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Relato erótico: “Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos 4” (POR GOLFO)

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Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos 4
Sin título-¡Menudo mierda de horario!- protesté esa mañana cuando el despertador sonó en la mesilla. Ningún español en su sano juicio comenzaba la jornada a las cinco y media. De muy mala leche, me levanté a darme una ducha al recordar que siguiendo las costumbres de Filipinas, había quedado con Ana a desayunar a las seis.
«No creo poder acostumbrarme, ¡a estas horas no han puesto ni las calles!», me dije mientras como un autómata abría el grifo del agua caliente. Refunfuñando todavía, me metí bajo el chorro. Poco a poco, me fui despertando al templarse mi cuerpo sin que disminuyera mi cabreo.
Ya espabilado, salí y me empecé a afeitar. Mientras lo hacía, me puse a pensar en todo lo ocurrido desde que me avisaron que mi tío Evaristo me había nombrado su heredero y cómo mi aletargada sexualidad se había visto zarandeada al ver a mi prima embarazada:
«Los muy capullos me tendieron una emboscada», mascullé al recordar la conversación que había sido testigo la noche anterior mientras Ana y su secretaria me brindaban un espectáculo de amor lésbico.
«Esas zorras me han mentido desde el principio», sentencié extrañamente tranquilo.
Además de haber sido las amantes de mi tío, las dos mujeres habían decidido a mis espaldas que yo fuera el sustituto del difunto entre sus sábanas e incluso habían pactado que ejerciera como el padre del hijo de Ana mientras me casaba con Teresa. El plan de las arpías no me desagradaba. Ningún hombre que se precie rechazaría tal ofrecimiento, no en vano era el sueño de todo heterosexual: sería inmensamente rico y para más inri, disfrutaría de los mimos de dos bellezas. Pero lo que me jodía y me tenía cabreado, era que lo hicieran a escondidas y encima se jactaran de lo fácil que sería seducirme.
«Me haré el duro antes de sucumbir y tomar lo que es mío», decidí muerto de risa, recordando que según confesaron sin saber que las oía, mi prima llevaba colada por mí desde niña.

Mi primer desayuno en Manila.

Al bajar hacia el salón, me encontré con una señora de unos sesenta y tantos años limpiando la escalera. Al verme, se presentó y me informó que era la encargada de la limpieza de la casa.
«Coño, ¡tengo hasta chacha!»- pensé.
Y ejerciendo de patrón, le pedí que me preparara un café. La señora se disculpó diciendo:
-De eso se ocupa Corazón, su cocinera.
Os juro que me pareció un exceso tener dos mujeres a mi servicio pero asumiendo que eran las mismas que habían trabajado con Evaristo, no dije nada y me dirigí a la cocina. Al entrar en ella, me topé con una diminuta anciana más arrugada que un sharpei.
«Esto es cosa de ese par de putas», di por sentado al comparar a mis criadas con las que nos habían servido la cena. Mientras las de la noche anterior eran jóvenes y guapas, a mí me habían endiñado a dos recién sacadas del asilo.
«No quieren competencia», mascullé en absoluto enfadado sino divertido, al saber el motivo: decididas a seducirme, no podían correr el riesgo que dirigiera mi mirada hacia otras mujeres.
Que ese longevo servicio era parte de un plan meticulosamente organizado se vio confirmado cuando le pedí que me preparara el desayuno y esa decana me respondió señalando a una aún más vieja mujer que ella me lo llevaría al comedor.
«Realmente, se han pasado», ventilé al ver que las dificultades que tenía para caminar el tercer miembro de mi equipo, «¡solo le falta un taca-taca!». No queriendo mostrar mi mosqueo, fui hacia el comedor decidido a que nada me desviara de mi objetivo ese día. Aceptaría la herencia y demostraría a esas dos zorras que yo también sabía manipular.
Estaba entrando en esa habitación cuando mi prima hizo su aparición por la puerta. Al ver la estrecha blusa que llevaba puesta comprendí que venía preparada para la guerra:
«No lleva sujetador», concluí al observar que a través de la tela, se le marcaban los pezones.
Haciendo caso omiso a ese detalle, la saludé de un beso en la mejilla mientras dejaba que mi mano cayera descaradamente por su culo. A pesar de la sorpresa de verse repentinamente magreada, no dijo nada y sentándose en la mesa, me preguntó cómo había descansado.
-Estupendamente. Me quedé dormido viendo una película porno en la que dos lesbianas se lo hacían mientras planeaban seducir a un incauto- respondí.
Mi respuesta la destanteó pero rápidamente se repuso llamando a la camarera.
-¿Qué te apetece desayunar? Aquí lo típico es empezar el día con un longsilog.
-Pues eso- respondí sin saber qué narices era ese plato al no querer demostrar de primeras mi ignorancia.
-Haces bien en desayunar fuerte. Como en este país se empieza tan pronto, sino se hace muy larga la mañana- contestó pidiendo lo mismo.
Cuando la decrépita empleada llegó con los longsilogs, me arrepentí al ver que ese plato consistía en arroz con longaniza y un huevo frito. Os confieso que estuve a punto de vomitar porque a esas horas no me entraba nada que no fuera dulce. Ana se debió dar cuenta de mi cara porque me soltó:
-Me alegro que te adaptes tan rápido. A mí me costó dos años, comenzar el día con tanta grasa.
Su recochineo me sacó de las casillas y por eso luciendo la mejor de mis sonrisas, contesté:
-En tu estado, deberías cuidar la ingesta. Ya estás suficientemente horonda.
Ana me fulminó con su mirada al escuchar mi pulla, no en vano sabía que le molestaba sentirse gorda. Durante unos segundos su mente combatió los deseos de lanzarse cuchillo en mano sobre mí pero, tras recapacitar, solo me dijo:
-A mí se me quita en tres meses, en cambio lo maleducado a ti jamás.
Mi carcajada retumbó entre esas paredes. Esa perra era, además de dura, una oponente con un autocontrol sin igual. Satisfecho contesté sin dejar de mirarle las tetas:
-Tienes razón. He sido bastante grosero pero la culpa la tiene la mierda de oferta que me hiciste por la mitad de la fortuna de Evaristo.
No sé qué le incomodó más si mis palabras o sentir cómo me comía sus pechos con los ojos. Lo cierto es que poniéndose colorada y más nerviosa de lo que hubiese supuesto, esa mujerona me contestó:
-¿Cuánto quieres por tu parte?
Disfrutando de su intranquilidad, me tomé mi tiempo antes de responder:
-Llegas tarde. No voy a vender. El tío quiso que viviera en esta casa y eso haré.
Una breve sonrisa involuntaria la traicionó y cómo no quería confesar que ese era la idea desde un principio, se permitió el lujo de soltarme una andanada, diciendo:
-No creo que lo aguantes. Manila es para hombres duros.
Descojonado, repliqué:
-Con razón no usas minifalda, no vaya a ser que al agacharte se te vean los huevos.
Mi nuevo ataque la encabronó y dejando su desayuno a medias, se levantó diciendo:
-Contigo no se puede hablar. Mejor nos vemos directamente en la notaría.
Tras lo cual se largó con las cajas destempladas, dejándome solo con el grasiento longsilog. El cual curiosamente devoré, gracias a que se me había abierto el hambre con esa refriega. Ya saciado y sintiendo que iba a explotar, decidí aprovechar la hora que tenía antes que el chofer me recogiera, para ver el video que no conseguí disfrutar la noche anterior.

ANA, sesión 1ª

En la escalera, me encontré con Corazón, la sirvienta y no queriendo que me pillara mirando porno, le avisé que no me molestara. Tras lo cual metí el dvd y encendiendo el vídeo, me tumbé en la cama.
Lo primero que me impactó fue que no estuviese rodado en la habitación de Ana, por lo que tomé nota que debía de aprender a usar ese artilugio porque a buen seguro, mi querido tío tenía pinchada de esa forma las tres casas. Lo segundo y más importante fue ver su contenido porque esa película mostraba a mi prima charlando animadamente con el difunto.
En un momento dado, esa versión más joven de Ana le dijo que quería quedarse en Manila a vivir para acompañarle en sus últimos días. El puñetero viejo leyó a la perfección las intenciones de la mujer y con toda la mala leche del mundo, le preguntó si lo que quería era ser su heredera. Reconozco que no me esperaba la sinceridad de mi prima cuando le contestó:
-Lo primero que quiero es alejarme de mi vida anterior y lo segundo es que me he acostumbrado a la vida que me brindas en este país y no quiero perderla.
-Te refieres a vivir como rica, ¿no?
-Así es, estoy cansada de ser una pobretona y estoy dispuesta a hacer lo que sea por no volver a pasar penurias.
La risa de hiena del anciano resonó en los altavoces y antes que su sobrina se lo pensara dos veces, le soltó:
-Te propongo un acuerdo. Tendrás al menos el cincuenta por ciento de todo lo mío si durante los años que me quedan de vida, te comprometes a ser mi asistente “para todo” y cuando digo “para todo” es “para todo”.
Por su tono y lo que sabía de él, esa jovencísima Ana comprendió que muchos de sus deberes no le gustarían y aun así respondió:
-Acepto pero lo quiero por escrito.
Mi tío Evaristo debía saber que algún día tendría esa conversación con ella porque abriendo el maletín, sacó unos papeles y se los dio diciendo:
-Es un contrato al que solo le falta tu firma, léelo y si estás de acuerdo, fírmalo.
Ana empezó a leer lo que le había dado y de pronto, vi que se ponía verde de cabreo y levantando su mirada, le soltó:
-Tío, ¿va en serio? Aquí me comprometo a ser no solo su amante sino su sierva.
-Así es- respondió sin dar importancia el viejo. –Si quieres mi dinero, tendrás que ganártelo.
A través de la pantalla, vi el desasosiego de su sobrina. Se notaba que su mente avariciosa estaba en lucha con sus principios morales. Supe que ganó la primera cuando cogiendo un bolígrafo, mi prima garabateó su firma y con lágrimas en los ojos, le hizo entrega a Evaristo del acuerdo.
El anciano no se apiadó de sus lloriqueos y acomodándose en su sillón, dio muestra de su perverso carácter al decirle:
-Hazme una mamada antes que me arrepienta.
Ana todavía no había terminado de asimilar lo que había firmado y por eso tardó unos segundos en actuar. Con el corazón encogido al percatarse que acababa de vender su alma al diablo, se arrodilló frente al sexagenario y bajando su bragueta y liberó su miembro.
“¡Pedazo trabuco tenía el viejo!”, pensé al comprobar sus dimensiones a través de la pantalla.
Sintiéndose una puta, mi prima cogió el erecto pene entre sus manos y comenzó a masturbarlo con evidente nerviosismo.
-Con la boca- reclamó Evaristo, ejerciendo su nuevo poder.
Os juro que a pesar de saber que Ana iba a claudicar, me asombró la rapidez en que esa mujer obedeció esa orden y más cuando con gesto autoritario, el vejete se lo puso en la boca disfrutando de su adquisición. La escena siguiente no tuvo desperdicio y mientras mi prima abría sus labios sin quejarse, no os podéis hacer una idea de lo caliente que me puso observar como poco a poco esa verga iba rellenando su garganta.
En ese instante, Ana intentó disminuir su vergüenza, cerrando los ojos pero su nuevo dueño, cabreado, le soltó:
-Abre los ojos ¡Puta! Quiero que mires a quién se la estas chupando.
«¡Qué hijo de puta!», exclamé mentalmente al ver cómo mi prima lloraba de angustia y cómo dos gruesos lagrimones caían por sus mejillas. Pero rápidamente caí en la cuenta que si bien Evaristo había sido un cabrón, la verdadera culpable eran ella y su avaricia. Nadie le había obligado a aceptar ese trato y si lo había hecho era por su propio interés. Estaba meditando si yo mismo no estaba comportándome igual al aceptar la herencia cuando en la televisión Ana comenzaba a recorrer con su lengua la verga del anciano. Por la velocidad que imprimió a esa mamada, comprendí que esa mujer había decidido acabar cuanto antes con ese trance.
-Sigue mamando- chilló mi tío disfrutando de la felación.
Azuzada por la orden, aumentó el ritmo con el que metía y sacaba ese pene del interior de su garganta. Sus maneras a la hora de mamarla no debieron ser del agrado de Evaristo porque presionando su cabeza, forzó a su sobrina a absorber toda su extensión mientras le decía:
-¡Hasta dentro! ¡Zorra!
Su insulto la enloqueció y sintiéndose su sumisa por primera vez, acató su autoridad, incrustando el falo en su garganta mientras algo en su interior se rompía irremediablemente. La profundidad de la mamada casi la hizo vomitar pero reteniendo sus ganas, continuó buscando que nuestro malvado familiar terminara y la dejase en paz. Mi tío por su parte, espoleado por los sollozos de la muchacha, se dedicó a usar la boca de mi prima como receptáculo de su lujuria hasta que, con brutales sacudidas, explotó derramando su simiente dentro de ella.
Fue entonces cuando Ana me sorprendió por enésima vez: al sentir el semen del anciano en su garganta, puso cara de asco pero aun así consiguió tragarse todo ese semen sin que se desperdiciara nada. Es más, una vez lo había logrado y sin que Evaristo tuviese que exigírselo, se puso limpiar cualquier resto de lo sucedido a base de lengüetazos.
«¡Cómo debía sentirse!», sentencié al ver su rostro. Contraído de dolor, era un claro reflejo de la degradación a la que había sido sometida. El hecho que su agresor fuera alguien tan decrépito y encima de su propia familia le debió resultar insoportable pero aun así tuvo los suficientes arrestos para preguntar si el viejo necesitaba algo más.
-Todavía no he terminado por hoy- contestó el aludido con una sonrisa en sus labios- ¡desnúdate!
«¡Qué pedazo de cabrón!», medité al observar la cara de genuina desesperación de Ana cuando escuchó esa nueva orden.
Hundida en la miseria se quedó mirando a nuestro tío mientras este se acomodaba en el sofá y sabiendo que no tenía más remedio que obedecer, se bajó la cremallera del vestido. Ni siquiera había empezado a desnudarse, cuando advertí un sutil cambio en ella: «Ha aceptado su condición», me dije asombrado y mientras el viejo mantenía sus ojos fijos en el cuerpo de la muchacha, fui testigo del escalofrío que recorrió su ser al deslizar uno a uno los tirantes del traje. Tras lo cual y con la piel de gallina, dio inicio a un forzado striptease.
-Date prisa, ¡no tengo todo el día- le urgió el muy cabrón desde su asiento.
Deseando no haber aceptado ser su zorra particular, Ana dejó caer su vestido al suelo y sin ser capaz de mirarle a la cara, comenzó a a bailar frente a él mientras acariciaba su cuerpo desnudo. Noté que el anciano se iba calentando cada vez mas al ver que su sobrina se llevaba las manos a sus pechos.
-Así me gusta, ¡guarra!- espetó riendo el malvado y queriendo profundizar en la humillación de la muchacha, le ordenó– ¡Pellízcate las tetas!
Mi pobre prima se quiso morir al escuchar el deseo de Evaristo y temblando de miedo, cogió sus aureolas entre los dedos y las apretó deseando que no notara su actitud pasiva. El sufrimiento de su víctima no perturbó en lo más mínimo al viejo que perversamente le soltó:
-¡Mastúrbate para mí!
Destrozada y totalmente desnuda, Ana se sentó en el suelo y abriendo los labios de su coño, se lo mostró. Ni siquiera la visión de ese sexo seco y nada excitado, le alteró y demostrando nuevamente su maldad, le exigió que comenzara. Totalmente sometida a sus deseos, la muchacha metió un dedo en su interior dando comienzo a la que creía que era la mayor de las degradaciones a la que podía verse sometida. Supo de su error cuando tras unos largos minutos en los cuales sus yemas intentaron sin éxito buscar algún tipo de excitación, oyó a su nuevo dueño decir:
-Ahora ponte a cuatro patas.
Como un zombi sin voluntad, mi prima se arrodilló y apoyando sus manos en el suelo, levantó su trasero mientras suspiraba porque su sufrimiento diera termino. Desgraciadamente para ella, Evaristo se levantó del sofá y dando un sonoro azote en una de sus nalgas, le soltó:
-¡Abre tu puto culo con las manos!
Aterrorizada fue incapaz de decirle que nunca nadie había usado esa entrada trasera y separando ambos cachetes, supo que no tardaría en saber lo que se siente al perder la virginidad de su culito. «Se lo va a romper», pensé apiadándome de su destino al ver que mi tio se agachaba y sacando la lengua se ponía a recorrer con ella los bordes de ese inmaculado esfínter mientras sus dedos se dedicaban a acariciar el clítoris de la muchacha.
-¡Por favor!- suspiró aliviada al suponer que al menos no iba a darle por culo a lo bestia y un tanto más tranquila, esperó lo inevitable.
Evaristo, viendo su entrega, embadurnó sus dedos con el poco flujo que manaba del coño de su sobrina y como si lo hubiese hecho más veces, comenzó a untar el ano de mi prima con ese líquido viscoso. No tuve que ser ningún genio para comprender su miedo al sentir que un dedo se abría paso por su esfínter y por ello tampoco me extrañó oírla gritar desesperada:
-¡Por favor! ¡No lo hagas!
-Cállate puta- fue la respuesta de que ya era su dueño a esa postrera petición.
Sé que Ana asumió que le iba a desflorar lo quisiera o no, cuando la vi apoyar su cabeza en el sofá, tratando así de facilitarle el mal trago. Mi achacoso familiar se recreó entonces jugando con sus yemas en el interior de ese tierno culo, justo antes de soltar otro duro azote sobre las nalgas de su sobrina.
-Ahhhh- gritó mi prima mordiéndose el labio.
Su gemido de dolor fue correctamente interpretado por su agresor y mostrándose como un ser humano, volvió a coger más flujo de su coño y con los dedos impregnados, siguió relajando sin parar el trasero que iba a usar.
“¡Pobrecilla!”, pensé al observarla moviendo sus caderas en un intento de retrasar ese momento. Evaristo, rompiendo la idea que tenía sobre él, me sorprendió gratamente porque comportándose como un amante experimentado en vez de sodomizar directamente a la adolorida Ana, tuvo cuidado y siguió dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.
-¡No puede ser!- aulló confundida al percatarse que su cuerpo empezaba a reaccionar contra su voluntad y que le estaba empezando a gustar que sus dos entradas fueran objeto de las caricias de ese viejo.
El cambio experimentado por ella, me dejó sin habla y por eso no pude retirar mis ojos de la pantalla cuando la vi llevarse las manos a sus pechos, buscando incrementar aún más mi excitación.
«¡Le está gustando!», murmuré sin llegármelo a creer.
No di crédito a lo que ocurría cuando Ana pegó un gemido de placer al experimentar en su esfínter la intromisión de dos dedos de Evaristo. Mi tío, demostró llevar la batuta y sin dejarse llevar por la entrega de la ya sumisa mujer, decidió cimentar la relación que estaban comenzando con un sencillo gesto. Mientras untaba su órgano con el flujo de la muchacha, usó sus manos para separar ambos cachetes y llevando su glande ante ese virginal orificio, le preguntó:
-Todavía estás a tiempo, ¿deseas que termine lo que he empezado?
Desconozco si fue su avaricia o si fue la calentura lo que nubló su juicio pero Ana ni siquiera esperó a que terminara de hablar y echando su cuerpo hacia atrás, empezó a empalarse. El miedo a un desgarro le hizo hacerlo lentamente y por eso, su perverso dueño disfrutó cómo entraba cada centímetro de su pollón a través de ese ano.
Esa penetración parecía no tener fin y sucumbiendo al dolor, aulló gritando:
-¡Me duele mucho!
-Ya se te pasará, gatita- murmuró tiernamente el mismo que le estaba casi violando.
Casi sin poder respirar, mi prima soportó ese castigo y mientras desde el presente, yo era testigo de cómo ese miembro se iba internando a través de su esfínter en su interior.
«Para ser un anciano, tenía una resistencia admirable», dictaminé viendo la pericia de ese salvaje y realmente hasta lo envidié cuando consiguió hundir toda su verga dentro de ese culo.
Ana, temblando de arriba abajo, sollozó de dolor pero no hizo nada por separarse. Incluso creí vislumbrar un deje de deseo en sus ojos habiendo conseguido su objetivo, nuestro tío fue extrayendo su pene del interior de sus intestinos.
-¡Dios!- gimió cuando casi había terminado de sacarla de su culo, el anciano con un movimiento de sus caderas, se la volvió a introducir hasta el fondo.
Sintiendo que el esfínter de su víctima ya estaba suficientemente relajado, Evaristo aceleró convirtiendo su tranquilo mete y saca en un desbocado galope mientras se agarraba de los pechos de la muchacha para no descabalgar.
-¡Me duele!- aulló mi prima convencida que con ese ritmo le iba a destrozar el culo.
Al escuchar ese sollozo, le dio otro doloroso azote y tirándole de la melena, murmuró en su oído:
-Piensa en el dinero que recibirás cuando muera.
Como por arte de magia, mi prima dejó de debatirse. El viejo, lejos de indignarse, se rio y dando un nueva nalgada sobre el trasero de su sobrina, le soltó:
-Gatita, ¡No eres más que una puta!
Increíblemente, ese insulto azuzó a mi prima y queriendo quizás demostrarle que había invertido bien su fortuna, le imploró que le diera otro azote. Por la cara que puso Evaristo al oírlo, comprendí que hasta a él le sorprendió esa confesión y sin que se lo tuviera que volver a pedir, alternando entre los dos cachetes de su sobrina, le fue propinando sonoros correctivos con los que iba marcando el compás con el que la penetraba.
Os podré parecer un pervertido pero ese rudo trato y el modo en que ella reaccionó afianzaron en mí más la idea que Ana tenía que ser mía, mientras en la pantalla y sin previo aviso se comenzaba a estremecerme al sentir los síntomas de un orgasmo. Olvidando la edad de su captor y la siniestra forma en que la había seducido, todo su cuerpo tembló de placer y berreando como una cierva en celo, le rogó que no parara. Esa completa entrega fue el acicate que le faltaba a Evaristo y sabiéndose ya su amo, pellizcó con dureza los pezones de la mujer mientras usaba su culo como frontón.
Sin poder soportar tanto goce, pegando un alarido, se corrió cayendo al fin desplomada sobre la alfombra.
-¡No puedo más- chilló descompuesta.
Mi tío, decidido a sacar todo el jugo de su inversión no se quiso perder la oportunidad y forzó el adolorido esfínter al máximo con fieras cuchilladas de su estoque. Reconozco que si llego a estar presente hubiese hasta aplaudido al viejo, porque sin dejarla descansar siguió violando sin parar su ano, hasta que se vio dominado por el placer y pegando un gemido, inundó con su simiente los intestinos de Ana. Tras lo cual, haciendo gala de un estado físico admirable para su edad, se levantó y dejando tirada a su sobrina en el suelo, le dijo antes de irse:
-Esta noche te espero en mi cuarto. ¡No me falles! Gatita.
En ese justo momento, la pantalla se puso negra, dándome a conocer que ese vídeo había llegado a su término. Impactado por su contenido y con el recuerdo vivo de lo que había visto, me reafirmé en mi decisión inicial, tomando para mí el cariñoso apelativo con el que Evaristo había bautizado a su sumisa:
«¡Esa gatita será mía!».

CONTINUARÁ

 

Relato erótico: “Viviana 6” (POR ERNESTO LOPEZ)

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me daríasA la noche al llegar a casa había un papelito debajo de la puerta, me pedía que llevara la casetera a su Sin títulodepartamento, la desconecté y subí al tercer piso.

Me abrió entusiasmada, vestía una bata, le di un beso y me puse a conectar la máquina en el televisor que estaba en el living, mientras ella servía dos whiskies con hielo, trajo unas cinco o seis películas, “¿tantas?” pregunté sorprendido, “ así tenemos para un par de días” respondió sonriendo con picardía.

– “¿Cómo te fue con el dueño del videoclub?” dije como al pasar,

– “Sos un hijo de puta” respondió riéndose, “sabías que me iba a hacer subir por esa escalerita y me iba a ver hasta las amígdalas desde abajo”,

– “¿ Te pusiste bombacha?”

– “ Si, pero una tanga bien chiquita que me deja todo el culo al aire, además es transparente”

– “ Me imagino la fiesta que se habrá hecho el viejo, y después flor de paja, jaja”

– “Eso seguro, subió detrás de mi y me estuvo mostrando con muuuuucho detalle todos los géneros que tenía, me ayudo a elegir y no me quiso cobrar, dejamos sólo la seña ya pagada”.

– “ Bueno, la próxima vez te lo podés coger y capaz que nos regala los videos” afirmé serio.

– “ ¿En serio querés que me lo coja?, si vos me lo pedís no tengo problema, pero tendría que ir de mañana para tener tiempo”

– “Veremos” contesté enigmático, por dentro no estaba tan seguro si me gustaría que otro se la cogiera.

Terminé de hacer las conexiones y puse una película para probar que todo anduviera bien, ella se sacó la bata y quedó con un babydoll negro transparente y una mini tanga, estaba hermosa. Se sentó en el sofá con un whisky, dándome el mío e invitándome a hacer lo mismo, empezó la película, era de de zoofilia, sin muchos preámbulos aparecía una mujer de mediana edad chupándole la pija a un perro de buen tamaño y haciendo que se le parará una tremenda poronga roja.

Dije: “bueno, listo, ya tenés para entretenerte toda la noche” y amagué irme.

– “ ¿Me vas a dejar sola?, yo preparé todo para pasarla bien juntos” respondió con una carita que parecía un cachorro abandonado.

– “ Bueno, me quedo un rato y después me voy”, apareció su sonrisa de inmediato

– “No te vas a arrepentir…” afirmó con un dejo de suspenso.

Mirábamos un poco la película mientras nos besábamos, nos acariciábamos, ella sacó mi poronga del pantalón y me masturbaba suavecito, de vez en cuando le daba una chupadita y seguía. Me puse a hacer lo mismo, jugaba con su clítoris y le metía un poquito los dedos, cada tanto me arrodillaba un ratito entre sus piernas y se la chupaba un poco, cuando empezaba a gemir paraba y seguía mirando el film, que por cierto era bastante lento y aburrido.

Así estuvimos un rato y nos fuimos calentando, más por nuestras acciones que por la película, en eso me dijo: “ esperame un segundo” y salió hacia la cocina; volvió con una bolsa: “mira lo que te compré”, había una buena colección de verduras cuyo uso dejaba poco a la imaginación, todas tamaño de mediano a muy grande.

– “¿Con cual querés que empiece” preguntó con picardía.

– “Sorprendeme” respondí con sorna, y me sorprendió.

Yo esperaba que tomara un pepino o una zanahoria mediana para ir entrando en calor, no fue así, agarró una berenjena que asustaba, nunca pensé que eso le pudiera entrar a alguien sin producir un terrible desgarro.

La acarició casi con dulzura, comenzó a pasarle la lengua por toda la superficie dejándola húmeda y brillante, su concha ya estaba bien lubricada, de eso yo podía dar fe. Se acerco a la video sacó la película que estaba y puso otra en su lugar: “esta nos va a gustar más”.

En el film que era amateur aparecían 5 o 6 mujeres con antifaces, algunas desnudas y otras con ropa erótica torturando a dos esclavas muy jóvecitas, dos chicas rubias, bonitas que soportaban todo tipo de vejámenes infringidos por las viejas quienes, sin ningún tipo de piedad, gozaban como yeguas maltratando a las casi niñas. No pude evitar imaginarme que cualquiera de ellas podría haber sido Viviana en sus inicios.

Ella volvió a lo suyo, se sacó la tanguita, se sentó en el sofá con los pies sobre el asiento y las piernas bien abiertas y se metió varios dedos en la argolla mientras miraba la pantalla, tomó la berenjena y la puso en la entrada de la concha, la fue haciendo girar al mismo tiempo que la iba empujando hacia adentro, sus labios se ensancharon y casi mágicamente una buena parte, la más ancha, estaba adentro.

Pegó un pequeño grito cuando eso ocurrió pero ahogado porque a pocos metros estaba su hijo durmiendo, recordando eso me dispuse a “ayudarla”, me senté en el piso entre sus piernas y comencé un mete y saca con la verdura, ella se moría por gemir pero debía callarse, yo disfrutaba de su placer y la tortura de no poder expresarlo como sabía que le gustaba.

Seguí sin darle respiro hasta que tuvo su primer orgasmo en medio de convulsiones y jadeos reprimidos; abrió los ojos y me dijo: “gracias, lo disfruté mucho”, contesté serio “¿y desde cuando vos podés gozar primero y sin pedir permiso?…”

“Perdoname, tenés razón, me dejé llevar, además todavía tengo la concha supersensible y no me pude aguantar”. Nunca supe cuanto había de real en su arrepentimiento o era adrede para que yo la castigara, pero el resultado sería el mismo.

Me puse a pensar que podía inventar sobre la marcha, en primer lugar la mandé al balcón, que ya empezaba a convertirse en un lugar de castigo, por supuesto como estaba con el babydoll y la berenjena metida en su intimidad; esta vez me di cuenta que el balcón tenía luz, prendí el artefacto, así llamaba más la atención el lugar y era más probable que alguien la viera; “si querés podés pajearte con la berenjena pero mirando para fuera así los vecinos pueden reconocer a la puta que vive enfrente”, “y esta vez sin acabar” agregué.

Mientras ella cumplía con mi orden, sin haber demostrado el menor rechazo por ello, se me ocurrió revisar su dormitorio, sentí un placer morboso abriendo sus cajones, mirando su ropa interior, tratando de encontrar consoladores o algo relacionado al sexo, pero no hallé nada especial, sólo sus bombachitas muy eróticas, Seguí con mi inspección y encontré en su placard una mini bien cortita escocesa y una camisa blanca finita, se me ocurrió una idea.

La hice entrar, le saqué la berenjena de su sexo, chorreaba, luego de que la lamió hasta limpiarla por completo le di la ropa para que se vista y la mandé a hacerse dos trencitas, quedo preciosa, tenía una carita redonda casi infantil y con esa ropa parecía realmente una adolescente, muy sexi por cierto, completé el conjunto con los zapatos de taco más alto que encontré, no tenían mucho que ver pero le hacían unas piernas y un culito parado preciosos.

Reinicié la película que había detenido apenas empezada, nos sentamos en el sofá y está vez prestamos más atención, realmente no había compasión en el trato dado a las muchachas: las pateaban, escupían en su bocas, retorcían sus pezones como para arrancárselos, las flagelaban con todo tipo de objetos, introducían en sus agujeros inmensos consoladores y hasta sus manos, las orinaban sentadas sobre sus caras.

En un momento hicieron un concurso: las dos muchachas debían hacer acabar a dos de las amas, la que lo lograba primero ganaba, la que ganó fue obligada a mantener un secador de pelo prendido al máximo de temperatura durante 10 minutos en la concha de la perdedora, luego de algunos minutos no quería seguir: los alaridos que daba la otra eran aterradores, la convencieron asegurándole que si se detenía, ella tendría que soportarlo por 20 minutos…

Viviana miraba entusiasmada, no podía evitar tocarse de vez en cuando, le dije “te vestí así para que recuerdes la secundaria, pero en lugar de tus amigas ahora estoy yo”

– “Vos vas a ser más suave, los hombres siempre lo son” respondió desafiante.

– “No te creas, ese es también un prejuicio feminista”

– “Ojala sea cierto” volvió a insistir, quería probarme.

Busqué en la bolsa un pepino de muy buen tamaño, quería que fuera lo más grande posible pero que por su forma fuera fácil de introducir, la hice parar, metí unos 5 cm del pepino en su culo, puse mis manos sobre sus hombros y la empujé fuerte para que cayera sentada de golpe en el sofá.

Logré mi objetivo, pego un terrible grito contra su voluntad cuando se le metió entero dentro del orto (y en seco), quedo sorprendida, casi sin poder respirar, sonreí mientras le decía “de nada y es sólo el principio”.

– “¿Puedo ver si el nene sigue dormido?” preguntó casi suplicando, evidentemente esa era su única preocupación.

– “Pero rápido”

Unos segundos después, estaba de nuevo en el living con cara más tranquila, dispuesta a seguir toda la noche como había propuesto; fui al baño, encontré fácilmente su secador de pelo, volví sonriente con él en la mano, no hacía falta ser muy inteligente para adivinar lo que seguía.

– “Sentate en el sofá y abrí bien las piernas”, obedeció sin chistar

Enchufé el aparato, lo puse en potencia máxima y metí la punta del caño en su concha, a medida que iba pasando el tiempo se le hacía más difícil quedarse quieta, se empezó a retorcer y a emitir pequeños ruiditos, transpiraba mucho pero no decía nada.

Debía ser dolorosísimo, a diferencia de las chicas de la película Vivi había sido “depilada” con fuego y alcohol en la mañana y acababa de introducirse una enorme berenjena en la concha, ella misma había dicho que la tenía supersensible, yo seguía impertérrito con mi tarea, pero, para ayudarla un poco, le masajeaba y le daba besitos en el clítoris.

Esperaba que en pocos minutos pidiera por favor que parara, no ocurrió, se sentía incluso olor a carne quemada, ella seguía con la misma actitud. No aguanté más, saqué el secador, ella suspiró aliviada, se la metí inmediatamente, literalmente hervía, incluso me quedó la pija irritada por algunos días.

Cogimos como animales, creo que acabé varias veces con la pija adentro, ella no paraba de gozar, no estoy seguro si me quede dormido o me desmayé.

Continuará

 

Relato erótico: “Deseo a mi hermana” (PUBLICADO POR WALTER)

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portada narco3Era una tarde de Noviembre, de esas en el que el cielo está medio colombia-dic-10nublado y aunque no hace frio del todo ya se empieza a notar la llegada del invierno. Al llegar a casa saludé a mi madre y le hice las fiestas a mi perra que estaba acostada al lado viendo las telenovelas con ella.

Tengo 18 años y no soy lo que se dice un adolescente normal y corriente. La verdad que me considero un chico algo antisocial. Quizás mi apariencia física influya en algo, soy algo más bajito que los otros chicos y estoy algo delgado y aunque tengo muchos amigos  y amigas prefiero quedarme en casa a jugar con mis videojuegos y estar con el ordenador que salir de fiesta, y de novia ya ni hablamos, obviamente no tengo. Por lo tanto tengo una relación muy estrecha con mi familia, sobretodo con mi madre, paso la mayor parte del tiempo con ella en casa.

Como la mayoría de las tardes al llegar de clase enciendo mi portátil para ver si hay algo interesante que ver en las redes sociales y me pongo un rato a jugar con la videoconsola. Más o menos una media hora antes de cenar fui al baño a darme una ducha pero mientras iba por el pasillo vi la puerta entre abierta y luz que salía de dentro, sería Mari Loli, cómo llamo cariñosamente a mi hermana. Ella tiene cuatro años más que yo, está estudiando medicina en la Universidad de Albacete, una de las más prestigiosas ahora mismo. Volvió a casa hace dos días porque les habían dado vacaciones en la universidad por no sé que fiesta.

No debería haber hecho aquello pero me acerqué al marco de la puerta y miré por la puerta entre abierta. La luz era tenue, un agradable olor salía del interior. No pude diferenciar nada por el vapor que había, se debía estar duchando. Conforme empecé a hacer un barrido por la habitación con la mirada, el vapor se fue disipando, vi su ropa interior negra tirada en una esquina de la habitación y más adelante pude ver a mi hermana de espaldas, con su lisa melena húmeda, con una pequeña toalla enrollada por encima de los pechos que le llegaba hasta tres dedos por encima de la rodilla. Estaba sentada en un taburete que usamos para dejar la ropa mientras nos duchamos. Tenía una pierna apoyada en el suelo y otra apoyada en el váter con el pie arqueado, se estaba pasando las tiras de cera. Me encantan los pies de mujer, son mi fetiche personal, y mi hermana tiene unos estupendos, finos y con una forma perfecta, con unos dedos perfectos y las uñas pintadas de negro a juego con las de sus manos y sus ojazos oscuros, su pelo es de color castaño claro.  La toalla no daba más de si, se le había subido a la parte alta del muslo, se entreveía un espacio muy suculento que daba rienda suelta a la imaginación.

Mi relación con mi hermana siempre ha sido muy buena, de pequeños me acuerdo de cuando mi madre nos bañaba juntos. La verdad que ella era “mala” conmigo me empujaba con los pies y me daba patadas en mis partes y todo, mi madre le reñía, ella se reía y a mí hasta a veces me daba una erección. Pero eran cosas de niños, ni sabíamos lo que era aquello, ni se le daba importancia, quizá fue el inicio de mi fetiche, quien sabe. Nosotros siempre hemos jugado juntos y hemos estado muy unidos, hemos podido hablar de nuestras cosas sin problemas, ella me hablaba de sus novios y yo de si había alguien en el colegio o instituto que me gustará pero en mi caso no llegó a más, nunca he tenido una relación con nadie. Mi hermana es la viva imagen de mi madre, la verdad que es muy guapa, como mi madre, unos ojazos oscuros lindísimos y una nariz fina y afilada muy picarona. En nuestras conversaciones no llegábamos más allá pero seguro que liga un montón, siempre tenia a los chicos detrás de ella en el colegio y en el instituto y ahora en la universidad ya no me lo quiero ni imaginar.

Seguí mirando por aquella rendija, los próximos tres minutos me parecieron pasar en un segundo, mi hermana había terminado y estaba en frente del espejo arreglándose el pelo, peinando su larga melena. Lo que pasó a continuación no se me olvidará el resto de mi vida, como si de una película se tratase me pareció que todo pasaba a cámara lenta. Quitó el doblez que mantenía unida su toalla y cayó al suelo deslizándose por su piel, recorriendo cada centímetro de su cuerpo. Su escultural figura se dejó ver en todo su esplendor. Alta, fina, en su peso ideal, con unos pechos de tamaño medio y un culo muy pícaro, no demasiado prominente. Se miró una ultima vez en el espejo, se dio la vuelta para verse por detrás, sus pechos quedaron totalmente a la vista, sus rosados pezones y  las aureolas que los rodean, magnifica estampa.

Mi polla no hacia más que crecer y crecer dentro de mis pantalones mientras contemplaba aquella increíble escena.

A continuación mi hermana, se fue al rincón y cogió su bragas, de color negro, muy elegantes. Se puso de nuevo frente al espejo y se las puso. Esta vez todo fue muy rápido y apenas pude ver nada, me hubiese gustado pero no, entre el vapor y la poca luz no pude. Se dio de nuevo la vuelta para mirarse. Mi corazón se aceleraba por momentos, estaba a un momento de empezar a tocarme cuando se fue de nuevo al rincón y cogió el sostén y el resto de su ropa, mientras se levantaba y daba la vuelta miró hacia la puerta del baño, vi sus preciosos ojos mirando en mi dirección, caí de culo al suelo, por suelte no hice ruido. Me entró el pánico ¿Me había pillado?

De pronto oí a mi madre llamar a mi hermana desde la cocina y acercándose hasta el baño. Reaccioné a tiempo y me fui lo antes posible a mi habitación. Vaya situación, que espectáculo y que peligro, un segundo más y me hubiesen pillado.

Era la hora de cenar, no sabía que hacer. Se me iba a caer la cara de vergüenza al ver a mi hermana, sería un momento muy incomodo. Mi madre llamó a mi habitación y entró.

–          Ya está la cena ¿Vas a salir? – Me dijo mi madre mientras yo estaba con el portátil encima para disimular mi tremenda erección. Espero que no notara el bulto del pantalón.

–          Eh…. Si, ahora voy que estoy terminando una cosa – Una respuesta muy buena y que no daba lugar a ninguna duda de que algo pasaba, que va…

–          Vale pero ven rápido que se enfría – Me dijo mientras me echaba una ultima mirada y se iba de la habitación. Creo que sospechaba algo, las madres tiene el don de la oportunidad, siempre entran en el momento menos indicado.

Me levante enseguida y cerré la puerta. Estaba hecho un lio ¿Qué debía hacer?

Después de cinco minutos, estando ya más calmado, fui a la cocina a cenar. Estaba solo mi madre.

–          ¿Y Mari Loli, es que no va a cenar? – Pregunté yo intentando aparentar algo de normalidad

–          No, se ha ido con unas amigas de la universidad a cenar.

Vaya  que alivio, me he ahorrado una situación bastante incomoda.

Cené rápido, hablando lo justo y necesario con mi madre que me preguntaba pues lo típico que pregunta una madre, por los estudios y todo eso. Mi padre tampoco estaba, la verdad que el pasa poco tiempo en casa, a la hora de comer, la siesta y la hora de dormir, si es fin de semana esa hora suele ser bien entrada la madrugada. Muchas veces viene algo borracho y empieza a despotricar por lo primero que se le cruce por delante, la verdad que mi madre ya está muy quemada con estas situaciones que se repiten bastante a menudo.

Me fui de nuevo a mi habitación y me puse a jugar unas partidas a la consola con mis amigos a ver si me despejaba un poco y se me olvidaba todo aquello, algo muy complicado. No duré mucho, no podía quitarme esas imágenes de la cabeza y decidí intentar dormir, cosa que lo mas seguro tampoco podría hacer. En efecto, no podía dormir. Era temprano, mi madre veía la tele en el salón, ajena a todo, y esas instantáneas de mi hermana en el baño sacudían mi cabeza una y otra y otra vez. Mi mente repasaba centímetro a centímetro su cuerpo, mi polla se hinchaba por momentos, así no podría pegar ojo.

Me recosté en la cama. Ya estaba totalmente empalmado era obvio lo que tenia que hacer, tenia que liberar toda aquella presión. Encendí el portátil y comencé a  ver porno, necesitaba correrme si quería descansar algo aquella noche.

Casi fue peor el remedio de la enfermedad. La mayoría de videos  en portada eran de jovencitas y los que no, eran de maduritas. Parecía una broma ¿Con quien me iba a masturbar, con mi hermana o con mi madre? Me fui a la categoría fetichista y encontré el video perfecto, era el indicado para aquella noche, iba a ser mi fin pero era lo que deseaba en aquel momento.

En la primera parte de aquel video aparecía una muchacha joven muy guapa con un cuerpazo muy parecido al de mi hermana pero con los ojos verdes y el pelo rubio, corto y que le tapaba la mitad de la cara con el flequillo. Aquella muchacha se movía muy sensualmente, haciendo una especie de danza erótica. Llegado el monto y sin desnudarse se sentaba en un sofá y se quitaba unas hermosas botas de vestir que llevaba con unos vaqueros y una camiseta. Enseñaba sus pies, sonrosaditos, finos y con las uñas pintadas, una delicia. Jugaba con sus pies, enseñaba sus dedos, sus plantas, todo de manera muy sensual. Yo estaba a 100, no empecé a masturbarme todavía, quería disfrutar del momento porque aquella muchacha me tenía loco y había conseguido quitarme a mi hermana de la cabeza.

En la segunda parte del video aparecía en escena un hombre joven, más o menos de la edad de la muchacha. Se arrodillaba ante ella y comenzaba a adorar sus pies, oliéndolos y lamiendo cada rincón de ellos, una estampa magnifica ver a aquella mujer ejerciendo de dómina con esos sexys vaqueros y sus pies desnudos frente a aquel hombre. El video continuaba con ese ambiente de adoración. Yo empecé a masturbarme, mi polla y mis huevos parecía que iban a explotar de un momento a otro. La muchacha del video se levantó y empezó a desnudarse de cara a la. Tenia un cuerpo precioso, cada vez me recordaba más y más a mi hermana lo que me preocupaba bastante pero a la vez me excitaba aun más. Se puso de rodillas y empezó a masturbar al hombre, primero con un trabajo con sus finas manos, muy erótico y sensual, luego empezó a usar su lengua para lamer la polla de aquel hombre, se la mamaba lentamente, con cariño, sensualmente, nada de ese porno sucio y duro que se ve tanto.

A continuación aquella muchacha se sentó de nuevo en el sofá y muy lentamente se tumbó boca abajo, dejando ver su culo. En ese momento mi corazón dio un vuelco impactante esa preciosa muchacha tenia un lunar en la nalga izquierda exactamente igual al que tiene mi hermana, un antojo de nacimiento muy característico. No daba crédito a lo que veía, mi corazón se salía del pecho, mi polla hinchada latía sin control y yo no podía pensar en nada más. De repente el video pasó a ser en primera persona, aquel hombre se acercó a su culo y con una mano le abrió las nalgas, su rosado coño y su ano ocuparon la pantalla. Empezó a masajearlos con cuidado, la respiración de la chica se aceleraba, la mía aun más ¿Seria en realidad mi hermana?

El video dio un vuelco de 180⁰, la chica pasó de ser la dominante a ser la sumisa. Aquel hombre comenzó a lamer su coño y su ano, a meter su lengua todo lo que daba de si, se empezaron a oír leves gemidos. Apartó la cara y enfocó de nuevo la cámara para esta vez jugar con sus dedos, jugando con el exterior de su coño muy sensualmente, acariciando sus labios, abriendo la entrada de su vagina, jugando con el agujerito de la uretra y su clítoris. El cuerpo de la chica se estremecía con cada caricia. El chico metió un dedo en su vagina, ella dio un respingo. Metió el segundo, la chica frunció el ceño y se mordió el labio inferior. Comenzó a subir el ritmo, sus dedos entraban y salían esta vez muy rápido, de vez en cuando se arrimaba a lamer su ano, los gemidos de la chica eran cada vez más fuertes y más continuos. Estaba totalmente mojada, saco los dedos de su coño y empezó meter uno lentamente por su ano, ella seguía gimiendo, empezó a moverlo dentro ella para que dilatara, sonó un leve grito entre dolor y placer, comenzó a sacar y meter el dedo violentamente. Entonces cambió de nuevo la imagen y se veía el sofá desde enfrente, ella tumbada boca abajo, con la cara mirando afuera y una expresión entre dolor y placer que por un lado era muy excitante pero que por otro lado daba algo de pena. El hombre estaba apoyado sobre las piernas de ella, apretando sus nalgas con las manos comenzó a meterle la polla por el culo, fue muy lentamente, a juzgar por la cara de dolor de la muchacha era su primera vez. Al final el hombre empujó bruscamente y se oyó de nuevo un grito de dolor, esta vez más fuerte, juraría que le cayo alguna lagrima. Se tapó la cara con las manos mientras el hombre le daba por culo cada vez más rápido, su cuerpo y sus tetas se agitaban contra el sofá violentamente de un lado para otro. La situación se volvió extrañamente incomoda. Aquella diosa que en un principio tenía a un hombre a sus pies estaba siendo brutalmente sometida. El hombre la cogió de las muñecas y estiro sus brazos hacia atrás, inmovilizándola. La cara de le chica, esta vez hinchada y enrojecida por las lagrimas mostraba un sentimiento de angustia indescriptible.

Tras unos minutos más de sufrimiento de la chica, el hombre se levantó, parecía que estaba apunto de correrse, igual que yo. La chica no se movió ni un ápice, su cara seguía mostrando una total desolación. El hombre se puso a su lado y la cámara volvió a enfocar de cerca. El hombre cogió los pies de la chica, todavía boca abajo, y empezó masturbarse violentamente para correrse sobre ellos. Al minuto salió disparado el primer chorro de semen a los pies de la muchacha. Viendo aquel momento y aquellos hermosos pies embadurnados en semen yo tampoco me pude contener y acabe corriéndome, como si fuera yo el que la estuviese llenando de gran cantidad de mi semen. Acabé manchando los pantalones y la sabana de la cama. El hombre del video seguía corriéndose sobre los pies, las piernas y llegando con sus disparos hasta el culo de la chica.

No me suelen gustar situaciones tan duras como la de aquel video pero aquella chica que aun dudaba si podía ser o no mi hermana me tenía cautivado, pese a todo lo que había pasado. Aquella chica por un lado me excitaba muchísimo, quizá por ser casi idéntica a mi hermana, pero por otro lado me daba mucha pena todo lo que había sufrido, si en realidad era mi hermana lo tendría que haber pasado fatal. Era un sentimiento muy extraño.

El video había terminado y yo me dispuse a quitar la sabana y a cambiarme de pantalones. Abrí la puerta de la habitación lentamente para no hacer ruido. Mi madre ya se había acostado. Salí lentamente y llevé la ropa al canasto de la ropa sucia. Volví de nuevo a mi habitación e intenté dormir.

Vaya día, primero espío a mi hermana en el baño y luego aquel video tan excitante con una chica que me recordaba extrañamente a ella. Tenía el pelo y los ojos de otro color pero tenía ese antojo en la nalga tan característico.

¿Sería solo producto de mi imaginación, coincidencia o en realidad era ella? ¿Como podría averiguarlo? Si en realidad era ella me había hecho la paja de mi vida viendo como sometían brutalmente a mi hermana, la cosa era preocupante.

Yo quería dormir tranquilo después de ver algo de porno y correrme a gusto pero aquel video me había dejado trastornado, había tenido una de la corrida más impactante de mi vida  y me encontraba aun más inquieto que antes. No iba a ser una noche tranquila, iba a pensar en todo menos en dormir.

¿Qué sería de mi vida a partir de ese momento? No lo se, el tiempo lo diría pero estaba claro que desde aquel día todo cambió…

 CONTINUARÁ…

  • : A mi hermana mayor la espiaba en el baño y luego me corro con el vídeo de una chica sometida extrañamente parecida a ella.
 

Relato erótico: “Teniente Smallbird 2ª parte” (POR ALEX BLAME)

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SECRETARIA PORTADA2Smallbird se levantó al día siguiente acompañado por una Sin títulorespetable resaca. Entró en el baño tosiendo y descargó un escupitajo negro como su alma en la taza mientras meaba. Suspirando tragó un par de aspirinas y encendió su primer cigarrillo del día. Desayunó un café frío y se puso una camiseta limpia antes de ponerse la cazadora y el casco y salir de casa.

Entró en la comisaría precipitadamente y mientras le pedía a Gracia que preparase la sala de conferencias para una proyección se dirigió al despacho del comisario.

—Espero que tengas noticias, la alcaldesa está hecha un basilisco y me ha amenazado con arrancarme las pelotas si no resolvemos el caso para el fin de semana.

—Aun no tengo nada concreto pero creo que he dado con un posible móvil del asesinato. Ahora mismo vamos a analizar unos videos que la víctima hizo en casa de su vecina.

—¿La camarera?

—Sí, por lo que he podido averiguar la chantajeaba, al menos al principio, para poder acostarse con ella.

—Estupendo, sexo, violencia y cintas de video. —dijo Negrete resoplando— Por Cristo bendito, mantén todas las copias de esos archivos controladas. Si esos videos salen en alguna televisión o en algún canal de internet estaremos mañana todos en la calle.

—Descuida jefe, desde hoy esos archivos estarán únicamente bajo mi poder y solo se los dejaré a personal de confianza.

—¿Y qué vas a hacer ahora? —preguntó el comisario.

—Vamos a analizar el material y luego vamos a traer a tío y sobrina para aclarar alguna cosilla sin importancia, será entonces cuando les presionaremos con todo lo que tenemos a ver qué averiguamos.

—¿Crees que son los asesinos? —preguntó Negrete con desconfianza.

—La chica no creo que tenga nada que ver, pero el arquitecto, pese a su capa externa ligeramente afectada, es posesivo y manipulador, podría ser nuestro hombre. Cuando la chica llegó a la ciudad le faltaba poco para la mayoría de edad, aunque ningún juez lo condenará podemos apretarle las tuercas insinuando que si le acusamos esas pruebas podrían hacerse públicas.

—De acuerdo, adelante entonces, pero no te pases, estás jugando con fuego y toda la prensa está encima nuestro. Huelen la sangre.

Smallbird salió del despacho satisfecho y se dirigió a la sala de conferencias dónde Viñales ya lo tenía todo preparado.

Smallbird le dio las gracias y les explicó a todos los reunidos lo que había encontrado. Sin más dilación conectó el disco duro, seleccionó el primer archivo y lo reprodujo ante la mirada a veces interesada a veces asqueada de los investigadores.

—¡Joder! ¡Ya era hora! —exclamó Arjona— Después del trabajito de ayer necesitaba algo así. La noche pasada la pasé soñando con que era el compañero de celda de un Nacho Vidal hipersalido.

—¿Es realmente necesario ver todo esto? —intervino la agente Viñales.

—Buena pregunta. Necesitamos todos los detalles porque luego vamos a interrogar a tío y sobrina y mientras más sepamos de todo esto, más posibilidad habrá de sorprenderlos y hacer que hablen. —respondió Smallbird—¡ Ah! Y aprovecha, Arjona, porque en cuanto terminemos volverás a examinar esos archivos. Puede que encontremos más información oculta en esas carpetas.

Arjona hizo una mueca de asco y se concentró en el visionado del siguiente archivo. Smallbird ya los había visto todos la noche anterior pero imitó a todos los presentes concentrándose en la pantalla.

Vanesa pasaba de nuevo por delante de la cámara y se dirigía a la puerta tras haber sonado el timbre.

—Hola, ¿Necesitas algo?— Se oyó decir fuera de cámara a la joven con la voz nerviosa.

—Sabes por qué he venido. ¿Te ha gustado la película?

—Yo no sé a qué te refieres. —intentó disimular la joven.

—Sé perfectamente que has abierto tu correo y has examinado el archivo así que no te molestes en mentirme. —dijo Alex Blame que por primera vez aparecía ante la cámara mientras iba acorralando a la joven contra una de las paredes del salón.

La joven intentó revolverse y empujar al señor Blame para conseguir zafarse de él, evidentemente sin conseguirlo.

—¡Déjame en paz o empezaré a gritar! —dijo la joven no muy convencida.

—No creo que lo hagas —replicó Blame acariciando la suave piel de la joven con unos dedos gordos como morcillas— que iba a decir papá si descubriese que la putita de su hija protagoniza una sórdida película acompañada de su hermano.

—Eres un cabrón. —dijo intentando reponerse.

—No, soy un cabrón con suerte. —dijo Blame alargando la mano y sobando el cuerpo de la joven por encima del ligero vestido de algodón.

Vanesa reaccionó inmediatamente y le dio un fuerte bofetón. Alex Blame sonrió y se lo devolvió con desgana. La joven gritó y se echó una mano a la mejilla. El hombre la cogió por un brazo y de un empujón la tiró sobre el sofá con una sonrisa maligna.

—Ni se te ocurra volver a hacerlo putita. Ahora desnúdate para mí —dijo el tipo sentándose cómodamente en el sofá y echándose mano al paquete.

La joven lo pensó durante unos segundos y finalmente se puso de pie apesadumbrada.

—Vamos putita, no tengo todo el día. ¿O prefieres que cuelgue tus grandes éxitos en internet? Por cierto ¿Y esos sonidos tan raros que hace tu tío cuando folla? ¿A qué se deben? ¿Alguna de vuestras antepasadas se folló un aullador?

La joven no le hizo caso y se quitó el vestido sin ninguna ceremonia.

—Vamos, vamos. Sé que lo puedes hacer mejor. —dijo él poniendo música con un mp3 que llevaba consigo.

Vanesa suspiró, cerró los ojos y comenzó a moverse al ritmo de la música. Desde una nueva perspectiva, todos vieron como los pechos grandes y turgentes de la joven se balanceaban al ritmo de la música ante la mirada porcina y acuosa de Blame.

—Así está mejor —dijo él— ahora quítate las bragas, quiero ver ese chochito rubito en vivo y en directo.

La joven se quitó obedientemente las sencillas braguitas de algodón que portaba y se quedó totalmente desnuda ante la libidinosa mirada de aquel tipo.

En el silencio de la sala de conferencias se oyó como Arjona tragaba saliva audiblemente al ver el cuerpo pálido y el vello rubio adornando el sexo de la joven.

—Realmente deliciosa. —dijo Blame babeando ante la visión del cuerpo joven y turgente mecerse sugerente al ritmo de la música.

Alex gruño y revolvió con su manaza en el bolsillo del albornoz sacando una pequeña pastilla azul.

—Esto, cariño —dijo mostrándole a la joven la Viagra antes de tragarla—me permitirá hacerte volar durante horas.

La risa resonó por todo el piso mientras Blame se quitaba el albornoz que llevaba puesto y le mostraba a la joven un cuerpo gordo blanco y ligeramente sudoroso. Su polla erecta y congestionada se bamboleaba bajo su tripa dándole una aspecto estrambótico.

Con la mirada fija en los grises ojos de la joven, se acercó a ella y le dio un largo beso en la boca. La joven se quedó rígida con los brazos quietos a los costados y cerrando los puños impotente mientras el hombre repasaba su boca su cuello y sus clavículas con la lengua.

—Tranquila cariño. Mi fuerte con las mujeres no es la primera impresión pero pronto sabrás apreciar todo lo que te voy a dar. —dijo agarrándose la polla y restregándola contra los muslos tensos de la joven.

Blame cogió a la joven con suavidad por un hombro y la guio fuera del campo de la cámara. Un nuevo plano les enfocó mientras entraban en la habitación. Blame le empujó contra la pared y agarrando uno de sus pechos lo chupó con avaricia. Vanesa gimió y con un gesto de miedo y asco tensó todo su cuerpo incapaz de de decidir si gritar o dejarse hacer.

—¿Cómo conseguiste hacer la película? —preguntó ella tras un par de minutos de magreo y dolorosos chupetones.

—Muy sencillo. —respondió él sin parar de estrujar emocionado los redondos pechos de la joven— El día que me ofrecí para instalarte gratis internet aproveché y puse algunas cámaras en tu piso.

—Cerdo, y yo me fie de ti.

—No te flageles, no eres la única, en realidad vivo de eso. Tengo una página web donde ofrezco películas gratis, cuando cualquier idiota se baja una de ellas yo robo todos los datos que hay almacenados en su ordenador. Oro puro.

Alex no se extendió más y agarró a la joven lanzándola sin miramientos sobre la cama. Sin dejarla reaccionar se tiró sobre ella inmovilizándola con su peso. Con un suspiro de placer se cogió la polla con la mano y la enterró en el fondo del coño de la joven.

—Vamos putita, imagina que soy tu querido tío que viene a consolarte en tu soledad.

Vanesa soltó un breve grito al notar como la polla de aquel hombre entraba cuando su coño aun no estaba del todo preparado e intentó revolverse pero Alex sujetó sin miramientos sus muñecas contra el colchón.

Segundos después Blame comenzó a entrar y salir abriéndose pasó en el deliciosamente estrecho coño de la joven y no tardó en correrse resoplando y empujando como un elefante marino.

A pesar de todo, la joven vio como tras la eyaculación la polla de su agresor seguía dura y caliente como un hierro al rojo.

—Tienes un chocho precioso putita. —dijo Blame enterrando la cabeza entre las piernas de la joven y chuperreteándole su sexo.

Muy a su pesar Vanesa comenzó a excitarse y olvidándose de quién estaba entre sus piernas agarró su cabeza y tiró de ella gimiendo mientras agitaba su pubis y arqueaba su espalda.

Blame penetró en el cálido interior de la joven, en esta ocasión con sus dedos, mientras que con maestría golpeaba con fuerza el clítoris de la joven con la lengua haciéndole retorcerse de placer con cada impacto.

A continuación Blame cogió a la joven aun estremecida y sentándose en el borde de la cama la depositó sobre su regazo. Esta vez fue ella la que cogió la polla con sus manos y se la metió en su coño, ahora totalmente encharcado de deseo. Agarrándose a los hombros comenzó a subir y bajar empalándose con el miembro de Blame, cerrando los ojos y dejándose llevar por el placer.

—Muy bien, más rápido putita. —dijo Blame sudando y resoplando.

La joven siguió cabalgando hasta que agotada se dejó caer brillante de sudor, Blame la agarró entonces por la cintura y la alzó en el aire sin dejar de penetrarla a un ritmo salvaje. Jadeante por el esfuerzo la depositó sobre un aparador y siguió follándola hasta que la joven se corrió gritando e hincando las uñas en la espalda de su chantajista.

Sin dejarla reponerse la obligó a arrodillarse y le metió la polla en la boca. Vanesa chupó obediente la polla de Blame olvidándose de cualquier comedimiento, repasando el miembro de extremo a extremo con su lengua, chupando y mordisqueando.

—¡Sí putita! Eso es. —dijo Blame enterrando la polla en el fondo de la boca de la joven y eyaculando de nuevo.

Alex sacó la polla mientras la joven tosía y escupía semen y golpeó las mejillas de la joven con su miembro aun duro como una piedra.

Ante la mirada alucinada de los presentes aquel cabrón cogía a la joven y la ponía a cuatro patas en la cama y lubricando su coño con un poco de saliva volvía a penetrarla.

Los dos amantes se alternaron en sus orgasmos sin solución de continuidad hasta que finalmente tras más de hora y media de ejercicios gimnásticos se tumbaron en la cama agotados y jadeantes.

—¡Joder! —exclamó Arjona cuando terminó la proyección— ¡Qué gran pérdida para la humanidad! Este tipo era el Cecil B. De Mille de los videos caseros.

El resto de la mañana la pasaron viendo maratonianas sesiones de sexo y preguntándose cuanto debía comer aquel tipo para poder mantener aquella tripa realizando un ejercicio tan intenso.

Cuando volvieron de la comida, Smallbird llamó a Vanesa y a su tío citándolos por separado para “aclarar unos detalles en la comisaría”.

Mientras esperaban la llegada de ambos, Smallbird echó una mirada al informe preliminar de la autopsia sin que averiguase nada que no le hubiesen contado antes los periódicos.

Salvador fue el primero en llegar con diez minutos de adelanto, Camino lo condujo a la sala de interrogatorios dónde Smallbird le esperaba tranquilamente sentado y cerró la puerta a sus espaldas.

—Perdone que le recibamos aquí, pero están redecorando mi despacho y no tengo un sitio mejor para recibirle. —mintió Smallbird con total naturalidad— Siéntese, por favor.

Smallbird abrió una carpeta llena de papeles que no tenían nada que ver con el caso mientras esperaba a que el tío Salvador se pusiese todo lo cómodo que era posible en la silla metálica que el detective le había ofrecido.

—Vaya. Así que es aquí donde obtienen las confesiones de los asesinos. —dijo Salvador mirando a su alrededor e intentando no parecer nervioso.

—Ante todo gracias por venir, sabemos que es un hombre muy ocupado. —dijo el teniente entrelazando los dedos sobre la mesa.

—En efecto, así que le ruego que vayamos al grano, por favor.

—Por supuesto. ¿Podría decirme donde estuvo la anteanoche? Digamos desde las nueve hasta las seis y cuarto de la mañana.

—¿Está insinuando que soy sospechoso?

—Oh no, —respondió Smallbird poniendo una cara de inocencia digna de un óscar— es todo pura rutina. Pedimos la coartada de todas las personas relacionadas con la víctima para descartar a la gente y evitar que nos enredemos en falsas pistas. Ya sabe no debemos malgastar el dinero del contribuyente.

—Lo entiendo —dijo Salvador—¿Pero qué tengo que ver yo con ese tipo tan desagradable? Creo que cruzarme un par de veces con él en el ascensor no quiere decir que estemos relacionados de ningún modo.

—Sí, bueno, el caso es que follarse a la misma mujer suele ser una relación bastante comprometida.

Las pupilas del arquitecto se dilataron y se quedo rígido durante un momento. Un ligero temblor del labio inferior denotaba el tumulto de emociones que pasaban en ese momento por su cabeza. Smallbird sacó un cigarrillo del paquete y lo encendió exhalando el humo a los ojos de aquel mequetrefe.

—¿Qué está insinuando? —acertó a decir al fin el hombre en un susurro ahogado por la nicotina.

—No lo estoy insinuando. Sé que se ha estado follando a su sobrina, al menos desde que llegó a la ciudad y sé que la víctima, el señor Blame, le tomó el relevo entre las piernas de Vanesa.

—¡Esto es intolerable! ¡Voy a hablar ahora mismo con mi abogado y les voy a demandar por atentado contra el honor! ¿Cómo se atreven …?

—Tenemos pruebas documentales. —le cortó Smallbird mostrándole una memoria extraíble pero sin ninguna intención de mostrarle el contenido— Así que será mejor que nos diga donde estuvo anteanoche y sus abogados no se verán obligados a determinar cuántos delitos ha cometido al abusar de una menor y encima con estrechos lazos de sangre.

—¿Pruebas? —preguntó el hombre temblando.

—Sí, tenemos un video con el que la víctima chantajeó a su sobrina. ¿Sigue afirmando que no conoce a Alex Blame de nada? —dijo Smallbird dando una nueva calada al pitillo.

—De nada absolutamente, señor. —respondió el arquitecto repentinamente respetuoso.

O el tipo era un actor consumado o la sorpresa había sido total. Después de eso, Salvador se derrumbó y respondió a todas las preguntas sin oponer ninguna resistencia. Según su declaración estuvo trabajando hasta tarde aquella noche y tenía varios compañeros como testigos, con los que a continuación habían ido a tomar algo al centro. Como comprobaría más tarde hablando con ellos, Salvador tenía una coartada sólida hasta las cuatro y pico de la mañana con lo que era imposible que hubiese podido cometer el crimen en persona.

El teniente dejó a Camino con el viejo verde, convenciéndole de que si había dicho la verdad no emprenderíamos ninguna acción judicial contra él y salió de la sala de interrogatorios para recibir a Vanesa que estaba a punto de llegar.

Con la chica decidió ser más suave y la recibió en su despacho. En cuanto atravesó la puerta y vio la cara de circunstancias del detective, automáticamente supo que su secreto había quedado a la luz.

