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Relato erótico:”Cómo seducir a una top model en 5 pasos (23)” (POR JANIS)

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me darías¿Con qué fantaseas, querida?

Sin título— Pero… pero ¿cómo vamos a marcharnos así como así? – balbuceó Zara cuando su amante le dio la noticia.

— Tranquila. Ya he avisado a la agencia y me he permitido darnos vacaciones a las dos, que para eso soy la jefa, niña – respondió Candy, luciendo una amplia sonrisa sardónica.

Se encontraban en la cafetería 52’s, en los bajos del propio edificio de la agencia, tomando café y bollos, a las diez de la mañana. Muchos clientes las miraban de reojo, alegrándose la mañana al contemplar aquellas dos bellezas. Una era joven, una espigada mulata de trenzados cabellos; la otra iniciaba la madurez, bella y elegante, con una bien cuidada melena de mechas claras.

Los habituales estaban acostumbrados a ver estas despampanantes mujeres recalar en la cafetería, provenientes de la célebre agencia instalada en los pisos superiores, pero eso no quitaba que sus ojos se convirtieran en verdaderas cámaras fotográficas, intentando retener en la memoria aquellos rasgos y curvas.

Zara se quedó mirando a los ojos de Candy, intentando adivinar si le estaba gastando una broma, pero la ex modelo parecía muy seria y cabal. Mordisqueó el bollo que tenía en la mano y cogió delicadamente el asa de su taza. Cuando terminó con el ritual mañanero, se giró totalmente hacia su jefa.

— ¿Quieres que nos vayamos de vacaciones en dos horas? ¿A dónde?

— Ah, eso es una sorpresa.

— ¡Pero tengo que ir a casa, hacer las maletas, buscar el pasaporte, y decírselo a mi madre, al menos!

— El neceser y una maleta con algo de ropa veraniega es suficiente. Iremos de compras allí…

— ¿Allí dónde?

Candy meneó la cabeza, siempre sonriente. Zara sabía que era especial para las sorpresas. Cuando se le metía una cosa entre los ojos, se convertía en una simpática arpía.

— Solo te diré que nuestra primera escala será Los Ángeles.

Esa pista y la mención a la ropa veraniega hicieron pensar a la mulatita. ¿Hawai o alguna isla del Pacífico? Seguramente. Sonrió a pesar de todo. ¿A quien no le gustaría ir a Hawai? Atrapó una de las manos de Candy y la apretó con dulzura, como si consintiera a dejarse llevar por su travesura.

Candy la llevó a casa en su coche. Durante el trayecto, llamó por teléfono a su madre, la cual se encontraba dando clase en Juilliard. Tuvo que inventarse muchos detalles para tranquilizarla, lo que arrancó una sonrisa a la callada Candy, pero finalmente Faely consintió en dejarla marchar. Tampoco es que tuviera demasiadas opciones, en fin. Al llegar al loft, Candy se ocupó de escoger la ropa que llevaría su chica mientras ella buscaba el pasaporte y cuanto necesitaba para salir del país. Veinte minutos más tarde, se dirigían al aeropuerto de Laguardia y Zara no había podido despedirse ni siquiera de su primo Cristo.

— ¿No piensas decirme el destino? – preguntó la joven mulata, acomodándose en su asiento del Boeing 737, en primera clase, por supuesto.

Candy sonrió, se inclinó sobre ella y le dio un rápido beso antes de sentarse a su lado. Después, negó con la cabeza.

— Haremos un transbordo en Los Ángeles. Puede que allí te de una nueva pista.

— ¡Que mala eres! – espetó Zara, arrugando la nariz en un gesto frustrado.

Sin embargo estaba tan nerviosa y excitada como una colegiala en su primer viaje a solas. Bueno, realmente, Zara era una colegiala, al menos por su edad; había cumplido dieciocho años semanas antes. De otra forma, habría tenido que disponer de un permiso materno para viajar fuera de Estados Unidos, y de eso estaba totalmente segura, Candy pensaba llevarla fuera del país. Se abrochó el cinturón al sentir aumentar la vibración del motor y tomó la mano de su novia, sonriente. ¡Ahí vamos!, pensó.

Almorzaron divinamente durante el vuelo: ensalada de canónigo con fresas y queso blanco, y de plato fuerte un lomo de fletán en salsa de hinojo y setas. Candy pidió champán para regarlo todo. Compartieron los bombones helados del postre haciéndose carantoñas, bajo las interesadas miradas de dos maduros ejecutivos, y acabaron enganchadas a una comedia romántica que las deleitó, manteniendo sus manos unidas y las cabecitas recostadas la una contra la otra.

Seis hora más tarde, se posaron en aeropuerto internacional de Los Ángeles, o LAX como lo llaman los del lugar (pronunciando las letras separadas). Candy comprobó el tablón de vuelos que se podía ver desde la sala VIP donde estaban sentadas, confirmando su transbordo. Zara solo podía mirarla y elucubrar nuevas teorías, con la curiosidad royéndole las orejas y las mejillas.

— No cambies la hora del reloj – le dijo su jefa al verla tocar su muñeca.

— Pero son tres horas de diferencia, Candy.

— Donde vamos son aún más.

— ¿Dónde coño vamos? ¿A la Luna?

Solo una sonrisa fue la respuesta.

— El vuelo aún tardará una hora, mi vida – susurró Candy al oído. – Vamos a los lavabos…

— He ido hace poco – respondió Zara, sin entenderla.

— Tonta, había pensado en imitar a Sylvia Kristel en Enmanuelle, solo que el lavabo de un avión es como un puto ataúd de estrecho. Es mejor en tierra, ¿no crees?

— Guarra – musitó Zara con una amplia sonrisa.

Caminaron hasta el cercano y lujoso lavabo de la sala VIP, siempre de la mano, y se introdujeron en una de las amplias cabinas. Estas, a diferencia de las otras instalaciones sanitarias del aeropuerto, no estaban construidas con mamparas de cartón prensado, sino con auténticas paredes alicatadas de verde pálido. Todo parecía singularmente limpio, oliendo a desinfectante y a lavanda. Las dos mujeres se abrazaron nada más cerrar la puerta, y unieron sus labios entre leves suspiros. Las bocas se devoraron mutuamente, intercambiando saliva y sensuales giros de lenguas. Candy se separó unos centímetros, recuperando aliento, y dijo:

— Llevo toda la mañana caliente con tantas manitas. Tenía unas ganas locas de meterte mano.

— Me gusta mucho cuando te vuelves soez.

— Lo sé. A tu madre le pasa lo mismo…

— Calla – susurró Zara, posando su mano en la nuca de su jefa y atrayéndola hasta su boca.

Candy la empujó contra la pared, echando sus caderas hacia delante, buscando frotarse contra su amada intensamente. Ambas vestían pantalones, Candy livianos y oscuros, de vestir, con perneras amplias; Zara tejanos cortados por debajo de las rodillas, con lo cual las manos se volvieron ansiosas, intentando encontrar una abertura. Finalmente, Candy optó por dejar las nalgas de su novia y levantarle la camiseta malva de Hello Kitty que lucía, para dejar sus prietos senos al aire, aunque cubiertos por un mono sujetador lila.

Zara jadeó con aquel impulso y empujó la cabeza de su amante hacia su pecho.

— Muerde…

Candy no se lo hizo repetir y mordisqueó el nacimiento del pecho y el canalillo, entre gemiditos de Zara. Sus dedos bajaron la tela de la copa, dejando los oscuros pezones al descubierto. Sus labios y sus dientes se apoderaron inmediatamente de aquellos dos puntos sensibles.

— Me encantaría que estuvieras preñada para sacar leche de estas tetas, amor – confesó Candy en un jadeo.

— Pues préñame cuando quieras… sabes que haré por ti lo que me pidas…

— Algún día, putita, algún día…

Mordió el pezón derecho con fuerza, haciendo gritar a Zara, quien le echó los brazos al cuello, adelantando la pelvis al mismo tiempo. Los dedos de Candy se atarearon en el botón de la bragueta del tejano. Dobló las rodillas, acuclillándose ante su chica, quien dejó reposar completamente la espalda contra los azulejos. Las puntas de los dedos de Zara masajeaban el cráneo de su amada, acariciando las raíces caobas de su cabello, mientras respiraba cada vez más agitadamente, embargada por una súbita lujuria que hacía mucho que no sentía. Candy acabó por desabotonar el pantalón vaquero que parecía querer resistirse y, de un tirón, lo bajó hasta los tobillos de Zara. Pero, aún así, no quedó satisfecha. La mulata no podía abrirse totalmente de piernas, por lo que acabó sacando una pierna de la joven de la prenda, dejando ésta tirada por el suelo, sujeta al tobillo izquierdo.

La braguita lila era minúscula sin ser un tanga y reveló una mancha de humedad cuando pasó el dedo sobre ella. Candy sonrió. Zara se mojaba como ninguna otra amante que hubiera tenido. Era toda una fuente bien aromática. Apoyó su recta nariz contra la prenda, olisqueando largamente el penetrante efluvio al mismo tiempo que acariciaba con el apéndice nasal la vagina aún oculta.

— Comételo ya – protestó Zara suavemente.

Asintiendo, Candy apartó la prenda con un dedo. Con un dedo de la otra mano, abrió los húmedos labios mayores, procediendo a deslizarlo entre ellos muy lentamente. El índice quedó mojado y arrancó un quejido de los labios de la mulata, la cual había apoyado la cabeza contra el muro, cerrando los ojos.

Candy nunca se daba prisas en devorar la vulva de su amor. Contemplar aquella maravilla totalmente depilada era un privilegio que nadie más tenía. Era suya, de su propiedad, y de nadie más. Aquel coñito chocolateado e inflado por el deseo chorreaba por y para ella.

Manipuló levemente el clítoris hasta inflamarlo y sacarlo de su capuchón de piel. Las piernas de Zara se abrieron aún más y sus dedos presionaron la cabeza de Candy. Estaba muy deseosa. Pronto gruñiría si no hundía su boca allí. No la hizo esperar más. El lametón fue muy lento, presionando la lengua bien fuerte contra el sensible tejido. Degustó todo el fluido que impregnaba la vulva, con avaricia. Las piernas de Zara temblaron.

— Ooooh… Dios… Candy…

La punta de la lengua se internó en su vagina, buscando más perlas húmedas de exótico sabor. Sus dedos abrieron los labios para dejar más espacio. El sonido acuoso de su lengua en movimiento la enervaba siempre. Lo consideraba sucio y degradante, terriblemente morboso. Siempre había sido así, desde que se comió su primer coño en el internado. Tenía doce años y su partenaire pasaba de los cuarenta.

Sor Amelie… aún recordaba su sabor.

Apoyó sus propios labios con fuerza, abarcando casi todo el pubis para aspirar con pasión. Su lengua, endurecida y aplanada, se posó sobre el clítoris, aplastando toda aquella zona. El experto movimiento conjunto de la lengua y de su aspiración hizo temblar el pequeño órgano que no paraba de crecer. Zara casi se cayó de rodillas al recibir el estímulo. Quedó espatarrada, con el trasero pegado a la pared y el pubis contra la boca de su amante, sujeta tan solo por aquellos dos puntos. Su boca estaba abierta como si quisiera gritar pero ningún sonido brotó de entre sus labios, tan solo aspiraba aire con mucha rapidez.

Candy sabía lo que venía a continuación. En ese aspecto, Zara era muy impresionante, pero jamás le había sucedido tan rápidamente como en esa ocasión. Habitualmente, la mulata aguantaba un buen rato. Introdujo el dedo corazón de su mano izquierda hasta el nudillo en el interior del lubricado coñito. Con el índice y el pulgar de la mano derecha abrió la vulva que latía, lo suficiente como para aplicar perfectamente sus labios sobre el torturado clítoris. Entonces, adoptó un ritmo sosegado pero sin interrupción. Pistoneaba profundamente con su dedo al mismo tiempo que aspiraba y mordisqueaba suavemente el botón de la gloria. Zara echó las caderas hacia delante en una respuesta primaria y bestial. Gruñó roncamente algo inteligible. Dos segundos después, la pelvis de la mulata se contraía fuertemente, afectando a los músculos del vientre y los de la baja espalda. Agitaba sus caderas como si estuviera montando un toro de rodeo, con casi el mismo esfuerzo.

Los ojos cerrados, la nariz comprimida, la boca entreabierta. Su rostro era un poema de puro goce. Candy no podía verlo en aquel momento, pero lo había estudiado una y otra vez, incluso lo había grabado para verlo con detenimiento. Se lo conocía a la perfección y lo imaginaba claramente guiándose solo por los resoplidos de su novia. En ese momento, tenía bastante para mantenerse con la boca pegada al divino coño de su novia, que se agitaba casi como una epiléptica, solo que de cintura para abajo.

Las caderas morenas se agitaron, ondularon más bien, en un paroxismo que se incrementaba con la llegada de éxtasis. Ya no era solo la pelvis, sino que la cara interna de los muslos vibraba con pequeños espasmos que endurecían los músculos. La primera vez que Zara se había corrido con aquella intensidad, Candy creyó que le estaba dando un ataque. La garganta de Zara inició un profundo gemido que su amante conocía bien. Aquel nasal “uuuuuhhh” anunciaba, a bombo y platillo, que el orgasmo subía como un cohete desde las terminales nerviosas de los dedos de los pies y de su coxis.

Como colofón, Candy insertó también el dedo índice junto al corazón en el empapado coño, e intentó morder más fuerte el clítoris, pero se le escapaba debido a los auténticos saltos que estaban dando las caderas. Zara giró el rostro hasta casi apoyar una mejilla en la pared, sus dedos tironearon del cabello de su novia con fuerza y sus muslos se cerraron con un fuerte espasmo sobre el rostro de Candy. El gemido se convirtió en un grito corto y vibrante y luego en un ronco jadeo mientras su trasero resbalaba hasta quedar espatarrada en el suelo.

— Mala puta… vas a m-matarme – gimió, aún con los ojos cerrados.

— Mientras que sea de placer, ¿Qué más da? – dijo Candy con una risita, mientras se ponía en pie y se desabrochaba el pantalón.

Una vez despojada de la prenda, se sentó sobre la tapa cerrada del inodoro. Zara aún estaba sentada en el suelo, con las piernas abiertas, recuperando el aliento. Candy la miraba y pasaba su mano sobre el culote amarillo que aparecía tan empapado como el de su amante.

— Ya sabes como lo quiero, vida… muy lento y muy suave… como un aleteo de mariposa – susurró, alzando los pies y bajándose la prenda íntima.

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El nuevo aparato era otro Boeing, pero esta vez un inmenso 777 de Delta Air Lines. Tuvieron que trasladarse hasta la terminal 5 y fue entonces cuando Zara descubrió el destino del vuelo.

— ¿Sydney? ¿Vamos a Australia? – se asombró, cruzando el pasillo neumático.

— No, jovencita. Será solo otro transbordo.

— Dios, me siento como Amelia Earhart. Voy perdida.

— ¿Acaso te importaría perderte conmigo?

— Sabes bien que no, cariño.

No había muchos pasajeros en primera clase. Un par de curtidos japoneses con ojillos de tiburón de finanzas, una elegante anciana con un estirado acompañante mucho más joven, y lo que parecía los componentes de un grupo de rock duro, vestidos extravagantes y con melenas grasientas y absurdas. El vuelo duraría unas catorce horas, sin escala, así que Candy consiguió que les cambiaran sus asientos por otros más adelantados. De esa forma disponían de algo más de intimidad, pues se encontraban fuera del paso de los viajeros y solo las azafatas rondarían por allí. Podrían tumbar las butacas hasta su tope y dormir un buen rato sin ser molestadas, incluso abrazadas si lo deseaban.

Se durmieron en cuanto las sonrientes auxiliares sirvieron la cena. Estaban realmente cansadas del largo viaje. Estuvieron dormitando unas buenas siete horas, hasta que la forzada postura de las butacas las obligó a levantarse. Fueron al cuarto de baño por turnos para asearse algo y lavarse los dientes. Leyeron la prensa en el portátil de Candy, vía satélite, y tomaron un buen café. Una hora más tarde, se sirvió el desayuno.

Cuando llegaron al aeropuerto internacional Kingsford Smith, Zara estaba a punto de saltar del avión, nerviosa por un vuelo tan largo. Candy, mucho más acostumbrada a volar, había intentado distraerla de muchas formas, pero ninguna conseguía serenarla lo suficiente. El sol australiano del mediodía las bañó al bajar las escalerillas. Un autobús esperaba a los pasajeros en la pista.

— ¿Y ahora qué? – preguntó Zara, un tanto molesta, mientras hacían cola para pasar la aduana.

— Ahora almorzaremos en un buen hotel donde tendremos una habitación para ducharnos y descansar un poco. A media tarde, tomaremos otro vuelo.

El bufido de Zara indicó perfectamente que estaba harta de volar y que no aguantaría mucho más.

— No te preocupes, cariño. Será un vuelo corto.

— ¿Por qué no me dices dónde vamos?

— Bueno, te lo diré mientras almorzamos.

Una hora más tarde, ambas estaban sentadas en una coqueta terraza llena de grandes parasoles blancos y un chico joven, vestido de rojo, les servía un delicioso y frío vino blanco. Inspeccionaron la carta y pidieron.

— Bien, ¿vas a contármelo? – preguntó Zara, degustando su vino.

— Vamos a Laut Arafuru, unas pequeñas islas de Indonesia entre Timor Este y el norte de Australia. Concretamente a una isla casi virgen.

— ¿Qué vamos a hacer allí si está vacía?

— Paz y tranquilidad, cariño. Ah, y una sorpresa te espera.

— ¿Una sorpresa? ¿De qué se trata?

— Ya lo verás. Te aseguro que aunque la isla esté desierta, no te vas a aburrir en lo más mínimo.

Tras el almuerzo se tumbaron en la cama de su suite para descansar una hora. Se estuvieron besando un buen rato, pero ninguna de las dos tenía ganas de pasar de ese punto, evidentemente cansadas. Tras dormitar un buen rato, se ducharon juntas, se asearon y cambiaron de ropa. El teléfono de la habitación sonó y Candy lo tomó rápidamente.

— Tenemos un taxi esperando abajo. Nos llevará al aeropuerto de nuevo.

El taxi no las llevó a la terminal internacional, sino a una zona del aeropuerto donde se ubicaban vuelos privados. Un mozo las condujo hasta un hangar donde se encontraba un jet Cessna pequeño y elegante. El piloto las estaba esperando a pie de escalerilla. Se presentó como capitán Elliott y estaba dispuesto a despegar. Cuando subieron al aparato, saludaron al copiloto y a una auxiliar muy joven y bajita. Diez minutos después, estaban en el aire. La voz del piloto les informó que el avión haría una breve escala en Darwin, en la costa norte, para repostar.

El viaje fue divertido esta vez. La auxiliar, que se llamaba Ellen, era una máquina de contar divertidos chismes. También había a bordo un excelente Shiraz australiano. El tinto ferroso era realmente de primera para un paladar entendido como el de Candy. Durante la breve escala, Ellen las aconsejó bajar hasta la pista, donde compartió un porro de marihuana con ellas, entre risas.

Tras casi cuatro horas de viaje llegaron a destino. Zara sabía que era una isla, pero la oscuridad de la noche no le había permitido distinguir el océano o el pequeño archipiélago donde se ubicaba. Aterrizaron en una pista situada en medio de densa vegetación e iluminada con multitud de halógenos. Muretes pétreos impedían que la selva se adueñara de nuevo de la larga cinta de negro asfalto. Maletas en mano, agitaron las manos para despedirse de la tripulación mientras caminaban hacia un edificio de troncos que se levantaba en un lateral de la pista. En la puerta, un hombre de hombros masivos pero de tamaño mediano, las esperaba.

— Bienvenidas a Kapu Tasa, miladis. Mi nombre es Sato Kele y seré su capataz durante su estancia – se inclinó al presentarse, en un perfecto inglés británico.

— Mucho gusto, señor Kele – respondió Candy. — ¿Está todo preparado?

— Si, miladi. Llámeme Sato, por favor.

— Bien.

“Así que el destino era Kapu Tasa, donde coño se encuentre”, se dijo Zara, echando a andar tras el robusto hombre que portaba sus maletas. Sato, según lo que había observado, tendría unos cuarenta años y pertenecía a la etnia malaya. Tenía el rostro picado por las marcas de un furibundo acné en su época adolescente y un gran mostacho curvado sobre las comisuras de su boca le daba cierto carácter a sus rasgos asiáticos. Parecía un hombre acostumbrado a realizar tareas pesadas y duras.

Sato las condujo hasta un jeep y las ayudó a instalarse. Después arrancó y tomó un amplio camino de tierra endurecida que se internaba en la selva. Zara miraba a todas partes, asombrada de la cantidad de ruidos y chillidos que salían de la espesura, incluso siendo de noche. No le habría gustado quedarse a solas allí. Como si leyera su mente, Candy pasó su brazo por encima de los hombros de su novia, calmándola.

— Tiene una comunicación para cuando lleguemos, miladi – dijo Sato, sin volver la cabeza hacia ellas.

— Perfecto. Ya lo esperaba – contestó Candy.

Quince minutos después, tras subir una gran colina por los zigzag del camino, se toparon en la cima con un magnífico palacete bellamente iluminado. Zara dejó brotar una de sus burdas exclamaciones que hizo sonreír a Candy. Ésta, quien ya había visto fotografías del lugar, debía convenir que la impresión era mutua. Los focos parecían dotar de revestimiento plateado a las encaladas paredes y a las diferentes cúpulas y minaretes de la gran estructura.

Aún no podía apercibirse de ello en la oscuridad, pero toda la selva que escalonaba la colina estaba controlada y atendida por los jardineros. Su frondosidad no era más que una cuestión estética, ya que estaba diseñada para formar un laberíntico jardín con senderos que discurrían laderas abajo. El jeep se detuvo ante una alta fuente increíblemente labrada que se encontraba varios metros delante de la escalinata que subía hasta las grandes puertas de madera y metal.

Por ellas surgieron dos mujeres de edad madura, indudablemente indonesas, vestidas con unos bellos saris de colores.

— Las sirvientas se ocuparan de sus maletas y de atenderlas en todo. Pueden pedirles cualquier cosa, desde comida, bebida, o lo que se le antoje. Ellas procuraran satisfacerlas – aclaró Sato. – Con su permiso, entraré a coordinar la videoconferencia y después me marcharé.

— No tienes porque irte, Sato – dijo Candy.

— Si, si debo, miladi. Ningún hombre puede entrar en el palacete. Aquí solo hay mujeres.

— ¿Y dónde permaneces tú? – preguntó Zara.

— El perímetro está custodiado por mis hombres. Vivimos abajo, en unas dependencias subterráneas totalmente aclimatadas – aclaró antes de subir la amplia escalinata.

Las dos mujeres quedaron extasiadas cuando entraron en el palacete. Todo era mármol, alabastro, y granito bellamente trabajado. Los suelos refulgían con su brillo, los tonos jaspeados de la piedra se confundían con la madera de teca, seraya y merbau que adornaba marcos de puertas, ventanas y columnatas. Los muebles eran principalmente de bambú y mimbre y otros en oscura madera muy pulida y antigua. Todo tenía ese singular aire colonialista que nadie quiere pretender pero que se adopta sin quererlo. Había alfombras de estilo persa y otras malayas, sobre las que descansaban las patas de los muebles. Pieles de animales exóticos colgaban de algunas paredes, junto con largos cortinajes de gasa, que sin duda servían de mosquiteras en algún momento. No se veía traza alguna de cuadros, fotos, o retratos, pero si se alzaban diversas cornamentas y grandes colmillos de marfil en los rincones, así como ciertos ídolos de clara tendencia fálica y procedencia africana, quizás.

Los altos techos, la mayoría en forma de cúpula, estaban trabajados con recias maderas bien barnizadas de las que colgaban pesadas lámparas de aceite, las cuales iluminaban los aposentos por donde iban pasados con una luminosidad caduca y casi olvidada. Zara se preguntó si no habría electricidad en la isla. Sin duda, habría uno o dos generadores que se encargarían de eso.

Sato las condujo hasta un despacho con claro estilo masculino. Sobre el gran escritorio de roble indio, descansaba un portátil que manipuló prontamente. Cuando inició la comunicación, se inclinó y realizó una reverencia muy profunda y respetuosa. Dijo unas cuantas palabras en un idioma cantarín e incomprensible para las mujeres, y luego giró el ordenador hacia las chicas. Pudieron ver a un hombre de mediana edad y rasgos asiáticos. Llevaba un pequeño turbante de seda y se tironeaba de un bien recortado bigote que se unía a una estrecha perilla. Al verlas, sonrió y saludó a Candy.

— Me alegro de verla nuevamente, señorita Newport.

— El sentimiento es mutuo, Alteza.

— Espero que encuentre todo a su gusto.

— Conociéndole, sin duda ha repasado usted cada detalle.

— Es un placer cumplir los deseos de una amiga – hizo una pequeña inclinación de cabeza. Zara comprobó que parecía estar en un despacho no muy diferente del que se encontraban.

— Y yo le agradezco infinitamente permitirme realizarlos en su propia casa.

— Basta de cumplidos, querida – se rió el hombre. Zara intentaba recordar donde había visto esos rasgos. Tenía la impresión de conocerle. – Puedes confiar en Sato para cualquier cosa que necesites, incluso si deseas salir de la isla e ir de compras a Manila, por caso.

— Es todo un detalle.

— El servicio que he dejado al cargo habla perfectamente inglés y conoce las costumbres occidentales sobre comidas, especies, y horarios. Así que no tendréis que plegaros a nuestras vivencias.

— Muchas gracias – Candy mantenía un tono que Zara había escuchado muy pocas veces en ella; un tono de cuidadoso respeto. Aquel personaje era un peso pesado, sin duda.

— También la aldea está al tanto de vuestra llegada y se pondrá a su servicio si decidís bajar a la playa. En cuanto a las demás invitadas, se han instalado desde hace varios días y se las ha instruido previamente. Sus dueños me han requerido que la salude en sus nombres…

— Ruego que les devuelva mis saludos y mi más sincera gratitud. Es mucho más de lo que podía esperar – Candy unió las manos antes de inclinar la cabeza.

— A veces, peticiones de este tipo nos hace recordar sueños olvidados y nos divierte ayudar a alcanzar otros. Además, ¿de qué sirve que languidezcan en sus aposentos sin el debido mantenimiento? Somos ricos pero a veces pecamos de derrochadores, señorita Newport. Ah, se me olvidaba… Me he permitido organizar una cacería para los últimos de su estancia, a la que asistiré.

— Le esperaremos con impaciencia, Alteza.

— Bien, me despido entonces. Solo me queda recordarle que está en su casa, que puede usted disponer de cuanto desee y de quien desee. Disfrute cuanto pueda.

— Mil gracias, Alteza. Hasta pronto.

Sato cortó la comunicación y cerró el portátil. De un bolsillo sacó un walkie no más grande que un móvil, junto con un cargador con cable. Se lo entregó a Candy.

— Si me necesitan con urgencia, solo tienen que apretar el botón de llamada. Yo tengo la pareja siempre conmigo. También pueden usar el radio comunicador de este despacho – dijo señalando una especie de radio con micro que se encontraba sobre un estante, tras el sillón del escritorio. – Comunica con la radio de nuestra base.

— Excelente, Sato.

— Entonces me marcho, miladis – y las chicas se despidieron de él con una sonrisa.

En cuanto el hombre salió del despacho, Zara se giró hacia su amante, dispuesta a asaetarla a preguntas. Candy levantó un dedo de manera imperativa, acallándola.

— Aquí no.

Al dejar el despacho, una de las maduras mujeres que las habían recibido las esperaba.

— Quizás desean ver sus aposentos, miladis – no fue una pregunta, más bien una sugerencia.

— Si, por favor – respondió Zara, queriendo explorar más de aquel palacete.

La mujer se puso en marcha y pudieron observar que caminaba descalza. Tomó una escalinata de mármol rosado que subía en una cerrada espiral. “Es uno de los minaretes”, se dijo Zara, encantada con ver el interior. La escalera conducía a un solo lugar, una amplia y circular habitación con suelo de madera perfectamente pulida. Una gran cama de matrimonio presidía el centro, con una amplia y colgante mosquitera en color champán que la protegía como una campana. Una gran cómoda con espejo, cercana a la pared de la derecha, junto con un mullido taburete, complementaba la habitación. Al otro lado, un pequeño vestidor de dos puertas ocultaba el arco de la pared. Un par de alfombras, una por cada lado de la cama, cubría el suelo, y una puerta cerrada, tras la cama, formaba el conjunto. Simple y elegante.

Las paredes estaban perforadas, a unos tres metros del suelo, por una serie de ojos de buey, muy parecidos a los de un barco, que dejarían entrar la luz del sol. A un lado de la cómoda, se encontraba la única ventana de la estancia, desde la que se podría ver el dosel verde de la jungla cuando amaneciera. Zara caminó hasta la cerrada puerta y comprobó unas pequeñas escaleras que descendían. Curiosa, las bajó y se encontró con un coqueto cuarto de baño. Contenía una ducha, un lavabo, y un inodoro. Tanto el suelo como las paredes estaban recubiertos de pequeños azulejos que creaban diversos mosaicos de figuras abstractas y multicolores. El cuarto de baño, que quedaba por debajo del nivel del dormitorio, también era circular y tanto su ventilación como su iluminación natural dependían de otros ojos de buey.

Tras alabar las dependencias ante la mujer que esperaba en silencio, ésta preguntó si deseaban tomar algo. Había pasado ya la hora de la cena y por eso se interesaba. Le contestaron que no era necesario. Estaban muy cansadas y solo querían dormir. Dieron las buenas noches y se quedaron a solas. Entonces, Candy se giró hacia la joven y sonrió.

— ¿Qué te parece?

— ¡Jesús! Creo que estoy soñando. ¿Quién era ese hombre de la conferencia?

— Empezaré por el principio – dijo Candy, sentándose sobre la cama, tras retirar la mosquitera. – Sabes que siempre te pregunto por tus fantasías, ¿verdad?

— Si, pero no es que tenga muchas, cariño. Tú satisfaces la mayoría.

Candy sonrió y agitó una mano.

— Yo si tengo una desde hace mucho tiempo; una que no he podido llevar a cabo. Pero ha surgido esta oportunidad y me he decidido, y quiero compartirla contigo. Ese hombre era el Sultán de Brunei…

Zara se llevó la palma de la mano a la frente. ¡De eso le sonaba! Pero, ¿de que conocía Candy a tan poderoso personaje?

— Nos conocimos en una gala humanitaria y, más tarde, Manny Hosbett, junto con un grupo de empresarios, estuvieron hablando con él de negocios. El caso es que descubrimos que compartíamos sueños muy parecidos. Nos hemos visto en otras ocasiones y hemos intimado, a nuestra manera.

— Vaya, no tenía ni idea. Ese círculo está tan alejado de la moda…

— Lo sé. El Sultán no está interesado por la moda. De hecho, sus mujeres llevan sari o bien van desnudas. El hecho es que conocí una serie de personajes inmensamente ricos y netamente extravagantes, con los que sigo en contacto a través de la red. Hemos sostenido muchas conversaciones e intercambiado sueños para confiar suficientemente los unos en los otros.

— ¿Es como un círculo secreto?

— Algo así. Yo soy nada más que una aprendiza, una neófita, pero se me ha concedido la oportunidad de llevar a cabo mi mayor fantasía y en ello estamos.

— ¿Tu fantasía? ¿Cuál es? – preguntó Zara, mordiéndose el labio. Sentía vergüenza por no conocerla.

— Disponer de un harén, un serrallo de bellas mujeres para mi disfrute personal.

— No jodas.

Candy avanzó y tomó las manos de su novia. Le sonrió dulcemente.

— Así es. Llevo mucho tiempo teniendo ese sueño imposible que tan solo algunos hombres pueden llevar a cabo en este mundo. Pero ahora, gracias a esos amigos poderosos, puedo experimentar esa sensación durante dos semanas. El Sultán de Brunei ha puesto este palacete de verano a mi disposición, con servicio incluido. Las invitadas a las que se refería antes son las concubinas de varios harenes, enviadas hasta aquí.

— ¿Te han enviado sus fulanas? – preguntó Zara, asombrada.

— Algo así. Recuerda que la mayoría de estas mujeres han sido conseguidas en tratos muy directos, compradas a sus familias, regaladas, secuestradas… No son fulanas, pues nunca se han dedicado a la prostitución y tan solo han sido tocadas por sus dueños.

Zara asintió, comprendiendo.

— Tan solo debido a mi condición de mujer, estos amigos han consentido cederme algunas de sus propiedades. De otra forma, habría sido una afrenta a su condición de machos, ¿comprendes?

— Joder, claro. El honor de macho. Así que aquí hay una cantidad de mujeres para alegrarte la vida… ¿Y cuando pensabas decírmelo? ¿No crees que yo debo tener una opinión sobre todo esto, o acaso soy tu primera concubina? – el tono de Zara dejaba traslucir el enfado que se apoderaba de ella.

— Tranquila, cariño, no es lo que estás pensando.

— ¿Ah, no?

— No. Te he traído porque quiero compartir todo esto contigo. Quiero ser la reina, si, pero quiero que tú seas mi consorte.

— ¿C-cómo? – los ojos de Zara se habían abierto de par en par, sorprendida por la proposición.

— Quiero que te inicies en la dominación, amor mío; deseo que compartas ese mundo conmigo. Te he estado observando y calibrando, Zara… durante meses, y estoy segura que es un arte al que no eres inmune.

— Yo… yo…

— He visto como te brillan los ojos cuando escuchas algunas de las historias que te cuento, o como miras a tu madre cuando crees que nadie se da cuenta. Estoy segura que te haces muchas preguntas sobre todo ello.

Zara bajó la mirada, cogida en falta, pero no soltó las manos de su amante, la cual la atrajo para abrazarla contra su pecho.

— ¿Qué me dices? ¿Compartirás a esas chicas conmigo? ¿Serás reina a mi lado?

Zara se encogió de hombros, los ojos aún bajos. La mano de Candy bajó hasta darle un fuerte pellizco en el glúteo.

— ¡Ay! – exclamó antes de hundir su nariz en el níveo cuello de su amada. – Si, Candy… lo seré…

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— Venga, ¡arriba dormilona!

La suave palmada en la cadera desnuda despertó a Zara. Abrió los ojos y los tuvo que cerrar de nuevo por la claridad que entraba por varios ojos de buey. Eran como focos que barrían la penumbra del minarete, pero tan solo los que estaban orientados al este. La mosquitera difuminaba la figura de Candy que estaba abriendo la ventana, tan desnuda como ella.

— Buenos días – musitó Zara, incorporándose.

— Buenos días, cariño. Ponte el kimono que tienes a los pies de la cama. Vamos a tomar un largo y placentero baño. Lo necesitamos después de estar encerradas en esos aviones.

— Si, me apetece – respondió la mulatita, echando un pie al suelo y tomando un kimono rojo con flores negras y doradas bordadas. Se acopló como un guante a su cuerpo cuando lo ciñó con el cinturón de tela.

En ese momento fue consciente de las dos mujeres que se encontraban al lado de las escaleras, silenciosas, con las manos unidas sobre sus vientres. Las dos eran rubias y blancas, con ojos claros. No tendrían más de una veintena de años y vestían túnicas vaporosas y abiertas desde la cadera; una celeste, la otra rosácea.

— La de azul es Emma, la de rosa Julie – se rió Candy al presentárselas.

— H-hola – Zara carraspeó antes de saludarla.

— Buenos días, mi señora – ambas se inclinaron elegantemente al mismo tiempo, tras pronunciar el saludo en un perfecto inglés.

— Emma es alemana y Julie inglesa – puntualizó Candy.

— Por favor, si desean seguirnos hasta la sala de baños – propuso Julie mientras su compañera bajaba el primer peldaño.

Candy, con una luminosa sonrisa, atrapó la mano de su novia y la besó en la mejilla antes de seguir a las dos jóvenes concubinas. Zara supo ver como las chicas habían sido educadas en su forma de moverse y de andar. Pasos cortos y medidos, que hacían ondular sus caderas, sus brazos algo separados del cuerpo y las manos flexionadas hacia fuera, el cuello erguido y los hombros hacia atrás, y por supuesto, la mirada baja. Aquello le recordó a las geishas, pero sin tanto artificio.

Llegaron a un ala del palacete, ante unas puertas de madera tallada, más bajas que las demás. Nada más entrar, tanto Candy como Zara quedaron apabulladas por cuanto contenía el interior. No se trataba de un cuarto de baño más o menos grande, no. Era inmenso. De una de las paredes del lateral, recubierta de piedra y helechos, caía una cantarina cascada, rebotando en ciertos rebordes pétreos para causar un efecto perfecto. El agua acababa en un gran estanque de mármol y esquito basáltico pulido y humeaba un tanto, revelando que estaba siendo calentada. Todo el estanque estaba rodeado de bambú, un parterre de flores y mullida hierba. Más allá, tras varios biombos de papel de arroz, se apercibían varias cabinas de ducha, una caseta de sauna, y otros accesorios.

— ¡Dios mío! ¡Esto es un ensueño! – susurró Zara.

Dos nuevas mujeres surgieron de detrás de uno de los biombos. Estaban desnudas y portaban toallas y una cesta con diferentes productos de baño. Eran menudas pero muy bien proporcionadas. Las dos tenían ascendencia asiática, una sin duda nipona. Morenas, vibrantes, esbeltas, jóvenes y hermosas. Se inclinaron al llegar ante ellas y se presentaron.

— Mi nombre es Kue Tse, tengo diecinueve años y soy tailandesa.

— Me llamo Nochi y soy de Japón. Tengo veintiún años, mis señoras – dijo la otra, casi cantando.

— Al parecer, todas hablan inglés – dijo Zara.

— Es una condición indispensable para atender a nuestros amos y sus amistades – respondió Emma, mientras pasaba sus manos por delante del busto de Candy para quitarle el sedoso kimono.

De la misma forma, desnudaron a Zara y dándoles la mano, las ayudaron a entrar en las cálidas aguas. Julie y Emma dejaron que sus túnicas se deslizaran cuerpo abajo antes de entrar ellas mismas en el estanque. Las dejaron sentadas sobre dos asientos que quedaban bajo el agua, tan pulidos que podían deslizarse sobre ellos sin sentirlos sobre la piel. Las cuatro chicas se emplearon con ellas, primero con sus cabellos, lavándolos primorosamente, peinándolos y desenredándolos, hasta envolverlos en toallas. Después, se ocuparon de lavar, limpiar, y acondicionar cada centímetro de sus cuerpos.

Una vez realizada la limpieza, trasladaron a sus eventuales amas a unas “chaises longues” dispuestas en la orilla, donde se tumbaron desnudas. Las expertas manos de las cuatro concubinas se atarearon en repasar cada zona pilosa. Las cejas, las patillas, las piernas y el pubis quedaron repasados y limpios de cualquier pelo rebelde, con una rapidez y eficacia que ya quisieran muchos profesionales.

Entonces, se dedicaron a untar sus cuerpos con cremas, aceites y mascarillas, antes de pasar a afeites más cosméticos. Les hicieron manicura y pedicura y las pintaron esmeradamente después de que eligiesen color y diseño.

Zara, totalmente relajada, se sentía cachonda con tanta mano sobre su cuerpo, y le hubiera encantado que la pequeñita Nochi hubiera metido la cara entre sus piernas cuando la estaba depilando. Miró a su novia y, con tan solo ver el brillo de sus ojos, supo que le ocurría lo mismo que a ella. Tuvo que darle la razón a Candy. De aquella forma, no había lugar para los celos. Aquellas mujeres, por muy bellas que fueran, no disponían de voluntad propia. Solo existían para servir y agasajar a sus dueños. Eran muñecas vivientes, listas para cualquier uso, y Zara estaba deseando usarlas.

— ¿Qué haremos ahora? – le preguntó a su jefa.

— Me gustaría echar un vistazo a los alrededores del palacete. Me han dicho que dispone de unos bellos jardines y senderos laberínticos en la ladera.

— Bien, un buen paseo antes de almorzar nos sentará bien.

— Si, y llevaremos a todas estas preciosidades para que nos cuiden, ¿verdad? – sus dedos atraparon la barbilla de Julia, quien sonrió con dulzura.

— Por supuesto, mi señora. Cuidaros es nuestra mayor preocupación – respondió.

Una hora más tarde, después de que las peinaran y acondicionaran sus cabellos en unos cómodos moños que dejaban sus nucas desnudas y frescas, las chicas salieron al exterior. Volvían a vestir sus kimonos, esta vez entreabiertos para combatir el húmedo calor. Sabían que no había ninguna posibilidad de que alguien las sorprendiera. Los habitantes de la única aldea de la isla tenían prohibido subir a la colina y los hombres que custodiaban el perímetro jamás se les ocurrirían aparecer sin permiso.

Detrás de ellas, ocho mujeres las siguieron. Todas vestían una de aquellas túnicas vaporosas, cada una de un color distinto, y calzaban cómodas sandalias sin tacón. Se repartieron rápidamente, ocupando cada una el lugar para su cometido. Cuatro de ellas tomaron las recias cañas que soportaban una especie de palio de lona multicolor, haciendo así de parasol para sus amas. Otras dos, armadas de grandes abanicos de plumas, escoltaron por los laterales a Candy y Zara, impulsando la brisa sobre ellas. Las dos restantes llevaban, entre ambas, una nevera portátil con hielo y bebidas refrescantes, así como frutas.

— Un buen harén, ¿verdad? – comentó Candy, tomando a Zara del brazo.

— De lo mejor. Ocho chicas, cada una de un país y de una etnia diferente, ninguna mayor de veinticinco años. Tus amigos deben apreciarte muchísimo.

— Me hago querer – se rió la dueña de la agencia.

— Ya lo sé, cariño.

Las otras cuatro chicas que habían conocido se llamaban Tenssia, una espigada negra del Congo, de apenas dieciocho años; Jeniq, la mayor de todos, con veinticuatro años, proveniente de Egipto; Carola, una rotunda mexicana de veinte años; y finalmente, Hassid, una bellísima albanesa de ojos de fuego, con veintidós años.

Si antes quedaron impresionadas con el interior del palacete, los exteriores les fueron a la zaga. La parte trasera de la colina, que no estaba surcada por el camino de subida, se abría al mar, formando varias amplias terrazas, sin duda artificiales. La selva allí había sido retirada, controlando perfectamente las plantas que crecían, permitiendo así unos perfectos miradores sobre el mar y la cala que podía verse. Bancos de piedra jalonaban el mullido césped que recubría las terrazas. Senderos de grava y cortos escalones de ladrillo llevaban de una a otra. En una de ellas, la más alta, un pequeño cenador ofrecía refugio y sombra.

— Podríamos almorzar aquí, ¿qué te parece? – palmeó Zara.

— Podemos hacer lo que queramos, recuérdalo. Tenssia, cariño, regresa al palacio e indica que sirvan aquí el almuerzo para todas.

— Si, mi señora – respondió la negrita, inclinando su alto moño, antes de dar media vuelta.

Se instalaron en el pequeño prado de la terraza inferior. La hierba estaba fresca, regada seguramente aquella misma mañana, y las concubinas no tardaron en transformar el palio de tela en una tienda sin paredes. Julia y Carola abrieron una botella de vino blanco, bien frío, y sirvieron dos copas a sus dueñas. Zara les dio permiso para tomar unos refrescos si lo deseaban. Tras unos minutos, todas quedaron sentadas sobre la hierba, contemplando la lontananza mientras que Jeniq y Kue agitaban indolentemente las grandes plumas.

— Esto es vida – suspiró Candy.

— Ahora comprendo la expresión “vivir como un maharajá” – se rió Zara.

— ¿Qué es lo que desearías ahora?

— No sé. Me siento realmente bien por el momento – respondió la mulata, mirando de reojo a Nochi.

— Algo tienes que tener en la cabeza – Candy se giró, quedando de bruces sobre la hierba, mirándola.

— ¿Te enfadaras?

— Sabes que no. Esto es una especie de entrenamiento.

— Antes, cuando estábamos en el estanque, me hubiera gustado que Nochi me comiera el coño… ya sabes, cuando estaban rasurándonos el pubis.

— No fuiste la única. El momento fue muy sensual. ¿Por qué no lo haces ahora?

— ¿Aquí? ¿Delante de todas? – Zara negó con la cabeza.

— ¿Qué importa? ¡Son esclavas! No debe preocuparte lo que piensen. No hablaran con nadie, ni tienen derecho a escandalizarse, solo obedecen cualquier orden – exclamó Candy, abarcándolas con un ademán de su mano.

Zara fue consciente de que todas ellas las escuchaban pero ninguna osaba cruzar la mirada con sus amas temporales. Nochi tenía las mejillas arreboladas. ¿Sentiría aún vergüenza a estas alturas?

— Ven, Nochi, acércate – musitó Zara.

La japonesa se puso en pie lánguidamente y se acercó hasta arrodillarse ante sus dueñas. Tenssia llegaba en ese momento, caminando rápidamente.

— ¿Deseas agradarme, Nochi?

— Si, mi señora, siempre – respondió muy suavemente.

— Entonces ven – Zara abrió su kimono, mostrando su bello cuerpo chocolate totalmente desnudo.

La japonesita avanzó a cuatro patas hasta acomodar sus labios sobre el oscuro pezón de uno de los pechos de Zara, quien se estremeció y sonrió con la fuerte sensación que recorría todo su cuerpo. Así que eso era lo que sentía su novia cuando tenía a su madre esclavizada, se dijo. Era sublime y muy erótico.

La concubina seguía aferrada a sus pechos, irguiendo, uno detrás de otro, sus pezones hasta convertirlos en algo duro y tenso, que vibraba con cualquier soplo de aire. Nunca los había sentido tan tiesos y tan dispuestos. Su vagina se estaba llenando ya de fluidos. Dios, que cachonda estaba…

Carola se situó a su espalda, acogiéndola contra ella, formando un cómodo respaldo con su cuerpo mullido. Sus dedos acariciaron su nuca expuesta con la suavidad del plumón. De vez en cuando, sus turgentes labios descendían para depositar pequeños picos en su cuello y hombros, con una delicadeza inusual. Con los ojos entornados, Zara miró a su novia, quien sonreía sin reparos.

Nochi descendió lamiendo el cuerpo de su dueña hasta aspirar el fragante aroma de su excitación. Abrió la vagina con ambas manos, separando labios mayores y menores. El coño de Zara pulsaba como un corazón. El clítoris ya estaba erguido y deseando sobresalir. La rosada y ancha lengua de la nipona se posó sobre él con suavidad, casi con timidez, pero eso no quitó que Zara respingara y soltara un quejidito.

— La muy zorra… está que no vive – gimió Candy, al mismo tiempo que hacía una seña a la pelirroja Hassid.

— ¿Si, mi dueña? – preguntó la albanesa, arrodillándose junto a Candy.

La ex modelo contempló aquel rostro cercano, recreándose en los verdosos ojos y en todas aquellas pequitas que sombreaban el precioso rostro de Hassid. “Sería una buena adquisición para la agencia”, pensó. Alzó una mano y le acarició la mejilla.

— Túmbate aquí, a mi lado, quiero besarte. Tenssia…

— ¿Si, ama?

— ¿Sabes lamer bien un culo?

— Si, mi dueña.

— Pues al asunto, cariño.

Zara contempló como su novia le comía la boca muy lentamente a aquella pelirroja y solo sintió deseo y no celos. Se alegró y mucho. Era mucho lo que Candy le estaba enseñando y pretendía estar a su altura. ¡Dios! ¡Como besaba Candy! Era la primera vez que tenía la posibilidad de verla besando a otra persona y más tan cerca como estaba. Cada detalle era intenso y enervante, sin contar con las diabluras que estaba haciendo Nochi en sus bajos. Alargó la mano hacia atrás, hacia su nuca, y atrapó el ensortijado pelo oscuro de Carola. La atrajo hacia delante, obligándola a incorporarse sobre sus rodillas hasta tener su boca al alcance. Devoró furiosamente sus labios, regodeándose en el fresco sabor a menta que surgía de ellos.

Por su parte, Candy hundía la lengua en la boca de Hassid, quien la succionaba de una realmente maravillosa. Tanto la una como la otra no podían cerrar los ojos a pesar de tener los rostros tan juntos. No querían perderse ni un solo detalle de ellos. Mientras tanto, Tenssia había remangado el kimono hasta dejar las bellas nalgas de su ama al descubierto. Le hizo una seña a Emma, quien la entendió de inmediato. La alemana se deslizó bajo el cuerpo de Candy, quedando como ella misma, de bruces, pero con los cuerpos transversales, como una cruz. De esa manera, el trasero de la ex modelo quedaba más alzado y expuesto para la lengua de Tenssia, que no tardó en abrir las nalgas con las manos y hundirse en el oscuro pozo.

La negra se atareaba como una posesa sobre el ano de Candy, usando la lengua y los dedos de una mano. Sin embargo, su otro apéndice estaba ocupado hurgando el coño de Emma, quien suspiraba con la nariz en el césped. Ama Candy no dejaba de besar y saborear la lengua albanesa, pero su mano había buscado la entrepierna de la pelirroja. La estaba penetrando con dos dedos y no de una forma muy delicada, pero a Hassid parecía darle lo mismo, ya estaba contorneándose como una serpiente y dejando que su aliento jadeante fuera absorbido por su dueña.

Sin que ninguna de las amas fuera consciente de ello, Julia se arrodilló entre Kue y Jeniq, quienes no habían dejado de abanicar al grupo pero sin apartar los ojos de tan excitante escena. Julia alargó sus manos, colándolas bajo las túnicas. Tampoco podía dejar de admirar aquellos cuerpos que se frotaban y retorcían, y, por ello, comenzó a masturbar a sus dos compañeras.

Cuando las tres maduras mujeres que se ocupaban de la cocina y del palacete llegaron para instalar el almuerzo en el cenador de la terraza superior, los gritos y gemidos eran ya constantes y escandalosos. Las mujeres se miraron y sonrieron, comprensivas, y siguieron con más brío su faena. Sin duda, las amas tendrían mucho apetito cuando terminaran.

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Candy contempló el rostro maquillado de la auxiliar de vuelo mientras la servía el champán. Era mona, pero nada que ver con las bellezas que Zara y ella habían tenido a su disposición durante catorce días. La mulata hizo un brindis silencioso y entrechocó la copa con ella. Se sonrieron, felices y cansadas. La despedida había sido intensa y realmente agotadora, tras la cacería.

Durante toda su instancia, ambas no habían dejado de gozar una y otra vez, varias veces al día. De mutuo acuerdo, no se separaron en ningún momento; estuvieron siempre juntas, amando y gozando. Sin embargo, la tentación de ordenar una lamida o una caricia en cualquier momento, a cualquiera de ellas, sin importar donde estuvieran o con quien, era tal que corroían sus nervios afectados por la lujuria.

Disponer de ocho mujeres tan hermosas y tan dispuestas acababa por pasar factura, a la fuerza. La cacería vino a aumentar el cansancio, pero fue divertida. El Sultán resultó ser, para Zara, un tipo muy simpático y guasón. Las emplazó a lomos de un elefante, las armó con un par de rifles con dardos somníferos, las rodeó de varios hombres custodios, y se lanzaron a perseguir tigres. Ellas se dedicaron más a chillar, reírse, y tener los nervios en tensión. No dispararon más que a los monos y no alcanzaron a ninguno. Palmearon cuando el Sultán apareció con el tigre dormido en el interior de una jaula y celebraron que lo soltaran tres horas después.

Al día siguiente, su último día en la isla, Candy decidió azotar a todas para que la recordaran. Zara no estaba muy de acuerdo con aquello. No le gustaba hacer daño. Una cosa era dominar y otra azotar, le dijo a su novia.

— Tonta, si no azotas nunca dominaras.

El caso es que llevaron a las ocho concubinas al gran gimnasio del palacete. Las desnudaron y ataron sobre las diferentes máquinas y bancos de ejercicios. Las fustas usadas en la cacería sirvieron mucho más, en ese momento. Las concubinas temblaban de miedo; no estaban habituadas al dolor, pero apreciaban realmente a sus amas temporales y no querían defraudarlas. Zara se dio cuenta que intentaban no gritar y meneaban sus traseros cuando los fustazos caían, como buenas perritas, y eso la emocionó más. Acabó convenciendo a Candy de perdonarlas y organizaron una enorme cama redonda en el salón principal que duró cinco horas.

Se pasaron todo el vuelo hasta Sydney durmiendo, y, ahora, rumbo a Los Ángeles, estaban, como ya hemos dicho, cansadas y felices por la experiencia.

— ¡Qué lástima no poder repetir esta experiencia una vez al año! – sonrió Zara.

— Veo que te ha gustado, mala pécora – exclamó Candy, dándole un suave pellizco en un seno.

— Tú me has iniciado, cariño.

— ¿De verdad te ha gustado?

— Me ha encantado, amor, aunque no soy un ama cruel.

— No importa, yo lo seré por ti.

— ¿A qué te refieres? – enarcó una ceja Zara.

— Ha llegado el momento de compartir a tu madre. ¿Te sentirás capaz?

Zara no contestó, pero el escalofrío que la recorrió le hizo saber que estaba más que dispuesta a ello, quizás ansiosa más bien.

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “La buena niña 4” (POR LUCKM)

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LA OBSESION 2Deje pasar unos días, primero para que se pusieran nerviosas, y segundo por que mis pelotas necesitaban reponerse.

Sin títuloEl viernes llame a Tina con forme vi salir al cornudo de casa. Le dije que se pusiera guapa que nos íbamos de compras. Quedamos en el parking y cogimos su coche.

Tina – Me tenias preocupada, tres días sin llamar!!

Yo – Tranquila, te seguiré usando.

Tina – No es eso!

Yo – Claro que si, estas salida y en el fondo te gusta que te meta la polla.

Tina – Puede, pero no debo!

Yo – Por eso me dejas la decisión a mi, tu solo eres una pobre mujer chantajeada, así te puedes correr sin que te moleste la conciencia.

Tina – Pero que cabrón eres.

Yo – jajaja, tengo razón?

Tina – No voy a contestar a eso.

Yo – Contesta otra cosa, tienes ganas de comerme la polla?

Ella se puso roja.

Tina – Si.

Yo – Bien, todo aclarado, sigamos pues.

Le di una dirección en el centro de Madrid, tardamos una media hora. Dejamos el coche en el parking y entramos en una tienda conocida como la tienda del espía. La cogí de la mano al entrar. Ella me miraba con curiosidad.

Nos atendió un dependiente muy majo llamado Marco.

Marco – Buenos días, en que les puedo ayudar?.

Yo – Pues veras, mi mujer y yo tenemos tenemos un niño de unos cuatro años y otro en camino…

Ella me apretó la mano al escuchar lo de mi mujer.

Marco – Enhorabuena.

Yo – Gracias, el problema es que empezamos a usar niñeras y ya sabes, todo lo que se ve en la tele de abusos…

Marco – Quieren vigilar lo que pasa cuando no están.

Yo – Exacto, y ya si nos ponemos frikis podría ver desde mi iPhone o similar?

Marco – Sin problema, en una sola habitación o en varias?

Yo – Veamos, el dormitorio principal, el de los niños, el salón y el baño, y la cocina ya que estamos.

Tina me retorcía la mano.

Marco – Bien, 5 cámaras. Para los dormitorios lo mejor son las que están disimuladas en relojes despertadores, para los niños tenemos esta con motivos infantiles. La cocina un detector de humos, y la alarma funciona… El baño generalmente se cubre con una cámara sobre la puerta de entrada, se puede disimular con estos adornos, además al estar alta no se ve. Y el salón, tenemos esta lámparas.

Tina – Muy monas!

Marco – Esa es la idea.

Yo – Podré ver y grabar cuando no pueda estar controlando?

Marco – Si tiene wifi puede acceder con terminales móviles cuando quiera, y mientras puede dejar este aparto de aquí que graba 24 horas al día sin problema.

Yo – Captan sonido?

Marco – Si, tienen unos micrófonos muy buenos, no habrá sonido que se le escape.

Yo – Y privacidad? A mi mujer le preocupa que alguien pueda verla en casa, es muy tímida.

Marco la miro, parándose medio segundo en sus tetas.

Marco – Una clave de 20 dígitos, todo se transmite encriptado.

Yo – Fantástico! Ves cielo, podrás estar en casa tranquila con tu maridito y nadie excepto yo podrá verlo.

Tina – Si, increíble.

Yo – Ah, deme dos para el dormitorio infantil, quiero tenerlo todo controlado.

Marco – Perfecto, pues la cuenta son 2.300€, tiene garantía de un año y asistencia telefónica para la instalación.

Yo – Ok

Marco – Ah, deben rellenar este formulario con el nombre de quien las compra, la policía nos obliga a llevar un registro por si se usan para fines ilícitos.

Yo – Sin problema, Tina, complétalo por favor, voy a fumarme un piti.

Tina salió a los 15 minutos con tres bolsas.

Tina – Gracias por dejarme pagar.

Yo – Jajaja, no esperarías que firmara ese registro, además vi tus cuentas bancarias, no tienes problemas.

Tina – Gracias al cornudo, y ahora mas cornudo todavía.

Yo – Si, este fin de semana me vas a dar un curso de tu vida matrimonial.

Tina – Como puedes ser tan hijo de puta?

Yo – Te viste las tetas guapa?.

Regresamos a su casa y empezamos a montar las cámaras sincronizándolas con la wifi del cornudo, afortunadamente se había molestado en contratar una red de fibra óptica, la calidad de transmisión no seria un problema. Hice que Tina se quitara el top y el sujetador, me encantaba verla por su casa solo con los vaqueros y sus ubres moviéndose. Le hice una foto poniendo cada cámara y sonriendo.

Yo – Se la chupas mucho viendo la tele?

Tina – A veces.

Yo – A partir de ahora te quiero en tetas por casa siempre que no este el, cuando este quiero que estés sugerente, nada de chandal! Y si jugáis a lo que sea tetas o coño a la vista, enseguida!

Tina – de acuerdo.

Yo – Tu dormitorio, me encanta, vas a follartelo para mi, procura ponerte de cara a la cam, me gusta ver tu cara cuando te corres, y tus ubres meneándose…

Tina – Cerdo!!

Yo – Puta!!

Sincronice la ultima cam con la misma red y la guarde para Eva.

Le hice una ultima foto sonriendo, señalando la cam del dormitorio y enseñando la factura.

Yo – Bien, chúpame la polla, me puso cachondo lo guarra que vas a ser este fin de semana.

Se arrodillo y me la empezó a chupar.

Yo – Eres una guarra infiel! Lo sabes verdad!

Tina – Si amo, lo soy!

Siguió chupando.

Yo – Te encanta tener esas ubres para calentar pollas y poder follártelas.

Tina – Si, me encanta que me las miren por la calle e imaginarme a mis compañeros de trabajo machacándoselas como monos!

Yo – Pareces una puta perra en celo ahí tirada comiendo una polla que no es la de tu marido.

Tina – Lo soy! No quiero ser la mujer de nadie, solo una hembra!

Yo – Lo eres, una perra en celo, mastúrbate mientras le pones los cuernos a tu marido guarra!

Me hizo una mamada de escándalo, se la notaba muy cachonda, me corrí en su boca, ella se corrió sin sacarse mi polla de la boca, jadeaba, intentaba respirar por la nariz… me miro con la leche todavía en su boca…

Yo – yo no soy el cornudo recuérdalo.

Cerro los ojos y trago.

Le deje el regalo de Eva y le dije que le mandara un SMS diciéndola que tenia un regalo para ella. Me marche, ya era la una y la vida de fin de semana de la urbanización iba a comenzar, solo que esta vez yo estaría viendo parte.

Me fui a mi casa corriendo e instale el grabador conectado a la tele, tenia seis canales, uno por cam, se veía perfectamente. Tina estaba en la cocina, curiosamente seguía en tetas, le gustaba que la viera. Al rato llamaron al timbre de su casa, Tina corrió a ponerse algo pero la llame.

Yo – Puta, mira si es Eva y si lo es recíbela como estas.

Ella fue a la puerta con el top en la mano. Abrió la puerta y entro Eva con su bonito uniforme.

Eva – Hooola, esta el amo aquí?

Tina – No

Eva – y como abres la puerta así guarra?

Tina – Me lo ordeno, nos esta viendo

Eva – Como? – Tina se lo contó y le dio el paquete diciéndole que lo pusiera en su habitación.

Eva miro hacia donde estaba la cam a indicación de Tina y me saludo sonriendo.

Le mande un mensaje.

“soba un rato las tetas a esa cerda, se que te gustan los pechos, os aviso cuando llegue el cornudo”..

Eva – El amo dice que te sobe las ubres y el coño cerda, quiere que cuando llegue el cornudo te lo folles.

Alucine con la pequeña zorra.

Tina asintió y se la acerco.

Eva – Las manos detrás de la nuca cerda.

Eva se acerco, le desabrocho los pantalones y se los bajo junto con las bragas hasta la rodillas, le metió la mano en el coño.

Eva – Esta guarra esta chorreando amo.

Eva – Eres una autentica guarra, todo esto te pone mucho verdad?

Tina – Si, pase la mañana con el y no podía dejar de pensar en que me follaría al volver a casa.

Eva – Y no lo hizo?

Tina – No

Eva – Eso es por que prefiere tenerte salida, quiere un espectáculo con el cornudo. Te lo follaras para el verdad? Le dejaras ver como te folla tu maridito, vuestro momento mas intimo.

Tina – Si, le mostrare lo que quiere ver, quizás así me folle.

Eva saco la mano empapada y le agarro las tetas empapándoselas con los jugos de su coño y jugando con ellas. Tina gemía. Eva la insultaba.

Eva – Eres una tetona guarra, muy guarra!

Tina – Si lo soy.

Eva – Nuestra tetona.

Tina – ummm, si, vuestra tetona guarra.

Eva siguió sobándola un rato. Le encantaba jugar con sus tetas, hasta empezó a lamerle los pezones.

Eva – Nunca pensé que me gustara sobar a una tía pero me encantan tus tetas cerda.

Tina – Gracias supongo, a mi también me gusta que me las toques.

Vi que el coche del cornudo entraba y llame a Tina.

Yo – Llega el cornudo, que Eva se pire y conecte su nuevo juguete.

Tina se lo dijo y Eva se marcho.

Yo – Quiero que cuando llegue el cornudo te lo folles, pero no quiero un buen polvo, quiero que te lo folles rápido, nada de chupársela, se la meneas y te la metes, y que se corra lo antes posible entendido?

Tina – Por que?

Yo – Quiero que te quedes mal follada.

Tina – Cabrón, no puedo disfrutar ni con mi marido?

Yo – Puede correrte, pero no quiero verte echar un buen polvo, te quiero salida.

Tina corrió a su habitación, se desnudo y se puso una especie de camiseta grande sin nada debajo.

Al minuto entro el cornudo, de traje, dejando el maletín en una mesa le dio un beso cariñoso a su mujercita.

Cornudo – Hola cielo, que tal el día?

Tina – Bien, ven a aquí.

Lo cogió de la mano y lo arrastro a la cocina, se puso sobre la mesa tumbada de frente mirando hacia donde yo la veía y mirándome le dijo –

Tina – Por favor, hazme el amor.

Cornudo – Jajaja, como estas!

Tina – Sera el embarazo, te necesito! dentro! Ya! Por favor cariño!

El cornudo se puso detrás, se quito la chaqueta y agarrando el culo de su mujer se bajo la bragueta, se agarro la polla y empezó a acariciarla el coño.

Tina se saco la camiseta. Y mirando hacia atrás…

Tina – Ya! Métela! No hace falta que me calientes!

Cornudo – Si amor, – se acerco a ella y despacio empezó a metérsela.

Tina me miro con cara de desesperada y echándose hacia atrás se la clavo entera. Se volvió a adelantar y a repetirlo. El ponía cara de sorprendido pero le estaba gustando.

Tina – Vamos!

El cornudo comenzó a empujar y a sacarla muy rápido.

En ese momento llamaron a mi puerta, fui, era Eva, entro corriendo.

Eva – Donde? Vamos! Déjame verlo!

Yo – Jajaja, pasa al salón.

Entro y vio la escena en la tele.

Eva – Joder que morbo! Se la esta follando y tu viéndolo!

Tina – Gemía un poco y decía algunas chorradas.

Tina – Si, mi amor, así! Como te quiero! Soy tuya!

El cornudo no se quedaba atrás.

Cornudo – Si mi amor! te quiero!!

Eva miraba con los ojos como platos.

Eva – Ummm, una pareja haciendo el amor cuando piensan que nadie la ve, me encanta!

Yo – Es no es una pareja, mírala a ella.

Tina nos miraba, sabia que yo la veía y posiblemente imaginaba que Eva tb. Decía todas esas cosas pero su cara no cambiaba, solo nos miraba.

Yo – es una hembra apareándose!

El no aguanto mucho mas y se corrió dentro de ella. Ella se giro sacándosela, le beso diciendo “gracias cari” se pus la camiseta y se fue al baño.

Me mando un mensaje, “me siento como una cerda”

Cambie el canal por el del baño.

Yo – Es lo que eres, metete en la ducha y mastúrbate hasta correrte cerda.

Abrió el grifo y poniéndose en el lado donde no caía el agua levanto una pierna y empezó a acariciarse su raja que goteaba semen del cornudo.

Al rato salió y comieron juntos, hablaban de cosas normales, que hacer el fin de semana… Decidieron ir a hacer la compra al terminar de comer para tener mas tiempo libre.

Eva se inclino, se subió la falda y se bajo las bragas.

Eva – O me follas o reviento!

Yo – Mira la zorrita!

Me saque la polla y se la metí, estaba empapada.

Yo – Me encanta follarte con tu uniforme.

Eva – Por que eres un pervertido!

Yo – Si tu papi te viera no pensaría que eres su niña sino una guarra!

Seguí empujando, su coño chapoteaba, se corrió en dos min.

Yo – Jo, como estabas!

Eva – Me estoy acostumbrando a que me den polla todos los días que esperabas después de tres días!

Seguí follandomela un rato mas, controlándome, no quería correrme en su coño. Cuando note que me corría se lo dije.

Yo – Donde lo quieres puta?

Eva – Donde quieras!

Todavía no me había follado su culo pero la tentación era demasiado fuerte.

Saque la polla y apunte a su pequeño agujero. Cuando noto lo que hacía dio un grito.

Eva – No! Por ahí no! No estoy lista!

Yo – yo decido por donde te follo puta!!, no te lo voy a desvirgar ahora, solo te la meteré lo justo para correrme dentro.

Eva – No! Duele!

Su ano se iba dilatando, conseguí meter el capullo. Ella boqueaba, estaba completamente tensa.

Yo – Mas te vale relajarte, te la voy a meter igual.

Eva – Esta bien! Pero muy despacio por favor!.

Seguí empujando, entraron un par de dedos mas, al final pensé, que mas da!

Metí la mano por debajo de su camisa, subí el sujetador liberando sus tetas y agarrándolas…empuje mas fuerte, la sacaba un poco y la volvía a meter, cada vez un poco mas.

Eva – no! Dijiste que no me ibas a follar por ahí!

Yo –Se llama darte por el culo, a ver si aprendemos a hablar puta! Cambio de opinión zorrita, demasiado buen culo para que nadie se lo folle…

Al final mi polla entro completamente, note mis pelotas golpear contra su coño, estaba chorreando, se me iban mojando poco a poco.

Yo – Ya esta zorrita! Ya no eres virgen por el culo!

Eva – Dios! Siento que se me va a salir por la boca!

Yo – Jajaja, y ahora a follartelo!!

Empecé a sacarla un poco y a volver a clavársela, una y otra vez, algunas veces la sacaba completamente viendo su agujero completamente abierto para volver a clavársela otra vez. Ella solo emitía pequeños suspiros, notaba como sus pezones estaban muy duros.

Yo – Te gusta!?

Eva – Siiiiiii! Despacio por favor!!

Seguí metiéndosela, al cabo de 5 min y no aguante mas.

Yo – Me voy a correr en tu culo guarra!

Eva – Sii, lléname de semen por favor.

Yo – Córrete zorra!

Eva metió una mano entre sus piernas y empezó a acariciarse el coño. A los dos minutos nos corrimos juntos, notaba las contracciones de su culo en mi polla.

La saque.

Yo – De rodillas puta.

Ella estaba toda despeinada con la ropa echa un asco

Eva- No, después de eso no te la chupo.

Yo – Claro que si cerda.

La cogí y la hice ponerse de rodillas, ella se resistía pero termino poniéndose de rodillas. Le abrí la boca y se la metí hasta el fondo sujetándola la cabeza, pataleo durante unos segundos pero al final paro.

Yo – Muy bien guarrilla! Que sea la ultima vez que me niegas el uso de uno de tus agujeros!

Se la deje en la boca un rato.

Yo – Notas el sabor de tu coño, tu culo y mi semen guarra?

Eva movió un poco la cabeza afirmativamente.

Me la puso dura entre su boca y su sumisión así que le dije…

Eva – Chúpamela, quiero llenarte la boca de leche.

Ella levanto una mano agarrándome las pelotas y la otra el tronco de mi polla y empezó a chupar. Era una excelente chupapollas. Se la sacaba, se la volvía a meter, lamia mi capullo y bajaba hasta las pelotas y vuelta a empezar. La arrastre hacia un sofá, me senté y abriendo las piernas me relaje. Ella chupaba mi polla, o bajaba a mis pelotas y las besaba lamiéndolas al mismo tiempo que me pajeaba.

Yo – Me voy a correr guarra!

No necesito mas indicación ni que la sujetara, se metió el capullo en la boca y empezó a machacármela mas fuerte mientras apretaba suavemente mis pelotas. Explote, no salió mucho semen después de la mañana que llevaba, pero lo suficiente para que ella se tomara una buena cantidad. Espero un par de minutos a que mi polla se relajara y se la saco de la boca relamiéndose.

Eva – Debería volver a casa, papa debe estar al llegar.

Yo – Así me gusta, que seas una buena hija.

*****************************************************************

Y seguir escribiendo, es interesante ver cuantas mujeres casadas hace poco estan…

Opinar por favor, y votarlo así lo lee mas gente, es la manera de saber si voy bien.

Si alguien quiere agregarme o escribirme…

luckm@hotmail.es

skype: luckmmm1000

 

“ESA MUJER INDEFENSA FUE MI PERDICIÓN” Libro para descargar (POR GOLFO)

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indefensa1

Sinopsis:

Conozco a través de su asistente social a una indefensa e ingenua jovencita, madre de una hija. Como ave de rapiña, decido aprovecharme de ella sin saber que quizás de cazador, me convertiría en presa. Consciente de la atracción que siento por ella, Malena se dedica a tontear conmigo en plan zorrón.
Pero cuando intento acercarme a ella, se comporta como una calientapollas sin permitir siquiera que la toque. Cada vez más cachondo, tengo que soportar que me deje al cuidado de su hija… ¡Coño! ¡No soy su padre!

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
 

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos
 

Capítulo 1

Reconozco que siempre he sido un cabrón y que a través de los años he aprovechado cualquier oportunidad para echar un polvo, sin importarme los sentimientos de la otra persona. Me he tirado casadas, divorciadas, solteras, altas, bajas, flacas y gordas, en cuanto se me han puesto a tiro.
Me traía sin cuidado las armas a usar para llevármelas a la cama. Buscando mi satisfacción personal, he desempeñado diferentes papeles para conseguirlo. Desde el tímido inexperto al más osado conquistador. Todo valía para aliviar mi calentura. Por ello cuando una mañana me enteré de la difícil situación en que había quedado una criatura, decidí aprovecharme y eso fue mi perdición.
Recuerdo como si fuera ayer, como supe de sus problemas. Estaba entre los brazos de María, una asistente social con la que compartía algo más que arrumacos, cuando recibió una llamada de una cliente. Como el cerdo que soy, al oír que mi amante le aconsejaba que rehacer su vida y olvidar al novio que la había dejado embarazada, no pude menos que poner atención a su conversación.
«Una posible víctima», pensé mientras escuchaba como María trataba de consolarla.
Así me enteré que la chavala en cuestión tenía apenas diecinueve años y que su pareja, en cuanto nació su hija, la había abandonado sin importarle que al hacerlo, la dejara desamparada y sin medios para cuidar a su retoño.
«Suena interesante», me dije poniendo todavía mayor atención a la charla.
Aunque ya estaba interesado, cuando escuché a mi polvo-amiga recriminarle que tenía que madurar y buscarse un trabajo con el que mantenerse, supe que sería bastante fácil conseguir una nueva muesca en mi escopeta.
Tras colgar y mientras la asistente social anotaba unos datos en su expediente, disimuladamente me acerqué y comprobé alborozado que la tal Malena no solo no era fea sino que era un auténtico bombón.
«Está buenísima», sentencié al observar la foto en la que su oscura melena hacía resaltar los ojos azules con los que la naturaleza la había dotado y para colmo todo ello enmarcado en un rostro dulce y bello.
Reconozco que tuve que retener las ganas de preguntar por ella. No quería que notara que había despertado mi interés, sobre todo porque sabía que mi conocida no tardaría en pedir mi ayuda para buscarle un trabajo.
Y así fue. Apenas volvimos a la cama, María me preguntó si podía encontrar un trabajo a una de sus clientes. Haciéndome el despistado, pregunté qué tipo de perfil tenía y si era de confianza.
―Pongo la mano en el fuego por esta cría― contestó ilusionada por hacer una buena obra y sin pensar en las consecuencias, me explicó que aunque no tenía una gran formación, era una niña inteligente y de buenos principios que la mala suerte la había hecho conocer a un desalmado que había abusado de ella.
―Pobre chavala― murmuré encantado y buscando sacar mayor información, insistí en que me dijera todo lo que sabía de ella.
Así me enteré que provenía de una familia humilde y que la extremada religiosidad de sus padres había provocado que, al enterarse que estaba preñada, la apartaran de su lado como si estuviera apestada.
«Indefensa y sola, ¡me gusta!», medité mentalmente mientras en mi rostro ponía una expresión indignada.
María desconocía mis turbias intenciones y por ello no puso reparo en explicarme que la estricta educación que había recibido desde niña, la había convertido en una presa fácil.
―No te entiendo― dejé caer cada vez más encantado con las posibilidades que se me abrían.
―Malena es una incauta que todavía cree en la bondad del ser humano y está tan desesperada por conseguir un modo de vivir, que me temo que caiga en manos de otro hijo de perra como su anterior novio.
―No será para tanto― insistí.
―Desgraciadamente es así. Sin experiencia ni formación, esa niña es carne de cañón de un prostíbulo sino consigue un trabajo que le permita mantener a su hijita.
Poniendo cara de comprender el problema, como si realmente me importara su futuro, insinué a su asistente social que resultaría complicado encontrar un puesto para ella pero que podría hacer un esfuerzo y darle cobijo en mi casa mientras tanto.
―¿Harías eso por mí?― exclamó encantada con la idea porque aunque me conocía de sobra, nunca supuso que sería tan ruin de aprovecharme de la desgracia de su cliente.
Muerto de risa, contesté:
―Si pero con una condición…―habiendo captado su atención, le dije: ―Tendrás que regalarme tu culo.
Sonriendo de oreja a oreja, María me contestó poniéndose a cuatro patas en el colchón…

Capítulo 2

Sabiendo que al día siguiente María me pondría en bandeja a esa criatura, utilicé el resto del día para prepararme. Lo primero que hice fui ir a la “tienda del espía” y comprar una serie de artilugios que necesitaría para convertir mi chalet en una trampa. Tras pagar una suculenta cuenta en ese local, me vi llevando a mi coche varias cámaras camufladas, así como un completo sistema de espionaje.
Ya en mi casa, coloqué una en el cuarto que iba a prestar a esa monada para que ella y su hijita durmieran, otra en el baño que ella usaría y las demás repartidas por la casa. Tras lo cual, pacientemente, programé el sistema para que en mi ausencia grabaran todo lo que ocurría para que al volver pudiera visualizarlo en la soledad de mi habitación. Mis intenciones eran claras, intentaría seducir a esa incauta pero de no caer en mis brazos, usaría las grabaciones para chantajearla.
«Malena será mía antes de darse cuenta», resolví esperanzado y por eso esa noche, salí a celebrarlo con un par de colegas.
Llevaba tres copas y otras tantas cervezas cuando de improviso, mi teléfono empezó a sonar. Extrañado porque alguien me llamara a esas horas, lo saqué de la chaqueta y descubrí que era María quien estaba al otro lado.
―Necesito que vengas a mi oficina― gritó nada más descolgar.
La urgencia con la que me habló me hizo saber que estaba en dificultades y aprovechando que estaba con mis amigos, les convencí para que me acompañaran.
Afortunadamente, Juan y Pedro son dos tíos con huevos porque al llegar al edificio de la asistente social nos encontramos con un energúmeno dando voces e intentando arrebatar un bebé de las manos de su madre mientras María intentaba evitarlo. Nadie tuvo que decirme quien eran, supe al instante que la desdichada muchacha era Malena y que ese animal era su antiguo novio.
Quizás gracias al alcohol, ni siquiera lo medité e interponiéndome entre ellos, recriminé al tipejo su comportamiento. El maldito al comprobar que éramos tres, los hombres que las defendían, se lo pensó mejor y retrocediendo hasta su coche, nos amenazó con terribles consecuencias si le dábamos amparo.
―Te estaré esperando― grité encarando al sujeto, el cual no tuvo más remedio que meterse en el automóvil y salir quemando ruedas. Habiendo huido, me giré y fue entonces cuando por primera vez comprendí que quizás me había equivocado al ofrecer mi ayuda.
¡Malena no era guapa! ¡Era una diosa!
Las lágrimas y su desesperación lejos de menguar su atractivo, lo realzaban al darle un aspecto angelical.
Todavía no me había dado tiempo de reponerme de la sorpresa cuando al presentarnos María, la muchacha se lanzó a mis brazos llorando como una magdalena.
―Tranquila. Si ese cabrón vuelve, tendrá que vérselas conmigo― susurré en su oído mientras intentaba tranquilizarla.
La muchacha al oírme, levantó su cara y me miró. Os juro que me quedé de piedra, incapaz de hablar, al ver en su rostro una devota expresión que iba más allá del mero agradecimiento. Lo creáis o no, me da igual. Malena me observaba como a un caballero andante bajo cuya protección nada malo le pasaría.
«Menuda pieza debe de ser su exnovio», pensé al leer, en sus ojos, el terror que le profesaba.
Tuvo que ser María quien rompiera el silencio que se había instalado sobre esa fría acera, al pedirme que nos fuéramos de allí.
―¿Dónde vamos?― pregunté todavía anonadado por la belleza de esa joven madre.
―Malena no puede volver a la pensión donde vive. Su ex debe de estarla esperando allí. Mejor vamos a tu casa.
Cómo con las prisas había dejado mi coche en el restaurante, los seis nos tuvimos que acomodar en el todoterreno de Juan. Mis colegas se pusieron delante, dejándome a mí con las dos mujeres y la bebé en la parte trasera.
Durante el trayecto, mi amiga se encargó de calmar a la castaña, diciendo que junto a mí, su novio no se atrevería a molestarla. Si ya de por sí que me atribuyera un valor que no tenía, me resultó incómodo, más lo fue escucharla decir que podía fiarse plenamente de mí porque era un buen hombre.
―Lo sé― contestó la cría mirándome con adoración― lo he notado nada más verlo.
Su respuesta me puso la piel de gallina porque creí intuir en ella una mezcla de amor, entrega y sumisión que nada tenía que ver con la imagen que me había hecho de ella.
Al llegar al chalet y mientras mis amigos se ponían la enésima copa, junto a María, acompañé a Malena a su cuarto. La cría estaba tan impresionada con el lujo que veía por doquier que no fue capaz de decir nada pero al entrar en la habitación y ver al lado de su cama una pequeña cuna para su hija, no pudo retener más el llanto y a moco tendido, se puso a llorar mientras me agradecía mis atenciones.
Totalmente cortado, la dejé en manos de mi amiga y pensando en el lio que me había metido, bajé a acompañar a los convulsos bebedores que había dejado en el salón. A María tampoco debió de resultarle sencillo consolarla porque tardó casi una hora en reunirse con nosotros. Su ausencia me permitió tomarme otras dos copas y bromear en plan machote de lo sucedido mientras interiormente, me daba vergüenza el haber instalado esas cámaras.
Una vez abajo, la asistente social rehusó ponerse un lingotazo y con expresión cansada, nos pidió que la acercáramos a su casa. Juan y Pedro se ofrecieron a hacerlo, de forma que me vi despidiéndome de los tres en la puerta.
«Seré un capullo pero esa cría no se merece que me aproveche de ella», dije para mis adentros por el pasillo camino a mi cuarto.
Ya en él, me desnudé y me metí en la cama, sin dejar de pensar en la desvalida muchacha que descansaba junto a su hija en la habitación de al lado. Sin ganas de dormir, encendí la tele y puse una serie policiaca que me hiciera olvidar su presencia. No habían pasado ni cinco minutos cuando escuché que tocaban a mi puerta.
―Pasa― respondí sabiendo que no podía ser otra que Malena.
Para lo que no estaba preparado fue para verla entrar únicamente vestida con una de mis camisas. La chavala se percató de mi mirada y tras pedirme perdón, me explicó que como, había dejado su ropa en la pensión, Maria se la había dado.
No sé si en ese momento, me impresionó más el dolor que traslucía por todos sus poros o el impresionante atractivo y la sensualidad de esa cría vestida de esa forma. Lo cierto es que no pude dejar de admirar la belleza de sus piernas desnudas mientras Malena se acercaba a mí pero fue al sentarse al borde de mi colchón cuando mi corazón se puso a mil al descubrir el alucinante canalillo que se adivinaba entre sus pechos.
―No importa― alcancé a decir― mañana te conseguiré algo que ponerte.
Mis palabras resultaron sinceras, a pesar que mi mente solo podía especular con desgarrar esa camisa y por ello, al escucharme, la joven se puso nuevamente a llorar mientras me decía que, de alguna forma, conseguiría compensar la ayuda que le estaba brindando.
Reconozco que, momentáneamente, me compadecí de ella y sin otras intenciones que calmarla, la abracé. Lo malo fue que al estrecharla entre mis brazos, sentí sus hinchados pechos presionando contra el mío e involuntariamente, mi pene se alzó bajo la sábana como pocas veces antes. Todavía desconozco si esa cría se percató de la violenta atracción que provocó en mí pero lo cierto es que si lo hizo, no le importó porque no hizo ningún intento de separarse.
«Tranquilo macho, no es el momento», me repetí tratando de evitar que mis hormonas me hicieran cometer una tontería.
Ajena a la tortura que suponía tenerla abrazada y buscando mi auxilio, Malena apoyó su cabeza en mi pecho y con tono quejumbroso, me dio nuevamente las gracias por lo que estaba haciendo por ella.
―No es nada― contesté, contemplando de reojo su busto, cada vez más excitado― cualquiera haría lo mismo.
―Eso no es cierto. Desde niña sé que si un hombre te ayuda es porque quiere algo. En cambio, tú me has ayudado sin pedirme nada a cambio.
El tono meloso de la muchacha incrementó mi turbación:
¡Parecía que estaba tonteando conmigo!
Asumiendo que no debía cometer una burrada, conseguí separarme de ella y mientras todo mi ser me pedía hundirme entre sus piernas, la mandé a su cuarto diciendo:
―Ya hablaremos en la mañana. Ahora es mejor que vayas con tu hija, no vaya a despertarse.
Frunciendo el ceño, Malena aceptó mi sugerencia pero antes de irse desde la puerta, me preguntó:
―¿A qué hora te despiertas?
―Aprovechando que es sábado, me levantaré a las diez. ¿Por qué lo preguntas?
Regalándome una dulce sonrisa, me respondió:
―Ya que nos permites vivir contigo, que menos que prepararte el desayuno.
Tras lo cual, se despidió de mí y tomó rumbo a su habitación, sin saber que mientras iba por el pasillo, me quedaba admirando el sensual meneo de sus nalgas al caminar.
«¡Menudo culo tiene!», exclamé absorto al certificar la dureza de ese trasero.
Ya solo, apagué la luz, deseando que el descanso me hiciera olvidar las ganas que tenía de poseerla. Desgraciadamente, la oscuridad de mi cuarto, en vez de relajarme, me excitó al no poder alejar la imagen de su belleza.
Era tanta mi calentura que todavía hoy me avergüenzo por haber dejado volar mi imaginación esa noche como mal menor. Sabiendo que, de no hacerlo, corría el riesgo de pasarme la noche en vela, me imaginé a esa preciosidad llegando hasta mi cama, diciendo:
―¿Puedo ayudarte a descansar?― tras lo cual sin pedir mi opinión, se arrodilló y metiendo su mano bajó las sábanas, empezó a acariciar mi entrepierna.
Cachondo por esa visión, forcé mi fantasía para que Malena, poniendo cara de putón desorejado, comentara mientras se subía sobre mí:
―Necesito agradecerte tu ayuda― y recalcando sus palabras, buscó el contacto de mis labios.
No tardé en responder a su beso con pasión. Malena al comprobar que cedía y que mis manos acariciaban su culo desnudo, llevó sus manos hasta mi pene y sacándolo de su encierro, me gritó:
―¡Tómame!
Incapaz de mantener la cordura, separé sus piernas y permití que acomodara mi miembro en su sexo. Contra toda lógica, ella pareció la más necesitada y con un breve movimiento se lo incrustó hasta dentro pegando un grito. Su chillido desencadeno mi lujuria y quitándole mi camisa, descubrí con placer la perfección de sus tetas. Dotadas con unos pezones grandes y negros, se me antojaron irresistibles y abriendo mi boca, me puse a saborear de ese manjar con sus gemidos como música ambiente.
Malena, presa por la pasión, se quedó quieta mientras mi lengua jugaba con los bordes de sus areolas, al tiempo que mis caricias se iban haciendo cada vez más obsesivas. Disfrutando de mi ataque, las caderas de esa onírica mujer comenzaron a moverse en busca del placer.
―Estoy cachonda― suspiró al sentir que sopesando con mis manos el tamaño de sus senos, pellizcaba uno de sus pezones.
Obviando su calentura, con un lento vaivén, fui haciéndome dueño con mi pene de su cueva. Ella al notar su sexo atiborrado, pegó un aullido y sin poder hacer nada, se vio sacudida por el placer mientras un torrente de flujo corría por mis muslos.
―Fóllame, mi caballero andante― suspiró totalmente indefensa― ¡soy toda tuya!
Su exacerbada petición me terminó de excitar y pellizcando nuevamente sus pezones, profundicé el ataque que soportaba su coño con mi pene. La cría, al experimentar la presión de mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó y retorciéndose como posesa, me pidió que no parara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé en ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Fue entonces su cuando, berreando entre gemidos, chilló:
―Demuéstrame que eres un hombre.
Sus deseos me hicieron enloquecer y cómo un perturbado, incrementé la profundidad de mis caderas mientras ella, voz en grito, me azuzaba a que me dejara llevar y la preñara. La paranoia en la que estaba instalado no me permitió recordar que todo era producto de mi mente y al escucharla, convertí mi lento trotar en un desbocado galope cuyo único fin era satisfacer mi lujuria.
Mientras alcanzaba esa meta imaginaria, esa cría disfrutó sin pausa de una sucesión de ruidosos orgasmos. La entrega de la que hizo gala convirtió mi cerebro en una caldera a punto de explotar y por eso viendo que mi pene no tardaría en sembrar su vientre con mi simiente, la informé de lo que iba a ocurrir.
Malena, al escuchar mi aviso, contestó desesperada que me corriera dentro de ella y contrayendo los músculos de su vagina, obligó a mi pene a vaciarse en su interior.
―Mi caballero andante― sollozó al notar las descargas de mi miembro y sin dejar que lo sacara, convirtió su coño en una batidora que zarandeó sin descanso hasta que consiguió ordeñar todo el semen de mis huevos.
Agotado por el esfuerzo, me desplomé en la cama y aunque sabía que no era real, me encantó oír a esa morena decir mientras volvía a su alcoba:
―Esto es solo un anticipo del placer que te daré.
Ya relajado y con una sonrisa en los labios, cerré los ojos y caí en brazos de Morfeo…

 

Relato erótico: “Viviana 10” (POR ERNESTO LOPEZ)

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JEFAS PORTADA2Viviana 10

Sin títuloAl bajarse del taxi me pidió: “por favor vení esta noche”, le grité que si y seguí camino a casa.

Esa noche temprano fui a su departamento con la bolsa de “juguetes”, el nene ya dormía, ella estaba ansiosa y lo acostó ni bien terminó de cenar.

Estaba muy contenta de que llegara, me dio un gran beso y se empezó a denudar allí mismo, sin siquiera cerrar la puerta, “parece que estás apurada” afirmé.

-“No te imaginas cuanto, dijo con una voz medio rara, hoy me quedé con una calentura terrible, en la tarde de mi hice dos pajas pero fue peor, cada vez estoy más necesitada de tu pija”

Me di cuenta que hablaba con dificultad por el broche que había tenido en la lengua y seguro se la dejó inflamada, se me ocurrió divertirme un poco con su desesperada excitación.

“Bueno despacio, primero me vas a mostrar las marcas que te quedaron de esta mañana”, cerró la puerta y en unos segundos estaba totalmente desnuda sentada en el sofá, con las piernas bien abiertas y ofreciéndome las tetas para que pudiera ver las cicatrices en su cuerpo.

Tenía terribles moretones oscuros en las tetas y en la concha y unas líneas rojas de sangre seca con marquitas equidistantes producto de los afilados pinches de los broches. Tomé de la bolsa uno de ellos y eran realmente muy apretados y filosos, me lo puse en un dedo y me hizo ver las estrellas además de sacar un poco de sangre.

