡ME HAS DESTROZADO LA VIDA!- “que me odie y así todo será más fácil”.

Me pongo en pie, y trato de serenarme, me parte el alma verle así pero no quiero que él se de cuenta, dejó que me vea a su lado para que se calme y me coloco de frente, acerco mi mano para acariciar su mejilla, al sentir su cara en mis dedos noto como me late el corazón a un ritmo vertiginoso, él cierra los ojos dejando de decir que no con la cabeza, y busca mi brazo con sus labios, me besa en la muñeca y me mira de nuevo.

-YO: no seas estúpido Samuel…..nada fue verdad, las gafas no estaban graduadas, solo estaban pensadas para darme un aire intelectual, tu padre nos dijo que así seria más fácil, todo lo que pasó fue para que tu familia regresara a casa, y nada más, ¿Acaso crees que alguien se deja entrar así en una discoteca? ¿O que veía normal lo que pasaba en tu casa? ¿Que se deja manosear por Jaime o te ve con las demás sin ponerse celosa? Era todo falso.

-SAMUEL: ¡no te creo!, tú te ponías celosa.

-YO: mentira, la única que me daba celos era tu hermana, y me fui cuando te acostaste con ella…….- me miró como si viera un ángel.

-SAMUEL: ¡no lo sabes! jajajaja no me acosté con Marta.

-YO: no trates de engañarme, estaba al lado de la puerta cuando entraste, y después de que hablarais……..os escuché follar.

-SAMUEL: ¡Serian mi hermana y Sara cuando me fui tras hablar con ellas!, traté de convencerla para que regresara a casa, y que le contaríamos juntos a mi padre lo de su homosexualidad, ¿por que te crees que está tan enfadado? Pierde a su niña bonita, y busca culpables.

-YO: ¿entonces no pasó nada?

-SAMUEL: NO……no podía……hice muchas cosas de las que no estoy orgulloso pero no pude hacerle eso a ella, ni a ti, sabiendo cuanto te dolía, pero cuando regresé ya no estabas, te perseguí con la moto hasta donde dio la gasolina, y llevo 3 días volviéndome loco pensando en todo esto, hasta que mi padre me ha dicho que le acompañara hoy, sabe que he hablado con sus compañeros de trabajo, sabia que me olía algo, y el muy cerdo quería que te viera para que así me enterara de quien eres, quiere devolverme a mi caparazón y seguir siendo el hombre de la casa, ¡Para que supiera que no me quieres! – saber que no hizo nada con Marta me llena de felicidad, y que lo hizo en parte por mi me trastoca más allá de lo que puedo entender, “tengo que hacer que me odie, tiene que dejarme ir, no le merezco, le he hecho demasiado daño”.

-YO: pues es así, las caricias, los besos y las carantoñas, todo estaba planificado, pensado y guiado para darme acceso a la casa, tú…..tú no me importas nada Samuel, no te quiero, eras solo un trabajo más – quiero sonar convincente, necesito que me crea y que dejé de luchar por mi.

-SAMUEL: ¿y por que lloras?…. – me toco la cara y veo las lagrimas brillantes en mis dedos, cruzamos nuestras miradas unos segundos, mi escudo se desmorona, y él lo ve –….puedes mentir cuanto quieras, has demostrado que se te da muy bien Vanesa….pero te veo, te lo dije, se que me quieres, todo lo que pasó no fue mentira, lo sé en el fondo de mi corazón, no se pueden fingir las horas de miradas juntos acariciándonos, como me mirabas al jugar con tus rizos….- tengo que ser tajante.

-YO: ¡Maldito cabezota, no entiendes que no fue real!, asúmelo, ni siquiera me llamo Vanesa, es solo un nombre de batalla, ¡Y mis malditos rizos!……. ¡JODER!….yo odio mi pelo.

-SAMUEL: ¡Me da igual!…- lo grita lleno de ira -…….me da igual……- pero lo dice casi murmurando, dándose cuenta de ello a la vez que lo repite – ….…me da igual tu nombre, o lo que ocurrió, tus rizos me enamoraron desde que te vi, estoy…………..estoy enamorado de ti, y quiero que lo sepas, me da igual……me da igual mi padre o mi familia, no quiero nada, salvo estar a tu lado …- “no, eso no, no me hagas esto” – … te lo perdono todo….todo aquello que has hecho, TODO, pero deja que me quede contigo, por que te quiero…..te quiero, te quiero y lo diré mil veces más hasta quedarme afónico – “¡CALLA, maldito idiota, cállate, tú no puedes quererme, debes odiarme!”

-YO: ¡Ya basta!, no te hagas esto, nunca funcionaríamos, tú tienes a tu familia, y una buena vida, yo estoy sola, nadie me pagará los estudios como a ti, necesitaba dinero, solo eso……te……te lo dije, te dije que era venenosa.

Por fin deja de moverse, la mole suspira, estaba teniendo serios problemas para sujetarle, Samuel cierra los ojos y apoya la barbilla en su pecho, inhala profundamente pro la nariz soltando el aire de una sola exhalación por la boca, y parece calmarse, creo que está aceptando la situación. Abre los ojos y me mira a los míos, siento como me desnuda el alma, y suelta una carcajada que va creciendo poco a poco, se vuelve contagiosa, la mole casi se ríe y yo sonrío sin entenderle, cuando deja de reírse alza la cabeza hasta casi arrastrar a la mole, hace un esfuerzo descomunal y pone su cara a centímetros de la mía, está tan cerca que tengo que levantar la cabeza para mirarle a los ojos, durante unos segundos eternos no dice nada.

-SAMUEL: y yo te dije que aunque supiera que iba a morir, volvería a besarte……. – estira el cuello tan rápido que no logro evitar sentir sus labios en los míos, y no solo no lo evito si no que le sujeto del cuello y me mantengo en vilo devolviéndole el beso, hasta que la mole le vuelve a alejar unos instantes más tarde, con un sobre esfuerzo -… ¡ESO!, ¡eso no era mentira!

“Maldito cabrón, le amo, le quiero y ahora lo sabe”, me pongo a dar vueltas sobre mi misma, tengo la cabeza hecha un lío. Quiero, deseo y puedo quedarme a su lado, pero no lo entiendo, no comprendo como, pero me quiere a pesar de todo lo que le he hecho, me ve tal como soy, sin más mentiras ni falsedades ni engaños, y aún así, está dispuesto a todo……..no …..no puede ser…..no merezco esto, él puede tener a alguien mejor que yo, alguien bueno y cariñoso, que no le mienta ni le manipule como he hecho yo, debo irme.

-YO: nos vamos, asegúrate de que no nos sigue, pero vámonos.

Veo como la mole le gira para quedarse de cara a él, Samuel me mira a mi, no dice nada, solo sonríe, sabe que le quiero, y eso es suficiente, nada de lo que diga o haga le hará cambiar de opinión. La mole le da varios puñetazos en el estomago hasta que lo dobla y lo deja en el suelo tirado, la mole se aleja y se mete en el coche.

-SAMUEL: dime………cof cof…..dime……cof …..dime tu nombre……cof …..al menos dame eso…..- trata de ponerse en pie pero el dolor no le deja.

-YO: lamento todo el dolor que te he causado.

-SAMUEL: no…cof…….yo no – logra cogerme de la mano, la aprieta con fuerza, la acaricio con los dedos y me cuesta toda mi voluntad soltarla.

-YO: adiós Samuel, no me sigas, no me encontrarás.

-SAMUEL: jajajjaajacof….cof……cof…….no dudes cof….cof….no dudes ni por instante que te encontraré jajajaja cof….cof….jamás me rendiré.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo al mirarle a los ojos cuando me lo dice, se ríe por que él sabe que no quiero que se rinda. Me alejo unos pasos de espaldas para tener una imagen suya antes de marcharme.

-YO: Amanda…………mi nombre es Amanda – no se por qué se lo digo, solo quiero que lo sepa.

Me giro para meterme en el coche, le veo gatear, “¡no, no te levantes, quédate ahí!”, no me hace caso, se arrastra a duras penas, no puede ponerse derecho, y tropieza al caminar, pero se acerca. No puedo dejar de llorar al verle seguir intentándolo una y otra vez, por fin arranca el coche cuando está a apenas unos pasos, mi mente se divide, una parte quiere que el coche acelere y otra le anima para llegar hasta mi. Por fin nos movemos, la última imagen que veo es a Samuel doblando, con cara de sufrir un infierno, tirado en la acera, y mirando al coche desolado. El coche acelera y dejo de verle al doblar la esquina.

Trato de cogerme las manos para que dejen de temblar, pero es inútil, la que tiembla soy yo. Veo como las lagrimas caen sobre mi regazo mientras el coche avanza y le deja atrás. Caigo sobre el asiento y no paro de llorar hasta que el coche se detiene en mi casa, tardó una hora en hacer las maletas y marcharme. Me llevan al aeropuerto, donde ya tengo reservado un vuelo gracias a Madamme, con una mochila que contiene mi nueva vida, y el número de cuenta con todos mis fondos ingresados, cancelo todas mis tarjetas, mis contratos y mis cuentas en redes sociales, corto todo contacto con cualquiera que me haya conocido, y me marcho lejos.

No se cuanto tiempo pasa ni me importa donde estoy, encuentro un trabajo de camarera por las mañanas y estudio por las tardes para seguir mi carrera. No tengo vida, soy un fantasma que va del trabajo a la universidad, y de allí a casa, no hablo con nadie ni tengo amigos. Trato de seguir con una vida normal y olvidarme de todo, pero no puedo.

Muchos chicos se me acercan y tratar de ligar conmigo, pero siento una profunda repulsión por ellos, unos son guapos, otros feos, unos son amables y otros cariñosos, otros son hoscos o soeces, me da igual, todos salen perdiendo, les comparo con Samuel y ninguno me vale, ¿como podrían?

Samuel fue el chico que tuve que enamorar, y terminé enamorándome de él, alguno que conozca la historia dirá que fue por la emoción del momento, y por como me hacia el amor de tal manera que me hacia sentir como al entrar por las puertas del cielo, pero no, fueron pequeños detalles que se sumaron uno tras otro.

Que tuviera que parecer inteligente con las gafas era solo inicial, aquella primera hora hablando con él en la discoteca de cosas mundanas me hizo ver que estaba ante alguien diferente. La mañana después de ese día, me trajo el café y se mostró tan tímido como asustado al no saber como moverse en esa situación. Aquella 1º foto que puse de perfil cuando le llamaba y que puso de fondo en su móvil. La 1º cita el día que regresé, su forma de hablar y de moverse, tan sincera y tan inocente, apenas se atrevía a tocarme y cuando lo hacia era tan dulce que me derretía, su forma de mirarme tomando mi helado favorito, o como me subió en brazos a mi cama, y en vez de aprovecharse de mi, como era mi plan, me dio un beso en la frente, me susurró un “buenas noches princesa” y se marchó, eso me desesperó por que aún no comprendía que me quería de verdad. Como fue metiéndome en su vida cuidando de que Jaime no se aprovechara de mí, anteponiéndome a su propia familia. Su miedo real a perderme, y como aquello fue cambiando su carácter. Como aceptó tener que hacer lo que debía para unir a su familia, y hacerlo pese a no quererlo, le obligué y al final lo hacia por mi. Como se enfadaba cada vez que le mandaba a acostarse con Sonia o con Sara, y regresaba a mi cama cada noche, me abrazaba y se quedaba dormido en mis brazos sin querer nada más de mi que cariño. Como me defendió de Jaime y se encaró con 3 chicos en una discoteca, dispuesto a todo, por que simplemente me estaban molestando. Que al final no se acostara con su hermana Marta por que me importaba de verdad, que llegara a ver que me importaba de verdad, pero además por que también lo decidió él, tomando el control de su vida. Sus melosas y empalagosas frases de película que me arrancaban mi escudo y me hacían mostrarme con él tal como soy. Como me miraba, esa forma de observarme, entre la incredulidad y la adoración. Me sacaba que quicio lo cabezota que era, y en el fondo me gustaba que lo fuera.

Y aquellas interminables horas acariciándonos, sentir sus dedos en mi espalda, y como tiraba de mis rizos…….mis odiados rizos….le di todo lo falso que pude para que se enamorara de mi, le mostraba mis pechos, me quedaba desnuda en su cama, mi forma de vestir, de actuar y de comportarme con él, todo era falso, hasta mis gafas de pasta, podría haberse enamorado de todo ello o de cualquier otra cosa, podría haber dicho mil aspectos de mi que podrían haberle engatusado, pero el muy imbécil me dijo que se enamoró de mi por mis malditos rizos, la única parte real y sincera de mi que no podía evitar mostrarle, algo que he llegado a odiar y detestar de mi misma, era lo que más le gustaba de mi.

Me paso el día entero pensado en ello, mirando a una pareja junta besándose, o a otra de la mano por la calle, pienso en lo que he perdido y me parece justo el castigo. Fui manipuladora, fría y cruel con la única persona que ha llegado a amarme tal como soy. Yo misma me desprecio y no entiendo que vio él en una ser como yo, que pese a saberlo todo, seguía luchando por mí. Y pese a ello, de ser consciente que no lo merezco, anhelo estar a su lado, cada vez que una persona grita un nombre, o me sobresalta alguien, mi corazón se acelera esperando que sea él, cada vez que me suena el móvil, o llaman a la puerta creo que es él, que por fin me ha encontrado, que no se rindió y ha estado todo este tiempo buscándome, y viene a rescatarme de mi propia miseria, que a dejado todo atrás y aparece solo con una maleta a empezar una nueva vida junto a mi. No puedo evitar ilusionarme, pese a que en el fondo no deseo que ocurra, por que sé que no puede ser verdad, nadie puede quererme de esa forma, y menos alguien tan bueno como él, se habrá cansado de perseguirme y estará haciendo su vida olvidándose de aquel verano.

Así que alzo la mirada ansiosa y veo que saludan a otra persona, me giró acelerada a ver quien se asoma por la calle y reconocer a alguien que no es él, contesto al móvil ilusionada hasta que oigo una voz que no es la suya, o abro la puerta esperanzada, para desilusionare al ver que Samuel no ha sido quien llamó.

Es mi castigo, y lo acepto, me tengo que convencer a diario de que fue una locura, y que no habría funcionado, me repito que fue lo mejor para Samuel, por que si no lo hago, y me doy cuenta de que le dejé sin una razón, me sentiré el ser más miserable de la tierra. Al menos me aparté de su camino para que pudiera tener una buena vida.

Estoy en casa, una aburrida noche más, la puerta suena, y como una tonta vuelvo a pensar en él, me atuso el pelo rizado que ya no puedo, ni quiero, quitarme, me recolocó el escote bajo el top ceñido azul claro y me miro en el espejo para verme guapa con unos shorts negros, por que “tal vez sea él”, respiro profundo y abro la puerta del tirón, de puntillas doy un salto y me vuelvo a desilusionar una vez más, es el repartidor de la comida que había pedido.

-YO: ah hola…..- me da la bolsa -… ¿está todo?

-REPARTIDOR: si…..un kebab y una bola de helado de leche merengada, ¿no?

-YO: si……gracias……¿cuanto es?

-REPARTIDOR: son …….6€.

-YO: aquí tiene – le pago y me da el ticket, pero se queda mirándolo.

-REPARTIDOR: espere, usted es la del helado, ¿no?

-YO: si, ¿ocurre algo?

-REPARTIDOR: nada, es que se me olvidaba, un tipo me ha dado esto para usted – me da otra bolsa, la abro y siento un hormigueo por todo el cuerpo, es un champú de manzana con una etiqueta “Solo para pelo rizado”, se me cae la comida con el helado al suelo.

-YO: ¡¿Quien le ha dado esto?!

-REPARTIDOR: no lo sé, un chico…….es la comidilla de los restaurantes de la zona, lleva semanas dando vueltas, paga bien por avisarle cuando alguna mujer pide una bola de helado de leche merengada, en especial si el pedido va a nombre de Vanesa o de Amanda, le he avisado ya que su pedido iba a nombre de Amanda, y me dio la bolsa…..¿no habré metido la pata y será un acosador o algo así?

-YO: ¡¿donde está?! – el corazón se me sale por la boca, miro al pasillo y no veo a nadie.

-REPARTIDOR: estará en algún restaurante, no lo sé.

-YO: ¡llévame, te lo ruego, llévame ya!

Le cojo de un brazo y me voy sin cerrar la puerta, le arrastro hasta la calle y no aceptó un no por respuesta cuando me acerco a su moto aparcada en el portal, discutimos, no atiendo a razones, mi cabeza gira sin control y no puedo dejar de respirar de forma acelerada.

“Te dije que te encontraría.”

Al oír su voz me fallan las piernas, me doy la vuelta tropezando y precipitándome a la acera, antes de caer siento como me agarran de la cintura y me pegan a un cuerpo, que siento cálido y familiar, reconocible, veo unos vaqueros y una camiseta de manga corta, le siento como si fuera el hombre más apuesto del universo, y por primera vez en mucho tiempo, quiero echarme a llorar y no puedo. Veo una maleta a sus pies, y siento como me aprieta contra él, agacho la cabeza y me entierro en su pecho, quiero fundirme a su cuerpo y no separarme nunca jamás de sus brazos.

-YO: ¡por dios, con todo lo que he hecho!………no podemos estar juntos, aunque quisiera, lo nuestro no funcionaria, si te quedas a mi lado terminaré haciéndote daño…….- viajo al pasado, estamos ambos desnudos en la cama y le dije esas mismas palabras, su respuesta fue un “acepto”, y no hace falta que lo repita -…….. ¡Maldito cabezota, ¿que haces aquí?!

Me separa un poco de él, lo justo para poder alzarme la cabeza con su mano, por que no puedo mirarle, no me atrevo, temo que sea un sueño del que me despertara de golpe, como me ocurría cada noche. Noto las yemas de sus dedos rozándome los labios, y al fin nuestros ojos se cruzan. Deseo morir en este instante por que no creo que pudiera ser más feliz en toda mi vida, hasta que me besa de forma tierna, cariñosa y dulce.

-SAMUEL: ¿Adónde iba a ir si no?

Fin.

 

“La esposa de un narco y su hermana son mis vecinas” LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Un buen día, el piso de al lado se ocupa. Marcos, un abogado, se sorprende al descubrir que sus vecinas son la esposa y la hermana de un narco que defendió. Todo se complica por la atracción que demuestran por él. Cuando ya no creía que podría sorprenderle, esas dos mujeres sacan los trapos sucios de su propia familia y para colmo, reconocen ser la jefas de una secta de fanáticos, llamada LA HERMANDAD.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

Estoy jodido. Mi ritmo de vida se ha visto alterado por culpa de mis vecinas. Hasta hace seis meses, siempre me había considerado un perro en lo que respecta a mujeres y aun así, con cuarenta y tres años, me he visto sorprendido por la actitud que han mostrado desde que se mudaron al ático de al lado.

Todavía recuerdo el sábado que hicieron la mudanza. Ese día tenía una resaca monumental producto de la ingesta incontrolada de Whisky a la que estoy fatalmente habituado. Me había acostado pasadas las seis de la madrugada con una borrachera de las que hacen época pero con una borracha del montón.  

Estaba durmiendo cuando sin previo aviso, llegó a mis oídos el escándalo de los trabajadores de la empresa de mudanza subiendo y colocando los muebles. Tardé en reconocer la razón de tamaño estrépito, el dolor de mi cabeza me hizo levantarme y sin darme cuenta que como única vestimenta llevaba unos calzoncillos, salí al rellano a ver cuál era la razón de semejante ruido. Al abrir la puerta me encontré de bruces con un enorme aparador que bloqueaba la salida de mi piso. Hecho una furia, obligué a los operarios a desbloquear el paso y cabreado volví a mi cama.

En mi cuarto, María, una asidua visitante de la casa, se estaba vistiendo.

―Marcos. Me voy. Gracias por lo de ayer.

En mis planes estaba pasarme todo el fin de semana retozando con esa mujer, pero gracias a mis “amables vecinos” me lo iba a pasar solo. Comprendiendo a la mujer, no hice ningún intento para que cambiara de opinión. De haber sido al revés, yo hubiera tardado incluso menos tiempo en salir huyendo de ese infierno.

―Te invito a tomar un café al bar de abajo― le dije mientras me ponía una camiseta y un pantalón corto. Necesitaba inyectarme en vena cafeína.

Mi amiga aceptó mi invitación de buen grado y en menos de cinco minutos estábamos sentados en la barra desayunando. Ella quiso que me fuera a su casa a seguir con lo nuestro pero ya se había perdido la magia. Sus negras ojeras me hicieron recordar una vieja expresión: “ayer me acosté a las tres con una chica diez, hoy me levanté a las diez con una chica tres”. Buscando una excusa, rechacé su oferta amablemente prometiéndole que el siguiente viernes iba a invitarla a cenar en compensación. Prefería quedarme solo a tener que volver a empezar con el galanteo con ese gallo desplumado que era María sin el maquillaje. Ambos sabíamos que era mentira, nuestra relación consiste solo en sexo esporádico, cuando ella o yo estábamos sin plan, nos llamábamos para echar un polvo y nada más.

Al despedirnos, decidí salir a correr por el Retiro con la sana intención de sudar todo el alcohol ingerido. Tengo la costumbre de darle cuatro vueltas a ese parque a diario, pero ese día fui incapaz de completar la segunda. Con el bofe fuera, me tuve que sentar en uno de sus bancos a intenta normalizar mi respiración. “Joder, anoche me pasé”, pensé sin reconocer que un cuarentón no tiene el mismo aguante que un muchacho y que aunque había bebido en exceso, la realidad de mi estado tenía mucho más que ver con mi edad. Con la moral por los suelos, volví a mi piso.

Había trascurrido solo dos horas y por eso me sorprendió descubrir que habían acabado con la mudanza. Encantado con el silencio reinante en casa, me metí en la sauna que había hecho instalar en la terraza. El vapor obró maravillas, abriendo mis poros y eliminando las toxinas de poblaban mis venas. Al cabo de media hora, completamente sudado salí y sin pensar en que después de dos años volvía a tener vecinos, me tiré desnudo a la pequeña piscina que tengo en el segundo piso del dúplex donde vivo. Sé que es un lujo carísimo, pero después de quince años ejerciendo como abogado penalista es un capricho al que no estoy dispuesto a renunciar. Estuve haciendo largos un buen rato, hasta que el frio de esa mañana primaveral me obligó a salir.

Estaba secándome las piernas cuando a mi espalda escuché unas risas de mujer. Al girarme, descubrí que dos mujeres, que debían rondar los treinta años, estaban mirándome al otro lado del murete que dividía nuestras terrazas. Avergonzado, me enrollé la toalla y sonriendo en plan hipócrita, me metí de nuevo en mi habitación.

«¡Mierda!, voy a tener que poner un seto si quiero seguir bañándome en pelotas», me dije molesto por la intromisión de las dos muchachas.

Acababa de terminar de vestirme cuando escuché que alguien tocaba el timbre, y sin terminar de arreglarme salí a ver quién era. Me sorprendió toparme de frente con mis dos vecinas. Debido al corte de verme siendo observado, ni siquiera había tenido tiempo de percatarme que además de ser dos preciosidades de mujer, las conocía:

Eran Tania y Sofía, la esposa y la hermana de Dmitri Paulovich, un narco al que había defendido hacía tres meses y que aprovechando que había conseguido sacarle de la trena mediante una elevada fianza, había huido de España, o al menos eso era lo que se suponía. Sin saber que decir, les abrí la puerta de par en par y bastante más asustado de lo que me hubiese gustado reconocer les pregunté en qué podía servirles.

Tanía, la mujer de ese sanguinario, en un perfecto español pero imbuido en un fuerte acento ruso, me pidió perdón si me habían molestado sus risas pero que les había sorprendido darse cuenta que su vecino no era otro que el abogado de su marido.

―Soy yo el que les tiene que pedir perdón. Llevo demasiado tiempo sin vecinos, y me había acostumbrado a nadar desnudo. Lo siento no se volverá a repetir.

―No se preocupe por eso. En nuestra Rusia natal el desnudo no es ningún tabú. Hemos venido a invitarle a cenar como muestra de nuestro arrepentimiento.

La naturalidad con la que se refirió a mi escena nudista, me tranquilizó y sin pensármelo dos veces, acepté su invitación, tras lo cual se despidieron de mí con un “hasta luego”. De haber visto como Sofía me miraba el culo, quizás no hubiese aceptado ir esa noche a cenar, no en vano su hermano era el responsable directo de medio centenar de muertes.

Al cerrar la puerta, me desmoroné. Había luchado duro para conseguir un estatus y ahora de un plumazo, mi paraíso se iba a convertir en un infierno. Vivir pared con pared con uno de los tipos más peligroso de toda el hampa ruso era una idea que no me agradaba nada y peor, si ese hombre me había pagado una suculenta suma para conseguir que le sacara. Nadie se iba a creer que nuestra relación solo había consistido en dos visitas a la cárcel y que no tenía nada que ver con sus sucios enjuagues y negocios. Hecho un manojo de nervios, decidí salir a comer a un restaurante para pensar qué narices iba a hacer con mi vida ahora que la mafia había llamado a mi puerta. Nada más salir, comprendí que debía de vender mi casa y mudarme por mucho que la crisis estuviera en su máximo apogeo. En el portal de mi casa dos enormes sicarios estaban haciendo guardia con caras de pocos amigos.

Durante la comida, hice un recuento de los diferentes escenarios con los que me iba a encontrar. Si seguía viviendo a su lado, era un hecho que no iba a poderme escapar de formar parte de su organización, pero si me iba de espantada, ese hijo de puta se enteraría y podía pensar que no le quería como vecino, lo que era en la práctica una condena a muerte. Hiciera lo que hiciese, estaba jodido. «Lo mejor que puedo hacer es ser educado pero intentar reducir al mínimo el trato», pensé mientras me prometía a mí mismo que esa noche iba a ser la primera y última que cenara con ellos.

Recordando las normas de educación rusa, salí a comprar unos presentes que llevar a la cena. Según su estricto protocolo el invitado debía de llevar regalos a todos los anfitriones y como no sabía si Dmitri estaba escondido en la casa, opté por ser prudente y decidí también comprarle a él. No me resultó fácil elegir, un mafioso tiene de todo por lo que me incliné por lo caro y entrando en Loewe le compré unos gemelos de oro. Ya que estaba allí, pedí consejo a la dependienta respecto a las dos mujeres.

―A las rusas les encantan los pañuelos― me respondió.

Al salir por la puerta, mi cuenta corriente había recibido un bajón considerable pero estaba contento, no iban a poderse quejar de mi esplendidez. No me apetecía volver a casa, por lo que para hacer tiempo, me fui al corte inglés de Serrano a comprarme un traje. De vuelta a mi piso, me dediqué a leer un rato en una tumbona de la piscina, esperando que así se me hiciera más corta la espera. Estaba totalmente enfrascado en la lectura, cuando un ruido me hizo levantar mi mirada del libro. Sofía, la hermana pequeña del mafioso, estaba dándose crema completamente desnuda en su terraza. La visión de ese pedazo de mujer en cueros mientras se extendía la protección por toda su piel, hizo que se me cayera el café, estrellándose la taza contra el suelo.

Asustado, me puse a recoger los pedazos, cuando de repente escuché que me decía si necesitaba ayuda. Tratando de parecer tranquilo, le dije que no, que lo único que pasaba era que había roto una taza.

―¿Qué es lo que ponerle nervioso?― contestó.

Al mirarla, me quedé petrificado, la muchacha se estaba pellizcando su pezones mientras con su lengua recorría sensualmente sus labios. Sin saber qué hacer ni que responder, terminé de recoger el estropicio y sin hablar, me metí a la casa. Ya en el salón, miré hacia atrás a ver que hacía. Sofía, consciente de ser observada, se abrió de piernas y separando los labios de su sexo, empezó a masturbarse sin pudor. No tuve que ver más, si antes tenía miedo de tenerles de vecinos, tras esa demostración estaba aterrorizado. Dmitri era un hijo de perra celoso y no creí que le hiciera ninguna gracia que un picapleitos se enrollara con su hermanita.

« Para colmo de males, la niña es una calientapollas», pensé mientras trataba de tranquilizarme metiéndome en la bañera. «Joder, si su hermano no fuera quién es, le iba a dar a esa cría lo que se merece», me dije al recordar lo buenísima que estaba, «la haría berrear de placer y la pondría a besarme los pies».

Excitado, cerré los ojos y me dediqué a relajar mi inhiesto miembro. Dejándome llevar por la fantasía, visualicé como sería ponerla en plan perrito sobre mis sabanas. Me la imaginé entrando en mi habitación y suplicando que le hiciera el amor. En mi mente, me tumbé en la cama y le ordené que se hiciera cargo de mi pene. Sofía no se hizo de rogar y acercando su boca, me empezó a dar una mamada de campeonato. Me vi penetrándola, haciéndola chillar de placer mientras me pedía más. En mi mente, su cuñada, alertada por los gritos, entraba en mi cuarto. Al vernos disfrutando, se excitó y retirando a la pelirroja de mí, hizo explotar mi sexo en el interior de su boca.

Era un imposible, aunque se metieran en mi cama desnudas nunca podría disfrutar de sus caricias, era demasiado peligroso, pero el morbo de esa situación hizo que no tardara en correrme. Ya tranquilo, observé que sobre el agua mi semen navegaba formando figuras. «¡Qué desperdicio!», exclamé para mí y fijándome en el reloj, supe que ya era la hora de vestirme para la cena.

A las nueve en punto, estaba tocando el timbre de su casa. Para los rusos la puntualidad es una virtud y su ausencia una falta de educación imperdonable. Una sirvienta me abrió la puerta con una sonrisa y, cortésmente, me hizo pasar a la biblioteca. Tuve que reconocer que la empresa de mudanzas había hecho un buen trabajo, era difícil darse cuenta que esas dos mujeres llevaban escasas doce horas en ese piso. Todo estaba en su lugar y en contra de lo que me esperaba, la elección de la decoración denotaba un gusto que poco tenía que ver con la idea preconcebida de lo que me iba encontrar. Había supuesto que esa familia iba hacer uso de la típica ostentación del nuevo rico. Sobre la mesa, una botella de vodka helado y tres vasos.

―Bienvenido―, escuché a mi espalda. Al darme la vuelta, vi que Tanía, mi anfitriona, era la que me había saludado. Su elegancia volvió a sorprenderme. Enfundada en un traje largo sin escote parecía una diosa. Su pelo rubio y su piel blanca eran realzados por la negra tela.

―Gracias― respondí ―¿su marido?

―No va a venir, pero le ha dejado un mensaje― me contestó y con gesto serio encendió el DVD.

En la pantalla de la televisión apareció un suntuoso despacho y detrás de la mesa, Dmitri. No me costó reconocer esa cara, puesto que, ya formaba parte de mis pesadillas. Parecía contento, sin hacer caso a que estaba siendo grabado, bromeaba con uno de sus esbirros. Al cabo de dos minutos, debieron de avisarle y dirigiéndose a la cámara, empezó a dirigirse a mí.

―Marcos, ¡Querido hermano!, siento no haberme podido despedirme de ti pero, como sabes mis negocios, requerían mi presencia fuera de España. Solo nos hemos visto un par de veces pero ya te considero de mi sangre y por eso te encomiendo lo más sagrado para mí, mi esposa y mi dulce hermana. Necesito que no les falte de nada y que te ocupes de defenderlas si las autoridades buscan una posible deportación. Sé que no vas a defraudar la confianza que deposito en ti y como muestra de mi agradecimiento, permíteme darte este ejemplo de amistad.

En ese momento, su esposa puso en mis manos un maletín. Dudé un instante si abrirlo o no, ese cabrón no había pedido mi opinión, me estaba ordenando no solo que me hiciera cargo de la defensa legal de ambas mujeres sino que ocupara de ellas por completo.

«No tengo más remedio que aceptar sino lo hago soy hombre muerto», pensé mientras abría el maletín. Me quedé sin habla al contemplar su contenido, estaba repleto de fajos de billetes de cien euros. No pude evitar exclamar:

―¡Debe haber más de quinientos mil euros!

―Setecientos cincuenta mil, exactamente― Tania rectificó. ―Es para cubrir los gastos que le ocasionemos durante los próximos doce meses.

«¡Puta madre! Son ciento veinticinco millones de pesetas, por ese dinero vendo hasta mi madre», me dije sin salir de mi asombro. El ruso jugaba duro, si aguantaba, sin meterme en demasiados líos, cinco años, me podía jubilar en las Islas vírgenes.

―Considéreme su abogado― las informé extendiendo la mano.

La mujer, tirando de ella, me plantó un beso en la mejilla y al hacerlo pegó su cuerpo contra el mío. Sentir sus pechos me excitó. La mujer se dio cuenta y alargando el abrazo, sonriendo, me respondió cogiendo la botella de la mesa:

―Hay que celebrarlo.

Sirvió dos copas y de un solo trago se bebió su contenido. Al imitarla, el vodka quemó dolorosamente mi garganta, haciéndome toser. Ella se percató que no estaba habituado a ese licor y aun así las rellenó nuevamente, alzando su copa, hizo un brindis en ruso que no comprendí y al interrogarla por su significado, me respondió:

― Qué no sea ésta la última vez que bebemos juntos, con ayuda de Dios.

Es de todos conocidos la importancia que dan lo eslavos a los brindis, y por eso buscando satisfacer esa costumbre, levanté mi bebida diciendo:

―Señora, juro por mi honor servirla. ¡Que nuestra amistad dure muchos años!

Satisfecha por mis palabras, vació su vodka y señalándome el mío, esperó a que yo hiciera lo mismo. No me hice de rogar, pensaba que mi estómago no iba a soportar otra agresión igual pero en contra de lo que parecía lógico, ese segundo trago me encantó. En ese momento, Sofía hizo su entrada a la habitación, preguntando que estábamos celebrando. Su cuñada acercándose a ella, le explicó:

―Marcos ha aceptado ser el hombre de confianza de Dmitri, sabes lo que significa, a partir de ahora debes obedecerle.

―Por mí, estar bien. Yo contenta― respondió en ese español chapurreado tan característico, tras lo cual me miró y poniéndose melosa, dijo: ―no dudar de colaboración mía.

Su tono me puso la piel de gallina. Era una declaración de guerra, la muchacha se me estaba insinuando sin importarle que la esposa de su hermano estuviera presente. Tratando de quitar hierro al asunto, decidí preguntarles si había algo urgente que tratar.

―Eso, ¡mañana! Te hemos invitado y la cena ya está lista―, contestó Tanía, zanjando el asunto.

―Perdone mi despiste, señora, le he traído un presente― dije dando a cada una su paquete. La dependienta de Loewe había acertado de pleno, a las dos mujeres les entusiasmó su regalo. Según ellas, se notaba que conocía al sexo femenino, Dmitri les había obsequiado muchas cosas pero ninguna tan fina.

―¿Pasamos a cenar?― preguntó Tania.

No esperó mi respuesta, abriendo una puerta corrediza me mostró el comedor. Al entrar estuve a punto de gritar al sentir la mano de Sofía magreándome descaradamente el culo. Intenté que la señora de la casa no se diera cuenta de los toqueteos que estaba siendo objeto pero dudo mucho que una mujer, tan avispada, no se percatara de lo que estaba haciendo su cuñada. Con educación les acerqué la silla para que se sentaran.

―Eres todo un caballero― galantemente me agradeció Tania. ―En nuestra patria se ha perdido la buena educación. Ahora solo abundan los patanes.

Esa rubia destilaba clase por todos sus poros, su delicado modo de moverse, la finura de sus rasgos, hablaban de sus orígenes cien por cien aristocráticos. En cambio, Sofía era un volcán a punto de explotar, su enorme vitalidad iba acorde con el tamaño de sus pechos. La naturaleza la había dotado de dos enormes senos, que en ese mismo instante me mostraba en su plenitud a través del escote de su vestido.

«Tranquilo macho, esa mujer es un peligro», tuve que repetir mentalmente varias veces para que la excitación no me dominara: «Si le pones la mano encima, su hermano te corta los huevos». La incomodidad inicial se fue relajando durante el trascurso de la cena. Ambas jóvenes no solo eran unas modelos de belleza sino que demostraron tener una extensa cultura y un gran sentido del humor, de modo que cuando cayó la primera botella, ya habíamos entrado en confianza y fue Sofía, la que preguntó si tenía novia.

―No, ninguna mujer con un poco de sentido común me aguanta. Soy el prototipo de solterón empedernido.

―Las españolas no saber de hombres, ¿Verdad?

Esperaba que Tanía, cortarse la conversación pero en vez de ello, contestó:

―Si, en Moscú no duras seis meses soltero. Alguna compatriota te echaría el lazo nada más verte.

―¿El lazo? Y ¡un polvo!― soltó la pelirroja con una sonrisa pícara.

Su cuñada, lejos de escandalizarse de la burrada que había soltado la pelirroja, se destornilló de risa, dándole la razón:

―Si nunca he comprendido porqué en España piensan que las rusas somos frías, no hay nadie más caliente que una moscovita. Sino que le pregunten a mi marido.

Las carcajadas de ambas bellezas fueron un aviso de que me estaba moviendo por arenas movedizas y tratando de salirme del pantano en el que me había metido, contesté que la próxima vez que fuera tenía que presentarme a una de sus amigas. Fue entonces cuando noté que un pie desnudo estaba subiendo por mi pantalón y se concentraba en mi entrepierna. No tenía ninguna duda sobre quien era la propietaria del pie que frotaba mi pene. Durante unos minutos tuve que soportar que la muchacha intentara hacerme una paja mientras yo seguía platicando tranquilamente con Tania. Afortunadamente cuando ya creía que no iba a poder aguantar sin correrme, la criada llegó y susurró al oído de su señora que acababan de llegar otros invitados.

Sonriendo, me explicó que habían invitado a unos amigos a tomar una copa, si no me importaba, tomaríamos el café en la terraza. Accedí encantado, ya que eso me daba la oportunidad de salir airoso del acoso de Sofía. Camino de la azotea volví a ser objeto de las caricias de la pelirroja. Con la desfachatez que da la juventud, me agarró de la cintura y me dijo que estaba cachonda desde que me vio desnudo esa mañana. Tratando de evitar un escándalo, no tuve más remedio que llevármela a un rincón y pedirle que parara que no estaba bien porque yo era un empleado de Dmitri,

La muchacha me escuchó poniendo un puchero, para acto seguido decirme:

―Yo dejarte por hoy pero tú dame beso.

No sé por qué cedí a su chantaje y cogiéndola entre mis brazos acerqué mis labios a los suyos. Si pensaba que se iba a conformar con un morreo corto, estaba equivocado, pegándose a mí, me besó sensualmente mientras rozaba sin disimulo su sexo contra mi pierna. Tenía que haberme separado en ese instante pero me dejé llevar por la lujuria y agarrando sus nalgas, profundicé en ella de tal manera que si no llega a ser porque escuchamos que los invitados se acercaban la hubiese desnudado allí mismo.

«¡Cómo me pone esta cría!», pensé mientras disimulaba la erección.

Tania, ejerciendo de anfitriona, me introdujo a las tres parejas. Dos de ellas trabajaban en la embajada mientras que el otro matrimonio estaba de visita, lo más curioso fue el modo en que me presentó:

―Marcos es el encargado de España, cualquier tema en ausencia de mi marido tendréis que tratarlo con él.

Las caras de los asistentes se transformaron y con un respeto desmedido se fueron presentado, explicando cuáles eran sus funciones dentro de la organización. Asustado por lo súbito de mi nombramiento, me quedé callado memorizando lo que me estaban diciendo. Cuando acabaron esperé a que Tania estuviese sola y acercándome a ella, le pedí explicaciones:

―Tú no te preocupes, poca gente lo sabe pero yo soy la verdadera jefa de la familia. Cuando te lleguen con un problema, solo tendrás que preguntarme.

Creo que fue entonces cuando realmente caí en la bronca en la que me había metido. Dmitri no era más que el lacayo que su mujer usaba para sortear el machismo imperante dentro de la mafia y ella, sabiendo que su marido iba a estar inoperante durante largo tiempo, había decidido sustituirlo por mí. Estaba en las manos de esa bella y fría mujer. Sintiéndome una mierda, cogí una botella y sentado en un rincón, empecé a beber sin control. Desconozco si me pidieron opinión o si lo dieron por hecho, pero al cabo de media hora la fiesta se trasladó a mi terraza porqué la gente quería tomarse un baño. Totalmente borracho aproveché para ausentarme y sin despedirme, me fui a dormir la moña en mi cama.

Debían de ser las cinco de la madrugada cuando me desperté con la garganta reseca. Sin encender la luz, me levanté a servirme un coctel de aspirinas que me permitiera seguir durmiendo. Tras ponerme el albornoz, salí rumbo a la cocina pero al cruzar el salón, escuché que todavía quedaba alguien de la fiesta en la piscina. No queriendo molestar pero intrigado por los jadeos que llegaban a mis oídos, fui sigilosamente hasta la ventana para descubrir una escena que me dejó de piedra. Sobre una de las tumbonas, Tania estaba totalmente desnuda y Sofía le estaba comiendo con pasión su sexo. No pude retirar la vista de esas dos mujeres haciendo el amor. La rubia con la cabeza echada hacia atrás disfrutaba de las caricias de la hermana de su marido mientras con sus dedos no dejaba de pellizcarse los pechos. Era alucinante ser coparticipe involuntario de tanto placer, incapaz de dejar de mirarlas mi miembro despertó de su letargo e irguiéndose, me pidió que le hiciera caso. Nunca he sido un voyeur pero reconozco que ver a Sofía disfrutando del coño de Tania era algo que jamás iba a volver a tener la oportunidad de ver y asiéndolo con mi mano, empecé a masturbarme.

Llevaban tiempo haciéndolo porque la rubia no tardó en retorcerse gritando mientras se corría en la boca de su amante. Pensé que con su orgasmo había terminado el espectáculo, pero me llevé una grata sorpresa al ver como cambiaban de postura y Sofía se ponía a cuatro patas, para facilitar que las caricias de la otra mujer. Fue entonces cuando me percaté que Tanía estaba totalmente depilada y que encima tenía un culo de infarto. Completamente dominado por la lujuria, disfruté del modo en que le separó las nalgas. Mi recién estrenada jefa sacando su lengua se entretuvo relajando los músculos del esfínter. Sofía tuvo que morderse los labios para no gritar al sentir que su ano era violado por los dedos de la mujer.

Si aquello ya era de por sí alucinante, más aún fue ver que Tanía se levantaba y se ajustaba un arnés con un tremendo falo a su cintura. Le susurró unas dulces palabras mientras se acercaba y colocando la punta del consolador en el esfínter de su indefensa cuñada, de un solo golpe se lo introdujo por completo en su interior. Sofía gritó al sentir que se desgarraba por dentro, pero no intentó liberarse del castigo, sino que meneando sus caderas buscó amoldarse al instrumento antes de empezar a moverse como posesa. Su cuñada esperó que se acomodase antes de darle una fuerte nalgada en el culo. Fue el estímulo que ambas necesitaban para lanzarse en un galope desbocado. Para afianzarse, la rubia uso los pechos de su cuñada como agarre y mordiéndole el cuello, cambió el culo de la muchacha por su sexo y con fuerza la penetró mientras su indefensa víctima se derrumbaba sobre la tumbona. Los gemidos de placer de Sofía coincidieron con mi orgasmo y retirándome sin hacer ruido, volví a mi cama aún más sediento de lo que me levanté.

«Hay que joderse, pensaba que la fijación de Sofía por mí me iba a traer problemas con Dmitri, pero ahora resulta que también es la putita de su cuñada. Sera mejor que evite cualquier relación con ella».

 

 

 

 

 

Relato erótico: “Mi esposa y los mecánicos” (POR MOSTRATE)

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Hoy les voy a relatar una de las historias que nos ha pasado no hace mucho tiempo y que nos pone muy calientes solo con recordarla.

Por suerte nunca había tenido problemas con los autos que tuve. Es cierto que nunca fui de usarlos mucho y que los cambiaba con pocos kilómetros, así que no sabía lo que era llevarlos al mecánico, solo a los Services oficiales. Pero como en todo, siempre hay una primera vez.

Un sábado por la mañana habíamos decidido ir a visitar a unos familiares que viven a unos 100 kilómetros de distancia. Pero tuvimos que suspenderlo, el auto no quiso arrancar. Nunca imaginamos que la amargura y bronca de ese momento, iba a terminar en una de las situaciones más excitantes que hemos vivido.

Mientras mi esposa telefoneaba a los familiares para explicarle lo sucedido yo salí en busca de alguien que nos pudiera solucionar el problema.

Hacía unos meses se había instalado un taller a unas 3 cuadras de casa. No tenía ninguna referencia de ellos pero la verdad que tampoco conocía otro lugar, así que me dirigí allí en busca de ayuda.

Al llegar me sorprendió ver lo grande que era y la cantidad de autos. Ocupaba una superficie enorme y había como 10 personas trabajando entre la parte de mecánica y de chapa y pintura.

Apenas crucé la puerta de entrada del taller un muchacho me recibió:

– Mi nombre es Carlos, ¿en que puedo ayudarlo señor? me preguntó muy amablemente.

Carlos tendría alrededor de 35 años, de tez morena, de contextura delgada pero bastante musculosa. Estaba vestido con una camiseta sin mangas color blanca y un pantalón gris, ambos llenos de manchas de grasa, lo que le daba un aspecto bastante desagradable.

– Hola, mi nombre es Jorge y desearía hablar con el encargado, dije.

– Sígame por favor.

Atravesamos todo el local hasta llegar a una pequeña oficina que se encontraba al fondo.

– Tome asiento que ya le aviso al patrón.

Le agradecí y me senté en una silla que estaba detrás de un escritorio lleno de papeles, revistas de mecánica y algunas herramientas.

La oficina era típica de un taller. Estaba “decorada” con pósters de autos y principalmente de mujeres desnudas en poses muy sexys. Me detuve en una morocha que estaba de espaldas sacando el culo para afuera. Imaginé cuantas pajas se habrían hecho los mecánicos con ese póster y automáticamente se me apareció la imagen de mi esposa en esa posición parada delante de los mecánicos. Un terrible escalofrío recorrió toda mi espalda a tal punto que tuve una erección inmediata.

– ¿Que pedazo de culo eh?, escuche detrás de mí.

– Como pude recuperé el aliento y gire la cabeza para ver quien era.

– Hola como le va, soy Oscar, el encargado del taller, me dijo mientras me tendía la mano.

– Jorge, mucho gusto.

Oscar era un tipo rústico de unos 50 años, muy fornido, cabello bastante largo y como Carlos, tenía las ropas llenas de grasa.

– Y, que me dice, tremendo culo, ¿no le parece?

– Si claro, dije yo, sin poder sacar a mi mujer de la cabeza.

– Me encantan las morochas, son todas putas, rió

Apenas sonreí. Que mal momento le haría pasar si como respuesta le dijera que mi esposa es morocha, pensé y volví a sonreír.

– Bueno, ¿que puedo hacer por usted?, prosiguió

– Mire Oscar, vivo acá a tres cuadras y hace un rato intente arrancar el auto pero no pude, quería preguntarle si es posible que fuera alguien a ver de que se trata el desperfecto.

– Sabe que pasa los sábados cerramos a las 2 de la tarde y estamos tapados de trabajo, lo vamos a tener que dejar para el lunes, me dijo.

– Que macana quedarme todo el fin de semana sin el auto. Bueno pero si no hay remedio, paso el lunes, gracias igual, le dije mientras le tendía la mano.

– A ver, me puede esperar un momento que le entrego el auto a un cliente y como favor se lo veo yo.

– Le agradecería mucho.

Mientras esperaba volví a observar el póster y nuevamente imaginé a Marce en esa foto exhibiendo su hermosa cola y yo ahí disfrutando como la deseaban.

– ¿Veo que lo pone loco ese culo?, escuche detrás de mí. Era Oscar que había regresado y me hacía volver a la realidad.

– Me voy a poner celoso, es mi culo preferido, rió, mientras le daba un beso al póster.

– Sonreí.

– Como me gustará esta puta que acá tengo dos pósters iguales, dijo.

– Tome le regalo uno, prosiguió, mientras me entregaba una lámina enrollada.

– No, esta bien, gracias

– Tome hombre, es un regalo de la casa.

– Bueno, gracias.

– Si le parece vamos a ver su coche, me dijo mientras tomaba un maletín lleno de herramientas.

En el camino a casa no hizo otra cosa que contarme lo que le gustaban las morochas y afirmarme lo puta que eran. Narró algunas historias con unas vecinas del barrio que yo no conocía por lo que solo me limité a escuchar sin hacer ningún comentario.

Al llegar al garaje de casa, me solicito que abriera el capó y que le diera marcha al auto. Así lo hice.

– Está bien, suficiente, me dijo.

– Tengo poca luz acá, si no le parece mal lo empujamos hacia la calle.

– No hay problema, le respondí.

– Aguarde que llame a mi esposa así ella lo guía mientras nosotros empujamos, continué.

No creo que fuera necesario que Marce nos ayudara, solo fue una excusa para que Oscar la conociera. Me calentaba la idea que la viera después de lo que habíamos conversado.

– Marce, ¿podes venir un minuto?, le grite.

Bastó que ella apareciera por la puerta, para que Oscar le clavara la mirada y mostrara en su cara una expresión de vergüenza mezclada con deseo.

No era para menos, por un lado me había hablado de lo putas que eran las morochas y por el otro estaba viendo una morocha que estaba vestida solo con una remera y unas calzas de algodón color gris que le marcaban su fabulosa cola.

– Te presento a Oscar, es el mecánico, le dije.

– Mucho gusto dijo Oscar, todavía perturbado.

– Igualmente dijo ella, extendiéndole la mano.

– Necesitamos sacar el auto, podrías conducir mientras empujamos.

Marce subió al auto y con Oscar fuimos a la parte trasera.

– Perdóneme lo que le dije de las morochas, no sabía, me dijo.

– Quédese tranquilo, no hay problema le contesté.

– Además yo creo lo mismo, continué, mientras reía.

Oscar solo me miro y sonrió, tratando de entender lo que había escuchado.

Sacamos el auto a la calle y cuando Marce se bajo, Oscar no pudo evitar clavarle los ojos en el culo, sin importarle que yo estuviese delante, acción que hizo que comenzara a excitarme.

– Ya le traigo algo de tomar, le dije, mientras Oscar ponía manos a la obra.

– No se moleste, me dijo.

– No es molestia, es a cambio de su regalo le dije riéndome.

– ¿Que regalo?, preguntó Marcela.

– Nada, un póster que me regaló Oscar, dije.

Oscar asomo su cabeza por detrás del capó y me miro sorprendido.

– Donde está, quiero verlo, dijo ella, seguro es una foto de una chica desnuda, típica de taller, continuó.

Oscar seguía mirándome y no decía palabra.

– Así es y es parecida a vos le dije riéndome.

– A verla, quiero verla, dijo.

Oscar sonrió nerviosamente mientras le daba arranque al auto y este arrancaba. Yo ya estaba caliente y el juego ese me estaba gustando.

– ¿Ya está?, que rápido lo arregló, dije.

– Era una pavada, contestó el.

– Venga Oscar ya que terminó, vayamos adentro a tomar algo y mientras le muestro el póster a mi mujer.

Note que la mirada de Oscar se había transformando de sorpresa a la de desconcierto.

La agarre de la mano a Marce y entramos a casa. Oscar venia detrás y apostaba que le estaba comiendo con los ojos la cola a mi esposa. No solo yo estaba seguro, ella también se había dado cuenta y, como es su costumbre cuando esto pasa, arqueo mas la espalda para parar mas el culo, mientras me apretaba la mano y me lanzaba una mirada cómplice.

– Marce, acompañalo al living al señor que voy a buscarle algo de tomar, le dije.

Oscar ya a esta altura no pronunciaba palabra, solo asentía con la cabeza.

– ¿Y el póster?, preguntó ella.

Lo saqué de mi campera y se lo di. Así los vi alejarse camino al living, ella delante con el póster en la mano y el detrás visiblemente exaltado y con la mirada clavada en el culo de Marce.

Yo corrí hacia la cocina, llene 2 vasos con jugo y fui tras sus pasos.

Al atravesar el pasillo que da al living, me detuve antes de llegar. Quería espiar lo que estaba pasando.

La escena era de lo más caliente. Todo estaba en silencio. Oscar estaba sentado en un sillón doble y mi esposa había desenrollado el póster y parada de espaldas a el estaba observando la foto de ese terrible culo.

La vista que ella le estaba dando era fabulosa. Oscar podía ver a la morocha y a su vez su cola que, se notaba, había parado a propósito.

– La verdad tengo que reconocer que tiene una linda cola, dijo ella.

– Su marido quedo embobado cuando la vio, por eso le regale el póster, dijo el.

– ¿En serio?, preguntó ella.

– Si, y la verdad que no entiendo porqué, usted tiene una cola preciosa, dijo un poco tímido.

– Gracias, respondió ella, sacándola más para afuera.

– Es más me animaría a decir que es mas linda que esa, siguió Oscar, ya un poco mas seguro.

– ¿Le parece?, respondió ella, acercándole un poco el culo y ya claramente excitada.

Ver a mi esposa poner la cola parada a un metro de la cara de un desconocido me puso como loco. En ese momento decidí entrar, quería mirar eso más de cerca.

– Aquí están lo jugos, dije y le extendí uno a cada uno.

– Gracias, dijo el, con la voz medio entrecortada.

Mi esposa seguía en la misma posición. Yo pensaba la gran templanza que tenía Oscar para no extender la mano y acariciar esas calzas metidas en la cola de mi mujer.

– ¿Así que te quedaste embobado con esta cola?, dijo Marce en un tono simulando estar enojada, mientras me mostraba el póster y abandonaba su postura para irse a sentar en un sillón frente a Oscar.

– No mi amor, lo que pasa es que, como ya te dije, me pareció que esa cola era parecida a la tuya, le respondí.

– Acá el señor dice que la mía es mas linda, ¿no?, preguntó mientras volvió a pararse a mostrarle la cola.

– Si, contesto Oscar. Se notaba en su cara que la situación lo incomodaba, pero que lo había puesto muy caliente.

– En realidad mucho no puedo comparar porque usted esta vestida, dijo un poco tímido.

– ¿Y que quiere, que mi mujer se desnude? , le dije con cara de enojado.

– No, por favor, no lo tome a mal, solo decía, contesto todo ruborizado.

– En realidad el señor tiene razón, así vestida no puede cotejar si mi cola es mas linda que esa, dijo ella, señalando el póster.

– Sabes que me encanta que me elogien la cola, ¿me dejas que se la muestre al señor, así puede decirme que le parece?, continuó ya totalmente excitada.

Oscar me miro no entendiendo nada. Yo tenía una erección que ya no podía disimular.

– Bueno, pero solo la cola eh, le dije, para poner un límite y evitar que todo se desmadrara.

Marce, de espaldas a Oscar, metió dos dedos al costado de las calzas y se las bajó hasta las rodillas. Tomó el póster y lo puso al lado de ella, tratando de imitar la pose de la foto.

– ¿Y ahora que me dice señor? Le preguntó con cara de puta.

Ahí estaba mi esposa, como otras tantas veces, mostrándole el culo a un desconocido, solo cubierto por una tanguita blanca que se perdía entre sus nalgas.

– Si, si es muy linda, es, es mejor su cola, tartamudeó Oscar, mientras se acomodaba en el sillón.

– Bueno ya es suficiente, súbete las calzas, dije

Marce se subió muy sensualmente sus calzas y volvió a sentarse.

– Podría ser usted la del póster, la verdad, no tiene nada que envidiarle a esa chica, rompió el silencio Oscar.

– Gracias, a mi me encantaría estar en un póster pegado en un taller y que todos se exciten con mi cola, es mi fantasía, dijo ella, mirándolo a los ojos.

– ¿Y a usted no le molestaría ver a su señora calentar hombres?, me preguntó.

– No, al contrario, me excita mucho que la deseen, respondí.

– Si no lo toma a mal puedo llamar a los muchachos del taller, dijo Oscar.

– ¿Para que?, pregunté haciéndome el ingenuo.

– Para que su señora se muestre delante de nosotros como si fuera una foto y le cumplimos su fantasía, me respondió Oscar, ya totalmente lanzado.

– ¿Lo dejas amor que llame a los señores? me preguntó ella con deseo.

Estaba demasiado caliente para negarme.

– Está bien, pero no más de 4 y sin hacer bardo, es solo mirar, esta claro, dije.

– Por supuesto, dijo Oscar, mientras marcaba en su celular.

– Hola Carlos, ¿quien esta todavía en el taller?… bueno deja todo y venite ya con Alberto y con Fabián que los necesito acá, anota la dirección… no, no traigan herramientas…

– Ya vienen, son buenos chicos, no va a ver problemas, dijo.

La espera se hizo interminable. Estábamos los tres muy excitados y tratábamos de disimularlo hablando de cualquier cosa. Oscar a cada rato se acomodaba en el sillón lo que demostraba que estaba con una erección que no podía bajar. A mi me pasaba lo mismo, y a Marce se la notaba súper ansiosa por mostrarse.

La charla ya no daba para más cuando se escucho el timbre. Yo me levante a abrir.

A Carlos ya lo había visto en el taller, Alberto era morocho y corpulento aparentaba unos 50 años como Oscar y Fabián era mas delgado y mas joven, de unos 40 años. Todos estaban con la ropa del taller bastante sucia de grasa por todos lados. Solo Alberto tenía una musculosa blanca que dejaba ver un gran tatuaje en el hombro.

– Pasen por acá, les dije, mientras los guiaba al living.

– Les presento a mi esposa, su nombre es Marcela.

Todos le extendieron la mano mientras miraban desorientados. Ella, sonriendo, le dio la mano a cada uno. Se notaba que le encantaba la situación

– Vengan siéntense acá, así no manchan nada, dijo Oscar, señalando el piso delante del sillón donde estaba sentado el.

– Los hice venir porque la señora necesita un favor ¿no?, pregunto Oscar mientras me miraba.