—Sabía que solo era cuestión de tiempo —dijo ella sentándose y poniendo el bolso en la silla que quedaba libre.

—Entiendes entonces que debo hacerte unas preguntas.

—Desde luego. —replicó Vanesa tragando saliva.

—¿Puedes decirme qué estuviste haciendo la noche y la madrugada del asesinato del señor Blame? —preguntó el teniente.

—Estuve trabajando en la cafetería hasta la una, después recogí el local con la ayuda de mi compañero y me derrumbé en la cama a eso de las dos de la mañana. Me levanté a las cinco y cuarto de la mañana para servir los desayunos y me fui a casa unos minutos después de que tú terminases tu tostada y te fueses, a eso de las once.

—Tienes un horario complicado —dijo Smallbird.

—Depende de lo que se entretenga la parroquia. Normalmente no llego tan tarde a casa pero la otra noche había partido y la gente siempre se lía.

—Entiendo. ¿Cómo conociste a la víctima?

—Llegó al edificio unos pocos meses después que yo. Me crucé con él un par de veces al principio y aunque solo le faltó meter su hocico debajo de mi falda se mostró educado y no me pareció especialmente peligroso.

—Con el tiempo fue cogiendo confianza y comencé a encontrármelo más a menudo en la puerta o en el ascensor. Un día le comenté lo mucho que me molestaba tener que ir a la cafetería para tener una conexión wifi decente y él me dijo que se dedicaba a eso y que podía instalarme un par de repetidores para que la señal de la cafetería llegase a casa.

—Ahí fue cuando te pinchó el piso… —dijo Smallbird para permitir a la joven coger aire.

—En efecto, aquellos dos días instaló seis cámaras y varios micrófonos en mi casa. Incluso me puso una en el baño y se mondaba de risa viéndome cagar cuando estaba estreñida. —dijo la joven rabiosa.

—Desde luego ese tipo era una joya. ¿Qué pasó a continuación? —preguntó el detective.

—Lo has visto en los videos. Me chantajeó y fue tal como él había dicho. El tipo es muy hábil en todo lo que hace y con el tiempo, tal como me había prometido, empezó a gustarme lo que me hacía y establecimos una especie de morbosa y retorcida relación únicamente basada en el sexo. Cuando quería algo llamaba a mi puerta me hacía lo que le apetecía y luego se volvía a su piso.

El teniente se recostó pensativo mientras la joven describía los pormenores de su relación con aquel degenerado. Estaba claro que los continuos abusos que había sufrido por parte de su tío, probablemente incluso antes de que llegara a la capital, le habían dejado la autoestima por los suelos y Blame había llegado en el momento justo para establecer con ella una relación de dominación que la joven había aceptado con naturalidad.

—¿Sabes si Blame tenía enemigos?

—Los coleccionaba. —dijo la joven con una carcajada exenta de toda alegría— Decía que mientras más éxito tuviese, más enemigos tendría. Según él, la última vez que los había contado tenía dos mil trescientos y pico. Yo creo que exageraba.

—¿A qué se dedicaba?

—Venta de información. De cualquier tipo, conseguida de cualquier manera. Páginas de bajada de archivos, espionaje industrial, intercambio de favores…

—¿Podría haber sido alguno de ellos el autor del crimen?—preguntó Smallbird con interés.

—No lo creo. Protegía muy bien su identidad cuando hacía negocios. Además supongo que ya estaréis investigando a los cuentistas.

—¿De qué hablas? —preguntó el detective sorprendido.

—¿De veras no habéis logrado averiguar nada? ¿No habéis descubierto lo del perfil de Alex Blame en guarrorelatos? ¿Ni sabéis nada de los ochenta y ocho relatos?…

PARA CONTACTAR AL AUTOR:

alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: “Fitness para todas las edades” (POR BUENBATO)

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Mi nombre es Heriberto, y te contaré una historia. Es la Sin títulohistoria de cómo la vida de un dueño de dos gimnasios – tipo alto y musculoso, la clase de sujeto que no querrías como suegro, felizmente divorciado y sin más sentido en la vida que dirigir sus locales – cambia completamente con la llegada a casa de su hija. ¿Has escuchado esa frase publicitaria de “Me siento increíble, pregúnteme cómo”? Bueno, no te imaginarías cuál es mi respuesta.

La primera vez que vi a Mariana aparecer en televisión, no pude evitar llenarme de felicidad. El noticiero decía que ella era la nueva cara del fitness, al menos en el público adolescente. Nació en verano, y desde pequeña pude ver en ella el mismo ímpetu deportivo que yo había tenido siempre. Cuando me divorcié de su madre, hace cinco años, supe que debía dedicar mi tiempo a ella. Mi ex esposa se volvió a casar hace dos años y Mariana decidió – aunque tengo la sospecha de que su madre le pidió que así fuera, por más que lo niegue – venirse a vivir conmigo. Admito que nunca estuve preparado para eso, fue como recibir de nuevo la noticia de que sería padre. Pero de inmediato tuvimos una conexión que nada separará jamás.

Siempre me he dedicado al negocio de los gimnasios. Tengo dos: uno pequeño en un edificio de oficinas, donde los empleados bancarios van a des estresarse por las tardes, y uno más grande – el primero – en un viejo barrio residencial en el bullicioso centro de la ciudad. Antes de que Mariana llegara a vivir conmigo, siempre le invité a entrar libremente a los gimnasios, pero rara vez los visitaba. A fin de cuentas, estaba más interesada en el ballet, sueño perdido de su madre.

Yo por mi parte, he ganado – hace años ya – dos concursos regionales de fisiculturismo. Siempre he tenido la idea de no meterme ninguna clase de sustitutos ni nada de eso; no es que esté en contra, pues conozco a muy buenos muchachos que los usan, pero siempre he preferido hacerlo al natural. He perdido un poco de condición, con los años, y si bien ya no tengo el mismo volumen que antaño sigo manteniéndome fuerte. Mido un metro ochenta y cinco, y peso ochenta y nueve kilogramos; nada que una buena rutina de cardio no pueda corregir.

Tras su llegada, a Mariana seguí llevándola un par de veces a las clases de ballet, pero era obvio que no era precisamente lo que le apasionaba. Entonces, un día, la encontré en la casa leyendo los viejos libros para fisiculturistas amateurs. Decidí darle su espacio, y con el tiempo la comencé a ver por las tardes, encerrándose en su cuarto para poner en práctica las técnicas de los más aclamados fisiculturistas y médicos fisiológicos. Dejó de ir al ballet, al que calificó como un lugar lleno de niñas presumidas, y pareció dedicarse mejor de lleno a las artes del gimnasio.

Sé que un gimnasio puede parecer un lugar sucio, lleno de sudor y hombres exageradamente musculosos, pero es mi pasión, y es ahí donde he conocido a las mejores personas. Un fisiculturista es, ante todo, una persona que deja a un lado los obstáculos y pretextos que te impiden romper tus propios límites, y creo que hace falta mucha gente así en el mundo.

– Papá – me dijo Mariana una noche, mientras cenábamos una pieza de pollo

– ¿Qué pasó?

– ¿Crees que yo pueda ir a tu gimnasio?

Aquello dibujó una sonrisa en mi rostro.

– Por supuesto que sí – le dije, reprimiendo mí entusiasmo para no parecer ridículo – Tú sólo ve, yo me encargo de que te hagan pasar sin problemas. En el gimnasio yo soy el jefe, ¿recuerdas? – le recordé, con una sonrisa

Al siguiente día ella llegó. Para entonces ya les había explicado a mis empleados que ella era mi hija. Era extraño ver a una chica así, vestida no con la mejor indumentaria para el entrenamiento, pero con bastantes ganas, sin que su delicado cuerpo de bailarina de ballet supusiera para ella un problema.

Yo mismo me dediqué a enseñarle los conceptos básicos del fitness, así como mis recomendaciones para sus primeras rutinas. Pero ella me sorprendió bastante cuando comenzó a hablar y a opinar como toda una experta. De verdad que había devorado correctamente los libros, y parecía no necesitar mucha ayuda con eso. Conocía las rutinas, los movimientos y sus efectos en el cuerpo humano. Me sorprendí con lo inteligente que era, y también con su capacidad de externas claramente su opinión. Tenía, además, la paciencia necesaria para hacer los movimientos con las pausas y al ritmo necesarios. Parecía una artesana trabajando con su propio cuerpo.

Todos los integrantes del gimnasio se acostumbraron a la diaria presencia de mi hija. Con dedicación, asistía todas las tardes, siempre con la rutina bien pensada. Poco a poco, los músculos de su delgado cuerpo fueron endureciéndose, sus piernas se tornearon maravillosamente y su abdomen se remarcó preciosamente. Siempre había sido bajita y, aunque aún se hallaba en crecimiento, me daba la impresión de que había dado un verdadero estirón. En menos de seis meses, mi hija era una verdadera chica fitness.

Se acostumbró de inmediato a una dieta rica en proteínas y carbohidratos. Sabía cómo combinar los alimentos antes y después de cada entrenamiento, y era capaz de memorizar en orden los vegetales más ricos en proteína y cuales tenían las mejores enzimas y todas esas cosas que yo ni siquiera recordaba. Tenía la práctica y los conocimientos de cualquier entrenador, y así fue.

No tardó mucho en ayudar a las chicas de su edad a integrarse en el mundo del gimnasio. Las novatas, temerosas de los complejos aparatos, fueron ganando confianza gracias al apoyo de mi hija. Me asombró su capacidad de explicar correctamente los ejercicios adecuados para cada una de ellas. A las más llenitas, tal rutina, a las más delgadas, otra. Era una excelente coach al tiempo que entablaba amistad con las usuarias de su edad.

Yo, por mi parte, comencé a entrenar con ella, especialmente los sábados, en los que asistíamos al gimnasio del edificio de oficinas. Como era obvio, nadie asistía esos días, por los que el gimnasio permanecía cerrado. Era agradable tener todo aquel espacio para nosotros solos, y Mariana disfrutaba ejercitarse a más de diez pisos de altura, con la natural luz del sol entrando por los grandes ventanales. Terminé entregándole una copia del local del edificio bancario, para que fuese los fines de semana.

Fue entonces cuando conoció a Katia, una chica un año mayor que se convirtió rápidamente en su discípula y mejor amiga. Era una chica que en realidad tenía tiempo asistiendo por las tardes al gimnasio. Se trataba de una chica de color, con un particular peinado afro que llamaba poderosamente la atención. Era, para ser franco, la clase de chicas que no me agradan mucho en mi gimnasio; si bien creo que la mayor parte de los clientes asiste con la intención de mejorar su condición física, Katia era lo que yo llamo una “desestabilizadora”. Los chicos son hombres, a fin de cuentas, y Katia era un poquitito coqueta, lo que distrae a todos en general.

Creo que un gimnasio está lejos de ser el lugar ideal para hallar al amor de tu vida, y creo que Katia no era capaz de comprender del todo esta verdad. Además, era mucho menor que la mayoría de los chicos, lo que hacía de todo aquello un poco más incomodo si eres de esos que aún no se acostumbra a los nuevos parámetros morales – más adelante recuérdame haber escrito esto -. Afortunadamente, su amistad con Mariana la ayudó a concentrarse más en su cuerpo – bastante admirable, para ser sinceros, con ese toque inconfundible de la raza negra – y a distraerse menos con asuntos de ligue.

Fue ahí, en sus andanzas juntas, donde nació el proyecto de grabar pequeños videos donde enseñaba tips y rutinas; los videos, que grababan cuando iban los domingos al gimnasio del corporativo – días en los que mi cuerpo descansa –los subía después a YouTube, y rápidamente cobraron interés. La primera vez que me entere de dichos videos, fue al ver el quinto, con más de noventa mil visitas, y contando. Lo anunciaban las notas amables de un noticiero nacional. Según el reportaje, el “canal” de mi hija tenía miles de admiradores.

Admito que me sorprendió enterarme que mi hija tenía bastante talento. El ballet, después de todo, le había otorgado la gracia de sus movimientos y sonrisa, así como la seguridad de hablar con plena confianza a la cámara.

Una vez entré a su canal, y vi todos sus videos. Me encantaba leer los comentarios positivos que la gente hacía a mi hija, motivándola a seguir y agradeciéndole, aunque tampoco faltaron los molestos comentarios de verdaderos canallas que no hacían más que señalar lo mucho que les gustaría gozar de su “precioso cuerpecito”. Si bien me enfureció, sabía que no había manera de evitar aquello, más que ignorándolos. ¿Cómo podían semejantes tipejos expresarse así de una chica como Mariana?

Una mañana, mientras conducía hacía su escuela, le pregunté sobre los videos. Guardó silencio, como si en vez de ello le hubiese preguntado si consumía drogas.

– No estoy enojado – le dije, para tranquilizarla – Al contrarío, creo que es bastante bueno. ¡Tienes muchos admiradores!

Ella sonrió. Me contó que se le había ocurrido junto a Katia, quien hacía de camarógrafa. Me dijo que estaban preparando el séptimo video, donde hablaría sobre la manera más rápida de quemar grasa.

– Creo que todos los niños, adolescentes y jóvenes deberían ir al gimnasio – dijo, con la solemnidad de un premio Nobel.

Aquello me conmovió, como a cualquier padre orgulloso.

– ¿Sabes qué? – le dije – Creo que una cámara nueva y un tripie te ayudarían, ¿no crees?

Ella sonrió con la idea, y me abrazó.

– ¿De verdad? – preguntó emocionada

Le confirmé con una sonrisa, y ella me besó agradecida en la mejilla. Esa misma tarde, después de sus clases, fuimos de compras. Ella invitó a Katia, y juntas eligieron la cámara y el tripie. Sin duda iban a mejorar mucho la calidad de sus videos.

En efecto, los videos mejoraron. Incluso crearon un nuevo nombre – de hecho, no tenían nombre – y ahora un animado cartel al inicio de cada video aparecía: “Fitness, para todas las edades”. Katia, que era quien editaba los videos, resultó ser bastante buena, y alguna vez Mariana me dijo que deseaba algún día ser cineasta. Mi hija, por su parte, se veía estupenda ahora que aparecía en alta definición. Los comentarios positivos las animaron a continuar.

El decimo video fue el primero en recibir más de un cuarto de millón de visitas, y pasó sólo un día cuando recibimos la llamada del área de mercadotecnia de Frenzy, una popular bebida deportiva, que yo vendía en mis gimnasios. Platicaron un rato con Mariana, que se sentía emocionada por que una marca deseara patrocinarla. Como su tutor, tuve que tomar el teléfono y hablar con ellos. Nos pagarían una pequeña suma por cada visita, y nada cambiaría en realidad, salvo por los nuevos uniformes con los estampados que ahora Mariana tendría que usar, y la rotulación del equipo que ella usara en sus videos: lo que significaba que marcarían todo el gimnasio del corporativo.

No tuve mucho que decidir, pues la última palabra la tendría Mariana. Su respuesta fue un enorme y rotundo sí, de manera que el video número doce fue el primero patrocinado por Frenzy. El dinero, por su parte, acordamos dividir una pequeña parte para sus gastos varios y el resto a un fondo de ahorro para sus futuros estudios. Ella aceptó contenta, y dijo que también Katia debía recibir parte del dinero. Yo no tuve ningún problema.

– Es tu dinero, hija – le dije, tomándola de los hombros – Y debes hacer con él lo que creas correcto.

El primer video patrocinado tuvo trescientas mil visitas. Y el cheque llegó una semana después – y seguirían llegando con cada cincuenta mil visitas más -. Era increíble. Lo que había iniciado como un simple hobby, ahora estaba haciendo de mi hija un pequeña profesional en el mundo del fitness.

Parte del primer cheque fue gastado por ambas en una salida al centro comercial; compraron nueva ropa de entrenamiento y algunas blusas casuales. Las recogí en la noche, cuando salieron del cine. Lleve a Katia a su casa y después regresamos a caer dormidos tras un agitado y emocionante sábado.

Las cosas iban bien, hasta que recibimos la llamada de su madre que nos cambiaría la vida. Fue mientras desayunábamos, al día siguiente, un domingo. Mariana había cocinado un guisado de atún, limón y lechuga sumamente delicioso. Cuando regresó de la cocina con el enorme platón, el tono de mi celular comenzó a sonar.

– Es tu madre – dije, como si se tratara del mismo diablo, ella se sentó, con los ojos muy abiertos.

Contesté el teléfono y, fiel a su costumbre, Verónica me saludó a su muy suyo estilo.

– ¡¿Cómo puedes permitir esto?!

– Buenos días, Verónica.

– Eres un maldito, no tardaste en meterle tus ideas a tu hija.

– Voy a necesitar que me digas de qué rayos estás hablando – le dije, girando los ojos

Le guiñé un ojo a Mariana, que estaba más que acostumbrada a aquellos arrebatos de su madre.

– ¿Me vas a decir que no tienes nada que ver con los videos de Mariana?

– Bueno, fue idea de ella, sólo la he apoyado desde hace poco. ¿Quieres felicitarla?

– ¿Eres idiota? – dijo – Estas exponiendo a tu hija, nada más por…

– ¡Ey! ¡Hey! Aquí nadie está exponiendo a nadie. Si tu hija tiene talento y lo quiere mostrar, lo menos que puedo hacer es apoyarla, y creo que sería muy útil que tú también…

La discusión duró diez interminables minutos más, en los que Verónica llegó incluso a amenazar con demandarme si algo le sucedía a Mariana. Detalló con lujo, las miles de cosas malas que podían provocarse con la nueva fama de una chica que aún necesitaba de nuestro cuidado. Yo le dije que Mariana era una chica bastante responsable, y talentosa además, a quien no valía la pena frenar con temores infundados, basado en – se lo tuve que decir – una envidia por su éxito a su corta edad.

Aquello hizo estallar a Verónica, que no paró de decirme todo lo que ya sabía y lo que no me imaginaba sobre mi persona. Yo me limitaba a sonreír, divertido, ante sus insultos, pero traté de tranquilizarla.

– Verónica – dije al final – ¿Es mi hija? Sí. ¿La voy a cuidar siempre? Sí. Existan o no esos videos yo la cuidare, pero también la apoyare. Y si tú no eres capaz de eso, entonces mantente al margen. Y si estas muy segura de que lo que está haciendo esta “mal”, entonces te invito a que seas tú quien se lo diga. Dile “Mariana, quiero que dejes de hacer esos videos”. Entonces, veras lo difícil que es pedirle a tus hijos que dejen de intentar cumplir sus sueños.

Mientras hablaba, Mariana me miraba con los ojos vidriosos. La luz de la mañana que entraba por la ventana hacía brillar sus rubios cabellos como si se tratara de un ángel. Supuse que debía sentirse culpable de que su madre y yo discutiéramos, e intenté inútilmente detenerla cuando se puso de pie para correr a su alcoba. Aquello me acabó, y sentí la molestia creciendo en mi estomago.

Verónica me habló un par de minutos más, aunque afortunadamente más tranquila. Yo, por mi parte, estaba furioso por lo que había provocado a Mariana, pero fui lo suficientemente paciente para despedirme de ella con una inmerecida cortesía.

Apenas colgué, me dirigí a la recamara de Mariana. Toqué la puerta, y tardó más de cinco segundos en responder.

– Pasa – me dijo, con la voz ahogada por las almohadas.

Entré, la tenue luz de la mañana entraba apenas a través de las cortinas entreabiertas. La luz amarillenta del sol iluminaba la hermosa figura, recostada boca abajo, de Mariana. Un pensamiento extrañó se instaló brevemente en mi mente mientras observaba las formas de sus glúteos bajo sus apretados pantalones cortos de lycra. Aún hoy me pongo a pensar que aquel instante fue la clave de todo; he pasado algunas noches pensando qué hubiese sucedido si mis ojos nunca se hubiesen posado en su cuerpo en aquel preciso momento. Sacudí la cabeza, y pensé en la mejor manera de comenzar la charla.

– Mariana – dije, sin recibir en principio ninguna reacción – Lamento mucho…

– Tú no tienes la culpa – dijo, con la voz entrecortada; había llorado.

– Nadie tiene la culpa – dije – Tu madre sólo está preocupada.

Ella no dijo nada, parecía secarse las lágrimas en la cubierta de tela de la almohada. Sólo entonces se incorporó, sentándose junto a mí, a la orilla de la cama.

Entonces la rodeé con mis brazos, platicamos, con sus lágrimas al borde del abismo, mientras trataba de consolarla. Era injusto que se sintiera culpable por los arrebatos infundados de sus padres. Me sentí responsable de ello, y me prometí que no permitiría más eso. Ella intentó recostarse sobre mí, buscando mi cuidado. Fue entonces, que buscando la posición más cómoda para abrazarme, terminó sentándose sobre mis piernas.

Pude sentir los firmes músculos de sus glúteos sobre mis rodillas. Sacudí mi menté y traté de concentrarme. Entonces comenzó.

Lloró un par de minutos sobre mi pecho. Secó sus lagrimas sobre mis hombros y entonces preguntó.

– ¿Tú me quieres?

Le respondí con la certeza inmediata de cualquier padre.

– Mucho, Mariana, eres lo que más quiero en la vida.

– ¿Si no fuera tu hija me querrías?

Mi mente me preguntó qué clase de pregunta era esa, pero ignorándome a mí mismo contesté.

– También. Porque eres inteligente, alegre, talentosa…

Aquello la hizo reír, Y yo la abrace, apachurrando su cuerpo contra el mío.

Entonces alzó la vista, y me miró fijo a los ojos.

– Yo también te quiero – dijo, y sólo entonces me percate de lo peligrosamente cerca que se hallaban nuestros rostros.

Antes de que fuera capaz de reaccionar, a pesar de que el tiempo se ralentizó, sus labios húmedos, suaves y delgados se posaron sobre los míos.

Aquel momento, que podría llevarme hasta la tumba, hizo que el tiempo realmente se detuviera. Si me hubiese puesto a contar, juraría que hubiera llegado holgadamente hasta veinte. Mi mente se preguntaba qué diablos estaba sucediendo.

Las manos de Mariana se posaron en mi pecho, abrazando con sus dedos la tela de mi camiseta. Mis manos se dirigieron, dispuestas a separarnos, sobre su cintura, pero terminaron victimas de aquello, y optaron por posarse con suavidad en la esbelta cintura de mi hija.

No sé que hubiese pasado si el celular de Mariana no hubiese sonado. Se puso rápidamente de pie, mis rodillas aún sentían el calor de su hermoso trasero.

Revisó el celular sobre su mesita. Yo ya estaba de pie, en el marco de la puerta.

– Hoy iré a grabar con Katia – me dijo, con una mirada que no supe cómo interpretar

– Las llevo – le dije

Fue la última charla que tuvimos en horas.

Me vestí con un pantalón de mezclilla azul, unos zapatos deportivos y una camiseta blanca. Hubiese deseado tener el tiempo de visitar a un psicólogo y contarle sobre lo sucedido. Al menos hubiese servido de algo poder navegar un rato por la Internet, para entender por qué una hija haría esa clase de cosas. Pero no había tiempo, en menos de veinte minutos ella se cambió y, aunque no me dijo absolutamente nada, yo la acompañé hasta el vehículo.

Fuimos a casa de Katia antes de dirigirnos al gimnasio del corporativo, y durante todo el viaje no nos dirigimos la palabra. Ella simulaba actuar con normalidad, a pesar de que evadía a toda costa mi mirada, y yo no estoy muy seguro de si la expresión de perplejidad era evidente en mi rostro. Minutos después, llegamos.

Aquella era la primera vez que veía cómo grababan el programa. Era bastante sencillo, en realidad. Mariana utilizaba un pequeño guion con todo lo que iba a decir, pero en realidad gran parte era completamente improvisado. Se limitaba más que nada a dar la rutina correcta para el objetivo marcado, pero lo hacía con simpatía. Katia, actuaba como camarógrafa, y como directora, pues indicaba los errores que Mariana no detectaba por sí misma.

Nunca me había dado cuenta realmente la hermosa figura que la negrita poseía; tenía que admitirlo, la gran disciplina que Mariana tenía con los ejercicios difícilmente le permitiría superar los naturales dones de Katia. Pero aún así no era aquella morena quien me interesaba en ese momento, sino la esbelta rubia, delgada y de cuerpo marcado cuyos labios habían asaltado a los míos. Mi hija.

Estuve mirando todo el tiempo a Mariana; y llegó un momento en que caí en la cuenta de que me la había pasado vislumbrando sus curvas. Y no me importó, maldita sea, no me importó. Seguí mirando sus tetas apretujadas en su sostén deportivo, y sus piernas torneadas y firmes desnudas por un corto pantaloncillo de lycra que apretujaba su duro y alzado culito.

Ese culo no estaba ahí antes, debo admitirlo; tenía un trasero casi infantil antes de comenzar a levantarlo con el ejercicio diario. Ahora sus preciosas nalgas se levantaban gallardas en una curva perfecta, que subía a través de una cintura marcada y esbelta antes de llegar a sus pechitos. Debía medir no más de un metro y cuarenta centímetros, y su peso de treinta y dos kilogramos era casi un chiste.

Además de buen cuerpo, Mariana tenía un rostro precioso. Rubia y lacia, el cabello cubría su rostro fino y delgado. Su madre la había llevado a una estética, donde agregaron a su cabello unos llamativos toques más oscuros y claros que daban a su rubio natural un aspecto más exótico. Su nariz era grande, pero bonita, y se hallaba entre dos preciosos ojos de color verde grisáceo. Su boca era grande, y sus labios gruesos. Cuando sonreía, sus blancos dientes se asomaban en una sonrisa grande y feliz.

Me encontré a mí mismo desnudando la preciosa figura de Mariana, mi propia hija, y no fui capaz de detenerme, porque para entonces una idea recorría mi cabeza y era tan incapaz de detenerlo como ahora de describirlo. Es una especie de deseo prohibido que se apodera de tu mente; imagina a un niño, a quien le prohíben patear un balón pero de pronto se lo dejan en frente, a sus pies, listo para ser golpeado. Multiplica ese sentimiento por mil y ahí estaba yo, rememorando los cálidos labios de mi hija chocando contra los míos. Mis manos apretujando su cintura, sus dedos cayendo uno tras otro sobre mi pecho, la forma de sus glúteos sobre mis piernas. Estaba enloquecido, y el tiempo me parecía eterno y doloroso.

Ella también me miraba, de reojo, como si estuviese adivinando el deseo con el que la miraba. Cuando lo hacía, no tuve la vergüenza de desviar la mirada. Mantuve mis ojos fijos en ella, observándola, como si pudiera hablarle a través de ellos. Aquello la asustó, de cierta forma, pero fue lo suficientemente valiente como para soportarlo algunos segundos antes de escapar de mi vista, con las mejillas enrojecidas. Apreté mis puños, estaba demasiado molesto conmigo mismo. También Katia me miraba, de vez en cuando, a veces con el típico temor hacía los mayores, y otras simplemente me regalaba una sonrisa de sus blancos dientes. Pero, ¿qué importaba ella? Ella no tenía la menor idea de lo que me sucedía. Era una niñata.

Un montón de repeticiones desesperantes fueron necesarias para que finalmente aquello terminara. Las chicas aún permanecieron media hora platicando, mientras yo me limité a hacer un poco de tríceps para relajarme. Al parecer Katia editaría el video, lo subiría al canal y se lo mostraría a Mariana antes de hacerlo público. También debían avisar a la gente de Frenzy, aunque la costumbre era subir los videos los domingos por la noche.

Después de dejar a Katia en su casa, llegamos a nuestro departamento. No pudimos dirigirnos la palabra en el camino, y aquello fue evidente incluso para Katia. Aquello empezaba realmente a desesperarme.

Mariana se dirigió directamente a la regadera, y yo me quedé sentado y pensativo en la sala. Escuchaba el agua caer en chorro sobre el suelo e imaginaba el cuerpo desnudo de Mariana. Sentí que pasarón horas; aquel debía ser el baño más largo que Mariana jamás había tomado. Tenía ganas de golpearme la cabeza contra la pared con tal de olvidarla, pero sabía que sería inútil. La idea de entrar a bañera y tomarla ahí mismo me daba vueltas, estuve a punto de convencerme y subir corriendo, hasta que escuché la puerta del baño abrirse y luego cerrarse. Después escuche cómo entraba a su recamara.

Actuaba con demasiada naturalidad, salvo que no me dirigía la palabra, y aquello me estaba martirizando. ¿Acaso no recordaba lo sucedido esa mañana? ¿Acaso no fue ella quien me beso? ¿Por qué lo hizo? ¿Y por qué ahora no podía sacármela de la cabeza?

– ¿Papá? – su voz me sobresaltó, ni siquiera había escuchado sus pasos en la escalera

– ¿Qué sucede? – fue lo único que pude decirle

– Es que…voy a cocinar. Pollo con champiñones. ¿Vas a querer?

La miré a los ojos, pero estos sólo parecían confirmar su inocente pregunta.

– Sí – le dije – Gracias.

Ella se dirigió a la cocina. Entonces la vi completa; llevaba una blusa azul de tirantes, pegadísima y sin sostén alguno. Aquello ya era de por si intrigante, pero lo que me desconcertó por completo fue la falda; una falda blanca de algodón, con holanes, que hacía mucho que no utilizaba y que ya le quedaba realmente corta. ¿Por qué llevaba esa falda?

Estuve pensativo. Mariana me estaba volviendo loca. Me preguntaba qué estaba pasando por su cabeza, y si se sentía tan exasperada como yo. Me puse de pie, y me dirigí a la cocina.

Me acerqué lentamente, como una fiera que acecha a su presa. Estaba ebrio de deseo. No sé cuántos podrán entenderme, pero esas cosas se sienten sólo algunas veces en la vida, y en aquel momento la intensidad era indescriptible. Me asomé, y vi su cuerpo de espaldas; picaba los champiñones sobre la barra y parecía no percatarse de mi presencia. Miré su cuerpo una vez más, aquella falda no tenía nada que hacer ahí, apenas y era capaz de cubrir el alzado culo de mi hija y dejaba a la vista por completo sus torneadas, casi brillantes como el bronce, piernas. Aquello fue lo último que necesitaba para atreverme.

Bastaron tres largas zancadas para detenerme justo tras ella. Mis manos se colocaron en la esquina de la barra, para que mis brazos sirvieran de barrera, al tiempo que mi mente se preparaba para los gritos que escaparían de la garganta de Mariana. Pero nada de eso sucedió, ella no se movió ni dijo nada. Permaneció inmóvil, al tiempo que soltaba el cuchillo sobre la barra – ni siquiera había pensado en el cuchillo -. Aquello me desconcertó, entonces una idea cruzó mi mente tenuemente, casi como un suspiro. Mis manos descendieron, sin tocarla, hasta la altura de sus piernas. La mano se deslizó entonces bajo la tela de la falda, y no me detuve hasta sentir la textura blanda de un coño desnudo y la sensación rasposa de una pelvis

Aquello fue más que suficiente; mi hija no vestía bragas, y aquel descubrimiento fue la luz verde que necesitaba para lanzarme libremente sobre ella.

– Papá – me dijo entonces, con la voz entrecortada por el suspenso – Soy virgen.

“No me digas”, pensé. Me pregunté a qué venía aquello. ¿Esperaba que aquello me detuviera? ¿O sólo era su manera de calentarme más?

– Lo sé – fue lo único que le dije, antes de hacerla girar hacia mí.

Medía cuarenta centímetros más que ella, de modo que tuve que inclinarme mucho para alcanzar sus labios. Al no ser aquello suficiente, la alcé con facilidad por la cintura, haciendo a un lado la tabla donde picaba los champiñones para acomodar ahí sus nalgas. Aquello no la puso a mi altura, pero tuve que inclinarme mucho menos. Nos seguimos besando, ella parecía no tener duda alguna de lo que hacía, cerraba los ojos, como si aquel fuera su primer beso – tiempo después me enteré que realmente había sido yo, en la mañana, el hombre de su primer beso -. Sus labios se movían con la torpeza de la inexperiencia, pero supe guiarla. Mis manos la tomaron por la cintura, atrayéndola mientras sus piernas se acomodaban a los costados de mi cintura.

No sabía lo que hacía, y no tenía frenos en ese momento. Cegado por el deseo, mis manos se colocaron sobre su culo y, sin dejar de besarla, mis palmas apretujaron las endurecidas y hermosas nalgas de Mariana. Ella no pareció molestarse, y sólo aumentó la intensidad con los que sus labios abrazaban los míos. Era extraño, la temperatura de nuestros cuerpos había aumentado enardecidamente, pero nuestros cuerpos temblaban como si estuviéramos a varios grados Celsius bajo cero.

La excitación nos estaba consumiendo. Mi mente no hacía más que recordarme que ella era mi hija, mi hija, mi pequeña hija. Pero lejos de detenerme, aquello me endurecía más y más la verga que, bajo mis pantalones, exigía conocer el virgen coño de Mariana.

Mariana, llevada por la emoción o realmente acalorada, se deshizo de su blusa. Aquella actitud de verdadera zorra experimentada tuvo un efecto en mi, aquella no era mi hija, no en ese momento, era una mujer a quien debía tomar a toda costa. Su pecho desnudo apareció ante mí, separé un momento mis labios de su boca para visitar sus pechos. Ella lanzó un quejido cuando mis dientes apretujaron demasiado a su pezón. Ni siquiera tenía mucho pecho, a decir verdad, el ejercicio había reducido aun más los pequeños brotes que tenía apenas por tetas. Pero los chichones rosados que formaban sus pezones eran suculentos a plena vista.

Regresé a su boca, donde sus labios abiertos abrazaron mi lengua, que intentaba hurgar dentro de su boca. La suavidad de sus labios sólo se podía comparar, en términos de placer, con la calidez de su boca. Ella no parecía saber qué hacer con mi lengua dentro de su boca, pero lo solucionó correctamente entrechocando su lengua contra la mía, en una lucha extraña de fuerzas en las que yo tenía una ventaja inmensa.

Me detuve entonces a pensar en lo que estaba a punto de hacer; pero ya no me preguntaba si lo iba o no a hacer, sino cómo. Esbelta y ligera, Mariana no representaba ningún peso para mis gruesos brazos, pero me pregunté qué tan correcto sería para ella follar de esa manera. Prácticamente la clavaría en mi verga.

Pero ella no parecía tener problema con ello, y yo me hallaba tan excitado que deseché la idea de llevar a otro lado. El momento era ahí, y ahí sería.

– ¿Eres virgen? – le pregunté, desabrochándome el cinturón, aunque lo sabía perfectamente.

– Si – me dijo, mirándome a los ojos

– ¿Sí? – dije, desnudándome los pantalones con todo y calzoncillos.

– Sí – me confirmó, mirando de reojo mi endurecida verga, que ya apuntaba desnuda hacía su coño.

– ¿Eres virgen? – insistí, mientras separaba sus piernas

– Sí – me dijo, con la voz cada vez más entrecortada por lo inminente, acomodándose para recibir mi pelvis entre sus piernas.

Acomodé sus piernas, de manera que sus pies descansaban sobre mi espalda baja y mis nalgas. Ella me miró, tenía un aspecto sudoroso y despeinado, de viciosa, en el momento en que mi verga apuntaba directo hacia su coño. La punta de mi glande besó el humedecido exterior de sus labios vaginales. Ella pareció buscar una distracción acariciando mis pectorales, hasta el momento en que mi verga comenzó a ejercer presión sobre su concha.

Ella tenía la mitad de sus nalgas al filo de la orilla de la barra de la cocina. Era cuestión de que se dejase caer, como quien se lanza con paracaídas, para que la propia gravedad la hiciera caer sobre mi endurecido falo. Entonces sus labios se abrieron en un grito ahogado, mientras sus talones intentaban clavarse en mi espalda. Sus manos buscaron a mis brazos, y los apretujaron con fuerza mientras el tronco de mi verga iba abriéndose paso.

La detuve, entonces, justo a tiempo antes de reventarle el himen. Ella respiraba agitadamente, era claro que el grosor de mi endurecido pene había causado estragos en su coño primerizo. Sus bracitos se abrazaron de mi grueso cuello, como si temieran que la dejara caer aun más sobre mi verga. Entonces mis manos, que la sostenían por las piernas, fueron bajando lentamente, permitiendo que mi glande empujara más y más la membrana que protegía su pureza. Bajé un poco más, y entonces las uñas de Mariana se clavaron en mi dura espalda. Sentía una cálida gota recorriendo mi tronco. Le había quitado la virginidad a mi hija.

Continuar penetrándola se volvió más sencillo pero no menos doloroso para la estrecha concha de Mariana; podía escuchar sus quejidos y lamentos cuando ya la tenía completamente ensartada en mi falo. Estaba claro que aquella posición no había sido la más adecuada para su primera vez, pero por alguna razón aquello no me importaba.

Aquella posición tampoco era muy cómoda para mi, pero era particularmente excitante, de manera que comencé un lento mete y saca, lo más cuidadosamente posible a pesar de las inevitables embestidas provocadas por la propia gravedad y que provocaban unos preciosos y agudos gritos de mi hija, que aparecían con cada penetración y se ahogaban en el dolor de su vientre.

Pero la situación no podía engañarme, sentía cómo los jugos de Mariana manaban y embutían mi tronco. Pese a los dolores propios de su inexperiencia, el cuerpo de Mariana comenzaba a disfrutar los placeres de la excitación sexual. Y cada mete y saca se iba volviendo más sencillo gracias a la lubricación natural de su coño.

Sin embargo, no pensaba mantenerme todo el tiempo así. Con una habilidad digna de un bailarín de salsa, saque mi aparato de Mariana, la hice girar, colocándola con la mitad de su vientre sobre la barra, a la altura perfecta para que mi verga apuntara de nuevo a su coño. Volverla a penetrar fue sencillo, aunque el acto fue acompañado de un grito ahogado de mi hija, seguida de un arqueo de su espalda ante el inesperado dolor.

Pasado el primer espasmo, me di a la tarea de volver a bombear aquel coñito. El calor de su interior me daba la energía necesaria para que mis caderas no detuvieran sus lentos pero firmes movimientos con los que clavaba mi verga. Noté cómo los quejidos se iban convirtiendo en verdaderos suspiros de placer, y la tenue voz de Mariana gimiendo ante mis arremetidas sólo provocaba que mi tronco se endureciera aún más en su interior.

Mis manos aprovecharon la nueva posición para colocarse sobre los brotes que mi hija tenía por senos. Sentía sus endurecidos pezones, grandes y rosados, tan voluminosos como sus propias tetas. Me pregunté lo suculentos que debían ser. Aquellos pellizcos, sumadas a las embestidas, estaban provocando en Mariana un placer irresistible. Pronto comencé a sentir sus nalguitas restregándose contra mis piernas, en sus burdos intentos por menear su coño contra mi verga.

Acerqué mis labios a sus oídos.

– ¿Te gusta?

– Sí – dijo

– Dime sí papi.

– Siiií, paaa… – no fue capaz de terminar por que mis dos manos apretujaron sus pezoncitos al mismo tiempo.

– ¿Te gusta perrita? – insistí

Una pausa se instaló por breves segundos, antes de que suspirara de nuevo.

– Sí

– Eres mi perrita, ¿sabías? – dije, sin remordimientos, pues estaba completamente fuera de mi.

– ¡Sí! – dijo, con convicción, mientras sentía cómo mis embates aumentaban de velocidad.

– ¿Sí qué, perrita?

– Soy tu perrita papi – dijo, como podía, pues mis embestidas ya no me permitían hablar ni siquiera a mi – ¡Soy tu perrittttt….!

Entonces su cuerpo se tensó, su espalda se curvo de repente mientras su piel se enfriaba repentinamente. Una vibración en su coño se sintió sobre el tronco de mi verga, y el interior de su concha parecía estarse volviendo liquida. Comprendí entonces que había provocado en mi hija su primer orgasmo, y aquello me motivó para aumentar el ritmo de mis movimientos.

– ¡No! – gritó Mariana, cuando recuperó el aliento – ¡Papi, papi! Yaaaaaa…

Hice caso omiso, mi verga taladraba su coño sin piedad. Sólo me detuve cuando sentí su cuerpo desfallecer. Era como si fuera una muñeca de trapo.

Su cabeza y su pecho se habían desplomado sobre la barra. Saqué mi verga de ella, me asomé y vi su rostro lagrimoso. Aquello me perturbó, sólo entonces comprendí lo irresponsable que aquello había sido.

Ella estaba consciente, pensé en pedirle perdón., pero entonces ella me regaló una extraña sonrisa de satisfacción y complicidad.

Yo sonreí. La cargué como si fuéramos un par de recién casados. La última vez que la había cargado de aquella manera había sido una noche en la que se había dormido a mitad de una película, cuando apenas tenía ocho años; era la primera visita parental que me hacía tras el divorcio con su madre y yo la tuve que llevar a su habitación para que siguiera durmiendo.

Ahora la llevaba a la sala, pero esta vez para seguir follándomela.

La lancé desde unos treinta centímetros de altura. Cayó de lado sobre el sofá, con su culo apenas expuesto. Aquello no evitó, sin embargo, que mi cuerpo se acomodara como pudiera; bastaba con que mi verga pudiera abrirse paso entre sus nalguitas para penetrar su coño. Estaba enloquecido, ni siquiera me importaba lo exhausta que mi hija pudiera estar, volví a penetrarla, sintiendo de nuevo el cálido palpitar de su interior, y aceleré mis embestidas en segundos. Ni siquiera parecía posible que un hombre de mis dimensiones pudiera coger con una criatura tan frágil, pero así era.

En unos cuantos segundos, mi verga perforaba el coño de Mariana con la misma intensidad. Las fuerzas que había recuperado sólo le sirvieron para gritar, respirar y gemir. Veía como su cabeza se tambaleaba sobre su delicado cuello, tratando de no desmayarse ante aquel cruel remolino de placer.

Sin embargo, lo inevitable pronto se hizo presente. Sentí cómo mi verga iba aumentando su sensibilidad, y comprendí que había llegado el momento en que mi cuerpo no podría retener más la tremenda eyaculación que se acercaba.

– Me voy a correr – comencé a decir, con la voz agitada – ¿Sabes qué es eso?

– ¡Sii! – alcanzó a responder Mariana, entre gemidos de placer.

– Me voy a correr dentro de ti – le advertí – Voy a descargar mi leche en tu coñito.

– ¡Sii! – era lo único que mi hija era capaz de responder, las respuestas de sus movimientos me daban a entender lo mucho que le calentaba escuchar todas aquellas cosas.

– Te voy a llenar la conchita de mi lechita, ¿si quieres?

Por respuesta recibí un aumento en los movimientos de sus caderas, que habían pasado de toscos a desesperadamente precisos.

– ¡Córrete mierda! – gritó, mientras cerraba los ojos, como si estuviese recibiendo una descarga eléctrica que la mantenía firmemente atrapada en aquel sofá.

Verla de aquella manera, hizo que mi cuerpo respondiera automáticamente. Era la primera vez que la escuchaba decir una grosería; ni siquiera hubiese creído que fuera posible que de su boquita pudiera salir una palabra así. Me excitó lo guarra que se miraba en ese preciso instante; la tierna y responsable chica de “Fitness para todas las edades”, gritaba como una verdadera puta en el momento en que estaba a punto de recibir mi néctar. Aquello fue la gota que derramó el vaso. Una sensación de cosquilleo pasó de mi mente a mi entrepierna. Sentí como mi leche se preparaba para salir escupida contra el interior de aquel precioso coñito que vibraba de vida y placer.

– ¡Eso! – grité, mientras la iba llenando de mi leche – ¡Eso, ya está!

El estrecho coño de mi hija provocaba que mi tronco se apretara tanto que mi esperma avanzaba con lentitud por mi uretra. Sentía como si fuera más espeso y caliente, a medida que iba rellenando el coño de Mariana. Ella suspiró, como si recibir mi tibia leche la excitara de alguna manera. Yo también estaba completamente extasiado; parecía casi injusta la manera en que mis fornidos brazos apretujaban con fuerza la delicada cintura de Mariana, mientras mi mente se embriagaba del tremendo placer de aquella corrida.

– Mi zorrita – suspiré, mientras aquel goce recorría mi cuerpo – Mi pequeña zorrita.

Saqué mi verga de Mariana, y la boca de su coño pareció vomitar parte de mi esperma. No sé si fue la excitación acumulada, la estrechez de su coño o las semanas que llevaba sin estar con una mujer; no sé si mi cuerpo sabía que aquella chiquilla era lo que más alocadamente había deseado en mi vida. Pero las cantidades de leche que mi verga vertió en ella fueron tantas que su pequeña cavidad no era capaz de contenerla.

Su dilatado coño tardó en volver a cerrarse, y eso permitió que su concha pareciera llorar mis viscosos líquidos.

Aquello era precioso, era un espectáculo insuperable.

No sería la primera ni ultima vez. Aunque al principio nos costaba mirarnos, ambos compartíamos ya un secreto que nos uniría para siempre. Pese al deseo siempre presente que nos teníamos, ninguno de los dos se atrevía siquiera a tocar el tema. Pasaron tres días así, el recuerdo de aquella noche me ayudó a soportarlos con paciencia, pero la noche del miércoles, tras un duro entrenamiento – y tras pasar dos horas viéndola ejercitarse, con el salado sudor recorriendo su precioso cuerpo – no pude más e invadí el baño en el momento en que se bañaba.

No tuvimos que decirnos nada, porque ambos sabíamos lo que sucedería. Enjabonada, como estaba, la giré contra la pared, y tuve que alzarla.

– ¡Joder! – suspiré, cuando sentí como mi verga se deslizaba en el cálido interior de su coño.

Mi pene taladraba su coño, mientras ella mantenía el equilibrio sosteniéndose de las manijas de la regadera al tiempo que sus pies flotando se sacudían con cada una de mis embestidas. Tras un par de minutos así, me senté en el inodoro, y no tuve que indicarle nada para que ella me rodeara con sus piernas y se tragara mi verga con su mojada concha.

Parecía cómo la primera vez en la cocina, sólo que esta vez era ella quien más se movía. El jabón en su cuerpo facilitaba sus movimientos, mientras mis manos saboreaban su desnudez, mientras mis labios se endurecían alrededor de sus pezones.

Sus frenéticos movimientos, sumados a nuestros acumulados deseos, no tardaron en provocarle un orgasmo. Descansamos un momento, con su coño contrayéndose con mi verga dentro, antes de que mis movimientos volvieran a bombear su interior. El clímax de mi excitación llegó minutos después. Supuse que no era muy buena idea correrme dentro de ella, aunque ganas no me faltaban, de modo que me la quité de encima. Cayó de rodillas sobre el suelo, me puse de pie; desde esa perspectiva, ella parecía diminuta, mis testículos fácilmente coronaban el techo de su cabeza. No alcance a darle indicación alguna, pero ella debió suponer de que se trataba. Yo estaba aguantando la eyaculación, pero no pude más: el chorro acumulado de tres días de deseo cayeron sobre su dulce rostro. Pude ver los ojos de pánico de Mariana, cuando vio como la punta de mi glande le escupía una enorme cantidad de esperma.

Yo, en cambio, me sentí bendecido por los dioses sólo de ver la excitante escena de mi leche cayendo sobre sus ojos, deslizándose por su nariz y colándose entre sus labios abiertos. Estuvo a punto de decir algo, pero yo la interrumpí atrayendo su cabeza hacía mi y haciéndola tragarse la mitad de mi verga. Ella intentó zafarse, pero terminó rindiéndose de inmediato, mientras sentía como su lengua inspeccionaba al extraño visitante.

– Chupa perrita – dije, completamente transformado – Chúpamela. – repetí, mientras ella hacía esfuerzos por no asfixiarse.

La solté, y ella aprovechó para salir a respirar. Entonces decidió complacerme, y volvió a meterse el glande a su boca. Lo sacaba y lo metía, con torpeza. Aquello no me provocaba mucho placer físico que digamos, pero el psicológico de ver a tu hija tratando toscamente de mamarte la verga era insuperable.

A partir de entonces no hubo más barreras, ambos comprendimos que éramos el uno para el otro y, sin mayor preámbulo, saciábamos nuestros más bajos deseos las veces que fuera necesario. La idea de que se trataba de mi hija y de que aquello era la mayor de las atrocidades me parecía cada vez una más lejana y borrosa idea del pasado. Me importaba un pepino que aquello estuviera mal, no pensaba dejar de tirarme a mi hija nunca.

Un sábado, sin embargo, la excitación nos atrapó en el gimnasio del corporativo. Estábamos solos, por supuesto, de modo que nadie podía ver cómo mi hija saltaba sobre mi verga, recostados sobre el banco del press de barra. Pero sabíamos que Katia llegaría en cualquier momento, pues no la habíamos recogido en su casa debido a que ella se encontraba de compras con su madre, a unas cuantas cuadras del edificio.

Aquella vez también me dio una estupenda mamada; la práctica la había hecho mejorar mucho en el movimiento de sus labios y su lengua, y los orales se habían terminado por convertir en un paso obligado en nuestros encuentros sexuales. Sentada en una posición bastante insinuante, con las piernas muy abiertas, mi hija masajeaba mi verga con firmeza, a pesar de la suavidad de sus manos, al tiempo que se sacaba y metía mi glande desnudo en su boca. La sensación era de un placer puro, y mis manos no podían más que acariciar sus cabellos en agradecimiento.

Yo estaba enloquecido de deseo, y Mariana estaba segura que su amiga le enviaría un mensaje al celular antes de llegar al gimnasio; por lo que estábamos completamente despreocupados. Pero no fue así. En el momento en que yo embestía de rodillas a mi hija, acuclillada en el piso,

Yo respiraba agitadamente, por los frenéticos movimientos de mi cadera. Ella, por su parte, gritaba una y otra vez.

– ¡Dame! ¡Papi! ¡Papi! ¡Sí! ¡Dame! – gritaba, inundando el lugar de su aguda y dulce voz.

Sólo el ruido de una botella de agua cayendo al suelo nos hizo levantar la mirada.

La negrita nos miraba sorprendida, a la entrada de la puerta. Las llaves del lugar – pues Mariana le había entregado una copia – colgaban de su mano mientras su cuerpo temblaba por la sorpresiva escena. Estaba completamente helada. Yo me puse inmediatamente de pie, y entonces ella vio mi erecta verga apuntándole.

Miró a los lados, como quien buscara alguna buena explicación, pero comprendió que aquello estaba sucediendo realmente. Levanté la mano lentamente, como indicándole que no saliera huyendo, pero fue inútil. Dejó la mochila de la cámara en la barra de la recepción. Sólo pude ver su cuerpo alejándose al tiempo que la puerta se azotaba para cerrarse.

Volteé a ver a Mariana, que de pie y a mis espaldas intentaba inútilmente cubrir su desnudez.

Debió adivinar mi preocupación y nerviosismo a través de mi mirada, pues su quijada temblaba de verdadero terror.

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “Cómo seducir a una top model en 5 pasos (08)” (POR JANIS)

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verano inolvidable2Un asunto entre mujeres.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Sin títuloZara sorbió sus propias lágrimas y aferró una mano de su madre, ambas sentadas frente a frente, en sendos butacones. La piel materna estaba fría, como si su alma se hubiera quedado helada al revelar cuanto escondía en su interior. Cristo, sentado en uno de los taburetes de la cocina, intentaba apartar la mirada de ellas, pero le resultaba casi imposible.

Había sido un duro golpe, algo totalmente inesperado, que cambiaba radicalmente sus esquemas. Tanto su madre como su primo la esperaban en casa, al regreso de su jornada, y, con un tono quejumbroso, Faely la sentó y la obligó a escuchar.

Saltó pronto de la intriga a la incredulidad y, finalmente, a la más pura decepción. No suele ser particularmente agradable enterarse de que tu madre lleva siendo, durante más de diez años, una esclava sumisa y obediente. ¡Esclava de su propia jefa! La doble vida de su progenitora le había saltado al cuello, por sorpresa, como una alimaña cobarde y hambrienta…

― ¡Joder, mamá! ¡Yo escondiendo mis asuntillos lésbicos, cuando tú llevas años sometida a los caprichos de una mujer! – masculló, soltando la mano de su madre.

― Lo siento, Zara, yo…

― ¡Dejarse de recriminasiones, coño! ¡Lo hecho, hecho está! – gruñó Cristo, harto de escuchar los plañidos de ambas. — ¿Te has enterado de lo que está zucediendo, Zara?

― Si. Su antiguo amo la chantajea.

― Si – suspiró Faely.

― ¿Qué podemos hacer? – preguntó Zara, enterrando prejuicios.

― Tendrás que hacerlo tú.

― ¿Yo?

― ¿Ella? – se asombró su madre. — ¿Qué tiene que ver ella, Cristo?

― Cuéntazelo, Zara. Cuéntale a tu madre lo que pretende tu jefa, que es, a zu vez, zu dueña.

Faely miró a su hija, tomándose el turno de aferrar sus manos. Zara suspiró y alzó sus ojos al alto techo del loft.

― Candy Newport me pretende – musitó.

― ¿QUÉ?

― Se insinúa constantemente. Me llama a su despacho y me soba en cuanto puede. Me ha contado cosas sobre ti que me han hecho pensar que os conocíais íntimamente. Por lo visto, era cierto.

― ¡Hija!

― Mamá, he estado a punto de aceptar y encamarme con ella…

― La familia esclavizada junta es una familia feliz – ironizó Cristo. – Tu madre no está zegura de zi zu ama Candy ha perdido el interés en ella. La ha zacado de zu caza y cazi de zu vida, para hacerla vivir contigo. Creo que quiere cambiarla por ti, Zara.

En ese momento, Faely vio la intención de su dueña con toda claridad. Ella ya era una perra vieja, con cuarenta años, y aunque estaba muy bien aún, físicamente, su hija adolescente era una maravilla, comparada con ella. Alejarla de ella era solo un paso de los que su ama pensaba recorrer.

― Pienso hablar con mi ama, para pedirle ayuda en este particular, pero no estoy segura que me preste la atención adecuada. Si desea librarse de mí, esta podría ser una ocasión perfecta. ¡No quiero que nos separen!

― ¡Yo tampoco, mamá! – repuso Zara, besando sus dedos. – Pero, ¿puede hacerlo?

― No lo sé. En el caso de Candy, ser involucrada en una historia así sería un suicidio social, ya que ella está directamente implicada, pero, por otra parte, Phillipe si puede levantar un escándalo que destrozaría mi trabajo y mi vida – Faely se puso en pie, nerviosa.

― Presizamente, confío en ezo. Candy se verá empujada a ayudar, por zu propio bien, pero no puedes zer tú quien ze lo pida, tita. Debemos haser ver que hay más gente en el ajo, que el zecreto ze está revelando. Azí que tú, Zara, eres quien debe pedir la ayuda. Tienes que haserle creer que conoses la historia entre Phillipe y tu madre. Ezo la hará escucharte. Zimularás que no zabes nada de cuanto atañe a tu madre con ella, pero que estás a un pazo de enterarte de todo – el privilegiado cerebro de Cristo ya estructuraba un plan. – Nesezitamos más ganchos…

― ¿Ganchos?

― Si. Carnada para la estafa – se rió el gitano. – Cuanta más gente crea que zabe que compró la voluntad y libertad de un zer humano, más acojonada ze zentirá. Yo puedo zer un gancho más, pero convendría alguien que no fuera de la familia…

― ¿Con quien podemos contar? – preguntó Faely, con un tono desesperado.

― No hase falta que zea alguien real, un buen cuento chino zervirá… Zara puede desirle que estaba con zu chica, en el momento de enterarze. Con ezo, tendremos un testigo más, y le mostrará que Phillipe ya no es de fiar. ¡Perfecto! Eso la empujará a actuar, o, al menos, ponerse en contacto con quien pueda ayudarla.

― ¿Funcionará? – le preguntó Faely.

― Hay pozibilidades. Debería haser algo, antes de que Zara acabe zabiendo que ella esclavizó a la madre de quien pretende. Zi hay que poner zobre avizo a Hosbett, que lo haga ella, no nozotros.

― ¿Y mientras ellos mueven ficha, qué hago yo? – pregunta Faely.

― Tendrás que distraer a Phillipe. Zimular que te rindes, que te entregas a él.

― Oh, mamá… – dijo Zara, abrazando a su madre.

Cristo se bajó del taburete y avanzó hasta abrazar a las dos mujeres, dándoles ánimos. Sabía que sería un duro trago para ambas, pero los Jiménez eran duros y fuertes. ¡Pertenecían al clan Armonte!

____________________________________

Priscila, “la Dama de Hierro”, llamó suavemente con los nudillos a la puerta del despacho de su jefa, para, inmediatamente, girar el picaporte. Candy Newport levantó la vista de los clichés de la presentación de Prada para la pasarela de Nueva York, y contempló a su gerente, enarcando una ceja.

― ¿Si?

― Me dijiste que te avisara de cualquier cosa que sucediera con Zara Buller…

― ¿Qué ocurre?

― Está llorando como una escocida. El fotógrafo ha tenido que suspender la sesión.

― ¡Maldición! ¿Dónde? – preguntó Candy, poniéndose en pie.

― En la sala pequeña.

Efectivamente, la joven estaba sentada en uno de los rojos sillones que se habían dispuesto para el decorado, el rostro parcialmente oculto en una de sus manos. Mantenía las largas piernas dobladas, con las rodillas unidas, para tapar su entrepierna, ya que la ultra corta minifalda que llevaba no disponía de tela para hacerlo. Candy comprobó, aún antes de llegar ante la chica, que sus hombros se agitaban, al compás de sus sollozos.

Por el rabillo del ojo, Zara vio que su jefa se acercaba y, disimuladamente, retorció con fuerza su pezón derecho. Una nueva llantina se adueñó de ella, soltando lágrimas y mocos, casi por igual. Le había costado empezar a llorar, pero, al final, con ambos pezones tiesos y ardiendo por los pellizcos, el grifo se había abierto.

― ¡Zara! – exclamó Candy, acuclillándose a su lado. — ¿Qué te pasa, chiquilla?

Zara no contestó, pero se abrazó a su cuello, aumentando considerablemente sus sollozos.

― No ha querido decirnos nada – explicó una de las maquilladoras, la cual había abandonado la idea de retocar el rostro de Zara.

― Se puso a llorar, sin motivo alguno – apuntilló Carlos Grier, el fotógrafo, mientras guardaba los diferentes objetivos de su cámara.

― Pero… ¿por qué? – reclamó de nuevo la jefa.

― Mi… madre… — musitó Zara, llena de congoja.

― Está bien, ya seguiremos mañana – alzó las manos Candy, haciendo que la gente volviera al trabajo. – Vamos a mi despacho. Te tomarás una tila y me explicaras qué ocurre…

Candy esperó con paciencia, las nalgas apoyadas en el filo de su escritorio. Contemplaba, con los brazos cruzados, como Zara soplaba y daba sorbitos a la taza de humeante tila que Priscila le había traído, un minuto antes. La jefa pidió que las dejaran a solas y que no las molestaran durante un rato. Aquellas dos palabras que la chiquilla soltó, no le habían gustado nada. “Mi madre”.

― ¿Le ha pasado algo a tu madre, Zara?

La joven se encogió de hombros, como si no estuviera segura. Candy miró aquellos inmensos ojos negros, ahora enrojecidos por el llanto, y se sintió arder. ¡Era tan hermosa!

― Sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad?

Zara asintió, levantando la cabeza y mirándola. Su barbilla tembló, a punto de recaer de nuevo en el llanto. “Me merezco el Oscar”, pensó. Dejó la taza sobre la mesita auxiliar y retorció los dedos de sus manos unos segundos.

― Le están haciendo chantaje – musitó.

― ¿CÓMO? – la jefa se bajó del escritorio con un saltito.

― Un antiguo compañero de trabajo… al parecer, tuvieron una historia escabrosa, hace unos años, y ahora la chantajea.

― ¿Cómo se llama?

― Phillipe no sé qué…

“¡Maldición!”, pensó Candy, mordiéndose una uña. “Ese capullo ha vuelto a aparecer.”

― ¿Estás segura de lo que dices?

― Por supuesto, señorita Newport. Mi amiga Josephine estaba delante cuando llegó un correo electrónico. Me había dejado olvidado mi portátil en la academia, así que tomé prestado el de mi madre… Investigando, las dos leímos los distintos correos que tiene archivados – explicó Zara.

― ¿Puedo saber más del asunto? – preguntó la ex modelo, tratando de conocer el alcance del conocimiento de la joven.

― Por lo poco que relatan los correos, mamá tuvo que tener algo más que una aventura con ese Phillipe, pues le asegura que tiene bastante material fotográfico en su poder. En el correo más antiguo que encontramos, había dos fotografías adjuntas… — Zara se calló, avergonzada.

― ¿Si?

― Bueno… mamá sale desnuda y… atada…

― ¿Sado?

Zara asintió, escondiendo el rostro en sus manos.

“¡Joder! ¡Puta mala suerte!”, maldijo mentalmente la dueña de la agencia.

― ¿Qué es lo que quiere ese tipo? ¿Dinero? No creo que tu madre disponga de una buena cantidad…

― No. Dinero no. Quiere que vuelva con él.

― Vaya. ¿Un amante despechado? – sonrió débilmente Candy, pensando que eso podía venirle muy bien a ella. Por unos segundos, se imaginó que Phillipe recuperaba de nuevo a Faely, que incluso se la llevaba del país… Su preciosa hija estaría desconsolada, a merced de sus tentadoras ofertas…

― Puede ser, pero según mi primo Cristo, necesito más información para tener una buena perspectiva.

― ¿Tu primo Cristo? ¿El informático? ¿Él también conoce este asunto?

― Si, vive en casa, con nosotras – Zara la miró, como si se extrañara que no lo supiera.

“Hala, más gente aún…”

― Pero mamá se niega a contarme nada. Así que he buscado a la antigua compañera de piso de mi madre. Fueron muy amigas en su momento. Puede que ella sepa algo de aquella historia. No la he encontrado en su antiguo domicilio, ni en Internet, pero he conseguido una dirección de trabajo…

― ¿Y? – Candy se estaba poniendo nerviosa.

― Al parecer, está de vacaciones en Sudamérica; una especie de ruta selvática o algo así. Le he dejado varios correos en su buzón y estoy a la espera, pero me temo que me he quedado sin tiempo – Zara ahogó un sollozo, que motivó a su jefa a ponerle la mano en el hombro.

― ¿Por qué dices eso?

― Ese hombre le ha dado un ultimátum de cuarenta y ocho horas. O vuelve con él, o publica todas las fotografías en la gaceta interna de Juilliard.

― ¡Bastardo! – escupió la hermosa dueña de la agencia.

La fantasía de que Phillipe se llevara a su esclava, se diluyó de su mente. ¿Cuánto sabía esa antigua compañera de Faely? ¿Le habría hablado de ella? Y lo más importante, ¿por qué no había conocido nada de ella hasta ese momento? Todo podía ser posible. La española se pasó varios meses deprimida, cuando Phillipe la vendió; estaba vulnerable y ella tuvo que acudir a Madrid y después a Milán. No tuvo tiempo de hacerse cargo de la educación de Faely hasta cerrar la temporada…

“¡Dios! Si Zara llega a enterarse de que soy la actual dueña de su madre… No creo que le haga mucha gracia. Seguro que me puedo ir despidiendo de seducir a esa bella mulatita.”, recapacitó en silencio.

Por una vez en su vida, Candy estaba realmente interesada, sentimentalmente hablando, en alguien. Había comprobado que no era un capricho vano y pasajero, como tantos otros había tenido en su vida. Ni tampoco, uno de los arranques posesivos y egoístas que había dejado atrás, junto con su vida de top model.

Deseaba a aquella chiquilla con todas las consecuencias. La había visto crecer desde lejos, había enviado regalos por sus cumpleaños, se había preocupado incluso por su salud, con el mismo interés que su propia madre, mientras retozaban juntas. De hecho, cuando empezó a comprender que la amaba, aún sin haber hablado jamás con ella, envió a Faely a vivir juntas a uno de los lofts de su propiedad. Quería que Zara estuviera bien cuidada y arropada, fuera de aquel internado, para así, tener la oportunidad de ofrecerle un puesto en la agencia. Todos los movimientos de Zara fueron estudiados y dirigidos susceptiblemente, hasta tenerla a su lado, cada vez más cautivada.

Y, ahora, ¡todo estaba a punto de irse a la mierda! ¡Maldito Phillipe y su egocentrismo! Ya le dijo a Manny que podía traerles problemas… ¡Manny! ¡Eso era! ¡Tenía que hablar con el viejo ya! A pesar de estar retirado, él sabría como parar los pies al principito chileno. No iba a permitir que le arrebatara una esclava tan fiel como Faely, sin pujar por ella. ¡De eso nada!

Zara, de reojo, pudo ver el cambio de expresión en el rostro de su jefa. Al parecer, había tomado una decisión, pues sus mandíbulas se apretaron y sus cejas adoptaron una dura línea. No sabía qué había decidido, pero, sin duda, se había tragado toda la historia, lo cual era ya un triunfo.

__________________________________

Faely se encontró con la limusina de su ama cuando cruzaba la soleada plaza del Lincoln Center. Enarcó una de sus finas cejas, demostrando su inquietud. No esperaba que el encuentro fuera tan rápido, justo a su salida de clase.