Al verme Viviana con el broche preguntó. “me los vas a poner otra vez?”. Ni se me había ocurrido, con lo lastimada que había quedado me imaginé que sólo pensarlo debería ser terrible “no, respondí, sólo quería ver cuan fuertes eran”

-“ Que lástima, ¿y si me porto mal y desobedezco me los ponés? Preguntó casi suplicando.

No podía creer lo masoca que era, eso tenía que estar doliendo muchísimo y pedía más, ¿no tenía límite? Decidí averiguarlo, “ no se, veremos” contesté enigmático y me acerque a mirar mejor sus sevicias, “sacá la lengua” como me imaginaba estaba totalmente hinchada y muy roja, también tenía las marcas de los pinches.

Me saqué un zapato y pasé la áspera suela por su lengua con fuerza, repetí la operación varias veces, ella seguía impávida con la lengua afuera (ahora estaba negra) “ trágá” le ordené, obedeció y respondió “gracias amo, ¿ahora me va a coger?”

Estaba claro que me quería provocar para que la fajara, no sólo quería que la cogiera, necesitaba además sentir dolor y supuse que humillación, vamos a ver cuanto aguanta, pensé para mis adentros.

Me acerqué y retorcí sus pezones lo más fuerte que pude, ahogó un grito: no lo esperaba, “te gusta putita?, querés más? sin poder hablar afirmó con la cabeza. Entonces comencé a masturbarla con mi mano de manera bien violenta y raspando los lastimados labios externos.

Ella gozaba y su concha hervía liberando jugos a raudales, tenía que hacer algo más si quería doblegarla, saqué el inmenso consolador que había usado en la mañana y se lo metí en la concha con toda mi fuerza, esta vez entró completo mientras ella tenía un larguísimo orgasmo…

Evidentemente no era fácil encontrar algo que no le gustara, salvo la abstinencia. Me desnudé y le metí la pija hasta la garganta, yo también necesitaba acabar cuanto antes. Llené su boca de leche que disfrutó como si fuera un elíxir, ya un poco más calmos pudimos comenzar a repasar lo sucedido.

-“¿Como te sentiste esta mañana?” pregunté

-“ Maravillosamente, fue una sorpresa que no esperaba, ¿lo tenías arreglado con Verónica?

-“ No se le ocurrió a ella en el momento”

-“ No creo que haya sido en el momento, se nota que tiene mucha experiencia y lo debe haber planeado desde la primera vez que fuiste”

-“ Vos también tenés experiencia, tengo mucho que aprender”

-“Bastante bien te has portado, es difícil encontrar alguien con quien compartir este tipo de sexo. Yo lo tenía medio olvidado por obligación, lo últimos años sólo cogía de vez en cuando con quien conseguía, pero tuve muy poco sado y no me conformaba. Con vos me animé a ir más lejos y viene esa mañana a provocarte, te venía mirando hacía un tiempo y algo me dijo que eras un candidato con cualidades”

-“ Bueno, gracias, trato de hacer lo mejor posible, además cada vez me está gustando más, seguro vos me podés enseñar algunas cosas más”

-“ Puedo y lo voy a hacer, pero me gusta tu intuición y creatividad, por ejemplo cuando me mandás medio en bolas a comprar cosas para coger y todo el barrio me mira como a una puta, me encanta, nunca lo había probado. Eso si, hay una cosa que te indique claramente y no estás recordando: No me quieras, usame, pegame, humíllame cógeme, haceme todo lo que se te ocurra, pero no me quieras, sino te vas a ablandar y es justo lo que no quiero”

Tenía razón, cuando la veía sufrir mucho como cuando la torturó Verónica me daba pena, también dudaba en hacerla coger por otros, creo que sentiría celos. Pero no se lo iba a reconocer, puse mi mejor cara de póquer y le dije: “Así que te parezco blando, bueno ya verás”

Le puse los broches en los mismos lugares de antes menos en la lengua, con ese le mordí el clítoris, Una vez que estaba “abrochada” le acerque el teléfono y le ordené: “llamá a tu mamá”

-“¿Y que le digo?

-“Si querés decile la verdad que tu macho te ordenó que la llames mientras te coge, o sino inventale cualquier verso”

Llamó pero no se animó a contarle lo que estaba haciendo y le habló de pavadas, en cuanto la atendió la madre se la metí por el culo en seco y le empecé a dar sin asco. Era muy divertido verla tratando de hablar normalmente mientras yo le rompía el orto.

Para darle un poco más de sabor empecé a tironearle de los broches de la tetas, era maravilloso ver como se estiraban los pezones pero el gancho no se salía, supongo que si tiraba lo suficiente podría arrancarle el pedazo de carne.

Ella seguía hablando como podía, medio entrecortada y a veces dando algún gritito, se notaba que la madre se daba cuenta que algo pasaba, pero ella ponía escusas ridículas como que estaba cansada y le dolía la panza; el ojete, las tetas y la argolla le dolían.

Al rato le dije al oído: “podés cortar”, puso cara de alivio, saludó la vieja y cortó la llamada.

-“Sos un turro, me encantó”

-“¿Te acordás cuando ella te castigaba y comenzaste a conocer tu personalidad masoquista? Creo que tu mamá nos va a ayudar de varias formas, afirmé enigmático.

Acabé en su orto mientras ella también lo hacía, todavía tenía los broches y el consolador puestos, le ordené que se saque todo, por supuesto de sus tetas y de su concha salió bastante sangre que chupé con placer. Traje alcohol del baño y le pasé abundantemente por las heridas frotándolo con fuerza.

Ella no dijo nada pero indudablemente tenía que arder como la puta madre.

-“ ¿Y, te sigo pareciendo blando??” pregunté canchero.

-“ No es que te falten huevos para darme una buena cogida y hacerme doler bastante, o para imaginar cosas que humillen como hablar con mi vieja mientras me hacías de todo; en eso te tengo confianza y demostraste ser bueno. Pero no quiero que te enamores, lo cual debe estar pasando aunque no lo digas. No es amor, es calentura porque encontraste una mina que le gusta todo. No seas boludo aprovechala y disfrutá lo que la vida te dio”

Entendí su concepto, podía ver en mi interior como si fuera transparente, siempre me asombró la intuición que tienen las mujeres para estas cosas, pero sirvió para que desde ese momento no me sintiera tan culpable, quedaba claro que aunque yo era el “amo” ella manejaba la relación.

-“Bueno, voy a hacerte caso, ya encontraré formas para avanzar en el morbo, tal vez Verónica me pueda ayudar” Dije tratando de darle celos.

-“ Dale, es muy buena idea, seguramente ella conozca otros amos con quien puedas intercambiar esclavas, vos te divertís con otra que no te de remordimientos y el otro amo me hará a mi lo que se le ocurra, esas sesiones siempre son muy fuertes”

Como de costumbre, no dejaba de sorprenderme.

Me puse a ver que había puesto Verónica en la bolsa, era un consolador doble relativamente pequeño, unas bolas chinas y un aparatito que no entendí para que servía, Viviana me explicó que era para estimular el clítoris.

Yo esperaba otro tipo de cosas, más grandes y groseras, Viviana me dijo que todas estas son para usar en público, la gracia está en ponerse estos artilugios y salir a la calle como si nada, sintiendo la calentura delante de todo el mundo.

Me gustó la idea, pero dado como venía la noche tenía que subir la apuesta, agarré el butt plug y le ordené que lo ponga, con mi leche en su orto entró sin demasiada dificultad.

-“Ponete un vestido livianito sin mangas y unos zapatos con tacos”, cuando volvió de la habitación estaba hermosa, tenía una solera bien finita que mostraba fácilmente que no usaba ropa interior y unos zapatos de taco bien alto que no tenían nada que ver e incrementaban su aspecto de puta.

-“ Muy bien, pareces una verdadera puta, píntate un poco la jeta” dije con tono burlón.

Volvió con los ojos muy pintados y rouge en los labios, ahora era una prostituta completa, pero algo tenía que objetar: “ tenés las mejillas muy blancas , vení para acá” Y cuando la tuve a tiro le di un par de fortísimas cachetadas que dejaron su cara ardiendo.

-“ Ahora está mejor, anda a comprarme forros”

No se lo esperaba, tener que salir a esa hora, con esa facha, el butt plug metido en el culo y todavía tener que comprar condones era demasiado, pero no arrugó y desafiante preguntó:

“¿Cuántos querés”

-“Traeme una docena, y apurate porque tenés 20 minutos para ir y volver”

Agarro su cartera y salió de inmediato, antes de los 25 minutos estuvo de vuelta, más colorada que cuando salió, agitada, respirando con dificultad.

-“¿Porqué tardaste tanto?” pregunté haciéndome el enojado.

-“Discúlpeme amo pero fui a dos farmacias y estaban cerradas, se me ocurrió que tal vez en el kiosco vendieran, fui hasta el maxikiosco de la otra cuadra que está abierto toda la noche, tiene unas mesitas donde había bastante gente tomado cerveza y me miraron como queriendo cogerme allí mismo, pero tome coraje, le pedí al dependiente lo que me ordenó y volví corriendo”

-“ Si te hubieras dejado coger tal vez te hubiera perdonado la tardanza, era por una buena causa, pero ahora no me queda más que castigarte”

Al escuchar esto sus pezones se pararon aun más si esto era posible, parecían querer romper el vestido, agarré los forros trajo y me puse dos uno arriba del otro, en la cocina me unte la pija con manteca, tome el tarro de sal gruesa y la metí adentro.

-“En el sofá bien abierta de gambas” ordené y en cuanto estuvo en posición se la metí lo más violento que puede.

La sal raspaba su ya maltratada concha, yo la sentía a pesar de los preservativos que me protegían, a ella sin nada y con el maltrato recibido en su vagina le debía estar doliendo y ardiendo como loco.

Pero no lo demostraba, al contrario me pedía más y más. Le di el gusto, por suerte los forros disminuían mi sensibilidad y pude estar un buen rato antes de acabar, ella hacía rato que estaba en un orgasmo continuo.

Me saqué los condones y al que tenía la leche le hice un nudito y se lo di: “mañana cuando lleves el nene al jardín ponete alguno de los juguetes que te regaló Verónica y andá mascando este chicle” le dije antes de vestirme e irme.

CONTINUARÁ

 

Relato erótico: “La buena Niña (5)” (POR LUCKM)

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SOMETIENDO 2Al día siguiente desayune viendo despertarse a Eva por un lado y a Tina y el cornudo por el otro.

Sin título1Eva tenia cara niña buena dormida. Su madre entro en la habitación, le dio un beso de buenos días y salió. Eva se encamino a la cocina a desayunar.

Tina estaba boca arriba, con las tetas descubiertas. El cornudo despertó, se estiro con un bostezo y la miro. Empezó a acariciarle un pecho.

Tina se despertó y le sonrío, el lo tomo como un si y se metió uno de sus pezones en la boca. Ella puso cara de gusto y de repente miro con cara de mala leche a donde estaba la cámara. Bajo su mano agarrando la polla del cornudo y empezó a moverla bajo las sabanas. El quito las sabanas de un tirón dejándome ver a su esposa en todo su esplendor – le di las gracias mentalmente -. Ella se debatía entre el calentón y saber que yo estaba allí, con ellos dos, en su lecho marital, viendo como hacían el amor. El le quito las bragas pasando la mano por su raja. A los dos minutos se le subió encima y abriendo sus las piernas la penetro mientras la besaba. Ella se dejo hacer, a los 5 minutos el se corrió, ella se aparto para impedir que se corriera dentro.

Cornudo – Que pasa cariño? estas embarazada, ya da igual.

Eva – No se cielo, la costumbre, lo siento.

Se besaron un rato mas y se levantaron a desayunar. Ella se puso una camiseta de tirantes que dejaba ver como se movían sus grandes ubres.

Charlaron sobre la compra que tenían que hacer, hicieron una larga lista. Al final Tina le dijo que no se encontraba muy bien que si le importaba ir el, que estaba con nauseas por el bebe.

El como buen esposo dijo que por supuesto, y que aprovecharía para ir al decatlon a comprar una raqueta de padel nueva.

Se ducho y salió por la puerta, espere hasta que vi salir su coche y me presente en casa de Tina, ella no puso cara de sorprendida al verme entrar.

Yo – Buenos días tetona.

Tina – Buenos días, nos estabas viendo verdad?

Yo – por supuesto, me gusta ver vuestros momentos íntimos ya lo sabes.

Tina – Cabron!

Yo -pero te gusta que mire verdad? hiciste lo que te dije, quedarte a medias.

Tina – Me gusta el morbo, pero no me gustaría nada que se supiera.

Yo – Si eres una buena guarra no habrá problema, tendrás tus dos pollas, mucha leche y un bebe fuerte y sano.

Tina – Ser tu guarra… nunca imagine que me terminaran tratando así.

Yo – jajaja, y que te terminaría gustando, veo como te corres conmigo guarra! ,vamos al dormitorio – le di unas instrucciones en el pasillo, ella entro primero y se tumbo en la cama. Al min abrí la puerta.

yo – Hola putita.

Tina sonrío – hola cariño –

Yo – Que haces en la cama? y tu maridito?

Tina – Comprando, iba a llamarte, me dejo muy mal follada esta mañana.

Yo – Ah si? que hizo?

Tina – Nada, lo de siempre, tocar meter y correrse, le hice correse fuera, no se gano llenarme el coño.

Yo – Es lo que tiene ser un calzonazos. Y que es lo que quieres?

Tina – Que me folles, pero primero lo primero, tenemos que alimentar a la futura mama.

Yo – jajaja

Tina – Por la mañana siempre os sale mas semen, y tengo que estar bien alimentada.

Yo – Sin problema, me encantan tus mamadas.

Ella me hizo un gesto para que me tumbara a su lado, me quito los pantalones y se metió la polla hasta el fondo de la garganta. Se la saco y otra vez hasta el fondo, me cogió la polla con una mano y con la otra los huevos, acariciándolos.

Yo – Dios!! que buena chupapollas eres!

Tina – si lo haces hazlo bien!!

Yo – Pues sigue guarra!!

Ella se la volvió a meter en la boca, la metía y la sacaba, la lamia de la base hasta el capullo, se metió solo el capullo en la boca y empezó a intentar hacer vacío con su boca sorbiendo muy fuerte. Era delicioso, luego se la saco e intento meter la punta de la lengua por el agujero de mi polla, bajo hasta debajo del capullo y me paso la punta de la lengua muy rápido acariciándomelo.

Yo – Me voy a correr tetona!

Ella se la saco de la boca y mientras me la machacaba con la mano…

Tina – Quieres correrte en mi boquita cabron? en la boca de una mujer casada?

Yo -que guarra eres!, me gusta que te alimentes de mi polla!

Ella pasaba la lengua por mi capullo, mantenía mi polla apuntando a sus labios, respiraba fuerte sobre mi capullo y seguía diciendo guarradas.

Tina – Vamos, hazlo, correte, alimentame, quiero alimentarme de la polla del tio que me folla!

Yo – jajaja, no quieres que te respete? como el cornudo?

Tina – Fuera de aquí si, pero en el dormitorio prefiero que me uses y me montes.

Acelero la paja, metió la punta de mi polla en su boca y me apreto los huevos. No aguante, empece a escupir semen como un loco agarrandola por la cabeza, no hacia falta sujetarla pero sabia que la gustaba. Ella siguió chupando hasta que dejo de salir semen, se aparto un poco y me sonrío, se veían hilillos de lefa entre sus dientes. Ella se paso la lengua recogiéndolos y mirándome.

Tina – soltaste mucho!

Yo – entre tu y la perrita me tenéis produciendo como un toro!

Tina – Jajaja – se echo hacia atrás y se acaricio la tripa. – Mejor, así nos tendrás bien alimentados a los dos.

Yo – Cuando empieces a producir leche va a saber a semen guarra.

Tina – joder! que burro, soltare tu leche por las tetas?

yo – Masturbate para mi.

Ella se puso en cuclillas y bajo una mano a su raja.

Tina – Ufff, que salida estoy, no se si es el embarazo o tu!

Tina – me gustara, cuando este delante del cornudo y se me escape la leche pensare que esta viendo tu semen – se metió un dedo mientras que con la otra mano se acariciaba el clítoris – Y lo recogeré con los dedos chupándolos – Te gusta eso cerdo?

Yo – jajaja, me encanta guarra!

Tina – Necesitare mas de una toma al día! una por la mañana y otra por la noche!

Yo – que tomas de postre por las noches?

Tina – Actimel, uno para embarazadas.

Yo – Estupendo, la perrita te traerá uno cada noche, pasara a verte con alguna excusa:

Tina se machacaba el coño.

Yo – joder , me lo tomare delante del cornudo?

Yo – en sus morros.

tina empezó a correrse – dios! que cerda soy – Sus gordas tetas se movían, su coño chapoteaba, al final con un grito callo desfallecida de espaldas, su coño palpitaba escupiendo líquidos.

Yo – bien guarra! ahora quiero follarme a la mujercita de la casa, ponte a cuatro patas.

Tina – espera que descanse!

yo – Que dices? que yo te espere? eso diselo al cornudo,

Se levanto como pudo, se puso a cuatro patas.

Yo – me encantan tus ubres colgando.

Tina – tuviste otras así?

Yo – Las de una cerda de Malaga, pero se acabo.

Tina – Por?

Yo – Se creyó que por tener las tetas gordas mandaba ella.

Tina -jajaja ilusa!

Tina – Te gustaba?

Yo – Si, pero mando yo, si quieres otra cosa esta tu maridito o un noviete lerdo.

Le apunte la polla a su raja y se la clave de golpe, estaba empapada.

Tina – Ummm!! que polla!!

Yo – te gusta guarra?

Tina – No se nota?

Empece a sacársela del todo para volver a clavársela. Ella se corrió.

Yo – ya guarra?

Tina – si, me tienes a mil…. sigue!!!

Se la sacaba y se la metía de golpe, la cogí de su melena haciendo una cola y haciéndola arquear la espalda, cada vez que se la clavaba le daba un fuerte tirón. Ella gemía. Le agarre las tetas bien fuerte y empece a follarmela mas deprisa.

Yo – que puta eres, no son ni las 10 y es tu segunda polla!

Tina – Si, soy una guarra!

Yo – Dime que me quieres!

Ella se paro y me miro.

Yo – Se lo dices al cornudo, vamos, dímelo a mi.

Tina – Pero que cerdo eres!

Tina – Esta bien!

Tina – Follame mi amor!! te quiero!!

Le estrujaba las ubres. Empujando, clavándola mi polla.

Yo – Si cariño! mi amor – Con el tonito que usaba el cornudo

Tina se debatía por la rabia y la cachondez.

Tina – Correte mi amor! llename le coñito de semen!!

Empece a correrme, la agarre de las caderas y se la clave todo lo que pude para que mi semen llegara a lo mas profundo de su coño. Notaba como sus jugos y me lefa se mezclaban.

Tina – Te quiero!! te quiero!!! te quiero!!

Caímos rendidos sobre la cama.

Mi polla se salió, ella respiraba agitada.

Yo – Límpiamela guarra.

Tina bajo, cogió mi polla con delicadeza y se la metió entera en la boca, estuvo así un minuto, luego se la saco y se dedico a dar lametazos a mis huevos y a todos los alrededores hasta que quedo reluciente.

Subió y me dio un beso.

Miramos donde andaba el cornudo en su ordenador, ya estaba en decatlon así que me marche. me acompaño a la puerta completamente desnuda. Al abrir la puerta se escondió detrás para que no la vieran. La agarre de la muñeca y la hice salir. Ella trato de impedirlo pero la arrastre hasta la escalera.

yo – Ni se te ocurra esconderte puta!

Tina – Peor me pueden ver!

Yo – y? así sabrán quien se folla a la hembra de esta casa.

Ella miraba al suelo avergonzada, nerviosa.

Hable un poco mas alto – QUIEN TE MONTA PUTA!?

Tina – Tu! Tu eres el que se folla a la puta que vive aquí.

Yo – Bien!, no lo olvides. Le cogí los pezones y se los retorcí unos segundos. – Que buena hembra eres!

Me di la vuelta y me marche.

Cogí el coche y fui a por el pan de la perrita. A las 12 llamaron a la puerta.

Eva – Compraste el pan?

Yo – Jajaja, claro!

Eva se quedo mirándome, iba preciosa con un conjunto de esos que se ponen las chicas en verano que con suspirar caen.

Se levanto la falda y me enseño un culott monismo con corazoncitos.

Eva – Quieres follarme?

Me acerque y le sobe el coño sobre el culotte.

Yo – que puta te has vuelto! no eras tu la que se resistía la semana pasada?

Eva – Soy practica! Mas vale polla en mano…

Yo – No quieres un noviecito que te quiera?

Eva – Si, eso tb, eso y una polla que me de por todos lados.

Yo – Tenias un novio no?

Eva – Lo deje, estaba muy salido.

Yo -Jajaja, el cinismo de las niñas me encanta, y ahora?

Eva – Ahora hay otro que me gusta mucho.

Yo – Como se llama?

Eva – Alvaro, Alvaro Gomez, por?

Yo – pero seguiré follandote aunque salgas con el, lo sabes no?

Eva – Si, ya me imaginaba que no lo ibas a respetar.

Yo – Jajaja, y tu encantada!

Eva – Es la vida – y sonrío!

Yo – Vamos a hacer algo…

Saque el movil, la apunte y le di a grabar.

Eva – Hola Oscar, soy Eva, si tu próxima novia, quiero que sepas que me gustas mucho y que me encantan tu sonrisa… tus ojos cuando me miras fijamente… Así que he decidido que vamos a ser novios. Te gustara tener una novia tan linda? – Se puso a dar vueltas sobre si misma – La única pega es que te pondré los cuernos con otro tío, es mayor, el me desvirgo, si, lo siento, no vas a ser tu. Te gustan mis tetitas no? – el dice que el primer mes podrás sobarmelas sobre la ropa y el segundo si eres bueno quizás te deje verlas y tocarlas sin ropa – se bajo la parte de abajo del vestido jugando con sus pezones. Seguro que también te haces pajas pensando en mi chochito, -se bajo el vestido completamente quedandose en cullote. Siento que lo use otro mientras salimos pero el no quiere que me pongan fama de guarra a mi edad… y yo la verdad mientras el me meta la polla todos los días… ummmm no se como tendrás tu la pollita pero el tiene una polla gorda, me encanta. Me la mete por le chochito, – se bajo el culotte enseñando su raja depilada – por el culito – se dio la vuelta enseñandolo y en la boca – se puso de rodillas, me bajo los pantalones y me saco la polla, se la metió entera en la boca – dios, cariño, no te imaginas lo rica que esta – la lamió y le dio besitos – También se corre en mi boca cariño – eso creo que no lo vas a probar, dice que quiere ser el único del que me alimente – pero chupartela seguro que si, ya le convenceré – guiño un ojo – al fin y al cabo eres mi novio, algún derecho tendrás que tener, eso si, tendrás que esperar unos meses y trabajártelo, no soy ninguna guarra!. – Miro hacia arriba – Por favor, follame!

Yo – jajaja, que guarra eres!, donde quieres mi polla?

Eva – en el chocho! se que te vuelve loco mi rajita adolescente!

Yo – Jajaja, como para no hacerlo, tumbate en la mesa del salón.

Ella se levanto, se tumbo en el mesa y puso las plantas de los pies sobre ella abriendo las piernas y pasandose los dedos por su raja, se veía su coño empapado.

Eva – Dame polla por favor!

Me acerque, puse mi polla a la entrada de su agujero y empece a empujar. Su coño se abría, se la metí muy despacio, ella se removía en la mesa intentando que se la clavara mas pero yo marcaba la velocidad. Me gustaba la sensación de su coño abriéndose para mi muy despacio. Entro toda, mis pelotas dieron con su culito.

Eva – Por fin! Follame!!

Yo – jajaja

Eva – Méteme la polla cabron!

Empece a bombearla, a sacarla del todo para volver a clavársela. Con los dedos cogí su clítoris y jugaba con el, primero suave luego mas fuerte. Ella se movía metiéndosela mas y mirándome con los ojos muy abiertos sobre todo cada vez que le retorcía un poco el clítoris, jadeaba.

Eva – te encanta cabron! te encanta follarte a la niña de la urba verdad!!

Yo – Que guarra te estas volviendo putita.

Eva – Se que te gusta que diga guarradas y a mi me encanta! me pone mala!

Yo – Si, me encanta que digáis guarradas.

Eva – Tu sigue follandome y no te preocupes por eso! Sabes lo que hago cuando me masturbo sola? te digo guarradas, te digo que veas a esta guarra metiendose los dedos en el coño por que no tengo tu polla a mano! – Imagino que estas en la puerta de mi habitación, mirando como tu putita se mete los dedos en el coño desesperada, en el culo, como me corro mirando donde imagino que estas intentando no cerrar los ojos para que veas mi mirada de guarra!

Yo – Ummm, que cerda eres!

Eva – Si, y muchas cosas mas, me llamo puta, guarra….. Y cuando termino me chupo bien todos los dedos, se que te gusta que mi boca sepa como mi coño!

Con la otra mano jugaba con una de sus tetas, con su pequeño pezón, retorciendo, cogiéndolo y estirando hacia arriba hasta que toda su teta se levantaba y soltaba. Seguí follandomela un rato, ella se corrió tres veces. Cuando note que me iba a correr pare un poco.

Yo – En tu boca guarra pero no te lo tragues! – Ella me miro extrañada.

La hice darse la vuelta de manera que su cabeza colgara de la mesa y se la metí hasta la garganta.

Ella se revolvió intentando sacársela. Se la saque un poco para que pudiera respirar.

Eva – Despacio, no puedo respirar.

Yo – Ya aprenderás, voy a follarte la boca y la garganta, primero lo haré despacio para que aprendas pero hazlo rápido.

Volví a clavársela hasta que note como su cuello se ponía duro al recibir mi polla, la saque otra vez, ella tosía, y vuelta a entrar, tras tres o cuatro veces ella se acostumbro aunque soltaba babas al sacarsela. Seguí un rato, la cogí de las tetas jugando con ellas mientras bombeaba su boca. Al final no pude contenerme, la saque unos segundos para que respirara y se la clave hasta el fondo notando como mis pelotas soltaban una gran corrida en su garganta. La cogí del cuello, me encantaba notarlo tenso por la polla que tenia dentro y los movimientos que hacia al ir tragando mi corrida, su nariz daba con mis pelotas, intentaba respirar por la nariz, notaba su respiración en mis huevos. Cuando me vacíe se la saque despacio, notando como su garganta se relajaba.

Nos tiramos en el suelo y encendimos un cigarro.

Eva – no decías que no tragara?

Yo – La tentación fue demasiado. – Le conté el plan de alimentación de la tetona.

Eva – Dios, que guarra que es!

Yo – Jajaja, si, y fue idea suya lo de la segunda toma.

Eva – Todas somos así? yo hago cosas contigo que en mi vida haría con otros!

Yo – Ni con tu Oscar?

Eva – Ni loca!

Yo – No se, a veces hay conexión y el sexo es así.

Eva – Me follaras mucho tiempo?

Yo – Mucho! Y a la tetona también!

Eva – Ummm, creo que me va a encantar nuestra relación – sonrío.

Se levanto y se vistió.

Eva – Vengo luego a ordeñarte para la guarra no?

Yo – Si, y agregaremos algo mas.

Eva – Que? –

Yo -Todos los días subirás a su casa, os meteréis en el baño donde os vea, os desnudareis y os pondréis en cuclillas una frente a la otra, os masturbareis mirandoos e insultandoos.

Eva – La llamare vaca, tetona, adultera, guarra!!

Yo – jajaja, y ella a ti puta salida, niña guarra…

Yo – Después os chupareis los dedos la una a la otra y os daréis un largo morreo.

Eva – Y tu tendrás a una mujer adulta y casada abusando de una menor!

Eva – Guarro!

Yo – Gracias!

La semana siguiente fue un continuo de corridas, botes de actimel, folladas a la tetona en su cama, sofá, mesa del comedor, una vez relajada ya no paraba de querer follar. Las masturbaciones conjuntas al principio fueron un poco sosas, pero en seguida cogieron confianza y eran un duelo verbal entre dos salidas. La niña empezó a salir con su querido Alvaro, eso si, respetando mis horarios, el era buen chico, no se propasaba.

El Domingo siguiente partí hacia la playa, al sur. Ahora veo los whatsapp que me mandan todos los días, desnudas o haciendo guarradas. Mis preferidas son unas que se hacen como un nuevo juego(idea de Eva por supuesto), se hacen fotos una a la otra, en la piscina, con la familia de Eva y el cornudo, pero ellas dandole la espalda, así se sacan una teta, enseñan sus rajas y se ve a todos al fondo felices y contentos sin enterarse de nada.

Veremos que sucede a la vuelta del verano!

Terminaron mis vacaciones y toco la vuelta a casa, mientras que la gente que iba de regreso mostraba caras largas en las gasolineras yo estaba deseando llegar.

El verano había discurrido bien, buenas comidas, fiestas y un par de ligues ocasionales. Y si bien no follaban mal, nada sustituye a una guarra entrenada por uno mismo.

Eva se había echo literalmente cientos de fotos, le encantaba dejar que la viera en la playa con los chicos que iba conociendo, con sus amigas, inocentes a las que cada vez que podía las fotografiaba desnudas, cambiando de bikini, borrachas dormidas en su habitación… Por lo visto papi no tenia problema en que sus amigas fueran a dormir con ella, pobres. Eva se cuidaba de que cayeran borrachas al llegar a casa y me mandaba auténticos documentales. Para cuando termino el verano había visto las rajas y las tetas a casi todas las que salían en sus felices e inocentes fotos de verano del facebook. Alvaro Gomez, su cornudo novio hacia tímidos avances, ya le tocaba las tetas por debajo de la ropa y una vez ella se la machaco dentro del pantalón, no era muy espabilado el chaval. Me escribía desesperada, necesitaba que la follaran como a una puta y se dejaran de tonterías de enamorado, así que un par de noches la deje escaparse de casa cuando sus padres dormían e ir a un bar de mayores que tenia cerca, no debían bajar de 30 y no debía repetir, ella se los follaba en el coche, luego movil falso y a otra cosa, había que proteger su reputación.

Tina por otro lado si bien me mandaba algún mensaje cerdo de rigor, no se prodigaba mucho, a esa distancia no podía jugar con ella así que la deje creerse que ya estaba todo controlado y me había aburrido. Lo que no sabia es que yo controlaba el mail del cornudo y que me había enterado de que el día que yo llegaba el se iba de viaje tres días. Iba de vuelta a madrid viendo en el movil como el se alejaba de casa rumbo al aeropuerto… Yo, previsor, le había dicho que volvía la semana siguiente.

Llegue a casa, recogí los cd que se habían grabado de su casa, revise que estuviera sola, estaba viendo un culebron en la tele vestida con un camisón cutre. Cogí las llaves de su casa y allí me encamine.

Entre en su casa con un – Hola tetona –

Ella asomo por la puerta del salón con cara de susto.

•Que haces aquí? – Creí que no volvías hasta dentro de una semana –

•Mentí guarrilla, no quería que pusieras tierra de por medio –

Ella me miro con cara de que la había pillado.

•Y ahora ven aquí y demuéstrame lo mucho que te alegras de verme –

•y si no me alegro?

•Crees que me va a importar?

No se movió.

Me acerque, la agarre por la cintura y de la cabeza y le di un largo morreo, sobe sus gordas tetas – dios! que maravilla de ubres tienes guarra! –

Sus pezones se pusieron duros. – Ves! ellos si se alegran de verme!! –

•eres un cerdo! –

•gracias!!

•Bien, arrodillate, hace tres días que no descargo pensando en mi guarra tetona y su boca, voy a llenartela de semen. –

La empuje por los hombros hasta arrodillarla. Le saque el camisón por su cabeza viendo sus hermosas tetas.

•No te hagas la remilgona guarra, ya tragaste mas semen de esta polla que de la del idiota del cornudo –

Ella puso cara de resignada y abrió la boca introduciendosela. Dio un pequeño gemido.

•Jajaja, tenias hambre!?

•es muy gorda! –

•Toda tuya guarrilla – vamos, trabajatela o todo el mundo vera tus ubres.

•Eres un cerdo pero se que no lo harías! –

•Igual que yo se que no renunciarías a esta polla!

•Mientras que me folles y me trates como la guarra que soy sabes que no. Me gusta la sensación de ser la puta de un tío, su hembra –

•Una buena hembra no habla tanto y chupa mas –

•Una buena hembra traga la leche de su macho, le chupa la polla, se deja follar por el coño y por el culo, es eso lo que quieres que diga guarro? –

•jajaja, anda, chupa, quiero correrme en tu boca! –

Ella aplico mas presión sobre mis pelotas con la mano con las que las tenia cogidas y se la metió en la boca, hasta la garganta. Fue metiendosela y sacandosela muy despacio mientras aspiraba muy fuerte, me la machacaba con la otra mano de cuando en cuando. No aguante mucho – me corro! – ella pego los labios sobre la cabeza de mi polla y chupo fuerte mientras que me presionaba debajo de las pelotas, entre los huevos y el culo, me desborde, me salía semen a borbotones mientras culeaba, ella no soltaba mi polla recibiendo toda mi descarga en su boca, poco a poco fui calmandome y ella espero a que terminaran de salir las ultimas gotas. Se la saco, me miro y trago, le costo un poco.

•Joder, como estabas!

•a rebosar, te lo dije –

•Te gusto?

•Me encanto, lo sabes, es una cerdada que me encanta –

•Bien, buen recibimiento tetona –

Tina – Y ahora?

•jajaja, haz algo de cenar cariño, voy a pasar aquí los próximos tres días.

Ella me me miro con sorpresa y después sonrío – y que harás tres días aquí!? –

– Follarte, follarte el coño, el culo y la boca… el resto del tiempo disfrutar de esas ubres que te gastas, me encanta verlas cerca.

Se levanto y fue a la cocina, yo me subí los pantalones y metí los cd que había traído en el cd del cornudo, empece a revisarlos mientras me fumaba un cigarro.

Ella volvió con un par de bandejas y algo de picar.

Tina – Los vamos a ver juntos??

•Claro, te gustan los culebrones no?, a mi tb

•Me siento como una cerda dejándote ver mi vida intima con mi marido.

Metí la mano en su coño, estaba chorreando – lo eres, pero te encanta por lo que veo -cogí su clítoris entre los dedos, lo estire y lo acaricie.

Ella me miraba con cara de puta, jadeando, sus tetas se movían con su respiración. Su coño chorreaba.

•A ver si entiendes una cosa guarra. Me perteneces, mucho mas que al cornudo de tu marido, a tu papi, a ti misma,, tienes marido por que yo quiero, tienes vida social por que yo quiero. Soy el dueño de tus ubres, soy el dueño de tu coño, soy el dueño de tu culo y de esa boca de guarra chupapollas que tienes – seguí jugando con su clítoris, sus pezones estaban como piedras, jadeaba mas fuerte – lo entendiste cerdita? – Si!! Siiiii!!!! dios!! -y se corrió.

•Cabron!

•Anda, déjate el rollo de estirada y siéntate a cenar. – Le di al play.

Fui pasando rápido las grabaciones, la mayoría eran días tranquilos en casa de una pareja, cada vez que veía una conversación intima paraba y la escuchaba. Ella suspiraba

– Joder, es horrible –

•A callar putita!

•Sequi, un par de días mas tarde se les veía tener sexo al despertar, nada interesante, ella ni se quitaba el camisón. El polvo no llego a los 10 min y ella hizo que se corriera fuera.

•Mal!, tienes que desnudarte cuando folléis, lucirte follando como la buena hembra que eres!

•No dijiste que no disfrutara?

•Eso es una cosa, otra es que sabes que yo lo veré, debes lucirte para mi, buscar la mejor pose, menear esas tetas, estrujarlas… mirar a la cámara, no quiero que pase un solo segundo con su polla dentro que no pienses en mi. Bastante hago con dejarle que te folle. Eres mi actriz porno personal.

•No se si se lo merece – cogió el mando y avanzo hasta un par de días mas tarde.

Era una imagen de los dos en la cama, ella acariciaba su polla pidiendo guerra evidentemente. El la paraba. Lo mejor es que el le decía que le daba aprensión hacer el amor estando ella embarazada. Ella le soltaba la mano y se iba a la ducha.

•Jajaja – que bueno!

•Verdad?, puedes hacer conmigo lo que quieras, valiente capullo me eche!

La cogí y la lleve a su cama.

•a cuatro patas guarra!

la puse mirando al espejo, quería ver su cara. Agarre su pelo haciéndola una cola y pase la otra mano por su raja.

•Me encanta cuando chorreas como una perra en celo! –

•No se que me pasa, con el embarazo ando mucho mas salida!

Recogí parte de su flujo y lo fui restregando por el agujero de su culo.

•Dios, por el culo no por favor!

•A callar, luego te follare el coño perra, pasaste demasiado tiempo con un capullo, quiero que recuerdes quien manda.

Apunte mi polla a su ano y empece a apretar, ella lo cerro al principio pero viendo que no iba a parar fue aflojando, entro la cabeza, ella tenso su espalda hacia atrás, aproveche ara tirarla del pelo y que la arqueara mas. Seguí empujando, veía su cara en el espejo.

•No cierres los ojos guarra –

•Te estoy enculando en la cama de tu marido y quiero que veas lo puta que eres!

•Siiiii!! soy una pedazo de guarra!!

•Me encanta ver tus ubres colgando cerda!! Tantas veces viendo como te hacías la digna por el vecindario con todos calientes por tus ubres y mirate ahora!

•Soy una cerda! tu cerda! una cerda con las tetas gordas! métemela mas!

•Que te meta que puta?

•Tu pedazo de polla cabron!! por el culo!! follate a tu perra por el culo cabron!!!

•Que guarra eres!! toma -Seguí machacandole el culo, la sacaba y se la clavaba hasta el fondo una y otra vez, notaba los jugos de su coño en mis pelotas.

•Estas corriéndote cerda? con mi polla en tu culo?

•Se me va la vida por el coño!! dios, estoy soltando chorros! no lo notas?

•Tengo las pelotas empapadas cerda!

•Ahora te las limpiare!, sigue por favor!! una vez mas!!

•Que harás que guarra?

•Te limpiare las pelotas, te lameré lo huevos cerdo!!te chupare todos los restos de mi coño y tu semen que tengas! dios!!! ummmm!!! sigueeeee!!!

•La agarre por las tetas y la eche hacia atrás. Agarre sus tetas de forma que sus pezones se veían en el espejo.

•Mirate perra, mira quien te folla por el culo so puta!!

•Tu cabron!! me encanta!! soy tuya, tu perra!!! diooooossssssss!!!!!

•Jajajaj, ya te corriste otra vez perra?

•Ella se la saco del culo, se giro y tumbandose boca arriba metió la cabeza entre mis piernas, empezó a pasarme la lengua por las pelotas. Se las metía en la boca mientras me machacaba la polla.

•Que gusto cerda!

•Correte! vamos!! quiero tu leche!!

•Ya viene! cerda! ya viene!!

•Ella se volvió a mover, se puso a cuatro patas y se la metió en la boca chupando fuerte y machacandomela.

•Vamos cabron! dame tu leche!! tu semen!! tu lefa!!! correte en la boca de esta puta tetona!!

La agarre la cabeza con una mano y una de sus ubres con la otra y descargue otra tremenda corrida. Ella sorbía como una loca.Yo sujetaba su cabeza metiéndosela mas profundamente. Cuando termine ella se la saco, jadeo y empezó a lamerme la polla y las pelotas. Cogí un cigarrillo, ella hizo el amago de levantarse.

•Donde vas? sigue lamiendome las pelotas guarra!!!.

Ella agacho la cabeza, se tumbo y empezó a pasarme la lengua suavemente por las pelotas.

******

Si alguien quiere agregarme o escribirme. Me gusta conocer a mis lectoras, que compartan sus fantasías o historias…

Los que me agregan para que les pase fotos o videos de mis patitas, de verdad ahorraros la molestia, estos relatos están para disfrute de lectores/as, no para joder a nadie.

Mail y contactos con opiniones, criticas… se agradecen, siempre se aprende algo

[email protected]

skype: luckmmm1000

 

Relato erótico: “yo vampiro 3” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Como sabéis los lectores después de completar mi venganza quería saber si había más de mi especie y mande mi espíritu a vagar por ahí que es otro de mis poderes puedo salir de mi cuerpo y mandar mi espíritu incluso cambiar de cuerpo y descubrir que había 3 vampiros más, un tal conde Drácula en Transilvania, una Elisabeth Bazhorit en Hungría y un tal Nosferatu por ahí en Eslovenia.
Así que cansado de argentina me dispuse ir a Europa en busca del conde Drácula y conocer a los de mi especie ósea que me eleve en el aire y empecé a volar en dirección al puerto para coger un barco a Europa. Cogí uno que iba a España no me resulto difícil ya que controle la mente del capitán y embarque había muchos pasajeros con dirección a España.
La travesía fue tranquila me dieron el mejor camarote por supuesto usando mis poderes y empecé a tener hambre casi nada puede hacerme daño pero necesito alimentarme así que pasee por el barco y vi una pareja besándose y claro le tire al novio por la borda y a ella no la di tiempo a gritar, la mordí ya que llevaba días sin alimentarme y la vincule a mí
Su nombre era Nadia era una rubia muy seductora después de morderla la hice mía a partir de ahora me perteneces y harás lo que sea para estar conmigo vamos a mi habitación – Tenía ganas de follar también llevaba varios días sin sexo y a los vampiros aparte de la sangre nos gusta mucho el sexo fuimos a mi habitación y nos desnudamos allí empecé a comerla las tetas ella suspiraba de gusto y me pedía:
-Mas no pares- me decía.
-Cómeme la poya zorra, da gusto a tu amo-
Ella se puso de rodillas y empezó a chuparme el rabo como si se le fuera la vida en ello yo la comí el chocho y se corrió como una fuente.
-Fóllame por favor lo necesito, quiero tu poya dentro de mi, soy tu puta dame por todos los lados.
La levante como una pluma en el aire y la folle en vilo, ella se volvía loca de gusto:
-No he visto un tío como tu, fóllame el culo, soy tuya.
Así que la puse a 4 patas y la di bien por el ojete mientras la cogía de las tetas:
-Rómpeme el culo -me decía- que gusto, dame más ahahahahahahahahaha.¡me corro!- me dijo.
Estuvimos follando bastante tiempo y se quedó dormida yo salí a dar una vuelta por la cubierta allí vi ah bastante gente que pensaba hacer su vida en Europa ya que Europa decían era las tierra de las oportunidades. Di vueltas por el barco cuando fui a entrar al camarote recibí invitación del capitán en que decía que daba un baile en honor a las damas por supuesto de clase alta.
Los pasajeros los otros iban en la bodega apañándose como pudieran ya que no tenían más dinero para un camarote total que la dije a Nadia que se vistiera que sería mi pareja en el baile y me presente en el baile con ella. Ambos estábamos espectaculares ella con un vestido con escote y yo bastante elegante con un vestido de época empezamos a bailar y a tomar copas le di las gracias al capitán por invitarme aunque sabía que estaba controlado por mí para que la gente no sospechara nada y era todo monótono cuando ya nada me atraía y me iba a retirar vi a unas preciosidades que eran madre e hija por lo que oí con mi oído y la dije a Nadia que hiciera lo que fuera necesario para que me las presentase.
Nadia tomo la copa y se dirigió a ella e hizo como si tropezase con ellas y les tiro la copa yo que estaba al tanto evite que se marchara el vestido y Nadia la pidió perdón no pasa nada dijeron un tropezón lo tiene cualquiera y me dieron las gracias me presente:
-Soy charles, esta es mi hermana Nadia, la que ha tropezado con ustedes.
Ella era Elisabeth de unos 36 años y su hija de 21 años eran preciosas como dije eran madre e hija Elisabeth era viuda e iba con su hija a Europa hacer su vida a España a unas tierras que tenían allí y olvidar el desdichado accidente de su esposo que le causó la muerte.
La madre era rubia con ojos verdes y la hija morena con ojos azules:
– Me quito el sombrero ante tanta belleza-
Ellas se sonrojaron.
-Es usted muy amable nos íbamos ya esta fiesta- me dijeron- es pesada para nosotras ya que se me murió mi marido y solo he venido por compromiso y la invitación del capitán.
-Yo también me iba, me permite que las acompañe a su camarote.
-Por supuesto.
Le hice a Nadia una señal para que preparara nuestro camarote sin que lo supieran, pronto seriamos 4 en el lecho. Las acompañé al su camarote cuando dijeron:
-Aquí nos despedimos, encantado de saludarle- me dijeron ambas.
-Yo creo que no, quiero que seáis mías- y puse mis ojos en ellas y las hice pasar a mi camarote donde estaba Nadia desnuda.
-Ya desnudaos a partir de ahora sois mis zorras y haréis lo que yo os diga, quitaros la ropa.
Ellas no se resistieron y la dije a Nadia:
-Cómelas el chocho a las dos.
Nadia se arrodillo y se rio y empezó a chupar primero a la madre y después a la hija ellas empezaron a gemir como dos putas calientes.
-Ahahahahahaha, chuparme la poya ahora las tres.
Elisabeth se la metió con ansia en la boca, se ve que echaba de menos a su marido fallecido y su hija me chupo los huevos y Nadia me puso el chocho detrás de mí para restregarse con mi cuerpo. Yo cogí a Elisabeth y se la endiñe hasta los cojones mientras le dije a su hija que la comiera las tetas y a Nadia que le chupara el culo.,
Elisabeth suspiraba de gusto luego cogí a Katia que era el nombre de su hija y me la folle mientras la madre le ponía el chocho a la hija para que se lo comiera y Nadia chupaba ahora a la madre las tetas.
Ellas estaba supercalientes aunque no sabían porque.
-Fóllate a mi hija ahora -me dijo Elisabeth – y dame por culo a mí.
Me folle a su hija por el culo mientras Nadia la comía el chocho, Elisabeth se masturbaba.
-Así- me decía- dala fuerte como una zorra y luego me jodes a mi, dame tu poya que poya más rica tienes- mientras me la chupaba.
Ambas chuparon el chocho a Nadia que se corrió de gusto hice que se restregaran sus chochos fue una orgia en toda regla por la mañana se despertaron en su camarote y no recordaron nada.
Yo estaba en la cama con Nadia descansando después de la orgia con las tres cuando oí al capitán:
-Tierra.
Acabábamos de llegar a España al puerto de Málaga le dije a Nadia que preparara el equipaje:
– nos vamos.
Nos fuimos de noche antes de que a la mañana siguiente desembarcara la gente y me eleve y me lleve a Nadia ya que me servía de comida y me hacía compañía el equipaje lo mande al tren donde partíamos con rumbo a Rumania Transilvania allí quería conocer al llamado conde Drácula que se creía más poderoso que nadie y tenía atemorizado al pueblo

  • : despues de completar mi venganza busco haber si hay mas como yo y me traslado a europa ya que allí he descubierto que hay un tal conde dracula
 

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 6” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 9

Al día siguiente unas risas provenientes del baño me despertaron y todavía medio dormido, me levanté a comprobar que era lo que pasaba. Me espabilé de golpe al cruzar la puerta ya que no me esperaba encontrarme a Sovann sentada en el váter y con su pubis lleno de espuma mientras su secretaria cuchilla en mano se lo afeitaba.
-¿Y esto?- pregunté riendo al contemplar la escena.
Con una sonrisa de oreja a oreja, Loun contestó:
-A la princesa le encantó mi coñito sin pelo y me pidió que la ayudara porque quería llevarlo igual.
Reconozco que sus palabras azuzaron mi lado más lascivo y tomando asiento a su lado, me quedé observando la forma con la que la maquinilla iba talando el escueto bosque que hasta entonces decoraba el sexo de la viuda de mi hermano. Mi interés no le pasó desapercibido y sin darse apenas cuenta, Sovann se empezó a calentar al sentir los dedos expertos de su secretaria trasteando en su entrepierna.
Un breve gemido que salió de su garganta me hizo levantar mi mirada para descubrir que afectada por esos toqueteos, se estaba mordiendo los labios en un intento de contener la calentura que estaba sintiendo.
-La guarrilla de tu princesa se está poniendo cachonda- informé a la muchacha.
Roja como un tomate, Loung contestó:
-No es la única.
Su confesión me agradó porque cuanto mejor se llevaran esas dos y más unidas estuvieran, mejor me iría y más placer me regalarían. Por eso y queriendo afianzar esos sentimientos, comencé a acariciarlas mientras cada vez era más evidente que la joven estaba aprovechando para masturbar a su jefa.
-Dios, ¡me encanta!- susurró la princesa al sentir los dedos de su ayudante mimaban su botón del placer.
La excitación de ambas se incrementó exponencialmente cuando, una de mis manos se apoderó de los pechos de la princesa mientras que con la otra magreaba sin recato las nalgas de su secretaria.
-No seas malo. ¡Puedo cortarla!- musitó en voz baja la chavala al notar que una de mis yemas se abría paso en su hasta entonces virgen ojete.
El morbo de saber que nadie había hoyado ese agujero me impulsó a juguetear con él mientras su dueña terminaba de afeitar a Sovann.
-¡Por favor!- sollozó la oriental al experimentar esa intrusión.
Su sollozo lejos de hacerme recapacitar, avivó el fuego de mi lujuria y sabiendo que no se iba a negar, ordené a Loung que limpiara con la lengua el chocho de su princesa mientras le introducía una segunda yema en su entrada trasera.
Sovann no puso impedimento alguno a que su secretaria empezara a lamer su sexo y colaborando con ella, separó sus piernas para que le resultara más fácil. Con los nervios a flor de piel pero ya dispuesta, Loung tomó posesión de su sexo concentrando todos sus esfuerzos en el clítoris que se escondía entre sus reales pliegues.
El efecto de esas húmedas caricias fue inmediato y retorciéndose sobre la tapa del váter, la viuda de mi hermano se corrió salvajemente. Sorprendida pero igualmente encantada por la violencia de ese orgasmo, su recién estrenada amante se fue bebiendo el flujo que brotaba del coño mientras su trasero era forzado por mis dedos. La insistencia de la joven prolongó el placer de mi cuñada, la cual con las hormonas de una hembra en celo cambió de postura y tirándose al frio suelo, buscó con la boca el coño de su ayudante mientras esta seguí lamiendo intensamente su sexo.
Esa maniobra que tantas veces había visto en las películas pero que nunca había practicado, fue el banderazo de salida a una loca carrera de ambas por encontrar el placer mutuo mientras yo ponía mi granito de arena separando las nalgas de la oriental.
-No me hagas daño- susurró al sentir que la cabeza de mi pene se posaba en su entrada trasera.
Estaba a punto de desflorar ese virginal trasero cuando comprendí que esa maravilla merecía una atención especial y que en mitad del baño, no podía ni debía hacerlo por eso cambiando de objetivo de un certero empujón se lo metí hasta el fondo de su cueva.
El chillido de placer de la secretaria fue tan brutal que durante unos instantes la princesa se quedó quieta pero al comprender que no era de dolor, mordisqueó el clítoris de la muchacha mientras mi verga machacaba el interior con fiereza.
-¡Me corro!- aulló descompuesta nuestra víctima al sentir ese doble estímulo y mientras su cuerpo era sacudido por el gozo, hundió nuevamente su boca entre las piernas de su jefa.
El sabor agridulce de su flujo exacerbó a la princesa que al comprobar que recibía la muchacha recibía con alborozo los embates del de su prometido decidió que era hora de completar su instrucción y levantándose, cogió las duras nalgas de la cría y abriéndolas me soltó:
-Amor mío, esta zorrita necesita que le rompas el culito.
Dudé un instante si obedecer pero al comprobar la facilidad con la que los dedos de Sovann invadían el ojete de su ayudante mientras esta, envuelta en sensaciones nuevas, no paraba de gemir de gusto me hizo cambiar de opinión y asumiendo que estaba dispuesta, saqué mi instrumento de su sexo y colocándolo en el inmaculado esfínter, lentamente fue horadándolo.
-¡Me duele!-aulló estremecida por el dolor.
El sufrimiento de la joven provocó que otra carcajada de su jefa la cual entregada a la lujuria reclamó que terminara de metérselo y soltando un fuerte azote sobre mi propio trasero, me obligó a romperle el culo diciendo:
-¡Haz que esta puta disfrute!
Azuzado por la nalgada, la cabalgué salvajemente. Mis embestidas alcanzaron un ritmo infernal que derribó todas las defensas de la oriental y su dolor se transformó en placer mientras lloraba por su virginidad perdida. Ante mis ojos, todo su cuerpo convulsionó al experimentar que se derretía siendo usada de esa manera por mí y totalmente a mi merced, gritó que no parara.
Al escuchar su pedido, la cogí del pelo y usándolo como riendas, me lancé en un galope desenfrenado que me hizo alcanzar nuevas cotas de excitación mientras mi cuñada se dedicaba a morder los pechos de la pobre chavala.
-¡Soy feliz siendo vuestra puta!- chilló descompuesta al interiorizar que su entrega era absoluta y que jamás había sentido tanto placer como el que la estábamos brindando en ese instante.
Al escuchar ese chillido, Sovann soltó una carcajada y acercando su boca a la boca de Loung, la mordió los labios mientras la decía:
-No solo eres nuestra puta, eres nuestra mujer y yo la vuestra.
Que ambas aceptaran de buen grado esa relación a tres bandas me alegró y viendo que no paraban de besarse, busqué mi propio placer acelerando mis incursiones sobre su culo. No tardé en explotar y Loung al sentir mi simiente rellenando el interior de sus intestinos, se vió sacudida por un nuevo y brutal orgasmo que la dejó paralizada hasta que agotada, se dejó caer sobre la suelo y sollozando volvió a confirmar que era nuestra y que no le importaba que su honor quedara en entredicho al ser nuestra amante.
-No entiendo- respondí al ver sus lágrimas.
Interviniendo Sovann me comentó que según las estrictas normas de la sociedad de su país, de conocerse que se había entregado a nosotros, cualquier miembro de su familia podía exigir que un juez reparara el daño lo que conllevaría no solo el ser desheredada sino que llevándolo al extremo, podía ser víctima de un asesinato por honor.
Hasta ese momento no había conocido que sobre ella caería la vergüenza de ser una paria y que su familia renegaría de ella por ser la amante de la princesa y de su futuro marido.
-¡Qué salvajes! ¡Eso es medieval! – exclamé poniendo a mi cerebro a trabajar a mil por hora.
Loung temiendo que la separara de nuestro lado, se arrodilló a mis pies implorando que no lo hiciera por que prefería una vida corta pero intensa con nosotros dos que languidecer lejos de nuestros brazos.
-Tengo una solución- respondí llevándola hasta la cama y mientras la princesa intentaba consolarla, cogí el teléfono.
-¿Qué vas a hacer? –preguntó mi cuñada.
-¿Recuerdas a Sergio, mi socio?- dije a la muchacha que no paraba de llorar.
Enjuagándose las lágrimas, contestó que sí y fue entonces cuando descojonado la solté:
-Me debe muchos favores y no podrá objeción.
-¿Objeción a qué?- insistió Sovann.
-Aunque nunca lo hemos hablado, sé que es homosexual y como no le interesa que se sepa, jamás saldrá del armario públicamente… le voy a pedir que se case contigo- repliqué mirando a la aterrorizada muchacha- y aunque legalmente seas su esposa, la realidad es que serás la nuestra.
-No va a aceptar- sollozó mientras en sus ojos se podía vislumbrar un hálito de esperanza.
-¡Lo conozco y sé que lo hará!- repliqué mientras marcaba su número.
Los tres timbrazos que tardó en contestar se me hicieron eternos pero me sirvieron para acomodar mis ideas y saber que decir.
-Buenos días- escuché que me saludaba desde el otro lado de la línea.
Midiendo mis palabras, le conté brevemente el tipo de relación que me unía con las dos samoyanas mientras ellas permanecían calladas y expectantes sobre la cama.
-¿Te estás tirando a las dos?- preguntó muerto de risa.
-Así es- reconocí- y eso es un problema.
Creyendo que le llamaba para fantasear, no pudo reprimir una carcajada mientras me decía:
-Sí, ¡que te van a dejar seco!
No tomé en cuenta su burrada y conociendo el modo de pensar de mi amigo, le expliqué el negro panorama que se le avecinaba a la chavala si alguien llegaba a sospechar que era nuestra concubina. Su tono perdió la guasa cuando contestó escandalizado que era increíble que eso pasara en pleno siglo xxi.
-Por su bien tienes que terminar con ella- insistió.
-Lo intenté pero ella no quiere y amenaza con suicidarse si la dejamos- respondí en plan melodramático.
Sin saber que le iba a pedir su ayuda, me preguntó:
-¿Qué vas a hacer?
-El problema es de los dos – respondí -porque si esto sale a la luz, su padre que actualmente es un poderoso aliado se pondría en contra de la princesa y podríamos perder este negocio.
Sergio, que no es tonto, comprendió que se me había ocurrido una solución que no le iba a gustar y con la mosca tras de la oreja, replicó:
-¿En qué has pensado?
Lanzándome al precipicio, contesté descubriendo su secreto:
-Aunque jamás me lo has reconocido, sé que eres homosexual y sabiendo que nunca se te ha pasado por la cabeza hacerlo público, necesito que te cases con ella princesa y en contraprestación, te regalo el primer millón que ganemos haciendo negocios con los samoyanos.
Mi amigo se quedó callado al escuchar mi petición. Tras unos segundos de indecisión y apenas repuesto de la impresión, me espetó:
-¡Eres un hijo de puta! Si lo sabías, ¿por qué nunca me lo habías comentado?
Extrañado que fuera eso lo que le molestaba y no el favor que le estaba pidiendo, respondí:
-Porque me daba igual. Te quiero como a un hermano y a la familia no se la juzga- y defendiéndome como gato panza arriba, exclamé: -¡esperaba que fueras tu quien me lo dijera!
Durante un minuto se mantuvo en silencio digiriendo el contenido de nuestra conversación, tras lo cual mirándome a los ojos contestó:
-No sabes lo que he sufrido durante estos años al no saber si me rechazarías, por eso comprendo perfectamente lo que debe estar soportando esa cría con la situación en la que la has puesto. ¡Deberías haberlo pensado antes de meterte entre sus piernas!
-Lo sé.
-¡Qué cojones vas a saber! ¡No tienes ni puta idea de lo que se siente al tener que esconderte!
Acojonado por el cabreo de mi amigo y temiendo que no me ayudara, pregunté si nos iba a ayudar:
-A ella, no a ti. Eres un cerdo egoísta que solo piensa en su bragueta. ¡Por supuesto que me casaré con ella! Y si algún día tiene la desgracia de quedarse embarazada por ti, reconoceré a su hijo como hijo mío y no podrás negarte.
-Te lo agradezco- respondí escuetamente al no querer entrar en el tema de la paternidad.
Cambiando de tono, Sergio me dijo:
-El millón me lo quedo y tú pagarás la boda porque al final de cuenta eres tú el causante y máximo beneficiario de esto.
No pude más que aceptar sus condiciones. Despidiéndome de él, me dirigí a las dos orientales que permanecían atentas por el resultado de mi llamada y luciendo una sonrisa de oreja a oreja, comenté:
-Volvamos a la cama a celebrar que nuestra pequeña se casa.
Para mi sorpresa, Loung me contestó que no estaba contenta con esa solución y que aunque la aceptaba, pensaría en otra que la satisficiera más…

 

Relato erótico: “Show me how to life”(PUBLICADO POR KARRAS)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2

 “Show me how to life”

 

Sin títuloPor fin llegó el 30 de Mayo de 2005, Audioslave  aterrizaba en Madrid para presentar su segundo disco “Out of Exile”. Tocaban en “La Riviera” y por eso, al ser un recinto relativamente pequeño para ese grupo, decidí comprar las entradas con tres meses de antelación.

Vanesa pasó a recogerme a las seis de la tarde para llegar con tiempo y tomarnos unas cervezas antes de entrar al concierto. Cada cierto tiempo, planeábamos una escapadita juntos para desconectar de nuestras vidas y reactivar nuestra vieja amistad que se produjo a raíz de la fallida relación amorosa que mantuvimos unos años atrás. Casi siempre íbamos al cine para compartir una de nuestras grandes aficiones, las películas de terror, pero hoy tocaba otra de ellas, la música. Ahora, ella estaba casada y yo mantenía varios escarceos, nada serios, con otras amigas pero la verdad es que, siempre me había gustado mucho, sobre todo por su manera de ser y porque es buena persona. Físicamente era una chica muy atractiva, con el pelo castaño a media melena y con unos grandes ojos verdes que iluminaban toda su cara. Su cuerpo menudo contrastaba con sus enormes tetas que destacaban por encima de todo lo demás, me volvían loco. 

Cuando llegamos allí, se produjo un milagro, encontramos sitio para aparcar a la primera. Compramos un par de botes de cerveza y nos fumamos un cigarro en el parque que está en frente de la sala de conciertos. Como siempre, nuestra conexión fue especial, daba igual el tiempo que hubiera pasado sin tener apenas contacto porque, a los pocos minutos de estar juntos, recuperábamos todo lo perdido.

A las ocho en punto abrieron las puertas y la gente comenzó a pasar. Nos pusimos en la cola y esperamos, pacientemente, nuestro turno para acceder al recinto. Cuando entramos, aunque el aforo estaba casi al completo, se podía andar sin mucho agobio. Compré otro par de cervezas en una de las barras y nos pusimos en un sitio desde donde veíamos el escenario sin problemas. Según se aproximaba la hora de comienzo, nos fuimos apretando más y el contacto fue inevitable. Al notar el roce de su teta en mi brazo, la miré, ella sonrió y se restregó más contra mí.

-Es lo que tienen los conciertos, ¿no? Me dijo en un tono que hizo despertar a mi polla.

-Pues sí, es lo que tienen, Así mejor, ¿no? Le contesté tocándola bien el culo.

-Por supuesto que sí.

Con los empujones, nos fuimos moviendo hacia una zona que estaba más despejada, lo malo fue, que se formó una especie de pasillo, delante nuestro, por donde pasaban los que querían salir de todo el mogollón de gente. Inesperadamente, un rostro me resultó familiar.

-¡Coño, prima! Pero ¿Tú que haces aquí?

-¡De paseo, no te jode! Me contestó riéndose  dándome dos besos.

-No sabía que te gustara Audioslave.

-¡Pues sí, primito! Sobre todo Chris, el cantante. ¡Está buenísimo!

-Mira, Irene, te presento a mi amiga Vanesa.

-Hola, Encantada de conocerte.

-Hola, igualmente. Le contestó mientras la saludaba.

-¿Has venido sola? Pregunté elevando un poco la voz.

-No, he venido con unos compañeros de la facultad.

-Y ¿por dónde estáis?

-Estamos al lado del escenario, en todo el meollo. He salido porque me estaba agobiando ahí dentro y así, aprovecho para ir a mear.

-¡Venga, te acompaño que esto va a empezar! Dijo Vanesa cogiéndola de la mano.

Se perdieron entre la gente y yo me quedé fumándome un cigarro pensando en las casualidades de la vida. Hacía bastante tiempo que no veía a mi prima y me la tenía que encontrar en el último lugar que me podía imaginar. Entonces las luces de la sala se apagaron y el grupo salió al escenario tocando los primeros acordes de “Your time has come”, el primer single del nuevo álbum. El público reaccionó al instante, gritando y levantando las manos, celebrando la aparición de sus ídolos. Desde donde estaba, veía perfectamente a la banda y no era muy agobiante pero, de repente, empecé a notar como unas manos comenzaron a sobarme el culo, me dí la vuelta rápidamente y cuando vi que era Irene, el corazón me dió un vuelco. Detrás de ella, Vanesa se tronchaba de la risa. Me reí con ellas por su ocurrencia y no le dí más importancia.

Después de un par de temas, comenzó a sonar “Like a Stone” (mi canción preferida) y mi prima, que al final se había quedado con nosotros, me dijo gritándome al oído:

-Primo, súbeme a hombros que quiero ver mejor a Chris.

-¡No jodas! ¿En serio?

-¡Claro, venga, si no peso nada!

Al final acepté, se puso delante de mí con las piernas abiertas y me agaché para meter la cabeza entre ellas. Sujeté sus tobillos con mis manos y con un ligero impulso, me incorporé. La verdad es que no me supuso ningún esfuerzo y si encima ella disfrutaba más del concierto, pues mejor. Pero, según avanzaba la canción y sus movimientos, comencé a darme cuenta de la dureza de sus muslos y de su culo, ¡Joder con mi primita!

Nunca había pensado de esa manera en ella, pero la situación que se había planteado empezó a cambiar mi visión sobre Irene. En este punto, os diré que mi prima tiene 23 años, 1,60 de altura y unos 50 kilos de peso. Morena, con el pelo largo, casi siempre recogido en una coleta y con una cara muy bonita y graciosa por los dos hoyuelos que le salen en los mofletes cada vez que se ríe (que es casi siempre). No tiene muchas tetas pero, como ya os he comentado, su culo y sus piernas son un espectáculo digno de admiración.

Yo, ya no prestaba atención a la actuación, que tanto había esperado, porque sólo estaba pendiente de sentir el cuerpo de mi prima. De vez en cuando, ponía las manos en sus rodillas intentando subir lo máximo posible sin que ella lo notase, pero la verdad es que me daba igual, estaba súper empalmado y podía ponerle cualquier excusa ante esos movimientos estratégicos. Cuando acabó la canción se bajó de mis hombros y, después de un par de temas más, se despidió de nosotros para regresar junto a sus compañeros de facultad.

Vanesa y yo continuamos disfrutando del excelente concierto que estaba ofreciendo la banda californiana pero, tras 20 canciones y casi dos horas de actuación, las luces se encendieron y los fans comenzamos a abandonar la sala, satisfechos por el show presenciado.

En el camino de vuelta, Vanesa y yo, nos prometimos, como siempre, que no podíamos dejar pasar tanto tiempo entre una y otra quedada y nos despedimos con tristeza pero, a la vez, muy contentos por lo bien que nos sentíamos cuando estábamos juntos.

Cuando llegué a casa, la cabeza me daba vueltas, no podía disipar el recuerdo de Irene de mi mente. Sólo con pensar en ella, me empalmaba de una forma brutal y eso no me gustaba porque había convertido un hecho aislado y puntual en un acto morboso y además, si se enteraba alguien de la familia me iba a caer un buen paquete. Encendí un cigarro y me recosté en la cama intentando olvidar todo lo ocurrido porque, al fin y al cabo, era imposible que todo eso pasara de una anécdota curiosa. Esa noche dormí peor que nunca.

Pasaron los días y todo regresó a la normalidad, yo seguía con mis ligues ocasionales tan contento cuando un sábado, después de salir del trabajo, recibí una llamada en el móvil.

-¿Sí?

-¿Hola? ¿Juan?

-¡Tía Margarita! Hola, ¿Qué tal estás? Contesté con el corazón acelerado.

-Muy Bien, ¿y tú?

-Bien, acabo de salir del trabajo.

-¡Ah, me alegro mucho! Te llamaba porque Irene me ha dicho que os visteis en el concierto del otro día y, al ver lo contenta que se ha puesto, he pensado que podías venirte a comer mañana con nosotras. ¿Qué te parece?

En ese momento, el mundo se me vino encima y un montón de preguntas surgieron en mi mente sin respuestas positivas. Ciertamente, yo no quería verla para no alimentar más el morbo pero, quizás, estaba exagerando la situación, así que, acepté la invitación.

-¡Vale!, ¿A qué hora me paso por allí?

-¡Cuándo tú quieras, sobrino! pero, si quieres, pásate pronto y hablamos un poco, que hace mucho que no nos vemos.

-¡Genial! Entonces nos vemos mañana. Le dije sin mucho entusiasmo, consciente del interrogatorio que iba a sufrir al día siguiente.

-Un beso grande, Juan.

-Un beso, tía Marga.

Cuando colgué a mi tía, atravesé pensativo la Puerta del Sol y me metí en el metro para dirigirme a casa, pero cuando el convoy llegó a Atocha me bajé para ir en busca de mi buen amigo Manuel, que era quién me suministraba mis dosis de marihuana para mis estados carenciales de ánimo. Iniciaba mi medio fin de semana libre y no estaba dispuesto a comenzarlo de mal rollo por la comida familiar del día siguiente.

Ya en casa, me duché y me preparé un porro para pasar una tarde tranquila viendo un par de películas. Evidentemente, miraba la tele pero no le prestaba atención porque la imagen de mi prima no dejaba de aparecer en mi mente y, lo que es peor, la de mi tía Marga también comenzó a aparecer. A pesar de sus 48 años, Marga, era una mujer que, sin llamar mucho la atención, se hacía notar. Los kilos de más, no hacían sino realzar su apetecible figura. Me preocupé y miré, de cerca, el porro que me estaba fumando, como si le estuviera pidiendo explicaciones del porqué de esos pensamientos, cómo si el culpable fuese él. Se me ocurrió que, a lo mejor, la “maría”, que me habían dado esta vez, estaba mala o algo así y me estaba haciendo desvariar. Pero no, lo único que estaba malo aquí, era mi cerebro que, encima, le estaba ordenando a mi polla que se sublevase ante mis prejuicios.

 ¡Y vaya que sí lo hizo! Lo único que pude hacer fue masturbarme para rebajar el increíble cariz que habían alcanzado los acontecimientos y quedarme dormido a los pocos minutos de haber acabado.

Cuando me desperté, los títulos finales de crédito de la película desfilaban por la pantalla de la televisión. Eran las once y media y todo apuntaba a que me esperaba una larga noche de insomnio, así que, volví a ponerla y, esta vez sí que presté la atención necesaria.

A la mañana siguiente, el ruido de la lluvia me despertó, levanté la persiana de mi habitación y observé el tremendo aguacero que estaba cayendo. A pesar de que ya había amanecido, todavía parecía de noche por las oscuras nubes que poblaban el cielo. Me preparé un café y encendí un cigarro mirando como la lluvia empapaba toda la terraza.

A las diez de la mañana ya estaba afeitado, duchado y arreglado, listo para salir de casa para afrontar la cita con mi tía y mi prima. Antes de salir, preparé dos porros para calmar un poco los nervios y me los guardé en la cazadora. Ya no llovía, cogí el metro y en quince minutos ya estaba en Menéndez Pelayo. Salí a la superficie y como iba con tiempo de sobra, subí hasta el parque del Retiro para entonarme un poco antes de ir a casa de mi tía. Al cabo de media hora, terminé y salí del parque para encaminarme hacía allí con un “globo” considerable. Al llegar al portal, toqué el telefonillo y casi, al instante, el zumbido del telefonillo sonó avisándome para que accediera a la propiedad. Las puertas del ascensor se abrieron en el undécimo piso y mi tía ya me estaba esperando en el rellano de la planta.

-¡Buenos días, sobrino! Me saludó alegremente.

-¡Hola, tía! ¿Qué tal estás? Contesté acercándome para darla dos besos.

-Muy Bien, terminando de arreglarme un poco estos pelos. Me dijo recogiéndose el cabello en una coleta y respondiendo a mi gesto.

Pasamos al interior del piso e inmediatamente la fragancia que pululaba por el salón me trasladó a la época en la que íbamos a comer con mis tíos, cuando todo estaba bien, casi todos los domingos. Poco después, mis padres se separaron y mi tío se largó, desapareciendo sin dejar rastro, abandonando a su mujer y a su hija recién nacida.

-Pasa, Juan, Irene no está, ha salido a hacer un poco de “footing” al Retiro.

-¿Sí? He estado allí un rato antes de subir.

-¿Y no la has visto?

-Pues no, no la he visto.

-Bueno, ya tiene que estar al venir, ¿Quieres tomar algo?

-Ahora mismo, no.

-Bueno, cuando te apetezca algo ya sabes dónde está la cocina. Ponte cómodo que yo voy a terminar de arreglarme.

-Vale, tía.

Me senté en el sofá del salón mientras Marga, desaparecía en el interior del piso canturreando alegremente una canción que no pude identificar. ¡Cuántos buenos recuerdos me traía esa casa! Me levanté y abrí la puerta de la terraza que siempre me había encantado por sus espectaculares vistas de esa parte de Madrid. Encendí un cigarro y me apoyé en la barandilla cuando oí que la puerta de la calle se abría.

-¡Mamá!, ya estoy en casa. Gritó Irene cerrando la puerta.

-¡Hola, hija! Ya ha llegado tu primo Juan. Le respondió su madre.

Entré en el salón y todos mis malos presentimientos se hicieron realidad. Allí estaba, delante de mí, perfectamente uniformada con las mallas negras de entrenamiento, un ajustado chubasquero azul oscuro y unas “Asics” blancas que, por su estado, delataban los numerosos kilómetros que llevaban recorridos. Sus grandes ojos marrones y sus mofletes que, estaban un poco colorados por el esfuerzo, destacaban sobre la piel blanca de su cara.

Se colocó la coleta por delante de los hombros y me dijo sonriendo:

-Primo ¿Qué te pasa? Parece que hayas visto un fantasma.

-Eh, eh, no, es que…. Uff, me he quedado pillado. Le dije sin mucha convicción.

-Ya, ya, bueno, voy a ducharme, ahora te veo. Me contestó dándose la vuelta  quitándose el chubasquero.

-Ok, Irene. Respondí quedándome con la boca abierta.

La visión de su culo perturbó mi mente del todo. Encima, por si no fuera ya bastante, sus dos cachetes, perfectamente divididos por el tanga que llevaba puesto, se movían alegremente con cada paso que daba por el pasillo. El movimiento de esas dos espectaculares masas de carne me nubló el raciocinio por completo. La erección no se hizo esperar, fue instantánea. Me senté en uno de los sillones y crucé las piernas para intentar disimularlo pero, al sentir la incomodidad de la postura, volví a la posición inicial notando el calor que invadía mi cabeza y el sudor que empezaba a humedecer mis manos.

Entonces, Marga apareció para no mejorar en nada mi situación.

-Ya estoy lista, perdóname por la tardanza, Juan. Me dijo mientras abrochaba los botones superiores de la camisa negra que se había puesto por fuera del pantalón vaquero.

-No te preocupes, tía. Le contesté removiéndome en el sillón, intentando que no se diera cuenta de lo que se había formado entre las piernas.

-¿Quieres tomar algo?

-No, ahora no me apetece.

-Bueno, pues vente a la cocina y así, hablamos mientras termino de preparar la comida.

-Eso está hecho.

La seguí hasta la cocina y confirmé, con mis miradas furtivas, que el culo de mi tía, aunque más voluminoso, no tenía nada que envidiarle al de su hija. ¡La genética es maravillosa! Mientras ultimaba los preparativos del cocido madrileño que estaba elaborando, yo luchaba, sin conseguirlo, para no seguir escrutándola y evaluándola. Imaginé como serían sus tetas y sus pezones, traté de adivinar la firmeza de esas piernas que llenaban la tela vaquera en su justa medida y admiré la belleza de su rostro, casi sin maquillar.

¡Uff, estaba súper excitado! Ya no la veía como mi tía, ni siquiera como la hermana pequeña de mi padre, ahora la veía como la mujer, atractiva, sensual y sexual, que era. Mucho más de lo que ella se pensaba, ¡seguro!

Conseguí parar, momentáneamente, la maquinaria sexual en la que se había convertido mi cerebro hablando de lo bien, de lo regular y de lo mal que le iba al resto de nuestros familiares. Fue un remedio genial para bajar la erección que, solo unos minutos antes, me había hecho pasar uno de los momentos más embarazosos de mi vida.

Tras unos minutos más de charla, la comida ya estaba lista.

-¡Venga, sobrino! lávate las manos que vamos a poner la mesa. Me dijo como si todavía fuese un niño pequeño.

-¡A sus órdenes! Le contesté simulando el gesto militar, bromeando.

-Jajajaja, anda tira para el servicio. Me respondió con una gran sonrisa.

Al llegar al baño, la puerta estaba medio abierta, la empujé y encendí la luz. El vapor del agua caliente todavía flotaba en el ambiente así que, cerré la puerta y abrí la ventana para que el aire fresco ventilara el servicio. Entonces lo vi. El cesto de la ropa estaba lleno hasta arriba y, por lógica, las últimas prendas tenían que ser de Irene. Sentí como los latidos del corazón golpeaban con violencia mi interior por el repentino e inesperado descubrimiento. Miré hacia la puerta y giré el pestillo. No sabía que estaba haciendo y en el lío en que podía meterme pero yo, ya no razonaba. Sólo quería encontrarlo y lo hice. Estaba enredado en las piernas de las mallas, era negro, de algodón, nada de otro mundo pero era especial,  había estado en contacto con su sexo. Me desabroché los pantalones y me saque la polla. Estaba muy roja, casi morada por la excitación y el morbo de todo lo que estaba pasando. No pude resistir más, cerré los ojos y empecé a masturbarme con fuerza oliendo el tanga, impregnándome de su celestial mezcla de olores. No aguante mucho, cuando noté el escalofrío, me arrimé al lavabo y descargué varios goterones de esperma que resbalaron hacia el desagüe de la pieza de porcelana. Las piernas me temblaban y el corazón empezó a disminuir las alocadas pulsaciones; me limpié la punta de polla sacudiéndola con dos o tres golpes secos contra el lavabo y abrí el grifo para eliminar los restos de semen. En ese momento, llamaron a la puerta.

-(¡Pum, pum, pum!)

-¿Primo, sales ya? Está todo preparado.

-Sí, sí, ahora mismo salgo. Le contesté nervioso a Irene.

Me guardé la polla en su sitio y, no sé porque, también me quedé con el tanga. Lo metí en el bolsillo y salí del servicio rojo como un tomate. Cuando llegué al comedor, la mesa ya estaba preparada con aperitivos y bebidas. Marga e Irene se quedaron mirándome fijamente.

-Juan, ¿estás bien? Tienes mala cara. Me dijo Marga analizándome.

-Sí, sí, estoy bien. Le contesté, bajando la mirada, completamente avergonzado.

-Pues, venga, ¿Qué quieres, un poquito de vino o vermut rojo? Me preguntó Irene riéndose.

-Venga, aunque no estoy acostumbrado, un poco de Vermut. Contesté con la esperanza de poder relajarme un poco con el alcohol.

A partir de aquí, la comida se desarrolló con normalidad exceptuando algunas indirectas muy directas de Irene sobre, por ejemplo, mi relación con Vanesa o a mi incapacidad de tener una novia estable por las diferentes relaciones que mantenía con mis amigas.

-A tu edad, ya deberías pensar en sentar la cabeza, Juan. Me dijo Irene algo más seria.

-¿A mi edad? Le respondí con sorpresa.

-Irene, hija, con 34 años, tu primo todavía es joven. Es más, yo diría que está en uno de los mejores momentos para un hombre. Dijo mi tía, sonriendo y guiñándome un ojo.

-¡Vamos, que me estás llamando viejo por toda la cara! ¿no?

-¡Qué no, hombre! No os pongáis nerviosos, carcamales. ¡Era broma! Respondió Irene, partiéndose de risa, orgullosa de su juventud.

-Bueno, chicos, ¿qué queréis? Café, un licorcito de manzana o melocotón, una infusión…….

-Yo, un café sólo, por favor, tía.

-Mira, pues yo también quiero uno. Dijo Irene.

-¡Pues ala! ayudarme a recoger y nos lo tomamos en la terraza con un cigarrito, que hace tiempo que no me fumo ninguno. Dijo mi tía muy contenta.  

En un momento recogimos toda la cocina y nos fuimos a la terraza. Al llegar, encendí un cigarro y me senté en una de las sillas pequeñas que estaban fuera. Poco tiempo después, llegó mi tía y ocupó la otra silla disponible. Le ofrecí un cigarro, le di fuego y empezamos a charlar sobre cosas banales hasta que llegó Irene y se enfadó:

-¡Mírales, que listos! Y ahora yo, ¿dónde me siento?

-Perdona, siéntate aquí. Le dije levantándome de la silla con un corte tremendo.

-No seas así, hija. Ven siéntate aquí. Le dijo su madre señalándole su propia rodilla.

-¡Sí, hombre, prefiero sentarme con él! ¿A qué no te importa? Me preguntó sin esperar mi respuesta ante la mirada atónita de su madre.

Y así, en un abrir y cerrar de ojos, tenía a la mujer, que me había provocado una de las pajas más morbosas y peligrosas de mi vida, sentada sobre mi rodilla derecha. Mi cara debió ser un poema porque se empezaron a reír inmediatamente. Pero mi polla no reía, mi polla sufría, y mucho. Mi pierna derecha se convirtió en el receptor más sensible del mundo, sobre todo al notar como los cachetes de su culo se separaban para que su coño se asentara sobre mi muslo. ¡Menos mal que se estuvo quieta!

Aguanté el tipo lo mejor que pude durante un buen rato hablando y tomando el café pero, por desgracia, mi querida extremidad comenzó a dormirse y el cosquilleo se hizo insoportable.

-Irene, no siento la pierna. Le dije casi apenado.

-Jajajajaja, ¡vale, ya me quito! Pero porque voy al servicio, eh.

Cuando nos quedamos solos en la terraza, mi tía Marga intentó disculparse:

-No se lo tengas en cuenta, Juan, es muy descarada, lo siento.

-¡No te preocupes, tía! Acerté a decirle lo primero que se vino a la mente.

-Ya, pero es que me ha gustado mucho que hayas venido y no quiero que, por su actitud, dejes de venir.

-¡Anda, tía, no digas tonterías! Cuando quieras repetimos, además con tus recetas me ayudas un montón.

-¡Muchas gracias, sobrino! ¡Anda, dame un abrazo! Me dijo levantándose de la silla.

-¡Claro que sí, tía! Le contesté intentando disimular que lo deseaba con todas mis fuerzas.

Nos fundimos en un abrazo tan intenso, que no importó ni que mi polla golpeara su vientre ni que sus tetas se aplastaran contra mi pecho. A esas alturas ya poco importaban los remilgos, así que, cuando nos separamos, le pedí permiso para poder encender el porro que me esperaba en la cazadora.

-Tía, ¿te importa que fume un poco de “hierba”?

-No, no me importa, fuma si quieres.

Dicho y hecho, pasé al salón y cogí el porro del bolsillo de la cazadora pero, cuando me disponía a regresar a la terraza, la voz de mi prima me sorprendió.

-¡Primo, ven a mi habitación, porfa!

Cuando llegué a la puerta, ella salió y me cortó el paso.

-¡Devuélvemelo! Me dijo muy seria.

-¿El qué? Le contesté disimulando fatal.

-¿El qué va a ser? ¡Mi tanga!

-¡No sé de qué me estás hablando, Irene! Le respondí con la cara más roja que la sangre.

-¡Ah, no! Vale, vale, ¡tú te lo has buscado! Tras decirme esto se acercó y me agarró el paquete con la fuerza necesaria como para que diera un pequeño salto hacia atrás.

-¡Joder, Irene! ¿Qué coño haces?

-Tú, te has atrevido a coger mi tanga, entonces yo también cojo lo que quiero.

-¡Espera, tú ganas, toma! Lo saqué del bolsillo y se lo dí.

-¡Eso está mejor! Me dijo cogiéndolo pero sin soltarme.

-¿Me vas a soltar o qué?

-¿Qué pasa? ¿No te gusta que te toque los huevos? Me dijo acercándose a mi oído.

-Eh, eh, no, no sé, si……

-O prefieres que te los toque mi madre.

-Irene, ¿estás flipando?

-No, yo, no, ¡tú sí que flipas, primo! He visto como nos miras y por supuesto, la paja que te has marcado con mi tanga en el baño ha sido memorable, ¿no?

-¡Vale, me has pillado! ¿Qué quieres? Le dije asumiendo mi derrota.

-De momento, nada, pero ya pensaré en algo, no te preocupes. Me dijo liberando, de golpe, mi paquete de su mano.

-¡Joder, me estás dando miedo! Le respondí realmente intrigado y preocupado.

-Vuelve a la terraza con mi madre y dale de fumar un poco de hierba, a ver si eres capaz de bajarle un poco la guardia. Me dijo descolocándome por completo.

-¡Sí, eso suena bastante bien! Pero voy a tener que “colocarme” un poco para digerir todo esto. Le contesté dándome la vuelta para volver a la terraza.

-¡Espera un momento! Me ordenó agarrándome con firmeza por el brazo.

Cuando estuvimos frente a frente, se abalanzó sobre mí, regalándome un “morreo” brutal que hizo que me olvidara de todo. La agarré del culo, atrayéndola más, para sentirla por completo y ella, al notar la dureza de mi polla, se restregó, con fuerza, contra ella. Poco después, nos soltamos, nos fuimos sin decirnos nada más y regresé a la terraza deseando encender el porro para evadirme. Pero sabía, de sobra, que en esa casa, eso, iba a ser imposible.

-¿Qué te pasa, sobrino? Estás pálido.

-A mí, nada, tía. Le contesté encendiendo el porro.

-¿Seguro? Insistió.

-¡Que sí, tía! No pasa nada. Volví a contestarle, pasándole la pequeña antorcha humeante.

-¡Uy, hijo, yo no quiero! No fumo “eso” desde hace muchos años.

-¡Por eso! Sólo pruébala y verás que relax te entra.

-Bueno, pero poco, eh, que si no se me va la cabeza.

Le dio dos caladas que, aunque pequeñas, fueron suficientes para que, a los pocos minutos, comenzara a marearse.

-¡Joder, que mareo!

-Tía, ¿Estás bien?

-Sí, sí, pero acompáñame a mi dormitorio que me quiero tumbar un rato.

-¡Vamos, arriba! Le dije pasándome su brazo por mi cuello y sujetándola por la cintura con el otro brazo libre.

Llegamos al dormitorio y dejé que, ella misma, se tumbara en la cama para evitar cualquier contacto sospechoso. Sin pudor ninguno, se quitó los pantalones y los tiró al otro lado de la cama. Apartó, un poco, las sábanas y al meterse en la cama no pude apartar la vista de su tremendo culo y de las bragas que se perdían en su raja. Terminó de taparse y cerró los ojos sin decir una sola palabra.

Decidí avisar a Irene para decirle que era lo que había pasado pero, nada más decírselo, supe que la había cagado, o no. Entró en la habitación y fue a ver como se encontraba realmente. Al cabo de un par de minutos, salió de la habitación y entornó un poco la puerta para estar pendiente de su madre.

-¡Buahh, no es nada! En un par de horas estará más fresca que una rosa.

-¡Joder, qué bajón! Le contesté resoplando aliviado.

Nos asomamos una vez más y vimos que dormía plácidamente. Entonces Irene se vengó por el robo frustrado del tanga. Comenzó a magrearme, mirándome fijamente a los ojos, delante de la habitación de su madre. Casi sin darme cuenta, me encontré con los pantalones y los boxers en los tobillos y la polla mirando al techo del pasillo. La agarró con firmeza y comenzó a masturbarme mientras se arrodillaba. Me situó de perfil, casi debajo de la puerta, y, de repente, escupió sobre ella un par de salivazos para lubricarla,  deslizando su mano por toda su superficie, desde la base hasta el glande.

-¡Tienes que mirar a mi madre! Me ordenó tajantemente.

-¡Pero si está dormida! Le contesté girando la cabeza hacia la cama.

-¡Tú mírala, coño! Volvió a ordenarme antes de engullir la mitad de mi polla de golpe.

Seguí sus órdenes y observé como Marga, aparentemente, dormía pero unos leves movimientos, por debajo de la colcha, indicaban que, realmente, no era así. Mi tía se estaba masturbando viéndonos a nosotros. Ya no me extrañaba nada, así que, me apoyé en el marco de la puerta, para poder aguantar las incesantes acometidas bucales de Irene, y cerré los ojos para disfrutar de la gran mamada que me estaba realizando.

No sé por qué pero, después de casi diez minutos, no podía correrme, supongo que estaba tan excitado que quería que no acabara nunca. Sin esperarlo, todo terminó como había empezado, de golpe. Irene se levantó, limpiándose la comisura de los labios,  y cerró la puerta de la habitación de Marga.

-¿Qué tal? ¿Te ha gustado? Me preguntó, delante de mí, con las manos en la cintura.

-Tú, ¿Qué crees? Le contesté con la polla, mirando hacia ella, desafiante.

-Que sí, ¿no?

-¡Claro! pero…..

-¡Pero nada! por el momento, ¡esto se acaba aquí!

-¡No me jodas!

-Sí quieres que esto continúe, tendrás que aceptar las condiciones y ésta es una de ellas.

-¿Cuál?

-¡Obedecerme!

-¡Ah, vale, muy bien, de acuerdo!

La verdad es que estaba más sorprendido y excitado que enfadado pero reaccioné y, después de vestirme, salí a la terraza para encenderme el porro que había dejado a medias. Dí una calada profunda, solté el humo y me dirigí a la puerta para regresar a mi casa sin despedirme de ellas pero cuando ya tenía un pie fuera, su voz detuvo mis pasos.

-¿No te vas a despedir?

-Perdona, es que ahora no sé cómo comportarme contigo.

-Pues, igual que antes, primo. No ha cambiado, prácticamente, nada.

-¡Joder, vale! si tú lo dices.

-¡Pues claro que lo digo yo!, ¡Ven aquí! Volvió a ordenarme y yo obedecí.

Me besó como lo había hecho antes pero no dejó que la pusiera las manos encima. Se separó y, poco a poco, fue cerrando la puerta. Me miró fijamente, de nuevo,  y me dijo:

-¡Primo, espera mi llamada!  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  • : la imagen de mi prima no dejaba de aparecer en mi mente y, lo que es peor, la de mi tía Marga también.
 