Yo solo asentí, estaba demasiado caliente para hablar.

– Póngase de pie señora y dénos la espalda por favor, continuó.

Mi esposa obedeció. Oscar tomo el póster y lo extendió cerca de ella.

– No les parece que la señora tiene mas linda cola que la de la foto, preguntó a sus compañeros.

Los tipos con cara de asombro, clavaron la mirada en el culo de mi mujer. Se hizo un silencio total. Marce paró un poco mas la cola y los miro con cara inocente.

– Les gusta mi colita, preguntó.

La cara de asombro de los mecánicos se transformo de inmediato en cara de deseo. Oscar ya sin disimulo, se metió la mano en la entrepierna, como tratando de calmar el dolor que le causaba la erección que tenía.

– Si, respondieron casi al unísono.

Yo como pude me pare, la agarre de la mano y la alejé un par de metros de ellos. Estaba muy cerca y temía que alguno no pudiera controlarse. Me gustaba demasiado esa situación como para que se terminara rápido.

Marce seguía con la cola parada apuntando a los cuatro tipos. Yo me puse de frente a ella y escuche lo que estaba esperando

– Señora, no le muestra la cola a mis compañeros como me la mostró a mí, pidió Oscar.

Me miro, cerro los ojos, y se mordió el labio inferior. Oír ese pedido y ver como ella se había puesto hizo que me llenara de perversión. Mi erección ya no me permitía estar parado, así que tome por los costados su calza y se la baje de un tirón dejando su culo al aire.

– Está bien así, pregunte, mientras regresaba a mi asiento.

Oscar me miró fijo y sin decir una palabra, desabrochó su pantalón y sacó su miembro totalmente erecto. Yo solo le hice un gesto de aprobación, mientras hacía lo mismo. Esto fue aprovechado por el resto que terminaron también sin sus pantalones.

– Mi amor, mira como se masturban los señores con tu cola, dije para poner mas caliente todavía el momento.

Ella les miró los miembros con esa cara de puta que solo ella puede poner.

– Sáquese todo señora que queremos verla desnudita para compararla con la foto, pidió Oscar.

– Siempre que a usted señor no le moleste, continuó.

– No, esta bien, es necesario para que comparen, dije haciéndome el ingenuo.

Marce se arrodillo, se desató las zapatillas, se saco las calzas y luego la remera, quedando solamente con la tanga blanca metida en la cola y un par de medias del mismo color. Se paró en la misma posición que estaba y me preguntó:

– ¿La tanguita también mi amor?

– No creo que sea necesario, ¿vos querés sacártela?, le pregunté.

– Y… la chica de la foto no tiene tanga, no se si ellos podrán verificar así si mi cola es mas linda, dijo con voz entrecortada por lo excitada que estaba.

– Tiene razón su esposa, dijo Oscar. Los demás no hablaban, solo se masturbaban de un modo frenético.

– Bueno, esta bien amor, quitate la tanga, dije.

Eso fue mucho para Carlos que no aguanto más y eyaculó, desparramando semen por todo el piso. Pregunto donde estaba el baño y se dirigió hacia el.

Mientras se alejaba, Marce lo miro y se paso la lengua por los labios, mientras bajaba sensualmente su tanga, dejando a la vista de todos su hermosa cola.

– Que divina cola que tiene su esposa, me dijo Oscar.

– Gracias, conteste yo mientras hacia un esfuerzo terrible para no acabar.

– Mostrales el hoyito amor, le pedí.

Marce se abrió un poco de piernas, se agacho y se puso un dedo en la cola, mientras les regalaba a todos unos constantes jadeos debidos al primer orgasmo que estaba teniendo.

Hasta aquí llegaron Alberto, Fabián y Oscar que casi al mismo tiempo esparcieron todo su semen.

Yo me deje llevar y también tuve un terrible orgasmo. Marce al ver esto, se incorporó, tomó su ropa y salio corriendo para el baño.

Tardamos unos minutos en recuperar el aliento. Oscar trataba de limpiar el piso con su pantalón y Alberto y Fabián estaban fatigados recostados contra el sillón.

– Vio que ser potaron bien los muchachos, dijo Oscar

– Si, les agradezco, ¿la pasaron bien?, les pregunte solo para decir algo.

– Si señor, su esposa es muy caliente dijo Alberto.

– ¿Podemos volver a venir?, continuó.

– Mientras se porten así no hay problema, le respondí, mientras me dirigía a la cocina a buscar algo para beber.

Al atravesar el pasillo, pase por el baño de las visitas y no había nadie. Supuse que Marce estaba en un baño que esta pegado a nuestra habitación. Fui a la cocina y mientras servía las bebidas, me acorde de Carlos, ¿donde está?, pensé.

Enfilé hacia el dormitorio y tuve un pensamiento que lejos de enojarme, me hizo correr un frío por la espalda que me dejo nuevamente con el miembro como una roca. Estaba en lo cierto.

– Perdoname amor, no me pude aguantar, dijo ella entre gemidos.

Ahí estaba mi esposa en nuestra cama totalmente desnuda, puesta en cuatro patas con la cola bien parada, y en el medio de ese fabuloso culo, la cara de Carlos, con su lengua que entraba y salía a toda velocidad de su hoyito.

El ni me miró, estaba como alienado. Marce gritaba cada vez mas fuerte y yo me senté al costado de la cama para no perderme nada.

De repente Carlos salió de su posición, apoyo su verga en el hoyo y le entro hasta el fondo. Marce grito.

– Traelos a todos mi amor, por favor, me pidió, ya sacada y mientras se hamacaba al ritmo de las embestidas.

– Eso señor, vaya a busca a mis compañeros que la puta de su mujer necesita vergas, dijo Carlos descontrolado.

Lo dude un instante, pero mi calentura fue mas fuerte.

– Muchachos pueden venir, les grite saliendo al pasillo.

Un minuto después los tenía a los tres en la puerta de mi habitación. Seguían sin pantalones y Oscar se había sacado la parte de arriba.

– Menos mal que sus compañeros se iban a portar bien, le recrimine a Oscar mientras le señalaba a Carlos dándole por el culo a mi esposa.

En realidad no se si me escuchó. Todos se treparon a la cama y manoseaban a Marce por todas partes. Alberto y Fabián fueron hacia su cara y metieron sus vergas en su boca, mientras Oscar corrió a Carlos de su lugar y empezó a meterle lengua al culo, mientras sus manos acariciaban sus pechos.

Marcela solo gemía descontroladamente.

– Que culo hermoso tiene su mujer, me dijo sacando la cara de su cola.

Ella lo escucho, sacó las vergas de su boca y lo busco con la mirada.

– Si le gusta mi cola, cójamela por favor, le grito, y volvió a lamer.

– Primero quiero su conchita dijo, mientras introducía su verga ahí y dos dedos en el culo.

A Marce le encantaba y yo quería que eso no terminara nunca.

– ¿Querés uno en la cola también mi amor?, pregunte. Ya me dolía la verga de tanto pajearme.

– Si, si, si, si, gritaba ella.

Oscar la levantó, le ordenó a Alberto que se acostara y la empujo a Marce arriba. El busco con su verga la concha y la penetró y Oscar desde atrás la ensarto por el culo.

– Hija de puta, que buen culo que tiene, le gritaba Oscar. Ella le respondía con mas gemidos.

Estuvieron así un buen rato y luego se fueron turnando no dejando nada en el cuerpo de mi esposa por explorar. Yo estaba exhausto, había acabado 3 veces.

– Acábenle dentro de la cola que le gusta, dije con mi último aliento.

Me hicieron caso, uno a uno le dejaron la leche dentro del culo.

Ella gozó como pocas veces.

Regresaron un par de veces más. Pero eso es otra historia.

Visiten el blog de Marce con fotos y videos: www.lacolademarce.blogspot.com

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

 

Relato erótico: “Expedientes x: el regreso de las zapatillas rojas” (POR SIGMA)

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EXPEDIENTES X:
EL REGRESO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Por Sigma
El día casi finalizaba para la agente Dana Scully, se acercaba el comienzo de un maravilloso fin de semana para descansar lejos del FBI y de su complicado compañero Mulder, faltaba una última tarea y podría marcharse a casa. Tenía que dejar en la sección de evidencias un par de cajas con pruebas de los últimos casos en los que se encontraba trabajando.
En el sótano pasó por el guardia uniformado, la puerta de rejas y dejó su bolsa de mano en el escritorio junto con sus dos cajas con el número de expediente escrito en el costado.
-¡Dios, ya quiero que acabe el día, estoy muerta! –Pensó la agente mientras se apartaba un mechón de cabello rubio de la frente- Bueno ya casi termino.
Tomo una de las cajas y se la llevó a uno de los estantes de la parte de atrás, era otro de los casos raros en los que Mulder siempre trabajaba, un supuesto secuestro alienígena y una familia desaparecida, pero como siempre nada concluyente. Sin embargo sonrió al pensar en la pequeña victoria que se anotaron días atrás cuando cerraron otro caso: una famosa profesora universitaria que llevaba casi un año desaparecida sin rastro fue encontrada finalmente en una pequeña casa en el bosque gracias a una llamada anónima.
-Y Mulder pensaba como siempre en lo más raro y complicado, una conspiración… jejeje –recordó Scully- pero esta vez se equivocó.
La profesora de antropología e historia había sido secuestrada por un esquizofrénico y mantenida prisionera todo ese tiempo, cuando la policía local y el FBI llegaron al lugar el sospechoso se había suicidado, probablemente los había escuchado acercarse. La secuestrada estaba asustada pero aparte de eso se encontraba muy bien y de vuelta en su casa.
No había gran cosa en la caja de ese caso, solamente algunas prendas del secuestrador, un par de cadenas y cuerdas con las que ataba a la mujer, un viejo reloj de pulsera y unas zapatillas de ballet rojas con las que al parecer estaba obsesionado. Pero no volvió a pensar en ello.
Desde la reja el guardia no perdía de vista a Scully, que se encontraba buscando el sitio exacto para colocar la primera caja de evidencias, llevaba un traje formal de agente femenino del FBI: una blusa blanca de manga larga, un saco, una falda hasta las rodillas y zapatillas de tacón bajo, pero eso no impedía que sus nalgas se marcaran ligeramente cuando se inclinaba un poco en los estantes, ni que los muslos y pantorrillas de sus torneadas piernas se tensaran suavemente con cada paso que daba.
-¡Mierda, que suerte tiene ese bicho raro de Mulder, su compañera está para comérsela completita, lo que daría por ver lo que hay bajo ese feo traje! –Pensó el guardia con envidia.
Justo es ese momento, en la segunda caja con evidencias del secuestro algo ocurría, el viejo reloj de pulsera empezó a sonar con una suave melodía de flauta a muy bajo volumen, el guardia tras la puerta de reja no pudo escucharlo, ni la agente que estaba colocando la otra caja al fondo del cuarto, pero algo comenzó a moverse.
Las cintas de las zapatillas comenzaron a tensarse, poco a poco, hasta que finalmente comenzaron a sacudirse, como si fueran delicados zarcillos o tentáculos, primero despacio pero cada vez con más rapidez junto con la música de ritmo cada vez más acelerado. Finalmente las zapatillas salieron de la bolsa de evidencias y comenzaron a moverse por si mismas dentro de la caja gracias a las cintas actuando como las extremidades, de algún raro animal.
Paulatinamente el extraño calzado comenzó a arrastrarse fuera de la caja, levantando muy ligeramente la tapa en la orilla más alejada del guardia, que estaba demasiado concentrado en las piernas de Scully para notar el movimiento. Y de repente, justo con el final de la melodía, las zapatillas se lanzaron hacia afuera en un veloz movimiento como de cobra, introduciéndose en la bolsa de mano de la agente del FBI.
Un minuto después la agente llegó al escritorio, recogió la segunda caja y la colocó en su lugar en otro estante una fila más atrás, finalmente regresó a la reja, tomó su bolso y se marchó hacía el ascensor, el guardia volvió a mirarla mientras se alejaba.
Poco tiempo después se encontraba en su auto camino a casa, tras sufrir por un breve embotellamiento de transito llegó finalmente a su hogar, una pequeña casa en los suburbios, luego de estacionarse y dirigirse a la puerta se encontró con una gran sorpresa cuando trató de sacar las llaves.
-¡Que demonios! –pensó mientras sacaba del bolso las zapatillas de ballet rojas del caso de la profesora secuestrada- Pero si acabo de dejar esto en la caja de evidencias. ¿Que hace en mi bolso?
Sostuvo las zapatillas por las cintas y las observó brevemente, con la duda reflejada en el rostro –Mmmm… quizás estaba distraída y las guardé en mi bolso en lugar de la caja –pensó- aunque podría jurar que…
Sacudió la cabeza y tras abrir la puerta entro a su casa, molesta al pensar que tendría que ir al día siguiente al FBI a poner esta evidencia en su lugar, en sábado, arruinando su fin de semana.
-¡Dios que papeleo me espera por esta estupidez! Perderé todo el día –se quejó con amargura, resignada las dejó sobre el tocador y decidió darse una ducha en un esfuerzo por olvidar su error y relajarse un rato. Todavía molesta se quitó el saco, la funda y su arma 9 mm y la blusa, dejó que la falda se deslizara por sus piernas y se sacó las zapatillas de tacón bajo, finalmente se desabrochó su bra deportivo y se bajó sus cómodas pantaletas de algodón.
Las zapatillas de ballet parecieron vibrar levemente mientras la agente se introducía al baño con su bata, pero cuando la puerta se cerró la ondulación se incremento hasta hacerse visible. Pero no había nadie que pudiera notarlo.
Scully se dio un cálido baño, breve pero relajante, para poder así dormir bien antes de tener que volver a las oficinas a devolver la evidencia, al salir rodeada de vapor y con su bata puesta, la vibración de las zapatillas se detuvo instantáneamente.
La agente se peinó su rubia cabellera rápidamente, luego tomo una cena ligera que ya tenía lista en su refrigerador y tras lavarse los dientes se puso su ropa de dormir: una camiseta de tirantes y un corto pero cómodo pantaloncillo, finalmente se introdujo entre las cobijas de su cama y se puso a leer un nuevo manual forense que quería revisar.
Una hora después el sueño la venció, apagó la luz y se recostó de lado para finalmente poder descansar, minutos más tarde estaba dormida. Las zapatillas comenzaron a vibrar de nuevo, suavemente, casi como si respiraran.
Ya de madrugada una camioneta negra apareció en la distancia, no tenía marcas y prácticamente en silencio se estacionó frente a la casa de Scully, el hombre que manejaba llevaba un pasamontañas puesto, oprimió un botón en su computadora portátil en el asiento del copiloto y esta emitió un leve zumbido, se trataba de una melodía de El lago de los Cisnes, pero en un tono demasiado alto para poder ser escuchado por el oído humano, la única prueba de que estaba sonando fue un perro ladrando en la distancia. El conductor dirigió su vista a la casa.
En la habitación de la agente inmediatamente hubo una reacción, como por encanto las zapatillas rojas se levantaron sobre sus puntas, totalmente verticales, sostenidas por las cintas, segundos después se deslizaron en silencio por la orilla del tocador y se posaron en el piso, de inmediato se acercaron a la cama.
En el exterior el hombre de la camioneta esperaba impaciente mirando hacia la casa.
Usando las cintas como tentáculos las zapatillas escalaron por los pies de la cama hasta que llegaron arriba y allí se detuvieron un minuto, como esperando. Scully dormía plácidamente, sus labios ligeramente entreabiertos, respirando suavemente. Las cintas rojas sujetaron las cobijas y comenzaron a jalarlas muy despacio hacía un lado, descubriendo poco a poco las piernas de la dormida agente, de repente la rubia se giró en su cama hasta quedar boca arriba y las zapatillas se dejaron caer inertes sobre la cobija.
Minutos después su respiración volvió a tranquilizarse y las zapatillas de nuevo se levantaron, pero ahora su piernas estaban descubiertas desde las rodillas a los pies, y el extraño calzado pareció vibrar ante esta imagen unos segundos, luego se acercaron lentamente a sus pies, se alinearon delante de ellos y las cintas comenzaron a extenderse por la cama y al llegar a los dedos comenzaron a rodearlos muy despacio, recorriendo las plantas del pie, los empeines, los tobillos, y empezaron a subir por su blancas pantorrillas cruzándose y entrecruzándose, con tanta suavidad que Scully ni siquiera se movió, solamente las sentía como ligeras caricias sobre sus piernas, en pleno sueño la mujer sonrió suavemente al sentir la tersa seda deslizarse sobre su piel, pero no despertó.
Finalmente las cintas llegaron justo debajo de sus rodillas y allí comenzaron a enrollarse y encogerse, jalando las zapatillas hacia arriba en dirección a los bien cuidados pies de la mujer, estos fueron entrando poco en el suave calzado, al llegar finalmente al talón, las cintas dieron un último tirón e hicieron que quedaran bien colocadas, tras lo cual los rojos tentáculos de seda se ajustaron y finalmente se ataron en un pequeño moño al frente de sus piernas y debajo de las rodillas. Sin duda, ahora las piernas de la agente parecían las de una bailarina de ballet.
Las zapatillas rojas comenzaron a vibrar suavemente, y en pocos segundos los pies de la bella mujer parecieron tensarse, después los tobillos y luego las pantorrillas forzando los pies a ponerse de puntas, las piernas completas se pusieron rígidas, después una sola se levantó en ángulo de cuarenta y cinco grados, luego comenzó a bajar y empezó a subir la otra, repitiéndose cada vez más rápido como si la rubia estuviera nadando de espaldas, de improviso se detuvieron y la torneada pierna izquierda se cruzo sensualmente sobre la derecha, luego al contrario y después ambas se extendieron verticalmente en toda su exquisita gloria, se abrieron en V y bajaron hasta posarse en la cama. Parecía como si las zapatillas estuvieran familiarizándose con controlar el cuerpo de su usuaria.
Scully seguía plácidamente dormida sin notar el involuntario ejercicio de sus extremidades, su rostro estaba de lado sobre la cama, cerca de su mano derecha que reposaba con la palma hacia arriba, únicamente su respiración parecía ligeramente acelerada.
De pronto sus rodillas se flexionaron en un ángulo de noventa grados, luego sus nalgas se levantaron un poco de la cama, con lo cual, aunque Scully estaba recostada, tanto sus pantorrillas como sus pies en punta estaban totalmente verticales sobre la cama.
Moviéndose rítmicamente, sus pies comenzaron a dar delicados pasitos en su lugar, cada vez más rápido, hasta que se bajaron de la cama de un suave salto, seguidos por sus piernas, sus caderas y su torso, se puso en pie todavía de puntas y comenzó a moverse como una consumada bailarina.
Ahora sus manos también seguían el ritmo moviéndose elegantemente junto con su cuerpo, solamente su cabeza permanecía desmayada sobre el hombro y sus ojos cerrados. Dando pasitos y saltitos la agente salió de la habitación.
Afuera, el hombre de la camioneta esperaba pensando si la señal ultrasónica habría fallado cuando la puerta frontal de la casa se abrió de par en par y una deliciosa rubia salió bailando de puntas mientras se acercaba a la camioneta, el conductor oprimió un botón y las puertas traseras se abrieron, Scully salto al interior y se cerraron. El hombre sonrió de oreja a oreja, encendió el motor y se alejó por la calle.
Dana Scully estaba soñando, y era maravilloso, se encontraba en una playa vestida sólo con un diminuto bikini rojo, entró al mar hasta que le cubrió la cintura y disfrutó del calor del sol y lo refrescante del agua.
-Mmm… si, esto me hacía falta –pensó mientras cerraba los ojos y se dejaba llevar por las sensaciones. El calor estaba aumentando, pero en lugar de ser molesto era cada vez más agradable, el movimiento del mar a su alrededor se hacia más intenso pero también le gustaba.
-Ah, eso está bien –susurró mientras inclinaba su cabeza.
El calor ya era tremendo y el movimiento del mar se volvió un remolino que la arrastraba y la hacía girar sin control, su traje de baño había desaparecido, pero no le importaba, sólo quería seguir disfrutando.
Dentro de la camioneta, la agente giraba vertiginosamente mientras bailaba, su piel estaba sonrojada por la excitación, sus dedos estaban acariciando su clítoris frenéticamente mientras se humedecía los labios con la lengua inconscientemente, su cabello húmedo se agitaba de un lado a otro y su cuerpo brillaba por el sudor, en el momento que soñaba que se hundía en el agua, tuvo un poderoso orgasmo tras lo cual de nuevo perdió la conciencia.
Cuando Scully despertó se sentía increíblemente relajada aunque algo cansada, pero de inmediato se incorporó cuando se dio cuenta que algo andaba mal: el color del cuarto, la orientación del sol, la sensación del colchón ¡esta no era su casa! Se levantó de la enorme cama de sabanas de seda y corrió hacia una ventana, desde allí no se veían mas que verdes campos. Ya no estaba en la ciudad.
Se encontraba en una enorme habitación decorada de forma elegante, con cortinas y alfombras color gris, los muebles de madera obscura, una enorme cama rodeada de cortinajes de satén, y una gran puerta de doble hoja.
-¿Pero donde diablos estoy y como llegué aquí? –pensó preocupada, sintió un poco de frio así que miro hacía abajo y entonces la preocupación se convirtió en temor. Llevaba puesto un juego de lencería azul cielo compuesto por un pequeño brassier sin tirantes y unas pantaletas que solamente eran una cinta ancha alrededor de las caderas, un triángulo en el frente y un delicado listón que pasaba entre sus rosadas nalgas. Todo el conjunto estaba formado únicamente por delicados e intrincados encajes. Y en los pies calzaba las zapatillas rojas que el día anterior llevaba en el bolso, atadas alrededor de sus pantorrillas con un excesivamente femenino moño rojo justo debajo de las rodillas.
-De nuevo las zapatillas de ayer ¿Pero que significan? ¿Qué tienen que ver con todo esto? –susurró para si misma- bueno no importa por ahora, debo salir de aquí.
Busco por toda la habitación algo de ropa con que cubrirse, pero no encontró nada, únicamente podía llevarse las sabanas de la cama, pero decidió que hacerlo solamente la retrasaría.
-Al menos no me veo mal – pensó algo avergonzada mientras se acercaba sigilosa a la puerta del cuarto- que bueno que acostumbro hacer ejercicio.
La puerta se entreabrió fácilmente, pero afuera no había nadie, se extendía un pasillo a media luz, con muchos espejos del suelo al techo en los muros y un par de bocinas en las esquinas, al fondo otra puerta era lo único que se destacaba.
Scully dio un par de pasos tentativos por el pasillo, sin aviso las bocinas empezaron a emitir una rápida melodía y todo se volvió un torbellino para la agente. Sus piernas se tensaron sin control, se paro de puntas y comenzó a bailar en el pasillo, dando pasitos, saltos, inclinándose en una sola pierna.
-¿Qué está pasando? –gritó Scully desesperada mientras daba un vertiginoso giro sobre sus pies- Si yo nunca he bailado ballet… ¡Las zapatillas, tiene que ser eso!
En ese momento algo más comenzó a ocurrir, una especie de onda de calor comenzó a extenderse desde sus pies a su entrepierna, suave y cálido al principio pero cada vez más insistente y turbador.
-¡Aaahh que es esto! ¡Basta! –la agente trató de concentrarse en buscar una salida de la situación, y logró levantar los brazos frente a ella, aunque con cierto esfuerzo- ¡Mis manos! Aun puedo controlarlas. Debo actuar rápido, cada vez es más difícil.
La agente se preparó mentalmente. Justo en el instante que se inclinaba durante un paso de ballet, su torso en ángulo hacia el piso y su pierna izquierda extendida tras ella hacia el techo, lanzó ambas manos hacia el moño de la zapatilla en su pierna derecha y jalo con todas su fuerzas.
No fue fácil, al parecer las cintas estaban reforzadas con alambre en su interior, sin embargo no se rindió y justo cuando se levantaba logró zafarlas, instantes después esa pierna se levantó frente a ella sin control y de un tirón se quitó la zapatilla. De inmediato recuperó el control y la calma, fue como si al fin hubiera podido rascarse una terrible comezón.
-Ufff, al fin, me siento liberada –pensó mientras se quitaba rápidamente la otra zapatilla- Bueno, ahora tengo que salir de aquí.
Dio un par de pasos descalza cuando de pronto escuchó un sonido detrás, al darse vuelta vio que las zapatillas estaban paradas de punta de nuevo ¡Por si mismas! Ayudadas por sus cintas comenzaron a moverse hacia Scully en forma amenazadora. Un temor primitivo e instintivo hacía lo sobrenatural se apoderó de ella a pesar de toda su fría y lógica forma de pensar.
-¡Esto es una locura, tengo que escapar de aquí- susurró antes de echar a correr hacía la puerta al fondo. Afortunadamente no estaba cerrada. Tan pronto como entró cerro la puerta tras ella con lo que parecía un seguro electrónico. Pero de inmediato comenzó a escuchar ruidos tras la puerta, lo cual la aterrorizó.
Se dio vuelta buscando una salida, estaba en una habitación con suaves alfombras y cortinas color vino, una gran cama de bordes redondos, varios televisores y bocinas en la pared y un gran escritorio con algunos componentes electrónicos, al fondo de la habitación, en una vitrina iluminada, había un par de sandalias rojas de piel que parecían muy antiguas, pero bien conservadas y junto había una enorme puerta de madera obscura.
-¡Esa tiene que ser una salida! –corrió hacia la puerta, parecía muy gruesa y los ojos de Scully se abrieron de par en par ante las extrañas formas frente a ella.
Una extraña figura como de un demonio estaba grabada en la puerta, sus garras sobresalían tridimensionalmente frente a la figura como si sostuvieran las manijas de la puerta o dirigieran la atención hacia estas. Las garras de sus pies también sobresalían mostrando las palmas casi a la altura del piso como a punto de atacar.
Pero un ruido en la puerta asustó a la agente y no quiso perder más tiempo observando la extraña puerta, eso sería un error fatal. De una zancada trato de abrir la puerta girando la manija, pero no se abrió, así que decidió utilizar ambas manos en las manijas apoyando los pies cerca de la puerta.
En el instante en que lo hizo las enormes garras de la gárgola se cerraron con un sonido mecánico sobre sus muñecas y antebrazos, y abajo sobre sus tobillos y pantorrillas.
-¡Nooo! ¿Pero que locura es esta? –se retorció con todas sus fuerzas para zafarse pero cada vez que lo hacía las garras articuladas se ajustaban cada vez más a sus muñecas y antebrazos, hasta que ya no pudo moverlas en absoluto.
-Bienvenida agente Scully, es un placer tenerla como huésped –sonó una voz en las bocinas- veo que ya conoció a mi guardián de la puerta.
La agente giró la cabeza hasta donde pudo, pero no había nadie a la vista, sin embargo pudo ver en el rincón detrás de ella una cámara de seguridad, la estaban observando.
-¿Quién es usted? ¿Qué pretende? –gritó tratando de ganar tiempo mientras volvía a intentar liberarse- no se como está haciendo todo esto pero se arrepentirá.
-Mi nombre no importa por ahora, pero puede llamarme X, como los archivos del FBI donde trabaja.
-¿Cómo sabe eso? –Scully se sentía cada vez más asustada- ¿Cómo sabe mi nombre?
-Oh, sé mucho más que eso agente Scully, déjeme ver: Dana Katherine Scully, nacida el 23 de febrero de 1964, su padre esWilliam Scully, su madre se llama Margaret, tiene tres hermanos: Melissa, William Jr. y Charles.
Estudió ciencias en Berkeley y después asistió a la Universidad de Maryland para ser médico. Pero decidió que no quería dedicarse a esa labor y tras semanas de preparación en Quantico, se convirtió en agente del FBI.
Su número de identificación es 2317-616 y su dirección es 3170 W. 53 Rd. Nº 35 Annapolis, Maryland. Su arma es una Smith & Wesson 1056, 9 mm. El número de teléfono de su casa es 555-6431, y el número de su celular es 555-3564… pero mejor sigamos con temas más interesantes que un aburrido expediente.
-Muy bien, ahora si estoy asustada –pensó la agente ya muy preocupada- este tipo no es un improvisado, pero no puedo dejar que se de cuenta, debo mantener la calma y obtener toda la información que pueda.
-Vaya, veo que hizo su tarea –dijo después de un momento- pero no entiendo que quiere de mi, no soy de familia adinerada, ni tengo acceso a nada tan valioso ¿Para que tomarse tantas molestias por mi?
-Bueno, debo decir que casi me arruina todo el plan hace unos minutos, le di una buena dosis de sedantes, no debería haber despertado hasta dentro de unas tres horas, de hecho no estoy en casa, por fortuna cuando salió de su cuarto activó una alarma en mi vehículo y voy de regreso, tendría que haberla dejado atada cuando salí para poder controlarla con seguridad con las zapatillas, pero debía recoger una visita y me confié.
-¿Qué son esas zapatillas? ¿De donde las sacó?
-Ah, buena pregunta, digamos que son un tesoro antiguo que “conseguí”, están hechizadas por una magia que ya era antigua en la época del apogeo de Babilonia, por eso siguen en buen estado, la mayoría piensa que son del siglo XIII o XIV, pero eso se debe a que por su hechizo se deterioran lentamente. Pero lo verdaderamente interesante es que cuando las usa una mujer se ve obligada a bailar siguiendo el ritmo y conocimientos de su usuaria.
-¿Para eso me quiere? ¿Para bailar? –gritó Scully asustada mientras trataba de aflojar sus brazos, se tensaba al máximo y sin saberlo daba un espectáculo relajando y tensando sus piernas y nalgas alternativamente.
-Bueno eso sin duda es un placer, pero hay algo más importante, mientras la mujer está bajo el hechizo de las zapatillas se excita paulatinamente, aunque no quiera, y se le pueden alterar su mente y comportamiento a voluntad, por eso la necesito agente, pienso expandir mis operaciones y necesito a alguien dentro del FBI para que me mantenga al tanto de las investigaciones y me avise si estoy siendo investigado.
-No, se equivoca, no lo hare, no seré su espía, no traicionaré a nadie, no…
-Bueno, en realidad no tendrá opción agente, lo hará por que se lo ordenaré y además lo disfrutará. Las zapatillas presentan otras interesante y útiles propiedades que con el tiempo he aprendido a controlar. Mire la puerta del cuarto.
Aterrada, Scully vio como la puerta a su izquierda zumbaba y se abría poco a poco, sin duda a control remoto, en el umbral se encontraban las zapatillas rojas, levantadas sobre sus puntas ayudadas por sus cintas.
-Pero esas no son zapatillas antiguas, son modernas –grito la agente desesperada.
-Cierto, las originales están en la vitrina junto a usted, pero olvidé mencionar un detalle, no he podido duplicar la magia de las zapatillas pero descubrí que basta una fragmento de ellas conectado a un calzado común para que este también quede hechizado, en este momento ya tengo una docena de zapatillas a mi disposición. Pero estas están hambrientas por usted agente, desean controlarla y ayudarme a romper su voluntad y hacerla mi esclava y espía.
-¡No lo haré! –La rubia forcejeó aterrada contra los grilletes en sus antebrazos, pero era inútil. También intentó con sus piernas aprovechando que no estaban tan ajustadas, pero el talón no pasaba por el grillete.
Una melodía de violín comenzó a sonar en las bocinas a un ritmo lento, las zapatillas comenzaron a acercarse a Scully, al ver esto plantó todo su peso en sus pies para que no pudieran colocarse.
En efecto las zapatillas trataron de hacerlo usando las cintas como tentáculos para subir por sus tobillos pero no podían ponerse en sus delicados pies mientras no los despegara del piso.
-Bien, eso me dará un poco más de tiempo para buscar una salida –pensó algo aliviada.
-Buen truco agente, pero ya me anticipé a eso…
-¿Que…? –empezó a decir la agente, cuando sintió como las garras que sujetaban sus tobillos comenzaban a subir por un mecanismo de rieles en la puerta, levantando poco a poco sus pies del suelo, obligándola a doblar sus rodillas lentamente.
-Nos vemos en un rato agente Scully, ya quiero implantarle sus primeras modificaciones de comportamiento.
-¡Basta, no haga esto, deténgase! –gritó furiosa y asustada mientras se despegaban del piso sus talones, luego sus plantas y finalmente las puntas de sus pies, mientras las zapatillas esperaban a un lado agitando las cintas de una manera que parecían casi ansiosas.
En cuanto los dedos de sus pies se separaron un centímetro del piso las zapatillas se lanzaron, como si fueran una bestia hambrienta, sobre las puntas de sus pies, las cintas subieron casi como manos por sus tobillos, cruzándose y entrecruzándose a una velocidad pasmosa a pesar del poco espacio entre la piel y el grillete, colocándose perfectamente en sus pies y finalmente atándose con moños al frente de sus piernas.
-¡Noooooo! –gritó Scully cuando empezó a sentir una ondulación subir por sus piernas, como una fiebre que inició de nuevo la terrible comezón en su cuerpo, una que no se podía rascar, sus pies comenzaron a ponerse de puntas nuevamente, y sus piernas se tensaron, de improviso las garras de sus piernas se abrieron dejándola caer libre al piso, pero las otras se soltaron completas de la puerta, así que aunque sus piernas estaban libres, sus muñecas y antebrazos seguían atrapados y forzados a estar juntos por las manos articuladas de metal.
En ese momento la melodía en las bocinas, Czardas de Monti, empezó su etapa de ritmo más rápido y frenético arrastrando a Scully a un caos de movimientos y sensaciones al bailar en sus zapatillas rojas de ballet.
Una hora después un hombre entró por la puerta de la gárgola, llevaba puesta una camiseta de manga corta ajustada, unos pantalones verdes, botas negras militares y un pasamontañas negro. Entró con cautela, con un taser en la mano, pero lo guardó y sonrió en cuanto llegó a la puerta del pasillo, la rubia estaba bailando lentamente de puntas, su cabello desarreglado, su cuerpo brillante por el sudor, sus manos aun unidas por la garra como en súplica, tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta, la cabeza inclinada de lado, obviamente agotada.
-Mmm que placer verla así Scully, se ve simplemente tan bella, tan indefensa, jejeje…
La agente entreabrió los ojos, parecía realmente debilitada, X se aproximó y ella trató de apartarse de él aun mientras bailaba, pero la detuvo de la cintura, la abrazó por la espalda y comenzó a besarla en el cuello y hombro, mientras se movía a ritmo con ella.
-Me alegra encontrarla en estas circunstancias.
-No… déjeme… no me toque… -susurró Scully, apartando el rostro de X.
-Oh, ¿está cansada agente, quiere agua? La ayudaré si lo desea.
-Si, agua por favor, un poco de agua –respondió cerrando los ojos de nuevo.
Minutos después el enmascarado regresaba con una alta copa de cristal llena agua, parecía fría, unas gotas se acumulaban a los lados por la condensación.
-Bien agente, antes de que beba el agua, empezaremos a divertirnos un poco ¿sabe? Usted será un reto, normalmente me toma semanas o meses dominar por completo a una mujer, pero si la detengo tanto tiempo será sospechoso e incluso peligroso, así que tendré que hacerlo por etapas, cambiándola un poco cada vez y haciéndola venir de nuevo cada fin de semana.
-¿De que habla? No funcionará, lo delataré en cuanto salga de aquí.
-Si, me lo imaginé, pero recuerde que puedo alterar su mente mientras está bajo el poder de las zapatillas, así que dedicaré tiempo a cambiar sus recuerdos del fin de semana y algo más. Tome.
X inclinó la copa en los rojos labios de Scully y ella bebió ávidamente, pero apenas le dio un trago cuando apartó la copa de sus labios.
-No… por favor, más…
-Bien pero antes hablemos de sus zapatillas ¿no le gustan? A mi siempre me fascinaron las piernas de las bailarinas clásicas, usted podría serlo mire en el espejo como se mueven…
Sin poder evitarlo la agente miró el espejo, sus piernas se veían en efecto muy fuertes pero a la vez femeninas y torneadas, más en la postura de pointe y sobre todo debido a las zapatillas rojas, que lucían tan elegantes y estilizadas, tan…
-…sexys ¿verdad agente? –le susurraba X a Scully en el oído, ella miraba fijamente el espejo con los ojos entrecerrados, pero sin dejar de bailar- le gustan, de hecho le encantan las zapatillas de ballet, en todo momento piensa en ellas, las necesita para sentirse completa.
X le desabrochó el brassier y lo arrojó a un lado mientras la seguía en su lento baile, comenzó a acariciar sus pezones en círculos suavemente, ella trató de impedirlo apretando sus brazos atados hacia su busto pero estaba demasiado débil, mientras su captor le besaba los hombros y los omoplatos y le seguía susurrando al oído, lenta pero constantemente alterando sus recuerdos de ese fin de semana y sus ideas sobre ella misma y sus gustos, asegurándose de que podría volver a atraparla cada semana para nuevas sugestiones y alteraciones. Cada vez sería más fácil controlarla.
La mano derecha de X bajó acariciando el cuerpo de la mujer, su costado, su cintura, sus caderas, después la introdujo en el frente de la ropa interior y comenzó a acariciar su entrepierna, primero su suave vello, luego los húmedos pliegues de su vagina, y el clítoris.
-Está muy húmeda Scully, veo que las zapatillas han hecho su labor admirablemente, preparándola para mi –le susurró X en el oído a la agente mientras comenzaba a introducir y sacar dos dedos de su vagina rítmicamente, cada vez más rápido, sin dejar de besarla en la nuca y el cuello, todavía acariciando y pellizcando su pezón.
-No, no quiero hacerlo, por favor, pare… -gimió la agente mientras la mano invasora se movía frenética en su entrepierna, cubierta por los delicados encajes de sus pantaletas, arriba y abajo, más y más rápido, sus piernas comenzaron a seguir el ritmo, las puntas de sus pies casi no se movían pero sus rodillas y caderas ondulaban sensualmente a ritmo con el toque de su captor, de pronto la rubia levantó el rostro hacía el techo y sus labios se convirtieron en un círculo perfecto mientras alcanzaba un fuerte orgasmo.
-Unnnggghhh… -susurró la mujer, dejando caer su cabeza hacía atrás. X levantó del piso la copa con agua que había dejado.
-Voy a disfrutar teniéndola como mi espía agente Scully –dijo X, luego bebió un largo trago y lo mantuvo en la boca, para luego derramar el agua de la copa en la garganta de la rubia, que sedienta entreabrió los labios para beberla, cuando quedaban unas gotas X se inclinó y la besó en los labios, sin que ella pudiera o quisiera evitarlo, y siguió bebiendo de él mientras bailaban con la música.
Después de eso todo se volvió borroso para la agente, que perdió la noción del tiempo por el resto de ese fin de semana.
CONTINUARA
 

Relato erótico: “Secreto de Familia: Encuentro con Rita 2” (POR MARQUESDUQUE)

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-Hola Mario

-Hola Miguel. ¿Me pones un cubata?

Unas horas después de nuestra conversación telefónica mi hermano se pasaba por mi casa para comentar el tema, y el tema no era otro que Rita, su ex novia, con la que se había encontrado en un pub la noche anterior.

-Y dime: ¿Esta guapa?

-Esta preciosa. No ha envejecido nada desde que nos daba clase. Daban ganas de comérsela.

Era obvio que mi hermano aún sentía algo por ella. Habían roto porque ella quería tener un hijo y él no estaba por la labor, pero eso no quería decir que no se quisieran. Desde la ruptura él no había salido con ninguna chica en serio. Se notaba que no podía olvidarla. Su entusiasmo solo por habérsela cruzado en un local lo atestiguaba. Yo también lo había pasado mal al romper con Sofía, pero no había sido lo mismo. Aunque hubo un tiempo en que pensé que podríamos sobrellevar la diferencia de edad y tener un futuro juntos, los últimos meses ya me había hecho a la idea de que aquello no podía ser, había conocido a otra chica y, aunque mentiría si dijera que no echaba de menos a Sofía de vez en cuando, tenía asumido que nunca volveríamos. Mi hermano en cambio pensaba que Rita era su gran amor y albergaba la esperanza inconfesable de volver con ella algún día.

-¿Y estaba sola?

-No, estaba con su hermana, que por cierto también estaba guapísima y con su amante lesbiana.

-¿Una camionera?

-No, que va, una cría monísima, de 18 añitos. Una perita en dulce.

-Valla con Rita, no es tonta ni na…

-Pero no creo que vayan en serio.

Mi hermano volvía con sus fantasías. Antes de estar con él Rita ya había tenido una relación lésbica en la Universidad. En las películas americanas eso suele indicar un “experimento” que luego no tiene continuidad en la vida adulta, pero esto no era una película americana y ambos sabíamos positivamente que Rita era bisexual, así que aquella podía ser una relación perfectamente seria. Tampoco la diferencia de edad garantizaba nada. También Mario tenía 18 años cuando empezaron a salir y habían estado juntos 5. Después de haber tenido yo una relación con una mujer que me triplicaba la edad, unos cuantos años no me parecían una gran dificultad.

-¿Crees que debería llamarla?

Después del incidente con mi hermano Rita se decidió a que usáramos su casa de picadero. Era un gusto poder follar acostados en una cama, cómodamente y sin miedo a ser descubiertos, puesto que aunque ella vivía con su madre, la señora sabía lo nuestro y no se oponía. Fue un poco incomodo cuando me la presentó y acto seguido fuimos a su cuarto a echar un casquete. Se notaba que esa familia era más liberal que la mía. Además Sofía, como se llamaba su madre, era una mujer espectacular, casi tan guapa como la hija, una madurita atractiva, con unas tetas enormes.

Esos días conocimos mejor nuestros cuerpos, practicamos varias posturas y mis destrezas como amante mejoraron fruto de la experiencia. En cierta ocasión me invitó a pasar con ella y su madre el fin de semana. En casa dije que iba a pasarlo con una compañera y mis padres se empeñaron en que me llevara a Miguel, que no tenía otra cosa que hacer. No sé si querían que me ocupase de él porque su pasividad les preocupaba o si lo querían de carabina, fuera como fuese se lo pedía Rita y ella no tuvo inconveniente. Parecía que mi hermano, persuadido por ella, guardaba el secreto de nuestro encuentro, así que no había motivos para negarse. Miguel aceptó acompañarme con desgana y así nos presentamos en su casa aquella soleada mañana de sábado estival. El escote de Sofía era de vértigo y mi hermano no le quitaba ojo. Aquella noche y la siguiente Rita y yo follamos como locos. La verdad es que no hice mucho caso a Miguel que pasó casi todo el tiempo con Sofía. La mañana del lunes, cuando nos levantamos, me llevé la sorpresa.

-Llámala si quieres. Entonces te dijo que Sofía estaba bien…

-Sí, eso dijo. ¿Recuerdas el fin de semana que pasamos en su casa cuando la conociste?

Como podría olvidarlo…

Cuando mis padres insinuaron que debía acompañar a Mario contuve la indignación que esa propuesta me producía (yo tenía mejores cosas que hacer que de sujeta-velas de mi hermano) ante la posibilidad de volverla a ver. Me había hecho mi primera mamada, que era lo más lejos que había llegado nunca con una chica. No es que esperara que lo volviera a hacer, pero quien sabía que podía ocurrir si estaba ella cerca. Tampoco debía mostrar un entusiasmo que hubiera resultado sospechoso, así que fingí la típica desgana adolescente. Así, cuando me quise dar cuenta estábamos llamando a la puerta de su casa. Fue entonces cuando la vi. Es Sofía, mi madre, dijo Rita. Mama este es Miguel, el hermano de Mario. Y aquel monumento maduro pero irresistible se me acercó y me dio dos besos. Recuerdo su escote como si lo estuviera viendo. Sofía tenía unas tetas enormes, preciosas, perfectas. Me dejaron sin aliento.

El día transcurrió anodinamente. Mi hermano y Rita lo pasaron haciéndose arrumacos y pasando de mí. Parecía tan a gusto con mi hermano y sin embargo me la había chupado unas semanas antes, lo que no la impedía ignorarme completamente ahora. Simplemente no lo entendía. Por otra parte Sofía estaba buenísima. Cierto que debía tener cuarenta y tantos, pero era una mujer de bandera, alta, escultural, elegante… Entre madre e hija me tenían loco. Llegó la noche y Mario se acostó con Rita y yo me quedé solo. Tras un par de vueltas en la cama me levanté a por un vaso de agua y comencé a oírlos. La verdad es que podían cortarse un poco, vale que follaran, pero podían ser más discretos: los gemidos se oían en toda la casa. No pude evitar acercarme movido por la curiosidad. De nuevo la puerta estaba entreabierta y la luz que entraba por la ventana me bastaba para ver el cuerpo, esta vez completamente desnudo, de Rita cabalgando sobre mi hermano. Ni que decir tiene que ante ese espectáculo de porno en vivo la polla se me puso dura al instante. Me la meneé un poco, pero tuve miedo de ser descubierto y me retiré enseguida. Me pareció poco probable que si me volvían a pillar me callera otra mamada, más bien un guantazo, así que reculé, pero entonces la vi a ella. Sofía estaba nadando desnuda en la piscina. De nuevo había bastante luz para distinguir los detalles de su cuerpo que me dejaron anonadado. Aquello era una mujer y lo demás tonterías. Tras un par de chapuzones salió del agua en toda su gloria, me miró sin ningún aspaviento y vino hacia mí como si que semi-desconocidos la vieran desnuda fuera lo más normal del mundo. “Me acercas la toalla” pidió con una voz dulce y tranquilizadora. Se la di flipando. Intenté disculparme pero me dijo que era ella la que se estaba bañando desnuda a pesar de tener invitados, así que no era culpa mía. Luego me preguntó, con toda tranquilidad, si no estaba mirando a los tortolitos. Totalmente desconcertado contesté la verdad: que prefería mirarla a ella. Esa respuesta la agradó y se le escapó una sonrisa. Entonces se acercó y me besó en los labios. ¿Qué le pasaba a esa familia? ¿Iba a ocurrir lo mismo, pero ahora con la madre? Pues sí, la señora se arrodilló y se metió mi miembro en la boca. No sabría decir si la chupaba mejor la madre o la hija, pero a los pocos minutos eyaculé mojando con mi semen sus labios. Turbado, pero satisfecho me fui a dormir.

El día siguiente fue tan raro como incómodo. No sabía cuál debía ser mi proceder. Rita y mi hermano seguían a la suya pasando de todo, y Sofía y yo… era tan extraño todo aquello. Ella era amable y deferente conmigo al máximo y yo… prácticamente no podía ni mirarla sin que se me pusiera dura. Racionalmente pensaba que era mayor para mí, pero esa mujer era puro sexo según yo la percibía, exuberante, sensual… me tenía loco y después de que me comiera la polla aún más. En los ratos en que nos quedábamos solos jugaba conmigo cogiéndome la mano o preguntándome si era virgen. Incluso cuando le contesté sincero que sí me lamió la oreja y murmuró que tal vez dejara de serlo esa misma noche. ¿Hablaba en serio? ¿Esa mujer madura y tremendamente atractiva me estaba seduciendo o estaba riéndose de mí? Por lo ocurrido la noche anterior todo hacía pensar que lo primero, pero aún así me costaba creerlo. El resto de mujeres del mundo que no eran de esa familia no parecían mostrar excesivo interés por mí… Llegó la noche y todos se acostaron temprano. Yo me quedé en el comedor solo pensando. A los pocos minutos la parejita ya estaba follando a juzgar por los ruidos que hacían y, mientras, Sofía sola en su habitación… ¿Debía ir tras ella? La mamada del día anterior y la escenita de la lengua en la oreja parecían una invitación en toda regla, pero, ¿y si me equivocaba? Finalmente hice acopio de valor y me dirigí a su cuarto con un par de excusas preparadas por si no me recibía como yo esperaba. La puerta estaba abierta así que no tuve que llamar, me paré en el umbral y ella, al verme abrió, las sabanas mostrando su cuerpo solo cubierto con fina lencería. No hicieron falta palabras, me acerqué y ella misma me cogió de la mano y me atrajo hacia sus labios que besé como si no hubiera otros más tentadores en el mundo. Para mí, en aquellos momentos, no los había. Me desnudó despacio. Estaba nervioso pero trataba de disimularlo y ella era comprensiva. Seguimos besándonos lentamente. Me ofreció sus pechos y los palpé incrédulo. Me parecía mentira que fueran de verdad, tan grandes, tan tentadores, tan suaves. Aproximé la boca a los pezones, primero de la teta derecha y luego de la izquierda. Los lamí, los mordí, los besé. Volví a unir mi lengua con la suya mientras mis manos seguían agarradas a sus gloriosos globos. Ella acariciaba mi pene y comenzó a guiarlo hacia su cueva. Al tocar con la punta en los labios de su vagina me estremecí. Poco a poco mi miembro iba adentrándose en su coño mientras nuestros labios seguían pegados. Me agarró el culo con las manos y mi polla se deslizó totalmente dentro de ella. Empecé a moverme en el ritmo que me marcaba. Mis manos seguían en sus tetas y sus pezones se clavaban en mi pecho. Pasé a besarle el cuello y aceleré un poco mis movimientos. Ella me frenó e hizo que me sentara sobre la cama. Me la meneó un poco con la mano, para que no perdiera consistencia con la interrupción y se sentó encima de mí. Aquello era maravilloso. Sus maravillosas tetas volvieron a restregarse sobre mi pecho y volvimos a besarnos. Poco acostumbrado a besar a una chica casi me dolían los labios, pero no me importaba, podría pasar la vida cosido a esa boca fantástica. En esta postura la polla me entraba menos en su chocho y me hubiera sido difícil correrme, pero volvió a cambiar de posición tumbándose de lado. Ella misma me la cogió y se la metió desde atrás, tenía su culo pegado a mi pelvis y podía agarrar sus tetas y acariciarlas a gusto y besarla en el cuello y la oreja, y en la boca si giraba la cabeza. Mi mano bajó por su vientre hasta llegar a su clítoris. Cuando lo rocé dio un respingo. En esa posición no podía acelerar mis embestidas así que se levantó, me tumbó boca arriba y se puso sobre mí. Sus tetas cayeron sobre mi boca y las besé con placer. Nos corrimos así, con su cuerpo glorioso sobre el mío, botando sobre mí, cabalgándome como a su potro recién domado.

-Creo que voy a llamarla- dijo mi hermano sacándome de mis ensoñaciones. Le acerqué el teléfono y le dije: Llámala. Cuanto antes acabásemos con aquello, mejor. Lo cogió nervioso, tomó aire y marcó el número- Hola Rita, soy Mario… ¿Sabes? Me gustó mucho encontrarme contigo la otra noche… he pensado que podíamos quedar un día… estas con alguien… ¿y vas en serio? … pero te echo de menos… ¿y no echas de menos las pollas? Bueno, no pasa nada, llámame si cambias de opinión.

-¿De verdad le has preguntado si echaba de menos las pollas?

-Esta con una lesbiana, yo que sé…

-Te ha dado calabazas ¿no?- mi hermano asintió en silencio, tras lo que añadí- Cuando la viste en la discoteca te dijo si Sofía estaba con alguien.

-No, solo me dijo que estaba bien. ¿Quieres llamarla?

-No, rompimos por una razón y a diferencia de tu paja mental con Rita yo recuerdo cual era.

Nos levantamos tarde pero aún así fuimos los primeros. Rita preparó el desayuno mientras charlábamos. Me pareció raro que mi hermano no diera señales de vida, pero no le di importancia. Cuando el desayuno estuvo listo Rita decidió despertar a su madre. Fui con ella y al llegar a su alcoba… Miguel estaba con ella en su cama… los dos estaban desnudos, era evidente que habían pasado la noche juntos. Rita no le dio ninguna importancia, con una sonrisa les dijo que el desayuno les estaba esperando y se fue. Yo flipaba en colores. Mi hermanito con la madre de mi novia. Bien pensado aquello no estaba mal del todo. Ya no tendría que preocuparme de que el enano les dijese nada a mis padres, ahora era mi cómplice al 100% por la cuenta que le traía. Además seguro que la señora, que por cierto no estaba nada mal, podría enseñarle un par de cosas. Aun así una vocecita interior me decía que aquello no estaba bien, que era una diferencia de edad excesiva.

Desde ese día cada vez que iba a casa de Rita el pequeñajo se venía detrás para estar con Sofía. ¿Estás seguro?, le pregunté la primera vez. Respondió afirmativamente y le dejé acompañarme. Ya se apañaría. Al principio follábamos cada uno en la habitación de nuestras respectivas, pero poco a poco fuimos cogiendo confianza y terminamos haciéndolo las dos parejas juntas en el salón o en el dormitorio de Sofía, en la enorme cama de matrimonio en la que cabíamos los cuatro. En esas ocasiones Rita siempre me provocaba preguntándome si me gustaban las tetas de su madre y cosas así. Yo sabía que su madre se había acostado también con el novio de su hermana años antes con la aprobación de esta. ¿Quería hacer lo mismo conmigo? Me parecía todo tan increíble… Unos meses antes era virgen y ahora estaba pensando en orgias con mi profesora, su madre y mi hermano…

Después de esa primera vez lo que tenía claro era que quería repetir. No me importaba que me doblara la edad, ni que fuera la madre de mi profesora que era además la novia de mi hermano. No sabía si estaba bien o mal, ni lo que duraría, pero quería volver a estar con ella, quería volver a sentir sus besos, quería volver a meter mi pija en su coño húmedo y caliente.

La ocasión se me presentó al fin de semana siguiente. Mario quedó a comer en casa de Rita y yo me pegué a él como una lapa. La verdad es que no sabía que decirle a Sofía salvo que me moría por acostarme otra vez con ella. Durante la semana no la había llamado principalmente porque me daba vergüenza. Estuve incómodo toda la comida hasta que conseguí quedarme a solas con ella. Me muero por darte un beso, le dije al fin. Ella se río con esa risa cristalina que tenía y me dijo que lo hiciera. Le di un beso torpe y nervioso. Ella me devolvió el beso y nos enzarzamos a batallar con nuestras lenguas. Poco después estábamos en la cama de nuevo. A partir de ahí quedábamos directamente para hacer el amor. Hablábamos poco. Iba a su casa, follábamos y volvía a la mía. Mientras Rita y mi hermano continuaban con su noviazgo algo más tradicional.

Poco a poco fuimos hablando más entre polvo y polvo. Conocí su historia de mujer abandonada por su marido y rehabilitada al amor, o cuanto menos, al sexo, por el novio de su hija mayor y como a partir de ahí sus vidas se habían convertido en la locura que ahora compartíamos mi hermano y yo. Además de una mujer hermosa que me ponía a mil a pesar de la diferencia de edad Sofía era también una persona interesante. Un día después de hacer el amor le propuse ir al cine. Aceptó con naturalidad. No me di cuenta de la trascendencia del hecho hasta el día siguiente. Ya no solo follábamos… Poco a poco fui queriendo estar con ella en general y no solo para el sexo. Acostarse con ella era genial, pero me apetecía también hablar con ella, acompañarla a donde tuviera que ir, cogerla de la mano, oírla contar chistes, verla cocinar y comerme su comida… Cuando no estaba con ella no hacía más que pensar en nuestro reencuentro. Finalmente una noche mientras nos besábamos y mi pene entraba y salía ágilmente de su vagina húmeda y cálida le dije que la quería. Me respondió que ella a mí también y esa noche cambió todo.

Desde entonces formamos dos parejas, mi hermano con Rita y yo con Sofía, a todos los efectos. Íbamos a cenar los cuatro, o al cine, o a bailar a alguna discoteca y terminábamos en su casa follando cada uno con nuestra respectiva. El resto del mundo no sabía nada de lo nuestro, claro. Mis padres sabían que Mario tenía novia pero no quién era, y desde luego, no imaginaban que fuera su profesora. De lo mío no sabían nada, obviamente. En el colegio tampoco podían saber lo de mi hermano y Rita, aunque él ya iba a la universidad y no era alumno suyo. Siempre íbamos a sitios en los que no pudiéramos encontrarnos con nadie y casi siempre las dos parejas, de tarde en tarde cada pareja por separado y nunca con otras personas. Así las cosas y siendo nosotros hermanos y ellas madre e hija surgió una complicidad muy especial entre nosotros. Al principio se limitaba a la vida social no a la intimidad del dormitorio que era un mundo aparte. Aún así no se me olvidaba que Rita me había hecho una mamada y me seguía atrayendo. Por aquel entonces me estaba enamorando, ahora lo sé, de Sofía, pero eso no me impedía desear a Rita y morirme de morbo por ella. Mi hermano no tenía razones para sentirse especialmente atraído por Sofía, tirándose a su hija, pero era obvio que las tetas de mi chica ponían cachondo a cualquiera de cualquier edad. Poco a poco la confianza empezó a entrar en el terreno sexual. Primero en las conversaciones, alusiones veladas al principio, más explicitas después. Luego en las muestras de cariño, cuando nos besábamos o nos metíamos mano una pareja frente a la otra. Mi hermano y yo, que antes evitábamos estos temas, ahora hablábamos abiertamente de sexualidad y de lo que hacíamos con nuestras parejas, e imagino que madre e hija harían lo mismo. Progresivamente los besos y caricias que nos permitíamos una pareja frente a la otra se fueron extendiendo hasta hacer frecuente que nos enrolláramos los 4 en el salón antes de ir a las habitaciones por separado a hacer el amor. Finalmente Sofía y yo terminamos follando delante de ellos sobre la arena en una playa nudista casi desierta que ellas conocían. Antes Rita se la había chupado a mi hermano mientras nosotros “vigilábamos”. Desde entonces se convirtió en “normal” practicar el sexo las dos parejas juntas. Solíamos hacerlo en el comedor o en la alcoba de Sofía, el escenario de mi primera vez y de tantas noches mágicas. Pasó lo que tenía que pasar. Al principio estaba cada oveja con su pareja, pero poco a poco Mario fue quedándose prendado de las tetas de Sofía, y yo hacía mucho que deseaba fieramente a Rita. Las fronteras se iban debilitando, una noche ellos terminaron primero y nos “ayudaron” a nosotros. Rita fue la que tomó la iniciativa incitando a mi hermano a besar a su madre mientras yo se la metía. Luego ella me besó a mí. No había sentido sus labios desde el día de la mamada, pero nunca había dejado de soñar con ellos. Me corrí en el coño de Sofía como un loco.