La gran ventanilla trasera se deslizó hacia abajo, dejando asomar una fina mano de uñas bien cuidadas y pintadas. El dedo índice le hizo una seña, indicándole que subiera al vehículo. Con un suspiro, Faely obedeció.

Se sentó al lado de su ama, con los ojos bajos, clavados en las casi desnudas piernas de Candy Newport, quien llevaba la falda de su traje sastre subida hasta la cintura, como era su costumbre.

― Mi señora… — musitó con respeto.

― Hola, Faely, ¿cómo te encuentras?

― Bien, gracias, mi señora. Espero que usted esté divinamente…

― Pues mira por donde, va a ser que no – dijo, con un tono irritado. — ¿Qué es todo ese asunto de Phillipe? ¿Cuándo ha regresado a Nueva York?

― ¿Phillipe, Señora? No sé de que… — Faely intentó adoptar una expresión de sorpresa.

― ¡Vamos, perra! Lo sé todo. No creerías que una cosa así no iba a llegar a mis oídos. ¿Cómo sucedió?

― Apareció en Juilliard, hace menos de un mes, con el pretexto de saludar a viejos compañeros – confesó con un suspiro. – Me citó para un café y me informó de cuanto pensaba hacer.

― ¿Solo a ti? ¿No piensa hablar conmigo?

― No lo creo. El chantaje es personal. Fotografías mías siendo domada, junto a su esposa – confesó con un susurro.

― ¿Qué pensabas hacer?

― No lo sé, mi señora. No quería crearle ningún conflicto – dijo Faely, inclinándose sobre la mano de su dueña y besándola.

― No puedes hacer nada por ti sola, a no ser que le metas una bala en la cabeza, lo cual no es demasiado inteligente. Yo solucionaré este asunto, pues soy tu dueña. Debo velar por ti, por tu seguridad.

― Gracias, mi señora, gracias – Faely besó cada dedo, cada falange, con pasión desmedida.

― Pero…

― ¿Pero? – la gitana alzó los ojos, unos segundos, para toparse con la sonrisa cínica de la bella mujer.

― Esto es el resultado de un asunto que proviene de tu vida anterior, algo que no me compete como ama tuya, salvo en lo que requiere tu seguridad. No sé en que términos dejaste a tu antiguo dueño, ni que brebaje le diste para que pierda así la chaveta. Te sacaré las castañas del fuego, pero, a cambio, deseo algo…

― ¿Qué puede desear mi dueña de mí, cuando no poseo nada que no sea suyo? – se humilló Faely.

― Buena respuesta, perrita mía, pero si posees algo que deseo… más que nada… aún más que tu misma…

― Pídalo y será suyo, mi señora.

― Sea, Faely. A cambio de mi ayuda, me entregaras a tu hija Zara.

― ¿A mi hija? – balbuceó.

― Pero no como esclava, no. La deseo como mi compañera, como mi… esposa – la palabra se atragantó un segundo en su garganta. Era la primera vez que la dejaba escapar en voz alta, pero reconoció que sonaba perfecta.

― ¿Su esposa? – esta vez la sorpresa de Faely no era fingida.

― Si. Así que lo que te estoy pidiendo es su mano – sonrió Candy.

― Pero… señora, por mí no hay ningún problema… pero ¿no es algo que tendría que hablar con Zara? ¿Qué pasará cuando sepa que soy…?

― ¿Una perra? Si, tienes razón y aún estoy dando vueltas a esa parte, pero espero que entre tú y yo encontremos una solución. Puede que la hagamos comprender esta situación, ¿Quién sabe?

― Haré todo lo que pueda, mi señora – dijo Faely, arrodillándose en el suelo del coche.

― Bien, y, ahora, “suegra” – ordenó Candy, tomándola del pelo y atrayendo el rostro de la gitana hasta su entrepierna –, cómeme el coño un ratito, que me he puesto cachonda con tanto pensar en tu hija…

_________________________________________

El viernes, a punto de acabar el plazo, Faely caminó por el pasillo de la quinta planta del Jumeirah Essex House, un lujoso hotel a pie del Central Park, cercano a Columbus Circle. Por lo visto, Phillipe no parecía tener problemas de dinero. Una simple habitación podía muy bien costar cerca de los doscientos dólares, y no digamos una suite, como la que disponía el hijo de puta de turno. ¿Se habría hecho con la fortuna de su suegro?

Se detuvo ante la puerta marcada con el número 215 y tomó aire un par de veces, antes de llamar suavemente. La turbia sonrisa de Phillipe apareció ante sus ojos, al abrirse la puerta. La contempló largamente, de arriba abajo, sin decir una palabra, y luego, dando un paso atrás, la dejó entrar. Tomó buena cuenta de la larga túnica étnica, en tonos ocres y rojizos, que la mujer vestía, bajo el liviano abrigo de punto, que modelaba absolutamente su figura.

A sus ojos, Faely había madurado en estos años, como un excelente vino. Se la veía más asentada, más segura de sí misma, y hasta más sensual. Se frotó las manos y sonrió como un lobo.

― Bueno, estoy esperando, querida. ¿Qué has decidido?

Faely no levantó la mirada. Deslizó el abrigo por sus hombros, hasta dejarlo caer al suelo y extendió algo los brazos, como si presentara sus muñecas para que le pusiera los grilletes.

― Seré tuya – musitó.

Phillipe sintió como su pene respondía ante aquellas simples palabras, endureciéndose bajo su bragueta. Había soñado con ellas muchas veces, en estos diez años. Abandonó a Faely con todo el dolor de su corazón. De hecho, fue la razón que dejará Nueva York y regresara a Chile. No podía soportar cruzarse con ella, en el trabajo o en la calle. La había perdido por su abyecto vicio al juego y no se lo perdonaría nunca.

― Bien. Me alegro mucho de esa decisión – le sonrió él, avanzando hasta tomarla por los hombros. Le levantó la cara con un dedo bajo la barbilla, sumergiéndose de nuevo en aquellos ojos oscuros y sumisos.

― ¿Tendré que mudarme aquí, mi señor?

― No, querida. Nos marcharemos del país. Te llevaré a Chile, con Julia. Serás parte de mi familia…

― Entonces, necesitaré unos días para poner en orden mis cosas y asegurar el futuro de mi hija.

― Por supuesto, Faely. Debes dejarlo todo organizado.

Phillipe se inclinó y apresó aquella boca golosa y plena con sus labios. Tanto tiempo deseada, tanto tiempo negada. Saboreó los jugosos y gruesos labios, rememorando su regusto, notando como la particular sensación de su posesión recorría sus venas. ¡De nuevo le pertenecían!

― Pediré que nos suban la cena – susurró él, apartándose y tomando el teléfono. — ¡Desnúdate!

Faely subió las manos hasta el corchete que cerraba su túnica de Zimbabwe tras la nuca y, con un ligero batir de hombros, la dejó deslizar a lo largo de su cuerpo, hasta yacer a sus pies. Phillipe devoró, con los ojos, aquel cuerpo turgente y exquisitamente proporcionado, mientras sus labios pedían la cena al servicio de habitaciones.

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Candy Newport contempló el pasillo, antes de llamar al timbre. Le agradó constatar en las buenas condiciones que mantenían su edificio. Hacía años que no había vuelto por él, pero disponía de un magnífico administrador que cuidaba hasta el más mínimo detalle de sus valores inmobiliarios. Pulsó el timbre con su dedo índice, haciendo surgir un melodioso carillón. La puerta se abrió, dejando ver la pequeña figura de Cristo, quien la obsequió con una simpática sonrisa, antes de hacerla pasar.

― ¡Zara! ¡La jefa acaba de llegar, mi alma! – exclamó en español, lo que sonó muy musical a Candy. Siempre le había gustado ese país.

Miró como había decorado el loft su perrita y le pareció muy adecuado y hasta elegante.

― ¿Desea una copita, jefa? – le preguntó Cristo.

― Me vendría bien, gracias – respondió ella, devolviendo la sonrisa.

Cristo trajo tres catavinos españoles, largos y estrechos, así como una botella negra. Disponiendo las copas sobre la gran mesa central, las llenó de un líquido dorado.

― ¡Auténtico Sherry, no la mierda que venden de importación! Este procede de Jerez de la Frontera… — concluyó, entregándole una copa a Candy.

― Gracias… ¿Cristo?

― Así es, jefa, Cristo para servirla…

― ¿Es diminutivo de…?

― De Cristóbal, señorita Newport, como Cristóbal Colón, ya sabe – respondió Zara, saliendo de detrás del biombo de su habitación.

Tanto la ex modelo como Cristo quedaron con la boca abierta, admirando a la recién aparecida. Zara había construido una elaborada torre con sus trenzas, que culminaba su cabecita, dejando brotar las puntas recubiertas de cristal como si fuese una fuente de colorines. Su largo y esbelto cuello se mostraba desnudo y sensual, hasta que topaba con el broche nacarado del vestido de satén que portaba. En un tono champán, el vestido cruzaba dos bandas sobre su pecho, encerrando sus desnudos senos, pero dejando toda la espalda al descubierto. Se acampanaba un tanto bajo sus caderas, debido a la caída de la tela, pegándose al cuerpo como un guante. Acababa cuatro dedos por encima de sus rodillas, que aparecían recubiertas por unas finas medias oscuras. Finalmente, unas sandalias argentadas, de fino y alto tacón, completaban el conjunto, de forma divina.

― ¡Prima! ¡Jodiá! Vas a haser que el camarero tropiese un montón de veses esta noche – exclamó Cristo, tras un silbido.

― Estás arrebatadora, Zara – sonrió su jefa.

― Gracias, señorita Newport – respondió Zara, con el rostro arrebolado.

― Por favor, llámame Candy – le dijo su jefa, alargándole una de las copas.

Los tres brindaron con el fresco vino gaditano. Zara, a su vez, contempló la figura de Candy Newport, regodeándose en sus curvas. La mujer lucía su melena suelta, como le gustaba, bien cepillada, y quizás algo más rubia que castaña, en esta ocasión. Bajo una liviana torerita de gamuza cobriza, con filigranas de cuero y pedrería, vestía un corpiño bastante escotado, negro y brillante, que, seguramente, dejaba al aire sus hombros y brazos. Un fino pantalón oscuro, ceñido a sus caderas y ancho en las perneras, estilizaba aún más su figura. Bajo la amplia campana del pantalón, repiqueteaban unas negras sandalias, sin demasiado tacón.

Tanto la una como la otra, se miraron a los ojos, repasando el maquillaje ajeno y la belleza que resaltaba. Interiormente, ambas hembras se sintieron seguras de sus propósitos; seguras y dispuestas.

― ¿Vamos, Zara? Tenemos reserva en JoJo, en el Upper East Side – indicó Candy, apurando su copa.

― ¿En JoJo? – preguntó Zara, impresionada pues era uno de esos restaurantes coquetos y románticos de Manhattan.

― Si. ¿Te gusta la comida francesa?

― Bueno, si… menos los caracoles…

― A mí tampoco me van – bromeó su jefa, tomándola del brazo y andando hacia la puerta.

― Pasadlo bien, chicas – las despidió Cristo, con algo de sorna.

Una amplia y cómoda berlina Mercedes esperaba en la calle, con el chofer de pie, ante la puerta trasera abierta. No se trataba de la habitual limusina que llevaba a la jefa al trabajo, a diario, sino de un coche nuevo y potente, pleno de comodidades y mucho menos llamativo. Candy le hizo un gesto para que entrara ella primero y se deslizó detrás de ella. El tacto y el olor del mullido asiento de cuero excitaron un tanto a la joven mulata. Hacer manitas sobre un asiento así tenía que ser una gozada.

El vehículo arrancó suavemente. En el interior, no se escuchaba el sonido del motor, solo un tenue hilo musical con ritmos caribeños. Candy comentó algo sobre el Upper East Side, pero Zara apenas la escuchó, más atenta a los apretujados senos de su jefa.

JoJo era cuanto Zara se había imaginado. La puerta de entrada era pequeña y había que descender tres escalones para empujarla. Sobre la fachada de ladrillos, la palabra “JoJo” estaba pintada en rojo, con dos focos iluminándola. Se trataba de una vieja vivienda adosada. En el piso bajo, la cafetería, el mostrador, y la cocina, así como algunas mesas. Arriba, varios reservados y un par de habitaciones grandes para banquetes. Una simpática chica, vestida de camarero francés de principios del siglo XX, las acompañó al piso superior, donde las instaló en una mesa, junto a una ventana desde la cual tenían una magnífica vista a la bahía. Un estrecho biombo de bambú las aislaba de las demás mesas.

Candy tomó la carta, forrada en cuero negro, y leyó en voz alta.

― ¿Compartimos una ensalada de endivias, queso fresco y colas de langostinos? – preguntó.

― Por mí, encantada – respondió Zara, quien no se decidía por nada en especial.

― ¿Qué te apetece de segundo? ¿Carne o pescado?

― Prefiero carne.

― ¿De verdad? – Candy la miró con insinuación.

Zara enrojeció y sonrió. El tono de su piel disimulaba muy bien el rubor que cubría sus mejillas.

― Soy carnívora, en ese aspecto – susurró. – ¿Cómo te has dado cuenta?

― Me fijo en los detalles, querida.

La camarera interrumpió la conversación. Zara pidió un filete de buey, en su punto, con guarnición de champiñones, y su jefa optó por un espléndido Emperador con crema de ajetes. Candy escogió un buen pinot blanco, que, por su suavidad, iba perfecto tanto con la carne como con el pescado.

― Como decía, suelo fijarme en las miradas de mis chicas. Se diferenciar perfectamente una mirada de envidia o de reconocimiento, de una de deseo. Las tuyas son de las últimas. Te regodeas en los traseros de tus compañeras y, de vez en cuando, te relames – le confesó Candy, entre risitas.

― ¿De veras? – se asombró Zara.

― No sabes disimular, eres demasiado joven – sonrió la jefa, alzando su copa de vino en un brindis mudo.

― No tengo mucha experiencia. Un par de compañeras de internado y una amiga íntima, aparte de un par de citas que no condujeron a nada – enumeró Zara, sin que el enrojecimiento de sus mejillas se atenuara.

― ¿Y con chicos?

― Un par de experiencias estas Navidades, solo para comparar. La verdad es que tuve que embriagarme para estar a la altura. Los hombres no me atraen físicamente para nada.

― Tienen su punto, en el momento adecuado, pero me pasa lo mismo que a ti. Puedo vivir sin ellos. Pero te advierto que, en esta profesión, no podrás dejarlos completamente atrás – la advirtió su jefa.

― Lo sé.

― Cuando no es un poderoso promotor, es un sponsor, y cuando no, un guapo modelo que debes controlar para tu beneficio – sonrió Candy, rememorando sus propios asuntos.

La camarera trajo la ensalada de endivias y ambas le dieron las gracias. Candy probó el fondo caliente que cubría las endivias y añadió una pizca de sal y un poco más de aceite de oliva, así como unas gotas de vinagre balsámico. Zara convino que la ensalada estaba deliciosa.

― El asunto de tu madre se está solucionando en este mismo instante. Espero una respuesta definitiva mañana.

― Gracias, pero cómo…

Candy levantó un dedo, acallándola.

― No preguntes.

― ¿Cómo puedo agradecerte todo lo que…?

― Seguro que encontraras alguna manera, ¿verdad?

Un estremecimiento recorrió la espalda de la joven modelo, justo entre sus desnudos omoplatos. Había entendido perfectamente a su jefa. El hecho es que estaba deseándolo, así que no iba a ser ninguna mala experiencia; de eso seguro.

― Así que no tienes ninguna relación estable, ¿no, Zara?

― No, nada serio. Tampoco es que disponga de tiempo. Acudo a la agencia a diario y también a una academia, en Chelsea.

― ¿La Hawerd? – preguntó Candy, llevándose una larga endivia a la boca, usando los dedos y rezumando sensualidad.

― Si. ¿la conoces?

― Conozco a su director, Herman.

― Si, el señor Galds.

― ¿Sigue siendo un hueso duro?

― Le llaman el Coronel – se rió Zara, haciendo que su jefa la imitara.

La conversación, a medida que pasaban los minutos y la botella de vino se vaciaba, se hizo más interesante y más íntima. Zara se sentía muy a gusto cenando y confiándose a su jefa. Nunca pensó que la ex modelo fuera una persona tan sencilla y comprensiva. Había sido advertida por su madre, quien, a pesar de no tener quejas de su ama, la previno de que era una mujer acostumbrada a obtener lo que deseaba. Zara sabía perfectamente que ella era el objetivo de la mujer; no era nada tonta.

Sin embargo, la seducción fue tan sutil, tan poco definida, tan serpenteante, que acabó mirando a su jefa con ojos de franca adoración, al final de la cena.

La joven le acabó contando los proyectos que anhelaba, sus más íntimas fantasías, sus sueños más alocados, y, por que no, sus vicios más inconfesables. Candy sonreía e inclinaba graciosamente la cabeza a la izquierda, escuchándola. Uno de sus dedos jugaba con el borde de su copa, vacía al igual que la botella. De vez en cuando, el dedo saltaba del frío vidrio a la cálida piel caoba de la mano de Zara, sobre la que se deslizaba lentamente, estremeciendo a la mulata.

En la mente de Zara, cada vez entendía más y más a su madre. Ahora comprendía cómo había caído bajo el influjo de su voluntad, por qué la amaba tan incondicionalmente, sujeta por aquella mente tenaz y sutil. Era muy fácil entregarse a aquellas palabras, a su tono seductor, que encauzaba a clavarse de rodillas al menor capricho.

Se preguntó si estaba engañando a su madre. ¿No estaba poniéndole los cuernos con su dueña? No sabía exactamente cuales eran los derechos de una esclava, pero no creía que una dueña tuviera que ser fiel a su esclava. Al final, reconoció que no le importaba en absoluto lo que pensara su madre. ¡Era una puta esclava, simplemente! Lo había sido durante más de diez años y, por ello, estaba ella allí, por la escasa voluntad de su madre.

Zara solo deseaba que aquella mano que le acariciaba los dedos y el dorso de la mano, se metiera, de una vez, entre sus piernas y que la hiciera chillar.

― ¿Nos vamos?

Zara parpadeó, arrancada de su campo de sueños. Candy firmaba la factura, tras pagar con su tarjeta.

― ¿Dónde? – preguntó la mulatita.

― Había pensado tomar una copa en el Village, en Fingers…

― Soy menor de edad. No me dejarán entrar – balbuceó Zara.

― Seguro que sí te dejan. No tienes aspecto de colegiala, querida – se rió. – A mí nunca me pidieron un carné. Al igual que tú, representaba más edad y, además, solo se fijaban en mis tetas.

Las dos se rieron con ganas y salieron del local, atrayendo las miradas de más de un comensal. Nada más subir al lujoso coche, la aleteante mano de Candy no dejó de acariciar la mejilla y el cuello de su invitada. Entre broma y confidencia, la mano acabó posándose sobre una de las maravillosas rodillas de la joven, como si fuese la cosa más normal del mundo. Los delicados y largos dedos acariciaron levemente la pantorrilla, el principio del interior del muslo, y la curva tras la rodilla. Lo hacía con delicadeza y suavidad, de forma lenta y sensual, que erizaba el vello de los brazos de Zara. No intentó llegar más lejos; Candy se limitó a hablar de naderías y mirarla a los ojos, mientras sus dedos recorrían, como algo natural, la pierna de la joven.

Fingers era un local solo para chicas, situado en la parte más gay del Village. Ocupaba el interior de cuatro casas adosadas, interconectadas entre ellas, pero con sus fachadas pintadas con los típicos colores de la bandera gay. Aunque desde el exterior parecieran viviendas, el interior estaba totalmente acondicionado e insonorizado. Disponía de una zona central, con pista de baile y un pequeño escenario, un mostrador de cócteles, y diversos reservados con mullidos sillones, que ocupaban rincones estratégicos y poco iluminados.

Candy parecía ser bien conocida allí. La jefa de sala la saludó con confianza, así como una de las camareras. Diversas mujeres, jóvenes y de mediana edad, la abrazaron y besaron sus mejillas. Por lo que Zara pudo notar, la clientela era de rancio abolengo; chicas de la alta sociedad de Manhattan que se refugiaban entre aquellas paredes multicolores para disponer de sus primeras experiencias lésbicas con impunidad. Nada de prensa, nada de filtraciones. Allí solo entraban caras conocidas y garantizadas. Sin duda, si Zara volviera por su cuenta, no llegaría a entrar.

El hecho es que la acogieron muy bien, en el seno de la familia lésbica, como se denominaron varias de ellas. Zara charló, besuqueó mejillas, abrazó talles, y hasta bailó con varias muñequitas de aquellas. Tras todo esto, su jefa la enlazó de la cintura y apretó sus senos contra los de ella, al ritmo de una balada de Adele.

Se sentía especial, acunada por unos expertos brazos que le hicieron olvidar, por un momento, el verdadero motivo de su misión. Flotaba entre emociones y sensaciones, la mayoría conocidas, pero seguramente intensificadas por el vino y los dos cócteles que ya llevaba trasegados.

Sintiéndose atrevida, aprovechó el ritmo algo más latino de una canción para deslizar sus dos manos hasta las nalgas de su jefa, sin abandonar los suaves pasos de baile. Apretó aquellos duros glúteos, con ansias. Candy gimió y pegó aún más su cuerpo al de la joven. La miró a los ojos y vio aquella media sonrisa en los labios de la mulatita, lo que la llevó a mordisquearlos, hasta fusionarse ambas bocas con pasión. Dos húmedas lenguas se deslizaron, ansiosas de intercambiar salivas perfumadas de alcohol. Zara, con los ojos cerrados, solo podía pensar en que la lengua de Candy Newport se introducía en su boca, lamiendo sus encías y su paladar. Sintió ganas de salir a la calle a gritar la noticia, como una colegiala enamorada.

Sin más palabras, Candy la tomó de la mano y la condujo hasta uno de aquellos rincones íntimos, en el que se sentaron en dos sillones, frente a frente. Candy se inclinó hacia delante, colocando de nuevo su mano entre las rodillas de Zara, quien apoyó su espalda sobre el respaldo del sillón. Respirando fuertemente, abrió sus piernas, invitando así a que la mano de su jefa profundizase. Candy sonrió y acarició el suave tejido de la media hasta alcanzar cálida piel al descubierto. Apretó suavemente el aductor del muslo, arrancando un gemidito a Zara, que la impulsó a llegar más arriba, hasta tocar la suave braguita.

― Estás chorreando, Zara – susurró, mirándola a los ojos.

― Si… — respondió muy bajito la joven, con los ojos brillando en la penumbra.

Los expertos dedos avanzaron, deslizándose bajo la costura del lateral de la prenda, acariciando la suave ingle depilada y separando uno de los labios mayores. El cuerpo de la jovencita onduló, entregándose a la caricia. El fluido inundó su vagina, empapando aún más la braguita al desbordar. Candy se mordió suavemente el labio, al contactar con la extrema suavidad de aquella flor de carne. Se moría por verla de cerca. Quería comprobar si sería tan rosita su interior, en contraste con la piel canela. Se preguntaba cómo olería, al estar excitada; cual sería el sabor íntimo de aquel icor destilado en sus entrañas.

― Aaaaaaaaaahhh…

Más que un gemido fue un largo suspiro de abandono, de entrega. Zara cerró los ojos y empujó con las caderas, para sentir mejor aquel dedo intruso que la subyugaba. “¡Que ricura de niña! Es una ninfa.”, pensó Candy, notando como su pantalón se mojaba. Sus braguitas eran incapaces de contener la humedad que surgía de su sexo.

Las manos de Zara acariciaron el brazo que su jefa mantenía sepultado entre sus piernas y, como de paso, saltaron hacia el cordón que mantenía el corpiño de Candy cerrado. Los ágiles dedos se afanaron para deshacer el nudo y tironearon, ansiosos, hasta que el oscuro y brillante tejido quedó abierto. Zara posó sus entrecerrados ojos sobre los redondos y bellos pechos que colgaban cerca de ella. No estaban totalmente al aire, pero tenía suficiente espacio para introducir una mano. No tardó en apoderarse de uno, que resultó ser extremadamente suave. A sus treinta y pico años, el pecho de Candy había perdido la dureza de la juventud, pero los cuidados y el ejercicio diario lo mantenía lo suficientemente terso y erguido como para ser todavía adictivo. Pellizcó el pezón, que no tardó en endurecerse. Notó que su jefa respiraba más profundamente y sonrió, feliz.

Por su parte, abrió aún más sus piernas, posando una rodilla sobre el asiento del sillón, cuando el dedo de Candy acarició su clítoris, sacándolo de su capuchón de carne. Fue su turno de morderse el labio, conteniendo un quejido que habría, sin duda, llamado la atención. No es que fuera algo extraño en aquel ambiente, pero, simplemente, Zara no estaba habituada a algo tan público. Quería quedarse quieta, para que su jefa pudiera acariciarla sin llamar la atención, pero sus caderas parecían pensar otra cosa. Bajo los dedos de Candy, oscilaban y se encrespaban, como olas en una furiosa tormenta. Su pelvis se alzaba, tratando de agudizar el contacto, de alargar las formidables sensaciones que experimentaba.

― Me… voy a… correr – jadeó, en un punto en que sus caderas temblaron, enloquecidas.

― Hazlo, mi vida… córrete para mí – la incitó su amante.

Y pellizcando fuertemente uno de los pezones de Candy, la jovencita dejó escapar un gemidito, largo y continuado, que enloqueció a la primera. Se corrió con una feroz contracción de su pelvis, que apartó los dedos conmocionadores. Jadeó al recuperar el aliento tras los segundos en que el éxtasis le hizo contener la respiración, y, finalmente, abrió los ojos, echando una agradecida mirada a Candy.

― Eres bellísima, Zara – le sopló.

― Gr… gracias… llévame a tu… casa…

Candy sonrió, compartiendo su deseo. Aquello solo había sido el aperitivo; ahora estarían a solas, en la intimidad.

El chofer tardó apenas ocho minutos en llevarlas desde el Village a TriBeCa, que es donde Candy tenía su apartamento. Dos minutos más en atravesar el vestíbulo y tomar el ascensor hasta el cuarto piso. Durante ese trayecto, Zara quedó casi desnuda, y entraron en el amplio apartamento, besándose con voracidad, hasta caer sobre la gran cama del dormitorio principal. Fue más una batalla que un encuentro amoroso. Candy estaba muy excitada, con ganas de gozar. Zara, por su parte, estaba algo más calmada, gracias al orgasmo que experimentó minutos antes, y pretendía dejar constancia de que ella también conocía el tema.

El resultado fue algo crítico, ya que sacó a flote la vena sádica de Candy. En cuanto deslizó el amplio pantalón a lo largo de sus piernas, la casi rubia señorita Newport hizo que Zara se arrodillara en el suelo, en un lateral de la cama, y ella se sentó sobre el colchón, con las piernas abiertas. Atrapó el elaborado moño de Zara con furia, atrayendo el rostro de la joven entre sus piernas. Autoritaria y exigente, le hizo entender, sin una palabra, que debía contentarla ya, sin más pérdida de tiempo.

La rosada lengua de Zara se aplicó con eficacia y deseo a la tarea, haciendo que su jefa alzara el rostro hacia el techo y cerrara los ojos, degustando el placer que atravesaba todo su cuerpo. Sus manos seguían aferrando el moño de su pupila, acabando de deshacerlo. Las trencitas rasta volvieron a desparramarse por la espalda de la joven, sin que ella abandonara su grata tarea.

― ¡Oh, si! ¡Oh Dios… Ssssiiii! ¡Que bien lo haces, cariño! – exclamó Candy, dejándose caer de espaldas sobre la cama.

La lengua de la mulatita abarcaba desde el centro de sus abiertas nalgas, hasta el pequeño pero endurecido clítoris, en largas pasadas que humedecían toda su sensible piel. No es que fuera una técnica demasiado depurada, pero las ansias que Zara mostraba, la necesidad que tenía de complacer a su jefa, enloquecían a Candy.

Con la llegada del éxtasis, Candy perdió la coordinación. Sus piernas se encogieron, atrapando el rostro de la joven contra su pubis. Su espalda se encorvó en un fuerte espasmo, que contrajo su cuerpo.

― Fffugbrraaaaa… – gimió como un galimatías.

Dejando tiempo a su jefa para reponerse, Zara se puso en pie, se quitó las sandalias y acabó de desnudar a la inmóvil mujer, que yacía sobre la cama.

― Hay champán frío… en el frigo… sirve unas copas, cariño – musitó Candy, sin abrir los ojos.

― Claro que si. Tú descansa, repón fuerzas que queda mucha noche aún – rió Zara, saliendo del dormitorio.

― Guarraaa…

Tras brindar por los sucesivos orgasmos, arrodilladas sobre la cama, las chicas volvieron a besarse apasionadamente.

― Eres maravillosa – lisonjeó Candy.

― Sé mi maestra, por favor – murmuró Zara a su oído, totalmente encandilada. Ya ni se acordaba para qué estaba allí, solo sabía que uno de sus deseos más afirmados se estaba cumpliendo.

― No quiero un rollo de esos… maestra y pupila… quiero que seamos una pareja, Zara…

― ¿Una pareja? – la mulatita se separó, mirándola seriamente. — ¿Quieres un compromiso? ¿De igual a igual?

― Si. ¿De qué te sorprendes?

― Nunca has tenido una pareja. Ni hombre, ni mujer – se asombró Zara.

― Nunca había conocido a alguien como tú – sonrió su jefa, acariciándole un pómulo. — ¿Qué me dices?

Las manos mulatas tomaron una de las suyas, apretándola contra su pecho. Zara asintió, con una gran sonrisa.

― Soy tuya – le contestó.

― Amor mío…

Candy la tumbó sobre las sábanas de seda y cubrió todo su cuerpo de húmedos besos, sin prisas, poniendo todo el empeño que su corazón irradiaba.

― Quiero follarte – le dijo, besándola en la punta de su naricita.

― Haz conmigo lo que desees – contestó Zara, inmersa en su nube de algodón sentimental.

Candy abrió uno de los cajones de la mesita auxiliar y sacó uno arnés que llevaba insertado un realista pene de suave silicona y látex. Se lo puso a la cintura, con pericia, acoplando contra su clítoris un suave bulto que contenía una bola vibratoria.

― Ya veo que lo decías de forma literal – rió Zara.

― Ya verás. Te gustará…

Embadurnó el falso pene con un chorreón de gel lubricante, que sacó del mismo cajón, y limpió sus dedos insertándolos en la vagina de la joven.

― Aún está mojado. Mejor – dijo.

― Me tienes loca – murmuró Zara. – Métemelo ya…

Más fácil decirlo que hacerlo. Aunque el apéndice de silicona no era de un tamaño desmesurado –apenas unos quince centímetros y un grosor de tres— la vagina de Zara no era un paso frecuentado por tales utensilios, por lo que estaba bastante cerradita. Pero el deseo superó ese obstáculo, empujando ambas con sus caderas, una gruñendo, la otra mordiéndose el labio.

― Así, cariño… toda dentro – murmuró Candy.

― ¿Ya… está? La siento muy adentro…

― ¡Te estoy follando, mi vida! ¡Como me gustaría tener una de verdad para preñarte!

― Diossss… ¡Que morbo me das!

― Creo que tuve que ser un tío en otra vida – sonrió Candy, antes de comenzar un ritmo más duro.

Colocó las piernas de Zara sobre sus hombros y empujó más fuerte, con mayor acceso a su vagina. Estaba de rodillas, lanzando sus caderas hacia delante, con fuerza. La jovencita se quejaba dulcemente. Cada gemido actuaba como un gatillo para la mujer, enervándola, excitándola. El pene de plástico entraba hasta el fondo, haciendo que el cuerpo de Zara temblase a cada envite. Ambas se miraban fijamente a los ojos, atentas a las expresiones de placer. Zara se pellizcaba un pezón con una mano; con la otra atrapaba, alternamente, los de su nueva novia.

Tenía los ojos entreabiertos, chispeando de lujuria. Sus cejas marcaban una expresión suplicante, a caballo entre “acaba ya, que me corra” y “empieza de nuevo, hasta el amanecer”. Sus gruesos y definidos labios permanecían entreabiertos, en un eterno puchero, como si quisiera decir algo, pero no se atreviera.

El corazón de Candy explotó de amor, por primera vez en su vida. Verla así le hizo entender que la amaba realmente: ¡por fin había encontrado el amor! Estaba dispuesta a matar por ella. La vibración de la bola sobre su clítoris, a cada embate de sus caderas, la estaba matando. Se había corrido ya dos veces, silenciosamente, pero no podía detenerse. Aquellos gestos de éxtasis que se dibujaban en la hermosa faz de su amor, no la dejaban. ¡Quería dibujar más pucheritos en su rostro!

Zara le echó los brazos al cuello, gritando apenas sin fuerzas, sin atreverse a cerrar los ojos y, así, apartar la mirada:

― Cari…ño… ya… ¡YA! Me c-corro… mmm… CORROOOOOOO… aaaaahhhhh… iiiihhiiii…

― … y yo… jodida negrita… de mi c-corazón…

_____________________________________________

― ¿Así que Faely te ha ido con el cuento? – dijo Phillipe, escanciando vino en las dos copas.

― ¿Qué te esperabas? ¿Qué se fuera contigo sin decírmelo? Ha pasado diez años bajo mi yugo…

― Seguro que no fueron tan intensos como los pocos que pasó conmigo – sonrió, entregándole una copa a Candy Newport, quien la depositó en la mesita, sin tocarla.

Era la hora del brunch del domingo y ambos se habían reunido en la suite del chileno, a petición de la ex modelo. A los ojos del hombre, Candy estaba radiante. Vestida como una férrea domina, con el pelo bien apretado y tirante en una alta cola de caballo, y un ceñido vestido de oscuro paño, que le llegaba hasta los estilizados y altos botines. En cambio, Phillipe vestía desenfadado. Unos jeans nuevos y un pullover de marca, pero su sardónica sonrisa siempre estaba presente.

― ¿Quieres a Faely? Pues haz tu oferta. Recuerda que Manny pagó un alto precio por ella. Procura no ofenderle.

― Hablando de Manny, ¿qué tal le va al viejo? – preguntó Phillipe, tomando un canapé de mojama con los dedos.

― Se ha retirado un tanto del frente, pero sigue bastante activo para su edad. De hecho, te envía saludos – dijo ella, con otra sonrisa.

― Ah, ya veo. Sabe que estás aquí.

Aquello parecía una críptica partida de ajedrez. Cada uno revelaba sus movimientos con parsimonia y evidente emponzoñamiento, procurando atrapar al otro en un renuncio.

― Haré la misma oferta que le he hecho a ella. Poseo bastante material fotográfico y una o dos grabaciones que, sin duda, pueden comprometerte, e incluso a Manny. Os entregaré todo el material a cambio de Faely – Phillipe mostró finalmente sus cartas.

― ¿Por qué has tardado tanto tiempo en reclamarla?

― Otros asuntos reclamaban mi atención…

― Ya veo. ¿Convertirte en un hombre de familia era más importante?

― Digamos que si – respondió él, frunciendo algo el ceño.

― ¿O bien envolverte en la armadura de la fortuna de tu suegro?

Phillipe chasqueó la lengua. No le gustaba el tono de la ex modelo. La mujer demostraba que le había investigado, pero se sentía seguro, así que la dejó seguir. Candy sacó una carpeta de papel de su bolso y la dejó al lado de la bandeja de canapés.

― ¿Qué es eso? – preguntó Phillipe.

― Tu familia – respondió ella, con voz neutra.

― ¿A qué te refieres? – preguntó él, abriendo la carpeta.

Candy le dejó leer, que se empapara de cuanto habían descubierto los sabuesos periodísticos de Manny Hosbett sobre las andanzas de Phillipe Marneau-Deville. Sonrió levemente cuando notó como la expresión del hombre se nublaba y sus manos temblaron, sujetando la carpeta marrón.

― ¿Qué significa…? – barbotó el chileno.

― Pues viene a decir, más o menos, que si no te largas de Nueva York en este momento, sin Faely por supuesto, toda esa información irá a parar a manos de la familia de tu esposa. El ser el padre del único vástago masculino te ha permitido mantener el control del fidecomiso de la vasta fortuna de tu difunto suegro, al menos hasta que tu hijo tenga la mayoría de edad. Pero, ¿qué pasaría si los familiares de tu esposa, aquellos a los que no les ha tocado más que migajas de esa fortuna, se enteraran de que ese hijo tuyo, no es realmente un Marneau-Deville?

― ¡No puedes demostrarlo!

― Claro está. No te someterías nunca a una prueba de paternidad, pero, por si no te has dado cuenta – dijo ella, señalando los papeles que aún sostenía Phillipe entre sus dedos –, ahí está la declaración jurada de dos médicos y dos enfermeras de la clínica IVI de Valencia, en España. ¿Te suena de algo?

― ¿Cómo has podido saber…?

― No menosprecies nuestro alcance, querido. Aunque hayas viajado hasta Europa para inseminar a tu bella esposa, siempre queda un rastro, sobre todo al obtener una fortuna como la de tu difunto suegro. En el momento en que se demuestre que tu heredero no lleva tu sangre, perderás todo el control del patrimonio. Lo sabes, ¿verdad?

Los hombros de Phillipe se abatieron, sintiéndose vencido. Se dio cuenta que sus enemigos habían encontrado el único resquicio que no podía proteger, su descendencia. ¡Si no se hubiese precipitado a hacerse aquella vasectomía!

― Te irás mañana, renunciando a Faely y a todo este asunto. A cambio, yo guardaré todo esto en un profundo cajón de mi escritorio – explicó Candy, con mucho aplomo.

― Está bien. Tú ganas – murmuró Phillipe.

― Bien, querido. Puedes quemar esa carpeta, es solo una copia. ¡Que tengas un buen viaje! – se despidió la mujer, caminando hacia la puerta.

Esta vez había tenido suerte. Los investigadores de Manny tenían ciertos informes, desde hacía unos años, que les han permitido profundizar más en esa historia. De otra manera, ella hubiera perdido a su esclava. En verdad, no era eso lo que le importaba. Aunque Faely la había servido impecablemente, empezaba a cansarse de ella. No le hubiera importado venderla o cambiársela a Phillipe, pero no podía soportar la audacia y pretensión del sudamericano. ¿Quién se creía que era para quitarle, a ella, uno de sus juguetes?

De todas formas, esto tenía que servir a Candy de lección. Había confiado demasiado en el poder de su círculo y, por ello, han estado a punto de sorprenderla. Debía mantener sus activos controlados y puestos a cubierto, por si misma.

Ahora, más tranquila, tenía que contarle a su amada que su madre le pertenecía desde hacía años. Y eso era algo que le empezaba a dar miedo…

CONTINUARÁ…..

 

Relato erótico: “La virginidad anal de Ayana” (POR CANTYDERO)

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JEFAS PORTADA2Ayana seguía sin estar preparada para el sexo.

Sin títuloEso es lo que podría haber dicho cualquiera si hubiera presenciado el primer acto sexual de la joven, cuando su padrastro la había violado sin miramientos, aprovechándose de ella usando la poderosa droga de diseño “Yellow Star”. Pero es que nadie podría haber sido testigo ni siquiera sospechar de ello. La desvirgación de Ayana había ocurrido en el sótano de la casa, donde ni siquiera los gritos de dolor de la chica podrían haber llegado a la calle. Y nadie sospechaba que el padrastro de Ayana, a quien a su cuidado la había dejado su madre, había abusado de ella.

De ese modo, y para preservar la total normalidad, Ayana se había dirigido una vez más al colegio, como cada mañana. En el centro estaba hasta su novio. Ayana intentaba comportarse como siempre, pese a que su feminidad había dado un giro irreversible. Ante los compañeros de clase y su propio novio, estaba un poco más callada y miraba al cielo como si esperara llover… Su pareja, que por un lado estaba un poco decepcionado con el hecho de tener que seguir esperando para tomar su virginidad, decidió relajarse pensando que Ayana seguía nerviosa por los exámenes y que quizás su período le había sorprendido esa noche. (No podía sospechar él, ni se le pasaba por la cabeza, que la noche anterior la sangre de Ayana que había salido de su sexo era debida a la brusca rotura del himen y no a la regla).

Pese a que quería pasar la tarde con ella, la dejó ir, no sin sorpresa cuando vio que su padrastro detective era quien acudía a recogerla al colegio en su coche. Ella se despidió de él tímida y rápidamente, mientras entraba en el coche y el hombre le miraba con carácter impasible mientras arrancaba. Una mirada que ella nunca antes había sospechado que estaba oculta, como todos aquellas cámaras instaladas en su casa por las cuales el observaba el cuerpo desnudo de Ayana. Su tierna cara, aún de niña y con un cabello liso y rubio que llegaba a media espalda, se conjugaba con un cuerpo de mujer extremadamente desarrollada: delgada, de cintura perfecta y caderas estilizadas, marcada con unos grandes pechos y un culo redondeado y a todas luces perfecto.

Ayana estaba asustada, pero sabía perfectamente que no podía decir nada a nadie. Que su situación era mala, pero que ella no sospechaba hasta qué punto podía ser peor. Se avecinaba, iba a ocurrir de nuevo… Lo sabía porque su padrastro le había metido mano en el coche, delante de los semáforos… Había deslizado su enorme mano entre las porcelanosas piernas de su hijastra, apretando con fruición los muslos y paseándose sobre la tela que cubría su sexo. La pobre chica no quería ni mirar, y hubiera querido disociarse de la sensación que suponía el tacto de aquél hombre nada familiar sobre sus partes más sagradas. Miraba el tráfico, como queriendo concentrarse mucho en él, como si eso le pudiera sacar de allí intacta…

Se bajó del coche, colocándose bien la falda, pese a lo poco que sabía que eso duraría.

Al poco de entrar en casa, en la cocina, su padrastro la llamó y se acercó a ella. Llevaba algo en la mano. Ella sabía lo que era.

El padrastro bruscamente la cogió del cuello de la blusa, algo que la inocente Ayana no esperaba. Con fuerza, la empotró contra la pared. Lo que le daba a entender era muy sencillo: o se tomaba la droga a las buenas, o lo haría a la fuerza. Ayana, prefiriendo hacer de la situación un trago menos amargo, separó sus labios de colegiala retocados con pintalabios e inclinó un poco la lengua para permitir que la cápsula depositada por su padrastro tuviera acceso libre a su estómago. Tras tragarla, a los pocos momentos de hacerlo, Ayana comenzó de nuevo a sentir esa sensación mixta entre un intenso calor y una flaqueza muscular abrasadora… Él fue rápido. Cogió a su concubina en volandas y la llevó al sótano, donde tenía preparado todo para otra sesión de incesto.

Ayana observaba a la luz del fluorescente, entre el temor y la excitación, el camastro inmundo donde fue violada la noche anterior. Notaba un olor a cerrado y a intenso sudor de hombre en el ambiente. Vio dos cosas que eran un recuerdo ineludible de que ella había yacido ahí: sus bragas de ayer, hechas una bola en el parqué, y la colcha de la cama revuelta, donde se agolpaba una mancha de sangre que solo podía pertenecer a su membranita virginal perdida.

Bruscamente, fue lanzada contra la cama, cayendo boca arriba, golpeando con fuerza el colchón. Ayana intentó incorporarse, pero ya estaba completamente paralizada por efecto de esa droga. Y no pudo por tanto resistir el envite de su padrastro, echado ya contra ella, apoyando su peso contra su tórax y restregando su enrome cuerpo contra su frágil figura pálida. La respiración fuerte y cálida de él le marcaba su excitación, sus ojos fieros dejaban claro que la domaría de nuevo, allí y durante las horas que a él le apeteciera. Su padrastro se liberó de la camiseta y dejó al aire su rudo torso, para a continuación besar los tiernos y blandos labios de Ayana, impulsando a la fuerza el olor a tabaco dentro de la cavidad bucal de la niña valiéndose de su lengua… Ella se sentía a punto de ahogarse mientras él comenzaba a tomar lo que quería de su cuerpo. Como ahora, que ya buscaba los pechos de la escultural adolescente por encima del uniforme escolar.

Con un tirón propio de una bestia, rasgó la blusa blanca de la joven. Ayana gritó cuando tiró lejos el sujetador y las manos magrearon con rudeza sus pobres pechos, tan bien dotada estaba la chica que hacía perder la razón a su acosador, y lo mismo pellizcaba el tejido glandular sin delicadeza que mordía los pezones de su hijastra. Y lo peor es que con ello, en medio del salvaje asalto, Ayana comenzaba a excitarse de sobremanera gracias a los poderes afrodisíacos que ahora mismo se adueñaban y manejaban sus sentidos…

¿Era posible tener más suerte? Pensaba así su padrastro. La operación que investigaba le había llevado a casarse con una mujer que aportaba una hija adolescente de atributos divinos. Había sido tan fácil drogarla con la Yellow Star… y sería así muchas veces, tenía planeado él. Y lo más excitante, pensó mientras bajaba las braguitas blancas de Ayana, era que había sido él y no el patético de su novia el que había arrebatado la condición virgen de la niña; aún se derretía de excitación y temperatura al recordar cómo había roto el himen de Ayana de una estocada.

Arrojó la ropa interior de la jovencita a un rincón y con una sola mano, sujetó las muñecas de su hijastra. De un tirón la hizo levantarse. El precioso cuerpo de Ayana quedó colgado con los brazos en alto, inerme y débil ante el corpulento agresor. La carita angelical de Ayana colgaba caída, y a la altura de los poderosos pechos de la adolescente quedaba el gran miembro viril de su padrastro. Su dueño contemplaba la escena lleno de agitación y de impaciencia, y se recreaba con el dominio que tenía sobre la totalmente sumisa Ayana.

Separó los labios de la boca de la muchacha, aún vírgenes en cuanto al sexo, para introducir entre ellos su polla. Ayana se mostraba confundida, jamás se lo había hecho a su novio, era su primera felación. Intentó abarcar tímidamente el glande con sus labios, introduciéndoselo y sacándoselo, pero su domador acabó enterrándole todo el tronco en la boca mientras la sujetaba por la nuca. Con toda la polla dentro, rozándole la garganta, Ayana sentía arcadas, y el sabor del sexo masculino quería hacerle vomitar, pero su padrastro no tenía piedad y la hizo recorrer su longitud varias veces mientras manejaba su cabeza a su antojo. La lengua de Ayana aprendía a deslizarse y a untar de saliva el grueso pene de ese hombre forzudo, el mismo que alojó en su vagina… El padrastro comenzaba a estar contento del progreso de Ayana, y más aún al ver que sus caras de asco inicial se tornaban en lascivia, él la estaba pervirtiendo y ella era solo para él…

Al cabo de poco rato sacó la polla babeante de saliva femenina de la boquita de la fémina, ella parecía cansada de haber soportado tal instrumento en entre sus mandíbulas. Le contemplaba con miedo, pero a la vez, sin poder disimular que había comenzado a mojarse sus partes más impuras… ¿Le empezaría a gustar el sexo con él? ¿Le estaría poniendo caliente su dureza y malas prácticas para con ella? Era tan intensa la sensación que ella sentía que le quemaban las partes malheridas por los apretones que le habían dado en sus pechos, que el sexo le empezaba a hacer chispas ahora que los dedos rudos de su compañero sexual recorrían la fina hendidura de su coñito. Al introducir dos de sus dedos el degenerado pudo comprobar como su tierna niña ya estaba completamente rendida al placer, y de su cuevita escurrían regueros de templado flujo femenino, que aumentaban con los masajes que él daba en lo más profundo de esa vagina que tomaba ahora por segunda vez.

Ayana no tardó en alcanzar el orgasmo, y entre violentas sacudidas se dejó llevar. Su amante extrajo los dedos cubiertos de goteante flujo y decidió de una vez entrar en su legítima mujer. Esta vez la colocó a cuatro patas, la ignorante Ayana se dejaba hacer mientras reposaba su cabeza en unos cojines que la ayudaban a no perder el equilibrio. Se mostraba expectante pues era la segunda vez en su vida que se la iban a follar, y la primera vez también había sido él quien la había desvirgado, justo un día antes… Ella temía porque se corrió dentro de su sexo anoche, y hoy tampoco llevaba protección ni había mostrado el más mínimo interés por los preservativos, de tal modo que Ayana corría un gran riesgo de ser preñada. Pero en aquél momento, cuando él punteaba suavemente sus labios vaginales con la punta de su hinchado y enrojecido pene, ni siquiera ese riesgo le parecía fatal…

Tras pasear el sexo por el clítoris de Ayana, quien ya movía las piernas con algo de frenesí por la excitación de ser tomada, el padrastro decidió hacer lo que tenía planeado para hoy. Agarró con fiereza las nalgas bellísimas de la pobre sumisa y posó el glande en el orificio. Ayana le sintió, pero antes de que pudiera decir nada, su padrastro ya estaba metiéndole el glande por el ano. Forzando un poco consiguió abrirse paso en su intestino, sin piedad entre los alaridos de inmensurable dolor de Ayana al sentir esa intromisión no tolerada. Ayana intentaba concentrar sus fuerzas en patalear, en moverse, en luchar contra la invasión, pero la alucinógena droga aún bañaba sus nervios e impedía que ella realizara movimientos bruscos. De esa forma, no pudo apenas oponerse, las manos apretaban las caderas de la dulcísima Ayana hasta deformar la casta piel, y el grueso y monstruoso pene forzaba para tomar el interior anal. Su padrastro hacía grandes esfuerzos por reventar el culo virgen de la joven niña, por tomar el último reducto de decencia de su hijastra ahora convertida en puta no consentida, y ya lo conseguía, habiendo metido el glande y sintiendo las carnes prietas de Ayana hacer sufrir a su polla. Entre gritos, ya conseguía meter casi más de la mitad de su fiero miembro en el interior de la tierna putita, a la cual ya fallaban los brazos y caía con su cara llorosa y la mandíbula desencajada de sufrimiento tras tanto grito de horror, era un espectáculo sádico ver como ella misma se enjuagaba las lágrimas contra la almohada mientras era empujada por detrás, y ya tras inmensos esfuerzos, llegó la plenitud. Sí, ya su padrastro había conseguido llenarla de carne jodiéndola viva, y el sexo masculino se encontraba empalado entre la hace poco virgen carne de la pobre Ayana. El sufrimiento de acoger tamaño dique entre sus nalgas era tan cruento que ella apenas ya sentía nada, y el padrastro decidió seguir tomando por la fuerza el tesoro que ahora le pertenecía.

Usando sus brazos, bien sujetos a la jovencita, la separo de su cuerpo para extraer casi toda la extensión de su descomunal aparato. La carne de la niña apretaba tantísimo su sexo que para él casi también era una tarea dolorosa la sodomización. Al punto de que pudo ver como unos cuantos centímetros salían de la cavidad anal de Ayana, se encontró con que se había de nuevo excedido en su práctica sexual: gotas de sangre fresca manchaban su prepucio. Pensó en que su aniñada criatura aún no tenía el cuerpo preparado para el sexo duro ni para el grosor de su rabo, pero le importó poco el daño causado. Con toda la fuerza de su pesado cuerpo, embistió a la joven hasta empalar de nuevo toda su polla dentro del culo de Ayana. Otro grito, casi tan horrible como el primero volvió a salir de la garganta de la pobre víctima, mientras la polla aún seguía rasgando sus juveniles músculos, pugnando por abrir ese orificio anal para entrar hasta lo más profundo.

Ayana, llorosa, y afónica de tanto gritar para que su sádico padrastro se detuviera, tuvo que aguantar sin poder hacer nada para evitarlo la sacudida de dolor insoportable que supuso tener de nuevo la polla enterrada hasta el fondo de su recto. Y ese fue el momento en el que su violador decidió emprender una serie de embestidas sin ningún cariño contra el ya no virgen ano. Empezó a moverse con fuerza bruta, pues a cada empujón de aquél bestial ariete el intestino de la chica oponía menos resistencia, y las sacudidas que sufría el cuerpo femenino la hacían asemejarse a un indefenso muñeco de trapo.

Follar el culo de tan tierna y escultural adolescente estaba volviendo loco al padrastro, estaba tornándolo en una fiera sanguinaria a quien le importaba poco el estado de su hijastra. Cada vez las sacudidas eran más rudas y violentas, cada vez las estocadas tenían un final más insano, como si quisieran destrozar el ano de Ayana… Y todo esto causaba en la sufridora unas increíbles sensaciones de impotencia, unos quejidos inútiles y lágrimas que ahogaban su cutis perfecto… Ya el padrastro la agarraba de sus tremendas tetas y las usaba como punto de apoyo, a la vez que las desgarraba con sus manazas. La carne trémula de los senos de la joven le excitaba más y le hacía ahondar con más fuerza en su amante. Mientas, ella visiblemente soportaba el tormento como podía. El cuidado peinado de Ayana estaba totalmente destrozado, sus brazos apenas ya podían sostener las bravuconas sacudidas que su fina figura experimentaba, y el dolor lacerante de su trasero atravesado le hacía resquebrajarse por dentro…

Y sin embargo, para su padrastro la follada que le estaba pegando a Ayana era deliciosa: su delicada figura se movía en sus brazos a su antojo, el estrecho culo de grandes nalgas de su amante era perfecto para la penetración, y los lamentos de la pobre muchacha le estaban excitando cada vez más. Ya sentía, sí, ese calor removerle los testículos peludos…

Ponía mucho énfasis en que cada penetración fuera potente y completa, que en todo momento acabaran uniéndose ambas pelvis… Al destrozar las nalgas de Ayana en cada empujón encontraba fuerzas, nacidas del deseo del incesto, de seguir esforzándose en las hercúleas estocadas. Y Ayana, siempre bajo el eflujo de la Yellow Star, sentía muchísimo dolor debido a que la droga incrementaba todas las sensaciones…

Su padrastro, ya acuciado por el final inminente de la cópula, empezó a embestir aún más fuerte a la desequilibrada Ayana. Ella notó que el fin estaba cerca, y mientras la pelvis de su follador machacaba sin piedad sus nalgas, en medio de su agonía, pensó que de nuevo volvería a soportar la semilla de su padrastro, ese líquido prohibido recorriendo su piel…

Y él pensaba en lo mismo, que ya sentía como su dura verga, cansada de horadar ese estrecho orificio, pedía ya soltar su carga… Sentía el temblor, y de nuevo se repetiría, como ocurrió anoche, que su semen volvería a manchar a su hijastra, a firmar esa unión incestuosa cada vez más legal…

Sin poder ya contenerse ni por un minuto más, aulló y gruñó mientras su polla aún dañaba en sus últimas sacudidas el culo de Ayana. Ella sufrió esos movimientos finales con el temor real de ser partida en dos, y preparándose para el previsible fin.

Y a los pocos segundos del orgasmo, su padrastro decidió que no sería el culo el receptor final de su corrida. Sacando la polla ya bien caliente de su orificio anal, Ayana sintió un súbito momento de descanso. Pero duró bien poco, ya que sujetándola fuertemente de las nalgas, dirigió su instrumento hacia la cavidad vaginal y, de un golpe, le metió todo hasta el final de su coñito. Ayana gimió de sorpresa y de nuevo agarró con fuerza las sábanas, mientras su hombre depositaba sobre ella su peso y caía desplomado sobre su grácil figura. Era el momento en el cual la polla, anclada en el fondo de la vagina, estallaba convulsionándose y hacía fuerza para expulsar cuantiosas cantidades de líquido seminal dentro de la joven. Ayana chilló de rabia, pues no quería que su fértil útero adolescente se volviera a llenar de semen.

Pero así ocurrió. Su padrastro, entre gemidos, se corrió en ella con varios chorros. Su descomunal pene lanzaba espesos torrentes de semen, un esperma blancuzco y muy espeso, que se coló directamente en el fondo del útero de la virginal adolescente, y que con potencia manchó su tibia carne y con su calor abrasó el aparato genital de Ayana. Ella misma sufría con sus ojos cerrados y su boca abierta mientras la preñaban, sin poder evitarlo, admitiendo pasivamente toda la leche en su coño.

Se desplomó contra la colcha, abatida y magullada. Su padrastro cayó a un lado, y eso hizo que saliera el pene de su vagina, aún brillando por el producto de la copiosa eyaculación. Se postró al lado de Ayana, sin perder detalle. Boca abajo, la jovencísima Ayana tenía los ojos enrojecidos de tanto que había llorado, y la cara pálida la hacía parecer vencida. Tenía un dedo en los labios mientras miraba fuera de la cama, hacia la pared de cemento, como si ella pudiera contestar a todo lo que pensaba. Apoyada sobre las sábanas, su figura dejaba entrever esos atributos que se habían convertido ya en disfrute exclusivo del inhumano padrastro. Su novio ya no podría conocerla virgen ni por delante ni por detrás: no tocaría esos inocentes pechos, que ya habían sufrido demasiado magreo; no sería el primero en disfrutar de las prominentes nalgas de Ayana, que habían sufrido un sexo anal demasiado extremo para su primera vez; ni disfrutaría del perdido himen de la joven. Los muslos finamente esculpidos de Ayana se encontraban separados por la hinchazón que cubría ahora toda su pelvis, ya que su ano se encontraba resentido por la violenta penetración, y del cerrado sexo de la hermosa adolescente salían ahora algunas gotas de semen incestuoso que manchaban la piel y la sábana. Ayana sentía aún ese líquido infernal removerse en sus entrañas, mientras mantenía la mirada ausente.

Y viéndolo todo, allí estaba el victorioso padrastro. Se relamió pensando que era el hombre más afortunado, pues había desflorado completamente a Ayana, él solo había tomado cada rincón de su cuerpo, y ahora era de su exclusiva propiedad.

Y lo que quedaba… Porque quedaba mucho por disfrutar del cuerpo de su hijastra…

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Espero que les haya gustado el relato, estaré encantado de leer y contestar a sus comentarios aquí o en mi correo electrónico.

 

Relato erótico: “Las Profesionales – Horas Extras” (POR BLACKFIRES)

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Captura de pantalla 2015-11-19 17.52.52El día casi terminaba y a esas horas de la noche solamente Mónica se encontraba en la Sin títulooficina almacenando expedientes de casos recientes, su nuevo puesto en su nuevo trabajo al principio no le había parecido tan exigente. Al aceptar la oferta de trabajo bien sabia que debería cambiar de ciudad, y otros muchos cambios importantes, pero la oportunidad de destacar en su empleo era difícil de rechazar. Esperaba que pronto la promovieran por su excelente trabajo y su desempeño académico.

Nunca antes se había sentido tan bien en su trabajo, todo había mejorado después de ser seleccionada para el curso especial de mejoramiento laboral, había sido la mejor de entre 15 seleccionadas, 10 días de ardua capacitación pero ahora todo era mejor.

Por fin el ultimo juego de archivos y podría irse a descansar, el teléfono de la oficina empieza a timbrar, dos, tres, cuatro repiques y ellas termina por contestar de mala gana, una voz de hombre llega por el teléfono después de contestar ella.

– Mónica?

– Sí soy yo, en que puedo ayud…

Justo antes de terminar de hablar, una frase dicha por la voz hace que todo lo demás deje de importar, su mirada queda extraviada y toda su atención queda limitada a la información que recibe en el teléfono. Al colgar olvida la llamada y termina de archivar los expedientes, se dirige la baño de la oficina tardando solo unos minutos, sale recoge sus cosas y va al estacionamiento.

Sale en su auto y por una extraña razón decide ir al lado sur de la ciudad, que tonta como pudo olvidar entregar el paquete que le pidieron llevar, bueno ya estaba de camino al lado sur, haría la entrega y volvería a casa justo para ducharse y dormir.

Al llegar estaciona el auto frente a un condominio de clase media alta, al llegar a la puerta se identifica con el portero y este le hace pasar, tomara el ascensor al piso 14, mientras espera en el lobby se incomoda al notar como el portero mira sin descaro su trasero y minutos antes no desvió ni un momento la mirada de su escote, le pareció muy grosero, pensó que si eso pasaba con una blusa y saco ejecutiva, no quería saber como le miraría con otras ropas. Toma en el ascensor y al salir se dirige a la puerta de uno de los apartamentos, solo toca dos veces y un hombre atiende la puerta.

– Buenas noches soy Mónica y vine a traerle un paquete

El hombre le observa muy atentamente y le hace pasar, ella entra al recibidor y el hombre le comenta.

– Así que eres Mónica, pues no veo que traigas nada en las manos

Mónica nota que es cierto y apenada baja la vista mientras dice:

– Disculpe que torpe soy, debí olvidarlo en el auto.

El hombre sonríe y le dice:

– Descuida soy amigo de Robert.

Un escalofrío recorre la espalda de Mónica mientras sus pezones se endurecen y su coño se humedece, su respiración se hace agitada, el hombre sigue sonriendo y al acercarse a la chica le ordena.

– Muéstrame el paquete

Sin vacilar Mónica desabrocha su falda que cae al suelo revelando que no lleva puestas sus bragas y subiendo sus manos se abre el saco y desabotona su blusa revelando sur grandes y redondos senos coronados con pezones rosados y erectos, no lleva puesto sostén.

Abriendo las piernas y con sus manos sosteniendo sus grandes senos le dice al hombre.

– Esto es para usted

– Pareces estar bien entrenada, ¿dime que puedo hacer contigo?

– Estoy bien amaestrada, mi cuerpo es tuyo para tu placer en toda la siguiendo hora, solo soy una boca, un coño, un culo y un par de tetas.

El hombre tomándola contra la pared desliza dos dedos dentro del coño y su otra mano masajeando uno de sus senos, empieza a besarle el cuello y la cara, se hace notable el nivel de excitación de la chica y el hombre la voltea contra la pared presionándola contra ella con una mano detrás de su cuello y con la otra mano acaricia y abre las nalgas de la chica.

– Eres una niña muy mala, no llevas ropa interior

Con un tono de excitación y deseo la chica responde

– Las perras amaestradas no tenemos por que usar ropa interior

El hombre se aleja de ella y se sienta en un sillón de la estancia junto a una mesita de gavetas y una lámpara. La chica voltea y le mira con lujuria, el hombre con un gesto de manos de señala el piso y Mónica obedientemente cae de rodillas al piso, termina por quitarse el saco y solo faltan dos botones de su blusa por soltar, el hombre abre el cierre de su pantalón y saca su pene acariciándolo con una mano bajo la atenta mirada de Mónica que no puede pensar en nada mas que tener ese pene en su boca, el hombre ordena

– Ven aquí y enséñame que tan puta eres

Mónica se pone en cuatro patas y gatea hasta el sillón, la verga erecta del hombre se levanta frente a su rostro, ella empieza a aspirar su aroma, luego pasa sus mejillas a cada lado de la verga, sigue a cuatro patas y sacando su lengua empieza a lubricar toda la verga de su macho, de su dueño, en su mente ya no es un hombre, el es su dueño y ella ya no es una chica ella es una perra sumisa hambrienta de ganas por mamar, abriendo su boca engulle la verga de su macho y empieza a bombear arriba y abajo, el hombre coloca sus manos en su cabeza y marca el ritmo de la mamada guiando sus movimientos, arriba y abajo arriba y abajo, Mónica no puede contenerse y su coño es una fuente de líquidos, húmeda como una perra en celo.

El hombre ahora con su mano izquierda mantiene en un bolillo el cabello de Mónica y con la mano derecha abre una gaveta de la mesa al lado del sillón, saca un collarín de cuero con hebilla de plateada y una argolla redonda, que fácilmente coloca en el cuello de Mónica mientras ella sigue empeñada en dar el máximo placer que su boca puede darle a su verga, el hombre empieza a levantarse sin que la chica deje de mamar su verga, al estar de pie coloca una cadenilla de metal en la argolla del collar y le ordena detener la mamada.

Mónica se mantiene de rodillas en el suelo, con sus nalgas descansando sobre sus tobillos y sus manos cruzadas en la espalda, solo mantiene puesto la blusa de seda blanca con dos botones por abrir y sus zapatos de tacón negros, su espalda se arquea hacia delante para ofrecer a su macho sus enormes tetas que necesitan ser tocadas, su mirada al piso como una buena sumisa y su boca abierta esperando ser llenada, del borde de su labio escapa un hilillo de saliva mezclada con liquido preseminal.

Para él es todo un espectáculo ver a esa chica domesticada y entrenada, de rodillas frente a su macho, esperando la siguiente orden, con su collar y su cadena como una mascota.

El hombre tira de la cadena y sin mediar palabra Mónica cae en cuatro patas y le sigue como una mascota para entrar en el dormitorio, allí es subida a la cama y en medio de ella toma nuevamente la posición de sumisión anterior. El hombre termina de quitarle la blusa y se coloca frente a ella y con una mano en su culo y otra en su cuello le dice

– Eres mi perra

Mónica se coloca sobre su macho y empieza a ser penetrada, el bombeo, el ritmo de sus caderas y el vaivén de sus senos se mezclan con sus gemidos y las ordenes que le da su macho, al igual que las frases tan humillantes que le dice, que muy por el contrario de ofenderla la hacen sentirse mas y mas excitada, mas perra, mas sumisa, en su mente solo es eso una perra, una y otra vez mientras es penetrada y usada, la misma frase se repite en su cabeza… “soy una perra, solo soy una boca, un coño, un culo y un par de tetas… soy una perra, solo soy una boca, un coño, un culo y un par de tetas…”

Cuarenta minutos después ambos cuerpos desnudos están en la cama el hombre acostado boca arriba mirando encantado como su perra de la noche sigue semiaturdida acostada boca abajo al final de la cama, puede ver su espalda y culo desnudos, con sus senos aplastados por su propio peso contra la cama y las piernas de su macho, mientras que su boca sigue abierta reteniendo la ya flácida verga de su macho después de haberla limpiado de su semen y los jugos de su coño.