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (14)” (POR ADRIANRELOAD)

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herederas3-¡Mierd…! ¿Qué hacemos?

Sin título– Si tú no sabes… yo menos… repitió sollozante Mili.

Los tablones de las gradas crujían, Javier estaba bajando, entre las rendijas divisamos su silueta. Mi verga aun incrustada en el ano de Mili se iba deshinchando apresuradamente, reduciéndose a su mínima expresión.

Miraba hacia los lados, buscando un lugar donde escondernos pero nada, habían algunos estantes, pero semi vacíos, nada que pudiera cubrirnos completamente. Hasta que divise un closet, pero para nuestro infortunio tenía un enorme candado puesto.

¡Ahora si nos jodimos!… prensaba, mientras sentía el cuerpo de Mili gélido, petrificado, temblando por momentos.

– Danny tengo frío…. Musitaba temblorosa Mili.

Le frotaba los hombros y brazos, la abrazaba por la espalda procurando darle calor, parecía que nuestra suerte estaba echada. Solo me quedaba consolarla, abrigarla. En ese momento solo me preocupaba por ella, ya había dejado de lado cualquier intento de escape.

Si nos vestíamos y fingíamos que estábamos allí de casualidad, nadie se lo creería. Lo otra opción es que solo yo me vistiera e intentara alejar a Javier, al igual que el otro día en la biblioteca, lo cual seria por demás sospechosos, además Mili no tendría donde esconderse, ¡Diablos, si podía funcionar!, simplemente le diría que yo fui primero a buscar el balón… pero era muy tarde…

Escuchaba el barullo cerca de la puerta. Apoye mi cabeza contra una áspera lona… Caraj… nos van a pillar in fraganti, Javier y todos los que lo acompañen. Diablos… yo puedo liarme con él, eso no es problema, tampoco me importa que los de su equipo me quieran linchar… Mili, como va a quedar… mientras Javier forcejeaba la puerta para entrar… yo me daba cabezazos contra la rugosa lona… un momento… la lona… ¡eso es!…

Se trataba de una sucia y enorme lona revestida de material impermeable, que usaban para cubrir el campo del coliseo. Era de buen tamaño y mi cabeza estaba apoyada en una ruma.

Con toda la fuerza que me quedaba, después toda la tensión del encuentro deportivo y la lujuria del sexual. Mili ni se movía, creo que apenas si respiraba, solo sabia que seguía viva por los temblorcillos que deba de cuando en cuando.

Parecía que no encontraban la llave del almacén, eso me daba algunos segundos mas… solo que escuche la voz del mocoso ese, el hijo del portero que anunciaba que traía la llave, debía apurarme.

Mili, ayúdame…

¿Qué?… oh… si… si… repitió maquinalmente al darse cuenta de mis intensiones.

A duras penas, jaloneamos una ruma de la lona y nos cubrimos como pudimos… yo seguía detrás de ella cubriendo su cuerpo, así adoptamos una posición fetal, para simular ser otra ruma de la lona e intentar pasar desapercibidos. Cuando le daba el ultimo jalón a la lona escuche la perilla de la puerta girar bruscamente y el chirrido de las bisagras. Ya estaban adentro.

Mili volvía a temblar como auto viejo, yo la apretaba más hacia mí para evitar que sus movimientos nos delaten. Escuchaba sus pasos… su conversación… pero por sobre todo sentía las temblorosas nalgas de Mili sobre mi ingle… masajeándome, provocándome una nueva e inoportuna erección.

Oye… ¿Dónde guardan los balones de fútbol?… preguntaba Javier.

No se… por allá creo, por los estantes…

Esos estantes estaban detrás de nosotros, y a pesar de la situación comprometedora en que estábamos yo no podía menguar mi erección, mas bien los movimientos de Mili la incrementaban. En esa situación la cabeza racional no manda, la cabeza del pene parece tener vida propia en esos casos.

Mi verga crecía nuevamente dentro del ano de Mili, con mis manos apretaba los melones de Mili que se henchían por la sorpresa de sentirme. Intente sacarla parcialmente, lentamente, logre sacar una parte… hasta que…

Escuche los pasos de Javier cerca de mi cabeza… aun así mi verga seguía tiesa… cese mis movimientos… sus pasos se alejaron, no mucho… No lo escuche por segundos, parecieron minutos, horas… luego…

Aca hay uno… dijo triunfal.

Al fin se iría y nos dejaría terminar lo que mi verga estaba empezando… pensé aliviado… pero…

Pero esta medio desinflado este balón.

Mierd… Lárgate caraj… Quise gritarle.

Joven… por acá hay otro… replico el niño.

¿Qué tal esta?

Si, creo que esta bien…

Nuevamente los pasos de Javier cerca de mi nuca…estaría camino al niño de espaldas a mi… casi triunfal y alegre por que se iría no lo pensé y le clave la parte a Mili de mi verga que había sacado lentamente, ahora se la incrustaba violentamente.

Sentí sus uñas clavándose en mi pierna, auuu caraj… quise proferir. Su pecho se hinchaba más de lo normal, cambie mi mano de posición. Ahora tapaba la boca de Mili para evitar que gritara o se quejara. Pero creo que hicimos más ruido de lo normal.

Escuchaste algo… inquirió Javier.

No… pero… dicen que por acá hay un alma en pena… decía el muchacho asustado.

Yo también había escuchado esa historia: un joven murió a causa de un paro cardiaco en un encuentro de básquet, aquí en el coliseo, y que ahora su alma rondaba el almacén. Nunca le di mucha fe a ese cuento, me sonaba mas a leyenda urbana, mas bien creo que los ruidos eran producidos por otros jóvenes que como nosotros buscaban un encuentro fugaz. Pero si Javier se creía esa historia y salía más rápido, mejor para nosotros.

No seas tonto… los fantasmas no existen… decía Javier de mal humor.

Sentía las lagrimas de Mili en mi mano, no se si era por el dolor de la verga que le incruste criminalmente o por el miedo a que, a pesar de todo, nos descubran.

¿Hay alguien ahí?… grito Javier.

Si, yo, mal nacido y le estoy rompiendo el culo a tu ex… ¿era eso lo que esperaba que le respondan?… porque simplemente no se iba y punto… pensaba mientras intentaba no moverme, pero una gotita de leche iba saliendo, producto de la excitación que las carnosas y ahora sudorosas nalgas de Mili me propiciaban. Ella dio otro temblorcillo al sentirla.

Ves, algo se movió… dijo Javier.

Vámonos joven… ya tenemos el balón…. Salgamos… repetía lloroso el niño.

Nuevamente sus pasos se acercaron a nosotros… bueno, si a si tiene que ser, así será… me dije… aprovechare sus sorpresa para darle algunos golpes… aunque preferiría dejarle el primer golpe, total él era el cornudo.

Sentí un peso sobre, seguro eran las manos de Javier que iban a jalar la colcha y descubrir nuestro cuerpos… solo pensaba decirle ¡sorpresa! Y noquearlo para que no se arme el alboroto.

Pero ¿que es esto?… me dije al sentir que algo se movía sobre mi hombro, parecían sus dedos, creo que estaba tanteando sobre la lona, para saber que era lo que se movía debajo… pero creo que no se había cortado las uñas…

Miau…

Gato de porquería… me pegaste un susto… exclamo Javier.

Ve, solo era mi gato… déjelo ahí y vámonos… replico el niño.

Javier apúrate que mi equipo se enfría… le gritaba de afuera Guille.

No se pero aquí hay algo raro… sentencio Javier antes de salir.

Al fin escuche la puerta cerrarse. Mis músculos se relajaron, todos, menos uno que seguía en ristre.

Ayyyy… eres un idiota… Auuu mi culito…… sollozo Mili en voz baja, al fin pudo proferir las palabras que tenia aguantadas.

¿Culito?… tienes un rabo espectacular… dije mas cariñoso.

Tonto… auuu… dijo entre risas, a pesar del dolor que manifestaba no se alejaba de mí.

¿Qué puedo hacer para compensarte?… pregunte, pensaba en llevarla a comer, ir al cine o algo, pero ella tenia otra idea.

Bueno… termina lo que empezaste…. Me dijo con voz sugerente, meneando su enorme trasero en mi ingle.

Con gusto… respondí.

Aleje la lona que nos cubría los mas que pude, nos hacia sudar como puercos y luego comencé a castigar su glotón ano. Nuevamente mis manos estrujaban sus inflados senos.

Siii… auu… sii asi…. Gemia ella, le gustaba ese suplicio.

Yo besaba su cuello, ella se enardecía mas, con su brazo jalo mi cabeza hacia ella, nos besamos, mientras yo seguía bombeándole el culo por detrás, sentía sus gemidos entre sus labios, su lengua.

Mas… mas fuerte… siii… sii…ahhhh… pedia sumisa.

La había convertido en mi esclava anal. La podía someter como me diera la gana y seguramente lo hubiera aceptado gustosa, con una sonrisa de oreja a oreja… como ahora aceptaba que le taladrara el culo vehementemente y se atrevía a pedir mas… sin impórtale que hace pocos segundos hubiéramos estado al borde del colapso emocional… solo importaba satisfacer nuestros apetitos carnales, dejarnos llevar por la lujuria, casi locura, que el sexo anal nos provocaba.

Oh auuu…. Ahhh… se quejaba, gruñía, gustosa.

Levantaba una pierna para permitirle a mi verga incrustarse en su goloso ano sin dificultad, mis dedos estrujaban sus melones, de cuando en cuando en volteaba la cabeza y su lengua buscaba la mía, para darnos unos excitados besos, entre la agitación de sus melones.

Ohh… siii que placerr…. Ahhh…

Cada vez la penetraba con más fuerza, alejaba mas mi verga y se la empujaba con mayor vehemencia, el trayecto que hacia era cada vez mas largo y sin embargo no perdía potencia en mis incursiones. Tan fuertes eran las perforaciones en su ano y tan alejadas, que mi verga perdio el paso y salio de su comelon ano.

No… no… por favor no… bramo enloquecida, creyendo que la estaba castigando por algo al no permitirle gozar de mi verga en su ano.

No me dio tiempo de reaccionar, tan solo paso rapi8damente una de sus manos por mi entrepierna, tanteo hasta encontrar mi tieso pene, lo agarro con firmeza como para que no se le escape y fue probando, usando mi verga como elastico, en su desesperación no sabia como hacer que mi verga entre a su ano nuevamente. Hasta que hizo diana…

No, no, por ahí no… se quejo tristemente al notar que había ingresado en su vagina.

Saco mi verga de su conchita y continuo tanteando hasta que lograra meterse mi pene en su pequeño agujero. Yo la dejaba maniobrar como si mi verga fuera un juguete, parecía una loca poseída, se desesperaba, temia que si yo intentaba ayudarla ella me golpeara, a ese punto estab llegandosu demencia anal.

Si, aqui esta, ahora si… chillo triunfal cuando mi verga se acerco a su maltratado pero hambriento ano.

Cuando tuvo la certeza que era su ano donde la cabeza de mi pene le cosquilleaba, ella misma procedió a incrustarse violentamente mi verga en su arrugado anillo… Ella misma se lo clavo y se estremeció…

– Oh… siii… que delicia… Gimió temblando de placer…

Comenzó a culearme al ver que yo no reaccionaba, incluso me palmoteo en mi cadera para despertarme, para que le siguiera castigando sus gordas nalgas, para que siguiera martillando su vicioso ano.

Vamos… Por favor… así… pedía estrujándose ella misma los melones.

No fui ajeno a sus suplicas y nuevamente le taladre el ano, empecé lentamente solo para ver como su cuello se tensaba, como se desesperaba, y poco a poco fui incrementando mi ritmo hasta tener una frecuencia infernal…

– Ahhh… ahhh…. Ohhhh…

Su pierna, ya no podía permanecer levantada, estaba casi acalambrada, la bajo, casi entrecruzo sus piernas y abrió la mas que pudo su trasero con una mano, en esa posición sus nalgas eran como dos balones de fútbol. Así, y con la columna medio retraída, el tórax hacia delante, casi sobre el piso, así se dispuso a soportar mis embestidas…

Ayyy nooo… Uhmmmm…. … auhmmmmm….

La veía temblar, contraerse por momentos, no sabia si era de dolor o placer… se volvió hacia atrás, busco mis labios….nuevamente libero sus piernas, con una pierna en el aire, queria que la penetraran mas a fondo….

– Ohhh… no aguanto mas… ohhh… Me dijo con expresión febril.

Y era cierto, estaba tan sumida en el placer, a tanto llego su excitación, que vi salpicar chorros desde su entrepierna, la vi estremecerse violentamente, por suerte sus estridentes exclamaciones y gemidos se perdieron entre los vítores de la tribuna… allí mismo habíamos llegado a un placentero y brutal orgasmo.

– Uhmmmm …. Ouuuu…

– Ufff…

Ambos yacíamos desnudos sobre el piso, casi sin aliento, mi verga seguí escupiendo esperma en su goloso trasero, y a pocos centímetros un charco, producto de los líquidos de Mili.

No puedo creer que me hayas hecho orinarme de placer, que vergüenza…

Jajaja, no se si es orina o que cosa será… Pero vaya que te mojaste…

Ay te adoro… solo tu me haces acabar así… me dijo cariñosamente y me beso.

Escuchamos el tropel de gente bajando por las tribunas… El partido había terminado… y ahora la pregunta era: ¿Se ira Javier con toda la multitud o Volverá a entrar al almacén para guardar el balón?

Sea como fuere, instinto, sexto sentido o tan solo un presentimiento… lo cierto es que yo sabia que estábamos cerca de ser descubiertos..

Continuara…

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Relato erótico:”Cómo seducir a una top model en 5 pasos (24)” (POR JANIS)

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me daríasSi alguien quiere comentar, criticar, o cualquier otra cosa, puede hacerlo en mi nuevo correo:

la.janis@hotmail.es

Gracias a todos.

Janis.

DOMINACIÓN FINAL.

Sin títuloZara abrió los ojos con un parpadeo. La luz que entraba por las altas vidrieras del loft le indicó que era media mañana, al menos. Un vistazo al despertador lo confirmó. Las once de la mañana. Tanto Cristo como su madre debían haberse marchado a trabajar. Ella aún seguía de vacaciones, al menos lo que quedaba de semana.

Se sentó sobre la cama, las piernas aún envueltas en las cálidas sábanas y mantas, y estiró lánguidamente sus brazos hacia el techo, junto con un monumental bostezo que la hizo parecer, por un momento, una pantera negra. ¡Qué bella es la vida!, pensó con una sonrisa. Se había pasado todo el día de ayer durmiendo, reponiéndose del jetlag de su estancia en la isla de Kapu Tasa y del insidioso y largo viaje.

Se sentía famélica y sacó su cuerpo de la cama. La camiseta con la que dormía se quedó arrugada por encima de sus caderas, mostrando el holgado boxer femenino que usaba. No le importó, el loft era cálido y no había nadie para verla. Enfundó sus pies en las zapatillas de fieltro que tenía bajo la cama y chancleteó hasta la cocina. Solo había cereales y sentía apetito por algo más, así que se decidió por ducharse.

Bajo los chorros de agua caliente, enjabonó parsimoniosamente su esbelto cuerpo, agradecida por la suavidad que mostraba su piel. Por un momento, quiso ser blanca para se pudiera notar el bronceado que habría obtenido. Al menos Candy lo había conseguido, con un magnífico tono dorado en su piel. Sin embargo, en ella su piel solo estaba más brillante, pero el tono no había cambiado.

Sonrió al recordar los intensos días que habían pasado en aquella paradisíaca isla. No solo habían tomado el sol, sino que habían sido verdaderas y fastuosas reinas, con todo un harén bajo sus órdenes. Lo que le extrañaba es que hubieran dispuesto de tiempo para tomar el sol, teniendo aquellas espléndidas hembras a su disposición. La verdad era que estaba muy contenta con el mundo que Candy le había mostrado. Ahora, la comprendía mucho mejor y, no solo eso, sino que se sentía ansiosa por emularla. En respuesta a ello, gimió suavemente al apretar la esponja entre sus piernas. Una sensual crispación subió por su espalda, advirtiéndola de una posible necesidad.

Terminó de ducharse, se vistió con unas cálidas mallas de esquí, y un amplio jersey de tres lanas. Se calzó unas de sus botas de invierno. El mal tiempo ya había llegado a Nueva York y los días eran gélidos. A Zara no le gustaba nada pasar frío. Se dio un toque de color sobre los labios. Se lanzó un beso al espejo y, tomando su bolso, salió a la calle.

Tal y como pensaba, hacía demasiado frío como para ir andando hasta la agencia, así que tomó el cercano metro. Pensaba dar una vuelta y saludar a Candy. Iría a almorzar con ella o con alguna de las chicas, o incluso con su primo Cristo. De esa forma, pasaría la mañana.

Divisó a Cristo a través de las grandes cristaleras del 52’s, justo cuando estaba a punto de entrar al vestíbulo. Entró en la cafetería y abrazó fuertemente a su primo por la espalda. Los clientes se quedaron mirando a aquella hermosa mulata que aplastaba casi completamente al extraño jovencito sobre su taburete y escucharon el inteligible reniego que surgió de los labios masculinos.

— ¡Me cago en tos los muertos del rabino…! ¡El puto café sobre los huevos! ¡No te jode!

— ¡Cristo! – Zara se retiró, impresionada por la imprecación.

— Coño, prima, que me has derramado el café caliente sobre las piernas – explicó él, girándose a medias y mirándola.

— Lo siento mucho, primo. No me he dado cuenta. Solo he sentido mucha alegría al verte. No te he visto desde que llegué…

— Lo sé, lo sé, no te preocupes – dijo Cristo, poniéndose en pie sobre el taburete y abrazándola a su vez. Sintió sus puntiagudos pechitos contra su propio pecho, lo que era siempre una alegría. — ¿Cómo han estado esas vacaciones, golfa?

— ¡Geniales, Cristo! ¡Ha sido una pasada!

— ¿Así que tu jefa te ha llevado a la costa Oeste?

— Sí, a Los Ángeles – mintió ella con todo descaro.

— Vaya, California. Os habréis tostado al sol, ¿no?

— Por supuesto – contestó ella, sentándose a su lado y pidiendo un café y un trozo de tarta de manzana. – Hemos paseado por Beverly Hills, comprado en Rodeo Drive, y perseguido famosos en Pasadena.

— Se te ve radiante, prima. Me alegro mucho por ti, chiquilla – le dijo Cristo, cambiando el tono de su voz.

¿Podía Cristo ver la felicidad en su rostro?, se preguntó ella, los ojos clavados en el café que estaba meneando. Podría ser. Sin duda ella la sentía hormiguear bajo su piel, como una leve corriente eléctrica, dispuesta a ruborizarla a la menor ocasión. Nunca creyó que Candy pudiera cambiarle la vida como lo había hecho.

Charlaron mientras almorzaban. Cristo le contaba los últimos chismes de la agencia y ella inventaba pequeñas anécdotas sobre la marcha. No le gustaba mentir, pero no era cuestión de confesarle a su primo dónde había estado y lo que había hecho, en realidad.

Subieron a la agencia en quince minutos y Alma la saludó con su efusividad característica, recorriendo sus largas piernas con ojos impregnados en deseo. La culpa la tenía la apretada malla de esquí que modelaba perfectamente sus torneadas piernas.

— Rowenna Maddison ha preguntado por ti – le informó Alma a Cristo.

— ¿Dónde está?

— En el plató dos, pero creo que había acabado en el set, así que mira en los camerinos.

— Vale. Tengo que irme, prima, a ver que es lo que quiere la bruja.

— Pues parece que os habéis hecho amiguitos – respondió Zara con sorna.

— Más bien me tiene de negrito para sus caprichos. “Ay, Cristo, necesito un batido. ¿Me traes tabaco? ¡No hay toalla en el camerino!” – Cristo imitó perfectamente la modelo inglesa, falseando la voz.

Tanto Alma como Zara se rieron con ganas.

— Venga, machote, no te quejes – susurró Alma – que las tienes a todas loquitas.

— Si, claro. ¿No ves el turbante de pachá que llevo? – escupió él. – Nos vemos después.

— Bueno, yo iré a saludar a la jefa – le dijo a Alma, agitando la mano en respuesta al gesto de su primo.

— Creo que estaba reunida, pero no lo sé con seguridad.

— Ya miraré. Ciao, guapa.

Cristo llamó a la puerta del camerino y asomó la cabeza cuando escucho la voz de la modelo inglesa. Rowenna estaba sentada ante el tocador iluminado, quitándose todo el maquillaje que había llevado en la sesión.

— ¿Me buscabas?

— Ah, Cristo… si, pasa – contestó ella, mirándole a través del espejo, sin girar la cabeza.

El gitano admiró las largas piernas de la chica, que quedaban fuera del albornoz. Se obligó a encontrarse con los ojos femeninos, reflejados en el espejo.

— Necesitaría vitaminas complementarias y algo para el estrés – musitó Rowenna antes de componer un gesto de fastidio. – La semana que viene tengo la sesión de Victoria’ s Secret y ya sabes como es eso.

— ¿Te han elegido para los angelitos?

— Si, eso me acaba de comunicar la Dama de Hierro.

— Enhorabuena – sonrió Cristo. – Mañana traeré lo que necesitas.

— Eres un encanto – sonrió ella a su vez, girándose en el taburete y colocando una mano en el antebrazo del gitano. – No como ese inútil de amigo que tienes…

“Ya estamos otra vez”, suspiró Cristo.

— Ya te he pedido perdón, Rowenna. Más de una vez…

— No lo digo por ti. Fuiste una ricura, preocupándote por mí y acompañándome. No me hiciste daño y me lo pasé muy bien – dijo ella, alzándose un poco hasta darle un suave besito en la punta de la nariz.

— Gracias.

— Pero el cabrón de Spunky…

— Spinny.

— Ese puto irlandés rojizo no tiene tus dimensiones – gruñó la modelo. – Estuve una semana sin poder sentarme. Y lo que es peor… no ha dado la cara desde entonces.

Cristo suspiró de nuevo, apoyando las nalgas en el tocador. Era cierto. Spinny no había querido escucharle y aprovechó el estado de la modelo para sodomizarla. Tenía esa fijación desde que había visto a Cristo hundirse entre las nalguitas inglesas. Por mucho que Cristo le dijera y le advirtiera, no sirvió de nada. El cabezota Spinny acabó metiendo su larga serpiente por el ano de Rowenna, lo cual no le sentó nada bien, todo había que decirlo. Para colmo, tal como decía ella, no se había ni siquiera disculpado. Ni unas flores, ni una nota, ni tan solo una llamada. Spinny podía ser de lo más bruto que existía.

— Si hablo con él y consigo que se disculpe… ¿te sentirías mejor?

— Sería un primer paso – contestó ella, volviendo a la tarea de limpiar su rostro.

— Está bien. Te lo enviaré aunque sea encerrado en una caja.

Cristo no se dio cuenta de la contenida sonrisa que curvó los labios de la modelo.

Zara, por su parte, entró en el despacho de Candy sin llamar, para encontrarse que Priscila estaba reunida con la jefa. Se disculpó e intentó retirarse.

— No, pasa, Zara, tengo que comentar algo contigo – la llamó Candy. – Priscila está terminando los asuntos del día.

Saludó a la Dama de Hierro con un gesto de la cabeza y se sentó en el amplio sofá de cuero, lo más alejado de ellas.

— ¿Así que este año tenemos a dos de nuestras chicas en la sesión navideña de Victoria’ s Secret?

— Si, Candy. Como te he dicho antes, ya se lo he comunicado a Rowenna Maddison. Calenda Eirre regresa mañana de Florida. Ya la he llamado por teléfono.

— Nuestras dos mejores chicas – musitó Candy, dejándose caer contra el respaldo de su acolchado sillón.

— Es todo un reconocimiento para la agencia – asintió Priscila.

— ¿Qué proyectos tenemos para estas fechas?

— Varias campañas publicitarias, dos proyectos de calendario, dos entrevistas para Magazine y Cosmo, y tengo una reunión programada con un promotor de Florida para algo sobre Año Nuevo – enumeró la eficiente mujer.

— No está mal. Quizás aún te consigamos algo para ti, querida – sonrió Candy hacia su callada novia.

— Seguro que si – afirmó Priscila.

Zara sonrió también, más por educación que por ganas. Desde hacía unas semanas, su ilusión por el multicolor mundo del modelaje se resentía un tanto, y aún no estaba muy segura del motivo. Se levantó cuando la Dama de Hierro recogió su agenda, dando por terminada la reunión con la jefa. Se acercó a Candy en cuanto la puerta se cerró, dejándose abrazar por la bella mujer. Sus labios se unieron delicadamente.

— Hola, preciosa. ¿Has descansado bien?

— He dormido cerca de veinte horas.

— Las necesitabas – susurró Candy, deslizando la punta de su lengua por la oscura garganta. – Gastamos muchas energías en esa isla…

— Ya se sabe con las vacaciones – rió Zara. – Suelen ser agotadoras.

— Pues habrá que coger de nuevo el ritmo – Candy la obligó a seguirla en una improvisación de un vals sin música.

— ¿A qué te refieres? – Zara se reía a carcajadas, girando en el gran despacho.

— Esta noche cena romántica. Te recojo a las siete. Ponte guapa…

Ambas siguieron bailando, aunque sin tantos aspavientos. Se quedaron abrazadas, meciéndose al son de su imaginación, y aplicadas en depositar decenas de suaves besitos en los labios de la otra.

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Faely contempló la hermosa estampa que formaba su hija ante el gran espejo de pared frente a su cama. Aquel escueto vestido crema con ribetes marfil le sentaba estupendamente, sobre todo porque Zara estaba dejando atrás las estilizadas formas adolescentes. Su cuerpo alcanzaba la plenitud como hembra. Los genes africanos de su padre y los gitanos de ella estaban convirtiendo a Zara en una mujer totalmente adulta y muy hermosa, aún sin haber cumplido aún dieciocho años.

— Estás preciosa, hija – le dijo, casi en un susurro.

— Gracias, mamá – Zara miró a su madre, quien se sentaba en la cama.

— ¿Celebráis algo esta noche? – preguntó Faely, dándose cuenta que no había visto antes aquel vestido.

— Nada especial. Solo una cena romántica en algún sitio coqueto.

El tono de Zara era sincero y no le daba mayor importancia, pero algo rondaba por la intuición de Faely, algo que no podía definir pero que no le gustaba. Los celos y la ira burbujearon en su interior, como un buen puchero sobre el fuego. Se obligó a reprimirse. No tenía ningún derecho a culpar a Zara, ni siquiera a su ama. Ella no tenía opinión como esclava que era, pero no podía doblegar el sentimiento hiriente que asaetaba su bajo vientre.

Por otra parte, no le había sacado gran cosa a su hija sobre las dos semanas de vacaciones que habían disfrutado juntas. Tan solo que habían estado en California y en México, tostándose en las playas. Sin embargo, había un brillo inusual en los ojos de Zara, un destello que antes no estaba. Una madre se daba cuenta de cosas así, se decía.

¿Qué había pasado en esas dos semanas?

El móvil de Zara cantó con la voz de Christina Aguilera, atrayendo su atención así como una sonrisa.

— Candy está en la puerta – comunicó, sabiendo lo que significaba el toque.

Colocó una pierna sobre la cercana banqueta y, con pericia, estiró las trasparentes medias; primero una, luego la otra. Tomó un largo abrigo de fieltro Burdeos del armario y lo colocó sobre sus hombros. Se inclinó y besó a su madre levemente.

— No me esperes, mamá. No sé los planes de Candy para esta noche.

— Está bien. Pásalo bien – deseó Faely, mordiendo cada palabra.

La admirada Candy Newport esperaba ante el coche, envuelta en uno de sus maravillosos abrigos de pieles sintéticas y portando un gracioso bonete a juego. Abrazó a su joven novia, la piropeó galantemente, y la instó a subir rápidamente. Apenas hacía tres grados en la calle y Arthur, el chofer de Candy, mantenía la calefacción del Mercedes a unos perfectos veinticuatro grados, lo cual elevó el ánimo de ambas mujeres. Sin que su patrona tuviera que decirle nada, el chofer enfiló hacia el norte, subiendo por Broadway, junto al Hudson. Dejaron atrás la mole arbórea del Central Park y se desviaron hacia Harlem.

— ¿Dónde vamos? – preguntó Zara.

— He pensado que deberías conocer un sitio muy coqueto y exclusivo, en Harlem – respondió Candy, con aire de misterio.

Arthur se detuvo junto a la mole victoriana de la iglesia de St. Charles Borromeo, aprovechando los aparcamientos libres, y ellas caminaron hasta la siguiente manzana. Una pequeña marquesina estilosa y azulona, bien iluminada, dio una referencia a Zara. “Avalon”.

— No he escuchado hablar de ese restaurante – dijo la más joven, deteniéndose ante una puerta de recia madera.

— Y no escucharás nada. No es un restaurante, sino un club bastante exclusivo, solo para socios.

— ¿Qué clase de club?

— Mmm… digamos que histórico.

Zara se la quedó mirando con extrañeza. Candy seguía sorprendiéndola. La ex modelo sacó una tarjeta de su bolso y la introdujo en la ranura que había para tal menester en la puerta. Una voz metálica brotó de un pequeño altavoz.

— Buenas noches, señorita Newport.

Candy no se molestó en contestar, sabiendo que era un contestador automático. La puerta daba a un pequeño vestíbulo con un gran macetero donde brotaba una increíble palmera Kentia de innumerables tallos. Frente a ella, se abrió la puerta de un gran ascensor. Cuatro botones, tres plantas y un subsuelo. Candy pulsó el último. Zara notó que el ascensor era muy lento para tan corto recorrido.

— Este cacharro es más lento que el caballo del malo – gruñó, lo que causó una gran sonrisa en su novia.

— Cada planta cuenta con tres niveles, pero el ascensor solo se detiene en el nivel intermedio – le aclaró.

— O sea que hay más de nueve plantas.

— El club posee todo el edificio.

El ascensor se detuvo y abrió sus puertas en otro tiempo, literalmente. Zara se quedó con la boca abierta, incapaz de dar un paso. Candy, con una risita, tiró de ella para sacarla del ascensor. Se encontraban en el interior de una posada muy antigua, donde grandes vigas sin cuadrar sostenían la techumbre de paja y gruesas losas de piedra cubrían el suelo. Un pequeño mostrador, hecho de bastos toneles sobre los que se apoyaba una cubierta de lijada madera oscura, quedaba al frente, iluminado por lámparas de aceite, candiles, y varias antorchas.

El olor a grasa animal quemada, a cera y alumbre, a vino fermentado y, por encima de todo, la fragancia nocturna de una flora olvidada, la asaltó con fuerza. Varias mesas, con formas diferentes, se repartían por el local; mesas cuadradas, rectangulares, redondas, e incluso un par de ellas ochavadas, con los cantos rematados. Bajos y robustos taburetes se refugiaban debajo, esperando a ser usados. Sobre cada mesa, un grueso cabo de vela refulgía en el interior de un cuadrado soporte de cristal. Grandes lámparas de retorcidos brazos colgaban de las vigas, repletas de pequeños candiles de aceite.

— ¿Qué es esto? – murmuró Zara, con los ojos saltando de un detalle a otro.

— Una taberna medieval, construida con todos los detalles de la época. Claro que gana mucho al disponer de la tecnología del siglo XXI. Al menos, aquí las bebidas están frías – bromeó Candy.

Zara se fijó en la clientela. No es que hubiera mucha, quizás porque aún era temprano, pero parecían tan a gusto allí como si estuviesen en la cafetería de unos grandes almacenes. Algunos vestían ropas normales, de calle, pero otros llevaban polainas, capas, e incluso había uno con una cota de malla. Un grupo de templarios, con capas blancas, brindaban en una mesa larga, casi al fondo del local. Sin embargo, incongruentemente, un tipo maduro y fofo, vestido con traje ejecutivo, se sentaba en la barra, bebiendo de una jarra metálica mientras tecleaba en su tableta informática.

Tres mujeres, aunque la palabra que le vino a la mente fue “mozas”, servían las mesas, con real eficacia. Sus cabellos estaban recogidos por una grande y artística pañoleta de tono amarillo rojizo. Vestían una blusa blanca que dejaba sus hombros al descubierto y que se abrochaba sobre su pecho con un sistema de cordones. De esa manera, podían controlar la apertura de sus escotes. Los pechos se mantenían erguidos y desafiantes gracias al corsé de cuero que ceñía sus cinturas. Unas amplias faldas celestes susurraban entre sus piernas a cada paso. Un delantal blanco cubría el regazo. Zara observó que calzaban una especie de manoletinas de paño y esparto, suaves y silenciosas.

Una matrona controlaba la barra, vestida de la misma manera, pero sin pañoleta. Parecía ser totalmente capaz de levantar ella sola uno de aquellos barriles llenos de vino o cerveza. De una puerta batiente cercana, surgían grandes bandejas cuadradas con comida, porteadas por un par de chicos jóvenes. Estos vestían con calzones de paño oscuro que dejaban sus tobillos al aire, enfundados en unas calcetas marineras con rayas grises. Camisa blanca y un corto chaleco de lana, bajo el cual asomaba una faja del color de la pañoleta de las chicas. El calzado era el mismo para ambos sexos.

— Muchos socios gustan de disfrazarse, según el programa que exista ese día. Otros vienen de paso, con la ropa que llevan en sus trabajos. Hay ciertos días en el año en que es obligatorio asistir con ropa de época, y te aseguro que los socios se lo toman muy en serio. La verdad es que la mayoría son eruditos historiadores, catedráticos de diversas universidades, e incluso jueces y abogados. También hay muchos escritores y artistas – le sopló Candy.

Una de las mozas se acercó y realizó una bella y corta reverencia, con tal ligereza que era evidente que estaba muy acostumbrada a ellas. Candy le dijo que tenía una reserva a su nombre. Con un asentimiento, las condujo hacia un extremo del local que Zara no había visto aún. Los tacones de ambas repiqueteaban escandalosamente sobre las piedras del suelo, atrayendo la atención de los demás clientes. La moza se detuvo ante una mesa situada bajo uno de los amplios ventanales cubiertos de artísticas y antiguas vidrieras, que se repartían por el local. Zara, acertadamente, supuso que ocultaban las ventanas modernas que daban a la calle. No se podía ver la calle desde el interior, pero la vidriera filtraría perfectamente la luz del sol durante el día. Aunque no había prestado atención, no creía que, desde fuera, nada de todo esto resultara evidente.

La moza retiró dos regias sillas de alto respaldo tallado y comprobó que el cojín del asiento estuviera asegurado a los esbeltos barrotes del reposabrazos. Zara se fijó en el repujo artístico y comprobó que se trataba de un blasón heráldico. Tanto ella como su novia colgaron sus abrigos y bolsos de uno de los remates de la silla y se sentaron, frente a frente. El traje de cóctel, color marengo, que Candy llevaba era maravilloso. Falda tubular con dos volantes por encima de la rodilla. Corpiño anudado a la nuca, con un arabesco que dejaba el ombligo al aire. Y para rematar, una graciosa pajarita amarilla limón sobre una ancha cinta que rodeaba su cuello.

— Tráiganos un poco de cidra caliente mientras miramos la carta, por favor – pidió Candy a la moza.

— ¿Qué contiene esta planta? – preguntó Zara, con curiosidad.

— En el piso inferior, hay un montacargas junto con la bodega de vinos y el almacén necesario. Todo este piso está dedicado para la taberna y la cocina, que está en el centro del local, bien oculta.

— ¿Por qué oculta?

— No sería muy inteligente reconstruir un escenario como este y dejar a la vista los hornos modernos y todo el acero inoxidable que usa una cocina industrial, ¿no?

— Claro, claro – asintió Zara, con una sonrisa.

— En el piso superior, está la azotea. Se utiliza bastante en verano y está totalmente almenada. Se tienden toldos para proteger los clientes del sol y de los pájaros. Es muy chic y romántica, pero nos helaríamos en minutos – bromeó Candy.

— Aquí se está muy bien, aunque cuesta acostumbrarse al olor.

— Tendrás que lavar esa ropa mañana, pero vale la pena, ya lo verás.

La moza volvió, portando una bandeja ovalada con las dos manos. Dejó sobre la mesa una jarra de cerámica, chata y vulgar, junto con dos tazones del mismo material y tono. La boca de la jarra estaba precintada con un papel de estraza y un cordel. Finalmente, depositó con cuidado una pequeña tabla de madera con dos trozos de queso y un cuenco lleno de nueces, avellanas y pistachos, convenientemente peladas. La moza las entregó un pergamino encurtido en cuero a cada una y con una sonrisa se marchó. El menú…

— Tienes que probar la cidra caliente. Hace el tiempo ideal para ello – le dijo Candy, mientras quitaba el precinto de la jarra.

— ¿Cómo de caliente?

— Oh, no te preocupes. Tan solo está a unos veinte grados, ni siquiera humea.

Llenó los tazones con cuidado, dejando ver un líquido ambarino, parecido a la cerveza, pero sin espuma ni burbujas. Candy tomó uno de los dos cuchillitos curvos y con punta bífida que venían con la tabla. Cortó un trozo de queso, que parecía muy cremoso, y lo pinchó diestramente con la extraña punta retorcida del cuchillo. Sin más remilgos, se lo llevó a la boca, junto con un puñado de frutos del bosque. Tras mascar un poco, le dio un buen tiento al tazón.

— Pruébalo así, en ese orden – le aconsejó a Zara.

— Mmm… delicioso – el paladar de Zara intentaba asimilar los distintos rebrotes de sabor. Las hierbas que se fundían en el suave queso, el crujiente sabor de las nueces, la canela y el jengibre de la cidra, la acidez de la manzana.

— Son sabores que nuestros paladares cosmopolitas han olvidado, cariño. Algo tan normal como un pedazo de queso fresco y algunos frutos secos…

— Tienes razón – se rió Zara. – Demasiadas hamburguesas y pizzas. ¿Qué hay en el resto del edificio?

Mientras sus cuchillitos se afanaban con el queso, Candy le habló de la sala de exposición del primer piso y del área cultural del segundo, donde se ubicaban las dependencias del club en sí. También le detalló del área de maquetación del sótano, donde se recreaban diversos proyectos de recreación de los socios. Reconstruían catapultas, carrozas, monturas, y había toda una verdadera forja artesanal para crear armaduras y armas.

— Esta asociación es muy reconocida en diversos ambientes. Proporciona consultores en películas históricas, expertos en restauraciones de castillos y pueblos medievales. Exporta artículos garantizados a todo el mundo… en fin, que financian bien su hobby, diría – puntualizó Candy.

— ¿Qué me recomiendas? – preguntó la mulata, mirando el pergamino ajado de la carta.

En una caligrafía manual muy elaborada, a dos tintas, se exhibía una corta lista.

— El chef cambia el menú cada dos días. Su especialidad son las carnes, por supuesto. Por lo que veo, hoy podemos escoger entre distintas aves, cordero, o jabalí. Te recomiendo el cordero en panal. Te chuparás los dedos.

— Bien. Confío en ti. ¿Y tú?

— Me apetece pescado esta noche – dijo Candy con un cierto retintín en su tono, que hizo reír inmediatamente a su novia. – Ajá… brochetas de sepia y Emperador a la cazuela… perfecto.

La moza no tardó en tomarles nota y Candy pidió un blush rosado y seco que iba bien tanto para la carne como para el pescado. Estuvieron bromeando sobre el trabajo y los últimos chismes que se habían encontrado al volver de sus vacaciones, cuando llegó una panera de mimbre con varias lonchas de un pan moreno y tostado.

— Aquí se hace el pan a diario, con una buena mezcla de cereales y piñones. Es un pan sin levadura, muy distinto al que puedes probar de cualquier panadería industrial. Puede que no te guste, hay que estar acostumbrado a su sabor. Puedo pedir unos colines si quieres.

— Pues habrá que probarlo – dijo Zara, tomando un trozo.

La miga tenía el color de las galletas caseras y estaba apelmazada pero, a la vez, suave. La corteza era dura y gruesa. Olía a trigo y mijo y tenía pintas repartidas por doquier. Piñones, se dijo. Cortó un trozo y se lo llevó a la boca. Era mucho más áspero que el pan francés y dejaba cierto regusto en la garganta.

— De nuevo te repito que hemos perdido los hábitos nutritivos de nuestros antepasados. El pan constituía, por sí solo, un importante grupo alimentario. Se comía pan, punto. La gente subsistía con pan y queso o pan y fruta, simplemente. Hoy en día, el pan es optativo, casi un capricho – comentó Candy, pellizcando ella también un trozo.

— Si, ya se nota. Te comes una rebanada de esto y puedes correr todo el día – sonrió Zara.

— Pero, sin embargo, viene muy bien con las carnes de fuerte aroma, como el venado, el jabalí, o la cabra. Y no te digo si tienes que mojar en una de las magníficas salsas de Chef Pastrine.

Zara clavó sus ojos en su novia. Había algo en la postura de sus hombros que la mantenía tensa, rígida. Parecía como si toda aquella verborrea, encantadora no obstante, estuviera dedicada a simular un estado que Zara aún no podía definir. ¿Ansiosa? ¿Asustada? ¿Preocupada por algo? Se moría por preguntarle, pero la mulata sabía que Candy era muy suya y que si no era el momento adecuado, se cerraría en banda y sería aún peor. Así que la dejó hablar de todos aquellos temas banales e incluso preguntó aún más sobre algunos detalles, como si la ayudara con ello a calmarse.

El rosado estaba muy bien, y más servido en copas de finísimo cristal y pie de latón. Dejaba cierto regusto dulzón al final de la lengua, pero sin llegar a ser como un vino de uva moscatel. Zara desorbitó los ojos cuando los platos llegaron. En si no eran platos, sino grandes fuentes de latón bruñido que se podían utilizar hasta de trineo, llegado el caso.

— ¡Dios mío! – exclamó cuando su bandeja aterrizó delante de sus ojos. Aquello era como una obra de arte. Ni siquiera sabía por donde empezar.

En el centro de la gran fuente, se levantaba una especie de pirámide, compuesta por diferentes pisos de alimentos. En la base, formando un fuerte contrapunto para su equilibrio, se encontraban varias patatas enanas, redondeadas y horneadas sin pelar. La piel aparecía tostada y crujiente. Entre las patatas, varias hortalizas como zanahorias y cebolletas, salpicaban aquella base. Sobre ella, varias chuletas de cordero estaban colocadas formando una estrella con sus largos huesos. Varias hojas blancas de endivia las recubrían para sostener, como regletas vegetales dispuestas una al lado de las otras, varios dados de carne humeante. Para rematar, como si fuese un extraño piramidión, un trozo de celdillas de un panal de abejas se derretía lentamente sobre todo el conjunto gastronómico.

— Deja que la miel impregne todo. No rompas la cohesión. Ve hurgando y comiendo a medida que se enfría – aconsejó Candy.

Sin embargo, los ojos de Zara habían saltado de su fuente a la de su novia. Dos largos estiletes redondos reposaban sobre un piso de escarola aliñada al limón. Los trozos de blanca sepia, bien cortados y atravesados por el acero, despedían un aroma increíble. En el centro de la fuente, separando los estiletes, un cuenco de rojiza cerámica siseaba aún por su alta temperatura. Los dados de Emperador flotaban en aceite hirviendo y vino, espolvoreados con perejil muy picado y finas láminas de ajo.

— ¿Nos vamos a comer todo esto? – balbuceó Zara.

— Nos ayudaremos mutuamente, pequeña, pero no te preocupes, cuando quitas los adornos no hay tanto como parece.

— Tengo que tener cara de tonta. Todas estas cosas me pillan siempre por sorpresa. No he comido nunca en estos sitios sibaritas del mundo, y tú pareces haberlos recorrido todos – masculló Zara, tomando el cuchillo y el tenedor.

— Bueno, ya te llevaré a los mejores. Por el momento, debo decirte que éste es uno de los pocos sitios en que todo el mundo come con las manos – contestó Candy, señalando hacia otras mesas.

Y era cierto. Los comensales se ayudaban de unos afilados cuchillos cuando necesitaban cortar algo voluminoso o pescar un trozo entre la salsa o en algún caldo, pero, por lo que podía ver, todo el mundo estaba remangado y usando sus dedos a voluntad.

— Recuerda que esto está dedicado a la Edad Media. No había cubiertos en aquella época, salvo la cuchara de palo. Ni siquiera los nobles y los reyes usaban tenedor y cuchillito. Todo lo que necesitaban era una buena daga para cortar tajadas de carne o rebanadas de pan.

— Ah, y se limpiaban con las mangas – asintió Zara, alzando la blanca servilleta de lino que tenía sobre las piernas.

— Colocan tenedores para los más medrosos y servilletas de tela para que no nos manchemos la ropa, pero es solo un gesto para el socio. Muchos vienen aquí a almorzar y después regresa a trabajar. No estaría nada bien ir luciendo lamparones de aceite.

Zara soltó la carcajada y pescó una redonda patatita con los dedos. La peló con esmero, soplando un poco sobre ella, y la engulló como una piraña.

— ¡Sabe como a caramelo! – exclamó, abriendo los ojos.

— Es por la miel. Penetra en todo…

Candy tironeó con los dientes de un trozo de sepia hasta sacarlo por la punta del estilete. Lo mojó en el jugo de limón que cubría el fondo de la fuente y lo devoró con ganas. Ambas mujeres se dedicaron a calmar su apetito e intercambiar deliciosos bocados de ambas fuentes. No fue hasta que las fuentes estuvieron medias cuando Candy retomó la palabra.

— Tienes razón en lo que antes dijiste, Zara. He estado en muchos sitios, algunos muy pintorescos, y he conocido a mucha gente. De estas amistades, no me siento demasiado orgullosa, pero es algo que no he empezado a sentir hasta hace poco…

Zara se chupeteó los dedos y se limpió en la servilleta.

— ¿De qué estás hablando? – preguntó.

— Pude ver la expresión de tu rostro en la isla, cuando te expliqué qué hacíamos allí. No conoces nada sobre mí, salvo lo que han escrito en las revistas de modas, y sé que no te atreves a preguntarme, aunque sabes perfectamente que no soy ninguna santa – Zara prefirió callar y escuchar. – Desde muy pequeña he tenido una meta fijada en mi mente: el poder. Por él, me despegué de mi familia, de mis amistades, y acepté lo que el diablo me ofrecía.

— ¿A qué te refieres?

— A mi vida, por supuesto. No he amado a nadie, no me he preocupado de nadie más que de mí. Conseguí trepar entre modelos, promotores, y toda la divina fauna que existe en este mundillo. Apuñalé por la espalda cuando fue necesario y me metí en la cama de quien necesitaba, y nunca me he arrepentido de ello. Llegó el día en que alcancé un puesto lo suficientemente alto como para imponer mis deseos; por fin, conseguí entrar en el Poder…

— Pero eso no quiere decir que…

— Déjame hablar. Esto no es tan fácil como para retomar el hilo una y otra vez. Como bien sabes, no he mantenido una relación formal con nadie. Solo he cogido lo que me ha apetecido y lo he usado hasta hartarme. Con los años, me he ido endureciendo y mi… faceta dominante ha asumido el control. Como bien sabes, me he pasado diez años muy cómodos con tu madre y ya me había hecho a la idea que mi vida sería así hasta el final.

Ambas habían dejado de comer, ahítas por fin. Candy hizo un gesto con la mano y una de las mozas retiró los platos. Otra compañera vino a ayudarla a limpiar la mesa.

— La dominación ha sido el condicionante de mi vida, tanto sentimentalmente como laboralmente. No soy una excéntrica sádica, pero tampoco la Madre Teresa. Se lo he hecho pasar malamente a mucha gente, en el trabajo, como parte de mis negocios, y, como no, para divertirme.

La chica trajo dos tartaletas de barro, no más grandes que el puño, que contenían pastel de mora y castañas ebrias de kirsh; uno de los chicos trajo una botella de champán que abrió tras mostrar la etiqueta a Candy. Ésta, interrumpida en su monólogo, asintió con una sonrisa. Cuando el chico sirvió ambas copas y dejó la botella enterrada en el hielo picado de la cubitera, Zara pudo ver que se trataba de un Dom Pérignon de 1978. ¡Una burrada!

— No me cabe el postre – musitó.

— Haz un esfuerzo, cariño, no probarás de nuevo una tarta como ésta en tu vida. Te lo aseguro – susurró Candy, tomando la cucharilla y atacando la suya. – Como te iba diciendo, estaba muy feliz con mi vida, pero llegaste tú…

— Vaya, ¿qué he hecho yo? – Zara cerró los ojos al tragar su primera porción de tarta. Deliciosa, compacta, con un toque de bizcocho en su base y el “mil feuilles” más suave que hubiera probado jamás.

— Sacudiste mi vida con una inocencia y una ingenuidad que me han ido debilitando cada día – Candy alargó una mano y acarició los nudillos de su chica. — ¿Cómo oponerme a tu habitual candor, a la innegable bondad que transmites por cada uno de tus poros?

— ¿No he sido mala alguna vez? – dijo Zara con tono traviesa.

— Ya sabes a que me refiero. Mantenía a tu madre esclavizada y, por ello, estaba muerta de miedo al pensar que cualquier día lo descubrirías. Ese fue el motivo por el cual me alejé totalmente de Faely, sin darle explicaciones. Sé que lo hice mal, que le he hecho daño, pero no era yo misma…

— Entonces, lo que pasó en… en el cumpleaños de Cristo – Zara musitó tras tragar una nueva cucharada. Candy la miró y supo ver el imperceptible rubor que cubría las mejillas de café con leche.

— Todo se complicó esa noche. Ninguna de nosotras estaba en sus cabales, o así lo recuerdo, al menos – suspiró la ex modelo, bajando los ojos también.

En ese momento, la cucharilla de metal de Zara resonó secamente sobre la base de cerámica, como si hubiera resbalado sobre algo duro. La joven escarbó un poco entre la pasta de castañas del interior de la tarta.

— Aquí hay algo duro – musitó, acercando los ojos a la tarta.

Con la cucharilla sacó algo envuelto en papel de seda. La imagen de los muñequitos escondidos dentro de las tartas de Pascua le vino a la mente. ¿Sería una tradición en Avalon? Levantó la mirada hacia su novia, para preguntarle: ¿Has encontrado algo en tu tarta? Sin embargo, la pregunta se le atascó en la garganta al ver la seria y ávida expresión que llenaba el rostro de su amada. Los ojos de Candy brillaban, como si tuviesen fuego interior. Inconscientemente, Zara empezó a desenvolver el papel mojado en crema de castañas ebrias, sin apartar sus ojos de los de su novia.

— Zara Belén Buller…

Con escuchar aquella manera de pronunciar su nombre, su corazón inició un redoble frenético, adivinando una situación que su mente aún se negaba a aceptar. No podía ser…

El papel de seda cayó y reveló una especie de tubito de tres centímetros de largo. Cuando lo giró, se dio cuenta de que se trataba de un extraño anillo, con la parte superior en forma de un tubo seccionado por la mitad. En su parte interna, el aro del anillo refulgía con la fuerza de un caro metal, quizás titanio o paladio. La superficie alargada y cóncava de la parte superior del anillo estaba recubierta de oro blanco con incrustaciones de pequeños diamantes. Zara ni siquiera notó las lágrimas que se deslizaron por sus mejillas; solo pensaba en lo hermoso que era aquel extraño anillo.

— ¿Quieres convertirme en la mujer más feliz de este mundo aceptando ser mi esposa? – la voz de Candy la sobresaltó y volvió a mirarla, mientras el concepto penetraba finalmente en su cerebro, como introducido por un lento berbiquí.

— ¡Oh, Dios mío! – dijo antes de tragar saliva. – Dios mío… Dios mío…

Candy alargó la mano y lentamente introdujo el dedo anular de su novia en el aro. La brillante cubierta casi cilíndrica cubrió el dedo por encima del nudillo más grueso. Zara solo podía mirarlo y repetir: “Dios mío… Dios mío”. Ni siquiera se daba cuenta de ello, pero había dejado de respirar, conteniendo el aliento.

— No quiero sentirme sola nunca más, mi vida. Tú me has salvado de una vida incierta y egoísta. Sé que te doblo en años, pero prometo hacerte feliz cada día de mi vida. ¿Qué respondes, corazón?

— ¡OOOOH, DIOS MÍO… CLARO QUE SÍ! ¡SÍIII!

Zara aferró el rostro de su novia y lo cubrió de rápidos besitos mientras no dejaba de farfullar y asentir. Detrás de ellas, las mozas y varios clientes empezaron a aplaudir. Para sobreponerse a la emoción, Candy se obligó a brindar con el caro champán y saludó a sus cómplices de la taberna. Lo había ideado todo durante el vuelo de regreso, desde Australia. Para ser una mujer sin sentimientos, según ella, Candy había fecundado un plan muy romántico, que llevó a cabo en apenas dos días. Necesitaba de un sitio de confianza y hacía muchos años que era socia de aquel club desconocido para la gran mayoría.

— Me encanta… ¡Me encanta! – chilló Zara, con la mano extendida y contemplando el alargado anillo de compromiso.

Se habían bebido la botella de Dom Pérignon y ya estaban más calmadas. Candy había colocado su silla al lado de su prometida y no dejaba de acariciarle el muslo enfundado en la media. Zara no dejaba de mirar lo bien que quedaba el anillo en su dedo anular.

— Supe que era el adecuado en cuanto le eché el ojo, en Tiffany’s. Quería algo diferente al clásico diamante de compromiso – susurró Candy.

— Diferente si que lo es, cariño. Es lo más bonito que he visto nunca… ¿Así que estamos comprometidas?

— Con toda la ley – bromeó Candy.

— ¿Y hay que poner una fecha?

— No, tonta. Primero tienes que cumplir los dieciocho y luego ya hablaremos. Aún es pronto. Solo debe preocuparte si quieres una gran boda o una cosa íntima.

— ¿De veras lo haremos público? – los ojos de Zara se nublaron. — ¿Qué hay de ti, de tu reputación? ¿Afectará a la agencia?

— No es la primera vez que hacen suposiciones sobre mis gustos, aunque nunca han tenido pruebas. No creo que me afecte en nada asumir mi inclinación, ni a la reputación de Fusion Models. Esto es algo personal y el estado de Nueva York acepta el matrimonio gay, así que…

— ¡Nos casamos! – exclamó Zara, alzando los brazos.

Aún no se lo acababa de creer. Nunca hubiera creído que Candy se lo propusiera, y menos tan rápidamente. Una mujer como ella, que lo tenía todo… ¿cómo se había colgado de ella, que no era más que una cría?

— Zara, tenemos que hablar seriamente…

“¡Lo sabía! ¡Tenía que haber algo!”, se dijo la joven, acodándose sobre la mesa. Sintió la boca seca y apuró el resto que quedaba en la copa.

— Te escucho.

— Básicamente, son tres planteamientos. El primero es sobre la separación de bienes.

— Por supuesto – asintió Zara. – Todo cuanto tienes es tuyo, te lo has ganado a pulso. Firmaré cualquier condición que…

— No, tonta. No pienso separar bienes. Lo que es mío es tuyo.

— P-pero… — parpadeó la joven.

— Como te he dicho, llevo muchos años separada de mi familia y no pienso dejar que ninguno de esos pijos desgraciados hereden nada de mí. No tengo a nadie más que a ti, al menos, por ahora.

— ¿Por ahora?

— Ese es otro punto que ahora discutiremos. Pero en éste, quedamos en que viviremos en mi apartamento por el momento, y que te iré poniendo al día de cuanto poseo. Tendrás que preocuparte de ciertas cosas.

— Está bien.

— El segundo asunto es la descendencia. Por mi parte, nunca he querido hijos, ni siquiera he pensado en ellos. ¿Y tú?

Zara se encogió de hombros. Sus genes gitanos si clamaban por tener hijos, pero ni siquiera tenía la edad necesaria para opinar legalmente, así que prefería abstenerse.

— Zara, durante muchos años he sido una persona brutal y sin escrúpulos, pero vuelvo a decirte que me encontraste y me has cambiado. Tengo treinta y cinco años y aunque sea algo tarde, desde hace unos meses, vengo sintiendo ciertos impulsos que, en otro tiempo, jamás reconocería.

— ¿Eso quiere decir que quieres hijos? – se asombró Zara.

— Quiere decir que, a tu lado, me siento capaz de cualquier cosa, y que ya no me espanta cuidar de alguien más, junto a ti – le confesó, besándola en la comisura de los labios. – Seguramente, cuando estemos decididas y preparadas, no pueda tenerlos yo misma… Por eso te pregunto: ¿Lo estarías tú?

— ¡Por supuesto, cariño! ¡Los que hagan falta! ¡Muchos churumbeles! – soltó Zara con una risotada.

— ¿Churu… qué?

— Es la palabra caló para niños. Candy, te aseguro que no me importará nada dejar la agencia dentro de unos años para dedicarme completamente a mi familia.

— Me alegra escuchar eso. Bien, hemos coincidido ambas en estos puntos. Queda el tercero… ¡Tu madre!

Zara se tapó los ojos, sabiendo que acabarían tocando ese tema. Toda la alegría que había llegado con la petición, se esfumó. Su madre estaba mal; no aceptaba su noviazgo en absoluto, por mucho que intentara disimular. ¿Cómo reaccionaría ahora con la noticia de que habría boda en algún momento?

— Mira, Candy, cariño, debo confesarte algo sobre lo que no hemos hablado. Mi madre ha empeorado, emocionalmente hablando. Parecía que, al principio, aceptaba nuestra relación, pero ha quedado evidente que no es así. Se ha ido retrayendo durante estos últimos meses. Discutimos por cualquier cosa y nos echamos muchos asuntos a la cara. Creo que está dolida, celosa, y deprimida.

— Dios… es culpa mía – jadeó Candy. – La he dejado de lado, sin una explicación, sin ni siquiera una orden. He sido una loca, pero no quería complicaciones en nuestro… romance.

— Pienso que cree que la has abandonado por mí, pero tiene aún esperanzas de que la llamaras algún día – el dedo de Zara recorría los nudos de la mesa, casi con obsesión. – Si ahora le digo que nos casamos… su esperanza desaparecerá y no sé lo que puede suceder. No quiero hacerle daño, Candy.

— Lo sé, amor mío. Es tu madre y la quieres. Las dos la hemos querido, a nuestra manera. ¿Qué podemos hacer? – susurró.

— No sé… no sé. Con lo fácil que sería si fuera una suegra normal. Nos la podríamos llevar a casa para que no se quedara sola, aunque está Cristo y…

Zara no se dio cuenta del cambio de expresión de Candy. Su ceño se frunció con fuerza, dándole vueltas a una súbita inspiración que le había revuelto el estómago en un segundo. Podía ser la solución perfecta, si se atreviera… pero la situación podría degenerar y perderlo todo…

— Cariño, voy al baño – le dijo a Zara. – Pide un par de cafés, que tenemos que darle vueltas al asunto.

— Podríamos ir a TriBeCa, a tu casa, y ponernos cómodas.

— Eso más tarde – comentó Candy, poniéndose en pie y tomando su bolso. – Te conozco. Si ahora fuéramos a casa, solo querrás celebrar el compromiso y no saldríamos de la cama, zorra.

Zara sonrió, sabiendo que le había leído la mente. Alzó la mano y llamó a la moza, mientras Candy contoneaba su hermoso culo hacia la zona de los lavabos.

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El apartamento estaba en silencio y en penumbras. El suave tictac del antiguo péndulo Zimmerman que colgaba de una de las paredes del salón, marcaba un tempo para el corazón de Faely. Se sentía frenética desde que había recibido la llamada telefónica de su ama. Se sintió ligera como una pluma y realmente agradecida al escuchar su voz, aunque el tono fuese seco y dominante. Pero le había dado una nueva orden y ella era feliz al cumplirla.

Por eso mismo, se encontraba desnuda y arrodillada, con las manos a la espalda, en el salón del apartamento de TriBeCa. Faely aún poseía una llave de la puerta, de cuando vivía allí con su ama. El pulido suelo de madera resultaba reconfortante bajo sus rodillas y los cuatro gruesos cirios celestes dotaban de una suave luminiscencia a la sala, uno en cada punto cardinal, tal y como se lo había exigido.

Faely mantenía los ojos bajos y respiraba lentamente. Sin embargo, sus dedos, que abarcaban ambas muñecas sobre sus riñones, no dejaban de frotar nerviosamente la enrojecida piel. No quería pensar en lo que podía significar aquella orden, que la había llevado de noche a acudir al ático de su ama; no quería edificar unas esperanzas que podían derrumbarse como un castillo de naipes. Pero, aún así, algo debía querer su ama de ella. Con toda claridad, volvió a escuchar sus palabras: “Ve a mi apartamento. Espérame allí como lo hacías antes, en el salón, como una buena perrita. Puedes subir la calefacción a tu conveniencia.”

Para ella estaba claro. “Como antes.” Así que lo había escenificado todo como lo había hecho una y mil veces. Había preparado una cubitera para enfriar el champán y, sobre la mesita, dos copas y un cuenco de cristal con bombones. Después se despojó de toda la ropa, bragas y sostén incluidos; colocó con todo cuidado las velas, y se situó en el centro, dispuesta a esperar toda la noche si hacía falta. Tras un buen rato, descubrió que no había dejado de sonreír, por lo que se obligó a mantener una expresión de buena esclava, neutra.

Había perdido la noción del tiempo cuando tintineó la llave en la cerradura. Recuperó la postura adecuada y trató de respirar con calma. En el vestíbulo, Zara deslizaba sus manos por las caderas de Candy, con anhelo y pasión. Llevaba mordisqueando su cuello desde que tomaron el ascensor, con unas ganas tremendas de desnudarla y caer en la cama. Candy succionó fuertemente su lengua y la obligó a girarse hacia el interior del apartamento, atizándole una fuerte nalgada.

— Ay…

— Deja que cierre la puerta y ponga la alarma, quejica. Entonces vas a quejarte con ganas – musitó Candy.

Faely se estremeció, sintiendo como la bilis subía por su garganta. ¡El ama no venía sola! ¡No podía ser otra que su hija! Pensó en levantarse, pero su ama lo había dejado claro. Espérame como antes… ¿Qué debía hacer? Tomó la decisión, todo ello en dos segundos, de no moverse.

Zara taconeó con urgencia hacia el cuarto de baño, pero, al pasar por el salón, se quedó estática, con el corazón alterado y el rostro lívido. Miraba a su madre arrodillada, sin acabar de creérselo. Sus ojos contornearon las potentes caderas, las rodillas dobladas, el cabello corto que se pegaba a su cuello, los poderosos pechos que se proyectaban hacia delante… pero no podía ver su mirada. ¡Su madre no levantaba los ojos del suelo!

— M-mamá – balbuceó.

— He pensado que Faely ya no puede ser mi esclava. Si no pienso dejarte firmar una separación de bienes, entonces ella debe ser un bien común, de ambas – le dijo Candy casi al oído, al llegar por detrás.

— P-pero… ¿qué hace aquí?

— ¿No crees que este es el momento idóneo para decírselo? Así, en caliente…

— N-no puedo…

— Bueno, entonces se lo tendré que decir yo, cariño, aunque no tengo el mismo tacto que tú, ya sabes. Verás, Faely, nos…

Zara levantó una mano como una centella, tapando la boca de su novia. La miró intensamente a los ojos, pero no pudo enfadarse con ella. Candy era así de directa. Ambas sabían que debían solucionar el problema y de nada servía aplazarlo.

— Yo se lo diré, Candy. Tú siéntate – y apartó la mano de los labios de la ex modelo cuando ésta asintió.

Candy Newport se dejó caer con un suspiro en el mullido sofá de cuero crema y se quitó los zapatos, sin dejar de mirar el cuadro que tenía delante. Observó como Zara se mojaba sus gordezuelos labios, buscando cómo empezar. Faely, por su parte, había levantado algo la barbilla y la miraba a ella, casi de reojo. Quiso encontrar algo de rencor en la mirada, pero no lo halló, tan solo admiración y quizás amor. Candy se asombró de la pasión que embargaba el ser de la gitana.

— Mamá, puedes mirarme. Soy tu hija, no tu dueña – musitó Zara, avanzando hacia su madre un par de pasos. Faely clavó sus melosos ojos en ella, sabiendo que sus mejillas reflejarían toda su vergüenza, pero no le importó. – Esta noche, Candy y yo nos hemos comprometido.

Faely estuvo segura de que el corazón se le detuvo entre sus costillas. Fue como un doloroso pellizco en seco. Zara adelantó su mano izquierda, mostrándole un moderno y rectangular anillo en su dedo.

— ¿Comp-prometidas? – consiguió articular.

— Si, Faely – respondió Candy. – Vamos, levántate, vas a ser mi suegra.

Zara le tendió la mano a su madre para ayudarla a alzarse del suelo. Le sonreía, en un intento de hacerla partícipe de su alegría.

— Eres muy joven aún para casarte – contestó la gitana, intentando no gesticular y que sus brazos taparan sus pezones.

— No vamos a elegir fecha de momento. Cuando cumpla la mayoría de edad, viviremos juntas aquí.

— Ya buscaremos el mejor momento para el enlace – opinó Candy.

— Me… alegro mucho por ti, Zara – silabeó Faely, iniciando una sonrisa que no acababa de parecer auténtica.

— Joder, daos un abrazo, ¿no? – exclamó Candy.

Zara, más alta que su madre, hundió su rostro en el hombro de Faely, ocultando sus rasgos contra el pelo azabache. Faely puso sus manos en los costados de su hija, pero acabó llevándolas a la espalda, apretando con pasión. Ambas sintieron como sus ojos se humedecían y se besaron mutuamente las mejillas.

— Ha sido toda una sorpresa – musitó Faely, separándose pero manteniendo sus manos sobre la cintura de su hija.

— Más o menos como la mía. Candy me dejó clavada en la silla – se rió Zara, mientras limpiaba las lágrimas de su madre.

— ¿Hay abrazo para mí? – preguntó con sorna Candy, levantándose y acercándose a ellas.

Zara la abrazó fuerte, pero Faely no se atrevía a moverse. Era su ama y un abrazo le parecía algo fuera de norma. Pero Zara estaba al cuidado y sin soltar el talle de su novia, alargó la otra mano para atraer a su madre. Se fundieron en un abrazo entre las tres y, en esa ocasión, Zara fue consciente de la desnudez de su madre, del calor de su piel. Candy, por su parte, dejó resbalar su mano por la espalda de la gitana hasta alcanzar uno de sus duros glúteos. La dejó allí como si fuera lo más natural del mundo.

— ¿Qué va a…?

— ¿Pasar contigo? – acabó Candy la frase de Faely. – Como he dicho antes, ya no podrás ser mi esclava. No sería correcto ni ético, ¿verdad?

Faely negó con la cabeza, sin querer ver la mirada intrigada de su hija y su ceja enarcada.

— He pensado que cuando Zara se venga a vivir aquí, lo hagas tú también.

Zara clavó los sorprendidos ojos en su novia. Intentó decir algo, pero su boca solo se quedó abierta, sin movimiento, totalmente sorprendida. Faely las miraba alternamente, sin saber si su ama hablaba en serio.

— Zara me ha comentado que has pasado por una mala racha desde que salimos juntas – la dueña de la agencia levantó una mano, deteniendo la protesta de ambas mujeres. – Ya he admitido mi culpa en todo ello. He sido desconsiderada y cobarde. Tenía miedo de que Zara supiera demasiado pronto de nuestra especial relación, así que me aparté bruscamente. Ni siquiera dejé un mensaje para explicarte mis motivos. He sido mal ama; no he respetado a mi sumisa, lo sé.

La voz de Candy se quebró un tanto, dejando paso a la emoción contenida, y Zara le apretó el talle, dándole ánimos.

— No, mi señora, no ha sido culpa suya, sino mía. He abrazado sentimientos que no me correspondían – respondió Faely, con la cabeza gacha. – He sentido celos de mi hija, fruto de mis fantasías. Usted nunca me juró fidelidad ni amor…

— Pero, de cierta manera, eso va implícito en nuestra relación de ama y esclava. Puede que no fuera amor, pero si debe haber respeto, cariño, y obligación – las lágrimas surgían ya incontenibles de los lacrimales de Candy, quien llevó su mano desde la nalga de Faely hasta su barbilla.

— Ama, yo…

— Durante diez años has sido mi confidente y mi tesón. He volcado sobre ti mis insatisfacciones y mis victorias. Has llorado y reído a mi lado, Faely. Casi podría hablar de cierto matrimonio entre nosotras, ¿no es cierto? – la ex modelo atrajo a la mujer contra su pecho, en un abrazo tan tierno que Zara se emocionó.

— Si, mi señora, así ha sido – musitó Faely, llorando también.

— Pero ha sucedido algo que no creí nunca posible. He conocido el amor, el verdadero, Faely. Me he enamorado de tu hija como una colegiala y lo sabes. Jamás me habrás visto así con nada ni con nadie de mi vida. Sé que te he hecho daño y sé que te vamos a causar aún más.

— N-no, por favor…

— Debemos separar nuestros caminos, Faely, por respeto a tu hija. Debemos terminar la relación que nos unía, pero no quiero que tu hija pague por nuestros pecados. Ella debe tener a su madre a su lado. Sois la única familia que disponéis, tan solo os tenéis la una a la otra. Así que me gustaría que te vinieras a vivir con nosotras, como madre y suegra.

— Oh, Dios – jadeó Faely.

Zara estaba casi conmocionada. Candy no le había dicho nada de todo eso, ni de cuando lo había pensado. ¡Pero si habían estado comentando el asunto una hora antes y no habían llegado a ninguna conclusión! Sin embargo, la contestación de su madre la anonadó aún más.

— Me gustaría, mi señora, me gustaría muchísimo, pero sé que no seré capaz. No podré mantenerme calmada cuando vea como os besáis, como dormís juntas… Vuestra felicidad me matará… No, me quedaré en mi loft, con mi sobrino, y os dejaré tranquilas. Zara será bienvenida siempre en casa – dijo, restañando las lágrimas e irguiéndose todo lo que pudo entre las otras dos mujeres, más altas que ella.

— Es lo que pensaba, mi dulce Faely. Eres demasiado visceral para fingir en una situación como esta.

— Pero mamá, debes hablar con alguien. Estás depre y dolida. No quiero dejarte sola así – Zara se abrazó a su madre, con los dos brazos, sintiendo su aroma y los mórbidos pechos rozar los suyos.

— Has dicho que aún no vais a vivir juntas, ¿no? Me acostumbraré, no te preocupes – le acarició las trencitas mientras notaba el cálido aliento de su hija sobre su cuello. Las distintas emociones que sentía quitaban importancia al hecho de continuar desnuda ante ella.

— Es una lástima. Aquí hay sitio de sobra para las tres y, por otra parte, me he acostumbrado a que estés presente en mi vida, de una forma u otra. Te echaré de menos, sinceramente, Faely – le dijo Candy, inclinándose sobre ellas y besándola en la mejilla.

— Bueno, al menos viviremos en la misma ciudad y podremos vernos – sonrió Zara.

Las tres permanecían abrazadas en medio del salón, con Faely en el centro. La mano de Candy se unió a la de su novia, a la espalda de la madre, y suavemente la descendió hasta descansar las dos sobre las empinadas nalgas maternas. Ninguna dijo algo, limitándose a sorber sus húmedas narices.

— Si, viviremos aquí hasta que decidamos tener hijos. Después habrá que buscar una zona más residencial – soltó Candy la pulla que tenía preparada.

— ¿Hijos? – exclamó Faely, mirando a su hija. – Pero, ¿cómo…?

— Mamá, no seas burra. Hay muchos métodos hoy en día. No voy a ir buscando machos por ahí – la amonestó su hija.

— Claro, claro… ¿y os marcharéis? – su tono implicaba un fuerte desencanto. Faely tenía hambre de más familia, de hijos, nietos, sobrinos… y ahora le estaban diciendo que se marcharían lejos cuando llegara ese momento.

— Si, es lo mejor – respondió Candy, mientras restregaba suavemente la mano de Zara sobre el trasero de Faely. – TriBeCa no es un buen lugar para criar hijos. Tengo propiedades en Nueva Jersey y en los Hamptons. Ya veremos. Sé que te encantaría cuidar de tus nietos, pero es lo mejor.

— Podrás visitarnos siempre que quieras, mamá. Te lo prometo – pero lo dijo sin convicción, demasiado atenta a los círculos que la mano de su novia le obliga a hacer sobre la piel de su madre.

Sin embargo, Faely no era consciente de ello. Solo estaba pensando en que tendría que limitarse a visitarlos los fines de semana, y conocía muy bien los gustos y compromisos de su ama. Sería raro si las pillara en casa más de un fin de semana al mes. Eso contando con que se mudaran a una zona medianamente cercana a Manhattan…

Candy sonreía interiormente. Conocía bien el tremendo morbo que Zara sentía por la condición de esclava de su madre. Se lo había confesado muchas veces, pues Candy le arrancaba la confesión cada vez que la tenía a punto de correrse. No creía que Zara pusiera demasiados impedimentos a lo que pretendía proponer, pero no estaba segura de Faely. La gitana era una mujer muy sensual y ardiente, pero no tenía constancia que se sintiera atraída por el incesto. Si Candy hubiera sabido de las tremendas masturbaciones que Faely se obsequiaba en honor a sus fantasías con su hija, hubiera batido palmas de alegría. Inspiró, tomó la mano de su novia y la plantó abiertamente sobre la nalga de su madre, y luego dejó caer:

— A no ser…

— ¿Qué? ¿A no ser qué? – Faely conocía muy bien aquel tono. Su ama había pensado algo sucio y pecaminoso como solución y no sabía si quería escucharlo o no.

— Antes le he susurrado a Zara que no podía tenerte más como esclava, ya que si no iba a proponer una separación de bienes, mi esclava ya no sería mía, sino de las dos – Zara sonrió como una tonta, perdida en el magreo que le estaba dando a su madre. – No quieres vivir con nosotras porque envidias a de tu hija, pero… si fueras también la esclava de tu hija, si nos sirvieras a nosotras dos como una buena perra, ¿sentirías entonces esos celos?

Faely se quedó con la boca abierta y Candy no podía leer nada en ella. No sabía si era repulsión, sorpresa, o indignación lo que pasaba por la mente de la mujer. Zara dejó la mano quieta, el corazón acelerado como nunca, totalmente pendiente de la respuesta de su madre. A medida que las palabras de Candy calaban en su cerebro, más se convencía de que era la fórmula perfecta si conseguían dejar de lado sus prejuicios morales.

La gitana había entrado en otra dimensión. Como una buena perra entrenada, escuchar esa idea de boca de su ama había empapado su vagina en segundos. Había escuchado en voz alta su mayor fantasía, cuando creía que no sucedería nunca. Pero en vez de clamar su afirmación con vehemencia, un estúpido sentimiento censor se alzaba para rechazarla con fingido asco y desprecio. Tragó saliva y giró su cuello a un lado y otro, mirando a ambas. En el rostro de su dueña, podía ver la ansiedad por escuchar su contestación y el miedo a todo cuanto pudiera surgir de una negación. Sin embargo, en los rasgos de su hija, tan bellos y arrebolados por la vergüenza, era claro el anhelo, el deseo y el amor que sentía por las dos mujeres de su vida.

Sintió el estremecimiento de la mano de su hija sobre su nalga y eso la ayudó a decidirse y amordazar al gnomo con sotana que intentaba hacerse escuchar en su interior.

— No, creo que no – musitó, con la boca seca.

El peso de su hija cayó sobre ella, de repente, como si se desplomara. Candy la atrapó de la cintura, manteniéndola casi en vilo.

— ¡Zara! ¡Cariño! ¿Qué te pasa? – exclamó la ex modelo.

— Nada, nada… ha sido un vahído tonto… la impresión… – protestó Zara.

Su novia la llevó en volandas hasta el cercano sofá y se sentaron. Faely, más experimentada, estrujó la servilleta que envolvía la olvidada botella de champán, impregnada del hielo derretido, y la pasó sobre la frente y cuello de su hija. La atendió con mimo, mojándole la cara interna de las muñecas, y esperando que recuperara el color, arrodillada ante ella y sentada sobre los talones.

— ¿Estás mejor, vida? – preguntó Candy con verdadera preocupación.

— Si, si… ha sido un poco todo. El champán de la cena, la emoción, la sorpresa… – contestó Zara mirando el rostro de su madre.

— La confesión de tu madre – acabó Candy, seriamente.

— Mamá, yo no quiero que… – con un espasmo, se inclinó sobre Faely.

— Escúchame, cariño – la cortó su madre, alzando una mano. – Mi señora me ha preguntado y he respondido con la verdad. No sentiría celos porque os quiero a las dos y no me sentiría relegada a un lado. Sé que algo así suena muy degenerado y pecaminoso, pero soy sincera.

Zara estuvo a punto de gritarle: “¡Pero eres mi madre!”, pero apretó los labios. Estaban solas en el piso, lejos de cualquier testigo, y siendo así, ¿por qué no aceptaba el razonamiento de su madre? Ella sentía lo mismo, por mucho que intentara ocultarlo. La noche del cumpleaños de Cristo se había puesto malísima al meter su mano en la entrepierna de su madre. Su propio coñito se había empapado tanto que había calado el disfraz. Ni siquiera le había confesado a Candy que se había corrido sin tocarse, solo con escuchar el gemido de su madre. Tuvo que pedirle a su novia que la trajera a casa para follar con ella como una desesperada y tratar de sacarse el tacto del sexo de su madre de la mente.

— He sentido tu mano sobre mis nalgas, cómo me acariciaba. No te desagrada la idea, por mucho que intentes negarla, lo sé – Faely retomó la palabra, hablando suavemente, sin mirar a nadie. – Creo que tenemos parte del mismo diablo en el cuerpo, Zara. Yo me dejo dominar, busco el dolor y la humillación, pero ¿y tú? ¿Cuál es tu demonio?

Candy, callada, las miraba. Ella sabía que demonio llevaba Zara en su interior, pero era posible que no estuviera solo; podían ser varios. La había visto en la isla, había compartido sus reacciones. Zara era una aprendiza de Reina Pecadora, de Puta Babilónica, de Madre de las Tentaciones… Había aceptado su tendencia lésbica a muy temprana edad, “saliendo del armario” con toda naturalidad. Podía ser una dominatriz sin problemas, tal como podía someterse a las fantasías de una persona querida. Ahora se estaba enfrentando a la más pura atracción incestuosa y Candy no dudaba que superaría la prueba seguramente. Mentalmente, se frotó las manos por lo bien que estaba transcurriendo su improvisado plan. Las deseaba a ambas. A una la amaba, a la otra la necesitaba. Hija y madre. Esposa y esclava. Sería la persona más feliz de esta escombrera si conseguía que las dos se mantuvieran a su lado.

Zara no contestó, tan solo miró intensamente a su madre y asintió lentamente, apartando entonces la mirada. La sangre subió a sus mejillas, evidenciando su sentimiento, pero ni su madre ni su novia fueron conscientes del flujo que llenó su vagina.

— Creo que esto impone cierta prueba, digamos un experimento social – propuso Candy. – Pienso que deberíamos probar si podemos encajar, las tres; cada una aceptando su propio rol.

Zara se encogió de hombros cuando su novia buscó su mirada. Faely solo asintió con la cabeza, con expresión serena. Alargó uno de sus pies descalzos y rozó el pezón izquierdo de Faely, que ya estaba como una piedra.

— El collar sigue debajo del sofá. Póntelo, perrita – le dijo con una sonrisa.

Faely se dejó caer de bruces, apoyando la mejilla sobre la madera y estirando el brazo hasta rebuscar bajo el mueble. Sacó un gran collar de perro, sujeto a una corta cadena metálica enfundada en plástico verde. Sin una palabra, lo abrochó a su cuello con una facilidad que hablaba de las veces que lo había hecho antes. La cadena quedó tirante, impidiendo que se pudiera poner de pie o retirarse hacia atrás. Zara intentó buscar donde se enganchaba la cadena y acabó discerniendo que lo estaba en los bajos del propio sofá. De esa forma, Faely solo podía mantenerse arrodillada, con la barbilla pegada al filo del asiento de cuero. Cualquier otra postura le estaba negada.

Candy se giró hacia la mulatita y sonrió. Le tomó las manos y la miró a los ojos.

— Zara, ¿estás preparada para esto? ¿Quieres dejarlo? Si tienes otra idea mejor es el momento de exponerla.

Zara negó con la cabeza y se aclaró la garganta.

— No, creo que tienes razón por muy loco que suene. Mi madre será feliz y yo también, es la opción más lógica aunque… descabellada.

— Bien, entonces es hora de que veas de lo que es capaz tu madre, cariño. Tú déjate llevar. Sin prisas, Zara. Observa y siente…

Con estas palabras, Candy se remangó la estrecha falda hasta las caderas y bajó el culote rosa de encajes que llevaba. El oscuro liguero enmarcaba divinamente sus caderas, manteniendo las medias de seda en el lugar adecuado. Se abrió de piernas, mostrando a los famélicos ojos de su esclava un pubis que conocía de sobra, con una estrecha tira de vello que parecía más bien un signo de exclamación.

— Muy bien, perrita, ya sabes cómo me gusta esto. Muy despacio para que Zara pueda verlo bien – le comunicó.

Faely asintió, con una sonrisa de satisfacción en la cara. Se relamió e inclinándose entre los muslos, alcanzó el cerrado coño de su dueña. Tan solo utilizó la punta de su rosada lengua para separar los labios mayores, dejando hilillos de saliva entrecruzándose. Sentía sobre ella los ojos de su hija, muy atentos a lo que estaba realizando. La cadena enfundada golpeaba levemente contra el cuero y marcaba una cadencia rítmica, como el tambor de una galera, con la que la lengua de Faely trabajaba al unísono.

Candy deslizó su trasero hacia abajo, llevando sus caderas más adelante, con lo cual Faely tuvo que echar su cabeza más atrás, quedando la cadena ya tensa. Ahora no podía moverse en ninguna dirección; solo podía lamer, chupar y mordisquear en el sitio. Su lengua descendió hasta ensalivar el apretado ano de la ex modelo, lo que la hizo gruñir y agitarse. Zara conocía aquella delicada zona de su novia. Tras esto, la trabajosa lengua de Faely subió, centímetro a centímetro, palpando y lengüeteando sobre la vulva, hasta dar un rápido toque contra el clítoris. Y vuelta a empezar.

— Diosssss… – susurró Zara, atrapada por la escena.

Zara observó la postura del cuerpo de su madre. No usaba sus manos para nada. Las mantenía sobre sus muslos, manteniendo el equilibrio cuando era necesario. Parecía muy cómoda sentada sobre sus talones, como si hubiera estado media vida así. Los músculos de su espalda y de su cuello se marcaban al trabajar en aquella posición. Tenía que reconocer que su madre tenía un cuerpo exquisito para su edad. Tanto baile tenía que tener algo bueno, ¿no? Sus senos temblaban sensualmente cada vez que hundía su lengua entre los labios menores, de una forma muy erótica. Zara se encontró preguntándose a que sabrían aquellos pezones erectos. Se estrujó suavemente uno de sus propios senos, encerrados aún por el sostén y el vestido.

Fue consciente de que Candy la miraba con los ojos entrecerrados y sonreía ladinamente. Seguro que la muy guarra estaba disfrutando y no se lo podía reprochar. Ella misma estaba poniéndose más burra que un monaguillo en un sex shop.

— Así, perrita mía… que bien lo haces… cómo he echado de menos esa lengua de diablesa…

Faely se estremeció al escuchar los susurros de su ama. La había necesitado tanto en estos meses, que ahora, con solo decirle esas palabras, estaba a punto de conducirla hasta un orgasmo. Se retuvo como pudo y siguió aplicándose con todo esmero. Una mano se posó sobre su nuca, acariciándola muy delicadamente, apretando suavemente cuando intentaba ahondar con la lengua dentro del coño de su dueña. Aquello no era característico de Candy. La señora solía tomarla de los mechones de las sientes para frotar su rostro enérgicamente contra su coño. No quiso levantar los ojos pero estaba segura de que se trataba de la mano de su hija. Otro escalofrío recorrió su desnuda espalda, pero estaba vez la tensión sexual se acumuló en su vientre y en la punta de sus pezones.

— ¿Te sientes celosa, cariño mío? – preguntó Candy, dejando resbalar su espalda en el respaldo para acercarse al hombro de su novia.

— No, nada de eso. La verdad es que esperaba sentirme molesta al menos, pero… solo te veo gozar y gozar… así que ¿cómo voy a estar celosa si te veo feliz? – contestó antes de besarla y hundir su lengua plenamente en el húmedo interior de su boca.

— Gracias, diosa de chocolate… esto puede ser la mejor solución… si sale bien – respondió Candy tras un minuto de intenso forcejeo bucal. Mordisqueó la puntiaguda barbilla de Zara, antes de mirar hacia abajo.

Contempló, con mirada turbia, como la boca de Faely le comía el coño con pericia y delicadeza. Admiró aquella cabecita de corta cabellera morena, a lo pixie, que apenas se podía mover del cepo que originaba el collar. Y, sobre todo, suspiró al comprobar que la mano de su novia seguía allí, en la nuca de su madre, acariciando y empujando. Aquel detalle la hizo hundirse en la tormenta que venía arrasando desde su chacra más bajo. Cerró los ojos y se abandonó al dulce placer con un gemido que brotó de sus entrañas. Estaba en la gloria, en los brazos de la madre y de la hija, solo faltaba el espíritu de la diosa para estar en el mejor nirvana personal.

Zara obligó a su madre a recoger el fluido que brotaba de la vagina de su amante, aunque sabía que no era necesario. Faely tragaba con fruición mientras las caderas de su ama se agitaban, presas del orgasmo. Una mano de Candy atrapó la suya, la que estaba acodada en el respaldo, y apretó con fuerza, como si le quisiera transmitir la intensidad de su placer. Esta vez sintió envidia, pero una envidia sana y natural. Ella también quería gozar así. Ya tenía el coñito más encharcado que las marismas del delta del Hudson.

Candy se incorporó, permitiendo a Faely algo más de movimiento. Se apoyó en el respaldo y se pudo en pie sobre el sofá, bajándose de un salto. Se giró hacia la gitana y le dijo, alzando un dedo:

— Desnuda a tu hija. Ahora vuelvo – y, dando media vuelta, desapareció en el dormitorio.

Faely no podía moverse del sitio, así que apenas alcanzaba las piernas de su hija. Zara lo entendió y movió su cuerpo hasta colocarse al lado de su madre. Ambas estaban azoradas y los latidos de sus corazones retumbaban en las sienes, incrementados por los nervios que sentían. Sin embargo, en el momento en que sus ojos se encontraron, unos oscuros y otros castaños, todo se calmó como por encanto. Sus miradas parecían haberse enredado de tal forma que los ojos no se apartaban, como si compusieran el bálsamo que cada una necesitaba.

Las manos de Faely subieron hasta el cuello de Zara, bajando los estrechos tirantes del vestido y dejando el sujetador beige al aire.

— ¿Puedo, mi señora? – musitó Faely, señalando con un dedo el sostén.

— S…s-si – que extraño sonaba aquel titulo en sus oídos. Cuando su madre llamaba así a Candy parecía tan natural como un “buenas tardes”, pero ahora se lo había dicho a ella. Era su señora… ¡Su dueña!

Zara se mordió el labio mientras los ágiles dedos de su madre desabrochaban la prenda íntima. Sentía su bajo vientre pulsar como una vieja cafetera sobre ascuas demasiado calientes. Se estaba poniendo malísima, y eso que aún no había tocado su piel.

Faely se regodeó en la contemplación de aquellos dos senos pujantes, parecidos a dos gemelos conos volcánicos, que se sostenían erectos solo por la vitalidad de la juventud. Eran menudos y preciosos, con unos pezones grandes que acaban en forma de copa invertida sobre la cúspide de los montículos. Un pezón de los que están hechos para morder…

Tironeó del vestido hacia abajo, pasando las caderas. Zara estiró las piernas para que pudiera sacarlo. Tuvo cuidado de no engancharlo en los botines de fino tacón. Los pantys ocultaban parcialmente el escueto tanguita rosa, y aunque no podía notar la humedad que se escondía allí, si pudo olerla. Olía a mujer excitada, el mejor olor del mundo.

Introdujo los dedos en la cinturilla elástica del nylon y empezó a enrollar lentamente el panty. Primero las caderas y luego, con un movimiento sensual, deslizó la prenda nalgas abajo. Con el rostro más azorado que nunca, Zara alzó sus piernas para permitir que siguiera enrollándolos piernas arriba. Los finos tacones de los botines apuntaban al techo. Se dijo que parecía una puta actriz porno con aquel gesto, pero el caso es que se sentía aún más guarra; se sentía, puta, puta.

Su madre se detuvo en los tobillos y bajó las cremalleras de los caros botines, descalzándola. Luego acabó retirando los pantys, que quedaron hechos un lío en un rincón. Faely acarició los esbeltos pies de su hija, maravillándose en el colorido de las uñas y en la estupenda pedicura que presentaba. Siguiendo un impulso, se llevó el dedo gordo del pie izquierdo a la boca, ensalivándolo completamente con la lengua. Sus dedos masajeaban el empeine y la planta con energía y, con una sonrisa mental, escuchó el suspiro de Zara.