Desde entonces tuve claro lo que tarde o temprano iba a pasar. Estar finalmente con Rita era cuestión de tiempo. Lo malo es que eso implicaría que mi hermano se acostaría también con mi novia, pero que le íbamos a hacer. Adoptar una pose de celos a estas alturas no tendría sentido. Aun pasaron algunas semanas de sexo compartido, juntos pero no revueltos, o al menos no demasiado. En cierta ocasión estábamos los cuatro sobre la cama de Sofía. Rita cabalgaba sobre Mario y yo penetraba de pie a mi chica que, recostada sobre las sabanas, tenía la cara justo al lado de la de mi hermano. No tardaron en besarse. La mano de Mario pasó por los pechos de Sofía, pero en lugar de encelarme me excité más. Cambiamos de postura y mi hermano comenzó a darle a su novia, a cuatro patas. Fui yo entonces el que se tumbó con Sofía sobre mi cuerpo y la cara de Rita sobre la mía. Nos devoramos las bocas ansiosos mientras jodíamos con nuestras parejas. Fue espectacular. En otra ocasión estábamos sentados en el sofá enrollándonos con ellas cuando Rita se puso a mamársela a Mario. Sofía la imitó y comenzó a chupármela a mí. Ahí estábamos los dos hermanos, repantingados entre cojines recibiendo las atenciones de aquellas mujeres experimentadas y maravillosas. De repente Rita abandonó el miembro de mi hermano y aproximó su boca al mío. Su madre le hizo sitio y empezaron a chupármela entre las dos. Aquello era alucinante, las lenguas iban y venían sobre mi falo palpitante. Sofía se apiadó de Mario y se la metió un momento en la boca mientras Rita me la seguía lamiendo a mí. Era la segunda vez que sentía esos labios aprisionando mi polla, pero esta vez estaba mi hermano, su novio, delante y no le importaba. Sofía volvió conmigo y Rita con Mario y terminamos follando allí mismo.

Llevando aquella marcha que un buen día Sofía me dijera que había hablado con Rita y que le había propuesto un intercambio de parejas no me sorprendió en absoluto. Obviamente accedí. Esa misma noche cenamos los cuatro. La tensión se palpaba en el ambiente. Después de cenar pasamos al sofá y Sofía y yo comenzamos a besarnos. De reojo vi que ellos hacían lo mismo. Fue Rita la que tomó la iniciativa y, dejando a mi hermano, me atrajo hacia sí. Habíamos hecho cosas parecidas en nuestros juegos, pero se notaba que aquella vez era especial, que ambos sabíamos que acabaría de otra forma. Cuando me quise dar cuenta Mario estaba enzarzado con Sofía y Rita y yo nos habíamos alejado. Le dije lo mucho que la deseaba desde el día en que me la chupó. Confesó sentir lo mismo, no sé si por cortesía o con sinceridad, pero me sentí bien al oírlo. La besé por todas partes, le mordí los pechos, no tan grandes, pero más firmes que los de su madre y le acaricié ese coñito con el que tanto había soñado y que pronto iba a ser mío. Ella volvió a meterse mi polla en su boca como aquella primera vez que no conseguía olvidar. Estuve cerca de correrme entre sus labios como entonces, pero se frenó a tiempo. Ella tenía el control y yo solo era un peluche entre sus brazos… y pronto lo sería entre sus piernas. Más que penetrarla yo, se penetró ella con mi miembro. Tumbada sobre mí, se movía como quería, arrancándome placer y dulzuras que le decía al oído y que ella correspondía agradecida, sobre lo mucho que la deseaba y lo que había esperado ese momento. La besaba, le agarraba el culo, sentía sus pezones en mi pecho y mi verga entraba y salía de su vagina perfectamente lubricada como si se hubiese creado para eso. Cuando detectaba que me iba a correr, paraba o ralentizaba sus movimientos. Conocía mejor mis reacciones que yo mismo, debían ser parecidas a las de mi hermano. Finalmente llegamos los dos a la vez, mientras mi lengua se hundía en su boca. Inundé su coño con mi esperma, creo que eyaculé como nunca antes en mi vida.

Confieso que cuando Rita me propuso lo del intercambio me puse un poco celoso. Que el capullo de mi hermano se la tirase no me hacía ninguna gracia. Habíamos tenido ya algún contacto de ese tipo haciendo el amor los cuatro y tampoco había pasado nada, pero eso eran besos y poco más, que se la metiera a mi chica era otra cosa. Por otra parte me moría por follarme a mi suegra. Verla con mi hermano, las provocaciones de Rita, preguntándome con voz de niña buena si me gustaban las tetas de su madre justo antes de llegar al orgasmo… todo eso había conseguido aumentar mi deseo hacia ella a límites insospechados. Al final tenía que pasar y, en efecto, pasó. Me preocupó un poco que la iniciativa la tomase Rita. ¿Deseaba ella estar con mi hermano? Si era así nunca había dado muestras de ello. No parecía que mi hermano le gustase ni pensase en él de esa manera más allá de la lujuria de nuestras noches compartidas. Podía servirse de él para su placer como de un vibrador, pero no le excitaba especialmente. No como yo. Simplemente se veía envuelto en la ola de erotismo que se había establecido entre los cuatro. O eso quería pensar.

Llegado el momento todo fue más fácil de lo que pensaba. De nuevo tomó la iniciativa mi novia y morreó a mi hermano, pero estaba tan pendiente de lo que iba a hacer con Sofía que no me importó. Por fin la besé a gusto, me comí sus tetas, la abracé con libertad, olvidando nuestra diferencia de edad y que era la novia de mi hermano. Entendí lo que le atraía de ella, en la cama Sofía era una fiera. Además te hacía sentir seguro, como si fueras todo un semental. Me lancé sobre ella y se la metí en la postura del misionero. Mi pecho se resbalaba sobre sus impresionantes tetas, nos besábamos y la follaba con energía. Con ese ritmo no tardamos mucho en corrernos, pero seguimos abrazados, haciéndonos arrumacos. Miguel y Rita seguían a lo suyo y los estuvimos observando. Ella tenía el control del polvo y él se dejaba llevar como un muñeco. Mis celos desaparecieron. Yo me había follado a la novia de mi hermano, pero mi hermano no se estaba follando a la mía. Era ella la que se lo follaba a él. Sonreí mientras acariciaba a Sofía. A ella también le gustaba la escena. Supongo que le complacía ver a su hija feliz. A quien unos meses antes me hubiera dicho que iba a ver algo así le hubiera llamado mentiroso.

-Miguel, ¿recuerdas cuando hicimos el primer intercambio de parejas?

-Precisamente estaba pensando en eso ahora.

-Joder, como disfrutamos. Por cierto, siempre me he preguntado algo. Cuando nos pillaste follando a Rita y a mí en casa. ¿Qué te dijo ella para convencerte de que no les dijeras nada a los papas?

-Coño no me acuerdo. Con Rita no era lo que decía sino como lo decía.

Aquello era cierto. Mi Rita era una mujer muy persuasiva. En aquel momento sonó el teléfono. Era ella. Había cambiado de opinión. Podíamos quedar aquel mismo fin de semana. Se me puso dura al oírlo. Colgué y con una sonrisa me dirigí a Miguel.

-Adivina.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jomabou@alumni.uv.es

 

Relato erótico: “El anito de Anita (01)” (POR ADRIANRELOAD)

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La historia que les voy a narrar ocurrió cuando había acabado el primer año de estudios en mi universidad y me disponía a disfrutar unas tranquilas vacaciones de verano… solo que algo… mejor dicho alguien alborotaría todo mi mundo…

Ese verano llego a mi casa mi primita Anita, hija del hermano menor de mi padre, que vivía como agricultor, trabajando las tierras de la familia de mi padre en un pequeño pueblo del sur del país.

La familia de Anita estaba pasando por algunas dificultades económicas, hubo una mala cosecha, así que decidieron enviar a su hija mayor con mis padres (sus tíos), para que pase las vacaciones de verano, mientras ellos solucionaban sus problemas económicos.

A ella la había visto por última vez hacia unos años cuando aún era una niña y vaya que el tiempo no pasa en vano… ahora Anita era una llamativa adolescente. Ella tuvo un desarrollo precoz, razón por la cual usaba brasiere a los 10 años, al parecer tuvo un desarreglo hormonal o algo parecido, cosa que los médicos intentaron controlar con unas pastillas… y por lo que ahora veía (doy gracias por ello)… las pastillas no surtieron mucho efecto.

Bueno, Anita media unos 1.60m, con un busto apetitosamente desarrollado (no enorme pero si bien formado), un trasero que era un delicia (redondeado y firme), ojos pardos, piel trigueña clara y cabello castaño oscuro y largo, hasta la mitad de la espalda… y con una sonrisa de niña traviesa que te mataba…

Cuando la vi, casi se me arma la cuestión en medio de la sala y frente a mis padres… para aliviar la carpa que se estaba armando en mi pantalón tuve que pensar en cosas muy desagradables… y para completar mi martirio… Anita se quedaría a dormir en la habitación frente a mi cuarto.

Anita comenzó a ayudar en las tareas domésticas, ganándose el cariño de mi madre, con la que iba de arriba abajo al mercado y hacer compras menores. Conmigo Anita se comportaba amablemente pero un poco cohibida, parecía ser muy inocente la muchacha, después de todo, venia de un pueblo chico.

De mas esta decir que los chicos del barrio le echaron ojo, y me fastidiaban, el que menos me decía “cuñado” y otras palabras más subidas de tono. Si supieran que yo también quería ponerle las manos encima a esa jovencita que todos creían que tenía 18 años o más, pero estaba en mí contra el ser de su familia y que ella era menor de edad. Así que si se me ocurría hacer algo de seguro que se armaba un pandemónium en el seno familiar.

La tarea también seria difícil con mi madre como su protectora… por mi parte me deleitaba mirándola cada vez que podía, sobre todo cuando barría, con esos shorts cortitos, y meneando su jugoso trasero… claro que tenía que hacerme el loco y disimular cada vez que mi madre pasaba.

Un sábado caluroso, a mi madre se le ocurrió la genial idea de que saque a mi primita a pasear, porque solo salía con mi madre o se la pasaba encerrada en la casa, era joven y necesitaba también salir y conocer la ciudad…

Pensar que mi madre quería que la lleve a conocer mi facultad, quizás para que se motive a estudiar más adelante. Pero era una terrible idea, después de ver a mi prima, mis amigos de universidad irían a mi casa bajo cualquier pretexto, solo para intentar conquistar a mi prima.

Para mi suerte, note que la idea le pareció un poco aburrida a mi prima, yo también la desanime más diciendo que estando de vacaciones todos, la universidad estaría vacía… A dónde iríamos?… como hacía mucho calor… y para completar mi martirio… a la niña se le dio el antojo de ir a la piscina.

Por un lado sería un agradable espectáculo visual ver a mi primita con menos ropa que de costumbre, ver sus armónicas formas en vivo… y por otro lado sería una tortura, era como decir: mira pero no toques… aunque tal vez podría darme maña para tocar algo, pero “casualmente”.

Se me ocurrió llevarla a una piscina en las afueras de la ciudad, ya que no quería encontrarme con ningún inoportuno amigo o conocido del colegio, barrio o universidad, menos aun con algún familiar que reconozca a mi prima.

A pesar de que Anita usaba un traje conservador, de una sola pieza, sus curvas resaltaban nítidamente, despertando las miradas de varios lobos, que más me incomodaban a mí que a ella. Parecía no darse cuenta de los prodigios que la naturaleza le había dado, y que los hombres estamos acostumbrados casi por instinto a observar.

A medida que transcurría la mañana ella me iba tomando más confianza, se soltó más y comenzamos a bromear de cosas triviales. Hasta que se me escapo un comentario sexual, y note que se sonrojo, así que intente no ir por ese rumbo para no incomodarla. Hasta que me dijo:

– Primo, vamos al agua… mi dijo sonriendo como niña.

– Está bien, pero ya va siendo hora de que me llames por mi nombre… o es que acaso estoy muy viejo?… le pregunte casi coqueteándole, pero dudaba que ella lo supiera.

– No, para nada “Juan”, dijo haciendo énfasis en mí nombre con una coquetería que hasta ahora no le había escuchado, y agrego: pero ven, vamos a bañarnos.

Entramos al agua, y note como sus pechos se endurecieron rápidamente al contacto con el agua fría, sus pezones resaltaban a través del traje de baño, me provocaba morderlos, degustarlos, succionarlos… afortunadamente ella comenzó a nadar antes de que pusiera en práctica esta idea.

Ese día nadamos, jugamos en el agua, entre juego y juego yo buscaba la manera de acercarme y tocarla de manera discreta para no despertar su desconfianza. Así logre rozar sus pechos, sus muslos y le daba uno que otro abrazo cariñoso… ufff estaba en la gloria, con sus senos abriéndose contra mi tórax y sus pezones marcando mi pecho.

Ella correspondía mis abrazos con risitas inocentes que me hacían dudar de mi proceder, luego ella se alejaba echándome agua y riendo traviesamente. Note como otros me envidiaban y como les hubiera gustado estar en mi pellejo. Anita también llego a notarlo, sobre todo por un tipo que parecía que nunca había visto a una mujer, su mirada lujuriosa comenzó a incomodarla.

– Oye Juan ese señor no deja de mirarme… me dijo un poco nerviosa.

– Quieres que hable con el… le dije, cuando en realidad yo quería caerle a golpes, ella se dio cuenta de mis intenciones.

– No, no… No te busques problemas… solo… solo pretende que eres mi novio… así sabrá que no estoy sola y se cansara de mirar… me pidió Anita intentando calmarme.

– Está bien… le dije, pero aún estaba molesto, así que no preste mucha atención a sus palabras.

– Ven vamos a la orilla… me dijo temerosa, tomándome de la mano.

Estando en la orilla de la piscina ella trataba de cambiar de tema para distraerme, hasta que…

– Ahí está de nuevo… me dijo nerviosa.

Hice un ademan de querer salir del agua, quería arreglar cuentas con ese tipejo que acosaba con la vista a Mili y nos incomodaba a ambos… pero ella me tomo de un brazo.

– Ven… abrázame… diciendo esto se colocó delante mío y me abrazo.

Al sentir nuevamente los pechos de Anita me olvide de todo lo demás… luego ella se volteo, apoyando su espalda en mi pecho, tomo mis manos y las dirigió suavemente a su cintura. Instintivamente la apreté contra mí y su voluminoso trasero se hundió en mi ingle… los latidos de mi corazón iban en aumento, al igual que mi erección.

Sus nalgas fueron separándose dando paso a mi inminente erección… yo casi ni respiraba, por temor a tener una eyaculación precoz. Anita no se quejaba, tal vez ni cuenta se daba, porque estaba más pendiente de aquel acechador que ahora había entrado al agua.

– Ahí viene… me dijo temerosa.

Se volteo, sus pechos quedaron nuevamente hundidos contra mi tórax, llegue a ver que ese tipo se acercaba nadando y lo mire con odio. Anita me tomo del mentón e hizo que girara mi cabeza hacia ella, una vez que obtuvo mi atención, me miro con ternura y luego… bueno, luego… me beso…

Me agarro frio, me tomo por sorpresa, al principio no supe cómo reaccionar… después recordé sus palabras “pretende que eres mi novio”… y le devolví el beso con igual o mayor intensidad con que ella me lo brindaba. Parecía no estar fingiendo, y si lo hacía… entonces era muy buena fingiendo.

– Uhmmm… sentí un leve gimoteo en su agitada respiración.

Sus cálidos y húmedos labios se paseaban, se deslizaban por los míos, y yo los apresaba con pasión. Aunque algunos de sus movimientos eran un poco torpes y denotaban su poca experiencia, esto era recompensado por una mezcla de ternura y pasión que imprimían sus labios.

No sé si fueron segundos o minutos los que estuvimos así, solo sé que al terminar el beso (no por causa nuestra, sino porque un inoportuno nos salpico con agua), yo la tenía bien asida por la cintura, sus brazos rodeaban mi cuello, nuestras piernas estaban entrelazadas y el rostro de satisfacción que ella demostraba era evidente, supongo que el mío también.

Luego volviendo en si, dándose cuenta de la situación, se alejó un poco y miro alrededor y nos notamos que aquel acechador había desaparecido… ¿cuánto tiempo habría pasado?…

– Esteee… creo que va siendo hora de irnos primo… me dijo un poco avergonzada.

– Si, tienes razón… respondí un poco confuso al sintiendo que aun manifestaba cierta erección.

Ella salió del agua, le vi nuevamente su bien formada silueta húmeda, hasta que se cubrió con la toalla:

– Juan ¿por qué no sales del agua?… pregunto curiosa.

– Si dentro de un ratito salgo, voy a darme un último chapuzón… le dije, no podía salir hasta que se me bajara la calentura y menguara mi erección.

A los pocos minutos salí, nos cambiamos y regresamos a casa. En el camino casi no hablamos, en realidad estábamos cansados, adormecidos y pensativos por lo sucedido…. estando a punto de llegar a casa, ella se animó a hablar:

– Sobre lo que pasó en la piscina… acerca de aquel señor y luego… me dijo avergonzada.

Viendo por donde iba el enredo en su ingenua cabecita y sin dejarla terminar, le respondí:

– No te preocupes… no diré nada… si tu no dices nada… dije calmándola.

Anita me sonrió tímidamente, aun no convencida.

– Este será nuestro secreto… no dejemos que lo sucedido arruine el lindo día que pasamos en la piscina… agregue, tratando de calmarla.

– Si, tienes razón… me contesto más animada.

Al llegar a casa, mi madre nos esperaba con una merienda y preguntas:

– ¿Y cómo les fue?

– Yo me divertí… le dije y recordando el incidente del beso, mire a mi prima y le guiñe un ojo.

– Yo también me divertí mucho tía… dijo y me miro con una sonrisa traviesa de complicidad.

Acto seguido Anita le conto a mi madre todo lo que hicimos… bueno casi todo… lo que vio en el camino a la piscina y otras cosas a las cuales yo no prestaba mucha atención porque seguía recordando la figura de mi prima, su suave piel y sobre todo aquel ingenuo pero ardiente beso.

Afortunadamente un amigo de la facultad me llamo, y me invito a una fiesta que organizaba por el final del ciclo. Acepte de inmediato, quería quitarme de la cabeza aquel episodio con mi prima, para que no perturbara mi vida familiar cotidiana.

Pase horas bebiendo y bailando con chicas que estaban lejos de tener el cuerpo de mi prima, claro que vestidas más llamativas con ropas más cortas, pero con menos que mostrar. Así, un poco decepcionado de no encontrar quien me haga olvida a Anita… volví a mi casa completamente ebrio… ya saben cómo es, el piso se te mueve y todo te da vueltas…

No quise despertar a mis padres ingresando por la ruidosa puerta del frente, así que entre sigilosamente por la puerta de atrás, que da a un jardín. Tambaleante me acerque a la casa, sentí curiosidad por ver a mi primita, el alcohol en mi organismo había desatado mi libido.

Tratando de hacer el menor ruido posible, me acerque a la ventana de su cuarto… y tan grande fue mi sorpresa por lo que vi, que prácticamente me saco de mi estado etílico…

Aquella muchachita inocente y dulce a mis ojos, a quien yo no deseaba desgraciar por su corta edad y sobre todo por mi parentesco familiar, yacía en la cama, retorciéndose de placer… un placer provocado por sus propios dedos: acariciando su núbil pero poblada vagina, metiéndose su dedo medio y temblando con cada entrada en su conchita húmeda… apuraba sus movimientos parecía llegar al clímax.

Yo miraba atónito, agazapado en la ventana: ¡Carajo!, si esta niña no es tan inocente como pensaba, entonces como buen primo mayor y con experiencia creo que es mi deber ayudarla… fue lo que me dije y en mi aun alcoholizada conciencia esto me sonó completamente lógico…

Así que ya sin reparos, me dirigí al pasillo que conducía a la puerta de su cuarto:

– Ahora esta muchacha va a saber lo que es bueno… me dije.

Estaba frente a la puerta de su cuarto, gire la perilla suavemente, sin hacer ruido… de pronto alguien prendió la luz del pasillo…

– Por la put… madr… susurre.

Era mi padre… al parecer no había sido tan sigiloso como pensé y en mi irregular andar había pateado una maceta. Al verme mi viejo me dijo enojado:

– Muchacho!… estas tan ebrio que ya no recuerdas donde está tu cuarto… allí duerme tu prima… tu cuarto es el del frente… así que media vuelta y a dormir… mañana hablaremos…

Rezondrado, con el rabo entre las piernas, me dirigí a mi cuarto… pero la calentura tuve que quitármela con una soberbia masturbada. No iba a poder dormir con toda la leche acumulada que tenía después de ver aquel espectáculo que me ofreció mi “inocente” primita.

Solo tenía la certeza que en adelante, mis relaciones familiares con mi primita se iban a estrechar mucho más… más que aquel día húmedo…

Continuara…

Continuara…

Para contactar con el autor:

AdrianReload@mail.com

 

Relato erótico “Niña curios 2” (POR LEONNELA)

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Salía del instituto, con la mochila al hombro y la carita aún inocente, quien hubiera sospechado que bajo ese uniforme, se escondiera una mujer que ya había despertado a la lujuria; me había adelantado a mis amigas, quienes exhibían con orgullo sus experiencias de novios que no pasaban de unos cuantos besos y las mas lanzadas de algunas caricias atrevidas, pero yo, que hasta un día antes me emocionaba imaginando lo que se siente dar un beso, en cuestión de horas ya había gozado de la sensación de un orgasmo y aun mas de haber sido precisamente quien había provocado una calentura a mi tío.

Me sentía diferente, era tonto pero tocaba mis labios como si algo en ellos hubiera cambiado, sentía que en mi cuerpo había quedado un rastro de sus besos, percibía mis manos como si aun guardaran el aroma de su sexo, y mi vagina conservaba la sensación de haber querido ser desflorada. En  lugar de caminar flotaba por el patio, una mezcla de emociones me tenían sensible, miedo, intranquilidad, alegría, satisfacción; había disfrutado del sexo, y definitivamente había actuado como toda una chica mala.
Mis ojos se iluminaron y mis temores se quedaron en la calzada, cuando le vi arrimado sobre su auto, esperándome, sentía que mis piernas temblaban y sucumbía ante esa mirada dulce que me regalaba, cielos!!  Era como un hermoso dios pagano y yo quería ser su ofrenda…su bocado.
Lastimosamente la mujer atrevida de la noche anterior en este momento me abandonaba, dejándome con las mejillas sonrosadas, la mirada rehuyente y una timidez para afrontar ese encuentro.
Abrió la puerta y sin cruzar palabra me acomodé en el asiento, puso algo de música, y pretendiendo relajarme preguntó:
_Como estuvieron las clases chiquita?
_Bien, lo de siempre, pero… no esperaba que me vinieras a buscar.
_Quería saber como estabas… nena, esto es muy difícil para mí,  aunque soy un adulto estoy temblando por dentro sin siquiera saber que decir, pero debemos hablar de lo que pasó anoche. Te parece si vamos a comer algo?
_Si, respondí sin dudar.
Manejó por la avenida principal, íbamos a una zona de cafeterías, café? yo? a quien se le ocurre, vaya que en verdad mi tío estaba despistado, en fin, dejé que manejara por donde quisiera. Aparentemente me distraía viendo los escaparates de los centros comerciales, pero mi cabecita estaba pensando en lo que nos diríamos allá.
Estacionó el coche, y cambió la cafería por un restaurante, subimos al piso superior, no era muy amplio pero era agradable, estaba construido en madera, la decoración era acogedora y el ambiente discreto,  escogimos una mesa que se ubicaba en una parte reservada, pues teníamos mucho de que hablar y no queríamos la mirada de nadie intimidándonos.
Me acaricio la mejilla
_Eres preciosa, dijo guiñándome un ojo, ni siquiera yo soy más guapo que tú
Que chiste mas malo, reí dándome cuenta de que intentaba  romper la frialdad
_Así me gusta verte chiquita,  sonriente, feliz, te prometo que no volveré a hacer algo que otra vez ponga tristes esos ojitos.
_Tío hay algo que quiero saber…que sientes por mi?
Golpe maestro…, le dejé noqueado varios segundos antes de que pudiera responder:
_Podríamos empezar por las preguntas fáciles?… Mentira mi niña, claro que se lo que siento por ti, mira tienes 18 años verdad?
 _Sí, soy toda una mujer dije muy ufana.
_Ahhh con que la nena a demás de altanera me resulto vanidosa eh? Reímos juntos.
_Pues bien durante 18 años, haz sido la niña de mis ojos, mi consentida, mi dulce sobrinita a la que he visto como mi hermanita o quizá hasta como mi hija por nuestra cercanía, pero ahora estoy tan confundido, como sé que tu debes estarlo, no se que me pasó,  porqué deje que las cosas llegaran a ese punto contigo, se que no debió suceder….

Mientras él se esforzaba en darme mil explicaciones sobre  lo sucedido, yo no podía dejar de mirar sus labios mientras dibujaban las palabras que amorosamente formaba, miraba también su rostro, sus ojos oscuros con pestañas largas y rizadas, el cabello como despeinado, la vestimenta de moda que usaba, las pulseras de hilo que tenia amarradas, todo, cada detalle suyo, todo me importaba…también cruzó por mi cabeza, su piel bronceada, sus hombros anchos, su pubis con el vello casi al ras, su pene duro apuntando a mi….

_Entiendes mi niña? Entiendes lo que te digo?
_Ahhhhh sí tío, que no volverá a pasar porque…estas arrepentido dije dejándole sentir mi tristeza.
_Mi amor, es lo mas hermoso que me ha pasado, pero un día me agradecerás que no vayamos más lejos, es mejor para ti.
Comíamos en silencio y no pude evitar que un par de lagrimas se me resbalaran, el no entendía nada, no sabía todo lo que yo sentía, para el solo fue una noche de excitación pero para mi, era mi sueño hecho realidad… me levanté y salí corriendo al sanitario, no quería que me viera llorar.
_Dianita, abre por favor!
_No te preocupes tío estoy bien, dije ya calmada
Salí y me abrazó muy fuerte quedándonos así  varios segundos, ojala se hubiera podido detener el tiempo en ese momento…
Tímidamente susurre:
_Tío, yo no tengo los ojos tristes por lo que pasó, ni estoy confundida, quizá estoy algo asustada pero se exactamente lo que quiero…mas bien lo que me gustaría contigo…toqué suave sus labios rozándolos, sintiendo su humedad…miré en sus ojos un instante de duda, que no estaba dispuesta a desaprovechar.
Di unos pasos alejándome de él, empujé la puerta de ingreso al sanitario, y volteándome le dije:
_Ven Martín, ven conmigo…
Entrecerró los ojos y apretó los puños, sé que escuchaba cánticos celestiales, y ni el mismo infierno le podía poner una tentación tan grande…
_Dianita…yo…yo…
Me acerqué y tomándole de la mano, le conduje al interior. Acaricie sus mejillas, y como si sedujera  a un chiquillo murmuré:
_Tranquilo, no tengas miedo, estás conmigo…con Diana… con tu Dianita…
Me pegué a él buscando su calor, nos besamos con intensidad, su lengua recorría mis labios, besaba mis comisuras y entraba en la profundidad de mi boca, sus manos acariciaban mi espalda, y bajaban a mis caderas, juntaba su pelvis con la mía, ya nada podía detenernos, 40 minutos de charla quedaban en nada, las palabras se las llevaba el viento porque nuestro deseo y nuestra carne era superior a lo que sabíamos correcto, sus manos tocaron mis pechos estremeciéndome entera, bajó por mi cuello, por mis hombros, desató mi brasier y alzándome la blusa buscó mis pezones, los besaba, y yo gemía despacito; alzó mi falda, y con desesperación la metió  entre mis muslos haciendo a un lado mis braguitas, suspiró cuando se deslizó por mis labios encontrando humedad, sacó sus dedos mojados, los metió a su boca lamiendo mis jugos y me volvió a besar para compartir conmigo su sabor.
Me abrazó por detrás con furia,  su pelvis chocaba contra mis glúteos, sentía como punzaba su pene contra mi, y moviendo su cadera rítmicamente me hacia saber a través de la ropa lo que es una buena estocada, no podía mas que expulsar mi cola hacia atrás, demostrándole que sabía lo que hacía, no era ninguna chiquilla, y tampoco quería parecerlo. Gemía sintiendo como mi cuerpo se preparaba al goce, a recibir lo que él quisiera darme…
Unas  voces acercándose nos dejaron helados, bueno a él, porque a mi me pareció gracioso y reí suavemente, Martin me cubrió la boca obligándome a callar aunque casi se me escapaba la risa.

Desesperado me hacia señas de permanecer en silencio, y mientras el sufría, por que podríamos ser descubiertos yo maliciosa jugaba a pasar mis manos  entre sus muslos, sintiendo toda la potencia de su masculinidad, bajé la cremallera de su pantalón y metí mis dedos en búsqueda de su tesoro, lamí suave, besé su cabecita e intenté introducirlo completo en mi boca, bueno al menos hasta donde podía, aún no sabia de técnicas ni era la experta que ahora soy, simplemente lo hacia como podía, pero para sus ojos, corrección, para su pene en ese momento era la mejor mamada del mundo.  Que excitante y a la vez que divertida  situación, el pobre no sabía si dejarse llevar por la sensación de susto o de placer…

Al poco rato sonó el ruido del agua escapando por el inodoro y los murmullos se acallaron; riendo  salimos despavoridos hacia nuestra mesa.
_Niña, en dos días cambias mi vida, primero me vuelves un loco pervertidor de sobrinas y ahora un depravado exhibicionista…a quien saliste así de loquita eh?
Mirándolo como si lo que me dijera fuera un halago, me levanté de la silla y plantándole un beso en la mejilla murmuré a ti tío, a quien mas?
 Terminamos de almorzar, mientras  cancelaba la cuenta me adelanté a esperarle en el auto.
_ A donde iremos?
_A donde? A tu casa tontita, mira la hora que es…se me hizo tardísimo para llegar al trabajo.
_Pero valió la pena o no? tío.
_Ay niña!! …niña…niña.….
Hizo una llamada telefónica, creo que a su trabajo justificando su demora y empezó a conducir, al llegar a un cruce que daba a una calle secundaria, chispeando sus ojos de malicia murmuró:
_Amor, quieres terminar lo que empezaste en el baño del restaurante?
Sorprendiéndole respondí:
_No es lo correcto, es mas,  recuerdo que  textualmente dijiste que no volvería a pasar… y yo soy muy muy obediente, dije sarcásticamente
_Perdona, perdona no se lo que digo, pero es que contigo paso de la dulzura a la lujuria en un par de segundos…
Llegamos a casa, iba a despedirse, pero me anticipé
_Espera tío,  me gustaría continuar con lo que empecé en el restaurante…claro…si me alcanzas….
Corrí al interior, el reía persiguiéndome,  crucé la sala, subí a brincos los escalones, iba a entrar a  mi habitación pero un recuerdo me abofeteó:….el altillo….la bodega…..Raquella….
Raquella ya era historia, pero aun quedaba el altillo y la bodega, corrí hacia allá. Al fin la vida me recompensaba en la misma bodega que marcara mi sexualidad, esta vez no me sacaría de la habitación, ni me quedaría tras las puertas a oír sus gemidos.
Busqué sus labios, hambreando sus besos, su lengua, su saliva, me deslicé hacia abajo hasta dejar mi rostro sobre su bragueta, su pene punzaba a través de la tela y crecía cada  vez más. Desaté la correa… bajé el cierre… el bóxer….escapó el rehén… si, aquel prisionero que clamaba por ser encarcelado en mi boca. Percibí el aroma de su sexo, aleando mi saliva con su semen…
_Así amor asiii lámelo, abre más esa boquita y deja que entre hasta donde resistas…. esoo, despacio, sácalo…mételo…sácalo, mmm mi niña sí que aprendes rápido….huyy huyy huyy…
_Tío déjame intentarlo sola…o acaso no te estoy demostrando que puedo hacerlo muuuy bien!!
_Ay!! Mi niña, mi niña curiosa, como me enloqueces!!
Le empujé contra la pared, de forma que quedara arrinconado, mientras yo de rodillas impregnaba en mi rostro ese aroma especial que aun ahora no se definir, pero sin embargo siempre me transforma en una putica hambrienta por complacer.

Su miel dejaba rastros en mis mejillas, en mi cuello, en mis pechos mientras mis manos amasaban sus testículos; no resistí las ganas y yo misma separe sus piernas haciendo que mi lengua alcanzara a lamer sus nueces, succionándolas suavemente al ritmo de sus gemidos, me fascinaba descubrir que con simples lengüetazos en sus ingles su pelvis contorsionaba, empujando hacia adelante como si su pene se desesperara por encontrar refugio en mi boca, se lo chupe varios minutos jugando en su glande y poco a poco bajaba hasta llenar mi boca de casi toda su arma, alternaba movimientos lentos y luego lo hacia rápido siguiendo la guía de sus manos aprisionadas en mi cabello.

Entraba y  salía, mi saliva facilitaba el movimiento de mete y saca… ¡¡cómo amaba sus ojos enloquecidos, su rostro distorsionado, y su sexo alborotado de placer.
Jamás había imaginado que era tan fácil enloquecer a un hombre, y aquella tarde descubrí lo maravilloso de hacer sexo oral; sin duda fue un buen inicio para que se convierta en mi práctica favorita, sin embargo mi curiosidad y mis ganas exigían mas…
Le obligué a sentarse, y separando mis piernas pretendí jugar  más profundo, levanté mis caderas y me acomodé sobre su punta,  mi coñito chocó provocándome dolor pese a toda mi humedad. Lo sujeté con mi mano y lo hacia rozar por entre mis labios,  acariciaba mi clítoris con él, pero mi calentura pedía mucho mas que  eso…así que intenté introducírmelo.
_Espera niña ….espera….
Mis movimientos parecían no entender…quería sentirlo dentro, moviéndose sinuoso, resbalando por ese camino que sabia me daría aun mas placer, pero Martín se detuvo, tenía miedo de penetrarme, por temor, por sensatez, por sentimiento de culpa, quien sabe porqué.
_Tío mírame, así como te gusto a ti….a otros también, no necesito hacer ningún esfuerzo para tener un novio y perder mi virginidad, pero yo quiero, deseo, y sueño perderla …contigo…solo contigo….
Me abrazó emocionado, mi jugada había  sido perfecta…
Tomando mi saliva se lo embadurnó entero, desde la base hasta la puntica, lo tenía durísimo, y sosteniéndolo fuerte, a la vez que lo agitaba me mostró cuan dispuesto estaba a coronarme.
 Inicio un juego de vaivén y poco a poco el glande empezó a entrar, haciéndome  gemir desesperada, se detuvo un par de segundos y dijo:
_Mi amor es tu última oportunidad para salir corriendo porque que si no lo haces en dos segundos, nadie te salvará de que te lo dé completito…
Mi piel se erizó ante aquellas palabras  y como respuesta  me abrí lo que más pude invitándole a entrar, su pene empezó a empujar más fuerte, centímetro a centímetro, abría mi sexo, dolía, quemaba, empujó un poco mas desgarrándome  hasta el alma… grité mientras él se detuvo quedándose totalmente  quieto en lo profundo de mi ser.
Poco a poco sus movimientos se incrementaron entraba y salía con suavidad, sentía como mi cuerpo se llenaba, como mi carne era ensartada, y a medida que repetía la acción, el dolor disminuía y solo me dejaba una sensación de querer morirme, de querer matar, de querer quien sabe qué.
Desde lo más profundo de mi ser, sentí como una ola de contracciones me devastaba, era como si un huracán arrasara hasta la playa de mi vulva, formando remolinos de palpitaciones que de tanta intensidad me  hacían levantar la pelvis, apretar los dientes y sin piedad clavarle las uñas, simplemente exploté, exploté con la más grande felicidad.

Mis paredes internas ahorcándolo, parecían absorber sus fuerzas, sus ganas, su hombría, pues en escasos segundos, empezó empujar con más fuerza, como si hubiera estado haciendo un esfuerzo sobrehumano de aguantar hasta saciarme, y ahora inexorablemente se dejaba llevar, empujo una vez más quedándose pegado a mi sexo, mientras nuestras transpiraciones, nuestros fluidos y nuestros gemidos se volvían uno solo.

Su semen llenaba mi útero, y al descender me regalaba nuevos latidos que me volvían a hacer gemir, su dedo ayudó acariciando mi clítoris;extraña y fácilmente me volví a correr. Su esperma resbalaba por mis ingles, mientras él con cara de la más grande felicidad, sostenía su pene dormido, manchado…. por un hilillo de sangre.
Cayó junto a mi, inhalaba profundo y sin embargo parecía ahogarse; poco a poco nuestra respiración fue calmándose
_Al fin soy totalmente tuya solté en un suspiro
Mientras acariciaba mi cola susurró:
_Sí mi amor ya eres mía, pero no totalmente…. aún te falta mucho por aprender…
Sonreímos y quedamos mirándonos tan profundamente como si nuestros ojos buscaran su propio orgasmo….
Unos minutos después, me trepé sobre él y pícaramente susurré:
_Y qué es eso….que aún me falta aprender?
_Jajaja …Curiosa!! Dijo mientras me besaba nuevamente…
Muchisimas gracias a quienes calificaron y dejaron sus comentarios en mi primer relato, espero me acompañen en la lectura de la tercera parte.
 
 
 
 
 

Relato erótico: “la Gemela 2” (POR JAVIET)

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 Hola amigos, ante todo gracias por la cantidad de lecturas del primer relato de esta serie, además debo agradeceros los amables comentarios recibidos y darle una continuación como ha sugerido gor, ¡va por vosotros¡
   Voy a presentaros a Pili, la autentica causa del ¿problema? Más bien el “Don” que poseen Laura y Lola, las gemelas telepatas. Ella es su madre y tiene 49 años, es alta y pesa unos 60 kilos, se conserva bien de forma física y su cuerpo está bastante bien, pechos y caderas amplios, cintura firme y bonita, un culete bien puesto, es morena atractiva y con una larga melena, no son pocos los que se paran a mirarla cuando pasa admirando sus rotundas curvas.
Ella nació y se crió en una pequeña ciudad de provincias, era desde joven una ferviente lectora de revistas como “Año cero” ó “Mas allá” ferviente admiradora del doctor Jiménez del oso y actualmente de “cuarto milenio” le interesaban los temas de ciencias ocultas y ovnis, así como la parapsicología y los viajes astrales, a los veintipocos años llegó a la capital para seguir sus estudios; estando en la universidad leyó un anuncio buscando voluntarios para un experimento de telepatía y se presentó junto con varios estudiantes mas.
El grupo de voluntarios pasaron varias pruebas, con ellas se procedió a eliminar a los que no tenían el potencial necesario, unos días después solo quedaban tres, ella y otra chica además de un joven pelirrojo, con posibilidades reales de éxito, el equipo médico se volcó en ellos y les hizo un poco de todo, desde inyecciones a electrocardiogramas, se pasaban horas con electrodos en la cabeza, los doctores les insistían en que se comunicaran entre sí sin hablar, pero … nada de nada, después de tres meses de pruebas y varios tipos de drogas e inyecciones, el experimento se dio por finalizado y catalogado de fracaso.
Durante el resto de su época de universidad y mientras estudiaba derecho, la controlaron regularmente pues las drogas inyectadas eran experimentales, pero no se la presentaron problemas ni efectos secundarios, finalmente acabó sus estudios y volvió a su pequeña ciudad, pera trabajar en el despacho de su papa con su flamante titulo de abogada.
Jesús su novio de toda la vida la esperaba ansioso, era moreno, delgado y fuerte pues trabajaba de mecánico en un concesionario de coches, reanudaron su relación y al poco tiempo se casaron. En general la vida les fue bien, aunque él se quejaba de que ella era algo fría en la cama, Pili tenía 26 años cuando se quedó embarazada, de aquel parto nacieron nuestras gemelas.
La niñez y la juventud de las niñas fue estupenda, eran buenísimas en todo y buenas estudiantes, Pilar y Jesús se volvieron la típica pareja de padres que vivían bien y empezaban a engordar sin preocupaciones graves, pero las chicas llegaron a los 14 años y la pubertad irrumpió en sus vidas, ocurrieron cambios en sus cuerpos y sus mentes, las niñas descubrieron de repente el sexo y todo cambió.
Sus primeros toqueteos y exploraciones se desarrollaban en sus camitas, cuando una empezaba a tocarse, el gustito era percibido por su hermana, que no tardaba en imitarla y compartir el placer. En pocos días una de ellas pasó a la cama de la otra y comenzó una época llena de exploraciones mutuas, se besaban acariciándose temblando de placer, probaban juegos y posturas nuevas para ellas entre gemidos y sus primeros orgasmos.
Cuando eso ocurría, Pili en su cama se sentía repentinamente excitada, naturalmente ella no sabía el motivo pero disfrutaba del resultado, se volvía hacia Jesús y le acariciaba mientras decía:
-Chus cielo, hazme unos mimitos anda, mira como estoy.
-Pero Pili, estoy cansado ¡déjame dormir.
-No seas malo Chus, dame tu palo ya verás…
Pili no era tonta y sabia lo que hacer, mientras le metía la lengua en la oreja bajaba sus manos hasta su miembro por debajo del pantalón del pijama, en breve el miembro de Jesús alcanzaba su erección y ella subía sobre el clavándoselo en el chochete, cabalgándolo como una amazona frenética y engulléndolo en su vagina untuosa, hasta que se corría en su interior llenándola de esperma hasta la matriz.
Este tipo de situación se repetía muy a menudo según las niñas experimentaban en sus camas, no tardó mucho Pili en darse cuenta de lo que pasaba, pues cuando Jesús salía al trabajo y llevaba a las niñas al colegio ella hacia las camas, entonces se dio cuenta de que las manchas de flujo en las camas de las niñas coincidían con sus días de calentura repentina, entonces lo entendió todo, recibía en su mente el placer de las niñas.
“Pero qué tontería” pensó para sí misma, recapacitó durante mucho tiempo recordando su juventud y el experimento en que participo, no se lo había contado a casi nadie, pero desecho sus temores y volvió a su problema sin encontrarle respuesta, pero los hechos aunque casuales la molestaban  pues se sentía sucia y decidió que no haría caso a sus sensaciones sin antes comprobarlas.
Dos noches después se noto caliente de nuevo, Jesús estaba dormido y la casa en silencio, se sintió los pezones erectos y el chochete mojado, resistió la primera idea que le vino que no era otra que hacerse una paja, intento dormirse pero la sensación en su vagina aumento de intensidad, notaba el clítoris rozándole contra la braguita y esta como una bayeta empapada entre sus piernas, se levantó de la cama y se puso las zapatillas saliendo de la habitación hacia la de las niñas.
Entreabrió la puerta y las vio, estaban haciendo un 69 Lola arriba chupaba vorazmente el coñito de Laura que la devolvía la mamada como buenamente podía, sus cuerpos delgados y claros resaltaban contra las sabanas azules con dibujos, los gemidos de las chicas y el sonido de los lametazos que se propinaban parecían restallar en el pequeño cuarto, sus cuerpos se estremecían y arqueaban por el placer que experimentaban.
Pili se apoyó en el marco de la puerta pues la sensación de cachondez aumento de golpe y mientras se apretaba los pezones con la zurda llevó la mano derecha a su braguita empapada, presiono sobre ella con los dedos notando como sus labios vaginales se entreabrían y el tejido entraba en ella empujado por sus dedos, en la cama las chicas alcanzaban el orgasmo, Lola fue la primera en correrse en la boca de Laura, la temblaron las piernas y se estremeció de gusto mientras su hermana no dejaba de lamerla mientras gozaba, Pili aparto a un lado su braguita y se metió dos dedos de golpe agitándolos velozmente dentro y fuera de sí, se rozaba los pechos contra el quicio de la puerta sin dejar de tironearse de los pezones y no dejando de contemplar la escena que se desarrollaba en la cama de las chicas.
Estas seguían en la misma postura y parecían más activas que antes, Laura aparto un momento la boca del coñito de su hermana para decir entre maullidos de placer:
-Asiii Loliii me corroooo, me vieeene el guuustitooooo.
Al oír esto Pili metió dos dedos más en su chochete, dejando solo fuera el pulgar y acelero su paja sin dejar de mirar a las chicas, el cuerpo de Laura pareció botar en la cama mientras se corría entre grititos que proclamaban su placer, mientras la voraz Lola no dejaba de chuparla con su boca bien adherida como una ventosa al coñito de su hermana.
En la puerta, Pili alcanzo su propio orgasmo que resulto tan demoledor que la hizo caer de rodillas entre gemidos, el flujo resbalaba por sus muslos y la había mojado hasta la muñeca, había sido un orgasmo fortísimo y tan intenso que todo su cuerpo temblaba y vibraba de placer.
Curiosamente observo que las chicas parecían haberse reactivado, en lugar de detenerse y relajarse continuaban haciendo el 69 al parecer con más ganas que antes, vio como Laura abría el chochito de Lola y la mordisqueaba ansiosamente el clítoris aun pequeño pero al parecer bastante activo, pues su dueña prácticamente rugía de gusto, mientras intentaba hacer lo mismo con su hermana, al parecer con un resultado igual de bueno.
Pili caída de rodillas en la puerta, se sentía tan caliente como al principio, cerró los ojos y se concentro como hacía años la enseñaron a hacerlo, entonces las vio nítidamente en su cabeza, tan nítidas como si estuviera con los ojos abiertos, su mano se volvió a mover dentro de ella como si tuviera vida propia dándose gusto, se concentro en Laura y vio un primer plano del coñito de Lola, lo veía como debería de verlo ella misma a centímetros de sus ojos, Pili llevo la mano izquierda atrás y de un tirón rompió un tirante de su braguita, se acaricio las nalgas con aquella mano mientras con los ojos cerrados sacaba la lengua.
Pili creía estar lamiendo y mordisqueando el clítoris de Lola, la sensación en su mente era la misma que tenía Laura en primera persona mientras comía el coñito a su hermana, el olor a sexo, el sabor del flujo e incluso el tacto y la humedad parecerían reales en la caliente mente de Pili, sus manos se movían más rápido, con cuatro dedos de la diestra se penetraba el chochete empapado y los agitaba dentro, dos dedos de la mano zurda se empaparon de flujo y comenzaron a insinuarse apretando y entraron en su ano venciendo la resistencia del esfínter, sus pechos se rozaban contra el rugoso gotelé de la pared y la madera del marco.
Mientras disfrutaba, Pili se movía sobre sus dedos, la entrada de estos en su ano la hizo un poco de daño y aprovechando el ramalazo de dolor cambio la concentración de Laura a Lola, vio ante sus ojos el ano de Laura y sintió contra su boca el coñito, notó como la boca se movía y los dientes tironeaban de los labios vaginales, los mordisqueaban y luego hacían lo mismo en el botoncito del clítoris, sentía la boca llena de flujo de Laura, mientras experimentaba en su mente en primera persona como las chicas se comían el coño, saltaba sobre sus manos y dedos, se sentía doblemente penetrada y el gustazo que sentía no era comparable a nada que hubiera sentido jamás, sabía que no podía parar de disfrutar hasta correrse.
Fue cambiando su concentración de Laura a Lola mientras se comían los coñitos, incluso variaba el ritmo y la velocidad en su mente las corregía un poco, cosa que hacían las chicas también sin ser conscientes de ello, pero el placer que sentían todas era demasiado intenso y no tardaron en alcanzar el final esperado, Pili se corrió moviendo vigorosamente los dedos en su interior, sodomizada por sus dedos índice y medio de la mano zurda, al mismo tiempo que con cuatro dedos de la derecha en su interior y el pulgar sobre el clítoris, se agito y encorvó, su cuerpo temblaba mientras descargaba una corrida inmensa entre grititos y gemidos soltando una gran cantidad de fluidos que chorrearon entre sus dedos formando un pequeño charco en el suelo, mientras ella caía semiinconsciente hacia atrás percibió nítidamente el orgasmo de las chicas Laura y Lola que se empapaban las bocas la una a la otra en una espectacular corrida simultanea.
Al día siguiente ella recapacitó sobre lo ocurrido, las chicas no sabían que había pasado y ella no se lo diría por lo menos en un tiempo, ella percibía lo que ellas hacían y suponía que la una a la otra también se “detectarían” pero que harían de aquí en adelante…
La respuesta llegó mucho mas tarde, el tiempo fue pasando y el apetito sexual de las tres hembras aumento exponencialmente, cuando una se excitaba era percibido por las otras que asimismo se calentaban bastante, ni que decir tiene que durante un tiempo las gemelas fueron las chicas más populares de la clase, sobre todo entre los chicos… (Ya me entendéis)
Por su parte Pili y Jesús parecían en celo permanente, adelgazaron y se pusieron en una forma física que nunca habían tenido, su frecuencia sexual había pasado a niveles extraordinarios y nunca pasaron más de dos días sin alguna variante de sexo, incluido el anal y el oral a los que ella siempre se había mostrado reticente, en esa época caminaban abrazados por la calle y todos los vecinos afirmaban que se les veía muy felices.
A veces Pili sentía durante su trabajo en el despacho la excitación, era señal de que sus hijas estaban haciendo algo en el instituto, en esos casos algún compañero de trabajo ó cliente fue el feliz receptor de sus atenciones, otras veces era ella la que se introducía en la mente de ellas pera que se follaran a alguien, hace un año la situación se desmadro bastante por un posible embarazo de una de las chicas, que fue felizmente solucionado y aprovecharon una oportunidad de trabajo para salir de su pequeña ciudad para ir a vivir a la capital, al llegar aquí Pili dijo a sus hijas que se moderaran con sus ligues e intentaran buscar un novio fijo, lo que surgiese debería ser en la intimidad del hogar o como mucho en familia.
Lola fue la primera en buscarse trabajo y novio, Laura tenia trabajo y seguía estudiando, pero como hemos visto en el episodio anterior ha conocido a Paco, ¿Qué ocurrirá con ellos?
CONTINUARA…
Bueno, espero que nadie me acuse de pedofilia, nada más lejos ni de mi intención ni de mis preferencias intimas, solo he intentado describir a dos chicas experimentando, recomiendo que hagáis como yo e imaginéis que las chicas tienen los 18 cumplidos… ¿vale?
En caso contrario y según la ley sois unos guarros y estáis enfermos. Si además os habéis excitado leyendo esta historia, iros urgentemente a una comisaría y auto-denunciaros. En cualquier caso ¡sed felices!
 
 

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 8. Tierra Prometida.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 8: Tierra prometida

El amanecer les sorprendió abrazados en la misma postura. Hércules se despertó un poco desorientado hasta que reconoció el cuerpo de Akanke descansando plácidamente entre sus brazos. Aprovechó para observar su precioso rostro expresando por fin serenidad y paz.

No pudo evitar acercar la mano y acariciar con suavidad aquellos pómulos tersos color ébano y los labios gruesos que tanto placer le habían dado la noche anterior. La joven suspiró y abrió los ojos grandes y negros. Al descubrirle observándola no pudo evitar apartarle la cara con la mano mientras sonreía.

—No hagas eso por favor.

—¿El qué? —preguntó Hércules.

—Mirarme así.

—¿Por qué? —insistió él divertido.

—No lo merezco. —dijo ella en tono compungido— He hecho cosas muy feas…

—No digas tonterías. Tú no eres culpable de lo que te ha pasado. Y lo que ha hecho, lo has hecho para sobrevivir.

—No sabes nada. —dijo Akanke a punto de llorar.

—Pues cuéntamelo. Cuéntame tu historia Akanke. Quiero saberlo todo de ti, lo bueno y lo malo. Quiero saberlo todo de la mujer que amo.—dijo Hércules acariciando la oscura melena de la joven.

—Está bien, —respondió ella con un escalofrío al escuchar las palabras de Hércules— pero prométeme que no intentarás hacer ninguna tontería. Te quiero y lo único que quiero de mi pasado es olvidarlo. Nada de venganzas ni ajustes de cuentas.

—Prometido. —replicó Hércules.

—No sé por dónde empezar…

—¿Qué te parece por el principio?

Nací en una pequeña aldea cerca de Onuebu, a orillas de uno de los brazos menores del delta del Níger. Pasé toda mi infancia sin alejarme más de diez kilómetros de la aldea así que cuando vinieron unos hombres bien vestidos de la capital, buscando jóvenes guapas para servicio doméstico en Europa, no me lo pensé y accedí de inmediato, antes incluso de que hablasen de la pequeña compensación económica que recibirían mis padres.

Así que en mi inocencia hice un pequeño hato con las cuatro cosas que me pertenecían y subí al todoterreno. Una vez en él, me llevaron a Lagos donde hice los trámites para conseguir un pasaporte que jamás llegué a ver. Aquellos hombres me llevaron a un piso donde había otra docena de mujeres esperando partir. La cara de incertidumbre que expresaban hizo que mi confianza se evaporara. Intenté idear una excusa y volver a mi casa, pero el hombre que se encargaba de nuestra “seguridad” se mostró inflexible y no me dejó salir. En ese momento descubrí que estábamos encerradas y cuando intenté protestar recibí un bofetón por toda respuesta.

Las mujeres siguieron llegando hasta que formamos un grupo de alrededor de veinte. Entonces llegó Sunday con su metro noventa, su sonrisa cruel y sus manos grandes y cargadas de anillos. Nos obligó a levantarnos y nos miró una a una evaluándonos. Tras desechar a una de nosotras, aun no sé el motivo, nos dijo que al día siguiente partiríamos en un pesquero rumbo a España y que el viaje no sería gratis. Que nos descontarían del sueldo el coste del viaje. Nunca nos llegaron a decir a cuánto ascendía nuestra deuda y la única mujer que se atrevió a preguntarlo recibió una paliza de muerte.

El viaje fue una pesadilla. Apiñadas en la pequeña bodega que apestaba a pescado podrido de un pesquero, balanceadas por las enormes olas del Atlántico. Pasamos mareadas y bañadas en nuestros propios vómitos la mayor parte del viaje, sin llegar a ver el sol en toda la travesía.

El pesquero nos desembarcó en una pequeña cala solitaria, mareadas, famélicas, medio muertas. Sunday nos estaba esperando, impecablemente vestido, como siempre y nos hizo subir a una furgoneta. Nos llevaron a un chalet solitario en medio de las montañas. Estábamos, solas, hambrientas y sucias en un país extranjero, sin conocer su idioma, sus hábitos ni sus costumbres, no nos podíamos sentir más vulnerables.

Cuando llegamos nos permitieron ducharnos y nos dieron ropa, un tenue hilo de esperanza creció en mí, pero cuando nos reunieron a todas en el salón del chalet todo se vino abajo. Los hombres llegaron y con sonrisas que no auguraban nada nuevo, cogieron a las mujeres y se las llevaron a distintas habitaciones.

Un tipo gordo y bajito se acercó a mí y me olfateó como una comadreja. Yo cerré los ojos temblando, esperando no sé muy bien qué. Se oyó un ruido y el hombre se retiró renegando. Cuando abrí los ojos Sunday estaba frente a mí con la sonrisa blanca y afilada de una pantera.

Me cogió por el brazo y tirando de mí me llevó a una habitación con una gran cama por toda decoración. No se anduvo por las ramas y en cuanto cerró la puerta me ordenó desnudarme. Yo me encogí, poniendo los brazos por delante en postura defensiva. Sunday se acercó a mí me miró y me dio un doloroso bofetón antes de repetir la orden.

Temblando de pies a cabeza y con la cara marcada por los anillos de Sunday me quité la ropa poco a poco. Llevado por la impaciencia el mismo terminó por quitarme la ropa interior de dos tirones dejándome totalmente desnuda. Con una sonrisa de lujuria me amasó los pechos y magreó mi cuerpo diciéndome que era muy bonita y que iba a ganar mucho dinero conmigo.

Yo ya estaba aterrada y el hombre ni siquiera había empezado. Con parsimonia se acercó y me besó. Yo traté de resistirme, pero él me obligó a abrir la boca y metió su lengua dentro de mí unos instantes. A continuación lamió mi cuello y mis pechos y mordió mis pezones hasta hacerme aullar de dolor.

Intenté escapar, pero él me cogió y me tiró sobre la cama y a continuación se tumbó sobre mí inmovilizándome con su peso. Impotente sentí como el hombre hurgaba entre mis piernas mientras se sacaba un miembro grande, grueso y duro como una piedra de sus pantalones.

Lo balanceó frente a mí disfrutando de mi terror. A continuación se escupió en él y sin más ceremonia me lo hincó dolorosamente hasta el fondo. Grite y me debatí mientras el hombre inmovilizaba mis muñecas y me penetraba con rudeza. Yo lloraba y suplicaba, y gritaba pidiendo auxilio, pero mis gritos se confundían con los de mis compañeras de infortunio.

Llegó un momento que el dolor se mitigó un poco y pasé a no sentir nada. Dejé de resistirme y gritar y dejé que aquel hombre hiciese con mi cuerpo lo que quisiese mientras apartaba la cara y las lágrimas corrían por mis mejillas.

Tras lo que me pareció una eternidad Sunday gimió roncamente y con dos brutales empujones se corrió dentro de mí. Aquella bestia se dejó caer sobre mi aplastándome y cubriendo mi cuerpo con su repugnante hedor. Cuando finalmente se levantó yo estaba agotada, dolorida y sucia. Solo deseaba dormir para no volver a despertar, pero a la mañana siguiente volví a despertar y Sunday volvía a estar ante mí desnudo preparado para continuar con lo que él llamaba mi adiestramiento.

Las violaciones y las palizas continuaron durante semanas hasta que todas nos convertimos en una especie de zombis que accedían a cumplir cualquier orden de nuestros captores.