Mónica termina por despertar y se levanta de la cama recogiendo sus ropas se va vistiendo poco a poco mientras su macho la observa vestirse, al finalizar regresa a la estancia y toma su falda del suelo, el hombre esta allí para despedirla y con un movimiento rápido la pone contra la puerta deslizándole dos dedos en el coño, mientras la masturba del dice:

– Has estado fantástica puta… espero volverte a ver pronto

– Gracias por preferir nuestro servicio, para una próxima sesión ya sabe a quien llamar…

El hombre saca su mano de debajo de la falta y le coloca los dedos húmedos en frente de la cara de Mónica que rápidamente los engulle y limpia completamente con su lengua y boca.

Saliendo del edificio se dirige a su auto y entra en el y al poner en marcha el motor Mónica pasa sus manos por su cara y mira su reloj, otra noche saliendo tarde de la oficina, bueno bien dicen que el tiempo vuela… Un sabor extraño en su boca la hace pensar, decide abrir su cartera y mientras saca unas mentas, pasa por alto un sostén de encaje rosa y unas bragas a juego que están guardadas en su bolso. Guiando el auto a la calle pone rumbo a su casa y en su mente por fin hay tranquilidad al pensar en una próxima ducha y unas horas de sueño reparador.
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR ESCRIBIDLE A:
blackfires@hotmail.com

 

Relato erótico: “Mis colegas me invitaron a un pub” (PUBLICADO POR PEDRO)

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 cuñada portada3Mis colegas me invitaron a un pub, donde celebramos  nuestro primer mes trabajando, después de terminar la facultad, nos IMG_0043reunimos con otros de generación, entre ellos esta Carmen, nunca quise nada con ella, claro que fue por mi novia Manuela, esa cubata tenía algo,  no recuerdo como regrese al chalet de mis padres, al despertar una de mis manos acariciaba el pecho de alguien, mi boca besaba el hombro, mi mano derecha acariciaba la entre pierna, mi pinga estaba alojada dentro de la vagina de Carmen, fue a la que vi al abrir los ojos

 

  • Me tienes enganchada a ti, solo una vez mas

 

no pude decir nada, respondí  mordiendo su hombro, mi mano ataca con fiereza su clítoris, me moví lentamente aumentando  la velocidad de la penetración, tanto como ella tuviera un orgasmo, pero sin correrme, aguantando, en el segundo caímos los dos sin respiración, esperando a recuperarnos,  por fin estábamos listos, nos me timos al baño los dos,  puse el agua a temperatura, moje su cuerpo, me hecho  jabón liquido en las manos, para untarlo por su cuerpo,  aprovechando para recorrer su cuerpo,  mis manos bajan por su cuello, recorren sus hombros, acarician los pechos,  aprietan los pezones,  es como si fueran dos bocas,  chupándolos,  tratando de sacar el lácteo, que no saldrá, bajan por su estómago, las dos van por su pierna izquierda, no toco su entre pierna,  ahora siguen con la otra, hacen lo mismo, el rose me pone a tono,  la tenía algo morcilla, mis manos parecen tener vida propia, una va directo a su pecho, la otra al clítoris, ella dirige mi pinga a la entrada, la envisto contra la pared,  la penetro lentamente, ella calla sus gritos y gemidos con mi boca, las piernas le fallan, la tengo sujeta contra la pared

 

  • Para,  con solo rozarme me viene el orgasmo, acabemos de bañarnos

 

Alcanzamos los dos el orgasmo,  estamos recuperándonos,  cuando tocan la puerta del baño

 

  • Carlos, baja listo para almorzar,  igual tu amiguita,  hablamos de lo que paso

  • Mama,  no tengo a ninguna amiguita

  •  Quieres que entre para verificar

  • Ahora bajamos

 

Apuro abañarnos,  ahora cada uno se baña,  terminamos,  vestimos,  bajamos, veo a mi padre y Mamá, ellos  fueron por se parado a una  escuela católica,  por lo cual me dijeron al terminar

 

  • Carlos, vamos  a casa de ella a pedir su mano,  te casas

  • No es necesario señora

  •  Que no, si estuvieron toda la noche juntos

  • Eso es normal …

  • Nada, no me hagan decir,  fornicaron como animales

  • Tu madre tiene razón

  • Papá,  solo dormimos

  • Si ella no dejo dormir,  con tremendos gritos,   parecía que la mataban

 

Marchamos al chalet de los padres  de Carmen,  donde nos comprometimos, en un mes  nos casamos,  a la semana, vino mi abuelo,  lo acompañe hacer unas cosas, resolver según unos asunto  por la tarde noche fuimos,  a visitar a una amiga, la cual resulto ser una tía  de treinta y pocos años, bastante guapa, vestía una fina bata,

 

  • Hijo, dale un beso a esa tía

  • Que este, es un crio

  • De crio, solo la cara, es todo un hombre

  • Veremos

 

Llegaron otras tías, se hizo una como reunión de amigos, parecían conocer al abuelo, baile con Mercedes un rato, no sé porque, pero me sentí mal a la cuarta cubata que bebí,  por lo regular tomo más de ocho, comienzo a no razonar,  pero con esto, creo que algo le pusieron,  eso lo recuerdo, cuando un cuerpo está junto al mío,  agarro un pecho, mi mano lo masajea como si quisiera ordeñarlo, fuera una boca de un lactante hambriento, la otra mano, realiza algo parecido, pero con el clítoris,  no lo deja de acariciar, el cual responde, su dueña con gemidos

 

  • Estas despierto, no me dejas descansar, esto es imposible como puedes, hace un rato lo hicimos, parece que no tienes satisfacción, en ese caso

 

Se sube encima de mí, me agarra la pinga

 

  • La tienes como la primera vez que lo hicimos,  con este baile te sacare todas las ganas

  • Eso que tiene que ver

  • Si no me preñaste a noche, ahora sí que lo haces

 

Se penetra lentamente, se mueve como las diosas, no entiendo su movimiento,  pero es una dulce sensación de martirio,  no quiero correrme, con eso ella misma se mata de placer, logramos tener el goce juntos,  caemos rendidos felices, casi sin aliento, parece que nos fuimos de este mundo, solo para después de un rato, recuperados me dice

 

  • Levántate, vamos a bañarnos, tienes que irte pronto, tu junto con nuestro hijo,  los amare, igual les amamantare, con el cariño de una madre, solo que tú me harás feliz,  haciendo me el amor,  no seré de otro, solo te pertenezco  a ti

  • No inventes

 

Me lleva para bañarme, claro ella también, salimos, visto mi ropa, salgo del cuarto, mi abuelo nos espera

 

  • Como les fue

  • Me dejo enamorada,  le pertenezco en cuerpo alma,  seguro me preño,  te daremos un nieto

  • Como que un nieto

  • Bueno,  es difícil de contar

  • Mi madre era joven como tú, cuando tu abuelo la conoció, de eso nací, él estaba casado con tu abuela,  mi madre se hizo cargo del negocio, como sabes este lugar es una casa de citas

  • No lo sabia

  • No se lo habías dicho

  • No trate de decirlo pero …

  • Mi amor, era tu primera vez,  fui quien te lo hizo …

  • No,  en menos de un mes, me caso

  • Tu a noche te casaste conmigo,  no había juez,  te amo

  • Carlos, tu padre no es adecuado para este trabajo, nadie puede hacerlo como tu

  • Tú eres mi…  digamos sobrino, creí que podrías ser mi hermano, eso cambia todo, quiero la parejita, te juro que los cuidare,  ellos nunca deben saber de esto, te amo mi amor quiero ser feliz contigo

  • Espera,  como sabes que te preño

  • Son mis días

  • Nos vamos,  hablare contigo después

  • Mi amor,  te amo,  te daré dos hijos, la parejita

 

Salimos del lugar, regresamos al chalet de mis padres, desde ese día tengo digamos, dos esposas, cuatro hijos, mi abuelo al año murió, creo que fue feliz, su hija, mi tía, dejo el negocio a otra persona, claro que ella sigue siendo quien lleva las cuentas .

 

  • : marcho con los colegas a un pub no se que tenga una cubata me pierdo, al despertar, estoy con mi polla dentro de Carmen, mis padres me obligan a casarme con ella, mi abuelo llega de visita me lleva según a resolver unos asuntos
 

Relato erótico: “Decisiones” (PUBLICADO POR SIBARITA)

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 me darías 2

De hoy dependen muchas cosas y mi decisión esta tomada pues tengo que ganar a toda costa, Sin títuloporque lo que está en juego es importante. El Consejo de Administración está ya reunido, tan solo esperan mi presencia para iniciar el debate, y sé que no hay ni uno solo de los miembros al que pueda considerar como aliado. Forman todos parte de la camarilla que pretende despojarme de mi puesto y mis propiedades. Los he estudiado a todos muy a fondo, buscando incluso sus secretos más escondidos, sus debilidades, los puntos por los que puedan ser atacados con posibilidades, y no hay muchos, son viejos, puritanos, insaciables, casi ni son humanos. Todos iguales o casi, solo uno es distinto, el más frio, el más despiadado y también el más joven con sus cincuenta y pico de años, el que más poder tiene y quien orquesta y dirige la batalla contra mí.

Es realmente el que tiene la decisión suprema, y en él está mi arma, la única que tengo contra ellos; claro está que no lo sabe, se considera invulnerable y voy a demostrarle que ese planteamiento está muy lejos de la realidad, aunque para ello tengo que apartar todos mis escrúpulos.

Me he mentalizado y vestido a propósito para la ocasión, una blusa beige de ganchillo, totalmente calada, con escote en barco desde los hombros, sujeto con un cordón que ata con un lazo en el frente. Una minifalda negra completa el conjunto, ya que no llevo medias, tan solo una tanga negra muy pequeña y casi transparente, y un par de zapatos negros, de altos tacones, que hacen mis piernas mas estilizadas. Maquillaje normal en tonos naturales, solo mis ojos realzados de forma más intensa.

Es el momento de hacer mi entrada en el salón donde están reunidos, oigo el murmullo de sus conversaciones y sus risas, pero antes de abrir la puerta me queda un último detalle. Desato el cordón que cierra mi blusa, abro el escote y lo hago descender por uno de mis hombros descubriendo completamente uno de mis pechos, y al hacerlo y solo con pensar lo que iba a suceder de inmediato, el pezón se endurece y destaca más de lo normal.

Abro la puerta y, como esperaba, todos vuelven sus cabezas hacia mí. Se abren las bocas de todos ellos, el asombro no les deja decir palabra, y antes de que reaccionen, me dirijo a la mesa, me vuelco sobre ella, al hacerlo ya no es un pecho lo que muestro, ahora son los dos que quedan totalmente descubiertos y a la vista de todos, y le hablo al Presidente, a mi peor enemigo.

Quiero hablar contigo, en privado y ahora, le digo acentuando aun mas mi postura, con lo que mi blusa cae literalmente hasta mi cintura.

Con los ojos desorbitados fijos en mis pechos, y aun sin poder decir palabra, el gran JL asiente con la cabeza y se levanta de su sillón, ignora a todos los presentes y agarra mi mano para tirando de ella, salir del salón de reuniones.

No se ha cerrado aun la puerta tras de nosotros cuando se vuelve hacia mí, me atrapa entre sus brazos y me besa como un verdadero hambriento; su lengua abre mi boca y trata de llegar hasta mi garganta. Allí mismo, en el pasillo, desciende sobre mis pechos los lame, los aprieta, los muerde, mientras con una de sus manos trata de llevar las mias hacia su bragueta y sienta una polla dura como una roca y de considerables dimensiones.

Le fuerzo a separarse de mí, estaba tan sumamente excitado que hubiera sido capaz de desnudarme y follarme allí mismo en el pasillo, y tiro de el para llevarle hasta su propio despacho, pasando ante su asombrada secretaria y varios empleados, con la blusa por la cintura y los pechos al aire.

Apenas habíamos entrado cuando toda mi ropa, y la suya, estaba por el suelo. Arrodillado trataba de meter su cara entre mis piernas tratando de llegar a mi clítoris, sus dedos penetraban mi vagina, un dedo que trataba de llegar hasta el fondo, dos dedos, tres, después su polla que restregaba contra mi buscándo  meterse, cosa que yo no estaba dispuesta a permitirle, de forma que con leves movimientos, aparentemente involuntarios, hacia que su polla resbalase sin lograr penetrarme.

Sentía como su excitación crecía por momentos, y con ella su furia al no lograr la penetración que quería, en un momento se coloco a mi espalda y volcándome sobre la mesa comenzó a acariciar la entrada de mi ano; estaba muy claro su propósito y mas aun cuando sentí que metía sus propios dedos en su boca para llenarlos de saliva, dirigiéndoles después a mi culo y empezar a acariciarlo para penetrarme con su dedo. Sabía de antemano que ese iba a ser el momento mas peligroso, pero tenía que evitarlo a toda costa y así lo hice, retirándome bruscamente. Allí estallo toda su violencia y maldad, gritaba todas las groserías imaginables, me amenazaba con llamar a sus guardaespaldas para que me violasen entre todos, pero había pensado y previsto todas las posibilidades y aun me quedaba un arma para acallarlo y acabar con su furia. No podía permitir que me follase ni que me la metiera por el culo, lo segundo nunca lo hubiera permitido a nadie, y lo primero, si le hubiera dejado follarme, una vez logrado su objetivo, hubiera perdido su interés ya que su reto era poseerme. Me quedaba un arma y la puse en practica sin reparo, mientras continuaba gritando tome su polla entre mis manos y comencé a masturbarle hasta que se le puso tiesa como a un burro, le hice tumbar sobre el sofá mientras seguía con mis movimientos logrando que cesasen sus gritos. Comencé a besarle en el pecho, bajando lentamente hasta su vientre, aceleré los movimientos de mi mano en su polla hasta conseguir que el levantase sus caderas al ritmo que mi mano le marcaba; mis labios besaban ahora su bajo vientre, le acariciaba los testículos, aproximándome cada vez mas a su polla, hasta comenzar a darle pequeños besos sobre ella para acabar tomándola en mi boca poco a poco, después bajando sobre ella hasta tenerla por completo atrapada. Ahora si le deje libre para follarme, aunque tan solo follaría mi boca y así lo hizo, inicio un mete y saca cada vez más acelerado, más urgente, pero tampoco estaba dispuesta a tragarme su semen y, cuando sentí que ya no podía retenerse más, fui yo la que me retire a tiempo, recibiendo en mis pechos toda su descarga.

Se había vaciado por completo, y aun así, ahora trataba de darme la vuelta para meterme su polla babeante por el culo, pero ya no tenía fuerza para nada y, con la promesa de una cita para el día siguiente, en la que le dejaría hacer todo lo que quisiera, nos vestimos como pudimos y dimos por terminada la sesión.

Al día siguiente se presentó en mi despacho, lo hizo después de haber dado órdenes a su gente, para que todo el mundo desalojase los locales y se cerrasen las oficinas, dejando libre todo el edificio, en cuyo último piso hay un apartamento de uso exclusivo para que descansen los directivos, si alguna vez deben pasar la noche allí, aunque realmente es el picadero del Gran Jefe que, por supuesto, pensaba usarlo conmigo, en plan amo y esclava.

Nada mas entrar en el despacho vino hacia mi en plan de propietario absoluto, me atrapo entre sus brazos agarrando mis tetas y las descubrió desgarrando mi blusa y el sujetador que llevaba puesto. Sin soltarme, me llevo hasta el apartamento, haciendo que por el camino quedara el resto de mis ropas tiradas por el suelo. Me hizo caer sobre la cama y, a toda prisa, se desnudo a su vez para montarse sobre mi, entre mis piernas, y sin preámbulo ninguno clavar su verga en mi vagina. Lo hizo sin ningún escrúpulo, sin tomar protección alguna y sin preocuparse de que yo tuviera o no el menor placer en ese acto, solo le interesaba su propio placer, y para ello bombeaba cada vez mas fuerte y mas profundo, como si pretendiera llegar con su polla desde mi vagina hasta mi garganta. No era delicado en absoluto, era solo una bestia desatada que hubiera querido follar y follar hasta reventar y reventarme, por lo que no le importo en absoluto, no variar de postura en todo lo que tardo en correrse dentro de mi. Lo único que le importaba era él mismo y para ello no paro de bombear como una maquina, hasta que hizo explosion con una descarga tan abundante que su semen chorreaba de mi vagina en grandes cantidades.

Afortunadamente, es un hombre que tarda bastante en recuperarse después de una corrida como la que había tenido, lo cual no impedía que porfiase y tratase de meterme su polla por el culo, pero entre que no se le volvia a poner tiesa, y mis movimientos, no pudo conseguirlo. En mis planes tampoco entraba el darle todo lo que quisiera, sino lo estrictamente imprescindible.

Tenia que hacer pasar el tiempo, de modo que me dedique a pasear mis manos por todo su cuerpo, El estaba mas  desesperado a cada momento y su desesperación hacia que aun le fuese mas difícil conseguir la erección que deseaba, me pedia que le masturbase, que metiera su polla en mi boca, y yo le complacía hasta que comenzaba a sentir un conato de endurecimiento, momento que un pequeño tiron de la piel que normalmente cubria su prepucio, un ligero roce de mis dientes, cualquier pequeño truco, bastaba para que su nonata erección se viniera abajo.

Claro esta que no podía mantener esa situación por mucho tiempo y llego el momento en que tuve que comenzar a hacer las imprescindibles concesiones para seguir adelante con mi plan. Ahora tenia que darle naturalidad y realismo a lo que hasta ese momento había sido pura actuación, asi que haciendo abstracion de mis escrupulos, me volqué sobre sus genitales acariciando sus testículos con mis manos, tome su polla con mis labios y la hice entrar completamente en mi boca, al mismo tiempo que le masturbaba variando la cadencia para excitarle a tope. No era necesario ni variar de postura, lo que le interesaba era su propio placer, el mio ni se lo planteaba, asi que tuve que hacer milagros para que no se corriera muy rápidamente, aunque cuando llego el momento, tuve que tragarme todo su semen y encima fingir que me gustaba.

Al cabo de minutos ya estaba de nuevo encima mio, pero con su polla arrugada no llegaba ni a tocarme, me dio la vuelta para que fuera yo quien estuviera encima; con ayuda de su mano buscaba conducir su polla hasta la entrada de mi vagina, se paso mas de diez minutos tratando de frotarme con ella, me abria con sus manos tratando de meterse y, ni aun asi podía conseguirlo, de tan agotado como estaba, y en esa posición nos sorprendieron cuando se abrió la puerta con violencia, cuando entro todo un gentío en la habitación, su mujer y sus hijas, sus padres, sus compañeros del Consejo y un selecto grupo de periodistas y fotógrafos, que se encargaron de inmortalizar el momento., en especial con una foto que guardo con cuidado, el estaba de frente a la cámara, desnudo, encogido y luciendo entre sus piernas un pequeño y lastimoso colgajo.

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  • : Las batallas en las altas finanzas son mortales
 

Relato erótico: “Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos 5 (POR GOLFO)

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verano inolvidable2
Con el recuerdo de ese video en mi mente, me subí a la limusina que me llevaría hasta la Sin títulonotaría. Saber que allí me encontraría con Ana, me mantenía totalmente excitado. No en vano, gracias a mi difunto tío tenía en mi poder una serie de películas en las qué Evaristo inmortalizó el emputecimiento de mi prima. Si la primera mostraba la perversión de ese viejo al grabar a una inocente muchacha sin que ella lo supiera, la segunda era la demostración de hasta donde llegaba sus ambiciones, ya que esa filmación perpetuó el momento en el que ella aceptaba ser su “putita para todo” a cambio del cincuenta por ciento de su herencia.
Si de por sí eso ya representaría un escándalo si le diera publicidad y lo divulgase por las redes, lo más esclarecedor de ese video fue comprobar que al final mi querida Anita, la famosa ejecutiva, disfrutó de esa primera sesión. Aunque en un principio nuestro tío la forzó a hacerle una mamada, la sensación de sentirse su cuasi esclava le fue gustando y al terminar mientras la sodomizaba, era ella quién pedía más.
«¡Tiene alma de sumisa!», pensé descojonado al recordar nuestros enfrentamientos, «su mala leche hacia mí es solo fachada».
Para su desgracia, además de toda esa evidencia gráfica, tenía otra arma a mi favor. A través del sistema de espionaje que Evaristo había dejado montado y del cual solo yo tenía conocimiento, me había enterado de la atracción que sentía por mí desde hace años.
«¡La tengo agarrada de las tetas y no lo sabe!», sentencié de buen humor de camino hacia donde formalizaría la aceptación de esa herencia. Por muy mal que me fuera con el notario, tenía la seguridad que, aunque lo intentaran, Ana y Teresa serían incapaces de escamotearme el dinero que el difunto me había dejado.
Pero en ese momento lo que realmente me tenía cachondo, era tener la seguridad de que esa “gatita” y su secretaría serían mías. Con los videos, con sus sentimientos hacia mí y con lo que sabía de sus planes, era imposible que esas dos pudiesen evitar convertirse en parte de mis propiedades.
“Su destino está irremediablemente unido al mío”, decidí mientras me dedicaba a observar las calles de Manila a través de los cristales…

La notaria.

Manila es una ciudad de contrastes donde los barrios pobres se alternan con otros donde el lujo se palpa en cada acera. Por eso cuando el chofer se internó en Makaki city, supe que era donde se hallaba nuestro destino por el gran número de rascacielos que se aglutinaban en unas cuantas manzanas.
“Es como el barrio de Salamanca de Madrid”, me dije al ver las tiendas de marcas que se sucedían sin parar y comprobar que las gentes que deambulaban por sus calles parecían ser de clase alta.
Por ello, no me sorprendió que parara frente a un elegante edificio de oficinas con claras connotaciones neoyorquinas.
«Bien podría estar en la quinta avenida», concluí al entrar y admirar el exquisito lujo con el que estaba decorado. Tras lo cual me dirigí al ascensor que me llevaría hasta la notaría.
Nada más traspasar su puerta, una secretaría salió a mi encuentro y me llevó a una sala donde me encontré con Ana. Mi “amada prima” seguía molesta y ni siquiera se dignó a contestar mi saludo, pero me dio igual pues al ver que se había cambiado de ropa, comprendí que mi comentario sobre su femineidad le había afectado. Olvidando la ropa de ejecutiva agresiva de esa mañana, se había puesto un coqueto vestido con el que dulcificaba su aspecto.
«Será una cabrona pero está muy buena», decidí tras contemplar brevemente la belleza de sus curvilíneas formas.
Ajena a mi examen, se la notaba tensa y queriendo incrementar su cabreo, me acerqué a ella y le murmuré al oído:
― Vestida como mujer, hasta tienes un polvo.
Mi burrada la sacó de sus casillas e indignada, me intentó soltar un guantazo. Guantazo que no llegó a su objetivo porque, agarrando al vuelo su mano, lo paré sin problema. Tras lo cual y aprovechando que la tenía sujeta, aproveché para arrimarme a ella y mientras pegaba mi cuerpo al suyo, le dije:
―Que sea la última vez que lo intentas… gatita.
Curiosamente se quedó paralizada al escuchar en mis labios el mote con el que la había bautizado Evaristo. Tardé unos segundos en asimilar su reacción ya que en su cara se mezclaban la indignación por mi falta de tacto y una especie de deseo que intuí era producto de la “educación” a la que había sido sometida por el difunto.
―¿Cómo me has llamado?― chilló ya repuesta.
Muerto de risa, dejé caer mi mano por su trasero mientras contestaba:
―Gatita― y recreándome en su turbación, pregunté:― ¿Acaso te molesta que te llame así?
Roja como un tomate, se separó de mí y buscó crear una frontera física entre nosotros, cambiándose de sitio y tomando asiento al otro lado de la mesa.
«La he puesto de los nervios», cavilé viendo su agobio pero entonces al descubrir que bajo la tela de su vestido sus pezones se le habían puesto duros, comprendí que me había equivocado y que no estaba nerviosa sino excitada, cayendo en la cuenta que tras años de aleccionamiento, ese sobrenombre estaba asociado en su mente al sexo y que contra su voluntad, Ana se había vuelto a sentir una sumisa.
«¿Será así o estoy fantaseando?», me pregunté mientras en mi cerebro, mis neuronas se ponían a trabajar. Queriendo comprobar ese extremo, me senté junto a ella y posando mi mano sobre una de sus piernas, me disculpé diciendo:
―Gatita, siento lo de esta mañana. Reconozco que me he comportado como un idiota al insinuar que eras un marimacho. ¿Aceptas cenar conmigo esta noche?
La estricta ejecutiva me hubiese mandado a la mierda pero su naturaleza dócil, afianzada por el adoctrinamiento, le hizo suspirar al sentir mis dedos recorriendo la piel de su muslo y con una voz casi inaudible, me contestó:
―Me encantaría.
Sabiendo que estaba indefensa ante mis caricias, seguí manoseándola a mi antojo sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo. Es más, cuando el notario hizo su entrada y nos levantamos a saludarlo, noté un deje de disgusto al sentir que mi mano se retiraba de su pierna.
«La tengo en mi poder», me dije al constatar que al volverse a sentar, me miraba con ojos tiernos mientras disimuladamente se subía la falda, dejando mayor porcentaje de su muslamen a mi alcance.
«No me lo puedo creer, ¡Desea que la siga tocando!», asumí y cediendo a lo que dictaban mis hormonas, reinicié mis toqueteos pero esta vez, con mayor audacia.
Obviando al viejo que siguiendo el formalismo de la ocasión, nos iba haciendo entrega de unos papeles que debíamos firmar, mis dedos se dedicaron a recorrer el interior de los maravillosos jamones con los que la naturaleza había dotado a esa mujer.
«Está cachonda», divertido concluí al observar el brillo de sus ojos mientras se mantenía inmóvil disfrutando de mis caricias. Su entrega despertó mi lado perverso y por ello incluso mientras firmaba la aceptación con la derecha, con la izquierda mantenía ese jueguecito cada vez más cerca de su sexo.
Demostré hasta dónde llegaba la sumisión de mi prima cuando al ser su turno, mis yemas llegaron a la tela de sus bragas y me encontré su coño totalmente encharcado. Ana al notarlo, con una mirada, me imploró que parara pero negándome a satisfacer sus deseos, acaricié esos húmedos pliegues mientras mi rostro lucía una sonrisa sin igual.
Ya estaba lanzado a conseguir la completa claudicación de mi prima por medio de su orgasmo cuando, desgraciadamente, el notario dio por concluida su presencia en la reunión, diciendo:
―Habiendo aceptado la herencia ambos herederos solo me queda cumplir un último trámite pero en este caso solo le incumbe a usted, Don Manuel.
Ana vio en esa sugerencia una salida y por eso levantándose, la aceptó de inmediato. De forma que solo pude despedirme de ella, recordándole la cena mientras en mi interior lamentaba que se me hubiese escapado viva:
«La próxima vez haré que me ruegue ser mía», sentencié cabreado.
Una vez solos, el viejo me hizo entrega de un video y con tono profesional dijo:
―Don Evaristo me pidió que una vez aceptase ser su heredero, debía ver el mensaje que le ha dejado grabado― tras lo cual señaló un reproductor y excusándose que era algo privado, desapareció por la puerta.
Intrigado por el contenido de lo que iba a ver, metí el casete y me senté a contemplar lo que ese casi desconocido familiar quería decirme. Reconozco que me entristeció ver lo jodido que estaba ese hombre desde la primera imagen. Tumbado en la cama y conectado a una botella de oxígeno, Evaristo esperó unos segundos antes de hablar ante la cámara:
―Manuel, si estás viendo esto, es porque definitivamente estoy muerto― fue su nada sutil saludo.
Por la inflexión de su voz, sospeché que ese anciano increíblemente estaba disfrutando mientras grababa el mensaje. Parecía como si con ese paso, se liberara de algún modo de un peso y por eso, no pude más que concentrarme en sus palabras:
―Ya en el otro barrio, puedo al fin revelarte un secreto que me lleva martirizando desde el día en que me enteré de tu nacimiento. Sé que tu padre me odiaba…―desde el presente asentí al recordar la animadversión que mi viejo sentía por él― …y tenía razón al hacerlo porque no en vano en vano, ¡fui yo quien dejó embarazada a tu madre!
Os podréis hacer idea de mi sorpresa al escuchar a ese capullo. Al arrogarse mi paternidad, también me estaba informando de los supuestos cuernos con los que adornado mi santa madre a su marido.
«¡No puede ser!», exclamé confuso. Todavía estaba tratando de asimilar sus palabras cuando desde el más allá, el “tío” Evaristo me soltó:
―Aunque distante, siempre he velado por ti. Como a buen seguro no me creerás, quiero hacerte una pregunta: ¿cómo con el sueldo de mierda que ganaba, el que fungió como tu padre, pudo pagar la casa donde vivía con vosotros?…. Es fácil, ¡se la pagué yo!
Durante toda mi vida había pensado que ese caserón era una herencia y por eso mis dudas ante esa afirmación se fueron disolviendo poco a poco. El golpe definitivo con el que reafirmó mi origen fue cuando ese maldito sexagenario mostró ante la cámara unas fotos de él con mi madre semidesnuda en la cama.
―Tu madre era demasiado mujer para el eunuco de su marido― riendo a carcajada limpia, me soltó.
Indignado hasta la médula, estuve a punto de apagar el puñetero televisor y mandar de esa forma a la mierda a ese anciano pero justamente cuando ya me había levantado, desde el infierno, Evaristo prosiguió diciendo:
―Ahora ya sabes por qué te he dado el cincuenta por ciento de mi dinero. No fue por tu cara bonita ni por tu escasa inteligencia: ¡te nombré mi heredero por ser mi único hijo!
«¡Qué te den!», mascullé encolerizado, ese malnacido podía haberme engendrado pero mi verdadero padre era el otro.
En la pantalla, su sonrisa de oreja a oreja me anticipó que las sorpresas no habían acabado y por eso permanecí atento cuando el difunto reinició su discurso:
―El otro cincuenta por ciento se lo he dejado a la puta de tu prima pero no por el motivo que crees. Me imagino que piensas que se lo he dado por ser mi amante; ¡te equivocas! La he nombrado heredera no solo porque es una chavala inteligente y capaz sino porque lleva en su vientre a mi… nieto.
«¿Qué ha dicho?», me pregunté al escuchar esa afirmación. Durante unos segundos, me quedé paralizado. Si creía a ese cabronazo cuando afirmaba que yo era su único vástago, eso significaba que el bebé de Ana era mío.
«¡Es imposible!», me dije dudando por primera vez de la salud mental de ese anciano.
Cómo si me hubiese leído el pensamiento, desde su tumba, Evaristo me espetó:
―¡No estoy chocho! Cómo comprenderás soy demasiado avaro para pagar tanto dinero por unos cuantos polvos― y haciendo un inciso, dijo: ―En el acuerdo que firmé con esa zorrita, ella se comprometió a dejarse inseminar con tu semen y así asegurar mi descendencia.
―¡Estás como una puta cabra!― exclamé en voz alta sin importarme que alguien pudiera oírme y encarándome con el fantasma que se había autoproclamado mi progenitor, grité a la pantalla: ―Ana y yo nunca hemos estado juntos.
Evaristo había previsto que iba poner en tela de juicio sus palabras y por eso nada más terminar de expresarlas, escuché que había grabado:
―No sabes lo fácil que me resultó conseguir preñarla. Solo tuve que pagar cien euros a una de tus putas para que te hiciera una mamada y recolectara tu esperma.
Si me quedaba alguna duda suspicacia sobre su veracidad, esta desapareció cuando me vi en la pantalla con Susan, una negra que solía pagar por tirármela.
«¡Qué pedazo de hijo de puta!», pensé, hundido, en el sillón. Era tal mi humillación que hasta me costaba respirar. Toda mi vida pasada se desmoronaba y para colmo, mi futuro estaba dictaminado por un muerto.
La ignominia que nublaba ya mi mente se exacerbó cuando a modo de despedida me soltó:
―Aunque no quieras aceptarlo, soy o mejor dicho fui tu padre y por eso me preocupé de dejar todo bien atado. No solo te he dado dinero y un hijo sino que también he instruido a Ana y a Teresa para hacerte feliz. Espero que sepas aprovecharlo…

Busco respuestas.
Cabreado, jodido y derrotado, me subí a la limusina. Esa mañana me había despertado creyendo que iba a recordar ese día como la fecha en que me había vuelto rico. Nunca pensé que quedaría en mi memoria como uno de los momentos más aciagos de mi existencia.
«¡Todo es culpa de Evaristo!», mascullé en la soledad de ese coche al tratar de asimilar toda la información recibida: mi padre no era mi padre, mi verdadero padre era mi tío mientras que el consideraba mi padre en realidad era mi primo. Para enmarañar más el asunto, el retoño que esperaba mi prima, no iba a ser mi sobrino sino mi hijo. Os juro que si llego a tomar el teléfono y contárselo a algún amigo, se descojonaría de mí pensando que era un acertijo.
«¡Menuda mierda!», concluí sin hacerme a la idea que mi propia vieja había sido su amante.
Lo que todavía agradezco fue que el tráfico de esa ciudad me diese la oportunidad de calmarme. Tras dos nuevas horas sumergido en ese caos, al llegar a la que ya era mi finca, me había tranquilizado y lo que es más importante, había tomado una decisión:
“Lo que había heredado era mío por justicia y pensaba disfrutar de todo como su legítimo dueño”
Tenía claro que eso incluía, además de las posesiones materiales, a Ana. Lo que todavía no comprendía era el papel de Teresa en ese asunto. Pero conociendo al cerdo manipulador que había sido mi supuesto progenitor, estaba seguro que si habían planeado mi matrimonio con ella, me encontraría con una nueva sorpresa. Queriendo saber y sobretodo conocer que me tenía preparado, decidí que quizás a través de sus videos personales podría encontrar una respuesta. Por ello, al llegar a la casa, me encerré en mi cuarto para revisar la extensa biblioteca que había acumulado Evaristo en vida.
Por primera vez en mi vida, me tomé mi tiempo y tras ordenarlos cronológicamente, decidí empezar con el titulado:
“ANA, sesión 2ª”
Mientras lo colocaba en el reproductor, volvió a mi mente con fuerza la forma en que había abusado de mi prima frente al notario. Su entrega solo se podía explicar por el proceso de adoctrinamiento que mi “tio” (todavía me constaba llamarlo padre) había impreso en esa mujer. Por ello, decidí revisar como lo había conseguido a través de las grabaciones que había dejado.
«Si entiendo como pensaba, sabré lo que me tiene reservado», rumié mientras me sentaba a contemplar esa segunda sesión.
El comienzo me desilusionó un poco al comprobar que la escena comenzaba con una imagen de Evaristo en la que era hoy mi habitación.
«¿Cómo es posible que a su edad siquiera siendo tan depravado?», me pregunté temiendo de cierta manera el haber heredado también sus genes.
Unos treinta segundos pasaron con una lentitud insoportable y cuando ya estaba a punto de adelantar la cinta, escuché que alguien llamaba a la puerta:
―Pasa― ordenó el viejo con tono serio sin levantarse de su silla.
Ana no tardó en entrar. Supe al verla vestida con una especie de túnica que mi prima había asumido su papel y cual vulgar sumisa venía a que su dueño la usara a su antojo.
―¡Quiero verte desnuda!― comentó satisfecho al verla pasar todavía vestida.
La mujer al escuchar esa singular orden, dejó caer los tirantes de su vestido y sin que se notara una reacción en el tipo, se quedó completamente en pelotas. Al no recibir ninguna instrucción, supuso que debía arrodillarse pero cuando ya iba a hacerlo, escuchó:
―No, quiero antes comprobar la mercancía.
Ni que decir tiene que obedeció de inmediato y en silencio esperó la ruin inspección del que era su familiar. Desde mi cama, me quedé observando con detenimiento la quietud con la que mantuvo el tipo. Contra lo que había pasado en el video anterior, se la notaba extrañamente tranquila. Quizás por ello, pude contemplar sin limitación alguna aspectos de su anatomía que se me habían pasado por alto.
«Lleva algo tatuado en una de sus nalgas», observé tan interesado como excitado al admirar su belleza.
Ana siempre había sido una muchacha guapa pero en los años que llevaba sin verla, se había convertido en una diosa de grandes tetas dotada de una sensualidad difícil de encontrar. Alta y delgada, del culo con forma de corazón que lucía se podía deducir que hacía mucho ejercicio para mantenerlo tan en forma.
Estaba mirando su estupendo trasero cuando vi cómo Evaristo se acercaba a ella. Decidido a humillarla, cogió los pechos de su sobrina entre sus manos y mientras los sopesaba, le soltó:
―Pareces una vaca.
Ana, consciente de su atractivo, levantó su mirada y con tono seguro, le contestó:
―Eso no es lo que opinan los hombres.
―No te he dado permiso de hablar― replicó el anciano molesto con la interrupción y decidido a castigar su osadía, con las yemas le asestó un duro pellizco en mitad de sus rosadas aureolas.
Mi prima, demostrando un valor nada desdeñable, reprimió un gemido de dolor y mordiéndose los labios, se mantuvo firme sin quejarse. Esa dureza de ánimo, azuzó al viejo que siguiendo con su inspección, palpó su liso vientre con un interés que comprendí al oírle decir:
―Si he alabado tus tetas es porque deseo que mi nieto se alimente bien― tras lo cual se magreando a la indefensa cría, señalando que por sus caderas no tendría problema en tener varios hijos mientras los pezones de la que ya era su sumisa se empezaban a contraer producto de la excitación.
Ese siniestro examen no se quedó allí y al llegar a su sexo, con disgusto comprobó que no lo tenía afeitado y usando ese hecho en su contra le espetó:
―A partir de hoy, lo quiero depilado.
Sumisamente, Ana le respondió que así lo haría sin percatarse que al hacerlo, le me había desobedecido. Fue entonces cuando el anciano le soltó el primer azote. Esa zorra me sorprendió al no quejarse ni hacer ningún gesto de dolor, todo lo contrario, en su rostro apareció una sonrisa. Esa actitud hizo saber a Evaristo que de algún modo le estaba retando.
“No debía haberlo hecho” pensé justo cuando en el televisor el decrépito hombre no lo pareciera tanto porque, con todo lujo de violencia, le soltó un par de bofetadas para acto seguido obligarla a arrodillarse ante él.
Curiosamente mi prima adoptó la postura de esclava sin que nadie se lo dijera y así esperó las órdenes de su amo. Al verla arrodillada y apoyada en sus talones mientras mantenía las manos sobre sus muslos, comprendí que o bien ese hombre la había aleccionado sobre cómo comportarse o bien mi querida pariente tenía más experiencia de lo que decía tener.
―Separa las rodillas― Evaristo le exigió.
Sin perturbarse y con la barbilla en alto, mostrando una buena dosis de arrogancia, Ana abrió sus piernas y sin esperar a que el anciano se lo ordenara, con dos dedos separó los pliegues de su sexo, dejándonos contemplar a él en directo y a mí en diferido, la belleza de su clítoris.
Mi “tío” se dio cuenta que estaba perdiendo la batalla, quería que esa puta se sintiera humillada y no lo estaba consiguiendo. Decidido a conseguir su rendición, le ordenó que le siguiera hasta la cama. Comportándose como una esclava perfectamente adiestrada, Ana siguió a su dueño gateando sin mostrar ningún tipo de vergüenza.
«Ya había jugado a esto antes», sentencié cuando escuché que le ordenaba que se quedara en esa postura.
Con una expresión de absoluta tranquilidad, esperó con sus manos apoyadas en el suelo y a cuatro patas el siguiente paso del anciano. Ese talante rayano en la insubordinación satisfizo a Evaristo que abriendo un cajón, volvió a su lado con un enorme consolador con dos cabezas y sin decirle nada, se los dio.
Ana, comprendió que se esperaba de ella y cogiendo el toro por los cuernos, se lo incrustó rellenando tanto su trasero como su sexo.
―Ponlos a máxima potencia― susurró su captor pensando quizás en cómo podría doblegarla.
Sin demostrar ningún tipo de resquemor, mi prima encendió el aparato y comenzó a meter y a sacárselo de su interior mientras a su lado, su nuevo amo sonreía.
«¿De qué se ríe?», pensé al creer que no iba a poder subyugarla. Bastante intrigado, me quedé mirando sin descubrir en ella ningún tipo de respuesta que no fuera el que sus pezones se le habían puesto duros con ese trato.
No tardé en percatarme de mi error pues tomando asiento, el viejo le soltó:
―¿Qué crees que pensará tu primo Manuel cuando se entere de lo puta que eres?
Mi prima que hasta entonces se había mantenido impertérrita, se mostró asustada y con lágrimas en los ojos, le rogó que no me dijera nada. Evaristo saboreando su triunfo cogió su móvil y sacando una serie de instantáneas, le soltó:
―No tengo que decirle nada. Le haré llegar estas fotos para que sepa qué clase de zorra es su primita.
Mientras en el presente yo no entendía nada, el que se autoproclamaba como mi padre, prolongó su sufrimiento a base de flashes y grandes risas. Una vez socavada hasta la última de sus defensas y mientras la mujer ya lloraba abiertamente, se recreó en el poder recién adquirido, comentando a su afligida sobrina mientras le soltaba un duro azote:
―Sé que estás secretamente enamorada de él por eso incluí esa cláusula en el contrato. Estaba seguro que al leerla, aceptarías.
Alucinado comprendí a lo que se refería: ¡Ana había aceptado ser su amante por la obligación de ser madre de un hijo mío! Vencida y teniendo la seguridad que de enterarme la repudiaría, gimió sin parar de berrear. Al oír sus llantos, Evaristo le ordenó que se acercara y una vez a su lado, le ordené que le hiciera una mamada.
Sumisamente, mi prima se agachó y liberando el miembro de su captor, abrió la boca para a continuación írselo introduciendo sin rechistar. Sintiéndose como una vulgar puta, no dejó de llorar mientras llevaba ese enorme trabuco hasta el fondo de su garganta. Las lágrimas que recorrían sus mejillas, me confirmaron su derrota y mientras cumplía a la perfección con la felación que su tío le estaba exigiendo, intenté recordar cómo y cuándo Ana se había podido enamorar de mí.
«Ni puta idea», concluí tras hacer memoria.
Se notaba a la legua que Evaristo estaba disfrutando de la mamada. Concentrado en lo que sucedía entre sus piernas, acariciaba la melena de su sierva mientras ella lamía con desconsuelo su miembro. En un momento dado, ese vil ser buscó remover los cimientos de esa cría diciendo:
―Me hizo gracia enterarme que fue Manuel quien te desvirgó. ¿Crees que no me fijé en el nombre que llevas grabado en el culo? Al verlo, no pude más que investigar porque la zorrita de mi sobrina se había tatuado así.
Sus palabras la hicieron palidecer y cerrando sus ojos, siguió mamando mientras a buen seguro, deseaba estar a miles de kilómetros de allí.
«Eso no es cierto, nunca he estado con ella», me reafirmé al enterarme de ese modo en qué consistía ese tatuaje, «¡me acordaría!».
Evaristo viendo el dolor de su víctima decidió hurgar aún mas en esa herida, diciendo en su oído:
―Gatita, sé que esa noche fue la más importante de tu vida, ahora dime: ¿qué sentiste cuando al día siguiente, tu primo ni se acordaba?
Defendiendo su recuerdo y con lágrimas en los ojos, Ana tuvo que sacar el falo que estaba mamado para contestar:
―No fue culpa suya, Manuel estaba borracho y como era una fiesta de disfraces, no me reconoció tras esa mascara.
«No puede ser, ¡era ella», exclamé desde la actualidad al recordar que, durante una juerga, me había ligado una tipa. Y haciendo memoria, rememoré brevemente que me la había tirado en la cama de mis padres pero jamás había conseguido saber quién había sido porque al día siguiente cuando me desperté, había desaparecido.
Seguía tratando de digerir esa novedad cuando en la pantalla, Evaristo aprovechó que mi prima se había sacado su pene de la boca para obligarla a darse la vuelta. Tras lo cual, poniéndose tras ella, sustituyó al consolador y de un solo empujón, se lo metió hasta el fondo de su vagina, gritando en su oreja:
―¿Fue así como te folló?
―¡No!, ¡Manuel fue dulce!― gimió al sentir su conducto violado.
Sin apiadarse de ella, forzó su sexo a base de brutales embestidas mientras con las manos pellizcaba cruelmente sus pezones. Indefensa al recordar el acuerdo que había firmado, Ana soportó estoicamente ese asalto sabiendo que Evaristo estaba en su derecho. Tampoco se inmutó cuando los pellizcos cesaron y fueron sustituidos por recios azotes en su trasero.
―Gatita, ¿te gustaría que fuera él tu dueño?
Hecha un mar de lágrimas, reconoció que así era. Su confesión le sirvió de catarsis y quizás imaginando que era yo el que la estaba empalando, paulatinamente, el dolor y la humillación se fueron diluyendo, comenzando a sentir una excitación creciente.
«¡Le está gustando!», rumié al ver la humedad de su coño.
Azuzada por tanta estimulación, su placer empezó a desbordarse por sus piernas, dejando un charco bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que mi querida prima estaba a punto de correrse fue el movimiento de sus caderas. Olvidando su papel de víctima, Ana forzó el ritmo con el que nuestro siniestro familiar se la estaba follando con el movimiento de sus caderas. Echando su cuerpo hacia adelante y hacia atrás, gimió por vez primera el placer que estaba sintiendo.
―Gatita, ¿sabes que Manuel es mi hijo y que cuando yo muera, serás su esclava?― la informó mientras se afianzaba en sus hombros con las manos y reiniciaba un galope endiablado.
No sé si algo sabía porque no puso en duda esa afirmación. Lo que me quedó meridianamente claro fue que las palabras de Evaristo la terminaron de volver loca y aullando como loba en celo, le rogó que le prometiera que sería mía.
―Te lo prometo, gatita. Mi hijo será tu dueño.
Ese compromiso convirtió su sexo en un incendio y chillando de placer, se retorció en el suelo buscando el orgasmo que todas sus neuronas anticipaban.
―Amo, ¡por favor!― gritó casi vencida por la urgencia por soltar lastre –¡Quiero correrme!
―Todavía, ¡No!― contestó el viejo, disfrutando del morbo de tenerla al borde de la locura y reforzando su dominio, siguió machando el interior de su sobrina con su erecta verga mientras desde mi cama, yo no perdía detalle de esa escena.
Ana no pudo aguantar más. Desobedeciendo esa orden, su cuerpo convulsionó en el suelo al disfrutar del clímax y chillando como una cerda, se corrió sin dejar de moverse. Evaristo, en vez de cabrearse, soltó una carcajada y de buen humor, le soltó:
―A mi gatita, le está gustando ser una puta.
Contra toda lógica, mi prima contestó:
―¡Me encanta!― lo que ocurrió a continuación fue difícil de describir. Ana, azuzada por su calentura, dejó salir la presión acumulada y berreando con grandes gritos, le pidió: ―¡Sígueme follando!
Evaristo se quedó impresionado, al sentir el flujo de la muchacha salpicando sus muslos e incrementado el vaivén de sus caderas, la fue llevando al límite con fieras cuchilladas. Los gritos de mi prima sonaron en los altavoces de la televisión mientras me quedaba impresionado por la resistencia del viejo.
«Espero heredar su capacidad», descojonado pensé mientras veía como sus cuerpos se sincronizaban al ritmo marcado por los aullidos de la mujer.
Para el aquel entonces, el rencor que sentía por Evaristo, aunque no había desaparecido, había menguado y contagiado por la escena, reconozco que estaba cachondo mientras en la película, mi prima veía prolongado su éxtasis y casi sin poder respirar, le pedía a su tío que eyaculara dentro de ella.
El anciano no se hizo rogar y agarrando la melena de Ana a modo de riendas, cabalgó hacía su propio placer. Nuevamente me sorprendió la actitud de ella cuando Evaristo descargó en su interior, al aullar totalmente entregada su placer, diciendo:
―Seré tu puta hasta el fin de tus días, para luego ser la de tu hijo.
Con esa afirmación terminó el video, dejándome caliente como pocas veces pero también con el convencimiento que el desliz de mi madre, era vox-populi entre mi familia.
No queriendo pensar en ello y mientras sacaba mi verga de su encierro, decidí ver el siguiente video que llevaba por nombre:
“Teresa llega a nuestras vidas”

CONTINUARA

 

Relato erótico: “Teniente Smallbird 3ª parte” (POR ALEX BLAME)

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—Sabíamos que existía un perfil a nombre de Alex BlameSin título—dijo Smallbird poniendo gesto de cansancio— pero justo cuando íbamos a investigarlo aparecieron los videos y…

—Jefe, —dijo Arjona interrumpiendo la conversación— ¿De veras tengo que seguir visionando los archivos …?

—¡Largo Arjona! —gritó Smallbird descargando toda su frustración en su ayudante— Y dile a Gracia que venga inmediatamente con su portátil.

—También revisé por encima los relatos que había en el disco duro y no me pareció que fuesen tantos. —comento Smallbird dirigiéndose de nuevo a la joven.

—Los relatos más largos solía dividirlos en entregas a la hora de publicarlos, por eso en la página Web eran ochenta y ocho…

—Que son justo las puñaladas que recibió. —dijo el detective confirmando a la joven lo que habían dicho los periódicos—¿En esa web también le gustaba coleccionar enemigos?

—Desde luego. —respondió la joven— escribía bien y sus relatos eran bastante bien valorados pero eso no le importaba demasiado, lo que le gustaba era escribir y poner a parir a los otros escritores en los comentarios.

—¿Podrías indicarme el nombre de alguno de ellos? —peguntó el teniente cogiendo un block de notas.

—No es tan fácil. —respondió la joven.—Alex era de los pocos, si no el único, que usaba su propio nombre, la mayoría usan apodos para conservar su anonimato, dado lo controvertido de los temas que se tratan en esa página web. A Alex se la soplaba todo, pero la mayoría de los que escriben tienen padres, esposas, hijos..

—Entiendo. ¿Podrías entonces decirme algunos de los apodos?

—Sí, claro —dijo levantando sus bonitos ojos grises al cielo haciendo memoria— Los que más a menudo discutían con él eran Chupachochos, King Koño, Carpene Diem, A Pollazos y Chochopelocho.

—¿Sospechas de alguno en concreto?—tanteó Smallbird al joven.

—De todos y de ninguno. Una de las últimas veces que hablamos me dijo que tenía un trol.

—¿Un trol?

—Llaman así a la gente que se mete en los foros y en las páginas dando opiniones negativas y poco justificadas solo con el propósito de meter cizaña y en casos como en Guarrorelatos votar con ceros a la competencia para que sus relatos se vean beneficiados en el top de los más valorados.

—¿Tan en serio se toman eso de escribir guarradas?

—Algunos de ellos sí y Alex se mondaba. No llegó a decirme quien era su trol pero dijo que ya lo tenía casi identificado y que iba a amaestrarlo y ponerle una correa.

Smallbird levantó la cabeza e hizo pasar a Gracia con una seña . El teniente le indicó que abriese el ordenador y buscase la pagina de guarrorelatos y el perfil de Alex Blame. En cinco minutos tuvo el perfil de Blame en la pantalla. En él figuraba su nombre nacionalidad, edad y un poco más abajo figuraba el número de relatos que como había dicho la joven eran ochenta y ocho. Además figuraba el número de valoraciones y comentarios que había hecho y un poco más abajo una sección que ponía sus autores y relatos favoritos.

Smallbird abrió la sección de autores favoritos en la que había apenas media docena. Bajo cada apodo había un breve comentario en los que más que amable o impresionado se mostraba condescendiente. Uno de ellos le llamó especialmente la atención. “Tiene unas historias originales podría llegar a ser un escritor de mediocre talento, si fuese capaz de escribir dos palabras seguidas sin cometer una falta de ortografía.

Sí esos eran los que le llamaban la atención, el teniente no se podía imaginar cómo trataría a los que escribían mal o trataban de hacerle la puñeta.

Smallbird repasó el listado de relatos. Al lado de cada relato había unas estrellas y si pinchaba sobre ellas había un sencillo gráfico con las valoraciones y un enlace para los comentarios.

Eligió uno de los relatos al azar “Groom Lake” y revisó los comentarios. El relato era bastante antiguo y apenas tenía un par de comentarios. Mientras que los comentarios venían acompañados del apodo de quien los mandaba, las valoraciones eran anónimas. Le preguntó a Gracia si podía averiguarlo pero tras trastear unos segundos en las líneas de código de la página dijo que la información relativa a la IP de procedencia de las votaciones se borraba automáticamente y que sería muy difícil si no imposible identificar a los votantes.

—Tengo una última pregunta, Vanesa. —dijo el detective — Si el asesino es uno de estos tipos ¿Cómo demonios localizó a tú nov… a Blame?

—Eso es algo que no me explico. Alex era muy cuidadoso en todo lo que se refería a su intimidad. Todos los días barría la red en busca de posibles rastros que pudiese dejar su navegación. Utilizaba nombres y direcciones supuestas hasta en sus operaciones financieras y hasta hacía rebotar su IP cientos de servidores remotos. A pesar de que usase su nombre verdadero no había nada más que pudiese averiguar nadie sobre él.

Interrogó a Vanesa un rato más sin obtener más detalles de importancia. Tras recordarle que tenía su tarjeta si necesitaba o recordaba algo le acompañó fuera de la oficina y le pidió a uno de los agentes que la acercase hasta casa.

Hirviendo por dentro y buscando posibles razones para que se le hubiese escapado esa pista, reunió de nuevo a todos los detectives en las sala de juntas.

—Bueno, chicos. Tenemos noticias. Tanto el tío como la sobrina tienen una coartada que no nos costará demasiado comprobar. Esa es la mala noticia. —comenzó Smallbird—La buena es que tenemos una nueva pista que explotar.

—¡Bien! —exclamo Arjona—Adiós a los videos de caballeros haciendo guarradas. Menos mal, ya estaban empezando a parecerme unas pollas más bonitas que otras. ¿Qué hacemos ahora?

—Lo primero que vais a hacer es devolver a Viñales todo los archivos para que los destruya dejando solo una copia por si los necesitamos más adelante. Arjona, tú y Camino vais a investigar las coartadas de Vanesa y Salvador mientras que los demás vamos a investigar el perfil y los relatos de Alex Blame rastreando los comentarios y haciendo una lista de autores que pudiesen estar enfrentados con él. Una vez los tengamos los compararemos y elegiremos los que más susceptibles de estar los suficientemente enfadados como para matar.

—¿Cuando empezamos? —preguntó Carmen.

—Me temo que no podemos esperar. Debemos recuperar el tiempo perdido. Empezaremos ahora mismo y quiero que tengáis una lista de sospechosos antes del mediodía de mañana.—dijo Smallbird viendo como todos ponían cara de circunstancias, conscientes de que el día iba a ser muy largo — Cuando tengamos la lista y la comparemos se la daremos a Viñales para que averigüe quién está detrás de los seudónimos y podamos interrogar a esas personas.

—Ahora, manos a la obra, no hay tiempo que perder.

En cuanto dejó a los chicos se fue al despacho del comisario. Cuando le contó todas las novedades vio como Negrete cambiaba de color hasta ponerse casi violeta. Durante dos minutos estuvo bajando santos al más puro estilo de los cabreros de la sierra extremeña de la que provenía. Finalmente se calmó un poco, cogió un vaso y una pequeña botella de Chivas que todo el mundo sabía que guardaba en su escritorio y sirviéndose una generosa medida se la bajó de un solo trago. Después de ofrecerle un trago al teniente, que Smallbird declinó cortésmente, le despidió diciéndole que no reparase en horas extras para avanzar en la investigación lo más rápido posible.

Sin pararse a hablar con nadie salió a la calle y fumó dos cigarrillos seguidos mientras observaba como caía la tarde e intentaba serenarse un poco. Ya más tranquilo gracias en parte a la nicotina, fue al bar que había enfrente de la comisaría, se comió un bocadillo de calamares y volvió a su oficina con una caja de donuts y cafés decentes para repartir entre la tropa.

Smallbird dejó a los chicos lanzándose sobre los donuts con voracidad. Una vez en su despacho no se demoró más pensando en el tiempo perdido y se enfrascó en el trabajo. Abrió de nuevo el perfil de Alex Blame y echó un vistazo a los comentarios de todos sus relatos para ver quien persistía en enviar comentarios hirientes de forma reiterada.

Pronto obtuvo resultados e identificó a Chupachochos, King Koño, A Pollazos y Carpene Diem. Luego pinchó en los apodos para estudiar los perfiles. Descartó en un principio a A Pollazos y a Chupachochos por ser Colombiano y Argentino respectivamente y se centró en los otros dos.

De los dos que le quedaban King Koño parecía ser una mujer a la que le encantaba que la vejasen y la insultasen así que Alex se ponía las botas llamándola de todo sin que la mujer hiciese poco más que insultarle blandamente para que Blame le diese cera a conciencia.

Sin embargo Carpene Diem con su jueguecito de palabras en latín parecía querer presentarse como alguien culto que escribía relatos de calidad.

Revisó su lista de relatos y escogió uno de la categoría de tríos. El tipo escribía bien y no cometía demasiadas faltas de ortografía pero tenía un estilo frío. Parecía que estaba contando a alguien el resultado de un examen más que escribir un relato.

Al principio el argumento le resultó interesante; Trataba de una mujer que estaba escapando de su cómplice en un atraco con el dinero y su coche se había averiado en una zona remota. Caminando en busca de ayuda se encontraba un viejo caserón dónde un grupo de científicos que están trabajando en la aplicación de detector de radares para android definitiva le daban cobijo. Pronto la joven se hace la reina de la casa debido a su astucia y a la ingenuidad de los científicos y los anima a su estilo para que acaben la aplicación y así poder robársela y venderla por su cuenta.

Fue en ese momento cuando al imaginarse a la joven le vino a Smallbird la figura de Bárbara Stanwyck en Bola de Fuego. Con una sonrisa torcida Smallbird resopló y se enfrascó de nuevo en la lectura:

… Los hombres se reunieron alrededor de ella mientras cantaba con voz lenta y sensual. La joven se sentó sobre la mesa de la biblioteca y la falda de su vestido se subió ligeramente mostrando una generosa porción de sus muslos, excitando la poderosa imaginación de los ingenuos sabios.

Con naturalidad, como si lo hubiese hecho mil veces, se puso de pie sobre el pulido nogal y empezó a bailar de forma sugerente sin dejar de cantar. Los cinco hombres se pusieron alrededor de la mesa y siguieron el ritmo de la música golpeando la superficie de la mesa con las palmas de sus manos.

Cuando la se abrió el vaporoso vestido de algodón mostrando un cuerpo escultural, solo tapado por un escueto conjunto de ropa interior de seda negra, las manos se quedaron automáticamente quietas y Débora disfrutó de las miradas ansiosas excitándose hasta sentirse tremendamente mojada por dentro.

Sin pensar en nada más que en aquellos hombres que le adoraban y que en esos momentos estarían dispuestos a hacer cualquier cosa por ella, continuó bailando y acariciándose sus pechos y el interior de sus piernas.

Cuando la joven se quitó el sujetador y mostró unos pechos tan duros y hermosos como los de la Venus de Millo los cinco hombres tragaron saliva a la vez y se revolvieron inquietos sin saber muy bien qué hacer.

Suspirando con impaciencia, la joven se tumbó sobre la mesa y le dijo a Diego que le quitase las bragas.

Diego intentó decir algo señalándose y balbuceando algo ininteligible antes de que Rosco se le adelantase y le sacase las bragas de un tirón apresurado.

La joven arqueó su cuerpo y lo retorció envanecida por las miradas de admiración de los científicos y sentándose y poniéndose de cara a Rosco que parecía el más avispado abrió las piernas mostrando al científico un sexo lampiño rosado y tumultuoso.

Rosco intercambió una mirada con la joven pidiendo permiso y ante su leve asentimiento se lanzó sobre ella como un lobo hambriento. Débora se dobló sobre la cabeza del joven científico cuando este envolvió su delicado sexo con la boca y le chupó y le lamió su aterciopelado clítoris con violencia.

Los gritos y suspiros de la joven parecieron despertar a los científicos de su estupor y se lanzaron a acariciar y besar el cuerpo de la joven.

Débora se sintió arrasada por el placer y la soberbia cuando manos y bocas le asaltaron chupando, mordisqueando , tironeando y retorciendo. Su cuerpo entero hormigueaba y su sexo y sus pezones ardían excitados por las bruscas caricias de unos hombres excitados pero poco experimentados en el arte del amor.

Tras un gran esfuerzo logró apartar su cuerpo escalofriado por intensas sensaciones de los labios y las manos que las provocaban y se plantó ante los cinco hombres jadeante e imperiosa.

—¡Desnudaos! —dijo la joven lacónica mientras posaba ante ellos, solo vestida con las sandalias de tacón que le habían conducido a aquella mansión hacía ya más de una semana.

Los hombres, unos con cara de ilusión, otros con cara de deseo, le obedecieron con diligencia.

Ninguno de los cuerpos de aquellos hombres era igual, pero todos eran atractivos a su manera, Rosco alto, musculoso y seguro de sí mismo, Diego, anciano, menudo y miope le recordaba a un pajarillo desamparado, Nilo rellenito y lampiño le recordaba a un querubín, Felipe orgulloso y a la vez inseguro con aquella impresionante herramienta y Ananías serio y pensativo hasta cuando estaba empalmado.

Se acercó y acarició con sus suaves dedos las cinco vergas con suavidad hasta asegurarse de que estaban todas perfectamente preparadas, y arrodillándose frente a Nilo cogió su cipote y se lo metió profundamente en la boca.

La joven empezó a chupar y acariciar la polla de Nilo que gemía quedamente mientras el resto de los genios le rodeaban observándole con sus pollas tremendamente congestionadas apenas a unos centímetros de su cuerpo.

Débora sacó la polla de Nilo de su boca con un jadeo y sin siquiera mirar cogió otra polla al azar y casi se ahogó al encontrarse con la tremenda polla de Felipe en el fondo de su garganta. Estaba tan caliente que lo único que pensaba era en devorar todas aquellas pollas a la vez. En unos instantes se vio chupando el enorme monstruo de Felipe y pajeando las pollas de Ananías y Diego mientras Nilo frotaba su polla contra sus pechos grandes y colgantes y Rocco alzaba sus nalgas para penetrar en su coño chorreante de deseo.

La joven emitió un grito sofocado por la verga de Felipe y se dejó llevar complacida con los tremendos empujones de Rosco y las manos y las pollas que le acosaban, le acariciaban y arañaban ansiosas.

Tras un par de minutos Rocco se corrió en su interior llenando su vagina de cálido semen. La joven, con varios empujones se separó electrizada con los pezones erectos, la piel de gallina y el semen de Rocco corriendo por el interior de sus broncíneas piernas.

Los hombres se quedaron un poco confundidos sin saber que hacer hasta que ella tomó la iniciativa tirando a Nilo sobre la alfombra y ensartándose su polla con un largo gemido. El resto de los genios observaron como cabalgaba sobre el querubín a un ritmo salvaje hasta que Felipe se acercó y lubricando su polla la acercó al culo de Débora. La joven pegó un fuerte alarido cuando la gran herramienta superó el esfínter y penetró en el estrecho conducto de la joven.

Débora pensó que sus tripas iban a reventar al sentir como la polla de Felipe se abría paso por ellas mientras Nilo seguía moviéndose en su interior. El dolor fue brutal pero poco a poco su cuerpo fue adaptándose y el dolor fue dejando paso a un intenso placer.

Débora abrió la boca para expresar el intenso placer que estaba experimentando y ese fue el momento que Diego aprovechó para meter su miembro en ella. La joven gimió y se atragantó pero comenzó a chuparla de buen grado. Con todas sus oquedades ocupadas la joven respiró profundamente y aprovechando que Diego agarraba su larga melena para sostener su cabeza de modo que pudiera penetrar en su boca lo más profundo posible, la joven separó sus brazos y agarró las dos pollas restantes empezando a pajearlas.

Grandes lagrimones comenzaron a correr por las mejillas de la joven mientras los cinco hombres movían sus caderas extasiados disfrutando del hambre insaciable de polla de la joven. El esfuerzo hacía que el sudor corriese por los torsos de los hombres y entre los pechos de la mujer como pequeños riachuelos. Los movimientos se volvieron más intensos, más rápidos y más acuciantes presagiando un cercano final .

Débora fue la primera en correrse. Su cuerpo entero se arqueó al sentir la joven como un cúmulo de sensaciones rompía todos los diques que se le presentaban arrollando todo su cuerpo con un placer incontenible. Jadeando con fuerza y gritando aun con la polla de Diego en su boca, la joven no dejó de moverse hasta que los cinco hombres que la estaban follando se corrieron prácticamente todos al mismo tiempo, eyaculando abundantemente en su coño, en su culo, en su boca, en su cara y en su espalda…

Smallbird apartó la imagen de la Stanwyck tirada en el suelo de la sala con su cuerpo cubierto por el semen y el sudor de cinco hombres de su mente y siguió leyendo.

El relato acababa rápidamente describiendo como la joven se arrepentía de sus planes y se quedaba con los científicos convirtiéndose en su alegre esclava sexual.