Dejó el pie en el suelo de madera y subió sus manos hacia la única prenda que quedaba: el tanga. Con los pulgares de ambas manos sujetó la delgadísima tira que subía por las caderas y bajó la prenda un tanto, revelando las manchas oscuras que impregnaban los bordes inferiores. Esta vez, la mujer sonrió físicamente. Su hija estaba muy excitada, al igual que ella. El collar no le permitía mirar hacia abajo, pero casi estaba segura que, en el suelo, bajo su pelvis, tenía que haber varios goterones de su flujo, ya que sentía el reguero deslizarse por el interior de su muslo.

Candy apareció en el momento en que Faely retiraba completamente el tanga de su hija. Se había quitado el vestido y el corsé, pero se había puesto un corpiño que ceñía su talle y dejaba sus bellas tetas al aire. Seguía portando el liguero y las medias, así como los zapatos de fino tacón. Sonrió al contemplar la escena, pues supo leer perfectamente en su cara lo que estaba sintiendo su novia. Traía una fusta bajo el brazo y en una mano, un largo consolador de doble cabeza, muy flexible y lleno de bultitos en todo su largo tallo.

— Toma, atrapa esto – le dijo a Zara, lanzándole el largo consolador, que se asemejaba a una anguila en tamaño y forma. La joven lo atrapó a malas penas. — ¡Perrita, a cuatro patas!

Faely obedeció con prontitud, acostumbrada a estos juegos. Zara miró a su chica y luego a la suave y flexible cosa que tenía entre las manos. La pregunta, aunque muda, era evidente.

— Eso es para que se le metas a tu mamita, bien adentro – le comunicó Candy con una diabólica sonrisa. – Por donde quieras. Está entrenada para aceptarlo todo.

Zara abrió la boca, atónita con la noticia. Pensó en el culo de su madre, duro, firme, trabajado, y apetitoso. Pero se echó atrás. Hacía varios meses que su madre no tenía relaciones. Al menos, eso es lo que ella creía, pues no sabía nada de sus encuentros con Cristo. Pensó que podría hacerle daño, así que se decidió por la vagina. Además, le daba mucho morbo trastear en aquella zona por donde ella había llegado al mundo.

Se arrodilló junto a las nalgas expuestas de Faely, la cual apoyaba la mejilla sobre el filo del mullido asiento del sofá, respirando fuertemente. Con una mano, abrió las nalgas morenas, dejando ver la estrella del ano. Era cierto. No estaba del todo cerrado, parecía flojo. Estuvo tentada de tocarlo, pero se contuvo con un sentimiento de vergüenza. Aún debía hacerse a la idea que ahora era también dueña de esa perrita.

Candy se arrodilló frente a ella, acodándose en los riñones de Faely. Miró a la mulata y sonrió.

— Es preciosa, ¿verdad?

— Si – contestó Zara.

— ¿Quieres ayuda?

Zara se encogió de hombros. Candy tomó su mano y la condujo hasta la vagina de Faely.

— Primero, debes comprobar su humedad – y obligó a su novia a pasar un dedo por la vulva de su madre. La instó a meter un dedo en profundidad. – Si no está lo suficientemente mojada, habrá que lubricarla…

— Está chorreando – confirmó Zara.

— Pues lame una de las cabezas para lubricarla, o que lo haga ella, como prefieras.

Zara prefirió hacerlo ella, sin dejar de mirar a su novia. El diámetro del glande de blanda silicona no era demasiado, así que entraba bien en su boca.

— ¡Dios! ¡Que cara de putón tienes en este instante! – se rió Candy.

Zara no lo dudaba. Nunca se había sentido más morbosa en su vida. ¡Estaba a punto de taladrar a la perra de su madre! Candy usó las dos manos para abrir la vagina de la gitana, mostrando el rojizo interior. Estaba lleno de flujo que empezó a gotear por la apertura. Sacándose el consolador de la boca, lo dirigió a su objetivo. Solo tuvo que maniobrar un poco para que empezara a tragar como una bestia hambrienta.

Faely retenía sus gemidos, mordiendo el cuero del asiento. No podía mirar por encima del hombro, pero con imaginar a su hija allí, arrodillada frente a su culo y su mojado coño de puta sumisa… Se le iba la cabeza. Las fuertes pulsaciones recorrían su cuerpo, sin control. En el cuello, en la frente, en el pecho, en los riñones, y, sobre todo, entre las piernas. Allí era como una batería antiaérea que no dejara de disparar salvas.

Para colmo, sentía sus dedos empujando la silicona al interior y en un par de ocasiones, le había pellizcado fugazmente el erecto clítoris, lo que la había hecho contonear sus caderas.

— Cuidado, Faely, ni se te ocurra correrte hasta que te lo diga – la avisó Candy.

— Si, mi ama – respondió mordiéndose la cara interna de la mejilla. “Mala suerte. La señora lo ha ordenado.”, pensó.

— Habrá que ayudarla un poco con la fusta, sino no aguantará – le sopló Candy a Zara, guiñándole un ojo. – Pellízcale los pezones, le encanta.

Zara no necesito más para alargar la mano y tironear de un contraído pezón hacia abajo, con fuerza, arrancando un nuevo gemido. Candy se apoderó del otro seno, el que quedaba en su lado, hincando la uña del pulgar como era habitual en ella.

— ¿Te acuerdas de Tanaka, perrita? – le preguntó Candy, como si le viniera un recuerdo. – Tanaka es un inversor japonés. Le encantaba las tetas de tu madre. Podía pasarse horas masajeándolas y corriéndose sobre ella. Cada vez que venía a Nueva York, me pedía que le dejara a Faely. Jamás la penetró, solo quería sus pechos y una mamada de vez en cuando.

— ¿La has entregado muchas veces? – preguntó Zara mientras retorcía el pezón con saña.

— ¿A hombres? No, solo a un par de ellos, de mucha confianza, pero a mujeres sí. Decenas de veces. Incluso la he hecho servir el té en reuniones de mujeres, desnuda y sabiendo que acabaría azotada por todas. Me encanta prestarla a esas zorras envidiosas…

— No sé quien es más zorra – masculló Zara.

— Cariño – se inclinó Candy por encima de la espalda de Faely, para besar a su chica. – Tu madre era la primera en pedírmelo. No sabes cómo se puede correr cuando le mojan una pasta de té en el coño…

Zara tragó saliva. No conocía nada de nada a su madre. Era una desconocida total con una máscara maternal, pero ahora descubriría quien era realmente, y con ello, todos sus límites.

— Vamos, es hora de que la azotes. Levántate – la instó Candy, entregándole la fusta de cuero trenzado.

Faely suspiró, agradecida. Estaba a punto de correrse, no solo por el consolador que estaba haciendo estragos en su vagina, sino por todo lo que había escuchado. Que su hija supiera aquello de los labios de su dueña, la estaba llevando a cotas de excitación jamás alcanzadas. Quería sentir dolor de inmediato, sino se mearía de gusto en segundos.

El primer golpe cayó sobre su nalga derecha, pero con una potencia ínfima. Aquello fue una caricia y, desde luego, no estaba para más caricias. Menos mal que su dueña corrigió a Zara, instándole a golpear con más fuerza y secamente, deteniendo la muñeca. El segundo trallazo sonó mucho más, pero aún así no fue lo que esperaba.

— Necesita un castigo, Zara. Ella espera que tú seas su ama, al igual que yo lo soy. Debe respetarte y temerte. Piensa en las veces que te ha dejado sola, en los años de internado, en su despego emocional, en todos las veces que te ha engañado – la voz de Candy iba despertando viejas heridas en el alma de Zara, e iba dejando caer la fusta con más viveza, casi con malicia.

Faely no pudo mantener los labios cerrados y al quinto golpe dejó escapar un gritito que encantó a su hija. Candy la obligó a espaciar los golpes, para no cansar a Faely y, sobre todo, para que sintiera todo el efecto sobre su piel. Contempló a su novia, quien ya jadeaba al manejar la fusta. En silencio, le indicaba los sitios mejores para golpear, los que aún no habían sido estrenados. Sonrió con picardía al notar como la mano de Zara se acercaba a su propio sexo cada vez que levantaba la mano con la fusta. No se había equivocado, la mulata era propensa al dominio y puede que hasta el sadismo, aunque eso era algo demasiado nuevo para saberlo con certeza.

Empujó el consolador más adentro de la vagina de Faely y manipuló su clítoris con firmeza. Una de cal y otra de arena. Las caderas de la bella gitana ondulaban, tanto por el placer como por el dolor. Justo lo que necesitaba, lo que llevaba tanto tiempo anhelando. Su hija estaba allí, castigándola. Su adorada hija, a la que quería tanto y a la que había dado tan poco… Ahora era Zara quien mandaba, quien la castigaba, la que llevaba a cabo aquella redención que tanto deseaba. Por fin, ya no tendría que decidir nada más en su vida; no tendría que tomar ninguna decisión que pudiese dañar a otros. Candy y Zara se ocuparían de eso, y ella solo de agradarlas y servirlas.

Zara tenía el rictus desencajado. No dejaba de azotar a su madre mientras musitaba algo que Candy no podía entender.

— Ya es suficiente, Zara – la avisó, pero la mulata no parecía entenderla. Seguía dejando caer la fusta con un silbido acusado.

Candy se puso en pie y la empujó sobre el sofá, cortando por lo sano. Los pechos de Zara se agitaron con su respiración ajetreada mientras recuperaba el fuelle y la cordura. Candy bajó una mano y tomó a Faely del cabello, levantándole la cara, toda arrasada de lágrimas.

— ¿Estás bien, perrita? Tu hija ha llegado al paroxismo. Habrá que tener cuidado con ella. Por un momento creía que era la discípula del marqués de Sade.

— S-sí, ama… puedo soportarlo…

— Pues entonces, ocúpate de ella – señaló a la jadeante Zara. – Necesita correrse para olvidar, ¿lo entiendes?

Faely asintió y subió sus manos para acomodar las piernas de Zara, pero ésta se agitó, apartándola. Cuando su madre volvió a intentarlo, dulcemente, Zara chilló y manoteó como una loca. Candy comprendió que su novia había entrado en una pequeña crisis nerviosa. Se arrodilló en el sofá, al lado de ella, y le tomó las muñecas, impidiendo que forcejeara. De esa manera, Faely pudo aprisionarle los muslos con sus brazos. Se quedaron las dos en aquella posición, mientras Zara forcejeaba y se agitaba, emitiendo grititos de furia. Pasados unos minutos, estalló en un fuerte llanto y Candy la abrazó, dejando que la joven sepultara su rostro en su pecho desnudo.

— Vamos, vamos, pequeña, eso es… suéltalo todo… estamos contigo – le susurraba la mujer de su vida, con una cantinela tranquilizadora. – No pasa nada. Estoy aquí… siempre estaré, y tu madre también. Empezaremos una nueva vida, las tres, cariño…

Faely soltó las piernas de su hija y alzó los ojos, tan llorosos como los de su hija, con una terrible expresión de pena y dolor en su rostro. No sabía qué hacer ni como solucionar aquella explosión de furia reprimida. Miró a su ama, esperando que ella se lo dijera, que le mostrara el camino. Ella era solo una esclava, no debía tomar esas decisiones… No podía enfrentarse a esa responsabilidad…

Los sollozos de Zara se acallaron, amortiguados por la carne desnuda de su amante, y se convirtieron en suaves hipidos mezclados con unos cuantos suspiros.

— Ahora. Hazlo suave, hazle comprender que la quieres – susurró Candy, empujando la cabeza de la agobiada gitana contra el pubis de su hija.

Faely recorrió el exterior de la vulva de Zara con timidez, muy lentamente y muy delicadamente. La joven respingó levemente al notar la lengua de su madre, pero se limitó a estrechar aún más el cuerpo de su novia. A los pocos minutos, había acoplado uno de los pezones de Candy en su boca, como si fuera una niña de pecho.

Faely degustó la carne íntima de su hija por primera vez y le encantó. No podía describir su sabor, pero le recordaba a la vainilla salvaje y un poco a aquel aroma que flotaba en Ceylan, cuando estuvo con la compañía, años atrás. Se dedicó a lamer y contornear aquel delicioso grano que trataba de escapar de su prisión de piel. Notaba como la pelvis de su hija se elevaba con cierto ritmo, nada frenético por el momento, pero ajustado a las pasadas de su lengua.

Muy despacio, la penetró con su dedo corazón, curvándolo con pericia y buscando el punto sensible. Le costó un poco, pero finalmente lo encontró, ya que los movimientos de pelvis se incrementaron y las caderas iniciaron otra rotación distinta que se alternaba cada pocos segundos.

— Aaaaahhh… mamá – gimió Zara, aún con el pezón de Candy entre sus dientes.

— Sssshhh… ¿Ves como te quiere? No te ha olvidado, cariño – murmuró Candy en su oído. – Disfruta de tu mamá, déjate llevar, corazón.

Faely unió el índice al dedo que mantenía dentro y, al mismo tiempo, succionó el clítoris de su hija con fuerza. Zara casi se levantó del sofá con el espasmo que la atravesó. Sus muslos se separaron aún más, intentando acomodar mejor a su madre, y una de sus manos se posó sobre la cabeza materna. Gruñó empujando la boca de Faely con una rotación de la pelvis, quien notó perfectamente como la suave piel del totalmente depilado pubis de su hija vibraba, como si tuviera un pequeño motor bajo la piel.

Zara cabalgaba hacia el horizonte de un sentimiento tan fuerte que le producía temor. Su madre le estaba comiendo el coño como nadie lo había hecho nunca, ni siquiera su amada Candy, y las emociones que estaba sintiendo no estaban claras, pero si eran muy intensas. Había mucho de lujuria, pero también paladeaba un amor y un cariño primarios, muy arraigados en sus entrañas. Se estaba derritiendo entre los labios de su madre, unos labios que estaba deseando besar y morder hasta hartarse. Era como si su madre la pudiera succionar enteramente y tragarla para luego volver a nacer.

Tuvo una súbita epifanía que la enloqueció de vergüenza, que desbordó su pudor, y disparó su libido hasta un límite desconocido. Tan solo quería correrse para irse a su casa y meterse en la cama con su madre. No le importaba Candy en ese momento, ni siquiera se acordaba de ella, a pesar de tener uno de sus senos metido en la boca. No, quería recorrer todo el cuerpo de su madre con la lengua, chupar cada uno de los recovecos, y lamer hasta desgastarla completamente. Pensaba estar toda la noche y toda la mañana amándola y devorándola, hasta que no tuviera más fuerzas. Entonces, le ordenaría que la mimara y la atendiera, como su dueña que era.

Faely notó la urgencia en las contracciones de su hija e incrementó el movimiento de los dedos e incluso mordió el hinchado clítoris, detonando una onda salvaje que oprimió el vientre de Zara, de una forma tan salvaje, que casi no pudo controlar la vejiga. La mano de la mulata que se apoyaba sobre la cabeza de su madre, se cerró en un espasmo, aferrando un buen puñado de cabellos. Tiró con fuerza de su madre, pegando la boca materna a su coño, en el mismo instante en que un chorro de fluidos surgía con fuerza. Nunca le había sucedido tal cosa, en tal cantidad. Chilló inconscientemente, sin saber qué estaba diciendo, pero si quedó claro para las demás.

— ¡Aaaaaaahh… que mamá m-más putaaaaaa! ¡TE AMO, MAMÁAAAA!

Quedó desmadejada en brazos de su novia, quien, con una sonrisa acarició su transfigurado rostro. Mientras tanto, su madre se tragaba todo fluido que surgió de ese maravilloso coñito, relamiéndose como una gata feliz.

— ¿Cómo te sientes, cariño? – le preguntó Candy.

— Rota… pero contenta.

— Me alegro, pero ahora me toca a mí. Además, tengo que ocuparme de tu mamaíta, que estará loca por correrse…

Zara dejó de abrazarla y se separó para dejar sitio a su chica. Ésta palmeó el anca de la gitana, indicándole que se girase. Zara no comprendió que pretendía, pero su madre seguramente lo había hecho más veces. Faely subió las rodillas sobre el asiento del sofá, girando la cabeza hasta tocar el suelo. Las manos quedaron dobladas y abiertas sobre la madera, en un remedo de una posición Pinal. Finalmente, estiró las piernas hasta apoyar los pies en lo alto del respaldo del mueble y así pudo flexionar los brazos, como si estuviese realizando ciertas flexiones de gimnasia.

Candy, puesta en pie sobre el asiento de cuero, entrelazó sus piernas con las estiradas de Faely, haciendo coincidir el doble consolador con su sexo. Se inclinó y dejó caer un buen chorro de saliva sobre el glande libre, y luego manipuló el instrumento hasta introducirlo en su vagina. Zara la observó, estirada lánguidamente en un extremo del mueble. Candy se metía centímetros de silicona gruñendo como una cerda. Tenía la boca entreabierta y dejaba caer un hilo de baba. Faely, de la misma forma, se quejaba al llegar el consolador a la cerviz donde hacía de tope para los embistes de la ex modelo.

A pesar del demoledor orgasmo que había obtenido hacía unos minutos, Zara se llevó un dedo al coño, excitada de nuevo por el ardor que las dos mujeres de su vida demostraban. Candy se encabritaba, se agitaba enloquecida, contra la ingle invertida de su esclava. Ésta estaba cansada de la postura y de servir de freno al cuerpo de su dueña, pero, al mismo tiempo, eso la enervaba aún más. Estaba sirviendo de alfombra para su dueña.

Intrigada por las intensas expresiones de placer en el rostro de su madre, Zara se tiró al suelo, quedando de bruces, con su rostro a escasos centímetros del de su madre. Ambas se miraron a los ojos, Faely con los suyos entrecerrados por el gusto que recorría su cuerpo, Zara son la barbilla apoyada sobre el dorso de su mano. Ya no existía vergüenza alguna en ellas.

— Estás gozando como nunca, ¿verdad, guarra? – preguntó Zara, en un silbido de aire.

— M-muchoooooo – resopló Faely con el rostro contorsionado por el esfuerzo.

— Deja que se corra, cariño – le pidió a Candy, alzando más la voz.

— ¡Ya lo… has oído, puta! ¡CÓRRETEEEEE! – gritó a la par que ella se frotaba frenéticamente el clítoris, con una velocidad endiablada.

La frente de Faely se apoyó en la madera del suelo, incapaz de sostenerse por más tiempo con las manos, mientras todo su cuerpo temblaba. Quiso seguir mirando a su hija, pero el orgasmo le cerró los ojos instintivamente. Los dedos de sus pies se curvaron, perdiendo agarre en el respaldo y resbalando hacia abajo. Candy cayó de rodillas al perder su apoyo, entre secos espasmos que erizaron todo el vello de su cuerpo.

Zara se levantó del suelo y aferró el consolador, sacándolo de ambas vaginas. La silicona estaba empapada por los fluidos, dejando una especie de espuma gelatinosa en la mano de la mulata. Ésta se llevo el consolador a la boca y lo lamió por completo, sacando mucho su lengua.

— ¡Qué hermosas sois y que bien sabéis! – les dijo.

Las dos hembras de su vida sonrieron, laxas, una tumbada en el suelo, la otra arrodillada en el sofá.

— Venga, mamá, recoge tu ropa pero no te vistas. Mañana trabajas. Nos vamos a casa ya. Tú así desnuda. Te buscaré una gabardina – informó Zara, con voz autoritaria.

— Vaya, cariño, veo que has aprendido pronto a dar órdenes – bromeó su novia. – Esperaba que te quedaras a dormir.

— Tengo que darle vueltas a un par de cosas aún, pero no te preocupes, amor mío, creo que hemos superado esto.

Y con esto, se marchó hasta el armario de Candy, donde buscó una de sus largas gabardinas mientras pensaba a lo que iba a someter a su madre en cuanto llegaran a casa.

CONTINUARÁ….

 

Relato erótico: “Intercambio de madres (Parte 2 de 2)” (POR TALIBOS)

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NUERA1INTERCAMBIO DE MADRES (Parte 2/2):

Sin título1Esa noche no pegué ojo. Estuve todo el rato dando vueltas en la cama, atormentándome por lo que había sucedido en el coche.

¿Cómo había permitido que pasara? ¿Cómo le había dejado que me llevara al huerto de esa manera?

Pero no, eso no era del todo cierto. ¿No había sido yo la que le había besado? ¿La que le había llevado al coche completamente decidida a follar con él?

Tenía que reconocerlo. No todo había sido culpa suya. Había perdido por completo el control. No podía reprochársele a un chico de su edad que intentara cualquier cosa con tal de echar un polvo, pero yo… yo era la adulta, joder, debería haberle puesto freno, haberlo parado en seco…

No lo hice. Y, siendo sincera, tenía que reconocer que me había gustado sentirme deseada, sentirme hermosa. Aunque, el muy cabrito… mira que decirme que se había enamorado de mí. Ya le valía. Menudo embustero.

Pero, ¿y si no era así en realidad? A mí me había parecido sincero. ¿Y si decía la verdad? ¿Y si sentía algo por mí más allá de la simple atracción física? Eso lo complicaría todo, pues, entonces, no aceptaría un no por respuesta y seguiría insistiendo, aunque yo me negase a seguir donde lo habíamos dejado.

Porque, una cosa era segura. Sin duda, Sergi lo intentaría de nuevo en cuanto volviéramos a encontrarnos. Ya había conseguido una mamada, así que, ¿por qué iba a conformarse sólo con eso?

Y, sobre todo… ¿le pararía yo los pies o volvería a dejarle hacer?

– Joder – dije en voz alta – Si me pilla tan insatisfecha como me siento ahora, no tengo muy claro si sabré pararle.

Sí. Acabé haciendo lo que se imaginan. Sólo que, esta vez, busqué mi consolador y lo usé para procurarme un poco de consuelo. No fue ninguna sorpresa descubrir que seguía empapada cuando me bajé las bragas. Como quitarle el papel a una magdalena, de pegadas que estaban. Me corrí con rapidez por el calentón que llevaba encima y, por fin, una vez conseguido cierto alivio, logré dormitar un par de horas, aunque con un sueño ligero e inquieto.

Por la mañana y tras darme una larga ducha, retomé la rutina diaria, tratando de apartar de mis pensamientos todo lo sucedido el día anterior. Me sentía deprimida y frustrada, costándome mucho poner buena cara a Borja y que no notase nada raro.

Y el resto de la jornada fue igual. Como ese día no tenía ninguna cita concertada, me quedé en la oficina arreglando unos papeles, lo que no fue buena idea, pues la monotonía del trabajo invitaba a pensar en otras cosas y, esas cosas eran, obviamente, Sergio y su… ya saben.

Tenía que calmarme y poner en orden mis ideas. A la hora de comer, me largué disparada de allí y me fui a un restaurante. Evité los que habitualmente frecuentaba, pues no tenía ganas de tropezarme con algún conocido. Ni siquiera necesitaba uno donde la comida fuera buena, pues no tenía hambre alguna, sino ganas de meditar en soledad.

– A ver, Elvira – me decía un rato después, frente a un plato de ensalada que no me apetecía mucho probar – Tienes que centrarte. Hay que decidir cómo afrontar la situación con Sergi, para dejarle claro que lo que pasó anoche fue un error y que no se va a repetir. Y, sobre todo, para asegurarte de que no se va a cabrear y va a ir contándolo por ahí.

Durante la siguiente hora, apenas probé tres bocados de la ensalada y del lenguado que me sirvieron a continuación. Al ver que no comía, el solícito camarero me interrogó sobre si estaba todo a mi gusto, pero, viendo el poco caso que le hacía, el pobre hombre desistió pronto de sus atenciones, dejándome a mi aire, justo como yo quería.

Cuando salí, estaba decidida a ponerle punto y final a aquella historia. Tenía que hablar muy seriamente con Sergio, explicarle que aquello había sido una locura y que no se iba a repetir. Y, en cuanto a lo demás, habría que esperar a ver cómo reaccionaba él y, si dado el caso llegábamos a lo peor, me mudaría con Borja a Alaska o a cualquier otro sitio donde no hubieran oído hablar de Elvira, la pérfida asaltacunas.

Pero claro, una cosa es imaginarte cómo van a ser las cosas, planeándolas hasta el último detalle… y otra muy distinta cómo suceden realmente.

Regresé a casa y, tras cambiarme, me metí en el despacho a poner un poco de orden. Antes, dediqué unos minutos a inspeccionar la casa, pues esa mañana había venido la mujer de la limpieza y, como era nueva (Amparo, la de antes, acababa de jubilarse) quería asegurarme de que lo había hecho todo a mi gusto.

Estaba inmersa en un mar de papeles cuando mi móvil se puso a sonar. Era un mensaje de Borja, que decía que volvería tarde porque tenía entrenamiento extra. Últimamente eso pasaba bastante a menudo, así que no me extrañé.

Mejor. Si Borja no venía a casa, quería decir que ese día no vería a Sergio, pudiendo retrasar mi encuentro con él un día más. Ilusa de mí.

A media tarde, escuché que llamaban al timbre. El corazón me dio un vuelco, pues instintivamente supe que era él. No me equivocaba.

Tras vislumbrarle por la mirilla de la puerta, aguardé unos instantes para serenarme y armarme de valor antes de abrir.

– Hola… Elvira – me saludó escuetamente cuando me vio.

– Hola, Sergi. Pasa. Tenemos que hablar.

Algo en mi tono le hizo comprender que las cosas no iban a suceder como esperaba, pues su rostro se ensombreció de inmediato, siguiéndome al interior de la casa en silencio.

Con un gesto, le invité a que se sentara en el sofá, mientras que yo, como indicación de cómo andaba la cosa, me senté en un sillón, bien lejos de él.

Sergi me miró con tristeza, sin decir nada, pues había percibido perfectamente cual iba a ser mi actitud. Me dio un poco de pena, allí mirándome con ojos de cordero degollado, pero, en virtud del muchacho, he de reconocer que se estaba controlando bastante bien, mostrándose más maduro de lo que yo esperaba.

– Sergi, lo de anoche fue una locura – dije agarrando el toro por los cuernos – No sé qué me pasó, pero es algo que no puede volver a repetirse.

El chico bajó la mirada, apesadumbrado, sin protestar, como si ya se esperara lo que iba a decirle.

– Me volví loca, perdí el control por completo. No voy a mentirte. Reconozco que estaba excitada y fue esa misma excitación la que me hizo perder la cabeza. Cuando te vi allí, llorando, me sentí conmovida y…

Aquello hizo reaccionar a Sergio.

– ¡No! – exclamó, interrumpiéndome – ¡No digas eso! ¡No digas que estuviste conmigo porque te di pena! No podría soportarlo. He estado pensando en ti toda la noche y toda la mañana en el instituto. Sabía lo que ibas a decirme, cómo ibas a reaccionar. Eres la madre de mi mejor amigo y nos conocemos de toda la vida. Llevo años enamorado de ti y ahora… después de haber estado tan cerca de estar juntos… creo que te quiero todavía más.

– Sergi, yo… – balbuceé con el corazón desbocado en el pecho.

– No. Déjame terminar. Sé todo lo que vas a decirme, la diferencia de edad, Borja, mi madre… todo eso lo sé ya. Y no me importa. Por ti afrontaría esos problemas sin dudar. Pero sé que tú no sientes lo mismo. Para ti yo sólo he sido una locura, la debilidad de un momento. No sientes nada por mi y…

– Eso no es cierto – intervine sin pararme a pensar – Sabes que te quiero mucho…

– Sí. Pero no como yo a ti.

Al decir esto, Sergi se levantó y caminó hacia mí. Cuando lo hizo, el corazón casi se me sale por la boca y, aterrorizada (pero deseando ver qué iba a hacer) no atiné a articular palabra.

Esperaba que Sergi, en un arrebato de pasión, se arrojara sobre mí, me arrancara la ropa y me hiciera el amor allí mismo, sobre el sofá. Si lo hubiera hecho, creo que no me habría resistido, pues, al tenerle allí enfrente, diciéndome que me quería, todas mis convicciones y mis ideas de ponerle fin a aquello se habían ido al garete.

Sin embargo, Sergi, todavía muy inexperto, no supo leer mi estado de ánimo y se limitó, simplemente, a comportarse como el buen chico que era.

– Elvira – me dijo, haciéndome estremecer – Te pido perdón por lo que pasó. A partir de ahora intentaré reprimir mis sentimientos y así, espero que podamos seguir siendo amigos. Te pido perdón por lo que hice y te aseguro que no volverá a repetirse.

Entonces se inclinó y, con delicadeza, me dio un casto beso en la mejilla. Yo le miraba atónita, incapaz de creerme que un chico de 17 años hubiera demostrado ser infinitamente más maduro que yo.

Muy serio y con los ojos brillando (quizás por las lágrimas), Sergio se dio la vuelta y salió del salón, dejándome estupefacta y apesadumbrada. No podía creerme lo que había pasado. ¡Había sido él quien había puesto punto y final a todo! ¡Era imposible! ¡Él era el adolescente salido, el que tendría que haberme implorado y lloriqueado para convencerme de que siguiéramos con la aventura del coche! ¡Yo tendría que haberle parado los pies, haberle hecho ver la locura que estábamos cometiendo!

Y en cambio seguía allí sentada, los ojos como platos, con el corazón al borde mismo del infarto.

– ¡Sergi! – exclamé, incorporándome de un salto.

Pero ya era tarde y escuché cómo la puerta de la casa se cerraba. Me sentí fatal.

¿Cómo era posible? ¿Tan noble era el chico? ¿Había comprendido que lo nuestro no podía ser y había decidido ponérmelo fácil? ¿Dónde estaba el adolescente en celo, que no perdía oportunidad para mirarme el culo? ¿La fiera lasciva que la noche anterior devoraba con lujuria mis tetas?

Estaba desconcertada. Nada había sucedido como yo esperaba. Me sentía confusa. Pero, sobre todo, muy, muy en el fondo, me sentía enojada, furiosa. ¿Cómo podía Sergio pasar de mí, es que ya no me encontraba atractiva? ¿Era que, después de habérsela chupado, había decidido que no era para tanto?

Ahora lo admito, sí, pero en aquel momento, no habrían podido arrancarme esa confesión ni en el potro de tortura.

………………………………………..

Y los días pasaron.

Los chicos reanudaron su actividad normal. Clases, entrenamientos, alguna salida nocturna… Lo único que cambió fue que Sergio no venía por casa tan a menudo, lo que me molestaba profundamente.

Cuando lo hacía, se comportaba con exquisita corrección. Quizás un poco más reservado de lo habitual. Se habían terminado las miraditas subrepticias, los rubores y las sonrisillas tontas.

Aquello me tocaba las narices que no veas. Me sentía rabiosa, lo reconozco, pues, mientras que él parecía haber dejado atrás su atracción por mí sin dificultad alguna, yo me pasaba el día pensando en él y en lo que podría haber pasado si su madre no llega a llamar.

Y, por las noches, empecé incluso a soñar con él. Estaba obsesionada. Y aquello tenía que acabar.

No me di cuenta al principio, no obedeció a ningún plan organizado ni a ninguna estrategia, pero, poco a poco, empecé a comportarme con Sergio de forma un tanto… relajada. No, dejémonos de eufemismos, lo que estoy diciendo es que empecé a tratar… de seducirle.

¿Recuerdan lo que dije el principio del capítulo anterior, sobre que nunca hacía nada para atraer la atención de Sergi? Pues, a partir de entonces, la cosa fue diametralmente opuesta.

Como digo, al principio no me di cuenta de lo que hacía, así que no puedo asegurar que no llevara ya tiempo comportándome así de manera inconsciente, pero, lo cierto es que, una tarde en que los chicos estaban estudiando en el salón, me di cuenta de lo que estaba haciendo.

Esa tarde yo llevaba puesto un vestido de verano, de esos estampados con falda a medio muslo. Como quien no quiere la cosa, me había sentado en uno de los sillones a leer, pero en vez de tener la espalda contra el respaldo, la tenía apoyada en uno de los brazos, sentada de lado, colocando una pierna encima del otro.

Hablando en plata, estaba completamente despatarrada en el sillón, con el vestido subido bastante más arriba de medio muslo ofreciéndole al bueno de Sergi la posibilidad de verme las bragas simplemente levantando un poco los ojos de sus libros.

Muy sutil, como ven.

Y claro, el pobre chico, en cuanto se dio cuenta del panorama, no podía dejar de mirar, mientras yo le espiaba con disimulo mirando por encima de mi libro.

Fue tras sorprenderle mirándome con disimulo cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo. ¿Me había vuelto loca? Si a Borja le daba simplemente por darse la vuelta, se encontraría con su madre exhibiéndose sin pudor alguno.

La respuesta es sí. Me había vuelto loca.

Y seguí haciéndolo. Cuando Sergi venía, me mostraba muy efusiva con él. Le gastaba bromas, procuraba rozarme con él todo lo que podía, me vestía siempre lo más ligera y descarada posible…

Y aquello afectaba al pobre chaval, que volvía a mostrarse avergonzado. Cuando nuestras miradas se encontraban, me interrogaba en silencio, confuso y desconcertado por mi actitud. No era para menos, cuando ni yo misma sabía qué narices pretendía.

Sin embargo, Sergi no hacía ni decía nada, limitándose a soportar mi acoso en silencio.

¡Uy! Acoso, qué palabra más fea. Estoy dando la impresión de que yo era una perra en celo que me dedicaba a frotarme contra él cada vez que tenía oportunidad. Tampoco es eso. Simplemente intentaba que se fijara en mí, volver a sentirme deseada y turbarle un poco, pues, cuando lo conseguía, me sentía mucho mejor.

Hasta la noche de la cita doble.

……………………………………

Recuerdo que era jueves por la noche. Estaba cenando tranquilamente con mi hijo, charlando animadamente con él.

Yo había notado que Borja estaba un poco inquieto, percibía que quería decirme algo, pero, conociéndole como le conozco, sabía que lo mejor era dejarle a su aire en vez de intentar sonsacarle. No me equivoqué.

– Mamá, yo… – me dijo cuando por fin se decidió.

– Dime, cariño.

– Quería pedirte si mañana… podría llegar algo más tarde. Que me retrases el toque de queda, vaya.

– ¿Y eso? ¿A qué se debe?

– Bueno… Ya tengo 17 años y…

– Y la semana pasada también tenías 17. Y seguiste viniendo a tu hora.

– Bueno… – dijo Borja tragando saliva para armarse de valor – Mañana voy a salir con una chica y no quiero que piense que soy idiota.

No voy a cansarles describiéndoles los siguientes minutos, que dediqué a tomarle el pelo a mi hijo y a burlarme de él. Sólo imaginen algunos chistes relativos al incidente de la masturbación interrumpida, la pubertad y lo salidos que están los hombres.

– Venga, mamá. Úrsula ya le ha dado permiso a Sergio. Si no me crees puedes llamarla.

El corazón me dio un brinco y sentí un fuerte retortijón en las tripas.

– ¿Sergio? – pregunté tratando de aparentar una serenidad que estaba muy lejos de sentir – ¿Qué pasa? ¿Es que la cita es con él? ¿Por fin vais a salir del armario?

– Muy graciosa. Es una cita doble. Yo salgo con Patricia y Sergi con Nerea.

Me sentí fatal, incluso un poco mareada. Me las apañé como pude para disimular delante de Borja, así que acabó por salirse con la suya, pues no me encontraba en condiciones de discutir con él, pues en mi cabeza sólo estaba el pensamiento de que Sergio iba a salir con una chica. Al menos conseguí que Borja se encargara de recoger la mesa, mientras yo iba a buscar el botiquín para tomarme unas aspirinas. De pronto me dolía la cabeza.

– ¿Nerea? ¿Quién será esa Nerea? – le decía a mi reflejo en el espejo del baño instantes después – Alguna golfilla, seguro.

…………………………………

El viernes Borja tenía entrenamiento, así que pasé la tarde en casa sola con mis pensamientos. Y estos estaban centrados en una única cosa.

Para cuando llegó la noche, ya estaba completamente decidida a actuar.

Los chicos llegaron sobre las ocho y media, justo como yo esperaba. Era habitual que lo hicieran así, pues nuestra casa estaba más cerca del centro y de la zona por donde solían salir, así que los dos se vestían en casa antes de largarse por ahí.

Ese día, sin embargo, Sergi había venido ya arreglado de casa. Estaba muy guapo, con sus pantalones y camisa oscuros y su pelo engominado.

Aunque… si él estaba guapo. Yo estaba rompedora.

Me había puesto una minifalda negra, que me llegaba a medio muslo, sin medias, para estar más cómoda. Arriba llevaba una blusa blanca, bien entallada, con varios botones estudiadamente abiertos, de forma que lucía un buen escote, pudiéndose ver sin problemas una buena porción de mis pechos, embutidos en un fino sujetador de encaje.

Borja, cuando me vio, se echó a reír y me echó un piropo, haciéndome una broma sobre lo cara que debía de ser la casa que había ido a enseñar ese día, aunque yo no le presté mucha atención, pues estaba completamente pendiente de Sergio y de la cara que puso cuando le saludé con dos intensos besos en las mejillas, inclinándome convenientemente para que pudiera asomarse sin problemas a mi escote, cosa que, obviamente, el chico hizo sin poderse contener. Me sentí feliz.

Para disimular, le dije a los chicos que acababa de llegar del trabajo y que no me había dado tiempo de cambiarme, cosa que, a juzgar por la cara que ponía Sergi, le parecía estupenda. Para reforzar la impresión, iba descalza, como si acabara de librarme de los molestos tacones y no hubiera tenido tiempo de ir a calzarme unas zapatillas.

Borja anunció que iba a subir a ducharse y a vestirse, lo que, sabiendo lo cuidadoso que es mi hijo con su aspecto, me brindaba la oportunidad de pasar un buen rato a solas con Sergio. Y yo pensaba aprovecharlo.

– Ven conmigo Sergi – le dije en cuanto Borja se perdió escaleras arriba – Iba a preparar algo de cena. Así me haces compañía.

El pobre chico, sin duda bastante confuso (y cachondo, o al menos así lo esperaba yo), me siguió sin protestar, sentándose en una silla de la cocina mientras yo sacaba algunos enseres y los colocaba sobre la encimera, dándole siempre la espalda, para que pudiera recrearse a gusto con mi trasero.

– ¿A qué hora habéis quedado con las chicas? – le pregunté sin volverme.

– ¡Oh! A las once más o menos. Han ido juntas al cine y vamos a recogerlas a la salida.

– ¿Al cine? ¿Y por qué no habéis ido con ellas?

– Bueno… Borja tenía entrenamiento…

– Pues las hubieras acompañado tú. Imagínate qué plan, en la oscuridad de la sala con una chica guapa a cada lado – dije volviéndome hacia Sergi y mirándole a los ojos.

– Yo… no… – dijo él, muy aturrullado.

– Por lo que veo ya ligas, ¿eh? ¿Lo ves? Te lo dije. No has tardado mucho en olvidarte de mí.

Volví a mirarle y vi en su expresión que mi comentario le había molestado. Parecía estar a punto de decir algo y yo me moría de ganas porque lo hiciera; pero, sin embargo, el chico logró contenerse y permaneció en su asiento.

– Es normal – dije, volviendo a darle la espalda – Ya te dije que, en cuanto encontraras a alguna jovencita atractiva, se te pasaría lo que sentías por mí.

– Eso no es cierto – resonó con rigidez la voz de Sergio a mi espalda.

– Ya. Ya lo veo – respondí, encogiéndome de hombros

– Elvira, yo…

– Nada, nada, Sergi, no te preocupes. Es normal. En cuanto aparecen unas tetas jóvenes…

Mientras hablaba, empecé a frotar mi pantorrilla izquierda con el pie derecho, como si estuviera aliviándome un picor, pues es un gesto que tiene algo de erótico. Simulando estar anquilosada, me desperecé estirando los brazos cuanto pude, emitiendo un gemidito que esperaba resultara sexy.

– Sergi, ¿me acercas el delantal? Me da pereza subir a cambiarme y no quiero mancharme la blusa.

Como un autómata, el chico se levantó y descolgó el delantal de un gancho que había en la pared. Sin decir nada, caminó hasta mí y me lo alargó, aunque, obviamente, yo no lo cogí, pues no era esa mi intención.

– ¿Me ayudas a ponérmelo? – dije con mi mejor voz de cándida pastorcilla.

El pobre chico, al que la camisa ya no le llegaba al cuerpo, respiró hondo y agarrando el delantal por la cinta del cuello, lo sostuvo para que yo pudiera deslizar la cabeza. Al hacerlo, procuré inclinarme más de lo necesario, para volver a brindarle la oportunidad de perder los ojos en mi escote. Tras permitirle regalarse la vista un instante, me incorporé y, al hacerlo, simulé dar un pequeño traspiés, arrojándome directamente contra su pecho, aprovechando el viaje para repegarle bien las tetas.

Como dije antes, la sutileza no es mi fuerte.

– Perdona – dije apartándome de él muy despacio.

– No… no es nada – balbuceó él.

Ya lo tenía en el bote.

– ¿Me lo abrochas? – casi ronroneé.

– Claro.

Me di la vuelta y, a pesar de no poder verle, podía percibir perfectamente cómo las manos de Sergi temblaban. El pobre, muy nervioso, llevó las manos adelante hasta encontrar la cinta del delantal y llevándola atrás empezó a hacer el nudo.

– No, no – le interrumpí – Haz el nudo por delante. Así es más fácil para quitármelo luego.

– ¿Cómo? – dijo el chico sin comprender.

– Rodea mi cintura con la cinta y átala por delante.

El tembloroso chico obedeció, pasando la cinta alrededor de mi cintura para intentar hacer el nudo por delante. Sin embargo, lejos de intentar facilitarle la labor, me mantuve de espaldas a él, con lo que tuvo que pegarse bastante a mí para poder hacerlo.

Cuando sentí su cálido cuerpo pegarse contra el mío, dejé escapar un tenue gemido, en parte porque intentaba enardecerle, en parte porque fui incapaz de reprimirlo. Yo también estaba excitada.

– ¿Sabes? – le dije con voz aterciopelada – Tengo que reconocer que a pesar de lo que te dije, no he podido dejar de pensar en ti después de aquella noche.

Sergi no contestó, pero bastaba con ver lo mucho que le estaba costando hacer un sencillo nudo para comprender lo alterado que estaba.

– ¿Te imaginas qué habría pasado si tu madre no llega a llamarte? Yo… yo creo que te habría dejado llegar hasta el final.

Esta vez fue Sergi el que gimió, provocando que una sonrisa se dibujara en mis labios.

– Aún puedo sentir tus manos sobre mí, acariciándome, tentándome… te juro que nunca antes me habían tocado de esa manera…

– Elvira…

– Lo caliente que estaba, lo dispuesta a…

Y la cosa estalló. Justo como yo estaba deseando. Sergi me abrazó con rudeza y, obligándome a volverme hacia él, se abalanzó en busca de mis labios, provocando que un grito de triunfo resonara en mi interior. Volví a sentirme deseada, hermosa. Ya no iba a dudar más.

Sus labios se apretujaron contra los míos, besándome con ansia mientras yo le devolvía el beso con furia. No pasó ni un segundo antes de que sus manos se apropiaran de mis pechos, sacándome el delantal por el cuello y abriendo la blusa de un tirón, de manera que los botones no saltaron por puro milagro.

Sergi se había convertido en una bestia que se movía por instinto, incapaz de pensar ni razonar. Apuesto a que ni siquiera se acordaba de que estábamos en casa de su amigo, que podía bajar en cualquier momento y pillarnos con las manos en la masa. Lo sé porque yo me sentía exactamente igual.

Con brusquedad, hizo saltar el broche del sostén, con lo que mis pechos bambolearon libres de su encierro. Estaban durísimos, con los pezones erguidos, excitados y sensibles. Bastaba un simple roce para hacerme gemir de placer, aunque Sergi no se conformó simplemente con rozarlos, sino que se arrojó a devorarlos con frenesí, obligándome a morderme los labios para no ponerme a aullar.

Sergi estaba descontrolado, frenético. Sin poder evitarlo, apretaba sus caderas contra mí, permitiéndome sentir la enorme dureza apretándose contra mi muslo. Queriendo excitarle todavía más, me las apañé para deslizar una mano hasta su bulto, sobándolo voluptuosamente por encima del pantalón, haciéndole gimotear de placer con la cara enterrada entre mis tetas.

Pero Sergi quería más, esta vez no iba a conformarse con quedarse a medias. Noté cómo sus manos se deslizaban hacia abajo, acariciando con fuerza mis muslos, hasta llegar al borde de mi falda, que subió de un tirón, sin muchos miramientos. Cuando quise darme cuenta, una mano se había perdido dentro de mis bragas, chapoteando en el viscoso charco que se había formado en mi entrepierna, haciéndome bufar y gemir de gusto.

Envalentonado, Sergi no se demoró mucho acariciándome y, antes de que me diera cuenta, me había bajado las bragas hasta medio muslo, quedando así mi excitado e hinchado coñito perfectamente expuesto.

Bruscamente, el joven se arrodilló frente a mí, abandonando el intenso magreo a que estaba sometiendo mis pechos, obligándome a ahogar un gruñido de frustración.

Sergi se quedó frente a mí, arrodillado, con el rostro a escasos centímetros de mi vagina, mirándola con deseo, resoplando como un toro en celo. No sé por qué, pero verle así, postrado frente a mí, admirando la parte más delicada de mi anatomía, me hizo sentirme muy feliz.

Entonces, de repente, Sergi hizo algo inesperado. Se abalanzó sobre mi coño pero, en vez de empezar a chuparlo y besarlo como esperaba (y como sin duda el chico había visto en cien películas porno), lo que hizo fue hundir la nariz entre mis muslos y, entonces, aspiró fuertemente, inundando sus fosas nasales con mi intenso aroma a hembra cachonda.

– ¿Qué haces? ¿Qué haces? – gimoteé sorprendida, sintiendo como mi coñito era voluptuosamente olfateado – ¿Qué haces? – repetí.

Sergi, se apartó de mí, con los ojos cerrados, disfrutando del embriagador aroma.

– Deliciosa – dijo simplemente, con una intensidad tal que provocó que me flaquearan las piernas – ¿Puedo besarlo? – preguntó a continuación.

Incapaz de articular palabra, tuve que conformarme con asentir con la cabeza, apretando con fuerza los labios para no ponerme a gritar de éxtasis.

Sin esperar nuevas instrucciones, Sergi volvió a enterrar el rostro entre mis muslos, buscando, esta vez sí, mi vulva con sus ávidos labios.

Lo cierto es que el pobre no tenía ni puta idea, era tan inexperto que resultaba hasta conmovedor. Cuando quise darme cuenta, su lengua estaba chupando desaforada mi ingle, a un lado del coñito, antes de darse cuenta de su error y colocarse por fin en una posición más apropiada.

Sin embargo, esa misma inexperiencia, esa misma ansia, eran tan intensamente eróticas que a punto estuve de desmayarme. La situación era sumamente excitante, allí medio retrepada sobre la encimera, abierta de piernas para que un jovenzuelo imberbe pudiera lengüetearme a gusto el coño… nunca había estado tan excitada.

Ni Sergi tampoco, pues fue incapaz de aguantar mucho rato practicando sexo oral. Estaba caliente, a punto de perder la virginidad y quería perderla ya.

Dando un gruñido, se incorporó de repente. Sin embargo, no hizo nada, limitándose a permanecer de pie frente a mí, mirándome con intensidad. Yo sabía lo que le pasaba. Se moría por meterla en caliente, pero le daba vergüenza tomar la iniciativa. Pero claro, si él tenía ganas, yo no le andaba muy a la zaga.

– Fóllame – le dije simplemente.

El chico esbozó una sonrisa tan radiante que a punto estuve de echarme a reír. Pero claro, con lo cachonda que estaba, para reír estaba la cosa.

Forcejeando con su pantalón, logró abrir la correa y desabrocharse el botón. En menos que canta un gallo, tenía los pantalones por los tobillos, permitiéndome mirar a gusto el tremendo bultazo que había en sus slips.

Una sonrisilla libidinosa se dibujó en mis labios, mientras miraba juguetona el rostro de Sergi, que estaba tan nervioso y excitado que su cuerpo literalmente temblaba.

Deseando verificar su dureza, llevé sin perder un instante una mano a su polla, estrujándola con ganas por encima del slip, haciendo que el pobre chico gimiera y se inclinara hacia mí. En cuanto acercó su rostro al mío, me apoderé de sus labios, hundiéndole la lengua hasta la tráquea, mientras mi insidiosa mano no dejaba de acariciar su granítica hombría.

Durante un instante, pensé en arrodillarme para devolverle el favor, pero, entre que me moría de ganas porque me la metiera de una vez ya y que me temía que, con lo excitado que estaba, si se me ocurría volver a chupársela no iba a durar ni un minuto, decidí que lo mejor era pasar directamente al plato principal.

Además, estaba el hecho de que Borja podía bajar en cualquier momento. Por suerte, el piloto del gas me indicaba que seguía en la ducha, pero era mejor no tentar a la suerte.

– Fóllame – le susurré al oído, logrando que se le erizasen los pelillos de la nuca.

En menos de un segundo, los calzoncillos de Sergi se reunieron con su pantalón alrededor de sus tobillos. Su polla apareció ante mí, dura y enrojecida, tan hermosa como la recordaba.

Estirando la mano, aferré el duro bálano y con un ágil movimiento de muñeca, lo descapullé por completo, haciendo que el chico gimoteara.

– ¿No me has oído? – volví a susurrarle – Necesito que me la metas ya…

Joder. Como el pistoletazo de una carrera de los 100 metros. Dando un rugido, Sergi se arrojó sobre mí, empotrándome contra la encimera. Su polla, como un ariete, se incrustó en mi cadera, con tantas ganas que, si me llega a dar en la cabeza, me mata.

– Tranquilo, donjuán – siseé aferrando su cuerpo y colocándolo correctamente – Ten calma. Ve despacio.

Mientras hablaba, yo misma me encargué de ubicarla en posición. Muy lentamente, deslicé las caderas hasta ir penetrándome muy poco a poco con su enhiesta polla. Sergi no se movía ni un milímetro, sin duda disfrutando de la sensación de su rabo hundiéndose lentamente en una cálida y bien lubricada vagina.

Por fin, noté cómo sus testículos se apretaban contra mí, con toda la barra de carne hundida por completo en mi interior.

– Muévete, mi amor – siseé – Despacio… Así… con cuidado….

Sergi, todavía bastante nervioso, empezó a moverse lentamente entre mis muslos, bien abiertos para recibirle. Poco a poco, a medida que ganaba confianza, empezó a incrementar el ritmo, gimiendo y resoplando contra mí, hundiéndose una y otra vez en mi acogedora cueva.

– Sí, así, cariño. Muy bien. Lo haces muy bien – le animaba yo, comenzando a sentir cómo el placer se abría paso por mis venas, a medida que el chico iba cogiendo el ritmo y aprendiendo a dar goce a una mujer.

Instantes después, empezando a disfrutar a fondo el polvo que estábamos echando, Sergi se envalentonó y, haciendo un alarde de fuerza, levantó mi cuerpo aferrándome por los muslos y me sentó en la encimera, empezando entonces a follarse mi coñito con más brío, mientras mantenía mis piernas en alto.

– Así, Sergi, así – gimoteaba yo – Joder, qué bien lo haces… ¡Fóllame!

Estaba excitadísima. Cierto es que se percibía perfectamente la inexperiencia del chico, no sabía nada e técnicas ni trucos para darle gusto a una mujer. Para él (cosa lógica por otro lado) todo se reducía a culear como un loco, clavándome el estoque con tantas ganas y tan a fondo como podía.

Sin embargo, el morbo de la situación, acentuado por el miedo a que nos pillaran, estaba convirtiendo aquel sexo en uno de los mejores de mi vida. Mientras follábamos, yo no dejaba de pensar en cómo sería nuestra vida a partir de entonces, en cuantas cosas podía enseñarle a aquel chico que se hundía en mí sin parar.

– ¡AAAAAAHH! ¡Elvira! ¡Elvira! – gimoteó Sergi cuando sintió que el orgasmo se desataba en sus entrañas.

Sabiendo lo que se avecinaba, le abracé con ganas y volví a besarle, sintiendo cómo su verga literalmente explotaba, derramando su semilla en mi interior. El ardiente líquido se desparramó en mi seno, llenándome hasta arriba, quemándome.

Yo no me había corrido, pero me daba igual. Me sentía feliz por estar allí, abrazada a aquel apuesto joven, sintiéndome querida, deseada…

Muy despacio, tratando de recuperar el aliento, Sergi fue retirándose. Pude sentir cómo su verga, todavía notablemente dura, se deslizaba fuera de mí, arrastrando una buena cantidad de semen, que resbalaba por la cara interna de mis mulos.

El chico, quizás un poco avergonzado, me miraba con aire confuso, como si no comprendiera muy bien lo que acababa de pasar. Sintiendo un intenso cariño por él, aferré sus mejillas con mis manos y atraje su rostro hacia mí, dándole un tierno besito.

– Has estado fantástico – le dije mirándole a los ojos y gozando al verle enrojecer.

– Gracias – dijo él – Tú sí que eres fantástica. Si supieras cuantas veces he soñado con esto…

– ¿Con esto? ¿Así que tienes sueños en los que te follas a la mamá de tu amigo en la cocina? – bromeé, tratando de avergonzarle un poco.

– En la cocina, en el dormitorio, en el baño… – respondió él con picardía.

– Vaya, vaya – dije, acabando por ser yo la que sentía vergüenza – ¿Es que no sueñas otra cosa?

– No. Y lo bueno es que, a partir de ahora…. voy a hacer realidad todos esos sueños.

Las rodillas volvieron a temblarme.

…………………………..

Un buen rato después (no teníamos por qué habernos dado prisa, pues Borja aún tardó bastante), nos reunimos los tres en el salón.

Yo había aprovechado para subir a mi dormitorio a cambiarme, poniéndome algo más apropiado para estar por casa, no tan sexy obviamente, aunque eso no importaba, pues, cada vez que mi mirada se cruzaba con la de Sergi, no podíamos evitar sonreír, rememorando todo lo que acababa de pasar.

Tras soportar un buen rato mis bromas sobre citas adolescentes, los chicos anunciaron que era hora de marcharse, aunque, a juzgar por la cara que ponía, sin duda Sergi habría estado más que a gusto de pasar de la cita y quedarse allí conmigo. Ojalá hubiera podido.

Cuando salí a despedirles, me las ingenié para retener a Sergi un instante, que aproveché para volver a meterle la lengua hasta el fondo, para que se llevara un último recuerdo de mí.

– Estoy deseando que volvamos a vernos – le susurré.

La tal Nerea tenía que ser algo increíble si quería lograr que Sergi le prestara atención.

…………………………..

Cené con hambre de lobo, pues había quemado muchas energías. Mientras comía, no dejé ni un instante de pensar en Sergi y en todo lo que había pasado… y en todo lo que iba a pasar.

A pesar de todo, lo cierto es que me sentía un poco insatisfecha, pues no había llegado a correrme. Qué raro, ¿verdad chicas? Echar un polvo y no alcanzar el orgasmo.

Deseando relajarme y aliviarme, me preparé un buen baño, al estilo de las películas, con agua caliente, velas, sales y una buena copa de vino… ¡Ah, sí, se me olvidaba! Y con mi querido consolador.

……………………………

Nos convertimos en amantes. Lisa y llanamente. Sin medias tintas.

Nos veíamos siempre que podíamos, procurando ser discretos, eso sí, pero abandonándonos al más profundo de los desenfrenos.

De todas formas, fuimos prudentes, poniendo especial cuidado en que nadie nos pillara. A pesar de que Borja tenía los entrenamientos y no solía estar por las tardes, no nos confiamos y decidimos no volver a follar en casa, ni a hacer nada remotamente inapropiado.

Fuimos un par de veces a moteles baratos, de esos que alquilan cuartos por horas y donde no iban a poner cara rara por ver a un jovencito acompañado de una mujer claramente mayor.

Sin embargo, la sordidez de esos sitios hacía que me sintiera incómoda, así que pronto dejamos de hacerlo. Empezamos a usar entonces el coche y los descampados, pero ahí el riesgo de que alguien nos viera era mayor.

Estaba casi decidida a llevar a Sergi a algún hotel de más categoría, cuando la solución se me ocurrió de repente.

Simplemente, cogía las llaves de alguna de las casas que teníamos para vender en la agencia, de la que yo supiera que los dueños no estaban en la ciudad (o en el país), pudiendo así disponer de lujosos picaderos en los que dábamos rienda suelta a nuestro libertinaje. Como las llaves las tenía yo, ni siquiera existía el riesgo de que algún compañero organizara una visita y nos pillara in fraganti. Miel sobre hojuelas.

Lo gracioso fue que empecé a encontrar aquello tremendamente divertido, pues se me ocurrió empezar a utilizar precisamente aquellas casas que tenía que enseñar al día siguiente. Así, cuando lo hacía y estaba con algún cliente, yo no paraba de pensar cosas como: “Y aquí fue donde se la chupé a Sergi ayer por la tarde” o “En este sofá me la metió por el culo por primera vez” y guarradas similares. Me estaba volviendo un poquito golfa, lo reconozco.

Y Sergi otro tanto. Día tras día, el chico ganaba confianza en si mismo, aunque nunca perdía de vista que yo tenía mucha más experiencia que él. Así que, además de convertirnos en amantes, establecimos una sensual relación maestra – alumno, en la que yo me esforzaba no sólo en enseñarle todo lo que sabía sobre el sexo, sino también en cómo tratar a las mujeres.

Y Sergio era un alumno excelente, podéis creerme. Sólo tengo que deciros que, aquel polvo sobre la encimera de mi casa fue la única ocasión en que Sergi no logró llevarme al orgasmo. Qué envidia, ¿verdad chicas?

Seguimos así una temporada. Hablando en plata, follábamos como conejos. Nos veíamos prácticamente todos los días y siempre acabábamos encamados.

Intentamos salir por ahí un par de veces, pero siempre acabábamos fingiendo ser madre e hijo, para que la gente no nos mirara raro. Y claro, fingir que el chico que te acompaña es tu hijo, mientras te mueres porque se meta dentro de tus bragas, cortaba un poco el rollo. Sin contar con la molestia de no poder ir a ningún sitio donde nos conocieran, porque si empezaban los rumores… ya os imagináis ¿no?

A pesar de sentirme muy feliz, en todo momento había una cosa que me perturbaba. Aunque Sergi parecía estar muy a gusto conmigo y no dejaba pasar ninguna oportunidad de piropearme y decirme que me quería, yo no dejaba de pensar que, algún día, se sentiría atraído por alguna jovencita de su edad y me dejaría más plantada que un geranio.

Por eso me esforzaba tanto en que se lo pasara bien y disfrutara conmigo, haciendo todo lo que él quería.

Y así fue que, cuando él me propuso irnos a pasar todo un fin de semana juntos, no me lo pensé ni un segundo en aceptar. Además, la siguiente festividad caía en martes, por lo que podíamos aprovechar el puente para estar 4 días los dos solos. Su idea era alquilar una casa rural en la montaña, donde nadie nos conociera, lo que me pareció estupendo, así que confié en él cuando me dijo que sabía exactamente qué casa alquilar. Le di el dinero para reservarla y para comprar provisiones, aunque él insistió en pagar su parte, pues había convencido a Úrsula de que se iba con unos amigos y ella le había dado la pasta.

Además y para acabar de redondearlo, Borja me había dicho que iba a disputar un torneo en no sé donde, así que iba a pasar esos días fuera de casa, lo que me pareció una coincidencia afortunadísima.

Como dije antes. Ilusa de mí.

…………………………………………….

Le recogí el viernes por la tarde en mi coche, a cierta distancia de su casa, para evitar que su madre (o algún vecino) pudiera vernos. Para minimizar todavía más los riesgos, Sergi lleva puesta una gorra y gafas de sol, lo que propició que me burlara de él diciéndole que parecía un espía de serie B.

Borja se había marchado con el equipo un par de horas antes, cargado con un bolsón de ropa tan grande que le pregunté si es que por fin se iba de casa. Él se rió meneando la cabeza y se despidió con un beso. En cuanto salió, aproveché para cargar en el coche todos los víveres que había comprado y mi ropa y esperé el mensaje de Sergi para avisar de que estaba listo.

El pueblo al que nos dirigíamos estaba a unos buenos 50 kilómetros de la ciudad, así que puse rumbo a la autovía de inmediato, con intención de llegar lo más pronto posible. En cuanto salimos de la urbe y, una vez a salvo de ojos curiosos, Sergi se inclinó hacia mí y me dio un rápido beso en los labios que le devolví con entusiasmo.

Mientras me besaba, acarició suavemente mi muslo desnudo (iba vestida con unos shorts blancos) y, como el que no quiere la cosa, dejó la mano descuidadamente sobre la pierna mientras yo conducía, lo que me encantaba y me ponía nerviosa a partes iguales.

– No se te vaya a ocurrir hacer ninguna trastada con esa mano – le dije señalándola sin soltar el volante.

– Tranquila. ¿Crees que quiero que nos matemos? Ya sé cómo te vuelves de loca cuando te toco el coñito…

Ese tipo de conversaciones soeces se habían convertido en habituales entre nosotros. Desde que estaba con él, había descubierto que el decir guarradas me resultaba de lo más excitante. Y a Sergi le pasaba otro tanto.

Seguimos viaje con tranquilidad, charlando amigablemente, poniendo especial cuidado en no cometer ninguna infracción, no fuera a pararme la poli con un menor en el coche sobándome la cacha (sé que el riesgo era ínfimo, pero para qué tentar a la suerte).

Yo hablaba hasta por los codos, sin dejar de prestar atención a la carretera (y a la mano de Sergi, que seguía deliciosamente apoyada en mi muslo), así que, al principio, no me di cuenta de que el chico participaba poco en la conversación. Parecía un poquito tenso, aunque lo atribuí a la perspectiva que se abría ante él de pasarse 4 días zumbándose a un pivón como yo. Aquella fue la primera señal de que algo no iba bien.

Tras poco más de una hora de conducción, llegamos al pueblo. Le pregunté a Sergi si había quedado con el dueño allí o directamente en la casa, a lo que él me respondió que lo segundo. Lo curioso del caso fue que me dio indicaciones precisas para llegar al lugar, sin necesidad de preguntar a nadie. Segunda señal.

– O sea, ¿ya has estado antes allí? – le pegunté.

– Sí… sí. Hace 2 veranos… La alquilé con unos amigos. Está muy bien, ya verás.

Se notaba que estaba un poquito nervioso.

– ¿Hace 2 veranos? Sí, me acuerdo de aquello. Borja también estaba, ¿verdad?

Su mano se retiró de mi pierna, aunque no le di mayor importancia.

– Sí, sí que estaba… A él también le encantó el sitio…

Al poco de salir del pueblo, Sergi me hizo meterme por un camino de cabras (por llamarlo de algún modo, siendo generosos) que partía de la carretera principal. Entre botes, saltos y meneos, me las apañé para recorrer los dos kilómetros que faltaban hasta la casa sin destrozar los amortiguadores ni los ejes.

Por fin, tras un recodo del camino, apareció frente a nosotros la casa en cuestión. Para estar allí escondida donde Cristo perdió la sandalia, tuve que reconocer que tenía muy buen aspecto, examinándola con ojo experto de agente inmobiliaria. Una casita de una sola planta, amplia, con grandes ventanales, garaje independiente y, asomando por la parte atrás, una respetable piscina con inmejorables vistas del valle.

– Oye, no veo el coche del dueño. ¿A qué hora habías quedado con él? – pregunté al ver la parte delantera de la casa desierta.

– ¡Oh! – exclamó Sergi, un tanto aturrullado – Lo habrá metido en el garaje.

– ¿Y para qué iba a hacer eso? ¿Es que van a venir aquí a robarle el coche? – bromeé.

Tercera señal de que no todo iba como debía.

Y la cuarta señal… Fue apoteósica.

En cuanto el coche se detuvo, apagué el contacto y abrí la puerta, bajándome de inmediato. Escuché cómo se abría la puerta de la casa, miré por encima del techo del coche… y casi me caigo de culo.

Sí, ya sé que lo habéis adivinado. Tampoco es que pretendiera engañaros, pero lo cierto es que, cuando vi a Úrsula y a mi hijo salir de la casa… no me desmayé por puro milagro.

– Hola mamá – me saludó Borja con aire un poquito nervioso.

– ¿Borja? ¿Qué? ¿Cómo?

Yo los miraba a los tres, incrédula, allí, de pie frente a la acogedora casita. Lo único que me consolaba era que Úrsula, si bien no tan alucinada como yo, al menos sí que parecía sentirse azorada y un tanto incómoda.

– Tú… ¿tú lo sabías? – tartamudeé señalando a la otra mujer.

– Me he enterado hace 5 minutos. Te juro que no tenía ni idea. Estos dos han jugado con nosotras como les ha dado la gana – respondió la madre de Sergi, avergonzada.

– Pe… pero entonces… ¿tú y Borja? ¿Sois…?

Úrsula apartó la mirada, clavándola en el suelo. Pero, ¿Sería posible? ¿Aquella golfa estaba tirándose a mi hijito?

Borja me sacó de dudas.

– No pongas esa cara, mamá. Úrsula es mi novia… como tú eres la de Sergio. Y, como estábamos hartos de andar con secretos, hemos pensado contároslo de una vez por todas.

……………………………

Minutos después me encontraba sentada en uno de los cómodos sofás que había en el salón de la casa, bebiendo con manos temblorosas un vaso de whisky que Úrsula me había traído, tratando de volver a poner mi corazón en marcha.

– Lo siento, no tenemos coñac. Esto es lo más parecido – me decía la zorra que se estaba follando a mi hijo.

– Da igual – respondí con sequedad – Esto me irá bien.

Nos quedamos los cuatro callados. Algo más recuperada, me sentía un poco incómoda al sentir las miradas de los tres clavadas en mí. Pero, ¿qué coño esperaban? ¿Pensaban que iba a enterarme de que mi hijo se acostaba con una tiparraca 20 años mayor que él y me iba a quedar tal cual?

Ni por un momento me paré a pensar en la ironía del asunto, así de alterada estaba.

– Bien – dije cuando me recuperé un poco más – Espero que os hayáis divertido con la bromita. Borja, coge tus cosas y métete en el coche, que nos volvemos a casa. Y tú… – dije mirando a Sergi.

Pero no llegué a decirle a Sergio lo que pensaba de él, pues Borja me detuvo en seco.

– De eso nada, mamá. Siento que te lo hayas tomado tan a la tremenda y que te hayas enfadado. Pero, si te quieres ir, te vas tú solita. Yo me quedo aquí con Úrsula.

Mano de santo. Aquello me despejó muchísimo mejor que el alcohol. Ni rastro del mareo quedó.

– PERO, ¿SE PUEDE SABER QUÉ COÑO DICES? ¡MÉTETE EN EL COCHE ANTES DE QUE TE DÉ UN BOFETÓN! ¿SERÁ POSIBLE? ¿TE CREES QUE TE VOY A DEJAR AQUÍ CON ÉSTA… ÉSTA…?

– Mamá, no digas ninguna burrada, por favor – dijo mi hijo con bastante tranquilidad – Te recuerdo que ella ha hecho exactamente lo mismo que tú.

Me quedé sin palabras. Por fin caí en la cuenta. ¿Por qué me enfadaba con Úrsula, si yo hacía lo mismo con su hijo? Como ven, no soy precisamente una persona muy racional.

– Pero, pero – balbuceé.

– Mamá, será mejor que afrontes que ella y yo somos pareja. Casi tengo los 18 y, si te emperras en impedir lo nuestro, me iré de casa a vivir con ella. Como mucho podrías retenerme unos meses más…

No entendía lo que pasaba. Me sentía confusa, alucinada. ¿En serio estaba diciéndome mi hijo que se iba a ir de casa para irse con aquella pelandusca?

Viéndome un poco más calmada (o más atónita) Sergi aprovechó para sentarse a mi lado. Con delicadeza, tomó una de mis manos entre las suyas y, tirando suavemente, hizo que le mirara a los ojos.

– Te pido perdón, preciosa – me dijo Sergi, utilizando el apodo cariñoso que usaba en la intimidad – No pensamos que fueras a tomártelo así de mal. Sabes que te quiero y Borja siente lo mismo por mi madre. Pensamos que esta excursión serviría para contaros la verdad y que podríamos pasarlo muy bien los cuatro juntos. Saldríamos por ahí a pasear, bañarnos en la piscina, que mamá y tú os conoceríais mejor… Pero, si te sientes incómoda, nos volvemos tú y yo a casa y allí podremos hablar todo lo que quieras.

El muy mentiroso. Qué cabrito. Cómo volvió a colármela doblada.

– No, no, Sergi – dije, tragándome el anzuelo con plomo y todo, en absoluto dispuesta a dejar a solas a Úrsula con mi hijo – Ha sido la impresión. No me esperaba esto para nada. Pero, ¿tú no tenías partido? – dije mirando a Borja.

Como ven, tenía la cabeza un poco ida y mi mente saltaba de una cosa a otra sin control alguno por mi parte, mientras mi cerebro se esforzaba en encajar todo aquello.

– Perdona, mamá. Era una trola – dijo Borja con cara de no sentir el menor remordimiento – Lo planeamos Sergio y yo hace un par de semanas, para aprovechar el puente y eso…

Meneé la cabeza, un poquito enfadada.

– ¿Y tú? – dije volviéndome hacia la otra mujer – ¿Desde cuándo… estás con Borja?

La frase que se formó en mi cabeza en realidad era “¿Desde cuándo estás follándote a mi niño, pedazo de puta?”, pero tuve el suficiente sentido común para callármela.

– Unos 7 meses – respondió ella con seguridad.

Maldita guarra. Llevaba más tiempo que yo con Sergi. O sea que el cabrito de mi hijo llevaba meses mintiendo como un bellaco.

– O sea, que todos esos entrenamientos extra… – le dije a Borja.

Éste se limitó a sonreír y a encogerse de hombros. Un pelo faltó para que le calzara un buen sopapo.

– ¿Y bien? ¿Estás más tranquila? – dijo Borja al ver que yo había dejado de temblar – ¿Podemos hablar ahora como adultos?

– ¿Adultos? ¡Como me quite yo la zapatilla, vas a ver adultos! – pensé, aunque no dije nada, limitándome a asentir con la cabeza, resignada.

Qué bien ensayado lo tenían los cabritos. Apuesto a que Borja tenía calculada hasta cuál iba a ser mi reacción y había previsto la mejor manera de contrarrestarla. Entre los dos, nos dedicaron un estudiado discurso, ponderando lo mucho que nos querían ambos y las ganas que tenían de dejar de engañarnos, razones por las cuales se habían animado a organizar aquella excursión.

Úrsula, que ya estaba más que convencida cuando yo llegué a la casa, miraba a mi hijo con embeleso, mientras éste anunciaba a los cuatro vientos cuánto la quería y cuántas ganas tenía de que nos lleváramos bien.

Yo, aún requemada, tardé un poco más en dar mi brazo a torcer, pero claro, tener allí a Sergio, mirándome con ojos de cordero degollado, pidiéndome perdón por el engaño y jurándome amor eterno… ¿Cómo iba a decir que no?

Como dije antes, me la metieron doblada… Y más tarde… lo hicieron literalmente.

…………………………………

Los dos hijos de puta (definición que les viene que ni pintada), lo tenían todo estudiado al milímetro. Aquella primera tarde, una vez recuperadas de la impresión y una vez que hubimos aceptado que ya no había marcha atrás, los dos se mostraron encantadores, encargándose de todas las tareas de la casa, mientras Úrsula y yo (un tanto incómodas la una con la otra), descansábamos tumbadas en hamacas junto a la piscina (con la ropa que traíamos puesta, pues ninguna tenía ganas de darse un baño).

Mientras, los chicos sacaron todos los bultos de los coches, ordenando la comida en la despensa y las ropas en los dormitorios. Según descubrí después, colocaron mis cosas en un cuarto junto a las de Sergio y las de mi hijo con Úrsula, como si fuéramos parejas normales y corrientes, lo que, obviamente, era parte de su plan.

Aunque aún me sentía un poquito enfadada, decidí hacer de tripas corazón y tratar de charlar un poco con la put… digo con la encantadora madre de Sergio.

– Así que siete meses ¿eh? – le dije.

– Ajá – asintió – ¿Y vosotros?

– Poco más de cinco. ¿Recuerdas aquella noche que le llevé a tu casa y te contamos no se qué de un pinchazo? Pues desde entonces.

El rostro de Úrsula se tensó un poco, pero se las apañó para mantener la sonrisa. Yo me regocijaba por dentro, pues me di cuenta de que, como me pasaba a mí, no le había hecho mucha gracia descubrir que yo estaba follándome a su hijo.

Ahora que han pasado unas semanas de aquello, me doy cuenta de que, si Úrsula y yo hubiéramos hablado en serio y hecho frente común, quizás la cosa no habría acabado como terminó. Pero, como elegimos mantener la rivalidad entre nosotras, los chicos lo tuvieron facilísimo para salirse con la suya… Divide y vencerás.

………………………………

La velada fue hasta divertida. Los chicos prepararon una tortillas espantosas y unas hamburguesas casi incomibles, que tomamos en un ambiente más relajado. Tras la cena, Sergi sacó un juego de mesa, de esos con pruebas de mímica y nos reímos un montón, mientras nos tomábamos unas copas muy ligeras.

Ya de madrugada, nos retiramos a nuestros cuartos. Yo iba un poquito nerviosa, decidida a pararle los pies a Sergi si se le ocurría intentar echar un polvo, pues ni de coña iba a permitir que mi hijo escuchara a su madre rebuznando de placer a través de las paredes.

Pero qué va, Sergi se portó como un caballero, limitándose a meterse conmigo en la cama y a abrazarme, pidiéndome disculpas nuevamente, mientras me acariciaba con cariño el pelo.

Poco después y ya más tranquila al no escuchar rebuznos provenientes del otro dormitorio, me dormí entre los brazos de mi amante, sintiéndome un poquito mejor tras un día alucinante y agotador.

Ése fue mi último momento de paz.

……………………………….

Y es que, al otro día, los chicos pusieron la maquinaria en marcha.

………………………………..

Me desperté tarde, después de haber dormido como un tronco, agotada emocionalmente por el duro día anterior. Escuché voces y risas fuera de la casa y un par de chapuzones me hicieron comprender que los demás estaban en la piscina.

Tras desperezarme y desentumecerme a gusto, me metí al baño y, tras usar el inodoro, me di una ducha rápida, poniéndome después el bikini debajo de una camiseta de algodón.

Ya sé que era una tontería ducharse para ir directa a la piscina, pero es un viejo hábito el hacerlo nada más levantarme. Si no lo hago no soy persona.

Relajada, me asomé por la ventana para darles los buenos días, ya que ésta daba directamente hacia el área de la piscina. Al hacerlo, vi a Borja y a Sergi peleando en broma dentro del agua, tratando de hundirse el uno al otro. Iba a llamar su atención saludándoles cuando vi a Úrsula tumbada en una hamaca, lo que hizo que el saludo muriera en mis labios.

La muy golfa iba en topless, tumbada tranquilamente con las tetas al aire sin pudor alguno delante de los dos chicos.

La ira regresó con fuerza, haciéndome salir disparada de la habitación hacia la parte de atrás. El hambre se me había quitado de golpe, olvidándome por completo de mi idea de ir a desayunar. Como una exhalación, salí al patio, con los ojos llameantes clavados en los desnudos pechos de la mamá de Sergio.

– ¡Hola, mamá! ¡Buenos días! – me saludó mi hijo, sonriendo radiante desde el agua.

– ¿Qué? ¡Oh! ¡Hola! – respondí, perdiendo momentáneamente el hilo.

– ¡Hola, preciosa! ¡No veas cómo se te han pegado las sábanas! – me saludó también Sergi en idéntico tono.

– ¡Hola! Sí, es verdad, me he quedado frita – respondí.

No sé qué me pasó, al saludarles, al verles allí tan tranquilos y relajados, me sentí confusa y fue como si el enfado con Úrsula se evaporara…

– Buenos días, Úrsula – le dije con educación, sentándome en otra hamaca.

– Buenos días – dijo ella levantando levemente sus gafas de sol para mirarme con una sonrisa un tanto forzada – ¿Has dormido bien?

– Sí, maravillosamente – respondí con idéntica sonrisa – Toda la noche acurrucadita entre los brazos de Sergio. Es un amor.

¡Bingo! Pude ver perfectamente como sus ojos refulgían con un brillo acerado. Mi comentario había hecho blanco. Me encantó.

– Sí, yo igual – contraatacó ella – Borja es estupendo. Y da un calorcito…

– Puta – dije en silencio.

– Golfa – respondió Úrsula, sin decir ni pío.

Si las miradas matasen…

– Vas un poco ligerita, ¿no? ¿Te parece apropiado ir con las tetas al aire delante de los chicos?

– Bueno, yo – dijo ella un poco turbada – Me han convencido. Yo no estaba segura…

Aquello me sorprendió. Ver a Úrsula sentirse avergonzada por ir con las domingas al aire… ¿No había sido idea suya?

La respuesta llegó de inmediato.

– ¡Hola, guapa! – dijo Sergio, que había salido del agua y se había acercado sin que me diera cuenta.

Antes de que acertara a reaccionar, el chico se inclinó sobre mí y me dio un rápido piquito en los labios. No me pareció mal, total, a esas alturas, ninguno se iba a escandalizar, así que le miré sonriéndole con calidez.

La sonrisa se desvaneció cuando alcé la vista y me encontré de bruces con la polla del chico al aire, medio morcillona, bamboleando con descaro entre sus piernas. Me quedé boquiabierta, sin saber cómo reaccionar, con los ojos clavados en la verga que me había metido en aquel lío.

– Buenos días, mamá – dijo Borja, que también se había acercado, besándome con cariño en la mejilla.

Le miré temblorosa, sabiendo perfectamente lo que me iba a encontrar. Efectivamente, mi hijo también iba desnudo, exhibiendo sin ningún pudor su miembro semi erecto ante la mirada atónita de su madre.

Me quedé boquiabierta, sin ser capaz de articular palabra, aunque no era necesario decir nada para comprender lo que pensaba de aquello, pues mi cara debía ser un auténtico poema.

– Vamos, mamá, no seas mojigata – dijo Borja despreocupadamente – Ya somos todos mayorcitos. Como estamos las 2 parejas solas, hemos pensado en ir en plan nudista. Pero, si a ti no te parece bien, haz lo que quieras.

¡Hala! ¡Ya estaba todo dicho! ¡La cosa más normal del mundo, pasar el día en la piscina con mi hijo en pelotas!

– Sí, Elvira – intervino Sergio – No te sientas obligada porque mi madre lo haya hecho. Si no quieres desnudarte, no lo hagas.

Miré a Úrsula y me pareció vislumbrar una sonrisilla de suficiencia en sus labios, lo que hizo que de nuevo me hirviera la sangre. Sin embargo, supe controlarme, manteniendo la calma lo suficiente para resistirme, pudiendo así impedir que los chicos se salieran con la suya.

– Sí, lo cierto es que no me sentiría muy cómoda mostrando las tetas – dije dirigiendo una mirada a Úrsula que decía: “Como hacen otras putas”.

– Es una pena – dijo Sergio – Tienes unos pechos preciosos. El otro día le decía a Borja que…

– ¿Le hablas a mi hijo de mis tetas? – exclamé medio espantada.

– Bueno… – respondió Sergi un tanto azorado – Es normal, ¿no? Somos amigos. Hablamos de nuestras novias y eso…

Aparté la mirada y la clavé en Borja. En su rostro bailaba una sonrisa medio burlona, medio jactanciosa que yo nunca le había visto antes. El chico me miraba con descaro y no me habría extrañado en absoluto que me hubiera dedicado un guiño libidinoso. Quizás, si lo hubiese hecho, yo habría reaccionado dándole una torta y habría salido escopetada de allí.

Pero no lo hice.

En cambio, me quedé petrificada, atónita, cuando por fin todas la piezas encajaron en mi cabeza. Había demostrado ser una estúpida por no darme cuenta antes. Era obvio. Aquella sonrisa descarada de Borja me había hecho comprender por qué estábamos allí en realidad, por qué nos habían traído a aquella casa en mitad de la sierra.

Nuestros hijos habían decidido follarse a sus propias madres. Y nosotras habíamos caído en la trampa.

Me sentía ausente, como fuera de mí. Me recosté en la hamaca, mientras la comprensión se adueñaba de mi cerebro y debilitaba mi cuerpo. Miré a Úrsula, preguntándome si ella también habría comprendido la situación. ¿Se habría dado cuenta? Y, si era así, ¿le importaría realmente?

– Déjame sitio cariño. Quiero sentarme contigo.

La voz de Borja atrajo mi atención, sacándome parcialmente del trance. El chico, con todo el desparpajo del mundo, tendió la mano a Úrsula para ayudarla a incorporarse y, tras hacerlo, puso el respaldo de la hamaca un poco más vertical y se sentó detrás de la mujer, haciendo que se recostara contra él, provocando que (como mi alucinado cerebro se encargó de recordarme) su desnudo falo quedara bien atrapado contra la espalda de Úrsula.

Ella me dirigió una mirada un poquito nerviosa, como abochornada por el desparpajo con que se comportaba mi hijo, pero no hizo nada por detenerle, así que tuve que quedarme callada.

Bastante molesta, decidí ignorarles mientras no paraba de darle vueltas al coco para ver si encontraba alguna solución. No para largarme de allí, claro, eso era fácil (tampoco era que me hubieran secuestrado), sino para conseguir que Borja se volviera a casa conmigo.

Me quité la camiseta y me puse a tomar el sol en bikini, tratando de adoptar una actitud digna, simulando que todo aquello me daba igual. Sin embargo, no era tarea fácil ignorar las risitas y los besuqueos que provenían de la hamaca de al lado.

Con mucho disimulo, mirándoles de reojo, pude ver cómo mi “dulce hijito” estaba aprovechando su inmejorable posición para sobarle a placer las tetas a la golfa de Úrsula, con la excusa de ponerle protección solar, aplicándole de paso unas ligeras caricias en los costados para hacerle cosquillas.

La mujer, lejos de mostrarse molesta, se retorcía riendo entre los brazos de mi hijo, mientras el muy ladino la magreaba sin cortarse un pelo delante de su madre.

– Apuesto a que tiene la polla dura como un leño – se coló en mi mente el libidinoso pensamiento sin poder evitarlo.

Entonces noté que algo me tapaba la luz del sol, encontrándome con Sergi inclinado sobre mí, esbozando una sonrisilla nerviosa.

– ¿Quieres que te ponga un poco de aceite? – preguntó enseñándome un bote de protector.

– No – respondí con sequedad – Lo haré yo misma.

Sin añadir nada más, le arrebaté con cierta brusquedad el aceite de las manos y procedí a embadurnarme la piel, procurando en todo momento ignorar lo que sucedía en la hamaca de al lado.

El pobre chico se quedó un poco cortado, aunque no me remordió la conciencia para nada, pues le consideraba a él tan culpable de aquella encerrona como a Borja. Sin embargo, no sé explicar por qué, tenía la sensación de que el verdadero cerebro de aquella trampa era mi hijo y no Sergi, quizás porque siempre había sido el que llevaba la voz cantante en su amistad.

Manteniendo mi pose digna, me puse las gafas de sol y me tumbé para ponerme morena, simulando que no encontraba para nada incómodo que mi hijo estuviera allí al lado, magreando a una tipa de mi edad.

– Oye, ¿os apetece tomar una copa? – preguntó Sergi, creo que más que nada por no quedarse allí solo de pie.

– ¡Buena idea! – exclamó Borja – ¡Prepara unos mojitos de esos que tú sabes!

Estuve a punto de decir que no quería nada, pero las risitas y los arrumacos que se estaban haciendo aquellos dos seguían cabreándome, por lo que decidí que quizás un poco de alcohol me vendría bien.

Sergi se marchó, un poco dolido porque estuviera pasando olímpicamente de él, pero merecido se lo tenía. Yo seguí dándole vueltas a la cabeza a cómo escapar de aquella situación, sopesando incluso simular un accidente para que tuvieran que llevarme a un hospital y así salir todos de aquel lupanar.

– ¿Nos damos un baño? – escuché que preguntaba mi hijo.

– ¡Venga! – respondió la fulana.

– ¿Vienes mamá?

Alcé la mirada y me los encontré a los dos en pié junto a mi hamaca. Protegida por los cristales oscuros mis ojos se dirigieron inmediatamente hacia las tetas de Úrsula, que se mostraban orgullosas, con los pezones bien enhiestos y la piel literalmente brillando por todo el aceite que mi hijito les había aplicado.

– No, ahora no me apetece – respondí con dignidad.

Sí, sí, mucha dignidad mostraba yo, pero, en realidad, me sentía un poco frustrada porque no había podido constatar el estado de la entrepierna de Borja, pues Úrsula se encontraba en medio. Como ven, mis principios son más bien frágiles.

El agua del chapuzón de mi hijo salpicó hasta mí. Úrsula saltó al agua a continuación y, a los pocos segundos, los dos estaban abrazados morreándose con lujuria, sin importarles un carajo que yo estuviera allí al lado.

Cuando regresó Sergi con una bandeja y cuatro vasos, le arrebaté mi mojito con muy malos modos y, con bastante rabia, lo apuré de un trago, lo que, en ayunas como estaba, me sentó de puta madre.

– Tráeme otro – le dije a Sergi con sequedad – Tenía mucha sed.

El chico, sonriendo un tanto confuso, se limitó a alargarme su propio vaso, que aún no había tocado y regresó a la casa a prepararse otra copa.

A pesar de no querer hacerlo, no podía evitar echar miradas subrepticias a la pareja que estaba magreándose en el agua. Por una parte, no acababa de creerme que aquel tipejo pervertido y calculador fuera mi dulce hijo, pero, por otra parte, sentía un extraño orgullo por verle hecho ya un hombre que, obviamente, sabía cómo tener satisfecha a una mujer. Orgullosa y quizás… algo más.

Sergi regresó con su propia bebida y, calibrando mi estado de ánimo, se tumbó en la otra hamaca sin decirme nada. Pero claro, al fin y al cabo éramos pareja, llevábamos meses follando como conejos, era imposible que yo me quedara callada y lo dejara estar.

– Menuda encerrona nos habéis preparado – le espeté – Tendrías que haberme contado esto hace mucho tiempo.

– ¿Y qué iba a hacer? – preguntó – Borja prefería que guardara el secreto. Y, la verdad, yo tampoco me moría de ganas de que mamá se enterara de lo nuestro.

– Pues tu madre no parece muy afectada – dije señalando a la pareja que seguía morreándose, completamente ajena a nosotros.

– Quizás es que ella es más madura que tú – dijo él, sin pensar.

– Vete a la mierda.

Estuve enfurruñada un buen rato y Sergi, que a esas alturas me conocía bien, optó por dejarme tranquila rumiando mi enfado.

Sin embargo, cuando tuvo ocasión, le dio un discreto toque de atención a Borja, como diciéndole que se cortara un poco, que yo estaba que echaba humo.

Por suerte, mi hijo captó el mensaje y aflojó un poco de hacer guarrerías delante de su madre, lo que, unido a un tercer mojito que Sergi me trajo, contribuyó a que me tranquilizara bastante.

Cuando estuve un poco más relajada y, aprovechando que la piscina estaba vacía, me di un chapuzón, que sirvió para despejarme un poco. Sergi se reunió enseguida en el agua conmigo, pero no intentó nada raro, consciente de que yo no estaba por la labor de enrollarme con él delante de mi hijo, como hacía la puta de su madre.

Pasado un poco el enfado, charlamos un rato en el agua, mientras los otros dos hacían otro tanto en las hamacas, un poco más sosegados una vez hubieron terminado de sobarse.

Tan relajada estaba y con tanta naturalidad se mostraban los demás, que me sorprendí sopesando la idea de quedarme en topless como Úrsula y, si no lo hice, fue porque pensé que aquella golfa, con tal de quedar por encima de mí, mostrándose más desinhibida, era capaz de desnudarse por completo y ahí sí que no estaba dispuesta a llegar.

– ¿No tenéis hambre? – dijo Borja un rato después – ¿Entramos y preparamos unas pizzas?

Como todos nos moríamos de hambre (sobre todo yo, que no había desayunado), regresamos a la casa portando los vasos vacíos.

Supongo que sería culpa del alcohol, pero lo cierto es que momentáneamente me olvidé de las intenciones de los muchachos de montárselo con sus mamás y me sentí más relajada que en toda la mañana mientras poníamos la mesa para almorzar.

Los chicos estaban en la cocina, metiendo las pizzas en el horno y preparando una ensalada (como dije, parte de su táctica era mostrarse muy atentos y encargarse de todas las tareas) mientras Úrsula y yo poníamos la mesa en el comedor.

– Oye – me dijo entonces la mujer aprovechando que estábamos a solas – Siento mucho lo de antes. Sé que te ha molestado que me haya besado con tu hijo, pero… es que no sé qué me pasa. Cuando me toca… no puedo pensar en nada más.

Podría haber aprovechado aquel intento de disculpa para empatizar con ella, explicarle lo que pretendían los chicos (si es que no lo sabía ya) y haber buscado una solución juntas.

Pero, al verla allí en medio del salón, con el mantel en la mano y las domingas al aire, volví a sentirme enfadada y dejé pasar la oportunidad.

– No hace falta que digas nada – le espeté en tono bastante seco – Como ha dicho Borja, somos todos ya mayorcitos. Él sabrá si quiere liarse contigo. Yo no tengo ni voz ni voto.

La mirada de Úrsula se endureció y apuesto a que estuvo a punto de responderme que yo estaba haciendo lo mismo con su hijo. Pero, justo entonces, Sergi entró al salón portando una fuente con la ensalada y tuvimos que deponer las armas.

Por desgracia, mi frialdad molestó a Úrsula, que decidió que, si yo iba a mostrarme tan orgullosa, ella se encargaría de hacérmelo pagar.