Una noche nos subieron a dos furgonetas y nos llevaron a la ciudad. Allí nos soltaron en un polígono industrial con la orden de que debíamos recaudar al menos trescientos euros si queríamos comer al día siguiente.

A partir de aquel momento nuestra vida fue una monótona sucesión de noches de sexo sórdido en el interior de coches o contra contenedores de basura y días de sueño intranquilo acosadas por terribles pesadillas. Yo aun tenía la esperanza de que si lograba reunir el dinero ue les debía me dejarían libre así que, haciendo de tripas corazón, me apliqué lo mejor que pude. En poco tiempo me hice con una clientela fija y empecé a ganar más del doble que las otras chicas, así que Sunday me alejó de las calles y me metió en “Blanco y Negro” un club de carretera dónde supuestamente solo iba lo mejor.

Una noche, tres hombres me alquilaron para llevarme a una fiesta. En realidad no había tal fiesta y me follaron en el coche. Cuando les pedí el dinero me dieron una paliza tan fuerte que perdí el conocimiento. Lo siguiente que recuerdo son tus brazos llevando mi cuerpo vapuleado y aterido de frío a tu casa…

Las lágrimas corrían incontenibles por las mejillas de Akanke mientras terminaba el relato. Hércules que no había dejado de acariciarla durante su relato. La besó y recogió con sus labios aquellas lágrimas susurrándole palabras de consuelo. Embargado por una profunda emoción, Hércules se vio impelido a abrazar a la joven estrechamente hasta que dejó de llorar.

—Ahora estás conmigo. Nunca volverás a sentirte así, te lo prometo. Conmigo estás segura.

La joven sonrió y le besó en los labios, sin saber muy bien cómo, el beso se prolongó, se hizo más profundo y ansioso y Hércules terminó haciéndole el amor, con suavidad, haciéndola sentirse amada y protegida.

Pasaron toda la mañana haciendo el amor y decidieron pegarse una ducha e ir a comer algo por ahí.

Akanke se puso un vestido blanco, largo y ceñido que resaltaba su figura espectacular. Se había atado el pelo en una tirante cola de caballo y Hércules no pudo evitar darle un largo beso antes de salir por la puerta.

Comieron en un restaurante cercano y decidieron dar un paseo por el parque. No podía apartar las manos de la joven y Akanke agradecía silenciosamente cada contacto.

***

Ahora entendía la desaparición de aquella pequeña furcia. Llevado por una indefinible desazón Sunday había salido a dar una vuelta en el coche. Condujo sin rumbo, girando al azar en los cruces a izquierda y derecha, disfrutando de los cuatrocientos caballos de su BMW y justo cuando estaba a punto de volverse a casa, esperando en el semáforo, la vio pasar espectacularmente vestida del brazo de un tipo grande como un armario.

¿Qué posibilidades había de encontrarse a su puta preferida, por pura casualidad en una ciudad tan grande, en un barrio por el que normalmente no pasaba? Definitivamente los dioses estaban con él.

Sin hacer caso de la señal de prohibido aparcar dejó el coche en el primer hueco que encontró y siguió a los dos tortolitos. Observó como su zorra se dejaba acariciar el culo por su nuevo chulo haciendo que la rabia creciese en su interior. Se lo iba a hacer pagar.

El paseo duró unos minutos y les siguió mientras enviaba un mensaje a Tico y a Slim diciéndoles que dejasen lo que estaban haciendo y viniesen hasta el parque. Gracias al wasap parecía otro gilipollas obsesionado con el móvil mientras organizaba el seguimiento de la pareja sin ser vistos.

Con una sonrisa vio como el hombre entraba en un edificio de ladrillo cara vista. Slim, que se había mantenido en reserva hasta ese momento se acercó lo suficiente para poner el pie antes de que se cerrase la puerta de entrada.

El esbirro de Sunday dejó que la pareja entrase al ascensor y esperó para ver en que piso se paraba. Abrió la puerta a sus compañeros e indicó a su jefe el piso en el que se había parado. Sunday subió hasta el quinto piso y avanzó silenciosamente por el pasillo. Se agachó y pegó los oídos a las puertas de las tres viviendas que había en el piso.

Con una sonrisa escuchó susurros ahogados y gemidos apagados… Tenían que ser ellos. Podía entrar ahora, pero seguramente ese gilipollas les causaría problemas, mientras que si hablaba con la joven a solas y aprovechaba su sorpresa amenazándola con matar a aquel idiota y a toda su familia, probablemente se la llevarían sin armar jaleo.

Tras cerciorarse por última vez, se escurrió en silencio y salió del edificio donde sus esbirros le esperaban. Inmediatamente dio instrucciones para que vigilasen el piso y le avisasen en cuanto el tipo saliese solo de casa.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: INTERRACIAL

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: “la vida da revancha 4 y final” (POR MARTINNA LEMMI”

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               Al regresar a casa no hubo palabras entre los esposos y, por cierto, tampoco casi las hubo durante el resto del día.   Lo que habían vivido era lo suficientemente impactante como para ameritar el silencio.  Y a la noche, una vez más, vuelta al trabajo, al signo de interrogación que constituía cada noche en ese bar en donde nunca se sabía qué podía pasar.  Fernando volvió a ser vestido como una chica para hacer de camarera puesto que ése era el rol que, ya de forma definitiva, Ofelia le había asignado.  Incluso y una vez más, fue ella misma quien se encargó de vestirlo para la ocasión en tanto que su “asistente” se encargó del maquillaje.  Otra empleada, por su parte, se encargó, de depilarle las piernas, cosa que no habían tenido tiempo de hacer en la noche anterior.  De ese modo la “preparación” de Fernando se hizo, esta vez, más larga e implicó casi una hora.  Como si todo eso no fuera ya mucho de por sí, cayó Adrián, quien parecía hasta allí mantenerse dentro de alguna regla tácita de visitar su bar noche por medio; al ver a Fernando de ese modo, los ojos se le abrieron enormes y no pudo ocultar ni su sorpresa ni su alegría.
                “Jaja… ¡Increíble! – bramó – ¡Sos una artista, Ofelia! – dijo, mirando de reojo por un segundo a la mujerona, quien agradeció el cumplido con un asentimiento de cabeza -.  A ver, Fer, date la vuelta…”
                 Obedeciendo a la orden de su antiguo amigo, Fernando giró sobre sí mismo y quedó de espaldas a Adrián, quien le levantó la falda para escudriñar por debajo.
                  “Impresionante trabajo… – remarcó -.  Una nena, verdaderamente… ¡Y pensar que en la época del colegio la jugabas tan de machito, jaja!  ¿Qué dirían, viéndote hoy, todas esas chicas que tanto suspiraban por vos?”
                  Tanto Adrián como Ofelia rieron; era, por cierto, la primera vez que Adrián hacía referencia directa a algún viejo resentimiento de aquellos años de adolescencia.  Si le quedaba a Fernando alguna duda de estar siendo sometido a una especie de venganza, las palabras que acababa de oír terminaban de confirmar que así era.  Le vinieron de pronto unas incontenibles ganas de pedirle disculpas a Adrián por lo ocurrido con Eliana, pues bien cierto era que él siempre supo lo mucho que gustaba de ella y el enamoramiento que sentía, pero… le pareció que no estaba dado el contexto para hacerlo y que, en todo caso, las hipotéticas disculpas sólo servirían para aumentar la burla o el goce a que tanto Adrián como Ofelia le estaban sometiendo.
                 “Bueno, a trabajar ahora que los clientes están esperando – ordenó Adrián, al tiempo que le propinaba a Fernando una palmada en la cola y dejaba caer la falda sobre la misma -.  Ya me enteré que anoche te tuviste que comer cuatro pijotas, jeje… ¿Quién te dice qué pueda pasar hoy?”
                  A Fernando le parecía increíble el sentirse todavía más humillado, pero ése era exactamente el modo en que las cosas venían  ocurriendo: la degradación siempre parecía encontrar un peldaño más abajo y no hallar nunca el fondo.  ¿Sería indefinidamente así?  ¿O llegaría un momento en el cual, habiendo ya desaparecido cualquier lejano vestigio de dignidad, terminaría por aceptar lo que viniese con la mayor naturalidad y como si no cupiese otra posibilidad?  Por lo pronto, sabía que tenía que dedicarse a atender las mesas.  Cada vez iba adquiriendo una habilidad mayor para caminar sobre tacos sin perder el equilibrio; aun así, nunca desaparecieron los degradantes toqueteos a la pasada ni, mucho menos, los insultos y comentarios hirientes.    Aun a pesar de ello, la noche venía sin sobresaltos, al menos durante las tres primeras horas de trabajo, en el sentido de que nadie pidió ningún “servicio extra” en relación a él.   Distinto era el caso de Eliana, a quien, en alguna de sus tantas recorridas por el salón, Fernando había visto mamando un par de vergas y también siendo llevada por un sujeto asqueroso y desagradable hacia el cuartucho que estaba camino al baño de caballeros.  Pero la suerte de Fernando también cambió en un momento: fue cuando estaba atendiendo una mesa del fondo en la cual un grupo de tipos muy mayores estaban (cosa rara en aquel lugar) jugando a las cartas.  Uno de ellos, que tendría cerca de sesenta, le pidió que le chupara la pija y, obviamente, tuvo que hacerlo.
                  La situación, aunque doliera a Fernando, no era nueva si se consideraba que la noche anterior se había comido cuatro.  Lo nuevo, en todo caso, fueron dos cosas.  Por un lado, que esta vez el cliente sí pagó por el servicio y Fernando tuvo, por tanto, que llevar el dinero a la caja; por otra parte , y contrariamente a lo ocurrido en la jornada anterior, esta vez el tipo sí le acabó en la boca al no haber nadie más esperando para comerle la verga. Jamás dejó de jugar a las cartas, por cierto, y, de hecho, Fernando lo escuchó hacer comentarios relacionados con el juego en plena mamada; es decir: el tipo se comportaba con total indiferencia hacia él.  Y si bien en el momento en que la excitación pareció llegar a su máximo punto tampoco dejó de prestar atención al juego, sí descargó una manaza sobre la nuca de Fernando apenas advirtió que éste quería zafarse al notar que la eyaculación estaba cerca.
                  “Ni en pedo te vas a mover de ahí, linda – le dijo, presionándole la cabeza con fuerza -.  Ya te la comiste toda, ahora te la vas a tomar toda…”
                    Y por primera vez en su vida Fernando sintió lo que era el calor de un río de semen dentro de su boca; de repente, los fluidos y viscosidades de la noche anterior parecieron nada.  Buscó contener la respiración y mantener el semen en su boca para poder escupirlo una vez que el tipo le permitiese soltar su verga, pero no le fue fácil porque la boca se llenó a tal punto que se le hizo imposible no tragar al menos una parte.  Además de ello, el cliente se dio cuenta de que estaba reteniendo la leche en su boca y, con gesto de desprecio, le izó la cabeza por los cabellos para luego estrujarle la boca con los dedos.
                    “Tragá – le dijo, ásperamente -, tragá, puta…”
                    A Fernando no le quedó más remedio que hacerlo.  Sintió el líquido espeso y caliente bajándole por la garganta en dirección a su estómago.   Una vez que el recorrido hubo concluido, el tipo le obligó a abrir la boca para comprobar si realmente había tragado.
                     “Muy bien – dijo -.  Ya llegó a tu pancita, jeje… Ahora desaparecé de acá porque los putos chupapijas como vos me dan asco…”
                       Fernando se alejó del lugar a la mayor prisa que pudo y, al hacerlo, volvió a trastabillar.
                        “Ni te aparezcas cerca de esta mesa porque te vamos a recagar a trompadas, puto de mierda…” – le gritó otro de los que jugaban a las cartas, siendo acompañado por el eco de las risotadas que, desde otras mesas, parecían festejar el comentario.
                        Llegó a la barra totalmente turbado; fue a recoger el siguiente pedido y rogó que no tuviera como destino ninguna de las mesas cercanas a la que acababa de dejar.  Cuando estaba a punto de hacerse con la bandeja, alguien, desde atrás, le cruzó una mano por delante del abdomen y, apoyándolo contra su bulto, le acercó su aliento a la oreja.
                      “Te vengo viendo y ya tenés una cierta cancha en eso de chupar verga, ¿no?”
                       Reconoció inmediatamente la voz: era de la Ariel, el acosador de la barra.  Una vez más la vergüenza se apoderó de él en tanto que Ariel, deslizando una mano, hurgó por debajo de su falda buscándole la cola; le bajó apenas la tanga, lo suficiente como para dejar al descubierto su orificio anal y luego introducirle un dedo para jugar con él.
                        “Pero coger todavía no te cogió nadie, ¿no?” – le dijo al oído con una lascivia tal que Fernando no pudo evitar que se le helara la sangre, víctima de un estremecimiento.  Negó con la cabeza, muy nervioso.
                       “Así me gusta – le dijo Ariel, en una felicitación que estaba en realidad cargada de mordacidad -, porque ese culito es mío; lo pienso estrenar yo…”
                     Fernando bajó la vista hacia la barra e incluso aflojó la presión sobre la bandeja que estaba por llevar a su destino; de algún modo sabía lo que  se venía y empezaba a aceptar su suerte.  Casi como confirmando sus pensamientos, Ariel arrojó unos doscientos pesos en dirección a la caja, los cuales cayeron a escasos centímetros de Ofelia, quien levantó la vista.
                     “Me llevo a esta puta para el cuarto” – anunció Ariel, sin dejar de tener apoyado a Fernando.
                       Ofelia enarcó las cejas y sonrió.
                      “Qué bueno, Ari, que lo disfrutes”
                      “Hay algo más…” – dijo Ariel.
                      “¿Sí?”
                     “También quiero a la puta de la esposa, pero no para cogerla, sino para que vea lo que le hago a esta otra…”
                       Fernando entendió, en ese momento, que jamás pero jamás iba a acostumbrarse a las humillaciones; cada vez que una nueva de ellas sobrevenía, parecía superar las anteriores.  Su rostro se tiñó de desesperación y hasta estuvo a punto de ensayar una respuesta, alguna objeción; sin embargo nada salió de sus labios…
                   “Mmm… me parece una excelente idea – dijo Ofelia -.  Normalmente no damos dos camareras a un mismo tiempo para no desatender las mesas pero…, creo que en este caso y por ser vos, Ari, podemos hacer una excepción…”
                   “Muchas gracias, Ofelia… ¿Cuánto tengo que pagar  por eso?  Es un extra, ¿no?”
                    “Nooo – desdeñó Ofelia -, despreocúpate.  Ella no va a participar en sí, sino que sólo va para mirar… Tomalo como una atención de la casa para un cliente histórico…” – remató la frase con un guiño de ojo y un beso soplado.
                     “Gracias una vez más, Ofe… – dijo Ariel, visiblemente emocionado y sin soltar nunca a  Fernando -.  La verdad que no se puede creer tanta amabilidad…”
                      “Por favor, Ari – hizo un gesto desdeñoso con la mano -.  Es la filosofía de la casa… El cliente… ¿cómo sigue?”
                       Se produjo un instante de silencio y Fernando le echó un vistazo de reojo; al hacerlo notó que la mujerona lo miraba a él, de lo cual cabía inferir que lo estaba conminando a terminar la frase.
                      “El cliente… siempre debe… quedar satisfecho” – musitó, con la voz algo entrecortada.
                        “Así es – rubricó ella -.  Que alguien se encargue de esa bandeja – hizo un gesto hacia el resto de las camareras que andaban cerca -, y tráiganme a la otra puta que no sé por dónde anda…”
                        En cuestión de segundos, y como era norma en aquel lugar, las órdenes de Ofelia estaban cumplidas.  En el exacto momento en que Ariel llevaba por el brazo a Fernando en dirección al cuartucho siendo seguido por Eliana, apareció Adrián, a quien hacía rato que no se lo veía.  Mostró su sorpresa al ver a un cliente llevarse a “dos camareras”, lo cual no era habitual en el lugar, pero Ofelia rápidamente le explicó la situación, ante lo cual Adrián soltó una estruendosa carcajada.
                       “Aaaah bueeenooo, jajaja… Que la pasen bien entonces, chicos… Vos, Fernando, que disfrutes el estreno, jeje… y vos, Eliana, el espectáculo…”
                       Como suele ocurrir cuando un comentario es hecho por el dueño del lugar, su carcajada fue seguida por las de otros, mientras que Ariel, agradeciendo una vez más, continuó con lo suyo, es decir conducir a Fernando hasta esa puertita que, camino al baño, se abría a la derecha.  Entró allí y por detrás lo hizo Eliana.  Ariel puso a Fernando con las manos contra la pared y se ubicó de pie por detrás de él; mientras volvía a jugar con su culo, le tendió un pote a Eliana.
                      “Vaselina – aclaró -.  Embadurnale bien el culo… y mi pija también”
                         Eliana tragó saliva y miró un rato el pote, pero se aprestó luego a cumplir con lo que se le requería.  Untó un dedo dentro de la vaselina y lo introdujo seguidamente en el orificio de su esposo haciendo círculos.  No pudo evitar mirarle la cara y, aun viéndola de perfil, podía captar perfectamente cuánto estaba él sufriendo lo que estaba sucediendo.  Llevó el dedo lo más adentro que pudo; cierto era que así humillaba todavía más a Fernando, pero la verdadera intención, y esperaba que él así lo entendiese era que su debut anal fuera lo menos doloroso posible.  Una vez cumplido tal menester, se encargó de untar la verga a Ariel, que para ese entonces estaba ya lo suficientemente erecta.
                         “Muy bien – dijo éste, complacido -.  A partir de ahora muere definitivamente el hombrecito… Si te quedaba algo de Fernando ahora se te acaba… Decile adiós al machito porque hoy nace una nena… ¿Entendido, Fernanda?”
                         “S… sí” – balbuceó Fernando, con la voz cada vez más entrecortada y los ojos llorosos.
                         Cuando sintió apoyarse la verga contra su entrada anal, un violento estremecimiento recorrió toda su columna vertebral.  Ariel se quedó allí, jugando un poco con la punta de su miembro como si buscara abrir camino, pero al parecer no quedó del todo conforme.
                         “Separale las nalgas” – le ordenó a Eliana.
                          El pedido la tomó a ella por sorpresa y quedó un momento como congelada, sin hacer nada, lo cual pareció impacientar a Ariel.
                           “Abrile el culo, tarada – vociferó -.  Vamos”
                            La premura de la orden recibida provocó una sacudida en Eliana quien, prestamente y a los efectos de no ser luego sancionada por no satisfacer al cliente, puso las palmas de sus manos sobre ambas nalgas de su esposo y, utilizando los pulgares, empujó hacia afuera separándolas; esa única acción bastó para que, automáticamente, el miembro de Ariel ingresara en el orificio tal como si lo hiciera por un tubo.  Una interjección de dolor brotó de la garganta de Fernando a la vez que arqueó su espalda  e hizo grandes esfuerzos por mantenerse aferrado a la pared y no caer de bruces hacia el duro banco que estaba adosado a la misma.  En un gesto insospechadamente femenino, dobló una pierna y la flexionó hasta hacer un cuatro.  Los ojos de Fernando se llenaron de lágrimas y los de Eliana estuvieron a punto de hacerlo también; no hacía más que tragar saliva y sentía que el pecho se le desgarraba por dentro al ver a su marido siendo vejado de tal forma.  Ariel, por su parte, lo tomó por las caderas y sólo se dedicó a bombear haciendo caso omiso de los aullidos de Fernando, los cuales, por el contrario, parecían estimularlo aún más.
                         “Sí, gritá putita… – mascullaba entre dientes -.  Gritá y llorá que eso me gusta…”
                         Fernando sentía romperse su orificio anal y el dolor era tanto que no pudo evitar no cerrar los ojos.  Ariel advirtió eso y su semblante adquirió una mayor seriedad.
                        “Abrí los ojos” – le amonestó.
                         “¿Q… qué?”
                         “Que abras los ojos, puta… Y mirala a ella…”
                          Sin poder creer lo insólito y perverso de la orden, Fernando hizo, luchando contra el dolor físico y psíquico, un esfuerzo sobrehumano para girar la cabeza por sobre su hombro derecho y, como pudo, abrir los ojos, encontrándose, para su peor desgracia, con la mirada de su esposa.  El momento fue tan incómodo para ambos que Eliana bajó la vista, consciente del dolor que Fernando debía estar sintiendo en el alma al tener que mirarla a los ojos en aquella situación.   Ariel, sin embargo, estaba atento a todo y parecía no escapársele una; apenas notó el gesto evasivo por parte de Eliana, la reprendió con sequedad:
                        “Mírense… – ordenó, con la voz entrecortada por no dejar de bombearle el culo a Fernando -; mí… rense los… dos…”
                        No quedó a los esposos entonces más remedio que mirarse entre sí.  Y cada uno de ellos vio en el otro el sello de la angustia.  Fernando no podía soportar estar viendo a la cara a su mujer mientras un tipo lo cogía por el culo y ella no podía soportar ver a su marido sufriendo por eso mismo.  El ritmo de la penetración se aceleró y un par de veces le fue imposible a Fernando mantener los ojos abiertos; Ariel, en cada una de esas oportunidades, se encargó de llamarlo al orden con un golpe en las nalgas.
                      “¡Abiertos! – rugía – ¡Mirándola a ella!  ¡Ojitos bien abiertos!  ¡Como tu culo!…”
                      Y así, con ambos esposos viéndose a los ojos, el bombeo incesante siguió y siguió para tormento de la pareja.
                        “¿Te ex…cita ver lo que le estoy haciendo?” – preguntó en un momento Ariel, dirigiéndose  a Eliana.
                       Una vez más, la fórmula harto repetida retumbó en la mente de ella: “el cliente siempre debe quedar satisfecho”…
                      “Sí – respondió, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no bajar la vista ya que debía mantenerla en Fernando -, me excita…”
                      “Tocate entonces…”
                       Tomada por sorpresa, Eliana desvió la vista hacia Ariel.
                      “No me mires a mí, pelotuda, mirala a ella…” – le amonestó Ariel a viva voz, lo cual hizo que Eliana volviera a posar su mirada en los ojos de Fernando de un modo que, de tan rápido, pareció un impulso casi eléctrico.
                       “Tocate… – le repitió Ariel -.  Las tetas con una mano y la conchita con la otra…”
                        Por un instante, la cabeza de Eliana se detuvo pensando si aquello no sería algún tipo de servicio pago, pero nada había oído al respecto, es decir que forzosamente sólo quedaba encuadrar el asunto dentro de la formulita siempre repetida.  Sin detenerse más en cavilaciones, llevó por lo tanto, una mano por debajo de su falda hasta tocar el pubis por encima de la tanga e hizo lo propio con la otra masajeándose las tetas por sobre la remera.
                        “Sos estúpida, ¿no?” – le espetó Ariel, provocándole un respingo; ella lo miró sin entender -.  Contestame: sos estúpida, ¿no?”
                    La desesperación se apoderó del rostro de Eliana; una vez más desvió la vista hacia Ariel y rápidamente le llegó la amonestación.
                    “¡Mirame una vez más y hablo con Ofelia para que te deje el culo de una forma que no te puedas sentar por un mes” – vociferó Ariel, motivando que ella, presurosa, girara sus ojos nuevamente hacia su esposo.
                    “Me imaginé que tenías que ser estúpida – continuó Ariel, ahora algo más sereno pero siempre con un toque de indignación o impaciencia en el tono de su voz -; todas las mujeres lindas lo son.  Lo que tenés en esas tetas tan hermosas es seguramente lo que te falta de cerebro… Si te estoy pidiendo que te toques, entonces es porque quiero ver cómo te tocás las tetas y cómo te tocás la concha… Subite esa remera, levantate el corpiño, bajate la bombacha, pedazo de pelotuda…”
                    La vergüenza no cabía dentro de Eliana ante la forma en que aquel hombre le hablaba.  De hecho, Ariel parecía jugar a una doble humillación, ya que era tan humillante para ella someterse a sus caprichos como lo era para Fernando tener que escuchar y ver aquellos tratos hacia su esposa sin poder hacer absolutamente nada.  Ella, obedientemente y manteniendo siempre sus ojos sobre los de su marido, llevó con una mano su remera hacia arriba y luego hizo lo propio con el corpiño dejando al descubierto sus hermosísimos pechos; con la otra mano, en tanto, bajó su tanga hasta la mitad de los muslos y, a continuación, se dedicó a tocarse tal como aquel perverso cliente requería.  Ariel sonrió satisfecho y retomó la tarea de bombear por el culo a Fernando, la cual había interrumpido sólo por unos instantes para increpar a Eliana por la tibieza de sus acciones.
                   Y así, masajeándose tanto los senos como la vagina y viendo cómo su marido era penetrado estando vestido y maquillado como una chica, Eliana se descubrió a sí misma sintiendo una extraña excitación que le provocó una horrenda culpa y supo que, seguramente, ése había sido el objetivo principal de Ariel al pedirle que se tocara.  De modo análogo, al  ver a su esposa toquetearse de ese modo, también Fernando fue invadido por una excitación terriblemente culposa, evidenciada en el cosquilleo que sintió en su propia verga, la cual, a su pesar y contra su voluntad, comenzó a pararse.
                 “Mmmmm… qué linda nena me estoy cogiendo…” – le decía Ariel a viva voz; no cesaba, por cierto de llamarlo “Fernanda”, “nena” o “putita” y, extraña e insólitamente, Fernando ahora sentía que incluso esas degradantes palabras le producían un cosquilleo indefinible.  Cuando Ariel se sintió cerca del orgasmo, aun entre sus jadeos instó a Eliana a que se masajeara con más fuerza la vagina e, incluso, a que se masturbara.
                 “Dale, boludita sin cerebro… ¡Masturbate! ¡ Y vos también, putita! – ordenó, estrellando un nuevo golpe contra las nalgas de Fernando, el cual, sorprendido, no llegó a entender la idea y se quedó como atontado.
                    “Otra pelotuda más – protestó Ariel -.  Tocate la concha y mastúrbate…”
                  La orden, por cierto, no dejaba de crear confusión en la mente de Fernando por mucho que fuera el empeño que pusiera en cumplirla.  Estaba obvio que, ya para ese entonces, Ariel lo consideraba una mujer y, más allá de que realmente lo creyese o que fuera simplemente eso lo que a Fernando quisiera meterle en la cabeza, lo cierto era que había que obedecerlo… de algún modo.  Fernando, sin dejar de mirar un solo instante a su esposa, llevó una de sus manos hacia su pene y no pudo evitar un terrible shock al notarlo sorprendentemente erecto.  Comenzó a masturbarse: era la única forma en la cual podía, de algún modo, cumplir con lo que se le solicitaba y que el cliente, como recitaba la formulita, quedara satisfecho…
                 Los jadeos de Ariel se fueron incrementando en lo que constituía, a todas luces, un evidente preámbulo al orgasmo y ello operó casi como si una corriente de excitación les recorriera a los tres al mismo tiempo del mismo modo que si estuvieran conectados por un cable: así, la respiración de Eliana, al igual que la de Ariel, se hizo cada vez más jadeante y lo mismo ocurrió con la de Fernando, cuyos gemidos de excitación se confundían con los aullidos de dolor que le provocaba la penetración anal que estaba sufriendo.  El primero en llegar fue Ariel, pero los dos esposos lo hicieron casi inmediatamente: un virtual empate… Y Fernando, quien sólo unos instantes antes conociera la extraña sensación de sentir el río de semen corriendo por su garganta, ahora podía sentirlo también dentro de su culo: dos sensaciones inéditas en una misma noche.
                    Una vez que Ariel hubo terminado con él, retiró su verga y le dio un palmada en la nalga que esta vez pareció más de felicitación que de reto.
                   “Muy bien, jeje…- se hizo hacia atrás algunos centímetros como para escudriñarle bien el culo -.  Sangró un poquito, es lógico… Gracias por todo, Fernandita…”
                   Un mugroso billete de cinco pesos hecho un bollo cayó sobre el banco adosado a la pared y no hubo ninguna otra propina, de lo cual se podía inferir que debían compartirla.

Esa madrugada, al retirarse a la casa, ambos sabían que habían vivido, una vez más, una noche que ya no olvidarían.  No hubo, esta vez, fustazos para ninguno de los dos, lo cual bien podía ser visto como un dato alentador; Fernando agradeció al cielo que así fuese ya que, entre las tandas de fustazos recibidos y la cogida que le habían dado, ya no sólo no podía casi sentarse sino tampoco moverse y, de hecho, caminaba con dificultad y sin poder contener gestos de dolor.  Una vez más no hubo casi palabras entre los esposos pero al momento de meterse en la cama, Eliana sorprendió a Fernando con una pregunta, ya cuando la luz estaba apagada y la única luminosidad provenía de la luz del sol que alcanzaba a entrar por entre las rendijas de la persiana americana.

                     “¿Fer…?”
                     “¿Sí?”
                    “¿Estás despierto?”
                   “Obvio que sí… o no te hubiera contestado…”
                   “Ah… es que, me había quedado pensando…”
                   “¿En…?”
                   “En lo que pasó hoy”
                    “Si no te jode, prefiero no hablar de eso” – dijo enfáticamente Fernando, removiéndose y reacomodándose en la cama con el aparente objetivo de entregarse, dentro de lo posible, al sueño.
                      “Está bien, pero es que…” – Eliana se quedó en silencio, como si algo la detuviera y no fuera capaz de decir lo que seguía o que tenía en mente.
                     “¿Es que…?”
                     “A mí… nunca me hicieron la cola…”
                      Claro.  Fernando ni siquiera había pensado en eso.  Una nueva estocada pareció darle en el vientre.  Él había sido estrenado por detrás aun antes de que lo fuera su esposa.  Ni siquiera en las noches que llevaban trabajando en el bar había habido cliente alguno que solicitara de ella ese servicio aun cuando estaba disponible y con tarifa propia.
                    “Está bien, entiendo…” – dijo Fernando -.  ¿Y a qué vas con eso…?”
                     “Hmm, no… sé, es sólo que… fue raro verte así…”
                      “Imagino que sí” – dijo Fernando en un intento por dar por concluida la conversación que, sin embargo, no funcionó.
                      “Es que… no sé – continuó ella -, es como que ahora te veo y veo otra cosa…”
                      “No entiendo” – repuso él con evidente fastidio.
                       “Sí, creo que ni yo lo entiendo… Pero verte así, vestido de mujer, no sé… es una imagen muy fuerte y sé que me va a dar mucho trabajo volver a verte como te veía antes… Además, me dio la impresión de que lo estabas disfrutando…”
                       Fernando se giró hacia ella y le dirigió una feroz mirada en medio de la semioscuridad.
                      “¿Por qué no te vas a la mierda?” – espetó.
                      “No, no te enojes, por favor…, sólo te digo lo que… me pareció…”
                       “Bueno, entérate entonces: no lo disfruté” – replicó, tajante.
                       “Pero se te paró el pito…”
                         Silencio.  Fernando se removió en la cama y volvió a acomodarse mirando hacia el lado opuesto.
                      “Eso no significa nada; vos también estabas mojada…”
                      “¿Te puedo hacer una pregunta…?” – lanzó ella, a bocajarro.
                       “Ok, pero que sea la última… Quiero dormir”
                     “¿Está bueno?”
                       Fernando se removió y volvió a mirarla.
                      “¿Perdón…?”
                      “Si… está bueno…, ya sabés, me refiero a que te hagan la cola”
                       La incredulidad de Fernando ya no tenía límites; no sabía en qué rincón de su ya maltratada mente podía intentar alojar la pregunta que acababa de hacerle su esposa.  Volvió a reacomodarse en el lecho, colocando el antebrazo por debajo de la almohada.
                       “Quiero dormir” – respondió simplemente y cerró los ojos.
                       La realidad fue, sin embargo, que no pudieron dormir mucho y esta vez no fue sólo el estado de conmoción vivido lo que incidió en ello sino también el hecho, inesperado, de que poco antes del mediodía, les tocaran el timbre.  Fernando trató de hacer oídos sordos al llamado e incluso recomendó a Eliana que lo dejara sonar.  Ella, sin embargo, prefirió levantarse e ir a ver de quién se trataba.  Grande fue su sorpresa, y también la de Fernando una vez anoticiado al respecto, de que quien estaba en la puerta era nada menos que Adrián, a quien ya no habían visto por el bar después de aquel encuentro a la pasada camino del cuartucho en el cual Ariel le diera a Fernando una cogida atroz.  Adrián no venía solo, lo cual no constituía de por sí una sorpresa ya que, en el poco tiempo que llevaban trabajando para él, habían descubierto que era bastante común verlo con compañía femenina; pero en este caso quien lo acompañaba daba un look algo diferente de las chiquillas habituales: se trataba de una mujer alta y muy elegante, rubia, cabello recogido, lentes, ropa de ejecutiva e infaltable carpetita en la mano.
                    Una vez que tanto Eliana como Fernando se hubieron levantado de la cama y, con gran esfuerzo, fueron a la reja para atenderle, Adrián les saludó tan efusivamente como era su costumbre y les presentó a la dama como la agente inmobiliaria que venía a ver la casa.
                 Ambos esposos se miraron, presa del pánico tanto uno como el otro.  Con las traumáticas experiencias de las últimas noches, prácticamente se habían olvidado del plan de Adrián de quedarse con una parte de la casa en concepto de pago por hacerse cargo de algunas de sus deudas.
                 “Ella se va encargar de determinar por dónde pueden hacerse las divisiones y cómo habría que rehacer los planos y efectuar la transferencia – explicó Adrián -; sólo vamos a robarles unos minutos y podrán seguir durmiendo.  Ya sé que anoche tuvieron una noche agitada – sonrió maliciosamente y acercó su mano al rostro de Fernando para pasarle el pulgar por la comisura del labio -.  Te quedó un poco de rouge…”
                 La mujer, sonriente, les saludó a ambos extendiéndoles su mano o, más bien, en un gesto típica y antipáticamente ejecutivo, apenas las puntas de sus dedos.  Luego de ello, como si fueran convidados de piedra dentro de su propia casa, el matrimonio caminó por detrás de Adrián y de la agente inmobiliaria mientras ésta hacía anotaciones y, cada tanto, se intercambiaban comentarios.  En ningún momento se les pidió un parecer ni a Eliana ni a Fernando.  Hablaban de cifras, de tasaciones, de medidas, de planos, pero hasta allí nada en claro para la pareja de esposos.   Luego de pasar junto a la piscina, llegaron al pequeño cobertizo en el cual se guardaban las herramientas, apenas una habitación sin ventanas de tres por tres.  Pidieron a Fernando que abriera la puerta y escudriñaron dentro, ambos con aspecto de estar haciendo cálculos y proyecciones.  Una vez que cumplieron con tal menester volvieron junto a la piscina: la agente inmobiliaria mostraba a Adrián su carpeta y le daba explicaciones que el matrimonio no llegaba a entender del todo, pero que el viejo amigo de ambos parecía seguir con particular atención a juzgar por la seria expresión de su rostro.  Cuando terminaron de conversar y parecieron llegar a un acuerdo, ambos, sonrientes, se acercaron nuevamente al matrimonio.
                   “Bueno, creo que ya lo tenemos – anunció Adrián, con tono alegre -.  El perímetro de la propiedad pasaría por aquí – señaló una línea imaginaria en el suelo a algunos metros más allá de la piscina.  A ustedes les quedaría ese galponcito que quedaría incluido dentro de una franja de cuatro metros desde esa línea hasta la medianera del vecino”
                     Otro puñetazo a la mandíbula de Fernando; entornó los ojos y se restregó sus sienes, sin poder creer lo que estaba oyendo.
                       “A ver… – dijo -.   ¿Me… estás diciendo que nosotros… sólo conservaríamos esa pequeña parte de la propiedad y que todo lo demás – trazó un arco abarcando el gran chalet americano, piscina, parrilla,  jardines y cochera -… sería tuyo?”
                     “Así es.  Creo que es un buen arreglo, ¿no?  Piensen que cualquier hijo de puta los dejaría en bolas y sin nada.  Pero yo soy su amigo y los quiero mucho; nunca obraría de ese modo…”
                      Fernando y Eliana se miraron atónitos: él ya había bajado una mano de su rostro pero se mesaba el puente de la nariz con la otra.
                      “No… puedo creer esto…” – dijo, sin salir de su consternación.
                       “Fer… – intentó tranquilizarle ella -.  Veámoslo así: podría ser mucho peor.  ¿Qué vamos a hacer?  ¿Ir a la calle?…”
                       “¡Sí, claro! – vociferó él, perdiendo por completo la calma que había buscado mantener -.  ¡Y vos trabajar de prostituta y yo de travesti! ¿No?  ¿No es acaso lo que ya estamos haciendo?”
                       “Fer… por favor… – ella lo tomó por la mano -.  Necesitamos un techo.  Lo que Adrián está haciendo es un… gran favor para nosotros…”
                        El rostro de Fernando era pura conmoción y confusión.  Volvió a mirar a Adrián y a la agente; ella mantenía una sonrisa permanente que, de tan estructurada, resultaba desagradable.
                        “Creo que ella lo está entendiendo bien… – dijo Adrián -; ¿qué van a hacer?  ¿Vivir en la nada?  ¿Bajo amenazas?  ¿A riesgo de que cualquier día de éstos algún acreedor que haya perdido la paciencia mande un sicario para liquidarlos a ambos?  Poné la cabeza en frío, Fer…, como lo hace Eli… Esto que les estoy ofreciendo no tiene punto de comparación.  Es la posibilidad de vivir seguros…”
                        Fernando bajó la cabeza; estaba a punto de llorar y no quería hacerlo, no delante de Adrián ni de aquella mujer; tampoco, por cierto, delante de su propia esposa.
                         “Adrián tiene razón, Fer… – le decía ella mientras le sacudía la mano casi maternalmente -.  No tenemos mucha alternativa.  Lo que él nos ofrece nos va a permitir, al menos, seguir viviendo…”
                         “Siempre fuiste una chica inteligente” – apuntó Adrián felicitándola con un guiño de ojo, mientras lucía una sonrisa de oreja a oreja.
                         No quedó más camino, por lo tanto, que aceptar el trato, lo cual provocó

en Adrián una gran alegría que no pudo evitar externalizar de la manera más efusiva, con abrazos y besos.  La agente les pidió algunos datos mientras llenaba los formularios; luego les pidió todos los títulos de propiedad y certificados de catastro, así como los recibos de impuestos inmobiliarios que ellos tenían debidamente acomodados en un organizador, si bien los últimos meses estaban todos impagos.  Ella quedó en preparar los papeles necesarios restantes y concertaron en encontrarse de nuevo al día siguiente para colocar las firmas que hicieran falta.  Adrián, incluso, les dispensó de ir a trabajar esa noche al bar; Eliana y Fernando no lograron determinar si tal gesto obedecía simplemente a compensarles un poco el sueño que estaban perdiendo y que perderían con tantos trámites o si, simplemente, era un mínimo atisbo de piedad ante el terrible momento psicológico que la pareja estaba viviendo.

                       Al otro día, puntualmente a la hora convenida, estaban allí.  Esta vez Adrián no vino acompañado sólo por la agente inmobiliaria, lo cual hubiera sido, dentro de todo, esperable, sino que además se apareció en el lugar Ofelia, sin que se supiera realmente cuál era el motivo de su presencia allí, así como también dos chicas muy jovencitas con aspecto de tontuelas de ésas que solían andar colgadas del cuello de él.  Por un momento a Fernando le dio la impresión de que su antiguo compañero de colegio había armado una especie de comitiva como para celebrar su toma de posesión de la casa dándole carácter de festejo.  Una profunda sensación de abatimiento se apoderó del matrimonio, aun cuando Eliana intentara asumir las cosas con una resignación algo más filosófica que Fernando, para quien era como estar presenciando el final de todo.
                     Los esposos se sentaron a la mesa del living comedor y también lo hicieron Adrián y la agente inmobiliaria.  Ofelia, siempre con ese aire exultante y soberbio, prefirió permanecer de pie, en tanto que las dos chiquillas, sin permiso alguno, se dejaron caer sobre los sillones, cosa que molestó particularmente a Fernando.  Prolija y metódicamente, sin abandonar nunca su sonrisa propia de protocolo, la agente inmobiliaria fue desplegando uno a uno los papeles ante los ojos de Eliana y Fernando, mostrándoles los lugares en que debían firmar.  También les enseñó los nuevos planos en los cuales se mostraba el trazado final de la propiedad con sus nuevas separaciones: quedaba bien en evidencia, por cierto, la desproporción existente entre la inmensa porción que pasaba a manos de Adrián y la pequeñísima parte que se dejaba a los esposos: apenas un pequeño rectángulo que no llegaba ni al diez por ciento de la superficie total del terreno.  Con inmenso pesar Fernando fue firmando uno a uno los documentos e inclusive algunos pagarés que le trajo Adrián, la mayoría de los cuales tenían que ver con las deudas contraídas y que irían siendo cancelados en la medida en que tanto Fernando como Eliana cumplieran con horas de trabajo a las órdenes de Adrián: en ningún momento se hablaba de plazos, pero bastaba con hacer alguna cuenta en la cabeza para comprender que estarían unos cuantos años a su servicio.  Una vez que todo el papeleo estuvo cumplido y debidamente firmado, una sonrisa de oreja a oreja cruzó el rostro de Adrián, en tanto que las dos jovencitas corrieron hacia él para abrazarle y besarlo en las mejillas, una desde cada lado mientras él las rodeaba con sus brazos.
                 “Esta noche tampoco vayan a trabajar – les dijo a Fernando y Eliana -, regresen mañana.  Hoy es un día especial y los quiero acá… Ofelia va a encargarse de disponer las cosas en el bar para que todo funcione” – echó una mirada cómplice a la mujerona, quien la devolvió.
                   El resto del día lo dedicaron a que Fernando y Eliana les mostraran bien el lugar y dónde estaban las cosas.  De un modo tácito, los electrodomésticos y muebles de la casa habían pasado también a manos de Adrián desde el momento en que ellos no tenían en dónde ponerlos.  Se desalojó de herramientas el pequeño galponcito pero para sorpresa de Fernando, sólo se les dejó un colchón de una plaza sobre el suelo.
                 “¿A…hí vamos a dormir los dos?” – preguntó, consternado.
                “No, por ahora sólo vos – le respondió Adrián con total naturalidad -.  Eliana es una dama y por lo menos hasta que se acostumbre a la nueva situación va a dormir en la casa, conmigo…”
                  Fernando le miró atónito, sin poder creer; Eliana, no menos perpleja, sólo atinó a bajar la vista.
                    “¿Hasta… que se acostumbre…?” – preguntó Fernando, anonadado.
                       “Sí…, o hasta que me canse de cogerla”
                        Si el anterior comentario de Adrián había sido una bofetada, éste fue directamente un disparo a la cabeza.  Lo dijo, además, de un modo tan natural y con tanta frialdad que no pudo menos que dejar a Fernando sin palabras; por mucho que quisiera encontrarlas, no podía: no le salían.   Todo su cuerpo temblaba; tenía ganas de golpearlo, de insultarlo, pero… a la vez se sentía sin energías y cada vez que veía la suplicante mirada de su esposa,  comprendía que tenía que quedarse en el molde.
                         Y llegó la noche.  Como no podía ser de otra manera, Eliana y Fernando tuvieron que preparar la cena.  Ofelia amagó a retirarse para ir a encargarse del bar pero Adrián la retuvo diciéndole que aguardara un par de horas y, de hecho, se encargó de llamar para decir que llegaría más tarde.  Luego descorcharon champagne, lo cual terminaba de confirmar el espíritu festivo con el cual Adrián había encarado su toma de posesión de la casa que les había pertenecido.  Apenas terminada la cena, Ofelia se apareció trayendo en manos un conjunto de ropa interior más una remera musculosa y una corta falda muy semejantes a las que usaban la mayoría de las camareras en el bar de Adrián.
                         “¿Y… eso…? – preguntó Fernando, consternado -.  Creí que hoy no iríamos a trabajar…”
                         “Y  no van a hacerlo – le aclaró Adrián -.  Es sólo que… no quiero que pierdas la costumbre de usarlo.  Dos días sin caminar sobre tacos te pueden ir haciendo olvidar el hábito y no es la idea, sobre todo considerando que con Ofelia hemos acordado nuevos planes para vos…”
                         Fernando, sin entender, miró a Adrián y luego a Ofelia, quien permanecía de pie e imponente, con las prendas colgando de su antebrazo.
                         “Sí, sí… – continuó Adrián mientras apuraba una copa en la que había quedado un resto de champagne -.  Ya que estamos, te comento una noticia excelente: voy a abrir otro bar más, con lo cual ya serán cuatro… Pero éste tiene la particularidad de que es un bar gay…”
                         Permaneció en silencio, sonriente y mirando a Fernando, no se sabía si a la espera de que éste preguntara algo en relación con lo que acababa de decir o bien de que interpretara de lo dicho algo que, probablemente, debiera caerse de maduro.
                         “Te… felicito… – dijo Fernando, haciendo un esfuerzo sobrehumano por sonar amable -, pero… ¿qué tiene eso que ver conmigo?”
                         “Bueno, es que… con Ofelia hemos notado lo bien que te desempeñas en tu rol de camarerita y me parece que ése sería un lugar ideal para que trabajes”
                           Un silencio brutal se impuso en el lugar.  La agente inmobiliaria bajó la vista hacia el plato, pero sólo lo hizo para ocultar una sonrisa.  Las chiquillas, por su parte, se taparon sus bocas pero llegado cierto momento no pudieron contener más sus risas y rompieron el silencio.  Ofelia, por su parte, reía entre dientes y sin abrir la boca.
                             Con la cabeza dándole vueltas, Fernando sólo atinó a mirar a Eliana, quien daba la impresión de tener un nudo en el pecho.
                            “¿Y con ella?  ¿Qué va a pasar?” – preguntó Fernando.
                           “Ella se queda en donde está” – contestó secamente Adrián -.  Estamos muy conformes con cómo se viene desempeñando y no nos parece que haya demasiado lugar para ella en un bar gay…”
                            A Fernando se le cayeron los hombros por el abatimiento.  Miraba al piso como buscando respuestas.
                           “Adrián…” – musitó.
                           “¿Sí…?”
                           “¿No creés que es… demasiada crueldad?”
                          Adrián dio un respingo.  Era, en bastante tiempo, el primer comentario de Fernando que le descolocaba por implicar alguna resistencia.
                          “¿Crueldad? – preguntó encogiéndose de hombros y abriendo grandes los hombros, mientras miraba en derredor como si se sintiera súbitamente desorientado y buscara respuestas en algún rincón de la sala -.  ¿En dónde ves crueldad?  Les estoy dejando quedarse en la casa, ¿o no?  Les estoy dando la posibilidad de vivir tranquilos… ¿ o no?”
                          “Fer… por favor…” – comenzó a balbucear Eliana.
                          “Ya la sacaste de mi cama – arguyó Fernando en un tono que parecía más implorante que de protesta -.  Ahora también la apartás de mí en el trabajo…”
                       “¡Trabajo que yo les di! – repuso Adrián apoyando la mano contra su pecho -.  ¿Cómo no voy a tener el derecho a disponer las cosas como quiera y como yo… u Ofelia, juzguemos que es mejor para el negocio?  Además, hemos considerado que tu presencia en el lugar tal vez cohíba un poco a Eliana… Si no estás presente, se va a soltar más e incluso quizás se sienta más libre para disfrutar sexualmente… Del mismo modo, pensamos que vos también te vas a liberar más si no estás bajo los ojos de ella… Y si querés verlo desde otro lado…, también puede ser bueno para ambos el no estar sufriendo todo el tiempo al ver lo que hace o le están haciendo al otro.  De algún modo es un acto de benevolencia…”
                      Cada comentario era una daga hiriente.  Fernando crispaba los puños.  Tenía que contenerse: no debía golpearlo, no debía golpearlo…
                       “¿Se trata de… alguna revancha?” – preguntó, débil la voz.
                      Adrián hizo gesto de no entender, aunque no se vio del todo natural.
                      “¿Revancha?  ¿De qué?” – preguntó, con el ceño fruncido.
                      “Bueno… – dijo Fernando tragando saliva -, tal vez te quedó algo por aquello de Bariloche…”
                     “Ba-ri-lo-che… – repitió Adrián remarcando bien cada sílaba y mirando hacia el piso como en actitud evocativa -.  ¿Qué pasó allá?  No recuerdo…”
                     “Bueno… vos estabas enamorado de Eliana…, era algo sabido…”
                     “Ajá, tenés razón, ahora recuerdo… pero sabido por todos menos por vos por lo que pareció…”
                   Fernando ya no sabía qué decir; mantenía la mirada en el piso.
                   “Yo… ya sé que tal vez sea un poco tarde, pero…, siento que debería pedirte disculpas.  Éramos amigos; yo sabía que ella te gustaba y…”
                     “Pero eso ya está – le interrumpió Adrián con gesto desdeñoso -.  Ustedes decidieron estar juntos y olvidarse de mí; tuvieron sus buenos años para disfrutarlo… Y ahora…, ahora me toca a mí, jaja”
                     “La vida da revancha” – apostilló Ofelia, sumándose inesperadamente a la conversación.
                      “Sí, sí, claro…- dijo Adrián -, pero no es venganza eh… – hizo bailar en el aire un dedo índice mirando por un momento a Ofelia Llamémoslo… hmm… jus-ti-cia… Eso es: el tiempo se encarga de ir poniendo las cosas otra vez en su lugar.  A ellos todo les salió bien durante años, pero bueno…, se terminó…, como también se terminaron las burlas a Ofelia en el colegio, ¿no?”
                       “Exactamente” – dijo Ofelia enarcando un poco las cejas y dibujando una maligna sonrisa en la comisura de sus labios.
                      “Yo… debo confesarte que sufrí mucho después de aquel día… – continuó Adrián volviendo una vez más la vista hacia Fernando y mientras un velo de tristeza le cubría por un momento el rostro -, pero un día leí algo, un proverbio chino que dice: quédate sentado junto al río y verás pasar el cadáver de tu enemigo”
                     La alusión no podía ser más clara.  Fernando levantó la vista hacia Adrián y se encontró con dos ojos severos y escrutadores.  Se produjo un silencio hasta que fue nuevamente Adrián quien habló:
                      “¿Pero sabés qué es lo que los chinos no vieron?” – preguntó.
                       Fernando negó con la cabeza.
                        “¡Que también podés ver el  cadáver de tus viejos amigos! Jajajaja” – exclamó Adrián, soltando una carcajada que halló eco tanto en Eliana como en las dos chicas y hasta en la agente inmobiliaria, quien venía presenciando toda la escena sin decir palabra alguna pero al parecer muy atenta a lo que se hablaba.
                     “De todas formas eso de cadáver es una metáfora – agregó Adrián apoyando una mano sobre el hombro de Fernando -.  Ustedes están bien vivos y no les va a pasar nada… Somos amigos, ¿no?”
                      Ya no había más nada, por cierto, para decir.  Adrián se apartó a un costado y pareció, tácitamente, dejar su lugar a Ofelia.  La mujerona se adelantó hacia Fernando con las prendas en la mano.
                         “Sacate todo” – ordenó con la misma aspereza con que, dos noches atrás, le había dicho eso mismo en la cocina del bar.
                           Una por una, y sabiendo que ya no quedaba lugar para objeción posible, Fernando se fue quitando todas las prendas, tras lo cual y fiel a su estilo, Ofelia se dedicó a irlo vistiendo con el atuendo de camarerita.  Tal como siempre lo hacía, insistió particularmente al momento de calzarle la tanga bien adentro de la zanja entre las nalgas, lo cual se notaba que era algo que gozaba especialmente.  La agente inmobiliaria, en tanto, no sabía cómo contener su risa, poniéndose, por momentos, una mano delante del rostro o bien, cada tanto, mirando hacia otro lado.  Las chicas, por su parte, ya habían abandonado esa actitud de esconder su diversión y ahora se retorcían sobre el sillón, riendo abierta y estruendosamente.
                          “Andá a buscar maquillaje y encargate de la cara” – fue la orden que Ofelia le impartió a Eliana, aun cuando ni siquiera la miró.  Claro, allí no tenía a la empleada que, habitualmente, la asistía en el bar ante tales menesteres.
                          Las humillaciones, por lo tanto, seguían sumándose.  Ahora Fernando tuvo que soportar que su propia esposa lo maquillara como a una chica mientras Ofelia terminaba de vestirlo también como tal.

“¡Bien! – exclamó Adrián aplaudiendo al ver el resultado final -.  ¡Como siempre digo: Ofelia es una verdadera artista!  Ahora, vamos para la pieza…”

                          “¿La… pieza?” – preguntó tímidamente Eliana.
                         “Sí, Eli, a lo que hasta hace un rato era el cuarto matrimonial de ustedes.  ¡Vamos!”
                         Ofelia apoyó una mano en la espalda de Fernando para impelerlo a moverse en tanto que tomaba del brazo a Eliana para, prácticamente, empujarla a que los acompañase.  Una vez que los tres, además de Adrián, se hallaron en el cuarto, este último le alcanzó un pote de vaselina a Ofelia.
                         “Embadurnale el culo a ella – ordenó -; y que él lo haga con mi pija…”
                        Un nuevo mazazo para la parej: se miraron con espanto.  Quedaba bien en claro que el plan de Adrián era… penetrar por detrás a Eliana, exactamente lo que ella, apenas dos noches atrás, mencionara en ese mismo cuarto ante Fernando como algo que nunca le habían hecho.  Ya fuera por el shock de la noticia o por no tener ya defensas, ninguno de los dos opuso resistencia a las órdenes impartidas y ejecutadas.  Ofelia tomó el pote de vaselina, lo abrió y untó dos dedos en él; le ordenó a Eliana que se quitara el pantalón que llevaba así como la bombachita.   Una vez que ésta se hubo liberado de tales prendas, Ofelia le introdujo los dos dedos con vaselina dentro del orificio anal y se dedicó a trazar círculos en él a los efectos no sólo de allanar el camino para la verga de Adrián sino también para ir dilatando y ensanchando el túnel.  Sin dejar de hacer ese trabajito extendió el pote de vaselina a Fernando, quien ya sabía lo que tenía que hacer, sobre todo viendo que Adrián se acababa de bajar el pantalón.  Untó, por lo tanto, sus dedos y se dirigió hacia donde éste se hallaba, de pie junto al que había sido el lecho matrimonial de la pareja.
                 “Esperá – le ordenó Adrián -.  Antes de untarlo, dale una chupadita…”
                 Fernando ya ni sabía en dónde había quedado su condición de hombre, mucho menos su dignidad ni, aún mucho menos, su capacidad de resistencia.  Simplemente clavó una rodilla en el suelo y mamó la verga de su antiguo compañero de colegio tal como éste le ordenaba.  Escuchó risitas de fondo y al mirar de soslayo hacia la puerta de la habitación vio que las dos muchachitas estaban allí y que se las veía muy divertidas con el espectáculo que gratuitamente presenciaban.
                 “Suficiente – espetó Adrián, luego de uno o dos minutos de mamada por parte de Fernando -.  Ahora sí: la vaselina”
                 Y así, Fernando se dedicó a untarle el miembro cuan largo era, sin poder creer que estuviera haciéndole eso a quien había sido tan entrañable amigo en su adolescencia pero al cual en algún momento le había fallado.  Hasta llegó a preguntarse si no tendría merecido que le pasara lo que le estaba pasando.  Ofelia, entretanto, seguía haciendo su delicado trabajo con el hoyo de Eliana llevando el dedo cada vez más adentro, buscando con ello, seguramente, hacerle recordar también a ella alguna actitud indiferente o burlona durante la adolescencia.
                “La vida da revancha” – volvió a decir, casi en un susurro, sobre el oído de Eliana; y fue como si hubiera dejado salir las palabras de su boca despaciosamente y como disfrutando al máximo el momento de decirlas.  No fueron palabras, fueron serpientes que prácticamente reptaron por el cuello de Eliana y se introdujeron en su oído.
                  “¿Ya está lista esa putita?” – preguntó Adrián, cuya verga se erguía arrogante luego de haber sido mamada y masajeada por Fernando.
                  “Ya está lista” – respondió Ofelia.
                   “Sobre la cama entonces…  y en cuatro patas”
                    Ofelia enterró por última vez el dedo dentro del orificio de Eliana lo más profundo que pudo, al punto de arrancarle un gemido que seguramente llenó de placer a la mujerona.  Luego la tomó, tanto por el brazo como por la espada y la llevó a la cama, ubicándola a cuatro patas tal como Adrián lo había solicitado.  Éste se ubicó de rodillas sobre la cama por detrás de ella y apuntó la verga hacia el ano que se abría generoso.  Aun así y para ayudar en el proceso, Ofelia la aferró por las nalgas y tiró de ellas hacia afuera a los efectos de dejarlo aún más expuesto e indefenso.  Fernando, por su parte, se hallaba de pie junto a la cabecera de la cama y sólo tenía ganas de huir de allí, de no ver más; sin embargo, nadie lo había autorizado a hacerlo y temía ser castigado.  Como consuelo buscó al menos fijar la vista en otro lado; intentó mirar hacia afuera, pero allí estaban, en la puerta, las dos jovencitas que no paraban de espiar y reír, así que terminó por dirigir sus ojos hacia un punto indeterminado en las alfombras que cubrían el piso de buena parte del dormitorio.
                     “Mirá para acá – le ordenó Adrián al advertir su intento de evasión visual -.  Mirá esto…”
                      Fernando tragó saliva varias veces y levantó su cabeza tan trabajosamente como si le pesase una tonelada.  Una vez que lo hubo hecho, tuvo ante sus ojos el triste espectáculo de su esposa a cuatro patas sobre su cama matrimonial mientras su antiguo amigo de adolescencia estaba a punto de penetrarla analmente y una vieja e ignorada compañera de secundario la sostenía por las nalgas a los efectos de facilitar tal tarea.  ¿Se podía imaginar una humillación aún peor?  De pronto, hasta el haber mamado vergas o el haber sido cogido por un tipo en el bar quedaban convertidos en nimiedades.
                     Y Adrián entró por la retaguardia de Eliana, quien no logró reprimir un grito.  Él asumió una expresión  que revelaba goce extremo en tanto que ella se removía como si quisiera escaparle a un destino que, sin embargo, parecía inexorable.  Ofelia, soltándole las nalgas, la tomó por las muñecas y se las puso a la espalda.
                     “Quieta…” – le ordenó.
                     Adrián cerró sus ojos y dejó caer su mandíbula en una expresión de goce que pareció congelarse en su rostro; estaba, por fin, penetrando a la mujer a quien había deseado desde su adolescencia y no sólo eso sino que además lo hacía entrando por la cola, es decir por donde su propio esposo, ese ex amigo que un día, olvidando todo código, se la levantó en un boliche, jamás había entrado.  Y el bombeo comenzó de manera acompasada para luego ir subiendo y subiendo en intensidad.  Ofelia miraba a Fernando para controlar que no desviase su vista en ningún momento.  Adrián jadeaba y gritaba de un modo cada vez más estruendoso, en tanto que hirientes alaridos de dolor brotaban de la garganta de Eliana; sin embargo, lo que más dolía a Fernando era que, por debajo del evidente dolor, creía descubrir destellos de goce, voluntario o no.  Conocía lo suficientemente bien a su esposa como para saber cuándo estaba gozando…, y en aquel momento, al menos una mitad de ella lo estaba haciendo.  Restalló en su cabeza la charla de dos noches atrás, cuando ella le había preguntado a él si estaba bueno… Ahora, posiblemente, Eliana estaba conociendo en carne propia la respuesta a tal interrogante.
                  Y el orgasmo llegó.  Adrián llevó sus caderas hacia adelante y dejó caer su cabeza hacia atrás, dándole a Fernando la imagen de ser un jinete.  En cierta forma lo era… Sostenía por los cabellos a Eliana, quien no paraba de gemir.  Y así la demencial escena fue llegando a su fin; tanto Adrián como Eliana quedaron algún rato extenuados sobre las sábanas mientras Fernando, vestido y maquillado como una muchacha, seguía en su lugar.  Por detrás de él se escuchaban aplausos y al girar levemente la cabeza comprobó que no sólo las dos jóvenes aplaudían sino que también la agente inmobiliaria, perdida su estructuración protocolar, se había sumado a la celebración voyeur.
                    Llegó luego el momento de las despedidas.  Las chicas se fueron, llenando de besos a Adrián al punto de lo insoportable.  La agente se despidió e incluso saludó tanto a Fernando como Eliana con ese antipático gesto de ofrecer las puntas de sus dedos en lugar de estrechar la mano.  Ofelia anunció que se iba a hacer cargo del bar y bromeó acerca de no saber con qué se encontraría al llegar allí.  Y en la habitación quedaron sólo Adrián, Fernando y Eliana.  Tres antiguos amigos.  Tres compañeros de secundario con una historia en común… y con viejas deudas del pasado que empezaban a pagarse en aras de lo que, al menos Adrián, llamaba justicia.
                     “Bien – anunció éste -.  Llegó el momento: cada uno a su cama.  Ella se queda conmigo desde ya – la rodeó con su brazo y la atrajo hacia sí, dejándose caer sobre la cama a su lado en un revoltijo de cuerpos -.  Eso sí, Eli… para esto voy a tener que usar preservativos porque por el culo no habías cogido nunca pero, bueno, si vamos a hacerlo de la otra forma no puedo arriesgarme a contagiarme alguna peste que te puedan haber pegado en el bar… – cada palabra era una humillación atroz que obligaba a bajar la cabeza tanto a Fernando como a Eliana -.  En cuanto a vos, Fer… – continuó hablando -, a la cucha… Pero no te hagas problema que yo pienso en todo… Es tu primera noche durmiendo solito y por eso mismo te conseguí compañía…”
                Fernando no dijo palabra pero tampoco entendió nada.  Simplemente miró a su antiguo amigo con gesto interrogativo.
                 “Ariel – dijo Adrián alegremente -.  Ya le envié un mensaje de texto y está viniendo en camino”
                 Otro duro puñetazo en el estómago.  No sólo su esposa sería cogida toda la noche por su antiguo amigo sino que él sería cogido toda la noche por un tipejo de lo más perverso.  Concluyendo que su presencia en la habitación era, para esa altura, superflua, giró sobre sus tacos altos para marcharse hacia lo que, a partir de esa noche, sería no sólo su habitación sino también su casa.
                  “Que tengas buenas noches – le saludó Adrián al momento de cruzar el vano de la puerta -.  Y que lo pasen lindo con Ariel.  Cerrá la puerta, por favor, al salir…”
 

Relato erótico: “Sexo duro con mi amante virtual, una casada infiel” (POR GOLFO)

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¿La infidelidad existe aunque no haya trasvase de fluidos? Esta pregunta lleva años torturando a muchos. Para el autor, los cuernos se manifiestan desde el momento que una mujer o un marido se entrega plenamente a otra pareja aunque sea de modo virtual. ¿Tú qué piensas? ¿Estás de acuerdo o no?