Smallbird se estiró en el asiento y su polla erecta tropezó con el escritorio recordándole que hacía tiempo que no echaba un polvo decente. Al final del relato pinchó en los comentarios y entre todos ellos destacaba el ácido comentario de Blame.

Alex Blame (ID: 1418419)

2014-08-06 16:14:24

Un principio esperanzador, en la línea de la más pura novela negra que has jodido, como siempre, plagiando una vieja película de 1941, pensando que porque nos matemos pajas somos tontos del culo. Para otra vez publicas este tipo de relatos en la sección de parodias y no me obligarás a ponerte un terrible.

El sexo ha sido entretenido pero un poco precipitado y que se corran todos los zopencos a la vez no termina de convencerme. Te diría que dejases de dedicarte a esto y te fueses al monte a follarte cabras pero como no me vas a hacer caso buena suerte con eso que llamas relatos con algo más que folleteo.

Como Smallbird esperaba, el escritor se daba por aludido y respondía en tono airado pero sin demasiada gracia y con frases hechas:

Carpene Diem (ID: 1459899930)

2014-08-06 19:35:02

Es lo que hay, está visto que no se hizo la miel para la boca del burro. No sabía de la existencia de esa película y si los argumentos se parecen es pura casualidad. LA VERDAD ES QUE, TENGAS RAZÓN O NO, ESTAS NO SON FORMAS DE CRITICAR A UN COMPAÑERO ESCRITOR QUE LO ÚNICO QUE QUIERE ES COMPARTIR SU TALENTO CON LOS DEMÁS SIN ESPERAR MÁS RECOMPENSA QUE UNAS PALABRAS AMABLES Y CRÍTICAS CONSTRUCTIVAS. SEÑOR BLAME PUEDE OPINAR TODO LO QUE QUIERA PERO YO NO ME REBAJARÉ A INTERCAMBIAR INSULTOS CON USTED. QUE TENGA UN BUEN DÍA.

La conversación continuaba siempre más o menos en ese tono, con el señor Carpene Diem intentando mantener su dignidad mientras Blame le destruía metódicamente hasta obligarle a abandonar.

Smallbird apagó el ordenador y echó un vistazo al reloj. Eran las once de la noche, por aquel día era suficiente. Despidió a todos y se fue a casa dónde se bebió tres Gyntonics y fumó medio paquete antes de irse a la cama.

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alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: “Fitness para todas las edades. (2)” (POR BUENBATO)

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cuñada portada3Era sábado por la mañana. Desperté tras un sueño Sin títuloreparador. La luz del sol se filtraba a través de las persianas. Bajo las sabanas, una figura se deslizaba, como una especie de figura fantasmal. Unas cálidas manos tocaron la zona de mi entrepierna, endureciendo en segundos mi pene. La forma se acomodó sobre mis piernas, mientras unas cálidas manos deslizaban mis calzoncillos hacia abajo. Desnudo, y con la verga de fuera, las manos tomaron y masajearon con suavidad el tronco de mi falo.

Me incorporé, entonces la figura se movió rápidamente, entonces la tibieza de aquellas manos fueron sustituidas por la frescura de una boca, acompañada de los suaves movimientos de una lengua. Fue entonces cuando, despacio, alcé las sabanas para descubrir a quién se hallaba debajo.

– Buenos días – dije, al tiempo que Mariana me sonreía, con la mitad de mi verga dentro de su boca.

Sus cabellos despeinados la hacían lucir hermosa de una manera muy distinta, y sus ojos recién despiertos brillaban de vida.

No habíamos vuelto a tener sexo desde anoche. Durante dos semanas, esperamos el momento en que la policía o, peor, la madre de Mariana tocaran a la puerta enterados de lo sucedido. Pero eso nunca sucedió.

Al parecer, Katia había guardado silencio, aunque no sabíamos nada de ella. Nunca contestaba al celular ni a los mensajes de texto, y Mariana no sabía en qué colegio estudiaba. No había ido a los entrenamientos en el gimnasio, y yo no conocía a sus padres. Estábamos entre la espada y la pared, pero nada sucedió.

No nos atrevíamos a hacer nada, por el temor de estar siendo investigados. Era un peligro que alguna muestra de mi esperma apareciera en el coño de mi hija, y aún estábamos dispuestos a negarlo todo. Tampoco era buena idea que Mariana se fuese a casa de su madre, pues en el peor de los casos, esa extraña decisión nos delataría.

Y así, estando ambos en casa y sin atrevernos a tocarnos, se volvió un verdadero martirio. Cada vez que miraba a mi hija tenía que contenerme las ganas de follarla en el acto. Ella también se acercaba a veces, y comenzaba a abrazarme, buscando algo a lo que no podíamos arriesgarnos. Tenía que alejarla de mí y mantenerme lejos de ella. Sólo quedaba esperar, pacientes, a que Katia no nos delatara.

Así pasaron los días hasta la noche de ayer. Mariana había salido tarde de la escuela debido a una tardeada con motivo del santo patrono del colegio. No pude pasar por ella, pero llegó alrededor de las siete de la noche mientras yo miraba el televisor. Había sido un evento formal, y mi hija había elegido un vestido de gasa blanco escalonado. Lo había comprado hacía años para la boda de una de las hermanas de su madre, y el entonces vestido largo ahora le quedaba más corto, mostrando libremente las torneadas pantorrillas.

Quizás fue verla en zapatillas lo que me llamó la atención, pero al verla entrar por la puerta me pareció tan pura, tan frágil y tan dulce que no pude más que mantener el cuello girado, mirando cómo se dirigía como una diosa hacía su recamara. Decidí que había sido suficiente. La seguí, y subí las escaleras silenciosamente.

Llegué a su recamara, donde su puerta se hallaba entrecerrada. Entonces me desnudé, completamente y en silencio. Sabía que no iba a necesitar entrar vestido.

Empujé la puerta y entré, me encontré con su figura sentada a la orilla de la cama, desabrochándose sus zapatillas. Ella se percató de mi presencia, pero ni se inmutó. No quitó la vista de sus zapatillas.

Me acerqué y me detuve ante ella. Sólo entonces levantó el rostro para dirigirme la más dulce de sus miradas; sus ojos brillaban como si estuviesen a punto de llorar, pero no era así.

– Papá – murmuró, con una voz dócil.

Entonces la empujé contra la cama. Mi enorme cuerpo se abalanzó sobre el suyo. Mis brazos la encarcelaron mientras nuestros labios se unían, temblorosos en un beso que pareció durar siglos.

Mis manos recorrieron cada centímetro de su cuerpo, a través de la suave tela de su vestido. Era como si quisiera rememorar cada detalle del que me había privado durante días. Ella cerraba los ojos, sintiendo en su piel mis gruesos dedos.

Levanté su vestido, descubriendo su entrepierna. Mi mano hizo a un lado la parte frontal de sus bragas de algodón, sólo lo suficiente para que mí endurecida verga pudiera abrirse paso entre sus labios vaginales. Un precioso quejido, que después se convirtió en un suave suspiró, escapó de los labios de Mariana cuando mi falo la penetró por completo.

Me mantuve unos segundos ahí, con mi tronco palpitando en su humedecido coño. Sólo nuestras bocas parecían seguirse moviendo mientras la temperatura aumentaba en nuestras entrepiernas. Me sentí realizado, como si hubiese recuperado algo cuya falta me estuviera matando lentamente. Era la primera vez que follábamos “decentemente”, como una pareja que se amaba realmente y no como un par de adolescentes calenturientos.

La embestí con suavidad, y con la misma suavidad ella trotó sobre mi pene. Mis manos tocaban sus tetas y apretujaban sus pezones con suavidad, y las palmas de nuestras manos recorrían cada detalle de nuestros cuerpos, con la suavidad y elegancia de dos danzantes contemporáneos. Como dos ciegos que trataban de dibujarse en su mente.

Aquello fue como una promesa definitiva de que, pasara lo que pasara, jamás nos dejaríamos. Nunca como esa noche había sentido tanto su calor; nunca entonces, mientras la follaba, fui tan consciente de que se trataba de mi hija. Mientras la follaba, no sólo podía sentir en su interior el amor ardiente de una mujer sino también el cariño dulce de una hija. No tuvimos que decir palabra alguna para entender lo que estaba sucediendo entre nosotros. Y así, desnudos, con mi leche guardada en su coño, nos quedamos dormidos.

Por eso, aquella mañana, no pude más que recordar que las cosas habían vuelto a la “normalidad”. Ahora, ella me miraba con su acostumbrada mirada de zorra mientras se llevaba mi verga a su boca. Casi me había olvidado lo guarrilla que podía llegar a ser, mientras miraba como Mariana intentaba tragarse sin éxito mi verga completa. Aunque había mejorado, y no iba a pasar mucho tiempo antes de que pudiera verla con mi falo completo hasta su garganta.

Cuando consideró mi pene lo suficientemente erecto, saltó sobre él, completamente desnuda, como se había dormido a mi lado. Se dejó caer con suavidad, cuidando de no dañar su estrecho coño con mi gorda carne. Suspiró, como si la estuviesen inyectando, y respiró aliviada cuando logró enterrarse mi verga por completo.

– Papi… – comenzó a murmurar, conforme sus sube y baja iban aumentando de velocidad – Papi, papi…

Extrañaba aquella palabra.

– ¿Te gusta?

– Siiii… – dijo, y la respiración se le fue cuando alcé mis caderas para hacerla incrustarse profundamente en mi verga.

Bajé de nuevo mis caderas, y dejé que ella hiciera lo suyo.

– Salta, salta perrita.

Ella aumentó la velocidad de sus movimientos. Mis manos subieron a la altura de sus pechos desnudos, donde pude sentir como sus pezones se endurecían poco a poco.

– ¡Ahh! – gritó de pronto – Me gusta – dijo, dirigiéndome una sonrisa satisfecha.

Era claro que las semanas de abstinencia no se iban a recuperar en una sola noche. Mariana tenía las ganas y las energías propias de su edad, y yo, recién despierto, tenía que respirar rápidamente para poder llevarle el ritmo a sus agiles saltitos.

A veces saltaba de arriba abajo, rebotando sobre sus firmes nalgas; otras veces colocaba sus manos sobre mis pechos para arrastrar su coño sobre mi entrepierna, con mi verga deslizándose en su interior. Parecía explorar las diversas formas de conseguir placer. Yo miraba encantado su sonrisa, de alguna manera su expresión me recordó a las primeras veces en que comenzaba a andar ya sola sobre la bicicleta. Siempre había sido muy hábil aprendiendo, y el sexo no parecía ser la excepción.

Sentí de pronto cómo su coño se adormecía. Entonces ella fue disminuyendo rápidamente el ritmo de sus vaivienes hasta que se detuvo completamente. Mire sus ojos, humedeciéndose antes de cerrarse. Entonces su boca se abrió, como si alguien la estuviese apuñalando.

– ¡Aaaaahhhh! – gritó – Papi, ahhhhhhh….

Se llevó las manos al cuello, como si quisiera separar su cabeza de su cuerpo. Las deslizó entonces sobre su cuerpo, como rasgándolo con las uñas. Sus manos terminaron en mi pecho, pues sentía desplomarse, sus deditos intentaron apretujar inútilmente mis pectorales antes de que su cabeza se desplomara sobre mi pecho. Yo acaricié su piel encrespada y sus cabellos enredados, como quien trata de tranquilizar a un pequeño potro. Mi hija estaba experimentando un tremendo orgasmo, y yo no pude más que conmoverme de solo verla.

Cuando el éxtasis pareció vaciarse de su cabeza, se incorporó y me miró con una sonrisa agotada; parecía impresionada de lo que había sentido. Yo le acaricié el rostro.

– Te ves bonita cuando te corres – le dije

– Espero verme bonita muy seguido – dijo, y me lanzó un coqueto guiño.

Una palpitación natural de mi vena le recordó que mi verga seguía alojada en su coño.

– ¿Tú ya casi te corres?

– En realidad no – admití

Ella me acarició el vientre.

– Me gustaría ver cómo te corres – dijo, sin mirarme – Tu cara y así.

Dicho y hecho, me incorporé. Ella sonrió extrañada, preguntándose qué planeaba.

Me dirigí al baño, llevándola de la mano. Me detuve frente al amplio espejo del lavamanos.

La coloqué recargada con los hombros sobre la barra del lavamanos y me ubiqué tras ella. Noté que algo no encajaba. Ella sólo me miraba curiosa a través del espejo. Regresé con una escalera plegable de un nivel que ella utilizaba para alcanzar los cajones más altos del estante donde guardábamos el botiquín y los enjuagues bucales.

– Creo que necesitaremos esto – le dije, sosteniendo el escalón

Eso la hizo reír divertida, mientras volvía a colocarse de la misma manera, pero esta vez sobre el escalón. Giró la vista como diciendo “listo”.

Tomé mi verga, la deslicé desde su espalda baja hasta la entrada de su coño, recorriendo todo entre el canal formado por sus glúteos.

Ella sólo se limitaba a mirar mi rostro por el espejo, parecía realmente interesada de mirar cuales eran mis expresiones. Supongo que detectó mi sonrisa cuando mi glande se arrastró sobre su arrogado ojete del culo y cuando sentí las caricias de sus finos vellos púbicos antes de colocarme sobre su humedecido coño.

Entonces la penetré, de un solo tajo, hasta lo más profundo. Ella tuvo que cerrar los ojos ante tremendo acto, y exhaló aliviada cuando su coño se acostumbró de nuevo a las dimensiones de mi tronco.

Comencé un mete y saca normal, pero cuando mi verga alcanzó su máxima dureza aumenté el ritmo considerablemente. Entonces su rostro se descompuso en una confusa expresión entre el dolor y el repentino placer. Como poseído, yo no hice más que aumentar la fuerza de mis arremetidas; en verdad parecía dispuesto a machacar la concha de mi hija mientras sus gritos desesperados hacían eco en el cuarto de baño.

– ¡Ah! ¡Ahhhh! ¡Ahhhh! – gritaba ella, apenas capaz de respirar.

Yo seguí embistiéndola. Entonces llevé una de mis manos a su cabello y los jalé con cierta violencia hacía mi. Aquello alzó el rostro de mi hija.

– Mírate – le dije, mientras ella observaba su propio rostro en el espejo – ¿Te gusta lo putita que te ves?

Ella movió lentamente la cabeza, afirmativamente, sin que sus jadeos ni su rostro descompuesto desaparecieran.

– Me gusta tu cara de zorrita, me gusta follarte mientras me miras como una perrita, como una guarra callejera que no quiere más que le llenen de leche. ¿Eres mi guarrita?

Ella afirmó.

– Eso, así responde una verdadera guarrilla. ¿Eres mi putita? – le pregunté, jaloneando sus cabellos de nuevo.

Afirmó de nuevo, mordiéndose los labios inferiores por el insoportable placer que mi verga debía de estar proporcionándole.

– Así me gusta zorrita. Me voy a correr en ti, ¿quieres ver cómo me corro en tu coñito?

Ya no pude ver si contestaba. Yo mismo me estaba calentando todo con aquellas frases que mi verga me traicionó y estalló de pronto en un chorro de esperma. Me corrí cuando mi verga la estaba atravesando, y apenas pude detenerme para que mi leche manara dentro de su coño. Ella se sostenía fuertemente de sus brazos, mientras sus ojos se cerraban suavemente al sentir mi jugo caliente en su interior.

Me dejé caer sobre su pobre cuerpecito. El indescriptible placer me hizo jadear sobre sus oídos; ella respiraba lenta y profundamente, como si hubiese terminado una carrera de ochocientos metros. Mi tronco seguía latiendo dentro de su concha, mientras liberaban las últimas raciones de leche.

– Hoy tenemos que ir a grabar video – dijo entonces, mirándome a través del espejo. Me encantaba lo fácil que recuperaba su cándida sonrisa.

Aquel sería el tercer video que grabábamos juntos. La tarde en que Katia nos descubrió, Mariana insistió en que debíamos grabarlo. Me sorprendía su nivel de responsabilidad. Ella editó el video, aunque quedó claro que carecía del talento de la negrita.

Llegamos al edificio, y mientras subíamos los escalones miramos la figura que se hallaba al final, frente a la reja del gimnasio. Era un hombre el que se distinguía, vestido con un perfecto traje azul y una corbata roja. Miré a Mariana, quien parecía aún más estremecida que yo. Decidí que debíamos seguir avanzando, fuese lo que fuese a suceder.

¿Quién era? ¿Policía? ¿Trabajador social? ¿Algún empleado del banco distraído, creyendo que el gimnasio abre los fines de semana? Me adelante, mirándolo con cierta desconfianza, hasta que su mirada sonriente y perfecta me sorprendió. Entonces me ofreció su mano, que flotó durante un par de segundos antes de que yo le correspondiera.

– Walter – dijo – De Frenzy, sólo hemos tenido el gusto de hablar por teléfono. Sé que vendrían porque veo que los videos siempre se guardan cuando este lugar cierra al público.

Miré a Mariana, quien me lanzó una mirada como diciendo “sí, reconozco su voz”. Fue un alivio.

Entramos al gimnasio, mientras mi hija y yo instalábamos la cámara y las cosas, Walter deambuló curioso por el gimnasio. Parecía más que nada interesado en la correcta instalación de las pegatinas y carteles de Frenzy. Después se acercó a nosotros, mirando su reloj.

– ¿La morena ya no les ayuda? – preguntó, deteniéndose, en referencia a Katia

Se mantuvo fijo mirándonos, comprendiendo que algo andaba mal por ahí, por lo que decidió dejar el tema.

– En fin, sólo se los comento por que se modificara el sistema de pagos; ya no serán cheques, sino mediante cuentas bancarias. Así que es importante establecer los porcentajes, es todo.

Yo asentí, comprendiendo lo que decía.

– Pero bueno, aún hay tiempo para eso. Antes quiero darles una buena noticia.

Comenzó a hablarnos de estrategias de mercadotecnia y publicidad que yo no entendía – y que me aburrían – pero que a Mariana le parecieron sumamente interesantes a juzgar por su mirada. Entonces, mientras mis pensamientos viajaban por otro lado, una frase de aquel individuo escarbó en lo más profundo de mi memoria:

– …y por eso creo que una colaboración con Andrea Campirano sería una oportunidad de aumentar tu “mercado”, por así decirlo. Tú debes saber que ella es una importante figura en el ámbito del fisiculturismo.

Mariana asintió, sonriente. ¿Mariana conocía a Andrea? Porque Andreas podía haber muchas, pero yo sólo conocía a una sola Andrea Campirano; y no tenía muchas ganas de volver a verla.

– La he visto en algunos programas.

– Exacto – continuó Walter – Ella básicamente es una embajadora del fitness en los medios, y creo que su colaboración contigo será muy significativa para tu carrera. Esto, Mariana, está despegando y lo podemos llevar muy lejos.

El sujeto me miró, como pidiendo una opinión. Yo desperté de mis pensamientos y asentí sonriente; pero Mariana pareció darse cuenta de mi perturbación.

– Andrea es una chica bastante disciplinada, desde siempre ha estado entregada al deporte – dije, tratando de no seguir estúpidamente callado.

– ¿La conoce? – preguntó sorprendido Walter

Detesté que me hiciera esa pregunta. Pensé rápidamente en cualquier mentira.

– La conocí en algunos eventos – dije – Concursos de fitness y fisiculturismo.

La respuesta pareció dejarlos satisfechos. Yo sólo miré a la ventana, hacía la ciudad, mientras me preguntaba por qué mi vida se complicaba de esa manera.

A Andrea Campirano la conocí a los quince años de edad; estudiamos en el mismo instituto y fuimos por primera vez al mismo gimnasio. Éramos los mejores amigos, y yo siempre estuve enamorado de ella. Pero a ella siempre le gustaron los tipos mayores, más grandes y fuertes, y ni siquiera mis mayores esfuerzos en los entrenamientos ni el aumento progresivo de mi musculatura fueron suficientes para hacerla cambiar de opinión.

Una tarde, a los diecisiete años de edad, casi dieciocho, mi padre me reveló su intención de inscribirme a la mejor universidad militarizada de la región. Eso significaría que tendría un futuro asegurado, pero también un futuro sin Andrea. Aquello me llenó de la suficiente necesidad de exponerle mis sentimientos a ella, y así lo hice. Pero ella me rechazó.

Nada me había hecho sentir tan miserable hasta entonces, siempre me imaginé una vida con ella, pero fue ella misma quien me la negó. No volví a dirigirle la palabra el resto del curso y, tras la graduación, no volví a verla jamás. Ni siquiera era capaz de asistir a los mismos eventos de fisiculturismo a los que ella acudía, aunque siempre estaba al tanto de la enorme fama que iba adquiriendo y del hecho de que estaba felizmente casada y tenía ya un hijo.

Sólo el nacimiento de Mariana me hizo comprender que la única mujer a quien realmente amaría para siempre sería a mi propia hija. Y fue entonces cuando pude comenzar a olvidar a Andrea.

Me llamó por teléfono dos días después. Y escucharla de nuevo fue tan patético como haber dejado de hablarle.

– ¿Humberto?

– Heriberto

– ¡Ay! Discúlpame, es que Walter…

– Sí, no importa. ¿Cómo estás?

– Bien, oye, Walter me explicó sobre tus gimnasios, no sé si te molestaría que fuera. Me gustaría platicar contigo, hace tiempo que…

– Sí – joder, ¿qué me pasaba? – Bueno, cerramos a las 9, creo que podríamos vernos aquí. O si quieres puedo…

– No…

– Digo…

– No te preocupes.

– Como te sea más cómodo.

Su llegada al gimnasio causó el efecto esperado. Quienes sí sabían quién era, se maravillaron al verla a ella y a su perfecto cuerpo. Quienes no sabían quién era ella, se maravillaron al verla a ella y a su perfecto cuerpo. Vestía un corto vestido floreado, color blanco, bastante sencillo pero lo suficientemente ceñido para reproducir con justicia la exquisitez de sus curvas y para mostrar sin más sus torneadas piernas. Firmó algunos autógrafos y la invité a pasar a mi oficina; había encendido el aire acondicionado para los eventos especiales.

Ella era toda sonrisa, y yo trataba de hacer lo mismo, con tal de no echarme a llorar y a derretirme en reclamos.

Se sentó en una de las sillas y yo tomé asiento en la mía, al otro lado del escritorio. Cruzó sus piernas, y aquel gesto no pasó desapercibido para mí. Aguardó unos segundos antes de comenzar a hablar, me pregunté qué tan obvio me veía yo deslumbrado por su belleza.

A primera vista estaba lo obvio, su cintura esbelta, que enaltecía aún más su enorme y redondo culo y su par de tetas voluminosas; sus hombros estrechos y sus brazos y piernas musculosas; todo tonificado por el mismo ejercicio. Pero en realidad lo que siempre me había fascinado de ella era su rostro.

Ovalado y de orejas pequeñas. Su nariz aguileña hubiera sido su único defecto, de no ser por el aspecto exótico que le otorgaba. Abajo, su boca grande tenía el original detalle de que sus labios inferiores fueran más carnosos y gruesos. Sus ojos pequeños la hacían parecer oriental, más aún bajo sus gruesas y densas cejas.

Su cabellera, tan lisa como oscura, le daba un semblante misterioso cuando no sonreía, y caían hasta la altura de sus pechos. Hubiera pasado fácilmente por princesa japonesa como danzante árabe. Por alguna razón me la imaginé desnuda bajo la lluvia, con sus lisos cabellos cubriéndole apenas sus pezones. Desperté de mi ensueño cuando ella habló.

– No sé si quieras ir al grano – me dijo

Desvié la mirada, preguntándome de qué estaba hablando.

– No te entiendo – admití

– Nunca me explicaste por qué te fuiste – me dijo, con un tono demasiado serio incluso para la peor de las bromas

Supe de qué hablaba, pero no entendí a qué se refería.

– Fui a estudiar

– Nunca me hablaste de eso, sí me hubieses dicho que te iba a ir para siempre…

– Es sólo que.

– No tenías derecho – su voz estaba comenzando a corromperse por los sentimientos encontrados, y yo seguía sin saber qué debía decir exactamente

Entonces se puso de pie, y comenzó a deslizarse gatunamente por todo el cuarto. Yo sólo pude mantenerme fijo en la silla, como una presa ocultando el menor de sus movimientos.

– ¿Crees que las cosas sean definitivas? ¿Crees que alguna vez pueda ser demasiado tarde?

No tenía idea de a qué se refería, pero decidí arriesgarme con una de mis teorías.

– Creo que no – le dije, y entonces me atreví – ¿Quieres recuperar el tiempo? ¿A eso has venido?

Ella sonrió, con una sonrisa amarga que desapareció poco a poco, mientras avanzaba hacia mí, hasta convertirse en aquella mirada misteriosa de siempre. Se agachó y entonces besó mi oreja, y pude escuchar el chiscar de sus labios sobre mi oído. Entonces su nariz recorrió mi cabeza, como si deseara conocer el aroma de cada parte de ella. Sus labios pasaron por mis ojos y descendieron hasta instalarse con un suave beso sobre mi mejilla. Fue entonces cuando moví mi cabeza.

Cuando me giré un poco más fue inevitable. Nuestros labios se unieron sin que quedara muy claro quien había provocado aquello. Al mismo tiempo, abrimos la boca y nuestros dientes chocaron. Parecíamos un par de novatos, era como si nunca hubiéramos dejado de tener diecisiete. Nuestros cuerpos temblaban por la emoción, y entonces me pregunté si había sido ella siempre la mujer de mi vida.

Mi sillón no tenía descansa brazos pero si ruedas, por lo que ella me empujó contra la pared para poder sentarse sobre mí rodeándome con sus piernas. Despegamos nuestros labios. Sus pechos chocaron entonces contra mi rostro, comprobando que efectivamente no llevaba sostén alguno. El calor de su entrepierna comenzó a intercambiarse con el de mi verga. Me bastaron unos segundos para desabrocharme los pantalones y bajarlos hasta el suelo con todo y calzoncillos. Ella sólo tuvo que acomodarse un poco sobre mí para tomar cuidadosamente mi verga y dirigirla contra la entrada de su concha. No había hecho más que hacer a un lado la tela de sus bragas para que mi endurecido tronco pudiera pasar.

Una sensación extraña recorrió mi piel cuando sentí el cálido interior de su coño.

Entonces, ella comenzó a moverse. Lento al inicio, hasta que los saltos sobre mi verga alcanzaron su máxima intensidad. A diferencia de Mariana, Andrea conocía el arte de gozar en silencio. De sus labios apenas y escapaba un pequeño gemido reprimido. Estábamos follando como un par de locos, como si tuviéramos que hacerlo por mero trámite, como si fuera estrictamente necesario hacer aquello antes de poder seguir con nuestras vidas. Era algo que había quedado muchos años pendiente y que no podía esperar más.

Abrazaba mi cabeza para soportar el placer que sus propios movimientos provocaban. Mis manos habían escarbado a través de la delgada tela de su vestido, hasta liberar sus tetas por encima de su escote. Eran los senos más hermosos que jamás había tenido en mis manos, sus oscuros pezones estaban más que endurecidos, y mis labios los saludaron con delicadeza antes de comenzar a morderlos suavemente.

Aquello debió encenderla aún más. Pues su coño se humedeció aún más.

Yo apenas y podía moverme, pero Andrea no lo necesitaba. Estaba claro que era ella quien deseaba con más ahínco recuperar el tiempo perdido. Sus frenéticos movimientos sobre mi verga terminaron por provocarle un orgasmo que soportó apretujando mi cabello con sus dedos y mordiéndose sus propios labios. Mis manos descansaban sobre sus perfectos glúteos, y vibraban de placer como si estuviesen a varios grados bajo cero.

Entonces comenzó a moverse de nuevo, con toda la intensión de satisfacer agradecida a mi verga.

Y entonces la puerta de mi oficina sonó, seguida de la voz de mi hija.

– ¿Papá? – dijo Mariana, con un tono de voz que me extrañó de inmediato

Andrea se puso de pie de inmediato, y se acomodó las prendas en su hermoso cuerpo.

Yo me subí los pantalones y me los abroché en segundos. Miré a Andrea, que ya estaba de nuevo en la silla de visitas, completamente normal. Yo trate de recuperar la compostura antes de acercarme a la puerta y abrirla completamente.

Mariana entró con su mochila de su equipo de entrenamiento. Debía haber llegado apenas. Pero su rostro tenía una expresión extraña.

Nos miró, pareció analizar la situación pero en seguida su mirada regresó a la mía. Parecía preocupada por algo más importante que lo que hubiese ocurrido en mi oficina. Le hice una seña con el rostro, de que me dijera de una vez qué sucedía.

– Katia está afuera – me dijo – Quiere hablar con nosotros.

CONTINUARÁ…

 

 

Relato erótico: “Cómo seducir a una top model en 5 pasos (09)” (POR JANIS)

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portada criada2La diva.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Sin títuloLas cosas habían mejorado bastante para Cristo en ese último mes. En lo personal, había conseguido una intimidad con su tía y su prima que jamás consiguió con otros miembros de su familia, ni siquiera con su madre. Es que un chantaje y una esclavitud encubierta unen mucho, la verdad.

Zara, por su parte, había pasado de una actitud colaboracionista con su jefa a una decidida admiración. Para Cristo era evidente que se habían hecho novias. Para el gitanito, era perfecto. Le permitía jugar la carta del familiar simpático y asegurar su puesto en la empresa.

De hecho, en lo profesional, Cristo estaba empezando a ser un tanto imprescindible, sin tener que tocar la tecla de la familia. Poco a poco, se estaba empapando de todos los secretillos y rumores que recorrían los pasillos y platós, no solo de la agencia en si, sino del mundillo en general. Las chicas bromeaban con él, le hacían partícipe de sus pecadillos, de los cotilleos y envidias. Se reían con sus bromas y chistes picantes. Cristo era como el bufón eunuco del harén, y eso le encantaba.

Sabía perfectamente que no podía conseguir nada con aquellos ángeles hermosos, que se codeaban con estrellas de cine, magnates, y poderosos promotores. No cabía ninguna aventura romántica con ellas, pero si podía guardar y encubrir sus secretos, sus debilidades.

Con ello, conseguiría más poder y pasta, las dos “Pes” del negocio.

En lo sentimental, las cosas también le iban bien. Sus tontos prejuicios sobre Chessy acabaron cuando el bonito y largo pene de su novia le otorgó la mejor noche de sexo que pudiera recordar. Ya no pensaba en ella como en un hombre disfrazado, sino que había alcanzado una nueva categoría sexual. Ahora, para Cristo, existía un tercer género: “la hemma”, o hembra macho. Daba igual que fuera un simple travestí, o un transexual hormonado, o bien un hermafrodita escapado de un sueño. Si era bella y parecía una mujer, no importaba que pudiera tener la Torre Eiffel entre las piernas, pues entraba en esa categoría.

Por su parte, Chessy le había insinuado que con algunos de sus clientes, en ocasiones, llegaba un poco más lejos que un simple masaje. Cristo se quedó mirándola. Ya sabía que una cosita tan hermosa como ella no podría escapar del efecto pulpo de los tíos, y menos con dinero de por medio.

― ¿A qué te refieres, Chessy? – inquirió Cristo, tratando de averiguar más.

― Bueno, algunos clientes quieren complementar el masaje con unas friegas más eróticas, ya sabes – se mordió ella el labio, con ese mohín vergonzoso tan característico.

― ¿Una pajita? ¿Una mamada?

Ella asintió vigorosamente varias veces, llevándose las manos a la espalda y bajando la mirada. Estaba preciosa, allí de pie, parada ante él, mientras Cristo, sentado en un butacón gigantesco, veía el “football”, tratando de entender las reglas americanas.

La conversación había surgido casi por casualidad, en el apartamento de Chessy. Ella planchaba algo de ropa y él veía la tele. El verano se acercaba y ella comentó que, en esa época, su trabajo aumentaba de clientela. Al “claro, nena, lo que necesites” de él, ella no pudo soportarlo más, y le confesó parte de lo que requería también su trabajo de masajista.

Cristo no era gilipollas, aunque se lo hiciese. Algunas de sus primas también estaban en el mismo gremio. No el de las masajistas, sino en el de putones verbeneros. En Algeciras no había Ramblas como en Barcelona, pero había paseo marítimo de cojones para hacer la calle, o bien las esquinas de siempre en el Saladillo. Cristo conocía el percal, pues todas sus andanzas festivas estaban relacionadas con putitas y putonas. Pero reconocía que lo que Chessy hacía no tenía mucho parecido con lo que las guarronas de la calle ofrecían.

Según ella, Chessy no aceptaba penetraciones de ningún tipo; solo sexo oral, y no con todo el mundo. Era algo que surgía entre sus clientes más habituales y seguros. Ya había una confianza y una intimidad entre ellos que les vinculaba.

― Tómalo como un masaje terapéutico – susurró ella, al inclinarse para besarlo.

― ¿Un masaje terapéutico? ¡Estás hablando de hacerles una gayolaaaa!

― Pero nene, eso es con música de pulseras. Yo no llevo de eso – ronroneó Chessy, frotando su naricita contra la del gitanito.

― ¡La madre que me…! ¡Chessy, déjate de hostias! ¿Te los follas?

Chessy se arrodilló a su lado, las manos entrelazadas sobre sus muslos. Sus grandes ojos se llenaron de lágrimas. Su barbilla tembló por la emoción.

“¡Joder! Es clavadita al gatito de Shrek, cuando pone esos ojitos tiernos.”, pensó Cristo, sintiendo como su enfado se diluía.

― No, Cristo, te lo juro. ¡Nada de contacto! Ni siquiera dejo que me toquen. Solo yo actúo, que para eso soy masajista diplomada. Es casi lo mismo, nene. Froto sus cuerpos desnudos con aceite, pellizco músculos y tendones… ¿qué más da que les frote la polla también? Me permite cobrar el doble…

“Hombre, visto así…”

― Llevo tratando a algunos más de dos años. Sé en lo que trabajan, quienes componen su familia, si tienen amantes o no, si están enfermos… ¡Lo sé todo sobre ellos! Me pagan para combatir el estrés, la tensión de sus cuerpos, la presión de sus trabajos cotidianos. ¿Debería dejarles marcharse con una profesional del sexo, después de haber palpado sus cuerpos hasta la saciedad? ¿Qué otra se lleve el dinero que me pertenece por derecho?

Cristo se quedó rápidamente sin respuestas. No es que Chessy fuera más lista que él, sino porque era una buena oradora y, sobre todo, porque tenía razón. Los prejuicios de Cristo estaban basados en la falsa moralidad y en el machismo. “Mi novia no puede ser puta, pero yo, en cuanto puedo, me paso las noches con ellas.” Ese es el pensamiento más extendido entre este tipo de fauna.

Finalmente, Cristo tuvo que dar su brazo a torcer, sobre todo cuando le arrancó la promesa que solo seguiría con el sexo oral. En contramedida, Chessy le hizo detallar, al por menor, que era, para él, sexo oral. “Pajas y mamadas”, respondió él.

― Vamos a ver, amorcito… sexo oral es todo lo que se puede hacer con las manos, con la boca, y con las partes del cuerpo que no sean ni el sexo, ni el ano – expuso ella.

― Pero…

― Se puede masturbar con las manos, con los pies, con las corvas y los muslos, con los glúteos, con el pelo – enumeró ella, dejándole con la boca abierta. – Se puede hacer una cubana con los senos, y usar la boca no solo para chupar una polla… ya sabes… beso negro, traje completo de saliva, el beso eterno… Así mismo, el cuerpo desnudo no está exento de posibilidades, sobre todo disponiendo de un buen aceite corporal. Ahí tenemos el masaje tailandés, las friegas calientes japonesas, el baño turco, la técnica de la serpiente, y, claro está, la cama deslizante.

― ¿La… la c-cama desliz…? – balbuceó Cristo.

― Deslizante, cariño. Se coloca un plástico grande sobre la cama y se derrama un bote de aceite. Los cuerpos desnudos se embadurnan y se frotan el uno contra otro, incapaces de aferrarse y abrazarse, hasta…

― Si, si, lo he entendido… lo entiendo… – la cortó él, agitando los brazos.

Nunca hubiera creído que existían tantas técnicas amatorias. Para Cristo, estar con una mujer era follarla y correrte; todo lo más, sacarle una buena mamada. De hecho, no hacía mucho que había aprendido a toquetear el coño de una mujer, llevándola al orgasmo.

― ¿Todo eso? – gimió Cristo.

― Si, cariño. Son derivaciones de una técnica sexual, pero, en el fondo, es lo mismo aunque aporten distintos placeres.

Cristo se llevó un dedo a los labios, cayendo en un mutismo reflexivo. A los pocos minutos, en que Chessy esperó pacientemente, de rodillas siempre, Cristo dijo:

― ¡Está bien! Puedes hacer todo eso, menos follar con el cliente. ¡Nada de darle tu culito! ¡Eso te lo dilato yo solo!

― Claro, cariño. Mi culito es solo tuyo… pero…

― ¿PERO? – el rostro de Cristo se desfiguró, rojo por el cabreo.

― Verás, mis clientes son repetitivos gracias al morbo… debido a que no soy una mujer, ¿comprendes?

Cristo no contestó. Apretaba los brazos del sillón con los dedos, los ojos entrecerrados. Aquello superaba su tolerancia de macho.

― Ellos quieren tocarme y para eso me pagan. ¿Pueden tocarme?

― Si – musitó bajito el gitano.

― ¿Pueden acariciarme las nalguitas?

― Si, jodiá…

― ¿Y agarrar mi pollita?

― ¡¡SSII!! ¡MALDITA SEA! ¡TODO MENOS DARTE POR EL CULO, COÑO!

― Gracias, nene – dijo ella, con una sonrisa de triunfo y poniéndose en pie. – Y, ahora, cariñito mío, viendo que estás muy tenso, ¿Qué tal si te ocupas de lo que has prometido?

Cristo, jadeando tras el grito, miró incrédulo, como Chessy se bajaba el chándal, mostrando sus perfectas nalgas. Encendido, tardó microsegundos en quedarse desnudo, mientras contemplaba como su novia se desnudaba lentamente, regodeándose en aquel cuerpo despampanante que le traía loco. Ella se sentó sobre las rodillas de su chico, haciendo coincidir los dos miembros. El de él, estaba tieso y expectante, el de ella, lánguido y morcillón. Los enredaron con placer, entre besos húmedos y caricias desaforadas. Parecían dos animales en celo, que no se daban cuartel en sus apetitos. El dedo de Cristo, cada vez más hábil en el menester, se coló por el dúctil esfínter de Chessy. Lo dilató sin necesidad de usar otra cosa que su saliva –tampoco es que hiciera falta demasiado para que se tragara su pene-, y alzándole las nalgas, se la introdujo de un golpe.

Mano de santo, oiga.

Chessy relinchó de gusto, echando la cabeza hacia atrás. Pequeñita pero cumplidora, se dijo ella, cabalgando el apéndice de su novio. Cristo, como de costumbre, se afanaba en los gloriosos senos de su chica. Siempre se preguntaba, al verlos, como era posible que un tío poseyera los senos mas sublimes que había visto jamás, sin necesidad de operarse.

El miembro de Chessy fue creciendo, a medida que se enredaba en el placer. Lo pegó al suave vientre de Cristo, rozándose con el ombliguito de botón. A Chessy le encantaba el cuerpecito de su novio, tan suave y tierno, tan liviano y dispuesto. Mordisqueó de nuevo los morenos labios, aspirando el aliento del chico, y se preguntó, en uno de esos pensamientos estúpidos que se pasan por la cabeza en los momentos de gran placer y dicha: ¿Qué veo en Cristo para que me guste tanto?

Como podéis comprobar, no solo es patrimonio de las mujeres pensar en musarañas cuando se las están follando, algunos tíos también lo hacen. Bueno, no sé si llamarlo tío es apropiado… El caso es que Chessy saltaba sobre la polla de Cristo, jadeaba y se agitaba, y, al mismo tiempo, repasaba las cualidades que le atraían de su chico. A saber usted por qué…

El chico ideal de Chessy era alguien más alto, de complexión delgada y flexible, rasgos duros y masculinos, y, sobre todo miembros velludos. En cambio, Cristo era la antítesis de todo eso. Quizás por eso mismo, la atraía. ¿No es cierto que los polos opuestos se atraigan? Pero Cristo no era “su” polo opuesto, sino el contrario de su idealización. A lo mejor, en el fondo, el ideal era tan solo el reflejo de nuestra personalidad. El caso es que Cristo la atrajo desde el primer momento en que le vio, tan perdido en la gran urbe, tan exótico con aquellos rasgos delicados. Era distinto a cuanto conocía, tanto en amistades, como en clientela. Además, estaba su inquieta y singular personalidad. Cristo no pensaba como los neoyorquinos, ni siquiera como un americano. Cristo era gitano, europeo, y masón, por así decirlo. Ni siquiera era un tipo particularmente morboso y atrevido, epítome del género que la enloquecía, pero, con aquello, podía resumir lo que le atraía de su novio.

Lanzó su pelvis hacia delante, frotando su polla con más dureza contra el vientre de Cristo, y musitó a su oído:

― Me voy a correr, cariñito… sobre tu barriguita…

― ¡Hazlo, mala pécora! Voy a regarte el culo… voy a preñarte… ese culazooooo…

Cristo se corrió, sin dejar de agitarse, dejando una buena cantidad de semen en el recto de Chessy, quien, al sentirlo, dejó escapar un chorrito acuoso, justo sobre el ombligo masculino. Tras esto, descabalgó al chico y, sin ningún escrúpulo, lamió la polla de su chico hasta dejarla limpia.

― Te dejo acabar el partido, cariño – le dijo Chessy, recogiendo su ropa del suelo y dirigiéndose al baño.

Estaba contenta. Al final, había abordado la cuestión que la tenía en vilo, la vertiente putera de su trabajo. La cosa había ido mejor de lo que esperaba. Tendría que perder algunos clientes a los que ofrecía su trasero, pero, en lo principal estaría bien. De hecho, no solía ofrecer más que sexo oral.

Sonrió a su reflejo en el espejo. “Ya lo decía Gandhi, hablando se entiende la gente.”

____________________

Priscila acompañaba a Thomas Gerrund hasta el ascensor, cuando éste se abrió revelando otra de las nuevas celebridades del mes, en la agencia. Cristo, desde su puesto en el mostrador de atención y bienvenida, lo veía todo, sin apenas alzar la cabeza. Alma le había enseñado a mirar sin levantar la cabeza, a ras del mostrador de mármol.

Thomas Gerrund era un famoso fotógrafo inglés que había firmado un contrato con la agencia, por un tiempo de dos años. Era un hombre de unos treinta y tanto años, alto y delgado, con movimientos parsimoniosos. A Cristo no le extrañaba que fuera un poquito gay, sobre todo por como movía y colocaba las muñecas, dejando sus largas manos colgadas, como muertas. Pero, al parecer, tenía muy buen ojo con las chicas, sabiendo cómo sacarles ese hálito salvaje que toda mujer lleva en su interior.

Sin embargo, por muy famoso que fuera el fotógrafo, los ojos de Cristo no se apartaban de la persona que había surgido del ascensor. Se trataba de una de esas chicas inolvidables, de las que arrasan al bajarse de una limusina, ante los flashes de la prensa. Era una criatura angelical que trepaba fuertemente hacia el ranking de las diez hembras más bellas del mundo.

Hacía unas semanas que la jefa Candy la presentó en la agencia. Calenda Eirre, una modelo en alza, famosa ya en su país de origen, Venezuela, a la que la prensa internacional catalogaba ya como la sucesora de Adriana Lima, tanto por su belleza como por su parecido.

Era realmente cierto que se parecía a la famosa modelo carioca. Morena, con ojos rasgados, verdes como los de una gata, que te miraban desde su metro ochenta y dos como si fueses un simple aperitivo. Al menos, eso es lo que Cristo sentía cuando Calenda le miraba, al pasar. Tenía diecinueve años –aunque era imposible adivinar la edad de una mujer así, quien, desde los quince años, ya no tenía ningún rasgo juvenil- y había fichado por la agencia, trasladándose desde Caracas. Para Cristo, desde el momento en que la vio, resultó ser la mujer más bella que sus ojos habían percibido jamás, ni vería seguramente.

Al segundo día que Calenda pasó por la agencia, venía sola y se detuvo en el mostrador a preguntar por el horario de su sesión. Mientras Alma buscaba la información, Cristo, que hacía todo lo posible por no mirar a la modelo directamente, se decidió a hablarle.

― Bienvenida a Nueva York, señorita Eirre.

― Gracias…

― Me puedes llamar Cristo.

― ¿Cómo el Señor? – preguntó en castellano, enarcando una ceja.

Se le notaba forzada con el inglés, y aquella pregunta se le escapó en su idioma natal, con ese deje tan particular y engolado.

― No, como el Zeñor no, criatura. Cristo viene de Cristóbal – sonrió él, usando también el castellano.

― Ay, chama, ¿eres españolito, mi vida? – se llevó las manos a la cara, con alegría.

― Po zi, zeñorita Eirre. Del zur de Ezpaña.

― ¡Que chévere, pana! Me da mucho gusto poder hablar en mi lengua acá, en Nueva York. ¡Me encanta como habláis los españoles! ¡Suena taaaan lindo!

― Po aquí eztamos pa lo que usté quiera, peazo de cuerpo – sonrió Cristo.

― La sesión empieza dentro de media hora, señorita Eirre. Puede pasarse por maquillaje, al fondo del pasillo – les cortó Alma.

― Muy amable, señorita…

― Alma – se presentó la dueña del mostrador.

― Alma… bonito nombre. Cristo, ¿podemos almorzar cuando acabe? – le preguntó, mirándole con aquellos preciosos ojos felinos, y dejándole con la boca abierta.

― Si lo desea. Estaré aquí, trabajando – respondió, esta vez en inglés.

Se alejó taconeando sensualmente. Tanto Cristo como Alma contemplaron aquel culito meneón, cada uno ubicándolo en su particular fantasía.

― ¡Mira tú! – la pelirroja le atizó un codazo cariñoso. — ¡Has ligado!

― ¡Anda ya!

― ¡Si te ha invitado a almorzar y todo, pillo!

― No conoce a nadie y yo hablo español, eso es todo. Me va a utilizar para aprender a moverse en Nueva York, ya verás – respondió Cristo, suspirando interiormente.

Cristo no se hizo ninguna ilusión con aquella invitación. Sabía perfectamente que no podría jamás optar a tener una aventura amorosa con aquellas grandes divas. Lo mejor era reírse con ellas, disfrutar de su encanto, y beneficiarse de su amistad. Pero, no le hacía daño a nadie si fantaseaba un rato con Calenda Eirre, la supuesta heredera de Adriana Lima, ¿no?

Lo cierto es que la amistad surgió espontáneamente entre ellos dos, de forma muy natural. Calenda se pasó por el mostrador tres horas más tarde, y Cristo la llevó a un sitio discreto y alejado de la agencia. Almorzaron una deliciosa pizza en una trattoría familiar que Chessy había descubierto. Calenda acabó chupándose los dedos y riendo por ello. Cristo se quedaba en trance, contemplando aquellos divinos labios sorber y chupetear los hilachos de queso fundido. En su mente, aquello no era queso, en absoluto, ni tampoco estaban en una pizzería, en el SoHo.

A partir de entonces, cada vez que llegaba a la agencia, se detenía a charlar un ratito con él y, cada vez que podían, salían a almorzar juntos. Calenda no tenía más amigos que él, en la ciudad, y tampoco los necesitaba. Apenas disponía de tiempo para más relaciones. Todo era trabajo y trabajo. Promociones, publicidad, rodajes y sesiones. En eso se había convertido su vida. Sabía perfectamente que cualquiera de sus compañeras, en la agencia, mataría por lo que ella tenía y no disfrutaba. Pero ninguna de ellas tomaba el puesto de Calenda al volver a casa, al final de la jornada, algo que para ella, era lo peor de todo.

Por eso mismo, los momentos que pasaba en compañía de Cristo eran sumamente agradables, entrañables para evocar, para aferrarse a ellos en los momentos en que quedaba a solas. Verdaderamente, consideraba al pequeño español como el hermanito que nunca tuvo. Ni siquiera sabía la verdadera edad de Cristo, pues era un dato que no le interesaba. El gitano la entendía, la animaba con sus peroratas y sus soeces palabras, y calmaba su ansiedad, demostrando poseer una experiencia mucho mayor a la de ella.

El físico infantil de su nuevo amigo le encantaba, pues, al ser mucho más bajo que ella, y de apariencia tan endeble, no asumía una figura dominante a su lado. Ese era uno de los secretos que Calenda trataba de disimular en su entorno inmediato, y que Cristo supo ver enseguida. Calenda se ponía nerviosa al tener un hombre rondándola. Cuando más autoritario e insistente, mucho peor. Era como si hubiera tenido alguna mala experiencia con ese tipo de sujetos. Sin embargo, Cristo no le preguntó nada, sabiendo que era cuestión de tiempo que ella misma le contara su vida pasada.

Lo primero que supo sobre Calenda, lo hizo en su sitio secreto de la agencia, en la pequeña azotea del cartel publicitario. Calenda se había puesto nerviosa con el promotor y Cristo, en un alarde de habilidad, le mostró el sitio, que en si era ideal para fumar. La morenaza venezolana había adquirido ese vicio, aunque solo cuando estaba tensa.

― Ese hombre me recuerda a mi padre – rezongó en español, soltando una bocanada de humo.

― Usa el inglés, tanto tú como yo, debemos perfeccionar. ¿Tu padre? ¿Se quedó en Caracas?

― No, está aquí, conmigo. Es mi representante.

― Vaya. Eso es perfecto, ¿no?

― No, nada de eso.

Cristo se quedó sorprendido con la respuesta, pero intuyó que no sería buena idea ahondar más en el tema. Con la habilidad de un estafador, cambió de tema, consiguiendo que ella se relajara, antes de regresar a su sesión.

_____________________________________________________________________

Un domingo por la mañana, el móvil de Cristo sonó. Era temprano. Él y Chessy estaban aún en la cama, dormidos tras una velada de sexo y chocolate, en el apartamento de ella. Con los ojos cerrados y la voz gruñona, Cristo contestó.

― Cristo, perdona por molestarte, pero no sabía a quien llamar – el acento venezolano y la fluidez histérica del tono, le acabaron de despertar.

― Tranquila, Calenda. Despacio… ¿qué pasa?

― No quiero volver a casa en este momento, pero no sé donde quedarme. Necesito reflexionar…

― Mira, Calenda. Estoy en casa de mi chica, en el Village – Cristo miró a Chessy, pidiéndole permiso con los ojos y ella asintió. – Toma un taxi y dale esta dirección… Te esperamos para desayunar, ¿vale?

― Muchísimas gracias, amigo mío. Nos vemos.

Chessy ya se estaba poniendo una larga camiseta, sentada en un lateral de la cama.

― ¿Así que esa era la famosa Calenda? – preguntó al ponerse en pie.

― Si. Sonaba muy rara…

― Es muy hermosa – musitó Chessy. Lo dijo como una aseveración, mientras entraba en la cocina.

― Si, es la apuesta de la jefa, en este momento. Uno de los ángeles de la moda…

― Y, por lo visto, se ha hecho amiga tuya…

― Ya te lo he contado, Chessy. Le caí bien desde el primer día. Hablamos en español y la ayudo a adaptarse a Nueva York.

― Ya, ya – dijo ella, enchufando la cafetera.

― ¿Celosa, cariño?

― No, más bien preocupada.

― ¿Por qué?

― Las chicas como ella no se hacen amigas del ordenanza de la agencia. Suelen tener promotores, protectores, peces gordos que han invertido en ella, a su alrededor.

Cristo se encogió de hombros, las manos en los bolsillos.

― Pues ella está sola. Bueno, vive con su padre – contestó él.

― Suena extraño.

― Si. Oculta algo, lo sé, pero aún no se ha confiado a mí…

― Puede que ahora lo haga – sonrió Chessy, señalando las tazas para que Cristo las colocara sobre la mesa.

Calenda apareció diez minutos después. Traía ropa de fiesta, por lo que había que suponer que aún no había pasado por su casa. Cristo hizo las presentaciones.

― Calenda, esta es mi chica, Chessy. Ella es Calenda Eirre.

Las chicas se besaron en la mejilla y Chessy le pudo echar un buen vistazo. Aún sin gustarle las mujeres, tuvo que reconocer que Calenda era una mujer por la cual perder el sentido, el cerebro, y el corazón. En verdad, era impresionante. Con esa mirada que parecía devorarte, cambiando de tonalidades de verde con la luz; ese cuerpo de infarto, ahora enfundado en un estrecho y corto vestido de lamé dorado. Llevaba el pelo casi rizado y despeinado, como si hubiera saltado de la cama con prisas. Traía dos altos zapatos en la mano, subiendo las escaleras del bloque descalza. Aún así, le sacaba a Chessy diez centímetros, por lo menos.

― Vamos a desayunar. Parece que necesitas un buen café – la invitó Chessy a sentarse.

― Gracias. De veras que lo necesito.

― No has llegado a tu casa, ¿verdad? – le preguntó Cristo.

― No, vengo de Lexington Avenue. He pasado allí la noche… en casa de un amigo de mi padre.

― Si quieres, después de desayunar, puedes ducharte. Te prestaré algo de ropa – le dijo Chessy, con suavidad, señalando hacia el cuarto de baño.

― Muchas gracias, te lo agradezco.

Acepto un buen tazón de café con leche y devoró un par de tostadas, pensativamente. Chessy y Cristo la miraban de reojo, sin atosigarla. Se notaba que quería contar algo, pero no encontraba la forma o el momento, quizás.

Acabaron de desayunar y Chessy le entregó una toalla limpia, así como una camiseta y una sudadera, junto con unos anchos y largos pantalones deportivos.

― Te puedo dejar algo de ropa interior, pero solo uso tangas y boxers. Sujetadores los que quieras – le dijo Chessy, con una sonrisa. – Tengo unas deportivas nuevas. ¿Qué número calzas?

― Un nueve.

― Te estarán bien.

― No te preocupes por la ropa interior. Con la ropa ya haces suficiente – tomó las manos de Chessy, las dos paradas ante la puerta del cuarto de baño, y la miró a los ojos. – Muchas gracias por todo, Chessy. No sé cómo pagaros…

― Si quieres agradecerlo de algún modo, habla con Cristo. Está muy preocupado por ti. Te aprecia, ¿sabes?

Calenda asintió y le soltó las manos, introduciéndose en el cuarto de baño. Quince minutos más tarde, salió vestida y con mejor cara. Había borrado las trazas de maquillaje y tenía el pelo desenredado y cepillado, aunque húmedo.

― ¿Por qué no subes con ella a la terraza? – le propuso Chessy a Cristo. – Hace una mañana preciosa. Podría secarse el cabello al sol y tener un rato de intimidad…

Calenda le sonrió, de nuevo agradecida porque la comprendieran tan bien. Tomó el cepillo en una mano y registró su bolso hasta sacar un paquete de cigarrillos y un encendedor. Cristo salió al pasillo y llamó el ascensor. Ya en su interior, Calenda apoyó un codo en el hombro de Cristo, recobrando la intimidad que solían compartir.

La azotea encantó a la modelo. Los vecinos del inmueble la tenían acondicionada como solarium, con hamacas coloristas, mesitas de jardín, y celosías de madera para desanimar los mirones.

― ¡Estos apartamentos son una pasada! – exclamó, dejándose caer sobre una de las hamacas. – ¡Un edificio rosa! ¡Madre mía! ¿Por qué?

― Todos los vecinos son gays – se encogió de hombros Cristo, sentándose en un butacón de mimbre.

― ¡Claro! Soy tonta. Esto es el Village – se rió. — ¿Y qué hace tu chica entre tantos gays?

― Ella también lo es, de cierta forma.

― ¿Bisexual? – Calenda mostró una sonrisita.

― No, transexual – dijo Cristo, en un soplo.

Los ojos de la modelo se abrieron y mucho.

― No me digas que…

Cristo asintió.

― ¡Es guapísimo! ¡No se nota en absoluto! – exclamó ella.

― Se considera una mujer totalmente, de los pies a la cabeza.

― ¿Y está…? – Calenda se cortó, al preguntar.

― ¿Operada? – Calenda asintió. ― No. Podría perder mucha sensibilidad. De todas formas, tiene un pene precioso – sonrió Cristo.

― No imaginaba que tú…

― ¿Qué yo qué? – se picó Cristo.

― No te enfades, porfa… que no sabía que te gustase esa rama del sexo, vamos…

― Y no creo que me guste – dijo él, muy serio.

― ¿Entonces?

― Es una larga historia.

― Cuenta. Aquí se está bien – dijo ella, retrepándose de cara al sol y cerrando los ojos.

― Está bien. Le pedí salir a Chessy, creyendo que era una chica.

― ¡Chama! ¿De verás?

― Ajá. Nos conocíamos de tontear en el Central Park, de compartir clases de Tai Chi y tal, pero nada más. Jamás imaginé que fuera un transexual.

― ¿Y lo aceptaste así como así?

― No, que va. Me reboté un tanto. Primero me marché y luego reflexioné. Finalmente, decidí darle una oportunidad. Ahora la veo como lo que es: una mujer bellísima con una polla juguetona.

― ¡Jajaja! – estalló Calenda en carcajadas. — ¿Y cómo os va el sexo?

― Las intimidades para otro día, Calenda. Ahora es tu turno de confesar ciertas cosas…

― ¿Yo?

― Si, tú. Estás fatal y necesitas confesarte con alguien. Según me dijiste, soy tu único amigo…

Calenda agachó la mirada y guardó silencio. Incorporándose un tanto, pasó el cepillo por su húmeda cabellera, lentamente. Tras un par de minutos, asintió, aceptando la sugerencia. Empezó a hablar con una vocecita casi infantil.

― Lo que voy a contarte podría hacer tambalear toda mi carrera, Cristo, así que te ruego guardar el secreto, por favor.

Cristo hizo una cruz con los dedos índices de sus manos y, posándolos sobre sus labios, los besó.

― ¡Por estas! – juró.

― Mi madre se fugó de casa cuando apenas tenía cinco años. No la recuerdo. Mi padre me crió, con la ayuda de una de sus hermanas, así como alguna que otra amante. No he tenido lo que se dice una niñez demasiado jovial. Aunque mi padre jamás me ha tocado -de forma sexual, me refiero-, si ha negociado conmigo de muchas maneras. A los catorce años, vendió mi virginidad en una subasta de amigos. A partir de ahí, cada dos fines de semana me entregaba a uno de ellos, por una buena cantidad de dinero. Al cabo de unos meses, me cedió por un año entero a una dudosa agencia de modelos de Maracaibo…

Cristo tenía la boca abierta, sorprendido por lo que la chica guardaba en su interior.

― Esta agencia vendió mi cuerpo como quiso. Junto a otras chicas, asistíamos a inauguraciones, carreras urbanas, y spots locales publicitarios. Apenas cobrábamos y los promotores tenían total libertad con nosotras. A los dieciséis años, mi padre falsificó mi documento de identidad para poder registrarme en un concurso nacional de belleza. Me presentó a dos de los jueces sobornables y me obligó a yacer varias veces con ellos. Como era natural, gané el concurso. Con ese título, mi padre negoció mi entrada en una de las más famosas agencias de modelos de Caracas, en donde empecé a darme a conocer.

“Esta fama es lo que mi padre necesitaba para prostituirme a un alto nivel, “de lujo”. Trabajaba en sesiones y publicidad, y los fines de semana alegraba la vida de ciertos tipos ricos.”

El tono de Calenda era irónico, como si sintiera asco de sí misma. Cristo apretaba los puños, asqueado también, pero por la actitud de ese padre miserable.

― Sin embargo, en la agencia, conocí a Elina, una chica de mi edad, recién ingresada en el mundillo del modelaje. Era muy dulce y algo ingenua. Nos hicimos muy amigas. Ella era de Caracas y me invitó muchas veces a comer con su familia y a pasar algunas noches en su casa. Nunca le dije nada de lo que mi padre me obligaba a hacer; me hubiera muerto de vergüenza. Al final, brotó algo más que la amistad, entre nosotras.

“Sin embargo, mi padre no vio aquello con buenos ojos. Según él, limitaba mi tiempo y mis posibilidades. Cada vez debía estar más dispuesta para mis obligaciones de prostituta. Elina, aunque era muy mona y atractiva, no tenía las mismas posibilidades que yo. Yo debía volar alto y ella, siempre según mi padre, era un ancla.”

“Por entonces, no sabía gran cosa de las asuntos de mi padre, pero había conseguido ciertos préstamos de una gente sin escrúpulos, avalados por mi prometedor futuro laboral. Así que, cuando esos tipos comprobaron que ese futuro tardaba en despegar a causa de la relación que mantenía con Elina, tomaron cartas en el asunto, aconsejados por mi propio padre.”

“Papa estaba asustado. Los plazos de los intereses vencían y yo no parecía querer subir al siguiente peldaño de la escalinata de la gloria. Decidió que él debía tomar la decisión por mí, pero debía de hacerlo de una forma en que yo no supiese de su manipulación, ya que podría repudiarlo y negarlo. Así que, un día, ordenó secuestrarnos, a mí y a Elina.”

― ¿QUÉ? – exclamó Cristo, alucinado.

― Unos individuos enmascarados nos raptaron a la salida de una pasarela, subiéndonos a una furgoneta. Nos llevaron a una hacienda y nos… vejaron de mil formas, hasta que, finalmente, fuimos filmadas y subastadas por la red. Uno de los enmascarados nos dejó bien claro que la que consiguiera la puja más alta, se salvaría de ser vendida. A cambio, trabajaría unos años para pagar la deuda contraída con ellos. La chica que perdiera, sería vendida inmediatamente. De nosotras mismas dependía nuestra libertad. Tendríamos que ser sugerentes, seductoras, y agresivas. En suma, buenas putas.”

“Elina era demasiado inocente para actuar así, y yo era toda una profesional. Estaba demasiado asustada como para dejarme vencer. Aún queriendo a Elina, la superé, sabiendo que, con ello, la estaba condenado a una vida miserable. Una mañana, se llevaron a Elina, entre lloros y gritos, vendida a unos asquerosos degenerados. Me costó mucho superar aquello. En verdad, no he vuelto a mantener una relación amorosa con nadie, ni hombre, ni mujer.”

“Mi padre niveló sus finanzas y yo despegué en mi carrera. Confié en que mi padre pagaría mi deuda con los cabrones que nos secuestraron. Entonces fue cuando me enteré de que mi padre era socio de ellos y que todo había sido ideado por él. Le odié a muerte, le sigo odiando aún, pero me tenía cogida y anulada. Llevaba demasiados años sometida a su voluntad como para liberarme de un golpe.”

“Como caída del cielo, llegó la oferta de Fusion Model Group. Podría abandonar Venezuela y venirme a Nueva York. Pensé que podría liberarme… Firmé el contrato y pretendí dejar a mi padre atrás, por crápula. Sin embargo, estaba preparado para un juego así. Me hizo chantaje con las pruebas que tenía sobre el secuestro, las terribles vivencias en aquella hacienda, y cuanto hice para superar a mi amiga y abandonarla. No pude hacer otra cosa que traerle conmigo y mantenerle como el vividor que es.”

― ¡Joder con la historia! – susurró Cristo. — ¿Lo tienes en casa metido?

Calenda asintió. Se mantenía echada hacia atrás, en la hamaca, con el rostro alzado hacia el sol y los ojos cerrados. Sin embargo, las lágrimas rodaban mansamente por sus perfectas mejillas, pero sin dar ningún sollozo. Lloraba en silencio, como si estuviera acostumbrada a hacerlo.

― Calenda – la llamó suavemente Cristo.

Ella abrió los ojos y giró el rostro hacia él, pasando la vista a su través, como si no estuviera. Sin embargo, respondió:

― ¿Si?

― ¿De dónde venías esta mañana?

― He pasado la noche con un viejo, en un apartamento frente al central Park.

― ¿Enviada por tu padre?

― Si – de nuevo brotaron las lágrimas. – Desperté en la cama, desnuda. Aquel tipo roncaba fuerte y ya no pude soportarlo más. Tenía que marcharme, huir de la influencia de mi padre. Pero no conozco a nadie en Nueva York más que a ti, Cristo.

― Tranquila, Calenda. Hiciste bien en acudir. ¿Qué piensas hacer ahora?

― No lo sé. No creo que pueda soportar más a ese parásito – dijo, encendiendo un cigarrillo.

― Seguirá haciéndote chantaje, lo sabes ¿no?

Calenda meneó la cabeza, casi con resignación. Después, se encogió de hombros, como diciendo que así era la vida que le había tocado vivir.

― Yo te ayudaré si lo deseas.

― ¿De verás, Cristo?

― Si, pero solo si me aseguras que estás dispuesta a enfrentarte a tu padre. No servirá de nada lo que pueda sugerir, si no presentas batalla. ¿Comprendes?

― Si, Cristo. Eres mi caballero con armadura – dijo, alargando la mano para atrapar la de Cristo y apretarla dulcemente.

Con una sonrisa, inclinó la cabeza y depositó un par de besitos sobre la pequeña palma del gitano, sumamente agradecida.