Y no tardó mucho.

Minutos después y con un par de humeantes pizzas familiares sobre la mesa, nos sentamos a comer. Sergi abrió una botella de vino tinto, que según él iba muy bien con la comida italiana y nos sirvió a todos.

Úrsula, por su parte, se sentó enfrente de mí, muy pegadita a mi hijo, hacia el que se inclinaba constantemente diciéndole cosas al oído y riendo como una estúpida. Yo sabía que lo hacía para molestarme, así que traté de conservar la calma, pero, cuando deslizó una mano bajo la mesa y Borja dio un pequeño saltito de sorpresa sobre su silla, estuve a punto de saltar la mesa y arrancarle los pelos a aquella golfa.

Pero no lo hice. Me limité a mirarla con furia mal contenida, adivinando perfectamente qué sostenía la muy puta en su mano en aquel preciso momento y, de no haberlo sabido, habría bastado ver la expresión estúpida en el rostro de mi hijo para comprender de dónde estaba agarrada la fulana.

La comida fue un infierno. Yo estaba que hervía de rabia, observando impotente cómo aquellos dos se hacían carantoñas bajo la mesa. El cabrito de Borja, para evitar que Úrsula soltara su premio, le acercaba la pizza a la boca a la muy puta para que pudiera comer sin manos.

Sergi, por su parte, plenamente consciente de lo que pasaba, hizo un par de intentos de distraerme con su charla, aunque yo no le hice ni puto caso, con lo que pronto desistió. Y menos mal que no se le ocurrió intentar algo similar a lo que hacía su amigo, porque, si llega a hacerlo, os juro que habríamos acabado en urgencias, buscando un médico que le desclavara el tenedor de la mano.

Y lo peor fue cuando Borja se dio cuenta de lo mucho que me molestaba aquello. Ateniéndose a su táctica de escandalizarme cuanto más mejor, el muy cerdo me dirigió un par de sonrisas pícaras, señalando con los ojos hacia abajo, como indicándome que lo bueno estaba sucediendo bajo la mesa.

Enfadada (y profundamente turbada), no me di cuenta de que estaba ahogando mis penas en alcohol. No pasó mucho rato antes de que Sergi tuviera que abrir una segunda botella y, teniendo en cuenta que Úrsula y Borja casi no bebían por estar ocupados con otra cosa, no es disparatado suponer que me hinqué la botella casi entera yo solita.

– No tengo más apetito – anuncié cuando ya no pude más – Voy a ver un rato la tele.

– Tranquila. Nosotros recogemos – dijo Sergi.

Y, efectivamente, se dispusieron a hacerlo con toda la pachorra del mundo. Mientras yo me levantaba, Borja hizo otro tanto, poniéndose en pié tan de repente, que casi no le dio tiempo a Úrsula de liberar su presa, por lo que a punto estuve de ver cómo la muy puta empuñaba la erección de mi hijo.

Por suerte, no fue así, pero el espectáculo de ver la tremenda empalmada que Borja lucía con absoluto desparpajo, no contribuyó a serenarme precisamente. Y la sonrisilla que me dedicó, menos todavía.

Hecha una furia, abandoné la mesa con la imagen de la verga de mi hijo grabada a fuego en las retinas y me dejé caer en uno de los sofás, usando el mando de la tele para poner el primer canal que pillé.

Los demás trasteaban llevando cacharros a la cocina y murmurando entre ellos, pero me las apañé para no dirigirles ni una sola mirada, fingiendo estar interesadísima en lo que había en la pantalla, aunque, en realidad, si llega a estar apagada, no me habría dado ni cuenta.

Minutos después, los tres se reunieron conmigo en el salón. Sergi traía otra ronda de mojitos y yo agarré el mío de un tirón, sin darle las gracias siquiera.

El chico se sentó a mi lado en el sofá, dejando una prudente distancia entre ambos, mientras los otros dos, ya sin cortarse un pelo, se dejaban caer bien abrazaditos en el otro, riendo y besuqueándose como dos colegiales.

– ¿Vemos una peli? – dijo Sergi tratando de relajar el ambiente.

– A mí me parece bien – dijo Borja.

– ¿Cuál pongo?

– ¿Cuáles tienes?

El chico había cogido de una mesilla una tarrina de plástico de esas llenas de DVDs (todos originales y comprados, nada de descargas piratas ¿eh?) y empezó a recitar títulos mientras pasaba los discos uno a uno.

Yo apenas le escuchaba, porque, entre el cabreo que llevaba encima y que ya estaba bastante pedo, me importaba una mierda la película en cuestión. Sin embargo, cuando Úrsula abrió la bocaza, la escuché perfectamente. A ella sí que la escuché.

– ¿No tienes una porno, cariño? – preguntó a su hijo la muy puta.

Alcé la mirada bruscamente, encontrándome con su sonrisa de suficiencia. Y en ese momento lo supe. Por supuesto que se había dado cuenta de cuáles eran las intenciones de los chicos. Y no es que le diera igual, no… es que estaba conforme con ello.

– Si me disculpáis – dije levantándome casi de un salto – Me duele un poco la cabeza. He tomado demasiado el sol. Voy a echarme una siesta.

– ¿Te acompaño? – preguntó Sergi en tono esperanzado.

– No – respondí – Quiero descansar. Hazle compañía a tu madre.

Y salí del salón dirigiéndome a mi cuarto, tratando de conservar la poca dignidad de que me quedaba.

– Así que, ¿está conforme con que tu hijo quiera follarte? – pensaba en silencio mientras salía – ¡Pues nada, guapa! ¡Ahí te lo dejo! ¡que lo disfrutes!

El problema es que fue precisamente eso lo que pasó.

………………..

Me encerré en mi cuarto, nerviosa, agitada y enfadada. Estuve a punto de coger mis cosas y largarme de allí, pero eso supondría abandonar a mi hijo en aquel pozo de depravación.

Me sentía sucia, pues era consciente de que habían sido mis propios actos los que me habían conducido hasta allí, teniendo sexo con un jovencito durante meses. ¡Y claro! ¡Qué tonta era! ¿Cómo había sido tan ingenua de pensar que dos chicos tan unidos como hermanos no iban a contarse el uno al otro sus experiencias con el sexo? ¿Cómo fui tan ilusa de esperar que Sergi no se lo contaría a Borja?

Aunque, pensándolo bien… ¿No había sido Borja el primero en lograr follarse a la mamá de su amigo? ¿No había logrado Sergi seducirme (ahora lo comprendía) gracias a su ayuda?

¡Claro! Borja me conocía a la perfección. Seguro que había sido idea suya que Sergi no insistiera tras nuestro primer encuentro. Seguro que le dijo que, si me hacía creer que había perdido interés, yo no podría dejar de pensar en él. Pero sería cabrito…

La cabeza me iba a estallar, no porque me doliera, sino porque los pensamientos se agolpaban en mi mente a tal velocidad que me sentía mareada. O tal vez fuera el alcohol, no lo sé. O las dos cosas.

Lo cierto es que me quedé amodorrada en la cama, sin llegar a dormirme, con las imágenes de todo lo sucedido pasando frente a mis ojos.

Pero, sobre todo, con la visión de la enhiesta polla de mi hijo refulgiendo en mi mente.

¡Agh! ¡Me iba a volver loca! ¿Cómo podía estar pensando en la verga de mi hijo? ¿Cómo podía estar imaginando cómo de dura la tendría y qué se sentiría al acariciarla? ¿Es que yo era tan puta como Úrsula?

¿Y ustedes qué creen?

……………………….

No aguanté mucho en la cama. Estaba tan inquieta tras haberme dado cuenta de que me sentía excitada por Borja, que se me quitó el sueño de golpe. Y, además, estaba la insoportable intriga de saber qué demonios estarían haciendo en el salón aquellos tres.

¿Se estaría enrollando con los dos? ¿Estarían tranquilamente viendo porno? ¿Se la estaría follando Borja mientras su amigo les miraba, triste y abandonado por su pareja?

Con mucho sigilo, poniendo el máximo cuidado en no hacer ruido, me levanté y abrí la puerta muy despacio. No había nadie en el pasillo que conducía al salón, aunque me pareció escuchar unos ruidos amortiguados provenientes de allí, no supe si porque estaban hablando en voz baja o si procedían de la tele.

Muy despacio, con el corazón atronando en el pecho, me deslicé por el pasillo, hasta llegar junto a la puerta del salón y entonces, tras respirar hondo para armarme de valor, me asomé subrepticiamente.

Y mis sospechas quedaron plenamente confirmadas.

No habían perdido el tiempo en mi ausencia. Supongo que, encontrándose los tres a solas, con la voluptuosidad que flotaba en el ambiente, viendo porno (efectivamente, la tele mostraba imágenes de gente follando), sin el obstáculo que suponía mi presencia… se habían dejado simplemente llevar.

Úrsula estaba sentada a horcajadas sobre el regazo de Borja, con el trasero un poco levantado, para permitir que mi hijo se regalara devorando los pechos de su amante. Sergi, por su parte, estaba sentado al lado de la pareja, esgrimiendo una formidable erección, que era lánguidamente pajeada por su mano, mientras miraba sin perderse detalle cómo le chupaban las tetas a su madre.

Escuché como Sergi decía algo y, aunque no lo entendí, no hizo falta ser ningún genio para comprenderle. Sumisa y obediente, su madre se inclinó hacia un lado, sin que Borja dejara de chuparle las tetas y, ni corta ni perezosa, besó a su hijo con tanta pasión, que los ojos del chico se abrieron como platos.

Y si eso le gustó, mejor no les cuento el resoplido que dio cuando la mano de su madre, deslizándose libidinosa, aferró su hombría y empezó a masturbarle muy despacio, provocando que el chico gimiera y se derritiera de placer.

– ¿Será puta? – dije para mí – Pero, ¿cómo puede…?

Ya. Ella sería una puta. Pero, ¿qué era yo? Allí, espiándoles a escondidas… y muriéndome de ganas de ocupar su lugar.

Y entonces Borja me vio. Nuestras miradas se encontraron y me quedé petrificada. Sin embargo, mi hijo no dijo nada, limitándose a mirarme en silencio por encima del cuerpo de su amante, mientras seguía deleitándose con sus tetas.

Me sentía febril, excitada y enojada al mismo tiempo. Estaba contemplando un espectáculo más que esperado y, al mismo tiempo, no acababa de creerme lo que veían mis ojos. La mirada de Borja me alteraba, me sometía… si, en ese momento llega a levantarse y a venir a por mí, habría hecho conmigo lo que le hubiera venido en gana.

Pero no. Todavía no estaba lista para él.

Con un simple codazo, Borja a trajo la atención de su amigo, indicándole con un gesto que estaba mirándoles. Sergi me miró, consciente de su triunfo, aunque eso no le impidió sonreírme con dulzura. Úrsula fue la única que no se dio cuenta de mi presencia, limitándose a pedirle a su amante que siguiera comiéndole las tetas y sin soltar en ningún momento el rabo de su hijo.

Para su desencanto, Sergi detuvo su mano y la apartó, levantándose del sofá para acudir en mi busca. Úrsula ni se inmutó, limitándose a volver a incorporarse en el regazo de su amante, sentándose esta vez por completo y hundiéndole la lengua hasta la tráquea.

Me quedé mirando cómo las manos de mi hijo se apoderaban de las nalgas de la guarra, estrujándolas y amasándolas con intensidad, hasta que el cuerpo de Sergi se interpuso, tapándome la vista.

Aunque, el espectáculo de su verga, completamente enhiesta y rezumante, no era una visión menos turbadora.

– ¿Se te ha pasado el enfado? – dijo simplemente.

– ¿Y qué remedio me queda? – respondí encogiéndome de hombros.

Sergi volvió a sonreírme, haciendo que me sintiera un poco mejor. Acercándose hacia mí, me estrechó con fuerza entre sus brazos, permitiéndome constatar en mi cadera que, desde luego, el chico estaba bien excitado.

– ¿No te da vergüenza hacer esas cosas con tu madre? – le susurré al oído.

– No. Ni tampoco las que voy a hacer después – me respondió turbándome hasta el alma – Y tú también las harás.

Joder. Y lo peor era que tenía razón. Ya no había escapatoria posible. Y, la verdad sea dicha, a esas alturas no tenía intención alguna de escapar.

Sergi se apartó de mí y, tomándome de la mano, me condujo dentro del salón, llevándome hasta el sofá que quedaba libre. Úrsula por fin se dio cuenta de que yo había regresado y me miró con una expresión de superioridad tal, que me dieron ganas de cruzarle la cara.

Pero no lo hice, porque en ese momento, por encima del enfado y la decepción conmigo misma, se había impuesto otro sentimiento. Estaba cachonda como una perra.

Nos sentamos juntos en el sofá y esta vez no aparté al chico cuando se inclinó para besarme, devolviéndole el beso con entusiasmo. Él, que ya me conocía como la palma de su mano, empezó a besarme como sabía me encantaba, abandonando pronto mis labios para darme tiernos besitos, por el rostro, el cuello y las orejas, mientras sus manos, inquietas y habilidosas, soltaban el sostén de mi bikini y dejaban expuestos mis senos, como llevaba intentando hacer desde la mañana.

Mis pechos estaban durísimos y los pezones excitados y sensibles. Sergi agarró una de mis tetas, estrujándola con la suficiente fuerza para hacerme gemir, pero no lo bastante para hacerme daño. Como a mí me gustaba.

Al apretar la trémula carne, el pezón se irguió enhiesto, exhibiéndose orgulloso un instante antes de que el chico lo absorbiera entre sus labios, jugueteando con su lengua en él, haciéndome gimotear y jadear de pasión.

Miré hacia la otra pareja, disfrutando con las lamidas y chupetones de Sergi y pude constatar que Úrsula también estaba pasándoselo en grande. Harta ya de tantos preliminares, la fulana se había empalado en la polla de mi hijo y había empezado a cabalgarle, mientras el muchacho seguía estrujando y acariciando su culo con ganas.

Me sorprendí preguntándome a mí misma qué se sentiría con la polla de Borja metida en el coño. ¿Sería mejor que la de Sergi? ¿Se adaptaría mejor a mí? ¿Me gustaría más?

Sea como fuere, segura estaba de que pronto lo descubriría.

– Elvi, por favor, ya no puedo más – siseó Sergi abandonando mis pechos y volviendo a mordisquearme el lóbulo de la oreja – Tengo que metértela ya, quiero follarte, machacarte el coño hasta dejarte exhausta…

– Claro, cariño. Yo tampoco. La necesito ya. Dámela. Quiero tu polla, necesito que me la metas y me folles como a una perra – le respondí.

Ya he dicho que a ambos nos ponía decirnos guarradas, ¿verdad?

Sergi se apartó de mí, liberándome de su abrazo y se quedó mirándome un instante. Yo ya conocía esa mirada, simplemente era su manera de preguntarme cómo me apetecía que me follara, dejándome escoger la posición.

Y yo tenía claro que quería ser follada mirando a mi hijo en plena faena. Así que, sin perder un instante, me ubiqué a cuatro patas sobre el sofá, mirando de frente la cabalgata de Úrsula, la valquiria ninfómana, sobre la verga de mi hijo, si perderme detalle de cómo su coño de puta se empalaba una y otra vez en Borja.

Qué zorra me sentí. Y qué feliz por ello.

Sergi no tardó ni un segundo en rodearme y colocarse por detrás. Con habilidad (no en vano ya era todo un experto), me bajó las braguitas del bikini a medio muslo, ubicó su polla en posición y, aferrándome por las caderas, me empitonó de un tirón, haciéndome gritar de placer.

El grito atrajo la atención de Borja, que me miró desde detrás de las tetas de Úrsula, que brincaban descontroladas al ritmo de la follada y, ésta vez, sí que me guiñó un ojo, pero no lo hizo con descaro o suficiencia, sino de forma divertida y cómplice. Yo le tiré un beso, mientras su amigo, hundido en mí hasta las bolas, empezaba a bombear mi coño con toda el ansia y las ganas acumuladas durante aquellos dos días de locura.

En poco segundos, me encontré mordiendo con saña los cojines del sofá, aullando de placer con las uñas clavadas en la tela, mientras mi portentoso amante se hundía en mí una y otra vez sin compasión, haciéndolo justo como a mí me gustaba.

Y, además, estaba el hecho del show que los otros dos me ofrecían, que me tenía loca de calentura y de ansia por intercambiar las posiciones. O, mejor dicho… de intercambiar las pollas.

Aquello era demasiado para mí. Ser follada por una polla que me conocía a la perfección, mientras disfrutaba de un show de sexo en directo… me corrí dos veces antes de que Sergi se derramara por fin en mi interior. Me llenó hasta arriba de leche.

Agotada, me derrumbé sobre el sofá, sudorosa y jadeante, con Sergi todavía aferrado a mí, sintiendo cómo su semilla se deslizaba dentro de mi cuerpo, mientras su polla menguaba un tanto su tamaño.

Como pude, alcé la vista hacia la otra pareja, descubriendo que estaban más o menos en igual estado. Úrsula estaba dando delicados besitos en el rostro de mi hijo, sujetando sus mejillas con las manos. Él le sonreía satisfecho, mirándola a los ojos y murmurándole palabras que yo no alcanzaba a oír.

Sí, todo muy hermoso y poético, pero el hecho de ver cómo el esperma de Borja brotaba de la vagina de Úrsula y pringaba el asiento… le quitaba magia al asunto.

– Joder, qué polvazo – gimoteó Sergi, liberándome de su peso.

– Sí – asentí yo, ronroneando.

El chico, en un alarde de fuerza, tiró de mí y me hizo quedar sentada a su lado. Sin soltarme, colocó mis piernas sobre las suyas, atrayéndome hacia él para besarme con cariño. Yo le devolví el beso con entusiasmo, dejados por fin atrás todas mis dudas y prejuicios.

Dedicamos los siguientes minutos a hacernos carantoñas, recuperando un poco el aliento tras la intensa sesión, mientras la otra pareja hacía otro tanto, sólo que con Úrsula tumbada boca arriba en el sofá, con la cabeza apoyada en el regazo de mi hijo, que le acariciaba con dulzura los senos, jugueteando cariñosamente con sus pezones.

– Tus tetas son increíbles – dijo mi hijo en un alarde de poesía – Las mejores del mundo.

– Bueno, siento discrepar, amigo – dijo Sergi sin dejar de abrazarme – Las de tu madre son un poquito mejores. A ver, mamá, no te ofendas, tienes unas tetas magníficas, pero las de Elvira…

Al escucharles, yo me sonreí para mis adentros. Estaba segura de que los dos habían ideado algún truco para seguir con la función. Me los imaginaba perfectamente a los dos trazando planes para lograr el intercambio de parejas. Por eso me reía, porque, a esas alturas, no hacía falta ningún plan ni puñetas. Las dos estábamos más que dispuestas, pero, divertida e intrigada por ver qué habían maquinado, no dije ni mú.

Durante unos minutos los dos se dedicaron a ponderar las bondades de nuestras respectivas ubres, que si tamaño, que si suavidad de la piel, que si dureza de los pezones… en otras circunstancias, me habría muerto de vergüenza de escuchar a alguien hablar así de mis tetas, pero allí, esperando el momento en que mi hijo se decidiera a follarme… era algo insignificante.

– ¡Ya lo tengo! – exclamó Borja, simulando haber tenido una idea feliz – ¡Hagamos un concurso a ciegas para ver cuáles son mejores!

Su idea era estúpida a más no poder (aunque qué más daba). Simplemente, consistía en que, mientras ellos se daban la vuelta para no poder vernos, Úrsula y yo debíamos escondernos detrás de las cortinas del salón, tapándonos de forma que sólo quedaran visibles nuestros senos. De esta forma, los dos podrían realizar una “cata a ciegas” para decidir cual poseía las mejores tetas.

Úrsula y yo nos miramos, resignadas y divertidas a partes iguales, sabiendo perfectamente que aquello era una simple excusa para que ambos pudieran sobar a gusto las domingas a sus respectivas mamás, llevándonos paulatinamente al terreno de las relaciones incestuosas; pero, queriendo seguirles el juego, ninguna dijo nada, escondiéndonos tras las cortinas tal y como nos habían indicado.

Es curioso, pero, a pesar de la soberana estupidez de lo que estábamos haciendo, tengo que reconocer que me sentí bastante excitada allí escondida, sin saber a ciencia cierta quién era el que me sobaba las tetas en cada momento.

Y os puedo asegurar que me las sobaron bien sobadas. En cuanto avisamos a los chicos de que estábamos listas, manos invisibles se apoderaron con rapidez de nuestros pechos, acariciándolos y magreándolos con fruición.

Podía escuchar cómo los chicos murmuraban y bromeaban sobre nuestra anatomía, mientras sus inquietas manos sopesaban y palpaban nuestra carne a placer. Me sentía un poquito humillada por aquello, siendo examinada como una vulgar vaca, pero, al mismo tiempo, me sentía bastante caliente.

Y lo mejor de todo era el anonimato de las descaradas manos. Aquello me ponía brutísima. ¿Serían los ágiles dedos de mi hijo los que estaban jugueteando con ese pezón? ¿Sería la mano de Sergi la que estrujaba mi teta izquierda, verificando la consistencia de la carne?

Sí, lo reconozco. Al final el jueguecito había resultado ser bastante más interesante de lo esperado. Y todavía tenía que mejorar. Cuando sentí que unos anónimos labios se apoderaban de uno de mis pezones y lo lamían con habilidad, estuve a punto de correrme.

– ¡Oh, sí, joder, qué bien! – siseé sin poder contenerme – ¡Sigue chupando así! ¡Cómemelo!

– ¡Mierda, mamá, ya lo has estropeado! – escuché que protestaba Borja – ¡Ahora sabemos que éstas son tus tetas!

Mientras decía esto, sentí cómo me daban un fuerte estrujón en un pecho, que me hizo soltar un involuntario gritito. Avergonzada (por haberme dejado llevar) abrí la cortina y asomé el rostro, con expresión divertida y un poco azorada.

– Lo siento chicos – me disculpé – Es extrañamente morboso estar ahí detrás sin saber quién te mete mano. Me ha excitado bastante.

En ese momento se abrió la otra cortina y también Úrsula se asomó. Miré hacia su rostro, casi esperando encontrarme con una sonrisa burlona, pero en cambio vi que también estaba sofocada y bastante colorada. Me agradó.

– ¡Sí, vale, lo que tú quieras! – continuó mi hijo – Pero has estropeado el juego. Ahora habrá que empezar otra vez.

– Vale, vale, lo siento – dije riendo mientras salía de tras la cortina – ¿Por qué no lo dejamos en empate?

Úrsula me miró y, por primera vez en dos días, me sonrió con auténtica simpatía.

– Se me ocurre que podríamos probar ahora… cuál de estas dos pollas… sabe mejor… – dije poniendo voz de guarrilla.

Visto y no visto. Los ojos de los chicos se abrieron como platos y, segundos después, Úrsula y yo nos encontramos de espaldas a las cortinas mientras los dos chicos ocupaban nuestro lugar tras las mismas. En cuanto nos dimos la vuelta, nos enfrentamos con sendas pollas vergas erectas asomando entre la tela.

Úrsula y yo intercambiamos una mirada cómplice, sonriéndonos mutuamente. Sin que hiciera falta decir nada, cada una se arrodilló delante de un falo y se dispuso a seguir con el juego.

Ni que decir tiene que cada una escogió precisamente el pene de su propio hijo (no hacía falta ser un genio para distinguir la polla que llevaba meses follándonos casi a diario de cualquier otra), dispuestas a degustar la hombría de nuestros respectivos retoños, pues ambas teníamos más que degustada la otra.

Allí, de rodillas, ambas empuñamos casi simultáneamente la verga que teníamos delante y, tras sonreírnos de nuevo la una a la otra… empezamos a chupar.

Y entonces ocurrió lo increíble. Me corrí. Puedo jurarlo, en cuanto sentí la polla de mi hijo endureciéndose entre mis labios, no pude más y alcancé el orgasmo. De entre todas las guarras… la más guarra.

Reconozco que me dio muchísima vergüenza, así que traté de disimular lo mejor que pude, ahogando a duras penas los gemidos de placer y concentrándome únicamente en estimular aquella verga que iba ganado volumen dentro de mi boca a toda velocidad.

Estoy segura de que la tensión acumulada durante el juego anterior fue en buena parte responsable de aquel orgasmo inesperado, pero, aún así, correrme únicamente por llevarme una polla a la boca… ni siquiera creía que eso fuera posible.

En pocos segundos, Borja alcanzó su máximo esplendor. A pesar de habérsela chupado mil veces a Sergi, era incapaz de verificar cual de los dos chicos estaba mejor dotado, aunque, en el fondo, eso me importaba una mierda.

Qué zorra me sentí, qué puta. Y seguro que a Úrsula le pasaba lo mismo. Sin dejar de mamar, miré a mi compañera de reojo, pudiendo ver cómo, completamente entregada a su tarea, se había abandonado a la lujuria, masturbándose con intensidad mientras devoraba la polla de su hijo.

Los dos chicos, sin esperárselo, se enfrentaban de repente a dos lobas dispuestas a chuparles hasta el tuétano, resoplando y gimoteando tras la cortina con tanta intensidad, que resultaba hasta cómico.

No duraron mucho. Tampoco podía exigírseles, claro. Yo sabía bien lo morboso que era estar detrás de aquella cortina y que además estuvieran chupándosela… demasiado para cualquiera.

Con un berrido, Borja estalló dentro de mi boca, permitiéndome paladear a gusto el sabor de su semilla. Mientras degustaba el ardiente líquido, miré a la otra mujer, pensando que yo había sido la ganadora de aquella carrea, pero me encontré con que ella también había alcanzado la meta y se aplicaba con afán a no desperdiciar ni gota del delicioso néctar. Nunca supimos quien había ganado.

Pero eso daba igual. Tras decretar un nuevo empate, nos dejamos caer ambas derrengadas en el sofá, riendo divertidas. Los chicos, con las rodillas temblorosas (y juro que un poco más delgados que antes de esconderse), aparecieron de tras la cortina y se derrumbaron a nuestro lado.

Aunque preguntaron, Úrsula y yo nos negamos a confesar quién se la había chupado a quién, aunque estoy segura de que los chicos lo sabían perfectamente.

Más relajados y momentáneamente satisfechos, nos quedamos charlando un rato en el sofá, recuperando fuerzas. Durante un rato, tuve que soportar las puyas de los otros tres, recordándome lo enfadada que había estado todo el día y total, para acabar follada y comiendo polla. Tuve que aguantarme. Me lo merecía.

Completamente desinhibidos, permanecimos ya todos en pelota picada, justo como deseaban los chicos y, cuando estuvimos un poco más recuperados, salimos juntos a la piscina para darnos un buen baño y quitarnos de encima el sudor… y otras sustancias.

Esta vez fueron dos las parejas que se morreaban a fondo dentro del agua al atardecer. Disfrutamos juntos de una magnífica puesta de sol, sintiéndome muy feliz entre los brazos de Sergi, que me abrazaba con cariño mientras mis piernas rodeaban su cintura, permitiéndome sentir cómo el muy ladino había empezado a recuperar las energías.

El resto del fin de semana… seguro que se imaginan cómo fue. Follar, follar y follar. Y sí, por supuesto que sí… Borja acabó por follarme antes de que acabara el día. Y Sergi a su madre. Para qué dar más detalles, ya hemos hablado bastante de sexo.

¿Cómo? ¿Que sí que quieren más detalles? Bueno, vale. Total, más vergüenza ya no voy a pasar.

Fue esa misma noche, tras la cena. Tras haberse salido con la suya, ya no era necesario que los chicos se esforzaran tanto por agradarnos encargándose de las tareas y, como además no nos apetecía volver a enfrentarnos con unas tortillas infames como las de la noche anterior, esta vez fuimos las chicas las que nos encargamos de preparar la comida.

Fue de largo la comida más relajada y divertida de lo que llevábamos de fin de semana, sin tensiones ni malos rollos, dos parejas liberales, disfrutando de la mutua compañía.

Tras la cena, nos tomamos unas copas, un poquito más cargadas, pues fue Úrsula quien las preparó. Supongo que la mujer quería darse un buen lingotazo, pues era plenamente consciente de lo que iba a pasar. Y reconozco que a mí tampoco me vino mal la dosis extra de alcohol.

Uno de los chicos puso música lenta, precisamente de la que a ninguno de los dos les gustaba, pero perfectamente apropiada para lo que pretendían: refregar cebolleta contra sus mamás.

Sergi sacó a su madre a bailar y Borja, tomándome de la mano, hizo otro tanto. Me sentía nerviosa, pues sabía que la danza era el paso previo para… ya saben.

Estábamos muy pegados, con mis tetas bien apretadas contra su masculino pecho. Borja me miró a los ojos, y me susurró que era preciosa, cosa que me encantó y me puso nerviosa a partes iguales.

Pronto empecé a notar cómo Borja crecía contra mí y tuve que morderme el labio para sofocar las ganas de volver a arrodillarme delante suya. Envalentonado, mi hijo permitió que su mano bajara hasta mi culo, acariciándolo suavemente al ritmo de la música. Yo, juguetona, froté con disimulo mi cadera contra su creciente erección, haciéndole gemir de placer.

Cuando Borja atrajo mi rostro y buscó mis labios con los suyos… me entregué.

Instantes después, Borja y yo nos metimos a solas en uno de los dormitorios, pues queríamos que aquella primera vez fuera en la intimidad. Tumbada en el colchón, disfruté de las caricias que mi hijo me administraba, sintiendo cómo sus labios me besaban por todas partes, lamentándome en silencio de no haber empezado a hacer aquello mucho tiempo antes. Cuántas años desperdiciados.

Borja descendió besando mi cuerpo, hasta llegar a la ingle. Sin darme cuenta, separé los muslos ofreciéndole mi encharcada vagina, para que se regalara disponiendo de ella a voluntad. Pero Borja pretendía darme todo el placer de que fuera capaz, así que, muy lentamente, sumergió el rostro entre mis muslos abiertos y empezó a comerme el coño con tanta habilidad, que tuve que morderme un dedo para no empezar a gritar.

Me corrí. No una sino varias veces. Mi diabólico hijo tenía un don innato para el sexo oral. A la mañana siguiente lo comenté a solas con Úrsula y me confirmó que se le daba de puta madre. Tomé nota mental de que Sergi tenía que mejorar en esa asignatura. No importaba, le daría todas las clases de refuerzo que hicieran falta.

Borja se quedó de rodillas sobre el colchón, a mi lado, exhibiendo impúdicamente su tremenda erección, deleitándose con los estertores que asolaban mi cuerpo durante el orgasmo. Le deseé intensamente. Y él a mí.

Sin darme tiempo apenas de recuperarme y azuzado por el ansia y el deseo, Borja se echó sobre mí y volvió a besarme. Yo podía sentir cómo su falo, duro como la roca, latía de ansiedad contra mi cuerpo, así que le supliqué que no me hiciera esperar más.

Y él no lo hizo. Sin alardes. En la clásica postura del misionero. Me la metió hasta el fondo, sin violencia, pero con firmeza. Me sentí completamente llena. Y feliz.

Yo ya me había corrido varias veces cuando Borja por fin se vació en mi interior, derrumbándose sobre mí, agotado. Demasiadas emociones ese día.

Yo sonreía, satisfecha, mientras escuchaba en el dormitorio vecino cómo Úrsula aún disfrutaba de la buena vida unos minutos más.

Y así, con la música de fondo de los relinchos de la otra yegua y con el delicioso peso de mi hijo abrazado a mi cuerpo… me dormí.

Al día siguiente no fui la única en levantarme tarde. Casi era la hora de comer cuando los cuatro nos reunimos abajo, duchados, aseados y felices.

Y sí, ya sé lo que se estarán preguntando. Esa tarde montamos una orgía, follamos como locos. Incluso tuve mi primera experiencia lésbica, lo que complació enormemente a los chicos, que disfrutaron del show de ver a sus mamás comiéndose el coño la una a la otra con vehemencia. No estuvo mal, supongo que es verdad eso de que el sexo con alguien a quien detestas es genial.

Y el último día igual. Creo que no quedó centímetro de la casa y alrededores donde no se perpetrara alguna guarrada durante esos cuatro días. Si, tras abandonar la casa alguien hubiera pasado una luz infrarroja de esas como en las pelis, sin duda habría estallado el puto aparatito.

El martes por la tarde acudió el dueño de la casa, encontrándose con dos resplandecientes mamás que habían pasado unos días de ensueño junto a sus retoños. El hombre, muy sonriente, felicitó a nuestros hijos por ser tan considerados como para acceder a hacer compañía a sus madres durante el puente.

– Es raro en chicos de su edad el querer pasar tiempo con sus madres. Se ve que los han educado muy bien – dijo el tipo, haciendo que Úrsula y yo enrojeciéramos.

Si él supiera…

…………………………

Bueno, termino mi relato ya. Como ven, no les mentía al decir que soy mucho peor que la tipa estadounidense esa.

Y lo que te rondaré, morena.

Ahora estoy en el salón, terminando estas líneas en mi PC, esperando que Borja regrese a casa. Por desgracia Sergi no va a poder venir hoy, pues mañana tienen examen. Yo ayudaré a Borja a prepararlo, tomándole la lección.

Ayer ya lo hicimos. Estudiar, digo. Llegó, me besó e, inclinándome sobre la mesa, me subió la falda, me bajó las bragas y me folló a lo bestia mientras yo me esforzaba en sostener sus apuntes para preguntarle sobre la materia del examen.

Se ha vuelto aplicadísimo. Y Sergi también.

FIN

NOTA DEL AUTOR: Ante todo, muchas gracias a todos los que hayáis tenido paciencia para leer la historia hasta el fin. Espero que hayáis disfrutado. Últimamente no tengo mucho tiempo libre, así que he pensado en dedicar un tiempo a escribir historias sencillas, sin liarme con ningún proyecto más “denso”. Aún así, he tardado un montón en publicar esta segunda parte. Lo siento mucho.

Bien, lo que quería comentaros es un poco raro, a ver si me podéis ayudar. En el texto, he descrito una escena en la que las dos mujeres se esconden tras las cortinas para que los chicos juzguen qué tetas son las mejores. Pues bien, esta situación está basada en una película erótica que vi hace muchos años (pero muchos, muchos). No recuerdo nada más de la peli (salvo que la escena me pareció muy morbosa) y que se trataba de un único chico, varias chicas y creo recordar que una era algo así como prima del chaval.

Vale, lo que quería preguntar es si alguno de ustedes podría darme información sobre esa película, el título o algo que me permita localizarla. No tengo mucha esperanza, pero se me ocurrió que podía preguntar a los lectores.

Así que si sabéis algo sobre el film, mandadme un correo o ponedme un comentario, os lo agradeceré mucho.

Disculpad las molestias y muchas gracias

Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un e-mail a:

ernestalibos@hotmail.com

 

Relato erótico: “MI DON: Ana – Retorno al paraiso (30)” (POR SAULILLO77)

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portada criada2Volvíamos a casa andando, Ana y yo, agarrados de la mano, con ella vibrando aun, atardecía sobre Sin título1nuestras cabezas refrescando algo el cargado ambiente de final del verano en una cuidad como Madrid, un selva de cemento y acero que te ahogaba a mas de 40 grados al sol. No podíamos evitar reírnos, sobretodo Ana, estaba como en un sueño, gracias a su desfachatez había logrado algo increíble, que nos mudáramos a la casa, casi palacio, de Eleonor, viviríamos con ella unos meses hasta que todo el papeleo de abogados acabara y ella pudiera regalarme la casa, casi era irreal, pero una vez que Yasmine cedió comprensiva, Eleonor no solo quería, si no que deseaba compensarme por todo el esfuerzo y valentía que derroché, en quitarle a su marido maltratador de encima y dejarla con una fortuna y propiedades casi inagotables, no solo era eso, aparte sentía en el fondo de mi ser que ella quería devolver esa casa a la vida, llenarla de jolgorio y juventud, para volver a ser feliz, convertir esa cárcel de oro que había sido durante años, en un hogar.

Al llegar a casa hablamos apenas unos minutos entre nosotros en el cuarto hasta aclarar las cosas y salir a dar la noticia al resto, Lara se mostró indiferente, o ilusionada, hasta que la dijimos que ella no vendría con nosotros y se quedaría en el piso, se enfadó tanto que se levantó y se fue a su cuarto a llorar. Manu se mostraba feliz y hacia bromas de mal gusto, de las que me suelen gustar, sobre como habíamos conseguido convencerla, conocía a Eleonor, había sido el sueño erótico de toda la pandilla de críos que jugábamos en el parque. Teo no podía evitarlo, lamentaba que me fuera del piso, era mi amigo, pero en el fondo de su alma deseaba perderme de vista, o mejor dicho, que Alicia me perdiera de vista. Alicia se mostraba contrariada, casi culpable, de forzarme a irme, y en cierto modo lo era, pero quité hierro al asunto todo lo que pude, hable de la pareja, de una evolución, de intimidad y de una convivencia compleja. Para pulir asperezas los invité a cenar a un restaurante, durante varias fases de la cena y le paseo de después, Alicia y sobretodo Lara quisieron hacerme cambiar de idea, una prometía que no se metería en mi vida y la otra que follaría mejor si la daba tiempo, como si ese fuera el problema, desde que volvieron de Granada Lara se había encargado de recuperar el tiempo perdido con ahínco y devoción, pero la decisión era irrevocable, así que se pusieron con Ana a tratar de convencerla a ella, pero su determinación era la misma que la mía, o mayor, la idea de vivir en esa casa la seducía demasiado, solo el hecho de dejar a Lara sola la hacia dudar, había abandonado a los pocos amigos que había hecho aquí por estar con nosotros, pero en el fondo era la que queríamos, que Lara tuviera que volver al mundo real y hacer su vida lejos de nosotros.

Luego charlé con Teo a solas mas de 1 hora, me abrazó muy fuerte y me dio las gracias, no pregunté por que, lo sabia, Teo era muchas cosas pero no era tonto y me conocía desde los 8 años, entendió que lo hacia por ellos, por el y por mantener su relación, no hizo falta decirlo. Eso si, le di una buena charla sobre lo que acaba de pasarme con Eleonor y su marido, no iba a permitir que les pasara eso, si me iba era para que, si había alguna oportunidad para que volvieran a ser la pareja feliz de antaño, lo volvieran a ser, debía dejar de beber de mas, dejar de discutir con ella y dejarse de jilipolleces de niñato ahogado en celos, le dejé claro que si las cosas seguían mal, aunque ya no hubiera “otros problemas”, lo dejaran de una vez, por que ni Alicia ni el eran felices así, hasta le dejé leer entre lineas que si no rectificaba me llevaria a Alicia de su lado. De nuevo me daba cuenta de que no tenía derecho o jerarquía alguna para decirles como vivir su vida, pero de nuevo lo estaba haciendo, quería que mi “sacrificio” sirviera para algo.

Quise contenerme al llegar a casa, y logré que mi rabo se mantuviera durmiendo hasta altas horas de la mañana, Lara dormía en su habitación y yo lo hacia agarrado a la cintura de Ana pegando a mi pecho a su espalda con mi polla hibernando entre sus muslos, oliendo su larga melena con su aroma a coco, me reconfortaba y me tranquilizaba mas que cualquier otra cosa del universo. El ruido de la puerta me alertó, levanté la cabeza para ver como la silueta de Lara se adentraba en la habitación y se tumbaba a mi espalda, poniéndome sus tetas desnudas en ella, acariciándome mi fuerte brazo, dando besos largos y lentos en mi nuca, de esos en que los labios se quedan pegados a la piel.

-LARA: si te vas a ir, quiero que follémos, quiero sentir tu fuerza y tu polla partiéndome hasta que muera.

-YO: lo hacemos por tu bien, no puedes venir.

-LARA: eso me queréis hacer pensar, pero yo solo te deseo a ti y que me quieras.

-YO: a mí nunca me podrás tener, ¿no lo entiendes aun? solo puedo ofrecerte sexo, Ana es la única a la que amo, siempre serás el 2º plato y para follar, me caes bien pero no te amo, te mereces algo mejor que eso.

-LARA: ¿y no tengo yo derecho a decidir?- en el fondo la sensación de superioridad que desprendían mis palabras me pateaba el estomago, si ella quería, Ana me dejaba y yo deseaba sus tetas de vez en cuando, ¿por que cortarlo?

-YO: lo tienes, al igual que yo, y hemos decidió que no vengas con nosotros, tu decides, si quieres hacer una vida real, hacer amigos, tener novios que solo tengan ojos para ti y que te traten como debe ser, o si quieres seguir siendo un mero divertimento………

-LARA: lo haré, si no vivo contigo iré a diario, me tendrás a tu disposición.- sus gestos buscando con la mano mi polla mentida entra las piernas de Ana terminaron de despertar a mi novia.

-ANA: ¿que hacéis?

-YO: Lara insiste en seguir con esto, incluso aunque ya vivíamos separados.

-LARA: déjame, es mi vida, quiero decidir.

-ANA: eres una zorra incansable, no sabes lo que te pierdes al tener una relación de verdad con un hombre, te conformas con las migajas que te dejo, das pena………- sopesó sus palabras -…………. si quieres seguir siendo nuestro juguete, adelante, ya bastante nos hemos quitado ya por lo buena gente que es Raúl.


Esas duras palabras no hicieron mas que hacer brillar la cara de Lara que haciendo fuerza me puso boca arriba y agarrando mi polla, medio tiesa ya por su caricias, masturbó chupando el glande de forma animada, no pude negarme a dejarla hacerlo, tenia un calentón desde que habían vuelto increíble, casi mes y medio sin follar después de todo lo pasado, en cuanto me enseñaban una teta estaba como una moto y las follaba sin parar durante horas, incluso cuando solo me tiraba a Lara, una vez tuvimos que llamar a Ana para que volviera de donde estuviera y terminara la faena, en 1 hora fundí a Lara con la bestia todo el tiempo, y necesita algo mas que un chica inconsciente para acabar.

Esa vez no fue distinta, al instante de chupármela se puso enorme, mas grande de lo que la había tenido desde hacia tiempo, notaba como me iba a reventar una vena o algo, ya no había vuelta atrás, cogí de la cintura a Ana y me la puse abriera de piernas en la cara, apartando el tanga y lamiendo su coño caliente, tirando con mi boca de sus labios mayores y sacándola el clítoris hinchado de su escondite, mientras uno de mis dedos volvía a hacer un agujero en su ano, que se había cerrado algo de no pasar por allí en un tiempo, haciendo que Ana, que estaba algo adormecida, se despertara de golpe con un orgasmo animal y brusco. Lara a su vez ya jugaba golosa engullendo rabo por doquier, sin dejar de mover sus manos y llegando a hacer una cubana deliciosa, era increíble sentir como sus tetas aprisionaban mi rabo y aun así le daba para besar y lamer el glande cuando salía a respirar de entre sus montañas. Antes de correrme, tumbe de lado a Ana y nos besamos con pasión, entrelazando las lenguas, y metiendo mi mano entre sus nalgas dando tirones del hilo del tanga para hacerla temblar, agaché mi mano hasta agarrar de la nuca a Lara y atraerla hacia mi pecho, tumbada al otro lado y repitiendo la operación de Ana, tirando tan fuerte que las dos prendas intimas, que se fueron elevando hasta dejarme sus tetas en la cara, mala comparación para Ana, pero me dediqué gustoso a aquellos 4 senos, besándolos y lamiéndolos, tirando con los dientes de los duros pezones de Lara, algo que la volvía loca.

Ambas se besaban por encima de mi, mientras sus manos iban a mi polla y la acariciaban al unísono, Ana fue la 1º en notar los espasmos previos a correrme y se fue a chuparme la polla para recibir su dosis caliente, casi se atraganta, tenia tal acumulación que 2 semanas después de su vuelta seguía eyaculando cantidades industriales, pero se tragó todo dejándola limpia y continuando hasta tenerla tiesa de nuevo, como decía, no tardé ni un minuto debido a mi calentón, le había dedicado a los pezones de Lara todo ese tiempo y a meter mi mano en su coño que sin ropa interior rezumaba fluidos, metiendo un dedo en su interior. Casi ensayado, ambas pasaron una pierna por encima mía, casi queriendo ser penetradas a al vez, rememorando la 1º vez que tuve a Lara encima, Ana detrás y Lara delante. Sin mas Ana se empaló hasta el fondo soltando un alarido que ahogó en el cuello de Lara, le amasa los pechos desde taras casi si poder sostenerlos en las manos y dejándome vía libre ara atacar con la cadera, que aferrándome a sus muslos, comenzó a penetrar y salir sin descanso elevando el ritmo poco a poco, yo no había que tener cuidado con ellas, ya no, saqué la bestia y me folle a Ana tan ferozmente que las dos caían sobre mi pecho, temblando de orgasmos Ana y de impaciencia Lara, , mas de 30 minutos hasta que Ana pedía un respiro con los ojos, casi sin pensarlo en el gesto de sacarla la hundí en Lara por sorpresa, haciéndola arquear espalda dejándome sus tetas en la cara, las agarré como premios y comiendo los pezones con ansia, mientras ahora era ella quien recibía mi ira, no pude evitar desatarme y en 20 minutos hacerla desmayarse al romper en un orgasmos que soltó tantos fluidos que me dio la sensación de que me meaba encima.

Se acabó ser bueno, la dejé a un lado medio ida y me lancé a por Ana que esperaba ansiosa su turno, la cuadré a 4 patas y la metí de golpe hasta la base, quiso gritar, pero la sensación le hizo un nudo en la garganta, la abracé con fuerza y volví a acelerar, notando su interior abrirse, dejando paso a una gloria que solo un hombre puede lograr follando desatado, sujeté de las caderas y golpeaba con la pelvis en su trasero sin descanso, llevándola a su serie de orgasmos. Cuando se corría como una fuente la dejaba 2 minutos de aire, mientras le acariciaba cada milímetro de piel, para volver a arremeter, seguimos ese juego 1 hora desahogando y corriéndome en su interior, dando lo mejor de mi al final como siempre, sintiendo como los espasmos en el pene daban cabezazos en su interior, encharcado en sudor me tumbé boca arriba, al instante Lara se me echó encima recuperada montándose en m de nuevo, no tardó en sacarme la 3º erección, la puse boca abajo tumbada en la cama, estirada, y penetrándola, era una de las formas de no metérsela entera y no hacerla daño, desde atrás su trasero hacia de tope, me recosté sobre ella pegando mi pecho a su espalda y la metí lentamente haciendo vivar y reír de nervios a la muchacha, arrodillándome dejándola entre mis piernas y moviendo mi cintura con descaro, Lara se agarraba a las sabanas mientras gimoteaba, soportando gustosa aquel pequeño ejemplo de lo que era capaz, me contuve un poco, y solo saqué a la bestia al final, cuando Lara se retorcía entre convulsiones. Ana se tumbaba de lado a nosotros mirando y sonriendo al ver a Lara soltar lagrimas de gozo, creo que disfrutaba al ver sufrir a Lara, abandoné a Lara cuando ya no me oponía resistencia, volviendo a Ana, que ya andaba jugando con su ano sabiendo que era lo siguiente. Tumbaba boca arriba se abrió de piernas, me posesioné entre ellas y apretando el glande, brillante de los fluidos de Lara, en su ano, fui abriéndola poco a poco, notándolo, casi como al desvirgaba de nuevo, pero mucho mas fácil, metiendo lo suficiente como para crear espacio y sacándola para darla un respiro. La repetición actúo sobre Ana que notaba claramente su piel contraerse al penetrar, moviendo su cintura a la vez que la mía, mordiéndose el labio con fuerza mientras se echaba la almohada a la cara para acallar sus gritos, no soporté demasiado aquella presión, me estaba corriendo antes de darme cuenta.

Agotado caí sobre Ana, besándola jadeante, mientras ella retomaba la compostura al notar mi polla decrecer en su interior hasta salirme, me dormí como hacia semanas que no dormía, unas 9 horas, al despertar no vi a Ana, pero si a Lara que estaba casi en la misma poción en que la había dejado, medio ida y con el culo enrojecido aun, con un empalme de narices que tenia, viendo como ella giraba la cara sonriente y mirándome lujuriosa, casi arrastrándose se me puso encima, besándome con pasión moviendo su lengua de forma rápida y húmeda, la di un buen azote en el culo antes de levantarme e irme al baño asearme, pero después de orinar seguía empalmado, estaba caliente como las primeras veces que follaba con Eli en el gimnasio, sin pensarlo demasiado fui a la cama, vi a Lara relamiéndose al verme desnudo con la polla apuntándola, quería quitarme a Lara de encima pero ella quería seguir detrás de mi, pues la iba a dar un escarmiento.

La cogí, me la subí encima montándola a horcajadas sobre mi y pegándola a una pared, me rodeó con las piernas, sonriendo casi sin fuerzas, sabia que no se salvaría de mi, jugué con su tetas y sus sensibles pezones mientras daba golpes con mi rabo en su coño humedecido de saber lo que se le venia encima, aun sin saberlo de verdad, sin mucho problema moví su cintura hasta meterla media polla de golpe, para luego seguir hundiendo de forma lenta y caliente mi verga en su si interior, quería llegar hasta rozar la pared del útero haciéndola brincar de dolor, totalmente roja y congestionada.

-LARA: aimns, sácala un poco.- comencé mi idea desesperada.

-YO: ¿como vas a seguir siendo un juéguete si no puedo disfrutar plenamente de ti?.

-LARA: no puedo hacer nada para que puedas metérmela mas adentro, por favor, hasta ahora no te ha importado.- se erguía apoyándose contra mi.

-YO: hasta ahora te tenía algo de respeto, pero si vas a ser solo sexo, y con eso te conformas, no pienso darte cuartel, no eres una persona, eres carne con agujeros y si no me divierto dejaras de serlo.- tenia la firme intención de acabar con Lara, y si ella no quiera, la forzaría a dejarme.

-LARA: ¿y que puedo hacer?- se estremecía.

-YO: dame tu culo, quiero follarte por detrás, allí no hay pared que te haga daño si te la meto toda.

-LARA: estas loco, ni siquiera hemos empezado con tus dedos.

-YO: eso se arregla fácil.- bajé mi mano a su ano y jugué con el un rato, viéndola como disfrutaba.

-LARA: pro favor, no seas así, yo solo quiero……….

-YO: que te folle, lo dejaste claro anoche, y si solo es eso, lo harás como a mí me gusta, o se acabó – apreté contra su ano fuertemente haciéndola abrir los ojos y gritar al notar mi dedo índice entrando en su ano.

-LARA: para, me duele, no seas bestia.- cerraba los ojos mientras forcejeaba lentamente.

-YO: soy una bestia, te voy a abrir el culo ahora mismo y te la voy a meter hasta el fondo, si no me dejas, se terminó- no se por que estaba siendo tan agresivo con ella, pero la verdad me daba igual, según movía el dedo en su ano iba haciendo menos presión.

-LARA: no quiero.

-YO: no me importa que no quieras, eres tú la que se empeña en ser una zorra a mi servicio, así os trato a las zorras.

No hubo mas palabras, sus piernas se abrieron queriendo bajarse pero mi fuera era demasiado y tampoco podía moverse, aun estando empalada por el coño, mi dedo hurgaba curioso mientras le comía su cuello y sus pezones, temblaba de notar como un 2º dedo buscaba acomodo en su ano y una lagrima cayó de su mejilla al sentirlo dentro, no la dejé gritar tapándole la boca con la mía, a la vez que mi cintura estaba follándosela con un ritmo lento y amplio que la obligó a levantar una pierna y rodearme con ella para sentir mas placer y así compensar el ardor de su ano. Para cuando metí el 3ºdedo ya no había dolor, o si lo había le daba igual, volvió a subir ambas piernas y rodearme con ellas, aceptando de buen grado ser follada animadamente por el coño mientras 3 dedos la violaban por detrás, estaba gozando ahora, y eso me calentaba mas, fui aumentando el ritmo de mi pelvis hasta amartillarla contra la pared y sacarla varios orgasmos, pero cuando mis dedos se movían en su ano se abrazaba a mi y gemía en silencio, soportando de forma estoica, viendo como sus tetas botaban a ritmo y ella ni se molestaba en agarrarse a mi cuello, se apoyaba contra la pared. A los 10 minutos rompió a llorar con un orgasmo que me obligó a sacarla de su coño por la presión de sus emanaciones al salir, sus piernas se abrieron del espasmo y cayó al suelo temblando, no la di cuartel, iba a descubrir cuanto de malo había en mi, quería asustarla para alejarla de mi, la levanté y la estampé contra la pared de cara a ella, saqué su cintura y sin preámbulos dirigí mi polla a su ano, quiso moverse pero no la di opinión, de un fuerte golpe la ensarté haciéndola gritar del dolor 1 sola vez, de forma larga y que se fue apagando lentamente, la cogí de la nuca tirando de su cara hacia atrás besándola de forma descortés.

-YO: te voy a partir en dos.- no era una amenaza ni una frase para calentar, solo un aviso de lo que iba a ocurrir.

Agarré su cintura, convencido de lo correcto que era, y si piedad ni compasión, recordando a Zeus, saqué a la bestia, comenzando con ritmo lentos al notar como Lara se estremecía al notar el mas leve roce, a los 2 minutos dejo de gritar, algo que hizo que Ana volviera a la habitación preocupada.

-ANA: ¿que la haces?

-YO: estoy estrenado el culo a esta zorra, si va a ser mi juguete la quiero toda.

-LARA: Ana por dios, dile que se quite de encima, sácala de mi, me arde, déjale que te la meta a ti por dios, para esto.- su suplica era conmovedora, pero la mierda de Ana era de consentimiento y complicidad, disfrutaba con eso.

-ANA: es lo que pediste anoche, si no lo puedes soportar ríndete, pero si te quedas soportaras esto y mas, adelante amor, folla ese ano como si fuera el mío.

No necesitaba su consentimiento, pero lo hice, Ana sacó un móvil nada mas llegar y gravó toda la escena, incluyendo una vez que me la saqué de su ano documentando el tremendo agujero hecho, como emanaba sangre de su ano y como mi polla, manchada de ella, volvía a entrar violentamente. El ritmo que sus gemidos de dolor y muecas se fueron volviendo mas ásperos, mi fuerza desmesurada ante ella la hacia rebotar contra la pared con sus tetas, y eso solo la hacía recibir de golpe mi rabo partiéndola, ahora si, metida entera, cada golpe, era mas atroz que el anterior, en algunos momentos se ponía de puntillas, pero estaba muy cansada, se mantenía en pie por que la inercia de mi cinética le impedía otra cosa, hasta que me fui a correr, allí me desaté, los golpes elevaban a Lara por el alto de la pared, rozando sus pezones por ella, un orgasmo anal que probó por 1º vez, hacía minutos que ya no le dolía y si disfrutaba de aquello. Las ultimas embestidas fueron largas y fuertes, al penetrarla la levantaba un palmo del suelo dejándola así un par de segundos hasta dejarla bajar al sacarla, coincidiendo con los chorros de esperma llenándola el ano. Al separarme de ella la sujeté para que se viera su culo rezumando sangre y semen, dándola un azote, o varios, hasta que la solté, con cuidado la ayudé, por que descendió a plomo, con los ojos abiertos, la boca desencajada e ida, con espasmos en su ano que la hacían doblarse de dolor.

-ANA: vaya, y así sin mas, podías haberme avisado y así lo tendría todo gravado.- dejó el móvil.

-YO: lo siento, me he levantado animado y quería dejarle las cosas claras antes de irnos pasado mañana.

-ANA: pobre, la has dejado muerta, esto no lo va ha olvidar nunca.

-YO: esa es la idea, así se lo pensara mejor si quiere volver a tenerme entre sus piernas, vamos a desayunar me ha entrado hambre.

Sin mas me puse algo y salimos de allí dejándola tirada en el suelo, Ana seguía queriendo ser la reina del enjambre, y le gestaba que yo fuera su azote, ya no solo de Lara, si no que sonrío al ver que Alicia entró detrás de nosotros a ver a Lara, estabamos los 4 solos, con Manu y Teo trabajando, los gritos de Lara habían llamado su atención.

-ANA: ¿por que lo has hecho? – ya desayunando yo con Ana jugueteando entre mis brazos.

-YO: ya te lo he dicho, quería dejar las cosas claras.

-ANA: a mi no me engañas, las has matado con toda la intención de asustarla, ¿no la quieres en la nueva casa?- me sentí como un libro abierto.

-YO: tiene que hacer su vida, y si tiene que odiarme para que lo haga, así sea.

-ANA: ¿y si le ha gustado?

-YO: pues me la seguiré tirando, era mi última bala, si después de esto, sigue detrás de mi, se merece eso al menos.

Pasó una semana, en la que hicimos la mudanza, gracias al coche en un par de viajes todas nuestras cosas estaban ya en casa de Eleonor, al coche y a la inestimable ayuda de un Teo más ilusionado por verme salir de esa casa que Ana o yo por dejarla. A su familia fue fácil convencerla del cambio, no estaban muy contentos con que su niña estuviera en un piso de estudiantes, e irse a vivir a la casa de una amiga adinerada de mi madre, les apreció mejor idea, el problema fue mi familia, mi padre me daba la chapa de la responsabilidad después de haberme ido de casa, mi hermana me criticaba duramente por aprovecharme de la confianza de esa mujer, con lo mal que lo estaba pasando después de su divorcio, y mi madre, que ya sabia lo de Ana, y sospechaba de Lara, solo podía pensar en que la siguiente seria Eleonor, pobre, si supiera que ya había compartido mas tiempo tumbado que de pie con ella…- se podía ocultar la verdad a mi madre, no mentirla, un consejo que me enseñó mi padre – Al final mantuvimos una charla entre mi madre, Eleonor y yo, o mas bien una charla entre ellas a la que yo acudí. Eleonor supo exponerle todo de forma clara y sentimental, de madre a madre, alabando a su hijo, comentando lo bien educado, lo gran hombre, lo mucho que la había ayudado y el tremendo apoyo que le había dado durante el tiempo previo al divorcio y después. Con lo cual no mi madre no pudo negarse, es sorprendente lo fácil que es convencer a una madre, solo tienes que convertir lo que quieres en un halago a la educación que le ha dado a sus hijos, y podrás hacer lo que quieras. Eso si, mi madre no era tonta, ni mucho menos, se dio cuenta del artificio, sabiendo que en el fondo, aunque fuera verdad, solo le regalaban el oído, pero de nuevo se vio ante una situación ante la que no podía hacer nada, le gustara, o no, era independiente y Ana también.

Para los que tengan mejor memoria y ubicación espacial, ya se harán una idea, para los que no, hago una ligera descripción del piso, tomando como referencia la ubicación inicial desde la que hablo, la entrada.

Era un ático de 2 pisos, la entrada era a la parte de abajo, un gran hall que daba al salón, amplio con una serie de sillones y mesas decorándolo de cara a la pared de la derecha donde estaba del mueble de la TV, equipos de música y libros, a cada lado del mueble una puerta que daba a la cocina, enorme también con comedor incluido. A la izquierda unas escaleras de estilo moderno que subían al 2º piso, debajo de las escaleras un cuarto de invitados con baño propio, y de frente a la entrada, al otro lado del salón, grandes puertas corredizas de cristal tapadas por altas cortinas, que daban a una terraza gigante con la piscina, ocupaba todo el ancho del piso, desde la pared mas alejada de la cocina hasta la otra punta de la habitación de invitados, casi 25 metros de largo y 10 de ancho, en la zona mas cercana a las puertas correderas había un espacio con hamacas, barbacoa, una mesa con varias sillas coronadas con una sombrillas y demás utensilios de piscina, el suelo de madera rodaba toda la piscina, siempre con 2 metros de césped de margen respecto al borde de la piscina, y ocupando el espacio entre el agua y un gran muro de 3 metros que rodeaba toda la parte exterior. La parte de arriba eran otras 3 habitaciones, con la parte del techo del salón, siendo una sala de cine, esta vez con un equipo de home cinema de cara a la pared que daba a la piscina, a la derecha, encima de la cocina, un cuarto de matrimonio, enorme, a un lado con un armario mas grande que nuestra habitación anterior, baño incluido con jacuzzi, y al otro lado un pequeño balcón que daba a la piscina, a la izquierda habían dividido una habitación idéntica en 2, una se quedo el baño y un armario mas pequeño y la otra una habitación sencilla con el balcón.

Ana la pobre alucinaba al verla los primeros días, fueron de lo mas cordiales, Eleonor dormía sola en la habitación grande de matrimonio de arriba, Yasmine y su novio, cuando estaban, en la de arriba a la izquierda que tenia baño, y Ana y yo dormíamos en la de invitados abajo, donde había estado espiando unas 3 semanas antes, todo era lujo, buenas palabras y cortesía, tenían un jardinero para el poco césped de la terraza, un limpiador de piscinas que venia a diario, una señora de la limpieza, que también era colombiana, de unos 55 años pequeña y arrugada, Luz María, Luz para todos, parecía muy amiga de Eleonor, no me sorprendía ya que probablemente seria la única con la que tenia contacto social, la señora al verme me abrazó como lo hizo Yasmine al enterarse de mi aportación en quitarse de encima al marido. Venia por las mañanas y a la hora de comer, hacia la comida y dejaba lista la cena, la compra la hacía ella, y la enviaban domicilio cada 2 o 3 días. Si querías podías vivir a todo tren sin salir de aquella casa ni mover un solo músculo por mantenerla.

Si bien no me gustaba quedarme encerrado todo el día, la piscina era un gran desahogo, las 2 parejas de jóvenes manteníamos a Eleonor distraída y feliz, volviendo a sentir vida en casa, sin la amenaza de su marido, y salíamos al parque o a dar vueltas, algo que a Eleonor la fascinaba, siempre había salido de casa en contadas ocasiones, todas como mucho al parque donde jugábamos de críos para hacer vida social con el resto de madres, cenas en grandes restaurantes, reuniones de padres en el colegio, y poco mas. Salir al cine, comer comida basura, ir a un bar, tomar un helado en un atardecer sentados en el parque del retiro, ir al Zoo o al parque de atracciones………… era como llevar a un cría de 4 años que veía todo por 1º vez, pero era una señora que rozaba los 39 años, esbelta, elegante, vestida siempre de forma exquisita y con unas curvas de infarto, el hecho de no ir vestida con un traje, un vestido ajustado o una camisa con falda larga de vuelo, arreglada y con tacones, era inconcebible, aun así Ana y Yasmine la hicieron salir vestida con algo de sus ropas, mucho mas juveniles y alegres, y a decir verdad, muchas de la prendas le quedaban mejor a ella que a las jóvenes, unos leggins, un top ajustado que dejaba ver el ombligo, unos vaqueros ceñidos o alguna blusa escotada, en zapatillas y sin tacones ni zapatos altos, andaba raro sin ir de puntillas, todo el quedaba de cine, y eso solo teniendo en cuenta que salvo las tetas, todo era suyo, su cara madura no aparentaba mas de 30 años y su cuerpo desnudo que ya conocía, lo recordé al verla en biquini de nuevo, ya fuera en casa o trayéndola a las visitas dominicales de la familiar a la piscina municipal, casi la da un sock de felicidad al ver a tanta gente, mi madre la trataba casi como una hermana y cuidaba de ella, la primera vez fue a la piscina con un bañador grande, tacones y sombrero, rodeada de un pareo enorme, pero mi madre la animo a ir en biquini alegando que enseñara piel para encontrar marido pronto entre risas, su cuerpo podía pasar por una de 25, y sin pisar un gimnasio, mas de uno se quedaba tonto mirándola entrar o salir del agua, esa mujer estaba ideada por dios para el pecado, si las 3 iban vestidas de forma similar, había que fijarse mucho para ver que era la madre de Yasmine, y no su hermana mayor.

Si bien, algún que otro roce de mas hubo entre Yasmine y yo, rememorando viejas épocas, era feliz con su novio, y a las semanas de instalarnos, salieron de viaje, no sabían por cuanto ni a donde, iban a ver mundo, eso nos dejó a Ana y a mi solos con Eleonor, a 1 mes de volver a la universidad, pero no por ello menos felices, disfrutaba siendo una buena anfitriona, Ana viviendo su propio cuento de hadas y yo follándomela de forma desatada, sin Lara de por medio, que decidió quedarse en la casa de estudiantes tras el bestial estreno anal que la di, Ana soportaba todo el peso de mi furia, y lo hacían muy bien, su forma de moverse era demencial y como suelo decir, presentaba batalla durante gran parte del sexo, bestia incluida, se puede decir que cuando follaba con ella, era mas bestia que Raúl, y aun así me costaba casi 2 horas, y 2 o 3 eyaculaciones, dejarla mansa como un corderillo, y aguantaba mucho mas, yo podía seguir follándomela a menor ritmo entre desvanecimientos o relajaciones de su parte, como hacia mi leona, pero no tenia la misma gracia o morbo, cuando ella se rendía en la pelea, era correrme y fin. ¿Me contenía?, si, llevaba 4 meses follándome a Ana y Lara juntas, y ahora solo tenia a Ana, si analizamos objetivamente, si, no vaciaba el deposito. ¿Lo necesitaba? Rotundamente no, pese a que alguna vez me quedaba con ganas de mas, de una 4º vez, quedarme abrazado a su cuerpo sudoroso sincronizando las respiraciones, entre risas y besos, era tan placentero o mas, que otro polvo.

Muy de vez en cuando, íbamos al piso de estudiantes, montaban una cena especial o una tarde de juegos y risas, salíamos a bailar con ellos, pero luego cada uno a su casa, no se si fue el irme o no, pero Manu me contaba que Teo y Alicia estaban mucho mejor pasadas 3 semanas de la mudanza, ya habían encontrado a otra estudiante encantada de pagar la miseria de 400€ por una habitación de buen nivel, Manu se pasó a la que dejamos, por tener baño propio, así que un piso con baño compartido por solo otra chica, Lara, a 10 minutos de la universidad, por esa miseria, no fue demasiado difícil, era una chica bastante mona, rubia, de ojos claros, y buen físico, creo recordar que era de Canarias, por su acento, se llamaba Naira, y la verdad, con Alicia hizo muy buenas migas, era muy fácil llevarse con ella, extrovertida y alegre queriendo hacer amigos rápido.

Yo la verdad es que me cansaba mucho de estar en casa sin hacer nada, así que me volví un poco manitas, con Luz la ayudaba con la casa y la comida, me sentía culpable, nunca había tenido criados, y de la cena directamente me ocupaba yo, al igual que del césped, no se, era mi forma de “pagar el alquiler”, aprendí a limpiar la piscina y todo, podíamos echar al jardinero y al de la piscina, pero solo quería aprender de ellos, si iba a ser mi casa querría saber como funcionaba. Con el paso de los días la emoción bajo un poco y nos tirábamos horas hablando con Eleonor, su historia era mucho pero de lo que pensaba.

Nació en un barrio muy pobre de una ciudad de Colombia, no recuerdo el nombre, su madre trabajaba en una fabrica por casi nada de dinero y su padre las abandono siendo crías, a su madre, a ella, y a su hermana, 10 años menor, Liliana, la 1º noticia de ella que tenia, subsistían pidiendo en la calle y sin llegar a confirmármelo, decía que su madre ganaba dinero como podía, supuse que prostitución, a lo que iban abocadas ellas, cuando cumplió los 16 años ya parecía toda una mujer y había muchos hombres que ansiaban estrenarla, la situación era desesperada, no paso por que su marido apareció en escena, un niño mayor que ella, que se bajaba del coche del rico de su padre al ver a niñas jugar, con el paso de las semanas esos niños se enamoraron y cuando cumplieron la mayoría de edad se casaron a hurtadillas, el padre del crío le hizo firmar muchos papeles que el ni miró, era un 1º amor que creían que quedaría para siempre, y después de unos años de felicidad allí, se mudaron a España para tener a su hija, Eleonor no quería dejar a su familia pero no la dejaron traérselas, prometiéndola que las darían una buena vida allí siempre que fuera una esposa fiel y devota, y con esa amenaza la tuvieron engañada casi 10 años, si, le daban algo de dinero a su Madre, pero ni casa ni cuidados, vivían en una choza y Liliana se había metido en líos al no poder tener una vida mejor, y meterse en líos en Colombia era peligroso. Cuando se enteró Eleonor y habló con ellas entró en cólera, pero su marido, ya no era aquel joven enamorado, si no un incipiente hombre de negocias que se estaba labrando un nombre. No se si lo sabia o no lo quiso decir, pero nos comentó que dejó de tratar de contactar con su familia al saber que su madre murió de un tiro en un robo, nunca se atrevió a preguntar si fue su marido el que ordenó la muerte.

Y tu te quejas por que te va lento el wi-fi, que cosas, ¿no?.

Los días iban pasando y el calor apretaba, fue inevitable vivir prácticamente en la piscina para los 3, y ver a Eleonor en biquinis minúsculos me recordaba por que me la había trabajado junto a su hija, Ana se percató y volvió a poner esa sonrisa picarona, se daba cuenta de que me la ponía dura ver a Eleonor en top less tomando el sol o en el agua, sus pechos hechos a golpe de bisturí, como balones de rugby erigidos y coronados por pezones del tamaño de pilas, eran una delicia, Ana pensó que seria verla las tetas así que igualó al apuesto quedándose en top less igual, eso le costó mas de un disgusto a la hora de follar, la destrozaba el ano cuando me ponía demasiado caliente, allí donde la pillara. Al final me preguntó si me quería tirar a Eleonor de nuevo, no obtuvo respuesta, y eso en si, era una respuesta. Si, quería volver a follárme a esa MILF latina que me la ponía como el mármol, con su forma de hablar y comportarse, pero no quería que Ana comenzara a trabajarla como había hecho con Lara y con Alicia, ¿o si? Era diferente, con ella ya había pasado, pero hora la veía con otros ojos, conociendo su historia, no era solo sexo, era una mujer que me atraía, no la quería, pero me fascinaba.

-ANA: sabes, ya van un par de veces que Eleonor me insinúa cosas.

-YO: ¿el que?

-ANA: cosas, no se, como que como nos va en la cama, o que si lo llevo bien…….

-YO: solo quiere ser cortés, ya sabes como es.

-ANA: pues yo creo que quiere follarte – estaba cogiendo mi manía de hablar de forma grotesca.

-YO: ya estamos, ¿es que todas las mujeres quieren follar conmigo?

-ANA: pues si, y la que diga que no miente, o es tonta.

-YO: no quiero otra Lara dando lastima por un polvo, y menos ella, después de lo que ha pasado.

-ANA: es feliz contigo aquí.

-YO: con nosotros.

-ANA: no, a mi me trata con cariño y afecto, a ti te ama, lo veo en sus ojos, como te mira cuando cree que estáis solos, o como le brillan los ojos cuando te ve semidesnudo, la forma en que te acaricia o agarra de la mano mientras habláis.

-YO: es el carácter latino, se siente cómoda así.

-ANA: no eres tan bobo como para pensar eso.- tenia razón, yo también había visto indicios o señales, las primeras eran repeticiones del 1º día que me la tiré, saliendo a provocar a la piscina, masajes, pasarme las tetas por la espalda, jugar y meter mano……..luego paso a competir con Ana, vestían de forma similar, tomaban el sol en top less y tanga, iban por casa semi desnudas y el eterno truco de la mujer, mientras un tío esta apoyado contra la pared, ellas se recuestan sobre el hombre, su pecho u hombro, pegándose de lado la cintura al paquete del tío, ese me lo enseñó Eli, lo suelen usar las mujeres cuando quieren disimuladamente saber el tamaño de una polla, sin necesidad de tocar o palpar.

-YO: ¿y que quieres que le haga?, no se ira hasta dentro de unos meses.

-ANA: lo que tu quieras, por mi podemos meterla en nuestra cama.- la miré con ojos hastiados mientras ella sonreía.

-YO: ¿es que no te cansas nunca?

-ANA: el que no te cansa eres tú, ya he notado que algunas veces te quedas a medias, y si yo no puedo completarte, puedo dejar que ella me ayude.

-YO: ¿quieres otra esclava?, eso no pasara, no con ella.

-ANA: no tiene por que ser otra esclava, solo te digo que a mi no me importa.

-YO: eres una novia bastante rara.

-ANA: y por eso me quieres – tenia razón de nuevo, siendo dulce y cariñosa, tenia su punto oscuro que cada día crecía, notaba como hasta lograba manipularme alguna vez, era un libro abierto para ella, y ella para mi, sabia que mas de una vez fingía desvanecerse antes de tiempo, ahora entendía el por que.

-YO: me vas terminar dando un disgusto.

-ANA: ¿entonces quieres que te la preparare?, no me costara convencerla y así sabrá que yo estoy conforme.- la idea de que ya lo tuviera pensado me gustó.

Pensé seriamente si hacerlo o no, estabamos en la piscina Ana y yo, flotando como 2 hojas, mirándonos a los ojos, con Eleonor metida dentro de casa, la veíamos pasar por el salón de vez en cuando, había aprendido a dejar de ir tan arreglada, iba casi siempre con un camisón, pero cuando hacia calor salir en biquini y después en top less, iba así por la casa, solo en bragas o en tanga, pero siempre con tacones y bien peinada y maquillada. De vez en cuando se asoma a saludar o nos comentaba si queríamos algo, creo que quería pillarnos follando en el agua, más de una vez lo hizo, y quería repetir.

-YO: esta bien, pero esta vez lo haremos a mi modo, ¿queda claro?- asintió echándose a mis brazos, aun hoy no entiendo como a una cría que se moría de celos si me miraban 4 o 5 chicas por la calle o alguna se acercaba a bailar o charlar conmigo, luego la hacia feliz que me follara a otras.

-ANA: tú mandas, como lo hacemos.

-YO: te voy a follar aquí y ahora en la piscina, vas a gritar, y hacerla venir, cuando nos vea quiero que la mires a los ojos, no hables ni digas nada, solo mírala, gime, grita y pon cara de disfrutar sufriendo.

-ANA: eso no será nada difícil, lo haces cada vez.- metió su mano en mi bañador.

-YO: vale, pero tú no dejes de mirarla, y me susurras al oído lo que hace.

Sin mas le quité la parte de abajo del biquini a Ana, desenlazando los cordones y tirándolo contra la puerta de cristal haciendo ruido, hice lo mismo con mi bañador, solo llevaba el grande sin sujeción para la piscina de casa, ambas ya sabían del tamaño de mi polla y era una estupidez disimular e ir incomodo. Me subí a horcajadas en al agua a Ana y la dejé recostarse sobre la orilla contraria a la puerta, quedando de cara a ella y yo de espaldas, su mano ya tenia mi polla dura, me rodeó con la piernas encajándose toda mi verga, me apoyé contra el bordillo y fui sacando todo miembro y volviendo a meter de forma lenta, para durar mas con Ana me pasaba así los primeros 10 minutos, haciendo el amor mas que follar, luego desataba el infierno, esa vez fue igual. Ana al inicio gemía de forma falsa, exagerada y gritando a la puerta entre abierta, pero a los 20 minutos su gemidos ya eran familiares, sentía mi cuerpo vibrar con el agua, y como la taladraba sin descanso a una velocidad reducida por la resistencia del agua, algo que la calentó aun mas, casi se podía notar el agua hervir a nuestro alrededor, buscaba los labios de Ana pero esta no se estaba quieta, buscando posiciones cómodas, pero la incomodidad se le estaba generando yo abriendo el coño bajo el agua, sus giros de cuello con su larga melena húmeda me encantaban.. En uno de los descansos que la concedía gentilmente Ana me miró de reojo sonriendo.

-ANA: esta en al puerta, escondida detrás de la cortina.

-YO: ¿que hace?

-ANA: nada, apenas la veo la cabeza y una teta.- mencionar sus pechos me enervó, saqué a la bestia.

Sacaba a Ana del agua con cada golpe de cintura haciéndola quedar como un muñeco de trapo, gritando obscenidades, reales pero dirigidas a los oídos de Eleonor, según me iba relatando Ana en algún descanso, se había asomado algo mas y ahora su cabeza sobresalía por la puerta, estaba mirando relamiéndose y con una mano frotándose por encima del biquini. Allí me desaté, sacándola varios orgasmo a Ana que se revolvía ya sin dar indicación alguna, solo gozando de que la levantara medio metro del agua con cada embestida, mientras me comía sus tetas, 30 minutos después estallé con una corrida que hundí hasta el fondo del interior de Ana que gritó despavorida al sentir el semen caliente llenándola la pared del útero, rebajando la intensidad y dando ya solo algún leve giro de cadera mientras Ana volvía del cielo de Madrid, me besó tiernamente, susurrando al oído.

-ANA: Eleonor esta abierta de piernas en una hamaca metiéndose 4 dedos en el coño.

-YO: ¿la has mirado a lo ojos?

-ANA: ¿estas loco? Si por poco no me desmayo, como para andar fijándome, animal.

-YO: pues ahora hazlo.

Subí a Ana al bordillo y al abrí de piernas, metiendo mi cabeza en su coño, la pilló desprevenida, mientras succionaba mi propio semen y los fluidos de Ana metiéndole 2 dedos y rozando su clítoris y el punto G, la repetía que la mirara, Ana se despistaba con facilidad de su deber, abriendo y cerrándose de piernas, rodeando mi cabeza con sus piernas y agarrándome del cabello, gemía como si le estuvieran marcando como al ganado, aun así cumplía, la veía mirar a Eleonor lujurioso, soportando mis caricias y mis besos en su vulva, sin decir nada, me iba informando.

-ANA: se ha corrido ya varias veces…………… sigue masturbándose………………joder, ha cogido el bote de crema y se lo esta metiendo entero,…………….dios ahora se mete 3 dedos en el ano si parar de follarse con el bote.

Hasta yo oía a Eleonor de fondo gemir poseída, pero no me di la vuelta nunca, cuando Ana no soportó mas, la dejé venirse en mi cara comiéndome todo lo que salió ella, para luego subir por su cuerpo y besarla apasionadamente, quedándome encima de ella.

-ANA: se ha ido ya, me ha visto mirarla claramente.

-YO: quédate aquí, y no entres, pase lo que pase, hasta que no venga a buscarte.

-ANA: no podría aunque quisiera, estoy agotada.- me acariciaba al cara feliz, dándome un suave corto beso.- a por ella, tigre.

Salí del agua con la polla a reventar, la descomunal comida de coño a Ana solo me había despertado mas ansias, y ya había roto a Ana en la 1º de la tanda, me había desquitado con ella para que Eleonor se viera forzada a mostrarse, me metí en la casa desnudo, agachándome a recoger algo, con mi cuerpo húmedo de sudor y agua, brillante, marcando músculo, y la polla de 30 centímetros como un radar buscando un coño que follarse, dando cabezazos contra mi vientre, nunca la había pensado pero mi polla desafiaba a la física, su peso era considerable, pero la sangre congestionada la hacia ponerse tan dura que siempre se quedaba como una barrera de paso bajada, cuando estaba a morirme estando yo de pie, apuntaba al cielo.

Eleonor paso hacia la cocina algo abrumada sin darse cuenta de mi presencia, salía de nuestro cuarto, supongo que del baño para refrescarse, se paró en mitad del salón y se giró al verme, sus ojos casi se salen de las órbitas, conocía mi polla, pero ahora mi físico era diferente, antes solo era corpulento, ahora era una estatua de Miguel ángel, y el conjunto la hizo quedarse embobada mordiéndose el labio, reaccionó a los 20 segundos, sacudiéndola cabeza y corriendo a la cocina dando golpes en el suelo con los tacones, la seguí, al verme entrar detrás de ella se volvió dándome la espalda mirando hacia la encimara de la cocina.

-ELONOR: perdone, no quería quedarme mirándolo así.

-YO: no te ruborices mujer, no es nada que no hayas visto ya, o sentido dentro de ti.

-ELEONOR: no hombre, ahora esta usted mucho mas hombretón, mire que cuerpo.

-YO: gracias, la verdad es que no hago nada de ejercicio, bueno, salvo follar jajajaja.- sonrió nerviosa negándose a girarse, di un par de pasos haca ella, cada uno la hacia mirar de reojo tiritando.

-ELEONOR: discúlpeme de nuevo, no debí quedarme mirándolo, y mas desnudo, por favor, póngase algo.

-YO: no quiero, la verdad, siempre me ha gustado la sensación de ir desnudo en esta casa, me trae buenos recuerdos contigo.- se estremeció al notar mi mano en su espalda.

-ELEONOR: por favor, no haga esto, es un hombre feliz con su mujer – se derritió al sentir mi polla recaer en su trasero separando aun mas sus nalgas de lo que hacia el hilo del tanga.

-YO: soy feliz con ella, y aparte soy feliz con usted, eres una mujer hermosa que rivalizara con la mismísima Venus.

-ELEONOR: ay papi no me hable así, no tengo nada que hacer contra Ana, es mucho mas joven y guapa que yo.

-YO: lo es, pero aun así no puedo evitar tener erecciones de solo pensar en volver a hacerte el amor.- la rodeé con un brazo pegando su cintura a mi polla palpitante, con gesto reflejo llevó una de sus manos a mi nuca, que pegó mi cara a su cuello.

-ELEONOR: no sabe lo que dice, solo soy una vieja divorciada, yo ya no estoy para esos juegos.- estampé de un fuerte golpe en la encimara, delante de sus ojos, el bote de crema solar que hacia minutos se había estado metiendo en el coño, aun cálido de su interior, abrió los ojos llevándose una mano a la boca sorprendida.

-YO: creo que no, Ana te ha visto y tu a ella, ¿verdad?

-ELEONOR: si, lo lamento, no quise……….- la corte metiéndola la mano entre las piernas y palpando el biquini que emanaba calor y humedad.

-YO: no lo lamentes, saber que aun me deseas me ha hecho muy feliz, Ana esta convencida de que aun no das la talla, y yo la he dicho que si, que eres un loba en la cama y que volverías loco a cualquier hombre.- frotaba mi mano notando como se abría una de sus piernas dándome paso.

-ELONOR: por dios, pare, no lo soporto mas, llevo días masturbándome sin control solo de oírlos, al verlos casi me da un ataque, no sea malo.- baje mi pelvis hasta que mi polla saltó como un resorte entre sus mulos asomando por delante de ella, la apreté las piernas para cerrar sus muslos sobre ella y que sintiera mi polla abriéndola los labios mayores a través de la tela impregnada en fluidos.

-YO: ¿es esto lo que deseas?

-ELEONOR: mamasota que linda verga, que gigantesca la tiene, , si, deseo que me vuelva a llevar al cielo montada en usted, pero echo mas aun de menos que un macho me haga suya, me haga feliz, sea fuerte y cuide de mi, que sea mi hombre, como lo fue marido en su día y como fuiste tu con mi hija y conmigo, eso no puede ser, usted ya tiene novia.

-YO: ¿y si ella quiere compartirme? ¿Usted se negaría?

-ELEONOR: ¿por que querría compartir a un macho como usted, con una vieja como yo?

-YO: ¿por que querría una hija como la suya? Tú has compartido a tu hija conmigo, ahora Ana quiere compartirme contigo, y yo ardo en deseos de ser tu macho, tenerte entre mis brazos y hacerte temblar de placer.- Su cintura se movía instintivamente.

-ELEONOR: ay virgen santa, ¡¡QUE VERGA!!- bajó una mano a mi polla, con los ojos cerrados, sobresalía tanto que daba para acariciar el glande y parte del tronco y atravesarla de lado a lado, la sujetaba fuerte y su cintura se frotaba como si fuera una barra fija de metal contra ella.- solo de pensar en usted abriéndome de nuevo se me nubla la mente, ¡¡SI, CARAJO, ÁBRAME, HÁGAME SUYA!!

No necesitaba mas, le bajé con dificultad el tanga, tan pegajoso en su coño que hice fuerza, la empujé contra la encimera sacando la cintura y colocando el glande contra su coño, el cual acariciaba y separaba labios con una mano, mientras la otra fue a una de sus operadas, duras y evocadoras tetas, una vez sujetada fui apretando, lentamente abriendo paso a paso, el 1/3 lo paso gimiendo de placer, el 2/3 abría la boca sonriendo, el ultimo tramo gritó fuerte golpeando el suelo con uno de sus tacones.

-ELEONOR: ¡¡¡DIOS MIO, QUE PEDAZO DE VERGA, GRACIAS DIOS, MÁTENME, POR TODOS LOS ANGELES DEL CIELO, QUE DELICIA, COMO ME LLENA!!!- me sacó una sonrisa su alarido, ni que estuviera pensado.

La verdad es que si ella estaba disfrutando con ello, yo no lo estaba pasando peor, su calor interior y su fuego eran diferentes, no mejor o peores, diferentes, y eso me atraía, su forma de moverse, hablar y contonearse, como ejemplo, ahora mismo había encogido una pierna y la tenia de tal manera que hacia de acordeón contra mi cuerpo, apoyada en la encimera, queriendo así mantener ella cierto control sobre la penetración, generando resistencia.

Me dio igual, suave y lentamente la polla salía de ella, oyendo como crepitaban los fluidos al salir, para volverla a hundir igual de despacio, provocando un temblor interno en ella, repetí la operación mas de 5 minutos, sacándola toda y metiéndola toda, a un ritmo pausado y desquiciante, pero no quería abrumarla ni dominarla, quería hacerlo de forma cariñosa y tierna. Ella aceptaba con gusto, rebajando sus gritos un poco, pero al sentir mi polla llenarla su mirada, reflejada en el microondas, la delataba, estaba gozando como una perra, mi mano acariciaba su clítoris mientras mis dedos pellizcaban unos pezones que se habían puesto duros y enormes, echaba de menos la sensación de tenerlos entre los dedos, Lara por ejemplo, tenia algo mas de tetas, naturales y con alta sensibilidad, pero los de Eleonor eran todavía mas deseables, gran trabajo del cirujano Fui subiendo el ritmo paulatinamente a partir de ahí, la sacaba tibiamente pero la hundía de golpe, haciendola gemir de aguante y dar pequeños saltitos, hasta que el ritmo ya no le daba tiempo, se agarró a lo que pudo y sacó el culo hacia atrás queriendo soportar aquello, eso solo provocó que mis acometidas golpearan con mas fuerza, de forma mas certera, mas profundo y directamente sobre su punto G, a los 20 minutos rompió con un orgasmo que la hizo fallar las piernas, se sujetó al mármol de la encimera para no caerse, eso no había hecho mas que empezar, volví al ataque, ahora levantándola y pegando su espalda a mi pecho, abrazándola fuerte y aumentando el ritmo hasta el máximo de Raúl, agarrándola de sus senos, oyendo los golpes secos y continuos de mi pelvis azotando sus nalgas que vibraban al son. Estalló en varios orgasmos seguidos durante los siguientes 15 minutos, maldiciendo y bendiciendo a la vez entre gemidos gritos y suspiros, palabras Colombianas que no entendía pero que me sonaban calientes y excitantes. Paré de golpe, eso la hizo confundir, movía su cadera buscando más.

-YO: voy a correrme pronto, cuando lo haga, quiero que me la chupes, deja que mi semen llene tu boca, pero no te lo tragues, iras con Ana a la piscina y te besaras con ella, compartirás mi semen y jugaras con el, así sellareis el pacto.

-ELEONOR: si, lo que usted quiera, pero siega.

Me iba a correr así que la di un pre-estreno, saqué a la bestia los 5 minutos finales, no se lo esperó, ya la conocía, pero le quedó grande, por poco se desmaya, tenia la boca abierta y los ojos cerrados, babeando sin control sobre la encimera gimiendo de forma continua, balbuceando palabras ininteligibles, la saqué de su interior en un ultimo orgasmo que la hizo caer al suelo, agarrando mi polla y llevándosela a la boca encantada, tragado medio rabo sin miramientos, con sus manos buscando su premio, que recibió en 5 latigazos en la boca, tan posesa estaba que se lo tragó.

-YO: eso no es lo que te había pedido.

-ELOENOR: lo siento, tendremos que volver a sacar mas……- me miro a los ojos, mientras engullía mi polla flácida, y con fuego en ellos, sonreí ante su treta.

La dejé volver a ponérmela dura un par de minutos, comiendo rabo como en sus mejores tiempo, disfrutando como repasaba todo el tronco con su lacios y como trabajaba mis huevos, chupándolos y besando la base de mi miembro mientras su mano era la expresión de la velocidad, masturbando el largo de mi falo. Una vez tiesa la ofrecí mi mano para ayudarla a levantarse, cuando se ponía de pie tiré de ella hasta subírmela encima, me rodeó con las piernas, besándonos con pasión, su torso se movía al ritmo que neutras lenguas se cruzaban, la sujeté de las nalgas y me fui andando con ella subida hacia la piscina, donde Ana ya estaba recuperada, tomando el sol completamente desnuda, tirada en el césped, al vernos venir se puso en pie sonriendo, acercándose hasta acariciar la espalda de Eleonor, que me miraba a los ojos avergonzada, pero dispuesta a todo.

-YO: mira peque, al parecer Eleonor quiere seguir donde lo dejamos, ¿que te parece?

-ANA: una gran idea, es una gran mujer.

-ELONOR: no sean malos, yo no quiero ser una molestia…- la cerré la boca metiéndola la legua hasta el fondo.

-YO: tu deseas esto tanto como yo, y Ana esta convencida de que no aguantarás mas que ella, ¿verdad peque?- la dejé botando para que Ana siguiera el hilo.

-ANA: es verdad, no quiero faltarte al respeto, pero Raúl es mucho para una mujer tan mayor como tu.- si no tuviera a Eleonor por medio la hubiera dado un beso a Ana, me leía la mente, quería despertar su orgullo latino.