Hoy me has preguntado por mail qué es lo que quiero de ti. Tras pensarlo durante unos instantes, te contesté:
– Por querer, quiero muchas cosas. una noche recorriendo tus pechos con la lengua, un amanecer acariciando tu melena mientras me sumerjo en ti, una mañana con tus piernas entrelazadas con las mías….. Que me regales tus bragas sabiendo que te has masturbado con ellas puestas, Sentir tus labios mientras engulles mi miembro. Azotar tus nalgas y oír tus gemidos al ser poseída por mí.

Mi respuesta te satisfizo e interesada, tecleaste en tu ordenador:

– Dime que te caliento.

Al leerlo, supe que querías jugar y por eso ya excitado, escribí:

– Me pones bruto. Cuando enciendo el facebook, estoy deseando encontrarte y que pidas que te diga guarradas. Releo los relatos que hemos escrito mientras juntos mientras agarro mi pene y me pajeo. Me encantaría mordisquear tus pezones y oír tu acento chileno mientras me pides que te posea. Te juro que de estar frente a ti, mordería tu cuello y con mis dientes te bajaría los tirantes de ese bikini blanco para descubrir el color de tus pezones. En mi mente, son rosados y grandes y en este momento te los estás tocando mientras me imagino que tus pechos tienen el tamaño y la separación perfecta para hundir mi cara entre ellos.
Ya lanzado, recordé que habías dejado a tu marido en tu patria y que estabas sola. Aprovechándome de eso, te solté:
– Y ahora mismo, ¿no echas de menos a alguien que te
susurre en las orejas y que mientras lees mis palabras, te pida que cierres el ordenador y le acompañes al jacuzzi?
Reconociendo mis intenciones, muerta de risa, preguntaste:
– ¿Para qué me ensarte en el jacuzzi?

– Exactamente- respondí. –De ser yo quien te llevara a esa bañera, aprovecharía que las burbujas, acariciando tu sexo, te han puesto caliente para pedirte que te montaras sobre mí. Sé que aceptarías gustosa y cuando ya tuvieras mi pene dentro de tu coño, me apoderaría de tus pechos con mis dientes.

Al leer la descripción de mis deseos, juntaste tus rodillas instintivamente por la agitación que sentías en tu entrepierna y casi temblando, escribiste:
– No seas malo, recuerda que estoy casada…

– Sabes que eso nunca me ha importado. Tu estado civil lejos de cortarme, me excita por el peligro que un día mientras te estoy follando nos sorprenda tu marido.

Fue entonces cuando el morbo de poder ser descubierta, te impulsó teclear:
– Juguemos a que me dices eso mientras me ensartas y me metes un dedo por el culo.
Conociéndote supe que en ese momento, te estarías pajeando al otro lado de la red y queriendo incrementar tu calentura, contesté:
– Al oír cómo gimes al sentir mi dedo en tu culo, pellizco uno de tus pezones mientras junto otro dedo dentro de tu ojete.
Imbuida en tu papel, usaste la web para implorarme:
– ¡Apriétame las nalgas! ¡Enséñame quien manda!
Leí tu ruego sentado en la silla de mi despacho y sabiendo que te tenía a mi merced, letra a letra fui pulsando las teclas de mi computadora:
– No solo apretaría tus nalgas sino que sacando de una bolsa un enorme consolador, lo usaría par empalarte por el culo mientras mi verga campea en tu sexo. Y entonces con tus dos orificios asaltados por mí, me oirías decir: -Eres una zorrita.

– Me encanta- respondiste metida en el juego y mientras seguías torturando tu clítoris en la intimidad de tu habitación, te atreviste a preguntar: – ¿Te gustaría follarme?
Sacando mi pene de su encierro, respondí:
– Me enloquecería y más aún ver tu cara de puta mientras te penetro. Si algún día llegamos a conocernos, sé que no podrás aguantar tu calentura cuando te empiece a acariciar mientras cenamos en un restaurant.
Al leer que me había olvidado de la escena en la que ya te tenía en mi poder en una cama, me pediste que volviera a cuando te tenía ensartada con el consolador diciendo:
– Yo no pararía de gemir al sentir mis dos agujeritos rellenos por ti y disfrutando como una perra, lamería de un lengüetazo tu boca recordándote que estoy casada.
Tu insistencia en recordar al sujeto con el que te ataste en una ceremonia me hizo saber que te ponía la infidelidad y por eso proseguí incrementando tu excitación escribiendo:

– Mordiéndote esa lengua que busca mis besos, te agarraría las nalgas, putita mía. Conozco tus deseos y sé que tu mayor deseo es que te ponga en mis rodillas y azote tu culo mientras te digo que eres una golfa infiel.

– Aaaahhh, sigue…en el jacuzzi
Tu gemido aunque fuera a distancia, me obligó a seguir diciendo:
– Esperaría a que me lo pidieras en voz baja mientras hundes tus uñas en mi espalda. Al sentir el arañazo y sin solicitar tu opinión, te colocaría de esa forma y lanzaría una serie de mandobles sobre tu culo mientras meto dos dedos dentro de tu coño.

– Ahhhhhhhh.

– Tus quejas azuzarían mi lado perverso y separando tus bellas nalgas, hundiría mi lengua en tu esfínter a la vez que pido que te masturbes en mi honor

– Sigue, sigue… Estás haciendo cornudo a mi esposo….
Tu evidente excitación me indujo a meter mi dedo en tu herida diciendo:

– Si cazaras sabrías que tu marido es medalla de oro por la cornamenta que exhibe cuando hundo mi lengua dentro de tu culo. Y reconocerías muy a tu pesar que mi pene es la escopeta con la que oteas su reacción por dejarte tan sola.

– Ahhhhhhh.

– El sabor agrio de tu culo lejos de molestarme, me excitaría y por eso penetraría todavía más entre los músculos circulares de tu ojete, usando mi húmedo apéndice como instrumento.

– ¡Para! O me vas a convertir en tu puta……

Esa confesión escrita me hizo gracia y por eso te contesté:
– No te voy a convertir, ya eres mi puta aunque sea por internet. Jajaja- tras lo cual seguí calentándote al escribir: -Teniéndote abierta de piernas, acariciaría tus nalgas mientras te alzo en mis brazos para acto seguido llevarte con mi dedo dentro de tu culo hasta la cama donde pienso poseerte. La sorpresa no te dejaría reaccionar cuando te cogiera de tu rubio pelo y te sodomizara brutalmente mientras protestas por mi violencia.

– ¡Cómo me pones!- descompuesta tecleaste al sentir como si fuera realidad mi miembro rompiendo tu culo.
Tu entrega aunque fuera virtual, me permitió decirte:
– Cogiendo impulso, usaría mi pene para machacar sin pausa tu trasero mientras piensas que tu marido nunca se podría imaginar que su esposa es una puta en mi teclado. Con ello en tu mente, agarraría tus pechos y comenzaría a cabalgar sobre tu culo mientras me rio de tus sollozos.

– Eres un cabrón pero sigue…

Aunque no necesitaba tu permiso, me complació leer que estabas cachonda y tratando de dar todo el morbo posible a mis palabras, proseguí:

– Sabes que estás disfrutando poniendo cuernos a tu marido y aunque eso va en contra a la educación que recibiste en tu casa, no lo puedes evitar. Tu madre era una mujer dedicada a su esposo mientras tú aprovechas la ausencia del tuyo para dejar que un desconocido te use a su antojo. Por ello contra tu voluntad notas que tu coño te pica y llevando tus manos hasta tu clítoris te empiezas a masturbar mientras mi sexo campea libremente dentro de tu culo.
Tu respuesta no pudo ser más gráfica:
– Con tu pene mi trasero, me daría la vuelta y con mi cara sudada, te preguntaría: ¿te gusta encularme?

Muerto de risa, escribí:
– Es una sensación sin par sodomizarte mientras pienso que en Santiago tu marido se come los mocos creyendo que su mujer le es fiel. Tu orgasmo coincide con el mío y sacándola de tu culo te miro y te digo: ¡ya sabes que hacer! (¿Qué harias?)

– Abriría mi boca grande y me tragaría tu polla.

Siguiendo ese juego, respondí:
– Y yo te agarraría de las orejas y presionando tu cabeza la metería hasta el fondo de tu garganta mientras reprimes tus ganas de vomitar, sabiendo que de hacerlo te azotaría sin piedad. Al comprobar tu sumisión, como una muñeca sin voluntad, movería tu cabeza para follarte tu boca- momento en que te pregunté- ¿Qué estás pensando al sentir mi glande entrando y saliendo de tu garganta?

– Que soy tu puta, tu guarra.

– ¿Y qué dirías al saborear mi semen mientras mi pene golpea tus mofletes por dentro?

– ¡Dame más!

Tras lo cual, me sorprendiste, diciendo:

– Repentinamente dejo de mamártela y corro hacia la puerta intentando escaparme.

Comprendí que querías conocer mi reacción y poniéndome en esa situación, te respondí:

– Te persigo y tirando de tu pelo te exijo que sigas mamando mientras te amenazo con atarte durante toda una noche y llamar a tres amigos para que te follen uno detrás del otro.

– Uhmmmfff , te la volvería a mamar, jaja

– Tu rápida respuesta me confirma que deseas que lo haga realidad y por eso mientras oigo tus protestas, te llevo hasta tu cama y usando las corbatas de tu cornudo, te ato al cabecero.
Desde tu habitación leíste lo que había escrito y me pediste que volvieramos atrás diciendo:
– Quiero follar contigo por el chat. Acorrálame contra la pared y mientras me follas la boca con tu lengua, quiero que me estrujes el culo.
Mas excitado de lo que nunca me imaginé al estar chateando por internet, reescribí la escena diciendo:
– Persiguiéndote, te alcanzo en la puerta de mi piso y lanzándote contra la pared, te beso metiendo mi lengua hasta dentro de tu boca mientras estrujo tu culo. Mi violencia te excita y por eso usas tus piernas para abrazarme mientras intentas llevar mi pene hasta tu coño. Contigo en mi poder, te grito: – ¿No sabes que eres mía? Nunca podrás evitar ponerte cachonda conmigo. ¡Eres mi PUTA! ¿Lo entiendes?

– Sí…….soy tu puta.

– Y las putas ¿Que hacen?- pregunté mientras hundía mi verga entre los pliegues de tu sexo

– Son folladas por su macho.

– Y ¿quién es tu macho? ¿Tu marido o Golfo?- insistí y mientras respondías comencé a mamar de tus rosadas areolas.

– Suspiraría y acariciaría tu pelo mientras tu cara está en mis tetas.
Al sentir que estabas intentando evadir tu respuesta, indignado volví a la carga:
– Contesta puta. ¿Quién es tu macho?- insistí mordiendo uno de tus pezones de manera virtual pero no por ello menos brutal.

– Tú.

– Di mi nombre, ¿Quién es el hombre por el que estás ahora cachonda? Reconoce que me buscas en el face para sentir tu coño húmedo una y otra vez.

– Golfo….

Sabiendo que necesitaba tu completa claudicación y que de nada me valía ese mero reconocimiento, insistí:
– Confiesa que te gustaría hacer realidad todas nuestras aventuras mientras piensas en que sentirías mientras me empiezo a mover dentro de tu coño.

Comprobé tu rendición al leer:

– ¿Vas a follarme?

Y cómo queriendo saber si tus sentimientos eran compartidos, usando tu teclado, preguntaste:

– ¿Te caliento??

– Sí, y lo sabes. Me gustaría verte desnuda. Disfrutar de la tersura de tus pechos mientras separo los pliegues carnosos que escondes entre tus piernas.

No contenta con mi respuesta, escribiste:
– Dime con todas sus letras que te caliento y que eres mi macho.
No me costó reconocer en tí la urgencia de ser parte de mi propiedad y por ello te contesté sinceramente:
– Me calientas porque eres mi hembra y yo soy tu único macho. Sé que esta noche soñarás conmigo, con ese maduro que te dice guarradas y que hace sentirte mujer sabiendo que al otro lado tiene la verga parada esperando tus caricias.
Habiendo resuelto tus dudas, volviste a la escena idílica que estábamos narrando diciendo:
– Estás follándome contra la puerta….

Siguiendo tus deseos, describí tu entrega escribiendo:

– Mi pene está golpeando la pared de tu vagina mientras te follo con tu espalda presionando la misma puerta que quisiste cruzar al huir de la evidencia que eres mi zorrita.

Al leer escrito lo que ya sentías en la humedad de la gruta que tienes entre las piernas, nuevamente me imploraste:

– Dime que me follas a pesar de ser la mujer de otro.

– Te follo siendo la mujer de otro legalmente pero sabiendo que tu coño se mantiene caliente al pensar en mí y por eso incremento la velocidad con la que machaco tu interior con mi verga.

Habiendo obtenido tu capricho a través del monitor de tu ordenador, incrementaste la velocidad con la que te masturbas, mientras con la mano libre escribías en el chat:

– Aahhhhh. Muérdeme el cuello. Dame lametones. Hazme un chupetón.
«Mi zorrita está excitada», pensé mientras intentaba dar cauce a tu excitación a través de mi teclado:

– Sensualmente echas tu cabeza hacia la izquierda, insinuando lo que deseas. Obedeciendo tus deseos, abro mi boca y llevándola hasta tu cuello, la cierro sobre el mientras estrujo tu culo con mis manos. Tu chillido me excita y sacando la lengua lamo tu cara, tus ojos, tus mejillas y tu boca dejando el olor de mi saliva sobre tu rostro.

– Sigue….te deseo. Me has calentado.

– Mi lado perverso me obliga a decirte que abras la boca y al hacerlo dejo que mis babas se introduzcan dentro de ella mientras te sorprendes al notar que mi salivazo ha mojado aún más tu coño.

– Dime que soy tu hembra….

– Al notar su sabor me preguntas porque lo he hecho y mordiéndote la oreja, te digo: ¡Estoy marcando mi hembra!. Al igual que un lobo marca su territorio con su orina yo te he marcado con mi saliva. Y antes que me respondas, llevó mi boca nuevamente a tu cuello con la intención de dejarte un chupetón en la mitad para que mañana al volver al trabajo tus compañeros sepan que ya tienes un macho que te folla en España.

– Sigue…emputéceme.

– En ese momento me sorprendes al ponerte de rodillas y decirme: ¡Soy una loba!. Al escucharlo de tus labios, suelto una carcajada y metiendo un dedo en tu culo, te llevo ensartada con él hasta la cama. Una vez allí, te dejo un instante esperando y dejo la puerta de la habitación entre abierta. Al verlo, me preguntas el porqué. Muerto de risa, cojo el teléfono y llamando a la cocina del hotel, pido que nos suban unos sándwiches. ¡No tengo hambre!, protestas deseando volver a empalarte con mi pene pero entonces te contestó que es una excusa para que el camarero vea lo puta que eres mientras saltas sobre mi verga.

Durante unos segundos permaneciste callada. Conociéndote sabía que en ese preciso instante debías de estar retorciéndote en la silla. Por ello sin esperar tu respuesta, te pregunté:
– Dime princesa, ¿qué pasaría por tu mente al ver entrar al empleado con la bandeja? ¿Te pondría cachonda que trajera la cuenta para que yo se la firmara mientras miraba de reojo tus tetas botando a la vez que metes y sacas mi miembro de tu interior?

– Ay sigue…..

– Imaginate que queriendo forzar tu calentura, le digo que quiero pagar con mi tarjeta y que la agarre de mi cartera que está bajo tus bragas chorreadas en la mesilla.

– Me encanta- respondiste totalmente entregada a esa perversión,

– El tipo cortado, las coje con dos dedos y al hacerlo le llega el aroma a hembra que mana de ellas, Tus gritos y el olor le hacen preguntarme mientras me pasa el bolígrafo: -¿le importaría apuntar el teléfono de su puta en el recibo?. Está muy buena la rubia y se nota que es una zorra dispuesta.
Recreándote y todavía con ganas, me pediste que aclarara si te tenía en cuatro o en cambio permanecía tumbada sobre las sábanas en plan misionero.

– Misionero, para que disfrute el tipo del vaivén de tus melones mientras te follo

Visualizando en tu mente esa imagen, no pudiste evitar preguntarme si me gustaban tus melones:
– MUCHO- respondí – Estoy seguro que me enloquecería mamar de ellos mientras te estrujo el culo con mis manos y de tener una foto, me pajearía en tu honor para acto seguido mandarte una imagen con mi pene derramando mi simiente sobre ellas.
– Sigue, cabrónazo…… haz que se vaya el camarero.
– Soltando una carcajada, firmé la nota sin acceder a sus deseos pero poniendo en su mano una buena propina.
Interrumpiendo teclaste:
– Al verlo salir girándose continuamente para fijar en su retina cómo mis tetas se banbolean sin parar me rio y te insulto diciendo: Eres un hijo de puta, folla casadas.

– Tus insultos me hicieron gracia y por eso te tumbé sobre las sabanas y sin pedirte opinión agarré dos de mis corbatas y te até al cabecero con ellas.

Muerta de risa y excitada, me preguntaste qué iba a hacerte y cómo iba a seguir abusando de ti:
– La indefensión de saber que la puerta seguía abierta de forma que cualquiera que pasara por el pasillo, te vería en pelotas y atada sobre el colchón, te excitó y más cuando me viste llegar del baño con mi maquinilla de afeitar y un bote de espuma en la otra mano.
– Cabrón, se va a dar cuenta que me lo he afeitado- protestaste desde el otro lado de la línea.
– Haciendo oídos sordos a tu queja, lentamente, esparcí la espuma por tu sexo y mientras acariciaba tu clítoris mojado, susurré en tu oido: -Te voy a afeitar ese coño peludo que tienes. A ver que le dices a tu marido cuando vea que lo tienes depilado como una puta.
– Me pones a cien- confirmaste.
Sabiendo que no podía dejar que te enfriaras, proseguí;
– Cogiendo la guillete comencé a retirar el antiestético pelo púbico de tu coño. Cada vez que retiraba una porción de la crema de tu piel y con ello, una parte del bosque que cubría tu chocho, te daba un lametazo consolador sobre la fracción afectada.
– Dime que te caliento…cabrón….
No mentí al contestar:
– Tengo mi polla tiesa al pensar en tu coño. Me excitas putita.
Al leer que confirmaba lo que para mí era evidente me pediste que continuara.
– Poco a poco, las maniobras sobre tu sexo, hicieron que este se encharcara y sabiéndote indefensa, seguí arrasando con el rubio vello que enmascaraba tu coño. -Te lo voy a dejar como el de una quinceañera- murmuré en tu oreja mientras la mordía.
– Me haces sentir tuya….. maldito infiel…
– Tu calentura y la imposibilidad de moverte, hizo que meneando tus caderas me pidieras que te follara pero haciendo oídos sordos a tus deseos, pacientemente terminé de afeitar tu coño y tomando mi móvil, lo fotografié repetidamente mientras te amenazaba con mandar esas imágenes al cornudo de tu marido.
Atropelladamente me pediste que siguiera.
– Tus gemidos se hicieron gritos cuando recuperando el consolador, te lo incrusté a su máxima potencia, diciendo: -Sonríe que quiero dejar constancia del estreno de tu nuevo chocho, Tu cara de zorra fue un indicio del morbo que te daba ser inmortalizada con ese enorme aparato en tu interior y por ello comencé a menearlo sacando y metiéndolo de tu interior mientras pellizcaba tus tetas.
– Sodomízame duro. ¡Que me quede claro que soy tu hembra!
– No esperabas que liberando una de tus manos te diera la vuelta sin dejar de penetrar con el consolador tu sexo y volviéndote atar, te dijera: -¿estas preparada para que te dé por culo a pelo?
– ¡Estoy cachonda.
– No respondiste y comprendiendo que con tu silencio me dabas el permiso que necesitaba, separé las dos nalgas con mis manos y acercando mi glande a tu ojete, apunté y de un solo empellón, te lo clavé hasta el fondo.
– Cierra la puerta….deseo gemir mucho.
– Tu grito se debió de oir hasta la recepción del hotel pero no por ello me compadecí de ti y sin dejar que te acostumbraras a tenerlo campeando en tus intestinos, machaqué sin pausa tu culo mientras me pedías que cerrara la puerta: -Ahora, no. Primero quiero demostrarte que eres mi hembra y que yo soy tu dueño- respondí cogiendo tu melena y forzando tu espalda al tirar de ella.
– No pares- leí tu entrega en la pantalla.
– El dolor y el placer se mezclaron en tu mente mientras temías que en cualquier momento alguien entrara por la puerta, alertado por el volumen de tus gritos. De haber estado libre, te hubieses arrodillado ante mí y me hubieses pedido que te dejara levantarte pero en tu estado solo pudiste seguir gozando mientras rogabas que nadie apareciera.
– ¡Me corro!- reconociste desde la mesa de tu despacho.
Quise seguir zorreando pero saber que te habías corrido, azuzó mi muñeca y releyendo nuestra conversación durante un par de minutos me pajeé hasta que mi sexo explotó dejando pringada la pantalla de mi portátil.
– ¿Estás ahí?- preguntaste confundida por mi silencio.
– Sí- contesté todavía con la respiración entrecortada.
No fui capaz de reconocerte que justo en ese momento mi semen amenazaba con estropear mi ordenador, en vez de ello tecleé:
– Disculpa pero tuve que atender a un cliente.
Fue entonces cuando cruzando la barrera que nos habíamos auto impuesto me rogaste que querías verme en persona. Ni siquiera contesté, molesto apagué el ordenador pensando en que era imposible y que si lo hacía tú, mi querida amante virtual, descubrirías que te había mentido y que aunque muchas veces te había hablado de los veinticinco centímetros de mi verga, todo era mentira…
No soy GOLFO sino GOLFA y entre mis piernas existe un vacío que por mucho que intento llenar con mi imaginación sigue existiendo. No tengo pene, polla, ni trabuco ni nada…¡SOY UNA MUJER!

 

Relato erótico: “Despidiéndome de mi hermano” (POR ROCIO)

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Soy una chica que odia los clichés. Desde corazones tallados en árboles hasta frases estilo: “Eres lo mejor que me ha pasado”. No puedo evitarlo. Y sobre todo odio la frase: “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”, porque eso era precisamente lo que estaba sintiendo en carne propia.  Aunque en mi caso sería mejor decir: “No sabes lo que tienes hasta que lo estás perdiendo, lenta y paulatinamente”.
Desde hacía más de seis meses sabía que mi hermano menor, Sebastián, dejaría Uruguay para seguir sus estudios universitarios en Alcalá de Henares, España. Eso lo alejaría por al menos cinco años, con la posibilidad de conseguir un trabajo en la rama que estudiaba. Tiene diecinueve, es un año menor que yo, terriblemente alto, en contraposición a mi metro sesenta y cinco. Aunque ya puede aparentar todo lo hombretón que quiera, siempre termina actuando como un niño en mi presencia.
Las personas que más sufrían su inminente ida, y de los cuales yo era testigo recurrente en mi casa, eran sus mejores amigos, novia y también mi papá, pues siempre que encontraban tiempo libre lo dedicaban a alguna actividad en donde el eje central era mi hermano; parecían querer aprovechar cada día como si fuera el último. ¡Otro cliché! Pero yo no, siempre me desentendía de la situación. Prefería ser la única que actuaba como si nada raro sucediera. Le daba golpes en la cabeza cada vez que nos topábamos por la casa, solía insultarlo de noche por escuchar música a alto volumen, y hasta le gastaba bromas cada vez que Peñarol, su adorado club, gestaba épicas derrotas.
Así pasaron los días, y pronto estos se convirtieron en meses. A tan solo una semana antes de que partiera, ¡recién una semana antes!, no sé por qué, me detuve para ver cómo ese imaginario reloj de arena estaba gastando los últimos granitos. Y me di cuenta de lo que no quería darme cuenta: que pronto ese chico con quien había compartido toda mi vida ya no estaría al otro lado de la pared de mi habitación.
Retumbó en mi cabeza aquella frase de marras: “No sabes lo que tienes…”.  Así que me presenté en su habitación con una idea fija entre manos: despertarme, actuar como los demás y dedicarnos un tiempo, darle algo inolvidable. Él no me vio entrar; estaba escuchando alguna de sus bandas de rock con sus auriculares puestos, acostado sobre la cama, torso desnudo, meneando la cabeza; sonreí porque sé que se compró los cascos para no molestarme.
—Sebastián, ponte una camiseta o algo, que te quiero hablar —dije luego de retirarles los auriculares.
Se sobresaltó cuando lo interrumpí, pero al verme esbozó una sonrisa de punta a punta. Se sentó en el borde de la cama mientras recogía una camiseta del suelo para ponérsela.
—Hola Rocío, ¿qué pasa ahora? ¿Me olvidé limpiar el baño luego de ducharme? ¿O me comí tu cena? ¿O acaso estoy existiendo demasiado?
—Nada de eso, pesado… —me senté a su lado, jugando con sus auriculares en mi mano—. Nene, me preguntaba si mañana domingo estarías libre, durante el día.
—¿Mañana? Tengo cita con Nancy —era su novia—. ¿Por qué?
—Nah, pues si tienes cita, no hay caso.
—Flaca —así me apoda él—, la cancelaré si es que me vas a llevar de putas.
—¡Imbécil, no voy a llevarte de putas!
Era desesperante el nivel de inmadurez del que hacía gala durante los momentos más delicados. A veces creía que se había caído de cabeza cuando era bebé o algo similar, porque, madre mía, era imposible dialogar seriamente con él. Pero podría ser la persona más idiota que había pisado la faz de la tierra, seguía siendo mi hermano, el único que tenía. Y, aunque en ese momento no quería pensar demasiado al respecto, pronto ya no estaría conmigo.
—Flaca, en serio, ahora las putas están bajas de precio, promoción de verano.
—Ya basta. ¿Te acuerdas de esa cala apartada que está en el río Santa Lucía? La del club de regatas.
Fue decirlo para que su risa parase instantáneamente. Seguro hasta se le habrá desdibujado la sonrisa, no le estaba viendo, solo observaba fijamente el contorno de sus auriculares en mis manos. El club de regatas que le mencioné era un lugar al que íbamos cuando éramos niños. Solíamos colarnos para poder entrar, porque allí no podías acceder sin adultos que se responsabilizaran, y nos pasábamos toda la tarde sentados sobre la gruesa rama de un árbol alojado en una pequeña y apartada cala, mirando allí donde la línea entre el cielo y el mar es difusa. Era nuestro escape diario, solos él y yo para olvidarnos por un rato de los recuerdos de la muerte de nuestra mamá.
Éramos los mejores amigos en aquella época, los únicos que nos entendíamos porque sufríamos por igual. Tal vez él sintió más la pérdida, y se podría decir que debido a la falta de una figura maternal yo adopté el papel de “protectora” de mi hermano menor, costumbre que arrastro de manera menos pronunciada hasta día de hoy. Pero luego crecimos y avanzamos, siempre juntos en la casa, pero cada uno por su lado. En algún momento de este largo y curioso camino de la vida, dejamos de ser los grandes amigos que una vez fuimos.
—¿Quieres ir allí, Rocío?
—Bueno, la novia es la novia, ya tienes una cita y no quiero entrometerme. Además no sé si aguantaré cinco minutos a tu lado —dije devolviéndole su auricular, antes de irme.
A la mañana siguiente, domingo, estaba planchando algunas de sus camisas en el cuarto del lavarropas. Sebastián pasó por allí, estaba bastante guapo con su vaquero y camiseta blanca, amén de oler muy bien. Cuando amagué preguntarle qué quería de desayunar, él me tomó de los hombros, y con un guiño, me preguntó:
—Flaca, ¿y bien? ¿Nos vamos al río Santa Lucía?
No lo podía creer. Escruté su mirada para saber si yo estaba soñando; tal vez aún estaba adormilada y solo creía escuchar que mi hermano había dejado de lado a su novia para pasar el día conmigo. Podría preguntarle por qué decidió hacerlo, pero eso implicaría mencionar a su chica, y ese día, para mí, deberíamos ser solo él y yo, como cuando éramos niños y no teníamos a nadie más.
—Sebastián, ¡claro! Dame un rato para prepararme.
—Bien. Ponte guapa pero no te tardes, ¡tengo ganas de ver cómo ha cambiado ese lugar!
Tampoco es que fuéramos a alguna cita o un debut social, así que tras una ducha me arreglé el pelo en una coleta alta y me hice con una camiseta roja de tirantes, un short blanco de algodón y sandalias cómodas.
Cargamos bebidas y algunos bocados en nuestras mochilas. En las inmediaciones del Río Santa Lucía se suelen hacer picnics, ya que tiene su desembocadura cerca de Montevideo y es costumbre pasar los fines de semana en familia o en pareja. Claro que, actualmente, con las nuevas rutas, esa tradición se ha perdido bastante, el paraje fue abandonado por otros parques más cercanos al centro de la ciudad.
Fuimos en coche y llegamos al mencionado club de regatas, no tan atestado de gente como recordábamos. Ya dentro del predio alquilamos un par de canoas solitarias para ir al famoso lugar que pasábamos de niños, hoy día inaccesible a pie. Sebastián insistió que no era necesario ir hasta allí, que sería mejor observarlo desde la distancia, pero le respondí que yo iría sí o sí, con o sin él. Obviamente era una treta para que me acompañara, ya habíamos ido hasta el club, ¿para qué volver sobre nuestros pasos?
Me hubiera gustado alquilar alguna canoa tándem, que son las que permiten a dos personas, más que nada porque me preocupaba que Sebastián hiciera alguna tontería de las suyas. El río es manso, pero mi hermano es bravo; sabe cómo meter la pata.
—¿Te acuerdas cómo remar, no, nene? —le pregunté subiéndome a una de color amarillo, asegurando mis pies bajo una de las abrazaderas.
—Flaca, deja de decirme “nene”, por dios, me avergüenzas. ¡Claro que recuerdo! —respondió cargando nuestras mochilas en su canoa azul.
Remamos por largo rato, siempre juntos. En realidad mi hermano era bastante lento, como si tuviera extrema precaución, y yo debía estar constantemente reduciendo mis remadas para emparejarnos, cosa que él no notó. Mejor así, no me gusta cuando se ve vencido por mí, tiende a querer superarme y hacer alguna tontería cuando no puede ganarme.
Bastante alejados, mientras rebuscábamos por nuestra cala, me hizo una pregunta que no esperaba:
—Flaca, ¿me vas a echar de menos, no?
—¿Eh? ¿Acaso tú me vas a echar de menos, Sebastián? Yo solo te traje aquí porque quiero pedirte permiso para derribar tu pared, con eso agrandaría mi habitación.
—¡Qué cabrona!, cómo te haces querer, flaquita.
Vimos de cerca una pequeña cala, aislada, de arena gruesa, rodeada de frondosos y altos árboles. Me quedé observándola largo rato, dejando de remar. Recuerdos, recuerdos y recuerdos se agolparon en mi mente una tras otra. Trazos de mi infancia; mis peores y mejores momentos estaban resucitando en memoria.
Mi hermano chapoteó el agua con su remo, salpicándome, para despertarme de mis adentros.
—¡Estúpido! ¡Vuelve a hacerlo y te mato!
—¡Ja! Rocío, parece que encontramos el lugar, ¿no es así?
—Sí, creo que ese es. ¡Cabrón!
Me vengué salpicándole con mi remo. Sebastián no dudó en devolvérmela, pero su canoa se tambaleó y él cayó al agua. No sabría describir lo mucho que me reí de aquello, el solo haberlo visto caer hizo que ese domingo valiera la pena. Pero los segundos seguían pasando y mi hermano no salía del agua. Pronto mis risas cesaron, y mi sonrisa, poco después, se desvaneció.
—Sebastián, no me jodas, ¡sal ya!
No me quedó otra que entrar en el agua y buscarlo. Nada más zambullirme y abrir los ojos, vi al pobre desgraciado debajo de su canoa, terroríficamente estático; no se hundía porque milagrosamente un pie aún se sostenía de una de las abrazaderas. Le tomé de la mano y lo llevé hasta la superficie, arrastrándolo luego hasta la cala, que estaba a escasos metros ya. Las canoas, ayudadas por la corriente, no tardaron en acompañarnos en tierra firme.
Tumbado sobre la arena, bajo el fuerte sol de verano, Sebastián no mostraba ningún tipo de reacción; mi corazón se aceleraba a pasos agigantados. Le di varios bofetones, muy fuertes, porque creía que estaba jugando conmigo. No despertaba, así que decidí hacerle respiración boca a boca.
Levanté su mentón; no tenía nada extraño dentro de la boca que le pudiera estar ahogando. Cerré su nariz e insuflé el aire hasta notar que su tórax se estaba expandiendo. Solté la boca, comprobando que el aire salía tibio de adentro. Esperé, esperé y esperé. Segundos eternos que parecían durar horas. Mi corazón latía tan fuerte que creía que yo iba a morir de un ataque cardiaco antes que él de ahogamiento.
—No te me mueras, cabrón, no te me mueras —dije dándole otra fuerte bofetada. ¡Innecesaria, sí, pero se lo merecía por ser tan tonto! ¡Tenía diecinueve pero era aún un maldito niño, nunca me había dicho que no sabía nadar! Me sentí terrible al recordar que no quería cruzar el río conmigo, seguramente tenía vergüenza de decírmelo.
Volví al ataque. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Gotita de agua cayendo de mi rostro sobre el suyo. Insuflar, expandir, comprobar. No esperé. Insuflé…
Insuflé y sus manos me tomaron de la cintura. Dejé de darle aire, cuando le vi abrir sus ojos la alegría se me desbordó, tanto que ni siquiera me importó que el bruto me agarrara la cola mientras que la otra mano empujaba mi cabeza contra la suya para besarme. Cuatro segundos. Me tomó cuatro segundos darme cuenta de la aberración que estábamos haciendo.
—¡Mfff! ¡Basta! —me aparté.
Finos hilos de saliva colgaban entre nuestros labios. Las gotitas caían de mi rostro y perlaban su frente. Él sonreía. Yo estaba boquiabierta.
—Flaca, perdón, pensé que eras mi ángel de la guarda…
—¿Ángel de la…?  ¡Odio los clichés! —le abofeteé con fuerza; una marca más en sus rojas mejillas. Tomé de su cuello con ambas manos—: ¡Soy tu hermana, no vuelvas a besarme, pervertido!
—¡Auch! ¡Entendido, entendido, no volverá a pasar, flaca!
—¿Cómo vas a sobrevivir en otro país sin mí, estúpido? ¡Y por tu culpa hemos perdido las mochilas, allí estaba mi teléfono!
—¡Mierda!, y los bocados también…
—¿Casi mueres y te pones a pensar en los bocados? ¡Dios santo, más lelo y no naces!
Me levanté visiblemente molesta, pateando algo de arena hacia su cara mientras él aún trataba de recuperarse. Mi peinado, mi camisa, mi short, ¡todo mojado y arruinado! Para colmo una sandalia se me había perdido en el río. Concluí que no nos quedaba otra:
—Será mejor que volvamos al club, Sebastián. Ya has jodido el domingo.
—La mierda, ¡ufff!, lo siento mucho, Rocío.
No quería mirarlo, así que observé el frondoso bosque que se extendía tras la cala. Busqué con la mirada aquel gigantesco árbol que durante tantas tardes nos había cobijado con su sombra y gruesas ramas, cuando éramos críos. Hoy día el paisaje ha cambiado, pero no excesivamente. Por ejemplo, el viejo puente seguía viéndose en la lejanía, pero en cambio el verdor se había reducido considerablemente desde la última vez que había estado allí pese a las promesas de forestación. Aún así me parecía imposible que un árbol tan gigantesco como aquel que recordaba hubiera desaparecido como si nada.
—Mira, Rocío, ¿es buen momento para decirte que aparte de que no sé nadar, tengo algo de miedo de volver al agua?
Sebastián había avanzado hacia otro lado, y apoyó la espalda contra un hermoso y gigantesco árbol de eucalipto, cruzándose los brazos. Sin darse cuenta, o tal vez adrede, había encontrado el árbol que yo buscaba. Los eucaliptos son altísimos, nunca encorvan al crecer y poseen ramas a lo alto. Pero ese, en especial, tenía la particularidad de tener varias ramas gruesas a baja altura, que con pericia, podrían ser trepadas para tener una inmejorable vista del lugar.
No le hice caso a mi hermano y caminé rumbo a la rama más baja. Él me vio trepando con esfuerzo hasta la segunda rama, algo alta ya. Me senté allí, sosteniéndome fuerte; cerré los ojos y fue sentirme como si estuviera en alguna clase de paraíso. El viento húmedo, el canto del río, los recuerdos de nuestra niñez que caían uno sobre otro. Inocencia, atardeceres, risas; todo se agolpaba de una vez; algo así se hace difícil describir con precisión.
Tal vez el domingo no estaba del todo arruinado.
Cuando abrí los ojos, Sebastián ya se había acomodado a mi lado.
—Pirañas —dijo dándome un codazo.
—¿Qué te pasa, nene?
—Me acuerdo que la primera vez que vinimos aquí, me dijiste que había pirañas en el río. Rocío, ¡me tomaste de la mano y me lanzaste al agua mientras te reías como un demonio!
—¡Ja! Vaya tonto eras, ¿cómo iba a haber pirañas aquí?
—Pues en ese entonces no tenía cómo saberlo. Flaca, creo que la culpa de mi miedo al agua la tienes tú.
—Ya, ya. Siempre yo, ¡siempre yo!
—¿Y bien? ¿Vamos a regresar al club de regatas?
—Quiero quedarme, Sebastián. Vete tú.
—No te voy a dejar, flaquita.
Se quitó la camiseta y la lanzó a la rama que estaba debajo nosotros. Visiblemente colorada, mirando de reojo su firme pecho, le ordené que se bajara del árbol y que se volviera a ponerla, pero me respondió con toda la naturalidad posible que lo mejor sería quitarse nuestras mojadas ropas porque podríamos pescar algún resfriado.
Tras quitarse el vaquero, quedó solo con su bóxer negro.
—Prefiero resfriarme entonces, nene. Me quedaré con mis ropas.
—Nadie nos verá, flaca. Además eres mi hermana, no te andes con complejos.
—¡No! ¡Basta! ¡Sigo molesta por la tontería que hiciste!
—Venga, es nuestro último día juntos, ¿vamos a pasarlo discutiendo como siempre? Ahora dime, en serio, ¿me vas a echar de menos?
—A quien estoy echando de menos es a mi teléfono móvil, Sebastián. ¡Dios, no quiero ni pensar en mi agenda con todos esos números! ¡Mfff! Más vale que antes de abordar ese avión me compres uno nuevo.
—Yo te voy a echar de menos, flaca. Aunque no lo creas, te consideraba mi mejor amiga de la infancia.
—Ya. Si así tratas a tu mejor amiga, pobre de las otras.
—¡En serio! ¿A quién le conté con lujo de detalle de la primera vez que me enamoré? ¿O de mi primer beso? ¿O a quién le dediqué mi primer gol en la división infantil? Pues a ti, flaca. Eras mi mejor amiga, te digo.
—Ese gol fue en offside y no te lo dieron por válido, y aún así corriste a dedicármelo, estúpido…
—¿Tan enojada estás? ¡Jo! —miró el paisaje—. Hubiera aceptado pasar uno de mis últimos domingos en Uruguay con mi novia…
—Pues ve con ella, ¡nadie te detiene!
Dicho y hecho. Bajó del árbol, recogiendo sus ropas y poniéndolas sobre el hombro. Me dijo que nos volveríamos a encontrar en casa, pero yo me limité a mirar el verdoso horizonte, observándole solo de reojo y sin dedicarle ni una sola palabra. Subió a su canoa y partió rumbo al club de regatas. En todo momento le dediqué un sinfín de insultos silenciosos.
Eso sí, a los pocos metros su canoa volvió a tambalearse, cayendo nuevamente al agua. El río de Santa Lucía tiene zonas muy irregulares. Pudo haberse caído en una parte sin nada de profundidad… o bien pudo haberle tocado algún pozo realmente hondo.
—¡Serás imbécil!
Bajé del árbol como buenamente pude y corrí hacia él. Pensé que fue una tontería de mi parte haberlo dejado ir, suponiendo que hacía solo minutos se había ahogado, sus pulmones no tendrían condiciones de aguantar otra situación así por misma cantidad de tiempo. Ahora, la tonta y desatenta era a todas luces yo.
Tropecé burdamente sobre la arena. Me levanté y volví a la carrera. Sebastián no asomaba ni la cabeza. Otra vez mi corazón empezó a latir con fuerza. ¿¡Cómo pudo haber terminado un simple paseo a nuestro tierno pasado en algo tan terrible!? ¿Qué mierda habíamos hecho mal para tener que llegar a aquello? Porque en algún lugar de este largo y curioso camino de la vida decidimos separarnos, de dejar de ser los mejores amigos que una vez fuimos. Y recién en nuestros últimos días juntos decidí hacer algo al respecto. “Y lo estás haciendo de puta madre, Rocío, ¡tu hermano está ahogándose por segunda vez!”, me recriminé.
Al llegar hasta la canoa, noté, con lágrimas corriéndome por las mejillas, que el agua solo me llegaba hasta medio muslo. Nadie se ahogaría en tamaña tontería…
Como un monstruo marino de esas películas de terror, mi hermano surgió de debajo del agua, frente a mí, salpicándome y mojándome los ojos. Al frotármelos con las manos, vi embobada ese pecho firme por donde el agua corría; él me miró con su típica sonrisa de punta a punta, como si no le importara estar así, solo con un mísero y ajustado bóxer frente a su hermana.
—Flaca, ¿te asusté? Me escondí bajo la canoa… Oye, ¿en serio me crees capaz de abandonarte? Eres toda mía.
No supe responder. Estaba boquiabierta, temblando de miedo; una serie de contradicciones poblaron mi pensar: quería llorar, reírme de su broma, gritar de alegría, darle una patada en la entrepierna por haberme asustado así. Pero nada, solo le miré a los ojos e hice lo único para lo que tenía fuerzas: lo abracé, clavando mis uñas en su espalda, sollozando de manera muy audible. Él, nunca ajeno a la situación, me acarició la cabellera. Tomó de mi mentón y levantó mi cara para besarme la frente.
—¿Me vas a echar de menos, Rocío?
—Claro que no —mascullé, hundiendo mi cabeza en su pecho—. Pero por favor, vuelve conmigo allá bajo la sombra del árbol, Sebastián.
Recogió su ropa, y tomados de la mano, volvimos a la cala, caminando hasta sentarnos a la sombra de “nuestro” árbol. Logré contener mi llanto, pero algún que otro ridículo resoplido se me escapó. Mi hermano seguro que los oía, pero se desentendía de aquello; podría ridiculizarme por ser tan llorona pero probablemente se lo calló para no hacerme sentir mal.
Me rodeó los hombros con un brazo.
—Flaquita, no mentí cuando dije que eres un ángel de la guarda.
—Otra vez con eso. En serio te digo, odio los clichés. —Reposé mi cabeza en su hombro—. Y por dios, ponte tu vaquero, puedo ver tu paquete, pervertido…
—Ya sabes que cuando mamá se fue cuando éramos peques, fueron días muy difíciles para ambos. Estaba muy feliz de haberte tenido a mi lado en ese entonces, de hecho creía firmemente que tú eras un ángel de la guarda enviado por ella para que mis días fueran más soportables. ¡Y lo sigo creyendo!
—¿En serio? Qué tonto… Y vaya manera de tratar a tu ángel tienes, Sebastián, casi me mataste de un paro cardíaco dos veces hoy.
Un ángel. Eso me dijo. Me volvió a besar la frente y, de nuevo, no sé qué ha tenido que pasar por mi cabeza para que yo decidiera tomar de su mano. Le miré a los ojos café, como los míos, y me acerqué para besar la punta de su nariz, que como la mía, tiene la forma de un tulipán.
“No sabes lo que tienes…”.
“No te vayas”, susurré para qué él terminara sonriendo. “Ah, ¿y por qué no quieres que me vaya?”, preguntó en un susurro. Pero yo, rota y necesitada de consuelo, hice algo de lo que no me arrepentí ni en ese momento ni a día de hoy: besé a mi hermano en los labios.
¿Que qué pasó por mi cabeza? Tal vez uno de los últimos granos del imaginario reloj de arena había caído en esa cala, bajo mis pies, y me advirtió que no quedaba mucho. Me pidió que aprovechara. No es que yo amara de manera perversa a mi hermano ni nada de eso, pero era uno de mis últimos días con él, y no encontré mejor forma de expresarme que darle ese pico.
El beso fue patético, eso sí. Demasiado rápido. Nada morboso. Yo sabía que algo había estado mal, seguramente él también lo supo porque me miró con ojos abiertos como platos. Había algo diferente de aquel beso que nos habíamos dado cuando le hice la respiración boca a boca: ahora ya no era un juego. Ahora había algo real, algo latente entre ambos había despertado, escondido entre los recuerdos y la arena. Al menos yo lo sentía.
“¿Debo retirarme? ¿Pedirle disculpas?”, pensé una y mil veces antes de que él me tomara del mentón y me replicara el beso. Pero hubo algo más que solo labios apretujándose. La punta de su lengua, tímida, se hizo espacio entre mis labios para al instante retroceder. Presa de la calentura, empujé mi cabeza y fui yo quien decidió meter mi lengua en su boca y saborearlo.
En un acto reflejó me apoyé de su muslo, fuerte, atlético, fibroso. Resbaló y toqué su paquete de manera fugaz, comprobando que se estaba endureciendo bajo la tela del bóxer.
Volvimos a separarnos. Otra vez hilos de saliva colgaban entre nuestros labios. Perlitas de agua caían de nuestros rostros. Otra vez ojos abiertos como platos. “Creo que acabamos de romper un par de mandamientos, madre mía, pero se siente tan bien. ¿Y él estará pensando lo mismo que yo?”.
—Rocío… ¿te gustó o vas a arañarme la cara? Por tu cara no sé qué vas a hacer…
—Uf… ¿A ti te gustó, Sebastián?
—Bueno… Me encantó, flaca, ¡besas de puta madre!
Algo estaba mal en mí. Y en él, desde luego. Pero me gustaba; ese calorcito en mi vientre que amenazaba con extenderse no podía ser algo malo. Me mordí el labio, deleitándome con el gusto de su saliva, retiré un mechón de pelo de mi frente y respiré lento. Quería seguir, pero no debíamos. ¡Deseaba seguir curioseando!, pero no era plan de joder el día más de lo que ya se había jodido.
—Lo siento, pero no me gustó, nene. El solo hecho de que me llames “flaca” me corta todo el rollo porque me recuerda que soy tu hermana…
—¿Y si te digo “Escarcha”?
—¿Y si maduras un poquito?
—Escúchame, “Escarcha” —me tomó de la mano. Pude haberlas apartado, pero no quise porque jamás lo había visto con ese semblante serio. Fuera lo que fuera, iba a decirme algo importante, o así lo sentí al observarle—. Me encantó haberte besado, convertiste un día divertido en uno inolvidable.
—¡Dios santo, corta ya con los clichés!
Agarré un puñado de arena y se lo lancé a la cara. Le ordené, mientras él se retorcía por el suelo, que se pusiera su camiseta, que ya no soportaba tenerle casi desnudo y para colmo tan cerca de mí. Cuando me levanté, luego de sacudirme la arena de la cola, me volví hacia las canoas para prepararlas.
—La mierda, tengo arena hasta en los dientes… ¿a dónde vas, flaca?
—Vamos a casa, ¡terminó el paseo, nene!
Sí. Se acabó el día para nosotros, pero, aunque aún no lo sabía, la semana más rara y especial de mi vida acaba de comenzar.
Ese mismo domingo nos acompañó su novia durante el almuerzo en nuestra casa, junto con nuestro papá. Todos conversaban relajadamente, había bastante alegría en el ambiente, excepto por mí, que no me veía capaz de forzar el más mínimo esbozo de sonrisa porque, sin entender cómo, afloraban deseos impuros, acuchillándome mi cabeza. Y el hambre desapareció de mí cuando vi a mi hermano dándole de probar el postre a su novia, una tarta de ricota que preparé porque era la preferida de él.
—¡Mmm! —suspiró Naty, con los ojos cerrados—. ¡Rocío, te ha salido delicioso! ¡Cuando tu hermano se vaya, vendré igualmente aquí todos los días!
—Gracias Naty —forcé la sonrisa, pero la desdibujé en el momento que ambos tortolitos volvieron a su silenciosa conversación.
De alguna manera ya no soportaba verlo junto a ella, tan juguetones, tan sonrientes. Ni la soportaba a ella. Su estúpida voz nasal, su pelo largo, azabache y enrulado, totalmente opuesto al corto, castaño y lacio que llevo; su forma tan cariñosa de ser con mi hermano, que se alejaba tanto de mis rudas maneras. Alta como él, de senos pequeños y curvas que apenas asomaban; nada en ella se asemejaba a mí.
Los días me los pasaba pensando en Sebastián y las posibilidades que dejé escapar, aún a solas con mi novio, aún en nuestros momentos de intimidad. Me los pasaba preguntando, mientras mi novio me besaba, qué hubiera pasado en aquella cala si, en vez de ser la típica hermana malvada, me hubiera dejado llevar por el deseo y le confesara que ese beso que nos dimos me había encantado. Que quería continuarlo y seguir explorando posibilidades.
Pero a los pocos segundos se me cortaba el rollo. ¡Sebastián era mi hermanito, por dios! Creció, ¡sí! En algún momento de este largo camino de la vida se había hecho con un cuerpo exquisito, normal que tuviera éxito con las chicas. No lo iba a negar, ese pecho firme, esa sonrisa de punta a punta y esas largas y musculadas piernas se hicieron, poco a poco, presentes en mis fantasías. A veces antes de dormir, a veces mientras mi novio me hacía suya.
Mientras, el imaginario reloj de arena estaba agotando los granos. Y lo único que asaltaba mi cabeza, día a día, minuto a minuto, era solo un pensamiento: “¿Y si le hubiera dicho que me gustó que nos besáramos? ¿Qué hubiera pasado? Dios, ¡quiero saber!”.
Me aplacaba las ganas en el baño. Primero una ducha fría para quitarme los pensamientos impuros. Luego, al verme imposibilitada de tranquilizar ese lado sucio y pervertido que tengo, me acostaba sobre el suelo del baño y dejaba que el agua tibia cayera directamente sobre mis carnecitas. Allí me dejaba llevar en ese mundo de ensueño en donde un hombre desconocido me hacía suya en alguna cala. Un hombre de firme pecho que era lamido, mordisqueado y besado sin piedad.
A veces, durante el clímax, el rostro de ese hombre desconocido era reemplazado fugazmente por el de mi hermano. Me di cuenta que mis orgasmos eran incluso mejores cuando él se hacía presente en mis fantasías. “¿Y si le hubiera dicho que sí? Algo delicioso pasaría, no tengo dudas”.
Ya no me contentaba con fantasías, me propuse ir más lejos. Aprovechaba para andar por la casa con mis ropas más pequeñas, shorts cortitos, camisetas ceñidas, mostrando ombligo, procurando toparme con mi hermano para que me viera así. Dejé de lado los golpes a la cabeza por caricias en las mejillas, los insultos y las burlas por halagos y frases comprensivas. Ahora, Sebastián estaba conociendo a la nueva versión de su hermana mayor, y por las risas y miradas que me dedicaba, parecía gustarle.
En una ocasión, cuando estaba limpiando su habitación (suelo hacerlo dos veces a la semana), le pillé mirándome la cola, apenas tapada por un short súper corto que dejaba ver la línea donde inician mis nalgas. Aquello me puso a cien, tanto así que tuve que correr al baño para hacerme deditos y tranquilizar a la chica sucia que habita dentro de mí.
No lo podía creer, estaba caliente por mi hermano pero las perversiones que hacía no me parecían suficiente. En la calentura del momento decidí idear un plan para… follar con él. ¡Tenía que hacerlo!, tenía que intentarlo. La putita dentro de mí me odiaría si no hacía algo al respecto.
—Sebastián, ¿puedo pasar? Te he preparado una ensalada mixta, por fa, pruébala.
—Hola Flaca… espera que me pongo la camiseta.
—Soy tu hermana, no te hagas complejos, tonto —dije coqueta, sentándome a su lado de la cama y poniendo el plato sobre mi regazo. Los tomates, pepinos y zanahorias de la ensalada habían estado dentro de mi vagina hacía unos minutos, antes de ser rebanados y preparados.
Le di de comer como él hacía con su chica, pegándome a él y hablándole dulce: “Ahm, abre lo boca, nene”. Cada vez que los degustaba yo pensaba que me iba a desmayar del orgasmo, seguro hasta habrá reconocido el olor de un coño entre el aroma del plato.
—Ef delifiofo…
—Me alegra que te guste, nene, ¡me pasé toda la tarde mejorando la receta! —chillé. La otra chica, aquella hermana cabrona, probablemente le diría que primero tragara la maldita comida antes de hablar.
Al terminar el plato, le limpié con una servilleta aunque él prácticamente forcejeaba conmigo porque lo hacía sentir como un niño, pero yo entre risas le decía que me iba a enojar si se ponía tan berrinchudo por una tontería como esa. Me inclinaba hacia él para limpiarle, tratando de que sintiera mis senos contra su delicioso pecho, y aprovechaba para atajarme de su muslo, no fuera que me cayera.
—Oye, Sebastián, mañana es domingo, ¿quieres ir de nuevo a la cala? —mis dedos tamborileaban su atlético muslo, muy cerca de su paquete.
—Ehm… ¿Lo preguntas en serio?
—No hemos pasado mucho tiempo juntos, todo son tus amigos y tu novia, creo que la chica que te lava la ropa, te cocina y te arregla la habitación se merece un último día juntos —hundí mis uñas.
—¡Auch, auch! Bueno, ¡claro que sí, flaca, no me puedo negar!
El primer paso de mi plan salido bien. Le di un beso en la mejilla y le prometí que tendríamos un día divertido, que yo le daría un recuerdo que no olvidaría jamás.
Llegó el domingo. Me puse mi short más ceñido, así como una camiseta de tiras cortita que mostraba ombligo. Mi hermanito no dejaba de piropearme en plan broma cuando me vio en la sala. Ya en el coche, notaba que miraba de reojo mis piernas. Yo ponía mi mano en su muslo, siempre cerca de su entrepierna, apretando, acariciando mientras le decía que en esta ocasión no le quitaría el ojo de encima, no sea que se ahogara.
En esa ocasión fuimos un poco más temprano y por fin pudimos alquilar una canoa tándem para ir juntos. Desde luego percibí cierto miedo en él, como que no quería volver al agua, pero un beso en su mejilla, cerca de sus labios, le armó de valor y me acompañó.
A pocos metros de llegar a la cala, procedí al siguiente paso de mi plan para… follar… con mi hermano. Paulatinamente trataba de zarandear la canoa, tratando de apoyar mi peso hacia un costado. Sebastián, remando, pensaba que estaba bromeando para asustarlo. Me recriminó porque aquello podría ocasionar que la canoa se volcara.
Y de hecho, así sucedió…
Cinco minutos después, terminé arrastrándole hasta la cala como la vez anterior. ¡No esperaba que se volviera a ahogar! ¡Y otra vez perdí una de mis sandalias! Mi plan era solo mojarnos un poco para tener que retirarnos las ropas, “no sea que pesquemos un resfriado”. ¿Quién iba a saber que nos caeríamos en prácticamente un pozo del Río Santa Lucía?
Sebastián no reaccionaba. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Gotita de agua cayendo de mi rostro sobre el suyo. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Insuflar…
Insuflé y sus manos me tomaron de la cintura. Dejé de darle aire, cuando vi abrir sus ojos la alegría y el éxtasis se me desbordaron. Volvió a agarrarme la cola mientras que con la otra mano empujaba mi cabeza contra la suya para besarme. Cuatro segundos. Me volvió a tomar cuatro segundos darme cuenta de lo que estaba haciendo. Pero ya no me importaba, nos besamos un buen ratito.
—Flaca, perdón… ¡No me pegues, en serio, pensé que era un ángel, es todo!
—¡Ya! Nene —le miré, peinándolo con mis dedos—, ¿recuerdas lo que me habías preguntado hace una semana? ¿Sobre el beso que nos dimos?
—Te he dicho que me gustó, Rocío. ¿Me vas a tirar arena a la cara de nuevo? ¡Hazlo!, lo haría mil veces más…
¡Dios! ¡No debía, pero la curiosidad me podía! ¡Odio los clichés, pero a veces no puedo evitar dejarme picar por uno! Y los besos que nos habíamos dado, y las caricias que aún hervían en mi piel, y su lengua tímida de aquella vez, y su mirada, y su exquisito cuerpo que se reveló cuando le retiré su camiseta mojada, y, y, y… todo terminó desatando a esa chica viciosa y pervertida que le gusta romper moldes, que le gusta ser sucia y dar bravura a un río manso.
Me senté sobre él. Le di una sonora bofetada antes de inclinarme y mordisquear su pecho. Subí a besos hasta llegar a su boca para meterle mi lengua hasta el fondo. Por fin, tras una semana de sufrimiento, conseguí cumplir aquella fantasía que me tenía en ascuas, y la putita dentro de mí tenía ganas de guerra, de dejarle seco.
¿Ya he dicho que no le gusta verse vencido por mí? Porque hizo fuerzas para levantarme y lograr tumbarme en la arena. Antes de que amagara gritarle por ser tan brusco, violentamente me quitó el short. Abrió mis piernas para que le mostrara mis braguitas en todo su esplendor; lejos de sentirme avergonzada o humillada, me encantaba esa mirada lujuriosa que me dedicaba.
—¿Por… por qué te detienes, Sebastián?
—Oh, dios… Rocío, desde ese domingo también estuve pensando mucho sobre nosotros… ¿pero crees que debemos parar? Somos lo que somos, ¿sabes?
—¡No! —lo atenacé con mis piernas y lo atraje contra mí. La hermanita había desaparecido y solo quedaba una loba con ganas de carne—. Mírame, soy Escarcha, Sebastián.
—¿Escarcha?
—¡Síii! ¡Y a Escarcha le encantaría que le hicieras su putita! —Ni yo me reconocía, ¿pero quién se reconoce con la entrepierna haciéndose agua? ¿Quién se reconoce cuando el imaginario reloj de arena gasta sus últimos granos?
—¿Eres… eres una putita?
—Tu putita, tu putita.
Sebastián suspiró y volvió a trabajarme. Arrancó la braguita; rápidamente hundió su cara en mi entrepierna. Bastó la primera incursión de su lengua sobre mi rosada y húmeda carnecita para arrancarme un gemido vergonzoso. “¡Dios, qué rico chupas!”. Mordisqueaba a veces, haciéndome retorcerme de gusto.
—¡Así, Sebastián!… ¡Asíii! —gritaba como poseída, arañando la arena y apretándolo tanto con mis piernas que temía decapitarlo—. ¡Mff!… Ahí mismo, ¡ahí mismo!… Dale, por fa… ¡sigue-sigue-sigue!
Comenzó a mamarme con esmero. Iba a velocidad frenética, como un animal, como a una putita le encantaría.  Me tomó de la cintura con fuerza y me trajo contra su rostro para beberse todos mis juguitos que poco a poco empezaban a emanar desde mis profundidades.
Yo chillaba de gusto pero rogaba que aminorara un poco; Sebastián no se despegaba ni un segundo de su degustación, quería verme reventar de placer. En el momento que, haciendo dedos, encontró mi clítoris, no lo dejó en paz hasta que me hizo explotar deliciosamente en su boca.
—¡Ahh!… ¡ya, ya bastaaa!… Mierda, ya no puedo m… —Trataba de retirarme de su boca, pues cada lamida me ponía a ver estrellitas, pero no, él seguía succionado, chupando todos mis jugos, mordiendo mis labios abultaditos, y yo comencé a retorcerme descontroladamente de placer, sintiendo cómo mis muslos trataban de cerrarse para evitar que siguiera castigando mi pobre e hinchado clítoris.
Con el pasar de mi orgasmo fue cesando la intensidad de su mamada hasta que, por fin, decidió retirarse de mí. Con mis juguitos brillando en sus labios, me preguntó:
—¿Estás bien, Rooo… Escarcha?
—¡Ufff! ¿Eres así de bruto con tu novia, cabrón?
—No. Ella no se deja que se la coma, ¡ja ja ja!
—¡Ja ja! Dios santo, estoy temblando de gusto… Y bien, ¿vas a hacer algo al respecto, Sebastián?
—Mierda, mierda, mierda, la culpa me viene de nuevo…
—¡Basta! Soy tu putita, la que hace lo que tu novia no quiere.
—¿Eres mi…? Sí… sí, ya veo… ¡Ahora sí, putita! Te voy a dar verga, eso quieres ¿no? ¿Mi verga, no es así, Roc… Escarcha?
—¡Sí, la quiero ya!
—¿La quieres, puta? Ruégame, pídemela —dijo quitándose su vaquero, tomándose el paquete por encima de su bóxer. Aquella carne parecía despertar poco a poco de su letargo. Se me hizo agua la boca.
—¿Acaso tengo pinta de que quiero ponerme a leer poesía, Sebastián? ¡Cógeme antes de que me arrepienta, estúpidoooo!
Ya no podía aguantar, fue ver su pene bien erecto para lanzarme sobre él, tumbarlo sobre la arena, ladear su ropa interior y saborearlo en mi boquita. Sentía cómo se hacía más y más dura con cada succión y cada lamida que le daba, parecía, por su rostro, que estaba en el cielo; tal vez después de todo yo sí era su ángel de la guarda que lo llevaba hasta el paraíso.
De mi parte empecé a tocarme la conchita que ya estaba bien trabajada por su boca. Jamás en mi vida me había encharcado tanto como en aquella ocasión, con la cálida, suave y dura tranca de mi hermano siendo lamida y succionada con esmero, con su pelo púbico rascándome la nariz cada vez que me la metía completita hasta mi garganta; no la quería soltar nunca, me había vuelto una auténtica viciosita.
—N-no me lo creo, Rocío, ¿por qué tienes esa boquita tan deliciosa? Qué manera chupar tienes… –Sebastián apenas podía hablar.
—Mmm, ¿nño me dyigas que tdu novia nño te la chudpa tampodco? —contesté con su verga atorada en mi boca. El hecho de estar haciéndole algo que su chica no quería me puso a cien—. ¿Quiedyes que te sadque la ledche, Sebadstdián?
—¿Eh? No entendí una mierda, pero me encanta cómo la mamas… Carajo, así no hay quien aguante…
Gemí mientras me llenaba la boquita de leche, que recibía gustosa toda la corrida, chupando fuerte para para acabar de sacar todo lo que le quedaba en la puntita. Cuando el último trazo de su semen fue succionado, mi hermano dio un respingo de sorpresa.
—¡Mierda, esto no está pasando!, eres mi hermana, mi ángel de la guarda, me iré al infier… –parecía volver a sentirse culpable, así que agarré sus huevos antes de que terminara de decir su frase.
—¡No te atrevas, Sebastián! Aún no has terminado, ¡aún no! —Me coloqué encima de él, pero mi hermano no peleaba, se dejaba hacer; parecía debatirse internamente si seguir con nuestra locura o abandonarlo de una vez por todas. Lamí su pecho, sus pezones, luego mordisqueé su cuello y por último lamí toda su cara, yo era una perrita en celo—. Méteme tu verga, la necesito, por favor, estoy harta de esperar.
—Escarcha…
“Sí, eso es nene, soy Escarcha, si eso te ayuda a darme carne…”. El chico no reaccionaba, así que tomé su dura verga y la llevé en mi entrada que estaba indescriptiblemente caliente y húmeda. Hice lo posible para metérmela, pero me di cuenta que quería que fuera él quien diera el empujón final.
—Dámela, por favor. Te odiaré toda la vida si no lo haces.
—La mierda… Qué preciosa eres, en serio pareces un ángel…
—¡Odio los clich-ÉEES!
El cabrón aprovechó que tuviera la guardia baja y empujó; entró casi por completo, arrancándome un gritito de gusto al sentirme llena de su polla. Dio un último empujón, justo cuando contraía mis paredes internas debido al gustito, y la verga de mi hermano entró hasta el fondo de mi ardiente y apretada panocha.
Fue como volver a ser desvirgada.
—¡Ahhh, diosss!
—¡Lo siento, preciosa! ¿Quieres que pare?
—¡Nooo, sigue! ¡Toda, dámela toda, mi nene! —gemí rogando por mas verga—. Ah… Ah… ¿Te gusta cómo aprieta adentro, Sebastián?
—Me encanta, Rocío… o Escarcha… ¡Mmm! Aprietas delicioso, ninguna chica se te compara —me decía entre gemidos de placer.
Comenzaba a entrar y salir, sacándola casi por completo y metiéndola hasta el fondo en hábil movimiento. Sexo duro y caliente en la cala. El mejor domingo de mi vida, la despedida más desenfrenada que jamás pensé que viviría.
—¿Estás bien? ¿Te gusta, preciosa?
—Sí… Ahh… Voy a morir de gusto, uf…
—¿Qué te gusta? Dime, mi putita, dilo —resoplaba Sebastián, sacando ese lado salvaje y perverso.
—Me gustas tú. Tú y verga. Me-me-me gusta que metas tu verga en mi panochita, me gusta tenerla adentro… Ahh…
—¿Te encanta, verdad? ¿Es por esto que has querido traerme aquí? ¿Tu novio no te contenta?
—No te traje aquí solo para tener sexo, estúpido… Ahhh, ni menciones a mi novio… Pero me encanta que me cojas tan rico…
Una y otra vez me sentía en el cielo con cada metida y sacada de verga que me daba, mi conchita se contrajo, apretando más, y rápidamente me sentí explotar en un orgasmo. Esto puso a mi hermano a mil y aumentó el ritmo; empujaba al máximo, entrando de lleno una y otra vez, me dejé caer sobre su pecho, casi desfallecida de placer, pero él seguía dándome con todo, chupando y mordiendo mis pechos cuyos pezones se ofrecían duritos y firmes.
La sensación de estar haciéndolo con mi propio hermano, sumado al calor, hacía que nuestros cuerpos estuvieran deliciosamente sudorosos. Me folló así un buen rato hasta que por fin estuvo por correrse, agarrándome de la cola, hundiendo sus dedos en mis nalgas.
—Así, chica, qué rica concha tienes, pero tengo que salir porque estoy a punto…
—Ahh, ¡nooo!… Mi nene, córrete adentro de tu putita… Ahh… Lléname toda…
Jadeó, temblando mientras su corrida comenzaba a bañar las entrañas de mi cuevita. Su leche ardía dentro, le dije que era calentita y que me tenía muerta de gusto. Le rogué que dejara todo adentro, que no se preocupara porque tengo DIU, que tener su semen dentro de mí sería el mejor recuerdo que podría darme antes de irse.
Sacó su tranca, saliendo así un líquido pastoso mezcla de sus jugos y los míos; no pude esperar más y me abalancé sobre su verga para lamerla y limpiarla hasta que perdiera vigor, sintiendo cómo su leche brotaba de mi interior.
Me había vuelto loca. ¡Loca por mi hermano! Y la putita dentro de mí estaba feliz así, agitando el agua mansa, removiendo los últimos granitos para pervertir aquel imaginario reloj de arena. Tal como había pensado, la realidad superó con creces mis fantasías más sucias.
Pasaron los minutos, y yo, bien servida y muy tranquila, ya solo me dedicaba a jugar con los rulos de su pelo púbico, besando su dormida polla y sus huevos mientras él enredaba sus dedos en mi cabellera. Estábamos sumidos en nuestros pensamientos, con solo el susurro del río como música de fondo; un momento perfecto que deseaba que nunca terminara.
Sebastián podría haber preguntado un montón de cosas. Si cómo seguiríamos nuestras vidas tras lo que hicimos, o si me sentía culpable, o por qué nunca intenté parar nuestro desenfreno. ¡Incluso de dónde salió esa putita tan sucia que reclamaba por su verga! No preguntó nada de eso. Consumado lo consumado, él solo quería saber una cosa.
—Oye, ¿me vas a echar de menos, Escar… digo, Rocío?
—¿Acaso tú me vas a echar de menos, Sebastián?
—¿Por qué siempre respondes con otra pregunta?
Volví a montarme sobre él. Hundí mi cabeza en su pecho y di un mordisco. Y al enredar mis dedos entre los suyos, decidí revelarle la razón por la que le había traído hasta nuestra pequeña cala. No solo para despedirnos o para resucitar un pasado tierno. ¡Ni mucho menos solo para tener sexo! Eso fue simplemente algo hermoso que quería probar. Lo traje para decirle que yo nunca dejé de considerarlo mi mejor amigo, mi pequeño, amado y protegido hermanito, por más que nos hubiéramos apartamos en el camino de la vida. Que no quería que se fuera por una sencilla razón. Por una sola, estúpida, ingenua y tonta razón. Me costó hablar en ese momento tan difícil. La voz pierde fuerza, los ojos arden, los labios tiemblan. Todo se desmorona de manera avasalladora.
Le dije, dibujando figuras amorfas en su pecho, lo celosa que me puse cuando me contó de la primera vez que se enamoró, de la envidia que sentí cuando me contó sobre su primer beso, y de la alegría que me dio cuando, entre tantas chicas, fue a mí quien me dedicó aquel primer y estúpido gol que anotó. Le dije, besando la comisura de sus labios, que él era mi nene, que no quería que se fuera porque no sé a quién acudiría si volviera a sufrir lo mismo que sufrí cuando nuestra madre se fue. Que fui una tonta porque no me daba cuenta de lo que estaba perdiendo hasta muy tarde: un bastión, un sostén, un amigo en el cual contar. Mails, llamadas telefónicas… nada de eso sería lo mismo que tenerlo a mi lado. Así que admití que le iba a echar de menos más que a nadie en mi vida.
—¡Jo! Flaquita, ¡a buenas horas lo admites! ¡Y qué hermoso te salió!
—Puf, ¿me ha salido un poco cliché?
—No, para nada. Cliché sería que dibujáramos un corazón en el tronco del árbol, con tu nombre y el mío, ¿qué dices?
—Un corazón en el árbol. Voy a vomitar un arcoíris, Sebastián. Eso sí es cliché, ¡puf!…
—Pero… ¡a mí me gustaría! ¿Qué te parece? Tu nombre y el mío.
—¡Digo que es hora de volver a casa, nene!
Me levanté y tiré de su mano para que me acompañara. Nos hicimos con nuestras ropas, dejando en la pequeña cala los secretos, apodos, besos y caricias. Eso sí, me dijo que en España se haría pajas en mi honor cuando se sintiera solo. Me volví a poner como un hervidero viviente, pero hice tripas corazón y me zambullí en el agua fría para aplacar el calentón, no fuera que la putita volviera a salir con todo.
Subimos a nuestra canoa y partimos rumbo al club. Volvimos a ser los hermanos pesados de siempre, volvimos a esa relación de amor odio con la que tan cómoda me sentía. Era lo mejor que podíamos hacer, ¿no es así?
Llegamos a casa para el medio día, donde mi papá, tras preguntar por qué yo estaba solo con una sandalia, nos ofreció pasar un día entre los tres, a pasear y hacer lo que surgiese en el momento, cosa que acepté gustosa para obligar a Sebastián a comprarme un teléfono nuevo. Nada raro sucedió el resto de la tarde, ni nada extraño pasó por mi cabeza. Éramos, al fin y al cabo, lo que aparentábamos: una familia unida.
Entrada la fatídica noche en la que debía partir, la novia, sus amigos, mi papá y yo, nos despedimos de él en la sala de abordaje del aeropuerto. En uno de sus bolsos iba mi braguita. Él aún no sabía, claro, pero me encargué de dejarle ese pequeño recuerdo de nuestra aventura junto con una breve carta escrita a mano.
Recuerdos de mi niñez, de nuestra aventura y de nuestra unión en la cala se agolparon de repente, uno tras otro, incesante y avasallante en mi cabeza. El imaginario reloj de arena había gastado, por desgracia, su último grano. En el momento que vimos el avión levantar vuelo, su chica lloró, uno de sus amigos también. Mi padre intentó aguantarse pero terminó cediendo y usó mi hombro como cobijo. No obstante, yo era la única de todo el grupo que sonreía.
“Te voy a echar de menos, nene”.
El día siguiente volví al Río Santa Lucía, y alquilé una canoa para volver a pasar el día allí, sentada sobre la segunda y gruesa rama del árbol de eucalipto, rememorando una de las experiencias sexuales más deliciosas de mi vida. Eso sí, me prometí que no volvería más a ese lugar, al menos no hasta que mi hermano regresara. Fue un adiós a la cala con promesa inquebrantable de un regreso.
Solo me había ido para hacer una pequeña tontería.
Se preguntarán, queridos lectores, qué decía la carta que le guardé en su bolso. Pues simplemente que no visitaría nuestra cala hasta que él volviera. Y que el día que estuviera de nuevo conmigo, lo llevaría para que pudiese ver el enorme corazón que dibujé en nuestro árbol de eucalipto, eterno con nuestras iniciales.
Soy una chica que odia los clichés. Pero a veces no puedo evitarlo.
Muchas gracias a los que llegaron hasta aquí.
 