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “Flora, el capricho de los porteros de la discoteca” (POR CANTYDERO)

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verano inolvidable2Vosotros, lectores, deberéis juzgar con vuestras mentes Sin títuloque fue lo que me pasó esa noche. Quizás sintáis una cierta repulsa al leerlo o, por el contrario, os dejéis llevar por una excitación sin límites…

De cualquier forma, todo comenzó como para mí como lo hubiese hecho con cualquier otra chica en mi situación. Yo soy esa chica en su primer año de universidad que se enfrenta a la primera de las grandes fiestas que se han organizado para toda la facultad. Sí, una de esas de las que hablan todas las chicas nerviosas por los pasillos durante días, mientras los tíos saben que se van a pegar una gran borrachera. Una semana durante la cual es como si las clases no existieran, como si todo lo importante se reduce a preparar no los exámenes, sino los modelos que lucirás en la disco.

Yo no lo vivía con excesiva pasión, la verdad. Es decir, sí estaba algo nerviosa por cómo se desarrollaría todo, pero no me lo tomo como si fuese una cría. Ya llevábamos tiempo en la universidad, yo ya conocía a unas cuantas amigas y había hecho mi grupo, estaba feliz. No iba a esa fiesta desesperada a buscar más amigos o a un novio, nada de eso. Me hacía ilusión salir de fiesta en un ambiente nuevo, pero nada más.

Los pasillos eran un hervidero, como os he dicho. Pero no sólo las chicas preguntando qué modelito iban a vestir y con qué chico querían aparearse. También los chicos estaban algo nerviosos, eso lo notaba yo. Quiero decir, siempre están nerviosos cuando yo paso delante de ellos. Los oigo, los siento cuchichear y mirarme no precisamente a la cara. Pero aquella semana, me miraban con una intensidad mucho más potente.

No dudaba que el deseo de muchos de ellos era poseerme esa noche. Yo no dejaba que mis emociones se plasmasen, nunca lo he hecho así a la ligera, sólo cuando me importa. Soy una chica pija, de esas que pasean con aire de superioridad y sólo te miran si es necesario. De esas pijitas que se reúnen con otras más pijas todavía a contarnos cosas de nuestra élite. De esas que nos reímos a la vez de lo mismo, aunque no tenga gracia. De esas inalcanzables, por así decirlo.

Mientras pasaba grácilmente por los pasillos, marcando con fuerza mi tacón y con media sonrisa mirando al infinito, más y más chicos se derretían por encima de lo habitual esa semana…

Yo de mientras, miraba con moderada ilusión la fiesta. En el fondo me apetecía un poco, podía comprender la ilusión colectiva.

El día, o más bien la noche, llegó…

No tiene sentido que os describa un día frenético de compra de entradas, de quedadas a una hora en tal o cual sitio, de saber si los de la otra clase van a ir más elegantes… Aunque es muy entretenido comentar eso en mi círculo de pijas, teníamos claro lo que nosotras íbamos a hacer.

La tarde, básicamente, fue un ritual de preparación para mostrar al mundo la Flora que reinaba en la universidad. Sí, me llamo Flora, alguno dirá que es un nombre de pija que me viene ni que pintado. Soy Flora Coslada. Mucho gusto en conoceros.

La ducha es el primer de los pasos que una chica tan presumida debe seguir para salir de fiesta. Me gusta sentir el agua templada tirando a caliente resbalarse por mi piel, si por mí fuera, agotaría el calentador dentro de la ducha. Una vez me he desnudado, me quedo quieta, recibiendo el chorro de agua por todo mi cuerpo… Seguro que muchos de aquellos que me miran por los pasillos no querrían perderse este momento.

Porque… ¿sabéis? No estoy nada mal. Soy una chica pija de estatura media, de cabello marrón oscuro que prácticamente me llega al ombligo y que en estos momentos se humedece y se pega a mi piel. Tengo una figura muy bonita: delgada y estilizada, especialmente mis piernas son muy largas y delgadas, al igual que mis muslos, los cuales lucen divinamente. Siempre depiladas y con un brillo especial, mis piernas son un atractivo mortal para hombres fogosos de cualquier edad, especialmente cuando yo misma decido que se muevan de una forma sugerente, que se abran sin que nadie se lo espere…

El agua también cae por mi espalda recta e inmaculada, hasta el inicio de mis piernas. No tengo un trasero especialmente prominente, pero está bien durito al tacto, perfecto para mi gusto. Y justo por delante… mmm, pues una de mis partes preferidas, qué voy a deciros… Mi tierno coñito, con el cual me lo paso tan bien siempre que tengo necesidad. Soy una chica en apariencia fría y distante, pero no es esa la verdad de mi carácter. Cuando yo quiero, me torno ardiente en cuestión de segundos. Pienso mucho en el sexo, me encanta, es mi pasión, y más poder practicarlo con este cuerpo hermoso. Me he derretido de una forma irrefrenable ante aquellos pocos que han despertado mi pasión, y ellos han disfrutado del privilegio de mi sexo rasurado. Aunque en realidad, como yo siempre digo, soy yo quien disfruto de esos hombres fáciles y quien les abandona cuando me da la gana. Así soy, una chica mimada y altiva pero con los labios húmedos… No puedo resistirlo, ni quiero. Pero es que me gusta calentar a los chicos, hacer que piensen en mí cuando la mayoría no conseguirán nada…

Empiezo a enjabonarme por donde hago siempre, por mis abultados pechos. Tienen un tamaño perfecto para hacer un escote precioso que me encanta lucir en días como el de esa fiesta. La espuma impregna la piel suave de mis senos, y acaba cubriendo los pequeños pezones rosados que coronan mis glándulas. Los recorro con especial cuidado, disfrutando cada centímetro de mi cuerpo… A medida que me extiende el enjabonado, también decido tratar con cariño a mi vulva. No creo que hoy ocurra un encuentro sexual, pero quien sabe…

Tras la ducha, salgo desnuda con las gotas aún cayendo por mi silueta. Me envuelvo en una toalla verde y me miro al espejo, me gusta ver la brillantez de mis ojos, la tierna expresión de mi nariz y mi boquita realzada por mis pómulos, me encanta mi rostro. Me envuelvo otra toalla como turbante en la cabeza y recojo el baño.

Ya he decido que me voy a poner. Después viene una buena sesión de peinado, vestido y maquillaje. Me paso las planchas una y otra vez, para dejar mi pelo bien liso y que fluya adaptándose a mis formas de mujer cuando caiga. No puedo dejar de maravillarme por lo bien que me ha quedado hoy.

Me voy a vestir como más me gusta: ropa interior negra (¡claro que tanga!), unos shorts vaqueros muy cortitos, casi a la altura de mi trasero y una blusa roja que tengo con la que me queda un escote de infarto. He elegido también unos zapatos negros con tacón que realzan mi figura… Me miro de nuevo al espejo y me encanto. Un cuerpo delgado, realzado, con las piernas desnudas firmes y unos pechos que destacan a los lejos entre mi blusa. El toque final me lo doy luego, rizándome las pestañas y aplicando un pintalabios de un color rojo intenso, de tal forma que mis labios tienen el mismo color que mi blusa.

Cojo mi bolso y salgo, voy bien de tiempo. Mis amigas y yo hemos quedado para beber en el parque, imagino que otros de clase estarán por allí. Otra se había encargado de comprarnos la bebida, así que todo iba sobre ruedas.

Ya en el parque, algunas de mis amigas ya estaban esperándome, otras fueron llegando con cuenta gotas. Todas impresionantes, muy pijitas, con buen tipo, así somos todas… Las bolsas se depositaron al lado de nuestras piernas, mientras nos sentábamos en el banco para estar cómodamente bebiendo y riendo.

Mi amiga Clara me dijo que había venido muy bien arreglada, que estaba muy guapita… Esa chica nunca había tenido un buen tipo y siempre nos tiraba piropos a las otras. Aunque sí que se enrollaba con chicos, alguna vez el resto nos reíamos y pensábamos que tenían un punto bisexual raro… Agradecí su piropo porque la verdad, aunque la noche no me hacía tanta ilusión como a otras, sí que me había puesto muy guapa es anoche… y vestía un poco cachonda la verdad.

La conversación fluía a tono con los tragos que tomábamos de ron con cola. Las risas se hacían cada vez más frecuentes cuanto más se vaciaba el contenido de las botellas. Mis amigas (y por asociación, también yo) empezaban a dejar ver en lo torpe de sus miradas y en sus lenguas trabadas el efluvio del etanol… Yo misma también notaba lentamente estos efectos, pero intentaba disiparlas con mis carcajadas en el frío de aquella noche memorable.

El resto de los bancos de parque, y parte del suelo, se había llenado con otros compañeros de la facultad. La verdad es que conocíamos a la gran mayoría, porque somos muy cotillas… Especialmente, qué os voy a decir, si los chicos son atractivos. Siempre hay unos pocos por la facultad y los tenemos bien fichados. Aquí estaban algunos de ellos, quien sabe si durante la noche acabaría acercándome a alguno. Me muerdo el labio del deseo que eso me produce… De imaginarme en un coche, con las piernas abiertas, botando encima de un hombre cualquiera…

El ron cola me estaba subiendo por momentos. Empezaba a decir muchas chorradas, más de lo habitual. Clara se rio de mí cuando intenté llenar un vaso que me habían pedido y tiré fuera la mitad del contenido de la botella. Me reía de mis problemas de coordinación, pero al ver que casi todas mis amigas iban igual de borrachas o más, mis males se comulgaron con los de los demás. Ya no sé ni de lo que hablábamos, nos habíamos pasado bebiendo a lo loco nada más empezar, si intentábamos jugar a un juego de beber ninguna estaba en condiciones de acordarse de las reglas. Nos reíamos, sacábamos fotos haciendo el tonto al lado de la estatua de aquél señor tan importante del parque, hablábamos de los tíos buenorros de la uni y de algunos que había al lado, con tanta sonoridad que seguro que nos acabarían oyendo…

Vamos, que cuando tirábamos para la discoteca, servidora iba lo que se dice bien fina. Bailaba más que andaba, y no había quien me parara quieta en la cola del lugar. Mis amigas me serenaron entre todas, porque dijeron que si se notaba que iba tan borracha, o quizás metida, no me iban a dejar entrar, ni a ellas. Por un rato intenté parecer normal mientras esperábamos nuestro turno, aunque en la cabeza de Flora todo danzaba a velocidades vertiginosas. Menudas colas que había siempre en La Perla Negra, una discoteca muy famosa aquí, enorme, con tres salas y varias barras. Es el lugar donde toda la juventud, sobre todo universitaria, se concentra. De hecho, estás en la cola y conoces a casi todos.

El portero de la Perla Negra nos miró de arriba abajo. Son un poco falsos estos porteros, hay días que hemos entrado gratis y otros que ni de coña. Parecía ser un día especial porque al final nos dejó pasar sin pagar. Su mirada se detuvo varios minutos en mí. Temí que no me dejaran entrar, como me habían dicho ellas, pero al final no ocurrió. Parece que le había gustado al portero, oye. De todas formas, a mí un negro, algún día, así buen puesto, me apetecería para dar un empujón, ¿por qué no?

Estaba hasta los topes La Perla Negra. Y eso que tiramos para el fondo, pero estaba tan lleno de gente que nos costó hacernos un hueco para nosotras. Por suerte teníamos al lado la barra, y todas nos pedimos un nuevo cubata. Yo bailaba sin mirar a quien, y cuando me di cuenta me había bebido la copa entera y la recargué. Llevaba tal cogorza encima que la resaca la veía histórica desde ya.

En esto estábamos, nosotras tan pavas sacándonos una selfie que pusieron un temazo de nuestro DJ favorito. Y bien pinchado, con mucho pum y poca letra. De esto que te emocionas de repente, te vuelves loca y tus amigas te sigues, que empezamos a brincar al ritmo de los acordes. Y bueno, la liamos. Tampoco creo que fuera culpa exclusivamente mía, pero yo iba borracha como la que más.

Empezamos a empujar quizás demasiado a los que estaban detrás. Quizás provocáramos un estruendo en medio del estruendo. Quizás mi amiga Clara le pegara un codazo a un tío y eso llevó a que un par de vasos se rompieran.

Por ello, no tardaron en venir a por nosotras los de seguridad.

El primero era el mismo negro de la entrada. Yo tenía tal pedal en la cabeza que no podía parar sentada, y creo que por eso le parecí la más alocada, la que más había provocado el jaleo. Pero sé que no me llevó consigo por eso, que me quiso llevar retenida por razones que sólo podían verse en mi anatomía. Soy así de chula, que queréis que os diga. El portero me agarraba con fuerza del hombre, me hizo darle la copa y me dijo que tendría que seguirle. Yo protesté, evidentemente, pero no podía resistirme ni a su autoridad ni mucho menos a su fuerza, me sacaba varias cabezas. Pregunté por qué no me acompañaba ninguna de mis amigas, que en ese momento me miraban temerosas, intentando disimular lo que allí habíamos armado entre todas. “Qué zorras”, pensé. Y en esas, el portero me dio un empujón, para que empezase a caminar. Lo hacía con dificultad, con los tacones que me estaban matando los pies, esquivando cristales y pies de otras personas que, ellas sí, podían seguir tranquilamente en la pista de baile. Ir acompañada con el más que visible segurata hacía que las multitudes se fueran apartando a nuestro paso mientras me conducía a donde yo creo que estaba la salida.

Pero algo extraño ocurría.

El forzudo portero negro que tiraba de mí sin dificultad no parecía estar llevándome hacia la puerta de la discoteca, que estaba al fondo a la derecha. Me estaba llevando por detrás de la mesa de mezclas del DJ, pasando los baños… Un lugar restringido al público. Imaginé que habría allí una salida de emergencia más cercana.

Abrió una puerta negra del fondo y salimos a un pasillo de paredes grisáceas desconchadas. No me parecía que eso fuese una salida a ningún sitio. Pero él tiraba de mí con fuerza, mi oposición era inútil, incluso cuando intenté verbalizarla.

Al fondo del pasillo, al lado de una puerta entreabierta, aguardaban otros dos porteros. Eran de aspecto rudo, como aquél que me llevaban. Ambos eran latinos, de piel cetrina, y bastante altos, era imposible no dejar de mirar su físico fijamente. No dejaron de fijarse en su compañero y en lo que arrastraba… que era yo.

Sonrieron al verme, al ver mi aspecto de bebida y desorientada. Pero más aún al ver el incipiente escote que lucía y mis piernas bien tornadas. Sin decir nada, uno de ellos abrió ligeramente la puerta, que chirrió al deslizarse… El espacio de dentro estaba tenuemente iluminado, aún no podía vislumbrar que había dentro.

Yo estaba como paralizada, e intenté dar marcha atrás y volver por el pasillo a la discoteca. Pero el portero que me había llevado hasta allí me agarró fuertemente por la cintura y me alzó en el aire. Y me llevó en volandas dentro de la habitación, mientras yo chillaba y pataleaba de forma inútil. Sus dos compañeros entraron también y la puerta se cerró con un estruendo.

Recuerdo cómo mi cuerpo cayó casi inerte sobre algo blando que había en el interior de esa habitación, haciendo un ruido seco. Boté una vez sobre la superficie que me recordó a la de un colchón surcado de arrugas. Como pude ver más adelante, así era, una cama descuidada y casi destrozada, cubierta con una sábana llena de manchas difíciles de descifrar. Ante mí aparecieron tres figuras enormes: las de los tres porteros que me habían encerrado allí. Mientras mi cabeza daba vueltas por culpa del alcohol de baja calidad de esa discoteca…

Uno de los que habían estado esperando en la puerta se rio:

– Vaya… no solemos follarnos a ninguna putita que parezca tan decente.

Eso confirmó mis temores… nada difíciles de ser confirmados. Aquellos hombres corpulentos me habían elegido para violarme esa noche.

Intenté levantarme nada más escucharlo, pero me encontré con la oposición de media docena de brazos dopados de anabolizantes que me impidieron la maniobra y me retuvieron contra la cama. Me retorcía intentando luchar, pero era más que claro que una jovencita de cuerpo esbelto como yo podía hacer poco contra unas bestias de gimnasio. Sus fuertes brazos me clavaron mis carnes contra mi espalda presionada, causándome dolor… Grité, algo que no parecía importarles lo más mínimo. Al fin y al cabo, estábamos en los confines de la discoteca, el lugar que sólo estos trabajadores conocían.

Me habían inmovilizado sin esfuerzo. Uno de los porteros, el negro, estaba delante de mí, casi babeando al observar mi figura. De repente, como si fuese su deseo más profundo, me agarró del escote de mi blusa y empezó a tirar para revelar mis pechos. No podía mover mis brazos ni mis piernas, solo mi cabeza en gestos de negación y de advertencias fútiles hacia aquél incivilizado.

Imagino que ofrecía una estampa demasiado ardiente para aquellos tres hombres… Una chica medio borracha, una auténtica pija de discoteca con tacones, enseñando pechugas y pierna a más no poder… Una belleza como yo, tumbada en lo largo de la cama y siendo prisionera de aquellos trabajadores de la noche, dispuestos a hacer conmigo lo que quisieran.

Mientras los botones de mi blusa roja perdían fuerza e iban revelando mi desnudez, la cara del tío que me retenía los brazos se acercó a mi rostro. Era quien me había secuestrado, quien me trajo hasta aquí. Y yo, que intentaba resistirme, me tuve que enfrentar no solo a él, sino a otros cuatro brazos que anularon mis movimientos… Todos cooperaban para desnudarme, y la camisa al final se reventó. Habían desgarrado la tela tan cara, y los botones salieron disparados, dejándome con los pechos al aire. Pechos que siempre llevo sin sujetador, pues se mantienen turgentes y perfectos a mi edad.

Nada más verlos, su rostro se iluminó, pues sé ya de sobra, de todas las parejas con las que he estado, que mis pechos tan bien definidos y jugosos despiertan las mayores pasiones masculinas. No tardé en sentir como las manazas de los latinos, llenas de anillos, contactaban contra mi piel sensual, y cómo apretaban sin piedad, y me imprimían el frío de sus metales contra mi cálida turgencia. Se recreaban amasando estas perfectas piezas de la naturaleza con las que mi madre me había dotado, los pechos que todos los chicos miraban embobados en la facultad era un juguete sin valor en manos de estos animales. Me hacían daño al incidir sin piedad, al pincharlos, al estirar de mis pobres pezones. Me quejaba de forma inútil, pues sé lo sexy que yo estaba resultando en esos momentos.

Pero por otro lado, mientras los latinos salivaban y magreaban mis pechos, él buscaba más. Sin quitarme los taconazos, desabrochó el botón de mis shorts y dejó al descubierto mi tanga mientras tiraba de ellos con fuerza, para zafarlos. Intenté oponer algo de resistencia, motivada también por mi trasero, pues era bastante abultado y costaba quitarme los pantalones así como así. Pero en el momento en que sus colegas vieron que estaba tratando de desnudarme completamente, decidieron echarle una mano y empujaron mi torso firme contra el colchón para que no pudiera moverme. Y el pantalón vaquero salió por los muslos, dejando mi tanguita negro como la única prenda que me protegía ya.

Uno de los latinos, el que parecía más musculoso, me metió mano por encima de la prenda. Posó sus obscenos dedos por encima de mi cosita y hundió la tela para meterme un dedo. Me puse a chillar desconsolada, me sentía tan humillada… Y él no tardó en crear un puño, atrapando la tela anterior de mi tela entre sus dedos, y tiró para revelarme el sexo. Mi coñito apareció ante ellos, una tímida rajita.

– Mirad como se depilan las pijitas de bien de hoy en día…

Los tres observaron, cuando mi tanga ya andaba bajado a la altura de mis rodillas, cómo me había depilado el sexo y lo había dejado limpio, sin un pelito, porque mi intención era acostarme con un tío bueno de la uni… Pero no con ellos. Sacaron la tanguita y la tiraron al suelo lleno de polvo, y yo me había quedado completamente desnuda delante de esos desconocidos violadores. Aún tenía puestos los tacones rojos, contrastando con mi piel pálida y bien cuidada a base hidratantes de cremas nada baratas. Roja de vergüenza, intentaba cerrar mis piernas para proteger un poco mi sexo de sus vistas, y con mis manos tapar una ínfima parte de mis grandes pechos.

Fue, lo sé, el verme dominada y sin ropa lo que ya les agitó por completo. Los tres porteros empezaron como locos a deshacerse de sus ropas, sin inhibición ninguna. Dejaron atrás sus vestimentas, tirándolas al suelo junto a mi ropita sexy casi destrozada. El más adelantado fue el negro, el que primero se deshizo de la camisa del uniforme y del pantalón. Recuerdo bien que su torso era casi invisible en la relativa oscuridad de aquella habitación, pero que su figura era enorme como la de un toro, de gruesos músculos que certificaban que ese trabajo de portero lo realizaba con buenas aptitudes físicas. Nunca, y lo aseguro, uno de mis compañeros eventuales de cama había tenido tal cuerpazo, y no estoy seguro de si lo habría deseado. Parecía dispuesto a romperme entera….

Y yo, parecía hipnotizada mirando su cuerpo, pues el bóxer en lo que se había quedado su vestimenta era amenazador para mí.

– A esta pijita seguro que no le han metido nunca una buena verga morena. Dejadme que le enseñe lo que se pierde…

Estas palabras habían sido pronunciadas por el negro, que se bajó el bóxer para revelar lo que había anunciado. Ya la prenda interior se encontraba muy deformada antes de hacerlo, como si su miembro no pudiese estarse quieto dentro. Horrorizada, contemplé el aparato que aquél africano guardaba entre sus piernas. Me pareció descomunal, así lo digo, ¿qué era aquello? Mira que me gustaba el sexo y me había follado unas cuantas, pero nunca había visto algo que se le pudiera parecer. Sus dimensiones eran extremas, lo juro. Qué peluda era, tenía tanto vello y era tan largo y rizado… Ya estaba bien erecta, en su plenitud, y era gruesa hasta el punto de ser increíble, y tenía una longitud que casi se podía comparar a la de su brazo peludo. Gruesas venas surcaban su dimensión, y el glande estaba muy hinchado. La polla entera del negro latía de nerviosismo, y a cada latido parecía crecer un poco más. ¿Me iban a meter eso?

El negro desnudo se acercó a mí con una cara que me asustaba. Y en ese momento, sin pensarlo, me dio un beso. Mis labios perfectos y cubiertos de gloss contactaron con aquellos labios fríos y rugosos como la lija. Y no era mis labios lo que quería, sino meterse, como hizo, hasta lo más profundo de mi garganta, su lengua de buey me estaba llenando de saliva con olor a porro y me estaba ahogando… Salió de mi boca, y dijo:

– Menuda preciosidad con la que me he liado esta noche… – y se rio con una voz estentórea y cascada que me creó una inmensa sensación de desapego.

Empezó a acariciarme el cuerpo sin mucho mimo, porque yo sabía, desde ese momento, que solo quería metérmela y ya está. Chillé, intenté zafarme, tenía miedo… Miedo como si fuera una niña, como si los recuerdos de mi primera vez volvieran a ser reales, con lo que me había dolido… Pero eran tres, allí se acercaron los otros dos latinos, también corpulentos y desnudos, con sus pollas mirando el techo, para agarrarme de los muslos y muñecas e impedir toda huida. De modo que ahí quedé, retenida a la fuerza, mientras sentía como me separaban los labios del sexo y mi pretendiente negro se abalanzaba sobre mí.

Fue realmente doloroso para mí, aunque para nada era una virgen. Cuando la polla del negro se abría paso en mi vagina, sentía como me estaba ensanchando como nunca antes lo hizo un sexo masculino en mi interior. Era tan gruesa que era difícil que mi vagina la aceptase, es como si mi vulva se estuviera desgarrando, mis tejidos sexuales no aguantaban la presión a la que estaban siendo sometidos…

Y esa sensación iba en aumento cuanto más me invadía él. No pude dejar escapar algún quejido a medida que me dejaba bien abierta, especialmente cuando sentí que su glande había llegado a lo más profundo de mi vagina y me presionaba causándome un pinchazo al final de mi intimidad.

Mi conducto vaginal latía nervioso, como si estuviese al borde de un gran peligro con aquel espectacular pene anclado en mí. Estremeciéndome del dolor, miré hacia mi pubis para comprobar cómo aquél ogro me había penetrado de forma tan brutal. Mi estrecho sexo se encontraba empalado por aquél grueso palo que con esfuerzo había conseguido meter hasta el fondo. Apenas quedaban unos centímetros fuera de mi entrepierna y él seguía empujando contra mi conducto por enterrarlos, hiriéndome… Su poblada mata de vello chocaba contra mi pubis blanco y depilado y podía sentir a sus dos gordos testículos llamando contra mi pubis.

No sabía que me sabía peor, si el dolor de la estocada latente en mí, o el hecho de que no hubiera ninguna protección de por medio. Tan acostumbrada a exigir siempre el preservativo, yo nunca tomé la píldora… Quizás ahora es cuando más lo hubiera necesitado.

Y mis piernas, allí abiertas, soportando cada embestida de las que pronto empezó a darme. Nunca me habían abierto así, con tanto poca delicadeza, aquél negro era una criatura salvaje que embestía contra mi dolorida intimidad sin piedad. A cada empujón, yo sentía que me estaba haciendo un tremendo daño, que era anatómicamente imposible que me entrara entera, pero él empujaba y me hacía pedazos hasta que lo consiguió entre tanta y tanta follada. Me manejaba como le daba la gana, mi coñito era su hogar, como lo habría sido el de tantas putitas blancas que habían pasado por sus garras. Y cada empujón me hacía sentir no solo la dureza exagerada de su polla, sino también el calor abrasador que me estaba quemando por dentro.

Pero se sentía tan bien…

Sí, así lo digo yo, Flora. Se sentía tan bien. Me estaba cabalgando y podría haber destrozado de esa forma el sexo de cualquiera, y posiblemente también el mío. Pero a mí me estaba dejando loca, sin sentido. Joder, qué bien que me metía la polla hasta el fondo, con qué ritmo… Se notaban esas horas de gimnasio, esa fuerza de cazador que quiere realizar bien el acto y que no suelta a su presa. Y su presa era yo, ni acorde a su constitución, ni a su bravura ni a su edad, pero me estaba follando bien follada, que es lo que toda mujer necesita y no siempre encuentra. Ahí, ahí estaba yo, la pija, bien abierta, con el pubis levantado para encajar todos sus golpes y retorciéndome de placer con cada impacto que ese misil daba en mi interior. Me estaba derritiendo por momentos, sentía un calor tan agradable en medio del imparable azote que me daba su sexo desgarrando el mío…

Completamente ido, mientras acometía brutalmente contra mi maltratada conchita, oí unos bufidos tremendos que el negro soltaba mientras me empujaba cada vez con más potencia. Y tras ser consciente del calor que emanaba su candente hierro clavándose en mi intimidad, presa del pánico, empecé a intentar resistirme a que intentase su descarga final. Pero mi frágil cuerpecito no podía luchar contra aquella mole oscura que me poseía…

En cuestión de segundos, el negro anunció chillando que se corría.

– ¡No! ¡No por favor, eso sí que nooooo! – dije yo con tremenda agonía.

El solo imaginarme preñada a mis diecinueve era una imagen que no casaba conmigo. Pensaba que eso solo podía pasarle a gente como la choni de mi clase, que a los dieciséis ya tenía un bombo espectacular que le hizo abandonar la secundaria. Yo no quería acabar así, y menos que naciera de aquella situación. Pataleé para resistirme, chillé como una loca.

El enorme negro agarró mis nalgas con sus manos y aprovechó para enterrarme su hirviente polla en lo más hondo de mi vagina. Casi haciéndome daño contra el útero, su tronco duro y desafiante me deformaba el sexo mientras mi amo gritaba, preso de la más contundente excitación. Y sí, de la punta de su miembro negro comenzaron a salir despedidos unos densos chorrazos de semen que me empezaron a mojar entera. En mi vida recuerdo una corrida semejante dentro de mí, que contara con tal cantidad de esperma… Parecía lo menos un litro lo que ese salvaje estaba eyaculando, riadas de espesa sustancia blanca eran disparadas sin piedad al fondo de mi útero… Gemí, en parte de placer, lo reconozco, pero también porque me estaba llenando hasta el tope ese animal que no dejaba de correrse, porque su semilla caliente me estaba irritando mi feminidad, porque el muy bestia seguía empujándome para descargar en mi toda su hombría.

Saturada ya, pues juro y dejo constancia de que su descarga ya no me cabía ni en el útero ni en la vagina, y creo que ya me mojaba las trompas hasta los mismísimos ovarios, estaba realmente asustada de haber sido inseminada de esa manera.

Tras unos últimos chorros que ya no me cabían, parece ser que el hombre acabó su orgasmo y cayó rendido encima de mí. Sentí su peso machacándome las costillas, y la dureza de su polla que seguía sin salir de mi interior, mi pubis mojado por dentro me hacía parecer más pesada. Empujé para apartar al negro encima de mí, o al menos para sacar su sexo de mi maltrecha rajita, pero su polla estaba atascada en mí y no conseguía retirar al negro, que se había empeñado en no moverse. Tras lo que yo creo que fueron 5 minutos, tras sufrir que el líquido siguiera haciéndome cosquillas y embarazándome por dentro, su polla comenzó a perder dureza y cuerpo, y lentamente fue dejando más sitio en mi vagina. Noté como el mar de semen comenzaba a arrastrarse por mi estrecho sexo, mojando al suyo, y se aproximaba a mis labios externos. Al sentirlo él, también decidió hacerse a un lado, y fijó su mirada ansiosa sobre mi entrepierna. Recostado sobre mi rodilla, tenían una buena vista de lo que allí ocurría. Él y los otros dos porteros.

Yo, con mi pelo completamente revuelto, yacía sin fuerzas en la cama. Despatarrada como estaba tras el brutal coito con aquél semental negro, sentí como mi coñito evacuaba cantidades nada despreciables de aquella crema blancuzca. Ellos pudieron ver como mi sexo latía, y a cada latido salían chorros densos de esperma depositado en mi interior, que se agolpaban sobre la piel de mis rosados labios externos y se vertían de forma obscena y desordenada, como una cascada blanca a la que le cuesta avanzar. Caía el reguero sobre la sábana sucia llena de humedades y manchas que no me atrevía a descifrar, el semen con el que ese negro me llenó caía de mi fuente del sexo y se sumaba a la contribución de cuantas chicas más que hubieran caído en sus manos. Sentía que, pese a estar derramando una gran cantidad de esperma, aún me quedaba una buena reserva en mi interior, dado lo inmensurable de su corrida. El espectáculo se plasmaba a la perfección en los rostros de los tres porteros.

Pero no solo en ellos, tardé en ver que los otros dos estaban agitando con fuerza sus pollas, y al parecer desde hacía ya rato, durante todo el polvo que habíamos mantenido el negro y yo antes. Ya se oían con claridad algunos bufidos de elevado tono que uno de ellos profería. Adelantándose hacia mí, más concretamente, hacia mi rostro, me colocó su portentosa verga ante mis ojos mientras movía su mano casi convulsiva. Era un latino, el menos fuerte físicamente de los dos, aunque eso no quería decir precisamente poco. Decidí incorporarme, sin saber muy bien que hacer, quedé sentada en la cama, aún mi sexo ardía…

De repente, una ducha saltó de su miembro y aterrizó en mi cara. Continuó durante varios segundos, una lluvia de caudalosos chorros de esperma que impactaban contra mis mejillas y mis ojos cerrados y se deslizaban hacia abajo.

Me ardía la temperatura de su hombría en mi rostro maquillado, y a cada gota me sentía inundada por un líquido que jamás había conocido en tanta cantidad… Las riadas de semen me cubrían los labios y la barbilla, y ya algunas gotas caían manchando mis pechos con una graciosa y excitante firma.

Abrí los ojos con dificultad, pues el esperma se había quedado atascado en mis pestañas… Tras esa visión lechosa pude comprobar el regocijo de este portero latino tras haberse corrido en mi cara. Yo tenía que estar dando una imagen completamente lujuriosa, lástima de no poder verme. Porque sí, creo que me hubiera encantado poder ver mi rostro corrido…

Al lado del portero que había rematado su faena, el otro seguía batiendo su polla, e imaginaba que terminaría cubriéndome al igual que su compañero. Pero me sorprendía su aguante, pues ya debía de llevar bastante tiempo masturbándose. Si había empezado a la vez que el otro, el cual también había durado bastante antes de correrse, ¿no debía hacerlo también él en breves?

Pronto vi que no, que al menos no era esa su pretensión. Este último portero era también de origen latino, con la piel muy tostada y facciones surcadas por una piel áspera. Llevaba el pelo rapado, y en su torso tenía una esvástica gigantesca. Todo eso me estaba creando un temor interno bastante difícil de ocultar, la verdad: una chica, y menos una chica de clase alta como yo, no se encuentra delante de tipos como ése muy a menudo, y mucho menos desnuda…

Se quedó a medio metro de mí, observando como el semen recorría lentamente mi piel, casi como si pudiera medir a la temperatura que estaba, como dejaba de estar tibio para enfriarse sobre mi perfecto cutis… Me intimidaba con su mirada, fija, fría. Sin mostrar ningún estado de ánimo me miró el coño, donde aún me salía un torrente de semen que me bañaba la entrepierna… El latino neonazi me miró, y yo supe sin ninguna duda que el juego continuaba, y que ahora continuaba con él, que yo no podía escapar de allí. Un escalofrío me recorrió al recordar el polvo con el negro, que me había dejado casi para el arrastre, que había sido el sexo más duro que jamás me habían dado a mí, a Flora Coslada.

Pero a Flora Coslada, hace unas pocas horas reina de las pijas de su universidad e inalcanzable para la gran mayoría de hombres, le había gustado esto… Sentí que una nueva Flora había nacido desde que recibí esa inyección de esperma del poderoso negro. Y la nueva Flora estaba mirando al neonazi entre el temor y la más sorprendente excitación.

La Flora que yo no me esperaba fue la que se puso de rodillas, miró desafiante a los ojos oscuros del latino, y enterneció el semblante, a la vez que pasaba una mano suave por mi cuerpo. Con este gesto, yo misma le indiqué al peligroso moreno que estaba a su disposición, y que me hallaba exultante, que por favor no tardara…

Eso pareció conmover al impotente neonazi. Sin dejar de agarrar la polla, dio una orden a sus dos compañeros para que me agarraran. Al momento, sentí como los brazos musculosos del negro que me había follado y el latino que se corrió en mi cara me agarraban de los brazos y de los hombros, y me voltearon para dejarme boca abajo, con mi cara restregada sobre el colchón. Me dolió un poco internamente pensar que ahora que yo me quería deleitar con el sexo, ahora que yo, encendida por la libido, ofrecía mi cuerpo, mi semental no quería saber anda de ello y prefería seguir tomándome a la fuerza. Y sentí como me agarraban de las caderas, como las elevaban hasta dejarlas muy por encima de mi torso. Me consideraba en ese instante una muñeca en manos de aquellos despiadados, pero una muñeca atractiva y deseosa de lo que estaba a punto de ocurrir. Porque lo sabía.

Sabía que ese capullo no quería meter su polla en el agujero que estaba a rebosar de leche, apuntó directamente a mi ano. Yo, nerviosa entera, no pude reprimir una sacudida a lo largo de mi cuerpo, pues pese a mi sumisión totalmente consentida, yo estaba ante algo nuevo. Nadie jamás había osado ni proponerme metérmela por atrás, mi trasero se conserva totalmente virgen, y siempre he tenido cuidado de que así fuera. Pero en aquél momento… No me importaba dar mi virginidad anal, lo más sagrado que podía quedarme, ni siquiera a ese sujeto de apariencia tan inmunda.

Con timidez, entre la caída de mi pelo sobre mis hombros, podía ver a cuatro patas que estaba ocurriendo detrás de mí. Veía la palidez de mi piel recortada contra la morena piel del latino, veía su esvástica amanecer por encima de mis nalgas y vi su gran polla: de dimensiones comparables a la del negro, con cierto grado de falta de higiene, bien enhiesta y surcada de rollizas venas por todo el tronco, y con pelos gruesos y rizados que cubrían los grandes y pesados testículos. Esa fue la última imagen que tuve de su miembro antes de que quedara vedado a mi vista al empezar a puntear entre mis nalgas. Y sí, sentía ese gran y aparatoso glande chocar contra la fina carne de mis perfectas nalgas, mis hinchadas carnes comenzaron a deformarse desde el momento en que la punta de ese pene toco y empezó a introducirse sin vacilación por mi orificio superior. Tensa, mis manos se crisparon con más fuerza y agarraron las sábanas como si pudieran quebrarlas, sentí como mi boca se abría como por reflejo de gritar… Y sólo quería saber más y más. La verga comenzó a meterse por donde no parecía posible, mis carnes prietas se quejaban, pero el neonazi no vacilaba y me enfilaba seguro de su empeño. Sus centímetros, el grosor de su tronco se fueron infiltrando en lo más profundo de mi culo. Sentía como se me partía el alma, como de mi garganta salían alaridos mientras él me penetraba sin cuidado ninguno, las lágrimas mojaban mis ojos mezclándose con el esperma ya casi reseco mientras mi culo se abría con dolor. El pobre trasero de una adolescente no preparada, como lo era yo, se resentía, casi podía ver que por dentro me creaba heridas sangrantes y un excelso sufrimiento, pero yo, en medio de mi ansiedad, resistía estoicamente porque quería verlo pleno, lleno dentro de mí. Y así me la metió, cuando ya tenía confianza de haberse hecho un costoso hueco dentro de mi virgen reducto, dio un empujón monstruoso para meterlo hasta lo más profundo de mí. Y yo ahí sí que chillé y lloré como una verdadera niña, porque el dolor era insoportable, me sentía la más puta del barrio, la más despreciable chica que había conocido en mi vida, la más sucia, al tener la polla del forzudo neonazi clavada hasta lo más profundo de mi culo…

Y Dios… ¡Cómo me había puesto de cachonda! Me volvía a latir el sexo con una fuerza inédita…

El neonazi, arrodillado contra mi culo, empezó un bombardeo cruento contra mí. Su polla estaba retenida entre mis carnes, pero él ponía todo esfuerzo posible en desengancharse, en arrastrar y rozar de nuevo mis músculos internos para volverme a encajar su pene dentro de mí. Y al de poco rato me batía como a un objeto inerte, a mí, que me había desflorado el culo y probablemente me lo había destrozado de por vida con su violenta intromisión. Yo me movía, llevada por su compás y pegando rebotes sobre el asqueroso colchón, mientras él salía y se metía de mi ano una y otra vez, con muchísima fuerza. Sentía que estaba muy, muy dura y su contacto en cada golpe contribuía a crear un enorme eco que se extendía a todos mis nervios. El neonazi, visiblemente contento pues hasta podía oír su sádica risa, empezó a azotarme con una de las manos, dejando su dura impronta en mis bellas carnes, mientras con la otra mano me agarraba fuertemente de la cintura para seguir culeándome. Pero pese a la brutalidad, al destrozo que cada golpe y cada penetración suponía dentro de mis entrañas intestinales, notaba cómo algo me estaba gustando cada vez más, ya os lo he dicho, era el latido de mi coñito lleno de semen hasta arriba… Y esa sensación de calor interno era compartida por mi dolorido ano, yo me sentía más plena que nunca… Mis quejidos de dolor empezaron luego a ser casi un silencio, para empezar a tornarse en una complicidad manifiesta.

Y así es como yo misma, casi paralizada, saqué fuerza de donde no las tenía para acompasar el ritmo de sus penetraciones, para hacer que la fuerza con la que el neonazi me embestía se aprovechara al máximo para que me la metiera lo más adentro posible, para que su pelvis peluda pegase bien fuerte contra mis azotadas nalgas. Yo, Flora, estaba contribuyendo a que me follaran el culo de forma perfecta. Estaba completamente resentida de la lija que estaba suponiendo su rabo atascado en mi culo, pero quería más y más… Con ninguno de mis rolletes había experimentado tal pasión en el acto sexual. A este punto, yo ya no gemía, chillaba de placer a cada contacto, mis manos me hacían cabalgar la cama como si yo fuera la patrona del barco y mi cara miraba desafiante a los dos porteros que gozaban con mi sodomía. Me había crecido, me sentía de una vez liberada mientras me rompían el culo.

Las embestidas, gracias a mi acople a sus movimientos, empezaban a ser cada vez más despiadadas, cada vez volcaba más sus peso encima del mío. Le oía jadear, me tomó mis pechitos entre sus manos y los estrujaba a cada empujón que me propinaba, lo cual hacía que mi placer se conjugara ya estupendamente entre mis senos y mi entrepierna, me creía cada vez más en el cielo. El muy cabrón escupió sobre mi nuca y la saliva resbaló por mi pelo alisado, me empezó a llamar de todo (recuerdo que dijo varias veces “¡zorra!” y “¡pija putita!”, y que yo le dije que en efecto, así podía llamarme), y sus dedos hercúleos ya atosigaban con tal presión a mis tetas que me estaba dejando marca mientras yo chillaba y experimentaba las sensaciones propias de una hembra en celo. Sentía, de nuevo, ese calor que se empezaba a licuar en mi sexo, que me estaba mojando a chorros, que mi fluido femenino enjuagaba mi cavidad ya abonada con el semen del negro mientras experimentaba el inicio de un orgasmo bestial… Sí, me descontrolé, y visiblemente se me notaba, creo que hasta podía oírse por todo el garito a pesar de que estuviéramos en sus confines, que todos los chicos y chicas de la discoteca podían oír mi éxtasis y mis gritos cachondos cuando me estaba corriendo. Y ojalá hubieran aparecido por la puerta, en aquella inmunda habitación, para verme y no olvidar jamás el mejor de mis orgasmos.

Esto, claro está, también lo percibió mi amante neonazi, y creo que fue el desencadenante de su corrida. El verme, a mí, una chica tan bien parecida, mona y formal, derretirme de placer mientras me daban por culo, le dio el pistoletazo de salida para acabar. Y tras una serie de arremetidas que me dejaron sin aliento, que me marcó mi interior con la huella imborrable del contorno de su enorme sexo, decidió apretar hasta el fondo de mi ano, y de mí como persona mientras me clavaba el pubis contra el colchón y él se tiraba salvajemente sobre mi espalda. Y ahí es cuando recuerdo que explotó. Dentro de mí. Vertió su dura y densa capa de esperma, en caudales portentosos y bien cargados, sentí como su semen era violentamente expulsado y me empapaba mis carnes magulladas, como su asquerosa leche de tono amarillento y viscoso me llenaba el culo por dentro sin parar, y como yo quería que no se agotara. Y tardó en hacerlo, varios chorros aún salieron de su polla para rellenarme el culo de esperma hasta que pareció que ya no me entraba más, y sacó su miembro aún goteante de mi interior. Yo tumbada, hecha polvo, sentí como me tomaba la cara, y me caían desde el cielo las últimas gotas que su aparato sexual aún ordeñaba. La leche me manchó de nuevo los labios, los párpados y la frente, parte del flequillo mientras yo, deseosa, chupaba ese miembro divino para degustar hasta el último deje de sabor a hombre. Él sonreía, y yo ponía la mayor cara de guarra que jamás imaginé mientras me ardía el culo y se iba curando con el bálsamo de su esperma, mientras tenía el coñito mojadísimo de semen y jugos, y prácticamente todo el rostro cubierto de más leche masculina. Y sentí como los tres hombres me miraban, a mí, que me había degradado, y que de pija ya no tenía ni el alisado del pelo pegajoso. Me observaban, cubierta de blanco en ese lecho del deseo, mientras aspiraba grandes bocanadas de aire para calmar el intenso calor que me inflamaba el cuerpo, y de vez en cuando recorría mi sexo, mi ano para recoger más de esa bacanal de lava blanca que me recorría y metérmela a la boca…

Ellos, lo supe, no habían acabado. Y yo, tampoco.

Rápidamente se estaban sus pollas poniendo bien duras. Y yo, la nueva Flora Coslada, cogí una botella que estaba tirada en el suelo mientras no dejaba de mirarlos, la destapé y pegué un trago largo de whisky a pelo, algo que siempre me hacía toser, pero no aquella vez. Mientras sentía los efluvios del alcohol de nuevo atontarme y volverme más dócil, me recosté abierta de piernas sobre la cama, retiré sensualmente mi pelo y lo hice caer a un costado, sobre mi blanca y apetitosa piel, mientras con un dedo incité a esos depredadores sexuales a que vinieran de nuevo a por mí…

E imaginaros, de nuevo, cómo esos porteros de discoteca extranjeros, violentos y de vida de bandas, con músculos hinchados a anabolizantes y con sus pollas gigantescas, duras y de grandes capacidades en cuanto a volumen de eyaculación, se acercaban a mí con la intención de volverme a dar la follada de mi vida, y todas las que hicieran falta hasta bien entrada la mañana. Y como me podríais ver a mí, esa niña de diecinueve añitos, esa pijita resabiada y coqueta, de facciones tan dulces… como me podríais ver a mí tirada sobre esa sábana sucia y en ese ambiente depravado, totalmente desnuda, con el esperma aún húmedo sobre mi piel y órganos, y con la lengua relamiendo mis labios con gloss, absolutamente deseosa de que me volvieran a reventar…

___

Así acaba la historia de Flora Coslada. Espero que les haya gustado. Este relato está inspirado y pedido por la propia Flora, lectora y fan de mis relatos. Les animo a compartir sus fantasías conmigo, ya sea por comentarios o al correo electrónico.

cantydero1@hotmail.com

 

Relato erótico: “Las Profesionales – La consulta” (POR BLACKFIRES)

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Captura de pantalla 2015-11-19 17.52.52El teléfono móvil empezó a timbrar, el Dr. Robert Sagel saca el móvil de su saco y espera a Sin títuloque deje de timbrar, al abrirlo reconoce el número. Solo un grupo menor a 8 personas podían llamarle a ese número. Toma una línea segura y devuelve la llamada desde su despacho.

– ‘‘¿Que podemos hacer por usted Mr. D?”

– ”Mi querido Robert ¿Cómo estas….?”

– ”Pues ahora no muy contento que no siga el protocolo Mr. D”

– ”Ja ja ja…. Mi querido Robert tan franco y directo como siempre. Te encanta el juego de los espías…”

– ”Pues puedo decir que el protocolo esta para la protección de ambos…. Pero volviendo al tema, usted no vino a la ciudad solo para saludarme, ¿qué puedo hacer por usted?”

– ”Sabes que me encanta tu ciudad Robert, y pues soy un hombre con necesidades…”

-”Eso me queda claro, puedo enviarle a alguien a su habitación en unos 40 minut…”

-”Bueno, bueno Robert, ambos sabemos que soy uno de tus mejores clientes. Esta vez desearía algo más… digamos estimulante…”

Ya para este punto de la conversación, Robert no podía ocultar su enfado ante la poca prudencia de su cliente. Una verdadera lástima era reconocer que Mr. D tenía absoluta razón al decir que era uno de sus mejores clientes y de más esta decir exigente y descuidado.

Robert atentamente atiende los detalles que le plantea su cliente y al terminar revisa una base de datos, dando con lo requerido.

– ”Bueno… déme una hora para esta petición…. enviare a alguien por usted, debo recodarle que esta es una petición atípica y….”

– ”Y no me vas a insultar contándome el precio del servicio. Ponlo en mi cuenta, 5 dígitos no son representativos para lo que se puede disfrutar….”

– ” Por supuesto que no le insultaría de esa forma, solo quería recordarle seguir las normas básicas de discreción”

– ”Despreocúpate Robert, esperare por el auto…”

La comunicación termina y Robert piensa para sus adentros que precisamente el despreocuparse era lo más preocupante del trato.

Al otro lado de la ciudad la Dra. Carol Arellanos termina con su penúltima paciente del día, habían progresado muchísimo desde su primera sesión, Elizabeth ahora se sentía más confiada con Carol y le era más sencillo expresas sus sentimientos, Elizabeth era una joven arquitecta, graduada con honores, había centrado sus esfuerzos en ser una de las mejores en su campo y lo había logrado, pero en el plano emocional, los constantes fracasos en sus relaciones las habían dejado muy vulnerable.

– Pero es que yo hice cuanto pude para que la relación funcionara pero… nada…

– Algunas relaciones simplemente no funcionan Elizabeth, pero debes seguir y hacer lo mejor la próxima vez. Intenta distraerte, sal con amigas o amigos, has cambios en tu rutina.

– A veces creo que me veo tan mal como me siento…

La Dra. Arellanos observa en silencio unos minutos a la acongojada chica. Cuanto tiempo desperdiciado en llorar por un novio infiel. Todos esos títulos académicos y logros alcanzados por Elizabeth no valían de nada en el plano sentimental. La Dra. le extiende una cajita de pañuelos desechables y toma una tarjeta de su bolso.

– ¿Elizabeth estas tomando el suplemento que te recete?

– Siii aunque no siento avances…

Saca de su escritorio otro frasco de píldoras las entrega a Elizabeth, junto a una tarjeta mientras le dice:

– Deberás tomar dos tabletas por día y esta vez sin excusas, aquí tienes también la tarjeta del salón de belleza donde me atiendo, esta tarde llamare para que te atiendas este viernes, por dinero no debes preocuparte, lo pondré todo a mi cuenta, te sentirás hermosa… iras verdad

Elizabeth recibe la tarjeta con algo de recelo., se lo piensa un momento y decide que no tiene nada que perder

– Iré al salón… Gracias doctora…

– Tranquila Elizabeth estoy para ayudarte

Justo al despedirse Elizabeth la Dra. Arellanos empieza a ordenar sus notas y guardar el archivo de su paciente, el intercom se activa.

– “Dra. tiene una llamada del Doctor Barreto”

– “OK comunícame”

Un momento de silencio y luego una voz que se le hizo muy familiar pregunto

– “¿Helen?”

– “Sí soy yo, en que puedo ayudarle”

– “DREAMLAND”

Una oleada de calor la invade sin la menor resistencia, su respiración aumenta a medida que sus piernas se separan y sus pezones se hacen cada vez más duros, su coño empieza a humedecerse y palpitar a medida que su cerebro se va desconectando de la realidad. Mientras todo esto ocurría, esa voz no deja de darle órdenes. Ordenes que Carol ejecutaría de lo más gustosa pues a ella lo que más la excita es obedecer.

Cuando Robert termino de darle las instrucciones, en el consultorio ya no queda nada de la Carol racional. La mujer exitosa e inteligente ha sido sustituida por una hembra en celo deseosa por obedecer, sentada en su escritorio con sus piernas abiertas, su coño empapado y su mirada perdida.

Al finalizar la llamada, necesita ir al baño con urgencia. Antes de ir, abre su blusa y saca su sostén, desliza sus manos bajo su falda quitándose las bragas y depositando ambos en una gaveta de su escritorio.

Al salir del baño le toma a Carol unos segundos volver a la realidad y terminar de ordenar sus notas, marca el intercom.

-“Gloria cancela mi citas de la tarde… si no tienes inconveniente toma la tarde libre”

– “Como usted guste Dra.”

No era extraño para Gloria el recibir la tarde libre, pues desde hacia unos meses la Dra. Arellanos había iniciado una serie de estudios que le consumían mucho de su tiempo.

Unos 10 minutos más tarde la Dra. revisa sus apuntes en su portátil. Escucha el timbre de la recepción, espera unos segundos que Gloria atendiera. Al escuchar el segundo timbrazo recuerda que le había dejado la tarde libre. Piensa en pasar por alto a quien llamaba a la puerta pero al tercer timbrazo se levanta a atener. Al llegar a la puerta se encuentra con un caballero de cabellos canos, entre 45 y 50 años, elegantemente vestido y con un rostro extrañamente familiar.

– Buenas tardes, en que puedo ayudar…

– Buenas tardes, busco a la Dra. Helen, ¿es usted su asistente?

La interrupción y confundirla con Gloria no ayuda mucho a cambiar la molestia reflejada en la cara de la Dra.

– Yo soy la Dra. ¿En que puedo ayudarle?

– Vengo a mi consulta.

– Disculpe usted señor pero mi asistenta debió cometer algún error, las consultas de la tarde están canceladas.

– Disculpe usted pero no veo el error, usted esta aquí y yo acabo de llegar.

Diciendo esto el recién llegado entra a la recepción y espera por la asombrada doctora. Definitivamente esta debía ser su primera sesión, al parecer no aceptaba una negativa por respuesta. Cerrando la puerta principal le hace pasar al consultorio, toma el expediente dejado en la bandeja de atención. Al entrar encuentra a su paciente sentado esperándole, se sienta frente a él y empieza a revisar el expediente. Hace una pausa y comienza la rutinaria sesión…

El paciente empieza a describir una aburrida serie de dolencias que llevan a la doctora hasta el hastío. Luego unas preguntas más, unos consejos sacados del libro y más tedio, hasta que el paciente le dice:

– Lo que más me preocupa es que últimamente he tenido una serie de sueños y pensamientos recurrentes…

– ¿Qué tipo de sueños?

– Sueños de tipo eróticos.

– ¿Eso cómo le hace sentir?

– Excitado ¿A usted cómo la haría sentir?

– Pues no estamos para hablar de mí, estamos aquí para usted.

– Pues me sentiría más cómodo si me dijera si tiene sueños o fantasías…

– Concentrémonos en usted. ¿Cuénteme que tipo de fantasías?

– Pues comenzó con la llegada de mi nueva asistente, un par de hermosas piernas que sostienen un cuerpo que solo hay que mirarlo para querer joderla, ni que hablar de su rostro de muñeca, en las noches no dejaba de masturbarme pensando en su culo y sus tetas, más de una vez le insinúe mis deseos de pasar nuestra relación a algo más que laboral, pero siempre se negó. Amenacé con despedirla y no le importo. Empecé soñando con domarla con someterla, hacerla ver quien manda, atarla a una silla y cortarle su ropa dejándole visible ese culo, el coño y esas tetas deliciosas. Usarla y hacer de ella mi puta.

– La mayoría de los varones tienen fantasías donde fuerzan a tener reacciones, va muy ligado a sus instintos más básicos. La mayoría de los hombres logran dominar estos impulsos sin caer en la violación…

– Precisamente eso era lo que detenía mis sueños, si llevaba eso a la realidad, todos los esfuerzos de mi vida se irían por el drenaje, empecé a idear otros planes. Toda mi creatividad desbordada en ella, tendría que meterme en su mente, agotarla física y mentalmente, iniciando con dejarle trabajar horas y horas extras todas las semanas. Horas y horas la misma rutina, agregar un suplemento en su bebida y hacerla mas sugestionable. Ayudarme con mensajes subliminales en la música ambiental de la oficina, poco a poco hacer que gustara más y más de sus horas extras de trabajo y guiar sus pensamientos a sus deseos sexuales más irracionales, mis deseos sexuales.

Para ese momento una cierta sensación de humedad y calor llenaba el ambiente y la doctora no podía concebir que su paciente confesase, sin el menor pudor, sus deseos de privar a una persona de su libre pensamiento.

– Las teorías de conductivismo podrían ayudarle a realizar sus fantasías, pero le recuerdo que solo son teorías y lo suyo solo fantasías. El Dr. Pavlov logro avances en este campo pero solo a nivel de canes, perros entrenados, pues… Moral y éticamente nadie se atrevería a hacer esto en personas… no es posible.

– ¿Posible, imagine las posibilidades? Se imagina ahora domesticar a mi asistente al punto de hacerlas desear quedarse en la oficina y pasar sus horas masturbándose mientras busca pornografía en la red. Pornografía que dejara yo a propósito en su computadora. Iniciando poco a poco con parejas, luego tríos, grupo, lesbianismo, orgías y por ultimo dominación. Hacerla desear ser dominada. Meterme en su mente, con mensajes subliminales para que se masturbarse sin pausa y un buen día negarle poder llegar a correrse. Dejarla semanas frustrada, hacerla coger con su novio, otros amigos o amigas sin la menor posibilidad de llegar a su anhelado orgasmo.

– Puede imaginar como semanas de adoctrinamiento terminan acabando con su voluntad. Llevarla al final de un día de trabajo a mi oficina y colocada de pie frente a mi escritorio amonestarla por su pobre desempeño laboral. Trabajo de semanas atrasado por su incompetencia. Cualquier puta callejera de 20 euros la hora haría un mejor trabajo. Decirle que debería ser castigada por ser una “puta incompetente” y con solo decirle eso ver como sus pezones se endurecen y sus ojos se cierran al tiempo que sus piernas se separan y su anhelado orgasmo la hace temblar. Escucharla gemir sin control y al final ver en sus ojos la sorpresa y lujuria de sentirse una puta. Levantarme y colocarme detrás de ella y meter mis manos bajo su falda para sacar sus bragas empapadas de sus babas. Colocarle una mano en la nuca y otra en el culo y sin la menor resistencia doblarla sobre mi escritorio. Alzando su falda y metiendo mi verga en su encharcado coño, colocar en su cara sus bragas para que huela el olor de una puta. Joderla y apretar sus tetas con mis manos. Verla babear y perder todo el control, aplastar su cuerpo con el mío contra el escritorio y mirándola a los ojos preguntarle “¿Qué eres?”, y escuchar sus gemidos al oírla decir con su hermosa boca de perra entrenada “Soy tu puta incompetente”.

Para este punto ya la doctora no puede articular palabras, mucho menos mantener un línea de pensamiento, pues su cerebro esta congestionado sexo. Su cuerpo excitado a niveles que el simple roce de sus ropas la hacen temblar, sentía sus pezones tan duros y su coño palpitando y chorreante. Sin mediar palabra se levanta y se va al baño, necesita despejar su mente dejar de pensar en… vergas… ¿Cómo podía sentirse como una gran perra en celo, solo por las historias de… ¿Cual era su nombre?… ¿Cómo no podía recordar un nombre y sí recordar ese bulto en sus pantalones?… Limpiando su rostro con agua decide que es hora de dar por finalizada la sesión con… su paciente.

Al salir del baño y entrar al consultorio se queda de pie sin creer lo que ve. En el sillón su paciente se masturba tranquilamente frente a ella. Ese bulto ahora palpita libremente en las manos del hombre. Su tronco ancho y venoso con su punta rosada y humedecida de líquido preseminal. Sus ojos no se apartan del movimiento de las manos de su paciente y de su verga. Ella necesitaba esa verga, necesitaba ser, ser un…

– ¿Le pasa algo doctora?

– No, no puede… no puedo

– ¿No puede dejar de mirar mi verga no es así doctora?, ¿Dígame doctora cómo la hace sentir esto?

– Excitadaaa

– ¿Qué necesita?

– Quiero tener…. sexo con usted…

– Mi querida doctora, ambos sabemos que esa no es la respuesta correcta

– Quiero que me use, necesito que me cojas…

– Venga conmigo…

Sin la menor resistencia la doctora sube a las piernas del hombre y empieza a deslizar esa verga dentro de su coño mientras va soltando pequeños gemidos hasta tenerla toda dentro. Empieza a subir y bajar mientras su cuerpo empieza a vibra. El hombre le abre los botones de su blusa y deja expuestas sus tetas, que rápidamente, son tomadas por las manos expertas del hombre amasándolas y con su boca y lengua inician el ataque a esos duros pezones. Esa lengua que hace giros y los labios que aprisionan mientras el bombeo en su coño no da tregua. Su cuerpo se acompasa al ritmo se las embestidas del hombre. Los minutos se hacen horas mientras ella se deja llevar. Su coño es quien decide ahora y se convierte en la marioneta del hombre que la hace gemir y temblar. La coloca de espaldas mientras le besa el cuello y le acaricia y aprieta las tetas.

Después de minutos interminables la levanta tomándola de sus nalgas, llevándola al escritorio donde sigue el bombeo, haciendo que su verga entre más y más rápido. El hombre la acuesta boca arriba. Acompañado de los gemidos de placer de la doctora, en su mente solo hay un pensamiento “soy una puta, soy una puta y me encanta que me cojan… obedecer es un placer”, levemente empieza a decirlo como un murmullo que poco a poco empieza a hacerse audible escapando se su boca. Justo en ese momento un orgasmo como nunca ha tenido barre su cuerpo, llevándose las pocas resistencias que quedaban en ella. El hombre la levanta y la hace caminar semidesnuda hasta la pared llena de certificados a su nombre. Manteniéndola contra la pared el hombre la embiste desde atrás mientras le dice al oído.

– ¿Que dicen esos certificados?

– ahhhh ahhhh nooo ahhhhh noooo seee

– ¿Por que no lo sabes acaso no sabes leer?¿No puedes pensar?

– Nooooo no puedo…. las putas no deben pensar ahhhhhh solo necesitan joderrrrrr

– Así es, solo eso eres una puta

Tomándola de la cintura la dirige al suelo y colocándola en cuatro patas sobre la alfombra levanta su falda dejando ver su redondo culo expuesto a merced del hombre. Con una sonrisa en su rostro acaricia el coño de su puta y finalmente desliza dos dedos siguiendo la línea que divide las nalgas. La doctora tomando sus nalgas con sus manos las separa ofreciéndole el culo. El hombre con su mano toma una anilla circular que sobresale del ojete del culo. Lo extrae entre sollozos y gemidos, un dilatador anal que hacia ya una hora la doctora se había insertado en el culo. Al retirar el dilatador deja expuesto el ojete que pronto es llenado con su verga que empieza a penetrarla, acompañando cada embestida con un insulto o una buena palmada en el culo. A lo que la doctora responde con gemidos y abriendo su boca en busca de aire. Unos minutos después siente como su culo se va llenando con la leche caliente, que con cada espasmo, sale de esa verga que le llena las entrañas.

Unos minutos después Mr. D termina de arreglar su corbata y acomodar su camisa en el baño y al salir al consultorio lanza una última mirada a la semiconsciente puta que esta aun acostada en la alfombra. De todos sus agujeros escurren mezclas de semen, saliva y sus propios jugos. Ya ella ha dejado de contar las veces que se ha corrido, orgasmo tras orgasmo y cada uno acabando más con su voluntad.

Al bajar del ascensor en el estacionamiento del edificio una limosina le espera, el chofer le abre la puerta, entra y se acomoda. Al encender el auto e iniciar la marcha, un leve tintineo de campanillas se escucha en el interior de la cabina de pasajeros. Toma un cristal de vodka y le da un trago mientras observa a una chica semidesnuda sentada frente a él, sus hermosos ojos azules vagan perdidos y distantes. Es una rubia de aproximadamente 22 años que solo viste un saco ejecutivo y zapatos de tacón de aguja de 3 pulgadas. Los únicos accesorios que lleva puesto son un collar de cuero con una argolla de plata y un par de cascabeles que cuelgan de sus pezones perforados que coronan un par de hermosas tetas.

– Me encantan los viajes de trabajo… ¿a ti no querida?