-ELONOR: mi niña, usted ya sabe que yo fui suya antes que usted, no le extrañe que mi cuerpo soporte mas de lo que se cree.- había caído, y Ana seguía ganándose mi afecto.

-ANA: ¿tu?, jajaja no me hagas reír, seguro que era tu hija la que soportaba a mi hombre, y tu te deshacías como un azucarillo al sentir su polla abriéndote – podía notar la mano de Ana separando mi rabo se la vulva de Eleonor y como la acariciaba el coño desde atrás, Eleonor se mordió el labio cerrando los ojos al sentirlo.

-YO: ya la he dicho que no era así y que tú follas muy bien, pero no me cree, ¿se lo demostramos? , asintió sonriendo.

Me giré hacia las hamacas, donde pase una pierna por encima de una de ellas y me senté, dejando a Eleonor recostarse sobre el largo de la hamaca, Ana se puso cerca, la atraje de un brazo y sin saber que hacer esperó a que la cogiera de la cintura, apenas pesaba mas de 67 kilos, la levanté de la cintura solo con los brazos y la elevé por encima de mi colocándola encima de nosotros, se abrió de piernas entendiendo mi idea y la dejé caer lentamente hasta sentarse sobre la cintura de Eleonor, ante su atenta mirada, la acaricié y besé por donde pude, la di un largo beso y la pedí que fuera a por Eleonor.

Se recostó sobre ella, acariciándola, Eleonor temblaba al sentir sus manos tocarla, la miraba inquieta, poco a poco Ana fue besando su cara, su cuello y sus senos, alucinó, como era normal, con el tamaño de sus pezones, era casi antinatural, peor los chupó encantada mientras a Eleonor se le escapaban suspiros de placer, Ana hacia bien su trabajo, yo apenas metía y sacaba mi polla del interior de Eleonor, disfrutaba acariciando y azotando el culo de Ana, que se movía clamando una penetración, con cuidado la saqué de la colombiana y la hundí despacio en el coño de la granadina, se el cortó la respiración unos segundos, se aferró a la hamaca y besaba a Elonor sin cesar, atrayéndola con la lengua a un juego perverso.

Me sujeté a las caderas de Ana y comencé a follarla de forma animal, esperé que sus gemidos la cortaran el juego con Eleonor, veía de refilón como ambas sostenían los ojos, mirándose fijamente cuando Ana solo era capaz de quedarse quieta y recibir, pero era solo una pose, cuando rompió el 1º orgasmos y retomo aliento, entró en modo batalla, girando su cintura de forma endiablada, podía estar 10 minutos marcando el ritmo ella sola, era maravilloso verla competir conmigo, y Eleonor quiso ser mas que una espectadora, sujetó a Ana, besaba y repasa cada centímetro de piel de Ana, centrándose en sus pezones y sus senos. Tras varios orgasmos seguidos, Ana cedía el ritmo.

-ELEONOR: vamos ni niña, aguante.- sonó a órdago y eso picó a Ana que retomo el control unos minutos mas, pero de nuevo cedió y esta vez eclosionó en un orgasmo descomunal, se acariciaba el clítoris mientras todos sus fluidos caían sobre Eleonor, que se masturbaba levemente para no perder comba.

-ANA: serás cabrón, me vas a matar como sigas así.

Sin hacerlas caso, acaricie el coño de Eleonor para advertirla, era la siguiente, la hundí hasta el fondo sin lograr sacarla un mero gritó, estaba ocupada con los labios de Ana, agarré la hamaca, iba a por todas, saqué a la bestia. Es una frase hecha o repetida, pero podía sentir como la partía en dos, los primeros 10 minutos aguantó como pudo, pero yo no bajaba el ritmo, tenia la posición idónea y estaba bien plantado, aparte, de lo mas cachondo que recordaba nunca, no me hacían falta descansos, y eso era demoledor para ellas. Ana me miraba de reojo asombrada de mi brío, levantaba el culo cabalgando la hamaca, besaba su culo cuando podía. Eleonor volvía a tener la boca abierta y unos hilos de baba caía por los lados, miraba como Ana se retorcía sobre ella mirándola lujuriosa, de vez en cuando hablaba, decía algo que solo Ana oía. A la media hora de reventar su coño y ver como se corría sin parar, tuve que bajar el ritmo, mas que nada, la hamaca iba dando botes por el suelo de la terraza y nos íbamos de cabeza al agua, logré clavar una pata de la hamaca en el césped para fijarnos un poco, para volver a arremeter con fuerza desmesura, estaba encendido, a punto de correrme, no se de donde saqué aun mas velocidad, o solo intensidad, algo crujió, en un par de embestidas mas la pata clavada en el césped cedió y se astilló provocando que la hamaca cediera unos centímetros. Ana reía al notar como me iba a correr, tiró hacia atrás la cintura hasta sacármela y masturbar fuerte ante la mirada ida de Eleonor, su cara era de horror, con los músculos de la pelvis dando tirones bajo la piel, eyaculé como un caballo, salpicando el cuerpo de Eleonor, con Ana asegurándose de que no se desperdiciaba una sola gota.

Yo estaba bufando, roto de cansancio, sudando y ardiendo por dentro, me senté, mirando como Ana lamía el semen caliente del cuerpo de Eleonor y luego lo compartían en la boca, la misma idea que se me había ocurrido a mi lo estaba haciendo ella por que si, devolviendo a Eleonor al mundo, respondiendo con besos suaves y entrelazando lenguas con mi simiente brotando de un boca a la otra.

-ANA: pues si que tiene aguante, mis respetos.- Eleonor sonreía levemente, aun reponiéndose de sofocón, respirando tan fuerte que la oía inspirar.

Sin decir una palabra me metí en el agua, me sentía como si fuera un hierro candente en agua fría, me quedé flotando, en una especie de relajación extra-sensorial, tratando de recomponerme yo también, las veía de rejo, Ana seguía comiendo mi semen de su cuerpo, lamiendo como si fuera un helado el sudor de Eleonor, que la acariciaba lentamente la cabeza. Había vuelto a pasar, volvía a estar en esa casa con una madura y una joven, parecía inevitable que pasara, y en el fondo, me alegraba, iba a disfrutar como un condenado, no ya de 1, si no de 2 de mis mujeres preferidas.

CONTINUARA………………………

 

“UN CURA ME OBLIGÓ A CASARME CON DOS PRIMAS” (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Después de dos años trabajando como médico para una ONG en una lejana aldea de la India, llega la hora de la partida para nuestro protagonista pero entonces un monje capuchino que llevaba toda la vida trabajando para aligerar el sufrimiento de esa pobre gente, le pide un favor que no solo choca frontalmente contra la moral de ese sacerdote católico sino que a todas luces resulta inasumible para un europeo.
Esa misma mañana se ha enterado que un policía corrupto pretende a dos jóvenes de esa etnia y para salvarlas de ese cruel destino, el cura le pide que se case con ellas y se las lleve a España.
Nuestro protagonista no tarda en descubrir durante la boda que aunque ese santurrón le había asegurado que las hindúes sabían que era un matrimonio ficticio, eso no era cierto al oír que esas dos primas juraban ser sus eternas compañeras.

HISTORIA CON OCHO CAPÍTULOS TOTALMENTE INÉDITOS, NO PODRÁS LEERLOS SI NO TE LA BAJAS.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y los dos primeros capítulos:

 
INTRODUCCIÓN

Después de tres años trabajando para una ONG en lo más profundo de la India, había decidido volver a España. Recuerdo la ilusión con la que llegué a ese remoto lugar. Recién salido de la universidad y con mi futuro asegurado gracias a la herencia de mis padres, me pareció lo mejor unirme a Manos Unidas Contra El Hambre e irme como médico a Matin, una ciudad casi cerrada a los extranjeros en el distrito de Korba.
Pasado el plazo en el que me había comprometido, solo me quedaba una semana en ese país cuando el padre Juan, un capuchino misionero, vino a verme al hospital donde curraba. Conocía la labor de este cura entre los Dalits, conocidos en Occidente como los Intocables por ser la casta más baja entre los hindúes. Durante veinte años, este hombre se había volcado en el intento de hacer más llevadera la vida de estos desgraciados. Habiendo convivido durante ese tiempo, llegué a tener una muy buena relación con él, porque además de un santurrón, este vizcaíno era un tipo divertido. Por eso no me extraño que viniese a despedirse de mí.
Tras los saludos de rigor, el cura cogiéndome del brazo, me dijo:
―Vamos a dar un paseo. Tengo que pedirte un favor.
Que un tipo, como el padre Juan, te pida un favor es como si un general ordena a un soldado raso hacer algo. Antes de que le contestara, sabía que no me podía negar. Aun así, esperó a que hubiésemos salido de la misión para hablar.
―Pedro― me dijo sentándose en un banco, ―sé que vuelves a la patria.
―Sí, Padre, me voy en siete días.
―Verás, necesito que hagas algo por mí. Me has comentado de tu posición desahogada en España y por eso me atrevo a pedirte un pequeño sacrificio para ti, pero un favor enorme para una familia que conozco.
La seriedad con la que me habló fue suficiente para hacerme saber que ese pequeño sacrificio no sería tan minúsculo como sus palabras decían, pero aun así le dije que fuese lo que fuese se lo haría. El sacerdote sonrió, antes de explicarme:
― Como sabes la vida para mis queridos Dalits es muy dura, pero aún lo es más para las mujeres de esa etnia― no hizo falta que se explayara porque por mi experiencia sabía de la marginación en que vivían.
Avergonzado de pedírmelo, fue directamente al meollo diciendo:
―Hoy me ha llegado una viuda con un problema. Por lo visto la familia de su difunto marido quiere concertar el matrimonio de su hija y de una prima que siempre ha dependido de ella con un malnacido y la única forma que hay de salvar a esas dos pobres niñas de un futuro de degradación es adelantarnos.
―¿Cuánto dinero necesita?― pregunté pensando que lo que me pedía era que pagara la dote.
―Poco, dos mil euros…― contestó en voz baja ― …pero ese no es el favor que te pido. Necesito que te las lleves para alejarlas de aquí porque si se quedan, no tengo ninguna duda que ese hombre no dudará en raptarlas.
Acojonado, por lo que significaba, protesté airado:
―Padre, ¿me está pidiendo que me case con ellas?
―Sí y no. Como podrás comprender, estoy en contra de la poligamia. Lo que quiero es que participes en ese paripé para que puedas llevártelas y ya en España, podrás deshacer ese matrimonio sin dificultad. Ya he hablado con la madre y está de acuerdo a que sus hijas se vayan contigo a Madrid como tus criadas. Los dos mil euros te los devolverán trabajando en tu casa.
Tratando de escaparme de la palabra dada, le expliqué que era improbable en tan poco espacio de tiempo que se pudiera conseguir el permiso de entrada a la Unión Europea. Ante esto, el cura me respondió:
―Por eso no te preocupes. He hablado con el arzobispo y ya ha conseguido las visas de las dos muchachas.
El muy zorro había maniobrado a mis espaldas y había conseguido los papeles antes que yo hubiese siquiera conocido su oferta. Sabiendo que no podía negarle nada a ese hombre, le pregunté cuando tenía que responderle.
―Pedro, como te conozco y sabía que dirías que sí, he quedado con su familia que esta tarde te acompañaría a cerrar el trato― contestó con un desparpajo que me dejó helado y antes de que pudiese quejarme, me soltó: ― Por cierto, además de la dote, tienes que pagar la boda, son solo otros ochocientos euros.
Viéndome sin salida, acepté pero antes de despedirme le dije:
―Padre Juan, es usted un cabrón.
―Lo sé, hijo, pero la divina providencia te ha puesto en mi camino y ¡quién soy yo para comprender los designios del señor!…

CAPÍTULO 1 LA BODA

Esa misma tarde en compañía del monje, fui a ver a los tutores de las muchachas y tras un tira y afloja de cuatro horas, deposité ciento treinta mil rupias en manos de sus familiares en concepto de dote. Allí me enteré que para ellos y según su cultura las dos crías eran hermanas al haberse criado bajo el mismo techo. Al salir y debido a mi escaso conocimiento del hindú, pregunté al sacerdote cuando se suponía que iba a ser la boda.
―Como te vas el próximo lunes y las bodas duran dos días, he concertado con ellos que tendrá lugar el sábado a las doce. Saliendo de la fiesta, os llevaré en mi coche a coger el avión. No me fío del otro pretendiente. Si no te acompaño, es capaz de intentar llevárselas a la fuerza.
Preocupado por sus palabras, le pregunté que quien era el susodicho.
―El jefe de la policía local― respondió y sin darle importancia, me sacó otros quinientos euros para comprar ropa a mis futuras esposas: ―No querrás que vayan como pordioseras.
Cabreado, me mantuve en silencio el resto del camino hasta mi hotel. Ese curilla además de haberme puesto en peligro, haciendo cuentas me había estafado más de seiscientas mil de las antiguas pesetas. El dinero me la traía al pario, lo que realmente me jodía era que le hubiese importado un carajo que un poli del tercer mundo me tomara ojeriza y encima por un tema tan serio como quitarle a sus mujeres. Afortunadamente vivía en un establecimiento para occidentales, mientras me mantuviera en sus instalaciones era difícil que ese individuo intentara algo en contra mía y por eso desde ese día hasta el viernes solo salí de él para ir al hospital y siempre acompañado de un representante de la ONG para la que trabajaba.
Ese sábado, el padre Juan se acercó al hotel una hora antes de lo que habíamos acordado. Traía un traje típico que debía ponerme junto con un turbante profusamente bordado. Conociendo de antemano lo que se esperaba de mí, me vestí y saliendo del establecimiento nos dirigimos hacia los barrios bajos de la ciudad, ya que, la ceremonia tendría lugar en la casa de su tutor. Al llegar a ese lugar, el jefe de la familia me presentó a la madre de las muchachas con las que iba a contraer matrimonio. La mujer cogiendo mi mano empezó a besarla, agradeciendo que alejara a sus niñas de su destino.
Me quedé agradablemente sorprendido al verla. Aunque avejentada, la mujer que tenía en frente no podía negar que en su juventud había sido una belleza. Vestida con un humilde sari, intuí que bajo esas telas se escondía un apetecible cuerpo.
«¡Coño! Si la madre me pone bruto, ¿qué harán las hijas?», recapacité un tanto cortado esperando que el monje no se diese cuenta.
Haciéndonos pasar a un salón, me fueron presentando a los familiares allí congregados. Busqué a mis futuras esposas pero no las vi y siguiendo la costumbre me senté en una especie de trono que me tenían preparado. Desde allí vi entrar al gurú, el cual acercándose a mí, me roció con agua perfumada.
―Te está purificando― aclaró el cura al ver mi cara.
Al desconocer el ritual, le mostré mi extrañeza de no ver a las contrayentes. Soltando una carcajada el padre Juan, me soltó:
―Hasta mañana, no las verás. Lo de hoy será como tu despedida de soltero. Un banquete en honor a la familia y los vecinos. Mientras nosotros cenamos, la madre y las tías de tus prometidas estarán adornando sus cuerpos y dándoles consejos de cómo comportarse en el matrimonio.
Sus palabras me dejaron acojonado y tratando de desentrañar su significado, le solté:
―Padre, ¿está seguro que ellas saben que es un paripé?
El cura no me contestó y señalando a un grupo de músicos, dijo:
―En cuanto empiece la música, vendrán los primos de las crías a sacarte a bailar. Te parecerá extraño pero su misión es dejar agotado al novio.
―No entiendo.
―Así se aseguran que cuando se encuentre a solas con la novia, no sea excesivamente fogoso.
No me dejaron responderle porque cogiéndome entre cinco o seis me llevaron en volandas hasta el medio de la pista y durante dos horas, me tuvieron dando vueltas al son de la música. Cuando ya consideraron que era suficiente, dejaron que volviera a mi lugar y empezó el banquete. De una esquina del salón, hicieron su aparición las mujeres trayendo en sus brazos una interminable sucesión de platos que tuve que probar.
Los tíos de mis prometidas me llevaron a su mesa tratando de congraciarse con el rico extranjero que iba a llevarse a sus sobrinas. Usando al cura como traductor, se vanagloriaban diciendo que las hembras de su familia eran las más bellas de la aldea. A mí, me importaba un carajo su belleza, no en vano no guardaba en mi interior otra intención que hacerle un favor al misionero, pero haciendo gala de educación puse cara de estar interesado y con monosílabos, fui contestando a todas sus preguntas.
El ambiente festivo se vio prolongado hasta altas horas de la madrugada, momento en que me llevaron junto al cura a una habitación aneja. Al quedarme solo con él, intenté que me aclarara mis dudas pero aduciendo que estaba cansado, me dejó con la palabra en la boca y haciendo caso omiso de mi petición, se puso a rezar.
A la mañana siguiente, el tutor de mis prometidas nos despertó temprano. Trayendo el té, se sentó y mientras charlaba con el padre Juan, ordenó a uno de sus hijos que ayudara a vestirme. Aprovechando que los dos ancianos hablaban entre ellos, pregunté a mi ayudante por sus primas. Este sonriendo me soltó que eran diferentes a la madre y que no me preocupara.
En ese momento, no comprendí a que se refería y tratando de sonsacarle el significado, pregunté si acaso no eran guapas. Soltando una carcajada, me miró y haciendo gestos, me tranquilizó al hacerme comprender que eran dos bellezas. Creyendo entonces que se refería a que tenían mal carácter, insistí:
―¡Qué va! Son dulces y obedientes― contestó y poniendo un gesto serio, prosiguió diciendo: ―Si lo que teme es que sean tercas, la primera noche azótelas y así verán en usted la autoridad de un gurú.
Lo salvaje del trato al que tenían sometidas a las mujeres en esa parte del mundo evitó que siguiera preguntando y en silencio esperé a que me terminara de vestir. Una vez ataviado con el traje de ceremonia, pasamos nuevamente al salón y de pie al lado del trono, esperé a que entraran las dos muchachas.
Un murmullo me alertó de su llegada y con curiosidad, giré mi cabeza para verlas. Precedidas de la madre y las tías, mis prometidas hicieron su aparición bajo una lluvia de pétalos. Vestidas con sendos saris dorados y con un grueso tul tapando sus rostros, las dos crías se sentaron a mi lado y sin dirigirme la mirada, esperaron a que diera inicio la ceremonia.
Antes que se sentaran, pude observar que ambas crías tenían un andar femenino y que debían medir uno sesenta y poca cosa más. Habían sido unos pocos segundos y sabiendo que debía evitar mirarlas porque sería descortés, me tuve que quedar con las ganas de saber cómo eran realmente.
Gran parte de la ceremonia discurrió sin que me enterase de nada. Dicha confusión se debía básicamente a mi mal conocimiento del Hindi, pero también a mi completa ignorancia de la cultura local y por eso en determinado momento tuvo que ser el propio cura quién me avisara que iba a dar comienzo la parte central del ritual y que debía repetir las frases que el brahmán dijera.
Vi acercarse al sacerdote hindú, el cual cogiendo las manos de mis prometidas, las llevó a mis brazos y en voz alta pronunció los votos. Al oír el primero de los votos, me quedé helado pero sabiendo que debía recitarlo, lo hice sintiendo las manos de las dos mujeres apretando mis antebrazos:
―Juntos vamos a compartir la responsabilidad de la casa.
Aunque difería en poco del sacramento católico en cuanto al fondo, no así en la forma y preocupado por el significado de mi compromiso, en voz alta acompañé a mis prometidas mientras juraban:
―Juntos vamos a llenar nuestros corazones con fuerza y coraje.
―Juntos vamos a prosperar y compartir nuestros bienes terrenales.
―Juntos vamos a llenar nuestros corazones con el amor, la paz, la felicidad y los valores espirituales.
―Juntos seremos bendecidos con hijos amorosos.
―Juntos vamos a lograr el autocontrol y la longevidad.
Pero de los siete votos el que realmente me desconcertó fue el último. Con la voz encogida, no pude dejar de recitarlo aunque interiormente estuviese aterrorizado:
―Juntos vamos a ser los mejores amigos y eternos compañeros.
«¡Puta madre! A mí me da lo mismo pero si estas crías son practicantes, ¡han jurado ante sus dioses que se unen a mí eternamente!», pensé mientras buscaba con la mirada el rostro del cura: «¡Será cabrón! Espero que me explique qué es todo esto».
La ceremonia y el banquete se prolongaron durante horas y por mucho que intenté hacerme una idea de las muchachas, no pude. Era la madrugada del domingo al lunes y cuando ya habían acabado los fastos y me subía en un carro tirado por caballos, fue realmente la primera vez que pude contemplar sus caras. Levantándose el velo que les cubría, descubrí que me había casado con dos estupendos ejemplares de la raza hindú y que curiosamente me resultaban familiares. Morenas con grandes ojos negros, tanto Dhara como Samali tenían unas delicadas facciones que unidas a la profundidad de sus miradas, las convertía en dos auténticos bellezones.
Deslumbrado por la perfección de sus rasgos, les ayudé a subirse al carruaje y bajo un baño de flores, salimos rumbo a nuestro futuro. El cura había previsto todo y a los pocos metros, nos estaba esperando su coche para llevarnos directamente al aeropuerto y fue allí donde me enteré que aunque con mucho acento, ambas mujeres hablaban español al haber sido educadas en el colegio de los capuchinos.
Aprovechando el momento, me encaré con el padre Juan y cabreado, le eché en cara el haberme engañado. El sacerdote, con una sonrisa, respondió que no me había estafado y que él había insistido a la madre que les dijese ese matrimonio era un engaño. Al ver mi insistencia, tuvo que admitir que no lo había tratado directamente con las dos muchachas pero que confiaba en que fueran conscientes del trato.
―Pedro, si tienes algún problema, llámame― dijo poniendo en mi mano sus papeles.
La segunda sorpresa que me deparaba el haberme unido a esas mujeres fue ver sus nombres en los pasaportes, porque siguiendo la costumbre hindú sus apellidos habían desaparecido y habían adoptado los míos, así que en contra de la lógica occidental, ellas eran oficialmente Dhara y Samali Álvarez de Luján.

CAPÍTULO 2 EL VIAJE

En la zona de embarque, me despedí del cura y entregando los tres pasaportes a un agente, entramos en el interior del aeropuerto. No me tranquilicé hasta que pasamos el control de seguridad porque era casi imposible que un poli del tres al cuarto pudiera intentar hacer algo en la zona internacional. Como teníamos seis horas para que saliera nuestro avión, aproveché para hablar con las dos primas.
Se las veía felices por su nuevo estado y tratándome de agradar, ambas competían en quien de las dos iba a ser la encargada de llevar las bolsas del equipaje. Tratando de hacer tiempo, recorrimos las tiendas de la terminal. Al hacerlo, vi que se quedaban encandiladas con una serie de saris que vendían en una de las tiendas y sabiendo lo difícil que iba a ser comprar algo parecido en Madrid, decidí regalárselos.
―El dueño de la casa donde viviremos ya se ha gastado bastante en la boda. Ni mi prima ni yo los necesitamos― me respondió la mayor, Samali, cuando le pregunté cual quería.
«El dueño de la casa donde viviremos», tardé en entender que se refería a mí, debido a que siguiendo las normas inculcadas desde niñas, en la India las mujeres no se pueden dirigir a su marido por su nombre y para ello usan una serie de circunloquios. Cuando caí que era yo y como no tenía ganas de discutir, me impuse diciendo:
―Si no los aceptas, me estás deshonrando. Una mujer debe de aceptar los obsequios que le son ofrecidos.
Bajando la cabeza, me pidió perdón y junto con su prima Dhara, empezó a elegir entre las distintas telas. Cuando ya habían seleccionado un par de ellos, fue la pequeña la que postrándose a mis pies, me informó:
―Debemos probarnos sus regalos.
Sin entender que era lo que quería, le pregunté:
―¿Y?
―Una mujer casada no puede probarse ropa en un sitio público sin la presencia de su marido.
Comprendí que, según su mentalidad, tenía que acompañarlas al probador y completamente cortado, entré en la habitación habilitada para ello. La encargada, habituada a esa costumbre, me hizo sentar en un sillón y mientras esperaba que trajeran las prendas, me sirvió un té:
―Son muy guapas sus esposas― dijo en un perfecto inglés ― se nota que están recién casados.
Al llegar otra dependienta con las telas, preguntó cuál de las dos iba a ser la primera en probarse. Dhara, la pequeña, se ofreció de voluntaria y riéndose se puso en mitad del probador. Desde mi asiento y más excitado de lo que me hubiese gustado estar, fui testigo de cómo las empleadas la ayudaban a retirarse el sari, dejándola únicamente con una blusa corta y pegada, llamada choli y ropa interior. No pude dejar de reconocer que esa cría de dieciocho años era un bombón. Sus piernas largas y bien perfiladas serían la envidia de cualquier adolescente española.
Mientras su prima se probaba la ropa, Samali, arrodillada a mi lado, le decía en hindi que no fuese tan descocada. Al ver mi cara de asombro, poniéndose seria, me dijo:
―Le aseguro que mi pequeña es pura pero es la primera vez que se prueba algo nuevo.
―No tengo ninguna duda― contesté sin dejar de contemplar la hermosura de su cuerpo.
Habiendo elegido los que quería quedarse, le tocó el turno a la mayor, la cual sabiéndose observada por mí, bajó la mirada, al ser desnudada. Si Dhara era impresionante, su prima no tenía por qué envidiarla. Igual de bella pero con un par de kilos más rellenando su anatomía, era una diosa. Pechos grandes que aun ocultos por la choli, se me antojaron maravillosos y qué decir de su trasero: ¡sin un solo gramo de grasa era el sueño de cualquier hombre!
«Menudo panorama», pensé al percatarme que iba a tener que convivir con esos dos portentos de la naturaleza durante algún tiempo en mi chalet del Plantío. «El padre Juan no sabe lo que ha hecho, me ha metido la tentación en casa».
―Nuestro guía no va a tener queja de nosotras, hemos sido aleccionadas por nuestra madre― me explicó Dhara sacándome de mi ensoñación ―sabremos hacerle feliz.
Al oír sus palabras y uniéndolas con el comentario de su prima, me di cuenta que esas dos mujeres desconocían por completo el acuerdo que su progenitora había llegado con el cura. Creían que nuestro matrimonio era real y que ellas iban a España en calidad de esposas con todo lo que significaba. Asustado por las dimensiones del embrollo en el que me había metido, decidí que nada más llegar a Madrid iba a dejárselo claro.
Al pagar e intentar coger las bolsas con las compras, las primas se me adelantaron. Recordé que era la mujer quien cargaba la compra en la India. Por eso no hice ningún intento de quitárselas y recorriendo el pasillo del aeropuerto, busqué un restaurante donde comer. Conociendo sus hábitos vegetarianos y no queriendo parecer un animal sin alma, elegí un restaurante hindú en vez de meterme en un Burger, que era lo que realmente me apetecía.
«¡Cómo echo de menos un buen entrecot!», pensé al darme el camarero la carta.
Al no saber qué era lo que esas niñas comían, decidí que lo más sencillo era que ellas pidieran pero sabiendo sus reparos medievales, dije a la mayor, si es que se puede llamar así a una cría de veinte años:
―Samali, no me apetece elegir. Quiero que lo hagas tú.
La joven se quedó petrificada, no sabiendo que hacer. Tras unos momentos de confusión y después de repasar cuidadosamente el menú, contestó:
―Espero que sea del agrado del cabeza de nuestra familia, mi elección― tras lo cual llamando al empleado, le pidió un montón de platos.
El pobre hombre al ver la cantidad de comida que le estaba pidiendo, dirigiéndose a mí, me informó:
―Temo que es mucho. No podrán terminarlo.
Había puesto a la muchacha en un brete sin darme cuenta. Si pedía poca cantidad y me quedaba con hambre, podría castigarla. Y en cambio sí se pasaba, podría ver en ello una ligereza impropia de una buena ama de casa. Sabiendo que no podía quitarle la palabra una vez se la había dado, tranquilicé al empleado y le ordené que trajera lo que se le había pedido. Solo me di cuenta de la barbaridad de lo encargado, cuando lo trajo a la mesa. Al no quedarme más remedio, decidí que tenía que terminarlo. Una hora más tarde y con ganas de vomitar, conseguí acabármelo ante la mirada pasmada de todo el restaurant.
Mi acto no pasó inadvertido y susurrándome al oído, Samali me dijo:
―Gracias, sé que lo ha hecho para no dejarme en ridículo― y por vez primera, esa mujer hizo algo que estaba prohibido en su tierra natal, tiernamente, ¡cogió mi mano en público!
No me cupo ninguna duda que ese sencillo gesto hubiese levantado ampollas en su ciudad natal, donde cualquier tipo de demostración de cariño estaba vedado fuera de los límites del hogar. Sabiendo que no podía devolvérselo sin avergonzarla, pagué la cuenta y me dirigí hacia la puerta de embarque. Al llegar pude notar el nerviosismo de mis acompañantes, al preguntarles por ello, Dhara me contestó:
―Hasta hoy, no habíamos visto de cerca un avión.
Su mundo se limitaba a la dimensión de su aldea y que todo lo que estaba sintiendo las tenía desbordadas, por eso, las tranquilicé diciendo que era como montarse en un autobús, pero que en vez de ir por una carretera iba surcando el cielo. Ambas escucharon mis explicaciones en silencio y pegándose a mí, me acompañaron al interior del aeroplano. Al ser un vuelo tan pesado, decidí con buen criterio sacar billetes de primera pero lo que no me esperaba es que fuese casi vacío, de forma que estábamos solos en el compartimento de lujo. Aunque teníamos a nuestra disposición muchos asientos, las muchachas esperaron que me sentara y entonces se acomodaron cada una a un lado.
Como para ellas todo era nuevo, les tuve que explicar no solo donde estaba el baño sino también como abrocharse los cinturones. Al trabar el de Dhara, mi mano rozó la piel de su abdomen y la muchacha lejos de retirarse, me miró con deseo. Incapaz de articular palabra, no pude disculparme pero al ir a repetir la operación con su prima ésta cogiendo mi mano, la pasó por su ombligo mientras me decía:
―Un buen maestro repite sus enseñanzas.
Ni que decir tiene que saltando como un resorte, mi sexo reaccionó despertando de su letargo. Las mujeres al observarlo se rieron calladamente, intercambiando entre ellas una mirada de complicidad. Avergonzado porque me hubiesen descubierto, no dije nada y cambiando de tema, les conté a que me dedicaba.
Tanto Samali como Dhara se quedaron encantadas de saber que el hombre con el que se habían desposado era un médico porque según ellas así ningún otro hombre iba a necesitar verlas desnudas. Solo imaginarme ver a esa dos preciosidades como las trajo Dios al mundo, volvió a alborotar mi entrepierna. La mayor de las dos sin dejar de sonreír, me explicó que tenía frio.
Tonto de mí, no me di cuenta de que pretendía y cayendo en su trampa, pedí a la azafata que nos trajera unas mantas. Las muchachas esperaron que las tapara y que no hubiese nadie en el compartimento para pegarse a mí y por debajo de la tela, empezar a acariciarme. No me esperaba esos arrumacos y por eso no fui capaz de reaccionar, cuando sentí que sus manos bajaban mi cremallera liberando mi pene de su encierro y entre las dos me empezaron a masturbar. Al tratar de protestar, Dhara poniendo su dedo en mi boca, susurró:
―Déjenos.
Los mimos de las primas no tardaron en elevar hasta las mayores cotas de excitación a mi hambriento sexo, tras lo cual desabrochándose las blusas, me ofrecieron sus pechos para que jugase yo también. Mis dedos recorrieron sus senos desnudos para descubrir que como había previsto eran impresionantemente firmes y suaves. Solo la presencia cercana de la empleada de la aerolínea evitó que me los llevara a la boca. Ellas al percibir mi calentura, acelerando el ritmo de sus caricias y cuando ya estaba a punto de eyacular, tras una breve conversación entre ellas vi como Samali desaparecía bajo la manta. No tardé en sentir sus labios sobre mi glande. Sin hacer ruido, la mujer se introdujo mi sexo en su garganta mientras su prima me masajeaba suavemente mis testículos.
Era un camino sin retorno, al sentir que el clímax se acercaba metí mi mano por debajo de su Sari y sin ningún recato me apoderé de su trasero. Sus duras nalgas fueron el acicate que me faltaba para explotar en su boca. La muchacha al sentir que me vaciaba, cerró sus labios y golosamente se bebió el producto de mi lujuria. Tras lo cual, saliendo de la manta, me dio su primer beso en los labios y mientras se acomodaba la ropa, me dijo:
―Gracias.
Anonadado comprendí que si antes de despegar esas dos bellezas ya me habían hecho una mamada, difícilmente al llegar a Madrid iba a cumplir con lo pactado. Las siguientes quince horas encerrado en el avión, iba a ser una prueba imposible de superar. Aun así con la poca decencia que me quedaba, decidí que una vez en casa darles la libertad de elegir. No quería que fuera algo obligado el estar conmigo.
Tratando de comprender su comportamiento, les pregunté por su vida antes de conocerme. Sus respuestas me dejaron helado, por lo visto, “su madre” al quedarse viuda no tuvo más remedio para sacarlas adelante que ponerse a limpiar en la casa del policía que las pretendía. Ese hombre era tan mal bicho que a la semana de tenerla trabajando, al llegar una mañana la violó para posteriormente ponerla a servir en un burdel.
Con lágrimas en los ojos, me explicaron que como necesitaba el dinero y nadie le daba otro trabajo, no lo había denunciado. Todo el mundo en el pueblo sabía lo sucedido y a qué se dedicaba. Por eso la pobre mujer las había mandado al colegio de los monjes. Al alejarlas de su lado, evitaba que sufrieran el escarnio de sus vecinos pero sobre todo las apartaba de ese mal nacido.
«Menuda vida», pensé disculpando la encerrona del cura. El santurrón había visto en mí una vía para que esas dos niñas no terminaran prostituyéndose como la madre. Cogiéndoles las manos, les prometí que en Madrid, nadie iba a forzales a nada. No había acabado de decírselo cuando con voz seria Dhara me replicó:
―El futuro padre de nuestros hijos no necesitará obligarnos, nosotras les serviremos encantadas. Pero si no le cuidamos adecuadamente es su deber hacérnoslo saber y castigarnos.
La sumisión que reflejaba sus palabras no fue lo que me paralizó, sino como se había referido a mi persona. Esas dos crías tenían asumido plenamente que yo era su hombre y no les cabía duda alguna, que sus vientres serían germinados con mi semen. Esa idea que hasta hacía unas pocas horas me parecía inverosímil me pareció atrayente y en vez de rectificarla, lo dejé estar. Samali que era la más inteligente de las dos, se dio cuenta de mi silencio y malinterpretándolo, llorando me preguntó:
―¿No nos venderá al llegar a su país?
Al escucharla comprendí su miedo y acariciando su mejilla, respondí:
―Jamás haría algo semejante. Vuestro sufrimiento se ha acabado, me comprometí a cuidaros y solo me separaré de vosotras, si así me lo pedís.
Escandalizadas, contestaron al unísono:
―Eso no ocurrirá, hemos jurado ser sus eternas compañeras y así será.
Aunque eso significaba unirme de por vida a ellas, escuché con satisfacción sus palabras. Tras lo cual les sugerí que descansaran porque el viaje era largo. La más pequeña acurrucándose a mi lado, me dijo al oído mientras su mano volvía a acariciar mi entrepierna:
―Mi prima ya ha probado su virilidad y no es bueno que haya diferencias.
Solté una carcajada al oírla. Aunque me apetecía, dos mamadas antes de despegar era demasiado y por eso pasando mi mano por su pecho le contesté:
―Tenemos toda una vida para lo hagas.
Poniendo un puchero pero satisfecha de mis palabras, posó su cabeza en mi hombro e intentó conciliar el sueño. Su prima se quedó pensativa y después de unos minutos, no pudo contener su curiosidad y me soltó:
―Disculpe que le pregunte: ¿tendremos que compartir marido con alguna otra mujer?
Tomándome una pequeña venganza hice como si no hubiese escuchado y así dejarla con la duda. El resto del viaje pasó con normalidad y no fue hasta que el piloto nos informó que íbamos a aterrizar cuando despertándolas les expliqué que no tenía ninguna mujer. También les pedí que como en España estaba prohibida la poligamia al pasar por el control de pasaportes y aprovechando que en nuestros pasaportes teníamos los mismos apellidos, lo mejor era decir que éramos hermanos por adopción. Las muchachas, nada más terminar, me dijeron que si les preguntaban confirmarían mis palabras.
―Sé que es raro pero buscaré un abogado para buscar la forma de legalizar nuestra unión.
Dhara al oírme me dio un beso en los labios, lo que provocó que su prima, viendo que la azafata pululaba por el pasillo, le echase una bronca por hacerlo en público.
«¡Qué curioso!», pensé, «No puso ningún reparo a tomar en su boca mi sexo y en cambio se escandaliza de una demostración de cariño».
Al salir del avión y recorrer los pasillos del aeropuerto, me percaté que la gente se volteaba a vernos.
«No están acostumbrados a ver a mujeres vestidas de sari», me dije en un principio pero al mirarlas andar a mi lado, cambié de opinión; lo que realmente pasaba es que eran un par de bellezas. Orgulloso de ellas, llegué al mostrador y al dar nuestros pasaportes al policía, su actitud hizo que mi opinión se confirmara. Embobado, selló las visas sin apenas fijarse en los papeles que tenía enfrente porque su atención se centraba exclusivamente en ellas.
―Están casadas― solté al agente, el cual sabiendo que le había pillado, se disculpó y sin más trámite nos dejó pasar.
Samali, viendo mi enfado, me preguntó qué había pasado y al explicarle el motivo se sonrió y excusándolo, dijo:
―No se debe haber fijado en que llevamos el bindi rojo.
Al explicarle que nadie en España sabía que el lunar rojo de su frente significaba que estaba casada, me miró alucinada y me preguntó cómo se distinguía a una mujer casada. Sin ganas de explayarme y señalando el anillo de una mujer, le conté que al casarse los novios comparten alianzas. Su reacción me cogió desprevenido, poniéndose roja como un tomate, me rogó que les compraras uno a cada una porque no quería que pensaran mal de ellas.
―No te entiendo― dije.
―No es correcto que dos mujeres vayan con un hombre por la calle sino es su marido o que en el caso que estén solteras, éste no sea un familiar.
Viendo que desde su punto de vista, tenía razón, prometí que los encargaría. Al llegar a la sala de recogida de equipajes, con satisfacción, comprobé que nuestras maletas ya habían llegado y tras cargarlas en un carrito, nos dirigimos hacia la salida. Nadie nos paró en la aduana, de manera que en menos de cinco minutos habíamos salido y nos pusimos en la cola del Taxi. Estaba charlando animadamente con las dos primas cuando, sin previo aviso, alguien me tapó los ojos con sus manos. Al darme la vuelta, me encontré de frente con Lourdes, una vieja amiga de la infancia, la que sin percatarse que estaba acompañado, me dio dos besos y me preguntó que cuándo había vuelto.
―Ahora mismo estoy aterrizando― contesté.
―¡Qué maravilla! Ahora tengo prisa pero tenemos que hablar. ¿Por qué no me invitas a cenar el viernes en tu casa? Y así nos ponemos al día.
―Hecho― respondí sin darme cuenta al despedirme que ni siquiera le había presentado a mis acompañantes.
Las muchachas que se habían quedado al margen de la conversación, estaban enfadadas. Sus caras reflejaban el cabreo que sentían pero, realmente no reparé en cuanto, hasta que oí a Dhara decir a su prima en español para que yo me enterara:
―¿Has visto a esa mujer? ¿Quién se cree que es para besar a nuestro marido y encima auto invitarse a casa?
Al ver que estaba celosa, estuve a punto de intervenir cuando para terminarla de joder, escuché la contestación de su prima:
―Debe de ser de su familia porque si no lo es: ¡este viernes escupiré en su sopa!
«Mejor me callo», pensé al verlas tan indignadas y sabiendo que esa autoinvitación era un formulismo que en un noventa por ciento de los casos no se produciría, me subí al siguiente taxi. Una vez en él, pedí al conductor que nos llevara a casa pero que en vez de circunvalar Madrid lo cruzara porque quería que las muchachas vieran mi ciudad natal.
Con una a cada lado, fui explicándoles nuestro camino. Ellas no salían de su asombro al ver los edificios y la limpieza de las calles, pero contra toda lógica lo único que me preguntaron era porqué había tan pocas bicicletas y dónde estaban los niños.
Solté una carcajada al escucharlas, para acto seguido explicarles que en España no había tanta costumbre de pedalear como en la India y que si no veían niños, no era porque los hubieran escondido sino porque no había.
―La pareja española tiene un promedio de 1.8 niños. Es una sociedad de viejos― dije recalcando mis palabras.
Dhara hablando en hindi, le dijo algo a Samali que no entendí pero que la hizo sonreír. Cuando pregunté qué había dicho, la pequeña avergonzada respondió:
―No se enfade conmigo, era un broma. Le dije a mi prima que los españoles eran unos vagos pero que estaba segura que el padre de nuestros futuros hijos iba pedalear mucho nuestras bicicletas.
Ante semejante burrada ni siquiera el taxista se pudo contener y juntos soltamos una carcajada. Al ver que no me había disgustado, las dos primas se unieron a nuestras risas y durante un buen rato un ambiente festivo se adueñó del automóvil. Ya estábamos cogiendo la autopista de la Coruña cuando les expliqué que vivía en un pequeño chalet cerca de donde estábamos.
Asintiendo, Samali me preguntó si tenía tierra donde cultivar porque a ella le encantaría tener una huerta. Al contestarle que no hacía falta porque en Madrid se podía comprar comida en cualquier lado, ella respondió:
―No es lo mismo, Shakti favorece con sus dones a quien hace germinar al campo― respondió haciendo referencia a la diosa de la fertilidad.
«O tengo cuidado, o estas dos me dan un equipo de futbol», pensé al recapacitar en todas las veces que habían hecho aludido al tema.
Estaba todavía reflexionando sobre ello, cuando el taxista paró en frente de mi casa. Sacando dinero de mi cartera, le pagué. Al bajarme y sacar el equipaje, vi que las muchachas lloraban.
―¿Qué os ocurre?― pregunté.
―Estamos felices al ver nuestro hogar. Nuestra madre vive en una casa de madera y jamás supusimos que nuestro destino era vivir en una mansión de piedra.
Incómodo por su reacción, abriendo la puerta de la casa y mientras metía el equipaje, les dije que pasaran pero ellas se mantuvieron fuera. Viendo que algo les pasaba, pregunté que era:
―Hemos visto películas occidentales y estamos esperando que nuestro marido nos coja en sus brazos para entrar.
Su ocurrencia me hizo gracia y cargando primero a Samali, la llevé hasta el salón, para acto seguido volver a por su prima. Una vez los tres reunidos, las dos muchachas no dejaban de mirar a su alrededor completamente deslumbradas, por lo que para darles tiempo a asimilar su nueva vida, les enseñé la casa. Sirviéndoles de guía las fui llevando por el jardín, la cocina y demás habitaciones pero lo que realmente les impresionó fue mi cuarto. Por lo visto jamás habían visto una King Size y menos una bañera con jacuzzi. Verlas al lado de mi cama, sin saber qué hacer, fue lo que me motivó a abrazarlas. Las dos primas pegándose a mí, me colmaron de besos y de caricias pero cuando ya creía que íbamos a acabar acostándonos, la mayor arrodillándose a mis pies dijo:
―Disculpe nuestro amado. Hoy va a ser la noche más importante de nuestras vidas pero antes tenemos que preparar cómo marca la tradición el lecho donde nos va a convertir en mujeres plenas.
«¡Mierda con la puta tradición!», refunfuñé en mi interior pero como no quería parecer insensible, pregunté si necesitaban algo.
Samali me dijo si había alguna tienda donde vendieran flores. Al contestarle que sí, me pidió si podía llevar a su prima a elegir unos cuantos ramos porque era muy importante para ellas. No me pude negar porque aún cansado, la perspectiva de tenerlas en mis brazos era suficiente para dar la vuelta al mundo.

 

Relato erótico: “yo vampiro 4” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Llegue a España con Nadia una rubia preciosa como sabéis y me disponía a estar unos días en España antes de partir a Francia. España es un muy bonito por lo que pude observar las mujeres eran muy hermosas aquí en Málaga, morenas con ojos verdes preciosas y gran temperamento.
El clima no me gustaba mucho ya que hacia un sol espléndido y aunque el sol no me derrite como a otros vampiros me hace daño así que me puse gafas y cremas solares para protegerme la piel.
Nadia aprovechaba el día para estar en la playa ya que ella no era vampiro solo me acompañaba a mí me gustaba la noche como es natural y en Málaga había clubs discotecas restaurantes etc. así que aproveche para ir a un restaurante con Nadia.
Allí disfrute de un espectáculo flamenco no entiendo mucho el flamenco pero reconozco que tiene su arte en el espectáculo flamenco había una bailarina preciosa guapísima morena con unas curvas que quitaban el hipo me gusto cuando la vi y bailaba espléndidamente. Cuando termino le dije al camarero que la invitara a nuestra mesa para saludarla y se tomara una copa con nosotros.
Pensé que no aceptaría cuando se lo dijo el camarero pero vino a nuestra mesa y se presentó a nosotros, se llamaba Maria y la encantaba bailar. Pidió un Málaga virgen que es lo típico allí una especie de vino dulce nos contó que tenía una hermana igual que ella que se llamaba Carmen muy guapa y que también bailaba muy bien y que llevaba tiempo aquí bailando en Málaga que antes habían estado en Sevilla.
Yo la presente a Nadia como mi hermana les dije que estábamos pasando unos días aquí y no conocíamos la ciudad que porque no invitaba a su hermana y me enseñaban la ciudad.
Ella dijo:
– ¿Porque yo? tienes muchos guías.
Aa lo cual dije me gusta hablar con una mujer bonita a lo que ella se sonrojó y me dio las gracias. Por supuesto la dije que las pagaría ya que yo era bastante rico. Ella acepto y quedamos para el día siguiente pidió permiso en el restaurante lo cual la dieron unos días libres y me dijo que aceptaba.
-Tráete a tu hermana- la dije -me encantara conocerla.
-De acuerdo.
Al día siguiente se presentó con Carmen su hermana, era una preciosidad. Si Maria era bonita Carmen lo era mucho mas o igual que ella.
-Me quito el sombrero ante tanta belleza- dije.
Ellas se rieron y me dieron las gracias aunque vi que se habían puesto coloradas cogimos un coche de caballos y empezó la excursión. Me enseñaron la famosa calle san miguel de Torremolinos y todo lo más típico de Málaga. Las invite a comer en un restaurante con nosotros estaban encantadas.
Llego la noche y fuimos a bailar. Saque a las tres a Nadia a Carmen y a Maria por supuesto Nadia me dijo:
– A ellas les gustas mucho.
Bailando bese a Maria la cual no se opuso y la dije que quería estar a solas con ella a lo cual me comento y que hacemos con mi hermana.
-Se la dejamos con Nadia que hablen de sus amores o de sus cosas.
-Mi hermana y yo compartimos todo sabes- me dijo.
-Que quieres decir- dije yo.
-Que a mi hermana también le gustas y yo no soy celosa.
-Quieres decir que me acueste con las dos.
-No te gustaría.
-Por supuesto es el sueño de cualquier hombre y que hacemos con tu hermana.
-A Nadia también le gustan las mujeres.
Ella se rio:
-Nunca hemos probado con una mujer pero siempre hay una primera vez.
Así que quedamos los tres en mi hotel para tomar la última copa, ella subieron a la habitación de Nadia ya que no estaba muy bien que unas mujeres subieran con un hombre y allí nos cambiamos cuando nadie miraba había cogido una habitación muy lujosa con yacusi ya que con el dinero no había problemas y tomamos las ultimas copas y empezaron a quitarse la ropa y a besarme a mí y a Nadia.
Era la primera vez que no tenía que obligar a nadie como vampiro tenia a tres mujeres para mí solo guapísimas cuando me desnude a ellas les gusto mi cuerpo pues era fibroso ya que era de los cambios cuando me convertí en vampiro y todos los demás sentidos aumentaron nos metimos en el yacusi y empezamos a follar.
El agua estaba en su punto y muy agrádale ellas empezaron a comerme la poya mientras Nadia la metía la lengua en el chocho a Carmen por supuesto se me olvido decir que ya estábamos desnudos los 4.
Carmen se moría de gusto era la primera vez que una mujer la comía el chocho y estaba en la gloria y suspiraba.
– ahahahahahha mas no pares- decía Carmen mientras Maria y Carmen me comían el rabo.
-Que hermoso- decían ellas.
Hice que Carmen la chupara las tetas a su hermana y mientras yo me la follaba. Maria se volvía loca:
-Así dame más fóllame más hasta la empuñadura métemela y tu hermanita no pares de chuparme las tetas- decía.
-No sabía que las mujeres españolas erais tan guarras en la cama.
-Y no te gusta.
-Me encanta.
-Solo somos así cuando nos gusta un hombre de verdad- dijo Maria mientras reciba mi rabo- así no pares de follarme estoy a punto de correrme joder que gusto me corroooooooo ahhhhhhhhh -dijo Maria.
-Ahora me toca a mí -dijo Carmen- fóllame a mi mientras te come los cojones mi hermana.
Yo como vampiro aguantaba bastante y empecé a morrear a Carmen y a chuparla las tetas mientras Nadia la chupaba el chocho a Maria ahora que estaba loca de lujuria y me decía:
-Fóllate a mi hermana rómpela el culo que es lo que la gusta.
-Ya has oído a mi hermana rómpeme el culo -decía Carmen- no me hagas esperar.
La puse a 4 patas y se la endiñe toda por el culo.
-Así así hijo puta que gusto – dijo Carmen- como follas.
Ahora Nadia se follaba a Maria y hacían la tijera lo cual era nuevo para ella y estaba en la gloria restregar chocho con choco.
-Deja que mi hermana te chupe el rabo mientras yo te como los cojones- dijo Carmen -me vuelva loca chupar esta poya – dijo.
-Así putas así- dije yo- follar sin parar.
-Si somos tus putas y tu nuestro macho danos tu leche y fóllanos bien ahhhhhhh -dijo Carmen- me corrooooooo otra vez.
-Ahora comer el chocho a Nadia mientras yo la hago chupar mi rabo a si así -dijo Nadia- chupar zorras mientras yo le como el rabo a mi dueño y señor.
Ellas se volvieron locas de gusto y de lujuria ya que se creían que Nadia era mi hermana y eso las puso más calientes todavía.
-Fóllatela vamos queremos verlo.
Empecé a folllarme a Nadia y ella se vino.
– ahahaha mi señor- me dijo- que gusto.
Carmen y Maria se masturbaron y se corrieron otras vez luego las dije:
-Poner vuestra boca voy a daros mi leche a las tres- y me corrí.
Se pasaron la lefa unas a otras, fue una de las mejores noches que he pasado al día siguiente no recordarían nada solo tendría dos pequeñas punzadas en los cuellos y me gustaron tanto que las vincule a mí y les dije:
-Cuando yo desee cruzareis tierra y mar para estar conmigo y seréis mis putas para toda la vida. Ahora olvidaos y seguir con vuestra vida.
Nadia y yo cogimos un tren para ir a Francia y seguir con nuestro camino hacia Transilvania y reunirnos con Drácula a Carmen y a Maria las volvería haber en unos años más tardes pero eso ya llegara

 

  • : llego a España con nadia una rubia guapísima que ya conocéis y me dispongo a disfrutar unos días en España antes de coger el tren para Francia
 

Relato erótico: “Secreto de Familia: Lorena 2” (POR MARQUESDUQUE)

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cuñada portada3A medida que los niños fueron creciendo mi relación con ellos se fue convirtiendo en algo muy Sin título1especial, sobre todo con José, el hijo de Rita, el niño de mis ojos, al que había visto nacer y cambiado pañales y con el que había convivido bajo el mismo techo prácticamente toda su vida. Al ser algo más joven que sus padres, los críos me veían como la “tía guay”, que no les riñe nunca (para eso ya estaban sus progenitores), con quien tienen confianza, a quien le pueden contar todo… en fin, que teníamos una complicidad especial. Con José aún más, porque yo era para él una especie de “segunda madre”, pero a la vez compañera de juegos y aventuras: escuchábamos la misma música, que Rita no entendía, veíamos las mismas series de televisión, incluso leíamos los mismos comics. Cuando llegó a la adolescencia y al despertar sexual noté que se empezaba a fijar mucho en mí. Me pareció normal, yo era la mujer que tenía más “a mano” y acababa de pasar los 30, así que tenía la misma edad que muchas de las modelos y actrices sex-symbols del momento que veía en televisión. Además biológicamente no éramos nada y en nuestra familia la confianza era grande, nos paseábamos con poca ropa y hasta desnudos unos delante de los otros, nos saludábamos y despedíamos con un beso en los labios, etc. Que pudiera excitarse conmigo por accidente no tenía nada de extraño. Me hacía gracia sorprenderle mirándome las tetas embobado o azorarse cuando nos abrazábamos o hacíamos un cariño y apretada a él notaba su virilidad pujante crecer. Una noche que estaba haciendo el amor con Rita me pareció ver una sombra en la puerta entreabierta. En casa solo estaba José y se había acostado al menos una hora antes que nosotras, lo lógico es que estuviera durmiendo y nuestros gemidos no bastaban para despertarle, ya no éramos tan escandalosas como antes y él tenía el sueño pesado. La lengua de mi amante en mi coño me distrajo de esas tribulaciones y ya no pensé más en ello. La vez siguiente que jugueteamos me aseguré de que la puerta estuviera cerrada y no le di más importancia. Sin embargo unas semanas después la puerta volvía a estar entreabierta y yo volvía a ver una sombra mientras Rita me comía el coño. Esta vez me fijé con más curiosidad que preocupación y allí distinguí a José espiándonos. Debía tener unos 16 años y estaba graciosísimo mirando estupefacto. Cuando sus ojos iban a posarse en los míos retiré la vista para que no se sintiera sorprendido. Procuré también que su madre no se diera cuenta y seguimos enzarzadas a lo nuestro. No sé porque actué así. Mi instinto era encubrir las travesuras del crio, como había hecho siempre, para proteger nuestra relación especial, aunque fueran de una naturaleza tan especial. Además estaba cachondísima, saber que José nos miraba me había excitado enormemente. Continué haciendo el amor con su madre más excitada que nunca. Hasta ella lo notó, aunque no supo a que atribuirlo. Pensaba hablar al día siguiente con él, reconvenirle cariñosamente y asegurarme de que no volviera a pasar, pero llegado el momento lo dejé para el día siguiente, luego para el siguiente y finalmente me confesé a mi misma que no lo iba a hacer, que en el fondo me gustaba que mirase.

Unos días después Sandra, la prima de José, se quedaba a dormir en casa. Eran compañeros de juegos habituales, casi de la misma edad. La niña se había convertido en una joven guapísima: Su pelo castaño caía sobre sus hombros y dejaba ver un escote sublime. Esa noche Rita estaba cariñosa y yo no supe negarme. Dejé la puerta entreabierta a propósito, a ver lo que pasaba, y mi niño no me defraudó, al cabo de un rato, aun en los primeros besos y caricias apareció, esta vez acompañado de su prima. La había convencido de que participara en este juego voyeur que se llevaba, la había hecho cómplice de su espionaje sexual. Me calenté de inmediato. Hice lo que pude para que la madre de él y tía de ella no reparase en la presencia de ambos. Aquello se repitió muchas noches. Prefería que nos miraran los dos juntos. Imaginaba que luego en la habitación tendrían sus primeros escarceos sexuales, inspirados por lo que habían visto. Eran hermanastros, pero ellos se creían primos. ¿Se limitarían a masturbarse cada uno en su cama, o se lo harían el uno al otro? ¿Llegarían a algo más? ¿Miraban solo por curiosidad y luego no hacían nada? Me decía a mi misma que tenía que pararlo, contárselo a Rita, y a María y Julio, hablar con los chicos, dejar de seducir a Rita cuando se quedaba Sandra a dormir, cerrar la puerta, no sé, algo, pero no hacía nada, dejaba que mirasen una y otra vez y procuraba que ni los chicos supieran que yo lo sabía ni que Rita lo advirtiera. Finalmente me armé de valor, y una noche mientras jugueteaba con Rita y los chicos espiaban, miré hacia Sandra y le guiñé un ojo. Hacerla de este modo participe de ello, que supiera que yo lo sabía, era lo más a lo que me atrevía. Por la actitud de José que no cambió hacia mí en los días siguientes deduje que ella no se lo había dicho. Se había establecido así una conexión especial entre nosotras, una magia entre chicas.

Pasaron algunos meses en que las sesiones de espionaje se repitieron, cada vez, eso sí, con menor frecuencia. Un buen día encontré a Rita preocupada.

– ¿Qué te pasa?- le pregunté.

-He hablado con Julio- me dijo- no sé como no lo he visto venir. Él y María sí se lo imaginaron- Parecía consternada.

– ¿De qué hablas?- insistí.

– José y Sandra están liados.

– ¿Qué?- Me lo contó despacio. Sandra le había confesado a su padre, con el que tenía especial confianza, que ella y su primo llevaban algún tiempo liados y que querían hacer público su noviazgo- Pero, son hermanos- me atreví a objetar.

– Sí, pero ellos no lo saben- respondió Rita- Según Julio, cuya extrema racionalidad me resulta muy irritante, lo que hay que hacer es decirles que tienen el mismo padre biológico y dejar que ellos decidan si quieren estar juntos o no- Esta familia siempre me sorprendía.

-¿Y tú qué opinas?- le pregunté.

– No lo sé- contestó meditabunda- La palabra incesto no me hace ninguna gracia.

– Pero tú y tu hermana- osé insinuar.

-No es lo mismo- se limitó a decir sin aportar mayores argumentos- Pero es verdad que para mucha gente lo que hacemos es una aberración, desde que estemos juntas dos mujeres a la forma en que fue engendrado mi hijo, con el marido de mi hermana. Si esa gente supiera que son hermanastros… pero ellos no lo saben. Es un secreto de familia que solo nosotros conocemos. Supongo que Julio tiene razón. Tienen derecho a saberlo y a decidir por sí mismos. Sería una hipócrita si me escandalizara.

Un rato después llegó José. Su madre le dijo que quería hablar con él y lo llevó a su habitación. Salieron un rato después. Ella parecía seria y él abatido. Cenamos en silencio y nos acostamos. Al día siguiente por la tarde fuimos a casa de Julio y María a hablar con ellos. Julio estaba irritantemente racional, como Rita decía, y las madres, más pasionales, discutían los pros y los contras del asunto con vehemencia. Sandra llegó del instituto y nos sorprendió en plena deliberación, pero se retiró a su cuarto. Al cabo de un rato me escabullí yo también y llamé a su puerta. Me invitó a pasar con timidez, tal vez esperando a José. Pareció aliviada de que fuera yo. ¿Qué pasa cariño?, le dije. Pareces disgustada. Me dijo que estaba cansada, pero insistí. A tu edad a veces las cosas parecen confusas. Asintió en silencio. Le hablé de cuando me enamoré de su tía, con todo lo que ello trajo a mi vida. Le aconsejé que siguiera a su corazón y la besé en la mejilla para reconfortarla. Ella me atrajo hacia si agradecida y me abrazó. Me devolvió el beso, esta vez en los labios. Luego nos besamos otra vez. Estaba mareada, con los pezones de punta y las bragas mojadas. Rita me llamó y me levanté lentamente. No me sorprendía que José la quisiera, esa niña era una bomba.

Esa misma noche llamaron a la puerta. Fue a abrir José y desapareció hacia su habitación. Al cabo de un rato Rita me dijo que me asomara a ver lo que hacía. Llegué a su cuarto y me detuve en la puerta. Abrí una rendija lentamente y observé sin ser vista. José y Sandra se besaban. Parecía que ya había veredicto. Se lo iba a decir a su madre corriendo, pero me quedé petrificada mirándoles amarse. Era un curioso cambio de rol, ahora era yo la espía. Practicaron el sexo con emoción. Parecía que era la primera vez que llegaban hasta el final. Después de correrse Sandra miró hacia mí. Nos sonreímos.

Le comuniqué la buena nueva a Rita y nos acostamos. Estaba muy caliente y con ganas de sexo, pero ella no, por los nervios de la jornada, así que me masturbé sola. No pude evitar recordar a los críos follando como los había visto un rato antes, evocar sus besos y caricias, sentirme como Sandra perdiendo la virginidad con José, como José poseyendo a Sandra, imaginar que era yo la que se comía ese chochito, imaginar que era a mí a quien mi niño penetraba… estallé en una corrida brutal. Era la primera vez que me excitaba la idea de estar con un hombre… ¡Y era el hijo de mi compañera, como un hijo para mí!

Los meses siguientes fueron una delicia y a la vez una tortura. Me excitaba solo de verlos, a cualquiera de los dos, y más aun si era a los dos juntos, cosa que, dado que vivía con José, era casi todos los días. Entraban y salían con toda libertad, dormían juntos, se besaban y achuchaban en nuestra presencia… Yo estaba contenta de verlos tan felices y, a la vez, me ponía caliente de pensar lo que harían, de recordar lo que había visto, de imaginarlos a los dos… o a mí con cualquiera de ellos. Me sentía culpable por ello: ¡Por Dios, les había cambiado los pañales! Pero no podía evitarlo. Además José, centrado en su relación, cada vez me hacía menos caso. Ya no le sorprendía mirándome las tetas ni intentaba frotarse contra mi cuando nos cruzábamos. Creí que eso me aliviaría, pero me ponía celosa. Un día me sorprendí a mi misma paseándome en ropa interior delante de él para que me mirara. Otro, para felicitarle por una buena nota en un examen, me lancé sobre él y me lo comí a besos, restregándome contra su cuerpo todo lo que pude. Estos episodios me dejaban cachondísima pero a él no parecían afectarle. También con Sandra se producían situaciones de ese tipo. Desde la escena de su habitación en que la había aconsejado seguir con José (aunque sin mencionarle) y nos habíamos besado nuestra confianza y complicidad aun eran mayores, aumentadas por el hecho que ambas nos habíamos sorprendido espiando a la otra en la intimidad y nos habíamos guardado el secreto. Nunca hablábamos de ello, era un asunto de entendimiento tácito y sobreentendidos. Aquí era ella la que buscaba abrazarse y besuquearse conmigo, como si supiera lo loca que me volvía y pretendiera hacerme perder el juicio del todo.

Una noche que Rita había salido estaba viendo con José un desfile de modelos. Las chicas eran guapísimas y se lo comenté a mi acompañante. A mí me gustas más tú, dijo él con el candor que yo creía perdido. Le atraje hacia mí y le besé. Nuestros labios se rozaron tenuemente. Pensé que si todos los hombres fueran así tal vez no me habría hecho lesbiana y se lo dije. Enrojeció un poco. Cuando se levantó pude ver que había reaccionado físicamente a nuestra cercanía. Sonreí satisfecha. No le era tan indiferente al fin y al cabo.

Otro día entre en la cocina y sorprendí a la parejita besándose. Les saludé y Sandra vino hacia mí en ademan amistoso como solía. ¿A qué mi novio es el más guapo del mundo? Respondí que el más guapo y el más bueno y que se merecía un besó, así que lo besé en la boca. Pensé que me había excedido y que ella se molestaría o se pondría celosa. En absoluto. Dijo que yo tenía razón y lo morreó de nuevo. La erección del pobre ya era evidente. Luego se volvió hacia mí y, como para completar el círculo nos besamos también ante la atónita mirada de su novio. Nuestras tetas se pegaron y su lengua se coló tímidamente en mi boca. Cuando acabó se fue como si nada. Lo dicho, entre los dos me iban a volver loca.

Además de estos roces, que me encendían como a una cafetera, otra cuestión atribulaba mi alma. Un día me quedé mirando el carrito de bebe de José con nostalgia y entonces me di cuenta. A mis treinta y tantos mi reloj biológico comenzaba a hacer notar su tic-tac impaciente. Nunca antes había pensado en tener hijos. Entre mi lesbianismo y mi experiencia de madre postiza adolescente, por así decir, creía tener esa faceta suficientemente satisfecha y nunca había valorado la posibilidad de ser madre. Ahora, sin embargo, tenía la impresión de estar perdiéndome algo. Algo maravilloso. Pasé los siguientes meses dándole vueltas a todo esto en silencio. Un día Rita, que hacía tiempo que me notaba rara, me preguntó abiertamente por mis inquietudes. Confesé que quería ser madre. ¿Estás pensando en la inseminación artificial?, me preguntó. Respondí que no, que, como a ella, me parecía poco natural. ¿Tienes algún ligue masculino por ahí?, volvió a preguntar mal-disimulando los celos. Me reí ante su ocurrencia. Le expliqué que nunca me había sentido atraída por un hombre. Nunca, con la única excepción de… ¿De quién?, insistió ella. No, le dije, es una tontería. ¡Qué descuidada había sido al dejar que algo así se me escapara! Estaba pensando en voz alta. ¿Qué pensaría de mí si supiera que quien me excitaba era su propio hijo, también como un hijo para mí? Si quieres, continuó ella, puedo hablar con Julio. Lo que hizo por mi podría hacerlo por ti. Seguro que a él le encantaría follarte, lo que no se es lo que le parecería a María, hace mucho que no hacen esas cosas. Volví a reírme y le pregunté si estaba loca. Nunca había visto a mi “concuñado” de esa manera. Se me quedó mirando pensativa. El hombre que te atrae es José, ¿verdad?, dijo acusadora. Me puse a titubear como una boba, o más bien como una culpable sorprendida en plena fechoría, como los asesinos en las novelas y películas de detectives, cuando el protagonista resuelve el caso y explica su plan y, sin poder creer haber sido descubiertos, farfullan torpes excusas. Por un segundo imaginé que me echaría de casa, que me impediría volver a verlo. Vamos Lorena, que no me chupo el dedo, siguió ella hablando. Yo también vivo aquí. Sé que siempre ha estado embobado contigo y que últimamente tú no le quitas ojo. Y yo que creía que enamorarse de su hermanastra era lo peor que podía hacer. En fin, la solución parece clara. Tener un hijo con él.

Esa familia no dejaba de sorprenderme. Por supuesto le dije que estaba loca, que aquello no tenía sentido, que solo por pensarlo me sentía como una pervertida, que como se le podía ocurrir algo así, siendo su madre, y un montón de cosas más, pero la verdad era que lo deseaba con todas mis fuerzas, que solo pensarlo me hacía más feliz de lo que hubiera imaginado ser nunca. Esa misma noche, haciendo el amor, ella me susurró al oído: “soy José”, y simulando ser su propio hijo, me masturbó haciendo sus dedos de falso pene, como había hecho el día que regresó de su encuentro con su ex novio. Mi corrida en su mano fue brutal.

Aun pasaron varios meses de dudas y cavilaciones. José cumplió 18 años y eso me animó a planteármelo en serio. Por supuesto antes lo consulté con Sandra. Si ella se oponía o siquiera me daba la sensación de que estaba un poco celosa lo apartaría de mi mente. No iba a hacer nada a sus espaldas. Logre quedarme con ella a solas unos días después y se lo plantee sin rodeos. Vas a pensar que soy una guarra, le dije, y tienes derecho a ello. Por supuesto, si no estás de acuerdo no pasará nada de esto, pero quiero tener sexo con un hombre y quiero tener un hijo… y quiero que el padre sea José. Ante mi sorpresa saltó de alegría y me besó atrapando mi labio superior entre los suyos. Dijo que eso a su novio le haría muy feliz, y que él fuera feliz era lo que ella más deseaba en el mundo. Siempre ha estado enamorado de ti, añadió. No, respondí yo. Esta enamorado de ti. A mí me quiere mucho y siempre le he gustado, pero es a ti a quien ama. Para agradecer mis palabras volvió a besarme. Esta vez noté la humedad de su boca en mis labios. El caso es que siempre te ha adorado, prosiguió, y estar contigo le volverá loco. Yo misma estoy cachonda solo de pensarlo. Me sonrió y me acarició la cara con la mano. No me extraña que le hechices, eres preciosa, añadió. Y a mi no me extraña que te ame. Eres maravillosa. Le devolví el cumplido siendo totalmente sincera y nos besamos de nuevo. Nuestras lenguas batallaron ya en nuestras bocas sin reparo. Nuestras tetas estaban apretadas y mi mano acarició su culito adolescente. Nunca había besado así a una chica, dijo cuando terminamos. ¿Te ha gustado?, pregunté con toda la naturalidad que pude para ocultar mi azoramiento. Asintió con la cabeza.

Finalmente, con los permisos obtenidos, le propuse a José que hiciéramos el amor y tuviéramos un hijo. Tardó unos días en contestarme, días en los que apenas pude dormir de los nervios. Cuando me dijo que sí una explosión de felicidad se produjo en mi interior. Los detalles de nuestra unión son otra historia. Nos besamos, lamí su miembro por vez primera, lo recibí dentro de mí… fue maravilloso. Desde entonces nos acostábamos juntos casi todos los días, aunque siempre reservábamos un día a la semana para nuestras respectivas parejas. Al cabo de unos meses quedé embarazada, como quería. Desde entonces se redujo la frecuencia de nuestros encuentros sexuales, pero no desaparecieron por completo. Al saberse mi feliz estado toda la familia se volcó conmigo. Todo eran regalos y atenciones. Aunque lo disimulaban se que tanto Rita como Sandra sufrieron con todo aquello, José y yo compartíamos algo muy especial a lo que ellas eran, siquiera en parte, ajenas. Veía como luchaban contra los celos, como intentaban no disgustarme por nada del mundo. Ciertamente son grandes mujeres, se comportaron ejemplarmente. Además esos celillos no menguaron su interés por mí. Como estaba menos con Rita, siempre era especialmente ardiente y a la vez delicada en nuestros encuentros. Parecía que me deseaba más cada día y eso me alagaba. Tal vez intentaba competir en la cama con su hijo, tal vez, simplemente, me echaba de menos. Los roces eróticos con Sandra también continuaron. Sabía que José la hacía participe de nuestros encuentros sexuales narrándoselos con detalle, porque el mismo me lo había contado. Encendían su pasión hablando de lo que los días anteriores él había hecho conmigo. Me había convertido en referente de su sexualidad, como cuando no hacía tanto tiempo me espiaban haciendo el amor con Rita. Sandra siempre estaba cariñosa conmigo, me besaba y achuchaba, y todo eran abrazos y caricias. Mi tripa fue creciendo. No me sentía especialmente atractiva, aunque todos a mi alrededor: José, su madre, Sandra, María, todos me repetían siempre que estaba preciosa, que el embarazo me daba una luz especial. Esos días me dio por recordar cuando era Rita la embarazada de José y yo la adolescente que la adoraba, como ahora Sandra parecía adorarme a mí, a pesar de estar robándole la atención de su novio.

Así llegamos a la reunión familiar en la que nos besamos de nuevo, excitándonos las dos, mientras la familia nos esperaba. En la cena se sentó a mi lado. Como en la mesa estábamos apretados a veces nos rozábamos sin querer. Cada vez que pasándole el pan o la salsa nuestros dedos se tocaban o que para recoger la servilleta apoyaba la mano en mi rodilla me encendía. Durante la conversación comenté que me dolía la espalda. Sandra da unos mensajes estupendos, dijo María. Mañana no tengo clase en la facultad por la mañana, intervino la aludida. Puedo pasarme un rato. Rita sonrió y dijo que eso estaba muy bien, que así yo no estaría tanto rato sola. Solo pude darle las gracias sonrojada ante la idea de que al día siguiente nos quedáramos las dos solas, y encima para darme un masaje. Bajo la mesa me cogió la mano. Se la apreté fuerte.

A la mañana siguiente llamó al timbre antes de lo que esperaba. Le abrí y me besó en los labios para saludarme. Sandra estaba preciosa, radiante. Me quedé en sujetador y braguitas y me tumbé bocabajo. Ella me quitó el sujetador, según dijo, para poder darme el masaje mejor. Sabía lo que hacía, al cabo de un rato estaba completamente relajada y me sentía mejor. Al acabar se tumbó sobre mi espalda y me besó en el cuello. ¿Qué haces?, pregunté risueña. Se incorporó y me miró las piernas. ¿Las tienes pesadas? Le dije que un poco y las masajeó también llegando a las braguitas. El relax dio pronto paso a la excitación. Me pidió que me diera la vuelta y lo hice sin intentar taparme las mamas, hinchadas por el embarazo. Hubiera resultado raro en el ambiente liberal en el que vivamos. Me sentí alagada al ver cómo me miraba las tetas pasmada. Están enormes, murmuró. Me sobó los muslos a placer. Cerré los ojos y la dejé hacer. Los volví a abrir al notar que ahora me los estaba besando. Quise decirle algo pero no me salieron las palabras. Lentamente se fue acercando a mi entrepierna. Noté sus labios en la cara interna de mis muslos, sobre mis bragas… me las quitó despacito sin que yo opusiera resistencia. Coló su naricilla entre mis ingles y dejó salir la lengua de su boca. Para no haberlo hecho nunca lo hacía muy bien. Además la excitación de saber que era ella la que estaba entre mis piernas me hacía disfrutar aun más de todo aquello. Me masturbaba con el dedo y me lamía los labios sonrosados de mi vulva con pasión, con entusiasmo. Cuando me corrí en su cara subió besándome la tripa, los pechos, que ciertamente tenía enormes a aquellas alturas de embarazo, el cuello y, finalmente, los labios. Le metí la lengua en la boca y nos estuvimos morreando un rato. Aproveché para desnudarla y comerle yo esas tetitas adolescentes, tiesas, divinas. Le pregunté si quería que le comiera el coño también. Como me dijo que sí me tumbé bocarriba y le hice sentarse sobre mi cara con las piernas abiertas. Juntamos nuestras manos y comencé a devorarla. Movía la lengua de un lado a otro dentro de su vagina, le aprisionaba el clítoris con los labios y lo empapaba en saliva… hasta le dibuje el alfabeto con la lengua en su intimidad como Rita había hecho conmigo tantos años antes, cuando ella era solo un bebé. Se corrió una vez en la F y otra en la W, y después de llegar a la Z, le chupé el clítoris hasta que se corrió una tercera. Desfallecida se tumbó junto a mí. Estuvimos besándonos un rato de nuevo. Ha sido maravilloso, murmuró cuando nos tomamos un respiro. Con la cara aún empapada por sus flujos no pude menos que darle la razón.

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Este relato es la tercera parte de “Secreto de Familia: Lorena”, publicados todos en esta categoría. A su vez, los tres forman parte de la saga “Secreto de Familia”, cuyos demas relatos se pueden encontrar aqui: http://www.todorelatos.com/perfil/179374/

No obstante, todos los textos son autoconclusivos y se pueden leer por separado, o como saga, en cualquier orden. En ellos se puede encontrar más información de las relaciones entre todos los personajes.

 

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 7” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 10

Tal y como estaba previsto durante dos semanas se programaron distintas visitas a toda aquella empresa con intereses en Samoya. Si bien en un principio todos se mostraron interesados en congraciarse con la princesa, no fue hasta que comenzaron a circular rumores sobre la mala salud del rey cuando se empezaron a acumular en nuestra puerta, ejecutivos urgidos de cerrar un trato.
De esa forma antes que terminara el mes, la empresa que compartía con Sergio ya había firmado acuerdos de colaboración por cerca de setenta millones de euros, de los cuales me correspondían diecisiete y a mi futura esposa otros treinta y cinco.
Sovann no participaba en esa labor porque su cometido era otro, usar las redes sociales para afianzar su candidatura a suceder al anciano monarca. Como solo podían ser elegidos los descendientes directos de un rey, su único contrincante real era un primo, el cual no contaba con el favor del pueblo por su carácter autoritario y su vida disoluta. De esa forma, era raro el día en que mi prometida no daba un discurso abanderando reformas o mandaba vía twitter un mensaje a sus paisanos, pidiéndoles que mantuvieran la esperanza porque se avecinaban tiempos mejores.
La certeza que su candidatura era la más fuerte nos llegó de dos maneras diferentes: La primera cuando el propio presidente, el general Kim, aprovechando que se iba a reunir con su homólogo francés anunció por el canal de noticias de Samoya que a ese encuentro iba a asistir la princesa sin antes tener la decencia de avisárselo a ella primero. Y la segunda pero no por ello menos importante cuando el propio gobierno español incrementó notablemente el servicio de seguridad que había colocado en nuestra casa.
Tres días antes de la cita en París, estábamos todavía en la cama cuando mi socio me llamó para informarme que acababa de escuchar en la televisión que la salud del rey había empeorado. Al comentárselo a la princesa, lo primero que hizo Sovann fue habiendo confirmado la noticia el mandar un mensaje de ánimo al jodido anciano para acto seguido pedir vía Facebook a todos sus seguidores que rezaran por su tío y para terminar llamar al presidente para comprometerle su apoyo en esos momentos tan difíciles.
En cambio el imbécil de su primo que permanecía en el país, creyó llegado el momento de forzar sus aspiraciones al trono y exigió que se reuniera el consejo de familia para que le nombraran heredero directamente sin tomar en cuenta al general.
Su imprudencia dio como resultado que los poderes fácticos se pusieran en su contra y que en una reunión secreta, los militares decidieran un acercamiento con la otra candidata a través de mí.
Por eso cuando esa tarde, recibí una llamada del embajador en España pidiendo que le fuera a ver yo solo, Sovann frotándose las manos decidió que debía acudir:
-Me van a nombrar heredera pero antes quieren un acuerdo de inmunidad para ellos- me dijo y mientras yo me marchaba a ver al diplomático con Loun como interprete, ella se dedicó a contactar con los notables que se habían decantado a su favor para que se abstuvieran de criticar al general Kim.
Al llegar a la embajada, el propio embajador me recibió en la escalinata y comprendí que todo pintaba para que al salir de esa reunión se hiciera oficial el nombramiento de mi prometida como heredera. Si os preguntáis porqué la respuesta es sencilla, la samoyana me informó que el diplomático había usado una reverencia solo destinada a los miembros de la familia real.
«¡Voy a ser rey!», pensé tan acojonado como ilusionado.
Los hechos posteriores reafirmaron mi sospecha porque tras la protocolaria bienvenida y entrando al trapo ese sujeto plantó frente a mí un documento en el que mi futura esposa se comprometía a no actuar contra los actuales gobernantes ni contra sus familias mientras que por la otra parte, Kim y sus secuaces prometían que esa misma noche designarían a Sovann como la heredera al trono de Samoya.
Aleccionado por mi prometida leí el acuerdo y ante el pasmo del diplomático le comuniqué la intención de la princesa de contar con él para su futuro gobierno.
-Será un honor servir a la reina- contestó el funcionario sin esperarse que no dándole tiempo a pensar, le exigiera que redactara dos cláusulas y las añadiera al pacto. La primera era que inmediatamente se permitiría la entrada de Sovann en el país y la segunda que el gobierno saliente organizara en una semana nuestra boda, dándole categoría de boda real.
-No sé si el general aceptará estas sugerencias- dijo todavía sin reponerse.
Viendo que seguía sin tener claro hacia qué lado inclinarse, respondí:
-La princesa ha creído conveniente que le dijera que si no puede conseguir algo tan nimio quizás no le sirva como futuro ministro de exteriores.
-Deme unos minutos- fue su respuesta mientras me dejaba solo en su despacho.
No tuve duda que ese capullo se había visto tentado por el puesto y por eso cuando al cuarto de hora volvió sonriendo, supe que habíamos ganado.
-El general Kim me ha pedido que le felicite de antemano por su boda y que esta tendrá lugar el próximo jueves en el templo real de la capital.
-Muchas gracias, querido ministro. La princesa sabrá agradecer su empeño en facilitar su ascensión al trono- contesté mientras me despedía del burócrata con el documento bajo el brazo.
No habíamos llegado a mi casa y seguíamos en el coche cuando Loun recibió una llamada de su padre con la noticia del exilio del otro candidato y la confirmación de mi boda con Sovann.
-El general Kim acaba de informarlo al país – comentó la muchacha tras colgar y mientras nuestros escoltas ponían la sirena, dijo susurrando en mi oído: -¡Esta noche me poseerán los futuros reyes de Samoya!
Desgraciadamente sus deseos tuvieron que esperar porque al reunirnos con la princesa el ajetreo de mi antiguo hogar era total al conocer que su primo no había aceptado pacíficamente su destierro y que sus partidarios se habían levantado en armas.
-Debo hablar al país-fue lo primero que la oriental me dijo al verme entrar:- y te quiero a mi lado. Necesito que te vayas a vestir al modo tradicional para que nuestros súbditos nos vean como la única esperanza de mantener la paz.
Las noticias no eran halagüeñas porque nos llegaban informes de enfrentamientos en varias ciudades. Por eso y con la ayuda de su secretaria, corrí a cumplir su orden. Era tan urgente que saliera a los medios que ni siquiera Loun hizo intento alguno de aprovechar mi desnudez para obtener mis caricias y en menos de diez minutos, me vi poniendo la mano sobre el hombro de mi prometida mientras las televisiones de medio mundo emitían su discurso.
-Mis queridos samoyanos, las circunstancias han querido que en este momento tan delicado que pasa nuestro país me encuentre lejos de vosotros pero ello no es motivo para que aceptando mi responsabilidad me ponga del lado del Rey y os pida a todos vosotros que luchéis contra el tirano que quiere hacerse cargo del trono, usurpando el poder real.
Tomando aire, dio por terminada la alocución diciendo:
-El gobierno ha puesto a mi disposición un avión para que al terminar este acto, mi prometido el príncipe Manuel, al que conocéis por las obras de su hermano, y yo volemos directamente al país para de ser necesario empuñar un fusil para defender nuestra patria. ¡Viva el Rey! ¡Viva Samoya!
He de confesar que se erizó hasta el último vello de mi cuerpo al oír esa promesa y saber que nada podía evitar que pusiera mi vida en peligro siguiéndola a esa lejana tierra. Por ello cuando un periodista español me preguntó qué opinaba, brevemente contesté:
-Samoya nos necesita y al igual que mi hermano no dudo en sacrificar su vida por ese pueblo, su viuda y yo estamos obligados a hacer lo mismo.
Loun comenzó a aplaudir y su gesto fue coreado por todos los presentes, de forma que el mundo entero conoció en ese instante que había una princesa oriental que no dudaba en dejar su acomodada existencia en Europa para acudir al lado de sus paisanos.
Satisfecha por el fervor de sus partidarios, Sovann pidió que la enfocaran nuevamente y con un plano fijo de su rostro, pidió a su primo que depusiera las armas o que se atuviera a las consecuencias.
-El Rey es justo pero implacable… si cuando haya puesto mis pies en nuestro país el principe Khalan no acepta su destitución desde este momento le aviso que no moveré un dedo por salvarle de la ira de nuestro soberano.
No tuve que ser un genio para comprender que lo que acababa de anunciar esa belleza era que si su enemigo no se rendía, su destino era la muerte y por ello por primera vez dudé si realmente conocía a la mujer con la que había unido mi destino.
Con la opinión pública decantada a su favor, los gobiernos europeos tomaron partido por ella y cuando todavía no se habían marchado las televisiones de la casa, los teléfonos empezaron a sonar con ofertas de colaboración de distintos países para reimplantar la paz en la zona.
Sovann agradeció sus llamadas y las dio publicidad mientras tomábamos un coche hacia el aeropuerto donde nos esperaba un avión cedido por el propio gobierno español para llevarnos hasta Samoya.
-¿Crees que tu primo cederá a la presión?- pregunté preocupado.
Con el ceño fruncido, mi prometida contestó.
-Depende de China. Si no recibe un apoyo claro de sus autoridades en las próximas horas, no le quedará más que huir por que su levantamiento quedará sentenciado.
Loun sin querer azuzó mis temores al decir:
-Se decía que era el hombre de paja de Pekín.
-Lo sé- Sovann respondió – pero ha cometido un error de principiante, en vez pedir su ayuda y que fueran ellos quienes protestaran, ha buscado dar un golpe de estado y les ha dejado con el culo al aire. No pueden aparecer ante la prensa mundial como los partidarios de un golpista.
A continuación esa oriental me demostró que tenía madera de gobernante porque pidiendo a su secretaría que le buscara el teléfono de la representación de ese país, llamó y ya que el embajador no podía ponerse, pidió hablar con un responsable al cual, sin demostrar haberse dado cuenta del desprecio, comunicó sus intenciones de visitar la República Popular China como primer acto de su gobierno.
-Les haré saber su petición a mis superiores- contestó el secretario sin comprometerse en nada.
Nada más colgar, pregunté el motivo de esa llamada. Soltando una carcajada, mi prometida contestó:
-He dejado claro mi deseo de negociar y si como creo Xi Jinping está cabreado con ese idiota, comprenderá mi gesto y lo valorará en su justa medida.
Sin nada más que hacer que esperar, nos subimos en el avión y mientras yo me ponía a curiosear en el interior de ese aparato que había llevado desde tiempos de Felipe Gonzalez a los distintos presidentes que ha tenido España en sus viajes, Sovann y Loun dedicaron su tiempo a lanzar por las redes proclamas de apoyo al actual rey.
«¿Quién me iba a decir que dormiría en la misma cama que Aznar o que Zapatero?», pensé mientras probaba la comodidad de ese colchón, tumbándome en él.
Tres horas después cuando el avión ya surcaba oriente medio, estaba meditando sobre mi futuro con mi cabeza apoyada en la almohada cuando vi entrar a la princesa con su secretaria a la habitación. La tristeza de sus rostros me alarmó pero entonces Sovann me dijo:
-Amor mío, ¡nos acaba de llegar la invitación del gobierno chino!
Esas eran buenas noticias por lo que no entendía que no estuvieran contentas. Por ello pregunté preocupado que pasaba. Llena de dolor, mi adorada oriental me comunicó que los rumores decían que su primo había accedido a palacio y que después de matar al anciano rey, se había suicidado.
-¿Pero entonces eres la reina?
-Todavía no, lo seré el instante después de haberme casado contigo.
-Entonces ¿porque estás triste? ¡Deberías estar celebrándolo!
-No puedo, el rey ha muerto.
Asumiendo que nunca entendería a los monárquicos, la llamé a mi lado, diciendo:
-Ven a que te consuele.
Por muy inmerso que en su mente tuviese la lealtad al trono, pudo más su lado lascivo. Al comprender mis intenciones, se desnudó y maullando como una gatita vino hacía mí mientras a un escaso metro, nuestra fiel concubina dejaba caer los tirantes de su vestido.
-Cuídame mi rey.
-Lo haré, mi reina y tantas veces como me pidas- respondí mientras mordía sus labios.
En vez de contestar, la princesa llamó a su secretaria y las dos al unísono se arrodillaron frente a mí para acto seguido y sin darme posibilidad de opinar, bajarme la bragueta. Mi pene reaccionó al instante y por eso cuando mi prometida lo sacó de su encierro, esté apareció ya totalmente erecto.
Al verlo Sovann comentó:
-Mañana puede que no tengamos tiempo de amarnos.
Y acercando su boca, usó su lengua para darme un lametazo. Busqué con la mirada a Loun y en sus ojos descubrí que la pequeña oriental estaba excitada. La calentura que sintió al ver mi miembro en la boca de su dueña la hizo poner uno de sus pechos en mis labios, mientras apoyando a la princesa se lamentaba de lo difícil que lo tendría para que nadie se enterara que la secretaría de la reina era en realidad su puta.
Sin contestar, mi lengua recorrió el inicio del pezón que puso a mi disposición y al hacerlo, pegó un gemido mientras su areola se retraía claramente excitada. Sovann al verlo, incrementó su mamada embutiéndose mi falo hasta el fondo de su garganta. Pero entonces, Loun pidió participar y la futura soberana a desgana se sacó mi verga de su boca y se quejó diciendo:
-No tienes que preguntar, putita nuestra. ¿O acaso no te lo hemos demostrado con creces?
Loun riendo en voz baja para que el resto del pasaje no se enterara, contestó:
-Es que mi reina tiene el derecho a ser la primera en ser follada.
La carcajada de Sovann evidenció que le gustaba el descaro dela muchacha.
-Doy suficiente para satisfacer a las dos- repliqué mientras las atraía hacia mí y alternando de una a otra, me puse a mamar de sus pechos.
El saber que ninguna se opondría, me hizo avanzar en mis caricias y presionando su calentura, les pedí que se acostaran junto a mí. Fue entonces cuando escuché que Loun me decía:
-Mi rey necesita relajarse.
Descubrí que mi prometida y esa monada ya lo debían haber hablado y por eso cuando entre las dos me terminaron de quitar el pantalón, supe que debía de quedarme quieto cuando me pidieron que me agarrara a los barrotes de la cama.
Sovann fue la que tomó la iniciativa y deslizándose por mi cuerpo, hizo que su lengua fuera dejando un húmedo rastro al ir recorriendo mi cuello y mi pecho rumbo a su meta. Cuando su boca llegó a mi ombligo, sonriendo me miró.
-Cómele las tetas a nuestra niña.
La aludida puso sus pechos en mi boca y la princesa al ver que en había cumplido su deseo, sonrió mientras con sus manos comenzaba a acariciar mi entrepierna.
-¿Te gusta lo putas que somos?- preguntó mi futura esposa al observar el modo en que mis dientes se hacían fuerte en los pezones de la muchacha.
-Mucho- respondí casi sin habla porque para entonces mi prometida se había agachado entre mis piernas. No tardé en experimentar la humedad de su boca alrededor de mi pene y dando un suave gemido las hice saber mi entrega.
Esa fue la señal que esperaba la joven esposa para unirse a su soberana y compartiendo mi pene, besó mi glande mientras Sovann se apoderaba de mis huevos. Su coordinado ataque me terminó de excitar y chillando les grité que se tocaran entre ellas.
Curiosamente fue Loun la que tomó la iniciativa y mientras seguía lamiendo mi polla, llevó una de sus manos hasta el trasero de la princesa. Ésta se agitó nerviosa al sentir la mano de esa mujer recorriendo su culo y tras un momento de indecisión, permitió a su secretaría que usando los dedos recorriera los pliegues de su coño.
Las dos mujeres compitieron entre sí a ver cuál era la que conseguía llevar a la otra al orgasmo mientras se coordinaban para entre las dos apoderarse de mi falo con sus bocas. Fue entonces cuando me percaté que sin buscarlo las orientales se estaban besando a través de mi miembro al comprobar que los labios de ambas se tocaban mientras sus lenguas jugaban sobre mi piel.
La visión de esa escena y el convencimiento que me iban a regalar muchas y nuevas experiencias, aceleraron mi excitación y por ello, las pregunté cuál de las dos iba a beberse mi semen. Ellas al escucharlo buscaron con un extraño frenesí ser cada una de ellas la receptora de mi placer.
Os confieso que era tal el maremágnum caricias que no pude distinguir quien era la dueña de la lengua que me acariciaba, ni la que con sus dientes mordisqueaba la cabeza de mi pene hasta que ejerciendo su autoridad Sovann se apoderó de mi pene para ser ella primera en disfrutar de mi simiente.
-¡Yo también quiero!- protestó su secretaria.
Compadeciéndose de ella, mi prometida permitió que ambas esperaran con la boca abierta mi explosión. De manera que al eyacular fueron dos lenguas las que disfrutaron de su sabor y ansiosas fueron cuatro las manos que asieron mi extensión para ordeñar mi miembro.
La lujuria de ambas era tan enorme que no dejaron de exprimir mi pene y de repartirse su cosecha como buenas amigas. Jamás me imaginé que habiendo devorado mi semen última gota, la princesa me preguntara cuando iba a ir al médico.
-No te entiendo- respondí- estoy totalmente sano.
Muerta de risa, señaló tanto su vientre como el de la morenita y contestó:
-Debes revertir la vasectomía para embarazarnos.
-¿A las dos?- pregunté extrañado que incluyera a Loun en eso.
-Claro mi amor, mi hijo necesitará un primer ministro cuando reine y quién mejor que su hermano.
Al oír esa promesa, su secretaria la besó. Comprendí por la pasión que demostraron y el modo en que entrelazaron sus piernas que entre ellas habían creado unos lazos muy parecidos al amor y aunque dudé si permanecer al margen, quise que me explicara cómo sería posible que legalmente y a la vista de todos, un posible bastardo fuera considerado miembro de la familia real.
Soltando una carcajada, la princesa respondió:
-A nuestra zorrita no le apetecía ser la esposa de tu socio y se puso a estudiar nuestras leyes dinásticas.
-Explícate- insistí.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me informó que la muchacha había descubierto que en el pasado el consejo de ancianos viendo que había pocos miembros con derecho a ser elegidos rey habían dispuesto que, para asegurar el futuro de la monarquía, la reina debía elegir a otra mujer para que su marido la inseminara, nombrándola con el eufemístico nombre de “Protectora del reino”.
Loun, viendo mi cara de sorpresa, sonrió:
-Tras la muerte del príncipe Khalan no hay más herederos directos y si movemos bien los hilos, podemos hacer que sus seguidores fuercen al consejo a sacar del olvido esa antigua ley.
-Eres tan puta y manipuladora como tu dueña- repliqué mientras pellizcaba los negros pezones de la muchacha.
La oriental no pudo más que gritar de placer al experimentar esas rudas caricias sobre sus tetas y demostrando las ganas que la consumían, con su mano comenzó a recorrer el cuerpo de su futura reina.
-¡Qué gozada!- gimió Sovann al notar que la chavala iniciaba el descenso hacia su vulva.
Loun, al ver que separaba sus rodillas para facilitar sus maniobras, no se hizo de rogar y separando con los dedos los labios inferiores de su soberana, acercó la lengua a su botón de placer. Ella al sentir su respiración cerca de su sexo, sollozó de placer y por eso cuando notó el primer dedo dentro de su vagina, pegó un grito y le rogó que no parara.
-¡Pídamelo! ¡Demuestre que también desea sentir que es mi putita! – respondió la mujer al tiempo que usaba sus yemas para torturar el botón erecto de Sovann.
-¡Fólladme los dos!- rugió Sovann ya completamente excitada.
Loun respondió a su petición hundiendo la cara entre sus muslos para saborear el fruto de su coño. La humedad inicial con la que se encontró se transformó en un torrente que empapó la cara la chavala y eso la azuzó a recrearse lamiendo y mordiendo ese clítoris.
Desde mi posición, el trasero de la morena quedó a mi disposición y sin pensármelo dos veces, cogí mi miembro entre mis manos y la ensarté metiendo en su interior toda mi extensión.
Esa postura me permitió usar a Loun mientras ella seguía devorando con mayor celeridad el chocho de Sovann, la cual lejos de mosquearse me sonrió al ver como la empalaba soñando quizás que fuera suya la vagina en la que mi pene desaparecía para volver a aparecer una y otra vez.
Al verla así ensartada y sentir su boca comiendo de su coño, no pudo reprimir un chillido y llevando las manos hasta las tetas de la muchacha, le pegó un pellizco mientras le decía al oído:
-Tienes razón, soy tan puta como tú.
Al oírlo, Loun bajó la mano a su propia entrepierna y empezó a masturbarse al tiempo que respondía:
-Lo sé, mi reina- mientras totalmente excitada por ese doble estímulo me pedía que acelerara el ritmo de mis penetraciones.
Al obedecerla e incrementar el compás de mis caderas, gimió pidiendo que no parara para acto seguido desplomarse presa de un gigantesco orgasmo. Sovann al comprobar que esa mujer había obtenido su parte de placer y mientras todo su cuerpo se retorcía como poseído por un espíritu, me obligó a sacársela y actuando como posesa, sustituyó mi polla por su boca.
Loun al notar el cambio, unió un orgasmo con el siguiente mientras Sovann me pedía que me la follara sin parar de zamparse el coño de su amiga. Demasiado excitado por la escena, la agarré de los hombros y de un solo empujón acuchillé su vagina. No llevaba ni medio minuto zambullido en la princesa cuando mi pene estalló sembrándola con mi blanca e inocua simiente.
-¡Todavía yo no he llegado!- protestó al comprobar que me había corrido y buscando obtener su placer antes que mi pene hubiese perdido su erección, me obligó a tumbarme y saltando sobre mí, se empaló totalmente insatisfecha.
Menos mal que su secretaria acudió en mi ayuda y mientras con los dedos la masturbaba, se puso a mamar de sus pechos hasta que pegando un aullido obtuvo su dosis de placer.
Agotada cayó sobre mí y con sus últimas fuerzas, muerta de risa me dijo:
-No te hemos dicho pero me han informado que mañana antes de la boda el general me obligará a aceptar la presencia de una “protectora del reino” sin saber qué es lo que el cerdo de mi prometido y yo deseamos. ¿Verdad putita?
-Así es, mi querida y deseada princesa….