 

Relato erótico: “La turista americana” (POR ALFASCORPII)

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La turista americana

Eran las 11.00 de la noche del primer jueves de Julio, y a pesar de tener todas las ventanas abiertas, aún hacía un calor horrible en casa. En la televisión no había más que los aburridos programas de verano que nadie ve, así que mi hastío era mayúsculo.

Era el primer día de mis vacaciones, y aunque realmente las necesitaba, tras todo un día de no hacer nada, estaba más que aburrido.

Mis amigos, o bien se habían marchado de vacaciones con sus familias, o bien tenían que madrugar para trabajar al día siguiente. En cuanto a mi familia… hacía unos meses que me había divorciado, y no llegué a tener hijos con mi ex, así que ya no tenía ninguna familia en la ciudad, puesto que mis padres y hermanos vivían a más de trescientos kilómetros. Soledad y aburrimiento eran mis compañeros aquella calurosa noche.

Abrí una lata de cerveza bien fría.

– Al menos – pensé -, tampoco tengo a nadie que me eche en cara si me emborracho esta noche a golpe de cerveza.

Una breve y lejana música que entró a través de la ventana del salón me sacó de mis soporíferos pensamientos. Me asomé, y vi que la música procedía del disco-bar del otro lado de la calle. Cada vez que la puerta se abría porque alguien entraba o salía, la música escapaba hacia la calle por la que apenas transitaban un par de personas.

Aquello me dio una idea: ¿y si en lugar de pasarme la noche bebiendo cervezas frente al televisor y pasando calor, bajaba al bar a echar un trago?. Al menos podría disfrutar de aire acondicionado, y seguramente podría distraerme haciendo conjeturas sobre las vidas de la gente que me encontrase.

No lo dudé más, no tenía nada mejor que hacer, así que decidí intentarlo.

La verdad es que a pesar de no ser uno de los locales de moda, el sitio no estaba nada mal. La decoración estaba basada en los años 50 americanos, aunque la música era actual y bastante variada y, por supuesto, había aire acondicionado.

Apoyándome en la barra me pedí un ron combinado con cola, y me dispuse a distraerme observando el panorama. Se notaba que era jueves de Julio, no había mucha gente, un par de grupitos en la barra, una pareja sentada en una de las mesas, y tres grupos más bailando en la pequeña pista de baile.

La media de edad de todos los presentes no llegaba a los veinticinco años, y yo, a mis treinta y tres, y totalmente solo con mi bebida, estaba como pez fuera del agua.

– Plan frustrado – me dije -. Me termino la consumición y me vuelvo para casa.

Dando tragos me fijé un poco más en los grupos que bailaban en la pista. Uno estaba compuesto por tres chicos y tres chicas que bailaban haciendo el tonto. Otro estaba formado por cuatro chicos que bailaban exhibiéndose e intentando acercarse al tercer grupo, en el que bailaban tres chicas que intercambiaban comentarios sobre aquellos que trataban de acercárseles.

– Como mínimo, uno se queda sin mojar – reí para mis adentros.

En ese instante, se abrieron las puertas del servicio y un par de chicas más salieron para unirse al trío inicial. Me quedé de piedra.

Una de las dos nuevas jovencitas, a la que a simple vista le calculé veinte años, parecía surgida de mis más ardientes fantasías. Tenía el cabello rojo como el fuego, largo, y describiendo tirabuzones sobre sus hombros. Sus ojos eran de un increíble color azul, grandes y seductores. Sus labios, rojos, eran increíblemente sensuales, carnosos y bien perfilados, labios creados para besar y ser besados. Su rostro, de piel apenas bronceada, era bellísimo, con una mezcla de dulzura aniñada y salvaje atractivo resaltado con un toque de colorete en sus pómulos. De estatura un poco por encima de la media, su cuerpo era grácil y esbelto. El ajustado vestido que llevaba, a juego con el color de sus ojos, marcaba una hermosa figura con todas sus femeninas curvas de proporciones perfectas.

Si ya por sí misma era espectacular, su vestido lo acentuaba aún más. La parte superior se ceñía a su estrecho talle, dejando al aire los hombros, y aunque envolvía totalmente sus pechos, marcaba excitantemente sus redondeadas y generosas formas. De una sola pieza, la fina tela enfundaba su escultural cuerpo para terminar en una ajustada falda que llegaba hasta las rodillas.

Era la encarnación de la ardiente mujer con la que infinidad de veces había fantaseado, y que nunca habría imaginado que pudiese existir realmente.

Un sudor frío recorrió mi espalda, una punzada sacudió mi entrepierna, y la garganta se me quedó más seca que si hubiese tragado arena del desierto.

Mi diosa se unió al baile de las otras chicas, pero a diferencia de ellas, pareció no hacer ningún caso al grupo de chicos que ya se había situado junto a ellas.

Mi vaso ya estaba vacío, y la sed era tan apremiante, que pedí otro ron sin quitar el ojo de encima al bellezón que se contoneaba con la música y reía con sus amigas. Tras el primer sorbo, y ante mi sorpresa, al apoyar el vaso en la barra me dí cuenta de que aquellos increíbles ojazos reparaban en mí, y aquellos deseables labios esbozaban una sonrisa. Yo también sonreí, y para evitar el descaro con que me había quedado mirándola, me di la vuelta para poder seguir observándola por el rabillo del ojo.

– ¡Dios! – exclamé para mis adentros -, ¡pero qué buena está la niña!.

El grupo de chicos por fin había conseguido tomar contacto con el grupo de la pelirroja, charlando con sus amigas, pero ella parecía no hacerles ni caso a ninguno, les contestaba alguna palabra cuando se dirigían a ella, pero guardando siempre las distancias.

– Demasiada jaca para pobres jinetes – pensé.

Las canciones se iban sucediendo, y los chicos parecían estar teniendo éxito, porque poco a poco fui observando cómo se iban emparejando con las amigas de mi fantasía.

En otra de mis furtivas miradas, volví a encontrarme con sus ojos fijos en mí, y de nuevo sonrió.

– Le hará gracia ver a un “viejo” bebiendo solo – me dije.

Le di un nuevo trago a mi consumición, y al volver a mirar, ésta vez me percaté de que era ella la que me miraba a mí descaradamente. Volvió a sonreír, y le dijo algo al oído de una de sus amigas, que se giró para mirarme y le devolvió un comentario con el que la pelirroja asintió.

Aquello ya me resultó más que sospechoso. Es verdad que tras los cinco años de mi fracasado matrimonio, yo llevaba mucho tiempo fuera de juego, y aún no había hecho ningún intento por volver a entrar en él. De hecho, tenía en la mesilla de mi dormitorio una caja de condones que me regalaron mis amigos al divorciarme, con una inscripción que rezaba: “Carpe diem!”. Ni que decir tiene que estaba sin estrenar.

A pesar de estar totalmente oxidado en esos menesteres, si mis recuerdos no estaban confundidos, la actitud de esa increíble y joven belleza denotaba interés por mí.

– Yo aún soy y me siento joven – pensé -, y las zorras de las amigas de mi exmujer siempre decían que, si yo quería, podría follar con cualquiera de ellas… Aunque al final fue mi ex la que se folló a su jefe para conseguir un ascenso…

– ¡Olvida eso ya! – me reprendí -. Céntrate en el ahora… El pibón que has imaginado millones de veces se ha fijado en ti…

– Aunque podría estar malinterpretándolo – me autocontesté con pesimismo-. Le saco un buen puñado de años, las jovencitas de ahora no son como eran cuando yo tenía su edad…

– No – respondió mi yo más optimista -, ¡ahora son más lanzadas!. Ésta oportunidad sólo se presenta una vez en la vida, ¡es la diosa de tus fantasías!, ¡al menos inténtalo!.

Terminé por convencerme a mí mismo, así que di un trago a mi copa para reunir valor, y cuando me giré para dirigirme a la pista de baile, me encontré cara a cara con aquella melena de fuego, aquellos increíbles ojos azules, que en la corta distancia tenían destellos verdes, y aquellos labios de fresa.

– Hola – me dijo.

– Ho-hola – contesté sorprendido.

– ¿Qué beber tú? – me preguntó haciendo un gran esfuerzo con un marcadísimo acento yanqui.

– ¿Eres americana? – le pregunté en un inglés que supongo que a ella le pareció horrible en pronunciación.

(N. del A.: A partir de éste momento todo el diálogo estará traducido para facilitar la lectura, con excepción de alguna expresión que quedará en versión original).

– ¡Ah! – suspiró aliviada y dibujando una preciosa sonrisa en sus labios -, ¡hablas mi idioma!. Sí, soy americana y estoy aquí de vacaciones, ¿qué estás bebiendo?.

– Ah, sí – contesté encandilado por su sonrisa -, esto es ron con cola.

– ¿Puedo probarlo?, parece que te gusta mucho.

– Más me gustas tú – pensé.

Le ofrecí mi copa y ella le dio un trago sin dejar de traspasarme con sus felinos ojos. En la corta distancia era aún más guapa que de lejos, una auténtica belleza, una muñequita de cejas rojizas.

– Está muy bueno – dijo relamiéndose sus jugosos labios con un gesto que me dejó sin aliento y que me puso la polla como para partir rocas.

– Ufff – resoplé inconscientemente -. Si quieres te invito a una copa de éstas.

– Gracias, me encantaría – contestó poniendo su mano sobre mi brazo para acelerar mi corazón y el bombeo de sangre a mis bajos.

Pedí una copa para ella y le ofrecí brindar preguntándole su nombre.

– Mis amigos me llaman Lysa, así que tu puedes llamarme así – respondió chocando su copa contra la mía -, ¿y tú?.

– Mis amigos me llaman Fran, y tú puedes llamarme como quieras.

Los dos reímos, y tras dar un largo trago a su copa, de repente se acercó a mí y me dio un fugaz beso en los labios.

– ¡Guau! – exclamé terriblemente acalorado -, gracias, aunque no es así como nos saludamos en España, en realidad nos damos dos besos – añadí con mi cerebro incapaz de pensar.

– Ajá, entonces no lo he hecho bien – contestó contrariada -. Déjame intentarlo otra vez.

Volvió a acercarse a mí, y yo acerqué mi rostro al suyo para darle un beso en cada mejilla, pero ella se dirigió directamente hacia mis labios dándome un sonoro beso, “¡muack!”. Se separó un instante, y volvió a poner sus suaves labios sobre los míos, para ésta vez acariciarlos y recorrerlos con la puntita de su lengua.

Aquello me volvió totalmente loco, así que, con la sangre hirviendo en mis venas, instintivamente la tomé de su estilizada cintura pegándola a mi cuerpo, sintiendo sus magníficos pechos aplastándose contra el mío, mientras ella apretaba con fuerza sus caderas a mi abultadísimo paquete, rodeando mi cuello con sus brazos. Mi lengua acarició la suya, penetró a través de sus suaves labios, y ambos húmedos músculos se enzarzaron en un furioso combate, devorándonos mutuamente. Fue un beso largo, intenso, delicioso…

– Me gustas mucho – me dijo con la voz cargada de excitación.

– Eres un sueño hecho realidad – contesté yo igualmente excitado.

– Es mi última noche en España – añadió -, quiero que sea inolvidable.

– Para mí ya lo es…

– Quiero más…

Volvimos a besarnos como si el mundo pudiese acabar en ese momento, regalándome ella el exquisito manjar que eran sus delicados labios.

– Vivo aquí enfrente – le dije borracho de ella.

– Llévame contigo, sé mi “caballero español”.

– Seré lo que quieras que sea.

– Me despido de mis amigas para que no se preocupen, y vuelvo.

Me dio un beso con el que succionó mi labio inferior, y se dirigió hacia sus amigas, que ya estaban todas emparejadas con los chicos que les habían entrado.

– Uffffffff – resoplé viendo cómo se apretaba su lindo culito en la falda, marcando sus firmes glúteos en forma de melocotón.

Llamé al camarero y le pagué las consumiciones. Cuando Lysa ya volvía, el camarero me dijo:

– Tío, si alguna vez vuelves por aquí, tendrás que contarme qué le has dicho a esa “guiri” para hacerte con ella. Te aseguro que una tía así no se ve por aquí todos los días…

– ¿Vamos? – interrumpió la pelirroja hipnotizándome con el intenso azul verdoso de sus ojos.

Cogidos de la mano llegamos al portal. Mientras subíamos en el ascensor, nuestros labios continuaron con lo iniciado en el bar, entremezclándose en lujurioso frenesí, con nuestros cuerpos pegados como si pudiesen fusionarse.

Al entrar en mi piso, el calor aún seguía acumulado en el interior, aunque apenas nos dimos cuenta porque el calor que emanaba de nosotros mismos era aún mayor. Sin llegar a pasar del hall de entrada, nada más cerrar la puerta, Lysa ya me había quitado el polo, sin dejar de besarnos con denuedo.

Mis manos exploraban su escultural anatomía, recorriendo cada una de sus curvas mientras ella se afanaba en desabrocharme el cinturón y los pantalones. Cuando finalmente sólo me quedaba la ropa interior marcando mi erecta verga apenas retenida, se separó de mí observándome de arriba a abajo, mordiéndose el labio inferior y expresándome con sus bellos ojos que le gustaba cuanto veía.

– Estás sano, ¿verdad? – me preguntó desconcertándome.

– C-claro – contesté inmediatamente -. Aunque tengo protección en el dormitorio…

– Yo estoy totalmente limpia – alegó poniendo las manos sobre sus caderas -, y tomo anticonceptivos… Me gustaría sentirte de verdad, sin barreras, si tú también estás dispuesto.

– Oh, Lysa, realmente eres un sueño hecho realidad, me encantaría hacerlo contigo sin barreras. Prometo tratarte con dulzura.

– No quiero dulzura – respondió desabrochándose el vestido para dejarlo caer y quedarse en ropa interior -. Estoy harta de que me traten como a una muñeca de porcelana que se puede romper, quiero que seas mi “caballero español”, pero no para tratarme con suavidad, sino para montarme como a tu yegua… Quiero que ésta última noche en España sea inolvidable… Quiero sexo salvaje.

Con aquellas palabras sentí que mi duro músculo podía atravesar mi slip para liberarse y empotrar a aquella hembra contra la pared. En ropa interior aún era más espectacular que con el sexy vestido que había dejado caer. Llevaba un conjunto de fina lencería azul totalmente transparente. El sujetador ensalzaba sus redondos pechos dejando ver a través de él los rosados y erizados pezones. En la escueta braguita, se transparentaba una pequeña franja de corto vello rojizo por encima de su vulva de hinchados y húmedos labios. Como ya me habían indicado también sus cejas, realmente era pelirroja natural, y el ligero bronceado que lucía, apenas podía ocultar el original tono pálido de su fina piel de porcelana adornada con un par de bellos lunares, uno justo por debajo de su pecho izquierdo y el otro diez centímetros más abajo de su pecho derecho.

– No eres una muñeca de porcelana – le dije escaneando mentalmente cada milímetro de su cuerpo para grabarlo a fuego en mi cerebro -, eres una diosa, y si es lo que quieres, voy a darte sexo salvaje.

Se arrojó sobre mí con un torbellino de su larga melena escarlata, y sus labios chocaron contra los míos con ímpetu. Desabroché el sujetador y aferré esos suaves, redondos y firmes senos con mis manos; los acaricié y amasé sintiendo cómo se amoldaban a mis dedos.

– Me encantan tus tetas – le dije al oído.

– Mmmmm – gimió ella frotando su braguita contra la dura protuberancia de mi entrepierna.

Bajé besando su cuello de cisne y, sin dejar de masajearlos con mis manos, me comí aquellos magníficos pechos. Degusté el sabor de su piel con mi lengua, besé los duros pezones, los lamí, mordisqueé, succioné y mamé cuanto volumen cabía en mi boca.

Ella coló su mano bajo mi calzoncillo y recorrió todo la longitud de mi falo hasta alcanzar los huevos. El tacto de su mano me hizo estremecer, y con un par de enérgicas sacudidas del venoso tronco consiguió que la tela de mi única prenda se humedeciese con una gota preseminal.

Volví a sus labios, frescos pétalos de rosa roja, y éstos me recibieron succionando los míos y acogiendo mi lengua a través de ellos.

Sus manos acabaron por liberarme del slip, y éste cayó al suelo. Se separó de mí, y observó el mástil con cara de loba en celo.

– Wow! – exclamó iluminando mi mundo con sus ojazos abiertos de par en par -, ¡Aquí tenemos buena herramienta!.

Su boca se posó sobre mi cuello y sus labios ejercieron presión sobre la yugular como si fuese una vampiresa, haciéndome sentir un cosquilleo por todo el cuerpo. Se deslizó por mi torso, succionó un pezón y después el otro, dejándomelos duros e hipersensibles. Siguió bajando por mi abdomen y se detuvo en mi cintura, pasándome la lengua por toda ella, con la punta de mi estaca rozándole el cuello mientras sus manos acariciaban mis glúteos totalmente rígidos. Siguió bajando y besándome la zona inguinal arrancándome suspiros y haciéndome temblar, hasta que su mano derecha sujetó el poderoso músculo erecto y comenzó a recorrer su longitud con la lengua y su carnoso labio inferior, lamiendo y acariciando desde el escroto hasta el extremo del glande.

– Ufffffffff – suspiré.

Cuando llegó a la punta, la dejó deslizar por su lengua rodeándola con los labios, y se la introdujo en su cálida y húmeda boca para chuparla y succionarla con fuerza, subiendo y bajando en una agresiva mamada que me sacudió desde dentro.

Aquello era la gloria absoluta: la protagonista de mis fantasías era de carne y hueso, y estaba ahí, de cuclillas chupándome la polla con ansia y haciéndome gruñir de placer. Su melena de fuego ascendía y descendía con cada chupada, sus párpados de largas pestañas estaban cerrados concentrándose en su trabajo oral, sus carmesíes labios envolvían mi verga y ejercían presión haciéndola aparecer y desaparecer rápidamente; sus carrillos se hundían con cada succión, sus turgentes pechos desafiaban a la gravedad con su redondez… Aquello era demasiado, la felación era extremadamente glotona y placentera, todo mi cuerpo vibraba anunciándome que, si aquello no se detenía, me correría de un momento a otro.

– ¡Lysssssaaaaaaahhhh! – grité -, ¡vas a hacer que me corra…! y quiero follarte…

La aludida apenas se inmutó, abrió los ojos y, sin detener la magnífica mamada, clavó su profunda mirada azul con destellos verdes en mis pupilas. Había lujuria en aquella mirada, un intenso vicio que, junto con las enérgicas chupadas, me provocó un explosivo orgasmo.

– ¡Diooooosssssss! – grité apretando los dientes y enredando mis dedos entre sus rojos cabellos.

Me corrí dentro de aquella succionante cavidad, con mi cálido esperma estrellándose con furia contra su paladar. Pero ella no cejó en su empeño, seguía chupando y chupando con ganas, tragando el elixir de mi polla mientras nuevos borbotones de cremoso semen inundaban su boquita para que su suave lengua siguiese degustándolos. Me ordeñó como nunca lo habían hecho, mamando y mamando para obtener de mí hasta la última gota de leche condensada, tras la cual mi virilidad comenzó a languidecer.

Sin duda, aquel fue el sexo oral más intenso que me han hecho nunca. Ni siquiera mi exmujer, gran experta comiendo pollas por haber practicado con todos los miembros de su oficina, me había proporcionado un placer tan exquisito.

Cuando Lysa terminó de tragar hasta el último sorbo de corrida, lamió los blancos restos que habían rebosado y se incorporó sonriéndome en gesto triunfal. Era tan increíblemente bella, exótica y excitante, que con sólo verle la cara mi erección no llegó a bajar del todo.

– Te mereces un premio por lo que acabas de hacer – le dije aún resoplando.

– ¿Ah, sí? – preguntó ladeando la cadera con una mano sobre ella -, entonces debes dármelo.

Sin miramientos me lancé a besar esos dulces labios mientras mis manos bajaban sus braguitas. Palpé el tesoro entre sus piernas, estaba muy caliente, empapado y con su botoncito del placer muy duro.

– Oooohhh yessssss, baby – susurró con mi caricia.

Nunca había probado el coñito de una pelirroja, y en ese momento era lo que más me apetecía en el mundo, así que mientras saboreaba su boca y acariciaba su jugoso conejito, la fui guiando hasta que llegamos a la primera estancia de la casa, la cocina, donde, agarrándola de su lindo culito, alcé su liviano cuerpo para sentarla al borde de la encimera. Besando su suave piel fui descendiendo por su anatomía: primero el cuello, después su clavícula derecha, el erizado pezón derecho, luego el izquierdo. Ella sujetaba mi cabeza como si tratara de guiarme, pero yo ya conocía el camino. Besé el erótico lunar bajo su pecho izquierdo, y seguí descendiendo en diagonal para besar a su hermano más abajo. Recorrí con la lengua su plano vientre y la colé en su ombliguito haciéndole cosquillas. Seguí bajando poniéndome de rodillas, besando sus ingles y la cara interna de sus firmes muslos, volviéndola loca de pura excitación.

– ¡Come on, baby!, ¡come on! – me suplicaba.

Percibí la dulce fragancia de su coñito, y me embriagué de ella colocando mi nariz sobre la suave tira de vello rojizo que lo adornaba, mientras mi lengua se abría paso por la parte superior de su vulva hallando el suave clítoris. Cuando la punta de mi lengua contactó con la pepita de su jugosa fruta, una descarga eléctrica recorrió todo su cuerpo haciendo que sus músculos se tensaran.

– Yessssss, baby – dijo entre jadeos.

Lamí el clítoris una y otra vez realizando círculos con la lengua.

– Oooh, mmmmm, ooooohhh – gemía Lysa con cada caricia.

Lo tomé con mis labios y lo succioné como si fuera uno de sus rosados pezones.

– Yeah, baby, oooohhhh yeaaaah.

Sin dejar de succionar y acariciar con la lengua el botoncito, dos de mis dedos exploraron su almeja, abriéndose paso entre labios mayores y menores para penetrarla a fondo.

– Oh, my god! – gritó casi sin aliento.

Su coñito estaba totalmente encharcado y caliente, e indagué con mis dedos cuanto estos daban de sí, hasta curvarlos hacia arriba para acariciar la sensible zona rugosa del interior.

– Ooooooh , mmmmy ggggoooooood!.

La tenía al borde del orgasmo, así que saqué los dedos, y acoplando mi boca a su vulva, penetré esa deliciosa gruta con la lengua, moviéndola y retorciéndola en su interior mientras mi boca succionaba cuanto néctar manaba para mí. Aquel coñito pelirrojo era un auténtico manjar…

– Oh, my god; oooohh, mmmmy goooooood; oh, my goooooooooooooooooooooooood! – gritó con furia orgásmica apretando mi cabeza contra su sexo.

Los cálidos fluidos se derramaron en mi lengua, y bebí el delicioso torrente de su orgasmo con ella retorciéndose de gusto.

Cuando su intenso orgasmo declinó, me puse en pie observándola. Los bucles escarlata de su cabello enmarcaban su hermosa cara ruborizada, en la que destacaban sus incomparables ojos brillando con luz propia. Su sensual boquita estaba abierta, tomando bocanadas de aire con las que sus voluptuosos pechos subían y bajaban rítmicamente. Toda su piel brillaba con una fina película de sudor, parecía recién surgida de mis sueños más húmedos.

– Uuuuuuffffffff – suspiró -, ¿todos los españoles hacéis tan bien el sexo oral?.

– Sólo si las americanas nos lo hacen tan bien a nosotros – contesté con una amplia sonrisa -. Aunque no pienso dejarte descansar, nena – le aseveré indicándole mi ya durísima verga -, voy a hacer que ésta noche no puedas olvidarla nunca.

– Sí, nene, aún quiero que me folles – añadió devolviéndome la sonrisa y devorando con la mirada mi erección.

Me acerqué a ella y nuestros labios se fundieron en un apasionado beso con el que nos exploramos la boca mutuamente. Agarrándola del trasero, acerqué su sexo al mío, y tras un par de fallidos intentos, logré penetrarlo.

– Uuuuuuuuummmmm – gemimos al unísono.

Apenas habían entrado unos centímetros de dura carne, así que seguí tirando de ella, abrazó mis caderas con sus piernas, y cuando su culito cayó definitivamente de la encimera, mi lanza se le ensartó en la vagina hasta el fondo, empalándola hasta donde nuestros huesos pélvicos permitieron.

– ¡Aaaaaaaahhhhhhhh! – gritó.

Su joven coñito era estrecho, y abrazó toda la longitud de mi falo con cálidos latidos que me provocaron un gran placer.

– Voy a llevarte al dormitorio con mi polla dentro de ti – le anuncié susurrándole al oído.

Casi sin respiración, sólo pudo asentir con la cabeza.

Así acoplados, salimos de la cocina, gimiendo ella con cada uno de mis pasos y sintiendo yo cada contracción de su sexo exprimiéndome. De este modo fuimos disfrutando por el pasillo hasta que llegamos al dormitorio, cuya puerta estaba cerrada.

– No puedo abrir la puerta, preciosa – le dije.

– Puedo abrirla yo – contestó ella soltando una de sus manos de mi cuello e intentando girar el picaporte en vano.

– Tiene truco, hay que girar, tirar hacia arriba y empujar a la vez, así no podrás.

Levantando su cuerpo, y a mi pesar, desacoplé nuestros sexos para que bajase al suelo. Se giró e intentó abrir la puerta, aunque no tenía la fuerza suficiente. No la ayudé, estaba encandilado contemplando su espléndida y curvilínea silueta, con su exótica melena cayendo en bucles hasta casi la mitad de su espalda, con sus lumbares ligeramente arqueados hacia delante para que, finalmente, su espalda diese paso a sus dos redondas, duras y altivas nalgas.

No pude resistirme, tomándola rápidamente por las muñecas levanté sus brazos y la puse contra la puerta. Flexioné las rodillas y mi glande se deslizó por la raja de su culito hasta que encontró su lubricada almejita. Con un empellón de cadera, mi ariete se abrió paso por su interior sin piedad.

“¡Bum!”, sonó mi embestida empujando el cuerpo de Lysa contra la puerta. “¡Plás!”, sonaron sus nalgas chocando contra mi pubis, “¡Aaaaaaaaahhhhh!” gritó la pelirroja al sentirse penetrada por sorpresa y con violencia.

– Querías sexo salvaje, ¿no? – le dije -, pues ahora sentirás cómo España invade Estados Unidos.

– Mmmmmm – gimió como asentimiento con su mejilla izquierda sobre la madera de la puerta.

Sujetándola con firmeza las muñecas, bajé la cadera sacando medio miembro de su ardiente coño para, acto seguido, volver a incrustarlo a fondo.

“¡Bum-plás-aaaaahhh!”.

Tras la segunda acometida, empecé a marcar un placentero ritmo de caderas, escuchando sus gemidos y deleitándome con el poderoso masaje de su vagina.

“…bum-plás… …bum-plás… …bum-plás… …bum-plás…”

Con cada arremetida, sus voluptuosos pechos se aplastaban contra la puerta y su escultural cuerpo era completamente sometido… Aquello la encantaba.

– Yeah baby, yeah baby, yeaaaah babyyyyy – decía con cada empujón.

El ariete entraba y salía una y otra vez, con una placentera fricción del grueso glande en las paredes internas de Lysa, estimulando su punto G de tal modo, que la emparedada me incitaba a incrementar el ritmo volviéndose loca:

– Yeah, yeah, yeah, yeah, yeah…

“…bum-plás, bum-plás, bum-plás, bum-plás, bum-plás…”

La temperatura de su sexo se incrementó y palpitó estrujando con fuerza la estaca que se clavaba una y otra vez en su interior, haciéndola gritar:

– Oh, my god; oh, my god; oh, my goooooooooooooooooood!!!.

El poderoso éxtasis puso rígido su cuerpo, sus senos se despegaron de la madera, sus hombros se apoyaron en mi pecho, y su espalda se arqueó hasta que todo el aliento escapó de sus pulmones.

Su abrasador y enérgico orgasmo me proporcionó el punto que me faltaba para llegar al clímax. Sus jóvenes músculos me exprimieron con tanta furia, que mi polla vibró inundando sus entrañas de ardiente leche, intensificando aún más la gloria de ambos.

– Uuuuuuuuuufffffffffffffff.

– Ha sido salvaje – me dijo respirando con dificultad mientras salía de ella y liberaba su cuerpo -. Me tiemblan las piernas…

– Eres el polvo de mi vida, preciosa. A mí también me tiemblan las piernas… Mi cama es tuya.

Finalmente le abrí la puerta del dormitorio y ambos nos tumbamos sobre la cama recuperando el aliento.

– Me gustaría saber más de ti – le dije perdiéndome en sus ojos de mar caribeño.

– Tengo veintiún años – respondió con una cautivadora sonrisa -, puedes llamarme Lysa, soy norteamericana, y ésta es mi última noche de vacaciones en España. Creo que no necesitas saber más.

– Ok, ok. Al menos dime por qué pudiendo tener a cualquier tío que se te antoje, te has acercado a mí.

– Tú mismo acabas de decirlo – contestó con una carcajada -. Hoy tú eres mi antojo. No me gustan los chicos de mi edad, cuando era pequeña siempre se burlaban de mi color de pelo y de mi piel clara, así que siempre me han interesado más los chicos mayores.

– Ah, así que sólo has venido a por mí porque era el único tío del bar que pasaba los treinta…

– Jajaja, en parte sí, pero no seas tonto… Si he ido a por ti es porque desde que te he visto me has parecido muy atractivo – aclaró acariciando mi pecho con el índice de su mano izquierda -. Estabas ahí en la barra, sólo, lanzándome miradas con disimulo y no descaradamente como hacen todos; con un aire maduro, misterioso, muy sexy… Por lo que he pensado que quería llevarme un recuerdo así de mis vacaciones.

– Ya veo…

– ¿Y tú?, no has puesto ningún reparo a pesar de mi juventud, jajaja.

– Bueno… eres una preciosidad… eres irresistible… De hecho, si alguien me preguntase, diría que eres la mujer más bella del mundo…

– ¿Ah, sí? – dijo levantándose de la cama para mostrarme su cuerpo desnudo en todo su esplendor -, tal vez debas verme mejor.

Con su mano derecha sobre la cadera, comenzó a caminar por la habitación exhibiéndose como en un desfile de pasarela. Sus caderas se movían con elegancia a cada paso, hipnotizándome con su vaivén. Sus pechos se agitaban con las firmes pisadas, fascinándome con su bamboleo.

Yo me senté al borde de la cama, para no perder ni el más mínimo detalle de aquel regalo para la vista, sintiendo cómo poco a poco mi virilidad respondía al espectáculo, volviendo a hincharse como cuando era un adolescente.

Cuando Lysa llegó a un extremo de la habitación, se detuvo girándose hacia mí con un revuelo de su exótica cabellera escarlata. Sonriéndome, cambió de mano sobre sus caderas, y caminó contoneándose hasta llegar al otro extremo del dormitorio, donde se detuvo de espaldas a mí, mostrándome las excelencias de su apetecible culito. Giró la cabeza por encima de su hombro derecho, me guiñó sensualmente uno de sus incomparables ojos, y me preguntó:

– ¿Aún sigues pensando lo mismo?.

Con la polla más dura que el diamante, y levantándome de la cama para acercarme a ella, le contesté:

– Has salido directamente de mis fantasías, y me estás volviendo loco.

Tomándola por su cintura de avispa la giré contra mi cuerpo y besé aquellos perfectos labios carmesíes con devoción. Ella se dejó llevar, succionando mi lengua con sus suaves pétalos de rosa, acariciándola con su juguetona lengua. Sentí cómo sus pezones se erizaban contra mi pecho, y su piel se ponía de gallina cuando mis manos acariciaron su cintura para deslizarse hasta sus nalgas. Restregó su sexo contra mi erección, demostrándome que ya volvía a estar húmeda.

– Vuelve a follarme, “caballero español” – me susurró al oído -, hazme ver las estrellas otra vez.

No necesitaba pedírmelo, era lo que yo quería, lo que mi cuerpo ansiaba. Tenía que aprovechar aquella oportunidad única en la vida hasta desfallecer.

La arrastré hacia la cama, y la tumbé quedando yo de rodillas entre sus muslos. Sonriéndome, con una seductora mirada, Lysa subió su pierna derecha apoyándome el pie en el pecho. Acaricié toda la longitud de su pierna, memorizando con las yemas de los dedos el suave tacto de sus tersos muslos, y tomé su pie para chupar el pulgar como si fuese un caramelo.

– Aaaaaahhhhhh – gimió complacida.

Me senté sobre mis tobillos, coloqué su pie sobre mi hombro y, alzándola del trasero, la acomodé hasta que la punta de mi falo dio con la entrada de su húmeda cueva. Tiré de ella y la atraje hacia mí hasta penetrarla por completo.

– Uuuuuffffffffff – suspiró con su coñito dándole la bienvenida al grueso invitado, abrazándolo con su calor para hacerme suspirar a mí también.

Tomé su otra pierna, y también coloqué su pie sobre mi otro hombro. Agarré con firmeza sus caderas, y desplacé todo su cuerpo sacando de él casi por completo mi férreo miembro, sólo para volver a atraerla hacia mí y clavárselo a fondo.

– Yessssssss! – exclamó poniendo sus manos sobre las mías.

Empecé un violento mete y saca con el que todo su cuerpo de diosa se movía guiado por mis brazos tirando de ella.

– Ah, ah, ah, ah, ah – gemía con la boca abierta sin dejar de mirarme con el goce reflejado en su rostro.

Sus protuberantes pechos bailaban como flanes meneados en un plato, y su vagina se contraía y dilataba abriendo paso al glande que estimulaba todo su interior. Nuestras pelvis se golpeaban rítmicamente, y su culito chocaba una y otra vez contra mis muslos… los dos lo estábamos disfrutando al máximo.

Sus cálidos fluidos embadurnaban mi polla y escurrían por mis huevos empapándome por completo, realmente a aquella joven belleza se le estaba haciendo el coño agua conmigo, lubricando sin fin.

– Ah, ah, ah, ah… – seguía gimiendo y atravesándome con una fiera mirada.

Así follamos durante un buen rato, de penetración en penetración, gemido a gemido, aumentando nuestro placer con cada envite, hasta que Lysa decidió tomar la iniciativa. Sin despegarse de mí, abrió aún más sus piernas y las deslizó por mis brazos. Se incorporó y, besándome con su dulce boca, me hizo tumbarme para quedar a horcajadas sobre mí.

– Ahora seré yo quien te monte a ti – sentenció.

Comenzó con un suave contoneo de caderas, y se incorporó totalmente para marcar mejor el ritmo.

– Oh yesss, baby – empezó a decir a medida incrementaba el ritmo.

En esa descansada postura, mi pértiga tocaba lo más profundo de su ser. Sus contoneos masajeaban todo el inhiesto miembro, y su culito acariciaba mi escroto provocándome satisfactorios cosquilleos.

Su cuerpo bailaba sobre mí de forma cadenciosa, cada vez más violentamente.

– Yeah, baby; yeah, baby; oooooohhhh, yeah…

Sus manos revolvían sus cabellos y sus flamígeros bucles se mecían con el incesante balanceo. Todo su cuerpo se retorcía de gusto como si fuese una culebra, con su pecho subiendo y bajando para que sus senos apuntasen al techo con los agudos pezones.

En aquel instante, contemplándola con admiración, supe a ciencia cierta cómo habían comenzado mis fantasías con aquella pelirroja: en mi adolescencia, había sido un ávido fan de los cómics de “Red Sonja”, y mi imaginación había creado una imagen virtual de cómo sería la excitante heroína si fuese de carne y hueso. Pero a veces las fantasías se vuelven realidad, y Lysa era la viva imagen de mi Red Sonja particular.

– Mmmmm, oooooohhhhh, mmmmm – gemía ahora mordiéndose el labio.

El placer era intensísimo, pero sin encontrar aún vía de escape, seguía acumulándose para llevarnos a los dos a un frenesí demencial.

Mis manos aferraban su culito marcando mis dedos en su delicada piel, obligándola a mantener el poderío de sus contoneos y provocándole sensaciones que la hacían enloquecer.

– Yeeesssss, oh yeah, ooooohhhhh yeaaaaahhhh…

Yo ya estaba llegando al máximo, mi verga palpitaba en el interior de su estrecho, húmedo y cálido coño.

Mis manos subieron por su cintura y las yemas de mis dedos recorrieron su columna vertebral, desde la región lumbar hasta llegar a su nuca.

– Oh, my god! – exclamó la amazona al sentir un repentino y placentero escalofrío.

Mis dedos volvieron a bajar y rodearon sus axilas para pasar hacia delante.

– Oh, my god! – volvió a decir sintiendo el cosquilleo en su sensible piel.

Continué con el recorrido, delineando el contorno de sus pechos, subiendo por el cañón entre ambos, y llegando hasta pellizcar suavemente los rosados pezones, provocándole una electrizante sensación.

– Oooooooh, mmmmyyyy goooooood!.

Las palmas de mis manos se pusieron sobre sus perfectos pechos y los masajearon realizando movimientos circulares.

– Oh, my god, oh, my god, oh, my god…

Su incesante contoneo me estaba matando, estaba a punto de correrme, así que mi cadera se elevó clavándole la estaca en el fondo de sus entrañas como si pudiera atravesarla con ella.

– Give it to me, give it to me, give it to mmmmmmeeeeee! – me suplicó desbocada por el placer.

Ella también estaba llegando. Aquella diosa de fuego quería toda mi verga para ella, necesitaba sentirse llena con el duro músculo, ansiaba quemarse por dentro con mi hirviente leche… Anhelaba tanto correrse conmigo, que me exprimió con todas sus fuerzas, lo que provocó que mis dedos se contrajeran atenazando sus tetazas con furia mientras mi polla entraba en erupción, elevando su placer hasta la máxima expresión… Simultáneamente llegamos a un extenuante orgasmo.

– OH, MY GOOOOOOOOOOOOOOOOOOODDD!!! – gritó totalmente fuera de sí, con todo su cuerpo en tensión haciendo que su espalda se arquease.

– SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ!!! – grité yo eyaculando ardientes lechazos en su interior, con todos mis músculos tan tensos como cuerda de piano.

Con una cascada de flamígeros tirabuzones, Lysa cayó rendida sobre mí. La abracé sintiendo que los dos respirábamos como si hubiésemos corrido una maratón. Estaba tan extenuado que, en cuanto recobré el aliento, me quedé profundamente dormido.

A la mañana siguiente desperté completamente solo en mi cama. Durante unos confusos instantes, pensé que todo había sido un húmedo sueño de verano, hasta que vi una nota sobre la mesilla:

I’ll never forget the incredible night that I’ve spent with you.

For me, you’ll always be my caballero español.

Who knows, maybe someday you’ll see me again.

Kiss

Lysa

(Traducción: Nunca podré olvidar la increíble noche que he pasado contigo. Para mí siempre serás mi “caballero español”. Quién sabe, tal vez algún día volverás a verme. Beso. Lysa).

Dos meses después, estaba en casa con un amigo. Le había invitado a tomar unas cervezas y cenar una pizza echando unas partidas a la Play Station.

Sonó el portero electrónico del portal.

– ¡La pizza! – exclamó mi colega.

Le di a la pausa del juego para atender al telefonillo, y dejé a mi amigo zapeando con la televisión.

– ¿Quién? – pregunté mecánicamente al descolgar el auricular.

– Por favor, abrir puerta – escuché una voz femenina con un marcado acento yanqui.

Por inercia, apreté el pulsador mientras mi mente comenzaba a encadenar pensamientos:

– No es el de la pizzería… no puede ser… es… es… ¡es ella!.

Me quedé paralizado con el auricular en la mano, rememorando cada instante vivido con aquella turista americana, la protagonista de mis fantasías materializada.

“Riiiing”, sonó el timbre de la puerta del piso sacándome de mi ensoñación.

Abrí la puerta como un vendaval exclamando:

– ¡Lysa!.

Mi gozo en un pozo. Ante mí tenía a una sorprendida chica morena, bajita y de cara regordeta.

– ¿Mr. Juan Cruz? – preguntó algo asustada.

– La puerta de al lado – le indiqué abatido con la mano.

– Thank you!.

Cerré la puerta y volví al salón con mi amigo.

– ¿No era la pizza? – me preguntó nada más entrar.

– ¡Qué va! – contesté con desidia -, era una guiri preguntando por mi vecino de al lado, el profesor de español para extranjeros.

– ¡Vaya!, pues ya que te has levantado podrías traerte un par de cervezas más, éstas están muertas.

Arrastrando los pies fui a la cocina y volví con dos cervezas bien frías. Me senté junto a mi colega, y leyendo los ingredientes de la cerveza, le pregunté con indiferencia:

– ¿Qué estás viendo en la tele?.

– He encontrado un resumen de la semifinal del Miss Universo de éste año, resulta que la final es ésta noche.

– ¡Buf! – resoplé sin levantar la vista -, ese concurso es absurdo.

– Venga ya, tío, ¡mira que buenísima está la miss USA!.

Levanté la vista y me quedé catatónico mirando las 42 pulgadas de mi televisor. Sólo pude articular una frase:

– OH, MY GOD!!!

FIN

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alfascorpii1978@outlook.es

 

Relato erótico: “Aprendiendo en la plaza” (POR ROCIO)

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Cuando tenía dieciocho sufrí una de las depresiones más fuertes de mi vida, y algo así cuando los estudios de la secundaria están finalizando puede ser fatal para las aspiraciones académicas. La razón era mi padre; cada vez que me cruzaba con él en la casa terminábamos enzarzados en una violenta discusión, y no ayudaba que el segundo aniversario del fallecimiento de mi mamá estuviera al caer. Era como un extraño reloj biológico que nos volvía los peores enemigos.
Que nada de lo que yo hacía estaba bien, que al ser yo la única chica de la casa me quería cargar con más responsabilidades, y que además debería mejorar las notas “mediocres” que había sacado. El más mínimo intercambio de palabras propiciaba una discusión tóxica; había tratado que ese tipo de situaciones no me afectaran, pero cuando ni mis mejores amigas pueden servirme de apoyo pues solo vivían problemas banales, una termina cediendo.
Así que estaba allí, sentada en un banquillo de una plaza, lejos de mi casa, lejos de mi colegio, desentonando con mi uniforme escolar y tratando de soportar el terrible frío. Eran horas muy tempranas y pese a que había gente cruzando por los alrededores, sombras sin rostro yendo y viniendo, tenía la impresión de ser una maldita hormiga solitaria preguntándose cómo terminó en el hormiguero equivocado.
Ya no podía seguir soportando el ir y venir del gentío sombrío y apático así que me limité a abrazar mi mochila, refunfuñando que tal vez debería haberme hecho la enferma para quedarme en casa. Y así, pese a decirme a mí misma que no iba a llorar, mis ojos empezaron a arder para que empezara a derramar lágrimas como si acabara de ver una película romántica.
Pero creo que dejé escapar algún jadeo entre el gorjeo de las palomas que poblaban la plaza, porque alguien me habló. Era la voz de un hombre y noté que estaba a varios metros detrás de mí.
—¿Mal día?
Pero yo no estaba de humor, así que le contesté sin siquiera mirarlo:
—Métase en sus asuntos.
—Ya veo. Lo siento, solo preguntaba.
¡Y para colmo tratándole como una bruja a la única persona que se estaba preocupando por mí! Al único que parecía despegarse de aquellas sombras sin rostro. Me froté las enguantadas manos por el frío y me armé de valor para girarme:
—Discúlpeme, señor. Por favor no me haga caso.
El hombre, que tenía la mirada perdida en algún punto indeterminado del cielo, me miró extrañado. Era una persona mayor que podría pasar por mi padre, tal vez un poco más mayor, bien trajeado pero abrigado con una chaqueta de cuero marrón que no hacía juego, cabello bien cortado, nariz aguileña y una sonrisa bonachona que no tardó en mostrarme.
—Madre mía, pequeña, esos ojos rojos, ¿me vas a decir qué te pasa?
—Que me acabo de unir al club de los desgraciados, eso pasa.
—No me digas. Pues bienvenida, ¿ya te sacaste el carné?
—Voy a hacerlo otro día porque mi cara seguro es un desastre ahora.
No tardó en venir para acomodarse a mi lado. No muy cerca, que de lo contrario me asustaría, pero tampoco excesivamente lejos de mí. Aunque admito que por un momento pensé que se trataba de un pervertido; todo cambió cuando resopló y levantó la mirada, dibujando una larga figura con el vaho de su aliento.
—Venir aquí me ayuda a despejar la cabeza. Es más barato que ir al psiquiatra, ¿no crees?
—Pues es una plaza horrible y solo me bajé del bus porque no quería irme al colegio.
—Entonces sí que estás en un mal día. Pero deberías ir a tu colegio, se te hace tarde.
—¿Y usted no debería ir a su trabajo?
—Yo entro a los ocho, así que tengo tiempo. Por eso vengo aquí a las siete, para desconectarme un rato de una esposa que no me habla, una hija que sí me habla pero solo para decirme lo mucho que me odia, un puesto de trabajo que no soporto… ¡y hasta de un perro que ya no me hace fiesta al llegar a casa!
—Uf, lo del perro es el acabose, señor.
—Es un caniche de cinco años, creo que está en plena crisis de mediana edad.
—¡Ja! Bueno, tengo que irme, llegaré tarde pero supongo que puedo rogarle al portero que me deje entrar. Gracias por la charla.
—Me alegra oírlo. ¿Te subí el ánimo, pequeña?
—No me llame pequeña. Pero en serio, gracias.
Me levanté, cargando la mochila en un hombro. Antes de irme me giré y le deseé que su día mejorase, porque si era cierto lo que me había confesado, el hombre era prácticamente un pobre diablo arrastrándose por la vida y puso mis problemas en perspectiva. Me lo agradeció y pareció tomar rumbo a su coche, pero no pude evitar preguntarle algo más antes de retirarnos.
—Oiga, señor. ¿Ha dicho que tiene una hija?
—Sí. Estrenando adolescencia y todo.
—Vaya. Y… ¿Y qué le alegraría que hiciera ella?
—¿En serio? ¿No es obvio?
—Si lo fuera no lo preguntaría…
—Bueno, que dedique un rato de su vida a conversar amenamente con su padre estaría bien…
“Pues sí que parece algo obvio”, concluí para mí, viéndolo alejarse, levantando las palomas a su paso. Parecía un buen hombre, pero había notado algo especial en sus ojos oscuros; cierto halo de soledad, como quien ha sufrido mucho, como percibía a veces en los míos al mirarme en el espejo. Me reconocí en él, en ese extraño, por un breve instante. Ridículo, imposible, lo que quieran, pero así lo sentí.
Al día siguiente decidí volver a bajarme del bus cuando se detuvo en la parada de la plaza. En parte, mi estado de ánimo estaba en mejores condiciones y se debía a aquel desconocido. Lo volví a encontrar sentado en uno de los banquillos, leyendo un periódico. No se percató de mi presencia hasta que me presenté frente a él y le hablé:
—Señor, he venido para darle las gracias por el consejo.
—¿Otra vez tú? —Me miró por sobre el periódico—. ¿De qué consejo hablas?
Me senté a su lado y me alegró que doblara su periódico para escucharme. Podría mandarme a tomar por viento, o mirarme como a una loca porque no nos conocíamos, pero no lo hizo. Simplemente me prestó atención, y eso era algo que, por más ridículo que suene, necesitaba muchísimo.
—Verá, ayer al mediodía fui al trabajo de mi papá. Sé que suele almorzar con sus colegas en un bar que está a una cuadra de su oficina, así que me presenté para almorzar con él. Sus compañeros se rieron un montón y lo puse rojísimo, pero creo que ha valido la pena porque sonrió como pocas veces. Así que gracias por el consejo.
—No recuerdo haberte aconsejado, pero entiendo lo que quieres decir. Ojalá mi nena me visitara, eso cambiaría un poco el panorama.
—A lo que vine. Como muestra de agradecimiento he preparado algo.
Acomodé mi mochila sobre mi regazo y corrí la cremallera; retiré un pedazo de pan alargado y envuelto en una bolsita de papel cartón. Lo partí en dos y le di el pedazo más grande al estupefacto señor.
—Eres increíble, pequeña, me traes desayuno y todo.
—¡Ja, nada que ver! Verá, como dijo que estaba viejo y acabado le he traído pan para que le dé de comer a las palomas.
—¿Me he quejado de ser viejo?
—No, pero bueno, se deduce…
Le di el pedazo con una sonrisa aunque él seguía extrañado. No era la primera persona que se asustaba de mi forma de ser: sarcástica, cabrona, una chica que le gusta meter el dedo en la llaga de manera fugaz pero solo para hacer sonreír. Me había ganado muchos problemas por comportarme así pero me sentía cómoda de esa manera, escudándome con mi punzante forma de ser.
—¡Qué suspicaz! Dame eso.
Y estábamos allí, viendo cómo las palomas y su particular gorjeo llenaban la plaza en búsqueda de las migajas que estábamos arrojando. Era terapéutico casi, para ambos, desconectados de nuestras tristes vidas. Claro que el señor aún no conocía cuál era mi historia, supongo que era el siguiente paso natural de nuestra recién estrenada amistad.
—¿Y qué me dices de ti, pequeña? ¿Quién te ha robado el noviecito?
—¡Nada de eso! Ojalá mi problema fuera algo así… Cuando me siento con mis amigas mi cara se desencaja oyéndolas quejarse por uñas rotas, novios y cortes de cabello… ¡Ya le digo, ojalá esos fueran mis problemas!
—¡Eso mismo me digo a veces! ¡Malditas uñas rotas! ¿Y entonces, pequeña?
—¿Y entonces? Pues que en casa parezco más una empleada doméstica que una hija. Que lavar las ropas, que la cocina, que limpiarlo todo, que la cena, que cuidar a mi hermano. Al final el tiempo libre para mí misma lo tengo en esta plaza. Y para colmo a veces la extraño, ¿sabes? O sea, a mi mamá…
—Ya veo. Lo siento mucho.
—Y aquí voy de nuevo, se supone que no iba a llorar…
Lancé el pedazo de pan que aún tenía en mi mano y me levanté, llevando mi mochila en un hombro. Y seguro que aquel señor intentó detenerme, de hablarme o gritarme para que volviera junto a él, pero entre el gorjeo y el aleteo de aquellos bichos a mi alrededor no pude oír nada, ni quería. Se suponía que tenía que ser alguien fuerte, responsable, al menos esa era la imagen que mi papá esperaba de mí al delegarme responsabilidades, pero simplemente no podía; me derrumbaba fácil y eso era algo con lo que no me sentía cómoda, no me gustaba que me vieran así. Ni mi papá, ni mis amigas, ni incluso un señor desconocido de una plaza. Supongo que por eso me escudaba con mi forma tan punzante de ser.
Otro día más; miércoles. El señor como siempre estaba allí, leyendo un periódico sin notar que yo estaba frente a él, mordiéndome los labios, tamborileando mi cintura con los dedos.
—¡Necesito hablar… con alguien!
—¿¡Pero qué cojones!? ¡Casi me das un infarto!
Fue sorprendente cómo su semblante cambió cuando notó mi rostro. ¿Tal vez le recordé a su hija? ¿O tal vez reflejé esa soledad que tenían sus ojos? Porque estábamos allí, en medio de esa plaza abandonada por Dios, buscando un breve descanso de nuestras vidas. Éramos dos completos extraños que de alguna manera nos reconocimos como similares más allá de edades y estratos. No nos conocíamos, para nada, pero nos necesitábamos para aguantar, o eso sentía yo. Inocente, demasiado idealista, lo que quieran, pero así lo sentía.
—Tú de nuevo… Bueno, ya estás tardando en sentarte a mi lado, pequeña. Estoy tomando un mate, ¿me acompañas?
—Bueno… ¡Un mate! Hágase espacio, don.
—¡Pues venga! Y llámame Enrique.
—A mí dígame princesa, pero mi nombre es Rocío.
Y allí estábamos juntos, viendo el tráfico, a la gente yendo y viniendo, éramos como dos hormigas que se salieron de la línea para ver a la marabunta trabajar, tomando un mate que se me antojaba algo amargo, obviando nuestras responsabilidades porque sentíamos que merecíamos un descanso de la vida.
Aprendí algo sobre su hija mientras el mate iba y venía. Ella era una adolescente que escuchaba “música estruendosa e inentendible”, que vestía “demasiado ligera”, y que incluso él creía notar “la cabeza de un clavo brillando en la punta de su lengua”. No sabría juzgar la música con tan pobre descripción, y vestir ligera de ropas en invierno me parecía directamente una salvajada, pero sí podría ayudarle con lo último.
—¿O sea que su hija tiene un piercing?
 —¿Así le dicen?
—Así se llama… Bueno, no creo que sea para tanto. ¿Qué le dijo?
—Prefiero no decirlo.
—Vamos, Enrique, imagine que tengo uno. Aquí, dispare. —Saqué la punta de mi lengua.
—Supongo que puedo imaginarlo… —Me tomó del mentón y soltó con total naturalidad—. ¡Qué puto horror, niña!
—¿Enzedio, zeyor? —Escondí la lengua—. ¿¡Dónde se ha dejado la gentilidad!?
—Ya veo, “gentilidad”… ¿“Es la cosa más hermosa que he visto en mi vida”?
—¡Ja!, tampoco el sarcasmo, sea sincero. Vuelva a imaginarme —volví a sacar la puntita de mi lengua.
—Pues… ¡sinceramente es horrible, has destrozado tu lengua, niña!
—¡Uf, usted no tiene solución!
Pero todo era dicho con tono amistoso. Tal vez fue gracias al mate o simplemente nuestras risas, unificadores sociales por excelencia, o tal vez fue el haber entendido por fin cuánto nos necesitábamos para escapar aunque sea por media hora de nuestra vida. Allí no éramos una estudiante y un hombre de negocios, allí, risas y mate de por medio, éramos dos personas cansadas de patear por la vida; estábamos emparejados a la misma altura.
Así comenzó nuestra pequeña aventura. Nuestro pequeño ritual. El de dos completos desconocidos que se reunían en la plaza por casi media hora para charlar o simplemente para mirar el tráfico en silencio, juntos en el banquillo y a veces alimentando a las palomas.
Para el viernes me armé de valor y volví a hablarle sobre los problemas de mi casa. Desde luego no pude evitar derrumbarme a mitad de mi historia; ese lado mío, patético, débil, toda una niña llorona… pues como había dicho ese lado no era algo que quería proyectar, por lo que decidí irme antes de que me viera con los ojos rojos y los labios temblando. Pero al levantarme del banquillo, me sostuvo de la mano.
—¿A dónde vas? Te puedes quedar aquí.
No respondí. Solo sostenía su mirada en completo silencio. Fue raro: no se oía el tráfico. No había gorjeos.
—Le harías un favor a este “viejo y acabado” si te quedas, ¿sabes?
Le vi los ojos. Le vi la sonrisa. No había nadie en mi vida así; un reflejo cristalino de mi persona. Así que le revelé ese lado frágil que tengo, lejos de la chica cabrona, lejos de la chica brava. Me senté a su lado y reposé la cabeza en su hombro; resoplé un par de veces, rodeando su brazo con los míos, y luego sí, empecé para llorar a moco tendido. Era mi peor versión, pero descubrí que a su lado me sentía cómoda.
Podría quedarme todo el día allí; porque sí, lloraba sin cesar pero el corazón parecía desbordarse de felicidad o alivio porque finalmente había encontrado el sostén que buscaba. Tal vez estábamos excediendo nuestra media hora diaria, o tal vez quiso consolarme con algo más que un hombro, porque repentinamente me acarició la caballera y me habló con un tono dulce.
—¿Te sientes mejor?
—No. Me da un poco de vergüenza que me vean llorando al lado de un hombre cuya chaqueta parece provenir del neolítico, pero gracias.
—¡Ja! Esa es la pequeña que conozco. Descárgate, vamos.
—Pero se lo digo en serio, creo que un día de estos deberíamos ir a una tienda y elegir algo más bonito, madre mía, ¿en qué estaba pensando para salir de su casa con algo así?
Abracé con más fuerza su brazo con los míos, y volviendo a reposar en su hombro, le rogué que me acompañara así solo un rato más.
Los días siguieron pasando y nuestros encuentros (o rituales) seguían pactándose ya no a horas tempranas del día, sino a la una de la tarde, luego de mis clases y aprovechando el horario de descanso de su oficina, para no joder mis estudios. Con él aprendí pequeños detalles que terminaron, poco a poco, acercarme más a mi padre. Desde llevarle el desayuno a la cama y hasta rememorar mi infancia pasando horas muertas del domingo viendo juntos un álbum de fotos. Aquel hombre era, básicamente, un ángel caído del cielo que ayudó a recomponer la relación con mi papá, a achicar aquella línea que amenazaba con separarme más y más de él.
Para el lunes de la siguiente semana, estrenando una preciosa gabardina negra de película, me acompañó a una tienda de música. La idea era encontrar algo juvenil que pudiera regalarle a su nena, algo con el que ambos pudieran sentirse conectados. No valdrían discos de y para adolescentes, que a un adulto como él no podría gustarle.
En un par de exhibidores, dotados de auriculares, tenían varios discos de muestra. Uno de ellos tenía un álbum que reconocí inmediatamente, por lo que no dudé en llamar a Enrique, que estaba echando un vistazo a los discos en las estanterías.
—Mire, encontré algo potable. Avril Lavigne, a ella la escuchaba antes de comenzar la secundaria. Tiene canciones muy buenas, ¿conoce alguna?
—¿Tengo pinta de saber japonés, pequeña?
—¿Japonés? No, no… Dios santo, ¡solo… solo escúchela!
Me hice con un auricular conectado al exhibidor y le pasé el otro, pero se negó a ponérselas porque creía que iba a gastarle una broma con el volumen, aunque lo más probable es que tuviera miedo de ponérselas. Aceptó a regañadientes cuando le dije que ya iba siendo hora de dar un par de saltos evolutivos importantes si pretendía recuperar a su nena.
Así que tras ojear por la lista de reproducción en la caja del disco, decidí por una de mis preferidas: “Im with you”. Cuando miré a Enrique, esperando que la canción iniciara, no pude evitar hacer un paralelismo con un videoclip de los RadioHead en donde una par de desconocidos escuchaban una canción desde un exhibidor como el nuestro. Claro que él no era Jhonny Depp, ni mucho menos yo me asemejaba a aquella preciosidad que lo acompañaba en el vídeo, pero no me importaba; la canción estaba en marcha.
—No es Gardel pero te digo que esta japonesa no canta nada mal —me codeó para que yo estallara en risas.
Pero todo se desmoronó cuando llegamos al estribillo: “Estoy tratando de entender esta vida. ¿Podrías tomarme de la mano y llevarme a otro sitio? Porque aunque no sé quién eres, estoy contigo”.
Tal vez haya sido demasiado tonta o romántica al reconocernos en aquella canción. Pero debo decir que, por más que él tuviera un anillo brillando con promesas de amor en su dedo, en ese momento sentí algo que sé que no debería. En ese instante algo dentro de mí se había quebrado y mi sonrisa se desdibujó. Lo miré por largo rato, le miré esos ojos en los que me reconocía, él estaba sonriente en su mundo porque le gustaba la canción, pero yo sentía la imperiosa necesidad de tomarle de la mano.
 “Y busco un lugar, busco a alguien que esté conmigo, porque nada me sale bien y todo resulta ser un desastre”.
Buscando una conexión con su hija, terminé encontrando una conexión demasiado peligrosa con él.
Éramos prácticamente unos desconocidos, sí, pero él estuvo allí en mis horas bajas, acompañándome y prestándome su hombro cuando me quebraba en llanto. Aprendí a atesorar cada minuto que pasábamos juntos, desconectados del mundo, y me dolía que nadie en su vida notara cuánto sufría, cuánto anhelaba y sobre todo, cuán grandioso hombre era. Yo sí.
No sé si “enamorada” sería la palabra más adecuada para describirme en ese entonces, pero sí estaba segura de que todo se había jodido para mal. Porque ese hombre casado, con su anillo brillando, con su sonrisa bonachona… pues simplemente ya no podía verlo como antes. Y, sinceramente, media hora al día ya no me sabía a suficiente.
Estoy contigo, y quiero seguir contigo”, pensaba yo, pero las palabras no me salían. Su anillo brillaba demasiado.
De noche no pude evitar pensar en él mientras me bañaba, y pronto comprobé qué tan deliciosa fue la ducha mientras me tocaba imaginándome en sus brazos. Mis deditos eran los de él, los que plegaban los labios y acariciaban el clítoris oculto tras mi pequeño capuchón. Creo que habré tenido uno de los orgasmos más placenteros de mi vida pensando cómo me hacía suya, desvirgándome con dulzura en una amplia cama matrimonial. Era suya en mis fantasías, y ese maldito anillo no brillaba en absoluto, solo caía al suelo y repicaba hasta silenciarse.
 “Estoy contigo, quiero estar contigo…”.
Me maldije al acabar. Por tonta, por idealizar demasiado, por querer tomar de la mano a un hombre casado y pedirle que estuviera conmigo más que media hora al día. Por querer que fuera él quien me arrebatara mi virginidad.
Llegó el martes. El frío era matador, pero allí estaba yo, pateando por la calle, cargando mi mochila en el hombro, avanzando a empujones entre ese montón de gente trajeada. La cabeza la sentía abombada, no estaba acostumbrada a hacer lo que estaba haciendo: abrí las puertas de aquella oficina en par en par y traté de encontrarlo entre el gentío que atestaba el lugar. Pregunté a la recepcionista. Me indicó el segundo piso, tercera puerta a la izquierda.
Cada paso que daba conforme me acercaba se hacía demasiado pesado. Pensaba que tarde o temprano terminaría cayéndome al suelo desmayada. En ese entonces, más que nunca, sentía la necesidad de tomarle de su mano y susurrarle cuánto necesitaba estar con él, que media hora al día no me era suficiente ya.
Estoy contigo, quiero seguir contigo”.
Y sonreí al verlo, charlando por teléfono en un escritorio apartado. Resoplé una y otra vez antes de armarme de valor para interrumpir en su vida. Miré mi falda plisada, comprobando que no estuviera arrugada, rápidamente me arreglé un poco el cabello en una coleta alta; pensé que tal vez no debería haber venido en mi uniforme escolar, lo último que quería era proyectarle una imagen de cría o de “pequeña”, pero ya era muy tarde para volver sobre mis pasos.
—Señor Enrique, s-si su hija no quiere visitarlo y almorzar con usted, yo lo haré.
—¿Eh? —colgó su teléfono—. ¿Rocío? ¿Qué haces aquí?
—Uf, parece que está perdiendo el oído. Le he dicho, hombre torpe, que he venido para almorzar juntos.
—No me lo puedo creer… ¿Lo dices en serio?
—Dios, sé que no soy su nena, pero podría simular algo de alegría…
—Esto, no pienses que no estoy contento, pero lo cierto es que ya te has robado un par de miradas, vaya con el aprieto en el que me has metido al presentarte aquí.
—¡Ya! ¿Cree que he venido así, sin pensarlo? Le he dicho a la recepcionista que soy su sobrina.
—Bueno, podrías haberme avisado, pequeña —se pasó la mano por la caballera visiblemente azorado.
—¡Deje de decirme pequeña! ¿Qué dices? ¿Nos vamos?
En el bar parecíamos padre e hija, sentados a una mesa alejada. Al principio me hacía gracia verlo tan nervioso, oteando el bar con desconfianza pues no quería encontrar a alguien conocido, supongo, porque iba a serle complicado explicar por qué estaba almorzando con una colegiala. Pero a mí no me importaba, necesitaba avanzar en el terreno; sentía que él me veía como solo una amistad, o peor incluso, como la hija que no podía tener.
Se comportó como un caballero, pero yo como una niña mala que sacaba provecho de sus atributos. Me inclinaba hacia él varias veces para recoger el salero o servirme de la gaseosa, y que así pudiera tener mejor vista de mi tímido escote, para que notara que yo le ofrecía algo más que lo que su hija podría. Hasta incluso le sequé (torpemente) los labios con una servilleta luego de que bebiera de un vaso de agua.
—Maldito invierno —murmuró.
—¿Qué le pasa, Enrique?
—Bueno… ahora que lo pienso, siempre nos hemos encontrado en la plaza, así que ibas bien abrigada. Pero ahora, aquí y sin suéter ni abrigo, veo que eres una auténtica preciosidad, pequeña.
—Enrique, es la primera vez que me dice algo así… Gracias, me halaga.
—¿En serio? ¡Menos mal!, pensaba que si lo decía ibas a ridiculizarme.
—Bueno, hoy me estoy portando bien porque me gusta verlo contento, ¡no se acostumbre!
¡Pero por Dios! Tenía ganas de tomar de su mano y quitarle ese maldito anillo, pero no tenía el valor de hacerlo porque las mías estaban temblando de los nervios, inseguras, inquietas.
No fue sino en el tercer almuerzo, el día jueves, cuando junté la fuerza necesaria para dar el paso definitivo. Lentísima, torpe, lo sé, pero no estaba acostumbrada a actuar como una loba, y menos con un señor mayor que seguramente podría sospechar mis intenciones con facilidad.
—¿Y su esposa, Enrique?
—¿Graciela? ¿Podríamos no hablar de ella?
—No diga eso. Así como estoy haciendo los deberes de su nena, tal vez pueda tratar de hacer los de ella… —tomé el jugo de naranja, estaba mareada.
—Rocío, estás sacándome pensamientos inapropiados.
—¡Ya, no sea desubicado y cuénteme!
—Mira, si tanto quieres saberlo, te diré que hace más de once meses que no tengo relaciones con mi esposa. Y en los últimos cinco años no lo hemos hecho más de diez veces. ¿Contenta?
Escupí el jugo en el vaso. Eso sí que no lo esperaba. Cinco años casi en castidad eran una auténtica locura para una pareja casada. ¿O no? ¿O sí? Como fuera, ¿qué clase de mujer podría no atenderlo como debía? ¿Qué clase de monstruo podría tirar por la borda todas esas promesas de amor que brillaban en ese anillo matrimonial? Él no se lo merecía, él debía tener a alguien mejor. Y no digo que ese alguien fuera yo, ni mucho menos, pero al menos sé que yo lo trataría mejor que ella.
—Rocío… ¿estás bien?
—Enrique, ¿¡cinco años!?
—Lo último que espera alguien de mi edad es que una jovencita le tenga pena. Por favor, no necesito esa mirada de ti.
—Ya. Tiene razón. ¿Quiere que pateemos un rato por el centro y busquemos una prostituta? Porque a mí no me mire si quiere desfogarse, pervertido.
—¡Ja! Exacto, esa es la Rocío que conozco.
Sí, esa era la chica que él conocía. La colegiala cabrona y entrometida que le hacía chistes pesados y criticaba cada decisión suya. La que prefería no discutir airadamente porque se rompe en llanto fácilmente. La nena con problemas que necesita de su hombro para llorar. Una hija, eso quería él, una hija con la que pudiera sentirse vivo y realizado. Pero yo no necesitaba un padre, ya tenía uno en casa.
—Aunque no te lo negaré, pequeña, será mejor que termines de almorzar y vayas pitando para tu casa, porque no sé si podré contenerme —bromeó.
Miré esos ojos, esa sonrisa suya. Y simplemente di el paso que tanto había practicado en mi habitación: tomé de su mano más cercana con las mías. Una descarga de estática me hizo dar un pequeño respingo, pero lo tenía por fin, agarrado de la mano. Era mío, estaba conmigo. “Estoy contigo… y me encanta”.
—Yo… yo creo que usted se merece algo mejor, Enrique.
—¿Te refieres a mi ensalada? —preguntó con una media sonrisa. Estaba jugando conmigo o pateando balones fuera.
—Uf, ¡no! No se haga del desentendido, por favor. No digo que yo sea lo que busca, pero escúcheme, pe-permítame ser la esposa que se merece.
—Estoy pensando seriamente que te estás volviendo loca. ¡Eres una menor!
—¡Tengo dieciocho y sé lo que hago!
—Estoy casado, pequeña, ¿ves este anillo?
Para mí no valía nada, ¿qué sentido tenía llevar algo que solo relucía promesas rotas? Claro que no tuve el valor de decírselo, por lo que prosiguió excusándose.
—Rocío, y no es solo mi esposa. Hay casi treinta años de diferencia entre tú y yo.
¡Pues para mí no la había! Deshicimos esos años en aquella plaza, en cada conversación que tuvimos, en cada risa, cada llanto y cada mate que compartimos. ¿O fue solo una impresión mía? ¿Una quimera que me inventé para sentirme comprendida en un hormiguero que no era mío?
Me levanté para retirarme. Otra vez los ojos ardiendo, otra vez el maldito labio inferior temblando sin control. De nuevo la niña salía a relucir, y eso era algo que no debía permitir. Quería mostrarme ante él como una mujer, como una posible pareja, ya no como la cría que buscaba consuelo. No miré para atrás, y aunque esa vez no hubo palomas ni gorjeos entre nosotros, estaba tan ensimismada en mi mundo que ni siquiera oí sus reclamos (si es que los hubo).
Me lo merecía. Ese mazazo sádico a mi vida (¿cuántos más?). Por tonta, por idealista. Por creer que un hombre casado sería capaz de quitarse ese anillo para hacerme feliz.
En mi casa pensé, mientras lavaba los cubiertos, que tal vez lo mejor sería olvidarme de todo, de aprender a afrontar mis problemas en completa soledad. Tal vez era la única forma de avanzar en mi vida, de madurar, de deshacerme de la “pequeña” que me jodía el rostro con lágrimas cada vez que la vida me embestía. Construir una muralla para olvidarlo, tal vez eso era la mejor opción. Pero luego recordaba sus ojos, y por Dios, nadie más en mi vida tenía esa mirada cargada de soledad en los que me reflejaba cristalinamente.
Decidí, en la cama, antes de cerrar los ojos, que iba a luchar por él; un último intento antes de abandonar aquel hormiguero ajeno.
Viernes de día. Me quité el suéter al bajarme de la parada y me la até en la cintura. Iba desabrigada, pero tenía mis razones. Él estaba en la plaza, sin periódico en mano, caminando por el parque, oteando en derredor en mi búsqueda. No mentiré; me alivió encontrarlo, temía que me quisiera evitar tras haberle confesado mis sentimientos.
Me acerqué sin que me notara, justo cuando paseaba por la vereda. Le tomé de la mano y retiré el maldito anillo de su dedo. Lo tiré al suelo y vi cómo el hombre se empalideció. Me miró, no sabría decir si feliz o sorprendido, luego se fijó en el anillo repicando en el suelo, subió de nuevo la mirada, pasando fugazmente por mi sujetador negro reluciendo tras mi blusa blanca, y por último observó mi cara repleta de deseo.
—Ahora no hay ningún anillo, señor.
—¡Rocío! Te estaba buscando… ¿No te parece que deberías estar abrigada? ¡Vas a pescar un resfrío!
Tengo que admitir que yo era un auténtico caso perdido. Iba a llorar de nuevo porque esperaba un abrazo, un beso, una mano, pero en cambio el maldito solo se quitó su gabardina (nuestra gabardina) para abrigarme. Decepción, desazón. Me lo merecía, por tonta, por idealizar cosas que no debía. Era una maldita hormiga perdida en un hormiguero que no era suyo.
Y de repente, el anillo en el suelo dejó de repicar.
Cuando los ojos empezaron a dolerme y no quedaba otra más que mirar el suelo, cuando los labios me empezaron a temblar, contra todo pronóstico, me tomó del mentón para besarme. Primero fue un pico rápido que me robó mientras yo mascullaba que debía recoger su anillo, que lo tiré solo por un lapsus nervioso. “Déjalo ahí”, susurró. Al verme sorprendida, el beso cayó en mi nariz para hacerme sonreír. Y así, con el corazón desbordándoseme de alegría, me besó como ningún hombre había hecho hasta ese entonces conmigo. Nada de lenguas, nada fuerte. Solo labios apretujándose mientras unos ásperos pero juguetones dedos se enredaban entre los míos.
Estás conmigo, y me encanta…”.
—Pequeña, me alegra que hayas venido…
—Uf, deje de hablar y siga besándome.
—Estoy casado y tú apenas eres una niña, es complicado así, ¿no te parece?
—¡No soy una niña! Y ya sabe, ahora tiene vía libre…
—Solo espero que nadie me haya visto besándote…
—Deje de mirar por la plaza. —Lo tomé de la mejilla y rogué—: Enrique… lléveme a otro lado.
Su casa era hermosísima, de dos pisos, estilo colonial; atravesamos un jardín delantero para entrar. Mientras él llamaba a su oficina para comentar que no podría presentarse ese día, sacié mi curiosidad viendo las fotos de su hija y señora, muy bonitas por cierto, en los portarretratos que infestaban la casa. Pero no había mucho tiempo para ellas porque las cosas cambiaron drásticamente cuando me llevó de la mano para subir por las escaleras, rumbo a su habitación matrimonial. Me alarmé, había algo que aún no le había dicho porque tenía demasiada vergüenza.
Se sentó en la cama, esperándome, pero yo aún no podía entrar en la habitación por el miedo que tenía. Él me vio recostada por el marco de la puerta, con la cara roja, y preguntó qué me sucedía.
—Señor Enrique, vamos a manchar su cama… ¿No es así?
—Mi esposa duerme en otra habitación. Pero si te preocupa, hay un lavarropas abajo, es muy bonito.
—¡No es eso! Bueno… quiero decir que so-so-soy virgen, ¿entiende?
—¡Jajaja! ¡Muy buena broma! Dale, vente.
—No se ría, ¡le digo la verdad!
—Sí, claro, y yo soy Superman, Rocío.
—Estúpido, ¿qué quiere decirme con eso?
—A ver, ¿me estás diciendo que es la primera vez que vas a ver una… verga?
—¡Obvio que no! ¡Las he visto a montones! Solo que ahora será la primera vez que vea una “en vivo y en directo”… ¿Puede entender un poco mi problema en vez de reírse tanto?
—¡Es que en serio, no me lo creo!
—¡Pues créalo, será la primera vez que esté con un hombre!… ¡Un hombre que se está riendo de mí!
—No puede ser, pequeña, no estás bromeando…
—Uf, le ruego que no se enoje.
Se levantó y me extendió la mano, invitándome a entrar. Me vio indecisa, pero bastó que cambiara su tono para convencerme.
—No te preocupes, yo te guiaré. Ven aquí.
Avancé. Me agarró de la cintura al acercarme y, tras depositar otro beso en la nariz que me hizo reír, me ayudó a quitarme los primeros botones de la blusa. Al caer al suelo, fue el turno del sujetador;  le miraba a los ojos cada vez que sentía que me iba a desmayar para poder tranquilizarme. Me estaba viendo los senos, los tocaba suavemente con sus gruesos dedos; me excitaba.
Prosiguió desabrochándome el cinturón de mi falda. Me giró, y lentamente fue bajándomela para dejarme en braguitas. Se arrodilló ante mí; volví a girarme para verlo, tenía que mirarlo a los ojos para no desesperarme; agarró delicadamente las tiras de mi ropa interior, la última prenda antes de quedarme desnuda (salvo por mis blancas medias recogidas hasta mis tobillos), y me la bajó hasta la mitad de los muslos. Fue el primer hombre que me veía toda, mi vello, mi carne; en mi entrepierna sentía un calorcito excitante.
Me acarició mis partes con sus dedos, luego utilizó su boca de una manera tan sensual que doblé las rodillas y me tuve que sostener de sus hombros; pasaba su lengua de abajo hacia arriba de mi rajita, subiendo hasta besar mi mata de vello púbico, subiendo más para besar mi ombligo.
—¿Te ha gustado lo que te hice, Rocío?
—Síii… y no recuerdo haberle dicho que se detuviera.
—¿Te gustaría hacerme algo similar? Me harías muy feliz.
Me volvió a besar la conchita, era simplemente una delicia sentir su lengua apretándome allí abajo, húmeda, caliente, abriéndose paso por mis carnecitas. Y claro que quería hacerlo feliz, por lo que le acaricié el cabello y le susurré que me dijera qué debía hacer. Así que se levantó. Otro beso en la boca, su legua tenía un gustito amargo.
—Ponte de rodillas y quítame el cinturón, pequeña.
Lo hice. Se lo desabroché y procedí a bajárselo para que quedara un bóxer negro en donde se marcaba algo grueso, duro y palpitante. “Quítamelo también”, me dijo acariciando mi cabello. “Ya, es obvio, ¿no?”, respondí, bajándosela. Y allí estaba frente a mí. Era imponente, tenía la piel oscura, distinta a la del resto de su cuerpo, con venas que iban y venían por el largo del tronco. Era la primera verga que veía, sí, aunque solo podía pensar en algo mientras admiraba cada centímetro:
—Enrique, prométame que no me va a doler.
—No te preocupes, lo haré despacio para que disfrutes. Solo haz lo que te digo, no quiero que hagas algo que te pueda desagradar.
—Entiendo. Guíeme por favor—susurré viendo esa carne que tarde o temprano iba a estar dentro de mí.
—Te aconsejo que comiences por acariciarla, sentir cómo es al tacto.
Tragué saliva. Primero posé el dedo índice en el tronco, justo sobre una vena. Presioné sobre ella, y pronto me armé de valor para agarrarla tal zarpa. Pero era gruesa, no podía cerrar mi mano. Con la otra toqué la cabeza, de textura y color diferente, nada rugosa, más caliente. El señor dio un respingo de sorpresa cuando se la agarré. Supe que era un poco más sensible allí. Estuve así, palpándola y contemplándola con respeto conforme él me acariciaba la cabeza.
—Eso es, pequeña, ahora dale unos besitos en la punta y en el costado, lamela un poco, así te vas acostumbrando al gusto. Que quede bien húmeda.
Cerré los ojos y, poniendo ambas manos sobre mi regazo, procedí a besar tal como me pidió. Primero en la cabeza, luego, con la lengua extendida, fui recorriendo el tronco, pasando a conciencia por una gigantesca vena que la cruzaba. Ensalivé un poco y seguí besando, lamiendo, dando un pequeño mordiscón. Para cuando volví hacia la cabeza, noté que de la punta bullía un líquido traslúcido.
—Lo estás haciendo muy bien, Rocío. Ahora abre tu boquita lo más grande que puedas, voy a meter la punta. Trata de mirarme a los ojos, ¿sí?
Al principio abrí pero era obvio que no iba a entrar, por lo que tuve que esforzarme más. Hice fuerza y por tenía su polla dentro de mi boca, pero no sabía si debía usar mi lengua o mis labios de alguna manera, simplemente estaba allí con ese gigantesco miembro latiendo mientras mis ojos trataban de sostener su mirada.
—No te quedes así, pequeña, pálpala con tu lengua. La idea es que te guste, ¿te está gustando?
Afirmé y procedí. Claro que me estaba gustando, estaba calentísima, si eso era solo el comienzo estaba con muchas ganas de quedarme hasta el final. Estaba arrodillada ante él, con mi carita de niña, acariciándole su verga solo con mi lengua y mis manos temblando sobre mi regazo. Me retiré la tranca un par de veces para besarle en la punta, allí donde seguía escapándose algo pegajoso y traslúcido. Volví a metérmela en mi boca, cada vez más profundo, abriendo más y más para que me cupiera.
Engullí un poco más allá de la cabeza de su verga y empecé a chupar. Él inició un mete y saca suave, despacio, como tratando que yo sintiera toda esa carne que por primera vez estaba descubriendo. Traté de metérmela más aún porque estaba enviciándome ya; pero se la retiró de mi boca y empecé a toser, con saliva colgándoseme de los labios. Había hecho una arcada por haberme atragantado.
—Tranquila, pequeña. Te dije que me hicieras caso.
—Perdón, trataré de no meter tanto.
Volví a agarrar la verga pero no pude más que darle un par de besos antes de que él me la separara. Me dijo que sería mejor si lo acompañara hasta su cama, porque a su edad no estaba para rodeos largos. Así que, con los labios humedecidos de ese extraño líquido, le tomé de la mano y le sonreí.
En la cama me acomodé sobre él, lenta y torpemente procedí a desabotonarle la camisa, besando su peludo pecho para mostrarle todo mi amor, devoción y respeto.
—¿Quieres hacerlo, Rocío?
—¡Síii! Enrique, me arde muchísimo entre las piernas, uf, pero si llega a lastimarme le juro que le arañaré.
Me tomó de la cintura y con su mano guió su tranca hasta mis carnes, pasándolas por mi tímida raja, restregándomela, se resbaló un par de veces pero luego la tuvo bien sujeta contra mí. Era riquísima la sensación, quería devolverle el favor llenándole la cara a besos pero no podía controlar nada de mi cuerpo debido al vicio.
Empezó a empujar; la húmeda punta de su verga me estaba abriendo despacio. Mi coñito ardía, picaba, pero me gustaba, no era nada doloroso. Pero en seguida dejó de meter, ya no se deslizaba para adentro con suavidad. Así que dio un empujón, seco, casi violento, tan repentino que me hizo arquear la espalda y gritar del dolor.
—¡Aghmm! ¡Enrique, me está lastimando!
—Tranquilízate, como te prometí, te la voy a meter despacio para que disfrutes.
—¡Pues lo de recién no fue “despacio”!
Recibí otro envite que no penetró más, solo empujaba toda mi conchita hacia adentro.
—¡Bastaaaa, es demasiado grande para mí! ¡No siga, me está doliendo!
—¡Tranquila, mi pequeña, no pasa nada!
—¡Obvio que no pasa nada! ¡No quiere entrar y para colmo me dueleeee! ¡Quítese, quítese!
Él se retiró un poco pero sin sacarla del todo y volvió a arremeter.
—¡Nooo!
Me aparté de él y caí a su lado, su tranca se había deslizado fuera de mi adolorido coño. Quedé recostada a su lado, algo atontada. Me acarició diciéndome que aquello que estaba sufriendo era normal, que muchas mujeres sienten un poco de dolor la primera vez.
—Déjame verte, tu himen debe ser muy resistente y no se rompió, por eso no pude penetrar.
—¿Himen resistente? ¿Existe algo así? Dios, soy un monstruo, don Enrique, nadie va a poder penetrarme jamás…
—¿Pero qué estás diciendo, Rocío? No seas exagerada. Ven.
Metió mano en mi entrepierna y buscó mi agujerito, haciéndose lugar entre mis abultados y enrojecidos labios vaginales. Me retorcí y me mordí los labios porque era buenísimo. Me dijo que me estaba haciendo una estimulación vaginal, que quería sentir mi barrerita, tratar de empujarla un poquito con sus dedos. Yo sentía un ardor molesto al inicio pero como su dedo vibraba también me resultaba un poco placentero.
—Uf, siga haciéndolo, Enrique…
—¿Te dolió? ¿Qué sientes?
—Duele… pero ya no tanto como recién.
—Aguanta un poco, pequeña, ya no te va a doler –dijo, colocándose encima de mí; el contacto contra su cuerpo velludo me volvió loca. Metió las manos por debajo de mi espalda, hasta los hombros, para atajarme.
Acomodó su verga. Un beso a la nariz. Una sonrisa de mi parte. Y empujó de nuevo.
Yo sentí que me desgarraba algo, que vencía una resistencia, por lo que empecé a luchar para sacármela, pero me tenía bien sujeta. Por suerte no desistió porque conforme su tranca se abría paso en mi interior,  el dolor se hizo soportable y volvió ese ardor placentero. Mi carita arrugada de dolor había desaparecido, según él, mientras lo sentía deslizándose centímetro a centímetro dentro de mí.
Su carne estaba llenándome toda la cavidad, tocando paredes que en ese momento recién estaba descubriendo; era suya, estaba dentro de mí, estábamos más unidos que nunca y el corazón me latía a mil por hora de felicidad porque estaba cumpliendo mi sueño. Lo abracé fuerte, atrayéndolo para hundir mi cabeza en su hombro y poder llorarle:
—Estoy con usted, Enrique. Puedo sentirlo… usted está adentro de mí…
—Lo sé. ¿Te gusta, pequeña?
—Síii… no tiene idea de cuánto me arde, me e-encanta…
—Fue un poco difícil porque aún estás muy estrechita.
Empezó a menearla un poco y eso fue devastador para mí. Yo sentía que mi vagina se contraía de manera violenta con ese intruso dibujando círculos, entrando y saliendo. Me dijo que le encantaba cómo usaba las paredes internas de mi vagina para estimularlo, pero obviamente yo no sabía manejarlas, era solo un espasmo muscular, pero entendí que si lograba dominarlo podría hacerlo gozar en otras ocasiones. Lo mejor de todo llegó cuando retiró su verga de mí; mi coño se contrajo de una forma que me provocó un orgasmo espectacular, comencé a temblar como una poseída, a enredarme con la manta, retorciéndome en la cama con sacudidas de placer que duraron varios segundos.
El señor se limitó a acostarse a mi lado, acariciándome, viéndome resoplar entrecortadamente, contemplando mi carita roja de goce, secándome a besos las lágrimas que derramé por el sufrimiento.
—¿Qué tal estás, pequeña? Estás temblando un montón.
—Enrique… dolió muchísimo al principio. –Hundí mi rostro en su hombro—. ¿Y qué me dice usted? ¿Le ha gustado? Sea sincero…
—Desde luego, Rocío. Lo has hecho bien para ser tu primera vez.
No sabría cómo describir la felicidad que en ese momento sentí bullendo en cada rincón mío. No solo yo había sentido esa conexión especial que habíamos creado. No me refiero a lo físico, al menos no del todo. En ese momento en el que su carne estaba dentro de mí sentí algo único, como la calma, fuerza y consuelo que yo buscaba. Y que Enrique me confesara que también fue agradable para él fue el pistoletazo para que mi corazón se desbordara de alegría. Eso sí, aún me quedaban un par de temas por averiguar:
—¿Y sangré, Enrique? Tal vez debería llevar las sábanas a lavar…
—Bueno, sangraste un poco, pero en esta casa no eres ninguna empleada doméstica, ¡hala! No te preocupes, yo la llevaré a lavar. Ve al baño, date una ducha caliente y espérame allí. Verás, a mí me encantaría poder terminar. ¿Quieres que yo también tenga un orgasmo, no es así?
—Obvio que sí, le dije que no pienso decepcionarlo.
En la ducha, bajo el agua caliente, nos bañamos juntos, acariciándonos y descubriéndome puntitos especiales con sus gruesos dedos. Lo masturbé mientras besaba su pecho, y cuando me aviso que estaba por acabar, me arrodillé para abrir la boca. Empezó a cascársela y pronto escupió varios chorros que fueron a parar en mi lengua.
Me dijo que le haría feliz si me lo tragaba. Así que, crispando mis puños, metí la lengua y tragué aquella leche tibia; tenía un saborcito rancio que me pareció terrible pero hice tripas corazón para disimular mi cara. Estaba feliz así, arrodillada ante él, besando su verga que poco a poco perdía tamaño, mostrándole mi admiración y respeto.
Nos volvimos a su cuarto, arreglamos la cama con nuevas mantas para volver a acostarnos. Me dormí, con la cabeza reposando sobre su pecho, mientras sus ásperos dedos se enredaban entre los míos. Estaba conmigo, por fin, y era feliz así. Estuve unida a un hombre como nunca antes, y vaya hombre; mi sonrisa simplemente no se borraba.
Pasamos los días siguientes repitiendo aquella escena en su ducha (salvo el sexo en sí, que no me sentía del todo recuperada). Para cuando cumplimos una semana juntos, volvimos a experimentar aquella unión de cuerpo y mente tan excitante que parecía reforzarnos como personas. Y para mi fortuna logré aguantar mucho más tiempo, incluso llegué a tener mis primeros orgasmos con su verga aún dentro de mí. Como dije, y seguiré insistiendo, el sexo con él no era simplemente una experiencia física, al contrario, en el momento que él estaba dentro de mí era algo que implicaba una gran carga emocional.
Enrique parecía un hombre renovado, se le notaba en la cama y también en la plaza; ya no quería estar sentado, quería dar caminatas conmigo, de compras y hasta seguir conociendo más de mis gustos musicales en aquella tienda con los exhibidores porque a su hija le habían encantado los discos que le escogí. Y de alguna manera esa nueva actitud, la de un hombre satisfecho, habrá sido reconocida por su esposa, y su vida, poco a poco, habrá mejorado. Tarde o temprano iba a suceder, desde el momento en que tenía que enfocarme en mis exámenes finales y dejar de encontrarnos, supe que terminaría volviendo con ella.
Cuando terminé mis estudios, lo visité en su oficina para poder almorzar juntos como antaño. Le comenté que en mi casa ya no era la empleada doméstica de nadie, que las cosas mejoraron desde que mi padre, comprensivo, decidió agarrar una escoba para limpiar la casa mientras obligaba a mi hermano a lavar las ropas. La princesa de la casa había vuelto a ser princesa y ya no necesitaba de un hombro. Ambos estábamos “curados”, sí, pero era una felicidad extraña la mía, porque en su ausencia descubrí un agujero en el estómago que no sabía cómo cubrir.
Prometimos encontrarnos nuevamente el día después de mi graduación, en aquella plaza donde nos conocimos. Para recordar, para resucitar esa conexión que habíamos creado.
Lo cierto es que ese día lo esperé y esperé, sentada, mirando el tráfico y las personas pasar. Y me culpé por seguir ser tan tonta, tan idealista, por creer que un hombre casado sería capaz de romper su ya feliz rutina para dedicarle un último adiós a la joven que le había rescatado.
Cuando los ojos empezaron a doler, cuando los labios empezaban a temblar sin control, vi un anillo cayendo ante mis ojos, repicando en el suelo, entre mis pies. Sentí un beso en la nariz. Y una cálida mano me agarró, unos juguetones y ásperos dedos se entrelazaron entre los míos, sin anillos, sin brillos que interrumpieran, sin el sonido del tráfico ni el gorjear de las palomas.
Le vi los ojos cargados de alegría, como los míos. Le vi la sonrisa bonachona, como la mía.
“Estoy contigo, pequeña”.
Y el anillo, otra vez, dejó de repicar.
 

Relato erótico: “Mi nueva vida 4 original” (POR SOLITARIO)

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Miércoles 1 de mayo de 2013

El trasiego mañanero es el de todos los días, Pepito y Mili peleándose por el baño, Ana, pacientemente mediando en la disputa.

Es mi casa, son mi familia, mis hijos, mi mujer.

Pero que estoy diciendo.

¡Despierta José!. ¡Ya nada es igual, todo ha cambiado!.

La casa, la familia, el trabajo. Todo eso pertenece al pasado. El ahora es distinto.

–Mamá, nos vamos.

Es Ana, se lleva a los niños. Me levanto y me termino de despertar con una ducha. Mila me observa desde la puerta del baño.

–Buenos días dormilón.

–Buenos días Mila, ¿Cómo estas hoy?

–Más tranquila. ¿Te lavo la espalda?

–Como quieras.

Entra y refriega mi espalda con la esponja. Me enjuago y salgo de la ducha. Mila me mira atentamente.

–¿Que miras?

–¿No puedo mirar a mi marido?

–Claro pero no puedes tocar.

–Lo sé. Solo miro. Has adelgazado.

–Bastante, he perdido cinco kilos en menos de un mes. Los cuernos deben ser una buena dieta.

–Ya estamos otra vez. Por favor, me haces daño.

–Dejémoslo así. Vamos a desayunar.

Se oye la puerta. Es Mariele. La muchacha que ayuda a Mila en la casa y en la cama.

–¿Hay alguien? Donde estas Mila?

–Aquí, en el dormitorio.

–¿Ya estas dispuesta a coger mamita?

–Si me dejan ¿Por qué no?

–¿Y quién te lo va a impedir?

Entra en el dormitorio y me ve desnudo junto a Mila.

–Hay por dios, perdóneme usted señor, no sabía que estaba aquí y le gastaba una broma a su esposa. Me da pena verle desnudo señor.

–No te de vergüenza Mariele. Y no te preocupes. Sé lo que hay entre ustedes.

Y si estas dispuesta a coger, cogeremos, a mi me encantará. ¿Qué te parece Mila?

–Estoy dispuesta, llevo más de una semana sin correrme, si me dejas lo disfrutaré.

–Mariele, ¿te apetece?

–Hay señooor, estoy apenaada. Pero si no hay bronca por mi vale.

–Acercaos y acariciaos las dos. Me gusta veros.

Mila se acerca a Mariele y le besa los labios, le quita la ropa hasta dejarla desnuda. Se desnuda a su vez. Forman un bello cuadro, dos cuerpos, jóvenes, esbeltos, de piel suave como la seda, una blanca, la otra de tono canela, acariciándose. Se tienden en la cama.

–Mariele, sé que te atrae el fisting y a mí me gustaría aprender a practicarlo. Mila me guiará para no hacerte daño, ¿Qué te parece? ¿Mila me enseñarás?

–Estoy dispuesta si Mariele está de acuerdo.

–¡Ay! Señora no me hagan daaño. Me dolerá la chimba.

–No temas. Cuando quieras paramos.

–Mila colócate debajo y ella encima, en un sesenta y nueve.

Se colocan y se besan sus respectivas chimbas. Acaricio sus cuerpos con mis manos en sus pechos, sus pezones, sus nalgas. Me detengo en las de Mariele y beso su ojete. Mila intenta besarme pero solo le permito llegar a mi barbilla. Sigo hurgando con mi lengua. La chica no puede más y llega a su primer orgasmo. Llaman al portero. Será Marga me levanto y voy a abrir.

–Continuad, no os paréis.

Marga se sorprende al verme desnudo pero reacciona y me saluda con un beso en los labios.

–¿Qué estabais haciendo? ¿No os habréis liado verdad?

–Algo sí, pero no te preocupes, nada entre Mila y yo. Está con Mariele.

–¡Ah putones! ¡Zorras ahora veréis lo que os espera por haber empezado sin mí!

Me rio de la ocurrencia y vamos al cuarto, Marga va dejando la ropa por el pasillo. Al llegar al dormitorio va con zapatos, las medias y el tanga. Es una preciosidad de mujer. Al llegar a la cama lanza los zapatos y se une a la pareja.

–Dejad algo para mí. Un chochito por favor.

Saca a Mila de debajo y se coloca ella, están cruzadas en la cama de forma que presentan cara y culo a ambos lados. Me dispongo a follar a Mariele.

–Métame la poronga en la chimba señor José, para calentarme.

Ella misma coge mi poronga y la coloca en posición. Empujo un poco y entra como un cuchillo en manteca, me muevo adelante y atrás. Mila se endereza y me besa, lo acepto. Sigo practicando las enseñanzas recibidas. Pensar en otra cosa, no en lo que se está haciendo. La muchacha lanza un aullido y se desploma sobre Marga. Mila se apresura a chupar mi polla que sigue firme. Marga me acaricia los testículos.

–¡Folla ahora a Mila, José! ¡Fóllala!

Mila se incorpora y me mira con ojos suplicantes. Con mis manos rodeo sus hombros y la atraigo hacia mí. Beso sus labios, me saben a miel, me embarga la emoción y la estrecho fuertemente entre mis brazos.

Marga le indica a Mariele que salga y se marchan las dos. Nos dejamos caer sobre la cama, seguimos abrazados, la siento cerca, más cerca que nunca.

Nos fundimos, ella dirige mi miembro hacia su interior, la penetración es lenta, se desliza suavemente hasta las profundidades de su cuerpo. Acaricio sus senos, los hombros, paso mis dedos por sus labios que se abren para dejarlos entrar, los lame. Con mi mano en su nuca la atraigo hacia mí, hacia mi boca y bebo sus carnosos labios, su lengua que juguetea con la mía. Estoy ciego de pasión, no puedo pensar, solo en ella.

Nos movemos, al unísono, despacio, más rápido, más y más hasta estallar en el mayor y mejor orgasmo de mi vida. Su cuerpo se estremece, convulsiona y grita, un grito que sale de lo más hondo de su ser, le falta el aire, se agita y se derrumba, sigue con la respiración agitada.