El viernes por la tarde en un exclusivo salón de belleza de la ciudad, Elizabeth tiene más de 15 minutos adormecida en el secador de cabello. Una de las estilistas del salón se ha encargado de bombardear cada uno de sus sentidos y provocar la mayor relajación para que disfrute su tratamiento. Aromas florales y esencias llenan su nariz, bloqueando químicamente sus impulsos nerviosos, los audífonos en sus oídos le llenan con música relajante cargada de mensajes subliminales, mientras sus ojos intentan mantenerse abiertos mirando los paisajes y colores que le llegan a través de gafas de realidad virtual, que cada cierto tiempo proyectan imágenes sexuales que se marcan a fuego en su cerebro. Los suplementos que ha tomado en la semana han hecho que su cerebro poco a poco se desconecte de la realidad, haciendo fácil el trazar senderos de pensamiento que darán paso a su nueva personalidad.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR ESCRIBIDLE A:
blackfires@hotmail.com

 

Relato erótico:” Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos 6″ (POR GOLFO)

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Sin título3Sabía antes de empezar a ver ese video que al hacerlo comprendería por fin porqué Teresa Sin títuloera tan importante en mi futuro. No en vano, Evaristo se había comprometido en conseguir que yo uniera mi vida a la de ella. Hasta ese momento, sabía que aunque aparentaba ser la secretaria de mi prima, en realidad era su amante. También estaba al tanto que al igual que Ana, esa filipina había sido parte del harén del anciano. Pero cómo y cuándo había llegado a formar parte de él, era algo que desconocía. Por ello, me acomodé frente al televisor para, de una puta vez, enterarme.
La primera imagen no tenía desperdicio. En ella, mi querida prima estaba postrada a los pies de Evaristo, totalmente desnuda. La naturalidad con la que charlaba con el que ya sabía había sido mi padre, me indujo a pensar que esa grabación era bastante posterior a las tres que ya había visto.
Fue la propia Ana quien confirmó ese extremo, al preguntar al vejete qué era lo que quería contarle. Su actitud revelaba que había aceptado completamente ser de su propiedad y eso me hizo reafirmarme en esa opinión.
El anciano se tomó su tiempo para contestar. Noté que se sentía incómodo con lo que tenía que decirle. «¡Qué raro!», me dije. Parecía como si ese cabronazo temiera que, al informarla, mi prima se lo tomara a mal. No me cuadraba esos reparos en alguien tan vil.
―Gatita, ¿te has arrepentido alguna vez de algo que has hecho?
La pregunta cogió desprevenida a Ana. Comprendí por su cara que creyó que se refería al acuerdo que tenía suscrito y tras unos momentos de confusión, sonrió y acercándose a él, maullando contestó:
―Como todo el mundo, pero si te refieres a nuestro pacto, ¡no! Estoy encantada. Desde que soy tuya, me has hecho conocer los límites del placer y no me avergüenzo.
Su respuesta satisfizo a su dueño pero entonces, Evaristo le soltó:
―No es sobre eso, sobre lo que quiero hablarte― y mesando su melena, dijo, pareciendo un ser humano: ―Me acabo de enterar que un competidor, al que hice quebrar, se ha suicidado.
―¿Y?― preguntó tan extrañada como yo, mi prima.
―Sé que no es mi culpa pero ha dejado huérfana y sin sustento ni familia a una cría de dieciocho años.
Sus remordimientos hicieron comprender a mi prima que la responsabilidad de Evaristo en el asunto iba más allá de lo mercantil. Durante unos segundos, se quedó callada y cuando ya creía que no iba a decir nada, replicó:
―Adóptala.
El anciano se sorprendió al escucharla e irritado, le contestó:
―Estás loca. Mi dinero será para mi hijo y para el nieto que me darás, ¡para nadie más!
Evaristo con esa frase quería dar por zanjada la discusión pero entonces Ana volvió a sorprenderle diciendo:
―Comprendo tus recelos pero hay otros modos, de compensar a esa muchacha….
―¿Cuáles?― interrumpió de muy mala leche a su sobrina.
Sin dejarse amilanar, mi prima le dijo:
―Tu hijo será el padre de mi retoño pero sé que nunca será mi marido legalmente. Sería un escándalo al ser primos. Por eso te propongo, trae a esa cría a casa y entre los dos la convenceremos que su futuro pasa por ser la esposa de Manuel.
Como zorro curtido en mil batallas, mi “tío” comprendió que esa idea tenía gato encerrado ya que Ana no se caracterizaba precisamente por su altruismo y por ello, directamente se lo preguntó. La réplica de su sobrina no pudo ser más elocuente cuando con voz sensual y mientras le acariciaba la entrepierna, le contestó:
―No quiero competencia con el cariño de Manuel y sé que con tu ayuda, esa cría no sería una rival sino mi socia.
Por la cara que puso el vejete supe que había captado al vuelo la sugerencia de mi prima pero supongo que quiso que ella se lo confirmara cuando muerto de risa, le preguntó:
―¿Y cómo tienes planeado hacerlo?
Con tono alegre, ella contestó:
―Esa niña ahora mismo está indefensa. Tráela y yo te la meteré en tu cama para que la enseñes como a mí.
El descaro de su sobrina le hizo gracia y soltando una carcajada, le dijo:
―Me imagino que querrás participar en su educación. ¿No es así?
Entornando sus ojos y poniendo cara de putón, murmuró:
―No creo que te disguste tener dos hembras a tu disposición….
Desde la comodidad de mi habitación, carrespeé nervioso al tornarse negra la pantalla, temiendo que el video no contuviera nada más.
Afortunadamente, tras unos instantes, volvió la imagen pero esta vez, comprendí que la secuencia se iba a desarrollar en el salón de Ana al reconocer la habitación. Mi espera fue corta porque casi al momento vi entrar a mi prima acompañada de Teresa.
Por su cara, comprendí que esa muchacha estaba aterrada, no en vano su padre acababa de morir y no sabía lo que le iba a deparar su futuro. Al ser consciente de esa situación, no me resultó raro que todo en ella reflejara una inquietud sin par. Aun así, la belleza todavía adolescente de esa muchacha era ya evidente y a través de la pantalla, reconocí un deje de deseo en mi prima mientras la miraba:
«Menudo panorama tenía la cría», medité al ver como cuando Ana señaló el sofá, ella se sentaba sin rechistar. «Debía estar muerta de miedo, en una casa desconocida y rodeada por extraños.
Asumiendo que esa jovencísima filipina luchaba contra su desesperación, mi prima vio su oportunidad y adoptando una actitud cariñosa con ella, la estuvo consolando durante largo rato hasta que habiéndolo conseguido, decidió dar un paso casi suicida al decirle:
―Teresa, ambas sabemos la realidad en la que te encuentras. Estás sola, sin dinero….― y dando un mayor énfasis a sus palabras― ni siquiera tienes donde vivir. ¡Necesitas ayuda o terminarás durmiendo en la calle!
Teresa no estaba preparada para oír la verdad de los labios de una extranjera y por ello, desmoralizada se hundió en su asiento y se puso a llorar.
«¡Qué cabrona!», exclamé al descubrir por donde iba Ana, «va a aprovecharse de sus penurias».
Y así fue, sentándose a su lado, la abrazó y mientras la acunaba entre sus brazos, le susurró:
―Sé lo que sientes. Yo pasé por lo mismo― la muchacha al escucharlo, la miró buscando su auxilio y fue entonces cuando mi prima le soltó: ―Te juro que incluso pensaba en la muerte, cuando Don Evaristo se apiadó de mí y acudió en mi ayuda. Todavía hoy me alegro de haber aceptado sus condiciones.
La pobre cría supo que no iba a resultar gratis que ese potentado le echase una mano pero aun así no pudo más que preguntar a la mujer que tendría que hacer ella para ser socorrida también. Dando la vuelta al argumento, le soltó:
―¿Qué estarías dispuesta a dar?
―No tengo nada― sollozó destrozada.
Sabiendo que era el momento de revelar sus cartas, mi prima llevó una de sus manos hasta la barbilla de la cría y levantándole la cara, replicó:
―Te equivocas. Eres preciosa. Mi jefe tiene una oferta para ti pero no sé si quieres escucharla.
Angustiada con las negras perspectivas que se abrían ante ella, la joven hizo acopio de sus fuerzas y respondió:
―Quiero oírla, nada puede ser peor que la situación donde estoy ahora.
Por la sonrisa que lució en su cara, comprendí que Ana ya se sabía ganadora antes de planteársela y por ello no se anduvo con paños calientes cuando llevando la mano al escote de esa mujercita le dijo:
―Mi dueño es un hombre viejo. Sabe que se muere y por eso quiere, además de ser feliz durante sus últimos años, dejar todo atado para su hijo.
―No entiendo― contestó muerta de corte al notar que la rubia le estaba acariciando los pechos sin ningún pudor― ¿Cuál es su oferta?
―Si aceptas formar parte de su harén, al morir, te convertirías en la esposa de su hijo. Nunca te faltará nada, serás rica por el resto de tus días.
La filipina tardó en contestar porque se había quedado petrificada al sentir los labios de esa mujer jugando con sus pezones. Por la expresión que contemplé, una vez repuesta de la sorpresa, comprendí que no le estaba resultando desagradable la experiencia. Aunque estaba incomoda, observé que Teresa no podía dejar de mirar de reojo el escote de Ana mientras esta se dedicaba a lamer sus pechos.
Mi prima incrementando la presión sobre la cría, dejó caer su vestido. Esa desvergonzada acción, dio a su víctima una visión clara de sus enormes pechos.
―No soy lesbiana― sollozó avergonzada al notar que contra su voluntad bajo su ropa sus oscuros pezones se le habían puesto duros, producto de una desconocida excitación.
―Yo tampoco, pero tu futuro dueño quiere saber qué estás dispuesta a servirle.
Asustada por sentir que le atraía una mujer, tragó saliva al experimentar nuevamente los mordiscos de la rubia sobre sus areolas. La temperatura de esa escena fue subiendo en intensidad por momentos y no contenta abusar de esa forma de la chavala, acercó su boca a la de Teresa para acto seguido forzar esos labios juveniles con la lengua.
«¡Joder con Anita! ¡Qué rápido ha aprendido!», sentencié al admirar la facilidad con la que se desenvolvía en ese papel.
La dulzura y sensualidad de ese beso, lento y cariñoso, tan alejado de la brutalidad con el que el anciano cerró el trato con ella, me excitó. Pero aún más notar como la niña no se quejaba cuando posó delicadamente esas enormes tetas contra sus pequeños senos.
«Teresa, o estaba muy asustada, o ya tenía una vena lésbica», me dije al testificar en diferido que no intentó separarse cuando mi prima con una mano sobre su trasero, la obligó a pegar su sexo contra el de ella.
Durante unos segundos, vi que la filipina dudaba. Quizás previendo que esa unión contra natura que iba a tener lugar chocaba con los principios morales de su educación. Ana se percató de sus titubeos y por ello, comenzó a bajar con un ligero lametón por su cuello mientras le decía:
―Tranquila cariño, a partir de hoy, nada te faltará.
Esa promesa y las extrañas sensaciones que recorrían su cuerpo, hicieron que lentamente se fueran diluyendo sus reparos y ya parcialmente entregada, gimió de placer al notar que deseaba sentir nuevamente esos labios de mujer en sus endurecidos pezones.
―Tengo miedo― suspiró abochornada.
―¿Es tu primera vez con una mujer?―, oí que mi prima le preguntaba.
―Es mi primera vez―, contestó bajando su mirada, dejando claro tanto a Ana como a mí que era virgen.
La sonrisa que vi nacer en el rostro de mi prima, me informó que lejos de retraerla en su decisión de abusar de ella, el saber que era totalmente inexperta azuzó el morbo que sentía. Y sin hacerse de rogar, despojó del vestido a la muchacha dejándola totalmente desnuda.
―Si quieres le digo a Don Evaristo que no aceptaste y paro.
Teresa se quedó horrorizada al comprender la velada amenaza que contenían esas palabras y llevando sus manos hasta el cuerpo de mi prima, le bajó las bragas mientras le decía:
―Hazme tuya.
―¿Seguro?―, preguntó la muy zorra, sabiendo de ante mano la respuesta.
―Sí― ratificó la morenita casi gritando.
Ana no esperó más y separando las piernas de esa inexperta con las suyas fue bajando por el cuerpo de la indefensa niña. Al llegar a su ombligo, se detuvo brevemente, jugando con él mientras sus dedos separaban los labios de ese virginal sexo, dejando su botón por primera vez al descubierto.
―Tendrás que afeitarte― le aviso mientras con las yemas traspasaba la frontera visible que delimitaba ese terso vello púbico y sin esperar su aprobación acarició con sus dedos ese nunca antes toqueteado y prohibido clítoris.
«Se lo va a comer», intuí al ver que la punta de su lengua se aproximaba a ese preciado secreto y tal como había previsto, pude admirar cada vez más excitado cómo con una exasperante lentitud se fue acercando. Durante una eternidad en la pantalla, fui testigo de su avance hasta que ya sobre su meta, Ana expelió su aliento sobre el coño de la morena y ella chilló.
No tuve que ser ningún genio para comprender que ese aullido era el símbolo de su derrota. Y mientras comenzaba a pajearme, la televisión me retrasmitía fielmente el momento en que mi prima tomaba posesión de esa horrorizada y excitada muchacha.
«La tiene a punto de caramelo», murmuré imprimiendo mayor velocidad a mi muñeca al contemplar cómo poco a poco la rubia melena de Ana se iba sumergiendo entre las piernas de Teresa.
Ya convencida de su deseo, mi prima recorrió los pliegues de su víctima, concentrándose con la lengua en su ya erecto botón. El efecto de esas forzada caricias fue inmediato y gozoso confirmé que el placer la subyugaba y que retorciéndose sobre ese sofá, la inexperta jovencita se corría. Hasta a mí me sorprendió la violencia de su orgasmo y los gritos que surgieron de su garganta, mientras su nueva amante bebía sin parar de su flujo. Divertido comprendía que había dejado atrás antiguos prejuicios.
Ana y su insistencia en evitar que nada se escapase de su boca, prolongaron el placer de esa cría que ya inmersa en éxtasis continuado hambrienta, le pedía más.
―Tranquila, amorcito― susurró a modo de respuesta mientras entrelazaba sus piernas con las de ella haciendo que por fin sus dos humedades se hicieran una.
―Lo necesito― Teresa chilló fuera de sí y con las hormonas de una hembra en celo al experimentar los mojados pliegues de la rubia frotándose contra los suyos.
Ese inconfesable deseo, dicho en voz alta, fue el banderazo de salida para que ambas mujeres se fusionaran en un cabalgar mutuo. Ninguna tuvo ya reparo en compartir besos y fluidos, al contrario, impelidas por una descontrolada pasión se abrazaron a Lesbos con mayor fuerza.
―Manuel, tú y yo vamos a ser muy felices― gritó mi prima mientras usaba sus manos para aferrarse a los pechos de esa niña forzando así el contacto.
―¿Quién es Manuel?― aulló desbocada al experimentar que, por segunda vez en esa tarde, su sexo se licuaba.
―Mi amor y tu futuro marido―suspiró la rubia también dominada por el placer.
Ni que decir tiene que me sentí alagado por ese comentarios pero aún más cuando vi que ambas se retorcían llenas de placer mientras se besaban y como si estuviera cronometrado, exploté uniendo mi gozo a suyo aunque fuera años más tarde…

Me preparo para encontrarme con Ana.
Una vez había acabado de ver ese cuarto video, me quedé pensando en lo que sabía de esas dos mujeres para así planear mis siguientes pasos. Por una parte tenía claro que ambas aceptaban de buen grado las decisiones que había tomado Evaristo sobre nuestras vidas. Desde mi llegada a Filipinas, me había enterado de la oculta atracción que mi prima sentía por mí y que el hijo que esperaba era mío. De Teresa sabía que provenía de una familia rica caída en desgracia y que había acordado con el difunto que sería mi esposa. Por otra parte, a través de esas películas, sabía a ciencia cierta que eran amantes y que las dos compartían una vena sumisa de la que podía aprovecharme.
Por ello una vez saciada mis necesidades urgentes con una paja, decidí que aunque ese cerdo no me había tomado en cuenta, iba a seguir lo planeado por él porque me gustaba el halagüeño futuro que había proyectado.
«Sería un imbécil sino lo hiciera», medité, «una jovencita por esposa legal y a mi prima como concubina, ¿para qué quiero más?».
Con Ana ya había dado los primeros pasos y obviando su teórico desprecio por mí, la había masturbado. Mi prima era una fruta tan dulce y madura que, aunque solo tenía que estirar el brazo para hacerla mía, resolví que fuera la última. En cambio, Teresa era otra cosa. Aunque ya me había acostado con ella, nuestra relación era de iguales, de socios y eso no era lo que quería para los años venideros. Necesitaba hacerla mía totalmente. Ya había tenido su cuerpo pero me urgía que su mente y su alma se entregaran a mí.
«Debo conseguir que beba de mis manos», argüí. El problema era como hacerlo. Sabía que podía forzar su sumisión a través del adoctrinamiento pero eso solo me garantizaría una “fidelidad” sexual cuando lo que quería era que Teresa se levantara cada mañana pensando en cómo hacerme feliz.
Tenía claro que esa jovencita sentía algo por Ana. Mi duda era si era amor, gratitud o únicamente sexo. Necesitaba saberlo porque de eso dependía cómo actuar. Si lo único que albergaba por mi prima era físico, tendría que hacerlo solo. En cambio si estaba enamorada de ella, debía usar el amor que mi prima sentía por mí para seducirla.
El problema es que no podía esperar, había quedado con Ana en tres horas y tenía que actuar. Por ello decidí afrontar el tema y llamé a Teresa, quedando con ella que me vería en mi casa inmediatamente.
Los diez minutos que tardó en llegar, los dediqué a ordenar mis ideas y tras analizar su personalidad, zanjé que debía explorar hasta donde Teresa se había visto afectada por el adoctrinamiento del que había sido mi “oculto” progenitor, aunque para ello tuviera que usar su condición de huérfana.
Por ello, la esperé en mi cuarto, sabiendo que esa habitación había sido el lugar donde básicamente Evaristo la había “educado”. La joven, ajena a mis planes, no sabía lo que se le venía encima y alegremente me saludó, sin extrañarle que fuera en bata.
―¿Cómo te llamaba Evaristo?― pregunté sin siquiera mirarla.
Mi pregunta la cogió desprevenida y totalmente colorada, respondió.
―Teresa.
―No mientas, putita― insistí. ―¿Cuál era tu nombre?
La chavala comprendió lo que le estaba preguntando realmente y bajando su mirada, contestó:
―Minina.
Supe que era verdad y sin darle tiempo a prepararse, ordené:
―Minina, prepárame el baño.
Sabiéndose descubierta, no pudo más que obedecer y en silencio, fue a prepararme el jacuzzi. Satisfecho, me puse una copa, tras lo cual fui a reunirme con ella. Al entrar casi se me cae el vaso porque me encontré a esa jovencita arrodillada sobre el mármol. Mi sorpresa se vio magnificada cuando incapaz de mirarme, la filipina me extendió una toalla a mis pies mientras me decía:
―Señor, ¿quiere que su minina le bañe?
Os juro que estuve a punto de soltar una carcajada pero, en vez de ello, actuando como su amo, me metí en el jacuzzi sin mostrar ninguna sorpresa por su comportamiento. Teresa al ver que asumía el papel que en vida era de Evaristo, sonrió mientras me decía:
―Señor, ¿le apetece que su minina le enjabone?― muerto de risa, accedí y sin darle importancia, permití que la secretaria y amante de Ana se comportara como mi sumisa.
Cerrando los ojos, disfruté de la dulzura de sus caricias mientras extendía el jabón por mi cuerpo. Sus dedos recorrieron mi pecho tan lentamente que me dio la impresión que en vez de bañarme, Teresa me estaba adorando. Esa entregada actitud me obligó a analizar las razones por las que había cedido tan rápidamente, pero tras pensarlo solo saqué en claro que no le desagradaba en absoluto sentirse de mi propiedad. La minina me confirmó ese extremo excediéndose en su petición inicial. Sin pedir mi permiso, Teresa llevó su mano hasta mi entrepierna y se puso a masajear mis huevos mientras sus ojos brillaban intensamente.
«La pone cachonda servirme», confirmé al percatarme que habiendo dejado bien enjabonados mis testículos y mientras me masturbaba, su otra mano había buscado acomodo entre sus muslos.
«Se está pajeando», sonreí y más excitado de lo que debía de haber demostrado, saqué mi brazo del jacuzzi y levantándole la falda, descubrí que esa putita no llevaba ropa interior. Sorprendido busqué con la mirada sus bragas y tras no hallarlas en el baño, comprendí que no las tenía puestas cuando había llegado a mi habitación.
«Debió prever que no tardaría en quitárselas», sentencié mientras con mis dedos recorría el desnudo trasero de esa cría. Teresa al notar mi caricia sobre sus nalgas, no pudo reprimir un gemido y reiniciando la paja con la que me estaba obsequiando, me soltó:
―Señor, esta minina no se merece sus mimos. Se ha portado mal.
Asumiendo que quería que le preguntase por qué consideraba que me había fallado, preferí no hacerlo e incrementando la acción de mis dedos, exploré con ellos la raja de sus cachetes mientras le decía:
―Minina, ¿qué es lo que te mereces?
Forzando ese contacto moviendo sus caderas y tras unos segundos de indecisión pero sin hacer intento alguno para que dejara de sobar su entrada trasera, Teresa me contestó:
―No me atreví a reconocer en usted a mi futuro dueño. Desde que entré en esta casa, sabía que mi destino era ser suya. En vez de presentarme como su sierva, me propuse seducirle. Necesito su perdón…― respondió y justo cuando creía que había acabado, soltó casi llorando: ―…merezco unos azotes para que otra vez recuerde quien es mi dueño y señor.
Sus palabras me dejaron alucinado porque no solo se mostraba abiertamente como sumisa sino que excedía lo pactado con Evaristo. El acuerdo tácito era que sería legalmente mi esposa pero en ese momento, Teresa me estaba pidiendo ser mi esclava. Ejerciendo el poder que voluntariamente me había concedido, le solté:
―Para eso, debería primero aceptarte.
La chavala se quedó petrificada al escucharme porque si no la reconocía como tal, se vería nuevamente en la calle. Los temores sobre su futuro nublaron su mente y cayendo en el llanto, me rogó que no la echara porque no tenía donde vivir.
En silencio, la coloqué al lado de la bañera con el culo en pompa y reinicié mis toqueteos sobre su sexo mientras pensaba en cómo sacar partida de su angustia. Tras unos minutos, acariciando sutilmente su clítoris y torturando su cerebro, me levanté y le exigí que me secara.
Teresa, para entonces y aunque estaba a punto de correrse, se veía fuera de mi vida. Al ver mi erección, pensó esperanzada que era una prueba y que lo que realmente le estaba pidiendo era que me la comiera. Por eso, esperó a que saliera del jacuzzi para arrodillarse a mis pies y comenzar a besarla con una pasión que me impidió durante unos segundos rechazarla.
«Mientras siga pensando que voy a echarla, no podrá mentirme», pensé y por eso lanzándole una toalla, le solté:
―Sécame, minina. ¡No te he dado permiso para mamármela!
El terror volvió a su rostro y obedeciendo de inmediato, se puso a secar mi piel mientras, en ella, luchaban entre sí el convencimiento de mi repudio y la necesidad de convertirse en mi sierva. No tardé en comprobar quién había ganado al observar que su pequeño cuerpo temblaba de deseo mientras pasaba la toalla por mis muslos al ver a escasos centímetros de su cara una erección que le estaba prohibida.
«Aunque tiene miedo, le pone cachonda el sentirse indefensa», certifiqué al observar que se le habían puesto duros sus negros pezones.
Deseando seguir hurgando en esa herida y así incrementar su excitación, al terminar de secarme le exigí que me siguiera a mi cuarto y ordenándola que se quedara de pie frente a la cama, me tumbé en ella. Tras acomodar mi cabeza sobre la almohada y mirándola a los ojos, llevé mi mano hasta mi pene y lentamente comencé a masturbarme.
―¿Por lo que entiendo quieres que yo sea tu dueño?― pregunté con un deje de frialdad en mi tono.
Teresa al oírme, involuntariamente juntó sus rodillas al experimentar que su entrepierna estaba húmeda como pocas veces y sabiendo que de lo que ocurriera en esa habitación dependía su futuro, mordiéndose los labios contestó:
―Lo que más deseo en este mundo es que usted permita a su minina servirle.
Sin cambiar la expresión seria de mi cara y mientras seguía meneándomela sin parar, la contesté:
―Antes de tomar una decisión, quiero que me aclares unos detalles.
Nuevamente la esperanza brilló en su cara y acercándose a la cama, la filipina se traicionó al demostrar la urgencia que tenía en ser aceptada diciendo:
―¿Qué desea saber?
Supe que la tenía en mi poder y recreándome en ello, ordené a la muchacha que se sentara a mi lado. Teresa al escucharlo, buscó asiento sobre el colchón y acercando su boca hasta mi glande, recorrió sus bordes con un largo lengüetazo para acto seguido levantar su mirada y decirme:
―Su minina le escucha.
La inseguridad de la muchacha que manaba de su frase era tal que sin pensármelo dos veces, directamente, le pregunté:
―¿Quién eres realmente? Teresa, la ambiciosa secretaria de mi prima, o Minina, una cachorrita en busca de dueño.
Al escuchar la pregunta, me dijo:
―Las dos. Soy Teresa Torres, una mujer que teme al futuro y por eso es ambiciosa y Minina, una cría que ha perdido a su maestro y que sabe que usted puede sustituirlo.
Su dolor al reconocerlo fue tan palpable que no tuve que ser un genio para comprender que esas preguntas estaban reavivando viejos temores y mientras ella se quedaba sin saber qué hacer, decidí seguir interrogándola:
―Dime minina, ¿qué sientes por Ana, tu jefa?
Sabiendo que ese era el eje central alrededor del cual giraría nuestra relación, no me importó que se tomara unos segundos en contestar. Se le veía a la legua que temía que su respuesta no fuera la que yo esperaba y por eso casi llorando contestó:
―La zorra que, al seducirme, hizo que aceptara mi naturaleza y la dama de la que me enamoré.
La sinceridad de sus palabras me cautivó porque sin ningún tapujo había reconocido que se sentía una sumisa y que entre mi prima y ella había algo más que sexo. Fue entonces cuando queriendo saber realmente a que me enfrentaba le pedí, mientras pasaba mi mano por sus pechos, que me fuera sincera y me dijera quién era yo.
―Mí único destino. Cuando me comprometí a ser su esposa, pensé que era un mal menor pero gracias a Gatita he comprendido que con usted nos ha tocado la lotería y que a su lado seremos muy felices las dos.
No me pasó inadvertido que se hubiese referido a Ana con el nombre de sumisa y premiándola con un suave pellizco en uno de sus pezones, insistí incluyendo a mi prima en la pregunta:
―¿Qué me ofreceís si os acepto a las dos?
―Ummm― gimió descompuesta para acto seguido continuar diciendo:― ―Si nos acepta, seremos sus más fieles zorras. Dedicaremos nuestras vidas a hacerle feliz.
Cómo comprenderéis me esperaba esa respuesta pero aun así me excitaron sus palabras y obligándola a ponerse a cuatro patas sobre el colchón llevé mi mano hasta su sexo y mientras toqueteaba sus pliegues, decidí llevarla hasta el borde del orgasmo. La inquietud de Teresa se trasmutó en deseo cuando sintió dos de mis yemas adueñándose de su clítoris y paralizada por el placer, sollozó de gozo mientras me decía que era mía.
Satisfecho, recompensé a esa zorrita introduciendo un par de mis dedos en su interior. Teresa al experimentar la intrusión de mis dedos, sintió renacer con fuerza su esperanza y antes de que me diera cuenta, colapsó sobre las sabanas corriéndose.
«No debía haberla dejado llegar», me eché en cara al verla disfrutar. Cómo ya no podía hacer nada por remediarlo, profundicé en su inesperado clímax, metiendo y sacando mis falanges con rapidez.
Nuevamente esa joven me sorprendió cuando sin todavía terminar de correrse, sonriendo, me soltó muerta de vergüenza:
―Don Evaristo me pidió que, llegado este momento, le tenía que informar de una cosa…
Qué mencionara a ese desalmado, me cabreó y por ello, dejando de masturbarla, le pedí que me dijera que era eso tan importante. La cría se dio cuenta de mi cambio de humor y casi llorando, respondió:
―El maestro me adiestró en la cama pero dejó claro que era usted, el encargado de enseñarme las delicias del sexo anal.
Implícitamente me acababa de decir que su culo seguía virgen y que creía que para aceptarla tenía que tomar posesión de él. Sin medir mis actos y deseando comprobar si era cierto, me incorporé tras ella y abrí sus dos nalgas para inspeccionar su entrada trasera. Ni os imagináis la calentura que sentí al confirmar que al menos exteriormente parecía no haber sido usada.
―¿Me estás entregando tu culo?– pregunté mientras entre mis piernas mi pene reaccionaba con una brutal erección ante tamaña belleza.
Aunque era una pregunta retórica, no dudó en responder con hechos y usando sus propias manos para separar ambos cachetes, susurró su entrega diciendo:
―No puedo darle algo que ya es suyo. Su padre lo reservó para usted.
La renuncia que se escondía tras esa afirmación me hizo obviar que mencionara el parentesco que me unía con ese cerdo y pasándolo por alto, abrí un cajón de mi mesilla y saqué un bote con crema. Los ojos de la morena reflejaron temor pero no queriendo contrariarme, posando su cabeza sobre la almohada, alzó su trasero para facilitar mis maniobras.
Aprovechando las comodidades que me estaba brindando, cogí entre mis dedos una buena cantidad y tras untar de crema su esfínter, metí una de mis yemas en su interior diciendo:
―Te acepto como mi minina pero ahora relájate.
Mis palabras la hicieron feliz y viendo despejado el horizonte, me contestó:
―Llevo años soñando que cierre el trato de esa forma. Gatita me aseguró que llegado el momento me iba a doler pero que usted conseguiría volverme loca.
Que supiera que iba a dolerle, no fue óbice para no tener cuidado y sabiendo que si me apresuraba iba a causar un destrozo en ese virginal culito, seguí relajándoselo durante un buen rato antes de atreverme a forzarlo con un segundo dedo. Teresa, al notar mis recelos, me rogó:
―No puedo más, ¡necesito ser su minina!
Era tan grande la calentura de esa morena que cada vez que embutía mis falanges dentro ese ojete, todo su ser temblaba de placer. Asumiendo que estaba dispuesta, me permití el lujo de dar un azote a una de sus nalgas antes de introducir una tercera yema en ese orificio.
―Me encanta― berreó sumida en una lujuria sin par y demostrando ante mis ojos su entrega, llevó sus manos hasta los pechos para acto seguido dar un duro pellizco en cada uno de sus negros pezones, buscando quizás el calmar su excitación.
La jugada le salió mal porque todavía estaba metiendo ese tercer dedo cuando mordiendo la almohada, Teresa se corrió sonoramente. Su renovado placer me hizo no esperar más y mientras mi minina se retorcía gozosa sobre las sábanas, embadurné mi órgano con la crema antes de colocar mi glande en su virginal entrada:
―¿Estás segura que quieres ser mi putita para todo?― pregunté mientras jugueteaba con su esfínter.
Teresa no contestó. En vez de ello, dejó caer su cuerpo hacia atrás lentamente para que con ese sencillo acto mi verga fuera haciéndose dueña de sus intestinos poco a poco. Sin quejarse pero con un rictus de dolor en su rostro, siguió presionando sobre mi pene hasta que se sintió empalada por completo.
Entonces y solo entonces, rugió diciendo:
―Lo tiene enorme.
Confieso que al escuchar esa afirmación, disfrutar de ese trasero se había convertido ya en una obsesión pero no debía forzarlo en demasía para que en el futuro Minina siguiera entregándomelo con tanta alegría. Por ello, decidí darle tiempo y esperar a que ella diese el siguiente paso. Mientras aguardaba ese momento, aproveché para acariciar con dos de mis yemas su hinchado clítoris. Ese doble tratamiento consiguió que esa muchacha se relajara y levantando su cara de la almohada, me imploró que la tomara.
Su respiración entrecortada y el deseo que manaba de sus palabras, vencieron mis reticencias y asumiendo que estaba dispuesta, con ritmo pausado fui sacando mi pene de su interior. Mi lentitud exacerbó su calentura y cuando todavía tenía la mitad de mi verga en su interior, Teresa con un breve movimiento de caderas se la volvió a encajar hasta el fondo.
―Hazme tuya, ¡por favor!― chilló descompuesta por el lento compás de mi ataque.
Vi en su pedido, la luz verde que necesitaba para iniciar con ella un sensual juego. Mientras yo hacía todo lo posible por sacársela, Teresa lo evitaba al empalarse con ella nuevamente. De modo, nuestro ritmo se fue incrementando paulatinamente, consiguiendo que nuestro lento galope inicial se fuera desbocando mientras mi minina no dejaba de gritar acelerara. Como comprenderéis, acepté su sugerencia y por eso al poco tiempo, apuñalaba con mi verga el interior de sus intestinos.
―¡Toma a tu puta!― aulló, voz en grito, al sentir mis manos apretujando sus dos pechos. Los chillidos de esa mujercita eran tan fuertes que temí que desde su casa, mi prima los escuchara pero eso me excitó y deseando que fuera así, solté otro duro azote sobre una de sus ancas mientras le exigía que diera rienda a su placer.
La filipina al experimentar el dolor de esa nalgada sintió que nuevamente el placer se acumulaba en su mente y olvidando que yo era su dueño, me exigió que le diese más, confirmando de esa manera que le gustaba ese tipo de trato. Como a buen seguro aceptaréis, no tuvo que decírmelo una segunda vez y alternando de una nalga a la otra, marqué el compás de esa sodomía con el sonido de mis azotes.
―¡Qué locura!― aulló al notar que las nalgadas lejos de cortar su excitación, la estaban incrementando.
Ni que decir tiene que disfruté de su entrega hasta que, con su trasero totalmente colorado, se dejó caer sobre las sábanas y ante su propia sorpresa, se vio inmersa en un orgasmo brutal.
―¡Siga rompiendo mi culo!― exclamó al experimentar que su cerebro estaba a punto de explotar y que todas las células de su cuerpo entraban en ebullición al sentir la llamarada de esa mezcla de dolor y gozo que desgarraba su anteriormente virginal ojete.
Los gritos de mi sumisa fueron el empujoncito que me faltaba y cogiendo sus negras areolas entre mis dedos, las pellizqué con dureza mientras seguía machacando su estrecho culo con mi pene. Esos pellizcos fueron su perdición y sin poderlo evitar, se corrió dando enormes berridos.
Al reconocer su derrota, me concentré en mí y apuñalando su esfínter cruelmente, derribé las últimas murallas que evitaban que fuera completamente de mi propiedad.
―¡Ya no soy Teresa! ¡Soy solamente su minina!― consiguió gritar antes de caer agotada sobre las sábanas.
Su renovado orgasmo coincidió con el mío y uniéndome a su placer, premié su entrega con mi simiente. Teresa al notarla en sus intestinos, decidió no fallarme y moviendo sus caderas, no cejó en su empeño hasta que consiguió que no saliera una gota más de mis huevos.
Contento con mi labor pero exhausto, me tumbé a su lado. La filipina me abrazó agradecida y llenándome con sus besos, me juró que me sería fiel hasta la muerte. Os parecerá raro pero aunque al romperle el trasero había sellado nuestra unión, comprendí que esa niña adoraba también a mi prima y por ello, acariciando su negra melena, le solté:
―Necesito que me ayudes a seducir a Gatita.
Levantando su cara de mi pecho, me miró incrédula y contestó:
―Mi amada está ya loca por usted.
Descojonado, contesté:
― Es demasiado orgullosa para reconocer que es mía.
Teresa comprendió el problema y luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me respondió:
―Haré que esa zorrita nos confiese que su mayor deseo es que nos permita formar entre los cuatro una familia.
―¿Cuatro?
Viendo mi sorpresa, riéndose me dijo:
―Nosotras dos, usted y nuestro hijo.
Escuchar que se apropiaba del retoño que crecía en el vientre de Ana no me molestó, es más, acariciando su bello trasero, le solté:
―Te equivocas, vamos a ser muchos más. ¡Al menos una docena! ¿O no crees que esté deseando que Gatita y Minina me den más cachorritos?….

CONTINUARÁ

 

Relato erótico: “Teniente Smallbird 4ª parte” (PUBLICADO POR ALEX BLAME)

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SOMETIENDO 55

Sin títuloSmallbird se despertó de nuevo con resaca, haciendo que esa mañana se confundiese con las anteriores. Desayunó uno de los donuts que había sobrado de la tarde anterior y se había traído a casa de la comisaría y una cerveza sin alcohol. Dos cigarrillos después ya se sentía humano y después de tender la ropa que llevaba tres días en la lavadora subió a la Ossa dispuesto a empezar una nueva y tediosa jornada laboral.

El comisario debía de tener una reunión importante porque no estaba en su oficina cuando el detective llegó . Eso le había evitado un engorroso informe en el que más o menos tendría que decir que seguían en ello. Esperaba que para cuando llegase al menos hubiese una lista de sospechosos.

Los chicos estaban todos enfrascados en la búsqueda de sospechosos en guarrorelatos así que se fue a su despacho sin entretenerles y les dejó hacer.

Llevaba un par de horas deambulando por la página web revolviendo entre relatos comentarios y listas de autores cuando recibió un Wasap de Fermín diciendo que tenía novedades. Harto de la atmósfera opresiva de la comisaría no le dejó que le contase lo que había averiguado por teléfono y le dijo que iba a hacerle una visita. Como siempre que iba solo, cogió la Ossa y se deslizó a toda velocidad por las calles casi desiertas a aquella hora del día llegando al Anatómico en poco más de ocho minutos.

Fumó un par de cigarrillos, tosió un par de veces y entró en el gris edificio con paso rápido y decidido. Recorrió los pasillos una vez más, intentando imaginar en qué estado le tocaría llegar allí en un futuro cada vez menos lejano. Ya fuese víctima de un tiroteo y llegase allí con una sobredosis de plomo, cayese aplastado con su moto bajo el camión de la basura de forma que tuviesen que enterrarlo con la Ossa o llegase en pequeños trocitos victima de la bomba de un yihadista, lo único que quería era una muerte rápida. Nada de largas y dolorosas enfermedades.

Entró en el despacho tras golpear la puerta con los nudillos, sin esperar respuesta y se encontró a Fermín jugando a Plants vs Zombies en el móvil.

—Qué, ¿Sigue sin haber trabajo? —dijo el teniente a modo de saludo.

—Es increíble, pero llevo una semana que parezco el protagonista de Torchwood, —dijo Fermín sin apartar los ojos del smartphone—está muriendo tan poca gente que voy a tener que aprovechar las neveras para enfriar cervezas.

—Tranquilo ya te llegará todo el curro de golpe. —replicó Smallbird— Dijiste que tenías algo para mí.

—Sí , ha llegado el informe del laboratorio. —dijo alargando una fina carpeta que había sobre el escritorio— Bromuro de pancuronio.

—Bromuro de panqué…—dijo Smallbird abriendo la carpeta— Creí que ya conocía todos las drogas que un gilipollas podía conseguir, pero esta es nueva.

—El señor Blame tenía alcohol, coca, éxtasis y Viagra en su venas, pero con mucha diferencia la mayor concentración era de bromuro de pancuronio, es un relajante muscular muy fuerte derivado del curare.

—¿El veneno de los indios del amazonas?

—Ese mismo. —dijo el forense dejando el móvil por fin con un gesto de contrariedad.

—Vale, así que tengo que buscar un tipo moreno, bajito, desnudo, con el pelo cortado en redondo y una cerbatana en la mano.

—O un tipo con bata blanca. —replicó Fermín.—Es una droga utilizada en cirugía para relajar los músculos y hacer las intervenciones más sencillas. En ocasiones se usa también como anticonvulsivante o en casos graves de epilepsia, pero no se suele hacer fuera del ámbito hospitalario, por el riesgo de pasarse con la dosis y producir una parada respiratoria.

—¿Cómo lo administró?¿Con un dardo?

—Por lo general la vía elegida es la intravenosa. Volví a examinar el cadáver buscando el punto de inyección pero no lo logré, supongo que el asesino utilizó alguno de los cortes para enmascararlo.

—Entiendo. ¿Algo más?

—Hay muchas drogas con las que puedes incapacitar a una persona, pero no hay tantas que lo hagan y esa persona siga siendo totalmente consciente y tenga la misma percepción del dolor. —dijo Fermín.

—Así que esto es algo muy personal. El asesino no solo quería cargarse al señor Smallbird, también quería hacerlo sufrir durante horas.

—Si no se le hubiese ido la mano, probablemente durante casi un día entero.

—¿Se necesita receta para conseguir esa droga? —preguntó Smallbird revisando por encima el resto de la bioquímica de Blame sin entender ni papa.

—Se necesita receta, en efecto, pero al no tener un uso, digamos recreativo, no está tan controlada como los opiáceos, así que el que la consiguió puede no haber dejado demasiado rastro.

—¿Cómo pudo administrarle el asesino una inyección intravenosa a la víctima sin que esta se opusiese? —preguntó Smallbird confundido. —Blame no era un tipo canijo precisamente.

—No lo sé, para eso estás tú, —dijo Fermín con una sonrisilla que venía a decir jódete— yo solo te doy las piezas, eres tú el que tiene que montar el puzle.

—De acuerdo, gracias por todo. —dijo el detective dándole la mano al forense— Por cierto, procura que esta vez esto no sea de dominio público.

—No te preocupes, estoy tan cabreado como tu comisario. Ya sé quién fue y le he puesto a organizar los archivos de los años ochenta, pero eso es todo lo que puedo hacer, es tan funcionario como tú y como yo. Todos los que han visto ese informe están advertidos, la próxima vez los denunciaré aunque me cueste el puesto.

Salió del despacho del forense y desanduvo el camino pensativo. ¿Cómo demonios le pones a un tipo una inyección intravenosa contra su voluntad? Lo más fácil sería noquearlo y luego pincharlo o ¿Había logrado convencerlo para que se prestase voluntariamente? ¿Podría haberle convencido de que se trataba de una nueva droga que no se podía perder?

El sol de primera hora de la tarde le deslumbró al salir de los oscuros pasillos de la morgue y le recordó que no había probado bocado desde el desayuno. Encendiendo un cigarrillo giró sobre si mismo situándose y se dirigió a la cafetería de la complutense para comer el menú del día.

De vuelta en la comisaría se reunió con el equipo en la sala de conferencias dónde esperaban todos para informarle.

—Bien, —empezó Smallbird— empezaré yo si no os parece mal. He investigado a cuatro de los autores que me enumeró Vanesa y Carpene Diem parece prometedor.

—Yo busqué entre los comentarios de los relatos de Blame y encontré varios. Descarté a los de fuera de España y me quedé con Carpene Diem, Matoapajas, Capacochinos y Malvado retorcedor de pezones. —dijo Carmen.

—Capacochinos también lo tengo yo —dio López— y también a Matoapajas.

El resto de los detectives siguieron añadiendo nombres a un lista que terminó siendo de cerca de una docena y empezaron a analizarlos uno a uno .Empezaron por los menos probables descartando rápidamente a los dos primeros ya que apenas habían recibido un par de comentarios y habían optado por no responder. El siguiente era un tal Trancadeveinte que había descubierto Gracia haciendo búsquedas entre los comentarios con un programa que había creado la noche anterior.

—Aunque no es un escritor muy prolífico y Blame comentó solo dos o tres, si abrís cualquiera de sus relatos, veréis que son extremadamente violentos —dijo Gracia abriendo el perfil y eligiendo un relato al azar que inmediatamente se proyectó en la pantalla para que todo el mundo pudiera leerlo.

El relato se titulaba Crónicas de Zoork : el ataque de la reina de las Magas Zorra.

El tal Zoork era un anciano mago, decano de una antigua sociedad de magos en el reino de Cernuria. Una de sus más aventajadas alumnas había tenido una grave desavenencia con su maestro, había desaparecido en un reino vecino durante cinco años y había vuelto convertida en la jefa de un clan de guerreros que había entrado en su hermandad a traición matando a casi todos sus integrantes.

Pero el anciano que estaba de viaje se libró y cuando se enteró de la traición juró vengar a sus condiscípulos. Fue matando uno a uno a todos los componentes del clan mientras la bruja huía hasta que acorralada en el claro de un bosque decide defenderse:

Desde la última vez que la había visto, la joven delgada y desgarbada se había convertido en una mujer esplendida alta, delgada, con una melena negra y brillante como el pelaje de un narguik. Sus pechos grandes y turgentes se adivinaban a través de la vaporosa túnica de color índigo que portaba y sus manos finas y blancas sujetaban una peligrosa varita de los artesanos de Kentai.

—Veo anciano que te subestimé dejándote con vida.—dijo la joven enarbolando su varita— Pero ahora verás lo mucho que he aprendido sin tu asfixiante presencia.

La joven puso el cuerpo en tensión pero el anciano arrugado y encorvado estiró el brazo con un gesto de condescendencia y con un suave murmullo le arrancó a la hechicera la varita de sus manos.

Podía decirse mucho de la joven, pero no que careciese de redaños. Desarmada optó como último recurso obtener la energía que necesitaba del poder acumulado en los tatuajes que recorrían su cuerpo, pero el gran Zoork ya lo estaba esperando y se adelantó a la joven.

—Por el poder del gran Reorx, —dijo el mago levantando sus entecos brazos en medio del claro agitado por la tempestad— por la ira de Tautona… por la insaciable sed de venganza del gran Kraga yo invoco el poder de los antiguos para que así se castigue la traición de esta oscura hechicera…

Las sarmentosas manos del anciano comenzaron a brillar cada vez más hasta volverse incandescentes y antes de que la hechicera pudiese completar su hechizo, dos tentáculos resplandecientes rodearon muñecas y tobillos de la joven elevándola un metro y medio en el aire y separando sus extremidades.

La joven se resistió todo lo que pudo y el gran Zoork disfrutó viendo los músculos de las piernas de la joven tensándose hasta casi romperse intentando deshacerse del mortal abrazo de la magia de su antiguo mentor.

Los tentáculos crecieron y se extendieron por los miembros y el torso de la joven hasta cubrir todo su cuerpo. Con un grito de rabia el anciano pronunció las últimas palabras del hechizo y el calor se que emitían los tentáculos fue tan intenso que la fina tela de los ropajes, el vello y la capa externa de la piel de la hechicera se volatilizó.

El anciano mago aspiró el olor a pollo quemado y se cercioró de que todos los tatuajes de la joven se habían volatilizado con la capa externa de su piel dejándola totalmente indefensa ante él. El mago retiró los tentáculos y mientras recogía la varita de la joven del suelo con dificultad, admiró su sensual cuerpo, ahora totalmente libre de vello salvo por su espectacular melena y su piel irritada y sensible como la de un herida acabada de cicatrizar.

El gran Zoork se incorporó y usando el poder de la varita hizo un sencillo movimiento haciendo que el cuerpo de la joven se arquease y estirase hasta que todas las articulaciones crujieron al borde de la dislocación.

-Ahora, puta, vas a experimentar la justicia del gran Zoork. —dijo el mago dando un nuevo estirón a las articulaciones de la joven, que se tuvo que morder el labio hasta hacerlo sangrar para evitar un grito de angustia.

Tras unos segundos, el mago aflojó un poco la tensión en el torso y los brazos, pero mantuvo la presión sobre las esbeltas piernas de la joven de manera que quedaron totalmente abiertas dejando su sexo expuesto ante la visión del mago que se abrió distraídamente la túnica profusamente adornada con los emblemas de su casa.

Con un gesto de su varita el anciano bajo el cuerpo de la joven hasta que estuvo a su alcance y acarició la sensible piel y los tensos muslos de la joven arrancándole por fin un grito de dolor.

—Así me gusta no te reprimas. —dijo él dando un par de palmadas a la joven que prorrumpió en nuevos gritos de dolor y angustia.

Zoork se acercó a la joven y aspiró el aroma del sexo joven y limpio. Sin apresurarse, el anciano introdujo en el coño sus dedos fríos y sarmentosos. La joven dio un respingo y aguantó como pudo la exploración notando como las largas uñas del anciano mago arañaban inmisericordes el delicado interior de su vagina.

Zoork se apartó y se quitó la túnica dejando a la vista una polla tan grande como la pitón reticulada que formaba parte del emblema de su hermandad. Con lentitud el anciano se acostó en el suelo en un lugar donde hierba era más mullida y fragante.

A continuación con un golpe de varita acerco el pubis de la joven totalmente abierta de piernas hasta su polla enhiesta y cuando lo tuvo a su alcance lo dejó caer de golpe sobre su polla ensartándola hasta el fondo de una sola vez. La joven pegó un alarido al notar como todo su coño se abría y distendía dolorosamente para acoger el formidable pene del mago.

Sin darle tregua y sin dejar de mantener su cuerpo tenso y arqueado, levantó a la joven con la varita repetidas veces para luego dejarla caer con todo su peso. Los gritos fueron sustituidos por jadeos a medida que la joven se iba cansando. El mago con una sonrisa maligna dio un golpe de varita y dejó a la joven suspendida a unos pocos centímetros de su pubis con las piernas abiertas y media polla de él en su coño.

Con un golpe seco en una de sus piernas, la joven ingrávida tuvo que soportar la polla del mago mientras ella giraba a toda velocidad en torno a ella. El mareo le hizo gritar hasta quedarse ronca.

Por fin el mago se separó y le dio una tregua liberándola de sus invisibles ataduras. La joven cayó al suelo a cuatro patas, temblando y con su rosada piel brillante de sudor .

Zoork observó el cuerpo bello y derrotado de la joven, jadeando ruidosamente intentando coger aire y lo acarició con suavidad. Por primera vez la joven experimentó placer cuando el anciano le acaricio su culo y su sexo y gimió casi sin querer.

Tras la corta tregua el mago volvió a penetrar a la joven, que esta vez gimió enardecida por las caricias. En su mente ella pensó que si lo hacía bien, quizás aquel anciano no acabase con su vida así que cerró los ojos y comenzó a retorcer su cuerpo abandonándose al placer.

El mago tuvo que reconocer que aquella joven era deliciosa y que era un pena tener que matarla pero los espíritus de sus hermanos no descansarían hasta que ella estuviese tan muerta como ellos.

Sin dejar de penetrarla el mago acercó la varita a su pubis y con un rápido hechizo la convirtió en un nuevo pene tan largo y grueso como el original.

La hechicera se puso tensa cuando un segunda polla penetró en su culo rompiéndoselo de un solo empujón pero estaba tan excitada que apenas sintió dolor.

Con una intensa satisfacción, el mago vio como la joven retenía el aire un momento para a continuación relajarse y recibir las dos pollas con gestos de intenso placer. Zoork siguió empujando dentro de los delicados orificios de la joven hasta que todo su cuerpo se tensó en un bestial orgasmo. Con un sencillo hechizo el anciano prolongó el orgasmo de la hechicera a la vez que hacía crecer los dos miembros en su interior aplastando órganos y triturando huesos.

La joven murió casi sin darse cuenta mientras el orgasmo recorría todo su cuerpo enervándolo.

El anciano se separó por última vez de la joven y cogiendo las dos pollas eyaculó sobre su cuerpo inerte.

“La venganza está cumplida” pensó el hechicero con un gesto vacio abandonando el cuerpo de la joven a las alimañas.

Todos apartaron la vista del relato a la vez y cuando Gracia vio los comentarios entendieron porque consideraba a Trancadeveinte un serio candidato:

Alex Blame (ID: 1418419)

2014-12-08 11:14:21

El típico relato de brujería carente de toda originalidad salvo en la sádica manera en la que lo acabas. He leído todos tus relatos y he llegado a la conclusión de que tienes un serio problema de personalidad, así que contrariamente a lo que le aconsejaría a cualquier otro, te animo a seguir escribiendo estos bodrios si con eso conseguimos que no salgas a la calle a violar ancianitas.

Trancadeveinte (ID: 3450018419)

2014-13-08 19:34:24

Créeme sabandija, si alguna vez violo a alguien será a ti con un hierro al rojo rodeado de alambre de espino. Si me das tu dirección y numero de teléfono podemos quedar cuando quieras mamoncete.

Alex Blame (ID: 1418419)

2014-13-08 19:54:41

Ja Ja, Buen intento. Pero te prometo que cuando me sienta solo y necesite un soplapollas diciéndome estupideces al oído y acariciándome con amor te daré mi número encantado.

Tras terminar de leer el largo intercambio de insultos y amenazas de muerte todos quedaron de acuerdo en que el señor Trancadeveinte se uniese a Carpene Diem en la lista de candidatos.

Siguieron trabajando toda la tarde hasta que reunieron una lista de ocho sospechosos. A Carpene Diem y Trancadeveinte, se unieron Matoapajas, un joven bastante imaginativo pero que no sabía apenas de sintaxis y ortografía; Capacochinos, un tipo que decía escribir únicamente experiencias propias con pibones y mujeres famosas y que se cabreó muchisimo cuando Blame le llamó fantasma; Fiestaconcadáveres, elegido por su afición morbosa por los asesinatos y la violación de fiambres; Deputacoña, una tipa que solo escribía escenas de sexo sin más, pero que ambientaba en entornos hospitalarios lo que junto a los insultos que había intercambiado con Blame le animó a Smallbird a incluirla; Grancoñóncolorado, una joven a la que Blame maltrato únicamente por escribir solo historias de lesbianas y Rajaquemoja, una mujer que escribía bien y era bastante original, que era muy tímida al nombrar las partes pudendas pero nada tímida a la hora de poner precio a la cabeza de Blame cuando se reía de ella.

—Bueno ahora que tenemos un punto de partida empecemos a investigar a esa gente. —dijo Smallbird encendiendo un pitillo.—Gracia, quiero que entres en la página y averigües los datos de esas personas a ser posible sin dejar huellas.

—No hay problema. Lo haré esta noche en casa en mi ordenador y me encargaré de que la intrusión sea indetectable.

— Camino, tú ponte en contacto con el administrador de la Web y pídele esos datos. Tardará un día pero así podremos trabajar con los datos que nos consiga Gracia y cuando alguien nos pregunte podremos decirles que los hemos obtenido legalmente.

El teniente se sentó y se quedó en la sala apurando el cigarrillo mientras los detectives desfilaban camino de casa tras un largo día de trabajo.

Estaba a punto de ponerse la cazadora y marchar él también, cuando vio el comisario pasar ante él y entrar en su oficina. No le apetecía nada, pero sabía que el hombre necesitaba noticias así que cogió la carpeta que le había dado el forense y la lista de sospechosos y pasó sin llamar.

Empezó con el informe del forense para terminar luego con la lista de sospechosos. Negrete no le interrumpió pero puso cara de escepticismo.

—¿De veras crees que uno de esos pajilleros mentales es nuestro hombre?

—Tiene que serlo. No se me ocurre ningún otro sospechoso y el detalle de que las ochenta y ocho puñaladas sean las mismas que relatos tenía la víctima para mi es definitivo. Debe haber algún tipo de conexión.

—De acuerdo pero no pienso decirle a la alcaldesa que estamos persiguiendo a una pandilla de pervertidos hasta que tengas un sospechoso. —dijo el comisario hurgándose los dientes con una uña— Date prisa, por Dios, me he pasado todo el día esquivando a la alcaldesa.

— Mañana sabré dónde buscar a los sospechosos y nos pondremos manos a la obra.

—Estupendo ahora vete y descansa un poco, te lo has ganado.

 

Relato erótico: “Fitness para todas las edades. (3)” (POR BUENBATO)

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LA OBSESION 2Casi una hora después, Katia salió de la oficina con la Sin títulofrente altiva y el rostro enrojecido. No podía estar enojada, porque finalmente accedimos a sus deseos, pero tampoco creí que estuviese apenada, aunque debía. Nos tenía por el cuello, exigía la mitad del dinero generado por las visualizaciones y la publicidad, y aunque jamás quiso admitirlo, no había más que ido a extorsionarnos con el asunto del incesto.

Yo estaba realmente furioso, pero mantuve la calma, por Mariana. Después de todo, a Mariana, en su inocencia, le parecía justo que Katia se llevara la mitad. Pero yo sabía que no, Katia editaba los videos y su trabajo era sin duda valioso, pero ello no le daba absolutamente el derecho a llevarse la mitad del dinero. Pero no teníamos alternativa.

Segundos después de que la negrita se fue, Andrea asomó la cabeza, extrañada por lo sucedido, aunque no tenía realmente idea de qué había sucedido.

– ¿Quién es esa chica? – preguntó, mientras pasaba para sentarse al lado de Mariana.

Mariana, quien era su admiradora, no se emocionó mucho al tenerla frente a ella. Era obvio que sospechaba que algo había sucedido ahí antes de que llegara, y la idea no parecía agradarle mucho. Yo suspiré, un achaque de celos de mi hija era lo que menos necesitaba ahora.

El resto de los días se normalizaron, hasta cierto punto. Andrea terminaría por pasar una larga temporada en la ciudad, pues un congreso nacional de fitness se iba a celebrar el mes entrante, de manera que tuve la oportunidad de estar con ella varias veces y Mariana tuvo la oportunidad de participar a su lado en no uno sino tres programas.

Durante las grabaciones, Katia aprovechó para mostrarse de lo más arrogante. Mariana no lo notaba, pero estaba claro que la maldita negra no hacía más que poner a prueba nuestro temor a que revelara nuestro secreto. Con el tiempo, pareció comenzar a divertirse con aquello.

Tal era su actitud, que la propia Andrea pareció notarlo, e incluso durante la segunda grabación no soportó más las ganas de preguntarme.

– ¿Cuál es exactamente el papel de esa niña? – dijo, en un tono despectivo que revelaba su molestia

– Ella inició el programa con Mariana – intenté justificar – Siempre ha editado los videos.

– Pues es bastante arrogante, ni siquiera Mariana se porta así.

– Bueno – suspiré – tiene su carácter.

Andrea no pareció satisfecha con aquello, estaba claro que lo que fuera que ahí sucediera le intrigaba. Había pasado de ser un visitante ocasional a una parte fundamental en el programa, en mi vida y en la vida de Mariana. Ni siquiera yo me daba cuenta de lo mucho que comenzaba a pasar junto a su lado.

Respecto a Katia, sabía que tenía que hacer algo. Aunque las palabras de la negra parecían sinceras en el sentido de que guardaría el secreto, aquello no dejaba de representar una amenaza. Cualquier molestia o ataque de furia podía provocar que comenzara a hablar de más, y aquello era demasiado riesgo como para permitirlo. Además, ella no tenía el menor derecho a quedarse con la mitad del dinero.

Es común creer que quienes practicamos fisiculturismo somos un montón de tipos torpes sin cerebro. Y probablemente si tengan algo de razón, pero también somos decididos y hallamos en lo más mínimo la inspiración para hacer grandes cosas. Mi inspiración llegó de un viejo libro que me llegó a la mente. Me lo regaló uno de mis primeros entrenadores, cuando apenas iniciaba mis entrenamientos.

El libro combina la fisicultura con la filosofía china, o algo así. Recordé uno de los capítulos, en los que sugerían convertir lo negativo en nuestra fuerza. En poner a nuestros enemigos de nuestro lado. En hacer que aquellos que quisieran hacernos daños estuvieran tan inmersos en nosotros que su intento de hundirnos los hundiría también a ellos.

Fue entonces cuando se me ocurrió que la única manera de controlar a Katia, de asegurarme que jamás abriera su maldita boca, era atarla a nosotros. Que no pudiera causarnos daño sin causárselo también a ella. Decidí que tenía que hacerla parte de todo aquello, a cualquier precio.

No fue difícil. La chica siempre había mostrado interés en los tipos musculosos, y yo era uno de ellos. Aunque mucho mayor para ella, siempre me había percatado de sus miradas recorriendo mis brazos, mi tórax y mis piernas. Siempre la había ignorado, pero ahora esperaba que su interés en mi siguiera vivo de alguna manera.

Comencé a poner a prueba mi plan durante una de las grabaciones. Sentado en los aparatos, no quitaba la mirada de sus ojos. Ella se percató, y no tardó en sentirse perturbada por mi mirada. Trató de sonreírme y también trató de mirarme con desprecio, pero ninguna de las dos cosas sirvió para que yo parara. Quería hacerla sentir incomoda, porque sabía que en chicas como ella aquello era

En los entrenamientos del gimnasio. Comencé a acércame a ella, con el pretexto de ayudarle a sus entrenamientos. Ella no se atrevía a rechazarme entre tanta gente, de modo que tuvo que aceptar mi cercanía. Aquello me dio la oportunidad de platicar con ella, en conversaciones que se extendían cada vez más.

Mariana no tardó en percatarse de ello, y muchas veces discutimos “discretamente” en presencia de Katia. Aquello, sin embargo, funcionó con la negrita, pues la hizo sentir que su cercanía a mi comenzaba a hacer estragos en la relación con mi hija. Como toda zorra, estaba claro que aquella negreta se sentía adulada con los celos que provocaba. Cosas similares sucedían con Andrea, aunque esta tuvo la extraña razón de acercarse y platicar durante largas charlas con la negrita. ¿De qué podían hablar?

Mariana, por su parte, pareció comprender que yo era un tipo sin remedio, y aunque seguimos disfrutando sin problemas de nuestros encuentros sexuales, ella fue conociendo a otro chico: Gael, ni más ni menos que el hijo de Andrea, a quien ella había inscrito al gimnasio. Aunque era un tipo bastante bien parecido, digno de su preciosa madre, y aunque tenía la misma disciplina en el ejercicio que hacía que yo mismo me reflejara en él, no pude evitar un extraño sentimiento de celos; lo cual era irónico, pues así como el muchacho coqueteaba con mi hija, yo también actuaba como un adolescente calenturiento tras el bombón de Katia.

– Veo que Mariana tiene un nuevo amigo – me dijo una vez la chica, inquisidoramente

– Creo que es un buen muchacho – dije, alzando los hombros

– ¿No te dan celos? – preguntó Katia, maliciosamente – Celos de padre, me refiero – dijo, alzando las cejas

Ni siquiera le contesté.

Mis acercamientos con la negrita fueron aumentando. Y aunque ella a veces demostró desinterés – y un poco de asco hacía mi – la insistencia terminó por hacer estragos en ella. Charlábamos por horas, estuviese Mariana presente o no. A veces tenía duda de si Katia era lo suficientemente inexperta para caer en mi trampa o si estaba tramando algo. Pero si era así no lo demostraba.

A veces yo dejaba de buscarla, sólo para saber cuánto tardaba ella en marcarme por teléfono o enviarme un mensaje de texto. Y aquello me permitió saber lo mucho que representaba para ella, pues sus llamadas y mensajes no tardaban más que algunas horas en llegarme.

Cuando como parte del flirteo, comenzamos a intercambiarnos fotos, me llevé varias buenas sorpresas, especialmente cuando me enviaba auto fotos donde podía verse la perfecta figura atrapada en sus apretados conjuntos de entrenamiento.

Las horas de entrenamiento eran las mejores. Yo hacía como que la guiaba, mientras le miraba descaradamente su culo, y ella hacía como que me seguía, mostrándome atrevidamente las curvas de su cuerpo. Fue entonces cuando me di cuenta de que la trampa en la que la deseaba hacer caer era también una trampa para mí, que moría día a día por hacerla mía.

Fue hasta un domingo por la noche cuando la tensión entre nosotros estalló. Los domingos eran los únicos días en los que el gimnasio principal cerraba temprano, a las siete de la tarde. También era el único día en el que yo era el único encargado, pues mis empleados tenían que descansar. La había estado mirando durante toda la tarde y ella me lanzaba sonrisas cómplices de vez en cuando.

Había llegado tarde, al cuarto para la seis, y aquella fue la primera señal de que aquella tarde sería diferente. Mariana había entrenado en la mañana y debía estar descansando en casa.

Éramos ya los últimos, y aunque mi corazón latía al mil por hora preferí no hacerme ilusiones y mantuve la calma. Me acerqué a ella, que en aquel momento alzaba el peso en la máquina para isquiotibiales. Con aquella posición, boca abajo y mostrando las dimensiones de sus glúteos, el sólo hecho de mirarla era insoportable. Vestía un short deportivo morado y un sujetador deportivo rosado, que dejaba desnuda su cintura. Aunque solía alisárselo con plancha, su cabello natural tenía el rizado típico de la raza negra. Era una verdadera delicia, y yo no tenía idea de cómo comportarme ante tremenda diosa. Estaba tan excitado, que pensé que si no me la follaba a ella tendría que descargar mi apetito en mi hija.

– Ya vamos a cerrar – dije, sin saber qué tanto se notaban los nervios en mi voz

Ella detuvo su ejercicio y alzó la vista, incorporándose sobre sus antebrazos.

– Ya son las últimas – me dijo, mostrándome sus blancos dientes

Idiotizado, le dije que iba a ir cerrando el local en lo que ella terminaba. Era increíble que me estuviera comportando como un mocoso ante una adolescente como ella.

Subí a cerrar las ventanas del segundo piso y la puerta de la azotea; cuando baje, Katia estaba guardando sus cosas en su mochila. Me acerqué a ella cuando se estaba vistiendo su sudadera.

– Hace un poco de frio – me dijo, sonriéndome

Pude ver sus ojos deslizándose furtivamente a mi entrepierna, pero decidí no mencionar aquello. Esa chica emanaba sensualidad en cada acto.

– Bueno, debemos irnos

Ella se lamió los labios, y su rostro se tornó serio, como si hubiera esperado algo distinto de mi parte. Pero yo estaba tan confundido como ella, y no alcanzaba a pensar en qué debía decirle.

Salimos minutos después, la chica sólo se había colocado una sudadera, de modo que el frio viento debía estarle pegando directamente en sus piernas. Entonces supuse que podía tomar aquello como una oportunidad.

– Es algo noche, ¿no? – le pregunté, ella giró el rostro y me sonrió, de manera afirmativa, como diciéndome “qué remedio queda”.

Entonces me enjuague los labios con mi boca, y me atreví a preguntarle.

– ¿Quieres que te lleve a tu casa? – le dije, con la mayor serenidad posible – Me queda de paso.

Ella no me respondió de inmediato, miró hacia el horizonte, como confirmando una última vez de que el autobús no se hallaba cerca. Entonces me miró de nuevo y movió su cabeza afirmativamente.

Durante el viaje no hablamos más que los mismos comentarios sobre el clima. Le pregunté si no tenía frio con aquellos shorts tan cortos, y ella admitió entre risas que había cometido un error al elegir esa indumentaria.

Sacó su botella de agua, y suspiró al ver que se hallaba vacía.

– Yo también olvidé llenar mi bule de agua – le dije – Y tengo mucha sed.

– Casi siempre me da sed hasta que llego a mi casa – dijo, en un comentario que no entendí del todo

Seguimos charlando de cosas sin importancia hasta que el automóvil se detuvo frente a su edificio de departamentos.

No pudimos decirnos nada durante quince incómodos segundos en el que nos mantuvimos dentro del inmóvil vehículo.

– Te deben estar esperando tus padres – le dije

Ella me miró.

– Sólo vivo con mi mamá.

– ¡Oh! – exclamé

– Ella no está – continuó – Fue a cuidar a mi abuela.

Otros diez segundos de silencio se hicieron presentes. ¿Aquello había sido un comentario sin importancia o lo había dicho por alguna razón?

– ¿No tienes algo de agua? – me atreví a preguntarle

– ¡Sí! – dijo de pronto, como si aquella pregunta fuera la que estuviera esperando – Digo, sí, puedo darte algo de agua.

Le di mi botella de agua. Y ella bajó del automóvil. Se dirigió al edificio pero se detuvo en el primer escalón de la entrada principal. Regresó corriendo y se asomó por la ventanilla.

– Puedes subir, si quieres, vivo en el tercer piso. El 303. – me dijo rápidamente, antes de salir corriendo hacia el departamento.