 

Relato erótico: “Dos zorritas” (POR LUCKM)

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SOMETIENDO 2Un miércoles, después de cenar con unos amigos volví a casa ligeramente trompa, con ganas de follar, lamentablemente la presencia en estas cenas de las mujeres de mis amigos no generaba muchas opciones de ligar. Resignado puse el msn, gracias a los relatos contaba con varias amigas siempre calientes, lo cual si no era comparable con un polvo al menos si me generaba el suficiente morbo como para disfrutarlo.

Conseguir que una niña buena, aparentemente sin tacha, confiara en uno lo suficiente para que abriera su intimidad, sus piernas y su coño sin ningún pudor me encantaba.

Pero era miércoles, dos de la madrugada, todas dormían, es lo que tiene vivir con papa supongo. A los pocos segundos de abrir el msn salió una nueva invitación, Corine quiere añadirte. Dude, una nueva era difícil que llegara a enseñar algo la primera noche y era tarde para empezar a trabajar. Busque su mail en Facebook y dio una coincidencia, me gustan las que son reales, las que usan msn falsos tienden a desaparecer.

Acepte.

Yo – Hola?

Corine – uy!, hola!

Yo- uy?

Corine – No pensé que aceptaras tan rápido!

Yo – Casualidad, andaba por aquí.

Corine – Pues no se que decir!

Yo – jajaja, di que te gustaron los relatos y que disfrutaste con ellos, para eso los escribo.

Corine – jijiji, vale, me encantaron y si, los disfrute.

Yo – Bien, para eso están ;). Los encontraste hoy o los lees hace tiempo?

Corine- Hace un mes que los leo y los releo…

Yo – Ummm, los usas para masturbarte todos los días?

Corine – Eres muy directo….

Corine- No estoy acostumbrada

Yo – Si, dicen que soy un cerdo, es tarde, si quieres hablamos otro día y te piensas si quieres realmente hablar con un guarro como yo.

Corine – No no… nunca me arrepiento de lo que hago… llevo dos semanas pensando en agregarte, hablemos…

Yo – Bien, habla… los usas…?

Corine – Si, todas las noches y alguna vez por las mañanas.

Yo –Para que?

Corine – Para masturbarme?

Yo – Mucho mejor, que edad tienes? De donde eres?

Corine – Madrid, 18, por lo que cuentas podríamos ser vecinos.

Generalmente las niñas tendían a ponerse un par de años mas para hacerse las mayores, esta estaba en ese grupo seguro.

Yo – Novio? Folla amigo? Quien te folla?

Corine – Nadie, soy virgen.

Yo – A tu edad? Es raro, fea?

Corine – jijiji, no, mas bien todo lo contrario dicen.

Yo – Entonces?

Corine – Creo que los intimido, y cuando alguno se lanza o esta muy borracho o quiere besarme y abrazarme, tengo una cara muy dulce dicen.

Yo – Y a ti te gustaría que te abrieran las piernas y te metieran una polla.

Corine – No lo probé, pero si, imagino que si, aunque también me gusta que me mimen!

Yo – Jajaja, si, pero después, no follandote.

Corine – Supongo!!, ya te diré cuando lo pruebe!!

Yo – Esperemos que no tardes, si te masturbas todos los días y mas con relatos como los míos estas lista.

Corine – Esperemos…

Yo – Amigos? Opciones? Compañeros de clase?

Corine – Ni loca, demasiados rumores, ya sabes, circulo cerrado.

Yo – Sal con una amiga a zonas de mayores, allí habrá alguno con menos escrúpulos.

Corine – Tengo una amiga, la que me paso tus relatos, lo hablamos alguna vez, quizás un día de estos…

Yo – Jajaja, para de zorras salidas buscando pollas adultas, me gusta.

Corine – Podemos quedar contigo, te gustaríamos seguro, mi amiga es muy mona, y virgen también.

Yo – Quedar con dos niñas en un sitio publico, donde estéis seguras… lo planeasteis no?

Corine – Que cabrón eres, si, hablamos que sería mas morboso perderla con alguien mayor y que sepa, pero no le dije que te iba a agregar.

Yo – Primero, paso de dejarme ver con niñas, no es cómodo para estas cosas, un adulto y dos crías hablando de guarradas en un bar…. Y segundo me vais a examinar? Luego a debatirlo en el baño y después a follar? Jajaja, demasiado para mi.

Corine – Que propones?

Yo – Primero déjate ver, me agrega mucho idiota por aquí.

Corine – Vestida ok?

Yo – Vale

Puso la cam, primero salía la habitación a oscuras y una silueta, le dije que encendiera la luz, fue al otro extremo de la habitación a hacerlo, era rubia, pelo rizado, una de esas melenas largas y onduladas, vestía unos pantalones cortos rosas de pijama y una camiseta de pijama con dibujitos, tenia buenas tetas.

Yo – Ahí debajo hay unas buenas tetas.

Corine – Jijiji, que ojo!

Yo – Se te menean al andar 😉

Corine – Si, y tienen que crecer, mi mama las tiene mas grandes.

Yo – Como son tus pezones?

Corine – Pues si que preguntas!

Yo – …

Corine – Pequeños, rosados, no se…unos pezones!

Yo – Se te están marcando, me gusta.

Ella se puso roja y se los miro. Tiro un poco del pijama para que no se le marcaran tanto pero no lo consiguió. De cara bastante mona, ojos azules, sonrisa perfecta….

Corine – No me pidas que te los enseñe eh!

Yo – No pensaba, quieres hacerlo así que ya llegara.

Corine – Ningún tío los vio!

Yo –Jajaja, que morbo, tu coño imagino que tampoco.

Corine – Ni de broma!!

Yo – Como esta?

Corine – Mojado!

Yo – Te masturbaras cuando dejemos de hablar?

Corine – No se, puede.

Yo – Vamos….

Corine – Vaaaale, si, lo hare…

Yo – Quiero que lo hagas completamente desnuda en tu camita, con las piernas bien abiertas, pensado que estoy ahí, con tus padres en la habitación contigua y tu dejando que un tío mucho mayor te meta la polla en tu raja.

Corine – ummmmmmm!

Corine – jijiji, lo hare.

Yo – Te gusta obedecer verdad?

Corine – Si, soy una chica muy obediente según dicen!

Yo – Que mas te gusta de mis relatos?

Corine – La historia esa del macho y hembra, cuando dices que la vas a montar… me pongo mala.

Corine – Bueno, si no te gusta lo del bar que propondrías?

Yo – Que ofreces?

Corine – Dos niñas deseando aprender!

Corine – Y muy salidas como dices tu!

Yo – Jajaja, si os follo será por todos lados, sin condiciones.

Corine – No hay problema, si sabes hacerlo nosotras nos dejamos!

Yo – Te recogería en casa, te llevaría a la mía y no saldrías hasta estar bien follada, por todos tus agujeros, recogería a la niña de papa y le devolvería una puta. Además quiero teneros disponibles el próximo año entero, podréis tener novietes si queréis pero vuestros coños bocas culos serán míos. Tendréis que pedir permiso para hacer guarradas con ellos, os lo daré, pero debéis pedirlo.

Corine – Y como controlaras que volvamos a quedar después del primer día?

Yo – Me daréis vuestros face y os hare alguna foto en plan guarra.

Corine – Peligroso!

Yo – si, pero esto se basa en la confianza, vosotras no me metéis en ningún lio y yo os doy la polla que necesitais.

Corine – Y al año?

Yo – Os daré todo el material y nos despediremos tranquilamente

Corine – Las dos tenemos novios formales, pero todo muy light, ni nos meten mano, nuestros padres se conocen… cine, típico supongo.

Corine – Pero es peligroso, tu coche… tu casa..

Yo – Jajaja, si, lo es, haces bien en pensártelo. No deberías ir por ahí abriendo las piernas para tíos mayores.

Corine – Si, hay unas noticias de niñas desaparecidas…

Yo – Si, pero bueno, vendríais una cada vez, si desapareces tu amiga sabrá donde me conociste y la poli me encuentra rápido.

Corine – jijiji, cierto.

Yo – Puedes ir hablando con ella durante el tiempo que pasemos juntos, pueden hasta localizar donde estabas…

Corine – Lo tienes muy pensando.

Yo – Una que vino lo hizo así, no me pareció mal, sigo follandomela después del año así que a ella tampoco, me encanta encularla.

Corine – Tendríamos tu tlf también?, y no le duele?

Yo – si, sin problema, es un juego. Al principio, ahora me manda whatsapp diciéndome que los otros con los que lo intento no se lo hacen bien y que quiere verme.

Corine – jijii, Se lo planteare a ver que dice, hablamos mañana?

Yo – por aquí estaré.

Me fui a la cama mas caliente de lo que había llegado a casa, estaba convencido que no la volvería a ver, pero tras 250 personas en mi msn ya estaba acostumbrado a todo.

Al volver de la oficina sobre las 6 al día siguiente encendí el msn, estaba conectada.

Corine – Hola!

Corine – Hable con Sara! Dice que estoy loca! Pero que la pone mucho! A mi tb!

Corine – Cuando lo hacemos?

Yo – Para que quede claro, que hacemos?

Corine – Quedas contigo para que nos desvirgues!

Yo – menuda propuesta.

Yo – No preferís esperar a que vuestros novios…

Corine – Sería lo normal supongo, pero es que esto nos da mas morbo! Ademas lo de que nadie se entere…

Yo – Que hacéis este fin de semana?

Corine – Sara se queda sola, puedo decir que duermo en su casa y así tenemos tiempo. Esta aquí, quiere saludarte.

Yo – Esta bien.

Sara – Hola! Soy Sara! Mi amiga esta loca!

Yo – jajaja, te dijo lo que hablamos?

Sara – Me lo enseño, lo leí tres veces.

Yo – Y estas de acuerdo?

Sara – Si, creo que si, estoy como ella… me muero por empezar a…

Yo – Empezar a…?

Sara – Cerdo, follar!!?

Yo – Bien, poner la cam que os vea a las dos.

Corine – Soy yo otra vez, por que?

Yo – Primero quiero ver a Sara, y segundo quiero ver que estáis decididas, no quiero plantones.

Corine – Tendremos que quitarnos algo?

Yo – Algo, pero no todo.

Corine – Por que?

Yo – Escucha, si vais a ser mis zorritas mas vale que empieces a no discutirme, no soy tu novio, queréis ser mis putas?, pues quiero veros.

Corine – Esta bien, amo?

Yo – Eso cuando estés chupándome la polla con esa carita de inocente.

Le dio a la cam, Sara era una morena también muy guapa, buenas tetas, tenia cara de picara, sonreían las dos mirándome, un poco nerviosas, iban con uniforme.

Yo – Hola Sara, encantado de verte también.

Ella me saludo.

Yo – Alejaros un poco de la cam que os vea enteras. Esos uniformes me gustan, seguro que vuestros compañeros de clase se volverían locos viendo como os los quitáis.

Yo – Sara, tu serás guarra, y Corine, tu puta.

Corine – Por que?

Yo – por que me apetece, si quieres motes bonitos díselo a tu novio.

Ella se alejo otra vez.

Yo – Bien quitaros los jerséis.

Yo – Guarrilla, arrodíllate delante de la puta.

Yo – Desabróchale la falda, despacio, y quítasela.

Yo – La falda cayo, durante un segundo se vieron sus bragas, hasta que la camisa las tapo.

Yo – Ahora puta haz lo mismo.

Las dos se pusieron de pie delante de la cam, sus piernas desnudas se veían de lo mas tentadoras.

Yo – Bien, guarra, ponte detrás de la puta, ella te metió en este lio, es justo que la enseñes tu, ve desabrochándole la camisa poco a poco.

Sara se puso detrás, a la puta se la veía muy nerviosa, hizo un amago de sujetarse la camisa pero Sara no la dejo. Empezó a desabrocharla, muy despacio. Corine me miraba nerviosa, Sara sonreía, cuando estuvo completamente abierta empezó a quitársela. Se veían su pechos dentro del sujetador, su coño marcado por unas bragas blancas muy inocentes.

Yo – No se la quites guarra, me gusta verla así. Tiene un bonito cuerpo la puta, Sara asintió.

Yo – Dice la muy presumida que nadie la vio el coño, guarra quieres arreglar eso? Enseñarle el coño de tu amiga por primera vez a un tío?

Sara me miro flipando, Corine al leerlo se intento apartar pero Sara la sujeto. Y le dijo algo al oído.

Yo – Ese coño es mío ahora Corine, deja que guarra me enseñe tu raja, además, seguro que estas empapada!

Corine se quedo quieta cerrando los ojos, Sara entendió la señal.

Bajo sus manos despacio hasta las bragas de su amiga y tirando suavemente se las fue bajando, aparecieron los primeros vellos púbicos, después su raja, tenia un coño rubito, con poco pelo y muy recortado, su raja se veía preciosa. Dejo sus bragas a medio muslo.

Yo – Bonito coño puta, encantado de ser el primer tío al que se lo enseñas! Mañana meteré mi polla en el.

Corine me miro entre asustada y cachonda.

Yo – no quieres que sea el mierdecilla ese que tienes por novio el que te meta su pollita con todo su amor? Quieres que sea un cerdo el que te desflore como a una puta cualquiera?

Corine asintió.

Yo – Vas a ser una buena puta, guarra, desnúdala entera, quiero verla bien.

Corine ni se movió, Sara tiro de la camisa hacia atrás dejando sus tetas con sujetador a la vista, se la quito, le soltó el sujetador y se lo quito, le bajo las bragas hasta el suelo. Allí estaba Corine completamente desnuda, sus tetas era impresionantes, grandes y firmes.

Yo – menuda hembra eres! Te van a querer folllar muchos tíos putita. Ella no se movía.

Yo – Bien, tu mejor amiga te dejo en pelotas para mi, hazle lo mismo, pero nada de despacio ni con cariño, quiero que me la muestres como una guarra, desnúdala rápido, sin contemplaciones.

Sara se quedo mirándola con miedo, no se esperaba que la tocara tan rápido.

Corine se movió, se acerco a ella y le saco la camisa por la cabeza sin desabrocharla. Luego la cogió del pelo haciéndola una cola y la puso bruscamente mirando hacia mi. Con una mano le soltó el sujetador, metió la mano en su culo y de un tirón le bajo las bragas hasta el suelo, le termino de quitar el sujetador lanzándolo a una esquina de la habitación, se puso detrás de ella y tirándola de los codos la obligo a sacar pecho. Sara no sabia donde meterse.

Yo – Muy bien putita! Abre un poco los muslos guarra, nada de cerras las piernas conmigo!

Obedeció, Sara lucia un cuerpo impresionante también, tenia mas pelo que su amiga en el coño y sus pezones eran mas oscuros, una delicia. Sus tetas eran mas pequeñas, parecían un par de bultos, le estaban saliendo, era mas joven que la putita.

Les dije que se dieran la vuelta para ver sus culos.

Yo – Creo que a guarra la daré primero por el culo.

Yo – Bien, poneros las dos de pie, voy a sacaros una foto.

Corine – Es necesario?

Yo – Jajaja, no quiero que me acusen de violación, las mujeres sois muy raras.

Corine – Pero al año…

Yo – Os lo daré todo putitas.

Se pusieron ambas frente a la cam y sonrieron.

Yo – Ahora de perfil, una frente a la otra, que vuestros pezones casi se toquen.

Yo – Perfecto, mañana empezamos!

Corine – Podemos…

Yo – ¿?

Corine – Masturbarnos!?

Yo – Juntas?

Corine – jijiji, no, separadas.

Yo – Esta bien

Corine – Quiere verlo?

Yo – No, ya lo harás para mi mañana!

Corine – Me dará vergüenza!

Yo – Si, y otras cosas, pero ya se te pasara.

Corine – Esta bien, hare lo que quieras supongo.

Yo – Venga, ir a correros guarras.

Corine – Gracias amo – Y cerro el msn.

Al día siguiente regrese a casa a medio día y puse el msn, estaba esperando, en cuanto entre me saludo.

Corine – Hola!

Yo – Hola, sigues decidida?

Corine – Siiiiiii!

Yo – Y la guarra?

Corine – No se, se ofrece a cubrirme pero no se atreve…

Yo – Jajaja, si sabia yo…

Corine – Le importa? Que sea yo sola?

Yo – No serás tu sola, ya lo arreglaremos…

Corine –Entonces? Como lo hacemos?

Yo – A que hora sueles salir de casa los viernes?

Corine – Sobre las 7… Dije que pasaba el fin de semana en casa de Sara y esta sola así que no hay problema.

Yo – Y no te llamaran tus padres?

Corine – Puede, pero al móvil…

Yo – Ok. Bien, esto es lo que quiero.

Yo – Ponte mona, no mona, increíble, como si fueras a la fiesta de fin de curso de tu cole, maquíllate, arréglate el pelo… y ponte un vestido, corto si puede ser… sin sujetador, puedes llevar chaqueta, quiero que te arregles como nunca solo para que te folle yo. Quedaremos en plaza de castilla, si vas en metro, bájate un par de paradas antes y ve andando, mira a todos los tíos a los ojos y piensas que saben que vas a que desvirguen.

Corine – Ummmmmmm!

Corine – Esta bien, hora exacta?

Yo – 20:30 en la puerta del mc donald, ahí quedan los adolescentes no?

Corine – jijiji, Cerdo!

Corine – Podre llamar a mi amiga?

Yo – Lo harás, iras contándole lo que te hago 😉

Corine – Dios!, allí estaré!

Me dormí un siesta y a las 8 me puse en camino. Llegue 5 min antes, ella estaba ya esperando, pare a su lado, se asomo por la ventanilla y sonrió.

Corine – Carlos?

Yo – Putita

Abrió la puerta y subió al coche, cuatro adolescentes que la habían estado observando me miraban con cara de no saber si era el novio o su hermano mayor.

Yo – Bésame putita.

Corine – Aquí?

Yo – Si – Ella se inclino y me dio un pico, la agarre por el cuello y abriéndola la boca le metí la lengua dándole un largo morreo. Mientras metí la mano entre sus piernas y la agarre el coño, ella temblaba, sus bragas estaban empapadas.

Un taxi pito detrás.

Yo – Cuando te diga que hagas algo déjate la niña fina en casa.

Corine – Si señor.

Arranque.

Yo – Quítate las bragas y dámelas.

Ella metió las manos y saco un culoté, se lo cogí y lo puse en el frontal del coche, justo delante de ella.

Yo – Escribe a tu amiga, pero léemelo antes.

Corine – “Voy en su coche, me beso y me agarro el… , estoy muy caliente, nerviosa”

Yo – Pon coño en vez de puntos y chorreando en vez de caliente.

Corine – Esta bien – Lo envió.

Sara respondió a los 10 segundos, “Yo con mi novio y con el tuyo en el vips de Juan Bravo! Cuéntamelo todo!

Llegamos a mi casa, aparcamos…

Yo – Coge tus bragas puta, no puedes ir dejándotelas por ahí.

En el ascensor la bese otra vez pasando el dedo por el agujero de su culo, dio un saltito cuando le metí la punta del dedo.

Yo – Todos tus agujeros putita, míos, recuerdas?

Ella se relajo un poco y volvió a besarme mientras acariciaba su agujerito.

Entramos en mi casa.

Yo – Que bebes?

Corine – Ron.

Le puse una copa y yo me puse otra, ella miraba mi casa con curiosidad.

Yo – Te gusta?

Corine – Si, esta bien!

Yo – Desnúdate!

Corine – Ya? Así de golpe?

Yo – Tienes que acostumbrarte a estar desnuda conmigo, cuanto antes mas fácil.

Ella se puso de espaldas y cogió su falda.

Yo – de eso nada putita, mírame!

Se dio la vuelta avergonzada, tiro del vestido.

Tenia un bonito cuerpo. Sus tetas eran increíbles, y ver su coño, pequeño, completamente por estrenar me hacia la boca agua.

Le acaricie los pechos con la copa, el hielo hizo que sus pezones se pusieran duros como piedras.

Yo – Eres una hembra impresionante.

Corine – Gracias supongo!

Siéntate en esa mesa y abre las piernas, sube los pies, que se te abra bien el coño.

Ella obedeció, me senté justo delante de ella, muy cerca de su raja bebiendo de mi copa. Espere un minuto, ella estaba muy nerviosa. Le pase un dedo por el coño, ella suspiro, seguí acariciándoselo por fuera, muy suave. Ella me miraba y abría un poco los labios mojándoselos.

Yo – Bonito coño!, nadie lo vio puta?

Corine – Solo tu!

Le separe los labios con los dedos, deje mi copa y pase la lengua por el agujero de su coño, le metí la lengua un poco, sabia de maravilla, la saque, pasándola por su clítoris, ella dio un gritito, baje haciéndola echarse hacia delante y llegue hasta su ano jugando con el, ella jadeaba. Volvía su clítoris cogiéndolo con los dientes, estirándolo un poco, pase un dedos por su agujero metiéndoselo hasta la mitad, ella levantaba el culo.

Llego un mensaje de su amiga – Como vas? – Le conteste – Comiéndome el coño! –

Seguí, baje una mano hasta su culo y comiéndole el coño mas fuerte le metí un dedo por el culo, ella echo el culo para atrás.

Yo – Ni se te ocurra putita!

Volvió a adelantar el culo, seguí comiéndole el coño un rato mas mientras que le metía un dedos por el agujero de su culo. Al final entre grandes jadeos se corrió cayendo desmadejada sobre la mesa. Su cara era de escandalo, le saque una foto con su móvil y se la mande a su amiga.

Sara – Que guarra!! Me estas poniendo mala! Y yo aquí haciendo el canelo!

La levante.

Yo –Ahora arrodíllate puta!

Ella lo hizo, me saque la polla, y le dije que la cogiera.

Yo – Métetela en la boca.

Ella lo hizo, le mande otro a su amiga – ahora aprendiendo a comer polla!

Le fui dando indicaciones, no era muy hábil pero ponía interés.

Yo – Ahora la lengua por el agujero, chúpame las pelotas putita, métetela entera en la boca, ufff, que buena chupapollas vas a ser! Sigue, sácala y métetela hasta el fondo otra vez, ahora por debajo de los huevos. – Mírame puta, mira como al tío le gusta que se la chupes. – Ella me miraba con esos ojazos, y seguía chupando. – Me voy a correr guarra, quiero que te lo tragues todo entendido? – Ella sintió con la cabeza, le cogí la mano enseñándola a machacármela mas fuerte, y la otra para que me acariciara las pelotas. No tarde mucho en correrme en su boca, la agarre la cabeza para que no se apartara pero no hizo falta, era una alumna obediente, trago hasta la ultima gota.

Yo – Sigue dándole besitos a mi polla y dame las gracias.

Corine – Gracias!

Nos tumbamos en la mesa a fumar un cigarro. Cogí su móvil.

– Primera comida de polla, me encanto…!

Sara – Guarra! 😀

Yo – Bien, túmbate, abre las piernas y mastúrbate para mi.

Corine – Me da vergüenza!

Yo – No importa, hazlo.

Ella se tumbo, empezó a acariciarse las tetas cerrando los ojos

Yo – Abre los ojos guarra, te masturbas para mi no lo olvides.

Los abrió y me miro, estaba roja pero no dejo de acariciarse las tetas, bajo una mano a su coño y con un par de dedos empezó a jugar con su clítoris. La casa entera olía a su coño. Siguió, poco a poco se fue terminando de calentar y en 10 minutos se corrió entre jadeos muy suaves.

Yo – jajaja, que guarra eres, te corres para mi y tratas de hacerlo como una señorita? La prox no quiero que seas tan discreta!

Corine – Esta bien amo – Me senté a su lado y la acaricie de arriba abajo.

Yo – Bien, va siendo hora de dejar la niña atrás no te parece?

Corine – Tendrás cuidado?

Yo – Jajaja, te follare bien tranquila.

La cogi en brazos y la lleve a mi cama. Le puse la almohada debajo del culo abriendo sus piernas, puse mi polla en la entrada de su coño, ella cerro los ojos.

Yo – Abre los ojos puta! Quiero que veas quien te va a follar!

Ella los abrió y me miro, se la veía asustada como un pajarito.

Yo – jajaja, ahora sale la niña? Pues quiero a mi puta ya!

Empuje la polla clavándosela sin detenerme, notaba como su coño se iba abriendo por primera vez al paso de una polla. Su himen se desgarro, ella dio un bote al sentirlo pero no la deje moverse, seguí hasta que la tuvo toda dentro y note mis huevos dar contra su culo. Ella me miraba con los ojos como platos. La saque entera y se la volví a meter, así una y otra vez hasta que su coño cada vez mas mojado se relajo, ella me miraba y jadeaba. Cerro los ojos dejándose llevar.

Yo – de eso nada puta! Mírame! Y nada de disimular, te estoy follando guarra!

Corine me miro, jadeaba cada vez mas fuerte según incrementaba el ritmo de la follada, abría la boca para respirar.

Yo – Serás guarra!!? Estas babeando como una puta perra!!

Ella cerro la boca pero yo la cogí y le hice abrirla otra vez.

Yo – ni se te ocurra, me gusta verte babear cuando te follo puta!

Volvió a abrirla.

La folle un rato mas, llamándola puta, estrujándole las tetas, al final sentí que me iba a correr.

Yo – Me corro puta! Córrete conmigo!

Corine – Otra vez??

Yo – jajaja, cuantas van?

Corine – Tres como mínimo!

Yo – Pues ala, otro, quiero que te corras cuando te llene el coño de leche.

Ella me rodeo con las piernas sujetándome, empuje una y otra vez hasta que explote dentro de su coño. Notaba como el semen me rodeaba la polla junto con los jugos de su coño. Caímos rendidos. Deje mi polla dentro un par de minutos.

Yo – Sácatela y límpiamela.

Corine me miro con cara de sorprendida, con un gesto de dolor se saco mi polla del coño y bajando se la metió en la boca.

Yo – Te gusta como sabe mi semen y los jugos de tu coño putita?

Corine – Me encanta!

Le sujetaba el pelo para ver como me la comía muy despacio limpiándola con mucha atención. Alternaba lengüetazos con pequeños besos, mis pelotas se las metio enteras en la boca.

Yo – Muy bien, donde aprendiste eso?

Corine – jijiji, Lo leí en uno de tus relatos.

Yo – jajaja, muy atentamente por lo que veo!

Corine – Soy buena estudiante!

Corine – Ahora viene mi culo?

Yo – No, ahora tenemos que encargarnos del otro problema.

Corine – problema?

Yo – La otra putilla!

Corine – No quería… se rajo.

Yo – No podemos permitirlo, si la dejas fuera de esto tarde o temprano cantara.

Corine – la violaras?

Yo – Te gustaría?

Corine – ummmm, creo que si!!! Soy mal?

Yo – Una autentica guarra

Yo – Como lo hacemos?

Corine pensó un momento – tengo las llaves de su casa, la esperamos allí?

Yo – A que hora llegara? Sola?

Corine – Sola seguro, sobre las tres, sus padres la llaman a casa a esa hora.

Yo – Bien, vamos, creo que te follare ese culito en la cama de sus padres.

Corine – Ummmmm, y la violaremos? Llegara muy borracha seguro!

Yo – Me la follare por todos sus agujeros.

Corine – podre verlo?

Yo – Jajaja, me ayudaras, veras su cara cuando sienta una polla en su coño por primera vez, y la abrirás las piernas para mi.

Corine – Ummmmmmmmm

Llegamos a la casa de la amiga, era una bonita casa, todo decorado con muy buen gusto.

Conforme entramos hice que se desnudara mi putita.

Yo – Enséñame la casa –

Me hizo un tour, el salón, la habitación de la guarrilla, al final llegamos a la de sus padres. Tire la colcha al suelo.

Yo – Desnúdame.

Ella se acerco y despacio fue quitándome la ropa. Cuando quito la ropa interior mi polla salió disparada como un resorte dándole en la cara, me beso la polla y se la metió en la boca.

Yo – Tus novios estarán encantados contigo putita, tienes instinto de chupapollas.

Putita – Gracias supongo!, nunca pensé que esto me gustaría tanto.

Yo – “esto”? a ver si aprendes de una vez

Putita – Chuparle la polla a un tío, siempre pensé que me daría cierto asco.

Yo – Y no es así?

Putita – Si lo pienso si, pero cuando la tengo delante solo puedo pensar en metérmela en la boca y chupársela.

Yo – Jajaja, muy bien!

Nos tumbamos en la cama, ella se puso sobre mi y apuntándola a su raja empezó a metérsela despacio, yo la deje hacer mientras jugaba con sus gordas tetas.

Yo – Déjala salir casi del todo y clávatela otra vez, te gustara mas.

Putita – Si señor

Yo – eres una guarra lo sabes no? Follando en la cama de los padres de tu amiga, con un tío mayor en vez de esperar a tu novio.

Putita – Lo soy, una guarra, su guarra!

Se iba calentando cada vez mas, notaba los líquidos de su coño mojándome las pelotas.

Putita – joder, me siento como una puta!

Yo – Es lo que eres, mi puta! Mi guarra! Una cerda que solo quiere polla!

Putita – Si, quiero mucha polla! Me la dará verdad? Quiero que me folle todos los días! Que me de su leche, lo que quiera pero quiero que me use!

Yo – tranquila, pienso hacerlo.

Se corrió y se tumbo sobre mi pecho jadeando.

Putita – No se corrió.

Yo – No, hazlo con tu boca, me gusta llenarte la boca de semen.

Ella se saco la polla y se la metió en la boca mientras yo acariciaba una de sus tetas.

Le iba dando indicaciones.

Mas fuerte… mas suave… hasta el fondo… haz ruidos, me gusta el chapoteo en tu boca…

Ella lo hacia todo acompañado de algún gemido cuando le retorcía el pezón que tenia a mano.

Yo – Me voy a correr putita, no te voy a sujetar la cabeza, quiero que te lo tragues todo entendido?

Putita – Si señor.

Yo – A partir de ahora tragaras siempre que puedas, al menos con migo, el de tus novios lo puedes escupir si quieres.

Putita – Solo tragare el suyo señor, solo habrá una polla que alimente a esta puta!

Yo – Jajaja, que lectora mas lista!

Ella me guiño un ojo y siguió estrujándome la polla, chupando cada vez mas fuerte, mirándome a los ojos y pidiéndome que me corriera en su boquita. Al final no aguante mas y solté toda una descarga en su boca, ella pego los labios al capullo y sorbió muy fuerte, cuando dejo de salir semen espero un minuto y después me fue lamiéndome la polla de arriba a abajo junto con mis pelotas. Al terminar subió y me abrazo.

Putita – Le gusto?

Yo – Me encanto.

Nos quedamos un rato así, abrazados y acariciándonos, su cuerpo producía vértigo. La puerta de la calle sonó, su amiga había vuelto, sonó algo al caer en el pasillo, la putita se rio.

Putita – Va borracha, siempre tropieza con todo!

Le dije lo que quería que hiciera, esperamos un rato mas hasta que los ruidos cesaron y salimos al pasillo.

La putita se acerco a la habitación de su amiga, esta estaba tirada en la cama dormida con unos pantalones negros ajustados y un top blanco.

Encendió la luz de la mesilla y se sentó junto a ella, su amiga balbuceaba algo.

Corine le quito los zapatos, su amiga no se dio ni cuenta de que yo estaba mirando. Después le soltó el pantalón y se lo bajo hasta debajo de las rodillas.

Fui a por el móvil para hacer unas fotos de recuerdo.

Cuando volví ya le había quitado los pantalones y forcejeaba para quitarle el top. La guarrilla estaba ahora en ropa interior sobre su cama. Le hice una señal y le soltó el sujetador, después bajo sus bragas y se las quito. La guarrilla estaba muy buena.

Putita – Tampoco nadie la había visto así señor.

Yo – Muy bien, eso me gusta, esta guarra va a dejar de ser una niña y no se va a enterar hasta que tenga mi polla dentro.

La putita sonreirá, abrió las piernas de su amiga mostrándome su raja.

Me acerque, pase un dedo por ella metiendo la punta del dedo, la guarrilla gimió. Me agache y le pase la lengua saboreando su coño. Separe sus labios y busque su agujero metiendo la lengua dentro.

Yo – Esta guarra esta empapada, su novio le debió dar un buen calentón.

Putita – O el mío, quien sabe?

Yo – jajaja, bueno, tu tampoco fuiste una santa, si el pobre cornudo quiere calentarme a esta puta puede hacerlo.

Putita – No me importa lo mas mínimo la verdad, me gusta, pero me gusta mas ud.

Yo – ya se lo que te gusta a ti

Putita – Si, su polla, pero es mas que eso, me gusta lo morboso que es.

Putita – Follesela! Quiero ver como le mete la polla!

Yo – La perdida de la virginidad es importante para una chica, se merece verlo, cogí el móvil y enfoque a la putita que estaba desnuda en el suelo junto al coño de su amiga.

Yo – Dile lo que va a pasar.

Putita – Hola mi amor! Esta noche perdí la virginidad como sabes!! Ahora te toca a ti!, mira!

Enfoque a la guarrilla que estaba con las piernas abiertas , las tetas moviéndose por la respiración, en su cama sin deshacer, le de el móvil a la putita. Ella se separo un poco y nos enfoco.

Me puse delante de la guarrilla, tocándome la polla con una mano y sus tetas con la otra. Apunte a la entrada de su coño y con un empujón metí la punta de la polla en su coño.

Ella dio un bote pero seguí sin despertar, despacio comencé a sacarla y a meterla, cada vez un poquito mas, su coño se iba empapando por momentos. Note su himen, intacto, esperándome, lo empuje un poco, sacando y metiendo… la guarrilla jadeaba. Di un empujón mas y se lo rompí, ella abrió los ojos y me miro sorprendida.

Metí la polla hasta el fondo, ella dio un fuerte jadeo.

Se levanto y me cogió por los hombros.

Guarrilla – Quien…? Quien!!? Quien eres?

Yo – El que te acaba de desvirgar guarrilla, tu amiga no quería que te perdieras esto!

Seguí sacando y metiendo mi polla en su coño mientras la estrujaba las tetas, ella jadeaba, descubrió a su amiga desnuda a poca distancia.

Guarrilla – Corine!!

Putita – Cállate! Y disfruta de tu primera polla!!

Ella empezó a correrse, finalmente acepto lo inevitable y se dejo caer otra vez gimiendo. Empuje mas fuerte, la cogí de las caderas follándola a lo bestia.

Putita – Córrase dentro amo!, llénele el coño de semen a esta guarra!

Empecé a correrme, la guarra apretaba las piernas a mi alrededor entre fuertes espasmos, escupí semen dentro de su bonito coño, al final caímos los dos desmadejados sobre la cama. Ella se aparto un poco sacándose mi polla. Me levante, la cogí y la puse bien en su cama, le puse la almohada debajo de la cabeza y sentándome sobre sus tetas le metí la polla en la boca.

Ella se revolvió intentando sacársela.

Yo – Putita, envíaselo a su novio.

Putita – Si amo!

La guarrilla nos miro aterrada – No, por favor!

Yo – Putita, dile a esta guarra que se hace después de follar.

Putita – Se le limpia la polla al amo y se le dan las gracias!

Ella nos miraba horrorizada, la putita le enseño el móvil, la garrilla abrió la boca y se metió mi polla en la boca, chupaba bastante mal pero la dejo bien limpia. Cuando lo estaba intento sacársela pero no la deje, me había empalmado de nuevo.

Putita – Mira quien va a aprender a tragar leche!

La guarrilla nos miraba a los dos, empecé a follarle la boca ella soltaba babas, no se sincronizaba, pero a mi me daba igual. La putita se puso a nuestro lado grabando la follada de boca de su amiga.

Putita – Joder Sara, nunca pensé que vería como un tío te follaba la boca! Que guarra eres!

Yo seguí metiéndosela en su bonita boca, no me quedaba mucho, la putita lo noto.

Putita – Se va a correr! En tu boca!! Tranquila, no es tan malo, a mi me encanta y solo llevo un día haciéndolo.

Explote, ella soplaba intentando no tragar, la tape la nariz, empezó a tragar, estaba roja, de vez en cuando la soltaba para que respirara un poco. Termine de vaciarme y se la deje unos minutos mas, ella conforme noto que mi polla se relajaba entendió lo que tocaba y volvió a chupármela muy despacio ya sin intentar escaparse.

Al cabo de un rato se la saque y me tumbe en la cama con la guarrilla a un lado, la putita se me tumbo encima y me beso.

Guarrilla – Sois unos brutos! Que os costaba esperar a que me animara?

Yo – Si te hubiera dejado sin follar tarde o temprano habrías contado lo de la putita, ahora no puedes.

Guarrilla – Puede, pero así a lo bruto..:!

Yo – No te gusto?

Guarrilla – Nunca lo imagine así… pero si, si me gusto, aunque me queda mucho por aprender creo!

Yo, es normal tranquila, tu amiga quiere que me la siga follando cuando quiera, tu puedes elegir.

Guarrilla – Ya puestos..! mejor malo conocido..!

Yo – Jajaja, malo? Te corriste tres veces por lo menos, lo note, malo es tu noviete contándoselo a los amigos.

Guarrilla – También es verdad!

Me levante, busque mi ropa interior y me la puse.

Yo – Enséñame tu cocina

Guarrilla – Vas a cocinar?

Yo – Follar me da hambre, unos spaguettis?

Putita – Por mi vale!!.

La guarrilla fue a ponerse algo.

Yo – Desnudas guarrilla, con migo siempre desnudas.

Guarrilla – Esta bien.

Cocine algo mientras las veía corretear desnudas por la cocina poniendo la mesa o pasándome ingredientes…

Esa noche seguimos follando y durmiendo a ratos, las niñas aprendían rápido, sobre todo iban relajándose. Terminamos los tres desnudos en el sofá de la casa de Sara charlando y fumando tranquilamente.

Corine – Uff, que fin de semana!

Yo – ya se termina putita, podrás volver a tu vida normal dentro de un rato

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Como siempre se agradecen comentarios y votos para saber como voy.

skype luckmmm1000

luckm@hotmail.es

 

Relato erótico: “El sustituto” (POR ALEX BLAME)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Cuando llegó al mostrador y preguntó por ella, Marina no pudo evitar un suspiro de alivio. Su Sin título1compañero Juan tenía la espalda hecha un ocho y se pasaba más tiempo de baja que trabajando, así que las había pasado de todos los colores con los sustitutos, pero al ver a Tito, tan sonriente como siempre, no pudo evitar un suspiro de alivio.

—¡Hola a todos! ¡Acaba de llegar el prostituto! —dijo Tito a grito pelado haciendo que todos los presentes levantasen la cabeza de sus papeles.

Todo el mundo conocía a Tito. Era uno de los más veteranos y más experimentados de los trabajadores que mandaba la ETT con la que solían trabajar. Conocía la forma de trabajar de la empresa y era un tipo eficiente y trabajador, tanto que el director había dado órdenes a recursos humanos de no hacerle una oferta para un contrato fijo porque le interesaba tener un tipo como él, siempre a mano para una emergencia.

Marina se acercó a él y sonriendo le dio dos besos, sin dejar de apreciar que el muy cabrón estaba como siempre.

Tito era un hombre alto y delgado, con una boca amplia y siempre sonriente y unos ojos color miel enmarcados en unas pestañas largas, rizadas y oscuras que hacían su mirada irresistible.

Tras el saludo y las preguntas de rigor Marina recogió sus cosas, le pasó a Tito el maletín de trabajo y le guio hacia el garaje. Tenían trabajo y no tenían tiempo que perder. Como siempre Tito, sin hacer preguntas, colocó el maletín en el asiento de atrás y se puso tras el volante.

Marina se puso cómoda y le dio las primeras indicaciones. La empresa para la que trabajaban se dedicaba a la topografía en toda la península así que parte del trabajo consistía en pasar largas horas al volante, así que tener un compañero divertido y que no le importase conducir era una gran ventaja.

El trabajo de aquel día no era nada del otro mundo, tenían que medir un par de fincas para corregir errores en el catastro y así poder solventar un largo litigio familiar, pero las fincas en cuestión estaban en el quinto pino y tardaron más de dos horas en llegar al lugar. Afortunadamente encontraron un abuelete paseando por las cercanías que les indicó el sitio exacto y no tuvieron que pasar la mañana dando vueltas de un lado a otro como pollos sin cabeza.

Ante la mirada divertida de Tito, Marina se caló su aparatoso sombrero de paja y salió del coche. Eran solo las once y media de la mañana y el sol ya calcinaba aquel secarral a conciencia. Mientras Marina comenzaba a sudar bajo su vestido safari, Tito cogió uno de los aparatos haciendo bromas sobre las personas capaces de llegar a un juicio por aquellos pequeños pedazos de tierra estéril y reseca y se dirigió al otro extremo de la finca.

Trabajaron rápido, Tito se movía ágilmente entre las rocas y los arbustos secos, sin apenas esfuerzo mientras Marina apuntaba las mediciones en el ordenador y se echaba capa tras capa de protector solar sobre los brazos y la cara para proteger su delicada piel.

A la una de la tarde ya habían terminado y Tito recogió el material mientras Marina bebía de un golpe casi media botella de agua mineral.

—Veo que sigue sentándote muy bien el calor —dijo Tito mientras observaba la pálida tez de Marina ruborizada por efecto del asfixiante calor.

—Muy gracioso, —respondió ella tirando el sombrero de paja en el asiento de atrás y conectando el climatizador del coche— odio este jodido sol.

Tito sonrió, pero la conocía y no siguió con la broma, sabía perfectamente el horror que sentía por el cáncer de piel. Tenía la piel muy clara, casi lechosa y recubierta de un millón de pecas. Su abuela había muerto a consecuencia de un melanoma y ella se sometía todos los años a una revisión completa. Ya le habían quitado más de un lunar sospechoso así que jamás se exponía a los rayos del sol.

Comieron en un restaurante de carretera un menú bastante escaso y volvieron rápidamente al coche deseando llegar a casa cuanto antes.

Con el estómago razonablemente lleno Marina se acurrucó en el asiento del acompañante y durmió durante un rato. Cuando despertó solo estaban a mitad de camino. Tito conducía con una permanente sonrisa en tu cara.

—No entiendo cómo puedes estar de tan buen humor. Si yo estuviese en tu lugar me estaría tirando de los pelos. —dijo ella desperezándose.

—Bueno, es cuestión del punto de vista. Para mí el trabajo es un medio no es un fin. No tengo deudas ni grandes gastos, así que aunque no trabaje más de ocho o nueve meses al año me llega de sobra y que no se entere el jefe pero incluso lo prefiero.

—¿Y no te aburres el resto del tiempo? ¿Qué hiciste en el 2010 cuando estuvimos casi un año sin llamarte?

—Viajar, leer, visitar a los amigos y la familia, escribir…

—¿Escribes? —le interrumpió Marina curiosa.

—Sí, en realidad es lo que más me gusta y mi mejor antídoto cuando estoy aburrido o bajo de moral.

—¿Y qué tipo de cosas escribes? No te puedo imaginar sentado formal en una mesa escribiendo aplicadamente como si fueses Ken Follett.

—La verdad es que soy más como Mark Twain me llevo el portátil a la cama.

—¿Has publicado algo?

—No en el sentido que entiendes por publicar… los cuelgo en internet.

—Aun no me has dicho que tipo de cosas escribes. —le volvió a interrumpir Marina.

—No te rías pero escribo relatos eróticos.

—¿Tú? —preguntó Marina sorprendida— No te creo, ¿Por qué relatos eróticos?

—Por dos razones, primero porque me gusta y segundo porque los relatos eróticos tienen muchos más lectores en internet.

—Ah, entiendo. ¿Puedo leer algo tuyo?

—No sé… —respondió Tito haciéndose el interesante.

—Mejor, invéntate una historia conmigo como protagonista, algo fuerte, estilo Cincuenta Sombras de Grey. —le pidió Marina mordiéndose el labio excitada.

—Vale, lo haré, pero con una condición, cuando termine el cuento me tienes que dar tus bragas.

—Pides mucho, pero está bien, trato hecho.

—Bien, por donde empezamos… Ah sí.

Marina siempre estaba pensando, nunca podía dejar de pensar, ese era su defecto. Cada vez que conocía a un hombre por el que se sentía atraída empezaba a preguntarse cosas, a imaginarse tonterías y a buscar defectos en él. Hasta que llegó él con su impecable traje hecho a medida y su abrigo de pelo de camello, dispuesto a revolucionar toda su vida.

Aquella mujer llamó inmediatamente su atención no era muy alta, pero tenía una espesa melena negra y una tez tan fina y pálida que casi parecía transparente. Sus labios gruesos, pintados de rojo se curvaron en una dulce sonrisa mientras le daba la bienvenida al bufete.

—Hola, buenas tardes. Tengo cita con Fraser Goodman.

—¡Ah sí! Usted debe ser Noel Fisherman. Sígame por favor, Fraser le está esperando.

Noel asintió y dejó que la mujer se adelantase observando su trasero rotundo apretado por una falda de tweed y unas piernas esbeltas realzadas por unos interminables tacones.

Marina guio al desconocido por distintos pasillos sintiendo los ojos clavados en su culo. Sin poder evitar exhibirse, comenzó a cruzar ligeramente las piernas para contonear sus caderas mientras recitaba la típica información sobre el bufete que le daba a todos los nuevos clientes.

Le dejó en el despacho de Fraser y se volvió a la recepción sintiéndose una buscona. No sabía qué era lo que aquel hombre había desatado en ella pero no le gustaba nada. Como siempre que conocía a alguien que le gustaba comenzó a pensar, pero esta vez todos sus pensamientos se ahogaban e interrumpían en esa mandíbula cuadrada, esa sonrisa cruel y esos ojos color miel.

—Vaya, ya veo, ojos color miel… —dijo Marina.

Tito sonrió pero no replicó y continuó con su historia:

Veinte minutos después consiguió librarse de la apabullante sensación de haber estado en la proximidad de aquel hombre y pudo enfrascarse en el trabajo hasta la hora de cerrar. Justo antes de las ocho Fraser le llamó desde su despacho diciéndole que tardaría cinco minutos más en irse y que ya se encargaba él de cerrar. Contenta por poder quitarse los tacones al fin pero a la vez un poco decepcionada por no poder haber vuelto a ver al nuevo cliente, se enfundo las Nike y un ligero abrigo de punto y abandonó el bufete.

El sol se había puesto hacía un par de horas y la nieve azotó su cara haciéndole parpadear incómoda. Apretando el ligero abrigo contra su cuerpo se dirigió paso ligero a la boca del metro, deseando llegar a casa y darse un lago baño caliente.

Al llegar al andén pudo comprobar que su tren acababa de salir. Frustrada se sentó en un banco y armándose de paciencia se dispuso a esperar el siguiente convoy.

Veinte minutos después llegó el tren. No iba muy lleno, pero no había asientos libres, así que se agarró a la barra más cercana.

El tren cerró sus puertas y se puso en marcha. Marina se agarró a la barra para no caer y trató de ponerse cómoda cuando una presencia a su espalda le sorprendió. Sin atreverse a darse la vuelta se agarró a la barra deseando que el desconocido pasase de largo y cerró los ojos. Un intenso olor a perfume caro invadió sus fosas nasales recordándole a…

—Vaya que casualidad. —dijo Noel con una sonrisa.

—Ya le digo —respondió Marina—Pensé que todas las personas que se pueden permitir contratar los servicios de nuestro bufete se desplazaban en limusina.

—A veces lo hago, pero soy un tipo responsable, me gusta el transporte público, nunca sabes que te puedes encontrar. —replicó Noel poniendo su mano en la barra por encima de la cabeza de Marina y abrumándola con el aroma de su perfume.

Encogiéndose de hombros se dio la vuelta esperando que el hombre la acosase con la típica palabrería, pero simplemente se quedó a su espalda dominándola con su presencia. Marina se agarró a la barra mientras sentía el cálido aliento del hombre rozar su oreja y se maldijo por haberse quitado los tacones.

El convoy frenó con brusquedad al llegar a una nueva parada y Marina se agarró a la barra con fuerza. En ese momento el desconocido se dejó llevar por la inercia lo justo para que Marina sintiese su cuerpo firme y cálido. La mujer no pudo evitar responder al contacto con un ligero temblor.

Cuando el tren arrancó de nuevo Marina se dio la vuelta buscando aquellos ojos color miel, pero solo encontró el vacio. Buscó al hombre y lo vio mirando hacia ella desde el andén mientras el tren se alejaba.

Llegó a casa con una inexplicable sensación de hastío. Hurgó en el bolsillo del abrigo buscando las llaves y sus manos tropezaron con algo que no debía estar allí. Sorprendida saco una tarjeta de visita.

Noel Fisherman, Fisherman Corporation, consejero delegado, decía la tarjeta. Marina le dio la vuelta a la tarjeta y pudo ver que había algo escrito a bolígrafo, con una elegante letra, sin ningún signo de haber sido escrita apresuradamente:

Mañana, hotel Hilton, habitación 233, doce y media, si llegas un minuto tarde me habré ido.

Marina le dio la vuelta a la tarjeta sorprendida y sintió como un escalofrío de emoción recorría su cuerpo. Por un segundo se le pasó por la cabeza acudir, pero enseguida la lógica se impuso. No conocía a ese hombre de nada. Ni siquiera sabía por qué había acudido al bufete. Podía ser un asesino en serie un ladrón de bancos o un pervertido…

Con esos pensamientos rondándole en la mente se desnudó y se sirvió una copa de vino mientras preparaba el baño.

Seguramente le había seguido hasta el metro y había aprovechado el frenazo del convoy para meterle la tarjeta en el bolsillo del abrigo. Eso había sido demasiado —pensó Marina mientras se acariciaba el cuerpo con la esponja— ¿Quién se creía que era?

Salió de la bañera y con la toalla envolviéndole el cuerpo se calentó algo de cenar, intentó saborear la pizza, pero un inexplicable nerviosismo la invadía y se lo impedía.

Además ¿Qué pretendía citándola en una habitación de hotel? ¿Acaso creía que se iba a presentar indefensa ante un desconocido que bien podía violarla o incluso algo peor?

Intentó ver la televisión un rato pero se pasó todo el rato cambiando de canal, la tele de los viernes era una mierda.

Porque después de todo ¿Qué tenía aquel hombre? Sí, era atractivo, tenía que reconocerlo y parecía un tipo sumamente educado, pero había en su mirada algo oscuro y retorcido.

Cuando se dio cuenta tenía la mano apoyada en su pubis acariciándoselo con leves movimientos circulares. Tres minutos después estaba en la cama, revolviendo en el cajón de la mesita. Deshaciéndose de la toalla Marina cogió el consolador, su viejo compañero de soledad. Se lo metió en la boca sin dejar de acariciarse con la mano libre.

No, de ninguna manera iba a ir…

Abriendo las piernas se introdujo el dildo poco a poco mientras conectaba la función de vibración. Marina soltó un fuerte gemido al sentir el aparato vibrar en su interior y por primera vez se imaginó que era Noel el que estaba sobre ella follándosela a cara de perro.

Poco a poco la excitación fue creciendo, sentía como todo su cuerpo vibraba al ritmo del consolador cuando el aparato se apagó.

—¡Mierda! —gritó frustrada.

Ansiosa revolvió en el cajón de la mesilla buscando unas pilas sin éxito. Desesperada miró a su alrededor y con una sonrisa de triunfo se lanzó sobre el despertador destripándolo apresuradamente y sacándole las pilas para ponerlas en el vibrador.

Con un suspiro de satisfacción se acercó el aparato al sexo y recorrió la vulva con él. Todo su sexo se hinchó y palpitó placenteramente con el contacto. Tras unos segundos no pudo aguantar más y se metió el aparato profundamente el coño. Cerró los ojos disfrutando del intenso placer metiendo y sacando el vibrador de su sexo mientras se estrujaba los pechos con la mano libre gimiendo y jadeando como una perra en celo.

Rodando sobre la cama se puso a cuatro patas y mientras dejaba el dildo zumbando en su interior se palmeó el clítoris con fuerza imaginando que eran los huevos de Noel los que le golpeaban. Sintiéndose cada vez más excitada cogió el vibrador y poniéndolo a la máxima potencia se apuñaló salvajemente con él hasta que el orgasmo la obligó a arquear su cuerpo varias veces y caer derrotada sobre las sábanas en medio de fuertes gemidos.

Cuando los espasmos cesaron se estiró en la cama, insatisfecha a pesar de todo . Se le pasó por la cabeza volver a masturbarse, pero finalmente se rindió y reconoció que lo único que acabaría con su comezón sería acudir a la cita con el desconocido.

—No es justo, me estás poniendo como una salida.

—Lo siento, pero soy yo el que cuenta la historia. Si no te gusta siempre puedes poner la radio. —dijo Tito antes de continuar con la narración.

Despertó sobresaltada. Se había olvidado de poner las pilas de nuevo al despertador y eran casi las once y veinte. Teniendo en cuenta que necesitaría como mínimo treinta minutos para llegar al Hilton disponía de quince minutos para prepararse.

Salió de la cama de un salto y se dirigió al baño corriendo, sabiendo que solo tenía tiempo para lavarse la cara y orinar. Afortunadamente el no disponer de tiempo le ahorró una mañana de dudas ante el espejo. Se ajustó un conjunto de seda negro con portaligas y unas medias con una elegante costura en la parte trasera. Sin pararse a pensar se puso un cálido vestido de punto y un collar de plata y corrió al baño a maquillarse. Dos minutos después corría por el pasillo calzándose los tacones procurando no matarse en el intento.

Había parado de nevar, pero el ambiente seguía siendo extremadamente frío. Caminó con cuidado entre la nieve sucia y helada y llamó a un taxi que se estaba acercando. El taxi frenó a su lado y Marina entró con un suspiro de alivio. El conductor paquistaní le hizo un par de preguntas en pastún que Marina no se preocupó por entender limitándose a darle la dirección del hotel. El taxi comenzó a arrastrase en medio del congestionado tráfico del centro de la ciudad. Desesperada al ver como los minutos volaban sacó un billete de cincuenta pavos y agitándolo ante las narices del chofer le hizo entender que sería suyo si lograba llegar al hotel en menos de quince minutos.

A partir de ese momento el viaje se convirtió en una locura, como si hubiese sido poseído, el taxista le llevó por las calles atestadas a una velocidad endiablada cambiando de carril con brusquedad e incluso subiéndose en una ocasión a una acera para evitar un cruce congestionado.

Trece minutos después estaba ante las puertas del Hilton un poco mareada pero ilesa. Sin darse un respiro atravesó la recepción y se dirigió a los ascensores. Faltaban dos minutos cuando las puertas del ascensor se cerraron tras ella. Mientras le decía al ascensorista su destino Marina se recompuso su pelo y su ropa frente al espejo.

Con un leve carraspeo el ascensorista le insinuó que habían llegado. Salió al pasillo y llegó a la habitación 232 jadeante. Levantó la mano para llamar a la puerta pero descubrió que ya estaba abierta.

La empujó con suavidad y entró. La habitación estaba a oscuras y alargó la mano buscando el interruptor de la luz. En ese momento una mano la agarró por la muñeca y aparentemente sin esfuerzo se la puso a la espalda.

Asustada Marina intentó resistirse y salir de la habitación, pero la puerta se había cerrado e impotente notó como alguien la empujaba contra la pared y le ataba las muñecas a la espalda en la oscuridad.

Lo siguiente que se le ocurrió fue gritar pidiendo auxilio, pero el agresor con las manos libres le tapó la boca y le cubrió los ojos con un antifaz.

Marina se debatió durante un tiempo que le pareció interminable hasta que se dio cuenta de que toda resistencia era inútil.

Temblando de la cabeza a los pies Marina sintió a través del fino tejido de su vestido como unas manos exploraban su cuerpo. Tras unos segundos el desconocido que la retenía se acercó un poco más dejando que el tranquilizador aroma del perfume de Noel invadiera su nariz.

No hicieron falta más palabras y la emoción y el miedo se transformaron casi inmediatamente en excitación. Cuando un par de manos la cogieron por las muñecas y la arrastraron al centro de la habitación, ella se dejó hacer.

A continuación sintió como las manos de Noel acariciaban sus medias y resbalaban poco a poco hacia arriba recogiendo y levantando la falda de su vestido a su paso. Lentamente sintió como el hombre iba tirando hacia arriba de su vestido sacándoselo por la cabeza hasta dejarlo arrebujado en torno a su muñecas. De nuevo la presencia del hombre se diluyó y se sintió en ese momento más desnuda que nunca. Consciente de que su ropa interior casi transparente apenas cubría su intimidad.

En total oscuridad agudizó sus sentidos, no se oía ningún ruido aparte del apagado rumor del aire acondicionado que enviaba una suave brisa fresca sobre su cuerpo haciendo que se le pusiese la piel de gallina y sus pezones se erizasen.

Se mantuvo en pie, erguida con las manos a la espalda, esperando una voz o una orden que no llegaba.

Noel permanecía sentado en un sofá frente a la mujer, disfrutando, observándola como si fuese una obra de arte. Se fijo en su nariz pequeña, sus labios rojos perfectamente delineados y su pelo largo, negro y espeso derramarse por su cuello y sus hombros blancos y luminosos como la luz de la luna.

El cuerpo de Marina era rotundo, con unos pechos grandes que pugnaban por escapar del suave tejido del sujetador, un vientre liso, unas caderas anchas y unas piernas esbeltas pero un poco cortas que disimulaba con unos tacones de más de diez centímetros.

—Así que soy culona y paticorta. —dijo Marina cruzando los brazos sobre el pecho enfadada.

—También te comparo con una obra de arte… y lo digo sinceramente. —respondió Tito con una sonrisa—¿Por qué coños las mujeres siempre os quedáis con lo malo? Lo que hace bella a una mujer son sus imperfecciones, sobre todo si encajan tan bien en el conjunto como en ti.

—Continúa pelotero.

En silenció se incorporó y se acercó un poco más para poder observar la miríada de pecas y lunares que cubrían todo su cuerpo haciendo contraste con su piel extremadamente pálida. Noel no pudo contenerse más y rozó de nuevo la piel de sus costados bajando por su ombligo y terminando en su ingle acariciando la suave mata de pelo rizado que se adivinaba a través de la fina tela del tanga de Marina.

Marina no pudo evitar soltar un gemido, sentía la presencia de Noel más cerca que nunca y llevada por la excitación entreabrió los labios y ladeó un poco la cabeza invitándole a que la besara. La respuesta no tardó en llegar y notó como algo suave rozaba sus labios. Marina abrió la boca para recibir la lengua del hombre pero fueron tres dedos los que la exploraron profundamente hasta invadir su garganta.

Marina abrió los ojos bajó el antifaz sorprendida mientras trataba de contener las nauseas. Unos instantes después Noel los retiró un poco y Marina comenzó a chuparlos y lamerlos embadurnándolos con abundante saliva que rebosaba de su boca y caía entre sus pechos.

Noel apartó la mano y finalmente la besó. Marina respondió con abandono y se sobresaltó cuando los dedos húmedos de Noel se colaron bajo su tanga acariciando y penetrando su sexo húmedo e hinchado.

Llevada por su instinto comenzó a mover las caderas a la vez que forcejeaba con sus ligaduras. Deseaba colgarse de los hombros de aquel hombre, apretarse contra él, sentir su calidez, sentir su cuerpo envolviéndola.

Noel separó los labios de los suyos y comenzó a recorrer con ellos su cuerpo lamiendo y mordisqueando. Sin dejar de masturbarla bajó las copas del sujetador para poder besar sus pechos y mordisquear su pezones haciendo que el dolor y el placer se fusionasen aumentando su excitación.

Marina no se pudo contener más y soltó un largo gemido. En total silencio Noel se volvió a retirar. Marina desesperada hubiese alargado sus brazos, pero solo pudo dar unos pasos temblorosos en dirección al lugar donde creía que se había ido Noel.

Noel lo esperaba y se apartó en silenció. Cuando Marina pasó por su lado la agarró por la melena y tiró de ella violentamente hasta que la mujer tropezó contra un mueble que no llegó a distinguir. El hombre aprovechó el desconcierto de la mujer para empujar la cabeza de la joven contra la superficie del mueble obligándola a doblarse por la cintura.

Marina sintió la superficie pulida del mueble y el aroma del barniz y la madera vieja invadieron sus fosas nasales mientras Noel le arrancaba su tanga.

Noel no esperó más y la penetró a la vez que estrujaba su culo. Marina sintió como su coño se estremecía de placer mientras se dilataba para acoger el miembro grueso y caliente de su amante. Inconscientemente intentó mover los brazos para colocarse en una postura más cómoda sin darse cuenta de que aun estaba atada.

Ajeno a esto Noel la agarró por las caderas y comenzó a embestirla con movimientos rápidos y secos, penetrando profundamente y golpeando el clítoris de Marina con sus testículos y clavándole los muslos contra los bordes del mueble.

Marina recibía con un gemido cada vez más fuerte con cada nuevo empujón. Sentía como todo su cuerpo hervía de placer y deseo y no podía evitar mover las caderas acompañando las andanadas de Noel.

Estaba a punto de correrse cuando sintió como el hombre la cogía por el pelo levantándola en vilo y se corría en su interior de dos salvajes empujones.

La incómoda postura y el dolor de su cuero cabelludo no le impidieron a marina correrse al sentir el calor de la semilla de Noel inundando su coño. El hombre la mantuvo sujeta en la misma postura mientras los relámpagos de placer se extinguían y cuando creía que la iba a soltar dando por finalizada la sesión de sexo, la obligó a arrodillarse y le metió la polla en la boca.

Marina abrió la boca dócilmente y dejó que el miembro de Noel la invadiese aun recubierto por el semen y sus propios jugos orgásmicos. Sin capacidad para hacer otra cosa se limitó a chupar y lamer la polla de su amante respirando solo cuando él se lo permitía.

Tenía los ojos inundados de lágrimas y le dolía la mandíbula y la garganta de forzarlas para acoger el miembro del hombre, pero seguía sintiéndose tremendamente excitada.

Todavía atada Noel la obligó a levantarse y tras magrear su cuerpo indefenso con lujuria la empujó de nuevo. Durante un segundo se vio levantada en el aire y con alivio sintió un mullido colchón bajo su cuerpo.

Noel no estaba dispuesto a darle una tregua y enseguida sintió como su polla la perforaba de nuevo. Con la cabeza contra el colchón y el culo en pompa le agarró por las muñecas y empezó a penetrarla con fuerza. Marina disfrutaba tanto que ni siquiera se enteró cuando el dedo de él empezó a hurgar en su culo. Gemía y agitaba sus caderas como una loca. El sudor la cubría debido al esfuerzo escurriendo, goteando, haciéndole placenteras cosquillas.

Estaba a punto de correrse de nuevo cuando Noel se separó un instante para cogerse la polla y comenzar a presionar con ella la entrada de su ano. Marina gritó y contrajo el esfínter involuntariamente mientras luchaba inútilmente contra sus ligaduras. Noel no tuvo piedad y siguió presionando hasta que enterró la totalidad de su polla en el fondo de su culo.

Marina mordió las sabanas ahogando un grito de dolor. Todas sus entrañas palpitaban dolorosamente mientras su esfínter se contraía intentando expulsar aquel objeto grueso y ardiente que la asaltaba.

Tras unos dolorosos segundos notó como el brazo de Noel rodeaba su cintura y acariciaba su sexo mientras comenzaba a moverse con suavidad. Marina comenzó a respirar superficialmente lo que unido al placer que comenzaba a sentir de nuevo en su sexo le ayudó a soportar el dolor primero y a acentuar el oscuro placer que comenzaba a sentir en sus entrañas después. En cuestión de segundos el placer se intensificó hasta el punto que los quejidos se transformaron en gemidos y luego en gritos de placer descontrolado cuando se corrió de nuevo. Noel siguió aun empujando unos segundos más acariciando sus medias y sus muslos hasta que no aguanto más y separándose y dando la vuelta a Marina eyaculó sobre sus muslos.

Marina despertó un par de horas después aun atada y con el cuerpo pegajoso de sudor y fluidos, pero cuando abrió los ojos se dio cuenta de que ya no tenía puesto el antifaz y pudo ver el rostro de Noel tan perfecto como lo recordaba observarla sonriendo.

—Eres una mujer encantadora. —dijo él abriendo la boca por primera vez desde que había entrado en la suite y acariciando su pelo con ternura.

Marina no pudo evitar sentir una oleada de placer y agradecimiento y movió su cuerpo dolorido hacia su amante para besarle de nuevo…

—¿Qué tal? —preguntó Tito aunque por el silencio de su compañera ya sabía lo que sentía.

—¡Uff! Muy excitante, pero espero que no le hagas eso a tus amantes.

—En la realidad soy bastante más convencional.

Tito siguió conduciendo con aparente tranquilidad mientras Marina se revolvía incómoda en su asiento como si algo le picase.

Veinte minutos después entraban de nuevo en la ciudad. Como siempre que trabajaban juntos se dirigió a su casa para que luego Marina condujese hasta la suya, quedándose el coche de empresa.

Tito tuvo suerte y encontró un sitio para aparcar casi enfrente de su casa.

—Bueno mañana será otro día. Me encanta trabajar de nuevo contigo.—dijo ella abriendo la puerta.

—Creo que me debes algo.

—¡Ah! Sí. Claro. —respondió ella un poco avergonzada. ¿Si no te importa, podríamos hacerlo en tu casa? En plena calle me da un poco de corte.

—Por su puesto. Pasa. —dijo él abriendo la puerta.

El trayecto en el vetusto ascensor fue el más confuso e incómodo que Marina hizo en su vida. Estaba nerviosa y ansiosa, deseaba a Tito y a la vez se sentía en inferioridad de condiciones ante él, sin maquillaje y con un leve pero inconfundible olor a sudor tras un largo día de trabajo al sol y para colmo Tito parecía disfrutar de su incomodidad.

El ascensor terminó el trayecto y salió tras Tito camino de su apartamento sin poder evitar fijar la mirada en su trasero. Tras abrir la puerta la hizo pasar amablemente y se quedaron en el recibidor mirándose el uno al otro.

Deseando acabar con todo aquello allí mismo, se agachó y metiendo las manos bajo la falda de su vestido tiró de las bragas y las bajó lo más rápido que pudo. Las muy putas se enredaron con las sandalias y estuvo un par de segundos peleando con ellas hasta que consiguió quitárselas con un suspiro de alivio.

Intentando mantener un gesto digno las cogió en una mano y se las tendió a Tito notando como su cara ardía de vergüenza.

Tito las cogió el tanga húmedo y caliente de las manos de Marina y lo olfateó. Marina se ruborizó aun más consciente de el olor mezcla de sudor y sexo que despedían. Tito aspiró el aroma un segundo más y dejando caer al suelo la prenda se abalanzó sobre ella besándola.

Quiso quejarse, sin sus tacones, el maquillaje y un vestido decente se sentía vulnerable, pero aquel hombre con sus labios y su lengua le impidieron decir nada y las manos avanzando por sus costados le hicieron olvidar todo lo demás.

Sin dejar de besarla e inundar su boca con el sabor del chicle de cereza que había estado mascando buena parte de la tarde, las manos de el subieron por su flanco hasta sus brazos inmovilizándoselos por encima de la cabeza.

Tras unos segundos los labios de Tito se despegaron y comenzaron a explorar su cuello y sus hombros hasta llegar a sus axilas. Marina intentó resistirse consciente de que estaban un poco sudadas, pero él sin hacerle daño le sujetó los brazos mientras las recorría con su lengua. Pronto la vergüenza empezó a dar paso a la excitación y no fue capaz de contener un gemido de satisfacción.

Acercándose un poco más el hombre la arrinconó contra la pared dominándola con su estatura y soltándole dos botones del vestido introdujo las manos entre sus piernas. Marina se puso rígida, pero no se lo impidió dejando que con sus dedos el hombre comprobase lo caliente que estaba. El contacto de los dedos con la raja de su sexo la incendió obligándola a soltar un nuevo gemido de placer. Todas las dudas y la vergüenza se evaporaron en un instante mientras se frotaba ansiosa contra esos dedos suaves y experimentados.

Tito se separó obligándola a volver al mundo real. Con una sonrisa tranquilizadora le cogió de la mano y la guio por el pequeño apartamento hasta la habitación. Era bastante grande comparada con el resto del apartamento y estaba decorada con muebles sencillos pero con mucho gusto. En el centro una gran cama cuadrada dominaba la estancia con un cabecero de ébano labrado con motivos tribales. A ambos lados había unas sencillas mesitas y en un lateral había un gran espejo que camuflaba la entrada a un vestidor.

Marina no pudo evitar echar un vistazo a su cara arrebolada y a su pelo enmarañado. Tito se acercó por detrás y le abrazó por la cintura soltando el cinturón y desabrochando el vestido dejándola desnuda salvo por el sujetador.

Observó con desasosiego la forma en que destacaba la blancura de su tez en comparación con el cuerpo potente y moreno de él. Parecía una estatua de alabastro, fría e inanimada. El hombre le besó el hombro y le quitó el sujetador dejándola totalmente desnuda. La contempló a través del espejo, recorriendo con sus dedos las finas venas azules de su vientre y sus pechos que se transparentaban a través de la pálida piel.

Con el deseo de toda una tarde acumulado Marina entrelazó las manos con las de él y se las llevó a la rala mata de pelo negro que cubría su pubis. Tito le dejó hacer y la acompañó en sus caricias mientras pegaba su cuerpo contra ella para que fuese consciente de su erección.

Unos instantes después se dio la vuelta y desnudó a Tito admirando su cuerpo duro, con los músculos definidos y la piel suave y morena. Acercó las manos a sus ingles y mirándole a los ojos acarició su polla grande y rosada haciendo que se irguiese totalmente al sentir el calor de las manos de Marina.

—Veo que también has tenido tiempo de hacer ejercicio. —dijo ella mientras él la cogía en brazos y la depositaba en la cama.

Marina se tumbó y abrió ligeramente las piernas, pero Tito se limitó a tumbarse a su lado y a acariciar su piel pecosa.

—Me encanta tu piel, es como mirar el firmamento.

—¿Ah sí? —preguntó ella escéptica.

—Me encanta buscar las constelaciones. —dijo arañando su piel.— Aquí está la osa mayor… y Hércules —dijo uniendo los lunares con los rastros rojos que dejaban sus uñas en la delicada piel de Marina.

—Que interesante. —dijo ella sintiendo rastros de fuego allí por donde pasaban las uñas de Tito.

—Además han servido durante siglos para orientar a los navegantes. Ves, si coges la cruz del sur —dijo haciendo dos nuevos arañazos en el vientre de Marina— y prolongas cuatro veces u eje mayor llegas a…

Marina sintió un sobresalto al sentir los labios de Tito sobre su sexo. Un calor abrasador se hizo dueño de su bajo vientre extendiéndose por todo su cuerpo en una oleada de placer. Marina abrió sus piernas abriendo su sexo enrojecido y tumefacto por el deseo. Dejando que la lengua de él repasase la raja de su sexo y acariciase su clítoris y la entrada de su coño cada vez más húmedo y anhelante.

Estaba a punto de gritarle que le follase de una puñetera vez cuando Tito se colocó encima y la penetró con movimientos lentos y profundos. La polla del hombre se abrió paso en su coño colmándole de placer. Marina gimió y apoyo las manos contra sus pectorales separándole lo justo para ver como aquel instrumento de placer entraba y salía de su cuerpo una y otra vez sin descanso.

El orgasmo llegó intenso, apresurado, casi doloroso después de que aquel hombre le hubiese estado haciendo el amor todo el día por todos los medios a su alcance. Tito acompañó los estremecimientos y agónicos jadeos de ella con movimientos lentos y circulares de su polla prolongando su placer.

Con las últimas oleadas de placer Tito la levantó y la puso de pie frente al espejo poniéndose de nuevo a sus espaldas. La cogió por las caderas y volvió a penetrarla de nuevo. Marina apoyó sus manos contra el espejo y separó las piernas mientras Tito la penetraba con fuerza obligándola a ponerse de puntillas para no perder contacto con el suelo.

En un minuto estaba gimiendo y jadeando, sorprendida de estar de nuevo excitada y avergonzándose de su avidez. Con un nuevo impulso la empujó contra el espejo. Marina se sintió aprisionada entre el frío del espejo y el calor de Tito que la follaba cada vez con más intensidad hincando los dedos en su culo y sus muslos.

Tito no pudo aguantar más y con un último empujón que la levantó en vilo descargó su leche ardiente dentro de ella. Tras unos segundos Marina se separó con el semen corriendo por el interior de sus muslos pero aun sedienta de sexo.

Cogiéndole la polla le obligó a sentarse en la cama y arrodillándose se la metió en la boca, chupándola y lamiéndola mientras él gemía y acariciaba su negra melena. Poco a poco la polla de Tito volvió a estar dura como una piedra. Con un último lametazo se incorporó y se sentó sobre él, restregando su sexo a la vez que le golpeaba la cara con los pechos.

Un segundo después tenía de nuevo el miembro de Tito dentro de ella. Abandonándose al placer se colgó de su cuello y comenzó a subir y bajar sus caderas tan rápido como podía disfrutando de la sensación de sentirse empalada por el miembro del hombre a la vez que él acariciaba su culo estrujaba sus pechos y los chupaba y mordisqueaba con fuerza.

La cabeza le daba vueltas cuando Tito la cogió en el aire y agarrándola por las caderas siguió penetrándola como un poseído hasta correrse de nuevo en su interior. Esta vez el calor de la semilla de su amante fue el detonante para un nuevo y brutal orgasmo. Paralizada por el placer sus brazos se soltaron del cuello de Tito dejando que su cuerpo se cayese hacia atrás mientras Tito, sujetándola por la cintura descargaba en su interior los últimos restos de su corrida.

Tras unos segundos se separaron y se tumbaron en la cama exhaustos. Dormitaron un buen rato abrazados hasta que Marina se levantó y comenzó a vestirse. Se sentía cansada y satisfecha pero a la vez no sabía que decir a aquel hombre.

Tito se despertó y poniendo las manos bajo la cabeza la observó vestirse con una sonrisa en los labios.

No sabía muy bien qué decir ni qué hacer, finalmente se puso las sandalias y se acercó para darle un beso rápido intentando ignorar la cara divertida de Tito.

—Mañana paso a buscarte a las siete y media.

—De acuerdo, pero no te olvides de que las bragas son mías. Ni se te ocurra llevártelas. —replicó Tito riendo.

FIN

 

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (15)” (POR ADRIANRELOAD)

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herederas3Acurrucados en el toldo, esperamos que la gente abandone las giradas, que el ruido se disipe y nos Sin título1diera a entender que no había moros en la costa. Adormecidos, casi acalambrados pero felices, nos prodigábamos besos y caricias sin imaginar lo que pasara después.

– Dany ya salieron todos creo, ya no escucho ruido…

– Si hay que salir mejor antes que cierren el coliseo y nos dejen encerrados…

Nos acicalamos como pudimos y salimos discretamente por la puerta debajo de la grada, entre juegos cariñosos, abrazos y besos… felices nos creíamos las únicas personas en el coliseo hasta que…

Escuchamos risas estruendosas a pocos metros nuestro, vi las luces prendidas de los camerinos… ¡Diablos… Había olvidado que después de los partidos, los jugadores iban a cambiarse, a recordar las incidencias del partido, gastarse bromas y exagerar las hazañas conseguidas… hasta que entre las risas y gritos escuchamos…

– Hey… y Dany donde esta?… nuestro arquero estrella que nos salvó… era la voz de Guillermo

– Ese desgraciado me las debe… era la voz, la voz, de Javier, maldita sea, nos jodimos.

Mire a Mili su rostro de placer y alegría pura se tornó pálido y asustado… congelada como estatua… reaccione lo más rápido que pude y le dije:

– Vete que me van a salir a buscar… no deben verte…

No reacciono, solo escuche a Guille decir:

– Creo q vi a Dany en las tribunas, espera q lo busco…

Al no ver reacción en Mili la tome de los hombros y la samaqueé…

– Vamos reacciona vete… vete caraj…

Solo así reacciono y empezó su huida, lenta con el ano adolorido, como escaldada… a la mierd… o la deje convaleciente después de romperle el culo o esta así por el susto, pero debe moverse más rápido… debí decirle q se meta debajo de las gradas, pero ya era muy tarde…

– Hey Dany… vente a celebrar con los chicos, vamos a reírnos a expensas de Javier…

– Ah…. Si… si… vamos… dije poniéndome frente a Guille para evitar que vea el penoso andar de Mili, pero no funciono…

– Oye… esa no es Mili?… pero q le paso q nada medio raro… y esa malla esta manchada…

Lo primero q haría cualquiera al ver a una chica como Mili en malla, seria verle el trasero, Guille no fue ajeno a eso… después de estar mucho rato bajo las gradas mi vista no era muy buena y no me había percatado que la malla de Mili estaba manchada con mi leche…

– Eso es… y el rostro de Guille cambio… tú estabas, luego no… Guille estaba deduciendo todo.

– Ah bueno, el chico este q molesta debajo de las gradas, lo fui a buscar y… le intentaba explicar

– Sí, pero ella desapareció… y ahora…

El rostro de Guille cambio entre serio y broma, por más amigos que éramos, obviamente hay ciertos códigos de grupo, mas sobre meterse con las enamoradas de los amigos… no sabía que tan cucufato pudiera ser Guille… yo me preparaba para lo peor, porque a pocos metros en el camerino estaba todo el equipo de Guille y el de Javier… se me venía un linchamiento terrible…

– A la mierd… no seas pendejo… te la tiraste?… jajaja… sentencio Guille

– Caraj… Cállate… q te van oír… le dije

Mili detuvo momentáneamente su andar, lo escucho… si él lo escucho, tal vez el resto en los camerinos también… diablos…

– Te dejo de molestar, pero me vas a contar todo… y vente rápido sino la gente sale…

– Ya está bien, pero regresa rápido antes q salgan… ahora te alcanzo… le dije,

Me di un rato para ir a fui a alcanzar a Mili, le preste una chompa para que se tape la vergonzosa mancha de mi leche en su malla, si Guille se dio cuenta a la distancia, cualquiera fuera del coliseo lo notaria…

– Que te dijo? Escuche que se reía y sentí que me miraba… pregunto asustada Mili.

– No nada, después te comento, solo cúbrete… no podemos salir juntos… voy a distraer a los chicos en el camerino, luego te llamo… le dije y volví presuroso para evitar q alguien más salga del camerino y nos vea juntos.

Ya en el camerino fui víctima de bromas pesadas, sobre todo de Javier, quería desquitarse a la mala conmigo por haber impedido su triunfo. Note q sus bromas intentaban provocarme para algo más, quizás que pierda la paciencia y agarrarnos a golpes, imagínense si así se ponía por un partido de futbol, que sería si se entera que le andaba rompiendo el orto a su enamorada, bueno ex… en realidad lo descubriría poco después…

El asunto es que no le prestaba mucha atención a lo que decía Javier o los demás, mi mente estaba más en Mili y sus curvas. Para mi suerte Guille calmaba las cosas cuando las bromas se ponían muy toscas, calmaba la situación, creo que quería hacer méritos para que le cuente todo…

Terminado el cotorreo en los camarines el buen Guille nos invitó a una de sus acostumbradas fiestas en su casa luego de los campeonatos las hacía para celebrar o simplemente para confraternizar. Guille tenía una casa enorme, llegue a creer que su viejo era narco… luego me arrepentiría de asistir.

Ya en mi casa agotado, me disponía a dormir cuando Mili me llama, le explique la situación… primer error, decirle la verdad a una mujer…

– Que le vas a contar?… dijo medio sorprendida y enfadada

– Guille ha sido mi amigo hace un tiempo y nunca conto mis cosas personales que le conferí, solo le contare lo mínimo para que no moleste, además conviene tenerlo de aliado ademas Javier tampoco es santo de su devoción… le dije calmandola.

– Pero no le diras que me la metes por ahí… verdad?… dijo medio pudorosa y avergonzada

– Jajaja… no pues, jamás le diría eso a nadie… eso es nuestro secreto… lo recuerdas?…

– Ok… mira que confío en ti… dijo risueña… y…. que harás mas tarde?…

Esta golosa ya quería otra salida pensé, y ahí fue que cometí el segundo error de sinceridad, le dije que iría a la fiesta de Guille, al no escuchar su voz, argumente que debía ir para guardar las apariencias, pero esa respuesta no fue de su agrado…

– Las fiestas de Guille son conocidas porque van las chicas más fáciles de la facultad y de los institutos cercanos… tú vas para guardar apariencias o vas de cacería?… sentencio molesta nuevamente.

– Wow… de donde salió todo eso?… contigo me basta y me sobra, después de lo de la mañana me exprimiste tanto que tengo suficiente para el fin de semana… le dije a manera de halago algo brusco pero sincero.

Sonrió y se disculpó por celarme, luego continúo la plática y en teoría todo estaba bien, nos veríamos al día siguiente. Pero mujer es mujer… a pesar de tener un cuerpo de infarto, vestirse coqueta, es decir, que podría tener el hombre que quisiera sin necesidad de sentir celos, más bien yo debería ser el que este en guardia… aun así no le gustaba la idea de verme con otras chicas…

Nunca hablamos de ser pareja… se estaría enamorando… de ser así… que sentía yo?… me gustaba y demás, sobre todo romperle el ojete… pero nunca pensé bien que seguiría… bueno esas cosas no se piensan, se sienten… y al parecer con todo el trajín no estaba seguro… dejaría las cosas fluir y ver qué pasa… mientras nadie entere (iluso yo, ya lo sabía Guille y luego …)…

Dormí unas horas, desperté repuesto aunque con molestias en las piernas por el partido, me aliste para la fiesta, no tenía muchos ánimos de ir, desperté con unos deseos de ver a Mili y poseerla de nuevo, cabalgarla de nuevo, ya era mi vicio… quizás este en la fiesta un rato y luego la busco, pensé y se me cumpliría como no me imagine.

Llegue poco más de las once a la fiesta y estaba armándose la rumba, como Mili sospechaba había chicos y chicas de cacería, mujeres con ropa muy sugerente… minifaldas, shorts ajustados, mallas, era para volverse loco… vi a Javier en una esquina con una tetona de gran escote (la succiona vergas pensé), mientras este entretenido sin molestarme, que le aproveche…

Hasta que me tomaron del hombro… era Guille, me ofreció una cerveza…

– Ahora si pendejo… cuéntamelo todo y exagera…. Me dijo Guille con sonrisa morbosa cómplice.

Le solté el rollo… le dije que a raíz de ese trabajo de grupo nos conocimos más y nos gustamos, una cosa llevo a la otra…. Que ella dejo a Javier por eso estaba empinchado en el partido, que ella vino a apoyarme con la malla como distracción, etc, etc.