Dentro de mí se libra una terrible batalla. Quiero a esta puta.

Y por su engaño estoy descubriendo un mundo nuevo, distinto a todo lo conocido por mí anteriormente.

Hacer que una mujer se corra de gusto, alcance el máximo placer en mis brazos, me produce una sensación totalmente desconocida.

Una emoción distinta a las anteriormente experimentadas.

Y seguro que la mayoría de los hombres desconocen este placer. Como yo lo desconocía.

Poco a poco se va normalizando. Con sus dos manos aprisiona mi cara y la atrae hacia ella, me besa, como jamás me había besado.

–¡¡Gracias!! ¡Gracias, José! ¡Te quiero!

–No tienes porque darlas Mila, sabes que te quiero y te seguiré queriendo a pesar de todo. No sé si es una bendición o una condena.

Regresan las chicas. Desde los pies de la cama Marga nos mira con un poco de resentimiento.

–Vaya con la parejita, ¿Lo habéis pasado bien?

–He follado mucho a lo largo de mi vida Marga, tú lo sabes, pero nunca había hecho el amor. Y esto es distinto. Es algo maravilloso. Lo que he sentido hoy no lo había experimentado nunca. Y es distinto a todo lo que he vivido hasta ahora.

La emoción de Mila es evidente, sus ojos están anegados de lágrimas. Endurezco el gesto.

–Sin embargo, yo he querido hacerte el amor durante quince años y ahora lo que hago es follarte. Ya ves como cambian las cosas Mila. Vamos Mariele, Marga, sigamos con el curso de fisting.

–Eres cruel José, no sigas lastimando a Mila. Te ama.

Marga me miraba con tristeza.

–Quizás, pero aun no estoy seguro de su sinceridad.

Mila no puede más.

–¿Necesitas más pruebas? ¡¡Haré lo que me pidas!!.

–Déjalo estar Mila, dame tiempo. Aun está todo muy reciente.

–Ahora lo que quiero es experimentar, aprender y follar. Tengo que recuperar el tiempo que he perdido. Tal vez a ti también te convenga experimentar con esta nueva forma de relacionarte conmigo, para eso necesitas tiempo. Según has dicho nunca habías hecho el amor. ¿Eso es cierto? ¿Puedo creerte? ¿O esto es una comedia, en la que, me consta, eres experta? ¿Cómo puedo saberlo? Con el tiempo. Con el día a día.

–Repito ¡¡A la cama chicas!! Dejémonos de charla que hay mucho que hacer.

Me miran las tres con cara de disgusto.

–Ahora no tenemos muchas ganas, la verdad.

Marga no se callaba. Pero yo debía seguir adelante.

–Sin embargo estoy seguro de que en muchas ocasiones habréis tenido que hacerlo sin ganas, incluso con gente a quienes detestabais. Y lo habéis hecho con profesionalidad. ¿Me equivoco?

Cariacontecidas se suben las tres a la cama y comienzan a acariciarse. Marga y Mila colocan a Mariele en posición, tal y como las vi hace unos días a través de la cámara. Beso a Marga, que acepta sin mucho entusiasmo pero no me importa. Me acerco a Mila e intenta rechazarme pero le sujeto un brazo y la fuerzo a besarme. No es un beso cariñoso, es una pugna, un duelo, una batalla, en la que nos mordemos los labios hasta hacerlos sangrar, hasta que ella, impotente para oponerse, se entrega.

Coge mi mano y la dirige hacia la vagina de Mariele que ha recibido una buena dosis de líquido lubricante con algún dilatador.

Con mi mano en sus manos me coloca los dedos en posición para penetrarla, dos dedos, tres dedos, movimientos dentro, fuera, rotando la mano y dándome instrucciones hasta que, tras varios minutos, con un profundo gemido de la chica, mi mano queda alojada en su interior.

Me sujeta para que no me mueva durante algún tiempo, después me indica que gire a izquierda y derecha lentamente. Me dice que cierre levemente el puño manteniendo las uñas hacia el interior de la palma, para evitar lesiones.

El tacto es suave, cálido, la sensación es de una extrema sensualidad. Adentro y afuera, una y otra vez, rotando. La muchacha gime, mientras Marga, debajo, acaricia con su lengua el clítoris y con sus manos pellizca sus pechos, sus pezones.

El orgasmo me pilla desprevenido, es brutal, espasmódico. Las contracciones del esfínter vaginal aprisionan mi mano en su interior con una fuerza increíble, sus gritos resuenan en la habitación. Mueve la cama con todos nosotros encima.

Miro a Mila atónito, no me lo esperaba. Mila sonríe, como una madre sonríe a un hijo que acaba de aprender una lección. Me indica cómo sacar la mano sin provocar dolor a la chica que queda desmadejada con los brazos en cruz sobre Marga y las piernas estiradas y abiertas en V invertida. La experiencia ha sido grandiosa. ¿Quién me lo iba a decir?. En un mes estoy conociendo más sobre sexo que en treinta y nueve años de vida

Por fin Marga consigue librarse del cuerpo de Mariele que al poco se queda dormida. La dejamos descansar y nos vamos al salón. Mila prepara algo para comer.

La comida se realiza en un ambiente más distendido, incluso se cuentan anécdotas y chistes que nos hacen reír.

Marga ha llamado a unos conocidos que se dedican a trabajos de albañilería, fontanería, electricidad… Cuando llegan los acompaña para que vean el local y nos faciliten un presupuesto.

Mila ayuda a Mariele para terminar rápido con sus quehaceres domésticos. Yo preparo el nuevo dormitorio de Marga en el que era mi despacho.

Voy al local para tomar unas medidas de una de las salas y al entrar oigo quejidos, lamentos. Me acerco a la habitación del fondo y me encuentro a Marga entre los dos conocidos formando un sándwich. Han subido su falda hasta la cintura, mostrando sus nalgas desnudas, han bajado la parte superior del vestido y sus pechos están entre las manos del que la abraza por detrás, mientras el que está delante le besa la boca mientras con las manos amasa los glúteos y acaricia su chocho.

Me retiro discretamente y vuelvo con Mila.

–¿Qué ocurre?, traes mala cara.

–¿Marga no se cansa?. Esta liada con los dos albañiles.

–A ella la has dejado al margen hoy y estaría caliente. Además es su modo de cerrar los tratos. ¿Cómo crees que he ganado el dinero que tenía en el banco?

–Con tus citas. ¿No?

–No José, no. Las citas no dan tanto dinero, hay mucha competencia con las muchachas que vienen engañadas, de los países del este, de África, de Asia, forzadas a prostituirse a cambio de una miseria.

–Las citas, han sido para nosotras, una forma de acceder a información que, adecuadamente utilizada, puede llevar a negocios donde sí se gana mucho dinero. Hace unos años el mercado inmobiliario era una mina. Se cerraban tratos en los que los beneficios eran muy altos y el sexo facilitaba esos tratos. Marga y yo comprábamos sobre plano y nos dedicábamos a buscar clientes a quienes vender con márgenes altísimos.

–¿Entonces la sesión de la otra noche con Marga y los dos energúmenos que acabaron soltando el dinero en nuestra cama? ¿También era un negocio? No me lo creo.

–Pues créetelo. Precisamente un antiguo colaborador nuestro en el tema inmobiliario, llamó a Marga para pedirnos el favor de convencer a esos “energúmenos”, y así firmar un contrato con un ayuntamiento que le permitiría ganar cerca de un millón de euros. De los que recibiríamos un pellizquito. Por eso les permitimos hacer lo que viste.

–Pero tú disfrutabas, yo lo vi.

–Mira José, no deberíamos hablar de esto porque sé que te duele. Aprendí muy joven que cuando me veo forzada a hacer cosas que son desagradables, incluso dolorosas, lo mejor es hacerlo buscando alguna fuente de placer que lo compense. Para eso Marga es insustituible. Nos compenetramos muy bien y ella sabe cuando lo estoy pasando mal. Cuando me duele, trata de paliar el dolor dándome placer. Aquel tipo me destrozaba el culo, creo que lo viste ¿No? Pues Marga me acariciaba el clítoris y los pechos para hacerlo soportable.

También utilizamos la bebida como anestésico. Después de algunas copas se me hace todo más llevadero. Lo que no he aceptado nunca es ir por el sendero de las drogas, cocaína, heroína. He visto a otras putas lo que son capaces de hacer por un chute. Eso jamás.

–Pero con Carlitos si lo pasabas bien ¿O no?

–Por favor José, no sigas atormentándote. Carlitos era un juguete, me daba gusto y me traía las cosas del súper sin pagar.

Si, también es prostitución, he sido y soy una puta.

He follado por dinero y porque me gustaba, te lo he dicho y lo repito.

¿Hasta cuándo vas a seguir dándole vueltas a este asunto?

Te quiero, no sabía cuánto, pero ahora sí, lo sé.

Cuando te he perdido. Cuando quizá ya no tenga remedio.

¿Pero qué puedo hacer? ¿Qué quieres que haga? ¡¡Dímelo por favor!!

No te quedes callado y dímelo.

–No sé qué decir Mila. Déjame que intente entender lo que ha pasado. Es por esto que te pido que me lo cuentes todo, sin dejar nada. Necesito comprender.

–Pues estoy dispuesta a responder a lo que me preguntes. No te ocultaré nada y sé que habrá cosas que te dolerán mucho. Quería evitarte ese sufrimiento.

Marga entra y nos mira a ambos.

–¿Ya estamos otra vez de gresca? ¿Qué pasa ahora?.

–José te ha visto con los albañiles y no entiende porque.

–Pues es muy sencillo. De un presupuesto inicial de doce mil euros vamos ya por ocho mil. ¿Te parece bien?. ¡Ah! y he visto que ya tengo el cuarto arreglado, esta noche me quedo aquí, si os parece bien.

–Por mi bien, Mila ¿qué piensas?

–Por mi también, a ver si entre las dos podemos meterle en la cabeza, a este bruto, que lo que hacemos es por el interés, por el nuestro y por el suyo.

–O sea, que vais a seguir follándoos a quien se os ponga a tiro.

–Bueno, si no te parece bien lo podemos discutir.

Llegan los niños con Ana y dejamos el dialogo en suspenso. El resto de la tarde se desarrolla con normalidad. Con los peques en la cama nos sentamos en la cocina.

–¿Ana como te ha ido hoy?

–Bien papa. Te he prometido que no te voy a fallar y no lo haré.

Se sienta sobre mis rodillas y me besa con cariño en la mejilla.

–Ana deja a tu padre que tenemos que continuar hablando con el de ciertos asuntos.

–Yo me quedo. A mí también me interesan vuestros asuntos.

–Si hija, quédate porque entre las dos me pueden, a ver si contigo a mi favor se equilibra la cosa.

–Pero ¿Cuál es el problema?

–Que tu padre quiere entender porque somos putas. Y yo le digo que no hay nada que entender. Lo somos. Y eso no se puede cambiar. ¿Qué no le gusta? Lo siento, pero esto es así. Cuanto antes lo acepte mejor para él. Y aceptar supone no pillar un berrinche cada vez que nos vea a alguna de nosotras liada con alguien. Tiene que tener la seguridad de que lo hacemos por el interés, que solo follamos, pero es a él a quien queremos.

–Pues yo solo veo una solución. Papa, dices que necesitas saber nuestro pasado para comprender. De acuerdo, pero ten en cuenta que no debe condicionar nuestro futuro. No nos reproches nada. Lo que hemos hecho, hecho esta y no podemos cambiarlo, pero sí podemos comprometernos a vivir sin crearnos problemas absurdos. Podemos cambiar. Tú ya lo estás haciendo. Nosotras también. Yo no volveré a venderme, puedes estar seguro.

Pero nosotras pensamos que el sexo y el afecto son cosas distintas. Si no aceptas esto, no podremos ponernos de acuerdo nunca. Tienes que aprender a separar las dos cosas. Mientras no lo hagas, mientras asocies el sentimiento y el placer sexual no tendremos paz. Te queremos mucho las tres pero debes aceptar que no somos monjas y nos gustan los juegos sexuales. Puedo asegurarte que no volveré a vender mis favores, eso lo tengo muy claro, pero no dejare de tener sexo. Tengo que confesarte que hoy nos hemos hecho unos deditos Claudia y yo en el servicio del insti. Me relaja mucho. Y ahora me da vergüenza decirlo.

Ana se cubre la cara con ambas manos. Su exposición, su sinceridad, me deja perplejo.

Vaya, el razonamiento de Ana me ha dejado sin habla.

–Eres una mujer muy madura Ana. Al parecer el equivocado soy yo. Abrázame cariño.

–Pero aunque cambie mi modo de pensar, cosa que ya he hecho, mi problema sigue siendo la desconfianza. Y esto, ya lo he hablado con Mila solo el tiempo y vuestro comportamiento lo resolverá.

Y ahora vamos a la cama.

–¿Como lo vamos a hacer José?

–¿El que Mila?

–¿Como nos vamos a acostar? O mejor dicho, ¿Con quién, te vas a acostar?.

De nuevo mi cara de extrañeza.

–Pues, no me lo había planteado. ¿Qué pensáis vosotras? ¿Cómo lo hacemos?

Las tres mujeres me miran y riendo dicen casi al unísono.

–¡¡Pues con las tres!!

–¿Los cuatro juntos?

–¿Por qué no?

–¿Por qué no?. Jajaja vamos.

Y fuimos los cuatro juntos a la cama. Resultaría algo pequeña, pero no era la primera vez que se las tenía que ver con tanta gente encima.

Me empujaron, caí de espaldas y sobre mi cayeron las tres, la cama crujió y se partió. Fue una casualidad que no nos diera el cabecero a cualquiera de nosotros. Entre risas desmontamos la cama, fuimos a por los colchones de Ana y Marga, los colocamos en el suelo y nos acostamos, haciéndonos cosquillas y acariciándonos los unos a los otros.

Me dejaron en medio de Mila y Marga y a su lado Ana. Poco después penetraba a Marga, que me daba la espalda mientras Mila detrás acariciaba mis testículos y sentía las caricias de Ana a Marga, sus besos, está, a su vez, la masturbaba con los dedos.

No tardaron en producirse los orgasmos, Ana fue la primera, la experiencia de Marga surtía efecto. Casi inmediatamente aprecié el temblor que agitaba a Marga. También Ana la acariciaba.

Cuando se calmó me gire hacia Mila que esperaba impaciente. Acaricié sus mejillas y bebí la miel de sus labios al tiempo que ella acariciaba con sus manos mi verga que seguía rígida, la colocaba entre los labios de su vulva y movía las suaves caderas hasta quedar enterrada en su carne. Vibraba, se movía con una suave cadencia, entraba y salía de su cuerpo provocando sensaciones jamás experimentadas por mí.

No quería correrme aun, quería que fuera ella quien primero llegara al clímax.

Dio un giro con su cuerpo me puso boca arriba y se coloco sobre mí, me cabalgo como una posesa, mis manos amasando sus tetas, se dejaba caer sobre mi pecho y me sorbía la vida por mi boca, su aliento, sus labios, la lenguas se entrelazaban, las manos acariciaban sin descanso. Jadeaba, se erguía y abría la boca como queriendo atrapar todo el aire.

Y lo logré. Fue como un quejido salido de lo más hondo de sus entrañas, fue creciendo hasta convertirse en un bramido gutural acompañando las contracciones de sus piernas que aprisionaban mis caderas y se derrumbó sobre mi pecho.

En medio de sus estertores me deje ir, sentí el calambrazo que recorría mi cuerpo desde la cabeza a los pies y se centraba en mis genitales, estallando en un orgasmo que nublo mi vista y dejo sin fuerzas mi cuerpo, pero seguía dentro de Mila que se movía de nuevo hasta lograr varios orgasmos, en un corto periodo de tiempo, para quedar deshecha sobre mí con nuestros labios unidos.

No es posible definir lo que sentí en aquellos momentos. Una mezcla de ternura, cariño, gozo, pasión. Estaba eufórico. ¡¡Amor, joder!! ¡¡Esto es AMOR!! ¡¡Os quiero y me encanta que seáis felices follando con quien os dé placer!! Pensé en silencio.

Para mí fue una gratísima experiencia sentir tan cerca los cálidos cuerpos de las mujeres a quien más amaba, a las que deseaba. Si alguien, hace un mes, me hubiera dicho lo que estaba sucediendo, no solo no le hubiera creído, le habría partido la cara. Sin embargo ahora me siento feliz.

Tengo la sensación de haber salido de una profunda caverna y ver la luz por primera vez. Como cuenta Sócrates, desde dentro solo veía sombras, eso era para mí el mundo, sombras. Ahora al salir veo las imágenes claras con una luz diáfana. Pero tanta luz me deslumbra. ¿Lo que veo es real? ¿Yo estaba equivocado?, ¿ciego?. Con estas disquisiciones caí en los brazos de Morfeo. Y en los de Mila y Marga que me abrazan por ambos lados.

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Relato erótico “Despertar” (POR XELLA)

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Se despertó confusa. No recordaba donde estaba ni qué hacía alli. Intentó moverse y se dió
cuenta que no podía, estaba atada con unas correas en una especie de camilla.
Sobre ella unas luces que la deslumbraban y no la dejaban ver bien el resto de la sala en la
que se encontraba. Distinguía unos monitores al lado de la camilla y una mesa con lo que parecía instrumental de algún tipo. También parece que tenía algún tipo de suero inyectado en el brazo.
¿Que estoy haciendo aquí? Pensó. Parece que no era capaz de hablar.
Entonces oyó pasos que se acercaban. Una puerta se abrió y entraron dos hombres con bata blanca.
– …casi completado, todo sigue los plazos marcados. – Conversaban entre ellos.
– Nos están pidiendo resultados ya, necesitan pasar a la siguiente fase del tratamiento.
Se acercaron a ella, ignorando que estaba despierta y le cambiaron la bolsa del suero.
– No se preocupe, estará lista a tiempo, la fase 2 podrá comenzar en un par…
Sus ojos comenzaron a cerrarse.
Comenzó a tener sueños extraños. Eran completamente distintos unos de otros. En unos, era un hombre un distinguido empresario, en una vida acomodada y casado con una mujer de bandera. Eran sueños tranquilos, felices. En otros, era ella misma. Pero esos sueños no tenían nada que ver con los del hombre. En ellos siempre se encontraba en situaciones de alto contenido sexual, cuando no estaba follando directamente.
Iba recuperando la consciencia de vez en cuando, pero sus periodos de lucidez no duraban mucho. Al poco tiempo aparecía alguien para cambiarle la bolsa de suero y volvía a dormirse inmediatamente. En cuanto perdía la consciencia, los sueños se producían de nuevo.
Volvía a ser el hombre, veía que intentaba huir asustado mientras unos hombres le asaltaban. Una mujer iba con ellos.
– ¡Tu mujer o tu hermana!
Parecía que le gritaba.
– M-Mi mujer. – Contestaba él.
Entonces volvía a ser ella.
Estaba moviendose a cuatro patas. Estaba desnuda y alguien tiraba de ella con una correa que llevaba atada al cuello a través de un collar. La llevaba a través de un pasillo hasta una sala llena de gente. Había hombres y mujeres, todos vestidos, de pié, mirandola.
– Aquí la tienen. Preparada para la sesión de hoy.
Entonces el mundo se desvanecía en una nube de pollas que tenía que tragarse, coños que tenía que lamer, semen que la cubría entera, y placer, mucho placer.
No sabía cuanto tiempo llevaba allí, sólo sabía que cada vez que se despertaba la volvían a dormir, y que aquellos sueños tenían que tener algún sentido…
Poco a poco, los sueños del hombre iban siendo cada vez menos frecuentes, y sus horas de vigilia las ocupaban los sueños de mujer.
En ellos, siempre estaba envuelta en orgías, con hombres y mujeres, la follaban, la humillaban,
pero siempre acababa corriendose como una perra. Se sentía bien con esos sueños, la hacían sentirse en paz consigo misma.
La siguiente vez que se despertó, una mujer iba con los hombre. Le resultaba familiar pero no sabía porque.
– ¿Cómo va el acondicionamiento? – Preguntaba la mujer.
– Excelente. Casi ha olvidado todo lo concerniente a su antigua vida. La aceptación de su nueva personalidad es total y le falta poco para asimilarla por completo.
– Estupendo. Es hora de pasarla a la siguiente sala.
Cambiaron de nuevo la bolsa de suero y entre brumas, vió como empezaban a trasladarla a algún nuevo lugar.
Otra vez era el hombre. Estaba hablando con una joven.
– Entonces, ¿Sólo con darles a mi mujer se acabarán todas mis deudas?
– Exacto. Nuestra corporación es generosa y accede a no tener represalias con usted si nos entrega a su esposa. Si está de acuerdo, comenzaremos a trazar el plan de actuación.
– Estoy de acuerdo.
Era de nuevo la mujer. Estaba follando con un hombre. Bueno, más bien el hombre la estaba follando a ella. Estaba de rodillas con la cara en el suelo y el culo en pompa mientras un hombre de color la penetraba el coño con violencia. No podía pensar, el placer que estaba recibiendo era inmenso.
Unos instantes después, alguien levantaba su cabeza tirandola del pelo y la ofrecía una nueva polla para chupar. Sin dudarlo, se la metió en la boca. El mete saca violento por delante y por detrás era brutal. Estaban acompasados, la penetraban los dos a la par mientras ella no podía aguantar de puro extasis.
Volvió a despertarse. Esta vez estaba más lucida.
Se encontraba sentada en una especie de sillón. Tenía un ballgag en la boca y dos vibradores la penetraban el culo y el coño.
Delante suya, tenía varias pantallas en las que una mujer que se parecía mucho a ella, era dominada por distintas personas. En una pantalla era follada por varios hombres, en otra, una mujer sentada sobre su cara la obligaba a lamerle el ano. Incluso había una en la que a cuatro patas estaba recibiendo las embestidas de un perro, y parecía que estaba disfrutando.
Los vibradores que tenía insertados la tenían en un estado de calentura intensa pero, cuando iba a correrse, se apagaban. Parece que quien quiera que la tuviese allí, no quería permitir que se corriera.
Así pasaron varios días en los que los sueños se alternaban con sesiones de imagenes con ella de protagonista. Todo lo que veía era sexo. Por todas partes. El único descanso que tenía era cuando soñaba con el hombre, y cada vez era menos frecuente.
La siguiente vez que entró la mujer a la sala, se dirigió directamente a ella.
– ¿Que tal vas putita? Ya eres practicamente nuestra…
Ella la miró sin saber exactamente a qué se refería.
– Debes estar muy caliente… ¿Quieres correrte?
Comenzó a asentir con la cabeza, NECESITABA correrse.
– Entonces, chúpale la polla a mis compañeros y trágate su lefa. Si lo haces bien y les dejas complacidos, te permitiré correrte.
Ni siquiera se lo pensó. Se levantó, dandose cuenta de que desde que la pusieron en la nueva sala, en ningún momento había estado atada y se dirigió como un rayo al primer hombre.
Agarró su polla con avidez, tragándosela entera, comenzando una mamada profunda, sin pausa. Se la metía entera y se la sacaba entera. No recordaba haber hecho nunca una mamada, pero no sabía porqué, parece que le salía natural. a los pocos minutos, el primer hombre se derramó sobre su boca.
El segundo hombre no la dejó hacer lo mismo. En este caso fué él el que la aggaró de la cabeza y empezó a follarse su boca con violencia. No sabía como podía resistir sin vomitar, pero ahí estaba, recibiendo entera la polla de aquél hombre hasta que éste se corrió sobre su cara. Diligente, comenzó a recoger con sus dedos el jugo de aquella polla y a llevarselo a la boca.
El tercer y último hombre era más relajado. Al igual que el primero, éste la permitió llevar ella el ritmo pero cuando llegó la hora de correrse, la agarró del pelo apartádo su cara y se corrió en el suelo.
Sin razonar y debido a que si quería su orgasmo tenía que tragarselo todo, comenzó a lamer el suelo allí donde se habíacorrido el hombre hasta dejarlo reluciente.
Cuando acabó se acercó a la mujer.
– Muy bien perrita. – Dijo ésta. – Te has merecido tu premio.
Pulsando un botón, una puerta se abrió. En ella había una mujer rubia, de rodillas con las manos a la espalda.
– ¡Silvia! Esta señorita se ha ganado su premio, ven aquí y cómele el coño hasta que se corra.
La mujer se acercó gateando hasta ella. Llevaba un collar de perro al cuello con una chapita de identificación, pero no alcanzó a ver lo que ponía. Tampoco le importaba. Se tumbó en el suelo de inmediato y se abrío de piernas para darle acceso a su coño. Estaba ansiosa por correrse.
Cuando aquella mujer comenzó a juguetear con su coño, no aguantó mucho, corriendose en su boca hasta tres veces.
– Ya es suficiente.
Al decir esas palabras, la chica con el collar de perro paró y volvió a cuatro patas a su rincón, quedándose allí.
– Ya casi estás preparada Irina. – Dijo, dirigiendose a ella. – Mañana tu acondicionamiento habrá terminado. No volverás a recordar nada de tu antigua vida y te dedicarás en cuerpo y alma a nosotros.
¿Irina? ¿Ese era su nombre? No lo recordaba…
Volvieron a colocarla en el sillón, con sus vibradores y sus pantallas y al poco tiempo volvió a dormir.
Esta vez, su sueño se centró exclusivamente en el hombre. La extraño porque hacía tiempo que no soñaba con él.
Estaba llegando a su casa, después de un viaje de empresa y estaba nervioso. Su plan había funcionado y hoy era el último día. No sabía si le dejarían disfrutar de su esposa antes de llevarsela, pero por lo menos le dejarían
verla.
Eso le ponía cachondo. Imaginarse a su esposa como una esclava…
Cuando llegó a su casa vió a su esposa y quedó extasiado. Estaba amordazada y atada. Desnuda.
Su polla se puso dura al momento. Se acercó a ella y comenzó a decirle algo que no llegaba a entender.
Poco después, Ivette, por detrás, le dió un pinchazo en el cuello y quedó totalmente inconsciente.
Irina se despertó.
Esta vez no estaba en el sofá. Tampoco estaba desnuda. Llevaba un conjunto de lencería sexy con unos tacones altísimos. Llevó las manos a su cuello sólo para notar como, al igual que la otra mujer, llevaba un collar de perro con una chapita.
Se dió cuenta que había un espejo en la sala y, de repente, cayó en la cuenta de que no se acordaba de su aspecto físico. Sabía que la mujer de los videos y los sueños era ella por alguna extraña razón, pero no lograba recordarse.
Cuando estuvo frente al espejo se quedó asombrada. el conjunto de lencería que llevaba, los tacones y el collar hacían una estampa impresionante. Se acercó para intentar ver lo que ponía en la chapita.
Irina
PET GIRL
Propiedad de XC
Leyó.
No sabía que significaba y le daba un poco igual. Al verse en el espejo, se dió cuenta de que algo le asomaba por detrás. Se dió la vuelta y vió que llevaba una cola de animal… Parecía que le habían metido un plug anal que llevaba una cola de zorra colgando. No se molestó en quitárselo, no la desagradaba.
Entonces la puerta se abrió.
La mujer que había estado en su sala varias veces entró y se acercó a ella.
– ¿Ya estás despierta perrita? Bien. Tu condicionamiento ha terminado, ya estás preparada para tu nueva vida. Ahora me acompañarás a la presentación delante de la directiva de la compañía y les demostrarás todo lo que has aprendido.
Irina no sabía qué contestar a eso. La mujer se acercó y le enganchó una correa en el collar.
– A cuatro patas esclava. De ahora en adelante te desplazarás así a no ser que se te diga lo contrario.
Irina obedeció sin rechistar. La mujer la sacó de la habitación y la condujo a través de un largo pasillo. Irina no tenía ni idea de a donde la llevaba, pero ni siquiera se le pasaba por la cabeza la idea de desobedecer.
Cuando la mujer se paró frente a una puerta, Irina se sentó sobre sus rodillas, a su lado.
Ha respondido perfectamente al condicionamiento… Pensó la mujer.
Cruzaron la puerta.
Una sala amplia apareció ante ellas. Y no estaba vacía. Un montón de hombres y mujeres estaba en ella, sentados en sillas, esperándoles. La imagen del sueño que tuvo Irina hace unos días cruzó su mente… Y su coño comenzó a humedecerse… Pero había una diferencia. En un
centro de la sala, había un estrado y, a un lado de éste, la mujer que hizo que se corriera se encontraba de rodillas, mirando al suelo.
Avanzaron hasta ese estrado e Irina se quedó arrodillada a un lado. La mujer que la llevaba

comenzó a hablar.

– Buenas noches. Me alegra veros a todos aquí y espero que salgan satisfechos de lo que vean.
– Después de la espera por fin hemos visto resultados con nuestras nuevas técnicas, por un lado está Silvia. Dijo señalando a la otra mujer. – Era una mujer que no hacía absolutamente nada que no fuese preocuparse por sí misma hasta que la hicimos
ver la luz…
– Por otro lado el hombre que una vez intentó traicionarnos, ya no es tal. Gracias a las nanomáquinas y al condicionamiento ahora es una nueva perrita dispuesta a servir a todos nuestros propósitos. Su transformación es completa. No hay rastro de que alguna vez
fuese un hombre. Las nanomáquinas rehacen en ADN del individuo y lo modifican a nuestro antojo.
– Además, durante la transformación, se ha bombardeado al objetivo con imagenes, videos, sonidos, sueños y recuerdos nuevos para moldear su nueva personalidad.
– Esta nueva técnica supone un avance espectacular que facilitará nuestras nuevos encargos.
– Y ahora, para que vean las nuevas habilidades de nuestras nuevas perras les van a dar un pequeño espectáculo y después, podrán disfrutar de ellas a su antojo.
Diciendo esto chascó los dedos y Silvia comenzó a gatear hasta Irina. Cuando se fijó bien, vió que llevaba entre las piernas un arnés con una enorme polla de plástico. Su sola visión hizo que su entrepierna se estremeciese.
Al llegar a su lado se puso en pie y, dirigiendo la polla con su mano, la acercó a la boca de Irina. Sin que nadie le dijese nada ya sabía lo que había que hacer. Comenzó a lamer el falo, como si fuese de verdad, jugueteando con él, recorriendolo con la lengua.
Imaginandose que de un momento a otro esa polla le iba a llenar la boca de leche.
Mientras mamaba, le llegó el inconfundible olor de humedad que producía el coño de Silvia. No sabía porqué le resultaba tan familiar, como si ya lo hubiese olido más veces…
Unos momentos después, Silvia, agarrándo la cabeza de Irina, comenzó a follarla violentamente la boca, metiéndole la polla hasta la garganta. A Irina, lejos de disgustarle, ese trato la gustaba, le encantaba que la forzasen.
Silvia apartó la polla de la boca de Irina y, tirando de la correa la obligó a ponerse de rodillas, con el culo en pompa, mostrándoselo al público de la sala.
Irina, sintiendose observada, se separó las nalgas para mostrar a la gente lo cachonda que estaba. Entonces, con su objetivo a punto, Silvia introdujo el enorme consolador de un golpe dentro del culo de la chica, que dejó escapar un grito de sorpresa.
Esta vez no hubo suavidad en ningún momento. La enculada fue violenta desde el primer momento. Los jadeos de Irina se confundían con los de Silvia, debía tener un consolador en la parte interior del arnés, pensó Irina.
A Irina le estaba volviendo loca la sodimización. Entre el placer que le daba y el tiempo de abstinencia sexual que sufría se estaba volviendo loca. Cuando estaba a punto de correrse, la maestra de ceremonias detuvo a Silvia, que inmediatamente sacó el falo del culo de Irina con un sonoro PLOP.
– Ya basta. Habéis tenido suficiente follada entre vosotras y es hora que le demostréis a nuestros invitados de que sois capaces de primera mano. Sólo podréis correros si es follandoos a alguno de nuestros invitados y espero que les dejéis satisfechos a todos.
De repente un montón de manos comenzaron a tocar el cuerpo de Irina. Lo que siguió a continuación fue una nube de placer que invadió su cuerpo. Todo el mundo folló cada uno de sus agujeros, con pollas de verdad o con consoladores, tuvo que comer coños y pollas por
igual, y se corrió muchísimas veces.
Su cuerpo ni siquiera le respondía. Hacía lo que la gente la obligaba a hacer sin rechistar. De vez en cuando, se cruzaba con Silvia y entonces se montaban un pequeño juego lésbico, o le limpiaba el semen que recorría su cuerpo con la lengua.
Apartada de todo, Ivette, la maestra de ceremonias, sonreía satisfecha. Su trabajo había sido impecable. Esas dos perras habían sellado su destino sin poder hacer nada por evitarlo.
Ahora eran esclavas para dar placer a los demás.
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Relato erótico: “Expedientes X: el regreso de las zapatillas rojas 2” (POR SIGMA)

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EXPEDIENTES X:
EL REGRESO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS
Parte 2
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Por Sigma
-Bueno, otra semana que termina –pensó la agente Scully mientras bajaba de su automóvil- al menos ya estoy en casa y podré descansar de las locuras de Mulder.
Se dirigió a la puerta mientras sacaba las llaves y entró a su casa feliz de saber que tenía todo el fin de semana para descansar y quizás salir de la ciudad.
-Ah, que gran inicio de un perfecto fin de semana –pensó ya más relajada- pero ese caso aun me preocupa.
Pensaba en el caso de la profesora desaparecida, había dado un giro extraño, justo de los que a su compañero le encantaban, Sydney Fox estaba desaparecida desde hacía días, apenas recuperada su libertad, definitivamente no era normal, algo no estaba bien, lo presentía. Pero decidió descansar y olvidarlo al menos por esa noche, ya volvería al tema en la mañana.
Se quitó su saco, la funda y su pistola, su blusa blanca y sus pantalones formales, finalmente sus zapatillas bajas y su cómoda ropa de interior de algodón. Se metió al baño y se dio una relajante ducha, salió con su bata y rápidamente se desenredó el cabello. Como había comido algo tarde no tenía hambre por lo que directamente decidió ponerse su ropa de dormir: su camiseta y sus pantaloncillos grises y finalmente abrió un cajón de su tocador y sacó la última parte del conjunto, sus zapatillas de ballet rojas.
Se sentó en la cama, levantó un pie y se puso la primera cuidadosamente, acomodando poco a poco sus pequeños dedos en el calzado, la ajustó y luego se puso las cintas alrededor de sus tobillos y pantorrillas despacio como en un ritual, subiendo lentamente, casi acariciando su pantorrilla y al fin las ató con un moño debajo de las rodillas. Repitió con esmero el proceso en la otra. Extendió las piernas y puso los pies en punta brevemente, sin poder apartar la vista.
-Mmm… no se por que me gusta tanto dormir con ellas –pensó algo avergonzada y sonrojada- ¡No sé ni cuando compré estás cosas por Dios! Quizás sea su suavidad, o la elegancia que le dan a mis piernas… oh, espero que no se enteré nadie en el FBI, sería el hazmerreír: Dana Scully, la formal y seria agente, una fetichista.
Sonriente se recostó y se cubrió con las cobijas para terminar de leer su manual, mientras deslizaba sus pies sobre las sabanas lentamente disfrutando la suavidad del calzado en sus piernas, una hora después estaba dormida con el libro a una lado, estaba boca abajo y uno de sus pies con su zapatilla se asomaba fuera de la cama, en ese momento el sonido de un auto estacionándose se escuchó apenas en la distancia, segundos después un perro comenzó a ladrar, pero para Scully eso ocurría muy lejos.
Comenzó a tener un sueño en el que tomaba el sol en un jardín, llevaba puesta una suave y corta bata de seda blanca, el sol la calentaba cada vez más y comenzó a sudar, pero lo disfrutaba, una suave brisa se metió bajo la bata descubriendo sus piernas y refrescándola maravillosamente, la rubia sonrió extasiada y entreabrió los labios.
Mientras dormía, la agente había salido bailando de su hogar y había subido a la parte trasera de la camioneta acercándose al hombre del pasamontañas que sonriente le acariciaba a Scully las piernas lentamente de abajo hacia arriba.
-Hola agente, la extrañé esta semana, pero al fin estamos juntos, es hora de nuestra segunda sesión, tenemos mucho que hacer…
-¡Basta! ¡Maldición, dije basta! –gritó Scully desesperada, pero no le gritaba a X, que la observaba complacido, sino a sus propias piernas que no le obedecían y sobre todo a su cuerpo que de nuevo comenzaba a excitarse.
La agente tenía las manos encadenadas tras la nuca y conectadas a una gruesa gargantilla en su cuello, llevaba puesto un vestido muy similar al de las bailarinas del Moulin Rouge, era color rosa brillante, con encajes y enaguas y un generoso escote cuadrado que casi llegaba a sus pezones, pero la forma de la falda era distinta, en vez de tener un borde parejo como una campana era asimétrico, tras ella el vestido llegaba hasta sus tobillos pero al frente apenas y cubría su entrepierna, cinco centímetros debajo de sus pantaletas negras de encaje y (por supuesto) de corte francés.
Llevaba medias negras de liguero hasta medio muslo, atadas a un corset negro de la viuda alegre que llevaba bajo el vestido, su cabello estaba elegantemente acomodado en un peinado alto, llevaba un lápiz labial rojo brillante, en sus manos atadas llevaba unos guantes negros hasta más arriba del codo, en sus pies llevaba unos botines de color rosa con agujetas y puntas afiladas que forzaba sus pies a estilizarse, tenían tacones de diez centímetros de alto. El contraste entre la cremosa piel de sus muslos y las medias, así como sus labios y su piel la hacían ver muy seductora.
-¡Oh, por favor, no más! –pensó la agente cada vez más incontrolablemente excitada.
Bailaba a toda velocidad la melodía clásica de Orfeo en los Infiernos, siguiendo el ritmo de Cancán levantando alternativamente una y otra pierna tan alto como podía, luego daba giros sobre sus pies haciendo que la parte de atrás de su vestido se levantara mostrando como las pantaletas se metía entre sus firmes nalgas. Luego avanzaba y retrocedía al ritmo de la música y volvía a levantar las piernas.
X estaba sentado en un sillón, observando satisfecho a la forzada bailarina, de pronto comenzó a aplaudir siguiendo el ritmo, y sin poder evitarlo Scully se acercó bailando hasta estar frente al sillón, dando un espectáculo involuntario a su captor, dando giros alrededor del mueble y deteniéndose de nuevo.
-Muy bien agente, estoy complacido con su avance.
-¿Por que me hizo recordar? Es tan…
-¿Excitante?
-Humillante. ¡Me forzó a disfrutar esas endemoniadas zapatillas! –apenas alcanzó a decir antes de lanzarse a bailar alrededor de X.
-Si, bueno, en realidad no es necesario devolverle la memoria, simplemente es más placentero para mí si es consciente de cómo la estoy alterando, sin poder hacer nada para evitarlo. Pero es hora de ponernos serios, tenemos trabajo agente, debo seguirla preparando.
-¡Me resistiré!
-Cuento con ello… de lo contrario no sería divertido.
X se acercó a Scully, se le emparejó y la abrazo de la cintura deteniéndola en su lugar, sus pies estaban fijos pero sus piernas, cintura y cadera seguían moviéndose, rozándose contra el cuerpo del hombre tras ella, sintiendo la dureza tras ella, dando un gemidito involuntario. Despacio, casi con ternura la mano de su captor de introdujo bajo su falda y dentro de sus pantaletas para tocarla. Sus dedos salieron húmedos.
-Ah, muy bien agente, veo que está lista, móntese aquí –dijo mientras aplaudía al ritmo de la música y se sentaba, sin poder evitarlo la rubia se acercó bailando y se sentó en el regazo de X dándole la espalda, pero sin dejar de frotarse contra él al ritmo de la música.
-¡Maldito sea! –susurró la agente mientras apretaba los dientes tratando de controlarse.
-Muy bien, pero creo que es hora de una nueva canción -X levantó un control remoto y al oprimir un botón otra música tomo el lugar de la clásica, una melodía cadenciosa en ingles: Crazy in love de Beyoncé, con los primeros acordes Scully comenzó a mover sus caderas arriba y abajo, momento que aprovechó su captor para arrancarle las pantaletas y bajarse los pantalones, y en un movimiento fluido guió las caderas de la rubia para hacer que se empalara a si misma en su miembro.
-Nooo… no… no… -gimió la agente, sin dejar de mover sus caderas arriba y abajo, involuntariamente cogiéndose a X. Ella trató de moverse un poco hacía un lado o el otro para salir, pero él la tenía firmemente sujeta de la cintura.
-No agente, no ira a ningún lado, quédese aquí –le susurró X. Minutos después Scully ya no podía pensar correctamente, seguía el ritmo sintiendo placer una y otra vez.
-Bien agente ¿o debería decir Dana? Si, me gusta, su nombre es muy bonito –dijo con voz ronca su captor mientras le bajaba el vestido, dejando al descubierto sus blancos senos con pezones rosados- desde ahora sólo responderá a su primer nombre agente ¿entendido?
-¿Cómo? No, no puedo…
-Si puede, y lo hará, es mi voluntad, dígalo.
La cabeza le daba vueltas a Scully, le faltaba aire por lo ajustado del corcet y el calor le impedía pensar, mientras se inclinaba hacía atrás para disfrutar las caricias de X en sus pezones, mientras la penetraba una y otra y otra vez, una de las manos de su captor bajó hasta meterse de nuevo bajo su falda.
Comenzó a acariciarle el clítoris, a ritmo con la cadenciosa música, y empezó a besarla en el cuello, los hombros, sus manos encadenadas trataron de sujetarlo de algún modo pero los guantes no lo permitían. Tuvo un pequeño orgasmo.
-Responderé… solamente… a mi primer nombre… Dana –la canción no terminaba, se repetía varias veces en un bucle interminable.
-Bien, ahora sabrás mi nombre Dana ¿Lista?
-Mmmmm…
-Me llamarás de ahora en adelante Papi ¿entendido? seré Papi para ti.
-No, no… eres un monstruo –susurró la agente
-Ya no, ahora seré Papi y tu serás mi nena, Dana, dilo –repitió con más fuerza mientras la levantaba y le daba la vuelta, volvió a sentarla sobre su regazo pero esta vez de frente.
-Dilo… -repitió X mientras comenzaba a moverla arriba y abajo de nuevo, esta vez viéndola a los ojos.
-No…-su captor usó su mano para sujetarla del cuello, empujándola de la garganta y obligándola a arquear su espalda hacía atrás, y comenzó a besar y morder sus pezones, mientras ella seguía subiendo y bajando sin control siguiendo la música.
-¡Dilo Dana! –le gritó mientras con una mano le sujetaba de la cintura para poder penetrarla profundamente y con la otro le daba varios azotes en sus sonrosadas nalgas, Dana sacudió la cabeza de lado a lado al alcanzar un involuntario orgasmo.
-¡No! ¡No Papi! ¡Por favor no le hagas esto a tu nena! –gimió finalmente la rubia tras lo que se derrumbó sobre el enmascarado descansando su cabeza en el hombro de él, medio despierta, medio entre sueños.
-Bien Dana, fue un buen avance –le susurró al oído casi con ternura y comenzó a acariciarle el cabello- ahora te daré unas cuantas instrucciones más antes llevarte a casa, cada vez me perteneces más.
Scully sonrió ligeramente entre sueños.
El guardia Baxter de la bodega de pruebas esperaba en su escritorio en el sótano del FBI era un trabajo aburrido, pero al menos su vida no corría peligro persiguiendo criminales, y de vez en cuando bajaba alguna linda secretaria o alguna de las raras agentes realmente deliciosas en el edificio.
-Ah, que bien, ahí viene la agente Scully –pensó complacido- ya debe de estar por salir, que pena que ya no disfrutaré su presencia hasta el lunes.
Scully llevaba una caja de evidencias, vestía su clásico conjunto de saco y falda, aunque esta era un poco más corta de lo normal, tres o cuatro centímetros sobre la rodilla, eso le iluminó el día a Baxter, quien sonrió.
-Buenas tardes agente Scully –dijo saludando con un movimiento de cabeza, sin poder evitar mirar sus torneadas piernas en sus zapatillas de tacón bajo- ¿Lista para irse a casa?
-Buenas tardes Baxter, si, ya estoy algo cansada –respondió mientras dejaba su bolsa de mano en el escritorio- ahora vuelvo.
La rubia se dio cuenta de que el guardia no le quitaba la vista de encima, como siempre, sus piernas, sus nalgas, sus senos, siempre miraba algo; normalmente le molestaba muchísimo, pero en esta ocasión decidió mejor vengarse.
-Este Baxter, es un pervertido –pensó divertida- pero ahora verá, le daré una lección, lo torturaré insinuándole lo que nunca tendrá.
La agente entró en la bodega con su caja buscando el sitio apropiado, el primer estante hasta adelante, correspondía al segundo nivel desde abajo, Scully miró de reojo como Baxter seguía observándola.
-Ah, que bien se ve hoy agente –pensó Baxter, justo antes abrir la boca de par en par, en lugar de ponerse en cuclillas la rubia se inclinó para poner la caja en el estante sin doblar las rodillas, dando un espectáculo con sus nalgas y piernas para él.
Luego se dio la vuelta como si nada y regreso al escritorio, Baxter cerró la boca tan rápido que le dolió la mandíbula, la agente se inclinó sobre el escritorio lentamente y recogió su bolsa sin dejar de mirar al guardia, que casi se cae del escritorio cuando vio que Scully tenía desabrochados los últimos tres botones de su blusa, y claramente pudo ver como se insinuaba un brassier negro de encaje.
-Hasta el lunes Baxter –dijo Scully mientras se daba la vuelta y sonreía complacida.
-Ha… ha…sta el lunes agente Scully.
-Llámame Dana –dijo la agente mientras se despedía con un gesto de la mano y la puerta del ascensor se cerraba.
Un rato después Dana se había terminado de peinar tras darse un baño, se quitó su bata y se puso su conjunto para dormir de pantalón y camiseta, pero en ese momento le empezó a parecer feo y aburrido.
-Luego compraré algo más femenino –pensó mientras se lo ponía.
Luego se inclino al último cajón de su tocador sin doblar las rodillas, lo abrió y saco sus botines rosa puntiagudos para dormir.
-Ah, se me olvidaba –pensó y rápidamente se volvió a inclinar a su cajón y sacó un par de medias negras con cinta elástica en el muslo, se las puso con calma extendiendo cada pierna, luego, con extremo cuidado se puso los botines, atando las agujetas para que no le apretaran, luego sujetó uno de los estilizados tacones y jaló de este para ajustarse bien el botín. Finalmente se subió a la cama y se acomodó para dormir, pero antes de cubrirse, no pudo dejar de mirar sus piernas.
-¡Dios esto es absurdo! ¿Por qué necesito ponerme esto para dormir? –Pensó sin poder evitar sonrojarse furiosamente- No se por que me compré estos botines ¡Ni siquiera puedo caminar con estos tacones tan altos! Quizás es por que me hacen sentir tan femenina… ¡Pero esto ya roza la perversión!
Inconscientemente comenzó a acariciar sus muslos, sintiendo la suavidad de su piel, la de las medias, luego dobló las rodillas y comenzó acariciar los botines y sus tacones.
-Mmmm… ¿que estoy haciendo? –pensó mientras su mano derecha se deslizaba dentro de sus pantaloncillos y comenzaba a acariciarse suavemente, en pocos minutos el bulto de su mano bajo el pantaloncillo se movía frenéticamente, mientras su otra mano se aferraba al tacón de su botín rosado.
De pronto arqueó su cuerpo incontrolablemente, cerró los ojos y gimió una única palabra:
-¡Paaaapi! –por un instante abrió los ojos sorprendida por lo que había dicho, pero duró un momento antes de que el pesado sopor posterior al orgasmo la venciera.
Horas después, desde su camioneta negra X observaba atentamente la casa de la agente Scully, pero no tuvo que esperarla mucho, cuando salió de la casa tenía los ojos cerrados pero caminaba como una modelo con altísimos tacones, llevando en sus caderas el ritmo (ultrasónico) de These Boots Are Made for Walkin, de un salto entró en la parte trasera pero siguió bailando dentro para su auditorio compuesto por un solo hombre encapuchado. Después de unos minutos la camioneta arrancó silenciosamente.
-¡Ah… ah… ah… detente… por que me… haces esto… Papi! – Scully odiaba usar esa palabra para dirigirse a X pero no podía evitarlo, era como una compulsión, llevaba las manos esposadas a una cadena alrededor de su cintura, de modo similar a como se encadenaba a criminales peligrosos al trasladarlos, sus muñecas estaban fijadas así al frente de sus caderas.
Estaba en “su habitación” del complejo de X, ahora llevaba puesto un ridículo atuendo juvenil que incluía una camisa blanca de manga corta desabotonada hasta la mitad, una minifalda escolar a cuadros, el cabello recogido en una cola de caballo, los labios pintados de rosa brillante, con una sombra azul en los parpados. En las piernas llevaba unas calcetas blancas hasta debajo de la rodilla y en sus pies una versión erótica de calzado escolar femenino, zapatos negros de puntas redondeadas con una correa cruzando a mitad de su empeine, pero la suelas de plataforma que la forzaban a pararse casi de puntas tenían doce centímetros de alto en el talón.
Estaba forzada a bailar vertiginosamente Toxic de Spears, se movía de un lado al otro por la habitación, sacudía sus caderas sensualmente y bajaba poco a poco doblando sus rodillas, luego volvía a subir, se sentaba en el regazo de X que la observaba atentamente, subía y bajaba para luego alejarse, pero había algo peor.
-Oooh, mi coño está tan húmedo… ¿Pero que estoy diciendo? Eso es tan vulgar… aaah, ¿Qué me pasa? –incrédula vio en un espejo como sus pezones se ponían duros frente a sus propios ojos, marcándose de inmediato bajo su blusa.
-Muy bien Dana, cada vez reaccionas mejor a los estímulos, esa es mi Nena… -le dijo complacido X.
Scully no pudo evitar sentir placer, ni sonreír, ni mirarlo a los ojos y luego decir:
-Gracias Papi… ¡No! ¡Que me está haciendo! Por favor déjeme ir.
-Jejejeje, pero Dana, si lo estás haciendo muy bien, creo que es hora de tomarte como mía definitivamente.
-No, no lo hagas Papi –suplicó Scully, pero X ya estaba levantándose, la tomo de la cintura, la cargó en brazos y se la llevó a un enorme escritorio acolchado con un enorme espejo enfrente, la recostó boca arriba y empezó a manipular sus esbeltas piernas siguiendo la música.
-Mira Dana, controlo tus piernas… -comenzó a decir mientras que se las separaba- y al controlar tus piernas controlo tu coño… -añadió al colocarlas alrededor de su cintura- y al controlar tu coño te controlo a ti –dijo finalmente mientras le arrancaba la minúscula tanga blanca de encaje de su entrepierna y luego se bajaba el pantalón.
-Ahhh, espera Papi –gimió Scully mientras seguía incontrolablemente moviendo rítmicamente sus caderas contra él.
-¿Te controlo, verdad? Dilo para mí, vamos…
-¡No, no lo haré Papi, no los traicionaré! –dijo mientras arqueaba la espalda y cerraba los ojos.
X comenzó a cogérsela, primero con ternura, luego frenéticamente y finalmente de forma salvaje, mientras le seguía susurrando instrucciones al oído y aunque Scully las aceptó casi todas, se resistía a ser su espía.
-¡Si Papi, si, más, dame más! –empezó a gritar sin control.
-¡Di que me obedecerás en todo, di que serás mi espía, dilo! –le gritó a su vez X.
-¡No, eso no… no puedo Papi!
Molesto, el encapuchado la soltó y se dio la vuelta, mientras ella jadeante trataba de recuperarse. De pronto tuvo una idea y la levantó del escritorio.
-Aun nos falta algo más Dana, antes de llevarte a casa –le dijo mientras de un closet sacaba un corset negro ribeteado de encaje, se le acercó y comenzó a ponérselo, la agente intento resistir pero la música que sonaba la mantenía mareada, débil y sumisa– ya que no aceptas este última sugerencia te voy a castigar, te arrepentirás de no haberme obedecido, será un castigo sutil y exquisito diseñado sólo para ti, ya lo verás…
Comenzó a ajustarle el corset cada vez más apretado, forzando sus pechos a levantarse y separarse, y haciendo que su cintura se viera aun más pequeña, pronto su respiración se hizo rápida. Luego la tomo de la cintura, la hizo doblar la cintura sobre el escritorio, dejándola boca abajo sobre su estomago y la obligó a abrir las piernas.
-Muy bien Nena, quédate así –le dijo X, con lo que Scully no pudo evitar un escalofrío de placer y decir las palabras programadas en su mente.
-¡Claro Papi! –gimió mientras movía sus desnudas y rosadas nalgas cadenciosamente.
Instantes después sintió una mascara que le cubría los ojos, y luego las caricias de X por sus piernas, sus nalgas, su espalda baja. Pronto sus manos sacaron sus pechos del corset y comenzaron a pellizcarlos de forma enloquecedora.
-No… Papi, espera –empezó a decir cuando sintió como la embestía, tensando su cuerpo pero estaba tan húmeda que no pudo resistirse, le faltaba oxigeno por culpa del apretado corset que no la dejaba respirar- ¡Oooohhh!
-Muy bien Dana -le susurró mientras ella sentía como la penetraba una y otra vez, y debido a la excitación causada por el hechizo no pudo evitar responder con el movimiento de sus propias caderas- Eso es, déjate tomar, así…
De pronto, la máscara le fue quitada y Scully pudo ver en el gran espejo frente a ella que estaba siendo cogida por una mujer, no por X. Una mujer de piel morena, vestida como doncella francesa, con una falda muy corta, llevaba puesto un consolador doble, de manera que mientras la penetraba, se penetraba a si misma, la mujer levantó la vista sonriente y la agente se horrorizó al reconocerla, pero su cuerpo seguía moviéndose al ritmo de la música.
-¡Es la profesora Fox! –pensó impactada Dana, con los ojos abiertos como platos y la boca en mueca- ¿Pero que hace aquí?
X estaba a un lado susurrando al oído de Scully sugestiones horribles, pero al ver su cara comenzó a reírse.
-Jejeje, ¿Sorprendida Dana? Si, es la profesora, pero yo fui quien la secuestró, fue ella quien encontró las zapatillas, por eso debía conseguirlas –mientras hablaba X retrocedió y comenzó a acariciar las piernas y nalgas de Fox, con cada toque la mujer cerraba los ojos y gemía suavemente- ella fue algo extra, pero necesitaba una carnada para atrapar a una agente del FBI, por eso conseguí a ese pobre indigente para que fuera el secuestrador, tuvo que morir claro pero fue un mal necesario.
-¡Eres un asesino Papi! –la rubia se odiaba a si misma por hablar así pero no podía evitarlo- te odio, eres un monstruo Papi.
Scully trató de apartarse de Fox, usando sus piernas para alejarla, dando un espectáculo para X al tensar y mover sus piernas de forma muy sexy. Pero X, al notarlo, simplemente tomó un control y subió el volumen de la música: Man! I feel like a womande Twain.
-¡Basta, no más! –Gritó la agente- ¡No me haga esto, no soy lesbiana!
-Ah, y no lo serás, solamente desarrollarás un gusto por tu propio sexo, aprenderás a apreciarlo como yo, amarás a otras mujeres, pero sobre todo a ti misma Dana, ese será tu castigo por no ceder, pero ya lo harás, cada vez te será más difícil resistir…
X comenzó a susurrarle de nuevo mientras la rubia trataba ya débilmente de alejar a Fox con sus piernas.
-No… por favor…
-Vamos Dana, no te resistas, mírate, mira que bien te ves, estás hecha para el placer, para coger –comenzó a decirle X mientras le acariciaba las nalgas y la cintura- mira que bella eres, el color de tu cabello, tus labios tan carnosos, estás nalgas me enloquecen…
Scully no pudo evitar ver al espejo, tenía la mirada nublada, su boca entreabierta, sus tetas (a la agente no le gustaba esa palabra pero no podía evitar usarla) aplastadas contra el escritorio y su cintura atrapada en el enloquecedor corset, su piel brillante por el sudor. Tras ella veía a la profesora penetrándola lentamente, sonriendo con excitación. De pronto la rubia ya no podía apartar la mirada.
-Oooohhh
-Muy bien, ya estás entendiendo, ya estás apreciando tu belleza, ahora mira a tu derecha –X la tomó de la nuca y la obligó a voltear, allí había otro espejo- mira tu silueta, tus piernas, tu cintura ¿No son irresistibles? ¿No te encantan?
La profesora empezó a combinar sus acometidas con rápidas caricias al clítoris de la agente.
-¡Dilo, Dana, di que te encanta tu cuerpo, estás enamorada de ti, dilo para mi…!
-¡Siiii… -gimió incontrolable- me encanta mi cuerpo, me excita!
-Bien ahora mira a tu amiga, mira a Piernas –susurró señalando a la profesora- ¿No te gustan también sus labios rojos, sus piernas morenas y esbeltas, su provocativo escote? Es tan bella como tú, así que debes amarla también, y a cualquier mujer bella que conozcas, no serás lesbiana (quizás un poco bi), pero apreciaras la belleza femenina tanto como un hombre.
-No… por favor… -empezó a decir Scully pero Fox comenzó a moverse más de prisa, con una mano sujetó a la rubia de su cola de caballo y la obligó a mirar hacia el frente, a verlas a las dos cogiendo salvajemente, aun así se resistió.
-¡Alto… por… favor…! -pero Fox se inclinó de pronto hacía adelante y le susurró con voz ronca- Vente para mi, vente conmigo, me gustas tanto Nena, dime que también te gusto.
-¡Aaaaahhh!… si… si… ¡Si! –finalmente Scully tuvo un arrollador orgasmo al mismo tiempo que Fox, que en ese íntimo instante sujeto a la agente de la nuca y la beso profundamente en la boca. La rubia lo permitió, para instantes después desvanecerse en un profundo sueño de placer.

CONTINUARA
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/


 
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