Me quedé solo. En el auto. Completamente idiotizado. ¿Qué rayos había sido eso? Analicé todo de principio a fin. Entonces decidí que lo mejor sería subir. Estacioné el auto en un espacio bajo un árbol, y bajé del vehículo. Alcé la vista y vi cómo la luz del departamento de Katia se encendía. Miré a los lados, la calle estaba vacía.

Subí las escaleras a trompicones, y llegué al 303 del tercer piso. La puerta estaba entreabierta, y entré velozmente. Entonces la negrita chocó su cara contra mi rostro, iba de salida cuando yo entraba y nos encontramos violentamente. Dejó caer la botella con agua, y mis manos se dirigieron a su rostro, para revisar si el golpe no le había causado ningún daño.

Ella alzó los ojos y me miró, y yo no pude apartar la vista de sus oscuros y redondos ojos. Era como si nuestras pupilas fueran dos poderosos imanes incapaces de despegarse. Entonces nuestros labios chocaron.

Pensé en los labios de Mariana y en los de Sandra, pensé incluso en los de Verónica, pero no recordaba unos tan suaves, tan llenos de vida, tan cálidos y tan dulces como los que Katia tenía. Los rasgos africanos de su boca se notaban a la perfección en aquellos carnosos labios. Mis manos se dirigieron a su cintura y entonces ella rodeó mi cuello y se impulsó en mi firme cuerpo para alzar sus piernas y rodear mi cintura con ellas.

Parecíamos dos viejos amantes, aunque aquel era apenas nuestro primer beso. Podía sentir toda la pasión, todo el deseo y toda la excitación contenida en nuestros cuerpos. Su piel canela tenía un olor precioso, y mis manos recorrían sus piernas mientras sus pechos, mucho más evidentes que los de mi hija, se apretujaban contra mis pectorales. Era una verdadera diosa, una verdadera diosa.

Fui cargándola hasta donde me indicó que se hallaba su recamara. Me señalaba el camino rápidamente, para después regresar sus labios a los míos. Parecíamos dos locos enamorados después de mucho tiempo de no vernos. Caí sentado sobre la cama y entonces ella se acomodó sobre mí. Comenzó a levantarme la camiseta, pero yo lo hice por ella. Entonces ella se sacó rápidamente su sudadera y enseguida su sujetador; sus dos tetas saltaron a la vista. Eran redondas y bastante más grandes de lo que me imaginaba; sus pezones oscuros me recordaron a los de Mariana, sólo que sobre su piel morena apenas y se distinguían.

Incorporé mi espalda para que mi boca pudiera alcanzar aquellos suculentos pedazos de carne dura. Mi lengua exploró la rugosidad de sus pezones, y ella abrazó mi cabeza para soportar los intensos magreos que mi boca provocaba en sus tetas. Sus manos recorrieron mi ancha espalda, como si yo fuese un tesoro al que tanto había anhelado.

Separé mi cara de sus pechos y mi boca regresó a sus labios. Un minuto después, separó sus labios de los míos y me regaló una traviesa sonrisa, me invitó a recostarme, y yo me quedé recargado sobre mis hombros. Entonces ella desamarró la cuerda de mis pantalones deportivos y comenzó a deslizarlos, dejándome en calzoncillos. Se agachó, y desató mis zapatos deportivos. Volvió a subir, sonriente, y entonces dirigió sus labios hacía mi entrepierna. Besaba mi endurecida verga a través de la tela de mis calzoncillos

Si aquel era un ritual para excitarme, lo había logrado a la perfección, y se convenció de aquello cuando mordió suavemente la forma de mi tronco. Maldición, esa negrita me estaba volviendo realmente loco.

Entonces por fin deslizó mis calzoncillos, liberando mi endurecida verga. Me lanzó una mirada aprobatoria, y sonrió maliciosamente, mientras miraba mi tronco palpitando a unos centímetros de su rostro. Parecía evaluarlo, desde mi perspectiva, parecía una pequeña fiera, con sus cabellos rizados y desordenados, sus ojos brillantes y su boca gruesa, mostrando los blancos dientes en una sonrisa coqueta.

Entonces abrió la boca, y se acercó lentamente; sentí el calor de su aliento rodeando la punta de mi verga, pero ella aún no me tocaba. Entonces cerró suavemente la boca, y mi verga sintió la más hermosa sensación. Su húmeda y cálida boca agasajó a mi glande, mientras su lengua exploraba alrededor de mi tronco.

Sus labios se sentían igual de bien en mi verga que en mi boca. Los músculos de su boca rodeaban con firmeza mi grueso tronco, y su lengua iba lamiendo la piel de mi verga al tiempo que descendía hasta engullirla por completo. Lo hacía con una habilidad tal que me hizo preguntarme muchas cosas acerca de su experiencia en asuntos sexuales; pero mis pensamientos se disiparon cuando sus manos tomaron mi falo y comenzaron a masajearlo mientras su lengua se azotaba dulcemente sobre mi glande. Yo estaba flotando en el paraíso.

Siguió chupando mi verga de mil maneras, a veces rápido, a veces lento. A veces recorriendo todo el largo de mi falo con su lengua, y a veces engulléndola por completo hasta comenzar a sufrir arcadas. A veces también se deslizaba hasta mis huevos, donde saboreaba mis testículos metiéndose y chupando completo uno por uno. Si yo hubiese muerto en ese momento, hubiera sido con una amplia sonrisa.

Posó sus pies sobre el suelo del cuarto, sólo el tiempo necesario para bajarse su short deportivo y sus bragas. Entonces regresó sobre la cama y continuó mamándome la verga. Alzaba su enorme culo como un trofeo, al tiempo que su cabecita se mantenía baja para seguir chupándome el pene. En aquella posición, su trasero formaba realmente la figura de un corazón. Mi falo se endureció hasta el límite sólo de ver aquello.

Unos segundo más, y entonces ella avanzó con sus rodillas hacía mí, hasta que su coño perfectamente depilado le dio un coqueto beso a la punta de mi verga. Volvió a abrazarme, y sus labios se unieron de nuevo a los míos.

Entonces ella se alzó unos centímetros, sostuvo mi tronco y lo apuntó contra la entrada de su coño, y antes de dejarse caer, habló.

– Hoy dejaré de ser virgen – me susurró.

Entonces me besó.

Si realmente era virgen o no jamás lo sabré; pero mi verga entró con relativa facilidad y sin detenerse hasta lo más profundo de su mojada concha. Ella lanzó un suspiró fuerte cuando mi pene chocó contra el tope de su coño. Entonces yo abandoné sus labios y caí de espaldas sobre la cama. Ella me siguió, sosteniéndose con sus manos sobre la cama.

Mis manos se dirigieron a sus preciosas nalgas, desde donde me encargué de acomodarlas al ritmo de los movimientos lentos de mis caderas. Los primeros mete y saca sólo la hicieron respirar agitadamente, pero conforme aumentaba el ritmo de mis movimientos sus respiraciones fueron siendo sustituidas por auténticos gemidos llenos de placer.

– Te quiero – le dije, sin estar yo mismo seguro de que tan cierto era aquello

Ella sonrió, y me respondió comenzando a mover sus caderas. Entonces sus movimientos se unieron a los míos, y comenzamos a aumentar juntos la intensidad de aquel mete y saca. Ella parecía una maquina de jugos, y aquello provocaba una preciosa sensación combinada entre un coño bien lubricado pero a la vez muy apretado, lo que hacía que cada embestida valiera oro.

Seguimos así por minutos, sin ni siquiera cambiar de posición. A veces mi boca apretujaba sus pezones, lo que sumaba más placer al provocado por las arremetidas de mi verga. Yo movía mis caderas, pero eran sus sentones los que más ajetreo provocaban.

Sus gemidos se escuchaban justo en mi oído. A veces vengaba mis fuertes embestidas mordiéndome suavemente el cuello. Para mí era increíble follar con tanta pasión con una chica de su edad. Parecíamos una pareja de recién casados.

– Que bien lo haces – le tuve que decir

– Me encanta – dijo, con la voz entrecortada por el placer

– Lo haces bastante bien – seguí – Me encanta sentir cómo me abraza tu coño

Ella sonrió complacida con aquellas palabras.

– Sigue – dijo

– Me gusta cómo me muerdes, como me rasguñas cuando te la meto bien adentro. Eres como un animalito – seguí, entre respiraciones agitadas – una gatita en celo, una perrita mojada…

Ella cerró los ojos, como si quisiera imaginar mis palabras.

– Mierda, Heriberto – suspiró – Que bien se siente esto.

Aumenté la intensidad de mis embestidas con el pasar de los minutos; mis labios besaban su cuello, sus tetas y sus labios, como si estuviese tranquilizando a una criatura salvaje que no paraba de saltar y saltar para ensartarse de coño contra mi verga.

– ¡Ah! ¡Ahhhh! ¡Aahh! ¡Aaaaahhhhhhhhh! – gimió

Su cuerpo se arqueó, su coño comenzó a sentir convulsiones y sus brazos rodearon mi cuello. Sus manos arañaron mi espalda, mientras aquel orgasmo la volvía loca. Respiró durante segundos sobre mi cuello. Mis manos abrazaron sus glúteos, tenerlos apretujados entre mis dedos era una sensación preciosa. Entonces recuperó el aliento, al tiempo que los espasmos en su entrepierna cesaban.

– ¡Aaahhh! – gritó – ¡Que rico!

– ¿Te gusta? – murmuré

– Mucho – dijo – Me encanta tu vergota.

Aquello fue suficiente. Entonces yo tampoco pude resistir más, y mi glande comenzó a escupir un montón de esperma que llenó su coño hasta desbordarse. Nos seguimos besando, mientras su concha y mi verga continuaban aquel intercambio de fluidos.

Nos bañamos juntos, nos secamos y, desnudos, cenamos un guisado de pollo que ella había preparado. Regresamos a la cama, donde cubrimos nuestra desnudez con las sabanas blancas.

– ¿Quieres dormir aquí? – me preguntó, recostada sobre mi pecho – Mi mamá llega hasta mañana, después de clases.

Sonreí.

– Tengo que ir a casa.

– Sólo hoy – insistió

Decidí probar algo.

– Mariana me está esperando.

Como sospeché, el tono de Katia se volvió serio.

– ¿Y eso qué? – me espetó

– Pues que debe estar preocupada.

– Dile la verdad – me dijo, alzando la cabeza, con sus hombros recargados en mis pechos, mirando con interés la expresión de mi respuesta.

Apreté los labios.

– Creo que es muy pronto para que lo sepa.

Ella alzó las cejas, como si la respuesta no hubiera sido la esperada. Era extraño ver a una chica de su edad comportándose con el dramatismo de las actrices de telenovela, pero supuse que ese era un estrago más de la televisión nacional.

Por alguna razón, quizás la necesidad de regresar a casa antes de que fuese más tarde, me hizo apurar las cosas. Me pregunto ahora si ese fue un error de mi parte, pero más bien creo que no había manera alguna de convencerla. No importa cuánto tiempo hubiese esperado. Decidí entonces tocar el tema de las ganancias.

– Sabes, Katia, creo que, ahora que…comenzamos a entendernos más, quizás podríamos platicar con más calma el asunto de los videos.

Ella comprendió de qué iba aquello, pero prefirió parecer confundida.

– No te entiendo.

– Me refiero al dinero, a lo del cincuenta por ciento de las ganancias.

– ¿Eso qué tiene? – preguntó, como si no hubiera nada que discutir respecto a ello.

– Tú sabes que, el cincuenta por ciento no sería justo. Somos varios quienes participamos en eso, sería injusto que Ma…

– Participo tanto como ella, no entiendo qué es lo que me quieres decir, ¿Qué por haberte acostado conmigo voy a acceder a lo que quieras?

– No te estoy diciendo que accedas a nada – me estaba poniendo nervioso – Sólo te estoy diciendo que no es un reparto justo. Te estoy proponiendo que tomes lo que te corresponde, y no lo que crees que te corresponde sólo porque sabes que Mariana y yo…

Una mirada seria se dibujó en su rostro. Parecía molesta, ¿pero qué maldito derecho tenía de enojarse?

– Te follas a tu hija – dijo, extendiendo un dedo de su mano – vienes y me follas a mi – dijo, alzando un segundo dedo – y ahora quieres creer que puedes hacer lo que quieras.

– Te equivocas – dije, tratando de tranquilizarla

– ¿En qué me equivoco? ¿Crees que tengo ganas de decirle a alguien cómo te estabas follando a Mariana? Yo sólo pido lo que me corresponde – justificó

– ¡Hablas como si tú no nos estuvieras extorsionando! – estallé, ella se levantó de inmediato. La sabana cayó sobres sus piernas, y sus tetas volvieron a quedar al descubierto.

Se vistió rápidamente con un camisón, mientras yo apretaba mis ojos, pasmado de lo mal que había salido todo.

– Vete de aquí – dijo, casi como un susurro

– No puedes hacer esto – le dije – lo que estás haciendo está mal, y lo sabes perfectamente. No puedes ser tan mentirosa.

– Vete de aquí – repitió, era obvio que no necesitaba explicaciones.

Manejé tan rápido y tan peligrosamente sobre la vacía avenida que no supe ni cuándo ni cómo logré llegar hasta la casa. Eran las doce y media de la madrugada. Las luces del barrio estaban apagadas, pero la luz de la recamara de Mariana seguía encendida. Entré cegado por la ira.

Me dirigí directamente a mi recamara, y al encender la luz la imagen de Mariana sobre mi cama me sobresaltó. Estaba dormida, me debió esperar durante horas antes de caer dormida, como una ofrenda, sobre mi propia cama. De pronto, molesto aún, tuve la sensación de que todo había sido culpa de ella; nada de aquello hubiese sucedido si ella nunca me hubiese dado aquel beso. Era ella la que había provocado aquello, y era yo quien lo había empeorado. Ahora Katia nos tenía en sus manos, y así sería siempre.

Mariana estaba vestida con un pijama; la blusa blanca de mangas rosas tenía un estampado de Hello Kitty, mientras que sus pantalones suaves y rosas tenían también estampados de la marca. Me hubiese parecido tierna de no haber sido por mi terrible estado de ánimo.

Comencé a desvestirme, mientras la miraba. Su presencia no dejaba de molestarme, y un montón de ideas de odio, culpas y rencores comenzaron a desplomarse sobre mi mente. Noté entonces lo endurecida que estaba mi verga, ¿qué me pasaba? Miré su cuerpo, descansando tibiamente sobre la cama; su carita respirando por la boca. Me bajé los calzoncillos, quedando mi musculoso cuerpo completamente desnudo y con mi falo hecho un duro tronco.

Me dirigí hacía la cama y la tomé de uno de sus pies, jalándolo con fuerza. Ella despertó asustada mientras caía pesadamente sobre el suelo. Sus ojos me miraron congelados de terror antes de que mi mano la tomara del cabello y la jalara hacía el cuarto de baño.

– ¡Qué haces aquí! – espeté – ¿Qué quieres? ¡Eh! ¿Qué quieres?

– ¡Papá! – dijo ella, completamente confundida

La lancé contra el suelo del baño, mientras cerraba la puerta del cuarto tras de mí.

– ¿Quieres que te folle? Maldita perra – espeté – Eso es lo único que quieres, ¿no? Que te folle como la puta que eres.

Mariana miró mi desnudez; parecía querer dar una buena explicación, pero en realidad no sabía qué era lo que sucedía.

– ¿Qué pasa? – preguntó, completamente confundida, mientras mis manos la tomaban de los cabellos de nuevo y la obligaban a incorporarse.

– Estúpida zorra – le dije, dejando caer su pecho sobre la plataforma del amplio lavamanos, tal y como la había colocado hacía unos días, solo que sin ofrecerle el escalón esta vez.

Ella intentó ponerse de pie, pero entonces mi cuerpo cayó sobre ella, aplastando su vientre contra el lavabo; mi verga se colocó justo tras su precioso trasero, mientras una de mis manos le alzaba la cabeza de los cabellos y la otra manoseaba impunemente sus tetitas bajo la tela.

Acorralada, ella no pudo evitar que mis manos hicieran descender sus pantalones y sus bragas al mismo tiempo, dejándolas apiñadas en sus rodillas y exponiendo completamente su desnudo culo.

Con una precisión tremenda, le arranqué un desgarrador grito a Mariana en el momento en que mi verga atravesaba su apenas húmedo coño. Nunca había sentido su concha tan seca, y comprendí el dolor que debía estar sintiendo con aquel tronco rugoso en su pobre vaginita.

– Papaaaaaaaá – dijo, mientras el llanto se apoderaba de ella.

Aquello pudo haberme conmovido y hacerme parar aquello, pero su rostro destrozado por el dolor y las lágrimas no hizo más que vigorizar más mi pene. Permanecía largo rato viendo como lloraba, no le decía nada, pero mis ojos severos caían sobre su confundida mirada al tiempo que las lágrimas escapaban a chorro por sus parpados. Al pobre coñito de Mariana no le quedó más remedio que comenzar a expulsar los jugos vaginales necesarios para aliviar aquella repentina invasión.

Entonces comencé a moverme, en una rápida aceleración que mi hija no tuvo más remedio que soportar entre gimoteos y gritos de piedad.

Atacaba su indefensa concha sin piedad. Sólo me detenía para recuperar el aliento antes de reiniciar mis fuertes embates contra su coño. Si a ella se le escapaba el aliento por momentos, era algo que no me importaba. Tenía que coordinar sus suspiros, sus ruegos, sus sollozos y gemidos para poder seguir respirando.

– ¿Por qué? – me preguntaba a través del espejo – Papi, ¿qué hice? Dimeeee… – dijo, antes de que una nueva avalancha de embestidas la hicieran callar.

– Porque eres una maldita perra – le dije, tenía tantas ganas de decirle todas esas cosas, era como liberarme de algo que ni yo entendía – por que se que te gusta que te folle. Porque me gusta ver tu cara de guarra cuando te meto mi verga. No creas que no me doy cuenta, maldita zorra, tus ojos de puta cuando me chupas la verga. Puta, puta, puta… – continué, acelerando las embestidas de mis caderas sobre sus enrojecidas nalguitas.

– ¡Ahh!¡Ahh!¡Ah!¡Ahhhhh! – tuvo que seguir gimiendo ella.

– …puta, puta zorra de mierda. Guarra chupa vergas…

Ella me escuchaba, no era la primera vez que le decía esas palabras, pero siempre habían sido con cierto cariño. El tono con que ahora se las decía hacía que cada palabra fuera una punzada en su alma.

Un aceite para bebés, que Mariana solía utilizar para suavizar sus manos después de los ejercicios más rudos con las maquinas del gimnasio, apareció ante mi vista. Una idea cruzó rápidamente en mi cabeza y se instaló de lleno en mi mente. Tomé el bote y derramé algo de líquido sobre la plataforma del lavabo, todo sin dejar de seguir castigando el coño de Mariana, que seguía gimiendo de forzado placer. Mojé mis dedos con el aceite, hasta que quedaron completamente embadurnados.

– Papi, ya papi. Por favvoorrrr – pedía, con su voz confundiéndose entre gimoteos.

Todo fue tan rápido e inesperado para Mariana que no pudo resistirse cuando el primero de mis gruesos dedos atravesó la resistencia de su esfínter para insertarse entre las paredes externas de su ano. Menos aún pudo hacer cuando el segundo dedo se abrió paso. Gritaba de dolor, mientras seguía rogándome que parara. Pero era demasiado tarde ya. Aquello había endurecido mi verga hasta el límite, y mi mente nadaba ya en el mar de los más bajos deseos.

– ¡No! Ya, papá, vamos a la cama – me pidió, confundida de qué me sucedía – Papi, a la cama.

– ¡Cállate la boca, maldita puta! – dije, cegado por no sé qué sentimiento – Aquí es donde te gusta, aquí es donde te llené de leche la otra vez, no te hagas la inocente ahora. ¿Te acuerdas o no de cómo me corrí en tu coño? ¡¿Eh?!

Ella me miró asustada a través del espejo.

– ¡Te acuerdas o no!

– Papí – dijo, como si no me reconociese

– Respóndeme maldita zorra – le dije, metiendo aún más profundo mis dedos, provocándole un agudo dolor en su recto.

– ¡Sí! – dijo, con tal de que me detuviera – Sí, te corriste en mi, aquí, aquí te corriste en mí.

– Puta zorra – concluí

Saqué los dedos de su culo, y de un par de patadas abrí aún más las piernas de Mariana, lo suficiente para que mi verga pudiera abrirse paso hasta colocarse justo en la entrada de su apretado culo. Intentó resistirse, pero nuestras fuerzas no tenían punto de comparación.

– ¡No, no, no! – dijo, al sentir mi glande sobre la rugosa entrada de su ojete.

Un coro de gritos y sollozos acompañaron mi primer impulso contra su esfínter, sus lloriqueos se intensificaban a cada milímetro en el que mi duro falo avanzaba dentro de las paredes de su culo.

– ¡Papá! Papi, por favor – dijo, con la voz entrecortada por el llanto – Papi, dueeeeleeeeee…¡yaaaa aaahhhh! – gritó, sin poder seguir hablando.

Pero nunca me detuve, continué pujando hasta que la mitad de mi verga quedó ensartada en su hasta entonces virgen culo. Deslumbrado por el deseo, apenas le di algunos segundos para que recobrara el aire antes de continuar con el avance de mi falo. Un nuevo conjunto de alaridos salieron de su dulce boca mientras el resto de mi pene terminaba por penetrarla. En segundos, mi hija terminó completamente empalada por el culo.

Mi verga palpitaba a través de mi vena dentro de su apretado recto, mientras su temblorosa nariz aspiraba los mocos de su llanto. Una extraña calma apareció, y en el silencio, ella acomodó su adolorido culito. Parecía tratar de entender qué estaba sucediendo sin atreverse a mirarme. Miraba hacia los lados, enfocando su atención a los artículos de baño sobre el lavabo, como si nada de aquello estuviera sucediendo. Yo, en cambio, disfrutaba enormemente la bella imagen de mi verga desapareciendo entre sus nalgas. Le había roto el culo a mi hija, y era maravilloso.

Comencé a bombearla, entonces sus ojos me buscaron y encontraron en el espejo; su ojos brillaban por las lagrimas y me pedían que parara, pero yo no hacía más que meter y sacar más rápido y más intensamente mi verga en su apretado culo. Su recto palpitaba de dolor, y estaba comenzando a apretujarse aún más por la hinchazón causada por el dolor.

Pero también comenzaba a dilatarse, y pronto el dolor iba dando paso al placer que sus ojos blanquecinos iban revelando.

– Papi, papi, papi yaaa… – seguía pidiendo en vano, en una voz tan baja que sólo servía de fondo musical para mis embestidas.

Ella miraba sus lágrimas corriendo por su rostro mientras mis impulsos contra su recto la impulsaban hacia adelante y hacia atrás. Había terminado por rendirse pero aquello no mitigaba el dolor de su culo ni el de su corazón. Permaneció resistiendo los embates de mi verga atravesando furiosamente el anillo de su culo. Entonces el silencio fue sustituyéndose por sus primeros gemidos. Sentí como el anillo de su culo cedía, dejando que mi gordo tronco entrara y saliera con más facilidad.

Ella abrió su boca, en un círculo perfecto y oscuro que revelaba el placer que escapaba en cada uno de sus gemidos.

Entonces mi corazón se enterneció por aquella muestra clara de inocencia. Comprendí que lo que había hecho con ella era propio de barbaros, y que mi pobre hija no había tenido más remedio que soportarlo. Traté de ser más suave en mis movimientos, mirando su rostro para saber qué clase de movimientos le provocaban más placer.

Logré entonces el ritmo adecuado, pero a esas alturas ya estaba tratando de contener la corrida que se estaba desbordando en mis huevos. Ella aumentaba cada vez más y más sus gemidos. Entonces sus pupilas desaparecieron, y sus ojos quedaron en blanco antes de cerrarse con fuerza, aquello me hizo aumentar la velocidad de mis embates y una electricidad recorrió todo mi cuerpo.

Con una fuerza descomunal, un chorro de esperma salió disparado contra las paredes de lo más profundo del culo de Mariana. Ella había caído agotada sobre sus hombros; era como si en cualquier momento fuese a desmayarse.

El mundo daba vueltas a mí alrededor mientras mi verga seguía pulsando mientras más y más leche se descargaba en el ojete de mi hija. Sólo entonces desperté de aquella fase. Me miré al espejo y me avergoncé de mi mismo.

Salí al cuarto, abandonando a mi hija sobre el lavabo, completamente desfallecida. Sus pantalones y sus bragas aún colgaban arremolinados en sus tobillos, mientras mi esperma comenzaba a escurrirle por las nalgas. Me vestí rápidamente, cuando estaba listo, la vi saliendo lentamente por la puerta del baño, mirándome con ojos perdidos. Me recordó a esas veces en las que se asomaba en el cuarto de su madre y yo para decirnos que tenía miedo de dormir sola.

Salí de la casa, nervioso, extrañado. No supe a dónde dirigirme. No entendía qué había hecho, no podía coordinar mis pensamientos. Pensé en Mariana, mi pobre hija. Pensé en Katia, pensé en odiarla pero estaba muy cansado para ello. Saqué el celular, y marqué al primer número que me vino a la mente. El tono sonó tres veces, estaba a punto de colgar cuando de pronto una voz extrañada me contestó.

– ¿Heriberto?

– Andrea

 

Relato erótico: “Cómo seducir a una top model en 5 pasos (10)” (POR JANIS)

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prostituto por errorLos Juegos del Hombre.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Sin títuloMe despierto con los primeros rayos de sol de la mañana, como cada día. En el Distrito 12, quedarse en la cama hasta media mañana es un lujo que no nos podemos permitir. La vida es bastante dura en La Veta, entre minas de carbón y hierro.

Hoy es el día de la Cosecha; hoy es el día del año en que te juegas tu futuro, si tienes menos de veinte años. Hasta el aire huele diferente en un día como el de hoy.

Cuando bajo, mi madre está despachando pan, como cada día, pero la clientela, habitualmente dicharachera, está silenciosa, mirándose furtivamente unas a otras. Mi padre, en la trastienda, se ocupa del horno sin tararear sus famosos gorgoritos. Todo es distinto en el día de la Cosecha.

Me llamo Cristo y hoy es un día a dejar atrás cuanto antes.

¿Queréis que os cuente la historia? Bueno, esto, antiguamente, esto era un continente llamado Europa, donde vivían millones de personas. Pero tras una sucesión de calamidades –sequías, tormentas, incendios, mares que se desbordaron y tragaron gran parte de la tierra, y la brutal guerra que acaeció para hacerse con los recursos que quedaron-, el resulto fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos.

Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. El Tratado de la Traición nos dio unas nuevas leyes para garantizar la paz y, como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben volver a repetirse, no dio también los Juegos del Hombre.

Las reglas de los Juegos del Hombre son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce distritos debe entregar un chico y una chica, llamados “tributos”, para que participen. Los veinticuatro tributos son encerrados en un enorme palacio con jardines y cientos de habitaciones. Una vez dentro, los participantes tienen que relacionarse y lidiar con las trampas instaladas, hasta alcanzar la meta deseada. Todo se convierte en una lucha sexual, tanto el entorno como los contrincantes que dispone el Capitolio. Los jugadores pueden formar alianzas o bien engañarse mutuamente. Al final, gana quien quede en pie y con libertad de movimientos.

“Entregad a vuestros hijos y obligarlos a yacer para gloria del Capitolio”; así nos recuerdan que estamos a su merced, derrotados y subyugados. “Mirad como nos llevamos a vuestros hijos y los sacrificamos sin que podáis hacer nada al respecto. Si levantáis un solo dedo, os destrozaremos a todos, igual que hicimos con el Distrito 13.”, ese es el mensaje.

Desde que las niñas tienen su primera menstruación y los niños su primera polución nocturna, sus nombres pasan a engrosar el contenido de las dos enormes bolas de cristal que se guardan en la alcaldía. Cuando cumplen los veinte años, esos nombres son retirados. Para que resulte más humillante, el Capitolio exige que tratemos los Juegos del Hombre como una festividad, un acontecimiento deportivo y social en el que los distritos compiten entre sí. Al tributo ganador se le recompensa con una vida fácil y su Distrito recibe premios, sobre todo maquinaria y tecnología, y suficientes subclones para garantizar la producción del distrito. Los subclones son baratos de producir, pero la población humana está degenerando últimamente. Hay menos niños y la vida es dura para los distritos más exteriores. Por eso mismo, los Juegos premian las relaciones sexuales y la fertilidad.

Por otra parte, todos los derrotados que queden con vida en los Juegos, pasan a pertenecer al distrito vencedor. Algunos han quedado tocados irremediablemente por las drogas o los productos químicos que se utilizan en ciertas pruebas, y otros han perdido la vida. Como he dicho antes, los Juegos cambian tu futuro, de la forma que sea.

Mi padre me pone la mano en el hombro, sorprendiéndome. Me giro y nos sonreímos. Quiere hacer que crea que está orgulloso de mí, pero veo el miedo en sus ojos. Nunca he sido un chico fuerte ni alto. Soy más bien un renacuajo debilucho, con cara de niño asustado, pero dispongo de un arma secreta, y él lo sabe. Mi madre, tras despachar a sus clientes, se acerca también y me abraza.

― ¿Te has lavado detrás de las orejas? – me pregunta, con lágrimas en los ojos.

― Zi, máma y también debajo de los huevesillos – le contesto, con una sonrisa.

― Bien, hijo, casi es la hora. Tenemos que ir a la plaza – susurra mi padre.

La plaza está abarrotada y los murmullos se elevan como si burbujeasen. Las dos grandes esferas de cristal ya están colocadas sobre la tribuna, a pie de la alcaldía. El acalde está de pie, al lado de una de ellas. Un poco más al fondo, sentada en una silla, se encuentra Effie Trinket, la acompañante del Distrito 12, recién llegada del Capitolio, con su aterradora sonrisa blanca, el pelo rosáceo y un traje verde primavera. El carraspeo del alcalde, amplificado por el sistema, acalla a la gente, haciendo que presten atención. Va a comenzarla Cosecha.

Primeramente, el hombre lee la lista de los habitantes del Distrito 12 que han ganado en anteriores ediciones. En setenta y cuatro años, hemos tenido exactamente dos ganadores, y solo uno sigue vivo: Haymitch Abernathy, un barrigón de mediana edad que, en estos momentos, aparece berreando y se tambalea en la tribuna, dejándose caer en la silla que está al lado de Effie. La multitud aplaude a su antiguo héroe, pero el hombre, aturdido, prefiere meterle mano a la escandalizada acompañante. El alcalde agita la cabeza, con disgusto. Todo está retransmitido en directo y el Distrito 12 será el hazmerreír de Panem. Intenta arreglar la situación presentando a Effie Trinket, quien se levanta rápidamente, siempre alegre y saluda:

― ¡Felices Juegos del Hombre! ¡Y que la suerte esté siempre de vuestra parte! – exclama, agitando una mano, con la peluca rosa medio torcida por el sobeo de Haymitch.

Me desentiendo del discurso de Effie y paseo la mirada por el gentío. Todo el mundo tiene el semblante serio y preocupado. Hoy cualquier familia puede perder un hijo o una hija. Una de las costumbres instaladas por el Capitolio tiene que ver con las faltas. Si un chico o una chica, en edad de participar en la Cosecha, comete una falta, su nombre es nuevamente añadido a la lista, por lo que la posibilidad de ser escogido aumenta. Cuantas más faltas, más posibilidades. Y no hablemos ya si comete un delito. Dependiendo el grado, su nombre es introducido entre diez y cien veces.

El mío, en particular, está varias veces repetido, calculo que veinticinco veces, al menos. Tuve una época traviesa…

― ¡Las damas primero! – exclama Effie, iniciandola Cosecha.

Su mano se introduce en la bola de cristal de las chicas. Mete la mano hasta el fondo y saca un trozo de papel. La multitud contiene el aliento. Effie alisa el papel y con voz clara, exclama:

― ¡Primrose Everdeen!

Las microcámaras flotantes y los nanomicros recogen perfectamente su voz y su imagen. Me quedo alucinado. ¡La pequeña Prim ha sido escogida! ¡No puede ser! En apenas unos segundos, tal como sospechaba, escucho su voz:

― ¡Me presento voluntaria! ¡Me presento voluntaria como tributo!

Su hermana mayor, Calenda, la salva de la Cosecha. Prim tiene doce años, es su primera Cosecha. No tendría ninguna oportunidad. Calenda se ofrece a reemplazarla, como permiten las reglas. Se eleva un fuerte murmullo entre el público. Calenda es la chica más hermosa del Distrito, una hermosa y perfecta diosa de diecinueve años, algo salvaje y orgullosa. La chica que me hace palpitar desde hace tiempo. ¡Puta mala suerte!

Prim se abraza a su hermana, colgándose de su cuello. Las dos lloran. El novio de Calenda consigue apartar a la hermanita. Es un tipo guapo, alto y fuerte. Todo lo que yo no soy. Cuando Calenda sube a la tribuna, nadie aplaude, ni vitorea. En silencio, toda la gente de la plaza hace la señal de respeto, yo incluido. Nos llevamos tres dedos sobre los labios y presentamos la mano alzando el brazo. La chica le gusta a todo el mundo y están apenados por ella.

Effie, tras presentarla a las cámaras, se acerca a la bola de los chicos para sacar al compañero de Calenda en los Juegos, y el silencio se adueña de nuevo de la plaza.

― ¡Cristóbal Heredia!

Casi me caigo de culo. La mano de mi padre me sostiene por el cuello. Mi madre chilla débilmente. ¡No me jodas! Mi corazón amenaza con estallar. ¡Voy a ir a los Juegos del Hombre con Calenda! Creo que podría sentirme hasta feliz.

_____________________________________________________________

Todo sucede muy rápido que apenas recuerdo haberme despedido de mi familia. Nos encontramos en un tren muy veloz que traga millas hacia el Capitolio. Tomamos contacto con nuestro entrenador Haymitch y comprobamos que, a pesar de ser un borrachín, en un tipo que sabe lo que se hace con respecto a los Juegos.

Tras pedirle a Calenda que se desnude, Haymitch palpa con atención y placer cada pulgada de su piel. Aprovecho para echar unos cuantos vistazos a ese espléndido cuerpo. Después me toca el turno. Al parecer no le da importancia que yo sea un chico. Me soba lentamente la polla, haciéndola crecer. Sorprendo, en un par de ocasiones, a Calenda mirándome la entrepierna. Ya os dije que disponía de un arma secreta, ¿no?

El propio Haymitch se queda un tanto embelesado cuando mi pene adopta sus medidas reales con la excitación. Soy pequeñito y delgadito, pero esa porción de mi cuerpo tiene personalidad y peso propio; un grueso miembro de veintidós centímetros de largo.

― Bueno, me parece que esto nos va a asegurar unos cuantos patrocinadores – se ríe Haymitch. — ¿Qué piensas, Calenda?

― Estoy segura de que será así – asiente ella.

Nos ponemos al día entre nosotros. Calenda cuenta las experiencias que ha tenido con su novio. Aunque nuestra sociedad rechaza todo anticonceptivo, es costumbre impedir el embarazo mientras se está en edad de participar en la Cosecha. Para ello, la sodomía suele ser la mejor salida para las relaciones sexuales entre novios. Calenda afirma tener bastante experiencia en ello, así como en sexo oral.

Nada más escucharla decir aquello, me pone burro. ¿Qué queréis que os diga? Es mucha mujer.

― ¿Y tú? – me pregunta Haymitch.

La verdad es que no he tenido muchos encuentros amorosos fuera de mi… círculo. No soy un tipo que vaya enamorando chicas, aunque he tenido varios asuntillos con algunas clientas. Me van bastante las maduritas. Pero, me va aún mejor con el círculo familiar…

La cosa empezó con una de mis tías, viuda, con la que me veía cada viernes. Después fueron sus hijas, y, con ellas, otras primas lejanas. Finalmente, mi hermana mayor tomó la costumbre de llamarme a su casa, cada vez que su marido salía de viaje.

Todas me dicen que soy como un osito de peluche, pequeño, suave y consolador.

Calenda mi mira con los ojos muy abiertos, sorprendida por mi confesión. Me encojo de hombros, queriendo hacer hincapié en que no es culpa mía si me buscan.

― Está bien. Creo que este año puedo contar con dos chicos con experiencia y resistencia – se frota las manos nuestro preparador.

Tras un día entero de viaje, llegamos al Capitolio, donde nos llevan junto a nuestro equipo de estilistas. Flavius, Venia, y Octavia comandan otras mujeres que pronto se ocupan de arrancarnos todo el vello del cuerpo. Nos tumban en unas camillas y nos embadurnan de un oloroso mejunje que nos exfolia y nos depila, casi al completo, salvo las cejas y el cabello. Después de eso, las pinzas se ocupan de quitar cualquier pelo rebelde que haya quedado atrás.

Me siento raro, mirándome la entrepierna y los testículos, todo tan limpio de vello. Mi pene parece mucho más largo. Sorprendo de nuevo a Calenda observándome. Cinna, el estilista mayor, acude a vernos, así desnudos. Queda muy contento con Calenda y con su cuerpazo, pero no tiene ni idea de que hacer conmigo. Piensa usar un fuego sintético sobre unas mallas negras, para dar la impresión de que estamos ardiendo. Es algo que se le ha ocurrido, relacionado con el carbón. Seguro que mi compañera queda súper genial, envuelta en llamas, pero yo seré poco más que una brasa a su lado.

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Llega el momento del desfile. Nos sitúan sobre un carro bellamente adornado, tirado por dos caballos tan negros que parecen pintados. Las mallas negras se nos pegan al cuerpo como guantes. Sobre ellas, flotan tenues telas amarillas y naranjas que parecen flotar en el aire a cada movimiento. Cinna se nos acerca y sonríe con complicidad.

― Vais a salir enseguida. Recuerda como te verán – dice Cinna en tono soñador –: Calenda, la chica en llamas.

― Y yo la pavesa al viento – gruño al subirme al escabel que han dispuesto al lado de Calenda, para que no parezca tan bajito.

― ¿Qué piensas de llevar ese fuego? – me pregunta ella, con un murmullo.

― Te arrancaré la capa si tú arrancas la mía.

― Trato hecho – me sonríe.

Comienza el desfile. Los himnos suenan con fuerza. Los del Distrito 1 van en un carro tirado por caballos blancos como la nieve. Están muy guapos, rociados de pintura plateada y vestidos con elegantes túnicas, cubiertas de piedras preciosas. El Distrito 1 fabrica artículos de lujo para el Capitolio. Oímos el rugido del público; siempre son los favoritos.

El Distrito 2 se coloca detrás de ellos, y luego los demás. En pocos minutos, nos encontramos acercándonos a la gran puerta por la que debemos salir. Los del Distrito 11 acaban de salir cuando Cinna aparece con una antorcha encendida.

― Allá vamos – dice y, antes de poder reaccionar, prende fuego a nuestras capas. Ahogo un grito, esperando que llegue el calor, pero solo noto un cosquilleo. – Funciona. Calenda, la barbilla alta. Sonríe. ¡Te van a adorar!

Calenda me da la mano. Se aferra con fuerza mientras salimos a la vista de la multitud que se apretuja en la amplia avenida. Nunca he visto tanta gente junta. Sus silbidos y aclamaciones me ensordecen. Sus rostros se giran hacia nosotros, olvidándose de los demás carros que nos preceden. Calenda me señala la gran pantalla de televisión en la que aparecemos y nuestro aspecto me deja sin aliento. Con la escasa luz del crepúsculo, el fuego nos ilumina los rostros; es como si las capas dejasen un rastro de llamas a nuestras espaldas.

La música alta, los vítores y la admiración me corren por las venas, y no puedo evitar emocionarme. El nombre de mi compañera está en boca de todos: Calenda, la chica en llamas.

Los carros nos llevan justo hasta la mansión del presidente Snow. La música termina con unas notas dramáticas. El presidente, desde la escalinata, nos da la bienvenida oficial. Lo tradicional es que enfoquen las caras de todos los tribunos durante el discurso, pero veo que mi compañera sale más de la cuenta. Sin duda es la más hermosa de todas las participantes.

Tras esto, nos internan en el centro de entrenamiento. Muchos de los tributos nos miran con odio. Empezamos bien, coño. Calenda aún me tiene cogido de la mano. El centro de entrenamiento es una torre diseñada exclusivamente para los tributos y sus equipos. Este será nuestro hogar hasta que comiencen los Juegos. Cada distrito dispone de una planta entera, solo hay que subir a un ascensor y pulsar el botón correspondiente. Como es natural, el nuestro es el piso 12.

Abajo, en unos grandes sótanos, es donde se ubican las salas de entrenamiento, llenas de extraños aparatos, colchones, y armarios llenos de instrumentos eróticos. Durante una semana, entrenaremos y tendremos clases con educadores especialmente preparados para ello. Habrá tres días para que los tributos entrenen juntos. Así mismo, la última tarde, tendremos la oportunidad de actuar, en privado, ante los Vigilantes de los Juegos.

Cuando entramos en el “gimnasio”, por primera vez, somos los últimos en llegar. Los otros tributos están reunidos en un círculo muy tenso, con un número pintado sobre uno de los brazos, el de su distrito. Inmediatamente, nos pintan el nuestro con un artilugio.

En cuanto nos unimos al círculo, la entrenadora jefe una mujer alta y atlética llamada Atala, da un paso adelante y nos explica el horario de entrenamiento. En cada puesto, habrá un educador experto en la materia en cuestión. Podemos ir de una zona a otra como queramos, aprendiendo y practicando. Está prohibido entrenar con un tributo de otro distrito. Si necesitamos ayudantes, disponemos de subclones.

No puedo evitar fijarme en los demás chicos. Casi todos ellos y, al menos, la mitad de las chicas, son más altos que yo. Espero que los encuentros con mis primas me hayan servido para algo.

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La primera clase a la que Calenda y yo asistimos, versa sobre los puntos de placer del cuerpo humano. La verdad es que conocía los más elementales, como el clítoris, la vagina, los pezones, y el ano. Pero no acaban ahí. Nos hablan sobre el cuello y la nuca, la parte baja de la espalda, el punto G y la próstata, y, finalmente, varios puntos en los pies y detrás de las rodillas. Es bueno saberlo, para cuando se acabe el combustible primario.

Los Juegos no solo se basan en pasar las pruebas y sobrevivir, sino que también puntúan con los orgasmos obtenidos o entregados, así como las técnicas usadas, o las estrategias realizadas. Todo aparecerá analizado por los distintos chips que nos inocularán en el cuerpo y que recogerán cada una de nuestras sensaciones, movimientos, y palabras.

Un tipo de piel oscura y miembros sarmentosos nos enseña a respirar para reservar fuerzas. Lo llama sexo tántrico y le pillo el truco enseguida. Esa técnica casi parece hecha para mí, pero Calenda no consigue concentrarse y se aturrulla, por mucho que lo intente. En un aparte, la chica me pide que sigamos entrenando juntos. Con el rostro arrebolado por la vergüenza, me explica que entrenándose con un miembro como el mío, obtendría mucha ventaja sobre los demás. Tiene razón y nos fijamos más en los otros tributos, analizando lo que hacen y cómo lo hacen.

Al día siguiente, toca entrenamiento privado. Nos centramos en los tríos. Ponen a nuestra disposición dos avox, esclavos del Capitolio a los que han anulado la función del habla. Se trata de un chico rubio, de unos veinte años, delgado y flexible, y una chica de pelo rojo y figura opulenta. Dejo que Calenda caliente un poco con mi cuerpo, hasta ponerme el pene erguido, antes de llamar al chico. Parece que Calenda se adapta muy bien a los tríos, aceptando, casi de principio, una doble penetración, que la lleva a un fortísimo orgasmo.

Tengo que salirme a toda prisa para no correrme dentro de ella, demasiado excitado por sus gemidos. Jadea y gime como un cachorrito lastimoso. Me recupero rápidamente y despido al avox y llamo a la chica.

― No zé zi has estado con alguna chica, Calenda.

― No, jamás.

― Deberías probar ahora…

Se encoge de hombros mientras la esclava pelirroja se arrodilla ante ella.

― Primero despasio, dulsemente – susurro, empujando a la esclava por el cuello para que pose sus labios sobre Calenda.

No me pierdo detalle de cómo las bocas femeninas se unen, como sus labios se mordisquean, se aspiran, hasta que, con un impulso, Calenda desliza su lengua en el interior de la boca contraria.

― ¿Qué te parese? – pregunto.

― Es más suave que la de un chico – sonríe ella, apartándose un poco y guiñándome un ojo. – Debo probar más…

Sus manos se aprestan a repasar los mórbidos senos de la avox, deslizándose por sus flancos y sus caderas, hasta apoderarse del interior de los suaves muslos. La avox adelanta sus caderas, buscando el contacto de la mano de Calenda en su sexo.

― Ah… está toda mojada – me dice mi compañera, al palpar el sexo de la esclava.

― Métele un dedo y después llévatelo a la boca. Zaboréala…

Me mira, sin estar muy segura de lo que le pido, pero acaba cediendo, quizás llevada por la curiosidad. Verla chupar su dedo mojado activa una erección en mí. Es de lo más excitante que he visto.

― ¿Te atreves a lamerla ahí?

― Creo que podré soportarlo – contesta, tumbando a la avox de espaldas y abriéndole las piernas.

Puede que Calenda no se haya comido nunca un coño, pero me da la sensación que está haciéndole a la pelirroja lo que le gustaría que le hicieran a ella. En apenas tres o cuatro minutos, la tiene botando al extremo de su lengua. Aunque no puede pronunciar palabras, sus gemidos y grititos me cautivan. Me tumbo a su lado, con la mano en la mejilla, observando muy de cerca su expresión de gozo.

Creo que sus ojos me lo agradecieron. Cuando no puede más, aparta la cabeza de Calenda, quien alza el rostro, relamiéndose. Me mira y sonríe con picardía.

― ¿Ahora me lo hace a mí? – pregunta con voz aniñada.

― Zi, por zupuesto, y yo le daré por detrás…

Mientras enculo a la pelirroja, admiro la cara de puta que se le pone a Calenda cuando le comen el coño, bien comido. Es una ventaja de que acepte de esa forma jugar con otra chica. Nos puede ayudar bastante.

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Tenemos otro entrenamiento conjunto, en el que debemos estar desnudos y hacer el amor con nuestro compañero de distrito, ante los ojos de todos los demás. Me doy cuenta que los chicos cuentan para sí el tiempo que estoy martilleando sobre Calenda. Procuro acabar mucho antes de lo que puedo aguantar. La chica del Distrito 2 no me quita la mirada de encima. ¿Envidia?

Durante la velada, Haymitch nos cuenta cómo fueron sus Juegos y cómo consiguió ganar, con astucia y resistencia.

Cuarto día de entrenamiento, esta vez a solas. Haymitch y Effie se unen a los cuatro avox que nos han enviado, para escenificar una orgía. El borrachín me demuestra que tiene una buena técnica y bastante aguante aún. Effie es multiorgásmica y no para de correrse, casi a la menor caricia, con esas risitas tontas.

Quinto día de entrenamiento, otra vez todos juntos. Nos informan de los peligros y criaturas aparecidos en ediciones anteriores. Nos dicen cómo esquivarlos y cómo resistir. Algunos me estremecen. Esa misma velada, Haymitch se ofrece para desvirgarme analmente. Acepto porque sé que me será útil, pero no me entusiasma lo más mínimo. Consigo que Calenda me ayude con su presencia.

Sexto día de entrenamiento. De nuevo solos. Buscamos encontrar nuestro límite de resistencia. Estamos follando siete horas y Effie nos trae dos veces comida y líquidos.

El último día, antes del comienzo de los Juegos. Es el día de la entrevista.

El Círculo de la Ciudad está más iluminado que un día de verano. Han construido unas gradas elevadas para los invitados prestigiosos, con los estilistas colocados en primera fila. También hay un gran balcón reservado para los Vigilantes. El enorme Círculo central de la Ciudad y las avenidas que desembocan en él, están atestados de gentío en pie. En las casas y en los auditorios municipales de todo el país, todos los televisores están proyectando lo mismo.

Caesar Flickerman, el hombre que se encarga de las entrevistas desde hace más de cuarenta años, entra en el escenario. Da un poco de miedo, porque su apariencia no ha cambiado nada en todo ese tiempo. En el Capitolio disponen de cirujanos que hacen a la gente más joven y delgada, mientras que en el Distrito 12, parecer viejo es un logro, pues muchos mueren jóvenes. El presentador cuenta algunos chistes para calentar el ambiente y después entra en faena.

La chica del Distrito 1 sube al escenario con un provocador vestido transparente dorado y empieza su entrevista. Está claro que su estilista no ha tenido ningún problema al elegir su enfoque: con ese precioso cabello rubio, los ojos verde esmeralda, un cuerpo alto y esbelto…, es sexy por donde la mires. Pero Calenda lo es más.

Las entrevistas duran tres minutos, pasados los cuales, resuena un zumbido y sube el siguiente tributo. Hay que reconocer que Caesar hace todo lo posible para que los tributos brillen y luzcan sus personalidades, además de sus cuerpos.

Llaman a Calenda Everdeen y ella sube con el fantástico vestido que Cinna le ha preparado, dejando incluso al presentador embobado.

― Bueno, Calenda, el Capitolio debe de ser un gran cambio, comparado con el Distrito 12. ¿Qué es lo que más te ha impresionado desde que estás aquí?

Calenda se queda un momento alelada con la ovación del público que aún sigue, en honor a su cuerpazo. Caesar debe repetir la pregunta.

― El chocolate caliente – responde, arrancando una carcajada del presentador.

― Cuando apareciste en el desfile, se me paró el corazón, literalmente. ¿Qué te pareció aquel traje?

― ¿Quieres decir después de comprobar que no moría abrasada? — Risas sinceras del público resuenan. – Pensé que Cinna era un genio, que era el traje más maravilloso que había visto y que no me podía creer que lo llevara puesto. Tampoco puedo creer que lleve este. ¡Fíjate!

Calenda se levanta, da un giro completo y la reacción es inmediata. La larga falda roja, de escamas brillantes, desaparece, mostrando entre altas llamas que parecen brotar del mismo suelo, las magníficas piernas desnudas de la chica. Caesar silba, impresionado. La gente silba y chilla. Calenda se los ha ganado a todos.

― Volvamos al momento en que dijeron el nombre de tu hermana enla Cosecha– sigue Caesar, en un tono más pausado. – Tú te presentaste voluntaria. ¿Nos puedes hablar de eso?

― Mi hermana solo tiene doce años, sin ninguna experiencia. No podía dejarla participar. Al menos, yo dispongo del compañero perfecto para estos Juegos – me deja con la boca abierta, por el giro que ha tomado.

Me toca a mí subir. Caesar me da la mano, que estrecho firmemente. Tras un par de bromas sobre baños calientes que huelen a rosas, me hace la preguntita:

― ¿Por qué Calenda dice que eres el compañero perfecto para estos Juegos?

― Porque llevo enamorado de ella desde que tengo uso de razón, pero nunca me he atrevido a decírselo hasta que la Cosecha nos unió.

― ¿Esa es una razón? – me pregunta entre los “oooh” del público.

― Yo creo que si. Si quiero hacerla mi compañera, tenemos que ganar los Juegos; debemos follar juntos para poder edificar nuestro futuro.

Contemplo mi rostro en la gran pantalla. Ha sonado convincente y asombroso. Somos la primera pareja que participa en los Juegos del Hombre y eso le encanta a la gente.

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Procuro no comerme las uñas, dentro del tubo de lanzamiento. Visto unos estúpidos pantalones cortos, que se pegan como una malla, de un tono oscuro y mate, así como una holgada camisola blanca. Estoy descalzo. Me han dicho que dentro de la mansión, no hace falta calzado, todo son maderas suaves y alfombras.

Según Haymitch, cuando llegue el momento, el suelo del tubo me alzará hasta alguna dependencia de la mansión, dejándome allí, solo. Deberé reunirme con Calenda, buscándola por los pasillos y estancias, enfrentándome a lo que surja solo. “Gira siempre a la izquierda.”, ese es el consejo de mi mentor, como si recorriera un laberinto. Él sabrá, ya que ha estado aquí antes, aunque tengo entendido que la mansión cambia a cada año.

El súbito zumbido penetra en mis nervios. Ha llegado el momento. El ascendente suelo me iza hasta que estoy en una estancia, amplia, medio en penumbras. Un fuego arde en una chimenea. Delante de ella, tumbada en un diván, una sensual y madura mujer me sonríe. Su rotundo cuerpo está cubierto tan solo por un sutil camisón, que pronto se desliza hasta el suelo.

Busco una salida de la estancia. Solo hay una puerta, a espaldas de la mujer, pero dos leopardos están tumbados ante ella, sujetos por una cadena. ¡Coño con los gatitos!

La mujer se incorpora y se queda sentada, mirándome. Se abre de piernas, exponiéndose para mí, y, agitando un dedo, me llama. No me queda más remedio que obedecer.

― Solo existe una forma de pasar entre mis acompañantes – me dice suavemente, señalando los felinos-, pues yo soy su dueña. Siéntate a mi lado, jovencito…

No me gusta que me llamen jovencito, pero no está la cosa como para quejarse. Me siento a su lado y la mujer me abraza, metiéndome la lengua en la oreja, haciéndome cosquillas.

― He apostado por ti, querido – me susurra muy bajito, asombrándome. – Imprégnate de mí…

Comprendo enseguida lo que intenta decirme. Mis padres han tenido cerdos toda la vida. Los cerdos se acostumbran a seguir el olor de quien les da de comer…

Mi boca se apodera de la suya, con ansias, haciéndola gemir, entremezclando nuestras lenguas. Me lanzo a recorrer todo su cuerpo con mi boca, mientras ella me arranca la camisola. Cuando llego a su entrepierna, la madura mujer ya respira agitadamente, deseosa de mi lengua. Descubro que posee dos clítoris, uno de ellos, implantando quirúrgicamente, a la entrada de su vagina. Divido la atención de mi lengua entre los dos, cada vez con más rapidez, a la par que introduzco hasta tres dedos en su sexo. La mujer grita y se contrae con la explosión de su primer orgasmo. Su cuerpo vibra y suda, al calor de las llamas. No me detengo más que para tomar aire. Sigo lamiendo y acariciando hasta que sus humores desbordan su vagina, llenando mi mano hasta la muñeca y chorreando por mi barbilla.

La dejo resoplando y recuperándose. Recojo del suelo mi camisola y, sin ponérmela, avanzo en dirección de los leopardos, adelantando mi mano derecha, aún mojada. Los peligrosos felinos me bufan, pero husmean el aroma más interno de su ama, y ni siquiera se levantan del suelo. Con un suspiro de alivio, abro la puerta y la cruzo, cerrándola enseguida. Apoyo la nuca sobre ella, recuperando mis nervios, con los ojos cerrados. Recuerdo que todo el mundo está viendo mis reacciones, recogidas por las microcámaras que flotan, casi invisibles, a nuestro alrededor. Mis padres, mi familia… Debo de mantener el tipo. Esto es como una función de teatro del colegio, pero a lo bestia. La idea me hace sonreír.

Abro los ojos y me enfrento a un gran vestíbulo con dos escaleras diagonalmente opuestas. No parecen conducir al mismo sitio. Tanto los peldaños como el suelo del vestíbulo, están recubiertos de mármol blanco. Los pies se me quedan fríos. ¿No habían dicho que habría alfombras? Me decido por la escalera de la izquierda. Habrá que hacer caso de Haymitch. Desemboco en un corto pasillo con cuatro puertas. Tanteo los picaportes. Dos de las puertas están abiertas. En una, un lujoso cuarto de baño; la otra da a una cómoda salita, con otra chimenea encendida y un sillón ante el fuego. Una mesa, contra la pared, está cubierta de pasteles y bollos. Estoy tan nervioso que vomitaría si me echara algo al estómago. Recorro el pasillo hasta que gira a la derecha y se me escapa un reniego.

― ¡Me cago en la puta! – exclamo, al contemplar el larguísimo y estrecho pasillo que se abre ante mí.

No medirá más de metro y medio de ancho. Apenas caben dos personas, hombro con hombro. Así, a ojo, calculo que medirá doscientos metros de largo, pues llega un momento en que mi vista no distingue el espacio entre las paredes y parece que se unen. Está iluminado por pequeñas bombillas, situadas a cada cinco metros, lo cual genera cierto ambiente suave. Apenas hay puertas, cada una separada de una cincuentena de metros, en distintos muros. Un pasillo tan estrecho y tan largo, no me da buena espina. Es el sitio perfecto para una trampa. Así que recorro con mucho cuidado la distancia hasta la primera puerta. Compruebo que no está cerrada y la abro con cuidado. Tan solo una rendija…

― ¡Josú, shiquilla! – no estoy quedando muy bien para los espectadores con los sustos que me estoy llevando.

En la rendija de la puerta ha aparecido un ojo, y luego el rostro de una chica. Abro más la puerta y me encuentro con la chica del Distrito 8, una de las jugadoras más jóvenes de este año. No tendrá más de catorce años, con un aire de inocencia que te desarma. De cabello claro peinado en dos coletas y unos inocentes ojos azules, me mira con miedo. Viste un pantalón como el mío, pero mucho más corto, que deja casi al aire la curva inferior de su trasero. En vez de una camisola, lleva una camiseta que se pega a su incipiente pecho.

Echo un vistazo a la habitación donde se encuentra, y vuelvo a asombrarme. Es otro pasillo tan estrecho y largo como el que nos movemos.

― ¿Vienes de tu tubo de lanzamiento? – le pregunto.

― Si – responde, estrujándose las manos. No quiero ni preguntarle por su prueba de entrada. A saber lo que le ha tocado, ya que está muy nerviosa.

Cierro la puerta y sigo andando por el pasillo. La chiquilla me sigue como un perrito abandonado. Suspiro y me giro hacia ella.

― ¿Cómo te llamas?

― Jackie Garou.

― Yo zoy Cristo. ¿Quieres venir conmigo, Jackie?

Su rostro se anima una barbaridad y su sonrisa es increíble. Asiente con fuerza y se aferra a mi mano, cuando se la extiendo. La segunda puerta con la que nos encontramos es una réplica de la primera, otro pasillo salvo que en otra dirección. Decido seguir con el pasillo original.

De repente, escuchamos como resuena el paso marcial de muchas botas, avanzando en nuestra dirección. Miro en ambas direcciones, pues nos encontramos en la mitad del recorrido del pasillo.

― Vienen por allí – me indica Jackie, señalando en la dirección de donde yo llegué. Efectivamente, puedo vislumbrar luces movedizas, pero poco más.

Tiro de la mano de la chiquilla, echando a correr. Tenemos que alcanzar la siguiente puerta, antes de que nos detecten. Esta vez no es un pasillo lo que esconde la puerta, sino apenas un nicho de un metro cuadrado. Así que nos apretujamos los dos, en la oscuridad, hasta que me doy cuenta que nos encontramos en el ángulo recto de un pasillo aún más estrecho, pero que parece serpentear. Una débil luminosidad nos permite percibir las paredes, a medida que los ojos se acostumbran a la oscuridad. Insto a Jackie a que siga andando. El estruendo de las botas está ya muy cerca. El pasillo se acaba enseguida. Dos escalones nos llevan al interior de una cámara sin más puertas e iluminada por varios apliques como los del pasillo primario. Una pequeña fuente cantarina sobresale de la pared y Jackie se arrodilla ante ella, bebiendo con ganas. Eso y una mesita baja es lo único que hay en la habitación, que es rectangular y de medianas dimensiones.

Yo también me arrodillo a beber y salpico un poco la carita de Jackie. Las gotas de agua se mezclan con las pecas que tiene sobre la nariz. Ella se ríe, algo aliviada, pero se queda muy seria, de repente.

― El p-pasillo – balbucea.

Me giro y compruebo que no hay rastro del hueco por el que hemos venido. Estamos encerrados entre paredes. En ese mismo momento, resuena un agudo y estridente PING, que se clava en el cerebro. La chiquilla y yo nos miramos, pues sabemos lo que significa. Un nuevo PING nos sobresalta. Esperamos un tercero, conteniendo el aliento, pero no llega. Dos de los Jugadores han caído, quizás muertos, heridos, o atrapados, derrotados por los peligros de la mansión. Aún es pronto para que juguemos los unos contra los otros.

― Revisa la habitación si no quieres que nosotros seamos los próximos pings – le meto prisa.

Le damos un par de vueltas a la estancia, sin descubrir nada, hasta que los jóvenes ojos de Jackie de fijan en la fuente.

― ¡Hay algo escrito aquí! – exclama.

Me acerco y me doy cuenta de que el agua ha dejado de manar de la pequeña copa de metal que culmina la fuente. En el brillante metal, hay algo escrito, que me cuesta descifrar.

― “Nesezitarás llenarme de vida” – leo finalmente. — ¿Vida? ¿Qué vida?

― Podría ser sangre – aventura Jackie.

― Zi, podría, pero… estos zon unos Juegos eminentemente zexuales, ¿no? ¿En qué hay más vida que en el ezperma de un hombre? — Decido intentarlo. De todas formas, siempre habrá tiempo de cortarnos una vena si me equivoco…

Me bajo el pantalón corto con un gesto decidido, aferrando mi pene con la mano. Jackie se queda con la boca abierta para, inmediatamente, girar la cabeza para otro lado, sofocada. Agito mi miembro para ganar dureza, pero no es ni el lugar adecuado, ni la ocasión perfecta para una paja. ¡Ya me diréis!

― Cristo…

― Ahora no, Jackie… me tengo que consentrar…

― Cristo, las paredes… se mueven…

Abro los ojos y detengo mi mano. Observo con atención y compruebo que es cierto. De manera casi imperceptible, las paredes se están cerrando sobre nosotros. Tenemos un tiempo límite, así que necesito ayuda.

― Jackie, yo zolo no podré haserlo a tiempo. Nesezito que me ayudes…

Ella asiente, aún pudorosa, y gatea hasta mí. Con el rostro enrojecido, aferra mi miembro morcillón y comienza a menearlo con suavidad. Por la forma de hacerlo, no tiene apenas experiencia. Quizás, tan solo lo que haya entrenado con su compañero. Sin embargo, verla arrodillada ante mí, con el miedo en los ojos y el ansia de vivir en sus mejillas, me hace trempar rápidamente.

― Azí, muy bien… aprieta el capullo, cariño, con fuerza que no ze rompe – le digo, roncamente.

El deslizamiento de las paredes cobra velocidad. Jackie gime de miedo.

― Debes darte más prisa, Jackie. Uza la boca, pequeña, para ayudarte.

― Me da asco, Cristo – me mira, con angustia.

― Bueno, tú verás lo que escoges… el asco o la muerte…

No hace falta decirle nada más. Es una chiquilla lista y, como he dicho, con ganas de vivir. Acoge mi glande entre sus labios, succionando con fuerza, mientras sus manitas no dejan de frotar el tallo. Arranca un escalofrío de mi cuerpo. Su boca es muy cálida y jugosa, a pesar de no tener experiencia. Sin embargo, sus mismas ganas y la presión del peligro hacen que las sensaciones sean mucho más vividas.

― ¡Vale, vale, Jackie! ¡Ya puedo zolo! – la detengo y, con un par de buenos meneos, descargo en la copita de metal, casi llenándola con semen.

Escuchamos un fuerte crujido y, por sorpresa, el suelo bajo nuestros pies desaparece, cuando las paredes ya están a un palmo de nosotros. Caemos sobre una superficie flexible, que absorbe el golpe. La luz invade la nueva estancia al retirarse los oscuros crespones que cubrían las ventanas. La luz solar penetra hasta el último rincón y compruebo que estamos sobre una gran cama.

Me pongo en pie y me subo el pantalón. Miro a mi alrededor y sonrío.

― Esta es una de las zalas de las que Haymitch nos habló. El cuarto de descanzo…

― ¿Un cuarto de descanso?

― Zi, zon zalas repartidas por la manzión, donde puedes estar tranquilo, a zalvo por unas horas. Puedes dormir, comer y beber. Ziempre están llenas de alimentos. También disponen de botiquín y de un terminal – le digo mientras me dirijo a una pantalla.

La enciendo y compruebo quien ha abandonado los Juegos. El chico del Distrito 4 ha quedado atrapado por unas arpías, en el invernadero. Aún puede salir con vida de ese nido, pero no para ganar los Juegos, lamentablemente. También ha caído la chica del Distrito 9, afectada por unas esporas híbridas que se están alimentando de ella.

― Hay tres puertas para salir de aquí. ¿Con qué nos encontraremos? – comenta Jackie, llevando la mano sobre un picaporte.

― ¡NO LA ABRAS! – le grito, dejándola tan quieta como una estatua. – En cuanto acciones el puño de la puerta, la seguridad de esta habitación se esfuma. Si hay algo ahí fuera esperando, entrará.

Jackie se aparta de la puerta, temblando. Le hago un gesto para que venga a mi lado. La siento en una confortable silla y le sirvo un vaso de zumo.

― Primero comeremos algo. Después seguiremos.

Yo también tengo ganas de encontrar a Calenda. No dejo de pensar a lo que se estará enfrentando ella. ¿Estará sola? ¿Habrá hecho alianza con otros Distritos? No hay manera de saberlo, por ahora.

Los Juegos del Hombre no han hecho más que empezar.

CONTINUARÁ…

 
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