– Pero te pasaste de pendejo, te la tiraste bajo las gradas con toda la gente arriba…. Jajaja…. Mis respetos… sin joderte mucho, ese culito esta para otras cosas… eres un suertudo.

– Algún día, pero ya me dio a entender que no le gusta eso… le dije mintiéndole, como cambiando de tema… pero el tema volvería al tapete en ese instante.

Apareció una rubia en un micro-short infartante, que para ser de piel clara tenía un trasero que nada tenía que envidiar a Mili… era Vanesa, una chica que tildaban de creída por tener padres acomodados (a diferencia de Guille q creían que su padre era narco), estaba en mi curso con Mili, pero rara vez socializaba con nosotros y era la primera vez que la veía vestida así… pero no fue la única que apareció…

Detrás de ella, con un vestido rojo corto (minifalda) pegado al cuerpo, dejando poco a la imaginación… era ella, si ella…. Que mierd… hacia Mili aquí en esas fachas, a todos los hombres de la fiesta se les fue los ojos con ambas: una rubia y una morocha… de cuando acá eran amigas?…. para que le dije que venía, le entraron los celos, por esa tontera nos íbamos a poner en vitrina…

– Uy te jodieron la cacería… vino tu señora… me dijo sonriendo en voz baja Guille.

Ambos monumentos de mujer se acercaron a nosotros, sorprendidos, sobre todo porque note que Vane se me pego, cosa que no le hizo mucha gracia a Mili, mientras de reojo veía a Javier al fondo que no sabía cómo deshacerse de su tetona para venir con nosotros y caerle a Mili seguramente.

Conversamos tonteras de los cursos y demás, hasta que Guille se ofreció a traer unos tragos y brillantemente se llevó a Vane para dejarme con Mili a conversar.

– Que haces acá?… nos vas a poner en evidencia… le increpe disimuladamente.

– No fue mi culpa, Vane me insistió… ella, esa regalona… dijo rabiando..

– Por qué dices eso…

– Hace un tiempo me estuvo preguntando… bueno… dijo algo avergonzada.

– Preguntando qué?…

– Me estuvo preguntando por ti pues… los hombres no se dan cuenta… eres un tonto…

Al ser las chicas más codiciadas de la facultad, no eran tan amigas pero conversaban y llevaron varias materias juntas así que algo de confianza había. Vane le había manifestado algún interés por mí, más aun luego de que forme grupo con Mili, más aun después del partido en que me vio participar.

Después que Mili me llamo, Vane llamo a su vez a Mili, y a la muy tonta se le escapo que yo venía a la fiesta de Guille, entonces Vane le dijo que era su oportunidad para insinuárseme. Eso despertó los celos furibundos de Mili que no le iba a dejar que Vane las cosas fáciles. Así que Mili decidió ponerse su ropa más provocativa para que no se me olvide que su trasero me tenía loco.

– Tonta… yo iba estar un rato aca para cumplir, luego te iba a buscar… le dije.

– En serio?… dijo mili sonriendo con brillo en sus ojos

– Pero ahora todo se malogro, no podemos irnos juntos…

– Es que no te iba a dejar con esa…

– Cuidado ahí vienen… dije viendo a Guille y Vane cerca.

– Bailamos?… dijo Vane decidida tomándome de la mano.

No me pude negar y obvio que los ojos de Mili cambiaron, con esa mirada casi calcina a Vane, a la que creo q no le gusto la cercanía con que hablaba con Mili, las mujeres no son de compartir.

No soy gran bailarín pero me muevo, y con lo adolorido después del partido estaba casi tan duro como Van damme, así que no se hagan ilusiones… Vane me conversaba, yo respondía cortes y bromeaba para salvar la situación, mientras veía que Mili tomo a Guille para bailar cerca de nosotros y ver qué pasaba…

Cuando pusieron una canción para bailar más pegados y acaramelados, ya le habia hecho señas a Guille para que se acerque y aprovechar en cambiar de parejas, obvio que un baile asi solo con Mili sino me negaría sus curvas buen tiempo….

Pero vamos, somos hombres y entre gitanos no nos vamos a engañar, dude…unos segundos pensé, y que tan malo sería que Mili me deje, no teníamos nada serio, termine con Viví por el trasero de Mili, pero no sabía que pasaría después, como dijo el taxista esas hembras no tienen dueño son coquetas… por otro lado Vanesa, una chica de buena familia, simpática sin mucha coquetería que me vuelva celoso, pero Vane dejaría que se la meta por el culo con la misma pasión que me deleitaba de Mili?…

Esos breves segundos de indecisión fueron aprovechados por otro… En hábil maniobra Javier dejo a la tetona con Guille y se le acerco a Mili, que no supo cómo escapar… mientras Vane me pegaba todas sus curvas y me abrazaba, Guille me miraba excusándose, Mili me quería matar y yo quería destrozar a Javier que borracho pugnaba por bajar sus manos por las curvas de Mili que lo mantenía a raya…

– Si quieres puedes bajar tus manos más… me decía al oído Vane, dándome permiso de explorar sus formas en la semioscuridad de la pista de baile, mientras yo hervía en celos de ver a Mili en brazos de Javier.

– Ah, no disculpa… no quiero que vean los demás y te tomen a mal… dije pretendiendo cuidar su imagen o reputación.

– Sabía que eras un caballero, por eso me gustas… te lo dije porque veo que Mili no tiene problemas en que Javier la toque…

– Qué?… dije disimulando mi furia y volteando a ver como Javier posaba sus manos en ese trasero que consideraba mis dominios.

Pensé que Mili más celosa de la cuenta por ver mi cercanía con Vane le permitió a Javier tocarla para desquitarse…pero en realidad fueron pocos segundos los que Javier tuvo su mano en las nalgas de Mili a la que vi forcejear por librarse… en mi rabia iba a intervenir y golpear a Javier, justo cuando Mili logra zafarse y le propina una estruendosa cachetada a Javier…

La fiesta se detuvo unos segundos, esa acción llamo la atención de todos, se detuvo el tiempo hasta que Mili al notar que todos la veían, salió huyendo y Javier enrojecido no sabía dónde esconderse… por momentos en su borrachera me pareció que hizo un ademan de devolverle el golpe, pero se contuvo…eso aproveche para acercarme con Guille y evitar que haga algo…

– Que paso?… le dijo Guille.

– La cague… me apresure… caraj… Dany tu eres su amigo, puedes hablar con Mili, dile que no se invéntale algo…. Decía nervioso Javier, mientras Guille lo llevaba con la tetona y Vane por un trago, y la fiesta retomaba su ritmo entre risas y cuchicheos.

Aproveche eso para salir raudo tras Mili, sentí una mirada, voltee y era Vane, se veía en sus ojos el reproche por dejado cuando se me ofrecía, ego de mujer herido y quizás sospechando de lo que pasaba con Mili… luego lo comprobaría.

La casa de Guille era grande, un sala amplia que daba a un jardín trasero donde hacía poco habían instalado una piscina, razón por la cual las fiestas se habían mudado del jardín delantero al jardín posterior con la piscina. Pero el jardín delantero amplio aún conservaba dos baños habilitados por las acostumbradas fiestas de Guille, sus padres no querían que hicieran un desastre en los baños de la casa, pero al hacerse las fiestas en la piscina, estos baños delanteros estaban casi siempre vacíos.

Tras buscar por toda la casa, sin encontrar a Mili, decidí pasar por estos baños, había una tenue luz en el baño de mujeres, dentro un sollozo. Sin pensarlo dos veces entre y era Mili… con el maquillaje corrido, estaba frente al espejo del lavabo, en vez de alegrarse por verme, enfureció…

– Eres un maldit… ya vi cómo se te pego esa loca… dijo dándome una bofetada, al parecer más que llorar por el manoseo de Javier y la vergüenza, lloraba de celos de verme con Vane.

– Que te pasa?… le dije tomando sus manos contra mi pecho para evitar otro golpe, mientras sentía su pecho henchido de rabia subir y bajar, esos melones que ya había visto desnudos antes saltando mientras la poseía.

– Nunca más me vas a tener… me dijo desafiante, quizás adivinando mis pensamientos.

– Ah sí?… tu eres mi mujer… le dije, mientras la tenía apretada contra el lavabo, bruscamente le di vuelta, recordando aquella vez que la penetre en el baño de la facultad…

– Que haces?… replico ella forcejeando por librarse.

– Sientes esto… le dije pasando todo mi bulto por entre sus nalgas, la corta y delgada minifalda no eran obstáculo.

– Uhmmm… la sentí resoplar cediendo pero no sería fácil…

– Ves?… tú me pones así… solo tu… le susurre al oído.

– Mentiroso… suéltame…

– Ahora veras lo que es bueno…. le dije, mientras con una mano apresaba sus dos manos contra el vidrio frente a nosotros, y con la otra mano le subía la corta minifalda roja y bajaba su ropa pequeña ropa interior del mismo color.

– Ni te atrevas que grito… vocifero, mientras yo liberaba mi verga endurecida, que quería venganza tras haber visto a Mili apachurrada por Javier.

– Grita entonces… la rete mientras mi verga escarbaba entre sus nalgas, y ella se movía como lombriz intentando evitar que la penetre, cualquiera que entrase al baño pensaría que era una violación.

– Déjate de estupideces Dany… no te vas a…. ahhh…

No termino su frase, vocifero al sentir que mi verga hacia diana en su vagina, que sorprendentemente estaba húmeda, no le di tiempo a reaccionar, ya tenía media de verga metida y mi ingle hacia presión contra el lavabo y sus carnosas nalgas… sus manos hicieron puños y cedieron, se agarró de los bordes del lavabo, su rostro mueca de dolor, arqueándose… no lo disfrutaba, lo sufría, luego bajo el rostro, solo veía una maraña de pelos…

– Eres una mierd…

– Ahora no vas a gritar… vas a gemir… le dije provocándola, e insertando a presión toda mi verga.

– Eso crees?… dijo desafiante, mientras yo empezaba a bombearla toscamente… ufff… uff carajo… auuu mierd…

– Deja de hablar que Tu conchita hace agua… le decía con ironía, mientras veía sus nalgas vibrar con mis embestidas, entre la maraña de pelos veía saltar sus senos…

Mis manos que habían apresado su cintura para que no huyera, rápidamente tomaron los bordes superiores del vestido rojo y lo tiraron para abajo mostrando su brasiere donde sus melones rebotaban…

– Ahhhh…. Exclamo sorprendida por el movimiento que hice, sin darle espacio a mayor reacción, desabroche su brasier y sus senos libres empezaron a retumbar a mi ritmo…

Ella embobada con una mueca de sorpresa, veía saltar sus senos, mientras que su espalda espontáneamente se había arqueado para recibir mejor mi verga que taladraba sin piedad su conchita… yo forcé más ese quiebre de espalda echando mi torso para atrás y tomando parte de su brasiere y de su traje como brida mientras la cabalgaba.

Hasta que Mili poco a poco fue levantando su rostro… sorprendida de como su cuerpo se había acomodado a esta bestial cogida que le estaba dando, viendo como sus senos se estremecían…

– Dannyyy… me estas violando!… uhmmm… gimió sorprendida, lo estaba disfrutando y su garganta no lo podía contener más, la habían sometido y la idea le alimentaba el morbo.

– Te lo mereces por dejar que ese insecto te toque… le recrimine aludiendo a Javier, mientras la tomaba ahora del cabello y la jalaba para atrás arqueándola más.

En ese momento en que la poseía salvajemente aproveche para terminar de someterla… un beso en el cuello, que la hizo estremecer de pies a cabeza….

– Eres un maldito… exclamo excitada,

Luego volteando más y busco mis labios, mientras me besaba y nuestras lenguas se unían en cálidos besos, sus manos apartaban mi cuerpo y tomaban mi verga, dirigiéndola a su ano…

– Hazlo… por favor… metemelaaa… prácticamente me imploro.

– Vas a gritar?… me atrevi a burlarme viendo su ansiedad.

– No solo voy a gemir lo prometo… pero clavame ya…. Ahhhh…

No la deje terminar, y le inserte bruscamente mi verga en el ano, tambaleo y me miro con los ojos y la boca bien abierta…

– Ayyyy…. Graciasss… decía con los ojos llorosos mientras empezaba a taladrarla…. Ohhh…. Uhmmm…

Empezaba a gemir como loca poseída, dirigía mis manos a sus senos para que los apretuje… de cuando en cuando la tomaba del pelo hacia atrás como si fuera montura y la cabalgaba sin piedad, parecía desfallecer, que el aire le faltaba… de aquella minifalda solo quedaban una banda arrugada en su cintura, con sus nalgas al aire y sus saltando…

– Ay… me partes…. Ahhhh…. Uhmmm… decía al tiempo que inclinaba el rostro contra el espejo, sus resoplidos empañaban el vidrio, con una mueca entre dolor y gozo…

Yo agarraba sus nalgas como asas, y le martillaba el culo con todas mis fuerzas, era fenomenal ver su estrecha cintura, sus carnosas nalgas, su piel bronceada, esa boquita carnosa y sus mejillas rosadas, sometida, disfrutando como una perra que la cojan por el ano….

– Ouuu… uhmm…. Gimió desfalleciente por última vez llegando a un descomunal orgasmo que hicieron temblar sus piernas mientras mi verga escupía ardiente semen en su palpitante ano.

Casi se desparrama frente al lavabo, se echó sobre el mueble, mi verga aun tiesa eran parte de su soporte, sus piernas arqueadas a duras penas la sostenían, así que puse mis manos sobre su cintura haciendo presión para abajo para que no se deslice. Con su cabeza contra el vidrio seguía disfrutando ese orgasmo contrayéndose con cada chorro nuevo de leche que mi pene descargaba…

Yo miraba mi rostro satisfecho y feliz, teniendo el culo más apetitoso de la facultad atorado y desfalleciente por mi causa, había vuelto a esta morena espectacular casi mi esclava anal. Ni el más experimentado de Javier había conseguido eso con todas sus mañas… pero el solo hecho de recordarlo fue casi una invocación…

Mientras Mili y yo disfrutábamos esos gratificantes momentos tras el orgasmo… escuchamos pasos sigilosos… unas risas… y su voz…

– Es por aca… decía, decía Javier a pocos metros del baño.

Mili giro el rostro desde abajo a verme asustada… se venía la noche.

Continuara

 

Relato erótico: “El Club II” (POR XELLA)

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Los días siguientes a la visita de Talía fueron una montaña rusa de emociones por parte de Lorena. Cada vez que recordaba aquella tarde su mente pasaba de la vergüenza, el pudor y el arrepentimiento, pero al final siempre se sobreponía el deseo y la excitación. ¿Cómo había podido dejarse llevar de aquella manera?

Estuvo un par de días dudando si debía seguir adelante con aquello, contemplando una y otra vez la tarjeta que le dio la chica, pero al final acabó llamando y concertando una cita para el día siguiente. Los nervios la atenazaban cuando aparcó frente a lo que era una discreta clínica estética, y en alrededor de dos horas después, salía de allí con su coño y su culo sin un sólo pelo. Notaba una sensación extraña en la zona, pues hacía ya mucho tiempo que la tenía descuidada, pero no tardó en acostumbrarse. Como Talía le había dicho, no tuvo que pagar nada.

Esa misma tarde se sorprendió a sí misma observándose frente al espejo, desnuda. Fijó su vista en su coño, completamente pelón. Cuando vivía su marido se lo depilaba, pero siempre se dejaba una pequeña tira de pelo. Lo que sí que no se había depilado nunca era el ano, no consideraba que tuviese tanto vello en la zona, pero al parecer en la clínica pensaban de otra manera. Se observó desde varios ángulos, y un escalofrío recorrió su espalda al pensar en la reacción de Talía cuando la viera.

A lo largo del día, se sorprendía a sí misma pensando en Talía, tanto recordando su encuentro como imaginándose como sería la siguiente vez que la viera… Eso sucedería ya dentro del Club, momento en el cual la joven sería su ama y ella no sería más que una… una esclava, Talía le había advertido que se tendría que comportar pero, ¿Hasta dónde estaría dispuesta a llegar?

Una mezcla de curiosidad y miedo a lo desconocido hacían que buceara por internet intentando conocer lo que le esperaba. Multitud de términos más o menos desconocidos aparecían en la pantalla de su ordenador: dominación, esclavitud, amos, BDSM, Pony Girl y más cosas que le había mostrado Talía. Comenzó a ver videos, a consultar foros temáticos… Y quedó realmente sorprendida de la gente que voluntariamente se ofrecía a tales cosas, los foros estaban llenos de esclavos/as buscando amo/as, ¿Tan satisfactorio era? No podía entender como la gente se prestaba a eso… Entonces a su mente acudía la imagen de ella misma inclinada sobre el sofá, mientras contaba los azotes que le propinaba una perfecta desconocida y se ponía roja de vergüenza y… de excitación.

Por descontado también buscó el PomumVetitum, pero no encontró absolutamente nada, simplemente alguna foto de la fachada y poco más.

Al día siguiente de su visita a la clínica encontró un sobre en su buzón. Se quedó paralizada al ver que era el mismo tipo de sobre que había encontrado en la habitación de su hija. El contenido era prácticamente el mismo, un folleto en el que indicaba que habría una fiesta el viernes día 3, una nota y… una pequeña carta de naipes. El naipe tenía el reverso negro, y en el anverso aparecía la Reina de Corazones… pero una Reina de Corazones atípica, deformada por la perversión. En vez del típico traje victoriano, esta “Reina” estaba desnuda, atada y amordazada. De sus pezones colgaban dos pequeños anillos unidos por una cadena dorada y en su mirada se reflejaba el placer que estaba sintiendo. Lorena se quedó mirando la carta embelesada, ¿Ese era el pase que tanto había esperado? ¿En el sobre que recibió Lucía habría otra carta igual? Sabía que la respuesta a las dos preguntas era sí, pero eso no hacía más que aumentar su nerviosismo…

Tenía en sus manos el punto de inflexión definitivo. Si aparecía el viernes en el PomumVetitum llevando aquél naipe, tendría acceso libre al local, donde quizás podría encontrar a su hija. Pero a cambio… A cambio no sabía la perversidad de las cosas que se vería obligada a hacer (¿Obligada? – Le espetaba su propia mente – ¡Ja!), recordaba las fotografías… cómo los esclavos estaban sometidos a los amos…

Cogió la nota y la leyó. Era breve y concisa, pero no dejaba lugar a dudas de lo que Talía esperaba de ella:

Me juego mi reputación haciéndote este favor, espero que no me decepciones.
Talía.

Los días volaron del calendario en un pestañeo y de repente era mediodía del viernes en la vida de Lorena. Las manos le sudaban, estaba algo pálida pero… no podía negar que estaba algo excitada. Realmente tenía ganas de ver a Talía, de asomarse a ese mundo misterioso y oculto… No tenía claro si deseaba encontrar allí a su hija por fin, o en cambio prefería que no estuviese, que su hija no hubiese pisado jamás ese Club, sabía que eso significaría que nuevamente no tendría nada, y que habría hecho todo eso en balde, pero…

Estuvo horas ante el armario, decidiendo qué ropa debía ponerse. Recordaba como en las fotos la mayoría de las esclavas iban desnudas, pero si podía evitarlo… Intentó buscar algo que resultase lo suficientemente sexy pero que no dejase demasiada carne al aire. Fue muy difícil. Hacía años que no compraba ese tipo de ropa, pero aún tenía un par de conjuntos de cuando su marido aún vivía. Le quedaban un poco justos (aunque se mantenía en buena forma, había cogido un par de kilitos), pero servirían. Se puso un conjunto de sujetador longline que llegaba hasta el abdomen y culotte de encaje negro, y encima se puso un vestido también negro, ajustado y con bastante escote. Suponía que el vestido se lo tendría que quitar, pero con ese conjunto no se sentía tan expuesta como con otros.

Se maquilló, se perfumó, se cubrió con un abrigo largo y bajó al coche. Aparcó en el mismo lugar que la otra vez, y no le pasó desapercibido que había más coches diseminados por la zona. Mientras caminaba hacia aquella puerta negra las piernas le temblaban, aunque no sería capaz de decir si el causante era el miedo o la excitación.

KnockKnock

Llamó a la puerta igual que la vez anterior. Esperó, temblando, con la perversa Reina de Corazones sujeta entre sus dedos. Le daba la impresión de que la carta la miraba, la juzgaba.

– Tú no eres distinta de mí. – Le decía.

Sacudió la cabeza para apartar esas ideas de su mente mientras un ruido metálico indicaba que la rendija de la puerta se estaba abriendo. Los mismos ojos aparecieron tras la rendija, la misma música apagada sonaba desde dentro del local.

– ¿En qué puedo ayudarla? – Preguntó la voz, igual que la vez anterior.

– H-hola… – Lorena balbuceaba – Tengo… tengo un… – No acabó la frase, simplemente alzó el naipe para que aquellos ojos lo vieran.

La rendija se cerró con su fuerte ruido metálico y los ojos desaparecieron.

– ¡No! – Gritó Lorena – ¡Tengo el pase! ¡Tengo el maldito pa…!

La puerta se abrió y Lorena se quedó muda de golpe. Ante ella apareció un enorme hombre vestido con un traje negro.

– Pase por favor – le dijo -. No hace falta que grite, ya he visto que tiene el pase -Lorena avanzó un par de pasos, disculpándose en voz baja y mirando al suelo. La puerta se cerró tras ella y todo se quedó a oscuras, la única luz era una pequeña lampara que que descansaba en una mesita pegada a la pared. Al lado de la lampara había un cenicero con un cigarro a la mitad, una revista y un pequeño aparato similar a un TPV, y al lado de la mesita una silla, el portero debía pasar el tiempo descansando allí mientras esperaba a que llegasen las visitas -. ¿Es su primera vez aquí? – Preguntó, aunque a Lorena le pareció que más que preguntar estaba afirmando.

– Si – Respondió, lacónicamente.

El portero extendió la mano y Lorena entendió que quería el pase, así que se lo dio. El hombre deslizó el pase por el TPV, que pitó con una lucecita verde y mostró algo por la pantalla.

– Siga de frente por el pasillo, no se preocupe, más adelante hay luces – Dijo, mientras señalaba un oscuro pasillo hacia la derecha -. Su camerino es el 157.

– De acuerdo, m-muchas gracias.

Lorena se alejó lentamente, echando la vista atrás mientras andaba. Se sintió un poco vacía cuando el portero se quedó con el pase que tanto le había costado conseguir. En unos pocos metros la luz de la mesita ya no le alumbraba, pero veía como unos metros delante había una pequeña luz en la pared, se acercó y pudo comprobar que la luz estaba sobre una puerta bajo el número 1. Unos metros más adelante estaba la número 2. ¿El camerino 157? Ese sitio debía ser enorme…

Siguió andando unos minutos, con la mano sobre la pared para guiarse, puesto que las luces de las puertas no alumbraban mucho. 101, 102, 103… los números desfilaban lentamente ante sus ojos.

157.

Aquí era. Una puerta de madera oscura exactamente igual a las otras 156 se encontraba ante ella, respiró hondo y giró el picaporte. Una habitación pequeña aparecía ante ella, iluminada con una lampara en el techo que titilaba ligeramente, parecía un vestuario, en una pared había un armario y en la de enfrente al armario un banco de madera. En la pared frente a ella había otra puerta con un timbre en un lateral. Una pequeña cajita descansaba sobre el banco, se acercó y la abrió, dentro había una nota, un collar negro de cuero con una argolla y una cadena. Recordó como en las fotos las esclavas llevaban esos collares como si fuesen perras y se estremeció al pensar que tendría que llevarlo ella. Leyó la nota.

Deja toda tu ropa en el armario y ponte lo que hay en la caja. Después pulsa el botón que hay al lado de la puerta y espera.
Talía.

Lentamente dejó la nota donde estaba mientras su mente pugnaba por seguir o abandonar, aunque era una lucha sin sentido, porque cuando se quiso dar cuenta estaba colgando el abrigo en el armario. Lentamente se deshizo del vestido y lo puso junto al abrigo y en un hueco destinado a ellos, dejó los zapatos.

Volvió hacia la caja, cogió el collar y se lo ajustó al cuello. Le sorprendió el suave tacto que tenía, así como lo cálido que era, esperaba notar el frío cuero en su cuello, pero tenía un pequeño forro por dentro. A continuación agarró la cadena, cerró los ojos unos segundos y después la enganchó al collar. La cadena si que estaba fría, le rozaba los pechos y el abdomen, y hacía que se encogiese ligeramente cuando eso sucedía.

Dio un par de pasos y se situó ante el timbre. Podía oir el latido de su corazón en sus oídos, sentirlo en sus venas. Notaba la cara y las orejas ardiendo de rubor, y una conocida picazón entre las piernas. Maldijo a su cuerpo, que parecía que iba por libre y reaccionaba a la situación que estaba viviendo de forma que escapaba a su control. Respiro una vez, dos veces.

– Hazlo por Lucía. – Se dijo en voz alta.

Y pulsó el timbre. Un pequeño CLIN casi imperceptible se oyó al otro lado de la puerta, espero unos segundos, y escuchó unos tacones que se acercaban, se puso tensa e impaciente, esperando ver a Talía. Por eso su sorpresa fue mayúscula cuando al abrirse a la puerta no fue ella la que apareció.

– ¡Ah! – Exclamó Lorena, tapándose ligeramente con los brazos.

La mujer que había al otro lado de la puerta era una chica joven, caucásica, con el pelo largo, liso y rubio en una coleta alta. Llevaba un maquillaje sobrio y sensual, en el que lo que más destacaba eran sus labios pintados de rojo. Sus ojos verdes miraban a Lorena de arriba a abajo de tal manera que ésta se sentía traspasada por ellos.

La vestimenta de la chica imponía, parecía una jockey, con los pantalones ajustados color carne, una blusa blanca abotonada y unas botas de tacón de cuero negro por encima de la rodilla. En una mano llevaba una carpeta, y en la otra una… ¿Fusta? Lorena dudó, pero al fijarse no había lugar a hacerlo, llevaba una fusta en la mano. No pudo evitar acordarse de las Pony Girl que vio en las fotos y se imaginó a la joven usando la fusta en alguna de ellas.

La chica sonreía.

– No hace falta que te tapes, perra – comentó mientras tocaba ligeramente los brazos de Lorena con la fusta, indicándole que los apartara. Volvió a mirar de arriba a abajo a la mujer, que no pudo evitar sentirse como ganado ante aquella imponente joven -. Por lo que veo es tu primera vez aquí… – la sonrisa se acentuó en aquellos rojos labios, lo que uniéndose a la manera de mirar que tenía, incomodó sobremanera a Lorena – Todavía tienes muchas cosas que aprender.

Entonces sujetó la fusta con la misma mano que la carpeta y con la mano libre cogió el extremo de la cadena de Lorena.

– Sígueme. – Ordenó, con un tono suave pero firme, mientras daba un pequeño tirón de la correa.

Lorena no pudo más que caminar sumisamente tras aquella joven.

– ¿D-Dónde vamos? – Preguntó, pero sólo obtuvo silencio por respuesta.

Mientras caminaba se dio cuenta de que la música que antes se oía apagada cada vez se oía con más intensidad, podía notar el tacto de sus pies con el frío suelo a cada paso que daba, así como escuchar el ligero tintineo que producía la cadena que colgaba de su cuello. ¿Estaba segura de que no estaba en un sueño? ¿De que no se iba a despertar y se encontraría en su cama, soñolienta? Deseaba que así fuese, su mente deseaba que así fuese, pero su cuerpo seguía reaccionando de manera ajena a ella, estaba cachonda, podía notar como la excitación crecía a cada paso que daba, ante la expectación de qué sería lo siguiente que se encontraría. No pudo evitar abrir la boca sorprendida cuando tras un giro de pasillo, se cruzaron con un hombre que llevaba de la cadena a dos esclavas, ambas completamente desnudas salvo, por supuesto, el collar. Ambas tenían la vista clavada en el suelo y no hablaban, sino que caminaban en perfecta armonía tras el hombre que las guiaba.

– Hola Elsa – saludó afablemente el hombre a la mujer que tiraba de la cadena de Lorena.

– Hola Javier, que son, ¿Las del señor Vergara? – Dijo mientras echaba un vistazo a la pareja de esclavas que llevaba el hombre.

– Si, quiere que las vayamos preparando para después, y la tuya, ¿es nueva?

– Recién salida del horno.

El tal Javier miró a Lorena de arriba a abajo, lo que hizo que la mujer agachara la cabeza y se sonrojara.

– Parece una buena perra – se situó a su lado y se detuvo, Elsa se paró también.

El hombre cogió a Lorena de la barbilla y la obligó a mirarla a los ojos. Javier era un hombre grande y con anchas espaldas. No le costó mucho volver la cara de la mujer.

– No pongas esa carita de miedo, vas a disfrutar mucho aquí. Todas lo hacéis.

Acabó su frase dando un fuerte azote en el culo de la mujer, que hizo que diera un pequeño respingo.

– Te dejo, Elsa, al señor Vergara no le gusta esperar.

Y diciendo esto dio un ligero tirón a las cadenas que portaba en la mano y continuó su marcha. Elsa se retrasó unos segundos, dejando al hombre que avanzara.

– Seguramente vuelvas a encontrarte con Javier esta noche, le vuelven loco las perras maduritas como tu – comentó sin siquiera mirar a Lorena -, concretamente romperles el culo.

El cuerpo de Lorena se tensó y apretó sus nalgas de forma inconsciente. ¿Romperle el culo? Sólo lo había intentado una vez ante la insistencia de su marido, y le dolió tanto que no volvió a hacerlo nunca.

– Vamos – dijo Elsa, y ante la pasividad de la esclava dio un tirón de la cadena -. Te obligaré a la fuerza si es lo que quieres.

Lorena comenzó a caminar, asustada. Aunque sabía perfectamente a lo que venía, había cosas que no se había llegado a plantear que tendría que hacer. Todavía no había asimilado completamente en la clase de lugar en el que había aceptado entrar por su propio pie y tenía la esperanza de que Talía le ayudara a evitar ciertas situaciones.

Aún no sabía lo equivocada que estaba.

Enfrascada en sus pensamientos estaba cuando el pasillo acabó y se encontró entrando en una enorme sala llena de gente. Era la sala que había visto en la mayoría de las fotos. Decenas de hombres y mujeres impecablemente vestidos conversaban entre ellos mientras tomaban alguna copa, entre ellos, las camareras se movían de un lado a otro cubiertas únicamente con el escueto delantal que había visto en las fotos. Tenían una habilidad sorprendente para aguantar estoicamente los sobeteos, pellizcos y azotes sin derramar ninguna copa y sosteniendo la bandeja. Y a parte de ellos…

A parte de ellos había multitud de esclavas y esclavos en la sala, aunque eran mucho más numerosas las primeras. Al igual que en las fotos, prácticamente todas estaban desnudas y esperaban pacientemente de pie o de rodillas al lado de los que suponía que eran sus amos, algunas se encontraban arrodilladas a los lados de la sala, mirando al suelo, Lorena suponía que esperando a que las reclamasen para algo, y otras se encontraban “siendo reclamadas”. Vio dos que estaban haciendo mamadas a un par de hombres trajeados, mientras estos degustaban una copa de vino. Una más estaba siendo penetrada a cuatro patas por otro esclavo, ante la mirada atenta de varios socios del Club, el esclavo agarraba a la chica del pelo, tirando de él cada vez que embestía. Los socios jaleaban a los esclavos como si fuese algún tipo de espectáculo. Realmente lo era…

– ¡Vamos! – Un nuevo tirón de cadena, esta vez más fuerte, la obligó a dar un paso adelante y casi la tira al suelo – No voy a permitir ni una tontería más – Espetó Elsa mientras soltaba un fustazo en el muslo de Lorena -. Si no haces caso a las órdenes lo harás a la fusta, ¡Anda! – Ordenó mientras daba otro fustazo al muslo contrario.

Lorena había gritado por el primer golpe, por el segundo comenzó a caminar frotándose la pierna. Se sentía pequeña, muy pequeña. Se fijó en que nadie la miraba, incluso después de los gritos de Elsa. No era más que otra esclava, ¿Por qué iban a fijarse en ella?

Elsa la llevaba hacia el grueso de la gente, comenzó a caminar entre ellos, saludando a algunos y parándose a conversar con otros. Lorena caminaba inmediatamente detrás de la chica, concentrada en no llevarse más golpes de fusta. Pudo ver a más esclavas ocupadas en complacer a sus dueños, una jovencita asiática tenía la cara enterrada entre las nalgas de una oronda mujer, que tenía su falda levantada y sus bragas en un tobillo. La mujer instaba a la esclava a “degustar su cena”.

Tras unos minutos de paseo entre la gente, Elsa llevó a Lorena ante Talía.

– Aquí la tiene, se ha ganado un par de fustazos por el camino. – Dijo, tendiéndole la correa a Talía.

La joven se encontraba hablando con un hombre y una mujer. Al lado de ellos había un esclavo, desnudo y con un dispositivo de castidad bloqueando su miembro. En ese momento todos salvo el esclavo se volvieron a mirar a Lorena.

– H-hola… – Dijo balbuceó Lorena, moviendo ligeramente la mano. Talía y sus acompañantes la miraron como el que ve a alguien haciendo algo fuera de lugar.

– Buen trabajo, Elsa – Dijo Talía, recogiendo la cadena -. Aunque parece que no puedo decir lo mismo de ti – Le dijo a Lorena.

– ¿Qué? – Contestó la mujer

– ¡No repliques a tu ama! – Gritó Elsa tras ella, golpeando el culo de Lorena con la fusta.

– ¿No te dije que te quitaras toda la ropa antes de venir? – Reprochó Talía

– Si, pero… Pensé que…

– ¿Pensaste? ¿Quién te ha dicho que debes pensar? ¡Lo único que tienes que hacer es obedecer! – Ahora sí que se giraban algunas cabezas a mirarles, Lorena agachó la cabeza, quería desaparecer, quería acabar ya con esa situación – ¡Vamos! ¿A qué esperas para quitarte esa ropa?

La mujer se desabrochó el sujetador con manos temblorosas y a continuación, con el mismo temblor, se quitó el culotte. Dejó las prendas allí mismo, en el suelo.

– Eso está mejor – Dijo Talía. Se acercó a Lorena y le dio un beso en la boca. La mujer dejó de temblar, al menos, ya no lo hacía por miedo, todas las malas sensaciones que estaba viviendo desde hacía unos minutos se esfumaron ante el contacto de la suave y húmeda boca de la joven. Talía llevó la mano a la entrepierna de Lorena y la acarició, notando como el coño de la mujer estaba empapado. – ¿Ves? Si obedeces todo irá mucho mejor – Sentenció. Lorena asintió aun temblorosa. – Elsa, ¿Podrías llevar estas prendas a su vestuario?

– Por supuesto – respondió Elsa -. Si me necesitan avísenme.

Y tras decir eso recogió la ropa interior de Lorena y se alejó de allí.

– Así que esta es tu nueva esclava, Talía – Comentó la mujer con la que estaba conversando

– Así es. Como podéis ver, todavía le falta avanzar en su adiestramiento – La joven lanzó una mirada de reproche a su esclava y ésta agachó la cabeza. – Por ser tu primer fallo, voy a ser magnánima – le dijo Talía – Voy a darte una oportunidad de librarte del castigo.

Lorena la miró asustada, ¿Iba a castigarla? ¿Allí? Recordó los azotes que recibió por desobedecer en su propio salón, el dolor de los mismos y la excitación que le produjo.

– Elena, ¿Podría usar a tu marido? – le preguntó a la mujer.

– Por supuesto – respondió ésta, curiosa.

Entonces Talía se acercó al hombre que estaba al lado de Elena, pero pasó de largo y agarró la correa del esclavo. Le guió con ella hasta situarle frente a Lorena, ¿Ese era su marido? Pero, ¿No era su esclavo? Lorena no entendía nada.

– ¿Cuánto tiempo llevas sin descargar tus pelotas, perro? – preguntó Talía al esclavo, mientras le acariciaba los testículos.

– Veintisiete días, señorita.

– Os propongo un juego – dijo la joven -, si Elena me permite liberar a su marido, por supuesto – la mujer hizo un gesto de asentimiento y tendió a Talía una pequeña llave -, gracias. Como decía, os propongo un juego. Mi esclava se merece un castigo por desobedecer, pero al ser su primera falta, vamos a sortear el castigo… aunque más que un sorteo, va a ser una competición. Si mi esclava pierde, será atada al cepo de la sala de castigo durante 30 minutos, durante los cuales recibirá 15 azotes – Lorena se tensó, ¿Cepo? ¿Sala de castigo? -. Como bien sabrás, 30 minutos es demasiado tiempo para 15 azotes, así que durante el tiempo restante estarás a merced de cualquiera que quiera hacer uso de ti – Lorena pensó que tenía que haber escuchado mal, ¿La iba a dejar a merced de lo que quisieran hacer con ella? ¿Dónde se había metido? La cabeza le daba vueltas -. En cambio, si es este esclavo el que es derrotado, ocupará su lugar. ¿Te parece bien, Elena?

– Perfecto – Elena se giró hacia el otro hombre -, ¿Te parece bien, amor? Y mientras el cornudo está en el cepo podrías enseñarle como un buen macho se folla a su mujer…

El hombre asintió mientras le daba una palmada en el culo a Elena, arrancando unas risitas de la mujer.

– De acuerdo entonces – dijo Talía, sellando el trato -. ¿Cómo determinaremos el ganador? Os preguntaréis. Muy fácil, mi esclava deberá hacer que este perro se corra en menos de 5 minutos – miró a Lorena, que la miraba a su vez, asustada -. Si sabes usar tu boquita tan bien en un hombre como en una mujer no te debería costar mucho, además, este esclavo lleva 27 días enjaulado.

Le tiró la llave a Lorena que, ante la sorpresa, no consiguió cogerla.

– ¡Tiempo! – Gritó Talía, mirando su reloj.

¿Qué? ¿Así de repente? Lorena miró al hombre, que le devolvió una mirada nerviosa, se sentía como si aquella situación fuera ajena a la realidad, ¿Cómo iba a ser real? ¿Cómo iba a estar ella desnuda delante de todos aquellos extraños? ¿Cómo iba ella a…a…?

– Tic tac tic tac – apremiaba Talía.

Lorena volvió en sí, tenía que actuar rápido, así que se agachó, recogió la llave y avanzó de rodillas hasta su contrincante. Se quedó parada unos segundos ante la situación que tenía ante ella, ¿Iba a hacer lo que le estaban pidiendo? No quería chuparle la polla a aquel hombre, pero no quería ser castigada… Creía poder soportar los azotes, pero la mera idea de estar en el cepo 30 minutos… Se acordó de Javier, el hombre que gustaba de “romperle el culo” a las maduritas, ¿Y si se la encontraba allí? Se estremeció.

Agarró el aparato de castidad buscando donde poner la llave y lo encontró tras unos segundos. Un breve forcejeo y la polla del esclavo quedó colgando frente a ella. El hombre cerró los ojos, Lorena supuso que intentando concentrarse en aguantar, y entonces le agarró el miembro con la mano derecha. No tardó más de unos segundos en ponerse duro como una piedra. La mujer comenzó a masturbarle, intentando hacer movimientos profundos y constantes, le llegaba el olor característico de la polla que tenía delante. Hacía mucho tiempo que no tenía un pene entre sus manos.

– ¡Tres minutos! – Gritó Talía

– ¡Cómo pierdas vas a saber lo que es bueno! – Arengó Elena a su esclavo.

¡Tres minutos! ¡Y bajando! La polla del hombre estaba tensa y dura, Lorena podía notar perfectamente todas las venas de aquel miembro, y tuvo la certeza de que así no ganaría nunca. Respiró hondo, se tragó su orgullo, su dignidad (¿Aún le quedaba?) y a continuación, se tragó la polla de su rival.

La engulló todo lo que le daba de si la garganta, la sacaba, le daba lametones en el glande y volvía a tragar. Los gritos ahogados del esclavo le indicaban que iba por buen camino, que no tardaría mucho en correrse, pero ¿Sería suficiente?

– ¡Un minuto!

El tiempo casi se había acabado, Lorena tenía que actuar ya si quería librarse del castigo. Se sacó la polla de la boca, cogió aire y comenzó a lamer los huevos del hombre, los lamía, los chupaba, se los metía en la boca, jugaba con ellos. Mientras tanto, su mano derecha masturbaba frenéticamente al esclavo. Los gemidos del hombre se hicieron más audibles, comenzó a temblar, los gemidos se convirtieron en gruñidos.

– ¡Veinticinco! ¡Veinticuatro!

Lo iba a conseguir, tenía que conseguirlo. Dejó los testículos y se introdujo el glande en la boca mientras seguía, masturbando al hombre. Hacía círculos con la lengua, chupaba, succionaba… Notaba la polla palpitar.

– ¡Diez! ¡Nueve!

El hombre gruñía, se movía, intentaba apartarse de ella.

– ¡Seis! ¡Cinco!

Vamos, vamos, ¡Tenía que hacerlo! ¡Se le acababa el tiempo!

– ¡Tres! ¡Dos!

– ¡NoooooAaaggghhhh! – El grito del hombre precedió a un auténtico tsunami de semen que inundó la boca de Lorena.

– ¡No! ¡Joder! – parecía que a Elena no le gustaba perder – ¡Puto imbécil! ¡No vales ni pare que te la chupen!

Lorena mientras tanto comenzó a toser, se estaba atragantando. Borbotones de lefa salían todavía de la polla y le llenaban la cara y el pelo mientras, al toser, caía todo lo que había en su boca sobre su barbilla y sus tetas. Era espesa, muy espesa, se notaba el largo tiempo que había estado sin correrse. Lorena no pudo evitar haber tragado parte de la corrida, aunque la mayor parte estaba sobre ella.

– Parece que tenemos ganadora – Dijo Talía tocando el hombro de Lorena. Ésta levantó la mano, triunfal. Realmente estaba contenta de haber ganado, eso significaba que se iba a librar del cepo.

Elena parecía que no hacía caso de lo que decía Talía, estaba demasiado ocupada gritando a su marido.

– Te vas a enterar, te voy a enseñar a no volverme a dejar en mal lugar – decía mientras tiraba de la cadena de su esclavo.

Talía les miraba alejarse, ni siquiera se despidieron. Se giró a mirar a su esclava, arrodillada y cubierta de semen, con la cara roja del atragantamiento.

– Levántate – Le ordenó. Lorena lo hizo de inmediato -. Lo has hecho bien, apuesto a que hacía mucho que no te comías una polla con tantas ganas.

Lorena enrojeció y agachó la mirada. Entonces preguntó.

– ¿Ibas a…? ¿Ibas a castigarme de verdad? – Miró a la joven, esperando un atisbo de camaradería al que agarrarse.

– Por supuesto. Ya te dije lo que estabas aceptando al venir aquí, y lo aceptaste libremente – Se acercó a Lorena y comenzó a acariciar su cara con el dedo -. En estos momentos eres mi esclava a todos los efectos – comenzó a recoger el semen de la cara de la mujer con el dedo -, y no voy a permitir que mis esclavas desobedezcan – Llevó todo el semen que estaba recogiendo con el dedo hasta la boca de Lorena y la obligó a tragarlo. La mujer no rechistó -. Has llegado muy lejos para encontrar a tu hija, no es momento de estropearlo ahora. Lo único que puedes hacer es abrir bien los ojos, dejarte llevar y disfrutar – Sacó el dedo de la boca de Lorena y se lo metió en el coño, la mujer cerró los ojos y suspiró -, y no puedes negarme que estás disfrutando…

Era verdad, Lorena no podía negarlo. Su cuerpo funcionaba a expensas de su cerebro, y pese a sus reticencias morales, estar en el lugar de una esclava la tenía en un estado de constante excitación.

– Estoy asustada… – Confesó a la que era su ama.

– Lógico. Pero mientras no hables si no eres preguntada, y no desobedezcas las órdenes directas, todo irá bien – Lorena la miró, se acordó de Javier el “rompeculos” y pensó si de verdad todo iría bien… -. Y ahora basta de charla, hemos tenido un momento de asueto, pero en adelante no te podrás dirigir a tu ama tan abiertamente, ¿Entendido?

– Si – Contestó Lorena.

– Si, ama – Corrigió Talía.

– Si, ama – Respondió la esclava.

Talía sonrió, satisfecha, entonces comenzó a guiarla entre la multitud. Sujetaba el extremo de su cadena pero no le hacía falta tirar, puesto que Lorena avanzaba sumisamente tras ella. La joven iba saludando a sus conocidos, a algunos brevemente y con otros mantenía una pequeña conversación.

Nadie se fijaba en Lorena abiertamente, pero mientras caminaban, o mientras esperaba pacientemente a que su ama acabara de conversar, varias manos se detuvieron a acariciar su culo, a darle algún azote o un ligero pellizco. La mujer se sobresaltó con el primer contacto, pero al ver la mirada de advertencia en los ojos de Talía supo que no tenía derecho a protestar, así que intentó hacer como si no estuviera pasando nada.

Lorena todavía notaba en su boca el regusto salado del semen, así como también sentía los chorretones cada vez más fríos que tenía sobre los pechos, quería limpiarse, pero sabía que sin una orden expresa de su ama…

– …ésta misma noche? – la voz de Talía la sacó de sus pensamientos, sonaba entusiasmada.

Se habían parado y estaba conversando con un hombre mayor, tendría más de 70 años. Junto al hombre había dos esclavas arrodilladas, ambas tenían el pelo recogido en dos coletas y una mordaza en la boca, llevaban muñequeras de peluche de colores chillones y las piernas recogidas en una especie de funda de cuero, del mismo color que las muñequeras, que las obligaba a caminar directamente sobre las rodillas. De los culos de las esclavas sobresalían unas colas similares a las de un perro que se mecían ligeramente con cada movimiento de las chicas. La boca de Lorena se abrió de par en par al reconocerlas como las esclavas que se había cruzado en los pasillos. Las jóvenes se movían como si de verdad se tratara de dos perras, se rascaban la cara con la muñeca, frotaban su cabeza contra la pierna de su amo reclamando caricias…

– Sí, hacía mucho que no había ninguna – Contestó el hombre mientras acariciaba la cabeza a la perra que tenía más próxima – ¿Vas a ir? No se si la encontrarás allí, pero seguro que Tania está, y ella sabrá algo.

Lorena se quedó mirando al hombre, ¿De qué estaban hablando? Se sentía estúpida, ¿Por qué no había prestado atención a la conversación? ¿A dónde iban a ir? ¿Estaban hablando de Lucía? ¿De Zulema?

– Si, estaré por allí, sabes que me encantan esas carreras – contestó Talía -. Lorena – dijo, dirigiéndose a su esclava -, no veo a ninguna camarera por aquí, así que tráenos un par de copas de champán, hacía mucho que no veía a Francisco y quiero celebrarlo.

La mujer se tensó, no tenía ni idea de dónde podía conseguir las bebidas, pero tampoco quería dejar en mal lugar a su ama otra vez.

– Si, ama. – Respondió apresurada, se dio la vuelta y se alejó de ellos.

– Pero… – Francisco Vergara se quedó mirando a la madura mujer mientras se alejaba – ¿A dónde va? El bar está por el otro lado – comentó con una sonrisa.

– Perdónala, Francisco, es su primer día y aún no conoce el lugar.

————————————————————–

Lorena comenzó a caminar sin rumbo entre la gente, buscando una barra, una camarera, o algo similar. La ponía nerviosa ir sola, sin la compañía de Talía. Se sentía desprotegida. Los manoseos que antes había sido capaz de obviar, la hacían sentir ahora como un cervatillo desvalido en medio de una manada de lobos. ¿Qué haría si alguien intentaba ir más allá? Y lo peor de todo, ¿Cómo reaccionaría la gente si se resistía?

Llegó a un extremo de la sala que tenía un ambiente más íntimo que el resto de la zona, colgaban largas cortinas del techo y las luces eran más bajas. Tras las cortinas, en la pared, había una hilera de puertas cerradas separadas unas de otras por varios metros, sin seguir ninguna distancia común. Suponía que no encontraría un bar tras ninguna de aquellas puertas, pero sentía curiosidad… en esa zona estaba ella sola, y ahora tenía ocasión de fisgar un poco…

Se acercó a una de las puertas y agarró el pomo, la cadena que colgaba de su cuello tintineó al rozar levemente el mismo, respiró hondo y lo giró lentamente.

Clic.

La puerta se abrió sin resistencia, observó un poco tras el quicio, sin abrir demasiado, y se encontró una sala oscura en la que no había nadie. Lentamente la abrió un poco más, con la seguridad de que no había nadie en ella. Atravesó la puerta y se encontró lo que perfectamente podría ser una sala de tortura, la piel se le erizó y un escalofrío recorrió su espalda. En el centro de la sala había varios artilugios para sujetar a los esclavos, un cepo, un potro, y varias cadenas con grilletes en el suelo y colgando del techo. Las paredes también estaban llenas de cadenas y grilletes… y de los elementos de tortura. Látigos, fustas, mordazas, agujas, pinchos, varas, esposas, arneses… una suerte de equipamiento completo para el goce y disfrute de los amos, y la desdicha y sufrimiento de los esclavos.

Salió de la sala y cerró la puerta tras ella, iba a seguir buscando las bebidas, pero se quedó mirando la siguiente puerta… ¿Estaría equipada de la misma manera? Caminó dubitativa hacia ella y repitió la operación de la puerta anterior, con una salvedad: la sala estaba ocupada.

Entornó rápidamente la puerta, temiendo ser descubierta, y aguardó unos segundos. Se oían gritos y gemidos desde dentro de la habitación, pero no lograba distinguir lo que decían, abrió un poco más la puerta, lo suficiente para simplemente ojear el interior.

– ¡No! ¡Vales! ¡Ni! ¡Para! ¡Que! ¡Te! ¡La! ¡Chupen!

Lorena se quedó pasmada. Era la amiga de Talía con su marido/esclavo y su compañero. El pobre esclavo tenía las manos y la cabeza atrapadas en un cepo y era obligado a chupar la polla del compañero de su mujer, mientras tanto, Elena estaba situada detrás de su marido y ataviada con una enorme polla de plástico sujeta en un arnés. Cada palabra que gritaba era acompañada de una violenta embestida con la que penetraba el culo de su marido.

– ¡Así! ¡Aprenderás! ¡A! ¡No! ¡Dejarme! ¡En! ¡Ridículo!

De vez en cuando azotaba el culo del hombre con una pala de madera.

A un lado de la habitación había un par de mujeres y un hombre mirando y comentando el espectáculo, por cómo iban vestidos (o mejor dicho, simplemente por ir vestidos) estaba claro que eran otros miembros del club que, o bien les gusta mirar, o esperaban su turno para participar en el castigo.

Lorena se llevó la mano a las tetas, tocando el semen ya casi seco que tenía aún, perfectamente podría haber sido ella la que estuviese presa en ese cepo, mientras su ama la follaba violentamente recriminándole la derrota, castigándola por haber desobedecido. Mientras acariciaba sus pechos, sus dedos se detuvieron en sus pezones, arrancándola un pequeño gemido, los tenía duros como una piedra ¿Se estaba poniendo cachonda?.

No – se dijo -. Es por el frío – pensó -, voy desnuda y tengo frío – pero sabía perfectamente que en aquel lugar no hacía nada de frío.

Cerró la puerta con suavidad, dejando tras ella aquella escena de perversión. Miró a su derecha y observó la siguiente puerta, ¿Estaría también ocupada? Se mordió el labio inferior pensando si acercarse o no mientras su mano seguía jugueteando con uno de sus pezones y, sin darse apenas cuenta ya estaba frente a la siguiente puerta.

La abrió un poco y comprobó que también estaba ocupada, del interior de esta sala surgían varios sonidos mezclados. Por un lado había un ligero ruido de máquinas, suave y constante, similar a cómo suena un aire acondicionado, pero algo más fuerte y vibrante. Por otro, se escuchaban gemidos y ¿Mugidos? ¿Cencerros? Abrió un poco más la puerta para ver lo que estaba generando esos sonidos y apartó la mano de sus tetas para poder taparse la boca y evitar ser descubierta, porque de la impresión un grito había acudido a su garganta.

¿Qué coño estaba pasando allí dentro?

La sala era muy grande, más que las dos anteriores, y estaba bastante iluminada. En el centro de la habitación, un hombre joven y fornido paseaba vestido con unos jeans, unas botas de vaquero y un sombrero de también de vaquero. Iba sin camiseta, mostrando al aire su tonificado cuerpo, y llevaba en la mano una especie de vara negra. Se paseaba de un lado a otro de la sala vigilando lo que hizo que Lorena se hubiese sorprendido tanto…

A lo largo de las paredes de la sala había varias máquinas, al menos 5 en cada lado, y en cada una de las máquinas, salvo en una, había una mujer. Cada mujer estaba desnuda, salvo por algunos trozos de tela blancos y negros, simulando la piel de vaca, que cubrían sus muslos o sus tripas, también tenían unos estúpidos cuernecitos puestos en la cabeza y, en vez de llevar una cadena enganchada a sus collares, llevaban un pequeño cencerro. Las esclavas estaban en vilo, sujetas por brazos y piernas a las máquinas, y ligeramente inclinadas hacia delante. La posición hacía que sus tetas colgaran y se bambolearan obscenamente, aunque no colgaban libres, pues tenían una especie de tubos que se enganchaban a sus pezones por medio de unas grandes… ¿ventosas?.

No sabía si llamar a las máquinas aparatos de tortura, puesto que no se parecían en nada a las que había visto anteriormente, realmente no sabía cómo calificarlas, y lo que se pasaba por su cabeza que podían ser esas máquinas hacía que se pusiese a temblar. Parecían máquinas ordeñadoras, y seguramente lo fuesen.

Además de los tubos a sus pezones, las mujeres tenían más tubos y cables en el cuerpo, algunas tenían tubos que se insertaban en su boca a través de una mordaza, otras los tenían insertados a través de su coño o su culo, y algunas tenían más de uno. Los cables con sensores debían enviar información a unos pequeños monitores que había al lado de cada máquina, y era lo que el vaquero estaba comprobando.

Algunas de las mujeres gemían, sobre todo las que tenían los tubos insertados en sus coños o culos, se movían excitadas, lo que provocaba que sus cencerros repiqueteasen en la sala, recordando a un ambiente de granja. Otras mujeres mugían cual vaca, intentando llamar la atención del vaquero, que solamente paseaba de un lado a otro.

– ¿Qué tenemos aquí? – Una fuerte voz de hombre tras ella hizo que Lorena se sobresaltara, aunque no pudo hacer más, porque el dueño de la voz la agarró del pelo y la empujó dentro de la sala. – ¡Tenías una pequeña curiosa, Rob!

El vaquero que estaba en el centro de la sala se giró hacia ellos, algo sorprendido.

– Creía que Elsa me traería a la vaca que faltaba después de prepararla, no que la traerías tú. – Comentó el tal Rob.

– Si no la he traído yo, ha venido ella solita, pero parece que le daba vergüenza entrar. A lo mejor le daba vergüenza no llevar un cencerro como sus compañeras de ganado, pero eso se puede arreglar, ¿Verdad, putita?

El hombre la obligó a girar la cara mientras le preguntaba, y si Lorena ya estaba aterrorizada, no ayudó que el que la había descubierto era Javier, el “rompeculos”.

– Yo… yo… – Balbuceaba Lorena.

– ¡Pero qué tenemos aquí! – Exclamó Javier, mientras su cara se llenaba de felicidad – ¿A la nueva madurita del Club? No sabía que Talía te mandaría a las vaquerizas…

– ¡No! – gritó Lorena, temblorosa – ¡No me ha enviado aquí! ¡Me había enviado a por bebidas! – la mujer miraba nerviosamente a ambos hombres.

– Claro, y has venido aquí a por unos vasitos de leche – apostilló Javier, con sorna. Rob se reía de la ocurrencia de su compañero.

– ¡No sé dónde estaba el bar! ¡Sólo estaba…!

– ¡Calla! – Javier le dio una fuerte bofetada que la lanzó al centro de la sala – Estábamos esperando una nueva vaca y ya la tenemos, no hay más que hablar.

Lorena intentó apartarse de los dos hombres arrastrándose, se alejó hasta chocar con una de las máquinas. Al chocar miró hacia arriba y vio las dos enormes tetas bamboleantes que tenía sobre ella, podía ver perfectamente como la máquina ordeñaba la leche a chorros. La dueña de las tetas gemía con la boca abierta mientras el cencerro de su cuello sonaba.

– ¿Estás segura de que quieres resistirte? – Le dijo Javier mientras se acercaba – Cuando te vi sabía que tenía que probar tu culito, pero no creí que pudiese hacerlo hoy.

La sola idea de ser sodomizada por aquél hombre la asustó casi más que la de ser una vaca más en ese pervertido establo. Se levantó como pudo y salió corriendo hacia la puerta sorteando a Javier, que no consiguió agarrarla. De algo debe servir no llevar ropa – pensó Lorena -, así les es más difícil agarrarme.

A punto estuvo de llegar a la puerta, tenía el pomo casi al alcance de la mano, y entonces sintió como si su cuello tuviese vida propia y de repente quisiese correr en dirección contraria a su cuerpo.

– ¡Aaaaah! – Gritó la mujer al caer violentamente sobre su espalda, ¿Qué había pasado? Ya casi estaba en la puerta…

Desde el suelo pudo ver como Javier estaba a su lado, sosteniendo la cadena que colgaba de su cuello. Parece que consiguió evitar que la cogiera, pero no pudo evitar que cogiera la correa.

– Parece que vamos a tener que domar a esta putita, hacía mucho que no participábamos en un buen rodeo, ¿Verdad, Rob? – El vaquero se situó al lado de Javier, sonriendo – Y no dudo que dentro de un rato la estaremos cabalgando…

Lorena intentó revolverse de nuevo, aunque sabía que era inútil puesto que Javier seguía sujetando la cadena, pero entonces Rob le tocó el abdomen con el extremo de la vara que portaba.

Un fuerte chispazo sacudió el cuerpo de la esclava, comenzando en el lugar que había tocado la vara, Lorena lanzó un desgarrador grito. ¿Qué había sido eso? Otro toque más, esta vez en un muslo y la mujer gritó y se retorció de nuevo.

– ¿Te gusta nuestro juguetito, puta? – Le preguntó el vaquero – Puedo seguir dándote chispazos toda la noche, te aseguro que no se le va a gastar la batería.

Javier se reía mientras se dirigía hacia la puerta, había soltado la cadena, debería pensar que ya no le haría falta. Cerró la puerta y echó la llave, que se colgó del cuello. Lorena comenzó a sollozar.

– No tengas miedo, si te portas bien y haces todo lo que te decimos no te haremos daño – decía Javier -. Rob, ¿Por qué no vamos preparando sus tetas? Así cuando acabemos de domarla ya estará preparada para ponerla en la ordeñadora.

¿Preparar sus tetas? ¿No esperarían que ella…?

– No, no, no ¡No! – Comenzó a gritar cuando vio que Rob se acercaba con una aguja y dos botecitos – ¿Qué es eso? ¡No me hagáis nada!

– Ssssshhh – Rob la mandó callar, mientras agitaba amenazadoramente la vara eléctrica. Lorena obedeció -. No creo que tengas leche en esas pedazo de tetas que tienes, ¿Verdad? – Lorena negó con la cabeza, hacía muchos años que había dejado de amamantar a Lucía – Pero eso es algo que podemos arreglar. Estate quieta y no te dolerá – Decía el hombre mientras pinchaba la aguja en uno de los botecitos y la llenaba con el líquido que contenía.

Se acercó a la mujer, que cerró los ojos asustaba, esperando y deseando desaparecer de allí y estar en cualquier otro lugar, ¿Quién la mandaría haber sido tan curiosa? Notó un ligero pinchazo en su teta derecha, y unos segundos después en su teta izquierda.

– Ya está, ¿Has visto? Si haces lo que te decimos no todo saldrá bien, ya verás cómo vas a disfrutar tanto de esto como todas estas zorras de aquí – Hizo un ademán con la mano, señalando al resto de esclavas de la sala. La verdad es que se las veía disfrutar, no se habían dejado de oír gemidos y jadeos desde que había entrado, incluso juraría que alguna había alcanzado el orgasmo.

– Pero… – comentó Javier, situándose al lado de Lorena -, todas las vacas de granja tienen que estar perfectamente domadas y domesticadas, y creo que tú eres un poco salvaje todavía… Ven aquí y arrodíllate – no le hizo falta gritar, ni levantar la voz, su tono era claramente una orden que Lorena sabía que no debía desobedecer.

La mujer se levantó.

– ¡De rodillas! – Grito Javier – Las vacas caminan a cuatro patas – apostilló, suavizando la voz.

Lorena se arrodilló de nuevo, y gateó hacia ellos.

Javier sonrió a Rob.

– Eso está mejor. ¿Sabes? Las vacas no sois las únicas que podéis dar leche – dijo Javier, desabrochándose los pantalones.

Rob le imitó, y en unos segundos Lorena tenía ante sí dos enormes pollas apuntando al techo. Sólo unas mamadas… No era lo peor que le podía pasar, total, todavía tenía las tetas llenas de leche de la última que había hecho…

Se acercó a Javier, agarró su polla y comenzó a masturbarla. Cerró los ojos, pensó que no tenía otra opción, que era la chupar o la vara… y chupar después… no creía que esos hombres la dejasen salir de allí fácilmente pero, si se portaba bien…

Se la introdujo en la boca y comenzó un movimiento de sube y baja, acompasando la mano y la cabeza. Javier tenía la polla más grande que el esclavo de Elena, también más grande que su marido, seguramente no sería capaz de tragársela mucho más de lo que estaba haciendo, así que intentaba disimular usando la mano.

– Uff… No está mal, zorra, aunque por la leche de tus tetas ya veo que no es la primera vez que lo haces – Lorena se sonrojó, incluso estando en aquella situación podía sentir vergüenza -, pero, ¿No crees que te olvidas de algo?

La esclava levantó la vista, sacándose la polla de la boca, y vio como Javier estaba señalando el miembro del vaquero. Rob, por su parte, comenzó a agitar su rabo ante la cara de Lorena que veía como se enfrentaba a una nueva situación, ¿chupar dos pollas a la vez? Se sentía una estúpida al haber pensado que esperarían ante ella en fila, como si estuviesen en la cola del supermercado esperando su turno, y que tendría que encargarse primero de uno y luego del otro. Miraba como la segunda polla se balanceaba ante ella, esperándola, mientras aún sostenía el miembro de Javier con la mano izquierda, intentó pensar fríamente y se autoconvenció de que si se la mamaba a los dos a la vez acabaría antes… y auto justificándose de esa manera agarró con su mano derecha la que sería la cuarta polla que se llevaría a la boca en su vida, tras la de su difunto marido, la del esclavo de Elena y la de Javier.

Tenía una polla en cada mano y llevó la de Rob a su boca, comenzando a lamer el glande mientras intentaba acompasar el movimiento de sus manos. Al principio le resultó difícil, y casi soltó una carcajada cuando recordó los típicos juegos de coordinación en los que tienes que hacer círculos en direcciones opuestas con cada brazo, ¿cómo podía querer reírse en una situación así?

Los hombres parecían disfrutar mientras Lorena intercalaba sus atenciones entre uno y otro, nunca había hecho algo como eso, pero sí que había visto hacerlo en alguna película porno. Su boca cambiaba de uno a otro mientras el movimiento de sus manos no se detenía. Comenzó a mover las caderas inconscientemente a medida que su cuerpo reaccionaba a la situación, el calor crecía desde lo más profundo de su ser y comenzó a jadear ligeramente mientras mamaba.

– Mira esta puta – dijo Rob -, tanto que se resistía y ahora lo está disfrutando.

– Pues claro que lo está disfrutando – dijo Javier -, todas estas esclavas lo disfrutan, a todas les gusta ser sometidas y humilladas, si no, no estarían aquí, todas vienen por su propio pie, lo que pasa es que a algunas les cuesta más que a otras reconocerlo, ¿Verdad?

Lorena lo pensó, ¿realmente había venido por su propio pie? Sólo lo había hecho para encontrar a Lucía, aunque nadie la había obligado y Talía le había explicado lo que se encontraría y lo que estaba aceptando al venir, pero… pero no pensaba sentirse así.

No pensaba que se pondría tan… cachonda. Si, cachonda. No podía negarlo. En una situación normal no había ninguna posibilidad de que se encontrase en la situación en la que estaba, pero una vez metida en ella su cuerpo reaccionaba contrariamente a lo que habría pensado, estaba caliente, muy caliente. Notaba sus pezones erizados y su coño chorreando, llevaba un rato moviendo sus muslos y su cintura para intentar luchar contra su excitación, pero eso no hacía más que aumentarla, había empezado a mamar como una manera fácil (la única manera en realidad) de salir de allí sin sufrir daños, pero ahora los estaba disfrutando.

Paladeaba cada pliegue, cada vena y cada rincón de aquellas dos pollas que tenía sólo para ella, olía su peculiar aroma, mezclado al de sus propias babas, las chupaba, las lamía, las besaba… las notaba palpitar entre sus manos.

– Parece que esta doma va a resultar más fácil de lo que creíamos… – Dijo Javier – ¿Quieres hacer los honores, Rob?

¿Honores? ¿De qué estaban hablando?

– Por supuesto – contestó el vaquero -, pero todavía le falta un detalle.

Rob se separó de ella y se acercó a una estantería de la sala, de donde cogió algo, a continuación se puso frente a Lorena y desenganchó la correa, enganchando en su lugar…

– ¿Un cencerro? – Exclamó la mujer, escuchando el aparato sonar mientras se movía, sobresaltada. Una fuerte bofetada por parte de Javier la lanzó al suelo, haciendo que el cencerro sonase todavía más.

– ¿Que esperabas que fuera? ¿Un collar de Swarovski? – Le dijo entre risas.

– Para ser una buena vaca tienes que sonar como tal – dijo Rob -. Y personalmente, me encanta oír el tolón tolón del cencerro mientras me follo a una esclava.

Los ojos de Lorena se abrieron de par en par, creía que con un par de mamadas quedarían satisfechos, aunque no podía negar que su cuerpo lo estaba pidiendo a gritos.

– Vamos zorra, ponte a cuatro patas, que te voy a cabalgar como te mereces – continuó el vaquero mientras él mismo se masturbaba.

– No, no, por favor, os la chuparé todo lo que queráis pero… – comenzó a suplicar, aunque Javier la cortó.

– Claro que nos la chuparás todo lo que queramos. Y también follarás todo lo que queramos, y si te pedimos que hagas el pino, lo harás hasta que se te caigan los brazos. Tienes tres segundos para ponerte como se te ha ordenado. ¡Tres!

Lorena se bloqueó, en ese momento fue más consciente que nunca de la situación en la que se encontraba, de que aquellos hombres harían lo que quisiesen con ella, y que no saldría de allí sin someterse a ellos.

– ¡Dos! – Gritó Javier, cogiendo la vara eléctrica que habían dejado apartada en un lado. Lorena gritó de miedo y se apresuró en hacer lo que ordenaban – ¡Uno! – Se colocó a cuatro patas delante de Javier y dándole mostrando su desnuda retaguardia a Rob – Eso está mejor, putita – dijo dejando nuevamente la vara a un lado -. Ahora dale un buen uso a esa boquita…

Javier se acercó nuevamente a ella y Lorena se comenzó a chupar, solicita. Unos instantes después notaba como Rob sobaba su culo y acariciaba su coño.

– No te lo pierdas Javier, ¡Está chorreando! – Gritó.

Acto seguido se arrodilló tras ella, y mientras con una mano separaba las nalgas de Lorena, con la otra guiaba su polla a la deseosa raja de la esclava. No lo hizo despacio, no lo hizo con cuidado. Pero tampoco importó. Lorena estaba tan cachonda que la polla de Rob entró hasta el gollete de una sola embestida.

– Uuummmmmm – Gimió Lorena mientras sus ojos se cerraban abandonándose a las sensaciones que la invadían. Hacía tanto tiempo que no notaba una polla entre sus piernas…

El vaquero sacaba la polla casi entera del sexo de la mujer, lentamente, disfrutando del abrazo caliente y húmedo que le proporcionaba, sólo para meterla otra vez de golpe, de un sólo empujón. El cencerro resonaba en la sala con cada embestida, al igual que los gemidos de Lorena, ahogados por la polla de Javier. La esclava intentaba seguir mamando la polla del hombre, pero estaba tan entregada a la polla de Rob que su mente no era capaz de centrarse en la de Javier.

El hombre, viendo que la mujer no le prestaba la atención que merecía, la agarró de los pelos de la nuca y le presionó la cabeza obligándola a tragarse la polla hasta el fondo.

– Si no eres capaz de atender a dos pollas a la vez, tendré que ocuparme yo de que lo hagas.

Y cuando acabó la frase comenzó a mover violentamente la cabeza de la mujer, follándose su boca con energía.

Lorena estaba extasiada, la polla de Rob la estaba volviendo loca y, contrariamente a lo que pudiera parecer, la polla de Javier también. Tenía dificultades para respirar, se estaba atragantando y su baba se derramaba por las comisuras de su boca, pero estaba disfrutando. Lo que la estaban haciendo, cómo la estaban tratando, la hacía sentirse como… como… como un juguete, un juguete sexual en manos de aquellos hombres, una marioneta sin posibilidad de acción, estaba completamente en sus manos y ella sólo tenía que dejarse hacer, sólo tenía que… someterse.

– Gggghhghghh – Lorena comenzó a gemir cuando Rob aceleró el ritmo.

El orgasmo se acercaba, lo sentía llegar por cada poro de su cuerpo, comenzó a mover las caderas al mismo ritmo del vaquero buscando que llegase más adentro, más al fondo, quería sentir cómo la partía en dos, como su cuerpo era atravesado por la polla de aquél hombre. Gritaba como podía, gemía, balbuceaba, sus ojos se pusieron en blanco y su cuerpo comenzó a temblar. Juntó las piernas intentando atrapar aquella barra de carne dentro de ella mientras los espasmos de placer la llevaban a una dimensión que no había experimentado nunca. Estuvo a punto de desmayarse, se quedó casi inerte entre aquellos dos hombres y, cuando creía que iba a perder el sentido, una nueva oleada tan o más fuerte que la anterior volvió a sacudirla.

¿Otro orgasmo? Nunca se había corrido más de una vez, y mucho menos de una manera tan intensa. Su coño palpitaba, el cencerro, que no había dejado de sonar en ningún momento, comenzó a resonar en su cabeza mucho más fuerte y claro que antes.

– Prepara ese coño, zorra, ¡Te lo voy a llenar de leche! – Gritó Rob, mientras con una última y fuerte embestida introdujo su polla hasta el fondo mientras se corría.

Ese fue el pistoletazo del segundo orgasmo de Lorena, que podía notar como era inundada por la caliente leche del vaquero.

Unos segundos después los tres se relajaron, aunque Javier no se había corrido aún. La polla de Rob colgaba flácida entre sus piernas y ante el coño abierto de Lorena. La mujer, por su parte estaba tendida con el culo en pompa y la cara pegada al suelo, jadeando y teniendo pequeños espasmos de placer de vez en cuando. Podía notar como el semen de Rob salía de su coño y resbalaba por sus muslos. No pensó ni por un segundo la posibilidad de quedarse embarazada, su mente no estaba en esos momentos para eso.

¿Cómo podía haber alcanzado tal placer? ¿Cómo es posible que nunca antes hubiese sentido nada parecido? Ella siempre había pensado que la vida sexual con su marido había sido buena, e incluso muy buena, había disfrutado mucho, pero esto… esto era otra cosa, era otro mundo…

Estaba escuchando a los hombres hablar tras ella, pero no prestaba atención a lo que decían. Notó como unas manos le sobaban el culo y le acariciaban el coño.

Claro, ahora me va a follar Javier – pensó.

Y efectivamente pudo notar como el hombre se arrodillaba tras ella. Al notar como se acercaba, Lorena echó sus caderas hacia atrás para facilitar la penetración.

– Mira, Rob, creía que iba a quejarse más, pero ¡esta puta está deseando que la rompa el culo!

¡¿Quéee!?

Lorena notó como, efectivamente, la polla de Javier intentaba perforar su ano en vez de su coño. Rápidamente la mujer se revolvió, agitando sus piernas para quitarse al hombre de encima y se lanzó hacia delante para alejarse de él.

– ¡No! – gritaba – ¡Eso no! ¡Por favor!

En un momento de lucidez, agarró la vara eléctrica que habían dejado a un lado y se agazapó tras las máquinas en las que las esclavas estaban siendo ordeñadas, desesperada. Javier y Rob no se habían movido del sitio, pero la cara de Javier mostraba una sádica sonrisa que no hizo más que asustar a la mujer.

– No creo que quieras obligarme a que vaya a por ti – decía Javier. Lorena temblaba tras las máquinas, pero no se movió, el miedo a ser sodomizada nublaba su juicio -. Está bien, parece que prefieres hacerlo difícil, más divertido para mí – Javier se acercaba, mientras Lorena blandía la vara entre ambos, amenazante -. Suelta eso…

Lorena negó con la cabeza.

– ¡Dejadme! ¡Abrid esa puerta! – La voz se le quebraba. Javier no dejaba de sonreír.

El hombre se acercaba con las manos en alto, mientras la mujer agitaba la vara ante ella. Javier estaba ya a un par de metros escasos y Lorena, arrinconada, se lanzó hacia él intentando alcanzarle con la punta de la vara, dando una estocada. En un rápido movimiento que Lorena no fue capaz ni de prever ni de evitar, Javier se apartó a un lado lo suficiente para que la estocada de la mujer pasase de largo, agarró la vara por el centro y tiró fuertemente de ella, haciendo que la esclava, que estaba agarrando la vara con todas sus fuerzas, saliese disparada de nuevo al centro de la habitación, de nuevo indefensa.

– ¡Aaaah! – Gritó Lorena cuando Javier la electrocutó.

Seguía gritando, chispazo tras chispazo, intentaba esquivarlos, apartarse o volver a agarrar la vara, pero no hacía más que recibir calambres una y otra vez. Javier se reía mientras castigaba a la rebelde mujer.

– ¿Quieres más? – decía mientras seguía torturando a la mujer.

– ¡No! ¡No! ¡Basta por favor!

Lorena lloraba de dolor y suplicaba clemencia.

– ¿Has visto como es mejor ser obediente y no rebelarte? – La esclava estaba en el suelo hecha un ovillo, sollozando – ¿Para qué ha servido tu intento de huir? No has hecho nada más que retrasar lo inevitable, y además te has llevado un castigo. ¿Vas a ser una buena esclava obediente a partir de ahora? – Lorena asentía, desesperada, con lágrimas en los ojos – No te oigo.

– S-Si…

– ¿Si, qué?

– Voy… voy a ser una buena esclava.

– ¿Vas a hacer todo lo que te digamos?

– Si… voy a hacer todo lo que me digáis.

– Perfecto, mucho mejor así. Ven aquí – Lorena se colocó ante Javier, como éste le exigía, arrodillada – Por tu reacción supongo que nunca te han follado el culo, ¿Es así?

Lorena asintió y agachó la mirada.

– ¡Contéstame cuando te hablo, joder! – Javier gritó con rabia, pero no movió ni un músculo.

– ¡No, no! ¡Perdón! Nunca… nunca me han…

– ¿Nunca te han qué…?

– Nunca me han follado el culo…

– Eres una mujer afortunada, vas a tener el honor de que sea mi polla la que penetre tu precioso culo por primera vez… Aunque como me has enfadado, no sé si quiero hacerlo… – Lorena le miró, sorprendida y esperanzada, pero cuando vio sus mirada se dio cuenta de que sólo quería humillarla más -, tendrás que convencerme…

La mujer no daba crédito, miraba al hombre incrédula, ¿De verdad pensaba que ella…? No, no podía hacerlo, no podía rebajarse tanto… Escuchó movimiento a su derecha y vio de reojo como Rob jugaba distraídamente con la vara, si no hacía lo que le pedían… Agachó la cabeza para ocultar las lágrimas que acudían a sus ojos, respiro hondo y pensó en lo que le dolía el cuerpo de las recientes descargas que había recibido. Volvió a mirar a Javier.

– ¿P-podrías…? – comenzó a decir, titubeando. Javier la miraba interesado – ¿Podrías hacer…? – No sabía cómo decirlo, ¿Cómo se le pedía eso a alguien de una manera decente? – ¿Podrías hacérmelo por detrás?

– ¿Hacértelo por detrás? No te entiendo bien… Verás, soy un poco corto de entendederas – decía Javier, socarrón -, y necesito que me digan las cosas claritas.

Lorena aguantó las lágrimas, se tragó lo que quedaba de su orgullo y dignidad, y dijo lo que ese cabrón quería oír.

– Por favor, ¿Me harías el honor de follarte mi precioso culo por primera vez? – la voz se le quebró mientras acababa la frase, pero se repuso y consiguió terminarla.

– ¡Vaya! ¿Y me lo pides así? ¿En la primera cita? Creía que eras una señora respetable, pero está claro que no eres más que una zorra – Rob se reía de los comentarios de Javier, Lorena, por su parte, se sentía humillada como nunca antes en su vida -. Está bien – sentenció el hombre -, voy a hacer lo que pides, ponte a cuatro patas y enséñame el bonito culo que voy a estrenar.

Lorena obedeció, sumisa, se dio la vuelta y se colocó como le pedía.

– Sepárate las nalgas, puta, quiero ver ese ojete bien abierto.

La esclava comenzó a llorar de impotencia, ¿Cuánto más la iba a humillar? ¿Es que nunca tenía suficiente? Apoyó la cara en el suelo y separó sus nalgas con las manos, exponiéndose tal y como aquellos hombres esperaban que lo hiciera, mostrándose como una puta esperando ser sodomizada, como una esclava sometiéndose a sus amos. Sintió una ráfaga de aire fresco recorrer su ano tan sólo unos momentos antes de notar como Javier, el “rompeculos” apoyaba la punta de su polla en su ojete.

– Dile hola a tu nuevo amigo, zorra – dijo el hombre.

Y tras esas palabras comenzó a penetrar lenta pero implacablemente el culo de Lorena. La mujer se quedó sin aire unos segundos, cada fibra de su ser estaba centrada en el enorme dolor que la taladraba, parecía como si una barra de acero al rojo vivo estuviese partiéndola en dos, estaba convencida de que no podría aguantar, que realmente su cuerpo se iba a desgarrar como una hoja de papel ante la presión de aquella enorme polla.

Javier había agarrado a la mujer de la cintura y estaba realizando unos movimientos de aclimatación, era un hombre experto en esas lides y sabía cómo follarse el culo de una primeriza. Disfrutó cuando el rosado ojete de la mujer se venció ante la presión de su glande, abriéndose para dejarle paso y cerrándose fuerte a continuación sobre él, como queriéndolo devorar entero. Le encantaba esa sensación. Estaba seguro de que la esclava esperaba que metiera su polla de golpe, estaba asustada y eso le encantaba, pero él sabía cómo hacerlo para no romper su juguete nuevo. Metía su polla unos centímetros y aguantaba unos segundos, después la sacaba lentamente y la volvía a introducir, esta vez uno o dos centímetros más que la vez anterior.

Lorena cada vez notaba la polla del hombre más profunda, ¿Hasta dónde iba a llegar? Su culo le ardía, aunque no tanto como había al principio, el dolor era intenso pero se había hecho soportable. Notaba como si su culo se cerrase sobre la barra de carne que la invadía, intentando atraparla dentro. Tras unos minutos notó como abdomen de Javier chocó contra su culo.

– ¿Has visto como no era para tanto? – Decía Javier – Ya tienes toda mi polla dentro de tu culo.

Lorena no respondió, estaba conteniendo la respiración. Se sentía llena, mucho más que cuando Rob la estaba follando por el coño y Javier por la boca, notaba que aquella enorme polla se le iba a salir por la boca, que iba a permanecer enganchada a ella una eternidad y lo que más la contrariaba es que no le habría importado…

Javier aguantó nuevamente unos momentos con su rabo completamente dentro del culo de Lorena, disfrutando. Podía notar como el esfínter de la mujer abrazaba su polla, y también como la mujer estaba asimilando el hecho de que tanto dolor pudiese traerle placer, había visto muchas veces esa reacción. Sacó completamente la polla y observó como el ojete de la esclava se mantenía abierto en forma de O. En ese momento Lorena se sintió vacía, completamente vacía, como si le hubieran quitado todo y estuviese tirada y desvalida.

Javier puso nuevamente la polla en aquel apetitoso agujero y comenzó a penetrar de manera suave pero constante, esta vez no se detuvo hasta que estaba completamente dentro, y una vez allí, comenzó un suave mete-saca.

Lorena notaba como la polla de Javier entraba y salía, el dolor casi había remitido y estaba empezando a sentir un ligero placer, pero no era un placer similar a cuando la habían penetrado por el coño, era… distinto… Era un placer indómito, salvaje, profundo… se sentía dominada. Sentía como cada parte de su ser pertenecía a aquella polla, como la doblegaba y la sometía. Por primera vez en aquella tarde, por primera vez en su vida, se sintió realmente una esclava, sintió realmente que su cuerpo y su mente no le pertenecía y que sólo existía para obedecer, para doblegarse ante sus amos.

Comenzó a jadear. Podía notar como su respiración se condensaba en el frío suelo en el que tenía apoyada la cara. Poco a poco los jadeos se convirtieron en gemidos y se hicieron cada vez más audibles. Javier, al escuchar la reacción de la mujer comenzó a aumentar el ritmo de la enculada, haciendo que a su vez los gemidos de la esclava aumentasen.

Lorena no se podía creer lo que estaba sintiendo, pero ya se había abandonado a sus sensaciones, sólo se dejaba llevar y disfrutaba del nuevo mundo de sensaciones que estaba sintiendo. Comenzó a sentir calor en el pecho y a ser extrañamente consciente de sus tetas. Las notaba mucho más sensibles que antes, era consciente sobremanera de cómo sus tetas se balanceaban ante cada embestida de Javier, y cómo ese movimiento hacía que sus pezones rozasen el suelo una y otra vez. Notaba sus tetas hinchadas pero extrañamente placenteras. Intentó bajar la mirada y vio sorprendida como unos pequeños chorros de leche brotaban de sus pezones, un hormigueo comenzó a recorrerla desde ellos y se expandió por todo su cuerpo.

Javier comenzó a gruñir, agarró a la esclava fuertemente de la cintura e hizo una última y potente penetración, corriéndose abundantemente dentro de la mujer, Lorena notó como el líquido caliente la invadía y como unos instantes después la polla de Javier salía de su abierto culo.

Lorena se quedó allí, en la misma posición en la que le habían ordenado colocarse hacía unos minutos (¿cuánto había durado? ¿Minutos? ¿Horas? ¿Años? No sabría decirlo), la cara pegada al suelo y el culo en pompa, sus manos separando todavía sus nalgas. La única diferencia era que su ojete ya no estaba cerrado y rosado, si no que estaba completamente abierto como si fuera un agujero negro en el centro de su culo, y totalmente enrojecido por la fricción.

No había llegado a correrse, pero el placer que le había producido esa práctica hasta ahora prohibida había sido más profundo y más intenso que cualquier otro placer que hubiera sentido, notaba como cada poro de su cuerpo supuraba de éxtasis. Escuchaba como los dos hombres conversaban entre ellos, le llegaban fragmentos sueltos de la conversación, pero no prestaba atención. Hablaban de como Javier la había sometido y de cómo al final lo había disfrutado, estaban alabando su culo y Lorena creyó escuchar que hablaban algo sobre chorros de leche. Rieron.

Notó como los hombres la levantaban por los hombros y la llevaban a la máquina vacía que había en la sala. Ella sólo se dejaba hacer, estaba derrengada. El cencerro sonaba por toda la habitación de nuevo.

Comenzaron a sujetar sus manos y piernas a la máquina y a ponerle los electrodos que la conectarían al ordenador, ¿De verdad no iba a reaccionar? Aunque, ¿Tenía sentido que lo hiciera? Estaba totalmente sometida.

En ese momento la puerta se abrió y apareció Elsa, acompañada de una esclava tras ella que iba ataviada con el cencerro, los cuernos y demás aparejos, tal y como estaban el resto de esclavas de la sala.

– Aquí traigo a la vaca que os faltaba… ¿Qué está pasando aquí? – Preguntó Elsa.

– ¿No era esta la esclava que teníamos que ordeñar? – Preguntó Rob.

– No… – contestó la mujer – Esta es… ¿No es la nueva esclava de Talía?

– Si – dijo Javier -. La encontramos fisgando donde no debía.

– Su ama la está buscando, lleva horas desaparecida.

¿Horas?

Los hombres comenzaron a desengancharla de la máquina.

– Espero que hayas aprendido cuál es tu lugar, zorra – dijo Javier, mientras la guiaba hasta Elsa -. Y si tu culito echa de menos a mi polla, ya sabes.

Lorena casi no podía andar, le dolía el culo, las piernas, la boca, el coño…

Elsa le quitó el cencerro y volvió a colocarle la cadena, tirando de ella la sacó de la sala.

– Así que eres una zorra curiosa… – Le dijo Elsa -. Seguro que Javier y Rob te han enseñado que la curiosidad mató al gato.

Mientras caminaba, chorros de semen caían por sus muslos procedentes de su coño y su culo y, para completar la estampa, gotitas de leche caían de sus pezones.

Se sentía como un trapo viejo, había aprendido a marchas forzadas lo que significaba ser una esclava, lo que había aceptado al entrar en aquél lugar. Todavía no era consciente de ello, pero en aquella sala algo había hecho CLICK en su cabeza.

Lorena seguía dócilmente a Elsa a través de la sala aunque le costaba caminar de una manera normal, le dolía el culo, el coño, las tetas, las piernas… Juraría que hasta le dolían las pestañas. Mientras caminaban la mujer podía observar cómo la sala estaba mucho más vacía que antes y también que la gente que quedaba ya no estaba hablando animadamente mientras se tomaban algo, se habían juntado en pequeños grupos que se entretenían teniendo sexo o humillando a sus esclavos. Pero ella atrajo completamente la atención de Lorena.

Allí estaba Talía.

Estaba sola, esperándoles. Los brazos cruzados sobre su pecho, la mirada severa y los labios juntos formando una pequeña línea indicaban que no estaba de buen humor. Lorena agachó la cabeza, sabedora de que ella era la culpable del malestar de su ama.

– Aquí la tiene de nuevo – dijo Elsa, repitiendo la escena de unas horas antes.

– Muchas gracias, Elsa – dijo lacónicamente la joven, cogiendo la cadena que la mujer le ofrecía.

Talía se quedó en silencio mirando como Elsa se alejaba, Lorena quería explicarle a la joven lo que le había pasado, que no había sido culpa suya, que estaba buscando las bebidas pero…

¡PLAS!

Una fuerte bofetada sacó a la esclava de sus pensamientos.

– Yo… No fue culpa mía… – Se justificaba la mujer mientras se frotaba la mejilla enrojecida. En ningún momento se le pasó por la cabeza recriminar a su ama por la bofetada.

– ¿A qué crees que estás jugando? – Le recriminó Talía.

– N-no, yo sólo… Pensé que…

– ¿Pensaste, qué? ¡Creía que había quedado claro a que venías aquí! Te advertí, te dije lo que ibas a encontrar y no te oculté nada – Talía señalaba acusadoramente con el dedo a Lorena, se lo clavaba en el pecho a cada palabra -. ¡Y lo primero que hiciste al llegar es obligarme a castigarte! Aun así, tonta de mí, te doy la oportunidad de librarte del castigo y te vuelvo a advertir, que esto no es un juego, que aquí dentro no eres más que una esclava, ¡Una puta esclava! ¡Para mí y para todos! Pongo mi reputación en juego por ti, ¿Sabes que voy a ser la comidilla durante semanas? “La señorita Talía, la que no es capaz de adiestrar a una esclava de mierda” – decía, poniendo vocecilla, como haciéndose burla -, ¿Qué quieres que haga ahora? Mi cuerpo me pide que te dé un castigo ejemplar, y es lo que haría ahora mismo si fueses una esclava de verdad pero, ¿sabes qué? – Lorena permanecía en silencio, apartando la mirada. Quería desaparecer de allí, se sentía pequeña y despreciable – Me importa una mierda. Me importas una mierda tú y me importa una mierda lo que haya pasado con tu hija.

– ¿Q-qué? – Lorena la miró, sorprendida.

– Lo que has oído. He puesto en juego mi reputación para ayudarte a encontrarla, y así me lo pagas. Así que se acabó, vete a tu casa. No voy a castigarte por lo que has hecho, pero tampoco voy a ayudarte más, desaparece de mi vista y vete a tu casa.

Diciendo esto Talía se dio media vuelta y se alejó de Lorena.

– ¡Espera! ¡Por favor! – gritaba Lorena mientras se acercaba a la joven – ¡No puedes dejarme así! Sin ti nunca encontraré a Lucía… – sujetó a Talía del brazo para obligarla a darse la vuelta, y todo lo que obtuvo por respuesta fue una nueva bofetada que la hizo caer al suelo.

– ¡Ni se te ocurra tocarme! No estoy dispuesta a aguantar a una esclava de mercadillo.

Y con esa frase se alejó definitivamente de la mujer.

Lorena se vio allí, sola, dolorida, abandonada. Se levantó y trotó aguantando el dolor hasta la sala en la que se había desvestido al llegar (¿era la 157?), por el camino no se cruzó con nadie, pero si que vio multitud de puertas, algunas entreabiertas y otras cerradas, pero ya no se atrevió a curiosear en ninguna.

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Paramiscosas2012@hotmail.com

 
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